Una década después de ganar el Óscar por «El secreto de sus ojos», Juan José Campanella estrena «El cuento de las comadrejas», una película que mezcla humor y suspenso para rendir homenaje al cine argentino. Esta remake de «Los muchachos de antes no usaban arsénico» se viste de glamour para el lucimiento de un elenco de lujo. De qué se trata «El cuento de las comadrejas» Mara Ordaz (Graciela Borges), una actriz retirada que supo ser una gran diva del cine argentino, vive en una casona con su marido Pedro (Luis Brandoni), el director de cine Norberto (Oscar Martínez) y el guionista Martín (Marcos Mundstock). Tiempo atrás fueron un exitoso equipo, pero con el tiempo la convivencia se fue deteriorando. Todo cambia cuando Mara recibe la oferta de una joven pareja dedicada al sector inmobiliario (Nicolás Francella y Clara Lago) de adquirir la casona. Tiempo de gloria «El cuento de las comadrejas» tiene unos elementos que la hacen irresistible desde su presentación. Campanella detrás de cámara, con todo lo que significa su esperado regreso al cine, y un elenco glorioso. ¿Quién sino Graciela Borges para interpretar a una gran diva del cine? ¿Quiénes mejores que Brandoni y Martínez para acompañarla? ¿Qué mejor idea que darle Marcos Mundstock -por fin- un papel protagónico para desplegar su talento para el gag verbal? Maravillosos todos. También es acertada la elección de Nicolás Francella y la española Clara Lago (de «Ocho apellidos vascos»), que imita el acento argentino tan bien que impresiona. La historia, además, es un hallazgo. Vi «Los muchachos de antes no usaban arsénico» de José Martínez Suárez hace más de una década y siempre me pareció una de las mejores películas del cine argentino (acá podés leer la nota que sobre el film de 1979). Muy hitchcockiana, es un thriller inesperado, de planteo tan simple como efectivo. Retomar esta idea y hacer una remake es el primer acierto. Hacer de esta remake que supo estar protagonizada por leyendas del cine argentino (Mecha Ortíz, Bárbara Mujica, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Arturo García Buhr) un homenaje, es justo lo que se tenía que hacer. Comparar puede ser inútil y tampoco valdría demasiado la pena. Admito que un poco lo hice porque tenía la otra película en la cabeza y es inevitable. Y también me quitó un poco la sorpresa, hay que decirlo. Pero, de todas formas, son películas diferentes. Mientras que en «Los muchachos de antes no usaban arsénico» la atmósfera era algo más oscura, Campanella le imprime a «El cuento de las comadrejas» un humor ácido, sin dejar el misterio de lado. El que sabe, sabe Con un manejo del ritmo que no falla nunca, sus diálogos sutiles y sus encuadres torcidos para marcar clima, Campanella viene a demostrar una vez más que no solo es un director de excelencia, también es un ferviente amante del cine. Claro, me dirás, que quién es director sin ser cinéfilo. Pero en él se nota hasta la médula. Tras ver «El cuento de las comadrejas», me dieron ganas de verla otra vez, para rastrear cada gag, cada guiño, cada homenaje. Sutil, delicada, entretenida, inteligente: «El cuento de las comadrejas» simplemente fluye, como debe ser. Hay que verla. Puntaje: 9/10 Duración: 100 minutos aprox. País: Argentina / España Año: 2019
El director Juan José Campanella vuelve al ruedo después de abrazar el Oscar con El secreto de tus ojos a la "mejor película extranjera", y de transitar por el cine de animación con Metegol. El cuento de las comadrejas es la remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José Martínez Suárez,estrenada en 1976. Con una eficaz combinación de humor negro y suspenso, al estilo de El quinteto de la muerte, el realizador reversiona la historia de Mara Ordaz -Graciela Borges-, una diva de la época dorada del cine que vive rodeada en una vieja casona por Pedro De Córdova -Luis Brandoni-, su pareja, un actor de reparto confinado a una silla de ruedas; Martín Saravia -Marcos Mundstock-, un guionista cinematográfico frustrado y Norberto -Oscar Martínez- un director de cine obsesionado con la cacería de comadrejas que circulan por el lugar. Allí los cuatro conviven en base a recuerdos, enfrentamientos y celos mientras mantienen un estilo de vida que ya no existe. La llegada de Francisco -Nicolás Francella- y Bárbara -la española Clara Lago, acá con acento bien argento- dos jóvenes aduladores de la carrera de Mara, pondrán la "tranquilidad" del cuarteto a prueba. En el comienzo, una comadreja se prepara para atacar a una gallina en lo que funciona como alegoría de lo que vendrá. Campanella construye un universo nostálgico en un escenario sobrecargado que también es un personaje más dentro la historia. A través de diálogos filosos entre los protagonistas se percibe que hay mar de fondo a pesar de los largos años de amistad que los une. El relato no traiciona al filme original, lo profundiza y presenta cambios sobre el desenlace, ostentando una atmósfera de peligro inminente, muy al estilo Hitchcock, similar a la danza letal de la comadreja sobre su presa. El fuerte de la propuesta está en las actuaciones: Borges entrega una Mara impecable que vive gracias a la admiración de los demás -o al menos eso cree- mientras contempla sus éxitos en el microcine. El resto suma dudas, acidez y frustraciones con suma destreza. Al humor ácido y destructivo que se desprende de varias escenas se observa una mirada cáustica sobre la pareja, la amistad y el glamour perdido en una trama salpicada por flashbacks, que encierran algunos secretos del pasado. La nueva película de Campanella tiene todo para conquistar al público, entre guiños, afiches, referencias -Bárbara es por Bárbara Mujica- y vueltas de tuerca que hacen a la historia tan atractiva como laberíntica, sin dejar de lado el sarcasmo.
“El cuento de las comadrejas”, de Juan José Campanella Por Jorge Bernárdez Cuenta la historia que Juan José Campanella empezó en el cine como pasante/asistente de José Martínez Suárez y que pasado un tiempo, el ya veterano director le dijo al padre de Campanella que su padadawan ya no tenía más que aprender de él y que si quería vivir del cine lo mejor que podía hacer era irse a Hollywood. Varias décadas después, vuelto al país y convertido en un director de gran suceso y ganador de un Oscar de la Academia por El secreto de sus ojos, Campanella vuelve a la ficción con El cuento de las comadrejas, una remake-homenaje a Los muchachos de antes no usaban arsénico, de Martínez Suárez, su maestro Jedi. Los muchachos de antes no usaban arsénico es es una joya algo escondida, que sufrió un poco en la época de su estreno, pero que a lo largo de los años cobró carácter de obra de culto. Aquella película reunía a estrellas del cine nacional clásico ya retirados o a punto de hacerlo y la gran Bárbara Mújica. El relato era un juego perverso en el que cuatro ancianos retirados en una mansión que esconden secretos acerca de los cuales ellos suelen hablar de manera misteriosa, se ven de amenazados por alguien que viene de afuera. Bárbara Mujica era la agente inmobiliaria joven que hacía tambalear el estilo de vida de los cuatro ancianos que tuvieron un pasado brillante en el cine. La película de Martínez Suárez quedó en la historia y todavía se la puede ver en algunas de las señales de cable que se dedican a recuperar joyas nacionales. El elenco de esta nueva versión de aquella película está lejos de estar formado por actores retirados o a punto se hacerlo. El cuento de las comadrejas toma las partes más importantes de la original y le agrega algunos toques de época, pero el centro vuelve a ser el enfrentamiento generacional, los secretos que no se pueden contar, la amistad y los lazos enfermizos entre la gente. Graciela Borges es Mara Ordaz, una estrella de la época de oro del cine nacional, sus películas son un patrimonio de los cinéfilos y vive en una mansión con una gran terreno a su alrededor con su marido, que además supo ser galán en las películas de Mara. Junto a ellos viven el director de aquellas películas y el guionista. Los cuatro conviven de manera plácida en aquella mansión derrochando humor corrosivo y obsesiones personales. Pedro de Córdova (Luis Brandoni) es el marido paralítico de Mara, Norberto Imbert (Oscar Martínez) es el director retirado que vive cazando alimañas y que a la hora de presentarse aclara que él no sabe hacer nada: “Soy director”. El otro habitante de la casa es Martín Saravia (Marcos Mundstock), el guionista al que la película le reserva la mayoría de los remates algo que el Luthier sabe hacer a la perfección. A la mansión llegan dos jóvenes perdidos que buscan una dirección y que se asombran ante la presencia de Mara Ordaz, Bárbara Otamendi (la española Clara Lago) y Francisco Gourmand (Nicolás Francella) se presentan ante Mara y ella que vive encerrada, se deja halagar y también se deslumbra un poco con la presencia de un galán joven. Los otros habitantes de la casa miran con desconfianza y no se creen demasiado lo casual de aquella llegada. Rápidamente los jóvenes muestran sus intenciones y mientras Francisco endulza los oídos de Mara, su amiga la tienta con regresar al estrellato para lo que es indispensable mudarse a la ciudad. La chica trata de enredar a los tres ancianos con su encanto y su frescura. Todo lo que Campanella ama del cine clásico aparece en pantalla, hay planos que remiten de manera directa a la Norma Osmand de Sunset Boulevard y otros momentos apelan a las comedias clásicas de la productora Ealing responsable de El quinteto de la muerte, entre otras. Todo el elenco funciona de maravilla, desde Graciela Borges que ilumina realmente la pantalla en las escena, pasando por Oscar Martinez y Luis Brandoni, a los que Campanella les saca lo mejor hasta Clara Lago que saca el acento argentino a la perfección y que juega aparentemente con los tres ancianos como el gato maula con el mísero ratón. A diferencia de la original, El cuento de las comadrejas es festiva y brillante, donde había algo sórdido y podrido ahora hay un juego teatral irónico y mordaz, y el siniestro enfrentamiento entre viejos y jóvenes de antaño, ahora parece un acto de justicia. EL CUENTO DE LAS COMADREJAS El cuento de las comadrejas. Argentina/España, 2019. Dirección: Juan José Campanella. Intérpretes: Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni, Marcos Mundstock, Nicolás Francella y Clara Lago. Guión: Juan José Campanella y Darren Kloomok, basado en el original de Augusto Giustozzi y José Martínez Suárez. Fotografía: Félix Monti. Música: Emilio Kauderer. Distribuidora: BF París. Duración: 129 minutos.
Después de haber realizado “El Secreto de sus Ojos” (2009), ganado un Oscar como Mejor Película Extranjera, incursionado en el género de animación con “Metegol” (2013) y transitar su carrera por series de televisión como “El Hombre de tu Vida” (2011) o “Entre Caníbales” (2015), Juan José Campanella regresa al cine con una película bastante particular. Se trata de una remake de “Los muchachos de antes no usaban arsénico” (1976) de José Martínez Suárez, un film que en su momento no tuvo el reconocimiento suficiente pero que sí supo satisfacer a los más cinéfilos con esta historia cínica y oscura. Campanella retoma la trama original para dirigir y escribir junto a Darren Kloomok “El Cuento de la Comadreja”, una película que se centra en Mara Ordaz (Graciela Borges), una mujer que fue una estrella de cine en su época dorada, pero el olvido del público la obligó a recluirse en una casona alejada de la ciudad junto a su esposo Pedro de Córdova (Luis Brandoni), que también fue actor, y sus amigos Norberto Imbert (Oscar Martínez), director, y Martín Saravia (Marcos Mundstock), guionista. A pesar de los años compartidos existen ciertos resquemores entre estos personajes que pasan sus días entre la lujuria y el ocio. Pero todo cambiará cuando una pareja de jóvenes llegue perdida a la casa, reconozca a la famosa actriz, y la convenza de volver a su profesión, incitándola a vender la casa. A primera vista, y antes de adentrarnos en la película, nos encontramos con grandes expectativas. El regreso de Juan José Campanella a la pantalla grande, junto a la selección de un elenco de lujo, conformado por Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock, quienes encarnan a los personajes del mundo del cine, y la incorporación de Nicolás Francella y Clara Lago (actriz española pero que acá se encuentra realizando un acento argentino muy creíble) como la pareja joven. Pero, por suerte, no nos quedamos solo en anhelos, sino que el film cumple con creces a la hora de entregarnos una historia bien filmada, con diálogos ingeniosos e inteligentes e interpretaciones maravillosas por parte de los actores. A diferencia de “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, donde predominaba un tono más serio y oscuro, pero igual de cínico, “El Cuento de las Comadrejas” es una película de humor negro, ácido, que mezcla diálogos ocurrentes y divertidos con momentos más de tensión y suspenso. Si bien se mantiene la esencia de la cinta original, no es una copia de la misma, se cambian algunos detalles de los personajes y la trama, otorgándole una impronta más cinéfila e irónica. No existe mayor acción física dentro de la historia, sino que las idas y vueltas entre los personajes son los puntos más importantes del film, brindándole una importancia particular a sus interacciones y a la composición de los distintos roles, los cuales están muy bien delineados. Como adelantábamos anteriormente, nos encontramos con un elenco de excelencia, que eleva al film por sobre la media. Sobre todo debemos centrarnos en la excelsa labor de Graciela Borges, que interpreta a esta mujer que supo ver tiempos mejores, pero que ahora el olvido y la tristeza la están carcomiendo. Principalmente teniendo en cuenta que vive en su casa como si fuera una extraña, con tres hombres que se la rebuscan para martirizarla de una forma más psicológica. La actriz está muy bien acompañada por este trío masculino, quienes demuestran su capacidad para la comedia negra, desplegando su talento no solo corporal sino también discursivo (sobre todo Mundstock a quien no solemos ver en este tipo de cintas y que significa una acertada incorporación). Nicolás Francella y Clara Lago otorgan, por un lado, frescura con su juventud, pero también el tono de misterio y tensión dentro del relato. A partir de la interacción de los distintos personajes, se tratan también diversas temáticas. Por un lado se realiza un homenaje al cine nacional, a través de las distintas labores de todos aquellos que forman parte del mundo cinematográfico, tanto delante como detrás de cámara (guionistas, actores, directores), con guiños y referencias, y el reconocimiento del público como contrapunto. Y, por otro lado, se abordan aspectos como la diferencia generacional (vista en el enfrentamiento entre estos grupos diversos), el paso del tiempo, la vejez, la amistad de tantos años. En cuanto a los aspectos técnicos, nos encontramos con una lograda dirección por parte de Campanella, quien por momentos nos ofrece unos cuadros con una perspectiva particular que sustentan al discurso narrativo. Asimismo, existe una ambientación que va en consonancia con la trama, con esa mansión aislada, pero que a la vez tiene vida propia con tantos recuerdos latentes y que genera que sus habitantes queden anclados al pasado. Casi todas las escenas se desarrollan en este espacio, con excepción de algunas pocas. Esto provoca, además, un clima sombrío y asfixiante. Con respecto a la música, la misma acompaña bien a la historia, con algunas melodías que insertan cierta ironía al argumento. En síntesis, “El Cuento de las Comadrejas” es un muy buen regreso de Campanella al cine, quien aporta una historia ácida e ingeniosa devenida de un buen material original de base, a partir de diálogos inteligentes, un elenco excepcional que logra componer unos personajes ambiguos y ciertos giros narrativos que mantendrán atento al espectador que disfrutará de este relato de comedia negra y suspenso.
El cuento de la moraleja El cuento de las comadrejas es una apuesta fuerte e interesante del director Juan José Campanella. Con un elenco principal excelente, conformado por Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock, parece difícil que algo pueda salir mal. Pero más allá de la seguridad que brindan los actores mencionados, es visible la mano del director, quien los guía correctamente. En una idea de trabajo que se gestó hace varios años y siempre estuvo en carpeta, listo para ver la luz, un guion perfecto y a la altura de las circunstancias, la misma lleva por buen camino una historia plagada de humor negro del bueno, referencias a la profesión audiovisual, puesto que en la historia no solamente el personaje que interpreta Borges tiene vínculo con el séptimo arte (impecable tanto como cálida, ella es una actriz maravillosa a quien da gusto ver en pantalla); también los compañeros en la mansión inmensa en la que viven pertenecen al mundo del cine, y dirigen comentarios ácidos y ocurrentes en referencia. Completan el elenco Clara Lago y Nicolás Francella. La actriz cumple con creces, en un papel interesante. Utilizando un muy buen manejo de los climas, interpreta a su personaje con soltura y da en el clavo con los cambios que le pide la evolución del mismo a lo largo del guión. Francella maneja bien los tiempos, se muestra seguro en su rol y aparece como un actor con posibilidades y herramientas de sobra para una carrera que seguramente seguirá creciendo. De aquí en adelante, un spoiler grande como la casa de los protagonistas (no digan que no les avisé; aunque no es un secreto, muchos no lo saben, y ni siquiera conocen la existencia de la película): Campanella, quien toma la idea original de Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) de José Luis Martinez Suárez, recupera la historia y le agrega condimentos y detalles al guion original que elevan aún más la calidad de la historia en que se basa. Afirmo que es una apuesta jugada, fuerte, porque puede que no sea una película para todo el mundo, y porque creo que bien podría haber elegido para su siguiente producción una película cómoda que dejara contento a todo el público; en cambio realizó la adaptación de una película que ya parecía difícil entonces y la adaptó al hoy; no todos van a atreverse a ver esta película que es una excelente muestra de lo que puede hacerse con un guion: construir una comedia negra perfecta.
A casi diez años del estreno de El secreto de sus ojos, el ganador del premio Oscar vuelve a la ficción cinematográfica con actores de carne y hueso con esta ácida y negrísima tragicomedia basada en Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José Martínez Suárez. Los tiempos han cambiado y esta nueva versión, también. La película, más allá de cierta tendencia al subrayado y a la moraleja, encuentra en un portentoso elenco encabezado por Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock sus mejores momentos y atributos. En marzo de 1976, justo en momentos en que el orden democrático era interrumpido -una vez más- por un golpe militar, se estrenaba Los muchachos de antes no usaban arsénico, película de José Martínez Suárez con Mecha Ortiz, Arturo García Buhr, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Bárbara Mújica. El film no tuvo la repercusión deseada en medio de ese contexto desolador, pero con los años esta comedia ácida, provocadora y negrísima, se ganó el favor cinéfilo y se convirtió en objeto de culto. Lo mismo ocurrió con el propio Martínez Suárez, quien generó varias generaciones de alumnos y discípulos que lo veneran. Juan José Campanella nunca ocultó su admiración hacia Martínez Suárez, pero sorprendió que, para su primera película de ficción tradicional luego de ganar el Oscar hace ya casi una década con El secreto de sus ojos (en el medio concretó el film de animación Metegol y varios proyectos televisivos), eligiera hacer una remake de aquel largometraje de hace 43 años. No tiene demasiado sentido incursionar en “el juego de las diferencias”, pero El cuento de las comadrejas, además de durar casi 20 minutos más que el original, ha atenuado o directamente borrado ciertos elementos disruptivos ligados al abuso psicológico hacia la mujer. Son tiempos de corrección política y Campanella -encargado de la adaptación y lavada de cara junto a Darren Kloomok- entendió que había que cuidar un poco más tanto las formas como los contenidos. Así, más que una batalla de los sexos, ahora se trata de una batalla generacional, una guerra del cerdo invertida con los viejitos piolas tratando de combatir a la modernidad, a los jóvenes ambiciosos que creen sabérselas todas, y que en el film están representados por los personajes de Francisco Gourmand (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago). La película transcurre casi íntegramente (hay algunas escenas aisladas en restaurantes y oficinas corporativas) dentro y fuera de una impresionante casona (se rodó en el castillo Guerrero) que parece anclada en el tiempo. Allí viven desde hace 40 años Mara Ordaz (Graciela Borges), una diva de la época de oro del cine argentino con su preciada estatuilla dorada bien visible en la entrada y decenas de objetos que rememoran su pasado esplendoroso (el film es, también, sobre el dolor de ya no ser), su marido postrado Pedro De Córdova (Luis Brandoni), un ex actor sin demasiado éxito devenido artista plástico; Norberto Imbert (Oscar Martínez), quien dirigiera varias películas de Mara; y el otrora famoso guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock). Entre ironías mordaces, un cinismo lindante con la crueldad y una acumulación de resentimientos que por momentos parece transformarse en odio, esta suerte de tribu, de secta, de resistentes, sobrevive con su impronta nostálgica y una particular dinámica interna. Sin embargo, la llegada de Francisco y Bárbara, en un principio encantadores pero pronto convertidos en una amenaza a partir de la idea de concretar con ese terreno y semejante propiedad un importante negocio inmobiliario, genera en ese núcleo una reacción furiosa y de imprevisibles consecuencias. Los principales problemas de la nueva película de Campanella tienen que ver con cierta tendencia al diálogo altisonante, al subrayado obvio y aleccionador (sí, comadreja rima con moraleja) y a una impronta demasiado teatral que genera algunos desniveles en los registros actorales (más contenido en el caso de Martínez; más exaltado en el de Brandoni). De todas maneras, los duelos interpretativos alcanzan ciertos pasajes de brillo, la construcción de ese universo cerrado (y luego espiado por ajenos) tiene su encanto perturbador y por momentos el film consigue la tensión necesaria como para que el espectador se involucre con la suerte de estas criaturas tan encantadoras como feroces, tan seductoras como temibles, para una auténtica fábula darwiniana sobre la supervivencia del más apto.
Hay un viejo adagio del espectáculo que dice que “el teatro es de los actores y el cine es de los directores” y el estreno de El cuento de las comadrejas, la nueva película de Juan José Campanella, a 10 años de ganar el Oscar (entre muchos otros premios) por El secreto de sus ojos es prueba de ello. En este largometraje, el director de El mismo amor, la misma lluvia, Luna de Avellaneda y El hijo de la novia se inspira en la historia original de Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), dirigida por José A. Martínez Suárez, uno de sus grandes maestros, y le rinde homenaje a la época dorada del cine argentino, con una gran cuota de nostalgia bien sazonada con guiños varios al oficio de hacer cine y una dosis de fina ironía. La película transcurre en una gran casona que, casi como un personaje más, reflejo de sus habitantes, se erige orgullosa a pesar de que está un poco venida a menos y está un poco alejada del mundanal ruido y de la vida de la ciudad. En ella conviven en dulce montón, cuatro glorias del cine: Mara Ordaz (Graciela Borges), una diva de la gran pantalla de los días del blanco y negro, al estilo de Norma Desmond en Sunset Boulevard, que no se resigna a haber caído en el olvido; su marido (Luis Brandoni), un actor mediocre pero bonachón que ha vivido toda la vida a la sombra de la mujer que ama, más el guionista (Marcos Mundstock) y el director (Oscar Martínez) de las películas de la época de gloria de Mara, dos veteranos un poco ácidos que se divierten burlándose del ocaso de la estrella.El otoño de la vida de estos personajes parece seguir su curso dentro de un cierto equilibrio, entre tesoros y secretos, hasta que llegan dos jóvenes (Nicolás Francella y Clara Lago) cuyo encanto y extrema fascinación por la figura de Mara apenas esconden otras intenciones. A partir de ahí se desenvuelve una trama inteligente, con excelentes toques de humor y más de un giro inesperado (no apto para spoilers). El producto es una gran comedia, con el sello de Campanella: su mano detallista y sutil como guionista y director, y también su ojo clínico en la elección de un excepcional elenco que aporta actuaciones memorables. Basta mencionar especialmente la escena de una confesión de Graciela Borges a Luis Brandoni, mientras mira conmovida el material de sus viejas películas, proyectado como fondo para enmarcar su rostro sagrado, todo un emblema del cine argentino, o la partida de pool y el diálogo de antología, como si fuera esgrima mental entre Marcos Mundstock, Oscar Martínez y la bella villana que encarna la actriz española Clara Lago (con impecable acento argentino). El resultado de tanto talento de los dos lados de la cámara es una película que rescata los valores fundamentales del buen cine: entretiene y emociona.Imperdible estreno argentino, sin duda una de las mejores comedias negras del año.
Después de varios años de haberse consagrado en el mundo con el Oscar, la estatuilla más preciada en el mundo del cine con “El Secreto de sus Ojos”, Juan José Campanella vuelve a deleitarnos con “El Cuento de las Comadrejas” ,una película basada en el film de José Martínez Suárez de 1976, “Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico”. En la conferencia de prensa, el Director contó que el guión estaba escrito hace años, guardado, esperando ver la luz. Finalmente ese momento, llegó. Mara Ordaz (Graciela Borges) fue una gran actriz en la época dorada del cine nacional, retirada; vive en una mansión junto a su marido Pedro De Córdova (Luis Brandoni), también actor, quien siempre vivió por y para ella y dos amigos de toda la vida, Norberto Imbert (Oscar Martínez) director de casi todas sus películas y cazador de cuanta comadreja anda dando vueltas por el parque y Martín Saravia (Marcos Mundstock), guionista y último integrante del clan. Ellos supieron ser un grupo unido aunque ahora Mara ya no les tenga la paciencia de antes. Un día de tantos, una pareja conformada por Francisco Gourmand (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (la española que aquí suena muy argentina Clara Lago) llega a la casona con la excusa de encontrarse desorientados. Al llegar reconocen a la actriz y comienza un gran juego de seducción entre los jóvenes y Mara cuando ellos intentan adquirir la casa convenciéndola de salir de su retiro, puesto que el cine la necesita. Los hombres que la acompañan desconfían de las artimañas de la pareja y ahí comienza una diversión que no da tregua: la película tiene mucho humor, ácido y negro, a eso se la suma suspenso y vueltas de tuerca que, de la mano de un elenco, que es un verdadero lujo, hacen de éste film nacional, uno de visión obligatoria. La mano de Campanella volvió a hacer magia con la dirección de actores y escenas que no tienen desperdicio y no voy a spoilear. Excelente dirección de arte y vestuario. Sólo les digo: vayan a verla.---> https://www.youtube.com/watch?v=jQnEOKTcYpk ---> TITULO ORIGINAL: El cuento de las comadrejas TITULO ALTERNATIVO: Las comadrejas / Regreso triunfal DIRECCIÓN: Juan José Campanella . ACTORES: Oscar Martínez, Luis Brandoni, Clara Lago. ACTORES SECUNDARIOS: Graciela Borges, Nicolás Francella, Marcos Mundstock. GUION: José Martínez Suárez, Augusto Giustozzi. FOTOGRAFIA: Félix Monti. MÚSICA: Emilio Kauderer. GENERO: Drama . ORIGEN: Argentina. DURACION: 129 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años DISTRIBUIDORA: BF + Paris Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 16 de Mayo de 2019
El cuento de las comadrejas: Campanella y el séptimo arte. Juan José Campanella vuelve al cine después de haber filmado la película animada «Metegol» y haber ganado un Oscar con «El secreto de sus ojos«. Como si eso fuera poco, en su elenco lo acompañan altas figuras como Luis Brandoni, y Graciela Borges. ¿Es esta obra un regreso triunfal en la filmografía de Campanella? «El cuento de las comadrejas» es un remake bastante libre de «Los muchachos de antes no usaban arsénico«, película argentina de 1976. Pese a mantener una trama similar y algunos personajes parecidos, definitivamente es una obra personal del director, dónde toma influencias de películas como «The Bad and The Beautiful«, a la vez que toma ese ácido humor inglés característico de obras como Monty Phyton. La historia cuenta la aparente calmada vida de dos actores casados y que viven en una mansión con un director y un guionista. Los cuatro son amigos de hace mucho tiempo y ya retirados viven y tienen sus distintas peleas hasta que dos jóvenes fanáticos de su cine y también dueños de una inmobiliaria familiar le proponen a la actriz comprar la casa y disolver toda esa amistad. Desde el guion vemos un ritmo acelerado desde un primer momento, que deja pocos momentos contemplativos y que apuesta por la habilidad de sus actores y sus diálogos tan bien pulidos. Pese a que ese ritmo acelerado a veces perjudique un poco a la película en si, también deja espacio para mostrar la calidad de todo el elenco. Graciela Borges sigue demostrando el calibre de actriz que es y por qué la historia del cine argentino no podría existir sin su nombre resaltado en ella. Su actuación es fenomenal. Eso sí, ninguno de los otros monstruos actorales desentona en absoluto, dónde vemos un genial Luis Brandoni haciendo de esposo en silla de ruedas, un ácido y filoso Óscar Martínez que avanza la trama con humor y perspicacia y un Marcos Mundstock que demuestra su origen en Les Luthiers y su habilidad para hacer reír. Eso sí, la película no es sólo humor y es ahí donde los jóvenes Nicolás Francella y Clara Lago entran a agregar conflicto y drama a una historia con personajes entrañables e interesantes. Tanto trabajo en lo actoral y en el guion termina teniendo consecuencia en la puesta en escena que a pesar de tener un trabajo de dirección de arte costoso y lujoso, no transmite mucho. La fotografía o el sonido son meras herramientas y al ser una película que habla tanto de cine, se echa un poco en falta un poco más de pulido que salvando algunas escenas, es bastante plano. Esto no quita la calidad actoral y el trabajo que tiene «El cuento de las comadrejas» en el diálogo, que es inteligente, humorístico y veloz. Referencias al cine argentino sobran y desde esas conversaciones tan cuidadas vemos un amor por el séptimo arte que muchas veces falta en este cine nacional y que es de agradecer. En conclusión, «El cuento de las comadrejas» es una película sobre películas. Es un homenaje a una época gloriosa del cine argentino y que está integrada por prestigiosos actores del cine. La nueva obra de Juan José Campanella entretiene y conmueve tanto como el director se lo propone, siendo efectiva en el llanto y en la risa, y formando una obra memorable y recomendable. Puede no ser el regreso por todo lo alto que uno esperaría de un ganador del oscar, siendo algo simple y plano en algunas ocasiones, pero eso no le quita lo efectivo ni la convierte en menos entretenida. Simplemente es un muy buen cuento.
El esperado regreso de Juan José Campanella al cine de ficción con actores (después el éxito de El secreto de sus ojos, hace una década, sólo había filmado la animada Metegol -2013-) se hizo esperar. Y llega con una película que es digna de su firma, reconocible en sus diálogos. Y que es, también, una manera de homenajear al cine argentino de oro que fue, y que, sin que se le piante un lagrimón a Campanella, tal vez nunca volverá. Campanella se basa y homenajea a Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), de su maestro y amigo José Martínez Suárez, pero lo adapta al tiempo presente, y a los que corren. Mara Ordaz (Graciela Borges) es una actriz ya retirada que supo ser una diva del cine local, y que vive encerrada y aislada junto a tres hombres. La casona con jardines la habita con su marido Pedro (Luis Brandoni), postrado en silla de ruedas, un actor que vivió siempre a la sombra de la estrella. También viven los personajes de Oscar Martínez, el director, y Marcos Mundstock, en su primer papel protagónico, el guionista de los grandes éxitos –del pasado- de (M)Ordaz. Los tiempos de alegría y fama han pasado. Y hasta la convivencia, con el correr de los años, se ha ido deteriorando. Eso lo veremos luego. Antes, ni bien arranca la película, la irrupción de una joven pareja que le ofrece a Mara una oferta para comprar la mansión desencadena por un lado movimientos de supervivencia, y por otro desencaja a los tres caballeros. Mecha Ortíz, Bárbara Mujica, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Arturo García Buhr eran los protagonistas de aquella película, un thriller con un tinte mucho más oscuro que esta readaptación de Campanella, que prefiere el tono del humor más ácido. Se mantiene el encierro y que sean pocos personajes, pero algunas cosas han cambiado en la trama y en los parentescos (los cuatro ancianos formaron parte del mundo del cine, ninguno es médico, y la joven que llega para vender la casona no se hace pasar por amiga de los ancianos). Obviamente la metáfora sobre la Junta militar (los tres hombres) y la desaparición de algunas esposas de ellos sin dejar rastros no tienen cabida en esta versión actualizada, porque la cuestión pasa por otro(s) lado(s). Por la falta de respeto, por ejemplo. Ni hablar de tolerancia. La amenaza de dos jóvenes (interpretados por Nicolás Francella y Clara Lago, la actriz de Ocho apellidos catalanes) al irrumpir, resquebrajar y/o terminar con el mundo que se han creado en la casona hace que los conflictos por las brechas –no grietas- generacionales se actualicen. La ironía, la respuesta justa y el humor son marcas de Campanella en su cine. También, el sentimentalismo bien entendido, y esa sensibilidad y habilidad, la aptitud que se convierte en cualidad que tiene para retratar personajes y hacerlos entrar en empatía con el púbico. La película tiene una curva, no dramática, pero sí de desarrollo casi hacia el final, cuando le desenlace es inevitable y parece estructurada de manera distinta. Casi, casi, podría hablarse de un acto en teatro, luego de un apagón en escena. En esta primera película de Campanella rodada en la Argentina sin Ricardo Darín, su actor fetiche desde la inmejorable El mismo amor, la misma lluvia, que cumple ya veinte años, con este cuarteto de la muerte cínico y corrosivo, pero no corroído por el tiempo. Todo lo contrario.
MAY 03 Un Homenaje al Cine Argentino. Crítica de “El Cuento de las Comadrejas” de Juan José Campanella. ADELANTOS, CINE, CRITICA Una bella estrella de la época dorada del cine, un actor en el ocaso de su vida, un escritor cinematográfico frustrado y un viejo director hacen lo imposible por conservar el mundo que han creado en una vieja mansión ante la llegada de dos jóvenes que presentan una amenaza que lo puede poner todo en peligro. Por Bruno Calabrese. Sin subirse al carro de la fama, luego del Óscar ganado, Juan José Campanella homenajea al cine argentino con una remake de “Los Muchachos de Antes no usaban arsénico” de José A. Martínez Suarez, del año 1976. Clásico del cine argentino protagonizado por Narciso Ibañez Menta y Bárbara Mujica, considerada una de las más ingeniosas películas del cine nacional. La misma pasó sin pena ni gloria por las salas pero con los años ha ganado prestigio de clásico autóctono. Además significó la última película del gran actor y director Mario Sofricci. Con todo estos antecedentes, un complicado desafío se le presentaba al director de “El Secreto de sus ojos”, el cual supera con creces. Campanella logra adaptar de manera perfecta los conflictos existentes entre las brechas generacionales de los protagonistas de la primer versión a nuestros tiempos. Apoyado por la brillante interpretación de Graciela Borges en el papel de Mara Ordaz, la actriz que añora los tiempos de fama y vive venerando ese premio que se encuentra en la sala principal de la casa. Acompañada de manera magistral por Luis Brandoni como Pedro De Córdova, su esposo, un actor que vivió a la sombra de ella y que quedó postrado en una silla ruedas por un accidente. Oscar Martínez como Norberto Imbert y Marcos Mudstock como Martín Saravia, director y guionista, respectivamente, de las películas de Mara aportan los mejores momentos de humor negro. Con acidez y cinismo, debaten e ironizan sobre el cine, sobre la vejez y sobre los “tips” (consejos le dicen ellos) de la juventud que interrumpe en su casa y que a ellos no los respeta. La juventud está a cargo de NIcolás Francella como Francisco Gourmand, quien se dice admirador de Mara pero esconde oscuros intereses. La española Clara Lago (a quien habíamos visto en la divertida “Ocho Apellidos Vascos”) es Bárbara Otamendi, la mujer que se las sabe todas y que es capaz de cualquier cosa con tal de conseguir su objetivo. Ambos se acoplan muy bien a los veteranos actores, generando un ambiente de tensión e incomodidad permanente. (Genial la escena del partido de pool entre Bárbara y Martín Saravía, donde ambos se sacan chispas). Con referencias y escenas que homenajea a antiguas películas “El cuento de las comadrejas” no solo rinde culto a una de las mejores películas del cine argentino, sino también a grandes cintas de los años 50, como “The Ladykillers” y “Sunset Boulevard”. En línea con el mejor cine de los hermanos Coen, Campanella nos trae una comedia de humor negro imperdible. El esperado regreso al cine de uno de los mejores directores argentinos de la actualidad se hizo realidad y lo hizo de la mejor manera. Puntaje: 95/100.
Viejos son los trapos Inspirada en Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), de José Martínez Suárez, El cuento de las comadrejas (2019) es la nueva película de Juan José Campanella (El Secreto de sus Ojos), una producción que recupera un estilo cinematográfico puro basado en la clásica estructura dramática de tres partes y que se apoya en las logradas interpretaciones de sus actores para transmitir su mensaje. Las comadrejas a las que alude el título es un grupo de ancianos encabezado por Mara Ordaz (Graciela Borges), una actriz de la época de oro del cine, que habitan en una venida a menos mansión que dos jóvenes (interpretados por Clara Lago y Nicolás Francella) quieren vender en un negocio inmobiliario millonario. Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock, componen al trio que secunda a Ordaz, el primero es el marido, un hombre lisiado que ha sabido acompañar a su mujer en la gloria y la decadencia aún con la sospecha de algún engaño amoroso por parte de ella, y los otros dos, director y guionista de las historias que hicieron grande a la actriz. En medio de una lucha de intereses, los vínculos comienzan a resquebrajarse, y mientras la intérprete cree que puede volver a los medios a partir de su sensación de cariño y afecto popular, el resto de las comadrejas sólo ve un negocio que podría ayudar a que cada uno pueda tener su espacio y vivir alejado de los demás para subsistir en sus últimos días. Fundada en la nostalgia de aquello que ya no es, y aquello que puede perpetuarse en mentiras y engaños, El cuento de las comadrejas revisita la comedia más popular a partir de la incorporación del humor como vehículo y motor del guion para contraponer la imagen real de los grandes protagonistas reales del relato con aquellos que la pantalla devuelve por proyección. Borges brilla como Ordaz, una Norma Desmond autóctona que vive del recuerdo y de las falacias que el resto de sus compañeros le dicen y quiere escuchar, una especie de diario de Irigoyen que al momento de revelarle la verdad no será otra cosa más que el impulsor de una serie de epítetos y gags que potencian algunos momentos actorales y contrapuntos con Martínez y Brandoni, figuras clave de la historia. El cine de Campanella responde a un modelo narrativo clásico en el que generalmente los estereotipos fundan la psicología de sus personajes, pero que en esta oportunidad la ambivalencia y sospecha de los roles, la devoción con la que filma a Borges (entrañable el momento en el que sobre su rostro se proyectan imágenes de películas de antaño), potencian un conflicto basado en la complicidad de un secreto que mantienen de manera solapada en conjunto y que será revelado recién al finalizar la obra, momento en el cual el amor con el que se desarrolló el relato, principalmente por las actuaciones protagónicas, concluye con un moño la propuesta y que traspasa la pantalla.
Pasaron diez años desde El secreto de sus ojos, y si bien en el medio estrenó Metegol e hizo varias cosas para TV, Juan José Campanella le debía otra de sus grandes películas al cine. Y si bien dudo que este estreno alcance el éxito de las dos anteriores, lo cierto es que nos encontramos ante su obra más declarativa en cuanto a su amor hacia las películas. El cuento de las comadrejas es un manifestó cinéfilo a un cine que ya no existe, un homenaje a algo que el director ama, y que lo hace notar en cada plano. Remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), film que vi para hacer esta reseña, Campanella adapta este clásico nacional y lo aggiorna para un nuevo público, y con una escala cinematográfica mucho mayor en cuanto a la puesta y producción. Ahora bien, me da la sensación de que es una película que deja afuera a gran parte del público, sobre todo al joven. Hay muchos chistes y continuas referencias que solo podrán ser captadas y disfrutadas por alguien que haya pasado los 50 años o por un cinéfilo empedernido que tenga conocimientos del cine clásico argentino. Porque más allá de la remake en cuestión, hay un lenguaje y narrativa muy propia de la época dorada del cine nacional. Y yo lo entiendo y lo disfruto, pero aún así me quedé afuera en algunas cosas. Por lo que estoy seguro de que a muchos les pasará. Aún así, el film tiene identidad propia y te enganchás con sus personajes, porque son magnéticos. Graciela Borges estupenda como siempre, pero aquí aún más. Para aplaudirla horas y horas de pie. Y el terceto de amigos interpretado por Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock es fenomenal. El mejor duelo actoral cómico de los últimos tiempos. Es imposible que no te rías con estos tipos, con lo que dicen y su vínculo. En el lado de la juventud, completan Nicolás Francella y Clara Lago. Ambos también excelentes. Campanella vuelve a demostrar, una vez más, que es un magnifico director de actores y que le saca lo mejor a cada uno de ellos. Por su parte, a nivel técnico el film es una maravilla. Hay planos geniales y VFX de los mejores, que son los que no se notan. Casi todo ocurre en una sola locación, por lo que podría haber sido bastante simple, pero no. Todo es más bello y todo desafía los sentidos. Desde la gran dirección de arte, hasta la música. El cuento de las comadrejas es una experiencia, una oda al cine y una caricia a la producción nacional, que no está pasando por un buen momento (no artístico sino presupuestario). Es una película que merece y debe ser experimentada en una sala, y aprender de ella.
La nueva película de Juan José Campanella, "El cuento de las comadrejas", representa un cambio parcial en la filmografía del afamado realizador de "El secreto de sus ojos". No es fácil dar vuelta la página una vez que se tocó el cielo con las manos. Algo de eso pareciera ser lo que sucede con el Campanella post la ganadora del gran premio de la Academia. Alzarse con un taquillazo y un Oscar bajo el brazo lo colocó en una posición en la cual no es sencillo encarar un nuevo proyecto ¿Esperando que la fórmula se repita? Si bien en el medio dirigió "Metegol" (que pasó más desapercibida de lo esperado), y tuvo algunos proyectos en TV y teatro de suerte dispar, "El cuento de las comadrejas"significaba la vuelta fuerte al cine de uno de los dos directores que nos dio un Oscar. Esa es la expectativa del público, ¿y la propia? Aquí el director se mete en un terreno complicado, no sólo adaptar un clásico u obra de culto del cine nacional; sino cambiar el estilo que forjó en sus cinco películas previas hechas en Argentina. Esta historia de cuatro personajes de la tercera edad contra dos despiadados jóvenes, lo alejan de ese timing barrial, el código urbano, localista, que marcó desde "El mismo amor, la misma lluvia" y mantuvo aún en el cine de género ("El secreto de sus ojos" y "Metegol"). Esta vez se presenta un universo cerrado, de clase alta, con códigos que dejan afuera de la identificación al espectador promedio, y toda una estructura que responde a un estilo de cine que no es lo conocido de Campanella, ni en películas ni en otros formatos ¿A quién apunta sus guiños? Las primeras imágenes nos ubican en situación. Mara Ordaz (Graciela Borges) fue una estrella del cine argentino clásico, de la época dorada, el star system. Mediante un compilado que incluye varias películas de la propia Borges disimuladas, vemos un repaso a lo "Cinema Paradiso". En la actualidad, Mara es una mujer olvidada por el público y encerrada en su mansión de la cual se resguarda de ese olvido. Como si entre esas paredes se respirase un aire distinto que en los exteriores. No vive sola, la acompañan su marido Pedro de Córdova (Luís Brandoni), un actor que vivió siempre bajo la sombra de Mara, y Norberto Imbert y Martín Saravia (Oscar Martínez y Marcos Mundstock, respectivamente), el director y el guionista de las películas de Mara y Pedro. Entre los cuatro mantienen una convivencia extraña en la cual se lanzan dardos de todo tipo (los metafóricos y los literales), se desprecian, pero también mantienen una armonía simbiótica. Armonía que, como lo advierte el propio Norberto en uno de sus muchos diálogos expositivos, sólo puede ser rota por la presencia de los villanos. ¿Quiénes son los villanos? Dos jóvenes agentes de bienes raíces, Francisco Goumard (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago), que con la excusa de un accidente arriban a la mansión y tientan a Mara e intentan persuadir al resto para vendérselas a cambio de regresar a Mara a un departamento céntrico que la ubique en el centro de la escena otra vez. A partir de entonces, se arman los bandos, Norberto y Martín por un lado; Mara por el suyo; Francisco Bárbara engatusando y seduciendo para su beneficio; y Pedro como un alma en pena tironeada. Al igual que Los muchachos de antes no usaban arsénico, El cuento de las comadrejas es una comedia con tintes negros, y personajes que bordean lo paródico. En la comparación entre ambas, la original de José Martínez Suárez sale ganando por varios sentidos; pero principalmente por dos factores fundamentales, es mucho más negra, ácida, y genuina, que su adaptación. Suárez le imprimió a su película una lectura de su coyuntura (la pre dictadura, el conservadurismo apartado peleándose entre sí y temeroso de lo nuevo – lectura del peronismo –, el caos a la vuelta de la esquina) que esta obviamente no posee. Partiendo de ahí, las circunstancias son diferentes. "El cuento de las comadrejas" es más complaciente, sus personajes terminan siendo más simpáticos que sórdidos, y la relación entre los personajes mayores no es tan oscura como en el original, todo es más previsible. Barroca, esta realización recuerda a cierto cine que acá representa Marcos Carnevale, aquel abstraído de la realidad cotidiana argentina. Sobre todo a "Tocar el cielo", "Inseparables", y especialmente "El gusto de los otros". La estructura de diálogos se siente acartonada, ¿teatral?, demasiado estructurada, efecto más marcado en su primer tercio, hasta que entramos en su juego. Todo huele a un aire bucólico, de un antaño no definido. También tiene algunas dificultades con las fechas ¿Mara fue estrella de cine mudo? ¿Qué edad tiene? Sobre la mesa, Campanella ¿quiere alejarse de su cine?, pero vuelve a recaer sobre el guiño emotivo y el mensaje complaciente (respetemos a los viejos, la modernidad nunca tendrá el corazón de otros tiempos) que lo caracterizan, generando un híbrido. En este juego, Graciela Borges es quien más se luce con una película hecha a su medida (muy cuidada y con unos bellísimos planos, incluido un fundido de su cara con sus películas) y en la que ella sorprende con bríos y un brillo diferente a ese personaje más sutil al que nos tiene acostumbrado. Es la más mordáz y graciosa del conjunto. Quizás algo de esto lo demostró en Dos hermanos, pero acá explota. Los halagos también van para Clara Lago, con un correcto tono argentino que ya le conocimos en "Al final del túnel", y un tono justo para hacer una villana seductora en un estilo caricaturesco, como villana de Disney. Brandoni sale airoso de un personaje diferente y difícil, cargado de patetismo y sufrido. Martínez se repite; y a Mundstock parece difícil sacarlo del decir discursivo a lo Les Luthiers. Nicolás Francella cada vez más parecido a su padre, una correcta elección de casting, aunque pasa inadvertido. También hay que destacar que Campanella siempre le da lugar a intérpretes secundarios. En este caso, una sola escena le alcanza a la talentosa Maru Zapata para lucirse. Hay algo más que hace ruido en "El cuento de las comadrejas", una estatuilla, que no es un Oscar, pero se le parece mucho, ubicada en el centro de la película, y el centro de esa mansión. Ese galardón tiene múltiples lecturas. Es el centro de disputas entre los personajes, un desencadenante, y también es un objeto de peso en la realización. Lo mismo sucede con un código de ruptura de la cuarta pared, con flashes de autoconsciencia o guiño de estar en una película. Recurso que a veces funciona, y otras suena a ombliguismo injustificado. "El cuento de las comadrejas" habla de cine, dice ser para cinéfilos, hace referencias explícitas, se enorgullece de pertenecer a ese mundo de artistas. Una simple lectura deja entrever un deseo de pertenencia del realizador. La forma de regresar de Campanella, el post Oscar, parece querer reclamar un lugar de pertenencia. Cuando en una misma oración nombra a la panacea de directores argentinos, pareciera pedirnos que lo incluyamos ahí, en ese grupo selecto. En definitiva, hablamos de un mundo muy autorreferencial, con un chiste interno hacia la filmografía del director y que es su título menos conocido (¿un “todos deberían conocer mi obra”?), y varios parlamentos en los que él pareciera hablar por boca de los personajes. Debajo de todo ese ropaje, se encuentra una película siempre entretenida, con varios momentos que sacan una sonrisa, y un apartado técnico profesional (descontado una innecesaria y extraña obsesión por los primeros planos y los juegos con el fondo). El cuento de las comadrejas es el regreso al cine de un director con mucho para decir, sobre todo de sí mismo, y en la cual, detrás de todo ese lenguaje entrega un producto menor pero eficaz en su promesa de una comedia de alto nivel comercial. No está mal, pero Martínez Suárez respira tranquilo, su legado sigue intacto.
El cuento de las comadrejas es una versión del clásico del cine argentino Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) de José Martínez Suárez. Tomando la estructura central de aquel film, el guión de la película de Juan José Campanella realiza una serie de cambios que sin alterar gran parte del material recibido produce suficientes cambios como para evitar toda clase de comparaciones. El cuento de las comadrejas es un título con vida propia. Esta comedia negra protagonizada por cuatro grandes figuras de extensa trayectoria justamente tiene como personajes principales a cuatro figuras del pasado del cine argentino. La gran actriz de enorme fama y prestigio Mara Ordaz (Graciela Borges), su esposo y actor de poca fama Pedro De Córdova (Luis Brandoni), el director de las principales películas de Mara Norberto Imbert (Oscar Martínez) y el guionista de sus films Martín Saravia (Marcos Mundstock). Con cuentas pendientes, humor ácido, reclamos y peleas, los cuatro viven en una vieja mansión venida a menos, pasando su vejez con las pocas cosas que tienen para hacer. Recordar la gloria pasada (con un premio que es igual al Oscar) en el caso de Mara, cazando comadrejas a los escopetazos para Norberto, matando ratas para Martín y pintando paisajes en el caso de Pedro, desde hace años en una silla de ruedas. Pero entonces llegan dos jóvenes a ese espacio olvidado, dicen necesitar un teléfono pero queda claro que buscan algo más. Y ese algo más desatará el conflicto de la película. A mi primera vista la película parece lo que Alfred Hitchcock llamaba un run for cover lo que significaba ir a lo seguro en términos cinematográficos. Pero si Hitchcock era capaz de hacer grandes películas bajo ese término que parece peyorativo, lo mismo hace aquí Campanella. Sin la ambición de El secreto de sus ojos esta película está fabricada para generar una simpatía casi instantánea y duradera por sus personajes. Esto es, la historia del cine lo demuestra, más complicado de lo que parece, más aun en el cine argentino, muy pocas veces preocupado por la gente que va a ver las películas. Una comedia negra que se parece al film de Martínez Suárez, pero también a otras cinematografías –lo haya buscado Campanella o no- como por ejemplo la británica. Como El quinteto de la muerte o aquellos clásicos de ese período del cine inglés. En el año 2019 hacer una comedia negra es también un arte delicado, en un momento donde todo ofende y todo es evaluado de forma policial con el tamiz ideológico y casi nunca con ideas artísticas. Que alguien dirija una comedia donde un lejano premio “Oscar” forma parte de la trama siendo a su vez ganador de ese premio hace diez años es el primero de muchos guiños que muestran un permanente juego de autoconciencia. Los personajes son de cine y la trama va y viene con juegos con respecto a eso. El cine forma parte de la trama, todo el tiempo se hace referencia al cine. No solo con las citas más variadas, desde la ópera prima de Campanella The Boy Who Cried Bitch (1991) a diferentes nombres y títulos de la historia del cine argentino. En una cinematografía sin memoria, por momentos emociona saber que hay alguien en el cine argentino que conoce nuestra historia y la valora. La película tiene un arranque en el cual hay que entrar en el código de sus personajes. Sus diálogos parecen guionados al comienzo, poco naturales, las actuaciones se ven raras durante unos minutos, pero luego –posiblemente todo esto es intencional, claro- todo comienza a cobrar vida. Como dicen ellos, la llegada del conflicto, la aparición del villano los despierta y, como en un teatro de muñecos mecánicos, vuelven a cobrar vida para una nueva última gran función. Juan José Campanella demuestra acá ser un extraordinario director de actores, porque los cuatro protagonistas alcanzan puntos muy altos, aun para su propio estándar de calidad. El guión lleva a que el centro de la trama sea Mara Ordaz y en consecuencia la actriz que la interpreta. Aunque Martínez, Brandoni y Mundstock están impecables, lo de Graciela Borges está más allá. Arranca ausente, en un estado de ensueño, y luego empieza a desplegar, cuando alguien se acerca a su castillo, todos los matices de la actriz y estrella gigantesca que interpreta en la película y que además es en la vida real como actriz. El guión le brinda la oportunidad de tocar las más variadas cuerdas y ella pasea por ellas con seguridad y profesionalismo, desde la comedia hasta el drama, desde la risa a la lágrima de su personaje y también de los espectadores. La emoción que esta comedia inesperadamente logra gira en torno a ella. Sería injusto no decir lo mismo de Brandoni y Martínez, pero tienen menos escenas y registros para desplegar por la historia. La escena de Graciela Borges con su propio rostro proyecto sobre su cara es de una belleza y una emoción inolvidables. La película es un homenaje a ella en muchos momentos. Tal vez por extensión al cine argentino, pero a través de su rostro de puro cine. Ir a lo seguro decía yo hace un rato pero insisto en que esto no es peyorativo. Ir a lo seguro y dar perfectamente en el blanco. Con algún chiste menos efectivo que otro, con alguna situación menos lograda que otra, pero con una calidad profesional que pocos consiguen tener en el cine argentino. Muchos son talentosos, pero no tantos consiguen hacer cine profesional. No es fácil, como dice un personaje, pero justamente por eso lo hacen los profesionales. El cuento de las comadrejas es una comedia de humor negro completamente adorable.
Las primeras imágenes de la nueva película de Juan José Campanella mezclan el suave olor a muerte de la comedia negra con la celebración de la necrofilia que siempre tiñe el verdadero amor por el cine. Imágenes de lo perdido, en resistente blanco y negro, habitan la casa de una leyenda del cine que guarda sus películas y fotografías como el más preciado de los tesoros. Pero entre esa veneración de antaño, con premios y estatuas que la confirman, aguardan los más temibles roedores dispuestos a dar el zarpazo. Es ese extraño juego entre el horror y la devoción, que hermana al cine y la vida eterna, lo que El cuento de las comadrejas capta hábilmente en sus primeras escenas. Campanella esgrime toda su cinefilia como sostén de su historia. Más allá del homenaje a su maestro Martínez Suárez al llevar de nuevo aquella historia de muchachos y arsénico al tiempo presente, deambulan por la casona en la que habitan una actriz y los hombres de su vida cinematográfica los ecos de Sunset Boulevard, la mención a la maestría de Mario Soffici, la ambición de conjugar el humor con esa pátina de amoralidad que siempre esgrime la comedia. Sin embargo, no todo sale como debiera: su humor se despoja lentamente de la negrura para hacerse algo ingenuo, por momentos de salón, concentrado en la excesiva gestualidad de algunos personajes -como el de Nicolás Francella- o en algunos gags demasiado anunciados. Lo que Campanella consigue en los primeros minutos, ese mundo replegado en la mansión de la antigua estrella Mara Ordaz, en el tiempo que atesora el celuloide y en los recovecos del jardín preñado de alimañas, se pierde en la salida al exterior, en el quiebre del hechizo del encierro. Lo que en Martínez Suárez era opresivo y con la única vista al cementerio, aquí diluye progresivamente su efecto al representar a los imprevistos visitantes como ese universo plano de vidriadas imposturas que pierden irremediablemente su carga ominosa. En esa dinámica, la que mejor entiende a su villana de caricatura es la española Clara Lago, quien modela su artificial seducción en el mejor imaginario cinematográfico. Y Graciela Borges consigue, como en sus últimos papeles en la gran pantalla, erigirse como el último ícono del cine argentino. Su Mara Ordaz solo puede ser ella y nadie más porque se nutre de la imperecedera emoción de quienes saben que pueden trascender el tiempo y vivir para siempre en la memoria.
Historia de un amor recuperado, comedia de humor negro, celebración de la amistad, lucha de ingenio entre viejos retirados y negociantes inescrupulosos, juego de diálogo ingenioso y chispeante, intriga de risueño suspenso, cotejo de maldades y malicias entre dos generaciones, celebración del cine, de sus deliciosas artimañas, de sus actores, autores y técnicos, fábula políticamente incorrecta con moraleja totalmente correcta, eso, y algunas cositas más, es lo que ofrece la nueva película de Juan José Campanella. Entre esas cositas figura un licor de almendras ya clásico, muy elogiado por el maestro Ibáñez Menta en la comedia de Martínez Suárez “Los muchachos de antes no usaban arsénico”. Campanella, que admira esa obra y a su autor, se inspira en ella. Pero no la copia. Al contrario, enriquece la trama, los personajes, la interpretación de nuestra sociedad, la suma de conflictos, y pone al frente esa historia de amor, que es muy humana y muy cinematográfica. Lo que pasa acá solo pasa en las películas, y ahí está el regocijo. Más aún, en las buenas películas, y ahí se suma la admiración. Sobre todo cuando se nota que están cuidadas hasta el mínimo detalle por todo el personal, delante y detrás de la cámara. Admirable también, e imprescindible, la actuación de los intérpretes, pocos y tremendamente buenos: Graciela Borges, ya en el Olimpo, Brandoni, Martínez, Mundstock, Francella hijo, Clara Lago (¡que no necesitó doblaje para hacer de argentina!). Otro punto a favor: en ciertas películas hay guiños cinéfilos que solo hacen reír a los iniciados. Aquí, en cambio, están puestos con tal inteligencia que hacen reír a todo el mundo, aunque se ignore la referencia. Y un dato aparte: se estrena en 281 salas de todo el país, de Jujuy hasta Ushuaia pasando por Venado Tuerto. Otra que “Avengers”.
Comadrejas y moralejas. El director ganador del Oscar Juan José Campanella regresa a la pantalla grande con una nueva versión del clásico Los muchachos de antes no usaban arsénico (José Martínez Suárez, 1976), que para el director de Luna de Avellaneda y El secreto de sus ojos, se trata de uno de los mejores films del cine nacional. Manteniendo la presencia intencional de ser una comedia negra, el relato cambia la guerra de los sexos que poseía la original para convertirla en una batalla generacional, una seguidilla de duelos actorales que pierde más de lo que termina ganando debido a la artificialidad y la poca sutileza de sus diálogos, evidenciando un uso del lenguaje más teatral que cinematográfico. La historia, a cargo de Campanella y Darren Kloomok, se centra en la ácida mirada y las diferencias entre lo viejo y lo nuevo, entre el pasado casi olvidado y el avasallante presente carente de respeto —ambos aspectos están representados por sectores o grupos de personajes. Por un lado, las reliquias vivientes del cine clásico que se encuentran perdidas dentro de una imponente casona a las fueras de Buenos Aires: una vieja leyenda de la cinematografía, la actriz Mara Ordaz (Graciela Borges) que habita en los pasillos de los recuerdos junto a su marido y co-estrella de sus films Pedro De Córdova (Luis Brandoni), el director de ambos, Norberto Imbert (Oscar Martínez) y el elocuente guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock, más conocido por ser integrante del grupo cómico Les Luthiers). Por otro lado, la modernidad y villanía del relato se encuentra en la presencia de Francisco Gourmand (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago), quienes a través de falsos halagos buscan hacerse con la propiedad para lograr un importante negocio inmobiliario. El problema del film subyace en la escasa construcción que realiza en torno a sus personajes y en la nula naturalidad con la que las intenciones de cada uno de ellos se hacen presentes. Constantemente la historia apela al humor sin lograrlo, no porque el tono ácido y mordaz que maneja no resulte bueno, sino porque son lo acartonado y subrayado de su mensaje y moralejas escénicas lo que lo tornan torpe y descuidado en su forma. En el sentido actoral, los que de mejor manera hacen creíbles a sus personajes son Mara y su guionista Martín. La primera, más cercana a la Norma Desmond de Sunset Blvd. (Billy Wilder, 1950) que a la estrella olvidada que interpretaba Mecha Ortiz, hace que la historia se encuentre enfocada en un juego de humor y guiños al mundo de la cinefilia nacional e internacional, a la vez que la presencia de su antiguo guionista acude a la rápida mordacidad de las palabras y el intelecto. Sin embargo, ese empecinamiento por reforzar y evidenciar constantemente la autoconciencia cinéfila del film hace que el elenco que da vida a los personajes esté más en función de ello, denotando ser una extensión del propio y poco verosímil libreto, que en desarrollar y hacer partícipe al espectador de lo que se busca narrar. Mientras que en el apartado visual hay un gran logro por la puesta de cámara y la manera en que el director escoge captar con un brillo encantador a las apagadas figuras del estrellato, es la poca naturalidad de la química entre personajes, lo forzado de los diálogos y las situaciones cómicas nacidas de ellos, lo que demuestra que Campanella tiene más talento contando a través de las imágenes que basándose en el guion como construcción narrativa. En ese aspecto, no es sino hasta su tercer acto que la historia capta la atención gracias un bien estructurado ritmo de tensión y humor que nace de un clima de suspenso, que ejecuta herramientas cinematográficas al mismo tiempo que habla sobre ellas, creando con sus personajes un homenaje respetuoso al cine y su poderío —quizás lo único respetuoso ofrecido por el film. A su vez, resulta llamativo que un film como Los muchachos de antes no usaban arsénico, de más de 40 años, posea aún hoy en día un efectivo poder interpretativo, cuando bien sabido es que el cine clásico generalmente no contaba con ello al tener una impronta más artificial. De forma contraria, El cuento de las comadrejas se muestra como un claro ejemplo de modernidad avejentada, artificiosa. El director rehace un film que según él es de los mejores y no logra hacerle justicia. Todo lo contrario. El pasado lucirá apagado y casi olvidado, pero la arrogancia del presente sale perdiendo en comparación. Los muchachos de antes no usaban arsénico y los directores de antes no eran demasiado obvios.
Una obra con todo para ser un éxito y ganar el derecho de ia nominación al Oscar El paso del tiempo dentro del mundo de la cinematografía, que superó largamente los cien años de vida, permite que las historias previamente escritas puedan reciclarse, adquirir otro punto de vista o reversionarlas por haber sido buenas, originales o ingeniosas. Con “El cuento de las comadrejas” sucede esto. El galardonado director Juan José Campanella, previo a su salto a la popularidad, redactó un primer guión de esta película basada en la obra de José Martínez Suárez “Los muchachos de antes no usaban arsénico” (1976), pero luego, lo guardó en un cajón hasta una mejor ocasión. Por eso ahora, sale a la luz un film que no sólo homenajea al estrenado apenas unos días más tarde de haber ocurrido el golpe militar, sino que, también, a un clásico como “El ocaso de una vida” (1950). Mara (Graciela Borges) es una actriz retirada que permanece recluida en una mansión mal conservada, ubicada en las afueras de la ciudad. Junto a ella la habitan también su marido Pedro (Luis Brandoni), que fue actor y permanece en silla de ruedas luego de haber sufrido un accidente, Martín (Marcos Mundstock), guionista de la mayoría de sus películas.y Norberto (Oscar Martínez), director de cine. Los cuatro viven una vida monótona, aburrida, sin lujos, ni privaciones. Con sus pensiones les alcanza para pasar una vejez apacible, sin sobresaltos económicos. Pero Mara añora su pasado glorioso, de fama y reconocimiento, hasta obtuvo un premio internacional como mejor actriz, al que venera día a día. Pero la parsimonia se altera sorpresivamente cuando llega a la casa una pareja de jóvenes integrada por Bárbara (Clara Lago) y Francisco (Nicolás Francella). Ellos son simpáticos, sofisticados, encantadores y aduladores. Aunque, como se sabe, tanta dulzura empalaga y bajo esas máscaras que transmiten pura amabilidad en realidad esconden otros intereses que provocarán enfrentamientos entre los cuatro artistas, y con los visitantes, también. Aquí se ve la mano del realizador para contar una historia de misterio, drama, melancolía, reproches, dolor, reclamos, decadencia, seducción, ambiciones, mercantilismo, etc., donde cada escena tiene su razón de ser. La narración, basada en un conflicto central, que actúa como eje donde gira un elenco coral, permite que ellos se luzcan durante los momentos que les toca participar. El respeto de Campanella hacia los actores es fundamental. Le dio a cada uno de ellos una personalidad muy bien definida, que se complementan perfectamente. Las disputas aumentan la tensión del relato, hasta último momento no se sabe quién resultará el triunfador de una contienda compaginada con mucho ritmo, en el que la muy buena música, de cuando ellos eran jóvenes, sobresale y destaca. Sin embargo, nada de lo descripto tendría valor sino fuese por el humor negro con el que está hecha. Tiene el timing justo, en el que se maneja la sutileza y la elegancia con maestría. Permite que el clima sea distendido frente a lo que podría ser muy dramático y profundo, si el género elegido era otro. Es preferible no ahondar demasiado en el nudo de la trama, sólo trazar un panorama, para permitirle al espectador que aprecie, se sorprenda y disfrute de una película que tiene todo para ser un éxito y una casi segura nominación a los premios Oscar
En una alejada y enorme casona, viven su retiro una diva del cine argentino, su marido, el director que la tenia de fetiche y el guionista de cabecera de este último. Todo se complica cuando al lugar llegan de casualidad dos fans, que a la vez trabajan en una empresa de compra y venta de inmuebles. Viejas riñas, pases de factura y estrategias casi de ajedrez, empezarán a sucederse en esta bizarra comedia. El cuento de las comadrejas está basada en el film Los muchachos de antes no usaban arsénico, película que este redactor no vio, y por ende, la review se limitará a hablar de la cinta que nos compete y ya. Una vez aclarado esto, comencemos. El mayor mérito que tiene El cuento de las comadrejas, es el saber utilizar a su elenco en roles que les caen como anillo al dedo. Por ejemplo, nadie podría imaginarse a otra actriz en el rol de Mara Ordaz que no sea Graciela Borges; y lo mismo podríamos decir del resto del casting. Lo mismo que la dirección de Juan José Campanella, quien a través de su cámara, logra hacer que la enorme casona donde pasa el 90% de la película, termine siendo un personaje más. Por momentos fría y abierta, por otros claustrofóbica y opresora; sin dudas estamos ante un claro ejemplo de cómo saber utilizar una locación. Pero, así como Campanella es parte de lo positivo, también es de lo negativo. Todos sabemos lo buen director que es, y que muchos actores dieron sus mejores interpretaciones bajo la tutela del realizador argentino. Por eso sorprende la pésima dirección de actores que tiene El cuento de las comadrejas en más de un momento. Así como leyeron. El mayor defecto de esta película, radica en la dirección de actores. En más de una ocasión pareciera que se filmó el ensayo en la locación, y no el corte final elegido para el film. Da la sensación de que los intérpretes están recitando de memoria, más que hablando como gente normal que se responde de forma ácida. Y si bien esto se hace más evidente al inicio; para el tramo final el daño ya estaba hecho, y no podemos olvidar lo incómodos y raros que nos sentimos viendo en pantalla dichas escenas. Es por esta razón, que El cuento de las comadrejas no termina de ser esa película tan redonda que uno suponía que podría ser, teniendo el elenco y el director que posee. Pese a buenos gags y unas actuaciones impecables, lo forzado de la mayoría de los diálogos le quita cualquier ápice de verosimilitud que podía tener; dándole más un tono de parodia que el de la comedia negra que se quería hacer.
La película genera sonrisas y lágrimas desde una manipulación compartida con los espectadores de modo noble, sin golpes bajos. Las buenas películas (las buenas pinturas, los buenos libros, la buena música) tienen en común una sola cosa: la sinceridad. Cuando un autor dialoga con el público a través de su trabajo, todo fluye. Es posible que el espectador, enterado de que “El cuento de las comadrejas” es una remake (de la excelente “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, de José Martínez Suárez) crea que no puede ser una película sincera. Pero lo único que justifica una remake es que su autor nos muestre, al ejercer su propia mirada –incluso, al cambiarlo– por qué gusta del original, qué le dice. El punto de partida aquí es simple: cuatro ancianos que fueron, todos, un glorioso equipo cinematográfico (la diva, el actor, el director, el guionista) entran en crisis cuando dos jóvenes poco escrupulosos, para hacer negocio con el caserón donde viven, ejercen un juego de simulaciones. Simuladores amateurs contra simuladores profesionales: cineastas. El asunto le permite a Campanella mostrarnos qué cine –y, sobre todo, por qué– le gusta: el melodrama argentino, la comedia inglesa estilo Ealing, cierto grotesco agridulce a la Monicelli. Sobre todo, el clasicismo de Hollywood. Lo hace funcionar de manera aceitada, con algunos momentos brillantes (la partida de pool, con un Mundstock perfecto, gran hallazgo, de paso; el prólogo) y un elenco que sabe a qué está jugando (el gesto irónico de la Borges es, además, una cuerda que le han hecho tocar demasiado poco). La película genera sonrisas y lágrimas desde una manipulación compartida con los espectadores de modo noble, sin golpes bajos: la sinceridad paga.
En su vuelta a la ficción para la pantalla grande, el director de "El secreto de sus ojos" eligió hacer una remake de un filme de José Martínez Suárez Una estrella de la época dorada del cine argentino (magistral Graciela Borges) comparte una mansión venida a menos con su esposo (un actor que ha vivido a la sombra de su mujer), un guionista y un director que han sido sus fetiches en sus años más productivos. La llegada de dos jóvenes y la posibilidad de una venta de la locación pondrán de cabeza los planes de los tres hombres. Los muchachos de antes no usaban arsénico, un filme de finales de los setenta, no solo es una de las mejores producciones de José Martínez Suárez, sino que además es una verdadera joya del cine vernáculo. Una comedia de humor negro y corrosivo con un elenco de antología encabezado por Mecha Ortiz, Arturo García Buhr, Mario Soficci, Narciso Ibáñez Menta y Bárbara Mujica, considerada una pieza de culto. Por eso, la idea de una nueva versión era muy arriesgada, sin embargo Juan José Campanella no solo aceptó el desafío, sino que logró darle una vuelta de tuerca a la trama para modernizarla y que pese a esto no pierda la esencia principal. Play Tráiler de "El cuento de las comadrejas" El primer gran acierto es el dream team de intérpretes que ha conseguido, con Graciela Borges en un papel escrito a su medida para desplegar su talento, carisma y halo de diva absoluta de la cinematografía nacional. Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock conforman un trío con mucha química, afilado en las interacciones, en el que cada línea de diálogo repercute con fuerza en el funcionamiento del guión. Nicolás Francella y la española Clara Lago (con sorprendente dominio del acento argentino) aportan juventud, frescura y malicia, en dosis exactas. El segundo elemento interesante y beneficioso son los giros argumentales que transforman a El cuento de las comadrejas en una película distinta a su inspiradora, cambios que buscan sorprender a quienes tienen fresca la cinta realizada por Josecito. Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock Tercero y no menos importante, toda la puesta teatral aporta climas intimistas bien aprovechados por un argumento en el que se dan la mano la comicidad más mordaz con los homenajes a la industria fílmica y al mundillo de las estrellas del séptimo arte. La exquisita dirección de arte que se beneficia de escenarios naturales e interiores recargados, también se luce en los momentos de reconstrucción de los sets y filmes que en flashbacks o proyecciones caseras apoyan el relato. Hay elementos que recuerdan a Sunset Boulevard y también a la locura ¿Qué pasó con Baby Jane?, escenas que harán las delicias de los espectadores más cinéfilos y eruditos, pero también del público neófito que podrá disfrutar casi como un voyeur, lo que significa el "ocaso de una estrella". Quizás esta versión no sea tan oscura y pesimista como la de 1979, pero igual no se priva de hacer una crítica al lugar de las personas mayores en la sociedad actual y a lo efímero que puede resultar el éxito. El cuento de las comadrejas es un filme para el público adulto que busque humor inteligente, una puesta atractiva y actuaciones sólidas. La oportunidad de aplaudir al talento nacional en su máxima expresión.
Fuera de moda Hace varias décadas que Mara Ordaz (Graciela Borges) no es la estrella que supo ser. Poco a poco fue olvidada por el público y la industria, hasta quedar finalmente recluida en una alejada mansión junto a lo más parecido a una familia que alguna vez tuvo: su marido, su cuñado, y el marido de su mejor amiga, quienes fueron a su vez director y guionista de muchos de sus éxitos. La relación con ellos es áspera en el mejor de los casos. Fueron sus esposas a quienes invitó a vivir con ella, y ahora que ya no están no puede sacárselos de encima. Ni siquiera la relación con su marido es buena: supieron tener un sincero amor cuando ambos actuaban, hasta que un accidente lo dejó en silla de ruedas. Y mientras ella añora sus épocas de gloria, los tres hombres disfrutan sus años de vejez con una ácida amistad que les permite decir las más terribles barbaridades sin ofenderse; y aunque recuerdan con cariño los años en que trabajaban en cine, parecen bastante conformes con la vida tranquila que llevan en el campo. Pero como ellos mismos remarcan, nada puede ser tan tranquilo. Asi, un día aparece en su puerta una joven pareja que se manifiesta admiradora de Mara. Con el ego reanimado, ella recibe de buena gana la idea de que aún tiene algo para ofrecer al mundo y que no puede hacerlo desde este exilio autoimpuesto. Para eso debería vender la propiedad y mudarse de regreso a la ciudad, un proyecto que lógicamente no hace feliz a los otros habitantes de la mansión. Bichitos Aunque la base de la historia y sus personajes es la misma, no son pocos los cambios propuestos por El Cuento de las Comadrejas respecto de la obra original. En un giro que balancea más los protagonismos y reduce la fuerte carga misógina que tenía originalmente, la nueva Mara tiene un carácter mucho más fuerte que la anterior, con una lengua filosa que le hace frente sin amedrantarse a las ironías de los varones de la casa . Es incluso más insoportable en su divismo, pero su ego se ve justificado y es el rasgo explotado por el joven empresario que busca concretar su negocio e impulsar una trama un poco más compleja, aunque sigue dejando en el centro de todo a los personajes. Siempre bordeando la caricatura, se destaca el trabajo de Graciela Borges encarnando a una estrella ególatra que podrá haber sido olvidada pero no perdió nada de su carisma. Es el único personaje con algunas facetas, logra meter en un mismo cuerpo -y de forma creíble- a esa persona con hambre de adulación que al mismo tiempo puede expresar un tierno afecto por su marido o un frío desinterés por vidas ajenas. Al mismo tiempo es la única que muestra algo de evolución al final de la trama, transformándose por los eventos que vive, mientras que el resto del elenco hace lo que puede con los personajes lineales que les tocan: gente que no abunda en facetas, quedando inmediatamente claro que son todos miserables en distintos grados, y donde el único que podría salvarse de esa categoría es porque está al borde de ser directamente estúpido, un rasgo bien conocido como incompatible con la maldad. O al menos con la capacidad de ejercerla. Todo lo bueno de El Cuento de las Comadrejas viene de la mano de su elenco. Despojada del carisma de sus intérpretes y de la gracia de algunos retruques, la narración se revela chata y poco consistente. Los intentos dramáticos no causan gran empatía, y los momentos que buscan generar algún misterio están tan remarcados que se ven venir a lo lejos. Esta nueva e inflada versión de la historia intenta abarcar otros varios temas de forma superficial, sin terminar de enfocarse más que en establecer una cadena de chistes que no dejen momento para el silencio. Varias de esas situaciones son sin duda graciosas, pero a la narración en conjunto le juega en contra tanta explicación de todo lo que vemos, esa necesidad de que siempre alguno de los personajes esté diciendo algo inteligente por más que quede inverosímil y solo le falte guiñar un ojo a cámara; algo que de todas formas prácticamente sucede un par de veces. Y justamente el cambio más importante respecto a la del ´76 es el tono: recuerda más al artificio clásico de la sitcom de fin de siglo que a la sutileza irónica de la comedia negra, porque la mayoría de los chistes son retruques verbales muy precisos y poco naturales. Esta velocidad en los diálogos choca con la rigidez del resto de la puesta, la cual es prolija pero estática. Todo acompaña sin estorbar aunque claramente solo importan los diálogos; el resto queda relegado a ser un marco para ellos. Como añadidura que entretiene pero resulta irrelevante para la historia, aprovecha que ahora sean todos personajes vinculados al mundo del cine para hacer algunos chistes internos y referencias que bordean la ruptura de la cuarta pared. De ahí surgen varios de los mejores momentos, pero incluso eso dura poco y eventualmente se vuelve demasiado autorreferencial; o al menos eso se siente al ver tan remarcado el premio Oscar, la mención repetida del ignotoprimer largometraje del director, o la no muy velada expectativa de ser reconocido en la historia junto a gente como Mario Soffici o José Martínez Suárez. No digo nada nuevo diciendo que el humor es algo muy personal y sé que mucha gente se divertirá con El Cuento de las Comadrejas, pero con el historial de los involucrados en esta gran producción, era esperable una buena pulida que le dé síntesis y se sienta menos tosca.
Hace 22 años Juan José Campanella tuvo la idea de esta remake de “Los muchachos de antes no usaban arsénico” de su amado José Martínez Suarez, un hombre al que admira y considera su maestro y hasta un padre en su vida. Con la base de esa película recibida por la crítica de su tiempo como “un inusual ejercicio sobre el cinismo”, Campanella con Darren Klooomok idearon una historia que conserva ese soporte original pero que se transforma en un verdadero homenaje al cine, ese cine de “antes” que el ama, con todos los riesgos del cine actual, con muchos guiños para los cinéfilos. Una estrella de cine que bien pudo vivir en Sunset Boulevard, pero que es nuestra y refiere a las muchas películas que hizo como ícono de nuestro medio. Un premio que no es el Oscar de Campanella, ganado mucho después, pero se transforma en un guiño para los espectadores que desde el comienzo del film entraran en una ensoñación pero también en un filoso juego de ingenio, sarcasmo, crueldades pequeñas. Esos personajes que conviven en una casona majestuosa pero en un punto de deterioro, es el escenario perfecto para una convivencia de una estrella, su marido, un actor que siempre existió eclipsado por su brillo y fama, un director y un guionista. El equipo perfecto donde cada uno conoce el pasado del otro, fue testigo, protagonista y casi custodia del pasado. El diálogo entre los personas es inteligente, filoso hasta la médula. Y el estilo cinematográfico es un verdadero muestrario que toma riesgos y tiene tomas precisas, únicas, distintas. Lo que transforma la visión de la película en un deleite desde el principio al fin. Graciela Borges es la protagonista perfecta, la que acumula recuerdos y no se resigna, la que llevada por una simulación casi infantil de un joven con intereses, porque la maldad no tiene edad, puede sentir que tiene su regreso al alcance de su mano y un amor nuevo que le rejuvenece el deseo. Su trabajo en el film es realmente bueno, matices, detalles, la construcción detallada de una mujer única. Además Campanela la recompensa con un homenaje propio con las imágenes de “Pobre Mariposa” en una escena inolvidable. Oscar Martínez es el maestro del sarcasmo, la ironía, su personaje es rico y el aprovecha cada capa de su complejidad. Luis Brandoni es el hombre que poco a poco lo sabe todo pero aún conserva esa admiración, ese amor, por la mujer de su vida. Y Marcos Mundstock es el testigo implacable. Nicolás Francella y la bella Clara Lago (estrella de “Ocho apellidos vascos”) son la nueva generación, la intrusión de una realidad brutal, la ideología del éxito a cualquier costo, los depredadores sin culpa. Una película para gozarla.
Esa imponente casa en las afueras de la ciudad vive de recuerdos. Su dueña, Mara Ordaz (Graciela Borges), es una vieja estrella que pierde brillo con los años, pero que mantiene una corte privada que apuntala su ilusión. Con ella viven otros veteranos del ambiente, Pedro de Córdova (Luis Brandoni), ex actor, pareja de la diva; Norberto Imbert (Oscar Martínez), una vez director, desplazado en la preferencia íntima de la actriz, y el guionista Martín Saravia (Marcos Mundstock). La aparente paz que reina en la mansión se verá interrumpida por dos empleados de una inmobiliaria, Bárbara y Francisco, interesados en la casa de la diva. Se trata de una nueva versión del clásico argentino de 1976 "Los muchachos de antes no usaban arsénico", de José Martínez Suárez. El director, Juan José Campanella ("El secreto de sus ojos"), desde hace más de veinte años tenía ganas de darle su mirada y ahora lo logró. Con un impecable diseño formal, una exacta escenografía y la cuidada fotografía de Félix Monti, "El cuento de las comadrejas" conserva el sabor de la comedia negra de su antecesora, pero prioriza el tono de juego en esa familia actoral formada entre improvisaciones y formalidades cincuenta años atrás. La irrupción de engañosos emprendedores y su mundo inmobiliario entre vidrio y high tech, es lo que faltaba para observar dos mundos que nunca pueden integrarse, separados por tiempo, espacio y una carga de secretos que sólo profesionales del simulacro pueden mantener. JUGAR EL JUEGO Mara, Pedro, Norberto y Martín, veteranos de la simulación, tejen una tela que la astucia de Bárbara y el marketing de Francisco no pueden rasgar. Cuando "la familia" amenazada comprenda que sólo en esa imponente casa pueden jugar su juego en armonía y soledad, una malla hermética chupará a los extraños. Cómplices y cínicos socios de muertos comunes, el cuarteto, a diferencia del quinteto que lideraba Alec Guiness y Peter Sellers en un clásico inglés de similar atmósfera ("El quinteto de la muerte"), logra su objetivo por ser partícipes del ambiguo juego de la representación, frágil puente que sólo los habitantes del mundo de la ficción conocen. Se necesitaban grandes y carismáticos actores para dar vida a semejantes personajes. Y la dirección de casting incorporó a cuatro pesos pesados que hacen de las suyas metiéndose al espectador en el bolsillo, cada uno a su manera alrededor de Borges, una diva a lo Norma Desmond (de la inolvidable "Sunset Boulevard" de Billy Wilder). Sólo la dupla Borges-Brandoni puede manejar la escena de seducción que termina en un balde de agua fría para la melosa diva. Con ella, un desconocido supervillano, Oscar Martínez, parodia a un amante despechado, sólo retenido por la comodidad de un refugio para su vejez, mientras Mundstock, de probada eficacia en películas como "Mi primera boda" o "No sos vos, soy yo", demuestra que más allá de Les Luthiers hay vida. CON ELEGANCIA En cuanto a los más jóvenes, sorprenden en "El cuento...". Clara Lago se muestra como una actriz completa, con gran futuro en el cine, mientras que Nicolás Francella tiene encanto y materia prima para trabajar. Nueva mirada sobre una estupenda película no suficientemente valorada en su época. Más allá de cierto tufillo declamativo, renace con nuevas aristas y un subrayado sobre una tercera edad que aparenta un poco de ingenuidad, pero que descubiertas las verdaderas motivaciones de los desafiantes jóvenes, descubre las garras y las usan con elegancia.
Choque de generaciones El Cuento de las Comadrejas (2019) es una película de comedia negra dirigida por Juan José Campanella (El Secreto de sus Ojos, Metegol), que co-escribió el guión junto a Darren Kloomok. Coproducida entre Argentina y España, el filme funciona como remake de Los Muchachos De Antes No Usaban Arsénico (1976). El reparto incluye a Graciela Borges (La Quietud), Luis Brandoni (Mi Obra Maestra), Oscar Martínez (El Ciudadano Ilustre), Marcos Mundstock, Clara Lago (Tengo Ganas De Ti, Ocho Apellidos Vascos), Nicolás Francella (Los Padecientes) y Luz Cipriota (El Maestro). En una gran casona alejada de Buenos Aires, la ex diva del cine Mara Ordaz (Graciela Borges) convive con su marido Pedro (Luis Brandoni), ex actor devenido en pintor que en el pasado sufrió un accidente que lo dejó paralítico. Además de la pareja, allí también se alojan el guionista Martín (Marcos Mundstock) y el director cinematográfico Norberto (Oscar Martínez), los dos amigos de Pedro. Con la repentina llegada de los jóvenes Francisco (Nicolás Francella) y Bárbara (Clara Lago), Mara será manipulada para vender la propiedad, lo que acarreará más de un problema. Estamos ante una película que se vale de la relación entre sus personajes para divertir y atrapar al espectador. Con un humor negro particular, no se puede negar que son varias las veces en la que el filme consigue hacer reír; sin embargo, los diálogos se sienten artificiales debido a que se nota demasiado que detrás de lo que los actores están diciendo hay un guión que se tuvo que seguir a rajatabla. La vasta casa logra ser una protagonista más de la historia, por lo que la locación elegida fue más que una buena opción. Con sus impotentes escaleras, cuadros y una flamante mesa de billar, el lugar es el perfecto hogar para una actriz premiada y reconocida en la época dorada del cine. Graciela Borges otorga a su Mara Ordaz una gran presencia y carácter, lo que fácilmente nos hace recordar al papel que tuvo en La Quietud con la excepción de que aquí es ultra manipulable. Por otro lado, Brandoni, Mundstock y Martínez constituyen a un grupo de amigos que se unen más con el objetivo de destrozar los planes malintencionados de la aparente pareja perfecta conformada por Francisco y Bárbara. El tire y afloja que se da entre estos dos bandos de diferentes generaciones sin dudas entretiene durante la mayoría del metraje. Párrafo aparte para la actuación de la española Clara Lago, que tiene tal grado de compromiso con su trabajo que en ningún momento nos damos cuenta de que no es de nacionalidad argentina. Individualista, soberbia y persuasiva, cada vez que Bárbara está en pantalla es imposible sacarle los ojos de encima. Con un guión que tiene plena consciencia del formato cinematográfico (por ejemplo, un personaje aclara cuándo comienza el conflicto o cuándo la pantalla lentamente debe pasar al negro), El Cuento de las Comadrejas se convierte en un filme disfrutable pero que, con el paso del tiempo, pocos recordarán.
El regreso de Juan José Campanella al cine con actores de carne y hueso luego de Metegol es también su primera remake. O, mejor dicho, su primera relectura oficial: si bien la esencia de Los muchachos de antes no usaban arsénicoestá presente desde el comienzo hasta la última escena de su nueva película, el guion de El cuento de las comadrejas toma una buena cantidad de rutas alternativas a la hora de contar el cuento de la diva retirada y los viejitos asesinos. Cuando el largometraje de José A. Martínez Suárez se estrenó en abril de 1976, el gobierno de facto llevaba un mes de existencia y su historia de encierros, defensa inquebrantable del statu quo y cuerpos "desaparecidos" adoptó una posible lectura con terribles ribetes coyunturales. La historia de Mara Ordaz, la estrella de la era de oro del cine argentino encerrada en su casa con sus recuerdos, sus fragmentos de viejos films y tres hombres a los cuales detesta -el marido, el médico, el administrador-, adoptaba desde la secuencia de títulos un tono humorístico negro. La película en sí misma se transformaría simbólicamente, con el correr de los años, en uno de los últimos clavos de un ataúd imaginario, cuyo cadáver descompuesto no era otro que el de la cinematografía nacional. Campanella adopta una configuración que no expulsa por completo la oscuridad original, aunque purifica sus aires. Priman ahora, más que antes, los gags verbales ingeniosos, auspiciados por uno de los cambios más evidentes: los personajes interpretados por Narciso Ibáñez Menta y Mario Soffici se transfiguran en un ex director de cine y un guionista retirado (Oscar Martínez y Marcos Mundstock), ambos responsables de los éxitos en la carrera de Ordaz. El marido en silla de ruedas, interpretado acá por Luis Brandoni, es el sufriente compañero de la figura eclipsada por el paso del tiempo, un personaje mucho más ingenuo y pasivo que su par de 1976. Finalmente, el personaje encarnado por Mecha Ortiz regresa a la vida gracias a la única actriz capaz de generar el mismo halo de leyenda viviente: Graciela Borges. La excusa que pone en marcha la trama sigue siendo la misma: la venta del terreno dispone a los hombres a llevar a cabo un plan extremo que no excluye la posibilidad del crimen. Pero los tiempos han cambiado y allí donde habitaban la misoginia y el cinismo se produce una transformación ya clásica en el cine del director de El secreto de sus ojos: el Mal late en el corazón de la modernidad, en ese dúo de aparentes agentes inmobiliarios (Nicolás Francella y la española Clara Lago, con impecable acento porteño), caras visibles de una corporación, portadores del virus de la ley del más fuerte. Como ocurría enLuna de Avellaneda, el enfrentamiento entre dos órdenes y estilos de vida se transforma en el núcleo del relato. Campanella abandona en gran medida los juegos narrativos y formales de sus películas previas para concentrarse en el registro del sexteto de intérpretes, entronizando el plano/contraplano como amo y señor de la puesta en escena. Sin la negrura angustiante del film seminal y con una cámara funcional escasamente dispuesta al juego, El cuento de las comadrejas elabora y entrega, a pesar de sus ríspidos temas, un relato amable, un cuento de salón con moraleja servida en bandeja.
La decadencia, entre el pasado y el presente La remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico se mueve cerca del argumento original pero introduce movimientos significativos, a tono con la época. El estreno de una nueva película de Juan José Campanella es un acontecimiento para el cine argentino. Sobre todo porque El cuento de las comadrejas es la primera rodada con actores en escena después de El secreto de sus ojos, ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera. En el medio dirigió Metegol, film de animación infantil que también resultó un éxito pero que, por su naturaleza, nunca cargó con el peso de ser “La nueva de Campanella”, fardo que ahora cae sobre El cuento de las comadrejas. Diez años separan a un trabajo de otro y semejante distancia deja entrever que para el popular cineasta ese paso tampoco fue sencillo. Por eso no resulta extraño que para darlo haya decidido pararse sobre el hombro de un gigante. El cuento de las comadrejas es un remake de Los muchachos de antes no usaban arsénico, anteúltima película de José Martínez Suárez estrenada en abril de 1976. Martínez Suárez, quien se desempeña desde hace más de una década como presidente del Festival de Cine de Mar del Plata, es uno de los últimos nombres capaces de vincular al cine argentino contemporáneo con sus años dorados. Justamente su película de algún modo tenía su punto de partida en esa tensión entre presente y pasado que las estrellas de cine no siempre transitan de forma grata. El cuento de las comadrejas se mueve bien cerca del argumento original, pero realizando movimientos significativos, sobre todo en el último tercio del relato que, aún así, es en esencia el mismo. Mara Ordaz es una diva olvidada del cine argentino de los años 60, quien vive en una casona señorial junto a su marido inválido y dos amigos. Uno es el director de sus películas más recordadas y el otro, el guionista. Ambos además estuvieron casados con las hermanas de Mara, una de las cuales murió de forma trágica, mientras que la otra se fue poco después y nunca se supo más de ella. Mara vive presa de la nostalgia por los tiempos idos y la amargura la tramita como odio hacia sus compañeros. Estos, en cambio, se sienten a gusto compartiendo sus existencias crepusculares en esa casa tan decadente como ellos mismos. La guerra entre ambos bandos es abierta. Como en el original, los roedores que tienen la casa sitiada y que los tres amigos se encargan de combatir funcionan como manifestación física de la decadencia y ferocidad con que se tratan los personajes. Y también anticipan una amenaza exterior que no tarda en aparecer. Una joven pareja extraviada reconoce a los ilustres y olvidados habitantes de la casona y de inmediato se declaran admiradores. Sobre todo de las películas de Mara, quien no puede resistirse a tanto halago, en especial a los de él. A la chica en cambio le toca la peor parte: lidiar con el trío que desde el minuto cero desconfía de ella. El guión de estructura clásica escrito por Campanella junto a Darren Kloomok (conocido por ser el montajista de las dos primeras películas del director: The Boy Who Cried Bitch, de 1991, nunca estrenada en Argentina, y Ni el tiro del final, de 1997) abunda en diálogos que se convierten en duelos verbales que potencian el humor negro, marca registrada del film original. El cuarteto experimentado que integran Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock se mueve con soltura entre esos filos. El director realiza tres importantes alteraciones a la historia que contó Martínez Suárez hace 40 años. Dos de ellas ayudan a aligerar una carga de misoginia que hoy hubiera resultado difícil de digerir, incluso en un contexto humorístico. La tercera tiene que ver con el color del relato, incorporando elementos de slapstick que parecen inspirados en el dibujo animado clásico y le permiten jugar más a fondo la veta absurda. A eso se suma una lista de referencias, alusiones y juegos metacinematográficos introducidos como guiños cinéfilos. Todos estos elementos logran que el mecanismo narrativo funcione a pesar de los excesos de costumbrismo y de algunos saltos de tono. Nota final: El cuento de las comadrejas también puede ser vista en clave política en sentidos diversos, como ocurre con el cuento “Casa tomada”, de Julio Cortázar. Como un Test de Rorschach, cada espectador podrá encontrar en esa pérfida disputa por una casa sus propios reflejos.
Arsénico con agregados. Hay un Campanella más oscuro y menos sentimental, el que (después de haber estudiado cine en Avellaneda y perfeccionarse en Nueva York) dirigió los largometrajes de ficción hablados en inglés El niño que gritó puta (1991) y Ni el tiro del final (1999), además de capítulos de varias series estadounidenses (desde Remember Wenn hasta Dr. House y Colony). El más conocido, sin embargo, es el que prefiere el trazo costumbrista y el efecto lacrimógeno o risueño ligado a peculiaridades de los argentinos (o, mejor dicho, de los porteños). El cuento de las comadrejas, aunque parte de una historia de ribetes macabros, se desvía hacia la última variante. Algunos cambios respecto al original pueden considerarse oportunos: si en Los muchachos de antes no usaban arsénico (1975, José Martínez Suárez) los ancianos habitantes de una enorme casona jugaban a las bochas, acá se entretienen en una sala de billar, en tanto el hecho de que los interesados en comprar la casa sean ahora dos personas no modifica la idea de la codicia oculta bajo una apariencia afable. Una novedad más significativa se encuentra en quienes terminan siendo las víctimas, pero no resulta desatinada la decisión adoptada para esta nueva versión, teniendo en cuenta la posible misoginia del guión original escrito por Gius y Martínez Suárez. Otros cambios no favorecen al film de Campanella. Los muchachos de antes no usaban arsénico se concentraba en sus cinco personajes y un ambiente único, con frases y gestos cruzándose sinuosamente y con gran precisión mientras odiosos animalejos (ratas, arañas, comadrejas) rondaban los alrededores. El tono general del film era austero, con la música de Tito Ribero creando un persistente efecto perturbador y los protagonistas encarnados por glorias del cine (Mecha Ortiz, Mario Soffici, Arturo García Buhr, Narciso Ibáñez Menta), lo que implicaba un disfrutable homenaje irónico. Debajo del humor negro latían diversas interpretaciones, con la joven invasora (la gran Bárbara Mujica) entablando una relación casi familiar con los ancianos, vestida de colores claros, prodigando frescura y regalos como un engañoso ángel. Hasta podían encontrarse referencias inquietantes a la Argentina de entonces: vale recordar que fue la primera película nacional estrenada después del golpe cívico-militar de marzo de 1976. En la adaptación que Campanella y Darren Kloomok hicieron para El cuento de las comadrejas se agregan varios personajes ocasionales, salidas a la ciudad, flashbacks, canciones, gritos y excitación. Casi no se ven comadrejas, la casona aparece abarrotada de adornos hasta la exageración y Graciela Borges luce en cada secuencia un vestido diferente. Por consecuencia de todo esto, lo macabro se desdibuja y los viejos no parecen dignos representantes de esplendores pasados sino participantes de una crispada telecomedia. Tiempo atrás, Campanella había manifestado su intención de llevar adelante esta remake con Lauren Bacall, Peter O’Toole y Mickey Rooney: sin dudas, ese elenco parecía más apropiado para acercarse al planteo original. Con Borges, Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock (este último disparando a veces frases ingeniosas con la misma impostura que cuando lo hace como integrante de Les Luthiers), el homenaje cede al mero intercambio de insultos y chascarrillos. Otra curiosidad es la preponderancia que se la da a la estatuilla del Oscar (incorporándola incluso a la trama): es comprensible que Campanella esté contento de haber ganado ese premio, pero acá lo luce una y otra vez como un chico mostrando un juguete que ninguno de sus amigos llegó a tener. Desde ya que el valor de una remake no depende de su comparación con el original, pero en este caso parece necesario remontarse al film de 1975 para tratar de comprender cuál es el sentido último de la obra. Algunas buenas bromas sobre el paso de los años, referencias cinéfilas y ocasionales efectismos que provocan inquietud forman parte de una trama que avanza de manera algo atolondrada, sin infundir suficiente temor y desperdigando irregulares chispazos de humor. Esa precipitación (que tal vez pueda explicarse por la importante trayectoria televisiva de Campanella) abarca ideas que surgen con la reescritura del guión. Directores del cine argentino clásico como Mario Soffici, Hugo del Carril y Daniel Tinayre son mencionados en medio de imágenes de películas en las que Graciela Borges realmente trabajó y que son de otras épocas, cambiándose los afiches y los títulos y mezclándose a su vez con referencias a exilios y listas negras sin mencionarse la última dictadura o algún gobierno en particular, por lo que queda todo enredado en una maraña confusa. Si bien la película no tiene por qué ser didáctica, le hubiera venido bien mayor meticulosidad al arrojar citas, al menos para no confundir al espectador. Por otra parte, como en algunos de sus anteriores films de ficción (El hijo de la novia, El secreto de sus ojos), Campanella acumula diálogos en los que se discute o se bromea sobre temas delicados de manera un poco irreflexiva; aquí, por ejemplo, se habla de alguien que “intentó salvar el mundo en los años ’70 con sus documentales” y que “con la vuelta a la democracia” terminó haciendo una película vergonzante, así como el veterano director interpretado por Oscar Martínez sostiene, en un momento, que “el resentimiento” es lo que más lo motiva, declaraciones que parecen servir sólo para provocar ligera incomodidad. Además, oponiendo la astucia de los mayores al desdén de los jóvenes, El cuento de las comadrejas termina adoptando un matiz conservador, sobre todo porque la reivindicación se diluye burlándose de la sexualidad en la tercera edad. Algo similar podría decirse de la objeción moral al “pragmatismo” tras el que se escudan los joviales agentes inmobiliarios, crítica demasiado cómoda al no sugerirse algo más –ni siquiera con humor– en torno al poder de la corporación que éstos representan. De estas contradicciones y eficaces momentos aislados está hecha esta nueva remake de un film argentino después que Santiago Mitre reversionara cuatro años atrás La patota, cuya primera versión había sido, curiosamente, dirigida por el cuñado y protagonizada por la hermana del director de Los muchachos de antes no usaban arsénico. Por Fernando G. Varea
Juan José Campanella regresa a la pantalla grande con El Cuento De Las Comadrejas, la cual es un remake de otra película argentina, la entrañable Los muchachos de antes no usaban arsénico dirigida por José Martínez Suárez. Por Denise Pieniazek “No tengas envidia de los que hacen iniquidad porque como hierba serán pronto cortados” Salmos XXXVII 1y2. Así, con la cita anteriormente mencionada finalizaba la película Los muchachos de antes no usaban arsénico(1976) de uno de los cinéfilos más conocedores de nuestro país José Martínez Suárez. Martínez Suárez y Augusto Giustozzi habían escrito en conjunto el guión del filme en el cual predominaba el humor negro y el sarcasmo, y cuyo eje central era la rivalidad en la convivencia de tres hombres con una actriz de cine clásico en el ocaso de su carrera -al igual que Norma Desmond en Sunset Boulevard (1950)- “llamada Mara Ordaz en obvia referencia a Mecha Ortiz (…)”[i] quien la interpretaba. El propósito del juego verbal del nombre y las proyecciones de películas realizadas por la actriz al inicio de Los muchachos de antes no usaban arsénicodialogaba con los personajes previos y el estrellato real de Mecha Ortiz, generando un paralelo entre el personaje y una de las últimas películas de su carrera. En esta oportunidad más de cuarenta años después de su original Juan José Campanella -El Secreto de sus ojos, El hijo de la novia, Luna de Avellaneda, El mismo amor, la misma lluvia- aggiorna con inteligencia esta pieza tan original del cine nacional. En El Cuento De Las Comadrejas, ambientada principalmente en una gran casona lujosa y su jardín, conviven una diva olvidada del cine, su esposo un actor frustrado, y sus compañeros un director y guionista, estos dos últimos con una relación áspera con ella. Sin embargo, esta rispidez que era parte de su “normalidad” se verá interrumpida por la llegada de dos jóvenes codiciosos con un plan despiadado. El Cuento De Las Comadrejasposee varios cambios respecto al guión en el cual se inspiró, sin perder la picardía y el humor sarcástico, incluso se acentúa el tono de comedia. La astucia del director y su co-guionista Darren Kloomok, reside en entender que en los tiempos feministas que corren, la propuesta original con tres hombres que asesinaban a sus esposas (delito hoy denominado “femicidio”) ya no parece ser posible dentro de la ficción. Aquí la rivalidad ya no será entre hombres y mujeres, sino entre “viejos” y jóvenes, con todo lo que ello implica. En El Cuento De Las Comadrejas el personaje Mara Ordaz es interpretado de forma magnífica por Graciela Borges, pues quien más podría volver a interpretar a una diva, que a su vez había sido encarnada por una de las grandes divas del cine clásico argentino como Mecha Ortiz, sino otra estrella del cine nacional como “la Borges”. Se supone que se mantuvo el nombre “Mara Ordaz” porque el personaje en esta ocasión no es un homenaje a una diva puntual, sino a todas las divas del cine nacional. Aquello se evidencia a través de los distintos fragmentos de filmes que se proyectan y mediante el juego de nombres y posters que son un híbrido de varios íconos del cine clásico argentino. Mientras que en Los muchachos de antes no usaban arsénico los tres personajes masculinos pertenecían a un actor y marido de la protagonista femenina, un administrador y un doctor, en esta ocasión son todos personajes pertenecientes al ámbito artístico, es decir que se cambian éstos dos últimos por un incisivo director de cine (Oscar Martínez) y un guionista (Marcos Mundstock). En consecuencia, una vez más el relato enaltece el mundo cinematográfico mediante un constante homenaje al cine en sí mismo a través del metalenguaje. El personaje del marido de Mara –Pedro- no tiene grandes cambios en cuanto a lo profesional pero sí en cuanto a la psicología del personaje y es enternecedoramente interpretado por Luis Brandoni. En efecto, estas modificaciones y cambio del eje central, a una tensión constante entre la nostalgia por el pasado y un futuro demoledor, harán que cambien los estatutos de los cuatro personajes principales. En contraposición a la versión original, en la cual había una clara dicotomía entre víctimas y victimarios, aquí todos los personajes poseen tal ambigüedad que cada argumento –a excepción de los codiciosos jóvenes- parecerá pertinente. Incluso, el cambio conflicto es enfatizado por la adición del personaje juvenil masculino, mediante el cual se formará un paralelismo de dos parejas: la joven compuesta por Bárbara (nombre en homenaje a Bárbara Mujica quien interpretó antes le papel) y Francisco, la añeja integrada por Mara y Pedro, en cuyos ambos casos las mujeres serán las de carácter más fuerte. El Cuento De Las Comadrejas es un entretenido y gracioso tributo no sólo al cine clásico argentino, sino también hacia la amistad y al arte por sobre la vida. En dicho largometraje, la representación que se hace de la juventud es deshumanizada, codiciosa, superficial, acelerada y competitiva. Justamente ellos encarnarán metafóricamente las “comadrejas” que al igual que el universo animal se regirán por “la supervivencia del más apto” en un relato en donde la vejez es revalorada por su sabiduría y experiencia de vida, en contraposición a la original en donde casi al final uno de los personajes esbozaba “y mueren sin haber adquirido sabiduría”. En esta narración donde todos sus personajes son conscientes (a diferencia de la original que no todos lo sabían) que todo es una constante puesta en escena, donde todos engañan y han sido engañados, las actuaciones sublimes de estos cuatro maduros y talentosos interpretes (Borges, Brandoni, Martínez y Mundstock) es digna de aplausos constantes y el mejor homenaje a la historia del cine nacional. Mediante sus vueltas de tuerca esta nueva versión se profundiza abriendo más de una línea de acción puesto que tal como enuncia uno de sus personajes “Antes las cosas eran más simples, ahora todo es complejo”. A pesar de que el cine actual carece de originalidad y se recurre con abuso al remake, se considera que este en particular resulta más que pertinente y que sin dudas aporta una mirada nueva que merece ser vista y disfrutada por el público tanto juvenil como mayor, y una vez más Campanella nos demuestra su multifacético talento diversificado en el cine, el teatro y la televisión.
Dos amores y una tarántula Tras diez años lejos del cine, Juan José Campanella retoma un viejo proyecto de décadas atrás para dejar asentada su permanencia, su cinefilia funcional, sus tópicos habituales y la entrega total en esta nueva lectura o remake libre de la película de José Martínez Suárez Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), film al que El cuento de la comadreja homenajea, pero que afortunadamente no somete al irritante juego de comparaciones y ni siquiera de exámenes que el propio director de Metegol merezca responder. Y homenaje tal vez es uno de los pocos elementos que sobrevuelan la trama de esta comedia negra cuando el otro es sin lugar a dudas el cine argentino de antes, pero no solamente el de los años 30 o 40 sino el que le siguió y que tal vez encontrara entre tantos rumbos el de los 70 con películas como la de Martínez Suárez en épocas de dictadura. Para algunos, ese cine contemplaba al espectador antes que a la película o las intenciones personales de sus directores y aquello que conocen algo de la filmografía de Juan José Campanella advertirán que esa es su carta de presentación y su éxito en materia de números de taquilla. La primera singularidad de este opus obedece a la menor cantidad de costumbrismo en el planteo general y por otro lado haber contado con el mejor elenco de actores argentinos, referentes de distintas épocas del cine nacional y que hoy continúan dando todo cuando un director sabe dirigirlos. Graciela Borges en su nueva performance de diva del cine, -rol que en la película de los años 70 estuviese a cargo de Mecha Ortíz- es la principal generadora de lo mejor de la película, no solamente por su fotogenia sino por manejar a la perfección el cambio de registro para lo cual Luis Brandoni, Oscar Martinez y Marcos Mundstock se complementan en un calibrado despliegue escénico. Diva, director, guionista y actor opacado y siempre segundón ahora en silla de ruedas, habitan esa mansión venida a menos, viven entre afiches de películas protagonizadas por ella y además soportan sus aires mientras pasan su tiempo. Cada detalle en esa mansión conduce a una historia de cine como si de un museo se tratara, aletargado el tiempo y olor a celuloide. Todos tienen un papel en esa mecánica que hasta resulta exagerado, hasta que el cine dentro del cine introduce el conflicto con lo nuevo (Nicolás Francella y Clara Lago) y el guía del museo pasa a ser Juan José Campanella. La película arranca en ese desentumecerse como si de un largo bostezo se tratara y el aire cambia, y si cambia el aire, cambia el decorado y si el decorado cambia, modifica la acción para empezar a escuchar ecos de un cine en una imagen en blanco y negro proyectada en una actriz que hace de diva y que es diva en medio de un humor que a veces parece británico, en el retrueque exacto entre diálogo y diálogo como esa música que ya no se escucha; como el vinilo o una partida de pool para mostrar cierto aggiornamiento y en ese movimiento constante del humor, sobre un paño y bolas que también se adaptan al juego del todo o nada se va tejiendo la estructura narrativa de cada acto para que el drama, acompañado de la tensión de un suspenso en solfa (no hay que dejar de lado que es una comedia negra) de golpe se vea atrapado por la emoción, por una historia de amor a través del tiempo y por el juego del actor que no es otra cosa que mentir. Se trata de fingir para prevalecer en el tiempo pero lo que no puede fingirse ni actuarse es el amor o la muerte por más que un viejo parezca joven o un joven parezca viejo. A Campanella le gustan los espejos y por eso le gusta el cine. Esperemos que al público también.
Los muchachos de antes tenían cojones Wilder, Aldrich y Hitchcock ya estaban en Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico (1976) de José A. Martínez Suárez, que arrancaba, como esta versión, con la diva olvidada mirando sus películas, drogándose con ese pasado que siempre fue mejor, autoexiliada en una isla que era también un universo mítico con sólo cinco habitantes. Ese mundo delineado por el mito cinematográfico fue central en la idea del director. La primera traición de Campanella es sacar a los viejos protagonistas de ese universo. Según sus palabras, El Cuento de las Comadrejas (2019) es su homenaje al cine; y lo homenajea, paradójicamente, vaciando a su cine de ese aspecto central de la película que rehace. El clasicismo de Campanella no está puesto al servicio del mito sino al de una narración amable con el espectador, tan amable que desdibuja parte del cinismo y el humor negro de la original y la vuelve una feel good movie para señoras serias (segunda traición), con videoclips de canciones lindas como reemplazo de aquel leitmotiv musical silbado de Tito Ribero. La trama, además de empezar como la original, avanza con eventos similares aunque con una villana más caricaturizada, más falsa, tanto que la hace una gallega haciéndose la porteña, que además viene con novio, también falso, no sólo en la ficción sino también en la emulación de Francella Jr. con respecto a su padre. Lo diferente son las motivaciones de los personajes: la Mara Ordaz de Campanella (Graciela Borges) no busca irse de la casona sino que es engañada por la pareja de villanos que aparecen en escena como en un thriller de acecho e invasión. Pero esa posibilidad de jugar con el horror interesa poco en esta versión. La tensión se concentra en un desenlace que es la tercera y definitiva traición a los muchachos de antes, los tremendos Soficci, Ibañez Menta y García Buhr, inalcanzables para el trío de amigos de Campanella. La traición final seguramente tenga que ver con la corrección política; con vaciar a la película de una supuesta misoginia para no alterar a la legión de Simones de la coyuntura actual, y con la decisión del director de agregar una vuelta de tuerca con moraleja pueril y demagoga para que aplaudan de pie las momias llenas de buenas intenciones, esas con las que está pavimentado el camino al infierno.
PIEDRA, PAPEL Y GUIONISTA Como en toda comedia negra, lo lúdico es indispensable. Lo es -como es regla- hacia adentro y hacia afuera de la pantalla: hacia adentro, porque pone a los personajes a jugar una competencia macabra de ver quién es el más listo; y hacia afuera, porque hace al espectador totalmente partícipe de ese juego y lo pone en el lugar de ver hasta dónde soporta lo denso del conflicto. Pero la clave es lo lúdico, el juego, la chispa que se desprende de las situaciones y las características de los personajes. No entender esto, caer en la mera agresión (una tentación muy a mano), es cinismo. Los muchachos de antes no usaban arsénico, el film de José Martínez Suárez de 1976, era sumamente lúdico. Y era perfecto en eso: funcionaba todo lo que tiene que funcionar en el género, y sumaba la inteligencia de unos personajes que definían su pericia en los juegos de palabras cruzadas. El cuento de las comadrejas, la remake que emprende Juan José Campanella, también es un film lúdico: la mejor secuencia de toda la película se resuelve alrededor de una partida de pool, el ajedrez es un componente tímido pero indispensable, y los personajes van construyendo ese rompecabezas de giros finales con espíritu deportivo. La pregunta de fondo es, entonces, ¿por qué la película de Campanella no está ya no cerca de su original, sino ni siquiera a la altura de una buena comedia negra? Si el film de Martínez Suárez usaba el cine como subtexto, para entender el conflicto de los personajes, Campanella lo vuelve su combustible principal: tenemos nuevamente la enorme casona habitada por la nostalgia de tiempos mejores, a la vieja diva en decadencia (Graciela Borges) y al trío de veteranos que la secunda como un molesto coro: su marido y ex actor, y sus dos amigos. La principal reescritura que hace Campanella en esta versión es la de los roles que ocupan los hombres: aquí no sólo son personas cercanas a la diva Mara Ordaz, sino que además formaron parte del equipo creativo detrás de sus películas. Y precisamente esa modificación, que parece menor, terminará siendo clave en el último y fallidísimo acto de El cuento de las comadrejas. Antes de llegar a eso, la película cuenta cómo la tensa paz que habitan los personajes en aquella vieja casona se quiebra con la llegada de dos desconocidos, que terminarán alentando la venta de la propiedad y la ruptura del vínculo entre los veteranos. Campanella se luce donde siempre se ha lucido, en su oído especial para hacer hablar a los personajes y volverlos criaturas puramente cinematográficas. Y el material original le da la posibilidad, además, de dejar atrás ciertos vicios de su cine costumbrista para volverlo un poco más retorcido. Claro, a veces la película cae en esa confusión marcada de la agresión gratuita que no es lo mismo que mordacidad buscada: a los cinco minutos los personajes se insultaron tanto entre sí que uno ya está un poco agotado. Hay un detalle interesante en El cuento de las comadrejas, que la vuelve una película peculiar: ¿cuántas producciones del cine nacional se animan a jugar con guiños y referencias al cine clásico y a volver materia su propia historia? La pregunta es, finalmente, a quién le habla la película y ahí se ingresa en un territorio de dudas e incertezas. El vínculo con lo clásico, con el propio pasado, es algo habitual en el cine norteamericano, que ha sabido construir el cine como patria. Sin embargo aquí, especialmente en los últimos veinte años, donde se vive en un clima de absoluto presente persiguiendo -en ocasiones- estéticas prestadas, el discurso de El cuento de las comadrejas parece tener destino hacia el vacío. Hay que reconocerle que este es un riesgo apreciable que corre Campanella, incluso cuando se le termina volviendo en contra, como en aquella escena donde se proyecta una vieja película sobre el rostro de Graciela Borges. Los rasgos de la actriz se confunden tanto con lo proyectado que se termina perdiendo la emoción que el momento requería. Es ahí donde El cuento de las comadrejas queda al desnudo en su estudiado y ampuloso gesto cinéfilo. Los defectos que la película venía esquivando al calor del carisma de sus intérpretes se amontonan todos en la última parte. Ese trío de la muerte que rodea a la protagonista representa las diversas fuerzas en pugna desde una perspectiva cinematográfica: Luis Brandoni (el actor) es la simulación; Oscar Martínez (el director) es la fuerza y el cerebro; y Marcos Mundstock (el guionista) es quien borda la estructura. Y a la par de cierto metadiscurso demasiado explícito, El cuento de las comadrejas termina ofreciendo el triunfo a la mirada del guionista antes que a la del narrador. La película da demasiados giros no sólo para ofrecer una distancia del original, donde el final era revelador, sino también para quedar a mano con su tiempo y su discurso de época. Entonces la traición final de El cuento de las comadrejas a Los muchachos de antes no usaban arsénico no es tanto el cambio en decisiones que toman los personajes, como la reconversión de algo que era absolutamente siniestro en algo definitivamente festivo.
José Martínez Suárez es conocido por ser, desde 2008, el director del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y sobre todo, como el hermano de Mirtha Legrand. Sin embargo, supo ser el director de cinco films tan geniales como injustamente olvidados: El crack, Dar la cara, Los chantas, Los muchachos de antes no usaban arsénico y Noches sin lunas ni soles. Películas en las que combinaba lo mejor de la época dorada del cine argentino (donde se formó profesionalmente) y lo mejor de la Generación del 60, con sus escenarios y personajes más cotidianos. Justamente la que ilustra más abiertamente esa impronta es Los muchachos de antes no usaban arsénico. Estrenada en 1976, es una comedia negra que sigue siendo atípica en la producción cinematográfica nacional. La historia de un grupo de ancianos que supo tener épocas de gloria (sobre todo, en la industria del cine) y ahora ve peligrar lo único que les queda, no tuvo demasiada suerte en el momento de su estreno (en buena parte, porque coincidió con los primeros días de la última dictadura militar), pero luego se transformó en una pieza de culto. Juan José Campanella -otrora alumno de Martínez Suárez- comenzó a preparar una nueva versión en los ’90, que finalmente llegó ahora con el título de El cuento de las comadrejas. En una mansión campestre, alejada de la ciudad, alejada de todo, viven cuatro ancianos: Mara Ordaz (Graciela Borges), ex diva del cine; Pedro De Córdova (Luis Brandoni), ex actor y esposo de Mara; Norberto Imbert (Oscar Martínez), ex director de los mejores films con Mara, y Martín Saravia (Marcos Mundstock), ex guionista de aquellas obras. Ella todavía se siente una celebridad, mientras que ellos pasan sus días conversando, compartiendo juegos y exterminando alimañas. La rutina es interrumpida por la aparición de Bárbara Otamendi (Clara Lago) y Francisco Gourmand (Nicolás Francella), dos jóvenes que dicen ser admiradores de Mara, pero tienen intenciones de carácter inmobiliario. Mara queda entusiasmada por el cariño y por la posibilidad de volver al estrellato, pero Pedro, Norberto y Martín sospechan que hay algo raro en los jóvenes y se preparan para defender lo suyo. Campanella respeta la esencia de la historia y de los personajes del film original, que tenía un sabor a las producciones del estudio inglés Ealing (de hecho, cuando la remake iba a ser rodada en inglés, sonó el nombre de Alec Guinness, habitual de aquellos films). Y cuando el director introduce algunos cambios, mayormente funcionan. El principal es que ahora los cuatro ancianos formaban parte de la industria del cine -y no sólo la actriz y su marido, como antes-, de modo que los comentarios, las anécdotas y los bocadillos tienen que ver con cuestiones cinematográficas, incluyendo comentarios filosos entre sí. Otro cambio: mientras que en la película del 76 quien quería quedarse con la casa era una mujer (Bárbara Mujica), ahora son dos jóvenes decididamente inescrupulosos. La presencia de ambos también abre el abanico para chistes y contrastes entre una generación y otra. Los muchachos… era una película con el sello de Martínez Suárez, afecto a contar historias de antihéroes que, aun cuando incurren en actividades ilegales, tienen la suficiente humanidad como para generar empatía. Todos, a su manera, son sobrevivientes de un mundo que no los entiende y se vuelve opresivo. El cuento… aun tiene eso, y pese al humor negro, a los momentos de oscuridad, también es posible encontrar las constantes de Campanella: los personajes luchan por ser fieles a sus sentimientos y preservar valores que parecen extinguirse (la familia, la amistad, los códigos), sin importar la amenaza de turno. Una vez más, el principal encanto de la historia reside en el elenco. Los ancianos del film original eran Mecha Ortiz, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Arturo García Buhr. Por el lado de los nuevos, Graciela Borges se impone por sobre sus colegas como una Norma Desmond del subdesarrollo, pero que termina despertando ternura. Por su parte, la química entre Brandoni, Martínez y Mundstock es lo suficientemente sólida como para generar momentos ingeniosos. Pero la gran sorpresa del elenco es Clara Lago; si bien ya cuenta con experiencia, incluso dentro del cine argentino (por su participación en Al final del túnel), aquí se luce como una muchacha que usa su sensualidad como complemento de su astucia para intentar ponerse a la par de sus víctimas. Por su parte, Nicolás Francella compone a un prototípico embaucador, valiéndose de gestos que recuerdan a los de su padre, Guillermo Francella, en su faceta cómica. El defecto más importante del film reside en los flashbacks, no por su inclusión sino por la manera poco lograda en la que fueron ejecutados. Sin embargo, no condicionan el resultado final. El cuento de las comadrejas es un muy interesante tributo a Los muchachos de antes no usaban arsénico (con algunas referencias a actores y todo), pero puede ser entendida y disfrutada por los recién llegados. Y sobre todo, sigue demostrando que una fuerte amistad -en cualquiera de sus formas- puede contra todo.
Después de unas imágenes en blanco y negro del cine de otro tiempo, igual que en Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico, Juan José Campanella abre su película con una escena que deja bien en claro la forma de ser de tres de sus protagonistas. Una Mara Ordaz emocionada ve una y otra vez sus propias películas, dentro del santuario que se construyó para ese ritual como la Norma Desmond de Sunset Blvd.. Ella es puro sentimiento. Después de todo, es una actriz consagrada. Norberto Imbert y Martín Saravia esperan en las sombras por las alimañas, los bichitos que los acechan e intentan perturbar su armoniosa existencia. Son más fríos y calculadores, tienen un plan y lo ejecutan con eficiencia. Así empieza El Cuento de las Comadrejas, la esperada vuelta del realizador argentino a la ficción con actores de carne y hueso, que a una década de El Secreto de sus Ojos eligió encarar una remake del clásico de 1976 como un vehículo para homenajear al cine.
Tras una espera que se estiró durante una década desde la oscarizada El secreto de sus ojos, el director Juan José Campanella regresa a la pantalla grande con una nueva ficción con actores después de la exitosa incursión en el cine de animación que significó Metegol. Siempre activo, el guionista, productor y realizador lideró en estos últimos años proyectos en televisión y teatro, hasta desembocar en El cuento de las comadrejas, una nueva versión del clásico film de culto Los muchachos de antes no usaban arsénico, dirigido en 1976 por José Martínez Suárez. Con una marcada impronta teatral y un elaborado trabajo visual, Campanella muta la tensión de la película original hacia el territorio del humor mordaz con resultados dispares. Graciela Borges interpreta a Mara Ordaz, una veterana diva del cine de oro, que convive en una mansión en decadencia junto a tres hombres a quienes doblega por su indudable condición de mega estrella. Luis Brandoni juega el rol del marido, un actor en silla de ruedas opacado eternamente por el fulgor de Mara. Mientras que Oscar Martínez y Marcos Mundstock, dan vida al director y al guionista de algunos de los films más taquilleros en la carrera de la legendaria actriz. El cuarteto protagónico se saca chispas en una relación que deambula entre el cinismo y la interdependencia. Campanella exprime al máximo la estelaridad del combo, aunque claramente es Borges la indiscutida dueña de un brillo inmanente. Su sola presencia se lleva puesta la película, y está bien que así sea, ya que su personaje es el eje medular sobre el cual giran los conflictos de la trama. Mundstock sorprende con un ajustado debut en un rol protagónico, Martínez está como siempre correcto; y Brandoni despliega su habitual parafernalia de sobreactuación. Desde el comienzo, El cuento de las comadrejas se instala con acierto en la dualidad de la relación entre los protagonistas, que se reparte entre la idea de que todo podría estallar en cualquier momento; o bien la sospecha de que su juego tóxico y animalesco podría perdurar por siempre. Pronto, dos personajes jóvenes irrumpen en la casona y le ofrecen a Mara comprar la propiedad. Ellos están interpretados por Nicolás Francella y Clara Lago, siendo claramente la actriz de Ocho apellidos vascos y Al final del túnel quien logra dar en la tecla con su criatura amenazante, mientras que Francella permanece a la deriva de principio a fin; sobrepasado por un rol que no logra escapar de la maqueta. Más allá de que la mayoría de las escenas de El cuento de las comadrejas son grupales, sin dudas los momentos más inspirados son aquellos en los que la película se permite un repliegue intimista a través de diálogos entre duplas. Cuando el cuarteto protagónico está en escena, y más cuando se suman los dos antagonistas, todo luce demasiado cronometrado y poco fluido. Desde los remates de los chistes hasta unas cuantas bajadas explicativas, la película cede por demás al subrayado, diluyendo rápidamente el clima mordaz y claustrofóbico trazado en los primeros minutos. Sin embargo, estos deslices no alcanzan a transformarse en un despropósito porque la película jamás se erige como un ejercicio pretencioso. Campanella deja en claro desde el principio que estamos ante una propuesta que coquetea con el artificio del cine clásico, tanto del argentino como el de Hollywood. Ese universo de glamour en declive remite automáticamente a Sunset Boulevard, mientras que a lo largo del metraje se reparten múltiples referencias a la era dorada del cine nacional. Si El cuento de las comadrejas resulta un divertimento eficaz es porque asume con plena autoconciencia cuáles son sus modestas reglas de juego. Más allá de las consabidas vueltas de tuerca de toda comedia negra con toques de suspenso, la película se abstiene saludablemente de vacilar sistemáticamente a la platea a puro motor de soberbia. Es cierto que el mencionado tono subrayado y algunas ingenuas resoluciones no encajan con la atmósfera sombría que esboza Campanella. Así y todo, el film juega sus cartas con la suficiente gracia como para que el interés y la empatía se mantengan encendidos hasta el final. El cuento de las comadrejas / Argentina-España / 2019 / 129 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Juan José Campanella / Con: Graciela Borges, Luis Brandoni, Oscar Martínez, Marcos Mundstock, Clara Lago y Nicolás Francella.
Diez años más tarde de la premiada El secreto de sus ojos, Juan José Campanella ofrece una remake del clásico filme de culto Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976) dirigida por el emblemático José Martínez Suárez y protagonizada por Mecha Ortiz, Arturo García Buhr, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Bárbara Mújica. Lo primero que me pregunté antes de ver el filme representa el abordaje de mi nota sobre esta película: ¿Porque abordar una remake de este filme? ¿Qué relectura podría proponerse hoy de esa trama que la resignifique radicalmente en manos de Campanella? En su época Los muchachos de antes… no fue un éxito, pero su condición de comedia negra en pleno inicio de la dictadura militar le otorgó con el tiempo una lectura filosa y profunda donde el filme puede funcionar como una metáfora de ciertos aspectos de nuestro esquema de funcionamiento social de aquel momento, aún con su propuesta de puro artificio. Tópicos como la decadencia de un mundo que ya no es, las falsas apariencias, el oscuro tejido del poder, el cinismo, el doble discurso, la usurpación y la muerte, discurre todo en un lazo único todo narrado en su original versión con un tono de sarcasmo esencial y de alegoría originalísima construida sobre unos pocos personajes encerrados en una casa detenida en el tiempo. La trama de la cual parte Campanella es la de tres amigos ex cineastas, hoy fuera del juego, que conviven en la casa de la mujer de uno de ellos, que es quien parece tener la sartén por el mango en cuestiones de cierto poder sobre este seudo hogar: la ex estrella del cine Mara Ordaz. La diva un día decide que deben vender esa casa y por ende la vida simbiótica de estos tres amigotes se acabaría definitivamente. A partir de ahí los amigos planean como detener el plan dándole fin a los días de Mara Ordaz. Y ese es el nudo central de ambos filmes, pero, contado de maneras opuestas. Campanella intenta rescatar la fuerza que tuvo en la original el reparto de grandes actores, poniendo en el tablero a Graciela Borges como Mara y como el trío de señores peligrosos a Oscar Martínez, Marcos Mundstock y Luis Brandoni. Pero más allá de que la meta aparente de la trama sea la misma para estos oscuros personajes, en el filme de Campanella son más bien tres viejitos irónicos y delirantes, que de peligrosos tienen bastante poco y nada. La oposición real de antagonismos está desplazado a los jóvenes, a la nueva generación de estafadores que buscan comprar la casa para hacer un negocio mal habido. Estos jóvenes, Nicolás Francella y Clara Lago, dos agentes de inmobiliaria hoy, son más bien una suerte de malos de caricatura mal hecha más que siniestros seres que rodean a la diva para sacarle el caserón. Mara Ordaz que sería la víctima, como en ambos filmes se propone de manera diferente, mantiene con muy buen tino ese estilo de diosa decadente, insoportable y trágica inspirada en la genial Gloria Swanson de Billy Wilder en su obra maestra Sunset Boulevard / El ocaso de una vida (1950), pero el problema que no pasa por las maneras de la Borges para con su personaje, sino en los procedimientos de construcción de ese carácter ficcional, ya que entre otros desaciertos la presentan con cierto nivel de estupidez e ingenuidad que no dan con el tono del personaje emblemático capaz de disparar el odio radical de los tres amigos. El centro del huracán en la película de Martínez Suárez pasa por el engaño a la diva de manera sórdida y perversa en el marco de un humor magistral, lo cual es toda una crítica social inteligentísima. En cambio en el filme de Campanella, con temor a la incorreción política de mostrar a tres hombres abrumando a una mujer de manera realmente amenazante, se ablandan los caracteres, se quita el sarcasmo, se endulza la narrativa y hasta busca conmovernos con procedimientos de manual de emociones básicas, cosa que da como resultado un relato lavado de lado a lado. Por otra parte el estilo de iluminación, puesta de cámara y actuaciones de una teatralidad vetusta sugiere más una idea de “old fashioned” más que de atemporalidad y clasicismo si esa era la meta buscada. El cast del trío de cineastas seudo asesinos y la diva en cuestión son los que tratan de sostener la cohesión del relato. Quienes no vieron ni conocen la original y gustan del cine de Campanella podrán disfrutar un poco más de los desaciertos incluidos, porque “ojos que no ven corazón que no siente”. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Juan José Campanella vuelve al cine con personajes de carne y hueso, luego de Metegol, su paso por la animación. El material que eligió es una remake del primer film argentino estrenado días después del golpe de estado del ’76, Los muchachos de antes no usaban arsénico de José Martínez Suárez. En una mansión alejada de la gran ciudad, que conoció tiempos mejores, conviven Mara Ordaz (Graciela Borges), una vieja actriz de cine, junto a su esposo, el actor Pedro de Córdoba (Luis Brandoni), y sus ex cuñados, Norberto Imbert (Oscar Martínez) y Martín Saravia (Marcos Mundstock), director y guionista de los films que hicieron de ella una estrella. No tarda en aparecer una pareja de jóvenes que, extraviados y sin señal de celular, buscan ayuda. Ellos son Francisco Gourmand (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago). Como todos ocultan algo y tienen segundas intenciones, el conflicto es inminente. Campanella, ex alumno y admirador de José Martínez Suárez, adapta el guion que el segundo escribiera junto a Augusto Giustozzi y -en esta nueva versión de Los muchachos de antes no usaban arsénico, con la colaboración de Darren Kloomok-, atenúa cierta misoginia que tenía el original, borra las referencias bíblicas, para trocarla en guerra generacional, manteniendo los diálogos mordaces y agrega alusiones al propio cine del realizador de Luna de Avellaneda (allí hay una clara mención al premio de la Academia de Hollywood, cuyo peso como objeto tiene capital importancia en la trama). Así mismo hay alguno que otro guiño a su primera película, El niño que gritó puta, y se repiten algunos elementos que estaban presentes en la original, como la referencia a Sunset Boulevard, con una diva viendo sus propias películas del pasado, en este caso Pobre Mariposa, de Raúl de la Torre. Campanella parece querer contemporizar las diversas etapas del cine argentino. Para iniciados en algunos pasajes, en otros grandilocuente con algunos diálogos altisonantes y algo costumbrista y más llano en otros momentos. Un relato donde no hay personajes buenos, todos quieren doblegar la voluntad del otro, son cínicos, mentirosos, irónicos, disfrazan su actitud de maltratadores con modales encantadores. Y en la profusión de planos inclinados, está claro que ninguno encuentra el horizonte. Así como los hermanos Coen hicieron su remake de El quinteto de la muerte (el más famoso film de los estudios Ealing), Campanella -también admirador de esta factoría y además de Ernst Lubitsch- ofrece una sumatoria de estilos. De los estudios británicos toma el tono de comedia negra; del realizador alemán radicado en Estados Unidos, la afección por la farsa y la apariencia ligera que esconde una segunda lectura.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
En épocas difíciles para la Argentina, en abril de 1976 se estrenaba «Los muchachos de antes no usaban arsénico» (a pocos días del golpe) de José Martínez Suárez, con Mecha Ortiz, Arturo García Buhr, Narciso Ibáñez Menta, Mario Soffici y Bárbara Mujica, una comedia negra, ácida y llena de referencias. En su momento no tuvo una gran aceptación pero con el tiempo muchos la admiraron y hasta compitió en la preselección para el Premio Oscar de 1976. Ahora llega esta remake en la que todos hacen un gran homenaje al cine nacional y en la que se ha cambiado un poco la trama y los personajes. Se centra en Mara Ordaz (Graciela Borges) que fue una estrella de cine en la época dorada; pero algo pasó y el público la fue olvidando, se aisló de todo en una casona alejada de la ciudad junto a: su esposo Pedro de Córdova (Luis Brandoni) quien debido a un accidente se encuentra en silla de ruedas hace años, también fue actor y vivió a su sombra, y sus amigos Norberto Imbert (Oscar Martínez), director, y Martín Saravia (Marcos Mundstock), guionista. Ellos se conocen hace varios años pero existen ciertos secretos y resentimientos. Todo cambiará cuando una pareja joven (Nicolás Francella y Clara Lago) aparece perdida en la zona y reconocen a la famosa actriz, la elogian y la animan a que vuelva a trabajar, además le aconsejan que venda la casa. A partir de ese momento todo cambia en la convivencia de estas cuatro personas que con el correr de los años fueron pasando cosas y a veces las relaciones al no ser tan sólidas se van deteriorando, vemos algunos flashbacks, se utilizan diálogos sutiles, filosos, profundos, como así también divertidos, un humor ácido, sarcástico, irónico, mordaz, hay tensión, suspenso, e interpretaciones extraordinarias por parte de los actores. Se logra una buena ambientación, estupendo maquillaje y vestuario, entre otros rubros técnicos. Este film podría ser tranquilamente una obra de teatro.
Basado en el clásico del cine argentino Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), dirigida por José Antonio Martínez Suárez, El cuento de las comadrejas supone el regreso del director de cine y guionista Juan José Campanella, después de pasar seis años de su última película Metegol, que lejos estaba de lo que se esperaba tras el éxito de El secreto de sus ojos, un filme que si bien es discutible si está a la altura de las mejores cintas nacionales de los últimos tiempos, ayudó a la industria tanto a lo referido en crecimiento, como expansión por el mundo en forma notable. La historia de El cuento de las comadrejas trata sobre cuatro viejos amigos, tres hombres y una sola mujer, quienes viven alejados del mundo cinematográfico del cual formaron parte en sus mejores tiempos hace décadas. El grupo está liderado por ella, Mara Ordaz (Graciela Borges), quien supo ser la máxima estrella de la época dorada del cine argentino, y desde hace tiempo solo vive del recuerdo de su pasado, en una vieja mansión anclada en el tiempo que parece dispuesta a renegar el paso de los años. Convive desde siempre con suu fiel esposo Pedro De Córdova (Luis Brandoni), un hombre que se desvivió y se desvive por ella, y que nunca tuvo el reconocimiento como actor de prestigio, siendo relegado a papeles secundarios, abocado desde hace tiempo a la pintura, un arte que lo reconforta en mayor medida. El grupo lo completan Norberto Imbert (Oscar Martínez), un director de cine de carácter ácido, pocas pulgas y obsesionado con la matanza de comadrejas y Martín Saravia (Marcos Mundstock), un guionista con un humor especial, y también con un carácter peculiar, lo que lo hace el compinche ideal de Norberto. Pese a su recluimiento del mundo en general y ciertas discrepancias naturales tras pasar tantos años juntos, los cuatro viven a su manera, en un ambiente medianamente pacífico. La llegada de los jóvenes Francisco Gourmand (Nicolás Francella) y Bárbara Otamendi (Clara Lago), que se presentarán como fanáticos de Mara y conocedores de su obra, y la labor realizada en conjunto a todos los miembros del grupo, representará una amenaza para el cálido estilo de vida de estos cuatro amigos. Las virtudes de este nuevo filme de Juan José Campanella son evidentes, desde una puesta en escena descomunal, con todos los detalles en su lugar, y un trabajo de dirección, música y fotografía a la altura de las circunstancias. Si bien se apoya en la versión original de José Martínez Suárez, Campanella logra re trabajar y desarrollar ciertos puntos en la historia que le dan su propia impronta, brindando momentos claros de comedia, pero intercalando con elementos que le imprimen cierto dramatismo, jugando desde ya con el humor negro. La mayor virtud reside tanto en la construcción de los personajes, delineados todos de manera exacta, como en el desempeño de cada uno, iniciando con una Graciela Borges magistral, como lo hace siempre que se le presenta la oportunidad, un Oscar Martínez que no se queda atrás, tan acertado como lo viene haciendo desde sus últimas actuaciones, y la destacada labor de Marcos Mundstock, Luis Brandoni y Clara Lago. Puede que la narración nos haga venir a la cabeza algunos clásicos que evocan a la nostalgia, previos también a la versión de 1976, como Nos habíamos amado tanto de Ettore Scola o Sunset Blvd. de Billy Wilder. Quizás los inconvenientes más notorios se dan a la hora de cerrar las diferentes historias que se entrecruzan en la trama, y en donde las formas no son del todo convincentes; al margen Campanella busca la manera de quedar bien parado, dando un final medianamente convincente.
El nombre de Juan José Campanella ya dice que tendremos una gran película. El agregado de los nombres de Graciela Borges, Luis Brandoni, Oscar Martínez y Marcos Mundstock, ya nos cuenta que lo que veremos será un peliculón y “El cuento de las Comadrejas” logra crear una película cómica de un nivel poco visto en nuestro país. La historia comienza presentándonos una hermosa mansión bastante descuidada. Así mismo, junto a la decadencia del lugar nos muestra la decadencia de los personajes, todas figuras del cine: una estrella de cine, un guionista, un director y un artista mediocre principalmente dedicado a la actuación… todos viviendo frente a la sombra de lo que alguna vez fueron. En ese ínterin del transcurso de sus relajadas vidas, llega una pareja muy entusiasmada por la presencia y carrera de Mara Ortiz (Graciela Borges) por lo que le proponen vender la mansión, mudarse al centro de la ciudad y re-activar su carrera artística. Mara, emocionada, decide aceptar el trato pero los otros tres integrantes de esta disfuncional “familia” se encuentran disconformes, descubriendo que realmente esta pareja que llegó con buenas intenciones, realmente tienen otras intenciones ocultas que terminaran perjudicándolos a todos. Este gran director lleva pensando realizar un remake de “Los Muchachos de Antes no Usaban Arsénico” (comedia argentina de 1976) desde que la vio en 1996. Tras el transcurso del tiempo fueron muchas las versiones del guión y no fue hasta que Campanella conoció a Graciela Borges en “El Hombre de tu Vida” que visualizó a la actriz principal de la película y se movió desde el 2011 para juntar al equipo perfecto. La elección de la actriz es muy acertada. Graciela Borges interpreta al personaje de Mara con elegancia, glamour, algo que no es difícil para una estrella de cine como es ella, pero a la vez no deja de tocar las partes más humanas, siendo sensible, pendiente de sus sueños y con ese estado emocional de vivir en un pasado que ya pasó. A su vez, Luis Brandoni hace el papel de Pedrito, un artista frustrado al cual no se le dio la posibilidad de brillar ni en cine, ya que sus papeles fueron muy reducidos, ni en las artes plásticas, ya que sus pinturas y esculturas no se movieron de su estudio. Sin embargo, es el marido de Mara que a pesar de los años sigue estando completamente enamorado de ella. Por su parte, Oscar Martinez encara la piel del director de las películas de Mara, el cual había tenido un gran éxito, pero tras dejar ese estilo de vida atrás, ahora se dedica a cazar comadrejas y coleccionar insectos. Para finalizar este cuarteto, nos encontramos con Marcos Mundstock, el querido integrante de Les Luthiers quien interpreta al guionista, una persona muy intelectual con un amplio vocabulario y excelentes frases para cada ocasión. No quepa duda que estas cuatro grandes figuras han hecho un excelente trabajo. Todos son grandes actores y han aportado un gran peso para convertir en realidad todas estas diversas personas. A decir verdad, el trabajo de cada uno es destacable, e incluyo la dificultad de trabajar simulando un clima de primavera en pleno invierno. A su vez, en este film se incluye la presencia de Nicolás Francella, quien no necesita mucha presentación ya que es una figura conocida en nuestro país, pero a pesar de hacer un trabajo convincente, en ciertos momentos no logra convencerme. Se podría decir que su actuación fue la más floja entre el reparto, pero no por eso fue mala; obviamente es difícil destacarse entre tantos grandes artistas. Sin embargo, Clara Lago se ha llevado gran parte de los halagos, tanto de la crítica como del mismo elenco, ya que esta actriz ha hecho un trabajo excelente en su papel. Fue tanto así que cuando estaba observando la película, no me convencía como actriz ya que su personaje me daba una sensación de asco, pero más tarde entendí que esa era justamente la sensación que tenía que transmitir. Destacable su actuación; mucho más al enterarme que a pesar de ser española se ha tomado el trabajo de imitar el acento argentino, haciéndolo de una manera tan perfecta que en ningún momento me hubiera dado cuenta por mis propios medios de su procedencia. Finalizando mi opinión, “El cuento de las Comadrejas” no es un remake de “Los Muchachos de Antes No Usaban Arsénico”, sino que es completamente otra película que logra tomar inspiración de la ya mencionada, pero que agrega nuevos aspectos que la hacen genial; un humor ácido rozando lo absurdo, llevándolo desde un lado inteligente, donde todo se puede llevar a profundos análisis, hacen de esta cinta una película que debería ser considerada de culto, ya que son pocas las películas argentinas que logran alcanzar una calidad y un equilibrio entre sus elementos que no hagan que no haya nada que envidiar a Hollywood. Mi nota final es un 9,5 – La comedia perfecta y lo mejor de argentina por lo que va en este 2019.
Más de cuatro décadas después de su estreno (opacado entonces por el sacudón del golpe de estado de 1976), Los muchachos de antes no usaban arsénico, de José Martínez Suárez, tiene, más que una remake, una nueva versión. A cargo de Campanella, que vuelve con El cuento de las comadrejas a estrenar un largo de ficción con actores -en el medio estuvo la animada Metegol- después de la oscarizada El secreto de sus ojos. Con varios cambios argumentales y de estructura, tiene un núcleo más que atractivo, con sus cuatro personajes que conviven en una casona, como alejados del mundo. Mara Ordaz (Graciela Borges), diva del cine que guarda premios, memorabilia y tesoros de su época de gloria, su marido actor, Pedro que va en silla de ruedas (Luis Brandoni), el que fuera su director (Oscar Martínez) y el también ex famoso guionista de sus películas (Marcos Mundstock). Un elenco notable que lleva adelante lo más visible y sonante de la propuesta, su humor negrísimo, con una seguidilla imparable de diálogos ácidos, mordaces, crueles a morir. Una dinámica que puede parecer destructiva pero con la que, sin embargo, parecen funcionar bien. Hasta que llegan los villanos, evidentes para todos menos para Mara, en la piel de una pareja más joven que la reconoce y la admira. Y como Ordaz está tan ávida por recuperar la atención perdida, como una Norma Desmond de Sunset Boulevard, sospecha menos que las verdaderas intenciones de estos jóvenes (Nicolás Francella y la española Clara Lago, con impecable acento porteño) son otras. Acaso, quedarse con la casa para un jugoso negocio inmobiliario. Campanella y su elenco consiguen mantenernos atrapados con la tensión que va creciendo en torno de este asunto, que, está claro, estallará de alguna forma. Esa tensión, sumada a los momentos de diversión genuina que proveen los actores, escupiéndose barbaridades en esa casa -un escenario más que principal: casi un personaje más-, hacen de El cuento una experiencia entretenida y graciosa. Y como es casi marca de fábrica del director, toda esta negrura chispeante se despliega sobre una especie de alegato en favor de los buenos tiempos pasados, aquí frente a la amenaza del progreso amoral, encarnada por los entrepeneurs. Y en este caso, como ha dicho Campanella, también como un homenaje al cine y a sus viejas glorias.
El regreso a la comedia de Juan José Campanella es de por sí una buena noticia. Y si a eso le sumamos un elencazo encabezado por Graciela Borges, Luis Brandoni y Oscar Martínez, más todavía. A diez años de “El secreto de sus ojos”, el director que ganó el Oscar optó por un camino poco convencional: encarar una remake (muy libre) de “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, el clásico de 1976 de José Martínez Suárez. Pero Campanella sólo toma el esqueleto de aquella historia (muy oscura y ciertamente misógina) y la adapta a los tiempos que corren, con un humor negro y sarcástico, pero también lleno de amor hacia sus personajes. Los protagonistas son una diva del cine argentino olvidada (Borges, inigualable) y tres viejos compinches de su carrera cinematográfica: su marido (un actor mediocre), un director de películas y un guionista. Los cuatro sobreviven como pueden en una vieja casona de campo entre reproches, resentimientos y recuerdos de su época dorada. Este mundo casi de fantasía se rompe cuando dos jóvenes de una empresa inmobiliaria intentan seducirlos con falsas promesas para que vendan la casa. Son varios los temas que el director aborda desde esa mezcla de perfidia e inocencia de los personajes: el paso del tiempo, el dolor de ya no ser, el cine como una forma de entender la vida y el enfrentamiento entre dos generaciones que parecen irreconciliables. Pero lo mejor es que Campanella (más allá de algún desliz melodramático) nunca pierde el target de la comedia, ya sea con diálogos afilados o con un mero gesto de sus criaturas. La película despierta risas espontáneas y abiertas, algo cada vez menos frecuente en el cine, y eso solo ya se agradece. Lo único que se le podría reprochar a “El cuento de las comadrejas” (y que no es menor) es esa pátina artificiosa de los diálogos cancheros pasados de registro, y la tendencia a subrayar la moraleja como si el público no pudiera comprenderla.
La herrumbre nunca descansa A diez años de El secreto de sus ojos, Campanella vuelve con El cuento de las comadrejas, remake de un clásico de los setenta de José Martínez Suárez. El cine de Juan José Campanella vive envuelto en una aureola de candidez, lugares comunes, finales felices y demás predictibilidades que no se llevan del todo bien con la corrección política del cine arte. Dicho esto, el hombre es un profesional que toma muy seriamente su oficio. Con la excepción hecha del film animado Metegol, desde El secreto de sus ojos, hacía diez años que el director argentino no realizaba un largometraje, y desde 1997 venía trabajando en un guion que adaptara a Los muchachos de antes no usaban arsénico, la película de 1976 rodada por José Martínez Suárez que es, inequívocamente, una de las cumbres del cine argentino. En otras palabras, Campanella no aprovechó el envión de su oscarizado cuarto film para sacarle jugo a su renombre. Diversificó sus actividades, trabajó para la televisión, hizo Metegol, y planificó cómo continuar su carrera grande. Fue, aparentemente, trabajando con Graciela Borges en el unitario El hombre de tu vida cuando descubrió que en la diva tenía a Mara Ordaz, la estrella crepuscular que protagonizara Mecha Ortiz en el film de Martínez Suárez. De algún modo, ella fue la piedra angular que apuró la conclusión del guion y sobre la que se armó el nuevo trío de veteranos imposibles, que encarnan Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock. Es un poco como la Norma Desmond de Sunset Boulevard, que vive mirando sus filmes de antaño (algunos reales, e interpretados por la propia Borges), siendo el faro de la película, una luz intensa, que brilla al tiempo que se apaga. En Los muchachos de antes no usaban arsénico, por el contrario, el motor narrativo estaba puesto sobre los amigos que interpretaban Mario Soffici, Narciso Ibáñez Menta y Arturo García Buhr, sobre sus acciones y sus frases corrosivas. Sobre el modo en que estos tres jubilados del cine acorralaban a Mara (Ortiz), la diva, y a Laura Otamendi, la agente inmobiliaria que interpretaba Bárbara Mujica, interesada en adquirir la antigua casona que el cuarteto decadente habitaba. Por esas vueltas del destino, la película se estrenó en sincronía con el golpe militar de marzo del ’76, y hay algo curiosamente oscuro en su tono. Más que humor, en el film de Martínez Suárez hay un regusto humorístico, que llega cuando los diálogos de Soffici, Ibáñez Menta y García Buhr ya han hecho mella, ya han clavado el puñal, y mueven a la sonrisa por su impacto e inverosimilitud. Campanella, un hijo de los ochenta y el redescubrimiento de Billy Wilder y Frank Capra, pone en boca de Martínez, Brandoni y Mundstock diálogos corrosivos pero elaborados, pone a la inteligencia por delante de la genuina turbación. No se trata de decir que si el trío original amenazaba el nuevo entretiene. Pero casi. Fuera de esto, la canción es la misma. En El cuento de las comadrejas, Mara Ordaz vive hace cuarenta años en una casona retirada al igual que su alma, rodeada por un esposo inválido, Pedro de Córdova (Brandoni), el veterano director de alguno de sus filmes, Norberto Imbert (Martínez), y el veterano guionista de los mismos, Martín Saravia (Mundstock). En una escena inicial, Pedro, de ex actor periférico a artista plástico amateur, está de espaldas en su silla de ruedas, retratando el paisaje de copioso verde que rodea a la casona (gran parte de la película fue rodada en el castillo Guerrero, de Domselaar). Martín y Norberto se acercan a curiosear y disparan dardos envenenados sobre la obra del pintor novel. Seguidamente, el sarcasmo y las inoportunas acciones del dúo tendrán en permanente jaque a la ex diva. En el momento menos esperado, Mara se sobresalta al oír los escopetazos de Norberto, preocupado por matar comadrejas que rondan su gallinero. La agresión es permanente, pero pertenece más al terreno de la sátira. Pedro es cómplice pero no partícipe de este modus operandi. Contra sus amigos guarda un viejo rencor, el de haber sido incluido como actor secundario en un clásico protagonizado por Mara, donde participa como silente eunuco en la escena más fogosa, viendo a su mujer en brazos de un galán de turno. Como en el film de Martínez Suárez, en algún momento esta incómoda sociedad resiente una intrusión. El personaje que en aquel film interpretaba Bárbara Mujica acá aparece desdoblado por la pareja que protagonizan Bárbara Otamendi (la española Clara Lago, con un impecable acento argentino, cuyo personaje fue bautizado sin duda en homenaje a Bárbara Mujica) y Francisco Gourmand (Nicolás Francella, de un parecido asombroso, en rostro y expresiones, con su padre). El plan de ambos es seducir a Mara para que venda su mansión, un objetivo cuyo costo no es sólo munición gruesa verbal de sus ocupantes, sino la misma dislocación temporal de la diva. “Seguramente todos los hombres caerían a sus pies”, le dice Francisco a Mara, en un cortejo demasiado ampuloso. “Ay querido”, le responde, “qué iluso sos. Ojalá todos los hombres tuvieran tu buen gusto”. A Bárbara, por su parte, le toca la tarea más difícil, que es seducir a Norberto para colaborar en la transacción. Oscar Martínez es una vez más impecable en su capacidad camaleónica, convincente a rajatablas, con una rispidez demoledora. A él le adjudica Campanella el homenaje más explícito a la cinta de Martínez Suárez. Cuando, a espaldas de la compradora, intenta ingresar de incógnito a su inmobiliaria, se registra bajo otro nombre: Mario Soffici. Y Campanella da otra vuelta de tuerca a su guion. Francisco y Bárbara están lejos de Laura Otamendi. Con su candidez, Laura y Mara estaban a merced de los Pedro, Martín y Norberto originales; eran tres machos hirientes acechando a dos mujeres indefensas. Pero los tiempos cambian y Bárbara es una mujer empoderada, no una mosquita muerta. De ambos lados se tejen estrategias en El cuento de las comadrejas. No hay malos y buenos, y en ese sentido este film es más noir que su musa inspiradora. Campanella vuelve a dirigir a actores en la pantalla grande y lo hace bien, es un justo homenaje. Y al mismo tiempo, es un justo recordatorio de esa gran obra de Martínez Suárez.
“El Cuento de las Comadrejas” es una remake de la película del emérito José Martínez Suárez, estrenada en 1976 y titulada “Los muchachos de antes no usaban arsénico”, protagonizada por Narciso Ibáñez Menta, Bárbara Mujica, Mecha Ortiz, Arturo García Buhr y Mario Soffici. Cuarenta años después, Campanella retoma un clásico de la cinematografía argentina de los años ’70, realizada por el recientemente desaparecido director de “Noches sin lunas y soles” (1984) y responsable del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. Nos encontramos ante una divertida y ácida comedia, que reflexiona acerca del mundillo cinematográfico, desnudando el costado más codicioso de la industria. Plagando de guiños una auténtica trama macabra, se permite inmiscuirse en terrenos de la intertextualidad y el metarrelato (que el cinéfilo más avezado sabrá reconocer y disfruatará). De esta forma, Juan José Campanella concreta su regreso a la ficción cinematográfica desde “Metegol” (2013). El ganador del Oscar por “El secreto de sus ojos” reúne a un elenco de lujo, encabezado por Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni y Marcos Mundstock, recluyendo a sus criaturas cinematográficas en decadencia en una fastuosa mansión aislada del ruido de la gran ciudad. “El cuento de las comadrejas” nos plantea un argumento plagado de cinismo, mordacidad y perversión, mostrando el lado más oscuro de la naturaleza humana. Un preciso mecanismo orquestado por el autor lleva la resolución de la intriga hacia el límite de lo moral, lindando con terrenos insospechados. Bajo esta condición, pone en marcha un relato que se valdrá de cuantiosas referencias a íconos de nuestra gran pantalla (como Alfredo Alcón y Daniel Tinayre), como sabrosos condimentos que Campanella disemina a lo largo de un relato que transita en tono de comedia negra, abrevando en la intriga policial. La excusa argumental le sirve a Campanella para centrar su interés en el personaje que compone Graciela Borges, vehículo para reflexionar acerca de las estrellas en decadencia y su perenne deseo por recuperar la gloria pasada; también los pecados de fama y la vacuidad de un mundo superfluo que mide su permanencia en el medio a través de éxitos, premiaciones y artificios. Allí, donde los premios trazan una alegoría sobre aquel brillo de antaño: la estatuilla dorada contrasta, notoriamente, con la obra escultórica que decora el jardín y guarda, dentro suyo, un macabro secreto. Para Graciela, luego de brillar en la impecable "La Quietud" (2018, Pablo Trapero), su ultimo rol en pantalla hasta la fecha resulta una absoluta delicia: interpretando a una actriz en la decadencia que vive de los recuerdos de su antiguo esplendor, Borges se permite más de una autorreferencia, burlándose del status de estrella que presume una diva otoñal. Singular resulta el caso de Luis Brandoni, quien vuelve interpretar a un artista plástico, como lo hiciera en el último film de Gastón Duprat, “Mi obra maestra” (2018). En este caso, en la piel de un actor frustrado aspirante a artista visual, ofrece un delicioso duelo interpretativo junto a Borges, con quien retorna a compartir cartel, después de “Tokyo”, dirigida por Maxi Gutiérrez en 2015. A pesar de contar con grandes intérpretes de nuestra escena, como Óscar Martínez y Luis Brandoni, se ofrecen sendas apariciones en roles un tanto limitados; no obstante, sus personajes se permiten reflexiones acerca del oficio cinematográfico: el narcisismo de toda estrella, el deísmo y divismo de directores y guionistas y la guerra de egos que se sucede durante cada filmación. Ejemplificando tales reflexiones, ese encuentro dentro de la gran mansión supone una especie de acto final interpretando una demencial ficción. Campanella potencia su explosivo cóctel satírico incluyendo a un ambivalente outsider proveniente del mundo inmobiliario: el personaje de Nicolás Francella -una sorprendente revelación- pasará de estafador a victimario, gracias al impiadoso séquito de estrellas septuagenarias que buscarán redimir viejas credenciales de gloria. Diálogos filosos y punzantes duelos de caracteres ponen en ridículo a sus protagonistas, dejando para el recuerdo memorables escenas, como aquella potente sobreimpresión del desencajado rostro del personaje de Borges sobre un celuloide, proyectando su antaña y gloriosa imagen, una metáfora que resignifica de modo cabal sus motivaciones. Gracias a estas virtudes, “El cuento de las comadrejas” se vislumbra como una moraleja sobre la ambición humana desmedida, en cualquiera de sus representaciones. En donde timadores se verán timados bajo un perverso juego de ficción que se mimetiza, peligrosamente, con la vida real. Con cinismo e ironía, Campanella indaga en la naturaleza humana y su condición intrínsecamente malvada, acaso en búsqueda de algún resabio de inocencia. No se presume haber encontrado rastros.
La supremacía del más astuto Un mundo en donde cada vez más la juventud te empuja a reinventarte, Juan José Campanella (El secreto de sus ojos, 2009) plantea la disyuntiva entre la novedad y la sabiduría que otorga la experiencia. La película cuenta la historia de una actriz Mara Ordaz(Graciela Borges) de la era dorada del cine argentino que comparte una mansión en decadencia con tres hombres: su esposo Pedro de Córdova(Luis Brandoni), un guionista Martin Saravia(Marcos Mundstock) y un director de cine Norberto Imbert (Oscar Martínez) con los que solía trabajar. Juntos, hacen lo imposible por conservar el mundo que han creado en su hogar ante la llegada de dos jóvenes que plantean la posible venta de la mansión. El director y guionista presenta un interesante uso del trasfondo de los personajes para la creación del universo de la película, con personajes que son del mundo del cine y constantemente rinde homenaje a esas producciones de la vieja escuela, resalta el uso de los encuadres aberrantes y sombras explorando su lado noir con las intrigas y el humor negro, con una paleta de colores sobria y su excelente apreciación del cine mudo. No obstante, esto puede llegar a ser un arma de doble filo y quitar credibilidad, puesto que el homenaje se transforma en cierta forma, en una parodia. El elemento más susceptible son los diálogos cuyo realismo fue degradado al punto de cuestionarnos la verosimilitud de toda la producción, por ser muy elaborados y no creíbles. Sin embargo, a pesar de las dificultades cuenta con actuaciones sólidas, entre las que destacan la de Clara Lago. Es agradable el buen uso de la música, sobre todo por la selección de clásicos universales. "Una historia simple, pero con buenos temas (la nostalgia, la autopreservación, los delirios de grandeza y el enfrentamiento generacional) con una que otra moraleja evidente, de humor mayormente forzado, se necesita de paciencia y atención para lograr empatía con la película."