Maternidad de laboratorio El Patrón: Radiografía de un Crimen (2014), aquella ópera prima en el terreno de la ficción del documentalista de larga data Sebastián Schindel, en su momento fue una verdadera sorpresa porque mediante una anécdota real muy sencilla, centrada en el asesinato de un empresario explotador por parte de su empleado carnicero del interior de la Argentina, el film conseguía no sólo un drama de exclusión social muy bien ejecutado sino también una obra que pintaba de pies a cabeza la corrupción miserable de las elites de prácticamente toda América Latina. El segundo largometraje de Schindel, El Hijo (2019), no llega a ser tan interesante aunque de todas formas se abre camino como una propuesta digna dentro del ecosistema casi siempre empobrecido del cine de género de producción nacional, ese que todavía necesita de un mayor apoyo a manos de un público prejuicioso adicto a Hollywood. La historia en esencia ha sido trabajada en múltiples ocasiones y se reduce a la fórmula del doppelgänger infantil y la condición de “loco inducido” de uno de los progenitores de la criatura en cuestión: Lorenzo (Joaquín Furriel, el que fuera el protagonista de El Patrón: Radiografía de un Crimen) es un pintor y ex alcohólico que perdió a sus dos hijas porque su pareja de antaño se las llevó a Canadá, por lo que está tratando de tener una suerte de “revancha existencial” con su nueva esposa, Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega dispuesta a tener un hijo con el susodicho. Cuando ella termina embarazada pronto se hace evidente que la mujer es partidaria de prescindir de los médicos y así trae a una especie de comadrona nórdica (Regina Lamm), quien junto a Sigrid pasa a controlar por completo el destino del niño después de nacer, marginando de modo tajante e inmediato al protagonista. Schindel vuelve a presentarnos al personaje de Furriel desde el inicio tras las rejas para contarnos -vía flashbacks y en paralelo- los detalles de un proceso judicial contra Lorenzo y ese pasado que constituye el marco narrativo principal del relato, en el que el hombre va ocupando de manera progresiva el rol que en términos de los engranajes paradigmáticos del thriller y el horror suelen tener las mujeres, léase el del personaje al que todos acusan de histérico y de decir cosas descabelladas en función de una “credibilidad social” marchita por su prontuario a la fecha. El guión de Leonel D’Agostino, a partir de un trabajo literario de Guillermo Martínez, apunta al suspenso y la claustrofobia jugando con la idea del padre de que el mocoso fue sustituido por otro y que el original está siendo sometido a vaya uno a saber qué experimentos por parte de Sigrid, exponente de esos delirios burgueses new age. Como afirmábamos antes, la película de original no tiene absolutamente nada debido a que a los tópicos hiper recurrentes del doble y el aislamiento, además se suman los recursos de los diálogos en lengua extranjera no traducidos, algo que también se usó en clásicos como De Repente, la Oscuridad (And Soon the Darkness, 1970), y de los testigos externos/ internos de los insistentes conflictos del clan, en este caso una pareja amiga interpretada por Martina Gusmán y Luciano Cáceres. Sin embargo Schindel saca a flote el film gracias a su maestría a la hora de apuntalar la tensión y un verosímil muy atractivo edificado alrededor de la denuncia de la clara discriminación contra los varones en el derecho familiar, núcleo camuflado de la obra en su conjunto en sintonía con el conservadurismo oscurantista de sociedades de impronta bien católica como la argentina. Sin volcar del todo el devenir hacia lo fantástico, justo como hiciese la similar y superior The Hole in the Ground (2019), El Hijo funciona como un reloj suizo de género que compensa con su prodigiosa ejecución lo que le falta en verdaderas novedades en relación a lo ya visto tantas veces, por suerte también criticando las payasadas de la maternidad “alternativa” y/ o de laboratorio en lo que atañe a los palurdos “no vacunas” y sus tristes homólogos de “alimentación especial”, bobos peligrosos e hipócritas que ponen en riesgo a los chicos por sus creencias y que unos meses después del nacimiento se sacan de encima al crío mediante guarderías o niñeras…
Sobreprotección y locura En su segundo largometraje de ficción el realizador argentino Sebastián Schindel, responsable de El Patrón: Radiografía de un Crimen (2014), emprende la adaptación de un galardonado cuento de Guillermo Martínez, Una Madre Protectora, un inquietante relato sobre una progenitora que no deja salir a su hijo y un padre abrumado por las decisiones maternas, cuento largo editado originalmente como relato final del libro de misterio y terror Una Felicidad Revulsiva (2013). Un talentoso pintor de más de cincuenta años, Lorenzo Roy (Joaquín Furriel), bohemio y alcohólico recuperado, divorciado y con dos hijas que viven en Canadá y que ya no ve desde hace mucho tiempo, comienza a sentirse desplazado de su rol cuando su esposa, Sigrid (Heidi Toini), una bióloga marina noruega con la que se ha casado recientemente, se obsesiona con el cuidado del embarazo y decide traer a una partera de Noruega para el nacimiento. Lorenzo intenta reencontrar su lugar y confirmar su rol a través de la introducción en la ecuación de una pareja amiga, Renato (Luciano Cáceres) y Julieta (Martina Gusmán), pero el clima se torna cada vez más insostenible en la lúgubre casona y Lorenzo explota cuando la madre y la mujer que cuida al bebé, Gudrun (Regina Lamm), intentan impedirle que lo lleve al médico ante un típico episodio de fiebre. De ahí en más el hombre pierde completamente el eje y termina internado en un instituto psiquiátrico cuando no reconoce al niño y denuncia a la madre por haberlo intercambiado. Con un guión de Leonel D’Agostino, coescritor de Nieve Negra (2017) junto al director Martín Hodara, y el asesoramiento del propio autor del cuento, Sebastián Schindel adapta el relato a través de flashbacks y cambia el punto de vista del narrador creando una historia sobre la sobreprotección, las diferencias culturales y las problemáticas de la maternidad y la paternidad, combinando el suspenso y la psicología con muy buen resultado. El Hijo (2019) utiliza metáforas y alegorías sobre todas las cuestiones que trabaja y hace hincapié en la incomunicación y la extrañeza en un thriller psicológico que por momentos roza el terror. A pesar de la complejidad de la obra literaria original, la película no se empantana en las subtramas y modifica el cuento para fortalecer la funcionalidad cinematográfica del film en una obra con muchas capas que se van revelando de a poco. El film exacerba el estrés de tener un hijo a partir de los cambios que la paternidad y la maternidad introducen en la vida de los personajes, transformación radical que implica asumir una gran responsabilidad. Schindel también trabaja lateralmente la contraposición siempre presente en nuestra social alrededor de la rigidez y templanza que demanda la ciencia y la plasticidad y la exaltación de la vida por parte del arte a través de las personalidades contrapuestas de la madre y el padre enfrentados por la crianza y el cuidado del bebé, aunque sin encasillarnos. El relato también hace hincapié en el sentimiento de inutilidad del padre y en la falta de conexión del susodicho con el hijo, todos miedos latentes de nuestra sociedad respecto de la reproducción. El director del documental sobre el Palacio Barolo, El Rascacielos Latino (2012), maneja muy bien el suspenso y la complejidad de la trama y las actuaciones son en general aceptables, destacándose principalmente Regina Lamm en su papel de matrona noruega de antaño. La fotografía de Guillermo Nieto, responsable del rubro en La Luz Incidente (2015), el film de Ariel Rotter, y la banda sonora de Iván Wyszogrod, responsable de la música de Aniceto (2008), el último film de Leonardo Favio, son los principales pilares de una combinación de tensión visual y sonora que la película maneja con destreza técnica para crear una obra que indaga en los límites de la maternidad y la paternidad y qué ocurre cuando estos límites son cruzados desoyendo los mandatos sociales. El Hijo es así un film para adentrarse hipnóticamente en una historia perturbadora donde la locura es puesta en cuestión y lo no dicho y lo fuera de plano son ejes importantes de un relato que da indicios sobre lo que realmente está ocurriendo para que el espectador quede atrapado en la narración y construya en su mente su propia película.
Tras haber desarrollado una interesante carrera en el documental (sobre todo, en el dedicado a la música, como en los casos de Rerum Novarum y Mundo alas) y haber dado un primer paso en la ficción con El patrón (2014), el realizador Sebastián Schindel estrena El hijo (2019). Se trata de la transposición del cuento “Una madre protectora”, del escritor Guillermo Martínez. - Publicidad - El rumbo que tomó Sebastián Schindel para su segundo largometraje de ficción es muy distinto al de su primer film. Si en El patrón el relato se ajustaba a un realismo naturalista, óptimo para mostrar con crudeza el maltrato que sufría su personaje protagónico (un casi irreconocible Joaquín Furriel), con El hijo Schindel le da forma a una película que se distancia de la denuncia para amoldarse a una situación pesadillezca. Furriel compone en esta oportunidad a Lorenzo, un ex alcohólico y pintor de obras que rememoran el arte de Goya. Su esposa, Sigrid (Heidi Toini), es una bióloga noruega con la que convive en una casa imponente. Su frialdad tal vez refleje la zona más oscura de su marido, reservada al pasado y la pasión con la que impregna la tela de sus cuadros. Lorenzo tiene también otro problema; tras haberse divorciado de su primera esposa, perdió contacto con sus hijas cuando se fueron a vivir a Canadá. Su deseo, entonces, pasa por tener una paternidad presente. ¿Pero eligió a la persona correcta? Como contrapunto de esta pareja, está la que componen Martina Gusmán (una abogada que supo ser su novia y alumna) y Luciano Cáceres. Ellos lo asistirán cuando, luego de ser padre, comiencen a sucederse una serie de eventos que lo dejan al margen del cuidado de su hijo. Ya como madre, Sigrid seguirá siendo asistida por la compatriota que la ayudó a parir (en su propia casa y a espaldas del padre: dato no menor): una mujer de mirada y actitud dura que encuentra en la máscara de Regina Lamm a la actriz ideal. No conviene adelantar más sobre esta trama que tiene sus puntos de giro y que toma contacto con algunos aspectos de El patrón, como por ejemplo la imposibilidad de actuar en un contexto opresivo (social en aquel film, más íntimo y siniestro –en términos freudianos- en este otro). La síntesis temática de El hijo parece reposar dentro de los lazos entre arte y ciencia, cordura y locura; ejes que condensan el derrotero de Lorenzo. En sus mejores secuencias, la película de Schindel traslada el pesar del pintor hacia la platea y la obliga a repensar cuánto hay de verdad y cuánto de mentira en las presunciones que el relato va tejiendo. El final, a tono con esta observación, reduplica la ambigüedad y deja de este modo la posibilidad de que cada espectador imagine su propio Mal.
En 2015 se estrenó “El Patrón: Radiografía de un crimen”, una de las películas nacionales más destacadas de los últimos años, dirigida por Sebastián Schindel y protagonizada por Joaquín Furriel, quien interpretó uno de los mejores roles de su carrera al encarnar a un peón de campo que empieza a trabajar como carnicero para el inescrupuloso dueño de la cadena. Cuatro años después, el director y el actor vuelven a trabajar juntos para llevar a la pantalla grande “El Hijo”, film basado en la nouvelle homónima de Guillermo Hernández, que se centra en Lorenzo, un pintor de 50 años, que luego de un primer matrimonio fallido del cual nacieron dos hijas a las que no ve, decide reconstruir su vida. Con su nueva esposa, Sigrid, están esperando un niño, pero durante el embarazo ella empezará a tener un comportamiento un tanto obsesivo que va a tensar la relación entre ambos. Con el nacimiento del mismo la situación se volverá todavía más compleja, creando un vínculo oscuro y peligroso. “El Hijo” es un thriller intenso, que trabaja con dos hilos temporales paralelamente. Por un lado, lo vemos a Lorenzo desorbitado, al borde de la locura, porque cree que su mujer se comporta de una manera muy extraña con un hijo al que él no reconoce. Y, por el otro, tenemos la reconstrucción desde el inicio del embarazo hasta la actualidad para conocer cómo se llegó a esa extrema situación. En este sentido, el film trabaja muy bien la atmósfera opresiva que se vive en el hogar, donde el protagonista comienza a ser un extranjero en su propia casa, y el clima de tensión constante que se va acrecentando con el correr de la historia y con la revelación de indicios cada vez más complejos e impactantes, que quedarán a la merced del espectador, quien deberá participar activamente en juzgar o creerle al protagonista. El director no busca explicar por demás ningún hallazgo, sino dejar que la imaginación del público juegue un rol fundamental a la hora de terminar de interpretar la trama. Además de generar el clima deseado que requiere el género thriller, la película se beneficia de su elenco. Principalmente de Joaquín Furriel, que vuelve a encarnar a un personaje complejo, que poco a poco va abrazando la locura. El actor tuvo que encontrar el punto justo entre la coherencia y el desborde emocional para interpretar a Lorenzo, quien no solo expresa los sentimientos a través de palabras, sino sobre todo de gestos y miradas. El protagonista está bien secundado por Martina Gusmán, quien posee un rol clave a la hora de desentramar el misterio de la trama, Luciano Cáceres, quien viene a significar una especie de comic relief en la historia y Heidi Toini y Regina Lamm, quienes representan la fuerza antagónica dentro del relato. Mientras que Toini (Sigrid) se muestra simpática por fuera, pero cínica en su interior, Lamm, quien se pone en la piel de una partera y niñera noruega, se vuelve una villana más visible y potente, sobre todo porque sus diálogos están completamente narrados en noruego sin subtítulos, por lo que el público no podrá entender qué es lo que está diciendo, sino que, nuevamente, quedará todo en su imaginación. Lo interesante de los personajes secundarios es que no solo son funcionales a la trama y existen en consonancia con el protagonista, sino que también poseen sus propios arcos que se van desarrollando dentro de la historia macro. Por otro lado, además de crear una historia atractiva de misterio, el film busca reflexionar acerca de cuestiones actuales como el tema de la maternidad y la paternidad, las distintas posibilidades de llevar adelante un embarazo y un parto (la disputa entre tener a un hijo en la casa o en el hospital, los riesgos, los beneficios), las enfermedades que puede tener una mujer y que pueden afectar al bebé, los derechos de los padres sobre los niños (qué corresponde, qué no), entre otras cuestiones, que generarán un posterior debate según la posición de cada espectador. En síntesis, Sebastián Schindel vuelve a entregarnos un thriller atractivo, intenso, que va generando una atmósfera cada vez más opresiva, a través de las distintas pistas que le ofrece al espectador que terminará decidiendo sobre el propio juicio del protagonista. Muy buenas interpretaciones de parte de todo el elenco y la posibilidad de no solo entretenerse durante film, sino también reflexionar sobre aspectos de la vida cotidiana que están en boga.
Relato que adapta a la pantalla grande Una madre protectora de Guillermo Martínez, es una potente y lograda experiencia que de a poco se transforma en una pesadilla para el espectador. El sueño y anhelo de ser padre de Lorenzo (Joaquín Furriel) se termina convirtiendo en tragedia para todos. Propuesta de género que atrapa y tensa, que asfixia y no da respiro y en donde la dupla Schindel/Furriel logran una vez más un trabajo excelso.
Radiografía de una fórmula Es interesante seguirle la carrera a un director para ver que sigue después de una película inesperada pero posible (en términos de modo de producción); eso es lo que sucede con Sebastián Schindel, quien, tras dirigir una serie de documentales, pegó un volantazo y apostó por el cine de género con El Patrón, radiografía de un crimen (2014). Su siguiente película es El hijo, génerica también pero lejos del corte realista de su film anterior, apoyada sobre diferentes influencias y modelos ya transitados muchas veces por el cine de suspenso, subgenero “preocupación por la maternidad/paternidad”. Más cerca de un Polanski que de un Cronenberg gráfico, Schindel se detiene en los momentos característicos: la búsqueda de la descendencia, la transmisión de la noticia del embarazo, las discusiones sobre temas relacionados al acondicionamiento de una casa por la llegada del niño o la niña, la transformación de la relación de pareja y la proyección de situaciones futuras ya como familia. Las mejores decisiones están ahí, en esas recurrencias. El comienzo de la película presenta a la pareja: Lorenzo, un artista plástico (Joaquín Furriel), y Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega que realiza un posgrado en Buenos Aires, teniendo sexo de una manera rara en un encuadre igual de extraño, que los muestra por la mitad casi desde la subjetiva de alguien que espía. La comunicación del resultado positivo de un test de embarazo es trasmitida con incomodidad, detrás de una cocina en una muestra de arte y después de una discusión entre ambos. Schindel logra moldear este clima de rareza por la inversión de la situaciones clásicas; donde debería haber placer o goce hay extrañeza, donde debería haber dicha hay apatía, y ni hablar del momento del parto, que se presenta fuera de campo e ilustrado sonoramente por gritos, gemidos y diálogos en noruego. Si algo le faltaba a esta atmósfera era un personaje misterioso, el de un niñera noruega (una perfecta Regina Lamm) traída por Sigrid para ayudarla en su tránsito por la maternidad aunque sin el aval de Lorenzo, lo que provoca una mayor rispidez entre los flamantes padres. Los problemas aparecen cuando se precisa del suspenso. En unos engranajes poco aceitados está la raíz de lo anodina que resulta la segunda parte de la película, como si se tratara de un depresión posparto que se traslada a la historia. La barranca abajo sufrida por Lorenzo se desata a un ritmo acelerado, en oposición a la cadencia más calma y precisa que tenían los movimientos narrativos. También hay una diferencia y es que las recurrencias se transforman en lugares comunes porque se desplazan del arquetipo al estereotipo. La historia de clima laberíntico se disipa a merced del relato resolutivo, con el fin de no dejar hueco por tapar en términos argumentales. Un final supuestamente abierto pretende encubrir esa estrategia. En la última secuencia la trama pesadillesca desde el punto de vista paterno se pierde para darle un espacio enorme al golpe de efecto, una tentación que Schindel había sorteado con ingenio y efectividad hasta entonces. Estas debilidades de guión se ocultan un poco gracias a las fortalezas del thriller que el director maneja hábilmente, en especial en los espacios bien cerrados dentro de la casona en la que vive la pareja, pues convierten un gran espacio en uno claustrofóbico. Hay un riesgo temático en transponer esta novela de Guillermo Martínez que está anclada en la mirada paterna sobre el embarazo y una posterior lucha por los derechos de la patria potestad. Aunque tal recurso sobrevuela sin mucho peligro las zonas grises de dicha cuestión, las interpretaciones maliciosas podrían estar a la orden actual de un progresismo mal entendido. El hijo es otro ejemplo cristalino del uso de los géneros para tratar ciertos temas sin ponerlos en un primer plano; el subtexto siempre tiene un grado de efectividad más certero por sobre el subrayado, un problema que el cine argentino tiene pendiente, y es así que la resolución de fórmula hace que esta película se asemeje a esos thrillers ramplones producidos por TELEFE, los que priorizan poner siempre a las mismas estrellas en papeles supuestamente arriesgados pero que obedecen a los mandatos narrativos sin vuelo ni pasión. Schindel, sin ser esta una película fallida, tiene las cualidades para seguir explorando el cine de ficción en el panorama algo difuso del cine argentino, poco certero en el uso noble de los géneros textuales.
Lorenzo (Joaquín Furriel), un artista plástico cincuentón, intenta rearmar su carrera y su vida afectiva. Tras una tortuosa experiencia familiar que incluyó la pérdida de la tenencia de sus hijas y un alcoholismo que le ha dejado secuelas, ahora tiene una nueva esposa, una bióloga llamada Sigrid (la noruega Heidi Toini), que queda embarazada y permite augurarle una segunda oportunidad en el terreno de la paternidad. Pero desde el inicio (porque el film está narrado con permanentes saltos temporales) sabremos que las cosas no le han salido demasiado bien a nuestro antihéroe. Sin spoilear (como buen thriller las definiciones y resoluciones de los diferentes enigmas llegarán muy cerca del final), Lorenzo debe enfrentar diversos conflictos judiciales y allí entrarán a jugar dos personajes secundarios, pero esenciales: su amigo Renato (Luciano Cáceres) y Julieta (Martina Gusman), una abogada que está en pareja con Renato y que alguna vez estuvo fue alumna y luego novia de Lorenzo. En principio, ambos serán muy comprensivos y solidarios con el protagonista, pero ellos también están inmersos en su propio drama porque no pueden tener hijos. Es que la paternidad (y de forma lateral la maternidad) está siempre en el centro de este thriller psicológico tan potente como incómodo, tan provocador como fascinante, tan sorprendente como inquietante. Es cierto que no todas las escenas resultan tan fluidas, elegantes y sutiles como este tipo de propuestas requieren, pero -más allá de ciertos subrayados y de algunos deslices en la parte final- el realizador de El Patrón, radiografía de un crimen ratifica su solvencia como narrador, su capacidad para la dirección de actores y, sobre todo, para la construcción de atmósferas ominosas (por momentos, en especial con la aparición en el caserón de una amenazante partera de origen alemán interpretada por Regina Lamm, hasta coquetea con acierto con el género de terror) con la ayuda del siempre talentoso DF Guillermo “Bill” Nieto (Leonera, La luz incidente, No dormirás). Del realismo de El Patrón, radiografía de un crimen a una fábula que se va enrareciendo cada vez más hasta llegar a lo surreal y lo pesadillesco en El hijo, la dupla Schindel-Furriel construye otra convincente exploración sobre la manipulación psicológica. En su segundo largometraje de ficción, el director de documentales como Rerum Novarum y Mundo Alas explora con más hallazgos que carencias, con más apuesta al riesgo que descanso en fórmulas probadas, cuestiones como la obsesión, el control, la culpa, y los traumas que se acumulan y regresan. Así, la película, ambigua y perturbadora, nos obliga siempre a reflexionar sobre cuestiones sobre las que creemos tener posiciones tomadas e inamovibles. No se trata de un mérito menor.
Sebastián Schindel da a luz a su segunda criatura, “El Hijo”, un thriller cargado de misterio inspirado en la novela “Una Madre Protectora” de Guillermo Martínez. Lorenzo (Joaquín Furriel) es un reconocido pintor que espera la llegada de su hijo el cual tendrá con su nueva esposa noruega (Heidi Toini). Durante el embarazo, ella se obsesiona con el cuidado del bebé y decide tenerlo en su propia casa con una partera (Regina Lamm). Una vez que nace el niño, la mujer se vuelve muy rígida y estricta con la forma en que desarrolla su maternidad, y Lorenzo comienza a sentirse aislado y oprimido por su mujer y la partera. El ambiente familiar empeora progresivamente, su hogar se vuelve completamente hostil para la crianza de su hijo y la relación con su mujer entrará en zonas oscuras, hacia un vínculo peligroso. A la hora de adaptar una novela es sano y hasta diría necesario tomarse ciertas licencias en post de aprovechar los recursos del lenguaje cinematográfico. El uso de dos líneas temporales, fusionar personajes y un final distinto son algunos ejemplos que funcionan perfectamente en esta cinta dándole identidad propia. Para esto el director contó con el trabajo en conjunto del autor de la pieza original certificando que estos cambios funcionales no se alejen del sentido y esencia del libro. La locura y lo real, la familia y la maternidad atraviesan de lleno esta película envuelta de una gran atmósfera. Logra transmitirnos toda esa sensación de sordidez, rareza y desesperación ante el hecho de ver a nuestro protagonista siendo incomprendido y expatriado de su propia casa. Y ya que de protagonista hablamos, cabe destacar que en materia actoral no hay fisuras. No quedan dudas que Joaquín Furriel se siente cómodo trabajando con Schindel, y este sabe sacar lo mejor del actor (como sucedió en la primogénita “Patrón, radiografía de un crimen”) en un rol nada fácil. La enorme Martina Guzmán (actriz que se dio el lujo de sentarse a debatir películas con Robert De Niro como jurada en el festival de Cannes) como coprotagonista de lujo. Luciano Cáceres en esta oportunidad es quien nos da respiro entre tanto ahogo con su personaje pero que, a su vez también goza de un arco dramático. Heidi Toini y Regina Lamm (que aprendió noruego para este rol) completan este elenco con sólidas actuaciones. Su temática maternal y, la antes mencionada, atmósfera nos remiten de algún modo a “Madre!” de Darren Aronofsky. Director por el que Schindel tiene especial debilidad y que presenta clara fuente de inspiración. Me gusta insistir en las películas que precisan de espectadores activos y atentos. Que lejos de sentarse a ser entretenidos tengamos que estar construyendo e interpretando. “El Hijo” tiene material para esto. Te invito entonces a que a partir del 2 de Mayo puedas completar el film con tu mirada. Por Matías Asenjo
Luego de haber impactado con El Patrón: Radiografía de un crimen-2014-, también protagonizada por Joaquín Furriel, el director Sebastián Schindel estrena su segundo trabajo al adaptar el cuento "Una madre protectora” del escritor Guillermo Martínez. El hijo es un relato que se mueve entre la cordura y la locura, entre el thriller y la pesadilla cotidiana, pero también roza el terror sin instalarse en ese registro. Lorenzo -Joaquín Furriel- es un pintor que se recupera del alcoholismo, del fracaso de un matrimonio anterior y tiene dos hijas en Canadá a quienes no visita. Cuando su nueva mujer Sigrid -Heidi Toni-, una bióloga marina noruega, queda embarazada, se abre un nuevo panorama para su vida. Sin embargo, ella toma la decisión de traer a una rígida enfermera nórdica -Regina Lamm- para que el bebé nazca en la casa y no en un hospital, lo que desencadenará en una serie de eventos misteriosos. Schindel alterna pasado y presente en esta película que va suministrando la información que sirve para reconstruír un complejo rompecabezas cuando Lorenzo afirma: "Mi hijo está en peligro". El film expone las realidades de dos parejas buscando un vástago. Por un lado, Lorenzo y Sigrid, y por otro, Julieta -Martina Gusmán-, una abogada, y Renato -Luciano Cáceres-, los amigos de Lorenzo que estarán presentes cuando éste pida ayuda. El clima plasmado en la pantalla navega entre la obsesión y la idea de peligro constante que amenaza la "tranquilidad familiar", ya que no queda claro si lo que ocurre es real o sólo sucede en la mente de Lorenzo. La "sustitución" del pequeño recién llegado llevará a borronear algunos límites. Los tópicos de maternidad, paternidad y el hecho de prescindir del cuidado médico corren los ejes de lo cotidiano y los vínculos se alteran. A la solidez del elenco, en el que sobresalen un Furriel postergado de su paternidad y luchando contra una realidad que no termina de comprender, y una Regina Lamm con un máscara amenazante, se suman rubros técnicos de primer nivel y una pincelada final que el mismo espectador deberá buscar para cerrar el círculo.
Cuando empieza El hijo adivinamos que algo malo ha pasado, aunque todavía no sabemos qué. Lorenzo, un artista plástico que ronda los cincuenta años, se ha metido en problemas, pero deberán pasar varios minutos para que se sepa todo lo que ha ocurrido. Luego de una mala experiencia como padre y esposo Lorenzo ha rearmado su vida, la llegada de un hijo parece la mejor de las noticias, pero a medida que avanza la historias sabemos que su mujer, bióloga, tiene un plan diferente a lo que él imagina. En los títulos del comienzo la película ya remite al cine pesadillesco de David Cronemberg, en particular Dead Ringers (1988). No se sabe si estamos frente a un drama familiar, una película policial o una película de terror. En esa ambigüedad El hijo encuentra todo su interés, su suspenso y su logrado clima. La película está claramente por encima del promedio de los estrenos locales, tiene ideas no solo visuales sino también narrativas, manteniendo siempre una calidad que permite entrar en la historia, sufrirla y disfrutarla a la vez. Tal vez el desenlace esté por debajo de todo lo previo, tal vez porque en algún momento hay que llegar a un cierre, no importa que tan ambiguo sea. La película consigue su objetivo con altura cinematográfica indiscutible, algo no siempre común en la enorme pero muy despareja producción nacional que crece año tras año.
El bebé de Lorenzo Sebastián Schindel (El Patrón, radiografía de un crimen) se mete en camisa de once balas con El Hijo (2019) y sale airoso. Porque transita un género poco explorado en el cine argentino (el thriller psicológico con tintes fantásticos) y porque se sumerge en un miedo masculino post parto en tiempos feministas. El resultado es una película correcta desde la forma e inquietante desde el contenido. Lorenzo (Joaquín Furriel) tiene un hijo con su nueva esposa (la actriz noruega Heidi Taoini). Él es un pintor obsesionado con los moluscos que su mujer bióloga estudia en el laboratorio montado en el sótano de su casa. Se siente aislado en las decisiones sobre el cuidado del niño y la sospecha acerca de un complot crece en su cabeza. Paralelamente a estos hechos vemos a Lorenzo preso y con orden de restricción para ver a su hijo. Quién lo ayuda a destrabar el conflicto legal es su amiga y abogada (Martina Gusmán) en pareja y también buscando tener un hijo con Renzo (Luciano Cáceres). El misterio sobre si Lorenzo está loco y tiene razón es el quid de la cuestión en la película. Basada en el cuento Una madre protectora de Guillermo Martínez, la película se aleja de cualquier atisbo de costumbrismo -por suerte- del cine nacional y sigue los tópicos de género del cine americano. El relato de misterio llega a límites truculentos y casi perversos en el desarrollo psicológico del protagonista mediante una narración clásica convencional que se torna potente en el tema abordado: los miedos de un padre a ser “desplazado” en los primeros meses de vida de su hijo. Como buen cine clásico estos miedos son representados con un argumento que se codea con el terror al mejor estilo de David Cronenberg (los moluscos y la monstruosidad) o Roman Polanski (el film puede pensarse como una reescritura del El bebé de Rosemary pero a la inversa). Lo interesante de El Hijo es que tiene riesgo, porque aunque carezca de virtuosismo visual (como en el cine de Yorgos Lanthimos por ejemplo), sabe qué mostrar y que no con precisión. Y en una película de terror psicológico con tintes fantásticos es fundamental para sostener la ambigüedad hasta los últimos minutos. Pero claro que lo más controversial es desde dónde se posiciona con respecto a la maternidad. En un momento de sensibilidad social acerca de los derechos de las mujeres vulnerados (parto respetado, femicidios) la película elige un punto de vista opuesto para hacer un “reclamo” sobre el espacio dado al hombre luego del parto. Sobre el final, con el personaje de Martina Gusmán se compensa la balanza. El Hijo tiene la inteligencia de trabajar desde el género y sostenerse como una fantasía para representar los miedos psicológicos. En esa delgada línea entre la fantasía y la realidad Sebastián Schindel apuesta por un relato tan atípico como astuto que entrega verdaderos momentos terroríficos.
Cuatro años después de la genial: “El Patrón, Radiografía de un Crimen”, la misma dupla conformada por el director Sebastián Schindel y el actor Joaquín Furriel, vuelve a presentar una historia de suspenso, aunque no tan efectiva como la antes mencionada. En éste caso Lorenzo (Furriel) es un artista plástico dedicado a la pintura de cuadros, ex alcohólico, y padre de dos hijas a las que no ve, ya que su madre se las llevó a vivir a Canadá. Al iniciar una nueva pareja con Sigrid (Heidi Toini) una bióloga noruega, siente que tiene una nueva oportunidad en el amor, y cuando su mujer le dice que está embarazada,también en la paternidad. Pero todo se volverá oscuro y confuso cuando a partir de la gestación Sigrid cambie de carácter y actitud radicalmente. Trae a una partera/niñera/asistente (interpretada por Regina Lamm) que sólo se comunica en su idioma de origen dejando al padre fuera de toda posibilidad de integración. Entre las dos planean el parto en el hogar y si bien Lorenzo está de acuerdo al principio, comienza a desesperarse cuando advierte que el arreglo entre su mujer y esa tercera persona que habita el hogar lo excluye de momentos cruciales, (no diré cuáles), y de otras decisiones y conversaciones puntuales. Su segunda ex mujer lo acusa ante la Justicia, por lo que le pide a su amiga Julieta (Martina Guzmán) y pareja de Renato (Luciano Cáceres), que es abogada, que lo ayude, pero es poco lo que pueden hacer. El guión de Leonel D’Agostino basado en el cuento de Guillermo Martínez, “Una Madre Protectora”, resulta algo confuso y aunque maneja algo de tensión y tiene un elenco sólido, está a años luz de la ópera prima de Schindel. Una pena. . ---> https://www.youtube.com/watch?v=EPEcJFD1BlM DIRECCIÓN: Sebastián Schindel. ACTORES: Joaquin Furriel, Martina Gusman, Luciano Cáceres. ACTORES SECUNDARIOS: Heidi Toini, Regina Lamm. GUION: Leonel D`Agostino. FOTOGRAFIA: Guillermo Nieto. MÚSICA: Iván Wyszogrod. GENERO: Thriller . ORIGEN: Argentina. DURACION: 92 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años DISTRIBUIDORA: Energía entusiasta FORMATOS: 2D. ESTRENO: 02 de Mayo de 2019
El Hijo es un thriller psicológico nacional dirigido por Sebastián Schindel (El Patrón, Radiografía de un Crimen) y escrito por Leonel D’Agostino. Basado en la novela Una Madre Protectora de Guillermo Martínez, el reparto incluye a Joaquín Furriel, Martina Gusmán (Leonera, La Quietud), Heidi Toini, Luciano Cáceres, Regina Lamm, entre otros. La producción corre por parte de Buffalo Films y DirecTV. El pintor Lorenzo (Joaquín Furriel) está en pareja con la bióloga noruega Sigrid (Heidi Toini), con la cual pretende tener un nuevo comienzo ya que las cosas no terminaron bien con su familia anterior, ahora residida en Canadá. Cuando Sigrid queda embarazada, ésta rápidamente contrata a Gudrum (Regina Lamm), una señora nórdica que se instala en la casa con motivo de brindar ayuda los meses previos al parto. A medida que pasan los días, Lorenzo quedará más y más relegado de las conversaciones que mantiene su esposa con Gudrum. En contra de las cesáreas y las visitas al médico, las acciones de Sigrid desconcertarán a Lorenzo tanto durante como después del nacimiento, haciendo que el pintor recurra a su amiga abogada Julieta (Martina Gusmán) para velar por la seguridad del pequeño Henrik. Con claras influencias de El Bebé de Rosemary (1968) y más de una película de Darren Aronofsky, Schindel utiliza a su actor predilecto para construir una historia intensa, atrapante y ambigua sobre la paternidad. Con una tensión que va in crescendo, el mérito de este filme radica en que el director nunca subestima al espectador, más bien lo deja interpretar lo que quiera utilizando su imaginación, claro ejemplo de que no es necesario mostrar todo lo que está sucediendo para generar miedo. La atmósfera creada y la música son un gran aporte a esta cinta que no está contada de forma lineal, aspecto bien utilizado ya que desde un principio se puede reconocer cuál es el presente y pasado del personaje principal. Por otro lado, resulta una excelente decisión haber elegido a una actriz noruega para interpretar el papel de Sigrid. El idioma escandinavo no está subtitulado, por lo que como espectador también nos quedamos afuera, al igual que Lorenzo, de qué es lo que están planeando Sigrid y Gudrum. Inyecciones, cuadros sangrientos, libros sobre la evolución del feto y un misterioso sótano son solo algunos de los elementos que consiguen hacernos dar cuenta de que algo extraño está pasando en el hogar. A su vez, ya desde un primer momento se puede notar que la pareja de Lorenzo y Sigrid no está en la misma sintonía. La diferencia entre una persona nórdica y otra argentina está latente todo el tiempo, y tanto Furriel como Heidi Toini nos hacen preguntarnos qué es lo que llevó a estos dos individuos a estar juntos. Los actores demuestran que pueden tener una faceta para con el otro pero a su vez por dentro ser completamente distintos. Luciano Cáceres, que interpreta al marido de la abogada, tiene un par de escenas para alivianar la oscuridad del relato y, gracias al guión y su actuación, lo consigue con éxito. Además, la seriedad y mirada vigilante de Regina Lamm logra incomodarnos siempre que aparece en pantalla. El Hijo se convierte en un más que buen exponente del género en Argentina. Sin ser original, la película demuestra que tanto con buenas actuaciones como con un buen guión se puede armar un producto cinematográfico súper interesante donde la ambigüedad es la clave para el disfrute.
El segundo opus de ficción de Sebastián Schindel, "El hijo", es un brillante trabajo sobre las posibilidades de trabajar un guion de género en diferentes carriles. Con el estreno de Melinda y Melinda, Woody Allen proponía un juego de espejos dobles en el cual, partiendo de un mismo punto, una historia podía ser contada dese un prisma trágico o de comedia. Sin adentrarse en las teorías de Nietzche sobre la esencia de la vida, "El hijo", el nuevo film de Sebastián Schindel también pone en ejercicio un desafío a través de los géneros, en el cual los elementos de uno pueden ser aplicados en otro para armar algo así como una nueva fórmula. Para aclarar el panorama; por su historia y varios ítems de su desarrollo, "El hijo" podría ser perfectamente un thriller de terror con un halo de fantasía o sobrenatural. Pero el realizador de "El patrón" aborda un resultado diferente, lleva el ritmo a otro ámbito, y lo asemeja más al suspenso, con fuertes pinceladas de drama, y una especial atención a hechos realistas. Lo que pudo ser un híbrido inter géneros sin definirse, termina siendo una película de misterio fascinante y atrapante de comienzo a fin. Desde la primera escena advertimos que la cosa será diferente. La mecánica es similar a "El patrón"; un hombre cometió un crimen, está detenido y prontamente juzgado por el mismo. Su abogada será quien deba llevar adelante una investigación hasta lograr la verdad sobre lo que ocurrió. Juegos de flashbacks y flashforwards aceitado y constante; relato en dos tiempos diferentes. Lorenzo Roy (Joaquín Furriel) es un artista plástico, bohemio de clase media establecida, casi alta; casado recientemente con Sigrid (Heidi Toini), una científica, bióloga noruega. El mayor deseo es poder tener un hijo con ella, ya que cuenta con algunas frustraciones pasadas; sus problemas con un alcoholismo ¿ya superado? lo alejaron de sus dos hijas que ahora residen en Canadá. Tras varios intentos, Sigrid finalmente queda embarazada. Cuando la felicidad debería ser plena, ahí comienzan los problemas. La mujer se muestra renuente a los médicos tradicionales, quiere un parto en el hogar, y rechaza la atención paso a paso con un obstetra; además de aplicarse ella misma un tratamiento. Para cuando el bebé finalmente nazca, las cosas se complicarán aún más. Sigrid se encierra en sí misma; trae a una niñera profesional de su país realmente extraña (Regina Lamm), y aparta a Lorenzo de las decisiones sobre la crianza, como someter al niño a determinados rigores científicos. Lorenzo irá perdiendo cada vez más el control de la situación, al punto de no reconocer en ese bebé a su hijo. Martina Gusmán y Luciano Cáceres, serán Julieta y Renato, una pareja amiga (además ella será la abogada de Lorenzo), que también busca infructuosamente tener un hijo, y la mirada externa del espectador. Son varios los paralelismos que pueden trazarse entre el armado narrativo de El patrón y El hijo. Las sucesivas entrevistas en el presente que llevan a hechos episódicos trascendentales del pasado; la abogada como conductora; y la estructura similar a un expediente. Claramente no son films similares porque sus historias son muy diferentes, pero Schindel se las ingenia para llevarlas a un terreno propio que sigue funcionándole de maravillas. El desafío para la platea será saber cuál es el delito que ¿cometió? Lorenzo; y si realmente él tiene razón sobre el comportamiento errático de Sigrid y la pertenencia del niño; o es todo producto de una persecución mental propia de los fantasmas del pasado; ¿Tendrán Julieta y Renato algo que ver? El guion del experimentado Leonel D’Agostino, basado en una novela de Guillermo Martínez, arroja pistas y datos de todo tipo para jugar con la percepción del espectador. La idea es que dudemos de todo(s), y lo logra. Permanentemente invade un halo de confusión, de no tener claridad sobre lo que está ocurriendo y lo que puede ocurrir; y eso es lo que nos mantiene vibrantes durante una hora y media que fluyen rapidísimo. Schindel, que ya probó ser un eximio documentalista con muchísima sensibilidad; vuelve a probarse en la ficción y en el terreno policial como en su film predecesor. Si bien "El hijo" no posee la vena de denuncia social de "El patrón", y es un relato de género más tradicional; sí logra meterse casi lateralmente en un debate sobre el rol del padre durante la maternidad. Cada espectador podrá otorgarle su propia mirada al asunto, más o menos comprometida. La realidad es que "El hijo" no parecería tener mayores intenciones que las de narrar un thriller de género, y en todo caso, plantar una semilla para un debate externo. Los hilos, que perfectamente podrían haber sido los del terror básico no explícito; se abordan más dentro del drama, el suspenso, y el misterio permanente. Esto no sólo la convierte en una propuesta diferente a lo habitual, logra que nos comprometamos más con lo que sucede. La vena sensible del realizador vuelve a despertarse a la hora de acercar esta historia al plano de lo real y posible. Desde una fotografía de máxima precisión, una banda sonora envolvente, y un montaje ligero y dinámico; aquí el relato se presenta como una gran propuesta de valores técnicos altos. En nada se diferencia a otras películas, hasta hollywoodenses, de mayor presupuesto. En este sentido, sale a competir de igual e igual, y gana. Joaquín Furriel demuestra una vez más que es uno de los mejores actores de su generación. Cada personaje suyo es una composición distinta; y de la mano de Schindel parece encontrar sus mejores armas. Lorenzo tiene piel de cordero, se lo nota sufrido y conflictuado; pero debajo de esa piel de cordero puede esconderse un lobo, o no. Trabaja desde los gestos, los detalles, verlo es un verdadero festín. Heidi Toini asume un desafío complicado ¿es o no una villana? La actriz noruega se complementa a la perfección con el elenco argentino. Posee anti química con Furriel, y obviamente, la gelidez natural nórdica ayuda, mucho. Un gran hallazgo de casting. Gusmán y Cáceres son quienes menos espacio tienen para moverse, parecieran no ser personajes de mayor peso. Sin embargo, el guion depara algunas vueltas, y los actores se las ingenian para destacarse. Ambos son las guías humanas del film. Quien merece aún más elogios, sorprende, y dan ganas de batir palmas hasta que quedan rojas, es Regina Lamm. La actriz de larga trayectoria está plena. Su personaje en otras manos no hubiese adquirido tanto peso como el que le otorga la actriz. Lamm se descubre en algo que nunca le vimos hacer, disfruta hacerlo, y se lo transmite al espectador. Lo suyo es merecedor de cuanto premio a actriz secundaria se le cruce en su camino. "El hijo" es una propuesta desafiante, extraña, vibrante, y diferente dentro de una línea de thriller de género tradicional. La exquisita corrección en cada uno de sus rubros, y la eficaz mano del director para llevarnos hacia dónde él desea, la transforman en una de las mejores experiencias de género del año.
No es un dato menor, recorrer primeramente la filmografía de su director, Sebastián Schindel para poder situarnos en la propuesta de su último film “EL HIJO”. Schindel había filmado consagrados documentales como “Renum Novarum” “Mundo Alas” o “Que sea rock” cuando en el 2014 irrumpe con su primera película de ficción “El patrón: radiografía de un crimen” basada en una historia real donde el siniestro dueño de una cadena de carnicerías le obligaba a su peón a vender carne en mal estado al mismo tiempo que planteaba una relación completamente esclavizante y de dominación. Muchos de los elementos que aparecieron en ese gran thriller protagonizado por Joaquín Furriel, Luis Ziembrowski y Mónica Lairana se repiten ahora en “EL HIJO”. La irrupción del mundo legal y los vericuetos judiciales por un lado y por el otro, la presencia de lo oculto, lo subterráneo y lo escabroso, son puntos de contacto que se vuelven a encontrar en el universo de Schindel, como así también la fuerte relación de sometimiento y esclavitud, que en este caso toma otras formas y se desarrolla con menor suerte que en la anterior. “EL HIJO” bien podría llamarse “El padre” dado que todo girará en torno al personaje de Lorenzo, un pintor bohemio y cincuentón que tras el fracaso en su primer matrimonio del que tiene dos hijas con las que ha perdido totalmente el contacto, intenta recomponer su vida con una nueva pareja, Sigrid, una bióloga noruega, quien le anuncia que está embarazada (una gélida Heidi Toini que en parte necesita de esa frialdad para su papel, pero que no logra transmitir toda la perversión y la oscuridad que su personaje necesita). A partir del momento en que anuncia que esperan un hijo, el tono naturalista con el que trabaja Schindel se irá diluyendo para adentrarnos en un universo más emparentado con la pesadilla, lo onírico y la locura. Sigrid cambia completamente su forma de ser frente a la maternidad y lo que en un primer momento es un distanciamiento bastante sutil, desencadenará en una expresa violencia y en una indudable animosidad en su contra cuando su hijo nazca y ella se apodere del bebé como si fuese de su exclusiva propiedad. “EL HIJO” funciona y es mucho más creíble cuando intenta mostrar por medio del misterio, el suspenso y casi bordeando al terror, los peligros de la alienación parental que es un flagelo oculto pero muy presente en la sociedad de hoy en día, tema del cual casi nadie quiere hablar porque pone, en cierto modo, en jaque algunos aspectos “sagrados” de la maternidad. Pocos hablan de la marcada apropiación, que en muchos casos sucede, de los hijos como botín de guerra y como propiedad de las madres. En ese juego del doble sentido que se plantea en la faceta más vinculada con lo legal, se puede encontrar una muy buena tensión narrativa, casi Hitchcockiana del hombre inculpado por su propio pasado y sus circunstancias. Todo va en contra de Lorenzo: su adicción al alcohol, su fracaso matrimonial anterior y sus negativos antecedentes y es el personaje ideal para que la justicia imponga un restricción perimetral y su nueva esposa pueda apoderarse de su hijo con mayor libertad. Allí irá a su rescate Martina Gusmán como su abogada (alejada del mundo de la pintura en donde fue alumna de Lorenzo y su ex pareja), quien además completa el rompecabezas planteado para el tema fraternal dado que con su actual marido (Luciano Cáceres) están en busca de ser padres, pero no pueden lograrlo. Por su parte, Sigrid ha dejado bien en claro desde su proyecto de alejarse de las clínicas y decidir tener a su hijo en su casa, que ella tomará el control total de la situación dejando a Lorenzo completamente ajeno al tema y cercenando desde el minuto cero su posibilidad de paternar. Por si nos queda alguna duda, contratará a una partera que la ayudará y secundará en todos sus planes, una villana perfecta en la piel de Regina Lamm, la actriz ideal para este tipo de papel, que da la máscara adecuada aunque lamentablemente el guion le da muy poca posibilidad de lucimiento con un personaje demasiado estereotipado y previsible. A medida que Schindel comienza a manejar elementos que hacen que sea imposible dejar de comparar a “EL HIJO” con “El bebé de Rosemary” de Polanski y de una forma mucho más indirecta con la “Wakolda” de Lucía Puenzo por las experiencias que la bióloga realiza en su laboratorio, la película empieza a perder un poco el rumbo y sobre todo, la credibilidad de las situaciones. La adaptación de la nouvelle de Guillermo Martinez (con un título mucho más obvio como “Una madre protectora”) pierde en su último tramo la fuerza que necesita para darle un cierre acorde a lo que se venía planteando, dado que el guion toma decisiones caprichosas y resuelve situaciones tan complicadas en torno a temas legales (no conviene puntualizar cuáles son para no delatar elementos de la trama) en cuestiones de segundos que hacen que el último acto se torne, en más de una situación, completamente increíble. Tal como planteaba el gran Alfred Hitchcock el suspenso se diferencia de la sorpresa porque el espectador sabe con anticipación cosas que los protagonistas desconocen. En “EL HIJO” contamos con información como espectadores que ciertos personajes (como el de Martin Gusmán) no tienen y es ahí donde la propuesta acierta y nos atrapa, aunque –tal como ya fue apuntado- sobre el final resuelve apresuradamente ciertas situaciones, dejando cabos sueltos y un par de escenas que no resisten el menor análisis. Shindel, de todos modos, logra estructurar un producto técnicamente sólido y le permite una vez más destacarse a Joaquín Furriel desplegando un nuevo personaje en pantalla junto a los secundarios de Martina Gusman y Luciano Cáceres que con una correcta dirección logran evitar todos los mohines a los que se han acostumbrado. Así y todo, “EL HIJO” deja una idea de film fallido, más atado a una receta de producción que a tomar decisiones creativas con un tema y un planteo, que le permitía mucho mayor riesgo.
Me pasaron varias cosas con El hijo, y una de ellas es la reafirmación de que hay que seguir muy de cerca la carrera del director Sebastián Schindel. Ya en 2015 nos había deslumbrado con El patrón. Una película muy pequeña, pero muy audaz y espectacularmente filmada. De los miles de films que he visto, ninguno me logró remover el estómago tal como sucedió en aquella proyección. Y si bien aquí el relato es otro, la forma de narrar sigue siendo la misma. Un thriller que por momentos tiene pinceladas de terror psicológico y policial negro. A través de una estructura de guión fragmentada en dos líneas temporales, es el espectador quién tiene que descubrir junto al protagonista qué es lo que está pasando. La ambigüedad constante de que si está loco o no está muy bien llevada. Que una película cause ese tipo de tensión es para destacar y experimentar en una sala de cine. Con claras referencias hacia a la obra de Roman Polanski, Schindel crea una atmosfera muy sombría. Hay planos que son espectaculares, que no puedo describir porque sería un spolier. Asimismo, la dirección de actores es impecable. Joaquín Furriel está genial. De sus mejores trabajos sin dudas. Lo mismo sucede con Martina Gusmán. Pero es la dupla de Heidi Toini y Regina Lamm la que se llevan los mejores elogios. Sus miradas esconden algo todo el tiempo. Más allá de alguna arbitrariedad, que es lo único objetable que tiene el film, El hijo es una gran película, y uno de los mejores estrenos nacionales del año, sin ninguna duda.
Cuento de amor, locura y límites Cualquier padre puede decir sin dudar que su temor grande es perder a su hijo. Quien haya visto a un adulto en búsqueda de su hijo en una playa o algún otro espacio público, sabe que la desesperación, aunque sea por breve tiempo, puede apoderarse de alguien y llevarlo al límite. “El hijo” es un thriller de suspenso que intenta jugar con los extremos, sobre lo que creemos, lo que nos pueden hacer creer y la realidad sobre nuestro entorno. Lorenzo ( Joaquín Furriel) está encarcelado y llama a su amiga Julieta (Martina Gusman), una abogada que es la única persona en la que puede confiar. Joaquin Furriel. Al contarle su historia, por la que fue encerrado, le pregunta si le cree, a lo que ella responde “yo creo que vos lo creés”. Así da pie a la historia de este pintor atormentado que intenta rehacer su vida junto a Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega, con la que planea tener un hijo, y que tiempo más tarde vive un infierno por esa familia deseada. Lorenzo, por sus problemas con el alcoholismo, perdió a sus dos hijas cuando su madre se las llevó a Canadá. Por ello Sigrid es su segunda oportunidad. Cuando queda embarazada, la mujer va a ver a tres obstetras, denostando una personalidad sumamente obsesiva, que se va acrecentando con el correr del tiempo. Sigrid unilateralmente decide que el parto será en su casa, sin presencia de médicos y con la sola presencia de Gudrun (Regina Lamm), quien fue su niñera en Noruega. Ellas dos controlarán todo lo que tenga que ver con el embarazo, incluso hablando en su lengua delante de Lorenzo, marginándolo por completo. Martina Gusman. Por culpa y necesidad, Lorenzo se enoja pero las deja planificar a su antojo, tal es su deseo de volver a tener una familia. Cuando el pequeño nace, todo se agrava, y, como si se tratara de un plan minuciosamente calculado, el padre es completamente apartado de la crianza del bebé. En la primera oportunidad que tiene de verlo, tras tres meses de distanciamiento, al encontrarse con el pequeño, asegura que no es su hijo y pierde por completo la cordura. Todo ello derivará en una historia de misterio y locura. Basado en el libro de Guillermo Martínez, de mismo nombre “El hijo”, no tiene muchos más recursos que los conocidos del mismo género cinematográfico, pero se apoya en dos bases: la primera, es la actuación de Furriel, y eso proviene de que su director, Sebastián Schindel, ya había trabajado con Joaquín en “El patrón: Radiografía de un crimen”, filme en el que ya había precisado del enorme talento del actor para hacer creíble la historia. Joaquin Furriel. En segundo lugar, también se aprovecha el hecho de que el argumento y género no fue muy desarrollado en la industria nacional, por lo que la propuesta es llamativa desde ese punto. Un largometraje más que recomendable pues en tan sólo 90 minutos, la película se las arregla para atravesar por el drama, la ansiedad, la locura y el misterio.
De pintura y locura Después de un tiempo alejado de su entorno, un artista plástico maduro intenta rehacer su vida marcada hasta entonces por el alcoholismo y una familia que no supo conservar a su lado. Con entusiasmo renovado y nueva joven esposa (una bióloga escandinava con la que ya están planeando un embarazo), Lorenzo reaparece en una reunión social donde descubre con alegría que su mejor amigo está embarcado en un proyecto similar junto a su pareja, una abogada que supo tener una relación con Lorenzo años antes. Ellos serán el ancla de Lorenzo cuando comience a preocuparse por algunas actitudes de Sigrir durante el embarazo y, luego, por su habilidad de cuidar al hijo recién nacido, tarea para la que hizo venir desde Noruega a la mujer que la crió a ella. Ambas mujeres organizan el parto dentro del hogar por desconfianza hacia los médicos que la atienden, para después abocarse laboriosamente a los cuidados de un bebé que según ellas padece de una salud frágil, obligando a mantenerlo aislado del resto de la gente. Desesperado ante la posibilidad de perder a otro de sus hijos, Lorenzo se convence de que las dos mujeres están complotadas para sacarlo de la vida del recién nacido, pero no tiene forma de demostrarlo. Extranjero en casa La trama comienza narrada en dos tiempos, con un bache intermedio donde no sabemos bien qué ocurrió pero que claramente puso al protagonista en problemas con la justicia e imposibilitado de estar con el hijo. Del otro lado tiene a dos noruegas que lo hacen sentir excluido dentro de su propia casa, donde de un día para otro pierde todo poder de decisión y apenas le permiten tener contacto con el bebé. Poco a poco van revelando algunas piezas faltantes para entender lo sucedido, mientras lo vemos defender tanto su inocencia como su cordura. Lorenzo no da muchas razones para creer en ninguna de las dos, porque se pone violento cada vez que alguien duda de su convicción de que el pequeño Henrik fue reemplazado por otro niño a quien no reconoce como su hijo. Sus únicos aliados son Renato y Julieta: ella lo asesora legalmente, y le dan lugar para vivir junto a ellos por más que no creen en su historia o reciben sus maltratos. Aunque bien ejecutada y realizada, gran parte del peso dramático de El Hijo cae sobre la interpretación de un protagonista que logra transmitir toda la desesperación que padece, a veces solo con la mirada. Está bien acompañado en la tarea, sobre todo por las dos mujeres con quienes convive: ellas logran construir a su alrededor un clima turbio y misterioso incluso en los actos más cotidianos de la rutina diaria, con una herramienta tan simple como usar un idioma extraño para nosotros. Con menos brillo pero igualmente necesario es el aporte del resto del elenco, quienes no siempre parecen tan conectados con él como afirman sus palabras, pero son los que entregan una mirada lateral de los hechos para cuestionar a un narrador que no parece ser muy confiable. Por más que siempre desentona ver a un varón intentando hablar sobre la maternidad, tiene el relativo acierto de hacerlo a través de los ojos de un hombre afectado por sus fracasos previos como padre y que tampoco es completamente racional en su accionar; principalmente por la decisión de embarcarse en esta nueva relación junto a una persona que claramente apenas conoce, y con quien queda evidente desde un principio tiene profundas diferencias ideológicas sobre la crianza, la medicina y los roles que cada cual cubrirá en la vida del recién nacido. Solo hay pequeñas cuestiones que parecen no haberse trasladado bien del papel a la pantalla, algunas por poco explicadas, otras por anecdóticas, y unas pocas que al faltarle algún detalle que debería ser relevante más tarde son forzadas dentro de una imagen inverosímil. Pero ninguna de ellas alcanzan para romper con la tensión ni el ritmo de una historia que sostiene el interés hasta el final, un final que podría haber llegado una escena antes aunque quizás se sintieron obligados a continuar por miedo a dejar demasiado sin explicar.
El patrón, radiografía de un crimen (2014) de Sebastián Schindel, egresado de la ENERC, que había codirigido el documental Mundo alas, fue más que una sorpresa. El relato pintaba una relación tensa, asfixiante, entre un empleado carnicero y su jefe. Era una historia que entremezclaba sensaciones extremas, pasión -entendida como sed de vivir -en un clima de desesperación y angustia que llegaba directa a la cara del espectador. En El hijo Schindel volvió a elegir a Joaquín Furiel como protagonista de su película, una adaptación de Una madre protectora, la novela corta de Guillermo Martínez, con guión de Leonel D’Agostino (coguionista de Nieve negra). Furriel es Lorenzo, un pintor que supo ser alcohólico y que ha perdido a sus dos hijas porque su ex se las ha llevado a Canadá. Aquí conoce a una bióloga noruega , se ha casado hace poco con ella, y Sigrid (Heidi Toini) queda embarazada. Pero pronto se advierte que ella no confía en los médicos y trae al hogar, una casona que nada tiene que envidiarle a las que vemos en la saga de El conjuro, por lo lúgubre, a una partera o comadrona (Regina Lamm). Aquí la película toma un primer giro. A los miedos lógicos de la madre primeriza -recordemos que Lorenzo ya es padre- le adosa la cuestión de la responsabilidad y los cambios que en cualquier pareja irrumpen sin pedir permiso con la llegada de un hijo. Lo que pasa después del parto es el clásico tema del doble. A Lorenzo no le dan cabida en la crianza de su hijo, se siente un extraño en su propia casa y presiente lo peor: que la madre de su hijo también va a alejárselo. Pero ¿qué hace Schindel? A través de flashbacks y relatos en paralelo cuenta la vida de Lorenzo que -se verá por qué- está tras las rejas. Lorenzo cree que han sustituido a su bebé, y contará con la ayuda de una ex alumna y amante (Martina Gusman) y su nueva pareja (Luciano Cáceres). Schindel trabaja, mucho y muy bien, con el fuera de campo, lo que no se ve, pero se intuye, que en un relato de suspenso o thriller psicológico es clave y no muchas veces se advierte. El rol de Lorenzo es el que suelen jugar los papeles femeninos. Una suerte de Mia Farrow en El bebe de Rosemary o tantos otros thrillers. Nadie le cree, lo tratan de loco, histérico, alucinado o vaya uno a saber qué. ¿Está loco, o qué? El mérito de Schindel es que tensa la cuerda hasta donde uno cree que es posible, y se atreve a ir más allá. Se apoya, claro, en las espaldas de su protagonista, y Furriel debe pasar por distintos estados de ánimo ante el descreimiento generalizado, la falta de solidaridad hacia él y la desesperación que siente por poder quedar aislado de todo lo que más ama.
Un sueño puede transformarse rápidamente en pesadilla. Eso le queda muy claro a Lorenzo, un artista plástico que a los 50 decide tener un hijo con su pareja, una enigmática bióloga noruega mucho más joven que él. Los problemas comienzan a insinuarse durante el embarazo, crecen con la llegada de una partera que genera en la casa un clima de notoria hostilidad y explotan con el nacimiento del niño, que dispara la neurosis de una madre absurdamente sobreprotectora. Apoyado en buenas actuaciones de todo el elenco, Sebastián Schindel (quien ya había dirigido a Furriel en El patrón: radiografía de un crimen) consigue crear el ambiente inquietante y cargado de tensión y misterio propio de un thriller virtuoso en buena parte del relato. Se abstrae, en cambio, de sugerir alguna motivación concreta para explicar el origen de esa relación tortuosa que mantienen los protagonistas, algo que cada espectador tendrá que inferir a partir de un par de datos sueltos: un pasado familiar traumático que incluye algunos problemas con la bebida y una pelea contra el paso del tiempo que Lorenzo intenta resolver como puede, aun cuando empieza a sospechar que el destino le juega fatalmente en contra. No hay redenciones ni zonas del todo luminosas (salvo por el apoyo incondicional de la pareja de amigos que interpretan Gusmán y Cáceres) en este film que mantiene el tono amargo hasta su desenlace.
“Debés ponerte en el punto de vista de la jueza. Por un lado tenés una doctora con posgrado, que se mantiene sola. Por otro, un bohemio con antecedentes de alcoholismo que no logró reconstruir un vínculo con sus otras hijas”. Así le explica la abogada a su cliente el panorama que se le viene en un pleito de divorcio por maltrato y tenencia del hijo. Le falta agregar que la doctora es rubia y noruega, y el bohemio es un artista barbudo y enojadizo. Pero hay detalles: él mantiene el hogar, ella impide que el niño tome remedios, sea vacunado y tenga obra social. Y las autoridades tampoco están viendo otras cosas todavía más raras. Esta historia tiene algo de misterio, casi diríamos de terror, amén de una advertencia sobre ciertos prejuicios que se dan en Tribunales, una pintura precisa de caracteres, gente de mucho talento e inspiración detrás y delante de las cámaras y un libreto que maneja muy bien la tensión y la información, adaptando con habilidad la nouvelle de Guillermo Martínez “Una madre protectora”, del libro “Una felicidad repulsiva”, que ya de por sí mete bastante miedo. La adaptación se toma sus libertades: hace alternar pasado y presente, reduce situaciones, cambia las circunstancias del desenlace y sobre todo (y para bien), unifica en un solo personaje al amigo y la abogada del desesperado. Al frente, la misma dupla de “Patrón. Radiografía de un crimen”: Sebastián Schindel, director, Joaquín Furriel, protagonista, ahora junto a Martina Gusmán. Los rodean Heidi Tomi, Luciano Cáceres, Regina Lamm, Leonel D’Esposito, guión, Daniel Gimelberg, arte, Iván Wyszogrod, música, y otros buenos, todo apoyado en las teorías del psiquiatra Joseph Capgras y el matemático D’Arcy Thompson con sus caracoles, gente más rara que la noruega.
Un film de intriga, una historia que se desarrolla en distintos momentos temporales, una trama que desafía constantemente al espectador y no le facilita demasiado las cosas, perturbándolo, haciéndolo dudar, y atrapándolo definitivamente. Basado en una novela corta de Guillermo Martínez, con guión de Leonel D´Agostino, el director Sebastián Schindel en su segunda película (“Patrón, radiografía de un crimen”) vuelve a demostrar su calidad para profundizar en una trama donde se juegan varios temas, la maternidad y la paternidad, en sus complejidades, derechos y obligaciones, las obsesiones, los límites de la cordura, las conspiraciones, una casa que adquiere vida propia con el tratamiento del color y su iluminación. Y cómo una historia de supuesta felicidad y ansiedad deriva inevitablemente a lo siniestro. Un pintor talentoso y reconocido, de cincuenta años, con un pasado turbulento de adicciones, que permitió que su ex esposa se lleve a sus hijas al exterior, siente que ese fue su gran error y que perdió definitivamente el vínculo con ellas. Por eso, cuando inicia una relación con una científica noruega, y ella le anuncia el embarazo, el siente que la vida le da la segunda oportunidad de tener una familia. Sin embargo esa mujer seductora mostrará otra cara, otras intenciones y el protagonista arrinconado inicia un camino en los bordes de la locura. El espectador asistirá a una intriga donde no sabe lo que pasa y no sabe si creerle a o no a ese hombre perturbado, a esa mujer manipuladora, a sus amigos, al estado que interviene. Joaquín Furriel, en un momento brillante de su carrera, acierta en la composición del personaje, en ese hombre doliente que se debate entre sus sospechas y problemas, un hallazgo de un numeroso casting la actriz noruega Heidi Toni y Regina Lamm que recordó su lengua materna y habla en ese idioma sin subtítulos, otro toque perfecto. Martina Gusmán en un personaje clave y Luciano Cáceres en un papel breve que el aprovecha muy bien. Un film para no perderse.
Relectura masculina de "El bebé de Rosemary" El director de El patrón deja atrás el realismo social para abrazar lo pesadillesco, la estilización visual y los códigos narrativos del thriller psicológico de tintes fantásticos. Sebastián Schindel desarrolló una interesante carrera en el ámbito documental (Rerum Novarum, Mundo alas, El rascacielos latino) antes de incursionar en la ficción con El patrón, radiografía de un crimen, que abordaba la explotación laboral a través de la figura de un cortador de carne del interior del país que, una vez llegado a Buenos Aires, era manipulado y denigrado laboralmente por su jefe. Allí nunca se escondía el origen documentalista de su hacedor, con una cámara cercana a los personajes y los objetos, atenta al detalle y al gesto mínimo, como normas constantes. En El hijo, su segunda ficción, Schindel deja atrás la denuncia y ese realismo social crudo y seco para abrazar lo pesadillesco, la estilización visual y los códigos narrativos del thriller psicológico de tintes fantásticos. Una fantasía que podría o no ser real, según se desprende del punto de vista del protagonista, que es también el del relato. El hijo funciona como una relectura de El bebé de Rosemary pero con un personaje central masculino, convirtiendo a la paternidad en una experiencia traumática. Entre medio, la progresiva disolución de la familia conformada por Lorenzo (Joaquín Furriel, también protagonista de El patrón) y la noruega Sigrid (Heidi Toini). A todas luces hay poco en común entre ellos, en tanto él proviene del mundo bohemio de la pintura y las artes plásticas y ella, de la biología, lo que preludia la clásica polarización entre arte y locura versus lógica y cordura. Esas diferencias se harán más evidentes cuando, de cara al nacimiento del primogénito de la pareja (Lorenzo ya tiene un par de hijos viviendo en Canadá a los que no ve), ella decida tenerlo en casa bajo los cuidados de una partera. Algo llamativo teniendo en cuenta la formación científica de Sigrid, pero entendible cuando se sepa que arrastra varios embarazos perdidos. Los problemas empezarán cuando, de buenas a primeras, Lorenzo descubra que la partera no solo vivirá con ellos, sino que es una anciana danesa que no habla una palabra de español. Anciana que con solo verla -batón gris, peinado tirante, rostro pétreo e inmutable: toda una celadora de orfanato de película de terror- es evidente que es bastante más que una enfermera tradicional. La película -basada en el cuento La madre protectora, de Guillermo Martínez- propone dos narraciones paralelas, desarrollando a la par las vísperas del nacimiento y lo ocurrido un tiempo después, cuando ese padre tenga prohibido acercarse a su familia y se vea obligado a hacer un tratamiento psiquiátrico. Sus únicos sostenes son una ex pareja que casualmente es abogada (Martina Gusman) y su novio (Luciano Cáceres), quienes lo asistirán cuando Sigrid empiece a dejarlo sin voz ni voto en la crianza del bebé, lugar que es ocupado por la partera silente. A partir de ahí, Schindel apuesta a un enrarecimiento de lo cotidiano que empujan a Lorenzo al abismo de una locura resaltada por la fotografía ominosa del legendario Guillermo Nieto y la actuación de Joaquín Furriel en plan animal acorralado.
En "El hijo", la segunda ficción de Sebastián Schindel, el director de "El patrón. Radiografía de un crimen" vuelve a trabajar con Joaquín Furriel. Acá, el actor encarna a Lorenzo, un pintor que espera con ansias la llegada de su hijo, luego de haber tenido un pasado complicado. Perdió la tenencia de sus hijas de un matrimonio anterior y tuvo problemas con el alcohol. Ahora, su actual mujer, Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega que trabaja en el laboratorio del sótano del caserón de la pareja, a medida que avanza el embarazo se obsesiona con el cuidado del bebé. Una de las tantas decisiones que toma es la de parir en su casa. Por eso invita a una compatriota, quien cuidó de ella en su infancia, para que la ayude a dar a luz, mientras que Lorenzo queda relegado de cualquier tipo de participación. El thriller, que está narrado mediante saltos temporales, también presenta a la pareja amiga del protagonista, Renato y Julieta (Luciano Cáceres y Martina Gusman), quienes los ayudan a relanzar su carrera artística y además a enfrentar conflictos judiciales (sobre esto último no se puede spoilear). PERTURBADOR Basada en la nouvelle "Una madre protectora", de Guillermo Martínez, la película -a diferencia de su antecesora que tiene un tono más realista y social- navega por las aguas de lo pesadillesco en relación a la maternidad. Como aquel cuadro de Goya al que hace alusión el filme, "Saturno devorando a su hijo", el relato puede ser por momentos perturbador. Sin embargo, más allá de alguna escena mejor o peor lograda, la película tiene un problema y es que genera varias preguntas, de las cuales muchas quedan sin resolver. Si "El patrón" desde lo narrativo es conciso, "El hijo", por el contrario, intenta acaparar varios temas que no logran estar del todo bien trazados. Con una buena dirección de arte y fotografía, la película se destaca por la simbología que el director logra darle a esas imágenes. Un thriller que por momentos linda con el cine de terror y pone en foco el tema de la paternidad y maternidad en medio de una situación inquietante.
Historia de un artista plástico no demasiado estable que, a los cincuenta, está a punto de ser padre, pero comienza a desconfiar del comportamiento obsesivo y raro de su esposa. El género en el cine es algo así como un lenguaje universal hecho solo de imágenes y modos, lo que permite su perfecta traducción a cualquier cultura. El de terror y suspenso es especialmente traducible porque todos los humanos tememos lo mismo, todos sufrimos la tenue o exacerbada paranoia de que cualquier felicidad nos será arrebatada. Tal es el núcleo de “El hijo”, historia de un artista plástico no demasiado estable que, a los cincuenta, está a punto de ser padre, pero comienza a desconfiar del comportamiento obsesivo y raro de su esposa, una mujer de otra cultura. De allí en más, lo extraño se cuela en el relato y lo fantástico puede o no ser parte de la realidad que vemos desde el punto de vista del protagonista. (Leer también: Joaquín Furriel: “No tengo miedo de tener miedo”) El film funciona, especialmente porque sabe cómo utilizar de modo plástico la imaginación perturbada del protagonista y volverla visible. También, en general, por sus actores, aunque quizás hay un exceso de caracterización para que “se note”, justamente que estamos en una película de género. Pero el resultado es interesante y en más de una secuencia logra dar de lleno donde busca: el terror inconsciente del espectador. El rostro de Joaquín Furriel (un actor que ha aprendido cómo actuar para el cine, a quien aún le falta un gran papel) es ideal para transmitir la ambigüedad de la trama y sostenerla hasta el desenlace. Un film que es argentino de origen pero, por su fidelidad al espectáculo de género, se vuelve universal.
“El patrón: radiografía de un crimen” (2014) marco un punto de inflexión en la carrera de Joaquín Furriel, quien abandonó por primera vez su mote de galán de telenovelas, para transformarse en un actor que asume nuevos riesgos. En aquel filme, trabajó con un drama social que tenía bastante del mejor Pablo Trapero, aceitado por una interpretación notable de Furriel. Esa dupla que había funcionado tan bien, vuelve a repetirse aquí en “El hijo”, el segundo largometraje ficcional de Schindel, en la cual también actúan Martina Gusmán y Luciano Cáceres. El guión corre a cargo de Leonel D’Agostino, escritor de la fallida “Nieve negra” y “Puerta de hierro: el exilio de Perón”, que en este caso adapta la novela de Guillermo Martínez, “Una madre protectora”. Los estrenos más pesados del cine argentino empiezan a llegar, y “El hijo” aterriza en un momento delicado de la cartelera argentina. La usurpación de salas de “Avengers: Endgame” significara todo un desafío a suplir por parte de esta nueva producción bastante interesante y con potencial. Lorenzo, un pintor de unos 50 años, se entera la noticia de que tendrá un hijo junto a su nueva mujer, Sigrid. Con el nacimiento del niño, la situación se complejiza, Sigrid adopta una posición de protección sobre el hijo, que lo hará alejar cada vez más a Lorenzo del vínculo paternal. Aires al cine de Roman Polanski inundan a esta para nada habitual propuesta del cine argentino. Sebastián Schindel se atreve a abordar temas poco o nada explorados por la industria nacional, pero nunca llega a ir a fondo con los conceptos, queda como a medio camino entre lo que podría ser, y lo que finalmente es. La historia transcurre en dos líneas temporales, presente y pasado, que se conectan en un punto donde luego la trama retoma y continua. Pero esa decisión, esa fragmentación de tiempos es, no solo un tanto caprichosa (el cine está plagado de caprichos), si no también poco funcional al suspenso que se pretende generar. Las dos líneas de tiempo se van deshilachando en su recorrido. Las actuaciones y el guión funcionan muy bien, en ese aspecto, la película fluye de forma natural. Sin embargo, en lo que refiere a los rubros técnicos, un aspecto en donde “El hijo” no sale del todo airosa es en la musicalización. Hay una elección demasiado estridente en la composición, no da lugar a la imaginación y resalta con torpeza las escenas de suspenso. La prolijidad que entabla la película también se quiebra con esas abruptas elipsis que huelen más a un escape que a una decisión narrativa. Es como si el guión no supiera como solucionar lo que sigue, entonces introduce un salto de tiempo que resuelve todo. Hay buenos toques de terror en esta historia clásica, oscura, con algunas simbologías (nada exploradas por la película) y buenas ideas que podrían haber sido mejor desarrolladas. “El hijo” es una oportunidad desperdiciada de abordar con convicción una temática que el cine argentino históricamente ha esquivado. Sebastián Schindel pasa la prueba con este segundo largometraje que si bien posee algunas fallas, resulta sumamente interesante.
“El hijo”, de Sebastián Schindel Por Jorge Bernárdez Otra vez juntos el actor y el director de Patrón, radiografía de un crimen y ya podemos decir que es un dúo que funciona muy bien. Lorenzo (Joaquín Furriel) tiene unos cincuenta años, es artista plástico y carga con algunos problemas personales que quiere dejar atrás y en eso está cuando empieza la película, que está basada en un cuento de Guillermo Martínez. Lorenzo está en pareja con Sigrid (Heidi Toini), una sueca unos cuantos años menor y están buscando un hijo. Lorenzo tiene ya dos hijas, pero hace años que no las ve porque la madre se las llevó a Canadá. El pintor no solo está apostando de nuevo a una nueva familia sino que además está tratando de volver al mundo del arte y para eso cuenta con el apoyo de un viejo amigo, interpretado por Luciano Cáceres, que curiosamente está en pareja con una antigua alumna y pareja de Lorenzo que interpreta Martina Gúsman. Sebastian Schindel elige un relato fragmentado que va y viene en el tiempo. A poco de empezar, la historia vira de lo intimista a lo policial, también rápidamente aparecen elementos fantásticos y de terror. Lorenzo empieza a notar comportamientos extraños en su pareja con respecto a la gestación del hijo de ambos, la biología empieza tratarse a sí misma y al poco tiempo toma una institutriz y partera muy al estilo de La profecía. Lorenzo es separado de todo de la gestación, así su mujer decide que se desarrolle sin ninguna clase de apoyo externo e incluso decide dar a luz en su hogar. Y lo hace en una esa escena verdaderamente terrorífica que dialoga de igual a igual con El bebé de Rosemary. Para no ahondar en detalles digamos que la relación familiar se degrada, Lorenzo es acusado de violencia doméstica, es separado de su hijo y acá aparece el primer problema serio, el padre que durante un tiempo no puede ver al niño cuando por fin logra hacerlo asegura que el niño que le mostraron no es suyo. Acusa a la madre de estar loca pero el que termina bajo tratamiento psiquiátrico es él. El relato entonces se vuelve tortuoso y el público ni siquiera puede estar seguro de que Lorenzo no esté efectivamente chiflado. Para peor, sus dos amigos se terminan casando de él y su historia loca, hasta el punto de abandonarlo a su suerte y hasta acá llegamos con la historia. Schnibel dirige de manera notable sin adelantar nunca los distintos giros y el elenco con Furriel a la cabeza se entrega al juego de un relato que pasa por distintos registros y que se vuelve inquietante y no afloja hasta el último segundo. Un gran estreno del cine nacional, para público adulto, algo que no es común en una cartelera cada vez más adolescente. EL HIJO El hijo. Argentina, 2019. Dirección: Sebastián Schindel. Guión: Leonel D’Agostino. Intérpretes: Joaquín Furriel, Martina Gusmán, Heidi Toini, Luciano Cáceres, Regina Lamm. Producción: Esteban Mentasti y Hori Mentasti. Distribuidora: Energía Entusiasta. Duración: 90 minutos.
El hijo comienza con lo que pronto se percibirá como una amenaza latente: un acto sexual mecánico y metódico, cuyo único propósito es llegar a la concepción. La pareja que busca el deseado hijo del título está compuesta por Lorenzo, un artista bohemio (Joaquín Furriel) y Sigrid, una bióloga escandinava (Heidi Toini). No parecen la clase de personas que podrían enamorarse, especialmente porque de los dos hay uno que claramente no comparte esa obsesión casi vanguardista de criar a una nueva persona bajo ciertos cánones experimentales. Lorenzo, comprenderemos pronto, ya es padre, aunque no puede ver a sus hijos por cuestiones legales. También tiene un pasado alcohólico, y estas dos cosas sumadas, se entiende, no presentan el mejor cuadro posible ante un conflicto familiar. Y el conflicto, claro, no tarda en llegar. De hecho, se presenta ya durante el parto mismo, al cual la figura paterna no puede acceder porque sucede en su propia casa y a puertas cerradas. Quien oficia de partera es una señora noruega que no habla una palabra de español, y que fue quien en su momento trajo al mundo a Sigrid. Así El Hijo comienza a coquetear con el suspenso y hasta el terror, entregando algunos pasajes dignos de un film de Roman Polanski al estilo de El Bebé de Rosemary o El Inquilino (la forma claustrofóbica con la que el director Sebastián Schindel juega con los espirales en la imagen resulta verdaderamente hipnótica). El único problema es que el film, concentrado en sus climas opresivos y la excelente interpretación de Furriel, se olvida por completo de ciertos aspectos de la caracterización de sus personajes. Fundamentalmente aquellos que explican el porqué de sus acciones. Si bien pequeñas sutilezas permiten esbozar teorías, los planes de Sigrid resultan una verdadera incógnita, y así se torna difícil comprenderla como antagonista de la historia. Posiblemente en su versión literaria, El Hijo, novela de Guillermo Martínez, ofrezca más respuestas.
EL HIJO, UNA PERTURBADORA RADIOGRAFIA DE LA PATERNIDAD (Por Patricia Chaina) Un inquietante relato de suspenso aporta tensión, misterio y buenas actuaciones a la cartelera cinematográfica. Se trata de “El Hijo”, un thriller psicológico protagonizado por Joaquín Furriel bajo la dirección de Sebastián Schindel, la misma dupla de “El Patrón, radiografía de un crimen” (2015). Con una historia adaptada del cuento La madre protectora, de Guillermo Martínez; Schindel, un director formado en el documentalismo (“Mundo Alas”, “Rerum Novarum”) ofrece aquí un relato centrado en los miedos a la paternidad y el estigma de la locura. Lejos del realismo de su opera prima, Schindel apuesta a un género esquivo para los buenos resultados. Y su osadía se ve recompensada. Cuenta con las buenas actuaciones de Furriel, como Lorenzo, un pintor a punto de tener un hijo con su nueva mujer, una bióloga noruega (Heidi Toini), con la que pronto comienzan a manifestarse diferencias culturales que parecen irreconciliables. Ella querrá tener al hijo en casa. Contrata a una partera (Regina Lamm), la misma que asistió su nacimiento, que solo habla noruego antiguo y que puede convertir una escena en atemorizante, con su sola presencia. Lorenzo queda fuera del círculo protector del recién nacido. Sospecha, primero sutilmente, que algo no está bien. Y entra en una psicosis paranoide, de la cada vez le resulta más difícil salir. Solo cuenta con la ayuda de una amiga abogada (Martina Guzmán) y de su novio (Luciano Cáceres). Pero tal como en “El bebé de Rosemary”, todo lo externo parece estar en contra de su endeble lucidez, incluso sus amigos. Así, “El Hijo” combina un ambiente asfixiante y opresivo sobre el que se trazan singulares toque de terror. Schindel cuenta con maestría una historia de intriga. Logra una edición que combina el pasado reciente, donde Lorenzo es un pintor comprometido con su arte, alcohólico en recuperación, que ya perdió una familia (su primera mujer y sus dos hijas viven en Canadá, no mantienen vínculos), con un presente hostil en el que se lo ve vacilante y confuso, va preso, termina en un hospicio. El punto de encuentro del pasado y el presente, es el nacimiento de ese hijo. Es entonces cuando la película se posa sobre el sentido común, y tensa la trama en la que el loco, queda afuera, siempre, y nada parece ayudar a que su verdad, sea considerada como tal. FICHA: El Hijo. Argentina, 2019. Director Sebastián Schindel. Sobre un cuento de Guillermo Martínez. Elenco: Joaquin Furriel, Martina Gusman, Luciano Caceres, Heidi Toini, Regina Lamm. Duración: 90 minutos.
LA MALDICIÓN DE LA PATERNIDAD En su ópera prima de ficción, El patrón, radiografía de un crimen, Sebastián Schindel evidenciaba capacidad para crear climas opresivos y momentos de sinceridad desde lo puramente corporal, pero trastabillaba cuando quería enhebrar un discurso desde los diálogos y las sentencias, tanto judiciales como lingüísticas. Teniendo en cuenta esto, El hijo representa un paso adelante, que está dado por los pasajes donde no se apega al realismo o las sentencias, sino a las atmósferas que lindan con lo solo se intuye, lo ilógico, lo inexplicable y hasta lo sobrenatural. Basada en el cuento Una madre protectora, de Guillermo Martínez, la película se centra en Lorenzo (Joaquín Furriel), un pintor de unos cincuenta años que trata de reconstruir su vida, luego de pasar momentos difíciles atravesados por la pérdida de contacto con dos hijas, dificultades en la profesión y alcoholismo. Todo parece encarrilarse cuando su nueva mujer, Sigrid (Heidi Toini), le anuncia que está esperando un bebé, pero el embarazo se convierte en un proceso tortuoso, en el que ella exhibe un comportamiento elusivo y obsesivo –que se acrecienta a partir de la ayuda de una partera (Regina Lamm) que trae de su país de origen, Noruega-, y todo se agrava en cuanto nace el bebé, hasta empezar a desequilibrarlo emocionalmente. Este núcleo narrativo, plagado de conductas difíciles de entender por parte de Sigrid y con Lorenzo impotente, es tan incómodo como logrado: lo que prevalece es la inestabilidad –pautada en buena medida por idas y vueltas temporales que van cimentando los distintos enigmas-, además de la sensación de que al protagonista lo acosan fantasmas presentes (esa compañera sentimental convertida en alguien hostil y con acciones que indudablemente tienen motivos ocultos) y pasados (esas hijas que no ha vuelto a ver, el alcohol rondando como posibilidad constante). Lo paternal (a la par de lo maternal, por qué negarlo) pasa a ser una maldición, haciendo eclosión en la figura de ese hijo que se quiere y desea, pero al que al mismo tiempo cuesta reconocer como propio. En cambio, cuando Schindel se aleja de ese hogar que en vez de refugio es una condena, para hacer hincapié en los que miran desde afuera –los amigos encarnados por Martina Gusman y Luciano Cáceres, el Poder Judicial, las fuerzas policiales-, El hijo trastabilla, y bastante, al ponerse entre sensiblera y sentenciosa. Más aún porque ese afuera obliga a establecer un verosímil sólido desde las acciones y sus implicancias espacio-temporales, y la película no lo consigue instaurar en unos cuantos pasajes. Hay, de hecho, varias decisiones, eventos y diálogos que hacen mucho ruido y llevan a preguntarse si no faltó un trabajo de repaso en el guión para ajustar tuercas. Si la falta de certezas es el principal activo del film, cuando quiere establecer un marco de racionalidad y realismo es cuando quedan más a la vista las manipulaciones y los hilos moviéndose para mover la trama en la dirección deseada, lo cual lleva a que pierda impacto. La secuencia final de El hijo resume buena parte de sus fortalezas y debilidades: hay una dosis de inquietud importante (potenciada a partir de un inteligente uso del fuera de campo), que pone al film en un lugar distintivo y arriesgado dentro del panorama del cine argentino actual; pero también un componente de arbitrariedad difícil de justificar. Aun así, muestra a un realizador capaz de combinar con habilidad el drama íntimo y familiar con un suspenso que bordea el terror, y que incluso se atreve a insinuar una visión sobre la institución familiar alejada de los lugares políticamente correctos. No es poco y merece tenerse en cuenta.
Aunque emule el esquema de su predecesora, El hijo impone un contraste indeleble con El patrón. Radiografía de un crimen (2015). Las dos películas de Sebastián Schindel con protagónico de Joaquín Furriel despliegan un policial en dos carriles narrativos que tiene a un personaje masculino como víctima psicológica y sospechoso jurídico. Esta vez Furriel es Lorenzo, pintor abstracto que a pesar de su impronta chic de joven cincuentón, barba cuidada, anteojos finos y chalecos de gamuza no puede escapar al destino trágico (que sus lienzos ominosos que concibe en salvaje soledad y su predilección por Saturno devorando a su hijo de Goya parecen anticipar). El filme comienza con una escena de sexo, que presenta de manera abrupta a la pareja que componen Lorenzo y la bióloga extranjera Sigrid (Heidi Toni, hallazgo noruego). De manera veloz, el pintor presenta a la mujer a sus amigos Renato (Luciano Cáceres) y Julieta (Martina Gusmán) en una fiesta en la que ella se muestra distante y pronto pasa a quedar embarazada y a exigir consignas extremas para su alumbramiento: reniega de la asistencia médica y convoca a una partera que habla su idioma, además de instalar un laboratorio con propósitos inciertos en el sótano de la casa. En orden paralelo, se entrelazan segmentos en tiempo presente en que Julieta asiste como abogada a Lorenzo, visiblemente desmejorado y encarcelado por un ataque psicótico del que se declara inocente y que involucra a su mujer y a su hijo. A medida que la trama avanza y ambos tiempos conectan en un punto ciego (donde el thriller se revela sobrenatural a la vez que esclarece el estado psíquico de Lorenzo), El hijo se atiene a cuidadosos juegos de ambigüedad que esgrimirá hasta su desenlace. Si antes eran la carne vacuna, la migración rural y la mafia comercial los que orquestaban la “historia extraordinaria”, en El hijo lo serán el arte, la genética y una clase media tan hedonista como inestable: la artificialidad contemporánea y sus demonios se imponen en el segundo filme de Schindel, formalmente más limpio y elegante que El patrón –aunque también desprolijo en detalles, en un género marcado por perfeccionistas–. Lo interesante es la masculinidad vulnerada que representa Lorenzo, incorrecta en la instancia en que es acusado de violencia doméstica sin pruebas y en la disputa que libra por la tenencia de su hijo (que ya había entablado con las hijas de su pareja anterior, que nunca aparecen). Sigrid y Julieta (incapaz de tener hijos y con acción heroica hacia el final) son las secretas protagonistas de El hijo, mujeres que encarnan dos éticas en su disposición hacia Lorenzo: una defensiva y otra de compañerismo altruista.
Una de las mejores películas nacionales de los últimos tiempos. Guión solido, actuaciones excelentes y un despliegue técnico de primer nivel, conforman este thriller psicológico que roza el terror con una resolución previsible pero acertada. Una de las joyas argentinas del año. El cine nacional sigue incursionando dentro de los diferentes géneros y el thriller parece ser el elegido por los realizadores para hacer que la gente vuelva a confiar en las producciones locales. En esta oportunidad Sebastián Schindel vuelve a ponerse detrás de las cámaras con su protagonista fetiche Joaquín Furriel, con quién ya compartieron éxito en El Patrón: Radiografía de un Crimen (2015), donde buscarán adaptar de manera convincente la novela titulada “Una Madre Protectora” del escritor argentino Guillermo Martinez. Esta nueva película de Schindel cuenta la historia de Lorenzo (Furriel), un bohemio pintor cuyo pasado contempla más de un escándalo, y su pareja Sigrid (Heidi Toini), una bióloga noruega que ahora reside en Argentina y que junto con Lorenzo buscan ampliar su familia con la llegada de un hijo. Una vez que esta concepción se concreta, Sigrid decide optar por un tratamiento más natural y no tan convencional, y contrata a una partera de su tierra local llamada Gudrum (Regina Lamm) para asistirla en los 9 meses de su embarazo. Lorenzo empezará a darse cuenta de que su participación en el embarazo es casi nula y no le quedará otra opción que recurrir a Julieta (Martina Gusmán) su abogada y amiga, para que juntos intenten descifrar qué es lo que su Sigrid y Gudrum le están ocultando. Con claras influencias de El bebe de Rosemary (1986) y de la filmografía de Darren Aronofsky, Shindel logra poder generar un thriller psicológico, que roza el terror, de alta calidad. Uno de sus puntos más fuertes es el guion con el que cuenta la película, ya que el trabajo realizado por Leonel D’Agostino crea un ambiente de tensión donde la ansiedad va creciendo a medida que el filme avanza y uno puede verse reflejado perfectamente en el personaje principal. La forma en la que esta narrada esta historia puede compararse perfectamente con una película de Christopher Nolan, ya que la mitad de la película es un gran flashback y toda esa construcción del pasado logra ensamblarse de la mejor manera a la hora de llegar al clímax de la obra que se desarrolla en el presente. Quizás lo menos destacable es la obviedad que se genera y que la resolución carece de sorpresa. La fotografía, la edición y la mezcla de sonido también juegan un papel fundamental a la hora de crear ambiente y estos son aspectos que valen la pena destacar, ya que no abundan obras nacionales donde estas características sean plenamente destacables. Aquí es donde más se pueden notar las influencias del director y éstas son fácilmente reconocibles desde el comienzo del metraje. Las actuaciones están a la altura de la película, con dos labores como máximos exponentes. Joaquín Furriel y Regina Lamm son los encargados preponderantes de darle el salto de calidad actoral a este film. El primero, con una soberbia performance que con solo poder ver sus ojos, refleja todo el estrés emocional que su personaje enfrenta. Tal es así que esas emociones logran atravesar la pantalla e incomodar al espectador de manera inmediata. Por otro lado Regina Lamm, quien cuenta con mucho menos tiempo en pantalla, logra transformar de manera total su apariencia y es la pieza clave en la película que deja entrever que hay algo que no cuadra, que hay algo que no están diciendo y que es perjudicial para el protagonista y su salud (mental y física). El Hijo es una gran pieza de cine argentino que puede servir como punto de inflexión para que futuros realizadores puedan animarse más al género. Aspectos técnicos de primer nivel, actuaciones sobresalientes y un guion sin grietas, son las características que hacen de ésta, una película disfrutable, emocionante e inquietante por partes iguales.
NEBULOSA SIMBIÓTICA _ Vos no me crees nada de lo que te conté, ¿no? _ Yo creo que vos lo crees. Ese breve diálogo entre Lorenzo y Julieta encierra la clave argumental de la última película de Sebastián Schindel donde el protagonista convive con una puja constante entre el desequilibrio –elevado a síndrome de Capgras– y la realidad, entre certezas instintivas e incertidumbres, entre su mirada y la perspectiva de los demás. Un límite muy fino, por momentos casi invisible, sostenido mediante confidencias, pensamientos y acciones ambiguas hacia los amigos y, en menor medida, con Sigrid. Si bien dicho recurso permite el desarrollo de algunas escenas sumamente logradas como la extraña presentación del bebé con un padre más perturbado que feliz y plagada de reglas como sacarse los zapatos, tener las luces bajas o comprar ropa de determinada tela para el recién nacido y mantiene cierto estado de duda en los espectadores y en Renato y Julieta respecto a qué postura tomar con él, también atenta contra el rango de matices posibles de la personalidad de Lorenzo. En varias ocasiones se lo percibe aplacado, contenido en los exabruptos, sin ganas de defender su verdad –no luce decidido frente a la jueza ni habla con los amigos sobre las medidas de la esposa durante el embarazo– y hasta acepta en silencio no formar parte de la vida del hijo en lugar de conversar con ella sobre sus convicciones o ritos. Al mismo tiempo, el director se apoya en el concepto de lo siniestro para subrayar cómo esa cotidianidad se encuentra rodeada de tonalidades oscuras, pesadas y cada vez lo aprisiona más desde la fachada de la casa, el laboratorio organizado en el sótano, los colores de los cuadros y paredes, la llegada de la anciana noruega o los cambios de las habitaciones; en la analogía entre los moluscos, humanos y objetos ya sea como tema de la serie del pintor o del doctorado de la bióloga, en la forma en que tienen sexo en la primera escena donde enseguida él toma agua o ella se agarra las piernas como feto, con la bañera de metal llena de agua como metáfora de útero, en la panza de la embarazada y hasta en el formato de los extractores o demás artefactos conectados a la parte de afuera de las ventanas y como bien remarca la joven escandinava en que todos se preocupan más por el parto que por el embarazo en sí mismo. Mientras que los personajes se desconectan de ese estado, ella lo estudia y se encarga de las medicaciones, de la partera que la asista, del hogar y de los alimentos que cree convenientes. Desprendido de esto, el otro gran tema de El hijo –basada en el cuento Una madre sobreprotectora de Guillermo Martínez – tiene que ver con diferentes miradas sobre la maternidad y paternidad: cuáles son los límites de los roles de cada uno, a quién pertenece –si es que lo hace a alguien– el recién nacido, cómo se establecen los vínculos, qué cuidados se tienen, qué defiende cada postura respecto al parto en hospitales o en la casa, cuál es el nexo entre un bebé y la medicina, qué siente una embarazada, qué tratamientos existen para la concepción, cómo se reconocen las necesidades del bebé, entre otros, a partir de un paralelismo entre ambas parejas que buscan formar una familia, el inexistente lazo con las hijas del matrimonio anterior que viven en Canadá y una nueva oportunidad para remediar las conductas pasadas. Como broche narrativo, los diálogos en noruego sin traducción entre las mujeres para resaltar la incomunicación de pareja, de lo cotidiano, de compartir o conocer al otro, ese estar fuera tan subrayado en un parto fuera de campo con la puerta cerrada, gritos y palabras desconocidas. En definitiva, un extrañamiento completo que realza lo sombrío desde la esfera íntima y un escaso debate dentro de la sociedad respecto a estos temas universales y más vigentes que nunca. Por Brenda Caletti @117Brenn
“El Hijo” es un thriller psicológico dirigido por Sebastián Schindel, basada en el cuento “Una madre protectora” de Guillermo Martínez. La pieza nos cuenta la historia de Lorenzo (Joaquín Furriel), un pintor consagrado que ronda los cincuenta años, quien vive en pareja con la bióloga noruega recientemente llegada al país Sigrid (Heidi Toini). Luego de un tiempo de relación, la pareja recibe la gran noticia de que van a ser padres; por parte de Sigrid la primera vez y en el caso de Lorenzo, la tercera.
El cineasta Sebastián Schindel, en esta ocasión estrena su segundo largometraje en Argentina y vuelve a convocar al actor Joaquín Furriel con quien ya trabajaron juntos en la premiada "El patrón, radiografía de un crimen" (2014). Ahora el guión es de Leonel D'Agostino y Guillermo Martínez, basado en la novela corta "Una madre protectora" de éste último. Lorenzo (Furriel, en una gran interpretación; está pasando su mejor momento entre esta película y en el teatro con “Hamlet”), es un artista en las artes que desea rearmar su vida y su carrera, a través del flashback (porque el relato se va mezclando entre el pasado y el presente en varios momentos), conocemos más de él, con un pasado que no fue el mejor y en el que pasó por las adicciones y su esposa anterior terminó llevándose a sus hijas a Canadá , perdiendo todo tipo de contacto. Ahora se casa con Sigrid (la actriz noruega Heidi Toini), una bióloga extranjera, pero todo se torna oscuro y extraño cuando queda embarazada y se instala con ellos una mujer como niñera, Grüdum (un buen trabajo de villana, Regina Lamm), ellas se conocen muy bien, se pasan hablando en su idioma y juntas criarán al bebé, con un estilo algo extraño y a él no lo dejan participar. Su desarrollo en todo momento resulta inquietante, turbulento, transformándose en un thriller psicológico, con un ser rodeado de pesadillas, angustias, con buenos toques de terror, suspenso y policial. Va siendo perturbadora, te da cierta incomodidad, se van creando buenas atmósferas y climas, no solo con estos tres personajes sino también desde la casa bastante siniestra y hasta le podemos encontrar unas pinceladas del cine de Darren Aronofsky y Roman Polanski. Pero además existen personajes secundarios muy bien construidos: una ex novia, alumna y ahora amiga, la abogada Julieta (Martina Gusmán) y el esposo de ella y amigo Renato (Luciano Cáceres) pese a todo son amigos incondicionales. Atrapa al espectador que la elija, lo deja pensando, con buenos giros y al final cada uno le dará su lectura (muchas cosas están fuera de campo), un elenco que se destaca, muy bien puesta la cámara y estupenda dirección de actores a cargo de Sebastián Schindel.
Un thriller psicológico de calidad protagonizado por Joaquín Furriel Es la historia de un pintor que se ve inmerso en una pesadilla personal cuando descubre que su pareja no es quien parece Lorenzo, un pintor tan talentoso como bohemio, vive con su nueva pareja, una noruega con la que esperan un ansiado bebé. Durante el embarazo, ella se obsesiona con el cuidado de su primogénito y decide tenerlo en su propia casa con una partera y alejada de cualquier tipo de medicina convencional. El carácter estricto y hermético de la madre se acentúa cuando nace el niño. Pronto, el artista descubrirá la zona más oscura de su concubina, y un secreto que lo obligará a tomar acciones drásticas. Sebastián Schindel, responsable de El Patrón: radiografía de un crimen, vuelve a contar con el talento de Joaquín Furriel en este su segundo largometraje como director, para narrar una historia opresiva y de inquietante atmósfera. Play (Tráiler de "El hijo") Un filme que se vale de los climas, para incomodar al espectador, a la vez que construye el relato a través de un montaje que va y viene hacia el pasado reciente de los personajes, recurso que permite reconstruir poco a poco la verdad detrás de los hechos reflejados. Martina Gusmán y Luciano Cáceres como la pareja amiga del pintor, acompañan como contenedores de una vida que se desmorona y que intenta comprender qué hay detrás de las actitudes de una mujer tan fría como el clima de su país de origen. Más allá del género, de navegar dentro del suspenso psicológico, y coquetear con el terror, el relato incursiona en los miedos de los padres primerizos y en las diferencias culturales de las personas que provienen de mundos opuestos. Heidi Toini, protagonista de la excelente serie Nobel, logra trasmitir misterio detrás de su gélida mirada. Junto a Regina Lamm (la partera e institutriz que la acompaña en la crianza del hijo) forman un dúo poderoso, una pareja de temer que impone respeto con su sola presencia. Desde la dirección de arte y la puesta en escena, hay un interesante manejo de la cuestión pictórica, aprovechando la profesión del personaje principal, con cuadros que sirven de metáforas o intensos metamensajes de la trama principal. La luz, con fuertes contrastes y el acertado diseño de sonido, agudizan la experiencia onírica de ciertas secuencias. La utilización del fuera de campo, al igual que ciertos datos que el director deja sin explicitar permiten que cada persona pueda y deba sacar ciertas conclusiones desde el patio de butacas. En ese sentido algunos momentos del metraje y el sorpresivo final quedarán rondando en la mente de quienes la vean, un largo rato después de que la proyección haya acabado.
El director de El patrón, radiografía de un crimen, Sebastián Schindel, regresa esta vez con una adaptación que Leonel D’Agostino hace de un cuento de Guillermo Martínez, Una madre protectora. El hijo cuenta una vez más con protagónico de Joaquín Furriel. Lorenzo (Joaquín Furriel) es un artista plástico que, después de un pasado alcohólico y de que su ex mujer se llevara a vivir con ella al exterior a sus hijos, se encuentra sobrio, en pareja y buscando un hijo. Ella es una bióloga noruega y se la percibe siempre un poco fría. Aun así sus amigos Renato y Julieta la reciben de buenas maneras en su círculo, pero cuando queda embarazada empieza a encerrarse, hasta dejar afuera al propio Lorenzo en cuanto a muchas decisiones. Una de las cosas que elige es tener un parto casero y para ello llama a una señora mayor que fue la partera que asistió a su madre. Estas dos mujeres hablan entre ellas en un idioma que Lorenzo no comprende y lo van aislando (perturbadora resulta una escena de parto a la cual no asistimos). La casa en la que viven se convierte en algo más que un refugio, casi una cárcel. Una vez que nace, la madre se obsesiona con que su hijo no se enferme y lo mantiene encerrado y a oscuras, lejos de médicos y lejos de cualquier actividad normal de una pareja que acaba de tener un hijo. Todo esto va creando en Lorenzo la idea de un horror invisible pero perceptible. ¿Hay algo raro o es en cierto modo normal que una madre primeriza resguarde así a su hijo? Si bien el film sigue casi todo el tiempo el punto de vista de Lorenzo, las situaciones que lo rodean generan diferentes perspectivas. En eso juega un papel primordial el personaje que interpreta Martina Gusmán, una mujer que intentó ser artista (así conoció a Lorenzo), mantuvo una relación, y hoy se encuentra en pareja con su amigo Renato, también buscando un hijo que no llega, y convertida ahora en abogada. Porque cuando Lorenzo ve a su hijo con fiebre se lo arrebata a la madre y lo lleva al médico y ella le hace una denuncia por violencia de género. El hijo tiene una estructura similar a El Patrón, radiografía de un crimen, donde los tiempos van y vienen para ir construyendo la trama desde el pasado y desde el presente: Lorenzo en problemas con la ley y acusado de problemas psiquiátricos al no reconocer a su hijo; y el Lorenzo previo, desde que intentan quedar embarazados. El guion está escrito por Leonel D’Agostino, quien hace un muy buen trabajo al adaptar el cuento de Guillermo Martínez (autor que ya había sido llevado a la pantalla grande ni más ni menos que por Álex de la Iglesia), cambiando un poco la construcción de los personajes que los rodean ya que la obra original cuenta con un narrador que funciona muy bien de manera literaria pero probablemente no así en una película. El hijo consigue momentos de mucha tensión y suspenso, sólo pierde, en comparación, con respecto a la ambigüedad buscada ya que, al seguir siempre la historia desde los ojos de Lorenzo, a veces resulta difícil dudar.
Estrenada recientemente en todas las salas del país, El hijo es la nueva película del director de cine y guionista argentino Sebastián Schindel, quién obtuvo un importante reconocimiento a partir de su filme anterior El patrón, radiografía de un crimen (2014). En esta ocasión contó nuevamente con Joaquín Furriel como protagonista de la historia, sumándose al elenco actores como Martina Gusmán, Luciano Cáceres, Regina Lamm y la actriz noruega Heidi Toini. La historia en El hijo gira en torno a la vida de Lorenzo (Furriel), un pintor que está en medio de un proceso de reconstrucción de su vida, ya que su ex mujer se mudó a Canadá y se llevó con ella a sus dos hijas, alejándolas de su padre. La espera de un hijo con su actual pareja Sigrid (Toini) lo tiene en estado de ansiedad, especialmente porque sabe que es su gran oportunidad de reconstruir su vida y seguir adelante. No obstante, a medida que avanza el embarazo, la actitud de Sigrid se va tornando cada vez más extraña, demostrando un comportamiento obsesivo y extremadamente controlador, lo que progresivamente irá empeorando y generando un conflicto mayor en la pareja. El nacimiento del bebé en lugar de representar un alivio, evidenciará ciertos trastornos en la joven, quien mantendrá cada vez más alejado a su nuevo hijo de Lorenzo, causa que lo irá devastando lentamente. Con la ayuda de Julieta (Gusmán), una ex alumna y amante que en la actualidad ejerce de abogada, y su actual pareja (Cáceres), tratará de no caer en la locura y poder lograr ver a su hijo. Intercalando momentos del pasado y presente (o presente y futuro, depende la perspectiva que uno prefiere), Schindel logra una interesante, dinámica y efectiva manera de mostrarnos progresivamente como la vida de Lorenzo se irá convirtiendo en un infierno. Podemos decir que por momentos la estructura de El Hijo, con fuertes tintes de thriller, evoca a películas de Roman Polanski como El bebé de Rosemary o El inquilino quimérico, plasmando una atmósfera lúgubre y bastante oscura, y manteniendo la expectativa al límite durante los 90 minutos de duración del filme. Otro de los grandes aciertos de Schindel se da en el camino que decide tomar en el desenlace, y en la forma en que lo hace, dejando al criterio del espectador atento las conclusiones, no dando nada por hecho, sino que mostrando posibilidades a través de pequeñas pistas esparcidas. A la vez logrará un delineado casi perfecto de cada uno de los personajes, lo que invita a sentirnos un poco parte de esta historia, desde la construcción del protagonista (podemos decir que Furriel cumple de gran manera), pasando por los secundarios Toini, Lamm y Cáceres, hasta la siempre destacada Martina Gusmán, fundamental sus aportes en la trama. Sin duda estamos ante una de las grandes producciones nacionales de este año.
Joaquín Furriel vuelve a trabajar con Sebastián Schindel, con quien ya había protagonizado su filme de 2014, “Patrón, radiografía de un crimen”, donde interpretaba a un carnicero que tenía una tensa relación con su jefe. En esta oportunidad, ambos fueron por más y no defraudaron al público. Pues “El hijo”, inspirada en Una madre protectora, la novela corta de Guillermo Martínez y guión de Leonel D’Agostino (coguionista de Nieve negra). La historia se centra en Lorenzo, un pintor que superó su alcholismo y que perdió a sus dos hijas porque su ex se las ha llevado a Canadá. Conoce a una bióloga noruega con quien decide formar una nueva familia, pero de repente todo se vuelve turbio cuando decide traer a una partera a la casa porque no confía en los médicos convencionales. A partir de este momento, el filme recae en las situaciones que vive una madre primeriza y el alejamiento que se produce de su pareja por miedos o ignorancia. Mientras que el relato pasea por el pasado del protagonista a través de flashbacks que enriquecen la película minuto a minuto. Sin dudas, una opción notable en tiempos de otoño.
¿Qué sucede cuando tu realidad está distorsionada? ¿Cuándo nada es lo que parece? Algunos de estos interrogantes, centrados en la paternidad, aborda “El Hijo”, segundo largometraje de Sebastián Schindel. Aquí, el director vuelve a unir fuerzas con Joaquiín Furriel luego del éxito de “El patrón, radiografía de un crimen”. Si en su primer trabajo el director optó por una historia con un tratamiento hiperrealista, aquí se vuelca por un thriller psicológico con elementos del género policial y de suspenso. “El Hijo” está basada en la novela La madre sobreprotectora, de Guillermo Martínez, quien colabora en el guión escrito por Leonel D´Agostino. La historia se centra en Lorenzo, un pintor que lleva un estilo de vida despreocupado y bohemio, quien busca reconstruir una familia con su mujer actual, una científica noruega. Luego de haber perdido la tenencia de sus hijos tras separarse de su anterior pareja, y después superar una etapa de alcoholismo, se siente emocionado por la llegada de un nueve bebé. Pero todo cambiará cuando su novia comience a aislarse de Lorenzo con el nacimiento de la criatura, optando por una actitud de extremo cuidado con el niño. Schindel realiza con maestría una puesta en escena inquietante. Además, la generación de los ambientes, similares a los del género de terror, aprovecha muy bien el juego con la baja iluminación y los fuera de campo, mientras que la música pasa a ser esencial en algunas escenas. Haciendo uso de la profesión de nuestro protagonista, la película presenta referencias a cuadros que tienen significados y connotaciones con las situaciones y sentimientos que envuelven a nuestros personajes. En este relato de fuerte manipulación psicológica, la narración avanza poco a poco para llevar a Lorenzo a lo surreal y a una supuesta locura, apoyado por el trabajo de un gran elenco. Joaquin Furriel, quien interpreta al pintor, nos brinda una actuación desgarradora. Es acompañado por Martina Gusmán y Luciano Cáceres, cuyos personajes representan su sostén terrenal. Ella, una abogada que alguna vez fue estudiante y novia de Lorenzo, él, un amigo de hace mucho tiempo que está casado con ella y que a aparece en escenas puntuales para aliviar el tono de la película y marcar algunas decisiones. Vale mencionar a Heidi Toini y Regina Lamm, cuya sola presencia perturbadora se apodera de las escena. En definitiva, una película atrapante, enigmática y muy recomendable, que te mantiene intranquilo hasta el final y deja algunas pistas para que cada espectador se formule sus propias conclusiones. Puntaje: 7,5 / 10 Por Federico Perez Vecchio
Sebastián Schindel es un reconocido cineasta bonaerense. Productor, guionista y realizador cinematográfico, durante la primera etapa de su carrera abordó el género documental con notable desenvoltura y sapiencia. Así lo testimonian gratas incursiones como “Rerum Novarum” (2001), “Que sea Rock” (2002) y “Mundo Alas”. En el año 2014, sorprendió a la crítica especializada transformando al por entonces galán televisivo Joaquín Furriel (o la etiqueta que muchos espectadores habían posado sobre él) en un consagrado intérprete dramático, gracias al brillante film “Patrón, Radiografía de un Crimen”. Basta ver su reciente personificación de Hamlet, para darnos cuenta que estamos frente a uno de los actores más talentosos de su generación. “El Hijo” representa el regreso de Schindel al terreno ficcional y no resulta, precisamente, una incursión habitual en el cine argentino. Nuestro aparato industrial ha abordado el género del terror y su vertiente psicológica con dispar suerte a lo largo de las últimas décadas. El saldo, sin embargo, no ha sido favorecedor. Desde la poco recordada “No debe estar aquí” (co-producción con España, 2002), de Jacobo Rispa, el salto cualitativo de nuestro cine no se había manifestado en cantidad de films dignos de mencionar. ¿Conseguirá Schindel escaparle a la mediocridad? Veamos… El realizador mixtura los elementos más reconocibles del cine de terror psicológico y policial, bajo el arquetipo de una trama que el género del terror nos ha contado cientos de ocasiones: un nuevo integrante en la familia parece agrietar el abismo existencial que divide a una pareja, al tiempo que los límites de la cordura parecen confundirse con la atmósfera de irrealidad que envuelve al relato y a su protagonista principal, Lorenzo, el punto de focalización sobre el que se estructura esta propuesta. Un embarazo conflictivo, un nacimiento misterioso, un pacto siniestro y una asistencia a las labores de maternidad de lo más macabara. ¿Les resulta familiar? “El Bebé de Rosmeray” marcó un antes y un después para este tipo de propuestas argumentales y, de allí en adelante, cuesta escaparle al lugar común de cualquier resolución narrativa. Pareciera inevitable que “El Hijo” intentara tomar más de una página prestada al libreto pergeñado por Roman Polanski adaptando la novela de Ira Levin, en 1968. Fragmentando las líneas temporales, Schindel pretende prolongar la intriga, sabedor de que posee en su poder un elemento clave del que se precian este tipo de misterios: la ambigüedad que desborda la trama potenciará el engima. Los principales valores del film se apoyan en dos intérpretes de carácter como el citado Furriel y Martina Gusman. Mientras la protagonista de “La Quietud” (2018) parece esconder la verdadera naturaleza de su esencia, el intérprete de la reciente serie “El Jardín de Bronce” se luce, nuevamente, en la piel de un ser sombrío o corroído por la incredulidad. La oscura telaraña que se teje a su alrededor lo confronta con sus miedos más intrínsecos y parece no dejarle escapatoria. ¿O es que todo, finalmente, se develará como la ilusión de un demente? El cinéfilo memorioso recordará que la locura también consumía a dos antológicos protagónicos (femeninos) de Roman Polanski: “Repulsión” (1965) y “El inquilino” (1976), borrando las fronteras de todo raciocinio. Tensa, perturbadora, inquietante y de climas enrarecidos, “El Hijo” nos hace sospechar a cada instante. No obstante, Schindel prolonga en demasía la resolución del misterio y peca de resoluciones arbitrarias, dejando un sendero de cabos sueltos sin explicar. Complejizando in extremis este oscuro drama familiar, se enreda en su propio laberinto de sospechas. Cuestionar el verosímil dejando fuera de foco detalles perceptibles no es sinónimo del buen uso del tan mentado ‘final abierto’.