Desamor en el castillo de la elegancia El regreso de Paul Thomas Anderson a la dirección viene a cerrar una suerte de trilogía conceptual acerca del poder ejercido por hombres tan misteriosos como egoístas, léase tres obras maestras -cuyo horizonte artístico pasó indudablemente por el cine del extraordinario Stanley Kubrick- que apuntaron a analizar el conjunto de consecuencias derivadas del accionar de estos “caudillos” de diferentes ramas del capitalismo: mientras que Petróleo Sangriento (There Will Be Blood, 2007) ponía el acento en la ruina familiar y ética de un magnate de los hidrocarburos a través de la conexión con su hijo adoptivo y con un joven pastor religioso, y The Master (2012) examinaba el mecanismo de cooptación -vía una seudo amistad- por parte de uno de los primeros líderes new age del Siglo XX para con un veterano alcohólico de la Segunda Guerra Mundial, hoy en El Hilo Fantasma (Phantom Thread, 2017) tenemos una historia un poco más optimista que aquellas pero igual de impiadosa y obstinada en su retrato del vínculo romántico entre un modisto de alta costura y una muchacha que nos relata/ comenta con dulzura dicha relación de forma retrospectiva. La trama se sitúa en la Londres de la década del 50 del siglo pasado, urbe dominada en el mundo de la moda por Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un genial diseñador de vestidos para la alta burguesía y la realeza europea -inspirado en Cristóbal Balenciaga- con una vida un tanto abúlica en función del hecho de que sus férreos rituales cotidianos, su necesidad de silencio absoluto y su dialéctica de trabajo y trabajo sin cesar lo son todo para él, lo que repercute en sus aventuras amorosas. Ya en las primeras escenas vemos cómo ningunea a su compañera de turno, Johanna (Camilla Rutherford), ante un reclamo de ella por falta de atención. Finiquitado el enlace con la mujer y aceptando el consejo de visitar la campiña por parte de su hermana Cyril (Lesley Manville), con quien vive en una mansión/ taller, allí mismo, en las afueras de la capital británica, Woodcock conoce a Alma (Vicky Krieps), una camarera de un restaurant a la que de inmediato invita a una cita. De manera algo caótica la chica, bastante más joven que él, se transformará a la vez en su amante, su amiga, su musa, su modelo, su asistente y hasta en una más dentro del staff de costureras. Pronto Alma se muda con Reynolds y Cyril al “castillo de la elegancia” de los hermanos y aunque al principio debe lidiar con cierta aspereza cortesía de esta última, la relación con su cuñada tácita irá mejorando de a poco. Lamentablemente el camino inverso es el que ella atravesará con Reynolds, porque la fascinación a raíz de la inventiva y el enigma detrás de este monarca de la indumentaria dejará paso a una desilusión debido a las demandas maniáticas del susodicho en lo que respecta a la no interrupción de su jornada laboral, el mantenimiento de sus rutinas a toda costa y la exigencia de un respeto inquebrantable frente a una pasividad a ojos de Alma -creatividad sigilosa desde el punto de vista de él- que roza constantemente el maltrato por indiferencia/ desidia/ apatía hacia su contraparte romántica. El guión, firmado por el propio Anderson con una ayuda importante de Day-Lewis, hoy en su último rol en cine luego del anuncio de su retiro de la actuación, está apuntalado en varias de las marcas registradas de siempre del realizador: por un lado tenemos situaciones de una frialdad maravillosa a lo Kubrick que examinan el juego de influencias recíprocas en la pareja, y por el otro lado está la disposición inconformista de los diálogos y la narración de Alma en pantalla y/ o en voice-over, un acervo que se mueve entre el naturalismo de John Cassavetes y los remates más imprevistos o desconcertantes símil Robert Altman. Sin embargo, a decir verdad la realización nos ofrece una experiencia exquisita ahora más que nunca sustentada en un imaginario nostálgico que asimismo nos retrotrae hacia un período previo del séptimo arte, entregando en primera instancia una lectura más contenida de aquellos gloriosos melodramas rosas e hiper preciosistas de Douglas Sirk, como por ejemplo Sublime Obsesión (Magnificent Obsession, 1954) e Imitación de la Vida (Imitation of Life, 1959), y recuperando en segundo término -y en especial- la ironía extremadamente aguda y malsana de clásicos inoxidables acerca de artistas más o menos enajenados y con problemas para relacionarse con su entorno, en sintonía con La Malvada (All About Eve, 1950), de Joseph L. Mankiewicz, El Ocaso de una Vida (Sunset Boulevard, 1950), de Billy Wilder, y Las Zapatillas Rojas (The Red Shoes, 1948), de la dupla compuesta por Michael Powell y Emeric Pressburger. Aquí Anderson baja a tierra toda la fastuosidad de las anteriores, sustituye a las figuras del espectáculo por uno de sus “proveedores de magia” por antonomasia, nada menos que un adalid de la moda, y enfatiza un tono bastante más tierno que el de sus propuestas de antaño; planteo que por cierto nos permite olvidarnos de su opus previo, Vicio Propio (Inherent Vice, 2014), un retorno fallido al policial negro de Vivir del Azar (Hard Eight, 1996) que se caía a pedazos por un metraje demasiado extenso. Dicho de otra forma, en El Hilo Fantasma Anderson vuelve a colaborar con el gran Jonny Greenwood como compositor de la banda sonora (así como en los instantes de quietud disfrutamos del piano, la tensión en escenas cruciales se mantiene alta a través de cuerdas sublimes) y el cineasta en persona se hace cargo de la hermosa fotografía en reemplazo de Robert Elswit (su director de fotografía habitual no estaba disponible durante la producción del film), no obstante el pulso narrativo y la estética de la película en su conjunto resultan más delicados y detallistas que sus homólogos de Petróleo Sangriento y The Master porque, como señalábamos con anterioridad, el sustrato familiar y “entre correligionarios” de aquellas en esta oportunidad mutó en amor/ desamor, logrando en el trajín que tanto Day-Lewis como Krieps -y también Manville, sin lugar a dudas- nos regalen un desempeño admirable gracias a miradas, posturas y palabras acentuadas con maestría. El trasfondo criminal asimismo regresa aunque atenuado y rearticulado dentro de la necesidad de afecto de Alma, cuando promediando el relato ella intoxica a Woodcock con una pequeña dosis de hongos venenosos, como si se tratase de una versión menos fatalista de las protagonistas de Defraudadas (The Beguiled, 1971), de Don Siegel, con el objetivo de “forzar” una de las crisis depresivas de Reynolds y conseguir que él dependa de ella durante su convalecencia. Quizás la mayor riqueza del convite la encontramos en su entramado conceptual, ya que la película habilita diversas interpretaciones según la perspectiva del espectador en cuestión: el film puede ser leído como una parábola de una figura hegemónica que esculpe a su imagen y semejanza un compañero/ cofrade para que mitigue la soledad del poder, también podemos pensar en un típico romance forzado en el que las diferencias entre las partes son más numerosas que los puntos en común, otra exégesis pasa por los vicios absolutistas, sádicos y autoindulgentes de los artistas, la crónica de los sinsabores de la convivencia más mundana es otra opción interpretativa, así como la apología de un “Dios devorador” que carcome los ideales de júbilo, y finalmente nos queda el retrato de las miserias y bondades de las faunas masculina y femenina (para él Alma no está al nivel de su madre fallecida, le cuesta mucho renunciar a su carácter dominante y a sus ojos el amor se ubica unos cuantos peldaños debajo del quehacer, del que definitivamente obtiene muchas más satisfacciones personales; y ella por su parte se muestra bastante ingenua abrazando moldes sociales preconcebidos sobre el cariño en la pareja y cuando -más adelante- comienza a dejar de lado esa triste adaptación vinculada al desencanto para contraatacar y así ganarse en serio su devoción, recae en mecanismos un tanto extremos como el episodio de los hongos y el genial “acuerdo” del desenlace, ya cuando la lógica contradictoria compartida deriva en una nueva fase del entendimiento). El director recupera toda su prodigiosa fuerza creativa en El Hilo Fantasma y hasta se permite momentos de incomparable y melancólica belleza como el sueño de Woodcock con su progenitora y la secuencia del año nuevo, enmarcada en una fiesta monumental que parece citar a las que pergeñó el malogrado Michael Cimino para El Francotirador (The Deer Hunter, 1978) y La Puerta del Cielo (Heaven's Gate, 1980). Entre un clasicismo sutilmente revulsivo y la convicción de porfiar en pos de la obligación de revalidar el afecto con el transcurso del tiempo, el opus de Anderson unifica pasado y presente para construir una epopeya del corazón en donde la adultez de los sentimientos y de las reacciones humanas constituye el principio rector de la trama, a su vez punta de lanza de un cariño real, uno empoderado por un lado en un antimaniqueísmo hollywoodense sin frenos y por el otro en la angustia masoquista del que debe ceder para amar a su prójimo…
Las nueve piezas del juego. Aún siendo muy distintas, El hilo fantasma (Phantom Thread, escrita y dirigida por Paul Thomas Anderson) y ¡Huye! (Get out, escrita y dirigida por Jordan Peele) podrían ser en el futuro referentes del mejor cine de estos tiempos, así como han perdurado Barrio Chino, The Truman Show, Perdidos en Tokio y algunas otras –no muchas– nominadas al Oscar de las últimas décadas. La de Anderson tiene la singularidad de ser una película con personajes adultos atravesando conflictos de adultos, destinada a espectadores adultos. Sin que ocurran hechos demasiado excepcionales a lo largo de poco más de dos horas, mantiene la tensión con gestos y detalles: una pausa dentro de un diálogo, una mirada cariñosa o desconfiada, una expresión de fastidio, son los elementos de los que se vale para retratar a un obsesivo modisto, su hermana y una joven que se convertirá –no sin dificultades– en su esposa, en la Londres de los años ’50. La trama podría haber conducido al despliegue de lujos de vestuario y escenografía, y sin embargo los vestidos sólo importan en tanto son parte del oficio del protagonista y sus ayudantes (a propósito: qué inusual es ver gente que trabaja, y con esfuerzo, en una película de ficción consagrada por Hollywood). La secuencia en la que el hombre se introduce en una fiesta de fin de año en busca de su amada es un ejemplo de cómo aludir a un evento rebosante de oropeles con la opulencia apenas asomando, casi de soslayo. La historia de amor de El hilo fantasma está cruzada de sospechas y hasta de malicia, sin que esto provenga de un enigma policial sino de los pliegues de la complejidad de los seres humanos. Su intensidad reside en lo que sienten y dicen (o callan) los personajes centrales, pero los intérpretes que les dan vida lo hacen de manera contenida, sin ceder nunca al desborde exhibicionista: por eso mismo, cuando por excepción alguno de ellos sube el tono de voz el espectador se sobresalta. Siempre inquieto, PTA realiza esta vez un film maravillosamente clásico, sobrio en sus formas y con sigilosos homenajes a Hitchcock.
Perversa luna de hiel. El hilo fantasma, dirigida por Paul Thomas Anderson tiene el raro privilegio de ignorar todas las tendencias y modas del cine actual y se erige como una obra personal más allá de la época. El hilo fantasma no dice absolutamente nada sobre el mundo actual como tal. Es una película que se dedica de forma obsesiva a describir a sus personajes y su entorno, ignorando todo lo que esté fuera de él. En ese aspecto, y de forma no muy sorpresiva, terminando siendo una película más transcendente. La historia transcurre en los años 50, en el Londres de la postguerra. Woodcock es la casa de moda más prestigiosa en el Reino Unido. Es el centro de la moda británica y viste a las mujeres más importantes de la alta sociedad. El diseñador Reynolds Woodcock (Daniel Day Lewis) es el genio detrás de todo esto. Es un hombre obsesivo, maniático al extremo, que lleva una vida solitaria, solo acompañado por su hermana Cyril (Lesley Manville) que lleva nota de todo lo que el necesita para concretar sus diseños. Hasta que un día se cruza con Alma (Vicky Crieps) una camarera en un restaurante en una ruta. Ella se transformará en su amor y su musa, lo que amenaza con trastocar todo el mundo de Woodcock. Uno imagina que a cierto nivel de cine, todos los directores conocen su oficio y hacen las cosas bien, pero eso no impide destacar que Anderson maneja los tiempos de la narración y se hace eco de la obsesiva precisión de su protagonista en cada una de las escenas. El vestuario inevitablemente es uno de los elementos más importantes de la película, y todas las ideas giran en torno a esto. Sin embargo el tema principal de la película es el vínculo destructivo entre dos personas, la relación de poder que se establece en esta pareja formada por Reynolds y Alma, con un único testigo parcial que es Cyril. Paul Thomas Anderson declaró que Rebecca de Alfred Hitchcock fue su fuente de inspiración, por lo que no será necesario subrayar las similitudes parciales entre ambos films. Sin embargo, la película recuerda por momentos films de relaciones perversas de ida y vuelta, como por ejemplo Bitter Moon (1992) la gran película de Roman Polanski. Sería tranquilizador decir que el film habla de personas enfermas y cerrar la puerta allí, pero justamente –y como ocurre con Alfred Hitchcock- el verdadero mérito de la película es que se trata de una versión muy sofisticada y profunda sobre las relaciones entre las personas en general. La locura y el exceso enfatizan los temas porque de eso se trata hacer una obra de arte, pero en el fondo no deja de ser una lupa que se cuestiona los vínculos en general.
Una gran producción, personajes intrigantes y una atrapante, perversa y extrañísima historia de amor El último tercio de la proyección es un tanto repetitivo, aunque no por eso deja de ser interesante y cautivante, ya que....
Si Boogie Nights: Juegos de placer era un carrusel scorseseano y Magnolia, una montaña rusa cassaveteana, si Punch-Drunk Love (Embriagado de amor) era un torrente minelliano-lynchiano y There Will Be Blood (Petróleo sangriento), un monolito kubrickiano-wellesiano, si The Master se inauguraba con unas espirales hitchockianas e Inherent Vice (Vicio propio) dibujaba un laberinto pynchoniano, ¿cómo cabría calificar la nueva película de Paul Thomas Anderson, El hilo fantasma (para nosotros Phantom Thread)? ¿Y si la imaginásemos como una enredadera? ¿Y si, como nos sugiere la Real Academia, estuviésemos ante una película que trepa y “se enreda en las varas u otros objetos salientes”? ¿Y si, en su afán expansivo e inasible, Phantom Thread estuviese por todas partes y por ninguna al mismo tiempo, como su título espectral parece sugerir? ¿Cómo referirnos sino a una película demasiado febril y disonante (gracias, Jonny Greenwood) para ser considerada estrictamente neoclásica, cómo caracterizar esta obra demasiado original para ser etiquetada de posmoderna, cómo domesticar este film demasiado anti-chic y armónico (¡gracias, Jonny Greenwood!) para ser considerado “moderno”? Con su tallo voluble, su espíritu devocional y su apego a las supersticiones, Phantom Thread se enreda por todo lo largo y ancho del Planeta Cine mientras nos invita a perder la razón y aferrarnos a la butaca. Hace ya tiempo que el cine de Paul Thomas Anderson (PTA) renunció a instigar nuestra empatía y exigir nuestra entrega sentimental. En ese sentido, resulta útil imaginar al Reynolds Jeremiah Woodcock de Phantom Thread como un trasunto del nuevo PTA, aquel que renació al descubrir el peso de la Historia en There Will Be Blood, un cineasta plenamente consciente de su grandeza (quizá también angustiado por ella), un autor que siente que no debe pasar cuentas con nadie, ni con sus maestros ni con sus espectadores, que le seguimos embelesados al son de sus sinfonías atonales e hipnóticas (¡¡gracias, Jonny Greenwood!!). En su mejor versión, PTA encauza su sentido de la autoexigencia hacia las antípodas de los lugares comunes: ¿quién hubiese imaginado que en su “película sobre el mundo de la moda londinense de los años 50” los espejos jugarían un papel tan secundario, cuando sus primeras películas acudían en cuanto podían al cliché scorseseano de la confesión especular? Por contra, esquivando los cantos de sirena de lo simbólico, Phantom Thread se erige como el film de PTA donde el estudio del deseo y el tormento humanos se fragua de manera más concreta sobre cada milímetro de tela, piel y encuadre: ¡qué logro tan rotundo para una película sobre pespuntes textiles y románticos! En su mejor versión, PTA encuentra un modo directo, físico (también poético), de materializar las corrientes de amor y aflicción de sus personajes. El luto perenne de Reynolds haya una figuración sublime en el modo resignado en que el modisto le señala a su amada que lleva el nombre de su madre muerta oculto entre los pliegues de su camisa, “cerca del corazón”. Aunque mi hallazgo favorito de Phantom Thread son las gafas de trabajo de Reynolds, cuya presencia destaca en los silentes desayunos que el protagonista “comparte” con sus allegadas. Nada alude con mayor locuacidad al espíritu autoritario y a los ademanes afilados de Reynolds que esa montura arqueada que circunvala, de la comisura de cada ojo hasta la respectiva oreja, el rostro huesudo, severo, en permanente tensión, del artista. La piel y la carne de Woodcock devienen una línea recta, y todo lo demás (sean ropas, paredes, otros seres humanos o la montura de esas gafas) debe encorvarse y dejar espacio para el desempeño del creador. “I make dresses” (“Hago vestidos”), espeta Reynolds emulando, con una dosis extra de autosuficiencia, el “I make westerns” (“Hago westerns”) de John Ford, mientras su actitud desdeñosa y sus súbitos arrebatos de calidez afectiva hacen pensar en una evolución civilizada del Daniel Plainview de There Will Be Blood. De ser cierta la terrorífica amenaza del retiro de Daniel Day-Lewis, su encarnación del Reynolds Woodcock de Phantom Thread quedará como la coronación final de una mágica comunión entre cineasta e intérprete. Solo Philip Seymour Hoffman podría discutirle a Day-Lewis su reinado como “mejor articulador de intuiciones andersonianas”. Marcado por continuos crescendos y decrescendos, el cine de PTA suele emplear como patrón narrativo la noción de la intuición que se hace idea, para luego eclosionar en acción (una idea discreta y poderosa que Christopher Nolan explicitó, aparatosamente, en la trama de Inception/El origen). Ahí está la mirada fija y muda de Frank T.J. Mackey (Tom Cruise) al verse desposeído de su armazón cínico en Magnolia, el vaivén de Barry Egan (Adam Sandler) en el interior de su oficina mientras se forja el amor de Punch-Drunk Love, las miradas de soslayo que intercambian Freddie Quell (Joaquin Phoenix) y Lancaster Dodd (P.S. Hoffman) en sus primeros encuentros en The Master, los primeros signos de desconfianza que Daniel Plainview dirige a su “hermano” en There Will Be Blood, y finalmente el despertar amoroso de Reynolds Woodcock en la cafetería de Phantom Thread (con aureola resplandeciente incluida), a la que responde uno de los despertares del rencor durante una luna de miel que se nos aparece cual sueño/pesadilla. De un modo nada sutil, PTA utiliza estos derroches de intuición para ralentizar la acción, casi suspenderla, y luego precipitarla hacia lo espectacular: un tratamiento del curso narrativo que, más que al ordenamiento y la premeditación, conduce a un escenario permanente de incertidumbre y revelaciones dramáticas –siempre acotadas por esos majestuosos prólogos y grand finales dominados por voces de off de incierto proceder–. En su peor versión, PTA sigue arrastrando algunas losas de su propio pasado. En una película razonada en torno a la contención/constricción de los personajes (en ello tiene mucho que ver el disciplinado trabajo de Vicky Krieps como Alma, el objeto de deseo de Reynolds) y en base a la claustrofobia espacial –hay un predominio casi absoluto de los escenarios interiores–, el director necesita seguir apelando al fuego de artificio confrontacional que tocó techo en las disputas animalísticas de Freddie y Lancaster en The Master. Por otra parte, la asombrosa postal de Reynolds perfilado contra los escarpados Alpes suizos (parece que el Lincoln de Steven Spielberg hubiese hallado su particular Monte Rushmore) tiene algo de exceso decorativo, cuando, desde el empleo de los 70mm en The Master, a PTA le bastan los rostros, en primer plano, a veces poseídos por una suerte de arrebato expresionista, para que su cine conquiste una dimensión paisajística. A la postre, es esa condición todavía visceral y esquiva del cine de PTA, combinada con la fuerza enredadera de Phantom Thread, lo que da cuerpo a una película por la que fluyen, de manera sorprendentemente natural, toda una retahíla de mitos y figuras totémicas. Ahí están Edipo y Pigmalión, la ama de llaves hitchcockiana reconvertida en hermana de Reynolds (y encarnada por una fantástica Lesley Manville, que se gana el derecho de ser el único personaje que mira varias veces a cámara), la sombra del Scottie de Vértigo cincelando al natural la imagen de su amada, la herencia entre bergmaniana y shakespeareana que se manifiesta en una estremecedora aparición fantasmagórica y en la proliferación de anhelos vengativos, o la estela trágico-romántica que apunta a Max Ophüls o David Lean (en el terreno personal, y entre otras cosas, Phantom Thread me ha convencido de que no vale la pena darle una segunda oportunidad a ¡Madre!, de Darren Aronofsky, y su simplista acercamiento a la dialéctica creador-musa). Finalmente, cabe advertir que la máxima expresión de la naturaleza enredadera de Phantom Thread llega en su inesperado giro hacia las formas y mecanismos de la comedia de enredo de Hollywood. Sin entrar en mayores detalles, apuntaré que la relación entre Reynolds y Alma esboza un reconocimiento de la falibilidad del otro en un sentido no tan lejano a la amoralidad explorada, por ejemplo, en Trouble in Paradise, de Ernst Lubitsch. Todo aquel que conserve en el recuerdo el deslumbrante y descarado encuentro inicial de los ladrones Lily (Miriam Hopkins) y Gaston Monescu (Herbert Marshall) en el hotel de Venecia, donde intercambiaban todo tipo de objetos robados “mutuamente”, tendrá en su mano una adecuada vara para medir la retorcida complicidad entre los amantes de la noche de Phantom Thread. Qué manera inesperada y punzante de acabar de enhebrar esta película arrolladora que nos invita a prolongar el idilio con el más inaccesible de “nuestros” cineastas.
Amar a cualquier precio. Una vez más Paul Thomas Anderson nos deslumbra con una cinta exquisita y ambiciosa, que se equilibra tanto desde su flanco formal como argumental. La historia se centra en el diseñador de modas británico, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un personaje obsesivo; un perfeccionista cuyas confecciones eran muy solicitadas por la alta sociedad de Londres a mediados de los años cincuenta. Junto a su hermana Cyril (Lesley Manville) poseen un pequeño imperio de la moda, que funciona de modo esquemático e imperturbable. La figura materna en Reynolds, será una referencia vital a la hora de crear, y parece que su hermana ha venido a ocupar ese lugar consintiendo al exigente diseñador en todos sus excéntricos rituales. Pero la vida de los hermanos dará un giro de 180 grados cuando en una escapada al campo, Woodcock conozca a Alma (Vicky Krieps), una humilde mesera que se convertirá en su musa y amante. Ambos concretaran una relación dependiente y enfermiza que transformará sus existencias. Primero bajo la forma autoritaria del diseñador, y luego bajo el influjo de Alma, que se hará de unas recetas mágicas para dominar tanta pasión. Con una puesta en escena precisa y hasta pictórica, sumada una notable dirección de actores (las interpretaciones son todas sublimes), y un guion inescrutable, Paul Thomas Anderson muestra una vez su destreza como narrador, superándose film a film. Como en un reloj de ingeniera suiza, todo funciona a la perfección, sin por esto quitar pasión e ímpetu en las imágenes. La química entra la pareja protagónica es indescriptible, ambos se aman en sus silencios, sus obsesiones… solo basta un primer plano de sus miradas para transmitir el amor desbordado y anárquico, que se encuentra contenido bajo las formas de la sociedad burguesa de la Inglaterra de la época. El realizador diseña una pieza sutil que resulta impredecible. El hilo de su entramado (si bien no lo es) parece invisible, ya que bajo las apariencias se entreteje un mecanismo de conductas humanas de lo más complejas, donde residen todo tipo de traumas, que más tarde emergerán como síntomas buscando alcanzar la satisfacción de un deseo incontrolable. Después de todo, la moda solo será un pretexto para dar cuenta de hasta que punto pueden ser dificultosos los vínculos entre las personas.
Amores y demonios. Paul Thomas Anderson es un director tan desconcertante como grandioso en su opulencia o en su afán ególatra, al realizar películas dispares pero etiquetadas, desde su ego, como propias de su gran sentido del cine o, mejor dicho, de su conocimiento de las películas, de forma que su obra adquiere cierto halo de santidad permanente cuando en realidad no suele ser más que una irreverente santificación de sí mismo. Gran parte de la potencia de sus películas termina por frustrarse por la autoría que trata de transmitir, empeñado en endiosarlas hasta el no va más. Quizá el personaje principal de la desmesurada Pozos de ambición, el hombre que se cree un dios capaz de crear y destruir toda una obra, toda una vida, sea el ejemplo más claro del propio realizador, quien además no tiene reparo alguno —y se jacta de ello— en pasar de un género a otro para tratar de mostrar su valía cuando en realidad el embellecimiento, la grandilocuencia de sus imágenes, se surte de otras miradas, de otros filmes que admira y trata de emular, ocultándolo o no. Después de la prueba que significaba adentrarse en un thriller desmadrado, Puro vicio (una estructura genérica no muy lejana en algunas de sus anteriores películas) se enfrenta —desde una aparente estructura de qualité— a El hilo fantasma, para rodarla, y darle el tono pretendido, marcha a Inglaterra. Su primer filme realizado fuera de los Estados Unidos. Era necesario para crear el ambiente y hasta el glamour que intenta plasmar. Lo consigue desde un aparente pastiche de géneros y de ideas. Al igual que en algunas de sus anteriores películas, el tono grandilocuente, el recrearse en momentos sin poner límites, las repeticiones o la incoherencia de algunos momentos, lo encontramos diseminado, escondido a lo largo de una historia que camina por diferentes caminos y que se presenta como un abigarrado cóctel con muchos ingredientes, aunque curiosamente todos ellos sirven primorosamente a la finalidad del filme hasta conseguir una película personal, repleta de matices e ideas y, por tanto, reflejo claro de la autoría de su realizador. Si a todo ello se une la fotografía, color, música, ambientación, todos los elementos integrantes de un filme, y las excelentes interpretaciones, el resultado será un filme de gran calidad vestido muy primorosamente debido a la fuerza de sus hechuras. Sobre todo Hitchcock El hilo fantasma es mucho más que una película sobre la moda y un modisto. Se ha hablado que para la construcción del personaje principal, un excelente Daniel Day-Lewis, el director pensó en el modisto español Balenciaga (y parece ser que no sólo en él), representante de la alta costura frente al prêt-à-porter, un maniático de la costura, creador de modelos exclusivos para la alta sociedad. De hecho, ciertos episodios que aparecen en el filme se basan en hechos reales, como la boda de la heredera americana Barbara Hutton con el diplomático portorriqueño Porfirio Rubirosa (en la película la nueva boda de una ricachona con un dominicano) o el vestido de boda de la princesa belga; pero, con todo, la película, desde elementos realistas, va a desgranar una narración compleja sobre amor, seducción, sumisión y poder. La historia es sencilla en realidad: el hombre metódico, egocéntrico, artista que busca un ideal de mujer para vestirla (en una especie del mito Pigmalión) hasta que cansado de su presencia decide sustituirla por otra. Ese es el inicio de esta interesante película lastrado, quizá, por esa especie de relato que la protagonista, Alma, va desgranando al médico. Una línea conductora, ese relato, cuya utilidad no queda nada clara y que, para el desarrollo del filme, podría haber sido suprimida sin alteración de lo que cuenta, quizá lo contrario. Es el mismo error, por ejemplo, en el que cae Woody Allen en su última, y excelente película, Wonder Wheel, al tomar como narrador de lo que vemos al joven salvavidas de la playa donde se encuentra el parque de atracciones. Tal propuesta es un artificio de escasa consistencia. Pero ¿qué puede pasar si la mujer tomada como objeto digno de pasar a ocupar el trono del que ha sido desbancada la anterior reina está dispuesta a convertirse en reina absoluta, dominando, o poniendo bajo sus pies, al poderoso rey? Hasta cierto punto de eso tratan esos hilos con los que se van construyendo trajes únicos y por tanto irrepetibles. Tres personajes son los principales: el modisto (Reynold Woodcock), su hermana (Cyril) y la joven (Alma). Los tres encerrados en una gran mansión, donde los dos primeros ejercen el mando y en donde buscan rendir a la recién llegada hasta que su presencia resulte insoportable. Veamos las distintas referencias fílmicas más concretas que se pueden encontrar en la película. Algunas fáciles, otras más complejas, la mayoría de ellas por ser desconocidas, como las dos referidas por el propio realizador: Falbalas (1945), de Jacques Becker, o Amigos apasionados (1949), de David Lean, ninguno de ambos títulos que sepamos estrenados en España, aunque la de Lean se encuentra editada en DVD. ¿Sobre el cine que conocemos cuáles son las referencias encontradas en el filme? Sobre todo Hitchcock. Podríamos referirnos en ese caso incluso al apellido del modisto y el nombre de la joven protagonista. Él es Reynold Woodcock, ella es Alma. El apellido Woodcock termina igual que el de Hitch, mientras que Alma era el nombre de su mujer. El creador y la persona con una personalidad tan grande, su mujer, que tenía su impronta sobre la obra final. No hay que olvidar que Alma Reville Hitchcock, aparte de la asesora personal del realizador de Psicosis, era guionista y montadora. Un director grande, egocéntrico y su mujer en la realidad, en la película un modisto metódico, sólo viviendo para su trabajo y la joven que quiere ser algo más que un personajillo, un capricho momentáneo. La influencia del cine del maestro inglés aparece en el filme remarcada por medio de situaciones y personajes con alusiones concretas a tres títulos, que por orden de importancia son Rebeca, Vértigo y Psicosis. De la primera, de la que más toma, estaría el encuentro de los dos personajes después de la muerte de la mujer, la presencia del ama de llaves (aquí la hermana del protagonista) y la mansión donde viven. Por supuesto la diferencia es notable, Alma no es la mosquita muerta apocada y pisoteada, mujer sin nombre, que había sido escogida para sustituir a Rebeca. De Vértigo se toma la transformación de la mujer, cómo la va vistiendo James Stewart para convertir a la mujer encontrada en la mujer perdida, en la representación de la mujer deseada. Y el recuerdo de Psicosis se establecería con la presencia de la madre muerta pero siempre dominando unas vidas. De todas formas la presencia de la madre es un referente propio de todo el cine de Hitch, como lo son también las múltiples escaleras (esas que suben y suben hacia lo alto) y que aquí se reflejan en las subidas y bajadas hacia el trabajo, los desfiles de moda, las habitaciones. La madre domina la vida de Reynold, la madre muerta, esos muertos que siguen viviendo y que se llevan, como lo hace él, en las entretelas de sus trajes, al igual que los recuerdos. La madre que para y conduce las vidas, a la que se añora como refugio, salida, e incluso defensa frente a la indefensión. Alma sabe de ello y por eso decide pasar de amante a esposa y a madre. Desde ese momento, en que adquiere tan figuración, no habrá vuelta atrás y la mujer se habrá convertido en insustituible, en reina y señora. En la película tal hecho está dado en una secuencia muy conseguida, la primera enfermedad-envenenamiento de Reynold. En ella Reynold cree ver a su madre muerta. Alma entra en la habitación y sustituye a la madre, que desaparece de la escena. Es el primer momento donde el personaje va a asumir el papel de madre por encima del de amante. No es raro que en una inmediata secuencia posterior el hombre pida en matrimonio a la mujer. Hitchcock, todo su cine, se centra en el amor. Sus películas, sobre el tema de la culpa, muestran grandes historias de amor. En cierta manera El hilo fantasma también es una historia de amor o muchas historias que se esfuerzan por dar vueltas hacia lo que es o significa un gran amor. Un amor incluso capaz de admitir que el ser amado, por amor o por dominio o por lo que sea, sea capaz de matar o de inutilizar a quien ama. ¿Qué es el amor? ¿Hasta dónde puede llegar? En ese sentido la película de Thomas Anderson parece mirarse en otro filme de influencia hitchcockiana, La sirena del Mississippi, de Truffaut, donde Belmondo era consciente de la actuación de Catherine Deneuve. Y, sin embargo, sumiso, lo aceptaba. Aquí en la parte final asistimos a ello. A cómo el hombre, vencido, acepta el reto y se entrega ante el desafío que supone la tortilla preparada por Alma. Una secuencia muy conseguida y que además, aunque nada tenga que ver, enfoca el momento como una característica propia de un género aparentemente tan alejado de este título como es el western. ¿Y que tiene El hilo fantasma de western? Simplemente su esquema de enfrentamiento entre dos antagonistas hasta llegar al duelo final. Al comienzo ambos personajes se miran y se sopesan, se estudian. El no deja de mirarla en la cena. Ella le dice: «no conseguirás (nunca) hacerme bajar la mirada». O sea, te venceré. Y ese duelo llega al final de la película cuando en la comida él trata de vencer la mirada de ella y no lo consigue: «te dije que nunca lo conseguirías». Es su victoria, el sometimiento del hombre, el ocupar el lugar por el que ha estado luchando, convertirse en dominante, reina y madre. Sin límites. Ha ganado la batalla. Y las armas de uno y otro se han expuesto primorosamente: planos de él dibujando un modelo, planos de ella preparando la maléfica comida. Habría que preguntarse si desde el principio no hemos asistido a un doble juego. Claro, el de él, personaje malévolo de un cuento gótico destinado a encerrar y expulsar de su reino a las mujeres de las que se ha cansado o que son demasiado curiosas, y el de ella, la mujer dispuesta a erigirse en la reina, lista y decidida, venida de los países del Este para mostrar su fuerza hacia los engreídos dominadores del Oeste. Quizá es ir demasiado lejos en la propuesta, pero igual de válida que otras muchas reflexiones, enmarcada en un rico filme abierto y libre en su aparente cerrazón narrativa. Y quedan, por encima o por debajo, las referencias al clásico cine británico de los años cuarenta y especialmente al ya citado David Lean o a Las zapatillas rojas (el creador y la criatura); sin olvidar la mirada hacia otro título, al que sabiamente se le da la vuelta, El coleccionista de Wyler. Aquí la enjaulada mujer, sustituta de otras mueres enjauladas, se convierte en la dominadora de la situación dejando su papel de dominada, de víctima, para convertirse en dominadora de la situación y del hombre al que de sumisa lo convierte en sumiso, donde «tu gusto no es mi gusto, ese que nunca dejará de ser». La película de Thomas Anderson describe también una sociedad, echa la mirada sobre el arriba y el abajo, los que mandan y los que obedecen, sobre los rituales, los personajes encaramados a los títulos, el ridículo de una sociedad dormida y dominada por sus prisas o su estupidez. Momentos sutiles que reflejan ambientes. Secuencias hilarantes, mordaces. Instantes donde se captan estados de ánimo, reflejos internos. Hay momentos precisos, ejemplares: la secuencia que implica la nueva boda de la millonaria, los desayunos con los ruidos que van alterando a Reynolds, la preparación de la cena-sorpresa de Alma, la cena amplia anterior al fin de año y, por supuesto, la secuencia de fin de año. Gran película que nos habla de las grandezas y limitaciones de un artista que, como en muchas de las películas de Thomas Anderson, también hace referencia a él mismo, su engreimiento y su saber. La doblez de un autor que trata, en definitiva, de encontrarse consigo mismo.
Paul Thomas Anderson (“There Will Be Blood”, “The Master”) vuelve a la carga con una de sus pretenciosas fábulas cinematográficas, donde convoca nuevamente al gran Daniel Day-Lewis (“Lincoln”). Un film muy personal e intimista que busca profundizar en el complejo ámbito de las relaciones humanas y sus excentricidades. La película se sitúa en el Londres de la posguerra, en 1950, donde un famoso modisto, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), y su hermana Cyril (Lesley Manville) están a la cabeza de la moda británica, vistiendo a la realeza y a toda mujer elegante de la época. Un día, el soltero Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps), una dulce joven que pronto se convierte en su musa y amante. Es así como su rutina metódica y su vida, hasta entonces cuidadosamente controlada y planificada, se ve alterada por la irrupción del amor. El largometraje que nos propone Anderson comprende aquel cine de personajes donde quedará evidenciado que la puesta en escena y la narrativa están supeditadas al protagonista y a la gente que lo rodea. Es un film cuyo foco está situado en este peculiar sujeto y sus manías, haciendo que todo el relato y las ideas giren en torno a su obsesión. Anderson también hace gala de su prurito a la hora de confeccionar esta historia donde se ponen de manifiesto las miserias humanas y los vínculos destructivos que se pueden generar en una pareja. Y podríamos decir que el realizador lo logra mostrando su madurez como autor. Para tal gigantesca tarea contó con un magistral Day-Lewis que ofrece una magnífica interpretación del complejo y quisquilloso protagonista y una tremenda Vicky Krieps que nos trae a una mujer fuerte que no se dejará atropellar por la visión paternalista y controladora de la época. La factura técnica también es realmente destacable, en especial la dirección de fotografía del mismo director, el cual busca ampliar ese aire ominoso que rodea a la mansión donde residen los personajes principales, que junto con el cuidado diseño de producción de Mark Tildesley (“Sunshine”) y el soberbio trabajo de Mark Bridges (“Inherent Vice”) en el diseño de vestuario que le valió el Oscar en la entrega de premios de este año, terminan de redondear una estética superlativa. Por otro lado, la banda sonora de Jonny Greenwood, habitual colaborador del cineasta, logra dotar de una cuidada sensibilidad al relato por medio de su piano en los momentos tranquilos y algunas inquietantes cuerdas en los instantes de tensión. Quizas el mayor problema del film radique en su parsimonioso ritmo producto del melodrama que nos presenta Anderson, y es esa misma cadencia que va haciendo que ciertos eventos se tornen algo repetitivos en el segundo acto de la cinta. En el tercero, ya rumbo a la conclusión de la obra, la película vuelve a cobrar fuerza gracias a un giro inesperado de los acontecimientos que harán reflexionar al espectador en correspondencia con el extrañamiento generado por medio de los mismos sucesos presentados. La cinta puede ser visionada como una gran referencia a los lazos totalitarios en las relaciones de pareja, el sentimiento de autodestrucción provocado en ciertos individuos, los vicios y pretensiones de los artistas, entre muchas cosas más. “El Hilo Fantasma” es una película compleja que no dejará indiferente a ningún tipo de espectador. Un film que invita a la reflexión y a una mirada distinta sobre los vínculos afectivos.
El Hilo Fantasma: Enhebrados por el amor. El director y guionista Paul Thomas Anderson nos entrega a su manera una elegante y peculiar relación entre un diseñador y una joven, de una fuerte tenacidad, en los años 50´s en Londres. Hay personas solitarias que tienen un mundo singular, propio, que quizá es difícil de entender para el foraneo. Esta película se encarga de adentrarnos en la vida de un diseñador de ropa llamado Reynolds Woodcock, un señor muy meticuloso y con carácter fuerte que se enamora de una moza de un restaurante, llamada Alma, que se muestra inofensiva al comienzo, pero es mucho más que eso. Ella es la que comienza contándonos como Reynolds le dio todo y ella le dio lo que más deseaba él. Algo, que en el transcurso del film, intentamos entender al observar la relación de estos dos personajes. Lo más hipnótico de la película es el aclamado actor Daniel Day Lewis, nominado como mejor actor en los premios de la Academia, interpretando a Reynolds. Quién ya trabajó con el director en “There Will Be Blood” (por la cual ganó el Oscar a mejor actuación). El actor logra ponerse en la piel de este hombre prolijo, y obviamente muy detallista debido al trabajo que tiene. Mientras que Alma es interpretada por Vicky Krieps con esa aparente inocencia que acompaña al diseñador de forma única. Otra de las nominaciones al Oscar fue lograda por Lesley Manville que se pone en la piel de Cyrill, la mejor amiga de Woodcock. Esta triple relación de quizá celos y cariños hace recordar a la película de Hitchcock llamada Rebecca (1940) con la Sra. Danvers en el medio de una pareja. Esta extraña dupla Woodcock-Alma tiene tintes de una relación gótica, que quizá quede mucho más rara con el paso de los años. Él tiene un tema con su madre ya fallecida, mientras que ella logra tener algo de autoestima gracias a él, que con tanta prolijidad la viste con sus distinguidos diseños. El amorío se va tornando más oscuro, con las decisiones que se toman, en un ritmo que quizá no sea muy popular pero que ayudan a estructurar la película perfectamente. Los trozos de esta historia de amor se hilvanan de una manera excéntrica haciéndonos pensar si esto es romántico o no, quedando todo bordado de una belleza atractiva. El vestuario combinado con la dirección de Paul Thomas Anderson (ambos nominados a los Oscar) despliegan pura elegancia durante toda la película. El glamour junto con la música escrita por Jonny Greenwood (Nominado al Oscar como mejor música original) generan un ambiente melodramático digno de las películas de los años 50, especialmente en una discusión que tienen ambos personajes principales cuando están por comer. Con el complejo de Edipo dando vueltas, el fantasma de la madre de Reynolds, además de Alma y su particular forma de cuidarlo, esta película lleva al amor a un nivel más extraño psicológicamente, con una gran capacidad de mostrarnos los sentimientos de cada personaje. Todo esto gracias a la gran dirección de Paul Thomas Anderson y a las mencionadas actuaciones.
Una versión del amor La nueva película de Paul Thomas Anderson es de la misma calaña que The Master (2012) porque parte de un guión dilatorio, a veces frustrantemente ambiguo, y se centra en dos enigmáticos personajes y la intrigante relación que los une: un diseñador de moda y la musa con la que se encapricha. Superficialmente parece una obsesión unilateral, una nueva versión de Barba Azul con Daniel Day-Lewis en el papel del marido dominante y prohibitivo; el genio de El hilo fantasma (Phantom Thread, 2017) se va desenredando a medida que se explora las profundidades de la relación entre Reynolds Woodcock y su Cenicienta camarera Alma (Vicky Krieps). Ambientada en el Londres de los ‘50s, Woodcock (el nombre ya es una burla hacia un personaje tan asexuado) trabaja junto a su hermana Cyril (Lesley Manville) diseñando y confeccionando preciosas vestimentas para la élite mundial. Ambos son solteros y llevan una vida rigurosamente monástica, pasando los días en silencio y manteniendo una rutina impregnable. Woodcock se deshace de su musa de turno - “pareja” es una palabra demasiado íntima - porque sus reclamos de atención le irritan y esencialmente sale a comprarse otra, dejándose cautivar por una torpe pero bella moza que le sirve el desayuno perfecto en un hotel. El resto de la historia consta del extraño cortejo entre Woodcock y Alma; a pesar de su realismo y detalle histórico la trama se perfila como un cuento gótico o de hadas, los cuales siempre tienen intenciones cautelares. Woodcock no confina exactamente a Alma en su castillo ni la obliga a hacer nada que no quiera pero su desinterés en todo lo que no refiere a su trabajo (los sentimientos de Alma incluidos) se siente cruel y despectivo. “¿Qué estoy haciendo aquí?” se pregunta la sumisa Alma, mucho después que la audiencia y varias veces. Hasta que lo descubre. El resultado es un fascinante estudio - a veces lento, nunca aburrido - de dos personas y el balance de poder que van barajando entre ellos. El hilo fantasma es una deconstrucción del amor, reduciéndolo a una puesta en común de manipulaciones sutiles y no tan sutiles al servicio de necesidades egoístas. Es también una historia sobre maldiciones: la maldición de la falta de amor (Woodcock fantasea, literalmente, con el fantasma de su madre, y Cyril parece condenada a la soltería por un viejo mito sobre bordar vestidos de novia) así como la maldición del amor, de la perversa y mutua entrega al hambre de otra persona. Anderson suele ser comparado con el gran Stanley Kubrick por su meticulosidad y formalidad y también supuesta frialdad (por qué no compararlo, para el caso, con el propio Woodcock). El hilo fantasma es ciertamente una de sus obras más ejemplares, sobre todo en las escenas nocturnas - vemos Naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971) en los escalofriantes paseos en auto y Ojos bien cerrados (Eyes Wide Shut, 1999) en las caminatas desorientadas de Woodcock. Otro excelente bastión de técnica es Hitchcock, con quien Anderson comparte la misma fascinación por personajes que, sospechamos, ni el propio director comprende del todo. La tríada de actores centrales es impecable, magnética y en absoluto dominio de sus personajes, que se complementan de maneras insospechadas. La música clásica se mezcla exquisitamente con la gélida banda sonora de Johnny Greenwood. Por cada pequeña decisión equívoca o cuestionable hay un momento brillante que eleva El hilo fantasma. No es sólo la mejor película de Paul Thomas Anderson desde Petróleo sangriento (There Will Be Blood, 2007), es una de sus mejores obras.
El filo (visible) de la navaja Con el paso de los años, independientemente de que nos guste o no, entre todas las etiquetas que se le han podido poner (“Genio”, “Artista total”, “Fraude”, “La-pretensión-hecha-cine”), hay una que no se le podrá arrancar a Paul Thomas Anderson, la de “Ambicioso”. El Hilo Fantasma lo es particularmente. Y el riesgo de la ambición es el filo de la navaja en el que sitúa a su espectador, a nivel formal y conceptual. ¿Por encima de esta ambición, para comprenderla y empatizar con ella? ¿O bien por debajo, para fascinarle y dejarle boquiabierto, incluso patidifuso? A nivel conceptual, lo que busca pitiei (como le llaman en EE.UU.) es, ni más ni menos, contar una relación de pareja inédita, la que forman un modisto (Reynolds Woodcock –Daniel Day Lewis–) y su joven protegida (Alma –Vicky Krieps–). Esto genera cierta simpatía, sobre todo en tiempos en los que la crítica gender señala que el cine puede que haya contado ya todo lo que se puede contar sobre las relaciones entre un hombre y una mujer. Sentir que se nos quiere presentar algo inédito, lógicamente, abre perspectivas apetitosas. Sobre todo porque, según la película avanza, somos absolutamente incapaces de saber por qué estos dos personajes están juntos y al mismo tiempo parecen no estarlo o, como dice Alma, en qué consiste esa “distancia entre los dos” que parece totalmente insalvable. La película empieza a desplegar de forma sutil una variedad total de posibilidades sobre esa relación: lo que al principio suponemos es una respuesta dialéctica a la relación de Woodcock con su trabajo (si hace trajes para mujeres, también puede hacer mujeres para trajes), se confunde también con la idea de la musa y con la de la intrusa (Alma resultando visiblemente un elemento perturbador en una casa donde un extraño equilibrio se ha instalado, no sin indicios de perversidad, entre Woodcock y su hermana). Un juego de pistas en el que no sabemos cuál es la falsa, si es que alguna lo es, o bien si todas lo son. Hasta aquí, todo bien. Respecto a la ambición formal, en un primer momento podríamos pensar que PTA se muestra más depurado a nivel puramente plástico y cromático que en Petróleo Sangriento, con momentos deslumbrantes, como cuando Woodcock, febril, imagina a su madre vestida de novia en la habitación. Pero en su conjunto, el americano aprovecha que la película se sitúe en el ambiente al mismo tiempo chic y austero de la Inglaterra de posguerra para desplegar una estética leloucho-kubrickiana de falsa sobriedad (la cámara fijada a un bólido de época atravesando a toda velocidad por la, la cámara en mano con gran angular siguiendo a los personajes entre las habitaciones, los movimientos de cámara que aprovechan cualquier escalera para ponerse en funcionamiento), con un voluntarismo artístico que no logra pasar desapercibido. Así que el filo de la navaja del que hablábamos, en este terreno, se vuelve algo un poco delicado. Y es que a nivel “conceptual” pasa algo parecido. Me explico: como si de una extraña comedia romántica se tratase, el suspense de la película (que lo tiene) se reduce a entender por qué Alma y Woodcock son perfectos el uno para el otro, mientras no dejan de ponerse trabas, atraerse para rechazarse, en un juego dialéctico que termina instaurando en lo romántico algo de política. La ambición de PTA le lleva a abrir totalmente el tema de su película creándose una ilusión muy interesante: que algo aparentemente simple en una pareja nos ofrezca un desafío incomprensible. En definitiva, que sin parecerlo, la película sea más inteligente que nosotros. Casi podríamos añadir: “Como toda buena película”. Pero ahí es donde se torna la navaja y a Anderson le entra un irremediable ataque de woodyallenismo: consiste esto en un síndrome bastante extendido en el cine americano de los últimos treinta años y que podríamos resumir como el deseo de lograr que hasta el más despistado de los espectadores comprenda de qué trata una película aparentemente inteligente, pero haciéndole creer que es gracias a su inteligencia. Esa es la satisfacción que busca PTA y comprendemos entonces que toda esa estructura de falsas pistas, de un tema que se abre hacia algo sumamente oscuro y extraño, no es mucho más que un castillo en el aire y que siempre hubo una pista (un hilo invisible) que fue la buena (y que no es la más interesante), que el objetivo de esa estructura no era tanto introducirnos en la oscuridad del misterio sino hacernos sentir aún más brillantes al comprender que, en el fondo, no había ninguno. De este modo, la parte final de la película, que intentaremos no destripar, vuelca totalmente la ecuación y se sitúa “por debajo” del espectador, que logra recuperar fácilmente todas las pistas sembradas por el camino (“siento que mi madre me mira todo el tiempo pero no me da miedo”, dice él; “Woodcock es como un gran bebé mimado, sólo quiero cuidarlo yo”, dice ella) y reduciendo pues la distancia insondable propuesta al vínculo más básico, simple y previsible imaginable: bajo su aspecto de poder, Woodcock sólo busca alguien que ocupe el lugar de su madre y lo proteja cuando es débil. Alma, por su parte, solo pide que esos momentos de fragilidad lleguen para sentir que su amado depende de ella. En definitiva, ella quiere que “se suelte”, y él solo se “suelta” enfermo y vomitando. Se encontraron con una comilona, se reunirán finalmente con otra (el espectador que la haya visto entenderá). En su primera cita, Woodcock desmaquilla a Alma porque quiere “verla realmente”. Tras su última pelea, irá a buscarla a una fiesta y se limitarán a mirarse de nuevo. Y así sucesivamente. Extrañamente, tampoco es que esto eche a perder totalmente la película (solo la vuelve más ingrata, más simple, y vuelve más intolerable su rebuscado buen gusto estético). Y ello gracias a un talento cómico de PTA (cuya mejor película posiblemente la haya hecho con Adam Sandler, con eso lo decimos todo, y la segunda mejor, Vicio Propio, se acerca claramente a una comedia negra absurda en sus mejores momentos), aliado sobre todo al de Daniel Day Lewis (hay que verle asomar la cabeza en el fondo del plano tras una disputa con Alma para ver si sigue ahí, o jugar con el ridículo de su peinado en sus crispaciones del desayuno). Al menos habrá que reconocerle a PTA no haber puesto su ambición por encima de eso.
El hilo fantasma, de Paul Thomas Anderson Por Ricardo Ottone En toda entrega de los premios Oscar hay una o más películas con varias nominaciones, incluidas las del podio, que al final de la noche se van con las manos vacías o con el premio consuelo de los rubros técnicos, una incómoda suerte que los americanos denominan Snub. Este año las frustraciones estuvieron más repartidas y una de las casi ignoradas fue El hilo fantasma, último film de Paul Thomas Anderson, que con seis nominaciones se tuvo que conformar con la estatuilla al Mejor Diseño de Vestuario. Está bien que considerando el tema de la película este premio parece más que adecuado e incluso un poco obvio, pero por otro lado sabe a poco. Y si mencionamos el tema en relación al premio es porque el protagonista de El hilo fantasma, Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), es un diseñador de moda en la cima de su profesión vistiendo a la realeza y la aristocracia en la Inglaterra de los 50. Lo secunda en el negocio su hermana Cyril (Lesley Manville), suerte de mano derecha y perro guardián, con una paciencia (casi) inagotable para con su quisquilloso hermano. Reynolds es soltero y, por lo que vemos al principio del film, las novias no le duran mucho, algo que viendo su carácter no nos sorprende. En un viaje de fin de semana Reynolds conoce a Alma (Vicky Krieps) y comienza una relación que se consolida al punto de transformar a Alma no solo en pareja sino también en una suerte de musa y también en víctima de su difícil personalidad. Esta relación evoluciona en un crescendo dramático, un combate eterno con ataques y retiradas, treguas y también momentos de placidez y felicidad verdadera pero inestable. Reynolds muestra la hilacha desde el primer día de la relación cuando se pone a diseñarle un vestido en la primera cita revelándose como un detallista susceptible y controlador, obsesionado con su madre muerta con la que obviamente ninguna mujer podrá competir. También desde el comienzo se va viendo como Alma lo mide y va construyendo una estrategia, oscilando entre aguantar y devolver el golpe, para vencer allí donde las otras fracasaron. Hay en esta relación rastros de cierto Hitchcock. Anderson reconoce la influencia de Rebecca (1940) aunque aquí la función de Rebbeca, antes que las fracasadas ex-novias, la viene a cumplir la madre omnipresente. La otra referencia reconocible es Vértigo (1958). Es fácil ver en la imagen de Reynolds vistiendo a Alma un espejo de James Stewart vistiendo a Kim Novak para transformarla a imagen y semejanza de su amor perdido. Esta historia está contada a través de una puesta en escena tan refinada y meticulosa como su protagonista. Con exquisitos encuadres y fotografía del propio Anderson, quien muestra el valor de por primera vez hacer de D.F. de sí mismo en un largometraje pero con un pudor que le impide acreditarse. Se destaca también la banda sonora de Jonny Greenwood, más popularmente conocido por su otro trabajo como guitarrista de Radiohead, cuya colaboración no es novedad ya que es un viejo colaborador de los films de Anderson desde Petróleo sangriento (2007). Greenwood arma un soundtrack clásico y delicado en el que uno no adivina la presencia del tipo responsable de las catarsis eléctricas de Creep y Paranoid Android. En este combo el diseño de arte y el vestuario cumplen una función narrativa y no meramente decorativa. Con estos elementos, Anderson filma una película de época con sutileza, alejado de los manierismos inútiles del “cine de Qualité”. Pero si hay un rubro donde El hilo fantasma verdaderamente se sostiene es en las precisas actuaciones de Day-Lewis como un manipulador pasivo-agresivo, con un frágil equilibrio emocional, de a ratos contenido y de a ratos desbordado por los detalles más intrascendentes, y en la de Vicky Crieps que da vida un personaje frágil en apariencia, con una fuerza que va liberando de a poco con una tenacidad inexorable. A esto hay que sumar una tercera pata que es Lesley Manville, la hermana fiel, sostén y control. Un personaje que es también fuerte a su manera, que trata de equilibrar la balanza de la relación entre su hermano y su cuñada pero que, al fin y al cabo, juega para sí misma. Daniel Day-Lewis ya anunció que esta es su última película. No es la primera vez que el actor anuncia un retiro para volver con gloria años después. Pero si está fuera realmente su despedida, aun a pesar del Snub de los premios, no podría irse de mejor manera. EL HILO FANTASMA Phantom Thread. Estados Unidos. 2013 Director: Paul Thomas Anderson. Intérpretes: Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps, Lesley Manville. Guión: Paul Thomas Anderson. Fotografía: Paul Thomas Anderson. Música: Jonny Greenwood. Edición: Dylan Tichenor. Duración: 130 minutos
La unión creativa de dos talentos que nunca provocan la indiferencia. El director Paul Thomas Anderson y el enorme actor Daniel Day Lewis que encima anuncia que este será su último trabajo actoral. Entre los dos maduraron esta historia y se da como seguro la colaboración del actor en el guión, con la expresa disposición de no figurar. Lo cierto es que se sumergen en un mundo increíblemente frívolo, pero profundamente creativo, seriamente encarado como una profesión que le vale la vida para el protagonista. Un modisto de los años 50 en Londres, que se dice esta lejanamente inspirado en el genio de Cristóbal Balenciaga. La construcción detallada del mundo del modisto, en su pequeño reino de silencios, caprichos, ritos, se construye en una atmósfera asfixiante y creativa, donde él es un pequeño reyezuelo, un niño caprichoso que construyó un mundo de reglas y comidas elaboradas minuciosamente, para favorecer su genio creativo. A su lado esta su silenciosa y aguda hermana. Y para terminar el triángulo permanente de sus relaciones amorosas, el termina su relación con una modelo e ingresa a otra historia con una camarera en un pueblo del interior a la que transformará en modelo, empleada, amante, a la que pondrá en un pedestal o tratará como a una cenicienta. Mientras tanto se ve su mundo de telas suntuosas, sus clientes aristócratas y de la realeza, sus modelos estructurados, sus vestidos tratados como esculturas. Pero cuando llega el tercer acto, uno se da cuenta que los anteriores solo fueron un preámbulo para sumergirnos en el oscuro mundo de las relaciones amorosas, con dominador y dominada que intercambian papeles y se cruzan en la perversión y la dependencia, con la singular manera que encuentra Clara para soportar una situación y un amor tóxico pero del que le es imposible salir, por eso se sumerge en él, para transformarlo en motor de su vida. Intrigante, sorprendente, intensa, imperfecta. Un film para repensar y fascinarse con el talento desplegado por el director, su inmenso protagonista y esas mujeres que acompañan y marcan su vida.
Se esperaba con ansiedad la nueva película de Paul Thomas Anderson, un esteta único y que ha sabido conseguir adeptos en cada lugar del mundo y la galaxia en donde una película suya esté por estrenarse. Despidiendo a Daniel Day – Lewis de la actuación, el guion trabaja con pocos elementos, o tal vez los que justamente no deseaba que se conozcan. Así y todo esperar cada escena es la gloria de los amantes del buen cine.
Paul Thomas Anderson es de esos realizadores inclasificables. Esto dicho con razón y con todo el mérito que puede conllevar. No es lo mismo Boogie Nights, Juegos de placer que Petróleo sangriento, ni Magnolia que The Master o esta El hilo fantasma. Construida, hilvanada como una película de ribetes hitchockeanos –y no vamos a decir más-, la que marcaría la última aparición en el cine de Daniel Day-Lewis, si cumple con lo que ha dicho, es una historia de amor entre dos seres por distintos motivos desesperados. Reynolds Woodcock es un obsesivo e insoportable por su perfeccionismo diseñador de moda de los años ’50. Ya entrado en años, descree en el matrimonio, pero -siempre hay uno, hasta en el cine de PT Anderson- conoce a Alma (Vicky Krieps), camarera en un restaurante y queda prendido como un alfiler de gancho. Claro que el carácter apacible de la muchacha extranjera irá mutando, tanto como la percepción que teníamos de Woodcock. El, que viste a princesas y señoras de alta alcurnia, no tolera que ella haga ruido al untar una tostada en el desayuno mientras él está diseñando. Woodcock cuenta con la anuencia y el soporte de su hermana (Leslie Manville, con una mirada hitchockeana y hasta aquí llegamos), que en su momento le planteará que haga como con otras mujeres: la deseche. Pero Alma, que no parece tener entre sus cualidades una mente brillante, lo que se verá o no si es tan así, tiene las medidas de su cuerpo perfectas para el trabajo de Woodcock. Lo que nace y florece entre Woodcock y Alma no es otra cosa que una historia de amor… por lo menos rebuscada. Hay rechazos, mordeduras de labios inferiores, rencores contenidos y mucha pasión entre estos dos personajes. Y que se conocerá tanto como para que uno sepa que puede caer en la trampa que le tiende el otro… y aceptarla. El diseño de producción del filme y el vestuario (este último, ganador del Oscar, premio pro el que la película también compitió, al igual que en dirección, actor protagónico, de reparto –Manville- y música –Jonny Greenwood, habitual en PT Anderson) impresionan tanto como la composición de los intérpretes. Nadie va a descubrir que Daniel Day-Lewis es un monstruo, que puede cambiar cual camaleón de un estado de ánimo a otro y que con su mirada puede inferir tanta frialdad como compasión. Las -muchas- capas que tiene El hilo fantasma, y que se van pelando y apareciendo a lo largo del relato, no hacen más que redescubrir en PT Anderson a un narrador como pocos, a un realizador con todas las letras, a un hombre que sabe atrapar desde una posición de cámara. Observen el primer encuentro entre Woodcock y Alma, y aquel en el que él recibe de manos de su amada… Es cine en estado puro.
El hilo fantasma es el último de los nueve títulos nominados al Oscar en la categoría de Mejor Película en estrenarse en la Argentina. Y es para quien esto escribe el mejor de todos. Más allá de las cuestiones "deportivas" (perdió contra La forma del agua, de Guillermo del Toro), la nueva obra maestra de Paul Thomas Anderson es un film a contracorriente, de esos que -por temática, por ambientación, por ritmo, por tono, por profundidad, por sutileza, por elegancia, por matices y por sensibilidad- ya casi no se hacen. El guionista y director de Vivir del azar, Boogie Nights: Juegos de placer, Magnolia, Embriagado de amor, Petróleo sangriento, The Master y Vicio propio nos transporta a la Londres de la década del cincuenta y, más precisamente, a la casona y taller de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un obsesivo, riguroso y bastante autoritario diseñador de modas que supervisa la confección de vestidos para ricas y famosas. Más allá del ejército de costureras y bordadoras que trabajan para él, Reynolds tiene como inseparable, metódica y cínica ladera a su hermana Cyril (Lesley Manville), quien administra cada detalle del emprendimiento. Cuando termina en medio del desgano y el desprecio la relación con una joven, el protagonista emprende un breve viaje durante el cual conoce en una cantina a una joven y torpe camarera llamada Alma (Vicky Krieps), quien se convertirá en su amante y su musa. Las fobias y las actitudes crueles de Reynolds no tardarán en aparecer, pero Alma no será tan sumisa y dócil como las anteriores parejas. Es cierto que cada toma parece una pintura barroca, cada vestido luce como una obra de arte, pero Paul Thomas Anderson no se queda en el preciosismo o el regodeo visual porque la intensidad de las relaciones, la ductilidad de las actuaciones, los elementos propios del thriller hitchcockiano que aparecen en la segunda mitad y el uso de la hermosa música de Jonny Greenwood (integrante de la banda Radiohead) distancian por completo a este drama de época de los lugares comunes del cine de qualité. Provocativa, perturbadora, exigente y al mismo tiempo fascinante como pocas películas de los últimos tiempos, El hilo fantasma es una exploración llena de inteligencia, de ideas y de sorpresas sobre el proceso creativo, la manipulación psicológica (surgen los deseos, los celos, la locura) y los inesperados vericuetos del amor.
Pespuntes secretos en los pliegues El director de Petróleo sangriento vuelve a reunirse con su actor fetiche en la historia de un amor perverso, enfermizo. Se podría pensar que en la obra de Paul Thomas Anderson conviven dos cineastas, con obvios puntos en común pero a la vez con notorias diferencias. Ambos son arrogantes, ambiciosos y tienden a la megalomanía, pero a la vez abordan temas y personajes bastante distintos. Por un lado, está el implacable, feroz observador de la cultura popular, aquel capaz de pintar extravagantes frescos de la sociedad estadounidense desde sus costados más sórdidos, menos prestigiosos. Ese Anderson va desde Boogie Nights (1997), ambientada en el submundo del porno, hasta Vicio propio (2014), un film-noir revisionista sobre la novela de Thomas Pynchon, pasando por el mosaico de Magnolia (1999), donde la estética de la televisión y los reality shows era determinante. A diferencia de estos films corales, con influencia reconocida del cine de Robert Altman, Paul Thomas Anderson ha hecho retratos individuales de personalidades tan singulares y avasallantes como psicóticas: Embriagado de amor (2002), con Adam Sandler; Petróleo sangriento (2007), con Daniel Day-Lewis, y The Master (2012), con Philip Seymour Hoffman. A esta última categoría pertenece El hilo fantasma, oscura historia de un amor enfermizo, que es en principio la del protagonista consigo mismo, y luego con una mujer con quien erigirá una insondable folie à deux. Casi como si fuera un alter ego del propio Anderson, cineasta obsesivo y perfeccionista si los hay, Reynolds Woodcock (nuevamente Daniel Day-Lewis, en la que anunció será su despedida del cine) es un maestro de la alta costura británica, un excéntrico y exquisito que solamente admite lo mejor. Y lo mejor empieza y termina por él mismo, por sus creaciones para lo más alto de la realeza y la aristocracia europeas de los años 50, cuando Londres todavía estaba lejos de ser la fiesta que sería recién durante los “swinging sixties”. Solitario, riguroso y sibarita, nadie duda en su ambiente –un ambiente cerrado, agobiante, todavía victoriano– de que se trata del “hombre más exigente del mundo”, como alguien lo define. Una definición que bien puede aplicarse tanto al personaje como a su director e incluso al actor que lo encarna, famoso justamente por su exigencia consigo mismo y con los demás. Los psicoanalistas pueden llegar a hacerse un festín con Reynolds Woodcock, que sueña recurrentemente con su madre, largamente fallecida, y de quien recuerda incluso su olor al despertar. “Los muertos cuidan de los vivos, me gusta esa idea”, se tranquiliza Reynolds antes de afrontar su disciplinada rutina diaria, que comienza con un desa- yuno en el que no puede faltar el té de Lapsang y en el que impone silencio absoluto, al margen de que a su mesa estén sentadas tanto alguna amante ocasional –a quien no tardará en echar de su casa– como su hermana, que en más de una ocasión pareciera su amante tácita, muda, en las sombras. Extraordinaria composición de Lesley Manville (una actriz frecuente en el cine de Mike Leigh), esta mujer vestida siempre rigurosamente de negro y celosa guardiana de su hermano-patrón parece heredera del ama de llaves de Rebeca, una mujer inolvidable (1940), de Alfred Hitchcock, de donde el film sugiere haber tomado cierto espíritu gótico. Un encuentro fortuito con una mesera de una posada de provincias provocará una grieta en la estructura monolítica del protagonista. En esa chica de pueblo (Vicky Krieps), sugestivamente llamada Alma, Reynolds encuentra no sólo a su amante ideal sino también, y antes que nada, a su musa inspiradora. Para él, no hay mejor declaración de amor que cuando la lleva a su estudio y la desnuda, pero para volver a vestirla, ahora con las creaciones que él imagina para ella. Un poco a la manera fetichista de Buñuel, Reynolds hace de Alma su maniquí preferido: la observa, la mide, la viste y la desviste. Ese obscuro objeto del deseo, sin embargo, es a su vez un sujeto con sus propias ideas acerca del amor, que irá inoculando –literalmente– en la vida de Reynolds, hasta volverse indispensable. Ese hilo fantasma de perversión es con el que se va bordando lenta, inexorablemente una historia de amor plena de pespuntes secretos, escondidos en sus pliegues más recónditos.
Lo primero que hay que tener en cuenta antes de ver El hilo fantasma es que nos encontramos ante un film de Paul Thomas Anderson. Una obviedad para el cinéfilo consumado pero advertencia para el espectador ocasional. Sus películas no son para todos los paladares, y aún así, desata tantos odios como pasiones en las papilas gustativas más refinadas. En esta oportunidad, la nominada al Oscar se nutre de lo que el director sabe hacer mejor: arrastrar al público en la atmósfera propuesta. El clima es tan denso como sus personajes y, por sobre todo, su protagonista principal. Daniel Day Lewis supuestamente se retira de la actuación con esta película. Un lástima para mí, pero sería una salida por la puerta grande aunque no sea su mejor papel. Aquí compone a un muy duro y metódico diseñador de moda. Alguien muy prestigioso y cuyas relaciones se acomodan a su vida. Cuando irrumpe Alma (una genial Vicky Kripes) como su nueva muza y amante se sale un poco del eje y vemos secuencias muy buenas a nivel actoral. Otro aspecto para destacar es que la historia gira tan en sí misma y en los personajes que poco y nada importa el mundo exterior. Nos damos cuenta que transcurre en Londres y que la Segunda Guerra ya pasó, pero no hay coyuntura, no hay diálogos que den nota de eso. Solo se habla (y se ve) tan solo un poco a una parte de la realeza. Y como no era para menos en una producción así, el vestuario ocupa un gran lugar y de hecho ganó el Oscar correspondiente a esa terna. La fotografía está pensada y cuidada al milímetro. La narrativa es buena. Destaco la colorimetría en donde predominan los grises y se resalta el vestuario en otras gamas. En definitiva, El hilo fantasma es una buena película para quien aprecia el cine de Paul Thomas Anderson. Aún así (y pese a su nominación) es un film menor comparado con otros dentro de su filmografía.
Paul Thomas Anderson, guionista y director de películas como “Juegos de placer”, “Embriagado de amor” y “Petróleo sangriento”, entre muchas otras, nos presenta en esta oportunidad una historia realmente muy particular, que si bien no alcanzó la victoria como “Mejor película”, logra instalarse en la actual cartelera como la opción cinefila más interesante. Anderson nos presenta a Reynolds Woodcock, un diseñador de alta costura exigente y talentoso que fue quien vistió a la alcurnia inglesa en la década del 50. Si bien la película tiene elementos biográficos de este personaje, interpretado magistralmente por Daniel Day Lewis (nominado como mejor actor al Oscar por este trabajo), la historia va mas allá y nos permite adentrarnos en la oscuridad del diseñador, sus deseos, particularidades y obsesiones tanto de sí mismo, como en relación a los otros. Rodeado de costureras y clientes, Woodcock tiene como mano derecha a su hermana Cyril (Lesley Manville), quien lo acompaña desde que era un niño tanto en lo profesional como en lo personal, pues Woodcock no se ha casado y ha vivido con ella y las telas durante toda su vida. Sin embargo, luego de finalizar una relación con una muchacha, decide emprender un viaje en donde conocerá a quien será su musa, amante y compañera, Alma (Vicky Krieps), una mesera que caerá, seducida por Woodcock, en una vida totalmente diferente, y en una relación llena de idas y vueltas, amor, lujo, y también, por momentos, locura desenfrenada y complicidad enferma. Los personajes se encuentran delineados por el director e interpretados por los actores de forma excelente, dando lugar a lucimientos individuales (sin dejar de lado el talento en conjunto del elenco). El trabajo de Daniel Day Lewis es de un gran nivel de profundidad y sensibilidad. Acompañado por Vicky Kreps, con el ojo de Anderson como guía, el film nos permite disfrutar de escenas realmente memorables, emotivas, únicas. La historia, relatada con elementos técnicos de primer nivel, como la fotografía del mismo Anderson, el vestuario de Mark Bridges (ganador del Oscar), el diseño de producción de Mark Tildesley, y la música de Jonny Greenwood, no deja de ser un drama pero contado de forma tal que lo previsible no existe, dando lugar a que el espectador, como los hilos en las telas, recorra el film sin descanso hasta la puntada final.
La última puntada La dupla creativa de P.T.Anderson y Daniel Day Lewis parece despedirse oficialmente del mundo del cine con este film, o al menos así lo manifestó el actor al anunciar su retiro de la industria luego del estreno de El hilo fantasma. La película viene a completar un tríptico conceptual sobre el ejercicio del poder masculino que se conforma con otras dos grandes obras del director: Petróleo sangriento y The Master. En todos los casos mencionados el director ahonda en la psiquis de sus personajes, hombres fuertes y que utilizan su carisma para la consecución de aquello que consideran primordial para sus vidas. El negocio familiar del petróleo, los sistemas de reclutamiento de los grupos sectarios y la obsesión por la perfección de la alta costura parecen reflejar la obsesión de Paul Thomas Anderson por la excelencia como idea rectora. En perfecta simetría con sus propias obsesiones el director nos presenta a Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) un afamado diseñador de la década del cincuenta con un reconocimiento en las altas esferas del mundo de la moda londinense. El nivel de obsesión por la perfección de Reynolds es directamente proporcional con su falta de empatía y conexión con el resto de la humanidad, a quien solo la valora en relación a la consecución de su objetivo de excelencia. Su vida transcurre en un eterno devenir de rutinas repetidas (casi a nivel patológico) que le aseguran que nada se saldrá de los carriles supuestos, logrando que esta previsible cotidianeidad sea la que logre que su labor sea aún más eficiente. En este marco y en un viaje a las afueras de la ciudad conoce a Alma (elección de nombre que no creemos que sea aleatorio), una camarera humilde a la que inmediatamente invita a salir. A partir de entonces ambos se embarcan en una relación tan enfermiza como intensa y que amenaza los cimientos mismos del imperio que Woodcock construyó. La imprevisibilidad del enamoramiento es exactamente lo opuesto a la rutina diaria del diseñador y es por ello que la resistencia del mismo se torna más que interesante. LEÉ MÁS: ¿Por qué puede llevarse el Oscar Paul Thomas Anderson? El guion a cargo de Anderson, con importantes aportes de Daniel Day Lewis, también ahonda en uno de los grandes tópicos de la sociedad moderna: la deconstrucción del ideal de amor romántico tradicional. El ingreso de Alma a la vida de Woodcock es tan caótico como traumático para ambos miembros de la pareja, mostrando los aspectos más ruines, egoístas y desconsiderados por parte del magnate de la industria de la indumentaria. La desidia y desinterés que él muestra a los requerimientos de su esposa son tan fuertes que hasta la mera organización de un cena sorpresa termina siendo la excusa perfecta para una intensa sesión de maltrato marital. Anderson nos brinda, entonces, una mirada descarnada sobre el ideal de las relaciones de pareja, permitiéndonos reflexionar sobre sus cimientos y como la construcción de una posición de poder es primordial para su supervivencia. El film se convierte entonces en una inteligente jugada de ajedrez donde ambos participantes con una frialdad pasmosa mueven sus piezas para lograr poner en jaque al oponente. Woodcock se humaniza y Alma se vuelve desalmada, ambos pierden su esencia sacrificándola en el altar de una relación signada al fracaso. Tal vez la mirada más descarnada y desesperanzadora sobre el amor que se haya visto en mucho tiempo o una magnífica oda a las obsesiones a las que los humanos nos sometemos voluntariamente. Como sea una sola cosa queda en claro: El hilo invisible es una película magistral sobre la obsesión, lo que para algunos puede ser casi un sinónimo de amor. *Crítica de Marisa Cariolo
Publicada en edición impresa.
Sutileza, delicadeza y buen gusto exuda Phantom Thread, la nueva obra de Paul Thomas Anderson, protagonizada por la leyenda viviente Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Lesley Manville. El cineasta brinda una clase maestra de dirección y presenta una historia original y bien escrita que, dada la crisis de creatividad del cine norteamericano, debe ser loable. El film desarrolla la atmósfera obsesiva del thriller, envuelta en las elegantes telas del drama y humor inglés.
El hilo fantasma es el nuevo film del célebre director y guionista estadounidense Paul Thomas Anderson, realizador de películas como Boogie Nights, Magnolia,Embriagado de amor, Vicio propio, entre otras. A partir del jueves 15 de marzo, podrá verse en los cines argentinos. La cinta nominada a los premios Oscar en las categorías de Mejor Película, Director y Actor, entre otras, cuenta con las brillantes actuaciones de Daniel Day-Lewis (Lincoln, Pandillas de Nueva York, Petróleo sangriento, Mi pie izquierdo), Vicky Krieps (Gutland, El joven Karl Marx, Hanna) y Lesley Manville (Una cita en el parque, Rupture, Maléfica). El señor Reynolds Woodcock, interpretado por Daniel Day-Lewis, es un diseñador de alta costura de la Inglaterra de los años ’50 que convive con su hermana Cyril, Lesley Manville, quien también es su asistente, consejera y su mano derecha hasta en cuestiones amorosas, su sostén. Woodcock es un hombre solitario, muy minucioso, obsesionado con su trabajo, quisquilloso. Estas virtudes que lo llevan a ser quien es en el mundo de la moda se vuelven en su contra a la hora de necesitar compañía. Su alma solitaria sueña con su madre, sueña que la ve, la siente en esa casa que huele a muerte, donde todo se encuentra hilvanado a la perfección, fantasea con la aprobación de ella, sueña con ese hilo fantasma. Sin embargo, el señor Woodcock intenta, busca, cortar ese hilo delgado que existe entre su realidad y sus fantasías, y conoce a Alma, protagonizada por Vicky Krieps, quien es camarera en un restaurante. Probablemente lo que lo atrajo de ella fue su torpeza, su ordinariez, sus malos modales escondidos en las medidas perfectas para los vestidos del diseñador. Alma acepta salir con él y el desafío de llevar un vestido hecho a su medida, que la contenga y la enaltezca, porque de esa manera puede lucir su cuerpo, valorarlo, desearlo y, sobre todo, aceptarse a sí misma. No obstante, la camarera no es el prototipo de pareja para Woodcock, son de clases sociales distintas, sin embargo, en esa relación conviven fantasías, miedos, deseos, ganas de romper estructuras, normas, medidas. El hilo fantasma tiene diversos planos de análisis. Como nos tiene acostumbrados, el director de The Master no muestra algo digerido al espectador, sino que lo interpela, lo lleva a preguntarse y a elaborar múltiples lecturas. En esto radica la riqueza del cine de Paul Thomas Anderson.
Paul Thomas Anderson, el director de películas únicas como "Magnolia" y "Boogie Nights" entrega otro trabajo absolutamente personal que podría definirse como un drama romántico decididamente hitchcockiano. "El hilo fantasma" se centra en los juegos de poder y control entre un genio de la alta costura y las dos mujeres en su vida, su hermana y su esposa. Daniel Day-Lewis es el obsesivo Mr Woodcock, que en la Inglaterra de la década de 1950 viste a las aristócratas que necesitan renovar su vestuario para cada aparición en sociedad. Lesley Manville es su hermana, dedicada a que las excentricidades del modisto de lujo se respeten a rajatabla. En un momento el trabajo obsesivo estresa tanto al genio que necesita tomarse un respiro, y en se recreo conoce a una simple camarera de provincias y la lleva a su mansión. Esta especie de Cenicienta encarnada con un talento sorprendente por Vicky Krieps, toda una revelación- irrumpe en la vida de los dos hermanos generando el esperable desequilibrio que es la base de esta historia fascinante, opresiva y sutil que va creciendo en clima e intensidad a medida que la trama va revelando con más profundidad las tortuosas personalidades del trío protagónico. Más allá de que un film como este requiere actuaciones muy sólidas, la gran cualidad de "El hilo fantasma" es cómo va envolviendo al espectador con su fuerza narrativa. Y en su primer trabajo como director de fotografía, además de realizador, Paul Thomas Anderson logra darle una precisión visual que va apoyando los laberintos de una trama que excede la mera descripción del mundo de la moda en los años '50. Gracias a su vestuario formidable mereció el Oscar.
De ritmo desafiante, pero desborda sutileza Paul Thomas Anderson es uno de esos realizadores donde salta a la vista su cinefilia. El cuidado y el nivel de detalle que le imprime a cada encuadre es siempre digno de estudio. Si bien El Hilo Fantasma no es una excepción, destaca más por tratarse de la última (así ha sido anunciada) interpretación de Daniel Day Lewis: naturalmente con esta noticia, la expectativa cinéfila puede ir en aumento. Sin embargo, grandilocuente no es la palabra que usaríamos para definir este trabajo. Hilando fino Londres en los años ’50. Reynolds Woodcock es uno de los diseñadores de alta costura más destacados. Su bien ganada fama es producto de una obsesiva atención a los detalles que lo lleva al extremo de tener affaires con las modelos de sus vestidos. En esta historia ese lugar lo ocupa Alma Elson, una camarera que deja embelesado a Reynolds. No obstante, Alma no es lo que se dice una chica callada y sumisa, y el que Reynolds siempre la ponga en segundo lugar después de su trabajo generará no pocas fricciones. El Hilo Fantasma es uno de los guiones más clásicos de la carrera de Paul Thomas Anderson, el que tiene una noción más clara, tradicional y reconocible de una estructura de tres actos. El tema que borda es claramente el de la obsesión, no tanto la del protagonista sino la de su contraparte romántica que no puede soportar ser la segunda en su interés, llegando a extremos peligrosos para rechazar ese segundo lugar. Cabe aclarar que es una historia en donde reina la sutileza a tal extremo que se vale de una cocción muy lenta para contarla, lo que puede resultar cansino al paladar de algunos espectadores. En materia actoral, Day Lewis entrega un trabajo apropiado en el rol protagónico. Los que crean que por ser su último trabajo el irlandés entregará un despliegue de virtuosismo a la altura de sus roles más recordados, se pueden decepcionar. Esta es una labor contenida, meticulosa, a la par del ritmo narrativo que propone la película. Sin embargo las que destacan son sus co-protagonistas. Vicky Krieps hace un gran esfuerzo para estar a la altura de un grande como Daniel Day Lewis y sale lo suficientemente bien parada del desafío. Lesley Manville sobresale por su frescura y naturalidad como la asistente del protagonista. En materia técnica, la película goza de una fotografía y una dirección de arte deliciosas, balanceándose muy bien entre los tonos cálidos y los tonos fríos, donde la luz cae de una forma muy suave sobre los personajes, incluso durante las escenas más tensas. También se debe resaltar el vestuario, ya que siendo una película ambientada en el universo de la moda de alta costura, es algo que no se podía tomar a la ligera. El uso de telas, colores y texturas es manejado con un enorme nivel de detalle, no solo en la creación de los vestidos del protagonista, sino en lo que viste cotidianamente todo el reparto, ya sea de entrecasa o en una cena elegante. Párrafo aparte merece la partitura de Jonny Greenwood: sabe subrayar con mucha habilidad todos y cada uno de los climas emocionales creados por Anderson. Conclusión El Hilo Fantasma es una propuesta sobria, dueña de una enorme sutileza en todos los aspectos que la integran. Aquí la única grandilocuencia son los vestuarios; cualquier cosa por fuera de ellos carece de rimbombancia. Aunque coherente en todo momento con lo que propone su historia y sus personajes, su cocción lenta puede poner a prueba la paciencia de algunos espectadores. Ahora, si están entre aquellos que entienden ese juego, pueden llegar a encontrarle gran disfrute a la propuesta.
El notable Paul Thomas Anderson cierra, si es cierto que esta es la última película de Daniel Day Lewis, una colaboración artística con broche de oro. Nunca mejor dicho, pues El hilo fantasma está centrada en un diseñador de moda, Reynolds Woodcock, en la Londres de los cincuenta. Uno de esos señores obsesivos, mandones y atormentados que regala el actor, condimentados con su sonrisa juvenil. Este se dedica a crear fastuosos vestidos para señoras de la alta sociedad, en una maison imponente de la que apenas se escapa la cámara de Anderson. Es el mundo del personaje, su reino íntimo, al que sólo tiene acceso su hermana y mano derecha. Un universo que funciona con el ritmo y la medida de sus tiempos y deseos, como si todo estuviera orquestado para no importunarlo. Y un reino que se agranda cuando conoce y trae a Alma, una camarera de talle perfecto que será su musa y su extraño amor. PT Anderson hizo una película de gran belleza, que funciona como un mecanismo de relojería, en la que todo salió bien y, parece, tal y como quería el realizador. Sus tres actores principales, extraordinarios, están a la altura de las circunstancias: concebir un retrato, o más bien una inquisición, acerca de la naturaleza del talento y del deseo, una exploración, a través de sus extravagantes criaturas, de las distintas formas de amor. Acaso fría, como su protagonista, El hilo fantasma regala un espectáculo de pura tensión hitchcockiana hasta su inolvidable final, con escenas cuya atmósfera podría cortarse con una tijera: basta una mirada, un ruido al masticar en el desayuno, un tono de voz, para desatar pequeñas tormentas. Cine. Del bueno.
Visualmente tiene una muy buena estética, una buena dirección de arte, los personajes se expresan bien a través de las miradas, los gestos y el amor, las actuaciones de los personajes son impecables, cada situación se entremezcla muy bien con la estupenda banda sonora de Jonny Greenwood (Petróleo sangriento) y música clásica. Su desarrollo es un tanto pausado, hasta puede resultar aburrido a ciertos espectadores, para introducirlos mejor en su relato se utiliza el flashback; es un film delicado, poético, elegante, tierno, con buenos matices, toca varios temas interesantes relacionados con el amor en todos los sentidos no solo entre un hombre y una mujer, tiene cierta carga de una atmósfera dramática, y por momentos se siente cierta inspiración en el film Rebecca (Hitchcock, 1940).
De la generación de cineastas estadounidenses que hoy rondan los cincuenta, Paul Thomas Anderson es, probablemente, el mayor estilista. Dicho esto de manera literal: sus elegantes y significativos movimientos de cámara, su alternancia entre el drama íntimo y el gesto épico -a veces en el mismo plano- y el uso de la ironía para pintar un mundo tragicómico son marcas de estilo demasiado fuertes. Después de una fallida adaptación de Pynchon (Puro vicio), vuelve a un universo menos grotesco aunque solo en apariencia. El hilo... es la historia de un diseñador de modas extraordinario (el igualmente extraordinario Daniel Day-Lewis) y su musa, una joven aparentemente frágil (Vicky Krieps, quien termina ocupando el centro de la escena cinematográfica). La metáfora sobre el poder está allí, como en su discutida pero fascinante Petróleo Sangriento -otro gran trabajo de Day-Lewis- y la elegancia es parte del universo en el que se mueven estos personajes. Pero esa elegancia es engañosa: en gran medida, el film se trata de lo que ocurre debajo de las apariencias, de cómo se oculta algo esencial e inaprensible detrás de la superficie bella y estilizada. Como muchas películas de Andserson -ver The Master- se trata de una lucha de voluntades. Pero también del registro de un cambio radical, de un punto límite que implica, también, el paso de un mundo antiguo a uno completamente nuevo. No falta ternura ni ironía, ambas tejidas en una sola trama, en esta película ajena a modas y a impactos fáciles.
El diseñador de vestidos que interpreta Danny Day Lewis en el octavo film de Paul Thomas Anderson es un evidente obsesivo, no menos que el propio actor que le da alma a su personaje, capaz de prepararse estoicamente por meses para animar a una criatura de ficción hasta que se confunda la persona que está detrás del personaje con este último. La perfección de un vestido es también aquí la del intérprete y asimismo la del realizador, que amalgama este universo atravesado por un ideal de perfección casi irrespirable. Al respecto, El hilo fantasma desborda su propia diégesis; todo lo que gira por dentro y fuera del film obedece a un imperativo de magnificencia que conjura sin esfuerzo cierta trivialidad que acecha desde el interior del propio relato.
Paul Thomas Anderson viene siendo sistemáticamente ignorado por la Academia a la hora de entregar sus estatuillas, especialmente en las ternas mejor director, guión y película, en las que estuvo nominado en más de una ocasión. No fue sorpresa, entonces, que en la última ceremonia de los Oscar sólo ganara en una de las seis categorías en las que competía (mejor vestuario). Puede que El hilo fantasma no sea la mejor película del director a la fecha, pero sin dudas es de lo más destacado que se estrenó en el último año y una confirmación de que Anderson es uno de los cineastas estadounidenses más interesantes de esta época. Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es un modisto que viste a las personalidades más notables en la Londres de posguerra (1950). Trabaja en su casa y vive con su hermana y mano derecha Cyril (Lesley Manville). El protagonista es perfeccionista, extravagante, quisquilloso. Un genio sólo comprendido por su hermana y su fallecida madre, que tiene una influencia central en la vida y obra del artista. La planificada existencia de Woodcock se ve trastocada cuando aparece una mujer en su vida y se convierte en su amante y musa. En apariencia sencillo y sumiso, el personaje interpretado por la prácticamente desconocida Vicky Krieps va poniendo en jaque las estructuras del protagonista. El hilo fantasma es un melodrama con todas las letras, una historia de amor retorcida, atravesada por la obsesión. Si se tratara de un vestido, la película de Anderson sería uno de alta costura, elegante, soberbio, sensual. Con su papel de Reynolds Woodcock, Daniel Day-Lewis anunció su retiro de la actuación, y es justo decir que lo hizo por la puerta grande. Y aunque la Academia tomó la predecible decisión de premiar a Gary Oldman por su papel en Las horas más oscuras, lo cierto es que Day-Lewis hizo todo en este filme para sumar una estatuilla más a su repisa (ya ganó en tres oportunidades). El trabajo de Lesley Manville y Vicky Krieps también es excelente. Ambas componen personajes complejos y espinosos. Sobre todo Krieps, la musa del protagonista, que en principio se presenta como un personaje simple y poco a poco va creciendo en profundidad y perversidad hasta tomar el control de una manera inesperada. El hilo fantasma es la película más femenina que Paul Thomas Anderson ha hecho hasta el momento. La cinta tiene además una atmósfera íntima que le inyecta dramatismo y tensión a la trama, sumado a la bellísima banda sonora del músico de Radiohead, Jonny Greenwood, y a su ya mencionado genial elenco.
Bellísima historia sobre un amor retorcido y fatal. Llena los ojos con su inspirada puesta en escena. Y nos invita a reflexionar sobre esos amores que juegan peligrosamente entre el sometimiento y el dominio. Intenso y sutil, nada sobra en este elegante y perverso melodrama que habla del juego de poder que desnuda toda pasión. Está ambientado en el taller de costura de un gran modisto. Y deja ver, detrás de tijeras, pinchazos y pespuntes, la entretela de una relación de pareja que se prueba, se viste, se cose y se deshilacha a cada paso. Estamos en Londres, en la década del 50. Reynolds, un modisto de éxito, es un solterón empedernido o que vive añorando a su madre muerta. Convive con su hermana, otra solitaria implacable. Un día (la escena es una lección de cine) conocerá en un bar a Alma, una mesera, una muchacha simple, alejada totalmente del mundo refinado de este tipo detallista, a ratos insoportable, engreído y maniaco. Y se la llevará. La usará primero como maniquí. Le tomará medidas, la irá modelando a su antojo. Después será su amante y al final será su musa, su dueña y su abrigo final. Estamos en Londres, en la década del 50. Reynolds, un modisto de éxito, es un solterón empedernido o que vive añorando a su madre muerta. Convive con su hermana, otra solitaria implacable. Un día (la escena es una lección de cine) conocerá en un bar a Alma, una mesera, una muchacha simple, alejada totalmente del mundo refinado de este tipo detallista, a ratos insoportable, engreído y maniaco. Y se la llevará. La usará primero como maniquí. Le tomará medidas, la irá modelando a su antojo. Después será su amante y al final será su musa, su dueña y su abrigo final.
Perfecta y pretenciosa Daniel Day-Lewis se despidió del cine con una interpretación tan impecable como las de sus compañeras de elenco en “El hilo fantasma”. Pero esos trabajos precisos desbordan el guión de esta película que estuvo nominada a seis Oscar y tuvo un merecido premio consuelo a mejor vestuario. El director Paul Thomas Anderson, que había mostrado su buen instinto en “The Master” y “Petróleo sangriento”, cambió su estilo visceral por el clima estilizado del mundo de la alta costura en la década del 50. El diseñador Reynolds Woodcock (Day-Lewis) se comporta como un rey en su corte, en la que hasta el ruido de una tostada lo violenta, y marca territorio e impone sus reglas en una atmósfera sofocante. Solo su hermana Cyril (Lesley Manville) parece tener algún poder sobre él, y su nueva musa, Alma (Vicky Krieps) intenta respirar en medio de ese clima “de muerte”, como lo describe uno de los personajes. En su intento de indagar en los comportamientos de los personajes, la película pierde el rumbo en tramas secundarias que suman minutos sin un sentido claro; personajes con características mostradas casi en el límite del estereotipo, de pronto cambian su comportamiento sin una razón que lo justifique; el espectador nunca se entera cuál es el arma secreta de Cyril (“no discutas conmigo, te puedo destruir”, le dice ella a su hermano, y ahí queda todo, o el recuerdo constante que hace Woodcock de su madre, sin que se explique de qué manera influyó esa mujer en su vida, todo en una película correcta en todos los rubros técnicos.
Con El Hilo Fantasma de Paul Thomas Anderson, se cierra la exhibición en nuestras pantallas de las nueve películas que compitieron por los premios Oscar —recordemos que ganó La forma del agua de Guillermo del Toro— y lo hace de la mejor manera posible; un digno broche de oro, una exquisita —por la ambientación— y perversa —por la trama— de las mejores obras que estuvieran nominadas y que recibió como premio el de Mejor Vestuario, que no está nada mal, pero que es, a todas luces, insuficiente. - Publicidad - La última película de Anderson parece, en cuanto a estética, la contracara de otro de sus films más ambiciosos: Petróleo Sangriento (2007). Y lo logra con el mismo actor, Daniel Day Lewis, que puede pasar de interpretar a Daniel Plainview, un rústico, desaliñado y despótico empresario del petróleo a Reynolds Woodcock, un también despótico, pero refinado empresario de la alta costura. En ambos casos, la meta de los personajes es la misma: la obsesión por el reconocimiento a través del éxito. Hay una frase de Daniel Plainview en Petróleo Sangriento que bien podría estar en boca de Reynolds Woodcock: “soy muy competitivo. No quiero que nadie más tenga éxito”. Ambientada en los años 50, Reynolds Woodcock es un prestigioso modisto inglés que parece vivir en plena época victoriana. Sus desayunos en absoluto silencio rodeado de la más delicada porcelana, sus sofás tapizados de terciopelo bordó, su estudio al que se accede por unas escaleras en caracol —para llegar a la cima hay que ascender— rodeada de paredes de yeso blanco no hace más que descubrir una personalidad metódica, presuntuosa y plagada de manías. Daniel Day Lewis compone a un artista del diseño de una manera extraordinaria. Su mirada crítica a los detalles y creaciones como así a los interlocutores con quienes se rodea, transmiten una gama de sensaciones sumamente versátil. En estos casos, el efecto de la mirada es sumamente importante. Del inquisitivo ojo “que todo lo ve”, cuando examina sus modelos recién salidos del taller, al de la ensoñación más amorosa, cuando se siente a gusto con la compañía que tiene enfrente; de la mirada de incertidumbre cuando las realidades cotidianas lo apabullan, al de terrible enfado por no saber captar planteamientos o reprimendas, el actor británico da lecciones de preciosismo actoral y pone de manifiesto por qué es considerado unos de los mejores actores de las últimas décadas. El Hilo Fantasma narra la vida de Reynolds Woodcock, una vida que transcurre en un mundo de telas y encajes, de alfileres y té de Lapsang, de etiquetas con mensajes crípticos que oculta entre los pliegues de los vestidos de sus clientes más importantes y una soltería empedernida. Siempre acompañado de su hermana Cyril Woodscock (una extraordinaria actuación de Leslie Manville) que lo vigila, lo dirige y lo centra en el mundo real nos deja la sensación de que más que una hermana y socia pareciera ser una amante sesgada, una sombra que lo acompaña en todo pero que tiene entidad propia. De hecho, las parejas que logran acercarse un poco al mundo de bosquejos y desfiles de su hermano, entran y salen con tanta rapidez como lo hacen los diseños de sus vestidos. Pero como en toda historia que se precie, tiene que existir un conflicto que desestabilice el status quo que rige su rutina, la de Cyril incluida. Este detonante lo encarna Alma (Vicky Krieps), un nombre que de alguna manera simboliza lo que estaba faltando a esas vidas exitosas pero vacías. Alma es una camarera que Reynolds conoce de casualidad en una de las salidas que realiza para paliar un poco el stress al que está sometido ante tanta autoexigencia. Ambos quedan imantados en una atracción de amor a primera vista tan presente en los cuentos de hadas. Reynolds ve un cuerpo perfecto para modelar. Alma ve una persona perfecta para acompañar, pero lo va a hacer a través del costado más indefenso de Reynolds: el de la vulnerabilidad, el de la necesidad y el de la debilidad, síntomas que van a ir apareciendo a medida que lo conoce. Síntomas que el modisto viene arrastrando pero que disfraza con sus telas engarzadas con perlas y sus forzadas sonrisas a las modelos de la alta aristocracia que acuden a su atelier. Woodcock es vulnerable por no saber soportar el error, necesitado de un afecto protector por carecer de una madre que extraña e inseguro al no saber manejar los sentimientos. Alma sabe interpretar todas esas variables y actúa de manera precisa y —aquí está el verdadero hallazgo de la trama— inescrupulosa. Al contrario de lo que se plantea al comienzo de la película, pasada la primera mitad, el director cambia las reglas de juego. El Efecto Pigamalión —el mito griego en que un escultor se enamora de su propia creación— aquí se desarrolla a la inversa. Woodcock, como se cree en primera instancia, no transforma a Alma en una criatura idealizada, sino que es Alma la que logra cambiar a Woodcock en un modelo idealizado del amor. Y lo que detona esa determinación es un detalle tan insignificante como poderoso: el ninguneo altivo de una de las princesas europeas hacia ella en su propia casa, cuando esta representante de la alta alcurnia acude a solicitar un vestido de novia. Ante esto, Alma decide demostrar que ella no es solo una ayudante — como las demás costureras que forman fila como un ejército prusiano— sino que es la dueña de la casa, y por ende de su marido y de todo lo que lo rodea. Se lo hace saber a ella en forma verbal y se lo va a hacer saber a él, aunque de una manera un poco más radical. A partir de este hecho, la película de Anderson toma un giro inesperado y se convierte en un verdadero thriller al más puro estilo Hitchcock. La hermana de Woodcock, que interpreta Leslie Manville, con su postura enigmática y desafiante ayuda mucho en esta atmosfera que se va enrareciendo. Un personaje que bien pudo haber sido la malvada de tanto films góticos de los años 50 como así también de films como Rebeca o Vértigo del rey del suspense. Es a partir de aquí, de ese enfrentamiento con la soberbia aristocracia, que Alma va a desarmar a su marido física y sicológicamente. Sabe que de esa manera los síntomas que están latentes en Reynolds van a aflorar para que ella sea el bastón en el que pueda apoyarse. Desplazando a Leslie del centro de la escena, ella toma el control. Y aquí, con un débil y enfermizo Reynolds y con una fuerte y decidida Alma, es cuando nace el verdadero amor, un amor que ella va a ir tejiendo con un hilo invisible, fantasmal, el que su marido no ve y que tanto necesita para cerrar sus costuras emocionales mal hechas, un festín para psicólogos y psiquiatras. Tantas lecturas posibles hacen de este film un suceso cinematográfico extraordinario. Puro cine clásico con ribetes tan disímiles que hacen que se convierta, paradoja mediante, en inclasificable. Tantas capas de significados hace que sean muchas películas a la vez: la historia de una manía por la perfección, una historia de amor como en las películas de los teléfonos blancos de la década del 50, un film gótico con elementos del mejor cine negro o un thriller hecho y derecho con el suspenso tan bien manejado que nos corta el aliento. La escena del omelette de hongos que Alma le prepara a su marido es insuperable. Hay tanta tensión en esa escena —el duelo de miradas entre uno y otro son impresionantes— que Hitchcock se sentiría maravillado. El Hilo Fantasma es uno de los mejores films del 2017 que cuenta con una factura técnica impecable. La fotografía es de una belleza tal que cada toma es una obra de arte en sí misma. Si tenemos en cuenta que tanto la dirección, la producción, el guión y hasta la fotografía corresponden a Paul Thomas Anderson, podemos decir que estamos ante una obra absolutamente personal que redondea a la perfección el vestuario a cargo de Mark Bridges. Mención aparte merece la atmósfera musical que le imprime Johnny Grenwood uno de los integrantes de la banda Radiohead. Cine en estado puro, cine con todas las letras. La última entrega de Paul Thomas Anderson nos convence que, si bien ya todo ha sido contado, no es qué se cuenta sino cómo se lo cuenta. Anderson, con este último filme, lo hace de una manera sublime.
DE ENTRE LOS MUERTOS Paul Thomas Anderson es uno de los cuatro o cinco directores más estimulantes que la industria norteamericana tiene para ofrecer. Si hay una imagen que representa posiblemente el desarrollo de su filmografía es la de un embudo. En efecto, sus primeras películas corales progresivamente se fueron cerrando hacia un núcleo protagónico definido por la figura de una pareja. Amores extraños (Embriagado de amor), opuestos enfermizos (Petróleo sangriento, The Master, Vicio propio), hasta dar con el estado más depurado en El hilo fantasma, hipnótica y perfecta. Hay películas exquisitas que son un bodrio; hay otras, como El hilo fantasma, que engañan con su serenidad y esconden una negrura arrolladora. Ambientada en Londres durante la posguerra, en el universo de la alta costura, comprende un mundo tan elegante como la cámara de Anderson, un viejo zorro conocedor y retorcedor de los grandes clásicos. En este caso se perciben los aires de un romance gótico con aires de Rebecca de Hitchcock y La escalera de caracol de Siodmak. Claro está, no sólo de homenajes y referencias vive Anderson. La historia avanza como una marea en medio de ambientes fantasmales, amores vampíricos y costumbres de alta gama. En este mundo fetichista, el director construye con prolija obsesión una trama por cuyos intersticios se cuela una relación de poder, una plataforma de vínculos oscuros pero al mismo tiempo iluminados por la sutileza del humor y la elegante desidia de dos seres humanos que confrontan, que pugnan por un espacio de poder que excede los rangos sociales de cada uno. Alma no se resigna a ser una más en la galería de mujeres que transitan por la vida de Woodcock y éste se sentirá envuelto en una relación de ribetes espectrales, será la víctima del yugo femenino (además del recuerdo de su madre). Y lo que es más importante, aceptará el rol que le toca. Párrafo aparte para ese animal de actor que es Daniel Day Lewis en el papel de Woodcock, maestro de la alta costura británica. Su composición es perfectamente mesurada: no hay un gesto que sobre ni un movimiento que falte. Dentro de ese bloque monolítico que define su personalidad y su prestigio, está el niño que se ríe a causa de la magnífica ironía que le depara el destino: la aparición de Alma, la pueblerina mujer capaz de tenerlo bajo su pulgar. Desde el casual primer encuentro, hay una larga cadena de pequeños duelos gestuales y verbales sostenidos en perfecta armonía. La música vuelve a ser un factor decisivo para el director, anclada en una trama que se teje al mismo tiempo que los vestidos que diseña el protagonista. La extraordinaria composición de Jonny Greenwood es el reloj que mide las acciones aletargadas, las atmósferas y, sobre todo, los pasajes en los que los amantes parecen reírse por formar parte de un universo que escapa a toda lógica convencional. Porque, en efecto, ¿qué es lo que se esconde detrás de la fachada humana sino un halo de hermosa perversidad, oculto como las inscripciones en los interiores de los vestidos? Hacerlo visible sin estallidos y huyendo de los clisés del qualité es uno de los grandes aciertos de Anderson, a través de primeros planos ensoñadores, nítidos, refulgentes, encuadres cuidados (pero no arbitrariamente) y un sentido de la puesta en escena que integra a los personajes perfectamente. Hay que ver con qué meticulosidad y amor los gestos y los actos de cada uno de ellos se relaciona con el mundo del que forman parte, atravesado por el imaginario ambivalente de los cuentos de hadas, sobre todo a partir del valor que cobran los objetos materiales y los lugares prohibidos, sean llaves, hongos, habitaciones, vestidos, retratos, entre otros. Y sobre todo, porque al igual que los relatos maravillosos, debe haber un narrador que evoque los hechos para que estos sean posibles, para que se transmitan de boca en boca. Y allí está Alma, contando la historia frente al fuego ante un interlocutor expectante. Como también es notable la inclusión de una celosa guardiana (Lesley Manville), que remite a esa ama de llaves, de rostro imperturbable y conocedora de los secretos inconfesables. La poesía tiene que ver con la cadencia, con la lentitud. La poesía está acá, en una morosidad que nunca es decorativa ni gratuita sino cómplice con la misteriosa naturaleza de las relaciones humanas, ese hilo fantasma que la mayoría llama amor.
El hilo fantasma es sin dudas una obra de arte, que hasta al más elegante hará sentir burdo y desalineado. La película lo tiene todo y es un enorme reconocimiento de la academia que la hayan nominado a los pasados Oscars. Del director y guionista Paul Thomas Anderson, llega una nueva historia original de su puño y letra llamada El Hilo Fantasma (Phantom Thread, 2017). En este drama ambientado en los años 50, la historia cuenta las experiencias como modista de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un obsesionado y dedicado diseñador de vestidos que viste las personas más importantes de toda Europa. Bajo el nombre de “Casa Woodcock” el y su hermana Cirryl (Lesley Menville) son la cabeza de una de las mejores casas de costura de Inglaterra en la postguerra. Pero la historia no será vista desde su perspectiva, sino que desde la mirada de la “musa” y fuente de inspiración del mismo Reynolds, Alma (Vicky Krieps), una chica a primer vista común y corriente que solía ser camarera en un una casa de Té de un pequeño pueblo. En esta nueva película de Anderson, las palabras pueden quedar corrientes, escasas y sin lugar a dudas no se podrá describir todo lo que la obra produce. Esta historia está contada de tal manera, en que cada mirada, cada diálogo e incluso los silencios dicen más de lo que parecieran. La misma finura que se ve en el vestuario (para los despistados, ganó el Oscar en ese rubro), se puede notar en los movimientos de cámara. La peli tiene una delicadeza tremenda, nada queda desubicado y, hablando en términos de costura, cada toma no parece filmada, sino bordada. Uno de los fuertes del film es sin dudas la actuación de Daniel Day-Lewis. El actor transmite mil y un sentimientos de un tipo al que, en la historia, parecería no tener corazón alguno. Miedo, respeto, admiración, amor, amistad, todo eso produce un Reynolds Woodcock, que vive y ama para su trabajo de tal manera que no se puede dar lujos como amar a una persona. Un hombre definido de esta manera podría catalogarse como “alguién que no tiene alma” y ahí es donde Vicky Krieps toma una importancia preponderante. De forma sumamante poética, Alma cae en los brazos de alguién que no tiene tiempo para el amor y ella intentará cambiar esa manera de ser para transformarlo en su hombre ideal. En esta película cargada de dramatismo, otro punto a favor, es la elección de momentos en donde relajar un poco. Es una hermosura literaria que en los peores momentos de la historia, Anderson se las ingenia para que los personajes hagan reír al espectador. Los protagonistas son tan complejos y difíciles de descifrar que nunca se ve venir cuál puede ser su próximo paso en el relato. La banda de sonido no se queda atrás y al mismo tiempo que los diálogos, las notas musicales van de la mano de una manera soberbia con todo lo que sucede. Para aquellos que no les guste el cine más allá de los grandes blockbusters de Hollywood y deciden ver esta genial película, tengan en cuenta que es to es cine de autor puro. La mano de Anderson se nota en todo momento y posiblemente estemos hablando de su mejor trabajo hasta el momento. De la mano con esto, hay que estar preparado para soportar el ritmo de la película, un ritmo cargado de situaciones, personajes y acciones que hacen que se estire bastante, pero que sin ellas no sería un film redondo y sin plotholes. El hilo fantasma es sin dudas una obra de arte, que hasta al más elegante hará sentir burdo y desalineado. La película lo tiene todo y es un enorme reconocimiento de la academia que la hayan nominado a los pasados Oscars. ¿Que le faltó para poder ganar? Posiblemente le jugó en contra el hecho de estar nominado junto con las obras de Del Toro y Peele, pero sin dudas si otro hubiera sido el panorama, Anderson se hubiera llevado algún otro galardón a su casa.
Crítica emitida en Cartelera 1030 Radio Del Plata (AM 1030) el sábado 17/3/2018 en el nuevo horario de 19-20hs. El Hilo Fantasma película que cuenta con seis nominaciones al Oscar: Mejor actor protagónico Daniel Day-Lewis, Mejor actriz de reparto Lesley Manville (Cyril), Mejor música original, Mejor Director y Mejor Película, ganó el premio al mejor vestuario. Largometraje escrito y dirigido por Paul Thomas Anderson: Petróleo Sangriento 2007 (también protagonizada por Daniel Day-Lewis), Inherent Vice, Magnolia y Boogie Nights, entre muchas otras. En esta ocasión Daniel Day-Lewis es un exitoso diseñador de modas en Inglaterra en 1950 aproximadamente. Su nombre es Reynolds Woodcock y su marca de alta costura es vestida por las mujeres más elegantes y ricas. Él es un diseñador excelente, es un obsesivo y perfeccionista, cuenta con su mano derecha de toda la vida, su hermana Cyril (Lesley Manville) y tiene una rutina en la que ninguna mujer como pareja sentimental dura mucho tiempo. Tiene el hábito además de moldear a las mujeres a su estilo. Todo cambiará cuando conoce a Alma (Vicky Krieps), una joven mesera con una forma peculiar de servir el té. A partir de allí, ella se convierte en su modelo y su musa. En consecuencia, el amor se torna tormentoso con tironeos de poder de ambas partes, lo cual remite a la frase “Aquello que nos fastidia luego, es lo mismo que en un principio nos atrajo del otro”. Así como le encantó a Woodcock como ella le sirvió el desayuno la primera vez ahora le resulta insoportable eso mismo. La parte misteriosa del relato está puesta en el recuerdo de la madre de Woodcock, gracias a quien él aprendió el oficio, y a quien tiene presente constantemente. En este sentido, es constante la figura del triángulo de personajes, y los secretos que esconden las prendas del diseñador, el más importante refiere a “never cursed” (nunca maldito) …Entonces, nos permite pensar si él embrujo a ella con su talento y sus vestidos, o si ella lo embrujó a él con su amor, tornando el vínculo entre ambos perverso. En conclusión El hilo fantasma es una película muy original, con un final atípico que nos dejará pensando. Para algunos quizás sea placentero, para otros tal vez no. Hay que destacar sin dudas la excelente actuación del gran Daniel Day Lewis, con un brillo en sus miradas único, en todos sus gestos y expresiones ha logrado una composición del personaje maravillosa y totalmente verosimil.
Otra pieza fantástica de Paul Thomas Anderson. Se puede amar u odiar pero nunca deja indiferente. ¿Es una historia romántica? Para mí, sí, aunque siga los cánones de una relación estilo "Misery". Daniel Day Lewis, que parece que después de este papel se retira de la actuación, juega el papel de un reconocido modisto de la década de los '50. Muchas mujeres desean que su cuerpo porte un vestido de la casa Woodcock, vivas o hasta para su entierro. Él complace a las refinadas damas de la alta sociedad, a la realeza y a las estrellas de cine. Les pone una cáscara que las realza, las estiliza, que es pura vanidad y belleza mientras llena su tanque de ego. En principio, hay una mujer que lo obsesiona: su madre, la que le enseñó su oficio de costurero de la alta moda, ella murió pero él dice que siempre está cerca suyo; luego, está Cyril, su hermana, quien lo secunda al frente de la empresa de moda y a la vez acompaña los ocasionales tríos de su hermano ya que cada tanto cambia de musa inspiradora y la instala en su casa para trabajar con ella de día y de noche. Todo eso cambiará con la irrupción de Alma, una muchacha que se adivina simple, que trabaja en un bar del pueblo como mesera hasta que Reynolds la elige. El metódico hombre, que moldea a las mujeres a su antojo con telas y encajes finos será atrapado por esta chica que se resiste a dejarlo patalear en cada capricho. El amor será el hilo invisible que los una, un amor que tiene algo de trampa y de perverso y éste es el punto fundamental que hace del último filme de Anderson una obra especial por el talento de los actores, por la fotografía, por una banda sonora alucinante y por el vestuario que mereció el Oscar. Si bien no llegó a la cima, está entre las 10 mejores de 2017 y los seguidores de Daniel Day-Lewis y de P T Anderson pueden estar seguros de salir satisfechos de la sala. Cuidado con los ingredientes de su plato favorito y sobre todo si lo prepara Alma, interpretado por Vicky Krieps, una chica de Luxemburgo, no muy conocida y que gana el centro de la escena rápidamente.Leslie Manville será Cyril, la hermana de Reynolds, una mujer que se da cuenta que con la llegada de Alma muchas cosas cambiarán para su hermano y para los vestidos de Woodcock. Los pequeños detalles, los secretos que son marca del realizador de El hilo invisible no faltarán a la cita con el espectador. En una entrevista para Vanity Fair, se dice que el protagonista de la ficción no existió con ese nombre pero sí pueden encontrarse varios rasgos de su personalidad y guiños a modistos como Balenciaga y otros de su época. Original y recomendable.
Ironías de los premios Oscar: de todas las (grandes) películas nominadas, la más potente y memorable no sólo casi no recibió distinción alguna (obtuvo el premio en reconocimiento del diseño de Producción de Vestuario) sino que obtuvo incluso menor prensa que el resto de las nominadas. La injusticia para con el enorme film de Paul Thomas Anderson adquiere un vuelco adicional de ironía en la Argentina, donde incluso se estrenó dos semanas después de la entrega de premios. Hace unos años sucedía algo similar con otro gran film independiente, Nebraska (Alexander Payne), que hasta corrió riesgo de no estrenarse en salas pese a su nominación a mejor película. El Hilo Fantasma es el último opus del director de clásicos modernos como Petróleo Sangriento, Magnolia, Boogie Nights y Embriagado de Amor, y llega con un notable cambio de dirección respecto a sus dos anteriores películas (The Master e Inherent Vice). No es arriesgado decir que, aunque coquetea con lo siniestro y por momentos resulta hasta perturbadora, El Hilo Fantasma es su film más lineal. En esencia, se trata de un drama situado en una cronología imprecisa (sabemos que han ocurrido las dos Guerras Mundiales, pero no queda en claro el año exacto que los protagonistas están viviendo), que narra la tortuosa vida de Reynolds Woodcock (Daniel Day Lewis en su posible último papel), un diseñador de vestidos conocido por su exigencia y excentricidades, pero también por su excelencia y buen ojo. Sus clientas lo aman pero él, claro, no parece del todo amarlas del otro lado, pero para ser francos no es ésto algo personal: es más justo decir que no ama a nadie, salvo quizás al vago recuerdo de su difunta madre. Su hermana y socia(Lesley Manville) lo sabe, y por eso es quien, con los pies en la tierra, lleva por detrás el negocio. Ocasionalmente es, también, quien se deshace de las asistentes “musas inspiradoras” de Reynolds, cuando éstas ya han comenzado a ser un fastidio. Todo cambia cuando aparece Alma (Vicky Krieps), quien rápidamente enamora con su torpeza al megalómano Reynolds, y comienza a dar vuelta ese hogar-fábrica de vestidos que necesita descontracturarse un poco. Si suena a comedia romántica, vale recordar que lo mismo sucedió en su momento cuando el director dirigió a Adam Sandler en Punch-Drunk Love (Embriagado de Amor), y ya sabemos que con Anderson hasta lo más sencillo esconde algo muy complejo. Ese “algo” son las emociones de una relación romántica tortuosa y descarnada, cuya tensión desborda en situaciones netamente hitchcockeanas, a la vez herederas visualmente del preciosismo visual de Kubrick. Y sin embargo, es injusto hablar de influencias y homenajes a esta altura, porque P. T. Anderson ya hace rato es un nombre por sí mismo, a la altura de los maestros de los que aprendió su oficio. El Hilo Fantasma no está a la altura quizás de Petróleo Sangriento (¿qué película de este Siglo acaso lo está?), pero no cabe dudas que será analizada en un futuro no tan lejano como una obra maestra del cine moderno.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El hilo fantasma melodrama, dirigido por Paul Thomas Anderson, está tan bien estructurado desde el punto de vista cinematográfico que, nos guste o no, estamos obligados a admitir que es una película casi perfecta. Daniel Day Lewis humedece nuestra pasión cinéfila con su actuación impecable y nos hacer recordar, ya en la culminación de su carrera, que no sólo fue un ex presidente norteamericano o un mega magnate en Petróleo Sangriento, sino que supo ser el actor más seductor de Hollywood. O acaso quien no rememora con las más increíbles fantasías el filirteo sensual de época entre Newland Acker (Day Lewis) y Ellen Olenska (Michelle Pfeiffer) en La edad de la inocencia de Martin Scorsese, esos besos en el cuello del actor de la mirada más linda hacia una sensual y joven condesa perfilaban al actor con un gran carisma para los roles de gigoló. Daniel Day Lewis tiene esa paz, ese descanso en su mirada, esa ternura sensual – poco lo logran- que alteran con un plano la lívido de los espectadores. La insoportable levedad del ser, película de amor erótico, de los 80, prendió mi pre adolescencia y selló mi fanatismo por el actor inglés, quien se mete en el trio creado por Milan Kundera, y juega con Tersa y Sabina pasando por varias instancias y poses amatorias. Por eso cuando empecé a ver El hilo Fantasma, y sabiendo que esta la nueva de Paul Thomas Anderson – Magnolia, Embriagados de amor, Petróleo Sangriento, The master, Vicio Propio– era la culminación de las carrera de Daniel Day Lewis y el fin de la dupla del director/actor, me propuse disfrutarla y dejarme llevar, además de que como buena minita, amo el mundo de la moda. Las misceláneas en torno a la costura en el cine, siempre me parecieron eróticas, lo inacabado de la obra de arte y el secreto íntimo de la trama de una prenda, es altamente cinematográfico y sensual. Paul Thomas Anderson se detiene, sin importar la presura de la acción en las habilidades de Reynolds Woodstock, un modisto de alta costura inglés que vive con su hermana Cyril (Lesley Manville) con quien tiene una sociedad. Reynolds es meticuloso, mañoso, y un obsesivo de su trabajo, el director describe al personaje en un desayuno. Las miradas, las levantadas de cejas signo de enojo, el gruñir de este artesano de la moda componen un hombre misterioso. Las manos lánguidas del costurero y la forma en tocar los vestidos, con tanta ternura, propician una película en donde el melodrama clásico se presenta oportuno e intenso. Reynolds, conoce a Alma (Vicky Krips) una joven mesera que se convierte en su musa inspiradora, además de ser su amante. La pasión, siempre implícita, envuelve a la pareja en un juego de amor enfermo, perturbador y Paul Thomas Anderson, hacedor de películas épicas, desliza su cámara y nos permite espiar la intimidad de Alma y de Reynolds de una manera romántica y erótica, por supuesto. Y aunque Daniel Day Lewis esta flaco y jorobado, nunca deja ser sexy, incluso cuando tiene un mal genio La química entre Alma y el modisto es de un esplendor bien del cine clásico, la espectacularidad en cada fotografía construyen una historia de amor que te deja helada -la calentura de la escena del auto, los dos huyendo de ese bar para entregarse al deseo, es increíble-. Ella lo mira, le cocina, el hace silencio y se deja seducir ante esta ninfa de la moda. El vestuario a cargo de Mark Bridge (ganador de los premios Oscars) reconstruye en detalle los vestidos de alta costura de la década del 50, el estilo sofisticado del pin-up y los zapatos D’Orsay le inyectan glamour a la película. Sin duda El hilo fanstasma, junto a Embriagados de Amor, es la mejor de Paul Thomas Anderson, una pena que Daniel Day Lewis se retire de la actuación, pero que lindo va a hacer recordalo por esta película, sin duda lo vamos a extrañar
El nuevo opus de Paul Thomas Anderson, El hilo fantasma, es cine en su estado más puro. Los pliegues de una relación filial en un ambiente de exquisitez, más el bordado de una historia de amor envenenado. En el Londres de los ’50, Reynolds Woodcock descolla como diseñador de alta costura. Es, como él mismo se define, “un soltero confirmado”. Lo suyo es coser, sudar, coser. Deja secretamente escondidos entre los pliegues de la ropa, mensajes, palabras y hasta un mechón de pelo de su madre muerta. Es metódico, caprichoso y atormentado. Vive con su hermana Cyril, su mano derecha. Habitan y trabajan en una casa de modas con rutina de fábrica, con obreras uniformadas. Un creador supremo y una administradora. En una escapada a las afueras de la ciudad se topará con Alma, una moza del bar de un hotel, que transformará su vida por completo. Reynolds conocerá a Alma en un tropiezo, en el lugar donde va a desayunar la mañana que sigue a la noche en la que huye de la ciudad a toda velocidad. Se escapa para no enfrentar ni dar la cara a su última amante, a la que ya no soporta. Su hermana se encargará de sacarla de la casa. En ese encuentro él será desafiante al quitarle a la camarera el papel con las anotaciones de sus complejas órdenes. La joven redoblará la apuesta cuando él compruebe que todo lo que ha pedido ha sido traído a la perfección. Entonces, cuando la invite a cenar, ella sacará de su bolsillo una nota que dice: “Para el hombre hambriento, mi nombre es Alma”. En esta especie de destino escrito en el que a Reynolds lo reconforta la idea de que los muertos visitan a los vivos, el recuerdo de la madre fallecida llega para aliviarlo. Y la figura de Alma, con su pasado desconocido, su origen extranjero incierto, su figura de amor, musa, modelo, empleada, amante, habitante de la casa sin rol determinado, será por un tiempo la cura a su mal resuelto complejo de Edipo. Por momentos la recién llegada parece inocente y en otros una bruja hechicera capaz de preparar venenos que caben en un dedal de costura. Todo a la manera del cuento gótico, en el que pesa una maldición por la cual quien realiza un vestido de novia no se casa (Reynolds hizo el de la segunda boda de su madre, con la ayuda de su hermana). Hay una atmósfera de misterio y suspenso, los personajes son melancólicos o tienen cambios de ánimo. Y si bien la acción no transcurre en un castillo, la mansión Woodcock tiene suficiente cantidad de escaleras y puertas como para parecerlo, y en cuya parte más alta los protagonistas viven en una especie de encierro de alcobas. Paul Thomas Anderson es el autor del guion, crea a un creador, en el que la moda tiene, en apariencia, un papel preponderante, para tejer relaciones de amor con sus constantes cambios basados en disputar quién tiene el poder en la pareja. Su historia posee además puntadas que muestran un entramado social, en el que juegan las apariencias, las hipocresías y los disfraces ¿no son acaso los vestidos artificios con los que alguien cambia o modifica su aspecto o condición? Al comienzo de la película, el director de Magnolia deja clara su autoría, jugando con el nombre del film en un monograma en el que destacan P y T (sus iniciales) y un hilo que entrelaza las letras del título original, Phantom Thread. A continuación se escucha un casi imperceptible crepitar de leños, a la luz de los cuales Alma describe a Reynolds y su relación con él. Unas llamas que predicen una relación que no parece apasionada, pero que los consume y los alimenta a la vez. No sabemos hasta avanzada la película quien es su interlocutor ¿un periodista, un psicólogo, un confidente, un médico? Hay además una compleja relación de hermanos, en la que Reynolds llama a Cyril “my old so and so” apelativo que puede ser tanto mi antigua fulanita como también mi vieja despreciable. En esa articulación del lazo de sangre en el que ella cede el lugar de estrella al hermano, el éxito de él no sería posible sin su intervención. Ella administra, ordena, hace el trabajo sucio, siempre con diplomáticas frases y cara sonriente pero ante la menor insinuación de desprecio no duda en decirle en la cara: “No busques pelea conmigo, no vas a salir vivo”. La provocación y perturbación de los tres personajes principales va mutando de uno al otro. Al punto tal de que en el momento en el que Cyril conoce a Alma en la casa de campo, lo primero que hace es acercarse a ella oliéndola, adivinando los aromas que lleva en la piel, como un animal, primitiva, marcando territorio. Alma parece una cachorra aterrorizada aprendiendo los códigos en un vínculo viciado. La inspiración para retratar a Woodcock, se dice, fue Cristóbal Balenciaga, un diseñador considerado uno de los más grandes creadores de alta costura, un tipo enigmático, que sólo dio una entrevista en su vida. Realizó el vestido de novia de la reina Fabiola de Bélgica y un episodio similar, de características dramáticas, tiene lugar en la película. Además de ciertos personajes con características afines al playboy dominicano Porfirio Rubirosa y Barbara Hutton, la millonaria heredera estadounidense, y algunos otros de la realeza europea. Si hay algo que hace único al cine de Anderson es su prodigiosa construcción de planos, de un preciosismo exquisito, sus encuadres perfectos, apoyados en la solidez de los intérpretes, en cuyos rostros escribe la historia. En los acercamientos a sus rostros, de apabullante intimidad, se leen las emociones de cada personaje. Esto no sería posible sin la elección más acertada para cada uno de ellos, en especial, el trío protagónico. Daniel Day-Lewis en lo que puede ser el rol con el que se retira del cine. Si así fuera, sería con toda la gloria. Es un actor meticuloso que investiga sus personajes hasta convertirse en ellos durante el tiempo completo que dura el rodaje. No hace de Reynolds Woodcock, ES EL con cada parte de su cuerpo. Lesley Manville, con solo caminar o acomodarse el pelo detrás de las orejas, exuda autoridad escénica que transmite en eficacia cinematográfica. Vicky Krieps es la gran revelación, es camaleónica en cada escena en la que despliega un abanico de emociones impresionantes. La música de Jonny Greenwood (el guitarrista de Radiohead) envuelve, invade, da ritmo a El hilo fantasma. Su aporte es fundamental para lograr el clima exacto a cada secuencia de las dos horas diez minutos que dura la película. Que a pesar de tratarse casi de una obra de cámara, nunca es morosa y fluye a la manera de un thriller con envase glamoroso y elegante.
La nueva y extraordinaria película del director de “Petróleo sangriento” se centra en un célebre diseñador de modas de la Inglaterra de los años ’50 y su particular relación romántica con una joven extranjera. Con un elenco notable integrado por Daniel Day-Lewis, Vicky Krieps y Leslie Manville, la película es un sorprendente melodrama gótico y una curiosa historia de amor con toques de suspenso hitchockianos. A esta altura de su carrera, las películas de Paul Thomas Anderson se han convertido en una suerte de objetos preciosos, casi inclasificables. Lo de “preciosos” no refiere a una cuestión de calidad ni belleza, sino a su particularidad, su singularidad: son filmes que no podría hacer ningún otro cineasta y que se expresan de una manera única y fácilmente identificable dentro del panorama cinematográfico. Este Anderson puede no tener una marcación estética tan definida como la de su compatriota Wes, pero no hay duda que sus creaciones reciben el mismo trato casi reverencial. Una película de PTA no se estrena sino que es un evento que el mundo del cine espera como una revelación casi divina. En cierto modo, como algunos músicos, PTA es un cineasta de cineastas, uno de esos artistas que suele ser más comprendido y festejado por su pares o por las personas de la industria que por el público en general. Muy pocas películas suyas fueron grandes éxitos pero pese a eso su figura se agiganta cada vez más. No es sencillo definir cuál es el secreto que torna su cine en un material casi de devoción, pero lo cierto es que no es difícil sentir esa sensación casi reverencial a lo largo de la extraordinaria EL HILO FANTASMA. ¿Es la historia? ¿Las actuaciones? ¿El guión? ¿La puesta en escena? ¿En qué reside el secreto del cine de PTA que hace que algunas personas –entre las que me incluyo– caigamos rendidos ante cada una de sus propuestas? Es todo eso, sí, pero a la vez ninguna de esas cosas. Lo que producen, muchas veces, las películas de Anderson son algo parecido al asombro, a la ensoñación, una sensación que abraza al espectador y lo lleva de las narices a lugares físicos y emocionales impensados. Mucho tiene que ver con eso sus intrincados planos y la reconocida influencia en su cine de la obra de Max Ophüls. Y, en esta película, esa conexión está más evidente que nunca. Además de los planos y, en cierto modo, la música (ya hablaré más adelante sobre este tema específico y relevante), el universo de EL HILO FANTASMA remite a algunas de las películas del director alemán de LA RONDA y MADAME DE… EL HILO… es un cuento casi gótico, una versión torcida de “La bella y la bestia” en el mundo de la moda británica de los años ’50. Lo que empieza como un retrato de un personaje obsesivo, perfeccionista y bastante insoportable como Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) en su mundo laboral, con sus manías caprichosas, su extraña y dependiente relación con su hermana Cyril (la excelente Leslie Manville, en toda su gloria hitchockiana) y sus amantes descartables de a poco se convierte en una extraña historia de amor, la que arranca cuando en un viaje el pretencioso Reynolds conoce a una camarera dee un restaurante llamada Alma (Vicky Krieps) que lo cautiva. Es una inmigrante del Este de Europa cuyo pasado no se explica jamás (en mi cabeza es una sobreviviente del Holocausto, no me pregunten porqué) que no parece el tipo de mujer que fascinaría a una persona como él ya que es una chica de pueblo en apariencia simple, no excesivamente bella ni brillante. Pero posee algo que para el diseñador de modas es fundamental: las medidas perfectas para confeccionar sus vestidos en torno a su cuerpo. Con ella en escena (es decir, en la casa que comparten Reynolds y su hermana, y en la que también trabajan sus empleadas) la química comienza a alterarse. La presencia y los ruidosos hábitos de Alma no encajan con las peculiares manías del hombre (las escenas de desayuno son fabulosas en ese sentido) y ella pronto nota que él no tardará en despacharla como a sus otras amantes, prefiriendo sostener su universo a partir de la simbiótica relación que tiene con su hermana. Pero la chica está dispuesta a dar pelea. Y lo que hará para conservar su lugar –y, acaso, ganarse su amor– es lo que convierte a esta película en una especie de romántico thriller hitchcockiano en su segunda mitad. Ya verán porqué y cómo. PTA no solo tiene en su cabeza el movimiento casi de vals permanente de las películas de Ophüls sino que lleva más allá algunas de las tradiciones del melodrama gótico, como es el uso de la música. La banda sonora de Jonny Greenwood (el guitarrista de Radiohead, con quien trabaja por cuarta vez) se convierte en el elemento dominante de la puesta en escena a tal punto que las imágenes parecen estar organizadas en torno a la música y no a la inversa. Por momentos más cerca de una opera (o, mejor, de una opereta) que de una película convencional, los personajes y la trama del EL HILO FANTASMA parecen moverse casi en función de la música, lo que la convierte en cierto modo en una especie de musical en el que nadie canta. La/s melodía/s de Greenwood organizan el sentido del filme tanto a más que el resto de sus elementos. Así como el carácter descriptivo de la primera mitad del filme (un colega lo definió, exagerando pero sin equivocarse, como cercano al cine de Terence Davies) va dando paso a lo que puede considerarse a una versión libre de REBECA, los personajes también van girando y modificándose en relación a las primeras impresiones que tenemos de ellos. Así como Alma puede no ser tan inocente y simple como parece, Woodcock acaso tampoco sea tan dominante y seguro, ni su hermana tan seca y cínica como uno podría pensar a partir de sus ácidos comentarios y su apariencia. Anderson empieza a jugar allí con una serie de relaciones de amor/dependencia que muchos definiríamos como enfermizas pero que, quizás, sean muchos más creíbles y reales de lo que parecen. Es una película sobre el poder en una relación de dos (o de tres) y cómo ese poder cambia de manos varias veces, revelando lo que los personajes pueden llegar a hacer para recuperarlo. Es un tema (relación de poder entre maestro y alumno, artista y musa) que el propio realizador ya trabajó en PETROLEO SANGRIENTO y THE MASTER. Una extraña historia de amor, vestidos elegantes y música envolvente, EL HILO FANTASMA es también una sinfonía de sensaciones que atacan sin avisar: la pesadillesca/fantasmal escena de una fiesta de fin de año, los misterios de la cocina según Alma (sí, el personaje se llama igual que la esposa de Hitchcock y él se llama Woodcock), el patético casamiento de una ricachona pasada de alcohol, un auto que avanza desafiante por una ruta oscura o el desafío personal de terminar un vestido para una clienta de la realeza. Todos momentos que se impregnan en la memoria del espectador como parte de algún sueño un tanto oscuro, de la misma manera que recordamos escenas de muchas de sus anteriores películas sin tener muy en claro si las vimos o las inventamos. Podría agregar largos párrafos sobre la excelencia de las actuaciones, pero serían un tanto previsibles: todos ya saben que Day-Lewis es un actor capaz de descolocar a cualquiera y aquí tiene varias escenas en las que entra en esa maníaca frecuencia, aunque en un tono más medido, más british, que en otras ocasiones. Manville, lo dijimos, es una construcción casi a medida del melodrama clásico, pero uno que puede llegar a subvertir su misión. Mientras que Krieps, una poco conocida actriz de Luxemburgo, es la gran revelación: su simpleza de aspecto y su estilo amable y modesto revelan ser apenas una de las capas que, como los ambiciosos vestidos que crea su pareja, la chica tiene. Como esos vestidos, también, Alma tiene cosido entre los pliegues sus personales obsesiones y métodos y los sacará a la luz cuando sienta que es necesario. Pese a su envase de melodrama gótico, EL HILO FANTASMA tiene momentos de sorprendente humor y liviandad, que aligeran la densidad de lo que está sucediendo. Y, aunque no lo parezca de entrada, se trata de una gran historia de amor. Un amor que puede no responder a los manuales psicologistas más tradicionales con los que funcionan la mayoría de las historias de amor de Hollywood, pero uno que en su pícara, peligrosa y cambiante manera de “evolucionar” resulta mucho más creíble que la mayoría de ellos. Aquello de que “el amor tiene razones que la razón no entiende” le cabe a la perfección a esta relación. Y eso, uno podría agregar viendo las películas de Paul Thomas Anderson, también pasa con el cine.
Un vestido y un amor El hilo fantasma, la nueva película de Paul Thomas Anderson, es un melodrama fascinante sobre la relación entre un diseñador de modas y su musa. Es probable que El hilo fantasma no sea la mejor película de Paul Thomas Anderson –difícil superar la ambición excepcional de Magnolia– pero creo que es la que más brilla, alumbrando al resto de su obra que ahora convendría revisar. Digamos que es la película más andersoniana, la que nos permite postular una tesis: Paul Thomas Anderson dirige melodramas. Uno asocia el melodrama a las historias de amor desmesuradas, pero el “melo” de la palabra proviene del griego “melos”, que significa “canción”. Y ya desde las primeras escenas de El hilo fantasma veremos –y escucharemos– cómo la música del inglés Jonny Greenwood, tecladista y guitarrista de Radiohead y constante colaborador de Anderson desde Petróleo sangriento en adelante, lleva la batuta literal de la historia y de las imágenes. Es imposible no recordar la secuencia de Magnolia en la que los personajes cantan “Wise Up” de Aimee Mann mientras miran llover. Acá tenemos la historia de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis), un diseñador de modas perfeccionista hasta la exasperación en Londres en los años ‘50, que trabaja junto a su hermana Cyril (Lesley Manville) y tiene relaciones con distintas amantes, hasta que conoce a Alma (Vicky Krieps, totalmente desconocida para mí pero a quien quiero ver de acá en más en todas las películas posibles), una mesera que lo cautiva y con la que entabla una relación obsesiva que va a tener algunas vueltas de tuerca inesperadas. A diferencia de sus dos películas anteriores –en particular de la exasperante The Master–, acá el exceso está contenido y la enajenación de los personajes no contagia a la película, que resulta un viaje fascinante, barroco pero no tedioso, con espíritu gótico, elegante y, como ya se dijo en todos lados, ciertos rastros hitchcockianos. No hay que olvidar que, aunque a Hitchcock se lo asocia principalmente con el suspenso, muchas de sus películas fueron, también, melodramas. No hay otro cineasta hoy, más allá de Anderson, cuyas películas merezcan ser vistas en pantalla grande; tal vez Quentin Tarantino. Pero no por el preciosismo de las imágenes, como si uno precisara verlas más grandes porque son bellas, sino por la energía y vivacidad de la puesta, por la complejidad en los gestos de los actores, porque cada plano tiene algo que lo hace único. La escena en la que Woodcock le toma las medidas a Alma ante la mirada severa de Cyril es el mejor ejemplo porque en los papeles no tiene nada especial, pero ante el ojo de la cámara de Anderson –que esta vez prescinde de su DF habitual Robert Elswitt y se calza el overol él mismo– está cargada con un erotismo exótico y un ritmo vibrante: los planos detalle de los números –los que escribe Cyril en el cuaderno y los del centímetro– se alternan con la postura al comienzo incómoda de Alma, que de a poco parece empezar a permitirnos vislumbrar qué se esconde detrás de ese rostro en apariencia inocente.
Películas como ésta solo aparecen cada dos o tres años; quizás desde Carol (2015) no se vio un relato de época tan elegante, que apele al cine clásico, su morosidad, su capacidad para narrar a través de los rostros y sus mínimos gestos perfectamente calibrados, pero a la vez sea muy contemporáneo. Phantom thread es una película maliciosa, en un momento en el que lo malicioso, la ironía finísima y las capas de sentido que implica son algo infrecuente. Protagonizada por Daniel Day-Lewis, que ya canoso pero con la misma cualidad de varón inconquistable que deplegó hace más de veinte años en La edad de la inocencia (1993) encarna a ese estereotipo tan férreo del solterón en nuestra sociedad (un hombre que siempre es hermoso, autosuficiente, altanero, y se valora demasiado como para dejarse doblegar por una esposa), Phantom thread es un melodrama delicadísimo con un toque de comedia negra que ofrece sobre todo una imagen del matrimonio como una especie de danza de destrucción y conquista. Pero también, como el matrimonio, despliega una serie de temas que atañen a las relaciones de poder, la astucia, el amor como debilitamiento del enemigo y su profunda dependencia de la desesperación y el sufrimiento. Ambientada en la Inglaterra de los años cincuenta, pero en particular en una casa en Londres donde los hermanos Reynolds y Cyril Woodcook se dedican a diseñar y confeccionar los vestidos más exquisitos asistidos por un pequeño ejército de costureras en guardapolvos blancos, Phantom thread se deja invadir por su representación del mundo de la alta costura. Todo en la vida de los hermanos Woodcook gira alrededor de la creación, el trabajo y la disciplina; la casa donde viven y trabajan parece un templo dedicado a la perfección, donde una casta de sacerdotisas silenciosas se dedica a fabricar vestidos que parecen salidos de los talleres de los dioses. En ese mundo ordenado él es el genio, al que no se debe perturbar en su inspiración, y la hermana (interpretada con una sobriedad alucinante por Lesley Manville) es una especie de esposa y asistente perfecta: porque no pide nada, y porque es la guardiana de la tranquilidad de su hermano, casi como si la falta de sexo fuera la única garantía posible de una convivencia feliz. Claro que la vida de los hermanos bajo la sombra terrible de la madre –a la que Reynolds imagina eternamente como una novia, y dice extrañar muchísimo– se tiene que romper. Eso sucede con la irrupción de Alma (Vicky Krieps), una camarera que una mañana le sirve el desayuno a Reynolds y no tarda en convertirse en su modelo y amante. Vicky Krieps es un hallazgo: totalmente común por momentos, por otros una figura esbelta y elegantísima, y una cara que recuerda a la de Julianne Moore pero con menos intensidad, ella convierte a Alma en una contendiente que puede estar a la altura de Reynolds todo el tiempo, desde el primer duelo de miradas. Y digo contendiente con toda intención, porque como en el Hitchcock de La ventana indiscreta (1954), donde Grace Kelly era bellísima pero eso no bastaba para que el personaje de James Stewart dejara de considerarla una pesada que quería “pescarlo”, Alma es astuta de una manera sutil, y sabe que la única forma de doblegar a Reynolds es haciendo que se sienta derrotado. La dinámica entre ellos vale como representación del matrimonio entendido como una conquista de las artes femeninas que aprenden a “manejar” a un varón siempre esquivo –¿acaso nuestras madres no nos repitieron mil lecciones al respecto?–, pero también apunta y de hecho deja clavada una flecha en cierta verdad más general sobre el amor, la vulnerabilidad y la dependencia, que excede a los géneros. Los diálogos en los que Reynolds y Alma ponen en escena estas cuestiones son increíblemente divertidos y poéticos; es una especie de comenta Halley, y por lo tanto algo para celebrar con énfasis, una película que puede ser bellísima y profunda y al mismo tiempo, además de estar llena de chistes buenísimos, estar envuelta en cierta ligereza. ~
Under my thumb Cuesta resignarse a que esta sea la última película en la que vayamos a ver a Daniel Day-Lewis. A la vez, después de verla, queda claro que el irlandés no podría haber elegido una mejor película para su retiro: El hilo fantasma es una ironía exquisita sobre un artista excepcional. Reynolds Woodcock, el personaje de Day-Lewis, es un costurero meticuloso y fanático del control que a lo largo de la película descubre que sus pretensiones de superioridad resultan miserablemente ridículas. ¿Se habrá sentido Day-Lewis, famoso por la obsesiva preparación de sus roles, interpelado en algún punto por la trama de esta película? ¿Habrá tenido lugar en él algún tipo de epifanía profesional que lo haya hecho decidir que esta tenía que ser su última interpretación? Me gusta pensar que sí. Sería una ironía brillante, perfectamente propia de un actor excepcional. No menos meticuloso resulta Paul Thomas Anderson. Después de ese batiburrillo un poco masturbatorio que resultó Vicio propio, el californiano regresó a los climas intimistas y opresivos de The Master, pero con el aliento (un poco) más accesible de Petróleo sangriento. De cualquier forma, comparar esta película con las anteriores y con las múltiples influencias del realizador resultaría interminable y no le haría justicia a su última invención. El hilo fantasma es una película extraña y fascinante, de una belleza omnipresente pero nunca ostentosa, y de un sentido del humor (negro) sorprendente y delicioso. Es una película en la que todo se luce: el triunvirato de actores principales (Day-Lewis, Vicky Krieps y Lesley Maville) tejen un entramado de oscuras relaciones sobre la mesa del desayuno como si se tratara de una versión enfermiza de una película de James Ivory. Desde Petróleo sangriento, Anderson ha abandonado la calidez humana de Magnolia y Embriagado de amor por cierta frialdad clínica a la hora de disecar conflictos que giran alrededor de la dominación y el poder. Resulta irrisorio que esta película haya compartido una nominación a mejor película en los últimos Oscars con La forma del agua: le lleva millones de años luz. Sin declamaciones ni indulgencias para con el espectador, el realizador construye con paciencia un relato oscuramente incómodo sobre los peligros del amor romántico. A medida que Reynolds profundiza su relación con Alma (el personaje de Krieps), una mesera torpe y aparentemente ingenua, El hilo fantasma se retuerce y (literalmente) se enferma: en contraste permanente con la bellísima música de Jonny Greenwood y con el festín visual que propician las creaciones del costurero, la película nos ubica en el medio de una pareja que se consolida en base a la crueldad: no afuera, sino desde el interior, jugando a la identificación y a la desidentificación. Anderson canaliza al mejor Scorsese para la que es una de sus mejores películas hasta la fecha. Lo único malo es que ahora hay que esperar a la siguiente.
Una obra maestra con aire hitchcockiano Luego de protagonizar la ambiciosa Petróleo Sangriento (There Will Be Blooden) en 2007, el británico Daniel Day-Lewis vuelve a ser la cara de otro drama de época dirigido por Paul Thomas Anderson. La historia, ambientada en Londres durante la primera mitad del siglo XX, presenta a un prestigioso modista de alta costura cuya metódica vida se ve transformada por la irrupción de una joven dispuesta a hacer valer su lugar. Inspirado en el diseñador de moda español Cristóbal Balenciaga, el personaje de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) detenta un carácter rígido, estricto y sumamente detallista. Un tipo de personalidad que fácilmente podríamos catalogar como histérica y que toma mayor relevancia si consideramos el apego emocional que el protagonista siente por su madre fallecida hace bastante tiempo. Woodcock convive en una gran mansión victoriana con su hermana y colega Cyril (Lesley Manville), una mujer solitaria que lo consiente en todos sus caprichos. Juntos han logrado llevar la marca Woodcock a un sitio destacado de la alta costura inglesa, convirtiéndose en una de las preferidas de la aristocracia imperante. Durante un viaje por el interior de Reino Unido, el diseñador conoce a Alma (Vicky Krieps), una bella y joven camarera a quien Reynolds no duda en seducir. La muchacha, poseedora de unas medidas corporales perfectas según el criterio del modisto, rápidamente comienza a tomar el rol de musa inspiradora. Sin embargo, el retorcido vínculo amoroso que ambos comparten lleva a Alma a límites insospechados con el fin de poder lograr una conexión real con este hombre que se oculta bajo una coraza. El director de Magnolia (1999) narra con sutileza el crecimiento de una enfermiza historia de (des)amor en donde abunda el desprecio y la intolerancia. Como en toda unión humana, la relación de poder existe y aquí está planteada de forma asimétrica desde un comienzo. El diseñador busca objetivar a Alma, convertirla en un accesorio más de su ordenada vida para así poder entregarse por completo a su verdadero amor: la creación. Pero Alma se niega a convertirse en un maniquí y por ello intenta buscar un portal hacía Reynolds, una cavidad dentro de ese modelo de fortaleza y perfección que le permita cambiar el juego de roles y pasar a ser ella quien tenga el dominio de la situación. Con una exquisita música clásica compuesta por Jonny Greenwood, habitual colaborador de Anderson que se ha encargado de la banda sonora de otros filmes del director como There Will Be Blood, The Master e Inherent Vice, de a ratos pareciera que estuviéramos ante una película de la edad dorada de Hollywood. De hecho, la principal inspiración de esta historia ha sido nada menos que la gran Rebecca (1940) de Alfred Hitchcock. Esta referencia se expresa con claridad en el personaje de la hermana Cyril, una refinada señora que cela a Reynolds y que en algún punto representa el reemplazo de esa figura femenina de poder que significaba la madre de ambos. Cyril es un arquetipo de Mrs. Danvers, la ama de llaves de la destacada cinta de Hitchcock que se encarga de mantener viva la sombra de la difunta Rebecca. El fantasma de la madre de Reynolds también está presente en cada rincón de esa claustrofóbica mansión y en los hilos de los vestidos de novia que el diseñador concibe con la misma pasión con la que alguna vez bordó el de su madre siendo apenas un niño. Daniel Day-Lewis, quien recientemente declaró que esta película constituía su despedida del mundo actoral, nos brinda una actuación deslumbrante y sumamente natural. El anglo-irlandés le otorga el histrionismo necesario que requiere este tipo de personaje evitando caer en las exageraciones. Su coprotagonista, Vicky Krieps, es de esas actrices capaces de sonrojarse en cámara ante una escena que incomoda a su personaje. Es ella quien imprime a la cinta las dosis humorística y la que realiza un mayor recorrido en la historia hasta lograr desplegar toda su fuerza y determinación en pos del objetivo final. El diseño de arte de El Hilo Fantasma representa, quizás, el elemento mejor logrado del filme. Además de un vestuario formidable que embellece la pantalla a cada segundo y que ha sido distinguido con un galardón en la última entrega de los Oscars, la cuidada fotografía (a cargo del propio Anderson) cumple un rol destacado y se ve beneficiada gracias utilización de luces suaves y naturales. Cabe señalar que cada encuadre está meticulosamente bien planeado para guiar la narración. Los planos cortos sobre los personajes acompañan ese sentimiento de sofocación que se percibe en la casa Woodcock. El Hilo Fantasma es un drama conceptual, que se mueve con delicadeza por los recovecos de una historia de amor perversa e imprevisible.
Nueva muestra del virtuosismo de éste enorme realizador para degustar una y otra vez su exquisita forma de hacer cine. Se necesita un estupendo guión para hacer una estupenda película. Siempre ocurre con Paul Thomas Anderson pero, claro, es que él es un estupendo director de cine. “El hilo fantasma” es la última de las nueve nominadas al máximo galardón que faltaba estrenarse, y la espera valió la pena porque es claramente la mejor por concepto, convicción y resultado. Década del ’50. El Sr Reynolds Woodcock (Daniel Day Lewis) es un diseñador de vestidos de alta costura para la clase más rica de Londres. Está terminado un vestido que entregará a una dama de la nobleza que usará en una importante noche de gala. En ese contexto, y en pleno desayuno, un conflicto entre él y su ocasional mujer, con Cyril (Lesley Manville), la hermana de Reynolds, como silenciosa testigo, origina la separación de la pareja y una escapada del hombre para desenchufarse. La casualidad lo cruza con Alma (Vicky Krieps), una camarera de bar de pueblo que, al momento de irse con él adivinamos cual puede ser el posible ciclo de ese vínculo, e intuimos que lo importante será, justamente, saber qué tiene de particular dicho vínculo y por qué el director los eligió a ellos para indagar nuevamente en los costados oscuros del ser humano. Similar a lo que hizo en “The Master” (2012) con los personajes de Joaquin Phoenix y Phillip Seymour Hoffman. “El hilo fantasma” no es una película sobre la moda, ni el modelaje ni la alta costura, pero utilizará todos estos elementos como la metáfora perfecta de la superficialidad, y a su vez calará bien profundo en la psiquis de los personajes para descubrir e indagar sobre la soberbia como sustento vital para sostener las almas cuando éstas están vacías. En este punto, estamos frente a una radiografía del ego, y como tal sólo se puede ver bien a través de la luz. Así, es ese comienzo brillante, con cuatro minutos de planos en donde descubrimos el nivel de minuciosidad de Reynolds. desde su forma de lustrar los zapatos y su aseo personal, hasta su forma de caminar, hablar o servirse agua de una tetera para desayunar. Lo mismo sucede con la casa: la apertura de ventanas, y el ingreso de las costureras en un silencio interrumpido por la mención de sus nombres al pasar por al lado del dueño de casa. Un hombre que construye su exterior y se ha vuelto un experto en hacer lo mismo con los demás. Sus vestidos son sus criaturas y sólo hay tiempo y dedicación para ellas. “Tengo que entregar el vestido. No puedo confrontar en este momento. No tengo tiempo para confrontaciones”, dirá a su futura ex luego que ésta pregunta donde estuvo anoche. Al entrar Alma en su vida (eufemismos aparte), la mujer de la cual queda prendado, todo va a cambiar. Pronto el espectador podrá hacerse esas preguntas para las cuales Paul Thomas Anderson allana el camino. ¿Está enamorado de Alma o del hecho que sus medidas sean las exactas para confeccionar sus vestidos? Ergo, ¿Está enamorado de él mismo? ¿De su talento? ¿Qué pasaría si ella se rebela a ese “contrato tácito” que mantiene con él? A no preocuparse porque no habrá un sólo rincón del espíritu de ambos sin recorrer. Es tan profundo a donde llega el guión que cada gesto y cada acción prepara el terreno para lo siguiente, y dónde comencemos a querer volver a la superficie tendremos un nuevo giro en las actitudes que nos mantendrá expectantes. No puede no mencionarse el trabajo de los tres actores principales. Tanto Lesley Manville como Vicky Krieps componen desde registros distintos, pero siempre pensando y sintiendo en la circunstancia dada, orquestada magistralmente por Daniel Day Lewis. Los tres personajes parecen necesitar gritar para descargarse, pero los cuerpos de los actores contienen ese cúmulo impulsivo y llenan el espacio de los planos con una tensa calma. Es más, será en el último tercio en donde las cartas de los tres quedarán expuestas en la mesa para entender cuán serviles son las debilidades a la construcción de la simbiosis. Un eje que se vuelve tan peligroso como dominante de las relaciones. Una nueva muestra del virtuosismo de este enorme realizador que entrega para degustar una y otra vez su exquisita forma de hacer cine.
Crítica emitida por radio.
Daniel Day-Lewis se luce en una película distinguida e interesante, dirigida por Paul Thomas Anderson. Londres, años ´50. Raynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) es un famoso diseñador que, junto a su hermana Cyril (Lesley Manville), visten a las más renombradas estrellas de cine, herederos y socialités de la época. Las mujeres le brindan inspiración y compañía al soltero Raynolds hasta que conoce a Alma (Vicky Krieps), una joven de carácter fuerte que se convierte en su musa preferida. Nominada a los Premios Oscar como Mejor Película, El hilo fantasma (Phantom Thread, 2017) es fiel representante de la sutileza cinematográfica. Anderson elige mantener un estilo en el que el relato dialoga con las interpretaciones, los efectos sonoros y la música; enmarcados por una excelente ambientación y vestuario (galardonado en la última entrega de la Academia). Day-Lewis le da vida a un personaje atrapante, con matices que generan diferentes percepciones: es delicado y atento por momentos, severo y autoritario por otros. Junto a Manville y Krieps son una tríada que consolida grandes escenas. El hilo fantasma es llevadera desde el inicio y tiene la particularidad de generar expectativa con una historia simple. Hacia el final decae un poco, pero en su totalidad es efectiva.
El hilo fantasma es la nueva película del cineasta estadounidense Paul Thomas Anderson, recordado por la dirección de cintas como Magnolia o Petróleo sangriento, con el curioso dato de que, diez años después de la realización de esta última, Anderson vuelve a tener al enorme actor británico Daniel Day-Lewis (Mi pie izquierdo, En el nombre del padre, The Boxer, Pandillas de Nueva York), como protagonista de su filme. La historia de El hilo fantasma nos lleva al Londres de 1950, en la era de la posguerra, y a la forma de vida del famoso modista Reynolds Woodcock, llevado a cabo por el citado Daniel Day-Lewis, que como habitualmente suele suceder, se sabe poner en la piel de los personajes que interpreta. Su hermana Cyril (Lesley Manville), es su consejera y ayudante en el negocio de la moda británica, la cual entre ambos sostienen a fuerza de trabajo, profesionalismo y consistencia, enmarcados en una estructura rutinaria férrea. La aparición de la joven Alma (Vicky Krieps) en la vida de Woodcock, se presentará como un posible cambio en lo que refiere a las estructuras de esa vida rutinaria y planificada, en donde todo está previamente estipulado. En un comienzo el espíritu de Alma parece adaptarse a los mecanismos de funcionamiento del modista y su entorno, hasta siendo parte del engranaje mismo de operación, pero conforme se van dando los acontecimientos, ella parece sofocada por un ritmo de vida que le resulta monótono, excesivamente mecánico y hasta incluso falso, y que la termina agobiando. Por el contrario, Reynolds está demasiado acostumbrado, es un hombre grande y no quiere modificar su estilo de vida; su carácter no ayuda, por momentos obstinado, sumamente obsesivo, meticuloso, y netamente afianzado a una idea, una sola forma de hacer las cosas, y una especie de pasión/amor por su trabajo, rozando por momentos el fetichismo. Evidentemente el enfoque de Paul Anderson en El hilo fantasma recae más sobre los perfiles de los protagonistas, que en la historia en sí, que podemos decir sirve más de excusa que como relato. Hay un interesante desarrollo en lo referido a los matices de cada personaje, trabajados en forma minuciosa; sin dudas uno de los puntos fuertes de esta película son las actuaciones, no solo la de Daniel Day-Lewis, de quien no se espera menos, sino tanto de la categórica Lesley Manville, como de la joven Vicky Krieps. Hay una historia de amor, pero no se presenta en la forma convencional, y eso también vale resaltarlo. Es cierto que podemos entrever cierta influencia de algunos filmes de Alfred Hitchcock y Max Ophuls, dos cineastas de gran desarrollo en las décadas del 30′, 40′ y 50′. El despliegue del director estadounidense es impecable, y mantiene muchos de los elementos presentes en su cine, con una puesta en escena a la altura, una gran fotografía, más sus detalles varios, tomas y tiempos. Quizás haya un exceso en lo referido esto último, puesto que Anderson tiende a extender siempre la duración de sus películas, lo que hace que a veces recaiga la atención y la narración un tanto se diluya, notándose que el relato fílmico pedía un metraje algo más corto, más la presencia de escenas que no terminan de darle fuerza a la historia central, o que quizás se dilatan un poco más de lo correspondido. Por todo lo demás, podemos decir que El hilo fantasma es una cinta digna de verse.
LA ETERNA MAGIA DEL MELODRAMA Un director como Paul Thomas Anderson es mucho más que un virtuoso de la técnica cinematográfica y un guionista impecable y versátil, es definitivamente un artista inagotable que nos bendice al sumergir su imaginario y su erudición en las aguas del lenguaje de la gran pantalla plateada. El hilo fantasma es su séptimo largometraje y en sus 48 años ha creado una serie de mundos inolvidables, unos tan distintos de otros, tan sólidos y arrebatadores, que pareciera que su pluma cada vez va más rápido y vuela más alto que la cronología misma de su vida. Y no lo digo por la cantidad de obras producidas desde el guión hasta el corte final, sino por la dimensión de cada una de ellas. Si recordamos la narración y la estética de su ópera prima Boogie nigths (1997) no nos hubiéramos imaginado que a ella le seguiría la imponente y bella Magnolia (1999) y al pie la adorable Embriagado de amor (2002), tras la arrasadora historia de Petróleo sangriento (2007) y así paso a paso nos veríamos de cara a la complejidad de The Master (2012) y a la audacia loca de Puro vicio (2014), adaptando al inadaptado Thomas Pynchon. Hoy, El hilo fantasma es un homenaje enamorado y exquisito al cine clásico. A la gran narración de aquellos definitivos maestros del melodrama de los años 40 como Rebeca de Hitchcock y Sunset Boulevard de Billy Wilder, entre otros. La historia no se basa en personajes reales, se talla como buen exponente del género en una ficción pura. La trama está centrada en la figura de un famoso modisto, Reynolds Woodscock, una suerte de tirano de la moda inglés allí por los años 50, que es una mezcla de impecable sastre artesano a la vez que un artista de la alta costura. Su aliada personal y “vieja camarada”, como el mismo la llama, es su hermana Cyril con quien vive en la mansión donde se instala su lujoso taller, su estudio y su vida entera. Hasta que un día conoce a una joven, Alma, a quien elige como musa inspiradora, a quien lleva a vivir a su mundo único de vestidos de ensueño y claustrofóbico encierro. Desde un amor idealizado, el vínculo entre ellos va hacia lo perturbador y perverso, creando una historia compleja y oscura que los va a unir, tal vez hasta la muerte. Este argumento nos trae a la mente inevitablemente a Rebeca y las figuras de la intrusa que se transforma por un lado, y por otro la siniestra ama de llaves que deja su huella en la Cyril, no por su locura fatal, pero si por el poder que detenta en la vida de los otros. El homenaje a Hitchcok llega hasta el nombre de su misma esposa, Alma, que también fue la mujer poderosa que doblegó al tirano. Y en Sunset Boulverad, los destellos tienen algo de relación con lo mustio, y en la moda y sus reyes siempre hay algo de decadencia implícita. En toda la película PTA, apuesta a la forma definitiva del encuadre clásico y las formas puras, con la estilización de los detalles en cada una de las escenas y las actuaciones milimétricamente registradas en primeros planos armónicos. Todo discurre con la precisión de un montaje fino, transparente envuelto por la música de Jonny Greenwood, que hace de las secuencias una marea de estados emocionales hechos sonidos. La trama avanza cadenciosa, pasional pero contenida, algo bien característico de las expresiones narrativas en el cine de esa época. Todo lo que se refiera al deseo y los mundos íntimos de los personajes tiene una barrera formal que hace que viajen sutilmente en las miradas, en los pequeños gestos sin soltarse en formas grandilocuentes. Los personajes están atados a sus pasiones, que están allí latiendo como una bomba que no explotará burdamente, sino que dejará salir retazos de emociones como si la historia fuera un vestido rasgado, por el cual entre los pliegues y las hilachas podemos ver quiénes son ellos y que los hace vibrar. La progresión nos atrapa como si hubiera escrito el guión un modisto de alta costura, cuya herramienta en vez de la aguja fue la pluma y ahora toma la cámara. Si fuera está metáfora posible, Anderson va cosiendo los planos, uno a uno con un hilo invisible, dando una puntada perfecta a cada paso del relato. La actuación de Daniel Day Lewis, es de una factura superlativa, sea esta su última película o solo quede el comentario en el olvido, su papel brilla en cada plano de la historia. Su co equiper y hermana en la ficción, Lesley Manville, es la perfecta británica que se impone en cada paso que da y en cada mirada drástica a la cámara. Finalmente Alma, Vicky Krieps, casi desconocida para muchos de nosotros, logra con su administrada gestualidad y hermetismo un personaje y una performance muy efectiva, jugando las tensiones con su amor y oponente, otorgando una medida ideal para el clima del filme. Hay películas que podemos ver, hay películas que podemos observar, y otras que podemos vivir. Paul Thomas Anderson nos hace vivir el cine hasta la médula. Por Victoria Leven @victorialeven
La nueva obra cinematográfica de Paul Thomas Anderson, y en teoría la última en la prolífica carrera actoral de Daniel Day-Lewis, está cubierta por un aura embriagante de clasicismo en lo que concierne a su forma. Pero en su interior guarda un bello contenido oscuro que entra en un juego de oposición con el carácter clásico, ambos resonando y manejados por el mismo nivel de perfección que maneja tanto el director como el personaje protagónico de su film. Reynolds Woodcock (apellido que graciosamente entra en la misma categoría de genialidad que el de Dirk Diggler en Boogie Nights), es un renombrado diseñador de moda inglés que confecciona finas piezas de alta costura para la realeza y la aristocracia europea. Su vida y obsesión están enfocadas puramente en su trabajo, en su arte. Anderson nos narra la estructurada y caprichosa forma con la que se maneja día a día Reynolds compartiendo el mismo profesionalismo y búsqueda perfeccionista que su personaje. Y esa búsqueda encuentra su forma final en Alma (Vicky Krieps). La relación de amor entre modista y modelo encuentra su génesis en la enfermiza necesidad del uno por el otro. Alma, en un principio, significa para Reynolds alguien meramente a su servicio. Se conocen en un restaurant donde ella le sirve como mesera para luego convertirse rápidamente en el modelo de perfección que Reynolds precisa para la creación y el uso de sus vestidos. En su delicada y bella contextura Alma funciona como elemento de trabajo y creación. En cambio, ella ve en la fascinación de Reynolds la idea de ser alguien tomada en cuenta, un sentido de ser especial y de sentirse a gusto con quien es. Es así como Phantom Thread da a lugar a una historia de amor y obsesión orquestada de una manera refinada y maquiavélica. Anderson logra pasar del romanticismo del primer encuentro a un sutil cambio que se inclina a un mayor tono de incomodidad. Algo que se produce por las obsesivas y agresivas actitudes del artista y por la constante presencia en medio de la pareja de Cyril (Lesley Manville), la hermana y fiel mano derecha de Reynolds que funciona como una extensión del mismo, tanto en lo profesional como en su relación con Alma. Si Cyril es otra mujer en la vida de Reynolds que sirve meramente a sus propósitos, a cumplir un rol servicial, la misma se convierte en una amenaza para la relación romántica y también, significa la forma que Alma deberá adoptar para complacer en todo a su amado. La inversión de roles de estas mujeres en la vida del modista sirve para pasar de un aspecto sumiso a uno de total poder. La musicalidad del film marca el tempo con que los cambios y deseos de los personajes toman forma y es así como Alma, a través de medios extremos, lograr una necesidad constante de dependencia de Reynolds hacia ella, y por ende de ella hacia él. Dichos elementos de rareza incómoda se encargan de rodear y habitar cada uno de los espacios de la mansión Woodcock, marcando un interés por parte del director de graficar el desarrollo de una relación enferma. Algo que funciona como reflejo dramático de Punch-Drunk Love, otro film del director que aporta también una mirada a una malsana relación pero desde un aspecto más cercano a la comedia. Lo cierto es que al igual que las satisfechas mujeres que llevan los vestidos de la casa Woodcock, el film pasea los distintos actos de abuso y desequilibrios emocionales de forma elegante, incluso rompiendo los esquemas previsibles. Algo que también entra en un juego de oposición con lo clásico, como también lo es en la historia Alma ya que, a través de su carácter contestatario, poco a poco se convierte en la única que puede oponerse al rigor de Reynolds. Anderson delinea la figura del hombre y la mujer en una relación construida por el uso de la manipulación. La necesidad y la dependencia de ambas partes malinterpretadas como forma de amor. Es en dichos actos y comportamientos insalubres donde Reynolds y Alma hallan esa falsa idea de bienestar y a la vez consiguen su lugar de igualdad en relación de uno con el otro (algo que incluso comienza a verse de forma hermosa cuando colaboran en conjunto para quitar uno de sus vestidos de las manos de alguien que no lo merece). Y si bien se puede respirar una latente inquietud en el ambiente, la disposición con la que todo elemento se vuelve parte de lo mismo es lo que hace que sea prácticamente imposible no caer bajo el bello encanto con el que el director confecciona su obra y la oscura relación de sus personajes. Reynolds Woodcock deposita mensajes secretos bajo las costuras de sus vestidos, Paul Thomas Anderson hace lo mismo con la oscuridad de su trama debajo de la refinada elegancia de su prestigiosa obra, de su cine de alta costura.