La gentrificación soporífera A pesar de que Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, 2019) a simple vista se diferencia de otros exponentes recientes del enclave hollywoodense del neo film noir como por ejemplo las también fallidas Under the Silver Lake (2018) de David Robert Mitchell y Vicio Propio (Inherent Vice, 2014) de Paul Thomas Anderson, dos trabajos centrados en pretensiones cómicas que se licuaban o directamente quedaban en la nada, lo cierto es que la película que nos ocupa -protagonizada, producida, escrita y dirigida por Edward Norton, pasados 19 años desde su ópera prima, la apenas amable Divinas Tentaciones (Keeping the Faith, 2000)- arrastra dos de los problemas que caracterizaron a aquellas obras, por un lado una duración excesiva que destruye el mínimo interés que la historia despierta de por sí y por otro lado cierta devoción ingenua por los grandes estereotipos del género, una jugada que cae en el facilismo de igualar ortodoxia con calidad de una forma similar a cómo el metraje inflado pretende homologar tamaño con gran espectáculo/ semblanza/ lo que sea. Sin siquiera llegar al nivel de opus delirantes aunque más o menos dignos y disfrutables como Abuso de Poder (Mulholland Falls, 1996) de Lee Tamahori, La Dalia Negra (The Black Dahlia, 2006) de Brian De Palma y Fuerza Antigángster (Gangster Squad, 2013) de Ruben Fleischer, el film comienza muy bien y luego derrapa hacia repeticiones, escenas soporíferas, latiguillos retóricos hiper quemados y una idea de fondo de construir una remake conceptual maquillada -y no asumida- de Barrio Chino (Chinatown, 1974), obra maestra de Roman Polanski y el molde de casi todos los erráticos intentos posteriores de infundir nueva vida a los policiales negros de metrópolis decadentes y/ o corruptas. El detonante es el asesinato en la Nueva York de la década del 50 del siglo pasado de Frank Minna (Bruce Willis), la cabeza de una agencia de detectives donde trabaja Lionel Essrog (el propio Norton), un hombre con memoria fotográfica que además padece el Síndrome de Tourette, siempre con un considerable surtido de tics físicos y verbales que no puede evitar. Así como el trabajo de Polanski examinaba de manera brillante la putrefacción detrás de la versión moderna de Los Ángeles vía los negociados inmobiliarios que facilitaba la distribución del suministro de agua, en esta oportunidad el meollo del asunto pasa por la gentrificación en la Nueva York del período, léase la compra, destrucción y remodelación extensiva de vecindarios pobres y de minorías para elevar el precio de las viviendas y especular a gran escala con la diagramación de la ciudad en su conjunto, lo que asimismo implica la expulsión de los colectivos menesterosos que allí habitan en pos de dejar espacio para la mudanza de unas clases media y alta que pasan a copar barrios enteros en muy poco tiempo. Por supuesto que la denuncia de base está perfecta y es muy vigente pero lo que molesta son las decisiones de un Norton que da mil vueltas para presentar una situación relativamente simple que no ameritaba tantos clichés ni mucho menos semejante tendal de “coincidencias” a las que echa mano en pasajes cruciales del periplo, ahora con la excusa de que está adaptando la novela homónima de 1999 de Jonathan Lethem aunque en realidad hace lo que quiere en todo sentido (por ejemplo, mientras que el libro transcurre en aquel presente de 1999 la película en cambio se muda a la época por antonomasia del film noir… y mejor ni hablar del hecho de que ninguno de los múltiples secundarios -ni femeninos ni masculinos- verdaderamente se asustan o se burlan del estrambótico Síndrome de Tourette del protagonista, un planteo muy difícil de tragar tratándose del supuesto entorno urbano intolerante y bien feroz de mediados del Siglo XX y no de nuestros días, donde reacciones respetuosas serían mucho más comprensibles entre los bípedos de aquí, allá y todas partes). La investigación de Essrog con vistas a identificar a los homicidas de su jefe y mentor incluye un interés romántico, Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw), una reglamentaria figura de autoridad que desparrama “pistas” en torno al misterio, Paul (Willem Dafoe), un amigo insólito que ayuda en momentos decisivos, ese trompetista sin nombre (Michael Kenneth Williams), y hasta un villano maquiavélico al que sólo le importa el dinero y el poder, Moses Randolph (Alec Baldwin), némesis inspirado en Robert Moses, un funcionario público mafioso de los 50 que reconfiguró muchos de los vecindarios neoyorquinos de su tiempo al privilegiar la construcción de autopistas por sobre la red de transporte popular metropolitano. Más allá de la obsesión del Norton guionista y director con dejar en claro su amor por Barrio Chino, no sólo introduciendo en la trama al personaje de Randolph -el cual no estaba en la novela- sino haciéndolo un violador en sintonía con el recordado Noah Cross de John Huston del convite de Polanski, llama la atención el poco criterio para agilizar el relato y atizar el interés del espectador, en especial teniendo presente que ya nadie puede sorprenderse exclusivamente por el despliegue de una banda sonora de jazz y un enigma de resolución cantada desde mediados de la historia en adelante. El desempeño del elenco es excelente y se agradece el meticuloso diseño de producción, no obstante las diferentes inconsistencias señaladas, el poco vuelo dramático general y la ausencia casi total de situaciones de verdadero peligro conspiran contra un film que se ahoga en buenas intenciones sin llegar al desastre insalvable, arruinando lo que podría haber sido el gran regreso actoral de un Norton que cumplía una década de no salir de papeles secundarios…
El cine negro puro y duro tiene como ingredientes esenciales a un detective privado, un chantaje, un villano poderoso y una femme fatale. Esta fórmula que tuvo su apogeo en los años 40 y 50, resurgió ejemplarmente en la década del 70 con películas como The Long Goodbye y Chinatown, en particular esta última que se destaca por sus atípicos giros, problemas sociales y su oscuro final. Es curiosamente esta línea del policial, tan clásica y a la vez más ácida e innovadora que su progenitora, donde se encuentra inscripta Huérfanos de Brooklyn. Hazlo, Bailey Huérfanos de Brooklyn posee una clara estructura que, como todo buen policial negro, tiene al espectador con la constante curiosidad de saber cuál es la resolución del misterio. Aparte, toma la oportunidad para hacer una crítica social al desdén de los más poderosos, y cómo su “amor por el pueblo” no es más que una fachada, una actuación. La historia podrá estar ambientada en la década del ’50, pero la manera en la que se maneja el personaje de Alec Baldwin, describiendo sin ninguna vergüenza lo que te autoriza a tener poder y lo que puede hacer uno con él, tiene un eco de actualidad escalofriante. Si hay una cuestión que puede achacársele en contra a la película, es que conforme avanza estira su tiempo de más, prolongando su bienvenida. En materia técnica tenemos un modesto diseño de producción que reconstruye la época con colores apagados y casi desaturados. A esto debemos sumarle una prolija fotografía que no abusa de las sombras, apelando más al degradé que a las sombras duras características del género. En lo actoral, Edward Nortondestaca delante de cámara (además se prueba hábil en la dirección) con su personificación de este detective privado con una condición médica peculiar. Una condición que el actor no caricaturiza en ningún momento; y si bien saca la ocasional humorada, tiene presente que el papel está al servicio de la historia. Lo secundan Bruce Willis en un breve pero querible papel, Bobby Cannavale como su nuevo jefe,Gugu Mbatha-Raw, como el interés romántico que aporta la cuota de crítica social a la trama. Willem Dafoe hace también sus aportes a dicha crítica. Alec Baldwin, como ya mencionamos, encarna con escalofriantes y actuales resultados a un oficial electo de grosera impunidad. Lo que sería una caricatura en SNL, presenta acá una semejanza que pasma mas de lo usual. Solo que esta vez no nos estamos riendo, pues asusta.
Edward Norton («Fight Club», «American History X») dirige su segundo largometraje («Keeping The Faith» había sido su debut detrás de las cámaras allá por el 2000), donde intenta yuxtaponer el thriller con el film noir y el drama político. Ambientada en la Nueva York de la década de los ’50, la película sigue a Lionel Essrog (Norton), un solitario detective privado, afectado por el Síndrome de Tourette, que se aventura a intentar resolver el asesinato de su mentor y único amigo, Frank Minna (Bruce Willis). Aparentemente Frank estaba sumergido en un conflicto que congregaba los planes de infraestructura de un funcionario político (Alec Baldwin), cuyo objetivo era arrasar con un barrio de Brooklyn, poblado principalmente por afroamericanos de escasos recursos, para construir un autopista. En el medio surgirán otros peones que formarán parte del juego como el arquitecto Paul (Willem Dafoe), y una defensora y representante de los vecinos desalojados Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw). Norton nos ofrece una historia atrapante que se toma su tiempo para desarrollar el conflicto y mover la gran cantidad de personajes que formarán parte del juego. La cinta que recuerda a thrillers de investigaciones y policiales negros modernos en la línea de «Chinatown» busca ir revelando gradualmente la información al espectador para que vaya descubriendo junto con Lionel la encrucijada en la que se vio envuelto. La obra se apoya más en las actuaciones que en cualquier otro elemento cinematográfico (una cosa habitual en las películas dirigidas por actores), algo totalmente evidenciado en la maravillosa interpretación de Norton que compone al detective con Tourette de manera soberbia. Claramente se lo nota más cómodo con la actuación que en la dirección y en la escritura del largometraje. Y es que realmente la cinta intenta aglutinar demasiados elementos y por momentos se olvida de ciertos personajes para ir haciendo avanzar la historia principal. A su vez, la trama policial, con el clima sociopolítico, y el drama romántico que forzosamente se ve incluido hacen que por momentos el opus del actor de «The Grand Budapest Hotel» se sienta menos homogéneo y más dispar. No obstante, el relato es sumamente disfrutable en la mayor parte de sus 144 minutos de duración, en especial ya que a las maravillosas interpretaciones se le suman una excelsa y lograda fotografía de Dick Pope («The Illusionist») y una atractiva banda sonora de Daniel Pemberton («Yesterday»), donde se saca a relucir esa exquisita atmósfera jazzística que caracterizaba la escena de los clubes nocturnos de la NY de los ’50. «Huérfanos de Brooklyn» («Motherless Brooklyn» en su título original) es una película con grandes momentos de suspenso, acción y drama que se sostiene gracias al enorme compromiso de Norton delante y detrás de las cámaras a pesar de que la cinta presenta algún que otro traspié a nivel narrativo por la mitad del relato y varios personajes poco desarrollados. Un film interesante con cierta complejidad y ambición que además nos otorga algunas secuencias bastante logradas.
Érase una vez en Brooklyn Si ver un buen film noir es perderse en una trama laberíntica, Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, 2019) no decepciona. Como Vicio Propio (Inherent Vice, 2014), plantea una búsqueda posmoderna en clave de film noir, ambientando la acción en el pasado para hablar de la sociedad del presente. En ambos casos el recorrido y su forma son mucho más interesantes que el punto de llegada, por virtud de acumular tantas ideas e inquietudes. La novela de Jonathan Lethem ocurre en los 90s. Edward Norton, posicionándose en el rol cuádruple de director, productor, escritor y protagonista, la ambienta en los 50s, empapando la trama con la nostalgia de la época y el glamor del género. Comienza como un “sencillo” caso de homicidio: Lionel Essrog (Norton) es un investigador privado dispuesto a resolver el asesinato de su mentor Frank Minna (Bruce Willis). Sus colegas no comparten su entusiasmo y menos cuando es evidente que el caso involucra autoridades estatales. Essrog padece Tourette’s en una época en la que el desorden “no tiene nombre”. Sufre tics y espasmos y describe su mente como en un constante estado de desmenuzar ideas, lo cual - junto a una memoria fotográfica - lo vuelve un detective ideal, más allá de las obscenidades que se le escapan a su pesar. Ni se sensacionaliza ni se explota la condición: va de la mano con la naturaleza inquisitiva del personaje, que no puede dejar de deshilvanar cuanta conspiración se le presenta. Los villanos de Huérfanos de Brooklyn son ingenieros, congresistas, planificadores urbanos. A la cabeza de todos se halla Moses Randolph (Alec Baldwin), cuyo obvio referente es Robert Moses, el controvertido ideólogo detrás de la infraestructura y obra pública de Nueva York. Baldwin ha dedicado gran parte de su carrera a interpretar plutócratas vanidosos y su presencia es altamente sugestiva de Donald Trump, especializándose en parodiar al megalómano presidente desde que fue electo. Willem Dafoe, Bobby Cannavale, Gugu Mbatha-Raw y Michael K. Williams completan el elenco, el cual se esparce a lo largo de un enorme tapiz. La mayoría son papeles pequeños que aparecen en un manojo de escenas, pero conjugados con el cruzado Essrog forman duetos actorales poderosos. Superficialmente Huérfanos de Brooklyn parece una mera película criminal de época, adornada con todos los arquetipos y situaciones acostumbradas. Pero la historia no se sintetiza en una simple trama de venganza (o acción, para el caso), ni se contenta con imitar un estilo así como servirse de él para esbozar sus ideas, que son inmediatamente reconocibles y conciliables con las de Barrio Chino (Chinatown, 1974). La historia nunca deja de ser personal, pero las consignas de justicia y venganza se van diluyendo para revelar problemáticas sociales y políticas que la película traza con interés genuino y relevante.
Un tipo de cine distinto, que no solemos ver tanto: el cine negro puro. Sus ingredientes son detectives privados asociados, chantajes varios, políticos poderosos y villanos, corrupción mediante y una mujer a la que hay que proteger. Este tipo de género tuvo su suceso en las décadas del 40’ y 50’ y luego resurgió en forma breve en la década del 70’ pero no encuentro que nuestro país sea muy fanático del mismo, y es éste caso, es una historia muy norteamericana. En lo que encuentro similitud es en los políticos, siempre con su discurso prometedor, que jamás se cumple. La historia, ambientada en la década del 50’ tiene un diseño de producción que reconstruye la época con colores apagados. El elenco es espectacular, empezando por el impecable trabajo que realiza Edward Norton como Lionel Essrog, el mejor de todos, un niño huérfano con Síndrome de Tourette (aunque en ese momento no se sabía el nombre de la enfermedad y él decía “tengo un desorden en mi cabeza que no puedo controlar”) También son buenos los trabajos de sus amigos, a los que conoció en el Orfanato, Bruce Willis como el líder Frank Minna (aunque de breve participación), involucrado en una investigación que deja trunca y Lionel quiere resolver para quedarse tranquilo. Sus socios son Tony Vermonte (Bobby Cannavale) también investigador y otro de sus amigos y Danny (Dallas Roberts) también asociado. Al ir siguiendo las pistas se encuentra con Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) quien se transforma en el interés romántico de Norton, Paul (Willem Dafoe) planificador de la ciudad y Moses Randolph (Alec Baldwin), el político impune completan el reparto. Como algo negativo, podría decir que es excesivamente larga (2 horas 20’) y se podría haber contado en 2 horas. Frank Minna era el que le proporcionaba a Lionel protección, convirtiéndose en su mentor y enseñándole a usar su cerebro para investigar en lugar de una discapacidad de lo cual avergonzarse. Esta es la segunda película de Edward Norton como director, y él nos lleva a un momento donde se conspiraba en clubes de jazz, aunque la narración es algo lenta y cuesta llegar al fondo del asunto. El guión consiste en una investigación que está llevando a cabo Frank Minna y que, parece simple pero, se convierte en algo que involucra a peces gordos, esto significa, a gente de la política, vinculada con el Gobierno actual de la ciudad de Nueva York y a un desarrollador de tierras. Las Pistas de Frank van llevando a Lionel a distintos lugares, ahí termina conociendo a Laura, el mundo de Harlem, y todo está allí, tendrá que unir las piezas del rompecabezas para saber que pasó con su jefe y único amigo. En síntesis, una película quizás lejana a nuestra idiosincrasia pero muy bien actuada y con momentos que enaltecen la amistad. Tiene demostraciones, dentro de lo agresiva que puede ser una historia de gangsters y peleas, de dulzura de Laura para con Lionel en todo momento.---> https://www.youtube.com/watch?v=A2oBxH4rVK4 Título Original: Motherless Brooklyn ACTORES: Edward Norton, Bruce Willis, Leslie Mann. Willem Dafoe, Alec Baldwin, Fisher Stevens, Bobby Cannavale. GENERO: Policial , Drama . DIRECCION: Edward Norton. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 144 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 21 de Noviembre de 2019 FORMATOS: 2D.
Un film donde brilla Edward Norton, como protagonista, productor, guionista y director. Es en realidad la concreción de un sueño que estuvo entibiando durante años. Eligió una novela best seller y con mucha astucia y talento se ubicó en esos años 50, con una impecable reconstrucción de época y una mirada crítica al hombre, Robert Moses, que construyó no poca de la actual Nueva York, erradicando impunemente a las barriadas populares en pos de crear lugares para una población más rica y distinguida. Lo que aquí se revela, para algunos, una especie de retrato de hombre poderoso al estilo Donald Trump, es como con poderes ilimitados adquiridos por estafas legales se logra imponer una voluntad de matones, hasta con asesinatos. Un poderoso con un secreto que deberá resolver el protagonista Lionel Essrog, un detective con síndrome de tourette, que le permite al director poner un toque de humor aún en las situaciones más tensas o románticas, aunque olvide el toc en ciertas escenas. Ese hombre de memoria fotográfica, considerado un bicho raro, tendrá que descubrir porque mataron a su jefe y protector, resolver crímenes y de paso encontrar el amor. Edward Norton brilla como actor en un personaje que es una delicia para cualquier actor. Como director es un interesante realizador que se excede en la duración de la película, dos horas y media, pero a su vez regala momentos únicos como el trompetista que encarna Michel Kenneth Williams con música ejecutada por Wynton Marsalis. En el film hay climas como en “Adiós Muñeca” y “Barrio Chino”, el protagonista es una suerte de Phillip Marlow que descubre corrupciones y dolores, pero siempre llega al final, con un aura romántica, sin llegar a la oscuridad de la película de Polansky. Se destacan Alec Baldwin como el todopoderoso Moses y Gugu Mbatha-Raw como la abogada activista. Una película para disfrutar del principio al fin.
Adicción al poder “Huérfanos de Brooklyn” (Motherless Brooklyn, 2019) es una película de crimen y drama dirigida, escrita, producida y protagonizada por Edward Norton (“El club de la pelea”, “El ilusionista”). Basada en la novela homónima de Jonathan Lethem, el reparto se completa con Alec Baldwin, Gugu Mbatha-Raw (Black Mirror), Willem Dafoe, Bobby Cannavale, Ethan Suplee, Dallas Roberts, Cherry Jones, Josh Pais, Bruce Willis, Leslie Mann, entre otros. Tuvo su premiere mundial en el Festival de Cine de Telluride. Ambientada en la década de 1950 en Nueva York, la historia gira en torno a Lionel Essrog (Edward Norton), un detective privado que padece el síndrome de Tourette. En su infancia, Lionel fue rescatado de un orfanato católico por Frank Minna (Bruce Willis), el cual ahora es su jefe y mentor. En una misión secreta en la que estaba implicado Frank, algo sale mal y éste termina falleciendo. Abatido, Lionel se pondrá manos a la obra para descubrir qué información valiosa tenía su amigo y quién fue el responsable de su muerte. Brindando homenaje al film noir de antaño, Norton tenía en mente llevar este relato a la pantalla grande desde que quedó fascinado al leer la novela de Jonathan Lethem, que fue publicada en 1999. Aunque a la película le llevó alrededor de 20 años entrar en producción, finalmente Edward pudo concretar su proyecto personal. Lamentablemente, el resultado no es del todo satisfactorio cuando nos ponemos a analizar a la obra en su conjunto, a pesar de que tiene variados aspectos positivos a destacar. Por empezar, la reconstrucción de Nueva York en los años ’50 está muy bien lograda. Con una fotografía acorde, el vestuario, las calles y los automóviles nos transportan fácilmente a esa época. La música, plenamente el jazz, acompaña gratamente a medida que el protagonista va recolectando pistas para llegar a la revelación final. En cuanto a las actuaciones, Edward Norton se luce al encarnar a un personaje que se ve afectado por un trastorno neurológico que lo hace decir involuntariamente frases que quedan fuera de lugar. Ya sabíamos, por el primer papel que tuvo el actor en “La raíz del miedo” (Primal Fear, 1996), que Norton es capaz de meterse al 100% en la piel de personas con tics notorios. Esta no es la excepción ya que “el fenómeno” (así lo llaman sus compañeros en la película) Lionel Essrog siempre resulta creíble y también admirable por contar con una memoria impresionante. Essrog no solo recopila situaciones que ve, sino que es capaz de recordar conversaciones con muchos datos duros en su mente, sin necesidad de anotar nada. Lo que hace que el filme no sea completamente bueno es su duración. Las dos horas con 24 minutos se sienten y mucho, lo que nos lleva a la conclusión de que si el guión pasaba a estar en manos de otro la cinta hubiera sido más redonda. El ritmo no logra mantenerse por más que la temática sea interesante (la ambición de los políticos, la corrupción, estafas y discriminación a la personas de color). Sin generar empatía, las vueltas de tuerca no sorprenden como deberían. “Huérfanos de Brooklyn” podría haber llegado a mejor puesto si se tenía en cuenta que la fluidez es esencial para no perder el interés. Cuando ya se sabe por dónde va la problemática, la película deja de ser atractiva y se vuelve tan pesada como intrascendente.
Huérfanos de Brooklyn es un proyecto personal Edward Norton que representa su segunda película como director luego de Keeping The Faith, una comedia con Ben Stiller y Jenna Elfman estrenada en el 2000. En los últimos 20 años intentó adaptar en el cine la novela homónima de Jonathan Lethem, un nombre que los fans de Marvel tal vez recuerden, ya que se trata del autor que revivió a Omega The Uknonwn en el 2007 con una muy buena miniserie. Norton, quien además de interpretar al personaje principal se desempeña como guionista, productor y director, recién en el 2017 consiguió el financiamiento que necesitaba para concretar el film. Todas las figuras conocidas del reparto, como Alec Baldwin, Bruce Willis y Willem Dafoe aceptaron cobrar el sueldo mínimo que estipula el sindicato de actores y eso contribuyó a que el estudio Warner se encargara de la distribución. La película toma una historia que en la literatura se desarrollaba en los años ´90 y lidiaba con los conflictos raciales de ese momento para adaptarla en el contexto social de los Estados Unidos de posguerra en 1950. El concepto funciona bastante bien y el director juega con los elementos convencionales del cine noir para desarrollar un conflicto cuyo atractivo se desvanece enseguida con el paso del tiempo. Pese a todo, el principal atractivo de esta producción reside en la labor que brinda Norton como un detective perdedor que sufre el síndrome de Tourette, cuya personalidad se ve afectada por tics nerviosos involuntarios. El artista ya interpretó en el pasado roles similares y en esta producción es la figura que más sobresale si bien como director consigue que sus compañeros tengan sus momentos destacados. Lionel Essrog es un personaje muy atractivo por la condición de salud que presenta y es una pena que no pudiéramos seguir al detective en un caso más intrigante. Dentro del reparto resulta curiosa la labor de Baldwin en esta producción. El actor rechazó ser parte de Joker porque sentía que el rol de Thomas Wayne se parecía demasiado a Donald Trump, a quien suele parodiar en el programa Saturday Night Live. Sin embargo, el personaje que compone en esta historia como un funcionario público corrupto no es otra cosa que una caricatura del presidente norteamericano, en un obvio intento del director por darle una relevancia actual a la historia. Huérfanos de Brooklyn presenta una labor muy correcta y austera en la realización donde no faltan las melodías de jazz que suelen ser un clásico para ambientar este tipo de relatos. La gran debilidad del film es que Norton tarda una eternidad en desarrollar el conflicto principal y hacia la mitad la investigación que emprende el protagonista se estanca en situaciones redundantes que alargan el film de un modo innecesario. Tampoco ayuda la naturaleza del misterio y todo el tema de la corrupción en las obras públicas de Nueva York que termina siendo olvidable. Hasta el momento en que el director empieza a construir el acto final y la historia se vuelve un poco más interesante su narración resulta bastante pesada. El tema con esta propuesta es que la estética y musicalización busca evocar a los clásicos policiales negros de Warner, pero la película nunca se adentra completamente en el género y termina siendo algo decepcionante en ese sentido. No obstante, para los fans de Norton puede ser una buena opción para disfrutarlo en uno de los papeles más interesantes que interpretó en el último tiempo.
Huérfanos de Brooklyn es una de esas películas por la cual te insultan si recomendás. Porque puedo estar un rato resaltando todas sus virtudes, pero a fin de cuentas es un embole monumental. Sus dos horas y veinte se me hicieron interminables, por momentos me distraía mucho y me ponía a pensar en la injusticia que se estrene esta película y no The Irishman. Pero bueno, ese es otro debate… En el film que nos concierne aquí, Edward Norton es protagonista, guionista y director. Y el que mucho abarca poco aprieta dice el dicho ¿no? O sea, desde lo técnico es muy bueno todo y la puesta en escena es correcta, pero el guión es demasiado flojo y su interpretación es desmedida. El trastorno que sufre el protagonista te saca de clima todo el tiempo. Aunque te haga reír en un par de escenas. Asimismo, el resto de los personajes están en un registro de un cine que ya no existe. Si bien el film transcurre en la década del ’50, no es una película de ese tiempo, por lo cual queda muy raro que los actores emulen algo que queda demodé para las audiencias modernas. La recreación histórica de las locaciones y el vestuario es apabullante, pero solo es un lindo marco para algo muy desalmado. No leí la novela de Jonathan Lethem publicada hace 20 años, así que no puedo juzgar si es una buena adaptación o no, pero si puedo decir -con seguridad- que no es un buen policial negro lo que vemos en pantalla. En definitiva, pese a sus grandes logros técnicos y el laburo de Norton en dirección, Huérfanos de Brooklyn falla en ritmo, por lo cual es muy difícil que el espectador se enganche.
Lionel Essrog es un detective privado que se ve envuelto en el turbio mundo de la política de Nueva York cuando comienza a investigar la muerte de su mentor y socio, Frank Minna. Padeciendo del síndrome de Tourette, esa cantidad de tics motores y fónicos no lo ayudan a pasar del todo desapercibido por los vecinos de Harlem y Queens por donde decide comenzar a indagar en los motivos que llevaron al asesinato de quien él consideraba como un padre. Un club nocturno y las reuniones de zonificación de nuevos emprendimientos le darán la punta por donde desarmar la madeja de intrigas.
Con más de 30 largometrajes como actor, Edward Norton solo había incursionado en la dirección hace casi dos décadas con Divinas tentaciones (Keeping the Faith, 2000). Finalmente pudo concretar un proyecto por el que luchó durante mucho tiempo: la transposición de la novela homónima de Jonathan Lethem, que Norton (en un cambio no menor) decidió ambientar en 1957. Se trata de una mixtura entre el thriller de gangsters, el drama romántico y el cine de denuncia que es más convincente cuando se analizan por separado cada uno de sus aspectos que en el todo. Las actuaciones (empezando por la extraordinaria del propio Norton), la impresionante reconstrucción de la Nueva York de los '50, la notable banda sonora con aires jazzísticos de Daniel Pemberton, la exquisita fotografía de Dick Pope... Cada elemento de Huérfanos de Brooklyn brilla por sí solo, pero la narración por momentos carece de la fluidez y de la potencia emocional que requería. Así, el film se disfruta solo de a ratos porque en otros se imponen la frialdad, el distanciamiento, la artificialidad y resulta difícil empatizar y consutanciarse del todo con la trama. Norton interpreta a Lionel Essrog (también lo llaman Brooklyn y Freakshow), un detective privado con síndrome de Tourette que lo lleva a decir cosas inapropiadas en los momentos más inoportunos. Sin embargo, es también un investigador obsesivo y temerario que se enamorará de la activista Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) y terminará enfrentándose con Moses Randolph (Alec Baldwin), un personaje claramente inspirado en Robert Moses, el todopoderoso funcionario que se dedicó a barrer zonas marginales ocupadas por pobres e inmigrantes para construir los puentes, autopistas y grandes edificios que le dieron la fisonomía actual a Nueva York. En la línea de Barrio Chino, Huérfanos de Brooklyn es una épica con asesinatos, chantajes, confabulaciones y corrupción. Durante los 144 minutos del film, Norton se dio todos los gustos: desde varias hermosas escenas musicales en un club de jazz de Harlem hasta contar con el aporte de un elenco que incluye no solo a los intérpretes ya citados sino también a Bruce Willis, Willem Dafoe, Cherry Jones, Leslie Mann y Bobby Cannavale, entre varias otras figuras. Aunque por momentos resulte una película para admirar antes que para sentir, Huérfanos de Brooklyn es un viaje al pasado lleno de elementos fascinantes, con ese know how técnico y visual que solo Hollywood está en condiciones de ofrecer por cuestiones presupuestarias, unas cuantas escenas logradas e imágenes sobrecogedoras. Quedó dicho que está lejos de ser un film completamente convincente, pero la experiencia de apreciarla en pantalla grande en las mejores condiciones de proyección y sonido no deja de ser altamente recomendable
No se le pueden negar ambiciones a Edward Norton. En su segunda película como director (la primera, hace casi 20 años, fue la liviana comedia Divinas tentaciones) apostó a una suntuosa producción con su firma para recrear la Nueva York de los años 50 dibujada por Jonathan Lethem en una celebrada novela. Para completar el tour de force y dejar bien en claro el carácter personal del proyecto se reservó la firma del guion y el papel protagónico. Norton interpreta aquí a un entusiasta investigador privado con síndrome de Tourette que decide por las suyas averiguar por qué fue asesinado su jefe y mentor ( Bruce Willis), y al hacerlo se mete en una enredada trama en la que se mezclan el delito, la corrupción política, los conflictos raciales y más de un complicado y melodramático apunte familiar. De a poco, el detective se va metiendo más y más hasta el fondo de un enredado conflicto que va adquiriendo los contornos bien visibles del policial negro: el protagonista se involucra (a veces más de la cuenta) y empieza a poner en juego cuestiones muy personales y afectos cada vez más intensos mientras cada personaje devela sus complejas cartas. El relato avanza a veces arduamente y con exceso de explicaciones, pero a la vez hay que destacar el esfuerzo de Norton por dotar de nobleza y clasicismo a los personajes y contar un genuino film noir con las variaciones de una suite de jazz, música que de paso se luce como un personaje más.
OTRO SHOWCITO DE NORTON Los motivos por los que un actor decide ponerse detrás de cámaras y dirigir deben ser innumerables. Y mucho más inescrutables si, como en el caso de Edward Norton, pasan casi dos décadas entre su ópera prima y su segundo film. Ese es el tiempo que transcurrió entre la apenas simpática comedia romántica Divinas tentaciones y esta Huérfanos de Brooklyn, tiempo en el que además Norton pasó de ser un referente de la nueva generación de actores de Hollywood a casi un paria sin demasiados proyectos. Huérfanos de Brooklyn, también un film diametralmente opuesto en su tono a Divinas tentaciones, es una adaptación de la novela del reputado escritor Jonathan Lethem y tiene (tal vez de ahí el interés del actor por volver a la dirección) múltiples elementos que la vuelven una película en busca de prestigio: un elenco y un tema importante, la recreación de un género fundamental como el noir y un personaje con características especiales que habilitan el lucimiento para el actor. En Huérfanos de Brooklyn Norton interpreta a Lionel Essrong, ayudante y protegido de un detective privado que investiga un misterioso caso. Lionel sufre el síndrome de Tourette y esto lo lleve a tener una serie de tics que son utilizados por el actor y director para construir su showcito personal insoportable. Es a partir de la presencia de Lionel que la película genera una distancia insalvable con el espectador, puesto que más que un personaje lo que vemos es a un actor componiendo una criatura algo molesta. De todos modos Norton sigue más o menos fielmente las reglas del film noir y convierte a Essrong en el típico protagonista de los relatos negros, que atraviesan instancias que los superan y caminan siempre por la cornisa mientras se abren múltiples puertas: Huérfanos de Brooklyn es, en última instancia, un film político que piensa los años 50’s como el germen de ese capitalismo prometedor de progreso y causante de la degradación social que tanto se ha afincado en el presente. Hay una buena noticia en la película: Norton no intenta el neo-noir ni mira el género con el cinismo canchero con el que muchos lo han mirado. Simplemente lo recrea, aunque en esa recreación termine preso de demasiados lugares comunes y clichés, desarrollados sin gracia. El problema fundamental de la película, además de la afectada interpretación de Norton, es su falta de brío, una ausencia de tensión que vuelve todo demasiado intrascendente, enredado por demás y moroso sin límites. Cuando Bobby Cannavale, Ethan Suplee o Leslie Mann aportan su costado cómico, la película al menos se ve con una sonrisa. Pero no sucede muy a menudo en un film larguísimo que ni siquiera tiene la valentía de asumirse como una reescritura de Barrio Chino. Sin ánimo de spoilear, hay en sus giros, en la representación del poder como un espacio de inagotable perversión mucho de lo que sucedía en aquel film de Roman Polanski. Huérfarnos de Brooklyn luce entonces como un ensayo, el borrador de la película que nunca fue.
Desde hace años Edward Norton venía tratando de llevar a la pantalla novela de Jonathan Lethem, que cuenta la historia de Lionel Essrog “Brooklyn”, un chico rescatado del orfanato por el investigador privado Frank Minna (Bruce Willis), quien lo usa para sus trabajos junto a tres chicos más pertenecientes al mismo orfanato. Lionnel es el más débil del grupo pero a la vez es una especie de mente brillante salvo que está en un envoltorio lleno de tics y de problemas. La afección de Lionnel no tiene un nombre específico, pero él lo describe como que su cerebro tiene una parte dislocada que se hace trizas a cada rato, lo que de todas maneras no evita que recuerde todo o que razone y pueda resolver casos. En el comienzo de la película, el investigador privado al que Lionnel venera muere en un situación confusa y las dos horas veinte del resto del relato están dedicadas a la resolución de esa muerte. Estamos ante un policial negro clásico con mucho de cliché, que pese a las buenas actuaciones y a un diseño de arte que nos ubica en la Nueva York de fines de los ´50, se vuelve un poco agotador. Norton escribió el guión, dirigió y hace de Lionnel, una especie de maratón de la que sale apenas indemne. No se puede decir que sea una mala película, pero los últimos veinte minutos se hacen difíciles de remontar, incluso con la presencia de dos grandes como Alec Baldwin y Willem Defoe, que aportan lo suyo. Ayuda bastante a la trama la banda sonora, porque buena parte de la historia se desarrolla en los clubes nocturnos donde las estrellas de jazz de esa época brillaban. HUÉRFANOS DE BROOKLYN Motherless Brooklyn. Estados Unidos, 2019. Dirección y Guión: Edward Norton. Elenco: Edward Norton, Willem Dafoe, Alec Baldwin, Gugu Mbatha-Raw, Bobby Cannavale, Bruce Willis, Ethan Suplee, Cherry Jones, Dallas Roberts, Josh Pais. Producción: Edward Norton, Gigi Pritzker, Rachel Shane, Robert F. Smith, Michael Bederman, Bill Migliore y Daniel Nadler. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 144 minutos.
Casi dos décadas después de su opera prima, la comedia romántica Divinas tentaciones (2000), el actor Edward Norton vuelve a dirigir, pero esta vez eligió un policial negro basado en una premiada novela homónima de Jonathan Lethem. El libro transcurría a fines de los años ’90, pero Huérfanos de Brooklyn cuenta una historia ambientada en la Nueva York de los años ’50: el propio Norton interpreta a Lionel Essrog, un detective privado que debe descubrir quién estuvo detrás del asesinato de su jefe y mentor. Norton no se arriesgó ni un poco: convocó a algunas estrellas amigas -Bruce Willis, Willem Dafoe, Alec Baldwin- y filmó una película donde nada sale de lo convencional. A la vieja usanza, y con una molesta voz en off incluida, la narración consiste en seguir los pasos del detective, pista a pista, en un camino que irremediablemente irá llevando hasta las más altas esferas del poder político. Habrá, por supuesto, una mujer fatal -aunque ya no una rubia- y unos cuantos matones por el camino. Ni siquiera la particularidad de este investigador escapa a las reglas de manual. De unos años a esta parte las series se poblaron de policías aquejados por toda clase de enfermedades mentales: pareciera que es imposible resolver un caso si no se padece Asperger, esquizofrenia, psicosis o alguna patología por el estilo. En este caso, Essrog está afectado por el síndrome de Tourette, por el cual cada tanto lanza exabruptos involuntarios. En esos insultos está la cuota de humor de esta larga película (los 144 minutos se sienten), aunque el precio a pagar en el guion es que el protagonista deba explicar mil veces su “condición” (extrañamente, casi todos los personajes son comprensivos ante las manifestaciones del mal). A favor, Huérfanos de Brooklyn tiene la reconstrucción de época y una banda de sonido jazzera que contó entre sus compositores a Thom Yorke y Wynton Marsalis. Y, también, una reflexión sobre la especulación inmobiliaria y el desarrollo urbanístico que tiene resonancias con el presente de Buenos Aires.
Texto publicado en edición impresa.
Escrita, dirigida y protagonizada por Edward Norton, “Huérfanos de Brooklyn” es la adaptación de una novela de 1990 del escritor Jonathan Lethem (de reciente paso en nuestro país para el FILBA). Un policial protagonizado por un hombre con síndrome de Tourette (trastorno que se caracteriza por la presencia de muchos tics involuntarios) que el propio Norton traslada a la década del ’50. Lionel trabaja junto a otros muchachos para un detective llamado Frank Minna. La película comienza con un operativo poco claro, el propio Frank no les revela a sus ayudantes mucha información al respecto, y las cosas no salen bien. Pronto se encuentran desamparados y con una agencia sin un rumbo definido. La segunda película que dirige Edward Norton (casi veinte años después de “Keeping the faith”) le permite de todos modos lucirse más como actor que como director. Él mismo decide ponerse bajo la piel de este complejo personaje, un muchacho que no es tan joven pero cuyo trastorno le da todo el tiempo cierto aura de juventud e inocencia. Y lo cierto es que Norton es un actor muy talentoso así que no falla. En cuanto a la trama, cuyo cambio de década le permite un aire noir más clásico, comienza con una intriga y pronto va virando hacia terrenos menos esperados. Como todo policial, seguimos siempre la historia a través de su protagonista, un hombre de mucha memoria e inteligencia pero al cual le falta salir un poco más. Y pronto se va desplegando toda una galería de personajes por la que desfilan actores de renombre como Bruce Willis, Alec Baldwin y Willem Dafoe. Gugu Mbatha-Raw es la otra protagonista, algo más que la mujer que se convertirá en el interés romántico de Lionel ya que será el rostro de la mayor crítica social del film. Durante las más de dos horas de duración de la película se desarrollan diferentes misterios que terminan de cederle el verdadero protagonismo a la ciudad. El problema es que a lo largo de gran parte de la película, entre tanto personaje, la trama se siente estancada. Ayuda un poco la inclusión de algo de humor y algunas escenas románticas –aunque otras tantas sobren o estén demasiado enfatizadas-, sin embargo lo cierto es que por momentos se la siente larga, estirada. A la trama enrevesada no la ayuda la narración lenta aunque hay lindos momentos de su protagonista perdiéndose por ejemplo en un club de jazz. Hay una sobria y ajustada puesta de escena que permite reconstruir otra época, casi otra ciudad. De hecho, los aspectos técnicos del film están muy bien. El problema principal es un guion que no termina de decidirse dentro de ese rompecabezas que presenta en el cual no todas las piezas parecen encajar. “Huérfanos de Brooklyn” es un efectivo policial negro, melancólico como la música de Thom Yorke que la acompaña, pero que por momentos cae en una narración densa y recargada, con una resolución que ya no tiene mucho para sorprender.
Asfaltando la jungla Huérfanos de Brooklyn es una película escrita, dirigida y protagonizada por Edward Norton, en la que interpreta a Lionel Essrog, un detective afectado por el síndrome de Tourette que investiga el asesinato de su jefe Frank Minna, interpretado por Bruce Willis. Completan el elenco Gugu Mbatha-Raw, Bobby Carnevale, Willem Dafoe y Alec Baldwin, entre otros. La historia está basada en la novela de Jonathan Lethem y se ambienta en la ciudad de Nueva York en la década del 50, respetando las características tanto estéticas como argumentales del policial negro. Es así como la trama toma el punto de vista de Lionel Essrog, y junto al que vamos descubriendo diversas pistas sobre el asesinato de su jefe, en el que está involucrado Moses Randolph, un poderoso funcionario político con un ambicioso proyecto urbanístico. Entre los puntos positivos de esta película se encuentran las actuaciones, encabezadas por un omnipresente Edward Norton como un personaje que recuerda a Phillip Marlowe y le otorga la complejidad necesaria a este detective astuto, inteligente, pero con problemas para relacionarse con los demás por su problema psiquiátrico. Y del resto del elenco se destaca Alec Baldwin con su sobria interpretación: este hombre poderoso con una ambición desmedida que lo convierte en villano. Otro aspecto a favor es su puesta en escena, con un diseño de producción y vestuario que se adecuan tanto a la época como a la estética noir, homenajeando así la época dorada del género y en lugar de adaptarlo a la actualidad, como hizo Robert Altman en “El largo adiós”, por ejemplo. Así como también se destaca la banda sonora de Daniel Pemberton compuesta con ritmo de jazz. Pero entre sus aspectos negativos se encuentra su estructura dramática, porque la historia se dispersa, al seguir la investigación de su protagonista, que posee la misma información que los espectadores, como ocurría también en Barrio Chino, en la que parece estar inspirada. Y esto trae como consecuencia una acumulación de subtramas que se igualan con la principal restándole peso y ralentizando la acción dramática, trayendo como consecuencia que el clímax quede deslucido. En conclusión, Huérfanos de Brooklyn es el proyecto más ambicioso y personal de Edward Norton, y puede verse en todos los roles que ocupa. Pero a pesar de contar con una muy buena puesta en escena, no termina de funcionar debido a que se ralentiza la acción dramática, desviando la atención de los espectadores de la resolución del conflicto principal.
Años 60. Lionel trabaja para el detective privado Frank Minna, quien, en pleno caso, es asesinado por unos misteriosos hombres. Ahora todo el equipo de Minna, sobre todo Lionel, se pondrá a investigar para saber que pasó en realidad. Pero ellos no tienen en cuenta que están a punto de meterse contra los pesos pesados de la ciudad de Nueva York a nivel política. Dirigida, escrita, producida y protagonizada por Edward Norton, nos llega Huérfanos de Brooklyn , film que a la distancia se nota que está pensado para ir directo a la disputa de entregas de premios, y que viendo la fecha en la que se estrena, queda claro que no lo veremos figurar en ninguna premiación por casi ninguna terna, y ahora pasaremos a explicarles porque. Huérfanos de Brooklyn recuerda un poco a lo que fue la reciente Contra lo imposible, donde casi todos los apartados son correctos (ambientación, actuaciones, lógica de la trama), pero que, en su majestuosidad, se nota una falta de pasión por el proyecto, y por ende, tenemos una película sin alma, que no va a disgustar a nadie, pero que es fácilmente olvidable. Tomemos de ejemplo la actuación de Edward Norton, quien hace un papel aceptable, pero queda muy lejos de sus mejores roles (American History X por ejemplo), y pese a que su personaje padece de Síndrome de Tourette, por lo cual padece varios tics o de reacciones no controladas; parece algo más puesto para hacer lucir al actor que por necesidad de la trama (aunque suponemos que viene desde la novela que se adapta). Donde sí hace ruido la película, es en su duración. Las dos horas y veinte que dura se sienten muy pesadas, con varios tramos que, si bien en el momento no molestan, si uno los piensa, no aporta nada a la trama. Además de un romance, típico del cine noir al que pertenece el film, que no aporta nada a la historia en general y se siente en extremo forzado, en parte por la diferencia de edad entre los actores. Poco queda para mencionar de Huérfanos de Brooklyn. Como dijimos, es de esas cintas tan correctas, que se nota demasiado la búsqueda de premios y, por ende, la falta de amor al proyecto. Lo que nos da como resultado, una película que en el momento se puede disfrutar, pero que a los pocos días nos vamos a olvidar de haberla visto. Veremos cómo sigue la carrera como director de Edward Nortonluego de este irregular paso.
Edward Norton debutó como director en el año 2000 con la película "Divinas tentaciones", una comedia romántica en la que el actor interpretaba a un cura involucrado en un complicado triángulo amoroso. Casi veinte años después realiza su segundo largometraje "Huérfanos de Brooklyn", basado en la novela homónima de Jonathan Lethem. En la transposición, Norton hace un cambio oportuno: en vez de que la historia transcurra en los "90, sucede en la década del cincuenta para beber directamente de la iconografía visual del film noir clásico. Todo comienza cuando Lionel Essrog (Norton), un solitario detective con síndrome de Tourette, tiene que desentrañar el misterioso asesinato de Frank Minna (Bruce Willis), jefe y amigo de él. Essrog, que es subestimado por sus colegas, posee una memoria prodigiosa que lo ayudará a unir las piezas clave del crimen. Algunas de esas piezas lo guían hasta la abogada y activista, Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw); y a Paul (Willem Dafoe), hermano del funcionario racista Moses Randolph (Alec Baldwin). Con música de Thom Yorke, la película navega por un convulso laberinto de asesinatos, corrupción y extorsiones para contar una historia detectivesca que tiene puntos de contacto con la actualidad. "Huérfanos de Brooklyn", además de verse como si se tratara de una pintura de Edward Hopper, se apoya en las actuaciones y, más allá de algunos desniveles narrativos, Norton demuestra una vez más su talento delante y detrás de cámara.
Sin dudas este es un proyecto al cual Edward Norton le ha volcado mucha pasión, oficiando tanto de director, como productor y actor principal. Claro que se trata de la versión cinematográfica de una novela homónima de Jonathan Lethem, que data de 1999, Huérfanos de Brooklyn, que sigue la odisea de un detective privado que padece síndrome de Tourette. La diferencia aquí es que Norton ambienta la historia en los años 50´. La trama sigue a Lionel Essrog, un investigador que tiene tics involuntarios que lo hacen parpadear, sacudir la cabeza y soltar frases (muchas veces inoportunas), de manera inconsciente. Situación que lo lleva a ser tratado como un freak por parte de los demás, quienes no tienen idea de su brillante memoria fotográfica. Tras el asesinato de Frank Minna (Bruce Willis), el mentor de Lionel (casi un padre), ya que lo acogió desde muy pequeño del orfanato, ofreciéndole trabajo en su agencia privada; la esposa (Leslie Mann) deja el lugar en manos del grupo que allí trabaja: Tony (Bobby Cannavale), Gil (Ethan Suplee) y Danny (Dallas Roberts). Pero será Lionel quien se obsesionará en descubrir quién mató a Frank y por qué. Su incipiente investigación lo llevará a relacionarse con Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw), una abogada y activista de la comunidad negra que vive encima de un club nocturno en Harlem, con quien tendrá un interés amoroso; y a descubrir todo un entramado de corrupción del poder político de New York, liderado por el “pez gordo” Moses Randolph (Alec Baldwin), quien no oculta su racismo y que ideológicamente hablando nos hacer recordar a Trump. Si bien la cinta se extiende algo y por momentos se torna engorrosa en su argumento, Norton logra una transposición sólida poniendo en juego varios elementos del noir. Logra dar verosimilitud a un personaje algo desbordado, así como también que la narración fluya entre música de jazz, corrupción, misterios y asesinatos. Pero lo que prevalece, sin dudas, es la química que se genera con Gugu Mbatha-Raw; dos seres solitarios, necesitados de amor, que se encuentran en el momento más perfectamente imperfecto. Más allá de ciertos defectos narrativos, el amor por esta historia y sus personajes traspasa la pantalla. Punto a favor de Edward Norton.
Hace muchos años que Edward Norton quiere hacer esta película. 20, para ser exactos, desde que leyó la novela homónima de Jonathan Lethem, en 1999. Y ahora que lo logró, hay que admitir que realmente puso manos a la obra. No solo interpreta el rol principal, un detective privado con síndrome de Tourette. También es el guionista, director y productor. El resultado es muy digno, aunque también demasiado correcto. Sobra capacidad detrás y delante de la cámara; falta magia y originalidad. La película arranca en los años 50, en Nueva York. Frank Minna (Bruce Willis) lidera una agencia de detectives privados, y sus empleados son todos hombres que él mismo, décadas atrás, rescató de un orfanato. Entre ellos, se encuentra Lionel Essrog (Norton), nuestro héroe. Por obvios motivos, existe un vínculo casi paternal entre Frank y su equipo. Y por eso, cuando Frank es asesinado, Lionel no solo pierde a un jefe sino además a un padre. Su búsqueda de los culpables lo llevará a descubrir una red de crimen, corrupción y racismo institucionalizado que trepa hasta las altas cúpulas de la sociedad neoyorquina. Curiosamente, la novela de Lethem no era de época; la trama ocurría en un contexto contemporáneo, en los 90s. Y sus guiños al film noir, por lo tanto, tenían un aire postmoderno. Norton, al trasplantar la trama a los 50s —la década más identificada con el noir—, vuelve literal y transparente una referencia implícita en el texto. Y al hacerlo, no puede evitar reproducir los clichés y la iconografía del género. Hay fedoras y gabardinas. Hay noches largas en la ciudad. Hay humo y música en los bares, y se escucha un maullido de jazz en cada callejón. Y hay delincuencia desde los bajos fondos hasta el palacio municipal. Esta obsesión por homenajear los clásicos vuelve un poco estéril a Huérfanos de Brooklyn, que nunca marca su propio terreno en el noir, nunca arriesga una estética distintiva. (Pienso, por ejemplo, en cómo Chinatown reconstruyó el noir bajo el sol californiano; o en cómo Blade Runner y Alphaville lo mezclaron —de distintas formas— con la ciencia ficción, tanto a nivel visual como temático). De todos modos, hay mucho para admirar en Huérfanos de Brooklyn. Su representación de los 50s trasciende lo decorativo. Le da espacio a una dimensión política e ideológica, y explora nada menos que los orígenes de la gentrificación moderna. El villano de la trama no es un matón o mafioso cualquiera. Randolph Moses (Alec Baldwin) está al frente de varias empresas públicas relacionadas con la construcción de parques, rutas y puentes, y ostenta un inmenso poder desde las sombras de la burocracia municipal. (Si bien es un personaje ficticio, está inspirado en el verdadero Robert Moses, conocido como el “constructor maestro”, quien fue para Nueva York lo que el Barón Haussmann fue para el París del siglo XIX). No necesitó ser votado por sus conciudadanos; recibe sus cargos directamente del alcalde de turno. Y sus decisiones afectan el tejido urbano, especialmente en los barrios obreros y marginales. Moses es más que un simple ambicioso en busca de dinero. Es un verdadero idealista de derecha. Quiere un país de la acción, no de la reflexión; un país resolutivo, industrioso y —aunque no lo admita abiertamente— blanco. El dinero es solo una herramienta para conseguir sus propósitos y acumular poder. Baldwin está a la altura de su personaje y en ningún momento lo caricaturiza. Del otro lado de la brecha ideológica están Lionel Essrog y Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw), una activista afroamericana luchando contra la gentrificación promovida por Moses. Laura, para Lionel, es una de las claves para desentrañar el asesinato de Frank, y por eso empieza a investigarla. La relación entre ellos no tarda en volverse más personal. Y si bien no inauguran un romance, entablan una profunda amistad (con o sin beneficios, no queda claro). Norton, al interpretar a Lionel, camina sobre una cuerda floja. Su imitación de los tics de alguien con síndrome de Tourette está al borde de la parodia o la burla. Si nunca cae en eso, es porque Norton y su película claramente respetan a Lionel. Es nuestra ventana al mundo de la ficción, el personaje con quien nos identificamos. Y su discapacidad no es una característica excluyente; es una más, como también lo son su inteligencia, su memoria, su astucia y su instinto. Es verdad que, por momentos, su discapacidad funciona como comic relief, lo cual es desafortunado. Pero a la vez es gratificante ver cómo Norton reinventa el arquetipo del detective privado, cómo se apropia de un personaje tradicionalmente recio y distante, que cuida sus palabras, y lo transforma en alguien más vulnerable, cálido y humano. Huérfanos de Brooklyn dura 144 minutos y se la ha criticado por esto. En lo personal, considero que sus dos horas y media están justificadas. No noté excesos narrativos. Simplemente hay mucho para contar: sobre Lionel y su lealtad por Frank; sobre Laura y su lucha por preservar la comunidad que la vio crecer; sobre Nueva York y las víctimas del progreso. Y todo esto que cuenta, lo cuenta bien. Lo que se le reprocha a Huérfanos de Brooklyn es que es apenas buena, incluso muy buena, cuando podría haber sido excelente. Creo que Norton, en su afán por llevar adelante el proyecto, fue más como Moses que como Lionel. Desempeñó demasiadas funciones, cuando debería haber delegado. El cine no es solo guión y actuación; es también imagen, sonido, atmósfera, montaje. Y todos estos aspectos, en Huérfanos de Brooklyn, son solo funcionales. La cámara ofrece cobertura: vemos la ambientación, la calle, la oficina; seguimos y entendemos la acción. Lo que no capta la cámara es poesía. Y justamente el noir es de los géneros más poéticos, donde todo depende de un haz de luz que recorta una sombra, y de los rostros que aparecen o desaparecen en el medio.
"Huérfanos de Brooklyn": negro que te quiero negro Con la colaboración de Bruce Willis y Willem Dafoe, el actor y director cuenta una historia de detectives privados y corrupción política en los años '50. Edward Norton no se anda con chiquitas. A casi veinte años de su debut en la realización de largometrajes con la comedia romántica Divinas tentaciones, el actor de La verdad desnuda, El club de la pelea y La hora 25 vuelve a sentarse en la silla plegable para timonear los destinos de esta ambiciosa, por momentos confusa, siempre desmesurada adaptación de la reputada novela noir homónima escrita por Jonathan Lethem y publicada en los Estados Unidos en 1999. Con indudables ecos de Barrio chino, la obra de Martin Scorsese en general y el universo sórdido y descastado del escritor Dennis Lehane, Huérfanos de Brooklyn nunca esconde su pertenencia al largo linaje de policiales de gánsteres de Hollywood. No por nada Norton traslada la acción de fines del milenio pasado –cuando transcurría la novela– a la década de 1950, periodo de esplendor de ese cine. Como en buena parte de esas películas, se trata de un mundo habitado por funcionarios públicos que operan al borde de la ley, cuando no directamente del otro lado, contra los que luchará un solitario y bastante conflictuado protagonista, todo a raíz de una causa personal que rápidamente se convertirá en otra cosa. Así como el Guasón de Joaquin Phoenix exteriorizaba su anomalía mental con ataques de risa en los momentos menos oportunos, el Lionel de Norton manifiesta el Síndrome de Tourette con una andanada de tics físicos y una lengua descontrolada, capaz de decir cualquier cosa en cualquier lugar y ante cualquiera. Cosas en mucho casos graciosas, lo que rompe con el tono seriote y circunspecto de la película. Pero Huérfanos…. no utiliza esa enfermedad como disparador de un fresco social, ni tampoco apunta sus dardos venenosos contra el sistema. El Síndrome de Tourette funciona como elemento fundante de su marginalidad, de las miradas de reojo del entorno y, sobre todo, de la protección de Frank Minna (Bruce Willis), el alma mater de una agencia de detectives para la que Lionel presta servicio. Porque aunque todos lo traten de freak o loco, el muchacho tiene una memoria fotográfica que lo vuelve una pieza clave para el negocio. Durante un operativo del que ni Lionel ni sus compañeros saben demasiado, su jefe termina herido de muerte luego de un tiroteo con un grupo de matones que responden a….bueno, eso es lo que deberá averiguar Lionel. Una tarea nada sencilla en un contexto donde las demoliciones de barrios pobres para construir puentes y autopistas abren un abanico de negociados de todo tipo y color para el poderoso funcionario Moses Randolph (Alec Baldwin), cuyos tentáculos de poder llegan bien cerca de Lionel. La muerte, entonces, como la punta de un largo ovillo de corrupción, aprietes y chanchullos del que Norton (director y personaje) tirará durante las casi dos horas y media de metraje, coqueteando por momentos con el cine de denuncia y abriendo en el medio diversas subtramas que no siempre llegan a buen puerto. Como aquélla historia de amor con una activista afroamericana, puntapié para una excursión del film por la escena jazzística neoyorquina que el director se permite más por placer musical que por necesidades dramáticas.
Huérfanos de Brooklyn logra ser una gran película que, para los más veteranos será un viaje nostálgico instantáneo y para los más novatos una muestra de que el cine no se reduce en dos o tres géneros, que hay algo más allá y que en ésta oportunidad Edward Norton lo hizo de muy buena manera. Huérfanos de Brooklyn (Motherless Brooklyn, 2019) es una película que cuenta la vida de Lionel Esrrog (Edward Norton), un detective privado que parece bastante inocente y que posee tics y cuanto trastorno obsesivo compulsivo se les ocurra, que se encuentra con la repentina muerte de su jefe, mentor y mejor amigo mientras investigaba un caso. Como quién no quiere la cosa, Lionel empezará a investigar que fue lo que produjo que su viejo amigo sea asesinado a sangre fría y empezará a notar algunos cabos sueltos en su muerte. Eso hará que Lionel termine involucrado en el mismo caso que su jefe pero con mucho más peligro ya que se paso a paso se irá relacionando con los diferentes involucrados en la investigación y hará que su nombre empiece a escucharse cada vez más desde el bajo mundo hasta la Alcaldía de Brooklyn. Quizás el mejor acierto que tenga esta segunda cinta dirigida por Norton es que se la juega por “revivir” un tipo de película que cada vez se ve menos y que los diferentes estudios ya casi que no apuestan a tener. En una época en donde las historias de terror, las películas de superhéroes y las comedias (en mayor medida olvidables) abarcan un gran porcentaje de la cantidad de salas disponibles, Huérfanos de Brooklyn es una bocanada de aire fresco para el público y sobre todo una óptima chance para rememorar un género que parecía haberse acabado hace años atrás. Con un guion escrito por el propio Norton pero basado en una novela escrita por Jonathan Lethem, la película logra construir en sus largos 144 minutos un relato convincente, eficaz y entretenido sobre una investigación que se toma su tiempo para establecer lazos entre sus personajes, para crear una representación fidedigna de la época entre los vestuarios, música y locaciones y para generar suspenso e intriga de una forma mucho más artesanal a la que estamos acostumbrados. Claro que esto puede ser perjudicial para el espectador que no está familiarizado a este tipo de obras y el ritmo cansino, la cantidad de diálogos y la falta de “acción” puede llevarlo al aburrimiento. Obviamente que la película lejos está de ser una maravilla y mucho tiene que ver algunas decisiones de guion que parecieran subestimar al espectador y algunos plot twist que sólo parecieran estar para agregarle algún condimento dramático extra. Todo el elenco logra desenvolverse de la mejor manera y eso era algo que era de esperarse por los nombres de éste. Willem Dafoe, Alec Baldwin, Gugu Mbatha-Raw y Bruce Willis, entre otros, logran explotar sus minutos en pantalla y ninguno falla. Pero claro que todos también tienen que cumplir un rol complementario para que la estrella de la cinta, Edward Norton, pueda lucirse y vaya que lo hace. La intensidad en sus interpretaciones es quizás el rasgo distintivo más notorio que posee Norton y en ésta oportunidad no pasa desapercibido. Haciendo cualquier cantidad de movimientos, gestos y comentarios su actuación logra dar una interpretación convincente de alguien que padece tantos trastornos obsesivos compulsivos desde el primer momento que aparece en escena y eso es un gran detalle que pudo haber perjudicado totalmente el filme si otro hubiera sido el protagonista. También hay que decir que dada la naturaleza propia de esa patología, la repetición de gestos y demás puede llegar a ser cansador. Huérfanos de Brooklyn llega a los cines de todo el mundo para dar una bocanada de aire fresco ante tanta repetición de géneros y películas que son segundas o terceras partes de otras. La mezcla efectiva de un filme de cine negro junto con las calidades cinematográficas modernas y un elenco que da lo mejor de sí para enaltecer a su gran protagonista.
Casi 20 años más tarde, Edward Norton regresa a la dirección por segunda vez, y lo hace con la trasposición de una novela que le llevó mucho sacrificio económico. Las exigencias de producción eran grandes (el libro transcurre en los años 50’), y Norton quería obtener la mayor libertad creativa posible para desarrollar el proyecto. Entre problemas de derecho y batallas con el estudio, “Huérfanos de Brooklyn” logró reunir a un auténtico dream team actoral encabezado por Willem Dafoe, Alec Baldwin y Bruce Willis, además del propio protagonismo de Edward Norton, quien es también el guionista del film (debut en este rubro para él). La cinta sitúa la acción en el Nueva York de los años 50: Lionel es un detective privado que sufre el síndrome de Tourette, un trastorno neurológico que le trae grandes problemas al decir cosas que no quiere, entre otras consecuencias. Tras el asesinato confuso de su jefe y amigo Frank Minna, Lionel se obsesiona con el caso y comienza a sumergirse en él. “Huérfanos de Brooklyn” es de una ambición mayúscula. En lo personal, para Edward Norton, por ejercer aquí de director, guionista, productor y protagonista, pero también por las complejidades que la cinta propone, no solo por la complejidad que implica ambientar una película en los cincuenta, si no también por el desafío actoral de interpretar a un personaje con síndrome de Tourette: Edward Norton encarna un papel muy complejo, que si se lleva al exceso puede ser caricaturesco y hasta gracioso. Es en ese punto donde entra a destacar una dirección astuta, que hace que de gracia cuando debe hacerlo. Hay claros aires a “Chinatown”, de Roman Polanski, el cine de John Huston, y cualquier policial negro de los 40’/50’ que tranquilamente podría haber sido protagonizado por Humphrey Bogart o Cary Grant. La voz en off del detective conduce una trama que se va enredando cada vez más (como todo policial negro), introduciéndose en el mundillo de la política y la denuncia social). Con mayor o menor efectividad, Edward Norton se ajusta a las reglas básicas del género. Su trabajo como actor es extraordinario, mientras que como director, lo hace a medias, y eso se nota en ciertas decisiones (los flashbacks o escenas demasiado subrayadas y exageradas). De todas formas, su mejor virtud está en evitar que el film caiga en lo ridículo. Es interesante cómo la narrativa y la excelente banda sonora (compuesta por puro jazz) se van acoplando a la psiquis del protagonista. Toda esa nebulosa interna se exterioriza con una narración ‘borracha’ y desequilibrada que resulta muy interesante. En relación a su metraje, las casi 2 horas y media también resienten un poco la articulación de la historia. “Huérfanos de Brooklyn” se hace demasiado extensa, y se pierde en su propia maraña y laberinto de ideas. La última recta no logra retener el interés de un espectador ya disperso en la confusión. El film es intermitente, funciona, pero solo por momentos. Hay un poco de todo, incluso una gran actuación de Alec Baldwin, como un villano clásico (con claros aires a Donald Trump en esa denuncia social), y una placentera banda sonora. El mix es irregular, pero sale bastante airoso.
Nueva York, década del cincuenta. El protagonista es un detective privado que, como en todo buen film noir, se cruza con una historia mucho más complicada de lo que creía en un comienzo. Lionel Essrog (Edward Norton, también director y guionista) tiene que investigar la muerte de su amigo y mentor y al hacerlo se sumergirá en una conspiración cuyos alcances eran inimaginables en un comienzo. Essrog tiene a su favor una memoria prodigiosa. Puede recordar todo lo que escucha y también lo que ve. Pero a la vez posee síndrome de Tourette, por lo cual sus tics, sus cambios de tono y sus expresiones fuera de lugar no le permiten pasar desapercibido o comportarse de manera sobria. La reconstrucción de época es espectacular, la trama que por momentos recuerda a Chinatown (1974) es interesante y el elenco es un verdadero lujo. Pero el esfuerzo permanente de Edward Norton por mostrar su calidad de actor y sus habilidades para interpretar a un detective con síndrome de Taurette arruinan toda la experiencia. Ningún clasicismo puede funcionar si uno de los elementos se la pasa llamando la atención sobre sí mismo como si fuera un cartel de neón en medio de la noche. El ego de los actores, empeorado por estar sin control en su triple trabajo (cuádruple sin contamos que es uno de los productores), suele generar estos momentos vergonzantes. Sin duda es lo que quería Edward Norton, pero cuesta creer que fuera lo que necesitaba la película.
19 años después de Divinas tentaciones (2000), su ópera prima, el actor Edward Norton vuelve a la dirección con Huérfanos de Brooklyn, en la que también actúa y se encarga del guion, basado en una novela de Jonathan Lethem. Si bien es un filme poco arriesgado, Norton logra ambientar bastante bien la Nueva York de la década de 1950, sumida todavía en la depresión dejada por el crac del '29. Sin embargo, la cuidada ambientación de una época no basta para que una película sea buena. El filme se diluye en momentos que no hacen más que delatar la falta de tacto del actor en la dirección, ya que quiere explayarse sin darse cuenta de que, al hacerlo, le resta ese pragmatismo tan característico del cine norteamericano y de sus grandes directores. La película sufre la planicie estereotipada de alguien que no se anima a tomar riesgos ni ir a fondo. Todo está técnicamente prolijo, desde la puesta en escena hasta las actuaciones. Y es justamente este exceso de profesionalismo, más la pulcritud de la fotografía, lo que atenta contra la suciedad opresiva de ese mundo entre detectivesco y gansteril que intenta representar. A Norton le falta meterse en el barro, zarparse más, animarse a la polémica. Lionel Essrog (Norton) es el detective protagonista y padece el síndrome de Tourette, que consiste en decir cosas fuera de lugar a cada rato, entre otros tics incontrolables. Cuando asesinan a su mentor y amigo, el detective Frank Minna (Bruce Willis), Lionel decide investigar el caso, lo que lo lleva a recorrer las calles de Brooklyn hasta llegar al centro del poder y a su principal representante, el tiránico Moses Randolph (Alec Baldwin). Huérfanos de Brooklyn cuenta una historia de detectives de la manera más desalmadamente correcta y políticamente descomprometida. Hay un tipo poderoso que construye puentes y que quiere eliminar los barrios marginales de Brooklyn. Hay también un personaje que es el jefe de una agencia de detectives, al que matan porque tiene información que compromete al poderoso. Y hay, por supuesto, un personaje que se encarga de averiguar quién es el responsable de las muertes y la corrupción. Lo bueno es que el sentimiento melancólico-decadentista poscrisis del 29 logra complementarse con los clubes nocturnos, la bohemia y el jazz reinante. Lo malo es que no hay giros ni sorpresas. Tampoco hay una escena memorable ni una línea de diálogo que valga la pena rescatar. La primera hora de la película es llevadera, pero cuando termina deja la sensación de que sus casi dos horas y media son innecesarias.
“HUÉRFANOS DE BROOKLYN”. Edward Norton se pone noir con esta pieza que escribe, dirige y protagoniza. Nueva York. Años 50. Lionel Essrog (Edward Norton), un solitario detective privado que padece síndrome de Tourette, se aventura a resolver el asesinato de su mentor y único amigo, Frank Minna (Bruce Willis). Lionel solo dispone de unas pocas pistas y de la fuerza de su mente obsesiva para desentrañar secretos celosamente guardados que mantienen el destino de Nueva York al borde del abismo. El misterio lo lleva a los clubes de jazz empapados en ginebra de Harlem, a los barrios marginales de Brooklyn y, por último, a los salones dorados donde se juega el poder de Nueva York. Lionel deberá enfrentarse a matones, a la corrupción y al hombre más peligroso de la ciudad para honrar a su amigo y salvar a la mujer que podría ser su propia salvación. Edward Norton en su segunda incursión como director nos brinda un trabajo correcto sin grandes recursos cinematográficos. El film aborda las convenciones clásicas del cine negro utilizando por ejemplo la voz en off del protagonista para relatarlo todo acompañado por una trompeta de jazz permanente a medida que va descubriendo pistas. Sin dudas el principal punto fuerte está en la actuación de Edward Norton encarnando a este detective con la particularidad de tener síndrome de Tourette el cual le aporta algo distintivo a una película que utiliza muchos lugares comunes. Como suele suceder en el cine cuando quien protagoniza también dirige, logra aprovechar y lucir un personaje interesante. Lamentablemente el guión no da lugar al desarrollo y destaque de los demás personajes que resultan todos bastante lineales lo cual es una verdadera lástima contando con un elenco tan interesante como Willem Dafoe, Gugu Mbatha-Raw, Alec Baldwin y Bruce Willis. “HUÉRFANOS DE BROOKLYN” es una cinta que si bien tiene algunos momentos planos resulta entretenida y nos permite volver a rememorar un género olvidado y entrañable como es el policial negro. Por Matías Asenjo
Basta mencionar el síndrome de Tourette que afecta a Lionel Essrog para dar cuenta de la vuelta de tuerca que Jonathan Lethem le dio al género negro con su novela Motherless Brooklyn, publicada en 1999. Tras la irrupción en escena de tipos como Jasper Teerlinck o John River, nos habremos acostumbrado a policías y detectives trastornados, pero en general los circunscribimos a nuestro presente alienante y no al pasado donde transcurre la obra literaria que Edward Norton adaptó para el cine. En aquellos lejanos años ’50, los investigadores privados padecían adicciones varias, misantropía, una justificada propensión a la paranoia: nada tan excéntrico –en el sentido literal del término– como tics motores y fónicos. Norton apostó todas sus fichas a esta propuesta en cierta medida extemporánea. De hecho, el actor escribió, produjo y dirigió la versión cinematográfica, además de encarnar a Essrog. La composición del protagonista atrapa tanto como la invitación a acompañarlo en la tarea de resolver el crimen de su jefe. El relato en primera persona del singular asegura la empatía con un antihéroe que, por momentos y salvando las distancias, evoca el recuerdo del Rain Man de Dustin Hoffman. También resulta interesante la recreación de una Nueva York en pleno proceso de reconfiguración urbana. La investigación del asesinato mencionado lleva a repasar el plan de modernización y su contracara –los desahucios fraudulentos– al mando del polémico funcionario encargado de parques, carreteras y vivienda de la ciudad, Robert Moses, que existió de verdad. El elenco es la otra carnada de Huérfanos de Brooklyn (con este título la película desembarcará en la cartelera porteña el anteúltimo jueves de noviembre). Alec Baldwin, Willem Dafoe, Bruce Willis, el ascendente Bobby Cannavale se prestan con evidente placer al juego de renovar el universo de Sam Spade, Philip Marlowe y sus taciturnos colegas. Pasaron casi dos décadas desde el estreno de la primera película que Norton dirigió y también protagonizó, Divinas tentaciones. En aquella ocasión el actor trabajó con un guion ajeno, escrito por Stuart Blumberg. Ahora con guion propio, quien supo convertirse en el inolvidable Derek Vinyard de American History se acerca un poco más a ese cine que algunos llaman «independiente» y otros, «de autor». Quizás el próximo paso consista en pasar del trabajo de adaptación a la redacción de una historia original.
Allá lejos, por la década del 40′, con el sistema de estudios de Hollywood en su mejor momento, con los géneros clásicos ya configurados, la Warner Bros fue la principal major en producir films de cine negro. No por nada esta compañía fue la responsable de El halcón maltés, considerada la pionera del film noir. img_20191122_1214352336702434930272556.jpg En pleno 2019, aparece Huérfanos de Brooklyn, un filme de la Warner que tranquilamente se encuadra dentro del cine negro. Es que Edward Norton, quien dirige y actúa, parecería querer tachar todos los casilleros del género. A saber: una trama enrevesada, detectives privados que deben resolver un caso que involucra a figuras de poder, una sociedad corrompida, una marcada construcción visual, iluminación basada en el claroscuro, bares nocturnos… Todos estos elementos dicen presente en voz alta. Pero no hay un uso irónico de la autoconciencia. Las convenciones del cine negro se acumulan hasta el exceso a medida que avanza el metraje , pero no de una forma canchera, como una burla o parodia. Tampoco como un homenaje… ¿Qué trata de hacer Norton con su segunda película? En principio, interpreta a Lionel Essrog, un detective privado que inicia una investigación para resolver el asesinato de su mejor amigo y mentor, Frank Minna. Hasta acá, parece el argumento de un policial negro típico. Sin embargo, a esto debemos sumar que Lionel sufre de síndrome de Tourette. Esto complica un poco las cosas, puesto que lo obliga a tratar de explicar su situación a los distintos personajes que se cruza, creando en el camino varios momentos cómicos logrados. Es así que deja de lado la faceta del antihéroe duro y recio, para terminar componiendo un protagonista entrañable, afectuoso incluso a su pesar. Lo mismo ocurre con el resto de los detectives que lo acompañan, que lejos de ser investigadores capacitados son más bien unos trabajadores simpáticos y un poco chantas. Frank Minna es quien los pone a todos ellos en marcha, y es un punto no menor el hecho de que está interpretado por Bruce Willis. Norton acierta en matar al otrora héroe de acción en los primeros minutos del filme, como si su muerte legara todo el peso de la trama a Lionel, un principiante con escasa firmeza al lado de Minna. Todos estos elementos alejan a Huérfanos de Brooklyn de ser un noir de manual, aún cuando la historia siga a rajatabla los preceptos del género. Por cierto que la trama se sigue con interés, aún cuando la gran cantidad de personajes y su desarrollo la hagan algo desprolija. La resolución termina, así, empantanándose cuando llega el tercer acto, que se estira más de lo debido. Resulta curiosa, a fin de cuentas, la existencia de un filme como este en la cartelera actual. Pero no porque sea, como podría ocurrir en el cine de vanguardia, extraño, difícil de asir. Huérfanos de Brooklyn parecería querer pertenecer a otro tiempo, algo que delata su adhesión a un género clásico y la decisión de Norton de ambientarla en los años 50. Una película que de tan artesanal, tan a la vieja usanza, termina paradójicamente convertida en una rareza.
El guión, la dirección y la producción se encuentran a cargo de Edward Norton, quien además protagoniza el film. Comienza en Nueva York con el asesinato de Frank Minna (Bruce Willis), un gran detective que hace bastante trabaja junto a Lionel Essrog (el propio Norton, una actuación solvente). Ellos se complementan, este tiene muy buena memoria a la hora de recordar caras y hechos, pero uno de sus problemas físicos es que padece el Síndrome de Tourette, este es un trastorno neurológico que le produce muchos tics motores y fónicos que no puede evitar. Lionel Essrog comienza una peligrosa investigación para descubrir la muerte de su jefe y amigo Frank Minna, pero también se va a ir encontrando con otros secretos, y en esa búsqueda conoce a Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) una joven encantadora y el film va cobrando en tensión y misterio. Se suman otros personajes: Minna (Leslie Mann), Paul (Willem Dafoe), un trompetista (Michael Kenneth Williams) y Moses Randolph (Alec Baldwin), entre otros. La historia cuenta con una estupenda fotografía, tiene una buena paleta de colores, recreación de época década de 1950, banda sonora de jazz, un elenco majestuoso para este policial negro que además posee una interesante crítica social, comienza muy bien y es un thriller cautivador. Los puntos en contra: su duración excesiva, repeticiones, trillada, tantos clichés, el ritmo también decae y algunas escenas resultan soporíferas.
Edward Norton se pone una vez más tras las cámaras para relatar las vicisitudes de un grupo de investigadores privados decadentes que se ven envueltos en una espiral de violencia. La composición de Norton, el revisitar el policial negro y recuperar un estilo específico de narración, que además se aggiorna con la incorporación del humor desde detalles simples como el tourette que padece el protagonista.
Drama criminal de tintes noir El famoso y talentoso actor Edward Norton debió esperar varios años para estrenar esta película, basada en la novela de Jonathan Lethem de 1999. En este caso, Norton interviene como director -en lo que es su segundo largometraje- y guionista de esta historia de mafia y corrupción política teñida de humor y al ritmo de un jazz melancólico, apoyado en grandes actuaciones. La cinta se centra en Lionel Essrog (Norton), un detective privado que sufre síndrome de Tourette e investiga la muerte de su amigo y mentor, Frank Minna (Bruce Willis). Mientras más información consiga, se irá enruedando en un conflicto político que atraviesa la ciudad de Nueva York. El desarrollo de la historia hará que Essrog se relacione con otros personajes como un arquitecto (Willem Dafoe), una activista social (Gugu Mbatha-Raw) y un poderoso funcionario (Alec Baldwin). Contada en un tono policial oscuro, "Huérfanos de Brooklyn" resalta por el lucimiento de las actuaciones, especialmente la de su protagonista, que sabe explotar la dificultad de su condición y es secundado por un espectacular reparto. La película tiene un desarrollo narrativo clásico, lento y atrapante, pero no logra combinar de la mejor manera todas sus virtudes, incluyendo el mix de géneros. En su afán de tocar varios temas, deja algunos en el camino al igual que unos personajes, que pasan a perderse en la maraña. Las luces de neón y los rostros ensangrentados, el denso humo de los cigarros y los sórdidos escenarios nocturnos del Brooklyn de los ´50, son ejemplos de un soberbio diseño de producción y trabajo de ambientación y fotografía. Mención a parte para la banda sonora, de notable belleza y tristeza para la construcción de las escenas. A pesar de no fluir completamente y no alcanzar las altas espectativas que se plantea, el segundo trabajo de Edward Norton como director resulta un gran paso, con una cinta de alto encanto artístico y un elenco repleto de estrellas. Puntaje: 6,5
Huérfanos de Brooklyn: La codicia y la corrupción en los años ’50. El film, protagonizado, escrito y dirigido por Edward Norton, nos muestra un poco de que lo era el poder en la década de 1950. Huérfanos de Brooklyn (2019) es el segundo proyecto que ve a Edward Norton en el rol de director. En este caso, para adaptar la novela homónima del escritor Jonathan Lethem. Con un elenco de película, la historia nos sitúa en la década del ’50 y narra cómo un investigador privado, Lionel Essrog (Norton), busca al asesino de su jefe, el investigador Frank Minna (Bruce Willis). Su investigación lo lleva a una joven abogada, Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw), y deberá descubrir cómo la chica, la muerte de su amigo y un político, Moses Randolph (Alec Baldwin), se relacionan. Uno de los puntos más interesantes es la presentación de Essrog, la cual ocurre durante una misión con uno de sus compañeros y el jefe. En ese momento, lo primero que se nos muestra es que el personaje de Norton sufre de Tourette. Así, se intenta mostrar la percepción que tienen todos de este personaje, ya que su propio compañero lo «desprecia» un poco con sus actitudes. Eso es, hasta que Minna les da las instrucciones y Essrog las recuerda a la perfección. A medida que avanza el film, se va demostrando una y otra vez que esa primera percepción que la mayoría tiene de él es errónea; ya no solo resulta ser muy inteligente, también es un muy buen investigador y apto para el trato con la gente (más allá de su incapacidad de controlar sus síntomas en ciertas situaciones). Su investigación junto a su relación con Laura a medida que va averiguando hechos y desenterrando secretos son los detalles que avanzan la historia. Laura es una abogada que está intentando hundir a Randolph, ya que sus planes para edificar en Nueva York vienen de la mano de convertir los barrios de gente trabajadora (principalmente, barrios de negros) en andurriales en mal estado para justificar su desalojo y poder desarrollar sus proyectos. El diseño de escenografía te transporta de forma completa. Desde los autos, a los edificios y carteles, Nueva York sufre un makeover total y logra llevarnos 50 años hacia el pasado para contar esta historia. Particularmente la selección de autos, incluso los no tan lujosos, es impresionante. Volviendo a la trama, la historia tiene una estética (tanto visual como narrativa – particularmente en los primero 15 minutos del film) cuya primera impresión es de un film sobre la mafia (especialmente para aquellos que vienen sin ver trailers ni ningún otro material). Pero los giros en la historia son sutiles y al punto, porque lo interesante no es saber lo que pasa por sobre los personajes. Es ir descifrando junto a ellos e ir sorprendiéndote junto a ellos. Aún así, se le pueden sacar unos diez minutos a la totalidad de la historia y aún así sería impecable y atrapante. Es una pena, por otro lado, la corta presencia de Bruce Willis. Se mete en su personaje y es obvio por qué debe fallecer, pero lo que vemos de Frank Minna te deja deseando más. La actuación de Gugu Mbatha-Raw es sutil, emotiva e inteligente, como lo es su personaje, que la muestra lidiando con las injusticias que una mujer negra tiene que enfrentar en esa época. Todo tratado con una latente nota de sutileza digna de una pintura. Por otro lado, Alec Baldwin te da escalofríos cuando se mete en la piel de este hombre lleno de poder y un irreverente sentido de sí mismo por todos los demás, lo cual incluso pone en palabras en un momento: ‘Power is knowing that you can do whatever you want, and not one person can stop you‘ (Poder es saber que puedes hacer lo que quieras y ni una sola persona podrá detenerte). Es la impunidad en forma de persona y es tan atrapante como repugnante. Una sensación similar nos da Willem Dafoe (Paul Randolph) como el hermano de Moses, el que sí tiene conciencia pero a la vez sueños y te genera tanto un cierto respeto como una profunda sensación de lástima. En su totalidad, Norton nos presenta una película tanto atractiva como atrapante que deja que la historia fluya con un grado de naturalidad que ya no se ve tanto y que, a pesar de las aristas que van surgiendo en la narrativa, no se deja apabullar por todas las posibilidades. Simplemente se dedica a contar la historia que vino a contar, ensalzada tanto por las actuaciones, como por la dirección y el diseño en todos los aspectos. Un film para no perderse.
A fines de la década del ’50, Lionel trabaja para un detective privado en Brooklyn. Pero Lionel no es como los demás, dice que tiene vidrio molido en el cerebro, que se le pone en contra y que le hace decir cosas en cualquier momento. Pero ese cerebro también es su mejor aliado porque recuerda todo, porque es metódico y porque es la mejor herramienta de un detective. Motherless Brooklyn está escrita, dirigida y protagonizada por un brillante Edward Norton; una gran historia de detectives que, si bien tiene algún que otro problema de ritmo, se destaca por la astucia de su guion y por recordar a un cine que hace tiempo no se ve.
Basada muy libremente en la novela de Jonathan Lethem, llega a los cines Huérfanos de Brooklyn, el regreso de Edward Norton a la dirección. Un film noir clásico sin demasiadas pretensiones ni ambiciones pero correctamente narrado. Pasaron muchos años desde que Edward Norton tuvo su último rol protagónico. Tenemos que remontarnos a 2010 para acordarnos de Stone, un fallido thriller con Robert de Niro. Norton tuvo un debut soñado con La verdad desnuda, por la que estuvo nominado al Oscar en 1996. Le siguieron Todos dicen te quiero, el olvidado musical de Woody Allen, Larry Flynt, América X y El club de la pelea. Y ahí empezaron los problemas. Empezó a ganarse la fama de actor problemático. Reescribía los guiones de las películas que interpretaba e, incluso, hasta terminaba dirigiendo varias escenas, usurpándole la posición a los directores asignados. El punto de quiebre fue El increíble Hulk y de ahí, el descenso. Solo Wes Anderson lo llamó en la última década para interpretar personajes secundarios en sus corales obras. Por lo tanto, cuando a uno no lo llaman, uno mismo debe generar los proyectos. Huérfanos de Brooklyn fue la novela que eligió el intérprete para regresar a la dirección (después de Divinas intenciones del 2000) y a un rol protagónico trascendental. Otra vez, un personaje con algunos traumas mentales (como en La verdad desnuda o El club de la pelea) es el protagonista de este film noir trasladado a 1957 (la novela sucede en 1999, año en la que fue escrita). Lionel (Norton, cómodo con su interpretación) es uno de los ayudantes de un renombrado detective privado llamado Frank Minna. Sufre del síndrome de Tourette: tiene una excelente memoria, pero una suma de tics y tocs nerviosos que le afectan el comportamiento diario. Cuando su jefe es asesinado, Lionel decide investigar el caso en el que andaba involucrado. Norton decide hacer un retrato clásico de la sociedad estadounidense neoyorquina de los 50. El jazz, el racismo, el vestuario e incluso la iluminación refieren a un estilo de cine noir olvidado. A lo largo de 144 minutos que fluyen sin demasiados sobresaltos, Norton construye una novela que incluye conspiraciones políticas y secretos familiares. Ningún giro es demasiado sorpresivo (hay cierto paralelismo con Barrio chino, pero con menos densidad, violencia y carga sexual) pero, a la vez, la narración nunca deja de ser atrapante. El director-intérprete le impone al relato equilibradas dosis de humor, romance, acción y drama para generar una historia entretenida y old fashion. Salvo por la caricaturesca actuación del mismo Norton, que aún así está bastante verosímil en su rol, no hay otras interpretaciones destacadas, aunque lo de Alec Baldwin se recorta de la media. Su personaje tiene todos los clisés del empresario poderoso y malvado, pero crece en volumen si uno lo pone en contexto. Más allá de que está inspirado en un arquitecto real que tuvo Nueva York por los años 50, el Moses Randolph de Baldwin remite demasiado a Donald Trump, y a cualquier empresario poderoso que arranca una carrera política para beneficiarse y monopolizar el negocio inmobiliario. En ese aspecto, su discurso sobre la adicción al poder, por más que sea demasiado ingenuo y didáctico, termina teniendo un mayor significado si lo consideramos como radiografía del mundo que nos toca vivir.Aún con todos los clisés y lugares comunes, Huérfanos de Brooklyn es un film que los amantes del noir van a agradecer, por el respeto, conocimiento e interés que aporta al género. Además, la fotografía de Dick Pope y la banda sonora de Daniel Pemberton son maravillosas. Cuidada y prolija, sólidamente narrada e interpretada, Huérfanos de Brooklyn es una obra que genera cariño y empatía por sus personajes, y logra revivir el interés por el policial negro de los años 50. Dinámica, pero previsible y sin sobresaltos, también exhibe el talento y las contradicciones de ese joven genio que sigue siendo Edward Norton.
Las relaciones entre cine y literatura existen desde que el séptimo arte cobró vida, hace más de un siglo ya. La literatura ha sido desde siempre una gran dadora de argumentos que el cine ha sabido aprovechar para sí. Por otra parte, el mundo literario ha producido una cantidad de relatos policíacos de gran riqueza, de los cuales el cine se ha nutrido, bebiendo de fuentes inagotables y radiografiando los aspectos más sombríos del alma humana. Así nace el ‘film noir’. La expresión del francés que refiere al subgénero en cuestión fue mencionada por primera vez por el crítico Nino Frank. Este célebre teórico italiano acuñó el término para diferenciar al film policial del thriller judicial y del cine de gángsters, aunque luego el noir mutaría para germinar en ejemplares producto de una mixtura de ambos como: “Testigo de Cargo” (Billy Wilder, 1957), “Los Sobornados” (Fritz Lang, 1953), “Anatomía de un Asesinato” (Otto Preminger, 1959) y “Alma Negra” (Raoul Walsh, 1949). El cine americano de los años ‘40 y ‘50 (conocido como Época Dorada) dio a luz temáticas y estilos que delimitaron el territorio de ambigüedad moral en donde estos relatos se desarrollaron. Allí expuestas, las fronteras del bien y el mal se vuelven difusas adivinándose cierto pesimismo acerca de la condición humana y un espíritu apesadumbrado y escéptico, generalmente encarnado en la figura del detective privado: Sam Spade y Philiph Marlowe fueron nuestros antihéroes nihilistas por antonomasia. La infaltable mujer fatal, completa la iconografía de dicho cuadro de situación: es una dama tan seductora como manipuladora. Y, por supuesto, el malvado de turno; ese que buscará salirse con la suya: pensemos en villanos ilustres como Richard Widmark, en “El Beso de la Muerte” (Henry Hathaway, 1947). Estereotipos que van conformando el mapa simbólico del género a lo largo de su primer estadio en el cine. El cine negro ha sufrido, desde entonces hasta hoy, innumerables mutaciones. Bajo los nuevos moldes del neo-noir continúa reinventándose acorde a las pertinentes fórmulas de la industria, bebiendo de fuentes de inspiración que se presumen inagotables. Por otra parte, las obras clásicas que han seguido influenciando a nóveles realizadores han envejecido con dignidad frente al paso del tiempo. Prueba de su permanencia podemos comprobarlo al ver una película pionera como “El Halcón Maltés”, que no ha perdido un ápice de frescura a casi ocho décadas de su estreno. El género negro se transforma y persiste, adaptándose a las inquietudes de su tiempo. Pensemos en su primera vertiente, influido bajo la filosofía del existencialismo, la psicología freudiana, la escuela expresionista y la angustiante literatura americana bajo la que se moldea. El género negro nació del intercambio establecido entre tendencias estéticas de cineastas otorgaban su propia huella personal para dar cuenta a un género que nació desde el corazón del pesimismo del siglo XX. Su complejo entramado encuentra en el cine moderno americano nuevos cineastas dispuestos a abordarlo y un espectador dispuesto a internarse en los laberintos de su propia e inevitable oscuridad. Edward Norton es uno de ellos, dispuesto a abordarlo en su reciente “Huérfanos de Brooklyn”. Lo policíaco involucra toda una serie de rasgos de estilo bajo los cuales se han agrupado una serie de obras que han simbolizado las angustias existenciales más profundas del ser humano, reflexionando acerca de su naturaleza. Como campo de estudio, el terreno policial también ha sido -en otros tiempos- un ámbito fértil para dialogar acerca de problemáticas sociales y en las manifestaciones policíacas literarias -así como en su traslado a otras artes- se perciben rasgos reconocibles de la realidad contemporánea, que encuentra su resignificación bajo la lente cinematográfica. “Huerfános de Brooklyn” se inserta, con bienvenida frescura, en este infrecuente terreno cinematográfico actual. El citado film representa el regreso de Edward Norton a la dirección, tras un paréntesis de dos décadas. En el año 2000, el talentoso intérprete se había aventurado detrás de cámaras con una comedia romántica que el mismo protagonizará llamada “Divinas Tentaciones”, en donde se había rodeado de un gran elenco interpretativo (Ben Stiller, Jenna Elfman, Anne Bancroft) y una banda sonora compuesta de forma exquisita por el notorio Danny Elfman, conformando un producto comercialmente rendidor. Casi veinte años después, el protagonista de “El Club de la Pelea” retoma un material narrativo que, en épocas donde incursionaba en su ópera prima, lo subyugaba intelectualmente. Se trata de la novela negra exitosa editada en 1999 (‘Motherless Brooklyn’, de Jonathan Lethem). La transposición literaria nos cuenta la historia de Lionel, un integrante de un bureau de detectives privados comandado por Frank -interpretado por Bruce Willis-. Aquí, el trágico devenir de los sucesos nos priva de disfrutar en mayor profundidad al otrora héroe de acción. Por su parte, Lionel (Edward Norton) es un personaje muy particular y no tardará en convertirse en el centro absoluto del relato. Llamativamente, posee el Síndrome de Tourette, afección por la cual sufre múltiples tics motores y vocales involuntarios. A lo largo de la película, estos síntomas neurológicos se reflejarán con insistente sentido del humor, haciendo hincapié en la cantidad de latiguillos e incontinencias en las que incurre este personaje, factor que moldea su carácter y qué, con dispar suerte, resulta un aditamento que -si bien pintoresco- bordea la parodia constante y podría haber no estado y, aún así, no afectar el contenido de la historia. Resultando molesto por momentos y enternecedor en otros tantos, recuerda al personaje que el propio Norton encarnará en su papel de estafador en “La Cuenta Final”, de Frank Oz (2001). El cúmulo de características mencionadas se insertan en la peculiar personalidad de este colorido detective privado, lanzado a desentrañar el misterio que se esconde tras la desaparición de su amigo y mentor. Norton, actor dos veces nominado al Premio Oscar, es un intérprete con una notable sensibilidad como para capturar la aflicción más íntima de su personaje, independientemente de la gracia intencionada que pretende otorgarle: es un segregado por la sociedad que vive en la más absoluta soledad y aislamiento; nunca pudo soslayar el enorme vacío que la temprana orfandad marcó sobre su ser. “Huérfanos de Brooklyn” es un film particular, inusual propuesta de aquellas que Hollywood ya no suele ofrecer. Se trata de un relato laberíntico y con múltiples lecturas: en cada uno de sus dobleces puede encontrarse una subtrama de enriquecido contenido. Es, un relato de profunda injerencia actual en el marco político, también es cine de denuncia social, Como si fuera poco, es, ante todo y a la vez, una historia de detectives ambientada en los años ‘50 que nos retrotrae al cine negro clásico que sustentará la época dorada. Un estilo de películas en donde emblemas del Hollywood más romántico interpretarán a detectives tan recios como imperturbables, siendo el caso de los iconos literarios Sam Spade y Philip Marlowe (Humphrey Bogart interpretó a ambos). Mientras el cine negro clásico se caracterizó por explorar la veta psicologista a la hora de internarse en la oscuridad del alma humana, “Huérfanos de Brooklyn” retoma el sendero mezclándolo con la vertiente Neo-noir, de la cual “Chinatown” (1974), de Roman Polanski, resulta su más digno ejemplar. Si en aquel film que eternizara a la dupla de Jack Nicholson y Faye Dunaway, los sucios entramados políticos resultaban el centro orbitante de un enigma plagado de desconcierto donde la pista resolutiva se encontraba en un oscuro secreto familiar, aquí la operatoria resulta fácilmente reconocible como deudora de aquel modélico ejercicio. A lo largo de sus dos horas y media de metraje, “Huérfanos de Brooklyn” se toma el tiempo necesario como para desarrollar una trama que involucra oscuros manejos gubernamentales, chantajes que amenazan develar un escándalo de delicada naturaleza para la época y turbios entramados familiares que subyacen bajo la realidad socio-política de una Brooklyn atestada de marginación, segregación racial y ansias de modernismo que amenazan colocar al sector más débil de la población en una situación de absoluta desprotección. Con sapiencia y esmero, esta es la densa carga argumental qué Norton se carga a sus espaldas, presto a desentrañar su génesis corrompida. Mostrando un admirable dominio el género, a desglosando con paciencia y sutileza el misterio que la citada conspiración oculta, su desenlace -como fichas de dominó caídas- desenmascarará las reales intenciones de los malvados de turno. En la imperiosa búsqueda de la verdad, el particular detective al que da vida Norton, se involucra sentimentalmente con la víctima del caso que persigue. Sin temor, merodeará típicos bares nocturnos de dudosa clientela; se trata de antros dominados por la mafia local y frecuentemente visitados por las bandas de jazz que deleitan a sus visitantes cada madrugada. Así, hará su aparición un misterioso trompetista en la figura del clásico jazzman que nos recuerda a Miles Davis ¿o acaso se trata de él? Rodeado de un elenco de primera calidad, completado por el siempre soberbio Willem Dafoe y el reaparecido Alec Baldwin (dando vida a un personaje inspirado en el controvertido funcionario estatal neoyorquino Robert Moses), el film ofrece un interesante tratamiento estético, cuya concepción del lenguaje cinematográfico (la cámara de Norton sabe dónde y cómo posicionarse) efectiviza su cuantiosa dosis de intriga. Norton acomete una excelente recreación de época, visible en vestuarios, automóviles y edificios que armonizan la propuesta, al tiempo que nos deslumbra con una banda musical orquestada por Daniel Pemberton. Abundarán clásicas notas de jazz para el deleite melómano, desde Dizzy Gillespie hasta Charlie Parker, y desde Joe Farnsworth hasta Thelonious Monk. De forma inmejorable, la banda sonora se convierte en el acompañamiento perfecto a la hora de prolongar el suspenso, condimentando en modo omnipresente la totalidad del metraje. Cabe mencionar, que su leitmotiv principal es autoría de Thom Yorke -cantante de Radiohead-, quien por expreso pedido del director, compuso el tema ‘Daily Battles’. Luego de desperdiciar buena parte de su trayectoria actoral (tomando papeles secundarios de nula relevancia y de forma esporádica) a lo largo de la última década, Norton se calza las ropas de un sensible héroe a su medida: perspicaz, intuitivo, bondadoso, leal e inclaudicable. Sobre sus espaldas descansa el éxito de “Huérfanos de Brooklyn”, rara avis e del cine americano contemporáneo, que aborda rastros genéricos poco transitados con honestidad y solvencia. Al mismo tiempo, se posiciona como un interesante instrumento reflexivo acerca de sucios manejos políticos, reflejos de una comunidad ultrajada en su dignidad, tan valederos en aquellos lejanos años ‘50 como en la actualidad que nos circunda.
Noir con personalidad Edward Norton, El director-guionista-protagonista de esta película, interpreta a un antihéroe o, más bien, a un “héroe problemático”, un personaje con síndrome de Tourette, es decir, que durante su vida cotidiana sufre constantemente de tics, putea y dice cosas inconvenientes sin voluntad de hacerlo, con las dificultades que esto puede acarrearle en su labor como investigador privado. Al comienzo de la película, su estimado jefe (Bruce Willis) es asesinado en medio de un enigmático caso; vaya uno a saber por qué, en su lecho de muerte, en vez de dejársela fácil a su discípulo, le dice y le repite una palabra en clave, imprescindible para que se entretenga devanándose los sesos durante media película. El quién, el por qué y el para qué fue asesinado, son incógnitas que quedan planteadas desde ese mismo comienzo.
Mientras vemos este filme, sentimos que Norton se está controlando por inyectar grandes comentarios sobre el mundo en cada plano. No lo hace: cuenta la historia de un detective con una tara bastante original, de un asesinato y de la investigación para esclarecerlo, respetando los tiempos de cada personaje y la duración de las secuencias de acuerdo con las necesidades de la historia. Sólo con eso, muy por encima de lo que Hollywood nos vende hoy.
ME ESTÁN SIGUIENDO DETECTIVES Huérfanos de Brooklyn es larga, compleja, y desordenada Edward Norton escribe, dirige, actúa y produce la adaptación de este policial negro que se enreda sobre sí mismo. Edward Norton irrumpió en la escena actoral a mediados de la década del noventa con “La Verdad Desnuda” (Primal Fear, 1996) y, enseguida, se llevó una nominación al Oscar como Mejor Actor de Reparto. Apenas unos años después, debutaba tras las cámaras con “Divinas Tentaciones” (Keeping the Faith, 2000), una comedia muy bien recordada. Las ganas de volver a sentarse en la silla del director no se hicieron esperar, pero Hollywood ya no estaba tan predispuesto, sobre todo porque Norton tiene fama de ‘tipo problemático’. Si no, pregúntenle a Tony Kaye, director de “América X” (American History X, 1998) o a Marvel, que decidió no volver a llamarlo para interpretar a Bruce Banner. Será por eso, tal vez, que a Edward le llevó casi veinte años concretar este proyecto, una obsesión desde la publicación de la novela homónima de Jonathan Lethem en 1999. La gran diferencia entre el libro y “Huérfanos de Brooklyn” (Motherless Brooklyn, 2019), es que el autor sitúa su historia en épocas modernas, mientras que Norton nos lleva a la década del cincuenta, un escenario más acorde (según él) para este drama criminal neo noir ambientado en la ciudad de Nueva York. Este aspecto -la estética, la narración en off y todos esos elementos vinculados a lo más clásico del género-, termina siendo lo más atrayente de una película que quiere contar demasiado y se tropieza sobre sí misma en vez de simplificar sus temas y su trama, una cargada de misterios y crítica social que viene muy bien para esta época, pero que falla en el conjunto de Norton. El año, 1957. Lionel Essrog (Norton) trabaja para la agencia de detectives de Frank Minna (Bruce Willis), junto a Gilbert Coney (Ethan Suplee), Danny Fantl (Dallas Roberts) y Tony Vermonte (Bobby Cannavale), todos niños abusados, rescatados de un orfanato por su mentor. Lionel tiene una memoria privilegiada, pero también un montón de tics (no se menciona, pero es síndrome de Tourette) que, muchas veces, espantan a aquellos que no están familiarizados. Pero no a Frank, que confía en él ciegamente, mucho más cuando el caso que está investigando se complica. Muchas pistas, pero pocos resultados Las cosas no salen bien, a Minna le disparan, pero la investigación inconclusa y la muerte de su amigo, obligan a Essrog a seguir las pocas pistas que quedaron, indicios que pronto lo acercan al dueño de un bar de jazz en Harlem, su hija Laura Rose (Gugu Mbatha-Raw) y un proyecto municipal que empuja a los habitantes de los barrios más pobres (en su mayoría, minorías) a dejar sus hogares en medio de tratos bastante fraudulentos. Detrás de todo esto están los poderosos funcionarios públicos como Moses Randolph (Alec Baldwin) -basado en la figura de Robert Moses, famoso constructor de Nueva York-, que no se detendrán ante nada para seguir adelante con sus grandilocuentes planes de desarrollo. Como en toda buena novela de misterio, nada es lo que parece en “Huérfanos de Brooklyn”, pero el guión de Norton (que no puede dejar sus egos de lado) se regodea en las vueltas de tuerca, un desfile interminable de personajes, subtramas que intentan desviar nuestra atención y un Lionel que, por momentos, parece una caricatura… o un actor que suma todos los clichés con ganas de ganarse un Oscar. El resultado es una película desordenada que tarda en arrancar y pocas veces encuentra su ritmo a lo largo de dos horas y media de metraje. A Lionel le va muy bien con las mujeres Lo bueno es que Norton se rodea de grandes actores como Mbatha-Raw, Cherry Jones (siempre en plan combativa), Willem Dafoe y un gran Baldwin, pero no sabe cómo sintetizar el trabajo de Lethem para adaptarlo al formato cinematográfico. El resultado es una historia demasiado larga y compleja que no aprovecha el potencial de sus temas más interesantes y prefiere explotar los lugares más comunes del policial negro y cierto melodrama. Nos gustaría decir que esta es una película entretenida y llevadera, pero no lo logra. En cambio, requiere de toda nuestra atención (eso no está mal) para unir las piezas de un rompecabezas que, de entrada, está mal delineado. En nuestras cabezas tratamos de hilar pistas, nombres y situaciones, pero el desenlace nos llega como truco sacado de una galera que poco y nada tiene que ver con los temas de base que explora. La discriminación, el racismo, el fin que justifica los medios se pierden en un final melodramático que, incluso, pretende forzar el romance. Ojo, las intenciones de Norton son buenas y destacables, el trabajo de los intérpretes y la puesta en escena es impecable, pero el todo es incongruente y frustrante.
Jazz y serie negra como antídotos A partir de la novela de Jonathan Lethem, el actor y director retrató de una sociedad de rostros adinerados y corruptos. Con el acento puesto en el cine noir, Huérfanos de Brooklyn exhibe, a pesar de ciertas estridencias, virtuosismo. Segundo film de Edward Norton como director, también guionista –a partir de la novela homónima de Jonathan Lethem–, los años ’50 asoman aquí como una bisagra iconográfica que todavía guarda apego por la década precedente mientras atisba el devenir. Y lo que viene, justamente, no puede ser más oscuro. En este sentido, la película de Norton manifiesta una mirada crítica, a tono con el desencanto del género cinematográfico en el que se inscribe. Es ello lo que la vuelve atendible, como reiteración consciente de los tópicos cultivados por una de las más fecundas vertientes del cine norteamericano. Así, el cine negro continúa como un espejo que tiñe y deforma las promesas del bienestar citadino y americano. No casualmente, el argumento se localiza en una década conservadora, cuando el macartismo exhibió de manera horrible sus garras. Por otra parte, hay que decir que Huérfanos de Brooklyn tiene un cuidado formal por la reconstrucción que hace de ésta un aspecto que distrae. Es una película de gran presupuesto, que subraya los elementos estéticos –decorados, iluminación, vestuario– por medio de los cuales aquel gran cine de los años ’40 y ’50 sobresalió. Lo que sucede es que el cine negro tuvo cuna de privilegio en el cine B, un cine de bajo presupuesto cuya lógica ya no existe. Así, el film de Norton dialoga de un modo ambivalente con lo que se propone. El cometido, de todos modos, cumple. A partir del asesinato de su jefe y amigo (Bruce Willis), Lionel (Norton) asume la investigación como una deuda moral. Integrante de un equipo de detectives sin demasiadas ganas, Lionel hace su camino a partir de unas pocas pistas. Las pesquisas le llevarán a desentrañar un complejo entramado de poderes que nacen y terminan en la misma ciudad de Nueva York. De este modo, Huérfanos de Brooklyn hace de la ciudad el personaje central, contenedor de las alianzas y traiciones que suscita para su respiración. Un oxígeno que se vale de estertores. Para ello, la connivencia oportuna entre capitalistas “visionarios” y políticos de piel cambiante. En todo caso, la corrupción surge como manera habitual al momento de convocar alianzas, liar los asuntos, y controlar el mercado inmobiliario. En este caldo de cultivo se mueve Lionel. Y lo hace a pesar de su síndrome de Tourette, al cual puede más o menos controlar con chicles y marihuana. A la manera de “El otro yo del Dr. Merengue” de Divito, cuando Lionel observa o escucha algo que le llama la atención, no puede evitar juegos de palabras o contestaciones, mientras disimula en vano. En este sentido, el desafío que Norton imprime a su personaje tiene, por momentos, pasos de comedia y rasgos dolorosos. Como sea, Lionel deberá confrontar consigo mismo cuando se adentra en un pozo que huele cada vez peor. Y lo que anida, claro, es el foso de víboras. ¿Qué es el poder?, le pregunta Randolph (Alec Baldwin), el mentor de las reformas edilicias más importantes de la ciudad. Es la posibilidad de hacer lo que se quiera sin temer las consecuencias. Más aún, es la certeza de saberse por encima de todo y de todos. Desde esa altura, decidir. No importa si el cometido implica dejar sin hogares a barrios enteros y a quienes allí habitan: aquellos cuyas voces se desarticulan mientras quienes dicen representarlos traman acuerdos a sus espaldas. Además, los medios de comunicación están dominados por esta lógica. Todos en manos de uno solo. La política, entonces, como simulacro de sí misma. De cierto modo, podría pensarse que Huérfanos de Brooklyn es un film de mirada caída, sumido en una desilusión social que no avizora posibilidades. Pero lo cierto es también lo opuesto. Hay que atender a la delineación de las organizaciones sociales. Al acento que el film permite a las asambleas y la toma de consciencia grupal. Aquí, vale la mención de la elección musical para la película, de cómo el jazz entreteje algunos de los mejores momentos y da ritmo a los tics incontenibles de Lionel. La música de los negros aparece como la tecla vital de la sociedad (ya lo dijo Clint Eastwood, Estados Unidos aportó dos grandes artes al mundo: el western y el jazz). Entonces, es allí, en la raíz del asunto donde habrá que entrar en trance y cambiar el mundo. Al respecto, hay una alusión clara a Charlie Parker. Y Parker, por supuesto, hizo mucho más por el mundo que tantos Ceos y empresarios iluminados. Aun cuando huelgue decirlo, no se trata de un film preocupado por un período histórico pretérito –algo nada desdeñable y siempre necesario–, sino por el presente más inmediato. De este modo, la caracterización del empresario que es vértice de la pirámide, cuya base esconde manipulaciones, miseria y crímenes, no puede ser más urgente. Sobresale, sí, un ánimo cansino. Porque una vez descubiertas las cartas del asunto, no necesariamente se enderezarán los rumbos. Habrá que estar, más vale, siempre atentos. Ahora bien, ese hálito de pesadumbre le corresponde por esencia al género negro y a su angustia de tinte metafísico. Es este género el que ha dado voz a los marginales y los perseguidos. Entre ellos, el curioso private eye de Norton (y de Jonathan Lethem). Al menos, el film le permite un respiro, una caricia de tranquilidad y una sonrisa de horizonte. Las últimas piezas encastran y Lionel descansa: aun cuando el consabido sumidero de decisores con rostros lavados continúe. Es por esto que el final tendrá que ser pensado no sólo como un cuasi “happy end”, sino también como el afecto compartido entre quienes se saben marginados
Un policial negro y una experiencia de cine a la vieja usanza Combinando misterio, muertes y corrupción, la de Edward Norton es una película inteligente y atrapante, un tipo de cine que es cada vez más difícil de encontrar Lionel Essrog (Edward Norton) es un solitario detective privado que padece el síndrome de Tourette. Tras la muerte de su mejor amigo y mentor, Frank Mina (Bruce Willis), decide averiguar quién está detrás de su crimen. Con unas pocas pistas y la fuerza de su mente obsesiva, deberá enfrentarse a matones, a la corrupción y al hombre más peligroso de la ciudad para honrar a su amigo. En la línea del cine policial negro más puro, Norton dirige y protagoniza esta historia que cuenta con todos los clichés del género y funciona como un homenaje a grandes clásicos, como Chinatown. De hecho, la novela original en la que se basa el filme transcurre en los noventa, pero él decide llevar la trama a los cincuenta para agudizar la experiencia noir. Como protagonista, se muestra tan solvente y creíble al igual que en casi todos sus trabajos. Su performance es sutil, nunca cae en la exageración a pesar de moverse en un cuerpo que sufre una patología caracterizada por múltiples tics físicos y vocales, asociada con la exclamación de palabras obscenas y comentarios socialmente inapropiados. Se nota claramente el amor del intérprete por su personaje, y los espectadores empatizarán con él rápidamente. El resto del elenco (un dream team actoral) funciona como un reloj con pequeñas, pero contundentes apariciones. Se destaca Alec Baldwin como el villano de turno, un hombre sin escrúpulos e impune, inspirado en el polémico Robert Moses, un corrupto funcionario neoyorquino de los cincuenta. La fotografía del filme no abusa de la utilización de sombras, pero igualmente recrea climas y atmósferas ligadas al género, utilizando una paleta de colores fríos que profundizan el tono melancólico general del metraje. La reconstrucción de época es soberbia, sin grandilocuencias (se nota que es una producción pequeña, intimista). Todos los detalles están cuidados, desde los escenarios, pasando por el vestuario hasta los objetos personales y la música sublime de Daniel Pemberton que envuelve toda la historia. El metraje, aunque un tanto extenso, resulta llevadero, gracias a un guión bien construido en el que como toda buena historia de misterios y detectives aparecen pistas falsas, sospechosos, femme fatales y, por supuesto, giros inesperados. Huérfanos de Brooklyn es un largometraje que necesita de espectadores concentrados y abiertos a vivir una experiencia de cine a la antigua usanza, una ceremonia fílmica en la que el público pueda desconectar y adentrarse en un universo sin efectos ni explosiones, simplemente personajes y sus conflictos. No es poca cosa.
Huérfanos de Brooklyn nace de la transposición de la novela homónima de Jonathan Lethem, un prestigioso novelista contemporáneo estadounidense. En el abordaje de la novela al cine el reconocido y talentosísimo actor Edward Norton toma el mando tanto para adaptar la novela al guion cinematográfico, como para dirigirla y protagonizarla. La trama del filme una suerte de fabulesco policial negro que discurre en los Neoyorkinos años 50 donde su protagonista es Lionel Essrog (Norton) un detective solitario que padece en síndrome de Tourette y a quien llaman “el fenómenos” (o sea el freak). Él se sumerge en una investigación compleja para poder dar con los asesinos de su mentor, su jefe, su padre sustituto, Fran Minna (Bruce Willis). Este disparador bien tradicional del género se va complejizando secuencia a secuencia cuando Lionel descubre que en ese turbio homicidio se entraman intereses políticos, malversaciones de dinero del estado y hasta secretos familiares. El clima visual de la película reconstruye, con mucha precisión técnica, cierta estética expresionista de los policiales de los años 50. Cálidos dominantes y sombras profundas que la mano del veterano director de fotografía inglés Dick Pope – que trabajó con directores de la talla de Mike Leigh, Richard Linklater y Barry Levinson- lleva adelante una eficiente tarea fotográfica a la que le falta el trabajo más profundo del director, o sea la mirada de Norton a la hora de construir el relato. La corrección y hasta cierto preciosismo no alcanzan para generar un policial negro con marca de autor. Las imágenes han quedado supeditadas a una tarea de corrección visual que el mismo fotógrafo se ha puesto al hombro. Una película a la que le falta una mirada autoral sin duda es a Huérfanos de Brooklyn porque la prolijidad no alcanza para construir una atractiva narrativa. Este segundo largometraje de Norton (hace casi 20 años había dirigido la comedia Divinas tentaciones) deja a la luz algunas falencias más. La extensión del filme, es excesiva, la trama se hace enrevesada y morosa, y con un nivel de suspense casi nulo y una intriga de poco atractivo dramático. Por otra parte la composición del personaje encarnado por el propio Norton resulta muchas veces inconsistente o burdo, no olvidemos que en lo que en la literatura es una palabra en el cine es una acción pregnante que se hace explícita en la pantalla. Por lo que los gestos del padeciente Lionel suelen ser muchas veces reiterativos y hasta carentes de humor si fuera esa su meta final. El tema sociológico más atractivo del filme que pone en la mesa la temática de la creación por parte del estado de barrios marginales para segregar a los negros, los indigentes y todos aquellos que el sistema necesita expulsar es sin duda el filón más atractivo de la película, pero su desarrollo superficial y la superposición de otras subtramas a la vez opacan toda su simbología. Por Victoria Leven @LevenVictoria