El cine de los hermanos Coen suma a su filmografía una película con similitudes con Sweet and Lowdown de Allen, correcta en su concepción. Los Coen se valen de diálogos y situaciones cómicas para hacer llevadera la artificial biografía de Llewyn Davis, un músico residente en Nueva York a quien el costo de vivir en la gran ciudad le resulta demasiado caro. La relación con su ex (Karey Mulligan) se reduce z tocarle el timbre a cualquier hora para seguir pidiéndole cualquier cosa, principalmente alojamiento, dinero y comida. Inside Llewyn Davis presenta la vida de los pequeños nightclubs alternativos, donde el folk predomina y, independientemente del talento, se aplaude hasta a una ama de casa ejecutando un instrumento autóctono. Sin ir más lejos, se subraya la presencia de una mínima aparición de un tal “Dylan”. Llewyn es asediado a la salida de sus presentaciones por un personaje que constantemente lo golpea, al igual que la vida, y le marca, una y otra vez, que no nació para esto...
La reeducación del público. Resulta meritoria la disposición ética/ profesional con la que los hermanos Joel y Ethan Coen han encarado su carrera, siempre combinando proyectos con un cierto sex appeal masivo con otros más crípticos que obedecen a una lógica casi suicida para los patrones actuales del mercado cinematográfico. Dejando atrás el periplo industrial de la primera mitad de la década pasada, la etapa que se abrió con la extraordinaria Sin Lugar para los Débiles (No Country for Old Men, 2007) retomó la senda habitual y su “devenir doble” intermitente. Inside Llewyn Davis (2013) es su gran regreso después de tres años sin filmar, una vez más testeando los límites concretos del consumo popular y la crítica de pocas luces. Como si se tratase de una “versión musical” de Barton Fink (1991), aunque con un registro naturalista y sin aquel sadismo del desenlace, la película nos ofrece un retrato meticuloso del protagonista de turno, un autodidacta del folk propenso al escapismo insensato y con múltiples tribulaciones: su disco solista no vende tanto como el de su antiguo dúo (de hecho, su compañero se suicidó saltando de un puente), gana una miseria tocando en el circuito arty de clubs de New York (no tiene un lugar fijo donde dormir), y sus diversos problemas con las mujeres están a la orden del día (los que incluyen una relación tensa con su hermana, tener que pagar un aborto y descubrir que es padre de un niño de dos años).
Si querés ser músico… que no la vean tus padres Siempre que nos cruzamos con la historia de un músico en el cine, vemos su parte glamorosa, el sufrimiento que cuesta subir a la cima, pero en definitiva termina teniendo un final feliz donde logra su objetivo final. Digamos que es el parámetro general, no vamos a generalizar tampoco, pero el sufrimiento de alguna forma siempre está. A propósito de Llewyn Davis se concentra en ese lugar exclusivamente, lo profundiza y es mucho más agria que cualquier otra película sobre la vida de un músico. La película se trata de un fragmento de la vida Llewyn Davis (Oscar Issac), basada en Dave Van Ronk, un músico sin hogar que atraviesa sus problemas como intérprete de folk, forzadamente en plan solista por el suicidio de su compañero de banda con el cual había tenido un pequeño éxito. Llewyn Davis continúa en su plan en un fracaso atrás de otro, pero no musicalmente, sino en la forma de llevar su vida, tanto con sus conocidos, amigos, y los retos que se le cruzan. Nuestro protagonista es amigo del dueto Jim y Jean (Justin Timberlake y Carey Mulligan) pero esa amistad corre riesgo al Llewyn dejar embarazada a Jean, que siente más arrepentimiento y ganas de dejar ese hijo en caso que no sea de Jim. A Llewyn le toca cuidar al gato de Mitch Gorfein (Ethan Philips) y sus problemas son casi una metáfora en su relación con ese momento de su vida, ya que cuando parece solucionar las cosas, finalmente se trata de una ilusión y es engañado cruelmente. Más tarde se va de viaje hacia Chicago con la ilusión de seducir a un productor, sin embargo,y lo único que logra es que Bud Grossman (Fahrid Murray) le ofrezca un lugar dentro de otra banda y que Ronald Turner (John Goodman) menosprecie su música y lo amenace con brujerías La música folk rodea excepcionalmente toda la película (producida por el gran T-Bone Burnett), y excelentes interpretaciones por parte del mismo Oscar Issac y Justin Timberlake, entre otros, le dan un bálsamo al pobre Llewyn para dejar de luchar con tanto bajón. Los antihéroes de los Coen nunca terminan bien, y aquí ni siquiera hay una luz que se abra para que ocurra el milagro. Por eso no es una película para cualquiera, porque en definitiva el mensaje que deja es devastador en todo momento. Se trata más bien de una buena metáfora de las miserias de los músicos como personajes. El egoísmo, la ambición desmedida, la falta de visión y la ansiedad, pero también el trabajo duro y derriba con el imaginario popular de glamour y excentricidad de los músicos como personas, A propósito de Llewyn Davis los baja a un lugar absolutamente terrenal y ahí está la mayor virtud de la película. Como historia, el film se queda corto. El personaje termina como empieza, sin lograr nada en el medio. Quizás no le hace falta lograr algo a Llewyn, en definitiva el film quizás busca ser la metáfora de la piedra rodante de Bob Dylan, por eso quizás se explique su sombría aparición. La piedra rodante sin nada que perder o que ganar, pero la imaginación nos llevaba a lugares más aventurosos o miserables, bueno, los Coen la logran bajar a donde quizás realmente es su lugar, y esto puede ser positivo o negativo según tu percepción. Los personajes secundarios de la película están muy bien logrados. Carey Mulligan hace un papel fuerte y conciso, la breve aparición de Justin Timberlake brinda un gran momento, y también dentro de la casa de Mitch Gorfein se da una situación muy graciosa. Quizás ahí es donde se demuestra más la falta sensibilidad de Llewyn, desmitificando cruelmente, la época en la cual está ambientada la película. Un buen trabajo, su fotografía sombría está a tono con lo que dijimos anteriormente de forma notable, aunque no se destaque, y en definitiva se trata de una historia más bien en forma de círculo: va y viene, cierra perfecto, pero la vuelta no llevo a ningún lado.
Cuento de invierno Como en todas las buenas películas de los Coen (no son tantas), en Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común hay una tensión, una resistencia por parte de sus protagonistas que luchan para no ser arrastrados por la corriente de miserabilidad y cinismo que los rodea desde el guión. Llewyn Davis, cantante de folk que actúa por monedas y duerme en sillones de amigos, debe pelear menos contra los rigores que le impone Nueva York que contra las notas exageradas de maldad que los directores colocan aquí y allá: no es casual que la película comience con el protagonista siendo golpeado sorpresivamente en un callejón por un desconocido; la escena, que sigue inmediatamente a un número impecable de Davis, es brutal y viene certificar en qué se cifra el estilo de los directores de Fargo: en la crueldad pura y dura con la que castigan a sus criaturas, a veces mediante una violencia explícita, como en el callejón, a veces a través del montaje, como al final de Temple de acero en el que se le depara un destino funesto a una protagonista que en su juventud desbordaba una energía que los directores, probablemente incómodos con tanta vitalidad, tenían que apagar de alguna forma. Acá, los Coen parecen un poco más contenidos que de costumbre: los toques malignos propios de su cine se dosifican y atemperan hasta el punto de que la historia fluye por sí sola y no necesitan llamar la atención con alguna irrupción desmedida. En esos largos tramos de relativa calma narrativa, los directores demuestran un talento notable para la iluminación y el encuadre: la fotografía gris y azulada acompasada por un cielo siempre nublado le brindan el marco perfecto al relato de Davis y sus derivas urbanas en busca de trabajo o simplemente de un lugar para dormir. Los Coen también aprovechan al máximo a Oscar Isaac: sus gestos breves, casi imperceptibles, que transmiten un hondo desencanto y una desesperación apenas asordinada, colman la imagen y le imprimen a la historia una carga emotiva en negativo, que detrás de cada sentimiento ocultado deja adivinar una vida emocional intensa. Sin embargo, como para no perder la costumbre, Inside Llewyn Davis no escatima en golpes desleales y retratos patéticos. La información arrojada al pasar de un aborto nunca concretado es otro de esos latigazos con los que los directores laceran a sus personajes desde la seguridad y la arbitrariedad del off, y la manera en que se describe a la pareja Gorfein, como si los dos fueran tontos, casi estúpidos pero con la astucia suficiente como para invitar a Davis a comer y de paso exhibirlo ante sus amistades como una rareza del Village (“nuestro amigo cantante de folk”, así lo presentan), demuestra una vez más que la tan mentada misantropía de los Coen la mayoría de las veces es solo una maldad simplona que intenta arrogarse el ánimo corrosivo de la sátira, pero que no deja de ser simple y pura vileza dirigida contra sus protagonistas. Por otra parte, la aparición del personaje de John Goodman no funciona: como si el guión quisiera apropiarse por un momento del tono de Burton Fink, la narración se enrarece forzadamente y el viaje no tiene nada que ver con el resto de la historia. Pero más allá de los errores y de la crueldad característica de los directores (que por alguna extraña razón todavía les granjea adeptos y elogios), tanto la interpretación extraordinaria de Isaac como los espacios en los que Davis se mueve resultan fascinantes, que desbordan energía y movimiento y ambición como para ser subsumidos por los tics malignos de los Coen. La historia respira la angustia de los personajes y entre ellos se tejen unos inesperados lazos de solidaridad completamente ajenos al universo de los realizadores: desde la rutina aparentemente común de dormir en el sillón de otros hasta la amabilidad de los conductores que llevan sin dudar a los que hacen dedo en la ruta. Esa solidaridad es uno de los pilares del universo que levanta la película: la precariedad total que signa la vida de los personajes, incluso la de aquellos que parecen acompañados por el éxito, es acentuada y señalada por esa economía de favores sobre la cual habrá de desplazarse el protagonista, siempre a punto de caer al vacío de un mundo gris y frío, donde el invierno parece ser la única estación posible.
Balada de un Hombre Común (Inside Llewyn Davis, 2013) podrá gustar o no, pero si algo es seguro es que no tiene absolutamente nada de común; porque la más reciente de los hermanos Joel y Ethan Coen es una película tan amena, cálida y placentera como seca y desabrida, que supo cómo transformar el fracaso sistemático en algo hermoso. Cuando hablamos de algo hermoso, estamos hablando de Oscar Isaac, el eje gravitatorio de Balada de un Hombre Común. En la primera escena, la de presentación del personaje, ya queda claro que goza de un halo aparte: el plano está en penumbras y él emana luz como si fuese una luna llena dentro de ese bar, con su voz triste y angelical. Cuando Oscar Isaac canta, todo lo frío se torna cálido y súper sentimental; la película parece construida exclusivamente para que él y su magnética fotogenia se potencien hasta el punto en que resulta casi imposible imaginarse a otro actor como protagonista de esta historia. Algo parecido sucede con cada tema de la exquisita banda sonora, una de las mejores en lo que va del año. Él canta “Hang Me, Oh Hang Me”, tema que pinta de cuerpo entero lo que está pasándole por dentro, porque esa es la verdadera lucha que plantean los Coen: el viaje que encara este héroe roader es un viaje interior.
Odisea gatuna Los hermanos Coen construyen una película que vuelve a generar una especie de efecto tardío en el espectador. La sensación al toparse con los créditos va mutando a medida que los minutos corren y nuestra mente empieza a hilvanar ideas y a transitar por diversos pasajes de la historia hasta determinar su veredicto final. Oscar Isaac sorprende gratamente y responde de gran forma encarnando, en su protagónico, a Llewyn Davis, un cantante de folk que intenta ganarse su espacio en el mundo de la música. Un bohemio neto que no tiene hogar y deambula pasando noches en donde amigos le brinden alojamiento esporádico. Nuestro antihéroe viaja de un lado hacia otro, buscando consolidación en su rubro a partir de que algún sujeto importante de la industria le conceda la oportunidad. Hay algo de Barton Fink en lo solitario y desolado del personaje principal. También existe similitud si lo observamos como aquel artista que falla, que fracasa. La descripción e incursión narrativa acerca de los perdedores es un tema que los Coen entienden y pueden retratar muy bien; como ha mencionado Joel, saben volcar a la pantalla este tipo de crónicas, puesto que “las de los ganadores ya están todas contadas”. Y así nos encontramos con un sujeto con el que no es fácil tener empatía. Isaac le pone el cuerpo a una persona que si bien se muestra abandonada es impredecible. Entre arranques de bronca y un notorio dejo depresivo que se exterioriza a través de su tono al hablar, Llewyn, en su interior posee corazón. El sentimiento lo manifiesta cuando toma su guitarra, ensaya unos acordes y desploma por medio de la voz cantante su desamparada alma en unas cuantas melodías dignas de oír por la armonía que transmiten. Las acentuaciones onírico-surrealistas no pueden faltar en este tipo de proyecciones cuando los hermanos oriundos de Minnesota están bajo la dirección. La apelación constante a la Odisea de Homero en su filmografía también se hace presente aquí, sazonada con la visión y resolución particular de los creadores de la cinta. Se agradece observar a un siempre entrañable John Goodman, además del buen aporte de secundarios que tienen sus momentos, como Carey Mulligan y Justin Timberblake. Oscar Isaac acapara el interés demostrando una excelente capacidad afectiva, llevando a cabo una actuación que lo define por una aguda expresión en su/s mirada/s. Con un ritmo manso, de a ratos y especialmente en escenas de la primera mitad algo lagunera, Inside Llewyn Davis es curiosamente atrapante, hipnótica y profunda. La fotografía deleita por su oscuridad y juegos de sombras, en un invierno tan gélido como el rumbo del protagonista. Un film que no precisa de vueltas de tuerca ni giros inesperados para conquistar y enlazarnos. Con la estampa Coen. LO MEJOR: la interpretación de Oscar Isaac. Los momentos musicales, tan armónicos como personales, cercanos al espectador. Detalles técnicos y simbolismos. LO PEOR: de tramos lentos, sobre todo al principio. PUNTAJE: 8
Reflejo de un alma errante. La industria de la música tuvo su explosión gracias al nacimiento de un público adolescente y juvenil rebelde que, de la mano de mejores condiciones salariales, permitió el surgimiento del rock como expresión de rebeldía generacional contra los valores convencionales. Hasta ese momento las ventas mayoritarias de discos eran monopolizadas por la denominada música clásica, mientras que el resto de los géneros subsistían como pequeños reductos estancados que no podían emerger hacia el gran mercado salvo en casos excepcionales. Durante esa etapa previa al surgimiento del mercado del entretenimiento masivo musical en la que algunos solitas y grupos emergían con alguna canción o se popularizaban como Elvis Presley o Johnny Cash o Pete Seeger, dedicarse a la música era más un voto de pobreza para la mayoría de los artistas que un camino al éxito. Balada de un Hombre Común (Inside Llewyn Davis, 2013) relata el momento previo a esa explosión en el ámbito de la música folk norteamericana, antes del surgimiento de artistas como Bob Dylan, Joan Baez y Phil Ochs. Llewyn (Oscar Isaac) es un músico profesional incapaz de tomar responsabilidades, siempre al borde de una grosería, durmiendo en sillones ajenos, tomando malas decisiones y por sobre todo, esperando que el mundo de la música y el público reconozcan su talento.
El nuevo trabajo de los hermanos Coen es una balada de música contemporánea. O al menos así define su música Llewyn Davis, quien es un músico que, tras tener una época de medio éxito grabando un par de discos en dueto con un amigo, ha pasado a dormir de sofá en sofá, viviendo día a día sin excesos y apenas teniendo unos cuantos billetes para lo necesario. Es en medio de este viaje que él (y muchas otras personas) se dan cuenta que no es lo mismo tocar música por hobbie que hacerlo un modo de vida y tratar de hacerse rico con ella. En épocas recientes hemos escuchado historias de personas que suben sus grabaciones al canal de videos, y productores o artistas los descubren y los hacen famosos. Más que creer o no creer en estas historias, desde hace muchos años han existido tantos y tantos artistas que buscar un género nuevo, o incluso tener el talento suficiente para sonar diferente a lo que ya existe es tarea difícil. Sin embargo, lo que reconocemos en la película, es una falta de ritmo alarmante, por no mencionar lo complicado que es encontrar una historia. Si el objetivo de un filme es contar una historia que puede tener o no final, es la misma historia lo que tiene que resultar atractiva y la forma de contarla. Si, la actuación de Oscar Isaac es buena, la fotografía es buena y la dirección es buena, pero la historia falla, porque divaga mucho en la miseria de Davis sin saber contar su miseria personal, su miseria musical, su frustración, sus corajes o simplemente mostrar lo difícil que es ganarse la vida para una persona normal. E punto es que, en realidad, la historia no cuenta nada. Y los Coen saben hacerlo mejor. Aunque si hay que reconocer que la música merecía más reconocimiento.
Inside Llewyn Davis, Balada de un hombre común, es una película imperdible para todos los que gustan de películas brillantemente actuadas donde los sentimientos y la credibilidad están a la orden del día. Lo más destacable de este film es el estudio, desarrollo y profunda intensidad de sus personajes, sobre todo el del principal, cuyos sentimientos...
Pequeño gran hombre Cierto día algún erudito en materia cinematográfica nos podrá explicar por qué esta pequeña obra maestra (otra más) dirigida por los hermanos Coen no ha sido nominada a mejor película en la pasada edición de los Oscars de Hollywood. Lo más imperdonable de todo es que los académicos tenían la oportunidad de escoger hasta diez títulos distintos para optar a premio, y al final se decantaron por tan sólo nueve películas candidatas. La única teoría que se me ocurre es que al público y a la crítica norteamericana no le gustan las películas de perdedores, y más concretamente aquellas propuestas en las que los “loosers” no acaban de asomar la cabeza en ningún momento, y acaban tan hundidos en la miseria como deberían acabar todos aquellos votantes ciegos que no han sabido ver las múltiples virtudes de un film que se disfruta desde el primer al último minuto de metraje. Nueva York. Año 1961: Llewyn Davis (excelente Oscar Isaac, en un rol que sin dudas lo marcará para el resto de su carrera) es un joven cantante de folk que vive de mala manera en el Greenwich Village. Con su guitarra a cuestas, sin casa fija y casi sin dinero, durante un fuerte invierno, lucha por ganarse la vida como músico tocando en pequeños garitos donde busca el favor de un público versado en la materia. Los pocos amigos que tiene le prestan toda la ayuda posible en forma de comida y sofá cama. De los cafés del Village decide viajar a Chicago buscando la oportunidad de realizar una prueba para el magnate de la música Bud Grossman (a quien da vida un comedido Fray Murray Abraham). A parte de Isaac, del resto del elenco actoral destacan sobremanera las figuras de Carey Mulligan (quien ya había coincidido como esposa en la ficción del actor en la estupenda Drive: Acción a máxima velocidad) y de Justin Timberlake, ambos dotados de una voz privilegiada con las que nos deleitan a lo largo del film con una serie de canciones aterciopeladas imprescindibles para todos aquellos amantes de la música en general y de la música folk en particular. La banda sonora es simplemente magnífica, con algunas piezas que se escuchan una y otra y vez sin descanso, ideal para una velada tranquila en la que uno se deje mecer por la melancolía y la desazón. A su lado, una serie de secundarios de lujo que se lucen en pequeños pero inolvidables papeles: el inmenso -en todos los sentidos- John Goodman dando vida a un personaje que se inspira en el actor estadounidense Everett Sloane, famoso por su participación en clásicos como La dama de Shanghai, Marcado por el odio, El ciudadano o El loco del pelo rojo, y el emergente Garrett Hedlund(Troya; Tron: Legacy), quien borda un atípico poeta de barrio tan silencioso como contundente. La crisis que atraviesa el protagonista tiene mucho que ver con la ironía del destino y con su incapacidad de estar en el lugar oportuno, en el momento oportuno (todo lo contrario a la frase famosa de John McClane en la saga Duro de matar). Alejada de ese modelo de película sarcástica que ha marcado una cierta filmografía de sus autores, estamos ante un relato íntimo y rabiosamente personal de alguien que busca el favor del público a la vez que anhela encontrar su lugar en un mundo cambiante, que no acaba de comprender. El tono puede parecer menor, como si los dos hermanos quisieran construir una película discreta, haciendo el menor ruido posible, pero de manera paradójica consiguen mantener un continuo equilibrio entre la discreción cómica y los apuntes dramáticos. El resultado final es admirable y, a pesar de sus penurias, podemos acabar amando a Llewyn Davis.
El cantante que nunca estuvo Esta nueva película de los hermanos Joel y Ethan Coen narra la historia del Llewyn Davis del título (Oscar Isaac, toda una revelación), joven cantautor sin éxito profesional, económico ni afectivo (y perseguido además por la peor de las suertes a cada instante de su vida) que vive de casa en casa. Se suma, así, a la larga galería de patéticos perdedores de los creadores de Fargo, Barton Fink, El gran Lebowski, Simplemente sangre y Sin lugar para los débiles. En la primera escena del film, con Llewyn Davis cantando uno de sus temas en The Gaslight Café -pleno Greenwich Village de 1961-, se puede ver entre el público a un joven muy parecido a Bob Dylan. Cerca del final de la película, cuando el protagonista abandona el escenario, ese muchacho se sube al estrado y, efectivamente, escuchamos a quien luego sería la figura clave del folk (con Joan Baez, Joni Mitchell y tantas otras). Porque Inside Llewyn Davis es eso: la “apropiación” que los Coen hacen de esa era pre-Dylan a partir de un personaje de ficción inspirado en la figura real del hoy músico de culto Dave Van Ronk. Así, más que una reconstrucción de época hay aquí una recreación o, mejor, una invención fiel al estilo desprejuiciado pero respetuoso a la vez de los directores, quienes -sin embargo- logran transportarnos a la bohemia de bares, clubes nocturnos, intelectuales esnobs y artistas frustrados. La película -ganadora del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes aunque prácticamente ignorada en los recientes Oscar- está plagada de situaciones absurdas, con ese humor negro y espíritu tragicómico (hay desde suicidios hasta embarazos no deseados) que son el sello de los Coen. Y, esta vez, los gatos son casi tan importantes en la trama como los protagonistas (y mucho más queribles que ellos). Todos los temas (bellísimos, gentileza del productor musical T Bone Burnett) se cantan en vivo y ¡completos! En ese sentido, Isaac entrega no sólo impecables interpretaciones sino también un aire melancólico, tristón, chaplinesco, que se engancha con la nostalgia de aquella época y su look 100% loser. En los habituales y simpáticos personajes secundarios del cine de los Coen se lucen Carey Mulligan, Garrett Hedlund, Justin Timberlake y F. Murray Abraham. En cambio, en esta oportunidad, no es tan logrado el trabajo de John Goodman, como un músico de jazz que acompaña a Davis en una larga secuencia típica de road-movie (un viaje nocturno entre Nueva York y Chicago) que no es de las más inspiradas de un film, que contó con el inestimable aporte estético del DF francés Bruno Delbonnel en la creación de climas siempre nostálgicos y fascinantes. Para quienes detestan que los Coen "maltraten" a sus personajes y los miren siempre desde arriba, Inside Llewyn Davis no va a reconciliarlos precisamente con su cine, pero sí es de esas pequeñas películas (las menos pretenciosas) de los hermanos que -por lo menos en mi caso- más se disfrutan.
Canción desesperada Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis, 2013), la más reciente película de los hermanos Ethan y Joel Coen, reduce la habitual dosis de cinismo que generó tantos amantes y detractores de su cine. Cuenta la historia de Llewyn Davis, un músico que no encuentra su lugar en el mundo. Greenwich Village. 1961. Llewyn Davis (Oscar Isaac, inmejorable) es un cantante de música folk que, con su guitarra a cuestas, emprende un viaje. ¿Hacia dónde? Hacia ninguna parte, tal vez. Lo urge encontrar una salida económica; ni un digno abrigo tiene este joven que, en pleno invierno neoyorquino, deambula de casa en casa porque no tiene ni siquiera una cama propia. Su ex novia (Carey Mulligan), que le brinda con la peor de sus caras un asilo momentáneo, lo detesta. Cree que él es el peor hombre del mundo. No es tan diferente la situación con su hermana. Y en medio de tamaño panorama, Llewyn toca su guitarra y canta. Una música embriagadora, magnética. Aunque, a decir verdad, a nadie le importa demasiado. En este nuevo relato sobre un perdedor (figura que los Coen adoran; recordemos El gran Lebowski y El hombre que nunca estuvo), los cineastas se permiten filmar al protagonista a un costado y no “por encima”, al menos en una buena parte del metraje. La simpatía y la antipatía que éste genera son proporcionales a la magnitud de sus acciones; en una misma secuencia puede resultarnos enternecedor y revulsivo a la vez; como cuando lleva un gato perdido a la casa del padre de un amigo que se suicidó y allí nomás se despacha con una diatriba innecesaria, hiriente. En esa espiral de lugares “de paso” que estructura al film, el guion no cede esa tensión latente que opera por acumulación y que jamás estalla. En tal caso, cada estadio en el derrotero del músico es un pequeño, diminuto, estallido en sí mismo. Sí es evidente que la inclusión de un negrísimo personaje (la tentación de trabajar con un actor icónico en sus carreras: el enorme –en todo sentido- John Goodman) desborda aquello que la película deja bien en claro: el mundo para Llewyn Davis tiene una maldad socarrona. Su casi inválida criatura encarna esa sombra de pesadilla que no sólo lastima, también burla. Pero no aporta mucho al arco dramático. Balada de un hombre común transcurre cincuenta años atrás, pero excede al retrato de época. Hay un conflicto que se podrá resolver con un aborto y un contrincante carismático (Justin Timberlake, sumando créditos como actor): temas en plena vigencia. Los ’60 revelan esa paradoja de prosperidad americana para unos pocos, cuyo reverso es este artista “maldito”, más para los ojos contemporáneos que para los coetáneos al personaje: apenas un perdedor. Como sea, la temporalidad del film nos regala unos temas entonces en boga bellísimos, por más que a su intérprete sólo le den monedas y algún que otro golpe.
La vida de un joven cantante de folk en el universo de Greenwich Village en 1961. Peliculón. Cuando los hermanos Coen anunciaron que iban a concretar este proyecto me entusiasmé porque se trata de un período musical histórico y mágico que tuvo lugar en un momento muy especial de Estados Unidos. Como si eso no fuera poco, los directores encima expresaron que tomarían como fuente la autobiografía de Dave Van Rock, ícono del folk y también gran intérprete de blues, que tuvo una enorme influencia en artistas que trascendieron después como Bob Dylan o Joni Mitchell. Es probable que la idea de este film haya comenzado de esa manera pero luego tomó un camino completamente diferente. La realidad es que Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis) tiene muy poco que ver con Dave Van Rock y muchísimo menos con el verdadero mundo del folk de Greenwich Village. La trama sigue durante el transcurso de una semana a un artista perdedor, golpeado por la vida, que intenta sobresalir en la música dentro de una especie de universo alternativo donde la Nueva York de 1961 se presenta como un lugar lúgubre y depresivo para vivir. El mundo de Greenwich Village a comienzos de los ´60 estaba muy lejos de ser un ambiente triste y hostil como el que se muestra en este film. De hecho, es recordado por haber sido justamente lo contrario. Por aquellos días comenzaba a surgir un nuevo movimiento cultural donde aparecieron jóvenes trobadores urbanos como Dylan, Joan Báez, Tommy Manken y los hermanos Clancy, y Judy Collins entre tantos otros. En esas calles de Nueva York se respiraba música y poesía y la gran camaradería que había entre todos los artistas gestaron un momento único y especial. Estados Unidos vivía la era de Camelot. Un tiempo donde se percibía cierta inocencia en el ambiente antes que asesinaran a Kennedy,estallara la guerra de Vietnam y Dylan se convirtiera en una mega estrella que despertaría el interés comercial de las discográficas por el folk. Un género que era despreciado por los músicos de jazz que no consideraban artistas de verdad a la gente que tocaba canciones en los bares con una guitarrita acústica. Este es uno de los pocos aciertos de los Coen en este tema que está muy bien retratado en una gran escena con John Goodman. Mas allá de esta versión exageradamente oscura que se presenta del ambiente del folk, la película nunca desarrolla con profundidad el apasionante mundo en el que se desenvuelve el protagonista. El espectador acompaña a Llewyn Davis en su pobre y miserable vida mientras desciende por el infierno de las adversidades, pero al personaje tampoco se lo llega a conocer en profundidad. Llewyn Davis representa la cara de los que no lo lograron. Un artista que llegó al límite de su talento y se da cuenta que su música no lo condujo a ninguna parte y tiene problemas para encontrar su lugar en el mundo del folk. La idea del cuento que proponen los Coen está buenísima, el problema es el modo en que lo narran. Todos los personajes, incluidos el protagonista, son miserables, depresivos o apáticos y el film divaga demasiado en la nada. El conflicto de la película, al igual que Llewyn Davis en su vida, no va a ninguna parte y por momentos pierde interés y se vuelve bastante aburrido. Pese a todo esta producción también tiene sus méritos que no se pueden ignorar. Hay un gran trabajo de Oscar Isaac, el protagonista, especialmente en las escenas musicales, las participaciones en roles secundarios de Justin Timberlake, John Goodman y Carey Mulligan, que logran que la película sea menos densa, la bella fotografía de Bruno Delbonnel (Amelie) y la banda sonora de T. Bone Burnett. Sería raro que los Coen hicieran una película mediocre alguna vez y este film no lo es. Sin embargo, tampoco sobresale como la gran producción sobre el mundo del folk que se había anunciado en los medios. Ojalá en algún momento alguien filme Outside Llewyn Davis y presente a modo de respuesta una buena película que retrate con más fidelidad este periódo apasionante de la musica norteamericana que acá se distorsionó al antojo de los directores.
El maestro Osvaldo Soriano dio (nuevamente) en la tecla cuando escribió su maravillosa novela que da tíulo a esta reseña. En ella se narraban las desventuras de unos Tan Laurel y Oliver Ardí (recordados El gordo y El flaclo) luego de su apabullante popularidad, luego de la llegada del cine sonoro al que no pudieron adaptarse, viejos, y sumidos en una miserabilidad máxima en la que también había caído su acérrimo enemigo, Charles Chaplin. Triste... es un tratado sobre la fama efímera y el cachetazo que recibe el artista luego que le pasa su cuarto de hora. Pero Soriano, habil narrador, no se quedaba en ese penoso retrato de miseria, lo adornó con cierto aire de tragicomedia y le adosó una trama de policial negro atrapante... esto es lo que no encontramos en Balada de un hombre común. Los hermanos Coen, fieles a su estilo, crearon otra historia de perdedores que terminan volviéndose, a la fuerza, en queribles. Esta vez se trata de Llewin Davis, músico de género folk, que tuvo un momento de cierta fama en el que cantó algunas canciones en dúo con un amigo, pero ahora (se ambienta en los años ’60) el éxito le es esquivo, y este “hombre común” transita por la vida, básicamente porque el aire es gratis. Abandonado a la suerte, Davis duerme en el sillón de varios amigos, realiza algunas pruebas, se hunde cada vez más en la miseria, y su vida no parece tener rumbo alguno; sólo se tiene a él mismo y a su música. Muchos de los que lo tratan, como su ex novia, su hermana y algún amigo lo detestan, otros lo tratan con lástima, con condescendencia lastimosa; y realmente Llewin Davis es un ser que llama a que nos compadezcamos de él. Joel y Ethan Coen narran esto, la historia de un hombre con una mano atrás y otra adelante, que no tiene nada, y no puede salir de la miseria en la que se encuentra, que viaja, que quiere hacer una presentación para un importante productor para ver si su futuro de una vez por todas cambia (aunque sabe que esto es muy difícil y lo abruma el espíritu derrotero); y nada más. Hay historias que quizás nazcan para ser cortometrajes, y ciertamente Balada de un hombre común se vuelve un film repetitivo, que no avanza, y que pareciera quedarse sin nada más que contar promediando la mitad de su metraje. Sí, la interpretación de Oscar Isaac como Llewin Davis merece todas las palmas, está acompañado por un elenco de lujo que no desentona, y se sabe que los Coen poseen un soberbio manejo de planos, cámaras y tonalidades para una fotografía más que interesante. Por supuesto, la banda sonora también será de gran aporte. Pero estos logros se diluyen en un material poco interesante. Como historia de vida, Balada... no presenta salida, abruma. Allí donde Soriano utilizaba esa miseria como punto de partida para una serie de personajes magistrales, los Coen hicieron un todo, tomaron una premisa y no la desarrollaron. Quizás, quienes quieran sentirse felices con los logros que alcanzaron en sus vidas encuentren en este film un aliciente a su alma. Por otro lado, no conviene analizar ideológicamente una postura que nos plantea un camino trágico para aquel que decide vivir únicamente de acuerdo a sus ideales.
Una canción para mi suerte Lo primero que se puede ver en la nueva película de los Coen es un micrófono, luego, a nuestro protagonista Llewyn Davis (Oscar Isaac) entonando una bella canción. Él canta junto a su guitarra acústica un Hang me, Oh hang me, and I`ll be dead and gone. Su voz y su música, y el vacío entre ellos, resultan hipnóticos. Inside Llewyn Davis: Balada de un Hombre Común es el relato de una época: el establecimiento de la música folk en Estados Unidos, y es también la jornada de un músico que pudo haber sido cualquiera. El cine de los hermanos Coen suele ser bastante cruel con los personajes que lo habitan. En la mayoría de sus historias algún destino despiadado o accidentalmente lóbrego es dictado sobre ellos. Esa mano divina, casi una fuerza de la naturaleza, es más clara que nunca en la película por la cual ganaron el oscar, Sin Lugar para los Débiles. Porque la mano del destino tiene rostro en Javier Bardem, y en la yerma prosa de Cormac McCarthy, la amarga mirada de los Coen encuentra su lugar. Inside Llewyn Davis tiene algo de eso. Pero alejados de sufrimientos abusivos, y a pesar de la dureza del mundo que habita Llewys, los personajes que lo atraviesan lo cobijan, ellos resultan tan confusos y extraviados como él. En ese mundo invernal, que parece desolado, la emoción se descubre en lo despojado de una canción folk, en el minimalismo de hombre-guitarra-mundo para contar, que reverbera como un bello eco del pasado. Sin dinero, quemando los puentes que lo conectan a otros, sea por estupidez, arrogancia o egoísmo, Llewyn va en busca de su destino, dejando fluir canciones en el camino. Un folk que es honesto porque se transforma en música de los derrotados, un lugar que le resulta conocido. Él vive la tristeza: porque ya no tiene a su compañero de canción, porque se sabe efímero, porque no tiene donde caerse muerto. Pero ahí está el corazón de su música, y el centro de esta historia, que pareciera no decir mucho pero que nos hunde en un tiempo y un sentimiento gracias a la sensibilidad de los Coen, la música y la gran interpretación de Oscar Isaac, revelación absoluta de la película. Hay algo místico en Inside Llewyn Davis. Una circularidad de una vida que pareciese torcerse sin quebrarse, realizando una jornada (Nueva York, Chicago, y Nueva York otra vez) que se vislumbra se volverá a recorrer. Su desplazamiento no es físico ni es temporal (como en algún punto el mismo declara cuando vuelve de Chicago), porque los sillones donde dormir y los pasillos a deambular son los mismos, con las calculadas diferencias para conformar variaciones de la misma historia. Por eso un gato, que se intuye espíritu del amigo perdido, lo busca, lo lleva, lo obliga a moverse, porque él, a pesar de saber que cuerdas tocar, vive dentro de su propia canción. Una que aunque no sepamos su nombre, está hecha para tararear y ser eterna.
Los hermanos Coen ya en “Dónde Estás Hermano” mostraron su interés por el mundo de la música para narrar historias que de musicales no tenían nada. En esta oportunidad en “Inside Lewyn Davis”(USA, 2013) no sólo se desnudará el negocio musical detrás de los solistas norteamericanos de los años sesenta, sino que se tratará de reflejar (al tempo que nos tienen acostumbrados los directores) la lucha de un hombre común por subsistir en un medio hostil (y no sólo el de la música). Los tugurios más horribles de Estados Unidos sirven para que Lewyn Davis, en una lograda actuación de Oscar Isaac (“W.E”), pueda poner a prueba no sólo su voz, sino principalmente su lucha por su “norte” y sueños. No es fácil para él ya que nunca quiso circunscribirse al estilo dominante y mucho menos fue participe de “apretadas” para que haga algo que no le gustaría hacer. Davis es capaz de atravesar una ciudad y hasta estados enteros con el fin de no fallarle a algún amigo (aunque el protagonista no tiene amigos, sólo posee personas a las que usará de acuerdo a las necesidades que le surjan), pero también es capaz de hacer eso con el único fin de evitar sentirse un perdedor. Y ahí es en donde los Coen nos envuelven. En la automática empatía con este personaje que ha perdido todo pero que intenta salir adelante. Hay un gato que lo acompañará en las travesías. Es ese felino justamente, y con una cuota de realismo mágico, el que lo guiará y ayudará a encontrar su sueño. Un camino en el que se encontrará con gente que lo único que verá en el es la posibilidad, o no, de hacer algo de dinero. Lewyn está en las últimas, y el mundo lo desprecia (por ejemplo su amante, interpretada por una expresiva Carrey Mulligan, lo aborrece) con el único propósito de recuperar sus 15 minutos de fama, y que aun a su pesar, se han compuesto por un par de hits musicales que hasta el mismo despreciaodia, y justamente así él funda sus vínculos con los demás. Nadie lo apoya, porque el además mote de “popular” se contrapone con los ideales y el espíritu revolucionario de cambio de la época en la que él vive y atraviesa. Si va a cenar a la casa de algún amigo termina peleándose con la mujer del anfitrión por trivialidades. Una correcta dirección de cámaras acompaña una fotografía impecable. Justamente este último ítem (con una merecida nominación a los últimos premios Oscar) subsana cualquier desprolijidad en la progresión de la historia. “Inside…” no es una obra maestra, pero es una película que atrapa porque en su disparidad y dispersión (bien podría haber sido una serie de TV con capítulos que detallaran cada momento de sus viajes e intervenciones) y con la excusa de las presentaciones musicales, es en donde funda su razón de ser. Para amantes de los filmes de superación personal, pero con un plus de maestría en la narración de los sucesos, “Inside…” es una vuelta de tuerca sobre las películas musicales y un gran regreso de los Coen a la pantalla grande.
Balada de un hombre común (Inside Llewyn Davis) se sitúa en 1961, en Greenwich Village. El protagonista, Llewyn Davis, era el 50% de un dúo folk moderadamente (o poco) exitoso, y ahora como solista lo es aún menos. Perdedor multifacético, su vida carece de logros en casi cualquier aspecto. El mundo -la gente y las alineaciones cósmicas- no lo tratan bien, y cuando tiene un respiro, el propio Llewyn -cansado, gastado, harto- hace lo imposible por arruinarlo. Esta película de los ya veteranos hermanos Coen -pasaron 30 años desde Simplemente sangre- demuestra una vez más que las historias felices no son lo suyo. Balada de un hombre común -lejos de los desastres huecos de Quémese después de leerse o El amor cuesta caro- es un relato plano, gris, de cielo plomizo. Y mayormente consistente, aunque débil en ese viaje a Chicago: en la ida John Goodman suma otra imprevista actuación desganada a su carrera, y a la vuelta la cadena de calamidades se les suelta a los Coen en términos de manipulación desgraciada e inverosímil. En Chicago, sin embargo, el encuentro con F. Murray Abraham es, por economía narrativa y por cómo resuena en toda la película, uno de los escasos momentos memorables, fuera de la planicie. Más allá de ese viaje, en Nueva York la película funciona como retrato de "uno de los que no fueron Bob Dylan" (ni Peter, Paul and Mary, ni Joan Baez, ni otros de los de éxitos), de ese momento de especial efervescencia en la escena folk. Y se relaciona con A Mighty Wind (2003), de Christopher Guest, que contaba temas y ambientes similares con más folk, más humor y más amplitud sin por ello negar el dolor y la nostalgia de los músicos que nunca fueron o que ya no eran. A pesar de que los personajes del cine de los Coen padecen de vitalidad atenuada y parecen excusas móviles para exhibir mera eficacia autoral, el actor protagónico Oscar Isaac obra el milagro de hacer creíble a este músico desagradable y a la vez entrañable, y además canta muy bien. Y Carey Mulligan está feroz, tierna y convincente. Y hay un gato, especie que siempre sale perfecto en el cine. El personaje de Llewyn Davis se basa parcialmente en un músico fundamental de esos años como Dave Van Ronk (que no fue precisamente popular y fue aprovechado y eclipsado por Bob Dylan, un suertudo), y así quizá se suma un poco de nostalgia por lo que no fue (el hijo que le ocultan podría ser la metáfora total del personaje, pero los Coen también desestiman o al menos aplanan esa línea, no la dejan crecer). Pero el total suena a poco: poco se eleva, poco vibra, poco late, como si los Coen estuvieran cada vez más seguros del lugar que ocupan y dejaran poco espacio para la duda, para la vida, para lo inesperado, para algún fulgor en su cine.
El cantante folk que no fue Bob Dylan Como antes el guionista de Barton Fink o luego el atribulado profesor judío de Un hombre serio, el protagonista del nuevo film de los Coen es un personaje kafkiano, un hombre solo, enfrentado a una serie de situaciones tan angustiantes como absurdas. ¿Qué habría pasado si aquella fría noche de invierno de 1961 el periodista de The New York Times que fue a escuchar la movida folk de un oscuro bar de Greenwich Village no hubiera reparado en un desconocido que cantaba con voz nasal apodado Bob Dylan y, en cambio, se hubiera entusiasmado con otro cantante y compositor casi tan ignoto, llamado Llewyn Davis? De hecho, la nueva película de los hermanos Joel y Ethan Coen –ganadora del Gran Premio del Jurado en el último Festival de Cannes– nunca llega a responder a esa pregunta, pero lo interesante de Inside Llewyn Davis es que la deja planteada. Y, mientras tanto, ofrece un pequeño, divertido, afilado retrato no sólo de ese personaje imaginario –que como tantos verdaderos quedó al margen de la historia y pasó al anonimato–, sino también de la fauna que rodeaba al movimiento folk de esos tiempos bohemios en el West Village, anteriores a la fama y al éxito económico que no tardarían en llegar, para algunos al menos. Por supuesto, tratándose de los Coen, ese retrato tiene la marca de los hermanos marcada a fuego. El pobre Llewyn Davis (Oscar Isaac, en su primer protagónico absoluto, después de haber pagado derecho de piso en Hollywood con unos cuantos secundarios) no es solamente un simple perdedor, condenado a su mala suerte. Como antes fue el guionista de Barton Fink –la película que le valió a los Coen la Palma de Oro y el premio a la mejor dirección en Cannes 1991– o luego el atribulado profesor judío de Un hombre serio (2009), Llewyn parece más bien un personaje kafkiano, un hombre solo consigo mismo, enfrentado a una serie de situaciones tan complejas como absurdas. Todo empieza con una paliza y un gato. “En realidad, la película no tiene trama ni una verdadera intriga, por eso incluimos el gato”, suelen desafiar a sus entrevistadores los hermanos Coen, con su habitual estilo burlón. El asunto es que a la salida de The Grey Bar (¿una alusión al auténtico Gerde’s Folk City donde fue descubierto Dylan?), un desconocido trompea a Llewyn sin que él sepa el motivo. Y a la mañana siguiente amanece en el departamento vacío de un matrimonio amigo, donde su único anfitrión es un gato. Que el gato se le escape a la calle será el primero de los problemas que deberá enfrentar Llewyn Davis, condenado a vagar por la ciudad sin un dólar, con un bolso y su guitarra a cuestas, y con la mujer de su mejor amigo (Carey Mulligan, Justin Timberlake) embarazada y reclamándole dinero para un aborto, porque dice que la responsabilidad, lamentablemente, es suya. Un improvisado viaje a Chicago, de polizón en el auto de un cocainómano al borde de la muerte (John Goodman, en el episodio menos logrado de la película) tampoco hará nada por mejorar su situación. Que el film todo tenga una estructura circular y termine casi como empezó sugiere no tanto un flashback, sino más bien la idea de un mal sueño, de pesadilla, tan frecuente en el cine de los Coen. Y que aquí, en el marco de una estética esencialmente realista, se sugiere con unos pocos pero significativos elementos escenográficos ilógicos, como los agobiantes, ridículamente estrechos pasillos que Llewyn debe recorrer para pasar la noche en el sofá de alguno de los cuchitriles de sus amigos en el Village. Tratándose de un film que tiene a la música en un lugar central, hay que agradecerles a los Coen dos cosas. En primer lugar, que casi todas las canciones –ya sean las de Llewyn o las de sus amigos– se escuchen completas, de comienzo a fin, algo infrecuente en un film de ficción, donde los temas musicales suelen funcionar como meros clips. Y la segunda es que la supervisión musical haya corrido por cuenta de T-Bone Burnett, un productor y compositor que inició su carrera justamente con Dylan y que ya había colaborado con los Coen en las estupendas bandas de sonido de El gran Lebowski y ¿Dónde estás hermano? ¿Qué más se puede pedir?
Acido y melancólico Otro retrato de un perdedor, con muy buen pie en la música folk. Casi no se ve la luz del sol cuando Llewyn deambula por los exteriores. El cielo es plomizo. Si la película en vez de en colores fuera en blanco y negro, el tono predominante sería el gris. La película arranca con Llewyn, cantautor folk de los ’60, interpretando Hang me, Oh Hang me, el tema de Dave Van Rank. Son poco más de tres minutos, y es el único momento de la película en la que los hermanos Coen deciden tomarse su tiempo. Los hermanos Coen -debe ser Ethan, que además de cineasta es escritor y dramaturgo- ven las flaquezas de la gente y las explicitan, pero no en términos de parodia. Las agrandan, les dan una magnitud casi en Panavision. Si de algo se burlan, con el espectador, es de los absurdos. El humor oscuro de los directores de Fargo y Sin lugar para lo débiles combina con diálogos tremendamente hirientes. Es curioso, pero nunca hay maldad en los personajes que pintan. Tienen lo suyo: pueden ser obsesivos o maníacos, ser obstinados y agradecidos cuando -alguna vez les tiene que pasar- la suerte tal vez no les sonría, pero les guiñe un ojo. Como con ese gato que Llewyn pierde y encuentra. Ese gato que se llama Ulises y es otra más de las metáforas sobre Homero, y sobre el viaje más interno que externo que realiza Llewyn, por el subte o en auto, y que nos hace pensar si se va a dejar arrastrar por la corriente -como tantos- o tomará el timón de su vida. Así, presentan a Llewyn como un nómade, un tipo que no tiene no ya dónde caerse muerto, sino siquiera dormir. Lo hace en sofás de amigos, conocidos o parientes, mientras intenta vanamente y con vanidad tener éxito como músico en el Greenwich neoyorquino. Integró un dúo que se disolvió -ya se verá por qué- y le cuesta abrirse camino en solitario. Tal vez no todo conspira en su contra y él tenga algo que ver en sus infortunios. O tal vez no. A los Coen eso no les interesa. Como todos sus personajes perdedores -pero luchadores-, Llewyn es tozudamente melancólico. Balada de un hombre común es de las películas que conjugan drama y comedia y en las que por momentos uno no sabe si llorar o reír. Conviene ingresar al cine sabiendo lo menos posible de su trama, porque también es de los filmes en los que todo puede suceder tras el próximo compás. Es una película cíclica, y a la manera de los Coen, decíamos, homérica. Como si Llewyn fuera un hámster, caminando en esa ruedita sin fin, y tratara de cambiar su destino sin hacer, él mismo, mucho por torcerlo. Como si estuviese varado en el Greenwich. Como si aquéllos con los que se cruza -breves papeles interpretados por Carey Mulligan, John Goodman y Justin Timberlake (en la escena en que cantan Please Mr. Kennedy el tercero es Adam Driver, que sería el próximo malvado de la nueva trilogía de Star Wars)- no hicieran más que remarcarle, por oposición, su condición de perdedor, de frustrado. La banda de sonido es todo un hallazgo, sean los temas interpretados por Oscar Isaac -toda una revelación, injustamente dejado afuera de la nominación al Oscar- o por Carey Mulligan. Y como en Sin lugar..., en Fargo o en Barton Fink, el gusto que nos queda rebotando en el paladar es agridulce. O directamente ácida. Pero es un sabor decididamente necesario.
Si bien Davis es el protagonista excluyente de la historia, como ocurre en todas las películas de los hermanos COEN, los secundarios también tienen peso en el desarrollo dramático. Así además de ISAAC, aquí se lucen JOHN GOODMAN, JUSTIN TIMBERLAKE, y la sensacional CAREY MULLIGAN. Juntos dan forma a esta comedia entre comillas. Porque al igual que las mejores cintas de los COEN, aquí se retrata el “patetismo” del protagónico y una visión acida, amarga y pesimista de “el sueño americano”. La monocorde música Folk no ayuda a levantar la sensación melancólica de un filme más destinado a los festivales que a las carteleras del cine comercial.
La bohemia del folk americano El estilo característico de los hermanos Ethan y Joel Coen se mantiene a lo largo de la historia de Llewyn Davis, un supuesto cantante de música en la escena under de Nueva York en los años '60. Una gran aventura. El Nueva York de los comienzos de la década del '60 no es una buena época para la música folk, con un público tan intelectual como snob que prefiere lo "auténtico" por sobre cualquier innovación que se haga del género, como la que intenta el joven Llewyn Davis (Oscar Isaac) cada vez que puede tocar en algún tugurio del Greenwich Village. El músico fue parte de un dúo que logró cierto reconocimiento, hasta que su compañero decidió abandonar este mundo de manera sorpresiva y lo dejó solo, sobreviviendo a duras penas en los sofás de sus amigos, arrastrando su guitarra por toda la ciudad en busca de una comida caliente en el duro invierno, mientras mete la pata con una mujer, recibe alguna paliza y casi comparte escenario, sin saberlo, con un tal Bob Dylan. Película atípica en la filmografía de los hermanos Coen, porque a pesar de que el protagonista cumple con la condición esencial de ser un perdedor nato, el relato no se ensaña con sus desventuras. Por el contrario, lo acompaña y mantiene una mirada piadosa sobre su periplo de decisiones erradas y definitiva mala suerte. Inspirado en el mítico Dave Van Ronk, un cantante que con los años se convirtió en músico de culto, la brillante interpretación que Isaac hace de Llewyn –no cuesta nada imaginar que así fue la juventud del personaje que compuso Jeff Bridges en Corazón rebelde–se ajusta perfectamente a la melancólica puesta de los Coen, que con precisión, respeto y también bastante humor, retratan la bohemia de la época, dejan que la música sea un protagonista real de la historia permitiendo que los temas se interpreten enteros – el productor musical es T-Bone Burnett, que también participó en Corazón.. – y que el antihéroe vaya probando y sufriendo acompañado por una galería de personajes memorables como Jean (Carey Mulligan) y Jim (Justin Timberlake) una pareja de cantantes que por supuesto Llewyn hace tambalear, el músico de jazz Roland Turner con el que comparte un viaje alucinante o Bud Grossman (F. Murray Abraham), para el que interpreta una desangelada audición en busca de trabajo. Ganadora el premio del jurado en el último festival de Cannes y prolijamente olvidada a la hora de los recientes Oscar, Inside Llewyn Davis tal vez no sea la mejor película de los Coen, pero para los que les molesta la mirada demasiado sarcástica y canchera de los responsables de títulos como El gran Lebowski, Fargo y Barton Fink, probablemente se sorprendan con esta, la última aventura de los los hermanos de Minneápolis.
Aquella bohemia que aún conmueve Es un filme diferente, con un gran actor y cantante guatemalteco, estudiante en Julliard, de nombre Oscar Isaac, que recuerda pasajes de "El perseguidor", de Julio Cortázar y aspira con su música a ser inmortal. Si usted quiere conocer el mundo de la bohemia sesentista, ese de los "60 en Nueva York, tiene que ver esta película de los hermanos Coen. Está todo. Y es uno de los más bellos filmes de la dupla, con lo mejor en cuanto a música folk y actores. Se supone que hay un "perdedor" que es Llewyn Davis (Oscar Isaac), ese chico que canta lo que quiere y como quiere, no acepta consejos, vive en cuartos ajenos, dejando algún hijo por el camino, mientras la vida le pasa por encima y los gatos parecen ser su karma en distintos domicilios. VISITA AL PADRE Llewyn parece no reconocer familia, ni amos, ni señores, aunque la emocional escena de la visita al padre lo desmiente. Sin embargo, cuando su hermana le aconseja que siente cabeza y deje la música, la respuesta de Davis es como un libro abierto: abre los ojos, azorado y se pregunta en voz alta si sólo alcanza con existir y nada más. Inspirada en la figura de Dave Van Ronk, folk puro de la época, gurú espiritual de Bob Dylan, Joni Mitchell y tantos, la figura de este bohemio folk emociona. Con él somos testigos de esas bohemias pasadas de casa en casa, de encontrar personajes siempre dispuestos a dar y recibir a la gente más esotérica del mundo, con la misma naturalidad que dar de comer a un perro. Llewyn Davis cafetea con su guitarra en innominados bares de barrio y es el rey por una noche, pero quien sabe, añora ese otro pasado al que aspiró cuando formaba duetto con el chico que se mató inesperadamente una noche del pasado, dejándolo solo. DE TERCIOPELO La película tiene un tono aterciopelado en blanco y negro con una fotografía notable de Bruno Delbonnel. Todo el filme es un original paño de terciopelo en imágenes, en sonido, en canciones. Y se puede disfrutar de Carey Mulligan, que hace de la Jean del dúo de chicos lindos cantores, siempre contratados porque todos sueñan con hacer el amor con ella; de John Goodman en ese compañero de ruta de Llewyn que parece un villano y sin embargo se cae a pedazos en los baños de cualquier estación de servicio; o F. Murray Abraham que pasó de aquel Salieri de la recordada "Amadeus", a otro magnate de la música, Bud Grossman ante el que Llewyn da su prueba. "Balada de un hombre común" es un filme diferente, con un gran actor y cantante guatemalteco, estudiante en Julliard, de nombre Oscar Isaac, que recuerda pasajes de "El perseguidor", de Julio Cortázar y aspira con su música a ser inmortal. A éste hay que mencionar a un músico y actor, como Justin Timberlake, en el personaje de Jim, la pareja de Jean (Carey Mulligan).
Magistral visita de los Coen al universo folk La ultima película de los hermanos Coen empieza con un músico folk (Oscar Isaac) interpretando solo con su guitarra una canción cuya letra pide que lo lleven al patíbulo y lo ahorquen de una vez por todas. La idea es que si algo viejo siempre puede sonar nuevo, es que es música folk: noción totalmente aceptada en el antro de Greenwich Village, barrio bohemio por excelencia de Nueva York hacia 1961. Esta introducción es tán autentica, y la canción tan buena y bien interpretada como para que el espectador se sienta tentando a aplaudir la actuación junto a la escasa audiencia. Este extraño fenómeno más propio de un rockumental que de una historia de ficción se repite varias veces a lo largo de esta obra maestra, en la que los hermanos Coen se superan a sí mismos al aplicar una fórmula tipo "Barton Fink" a un asunto más complejo, dado que necesita actores que puedan cantar de modo convincente para ese momento, agregándole el tono satirico del caso tanto a la música como la actuación. La mayor cualidad es la capacidad de los Coen para retratar una época y un ambiente especifico con el mayor respeto y rigor por la reconstruccion histórica y el retrato de esos personajes, tanto como para que la ironía permanente pueda ser vista como algo natural, y que cuando se les cante la gana pueden lanzar todo el asunto a un terreno casi fantástico, al borde de lo sobrenatural o surrealista. Ese tipo de imágenes y situaciones que desde hace décadas forman parte de la imagineria propia de los autores de "Simplemente sangre" y "De paseo a la muerte". De ahí que por momentos un viaje de Nueva York a Chicago pueda parecer más fiel a la literatura beatnik de "En el camino" que cualquier adaptación fiel de Jack Kerouak, aun cuando por momentos todo se vaya a un universo rayano en lo fantástico. Igual que en "Barton Fink", los Coen logran mezclar convincentemente la locura del lugar y la época con sus delirios más audaces, en este caso sin perder el sentido de la sátira corrosiva que es lo que vuelve convincente sus idas y venidas entre lo levemente absurdo y los delirios imposibles, Como siempre, o quizá más que nunca, su mayor herramienta para lograr algo tan difícil es el humor negro: algo que su habitual John Goodman conoce como nadie, con un personaje folk-fóbico que funciona de un modo similar al matón que enloquecía del todo al escritor John Turturro en "Barton Fink". Un gran logro, o tal vez un gran desafio, haya sido armar un soundtrack más esencial y elaborado que el que produjeron junto al mítico T-Bone Burnett para "Dónde estas hermano" (si hubiera una banda sonora difícil de superar, tanto como para los cineastas como para Burnett, seria esta). Por el tipo de film aquí la música confirma que tiene vida propia independientemente de su imprescindible función en el film. Las canciones no sólo son interpretadas por los actores, sino que en general fueron compuestas por miembros del elenco y los dos Coen, por supuesto atendiendo a su necesidad de que sonaran de esa época, que no dejen de incluir detalles paródicos y que además, lo mas difícil, nunca dejen de ser excelentes canciones folk. Por eso, entre muchas otras cosas, el trabajo del protagonista, Oscar Isaac, vale por dos, ya que no sólo compone un personaje complejo y excéntrico aunque coherente con su estilo de vida contracultural, sino que debe completar ese papel demostrando el talento de un músico de ese estilo y época específicos, logrando que el ficticio Llewyn Davis parezca más real que el mismísimo Robert Zimmerman (cantautor mas conocido como Bob Dylan, que aporta al asunto un tema casi desconocido de aquellos tiempos, más algo de su leyenda). Cada actor secundario se luce dando vida a personajes que luego de ser presentados de forma mas o menos lógica o naturalista, casi siempre dan un paso al mas allá. En este sentido, el Salieri de "Amadeus" de Milos Forman, es decir F. Murray Abraham, compone uno de sus mejores trabajos, convirtiéndose en uno de los personajes esenciales del film: por algo el es quien le da sentido al título original, "Inside Llewyn Davis". La riqueza de imágenes, actuaciones y referencias históricas y musicales, sumadas a las imprevisibles explosiones de humor negro y surrealista al mejor estilo Coen, confluyen para explicar la dura vida del artista visionario, quizá tan adelantado a su tiempo como atrasado respecto de sus necesidades practicas, en una aventura tanto o más imprevisible que las de esos clásicos infantiles sobre mascotas perdidas que recorren miles de kilómetros para regresar a sus hogares, como en "Lassie vuelve a casa" o "El viaje increíble" de los estudios Disney. Los Coen subrayan la metáfora con una subtrama totalmente literal, con talento gatuno a la altura del histrionismo de sus colegas humanos. Por algún motivo las historias sobre el nacimiento de movimientos contraculturales no abundan en Hollywood (justamente esta es una coproducción con Francia y la CBS). En todo caso, esta odisea folk haría un excelente doble programa con otra gran pelicula ambientada en el mismo "Barrio Bohemio", dirigida por Paul Mazurski en 1976. Por supuesto, en algún momento los Coen se refieren a su titulo original: "Next Stop, Greenwich Village!".
Sin lugar a dudas presentarse ante un nuevo proyecto de los hermanos Coen es comprometerse con esa pisca de humor negro, delirante y al borde de un dramatismo que te estremece. Es raro no sacarse el sombrero ante la presencia de Joel y Ethan, pero es más raro aún no disfrutar de una obra de ellos ni recordarla a lo largo del tiempo. Inside Llewyn Davis llega a los cines argentinos luego de acaparar premios y nominaciones durante todo el año 2013. El film se centra en contar la vida de un cantautor devenido a solista luego de la abrupta discontinuidad del dúo que conformaba, una vida llena de desventuras, desencuentros y de un porvenir con un panorama absolutamente oscuro. Llewyn Davis es el nombre de este músico interpretado por el latino Oscar Isaac (Drive), una personificación que le valió una notable popularidad en Hollywood permitiéndole conseguir su primera nominación a un premio tan importante como lo es un Globo de Oro. El guatemalteco absorbe de manera extraordinaria los sentimientos de Davis, permitiendo que se produzca esa entrañable sensación de traspaso de pantalla, acrecentándose cada vez que su cálida voz se luce con aquellas antiguas canciones folk. Desde el punto de vista interpretativo el resto del reparto se destaca pese a tener breves participaciones. Carey Mulligan (An Education) y Justin Timberlake (In Time) personifican a una pareja dedicada a este ambiente musical y cumplen con sus papeles correctamente. De todas maneras, el ex cantante de N'Sync logra moverse como pez en el agua cuando de música se trata –su interpretación de "Please Mr. Kennedy" junto al espléndido Adam Driver (Girls) es hilarante–. John Goodman(Argo), magnifico como nos tiene acostumbrados, y Garrett Hedlund (TRON: Legacy) completan este coral elenco bajo el mando de los creadores de The Big Lebowski. El punto más alto de esta obra cinematográfica es, sin dudas, el sonido y la brillante banda sonora que posee. Se cuida claramente este aspecto del film ya que es la base del mismo y promueve, desde principio a fin, a tener a la música como la base de sueños, ya sean cumplidos o frustrados. Justamente, de las dos nominaciones a los últimos Premios Oscar que obtuvo el film, una fue para este rubro –Mejor Sonido–. La fotografía de la película asombra gracias a su cuidada estética –se utiliza la escala de grises a su máximo esplendor– y dan ganas de disfrutar de cada escena admirando su manera de realizarla y desmenuzar cada espacio del guión de estos maestros. El anterior film de los Coen fue nada más ni nada menos que True Grit y el mismo le valió tanto críticas positivas como menciones altamente valorables. Inside Llewyn Davis –traducida en estas tierras como Balada de un hombre común o A propósito de Llewyn Davis– confirma que el sello de estos guionistas y directores está siempre presente, dejándonos ese sabor agridulce al término de cada una de sus películas. Desde ya, ésta última obra logra ser de las más conmovedoras de los hermanos luego de A Serious Man, posibilitando que a futuro se pueda convertir en un exponente del género musical. Los sinsabores de un músico que lucha por vivir de lo que lo alegra, por creer en un sueño y ver cómo todo se desmorona paso a paso, es probablemente la vida de un personaje de ficción. O tal vez no. Esto sucede en diversos ámbitos, no solamente en aquel ambiente y no únicamente en la ficción. Acontece en la vida real y a cualquier persona que se nos ocurra. Sin embargo, luego de tanta lucha, tan solo nos queda aceptar, disfrutar y acomodarse en lo que nos toca o, mejor dicho, cazar la guitarra –sabiendo o no tocar– y cantarse algún tema de Bob Dylan sin pensar en el que dirán.
El cine de los hermanos Joel y Ethan Coen siempre se ha caracterizado por pintar con maestría universos de seres desolados que gracias a su particular mirada terminan generando empatía y hasta identificación en el espectador promedio. Mucho de ese encantamiento, casi de ensoñación, se debe a su protagonista Oscar Isaac. Bastará verlo un segundo en pantalla para saber que nos cautivará durante los poco más de noventa minutos que componen el film. Isaac interpreta a LLewyn Davis a un cantante folk que forma parte de un reconocido duo que se ve obligado a emprender una carrera solista luego del suicidio de su compañero. Como muchos artistas solo alcanza su estado de plenitud cuando se expresa a través de su arte, fuera de esto su vida entera es una oda a la errancia emocional. Pero cuando se sube a un escenario, por mas pequeño que el mismo sea, brilla con luz propia y lográ que todas las miradas se fijen en él y su guitarra. Será este constante deambular sin rumbo la principal constante de todo el relato, desde su frustada vida amorosa con Jean(una magnética Carey Mulligan) hasta la constante busqueda de reconocimiento artístico. El mundo del Greenwich Village es mostrado tan inhospito como el clima en el cual se desarrolla la acción. Y la industria tan gélida como el temido in. No es antojadizo que el animal que acompaña a Llewis durante todo el film sea un gato(al que el se ve atado por circunstancias totalmente fortuitas), dado que el mismo funciona como la más clara metáfora de la personalidad del joven cantautor. Un ser errante que tan sólo busca la satisfacción de sus pulsiones más básicas(techo, comida y eventuales encuentros sexuales) estableciendo para ello vínculos tan fugaces como tibios. La única verdadera comunión que Llewis puede llegar a establecer es con la música, con ese elemento que le permite trascender su propia y endeble existencia y resignificar su espacio en el mundo. Y el tratamiento que los hermanos Coen le dan a las perfomances de Llewyn tiene iguales proporciones de cuidado estético como de postura política. Cada canción que se entona es interpretada en su totalidad, su arte no es fragmentado en pos de lograr una celeridad determinada en el relato. Y esto logra que cada una de las mismas sean cautivantes e hipnóticas y nos permitan sobrellevar la oscura existencia del cantautor folk. Promediando el film el mismo se transforma en una “Road Movie” donde Llewyn debe emprender un viaje desde Nueva York hasta Chicago y allí casi parece vislumbrarse el espirítu beatnik de Kerouac en su estado mas puro. El film así se vuelve en una travesía que dificilmente conduzca a un destino certero, pero no por ello deje de resultar interesante, autorreflexiva y con cierto aire contemplativo. Los hermanos Coen nuevamente nos entregan una oda al antihéroe americano, permitiéndonos aventurarnos a pensar que detrás de cada hombre común puede existir un ser extraordinario, solo basta que el autentico potencial sea expuesto. Esa es la responsabilidad que estos dos cineastas han tomado como propia: descorrer el velo de la vulgaridad para permitir que los seres ” comunes ” brillen con luz propia, aunque sea en un oscuro sótano de Greenwich Village.
Bohemio y testarudo Como una cinta de Moebius que empieza donde termina, o termina donde empieza, transcurre esta película. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un músico de folk, buen guitarrista y con una hermosa voz, que canta para poca gente en bares de Greenwich Village a principios de los 60´s. Sin mucha suerte y con muy mal carácter, Llewyn duerme en sofás de amigos, camina por el frío de Nueva York, y deambula sin ningún objetivo demasiado claro. Si bien la vida no era fácil para los jóvenes bohemios de esa época, que luego revolucionaron la cultura norteamericana, Llewyn parece tener las cosas mas difíciles aún, no solo por su entorno, sino también por su personalidad, por los obstáculos que él mismo se pone, relacionándose mal con los demás, y con un cinismo que parece no dejarlo vivir en paz. La película recorre algunos días en su vida, en los que el camino parece comenzar a cerrarse, para abrirse uno nuevo. Durante ese recorrido se dan cita varios personajes del imaginario de los hermanos Coen, de esos tan bizarros como geniales, con diálogos únicos. "Inside Llewyn Davis" es un filme que se destaca por las hermosas canciones que interpretan sus protagonistas, que nos sumergen en un clima gris, melancólico, pero donde sus directores saben pegar el volantazo, justo antes de hundirnos en la depresión, para llevarnos a la risa, esa que puede ser incluso hasta patética. Con una hermosa fotografía y muy buenas actuaciones donde sobresale John Goodman, como un insoportable y crítico músico de jazz y Carey Mulligan como una histérica y gritona joven que vuelve loco al protagonista. Los Coen han creado otra gran película, no de las mejores que han hecho, pero sin dudas una que vale la pena ser vista.
Los hermanos Cohen nos regalan una película melancólica, con una formidable banda de sonido, con la historia de un artista folk que es la contracara de Bob Dylan, el que no tuvo suerte, el fracasado sin esperanza. Una reflexión profunda y poética de los sueños rotos sin remedio, con grandes actores, Oscar Isaac, Cary Mulligan, Justin Timberlake. Olvidada por los Oscar, consagrada en Cannes.
nueva película de Ethan y Joel Coen, protagonizada por Oscar Isaac, Carey Mulligan y Justin Timberlake, retrata las desventuras de Llewyn Davis, un cantante de folk de la escena musical de Greenwich Village, a principios de la década del 60 Inside Llewyn Davis Corre el año 1961, Llewyn Davis es un cantante de folk de la escena musical de Greenwich Village. Formaba parte de un dúo, pero ahora se desempeña a duras penas como solista. Anda con su guitarra de casa en casa, vive de prestado y con lo justo, cada día amanece en una casa distinta. Mientras tanto, va de un lado a otro con el disco que grabó – casualmente titulado Inside Llewyn Davis– esperando que su carrera dé un salto. Nada parece salir bien para el protagonista, quien va de fracaso en fracaso. Su ex novia Carey Mulligan lo detesta, cada vez tiene menos amigos a quienes pedirles una mano. Una audición en Chicago puede cambiar el rumbo de su carrera. Un gato naranja (que no es de él) es su compañero de viajes y demás desventuras. El viaje increíble Quizá sea una estupidez lo que voy a decir, pero me gustó que la película parece de otra época, como si la hubieran hecho hace treintipico de años, hay un no sé qué que para mí la hace muy distinta a las películas de ahora. Los hermanos Coen tienen una gracia, un estilo para mostrar las desventuras y los fracasos de Llewyn que se sale de lo común. A Llewyn todo le sale mal, se va quedando sin amigos, pero es imposible no querer bancarlo, prestarle nuestro sillón para que se quede una noche. La sencillez la película se hace presente en su fotografía. Los tonos lavados y fríos de la película acompañan el relato del invierno más frío y duro que le toca vivir al músico, repleto de hastío y fracasos, tanto en lo profesional como en su vida personal. El elenco está impecable. Oscar Isaac, Carey Mulligan, Justin Timberlake, John Goodman y Adam Driver (a quien cada día quiero más) aportan sólidas interpretaciones. El gato naranja también brilla en la pantalla, casi que podemos entender lo que está pensando. No faltan los guiños a la movida cultural de Greenwich Village de principios de los 60. Y el final es perfecto (claramente no adelanto nada diciendo esto). Conclusión Inside Llewyn Davis: Balada de un Hombre Común es una película sencilla y preciosa. Creo que resalta justamente por lo atípica que es. Los hermanos Coen me siguen sorprendiendo, para bien por supuesto. Es una película pareja en todos sus aspectos, con un elenco formidable, un relato singular y visualmente prolijísima, no tengo nada que achacarle. A pesar de que nos cuenta una historia dura, repleta de hastío y desencanto, el film genera un clima hermoso, que deja al espectador con una sonrisa al final. Joel y Ethan Coen lo han hecho de nuevo.
Canción de protesta Los hermanos Joel y Ethan Coen no hacen películas malas (Quémese después de leerse es la excepción que confirma la regla). Es una realidad. Detrás de ese dato hay otro menos diáfano y es que cada tanto los Coen entregan algo distinto, una pieza singular que aglutina lo mejor de su filmografía al tiempo que los empuja a otros rumbos. A esa categoría pertenece Miller’s Crossing, quizá también The Man Who Wasn’t There y sin duda Inside Llewyn Davis, el film que ahora se estrena. La película cuenta unos días en la vida de Llewyn, un cantante folk, y está ambientada en el circuito bohemio de Greenwich Village, en 1961. Los fans del folk creerán que los Coen tienen algo para decir sobre la escena que vio nacer a Bob Dylan. Como en los casos arriba citados, el contexto no importa; es un pretexto para el melancólico derrotero de Llewyn, como fue la Ley Seca para Tom Reagan y la posguerra para Ed Crane. Llewyn tuvo un dúo prometedor; con la desaparición de su socio no sabe cómo venderse y la ausencia del otro (tanto él como el público lo perciben) lo acompaña como un karma. También lo acompaña un gato escurridizo, símbolo de cosas que perdió (como el sombrero de Reagan en Miller’s Crossing), y durante un viaje a Chicago (mini road movie dentro de la película) su compañía es un obeso representante de músicos de jazz que hace un stand up sentado y le lanza una maldición. Lo sustancioso está en sutilezas que pasan desapercibidas, cosas que cualquier director arruinaría en primer plano. Como el juego de claroscuros en la audiencia con un empresario, que alude a los autorretratos de Rembrandt, y luego con su padre y la alusión a Lucien Freud. Todo porque Inside Llewyn Davis anticipa un autorretrato y alude al álbum Another Side of Bob Dylan (y Llewyn es un nombre galés, como Dylan Thomas, inspiración de Bob y habitué del Village). Los Coen son grandes. En treinta años de trayectoria no hay tal cosa como “otro film de los Coen” porque cada tanto (uno lo espera) lo rutinario se vuelve mágico.
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Enseñanzas debidas Llewyn Davis es un cantautor folk que allá por los años 60’s fue parte de la movida neoyorquina, pero que pasó sin pena ni gloria por la vida, opacado por los Bob Dylan del mundo. Incluso fue parte de un dúo más o menos exitoso, aunque su carrera solista terminó por sepultarlo en el olvido. Olvido, es cierto, del que los hermanos Joel & Ethan Coen lo rescatan con Balada de un hombre común. Para ser más precisos: Llewyn Davis no existió, en verdad es un personaje inventado por los directores/guionistas sobre la base de otro músico que sí existió, Dave van Ronk. Entonces el film, una sátira mayor de esos satiristas fundamentales que son los Coen, es la aproximación a una vida -o a la intuición de una- a través de los mecanismos pervertidos del biopic, ese subgénero. La operación que hacen los Coen es sumamente atractiva. Por un lado toman la figura de Van Ronk, pero la despersonalizan para poder recrearla con total libertad, lejos de las posibilidades limitadas que brinda la biografía cinematográfica. Toman lo fundamental, la esencia del personaje que transitó al costado de la fama, que la rozó pero nunca la consiguió, para elaborar otro de sus calvarios para perdedores. De este modo -y por otra parte- analizan un tiempo y un espacio (la Nueva York intelectual de los 60’s), y avizoran una mirada sobre el mundo de la música, la industria discográfica, el circuito de artistas under de aquellos tiempos para banalizar el significado de la fama y vaciarlo de sentido: eso que definen apenas como un estar en el lugar indicado en el momento justo. Más allá de la reflexión histórica y social que hacen los Coen con toda su carga críptica habitual, Balada de un hombre común funciona aún mejor cuando se revela su carácter paródico: porque el film es una burla sardónica a ese subgénero algo inútil del biopic musical, con películas recientes como Ray o Johny & June – Pasión y locura. En la biografía libérrima que hacen los Coen, no hay enseñanzas de vida, no hay aprendizajes, no hay escapatoria. Y esto, que suena misantrópico -por cierto algo que siempre es molesto en el cine de los hermanos-, termina siendo por una vez la vertiente más atractiva. Obsérvese la circularidad del relato, algo que en primera instancia parece caprichoso y manierista, pero que adquiere un sentido fundamental cuando en esa segunda vuelta se detallan elementos que en una primera mirada no estaban. Incluso, la idea de calamidades que se hilvanan a partir de una calamidad primigenia (un gato que se escapa) es anulada en sus posibilidades esotéricas con una estocada magistral del guión. Como decíamos, no hay forma de sacar conclusiones, no busque el espectador un sentido edificante porque nunca lo encontrará. Los aciertos de Balada de un hombre común parecen, por lo expuesto, puramente estructurales. Es cierto, y también es verdad que la narración pautada a partir de pequeñas viñetas que se van encadenando no termina de ser todo lo fluida que debiera: hay mejores momentos (toda la parte en Nueva York, el encuentro con un productor en Chicago) y otros bastante fallidos y hasta irritantes (el viaje junto a un músico de jazz cuyas repercusiones se hacen demasiado crípticas). Pero ahí cuando la película pareciera comenzar a naufragar, saca a relucir su impecable repertorio de canciones (otro gran aporte de T Bone Burnett) maravillosamente puestas en escena por los Coen y ejecutadas estupendamente por Oscar Isaac. Y ahí, precisamente, reside otro de los aciertos del film: Isaac aporta una fisicidad a lo Buster Keaton, un rostro y una mirada grises, encadenadas con los cielos y ambientes plomizos, que le incorpora la humanidad y la gracia que por momentos los Coen parecen despreciar.
Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común supone uno de los clímax de la extensa filmografía de los hermanos Coen. Oscar Isaac compone en el filme a un cantautor de Nueva York de la década de 1960 que intenta abrirse paso sin éxito. El documental de anécdota increíble Searching for Sugar Man registraba la posibilidad milagrosa de que un músico, de trayectoria soberbia pero desconocida, se consagre muchos años después en carne propia en un escenario improbable para él, en el continente africano. Pero la pregunta que late todo el tiempo bajo la revancha merecida del modesto Rodríguez es qué hubiera pasado si el músico hubiera muerto efectivamente sin haber sido nunca conocido. De ese derrotero sombrío y decididamente trágico propio de la fantasmal lista de artistas que nunca triunfan se alimenta Inside Llewyn Davis: Balada de un hombre común, la última película de los hermanos Coen. Y la derrota se materializa en la figura lastimera del cantautor Llewyn Davis, eficazmente interpretado por el casi desconocido Oscar Isaac, quien se carga la película al hombro como a su guitarra, aunque el filme termine llevándose más honores que los de su errática carrera. Davis pertenece al contexto del efervescente Greenwich Village neoyorquino de comienzos de la década de 1960, en donde se cocía una nueva camada de estrellas del folk estadounidense cuyo máximo exponente sería Bob Dylan, quien en la cinta de los Coen aparece sólo una vez, de perfil y en la oscuridad de un escenario junto a su inconfundible voz nasal. Es en uno de esos antros neblinosos de mesas anónimas, no por nada llamado Gaslight Cafe (“Café Luz de Gas”), donde se prueba Davis, mientras le manguea cuartos prestados a sus amigos adonde va a pasar la noche con la única compañía de un gato anaranjado. Y la presencia del gato no es casual en la película, que esquiva el patetismo predecible a base de oportunas intervenciones de buen gusto, esas que han hecho de los hermanos Coen un sello sólido a pesar de que su único hit sea El gran Lebowski. Y es que, quizás justamente por el hecho de ser dos directores bajo una misma firma, no es posible hallar un verdadero leitmotiv en sus películas: el talento de ambos es descentrado, fugaz, lujosamente chispeante. Ese gesto indescifrable, tan enigmático como superficial, es el que expresa de manera inmejorable la cara de Isaac, una mezcla de hastío, tristeza, aburrimiento y bronca contenida que explota brevemente hacia el final, aunque después él también tenga su merecido. Sin subrayados, ni risas, ni moralinas, Inside Llewin Davis: Balada de un hombre común es el clímax sin grandilocuencia de un estilo que se interroga a sí mismo sabiendo a la vez recurrir a esos efectos que le rinden tan bien, desde el gato anaranjado, hasta John Goodman, Justin Timberlake o Carey Mulligan. El aceitado manual de estilo de dos hermanos no tan comunes.
El “tumbleweed”, el “rolling stone”, esa maleza o piedra rodante que avanza con destino incierto por los caminos perdidos de los Estados Unidos, esa imagen tan usada por la música folk, country o por el rock (y por el cine) podría servir para describir al protagonista de INSIDE LLEWYN DAVIS, la nueva y excepcional película de los hermanos Coen. Se trata de un cantante folk que se gana la vida cantando en bares –preferentemente del Greenwich Village, como el mítico Gaslight Café, aquí retratado en 1961– y que así como va de escenario en escenario casi rebotando, lo mismo lo hace con su vivienda. Sin lugar fijo donde parar, cada noche es una pequeña aventura que incluye saber donde irá a depositar sus huesos. Llewyn Davis es evidentemente talentoso, pero su estilo de folk más franco y autoral, menos delicado y cadencioso todavía no prendió como iría a hacerlo cuando llegue al escenario ese chico de rulitos que lo mira cantar desde una mesa al principio de la película. En ese momento se lo ve entre sombras un segundo nomás, pero luego se confirmará que es Bob Dylan. Davis está inspirado en el verdadero cantante –y uno de los mentores de Bob–, Dave Van Ronk, quien tiene un disco llamado “Inside Dave Van Ronk”, cuya tapa es idéntica a la del de Llewyn Davis. Ambos representan al músico que llega antes de tiempo, un adelantado a una movida musical que crecerá más tarde. insidellewyndavisPero el filme de los Coen no es una escuelita de música popular, si bien los fanáticos de estos géneros se harán un festín con las referencias, las canciones, los looks y actitudes de los cantantes “falsos” de la época evidentemente inspirados en reales. Los Coen no hacen una parodia del folk de entonces, pero es imposible no sonreír con esos sweaters de cuello enorme o la forma en la que Carey Mulligan se para frente al micrófono antes de cantar. Esta película presenta, para los Coen, un desafío artístico del que salen más que airosos. Es que la moda beatnik/folk pre-Beatles de principios de los ’60 está tan codificada que es muy sencillo burlarse de ella. Y ellos, al menos en ese sentido, no lo hacen. Los elementos de comedia ácida están ahí (la “autenticidad” y la “sinceridad” son ejes que los Coen suelen parodiar), pero por suerte ellos van por otro lado. El respeto por la música de los directores es evidente, no sólo en las canciones compuestas sino en la intensidad y emotividad con la que están interpretadas, al punto que –de entrada nomás– nos queda claro que todas las canciones serán mostradas de principio a fin en la película. Lo que no terminan de lograr del todo encadenar es que esa empatía se asocie del todo a los personajes. Es cierto que, pese a que todo le sale mal, hay un evidente cariño por Davis (similar al del protagonista de A SIMPLE MAN) y su esfuerzo por triunfar en su carrera musical (y en su complicada vida, de paso), pero eso no logra que los directores no le lancen un par de crueldades al paso que podrían evitar. Cuando la película, como las canciones, puede volverse demasiado emocional, cual comediantes de stand-up los Coen la cortan con una broma que usualmente suele ser bastante macabra. inside_llewyn_davisEse cinismo, tengo la impresión, les impide y les impedirá siempre hacer una obra maestra, pero no quita que lo suyo es, en todos los aspectos de lo cinematográfico, excepcional. Desde los detalles de la reconstrucción de época, la letra, música y performances de las canciones, las particularidades de cada personaje (Mulligan, Justin Timberlake y Adam Driver su lucen en papeles breves, más que John Goodman y F. Murray Abraham) a la oscura poesía que tiene la película, INSIDE LLEWYN DAVIS es de una perfección que roza lo fastidioso. La trama es muy leve y sigue a Davis de bar en bar, de casa en casa y de una situación conflictiva a otra. Con una ex que está embarazada de un bebé que puede ser suyo y por eso lo maltrata, con una familia amiga que le pide que cante en una cena con la que se pelea, con un músico de jazz que lo maltrata, promotores que lo maltratan, personajes misteriosos que lo maltratan, trabajadores del puerto que lo maltratan y una hermana que lo maltrata. Hasta un gato que se le escapa, una y otra vez, parece tenerlo a maltraer. Condenado como un pariente cercano de Barton Fink, Llewyn es talentoso y se banca cualquier cosa siguiendo su vocación musical, aunque los desvíos en el camino no parecen conducirlo hacia ningún lado promisorio. En casi todas las escenas del filme, sin embargo, no hay un abuso de los Coen para con el personaje. Al contrario, se siente una fuerte (para los Coen) empatía con el protagonista, convirtiendo al filme –casi– una celebración de su aguante frente a las sucesivas derrotas.
Los hermanos Cohen reagalan una hermosa película con una cuidada fotografía para recrear la New York de los años sesenta y narrar otra mirada sobre el interesante movimiento folk. Impecable banda sonora, acutaciones y espacios reconocibles como el imponente Chelsea Hotel.
El cine como borde de precipicio Balada de un hombre común tiene nexos con muchos films previos de sus realizadores. Si eso es posible, lo es porque ya hay un universo tramado, autoral. Volver allí es rasgo de distinción, que el espectador celebra. En este sentido, el último film de los hermanos Joel & Ethan Coen (Gran Premio del Jurado en Cannes) reincide en la poética del personaje solitario, cuya relación con los demás expresa una visión de mundo. En este sentido, Llewyn Davis (Oscar Isaac) lidia con lo que sucede así como lo hacían Jeffrey Lebowski (Jeff Bridges en El gran Lebowski) y Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones en Sin lugar para los débiles). Entre ellos, el espíritu de Barton Fink (John Turturro) irradia, inserto en una decisión de vida, entre el escribir o no escribir, entre su literatura y el guión para Hollywood. De mismo modo, Llewyn Davis atraviesa un camino que vuelve sobre sí. La semejanza con la pesadilla, con el sueño que toca fondo, hace que el tiempo se suspenda. Por eso, los Coen pueden trasladarse al pasado, a la Nueva York de inicios de los '60, y quedarse allí cuanto deseen, con el folk como lugar vaivén entre la herencia musical y Elvis Presley en el ejército. No será tanto la posibilidad de que Llewyn sea escuchado y aceptado comercialmente lo que incide en el film, mientras que sí el trazo que surge del lugar nodal, único, instancia de un cambio de mundo, que el músico asume. Es decir, en este cantor que insiste y se golpea se cifra una sensación de época, pero también de no lugar. Es un contexto delimitable, si bien podría ser cualquier otro. Así como en Barton Fink. Más allá del momento histórico preciso, lo que asoma -trastocadamente cada vez más- es la mirada de un Llewyn Davis que persiste. No interesa responder por qué, sino mucho más sentir su desvarío, su perplejidad, su empecinamiento. Cuando suceden estas impresiones, el cine de los Coen se toca a sí mismo. Cuando las canciones que atraviesan la película se vuelven momentos de claridad dentro del whirlpool propuesto. Es comprensible que Llewyn Davis no sepa cuánto tiempo ha pasado entre un día y otro. Lo que importa, quizás, sea lograr cada una de las canciones que se le escuchan. Hundirse con ellas y sentir que algo anida allí, cuando lo que apenas se toca se hace inasible. Que haya productores malsanos, que las canciones sean bastardeadas, que exista manipulación comercial, que las relaciones de pareja no son fáciles, que Bob Dylan esté (o parezca estar), que el folk sea o no comercial, todo ello es apenas pátina con la que revestir una sensación de angustia bella. Sólo así es posible escucharle cantar desde el espíritu coincidente de la musa que el film profesa -Dave Van Ronk-, para emocionalmente alterar lo que se entiende por mundo.
Si buscamos la palabra "autor" en el diccionario encontraremos una definición detallada de un vocablo que si no tenemos en nuestro vocabulario cotidiano probablemente no estamos leyendo lo suficiente. Después de todo no es una palabra muy difícil ni hace falta ser demasiado erudito para utilizarla. La Real Academia Española por ejemplo tiene entre sus definiciones la siguiente: Persona que ha hecho alguna obra científica, literaria o artística. Pero por supuesto que existen otras acepciones de la palabra. El autor de un crimen no es exactamente un científico, un literato o un artista. Y de pronto autor puede desviar por completo el significado con el que aquí intentamos dar. Por suerte, sin realizar demasiado esfuerzo, la misma página que esboza estas definiciones tiene inmediatamente debajo la definición de "cine de autor". Y aquí sí finalmente damos con algo pertinente a la nueva película de los hermanos Coen. Simplificando, el cine de autor cuenta con realizadores que son capaces de imprimir un estilo propio en su obra. Inside Llewyn Davis (aquí traducida como Balada de un hombre común) puede no ser su film más emblemático ni magnífico, pero aun así es una hermosa pieza cinematográfica salida del imaginario de dos de los autores más talentosos de la historia del cine. Balada de un hombre común propone una suerte de mirada escéptica sobre el submundo de la escena folk americana de los años sesenta. Llewyn, el protagonista de esta historia personifica el sueño americano de un músico independiente que aspira llegar a ser alguien a través de su triste y melancólica música. Inspirada libremente en la vida de Dave Van Ronk, uno de los muchos músicos que presuntamente inspiraron al mismo Bob Dylan (a quien los Coen guardan un pequeño homenaje en su cinta) esta suerte de falsa biopic se alza como un viaje completamente antiépico que desde el comienzo sabemos está destinado a fracasar. Y no es que Llewyn carezca de talento, sino que simplemente los productores "no ven dinero en eso". Pero aun así, nosotros, espectadores desde la butaca o la comodidad del hogar, no podemos más que reverenciar la hermosa música que se desprende del film cortesía de la propia interpretación del talentoso actor protagonista Oscar Isaac, la producción de T-Bone Burnett y la colaboración del líder de la banda Mumford and Sons, Marcus Mumford. Y además la armoniosa composición musical está acompañada de una hermosa fotografía propuesta por Bruno Delbonnel quien en esta oportunidad tuvo la dura tarea de reemplazar al favorito de Joel e Ethan Coen, Roger Deakins. Abundan en el film las típicas situaciones tragicómicas comunes a las historias de los Coen y nuevamente se da cabida al simbolismo típico que las caracteriza. Los gatos por ejemplo, son animales que podremos encontrar en casi todas sus películas. Y en esta oportunidad el gato Ulises se transforma en uno de los protagonistas aportando un paralelismo para con el mismo Llewyn que lo arrastra por los rincones más recónditos y gélidos de la música folk. Pero Ulises pertenece a una familia "bien" que vive en la parte más noble de la ciudad, representando quizás aquello a lo que Llewyn nunca podrá llegar (o a lo que quizás ni siquiera quiere llegar). Mientras que el otro gato callejero al que Llewyn confunde con Ulises se transforma en una visión muy distinta y mucho más próxima a su realidad. Hace falta ver el film para advertir cómo no por casualidad la suerte de ambos traza un camino similar. El primer impacto que puede generar la cinta probablemente sea mucho más superficial que la profundidad real de la película. Como en la mayoría de sus films, la primera visualización puede resultar mucho más mundana de lo que realmente es, logrando así cautivarnos con deleites y placeres simples como una bonita puesta en escena y una atractiva propuesta musical. Pero para aquellos que incursionan en estos dos realizadores por primera vez, la humilde sugerencia desde este lado del monitor es que se interioricen más en su cine y completen el proceso de apreciación de esta película leyendo varias de las interpretaciones que se pueden encontrar en diarios, revistas y páginas de internet.
Para los Coen si la historia humana fuera un simple de vinilo, mostrarían el lado B Desde el punto de vista de la música y la literatura estadounidense entre los años 1957 y 1961 comenzó una gran transformación cultural que venía dando, no obstante, algunas señales anteriores. Para muchos 1957 es un año clave con la publicación “En el camino” de Jack Kerouac. En el Greenwich Village había otra movida cultural hacia finales de los cincuenta con la música folk influenciada e inspirada por ese libro. En realidad por todo lo escrito por la Generación Beat. Soplaban otros aires y mientras en Chicago el blues y el soul repuntaban con el sello Motown, Nueva York acunaba el folk que tendría a Bob Dylan como estandarte. Claro, su música y poesía influenciaría toda la historia del rock y el pop de Los Beatles a Radiohead, y de Estados Unidos al mundo entero. Esta introducción (a la cual claramente le faltan nombres influyentes) sirve para dar paso a la versión de los hermanos Cohen de todo éste mundillo. Llewyn Davis (Oscar Isaac) es músico, tal vez poeta. Está en Manhattan buscando hacer su propio camino como todos los artistas de su mismo palo. Toca y canta su música en los bares de la zona céntrica tratando de ser escuchado por algún productor y relanzar su carrera como solista. Alguna vez tuvo un gran éxito con el dúo que integraba, del cual intenta desprenderse para avanzar hacia su nuevo proceso creativo. Llewyn sabe que no es fácil. Hay que aguantar como se pueda, aún si esto significa vivir en casas ajenas, dormir en sofás, o simplemente ir y venir para que el tiempo pase. “Balada de un hombre común” comienza con una secuencia eslabón. Una parte de una cadena de sucesos que al engancharse se vuelven cíclicos. Como siempre inspirados en “La odisea”, de Homero, presente en casi toda su filmografía, los dos hermanos no saben (ni quieren) compadecerse de sus personajes, aunque tampoco los condenan. Por caso, la de Llewyn es una más de todas las historias pertenecientes a aquellos que “no llegaron”, aun intentándolo fervientemente. En esa primera escena se muestra al cantante en un bar en tres planos muy cercanos. Lo escuchamos cantar un tema completo en un doble acierto de puesta, el primero, es situarnos en la época, el segundo, funciona como muestra del ritmo narrativo de la historia. Una forma tácita de recordar que hubo un momento en el cual no había un control remoto para saltear las canciones. Era otro tiempo con más tiempo, incluso para soñar. Joel y Ethan Cohen, una de las grandes duplas creativas de la historia del cine, nunca van a creer en el lado luminoso de la vida, por el contrario, si cada historia humana fuera un simple de vinilo ellos muestran claramente el lado B. El tema que casi nunca es corte de difusión, pero está y forma parte de la vida.
La nueva película de los hermanos Coen llega finalmente a nuestro país, después de un demorado estreno en todo el mundo. Aclamada por la crítica y defendida por los seguidores de estos cineastas como cualquiera de sus predecesoras, no da para tanto. Si te estás preguntando por qué quedó fuera de las más famosas premiaciones, fue justamente por la fecha de estreno en Estados Unidos y no por falta de adeptos, ya que a los directores no les importó retrasar el rodaje con tal de terminarla como ellos querían. Pero yendo a la trama, esto es lo que nos encontramos si vamos a ver esta película sin saber de qué se trata: el título original en inglés alude al demo del protagonista, no es que vayamos a experimentar un viaje metafísico al interior de la mente y el alma de este incomprendido. Por el contrario, resulta improbable que vayamos a empatizar con sus sentimientos, ya que se trata de un personaje bastante caricaturezco. Aún así, Llewyn cuenta con casi todas las características reconocibles del arquetipo de músico bohemio, soñador incurable, y con un ego de la misma magnitud que su talento. Se la pasa frustrado por no poder vivir de su profesión, mientras ve a sus amigos triunfando con las mismas herramientas de las que él dispone, pero con mucha más suerte. Además, en el preciso momento en el que se desarrollan los sucesos de la película (año 1961) surgen en la escena de la música neoyorkina grandes talentos como Bob Dylan, destacando entre los cientos de músicos que quieren hacer de su profesión un medio de vida en esa época en particular. Todo esto, sumado a un trágico suceso en el pasado personal de Llewyn, lo vuelve un tipo pesimista y malhumorado. Pero comprometido con su objetivo, se esfuerza en poder vivir de su pasión, aunque en sus propios inflexibles términos. Se trata de una de esas películas que comienzan por el final, uno que no justifica el recurso. Vivimos un par de días en retrospectiva junto a Davis, que son bastante particulares y llenos de desventuras, pero no pasan de ser simples días normales en la vida de alguien que no encuentra un rumbo fijo. Al final la historia nos deja con un gustito a poco, a conflicto no resuelto y a dos horas que pasaron sin pena ni gloria y no sumaron mucho a nuestra experiencia como espectadores.
Inside Llewyn Davis habla de la experiencia de un artista que -en este caso un músico-posee una habilidad, siempre un don. Pero ésta no es reconocida por la sociedad en la medida de su deseo. Es decir, por una parte estaría lo que nosotros creemos que merecemos, y por otra en lo fáctico, lo que los demás nos permiten hacer con este saber. Porque el tema es cuando no podemos autoabastecernos, y ni siquiera sobrevivir con sólo esta pasión que nos atraviesa. Ya que allí inevitablemente el principio del placer nos hace perder el principio de realidad. Frontera por la que transita Llewyn…”all the time”. Y en esta subordinación lo que permanece indemne a la historia, la gran protagonista es la música: El folk americano, la contracultura musical de los 60, cuando en otra parte iba surgiendo la cultura beat, incluso se menciona al gran Elvis. El film de los hermanos Coen fue Inspirado en esa disparidad de la escena musical de Nueva York, cuyas canciones incluían las del brooklynense Dave Van Ronk , y de hecho a sus memorias (The Mayor of MacDougal Street, ) publicadas de manera póstuma en 2005. Un relato circular con estructura de “road movie” -protagonizada por un imperdible Oscar Isaac- da cuenta de un viaje en una semana de tiempo, ¿hacia el encuentro con la fama?, ¿hacia la certeza de reconocer que se es un perdedor? ¿porque tenemos algo que ver en ello?. No importa demasiado, porque quien representa a este músico no considerado por ningún productor, no es ni el paradigma de un héroe incomprendido, y tampoco la de un antihéroe… aunque vague entre camas prestadas, por la ruta, en una estación, o por las calles heladas de Nueva York o Chicago, sin un abrigo adecuado y con su guitarra a cuestas. Porque Llewin es homérico como Ulises el gato, que no es el único gato a lo largo de la película, como tampoco lo es este hombre común, melancólico y tozudo, incapaz de volver a formar otro dúo, desde que su compañero se tirara desde un puente, que no fue el de Brooklyn. Esta Balada de un hombre común es un homenaje a la música y a la folk en particular, con una excelente actuación de su protagonista principal, con canciones y momentos inolvidables, como el de la escena con su padre. Porque el film parece por momentos realizado en blanco y negro, y esa escena define un mayor contraste, aquel dividido en el rostro del anciano, y por una mirada que vira hacia la luz. Tampoco sabemos si ese movimiento hacia la ventana es producto de la memoria que responde a la canción que interpreta su hijo, o si a esto se une el recuerdo de su propio trabajo, el mismo al que piensa dedicarse su hijo, o las dos cosas al mismo tiempo. No vale la pena citar el emotivo repertorio, vale sí disfrutarlo en directo, porque repito…la música es la protagonista principal de este excelente film que hay que ver. Premios 2013 - Oscars: 2 nominaciones, mejor fotografía y mejor sonido 2013 - Globos de Oro: 3 nominaciones, mejor película, actor y canción 2013 - Festival de Cannes: Gran Premio del Jurado 2013 - Premios BAFTA: 3 nominaciones, incluyendo Mejor fotografía 2013 - Critics Choice: 4 nominaciones, incluyendo Mejor película 2013 - Premios Gotham: Mejor película. 2 nominaciones 2013 - National Board of Review (NBR): Top 10, mejor guión y fotografía 2013 - American Film Institute: Top 10 - Mejores películas del año 2013 - Círculo de Críticos de Nueva York: Mejor fotografía 2013 - Independent Spirit Awards: 3 nominaciones, incluyendo Mejor película 2013 - Satellite Awards: 6 nominaciones, incluyendo mejor película y director.
El desprecio Los hermanos Coen suelen ser conocidos por ser algo menos que misántropos; tipos que disfrutan torturando o burlándose de sus criaturas, o de ponerlas en situaciones incómodas. Inside Llewyn Davis no es la excepción, pero se ha producido un pequeño cambio en su enfoque: ahora parecen querer seguir y abrazar a sus personajes, no importa si a continuación les van a dar una golpiza, humillarlos o abandonarlos, lo importante es que ahora quieren mirarlos de cerca y darles la oportunidad de brillar con luz propia (aunque sea solamente eso, la oportunidad). Llewyn Davis (Oscar Isaac) es un cantante folk que intenta hacerse un lugar en el Greenwich Village a principios de los sesenta, presentándose en los típicos bares de la escena neoyorquina, buscando desesperadamente la forma de sobrevivir sin tener que negociar su integridad artística, durmiendo en los sofás de amigos, mascullando y maldiciendo su suerte por lo bajo (y odiando/envidiando a otros músicos). En el cine de los Coen los personajes siempre parecen estar intentando esquivar más las inclemencias arbitrarias del guion antes que las eventualidades propias que se desprenden de la narración; por caso, ahí están esos embarazos no deseados que persiguen a Llewyn, la silenciosa (y escatológica) devolución que le hace su padre cuando Llewyn le canta una canción en el geriátrico, la dolorosa negativa que le da Bud Grossman (F. Murray Abraham) ante la posibilidad de conseguir un contrato discográfico, o la perdida de sus documentos personales por parte de su hermana, imposibilitándole tanto realizarse como músico profesional o como marino mercante. Puro capricho sádico de los Coen. Pero, por otro lado, cuando filman a Llewyn cantando y tocando la guitarra, el tiempo se detiene, el invierno interminable no es tan duro y le dan ese respiro que necesita, con ese brillo que él desesperadamente desea que tenga reconocimiento popular y que en realidad le es tan esquivo, casi tanto como ese gato que se queda sin hogar, que acompañará a Llewyn, que se perderá y que volverá a casa (ay, Ulises). Pero la crueldad, ese signo recurrente en los Coen, no llega a los niveles corrosivos de antaño, mostrando una nueva arista, optando por la empatía y acompañando al personaje en su fatigoso viaje en solitario, aunque no sin propinarle golpes y obstáculos (a veces innecesarios, sí), pero haciendo prevalecer su voz, ya gastada y cansada de luchar (vale resaltar ese viaje en auto a Chicago junto Rolad Turner y Johnny Five –John Goodman y Garrett Hedlund, respectivamente- figuras simbólicas del jazz, género que devendrá obsoleto, y del rock and roll, distante y sólo atento a sus propios designios). Finalmente, Inside Llewyn Davis es una hermosa pero dura postal y una oda en clave melancólica a todos aquellos miles (millares) de artistas que no logran llegar (¿quién sabe adónde?), que no consiguen el reconocimiento masivo y que luchan a diario contra las pequeñas, ordinarias e invisibles vicisitudes de la vida cotidiana.
Lo vamos a decir simple: el problema de los hermanos Coen reside en que se ponen por encima de sus personajes. Aunque a veces -este es el caso-, incluso cuando los hacen padecer un poco de más, se les filtra algo de calor humano, de empatía y de simpatìa, en el cuadro. Esta historia de un cantatne folk no muy afortunado en el contexto de los sesenta dylanescos, con un bello gato a cuestas (claro: un gato hace que cualquier cosa suba de categoría) tiene una calidez y una emoción que les falta a casi todo el resto de su obra. Bella y agridulce.
“INSIDE LLEWYN DAVIS”: FICCIÓN SOBRE UN HOMBRE REAL Quizás algunos piensen que los hermanos Ethan y Joel Coen están sobrevaluados, que lo que ya nos dieron, sobre todo con “Fargo” (1996) y “No country for old man” (2007), no lo van a poder superar o que sus historias tienen pocas cosas interesantes para contarnos. Opino lo contrario. Es verdad que después de tantos éxitos que construyeron juntos tal vez uno se pregunte cuánto pueden llegar a saber ellos sobre la soledad, los sueños frustrados o la gente común. Aún así, nos traen una nueva obra que retracta casi a la perfección el esfuerzo y la desilusión humana cotidiana. Mal propagada como un musical, la película premiada con el Gran Premio del Jurado en el último festival de Cannes es más bien una gran historia sobre un hombre idealmente común. Ese que tiene las pasiones bien marcadas en su vida y pone objetivos a cumplir en base a ellas y que también vaga por las calles pero se la juega día a día por sus más grandes sueños. Es por eso que esta idea da a pensar que los Coen ya tenían una historia y una premisa a construir y que lo único que faltaba era decidir en qué contexto encuadrarlas. En consecuencia, el lugar elegido fue la zona del Greenwich Village en la ciudad Manhattan, conocida por ser la cuna de la música folk. Ubicada espacialmente en 1961, previo a que este ritmo llegara a su apogeo de la mano de Bob Dylan y Phil Ochs, entre otros, “Inside Llewyn Davis” nos sumerge de lleno en la vida de un joven cantante de este género musical que busca ganarse el día a día con sus canciones pero que le tiembla la mano cuando tiene que poner su dirección en un casillero de datos. Con el correr de los minutos, va sufriendo eventos desafortunados que lo llevan a la frustración y desmotivación constante, alterando así su conducta de un momento a otro. Este papel protagónico está a cargo del poco conocido Oscar Isaac, que tuvo sus apariciones en “Robbin Hood” (2010) y “Drive” (2011) entre otras. El muchacho guatemalteco, que se rodea entre varias emociones e impulsos, nos conmueve con su cálida voz y los gestos en su cara, y redondea de esta manera un reparto de grandes actores. En el mismo se destaca la actuación de Justin Timberlake, quien demuestra una vez más que no es sólo un ex ‘N sync, y la aparición de John Goodman, uno de los tantos hombres Coen que recordamos por avanzar por un pasillo en llamas en “Barton Fink” (1991) o por su falta de seriedad en “The Big Lebowski” (1998) y que encarna acá uno de los personajes más detestables de todo el relato. Asimismo, el film está acompañado de algunas grandes imágenes de la rutina cotidiana que se convierten en elegantes como la de un simple hombre subiendo las escaleras o la de un gato observando cómo pasan las estaciones del subte desde la ventana de un vagón. Al parecer, el secreto de estos directores consta en ser lo más fieles posibles a la belleza de los detalles de la vida diaria. Eventos que sucederían en cualquier película con el objetivo de conseguir el máximo drama, no suceden con ellos ya que el miedo, la ausencia y la cobardía también se hacen presentes. Aunque en algunos pasajes la película pueda parecer un tanto aburrida, quizás un poco más que la vida del mismo Llewyn, lo más destacable es la lectura que puede hacerse del relato y la profundidad con la que éste se desenvuelve. Para decirlo de otra forma, “Inside Llewyn Davis” es una historia que no se destaca por ser divertida pero que sin embargo puede disfrutarse con los ojos cerrados.
Tristezas de un hombrecito gris Joel & Ethan Coen son una marca registrada en el mundo del cine. Dieciséis títulos desde 1984 hasta la fecha abonan una firma y un prestigio bien ganado. Ellos pueden ser reconocidos dentro del subgrupo de cine de autor, porque tienen un estilo propio inconfundible. En su último largometraje, “Balada de un hombre común”, vuelven a recrear muchos de sus tópicos característicos, desde el uso del blanco y negro, la filmación en celuloide, la ambientación en la década del ‘60 (del siglo pasado) y los personajes que siempre oscilan en una frontera inasible entre el sistema establecido y una marginalidad que atrae tanto como repele. También siguen siendo fieles a su modo de narrar, donde la atmósfera es lo más importante. Sus historias revelan situaciones raras y a veces, extremas, en un ambiente que en un principio no muestra nada que se pueda considerar extraordinario, son escenarios comunes donde vive gente común, pero donde de pronto, lo extraño cobra protagonismo, y siempre de un modo inquietante. En esta oportunidad, el personaje central es un músico treintañero, cantante de folk, que apenas sobrevive de su oficio, en 1961, en el hoy mítico Greenwich Village neoyorquino. Llewyn Davis es un joven sombrío, melancólico, solitario. No tiene domicilio fijo y duerme en casa de amigos, una vez aquí, otra vez allá. Con su guitarra acústica a cuestas y un pequeño bolso, este nómade urbano trata de ganarse la vida como cantante de folk, pero la suerte no lo acompaña. No es que no tenga talento. Llewyn es esa clase de persona a la que las cosas no le salen bien en el mundo de los negocios, donde otros, que no tienen más condiciones que él, se mueven con mayor facilidad y logran instalarse de una manera más cómoda. Llewyn deambula por la vida sin encajar en ningún lugar y en esta historia no hay un conflicto que presente nudo y desenlace, es simplemente una historia circular que empieza por el final, luego viene un largo racconto, para concluir en la escena con la que se inició. “Balada de un hombre común” relata lo que sucede en la vida del joven durante apenas cuarenta y ocho horas, en las que parece buscar algo, una oportunidad, materialmente representada por la expectativa de conseguir un trabajo que le permita vivir de lo que le gusta y sabe hacer, que es tocar la guitarra y cantar. Pero las cosas no le salen como quisiera, tampoco sus amigos pueden hacer mucho por él ni su familia (padres ancianos y una hermana no muy acequible) será de gran ayuda. A veces parece sabotearse a sí mismo, otras veces parece confundido, desorientado. O es demasiado ambicioso o cae en un orgullo autodestructivo. Cualquiera sea el nudo del conflicto, Llewyn es un personaje oscuro, un antihéroe, que tampoco tiene una vida afectiva satisfactoria, un perdedor. La narración es circular. Empieza como termina y en el medio, el personaje ha ido de aquí para allá, sin resolver ninguno de sus conflictos, en un gris invierno neoyorquino que acentúa la sensación de tristeza y soledad. No es de las mejores películas de los Coen, pero conserva el atractivo de la marca.
"Llewyn Davis duerme en sillones de amigos, de una amante, de su hermana, de gente que conoce ocasionalmente; no tiene un dólar y siempre anda vestido igual, con una gama apagada de colores que le sientan a la perfección, con el pelo siempre un poco mojado para que pueda ser peinado, para simular prolijidad o limpieza. Y se lo ve siempre en trenes o subtes, nunca en taxi, como se demostrará en el último gran plano de la película. Llewyn Davis tiene una amiga/amante, que es la novia de su amigo, a la que probablemente dejó embarazada. Llewyn Davis pierde los gatos de sus amigos, amigos que le demuestran que sí pueden hacer música y ser más o menos felices, amigos que le demuestran (aunque en un gran momento hacia el final de la película esto se relativiza) que es él el único que no avanza. Llewyn Davis tiene toda su mierda desordenada". (Fragmento de la crítica publicada en HC 145)
"Crónicas de un perdedor" El de los hermanos Coen es un sello cinematográfico tan exitoso como reconocido en el mundo entero. La formula sigue siendo la misma de “Barton Fink”, “El Gran Lebowski”, “Un hombre serio” y sus otras grandes producciones: humor negro, drama y un desfile de personajes que podríamos catalogar como los antagonistas más disfrutables y tiernos que cobran vida dentro de una sala de cine. “Inside Llewyn Davies” está lejos de ser una película perfecta, de esas que quedaran marcadas a fuego en nuestras retinas como las anteriormente mencionadas, pero sin embargo se trata de un más que armonioso y divertido paseo por la vida trágica de un personaje que nunca existió dentro de los años 60, en pleno inicio del auge por la música folk. Basada muy ligeramente en la obra “The Mayor of MacDougal Street” escrita por el músico Dave Van Ronk (uno de los pioneros del renacimiento folk), la última película de los Coen presenta una visión distorsionada de ese pasado, transformando esos tiempos de euforia y oportunidades para los artistas musicales de este género en un frio embudo donde el talento sobra pero el éxito y el dinero están al alcance de solo unos pocos afortunados. Ahí aparece nuestro protagonista, el tipo con menos suerte del mundo, un músico llamado Llewyn Davies (interpretado de gran forma por Oscar Isaac, quien además de su cara desganada le pone una voz perfecta a este solista), quién luego de la muerte de su amigo y compañero de dúo artístico queda cernido en la pobreza y solo acumula fracasos y golpes cada vez más duros y ridículos que solo se ven justificados por su patética y llamativa capacidad de arruinar todo aquello que lo rodea. Desde lo más simple (como perder el gato de su verdadera y única familia) hasta lo más complejo (renunciar a las regalías de un exitoso single por unos miserables dólares, o dejar pasar la oportunidad de acercarse a un joven y aún desconocido Bob Dylan), Llewyn Davies hace todo mal impulsado por un visión muy idealista sobre la industria musical a la cual no le aporta nada su exacerbado egocentrismo. Tocar con su vieja guitarra algunas de las mejores canciones folk originales que sonaron en la pantalla grande por mucho tiempo, es la única excepción. Precisamente ese es uno de los principales aciertos de “Inside Llewyn Davies”: acompañar con muy buena música una serie de eventos desafortunados (y lejanos del cliché) que también están relacionados con el lado oscuro, que a veces todos olvidamos, de esta hermosa expresión artística. Los Coen lo dejan bien claro: serán pocos los que lleguen a lo más alto, para hacer las delicias del público arriba de un escenario. Sin embargo, en el camino quedan por el piso los sueños, ambiciones y objetivos de aquellos que, simplemente, no están tocados por la varita mágica. Junto a Isaac hay un elenco de lujo compuesto por Carey Mulligan, Adam Driver, John Goodman, Justin Timberlake y Ethan Phillips, quienes terminan de aportar todo lo que necesario para que el film llegue a un amargo, pero entretenido, buen puerto, que al igual que el resto de la filmografía de los Coen deja conformes a todos. Será por esa sencilla y certera alegoría que tiene como protagonista al gato que acompaña a Llewyn durante casi todo el relato, o quizás por ese acertado truco en la estructura narrativa que antecede un cameo muy especial sobre el final. Lo último de los Coen se adjudica sin problemas un lugar dentro del buen cine que pasó por las carteleras en lo que va del año.
Adicto al fracaso Extraña película este último trabajo de los hermanos Coen, no por su temática y dinámica, sino por la profundidad que le imprimieron a esta historia, la de Llewyn Davis, un cantautor de folk que nunca puede despegar del todo artísticamente y que nunca podrá ser exitoso por la esencia lamentable de su ser. La historia de un "looser" bien contada es algo muy lindo de ver y los Coen ponen todo su talento al servicio de esta empresa. Valiéndose de su ya conocida pericia cinematográfica, ofrecen al espectador un rato de cine sincero, disparatado (a su manera, claro) y melancólico, creando un cóctel que resulta atractivo y hasta por momentos adictivo. Nuestro anti héroe, Llewyn Davis, es un compositor y cantante de folk venido a menos desde que su antiguo compañero de dupla muriera de forma trágica. Actualmente se encuentra sin dinero, sin un lugar donde vivir y con una "mala suerte" de esas que parecen salidas de una pesadilla kafkiana. La trama explora la pateticidad de una persona que ha llegado prácticamente al límite del abismo, que ha tocado fondo y que se encuentra atrapado en un círculo vicioso. De esta manera los Coen exponen una cara bien amarga del negocio de la música y lo que esto produce muchas veces en los artistas que no llegan al estrellato. De las mejores cosas del film podemos resaltar en primer lugar la musicalización de T Bone Burnett, bella y extremadamente melancólica. Por otro lado, el trabajo de fotografía es muy bueno también, logrando transmitir el estado de ánimo de los protagonistas a través de escenografías depresivas. Otra cuestión que logra identificar al espectador con el protagonista es la inclusión de diálogos y situaciones bien enredadas que combinan muy bien humor y tragedia. Para ir finalizando debo resaltar también las interpretaciones, en primer lugar de su protagonista principal Oscar Isaac ("Drive", "Sucker Punch") y luego de los secundarios que cumplen con creces su labor y logran sumarle locura al guión. Entre los más destacables se pueden nombrar a Carey Mulligan ("Drive", "An Education") y John Goodman ("El gran Lebowski", "Argo"). Como conclusión les diría que "Inside Llewyn Davis" es una muy buena película, que tiene una dinámica gris y que se toma su tiempo, algo que a muchos espectadores puede parecerle un tanto denso, pero que vale la pena ver.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.
Publicada en la edición digital #260 de la revista.
El silencio de las cosas El cine se ha cansado de mostrarnos personajes que estaban en el lugar indicado, al momento indicado. Pero no particularmente los Coen. En su cine abundan los losers y el año pasado estrenaron algo así como la insignia moderna del loser: la hermosa Inside Llewyn Davis (Balada de un Hombre Común en nuestras salas comerciales), una película que ¿sorprendentemente? no estuvo nominada a Mejor Película en la pasada edición de los Oscars: cuando hay lugar para nominar a 10 cintas, este año decidieron limitarse a 9. La razón puede ser que ya estaba Nebraska, y dos películas de losers en el gran reviente del cine yanqui, parece como mucho. La historia nos sitúa en la Nueva York de comienzos de los ’60, específicamente en el barrio residencial Greenwich Village. Ahí vive (o deambula) Llewyn Davis (protagonizado por Oscar Isaac), un joven cantautor folk que no tiene vivienda fija, no tiene ingresos pero siempre carga con su guitarra a cuestas. Lejos estaba todavía de la explosión folk, y ese género musical era un poco bastardeado por los productores y por el gran público de ese entonces. Sin embargo, había tenido un grupo medianamente exitoso con un amigo que lamentablemente había fallecido tiempo atrás. Llewyn Davis quiere ser solista. Parece que Bud Grossman, un gran productor, estaba abierto a escuchar nuevas audiciones pero en Chicago: sin absolutamente nada que perder, Davis se embarca en un road-trip con dos desconocidos, y obviamente todo saldrá mal. Sus acompañantes no son los compañeros de viaje que uno desearía tener y tras la audición con el productor encarnado por Fray Murray Abraham decide resignarse, a pesar de haber dado una íntima y hermosa prueba. inside llewyn davis Su banda sonora merece, incluso, una nota aparte. Exquisita, acompaña la soledad del personaje, el frío neoyorquino pero sin embargo se aleja de la desesperación. Algunas canciones se repiten y hasta incluso hay un pequeño hit “dentro” de la película: “Five Hundred Miles”, a cargo de Justin Timberlake (quien sabe mejor que nadie de hits) y Carey Mulligan, que además tienen pequeños papeles en la película. Hablando justamente de actores de reparto, la película tiene varios de ellos: quizás el más destacable sea la de John Goodman, el insoportable músico que viaja también a Chicago. Sumadas a las ya mencionadas de Murray Abraham, Timberlake y Mulligan; también aparecen Ethan Philips y Adam Driver, cuyo personaje remite directamente a lo que se ve semanalmente en la serie Girls. Inside Llewyn Davis no tiene un final feliz, como la mayoría de las películas con rockeros como foco central. Llewyn Davis acepta su condición de loser en el pequeño barcito que tocó una y otra vez. Se conforma con eso, vuelve a lo terrenal, con las pocas ilusiones de fama apagándose, pero también haciendo un poco de mea culpa: su ego fue quien no le permitió avanzar. El final es tan irónico que hasta da un poco de risa: definitivamente el momento y el lugar no fueron los adecuados para Llewyn Davis. Una vez más, los Coen supieron cómo contarlo.