Otro épico y gran film Decir que Steven Spielberg es uno de los mejores realizadores de los últimos cuarenta años sería caer en un lugar común, pero que todavía siga filmando y haciendo grandes películas es un gran mérito. Quizás ultimamente no haya hecho obras maestras como Tiburón, Encuentros Cercanos del Tercer Tipo o Los Cazadores del Arca Perdida, pero sí se puede indicar que con Caballo de Guerra, el realizador estadounidense realizó una obra repleta de emociones y digna de estar entre sus grandes trabajos...
Los réditos políticos de la abolición. Continuando con lo que podríamos denominar su “período grandilocuente”, inaugurado allá lejos por La Lista de Schindler (Schindler's List, 1993), con Lincoln (2012) Steven Spielberg se recupera de la tediosa Las Aventuras de Tintín: El Secreto del Unicornio (The Adventures of Tintin, 2011) y alcanza el buen nivel de la anterior Caballo de Guerra (War Horse, 2011). Aquí lleva al extremo el tono pedagógico de Munich (2005), despojándolo de toda artillería mainstream y edificando un meticuloso estudio del personaje central con vistas a redondear un “material educativo” destinado al sistema escolar norteamericano...
La nueva producción histórica de Hollywood le llevó años a su director. Tiene todas las fichas para arrasar con sus doce candidaturas en los próximos Oscar que se entregan el 24 de febrero. Tres producciones fílmicas estadounidenses acaparan la atención del mundo del espectàculo en este comienzo del 2013: Lincoln, Django Unchained y Zero Dar Thirty. Son historias que describen un arco que arranca en los comienzos de la norteamericanización del capitalismo, de total trascendencia en la economía y en la política mundial actual. Y es aquí donde se inserta Lincoln, cuyo relato abarca el debate entre Representantes del Congreso por la aprobación de la XIII Enmienda Constitucional que permitió abolir la esclavitud, en plena Guerra Civil. Bueno es recordar dos detalles para comprender la película: por un lado, que la guerra se produce, justamente, porque los estados esclavistas del sur no apoyan las iniciativas abolicionistas del norte, y en este sentido se comprende la premura con que Lincoln entiende la necesidad de aprobar la enmienda ante una guerra que se busca concluir y por otro lado, no menor, el hecho de que este presidente fuera uno de los fundadores del Partido Republicano que -al contrario de lo que sucedería después- tenía entonces un sesgo federalista, progresista y reformador. La película prácticamente se centra en este debate que sancionará la abolición el 31 de enero de 1865, y culmina con el asesinato de Lincoln tres meses después. Hay un detalle que distingue esta producción y es el acento puesto en lo doméstico. Por un lado, la disputa sucede en espacios públicos minimizados y captados en sus interiores. Así, la Casa Blanca y la Sala de Representantes son dos casonas que destacan por la profusión de gente que entra y sale en un el bullicio de gritos y proclamas, y a su vez el espacio de la calle tiene el aspecto de un pueblo cuasi de western. Es interesante en este sentido comparar la resolución del espacio en esta película y en Django Unchained dirigida por Quentin Tarantino, cuya historia transcurre inmediatamente antes del estallido de la guerra de Secesión y está atravesada por el tema de la esclavitud. Este detalle que decimos gira en torno a lo doméstico como look&feel de la película, también se percibe en la unificación del espacio de acción política del presidente con su espacio privado (las habitaciones familiares), remarcando especialmente el flujo sin obstáculos de un mundo al otro; el hijo menor del presidente se mueve a sus anchas por toda la casa, y este clima de hogar interrumpe las reuniones de su gabinete de ministros. Esta cuestión se ve reforzada por cierta elección por planos cerrados, donde la argumentación de trascendencia histórica sucede en las recámaras y frente a la chimenea. Otro detalle destaca lo doméstico y es el tratamiento de los personajes implicados en el debate a favor o en contra de la ley, que atraviesan la historia volviéndola a momentos un tanto compleja de comprender, con diálogos muy ágiles y de un alto grado de entrenós para los conocedores de la historia norteamericana. Algo de intimidad, de color local, de trastienda de cómo se aprueba una ley pervive en la mente de quienes vemos la película, más allá del valor histórico de la ley o la alcurnia de las personas que la debaten. Lincoln es una película histórica, centrada en un momento particular, los últimos meses de este presidente. Sin gestos épicos,.Más bien acorde a los tiempos contemporáneos donde los presidentes nos dejan sus comentarios en twitter, suben videos, tienen facebook y conversan con la gente. Pareciera una pelìcula hecha desde la certeza que da el hecho de que, por esas cuestiones del flujo unidireccional del conocimiento y de lo que nos toca saber, casi todo mundo tiene claro quién es Abraham Lincoln o qué era la XIII Enmienda, como sabe hoy quién es Barack Obama, el primer presidente afroamericano que asumió ayer su segunda presidencia ante 800 mil personas y en televisación global vía CNN.
Lincoln es una película que, por su gran calidad, va a ser un placer para todos verla, pero realmente va a entretener a unos pocos. Creo que en su país de origen quedaron apasionados con este film porque trata sobre un momento importantísimo de su historia. Es como si aquí en Argentina se hiciera una película que contara las negociaciones que se hicieron para poder aprobar...
Caballero(s) sin Espada Hace varios años que Steven Spielberg está esperando reconciliarse con la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas. Acaso porque sus últimos proyectos tuvieron una visión demasiado personal – exceptuando Tintín e Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal – parecía necesario que Spielberg concretara un producto afable, de mayor repercusión y aprobación con la crítica y el público en general. Un producto serio, histórico. No un producto metafórico de aventura y ciencia ficción, que en realidad oculta mucho más de lo que muestra. Y así es que llega Lincoln. Película varias veces postergada, la historia de cómo el presidente decimosexto presidente de Estados Unidos consiguió abolir la esclavitud de su país había sido pensada, en primer lugar para Liam Neeson. Pero finalmente, el rol protagónico cayó en Daniel Day Lewis. En primer lugar, la decisión de no crear una biopic – el título puede llegar a confundir – sino más bien como fue la lucha y el proceso político que tuvo que atravesar Lincoln, su partido – el republicano – y sus ministros para conseguir la libertad de los esclavos es una decisión acertada, porque de esta manera, Spielberg concentrar la tensión en un hecho histórico que a pesar de ser muy conocido, y por supuesto, saber su resolución final, termina siendo un episodio que no fue tan explorado en detalle, al menos desde el aspecto burocrático, ya que siempre lo que se ha desarrollado es la guerra de secesión, a través de varios puntos de vista, generalmente, de personajes muy particulares, peones de la guerra o generales de alto estado. Sin embargo, la elección de este periodo en particular, permite a Spielberg también mostrar el carácter más humano y sensible del personaje, no solamente como cara de una nación, sino frente a su familia, los miembros de su gabinete, los soldados incluso. Lejos de tratar de construir una estatua, Spielberg decide homenajear a Lincoln por su inteligencia y bondad, y convertirlo junto a Thadeus Stevens, el principal defensor de los abolicionistas en personajes caprianos, luchadores de causas, de ideales, y no de intereses políticos o económicos como los demócratas prosureños. Pensar en los derechos humanos y la igualdad, no como una solución a la guerra sino como una lucha por la libertad (para hacer justicia por mano propia está Django). Incluso si tiene que mentir o manipular para conseguir sus sueños, también lo hacen. En ese sentido, ambos personajes, lo más profundos e interesantes, interpretados con sensibilidad, mucho sentido del humor y calidez por Daniel Day Lewis – impresionante metamorfosis como siempre – y Tommy Lee Jones – sigue siendo un ogro, pero oculta una faceta sentimental poco habitual en el actor – son como la caracterización de un Mr. Deeds o un Mr. Smith de El Secreto de Vivir y Caballero sin Espada. Spielberg, más capriano que Capra, a diferencia de otras películas, resuelve los conflictos en el congreso, en oficinas, habitaciones varias, e incluso porches. Espacios teatrales y a través del diálogo. Lo cuál llama la atención. Generalmente es raro que Spielberg decida hacer una obra de “diálogos”, priorizar las palabras sobre las acciones, pero esta vez, el diálogo es la acción principal, resaltando también el poder de las miradas de los personajes (no falta la mirada del chico). Quizás por esto, es que volvió a recurrir a Tony Kushner, premiado dramaturgo del off de Nueva York que había trabajado previamente con él en Munich. Si el anterior trabajo no había sido demasiado fructífero es porque la asociación parecía desbalanceada. Ni Spielberg se veía demasiado cómodo con la dirección de esa película, y el guión tenía demasiadas vueltas forzadas. En cambio, en Lincoln, el ritmo fluye más allá de la teatralidad. Aun cuando la mayoría de las escenas tienen personajes sentados o discutiendo en forma más estática de lo que nos tiene acostumbrado el director – lo más cercano irónicamente sería Amistad –la capacidad de Spielberg para narrar es tan apabullante que la dos horas y medias se vuelven atrapantes de principio a fin. Ayuda mucho el soberbio elenco – lejos el mejor que haya tenido el director de Jurassic Park en su carrera – integrado por una Sally Field casi sicótica, un maravilloso David Straitharn, el veterano Hal Holbrook, un divertidísimo y sorprendente James Spader, además de varios cameo muy dignos como Jared Harris. Quizás el más sobreactuado es Joseph Gordon Levitt. Igualmente, para un director que nunca se definió como gran director de actores, lo que saca de todo el elenco es digno de un reconocimiento. Y a pesar de los valores humanos, reflexivos, históricos, visuales – notable fotografía de Kaminsky – narrativos, musical (otra gran partitura de Williams) a pesar de todo, se siente que esta película Spielberg no la hizo tanto para él como para el pueblo, como si se pusiera en la piel del propio Lincoln y le deba esta historia a su país como un compromiso. ¿A que me refiero con esto? Al igual que John Ford, a Spielberg no le interesan tanto las figuras de primera línea, los héroes más obvios. Así como Ford, siempre prefirió al héroe marginal – John Wayne – que al general o sheriff demasiado correcto – Henry Fonda, que interpretó justamente a El Joven Lincoln de John Ford – Spielberg prefiere centrar su visión en los personajes más chicos, más imperfectos, y con un pasado algo oscuro. Los protagonistas de Spielberg tienen sus falencias, sus errores. A primera vista, el Lincoln de Spielberg es un estratega político veterano, pero también es un hombre que siempre tiene una anécdota que contar para inspirar, un remate humorístico para sacar tensiones, la palabra justa para llamar la atención; tuvo sus falencias como hombre de familia: la relación con su esposa tiene tensiones debido a la muerte del segundo hijo, por lo que Abraham trata de cuidar a su hijo menor, personaje típico de Spielberg, descuidando al hijo mayor al que quiere proteger de la guerra, y cuánto más lo quiere proteger, más quiere ir, rebelándose contra la autoridad del padre. Dicha dicotomía en la relación con sus hijos nos devuelve, aunque sea por 5 minutos gloriosos al mejor Spielberg de La Guerra de los Mundos o Encuentros Cercanos del Tercer Tipo: el padre ausente que cuando aparece no puede cuidar a su hijo. Aún cuando Gordon Levitt no le imprime tanta verosimilitud al personaje, su corta participación muestran al Spielberg más personal, más visceral incluso. El resto de la película parece llevar más la firma de Kushner que del director. Parece una obra hecha por encargo. No es tan personal como podría haber sido, y eso decepciona un poco. No tiene el carácter épico de Caballo de Guerra, por ejemplo – aunque en el principio y final hay escenas que recuerdan un poco al inicio de Rescatando al Soldado Ryan. Este Spielberg más solemne, similar al de La Lista de Schindler o Munich, consigue cumplir con el objetivo. Le aplica una imprevisible cuota de humor, simpatía y calidez al relato y los personajes que ningún otro director le hubiese puesto. A pesar de la ambición y la magnitud de la producción, queda la sensación que como Amistad – aunque inferior en emoción para mí – se trata de una obra más chica de lo que termina siendo. Es más didáctica, pero a la vez necesaria para un pueblo que a veces olvida las palabras de sus próceres. Con menor truculencia, un oportuno sentido político, Lincoln es una obra clásica, importante en su mensaje, impersonal en varios aspectos, pero que aún con todo esto, y gracias al apoyo de un elenco envidiable confirma el talento de Spielberg para seguir narrando.
Para llegar a Abe A principios de los ´50, un niño de unos cuatro o cinco años viajó con su familia a Washington DC y decidieron recorrer los lugares más significativos de aquella ciudad. Al llegar al National Mall ingresan al “Lincoln Memorial” sin dudarlo. Suben las escalinatas, atraviesan la hilera de columnas dóricas y al quedar frente a la efigie que homenajeaba al decimosexto presidente de Estados Unidos, el pequeño se frena asustado por tamaño monumento. Poco a poco, con lentitud y prudencia comenzó a acercarse con la cabeza en alto e hipnotizado por el rostro de piedra. El pequeño Spieberg no podía dejar de mirar la figura de Abraham Lincoln. Esta anécdota, contada por el propio director, ha quedado grabada a fuego en su memoria y no es de extrañar que la primera vez que aparece Daniel Day-Lewis interpretando a Abraham Lincoln en la película, esté sentado en un sillón por sobre el resto, de una forma muy similar al monumento erigido en Washington. “Lincoln” se centra en los últimos cuatro meses de vida y obra del líder norteamericano, mostrando los dos frentes más importantes de los que se debía ocupar: la guerra civil y la aprobación de la 13º Enmienda (que abolía la esclavitud). Ambos objetivos, complementarios entre sí, darían la paz a una nación dividida y joven pese a las continuas y tristes noticias provenientes del frente y la presión pública y política que acarreaba implementar dicha enmienda. Asimismo, los problemas no sólo giraban en torno a sus labores como presidente sino también como padre y esposo, con temas como las disputas sobre el alistamiento de un hijo al ejército, los dolores de cabeza de su esposa Mary Todd, el recuerdo de un hijo fallecido y la crianza de otro pequeño hijo inquieto. Pero, si bien Lincoln ya es un mito de la historia norteamericana, en esta película se lo humaniza a través de ciertos aspectos: alegre, melancólico, un gran narrador de anécdotas, un hombre con principios y una gran mediador. Esta película es una adaptación parcial del libro “Team of Rivals: The Political Genius of Lincoln” de Doris Kearns Goodwin, y estuvo a cargo del guión Tony Kushner (el mismo de “Munich”) y la actuación de Daniel Day-Lewis, quien encabeza un gran reparto junto a Sally Field, Joseph Gordon-Levitt, Tomy Lee Jones y David Strathairn, entre otros. Pero no sólo el guion y los actores definen esta película, ya que la fotografía de Janusz Kaminski (el mismo que viene acompañando a Steven desde “La Lista de Schindler”) es asombrosa, al igual que el excelente montaje de Michael Kahn (también hombre de confianza del director desde “Encuentros cercanos del tercer tipo”) y la banda sonora original del reconocido compositor John Williams. Todos los Lincoln el Lincoln De por sí no es fácil interpretar a una personalidad histórica de tal magnitud ya que el polifacetismo brindado por las distintas versiones de la época y por las investigaciones históricas complejiza la estructuración en la ficción. Daniel Day-Lewis lo logra de una manera soberbia, su interpretación de Lincoln en todas sus caras se encuentra plasmado en la película a la perfección. En ningún momento vemos un actor, haya sido así o no el presidente, el trabajo es tan sólido que vemos a un Lincoln humano con un gran sentido del humor, con contradicciones, aciertos y errores. La dupla Spielberg y Day-Lewis funcionó tan bien desde su inicio, que incluso acordaron que en el set sólo debía subsistir el mundo de 1865, excepto las cámaras, los monitores y las luces, correspondía ser todo de aquella época para poder así representar el estado anímico de la nación en aquel entonces. Pero, claro está, Daniel Day-Lewis no actúa solo y quienes lo acompañan realizan un gran trabajo. Comenzando por Sally Field que interpreta a Mary Todd Lincoln –su mujer- con un gran carácter y tan consistente como el propio Abraham, siguiendo por Tommy Lee Jones que realiza el mismo personaje parco de siempre y Joseph Gordon Levitt como uno de los hijos de Lincoln que siente el peso de las decisiones de su padre. No es una biopic “Lincoln” no es una biopic ya que, pese a contarse la historia de una personalidad como Lincoln, sólo se retrata un período de sus últimos cuatro meses en la vida de Abe que fue la etapa donde alcanzó los objetivos más trascendentales para el curso de su país. Lo destacable es que no se necesita conocer absolutamente nada de la historia de aquellos días para comprender el film, incluso se disfrutaría aún más ya que el suspense sería mayor y se explica todo claramente. Además, la película es un todo uniforme y orgánico que retrata el último período de vida del presidente sin fisuras en su narración. La estructuración es tan precisa que incluso para los que ya conocíamos el desenlace de los acontecimientos, te mantiene atento a lo que sucede de una forma excepcional y lo sentís como si no tuvieras la más mínima idea de la historia. Conclusión Es verdad es que “Lincoln” no trae nada nuevo consigo, sin embargo no es fácil encontrar una película que cierre en todo su espectro. La historia está contada de una forma lineal, los planos, los movimientos de cámara (sobre todo un travelling por el campo de batalla) y la fotografía son de una estética impecable, el montaje fluye y la banda sonora acompaña perfectamente; todo esto termina dando como resultado un film en el que habría que comenzar a replantearse a Spielberg como autor y rever toda su filmografía como tal.
No necesitamos haber nacido en los Estados Unidos de América para haber escuchado un poco de Lincoln, quién fue, qué hizo por su país, y por qué incluso hay una estatua de él, la más clásica, sentado en su sillón. No necesitamos saber su biografía, y Spielberg no intenta contarnos sus orígenes, cómo llegó al poder o incluso, cómo se fue. Sino que cuenta por qué la historia lo recuerda como tal: la 13ava enmienda. Y sin embargo, necesitamos lo más básico de historia para entender mejor éste filme (incluido chiste de Washington). Daniel Day Lewis encarna a un presidente curioso, entregado a su gente, en medio de una guerra civil que enfrentaba a los republicanos contra los demócratas, a los liberales contra los conservadores, a los de "raza blanca" contra los de "raza negra" por la libertad, por la abolición de la esclavitud, por la igualdad de condiciones. Y aunque se le acuse de "falta de carácter", Lewis se entrega por completo a su personaje, regalándonos una interpretación magnífica, digna de premios (cualquier premio). Y Spielberg se supera a sí mismo, desde la magnífica Munich, con un producto que, aunque ligeramente largo, no decae en su ritmo y nos muestra a un Lincoln vulnerable, un Lincoln humano, enfrentando toda clase de problemas, tanto políticos como familiares y personales, mientras intentaba cumplir su sueño. "Soy la persona más poderosa del mundo. Debo usar ese poder para el bien". Y en tiempos de tanta agitación política no sólo en los vecinos del norte sino en cualquier país del mundo, en medio de crisis, en medio de un mundo donde se han perdido tantos valores, nos preguntamos, ¿Por qué no puede existir una persona como él?, Un presidente que entienda la responsabilidad del poder y que lo use para el bienestar de todos, para acabar con los problemas sin importar el precio, simplemente por satisfacción personal y no con el afán de engrandecerse o enriquecerse. Sally Field correcta en su papel de la señora Lincoln (aunque dudamos que le alcance para el oscar), un Tommy Lee Jones con un personaje complejamente bien ejecutado y un montaje y un soundtrack que hacen de esta película un redondo espectáculo. Nuestro espacio no es para discutir de política ni de historia, aunque el cine siempre va de la mano y muchas veces con esos temas nos entrega las mejores historias, claro, siempre y cuando tenga un buen guión y mejores actores. Y señores, nos encontramos ante el ganador a mejor actor, mejor actor de reparto y sin duda, la ganadora de mejor película de este año.
Detrás de escena Resulta difícil pensar que dos películas tan distintas en apariencia como lo son Lincoln y Django sin cadenas sean tan parecidas en muchos aspectos. Es que allí donde Quentin Tarantino eligió contar el fin de la esclavitud desde la perspectiva y los modelos del spaghetti western, Steven Spielberg decidió ponerse el traje y la corbata y contarla de una manera en apariencia muy clásica. Pero, así como el film de Tarantino no es tan irreverente como parece, la de Spielberg no es tan mojigata como algunos pueden creer. Es que bajo el formato de película biográfica sobre un prócer de la nación, Spielberg encaró un proyecto complejo que intenta descifrar, a la manera de un thriller político, los manejos secretos que se hicieron para pasar por la Cámara de Representantes la 13ª enmienda -que decretó el fin de la esclavitud a mediados del siglo XIX-, proceso que implicó una serie de manipulaciones de votos, arreglos, coimas y súbitas enfermedades de votantes que se traducían en abstenciones en lugar de votos en contra. La película se centra en el proceso de hacer pasar esa enmienda, hecho que ocurrió en un momento muy específico, justo cuando la Guerra Civil estaba llegando a su fin. El problema es que si esa guerra terminaba y el Congreso recuperaba a los estados sureños, esa ley nunca se iba a aprobar, por lo que Lincoln necesitaba hacerla pasar pronto y que los congresistas no sospecharan de que ya se llevaba a cabo una negociación para una rendición. Interpretado por Daniel Day-Lewis, Abraham Lincoln es un hombre mayor y calmo, reflexivo, que habla lentamente y que posee un aura que todos a su alrededor respetan muchísimo, aunque algunos lo ven como alguien acabado. No se trata de una personificación para el lucimiento más obvio. Es en la calma y serenidad externa que Lincoln tiene, en la sensación que da de llevar el peso del mundo sobre sus hombros donde el actor se luce. No es fácil crear un personaje atractivo de un hombre lento y casi moroso, que habla pausado y camina medio agachado, pero Day-Lewis lo hace muy bien. Lo más interesante del film es la forma en la que la historia “grande” de los Estados Unidos se normaliza y se entiende en un sentido más realista cuando se la pone en ese contexto de negociaciones sucias pero altamente plausibles y que hoy suenan más que realistas. En un sentido, tal vez lo que la película está queriendo decir es que en un país dividido como es hoy Estados Unidos a veces haga falta meter las manos en el barro para llegar a tomar medidas útiles. Discutible, claro, pero no por eso falso. Muchos pensarán que Lincoln no es una película del todo spielberguiana en el sentido de que no tiene, ni busca, ser la épica del prócer de la nación ni la gran obra sobre un momento clave de la historia estadounidense, aun cuando de una manera indirecta termine siéndolo. La elección de contar la épica de Abe dejando de lado casi todos los "grandes éxitos" de su vida y centrándose en dos aspectos (la ley y el fin de la guerra) muestra un grado de concentración narrativa impensada en otros momentos para el director de El color púrpura, al menos a la hora de encarar este tipo de películas. También es cierto que este sistema narrativo que consiste en conversaciones y debates dentro de cuatro paredes, con una gran parte de escenas que son charlas y discusiones en escritorios, no es lo que muchos esperamos a la hora de ver una nueva película de Spielberg. Tal vez esa excesiva “teatralidad” del film sea un punto en contra y en su primera mitad la narración se vuelve un poco oscura y algo pesada, como si le costara encontrar el ritmo narrativo, algo rarísimo en el realizador. Pero cuando ese ritmo aparece, a partir de la intensificación de las negociaciones por la ley y por la rendición del Sur, cuando salen a relucir algunos dramas familiares del presidente (un hijo que murió, su propia esposa torturada por esa muerte y otro hijo que quiere ir a la guerra ante la negativa de sus padres), y crece la figura de Thaddeus Stevens (Tommy Lee Jones), un radical abolicionista al que hay que controlar, digamos, por no querer negociar nada, la película cobra una intensidad y emotividad que ya no decae hasta el final. Si Lincoln es el cerebro de la “operación”, se podría decir que Stevens es su nervio y corazón… y Jones se roba la película en cada una de sus escenas. Esa relación junto a las que Lincoln mantiene con su secretario de Estado (David Strathairn), con el grupo de “lobbistas” que operan sobre los congresistas de la oposición (excelente James Spader, junto a John Hawkes y Tim Blake Nelson) y con su atribulada mujer (Sally Field) forman el núcleo de esta película algo grave y seria, llena de zonas grises, en la que Spielberg se acerca al tema de la esclavitud de una forma casi opuesta a la de Tarantino. Sin tantos flashes, brillos y escenas de alto impacto, tengo la impresión de que llega a conclusiones acaso más interesantes que las de su más joven colega. Una especie de serenidad de la adultez (Spielberg tiene, créase o no, 66 años) parece darle la convicción de que, a la larga, lo que cambia la historia no son los impactos sino los procesos.
Un legado de libertad Con un gran reparto de prestigiosos actores y un recorte histórico de la que algunos consideran la etapa más importante de la presidencia de Abraham Lincoln, Steven Spielberg retrata un personaje calmo y visceral con un Daniel Day-Lewis que tiene bien merecida la nominación al Oscar como Mejor Actor. Lincoln (2013) se centra en la última etapa de gobernación del ex presidente norteamericano (Daniel Day-Lewis ), en la que la lucha por la abolición de la esclavitud y la supervisión de la Guerra Civil y posterior reconstrucción de los Estados Unidos fueron sus principales objetivos hasta su asesinato en 1865. No es casual que Steven Spielberg haya realizado este recorte relacionado con la gente de color. El director siempre tuvo una sensibilidad especial por llevar al cine estos tópicos. Lo hizo por ejemplo en El color púrpura (The Color Purple, 1985) y Amistad (1997), y seguramente lo seguirá haciendo en otras películas. Con un excelente trabajo de escenografía, vestuario y sobre todo de maquillaje (el parecido de Daniel Day-Lewis con Lincoln y el de Sally Field con su esposa es admirable, a pesar de que el film no cuenta con la nominación en esta categoría), la película decae en ocasiones con algunas escenas muy extensas y diálogos un poco densos, sólo aptos para historiadores. En este sentido, lo que le faltó a Spielberg fue correrse aunque sea mínimamente de la realidad y jugar más con la ficción. Así Lincoln quizá resulte para los fanáticos una pieza cinematográfica trascendente en la filmografía de Spielberg, quien esta vez parece estar alejado de su especialidad: la ciencia ficción adrenalínica de Tiburón (Jaws, 1975) o Jurassic Park (1993), para meterse de lleno en una trama más estática, sin sobresaltos. Se destacan además la banda sonora a cargo de John Williams (con quien Spielberg siempre cuenta), resultando Lincoln atractiva para el debate tanto político-histórico como técnico. Disfrutable si uno se prepara de antemano para verla.
El imperio del solemne Spielberg no deja ni por un sólo instante de - la eteeeerna- Lincoln que olvidemos que se está abordando. un suceso histórico como fue la abolición de la esclavitud. Pero lo hace de manera tan solemne que resulta agotador. Daniel Day-Lewis está más duro que el personaje del señor Wood. Los planos que le dedica Spielberg a su rostro inmóvil y de expresión grave -que mantiene durante toda la película-, sumados a la inexpresividad de Tommy Lee Jones y la desbordada actuación de Sally Field, dan como resultado un elenco totalmente desaprovechado. Detrás del abundante maquillaje, Lewis no puede manifestar ni un sólo gesto y como la expresividad queda fuera de las posibilidades, siempre se puede recurrir a los ojos llorosos de principio a fin. Así es como su retrato parecería el de un viejo gagá más que el de un presidente. Abraham Lincoln tenía 56 años cuando murió, el Lincoln de Spielberg parece de 80...
Sueños de libertad El genio de Steven Spielberg vuelve al cine con Lincoln para contarnos los tumultuosos últimos meses de Abraham Lincoln como presidente de los Estados Unidos, en los cuales se encargó de impulsar la decimotercera enmienda de la Constitución (que se encargaba de abolir la esclavitud) y también de finalizar la Guerra de Secesión. Realmente debo admitir que esperaba encontrar en Lincoln el típico biopic cargado de enseñanzas y timorato, más allá de encontrarse la figura del gran Rey Midas detrás. Y es allí donde el realizador de Caballo de Guerra se desmarca y vuelve a demostrar por qué se encuentra por encima del resto, un paso siempre adelantado. Lincoln evita por completo la grandilocuencia y la ampulosa venta de heroísmo. Spielberg cuenta en 150 minutos los contratiempos que tuvo Abraham Lincoln para conseguir aprobar la 13ra enmienda, pero no se adentra por completo en el mundo de su protagonista. Lincoln no cuenta todos los grandes logros del decimosexto mandatario yankee sino que utiliza algunos fragmentos de su historia para situarlo en contexto y desde allí partir hacía un relato que se acerca mucho más a un thriller político que a los biopic convencionales de Hollywood. En realidad Lincoln comienza como un biopic común y silvestre, y cuando se espera el advenimiento de la crónica de hechos dramáticos e históricos Spielberg rota y disfraza la película (incluso nos engaña desde su "pícaro" nombre) para convertirla en un apasionante thriller que se encargará de mostrar las tranzas, roscas, retornos y manipulaciones que anduvieron rondando la Cámara de Representantes de los Estados Unidos al momento de aprobar la mencionada enmienda. Otra de las cuestiones positivas que posee Lincoln es como evita todo el tiempo la búsqueda de lo épico. Esto me resultó llamativo debido a que el film pertenece a un realizador cuyas películas poseen de manera natural y convincente ese condimento. Luego de pensarlo un largo rato llegue a la conclusión de que esto se da por la intención de Steven Spielberg de no forzar en la transmisión de un mensaje, sino dejar que el propio desarrollo de la cinta y su posterior análisis hagan su trabajo. Sin dudas Spielberg quiso (y pudo) trasladar un Abraham Lincoln más apartado de su figura de mito. Un Lincoln más humano que se equivoca, que por momentos es mal esposo, que manipula y que hace la vista gorda en los turbios manejos de su grupo de lobbistas para conseguir alcanzar sus intenciones políticas. Es que Spielberg sabe que la figura de Abraham Lincoln es demasiado grande como para encima agregarle un relato cargado de momentos épicos, homenajes y enseñanzas. Dejar el atentado fuera de campo sólo mostrando la reacción del hijo menor de Abraham también demuestra la intención de alejarse de la espectacularidad. El reparto se desempeña de manera brillante. Daniel Day-Lewis es un actor del carajo y eso es una realidad irrefutable, pero también es verdad que muchas de sus actuaciones suelen ser muy cargadas, aunque su Abraham Lincoln va en la corriente del film. Él muestra un Lincoln humano, palpable y sentible, convirtiendo a la leyenda en hombre y por añadidura consiguiendo convertirse en una de sus más grandes interpretaciones. Tommy Lee Jones lo acompaña de manera genial y merece ampliamente un nuevo Oscar. Las idas y vueltas entre David Strathairn y Day-Lewis son fascinantes, mientras que Sally Field logra trasladar algunas expresiones de tristeza a su operado rostro. Lincoln es la perspectiva que nos quería contar Steven Spielberg sobre Abraham Lincoln. Una visión algo apartada de algunas de las firmas de su cine y de las convencionalidades del cine actual, pero que no por eso deja de ser una apasionante obra cuyo visionado resulta obligatorio para admirar y valorar aún más la figura de Lincoln y también la de su realizador detrás de las cámaras.
En una entrevista realizada por Nick Halloway que publicó Página 12 (aquí), Steven Spielberg narra el momento de su infancia en el que visitó por primera vez el imponente monumento a Lincoln, en Washington DC: “El primer recuerdo de Lincoln que tengo es el de su estatua, que cuando la vi, a los cinco años, me resultó abrumadora, de tan gigantesca. Pero cuando me acerqué, para mirarla más de cerca, quedé cautivado por el rostro de ese hombre. Es un recuerdo imborrable para mí, que me dejó haciéndome preguntas sobre ese hombre, sentado en la silla”. La premisa de Spielberg, cineasta americano bigger than life, no era la de realizar un biopic acerca del decimosexto presidente estadounidense sino la de centrarse en los meses más cruciales de su mandato, entre enero y julio de 1865. Este período fue el escenario de dos acontecimientos históricos: el fin de la Guerra Civil, por un lado; la aprobación de la enmienda que abolía la esclavitud, por el otro. Como resultado, el clima predominante aquí es el de la discusión política, tanto en los viciados entretelones como en el amplio salón del Congreso. Contrariamente a lo que suele suceder en el mundo spielberguiano, las palabras se imponen a las imágenes. La paleta de color, de hecho, es oscura, opaca, sobria, más propensa a ocultar que a mostrar. La trama, entonces, avanza por vía oral en dos niveles, el de los discursos grandilocuentes y el de las intrigas. Como es de esperarse en una película nominada a doce premios Oscar, prevalece el primer nivel, y los personajes actúan acorde a dicha elección. Exceptuando a Sally Field, quien debió haberse sentido en su salsa al interpretar una primera dama al borde del colapso nervioso, las performances en Lincoln tienen un nosequé de pieza de museo, desde Tommy Lee Jones y James Spader como congresales hasta Joseph Gordon-Levitt como hijo del protagonista. El paradigma de estilo, en este caso, es el propio Daniel Day-Lewis en el rol del presidente, quizá lo más parecido en el mundo de los vivos a la famosa estatua que cautivo a Spielberg de niño. Durante dos horas y media, el Lincoln encarnado por Day-Lewis se nos presenta como una especie de mesías que, por medio de frases ingeniosas y anécdotas entrañables, termina encauzando a su pueblo hacia la grandeza. Todas las escenas de acalorado debate en torno al futuro de la nación tienen como denominador común el remate aleccionador del viejito sabio (que a la sazón, poco antes de su asesinato, tenía cincuenta y seis años, aunque en el film parece de ochenta y seis). Oscarizable en el peor sentido de la palabra, la última película del director de E.T El extraterrestre nunca logra transmitir la humanidad de sus elevados personajes. Pese a las toneladas de diálogos, jamás logramos comprender sus propósitos en el contexto que los rodea. Todo luce un aire de visita guiada, de revisión lujosa y solemne. Spielberg, como John Ford –quien también elaboró su retrato del mandatario, a no olvidar El joven Lincoln con Henry Fonda– es, en definitiva, un elegido, uno de los pocos narradores capaces de afrontar, en términos industriales, el relato sobre la historia grande de su país, sobre los ideales y las luchas que tanto enorgullecen a la idiosincrasia y el discurso americanos. La satisfacción segura de la deuda saldada, del deber cumplido, se verá reflejada en la entrega de los Oscar, que seguramente favorezca a Lincoln en todos los rubros importantes.
Con un elenco perfecto, Steven Spielberg vuelve a meterse en la historia norteamericana poniendo en un pedestal político a Abraham Lincoln, pero reprochando su huraña vida personal. Cuando un grupo de buenos actores comparte la misma pantalla, el espectador solo tiene que sentarse, relajarse y dejar de pensar. La historia correrá por su propia cuenta, y no importa qué tanto sepa uno sobre la Guerra Civil estadounidense, o sobre cómo piensan los Demócratas o Republicanos. Eso se lo dejamos para los que quieran sacar un análisis político de esta maravillosa cinta de Steven Spielberg. Para los demás, dejennos con Daniel Day-Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, Lee Pace, James Spader, Tim Blake Nelson y tantos otros talentos que tiene esta biopic, que nos cuentan la historia con drama, humor, algo de solemnidad patriota (hay que decirlo), pero también con mucha honestidad y mucho corazón. La película nos ubica en 1865, cuando el presidente Abraham Lincoln (Daniel Day-Lewis) intenta reglamentar la 13ra Enmienda en el Congreso de los Estados Unidos. Esta enmienda oficializa la abolición total de la esclavitud, algo que el presidente piensa que es infalible para detener la Guerra Civil. Pero, claro, no las tendrá fáciles. Por un lado, hay quienes no tienen demasiados problemas con abolir la esclavitud, pero les parece que no es el momento, ya que cientos de soldados están muriendo todos los días en la maldita guerra, y la atención debe centrarse ahí. Por el otro está la burguesía, dueños de campos y otras industrias que necesitan de los esclavos para que su negocio siga funcionando. Ellos están completamente en contra de la abolición y pondrán todas las piedras en el camino que sean necesarias. Para aprobar la Ley, Abe necesita 20 votos, una suma de votos mayor a la cantidad de bancas que tienen sus partidarios, así que deberá convencer de a uno, a base de sobornos, extorsiones o mero convencimiento, para que voten su enmienda. En este contexto, la familia Lincoln no está pasando un gran momento: Mary Todd, su esposa (Sally Field) vive al borde de la crísis nerviosa, y su hijo Robert (Joseph Gordon-Levitt) quiere enlistarse en la guerra. El tema es que los Lincoln ya perdieron a un hijo, y Mary Todd no permitirá que maten a otro. Mientras tanto, Abraham está ausente, dejando que los problemas de casa se queden en casa y que, de alguna forma, se solucionen solos. Él ve la imágen grande, ve a sus compatriotas muriendo y necesita estar en donde pueda tomar desiciones. Con Steven Spielberg detrás de cámaras, la calidad está asegurada. Si a eso le sumamos el guión de Tony Kushner (que colaboró con Spielberg en Munich, de 2005), el resultado es casi cantado. La película solo peca de solemne, pero es algo que sentimos los de afuera, a los que esta historia nos toca de costado. Tal vez, para el pueblo estadounidense, esos que levantan la bandera cada mañana, Lincoln se sienta distinta. Pero fuera de eso, la dirección es perfecta, las actuaciones son perfectas y hasta el final, que ya conocemos todos, es perfecto. A veces pienso que tenemos un gran privilegio al ser contemporaneos de Spielberg. @JuanCampos85
Este nuevo filme de Steven Spielberg nos presenta un guión cargado e inteligente, que pese a sus extensos párrafos de diálogos y datos, nunca resulta aburrido. Brillante puesta en escena, un reparto de antología y una reconstrucción de época soberbia, que apela a la luz contrastada para lograr un efecto pictórico en cada uno de sus planos. No es una película destinada al gran público a las que el genial Steven Spielberg nos tiene acostumbrados. Su localismo, y formato épico biográfico la hace ideal para los amantes de la historia. Pese a eso, resulta una experiencia fílmica impactante, con lugar para el desarrollo político de ese momento pero también para la faceta humana del malogrado mandatario. Párrafo aparte para la inmensa labor de Daniel Day-Lewis que se come la pantalla desde su primera aparición en escena. Cine de calidad, con el sello de Spielberg.
Bajo las órdenes del gran Steven Spielberg, el actor británico Daniel Day Lewis se pone en la piel de Abraham Lincoln en esta superproducción cinematografica nominada a 12 premios Oscar y que se centra en los últimos cuatro meses de vida y gobernación del décimo sexto presidente de los Estados Unidos. Basada -en parte- en el libro "Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln" de la autora ganadora del premio Pulitzer, Doris Kearns Goodwin, este drama biográfico brinda un análisis íntimo de los momentos más reveladores del líder estadounidense haciendo foco en sus efuerzos por conseguir que la Cámara de Representantes aprobara, en Enero de 1865, la 13ra. Enmienda a la Constitución que finalmente abolió la esclavitud. Con la Guerra Civil (o de Secesión) como telón de fondo, el director de "E.T" retrata a un Lincoln calmo que empleó todas sus habilidades políticas y conocimiento de las leyes para lograr su objetivo. A lo largo de las casi 3 horas de metraje, la película nos muestra el arduo trabajo de este genio político, visionario y narrador de historias que estaba determinado (entre medio de internas del partido republicano y luchas por conseguir unos cuantos votos demócratas), a dar por finalizado el conflicto bélico que dividió a una nación y cuyo origen fueron las disputas por la cuestión de la igualdad racial. Durante ese mismo tiempo, Lincoln debió lidiar con conflictos familiares, por lo que el film también dedica varias secuencias a este plano. Su vida junto a su esposa Mary Todd (Sally Field), una mujer cuestionada por malgastar parte de la recaudación pública en la remodelación de una deteriorada Casa Blanca, estuvo marcada por la tragedia, ya que su segundo hijo Edward había fallecido a la edad de 4 años. Además, tuvo que enfrentarse a los deseos de su hijo Robert (papel a cargo de Joseph Gordon-Levitt) de enlistarse en el ejército y a las objeciones altamente emocionales de Mary a dichos planes. A pesar que la película está muy pero bien lograda técnicamente (realmente los realizadores han logrado transportarnos excelentemente a esa época), el relato decae en varias ocasiones debido a su extensión y a sus diálogos políticos densos. En cuanto al desempeño actoral, Daniel Day Lewis nos brinda una genial interpretación con sabor a Oscar al darle vida a un estadista moral como pocos... o casi ninguno.
Esperar una película mala de Steven Spielberg a esta altura es como pedirle peras al olmo. Puede ocurrir que como espectador no te conectes con la historia que ofrece pero en términos visuales y narrativos sus labores son inobjetables. Además se trata de un realizador que tiene el lujo de poder reunir a un reparto de actores brillantes que son claves en sus trabajos. Lincoln es una producción extremadamente correcta (tal vez demasiado) que se centra principalmente en la cocina de los que fue la creación Decimotercera Enmienda de la Constitución norteamericana que terminó por abolir la esclavitud en ese país. Spielberg le escapó a todos los lugares comunes hollywoodenses que uno podía esperar a la hora de narrar esta historia y la acción de su film se centra principalmente en las discusiones políticas de los despachos de Washington. Si algo queda claro es que el cineasta evitó retratar este momento histórico de los Estados Unidos a través de un relato épico que engrandeciera a Lincoln más de lo que ya es para la cultura de ese país. Esto también se refleja en la interpretación de Daniel Day Lewis, quien encarnó al líder estadounidense como un hombre calmado y reflexivo sin convertirlo en un arcángel magnánimo que vino a salvar el mundo, como ocurrió con algunas interpretaciones recientes de John F. Kennedy en la ficción. Tal vez algunos de los mejores momentos de esta película no tienen que ver con la política, sino cuando podemos ver al protagonista en la intimidad de su hogar relacionándose con sus familiares que describen el perfil más humano de este hombre. Cabe destacar la tarea de Tommy Lee Jones como el abolicionista Thaddeus Stevens, quien se roba varias escenas del film y junto con un irreconocible James Spader y John Hawkes aportan algunos buenos momentos de humor que mitigan un poco en la trama las tensiones políticas. Lincoln presenta una correcta y didáctica lección de historia pero como propuesta cinematográfica nunca llegar a ser una obra que emocione, brinde escenas memorables o se destaque entre los grandes trabajos de Spielberg.
VideoComentario (ver link).
Hace falta un gran hombre para contar la historia de otro gran hombre, y que mejor que el incombustible Steven Spielberg para retratar el período más fascinante de la presidencia de uno de los monumentos más queridos por el pueblo americano, el de Abraham Lincoln. Como no podía der de otra manera, Spielberg sale airoso en Lincoln, una cálida y afectiva biopic que, a través de un elenco de lujo, narra uno de los momentos claves en la vida de uno de las grandes figuras políticas de todos los tiempos. Con una alborotada duración de 150 minutos, algo que se está volviendo cansino con todas las nominadas al Oscar este año, uno hubiese pensado que Spielberg tomaría el cuadro completo de Lincoln para contar su vida al completo, pero el hábil director nos hace olvidar prontamente que no estamos frente a un a historia de vida sino a un episodio en particular que requiere intimidad y seguimiento, dos características que se vuelven regla en el film. Lincoln se mueve en dos ejes, que en verdad son dos caras de una misma moneda; el primero es la Guerra Civil, que se está llevando la svidas de incontables personas, amén de la discusión del segundo eje, que es la Decimotercera Enmienda de la Constitución, que boga por el derecho de abolir la esclavitud. En este marco en donde la Guerra lo está detruyendo todo y las reuniones en el Congreso se tornan más intensas mientras las facciones republicanas y demócratas encarnizan una batalla política, el foco sobre el presidente Lincoln se establece mediante la muestra de un carácter afable y calmado, lejos del semidios representado en todos los libros de texto y biografías. A través de una potente y humana actuación de parte de un enorme Daniel Day-Lewis que tiene asegurada su próxima estatuilla al interpretar a través de diferentes capas al agobiado y cansado presidente, que nunca dejó a nadie de lado para ser el Abraham Lincoln padre, esposo, político y pilar de una sociedad americana en una de sus peores horas. Es casi imposible no ver a otro actor más que Day-Lewis caraterizado como el altísimo presidente, cuya cordialidad al compartir historias con cualquiera que este alrededor suyo hacía que se ganase el respeto de todos. La calidad actoral no se remite sólo a Day-Lewis, que ocupa un lugar principal en la trama y cuando está en pantalla nadie le roba el momento, sino que también sus pares alrededor tienen su momento de gloria, en particular Sally Fields y Tommy Lee Jones ambos en los papeles de sus vidas como la acongojada esposa fiel del presidente ella y él como Thaddeus Stevens, uno de los grandes políticos a favor de la Enmienda, cuyas razones se van discerniendo a medida que transcurre el film para concluir su historia en una escena emotiva y llena de significado. Más allá de estos grandes actores, todos los secundarios y terciarios son nombres conocidos y que reflejan la calidad que significa estar frente a un producto de Spielberg; nombres como Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn, un irreconocible James Spader y más agracian la pantalla con sus pequeñas pero significantes interpretaciones. En conjunción con su colaborador en Munich Tony Kushner, Spielberg logra que durante dos horas y media la cantidad de debates sean interesantes hasta culminar con una verdadera escena llena de suspenso como lo es la votación final en la sala del Congreso; dicha escena tarda en llegar pero hacia allí se dirige toda la fuerza de la película, y el resultado es impecable, si tenemos en cuenta que Spielberg es ayudado en su narrativa con el cinematógrafo Janusz Kami?ski y el compositor John Williams, el resultado es una combinación perfecta. Con un resultado superior al demostrado el año pasado en War Horse, Steven Spielberg logra realizar un sentido homenaje a una de las figuras que lo marcó como persona; de una calidad isuperable y con un elenco de alto nivel, Lincoln es un gran legado en la creciente filmografía del director y una biografía precisa y admirable.
Con la espada y la palabra Un Daniel Day-Lewis estupendo compone al ex presidente. La palabra pesa aquí más que la imagen, algo poco o nunca visto con tanta gravitación en la disímil filmografía del director de ET y La lista de Schidler. Lincoln, estadista pero también pragmático, fue un político de raza. Un abogado capaz de encontrar cualquier doblez para alcanzar el propósito buscado, deba ser sutil o arbitrario, jugar a dos puntas, ser un gran orador, envolver a su audiencia, escuchar al pueblo y hacer alguna pequeña o gran trampa para obtener su objetivo mayor: unir a la nación dividida en la Guerra de Secesión entre el Norte y el Sur, y lograr lo imposible: la famosa Enmienda 13 a la Constitución de su país, aboliendo la esclavitud, en 1865. No es nuevo: Spielberg ha sabido ser patriota -en Rescatando al soldado Ryan- y tomar el tema de la esclavitud, con El color púrpura, su primer filme serio, y Amistad. El guión nos revela a un Lincoln lejos de la edición Billiken y más humano, en su relación con su gabinete y con su familia. Spielberg presenta a Lincoln de casa al trabajo y del trabajo a casa. El secretario de estado William Seward (David Strathairn) le avisa: o termina la guerra o se deroga la esclavitud. Una cosa o la otra. Lincoln quiere todo. ¿Es ésta una película de Spielberg? Sí, por su nervio, su generación de suspenso, pero como sucede en las películas que protagoniza, es una película de Daniel Day-Lewis. El londinense se fagocita todo lo que lo circunda -actuaciones, guión- hasta apropiarse por entero de la pantalla. Dirigir a Day-Lewis es un riesgo para los directores. Puede hacer pesar más su interpretación -o su papel- que el relato mismo. Pero en este retrato de un líder, Spielberg está ante, más que una historia, una manera de relatar diferente en su estilo. Y confió en su intérprete por las características antes marcadas del filme. No lo hubiera llamado para protagonizar Minority Report, ni Indiana Jones. No es un actor alla Spielberg, como Cruise o Ford. La estructura de la película también es extraña a Spielberg. Lincoln es un filme en todo caso interno, de interiores -de la Casa Blanca-, de diálogos y monólogos o soliloquios, sin dejar espacio a la espectacularidad ni los efectos especiales con los que Spielberg se pudo tentar y que apenas utiliza en las escasas escenas de guerra. Están Lincoln con su familia, o con el Gabinete, y los debates en el Congreso, y como nexo un trío de lobbistas que harán lo necesario -dar empleo, facilitar cosas, sea lo que sea- para conseguir esos votos esquivos. La cámara va de un núcleo narrativo a otro, pero siempre el mayor atractivo -no importa el suspenso en cada debate parlamentario- surge cuando emerge Lincoln. Spielberg lo puede mostrar dialogando con empleados, deambulando por una Casa Blanca nocturnal, a solas, casi como un fantasma. O hacerlo contar anécdotas y comprarse a su audiencia. La iluminación es de tonos ocres, reforzando los interiores, pero ni la fotografía. ni la música de John Williams emergen sobre el resto. Si hay algo que Spielberg nunca ha podido mejorar es la construcción de sus personajes -son de una sola coloratura, no tienen ambigüedades- y la posterior dirección de sus actores. Eso que le viene de maravillas en el cine de acción, en un drama como éste no le iba a jugar a favor. Y si se observa a los personajes que encarnan Tommy Lee Jones, Sally Field y James Spader, notarán que así como se los presenta en su primera toma, seguirán a lo largo del metraje. Podrán actuarlos de manera soberbia, pero sus personajes son unívocos, a excepción del Lincoln de Day-Lewis.
Para quienes esperen de este nuevo trabajo de Steven Spielberg una típica biopic (película biográfica) con los "grandes éxitos" de un presidente clave en la historia de los Estados Unidos como Abraham Lincoln, habrá que advertirles que el guión de Tony Kushner y la puesta en escena del director de E.T. y La lista de Schindler proponen una experiencia muy diferente. Ambientada durante los últimos cuatro meses de su segundo mandato (y de su vida), Lincoln se concentra en el período que transcurrió entre enero y abril de 1865, durante el cual se aprobó la 13ª enmienda, que abolió la esclavitud (había cuatro millones de negros en esa condición), se puso fin a la Guerra Civil, que dejó 600.000 muertes tras cuatro años de enfrentamientos y terminó con el asesinato, a los 56 años, del primer presidente republicano (el inicio de una larga cadena de magnicidios en los Estados Unidos). Pero estos datos sólo sirven de contexto, ya que -por suerte- Lincoln se aleja por completo del espíritu Wikipedia para ofrecer un drama con elementos de thriller sobre la trastienda, el lado oscuro, el "barro" de la política. Es que el film expone con contundencia, sin medias tintas, cómo el lobby -y hasta la corrupción, con la compra de votos incluida- va modificando el devenir de los acontecimientos y, en este caso, de la historia. El film arranca con una cruda, sangrienta escena de guerra a-lo-Rescatando al soldado Ryan, pero luego serán las escenas de interiores (en algunos pasajes de una solemnidad casi teatral) las que dominen el relato. Spielberg contó con un dream team actoral (empezando por un imponente Daniel Day-Lewis, como el primer mandatario que se carga el peso de las decisiones aun a costa de su salud física y mental, hasta llegar a notables secundarios como el de Tommy Lee Jones, un legislador progresista que se roba la película en un puñado de apariciones) para describir las complejas y por momentos turbias negociaciones tanto en el Congreso como en el campo de batalla (un anticipado fin de la Guerra Civil podía complicar la aprobación definitiva de la trascendente enmienda que ya había pasado con éxito por el Senado). Puede que algunos pasajes resulten un poco didácticos, que la narración se resienta a veces por sus excesivos diálogos, que las escenas familiares (la conflictiva relación con su esposa o con uno de sus hijos bastante rebelde) no alcancen a exponer en toda su dimensión la tortuosa existencia de Lincoln, pero como thriller político -aun conociendo de antemano el resultado de la votación- el film nunca deja de atrapar y termina siendo en muchos pasajes apasionante: un Spielberg puro. No es difícil advertir numerosos paralelismos con la actualidad (hay algo aquí también del Aaron Sorkin de The West Wing) y, en ese sentido, resulta interesante que una historia de hace 150 años siga resonando tan fuerte, y no sólo en los Estados Unidos. Como en otra nominada al Oscar (Django sin cadenas) se aborda aquí un tema complejo como la esclavitud y el racismo y, como en otra de las candidatas al premio de la Academia (La noche más oscura), se expone cómo actividades ilícitas (la tortura en el film de Kathryn Bigelow, la compra de favores en Lincoln) se avalan desde el propio gobierno con fines que se consideran "superiores". Son todas ellas películas valiosas y polémicas, con material suficiente para el disfrute en el terreno del entretenimiento, pero también para la controversia a la hora de analizar las contradicciones entre el idealismo y el pragmatismo, entre lo óptimo y lo posible.
Retrato en tono de elegía para una figura trágica Daniel Day-Lewis interpreta a un hombre avejentado pero todavía enérgico y hábil como para conducir las riendas de un país. Película extraña Lincoln, a pesar de su pulido clasicismo. Extraña porque, a diferencia del grueso de la obra de Steven Spielberg, el director de Rescatando al soldado Ryan se concentra aquí mucho más en las palabras que en los aspectos visuales del relato, como consigna el propio autor en la entrevista publicada por Página/12 el martes pasado. Extraña también porque una de las marcas de estilo en sus largometrajes de temática “seria” –Ryan, Schindler y casi todas las demás– fue siempre la simplificación de ciertas complejidades del mundo real en pos de la tersura narrativa. La gran excepción a esta regla tal vez sea Munich, película de tintes grises, ideológicamente difícil de aprehender. Lincoln, en la carrera por los premios Oscar en doce categorías, no se parece en nada a Munich, pero ambos títulos comparten el deseo de desechar maniqueísmos y sobreentendidos para ofrecer una mirada personal sobre momentos pedregosos de la historia. El decimosexto presidente de los Estados Unidos ha sido desde siempre una figura irresistible para el retrato cinematográfico, pero no han sido muchos los cineastas que le han dedicado por completo un largometraje. Resulta interesante comparar este Lincoln siglo XXI con dos antecesores de alcurnia. D.W. Griffith debutó en el cine sonoro con un Abraham Lincoln (1930) que hoy se muestra avejentado, teatral en varios pasajes, una suerte de compilado de grandes éxitos de la vida del homenajeado. Mucho menos cerca de la biopic canónica, El joven Lincoln (1939) concentraba la historia en un período puntual de su vida: los primeros pasos como abogado en un pueblito de Illinois. John Ford suavizaba allí una historia dramática con su habitual sentido del humor, en una película sorprendentemente lírica y humana. Este nuevo Lincoln está más cerca de Ford que de Griffith, aunque la historia es ciertamente menos amable y luminosa, enfocada como está en uno de los períodos más oscuros de la historia norteamericana. La historia que cuenta Spielberg –cuyo origen descansa en parte en un libro de investigación histórica– ocupa un espacio temporal breve pero sustancioso: el primer cuatrimestre del año 1865. En ese período, el Congreso de los EE.UU. sancionó la enmienda a la Constitución que puso punto final a la esclavitud, los Estados Confederados de América terminaron rindiéndose ante el ejército del norte luego de una sangría de cuatro años y Lincoln fue asesinado durante una función teatral, el primero en una lista de cuatro magnicidios en la historia de ese país. En la interpretación de Daniel Day-Lewis (que se suma así a una lista de notables que incluye a Walter Huston y a Henry Fonda, los Lincoln de los films citados), en su caminar cansino, en sus hombros doblegados por pesos literales y metafóricos, es posible hallar la esencia del tono del film. Esperanzado aunque melancólico, Lincoln es el retrato de un hombre avejentado por los golpes de la vida en general y la vida política en particular, pero todavía lo suficientemente enérgico y hábil como para conducir las riendas de un país. El guión de Tony Kushner (coguionista asimismo de Munich) está mucho menos interesado en sacarle lustre al prócer que en describir los vericuetos legales –y no tanto– que llevaron a la reescritura de la Carta Magna. De esa forma, la verdadera estrella del film es la exposición de esa realpolitik de intramuros que incluye, no sorprendentemente, la compra de votos a cambio de puestos oficiales o la súbita conversión de parlamentarios demócratas en republicanos de pura cepa. Algunos querrán ver en esa mirada cándida sobre los resortes reales del funcionamiento democrático una defensa del vale todo, del fin que justifica cualquier medio, pero lo cierto es que la película no parece tanto celebrar esos procedimientos como rescatarlos del olvido de la historia oficial. En última instancia, la votación en cuestión no involucraba la ratificación de una ley que beneficiaría a uno u otro grupo económico o la reforma para la obtención de mayor control político sino, lisa y llanamente, la abolición de la esclavitud, causa digna si las hay. Al mismo tiempo, Lincoln no es presentado como un adalid de la lucha por la igualdad entre las razas, sino más bien como una figura opuesta por principios a la idea de la servidumbre forzada, dejando de lado su pensamiento sobre la espinosa cuestión del derecho al voto y las posibilidades de de-sarrollo social de la “raza negra” para la discusión académica. Así, Spielberg evita la tentación de mirar con ojos contemporáneos una cosmovisión muy distinta a la actual. Film inteligente y noble, Lincoln es en realidad un relato coral, en el cual los personajes secundarios adquieren una relevancia insoslayable. Es el caso del abolicionista radical Thaddeus Stevens (interpretado por el siempre confiable Tommy Lee Jones), animal político que complementa a la figura central, pero también el de la extensa galería de colaboradores, asistentes y contrincantes que pueblan el film. La guerra, el cansancio, los conflictos familiares (Sally Field es la encargada de encarnar a su conflictiva esposa) también se cuelan en la pintura general de un film felizmente plácido, poco estridente, que incluye sus dosis de humor, en el cual hasta la música de John Williams está reservada para algunos momentos esenciales. A fin de cuentas, la de Lincoln es una figura trágica y el film de Spielberg termina adoptando el tono de una elegía. Nada más alejado de la historia según Billiken.
Young Mr. Lincoln Forever John Ford fue uno de los principales artistas que, a través del cine, recuperó la épica (épica que, según Borges, había sido olvidada por la literatura en el siglo XX) y quien mejor retrató la construcción de la civilización, siempre recorriendo el camino del héroe, con un pulso narrativo grácil, que define el clasicismo y la historia del cine toda. Ford nos liberó de la solemnidad para siempre, fue un libertador: marcó el camino y construyó el pilar fundamental del cine moderno...
Una de las cosas que siempre me han gustado del tío Steven es que además de ser un loco obsesivo de la reconstrucción histórica (basta con ver La lista de Schindler, Band of Brothers o Munich para darse cuenta) también es capaz de usar tan buena ancla para hablar de lo que realmente quiere hablar que todos vamos engañados a la sala. Sí, yo me esperaba una biopic en la que me contara cómo nació, se reprodujo y murió Abraham pero, en realidad, él es una excusa para Steven: él quiere contar de la Enmienda XIII, aquella que cambia la historia cuando prohíbe la esclavitud. La película se concentra en los últimos años de la vida del personaje y en plena Guerra de Secesión, cuando no había siquiera intentos de paz y cada vez era más la sangre que corría. La acción pasa casi toda en interiores y a media luz (un punto a remarcar es la maravillosa fotografía. Una profundidad de campo que haría emocionarse hasta las lágrimas a Orson Welles y una luz dramática tan perfecta que es casi divina) y esto, combinado con un guión pesado y muy político, por momentos hace que la película sea lenta. Tiene que remarcarse, además de la música del gran John Williams (tal vez utilizada en exceso, a mi gusto. Creo que para algunos monólogos, los silencios hubieran sido un mejor y mayor impacto), la cantidad de recursos narrativos que tiene. Para aquellos que no saben de historia, el gran Spielberg lo simplifica con subtítulos que presentan cargos de cada uno con nombre y apellido al mejor estilo la serie de la BBC de Sherlock Holmes. Y queda muy bien, sin molestar al espectador. Habiendo dicho lo anterior tengo que agregar que lo que hace Daniel Day-Lewis es inexplicable. No sólo el acento (que el que habla no parece él. No tiene su tono, su articulación, su acento. Es otra persona), sino lo que hace con lo físico. Cómo se encorva, cómo mueve las manos en esos ademanes elegantes y antiguos, cómo tiene una serenidad inmensa en el gesto y destaca el carisma enorme del personaje. Honestamente, es para irse a la sala con un cuaderno para tomar apuntes. Es una clase de actuación. Sally Field tiene su escena monumental en su duelo actoral con Day-Lewis que muestra que es mucho más que la mamá de Forrest. Field se para, sufre, está a punto de ser quebrada por los miles de emociones desesperadas pero siempre sigue siendo la mujer estoica a su lado. Joseph Gordon Levitt interpreta al hijo de ambos y en su único monólogo demuestra que es uno de los mejores talentos de su generación, sin dudas. Un gran camaleón al igual que David Strathain (el mismo de Buenas noches y buena suerte) que está perfecto como la mano derecha de este presidente. Y Tommy Lee Jones como un Stevens cansado, pasional pero contenido es tan majestuoso que pensando esta película creo que es uno de los elencos más sólidos que he visto. Aún así, y amándolo como lo amo a Spielberg, tengo que decir que la película tiene un problema de ritmo y que por momentos el guión tan pesado y la imagen tan oscura invitan más a una siesta que a movilizarse con las soberbias interpretaciones y discursos. El resultado final no es su mejor película, pero sigue siendo buena, porque sus mejores películas son mágicas y ésta simple como es, igual puede pasar a la historia
Anexo de crítica Spielberg estructura su película con una puesta en escena sobria y un tono que se aproxima a veces a la teatralidad porque la importancia de la palabra y los duelos verbales son el mayor caudal informativo del relato, que puede tomarse como una magistral lección de historia desde lo didáctico y con la dosis y el ritmo justos para no caer en una aletargante película discursiva. El director narra con las imágenes y subraya con los diálogos, no al revés como a veces suele suceder en otros proyectos de esta envergadura y en eso reside su mayor virtud como realizador. Con este recurso que podría enrolarse en lo clásico pero también en lo metadiscursivo, el clima para la emoción y la intimidad se construye de manera natural y no forzada siempre que todos aquellos elementos complementarios como la música no invasiva de John Williams, o la fotografía de Janusz Kaminski sobre todo en espacios interiores, se integren al film con cohesión y sin grandilocuencia. Esta vez parece haberlo logrado tras los problemas de Caballo de guerra y su carencia de equilibrio en tal sentido. El hombre y su tiempo por encima del mito y la reivindicación de su titánica tarea como presidente de una nación dividida quedan reflejados con justicia poética en este atrapante film con grandes chances de llevarse el Oscar como mejor película cuando se revele la incógnita que mantiene en vilo a la industria del cine norteamericano. Pablo E. Arahuete (9 puntos).
Ese experimento llamado democracia Cuando finalmente se anunció que el proyecto del biopic sobre Abraham Lincoln tenía luz verde, me dio un poquito de temor. Es que Steven Spielberg es un genio de la narración, pero para imponerse siempre necesita de la velocidad, de la progresión constante. Y cuando le toca hacer la pausa y ponerse a pensar, suele trastabillar, no tanto por la falta de riqueza de sus pensamientos -como algunos señalan- sino por sus contradicciones ideológicas que se terminan trasladando a lo formal, como bien lo evidencian filmes como La lista de Schindler y Munich. Sin embargo, hay que decir que, sin ser una maravilla, Lincoln es toda una sorpresa, pero también una nueva confirmación de las capacidades de Spielberg, quien sigue, milagrosamente a esta altura, sin repetirse y siempre interesante. Y el cineasta lo logra mediante un procedimiento tan lógico como inusual dentro de estas producciones, que consiste en invisibilizarse como autor. Dentro de la película no aparecen esos descollantes planos secuencia, la cámara en permanente movimiento o el cuidadoso trabajo con la profundidad de campo que tanto caracterizan al director, y que hicieron acto de presencia en todo su esplendor en sus dos últimas obras, Las aventuras de Tintín y Caballo de guerra. Spielberg en cierta forma silencia su propio discurso personal a favor del discurso histórico. Es que Lincoln se trata menos de un realizador hablando sobre la Historia estadounidense, que la Historia hablando a través de un artista, que pone sus herramientas y conocimientos narrativos al servicio del relato. Pero de un relato que, irremediablemente, carga fuertes resonancias respecto al presente, a pesar de haber tenido lugar hace casi 150 años, porque claro, la Historia siempre tiende a repetirse. Esto no significa que Spielberg no tenga un punto de vista o que no quiera decir algo respecto a los acontecimientos vinculados a la Guerra de Secesión, la abolición de la esclavitud o el papel de los partidos republicano y demócrata. Pensar eso sería cuando menos ingenuo. Lo que sí hace es no trasladar de forma explícita su mirada del Siglo XX a esos personajes de la segunda mitad del Siglo XIX. Allí se diferencia fuertemente de, por ejemplo, el cine argentino histórico, que siempre carga a los protagonistas de los acontecimientos con una mirada contemporánea, como si supieran lo que va a pasar dentro de sesenta o doscientos años (ver sino los casos de Revolución: el cruce de los Andes, Belgrano, Juan y Eva e incluso Eva Perón). De ahí que el Abraham Lincoln de la película sea un hombre de una gran valía, de una enorme capacidad, inteligencia y carisma, pero principalmente un ser humano de su presente, de su tiempo, consciente de manera limitada de las consecuencias de sus actos, a los que apenas puede intuir simplemente porque lo contrario sería imposible. Y como la Historia no la hace un solo individuo, Lincoln es sobre el Honesto Abe y muchos más: todo un conjunto de figuras con sus propias perspectivas, que acompañan o entran en colisión -en mayor o menor medida- con las ideas del 16º Presidente de los Estados Unidos. Lincoln es entonces un filme coral, con muchísimos diálogos recitados mayormente en interiores (dándole un estilo casi teatral a la puesta en escena) que no cede en fluidez gracias a su compenetración con el ritmo de los sucesos. Sus reflexiones y planteos surgen con naturaleza práctica: el hecho de que los grandes procesos no los logran individuos sino conjuntos de personas; el Congreso como lugar potable para el debate y el intercambio de ideas, aún cuando las discusiones terminen siendo encarnizadas; la necesidad de evaluar los tiempos exactos necesarios para introducir cambios; la guerra como proceso no sólo sangriento, sino también de retroceso y estancamiento para las estructuras de una nación democrática; e incluso el paralelismo entre las divisiones internas de ese momento con las de la actualidad. Una comparación inmediata que surge al hablar del film de Spielberg (en especial para denostarlo) es con El joven Lincoln, aquella obra maestra de John Ford, con Henry Fonda como el prócer cuando todavía era un abogado iniciando su carrera. Y la comparación asoma, pero también en positivo, porque el niño viejo Steven ha aprendido (y mucho) del anciano gruñón Ford. Eso se nota especialmente en el humor pequeño, sutil y juguetón. Si el juicio donde se decidía la vida o muerte de un hombre en El joven Lincoln terminaba convirtiéndose casi en un espectáculo circense, con gritos, carcajadas y borrachos, en Lincoln la procesión para conseguir los votos necesarios para aprobar la Enmienda para la abolición de la esclavitud es una sátira de la política, donde se destaca un desopilante James Spader como el lobista W.N. Bilbo. Y la cuestión llega a extremos mientras se esperan las noticias de la batalla de Wilmington, donde Lincoln se pone contar la enésima anécdota y saca de quicio a uno de sus secretarios. Spielberg utiliza varios dispositivos fordianos y en su film vemos a varios personajes de una enorme riqueza (incluso cuando en ciertos casos sólo tienen algunos breves momentos de lucimiento), como Thaddeus Stevens (memorable Tommy Lee Jones) o Ulysses S. Grant. Lincoln llega en un año donde las elecciones presidenciales sirvieron para promover una reflexión hacia adentro por parte de los estamentos hollywoodenses, que se completó con films como Argo y La noche más oscura. A propósito de eso, no deja de llamar la atención que el análisis que se hace desde la Argentina sobre estas obras no tome en cuenta el lugar de origen de esos discursos. Esa tozudez en el punto de vista lleva a que, por ejemplo, José Pablo Feinmann, en un texto sobre el filme de Kathryn Bigelow, cite a Vivir al límite como “una glorificación de los desactivadores de bombas, todos héroes, todos sacrificados, todos tipos que arriesgan sus vidas por salvar las de los otros” (¿realmente vio la película? ¿Se habrá confundido y terminó viendo Desaparecido en acción? ¿Tantos años de filosofía para terminar diciendo semejante estupidez?). A ver, pensemos un poco: ¿qué se le puede pedir, seriamente, a un país como Estados Unidos a la hora de pensar su política interior y exterior? ¿A Hollywood? ¿Y a Spielberg, Affleck o Bigelow? Seamos serios, a lo sumo pueden alcanzar a criticar ciertos estamentos o metodologías, o a tratar (y decimos tratar, porque la concreción puede tomar un tiempo) de asumir ciertas responsabilidades, de forma limitada. Pero indudablemente van a seguir defendiendo la idea estadounidense de democracia (cimentada básicamente durante el Siglo XIX, con un fuerte peso del Poder Ejecutivo); concibiendo a Estados Unidos como la única nación con chances de erigirse como faro ético y moral a nivel mundial; autoconvenciéndose (e intentando convencer a los demás) de la grandeza de su país en los últimos doscientos años; contemplando a las naciones árabes como una potencial amenaza. Pedirles otra cosa sería como pedirle peras al olmo, ya bastante tenemos con el hecho de que, en muchos aspectos, son un país que a través de su cine se piensa (y mucho) a sí mismo, y eso le permite seguir dominando culturalmente en todo el globo. Lo mejor que se puede hacer es pensar cómo vehiculizan sus discursos, y Lincoln es una excelente oportunidad. Un film muy estadounidense, y a la vez, universal.
A Spielberg la trascendencia le sienta bien Durante toda su vida adulta Steven Spielberg buscó con ahínco el reconocimiento de la industria, de la crítica y, porqué no, también del público que lo había etiquetado, algo apresuradamente, como un notable narrador de películas de alto perfil comercial pero incapaz de trascender esa barrera. Más de un colega se hubiese aferrado alegremente al sayo de Rey de Midas de Hollywood. No así Spielberg que en su carrera nunca pecó de conformista. Quizás no siempre le han salido bien pero sus obras denotan una búsqueda (temática, estilística) que con el transcurrir de los años se ha intensificado y perfeccionado hasta alcanzar la madurez con Lincoln, su primera obra maestra desde La Lista de Schindler (1993). Claro que el camino que ha desembocado en este espléndido presente tuvo desvíos, bifurcaciones, avances y retrocesos varios. Algo lógico si analizamos su filmografía en la que ha alternado proyectos personales (Amistad, Rescatando al Soldado Ryan, Munich) con otros inobjetablemente orientados al éxito de taquilla (El Mundo Perdido: Jurassic Park, Guerra de los Mundos, Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal). Allá a lo lejos queda el infausto recuerdo de las 11 nominaciones al Oscar de El Color Púrpura, el melodrama con el que el realizador de Tiburón se calzó los pantalones largos en 1985, y que pasara a la historia no sólo por perder en cada una de ellas (África mía resultó la gran ganadora de la noche) sino por el desaire que representó excluir a Spielberg de la terna correspondiente a Mejor Director. Le costó recuperarse de esa humillación pero eso no impidió que el hombre continuara abriéndose paso en la Meca del cine a fuerza de convicción en sus ideales. Y así nos entregó la bella y despareja El Imperio del Sol (1987), que ahonda en temas que Steven volvería a desarrollar en trabajos posteriores. La Academia, no obstante, lo ignoró una vez más. Recién con La Lista de Schindler, en la entrega de 1994, se haría justicia en Hollywood. Y en 1999 repetiría con Rescatando al Soldado Ryan, drama bélico de gran vigor y también con varias fallas atribuibles a un espíritu en ocasiones excesivamente sentimental. Lincoln, biografía parcial del 16º presidente de los Estados Unidos con el que Spielberg ha manifestado estar obsesionado desde los seis años de edad, es la película con mayor cantidad de nominaciones en este 2013: 12 en total, incluyendo los rubros principales. Con dos Oscar en su haber S.S. puede olvidarse de sufrir esa ansiedad desesperante por ganar. Más allá de lo que suceda en la ceremonia del próximo 24 de febrero, creo que merece llevarse a casa un tercer Oscar. Lincoln es maravillosa porque Spielberg además de su talento como cineasta ha sabido brindar una visión ecuánime sobre el personaje sin ensalzarlo por sus logros ni destruirlo por sus errores. Y por cierto que no es una versión lavada del primer mandatario ya que ambas facetas están a la vista en el extraordinario guión de Tony Kushner. La trama disecciona un momento crucial en la historia estadounidense: la aprobación de la 13ª Enmienda a la Constitución que abolió para siempre la esclavitud y dio por terminada la cruenta Guerra de Secesión que enfrentó a la Unión con los Confederados entre 1861 y 1865. Kushner se basó parcialmente en el libro de Doris Kearns Goodwin “Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln” y estuvo once años escribiendo, resumiendo y puliendo un guión original que contaba con 500 páginas. De haberse rodado tal como fue concebido estaríamos hablando no de un largometraje sino de cuatro. En la versión primigenia Kushner tomaba los últimos cuatro meses de la vida del presidente. Correcciones mediante quedarían sólo dos, aunque en rigor casi toda la acción transcurre en apenas un mes: enero de 1865. El primer acierto de Lincoln es lo bien que administra una enorme cantidad de hechos verídicos al espectador que asimila la información correctamente aún sin estar empapado en el tema. Que los sucesos sean de corte netamente político y sin embargo conserven la claridad expositiva, el nervio dramático y hasta una dimensión emocional en las instancias claves del relato es el gran triunfo de Spielberg. El rasgo que sobresale en Lincoln es la decisión de estructurar el filme como un thriller político antes que como una biopic tradicional. Abraham Lincoln (1809-1865) fue una figura esencial para la consolidación de los derechos civiles en su país pero para hacerlo debió implementar una compleja estrategia política que le posibilitara negociar el fin de la guerra mientras sus colaboradores conseguían la cantidad de votos necesaria para sacar adelante la 13ª Enmienda. Era de una importancia vital que la misma se aprobara antes de decretarse el cese definitivo de las hostilidades entre el Norte y el Sur. En una carrera contrarreloj un Lincoln generalmente reflexivo y más bien lento para tomar decisiones apela a todas las triquiñuelas que le posibilita su cargo y va por el objetivo sin que le tiemble el pulso. El fin revestía de una trascendencia tan grande que los medios quedaban en segundo plano. La ética quedaría para otra oportunidad. Junto al presidente (interpretado sabiamente por el genial e inigualable Daniel Day Lewis) se alistan varios políticos abolicionistas que en otras épocas le han antagonizado debido a diferencias ideológicas. Aquellos que animaron titánicas batallas de escritorio con Lincoln esta vez compartían una idéntica postura. Son muchos los que trabajan a favor de la 13ª Enmienda pero el que más se destaca por peso propio es el republicano radical Taddheus Stevens, miembro de gran influencia en la Cámara de Representantes que abraza la causa con una pasión llamativa. Si alguien piensa que detrás de ese ardor civil hay gato escondido quizás no esté tan desacertado. Como Stevens aparece en todo su esplendor el recio Tommy Lee Jones en un papel a su medida que posiblemente sea recompensado con un Oscar. Del extensísimo reparto también merecen mención Sally Field (en el rol de la atormentada esposa de Lincoln), David Strathairn (el Secretario de Estado William Seward), James Spader (un vulgar y encantador lobbysta), el nonagenario Hal Holbrook (el líder del Partido Republicano Francis Preston Blair) y una breve participación del inglés Jared Harris como el General de la Unión Ulysses S. Grant que algunos años después sería elegido presidente de los Estados Unidos. ¿Cómo hacer atractiva una historia cuya resolución todo el mundo conoce sin adornarla con escenas épicas o giros novelescos? Sólo el maestro Spielberg puede responder el interrogante y como es dudoso que esté dispuesto a revelar los secretos de su magia lo mejor es sentarse en la butaca y disfrutar de la inteligencia de una película que conmueve, deslumbra y sorprende por su alto nivel narrativo.
Con universalidad y trascendencia La nueva película de Steven Spielberg es un retrato sobre el tramo final en la vida del presidente Abraham Lincoln, que cuenta con las sobresalientes actuaciones de Daniel Day Lewis, Sally Field y Tommy Lee Jones, entre otros. La casualidad hace que una vez al año un grupo de películas compitan por los premios Oscar. La casualidad consiste en unir obras maestras como Lincoln de Steven Spielberg con películas olvidables, tan solo porque fueron estrenadas en la misma época. Lincoln es, desde todo punto de vista, un film superior a la mayoría de sus contemporáneos. Con un riesgo típico en Steven Spielberg, la película construye con infrecuente complejidad, el entramado político alrededor de la abolición de la esclavitud. No estamos acá frente a un biopic lavado e ilustrativo, sino a una auténtica reflexión acerca de las complejidades de la política. Pero principalmente, Lincoln es la contemplación de la brillantez de un líder capaz de lidiar con fuerzas antagónicas, al final de una guerra, con la esperanza de conseguir una ley que cambie la historia para siempre. Basado parcialmente en el libro en Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, el film Lincoln se arriesga al describir al "honesto Abe" luchando con herramientas deshonestas, para conseguir algo justo. Peleando por una causa a todas luces noble e indiscutible, mostrando el lado oscuro del más puro y el más respetado de los presidentes de Estados Unidos. Es inolvidable no solo en ese aspecto, sino también en la manera en la cual pelea, como ser humano, con sus propios fantasmas y dilemas. Siendo un film de Spielberg no es raro que la paternidad sea un tema, y verlo a Abraham Lincoln fuera de sí producto del miedo a perder otro hijo, es particularmente movilizador. El retrato de ese prócer brillante y generoso, fuerte y decidido, no había encontrado en el cine una descripción tan perfecta desde que el maestro John Ford hiciera El joven Lincoln en 1939. También Spielberg es un maestro y se atreve a mostrar los claroscuros tanto en la historia como en la imagen, con un trabajo como director que deslumbra por su sobria perfección. El complemento ideal para esto son los trabajos actorales. Daniel Day Lewis logra equilibrar su enorme talento con una entrega total a la calidad de la película y no para su propio lucimiento. Sally Field y Tommy Lee Jones secundan con grandeza pero hay muchos más actores que hacen un trabajo impecable. Lincoln es un film cuya universalidad y trascendencia lo hacen cercano para cualquiera en cualquier tiempo y lugar. Ese es el mérito del arte cinematográfico cuando está hecho por un verdadero genio del cine.
Aunque interesante, un “Lincoln” casi teatral Los temas importantes no necesariamente vuelven importante a una pelicula. La vida de Lincoln no sólo es importante, también es realmente interesante y podría ser apasionante si Spielberg no estuviera tan abocado a dejar de lado todos los recursos cinematográficos que son su fuerte para concentrarse básicamente en diálogos y actuaciones. La película transcurre a fines de la Guerra de Secesión, cuando el presidente Abraham Lincoln se debate entre parar la sangrienta masacre que ensombrece su país, y poder pasar al Congreso la enmienda número 13 de la Constitución que terminará con la esclavitud. Asi planteada, la última película de Spielberg es fascinante, y el comienzo, con una violenta batalla y Lincoln (un brillante Daniel Day-Lewis) hablando de igual a igual con dos soldados negros y dos blancos por separado, realmente promete. Vuelto del campo de batalla a la Casa Blanca, Lincoln discute con su gabinete, reacio a pensar que la enmienda pueda pasar por el Congreso. Pero Lincoln necesita los 20 votos que faltan y no piensa darse por vencido, por lo que insiste a los políticos de su partido para que consigan los dichosos votos a como dé lugar. La ambientación está muy bien cuidada, por momentos demasiado, y en un punto del film, el espectador se dará cuenta de que está en medio de una pieza más teatral que cinematográfica con un montón de actores conocidos con vistosas barbas postizas que no lucen especialmente naturales. Para colmo, los eventos que se describen son conocidos por todo aquel que tenga algún interés por la historia estadounidense, por lo que se sabe bien lo que va a suceder. Por eso, los momentos más interesantes del film son detalles pintorescos de los manejos políticos para conseguir los votos, o las chicanas de la oposición, y sobre todo, algunas anecdóticas escenas que describen al personaje protagónico en sí mismo (especialmente cuando con tono ceremonioso empieza a contar historias que enervan a alguno de sus ministros, dada la tensión de los momentos que se viven) o algunos detalles de su vida personal. En este sentido, en la mejor escena de "Lincoln" no está el Presidente sino su hijo Robert (un sólido Joseph Gordon-Levitt) enfrentado al horror de las mutilaciones en un hospital. Justamente es una escena con más acción y fuerza de las imágenes que de las palabras, algo que falta en una película estática y discursiva. Hay actuaciones excelentes incluyendo una breve de Hal Holbrook y un inesperado Tommy Lee Jones, pero también hay algunas que se le van de las manos al director, especialmente la Primera Dama, una Sally Field permanentemente al borde de la sobreactuación, y que por otra parte luce mucho mayor que su esposo. Si bien el personaje estaba en otro contexto, el Henry Fonda de "El joven Lincoln" de John Ford tenía una profundidad que aquí se ve poco, ya que más allá de su talento, que prácticamente sostiene el film, la caracterización de Day-Lewis no deja de ser un tanto estereotipada, aunque por suerte algunos apuntes humorísticos intentan quitarle al film su seriedad extrema. Con todos estos reparos, "Lincoln" es un film para ver, no tanto por su realización, sino porque finalmente el tema es importante y nunca debería dejar de interesar.
Un presidente difícil de comparar El director de la "Lista de Schindler" logra un filme casi "artesanal", en relación a lo que es el cuidado de cada detalle. El Lincoln que muestra habla, prácticamente, como a través de parábolas, basadas en su aguda observación de la vida y de todo lo que lo rodeaba. Abraham Lincoln (Estados Unidos, 1809-1865) se convirtió en un mito de la historia universal. Su figura alta, espigada, su rostro concentrado y -según sus contemporáneos- su carácter firme, lo definen como un hombre recto y recio. De esta manera lo muestra Steven Spielberg en su filme "Lincoln", del que hay aclarar que no es una biografía del decimo sexto presidente de los Estados Unidos, porque solamente enfoca sus últimos cuatro meses de vida antes de que fuera asesinado, iniciando un sino trágico de los mandatarios norteamericanos. ENMIENDA FUNDAMENTAL El guión del norteamericano Tony Kushner, se apoyó en el libro de Doris Kearns Goodwin: "Team of rivals: The political genius of Lincoln", tomando su parte central, referida a la aprobación por parte del Congreso de los Estados Unidos (el 31 de enero de 1865), de la Decimotercera Enmienda de la Constitución, que permitiría abolir la esclavitud. A la vez sigue el trayecto posterior del presidente (miembro del partido republicano), hasta que es asesinado el 15 de abril de ese mismo año mientras asistía con su mujer Mary Todd, a una función teatral. Con gran acierto Steven Spielberg decidió meterse a fondo para mostrar al presidente en los últimos tramos de su vida privada y política, cuando se define un momento primordial en la historia del pueblo estadounidense. Con "Lincoln" Steven Spielberg logra un filme casi "artesanal", en relación a lo que es el cuidado de cada detalle. De la iluminación, que parece extraída de cuadros de época, de contraluces que le otorgan un halo de daguerrotipo a la figura del mandatario que se ve predicar o dirigirsea sus colaboradores más cercanos y a sus opositores, a través de anécdotas que en muchos casos contienen una dosis de sutil humor. LA PERSONALIDAD El Lincoln que muestra el director "La lista de Schindler" habla, prácticamente, como a través de parábolas, basadas en su aguda observación de la vida y de todo lo que lo rodeaba. Tal vez una de los méritos de Spielberg y de su guionista Tony Kushner es que despoja a su héroe de cualquier posible complacencia. Lo muestra con un poder de convencimiento inusitado, a la que vez que lo desnuda y lo hace ver como manipulador, arbitrario y hasta autoritario en casos, con tal de llegar a su tan ansiado fin: el de abolir la esclavitud y terminar con la Guerra de Secesión. La película dedica una gran parte de su metraje a mostrar las pujas de facciones en el Congreso, de la misma forma que le da cabida a la ternura, que ese hombre, en apariencia hosco, le prodigaba a sus hijos. También resultan memorables los claroscuros con los que se manejaba con su mujer, la muy tenaz Mary Todd Lincoln (estupenda Sally Field); o con su hijo Robert, representado por el ascendente Joseph Gordon-Levitt. Como cierre hay que decir que Daniel Day-Lewis logra que su Abraham Lincoln brille a través de los innumerables matices de una actuación excelente.
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Sabor a nada Más de medio millón de muertos dejó la guerra civil en los Estados Unidos. Los bandos estaban bien definidos: El norte industrializado contra el sur agrícola que usaba a los negros como mano de obra esclava. En el inicio nomás, el filme nos presenta a quien fuera presidente en ese entonces, y lo hace situándolo -literalmente- en una suerte de pedestal desde el que escucha a unos nobles soldados que le admiran. Se trata de Abraham Lincoln, y la escena citada marca el tono que tendrá el filme; discursivo, impostado, artificioso. Spielberg muestra cómo el bueno de Abraham lideró la lucha por instaurar la enmienda tendiente a abolir la esclavitud, sin importar si en el camino corrompía voluntades y convicciones. En la película nos enteramos que la "borocotización" ya existía en esa época y que Lincoln no evitaba seguir preceptos maquiavélicos. Desconocemos cómo hablaba el personaje que nos ocupa, ignoramos si caminaba como Groucho Marx o si siempre lucía como un limpiador de chimeneas, pero la actuación de Daniel Day Lewis es convincente y visceral, tal como nos tiene acostumbrados este brillante actor. En un rol secundario se luce Tommy Lee Jones, aunque la puesta e iluminación no ayude, especialmente cuando los rostros de los personajes importantes son remarcados por un molesto reflejo que parece destinado a destacarlos innecesariamente. No consigue Spielberg instalar el conflicto dramático que se presenta en la intimidad de Lincoln, dado que el farragoso debate político gana la posición, desequilibra y allí es donde el gran Steven hace lo que jamás debería permitirse: aburrir. No encontrarán aquí al director de "El Color Púrpura", sino apenas a un profesional acometiendo una labor que no parece tener que ver tanto con el cine como sí con algún personal mandamiento cívico que nos es ajeno.
La lucha del presidente estadounidense Abraham Lincoln por abolir la esclavitud y terminar una sangrienta guerra civil dentro de un enfrentamiento entre facciones políticas. Parece una sana costumbre que un tiempo antes de los Premios Oscar el director Steven Spielberg (66) vuelva a filmar alguna película para su lucimiento, en la que intenta emocionar nuevamente a los espectadores, además de continuar siendo protagonista en la ceremonia de entrega de los Premios otorgados por la academia de los Estados Unidos. Ya ganó el Oscar como mejor director por “La lista de Schindler” (1993) y “Rescatando al soldado Ryan” (1998). Y la anterior entrega estuvo nominado como tantas otras, por “Caballo de Guerra” (2011), (en ese momento ganó “El artista”). Este año obtiene por este nuevo trabajo doce nominaciones por “Lincoln”, convirtiéndose en la película más nominada: Mejor película, mejor director (Steven Spielberg), Mejor actor (Daniel Day Lewis), mejor actor de reparto (Tommy Lee Jones), mejor actriz de reparto (Sally Field), mejor guión adaptado, mejor fotografía, mejor edición, mejor vestuario, mejor banda sonora, mejor dirección de arte y mejor mezcla de sonido. Aquí narra los últimos cuatro meses en la vida de uno de los presidentes de Estados Unidos: Abraham Lincoln (12 de febrero de 1809–15 de abril de 1865) fue el decimosexto y el primero por el Partido Republicano. Quien lucho para abolir la esclavitud, en tiempos de la guerra civil, donde reinaban las diferencias políticas, rodeado de situaciones violentas y en medio de una sociedad farsante. Quien interpreta a dicho Presidente es el actor inglés Daniel Day-Lewis (55 años), quien ya obtuvo dos premios Oscar Mejor Actor “Mi pie izquierdo” (1989) y “Petróleo sangriento” (2007); vuelve a ser nominado por ponerse en la piel de Abraham Lincoln, uno de los momentos más importantes de su carrera, al ser reelegido quiere acabar con la esclavitud y restaurar la unión estadounidense, algo bastante difícil dado que como siempre están en juego los intereses de muchas facciones. Según registros Lincoln media 1,93 m y este actor 1,87 m su caracterización se asemeja bastante y su actuación como siempre es excelente, es uno de esos actores que siempre te llena la pantalla. Se encuentra muy bien narrada, cuidados los detalles de la época y de la situación política. Su guión tiene suspenso, intriga, tiene algo teatral, una dosis de humor y emoción, brillante como siempre la partitura musical de John Williams; excelente fotografía de Janusz Kaminski (“La Lista de Schindler”), el montaje de Michael Kahn (“Encuentros cercanos del tercer tipo”) y el vestuario de Joanna Johnston (“Caballo de guerra”). En algunos momentos puede resultar aburrida a ciertos espectadores pero Spielberg logra entretener, y son impecables los planos y los movimientos de cámara. El film tienen majestuosas interpretaciones como la de Tommy Lee Jones (66 años) como Thaddeus Stevens, su personaje apoyó siempre la lucha contra la esclavitud; vuelve a ofrecernos una gran actuación; y tiene un duro desafío se encuentra nominado al Premio Oscar a Mejor Actor de Reparto ya lo obtuvo en esa categoría por “El fugitivo” (1993). La consagrada actriz Sally Field (66 años) le da vida a la primera dama Mary Todd Lincoln por momentos es poco creíble y no está del todo aprovechada, ganadora de dos Oscar como Mejor Actriz en un Papel Protagónico por: "En Un lugar del Corazón" (1984) y "Norma Rae" (1979). Otros papeles secundarios: el hijo que fallece a los 11 años Willie Lincoln (De Chase Edmunds) victima de la fiebre tifoidea; su otro hijo Robert Todd Lincoln (Joseph Gordon-Levitt) niega los privilegios familiares y sale a la lucha, no se desarrolla demasiado la relación padre e hijos; secretario de Estado William H. Seward (David Strathairn); y los principales negociadores (Tim Blake Nelson, James Spader, John Hawkes).
Steven Spielberg se mete con una leyenda, con el presidente de EEUU que fue asesinado, pero en vez de realizar una biopic tradicional, se ubica en un momento crucial de la vida del mandatario, el momento en que utiliza todos los métodos para sumar votos y aprobar la enmienda que iba a terminar con la esclavitud. Se adentra en la parte oscura de toda democracia, del tráfico de favores, de promesas, de prebendas, sumar votos era vital antes de que se terminara la guerra civil con su costo impresionante de vidas. En ese marco, de dudas y convicciones, con un brillante Daniel Day Lewis, un gran Tommy Lee Jones, y la fascinación por los ecos de actualidad.
Spielberg es de esos directores que para mi siempre arrancan con A directo, y que le tengo que buscar las razones para bajar mi nota. Lincoln es una película Spielberg por muchas cosas, pero también tiene algunas cosas que ha cambiado y me sorprendieron. Para empezar anticipo que no hay batallas. No van a ver escenas de la guerra interna de los Estados Unidos donde transcurre la historia lógicamente. Esto seguro hubiese sido una tentación para cualquier director que cuente con el presupuesto, el equipo y el conocimiento de Spielberg, sin embargo el quiso centrarse en la historia del personaje en si, y no en hacer más "cinematográfica" su película. Me encanta como filma Spielberg, como pone la cámara, los movimientos que hace y la fotografía que aplica, y pese a todo esto, en Lincoln me siguió sorprendiendo. Hay un par de tomas en el cuarto de telégrafos que son simplemente maravillosas. Es un artista difícil de comparar. Algo que siempre le critico a mi amado Steven, es esa gambeta de mas que hace en casi todas sus películas hacia el final. En Lincoln me dejó pagando. No hizo la del prendedor de Schindler... y tenía letra para hacerlo! Y ahí creo que muchos se podrán sentir insatisfechos. No necesitaba hacer la gambeta, pero hizo todo lo contrario omitiendo mostrar eso, y enfocándose en otro lugar. Quizás esto del final haya sido en si la gambeta clásica y logró engañarme. Se que es complicado y ya me puse confuso, pero los seguidores de Spielberg luego de verla lo entenderán. ¿Qué se puede decir de las actuaciones? Lo clásico en una película de el, un casting perfecto, con un Daniel Day Lewis maravilloso, una Sally Field encantadora y un Tommy Lee Jones brillante. Me causa gracia cuando algún que otro idealista me pide que sea objetivo en las críticas... como si tuviera que evaluar un examen de matemática. El cine es así, y cada uno toma cada película para donde quiere. Yo adoro a Spielberg, y si bien no es una película cautivadora en si, ya que seguramente será pasada a segundo plano dentro de su filmografía en un par de años, es una gran realización, que no generará el cariño de Caballos de guerra para mencionar una cercana, pero que sigue siendo una lección de cine. Me quejo de sus gambetas de más habituales, pero acá la extrañé. Entiendo que no quiso mostrar batallas, pero estando Spielberg atrás fue un desperdicio no hacerlo. Soy un hijo cinematográfico malcriado de el, y como tal hubiese querido un par de cosas más. Es un muestrario de la vida de Lincoln por sobre un entretenimiento de Hollywood. Spielberg deja de lado su grandiosidad para trasladarla toda sobre el personaje. Eso también es de un gran director y en eso baso mi calificación.
El Presidente, el hombre El gran realizador Steven Spielberg se sumerge en la que quizás sea una de las historias más importantes de los Estados Unidos de América, bisagra para la liberación de los esclavos y con un país dividido por la guerra Civil. Spielberg demuestra en cada film una garantía de talento, basta con recordar Rescatando al Soldado Ryan, Caballo de Guerra o la película de animación: Las aventuras de Tintín. Con Lincoln vuelve a generar la misma atracción que de costumbre, atrapando al espectador con los últimos e íntimos momentos en la vida del líder norteamericano. Con una estética muy cuidada y mostrando detalles esenciales para poder conocer a fondo al presidente estadounidense. Es fácil reconocer que la selección del reparto no fue al azar, poniendo en el papel de Lincoln al oscarizado Daniel Day-Lewis y en el papel de su esposa a Sally Field, también hacedora de dos estatuillas. Day-Lewis logra de manera sublime imprimir a Lincoln en todos sus matices: el presidente, el padre, el marido, el negociador y el hombre internamente quebrado por la pérdida de su hijo de seis años. Cabe recordar que Lincoln no solo perdió a su pequeño hijo, antes de que llegara a la Casa Blanca, otro hijo también murió muy joven siendo su padre presidente. Y el más pequeño, Tad Lincoln, (en la piel de Gulliver McGrath) murió seis años después de la muerte de Abraham. El hijo mayor Robert Todd Lincoln (Interpretado por Joseph Gordon-Levitt) vivió hasta llegar a adulto y tuvo descendencia. El reparto lo completan Tommy Lee Jones, Jared Harris, Jackie Earle Haley, David Strathairn, James Spader, Sally Field, Lee Pace, David Costabile, John Hawkes, Bruce McGill y Walton Goggins. Lincoln es una completa radiografía del hombre que marcó un antes y un después en el país del norte y narrado por uno de los mejores directores que ha dado el mundo del cine.
Steven Spielberg cuenta una epopeya americana El realizador estadounidense retrató en este film multinominado al Oscar los últimos meses de vida del legendario presidente de su país. Una película solemne pero directa en su discurso, que llega en un contexto político como el que viven los Estados Unidos. Steven Spielberg ha transitado a través de su cine la historia de los Estados Unidos en contadas ocasiones. Una de ellas fue con Amistad, un película menor. La otra fue cuando filmó ese buen trabajo sobre la cuestión negra, El color púrpura, que a mediados de la década del ´80 le valió tantas nominaciones al premio Oscar como frustraciones, en una noche que no le deparó ni una sola de las once estatuillas a las que aspiraba. Pues bien, este año, según parece, la Academia ajusticiará la obra del Spielberg historiador, gracias al film del más célebre de los presidentes estadounidenses. Daniel Day Lewis, en una actuación soberbia Lincoln cuenta la historia de los últimos cuatro meses en la vida de uno de los mandatarios más icónicos del gran país del norte,. en lo que se ubica como un relato con dosis de thriller en torno a la guerra civil y la lucha personal de don Abraham por terminar con la esclavitud en todo el territorio. La impotencia por no poder concretar lo que dictaminó sin mayores posibilidades fácticas de llevarlo a cabo es la gran línea que atraviesa al film, al argumento de una biopic que no busca ir más allá de lo puntual, lo cual hace que el relato gane en dinamismo, más allá de tratarse de una narración por momentos cargada en densidad discursiva y a la que le falta mucha de la pericia que Spielberg demostró a lo largo de cuarenta años de trayectoria. Podría decirse que el director de Tiburón e Indiana Jones se puso demasiado solemne, que volvió a optar (como en Amistad) por el diálogo y la descripción obvia por sobre la imagen, que necesitó poner a lo textual oral como mandamás de una historia que se escribió con sangre pero también con textos constitucionales, juristas, legisladores. La espada, la pluma y la palabra. Lincoln, más allá del trabajo de un realizador serio, formal y cortés, es más que ninguna otra cosa una nueva oportunidad para encontrarnos con una formidable interpretación de Daniel Day Lewis, quizá el gran actor que han parido los Estados Unidos en los últimos treinta años. Otra labor soberbia, con la caracterización del que elige actuar en lugar de imitar. No está ni de lejos entre los trabajos más destacados del padre de E.T. pero sí tiene los ingredientes clave para ubicarse como un film necesario en un contexto político confuso como el que atraviesa el país más poderoso del mundo, con una población dividida entre quienes adhieren a la Casa Blanca y quienes la miran como si se tratara de un nuevo eje del comunismo internacional. Lincoln, siendo un largometraje correcto promedio en su factura y herramientas cinematográficas, no deja de ser una buena oportunidad de poner blanco sobre negro en cuanto a cuestiones históricas que no parecen del todo resueltas. Ahí es donde vale.
Sangre y barro, en la guerra y en la paz Filme conversado, casi teatral, que cuenta los últimos días del presidente Lincoln: el final de la guerra civil y el lobby que había desatado para lograr la aprobación de la enmienda que iba a terminar con la esclavitud. En la superficie, una biografía humanizada del prócer, en al fondo, una exaltación de la democracia, por encima incluso de algunos de sus dudosos recursos. El necesita los votos antes de que acabe la guerra. Y todo vale: arreglos, aprietes, compra de voluntades, manipulaciones. Spielberg y Day-Lewis consiguen traernos un Lincoln humano, que a veces duda pero capaz de negociar y arriesgar su propio sentido de la moral para alcanzar su gran objetivo. No lo presentan como un héroe. Es un relato minucioso, serio, bien dialogado. Hay apuntes sobre su intimidad, pero el filme se olvida de los grandes momentos (no se ve el asesinato) para hablarnos de la vida íntima de este hombre, vehemente y algo cansado, que confiesa conocer a pocos negros, que tampoco habla de dejarlos votar, pero que se juega todo para poder terminar con la servidumbre forzada y la humillación. En la parte final, Spielberg deja a un lado el encierro y muestra su mejor nervio: tensiones, estudios de rostros, agudas reflexione sobre la esclavitud, la democracia, el deber y la conciencia. Un filme denso, discursivo, algo monótono, pero sobrio, humano, interesante. La escena del comienzo enseña que hay sangre y barro en la historia de todos los pueblos. Y lo explicará el propio Lincoln: la brújula marca el norte pero no avisa sobre los contratiempos del camino; y hay que sortearlos como sea. La democracia también necesita barro y sangre.
Detrás de la política A esta altura Steven Spielberg no necesita demostrar que puede filmar lo que se le antoja, desde la saga de Indiana Jones hasta “La lista de Schindler”, pero con “Lincoln” confirma que su talento sigue intacto. Lo curioso es que, en algunos aspectos centrales, esta ni siquiera parece una película de Spielberg: la tensión está siempre presente, pero los aspectos visuales pasan a un segundo plano para exponer el peso de la palabra y los diálogos. ??En este punto, vale ante todo una aclaración: “Lincoln” no está pensada como un filme biográfico que viene a contarnos las hazañas de uno de los presidentes más importantes en la historia de EEUU. La película se concentra en un período breve pero muy jugoso: los últimos cuatro meses de la vida de Abraham Lincoln, entre enero y abril de 1865, cuando se aprobó la 13ª enmienda que abolió la esclavitud y se puso fin a la sangrienta Guerra Civil. Así el centro de la acción se desarrolla en despachos gubernamentales y en el Congreso, donde la cámara de Spielberg muestra abiertamente el lado oscuro de la política: el lobby, la compra de votos, los conflictos de intereses y los dilemas entre las circunstancias y las convicciones en las negociaciones para conseguir la famosa enmienda. ??Si la película nunca pierde el pulso es en gran parte mérito del guionista Tony Kushner (que ya trabajó con Spielberg en “Munich”). Los diálogos son ajustados, realistas, sin declamaciones ni acartonamientos, y con algunas definiciones políticas de las que sería bueno tomar nota. Kushner también rescata algunas viñetas de un Lincoln íntimo, como la conflictiva relación con su esposa y con un hijo rebelde, aunque nunca pone el acento en cuestiones melodramáticas. El único reproche, tal vez, es que se extiende demasiado en detalles históricos que no resultan relevantes. ??Si los diálogos golpean, es también porque están sustentados por las actuaciones. Daniel Day-Lewis brilla como siempre, aunque afortunadamente no se termina engullendo la película como en otras oportunidades. Su protagonismo está balanceado con papeles secundarios que resultan vitales, como el abolicionista radical que interpreta con maestría Tommy Lee Jones. En las palabras de este personaje, y en su contrapunto con Lincoln, descansa gran parte del corazón de la película.
El respeto reverencial hacia un ícono La indudable capacidad narrativa del director se pone al servicio de la figura política fundacional, sin cuestionarla. Tal vez, desde mi punto de vista, uno de los grandes méritos de este film es ese grado de definición, ya que tanto su realizador como su nueva criatura, confirman su posicionamiento con coherencia con el nuevo momento histórico; inédito, por cierto, desde una tradición, conservadora, puritana y racista, ya que Lincoln, nominada como tantas otras en ocho categorías, fue estrenada en el "New York Film Festival" un mes antes de las elecciones. Y el estreno oficial del mismo, presidido por otras exhibiciones y el aporte del mismo Spielberg de un millón de dólares para la campaña de Barack Obama a fines de octubre, tuvo lugar una semana después de la reelección del actual mandatario. Desde una lectura coyuntural, esta tan esperada realización (que por cierto podríamos ubicar junto al panteón de John Ford y Frank Capra) goza de la posibilidad de plantear no ya el debate sobre la controvertida figura de un hombre político, de una figura?símbolo, sino de leer desde él una proyección de un ideario sobre los alcances del sistema democrático, expresado desde un sensible discurso, en la figura de un actor que construye desde su modo de ser y componer, independientemente del parecido físico, una gramática propia de interpretación. Nos referimos a Daniel Day Lewis, para quien su personaje no fue pensado desde el modelo del biopic tradicional, sino desde la voz del personaje, ya que para él "la voz de cualquier personaje que deba representar me lleva a pensar en uno de los aspectos más fundamentales, sutiles y profundos en el armado y construcción del mismo. Y es esa línea invisible entre objetividad y subjetividad la que debo tratar de captar". Y este tal vez es uno de los tonos y matices que descansa en el personaje que brinda este actor desde una puesta en escena que ha elegido una iluminación evocativa de los daguerrotipos. Y que se propone en el orden de los hechos, un recorrido por los últimos cuatro meses de vida de Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de los Estados Unidos. Estamos en 1865, en los años de los Guerra Civil y en esa lucha por aprobar la XIII Enmienda, que se transforma en un sueño de libertad para los que aspiran a una tierra libre de esclavos y en una amenaza para los opresores terratenientes del sur. Pero, lamentablemente, desde lo que considero ya como proyecto cultural en una dimensión más amplia, Lincoln aleja toda posibilidad de interrogarse sobre el mismo personaje. Desde el inicio mismo, hay una declaración del propio Spielberg al ubicar una luz aurática elevando la cámara, la mirada, sobre su encrespado cabello y afilado rostro. Ese narrador, de la misma manera que lo confirmaba el Oliver Stone de JFK, deja al personaje en el lugar de una reverencial galería de figuras que han sido las fundacionales y que sale al encuentro, al principio de la cadena, del mismo John Ford con El joven Lincoln, en los años del New Deal, en la figura del personaje que compone Henry Fonda, quien, enmarcado, desde el plano general final, modela y confirma su estatura mítica. A partir de Lincoln será, tal vez, más que necesario revisar otros films del realizador sobre la problemática de la esclavitud; tales como El color púrpura, del 85 y Amistad del 98, esta última un fracaso de público. Estos films, particularmente el primero, no estaban sujetos a esta retórica que cierto canon impone. Desde una solemnidad que por momentos inmoviliza y que sólo se desanuda en la segunda parte cuando tendrán lugar las elecciones y con ello cierto clima de "thriller" y vaivén de suspense, Lincoln padece de una aquilatada solemnidad y pulcritud, de un "un exceso de pudor", que marca feroces contrapuntos, como el que se da con el personaje que, admirablemente, compone Tommy Lee Jones. A principios de los años 80, la editorial Fontamara publicó "La Historia y el Cine". Uno de sus textos críticos, La Guerra de Secesión y el cine norteamericano: un terreno difícil lleva la firma del gran maestro, ya fallecido, Homero Alsina Thevenet, que abre interrogantes sobre algunos aspectos de la conducta política de Lincoln que ningún film se atrevió a plantar. Y para ello se apoya en los estudios realizados por Richard Current para la Enciclopedia Británica. Alsina Thevenet escribe: "El mismo Lincoln no estaba ciertamente a favor de la esclavitud, pero tampoco era un destacado abolicionista. En 1862, comenzada ya la guerra, expresó ya su posición con frases muy claras: 'Mi objetivo supremo en esta lucha es salvar a la Unión, y no el de salvar o destruir a la esclavitud. Si pudiera salvar a la Unión sin liberar a ningún esclavo, lo haría; su pudiera salvarla liberando a todos los esclavos, lo haría. Y si pudiera salvarla liberando a unos y no a otros, también haría eso'".
Hay que emprender una reevaluación inmediata de la obra de Steven Spielberg porque -con sus luces y sus sombras- es el realizador que define el cine estadounidense (e internacional) de las últimas cuatro décadas. “Lincoln” es, en cierto sentido, un film-resumen: allí está el gusto por el espectáculo, por la violencia -la primera, breve secuencia con una batalla de la Guerra Civil-, por la imagen mitológica que a veces se vuelve trivial. Podría ser una película de Walt Disney sobre el Gran Emancipador, pero es otra cosa: ese film hipotético más el “detrás de escena” del prócer. El Abe que crea para nuestros ojos Daniel Day-Lewis es abrumador, honesto, carismático, bonachón. Y es también un político ambiguo, oscuro, manipulador, incluso un poco psicopático (usa su carisma para manipular en más de una secuencia). Lo que queda en el fondo es una épica de la política y una pregunta: ¿el fin justifica los medios? La película solo narra cómo Lincoln logra que se apruebe la décimo tercera enmienda a la Constitución estadounidense, la que abolió la esclavitud (y brevemente el fin de la Guerra Civil y la muerte del personaje), pero en ese resumen de un mes de su vida, Spielberg logra la hazaña no solo de poner bajo la lupa todo un sistema político, sino también de reconstruir a un hombre y dejarnos la moraleja a nosotros. Nos manipula de tal modo que, casi, “Lincoln” es la autobiografìa disfrazada del director.
Esta producción se estrena precedida por varios factores. El primero, la dirección del Rey Midas del cine, Steven Spielberg, quien todo lo que realiza, cinematográficamente hablando, se traduce velozmente en positivos resultados de taquilla. El segundo, como buen conocedor del gusto y estructura yankee, siempre apunta a logros que también se podrían traducir en candidaturas a los premios de la Academia de Hollywood, los siempre bien ponderados “Oscars”. En esta ocasión no se aleja de sus antecesoras en cuanto a esta variable, es candidata a 12 premios, la de mayor cantidad este año, pero posiblemente no sea el tipo de cine a que nos tiene acostumbrado el bueno de Steve. Poseedora de una dirección de arte casi impecable, principalmente desde la recreación de época, la escenografía y el vestuario, ayudados por una muy acertada puesta en escena, conjugada con la brillante dirección de fotografía a cargo del polaco Janusz Kaminsky, con quien Spielberg ha trabajado en infinidad de películas. Ha todo esto se le agrega la selección de actores que se encargan de constituirse en los personajes como para hacerlos no sólo creíbles, sino también ser presentados como reales. En este sentido el primer lugar lo ocupa el genial Daniel Day Lewis interpretando a Abraham Lincoln, no tal cual lo demandaría la iconografía que gira alrededor del personaje, sino otro, más humano, más fuerte y más débil simultáneamente. Esto se debe a que la mirada que se eligió para contar la historia no es la de la tradición oral, o con la que se construyó el imaginario popular sobre ese líder político. El relato se centra en la lucha del primer presidente republicano en la historia de los Estados Unidos por abolir la esclavitud. Para lograr su objetivo debe recurrir a todo tipo de artimañas, algunas políticamente incorrectas, lo que implica una suerte de logrado suspenso, a cuenta y sabiendas que todos los espectadores conocemos el final. Si bien todo gira en derredor de Lincoln por presencia en pantalla, o en ausencia pero presente en la boca o la cabeza de los otros personajes, tal es así que sólo unos cuantos grandes actores salen airosos del enfrentamiento “virtual”, tal el caso de Tommy Lee Jones interpretando al senador progresista Thaddeus Stevens, el recuperado James Spader como uno de los asistentes, Bilbo, David Straitham encarnando a William Seward, el asistente personal de Lincoln, culminando en Sally Field y Joseph Gordon Levitt, componiendo a Mary Todd Lincoln, la esposa, y Robert Lincoln el hijo mayor, respectivamente. Si con todos estos logros, al que igualmente hace honores la música de John Williams, creando y sosteniendo tanto los climas, el montaje que responde muy claramente al diseño de producción, y al guión respetando el clasicismo de la estructura narrativa, en la sumatoria finalmente se llegue a la conclusión que el resultado no sea de alta calificación es porque algo falló. En este orden se debería aclarar que la falla esta dada en razón de que la realización termina siendo un tanto aburrida ¿Los motivos? No son demasiados, pero si suficientes. Fundamentalmente juegan un papel preponderante los diálogos a los que se los podría dividir en dos secciones, aquellos de la vida cotidiana donde sobresale Lincoln con algunas sentencias fatuas, y los que se generan en sentido estricto en prosecución de obtener la mayoría de los votos para poder promulgar la famosa 13 Enmienda, la mayoría desarrollados en el claustro de votación, donde en todas y cada una de las escenas esta omnipresente Lincoln, cerrando además cada una de dichas escenas con una frase aleccionadora. En este sentido los diálogos están plenos de formulaciones donde quedan claramente expuestos los actos de corrupción, compra de votos y voluntades ejercidas desde el poder, pero es tal la catarata de palabras sentenciosas expresadas que es muy difícil de asirlas, asimilarlas, comprenderlas y finalmente disfrutarlas.. Esto le vuelve a quitar a los personajes aquello que sostenía la idea primaria de cómo introducirse en el personaje y en la historia. y paralelamente introducirnos a los espectadores, por la variante menos conocida de la historia, lo que nos había entregado e intrigado.
Figura emblemática y sustancial de la política estadounidense y universal, Abraham Lincoln se merecía una película sobre su vida, obra y legado. Y quién mejor que Steven Spielberg para abocarse con toda su capacidad expresiva y cinematográfica a semejante personaje histórico. Sin embargo, Lincoln NO es una biopic, no es una obra biográfica, no es un film que específicamente gire alrededor suyo. Es más, hay pasajes enteros en los que no aparece en pantalla y ni siquiera –algo que sorprende- es reflejado su homicidio, ni hay mención alguna sobre su asesino o un posible complot criminal en su contra. Lincoln no es Lincoln o no es sólo Lincoln, sino una película acerca de la abolición de la esclavitud, y en eso se emparenta extrañamente con Django sin cadenas, ya que la última película de Tarantino aborda, de alguna manera, la “previa” de Lincoln, narrando en forma explicita y potente tal flagelo. Entonces, por un lado esta obra del director de El color púrpura (su visión propia sobre el tópico) no abreva en el carácter épico y espectacular de otros films suyos, como por ejemplo el inmediatamente anterior, Caballo de guerra, lo que podría decepcionar a algunos. Pero por otro lado es una pieza esencialmente política y rigurosa, lo que podría entusiasmar a otros. Lejos de un impactante relevamiento sobre un prócer legendario, nadie podría negar que en esta despojada visión acerca de este hombre, exista también un espacio reservado para ese inmaculado héroe spielbergiano. Lincoln acumula doce nominaciones a los Oscar sólo internándose en los últimos meses de la vida del ex presidente estadounidense, pero en un momento determinante de su carrera política. Narrando las idas y vueltas que representaba la sanción de la 13ª enmienda en contra de la esclavitud, Spielberg desgrana implacable y magistralmente todos los enfrentamientos dialécticos, incluyendo lobbys, traiciones, presiones, arreglos, etc. Quizás algún exceso de teatralidad se pueda objetar, en algunos largos e intrincados diálogos el film se resiente, pero hay que saber internarse en él, Lincoln no es para cualquier público. El excepcional elenco tiene puntos altísimos, como los de Tommy Lee Jones, Hal Holbrook, James Spader y obviamente, el enorme Daniel Day-Lewis.
No resistimos indicar que Abraham Lincoln era un individuo parsimonioso y calmo, metódico y preciso, paciente y dedicado. Y partiendo de esa base, aceptaremos que el film que lo retrate (al menos en uno de los momentos más importantes de su carrera política) lo acompañe en sentimiento y carácter, amén de que su director sea uno de los mejores -sino el mejor- cuentacuentos del cine americano. Lo que más llama la atención del Lincoln dirigido por Steven Spielberg e interpretado por Daniel Day-Lewis es su voz. Presenta la rítmica de un Cafrune y el pitch de un Ale Sergi. Es extraño, pero efectivo. Dicho tono, que en el siglo que nos atañe provocaría fastidio e impaciencia, supo provocar los mayores y más respetuosos silencios de su tiempo. Particularmente cuando de abolicionismo se trataba. No hay espacios para los porqué en el discurso de Abraham. Sólo la indicación de lo que hay que hacer y ya. No recibiremos discursos que nos expliquen su postura respecto a reventar la esclavitud en mil pedazos, al menos no de su boca. Sí recibiremos clases -extensas si se quiere- de ejercicio estratégico y político (trampas) para obtener la victoria, que aquí se traduce en mayoría de votos en un parlamento dividido símil-125. ¡Wally Walrus! La resolución del conflicto es conocida, no así quienes cocinaron la victoria más allá de Abraham. Nos referimos a los Ángeles de Lincoln, individuos que apuraron los trámites, aconsejaron al conductor e incluso coimearon a los reticentes y rezagados. Se lucen todos (Seward/Strathairn, Latham/Hawkes), pero podríamos destacar a W.N. Bilbo, jugado de modo estupendo por James Spader, que cada vez se parece más a Pablo Morsa -y amamos a Pablo Morsa-. Aparecen por allí conflictos relacionados con un matrimonio complejo (particularmente si tu primera dama tiene raptos de pitonisa) y una decisión paternalista en la que las extremidades de tu hijo están en juego, guerra civil mediante. Pero lo realmente importante radica en la convicción inapelable de que hay que terminar con la esclavitud. Ya lo hemos dicho, Abraham no explica los porqués. Para eso contamos con Thaddeus Stevens (bestial Tommy Lee Jones), el Jaroslasky del parlamento, un tipo que con tres gritos te deja en claro que estás hablando al pedo. El film, si bien extenso, no nos resultó aburrido. Ni teatral. Nos pareció que su motor funciona haciendo honor a las velocidades (históricamente comprobadas) de su protagonista. La fotografía es preciosa y le hace justicia a este universo de brandy, habano y bibliotecas de roble tan de político-viejo. También hay muchos papeles y pergaminos, muy brillantes y blancos, de esos que tapan el subtítulo en castellano por unos segundos. El Spielberg de manual se vislumbra en un solo plano, aquél en el cual Abraham se aleja y baja unas escaleras. Vemos su silueta recortada en simpaticona caminata y el sombrerito largo nos hizo acordar a E.T, por alguna razón. Lincoln llegó junto con Django. Ambos films tocan un tema contundente del pasado americano. Uno juega y el otro observa. Cada uno a su modo y con las herramientas que consideraron adecuadas. Es innegable el cariño y la gratitud de ambos. Con la historia. Y con el cine.
Lincoln, el gran debate político Nunca se puede esperar menos de Steven Spielberg, él sabe como montar un mega-espectáculo fílmico con jerarquía y estética artística, dificulto que haya mediocres actuaciones, regular fotografía, vestuario, etc, tiene todo y consigue todo para montarlo. Con esta gran producción concreta su acariciado sueño de ofrecer en el cine, la imagen y postura del presidente Abraham Lincoln en sus últimos cuatro meses de vida, con el difícil objetivo de restaurar la unión estadounidense y la aprobación de la 13º Enmienda, aquella que abolía la esclavitud. Sobre la maravillosa e irrepetible máscara del personaje está la brillante composición de un actor con mayúsculas: Daniel Day Lewis, atrás enseguida las memorables actuaciones de Sally Field como la sufrida esposa y Tommy Lee Jones encarnando a Thaddeus Stevens -un áspero radical no negociable-, con una significativa y encomiable recreación histórica de época, y por sobre el disfrute de ver los debates que se generan. Quizás la primera parte del filme sea bastante lenta pero la segunda parte se convierte en un hallazgo de la retórica política sin desperdicios. Filme que no es para cualquiera, y si para los cinéfilos consecuentes de propuestas enmarcadas con la posibilidad de instruirse históricamente, o al menos algo así.
El sabio orador A través de los pasos de Abraham Lincoln, Steven Spielberg crea una enorme película sobre uno de los momentos más significativos de la historia estadounidense. La serenidad y melancolía con que Daniel Day-Lewis interpreta a Lincoln, le dan a la trama el perfecto tono para poder llevar a cabo este relato donde las secuelas de la guerra desgarran a todos la población y cuyas suplicas por la paz deben ser postergadas para que el conflicto bélico haya sido significativo. Un drama inteligente que no teme meterse en las zonas más oscuras o ambiguas de la época y que tiene el valor suficiente de recrear la época con sus adecuados parámetros sin caer en la visión actual de sus acontecimientos. Empezando por una horrible batalla entre ambos bandos cuyos uniformes son difíciles de distinguir y no hay claros vencedores, en toda la trama trasciende la inevitable sensación de tragedia. Un sacrificio compartido entre blancos y negros que ahora depende de sus representantes para que convaliden todo por lo que lucharon. Desde la re-unificación de la nación hasta el fin de la esclavitud. Aunque la película define claramente a los abolicionistas de los esclavistas, es importante destacar que el terreno en donde la trama política se despliega no es muy diferente al barro donde la guerra se desarrolla. Este enorme thriller político donde a pesar de ya saber de antemano el resultado de los acontecimientos, nunca deja de atrapar al espectador. La intensidad de los distintos cruces verbales o la astucia de las diferentes anécdotas encierran una poderosa concepción sobre un Lincoln sabio, estadista y muy sacrificado. Una película muy espiritual en donde lo ideal choca con lo posible. El devenir de la política obliga a Lincoln a exponer toda su inteligencia a la hora de entablar sus diálogos, pero también le exige sacrificar sus palabras (sobornar funcionarios) o medir sus metas (aspirar a menos), si quiere conseguir la tan preciada abolición de la esclavitud o, más precisamente, terminar con la guerra. Son estos grises los que convierten a "Lincoln" en un relato real e increíblemente potente. No hay condenas a ningún político ni alabanzas a otros. Es simplemente la elocuencia con la que todos los presentes defienden sus posturas y creencias lo que hace de esta película un duelo apasionante. Incluso el racismo y discriminación imperantes en cada uno de los senadores, incluido el propio Lincoln, hacen de la trama un fiel retrato de los paradigmas de aquella época. Razón misma, por la cual, Tommy Lee Jones cobra una notoria importancia en la trama y cada aparición suya es como un terremoto en el recinto. Son sus fuertes ideales modernos y radicales los que elevan a la trama y permiten ubicar, de una cierta manera (aunque hay fuertes diferencias entre Jones y Day-Lewis), el espíritu de Lincoln dentro de las puertas del senado. Asimismo, cinematográficamente hablando la película es impecable. La trama contiene todo los elementos para convertirse en una triste representación teatral, sin embargo es el excelente uso de la cámara más un compendio de actuaciones sumamente veraces lo que impiden tal cosa y hacen de cada escena un placer visual y emotivo. Incluso el arte, la fotografía y la música hacen su trabajo de forma brillante, mientras la trama nunca se pierde en la soberbia y a través de sus distintos toques de humor siempre acierta a la hora de narrarse de la manera más apropiada. "Lincoln" resulta ser una obra maestra audaz que no teme mostrar las controversias del momento y no solo es un apasionado retrato de su protagonista, también es una fuerte declaración sobre los cimientos del hombre y los límites de la democracia. No es casual la presencia del drama familiar con sus gritos y cachetadas o la historia de como un viajero debe seguir su brújula. Todo el relato se construye de manera sólida para así poder brindar el mejor de los entretenimientos.
El experimento de la democracia Steven Spielberg eligió un pasaje fundacional de la historia de su país, la votación de la Décimotercera Enmienda (1865), decisión que lo ata a la letra de los documentos y a la memoria del público estadounidense. Lincoln, la película, cuenta con el respaldo de las fuentes consultadas y se eleva a drama histórico gracias al talento del director. El tema de la esclavitud ha acompañado a Spielberg desde El color púrpura (1985). En Lincoln, desarrolla las argumentaciones a favor del abolicionismo en un filme de tesis. Lo asiste un elenco notable. Daniel Day-Lewis logra una vez más una interpretación extraordinaria. Sally Fields, como la esposa Mary Lincoln y Tomy Lee-Jones, como el congresista Thaddeus Stevens, deslumbran en el lúgubre escenario de la Guerra Civil, mientras Lincoln negocia la votación para abolir la esclavitud. El presidente ya había dado un paso, transitorio, al obtener la libertad de los esclavos para que los negros fueran al frente de batalla. Guerra sobre guerra: una, cuerpo a cuerpo; la otra, con las ideas y las palabras. Spielberg pone su genio al servicio de escenas difíciles de sostener: Lincoln habla, discute, cuenta anécdotas, da órdenes, moviéndose como un santón desgarbado, cansino, por momentos exasperante. La furia está en las argumentaciones y en la mirada penetrante del hombre acusa de arruinar económicamente a los señores esclavistas del sur. El actor comentó el trabajo que realizó para emular el tono y los ritmos de la oratoria del presidente. La musicalidad salva las escenas del aburrimiento, además del peso que adquiere el tema de la democracia, sus crímenes y negociaciones, su valor y sacrificios. La joven democracia de la Unión protagoniza el experimento más osado, esto es, alcanzar la paz después de la guerra fratricida y votar la libertad de todos los ciudadanos. Spielberg maneja la tensión al límite en la escena del voto cantado en la Cámara. El director instala la cámara en la Casa Blanca, pone luz y sombras en los dramas humanos detrás de las grandes decisiones. Aun así no puede bajar al prócer de la estatua, pero ofrece una película con su sello estético, para quien quiera ver y escuchar.
Haz lo correcto El último trabajo de Spielberg es como un buen alumno, tan correcto como anodino, y lo que más llama la atención es la ausencia de la mayoría de las virtudes y los defectos de sus películas previas. Es muy probable que Daniel Day Lewis se lleve otro Oscar por su intepretación de un Lincoln que parece cargar con todo el peso de la historia en sus hombros. Por lo demás, el interés de la trama es acotado. Resulta un acierto que el foco esté puesto en solo un año en la vida de Lincoln, 1865, y en su obsesión por lograr la abolición de la esclavitud. Con esto Spielberg logra desmarcarse del tradicional formato biopic, que suele engolosinarse en representar una infancia que defina el destino de su protagonista. No obstante, la extrema dignidad del buen Abraham y ciertos subrayados no hacen más que billikenizar la Historia. Una Historia que solo por momentos cobra vida, cuando se embarra en una serie de posiciones contradictorias pero atendibles de cada uno de los políticos que negocian las idas y vueltas de la enmienda que permitirá la libertad de los esclavos. Los puntos de contacto con Amistad (1997), del mismo director, son varios pero en este caso se nota una clara intención de evitar las ingenuidades, simplificaciones y golpes bajos de aquel trabajo. Habrá que ver si con esto alcanza para llevarse más premios. En el contexto actual no sería raro que eso ocurriera.
Un relato histórico clásico Abraham Lincoln fue el decimosexto presidente de los Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano. Fue elegido presidente a finales de 1860. Durante su período, tuvo que hacer frente a la interminable guerra civil entre los Estados secesionistas y los Estados de la unión, que desangraba al país, y a la necesidad de reformar la Constitución para poner fin a la esclavitud. Como se sabe, las dos cuestiones estaban íntimamente relacionadas y fue Lincoln el presidente que llevó adelante la iniciativa. Steven Spielberg rescata su figura en esta película, que es una adaptación parcial del libro “Team of Rivals: The Political Genius of Lincoln” de Doris Kearns Goodwin, confiando el guión a Tony Kushner, el cual se concentra particularmente en los meses previos al debate sobre la Decimotercera Enmienda, que establecía precisamente la abolición de la esclavitud. Mientras, en paralelo, se producían intensos contactos para poner fin a la guerra civil. Spielberg construye un relato lineal, en el que prioriza los diálogos, con una buena reconstrucción de época, apelando a los claroscuros y los colores marrones y grises en el tratamiento de la imagen. Los hechos ocurren en Washington y muestran al presidente de los Estados Unidos de Norteamérica en una versión más bien doméstica. Su figura aparece muy humanizada, en la intimidad del poder, que de algún modo compartía con sus amigos más cercanos pero también con su esposa, una mujer de carácter fuerte y dominante, con quien tuvo tres hijos varones: uno ya fallecido (pérdida no del todo asimilada por la pareja), un joven un tanto rebelde y un niño devoto de su padre. La película pone de relieve las dotes negociadoras del político, su fino sentido del humor, los esfuerzos que pone para mantener sus principios y el carisma del que hacía gala para seducir a sus seguidores. Todo interpretado de manera excelente por el actor Daniel Day-Lewis, quien a sus reconocidas cualidades actorales suma su sorprendente parecido físico con el prócer norteamericano. Como es de suponer, el relato es fiel a la historia conocida, que concluye con el magnicidio producido apenas lograda esa gran victoria política que fue el fin de la guerra y la famosa enmienda. Aunque también se hace eco de las versiones que señalaban una supuesta homosexualidad del presidente e incluso pone el acento en algo un poco más turbio, el terrible poder de Ms. Lincoln entre bambalinas, al punto de sugerir que quizás algo haya tenido que ver en el crimen que terminó con la vida de su esposo. Este asunto no está tratado de manera expresa, pero en la película se le da bastante trascendencia a las diferencias existentes entre marido y mujer, no solamente en lo referido a la educación de los hijos, sino también a la injerencia de la primera dama en los asuntos de Estado, lo que hace crisis cuando el joven al que su madre había enviado a Boston a estudiar Abogacía, decide alistarse en el Ejército. Ms. Lincoln jamás perdonó a su marido la pérdida del primer hijo y tampoco se muestra dispuesta a perdonarle que no haya impedido que el otro muchacho abandone los estudios y se rebele contra la decisión materna, poniendo también en peligro su vida. Acompañan a Day-Lewis actores de primera línea, entre los que se destacan Sally Field, como la conflictiva Mary Todd Lincoln, Tomy Lee Jones, Joseph Gordon-Levitt, David Strathairn y James Spader, entre otros.
Los diálogos de Spielberg Este último trabajo de Steven Spielberg que tantas expectativas había generado con respecto al Oscar 2013 y por su carácter biográfico sobre un personaje histórico tan importante como Abraham Lincoln, es un film interesante y bien elaborado, pero no creo que esté a la altura de trabajos anteriores como "La lista de Schindler", "Munich" o "Salvando al soldado Ryan". Imaginé que por la magnitud del proyecto, "Lincoln" iba a ser la nueva Schindler, con esa relevancia y genialidad cinematográfica, pero al verla en la gran pantalla de cierta manera me decepcioné al percatarme de la dinámica lenta y cuasi documental que decidió imprimirle Spielberg. Fue como si se hubiera contenido creativamente ante la responsabilidad de mostrar un pedazo de vida de este icono estadounidense y se hubiera limitado a reproducir momentos históricos con diálogos maravillosamente interpretados y nada más. El talento de Daniel Day-Lewis no es desconocido para nosotros, ya hemos visto su despliegue actoral en cintas como "Mi pie izquierdo", "Petróleo Sangriento", "Pandillas de Nueva York" y "En el nombre del padre" entre otras. Sabemos que sus caracterizaciones son prácticamente una garantía de éxito y que su forma de recitar monólogos es sencillamente genial. "Lincoln" es la interpretación de Daniel Day-Lewis, su talento, su presencia, su profesionalismo y no mucho más. Hay otros actores que hicieron muy bien su trabajo como Sally Field, Tommy Lee Jones y James Spader, pero la verdad es que lo único realmente impactante y espectacular de este film es la actuación de Day-Lewis. Lo demás es muy correcto, llega meramente a cumplir. Los aspectos técnicos son de calidad, como por ejemplo el tema vestuario, maquillaje, producción, cinematografía y musicalización, pero la magia de Steven y de la trama tuvieron una intervención demasiado tibia. La película es prácticamente un despliegue de diálogos y monólogos muy bien filmados, pero no es más que eso. En una entrevista reciente dijo que "Lincoln" era su trabajo más europeo... Steven, te queremos como sos vos, dinámico, generador de emociones y estadounidense judío. El cine europeo dejaselo a Haneke y a los hermanos Dardenne. Un biopic bien realizado que nos muestra uno de los momentos más relevantes de la vida de Abraham Lincoln a través de diálogos, muchos diálogos. Si estás con ganas y paciencia para escuchar interesantes conversaciones políticas y sociales, seguramente disfrutes bastante esta peli, si estabas esperando un film bien Spielberg, quizás te quedes con un gustito a poco.
Propuesta cargada de historia La historia que Steven Spielberg narra en este filme se desarrolla desde los primeros días de enero de 1865 hasta el 15 de abril de ese mismo año, cuando Abraham Lincoln fue asesinado mientras asistía a una función de teatro con su esposa Mary Todd y su hijo menor. El guión escrito por Tony Kushner (el mismo de Munich) está parcialmente basado en el libro Team of rivals: the political genius of Abraham Lincoln , de la historiadora Doris Kearns Goodwin, editado a mediados de la década pasada. Spielberg comentó que la figura de Lincoln le interesó desde que tenía seis años. Lincoln fue el decimosexto presidente de Estados Unidos y el primero por el Partido Republicano. Asumió su mandato el 4 de marzo de 1861 y fue reelecto en junio de 1864, durante la Guerra de Secesión o Guerra Civil, que comenzó en 1861 y produjo 750 mil muertos. Durante el período evocado por el filme, Lincoln logró terminar la guerra y que el 31 de enero de 1865 la Cámara de Representantes (el Senado lo había hecho previamente) aprobara la 13ª Enmienda de la Constitución, que abolió la esclavitud. La enmienda de marras confirmó la emancipación de los esclavos que Lincoln había proclamado en 1863. Sus grandes objetivos fueron, precisamente, terminar con dos siglos y medio de un sistema económico basado en la esclavitud, concluir la guerra y unir a la Nación. Pero además de esos temas, a Spielberg le interesó rescatar la incansable dedicación de Lincoln a sus funciones de presidente y líder de uno de los bandos en pugna, y su conflictiva relación con su esposa, que no alcanzaba a elaborar el duelo por la pérdida de dos de sus hijos. Spielberg lo muestra como un hombre reflexivo, envuelto en dudas y contradicciones, pero decidido a concretar sus objetivos, aún apelando a intrigas y triquiñuelas políticas y turbias negociaciones, porque la política --según el director-- "no es el reino de la pureza". En esa tarea desarrollada por Lincoln también adquieren relevancia los personajes del republicano Thadeus Stevens, interpretado con la solvencia de siempre por Tommy Lee Jones; y el negociador W. N. Bilbo, asumido por James Spader, en su feliz retorno al cine. Pero el gran protagonista de este filme es el británico Daniel Day-Lewis, legítimo ganador del premio Oscar de la Academia de Hollywood, cuya presencia llena la pantalla y valoriza cada una de las escenas en las que interviene, que son la mayoría de la película. La película incluye sólo dos secuencias referidas a la Guerra Civil. La primera muestra una batalla y concluye con un revelador diálogo de Lincoln con dos soldados negros, y la segunda ocurre hacia el final del relato, donde se pueden observar las terribles secuelas de la batalla de Petersburg. Por su estructura, Lincoln es casi un filme de cámara, porque muchas de las escenas se desarrollan en ambientes cerrados, ya sea en la casa de gobierno, en el hogar del presidente o en reuniones políticas donde impone su carisma, pero sustentado en sus profundas convicciones. Quizás por ese mismo carácter la película registra un exceso de diálogos, lo que no es habitual en el cine de Spielberg, y ésta es la principal observación que se le puede formular, además de cierta lentitud narrativa y reiteración temática. Sin embargo, Lincoln nunca deja de ser una propuesta apasionante y cargada de historia, que Spielberg recreó con mesura, sin afanes panfletarios, procurando privilegiar el perfil humano y de estadista del personaje.
El oro y el barro de la política En los primeros minutos de esta extensa película, los que hayan ido al cine a disfrutar de una nueva entrega de acción y escenas multitudinarias se sentirán gratificados y creerán que Spielberg está por entregarles una versión de "Rescatando al soldado Ryan" ambientada (perfectamente) en la época de la Guerra Civil norteamericana. Pero la ilusión dura poco: apenas se acallan los cañones comienzan las escenas en interiores, con diálogos sustanciosos y exigentes en cuanto a la atención del espectador, y el director se dedica a la pintura de los distintos personajes que van a animar la acción a lo largo de las más de dos horas de proyección que restan. Spielberg da en el clavo al mover la cámara lo estrictamente necesario como para construir un relato que se apoya básicamente en las excelentes actuaciones de los miembros de su elenco, encabezados por el portentoso Daniel Day Lewis (destinatario de un Oscar absolutamente merecido). Es impresionante la composición física de su Lincoln y deleita al espectador con los matices, las miradas, las inflexiones de la voz. Pero Day Lewis no está solo: es formidable también la interpretación de Tommy Lee Jones (a cargo de uno de los personajes más ricos de la película) y están en muy alto nivel los trabajos de David Strathairn, Sally Field y James Spader, entre muchos otros. Pero además de la excelencia en el rubro actoral y de los asombrosos detalles de la reconstrucción de época resulta sumamente interesante el abordaje que el guión hace de la figura de Lincoln al mostrarlo sumido en los dilemas que le propone el momento histórico que le toca protagonizar. En efecto, el presidente probo, honesto e irreprochable debe meter las manos en el barro de la política para lograr el fin último que lo desvela. Al mismo tiempo, quiere desesperadamente terminar con la guerra civil que desangra a su patria, pero sabe que si lo hace antes de que la abolición de la esclavitud quede consagrada por la enmienda constitucional que está por votar la cámara, la incorporación de los estados del sur a la Unión significará el fin de la iniciativa. A esta jugosa coyuntura política e institucional se le agrega el drama familiar del presidente y su esposa, que sobrellevan como pueden la muerte de uno de sus hijos y los choques con otro de los vástagos, que pretende abortar sus estudios de abogacía para enrolarse en las filas del ejército. Todos estos dilemas y contradicciones aparecen magníficamente expresados en la pantalla y mantienen en vilo al espectador, gracias a una narración vibrante por parte del director y de los trabajos de un excelente plantel de actores y actrices. Y, además, por la fuerza propia del tema de la esclavitud y de la discriminación racial, un asunto que proyecta sus consecuencias aún a nuestra propia época. Spielberg no ha elegido plasmar una biografía de Lincoln (de hecho, se centra en los últimos días de su vida) ni ha pretendido deslumbrar al espectador con escenas de masas y batallas espectaculares. En cambio, ha logrado un filme potente, interesante y sumamente atractivo (aunque moleste de tanto en tanto la obviedad con la que la música subraya ciertos pasajes "épicos") y consigue plantear con inteligencia varios temas que dan para la polémica y la discusión. Y lo ha hecho con recursos cinematográficos de muy alto nivel.
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Steven Spielberg contó con un gran elenco para llevar adelante un ambicioso proyecto que, a pesar de ser uno de sus films menos personales, es una gran obra que entretiene y emociona. Lincoln (2013) se centra en la última etapa de gobierno del decimosexto Presidente de los Estados Unidos (Daniel Day-Lewis), en la que debió luchar con dos propósitos: por un lado, lograr la abolición de la esclavitud y por el otro finalizar la Guerra Civil que había abierto una herida muy profunda que tardaría años en sanar. Desde este jueves habrá dos películas en cartel que tratan el tema de la esclavitud desde ópticas muy distintas. En Django sin Cadenas (Django Unchained, 2012) Quentin Tarantino lo hace a través de un western y en Lincoln Spielberg lo presenta como un drama con tintes de thriller político. Ambos films comparten también un actor: Walter Goggins será uno de los torturadores de Django y encarnará en Lincoln a un legislador que inclinará la balanza a favor de abolir la esclavitud. Lincoln se encuentra entre las obras menos “spielbergianas” de su filmografía. Sin demasiados efectos especiales y con largas secuencias de diálogos en las que la cámara se mantiene casi inmóvil, Spielberg toma distancia de films como Rescatando al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998) y se acerca más a Munich (2005), otro drama histórico que relata la masacre de atletas judíos en los Juegos Olímpicos de 1972. Basada de manera parcial en el libro Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln de Doris Kearns Goodwin, Lincoln contó con Tony Kushner, uno de los guionistas de Munich. Director y guionista presentan a un Lincoln avejentado pero enérgico que deberá luchar contra viento y marea para proclamar la 13º Enmienda y poner fin a la Guerra que dividió al país durante cuatro años. El trabajo de Daniel Day Lewis es excepcional. Su composición se encuentra a la altura de lo que hizo en Mi Pie Izquierdo (My Left Foot, 1989) y Petróleo Sangriento (ThereWill Be Blood, 2007) y, a menos que los premios Oscar deparen alguna sorpresa, se llevará la tercera estatuilla de su carrera. La postura que adopta y la voz que imposta en cada una de las escenas son fruto de una investigación minuciosa por parte del actor inglés. Su Lincoln es reflexivo y sabio y tiene una anécdota en la manga para ilustrar cada situación y sacar una sonrisa de sus colaboradores. Además está secundado por un elenco de primera línea. Sally Field encarna a Mary Todd Lincoln, esposa del presidente, cuya vida cambió radicalmente luego de la muerte de su hijo William a causa de la fiebre tifoidea. Field lleva adelante una gran interpretación de esta mujer que debió superar su luto para acompañar a su esposo. Tommy Lee Jones hace lo propio en la piel del congresista Thaddeus Stevens, hombre clave en la proclama de la abolición de la esclavitud. Asimismo, el gran Hal Hallbrook le da vida a Preston Blair. Y continúa el incesante desfile de nombres que incluye a David Strathairn, Joseph Gordon-Levitt, Jared Harris, Lee Pace, Bruce McGill, Jackie Earle Haley, James Spader, John Hawkes y Tim Blake Nelson. Estos últimos tres estarán encargados de seducir a legisladores para que voten a favor de la enmienda y, si bien las actuaciones son muy buenas, el enfoque no es el apropiado. Spielberg realiza un paso por la comedia con las actividades de estos personajes que evidencian la existencia de clientelismo y la presentan como algo simpático y no como objeto de repudio en una sociedad democrática. Pero, comentario aparte, el director de E.T. entrega un producto con escenas equilibradas y armoniosas, con una dirección de fotografía prolija a cargo de Janusz Kaminski, colaborador de Spielberg en Caballo de Guerra (War Horse, 2011) y con la infaltable música de John Williams que ingresa en cada escena de forma imperceptible para estallar y dar fuerza a cada una de las palabras que pronuncia el protagonista. En fin, Lincoln es una gran película que generará alguna que otra polémica pero que confirma a Daniel Day Lewis como un gran actor y propone a un Steven Spielberg que no estamos muy acostumbrados a ver pero que agradecemos ya que en dramas como este ratifica que no hacen falta grandes escenas de acción cargadas de efectos especiales para entretener y emocionar al espectador. 4/5 SI Ficha técnica: Dirección: Steven Spielberg Guión: Tony Kushner Estreno (Argentina): 7 de Febrero 2013. Género: Drama. Origen: Estados Unidos. Año: 2012 Duración: 150 minutos. Distribuidora: Fox. Reparto: Daniel Day Lewis, Sally Field, Tommy Lee Jones, Joseph Gordon-Levitt, John Hawkes, Michael Stuhlbarg, James Spader, David Strathairn, Tim Blake Nelson, Jared Harris, Lee Pace, Bruce McGill y Hal Hallbrook. Web: http://www.thelincolnmovie.com/
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
Publicada en la edición digital Nº 5 de la revista.
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Mucho más que un perfil A Steven Spielberg le gusta retratar episodios fundamentales de la Historia. Después de filmar la primera guerra mundial en la reciente Caballo de guerra y la segunda guerra en películas como Rescatando al soldado Ryan y La lista de Schlinder, Spielberg decidió meterse con la tragedia fundacional de Estados Unidos, la Guerra de Secesión y la figura de Abraham Lincoln, decimosexto presidente norteamericano y verdadero mito de la historia política de su país. La película, que llega el jueves 7 a los cines y encabeza la carrera por los Oscar con doce nominaciones, no es una biopic como el título podría hacer creer, ya que no cuenta toda la vida del presidente norteamericano y ni siquiera todo el transcurso de su presidencia. Lincoln es un logrado retrato del personaje y de cómo funciona una democracia moderna. Encabezado por Daniel Day Lewis en un papel que seguramente marcará su carrera, el elenco se completa con Sally Field como Mary Todd Lincoln, Joseph Gordon-Levitt como su hijo Robert y Tommy Lee Jones, genial en el papel del congresal Stevens, entre otros grandes actores. Persiguiendo a Daniel Lincoln es un proyecto de larga data en la vida de Spielberg. Según él mismo contó, la figura del presidente norteamericano lo ha obsesionado desde chico. “Siempre he tenido interés en contar una historia acerca de Lincoln. Recuerdo haber tenido cuatro o cinco años cuando vi por primera vez el monumento a Lincoln y haber estado terriblemente asustado por el tamaño de la estatua en esa silla, pero entonces me fui acercando poco a poco y quedé completamente cautivado por su rostro. Nunca olvidaré ese momento. Me dejó preguntándome acerca de ese hombre”, cuenta el director, que en 1999 dio el primer paso para concretar el anhelado proyecto. Cuando se enteró de que Doris Kearns Goodwin estaba escribiendo el libro “Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln”, decidió comprar los derechos aún antes de que estuviera terminado. Pero al director le llevaría doce años concretar el proyecto, en buena medida por aferrarse a la decisión de que el protagonista fuera Daniel Day-Lewis. Spielberg sabía desde el comienzo que el papel tenía que ser para él. En 2003 lo contactó por primera vez y le mostró un guión muy distinto al que terminaría filmando, que se concentraba en los últimos tres años de la Guerra Civil e incluía siete grandes batallas, pero a Day-Lewis no le interesó. “Daniel rechazó interpretar al personaje, admitiendo abiertamente que le intimidaba la talla de su figura”, le contó Spielberg a la revista española Caimán. Cuadernos de cine. El director decidió entonces convocar a a Tony Kushner, con quien ya había colaborado en Munich, para trabajar en un nuevo guión basado en Team of Rivals. Kushner trabajó durante seis años y llego a construir un guión de 550 páginas. “Fue una de las cosas más brillantes que jamás haya leído –recuerda Spielberg-, pero era extenso, épico e impráctico para hacer una película”. El director cuenta que les llevó mucho tiempo a él y a Tony descubrir qué parte de la vida de Lincoln serviría para bajarlo del pedestal y mostrarlo como una persona con la que el público pudiera empatizar. Pero la solución estaba en el propio guión que había escrito Kushner. “Conforme lo leía –cuenta Spielberg-, me pareció que el elemento más atractivo de todo lo que había hecho Tony era una sección de 70 páginas sobre la lucha por aceptar la Enmienda 13”. Así que tomaron una decisión audaz pero acertada: dejar de lado todo lo demás y desarrollar la película a partir de lo que narraban esas páginas: los últimos cuatro meses de la vida de Lincoln, entre enero y abril de 1865. “Nos enfocamos en los últimos cuatro meses de su vida porque lo que consiguió en aquella época fue verdaderamente monumental –señala Spielberg-. Sin embargo, queríamos mostrar que él mismo era un hombre y no un monumento. Sentimos que para hacerle justicia a esta persona compleja había que representarlo en medio de su batalla más difícil”. Con el nuevo guión y la ayuda de su amigo Leonardo DiCaprio, que le dijo a Day-Lewis que Spielberg no haría la película sin él, el director volvió a insistir: “Normalmente acepto el no. Es una de las pocas veces en mi vida que no estaba dispuesto a aceptar esa contestación. No podía ver a Lincoln más allá de lo que le aportaría Daniel”, contó. Finalmente Day-Lewis leyó el nuevo guión y aceptó la propuesta, pero le pidió al director que le diera un año para prepararse para el papel. Criado en Inglaterra e Irlanda, Day-Lewis conocía a grandes rasgos a Lincoln, sobre todo a partir de sus discursos, pero sabía poco de él como ser humano. Por eso, se enfrascó primero con “Team of Rivals” y otros escritos, y luego se enfocó en los textos del propio Lincoln para acercarse más a la experiencia personal, al hombre detrás de la figura. Spielberg cuenta que, una vez que el actor aceptó, trabajaron mucho juntos y conversaron durante tres meses y medio sobre los pequeños momentos del personaje tanto como sobre los grandes episodios históricos. Según ha contado en distintas entrevistas, durante el rodaje Spielberg se dirigía a los actores con el nombre de los protagonistas. Y llevó tan lejos esa búsqueda de autenticidad que él mismo se vestía de traje, en lugar de ir en jean como siempre, para ayudar a los actores a mantener la atmósfera de época. Más allá de la excentricidad, esas decisiones y la espera por Day-Lewis parecen rindieron frutos, porque más que “hacer de” Lincoln, en la película el actor parece su reencarnación. El lado B del héroe En enero de 1865, Lincoln decidió jugarse a todo o nada y, contra el consejo de sus colaboradores más cercanos, se animó a librar la batalla legal en el Congreso para abolir definitivamente la esclavitud. Para ello, necesitaba conseguir dos tercios de los votos, lo cual implicaba que, al apoyo de su propio partido, debía sumar el de por lo menos 20 representantes demócratas. La película cuenta justamente cómo lo hace; es la historia de un presidente que intenta conseguir votos para aprobar una ley, y que acude a todo lo que está a su alcance –aprietes, clientelismo político y maniobras no del todo limpias- para lograr su objetivo. El centro de la película gira entonces alrededor de las discusiones sobre la abolición de la esclavitud, pero todo ese exceso verbal no le impide al director comprometer emocionalmente al espectador, porque el personaje está retratado en toda su complejidad. Lejos de ensalzar al prócer, la película muestra a Lincoln como un político astuto, que llega incluso a posponer el fin de la guerra civil para lograr la aprobación de la enmienda. Pero además, lo retrata como un gran narrador de anécdotas y un marido y padre vulnerable. La historia familiar de los Lincoln dice que su mujer, Mary Todd, vivía en un estado mental muy delicado desde la muerte en 1863 de su hijo Willie, de once años, por fiebre tifoidea. La película muestra cómo la pareja sobrellevaba eso y se detiene también en las discusiones sobre la posibilidad de que Robert, el hijo mayor, fuera a pelear en el frente. En esas escenas, exhibe el costado más vulnerable del personaje, que vivía el dolor de la pérdida en silencio. “Quería hacer un film que mostrara cuán multifacético era el hombre –cuenta Spielberg-. Fue estadista, líder militar, pero también padre, esposo y un hombre que siempre estaba en un absoluto estado de introspección”. Lincoln es una película ambiciosa, con cierta vocación pedagógica, en la que un director maduro se anima a prescindir casi totalmente de las grandes escenas de batalla, que tan bien le salen, para ocuparse del backstage de uno de los momentos más importantes de la historia norteamericana. Spielberg tiene la honestidad y el talento narrativo como para evitar que el mito lo devore y retratar así al político que, guiado por ideales nobles, no dudaba en recurrir a los métodos más sucios de la política. Como en la vida misma.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.
Publicada en la edición digital #248 de la revista.