El director de Chopper vuelve con un film de acción en el que Jackie Cogan, integrado por Brad Pitt (también a cargo de la producción del largo), y James Gandolfini (The Sopranos) personifican a dos asesinos a sueldo que deben iniciar la búsqueda de dos jóvenes delincuentes que realizan un asalto a una casa clandestina de juego organizada por Markie (Ray Liotta)...
El título original es Killing them softly. El título aquí en España (ignoro por qué no dejan los títulos originales) es Mátalos suavemente. La relación entre el título y la película es ciertamente asombrosa, no para matarlos, pero sí para dejar dormidos a los espectadores en sus butacas. A mí me salvó de caer en felices sueños el que no estaba muy cómoda en mi asiento, y que además no podía estirar las piernas sin asomar los pies por encima de la cabeza de quien se sentaba delante. De lo contrario, muy a gusto y sin remordimientos habría invertido la hora y media del film en en una buena siesta. Tengo que ser honesta; la película no es mala, de hecho puede que hasta sea buena (a su manera). No quiero parecer insensible, pero ¿a alguien le importa que se maten a tiros unos delincuentes consumados? Delincuentes roban a delincuentes -y son lo bastante estúpidos como para no salir del país y cambiar su identidad-. Los delincuentes agraviados contratan a más delincuentes para restablecer el “orden”. El tema tendría cierto interés si se hubiese llevado con un poco más de corazón, de profundidad, de intriga. Pero no tiene nada de eso. En realidad, no tiene nada de nada. Lo único destacable (y es probablemente por lo que se ha llevado una nominación en el festival de Cannes) es que durante toda la proyección va haciendo comparaciones con la vida real (delincuentes) y la que nos proyectan los políticos en esta época de crisis económica. Las secuencias de comparecencias reales del presidente estadounidense, en la radio y en la pequeña pantalla, son continuas. Hablan del valor de su “gran nación”, de recuperar la confianza en los mercados. Mientras, el mundo delictivo también resuelve sus asuntos. Quieren recuperar la confianza en sus negocios sucios; quieren volver a ser una unidad. La semejanza es simple y esclarecedora: todo son apariencias y cada cual barre para sí. En un lado y en el otro. Y esto básicamente lo resumen los últimos cinco minutos de metraje que, por lo que nos cuentan los personajes, sí valen la pena (menos mal). Por otro lado, hay que reconocer que técnicamente es bastante notable. La realización, la dirección, las interpretaciones, son muy buenas. El reparto es excelente. Visualmente es asimismo original; no abusa de la violencia (que podría) y las escenas de ajustes de cuentas son explícitas pero moderadas. También tiene un punto a favor, y es que dura escasamente 95 minutos. Así que si van a verla, no desesperen que no se hace demasiado pesada.
Matando la acción El realizador neozelandés Andrew Dominik vuelve al ruedo luego de su memorable film El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), esta vez en un policial vinculado a los oscuros negocios de las apuestas y juegos clandestinos. Brad Pitt (quien también trabajara en El asesinato de …) interpreta a Jackie Cogan, un matón profesional que es convocado para investigar si un robo durante un juego de póker (organizado por la mafia) fue una posible estafa o un verdadero atraco. El propio director es quien se ocupó de adaptar la novela de George V. Higgins, Cogan’s Trade, que recorre la historia de estos dos asaltadores de poca monta, organizado por uno de mayor experiencia. Todo el relato transcurre de manera armoniosa, sin demasiados sobresaltos y los pobres enredos son tapados por discursos de campañas presidenciales, dando un tinte político a un argumento nada novedoso. Las interpretaciones son correctas, con un desfile de actores como Ray Liotta (Más allá del cielo), en el papel del dueño de la casa de juegos, Richard Jenkins (Diario de un seductor ) como el contratista y James Gandolfini (Los Soprano)interpretando a un matón algo irritable, pero a la vez, muy sentimental. Mátalos Suavemente no aporta demasiados a la carrera de Domink, sólo pasa suavemente, sin hacer ruido.
Matalos suavemente es una película en la que seguramente el cien por ciento de los espectadores van a coincidir en decir que el elenco y las interpretaciones son de lo mejor. El ritmo, la particular atmósfera y la forma en que está contada la historia va a tener adeptos y detractores, ya que prácticamente no hay término medio: o salís fascinado...
Politizado a la fuerza Andrew Dominik, director y guionista de Mátalos suavemente, es un talentoso realizador que ha tenido suerte con la crítica especializada aunque el público general no le haya mostrado tanto apoyo. Empezó con Chopper, en 2000, un filme sobre un legendario criminal basado en su propia autobiografía que escribió mientras estaba en prisión. Siete años después, adaptó otra novela para llevarla al cine: El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, otra película halagada por la crítica, pero que curiosamente fue un rotundo fracaso en la taquilla. Los 15 millones que recaudó contra un presupuesto que doblaba esa cifra se transformó en uno de las decepciones más grandes para los productores de Hollywood en la última década. Su historia, de más de dos horas y media de duración, pero con un elenco estelar liderado por Brad Pitt y Casey Affleck y secundado por Jeremy Renner, Sam Rockwell, Sam Sheppard y Marie Louise-Parker llego incluso a ser nominada para numerosos premios, entre los que se encontraban dos Oscar, pero nada pudo hacer repuntar su magra recaudación...
Retrato de un asesino Andrew Dominik (director de las más que interesantes Chopper: retrato de un asesino y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) construye un film de gángsters crudo, seco y potente con un fuerte trasfondo sociopolítico y económico que no se sustenta tanto en las escenas de acción (tan escasas como sangrientas) sino en los diálogos, que remiten en su escritura al cine del Quentin Tarantino de Perros de la calle, de los hermanos Coen y al Buenos muchachos scorseseano. Brad Pitt, si bien es el eje y motor del relato en el papel de un lacónico sicario contratado por un grupo de mafiosos deseosos de revancha luego de que haber sido robados por dos ladrones de mala muerte durante una partida de póker, comparte bastante espacio con otros actores como James Gandolfini, Ray Liotta, Richard Jenkins, Scoot McNairy y Ben Mendelsohn (estos dos últimos, los verdaderos protagonistas de este film-noir). Esta transposición de la novela Cogan's Trade (1974), de George V. Higgins, a cargo del propio Dominik, está ambientada en Los Angeles durante los meses previos a la primera asunción de Obama (es decir, en plena crisis financiera) y, si bien se concentra en los problemas que tiene Jackie Cogan (Pitt) para encontrar a los dos responsables del asalto a un tugurio donde los mafiosos apostaban a las cartas, la sordidez del ambiente y la degradación económica están siempre presentes en la atmósfera del relato. Estilizada y por momentos con una estética exagerada cercana al cómic, Mátalos suavemente es, sin dudas, una buena película sobre la culpa, la compasión y la crisis del capitalismo, pero también deja la sensación de que con un poco más de corazón y menos de virtuosismo formal podría haber sido todavía mejor.
Una crónica policial con un subtexto bien elegido pero mal utilizado. Cuando Slash Film anuncio el rodaje de una película llamada Killing Them Softly cuya primera foto es de Brad Pitt, de negro, campera de cuero y una temible escopeta me llamó la atención. Cuando me enteré de que la trama lo tenía en el papel de un sicario convocado por la mafia para hacer un ajuste de cuentas, (entiéndase “hacerse cargo” de alguien), me atrajo aún más. Pero ¿Por qué a pesar de lo atractivo que era este policial tenía el presentimiento de que algo no andaba bien? Ese presentimiento se debe al hecho de que su realizador fuera Andrew Dominik, cuya última película, El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, aunque visualmente espectacular, era narrativamente soporífera y carente de ritmo; una consecuencia directa de lo que creo es una inconsciencia de las diferencias que existen entre el lenguaje literario y el cinematográfico. En su más reciente opus no solo comete el mismo error, sino que quiere insertar un subtexto sobre la crisis económica que más que sumar resta. ¿Cómo está en el papel? La película es una crónica policial hecha y derecha. Cuando la narración está inscripta dentro de este formato, por más arraigado que este en la ficción, hay muy poco espacio para el subtexto y si lo hay se debe tener cuidado de cómo se lo mete. Lo que esta película pretende contar a través de su subtexto es que la mafia es un negocio como cualquier otro en los Estados Unidos, y la crisis económica les afecta a ellos como a cualquiera. Infortunadamente la película profundiza demasiado en conversaciones que no tienen peso dramático y tienen más sentido en una novela, y un personaje, el de James Gandolfini, cuya presencia y divagues ponen verdaderamente a prueba la paciencia del espectador haciéndole llegar a la conclusión que su personaje está completamente de más. Cuando hablo de un subtexto mal utilizado quiero decir que el mismo no es aprovechado y hasta incluso esta de adorno. Dominik decía que él quería aggiornar el espacio y el tiempo de la historia de los turbulentos años 70 —con Vietnam y Watergate a la cabeza— en los que transcurría la novela original a la Crisis Económica que durante los últimos años sacudió a Estados Unidos con Bush primero y con Obama después. Este es un prospecto interesante ya que cada película es producto de su lugar y de su tiempo y cuando una novela está bien escrita sus premisas pueden ser universales y atemporales. Pero el problema con el subtexto en esta película es que este no es funcional a la trama. Hay conversaciones divagantes y escenas de muerte filmadas de una manera totalmente romantizada, y su idea de usar el subtexto para subrayar dichas escenas es hacer que convenientemente haya un televisor en la escena —o un Voice-Over— donde hablan Bush o Obama, que sin importar lo que digan, uno no encuentra la relación entre el discurso de ellos y lo que acaba de pasar en pantalla. Recién en el final, hay una discusión entre Brad Pitt y Richard Jenkins que más o menos deja en claro cuál era la intención a nivel tema de la película; si la hubieran puesto en el principio en vez del final otra hubiera sido la historia; aunque no haría más que sencillamente dificultar el chato tratamiento temático que eventualmente resulto ser. La película se hubiera ahorrado muchísimos problemas si simplemente se hubiera limitado a narrar el ajuste de cuentas mafioso, no darle tanto diálogo y desarrollo a un personaje que al final no tiene funcionalidad en el objetivo principal, y omitir el subtexto de la crisis económica si no lo saben usar. Temas no les iban a faltar. El personaje de Brad Pitt se define como un sicario que le gusta matar de lejos; sólo con eso se podían haber armado un desarrollo temático de aquellos, pero no. ¿Cómo está en la pantalla? La fotografía y cámara de la película son excelentes. El dominio estético de Dominik no está en discusión de ningún modo, manera o forma; es más: es la contracara de su labor guionística. Los ambientes que crea y su manera de mover la cámara son verdaderamente exquisitos, lástima que están al servicio de un guión que se complica las cosas al divino botón. El punto álgido es una escena donde el sicario a cargo de Brad Pitt comete el primer asesinato de la película; filmado a cámara lenta (con cámaras de alta, alta, altísima velocidad) de tal modo que vos ves con lujo de detalle cómo se expulsa el casquillo de la recamara del arma y como la corredera mete la siguiente munición. Es uno de esos directores con los que llegás a la conclusión de que producirían mejores trabajos con un guion ajeno o si persiste en tipear sus historias, deseas que se consiga un co-guionista. A nivel actuación, Brad Pitt está muy bien como el sicario protagonista arrojando perlas memorables de diálogo que son, sin discusión, lo mejor de la peli. James Gandolfini, a pesar de que nadie debate el excelente talento actoral que despliega, por desgracia es maldito acá con un rol que, aunque encarado con mucho profesionalismo, no es funcional en absoluto a la trama. Conclusión Una sencilla historia con un personaje exquisito, echados a perder por la desubicación entre cine y literatura y un subtexto con potencial pero que está demasiado metido con calzador. El carisma de Brad Pitt hace que las extensas y divagantes conversaciones sean un poco más llevaderas, pero no lo suficiente como para salvar a esta película de la zozobra.
La crisis y los malandras La crisis de valores en los Estados Unidos ha sido representada a través de diversos géneros cinematográficos. En esta oportunidad, es el subgénero de los malandras -entiéndase asesinos, ladrones, timberos, corruptos, drogadictos y todo tipo de personajes dedicados a la mala vida- mediante el cuál Matálos suavemente (Killing them softly, 2012) hace su critica a la situación política (y económica) que atraviesa Norteamérica. La acción comienza cuando dos ladrones de mala monta deciden asaltar una partida de póquer clandestina, desatando en el bajo mundo de la mafia una serie de ajustes de cuentas que involucra a Markie Trattman (Ray Liotta). Para tal labor entra en escena Jackie Cogan (Brad Pitt), un asesino despiadado contratado para “limpiar” el asunto, que a su vez llama a Mickey (James Gandolfini) para que lo ayude. Pero sucede que el contexto político está tan presente en la historia que termina anteponiéndose a la trama de “venganzas”. ¿El fin de la metáfora? Puede ser, porque la nueva película de Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) comienza con un discurso de Obama mientras vemos en escena a un drogadicto tambaleante salir de la cárcel. Este contraste es la crítica velada a la sociedad norteamericana que el espectador deberá decodificar. Pero el problema es que la relación entre los discursos y la historia de mafiosos que presenta la película, se irá aclarando con el transcurrir de los minutos hasta dejar absolutamente en claro el mensaje final. Lo que elimina cualquier tipo de reflexión acerca de lo narrado. A propósito de lo mencionado, el espectador que busque una historia del género al estilo Guy Ritchie caerá en la desazón, al ver extensas escenas de diálogo y nostálgicas reflexiones existenciales a cargo de los personajes que describe el film. La intención es mostrar el carácter miserable y marginal de éstos seres, hecho que explica la presencia inncecesaria del personaje de James Gandolfini. Ahora si pensamos la película como una crítica social actual, es válida en sus intenciones aunque sin llegar a profundizar el tema: el contraste entre la política de inclusión de Obama y “los excluídos” protagonistas del film aparece como una ironía latente. Sin embargo, no era necesario derrumbar la sutilidad para exponer el mensaje. Sino ver el caso de Buenos Muchachos (Goodfellas, 1990) en función del sueño americano, o la reciente Sie7e Psicópatas (Seven Psychopaths, 2012), por citar sólo algunos ejemplos.
Mátalos suavemente es una de las películas más tediosas de este 2012 que consiguió el mérito de lograr algo difícil de ver en el cine: Una historia aburrida de gángsters. Esta producción es un gran paradigma de lo que representa el cine pretencioso y pseudo intelectual y en realidad es una propuesta mucho más hueca y vacía de contenido de lo que parece. El director Andrew Dominick, quien ya había sido responsable de ese bodrio titulado El asesinato de Jesse James, acá se superó a sí mismo al crear otro espectáculo soporífero de 100 minutos. La trama es muy sencilla y está basada en la novela “Cogan´s Trade”, de George Higgins, autor también de “Los amigos de Eddie Cole” (una propuesta completamente superior), que es una de las mejores novelas que se escribieron sobre el mundo de la Mafia. Ese libro fue adaptado en una tremenda película de 1973 protagonizada por Robert Mitchum, con dirección de Peter Yates (Bullit), que recomiendo conseguir a quienes sean amantes de este género y no la hayan visto. Un ejemplo contundente de cómo se debe filmar un thriller de gángsters en serio que atrape a los espectadores con un gran relato. Con este estreno quisieron hacer algo parecido pero la vanidad del director Dominick fue más fuerte y arruinó el proyecto. Comparada con la adaptación que se hizo de una obra de Higgins en el ´73 este estreno no existe. En este caso unos idiotas roban a unos mafiosos la recaudación de unas mesas clandestinas de póker y se produce un ajuste de cuentas. El director Dominick utiliza este argumento para intentar retratar el mundo del crimen organizado como una corporación capitalista. La idea no es mala, ya que de hecho en la vida real los grupos mafiosos operan bastante de esa manera. El problema es cómo desarrolló este tema desde la narración. Mátalos suavemente está plagada de conversaciones intrascendentes que intentan replicar las charlas de John Travolta y Samuel Jackson en Tiempos Violentos, con la particularidad que acá ni siquiera sirven para darle color o desarrollo a los personajes. Tomemos el caso del mafioso que interpreta James Gandolfini (Los Sopranos) por ejemplo. Interviene dos veces en la película para tener largas conversaciones con Brad Pitt sobre el divorcio con su esposa y su relación con las prostitutas. ¿Cuál es el objetivo de profundizar esas cuestiones cuando el personaje luego desaparece del film y ni siquiera es importante en el conflicto central? Si se eliminaran esos momentos en la edición la historia no cambia en absoluto. Escenas como esas, que no tienen nada que ver con el núcleo de la trama y ni siquiera con la lectura social y política que el director le quiere dar a la temática, saturan por completo en esta producción y lo único que generan es un gran aburrimiento. Para que quede bien claro. El problema no es que el film tenga muchas conversaciones, sino que esas charlas son estúpidas e intrascendentes y no aportan nada al argumento. Los mismo ocurre con las escenas de violencia gratuita (que incluyen un patético uso de sangre creada con animación computada) que sirven al film simplemente para justificar que esto se trataba de una historia de gángsters. Por otra parte, el comentario social y político que tiene la película está totalmente tirado de los pelos y tampoco cuenta con mucho sostén. Parecería que el interés de los realizadores estaba más puesto en expresar una queja sobre como marcha la economía en Estados Unidos que en contar una buena historia. Mátalos suavemente, que parece representar el “que se vayan todos” yankee, en el fondo es puro cotillón. Ponete a ver cualquier episodio de Los Sopranos o Boardwalk Empire y vas a encontrar una verdadera cátedra argumental sobre cómo contar historias apasionantes de mafiosos con contenido. La película tiene apenas dos escenas decentes. El robo que se produce al salón de las mesas de póker, que es el único momento con un poco de tensión y la ejecución de un personaje filmada en cámara lenta que está muy bien realizada. El resto es un bodrio para el olvido donde queda claro que el mundo de los mafiosos le quedó grande a este director pretencioso que no tuvo la más remota idea de cómo desarrollar un thriller en serio.
El cuento de Pedrito y el lobo “Me gusta matarlos suavemente, sin sentimientos”, dice Jackie Cogan, un Brad Pitt peinado hacia atrás y con barbita candado. Jackie es un sicario, un tipo al que se apela cuando se quiere averiguar “algo” o eliminar a “alguien”. O ambas cosas a la vez. El comienzo –en el que no está Pitt, quien tarda bastante en asomar en escena, a los 23 minutos- muestra una ciudad, o un pueblo semiderruído. El tiempo: poco antes de las elecciones presidenciales de 2008, que consagrarían a Obama. No es un dato aleatorio. El neozelandés Andrew Dominick, así como el checo Milos Forman en los ’70 y ’80, supo ver mejor que un estadounidense la debacle económica y social del país, con parábolas a veces visuales -la ciudad en ruinas-, muchas otras a través de sentencias. De diálogos o monólogos como “Esto no es un país, es un negocio. En América estamos todos solos”, se puede pasar a una escena en cámara lenta en la que los vidrios rotos y las gotas de lluvia mixturan en un placer plenamente cinematográfico. La película se toma sus tiempos, y tiene como decíamos sus diálogos. Los personajes (Jackie y quien lo contrata, interpretado por Richard Jenkins) pueden dialogar largo rato sentados en un auto hasta que descubramos qué pasará. Sí, como en el primer Tarantino. Lo mismo con Mickey (James Gandolfini), un asesino que engaña a su esposa y que se toma sus tiempos -sus días-, entre prostitutas y alcohol antes de pasar, si puede, a los hechos. Lo que dispara la trama es el robo a un garito que regentea Markie (Ray Liotta, cuándo no). Pero como Markie alguna vez fingió un asalto y se quedó con todo, ahora nadie cree que le hayan robado en serio. De ahí que haya que averiguar y/o eliminar. La tensión in crescendo en el robo es un punto altísimo del filme, en el que de fondo se escucha al presidente Bush, al senador y candidato Obama y a cualquiera en la radio y la TV hablando de “seguridad financiera”, de “proteger la economía”, “tomar medidas por la pérdida de la confianza en el sistema”. Las golpizas y los asesinatos que se entrecruzan no son más que un compartimiento de una sociedad, se ve, en declive moral. Mátalos suavemente es una provocación, sí, y va más allá de la sangre y los rostros destrozados. Si espanta es por otras cosas.
Estilismo con mensaje El cine estadounidense de los setenta fue grande y perdurable por diversos motivos, no solamente por tener como eje fundamental a una sociedad en conflicto, convulsionada, golpeada desde diversos ángulos (crisis 1971-1973, con rebotes posteriores). En Mátalos suavemente, de ínfulas setenteras, el australiano Andrew Dominik -el de Chopper y la pretenciosa El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford- hace un ejercicio de simulación y adaptación. La novela original (Cogan's Trade, de George V. Higgins) transcurría en Boston en 1974, pero Dominik sitúa la acción de su película en la Nueva Orleáns post Katrina durante la crisis financiera de 2008. La historia es simple: un golpe a un garito de juego manejado por mafiosos y las posteriores represalias. Vemos el trabajo de ladrones, asesinos a sueldo e intermediarios, y apenas se ven mujeres en la película. No hay mucho más, pero con materiales de base no mucho más complicados se hicieron grandes policiales en los setenta: Prime Cut, Charley Varrick, The Seven-Ups, entre muchas otras. Pero Dominik no confía en la historia ni en su relato. Tal vez, a juzgar por su cine espástico, no confíe en la narrativa en absoluto, aunque no se decida a abandonarla con coraje. Y entonces recarga y recarga el estilo. Y hasta logra un festival de la exageración en un actor de buenos antecedentes como James Gandolfini. Y riega todo con unos montajes pretendidamente cancheros, de ángulos múltiples y ralentis que harían sonrojar a los menos inspirados imitadores de Tarantino del siglo pasado. El cancherismo de Dominik es viejo: un personaje se droga con heroína y las imágenes y los sonidos (incluidos fragmentos de la canción de Lou Reed) son dignos de MTV de 1990. Dedicarse a mostrar planos cercanos de vómitos bajo la lluvia y de masa encefálica fuera de su lugar es, a estas alturas del gore, infantilismo cinematográfico, un capricho. ¿Y Brad Pitt? Entra a la película después de un rato, con Johnny Cash -un narrador mucho más fluido que Dominik- de fondo. Tiene una filosa conversación con Richard Jenkins -uno de esos actores cruciales, con la eficiencia como base innegociable- mientras el descalabro del barroquismo estético toma un descanso. En ese momento, el relato parece encaminarse. Pero la ilusión dura poco: enseguida vuelven el exhibicionismo del montaje y el regodeo en cualquier elemento inflado de autoimportancia, como toda la línea Gandolfini y sus interminables conversaciones con Pitt, o las reflexiones de Pitt sobre los asesinatos y unas cuantas cosas más. Sobre el final, por si no hubiera machacado una y otra vez con discursos de George W. Bush y el en ese entonces candidato Obama, Dominik cree que no quedó claro "el mensaje" de su película y lo dice una vez más, de manera lineal y a prueba de distraídos. Si el cine de los setenta podía ser sofisticado de forma seca y brutal para contar la crisis del capitalismo desde su corazón, Dominik prueba que al trabajar solamente sobre la superficie, al no creer en lo que cuenta sino meramente en repetir algo que está claro desde el principio, la narrativa se estanca bajo la vana búsqueda de la creación de climas y el estilismo de cáscara moderna. El periplo es vacío, pero sin angustia: el tedio se impone. Y lo que se pretende crítico se reduce al contenido de una pancarta verbalizado justo antes de los créditos.
A la manera de Tarantino El realizador neocelandés vuelve a asociarse con Pitt en este policial con hampones de segunda sobre el que planea la sombra del director de Pulp Fiction, ése capaz de posponer un momento de acción en beneficio de las conversaciones entre killers. La sociedad Brad Pitt/Andrew Dominik vuelve a funcionar. El realizador neocelandés, que a los 45 años cuenta con sólo tres largos en su haber (incluyendo éste), había macerado, en su anterior El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), un post western más que crepuscular, con Pitt luciéndose como un James triste, solitario y final. Un clima semejante tiene ahora, aunque con menos pompa y más liviandad, Mátalos suavemente, donde Brad –rodeado de un coro de ases– hace de asesino más dado a la preparación que a la ejecución de sus encargos. Basada en una novela policial de los ’70, sobre el opus 3 de Dominik (que hizo su presentación en sociedad en el 2000, con Chopper, retrato de un asesino) planea, sin duda, la sombra de Quentin Tarantino. Pero no el Tarantino más transitado (el del pop, el cinismo y la sangre), sino el otro, el más interesante: ése capaz de posponer indefinidamente el momento de “ir a los bifes”, en beneficio de maratónicas conversaciones entre killers impensablemente verborrágicos, que generan un estado de hipnótica suspensión temporal. Fiscal de la nación y autor de una veintena de policiales, hasta ahora el cine había adaptado a George V. Higgins en una única ocasión. En 1973, el británico Peter Yates, realizador de Bullit, convocó a un Robert Mitchum más cansado que nunca para dar vida al gastado hampón de Los amigos de Eddie Coyle. Había allí una visión crepuscular del género y del hampa, que habrá tocado una cuerda sensible en el realizador de El asesinato de Jesse James... Luego de verla en televisión, Dominik se puso a leer todo lo que encontró del oscuro Higgins. A la hora de trasponerlo terminó eligiendo Cogan’s Trade, trasladando la acción de Boston a Nueva Orleáns y de los años ’70 al 2008, justo cuando el capitalismo financiero sufre el primero de sus colapsos recientes. Momento que es también el de la campaña presidencial que pondría fin a la era Bush, inaugurando la de Obama. Contra ese fondo de quebranto económico y caída política, Dominik recorta su historia de hampones de segunda, echando mano del no muy sutil recurso de los informativos de radio y noticieros de televisión en off. La acción en sí se reduce a un simple mecanismo de dominó. Un gangster de segunda contrata a un par de chorritos de cuarta para robarle a un ladrón. Pero el robo pone nerviosos a los dueños del dinero, que contactan a un killer, que a su vez contacta a otro... Un doble fuera de campo dispara dos interesantes sugerencias. Por un lado, lo que se ve son los peones del hampa. Nunca los reyes, que, como en la realidad, manejan los hilos desde el fuera de escena. La segunda sugerencia es la del juego infinito, con esa serie de contactos que termina perdiéndose allí donde el encuadre no llega. Mátalos suavemente es una de esas películas de género en las que el género (el policial, en este caso) provee la mera armazón, el esqueleto donde encajar las piezas. Piezas que son tanto los personajes como los actores que los interpretan, y aquello a lo que los personajes se dedican. Que es básicamente a hablar. Lo cual es paradójico, tratándose de tipos que, si no fuera porque no paran de hablar, serían parcos hasta el hermetismo. Organizada sobre la base de largas escenas de diálogo, la (a)puesta de Dominik descansa sobre actores capaces de hacer música con palabras. Una música pausada, cadenciosa, pastosa. Equivalente verbal de los arreglos de vientos de Gerry Mulligan, con solos, dúos y tuttis. Todos los ejecutantes están inmejorables. No sólo los de nombre (Pitt como el hit man Cogan; Ray Liotta como el dueño de garito al que le roban; James Gandolfini como desagradable killer alcohólico y putañero; Richard Jenkins como trajeado representante de la alta esfera mafiosa), sino los hasta aquí desconocidos, por más que tengan una larga foja de servicios. Básicamente, los dos chorritos junkies (uno más que el otro) que ponen el mecanismo en funcionamiento, ambos excelentes: Scout McNairy y Ben Mendelsohn. Un desperdicio gigante, eso sí, subutilizar a Sam Shepard en un papelito de un par de minutos. Como en Tarantino, los mejores momentos son aquellos en los que alguien cuenta algo que parecería no venir a cuento y sin embargo “chupa” toda la atención, por la capacidad de seducción (oral y visual) con que se lo narra. Toda la historia del garitero de Liotta robándose a sí mismo y la de cierta quemazón de un auto que se complica, por ejemplo. Si los diálogos son jazzeros, los éxtasis mortuorios son tan operísticos como los de El Padrino. Ver sobre todo cierta ejecución de auto a auto, en ralentis de una lentitud y grandeur que sólo el digital permite. La otra deuda para con el director de Jackie Brown es la exquisita banda de sonido, capaz de cruzar a Johnny Cash con Nico y a The Velvet Underground con Cliff Edwards y Petula Clark.
Gangsters y lectura social Protagonizada y producida por Brad Pitt la película cuenta con un embrollado guión que abunda más en crítica política que en escenas de violencia. Algunas situaciones recuerdan a Scorsese. Otra película con gangsters paralanchines, como Sie7e psicópatas, estreno de la semana pasada? Sí y no, ya que hay diferencias entre ambas. ¿Otro film norteamericano con referentes de culto y estéticas apropiadas sin culpa alguna? Sí, y esto se nota en Mátalos suavemente, aunque se trate de una película más personal que Sie7e psicópatas. ¿Un nuevo ejemplo de cine periférico, ubicado en los márgenes de la industria? Depende del lugar desde el que se mire a una enmarañada trama donde la fauna gangsteril se cruza con la crítica social en una película protagonizada y producida por Brad Pitt… Parece que los gángsters vuelven con todo de acuerdo a Mátalos suavemente, cinta que tiene sus buenos momentos –el minucioso trabajo con los diálogos–, un guión embrollado con pocas escenas de violencia y una fuerte crítica al sistema político. En efecto, es un film que toma como pretexto a la mafia para inclinarse hacia otras zonas, no demasiado frecuentadas en esta clase de películas. Los gángsters, como ocurre en los títulos canónicos de Scorsese sobre el tema (Buenos muchachos, Casino, Los infiltrados) hablan en exceso: encerrados en autos, en bares, por las calles. Pero la película del neocelandés Andrew Dominik fusiona ese universo con las elecciones que en los Estados Unidos llevaron a Obama al sitio presidencial a través de noticias que propalan la televisión y la radio, pero también, desde las mismas palabras de los personajes hablando de ese contexto. Este desplazamiento que propone el director no sorprende si se toman en cuenta sus antecedentes: su ópera prima Chopper, mucho más que una historia de cárceles con un patovica con casi todo el cuerpo tatuado, y la más ambiciosa El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford. Es que Dominic elige el cine de gangsters para adornarlo con otras cuestiones: sociales, políticas, coyunturales, con resultados desiguales, pero que en más de un momento son bienvenidos. Como en sus dos películas anteriores el pretexto argumental es solo eso: un par de gángsters de poca monta que se llevaron plata de una partida de póker, un especialista en el ramo destinado a matarlos (el personaje de Pitt) y muchas conversaciones sobre el lugar que los protagonistas ocupan en ese mundo que, desde el punto de vista económico, se cae a pedazos. En esa zona entre canchera y sofisticada, Mátalos suavemente se parece a otras películas, eligiendo una excesiva estilización en el uso de la luz y en el montaje, provocando –en este caso– un peligroso distanciamiento en relación al espectador. Pero el desfile actoral tapa las grietas. En una película masculina, el capomafia que encarna James Gandolfini llega al primer lugar, secundado por Pitt y Richard Jenkins. Pero el recuerdo cinéfilo le pertenece a Ray Liotta, con su cara poceada debido al paso del tiempo. Ya lejos del traidor Henry Hill de Goodfellas de Scorsese, esa obra maestra que iniciaron los '90, a él le pertenece (y padece) la gran escena de violencia de Mátalos suavemente, que hasta parece filmada por el histérico e inquieto pequeño gran Martin en sus años de gloria.
La tercera película de Andrew Dominik es una cinta de acción y humor ultra demoledora. Espectacularmente rodada ?con secuencias que funcionan como un reloj y puestas de cámaras tan arriesgadas como hipnóticas ?, tiene además un montaje y fotografía que es un placer ver. Brad Pitt, a la altura de semejante desafío actoral, nos regala una gran performance, cargando a su personaje de un cinismo y una frialdad a la que no nos tiene acostumbrados.
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La confianza conmovida Un sujeto es arrestado por la policía y una vez que está esposado, inmovilizado y rodeado se le pregunta si entre sus pertenencias tiene un arma o elemento punzante, a lo que el tipo en cuestión -en un rapto de lucidez- responde que sí. El policía que efectuó la pregunta no lo hizo solo por una cuestión de seguridad -de hecho lo tenían controlado- sino que se la hizo para saber si estaba lidiando con alguien en quien minimamente se podría confiar. Así es en los EE.UU., donde la confianza lo es todo. Allí lo peor que se puede hacer es mentir. La historia se sitúa en 2008, durante la crisis financiera global y en plena campaña por la presidencia de los EE.UU a la que aspiran Obama por un lado y McCain por el otro. Las primeras imágenes del filme muestran un paisaje desolado, apocalíptico pero real. Allí dos pobres diablos hacen el trabajo sucio para otro perdedor que cree poder timar a la mafia. Todo parece muy simple, robar un garito de mala muerte y esperar que culpen a otro. Pero obviamente no es tan fácil. La mafia, a esta altura una corporación más, manda a uno de sus killers para solucionar la cuestión. Una cuestión de confianza. Los sitios de apuestas ilegales están cerrados y hasta que no se ajusticie a los responsables del robo no volverán a funcionar, y eso no es bueno para el negocio, y mucho menos en época de crisis. Áspero, sórdido, así es el relato que construye Andrew Dominik, quien logra unir el mundo de la política y sus discursos al de los bajos fondos, no menos discursivos. Tediosa por momentos, cuando se pavonea con relatos de gángsters de poca monta sobre sus desventuras con putas y faloperos, consigue puntuar alto al plasmar la violencia de las calles con singular poética, no exenta de brutalidad. Aunque siempre es bueno escuchar a Johnny Cash y a Velvet Underground, no deja de sonar algo trillado su uso para acompañar viajes en autos clásicos por zonas industriales o viajes de los otros, más lisérgicos; pero al final la banda de sonido termina por redondear positivamente el relato. Brad Pitt luce implacable y se guarda para el final una de las mejores líneas de los últimos tiempos, la que le dice a un siempre impecable Richard Jenkins antes que el negro con los títulos impacte en la pantalla.
Son feos, sucios y también malos Los actores de primera y Bradd Pitt (Jackie), como el criminal pago, a tono con este impactante filme, en el que también lo acompañan James Gandolfini, como Mickey, un veterano criminal venido a menos. Frankie (Scoot McNairy) y Russell (Ben Mendelsohn) parecen salidos del álbum de oro de los perdedores, sobre todo Frankie, drogado hasta el desafuero y poco consciente de que la realidad sigue produciéndose alrededor suyo. Los dos piensan progresar como maleantes, pero desgraciadamente eligen asaltar una casa protegida, donde se juegan cartas. No saben que están en un momento desafortunado. Crisis económica en el país, época de la campaña que llevara como ganador a ocupar la Casa Blanca a Barack Obama. El asalto planeado se produce con violencia y nada saldrá bien a partir de ese momento. Filme de gángsters, basada en un clásico de George V. Higgins, que además de escritor, fue abogado del caso Watergate y de un capo de los Panteras Negras; el director neozelandés Andrew Dominik ingresa a escena a fuego y sangre. Todo es violento, el humor es negro, los asesinatos brutales y todo lo que rodea a los personajes deprime. Nueva Orléans está irreconocible, los perdedores hieden y mueren como moscas. LA BUENA MUSICA Andrew Dominik ("Chopper"), fiel a aquella película, no da respiro al sumergir al espectador en un lodazal con una música estupenda y los personajes más insólitos del hampa. Habrá asesinatos crueles, la constante de Barack Obama hablando para las elecciones que lo declararon victorioso y el peso de que se está en crisis y hay que protegerse. Bradd Pitt (Jackie) es el sicario de la historia, tan poca cosa como los que va a matar, pero eso lo sabremos cuando negocie los precios de la muerte en el mercado. Con él, sus métodos son tan crueles que no hay otro remedio que someterse al juego. Dispuesto al desafío, "Mátalos suavemente" revitaliza el humor negro y es interesante por el nivel de degradación que ataca. Los actores de primera y Bradd Pitt (Jackie), como el criminal pago, a tono con este impactante filme, en el que también lo acompañan James Gandolfini, como Mickey, un veterano criminal venido a menos.
Original cine negro con ecos de Lumet El tema es el cambio de guardia en los usos y costumbres de la mafia en el siglo XXI, justo en sincronía con las elecciones en las que Obama y los demócratas dieron fin al periodo de Bush y los republicanos. En un papel breve pero formidable, Sam Shepard interpreta al jefe a cargo de aplicar la mano dura a cualquier indisciplina o fraude de los miembros del negocio. El es el, digamos, gerente de seguridad que sabe qué hacer con cualquier problema interno, como cuando todos sospechan que un simpático y queridísimo mafioso sureño simula un asalto al garito clandestino que regentea. En ese caso, una paliza estándar sirve para que el negocio se vuelva a poner en marcha, incluso cuando pasado un tiempo el tipo empezó a jactarse de su hazaña ante su círculo íntimo, obviamente tan indiscreto como él. Con eso en mente, un oscuro hampón cree tener el golpe perfecto: un segundo robo al mismo garito recaería inmediatamente en el tipo que la sacó tan barata la otra vez. El golpe se organiza con dos descerebrados, y se lleva a cabo del modo más electrizante, tenso e imprevisible en el largo prólogo de «Mátalos suavemente», original policial negro que más allá de sus constantes cambios de tono podría definirse como un equivalente actual de los policiales setentistas de Sidney Lumet que, sin descuidar los engranajes del género, enfatizaban a tope ingredientes como la irónica descripción social y la corrosiva sátira política. Brad Pitt interpreta al inteligente y quizá sinceramente más sensible homicida que debe asumir el puesto del tradicional encargado de la discplina interna del negocio, con serios problemas de salud. Todo en un submundo del hampa donde ya no quedan profesionales, sino mas bien maduros decadentes e inexpertos amateurs bajo el control de mentes corporativas con ejecutivos que encargan homicidios pero no quieren que les fumen en el auto.
La tierra de las oportunidades. En la reciente Cosmópolis, de David Cronenberg, se tomaba como base una resonante cita del poeta polaco Zbigniew Herbert (“Una rata se volvió la unidad monetaria”), para iniciar una hipnotizante crítica a los responsables por la última crisis económica. Mientras el canadiense aplicaba su mensaje de forma fría y calculadora al ponerse en el lado de los grandes infractores, el realizador neozelandés Andrew Dominik parece haber tomado nota de la misma frase, para entregar una sucia, violenta y ardiente poesía contra Estados Unidos con el thriller Matalos suavemente (Killing Them Softly, 2012). Basada en la novela de 1974 Cogan’s Trade, de George V. Higgins, la película elige situarse en la Nueva Orleans del 2008, una época en la que la gente aún trataba de recuperarse de las consecuencias del huracán Katrina, y en la que tenían que empezar a prepararse para la tormenta producida en Wall Street. La historia es simple: tres criminales de poca monta (Scoot McNairy, Ben Mendelsohn y Vincent Curatola) deciden robarle a la mafia durante una noche de póquer, haciendo al poco confiable manejador Markie (Ray Liotta) el chivo expiatorio. Furiosas, las víctimas llaman al sicario Jackie Cogan (Brad Pitt), para que se haga cargo de los culpables. Pero, a pesar de toda su experiencia, el asesino a sueldo tendrá una buena cantidad de problemas para hacer el trabajo a su manera, incluyendo las políticas de su contratador (Richard Jenkins) y los problemas personales de su colega Mickey (James Gandolfini). En esta oportunidad, Dominik (también responsable por Chopper, retrato de un asesino y El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) entrega un muy buen film, plagado de drama, humor y suspenso. Aplicando su estilo visual (variando entre el ritmo del video musical y la atmósfera de un western) a las típicas convenciones del cine de gangsters, él le otorga el mismo atractivo a una sencilla escena de conversación entre dos ladrones de mala muerte que a una elaborada secuencia de Cogan mostrando su talento para acabar con alguien. Esto, sumado a la riqueza de los personajes (algo elaborados de forma tarantinesca) y a las grandes actuaciones de absolutamente todo el elenco, crea un mundo apocalíptico, en el cual la única opción para sobrevivir es aplastar al resto, sin mirar atrás. A pesar de la negación con los valores del país del norte, la verdad es ineludible: en esta nueva era, cada uno se cuida a sí mismo, y a nadie más. Sin embargo, el potencial de la película se ve arruinado por una cosa: la forma en la cual Dominik hace claro el mensaje. Desde el primer minuto, el archivo de discursos de George W. Bush, John McCain y Barack Obama sobre las causas y las consecuencias de la caída de la bolsa es repetido una y otra vez, apareciendo en todos los televisores y radios posibles. De la misma forma, incluso los personajes paran el argumento varias veces para ponerse a decir frases fuera de sus contextos sobre los eventos de la época. Al principio, es efectivo (a pesar de su inexistente sutileza, provoca un cierto aura interesante), pero luego de continuar por 90 minutos, los martillazos del escritor y director hacia los cerebros de los integrantes de la audiencia son más fuertes y duros que cualquiera de los disparos, choques o golpizas que ocurren dentro del film. Dentro del odio metido en su mente, Dominik pierde la cuenta por remarcar algo que no necesitaba resaltarse; sin estos toques, la ideología igualmente se hubiera notado, y el resultado final hubiera sido mejor. Entre el thriller adictivo y la ira destructiva de una línea obvia, Matalos Suavemente termina ganando, aunque da lástima notar las posibilidades que tenía esta producción de ser mejor. Aún así, una muy buena dirección, un elenco de grandes actores y un grupo de personalidades interesantes hacen que la fórmula funcione. Es la tormenta del sueño americano.
Elegancia a prueba de balas Brad Pitt encarna al feroz matón protagonista de “Mátalos suavemente”. El thriller negro de Andrew Dominik focaliza sus disparos en crear climas y atmósferas estilizadas antes que en decir algo nuevo sobre el género. Mercenario del formalismo preciosista a ultranza, el neozelandés Andrew Dominik pasa del western colgado de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford al noir apaisado y elegantemente violento de Mátalos suavemente con la misma levedad parsimoniosa con la que Jackie, el personaje que encarna Brad Pitt en el filme, descarga sus cartuchos desde una distancia estudiada, porque a él no le gustan los "sentimientos". Y digamos que a Dominik tampoco: su obsesión en este filme, más que nunca, está en los detalles y en los "climas", en las secuencias de balas que hacen estallar vidrios en cámara lenta y en los escenarios sórdidos y literalmente oscuros por donde se desplazan sus personajes. Rasgos que sí, tienen mucho de Tarantino (la violencia exaltada, los diálogos largos y sentenciosos) y algo de los Coen (en el tomar el género negro y darle una vuelta "de autor" casi imperceptible), pero que caben más enlazarlos a la reciente Drive de Nicolas Winding Refn: Dominik convierte el estereotipo en fetiche, en souvenir de lujo para audiencias arty y ociosas, y lo hace también recurriendo a un elenco imbatible que en este caso despierta un déjá vu de hampa y "buenos muchachos" de celuloides de antaño, entre ellos Ray Liotta, Richard Jenkins y James Gandolfini. Y, por supuesto, Mátalos suavemente tiene en Brad Pitt a su caballo de batalla más efectivo e inmejorable, ya ducho en esto de componer tipos duros e inclementes. Él es Jackie, un matón feroz al que le encomiendan hacerse cargo de un grupo de pobres diablos que se hicieron con el botín indebido. Los bribones son Frankie (Scoot McNairy) y Russell (Ben Mendelsohn), que se la ven venir (suavemente), junto a otros implicados que también pagarán por lo suyo. La historia, entonces, cabe en un compacto cartucho argumental, cuyas balas Dominik administra como si fueran las últimas. El efectismo está comprimido en esos extensos segmentos en interiores en los que Jackie/Pitt charla con sus jefes, colegas o víctimas sobre los temas más diversos, y hasta en las escenas de matanza mismas, cliperas en su ralentí y cuelgues insistentes. La cuestión está en que todos esos condimentos actúan de manera dispersa, más como una metralleta que como una pistola, y los disparos, elegantes pero a la vez predecibles, no dan del todo en el blanco: Matálos suavemente se torna una cinta pretenciosa, demasiado regodeada en sí misma como para plantear algo interesante. A la vez, la sutileza "de autor" se vuelve torpe e innecesariamente provocativa en los discursos de Obama y Bush que se escuchan de fondo, contrastantes en sus promesas de campaña con la sordidez que se ve en pantalla. El subrayado moralista se afianza con sentencias de Jackie como "este país está jodido, es una plaga" o "América no es una comunidad. Estamos solos. Es un negocio". Ahí, Mátalos suavemente pierde suavidad para volverse un filme gratuitamente estridente.
Todo es un negocio Se podría decir que en muchos aspectos Mátalos Suavemente (Killing Them Softly, 2012), el tercer opus del neozelandés Andrew Dominik, es una película tan atractiva como frustrante que administra de manera excepcional su ambigüedad narrativa y al mismo tiempo nos pone a prueba en tanto espectadores, en especial en lo referido a nuestros prejuicios para con los géneros en cuestión. Por momentos sumamente desabrida, la propuesta combina un desarrollo en el que confluyen el thriller de extrema violencia y la comedia negra sustentada en diálogos filosos y escenas prolongadas. La anécdota central es mínima y funciona apenas como un catalizador para la posterior intervención de un buen número de personajes acordes a la coyuntura presentada: Johnny Amato (Vincent Curatola) contrata a Frankie (Scoot McNairy) y Russell (Ben Mendelsohn) para robar un antro de apuestas ilegales propiedad de Markie Trattman (Ray Liotta), bajo la suposición de que todos culparán al propio Markie, quien ya tiene historial de haberse “autoasaltado”. El atraco desencadena una crisis en la economía criminal de Nueva Orleans y genera mucha desconfianza entre los “clientes” del sector. Así las cosas, un anónimo portavoz del gremio, interpretado por Richard Jenkins, trae a Jackie Cogan (Brad Pitt) para “hacer la limpieza” y reestablecer el orden con vistas a recuperar el flujo de dinero. Cogan, un sicario independiente que a su vez está reemplazando a Dillon (Sam Shepard), quien recibió una herida mortal, decide no sólo encontrar a los culpables sino también asesinar a Markie porque la “opinión pública” lo considera responsable. El susodicho en un principio intentará tercerizar parte del trabajo subcontratando a Mickey (James Gandolfini), aunque los eventos modificarán el plan. Utilizando como contexto una suerte de oposición dialéctica entre Barack Obama y George W. Bush, pero relativizada en un mecanismo argumentativo que unifica ambas voces en tanto productos -no tan diferentes- de una nación asolada por la demagogia y el doble discurso, el director reincide en el tono abstraído, la polifonía estructural, los detalles etéreos y aquellos arrebatos esporádicos de realismo sucio que ya pudieron verse en las enajenadas Chopper (2000) y El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, 2007). Quizás el único inconveniente lo hallamos en las múltiples modificaciones en lo que respecta a la acentuación dramática del convite, en ocasiones desparramando masa encefálica y en otros instantes exacerbando los intercambios existencialistas a puro slang callejero. Sin jamás llegar a la parodia o la superficialidad expositiva, Mátalos Suavemente es en esencia un film noir nihilista con un elenco extraordinario que nos conduce hacia un estado de permanente incomodidad, al cual explota convirtiendo al relato en una crítica explícita contra la obsesión social por el dinero y los “negocios”…
When a man come around Hay películas que están pensadas para la platea masculina, sin ánimo de ofender a la platea femenina. Así como en esta misma semana, Despedida de Soltera, es una película que toca temas que las mujeres van a entender mejor que los hombres, Mátalos Suavemente es una película netamente masculina. Y no porque tenga violencia, no porque sea sangrienta o de gángsters o tenga demasiado testosterona. No tiene que ver con el género cinematográfico, sino con una cuestión temática y sexual. En primer lugar porque hay solamente una mujer en todo el film. En segundo porque deja en claro que la política y la economía, en Estados Unidos lo manejan los hombres, que la mafia, el juego y el asesinato son cosas de hombres… y las crisis económicas le afectan a los hombres. Los hombres son solitarios, abandonados, deprimentes y este es el contexto en que Andrew Dominik va moviendo a patéticos tipos duros en tiempos de crisis económica. El contexto histórico son las elecciones McCain/Obama y continuamente hasta llegar a la obviedad, podemos escuchar de fondo discursos de Bush y el actual presidente que terminan funcionando como espejos. Espejos que se reflejan en todos los personajes del film. Asesinos que son enviados a matar o encarcelar a otros asesinos y ladrones. No hay personajes nobles en Mátalos Suavemente, y de hecho son tan patéticos como asesinos que no pueden disparar de frente, sino lo hacen a la distancia, tienen miedo a la cárcel, postergan asesinatos. Sí, la crisis también afecta a los asesinos por encargo. Andrew Dominik ha construido su filmografía en base a estos preceptos, desde el cruel y violento retrato de un sociópata en Chopper (descubrimiento de Eric Bana) hasta la estilizada El Asesinato de Jesse James. En ambas, Dominik se mete en la mente de los criminales, les aporta sensibilidad, miedo, culpa, responsabilidad, cobardía, sentimientos. Pero a diferencia de la crudeza de la primera y, la solemnidad y pretenciosidad de la segunda, acá se lo toma con humor. Y de hecho, por momento pareciera que estamos viendo una sitcom, o una comedia negra de HBO. No hay que confundir Mátalos con un thriller. El que va con esa idea se va a decepcionar. Es una sátira al género policial y de gángsters. Una película contracultural, filmada y ambientada como si fueran los años 70 (autos, vestuario, peinados, estética general), pero contextualizada en el 2008 (el único atisbo de avance tecnológico es un celular viejo). Y de hecho en esta sátira autoconsciente también reside la elección de los actores. La intertextualidad es palpable. Ver al capo de Los Sopranos (James Gandolfini) sin ganas de matar, tirado en un sillón, insultando a una prostituta a la distancia o a Henry Hill (Ray Liotta en Buenos Muchachos, film al que homenajea en un par de escenas), llorando, siendo golpeado sin manera de defenderse demuestra la ironía del mensaje de Dominik: ni los gángsters ni el género cinematográfico son lo que eran. Algunos críticos han comparado la película con una de Tarantino, pero mientras, que en cierta forma, el director de Perros de la Calle, trata de realzar la figura de sus criminales mostrándolos impecables, Dominik los muestra en la miseria total. Un símbolo del estado en el que están los pueblos de los suburbios de las grandes ciudades industriales, una crítica social de la que no se salvan ni los matones, que no solamente entienden la realidad económica mejor que cualquier analista de televisión, sino que encima están impotentes ante ella. Igualmente Dominik no lanza sus dardos hacia UN responsable, sino a un comité. Si bien la comparación entre los presidentes de turno y el abogado que compone Richard Jenkins con su acostumbrada taciturna es clara, es justamente el manejo de la economía en las manos anónimas de un “comité” adonde va el mensaje final del director. Inteligente, divertida, con un Brad Pitt cínico y algunos momentos visuales notables, Mátalos Suavemente es un film extraño por lo que se puede esperar de él, pero que funciona mejor en un análisis posterior que a la primera visión.
Perro de la calle Mátalos Suavemente, el tercer largometraje del neozelandés Andrew Dominik, luego de Chopper y El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, se presenta en nuestras carteleras con una interesante puesta en escena tarantinesca a sólo un puñado de días de su estreno en los Estados Unidos y luego de haber desfilado con discretos resultados en el último Cannes. Jackie es un sicario contratado por la mafia, luego de que dos malhechores de escasa trayectoria (contratados por un gánster de segunda mano) asalten una de las casas de juegos donde frecuentaban varios de sus integrantes. El problema para estos muchachos y el contratista se dará cuando Jackie comience a encajar las piezas del rompecabezas para encontrarlos y liquidarlos. Dominik decide narrar Mátalos Suavemente con una puesta en escena que por momentos resulta demasiado exagerada en su intento de mezclar la estética cool con lo sórdido del paisaje e incluso también encontraremos en varios pasajes demasiado expuesta y subrayada su crítica socio económica hacía los Estados Unidos. Pero lo fascinante y llamativo de este tercer film del realizador nacido en Wellington es que a pesar de esos excesos y las escasas pero efectivas y violentas secuencias de acción funciona, convence y mantiene atrapada la atención durante todo su metraje. Es que Dominik se encarga de decorar (y a veces lo pintarrajea demasiado) un simple thriller basado en una única figura con una virtuosa estética de la violencia y un satírico mensaje que puestos en contexto siempre son bienvenidos, aunque lamentablemente al dejarse llevar demasiado por demostrar su firma detrás de las cámaras no consigue justificar del todo en el relato la intromisión de tamaña ambición. Hay en Mátalos Suavemente un dejo tarantinesco en su estética y hasta encontraremos en sus extensas previas a las escenas de acción muchas similitudes con Perros de la Calle. En esos diálogos sobre la nada (o en realidad sobre todo) que llevan adelante magistralmente Jackie y Mickey (Brad Pitt y James Gandolfini respectivamente) se encuentra muy presente el espíritu de Quentin Tarantino. Incluso la deliberada intromisión de la banda de sonido donde se destacan el genio de Johnny Cash o The Velvet Underground remite totalmente al realizador que a fines de enero estrenará en la Argentina Django Unchained. Más allá de las similitudes u homenajes, Dominik consigue conjugar todos estos elementos con vuelo propio y no como una vulgar copia al cine de Tarantino. ¿Alguien dijo como NO hace Guy Ritchie? Perdón por el bardero off topic. Richard Jenkins, James Gandolfini y Ray Liotta son las tres cartas que acompañan a Brad Pitt para sellar el tan mentado póker de ases que logra disimular con grosas actuaciones los excesos artísticos de su director. Pitt, que además es el productor, no la tenía fácil con la caracterización de este perro de la calle, aunque consiguió sortearla con una atrayente labor cargada de oscuridad y parquedad. Mátalos Suavemente se vuelve presa de sus propias virtudes por los excesos de su realizador Andrew Dominik, aunque sus intenciones estéticas y críticas, además de las excelentes actuaciones, son una bocanada de aire fresco en una cartelera que ya va bajando la persiana de este año, y eso siempre es algo digno de valorar y destacar.
Dirigida por el talentoso Andrew Dominik, esta película es una de gangster con valor agregado, una reflexión sobre la violencia, la culpa y también a la crisis política y económica que asoló a Estados Unidos, en la transición Bush-Obama. Grandes actores como James Gandolfini, Richard Jenkins, Ray Liotta se lucen al lado de un inspirado Brad Pitt. Aunque los verdaderos protagonistas son Scoot McNairy y Ben Mendelsohn. Peces gordos de la mafia sorprendidos por novatos y un sicario especial (Pitt).
Hay un problema básico con este film del interesante realizador australiano Andrew Dominik. Consiste en creer que se es autor por inventar tomas para registrar ciertos hechos, incluso cuando tales tomas o movimientos de cámara no son necesarios. Si su film anterior –“El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford”– funcionaba bien (aunque era demasiado largo), era porque complementaba el espíritu silvestre de sus protagonistas con una naturaleza igualmente salvaje. “Salvaje” es un poco la clave (también aparecía esa característica en su opera prima “Chopper”) y en esta “Mátalos…” intenta contar, por un lado, cómo un grupo de gánsters busca matar a dos chorritos que les roban en un juego de póker (el asalto es convenientemente violento), perseguidos por el asesino profesional que interpreta Brad Pitt, a la manera de hilo conductor del relato. Pero también mostrar cuán decadente es la América contemporánea, especialmente en los meses álgidos de la crisis de las sub-prime, contexto del cuento. Combinar ambas cosas es difícil y en algún momento al espectador le importa poco el relato en sí y se concentra en pequeñas secuencias, en inventos estilísticos, en golpes de efecto. No cabe duda de que Dominik maneja el aparato cinematográfico con soltura y desprejuicio, el problema es que eso –así como los diálogos sarcásticos, abundantes en el film– no termina de cuajar. Hay algo interesante en este director, siempre al borde de una gran película que no llega a concretar
Los malos están pero nunca aparecen Buen policial. Intenso, bien plantado, con diálogos filosos, impecables actuaciones y una acción que no da tregua. Estamos en New Orleans en la campaña política de 2008. La TV machaca con los candidatos en medio de una ciudad oscura, desolada, donde la mafia juega a las cartas. Mientras Obama lanza diagnósticos y promesas, el sistema financiero, el verdadero responsable de las nuevas penurias, no se deja ver, aunque resiste y manda. En la calle pasa lo mismo: los jefes de la mafia nunca aparecen, son nombrados a la distancia; son los que manejan, ordenan y controlan, mientras sus sicarios hacen el trabajo sucio o buscan quién lo haga. El jefe de una bandida mafiosa se propone robarle a un ladrón y contrata a dos marginales; el asalto sale bien, pero después todo se complica: un grupo mafioso quiere sacar partido, surgen delaciones, traiciones cruzadas, entregadas. ¿Y la policía? Bien, gracias. No aparece, tampoco hay mujeres dando vueltas. La historia no es novedosa, pero está bien contada. Tiene algo de Tarantino (esas largas conversaciones cargadas de tensiones y datos), hay clima, personajes bien pintados y la sensación de que, al final, en semejante escenario, todos pierden. En la TV y en la vida. El filme aporta desde sus orillas la imagen desalentadora de un sistema que la TV se encarga de mostrar. Y el parlamento final del Jackie de Brad Pitt, de un desencanto abrumador, parece ser el remate de este desfile de sicarios tristes, sin lujos, solitarios y desanimados. Sus caídas vienen a anunciar el derrumbe que estaba llegando.
Manual básico del delincuente americano En casi todas las escenas hay un tercer protagonista como un jugador omnipresente: el televisor. El televisor encendido y siempre sintonizando un canal noticioso por donde desfilan los principales actores de la política estadounidense de 2008, en el cual está ambientada esta versión de una novela policial escrita en los años ‘70. Aquel fue un año electoral en el que George Bush hijo se despedía de la Casa Blanca y Barck Obama y John McCain se disputaban la sucesión, crisis económica mediante. Mientras, en alguna pequeña ciudad, unos muchachos recién salidos de la cárcel, delincuentes de poca monta, son convocados por un comerciante del lugar para hacer un “trabajito”. Frankie (Scoot McNairy) y Russell (Ben Mendelsohn) parecen dedicarse al menudeo en el mercado de los delitos, tienen un perfil más afín con el de los vagabundos oportunistas a los que no les gusta trabajar, aficionados a la droga y a la ley del menor esfuerzo, que con el de los ladrones profesionales. Pese a ello, Johnny Amato (Vincent Curatola), dueño de una tintorería, los contrata para dar un golpe en un garito clandestino de la zona. El reducto está regenteado por un mafioso muy conocido entre los vecinos, un tal Markie (Ray Liotta), quien se hizo famoso por haber organizado un “autorrobo” tiempo atrás, del cual resultó airoso y aunque todos saben lo que hizo, al parecer lo perdonaron y las fuertes apuestas siguen concentrándose en su local, ubicado en los suburbios del poblado. Ahora Amato planea embromarlos a todos. Quiere repetir la hazaña y hacer que parezca una reincidencia de Markie. Pero el capo de la región, un tal Dillon (Sam Shepard), no está dispuesto a dejar pasar este asunto y decide contratar a un asesino profesional para que resuelva el caso. El encargado de hacer el contacto es un abogado, Driver (Richard Jenkins), quien arregla los términos del trabajo con Jackie Cogan (Bran Pitt). Primero hay que averiguar quién lo hizo y luego hacer que paguen por la falta. Pero el antecedente de Markie, tenga o no tenga que ver en este nuevo robo, lo complica ante los ojos de Jackie, porque deja mal parada a la mafia autóctona ante la opinión pública. En el mundo del hampa no es bien vista la impunidad. Lo importante es inspirar respeto. Jackie pretende darle lecciones al respecto a Driver, quien se ve más dispuesto a conseguir una solución negociada. Sin embargo, las cosas se harán como diga el primero. Para ello subcontratará a otro peso pesado del ambiente, medio caído en desgracia, llamado Mickey (James Gandolfini), a quien trata de rescatar con esta nueva changa. Decadencia y escepticismo “Mátalos suavemente” es una novela negra llevada al cine en la que hay violencia y hay sangre, pero más que nada pretende esbozar un perfil psicológico de los personajes involucrados, desde el más improvisado hasta el más profesional. Por eso no es tanta la acción y el peso dramático está puesto en los diálogos, en los que se puede apreciar el modus vivendi de estos hombres que se mueven al margen de la ley, aunque no del todo fuera del mundo. Y por momentos hasta parece un manual de “buenos modales” del asesino profesional, entre otros códigos a tener en cuenta en el ambiente. La trama se desarrolla en una atmósfera de decadencia y escepticismo, que contrasta con los discursos que propala la televisión, en donde los políticos hablan de los valores de la nación y del pueblo norteamericano, en la versión más idealizada que se conoce. Pero de este lado de la realidad, las cosas se viven de otra manera. El guión no se destaca por su originalidad aunque los actores brillan en la piel de sus personajes, en lo que se convierte en un interesante duelo de caracteres, reforzado por un excelente manejo de cámaras y una banda sonora muy sugestiva y de primera calidad.
Robó, huyó, luego vinieron una serie larga de conversaciones a propósito de la razón del asesinato a sueldo, la lealtad, los intereses de las corporaciones, la crisis financiera y los miedos, y lo pescaron Esta nueva película de Andrew Dominik (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) tiene, al igual que su anterior, el mérito de partir de una historia propia del cine de género, para desarmarlo (narrativa y dramáticamente) con el objetivo de reconstruir los sentidos establecidos para ese género. Parte de la historia de dos ladrones de poca monta recién salidos de la cárcel, que encomendados por un mafioso de ligas menores, roban un garito clandestino cuyo encargado tiene muchos motivos para ser sospechado. Una suerte de gerente formal de una oculta corporación de empresarios de garitos encarga a un asesino a sueldo que busque a los que tenga que buscar y se haga cargo de ellos. Hasta acá, nada que no se haya visto en la larga historia de cine de mafias. Pero la película, en uno de los más interesantes comienzos del cine estadounidense, parte de poner en escena el final de la campaña presidencial de 2008, durante la cual los candidatos Barack Obama y John McCain debatían sobre la grave crisis financiera que afectaba a la población. La voz del actual presidente, entonces en campaña, sobre la imagen de un suburbio desolado que recuerda un momento de esplendor industrial, es lo que inevitablemente marca la lectura política sobre lo que vendrá después. Nada de lo que siga podrá ser visto con inocencia. Dominik no apela a la narración de género para recuperar el entretenimiento cinéfilo. Su pretensión es desmontar esta estructura y en esa operación repensar como si fuera ficción el esplendor económico de la sociedad estadounidense. Propone un contrapunto irónico constante entre los discursos de Obama y la acción y los propios diálogos entre los mafiosos. Lo cierto es que este conjunto de intenciones del realizador no siempre tienen resultados tan elogiables como en su anterior película. Ante todo, su recurso al contrapunto político termina pareciendo una lección pobre más que un recurso al pensamiento. La revelación de la vida personal de los asesinos, siempre tan estériles e infranqueables en apariencia, son en un conjunto de repeticiones y obviedades que hacen perder potencia a la idea. Las subtramas que incluyen a cada personaje se van perdiendo y hacia el final se diluyen en la inconsistencia de escenas forzadas. De este modo, lo que se propone como un trabajo lúcido de deconstruir el género para develar parte del imaginario de una nación, termina siendo una película realmente anodina. Dominik no termina de definir algunas cuestiones narrativas centrales. ¿Es un policial de mafias clásico -como parece proponer al comienzo- o es un relato hijo del video clip y grotesco, como muestran ciertos planos desagradables o algunos retruécanos del montaje? ¿Se sustenta con actuaciones controladas que aportan a la versión clásica (Pitt, Jenkins) o a barrocas y exageradas presencias como la de Gandolfini o Mendelsohn? Esto quita sin dudas coherencia narrativa a toda la película. Mátalos suavemente termina perdiéndose de este modo en un conjunto de atracciones: Nueva Orleans como imagen de una sociedad decadente, el vínculo entre el negocio financiero internacional y el juego clandestino, buena banda sonora, actores convocantes, imágenes de alto impacto y momentos de acción bien construidos. El problema que ello no alcanza para hacer una buena película. Dominik en esta oportunidad, erró con el disparo.
Vamos a tratar de no confundir los tantos, así es más fácil decodificar la obra a la que nos referimos. “Mátalos suavemente” aborda los gángsters modernos. Mafia. Vemos la estructura de la organización, las jerarquías y hasta quienes actúan al margen de esta. Por ejemplo Johnny (Vincent Curatola) y Russell (Ben Mendelshon). A estos dos tarambanas se les ocurre la “brillante” idea de asaltar un garito. Un antro regenteado por Markie (Ray Liotta) donde “los muchachos” juegan al poker. Algo tan estúpido como un mosquito yendo a robarle sangre a Drácula. El tema es que Markie, con anterioridad, había fraguado un auto-robo, y este episodio provoca una ruptura en la organización. Aquí es donde entra Jackie (Brad Pitt), quien tiene varias charlas previas en el auto con el Conductor (Richard Jenkins). El tipo de conversaciones, muy jugosas, que, uno imagina, tendrían dos tipos antes de pasar a la acción, en las que prima el sentido común y el razonamiento en lugar del impulso. En efecto, Jackie tiene la misión de arreglar las cosas para que todo vuelva a funcionar normalmente. “Me gusta matarlos suavemente”, dice. Hay un factor tan interesante como confuso en este texto cinematográfico. No porque no se lo entienda; sino porque se mezcla tanto en la acción que por momentos pareciera querer imponerse en desmedro de la trama. Esta circunstancia es coherente en la filmografía de Andrew Dominio, lo que es observable en “Chopper” (2000) y en “El asesinato de Jesse James por el cobarde de Robert Ford” (2007). En ambos casos había una necesidad de mostrar claramente el mundo donde viven sus criaturas y como los afecta. Dominik, como guionista y realizador, elige un momento específico de la historia para emplazar su guión: el contexto socio-económico-político reinante en Estados Unidos en 2008. Post huracán Katrina (estamos en Nueva Orleáns) y antes de las elecciones ganadas por Barak Obama, cuando la crisis institucional hacía prever la decadencia, y caída, del capitalismo, por consiguiente también del imperio estadounidense. Más que la música, los discursos de campaña y las noticias sobre la debacle financiera funcionan como la verdadera banda de sonido. Es lo que subraya casi todas las acciones y las imágenes. En especial aquellas mostrando una ciudad (y una sociedad) devastada. El realizador tiene la precisión de un bisturí para delinear a sus personajes, sin embargo este contexto del que hablamos nunca deja de estar presente. Por esta razón, está clara su preferencia a tomar distancia de la gente que pasa ante su cámara. Se convierte en observador de su propia obra y en esa tesitura es donde logra también poner al espectador. “Mátalos suavemente” también tiene una gran dosis de preciosa sutileza para filmar escenas de violencia. Esa belleza que solía encontrar John Woo contrasta con otras cuyo diseño de sonido les da un realismo apabullante, como los golpes en la cara por ejemplo. Se trata de uno de los sólidos estrenos de este año, que puede emparentarse con el cine de Tarantino. Sólo emparentarlo porque Domink ya tiene una personalidad de esas que hacen esperar ansiosamente su próxima propuesta.
Una economía "asesina"! Andrew Dominik dirige "Killing Me Softly", una de gángsters, adaptación de una novela de George V. Higgins, protagonizada por Brad Pitt, a quien ya había dirigido en "The Assassination of Jesse James by Coward Robert Ford". En "Mátalos Suavemente", Brad Pitt, que se toma su tiempo hasta aparecer en pantalla, es un asesino contratado para buscar y encargarse de dos ladrones que parecen tener más suerte que talento y que acaban de robar una importante suma a una casa de juego clandestino. La idea es plantear una metáfora (y crítica) sobre la crisis económica y financiera de los Estados Unidos pero el problema no es lo que se quiere decir, sino el hecho de que poco queda en el subtexto. Los discursos de la campaña electoral que se escuchan a lo largo de todo el film subrayan la premisa de una película que a nivel narrativo le falta mucho trabajo. Pero Dominik dirige mejor de lo que escribe un guión, y estiliza la película de una manera, que si bien no es poco innovadora y por momentos recuerda demasiado al cine de Guy Ritchie, no deja de ser atractiva. Con escenas ralentizadas que no hacen más que pretender embellecer la violencia (así como lo hace Quentin Tarantino) y planos cuidados y correctos, algunas pecan de ser más largas de lo necesario, incluso varias de las más dialogadas, que a veces no aportan demasiado, casi rozando el tedio. La banda sonora es bonita, con algún tema de The Velvet Underground (que suene el comienzo de Heroin en una escena en la que los dos personajes se están drogando es otro ejemplo de que todo lo que se quiere expresar está demasiado acentuado), Johnny Cash y hasta de Nico. Además de Brad Pitt, el elenco protagónico que en su totalidad es masculino, está compuesto por James Gandolfini como un patético y borracho Mickey; Scott Mcnairy y Ben Mendhelson como estos ladrones que intentan sobrevivir en una sociedad que depende del dinero; Ray Liotta como una víctima de los malhechores; y Sam Shepard como la cabeza de los asesinos, Dillon. Con ironía, humor negro, escenas de tensión y alguna sorpresa, Killing Them Softly es un film visceral, visualmente fascinante, pero que le falta intensidad y profundidad narrativa para que se convierta en una obra que perdure en el tiempo. La película es entretenida y sirve para pasar un buen rato, no mucho más.
La pesadilla americana El título del tercer largometraje de Andrew Dominik (1967, Nueva Zelanda) parece condensar sus rasgos salientes: basado en una novela policial de George V. Higgins de 1974, acompaña las peripecias de un puñado de marginales violentos (ladronzuelos novatos, sospechosos jugadores de pocker, problemáticos asesinos a sueldo) con elegancia, echando una mirada agria sobre la ilegalidad y la violencia que traspasan la sociedad estadounidense con cierto refinamiento formal. Si narrativamente el producto se muestra irregular, al mismo tiempo luce atractivo y mucho más digno que la mayoría de los thrillers que asaltan semanalmente las carteleras para reaparecer más tarde en la TV. Algo de la belicosidad y la sequedad del cine con gangsters de los ’70 asoma en este film que transcurre en medio de la campaña presidencial de 2008, con las imágenes de Bush y Obama reproduciéndose en las pantallas de televisión mientras el capitalismo financiero se retuerce. En cierto sentido, no deja de parecer un recorte en la vida de este país y de estos personajes, de quienes se desea saber un poco más: a Mátalos suavemente le cuesta salir de ese pequeño conjunto de situaciones y encontronazos, haciendo difícil intuir cómo será la vida de estos hombres más allá de lo que exhibe la pantalla. Pero sus méritos no son pocos, sin embargo. Se ha dicho que, por sus varias escenas de diálogo, remeda atributos del cine de Tarantino, pero esto es relativamente cierto: en las conversaciones del film de Dominik las palabras no tienen más importancia que las miradas y los gestos, y en su atmósfera general hay más abatimiento que cinismo. Las pocas escenas de violencia son de una prodigiosa estilización. Mostrar un asesinato de un auto a otro o el turbio momento en el que un ladrón adicto es apresado como si fueran cristales y destellos de un calidoscopio, o sugerir un enfrentamiento a tiros fuera de foco mientras un sicario cruza distraídamente la calle, son decisiones que responden al planteo mismo del film, que cuestiona sin desdeñar el artificio. Adornos y apuntes ácidos se combinan, tomando distancia del modelo scorsesiano (ubicándose, en todo caso, más cerca de Drive), permitiendo que el retrato de la sociedad en crisis sea atravesado por grandes canciones y reflexiones en voz alta ligeramente solemnes. Ray Liotta –que parece salido de Buenos muchachos–, James Gandolfini, Richard Jenkins, Scout Mcnairy y Ben Mendelsohn conforman un elenco homogéneo, demostrando que Dominik sabe dirigir muy bien a sus actores. Es, incluso, el único que consigue buenos trabajos de Brad Pitt (ya lo había logrado en El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford). Sobrio, expresivo, sin recurrir a sus muecas habituales, aquí Pitt (también co-productor del film) asume, además, un personaje diferente a los acostumbrados. Baste señalar que a la única dama que se le cruza en su camino ni siquiera la ayuda con el cierre de su vestido, y que se lo ve siempre desconfiado y desencantado con su patria, al punto de dejarle al espectador, como reflexión última: “Esto no es un país, es un negocio. Dame mi dinero”.
Un thriller descarnado y retrato de la decadencia Tercer largometraje del neocelandés Andrew Dominik, quien ha logrado desarrollar un estilo narrativo propio. Sus anteriores fueron El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007), que cuestionaba los cimientos éticos de Estados Unidos; y Chopper, retrato de un asesino (2000), sobre el australiano Mark Brandon Read. Read mataba a narcotraficantes, delincuentes y prostitutas y sus "proezas" fascinaron a la prensa amarilla y a muchas mujeres de todo el mundo, que le declararon su amor incondicional. Además, su autobiografía fue en su tiempo el libro más leído en Australia. Mátalos suavemente ofrece una considerable afinidad con ese filme. El título deriva de una expresión del asesino a sueldo Jackie Cogan (Pitt), a quien le "agrada matar suavemente" a sus víctimas, para que su final sea menos doloroso, pero también lo hace "sin sentimientos". El filme está basado en la novela Cogan's Trade , del ex fiscal de Boston George V. Higgins, quien ambientó la historia en esa ciudad en 1974 e intentó explicar la crisis del capitalismo y la enfermiza relación de los norteamericanos con el dinero. Pero Dominik situó la acción en 2008 en Nueva Orleans, en plena crisis financiera. El relato comienza con el atraco ejecutado por dos ladrones de cuarta a un garito regenteado por Markie y protegido por mafiosos. Ambos fueron contratados por un tal Johnny "Ardilla" Amato. Los mafiosos comisionan a su abogado para identificar a los ladrones y hacerles pagar su impertinencia. Y éste convoca, a su vez, a Jackie Cogan, un hombre "tranquilo", imperturbable, que se toma su tiempo para concretar las misiones que le encomiendan. La película admite una doble lectura: como un thriller frío, descarnado y muy negro; y como un provocador retrato de la decadencia moral de una nación, que puede resumirse en esta expresión de Cogan: "Este no es un país, es un negocio. En América estamos todos solos". Las primeras imágenes muestran un paisaje post apocalíptico, pero no por causa de ninguna hecatombe, sino por la crisis financiera. Durante el filme se escuchan fragmentos de discursos de George W. Bush, hacia el final de su mandato, y de Barack Obama, primero como candidato y luego como presidente. Ambos, como buenos charlatanes, hablan de la crisis financiera y de la necesidad de proteger la economía del país, aunque su propósito era amparar a los responsables de la debacle y no a las víctimas, para que todo siga igual. Dominik comentó en el Festival de Cannes que su película trata sobre "la culpa y los rasgos de humanidad dentro del ambiente criminal". Observando la película, resulta casi imposible detectar algún rasgo de humanidad. Este perfil de la película y su fuerte compromiso socio-político, pueden resultar, quizás, difíciles de "digerir", aunque son también sus bazas más relevantes, además de las actuaciones de Brad Pitt, de Jenkins (el abogado) y el aporte de Gandolfini como el desagradable Mickey. Otros valores que ofrece la película son el montaje, la banda sonora, que incluye temas cuyo atractivo contrasta con la cínica dureza de los personajes, y una atmósfera fatalista que domina la historia de principio a fin.
El arte y el gángster "Mátalos Suavemente" es una película de gángsters que generó opiniones encontradas tanto entre la crítica especializada como entre los espectadores. Este último trabajo del director Andrew Dominik ("Chopper", "El Asesinato de Jesse James") puede ser muchas cosas, menos convencional. Sí, trata el tema de los enriedos criminales que se dan en la mafia organizada norteamericana, algo que hemos visto muchas veces tanto en cine como en TV, pero el enfoque y la narración que decide hacer el director, a mi forma de verlo, le dieron un aura que la diferencia de las demás propuestas del género. Por ahí leí que la gente se quejaba de los diálogos excesivamente largos cuestión que, contrariamente a lo que todos decían, creo fue uno de los mejores aciertos del film. Los diálogos que mantienen los personajes sobre las cuestiones del crimen son verdaderamente entretenidos. Quizás el error está en lo que el espectador esperaba de esta propuesta. Muchas veces los esfuerzos de promoción confunden al público y los trabajos anteriores de los actores protagonistas también. Algo muy similar sucedió con "El Árbol de la Vida", película con la que pude constatar que muchas personas se acercaron al cine porque pensaron que era una historia dramática/romántica con Brad Pitt... imaginen la decepción de esas personas a los 15 minutos de metraje. Con este producto pude constatar algo parecido, mucha gente se imaginaba un film convencional de acción con Pitt como centro de la historia, y en realidad ni Brad es el centro, ni la historia está narrada de manera convencional. El problema de "Mátalos Suavemente" creo que está en la dinámica que se le aplicó a las secuencias, que por momentos resultan confunsas, como tiradas de los pelos. Entiendo el objetivo de querer imprimirle un poco de conceptualización y arte a la cinta, pero a veces se pasa de rosca y termina por alejar al espectador de lo que está sucediendo en pantalla. Es como que no pasan muchas cosas en el film, pero las pocas que sí tienen lugar resultan bien aletargadas. Es el tinte que Dominik le imprime intencionalmente, pero por momentos se le va la mano y molesta al espectador. Volviendo a lo positivo, tiene un reparto de actores con mucho talento, sobre todo Brad Pitt que demuestra una vez más que es uno de los mejores actores activos. Lo de Ray Liotta es muy bueno también y hace notar su experiencia en más de 90 trabajos para cine y TV. Redondeando, es un film que se debe ir a ver con la mente abierta, sabiendo reconocer el trabajo de los actores más allá de que la narración resulte de nuestro gusto o no. Los fans de las pelis sobre el crimen organizado creo que se van a sentir a cómodos y la disfrutarán.
Criminales desesperados, imbéciles, sucios El comienzo tiene algo de atraco mezclado con el cuento para niños del pastorcito mentiroso. La idea es robar un garito que cuenta con protección de la mafia. Sólo hay un antecedente, de hace algunos años, que obligó a cerrar estos casinos clandestinos durante un tiempo. Justamente, la decisión de hacerlo responde a que el hampón que regentea el establecimiento se embriagó y confesó que fue él quien organizó el golpe anterior: se robó a sí mismo. Así que quien idea el asalto asume que, en esta segunda oportunidad, todos darán por sentado que se trata de "una más" del mismo risueño impune. Ese es el extremo de la madeja que se enrrolla en Mátalos suavemente, la película que vuelve a reunir a Brad Pitt y al director Andrew Dominik, después de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (2007). Lo que sigue es una sucesión de delincuentes con vidas reventadas. Desde un ratero de mala muerte sin horas de lucidez, que bajo los efectos de las drogas ilegales cuenta gratuitamente la verdad del robo en la timba, hasta un mítico asesino venido a menos, que ahora cobra con descuento porque es un despojo humano entregado al alcohol, la depresión y las prostitutas baratas. Esa desmitificación del mundo de ilegalidad atraviesa los 97 minutos del filme: no hay cerebros infalibles, ejecutores implacables ni códigos sacralizados, sino abundancia de imbéciles peligrosos, desesperados con armas, desgraciados sin higiene y delincuentes desagradables. El reparto es deslumbrante. Y las caracterizaciones son muy buenas, pero la trama se torna por momentos lenta, las escenas de James Gandolfini (el famoso Tony Soprano de la serie de HBO) difieren casi exclusivamente en la escenografía y, en definitiva, pese a la tensión que acumulan varios tramos del filme, el asunto nunca termina de explotar. Ni al estilo de Snatch: cerdos y diamantes (2000), ni al de El padrino (1972). Pero si acaso este es el déficit de la cinta, hay otro costado que le da ribetes sublimes. Como si fueran textos dentro de un texto, los recursos de realidad que se cuelan, llamativos aunque sin estridencias, van configurando la moraleja de Mátalos suavemente. Aunque la novela original está ambientada en los 70, está película se sitúa temporalmente en las elecciones presidenciales de EEUU de finales de 2008, cuando Barack Obama derrota a John McCain y se convierte en el sucesor de George W. Bush. A lo largo de la película se cuelan esos vacíos y estereotipados mensajes proselitistas de demócratas y republicanos, que apelan al imaginario de la confianza y la solidaridad norteamericana. Sin embargo, el capitalismo atraviesa el mundo criminal y marca el ritmo de la marginalidad desde los lúmpenes hasta las altas esferas de la mafia. Los rufianes de poca monta han montado un lucrativo negocio de secuestro de perros de raza y cobro de rescate. Cuando logren ahorrar un monto determinado, "ascenderán en la escala social" del hampa: comprarán y revenderán heroína. Y los señores del crimen, que jamás aparecen en escena, no sólo deciden acerca de la vida y la muerte: también sobre las tarifas de esos trabajos. Porque, en definitiva, "es la economía, estúpido..." Al matón se lo cargará el asesino profesional. Pero al asesino profesional se lo llevará puesto un sujeto de saco y corbata, que mira las noticias mientras toma un trago en la barra de un bar. Y así la sociedad sigue muriéndose, cada vez con menos suavidad.
Todos no tenemos un plan Hacer un filme noire, un policial básico, o una de "gangsters" como se decía hace añares, no es tarea fácil, y seguro a esta altura el director Andrew Dominik lo habrá entendido. Su anterior unión al actor Brad Pitt se había completado en el western "El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford"(2007), muy buen filme por otra parte, pero aqui unidos otra vez no logran más que un discretito (apenas) thriller donde sobran las palabras y salvo algunas pocas escenas, en una trama que si bien al inicio se muestra interesante, para luego corroborar que pese a tener unos actores totalmente desperdiciados (James Gandolfini, Richard Jenkis, Ray Liotta, Sam Shepard) la peli no cierra del todo. Respecto a Brad Pitt, le da cierta carga fría que el personaje de su "killer" necesita, cuando a este se le encarga que vaya tras un par de sujetos que han hecho una "mejicaneada" -cuando unos delincuentes roban a otros iguales- y acabe con ellos pero sin llamar demasiado la atención. La historia transcurre en tiempos de la primera asunción de Obama, o sea en plena crisis financiera estadounidense, lo cual funciona en un algo como un signo sociopolítico que da cabida a la violencia social.
El cine directo de Andrew Dominik Mátalos suavemente (Killing Them Softly) es inusual por un sólo motivo: está construida a base de clichés. Estos lugares comunes son, por un lado, las convenciones del género de las películas en las que se basa. En este caso, los relatos de mafiosos. Pero, por otro lado, propone un discurso trillado, usado con anterioridad fuera y dentro del arte cinematográfico. A partir de estas consideraciones, el resultado debería ser desastroso. Sin embargo, no lo es por otro motivo inusual. Lo que nos interesa realmente no es tanto su simple argumento, sino hasta que punto Andrew Dominik (Chopper, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) puede llegar a utilizar estos clichés sin ningún tipo de culpa. Es un cine directo. Pero no en un sentido documental, sino porque es un cine bruto, remarcado, sin delicadezas. Esta película muestra una extrema confianza en lo que propone, a pesar de su carencia de originalidad. Dominik se basa en Tarantino, Scorsese y en los policiales de los hermanos Coen de un modo insólito, como si el espectador nunca hubiese visto algún film de estos directores. Ante esto, el público debería juzgar si abandona la soberbia posición del realizador o si lo acompaña en su absoluto descaro. La historia es más que sencilla: Jackie Cogan (Brad Pitt), un asesino a sueldo, es contratado por unos mafiosos luego de que tres ladrones les hayan robado todo su dinero. No hay mucho más para contar, ni siquiera hay sorpresivas vueltas de tuerca ni cambios determinantes en las actitudes de los personajes. Al cine directo de Dominik parece no importarle demasiado el argumento. Es, simplemente, una excusa, un trasfondo para que surjan cuestiones relacionadas con la política americana de los últimos años. En realidad, el libro en el que se basa el film es “Cogan’s trade“, de George V. Higgins, de 1974, por lo cual se puede entender que el mensaje propuesto es aplicable a cualquier momento de la historia de Estados Unidos -esto es, sin dudas, lo más sutil que presenta la película-. El planteo frontal de Dominik puede ofender a quienes estén en contra del subrayado innecesario y hecho a los gritos. Por ejemplo, allí se encuentran los discursos presidenciales que aparecen en un televisor mientras transcurren las acciones. En este sentido, lo que dicen y hacen los personajes muchas veces opera en sentido contrario con lo que Bush u Obama establecen en sus parlamentos. Tanto el momento del robo como los últimos minutos del film están tan sobrecargados de explicación que pierden el impacto deseado. Son cosas que se dicen en la cara de la forma más explícita posible. Habría que analizar hasta qué punto este cine directo atenta contra la inteligencia del espectador. Si hay algo que rescatar sobre el uso de la palabra es que esta adquiere un carácter casi físico. La utilización es tan exagerada, tan grosera, que el registro oral termina siendo tangible como los objetos y personajes que se ven en pantalla. Esto no deja de ser interesante ya que el protagonista usa estas palabras como si fuese otra de sus armas. Sobre el final, el discurso de Jackie Cogan impacta sobre una de sus víctimas. Detrás de lo que se dice -repito, bastante convencional pero no por eso cargado de fuerza y verdad- hay un asesino que dispara a las creencias de un pueblo -falsamente- unido.
Andrew Dominik, director de The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford (2007), nos trae este film thriller/crimen encabezado por Brad Pitt que empieza bien y va cayendo al abismo del olvido. Unos desconocidos asaltan a los asistentes de la mafia en una partida de poker. Los capos llaman a un "investigador especial" llamado Jackie Cogan (Brad Pitt) para que encuentre a los culpables. La misión de Cogan se entra a complicar por factores comunes como estafadores clásicos, indecisiones, asesinos cansados del mismo trabajo de siempre e incompetencia. Los puntos positivos de ésta película son los manejos de cámara, con algunas tomas no muy jugadas pero buscando originalidad, y una edición muy certera. Las actuaciones están bien, son correctas, y cumplen, no sorprenden y eso que contamos con el carisma de actores como Gandolfini, Liota, Jenkins y Pitt. El problema recae en el manejo de los tiempos, donde se ve una falta de equilibrio entre escenas pasivas y escenas de acción. La idea del sociópata tranquilo no es nueva, suele ser efectiva, acá termina aburriendo, y no es culpa de Brad Pitt (que la tiene clarísima en estos papeles), sinó de cómo se intentan contar los acontecimientos en este film. Otro punto negativo para destacar es intentar convertir cada plano en una metáfora de días pasados, cada personaje cuenta un buen rato sobre hechos de su vida, ésto, lejos de crear afinidad con el espectador, de tanto que lo repiten termina cansando. Si tuviese que describirla en dos palabras, diría: Pretensión artística.
El precio del juego Brad Pitt encarna a un sicario que busca ajusticiar a dos ladrones novatos que se metieron donde no debían. Humor, sangre y balas en un thriller humorístico con mucho capitalismo de fondo. George V. Higgins. De ese nombre y apellido, factotum de la novela –hecha serie televisiva- The Friends of Eddy Cole, parte el director Andrew Dominik. El tiró del piolín bibliográfico del escritor estadounidense y dio con un libro que le llamó la atención: Cogan’s Trade, una obra con oscuros personajes del hampa que buscan dinero irrefrenablemente. El libro destila vidas miserables regadas de drogas, sexo y alcohol. Y en esta película, el realizador de El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford vuelve a confiar en Brad Pitt, en esta ocasión para interpretar a Jackie Cogan, un oscuro sicario que mata a distancia para no soportar el lamento de sus víctimas. El disparador (nunca mejor dicho) parte de dos ladrones, muy novatos ellos, que apenas salen de la cárcel aceptan una peligrosa proposición de robo: cargarse con un garito clandestino con clientes más que pesados. Ver las caras de los malhechores (enfundada en unas medias femeninas) y los guantes de goma que usan son de un cuadro más que gracioso. Por eso el creador de Chopper: retrato de un asesino, no tuvo alternativa, una comedia era el destino final de este thriller donde los dramas de crímenes y delitos se ensamblan con la crisis hipotecaria de los Estados Unidos. El final de la era Bush ante el “Yes, we can” de Obama se funde con el hampa entre pasajes televisivos, cierres de campaña y el análisis de un futuro que no sería nada alentador. Con los valores familiares y éticos por el piso, Cogan cumplirá con su trabajo: matar. Para ello viaja de traición en traición nutriéndose de soplones: imperdible el personaje de Mickey (James Gandolfini) un fiestero de aquellos al que no le gustan que le digan qué y cómo hacer las cosas. Para los que aman la mezcla de risas, munición gruesa, sangre y violencia, Mátalos suavemente les irá como anillo al dedo y dejará la enseñanza de aprender a reírse de nuestros miedos. Y pensar cómo las medidas económicas de un gobierno te hacen la vida mucho más “fácil”.
Publicada en la edición digital Nº 4 de la revista.
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Publicada en la edición digital #246 de la revista.
En ocasiones el cine nos puede resultar muy superficial, la sola idea de generar películas taquilleras suele obligar al director a dejar de lado aquello por lo cual uno realmente se introduce en este hermoso medio. Al encontrarse frente a un realizador como Andrew Dominik, se puede observar cómo este refleja plano a plano la pasión que siente por ese film. Killing Them Softly es una historia de una crisis económica, una crisis en una economía criminal mantenida gracias al juego, en la que el problema es causado por errores de regulación cuando dos ladrones novatos recién salidos de la cárcel irrumpen en una partida de póquer clandestina para llevarse una enorme cantidad de dinero. Es necesario entonces encontrar a los culpables, para que la "economía" vuelva a su curso habitual en los bajos fondos. El inteligente director decide llevar adelante esta adaptación de la novela de George V. Higgins (Cogan's Trade) y situarla durante las últimas elecciones de los Estados Unidos, donde estas cumplirán un rol importante a lo largo del film. Esto se puede hacer notar ya que en todo momento nos da indicios de tales sucesos por medio de radios, televisores, carteles y diálogos entre los personajes. En otras palabras, Killing Them Softly es el microcosmos de una historia más amplia que estaba ocurriendo en Estados Unidos. No es de sorprender que una apuesta así funcione, ya que Andrew Dominik, la productora Dede Gardner y la diseñadora Patricia Norris trabajaron juntos en la gran The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, película también protagonizada por Brad Pitt. Una de las cosas a resaltar es el manejo del realismo de los personajes y los diálogos que entablan, lo mismo que cómo el director los expone a funcionar en el nivel más puro del capitalismo, motivados solamente por su deseo de dinero. El film también cuenta con un reparto de secundarios en el que todos llevan a cabo una excelente labor. Desde Ray Liotta en su papel de organizador de eventos clandestinos, hasta Richard Jenkins como intermediario entre el mundo criminal y el asesino a sueldo, pasando por James Gandolfini, un asesino alcohólico que aparece poco pero tiene sus momentos de esplendor, de igual modo que los otros dos protagonistas de la historia Scoot McNairy y Ben Mendelshon, como los dos ex presidiarios dispuestos a todo por el dinero. Killing Them Softly es una típica historia de ajuste de cuentas entre delincuentes, casinos clandestinos y asesinos profesionales, en la línea de una ilustración de la política norteamericana. Una película en donde la ironía, el sarcasmo y la comedia negra no pasarán desapercibidas, al igual que las imágenes violentas y provocadoras que en ciertas escenas saldrán expulsadas de la pantalla. Y donde se verá a Estados Unidos no en su forma típica, sino como un descarnado negocio egoísta en donde cada uno se preocupa sólo por sí mismo.