La historia de dos compañeros de Harvard que, tratando de crear un sitio social para su facultad, terminan inventando Facebook y pelándose por varios cientos de millones de dólares. Es que cuando pinta el billete se acaba la buena onda ¿viste? La dirigió David Fincher (“S7ven” y “Zodiáco”).
Sólo quiero que me quieras Paradoja Nº 1: The Social Network, la película sobre Facebook -una red social formada por millones de “amigos”-, es una película sobre el final de la amistad. No resulta fácil esquivar la tentación de calificar The Social Network como “una película de nuestro tiempo”. Como entusiasta miembro de Facebook, no puedo negar que aporté al visionado de la película un grado extra de épica: la emoción de asistir al relato fundacional de uno de los vértices de mi quehacer cotidiano. Sin embargo, pasada la efervescencia inicial post-visionado, la película de David Fincher (director) y Aaron Sorkin (guionista) empezó a desvelar sus raíces, su verdadera cara. Más adelante me centraré en el clasicismo formal de la propuesta, pero de momento me gustaría bucear en sus motivaciones temáticas y su comentario social. De partida, cabe decir que The Social Network retrata la elegíaca odisea vivida por Mark Zuckerberg: el chico que inventó Facebook y que, por el camino, perdió a su mejor amigo. Zuckerberg, interpretado con eficiencia por Jesse Eisenberg (la marioneta perfecta para los vertiginosos diálogos de Sorkin), se erige en representante de la gran aristocracia huérfana de nuestro tiempo: un genio formado en Harvard, sin raíces rastreables -la película se encarga de no desvelar nada acerca de su pasado-, que termina convertido en el “chico de oro” de una nueva nación, Internet, ansiosa por coronar a su realeza. Por el camino, este joven aprendiz de Gatsby, o de Charles Foster Kane, deberá hacer frente a los heridos miembros de la vieja nobleza, representada por los hermanos Winklevoss (interpretados, ambos, por Armie Hammer), que denunciarán a Zuckerberg por violación de la propiedad intelectual -de hecho, la película aclara que este nuevo Bill Gates inventó Facebook mediante el “perfeccionamiento” de la idea de los Winklevoss-. A la postre, el triunfo de Zuckerberg (en el fondo, su vendetta personal contra el mundo) confirmará la preeminencia de su imperio nerd: un reinado en el que el talento informático sustituye al prodigio físico, en el que la cotización en bolsa cuenta más que el prestigio académico o institucional, y en el que el número de amigos de Facebook es el verdadero termómetro del éxito social. De entre todas estas batallas de egos y rencores, la que sirve de hilo conductor y núcleo dramático de la acción es la que conecta a Zuckerberg con su mejor amigo, Eduardo Saverin (interpretado con determinación y emoción por Andrew Garfield, el próximo Hombre Araña). Una amistad corrompida por la envidia y por la no menos relevante presencia del fascinante y mefistofélico personaje de Sean Parker (un magnífico Justin Timberlake, que sabe transmitir su aura de estrella pop a la figura del creador de Napster). Un enfrentamiento a tres bandas perfectamente modulado por el guión de Sorkin, que disección con claridad la trágica condición de estos chicos: jóvenes a los que se les permite jugar con armas de adulto gracias a los millones de dólares amasados en el mundo de las vertiginosas finanzas del e-business. De algún modo, su juventud es su condena, lo que los convierte en figuras todavía más trágicas que las de Kane y Jedediah Leland enEl Ciudadano (1941) o las de Noodles y Max en Erase una vez en América (1984). Paradoja Nº 2: Siendo una película ambientada en el mundo de la tecnología y rodada en formato digital, The Social Network luce como un film de corte más bien clásico. Hoy en día, resulta difícil cruzarse con una película de Hollywood que no apele al universo estético implantado por la tecnología digital. De hecho, el hermanamiento de la pantalla cinematográfica con la de los ordenadores se ha convertido en una suerte de lugar común: las películas están llenas de confesiones vía web-cam, e-mails, videos de YouTube... En este contexto, no hubiese sido extraño que David Fincher, el chico prodigio de la era digital, hubiese convertido The Social Network en un terreno para la experimentación multimedia (una posibilidad sí explotada en el arranque del sensacional trailer del film: ver aquí). Nada más lejos de la realidad. Más allá de algunos planos de pantallas en el arranque del film -cuando Zuckerberg despotrica de su novia en su blog y pone en práctica su primer mini-proyecto web- y del uso de la pirotecnia digital para reunir en un mismo plano a los hermanos interpretados por Armie Hammer, una necesidad narrativa, The Social Network parece aposentarse en los métodos y texturas del modelo clásico. En conjunto, parece un objeto casi anacrónico, con la notable excepción de la extraordinaria y magnética partitura electrónica compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, ambos de Nine Inch Nails. No deja de sorprender que en la película de Facebook no haya casi ningún plano de los célebres “muros”, “grupos” y convocatorias de “eventos” de la red social. Aunque, en realidad, la elegante austeridad de la apuesta de Fincher, todavía más contenida que la de Zodíaco (2007), forma una alianza perfecta con el majestuoso trabajo de escritura de Aaron Sorkin, creador de un referente de la pequeña pantalla como The West Wing y de la muy reivindicable Studio 60 on the Sunset Strip. Basado en la obra literaria de no-ficción The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, el guión de Sorkin perfila con todo lujo de detalle el background cultural y las aspiraciones sociales de sus personajes, echando mano de sus características baterías de diálogo -a ratos, el film parece una screwball dramedy-. Mientras, a nivel estructural, la película se construye a partir de flash-backs, tomando como eje del relato las audiencias preliminares de las demandas a las que se enfrenta Zuckerberg (por parte de los Winklevoss y su amigo Eduardo Saverin). Así, la fuerza dramática de la narración, la fluidez de su estructura en varios tiempos, su humor descarado (al borde del cinismo) y el preciso desarrollo psicológico de los personajes hacen pensar tanto en Shakespeare como en Welles o Griffith. Podría aventurarse que The Social Network es un objeto del siglo XXI, forjado con las herramientas cinematográficas del siglo XX y cimentado sobre una herencia literaria anterior -como apunta con acierto Manhola Dargis en su crítica de The New York Times, la sombra de Balzac planea sobre toda la película-. Finalmente, para dilucidar las claves del prodigioso trabajo de Fincher, cabe atender al modo en que el director consigue trasladar a las imágenes la rítmica emocional del texto de Sorkin. Funcionando como las sensibles agujas de un electrocardiógrafo, el montaje se entrecorta y los planos adquieren una fuerza cinética en los pasajes más excitantes de la acción -el objetivo es certificar la velocidad del éxito de Zuckerberg y, en la secuencia/videoclip de la regata a remos, manifestar la fuerza física de la antigua nobleza-. Mientras, en los momentos cruciales del relato, cuando la confianza y la amistad de los protagonistas se resquebraja, el trabajo de edición y puesta en escena se concentra de forma pausada, generando el espacio y tiempo suficientes para que el drama adquiera su justa resonancia. En conjunto, la película muestra a un cineasta en la cumbre de su inteligencia formal, algo que puede tener mucho que ver con la familiaridad con la que Fincher maneja el material narrativo. De hecho, como en El club de la pelea (1999) o Zodíaco, y a diferencia de la menor El curioso caso de Benjamin Button (2008), aquí Fincher trabaja en el marco de un universo marcadamente masculino -de hecho, la película pone de manifiesto el machismo imperante entre cierta juventud norteamericana-. Un mundo de hombres (o más bien chicos) adeptos a la rivalidad y abocados al limbo que se abre entre la sed de victoria y un perenne estado de frustración. Paradoja Nº 3: El marketing de The Social Network bebe (y alimenta) la mitología de Facebook, mientras la película critica de forma indirecta su faceta más alienante. No es la primera vez que el marketing de una película juega con la ambivalente relación entre el film y el tema que aborda. Sin ir más lejos, la reciente secuela de Wall Street crítica abiertamente el actual sistema financiero al tiempo que se sirve y ensalza la dimensión mítica del personaje de Gordon Gekko, el “villano” del film de 1987, convertido en el ídolo de varias generaciones de brokers. En cuanto a The Social Network, si bien es cierto que durante su tramo inicial la película se apropia de esa euforia juvenil inherente al funcionamiento de Facebook (la alegría de ser “aceptado” por un amigo o un grupo), su desarrollo y conclusión no dejan dudas sobre el posicionamiento crítico que adoptan sus creadores respecto a la célebre red social. Y es que no hace falta escarbar demasiado para certificar que The Social Network es una película sobre la soledad. La mirada cercana al film nos revela la soledad del triunfador -asistimos a un cuento moral sobre el precio de la avaricia-, mientras la mirada lejana nos revela algo más. De hecho, puede que Sorkin y Fincher hayan dado con el “Rosebud” de nuestro tiempo, aquella palabra que en boca de Charles Foster Kane representaba la humanidad perdida en su senda de poder y triunfo. El “Rosebud” de The Social Network no es una palabra, sino una tecla en la que el drama de Zuckerberg invoca una aflicción casi universal, un desamparo global: la compulsión solitaria del [F5].
Mucho más que una película sobre Facebook Red social (Social Networt, 2010) es un film complejo, a pesar de lo simplista que pueda resultar para muchos. Sus múltiples y posibles lecturas indican que estamos ante uno de los mejores relatos cinematográficos que ha dado la industria en mucho tiempo y que Facebook fue sólo la excusa para realizar una gran película. A priori la historia es la ya conocida por todos. Un geniecillo estudiante y un amigo “capitalista”, ambos alumnos de la afamada Universidad de Harvard, crean una red social interna que más tarde se convertiría en uno de los sitios virtuales más cotizados del mundo. Pero más allá de esta idea, lo interesante del film de Fincher está puesto en el cómo y el porqué del surgimiento de Facebook y de cómo este sirve como un espejo de las necesidades de cada uno de sus mentores. Red social es un film demasiado abarcativo para desarrollar en sólo algunos párrafos, y como ya lo dijimos, sus lecturas resultan ser múltiples. Sin duda lo que más llama la atención es la forma en que David Fincher eligió contar una biopic que rompe con todos los elementos característicos de este tipo de films. El primero es desacartonar la historia y trasladar los personajes reales a la ficción con rasgos característicos que remiten a ciertas comedias adolescentes, para ello elige un estilo cercano a películas como Adventureland (2009, Greg Mottola) o Supercool (Superbad, 2007, Greg Mottola) que difieren en demasía de la típica y clásica biografía americana como la que se puede preciar en films de la talla de Ray (2004, Taylor Hackford), Nixón (Oliver Stone, 1995) o Una mente brillante (A Beautiful Mind, 2001, Ron Howard) El segundo elemento con el que Fincher logra una ruptura es mostrando a los protagonistas como personajes reales y no provocando una distancia por enaltecimiento a pesar de sus grandezas y miserias. En Red social la identificación con alguna faceta de los protagonistas será permanente, tanto en sus éxitos como fracasos. Basada en la novela de Ben Mezrich The Accidental Billionaires: the Founding of Facebook, a Tale of Sex, Money, Genious and Betrayal, la historia está narrada a partir de un flashback. Red social comienza cuando Facebook ya es un imperio y Mark Zuckerberg debe enfrentar dos demandas millonarias. Una de su socio por estafa y otra de quienes aseguran ser los verdaderos mentores de la idea. A partir de esa situación, el film seguirá un camino para nada lineal en el que se irán desarrollando los diferentes aspectos que llevaron a todas esas personas a terminar ahí. La ética, los códigos, la propiedad de las ideas, el reconocimiento, la creatividad, la vulnerabilidad y el por qué uno hace lo que hace son sólo algunos aspectos a los que Fincher nos va sometiendo como al descuido, mientras que en el trazo grueso del film vemos a un grupo de adolescentes que hacen todo esto para conseguir chicas, amigos o sólo un poco de atención. Fincher quién ya había expuesto en Zodíaco (Zodiac, 2007) su estilo personal para teñir situaciones dramáticas de un humor corrosivo, vuelve a demostrarlo con toques que ya son una marca registrada en él. La escena de quienes estudiaron en Harvard y la pregunta final logran convertir una de las escenas más estúpidas que el cine dio en una tesis sobre la frivolidad humana y como lo único importante es la fama mediática. El casting actoral resulta ser un atractivo extra a la hora de evaluar la película. Quienes son lindos y exitosos resultan ser en su conjunto los grandes perdedores de la historia y aquellos que tienen un fisic du rol que se puede llegar a asociarse a un nerd resultan ser quienes terminan llevándose la gloria, Aunque esa lectura pueda ser contradictoria según quien y como decida leerse. Jesse Eisenberg, Andrew Garfield y Justin Timberlake son una elección más que correcta a la hora de componer tres personajes sin caer en la burda imitación y el estereotipo a la que muchas veces nos presenta una biopic. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Resulta ser la gran pregunta a la que nos somete Red social, una película que va más allá de todo y que resulta imposible analizar en sólo unas líneas, sino presten atención en el plano final y como esa sola imagen da para realizar un ensayo sobre la soledad a pesar del éxito. Si no quiere quedarse fuera del sistema no puede perderse una de las mejores películas que el cine dio en mucho tiempo, sino de que va hablar con sus amigos virtuales. O acaso Facebook no es para eso.
Un film épico sobre acontecimientos actuales. Red Social describe cómo, quiénes y qué consecuencias tuvo el lanzamiento de la plataforma Facebook, con una óptica similar a la de El Ciudadano, como en todo ascenso tambien existe una caída (én éste caso particular, la caída es parcial) sin olvidarnos de ejemplos como Juegos de Placer, entre tantos otros films. Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) es el actual y real, multimillonario más jóven del mundo, creador de la red anteriormente mencionada. Si nos deteniésemos a buscar algúna personalidad que haya estado ubicada en éste podio con anterioridad, indefectiblemente deberíamos hablar de Bill Gates, sus vidas están entrelazadas, distintas décadas, similares comportamientos. No por nada, el magnate de Microsoft tiene una pequeña participación en el film, interpretándose a sí mismo. Mark es un talentoso nerd, de aquellos extremadamente inteligentes que junto a sus compañeros de cuarto, todos dedicados al desarrollo de distintas plataformas de programación, se considera excluido del resto, su anhelo es el de ser invitado a “clubes exclusivos” a los cuales por su condición e imagen no cuadra en los parámetros de los superficiales prestigios de inclusión. Su novia del momento lo deja y le destaca que no será un hombre que no pueda conseguir mujeres en su vida por su característica de “nerd” sino por su interminable competencia en convertirse en un cretino. Como premisa del film, vemos a esta pareja conversando en un bar, un diálogo de lo más mordaz y en cierta manera resumiendo gran parte de los mayores conflictos que veremos presentes en el film. Un muy buen ejercicio de presentación del personaje principal, Mark. Dentro de la vida del magnate sus vinculos amistosos son los que generan sus mayores conflictos. Un juicio por plagio de idea, otro por una desvinculación de la firma…algunos por apenas conocidos y otro por su mejor amigo de facultad, con quien surgió la implementación a partir de un algoritmo compartido. David Fincher (Pecados Capitales, La Habitación del Pánico, Zodíaco, El Curioso Caso de Benjamin Button), con una filmografía que ya lo cataloga como uno de los mejores directores de los tiempos que corren, aquí sin contar con elementos fantásticos ni tecnología de efectos, se interioriza de lleno en una historia, en un magnífico guión del incisivo Aaron Sorkin, quien trabajase a las órdenes de Rob Reiner en Cuestión de Honor y Mi Querido Presidente, puntapié que le sirvió para guionar la serie The West Wing. Jesse Eisenberg (Historias de Familia, Supercool, Zombieland) acaparó la atención por sus excelentes interpretaciones y fisique du rol a partir Cosas de Hombres, de allí en adelante, los trabajos encomendados al actor, si bien bastante parecidos entre sí, con aspectos en común, no dejan de asombrar, su verborragia, acelerada dicción y sensación de bondad, hizo que éste sea considerado para el rol principal, dentro del cual no pasa desapercibido, ni tampoco se ve diferencia alguna del resto de sus trabajos debido a que el guión se ubica muy por arriba de toda interpretación posible en el film. El cast se completa con Andrew Garfield como el co-creador de Facebook, personaje que conduce el relato hacia las aguas de la culminación de una amistad y a Justin Timberlake, interpretando al creador de Napster, otro programador con la experiencia que al dúo le falta para globalizar la red social. Red Social es un film imponente, importante, de aquellos que no van a ser fácilmente olvidables sino por el contrario, espero, fomentarse como el éxito que comprendió Facebook en las vidas de todos aquellos que lo utilizamos. Red Social lo merece.
Podés subir comentarios, fotos, videos. Facilita reencuentros, posibilita nuevas amistades. Sirve como herramienta de promoción y, sobre todo, de ocio. Es una fiesta virtual a la que todos estamos invitados, y también un paraíso para psicópatas obsesivos. Lo usan desde niños hasta abuelos. Llegó hace poco y cambió nuestras vidas, para bien o para mal. ¿Alguien duda de que haya un antes y un después de Facebook? Ahora tenemos la posibilidad de conocer cómo empezó este fenómeno, y descubrir al genio detrás del asunto: Mark Zuckerberg. Claro que, como suele suceder con las mejores obras, de fondo podemos encontrar historias interesantes, a veces cómicas, casi siempre trágicas. David Fincher vuelve a demostrar que, junto a Zack Snyder, es el mejor director estadounidense surgido del corazón de Hollywood durante los últimos veinte años. En Red social, pese a que los avances tecnológicos son uno de los temas centrales, casi no hay siquiera planos de pantallas de monitores, y la puesta en escena es bien clásica, sin movimientos de cámara alocados, pero muy precisa. La estructura es no lineal, ya que va y viene entre oficinas de abogados (cuando la relación entre los protagonistas se vuelve pésima) y los cuartos de Harvard y California. Si bien la película es un drama sobre hechos y personas, hay elementos de thriller, sobre todo cuando los personajes principales son acusados de plagio o son acosados por ex novias algo alteradas o empiezan a traicionarse entre sí. En estos casos, la música a cargo de Trent Reznor (vocalista e ideólogo de Nine Inch Nails) contribuye a generar un clima oscuro e impredecible. Recordemos que Fincher se hizo de un nombre dirigiendo thrillers de suspenso, empezando por la excelente Pecados capitales. Por supuesto, es difícil conseguir un buen resultado si no se cuenta con un guión sublime. Aaron Sorkin no sólo es un escritor de talento envidiable; también es un maestro a la hora de retratar las intimidades de instituciones poderosas y respetadas, no importa lo horrendos que sean esos detalles íntimos. Si no, chequeen films como Cuestión de honor y la serie The West Wing. Aunque Facebook es el eje de Red social —que se basa en el libro Multimillonarios por Accidente, de Ben Mezrich—, Sorkin cuenta una historia de amistades que se rompen; de como las puñaladas por la espalda se vuelven habituales en el mundo de los negocios, sobre todo cuando hay en juego cifras monstruosas. Es la historia de una creación que supera a los creadores, de egos descontrolados. Además, Sorkin pinta un fresco de las prestigiosas universidades del Primer Mundo, con sus fraternidades, sus ritos de iniciación, los excesos, las influencias, el poder. Jesse Eisenberg ya era un actor talentoso, con una apatía tierna como rasgo característico de sus personajes. Pero su interpretación de Mark Zuckerberg es la mejor de su corta carrera. A Zuckerberg no se lo retrata ni como un ángel ni como un demonio. Es un joven genio, arrogante, pero también un muchacho lastimado, cosa que lo vuelve resentido y le da impulso a concretar sus más locas ambiciones. Y Aunque construye un imperio desde un cuarto de la universidad, Mark Z. sólo quiere ser aceptado por sus pares (sobre todo, por las chicas). Algo así como un Charles Foster Kane contemporáneo. Pero terminará perdiendo mucho de lo que más ama. Lo dice el slogan: “No haces 500 millones de amigos sin ganarte algunos enemigos”. Justin Timberlake hace de Sean Parker, famoso por crear Napster, el programa de descarga de música que le valió juicios y odios por parte de la industria discográfica. Parker es tan soberbio y brillante como Zuckerberg, pero también es más sensual y sexual, y su visión de los negocios impulsa el crecimiento de Facebook. Al igual que Eisenberg, aquí la estrella pop tiene el papel de su vida. De hecho, en distintos foros están pidiendo que lo nominen al Oscar como Actor de Reparto. La película también es una buena oportunidad para ir conociendo a Andrew Garfield, el nuevo Peter Parker en la próxima película de El hombre araña. Aquí encarna a Eduardo Saverin, socio de Zuckerberg, sobre todo en el aspecto financiero, antes de pelearse a muerte con él. Un actuación correcta y sobria, la de Garfield (que no es ningún gato adicto a las lasagnas). Caso curioso es el de Armie Hammer, que interpreta dos personajes: los gemelos Cameron y Tyler Winklevoss. A la buena tarea del actor se suma el prodigio técnico, porque es imposible distinguir el trucaje. Sin dudas, las mejores escenas de un actor haciendo de hermanos gemelos desde Pacto de amor, de David Cronenberg. También aparece Rooney Mara en un rol pequeño pero crucial: es la ex novia de Mark, la que lo abandona por no entenderlo; pero gracias a su incomprensión ayuda a la génesis del LibroCaras. Hasta hace poco, Mara sólo era conocida mínimamente por protagonizar Pesadilla en la calle Elm, pero actualmente interpreta a la nueva Lisbeth Salander en The Girl with the Dragon Tattoo, remake hollywoodense de Los hombres que no amaban a las mujeres, policial sueco basado en el bestseller de Stieg Larson. En The Girl... también está siendo dirigida por Fincher. ¿Es preciso ser usuario de Facebook o al menos saber qué es para entender la película y no quedarse afuera? A esta altura, ni nuestros abuelos son ajenos a la existencia de Facebook. También es cierto que si Fincher, Sorkin y el resto del equipo técnico y artístico filmaban la historia del creador de, por ejemplo, los escarbadientes, el resultado no hubiera sido menos fascinante. Red social es una de las películas del año y una de las favoritas —si no es LA favorita— para llevarse varios premios Oscar el año próximo. Veremos qué sucede en los próximos meses. Por lo pronto, empezó a marcar tendencia: ya se habla de un film sobre Google. No sería extraño que quieran hacer algo acerca de Twitter, también. ¿Y con Youtube como tema central? Si detrás de cámara se involucra gente capaz, los resultados pueden ser igual de positivos. Internet da para todo. ¿A cuántas personas les gustará esta nota? (cliquear debajo del e-mail)
A un click de distancia El filme de David Fincher analiza la historia detrás del éxito de Facebook. La idea de David Fincher y de Aaron Sorkin era clara: construir, con la historia del fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, y las disputas legales que surgieron de sus inicios, una suerte de El Ciudadano contemporáneo. Los elementos están ahí: el trauma iniciático, la soledad del multimillonario, el intento por ingresar a un mundo “ajeno”, la narración armada a partir de testimonios y la idea de los costos que implica la creación de un imperio. Pero Fincher es más modesto en su ambición temporal –es apenas el inicio de la carrera de Zuckerberg- y también estética, manteniéndose desde lo visual siempre funcional al relato, sin replantearse la idea de puesta en escena en cada plano. Las comparaciones son odiosas y más si esta dupla tiene el “tupé” de mirar de frente a la considerada “mejor película de la historia”. Y si en esa partida pierde con Welles, hay otra en la que el filme revela sus mejores armas: Red social es una película acerca de su época, un relato fiel –en ritmo, estilo y comprensión del comportamiento de sus criaturas- a la historia que cuenta. El filme se inicia con la ruptura sentimental de Mark (Jesse Eisenberg, en una actuación contenida y rigurosidad) y cómo esa frustración lo lleva a inventar un website en el que se compara la belleza, o no, de las estudiantes de Harvard. Por el éxito de ese sitio lo convocan dos mellizos pertenecientes a la elite de esa universidad, a la que Mark (un chico judío, nerd y poco sociable) no podía ingresar, para armar otra página que conectara a los estudiantes privilegiados de allí. Pero Zuckerberg empieza a pensar en grande y toma esa idea para crear TheFacebook (así se llamaba), una red social que crece a niveles insospechados y pronto sale de Harvard y del mundo de las universidades. Su gran colaborador en la tarea es Eduardo Saverin (Andrew Garfield), el alma del filme, el que le otorga un grado de humanidad que el aparentemente insensible Zuckerberg no tiene. Red social tiene una pátina de thriller empresario que recubre otra cosa: una cruda, pero nunca cruel, mirada a una generación obsesionada por los contactos más que por las relaciones, por la “pertenencia” más que por los afectos, en donde el dinero, la notoriedad y la posibilidad de ser “aceptados” es central. Y si bien el guión de Sorkin –veloz, sagaz- pinta a un grupo humano con el que resulta difícil sentir empatía (Timberlake como el fundador de Napster, le otorga brillo a un papel maquiavélico), el logro de Fincher es que podamos conectarnos con esos tipos brillantes y obsesivos, talentosos y solitarios. Fincher ha demostrado su comprensión por ese tipo de personajes apasionados y autodestructivos, y es gracias a él que Zuckerberg nunca es un monstruo, sino un chico confundido, sobrepasado y llevado (por falta de carácter, inseguridad y una imposibilidad por entender ciertas complejidades de lo humano) a ganar el paraíso de los millones, perdiendo a la gente que, en el mundo no virtual, lo tenía en cuenta. No es un filme sobre Facebook en el sentido de la experiencia del usuario. La red aquí es otra: la que liga y separa lo virtual de lo real. Cuando la experiencia se torna cuantificable, Red social parece decirnos que algo de lo humano se nos escapa. O que, tal vez, estemos ante el nacimiento de una era en la que ciertas nociones del siglo XX (humanista en el sentido tradicional) estén muriendo para dar paso a un nuevo tipo de persona que hoy nos resulta distante y temible. Pero que, a la vez, sentimos reconocible, cercana, a un click de distancia.
Cómo perder amigos y alienar a la gente Fascinante retrato generacional, Red social también tiene mucho que decir sobre la naturaleza del alma humana A esta altura, ya prácticamente todos saben que Red social es la película que reconstruye los orígenes de Facebook a partir de la biografía (no autorizada, claro) de su creador, el jovencísimo Mark Zuckerberg. Parece historia antigua para una red que ya superó los 500 millones de usuarios, pero Facebook tiene menos de ocho años y Zuckerberg es uno de los principales multimillonarios del mundo cuando aún no cumplió los 26. Pero quien crea que Red social es "apenas" un film sobre cómo convertirse en rico y famoso a partir de una buena idea (encarnación del espíritu del sueño americano) estará apuntando sólo a una pequeña parte del vasto alcance de esta historia escrita por Aaron Sorkin (el elogiado autor de la serie The West Wing ) y dirigida con gran timing, sofisticación y energía por David Fincher ( El club de la pelea, La habitación del pánico, Zodíaco ). Red Social es una película de amor, un thriller judicial, un relato épico y, sobre todo, un retrato generacional sobre los jóvenes nacidos y criados en la era digital. Zuckerberg, el (anti)héroe interpretado con múltiples matices por Jesse Eisenberg ( Adventureland: Un verano memorable, Tierra de zombies ) es el paradigma del nerd y del geek , términos en inglés que definen a aquellos que tienen dificultades para conectarse emocionalmente en el mundo real, pero poseen una gran capacidad para lidiar con las nuevas tecnologías de la web 2.0. Según Red Social , basada en la novela The Accidental Billionaires , de Ben Mezrich, Facebook surge como consecuencia de un desengaño amoroso: en la primera escena, Mark es abandonado por su novia Erica (Rooney Mara) y éste, despechado, decide escribir mal sobre ella en un blog y robarse las fotos de sus compañeras de Harvard para crear un juego cruel. Traiciones y sorpresas Pero no sólo de crueldad habla este film del talentoso Fincher. Antes de alcanzar el éxito y la fortuna, Zuckerberg traicionó a tres compañeros de la universidad (que tenían una idea similar que luego él mejoró) y hasta a su mejor (único) amigo y principal socio, Eduardo Saverin (gran trabajo de Andrew Garfield), para luego vincularse con poderosos fondos de inversiones y hasta con Sean Parker (sorprendente Justin Timberlake), un ser arrogante y afecto a los excesos que ya había puesto en jaque a la industria discográfica desde Napster. Narrada con constantes (pero nunca pretenciosos ni complicados) saltos temporales (la película va y viene en el tiempo y tiene como eje los diversos casos judiciales que enfrentó Zuckerberg), y a partir de unos punzantes, despiadados diálogos a-lo-Sorkin que son como dagas clavadas en los más profundo del alma humana, Red s ocial resulta una película fascinante, un thriller atrapante (con un gran manejo de la tensión y el suspenso) incluso cuando se hable de algoritmos. Fábula moral sobre el deseo y la ambición a cualquier precio, sobre los celos y la envidia, sobre la hipocresía, el cinismo y la falta de escrúpulos, sobre la incomunicación íntima en tiempos de hiperestimulación e hiperconexión, Red s ocial tiene el doble mérito de lograr que nos identifiquemos y nos compadezcamos de su protagonista (víctima y victimario a la vez), un joven que hizo historia, que logró "unir" a 500 millones de personas, pero que sufre las carencias emocionales y expone las miserias humanas del más patético de los seres humanos. En ese sentido, la paradoja de la escena final -desoladora- es también toda una declaración de principios.
Conexiones con un espíritu de época Conocida como “la película de Facebook”, no es una película “sobre” Facebook. Tampoco una biopic sobre el inventor de la red, Mark Zuckerberg. Sí es la certera y divertida pintura de un universo con reglas y escala social propias. Dos escenas sintéticas enmarcan el universo de Red social: la secuencia de apertura, en la cual un joven y su novia rompen relaciones luego de una discusión, y el cierre del film, en el cual ese mismo joven –poco tiempo y millones de dólares más tarde– cliquea insistentemente la tecla F5 de su laptop esperando una respuesta que difícilmente llegue. El muchacho en cuestión se llama Mark Zuckerberg y es conocido en la era de la web 2.0 como el inventor de Facebook. Al finalizar esa secuencia seminal, punto de partida de una película ágil e incisiva, Mark será definido por su (desde ese preciso momento) ex como un “sorete”, tal vez la mejor aproximación al español rioplatense del término “asshole”. La inmediata humillación pública de la chica con las herramientas del blogueo, venganza en extremo canallesca, no hará más que confirmarlo. David Fincher, quien afina la puntería luego del tropezón y caída llamado El curioso caso de Benjamin Button, encuadra y edita ese diálogo, sólo en apariencia relajado, como si viajara en el tiempo hacia el Hollywood clásico: alternancia de plano y contraplano del dúo con cada nueva devolución, diálogo velocísimo, cuidado extremo en las miradas y gestos. Si hasta parece un extracto de alguna screwball comedy de los años ’30. Claro que, a diferencia de lo que solía ocurrir en aquel estilo de comedia, aquí el joven nunca recuperará el amor de la mujer. Nunca jamás. Minutos más tarde, en elegante montaje paralelo, un grupo de estudiantes se divertirá en una de esas fiestas inolvidables pletóricas de alcohol, música y sexo, mientras Mark y sus compañeros pasan la noche frente a sus computadoras, poniendo online un juego que dilucide democráticamente cuál de sus compañeras está más fuerte. Verdadero signo de los tiempos. Red social, conocida como “la película de Facebook”, no es una película sobre Facebook. O lo es sólo superficialmente. Es, sí, una película sobre un tipo que inventa una manera artificial de conectarse y hacer “amigos” en la web mientras se queda sin ninguno en la vida real. Es Charles Foster Kane, claro está, en versión minimalista y moderna, y es también metáfora de una manera novedosa de comunicación. También es la historia de alguien convencido hasta la terquedad de que cada una de sus acciones es correcta. En ese sentido, poco importa cuán cerca está la película de la historia real, como tampoco interesaba saberlo en Zodíaco, quizás la gran película en la filmografía de Fincher. Lo que importa es el espíritu de época, la cruzada de un personaje, el anhelo por lograr un objetivo más allá de su sentido o falta de él, la pintura de un universo con reglas y escala social propias. Algo comprendido cabalmente por el guionista Aaron Sorkin (creador de la serie The West Wing) al adaptar la novela de investigación The Accidental Billionaires –aún no editada en español– al hacer de los personajes mucho más que una imitación de sus pares en la realidad, seres con carne y espíritu propios. Red social, aunque lo parezca, no es una biopic. Sin perder velocidad en momento alguno, con un destacable trabajo de montaje que transforma a las elipsis y los flashbacks en un homenaje al estilo más clásico de la narración cinematográfica, la película avanza sin demoras en la presentación de los puntos básicos de la historia. De cómo Mark, genio de Harvard de veinte abriles, geek y nerd empedernido, tiene una idea, que puede ser propia pero también un plagio. De cómo este joven introvertido pone online la primera versión de Facebook, en principio un circuito cerrado para interconectar estudiantes universitarios, con la ayuda económica de su amigo y socio Eduardo. Y de cómo esa sencilla creación se transforma en enorme fenómeno tecnológico, social y psicológico, además de un pingüe negocio para algunos de los involucrados. Que el film se vertebre en gran medida alrededor de una reunión entre abogados, querellantes y querellado, de donde se irradian los recuerdos/pruebas legales, refleja no sólo una inteligente elección de estructura dramática sino que ilumina el costado empresarial y monetario de todo el asunto. En ese sentido, al dedicar una porción importante de su metraje a los tejes y manejes de acciones, flujos de dinero, inversiones y litigios legales, Red social resulta mucho más relevante –e irónicamente contemporánea– que la reciente Wall Street: El dinero nunca duerme. El actor Jesse Eisenberg (Adventureland, Tierra de zombis) hace de Zuckerberg una figura alternativamente introvertida e intimidante, tímida y monstruosa, simpática y maquiavélica. Es precisamente su encuentro con un par, otro magnate de la era digital, el creador de Napster Sean Parker, el disparador de la traición y el fin del concepto de aventura empresarial encarada por un grupo de amigos. Justin Timberlake da con el tono preciso para interpretar a esta versión cinematográfica de Parker, personaje bigger than life y nuevo vértice de un triángulo que cataliza el éxito económico y el desastre humano. Allí descansa una de las ideas no muy ocultas de la película: detrás de los colores cool de las flamantes oficinas de Facebook, del imaginario joven y fresco de su arquitectura horizontal, de la fantasía de la conectividad permanente, se ocultan las viejas emociones de los celos, las envidias y los amores transformados en odios. Al fin y al cabo, como suele decirse, son los negocios, estúpido. Tal vez la mayor virtud de Red social sea decir esto –y algunas cosas más– sobre el estado de las relaciones humanas en el siglo XXI sin altisonancias y con un excelente sentido del humor.
Amigos y enemigos bajo la misma red Hoy se estrena el film de David Fincher que narra la historia del fundador de Facebook. Basada en hechos reales, cuenta cómo se construyó el fenómeno y las intrigas que se generaron en torno a Mark Zuckerberg. Facebook es un fenómeno mundial que tiene más de 500 millones de usuarios en todo el mundo. Con indudable pericia, Hollywood decidió construir un relato sobre el nacimiento de esta red social a partir de su creador y los juicios que le hicieron quienes se consideraban los verdaderos autores de esta idea. Para armar la historia, se basaron en el libro La fundación de Facebook, una historia de sexo, dinero, genio y traición, escrito por Ben Mezrich. Con una trama que mezcla presente –el juicio– y pasado –el origen de la idea–, el film avanza sin problemas, generando en el espectador expectativas que finalmente no logra satisfacer. El realizador elegido para filmarla fue el polémico David Fincher, director de Alien 3, Pecados capitales, El club de la pelea, La habitación del pánico y El extraño caso de Benjamin Button. Fincher, hoy a cargo de las tres versiones estadounidenses de Millenium, no mantiene aquí su identidad visual. Filmada con particular impericia, casi irritante en la forma ridícula con que los diálogos están montados, Red social es por lejos la menos interesante y menos efectiva de las películas de David Fincher. El director está entregado a las trivialidades de un guión de manual, que amenaza con decir siempre algo importante, pero se queda en la superficie. Fincher se pierde una vez más en chiches técnicos inútiles (dos gemelos son interpretados por el mismo actor, mediante infinitos efectos especiales) y le resulta imposible profundizar. Por momentos, algunos diálogos son directamente bochornosos por su obviedad. Con todos los lugares comunes de las películas biográficas, pero disimulando su origen de género, debe finalmente aferrarse a la única y pequeña idea del despecho para darle sentido a algo que ni el director ni el guionista logran finalmente entender. Uno de los fenómenos más importantes de los últimos años no encuentra en Red social reflexión alguna. Hicieron la película para aprovechar el éxito pero sin saber muy bien el motivo por el cual la hacían. Si acaso Zuckerberg inventó algo que cambió el mundo, los realizadores del film hicieron una película que no aporta absolutamente nada a la historia del cine.
Los abductores del nuevo milenio El interrogante inicial, uno de esos típicos espasmos que se derivan de los prejuicios del “sentido común cinéfilo”, plantea lo siguiente: ¿realmente David Fincher dirigió una película sobre la génesis de Facebook, una suerte de tragedia griega pero situada en el contexto de la Universidad de Harvard? La afirmación que acarrea la respuesta no llega a dimensionar los alcances del proyecto en su conjunto ya que estamos ante un opus que se posiciona de inmediato y con una fuerza arrolladora entre lo mejor del año. De hecho, aquellos reparos que aparecen en función de las entendibles suspicacias no hacen más que incrementar la sorpresa -y por supuesto la admiración- para con un cineasta extraordinario. Si de juzgar los componentes individuales del convite se trata, sin lugar a dudas el primero que merece ser considerado es el guión de Aaron Sorkin, un pantallazo formidable que salta con una prodigiosa comodidad del campo de los altos estudios norteamericanos y el microambiente de las fraternidades a las diferencias de género, los límites concretos de la amistad, la lujuria como motor máximo del vivir, las trampas que destruyen el sendero y los múltiples juegos políticos detrás del simple acto de hallar una impensada mina de oro. Basándose en el libro de Ben Mezrich The Accidental Billionaires, Sorkin redondea un relato genial y abarcador acerca de una de esas burbujas que tanto fascinan al capitalismo. La secuencia del comienzo establece el ritmo a seguir: es el año 2003, Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg) y su novia Erica Albright (Rooney Mara) mantienen una discusión antológica que gira sin rumbo fijo alrededor de una infinidad de oposiciones cognitivas y de apreciación general. El resultado va más allá de la ruptura casi automática y el ataque de misoginia posterior, con apenas unas horas frente a su computadora el joven consigue hackear numerosos sitios intra- facultades, robar fotos a mansalva y crear una irreverente web en la que los hombres pueden elegir a la más linda de sus compañeras. Lo que sucede a continuación está marcado por los sinsabores del éxito y la memoria reciente del fracaso… Con un pulso frenético fundado en una puesta en escena maravillosa, situaciones que rebosan inteligencia y diálogos en extremo hilarantes, el film desarrolla los cruces tanto verbales como judiciales entre Zuckerberg y el que fuera uno de sus mejores amigos, Eduardo Saverin (Andrew Garfield), con motivo del funcionamiento y pronta expansión de Facebook. Uno es soberbio y el otro más humilde aunque la disputa se convierte en algo serio recién con la llegada en carácter de asesor de Sean Parker (Justin Timberlake), nada más ni nada menos que el creador de Napster. Esta verdadera cumbre de abductores del nuevo milenio está retratada con una perspicacia suprema y un humanismo encantador. Ahora bien, el otro gran pleito, que a su vez habilita continuos flashbacks, es el de Mark con los gemelos ricachones Cameron y Tyler Winklevoss (Armie Hammer) y su socio Divya Narendra (Max Minghella), un equipo que en un principio lo tentó para sumarse a un esquema de rasgos exclusivos. Precisamente de esta manera se divide la historia según su tono circunstancial: mientras que los intercambios con los hermanos están volcados hacia la comedia, durante la agitada audiencia de conciliación con Saverin prima la vertiente trágica y la profundización de una crisis latente. Un elenco conformado en su mayoría por ilustres desconocidos aporta la intensidad dramática necesaria para que la magia sea universal. Sin embargo uno podría preguntarse en dónde encontramos exactamente la mano de Fincher en una realización como Red Social (The Social Network, 2010): pensemos en la secuencia de la competencia de remos, el hecho de optar por un único actor para interpretar a ambos Winklevoss o la misma selección musical (desde Ball and Biscuit de los White Stripes hasta Baby, You´re a Rich Man de los Beatles). Apoyado en la bella fotografía de Jeff Cronenweth y una inspirada banda sonora a cargo de Trent Reznor y Atticus Ross, el director construye una pequeña obra maestra que vuelve a ser un signo de sus tiempos, una síntesis cultural que además se erige como un hito cinematográfico a superar en el futuro…
Pobre niño nerd Chico universitario (Jesse Eisenberg) conversa con su chica (Rooney Mara) en uno de los bares cercanos a Harvard. La incontinencia verbal del muchacho es notable y lleva a una ruptura inesperada con su novia. Herido por la situación, chico vuelve a su dormitorio y publica algunas entradas ofensivas en su blog, pero no queda conforme. En cuestión de horas, pone en línea una web donde se comparan fotos de las chicas de Harvard, sacadas de los sistemas de la misma Universidad, y la red se colapsa. Tras el escándalo, su nombre trasciende rápidamente el entorno de profesores y se convierte en el blanco del repudio femenino. Chico universitario es Mark Zuckerberg, y su obsesión con la vida social de la Universidad es directamente proporcional a su incapacidad de relacionarse. Unos pocos años después del incidente, se enfrenta a dos demandas millonarias simultáneas: la de su otrora mejor amigo, Eduardo Saverin (Andrew Garfield) y la de los gemelos Winklevoss (ambos interpretados por Armie Hammer). Las dos partes reclaman su parte en un negocio millonario: nada menos que la red social Facebook, la de mayor crecimiento en la historia de los mass media. Pero Mark, que no ha cambiado su forma de actuar, vestirse ni relacionarse, está dispuesto a defender su obra con tenacidad. La red social es su vida, y está claro que por ella no le importa renunciar prácticamente a nada: algunos millones, algunos amigos, la simpatía de abogados y colegas. El realizador David Fincher se resarce con bastante éxito de su fiasco oscarizable anterior. Esto es posible gracias a la asistencia de un guionista habituado a la intriga poco clásica y una historia de interés, actual, en la que puede lucirse con lo que mejor maneja: dirección de actores, construcción de un esquema narrativo poco convencional, jugando con la simultaneidad. Además, retoma la sana costumbre de la agilidad narrativa: el espectador de "La red social" puede ignorarlo todo sobre Facebook (todo, excepto el enorme fenómeno social que constituye) y aún así engancharse naturalmente con una historia que, si bien funciona como ficcionalización de la realidad, no pierde un ápice de su potencia humana. Cuenta también con una buena dupla actoral, los jóvenes Jesse Eisenberg y Andrew Garfield (a quien vimos foguearse con un inusual Terry Gilliam en "El imaginario del doctor Parnassus"), destacándose con creces el primero. Eisenberg viene demostrando desde "Historias de familia" su calidad como actor más allá del indie, y su capacidad de meterse en el papel del outsider sin caer en clichés. La figura de Mark Zuckerberg, el joven creador de Facebook, resultará controversial aún después de ver esta película, porque no es la intención - al menos, no evidente - de sus responsables la promoción de un fenómeno que no la necesita, ni la reivindicación de las conductas de quien hizo este fenómeno posible. Con la suficiente objetividad para no volverse referente documental y su indiscutible arte para la ficción, Fincher ofrece una película de corte sociológico como una mirada si no original, esclarecedora. Es una pena que en los últimos cinco minutos se simplifique el planteo con una suerte de toma de posición falsa. No hacía falta. Nuestra calificación: Esta película justifica el 80% del valor de una entrada
Después de ver la nueva película de David Fincher uno comprende por qué el creador de Facebook, Mark Zuckerberg donó 100 millones de dólares hace unas semanas al sistema educativo de New Jersey y no paró de desfilar por todos los programas de televisión en Estados Unidos tratando de limpiar un poco su imagen. Debe ser fuerte que se haga un film sobre vos y que te retraten de la manera en que lo hizo el director. Red Social no se refiere tanto al boom de Facebook y al fenómeno de las redes sociales, sino a lo que ocurrió con las personas que concibieron este proyecto. Lo interesante de este estreno es que con una maestría de narración absoluta Fincher hizo atrapante y dinámica una historia que en manos de otros cineastas tal vez hubiera resultado un bodrio. No hay mucha emoción que digamos en contar la historia de una página web, sobre todo cuando tampoco se trata la repercusión social que tuvo en el mundo y acá le encontraron la vuelta. Era una película difícil porque el guión no presenta un solo personaje con el que el público pueda empatizar, ya que todo el conflicto se desarrolla entre garcas narcisistas, donde uno es peor que el otro. El único que zafa dentro de todo y queda mejor parado es Eduardo Saverin, el co-creador de Facebook (interpretado por Andrew Garfield), que lo bancó a Zuckerberg desde el inicio y después lo terminaron acostando de una manera sucia. El retrato que hace Fincher de Zuckerberg es sorpresivamente duro donde lo presenta como un ser arrogante, frío y calculador que traiciona a los pocos amigos que tenía y apenas puede mantener una relación social decente. Su proyecto no nació, de acuerdo al film, con el objetivo de revolucionar las comunicaciones y conectar al mundo, sino por un patético intento desesperado de un estudiante de ser aceptado entre la elite de Harvard. Lo mismo ocurre con el personaje de Sean Parker (Justin Timberlake), creador de Napster, que es presentado como el Gordon Gekko de internet, que además es un drogadicto paranoico al que nadie en su sano juicio le compraría un auto usado. La verdad que Fincher y el guionista Aaron Sorkin les salieron con los tapones de punta a los jóvenes empresarios. La película apunta a expresar básicamente que sin integridad y amigos de verdad, no los contactos sociales que en Facebook se definen como amigos, los billones de dólares al final te los metés en el traste. Hay cosas que en la vida sencillamente que no se pueden comprar. En ese aspecto, la última escena es genial y no deja de ser una historia triste para el personaje principal. Es como que la película los bajó a estos tipos de ese pedestal virtual al que muchos periodistas, especialmente los especialistas en internet y tecnología, intentaron ubicarlos en los últimos años simplemente porque se hicieron millonarios. Lo cierto es que Justin Timberlake vuelve a demostrar que es mejor actor que cantante con una gran interpretación, junto con Andrew Garfield, quien también tiene muy buenos momentos. Ellos dos son los que más se destacan en el reparto. Por otra parte Jesse Eisenberg, el protagonista, una vez más vuelve a trabajar con el único personaje que sabe hacer en el cine. Prácticamente no hay muchas diferencias entre sus labores anteriores y el nerd exitoso al que le da vida en Red Social. Es el mismo personaje de siempre pero desarrollado en un contexto diferente. En su último trabajo (Zombieland) combatía con zombies y ahora es un estudiante universitario. En fin, otro gran trabajo de David Fincher que presenta un film interesante y entretenido sobre estos billonarios accidentales del siglo 21 obsesionados por el estatus social que tienden a creerse estrellas de rock.
Agregalo como Amigo Facebook, la red social más concurrida de la web ya tiene su film, que estuvo durante dos semanas en el primer puesto de la taquilla norteamericana. La pelìcula fue seleccionada para abrir el 48 Festival Anual de Cine de Nueva York, y ahora llega a la cartelera nacional con los protagónicos de Jesse Eisenberg, Justin Timberlake y Andrew Garfield (el nuevo Hombre Araña). El film cuenta que en una noche de otoño del año 2003, Mark Zuckerberg, alumno de Harvard y genio de la programación, quién quería pertenecer a un club universitario y conocer gente, luego de ser rechazado por una chica, se sienta frente a su computadora y con entusiasmo comienza a desarrollar una nueva idea. En medio del furor de los blogs y la programación que comenzó en la habitación de su colegio, pronto se convirtió en una revolución dentro de las comunicaciones: una red social global. Red Social Seis años y 500 millones de amigos después, Zuckerberg (protagonizado por Jesse Eisenberg del film Tierra de Zombies) es el billonario más joven de la historia, pero no todo lo que reluce es oro y el éxito le traerá complicaciones personales y legales. La Red Social demuestra que no se hace quinientos millones de amigos sin hacer unos cuantos enemigos. La película está producida por Scott Rudin, Dana Brunetti, Michael De Luca, y Ceán Chaffin. Fincher y Aaron Sorkin enfocaron su objetivo en una historia de amistad, lealtad, y traición, con un personaje central multifacético que es igual de complejo como de listo. La cinta transcurre entre flashbacks y el presente del joven prodigio, narrando como un grupo compuesto por dos hermanos emblemáticos de Harvard, que demandan a Mark. Al igual, y con algo más de causa, su mejor amigo de la universidad, interpretado por Andrew Garfield. La historia es tan interesante como cautivante y el realizador David Fincher, el mismo de La Habitación del Pánico, Pecados Capitales y El curioso caso de Benjamin Button, supo el desafìo ponerse al hombro y narrar con éxito. El relato deja en claro que nada de lo que Mark hizo a terceros fue personal y que dentro de su mundo calculador, se esconde una persona vulnerable.
VideoComentario (ver link).
El fin de la amistad Como el golpe de efecto que recibíamos al comenzar El club de la pelea, así es Red social, sólo que sostiene su capacidad de inventiva y sorpresa durante toda la película. Es una obra maestra, el punto de inflexión de un director; una película definitoria, contundente y humana. No está mal compararla con la mejor película norteamericana de todos los tiempos: El ciudadano, de Orson Welles. Esta es una epopeya cinematográfica. Lo primero que viene a la mente cuando termina Red social es si es una film moderno (es decir, viejo) o un clásico. Nadie se acuerda de aquel telefilm, Los piratas de Sillicon Valley ¿por qué deberían acordarse de una película sobre la creación de Facebook? Ya la premisa parece estancarla en el tiempo. Pero donde Red social es firme, catártica e incluso intemporal es allí donde tantas otras fallan: en el contenido humano. En esencia, esta es una película sobre la amistad (mejor dicho, el fin de la amistad), la hora de los nerds, la sinécdoque que significa una computadora, entre otras cosas. Mark Zuckerberg, el inventor de Facebook, charla con su novia, ni bien empieza la historia. Quiere entrar a un club de Harvard. Lo importante es pertenecer, no parecer. Unas pocas palabras de ella bastarán para lastimar su orgullo. Como venganza, Mark crea una encuesta virtual donde cualquiera puede calificar a las chicas de Harvard. Elegir a una, claro, en detrimento de otra. Y eso no es nada: también escribirá sobre ella en su blog, y no cosas agradables, precisamente. Así se iniciará la odisea del protagonista: la construcción de una red social más grande que la vida. La paradoja definitiva no sólo es el making-of de esa obra descomunal, sino también los valores en los que la misma se sustenta. Mark cuenta con la ayuda de Eduardo Saverin (un simpatiquísimo Andrew Garfield) su único amigo, para el emprendimiento. Uno tiene el dinero, y el otro el conocimiento, no hace falta aclarar qué tiene cada uno. Es fundamental que en toda la historia los adultos pasan a un segundo plano. Este mundo está (casi) gobernado por estos estudiantes de Harvard. No en vano se evita cualquier referencia a los padres de Zuckerberg o Saverin. Es también un mundo machista. Las mujeres que aparecen, con algunas pocas excepciones, son trepadoras, insulsas y secundarias. El montaje ayuda a que la atención nunca decaiga, alternando las secuencias donde Mark empieza a gestar su ambición, y donde "paga" el precio, en una demanda legal por parte de su (ex) amigo Eduardo y los hermanos Winklevoss (Arnie Hammer y su potente voz). Los hermanos Winklevoss funcionan como los principales antagonistas en mayor parte de la historia. Son casi la representación dual de dos estados de consciencia de una persona (aunque ellos se jacten de su sincronización). Son la fuerza, la nobleza, y en cierto modo, las reservas morales de la Universidad. Fincher lo sabe, y lo pone en escena en una brillante secuencia donde los dos hermanos están en una competencia de remo, donde son invencibles. La música es una maliciosa sátira de In the hall of the mountain king. Los hermanos por primera vez podrían ver como el trono les es arrebatado. Los músculos que tienen, aún acompañados de cerebro, no pueden contra el nerd. En esa secuencia, no hay diálogos, la fotografía de aleja del verde monocromático y resalta el azul del agua. El montaje sigue el ritmo de la música, que cada vez se vuelve más socarrona y cruel. La vuelta de tuerca es inteligente. ¿Cuántas películas recuerdan donde el villano sea sobrepasado por el "héroe" (especial atención al uso de las comillas)? Zuckerberg es un Kane tan ambicioso, competitivo, decidido e ingenioso, que incluso da vuelta el tablero de sus enemigos. Justo cuando un piensa que su destrucción empezaría a manos de los rivales, se equivoca. Es como si Charles Foster Kane aplastara a Jim Gettis en la política en el clásico de Welles. David Fincher tiene un historial bastante popular. Algunas de sus películas son muy buenas, otras no tanto y algunas apenas buenas. Es un director relativamente joven, salido del mundo de los videoclips y los efectos visuales de El regreso del Jedi. Que tiene una inclinación notoria a distraernos con efectos técnicos no se pone en duda. En Pecados Capitales, la atmósfera y el diseño de producción de una ciudad corroída. En El club de la pelea, eran los efectos de sonido. En El curioso caso de Benjamin Button, casi todo, pero principalmente los efectos visuales. Ahora, como en Zodíaco, toda la estética, todo lo técnico (en una película sobre Facebook y la tecnología) pasa a un segundo plano y es funcional a la historia. Sí, se nota que es un film de Fincher (después de todo, es un auteur) pero eso no quita que sea un Fincher maduro, dominando completamente la técnica. Haciendo algo más: arte. Sin dudas mucha ayuda viene del guión de Aaron Sorkin (basado en la novela de no-ficción de Ben Mezrich). La película es puro diálogo, pero nunca decae. Es sofisticada, y a la vez clásica, agradable. Hay tantos diálogos, que parece una screwball comedy. Es más, aunque es un drama, todo el film tiene un tono cómico. Sabe balancearse entre distintos géneros. El elenco también es una de esas rarezas que arañan la perfección. Jesse Eisenberg (Zombieland) es el autómata de Zuckerberg. Un genio, un prodigio, un insoportable, un nerd, un geek, lo que quieran. Su postura física es sólo parte del trabajo del actor. Y no me refiero a lo bien qué se apropia de los diálogos tampoco. La relación que establece con Sean Parker, el creador de Napster, y el que promete una buena vida (por un precio, claro está), es mucho más compleja de lo que aparenta. A Zuckerberg no le interesa el dinero, tampoco la fama. Hay algo que va más allá. La paradoja definitiva, sea que toda la red social venga de la mente de este personaje. Allí donde la soledad se desmorona, la amistad se resquebraja, y donde nada se puede explicar con certeza, Zuckerberg creó un hito. Pero no es que el personaje exceda al film. Para nada. Uno de sus amigos aporta el algoritmo que empezó todo. Lo escribe en una ventana. Pero la sinécdoque, el mundo que crea Mark -si es que se le puede decir mundo- es mucho más grande y complejo. Ningún matemático o físico podría explicar usando la lógica el por qué. Las relaciones humanas, se podría haber llamado la película. Aunque debería durar mucho más. Pero se llama Red social, y dura poco más de dos horas. Al final, entendemos, pero no estamos seguros de comprender, lo de "social". (pequeño spoiler): La secuencia final de la película es devastadora. Es como si tratara de condensar todo esta paradoja, este enorme universo, en un instante. Aquel donde una estado de ánimo pasa por ser o no aceptado como un amigo. Allí donde todo se reduce a esperar una confirmación o un rechazo para pertenecer a la lista de amistades del otro contacto. Sí: el problema del club. Una repetición ad infinitum, en soledad, frente a una computadora acompañada, virtualmente, por millones de "amigos".
El amigo de todo el mundo no es un amigo "El amigo de todo el mundo no es un amigo" decía Aristóteles así como Luc De Clapiers decía que el odio de los débiles no es tan peligroso como su amistad. Dos grandes citas que durante añares supe tener resaltadas en mi cuarto de adolescente. Y es que viendo Red social uno no puede menos que hacer la primera gran asociación paradójica: cómo un hombre que es tan sociable como el Alceste de Molière pudo dar con una idea que revolucionó justamente la forma de relacionarnos todos. Y aquí es donde la película, basada en la obra de Ben Mezrich "The accidental billionaires", cuece sus nueces contando el cómo surge la idea de facebook, cómo causó una seguidilla de tufos legales y cómo- en definitiva lo más importante de la cinta- una amistad única termina haciéndose añicos. No sé cómo retratará específicamente Mezrich al joven Zuckerberg o a Sean Parker (aquel que diera en su momento con la idea del Napster) en su libro, ni mucho menos cómo habrá sido la cosa realmente, lo que sí sé es que este film- dirigido por David Fincher y producido entre otros por Kevin Spacey - los destroza. Mark (Jesse Eisenberg) es un muchacho super inteligente, de perfil bajo, el típico nerd universitario al que la novia lo ha abandonado por desubicado. En un acto de despecho termina posteando en la web una verborrágica arremetida contra la pobre muchacha y las mujeres en general, seguido de una página a modo de juego que causa gran revuelo y por lo que llamará la atención de los hermanos Winklevoss (ambos interpretados por Armie Hammer) quienes según el film traen el germen de lo que luego sería Facebook y, posteriormente, los primeros en demandarlo. Pero la cosa no queda en meros enredos legales. Lo que tiene justamente de valor esta película es la forma segura y eficaz en que Fincher nos cuenta el asunto con una estructura narrativa que ya hemos visto antes pero que no por eso se desmerece. Es una historia que vende desde el vamos, que interesará siempre desde que apunta a contarnos cómo un muchachito casi casualmente- al menos en apariencia- da con una idea multimillonaria y termina cumpliendo lo que para muchos sería algo así como el sueño americano: chasquear los dedos y que surja petróleo gracias a una idea que no solo da réditos casi ad infinitum sino que ha cambiado los hábitos del mundo entero. Fincher muestra gran soltura con una historia de poder y ambiciones que parece sencilla pero que da para varias lecturas; no será su obra maestra ni mucho menos el gran estreno del año (espero) pero sí es una película que merece verse sobretodo para desmitificar lo que muchos en esta sociedad parecerían valorar: que el dinero hace a la felicidad ( alguien nombró a Fort?). El reparto incluye actuaciones correctas y momentos muy lúcidos que muchos apuestan a ver nominados por la Academia; por mi parte no lo creo aunque con esta gente nunca se sabe, después de todo Fincher es Fincher pero las comparaciones con trabajos anteriores- como el Club de la pelea o incluso Benjamin Button- seguramente serán inevitables. No obstante destaco a Mr. Timberlake, el otrora estrella de la música, que cada vez se afianza más como un gran actor y a Andrew Garfiled quien más polenta le agrega al elenco. En ambos es donde mejor recae la esencia dramática de la obra, mientras que Eisenberg sigue empantanándose con los mismos tipos de personajes aunque hay que reconocer que este papel en particular le asienta indiscutiblemente. Un film entretenido, bien contado, nada sensacional pero muy bien armado y vendido para no dejar pasar.
Hombre Solitario III: La Gallina de los Huevos de Oro ¿Será acaso recordado como el 2010 el año de la soledad? ¿Cuanta más tecnología tenemos a nuestro alcance, más rápido envejecemos y más solitarios nos volvemos? Entre Michael Douglas (Hombre Solitario, Wall Street) y Adrián Suar (Igualita a Mí), quedó demostrado que es así. Incluso Leo Di Caprio está bastante solo en el mundo (La Isla Siniestra, El Origen). ¿Por qué vemos las mejores demostraciones de lo que significa la amistad en películas animadas que valoran las amistades entre juguetes o la que podría llegar a existir entre un chico y su mascota… un dragón? ¿Acaso la amistad está muriendo en el siglo XXI? Ya murió el amor para muchos… ¿la amistad sigue sus pasos? Claro, uno se justifica diciendo: “no… como voy a estar solo si tengo 500 amigos en el Facebook” ¿Pero será verdad eso, o solo una declaración de la soledad en la que está inmerso? Red Social es una película… antisocial en todos los aspectos. Por un lado, nos muestra la vida Mark Zuckerberg (Eisenberg), un joven brillante, un genio en matemáticas y computación, que vive dentro de su mundo de datos como John Nash o inclusive Raymond Babbitt, resentido porque su novia lo deja por ser un estúpido egocéntrico, misógino en cuanto a su visión de las mujeres, superficial y completamente aislado del mundo. Tiene compañeros de habitación, un seudo amigo al que llama cuando lo necesita y extrañamente no tiene ningún, ningún vínculo familiar. Durante 2 horas de película es un personaje que vive hablando y tirando datos, datos y datos, pero no parece humano. De hecho… ¿quiénes son verdaderamente amigos en una película que habla sobre el Facebook? Ninguno. Eso sí. Todos se volvieron millonarios. Desde otro punto de vista, la película parece imitar al personaje, al creador de la Red Social. Se trata de un film tan frío y estadístico como Zuckerberg. Una genialidad de guión acaso, pero tan ávido de sentimientos genuinos como cualquier comedia adolescente de los últimos años. Un ente solitario flotando en el ciberespacio cinematográfico, difícil de comparar con otras películas. ¿Acaso Zuckerberg es un Charles Foster Kane en potencia? Puede ser. ¿Acaso ha llegado a tener el poder de un Michael Corleone? Sí. ¿En que coinciden todos estos personajes? Todos terminan SOLOS. Y Zuckerberg tendrá poder y millones, pero terminará igual. Por lo menos eso muestra la película. Es un intocable. Nadie lo puede tocar. Se sugiere pero no se muestra. Y en los momentos más introvertidos, el personaje se encuentra solo, escribiendo en su computadora (como yo en este momento ja). ¿Acaso la computadora, la mejor fuente para “buscar pareja” en la actualidad no se trata del aislante más efectivo que tiene el mundo? Fincher y Sorkin son responsables de una “maravilla” cinematográfica según el cristal del que se mire. Tenemos diálogos creíbles, sofisticados, divertidos, irónicos, inteligentes que llevan una carga metafórica intensa. Hay escenas (aisladas, por supuesto) llenas de creatividad como la parábola entre la situación que viven los personajes de Zuckerberg y Saverín (co fundador del Facebook) y lo que este último hace con una gallina. Pero sobre todo, va a ser recordada por un prólogo y un epílogo de antología. Sutil pero a la vez directo discurso sobre el amor, el consuelo y la soledad. Narrativamente es clásica, pero a la vez tiene sus vueltas de tuerca. Por ejemplo, no es la historia de Zuckerberg como se vende a primera vista. Si bien los 45 primeros minutos aproximadamente se centran en él, después toman protagonismo los gemelos Winklevoss y Divya Narendra, quienes acusaron a Zuckerberg de robarle la idea, (la secuencia acaso más irónica y humorística del film), y posteriormente la relación de Zuckerberg con Saverín y su contrincante, Sean Parker, creador de Napster, en un tono más dramático. Pero al final, todo gira alrededor del verdadero protagonista de la historia. El guión de Sorkin es casi perfecto. Un poco discursivo, es cierto, y en el final tres personajes elementales quedan olvidados, pero aún así son elementos minúsculos de un guión soberbio y superlativo. A nivel visual es impecable. Uso y abuso de marrones, verdes y tonos barrocos son característicos en su filmografía y no faltan en esta obra. El problema es que sufre de la falta de personalidad autoral que tienen el resto de las sus películas. Me he preguntado en noches desveladas… ¿de que trata el cine de Fincher? Si Spielberg siempre habla del divorcio, si Burton habla de la reconciliación de los hijos con la familia, si Woody Allen habla de relaciones inadecuadas (y así podemos seguir con cada uno de los “maestros” del cine) de que habla Fincher no logro averiguarlo. En un comienzo hacía vibrantes thrillers con finales inesperados. Después de El Club de la Pelea, se puso más convencional acaso, y tras La Habitación del Pánico abandonó el género directamente (considero a Zodíaco un drama épico). Pero ¿cómo encuandran Benjamin Button y Red Social en su filmografía no logro definirlo. El hecho de “pertenecer” a un club o sociedad es el punto de partida de esta película y El Club… inclusive de Al Filo de la Muerte (The Game). Humanizar las películas de asesinos seriales, dándole una explicación moralista e incluso existencialista a los asesinatos fue el tema de sus dos mejores obras, en mi opinión, las más destacadas visualmente, menos pretenciosas e incluso mejor actuadas como son Zodíaco y Pecados Capitales. Acaso las dos únicas obras con… alma. Red Social carece de eso. Quizás es a propósito, pero no lo creo. Fincher fue llamado a hacer esta película tras cierta “desilusión” que terminó siendo Benjamin Button. Y lo que hizo fue un superficial, pero a la vez soberbio trabajo técnico. El montaje es excelente. La fotografía maravillosa y también se destaca en un rubro donde generalmente no le dan crédito: la dirección de actores. Si Fincher puede sacar una interesante interpretación (pero no asombrosa como decía algunos) de Justin Timberlake, y lograr que Jesse Eisenberg, que siempre ha interpretado a personajes “nerd”, lo haga una vez más pero con tal profundidad dramático y sicótica, al punto que asusta cada tic, cada gesto que tiene el personaje es porque en ese sentido tambien la tiene clara. Pero dirigir es más que eso. Es poner el corazón, el mentón, la frente, el pasado, la historia familiar, la memoria emotiva en función de la obra. Eso diferencia a un muy buen director de un artista cinematográfico. Hay directores que corren riesgos y fracasan, pero la intención y el sentimiento es tan honorables, que las “fallas” quedan perdonadas, pero Fincher es demasiado perfeccionista en este sentido. Ben Affleck o Clint Eastwood, son más sentimentales y falentes, pero sus obras, al menos respiran humanidad. Pueden llamarlo “director intelectual” a Fincher si quieren, pero lo cierto es que hubo directores intelectuales como Kubrick, Welles o Hitchcock que componían sus películas con sentimientos autóctonos. Fincher es un Zuckerberg en potencia. Esperemos que con la adaptación de Los Hombres que no Amaban a las Mujeres, volvamos a encontrarnos con la tensión y los excelentes climas logrados en Pecados… y Zodíaco (al menos espero que sea mejor que la adaptación sueca). Igualmente, lo que más me llamó la atención en forma negativa de Red Social, y que no escuché decir a nadie es lo misógina que es. No hay un solo personaje femenino fuerte o interesante, excepto por Erica, la antigua novia de Mark (Rooney Mara, la actriz de la versión de Fincher de los libros de Larsson). El resto son puro objeto sexual, casi inerte. Al igual que los personajes de las comedias sexuales universitarias. ¿Serán así realmente las mujeres en Harvard? ¿Será que Fincher/Sorkin solo quería mostrar lo que ven, obsesiona a los protagonistas? ¿O será que ellos mismos en su afán de convertirse en futuros Zuckerberg/Saverín/Parker son tan misóginos como ellos? Volviendo a la película destaco las interpretaciones de Eisenberg como Zuckerberg. Sin duda, su mejor actuación. Esperemos que lo ayude a salir del encasillado rol de “nerd looser”. Andrew “Hombre Araña” Garfield, se come la mitad de la segunda parte con un personaje clásicamente estadounidense y casi hitchcoiano: “el buen tipo traicionado”, y me encantaron el novato Armie Hammer en el doble rol de los gemelos Winklevoss (las diferencias en las personalidades, están muy bien trabajadas) y del ascendente Max Minghella (hijo del finado Anthony), del que pronto se va a ver una gran actuación en Agora de Alejandro Amenábar. ¿En que quedamos? Red Social puede ser la película más importante hecha sobre un tema contemporáneo. Está llevada a cabo con inteligencia y sagacidad por dos hombres que conocen muy bien su oficio como Fincher y Sorkin. ¿Es la película del año? No tiene la impronta. Además, el año no terminó. Mientras, espero LA obra del 2010, voy a ir posteando esta crítica en Facebook. Y aunque no creo que lea, la quiero terminar dándole un consejo a Mark Zuckerberg. La dijo el mejor filósofo del siglo XX: “Nunca seas socio de un club que te acepta como miembro”
Hay que ser sinceros, una película que narra los acontecimientos que dieron comienzo a la red social número uno hoy en día del mundo es muy poco interesante y, desde un principio, parecía que iba a ser una de esas cintas en las que se eleva por los cielos a una empresa con solamente fines publicitarios. Por suerte esto no sucede y lo que parece ser una historia simple y aburrida sobre la creación de una marca, en manos de David Fincher, su director, este film es lo más cercano a la perfección dramática de actualidad que pudimos ver en los últimos años.
INTELIGENCIA ARTIFICIAL Narrada con todos los elementos del clásico relato de intrigas, lealtades y traiciones, David Fincher nos devela en Red social una interesante mirada sobre los entretelones de la creación del Facebook. Firme candidata al Oscar de la Academia. “I want to have control, I want a perfect body, I want a perfect soul I want you to notice when I’m not around, you’re so fucking special, I wish I was special, but I’m a creep, I’m a weirdo…”. Radiohead. Mi abuelo vino de España a América a principios del siglo XX con apenas doce años. Atrás dejó a un padre con el que apenas se hablaba, abuelos, primos, alguna novia y varios amigos. En el 2007, a los ochenta y largos años, mi abuelo falleció sin haber podido regresar a Europa. Se murió sin saber que, a doce mil kilómetros de distancia, tenía tres hermanos, varios sobrinos y varios amigos con los que había compartido los primeros años de escuela que aun seguían vivos. Mi hijo mayor, apenas un año más grande de la edad que tenía mi abuelo al partir, interactúa hoy a través de su computadora con más de ochocientos “amigos” y si tuviera que irse a vivir a Europa, podría, si quisiera, seguir en contacto con todos ellos, saber a diario de sus vidas, de sus ocupaciones laborales, compartir sus fotos, conocer sus temas de interés, sus futuras relaciones, amigos, parejas, hijos, nietos, sobrinos, e incluso enterarse “qué están pensando” en cualquier momento con solo hacer click con el mousse de su ordenador. ¿Qué hubo entre la vida de mi abuelo y la de mi hijo además del transcurso de los años? Una pequeña gran revolución. Su nombre es: Facebook. Las revoluciones no se gestan, claro, de la noche a la mañana, son movimientos o procesos que se alimentan de distintas variables durante muchos años y que en un momento determinado encuentran las condiciones económicas, políticas, sociales y tecnológicas para salir a la luz, o mejor dicho, para echar luz donde no la hay. En general, las revoluciones son construcciones colectivas, aunque muchas veces éstas son llevadas a cabo por la lucidez y la osadía de una sola persona, responden, sin embargo, a un nuevo interés común, aunque éste no sea necesariamente mayoritario y deba, en consecuencia, imponerse por la fuerza. Tampoco pueden ser interpretadas, valoradas o comprendidas mientras ocurren, necesitan de la objetividad que otorga el transcurso del tiempo para ser juzgadas en su total dimensión, al igual que sus líderes, quienes muchas veces son vapuleados por sus contemporáneos y deben esperar que la historia haga justicia con sus actos. Facebook es una red social que conectó en apenas seis años a quinientos millones de personas alrededor del mundo con solo colocar su nombre y foto en la página de un sitio web. Los quinientos millones no están todos directamente conectados entre sí, pues no todos gozan del estatuto de “amigo” uno respecto del otro, pero podrían hacerlo si quisieran, e incluso, sin aceptarse como tales, las opciones de privacidad les permiten elegir compartir toda su información, sus fotos, sus gustos y sus pareceres con los cuatrocientos noventa y nueve millones novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve restantes. Entre todos estos miembros hay uno que tuvo la avidez y la inteligencia necesarias para unirlos, la “face” del Facebook lleva el nombre de Mark Zuckerberg. Un joven de veintiséis años, que al momento de crear la red social contaba con apenas veinte, dos años de alumno de Harvard y la indiferencia de las cofradías más prestigiosas y rancias del mundillo universitario de la ciudad de Cambridge. Un poco por despecho, un poco por el deseo de volverse “miembro” y ser “aceptado” por esas fraternidades exclusivas, Mark creó con su computadora un sistema que permitió que se conectaran entre sí de manera virtual todos los alumnos de Harvard en apenas una noche. Con una inteligencia muy por encima de la media de sus compañeros, Mark había mostrado dotes de prodigio informático ya en su niñez, cuando con apenas doce años inventó para su padre un método que le permitía enterarse desde su computadora en el interior de su consultorio qué pacientes lo esperaban en la sala de espera sin necesidad de escuchar el grito de su secretaria, método que luego Mark trasladó a la intimidad de la propia casa para comunicar a todos sus miembros entre sí y que bautizó con el nombre de Zucknet. Red social (The social network), la película de David Fincher, director de la multipremiada El extraño caso de Benjamin Button, pinta los rasgos más relevantes del momento en que se gestó esa revolución social y tecnológica que resultó ser Facebook. Basada en el libro The Accidental Billionaires, de Ben Mezrich, Red social se adentra –en forma deliberadamente desordenada– en el relato de los días en que Mark Zuckerberg, desde el oscuro y pequeño cuarto en el que habitaba dentro del campus universitario de Harvard, teje los hilos de esa red social que le permitió insertarse en un medio que lo rechazaba “a priori”. Las revoluciones no se gestan a la luz del día, sino en tugurios y subsuelos, y eso lo sabe Fincher, quien decide comenzar el relato de la historia en la oscuridad de la noche, mostrándonos a un antihéroe que sale de un pub (sitio donde prima lo social por definición), en donde acaba de ser rechazado por la chica que le gusta, y comienza a andar el largo camino hacia su habitación/redención, atravesando los misteriosos senderos y pasillos de una Harvard en las sombras, apenas iluminada por las luces de los cuartos en donde se gestan muchas pasiones, pocos amores, varios odios, algunos aburrimientos y solo una revolución. La película plantea desde el inicio una intriga palaciega en la que alguien va surgir desde la oscuridad y el anonimato para enfrentarse con su sagacidad e inteligencia al poder del oscurantismo. Mark camina hasta su cuarto con la soledad a cuestas de quien aun no ha alcanzado el poder, pero posee los dotes necesarios para algún día detentarlo. El trayecto hacia el cambio nunca es llano, está sembrado de dificultades. Algo de lo que también da cuenta la película. Mark ya había creado durante la primera semana de clases de su segundo año en Harvard un programa, “CourseMatch”, que permitía a los alumnos elegir qué cursos realizar en base a las elecciones de otros estudiantes, más tarde inventó otro, “Facematch”, un software para elegir entre dos opciones de personas quién es la más sexy o atractiva. Su inteligencia fue lo que llamó la atención de los hermanos Winklevoss, unos gemelos deportistas, alumnos destacados y miembros de la confraternidad más prestigiosa de Harvard, quienes le pidieron ayuda para llevar adelante la idea de la que Mark enseguida se “apropiaría” para –en apenas unas semanas– convertirla en Facebook. Como es de prever, los hermanos Winklevoss llevaron el caso a litigio y reclamaron por el porcentaje de las ganancias que podrían haber obtenido en caso de haber concretado la idea ellos mismos. Eduardo, el único amigo de Mark en ese entonces y compañero de cuarto, también le hizo un reclamo judicial al considerarse socio del proyecto pues lo acompañó en el proceso creativo con el aporte de algo de dinero y sus conocimientos sobre negocios para hacer trascender el sitio dentro del universo de las finanzas. Mientras Facebook se expandía por el mundo como reguero de pólvora, quienes estuvieron de alguna manera vinculados a alguna parte del proceso de su gestación se han sentido con derecho a reclamar su tajada. Pero como bien dice Mark en la película “Si alguno de ustedes hubiera creado Facebook, simplemente lo hubiera creado”. Y la película se encarga de demostrarlo sin intentar convertirse en una biografía, en un biopic, sino utilizando todos los recursos narrativos para dar cuenta de cómo alguien puede estar en el lugar correcto en el momento adecuado. Quien puso el know how, su inteligencia y rapidez al servicio de la creación de la red fue Mark Zuckerberg, el joven que no era aceptado en las cofradías más prestigiosas de la universidad, el mismo al que su novia había dejado por considerarlo un simple “nerd”. Los juicios que debió enfrentar Mark son narrados con un montaje que los alterna entre sí, un poco para mostrar cuan confusos son siempre estos movimientos de cambios, cuantas consecuencias indeseadas acarrean, cuantos odios y recelos. No podría haber sido mostrado de otra manera, pues sus protagonistas solo son pasibles de ser juzgados lejos del filo de la contemporaneidad. Alguien podría decir, quizás, que la película sobrevuela el fondo de la cuestión, como si no se animara a retratar el fenómeno social en su total dimensión, como si no pudiera hacerse cargo de que en realidad, y más allá de los cambios que han sufrido en su concepción los vínculos sociales en los últimos años en cuanto a su nivel de profundidad –o superficialidad– (tema del que es imposible dar cuenta en esta nota), en definitiva, seguimos todos igual, buscando siempre lo mismo desde épocas inmemoriables: que alguien nos demuestre que nos acepta tal como somos y que nos quiere sin más. En tiempos de mi abuelo, a través de un llamado, una carta o un encuentro. En la actualidad, apretando el botón de “refresh” de la computadora. Porque en definitiva la revolución no está en el fin, sino en el método. El final de la película es más que elocuente en ese sentido. No necesita profundizar en ninguna otra cuestión, ese último plano con el personaje de Mark inmerso de nuevo en la noche de la soledad, deseando obtener apenas un poco de amor y no los millones de dólares que se acumulan en su cuenta bancaria minuto a minuto, contacto a contacto, link a link. Paradójicamente, Mark Zuckerberg, el joven CEO de la red social más importante del mundo, no permite en su Facebook que cualquiera tenga acceso a sus datos personales, ni a su estado, ni a qué piensa, ni siquiera a que pueda ver sus fotos. Sin embargo, alguno de sus “amigos” ha contado que los únicos tres temas de interés que deja trascender en su perfil son: “Minimalismo”, “Eliminación del deseo” y… “Revoluciones”.
Amigos que valen millones El self made man americano bien podría ser rebautizado como un self made boy en este caso. Red social cuenta la historia de la creación de Facebook , pero también la de Mark Zuckerberg y cómo pasó de ser un geek con pocos amigos (y menos novias) al millonario más joven del mundo. Inspirada en el libro de Ben Mezrich y con un afilado guión de Aaron Sorkin, el relato está elaborado con base en las entrevistas a quienes Zuckerberg dejó atrás en su camino al éxito. Eso implica, desde el punto de vista de su valor testimonial, una versión explícitamente parcial de los hechos. Sin embargo, el filme tiene valor como un retrato inminente de época y generacional. La narración comienza en los pasillos de Harvard, donde Zuckerberg es un estudiante a quien lo que le sobra en inteligencia le falta en habilidades sociales. Inspirado en los clubes universitarios (una especie de fraternidades exclusivas, de las que él está excluido) decide replicar esas prácticas sociales en la Web: la membresía, la exposición del estado sentimental, la exhibición de la intimidad. Pero la idea no nace sólo de él, también de otros estudiantes, amigos a los que va traicionando mientras toca la cima. El director David Fincher se las ingenia para hacer un thriller en el que parece que no pasara nada. Sería interesante hacer la prueba de ver la película sin sonido para comprobar que toda la acción está volcada en diálogos (abrumadores por momentos, un punto flojo) y en un clima de tensión logrado con imágenes simples y la música de Trent Reznor. Por ello, el punto fuerte está en las interpretaciones de Jesse Eisenberg ( Adventureland ), que logra con sutileza un Zuckerberg que combina ambición, resentimiento, misoginia y ciertos rasgos infantiles; Justin Timberlake como Sean Parker, el creador de Napster, un Mefistófeles seductor; y Andrew Garfield ( El imaginario mundo del Dr. Parnassus ), excepcional en el rol de Eduardo Saverin, el amigo estafado. “Vivimos en granjas, después en ciudades, ahora en Internet”, dice el personaje de Timberlake. Lo dice en una escena cotidiana, pero la frase resulta escalofriante por lo verosímil. Así, Red social tiene la virtud de hacer un retrato oscuro de ese mundo virtual, en el que reina el link sobre el contenido, y de esa generación de adolescentes–genios que dominan las finanzas mientras juegan a la Play.
Millonarios y confundidos Hay películas que el paso del tiempo las vuelve recordables no por sus méritos cinematográficos sino por plasmar en imágenes cuestiones propias de su época. Eso ocurrirá con Red social, ya que ocupa sus dos horas en desarrollar el vértigo de invenciones, iniciativas empresariales y traiciones personales que rodearon los comienzos de la red social Facebook. Lo hace centrándose en su fundador, Mark Zuckerberg (interpretado por Jesse Eisenberg, el joven actor de Adventureland y Tierra de zombies), genial pero siempre contenido y propenso a traicionar a compañeros y amigos. En ese camino hecho de mezquindades, asoma como único respiro de madurez su novia Erica (Rooney Mara). Se ha dicho que la película puede ser vista como un retrato generacional. Efectivamente, refleja algo de la influencia que Internet y, concretamente, las redes sociales, han tenido en los últimos años en la vida de mucha gente, fundamentalmente en los jóvenes. El materialismo, la frialdad en las relaciones, la dependencia de la tecnología, pueden ser señales de la cultura de comienzos de siglo. Pero Red social está planteada como una trama de intrigas, envolviendo con glamour una simple sucesión de peripecias, en cierta manera como ocurría también con El origen (2010, Christopher Nolan). Al mismo tiempo, resulta una suerte de fábula moral, como lo demuestra el final, en el que el protagonista, por encima del éxito y el dinero conseguidos, sólo desea recuperar lo que lo devuelve a su costado más puro y vulnerable. Por detalles como éste hubo quienes se apresuraron a compararla con El Ciudadano, como si la obra de Welles pudiera restringirse a su armazón argumental. Si puede ser discutible la forma narrativa elegida (no se entiende mucho la necesidad permanente de ir y venir en el tiempo), es decididamente superficial el estilo -manierista, excitado- del film. Las actuaciones, por ejemplo, son una sucesión de poses y mohínes, a cada uno de los cuales la cámara le dedica dos o tres segundos, nunca más. Una fotografía y una banda sonora indiscutiblemente seductoras cubren una continuidad de discusiones sobre cuestiones legales y financieras, encuentros en el interior de elegantes universidades privadas, fiestas juveniles, competencias deportivas y vistazos de la ciudad de noche rebosante de neón. Las referencias a lo que pasa lejos de ese mundanal ruido son sentencias al paso, como cuando alguien dice “En Bosnia no tienen carreteras pero tienen Facebook”. Y así como abundan chicas mostradas como criaturas decorativas y molestas, no hay un solo personaje de aspecto rústico en todo el film. Estos rasgos responden claramente a la vocación del director David Fincher (1962, Denver, EEUU) por hacer un cine artificiosamente bello e incluso tramposo, utilizando recursos característicos del lenguaje publicitario. Las imágenes lustrosas pueden ajustarse a los video-clips que ha realizado para varias pop stars, y lo mismo puede decirse de su astucia para encandilar a los espectadores en productos livianos como Alien 3 (1993) o Zodíaco (2007), pero esos artilugios resultan engañosos cuando intenta contar historias sensibles o controvertidas (El club de la pelea, El curioso caso de Benjamin Button). Es cierto que Red social aborda el surgimiento de Facebook con cierta causticidad, pero, por momentos, más que su lado oscuro parece estar mostrando su lado cool.
Cuando el reconocido guionista Aaron Sorkin recibió un avance de pocas páginas del nuevo libro de Ben Mezrich ("The Accidental Billionaires: The Founding of Facebook: A Tale of Sex, Money, Genius and Betrayal ") sobre los inicios de Facebook y cómo Mark Zuckerberg llegó a convertirse en el multimillonario más joven del mundo, entendió que era una historia actual y moderna que debía contarse ahora y no en 5 o 10 años. Basándose en documentos legales obtenidos, conversaciones con personas anónimas involucradas, el blog de Zuckerberg y otras fuentes de información, Sorkin escribió el guión de este film (mientras Mezrich escribía su libro) tomando las tres versiones de los hechos detallados en las audiencias preliminares de las dos demandas que enfrentó el creador de Facebook y presentando la versión que él consideró más se ajustaba a la verdad. Alguien podrá decir que este trabajo llega en el momento justo para aprovechar el furor mundial de una red social con más de 500 millones de usuarios, pero lo cierto es que "The Social Network" es mucho más que una simple película sobre el surgimiento de un sitio web. Es un relato atrapante sobre la amistad, el éxito, el reconocimiento, el dinero, la envidia, la codicia, la lealtad y la traición entre un grupo de jóvenes brillantes. Los productores Scott Rudin y Kevin Spacey le encargaron al director David Fincher transformar este excelente guión en un excelente drama. Al principio, sonaba extraño asociar al director de "Seven", "Fight Club", "Panic Room" y "Zodiac" con una película sobre Facebook, pero la elección no pudo ser más acertada. Fincher presenta un relato dinámico y de corte clásico, perfectamente construido, con una estructura narrativa no lineal que salta en el tiempo entre las audiencias preliminares de las dos demandas recibidas por Zuckerberg y los comienzos de la red social en los dormitorios de Harvard. Un relato que puede ser disfrutado por distintas generaciones, sin importar si uno es seguidor o no de Facebook. "The Social Network" describe a Mark Zuckerberg como un geek, un nerd, un genio, un joven despechado, arrogante y verborrágico que diseñó Facebook con el objetivo de poder acceder a los exclusivos clubes universitarios para conquistar mujeres. Con el apoyo económico de su mejor amigo, Eduardo Saverin, creó una red social exclusiva para Harvard que luego se extendería a otras universidades y finalmente explotaría en el mundo. La respuesta del verdadero Zuckerberg no tardó en llegar. Este joven sobresaliente, una figura reservada y de bajo perfil, calificó el film como "pura ficción", destacando que creó Facebook porque le gusta "construir cosas" (no para acceder a clubes y mujeres) y que el único punto acertado en "The Social Network" es el vestuario, dado que todas las remeras que el personaje usa, él las tiene. Coincidiendo con el estreno en los Estados Unidos, Zuckerberg realizó una generosa donación de 100 millones de dólares a un proyecto de educación, quizás como un recurso para limpiar su imagen. Si bien el largometraje es crítico con el joven creador, mostrándolo desinteresado por el dinero pero capaz de cualquier maniobra sucia con tal de conseguir el reconocimiento por su proyecto, también se encarga de señalarlo como el principal responsable del éxito de Facebook. El encargado de interpretar a Mark Zuckerberg es Jesse Eisenberg. El actor de "Adventureland", "Zombieland" y "Solitary Man" tiene una apariencia física similar y le aporta al personaje esa característica de geek e introvertido que suele repetir en todas sus actuaciones. Aquí logra la mejor actuación de su carrera, disparando cada uno de sus filosos diálogos con precisión y frialdad. El socio y único amigo de Zuckerberg, Eduardo Saverin (interpretado correctamente por el próximo Spider-Man, Andrew Garfield), se describe como un buen tipo que colabora con el algoritmo y el capital inicial, pero va quedando relegado a medida que Facebook crece. Justin Timberlake sorprende en el rol de Sean Parker, el soberbio y egocéntrico creador de Napster que asesora a Zuckerberg en el manejo del negocio. Acompañado de un impecable trabajo de efectos especiales, Armie Hammer interpreta a los mellizos Winklevoss, dos correctos chicos de Harvard que demandaron a Zuckerberg por robarles la idea. Mas allá de todos los aciertos en los rubros actorales y dirección, lo más destacado aquí son los diálogos. Inteligentes y ácidos, son la especialidad del guionista de "The West Wing" y "A Few Good Men". Basta sólo con escuchar la respuesta del personaje de Jesse Eisenberg a la pregunta del abogado sobre si tiene su completa atención. Genial. "The Social Network" encuentra en su cierre el mejor momento, resumiendo en una escena el verdadero significado del film.
Es habitual hacer películas o telefilms en los Estados Unidos, sobre casos policiales o personajes públicos. Desde un OJ Simpson hasta John Bobbit. En la Argentina esas ganas de contar historias medianamente conocidas queda limitada a algún millonarion con Majul o libros a favor o en contra de políticos en periodos eleccionarios. Y en todos lo casos son de visión rápida o lectura de verano. David Fincher llevó esta clase de películas a unos cuentos niveles superiores. Lo que logró con su Red social es sorprendente, porque en mi caso logró la misma atención durante toda la película, como si estuviera viendo la mejor película de suspenso. Y cuando la terminó, me di cuenta que podría haber seguido mucho tiempo más contando cosas, que hubiera seguido con la misma atención. El entramado para contar en 2 o 3 tiempos la historia en simultáneo, y la velocidad y claridad con la que representa todo, es lo mejor de toda la película. El elenco elegido es brillante, y se luce el trio principal, el Nerd eterno, el nuevo Spiderman, y permitanme disentir con mi amigo Zapata, el gran artista Justin Timberlake, que te puede gustar o no lo que hace, pero es un creador, y cada vez que se metió en el cine demostró que también nació para esto. Destacable fotografía y lujuria visual, con su máximo exponente en la carrera de remo. Detalles de un Fincher exquisito. Red social es un ejemplo de como contar una historia "de la tele", y la película puede ser del agrado a un público mayor que el de los que nos interesamos en ciertos personajes o en conocer como se construyeron las grandes empresas de los últimos años. De lo mejor del año y otro punto alto en la filmografía de un gran director.
Tras el tropezón que significara El curioso caso de Benjamín Button, el realizador David Fincher recupera el nivel alcanzado en Zodíaco con esta tragedia moderna y humana en el contexto de un mundo absolutamente virtual como el de internet con su mayor expresión, que sin lugar a dudas, se representa cabalmente en la red social más importante del planeta. La inteligencia de estructurar el relato en dos tiempos alternados permite desde el ajustado guión de Aaron Sorkin mostrar sin dobleces el mundo del capitalismo salvaje, anclado en la burbuja económica de los sitios web pero también desnudar las miserias humanas cuando se trata de intereses y más aún cuando los involucrados pertenecen a una elite como en este caso estudiantes de la prestigiosa universidad de Harvard. Sin caer en el convencionalismo de la biopic, apelando al humor con ánimo critico y al ritmo para no terminar en un film declamativo y sobredialogado, el director de Alien 3 consigue un film profundo e inteligente acerca de la impostura de la comunicación virtual y la soledad que genera la abundancia...
Solicitud de Amistad de Mark Zuckerberg... Ignorada Red Social es el nuevo film de David Fincher (Pecados Capitales, El Club de la Pelea, Zodíaco), que ahora se mete con el trasfondo y los orígenes contados en The Accidental Billionaires, el libro que trata la creación de la "social network" más grande del mundo. La historia nos mostrará los inicios de Mark Zuckerberg en Harvard hasta los momentos en donde el éxito parece instalarse en sus ostentosas oficinas en California. Lo que comenzó como una venganza amorosa, se irá transformando paulatinamente en la llave de entrada al exclusivo mundo que Mark pretendía, pero para él la cuota de ingreso le será muy pero muy costosa. La frase del poster "No haces 500 millones de amigos sin ganarte algún enemigo" es una intencional verdad en parte, ya que Zuckerberg pierde en su afan por lograr el éxito cool, a su único amigo Eduardo Saverin. Esta amistad se rompe cuando Mark traiciona vil y cobardemente a Wardo, abusando totalmente de su confianza. Lo llamativo e interesante en la historia es que Fincher decidió romper un relato lineal para ir intercalando los acontecimientos con las intensas mediaciones que llevan adelante los abogados de Saverin y los gemelos Winklevoss, para obtener lo que ellos pretenden de Facebook. Esto fue una grata decisión que generó una importante ayuda a la comprensión de una trama que juega mucho con las idas y vueltas en el tiempo. Es increíble como una película en la cual su historia es de público conocimiento o está al alcance de cualquiera, puede mantenerte pegado a la butaca sin un solo respiro a lo largo de 2 horas brillantes. Esto sin dudas es mérito de una gran dirección y un guión muy logrado -a cargo de Aaron Sorkin- que dota a la obra de un ritmo y una sofisticación narratoria muy interesante y entretenida. Incluso uno no quiere que termine, para seguir aprendiendo sobre el apasionante y controvertido ascenso de Facebook. Las palabras en Red Social vuelan a la velocidad en la que Zuckerberg programa y ninguna es dicha al azar, todas tienen un por qué. Tranquilamente podríamos parar la cinta en cualquier diálogo y extraer tantos análisis de esas escenas como deseemos. Me encantan las películas en las cuales debes poner toda la atención para no perder absolutamente nada de lo que está pasando y justamente este film entra en esta preferencia. Red Social es un film gigante para ser encasillado simplemente como la "Película de Facebook", debido a que la esencia de la historia que se muestra ocurre en todos los ámbitos de la vida y no están a cargo exclusivo de nerds, millonarios o deportistas de Harvard. Incluso dentro del mismo film podremos encontrar una especie de thriller judicial, traiciones, moralejas y romances dignos del mejor drama o también algunos momentos pertenecientes a una comedia, algo que hace imposible que podamos tildarlo con un titulo tan simplista. Me sorprendieron las actuaciones de Andrew Garfield y Justin Timberlake con dos sobrias interpretaciones, que tienen varios chispazos de gracia y carisma en los momentos en que la historia los requiere. Por otro lado Jesse Eisenberg sigue en su eterno loser, que aquí muestra algunas diferencias -como la soberbia y la falta de escrúpulos- dentro de ese sólido registro que le queda perfecto. Esas diferencias son importantes debido a que es difícil sentir empatía con el Mark Zuckerberg interpretado por Eisenberg, mientras que en los films anteriores del actor el sentimiento generado es totalmente lo contrario. Mención aparte merece la frase dicha por la abogada al personaje de Eisenberg en los minutos finales de la película, para cerrar así el film magistralmente. Red Social es mucho más que una simple película que muestra los orígenes de Facebook, y sin dudas peleará alto en lo mejor del año. Gracias Fincher por otra gran muestra de cine.
Un jueves con dos grandes películas No es habitual que en una misma semana se estrenen dos películas definitorias a la hora de hablar del cine del año. Este 21 de octubre ofrece dos títulos (que pueden conformar un muy placentero doble programa) altamente recomendables. Si hacen el doble programa empiecen por Red social (The Social Network o, más popularmente, “la película de Facebook”). Sí, Red Social es eso: la película sobre la creación de Facebook, no sobre cómo es Facebook (aunque sí se pueden apreciar algunos de los motores básicos del éxito de esa red). Y sobre los litigios legales en torno a la idea y la propiedad del sitio. A priori, este tema no parecía “lo más cinematográfico del mundo” para alguna gente. Ahora bien, esto de considerar que hay asuntos cinematográficos y otros que no lo son nunca me convenció demasiado. Como sentencia en El lenguaje del cine V. F. Perkins, “el qué es el cómo”. Es decir, lo que importa es cómo se muestra eso que se muestra, cómo se concreta en cine. Ya Horacio Quiroga lo sabía en la década del 10 del siglo pasado: el cine puede tratar todos los temas. Sí, es cierto que la creación y los conflictos legales alrededor de Facebook parece “menos cinematográfico” que la historia de un asesino a sueldo en retirada. Pero de vuelta, el qué es el cómo. Y ahí tienen la catástrofe esta protagonizada por George Clooney, El ocaso de un asesino. Y tienen el brillo endiablado de Red Social, que combina diálogos cortantes y ultra veloces dichos por personajes geniales. Personajes geniales: mezquinos estudiantes de Harvard con sus reglas de mundo paralelo, desde los de clase alta pero alta alta hasta el geniecillo más –pongámosle–, pobre. Ese geniecillo es el protagonista: Mark Zuckerberg, levemente inadaptado para las reglas sociales, extraordinariamente dotado para la informática y, lo más importante para que la película funcione, alguien que no para de lanzar disparos verbales hirientes, dañinos, astutos, letales, los dichos de alguien que se sabe superior al resto en un aspecto pero inferior y temeroso en otros. El guionista es Aaron Sorkin, alguien evidentemente obsesionado con el poder y en particular por el poder de los diálogos: Cuestión de honor (A Few Good Men), Mi querido presidente (The American President), Juego de poder (Charlie Wilson’s War), películas de diálogos como dardos (también fue el guionista de la serie The West Wing). El director de Red social es David Fincher, es decir, el desconcertante responsable de la perturbadora Seven, la polémica El club de la pelea, la excelente Zodíaco, y la tan-inexplicablemente-mala-que-me-debo-estar-perdiendo-algo El curioso caso de Benjamin Button. Red Social podría pensarse, en algún aspecto, como El ciudadano de estos tiempos: una película que define una época, o más bien una manera de ser de una época, desde las tribulaciones de uno de los protagonistas del poder. En este caso, uno de los poderes más omnipresentes y a la vez menos conocidos, el que define, por ejemplo, que esta crítica llegue a más gente, porque la voy a linkear en Facebook. Luego de ver Red social, llena de diálogos y de acción verbal, pueden seguir por la otra muy buena película de la semana, la más silenciosa y de mucho mayor acción física Atracción peligrosa, es decir, The Town. Ya hablamos de títulos idiotas, y ya se dijo en todos lados, pero es necesario decirlo otra vez: ¡basta de usar estas palabras como atracción, obsesión, peligro, juego, honor, etc. para crear títulos de estreno en argentina, títulos olvidables, confundibles, insoportables y descerebrados! Bueno, dicho esto, pasemos a The Town, que es la segunda película como director de Ben Affleck (sobre su sorprendente debut, Desapareció una noche, escribí esta crítica en su momento en El Amante). Affleck continúa con su apuesta clasicista en la línea de Clint Eastwood. Si Gone Baby Gone era una relectura de Río místico (las dos películas estaban basadas en libros, de temática similar, del mismo autor), The Town es una suerte de Fuego contra fuego (Heat, de Michael Mann) pero de ladrones de barrio obrero (es decir, no vestidos de Armani como los ladrones de Mann) y de tono mucho más calmo, aunque la tensión sube y mucho en las sobresalientes secuencias de los asaltos. The Town es una de esas películas tersas, bien narradas, una de policías y ladrones “como las de antes”, como las que se hicieron con brillo en los setenta, como las que siguió haciendo Eastwood. Ben Affleck (sí, ese actor que participó de algunas cosas tremendamente malas y hasta dañinas como Pearl Harbor) se confirma con The Town como uno de los principales baluartes desde los que hoy resiste el clasicismo en Hollywood.
Hasta el estreno de “Red social” (“The Social Network), Mark Zuckerberg es (¿o será mejor decir era?) bastante menos renombrado que Bill Gates con quien comparte un mismo medio de comunicación de crecimiento exponencial. La historia de Facebook es relativamente reciente y, como en otros casos exitosos de Internet, es protagonizada por jóvenes que en poco tiempo pasaron a integrar la lista de multimillonarios a nivel mundial. Basada en “The Accidental Billionaires” de Ben Mezrich, una biografía no autorizada de Zuckerberg y que éste se ha ocupado en desmentir, la atractiva propuesta cinematográfica del guionista Aaron Sorkin encuentra en David Fincher a un director igualmente acertado. Títulos inmediatamente anteriores como “El curioso caso de Benjamín Button” y “Zodíaco” lo señalan como un seguro candidato a las nominaciones al Oscar, cuya carrera recién empieza. Una de las virtudes del film de la dupla Sorkin-Fincher es la inclusión de un grupo de actores medianamente conocidos y en ascenso, evitando a nombres más célebres como hubiese sido el caso de Brad Pitt por ejemplo, ya dirigido en tres oportunidades por el realizador nacido en Boston en 1962. De esa manera se distrae menos al espectador que se focaliza más en los personajes que en quienes lo interpretan. El rol central recae en Jesse Eisenberg, repetidamente visto en los últimos años (“Historias de familia”, “Adventureland”, “Tierra de Zombies”, “El hombre solitario”) al que muy bien acompaña Andrew Garfield, una revelación como su (ex) amigo Eduardo Saverin. Gran parte de la acción transcurre en Harvard, o sea en los pagos del director, en escenas en la universidad que alternan con el juicio que desencadenó la discusión de la propiedad del que se llamaba al principio “The Facebook”, para luego simplificarse a un único término hoy de fama mundial. Más de un crítico ha enfatizado que la película no está enfocada en este fenómeno global, apreciación algo discutible. Lo que sí parece innegable es la existencia de un razonable vínculo entre la figura de Zuckerberg y la de Charles Foster Kane, que Orson Welles inmortalizó en su célebre film “El ciudadano”. Ambos personajes comparten similares poderes, antes los de los diarios ahora las “redes sociales”. Y ambos, pese a la clara diferencia en edad, sufren la soledad afectiva como bien lo muestra la escena final con que se cierra la película.
El vertiginoso Facebook. Start-ups se les llama a las empresas de jóvenes emprendedores que nacen en internet con escaso presupuesto y buscan financiación en inversores de capital de riesgo. Facebook fue una de las más exitosas compañías que se iniciaron así, y Mark Zuckerberg, su fundador, es el actual multimillonario más joven del mundo. Su historia, desde su idea original en Harvard tras una derrota sentimental hasta las dos demandas judiciales que tuvo que enfrentar es el leit motiv de “Red social”. Es un filme sobre la amistad, los negocios, las traiciones, el egocentrismo y, sobre todo, las prioridades de una casta de jóvenes entre genios y estúpidos. La película tiene un ritmo infernal, una excelente banda sonora y buenas actuaciones. Le juegan en contra que la puesta no llega a apasionar y que las orgías parecen fiestitas de párvulos de películas clase B.
Lo profundo de la superficie “Present day. Present time.” De la serie “Serial Experimental Lain”, dirigida por Ryutaro Nakamura Cuando me enteré que iban a hacer una película sobre Facebook pensé que era otro de esos biopics por encargo, carente de creatividad y con un formato previsible, destinado a satisfacer al público que busca “experiencias de vida”. Luego me di cuenta de que el director era David Fincher y me llamó la atención. Es lógico o al menos así suena, Fincher ha trabajado en sus videoclips con un montaje vertiginoso que tiende a expresarse en sus películas e incluye la tecnología como un elemento clave de sus narraciones. Pero el gancho está en una cuestión que me resulta tan inmediata como el nombre del film. Después de todo, es una película sobre Facebook, una herramienta que me resulta a esta altura tan cotidiana como encender el televisor. Pero más allá de mi vivencia con Facebook, encuentro que se trata de un elemento masivo e indudablemente contemporáneo. Atravesó un campo social de varios estratos con una inmediatez que a veces atemoriza ¿Desde cuándo está Facebook? ¿Qué nos hizo aceptar con tanta facilidad esa red que interactúa con más de 500 millones de personas de todo el mundo? Luego me di cuenta de que Red social no es una película de Facebook o el genio detrás de la idea. Es también una película sobre el Messenger, el Twitter, Friendster, el blog, My Space, Badoo o DeviantART entre otros, es una película sobre la reformulación de la comunicación en el siglo XXI y también sobre el mundo al que se dispone esa idea. En cierto sentido, Red social es sobre Mark Zuckerberg, Eduardo Saverin y Sean Parker, pero también sobre cada una de las personas que utiliza una red social. Y entonces, Fincher y el guionista Aaron Sorkin ponen junto a una biografía no autorizada todo esto en un guión, construyendo una ficción documentada que en su construcción de tragedia clásica aparece como un relato sólido que deja, entre el frenesí de información, un momento para reflexionar. Al menos hasta el próximo “me gusta”. Pero el foco es el Mark Zuckerberg interpretado por el brillante Jesse Eisenberg, un personaje oscuro que está fuera del estereotipo con el que Hollywood ha ilustrado a otros “genios incomprendidos” (véase Una mente brillante, por ejemplo). El de Zuckerberg es un personaje de un gris frío y constante pero, a pesar de todo, verosímil. Verosímil en su megalomanía, en su resentimiento, en su búsqueda de notoriedad, tanto como en la fragilidad que deja entrever Eisenberg. El prólogo del film, con un diálogo cargado de tensión ilustra la psicología del personaje con una perspicacia notable. No es sólo el resentimiento después de romper con su novia lo que dispara al personaje para ser el fundador de Facebook, sino también la búsqueda de algo trascendental para compensar ese sufrimiento. Es control, es poder, y utilizar cualquier medio para superar y superarse ¿Qué quiere decir esto en el mundo del personaje de Fincher? Quiere decir dejar su nombre impreso a los ojos de todo el mundo. Esa es la razón por la cual Zuckerberg lucha tanto por que sea “su” idea a toda costa, evitando que sea “manchada” por las debilidades que este personaje advierte en Saverin (interpretado por Andrew Garfield) y, posteriormente, en Parker (interpretado por Justin Timberlake). No es una cuestión de amistad ni de negocios como advierten algunos críticos. Al contrario, los negocios son un medio para otro fin: la imagen, la superficie, la perdurabilidad. Los climas son vitales. En un film que se sostiene en largos diálogos con un montaje paralelo que reconstruye el relato, es indispensable generar tensión en esas charlas. Y Fincher lo logra, no sólo gracias a las actuaciones de un elenco compacto sin desniveles en el rendimiento, sino también gracias a la construcción del espacio con planos abiertos, espaciosos, en oficinas pulcras y uniformes donde el foco es Zuckerberg. La incomodidad y los silencios parecen tenerlo allí en cada palabra, buscando anticiparse a lo que otros digan. En contraste, las secuencias que lo tienen fuera del juicio lo tienen en un tono amarillento y decadente que se torna asfixiante, en un tono donde las luces artificiales brillan y los personajes tienden a desvanecerse en las sombras de la misma manera que lo habíamos visto en Zodíaco. Sumado a esto está el detalle de la inquietante musicalización de Trent Reznor y Atticus Ross, tan cercana a los pasajes sonoros de texturas sucias y electrónicas que atraviesan su trabajo de 36 canciones, Ghosts. “We will slide down the surface of things” -“Vamos a deslizarnos a través de las superficies de las cosas”- canta Bono en Even better than the real thing citado por Bret Easton Ellis en Glamorama. En aquel libro la superficie se tornaba en un espacio enrarecido donde las identidades se confundían en una escalada de muertes y desapariciones, donde presentación y representación se alternaban hasta ser absorbidos por la superficie. Aquí la construcción de ficción se confunde con el Zuckerberg real del cual uno puede hacerse amigo en Facebook, incluso con la Erica Albright que rompió con él o podemos saber qué fue de Saverin mirando sus fotos en Facebook, FB. Podemos ver si Albright es tan sexy como la mismísima actriz que la interpreta (Rooney Mara) si acaso queremos emular el Facemash. Puedo mirar a la compañerita que siempre quise y reírme de lo que es ahora. Rompemos la cuarta pared y rompemos la profundidad de la superficie. Es en ese reino donde la moda, lo cool prevalece, y donde todo se hace inabarcable, una vitrina infinita de enlaces donde el medio ha construido la perpetuidad de la superficie, más allá de lo que pueda hacer la TV, la radio o cualquier otro medio. Es allí donde Fincher plantea en un plano final el resquebrajamiento de esta ilusión, cuando vemos ese nexo del protagonista con Albright “refrescando” una y otra vez la pantalla ¿Es así realmente? Por ahora, lo que sí sabemos es que un director encaró un biopic que es en verdad un complejo híbrido que levanta más de una pregunta y problematiza sin sonar subrayado, con grandes actuaciones y más de un mérito formal. Suficiente para que nos veamos en Facebook después, hablando desde el mismo medio. Intentaremos darle profundidad, si en verdad la profundidad es necesaria.
Facebook. De eso se trata. La red social virtual para que nosotros, los millones, usemos hasta que algún día volvamos y elijamos ser reales, menos "me gusta" y más tangibles. Pero sea como fuere, el punto es que David Fincher recogió el guante de un buen libro de investigación (y más de una conjetura) y lo transformó en una película que funciona a modo de biopic sobre el nerd multimillonario Mark Zuckerberg, creador, al menos formal, del portal que cuenta hoy con más de 400 millones de usuarios. El director de Seven monta el relato sobre la base del conflicto judicial que mantuvo el joven estudiante de Harvard con cuatro de sus ex compañeros universitarios, tres de ellos presuntos hacedores de la idea original que dio lugar a Facebook (una red interna para Harvard, concebida con el fin de conocer chicas) y el otro, nada menos que su socio y co-fundador de la red que todos conocemos, despechado luego de una serie de desmanejos en la relación comercial. A partir de una reunión de conciliación, el relato se nos va presentando de a bloques, dinámicos, corrosivos, sobre una historia tan potente como cruzada por miserias y magullones. Estamos ante un director que parece haber elegido la narración clásica, el guión sólido y los tiempos alejados del vértigo, al menos en lo formal Un David Fincher más cerca de Zodiac que de Fight Club, a la vez que, y se agradece, bien lejos del insufrible Benjamin Button. El Zuckerberg que vemos en pantalla es un ser que aún no llegó a la mayoría de edad y parece perdido entre su inseguridad frente a las mujeres, sus evidentes problemas de socialización, y la que parece ser su única certeza: tiene una capacidad cerebral por encima del promedio y ese genio le permite llevarse por delante a cualquiera, al menos si se trata de jactancia intelectual, de ejercicio neuronal, más o menos masturbatorio según el caso. En ese sentido, el trabajo de Jesse Eisenberg es inmejorable, más allá de que a esta altura de su carrera la pregunta a responder es si podrá salir del encuadre de nerd, freak, geek en el que lo han encerrado los guionistas de Hollywood. Pero si hay un acierto de cast en el elenco del film, ese es el haber optado por el chiste irónico y clickeado sobre el nombre de Justin Timberlake para jugar el rol de Sean Parker, creador de Napster y villano número uno de la industria de la música, aquí puesto en el centro de la escena en la que se conformó a Facebook como monstruo web; un personaje oscuro dentro de la historia, quizá con un perfil delineado por los odios que levantó entre discográficas y músicos cnservadores, quizá por haber interferido en la amistad de Zuckerberg y su socio. En síntesis, Fincher lo hizo de nuevo; contó una historia al viejo estilo, planteó un puñado de personajes en conflicto, los enfrentó, mechó con algunos estiletazos personales aquí y allá, y entregó una película coyuntural y a la vez consistente, con perfil de convertirse en uno de esos títulos clásicos para quien pone la firma en la ficha técnica. Y además, sobre todo, nos hace olvidar ese mal trago con Brad Pitt y el Oscar al photoshop.
Baby, you are a rich man En la primera escena de Red social presenciamos una conversación entre un chico y una chica en una cafetería de Harvard. El chico, que habla sin parar y toca varios temas a la vez, insiste con algo de entrar a los “clubes finales” y de ser aceptado dentro de la universidad. La chica le responde incrédula, a la vez que intenta, en vano, estar a la altura de la conversación. Sin embargo ella no puede mantener el ritmo, no tanto por una cuestión intelectual, sino porque su interlocutor no está ahí, junto a ella, sino que parece tener la cabeza en otro lado, hablando para él mismo y orgulloso de escuchar su propia voz. La acción está filmada en un clásico plano y contraplano a la misma altura entre los dos personajes, hasta que se decide cortar a un primer plano de ella (aquí ya nos enteramos de que es la novia de él, y está a punto de terminar la relación), que remata la charla con una frase demoledora: “Vos vas a ir por la vida pensando que las chicas no te quieren porque sos un nerd, y yo te quiero decir, con todo mi corazón, que no va a ser por eso, va a ser porque sos un imbécil”. Ese prólogo es vital (y me animo a decir que es la mejor charla de café entre dos personas desde el comienzo de Perros de la Calle) porque no sólo funciona como marco perfecto de todas las acciones que vendrán después, y como una muestra del perfil del protagonista. También nos da la pauta de uno de los tantos logros que tiene Red social: la unión perfecta entre los diálogos feroces y escupidos como misiles entre los personajes (al estilo de Ayuno de amor de Howard Hawks), y una dirección totalmente funcional a esa violencia. Definida banalmente como “la película de Facebook” antes de su estreno, y adaptada de la novela The accidental millionaires de Ben Mezrich, Red Social conjuga dos fuerzas engranadas de forma maravillosa. El guión inteligente e irónico de Aaron Sorkin, un experto en generar tensión con el solo hecho de tener a dos personas gritándose en una corte militar (Cuestión de Honor) o discutiendo estrategias políticas mientras caminan por los pasillos de la Casa Blanca (The West Wing), se complementa visualmente con la precisión quirúrgica de David Fincher. Reconocido por su perfeccionismo técnico (dicen que es de tirar treinta tomas por escena en un rodaje), aunque también acusado de cineasta frío y distanciado, Fincher, como ya había hecho con sus mejores películas (El Club de la Pelea y Zodíaco), se pone nuevamente en la posición de observador de la sociedad norteamericana. Si bien muchos críticos se apresuraron a definir a Red Social como “una película que define a la generación actual” por retratar el fenómeno Facebook, y cómo llegó a convertirse en algo vital para mucha gente hoy en día, hay algo más complejo en la forma en que tanto director como guionista intentan retratar cómo se mueven estos jóvenes millonarios capaz de hacerse de fortunas inimaginables con una sola idea. La película salta temporalmente entre dos épocas: primero, cuando el pasante de Harvard Mark Zuckerberg decide crear un programa que permita que los estudiantes puedan armarse un perfil online. Después están las audiencias judiciales posteriores, en las que Mark es acusado por compañeros de Harvard de haber robado la idea original de Facebook. En ambas, la película se adentra por completo en la cabeza del protagonista. Por eso la charla entre Mark y su ex novia al comienzo ejemplifica a la perfección cómo funciona la mente de Zuckerberg. Vemos cómo se jacta de estar siempre por encima de quien tenga enfrente, ya sean estudiantes, empresarios o abogados, y es esa brillantez mental, acompañada de un narsicismo y una grandilocuencia insoportables, la que lo lleva a convertirse en un ser que provoca desprecio y fascinación al mismo tiempo. Es en esa fascinación por un antisocial capaz de traicionar a quienes tiene más cerca para obtener lo que quiere en donde reside el máximo grado de contemporaneidad de Red Social. El tópico podría ser tanto Facebook como cualquier otro fenómeno social que se esté desarrollando actualmente, pero no es a las comunicaciones en la era digital adonde Sorkin y Fincher apuntan su mirada clínica. Se trata más bien de retratar los comportamientos de estos jóvenes que ya son millonarios e inician demandas legales por fortunas cuando apenas tienen veinte años, y de mostrar cómo tal grado de ambición los lleva finalmente a la traición y la soledad total. Con un tono que oscila entre la comedia irónica y el thriller judicial al mejor estilo Todos los hombres del presidente, y acompañada por una música de corte industrial y metálico (del gran Trent Reznor de Nine inch nails) que acentúa ese mundo digital poblado de gigabytes y servidores, Red Social no es tanto una fotografía del presente sino un alerta del futuro, que nos hace pensar hasta dónde uno es capaz de llevar sus ambiciones y el grado de alienación que eso puede llegar a provocar, al punto tal de tener sólo una laptop como única y fiel compañera.
I. Uno de los temas que más atraviesa el cine estadounidense de hoy es la adolescencia y la manera en que los adolescentes se relacionan con el mundo. A diferencia de otras épocas, los jóvenes de las películas actuales no son gente común y corriente, sino que siempre necesitan de un plus, de un extra. Por ejemplo, en una película ochentosa como Los goonies, los chicos se lanzaban a la aventura sin más armas que las ganas y la curiosidad por lo nuevo. En cambio, ahora los adolescentes aparecen siempre construidos con algún atributo artificial: son magos, vampiros, hombres lobo, guerreros, elegidos o genios de la informática. No es que en el cine de antes no hubiera adolescentes así, pero al menos no constituían la mayor parte de la oferta cinematográfica mainstream orientada a un público joven (en otros tiempos, esos adolescentes pertenecían más bien a los territorios inciertos de la clase B y el cine explotation). Desde hace algunos años, la cuestión de fondo parece ser siempre la misma: hacer que los jóvenes sean poderosos, fuertes, pero que, sin embargo, se enfrenten a los problemas cotidianos como lo haría cualquier espectador. No por nada el personaje que constituyó la columna vertebral del boom de películas de superhéroes fue Spiderman. Importa poco que un joven pueda conjurar terribles hechizos o ser un superhéroe valiente en sus ratos libres; la timidez, la rutina, los exámenes, el trabajo, el pertenecer a un grupo, formar una pareja, esos son siempre los tópicos que ponen en crisis a los protagonistas más allá de cualquier atributo o habilidad especial que tengan de su lado. Salvar el mundo y crecer al mismo tiempo, esos son los dos grandes conflictos de esos caracteres. En cierta medida, Red social se inscribe en esa línea de películas: Fincher cuenta la historia de un freak que fracasa sistemáticamente a la hora de integrarse a la sociedad, pero que, para paliar ese desajuste, cuenta con una mente privilegiada para la computación. Sin embargo, su película rompe con la línea del cine adolescente en varios puntos. II. No es cierto que Jesse Eisenberg haga siempre el mismo papel. Sí lo es que el actor encontró un modelo dentro del cual moverse a gusto. Pero su Mark Zuckerberg difiere en varios aspectos importantes de sus personajes de Adventureland o Zombieland: además de tímido, inseguro y neurótico, Mark es agresivo, resentido, no tiene códigos y parece entablar una guerra personal con la sociedad en su totalidad. Lo valioso de la apuesta de Fincher y su guionista Aaron Sorkin es la manera en que construyen a Mark: lejos de la amabilidad de otras películas con adolescentes, el protagonista de Red social es un mal bicho hecho y derecho, un tipo deleznable al que sus problemas de relación no alcanzan a salvar del juicio de la película y del público. Porque Red social es una película de juicios. Además de los varios a los que asiste Mark, también están los que el guión dispara contra los hermanos Winklevoss, los empresarios jóvenes y sin escrúpulos como Sean Parker (el creador de Napster venido a menos que vampiriza a Zuckerberg) y hasta el propio protagonista. Sin embargo, la densidad de Mark, sus facetas contradictorias y sus arranques que lo vuelven casi imprevisible, lo convierten en una criatura de una robustez narrativa notable que le permite aguantar el examen de la película. O sea, que a Mark se lo condena, pero Fincher siempre abre algún camino para que nos conectemos con su protagonista, como si alguna clase de rasgo misterioso, de cara desconocida, hiciera de Mark un enigma, un personaje todavía opaco y sospechosamente encantador que nunca termina de agotarse. III. Por eso es feo el final, porque el personaje aparece reducido y supuestamente explicado a través de un trauma del pasado, porque se construye una idea boba y simplona de circularidad, de vuelta a las raíces, como si todo su recorrido (un viaje de años, peleas, disputas legales y amigos perdidos) lo condujera al mismo lugar del comienzo. La película, que hasta el momento se había cuidado de no hacer de su relato una serie de guiños fáciles a Facebook y sus prácticas, cede a la tentación en esa última escena, donde se dan cita la referencia previsible y pretendidamente cómplice y la psicología más chata. Cuando Mark se desploma, la película también lo hace. Red social es como una especie de artefacto narrativo que gravita pura y exclusivamente alrededor de Mark y sus obsesiones. Una muestra de eso es el esfuerzo que la película pone en llenar las escenas en las que se habla de otros personajes: los hermanos Winklevoss son unos payasos afectados e imposibles que funcionan prácticamente como comic relief en cada aparición; en las pocas escenas en las que Eduardo Saverin está separado de Mark, el tipo se vuelve una víctima cómica de los brotes psicóticos de su novia; cuando se quiere describir un cierto estado de cosas del mundo informático, legal o social, la película echa mano a cuanto flashback y diálogo puede, siempre bombardeando con información al espectador. Es decir, que cuando Mark no está en escena, a Fincher lo vemos casi haciendo la parabólica humana para que la película no se le venga abajo. El final es el momento del derrumbe y, coincidentemente, también es la escena en la que la película se muestra más gentil con su personaje, cuando, en lo que termina siendo una decisión pésima, quiere observarlo a partir de un lugar diferente desde el que lo estaba mirando hasta el momento. IV. Mark venía resistiendo estoicamente la amenaza de convertirse en otro estereotipo adolescente correcto metido a la fuerza en una situación extraordinaria. Lejos de la gran mayoría de los jóvenes del cine actual, el interpretado por Eisenberg era frío, interesado, desalmado, irritante, provocador, un verdadero hijo de puta sin miras de redención, sin aspiración de cambiar, de volverse bueno, de “crecer” en los términos mojigatos y aburridos que les imponen las películas de hoy a los adolescentes. Sobre el final, Red social viene a acatar abrupta e inesperadamente ese estado de cosas y esa moral: no se puede ser una mala persona y no pagar un precio, aunque más no sea el que a uno lo dejen solo sin más compañía que el recuerdo de un romance de años atrás. Y de golpe y porrazo, el darnos cuenta de que estamos solos nos vuelve buenos, tenemos culpa, queremos enmendar nuestro pasado. No importa que no seamos adolescentes como el Mark que inventa Facebook (de todas formas, el Mark de los juicios ya es casi un adulto), porque hay algo en él, una mezcla rara de maldad, bronca y sueños que nos llevan a identificarnos y querer ser como él; convertirnos, aunque sea solamente por un rato, en unos cráneos de la computación cínicos, podridos en plata, seguros de nuestras metas y dueños de una lengua rápida y filosa siempre lista a descerrajar líneas de diálogo hirientes. En cambio, el último Mark, el de la escena final, tiene mucho de pusilánime, de solitario depresivo y angustiado que no sabe qué quiere de la vida. A pesar de su edad, parece un joven acomplejado y lleno de dudas como los que se encuentran en las peores películas juveniles de la actualidad. Ese Mark no me gusta, se me hace otro intento del cine norteamericano de retratar a la juventud desde el estereotipo del adolescente frustrado al que parece hacerle falta un libro de autoayuda para encontrar su lugar en el mundo.
Consciente de que los films que describen algún tipo de tecnología -más aún si es de índole informática-, suelen pasar rápidamente al olvido, el director David Fincher, respaldado por un sólido guión del cotizado Aaron Sorkin, concentra su relato en qué pasaba por la cabeza de los creadores de facebook, y no cómo el cyber-invento cambió al mundo posmoderno occidental. La decisión, por fortuna, resulta un hallazgo, y la dupla Fincher/Sorkin parte así de la base del libro "The Accidental Billonaires: The Founding of Facebook" de Ben Mezrich. La historia, "apenas dramatizada", de acuerdo a los responsables del film (y para horror de Mark Zuckerberg, el creador de dicha red social), se concentra en los orígenes universitarios del proyecto devenido en emprendimiento multimillonario, y acusa sin condenar al autor intelectual de la idea, entre lo más suave, de haber robado el concepto a otros compañeritos de Harvard, y por otro lado más grave, de ser un misántropo nerd resentido, que creó un imperio para inicialmente vengarse así de su ex novia. Sentada la base del conflicto, Zuckerberg (interpretado, suponemos que con gran observación, por el ascendente Jesse Eisenberg) expone su inseguridad y resentimiento al demostrarle a su novia cuánto necesita el reconocimiento de los demás. Casi sin quererlo, en el climax de su soberbia verborragia, le explica básicamente que él, con su futuro exitoso, "podría hacerle conocer gente que de otro modo jamás conocería". La chica, como era de esperarse, se despide de él para siempre. Zuckerberg queda solo, y no tardará en descubrir que el único amigo que tiene es Eduardo Severin (Andrew Garfield, la pronto nueva cara de Spider-Man). Ese mismo al cual, avanzada la película, descubriremos que ha traicionado, en hechos oscuros que lo sacan fuera del eje millonario de la empresa. Así, el film comienza a revelar su estructura de flashbacks, a medida que, interrumpidos los mismos por escenas de la actualidad jurídica que retiene a Zuckerberg en un estudio de abogados donde se debate "quién se queda con qué" del negocio, la triste personalidad del personaje comienza a mostrar diversos matices. No hay maldad innata en Zuckerberg, pero sí una soberbia que no sabe cuándo detenerse. Esa soberbia lo lleva a ser una verdadera mente brillante de la programación, pero apenas un discapacitado para las relaciones sociales (valga la ironía). Red Social cuenta "el lado oscuro de facebook", como lo han anunciado varios críticos, pero también se detiene, aunque siempre a través de sus personajes principales, en patrones recurrentes del ser humano: su codicia, ambición (no siempre monetaria), la venganza y la soledad en la sociedad posmoderna de la web 2.0. Fincher es un realizador hábil que, no obstante, después de Benjamin Button, parece haberse obsesionado con la idea de obtener una estatuilla de oro: si uno presta atención a los diálogos e intepretación, puede encontrar fácilmente los reconocibles "oscar clips" que utilizará la academia para nominar al film en diversos rubros. Esto no supone un pecado per se, pero torna demasiado pretenciosa una trama que busca ser "el ciudadano Kane del nuevo siglo", y reemplaza el trineo Rosebud por notebooks y reuniones de hackeo. Así, la película fascinará a muchos (especialmente a aquellos que sean partícipes de esta comunidad global en eterna expansión), y distraerá quizás a aquellos que, sin restarle importancia al fenómeno, encontrarán aquí apenas otra historia más de amor y desamor capitalista, con ecos de Los Piratas de Sillicon Valley, y personajes detestables con los cuales resulta muy dificil de empatizar. Al fin y al cabo, por más que en varios aspectos Red Social sea una propuesta más que interesante (el film entero se sostiene en base a sus diálogos), todo se reduce al botón de "me gusta/no me gusta", conforme a los tiempos virtuales que corren.
“Red Social” narra los orígenes de Facebook desde que el joven Mark Zuckerberg la creara en febrero de 2004 como un proyecto estudiantil para la Universidad de Harvard, hasta nuestros días, cuando se ha convertido en un influyente gigante que cuenta con más de 200 millones de usuarios en todo el mundo. Genialidades si las hay! … y el Facebook es una de ellas. Dicha red social a modificado, y modificará, las relaciones interpersonales de todo los individuos del Siglo XXI. David Fincher aprovecha el fenómeno para llevarlo a la pantalla grande. Mark Zuckerberg es un inteligente estudiante de Harvard, quien quiere destacarse del resto y consideró que la única manera es perteneciendo a un club. Luego de la ruptura de su novia y tras la publicación de ofensivas hacia las mujeres en su blog, Mark sale del anonimato a ser el despreciado de todas las mujeres de la universidad. Para poder mejorar su reputación terminara relacionándose con prometedores remeros mundialistas quienes necesitan de su inteligencia para llevar a cabo un proyecto universitario. A partir de ahí a Mark se le prende la lamparita y comienza a crear la red social que lo convertirá en el multimillonario más joven La trama nos va revelando de forma cronológica como un genio, sus amigos, robos de ideas, demanda y traiciones fueron parte del Facebook. Son dos horas llevaderas; con diálogos equilibrado de tecnicismos, pero no muchos; otros brillante con un toque de ironía y comentarios inteligente. Fincher refleja muy bien a un joven brillante con su ambicioso proyecto, pero a su vez a un niño que recién comienza sus pasos en la universidad con una personalidad débil e influenciable. “Red Social” nos dará a conocer un pantallazo de biografía un tanto maquillada de su fundador, pero sobre todo como el dinero y la ambición se anteponen a los verdaderos afectos.
Ciudadano Zuckerberg Que el fenómeno de Facebook cobró dimensiones inusitadas no es novedad para nadie. Tampoco que significó una revolución a nivel social, en lo concerniente a la multidireccionalidad de la información, las formas de interacción grupal, o la novedosa capacidad de difundir, rápidamente y en círculos allegados, tanto banalidades como cuestiones de vital importancia. También podría verse como una pérdida de tiempo, una forma de exhibicionismo, un sitio desbordado de información desechable y hasta un peligro en potencia para cualquier usuario, ya que uno podría ser objeto de exposición involuntaria, de destrato real y hasta de una sangrienta burla grupal. Como toda plataforma tecnológica que se propaga y difunde masivamente, puede ser vehículo para una infinidad de usos y traer toda clase de repercusiones, tanto positivas como negativas. Pero nadie puede negar que Facebook llegó para quedarse, que más de 500 millones de usuarios en el mundo lo utilizan, y que no lo harían si no consideraran que les aporta beneficios reales. Desde hace años, el aspecto más cuestionable y cuestionado del servicio es su política de privacidad. Una investigación muy reciente del diario The Wall Street Journal da cuentas de que varias de las aplicaciones más utilizadas de Facebook (Phrases, Causes, Quiz Planet, y varios juegos de Zynga como Farmville, Mafia Wars y Texas HoldEm) exponen la información de los usuarios a agencias de publicidad y empresas de seguimiento de actividades en Internet. Y una vez más Facebook, -que tiene una base de datos que debe ser la envidia de cualquier servicio de inteligencia- a diferencia de lo que dicen sus portavoces, demuestra que no puede garantizar la privacidad de los contenidos (y quizá ni siquiera lo pretenda). El sentido de la oportunidad. En esta situación de masificación desaforada y duros cuestionamientos éticos es que surge esta controversial, incisiva e impactante película. Su centro es Mark Zuckerberg (interpretado por Jesse Eisenberg) y el proceso por el cual creó y desplegó lo que hoy se conoce como Facebook. Zuckerberg tenía 19 años cuando lanzó el sitio web y hoy se ha convertido, con 25 años, en el multimillonario más joven de la lista de la revista Forbes, ostentando un patrimonio neto de 2.000 millones de dólares. Y la película no es generosa con Zuckerberg, más bien todo lo contrario. Se lo presenta como un freaky escalador, arrogante y vengativo, y se da cuentas de las maniobras de las que supuestamente se valió para su iniciativa. El guionista Aaron Sorkin se basó en un libro que ya había ventilado estos aspectos: The accidental billionaires, que daba cuenta, entre otras cosas, de dos juicios orales emprendidos contra Zuckerberg; uno por parte de los gemelos Winkleboss, que lo acusaron de robar su idea, y otro de Eduardo Saverin, su ex mejor amigo y socio cofundador de Facebook, quien alegó haber sido engañado y defenestrado de la empresa. Ambos juicios son expuestos parcialmente en esta película, y tienen lugar largos flashbacks que cuentan las situaciones hipotéticas que habrían llevado a esos desenlaces. Y hay que resaltar que son realmente hipotéticas, porque, como dice en determinado momento Zuckerberg en la película, la gente suele mentir en los juicios orales, y aún más cuando hay cifras millonarias en juego. Pero tanto el guionista como el director David Fincher (Seven, El club de la pelea, Zodíaco) optaron por creer en las versiones de los demandantes –que seguramente sean ciertas, vistas las respuestas que el mismo Zuckerberg dio oralmente en los juicios- y de desplegar esos flashbacks creyendo en la culpabilidad del magnate. No ha faltado quien acuse a la película de ser tendenciosa, y aquí se abre uno de los más interesantes puntos de polémica. Corresponde a cada espectador decidir si dar por cierta la versión de la película –y de los demandantes- así como considerar si el triunfo monetario y el prestigio de Zuckerberg es realmente merecido. No debe negarse que una película-denuncia contra un multimillonario de este calibre es un acto arriesgado, valiente y –todo debe ser dicho- un tanto oportunista. Sorkin escribió su cuidadoso guión asesorado con un equipo de abogados, para que no existiera ningún elemento del que a su vez se pudieran valer los abogados de Facebook y que les sirviera para detener el rodaje de la película o levantar cargos contra la producción. Contrariamente a lo que se difunde mediáticamente, la película no incurre en detalles de la vida sexual del personaje, y esto sin dudas es un gran acierto, ya que esos elementos no serían pertinentes sobre el tema en cuestión, el cual es, en definitiva, qué clase de persona es Zuckerberg y por qué diablos los usuarios de Facebook deberían depositar su “confianza” en él. Vuelve Fincher. Polémicas aparte, Fincher logra una obra absolutamente sobregirada y verborrágica, con un montaje paralelo trepidante, un ritmo incansable y estimulante y personajes y anécdotas que sumergen al espectador en el relato. La ficción tiene originalmente como foco al grupo de hackers adolescentes de Harvard, que pronto serán devenidos yuppies. Este abordaje puede recordar al de algunas comedias adolescentes tipo Supercool, ya que se muestran sus vidas cotidianas y su interacción, sus intereses, sus pretensiones de sobresalir, destacarse, y ser aceptados socialmente. Pronto, los círculos selectos y de clase alta expuestos, las lujosas fiestas y una ambientación impecable y poderosa rememorarán a American Psycho y a sus lujos frívolos, la hipocresía, la competencia soterrada en las relaciones sociales. Fincher crea un protagonista-villano temiblemente creíble, un ególatra capaz de vender a su madre con tal de destacarse, pero con indicios de culpa, necesidades comprensibles y defectos siempre reconocibles y humanos. Un ser alienado que cuanto más poder tiene más solo se siente y que, paradójicamente, ha creado un imbatible estructurador de vínculos sociales. Fincher, que nos había empalagado hasta la náusea con su última El curioso caso de Benjamín Button vuelve aquí a ese registro austero, distante, mecánico e imparable que utilizó en Zodíaco. Red social es una maquinaria precisa, aceitada y estudiada al detalle, filmada con la misma energía con la que los adolescentes que pueblan la pantalla se arrojan a sus colosales emprendimientos. Es un alivio ver a Fincher una vez más concibiendo una gran película, logrando un cine complejo, reflexivo, repleto de dobleces que nos obligan a cuestionar seguridades y a conocer nuevas dimensiones de un fenómeno que trascendió todas las expectativas. Como la obra maestra de Welles Ciudadano Kane (1941) que había sido inspirada en la figura del magnate de la prensa William Randolph Hearst, Red social intenta un bosquejo del perfil de un multimillonario influyente y contemporáneo, dejando muchos cabos sueltos sobre su personalidad. Pero una de las diferencias es que aquí Sorkin y Fincher señalan con nombre y apellido. Hay un detalle que dejará a muchos espectadores un poco por fuera de muchas situaciones y diálogos expuestos, y es que la película no parece pensada para quienes no estén habituados al uso de Internet, o no conozcan el servicio de Facebook o de alguna plataforma virtual similar. Así, ciertos vocablos utilizados como “muro”, “tráfico”, o “hits” se utilizan corrientemente como base, y de allí se va a más. La grandiosa y sugestiva escena final sería llanamente incomprensible para un analfabeto informático.
Los que sueñan con crear sus propias empresas, o están siempre queriendo crear algo, van a sentirse muy identificados, y porque no, también pueden llegar a aprender algunas cosas sobre cómo manejarse cuando algo grande se les viene a la cabeza. Lo que sí, los que no sepan ni cómo enchufar una computadora...
Baby You're a Rich Man: David Fincher es uno de los mejores directores actuales del cine americano, desde "Seven" (Pecados Capitales, 1995) mostró una capacidad de narración fílmica más que interesante, "The Game" (Al filo de la muerte, 1997) me pareció notable, "Zodíaco" (2007) una genialidad y un poco menos "El curioso caso de Benjamín Button" (2008), aunque efectiva. Ahora fué por más, descolgándose con la genuina historia de la creación de la red social "Facebook"(no autorizada), a través de la pasión de un nerd obsecuente, resentido, socialmente deplorable, admitible todo en un mundo ilustrado de frialdad, hipocresía y soledad, para alguien que crea una manera de sociabilizar y adquirir amistades, es decir el colmo de la paradoja. Harvard no escapa a eso cuenta Fincher y el guión magistral de Aaron Sokin, que a la vez se basa en el libro "The Accidental Billionaires" de Ben Mezrich -otro egresado de Harvard-. El filme va y viene mostrando como crece y se sobredimensiona el panorama de la web, como se irá revolucionando lo comunicacional, a la vez como nacen los juicios multimillonarios, y las manipulaciones humanas, como el sentirse despechado y rechazado por otros nos transforma, cosa que la pasa a Mark Zuckerberg, el chico creador. Los personajes tienen lo suyo, muestran todo el tiempo algo de la enfermiza sociedad en la cual nos desenvolvemos, y como cuanto más creemos que comunicados estamos, más distanciados lo somos del semejante. Aquí el que no corre vuela, o aún son más rápidos (diría Luis Juez: "Juegan a la mancha con los aviones!"-), Zuckerberg es el billonario más joven de la historia pero a su vez el más solo (buen trabajo de Jesse Eisenberg), Sean Parker, el creador de Napster es lo más jodido y avergonzante (un Justin Timberlake estupendo), el único que se salva un poco es Eduardo Saverin, el co-fundador y joven financista de "Facebook" (muy buena actuación de Andrew Garfield) a quién acuestan de una manera increíble. El sentido de narración del filme hace que su visión no sea para cualquiera, y menos sino le interesa el tema. Como peli es notable y más que elogiosa, muestra las reservas morales en parte de una sociedad enferma, sus egos y rencores, la falta de escrúpulos, la traición, falta de ética, y siguen las firmas. Shakespeare y Dostoyevski hablaron mucho mucho antes de todo esto también. Les parece poco?
David Fincher lo hizo de nuevo. Al igual que con Fight Club una década atrás, logra nuevamente con Social Network un film que retrata fielmente a la sociedad de su momento. Un film que dentro de muchos años será de visión indispensable para quienes estudien la época que estamos atravesando. Mientras aquella oscura película cargaba sus tintas sobre la sociedad consumista norteamericana de los 90, ésta aborda la revolución tecnológica y social que está teniendo lugar a nivel mundial, y de la que aun desconocemos sus alcances definitivos. La peli muestra cómo se inició el fenómeno Facebook. Cómo su creador, Mark Zuckerberg, empezó el proyecto casi como una broma universitaria (y por despecho). Y cómo de a poco eso que fue una travesura se fue convirtiendo en uno de los fenómenos sociales y económicos más destacados de la última década. La dirección de Fincher es brillante, logrando un ritmo vertiginoso y una línea narrativa clara y comprensible, más teniendo en cuenta la complejidad de muchos de los elementos en juego. La peli se desarrolla a partir de los litigios que tienen lugar contra Zuckerberg, ya multimillonario, por parte de Eduardo Saverin, su ex mejor amigo y socio inicial (excelente Andrew Garfield); y por parte de los gemelos Wynklevoss, quienes acusaban a Zuckerberg de haber robado una idea original de ellos. A partir de allí, la peli va y viene en el tiempo. Pero lo hace con una fluidez extraordinaria, jamás confundiendo ni aturdiendo al espectador. El guión, a cargo de Aaron Sorkin, es uno de esos trabajos que parecen reunirlo todo (claridad en su premisa, personajes interesantes, diálogos brillantes, observaciones profundas, ironía). Las actuaciones son de una excelencia uniforme. Si bien lo de Jesse Eisenberg no dista mucho del joven introvertido, errático e inteligente que ha interpretado en el pasado (The Squid and the whale, Adventureland, Zombieland) en este caso encontró el papel de su vida: cada gesto y mirada retraída transmiten a la perfección la naturaleza de un personaje al cual es muy difícil querer. Porque además de ensimismado, el muchacho es arrogante. Y se esfuerza demasiado por demostrarlo. Sorprende también Justin Timberlake, muy efectivo en el papel de Sean Parker, el carismático creador de Napster que encandiló a Zuckerberg y se sumó a sus huestes. En realidad, no hay ninguna actuación en este elenco de mayormente desconocidos que no sea digna de mención. Lo más destacable del film, de todas formas, es que va mucho más allá de la anécdota en sí. La historia, por más que de antemano le pueda parecer lejana y poco interesante a muchos, es de lo más universal y accesible. Nos habla de la necesidad que tenemos de comunicarnos. De la forma que sea. De la necesidad de afecto. De como el hombre más rico del mundo puede ser también el más solitario (sin importar cuantos "amigos" tenga en Internet). Y de que, en definitiva, casi todo lo que hacemos en nuestra vida es para llamar la atención de los demás. La escena final de este brillante film da testimonio de esto.
Quisiera dividir la reseña en contextos, porque no puede hablar del filme sin comentar mi apreciación sobre la gran repercusión que esta teniendo, sumado a los premios. Ni quiero dejar pasar la gran pregunta que se establece, al menos yo me establezco, entre la gran diferencia en cuanto a calidad que ven entre esta peli y el origen para premiar a una y a otra no. Pero, no quiero dejar de hablar de la peli, por la peli misma, sin el furor de los premios, y los enojos o alegrías que estos causan porque ya saben, no siempre estamos de acuerdo, y muchas veces responden a varios factores además del artístico. Entonces empiezo por decir lo que diría sin pensar en premios, o comparaciones. Mi reseña única y exclusivamente de la peli por la peli misma. Y después debatimos otras cosas. La peli me gustó y mucho. No me pareció una genialidad, pero si una película con todos los aspectos ligados al servicio de la trama. Me refiero específicamente, al montaje, la dirección, los diálogos, y el aspecto visual del filme. Para ser más precisa, digamos que es una peli que habla de facebook, pero eso ya lo sabe todo el mundo, y que en esa trama engloba la tecnología, Internet en general, y las relaciones humanas. Sociológicamente la peli es muy rica, por cómo entrelaza las cuestiones que nombramos recién y la relación entre éstas. Pero lo que puede confundir y hasta agobiar, es que a simple vista, en una primera lectura, la peli parece un conjunto interminable de diálogos larguísimos, difíciles y cansadores, hasta artificiales, esquematizados, y repito, larguísimos!!! Si además la vemos subtitulada (la opción que considero correcta cuando no se entiende el idioma original), la mayoría de los visual se pierde tratando de seguir los subtítulos, que por otra parte, o yo soy medio tonta, o tampoco se pueden seguir tan dinámicamente como aparecen en pantalla. Y nos queda una sensación que detrás de esos diálogos, hay solo escenarios y personajes puestos más de relleno para sostener el diálogo que como producto audiovisual pensado. Bueno, ahí esta la trampusa ;D al menos en mi entender. Como he podido ver poco, y leer mucho, esto deberá ser corroborado en un segundo visionado, pero parte de lo que digo tiene base no en mi visión de “lectora” si no en la que me permitieron los botonitos “pause” y”rew” ;D Entonces, esos diálogos cansadores son parte de la estética, no son como puede parecer, solo explicativos o que hacen avanzar la acción mediante el diálogo y no mediante la acción visual, cosa que en cualquier peli sería un horror grandote, sino que acá eso es parte de la estética, de la narrativa, y del sentido de la trama. Si pensamos que antes del título, ya tenemos como introducción, dos personas charlando en un bar, y que esa charla introductoria es más bien entablada como un duelo de saberes y perspicacias, ya nos damos cuenta un poco que no es azarosa esa elección. La conversación se pudo haber resumido, pero no hubiera tenido el mismo sentido dramático, no solo por lo que los diálogos dicen, sino por lo que dice de un diálogo; que éste sea acartonado, pensado y dicho como literario, intercambiando de voz como paletazos de ping pong, y desmenuzando lo no dicho. Lo no dicho. Me detengo en esto. Desde esa introducción vemos que en cada conversación, en cada forma de relacionarse, hay una parte que exteriorizamos y otra que no, que se cuela en la postura, en el entrelíneas, y que dice más que el diálogo. Esto que escondemos, esto que desconfiamos de lo que oímos, esto que medimos; es parte esencial de la película: las formas de relacionarse, lo que queremos que se sepa, lo que no, como decimos lo que decimos, y como medimos. Medimos. Me detengo otra vez. Por que en la peli, se mide lo que dicen, cómo lo dicen, lo que callan, cómo lo callan, hasta se mide el tráfico de visitas en Internet, los porcentajes de autoría. Todo se mide. Y entre tanto centímetro, la gente se relaciona. ¿se relaciona? Eso pregunta la película, y lo pregunta muy bien. Cantidad no siempre es calidad, y medir no siempre arroja resultados válidos. Es la diferencia entre tecnología y humanidad; una es dos más dos, la otra es antiaxiomática. Pero se juntan. El resultado es complejo, indescifrable. Entonces tenemos, volviendo al armado de la peli, estas cuestiones morales, estadísticas, personales, íntimas, globales y el largo etc, representadas ¿cómo? Con humanos (los actores) hablando como computadoras, mostrándonos no de forma casual, mucho número, porcentaje, cantidades, mientras que los seres humanos van y vienen entre tanto jaleo, ignorando, o sabiendo, creyendo o desconfiando, siendo. Si lo comparamos con la experiencia que cada uno puede tener en Internet, veremos que la peli es un si fin de imágenes que no transmiten del todo lo verdadero, sino que lo secciona, y tenemos mucha palabra, muchísima. Agreguemos además, que tenemos mucha estética chata, lisa, y rectangular. Y que esa estética se va agudizando a lo largo de la peli. De sillones y muebles más confortables del comienzo, hasta oficinas cargadas de líneas al final. Agreguemos algo más, que también vale destacar, tenemos un conjunto de personalidades que utilizando el mismo sistema de comunicación reflejan intereses diferentes, esta el oportunista, el resentido, el solitario, los fans, compartiendo e intercambiando información, verdades y engaños. Y esta combinación no siempre es inteligente, no siempre tienen sentido, no todo va con todo, como la imagen del agua en la fiesta. Todo esta en todos lados, pero no en todos lados queda bien ;D Las especificidades del ser humano, lo que lo hace único, no puede medirse, ni combinarse mediante un código numérico. Es por eso que tanto número confunde, que el espectador extraña un poco la emoción, acá no hay beso, no hay llanto, pero las emociones están ahí, se dejan apenas entrever entre tanto porcentaje, algo agazapadas, y temerosas. Si seguimos con lo técnico tenemos un montaje cortado, tal como puede ser pasar de página a página del facebook (un poco de la reunión de éste que se fue a París, más otro poco del asado que tuvo el año pasado, y así, de carpeta en carpeta vamos armando la historia). Muy buena elección de montaje, muy buen sentido, muy bien manejada la expectativa, el desarrollo y la información. Para terminar, destacar a los actores, el personaje principal esta excelente, los secundarios también, un casting maravilloso. Conclusión: no es solo una montaña de diálogos, aunque lo parece. Me gustó y mucho. Ahora llevemos esto a otro contexto, al de los premios y la ola de reconocimiento que tiene la peli. Todo esto que dijimos antes esta muy bien, pero no es esto lo que sobresale, sobresale la “moda”, y la forma de hacernos cuestionar “nuestra actualidad de todos los días, de hace un ratito, la de ayer, la de ahora mismo que escribo esto para un blog que tiene un contador de visita y gente que conozco un poco y otras que conozco un poco más y algunas que no sé ni quienes son, pero que el contador, las cuenta; y el mapita me dice de qué parte del globo son, y yo sé que son personas, no son ese puntito en el mapa, ni ese número en el contador. Y detrás de cada una de esas personas, están las emociones, esas que los personajes apenas asoman, como nosotros, apenas asomamos las nuestras”. Y es por eso que gusta. Como gusta el facebook, porque nos podemos comunicar aunque a veces ese comunicar, no sea comunicarse verdaderamente, y en esa cantidad interminable de palabras y números, tratamos de medir cuál es la confiable. Eso es lo importante, eso es lo que gana, y no sé si esta mal que así sea, pero no es la peli como producto audiovisual la que tiene ese merito, si estuviera tan coherentemente dirigida como lo esta, pero hablaría de otro tema, no sé si todos estarían dándole tanto premio. Llámenme desconfiada, pero todos, vos, yo, y él, hablamos entre líneas, leemos entre líneas, medimos, desconfiamos y creemos, en algunas cosas y en otras no. Los otros días vi una peli, “Temple Grandin”, un telefilme, que también habla de relacionarse, pero basándose en una persona autista, esta muy bien dirigida, la peli es buena, perooo, no todos somos autistas, ni genios como esa mujer, eso si, todos tenemos facebook. No todos creen en la física cuántica o cuestionan si lo que soñamos es o no real, pero todos tenemos facebook. “…no tienen pavimento pero tienen facebook…” dice una línea de diálogo de la peli. Díganme, si hablamos de arte ¿tiene importancia el tema? Siii. ¿Y si hablamos de finanzas? Parece que…mucho más ;S
Oportunismo virtuoso El fenómeno Facebook se ha apoderado de las masas en cualquier rincón del universo, y toda esa vorágine le da un rédito a un señorito que la pensó bien y sacó provecho. Tal es el caso de Mark Zuckerberg, el creador de la red social más utilizada en estos días (y el billonario más joven del mundo). ¿Qué hizo, básicamente, este tal Zuckerberg? Tal parece que "robó" una idea (no se sabe a ciencia cierta) de unos colegas en Harvard, y con esto fue tomando distintas cosas de las redes sociales ya en uso (My Space, Fotolog, Youtube, etc), para llevarlas todas a un sólo lugar así los cómodos usuarios no tendrían que hacer el único ejercicio corporal que les quedaba frente a la pc: mover el mouse con el brazo y la mano. Por otra parte tenemos a David Fincher, un inteligente director que supo deleitarnos con opus como Se7en (1995), Fight Club (1999), Zodiac (2007) y el reciente The curious case of Benjamin Button (2008). ¿Qué hizo, básicamente, este tal Fincher? Tomó la idea de un libro que resumía la interesante historia de cómo se gestó la ya mencionada red social, algo que -sin faltarle el respeto al director- lo pudo haber hecho cualquiera. ¿Qué hay en común entre Fincher y Zuckerberg? Que ambos sacaron provecho de una idea que la pudo tener cualquiera. ¿Qué tienen en común Fincher y Zuckerberg? Que sólo a ellos les podía salir tan bien. En resumen, ¿Qué hay en común entre Fincher y Zuckerberg? The social network (2010), una película gélida, rigurosa y virtuosa por donde se la mire, que ilustra radiográficamente no sólo la historia de cómo se formó el Facebook, sino cómo éste llegó como objeto definitivo de la necesidad de comunicación de una sociedad hambrienta de cruzar fronteras, límites y retroalimentar una globalización despiadadamente productiva. Todo eso logrado con matices infinitos, que van desde una dirección magistral, una banda sonora excelente, fotografía bellísima y, principalmente, un reparto que lleva la trama más allá del cine y hace que la pantalla sea una ventana que, mediante la fuerza de un guión cargado de elocuencia, la teletransporte al mundo del documental. Porque The social network, de haber sido un documental, hubiera sido un bodrio con mayúsculas. Pero no, Fincher le dio su toque de director que sabe lo que quiere y logró una película hecha y derecha. The social network es un film hecho con rigor. El sentido categórico de la expresión de sus actores nos remonta al más sofisticado de los dramaturgos del teatro realista de principios del Siglo XX. Y en esto Jesse Eisenberg (sí, el muchacho que competía con Michael Cera por quién le pone más cara de nada a un personaje) se lleva todos los laureles. La frialdad con la que éste interpreta a Mark Zuckerberg es tal que divaga sola por el sendero más sencillo a la emotividad. Eisenberg hace del billonario más joven del mundo un hombre común, así como Fincher hace de la historia de Facebook una dulce anécdota universitaria, casi como una travesura que se fue de las manos y pasa de comedia juvenil a thriller judicial. Pasaje turbio del que el director de The Game (1997) y Panic Room (2002) sabe cómo caer bien parado. A la calidad del reparto agrégenle la frescura y credibilidad en los papeles secundarios de Andrew Garfield y Justin Timberlake, éste último interpretando al avispado creador de Napster. Ambos, junto con el resto de los actores -la mayoría muy correctos en sus interpretaciones- cierran un círculo casi perfecto que recrea la historia tal y como pareciera que fue. Si bien todo esto no hace más que ensalzar la película, cabe advertir que no a todos les podrá llegar una historia con tantas contrariedades y jaques a principios, así como tampoco el ritmo tan austero del que goza. The social network es un film violento con el espectador: remata la premisa en la retina y el cerebro con la misma facilidad con que el Facebook se metió en el imaginario social de esta generación. Difícil escapar de las garras de un mecanismo comunicacional tan tramposa y efectivamente pensado, así como también es difícil no quedar agradecido con Fincher por esta pieza de oportunismo virtuoso llevado al celuloide.
¿Tan buena es Red social? Toda la complejidad narrativa prpuesta por Fincher en Pecados capitales y El club de la pelea, se lava y sintetiza en esta historia del nacimiento de uno de los fenomenos virtuales más fascinantes de la historia. Exageradamente valorada como una película de nuestro tiempo. Dialogada vertiginosamente desde la primera escena, Fincher busca sostén en esa verborragia inescrupulosa que aporta el guión de Aaron Sorkin. Aclaremos además que en el subtitulado al español se pierde buena parte de lo que se dice. Un abuso que la convierte en una película de diálogo en sacrificio de lo visual o de alguna minima originalidad en la construcción del relato: el ida y vuelta temporal no busca otra cosa que explicar una y otra vez la red de egoismos y egolatrías que ronda el negocio de Internet. Pero tambien el del cine: una película de diálogos cerca de una película de juicio. Y el famoso "se me ocurrió que podríamos hacer un perfil donde estén los intereses, las fotos de cumpleaños, las relaciones personales" me hace acordar a cualquiera de las películas pedagógicas de inventos que produce a raudales Hollywood. Sí es verdad que, maestros absolutos de la causalidad, el cine norteamericano siempre sabe cómo atrapar al espectador. En Red social, el hilo cronológico que va desde el desencanto amoroso inicial hasta la espera de que esa mujer "lo acepte como amigo" en el último plano, la envuelve de un halo de romanticismo contemporáneo: el abandono se transforma en venganza pública, la amistad en traición, los negocios en billonarias causas de pleitos donde el dinero sólo se ve en inversiones invisibles. En el sitio Otroscines.com se dice: "la película muestra a un cineasta en la cumbre de su inteligencia formal". creemos en cambio, que podría emblematizarse como ejemplo de desequilibrio, la película de Fincher es devorada por el contenido, el diálogo, la historia, lo demás es vehículo. Tal como si estuvieramos hablando en este mismo moento de cualquier pelicula de Hallmark. El egoísmo tendrá su castigo, señores. Y la soledad era esto.
La mixtura entre un director notable y siempre a la búsqueda de tópicos poco frecuentados y el fascinante espacio de las redes sociales informáticas, da por resultado un film, aún abarrotado de diálogos, absorbente y atrapante. Sin escenas de acción, historias de amor, melodramatismos, pretensiones humorísticas o pasos de comedia, David Fincher diseña con Red social un formidable acercamiento fílmico a un universo tan cotidiano como inexplorado. Los contactos interpersonales a través de la computadora y la red, que a menudo empleamos casi involuntaria, automática, inconteniblemente, tienen aquí su mirada histórica y a la vez visionaria. Así como en su momento Tron y Juegos de guerra abordaron fantasiosamente el novedoso mundo de los video games, esta película del director de Seven, The game y El curioso caso de Benjamin Button logra englobar la esencia básica de Facebook, pero en este caso con una mirada realista y despojada de chisporroteos cybers. Una “historia de la vida real”, la epopeya de Mark Zuckerberg, el joven introvertido y obsesivo por la informática que, con algunas leves inspiraciones ajenas, inventó esta red social que derivó en una demanda de su mejor amigo y otros. Basada en un libro que no es novela, Fincher y su guionista encontraron allí el material indispensable para desarrollar un film que no precisa apoyarse en pantallas de monitores o en digitalizaciones como recurso narrativo, aunque hay que destacar que los gemelos Winklevoss están interpretados por un mismo actor por imperceptibles destrezas de montaje y efectos. Y a propósito de actuaciones, son el pilar sustancial de un espléndido andamiaje, partiendo de un Jesse Eisenberg lleno de matices junto a Andrew Garfield, Armie Hammer y Justin Timberlake (impecable, cada vez mejor en esta faz), entre otros. Aún para aquellos muy poco empapados en la temática, Red social es un film apasionante, irresistible, conectado con redes humanas que van más allá de Internet.
Uno podría pensar que una película sobre Facebook sería aburrida. Después de todo, Facebook es en sí mismo una herramienta de comunicación. Pero no: el realizador David Fincher, especializado en personajes que aparecen fuera de su mundo y no logran comprender aquel en el que viven (desde los detectives y el asesino de Pecados Capitales, los obsesivos investigadores de esa joya que es Zodíaco o el inverso Benjamin Button) logra captar la esencia del surgimiento de la red: alguien que no puede comprender del todo la comunicación humana la reduce a su propio lenguaje –en este caso, la programación de computadoras–. Fincher tiene dos herramientas notables para que este cuento sobre el autismo y cómo salir (o no) de él se transforme en un relato que nunca deja de interesar: el guión de un especialista en lides judiciales y políticas, Aaron Sorkin (responsable del guión de la genial Cuestión de honor y de esa gran serie que fue The West Wing) y los actores Jesse Eisenberg (perfecto como Mark Zuckerberg, el fundador de la red, un tipo casi misterioso en su simpleza y ausencia de historia) y el secundario del gran Justin Timberlake. Aunque el diálogo es vibrante, casi una música llena de sentido (como las palabras en Facebook son en sí imágenes), Fincher utiliza un entramado clásico para crear ese clima de alienación que envuelve y refleja las emociones de los personajes. Hay pocos films que sintonizan de modo preciso con su propia época para trascenderla en algo eterno y universal como la soledad. Uno de esos films es La red social, título que se entiende como la trampa de un mundo virtual confortable que nos contiene, creado por y para el dinero.
Han pasado 7 años desde la invención de Facebook y el cine ya le ha dedicado su primera película. Es que la proeza de Mark Zuckerberg, un nerd inteligente y un miembro dudoso del club social de Harvard, es mucho más que ser un personaje curioso del siglo XXI y el millonario más joven del planeta. Su popularidad y fortuna revelan un modo de producción: el de la subjetividad capitalista del nuevo milenio. Sí, porque los modos de producción implican modos de relación, y ¿no es Facebook un sistema publicitario de la intimidad, una vidriera del Yo como mercancía de consumo? El inicio del film es prometedor. Zuckerberg y su novia discuten sobre su relación; será el fin del vínculo, lo que precipitará una venganza virtual. La red informática de Harvard colapsará: ¿quién es la más fea del campus? Más tarde, dos hermanos aristocráticos, los Winklevosses, le propondrán a Zuckerberg inventar una red social para los elegidos de la universidad. El héroe tomará la idea, se la apropiará, expandirá el concepto y lo democratizará. Fincher organiza el relato a través de un juego narrativo dividido en dos: la genealogía de Facebook y su evolución, y los pormenores intercalados de un juicio entre los Winklevosses y Zuckerberg, una opción algo esquemática que no es en última instancia el problema que padece el film. Fincher es un director sensible a su época, y La red social captura el Zeitgeist mejor que muchas películas, pero no por eso consigue interpelar y develar un tiempo histórico específico. ¿Por qué a Zuckerberg, al menos en un primer momento, no le interesa el dinero? Ensayar una respuesta a este acertijo hubiera sido esclarecedor, pero el film se limita a enunciar un misterioso rasgo de la conducta de su héroe. Cuando no se parece a una suerte de “American Pie va a Harvard”, La red social intuye y sugiere que la seducción es el principio organizador tanto de nuestra vida cotidiana como de la economía globalizada.
Cuando me enteré que iban a hacer una película sobre el creador de Facebook, lo primero que pensé fue que era una movida meramente comercial para seguir ganando dinero con todo el "boom" de Facebook. Pero si bien en parte es así, al mismo tiempo logra ser una muy buena película, con una historia bien contada, que merece ser vista. Como la mayoría de los que está leyendo esta crítica, paso muchas horas del día en Facebook (en mi caso, por razones laborales), así que desde el vamos, como usuaria de cuanta red social se interponga en mi camino, me resultó una propuesta interesante. Creo que lo mantiene al espectador pegado a la pantalla durante toda la película es la historia, que si bien cae en algunos lugares comunes (y es medianamente conocida), está muy bien contada, y tiene un par de vueltas de tuercas muy buenas, que acapararon mi atención. La actuación de Jesse Eisenberg (Mark Zuckerberg), me gustó mucho, y creo que logra diferenciarse un poco (no mucho...) del resto de los papeles que venía haciendo. Además, nos dá una "versión" de Mark bastante diferente a la real, en mi opinión, y calculo que eso es lo que la hace más atractiva para la pantalla grande. ¿Red Social puede llevarse el Oscar a mejor película? Lo dudo, pero aún así es una muy buena película, que merece ser vista, y que a diferencia de otras, no apunta simplemente al público que usa Facebook diariamente.
Basada en el libro Multimillonarios por accidente, de Ben Mezrich, “Red social” narra la historia de la conocida red Facebook. La adaptación del guion, realizada por Aaron Sorkin, desnuda los entretelones de la creación de la conocida organización, fundada por jovencitos de 20 años, pertenecientes a la glorificada Universidad de Harvard. Los papeles protagónicos tienen a Jesse Eisenberg, Andrew Garfield y Justin Timberlake encabezando el elenco, quienes interpretan a Mark Zuckerberg, Eduardo Saverin y Sean Parker respectivamente (los dos primeros, creadores de Facebook, y el último, fundador de Napster, quien en 2004 se unió a la presidencia de Facebook). Para desarrollar la red, Zuckerberg contó con el apoyo de sus compañeros de habitación de Harvard, pero el filme describe también la relación de Zuckerberg con los gemelos Winklevoss, miembros del equipo de remo de Harvard, quienes explican a Mark acerca de su idea de un nuevo sitio web: Harvard Connection. Mark decide ayudarlos, pero luego se abre solo y los mellizos lo acusan de robo de idea. Con la técnica de flashback vamos descubriendo paso a paso cómo se gestó la gran empresa, a manos de estos jóvenes siglo 21, que parecen estar de vuelta de todo. El presente tiene que ver con el careo entre el personaje de Eissenberg y Garfield, junto a sus abogados, para llegar a un arreglo económico, tras la pelea por las acciones de la mega empresa Facebook. No resultan tan creíbles los diálogos filosos, punzantes, con acelerado ritmo, en boca de jovencitos de entre 18 y 20 años. Todos saben qué decir, con un timing perfecto, con la frase justa, impecable... Pareciera que se deja entrever el libreto, la voz de los adultos en boca de los adolescentes. Posiblemente, un documental de Michael Moore sobre el tema hubiera sido más efectivo, más que esta “ficción” que lo único que hace es hacer hablar a sus personajes todo el tiempo. Las debilidades de un chico de 20 apenas están esbozadas (aunque, respecto a esto, lo que sí resulta verosímil es, en el final, ver a Mark, luego de haber testificado ante las demandas judiciales, presionando la tecla “Actualizar” una y otra vez sobre la página Facebook de su amada imposible, para ver si lo acepta: eso sí es de un veintañero!!!). Pareciera que, para el mundo, David Fincher ha alcanzado el tope con ésta, su última obra. Sin embargo, para este humilde crítico, cualquier otra película de su filmografía resulta más interesante, léase: Seven, The Game, Fight Club, Panic room, Zodiac, The curious case of Benjamin Button. Tal vez Hollywood lo premie con un Oscar a Mejor director, pero no resultaría justo que "The social network" gane el premio máximo. Cualquiera de sus 9 competidoras está por encima de ella.
Quiero tener un millón de amigos David Fincher es un excelente narrador, y su filmografía certifica sobradamente esta afirmación a través de títulos como "Pecados capitales", "El club de la pelea" o "Zodíaco". En esta oportunidad, le saca el jugo a un brillante guión de Aaron Sorkin para contar la historia de Mark Zuckerberg, el inventor de la red social Facebook, hoy convertido en uno de los más jóvenes multimillonarios del mundo. El mayor acierto del director y del guionista consiste en centrar el relato en el contraste entre la increíble habilidad del protagonista para idear y desarrollar los elementos de una red social orientada a facilitar el contacto entre personas y sus limitaciones a la hora de mantener relaciones "cara a cara", tanto con su novia como con sus amigos. Precisamente a partir de un desengaño amoroso es que el joven "nerd" idea una suerte de concurso on line para someter al juicio público la belleza de sus compañeras de la universidad. Y de esa travesura informática (que logra la instantánea atención de miles de jóvenes) surge la idea de Facebook, que luego será el centro de una disputa judicial acerca de la paternidad del invento. Fincher va y viene en el tiempo del relato, desde las agotadoras sesiones entre los abogados que intentan dirimir los pleitos a las tensas jornadas en las que va tomando forma la idea de la red social; claro que, a medida que la idea se transforma en un fenomenal negocio (al menos, virtualmente), las relaciones humanas entre los protagonistas se resquebrajan irremediablemente. Jesse Eisenberg encarna a Zuckerberg y logra, con gestos mínimos y muy precisos, transmitir los sentimientos encontrados que agitan permanentemente al joven. También es destacable la labor actoral de Andrew Garfield en la piel de Eduardo Saverin, el primer socio de Zuckerberg, cuya amistad termina hecha añicos por la tormenta de intereses que se desata a causa del crecimiento de Facebook. Seguramente, Fincher no conoce a Alejandro Dolina. Pero parece haber hecho suya (sobre todo en el desenlace del filme) aquella original sentencia del escritor porteño: "al final, todo lo que hacemos los hombres es para levantar minas".
Me gusta. La película dirigida por David Fincher y guionada por Aaron Sorkin es un fiel retrato de la relaciones modernas, del profundo cambio al que estamos asistiendo en cuanto a medios de comunicación y de las consecuencias que esto trae en nuestros paradigmas y personalidades. ¿Tanto así? Sí, este frío film refleja en la figura de Mark Zuckerberg y su Facebook el deseo que siente gran parte de la sociedad de ser popular, ser tenido en cuenta, llamar la atención. Retrata una persona que prefiere tener fans a tener amigos, ser reconocido a ser querido, tener miles de amigos virtuales y cero amigos en serio., ¿A alguno le suena esto?. ¡Ojo!, no es una crítica a Facebook, pero resalto estos conceptos ya que creo que la película sí hace hincapié en ellos, demostrando que el software es la resultante de la enorme frustración de una persona que ha sido aislada por la sociedad, donde varios elementos y deseos ocultos de Zuckerberg cobran vida a través de la red social para tomar revancha y pasarle por encima a los populares. Fincher, también director de films muy buenos como Seven (Pecados capitales), The Game y Fight Club (Club de la pelea), le da vida a uno de los mejores guiones de los últimos años, respetando la narrativa de Sorkin. Los Oscars por Mejor guión adaptado, Mejor montaje y Mejor banda sonora (Trent Reznor y Atticus Ross están increíble), están muy bien ganados, aunque en mi opinión se merecía también al Mejor director, pero como sabemos La Academia no suele disociar los premios de Mejor película y Mejor director. También se demuestra como una buena dirección puede cohesionar a jóvenes actores como Jesse Eisenberg (Mark Zuckerberg), Andrew Gardfield (Eduardo Severin) y Justin Timberlake (Sean Parker), los que vendrían a ser los artífices de Facebook como lo conocemos hoy en día, para lograr un producto buenísimo. Una temática actual, una ejecución brillante, personajes fríos y actuales, y una fotografía al nuevo entramado social donde la popularidad parece cambiar de posta a los nerds, y que se está formando a partir de la aparición de mentes con la capacidad de materializar hasta sus deseos más íntimos. ¡A no perdérsela!
La película escrita por Aaron Sorkin explora el periodo en el que se inventó Facebook, uno de los fenómenos sociales más revolucionarios del siglo XXI. Extraída de múltiples fuentes, la historia abarca los orígenes en los pasillos de la Universidad de Harvard hasta las oficinas actuales en Silicon Valley. Todos se disputan parte de la creación de la red social más importante y convocante del mundo. Mark Zuckerberg (Jesse Eisenberg ya suena para los nominados al Oscar) es un brillante estudiante que concibió el sitio Web, Eduardo Saverin (Andrew Garfield, listo para encarar el desafío de protagonizar el relanzamiento de la saga del Hombre Araña) es su mejor amigo y quien aportó el dinero inicial para la naciente compañía, Sean Parker (Justin Timberlake) es el fundador de Napster y quien presentó Facebook a los inversores y los gemelos Winklevoss (doble rol de Armie Hammer) afirman que Zuckerberg robó su idea de intranet social de Harvard. Cada uno de ellos tiene su verdad, su propia versión del nacimiento de Facebook. Conducida con maestría por David Fincher, uno de los mejores directores actuales, las casi dos horas del relato no se resienten en ningún momento. Las declaraciones en los distintos y consecutivos juicios se intercalan con los fragmentos reales de aquellos días de 2003 en donde, por aquel entonces llamado TheFacebook, iba tomando forma. Lo que queda preguntarse es qué opinará el Zuckerberg real al verse retratado como inseguro, paranoico, dominable, cuasi autista, antisocial y cagador de amigos. El slogan del film parece no equivocarse: no se hacen 500 amigos sin ganarse algunos enemigos en el camino. Excelente banda sonora.
El cine y la velocidad Los fines de semana suelen traer un tropel de estrenos cinematográficos a la ciudad, un número inabarcable de películas que por eso mismo, o por méritos propios, suelen irse de nuestras carteleras así como llegaron, sin pena ni gloria. Pero el último jueves, la avalancha prometía dos de los supuestos mejores filmes del año, según la crítica que los precedía: The Town (traducido horriblemente como Atracción peligrosa), segunda película como director de Ben Affleck, y Red Social, aquella obra de David Fincher que hundía sus garras en la génesis de Facebook, sin duda uno de los fenómenos de la década. Si algo tienen en común ambas películas es un cierto espíritu de época, una estética particular que se construye a partir de la velocidad del montaje, especie de ethos narrativo que se entiende sagrado en Hollywood, por más que la mayoría de las veces conspire contra la propia experiencia cinematográfica (y aquí, particularmente contra el clasicismo que ambas profesan). La forma cinematográfica condiciona el modo en que nos relacionamos con las imágenes, puede ayudar a liberarnos o todo lo contrario, ponernos límites y clausurar no sólo la reflexión, sino también el placer del espectador. Veamos. Empecemos por la más sólida, The Town. Policial de aires clásicos, heredera del cine de Michael Mann y Clint Eastwood (y compañera generacional de James Gray), la película de Affleck es sin dudas uno de los mejores thrillers del año, lo que no significa que esté a la altura de las obras más logradas de sus referentes. Se trata sí de una película narrada con rigurosidad y oficio, capaz de recrear un universo social y cultural muy específico, y utilizarlo como motor esencial de sus protagonistas. Es, también, una tragedia de clase, una película de ladrones/obreros que se enfrentan a estructuras de poder siempre más fuertes con la ilusión de escapar de su pantano, un planteo clásico que no por eso pierde pertinencia. Dicho universo es el barrio de Charlestown (Boston, la ciudad de Affleck), verdadero protagonista del filme, que tiene el dudoso mérito de haber producido el mayor número de ladrones de bancos de Estados Unidos, según informa un texto inicial. La idea es pues revisar esa circunstancia a partir de una pequeña banda liderada por Doug McRay (el propio Affleck) y James Coughlin (Jeremy Renner), dos amigos de la infancia que trabajan para un mafioso local. Ya en las escenas de apertura se podrá apreciar su profesionalismo: junto a dos secuaces, ambos se encargarán de vaciar un banco en pleno mediodía, aunque las cosas no saldrán del todo bien pues deberán llevarse a un rehén en la escapatoria, Claire (Rebecca Hall), a quien luego liberarán. Como en toda tragedia, ése pequeño error bastará para complicar todo, pues a partir de allí su suerte irá en descenso: primero, Doug deberá acercarse a Claire para averiguar si sabe algo que los pueda incriminar y se terminará enamorando, mientras su amigo James irá enajenándose cada vez más en un círculo de violencia y resentimiento, volviéndose peligroso para Doug. La trama se completa con una tercera línea narrativa: la investigación policial del FBI liderada por Adam Frawley (Jon Hamm), un agente obsesivo que esconde cierto desquicio, y que irá cerrando la pesquisa en torno a nuestros protagonistas, confluyendo todo en un último robo de dimensiones épicas. Affleck es un director con oficio, que sabe manejar los tiempos narrativos y concentrar la tensión sin perder un gramo de interés: su filme es un crecimiento continuo del suspenso hasta del desenlace final. El segundo asalto es incluso un prodigio de la puesta en escena, pero su tendencia a fragmentar los planos (no hay ninguno que dure más de 30 segundos, y el promedio debe ser de cuatro segundos), se vuelve contraproducente (e incluso va en contra del espíritu comunitario de la película), y a fin de cuentas hace la diferencia para que la gran obra que se esconde en su seno nunca llegue a surgir, y se quede apenas en una buena película. Tampoco hay planos de más de 30 segundos en Red Social, un filme bastante menor cuyo casi único mérito es constituirse en testimonio de una generación: la de los jóvenes digitales. Biopic heterogéneo sobre uno de los mitos vivientes de la cultura norteamericana, el joven creador de Facebook Mark Zuckerberg (JesseEisenberg), Red Social es una película que intenta abordar críticamente el estado de la juventud contemporánea pero termina sucumbiendo ante la admiración ingenua que provoca el mundo que aborda, por más que su tesis sea clara: junto al dinero y el poder vienen la soledad, en una época en la que la amistad se pierde en el vacío del mundo virtual. El trabajo con los diálogos parece el mayor logro formal: especie de screwballcomedy, Red Social irá girando hacia el drama íntimo de Zuckerberg a medida que crezca su invento, que progresivamente lo irá separando de sus afectos más genuinos. La moraleja quedará entonces servida. Por Martín Ipa