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Es muy posible que salgan desilusionados o defraudados los fanáticos de los hermanos Coen, ya que esta película no es muy del estilo de ellos, por lo tanto van a estar esperando todo el tiempo alguna de sus ironías, humor, o vueltas de tuerca, y en este film no lo van a encontrar al 100 %. Así que lo ideal para disfrutarla a pleno...
Los hermanos Coen ya se habían acercado al western con su film "No Country for Old Men", en el que tomaban varios elementos de este género olvidado. Con "True Grit" se meten de lleno en el género de los pistoleros, presentando un western puro de corte clásico, fiel al estilo de viejos títulos del cine norteamericano de los años 40, 50 y 60. Esta es nueva adaptación de la novela de Charles Portis que ya fue llevada a la pantalla grande en 1969 por Henry Hathaway con John Wayne como protagonista. Una clásica historia de venganza que no escapa a los clichés del género pero que está condimentada con los afilados diálogos que suelen ofrecer los hermanos Coen y la pálida fotografía de Roger Deakins. John Wayne recibió su único premio Oscar por su interpretación del antihéroe borracho "Rooster" Cogburn. Jeff Bridges asume el difícil compromiso de revivir este personaje y no defrauda, entregando una actuación al nivel de la del legendario actor. La desconocida Hailee Steinfeld sorprende en el rol de Mattie Ross, la pequeña joven que busca justicia por la muerte de su padre. Matt Damon, Josh Brolin y Barry Pepper acompañan con participaciones secundarias. "True Grit" es el mejor western realizado desde "Unforgiven" hacia acá y una imperdible propuesta para los amantes de los cowboys, los caballos y los tiros.
Una gran película menor En algunas ocasiones pueden conmovernos, emocionarnos cosas inesperadas, justamente porque cuando uno las conoce puede contar con una mínima serie de expectativas. Para ser sincero -y no ser puramente subjetivo en esto- conozco a muy poca gente, por decir casi nadie, que se haya conmovido o emocionado (en el término más vulgar de la idea de conmoción/emoción: esa que nos lleva a las lágrimas y nos hace entregarnos a ese mundo falso y artificioso) con películas de los hermanos Coen. Sí recuerdo, en cambio, otra clase de sentimientos asociados como ira, violencia, admiración, extrañamiento, desprecio, apatía, diversión. Pero nunca la sensación de que los Coen pudieran quebrar esa barrera que, por decir, puede romper un Steven Spielberg o un Clint Eastwood (por mencionar dos maestros admirados/admirables en el sofisticado arte popular de crear mitos emotivos y en movimiento: motion Pictures/emotion Pictures), dato no menor, ya que el primero de ellos es uno de los productores de este nuevo film de los Coen. ¿Pero por qué Temple de acero ahora, en este momento? No es la primera vez que los Coen revisan con su imparcial voluntad posmodernista y cínica (pose inflada por una diversidad inabarcable de críticos durante décadas) al cine que los antecedió: desde El gran salto (revisando a Frank Capra) a De paseo a la muerte (revisando el film noir del período clásico), desde El hombre que nunca estuvo (de vuelta al policial negro) a El amor cuesta caro (revisando la screwball comedy clásica pero aggiornada) pasando por la poco feliz El quinteto de la muerte (revisando la original comedia negra inglesa de Alexander Mackendrick). De hecho, podemos afirmar sin temor que la mayor parte de su obra pendula entre el cinismo de una visión nihilista del mundo presente o contemporáneo y una desencantada del mundo pasado, que bajo la forma de la ironía y el desprecio representa hechos, estilos o simplemente rehace películas del pasado. Con semejante introducción, la mínima noticia de que los Coen se acercarían a la remake de la película homónima de 1969 dirigida por Henry Hathaway preparaba el camino para el peor de los desprecios: un western revisionista, oscuro, ácido y autocelebratorio. Error flagrante de crítico.. La Temple de acero original nunca fue una gran película (de hecho, su director las tiene mucho mejores y más sólidas), pero si es uno de esos casos en los que hablamos de un film despedida-testamento. De por sí el tema de la película (una venganza que debe llevarse a cabo a manos de una niña de 14 años que contrata a un ex sheriff retirado y borracho para que encuentre y encarcele al asesino de su padre) pone en evidencia esa sensación otoñal, de despedida (unos años después moriría su protagonista John Wayne) y es esa precisión quizás la que permite recordarla mejor de lo que era. Temple de acero versión 2010 no precisa encontrar el tono otoñal para el género y sus arquetipos, por eso su humanismo de antaño, su lejanía de todo cinismo, su ética de cine clásico (aunque sazonada con el sentimentalismo spilbergiano) la convierte en un hecho anómalo: es una película de otro tiempo y de otros directores, es una película que se asemeja a un encargo y que extrañamente resuena personal. Ese bienvenido movimiento hacia playas nuevas, hacia formas distintas, permite pensar que los Coen todavía pueden ser los grandes directores que en muchas películas supieron ser, pero que por momentos dejaban al cine de lado para ocupar el centro de la escena. Jubilosamente han hecho un gran film menor. Y eso se agradece.
Entre el polvo y las estrellas No es rara la llegada de un western y menos de la mano de los hermanos Coen, quienes proponen una remake del film protagonizado por John Wayne en 1969. Pero está claro que no son los únicos en desempolvar el género, ya que el mismo Tarantino comentó que está preparando un film con pistoleros y también se viene la realización de El llanero Solitario, con Johnny Depp en el papel de Toro. Temple de Acero tiene todo lo que debe tener un western: una historia de venganza, los perseguidos, las calles polvorientas, el Marshall y la dosis justa de melancolía para dejar un sabor triunfal y amargo sobre el final. La historia gira en torno a Mattie Ross, una niña de once años con la determinación de un buey para encontrar al asesino de su padre, Tom Chaney (interpretado por Josh Brolin, quien ya había trabajado con los hermanos en Sin Lugar para los Débiles). Ella necesita la ayuda de un Mariscal de los Estados Unidos que sea fuerte y de carácter rudo para poder encontrar a Chaney y a su banda. Es así que conoce a Reuben J. Cogburn (el siempre correcto y oscarizado Jeff Bridges), un borracho sin mucha voluntad y con mal genio que la acompañara en su cacería. Ambos parten tras los pasos del criminal y se les unirá un Texas Ranger, llamado LaBoeuf (Matt Damon) que también persigue a Chaney pero con otra finalidad. Este trío desparejo encontrará peligros y sorpresas a cada paso de su travesía y deberá demostrar si son lo suficientemente valientes para lograr su cometido. Los realizadores Joel y Ethan Coen, con el aporte en la producción ejecutiva de Steven Spielberg, revitalizaron el género, le dieron nuevos bríos y colocaron a los personajes en el ojo de la tormenta. “Los malvados huyen cuando nadie los persigue”, asegura el sheriff en el ocaso de su carrera y con una cabalgata final (rodeado de estrellas y tratando de salvar a la pequeña del relato) que quedará en la retina de muchos espectadores. Un buen homenaje de Bridges a un grande como John Wayne, aún hoy uno de los actores preferidos y más recordados de los Estados Unidos. Nominada a 10 premios de la Academia, incluyendo el de "mejor película".
Simplemente genial Podríamos decir que Temple de acero (True Grit, 2010) es un western con todas las de la Ley si no fuera porque la nueva película de los hermanos Cohen justamente deja la Ley de lado para internarse en los salvajes códigos del lejano oeste donde prima la violencia y el “ojo por ojo”. Una historia clásica muy bien narrada, mejor filmada y excelentemente actuada. Las palabras sobran, hay que verla. Mattie Ross (Hailee Steinfeld) llega al pueblo con un único fin: encontrar a alguien que le ayude vengar a muerte de su padre. Entre las opciones, elige al comisario más sádico conocido por su “temple de acero” para matar, interpretado por Jeff Bridges. Luego de varios intentos lo convence y se internan junto a LaBoeuf (Matt Damon) en la expedición para hallar a Tom Chaney (Josh Brolin), asesino de su padre, donde se desparramará mucha sangre. Apoyados en una narración clásica, los directores de Sin lugar para los débiles (No country for old men, 2007) vuelven a dejar los guiones originales que los caracterizan para adaptar una novela como en el film mencionado el cual los galardonó con el premio Oscar a la mejor película en 2008. En este caso, la novela de Charles Portis Temple de acero fue llevada a la pantalla nuevamente luego de la versión interpretada en 1969 por John Wayne que le valió un premio Oscar de la Academia al mejor actor. Pero la película de los Cohen se destaca por sí misma. El pulso narrativo, los personajes bien construidos, los manejos de cámara acentuando los puntos de vista, demuestran en los directores a los grandes realizadores que son, incursionando –y dominando a la perfección- un género no transitado hasta el momento, de manera clásica pero a la vez imponiendo su estilo y visión del mundo. La violencia es el tema de la película. No hay personajes “buenos” al estilo John Wayne en esta versión, aquí todos están poseídos por el instinto asesino de buscar sangre: la niña quiere la muerte del asesino de su padre (no quiere justicia, sólo matarlo), Rooster Cogburn (Jeff Bridges) demostrar que no le tiembla el pulso cuando de matar se trata y LaBoeuf que llegado el momento su ética no se interpondrá entre el objetivo y su pistola. Tres generaciones dispuestas a derramar la sangre necesaria para cumplir su plan. Los Cohen como en Sin lugar para los débiles, realizan un discurso sobre la violencia en el subtexto de Temple de acero, y cómo ésta despoja a los protagonistas de un futuro prometedor. El tiempo adquiere un lugar primordial y el paso del mismo queda marcado “físicamente” en los personajes. Todo el filme apela a la construcción de un western clásico, la toma panorámica, los planos americanos, la fotografía gran angular, los primeros planos en los duelos y a nivel temático, el bien y el mal, la falta de justicia, el orden versus la barbarie, elementos excelentemente trabajados para atrapar al espectador con la historia y los personajes. De forma inteligente, los Cohen infiltran su discurso de sangre por debajo de la trama, como en el mejor cine clásico, donde un gran tema es acompañado por un gran relato.
El Cine Recobra Vida Hacía mucho tiempo que no vivía una verdadera experiencia cinematográfica. O sea, con los avances de los efectos especiales y la creación de paisajes generados por CGI, siento que se ha perdido el espectáculo de ver escenarios majestuosos, que justifican la diferencia entre ver una película en una sala, y en un living. Las pantallas son cuadradas. El cinerama, el formato panavisión, han desaparecido. Ahora uno puede tener su propio proyector con Blu-Ray, en su propia casa y no difiere mucho de ver una obra, acompañado por cientos de extraños frente a una pantalla gigante con sonido extraordinario, que sale por cada hueco de la sala. Esta costumbre, impuesta por los avances tecnológicos para el formato hogareño (llámese Home Theatre), junto con la calidad de los nuevos discos y reproductores, sumado a que gracias a la piratería, es mucho más cómodo quedarse en el hogar viendo las mismas películas que pasan en las salas, ha provocado también la devaluación de los géneros épicos. Así como el espectador prefiere hacer una salida completa sin salir, los productores y directores crean escenarios sin salir siquiera de una isla de edición. El fenómeno de Avatar ha demostrado que ni siquiera hace falta crear decorados pintados a mano. Todo se genera mediante una computadora. Y lo irónico es que todavía existen paisajes inexplorados por las cámaras que merecen ser reconocidos en pantalla grande. Es la vagancia de la imaginación, la paja financiera de no correr riesgos para viajar a tierras hermosas, donde la naturaleza sigue demostrando que es más sabia que el hombre. Y no es necesario crear una Ben Hur o una épica de David Lean, al estilo Lawrence de Arabia o Dr. Zhivago, para disfrutar de estos maravillosos paisajes. El mayor tributo que le ha dado el cine estadounidense al mundo es el western. El que ha visto los clásicos épicos de John Ford filmados en Monument Valley o los paisajes españoles que simulan ser la frontera mexicana en los spaghetti westerns (especialmente los de Leone o Peckinpah) sabrá muy bien de lo que hablo. El paisaje es un personaje más, que influye en cada historia, en cada personaje, en las transformaciones psicológicas y físicas que los personajes sufren a lo largo de las historias. El oeste es un lugar donde confluyen el desierto más árido con espesas zonas montañosas, donde nieva durante casi todo el año. Por lo tanto, si el o los directores tienen un poco de instinto y un gran director de fotografía, sumado a una buena historia, podemos estar hablando de un gran espectáculo cinematográfico. Lamentablemente, después del spaghetti western, que vino a cubrir las ausencias de Ford y Hawks detrás de cámaras, que le abrió paso a lo mejor de Peckinpah, etc, el género empezó a morir. A excepción de algunos destacados trabajos de bajo presupuesto, de los pocos westerns estrenos desde los ’80 hasta la fecha podríamos resaltar cinco como mucho: Silverado de Lawrence Kasdan, Danza con Lobos de Kevin Costner, El Jinete Pálido y Los Imperdonables del maestro Clint Eastwood… y ahí paramos de contar. Algunos como la remake 3:10 a Yuma, zafaban. Tommy Lee Jones hizo un trabajo interesante con Los Tres Entierros de Melquiades Estrada, pero era una historia contemporánea y muy independiente. Por lo tanto, hace tiempo que el género pedía una revancha. Y los hermanos Coen han logrado un gran mérito por partida doble con esta remake: por un lado, nos han devuelto un western fordiano en su mejor concepto y, por otro, aportaron una inyección de verdadera espectacularidad al cine… como en los viejos tiempos. El Gallo Vuelve a Pegar su Grito Basada en la novela de Portis, la película de 1969 del experto Henry Hathaway cobró notoriedad no por su originalidad sino porque le devolvió a John Wayne una imagen épica que había perdido un poco desde que dejara de trabajar con Ford o Hawkes. Este ex sheriff hosco, duro, con parche en un ojo, que debía cuidar a una adolescente y cumplir con el pacto de vengar el asesinato de su padre, le aportó un poco de humanismo al estereotipado personaje que venía haciendo hacía tiempo, también a las órdenes de Hathaway. Sin embargo, durante el rodaje de Temple de Acero, se supo la triste noticia de que el “Duke” tenía cáncer. Acaso por miedo de no poder reconocerle el aporte artístico y épico que le brindó al cine, la Academia de Hollywood se apuró en darle un Oscar al Mejor Actor Protagónico por Temple de Acero. Si bien era una interpretación modesta e interesante, estaba lejos de la soberbia o la profundidad que había logrado con otros y mejores trabajos como La Diligencia, Fuerte Apache, La Legión Invencible, Más Corazón que Odio, El Hombre Quieto o Un Tiro en la Noche. Todas de John Ford. Lo que era inimaginable era que los Hermanos Coen, que ya habían amagado con el género en Sin Lugar para los Débiles, pudieran logran una obra majestuosa, iluminada, reflexiva, elegante, encantadora, soberbia, trascendente, con los tintes crepusculares de los últimos trabajos de Ford y Eastwood, con una novela que nunca fue demasiado reconocida. La magia de los realizadores de Barton Fink radica en su amor por el cine, el instinto para elegir actores, transformar vaqueros implacables en miserables adorables… y principalmente no perder su personalidad autoral, no dejar de lado el patetismo y negativismo que caracteriza a su obra, cierto surrealismo y su impecable puesta en escena. Desde el primer plano notamos que se trata de un film de los Coen. Al igual que en su última obra, Un Hombre Serio, la imagen no es nítida sino difusa, como un vago recuerdo que va a apareciendo de a poco en la memoria o un sueño que empieza a tomar forma. En las penumbras y cubierto por una fina nieve, típica de los Coen (los directores utilizan la nieve como elemento metafórico y lírico para simbolizar el tiempo y cierto grado de nostalgia), aparece un cadáver. Nos enteramos de que se trata del padre de Mattie Ross porque la escuchamos narrar la historia con el típico acento sureño, lento, pausado, que caracteriza a cada uno de los personajes Coen. Lo que sigue es una película atractiva, que se detiene 20 minutos en presentar a los tres protagonistas. El héroe es Rooster Cogburn, un caza recompensas borracho, con moral propia, interpretado por un Jeff Bridges que todavía no se pudo sacar de encima al Dude Lebowsky, ni al cantante de Loco Corazón y compone este héroe cansado con un encanto como solo él le puede aportar, sin un solo rasgo que recuerde al Duke, lo cual demuestra que tanto el intérprete como los Coen se quieren alejar del mítico film de 1969 y de la leyenda de Wayne. Pero la verdadera heroína es Mattie Ross, una joven impulsiva y valiente de 14 años, que resulta un milagro interpretativo en la piel de la ascendente Hailee Steinfeld. La madurez y solidez con la que Steinfeld se mueve y expresa con total naturalidad delante de la cámara hacen dudar que tenga, en verdad, 14 años y no se trate de una actriz veterana en cuerpo de niña. Hailee provoca que nos olvidemos completamente de Kim Darby, quien hiciera el mismo personaje con 22 años. Su porte se acerca más al de Katherine Hepburn en El Alguacil del Diablo (la secuela de Temple) que a la del original. Por último, tenemos al Texas Ranger, LaBeuf, quién podría ser el galancito, pero con Matt Damon se transforma en un desagradable personaje que acompaña a la pareja protagónica. El resto de los personajes son tonto, feos, sucios, malos. Uno termina sintiendo compasión por la brutalidad y falta de inteligencia de los villanos. En la original eso no sucedía. Los villanos eran criminales de temer. Estos son patéticos pero creíbles, al punto que resultan más caricaturescos los héroes que los malos. Esta es otra marca Coen. Pero lo que agranda la película es la intención que tuvieron los autores con cada escena. No hay una sola que no esté en la película original pero, en cambio, los realizadores le aportan un misterio y misticismo que la acercan a un cine más de autor, con encuadres que no dejan de homenajear continuamente a John Ford (Tarantino empachado), así como escenas de una violencia cruda, brutal, que bien podrían integrar un film de Peckinpah, o planos surreales, oníricos incluso, que bordean lo grotesco y tienen un gran carga lírica. Tampoco falta el humor negro, pero esta vez más contenido, con suficiente equilibrio para que el film no se vuelva solemne. Y la película es también aventura, tiros, un romance platónico sugerido entre Rooster y Mattier. Entretenimiento puro. Los Coen han creado la obra más accesible y, a la vez, más profunda y memorable de toda su filmografía. Entre crepúsculos, los personajes cabalgan con un poderoso aura, y Roger Deakins, a cargo de la fotografía, se encarga de darle una belleza inagotable al film, enfatizado por una emocionante y recargada banda sonora de Carter Burdwell en la que se escuchan ecos de Max Steiner o un Ennio Morricone, así como baladas típicas de fines del siglo XIX. La única diferencia con la original es que esta Temple tiene un necesario epílogo típico de John Ford que rinde tributo a los héroes de pistola. Algunos recordarán el emotivo final de Un Tiro en la Noche (también conocida como El Hombre que le Disparó a Liberty Balance, 1962). Los Coen nos devuelven esa magia antológica, de acaso la última y mejor obra que dejó Ford para la posteridad. Con más corazón que odio esta vez, los Coen nos regalan una obra clásica, maestra. Una clase de dirección, de autoría. Yo siempre admití que solo me emociono cuando veo un buen western de Ford, Hawks o Leone. Afirmé que el western fue el mayor tesoro que dio el cine estadounidense al mundo. Los Coen me hicieron emocionar una vez más y confirmaron nuevamente no solo otra muestra de su capacidad y talento, sino que el legado del western es inagotable… vive. Solo hace falta que alguno tome las riendas y cabalgue hacia la luz del cinematógrafo.
Una opinión sobre la nueva y multinominada producción de los hermanos Coen. La nueva película de los hermanos Coen quizás sea una de las más atípicas dentro de su filmografía. Los directores (aunque en los créditos a veces figure uno solo) de Fargo, El gran Lebowski, y Sin lugar para los débiles (No country for old men, por la cual ganaron 4 Oscar) tienen un estilo bastante particular y para muchos, hermético. A veces tratan de imitar o resucitar algún género olvidado, siempre dentro de su cinismo y humor negro. Allí se encuentran algunas de las obras más desparejas de los hermanos: ¿Dónde estás, hermano? (O brother, where art thou?) y Quémese después de leerse (Burn after reading). En línea con su película anterior (Un hombre serio) esta vez apuestan por un cine más emotivo. Impersonal, pero más abierto a mayores audiencias. En primer lugar, el género que elijen es el western, la piedra basal de grandes autores del cine norteamericano, que hace varias décadas casi desaparece del medio que le dió la vida. Podríamos afirmar que esta es la mejor películas sobre el Lejano Oeste desde Los imperdonables(Unforgiven, de Clint Eastwood) pero de nuevo, eso no sería decir mucho (por la escasa oferta y calidad). Pero la apuesta es diferente: aquí no se trata de despedir al género, sino de celebrarlo. Si bien es una película de los Coen, se siente mucho más “clásica” que el resto de su filmografía. Por ejemplo, Carter Burwell, su habitual compositor, despliega una orquesta para musicalizar y recuperar el espíritu aventurero, grandilocuente y romántico del western. Algo raro, teniendo en cuenta que sus composiciones tienden a ser más oscuras y minimalistas. No está mal, pero no funcionó del todo para mí. Para que esta historia verdaderamente capte la esencia del western, no es suficiente un equipo técnico impecable (como en la puramente estética El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) sino hay que darle vida y corazón a los personajes. Jeff Bridges no tiene que probar nada a nadie para confirmar que es uno de los actores vivos más grandes del cine. Cada aparición suya, llena, literalmente, la pantalla. Podemos escucharlo hablar casi de cualquier cosa, porque al hombre le sobra carisma. Su presentación en la película es dentro de un baño, después de una resaca. Solamente su voz sirve para lograr que cualquiera esboce una sonrisa. Ni hablar de la secuencia siguiente: un juicio donde se lo acusa de haber disparado y matado a dos hombres. Bridges se adueña del papel, ante la mirada atrapante de Mattie Ross (Hailee Steinfeld, después hablaré de ella) quien desea contratarlo para vengar la muerte de su padre. Allí se complementa con la fotografía de Roger Deakins, la cual podrían valerle el Oscar que hace rato se merecía (más que nada por Fargo). La cámara rodea a “Rooster” (“Gallo” en la traducción) Cogburn, ubicándonos en el punto de vista de la joven protagonista, que lo rodea. Solamente una ventana permite la entrada algunos haces de luz que iluminan la oscura habitación. Es una secuencia cautivadora y bonita. Hay muchos planos generales muy típicos del género, y también poéticos, pero yo me quedo con esa secuencia. Si el Oscar lo gana o no es accesorio en cierto sentido: no hace falta para demostrar la grandeza de Deakins (además, este año la competencia es muy buena). El último tercio de Temple de acero es una belleza embriagadora. Hay, incluso, una referencia visual muy obvia a La noche del cazador (The night of the hunter) una de las películas mejor filmadas de la historia del cine. En ese último tramo se incluye una salvaje, espeluznante y no por eso menos meritoria, secuencia con una “personaje” bastante secundario que pone a prueba el temple de acero de Cogburn. Es la segunda vez que un actor interpreta a Rooster Cogburn en el cine. Y el primer actor es nada menos que John Wayne, con el papel que le valió el Oscar a Mejor Actor. Más que hacer una remake de la película de 1969 (que no es gran cosa), el verdadero atrevimiento es encarnar un personaje tan icónico en la carrera del legendario, mítico, Duke (así lo llamaban a Wayne). Jeff Bridges no es el Duke pero sí es el Dude. Sus estilos son completamente diferentes. Bridges ya tiene un Oscar y no es precisamente, el actor que pide permiso para interpretar un rol. Es atrevido, osado, juguetón. Es como un viejo maestro oriental, que a priori no aparenta mucho, pero que por algo es un maestro. Sí: también tiene esa mística que emanaba el actor de Más corazón que odio (The Searchers). El film original también contaba con Kim Darby, en el papel de Mattie Ross. Su carrera nos despegó luego de esa película. Esperemos que no sea así para Hailee Steinfeld, ahora nominada al Oscar como Mejor actriz de reparto. Ella, cuando está junto a Bridges, hace que la pantalla explote de humanidad. Se complementan más que bien: ella encuentra algo en él, mientras busca la venganza contra el asesino de su padre. Él la quiere, la aprecia. Quedan conectados cuando ella demuestre, por primera vez, su verdadero temple de acero al cruzar un caudaloso río. Y al cruzarlo, le va a reprochar algunas cosas: entre ellas, la ortografía. Steinfeld es una de las mejores promesas de la nueva generación de actores de Hollywood. Es carismática, osada, y simpática. Es una mujer en un mundo de hombre… ¡pero qué mujer! Eso sin olvidar, que sigue siendo una niña. Es como si Juno viviera en el Lejano Oeste. O algo así. Matt Damon es LaBeouf, el guardia de Texas (o Texas ranger) que comparte la búsqueda con ellos. Como toda buena persecución, lo más importante está en el viaje: cómo se relacionan los principales protagonistas entre sí. Es allí donde la película se hace más cálida. Combina grandes momentos de tensión, con otros de suspenso y comedia. Josh Brolin es prueba de ello, interpretando al torpe (pero amenazante) Tom Chaney. Hacia el final, me pregunté cuál era la necesidad de hacer una remake de la original. Ok: a los Coen no les gusta decir remake, aunque algunos planos sean casi idénticos. Prefieren decir que es una nueva adaptación de la novela de Charles Portis. Sencillamente, no me puse a pensar si había necesidad o no. Solamente me dediqué a disfrutar de una (muy) buena película. El tiempo dirá qué lugar tiene en la historia del cine.
¿Y será justicia...? Un filme de una belleza esperable de los Coen. A lo largo de su ya extensa carrera (15 largos en 27 años), los hermanos Coen han hecho repasos y relecturas de géneros. El policial, el film noir y la comedia clásica pasaron bajo el severo filtro de Joel y Ethan, que imprimen su huella a cada cosa que tocan, para bien o para mal. Temple de acero , más que una aproximación a un género, es directamente una remake. El filme de Henry Hathaway, de 1969, lo protagonizó John Wayne, quien ganó un Oscar a mejor actor por el rol que ahora encarna Jeff Bridges. Pero los hermanos dirán que es otra adaptación de la celebrada novela de Charles Portis. Más allá del origen de la trama (o quizás a partir de combinar sensibilidades con las del autor), los Coen han hecho la que quizás sea su película más clásica, humana y conmovedora. Temple de acero , con su tono cambiante y sus dos partes bien diferenciadas, parece arrancar desde la típica mirada burlona de los Coen, pero de a poco el asunto se va tornando serio, sin perder el humor pero sin caer en la parodia. La histo ria es sencilla y clásica. Un hombre es asesinado y el criminal se escapa. Mattie llega al pueblo con el deseo de atrapar al asesino de su padre y, de ser necesario, hacer justicia por mano propia. El caso tiene dos particularidades: la instigadora de la búsqueda es una niña de 14 años (la sorprendente Hailee Steinfeld, de 13 años cuando se filmó) con una personalidad fuerte. Y el veterano sheriff al que contrata es Rooster Cogburn (Bridges), borracho perdedor, violento, que se caracteriza por disparar primero y preguntar después. En la primera parte que tiene lugar en el pueblo, los Coen describen las idas y vueltas de la niña para conseguir dinero y contratar al contrariado Rooster. Allí, aprovechando el enrevesado lenguaje de la época y de la novela original, dan rienda suelta a otra estilizada aproximación al género, a mitad de camino entre cita y parodia, que se acrecienta cuando aparece en escena LaBoeuf, un pintoresco oficial texano que busca al asesino por otra causa, y que Matt Damon encarna al borde de la caricatura. La segunda parte se inicia cuando Mattie decide ir con ellos a la caza del criminal, del otro lado del río y en medio de territorio indígena, donde los peligros y las sorpresas acechan. Desde allí el filme se centrará en la búsqueda, en la relación entre estos tres personajes y en los encuentros que tendrán en su recorrido, que, en casos, terminarán en violentos enfrentamientos. Para los Coen, este ejercicio de retomar un género les permitió aflojar un poco las riendas de su habitual control maestro y dejar que el filme fluya con naturalidad, dándole a los personajes inesperadas dosis de humanidad y otorgando pequeños momentos de humor paródico. Esta puede ser una historia de justicia por mano propia (y un enorme éxito en los Estados Unidos que algunos leyeron como una evidencia del retorno de un pensamiento reaccionario en ese país), pero excede esa lectura desde la misma construcción del trío, un grupo dispar y con una pésima relación al empezar su aventura, y que terminarán uniéndose cuando la situación se ponga difícil. Temple de acero es de una belleza cinematográfica esperable ya en el cine de los Coen y apenas podría criticársele una confusa edición en las escenas de acción. Bridges vuelve a lucirse en un rol con similitudes al de Loco corazón por el que ganó el Oscar, y Damon sabe hasta dónde llevar la extrañeza de su personaje, evitando el chiste fácil. Pero el real descubrimiento, y el verdadero temple de acero, es el de la intensa Steinfeld, una niña de la que seguramente volveremos a oír hablar. Lo que torna a Temple de acero en una de las mejores películas de los Coen es la capacidad de empatía que parecen demostrar con las criaturas (solidarias, falibles, llenas de grises) que retratan. Sobre el final, en una noche estrellada y desesperada, surge algo parecido a la emoción. Para Joel y Ethan –la dupla más canchera de la clase-, es casi un hecho histórico.
Temple de acero Los Coen logran ser fieles a su espíritu y también al original En los 15 largometrajes que han realizado hasta la fecha, los hermanos Joel y Ethan Coen incursionaron en casi todos los géneros, imprimiéndoles siempre su sello personal: una mirada ácida, pesimista y despiadada para tratados morales no exentos de cinismo que coquetean muchas veces con el patetismo a la hora de exponer las peores miserias del ser humano. Les faltaba, sin embargo, concretar un western puro (puro porque en varios de sus films, como Sin lugar para los débiles , trabajaron múltiples elementos propios del más clásico de los rubros del cine estadounidense). Y lo hacen, finalmente, con una lograda remake de Temple de acero (1969), una de las últimas películas de Henry Hathaway como director y de John Wayne como protagonista. Los Coen -para sorpresa de muchos- alcanzan aquí un doble mérito: son absolutamente respetuosos del film previo y de la novela original de Charles Portis (repiten no sólo la mayoría de las situaciones sino incluso gran cantidad de diálogos) y, al mismo tiempo, resultan fieles a su espíritu, a su idiosincrasia, con no pocas dosis de humor negro y de crueldad (sadismo) a la hora de narrar las peripecias de sus personajes. A 12 años de ese verdadero film de culto que es El gran Lebowski , Jeff Bridges -un gran actor que a los 61 está atravesando uno de los mejores momentos de su carrera- vuelve a trabajar con los Coen en el papel de Rooster Cogburn, un sheriff alcohólico que es contratado por Mattie Ross, una niña de 14 años decidida a hacer justicia con el asesinato de su padre a manos de un ex empleado devenido ladrón llamado Tom Chaney (Josh Brolin). Que Bridges alcance a brillar con cada una de las frases (verdaderos dardos) que le tocan en suerte a este héroe cansado y desilusionado de la vida no es novedad, pero sí lo es la enorme convicción y ductilidad con que la jovencísima Hailee Steinfeld -verdadera protagonista de la fábula- carga sobre sus espaldas el peso de este relato de persecución y venganza. Que los Coen, habituados al universo de los adultos (que muchas veces actúan como niños), adopten un punto de vista infantil (con una chica obligada por las circunstancias a comportarse como adulta) resulta una más que interesante y audaz inversión en el cine de los creadores de Fargo y Barton Fink . Completa el elenco principal Matt Damon como LaBoeuf, un Texas Ranger que busca quedarse con una recompensa por otro asesinato de Chaney y que termina uniéndose a Cogburn y a Mattie en la cacería humana. Se trata del personaje más patético, más típico de los Coen, pero con una vuelta de tuerca en la segunda mitad que termina por redimirlo. Los Coen -desde siempre eximios narradores- contaron con la habitual colaboración del excepcional director de fotografía inglés Roger Deakins para conseguir bellas y expresivas imágenes en pantalla ancha, que transforman a los paisajes desérticos en un personaje más (y no menor) del film. Así, los directores -entre premios varios, múltiples nominaciones al Oscar y distinciones como la de inaugurar esta noche el prestigioso Festival de Berlín, ver página 3- ya pueden sentirse orgullosos de haber alcanzado un logro más: un western a la medida de su inmenso talento.
Un western como los de antes En lugar de reelaborar paródicamente el género como es su costumbre, los creadores de Fargo eligen volver a contar la historia que alguna vez protagonizó John Wayne. Y lo hacen tomándose en serio a los personajes, pero sin perder el sentido del humor. Casi desde el mismo momento de su publicación, la novela de Charles Portis fue celebrada como un hito de la literatura estadounidense de posguerra. Y la primera versión para el cine, que allá por 1969, en el ocaso de su carrera, le valió a John Wayne su único Oscar, se sostiene todavía hoy como un sólido western crepuscular, en un momento en el que el género se animaba a dar cuenta de su propia crisis. Aunque más no fuera por esos precedentes, la decisión de los hermanos Coen de volver sobre la historia de Temple de acero es quizá lo más audaz de una película por lo demás clásica. Sin duda, la más clásica de los autores de Fargo, una dupla que siempre se caracterizó por reelaborar paródicamente los códigos del viejo Hollywood, desde el film noir (Simplemente sangre) hasta las historias de espías (Quémese después de leerse). Pero esta nueva versión de True Grit –que aspira a diez premios de la Academia de Hollywood, entre ellos a la mejor película– es, en esencia, un western filmado como un western, con sus caballos, sus grandes planos generales y su rigurosa estructura dramática aristotélica. Si no tiene el carácter trágico de algunos de los mejores ejemplos del género es porque el material original –más inclinado hacia la evocación irónica– no lo tenía, y por eso seguramente lo eligieron los Coen. Hay humor en esta nueva versión de Temple de acero, sin duda bastante más que en la primera película, dirigida por el veterano Henry Hathaway, pero en la mayoría de los casos es un humor que proviene directamente de las situaciones y los personajes, y no de las habituales boutades de sus directores. De la protagonista, por ejemplo, que parece escapada del famoso cuadro American Gothic, de Grant Wood, y a través de quien se narra toda la película. Mattie Ross (Hailee Steinfeld, en un sorprendente debut) tiene 14 años y acaba de perder a su padre, asesinado por un forajido que lo traicionó y se dio a la fuga. Pero no hay nada de debilidad o indefensión en ella. Casi con la misma determinación con que el personaje de Javier Bardem perseguía a su presa en Sin lugar para los débiles, Mattie está dispuesta a cazar al fugitivo Tom Chaney (Josh Brolin). Lo quiere ver colgar en la plaza pública de Fort Smith, como antes –no sin cierta satisfacción– vio balancearse a otros criminales. Para ello, sin embargo, necesita ayuda y recurre a un alguacil ya veterano, un cazador de recompensas con un parche en el ojo y una inocultable debilidad por el whisky, pero de quien Mattie escuchó decir que tiene “verdadero temple” (true grit). Es Rooster Cogburn (el gran Jeff Bridges), un gallo de pelea viejo y mañoso, que todavía mantiene sus garras afiladas. Lo que no sabe Mattie es que Chaney, antes de matar a su padre, ya debía otras dos muertes: la de un senador texano... y su perro. Por esos crímenes lo persigue también un presumido Texas Ranger llamado La Boeuf (Matt Damon), que comparte con Cogburn la misma desconfianza hacia Mattie. A ninguno de los dos les gusta la idea de internarse en territorio indio tras la pista de una pandilla de pistoleros –Chaney se ha unido a la banda de Lucky Ned Pepper– con una niña de trenzas que debería estar jugando con muñecas en vez de armas. Pero es ella, más que el legendario Cogburn, quien está dispuesta a demostrar que tiene un temple verdadero. En sus pocas declaraciones a la prensa, los Coen dicen haber sido más fieles a la novela que a la película anterior, pero aun así las coincidencias con el western dirigido por Henry Hathaway son muchas, empezando por escenas y diálogos enteros, que sin duda provienen del afilado texto de Charles Portis. La mayor diferencia está no sólo en el punto de vista, que en el film de los Coen es, como en la novela, el de Mattie, sino en los actores. En la versión de 1969, John Wayne interpretaba a Rooster Cogburn con su propia, inmensa leyenda como bagaje dramático. Nadie mejor que él, en sus últimos años, podía encarnar a un personaje que simbolizaba la historia del western, y por eso el Oscar que le entregó la Academia pareció más un reconocimiento a su carrera que a esa interpretación en particular, inferior sin duda a la de Más corazón que odio (1956), mucho más exigida y compleja, y por la que ni siquiera fue nominado. La aproximación de Jeff Bridges al personaje, por supuesto, tenía que ser distinta: el suyo es un Cogburn más cáustico, más consciente de su propia decadencia –un poco como su Dude de El gran Lebowsky–, pero no por ello menos dispuesto a defender la fama que supo labrarse. Desde la dirección, los Coen nunca le permiten que pierda ese delicado equilibrio, ni siquiera cuando lo enfrentan a los dos únicos momentos de la película que responden inequívocamente a su visión absurda del mundo: un ahorcado que cuelga de una rama desproporcionadamente alta o un extraño jinete solitario que aparece de la nada envuelto en una piel de oso, cabeza incluida. Así como la película de los Coen empieza de manera más sintética y precisa que la primera versión, incluye sin embargo una coda, una suerte de epílogo que resulta quizás anticlimático y donde queda claro que el paso del tiempo ha convertido a los grandes nombres del Oeste en figuras de circo, como ya había sugerido Robert Altman en Bu-ffalo Bill y los indios (1976). Por lo demás, este nuevo True Grit es un caso curioso, incluso inédito en la filmografía de los Coen brothers: una película que sin perder el sentido el humor es capaz de tomarse en serio a sus personajes.
Temple de acero es un clásico de la literatura norteamericana de las últimas décadas. Su autor, Charles Portis, se destacó con sus novelas por combinar a la perfección el género western con el humor. Las novelas de cowboys solían ser demasiado serias o dramáticas hasta que apareció este tipo con sus trabajos. Esta historia en particular se conoció por primera vez en 1968 y al año siguiente fue adaptada en el cine por el director Henry Hathaway, en una película que no sólo fue uno de los principales éxitos de taquilla de aquel año, sino que además representó el único Oscar que ganó en su carrera John Wayne, por el papel del marshall Rooster Cogburn. Su labor fue tan bien recibida por el público que el actor volvió a interpretar al personaje en la secuela, Rooster Cogburn (1975), con Catherine Hepburn. Warren Oates luego tomó la posta de Wayne con la segunda secuela, Temple de Acero: Una aventura más (1978), que se hizo para la televisión y quedó en el olvido. La mejor de todas es la original que hoy es considerada un clásico del género. Esta nueva versión de los Hermanos Coen es probablemente una de las adaptaciones cinematográficas más fieles que se hizo de una novela en los últimos tiempos. Los directores capturaron a la perfección el trabajo de Portis, por eso la película desde los primeros minutos se aleja del trabajo de Hathaway. El film de los ´60 estuvo construido en base a la figura de John Wayne que era una leyenda del western por entonces. De hecho, el guión se escribió especialmente para él. Los Coen, en cambio, optaron por contar la trama, al igual que la novela, desde la perspectiva de la verdadera protagonista, Mattie Ross, que fue interpretada brillantemente por Hailee Steinfeld. No es un dato menor que la actriz tiene 14 años, igual que la protagonista en el libro. Kim Darby cuando hizo la película con Wayne tenía 21 años y el personaje por motivos obvios era muy distinto. Es muy interesante esta versión de Temple de acero porque al igual que la novela en que se basa tiene mucho más humor, pero a la vez es una película más violenta y oscura que el clásico de los ´60. El ejemplo más claro de esto es lo que hizo Jeff Bridges con su personaje, que se acerca más a los anti héroes de los spaghetti westerns, que al marshall idílico que interpretó Wayne. Rooster Cogburn, que mantiene su clásico parche en el ojo (un genial invento del cine que no aparecía en la novela), acá se lo ve con un aspecto mucho más recio y sucio. Lo mismo ocurre con el personaje de LaBeouf, a cargo de Matt Damon, que es menos ingenuo. Todos estos cambios que brindaron los Coen hicieron que la historia sea mucho más apasionante y realista. Retrataron la era del viejo oeste como un lugar peligroso y violento para vivir, tal cual lo marcan los libros de historia. Es gracioso porque mirás de vuelta la película de los ´60 y a lado de esta parece una de Disney. Por otra parte, todo el trabajo que tiene esta producción en la fotografía, sonido y dirección de arte es tremendo. Una enorme sorpresa que no termino de entender es la exclusión en las nominaciones al Oscar del compositor Carter Burwell, quien brindó una soberbia banda de sonido, mucho más adecuada para la historia, que el trabajo de Elmer Bernstein en la versión anterior. No estaba mal el trabajo de Elmer, que fue un groso en lo suyo, pero brindaba la típica música de filmes de cowboys que se hacía en Hollywood por aquellos días. Nada especial. La labor de Burwell resultó mucho más funcional a la historia. La escena del enfrentamiento final entre Jeff Bridges y Barry Pepper es un ejemplo más que contundente. En fin, un estreno que se celebra, ya que hace rato que no teníamos un western en la cartelera y que además adaptó con mucha fidelidad una muy buena novela. Gran película de los Coen. Hugo Zapata EL DATO LOCO: Al igual que ocurre por estos días con Hailee Steinfeld, en 1969, Kim Darby fue elogiada internacionalmente por su interpretación de Mattie Ross en Temple de acero. Es importante destacar que este personaje es todo un emblema del género western. Históricamente en estos filmes las mujeres siempre tuvieron dos roles definidos. Putas o amas de casa cariñosas. No había término medio. Esto cambió con el surgimiento de la puta con corazón de oro que interpretó Claudia Cardinale en Érase una vez en el Oeste (1968), de Sergio Leone. Por eso pegó fuerte también el personaje de Mattie, ya que nunca se había visto hasta ese momento una chica joven que estuviera a la altura de los protagonistas masculinos en este tipo de historias. La actriz fue nominada al Oscar y los diarios más importantes de Estados Unidos la destacaron como una de las jóvenes promesas de Hollywood. Sin embargo este reconocimiento resultó una maldición para Darby, ya que después de los Oscar su carrera se vino a pique. No tuvo una vida personal dramática ni participó de escándalos, pero no volvió a conseguir trabajos en producciones importantes y de a poco su nombre quedó en el olvido. Su trabajó más notable lo brindó en el clásico de culto, No temas a la Oscuridad, de 1973, cuya remake producida por Guillermo del Toro se conocerá este año. Ahí se destacó con una muy buena interpretación pero no alcanzó para que regresara a las grandes ligas de Hollywood. Es uno de esos misterios del cine que también vivieron Bo Dereck (10) y la recientemente fallecida Maria Schneider (El último tango en París), quienes también recibieron una gran atención de la prensa en su momento por una película en particular, pero luego no pudieron sostener sus carreras con otros papeles importantes. Haley Joel Osment (Sexto Sentido) es otro caso reciente. Esperemos que a la nueva Mattie Ross le vaya mucho mejor porque es una buena actriz.
Lady vengeance A los hermanos Coen les faltaba revisitar el Western para sacarle el jugo a sus relatos, pero esta vez optaron por adaptar la novela de Charles Portis (no así la película original dirigida por Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne en 1969) en esta nueva versión de Temple de acero. El film cuenta con las actuaciones estelares de la revelación adolescente Hailee Steinfeld (merecería una nominación al Oscar como actriz de reparto por lo menos) junto a Jeff Bridges, Matt Damon y Josh Brolin, reparto que se ajusta a la perfección ante las exigencias de un guión muy bien escrito, que requiere de sus personajes una cadencia y léxico particular. El fuerte de la propuesta cinematográfica de los Coen -más allá de los diálogos exquisitos- no lo constituye tanto la anécdota de la venganza, sino el trasfondo en el que esta se pone en marcha. Y así como la venganza es el motor de la acción de la protagonista Mattie Ross, una niña de 14 años a quien le asesinaron a sangre fría a su padre y busca atrapar a su asesino (Josh Brolin) con la ayuda de un caza recompensas (Jeff Bridges), el honor y los deberes morales también forman parte de la trama. No obstante, ella resulta mucho más interesante que el personaje que se juega ese honor, Rooster Cogburn (gran actuación de Jeff Bridges) quien es un Marshall alcohólico, gatillo fácil, transitando por el crepúsculo de su vida y cuyo su antagonista es nada menos que un Texas Ranger (Matt Damon), quien se une a la empresa para atrapar al asesino que huyó a territorio indio, con quien rivaliza constantemente por sus métodos. La diferencia entre la justicia como parte del deber ser y de la búsqueda de la justicia como parte de un negocio de mercenarios queda bien expuesta en esta lucha de ambos personajes ante la mirada inocente y pura de una víctima adolescente, quien debe actuar como adulta y hacerse valer frente al poder machista que la rodea. Quizás la originalidad de este western con el sello inconfundible de Joel y Ethan Coen sea precisamente romper con la tradición del género y dejar en manos de una mujer muy joven aquellas características de coraje y valentía exclusivas de los hombres de armas tomar. Y ese cruce de heroína con antihéroes es el mayor atractivo de una historia a la que tal vez le falte un villano de mayor fuste y algo de épica que recién se consuma promediando el final del film. Sin embargo, no faltan los duelos; las panorámicas propias del género donde se destaca sin lugar a dudas la fotografía de Roger Deakins y una banda sonora (parecida a las de Clint Eastwood, es cierto) de Carter Burwell a tono con el ritmo cadencioso y parsimonioso que nunca se detiene en las casi dos horas, que pasan realmente muy rápido. Tratándose de los creadores de Fargo, el humor también dice presente en Temple de acero y por supuesto la cuota de cinismo habitual para terminar redondeando un western atípico, sólido, aunque no deslumbrante.
En el oeste está el agite Una terca muchacha de 14 años (Hailee Steinfeld) está decidida a encontrar al asesino de su padre. Para ello contrata al marshall más experimentado pero menos recomendable por sus hábitos. Borracho, embustero y mal llevado, el "gallo" Cogburn (Jeff Bridges) acepta la propuesta de la joven Mattie y emprende la búsqueda. Claro que no contaba con que ella se sume a la pesquisa. En 1969 el ya veterano John Wayne protagonizó la versión original de este filme que hoy recrean los hermanos Coen. Aquella producción de Hal Wallis contaba la misma historia, pero en un tono más de comedia, familiar. Hoy los Coen consiguen dotar a la novela de Charles Portis de una profundidad que sólo su capacidad cinematográfica puede lograr. Los personajes están lejos de ser caricaturas y las situaciones en las que se encuentran son presentadas con una seriedad nada solemne, y no exenta del clásico humor negro que ya es marca en los directores de "Barton Fink". Entre los personajes, no sólo por su caracterización sino por el interés que despiertan, hay que destacar a la dupla Steinfeld-Bridges en los roles de la intrépida y tozuda niña que busca vengar a su padre y el marshall decadente, estragado por la bebida, envejecido y aún así capaz de hacer frente al peligro como un búfalo enfurecido. La dinámica de estos protagonistas, su relación y sus diálogos, hacen que todo lo demás se vuelva trasfondo. Un digno, elegante y bien logrado background que sostiene la acción durante casi dos horas que no se sienten. Esta nueva versión de "Temple de Acero" está llamada a ser un clásico dentro del género, y nos animamos a decir que por lejos supera a su predecesora. Un desenlace más bien tibio no llega a opacar la brillantez de este tour de force que devuelve a los Coen a sus días mejores.
Al igual que cuando David Lynch entregó su "Historia Sencilla", el film más atípico de los Coen brilla por su simpleza: Temple de Acero, mitad adaptación literaria, mitad remake, es un western clásico con todos los elementos del far west exactamente dónde tienen que estar. Casi no se percibe ese humor negro típico de los célebres hermanos, ni la violencia se exalta por encima del grotesco. Todo aquí funciona a perfecto tono con lo que se está narrando, mientras que los personajes, dotados todos de una humanidad fuera de cualquier estereotipo, acompañan la historia desde su perspectiva y se dejan llevar por la aventura que los realizadores proponen. Mattie Ross (Hailee Steinfeld) lleva el relato y hace que, con tan sólo catorce años, todo gire en torno a ella. El punto de partida, como en tantos otros westerns, es ni más ni menos que una venganza. Pero, consciente de que no hay aquí justicia poética que valga (las tragedias se acercan más al cine de Ford que al de Leone, a pesar de que algunas escenas presentan una alta estilización), Mattie se ve obligada a reclutar a un alcohólico Marshall (Jeff Bridges), a quien fuentes confiables recomiendan, puesto que es posiblemente el último hombre con verdadero "temple de acero", para que le ayude en la tarea de atrapar al asesino de su padre y llevarlo a la justicia (así sea por mano propia). A la aventura se suma el Texas Ranger llamado LaBoeuf (Matt Damon, probablemente en uno de los mejores papeles de su carrera), y a partir de allí, si hubiesen rutas en lugar de tierra, podría decirse que el film de los otrora directores de Sin Lugar para los débiles"se convierte en una road movie. Los días y noches pasan, al tiempo que los personajes se pelean, se amigan, se separan y se vuelven a reencontrar, sólo para descubrir lo impensado pero lógico: no hay "villanos" ni "maldad absoluta", sino seres humanos detrás de cada crimen, y al tiempo que la demonización del enemigo se cae a pedazos, la necesidad de conseguir justicia no cesa: después de todo, a eso parece reducirse la existencia de la protagonista. Los hermanos responsables de clásicos contemporáneos como Fargo, Simplemente Sangre, Barton Fink y El Gran Lebowski encuentran en Temple de Acero la excusa perfecta para adentrarse en el imaginario inagotable del lejano Oeste (ya lo habían rozado con la antes mencionada Sin Lugar Para los Débiles), y encuentran en el género uno de los puntos más altos de su cinematografía. Quién hubiese dicho que éste sería, justamente, el menos reconocible a los ojos de autor.
Los hermanos Coen adaptan la novela que sirvió de inspiración para que John Wayne ganara su único Oscar como protagonista. Para ocupar sus pesadas botas, los Coen recurren al enorme Jeff Bridges en Temple de acero, western donde una chica de 14 lo contrata para vengar la muerte de su padre. Él se hace cargo de los sutiles cambios de tono de la película y eclipsa las grandes presencias de Matt Damon y Josh Brolin, entre muchos otros. Bien cerca de ese humor seco de Sin lugar para los débiles que les valió un Oscar, los Coen consiguen que el western tenga un nuevo chispazo de vida en Hollywood. Y eso no es poco a la hora de hablar del género más importante que tuvo el cine en su breve historia.
Un homenaje al género por excelencia y a Ford, el mejor exponente en materia de dirección de westerns hasta la fecha. Extrañamente el más recordado western de John Ford, Más Corazón que Odio, comienza con las palabras “Hola Ethan”. Me encantaría poder interpretarlo como un guiño hacia el nombre de uno de los amados/odiados hermanos Coen, quienes con esta remake del clásico Temple de Acero, original al igual que Más Corazón…tambien fue protagonizado por el vaquero más conocido de todos los tiempos e institución norteamericana: John Wayne. Si bien los Coen ya habían incursionado en materia de realizar remakes, lo hicieron con la bochornosa El Quinteto de la Muerte (The Ladykillers), queriendo renovar el clásico de Alexander Mackendrick protagonizado por gemas británicas como fueron los multifacéticos maestro y alumno en materia actoral, Alec Guinness y Peter Sellers respectivamente, con Temple de Acero, el resultado distó extremadamente de la anterior experiencia. Nos encontramos con algo que no sucede con frecuencia, uno de esos casos donde la remake “es” mejor que el original. Es más, si nos tornamos puntillosos, el original en gran parte poseía un gran potencial en materia de guión y elenco (John Wayne, Robert Duvall, Dennis Hopper), dos aspectos que siguen vigentes (Jeff Bridges, Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper), pero en contraste, la actual, cuyas tomas, fotografía, score y edición, resultan infinitamente cercanas a un cine de mayor calidad. Temple de Acero nos acerca a ese cine en estado puro, casi extinto, aquel que sólo puedo vincular “recientemente” con el estreno de Petroleo Sangriento (gran homenaje a El Tesoro de Sierra Madre) de Paul Thomas Anderson, donde el terreno, la inmensidad de la tierra, el color en los cielos, sumados a la cuidada fotografía en relación al dramatismo involucrado en el guión eran tan funcionales como el relato mismo, un personaje más dentro del film. Las discusiones sobre que todo tiempo anterior ha sido mejor, llegaron a un momento de mi vida que me cansaron, es una frase que se puede vincular a un sinfín de situaciones cotidianas, cinematográficamente hablando, la frase viene repicando en mi mente hace rato, no encuentro cine, pasión, satisfacción al entrar a una sala. Son muy pocos los ejemplos, muy pocos los momentos cinematográficos de una película entera que me movilicen. Es por ello que revisionar clásicos ha sido una de las tareas más placenteras a las que vengo abocándome en los últimos tiempos, y es allí donde encuentro mi refugio cinematográfico, entre obras un tanto olvidadas, actuaciones memorables y los mejores géneros jamás tan vigentes, entre ellos: el western. Para hablar de westerns indudablemente debemos remitirnos a Ford, Hawks, Peckinpah, Hathaway, Mamoulian, Leone, Sturgess, Mann, Walsh, MacLaglen y Zinnemann. Temple de Acero, en mi humilde opinión, constituye el film menos personal de los hermanos Coen y a su vez, uno de sus mejores. Bien podríamos barajar sobre la mesa cuantiosas hipótesis y ejemplos al respecto, el uso de la música, los paisajes, diálogos, pero en todas ellas, llegaríamos al punto de inflexión de la reconstrucción, ver a un jinete cabalgando hasta el cansancio, contemplando solamente su figura, la de su caballo, la del terreno, todas sombrías y oscuras, frente a un cielo anaranjado, corriendo de extremo izquierdo a derecho de la pantalla de formato wide 2:35:1, no es más que un ejemplo de puro cine, puro género, puro western. Al igual que en la original, el personaje aquí interpretado por Hailee Steinfeld, es el de una niña cuyo padre ha sido asesinado, obstinada e insistente –teniendo en cuenta su temprana edad-, logra imponerse ante hombres mayores y buscar así a un mariscal, viejo, ciego de un ojo, alcohólico, duro y de antaño apodado Rooster (gallo) Cogburn (Jeff Bridges). La misión encomendada no será otra que la de vengar la muerte, encontrar al conocido asesino a cambio de una recompensa. Dentro del cast de secundarios, hay una participación que se destaca frente al resto y es la de Barry Pepper, quien en escasos minutos, personifica a un despiadado ladrón, jefe de banda y con palabra. La voz en off sirve como recuento de la historia, que en este caso no debe aceptar secuelas como lo fuera con la original, un duelo actoral entre Wayne y Hepburn, La Dama y el Vaquero, algo así como La Reina Africana en el oeste.
La noche del cazador Lo primero que se lee en Temple de acero es una cita bíblica del libro de los proverbios: "Huye el impío sin que nadie lo persiga". Posteriormente, en un travelling hacia adelante la cámara se va acercando a un cuerpo que yace en la entrada de una casa; una voz en off de una mujer acompaña el plano advirtiéndonos que quien está en el suelo es su padre y que su asesino jamás hubiera pensado que una niña de 14 años saldría en búsqueda de justicia. Es un relato personal de venganza, y el contexto (y el género) es preciso: es el nacimiento de una nación, violenta y religiosa, todavía con territorios "incivilizados" y recién "pacificada", tras una guerra civil. En efecto, esta remake de un western de título homónimo de 1969 que le valió un Oscar a John Wayne (y que ahora tiene 10 nominaciones) no es otra cosa que un relato fundacional y una exposición acabada de una filosofía social aún vigente: la venganza concebida como justicia. Mattie Ross (Hailee Stenfield, excelente) llega a Fort Smith para llevarse el cadáver de su padre, pero su agenda es otra: atrapar a quien le quitó la vida. La niña contratará a Rooster Cogburn (Jeff Bridges). Este viejo aguacil, amante de las recompensas, es quien demuestra tener un temple de acero, como la niña: es capaz de cruzar un río peligroso a caballo y ganarse las espuelas, como le dirá un texano llamado La Boeuf (Matt Damon) que se unirá a Cogburn y Mattie en un viaje a través de territorio indio tras las huellas del asesino. Sin bien "no hay nada gratis excepto la gracia de Dios", y el dinero define los comportamientos de los hombres y los muertos se acumulan a medida que avanza la trama, la característica misantropía de los Coen permanece en suspenso. Bridges, que parece canalizar a su personaje de El gran Lebowski, le impone un toque humorístico al filme, y entre Damon y Stenfield, y el resto del elenco, aportan un discreto humanismo, heterodoxo para las coordenadas simbólicas de los Coen. Desde el comienzo los Coen establecen un diálogo secreto con un western que no es el True Grit de Henry Hathaway. Un motivo musical suena desde un principio y anticipa el desenlace casi expresionista del filme. La travesía nocturna en donde el viejo cazador cruzará galopando el desierto con la niña herida no es otra cosa que una apropiación legítima de una de las grandes películas de la historia del cine, La noche del cazador, de Charles Laughton. Los Coen, que aquí impugnan sutilmente la ética y épica de la venganza, consiguen un instante de cine extraordinario. Es una cabalgata memorable; es también una de las pocas secuencias en el cine de los famosos hermanos en la que el desprecio es sustituido por la ternura.
Anexo de crítica: Bajo la apariencia de subvertir los resortes del western imponiendo a una niña como protagonista, los hermanos Joel y Ethan Coen en realidad construyen su película más ortodoxa hasta la fecha: la joven reúne todos los típicos rasgos masculinos, la estructura sigue el derrotero tradicional del género y el humor característico del dúo está administrado con cuentagotas. Tan fundamentalista como eficaz, Temple de Acero (True Grit, 2010) se destaca en especial por sus excelentes diálogos y la maravillosa actuación de Jeff Bridges...
Anexo de crítica: Los hermanos Coen vienen coqueteando con el western prácticamente desde los comienzos de su carrera pero Temple de Acero puede ser considerado como su primer relato del Oeste hecho y derecho. La ya extensa filmografía de este dúo creativo les ha servido de invalorable experiencia para diseñar a la perfección la historia simple, cruda y directa (a diferencia de títulos más herméticos como Barton Fink, Un hombre serio o el discutido final de Sin lugar para los débiles) de la que hace gala esta nueva adaptación de la novela de Charles Portis. Minimalista argumentalmente, muy precisa en su narrativa y con unos diálogos sensacionales que denotan tanto trabajo de escritura como elaboración interpretativa, esta Temple de Acero atrapa con su fluidez y deslumbra con la categoría de sus actores. El subvalorado Jeff Bridges sigue entregando actuaciones de antología: por su rol del Marshall Rooster Cogburn merecería nuevamente un premio Oscar. Matt Damon sorprende con un registro bastante alejado de lo que suele hacer y la adolescente Hailee Steinfeld exhibe una personalidad arrolladora logrando darle credibilidad a un personaje que con sólo 14 años de edad se enfrenta a los hombres con la inteligencia y el aplomo para ganarse el respeto de todos. Un debut cinematográfico de alto impacto...
Había una vez, en el Lejano Oeste... En medio de los personajes de las películas nominadas este año al Oscar, la resuelta adolescente de Lazos de sangre (dir: Debra Granik) no está sola: en otra época y contexto pero con el mismo empecinamiento, Mattie (Hailee Steinfeld), la protagonista de Temple de acero, con apenas catorce años, no duda en salir en busca del asesino de su padre, empresa para la cual convoca a Cogburn, un viejo sheriff con fama de duro (Jeff Bridges), sumándose al desafío un joven texano (Matt Damon) que busca al maleante por otros motivos. La historia proviene de una novela de Charles Portis que un periódico estadounidense publicó por entregas en 1968, convirtiéndose en un verdadero éxito popular y llevada pronto al cine por Henry Hathaway, con la actuación protagónica de John Wayne (lo que le valió un Oscar). La expresión true grit (valor de ley) terminó siendo adoptada por los ciudadanos para referirse al coraje que una persona puede asumir en circunstancias extraordinarias. Esto demuestra por qué una remake de True grit despierta especial interés en Estados Unidos, sumado al hecho de que se trata de un western, género representativo del cine de ese país. La particularidad es que esta nueva versión cayó en manos de los hermanos Joel Coen (1954) & Ethan Coen (1957), que respetan la esencia del original, con una narrativa clásica, pero atravesándola con marcas propias: diálogos con réplicas graciosas y algunos gags medio ridículos, como las patadas que le propina Cogburn a un par de indios impasibles o la aparición de lo que aparenta ser un oso sobre un caballo. Las mismas actuaciones tienen algo de eso: alcohólico, barbudo y desaliñado, Jeff Bridges parece, por momentos, el gran Lebowski en el Lejano Oeste. La película termina adoptando el perfil de un relato de aventuras (tal vez por influencia de su productor ejecutivo Steven Spielberg) con algo del humor caricaturesco de los Coen, que siguen siendo mucho más hábiles para las soluciones visuales que para superar cierta superficialidad y no hacer de sus criaturas meras ocurrencias. De todas maneras, el espíritu del western –esos signos y símbolos puestos al servicio de su realidad profunda, el mito, como sostenía Bazin– asoma, por ejemplo, en la brillante secuencia de un enfrentamiento nocturno visto a la distancia, magníficamente fotografiado por Roger Deakins. Las imágenes finales vuelven más franca la idea que los Coen tienen, según declararon, acerca de que Mattie guarda alguna relación con la Dorothy de El mago de Oz (1939, Víctor Fleming) y con la misma Alicia de Lewis Carroll: el galope hacia un cielo estrellado –previo al desenlace que devuelve la voz narradora del comienzo– pareciera indicar el paso a otra dimensión: la de la ilusión, la de los cuentos.
Luego de haber coqueteado con el Western en 'Sin Lugar para los Débiles', los Hermanos Coen se metieron de lleno con el abandonado género en 'Temple de Acero'. Es aquí que los directores de 'Fargo' nos contarán la historia de Mattie Ross, una pequeña de 14 años que sale en búsqueda del autor del asesinato de su padre. Para ello Mattie ha contratado a un duro y experimentado, pero algo viejo y alcohólico, Sheriff llamado Rooster Cogburn. Además del mencionado Cogburn la joven Mattie contará con la ayuda de LaBoeuf, un Texas Ranger que se encuentra persiguiendo al asesino de su padre desde hace un buen tiempo. Luego de algunas disputas y peleas los tres emprenden viaje hacia la Nación India para lograr el objetivo en común de todos ellos: encontrar a Tom Chaney. Realmente Joel y Ethan Coen comprendieron a la perfección el código del Western, contando una historia que devuelve a ese género injustamente olvidado la mística que supo mostrar en el pasado. Incluso por momentos se puede ver un Western potenciando, de la mano de varias secuencias llenas de oscuridad y violencia que poseen el sello Coen. En este caso los hermanos nacidos en Minnesota tuvieron que dejar de lado la gran unión de géneros que suelen tener en sus films para lograr cumplir con las reglas que impone el Western. Sin dudas esta obra representa lo más cercano al clasicismo por parte de los Coen e incluso hay momentos en donde uno puede conmoverse, algo totalmente extraño y ajeno en la filmografía de estos directores. Obviamente que ciertos rasgos característicos del cine de los Hermanos Coen se encuentran muy presentes en este film y un ejemplo de esto son las secuencias que se ven irrumpidas por el típico humor cínico e irónico que tanto han demostrado en sus anteriores películas. 'Temple de Acero' está basada en el libro escrito por Charles Portis y ya había tenido su primera versión en la gran pantalla a fines de los 70 a cargo de Henry Hathaway y protagonizada por John Wayne, aunque no con los excelentes resultados que han conseguido los Coen en esta nueva versión. ¡¡Qué pedazo de actor que es Jeff Bridges por favor!! A sus 61 años este intérprete sigue regalando actuaciones memorables, donde sin dudas 'Temple de Acero' pasa a ser una de sus más destacadas. Casualmente, o no, otra de las grandes labores de Bridges la pudimos ver en El Gran Lebowski, que también fue dirigida por los Coen. La pequeña y desconocida Hailee Steinfeld dota a su personaje con una fortaleza y personalidad increíble, logrando llevarse grandes momentos de este film. Por último tenemos a Matt Damon, Josh Brolin y Barry Pepper, quienes aportan buenas secuencias en los roles más secundarios. 'Temple de Acero' es una de las mejores películas de Joel y Ethan Coen, y supo devolver a nuestros cines a los olvidados Westerns.
Hasta el momento, tengo vistas siete de las diez nominadas como mejor película. De esas siete, dos me parecen excelentes. Pero no son justamente las dos que vi este jueves 10 de febrero. 1. El discurso del rey, de Tom Hooper. Ya todo el mundo sabe de qué trata, y si quieren leer críticas a favor ahí tienen la inmensa mayoría de lo que salió ayer en los medios argentinos (tanto impresos como por Internet, al menos). Este brevísimo texto no será favorable. El discurso del rey es mucho más una ilustración audiovisual que una película. Intento explicarme: no hay aquí nada que presuponga una construcción cinematográfica ni modernamente reflexiva, ni posmodernamente cínica, ni sólidamente clásica, tampoco profesionalmente brillante (puede notarse mucho de representación escolar de lujo antes que de estilo, o de mero manejo cinematográfico). Hay, sí, una simplicidad dramática rayana en el infantilismo, una gruesa apuesta por el psicologismo, un festival de actuaciones tendientes a lo teatral, es decir, que no confían en el poder de acercamiento y de amplificación de la cámara de cine (con sus puntos culminantes en las grotescas caracterizaciones que hacen Timothy Spall de Winston Churchill y Derek Jacobi del arzobispo). Hay también un cálculo: hacer un cine timorato, sin filo, blandengue, que no cuente nada más que lo que literalmente se está contando, que no abra sentidos. El resultado: imágenes y sonidos unidimensionales, que ilustran perezosamente un guión (basado en hechos reales, pero sin sus zonas más oscuras, o incluso grises). 2. Luego entré a ver Temple de acero, el western de los Coen. Y sí, durante unos cuantos minutos estuve fascinado porque esta es una película cabal, con imágenes con un sentido que va más allá de lo meramente informativo de cada plano, imágenes con peso. En El discurso del rey, por poner un ejemplo, vemos a un personaje que camina por un pasillo (vemos muchos por muchos pasillos) y todo lo que nos ofrece la película es esa mera información. En Temple de acero vemos un tren que llega a un pueblo, y al ver que las vías terminan justo allí entendemos que la “línea de civilización” se corta en ese lugar (no hay planos con estas características, con este valor agregado, en la película de Hooper). Y en la manera de caminar del gran Jeff Bridges hay ecos de John Wayne (que fue el protagonista de la versión de True Grit de 1969 de Henry Hathaway). Bridges es una presencia cinematográfica, alguien que irradia personalidad en una pantalla de cine; Colin Firth en El discurso del rey tiene que sudar la camiseta actoral, componer y componer (y así arruinar lo hipotéticamente verosímil de su personaje). Temple de acero, un western, una película del género cinematográfico por excelencia. Así las cosas, el habitual cinismo y desapego de los Coen frente a lo que relatan se ve horadado por la grandeza del género y sus actores (sobre todo Bridges y la adolescente Hailee Steinfeld, que interpreta a Mattie Ross). Cuando vemos la gran imagen de Mattie cruzando el río a caballo ahí se cuelan la grandeza, la historia y las emociones del género: es muy difícil dilapidar una imagen así, y los Coen no dejan de ser unos cineastas inteligentes que saben que no deben arruinarla. Sin embargo, como si en algún momento no pudieran negar su naturaleza –como en la fábula del escorpión y la rana–, los Coen se hunden parcialmente. En la última parte de Temple de acero la acción se hace más mecánica, más burocrática (sobre todo en la “puesta en peligro” de Mattie en la cueva), menos fluida y menos lógica; si comparan este tiroteo diurno del final con el nocturno de la mitad del relato notarán que el diurno parece estructurado a las apuradas, con poca gracia, con las peripecias convertidas en trámites: “primero pasa esto, luego lo otro”; y la excesiva simplicidad en los Coen suele evidenciar ese desapego entre burlón y cínico que los ha caracterizado en tantas de sus películas. Estoy convencido de que los méritos de Temple de acero tienen más relación con la grandeza y la historia del western que con “el toque Coen”. Sí, soy un malpensado. Y es más: creo que la naturaleza de la mirada de los Coen se revela en el epílogo (no lean esto sino quieren enterarse del final): 25 años después, vemos a Mattie, convertida en una mujer de casi cuarenta años. De adolescente, Mattie tenía una nariz ancha y hermosa, unos ojos de extraordinaria vitalidad, un rostro atractivo con labios gruesos. De mujer de casi cuarenta la vemos con labios finitos, apagada, fea y avinagrada. Ok, podrán decir “le fue mal en la vida”. Aceptado: pero los Coen no me convencen de que una chica de catorce con esa hermosa nariz ancha pueda pasar a tener nariz finita y hasta ganchuda en veinticinco años. Sí, soy malpensado, pero creo que ese llamativo y casi ridículo cambio físico en el personaje pinta a los Coen como unos cineastas que no pueden soportar haber estado cerca de logar en una película totalmente empática, y por eso deciden dejarnos con una última imagen de Mattie vaciada de belleza.
El western como cuento de hadas Que la Temple de acero original (1969, Henry Hathaway) sea un "clásico" o gran film es, por lo menos, discutible. Se trata, en todo caso, de una película dedicada a John Wayne; su "Rooster" Cogburn es síntesis de la trayectoria del actor y de su estereotipo machista, delineado en este film -que no casualmente le valiera el Oscar de manera festiva y graciosa, aún allí donde el "Marshall" se descubría desde sus costados más indigestos: el alcohol, el gatillo fácil, el desprecio por la ley. (Lejos de lo propuesto por Don Siegel en El tirador, de 1976, el último y, aquí sí, muy melancólico film del actor). Y si esto se apunta es porque la construcción que del personaje lleva adelante Jeff Bridges es completamente otra. Aquí sí se subrayará lo poco digerible de su persona, de su accionar mercenario, de su habla aguardentosa así como del desprecio hacia los indios. La True Grit de los hermanos Coen -aún cuando la fuente primera sea la novela de Charles Portis es reverso del film original, con un Rooster/Bridges cuyo parche está situado en el ojo opuesto al de Wayne. Marca literal así como simbólica. Desde su inicio, el film de los Coen propone un prólogo admirable, con la nieve blanca y negra como contraste semántico, como síntesis de la imagen clásica del duelo desde el que se propone y cierra todo western, cuyo rango mítico aparece desde la voz en off que narra, que da cuenta de lo sucedido allá y hace tiempo, entre el manto níveo del cuento de hadas. Acuciado por la pequeña Mattie (Hailee Steinfeld) para dar con el paradero del asesino de su padre, será que Cogburn deba internarse en tierra india. Más la compañía del Texas Ranger LaBoeuf (Matt Damon), una suerte de imbécil que dice ser protagonista de tantas o más epopeyas que las vividas por el propio Rooster, y que también persigue al mismo individuo (Josh Brolin). Entre ambos, a través de diálogos imperdibles, se desoculta ese "otro Far West", el de la codicia y las matanzas. El desdén de Rooster por los indígenas se patentará en una escena clave, así como también será de interés para el espectador situar los momentos contados donde el film permite cabida al indio, para dar cuenta de que, aún cuando se trate de ingresar en territorio "no civilizado", la presencia indígena en Temple de acero será la de la ausencia, la de la voz silenciada. Rooster se verá obligado a saldar cuentas consigo mismo, con sus habladurías, con su decir justiciero. Situación que viste al film de los Coen de rasgos trágicos, con personajes víctimas de sí mismos, en un entorno que conoce su ocaso mientras amanece la gran ciudad. En este sentido, el epílogo del film pareciera citar Un disparo en la noche (The Man Who Shot Liberty Valance, 1962), de John Ford: el cuento llega a su fin para adquirir status mitológico, con una tumba cierta y un espectáculo de circo donde devolver vida a los indios y anestesiar la verdad histórica. Rooster, Tom Doniphon (Wayne, en el film de Ford) o Shane (Alan Ladd): bisagras de un mundo que muere y otro que nace. Síntesis necesaria para la resolución a la que el juego entre leyenda y verdad obliga.
PACTO DE JUSTICIA Los Coen se sumergen por primera vez en las aguas puras del western. El trato es justo y beneficioso. Ellos aportan su particular universo y el western les presta su grandeza incomparable. Temple de acero es la exacta combinación entre ambas cosas. Lo que sigue es un análisis completo –que incluye el final- de uno de los grandes films de este año. Los Hermanos Coen son cineastas muy particulares. Se podrá decir que, en cierta forma, todos los cineastas lo son, claro, sin embargo, los Coen evidencian esa particularidad, se aferran a la extrañeza y a la distancia, elementos con los que desde hace más de veinte años han construido una de las filmografías más importantes del cine contemporáneo. Cada nuevo film que ellos traen genera un nuevo revuelo y, desde hace algunos años, ese revuelo incluye a los Oscars, que los han comenzado a mimar desde 1996 cuando les dieron el premio a la mejor dirección por Fargo y llega hasta la actualidad, luego de que ambos ganaran el Oscar a la mejor dirección y a la mejor película por Sin lugar para los débiles. Temple de acerosuma 10 nominaciones para el Oscar, algo que muy pocos podrían haber soñado en los primeros años de la carrera de los directores de Simplemente sangre. Temple de acero es una remake del film Temple de acero (True Grit, 1969), de Henry Hathaway, protagonizada -nada menos que- por John Wayne, quien ganaría el único Oscar de su carrera por el papel de Rooster Cogburn. Las diferencias entre ambos films son interesantes, pero verdaderamente no hacen a la evaluación de cada una de las películas. Sí corresponde decir que la original tiene una puesta en escena clásica pero no del todo inspirada, así como algunos toques de violencia bastante fuertes para aquellos años. Wayne actúa intencionalmente de forma exagerada, algo inusual en su extensa e incomparable filmografía. La historia es prácticamente la misma -ambas se basan en la misma novela- y, asimismo, tienen la casi totalidad de las escenas en común. Si sacáramos a Wayne de la ecuación, a pesar de la excelente actuación de Bridges, podríamos decir que en muchos aspectos el film de los Coen está mucho más logrado. Pero igual ellos copian gran parte del film de Hathaway, incluso escenas completas. El western es un género gigantesco. El más grande de los géneros cinematográficos. Su iconografía, su moral, su inmensidad, son únicas e inmortales. Acercarse al western para destruirlo es propio de cineastas pequeños y poco nobles. Atacar al western es arte para pequeños, para cineastas sin vuelo. Se lo puede deconstruir, reconstruir, se lo puede parodiar y revisar, pero traicionar al western es colocarse en un espacio moral sin regreso. Una mirada apresurada sobre los Coen podría hacerle pensar a alguien que ellos entrarían en la categoría de destruidores del género, tal cual lo hicieron en otra época Penn o Altman. Nada más alejado que eso. Los propios Coen declararon en una oportunidad que su director favorito del cine actual es Clint Eastwood. Su amor por el western es indiscutible y, más allá de cualquier declaración, eso está plasmado en las imágenes. La tensión entre el distanciamiento de los Coen y el inmenso corazón épico del western es sin duda una de las líneas que hay que seguir en la trama. Ya habían hecho una remake hace unos años, una olvidable versión de El quinteto de la muerte, cuya existencia sigue siendo un misterio. Pero acá la historia es mucho más cercana a los directores. Mattie Ross (brillante Hailee Steinfeld) es una clásica heroína de los Coen, como las que ha interpretado Frances McDormand en Simplemente sangre, Fargo y Quémese después de leerse. Personajes inocentes en muchos aspectos, pero con una tenacidad que les permite cumplir sus objetivos como sea. Ella, con su convicción, le da a la película su grandeza. Cuando atraviesa el río junto a su caballo, Rooster Cogburn (Jeff Bridges) descubre esto y crece en él un respeto y una admiración que son los misma que surgen en los espectadores. El borracho, viejo y malhumorado Cogburn le otorga en ese momento una lealtad que llegará hasta el final de la película. De esos elementos está hecha la -ya no muy de moda- ética del western. Que los Coen rescaten este género no debe resultar insólito. Ellos se han preguntado mucho últimamente sobre estos temas y, como muchos cineastas, han encontrado en ese género una respuesta. Y aunque su pesimismo se impongan en ciertos aspectos, y el final pueda parecer agridulce, las últimas escenas de Temple de aceroson las más emocionantes de toda la carrera de estos directores. El vínculo entre Cogburn, Mattie y LaBoeuf (Matt Damon, una vez más, impecable) es ya en sí mismo emotivo, pero crece escena tras escena. Al final, cuando el viejo Rooster lleva a Mattie en brazos, los más grandes westerns se dan cita en una imagen de la piedad que, como en todo el género, va más allá de lo simbólico. La belleza de la película es notable y la violencia que posee es la misma que tenía la original –proporcionalmente un film mucho más violento que éste para su época. Sin embargo, curiosamente la película se emparenta más a otro film de Hathaway, Nevada Smith (1967), una historia de venganza que comprendía la dimensión trágica de la misma. Mattie desea hacer justicia, al igual que sus compañeros de aventura. Pero al matar corrompe de alguna forma su alma inocente. No es casual que al disparar caiga en un pozo con serpientes. En otro director esto no sería un tema central, pero en los Coen se vuelve un asunto complejo. Cuando Cogburn la ve cruzar aquel río siente admiración por ella, la identificación es clara. Y esa identificación encierra el desenlace y el corazón mismo de la historia. Mattie tiene destino de cowboy, es decir que paga el precio de su libertad y sus convicciones con la soledad. Esa es la verdadera emotividad de la película. Aquellos que tienen principios y viven acorde a ellos, viven libres pero solitarios, aunque conectados secretamente entre sí. Como Cogburn y Mattie y como todos los grandes westerns de la historia del cine.
Una más y van… Los hermanos Coen irrumpieron en la escena en el año 86 con uno de los mejores debuts fílmicos en la historia, Blood Simple. De entrada nos hicieron saber que tenían una confianza gigante detrás de la cámara y que pocas cosas quedarían libradas al azar cada toma. Meticulosos hasta el infinito en su estilo visual y con personajes y diálogos que dejarían celoso a Quentin Tarantino, los Coen tienen ya unos 25 años de historia y una gran lista de obras maestras en su haber. Al anunciar cuál sería su próximo proyecto después de A Serious Man (probablemente la película más personal y menos accesible la publico general de su filmografía), muchos quedaron sorprendidos con la elección. ¿Otra remake? No habían tenido suficiente con su intento (fallido) hace unos años de The LadyKillers? La que muchos (me incluyo) consideran su punto más bajo como directores. Encima se trataba de un clásico western, con un protagónico icónico de John Wayne, que le el Oscar a mejor actor. Digamos solamente que había una mínima cautela al respecto. Después vinieron los anuncios de casting, y se sintieron uno más inspirados que el otro. Poner a Jeff “The Dude” Bridges en el papel de Rooster Cogburn fue un toque magistral, uno de los pocos iconos vivientes que podían asumir el desafío de caminar en los zapatos de John Wayne. Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper y la novata Hailee Steinfeild completaron el reparto. Solamente resta ver los primeros treinta segundos de la bellísima fotografía de la mano del dios Roger Deakins para darse cuenta que estábamos a punto de disfrutar una historia cargada de clase, belleza y emoción. Para los que no saben la historia, True Grit cuenta la historia de Mattie, una chica bastante terca e inteligente de 14 años que llega al pueblo de Fort Smith buscando el cuerpo recientemente asesinado de su padre, encargarse de sus asuntos y buscar justicia para el responsable. Cuando recibe poca respuesta de la ley local, contrata los servicios de “Rooster” Cogburn, un U.S. Marshall con una reputación de una temple de acero, coraje y de no traer a sus presas vivas. Lo que se encuentra es un viejo, borracho, gordo y tuerto que no tiene muchas ganas de cooperar con la pequeña Mattie. Pero su insistencia y dinero lo convencen en aceptar el desafío de perseguir a el asesino de su padre (Josh Brolin) por territorio Indio. El grupo se completa con un Laboeuf (Matt Damon), un Texas Ranger que viene persiguiendo al criminal por varios meses por un crimen que cometió en otro estado. El personaje de Matt Damon es el típico boy scout, que juega por las reglas y no para de hablar de su historia, servicio a su país y habilidades. Obviamente el choque de estilos y personalidades entre Rooster y LaBoeuf generan incontables intercambios de diálogos, insultos, pruebas para demostrar quién es el más capaz y peleas en las cuales Mattie con sus 14 años demostrara ser la más madura de los 3. Al respecto a esto, una de las cosas que más sorprende de la película, es que más allá de la historia que se puede considerar medio sombría, el tono que maneja la película es principalmente cómico o familiar. Al tener el punto de vista de una niña de 14 años, la película intenta siempre mantener una línea relativamente familiar en sus eventos. Salvo una o dos ocasiones de violencia gráfica, la película tranquilamente es apta para todo público, con un espíritu de trasfondo jovial y de ánimo. Los Coen como es de esperarse, mantienen una firme y clara dirección, el dialogo que escribieron es de un inglés rico, antiguo y espeso para los que no sean fluidos en el idioma. Los actores realmente hacen un gran papel y todos brillan en cierto momento al poder manejar tanta verborragia. Aunque es imposible no destacar a la joven Hailee Steinfeild. Nominada al Oscar como mejor actriz de reparto, Hailee le influye una cantidad de emociones distintas a su papel que van desde dureza, ternura, inteligencia, miedo, valentía y puro valor. Es el eje de la película y la Steinfeild brilla en el papel, al lado de monstruos de la actuación como Jeff Bridges (también nominado al Oscar y brillante aquí). Como todo western que valga la pena, True Grit brilla en el aspecto cinematográfico. Roger Deakins prueba nuevamente por que es el mejor director de fotografía de la industria y el aliado número uno de los Coen con sus increíbles paisajes, colores y tonos que logra capturar con la cámara. Sinceramente no logra su máximo nivel, que fue la increíblemente bella The Assassination Of Jesse James By The Coward Robert Ford, pero logra mantener los tonos indicados y acentuar la historia con frialdad y calidez cuando es necesario. True Grit, es claramente uno de los estrenos del año y justa nominada a los premios de la Academia en cada categoría. Una historia relativamente simple, llevada a cabo de una manera excepcional, con actuaciones brillantes y sobre todo, mucho corazón detrás. Una de las únicas películas de los Hermanos Coen para toda la familia para disfrutar en pantalla grande. Una genialidad más y van…
Más corazón que odio La Temple de acero original, de 1969, fue y será recordada por ser la película que le dio el único Oscar de su carrera a John Wayne, donde interpretaba al tuerto y borracho alguacil Rooster “El gallo” Cogburn. En esa película a Wayne se lo ve viejo y gordo, y esa imagen servía para representar el estado en que se encontraba el western de aquella época. Se estaba acabando la era dorada del género que tuvo su esplendor en las décadas del 40 y 50, y se daba paso a un enfoque revisionista que más adelante encontraría su pico máximo con Los Imperdonables, la obra maestra de Clint Eastwood. Desde ese punto era entendible que los hermanos Coen, expertos en tomar géneros como el noir y la screwball comedy para revisarlos bajo su mirada irónica y desafectada, hayan querido retomar la historia que tiene su origen en una novela de Charles Portis del año 1968. Sin embargo, transcurridos los primeros minutos de la actual Temple de acero, queda claro que la intención de los hermanos es completamente diferente. No es que falten la ironía y el humor absurdo propios de su filmografía, pero a diferencia de sus anteriores películas como Sin lugar para los débiles o De paseo por la muerte, no hay una mirada cómplice detrás de lo que se nos esta contando: estamos ante un western hecho y derecho, sin guiños ni relecturas de ningún tipo. En esta ocasión los hermanos se tomaron las cosas en serio y sus manos dentro del relato son mucho menos visible que en otras películas como Un hombre serio, donde sus huellas quedaban impresas por todos lados. Leí en algún lado que el objetivo de los Coen con esta nueva versión era la de ser más fieles a la novela original de lo que había sido el film de Wayne. Si bien no leí el libro de Portis hay que decir que aunque el argumento recorra el mismo camino en ambas versiones (una joven de 14 años llamada Mattie sale en busca del asesino de su padre junto a un alguacil borracho y un oficial de Texas) hay algunos aspectos fundamentales con los que los Coen hacen la diferencia. El más trascendente es darle el protagonismo mayor al personaje de Mattie, que en la original era (obviamente) opacada por la inmensa figura del Rooster de Wayne. La Mattie Ross versión 2011 es quien tiene el auténtico temple de acero en la película, no sólo para adentrarse en la peligrosa aventura que es encontrar al asesino de su padre, sino también para enfrentarse cara a cara con cualquier adulto que se le cruce; como en la excelente escena en la que con su astucia y verborragia logra negociar a su favor el precio de unos caballos. Ese ingenio de Mattie contrastado con la tosquedad de Cogburn (interpretado aquí por un increíble Jeff Bridges) constituye el motor por el cual se mueve la película. Los intercambios verbales entre estos disímiles personajes (al que también se suma el caricaturesco Ranger LaBoeuf que hace Matt Damon) podrían considerarse como los momentos más característicos del cine de los Coen que tiene esta nueva Temple de acero. Pero avanzado el relato, y bien hasta el final de la película, la relación entre Mattie y Cogburn crece desde la incredulidad y la desconfianza hasta el respeto y la admiración mutua. Ahí es cuando algo nos empieza a hacer ruido. Sí señores, aunque no lo quieran hacer muy evidente, la ironía y el distanciamiento propio de los hermanitos ha sido reemplazado por algo similar a los sentimientos y la emoción. Es que como dice una Mattie cuarentona y más sabia al final de la película, el tiempo se nos escapa a todos. Parece que los Coen están de acuerdo, aunque con ellos nunca podemos estar seguros.
Más corazón que cinismo Digresión. No imagino en el panorama del Hollywood más industrial y popular de hoy día dos universos más disímiles que los de Steven Spielberg y los Hermanos Coen. Como tampoco entiendo la fascinación de Spielberg con Stanley Kubrick. Decíamos, dos mundos: el de Spielberg, humanista y sensible, afecto a las emociones, aún bordeando la oscuridad como lo ha demostrado en Inteligencia artificial, Guerra de los mundos o Munich; el de los Coen, cínico y distante, más inteligente que emotivo, pura formalidad incapaz de generar emociones, aún con sus muy buenas películas a cuesta. ¿Pero qué pasa cuando ambos universos chocan? La respuesta puede ser Temple de acero, una verdadera rareza aún cuando se trata de un film clásico, tal vez el más claro expositivamente que han filmado los Coen. Pero Spielberg produciendo y Joel & Ethan narrando, construyen un artefacto particular: plagado de tanto humor negro como de sensibilidad, de humanismo como de cierta desconfianza hacia el mundo, dejando rastros autorales aquí y allá, pero siempre manteniéndose centrados en el cuento. Y si bien el lector habrá notado que uno es más spilberguiano que coeniano, debo reconocer que el éxito de Temple de acero se debe a la mano firme de los directores: son ellos quienes deciden incorporar el sentimiento justo, que viene más de la coherencia del western, sin que las cosas se les vayan de la mano. Veamos la reciente experiencia de Spielberg produciendo a Clint Eastwood en Más allá de la vida -en este sitio pueden leer una muy buena crítica del colega Javier Luzi, con la que coincido parcialmente y que hace hincapié en estas cuestiones-: si la mano del productor allí se nota más y es más perjudicial, no es tanto por su injerencia sino porque en el fondo Eastwood y Spielberg son más o menos lo mismo, dos directores norteamericanos, norteamericanos en el sentido de valores similares que pretenden representar con su cine. Y ramplón se termina dando por acumulación. La cosa con los Coen es diferente, porque en ellos reside una mirada bastante cáustica sobre lo norteamericano, y si aquí pudieron terminar construyendo un western clásico, con muy pocos manierismos, es porque antes ya habían experimentado con el género en la notable Sin lugar para los débiles. Esta, por contrapartida, es una película bastante libre, casi sin pretensiones, y sin embargo es una soberbia demostración de muy buen cine. Si usted llegó hasta aquí, ya es momento de que hablemos de Temple de acero. Si bien nadie se acordaba demasiado del Temple de acero original (1969), había un par de elementos a tener en cuenta de cara a esta remake -aunque los directores lo nieguen y digan que se basan en la novela de Charles Portis-: por un lado, que representaba un western crepuscular, de esos que se hicieron en la década de 1960, cuando el género dio paso al revisionismo esporádico amén de la popularidad del spaghetti western; pero por el otro, que había servido para que John Wayne se gane un Oscar con una actuación que resumía de alguna manera su carrera: un sheriff tuerto, en el ocaso de su vida, algo descreído y alejado de los compromisos, que se ponía de nuevo en carrera cuando una joven de 14 años venía a contratarlo para que encuentre a quien había asesinado a su padre. La duda sobre esta remake era: ¿los Coen van a tomar un western para desmenuzarlo como ya lo han hecho con otros géneros -noir, screwball comedy, cine de espías o el de gangsters- y tomarle el pelo o van a respetar el original y apelar a una mirada nostálgica sobre el género? La sorpresa es que ninguna de las dos cosas. Efectivamente los Coen vuelven a contar la misma historia sin correr casi una coma, pero lo que hacen muy sabiamente es contarla como si nunca se hubiera contado. Es más, como si el western no hubiera existido y lo estuvieran fundando. Es decir: no hay aquí aires revisionistas como el Eastwood de Los imperdonables, el Kevin Costner de Pacto de justicia o el Jim Jarmusch de Dead man, pero tampoco un sabor terminal como en el original de Henry Hathaway, lo que hubiera sido una torpeza teniendo en cuenta la actualidad del género. Sin embargo, lo más importante del film es que tampoco existe una mirada canchera y sobradora sobre el cine del lejano oeste. Por una vez en la vida los hermanitos creen en sus personajes, no los manipulan ni los utilizan para subrayar sus obsesiones. Los dejan ser, y eso se puede apreciar en la forma en que introducen aquí el humor: habitualmente, sus personajes parecen un títere donde la comicidad no surge de ellos sino que es impuesta por los autores. En el mundo de la mayoría de las películas de los Coen, los personajes nunca se dan cuenta que son una caricatura, y tanto el espectador como ellos ríen y se burlan de esas criaturas castigadas y maltrechas. Como ejemplo de lo que pasa en Temple de acero, está esa secuencia en la que Rooster Cogburn (Jeff Bridges) es enjuiciado por sus cuestionables métodos y crímenes. Si bien lo que dice Cogburn parece ridículo, esto surge de una puesta en escena que él mismo construye, actuando literalmente para la tribuna. En esa escena en particular, las risas surgen desde la pantalla -la gente que participa del juicio- y se extienden hasta la platea. Y esto es importante porque el humor en los Coen nunca es inocente, sino que sirve para cargar de sentido lo que se cuenta. Entonces Temple de acero 2011 es una de vaqueros, de viajes, de paisajes inmensos, de tiros, de sombreros y de caballos -¡y qué caballos!- que como todo gran western deja subyacer una serie de temas universales y siempre complejos: la vida, la muerte, la justicia por mano propia, el heroísmo, la hermandad, la porosidad del alma que va filtrando la maldad. En la cita bíblica que inicia el film, que habla de la fuga y de la culpa, uno puede ver también una continuidad con Sin lugar para los débiles, un film que ponía real atención en las huellas, en los rastros, en los regueros de sangre que anunciaban la inminencia de la violencia. Precisamente ese parece ser el tema central en la filmografía de los Coen: la relación entre la sociedad norteamericana y la violencia, y no de gusto eligen un género emblemático como el western. En el caso de Sin lugar para los débiles era un film que tomaba elementos del western, pero los releía posmodernamente, aunque era dueño de una energía y una tensión que por ejemplo otra relectura como El hombre que nunca estuvo -en ese caso el noir- no tenía. En esta oportunidad lo que cambia es la actitud de los directores. Saber si van a continuar o no en esta tesitura es algo que uno no puede presagiar, aunque no es casualidad que tras dos películas bastante insatisfactorias como Quémese después de leerse y Un hombre serio se hayan refugiado en esta especie de run for cover medido. De todos modos algo que no se puede obviar es que colaborando nuevamente con Jeff Bridges (antes había sido la delirante El gran Lebowski), los Coen logren un muy buen film. Vaya uno a saber qué transmite este buen hombre, que por cierto está en el mejor momento de su carrera, pero su genialidad, su presencia indudablemente cinematográfica y humana hace que los hermanitos se vean impedidos de atorar con su canchereada sobradora. Es curioso lo de Bridges: parece ir construyendo personajes geniales y queribles, y a su vez algo de ellos permanece en cada nueva composición como un eco, una reverberación: no es exagerado ver en este Cogburn rasgos del Jeff Lebowski y del Bad Blake de Loco corazón. Cierta irascibilidad, cierta decadencia consciente, cierto patetismo ameno, permanecen aquí pero explorando otros márgenes. Y aquí, esos márgenes, se construyen a partir de la sorprendente Hailee Steinfeld como la joven emprendedora Mattie Ross. Con apenas 13 años, la actriz se da el lujo de ser quien lleva adelante el relato y además de sostener una actuación infantil no a partir de la simpatía demagógica sino del carácter. Temple de acero les reservará a Mattie y a Rooster, y a Jeff y Hailee, un final increíble. Sorprendente en el marco de una película de los Coen. Sin adelantar mucho, habrá un cielo azul oscuro sumamente intenso, un caballo negro exhausto, una larga cabalgata, alguien al borde la muerte y alguien haciendo lo imposible por salvar esa vida. Es un final emocionante, emocionante en un sentido epidérmico y emocionante en un sentido formal: los Coen aprovechan todos los elementos que aporta el western, todo ese espíritu noble y ese carácter épico, toda esa luz que brinda el notable Roger Deakins, para, por una vez en la vida -en sus vidas-, demostrarnos que también ellos son capaces de perder la vergüenza, de meterse en el barro de lo craso y vulgar, que pueden dejar a un lado la inteligencia y el cerebro y la necesidad de aparentar ser piolas, y jugárselas por un personaje, por una coherencia y una rectitud, por una ética. Después habrá un epílogo, una forma de homenaje bastante particular y también sentida -amén de algunos detalles no del todo felices-, que evidenciará el paso del tiempo mucho más que en un sentido cronológico. Temple de acero es, pues, la película que permitió que los Coen se emocionen con sus personajes y nosotros, con ellos. Más o menos como la experiencia de ser humanos. ¿Vieron que no estaba tan mal?
El western es mujer (adolescente) La actuación de Hailee Steinfeld es superlativa, se carga la película al hombre sin dudarlo y entabla varios duelos actorales con total soltura y responsabilidad. Porteño de clase media como soy, si hay algo de lo que tengo certeza es que no tengo idea de cómo vive gente que no pertenece a mi ámbito social, económico y cultural. Creo que, por ejemplo, me resultaría bastante difícil imaginar una historia ambientada en una villa. De ahí es posible que me guste tanto un género como el western. Porque parece ser el único modo de aproximarme a gente que en general no comprendo ni comprenderé nunca, como son la gente del Oeste y el Sur norteamericano. También lo es para Hollywood: la mentalidad liberal de la meca del cine estadounidense pocas veces le permitió comprender lo que sucedía en otras esferas por fuera de su pensamiento. Ahí es donde me vuelve lo personal: como crítico, cinéfilo y espectador, he objetado muchas prácticas de Hollywood, pero también he mamado mucho Hollywood. El western se convirtió en el género por excelencia para comprender un tiempo fundante en la historia norteamericana, que permitió a la vez hacer múltiples paralelismos con otros períodos históricos en otras sociedades. Pero también supo ser un magnífico vehículo lingüístico, una forma de hablar sobre un tipo de identidad que parece perdida pero cuyos rastros perduran. Incluso ha reflexionado con acierto sobre el papel del cine en la construcción de mitos fundantes modelos identitarios, como en Un tiro en la noche. Los hermanos Coen, esos muchachos que hasta en sus filmes más agradables –como El gran Lebowski- son unos cínicos de campeonato, demuestran tener plena conciencia de lo explicado en el párrafo anterior. De hecho, parecen haber visto mucho John Ford, un director que supo como nadie establecer el punto justo de unión entre el hombre del Oeste y el paisaje que lo rodeaba. En Temple de acero hay mucho para contemplar: montañas, bosques, atardeceres, otras criaturas (ah, ese gran caballo…) que no tienen un sentido meramente preciosista, pues van delineando a los personajes. Pero también hay una mujer. Una joven mujer, prácticamente una niña, que es el eje ético y moral de la trama. Es Mattie Ross, interpretada por Hailee Steinfeld, de la cual es preciso hacer un par de aseveraciones: ya somos unos cuantos los que estamos cansados de las arbitrariedades de la Academia, pero la Academia no se cansa de sí misma, y por eso nomina a esta actriz principal como actriz de reparto. Asimismo, aunque tengo que dejar bien en claro que no vi todavía varias actuaciones de reparto y principales, me atrevo a decir que a esta muchacha hay que darle el Oscar sin más trámite. Su actuación es superlativa, se carga la película al hombre sin dudarlo y entabla varios duelos actorales –con Jeff Bridges, Matt Damon, Josh Brolin, Barry Pepper- con total soltura y responsabilidad. Pero es verdad también que puede llegar a hacerlo porque hay un guión y una dirección detrás que la apuntalan y encaminan en la trayectoria correcta. Ese guión, esa dirección, es de los hermanos Coen, y es importante resaltarlo. Difícil prever que unos realizadores como ellos pudieran construir un western que no es feminista, sino femenino, y además de femenino, infantil (vertiendo otro ejemplo de la mixtura permanente de géneros). Temple de acero es también un filme infantil acerca de una adolescente a la que le es revelada el mundo exterior; superando las fronteras de su vida; descubriendo la vida y la muerte, la lealtad, las distintas nociones de justicia y valor, incluso el sexo. Los Coen pueden hacer eso porque nunca juzgan a los personajes, porque los dejan ser y crecer, expresándose con toda su sinceridad, incorporando la figura adolescente como pocas veces en el western. En ese humanismo, cimentan su película más pura en sentimientos, a la vez que desde una aparente simplicidad vuelven a poner en discusión la complejidad del héroe individual en contraposición al grupal. Semejante evolución –que es la vez un salto al vacío- en dos cineastas consagrados es tan inusual como digna de aplauso.
Más corazón que odio "Temple de acero" de los hermanos Coen se estrena en la Argentina, al que algunos llamarán "remake", pero que a mi entender es más apropiado definirlo como una re-lectura. Por la novela que le dio origen, ya fue filmada, su autor Charles Portis fue reconocido por su eficacia al instalar una mirada entre ingenua y humorística, sacándole pomposidad al western, pero sin traicionar el género. Allá por finales de los ´60, Henry Hathaway fue el realizador responsable del filme, y el actor John Wayne recibió su único premio "Oscar", en 1969, por la composición de éste personaje, un ex- sheriff borracho y en decadencia. En realidad, la injusticia se instalo pues el mítico actor estaba enfermo y prefirieron darle un premio en vida. Ese año competían además por el premio al mejor actor protagónico, Richard Burton por "Ana de los Mil Días", Peter O´Toole por "Adiós Mister Chips", Dustin Hoffman y Jon Voight ambos por "Perdidos en la Noche". Mi corazón estaba con Dustin Hoffman, y mi odio se instalo con John Wayne, en realidad cualquiera de los otros cuatro hubiera merecido el premio, pero Hollywood ya tenia esas cosas "sentimentaloides". Pasaron más de cuarenta años. Ethan y Joel Coen rinden con éste producto un gran homenaje a todos los directores que tuvieron su estrella con el western, género típicamente cinematográfico y casi el único aporte al séptimo arte por parte de Hollywood. El film comienza con la frase bíblica "Huye el impío sin que nadie lo persiga", situación que lo instala como un producto netamente reconocible de los Coen como autores, basta con recordar su ultima producción "Un Hombre Serio" (2009), para dar cuenta de ello. Una voz en off nos narrara la historia, es la voz de una chica de 14 años, que dice que ese hombre muerto que vemos es su padre, asesinado, y ella va a tratar de que se haga justicia, o al menos vengarse. Esta es la historia: una niña que buscará por todos los medios lograr ese objetivo, y no duda en contratar al sheriff Roster Cogburn, malhumorado, viejo, borracho, violento, interpretado magistralmente por Jeff Bridges. Ella es Mattie Ross, gran revelación de la pequeña actriz Hailee Steinfeld, un personaje movido por el odio, que al final mostrara su tierno corazón. A ellos se les sumara en la travesía, el ranger texano llamado Laboeuf, (Matt Damon), quien también busca al mismo asesino, pero por otro hecho. El film tiene estructura clásica desde todo punto de vista, narrativa, visual, pero además desde el diseño de producción y de arte específicamente, y se la puede dividir en dos partes bien diferenciadas. La primera, que se desarrolla en la pequeña ciudad, donde las escenas se desarrollan en espacios cerrados, interiores, y en el que los personajes son presentados con todas sus características. El segundo, en donde se desarrolla la búsqueda, en que se incorpora como otro personaje importante el espacio abierto, la inmensidad del territorio desértico, inhóspito, peligroso. Para poder darle esta impronta ya característica de los hermanos Coen, contaron nuevamente como colaborador en la dirección de fotografía a Roger Deakins. En cuanto a la progresión dramática del texto, el personaje actante, esto es el que mayormente mueve a la acción, y la elección del punto de vista recae en la niña, pero no por ello, el guión pierde eficacia. Todo lo contrario, ese humor ácido, cínico, irónico, de los realizadores esta presente, y por momentos roza la línea del humor negro. Esto esta instalado no sólo desde los diálogos, casi todos en la boca del sheriff, sino también en la construcción de los personajes, donde Labeouf casi llega a la caricatura, sin serlo, y los malvados, principalmente el asesino buscado Tom Chaney (Josh Brolin), quien tiene toda la impronta del perdedor sellado en la frente, pero con el agregado de tonto practicante. Sólo se le puede endilgar cierto discurso un tanto reaccionario, en cuanto a la importancia que se le da al hecho de tomar a la justicia por mano propia, pero que se diluye en el entramado de la relación entre los tres personajes principales. Esta producción tiene 10 nominaciones a los premios de la Academia, fue muy bien recibido por el público y la critica en general, lo que en cuanto a coincidencias no es poco decir.
AGRIDULCE RELATO DE VENGANZA Y PERSEVERANCIA El western es uno de los géneros cinematográficos más populares del cine estadounidense, es un género que les es propio y, por lo tanto, siempre es muy valorado por el público y la crítica especializada de ese país. Estas “películas del oeste” o “de vaqueros”, siempre han estado ambientadas en territorios inexplorados o en ciudades sin ley en las que los bandidos dominaban a sus anchas, pero el género se fue enfocando hacia la confrontación de los diversos personajes, adquiriendo un carácter cada vez más psicológico. "True Grit" es un western hecho y derecho, escrito y dirigido por los hermanos Coen y protagonizado por la jovencita Hailee Steinfeld, el maduro y consagrado Jeff Bridges, la participación breve pero crucial de Josh Brolin y un aporte secundario significativo de Matt Damon. El filme es una adaptación de la novela escrita por Charles Portis, la cual también fue adaptada al cine en 1969. Bridges interpreta a “Rooster” Cogburn, (representado en la original por John Wayne). Con 10 nominaciones a los premios Oscar, incluyendo una nominación como mejor película, la última de los hermanitos es seria candidata. Mattie Ross, una chica de 14 años, emprende una búsqueda para vengar la muerte de su padre a manos de un vagabundo llamado Tom Chaney (Brolin). Mattie convence a un oficial de policía, alcohólico y con sobrepeso (Bridges) para que se le una en su búsqueda. A su vez, un agente especial de Texas (Damon) los ayudará, pues también anda tras los pasos del maleante. La película es una road movie del lejano oeste (pero sin road = sin carretera), pues todo se centra en la travesía que implica ir en busca del asesino, el principal objetivo del personaje de la niña. Aquí los actantes están bien marcados: el sujeto protagonista es la jovencita, cuyo objetivo es encontrar y matar a Chaney; ésta le ordena al sheriff (mediante un pago de 100 dólares) ayudarla a encontrarlo, y ambos, junto a la ayuda del sheriff texano interpretado por Damon, intentarán darle cacería, no sin antes enfrentarse a muchos escollos, asesinos sin contemplaciones y al mismo entorno geográfico, con su peliagudo clima y sus amenazadoras alimañas. Uno de los grandes aciertos es “preparar” al espectador en la primera media hora de metraje, exhibiendo las características principales de los protagonistas, para estar al tanto de sus perfiles, sus necesidades, sus formas de ser y actuar. Eso demora la acción principal del guión, que es la travesía que estos protagonizan. Sin embargo eso se agradecerá más adelante, durante el desarrollo y, muy especialmente, sobre el final, amargo, áspero, desencantado, para nada condescendiente con los personajes ni con el espectador. Carter Burwell es el responsable de la música, autor de la magnífica banda sonora que, aunque no ha conseguido encontrarse entre los nominados a mejor canción o mejor música original de los Oscar, está recibiendo buenas valoraciones de aquéllos que ya han adquirido el álbum. Su música hace lucir los grandes planos generales del paisaje, así como también las instancias de acción y suspenso, donde sus notas se mezclan con los múltiples disparos de humeantes pistolas. El piano solo, en cambio, subraya aquellos momentos más desventurados, que dejan una sensación agridulce cuando una madura Mattie se aleja de cámara, sola, hacia el horizonte…
Horizontes de Grandeza Sin duda alguna los Coen bros. son unos fenómenos, saben filmar, dirigir excepcionalmente actores, siempre con una factura artística de primera, bien fotografiadas sus pelis etc, y cuando les llega la oportunidad de revisar un clásico literario del oeste americano como "True grit", siguen mostrando sus uñas de guitarreros y arman un filme extraordinario, donde sus aptitudes creativas siguen mostrándose a full. Hacer una "remake" que ya protagonizó y hasta ganó su único Oscar, John Wayne en 1969, y que estaba dirigida por el master Henry Hathaway por alli era peligroso, pero los tipos optaron por buscarle la vuelta a la historia de como Mattie Ross -chica de 14 años que va en busca de vengar la muerte injusta de su padre por un empleado ruin-, junto al increíble sheriff tuerto, borracho, despiadado, bocón, de muy mal talante llamado "Rooster" (Gallo) Cogburn y a quienes se les unirá un peculiar "Ranger" texano llamado LaBoeuf, que conformará con los dos dichos un terceto formidable, para vivir una aventura emocionante. En la peli anterior hay que ver que toda la carne estaba puesta sobre el asador para destaque de Wayne, y aqui la cosa va por resaltar muy especialmente el personaje de la chica, encarnado por la debutante y buenisima actriz juvenil que ojalá llegue a una carrera notable porque tiene talento y fibra absoluta para hacerlo (Hailee Stenfield), y allí es donde se complementa por mucha obra y gracia de los Coen con el "Rooster" de Jeff Bridges quién multiplica y redobla la apuesta de su antecesor con una maestría única, además los hnos. realizadores y el actor ya son piezas de una misma maquinaria de funcionamiento excepcional ("El gran Lebowsky"). Matt Damon también eleva más y más el personaje que antes le había tocado en suerte al insípido y no actor -era un cantante, aún lo es- llamado Glenn Campbell, Damon sigue demostrando su capacidad ante las cámaras, no se quedan atrás: Josh Brolin -otro que nunca para de filmar y filmar- como el malo de la película y el resto son buenisimos actores secundarios, paisajes de realze, música de Carter Burwell -nadie olvida con los Coen, aquella banda sonora magnífica de "Simplemente sangre"-, y toda la grandiosidad de un género nada fácil pero genuino y clásico. Para los fanáticos del western, este filme no es una "remake" con todas las letras de aquella otra, sino una nueva, superior y necesaria visión de un historia apasionante encuadrada en la funcional modalidad del mejor espéctaculo cinematográfico.
Lo mejor de los Coen en un western Multinominada para un total de diez posibles premios Oscar, esta remake de un célebre film con John Wayne va mucho más allá de la recreación. Consigue ratificar el personal estilo de los hermanos Joel y Ethan, en un marco clásico. Desde hace varias décadas, el western tiene fecha de vencimiento. Sin embargo, la muerte anunciada se va postergando a medida de que aparecen películas que demuestran que el género todavía no está agotado. Sólo por nombrar algunos títulos más o menos recientes, allí están Los imperdonables, Silverado o El tren de las 3:10 a Yuma, que conservaban y resignifican la épica del Far West. Ahora bien, si la original Temple de acero (1969, dirigida por Henry Hathaway, que le valió un Oscar a John Wayne encabezando un elenco en el que estaban unos muy jóvenes Robert Duvall y Dennis Hopper), se inscribe dentro de los llamados western otoñales –una variante que en general desprecian los fanáticos del género en tanto lo muestra anacrónico y lo despide frente al avance de la modernidad–, la película es una obra menor dentro de la filmografía de Hathaway y del propio Wayne, por lo que en principio no existiría razón para una remake. Pero a pesar de la aprensión previa, Temple de acero es una gran película. El relato de una niña que contrata al comisario Reuben J. “Rooster” Cogburn para que detenga al asesino de su padre, le sirve a los Coen para hacer una revisión del género. Actualizarlo y a la vez mantener el respeto por la historia que los precede. Porque Cogburn parece hecho a medida de los creadores de personajes como Anton Chigurh (Sin lugar para los débiles), The Dude (El gran Lebowski), o Tom Reagan (De paseo por la muerte), todos ellos en los márgenes del sistema y con un particular sentido de la justicia. Jeff Bridges se calza las botas de John Wayne, nada menos, y realiza una soberbia interpretación del comisario borracho que conoció mejores épocas, pero que a pesar del alcohol y la soledad conserva intacta su dureza. Y en el camino hacia el territorio indio donde se refugia el asesino Tom Chaney (Josh Brolin), se delinean perfectamente una serie de personajes deliciosos, como el ranger texano LaBoeuf (Matt Damon), un poco torpe y sin demasiadas luces, o la niña Mattie Ross (Hailee Steinfeld), la voz del relato. Todos con sus momentos gloriosos, sin la menor sombra de cinismo a la que son abonados los Coen, que por si fuera poco, se permiten una antológica escena que por si sola justifica toda la película, donde Cogburn-Bridges se enfrenta, Winchester en una mano y el Colt de cinco tiros en la otra, contra cuatro forajidos. En definitiva, en pleno siglo XXI, Temple de acero se convierte en un clásico instantáneo que no desentona con la rica historia del western.
Todo en orden en el viejo oeste Los hermanos Coen ya se habían acercado al western en esa enorme película llamada Sin lugar para los débiles, cuando contaban las peripecias de un cowboy que encontraba un par de millones perdidos en el desierto. En este caso, con Temple de acero, se meten de lleno en el género para rehacer una película de igual nombre estrenada en 1969 que también estuvo ligada a los Oscar, ya que su protagonista, John Wayne, se llevó la estatuilla por su papel de Rooster Cogburn. Los Coen no hicieron una remake tradicional del filme -a pesar de que es la misma historia con el mismo nombre- sino que reelaboraron el guión basado también en la misma novela de Charles Portis (True grit, 1968). En este caso, los papeles principales están a cargo de un fenomenal Jeff Bridges como Rooster, una brillante Hailee Steinfeld -nominada al Oscar a mejor actriz protagónica y que hace, dicho sea de paso, su debut en la pantalla grande con este rol- y un cumplidor y eficaz Matt Damon en el papel de LaBoeuf. Temple de acero cuenta la historia de Mattie Ross, una jovencita de 14 años que sufre el asesinato de su padre a manos de un miserable asesino y decide contratar a un sheriff para buscar al culpable. Claro que Rooster no es un alguacil cualquiera: para resumirlo en dos palabras, es de esos que primero disparan y después preguntan. Pero Mattie también es una adolescente muy singular y por eso se encargará ella misma de conseguir no sólo al cazador sino también los caballos que harán falta para seguir el rastro del asesino, negociando como una fiera con un comerciante del pueblo -en una escena de las mejores del filme, que no sólo pinta de una vez la personalidad de la chica sino que entretiene con diálogos muy ocurrentes-. LaBoeuf, por su parte, es un Texas Ranger (algo así como un alguacil pero de otro estado) que busca al mismo asesino por otros crímenes más importantes y querrá atraparlo también para llevarse los laureles. Seguramente que lo mejor que tiene Temple de acero es la construcción de los personajes y lo más flojo es la resolución de las situaciones dramáticas. Todo lo bueno que hacen los Coen para describir en acciones a sus protagonistas lo descuidan a la hora de rematar las curvas narrativas y las situaciones de tensión. Pareciera que los Coen hacen hoy un cine de antaño y resuelven las peripecias de los personajes a la manera antigua, como en los viejos westerns. Pim, pam, pum. Se acabó. El guión se destaca también con sus diálogos -nuevamente, una victoria compartida con la construcción de los personajes que hacen creíble que digan las cosas que dicen-, en donde nos regalan constantemente ocurrencias y pequeños gags que hacen a la historia más verosímil y llevadera. Las actuaciones son muy buenas, de eso no caben dudas. El Rooster Cogburn de Bridges será un personaje emblemático del cine actual, así como lo es su Dude de El gran Lebowski. Este experimentado actor, ganador del Oscar protagónico el año pasado por su papel en Loco corazón, le imprime a su personaje toda la suciedad, la necedad, la fanfarronería, la indiferencia y, finalmente, la humanidad que le hace falta a cualquier héroe imperfecto para hacerlo atractivo. Lo más sorprendente de Hailee Steinfeld es que no había trabajado antes en cine y fue elegida en un casting. Interpreta a una niña de 14 años y realmente tiene 14 años, por lo que podríamos augurarle una carrera promisoria. La eficacia de Matt Damon a esta altura es insoslayable. No es un actor que me emocione, sus gestos me aburren bastante desde En busca del destino en adelante, pero lo cierto es que haga el papel que haga, siempre cumple. Y este caso no es la excepción: su LaBoeuf termina convirtiéndose en un personaje muy entretenido. Completan en elenco estelar Josh Brolin y Barry Pepper (Milagros inesperados), pero al contrario de los protagonistas, estos antagonistas no están tan desarrollados, por lo que sus actuaciones no brillan demasiado. Hay algo extraño con Temple de acero. Es una buena película, producida de forma excelente, con un guión bastante bien ensamblado -exceptuando los puntos que critiqué anteriormente-, con actores que se destacan y con algunas escenas memorables -las de la cabaña más que nada-. Una buena historia, bien contada, pero que, sin embargo, carece del plus emocional que nos enamora.
Sobre el talento de Steinfield, remakes, y una simple producción Amigos, está ante nuestros ojos una nueva estrella de Hollywood. No, más que eso: una señora actriz. Con ustedes... ¡Hailee Steinfeld! Con tan sólo 15 años de edad, la Academia estadounidense la nominó al Oscar como 'Actriz de reparto'. Pero, no me jodan, es una San Protagonista. De hecho, no entiendo el punto de dicha categorización. La Academia no la tiene en cuenta porque a su lado hay pesos pesado como Jeff Bridges (ganador del Oscar el año pasado), o un genio como Matt Damon. Y está Josh Brolin también... ... ... La cuestión es que Steinfield es la verdadera protagonista de este western. Es fácil decidirlo, porque en base a ella parte el primer plot de la trama, así como también los hermanos Coen encaran la perspectiva desde ella. Nuestro punto de vista en la película es a través de Mattie Ross. No vemos nada que ella no vea. ¿Es necesario un nombre reconocido para que además de eso te consideren protagonista? En fin. True Grit (2010), remake de un film del '69 -entonces estelarizado por John Wayne-, ahora dirigido por los hermanos Coen, no va más allá de los logros de esta joven promesa. Es una historia entretenida, que está rodada respetando a rajatabla las convenciones del Western (incluso hasta venerando sus clichés), ambientada magistralmente, pero nada más que eso. Un film digno de la industria, que en nada se parece a una de los Coen. Para nada es lo mejor que hayan hecho Joel y Ethan, e incluso podríamos estar hablando de lo más flojito de su filmografía. ¿Por qué? Porque, primero que nada, estoy totalmente en contra de las remakes. Me parecen un atentado a la originalidad. Y, tratándose de los Coen, el hecho de que sea un guión adaptado de una novela (y por mucho que la Academia se empeñe en súper nominarla) ya la pone en una situación en la que la miro con reparos, lo que al final la hace una cinta un tanto desdeñable. Ojo, no es mala, pero tampoco es la gran cosa. Uno cuando está por ver algo de los Coen sabe que va a ver buen cine. Porque quizás los Coen son los mejores de la industria. Es más, a muchos no les caben dudas de que lo son (empezando por Bridges, que sólo por eso aceptó el papel del caricaturizado Rooster Cogburn). Pero True Grit, siendo el divertimento que es, no deja de ser una propuesta a la altura de alguna de las historietas de Tarantino, por ejemplo. Es un cine simplón, sin mucho que ver más que la primera lectura que ofrece la pantalla. Sí hay homenaje para todos los gustos, que va desde la banda sonora, pasando por los planos detalle a las pistolas enfundadas, hasta el croma en la secuencia final. A propósito, el final es uno de los peores que he visto en mucho tiempo. Queda todo disuelto y abierto. Nada se explicita, e incluso quedan muchas cosas sin explicar. El personaje de Ross de grande, es cualquier cosa. La dirección de arte es asombrosa. El vestuario, el maquillaje, las escenografías, todas una verdadera maravilla y una hermosa ambientación. En cuanto a la fotografía de Roger Deakins, que muchos la tienen en los cielos, de ganar el Oscar sólo sería por su trayectoria. En esta película hay pura luz natural, ahí no hay gran mérito. Las escenas de noche sí están bien hechas, y el uso de las tonalidades claras también son bonitas. Pero el resto es más que nada una colección de encuadres sacados de viejas películas del género. No hay que engañarse, tampoco es para tanto. Si van al cine para divertirse, ver un buen trabajo de producción, y encima se llevan la grata sorpresa de conocer un potencial como el de Steinfield, se encontrarán con una muy buena película. Si entran a la sala pensando que van a ver una de los Coen, no esperen nada más allá de una desilusión.
Sin lugar para los misántropos. Quizás se trate de una especie de gesto cínico supremo, como si los tipos estuvieran diciendo: “¿Ven?, cuando queremos podemos filmar películas buenas, con corazón. Pero solo cuando queremos, y eso no pasa muy seguido”. Temple de acero no tiene el brillo de Sin lugar para los débiles, pero lo que en aquella era crudeza y desolación, esta lo convierte en elegancia clásica, en manejo con pericia del género. La última de los Coen es un western con todas las de la ley; no importa que esté filtrada por una mirada contemporánea y una conciencia cinematográfica evidente, Temple de acero tiene personajes fuertes, duros, capaces de soportar el peso de una película entera sobre sus hombros. Jeff Bridges es Rooster Coogburn, una especie de Bad Blake (de Loco corazón) pero multiplicado varias veces por sí mismo; o sea, el tipo vive borracho, casi no puede hablar (le cuesta mucho expresarse en general), solamente lo mueve la codicia y no tiene reparos en matar a alguien si es en pos de una recompensa. El LaBoeuf de Matt Damon es su justa contracara: boyscout anacrónico y con ideales, es el que balancea la brújula moral endeble de Cogburn. En el medio de los dos, Mattie, una chica de catorce años que busca desesperadamente al asesino de su padre y que tiene la estampa de una heroína moderna: segura de sí misma e imbuida de un primitivo feminismo, Mattie es capaz de regatearle a un negociante curtido y hasta de inclinar la balanza en favor suyo solamente con una lengua rápida y filosa, siempre dispuesta a desafiar la autoridad patriarcal de la época. Temple de acero cuenta su historia, que es el relato de un aprendizaje emocional: muerto su papá y buscando venganza, Mattie pasa a formar parte de una improvisada familia con un nuevo padre alcohólico y distante y un hermano mayor solitario. Sin embargo, fuera de la firmeza del trio protagónico, a Temple de acero le falta la unidad y la solidez de Sin lugar para los débiles, la otra gran película de los Coen. La pose liberal de Mattie, la violencia salvaje y sorpresiva que se desata casi por nada, el pintar al villano como un tonto con miedo más que como un malvado consumado, el ajuste de cuentas realista con el género (si uno se queda a dormir en el desierto tiene que poner una cuerda alrededor suyo para que no lo muerda una serpiente), la variedad de puntos de vista en las escenas de acción (hay una cámara en medio del tiroteo y otra que observa segura desde la distancia); Temple de acero no se decide entre la suscripción plena a las exigencias del género y la mirada aggiornada, entre el humor negro y la tragedia lisa y llana. Los Coen hacen una película pastiche en el que sus muchísimos pedazos se unen más o menos armónicamente gracias a los tres protagonistas que conforman la estructura última sobre la que se levanta todo el conjunto. En Temple de acero, incluso siendo una buena película, se respira esa falta de sentimiento típica de los directores de Fargo, como si el western se les resistiera, como si no se dejara atrapar por el comentario amargado de los dos cómodos misántropos hollywoodenses. Esta vez no pueden decir tan fácilmente que el mundo es una porquería, hacer de sus personajes unos cobardes de los que hay que burlarse (aunque el villano Tom Chaney tiene bastante de eso) o matar a sus criaturas de manera vil y traicionera (como hacían con Brad Pitt en Quémese después de leerse o con Steve Buscemi en El gran Lebowski). Hay una entereza casi inmanente al western que robustece la película frente a los tan celebrados arrebatos de cinismo de los Coen, una suerte de nobleza que hace que sean ellos los que tienen que adaptarse al género, los que pisan un territorio inhóspito. Como no pueden apropiarse del tiempo y el espacio del western, los directores filman una película despareja, errática, capaz de contener una escena de un pulso emotivo increíble como el cruce del río a caballo, con un destino miserable para su protagonista que sorprende por su crueldad. En ese final triste y feo, después de una elipsis gigantesca, se percibe otra de las canalladas de los Coen, la revancha de último minuto que los dos se toman contra un género que les dejó pocos rincones para jugar a la misantropía fácil y complaciente.
Volvió el Western Quizá porque me crié almorzando con los Cartwright, merendando con McCain y su pequeño hijo unas tardes y con los Ingalls, otras; quizá porque me la pasaba gritando "Haio Silver" con mi primo sobre los apoyabrazos del sillón cual si fuera John Reid sobre su Silver, el western es un género que me puede. Si a esto le agregamos un film- por muy remake que sea- dirigido por mis amores, los Coen Brothers creo que está todo dicho, aun cuando Temple de acero sea por el momento la película menos Coen que he visto. Y lo es quizá porque no se habrán animado a hacer una versión tan libre como la de Oh Brother... pensando en su antecesora protagonizada por John Wayne, una leyenda del género difícil de superar -habrán pensado tal vez. Lo cierto es que esta cinta nominada a 10 premios de la Academia, nada menos, no se ha llevado ni un pelete y muchos quedaron reumiando broncas. Temple de acero es un film que sin discusiones es grande sobre todo por su fotografía y la labor de una joven niña a quien relegaron a segundo plano en las nominaciones cuando en realidad es la protagonista absoluta de esta historia, Hailee Steinfeld. Es una historia entretenida y llevadera que hubiera sido- he de decirlo- mucho más sabrosa si el sello Coen hubiera estado más presente. Escenas memorables- como la última media hora del film- y personajes atractivos, hacen de esta archinominada una de las mejorcitas que se asoman al año cinéfilo. Y aun cuando muchos encontraron trillados muchos elementos del film o estereotipados algunos personajes, lo real es que True grit (su título original) es un gran tributo al Western más clásico. Pensemos que después de todo no es fáci asomarse a un género que en su momento dominó por completo la industria y con el que parecería que ya nada puede contarse. Y es refrescante encontrar que realizadores, medianamente jóvenes como estos hermanos, se le atrevan. En cuanto a su otro protagonista, Jeff Bridges, era obvio que no se haría por segundo año consecutivo con el Oscar, y si bien- agrego- no me pareció su mejor papel protagónico, no puede dejar de admirarse su personificación de Rooster Cogburn. El resto del reparto acompaña con gracia y terminan por delimitar una película más que correcta y que deja después de todo buen sabor de boca. Para ver en pantalla grande sin dudas, para deleitarse con un género que ojalá de a poco renaciera y para quedar boquiabiertos con la labor de Roger Deackins cuya cinematografía es simplemente maravillosa. Si aun no la vieron, aprovechen antes que la saquen de cartelera!.
Larga vida al western El primer western que filmaron los hermanos Coen fue "Fargo". El marco temporal es lo de menos: el dibujo de los personajes, el sentido de la historia y el entorno -la helada y desolada Minnesota- encastraban en la mitología del género. La diferencia con "Temple de acero" radica en el carácter casi celebratorio de la película. Los Coen reemplazaron la corrosiva ironía y la crudeza de "Fargo" por tópicos indisolublemente unidos a la tradición del western: la soledad -inherente al paisaje-, la redención, el heroísmo y un tono de perenne tristeza, rematada en este caso por un desenlace conmovedor. Que lo hayan ensayado en forma de remake no deja de ser coherente. Henry Hathaway no estuvo a la altura del maestro John Ford ni de Sam Peckinpah, pero filmó su "True grit" con oficio y calidad, aunque justo es decirlo, al servicio de John Wayne. A esa altura (1969) Wayne ya era un póster ambulante, y gracias a Hathaway y a "True grit" fue un póster... con Oscar. Vale el apunte para valorar el rollo en el que se metió Jeff Bridges cuando aceptó el papel: actuó de Rooster Cogburn y de John Wayne al mismo tiempo, y lo hizo maravillosamente. Al igual que la pequeña Hailee Steinfeld, Matt Damon y un cast que parece elegido por... Ford o Peckinpah. La mano de los Coen -rasgos de cine de autor- son pinceladas repartidas aquí y allá. Los diálogos, veloces, punzantes, llevan su sello, en especial los contrapuntos entre Cogburn, el Texas Ranger que encarna Damon y la pequeña Mattie Ross. Hay mucho de homenaje, planos bellísimos brillantemente plasmados por la fotografía de Roger Deakins, y una banda sonora de Carter Burwell que ya merece un lugar en cada discoteca. Y también, por supuesto, el inevitable crescendo dramático y violento que propone la novela de Charles Portis. Porque es un western, construído y contado con a
El western les sienta bien El eje de esta atrapante historia no es otro que la búsqueda de justicia en el sentido primordial del “ojo por ojo”, como anticipa la cita bíblica de los proverbios que antecede al film: “Huye el malvado sin que nadie lo persiga; mas el justo está confiado como un león”. La novela del escritor Charles Portis sobre una intrépida joven de estilo victoriano y carácter indomable, entre la niñez y la adolescencia, que ha perdido a su padre a manos de un criminal y persigue obstinadamente al culpable con la ayuda del envejecido pero astuto y hábil marshall Cogburn, ya había sido llevada a la pantalla con sólida actuación de John Wayne, quien ganó el Oscar por esta interpretación en 1969. No es la primera incursión de los Coen por el cine que los antecedió, pero sí es la primera vez que revisan un western clásico y, como la mayor parte de su obra oscila entre una visión nihilista del mundo actual y una desencantada del pasado, aquí sorprenden con una ética propia del género clásico y un sobrio sentimentalismo, siempre contenido pero presente. Es un film de grandes interpretaciones, con planos cuidados y una estética admirable, donde se respira algo más que el olor de la pólvora. Fidelidades y sombras Más que relectura de un western clásico de Hathaway, los Coen quieren ser fieles a la novela original y por eso dan las riendas a la conmovedora Hailee Steinfeld y a la relación áspera pero entrañable que se va consolidando entre la joven Mattie Ross y el sheriff Rooster Cogburn. Es la fragilidad inquebrantable de la púber la que motiva la aventura. Damond aparece menos pero su actuación es convincente en un personaje estructurado por su moral rectísima y sentido del deber que choca siempre con el sarcasmo y la experiencia del viejo Gallo, magistralmente interpretado por Bridges. Ambos forman un trío actoral deslumbrante junto a la frescura que imprime la joven adolescente, que comparte con ellos el temple de acero. Es cierto que un tono más sombrío envuelve a la cinta, frente a la candidez que rezumaba su antecesora. La película habla de la muerte, de cómo asumirla y cómo superarla. El peso argumental está puesto en la adolescente que se forma y transforma en ese aprendizaje vital que la marcará para siempre. En eso se aleja de la impresionista adaptación de los años sesenta, realizada por el notable realizador Henry Hathaway. También aporta su cuota de leyenda oscura y un humor subrepticio en las chanzas entre la dupla de ayudantes complementarios, que rivalizan entre sí pero se necesitan. El “ranger” de Texas con su moralidad de boy scout “choca” con el avejentado y tuerto marshall, que es capaz de enfrentarlo y superarlo. Pero sobre todo y ante todo, los Coen plasman momentos inolvidables y personajes como para figurar en los mejores puestos de una galería del género. Clásico totalmente disfrutable en sus encuadres, puntos de vista, diálogos, tempo narrativo y lirismo audiovisual, como para que guste no solamente a los fans del western y a los seguidores de los Coen, sino también a todos los que quieran ver una película de calidad y perdurabilidad garantizada.
En general las remakes no superan a la obra original, pero este no es el caso. Mientras que la película de Hathaway pasó en su época sin pena ni gloria, la de los Coen llego a la pantalla grande para quedarse, y hasta cuenta con varias nominaciones al Oscar. Quizás sea porque hace mucho que no se ven grandes westerns en pantalla, o quizás por ese toque tan particular que tienen todas las películas de los hermanos americanos. Temple de Acero es la historia de Mattie Ross, una joven de 14 años que decide vengar la injusta muerte de su padre en un pueblo lejano al hogar; para ello precisa de un sheriff que la ayude en la búsqueda del asesino prófugo, y a falta de uno consigue dos; por un lado el Gallo Cogburn, un viejo borracho y sin un ojo, y por el otro a LaBoeuf, un ranger de Texas que quiere vengar un crimen cometido por el mismo malhechor en su ciudad. La pequeña Mattie se une a los dos hombres en una cacería por todo el patrimonio Indio en tierras americanas. Jeff Bridges, galardonado con el Oscar el año pasado, vuelve a trabajar con los Coen después de su exitoso personaje en El Gran Lewobski, hace más de 10 años, y consigue hacer un trabajo brillante sobre el personaje principal, superando ampliamente a John Wayne. El papel parece hecho para él, aprovecha cada momento cumbre para realizar un chiste irónico o una burla consentida de la manera más acida posible. Si bien esta película no es del tipo que estamos acostumbrados a ver de los Coen, no por eso es menos digna. Los que esperan ver ironía y humor negro lo van a encontrar aquí de esa forma tan particular que se ve también en sus otros films. Temple de Acero, es sin duda una película emotiva, que rescata valores del cine clásico que hoy en día ya no están presentes, el tan concurrido crimen y castigo vuelve a renacer de la mano de los hermanos más polémicos del cine actual.
El viejo Oeste, a la manera de los Cohen A los hermanos Cohen les gustan las apuestas altas. Son de los mejores cineastas de la actualidad y en esta oportunidad se le animan a reversionar uno de los western más famosos de John Wayne, cosecha 1969. No voy a presentarles a estos cineastas, porque son mundialmente famosos desde sus inicios con la premiada "Fargo". Tienen el ojo puesto en las relaciones violentas, oscuras y en la descripción minuciosa de las manifestaciones tortuosas del alma. Se lucen en ese terreno y han dado muestras de gran plasticidad para ir transitando diferentes épocas y espacios en sus relatos siempre con su característico sello personal. En esta oportunidad, y a pesar de reconocer lo original de esta nueva versión, creo que "True grit" es una cinta aceptable pero no de las mejores del dúo. El ritmo clásico de los western era una narración lenta, pausada, y con personajes no muy delineados en sus emociones, esquemáticos sí...Bueno, ahí está lo rico de esta versión, ellos (los Cohen) respetan las convenciones, pero la enriquecen con su estilo personal. La historia presenta una venganza. Una pequeña de 14 años, Mattie Ross (Hallee Steinfeld) llega al pueblo la idea fija de contratar un sheriff que la ayude a capturar al asesino de su padre. En ese mundo de vaqueros instalado en el viejo Oeste, Mattie no la tiene fácil: nadie le presta demasiada atención por ser mujer, y además una niña. Pero ella no es alguien común, es sumamente preparada, metódica, decidida y audaz a tal punto que logra vender parte de la hacienda de su padre muerto a buen precio y además, contratar a un oficial de justicia para internarse en territorio indio y buscar al culpable. Ese hombre es Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un sujeto inestable emocionalmente, entrado en años y con muy mala reputación en su actividad. Sin embargo, sus pares lo reconocen como un hábil rastreador, condición indispensable para la tarea a llevar a cabo. Paralelamente a esta contratación, Mattie dará accidentalmente con Laboeuf (Matt Damon), un texas ranger que persigue al mismo hombre que ella, con quien acuerda (luego de varias discusiones) aunar fuerzas para funcionar en equipo durante la búsqueda. A partir de ahí, los tres se internarán en las tierras indígenas a capturar al asesino del padre de Mattie... Tarea, nada sencilla. En mi juicio personal, los Cohen respetaron demasiado el guión original. Esa tediosa primera hora se repite de manera casi idéntica y si no fuera por la gran labor de Bridges y la novata Steinfeld, nos habríamos dormido en la butaca. Los western tienen un tempo propio, para el que hay que tener cierta predisposición que no todos los espectadores tenemos. Sí, (y es una anécdota a nivel personal), mi padre ama el género y me hizo ver muchísimas películas pero jamás logró que despertara algún interés. El, sin embargo, los ama. Uso esta figura para que entiendan que esta recreación que proponen los directores puede ser muy interesante para quienes extrañan la atmósfera de los clásicos westerns, pero no lo será para el resto del público. Es más, sino fuera una película de los hermanos Cohen ("Sin lugar para los débiles" debe estar dentro de mis diez películas favoritas de todos los tiempos), seguramente no hubiese entrado a la sala, aunque sea de las nominadas. Una recreación que no pretendía ser homenaje del original, pero que termina siéndolo, un film correctamente estructurado que respeta los cánones de un género caído en desgracia (el western) y no mucho más. Tiene el sello familiar, pero el peso de la tradición limitó bastante el vuelo de la dirección. Regular, nada del otro mundo excepto que amen este tipo de cine....(que no es mi caso!)
Western clásico True Grit o Temple de Acero (en Argentina) es la última producción de los hermanos Coen, responsables de películas galardonadas como Fargo, Raising Arizona y No Country for Old Men (Sin lugar para los débiles) y corresponde a una Remake del film rodado en 1969, que fuera protagonizada por John Wayne. La historia es simple, una niña de 14 años (Hailee Steinfeld) que desea vengar la muerte de su padre, por lo cual contrata al Marshal Cogburn (Jeff Bridges), que junto al Texas Ranger LaBoeuf (Matt Damon) buscarán al asesino Chaney (Josh Brolin) para apresarlo. La historia de por si ya es un clásico western, pero lo que la convierte en una adaptación excelente es sin duda la labor de sus directores. En la cinta se puede ver claramente la estructura de filmación de los Coen, la forma de tomar los lugares donde suceden los hechos, un ritmo estable pero que no aburre, y la crudeza de la vida real filmada con más crudeza todavía. Las películas de los hermanos Coen tienen un tinte especial que no es apto para todos los públicos, y eso está bien, son fieles a su arte y no tratan de adaptarse todo el tiempo a las exigencias masivas, pero si creo pertinente avisar, así como los films de Kubrick, Tarantino y demás tampoco lo son. Con respecto a los westerns, no soy para nada un gran aficionado de las películas del lejano oeste, de hecho siempre me sonaron aburridas, viejas, lentas, pero obras como esta abren mi cabeza y me dicen que cualquier historia por más prejuicio que le tengamos, puede ser contada de manera extraordinaria y ese es el caso de True Grit. Las actuaciones están muy bien, sobre todo la de Jeff Bridges (Cogburn) y la de Hailee Steinfeld (Mattie), sobre el primero, los que vemos mucho cine sabemos que es toda una eminencia, con papeles espectaculares como el de Crazy Heart que le valió un Oscar en 2010 y el de El Gran Lebowski también de los Coen, en esta también debe estar orgulloso porque llenó muy bien las botas de John Wayne, metiéndose de lleno en el personaje y trayendo a la vida un verdadero Alguacil del oeste. La revelación es esta chica que con tan corta edad y poca trayectoria se come la pantalla y se pone a la par de todas las grandes figuras que actúan en el film, interpretando a una inteligente y muy atractiva (mentalmente) niña. Si es amante del western, no debe perdérsela, si es amante del cine, tampoco. Marcianeros, abstenerse. Con un presupuesto de us$30.000.000 lograron una recaudación de más de us$220.000.000, cine inteligente desde cualquier ángulo que se lo mire.
Acero inoxidable Hace pocos días, justamente al escribir mi opinión sobre "El Turista" en este blog, surgía la pregunta sobre la conveniencia o la necesidad de hacer remakes. Muchos éxitos europeos devienen finalmente en remakes hollywoodenses, donde se les quita totalmente el encanto particular que justamente tienen esos films, que cargan con un estilo completamente apartado de lo Hollywoodense. Un ejemplo de los miles de ejemplos que existen es "Bailamos?" la sutil película japonesa, que pierde toda su gris melancolía que era el elemento escencial del film, cuando lo vemos a Richard Gere danzando en la academia junto a Jennifer Lopez. No es lo mismo. Para nada. Son esos casos en que la remake no tiene mucho sentido, excepto que se entienda por el lado de que el público americano suele no ver cine de otras latitudes y entonces es como si la viesen por primera vez. Pero en el caso del público que haya podido ver el original, la remake no tiene ningún sentido. Aunque convengamos que la "Bailamos?" de Richard Gere la vio todo el mundo y a la japonesa la conocen dos gatos locos. Pero hay algunas otras, honrosas excepciones, donde el director se las ingenia para dar una relectura al mismo tema, situarlo en un contexto diferente, revisitarlo para darle una nueva mirada más acorde con los tiempos que vivimos. Sin ser una remake, Doris Dorrie relee "Historia de Tokio" el superclasico oriental de Yasujiro Ozu en "Las flores del Cerezo" logrando una película brillante y exquisita. En este caso, los hermanos Coen eligen un superclásico del mundo del western, "Temple de Acero" y ellos le imprimen un sello tan especial que demuestran una vez más que no hay ningún género en particular que se les resista. Según todos dicen, mucho más fiel a la novela de Charles Portis de la cual parte este guión adaptado nominado al Oscar, el foco hace centro en la protagonista femenina, una joven de 14 años, la fuerte e indomable Mattie Ross (interpretada por Hailee Steinfeld, también nominada al Oscar a mejor actriz de reparto). Ella sabe quién ha matado a su padre, y no parará hasta encontrarlo. No dudará ni un minuto en zanjarse su camino en un ámbito notoriamente masculino, y dará con el que dicen que es la persona indicada para ayudarla. Él es Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un tuerto y alcoholizado policía judicial que en un primer momento le será esquivo, pero luego -pago mediante- emprenderá con el encargo de la joven Mattie. Completa el trio el policía texano interpretado por Matt Damon, La Boeuff, quien será otra figura clave en la búsqueda de Tom Chaney (Josh Brolin) el asesino del padre de Mattie. La película tiene claramente dos tiempos. Toda una primera parte donde los Coen nos van presentando los personajes y se toman el tiempo necesario para que en cada línea de diálogo, cada uno de ellos comience a perfilar su estilo propio, su personalidad claramente definida. Es así como cuando Mattie, Rooster y La Boeuff comiencen su aventura por el desierto, ya se tornaron queribles y estamos absolutamente de su lado. El ritmo cambia por completo a partir del momento en que Mattie da con Tom Chaney, el asesino de su padre y se ven cara a cara. Aparece un nuevo ritmo dentro del film, con una tensión propia del thriller más encrispado. Mientras que en la primera parte del film lo más exquisito son los diálogos y las ironías con las que se manejan los personajes, propias de las criaturas de los Coen, en la segunda parte las palabras le ceden paso a la acción. La galería de personajes que nos van presentando en la primera parte, permite el lucimiento del trío actoral protagónico: Jeff Bridges un perfecto Rooster Cogburn, un personaje que parece hecho a su medida y con el que Bridges parece sentirse comodísimo, lo que le da un plus de credibilidad que suma. La fuerza de Hailee Steinfeld para Mattie Ross es sorprendente y es, sin dudas, la gran protagonista y la que se pone el film al hombro en todo momento. Matt Damon brilla también en La Boeuf -un papel algo distinto en su carrera- y Josh Brolin presta una máscara especial para Chaney. Asi como han adaptadado a Cormac Mc. Carthy en "Sin lugar para los débiles", nos han paseado por la negrura de "El hombre que nunca estuvo" o "De paseo a la muerte", algunos fallidos pasos de comedia como "El amor cuesta caro" o "El quinteto de la muerte" o comedias inolvidables como "El gran Lebowski" o "Educando a Arizona", la sátira de "Quémese después de leerse" o la inclasficable "Fargo" sin miedo a nada, se adentran en un género completamente diferente como el western, teniendo inclusive la brillantez de hacernos olvidar por completo -para aquellos que no amamos ese género-, que se trata de uno de los superclásicos que ellos nos vuelven a contar desde su particular mirada. Sobre el final del film, la belleza visual con que está filmada la noche en pleno desierto es cautivante y como si todo esto fuese poco, "Temple de Acero" cierra con un epílogo que sitúa la historia unos años después donde los Coen se dan el lujo de regalarnos un final lleno de sentimientos. Si aún no siendo fanático del western "Temple de Acero" es arrolladora e irresistible, no quiero imaginarme lo que sentirán los fanáticos viendo en pantalla grande y filmada con todo el talento desplegado por Joel & Ethan Coen en marcha, una de las mejores historias clásicas del Lejano Oeste con una fotografía, una puesta y actuaciones de primer nivel.
Crepuscular y paródico La mayor ceremonia de autocelebración de la industria cinematográfica está a la vuelta de la esquina, y nuevamente sus mayores protagonistas amenazan con ser algunos de los otrora niños mimados del cine independiente norteamericano: los hermanos Joel y Ethan Coen (con el western Temple de Acero) y el resucitado Darren Aronofsky (con el drama de tintes psicológicos Cisne Negro, del cual hablaremos más adelante), entre otros que se podrían sumar a la lista (como David Fincher -con Red Social- o Danny Boyle -con la masoquista 127 horas-). La división entre cine comercial e independiente suele ser caprichosa e inconducente, pero el Oscar nunca lo es: su misión es premiar y celebrar un tipo de cine específico, históricamente determinable pese a sus mutaciones, que difícilmente se distancie del llamado Modelo Institucional de Representación. El cine independiente del norte (o cierta parte de ese universo siempre heterogéneo, que incluye también a nombres como Kelly Richards, Jim Jarmusch, Todd Solondz, Abel Ferrara o Wes Anderson, que difícilmente vayan a estar en el Kodak Theater), muestra aquí sus límites, ya que se confina a ser apenas una puerta de acceso a las grandes marquesinas de Hollywood. Nunca, empero, hay que juzgar a priori, ya que incluso en la gran industria suele haber sorpresas, sobre todo cuando se reivindica el clasicismo, como muy a su manera intentan hacer los Coen en Temple de acero. Western crepuscular y en cierta medida paródico, el nuevo filme de esta dupla de directores que ya han hecho de sí mismos toda una marca de estilo en Hollywood (y vale citar sus propias palabras cuando recibieron el Oscar en 2008 para ilustrarlo: “Gracias por dejarnos jugar en nuestro rincón del arenero”), es una apropiación sin dudas particular de un clásico de 1969 (basado a su vez en una novela emblemática de Charles Portis, de título homónimo), pero atravesada por el tamiz de los Coen con una extraña sutileza: su típico humor negro y su mirada desencantada del mundo (y de sus personajes) están aquí inusualmente medidos, eficazmente integrados a un clasicismo mayor que intenta respetar los códigos del género (aunque los resultados no sean siempre convincentes). Su protagonista principal es apenas una adolescente, Mattie Ross (Hailee Stenfield, en un debut prometedor), joven que acaba de sufrir el asesinato de su padre, pero cuya determinación de hierro la llevará a buscar venganza por todos los medios. Como las autoridades ignoran sus reclamos, Mattie deberá recurrir a un veterano cazador de recompensas llamado Rooster Cogburn (el gran Jeff Bridges), antiguo alguacil ya retirado que ostenta un parche en el ojo y un cuerpo ajetreado por su afición al alcohol, pero que se convertirá en su gran esperanza. También aparecerá otro justiciero, un Texas Ranger llamado La Boeuf (Matt Damon, tal vez el más flojo con su sonrisa modélica y su dentadura reluciente), que busca al mismo forajido (interpretado por Josh Brolin), con la intención de llevárselo a sus pagos, algo que Mattie no está dispuesta a aceptar pues pretende verlo ajusticiado en la plaza pública de su pueblo, por matar a su padre. El desafío es doble porque el fugitivo se ha refugiado en territorio indio, en un tiempo en el que la limpieza étnica de los pueblos originarios aún no estaba concluida y la gran amenaza seguían siendo esos salvajes indómitos que resistían la colonización blanca. Así y todo, Mattie logrará sumarse a la cacería, que incluirá también a una banda de forajidos que acompañan al asesino del caso. El planteo estético y narrativo de los Coen es clásico, y en general respeta los cánones del género (con sus planos generales que exploran la relación del hombre con su entorno, sus típicos escenarios y también sus temas históricos acostumbrados, como la relación del blanco con los indios -cuya marginalidad es apuntada sutilmente en dos escenas-), aunque su versión de True Grit (título en inglés) contiene una dosis inusual de humor, donde se revela su marca autoral: un humor a veces paródico y otras bien negro, sobre todo a cargo de Bridges, pero que casi nunca cae en la mirada despectiva de los personajes, como es su costumbre (acaso la excepción sea uno de los hombres que acompañan al fugitivo, que sólo se comunica a través de sonidos animales). Su mirada del mundo sigue siendo cruel y desangelada, aunque esta vez se justifica por su trama y su tiempo histórico, y hacia el final quedará contrarrestada por una apuesta inusualmente humanista en un hermoso pasaje que, como supo ver el gran crítico Roger Koza (www.ojosabiertos.wordpress.com), remite a La noche del cazador. La pericia formal de los hermanos queda patente en un par de escenas memorables, alguna de ellas en un gran pasaje de acción, aunque en otras (como en la resolución final del enfrentamiento), se nota quizás la mano del productor, nada menos que Steven Spielberg, donde el filme pierde definitivamente cierta contención que los Coen habían sabido mantener en el límite, disminuyendo así sus logros. Por Martín Ipa
Las criaturas que conciben los hermanos Coen suelen estar desconectadas del mundo que les toca habitar y por eso muchas veces no comprenden lo que sucede a su alrededor. A los directores se los ha definido como cínicos e incapaces de generar empatía. Es cierto que muchas veces demuestran desprecio por sus personajes y que tienen una postura nihilista frente al mundo, pero esa fórmula está gastada; todos hablan de esos aspectos cuando aparece una nueva película de los Coen y son tan similares las apreciaciones que a uno le da la sensación de que escribieron la nota antes de ver la película. Temple de Acero es una remake de otra que en 1969 dirigió Henry Hathaway y protagonizó un veterano John Wayne. Basada en un libro de Charles Portis, cuenta la historia de Mattie, (Hailee Steinfeld) una niña de catorce años que busca venganza luego de que Tom Chaney (Josh Brolin) asesinara a su padre. La niña recauda dinero para contratar a Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un sheriff en decadencia que dispara primero y pregunta después. Maileen quiere venganza, quiere que el culpable sea juzgado y ahorcado en Fort Smith, lugar donde ella vive y donde su padre fue asesinado. Por eso se resiste a que el sheriff texano La Beouf (Matt Damon), se lleve Chaney a su estado para juzgarlo allí por la muerte de un senador y su perro. Temple de acero responde con soltura a las exigencias del western, género cinematográfico por excelencia, aunque desliza cada tanto su habitual humor. Lo extraño del caso es que avanzada la trama nos damos cuenta de que ese desconcierto que mencionábamos más arriba como característica propia de los Coen presenta un costado fantástico. En una de las mejores escenas de la película, Rooster despacha a la distancia a tres de los cuatro maleantes que se presentan en una casa. El frío amenaza, Maileen y Rooster deciden quedarse allí a pasar la noche junto a La Beouf. Antes de entrar, Maileen le habla a su caballo y le dice, entre otras cosas, que va a estar todo bien, que ya falta poco para atrapar al asesino de su padre y cumplir la misión. El momento guarda una especial melancolía: el fondo negro alterado por pequeños copos de nieve, se recorta detrás de la figura de la niña. Al ingresar a la cabaña Maileen observa los tres cadáveres que yacen sentados contra la pared, al lado de la puerta, pero su rostro permanece impávido. Más adelante, cuando finalmente encuentran a Chaney es Maileen quien le dispara y un segundo después de hacerlo cae en una cueva. Rooster llega en su rescate pero no alcanza a evitar que la niña sea mordida por una de las tantas víboras que la rodean. Lo que sigue es una cabalgata hipnótica, en el medio de la noche, hacia la atención médica que la niña necesita. Es la figura del caballo la que ahora se recorta mientras el fondo devela una noche estrellada. Los hermanos Coen se encargan de alejar a los personajes de ese pasado ficticio que el western contruyó en la historia del cine. Hacia el final, sólo quedan frases que resuenan en la memoria, el sheriff como espectáculo de circo y una niña adulta, distante como el recuerdo. Cuando la película se estrenó, hace más de cuarenta años, la carrera de John Wayne estaba terminando. Un año después recibiría su primer y único Oscar, más como reconocimiento a sus décadas de trayectoria que por lo destacado de su interpretación. En la edición de febrero de la revista El amante, Federico Karstulovich establece una relación interesante: mientras la carrera de John Wayne llegaba a su fin, el género también vivía su ocaso. En la actualidad, Jeff Bridges y Matt Damon viven su mejor momento y Hailee Steinfeld es, sin dudas, una de las grandes revelaciones del año. Parece un comentario menor, pero resulta valiosa la comparación porque ese final y algunas escenas de esta película piden a gritos un nuevo intento de renovación del gran género cinematográfico. Ojalá que así sea.