La guerra como adicción A su paso por el Festival de Venecia de 2008, Vivir al límite provocó un verdadero revuelo entre la crítica, cuya opinión se polarizó de forma extrema: mientras los defensores de la arriesgada propuesta de Kathryn Bigelow clamaban de forma hiperbólica aquello de "¡obra maestra!", los detractores enarbolaban ese resbaladizo adjetivo que suele sustituir a la reflexión más sofisticada y matizada: "¡fascista!". En defensa de estos últimos, cabe advertir que no es habitual encontrarse con un film bélico que renuncie a la comodidad del discurso didáctico. En Vivir al límite, ningún personaje "explica" el trasfondo político de la invasión norteamericana a Irak, no se escuchan grandes parlamentos sobre el valor de la vida y ninguno de sus jóvenes protagonistas se "hace un hombre". La película se limita a retratar el día a día de tres soldados situados en el corazón de la contienda, una existencia suspendida al borde de la catástrofe y organizada como un ritual macabro y trepidante. Así, con su compromiso radical con una realidad particular (el guión del film está basado en las experiencias vividas en Irak por el periodista Mark Boal), Bigelow aspira a oxigenar el modo en que el cine de género se relaciona con la ideología y la filosofía: apelando a los componentes estratégicos, geométricos y físicos de la acción. Vivir al límite acompaña a un grupo de expertos artificieros (desarmadores de bombas) destacados en Irak y asume el objetivo de retratar la guerra como adicción, como una droga que se asienta en el imaginario de sus participantes y los convierte en mercenarios de su propio deseo de acción adrenalínica. Para conseguirlo, Bigelow construye un sofisticado mecanismo de "repetición con variaciones" en el que, misión tras misión, los soldados se someten a la tensión de la inacción, a la espera del estallido final. No hay en la película rastro de intereses petrolíferos, ni armas de destrucción masiva, sólo tres hombres enfrentados a la única fuerza motora válida, útil, en el contexto de la batalla: la supervivencia. A nivel dramático, el film recuerda intensamente a las películas bélicas de Samuel Fuller (Más allá de la gloria/The Big Red One, Cascos de acero/The Steel Helmet), mientras que la puesta en escena podría formularse como una suerte de Tony Scott vaciado de épica y de estallidos catárticos, o mejor aún, la trascripción bélica de lo conseguido por el gran Johnnie To en The Mission: una poética de la suspensión de la acción. José Manuel López, en su crítica para Cahiers du Cinéma-España, también da en el clavo al relacionar el film con los westerns de Anthony Mann. La película roza la crisis cuando esgrime, de un modo un tanto explícito, los traumas de los personajes, pero resuelve la situación con ligereza e ingenio, sin énfasis ni exhibiciones dramáticas, como en el caso del soldado que lleva consigo una caja con aquellos objetos "que podrían haberlo matado" (detonadores de bombas y un anillo de boda). Puede argumentarse de muchas maneras, pero finalmente el objetivo de Bigelow resulta elemental: hacer buen cine de género, que no es poco.
Kathrym Bigelow es una directora distinta y por eso siempre me atraparon sus trabajos. Desde que comenzó su carrera en el cine a fines de los ´70 apostó de manera incondicional a los thrillers y el cine de acción. Las comedias romanticonas y los dramas melosos no son lo suyo. En sus historias es muy raro que no se dispare algún tiro o haya alguna persecución. Pese a no tener una larga filmografía en el pasado hizo muy buenas películas que siempre son agradables volver a ver. Near Dark (1987), por ejemplo, es una de las mejores historias de vampiros realizadas en los últimos años que se convirtió en un fenómeno de culto. Strange Days (1995), escrita y producida por James Cameron luego del divorcio con la directora, fue otra gran historia atrapante de ciencia ficción protagonizada por Ralph Fiennes. Ni hablar de Púnto Límite, una de las grandes joyas de acción de los ´90, K-19 (que brindó un muy buen entretenimiento) o ese maravilloso comercial para Pirelli con Uma Thurman donde presentó una tremenda persecución de autos. Es loco porque a diferencia de otros cineastas Bigelow siempre contó con el respaldo de la prensa en sus laburos pero salvo por Punto Límite y K-19 sus filmes nunca fueron éxitos taquilleros. Sí, soy fan de Kathryn y me encanta todo este reconocimiento que está teniendo en estos días con su último trabajo, ya que más allá que se lo tiene merecido, se trata de su mejor obra hasta la fecha. Vivir al Límite es un tremendo peliculón que se destaca principalmente por ser un thriller que no da respiro desde la primera escena. Filmada con un enfoque documental que remite a los trabajos del Gran Paul Greengrass (El ultimátum Bourne), el film retrata la vida cotidiana de un escuadrón de bombas en Irak. Casualmente la directora trabajó con el mismo director de fotografía de Vuelo 93, Barry Aycroyd (frecuente colaborador del cineasta Ken Loach) quien se caracteriza por darle un aspecto realista a la producciones en las que colabora. Si ya de por si dedicarse a desactivar bombas es un trabajo estresante, llevar a cabo esa tarea en Bagdad puede ser un verdadero infierno, especialmente si tu jefe es un psicópata como el que interpreta Jeremy Renner, en una labor extraordinaria. Bigelow logró mantener la tensión y el suspenso a lo largo del todo el relato sin dejar de lado las emociones y conflictos personales de los personajes principales, que es lo más importante en esta historia, más allá de la acción. Se trata de un film apolítico que no juzga ni emite una postura sobre el conflicto en Irak, sino que se centra en retratar lo que la guerra genera en la personas desde el punto de vista emocional. Pese a no contar con un gran presupuesto la directora presenta varias secuencias de acción que superan en materia de realización a varios tanques hollywoodenses que vimos en el último tiempo. El duelo de francotiradores que se produce en la mitad de la historia es mortal. Sin embargo, es el reparto el que lleva la historia con sus interpretaciones, donde se destacan también cameos locos de Guy Pearce y Ralph Fiennes. Entre las películas que se hicieron recientemente sobre este tema, la historia de Vivir al límite es la mejor de todas y merece su visión. EL DATO LOCO: James Cameron se encargó de convencer a la directora para que dirigiera este film que en un principio a Bigelow no le atraía demasiado. Al final siguió el consejo del director de Avatar y Vivir al límite se convirtió en la película más importante de su carrera, además de la producción independiente más taquillera de los Estados Unidos en el 2009.
Los chicos de la guerra Vivir al límite (The Hurt Locker, 2008) no es la obra extraordinaria que las innumerables críticas laudatorias y premios que preceden a su estreno local pregonan. Sí es una gran película bélica que se apoya en el prodigioso pulso narrativo de Kathryn Bigelow la notable pero imperceptible factura técnica con que se construye un análisis descarnado de la lucha diaria contra ese enemigo invisible pero real, que es la locura. Falta poco más de un mes para que el pequeño escuadrón antibombas al mando del Sargento Thompson (Guy Pearce) cumpla el periodo anual de servicio en la compañía Bravo norteamericana, cuando la muerte irrumpe. La padece el líder y, por qué no, sus laderos: quedan allí, en la seca Irak, acéfalos y solitarios. Sin ánimo de reemplazarlo pero dispuesto a implantar su sello arriba el Sargento James (el nominado al Oscar Jeremy Renner), un auténtico paladín del desarme. Él no disfruta el olor a Napalm en las mañanas pero sí la adrenalina de la posibilidad latente del estallido letal. Trabaja, piensa mientras se divierte, disfruta. Los roces con sus nuevos compañeros, acostumbrados a la serenidad y profesionalismo de su anterior mandamás, serán inevitables. Cuesta creer que detrás de Vivir al límite esté una mujer, dicho esto menos por misoginia que por el fanganoso ambiente falocentrista donde se desarrolla la acción. Las de Bigelow son películas no para hombres, sino sobre ellos y las situaciones extremas a las que estos pueden enfrentarse. No es casual entonces que dos de sus tres películas más conocidas se emparenten tanto temática como semánticamente, marcando así el borde emocional al que se trasladan sus personajes. Punto Límite (Point Break, 1991), K-19: The widowmaker (2002) y Vivir al límite, todas historias donde predomina el orgullo por sobre la razón: la fuerza, tarde o temprano, es el único arma que dirime las diferencias entre los protagonistas. Pero la ex esposa de James Cameron no mira insegura y vacilante desde su sexo, evade el lugar común e inmiscuye su cámara entre ellos, se embadurna de tierra, se empapa de sus sudores. Cuando el pudor y las circunstancias lo impiden, opta por la lejanía de un retrato firme aunque tembloroso, termómetro formal de las sensaciones de los soldados cuando sienten el gélido resoplido de la muerte. Es así que la película comparte las oscilaciones emocionales de su protagonista. Cuando éste se inmiscuye en la tensa tarea del desarme de bombas, con procedimientos poco convencionales para sus apocados compañeros, hay algo de la locura de Apocalipsis Now (Apocalypse Now, 1979). Cuando la moral invade el relato, es un drama bélico digno del mejor Oliver Stone, el que evitaba el moralismo y la bajada de línea, el de Pelotón (Platoon, 1986). Y hasta hay algo de El Francotirador (The Deer Hunter, 1978), donde la guerra se tornaba un factor alienante y adictivo para el personaje de Christopher Walken. Para James y su insaciable capacidad adrenalínica, el conflicto armado es una adicción. Reniega de la guerra y extraña a su familia, pero es incapaz de confesárselo. No mide riesgos, se saca el uniforme ya que “si va a morir, prefiere hacerlo cómodo”, es un ser de una irrefrenable voracidad bélica, un auténtico soldado engendrado por la locura. Lejos de la perfección absoluta que le endosan los lauros previos y futuros (tiene nueve nominaciones a los premios Oscar), Vivir al límite es un intenso relato que aborda la guerra que impacta por crudeza y por un factor lamentable: su indeseable actualidad.
La sed del vulnerable Al considerar la interesante carrera de la norteamericana Kathryn Bigelow, de inmediato debemos dividir su producción en dos períodos específicos. Aunque sus primeras obras resultan bastante atendibles, las cúspides artísticas de la etapa inicial son las pintorescas Punto límite (Point Break, 1991) y Días extraños (Strange Days, 1995), films que imponen un estilo singular vinculado a la súper acción ochentosa, el preciosismo formal y la profusión de tomas subjetivas. El quiebre hacia la adultez llega con la relativamente fallida The Weight of Water (2000) y la excelente K-19: The Widowmaker (2002). Como consecuencia del fracaso en taquilla de ésta última, el regreso se dilató por seis largos años. Sin dudas Vivir al límite (The Hurt Locker, 2008) es su mejor trabajo hasta la fecha, un drama bélico de una insólita virulencia en donde el desarrollo de personajes y la intensidad de la trama son los elementos fundamentales. Todo comienza con la asignación del Sargento William James (Jeremy Renner), un adicto a la adrenalina, como el nuevo líder de la Compañía Bravo, una unidad de elite encargada de desmantelar explosivos en los días posteriores a la invasión a Irak. Pronto se gana el odio de sus compañeros Sanborn (Anthony Mackie), un hombre que siempre apuesta a seguro, y Eldridge (Brian Geraghty), un joven con tendencias depresivas. Juntos deberán convivir hasta el ansiado reemplazo. El guión de Mark Boal, responsable de la historia de la temáticamente similar La conspiración (In the Valley of Elah, 2007), hace foco en el hecho de que determinados soldados disfrutan de la vehemencia del combate, esa furia ambigua que se tambalea en la frontera que separa a las victimas de los victimarios. Con el mismo espíritu crítico de Redacted (2007), el opus del gran Brian De Palma acerca de la guerra en Medio Oriente, la película también puede ser leída como un análisis de la vulnerabilidad y amplitud de maniobra de las tropas estadounidenses en territorio enemigo. Quizás éste es el verdadero eje de la multipremiada propuesta, aún más que la mendacidad perenne detrás del conflicto. Pocas veces el devenir cotidiano de los enfrentamientos militares ha sido plasmado en pantalla con tanta inteligencia y meticulosidad en el trazado general. Bigelow construye una ambiciosa estructura narrativa basada en un tono seco y un ritmo asfixiante, por momentos francamente demoledor: las prolongadas secuencias de suspenso en torno a las bombas están intercaladas con instantes de aparente quietud en la base. La realizadora administra las escaramuzas con su maestría habitual y reincide en el minimalismo expresivo para apuntalar la tensión (en este ítem el film supera con creces a K-19: The Widowmaker). Una angustia expectante recorre el relato sin nunca dejar lugar a la calma. Más allá de los cameos de figuras de primera línea como Ralph Fiennes, David Morse y Guy Pearce, el desempeño del elenco en su conjunto es uno de los pivotes principales del andamiaje emocional. En especial sobresale la labor de Jeremy Renner, un actor austero que saca provecho de un personaje mucho más complejo de lo que se cree a simple vista. Centrándose en las paradojas de una profesión extrema, Vivir al límite pone al descubierto las distintas clases de egoísmo que afloran en un contexto espantoso, en el que nadie es inocente. Aquí la honestidad humanista, alejada del maquillaje mainstream, registra los pormenores de una sed de supervivencia que se mezcla con la inefable pulsión de muerte.
El nuevo héroe de acción. La cámara de Kathryn Bigelow no deja de moverse. No es que la directora de Punto límite no sepa que así nunca puede construir suspenso o empatía con los personajes. Como la buena escuela de Paul Greengrass, el movimiento pseudo-documental agota físicamente (sí, leyeron bien) al espectador. Y sabe cuando parar, aminorar el ritmo y crear suspenso. Es algo elemental si estamos hablando de una película dividida en secuencias de acción que involucran (en su mayoría) a un grupo que desactiva bombas en Irak. Lejos de abordar la guerra en Irak desde una visión más política, Katrhyn Bigelow ofrece una excelente película de acción antes que un panfleto pro o anti-guerra. Eso no quiere decir que de diversas interpretaciones (como la que aquí se puede leer) refuten cualquier especulación política o ideológica (¡¿que sería si no tuviera carga ideológica?!). El protagonista es William James (atención a este nombre: Jeremy Renner) un marine que desactiva alguna de las más complicadas bombas en Irak. Es un sujeto temerario. Es la afirmación de la frase con que inicia la película "La guerra es una droga", del periodista norteamericano (corresponsal de guerra) que también es el guionista, Mark Boal. Will ve una bomba, y encuentra un desafío. Cada vez que debe desactivar una, se juega la vida. Y la de sus compañeros. Pero poco parece importarle. Que el hombre es eficaz, no hay dudas (desactivó casi 300). Su ingenio, su hábilidad para pensar como su enemigo lo hace un soldado ejemplar. Sin dudas, con más tipos como este, EEUU ganaría la guerra. El problema es, desde luego, que la adicción a la adrenalina lo hace un peligro para sus propios compañeros. Es por lejos, uno de los personajes más interesantes, duros y complejos (hay un flashback en la película, que agrega todavía más matices) que haya visto el cine bélico. Es también uno de los más originales. A Will no lo motiva la venganza, el honor a su patria, o la defensa de su familia y nación. Sólo le interesa encontrar un nuevo y letal desafío. No puede estar quieto. Guarda una caja con distintos detonadores. Son las cosas que pudieron haberlo matado. Entre ellos está su anillo de bodas. Will es humano. Establece relaciones con otros (un chico iraquí llamado Beckham, por ejemplo), pero su actitud es tan extrema, que sólo consigue choques con el sargento Sanborn (una espectacular interpretación de Anthony Mackie, que merecía una nominación al Oscar). Este es un buen tipo, con intenciones nobles. Pero no soporta a William, y tampoco, sospechamos, soporta la guerra. Aún siendo un tipo duro, sabemos que preferiría estar en cualquier otro lugar menos ahí, en Bagdad, protegiendo a un psicópata que pone en riesgo su vida. Howard Hawks decía que una buena película tiene 3 o 4 escenas buenas y ninguna mala. Con Vivir al límite cuento más de 3 o 4. Una involucra una de las explosiones más memorables del cine. Otra, el lazo de vida y muerte que une a Sanborn/James (y una de las más tensas de la película). El traje de protección que parece salido de un viaje a la luna (de hecho, la primer secuencia sugiere que estos muchachos no están en la Tierra). Podría seguir (la secuencia donde no se puede quitar la "suciedad" bajo la ducha) pero no quiero adelantar muchas cosas. La cámara de Bigelow es una de las más virtuosas que se puede ver en cine desde Vuelo 93 o El ultimatúm Bourne, con el agregado que acá, la directora de K-19 aminora los ritmos cuando es debido para que nos compenetremos con los personajes. Así mismo, los puntos de vista no sólo significan estados de ánimo de los protagonistas, sino también la ubicación de los enemigos. Y ese es otro acierto: nunca hay un enemigo presente y claro en la película. Sí, sospechan de varias personas. Y la cámara revela posibles escondites, donde quizás, se esconda el arquitecto de las bombas. Pero nunca sabemos con certeza. Es una paranoia constante. La cámara se mueve. Parece un documental, pero no lo es. Nos agota, y cuando estalla una bomba, lejos de sacudirse aún más, se inmoviliza y un super slow-mo muestra todo el poder devastador de la explosión. La fotografía, a cargo de Barry Ackroyd, es una de las más grandes justificaciones contra la piratería. Como debe ser. No sólo porque la mayoría de los encuadres (principalmente cuando la cámara está quieta) son poderosos (Will levantando las bombas escondidas) sino porque tiene una alta definición impresionante. El detalle del polvo que se levanta por las ondas expansivas es algo digno de ver en la pantalla grande (ni hablar del sonido). Además, pone en escena a otro protagonista. Uno que ya pasó por varios clásicos (Lawrence de Arabia, El bueno, el malo y el feo) y convierte a los hombres en Hombres. En leyendas. Es el calor, claro. Ya sea en el desierto de Arabia o en el de México (o en el de Irak, como es el caso), el calor toma un lugar importante en la historia. De nuevo, cito esa secuencia fundamental contra los francotiradores. Allí, en medio de la nada se forja el compañerismo. Pensar que la justificación principal de Avatar es ir al cine porque en televisión pierde mucha potencia, y ver (y escuchar, sentir) cada momento de Vivir al límite (en cine, potenciado), una película independiente del 2008 no hace más que coronarla como la mejor candidata para el Oscar. Una película arriesgada, inteligente, técnicamente impecable (atención a la metatextualidad de la soberbia banda sonora que evoca una de las mejores películas del 2007). Un triunfo para el cine.
El suspenso, por sobre todas las cosas Es un filme visceral, que traspasa el género de la película bélica. Difícil encuadrar a Vivir al límite en un género, pero si se pudiera, habría que definirlo como superior. Kathryn Bigelow toma uno o varios temas como el valor, la solidaridad, el miedo, que rondan los filmes bélicos, pero no construye un filme de guerra en el sentido lineal. Vivir al límite se sitúa en la guerra de Irak, pero la traspasa. Su protagonista está bajo fuego, pero no es presentado necesariamente como un héroe, sino como un especialista -en desactivar bombas- que llegado el caso obrará con heroísmo. Pero el sargento William James actúa con valentía porque así se lo exige la situación que lo rodea. Bigelow tiene un pulso maestro en elegir los planos y en la edición de las escenas de acción. En ellas el suspenso está por sobre todas las cosas, la espectacularidad, el dramatismo o el regodeo técnico -del que da muestras de sobra-. Una buena película de acción es aquélla en la que la cámara fluye, no se delata. Bigelow construye una secuencia para el recuerdo en medio de un desierto. Para entonces, el espectador ya ha pasado sufriendo por un par de desactivaciones de bombas, por lo que sabe que lo que está por venir no será sencillo. Sin llegar al extremo de Redacted, de Brian De Palma -con la que compitió en Venecia... 2008, Bigelow denuncia la locura de la guerra, pero se queda con el comportamiento de los soldados del escuadrón. Allí donde Oliver Stone los dividía en buenos y malos en Pelotón, o Kubrick mostraba la demencia del entrenamiento que llevaba al suicidio en Nacido para matar, la directora opta por mostrar al comando de élite tanto desprotegido como ansioso. Y allí donde Spielberg se pondría patriótico, para Bigelow no hay banderas sino hombres. Otro tema -al margen de qué lleva a James a vivir sin miedo todos los peligros- es el de la confianza: si James es quien se juega el pellejo, sus ojos no son los que ven alrededor y lo cubren, sino los de Sanborn, quien vigila el perímetro. De eso también trata Vivir al límite: cómo en el peligro uno no es nada, aunque puede creerse mucho, sin la ayuda, el soporte de quienes lo rodean. Metáforas al margen, la película es de lo más visceral, en el sentido estricto del término. Bigelow no ahorra crudezas, pero se entienden y se las ve en su justa medida. En una guerra hay cadáveres, y entre éstos suele haber inocentes -léase civiles- y allí donde parece que va a derrapar un clisé (con un niño de Bagdad), recupera el mando, y el tono. El filme es como un cuchillo que se introduce en la carne y va hasta la esencia. De la moral, del perdón, de la demencia de la guerra, pero con la maestría de quien cuenta y no sermonea. Con cámara en mano, imágenes ralentadas y planos detalles, Bigelow sabe cómo seducir al espectador y llevarlo adonde quiere. La mentada masculinidad que suele atravesar las películas de Bigelow está más que latente aquí, en la que es su mejor película y que merece todos los reconocimientos que ha tenido y -cabe esperar- tendrá.
Una experiencia contundente La realizadora, Kathryn Bigelow, fue comparada con los grandes cineastas clásicos. Para quienes esperan de una película ambientada en el conflicto de Irak grandes elaboraciones sociopolíticas, personajes heroicos y mensajes aleccionadores, Vivir al límite puede resultar una propuesta decepcionante. En cambio, para aquellos que estén dispuestos a sumergirse en la intimidad cotidiana de los profesionales de la guerra (en este caso, expertos en desactivar bombas que se juegan la vida a cada segundo), podrán ser protagonistas de una de las experiencias cinematográficas más contundentes y desgarradoras de los últimos años. No hay en esta nueva película de Kathryn Bigelow ningún atisbo de metáfora, denuncia ni frases altisonantes (algunos intelectuales la cuestionaron con el dudoso término de "apolítica"). La talentosa directora de Cuando cae la oscuridad , Testigo fatal, Punto límite, Días extraños y K-19 - una de las pocas mujeres que incursionan tan bien (o mejor) que los hombres en el cine de género (supuestamente) masculino- prefiere concentrarse en el accionar de los tres artificieros de la compañía Bravo mediante un sofisticado mecanismo de repetición y acumulación, una sucesión de escenas en las que deben desarmar explosivos con el reloj y los francotiradores como principales enemigos. Tanto el preciso guión de Mark Boal (un periodista experto en coberturas bélicas) como la puesta en escena que elige Bigelow (mucha cámara en mano, tomas subjetivas y una edición que prioriza la tensión) sirven para que el espectador sea testigo privilegiado de la intensidad y la crudeza de cada misión, de la carga de adrenalina que es el verdadero combustible que mueve a estos verdaderos adictos a la guerra, de los que sólo conoceremos algunos detalles a partir de un par de muy cuidadas escenas intimistas en los que afloran algunos rasgos de "humanidad", pero que evitan con elegancia caer en el didactismo y en la sensiblería. Comparada con grandes cineastas clásicos como Anthony Mann o Sam Fuller, Bigelow ofrece una narración quirúrgica (en definitiva, estos profesionales son verdaderos cirujanos) en la que para su desarrollo resultan tan importante los grandes picos de tensión como los pequeños detalles (una silueta que se esconde detrás de una ventana, el paso de unas cabras, un cigarrillo que se prende, un teléfono que se activa, una roca que se mueve, una canción de heavy-metal que se escucha, un civil iraquí que se cruza en el camino). Porque en la espectacularidad con que están construidas las escenas de acción y en el valor que adquieren cada una de las sutiles observaciones reside, precisamente, la enorme sabiduría de esta realizadora. Los tres actores principales están impecables con sus contradicciones y diferentes matices, pero es Jeremy Renner -el artificiero que luego de haber desarmado 873 bombas se sigue calzando un traje que parece de astronauta y se enfrenta solo a lo desconocido- el verdadero protagonista del relato, un personaje sin grandes luces ni atributos, pero por el que no podemos dejar de consustanciarnos y comprometernos emocionalmente ni por un segundo. En una era en que las películas se ven cada vez más en monitores de computadoras o incluso en minúsculos celulares, Vivir al límite -que desde hace meses se consigue en copias truchas- es digna de ser vista con la mejor calidad de imagen y sonido en pantalla gigante para recuperar, así, el placer genuino del gran espectáculo cinematográfico.
Cuando la guerra se vuelve una adicción Con una puesta en escena de un rigor y una precisión abrumadores, la directora de Punto límite propone el relato de la terrible cotidianidad de la guerra urbana en Bagdad, pero adscribe al punto de vista del ejército de ocupación. Desde su ya lejano estreno internacional, en los festivales de Venecia y Toronto 2008 (también fue la apertura de Mar del Plata de ese año), Vivir al límite ha venido instalando, lenta pero sostenidamente, una discusión sobre cine e ideología que ahora, con las nueve candidaturas al Oscar que acaba de cosechar, no hará sino recrudecer. Lo interesante del caso es que, a diferencia de otras películas sobre tema similar que sí presumían de tener una clara postura ideológica en relación con la guerra de Irak (la enfática La conspiración, por ejemplo, protagonizada por Tommy Lee Jones, con participación en el guión de Mark Boal, el mismo guionista de Vivir al límite), la realización de Kathryn Bigelow ha sido definida como “apolítica”, una categoría por cierto inexistente. El cine, ya se sabe, nunca es neutral y menos cuando representa una guerra actual. La singularidad del caso Bigelow, aquello que lo hace precisamente más rico y complejo, es que se trata de una directora de primer orden, capaz de plantear una puesta en escena de un rigor y una precisión abrumadoras, algo cada vez más infrecuente en el panorama del Hollywood actual. No por nada, para hablar de su película ha sido necesario remitirse al mejor modelo de relato clásico y es así como surgen los nombres de Alfred Hitchcock (por su utilización estructural del suspenso), Howard Hawks (la camaradería masculina, el peligro como motor dramático) y Samuel Fuller (el cine como campo de batalla). Ya desde su primer largo conocido en Argentina, Cuando cae la oscuridad (1987), se supo que Bigelow se entroncaba como pocos en esta tradición, a la que después siguió adscribiendo en Punto límite (1991) y en menor medida en Días extraños (1995). Los memoriosos recordarán, sin embargo, que ya en Testigo fatal (1989), Bigelow había despertado sentimientos encontrados, no sólo al hacer de una mujer policía (Jaime Lee Curtis) su peculiar heroína sino también al exhibir su uniforme y su arma –sobre todo en la inquietante secuencia de títulos– como algo más que fetiches eróticos. Aquí, en Vivir al límite, Bigelow también trabaja un poco en esa misma línea de ambigüedad. El sargento James (Jeremy Renner) es, a poco de comenzado el film, saludado como un héroe por uno de sus superiores. No por nada lleva desactivadas entre Afganistán e Irak un total de... 873 bombas. Pero para sus compañeros de equipo, los sargentos Sanborn (Anthony Mackie) y Eldridge (Brian Geraghty), James también es un irresponsable, un enfermo, un psicópata. Nada parece sacarlo de su letargo salvo la adrenalina que segrega cuando se enfrenta al siempre imprevisible mecanismo de un artefacto explosivo improvisado, de los que se tiene que ocupar diariamente en Bagdad. Para James, “la guerra –como dice la cita del periodista Chris Wedges con que se abre el film– es una droga”. Tan adictiva y peligrosa como la peor. Es notable la manera en que Bigelow, a su vez, va desplegando su propio mecanismo narrativo desde la impresionante escena inicial, que deja establecidos el modus operandi y los riesgos que implica ese trabajo. A partir de allí, se dedica a moldear no sólo el espacio sino particularmente el tiempo: a ese grupo de elite le quedan antes de la baja apenas treinta días, que se hacen cada vez más angustiantes, así como cada nueva bomba parece más difícil de desactivar que la anterior, mientras los minutos pesan más que un coche cargado de explosivos. Esta es gente haciendo su tarea, parece decir el film de Bigelow. Por qué están allí, en nombre de quién, en defensa de qué intereses, bajo qué bandera (las barras y estrellas casi no se ven en toda la película), es algo que Vivir al límite deliberadamente omite enunciar, porque no es una preocupación de sus personajes, cuya prioridad es otra: sobrevivir. Sobrevivir para volver a casa, en el caso de Sanborn y Eldridge, y sobrevivir para desactivar la próxima bomba, como prefiere el adicto James. Del otro lado, se sugiere, también hay gente que está haciendo su trabajo: el carnicero iraquí que pulsa ansioso el teclado de su teléfono celular o el camarógrafo que registra desde una mezquita lo que espera sea una explosión son los antagonistas anónimos del comando estadounidense. El realismo que impone el fotógrafo Barry Ackroyd (colaborador de Ken Loach desde los tiempos de Riff-raff) contribuye a que esas situaciones extraordinarias parezcan lo que son en Bagdad: cotidianas. Es fácil cuestionar a la película una escena en la que James sale por única vez de su aturdimiento para intentar vengar por mano propia el asesinato de un niño iraquí con el que había simpatizado. Pero también es sencillo justificarla en términos dramáticos, si se atiende al desastroso resultado de esa improvisada excursión: James no entiende esa guerra, como no entiende ese país, ni su gente ni su idioma. Fuera de su área de acción específica, los gritos furiosos de una mujer desarmada bastan para aterrorizarlo. Aquello que sin embargo es ciertamente cuestionable de Vivir al límite es la manera en que paulatinamente induce al espectador a identificarse no sólo con la adicción del protagonista sino con el punto de vista del ejército de ocupación en su conjunto. Cuando en una larga, excelente secuencia de tensión en el desierto se miden las destrezas como tiradores entre los soldados estadounidenses y los combatientes iraquíes, no quedan dudas sobre de qué lado pretende poner al espectador la puesta en escena. A su vez, el plano de James caminando solo frente al peligro, dispuesto a enfrentarse a una nueva bomba de la que todos huyen, expresa una mitología del héroe que es intransferiblemente estadounidense y que remite a la tradición de las escenas de duelos en el western clásico. De esa materia están hechos los sueños y las pesadillas de Vivir al límite.
Lo que está en cuestión es lo que ocurre con el sujeto, en tanto es la subjetividad atravesada por la guerra, por lo fanático y lo vital, expuesto al segundo infame del destino. La acción gira alrededor de la patrulla Bravo, cuya misión es desactivar bombas en medio de Bagdad. Desactivar bombas no es solo una cuestión técnica y mecánica. Significa que en medio de la ciudad se han instalado trampas explosivas que se pueden detonar repentinamente. Implica desalojar las zonas circundantes y exponerse a que exploten por acción de ciudadanos comunes o por errores en la manipulación. La guerra (consideremos que la invasión a Irak es una guerra y que el ejército estadounidense es beligerante y no ocupante) está metida en medio de las ciudades, entre civiles, niños, perros, soldados. Cada uno de ellos deja de tener una identidad reconocible (incluso unos soldados ingleses camuflados en el desierto). Bigelow cuenta con una potencia sorprendente la tensión de esta violencia. Mezclando tópicos comunes del cine bélico, como el oficial que desconoce las medidas de seguridad y con su valentía a cuestas lleva adelante las mayores proezas, tanto como la idea de una vida interna de cuartel cruzada por una virilidad excedente, enfrentamientos y hermandad a las piñas con la tensión, junto a la tensión de la quietud, de la espera ante la amenaza latente, de la carga dramática que acumula la aridez, la directora construye un relato potente. Pero lo que está en cuestión, y aquí visita nuevamente algunas de las idea matrices de su excelente Punto límite, es lo que ocurre con el sujeto, en tanto subjetividad atravesada por la guerra, por lo fanático y lo vital, expuesto al segundo infame del destino. Y como ese sujeto puede o no ser un sujeto para una sociedad burguesa moderna. Aunque por momentos el relato no avance, pocas secuencias como el enfrentamiento en el desierto han sido filmadas en el cine bélico. Solo por esa, la película justifica sus 130 minutos de duración.
En este film no encontramos una historia concreta, no hay ganadores ni perdedores, no hay parlamentos ni referencias políticas, acá de lo que se trata es de mostrar ...
Guerrera de profesión Kathryn Bigelow es una cineasta con testosterona, habitué a temas crudos en su filmografía. Su película está nominada a 9 Oscar. Y se batirá a duelo con su ex marido James Cameron, director de la ¿favorita? "Avatar". Es una de esas películas de las que, seguramente, se hablará durante buena parte del año. Hoy se estrena "Vivir al límite", título pueril y olvidable que define una contundente y demoledora historia: la de un grupo de soldados que cuentan con el trabajo más peligroso del mundo, que consiste en desactivar bombas en... Bagdad. A vuelo de pájaro, "Vivir al límite" parece ser el -¿único?- palo en la rueda para que la colosal "Avatar" trastabille en su recta final, cuya meta es el 7 de marzo, día en que en el Kodak Theater se entregarán los Oscar. Por obra del destino, el poderoso James Cameron ("Titanic" antes; "Avatar" ahora) debe, al menos, haber sufrido cierto hormigueo estomacal al enterarse que competirá en los rubros Mejor película y Mejor director con Kathryn Bigelow, la realizadora de "Vivir al límite" y... ¡ex esposa! Bigelow, estadounidense de 58 años, y que vino a respaldar a "The Hurt Locker" (título original) al Festival de Mar del Plata, debe ser una de las poquísimas directoras que aborda temáticas bélicas o de acción por doquier. ¿Quién podría imaginar que una trama como "Vivir..." podría tener a una dama de aspecto refinado detrás de cámara? Nadie. Y cuánto bien le hace esa mirada con rímel para una historia tétrica, tensionante -gracias a una cámara nerviosa, que mantendrá al espectador acurrucado al borde de la butaca y, por momentos, con las manos tapando su rostro. "Este es el momento más increíble de mi vida", dijo cuando se enteró de sus nominaciones. El protagonista, Jeremy Renner, "candidatazo" a Mejor actor, definió con criterio a la cineasta: "Es una guerrera". La trama de "Vivir al límite" gira en torno de una brigada estadounidense, destinada en Irak durante 2004, especializada en el desarme de explosivos. Bigelow, sin bajar línea ideológica, tampoco falso patriotismo ni moralinas, logró uno de sus principales cometidos: humanizar a esos soldados pertrechados con alta tecnología y dueños de una vida que puede despedazarse en cualquier momento. Otro de los grandes méritos del film, por su autenticidad y realismo, es su guión original, que pertenece a Mark Boal, nada menos que el corresponsal de guerra en Irak para la Rolling Stone, y testigo preferencial y kamikaze de las locuras de un soldado excedido de pasión por su enajenante labor de desactivar bombas. El mencionado Jeremy Renner, sin demasiados pergaminos hasta aquí, personifica a ese atractivo demente que sólo parece concebir su vida en el desierto iraquí, rodeado de cables y explosivos, y no junto a su esposa e hijo, con quienes vive una suerte de parálisis general. Como aquella lograda escena en un supermercado -ya en su hogar, lejos de la guerra- en la que sufre de vértigo al tener que elegir una caja de cereales entre una centena de opciones. Si bien tiene un bajo presupuesto, "Vivir al límite" despliega una imagen de poderosa calidad, haciendo foco en detalles mínimos que agigantan la escena. Se respira la opresión, el miedo y la paranoia que destilan las calles de Bagdad a partir de un gran relato, que no se engolosina de efectos especiales. "Vivir al límite" debe ser uno de los más destacados films bélicos de los últimos años, con el sello de una cineasta con testosterona, que además pretende darle un dolor de cabeza a su ex marido.
Psicología de acción violenta Kathryn Bigelow es mucho más que la ex esposa y competidora de James Cameron en la próxima entrega de los Oscar: es una directora completa. Quien conozca el nombre de Kathryn Bigelow sabrá que en Vivir al límite encontrará algunos elementos comunes a casi todos los films de la directora, presentes en películas aparentemente distintas, como Punto límite y K-19: comunidades masculinas cerradas, adictos al peligro, una mirada política que excede lo coyuntural, acción y tensión constantes. La Bigelow pertenece a un selecto conjunto de cineastas que, por norma general, narran y muestran el mundo a través de la pura acción física. James Cameron, Michael Mann y en menor medida Tony Scott están, hoy, en ese nivel. Como todo el mundo sabe, es la máxima candidata –junto con su ex James Cameron– a llevarse el Oscar este año. Y si Vivir al límite ganase el premio de Mejor Película o Mejor Director por encima de Avatar, no sería del todo injusto, aunque sí –se sospecha– por las razones equivocadas. Porque lo que Bigelow narra en el film tiene que ver, en última instancia, más con el cine que con el contexto político de hoy, aunque se trate de marines y aunque se trate de Irak. El film muestra varias misiones de un grupo de soldados dedicados a desarmar explosivos. Son tres, uno muere y es reemplazado por otro, llamado William James como el filósofo estadounidense fundador del pragmatismo, aquella escuela filosófica que superaba el dualismo y se concentraba en las consecuencias de cada acto. Casualidad o no, el núcleo del film es la imposibilidad de James para seguir los delicados protocolos de su tarea, para llevar adelante un pragmatismo absolutamente radical que lo pone en un peligro constante. El problema es que es un peligro buscado, que tanto en James como en sus –sólo aparentemente– más atildados compañeros funciona como una adicción. Es por eso que el film no es, precisamente, una acusación sobre la invasión a Irak –aunque en la superficie no carece de tal elemento– sino algo mucho más profundo, más serio incluso. Como lo había hecho en Punto límite o en Días extraños, el núcleo de la película es el descubrimiento de cómo un medio se transforma en un fin y por qué. Los surfers de Punto… roban bancos para seguir surfeando. Pero en realidad surfean para robar bancos, o ambas cosas para ser ellos mismos poniendo constantemente en peligro su propio ser. Johnny Utah, el personaje que encarnaba Keanu Reeves, los busca por justicia pero termina reconociendo que es policía porque ama esa sensación de que la vida puede terminar en cualquier momento. Ese gozoso nihilismo es el que anima sin más a James, el que transforma la guerra en un todo o nada constante donde manda el deseo del propio cuerpo. Por eso éste es un film extraño: un drama psicológico que sólo puede contarse mediante la acción más clásica y llevar al extremo la poética del hombre en peligro. Y allí es donde aparece su verdadera dimensión política: el Estado contemporáneo (aquí es el estadounidense, pero esta tara ya es global) necesita que el hombre viva los medios como fines para que deje de cuestionar su lugar mecánico en la economía de este mundo. El ejército necesita adictos al peligro, porque es esa adicción lo que los vuelve máquinas perfectas que harán cualquier cosa por su dosis. Aquí no importa que la guerra sea Irak ni qué presidente ocupa la Casa Blanca: lo que importa es qué tipo de hombre ha creado el mundo contemporáneo. Metafóricamente, el film muestra al adicto al trabajo en una gran empresa y también al lumpen envilecido que roba matando desesperado, todos funcionales a un poder sin espíritu. De allí que, en la desoladora secuencia final, James –un enorme trabajo de Jeremy Renner– descubre que lo único que lo hace feliz es desarmar bombas, dejando atrás incluso el último jirón familiar de orden burgués. Como el protagonista de Amor sin escalas, está solo y ha descubierto que la soledad es la única lógica de este mundo. Por eso también es el complemento de Avatar: la única forma de superar este estado de cosas (y este Estado de cosas) se encuentra fuera del mundo. Que un film lleno de secuencias de suspenso magistrales, con gran dominio de la acción y con mínimos diálogos vibre a esas alturas está, incluso, más allá de cualquier premio.
La película sensación de este año para la Academia de Hollywood reivindica la carrera de una cineasta que hace tiempo que se luce dentro del cine de género. Vivir al límite demuestra toda la pericia de Bigelow y muestra un costado de la guerra que el cine no acostumbra a retratar. La película se centra en qué es eso que mueve a los soldados a participar en una guerra y, a diferencia de películas que exacerban los valores patrióticos como Soldado anónimo, la respuesta a ese interrogante la encuentra en esa adrenalina que seguro se produce al desactivar algún artefacto explosivo casero. La tensión que transmite Vivir al límite en sus secuencias de acción filmadas desde el vértigo de la cámara en mano vuelve comprensible esa necesidad hormonal de su protagonista. Tal vez por eso sea que la película pierde mucho cuando la cineasta se aleja del ámbito profesional de sus soldados y quiere meterse en la vida privada de los protagonistas.
La afición por los sobresaltos Es evidente la afición de la realizadora Kathryn Bigelow (1951, California, EEUU) por el cine de acción, no porque le guste acumular persecuciones y corridas –demasiados directores lo hacen sin destacarse–, sino por su persistente interés en transmitir vívidamente vértigo y tensión. Quien haya visto Testigo fatal (1990), Punto límite (1991) o Días extraños (1995) seguramente recordará escenas de esas películas cebadas de furia, de sensaciones fuertes, de algo muy físico y excitante. Es innegable la capacidad de Bigelow para sacudir al espectador, el problema es qué hace con ella. En Vivir sin límites se centra en un grupo de soldados estadounidenses que se juegan la vida desarmando explosivos en Irak, tarea que los mantiene enajenados, como si el peligro terminara siendo una adicción. Una frase del periodista Chris Hedges, en una leyenda inicial, lo explicita: “La guerra es una droga”. Hay momentos de mucho suspenso que exponen, en cierta manera, el clima de alarma permanente en las calles de Irak, con la cámara en movimiento induciendo a la inestabilidad y una luz espesa expresando incomodidad y calor. Al mismo tiempo, la directora se detiene en la rutina de esos jóvenes, sin explicaciones ni adornos, como asomándose a un mundo de seres exaltados y de valores ambiguos, acostumbrados a convivir con la sangre, la suciedad y la cercanía a la muerte (ese gusto de Bigelow por uniformados armados se encontraba ya en su obra previa, como lo demuestran la mujer policía interpretada por Jamie Lee Curtis en Testigo fatal o el agente del FBI de Keanu Reeves en Punto límite). El público estadounidense debe haberse sentido especialmente atraído por esta mirada sobre los conflictos íntimos de sus soldados combatientes en Irak, ya que –si bien los diversos ángulos de cámara en escenas clave permiten la identificación con los distintos sujetos de la historia– está claro el propósito de comprenderlos, mientras los iraquíes son mostrados invariablemente como sombras amenazantes. Detalles que probablemente expliquen el entusiasmo, los premios y las nominaciones al Oscar para una película sin glamour, afín (estilística y narrativamente) al registro urgente y desprolijo de un noticiario, casi sin mujeres y con pocos actores conocidos (Ralph Fiennes, Guy Pierce) en fugaces apariciones. La idea de abordar la guerra como motor de una enfermiza agitación es, sin dudas, novedosa, pero también banal, reduciéndola a una suerte de deporte extremo (“gracias por jugar”, le dice uno de los soldados a un iraquí, después de matarlo), sin referencia alguna a los intereses en pugna. Lo notable, en todo caso, es cómo Bigelow se contagia del regocijo morboso por la violencia imprevista y los sobresaltos que experimentan esos jóvenes militares, transmitiéndolo de igual manera a los espectadores.
Héroes anónimos A partir de los atentados del 11 de septiembre del 2001, Hollywood buscó incansablemente dar su punto de vista no sólo sobre el impacto que produjo ese hecho en la sociedad norteamericana, sino sobre las temibles consecuencias que los atentados y el manejo de los mismos por parte del gobierno de George W. Bush iban a acarrear en el futuro de los Estados Unidos. Es así como la cartelera cinematográfica se vio plagada de films panfletarios sobre los errores cometidos por la administración pre-Obama a la hora de mostrar las operaciones realizadas por el ejército norteamericano en Irak y Afganistán. Films como Red de Mentiras, Soldado Anónimo y Syriana intentaron con resultados dispares marcar claramente la posición liberal que tomaba Hollywood a la hora de comentar sobre los verdaderos motivos de la ocupación norteamericana en Medio Oriente, obviamente delineando el mensaje por encima del contenido en varios casos. El caso de The Hurt Locker parecería ser a priori un ejemplo más de los citados anteriormente, pero cuando el espectador se va adentrando dentro del relato se da cuenta de que la mirada de la directora Kathryn Bigelow es mucho más sutil, y al mismo tiempo más profunda y compleja para analizar. El film retrata el día a día de tres miembros del escuadrón anti bombas de la compañía Bravo, dedicados a desactivar bombas y minas terrestres en medio de las desoladas calles de Irak. El líder del grupo es el soldado James (Jeremy Renner), un auténtico cowboy cuyo arrojo y locura cada vez que debe entrar a una zona caliente a desactivar bombas le hacen ganar la antipatía de sus colegas Sanborn (Anthony Mackie) y Eldridge (Brian Geraghty), quienes temen que el abandono de James les pueda costar la vida en cualquier momento. No hay en esta película una “historia” en el sentido tradicional de la palabra. El guión del periodista Mark Boal (que concibió la historia luego de pasar varios meses con verdaderos integrantes de un escuadrón antibombas del ejército norteamericano) no se atiene a la típica estructura de tres actos de un film tradicional, sino que se dedica a seguir con sumo detalle las excursiones que el grupo realiza hacia zonas de extremo peligro y mostrar cómo este trabajo tan intenso termina de a poco extenuando y afectando la psiquis de los protagonistas. La cámara en mano de Bigelow, siempre nerviosa y siguiéndolos de cerca y en planos cortos, no busca emitir un juicio general a través de sus criaturas, ni tampoco el facilismo de afirmar que “la guerra es mala” o “matarse unos a otros es inútil”, como tantos otros films bélicos lo han hecho en el pasado. Por el contrario, acá hay un intento por entender lo que pasa por la cabeza de un soldado, de captar ese estado mental lleno de adrenalina que uno debe tener para querer ponerse un traje especial y adentrarse al peligro de saber que al menor error cometido puede volar en mil pedazos. Si bien hay momentos donde se ven los efectos que produce la vida en combate de estos soldados (particularmente una escena donde el trío, bajo los efectos del alcohol, empieza a soltar violentamente sus emociones en una habitación), la película se encarga, por otro lado, de respetar la labor que hacen por poner constantemente sus vidas en juego. Y hablando de esto último, si hay algo más en lo que se destaca The Hurt Locker es en la mano maestra con la que Bigelow (recordemos que ella no solo fue directora de Punto Limite y Días Extraños, sino que es la ex esposa de James Cameron) maneja el suspenso y la tensión en las escenas de acción. Durante las secuencias en donde James debe desactivar algún artefacto explosivo uno puede sentir el aire cortándose gracias a la tensión creada por la directora, que además demuestra tener un gran sentido de la geografía y el espacio para ubicar al espectador dentro de la escena. En otro momento memorable, Bigelow muestra un duelo de francotiradores con la dosis justa de silencio y angustia para que no sepamos cual puede ser el desenlace. Ayudada además por un trío de actores brillante, en donde Jeremy Renner merece mención especial por la forma impactante en que interpreta los diferentes estados emocionales de su soldado James, Bigelow nos demuestra que el mejor comentario sobre la guerra que puede hacerse es aquel en donde sus propios héroes sean quienes tengan la oportunidad de contarlo, si es que logran vivir lo suficiente.
Droga Hay dos soldados norteamericanos atrincherados en una grieta del terreno, en medio del desierto. Disparan a un edificio que está lejos y que se yergue en medio de la nada; la reverberación del sol es tal que no les deja ver a qué están disparando, apenas aparecen unos bultos oscuros en la mira. Pero disparan. Una, dos, tres veces, a tientas, hasta que el objetivo cae y queda colgando de una ventana, como una mancha inmóvil. El enfrentamiento tiene lugar en medio del desierto, el enemigo aparece de la nada mientras los soldados norteamericanos se trasladan a algún lugar. Nunca sabemos lo que está pasando; ellos tampoco saben. Saben que tienen que sobrevivir. Están ahí, transpirados, con la boca llena de tierra, y una mosca se les posa en la cara, y el arma no funciona porque las balas se llenaron de sangre, y se terminan tomando un jugo con pajita porque no dan más de tensión y de sed. La mosca es fundamental, no subestimen la importancia de esa mosca. Todo lo que no está previsto también forma parte de la guerra, los soldados son cuerpos que valen de acuerdo con su velocidad de reacción, preparados para saltar ante cualquier amenaza que se detecta. De hecho la escena que comenté forma parte de un enfrentamiento fortuito en el que los tres protagonistas se encuentran con otros soldados del mismo bando, casi los matan por confundirlos con el enemigo, y finalmente aparece el enemigo de verdad y estos desconocidos mueren y a nadie le importa, no hay una sola palabra de parte de los tres primeros, ni un solo pensamiento al respecto, en esos cuerpos urgidos por la necesidad de defenderse. Ni siquiera existen los bandos: se desdibujan en la rapidez de los desplazamientos. The hurt locker se trata de eso. No hay, como dijo Santiago en su crítica, un relato mayor, no hay otra historia que la de la supervivencia y la locura. The hurt locker está conformada por una serie de misiones que cumple el escuadrón antibombas y se centra en tres hombres –no amigos, apenas compañeros. No hay relato lineal porque se abarcan apenas unos días salteados de los muchos que dura la estancia de ellos en Irak. El foco está puesto en cambio en la cuestión bien material, bien física del combate, al punto de que no aparece en ningún momento la causa de la guerra, ni ningún tipo de motivo más general: la guerra no es una causa para estos soldados, es una serie de acciones que tienen que cumplir día a día para seguir con vida y para hacer su tarea, sin pensar en nada. No pensar: moverse. Una digresión argentina: lean Los pichiciegos de Fogwill, una novela sobre la guerra de Malvinas en la que un grupo de soldados pasa casi toda la guerra escondido en una cueva, y donde la cuestión de la supervivencia en un conflicto que les resulta ajeno está puesta en primerísimo plano. La cuestión es dónde cagar, cómo racionar la poca comida (y negociar las provisiones con el enemigo si hace falta), cómo estirar los días hasta que todo pase mientras no se sabe, ni importa, lo que pasa afuera. Es por todo eso que palabras como “causa” y “heroísmo” no tienen lugar en la película, que se diferencia de otros relatos bélicos en el hecho de que acá no hay épica ni heroísmo posible. De hecho la película empieza con la frase “La guerra es una droga”, y el gusto del protagonista por su tarea de desactivar bombas (sí, gusto, aunque parezca increíble: él mismo termina diciendo sobre el final que es la única cosa que le gusta) está más cerca de la obsesión y la locura que otra cosa. Héroe es el que se sacrifica por una causa o por los otros. Acá la causa directamente no existe, y el protagonista está más que dispuesto a arriesgar la vida de sus compañeros con tal de afrontar el peligro, a veces hasta caprichosamente, como cuando se meten en ese barrio de calles angostas a perseguir tipos. Lo que más impresiona de la guerra, tal como la muestra The hurt locker, es la falta total de sentido de absolutamente todo lo que pasa. Por eso mismo tampoco hay relato, estrictamente hablando. Cuando James (Jeremy Renner) llama a su mujer es incapaz de decirle nada a la voz que responde del otro lado del teléfono, no puede articular palabra. Porque la experiencia de la guerra, para estos soldados entregados a lo real y a lo inmediato, no se toca en ningún punto con el discurso de los medios, de los políticos o de los que la miran desde afuera, y tiene el poder, terrible -Bigelow no necesita decirlo, pero lo vimos en youtube- de desencadenar las peores locuras.
Más allá de la adrenalina indiscutible y de una rigurosa puesta en escena, la película de Bigelow no logra traspasar lo anecdótico y si bien no toma posición ideológica explícita su sesgado punto de vista sobre el ejército de ocupación y sobre su particular héroe pone en evidencia una falta de compromiso político con la historia. El teórico francés André Bazin decía que un plano es una cuestión moral, por lo tanto no puede existir una película apolítica como algunos pretenden definirla. Salvando esas distancias se deja ver como un gran entretenimiento...
Como carece de una trama tradicional que le inyecte intriga e interés, este filme de la genial Kathryn Bigelow se ve reducido a un sinnúmero de episodios bélicos minimalistas narrados desde un ángulo atípico para el género (no abundan historias sobre desmanteladores de bombas en el cine). Pese a la acostumbrada garra de la talentosísima directora de Cuando cae la oscuridad el periplo de la Compañía Bravo se hace eterno por lo moroso del enfoque escogido por el guionista Mark Boal. Las decisiones tomadas delatan la intención general de no acometer el proyecto con las armas habituales y eso merece cierto respeto. No obstante, el experimento funciona mejor como estudio de caracteres antes que como relato de acción o como vehículo reflexivo sobre la política exterior de los Estados Unidos. Inasible en muchos aspectos, Vivir al límite juega sus cartas a su modo. Que cada uno saque sus propias conclusiones al respecto...
Los hijos del dealer Hay una anécdota pertinente para pensar las películas de guerra, que cuenta el crítico estadounidense Jonathan Rosenbaum en su libro Las guerras del cine: él y el gran cineasta Sam Fuller salen de ver Full Metal Jacket de Stanley Kubrick, y Fuller, un director que había estado en la guerra, sintetiza el filme como "otra maldita película de reclutamiento". Vivir al límite, de Kathryn Bigelow, es tal vez otra película de reclutamiento, aunque su virtud consiste en develar la estructura psíquica del soldado, su vacuidad existencial y su método para conjurarla. Una cita inicial articula la totalidad de los planos: "El ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, para la Guerra es una droga". La sentencia pertenece a La guerra es una fuerza que nos da sentido de Chris Edge; la película de Bigelow parece una traducción crítica de esa oración en imágenes en un contexto todavía problemático: Bagdad, capital de Irak, aunque el relato se sitúa en el 2004. Un experto teledirige un robot para desarmar un explosivo. Los iraquíes observan mientras los miembros de la unidad Bravo intentan desactivar la bomba callejera. En esta ocasión, el perito tendrá que involucrarse con su cuerpo. Vestido como un astronauta se acerca al dispositivo. Sus compañeros miran alrededor. Un celular, una cámara, un taxi, un niño, alguien espiando desde su casa resultan sospechosos. Más tarde, vendrá otro especialista, William James, un extremista que goza estar en escena. Cortar personalmente el cable de una bomba es casi un éxtasis religioso, placer inconmensurable con el que puede recibir en su hogar, con su mujer e hijo. Cuando un superior le pregunta cuántas bombas ha desactivado, su repuesta, 873, es más que un mero número. Es una cifra que descifra un estilo de vida. Así, la primera escena habrá de repetirse con algunas variaciones, aunque por cada repetición Vivir al límite suministra más información sobre el estado mental de sus intérpretes. Bigelow es una cineasta fascinante. Esta artista plástica devenida en cineasta, dirige, a sus 57 años, una película de combate, y al hacerlo destituye el machismo solapado o expuesto de la mayoría de las películas de guerra. La masculinidad es su tema, y, como en Punto límite y K-19, su interés pasa por ver la interacción entre hombres en situaciones límite. Es aquí donde su filiación con el cine de Hawks, Fuller y Peckinpah es pertinente. En esta ocasión, no es el militarismo y compañerismo castrense el fenómeno a explorar, como puede parecer en un principio, sino la embriaguez existencial de la batalla y un pacto de silencio colectivo sobre el sentido de la misión, más allá de su racionalidad de estado y la canalización eficiente y primitiva de un exceso de testosterona. La tensión entre James y Eldrige, otro miembro de la patrulla, es ejemplar al respecto. Se podrá objetar a Bigelow la representación del Otro. Los iraquíes están presentes, casi siempre en planos generales, aunque el primer plano de un niño y un hombre devenidos en bombas no son precisamente el retrato del enemigo. Bigelow adopta una perspectiva, pero no por esto la justifica. En efecto, se trata de la mirada del invasor, y lo que se divisa en sus planos es un pueblo que convive a la distancia con el extranjero. Distancia y altura de cámara transmiten la ignorancia propia del observador, y en cierto momento también infantilismo y un utilitarismo canalla. En este sentido, el pasaje que transcurre en el desierto es central tanto formal como ideológicamente. Un militar interpretado por Ralph Fiennes asesina sin piedad a dos prisioneros para obtener su recompensa monetaria. Minutos después, en un enfrentamiento con francotiradores, el sargento Sanborn dispara contra uno de ellos. El "insurgente" corre y es alcanzado por una bala. En un plano general se ve caer el cuerpo, antes de que se pueda verificar un chorro de sangre a la altura de su cabeza. James concluye: "Buenas noches, gracias por jugar". La puesta en escena revela una reserva moral, el discurso explicita un nivel cultural. Impredecible y visceral, Vivir al límite transmite vértigo traicionando sistemáticamente las expectativas. Nunca se sabe qué se puede esperar. Los actores reconocidos mueren antes de tiempo. Los planos generales y detalle, los zooms, el trabajo sobre el sonido y el acompañamiento musical desorientan. Bigelow induce a experimentar el campo de batalla. Casi en el epílogo hay una escena al pasar (y central) que condensa la crítica política del filme. James está en un supermercado en EE.UU. Es un paraíso de consumo. Las cajas de cereales son infinitas. Él las mira y elige. Bigelow sugiere una secreta conexión entre el exceso de mercancías y la ocupación en Irak, aunque su mayor audacia política consiste en sugerir que EE.UU. funciona como una especie de dealer que en vez de comercializar drogas trafica guerras. Sus soldados son adictos, consumidores incorregibles de una sustancia que sostiene una economía perversa. Son los héroes del sistema.
La directora Katryn Bigelow rodó hace unos años “K-19”. La acción transcurría en el espacio acotado y hermético de un submarino militar. En “Vivir al límite”, seis años más tarde, acercó un poco más la cámara e hizo foco sobre las relaciones humanas bajo presión hasta llevarlas a un plano detalle. Bigelow contó con un material invaluable para rodar este filme que la ubicó en primera línea en la carrera por el Oscar. El punto de partida fue el guión del periodista Mark Boal, quien realizó un reportaje sobre las brigadas encargadas de desactivar bombas durante la guerra de Irak. A través de tres soldados, cuyo líder puede explotar junto con cada carga que intenta neutralizar, Bigelow se acerca de manera respetuosa a ese mundo en el cual cada auto, hombre, mujer o bulto en el piso es un sospechoso. William James, el líder de la brigada interpretado por Jeremy Renner y uno de los candidatos al Oscar, prefiere resolver las cosas de un modo temerario, saltándose los protocolos más elementales: “Trabajar juntos es que yo pregunto y vos respondés” le reprocha el personaje encargado de cuidarle la espalda, harto de ese comportamiento que él califica como “irresponsable”. Hay innumerables formas de representar la guerra y sus daños colaterales en el cine. Bigelow lo hace sin estridencias, lentamente hasta penetrar en el corazón de horror. Utiliza los recursos técnicos con moderación, consigue un montaje impecable, sugiere más de lo que muestra, no se priva de exhibir lo truculento cuando es necesario y limita al mínimo la manifestación de sentimientos como la compasión y la camaradería, sin por eso dejar de hablar de la solidaridad y el coraje, pero también del miedo. En uno de los escasos momentos de intimidad entre los personajes protagónicos James le pregunta a su compañero que está al borde del colapso: “¿Sabés porqué soy como soy?”. Pero el interrogante queda sin respuesta. Más adelante se podrían rastrear las razones. De regreso a su país, con su mujer y su hijo, primero en su casa de suburbio donde destapa un caño de desagüe después de una lluvia, y más tarde en el pasillo de un supermercado tapizado de cientos de opciones de cajas de cereales, James parece a punto de ser devorado por la cotidianeidad. En uno de los extremos de esa dinámica de la normalidad James encuentra las razones para hacer su trabajo: jugar permanentemente con la muerte que, paradójicamente, resulta una experiencia vital, como si prefiriese el estruendo de una buena explosión a la narcótica musiquita de los supermercados.
La cámara inquieta de Kathryn Bigelow hace foco en los pequeños cablecitos y componentes de las bombas escondidas en los escombros y la basura de Bagdad. La tensión se apodera del espectador. Lejos de ser la película plagada de acción que vende el avance promocional (montado al mejor estilo MTV), Vivir al límite (The hurt locker) se aleja del punto de vista clásico de este tipo de films y pretende contar, desde un lugar central, el accionar de un equipo que desactiva explosivos. La mirada central o neutra es imposible. La cámara acompaña al grupo elite yanqui, se mete en sus bunkers y somos “nosotros” que vamos a desarmar las bombas instaladas por los “otros”. Si bien la realizadora evita los relatos motivadores por parte de algún alto funcionario y tampoco inspira el patriotismo con los bastones y las estrellas de la bandera, una larga, tensa (y magnifica) secuencia en el desierto muestra para qué lado se inclina la balanza. El relato tiene la particularidad de mostrar y contar conflictos en todas las escalas. Partiendo del más grande, la invasión yanqui a Irak, hasta el mínimo conflicto interno de cada soldado y, por supuesto, la relación jefe-subordinado, que es la base de las fuerzas armadas. La búsqueda y la necesidad de adrenalina por parte de un nuevo integrante del grupo acarrearán las complicaciones necesarias para que la película avance. De a poco el espectador caerá en la cuenta de quien es cada uno y su postura frente a este momento de su vida. El “countdown” que marca cuantos días faltan para el cambio de tropa, deja algo bien claro, nadie, o casi nadie, quiere estar ahí. Cuesta muchísimo escribir sobre un film como éste. Por momentos el relato parece no avanzar y de a ratos se hace lento y tedioso. Pero cuando uno termina de ver la película, instantáneamente se da cuenta que acaba de ver un buen film y de que sufrió en carne propia con los protagonistas esos días en Bagdad; con soldados que pasan todo el tiempo juntos, pero que no son amigos, sino simples compañeros y que probablemente no sepan el nombre de pila del tipo que acaban de matar a dos metros de distancia. Apelando a algunas emociones propias del género, como el compañerismo en situaciones extremas, el valor y sobretodo el miedo, la realizadora muestra con pequeños (pero contundentes) gestos como es la relación entre éstos desconocidos. Si bien la película es, como dije anteriormente, buena, dista mucho de ser la gran película que, a mi criterio, la crítica ha sobrevalorado, sobretodo desde el martes, día que se conocieron sus 9 nominaciones a los Oscar (premios que ya han demostrado no ser sinónimo de garantía). Se podría decir que estamos frente a un film que merece ser visto, pero que no ofrece el entretenimiento que la mayoría de las personas van a buscar a las salas y es más para el living de casa un domingo a la tarde.
Adrenalina sin reflexión Pareciera ser la traducción que mejor sintetiza el argumento de esta multipremiada película dirigida por Kathryn Bigelow, ex esposa del director James Cameron, y con quien parece estar repartiéndose la mayor parte de los premios del 2010. El film esta protagonizado por un trío de desconocidos, hecho que permite centrar el hilo narrativo en la acción misma, que comienza cuando el líder de un escuadrón especialista en desactivar bombas pierde la vida y llega en su reemplazo un nuevo sargento. James (Jeremy Renner) tendrá dos subordinados Sanborn (Anthony Mackie) y Eldridge (Brian Geraghty) que no pueden comprender el comportamiento imprudente de su superior y sólo piensan en los días restantes para abandonar suelo iraquí sanos y salvos. Tal vez la cita introductoria "la guerra es una droga", extraída del libro “La guerra es la fuerza que nos da sentido” de Chris Hedges (ex-corresponsal de guerra de The New York Times y ganador del Pulitzer en 2002) al comenzar el film, sirva para explicar el comportamiento del sargento James y comprender que ésta no es una película sobre la guerra de Irak. La ciudad de Bagdad solo es el escenario para narrar la tensión y adrenalina que viven los hombres de una unidad antibombas que enfrentan la muerte todos los días. Cualquiera podría haber sido el país o la guerra que la acción se mantendría de igual modo. Narrada en un registro casi documental y con mucha cámara en mano, el film logra mantener la tensión del espectador ante la posibilidad de que una de las bombas explote, pero no alcanza a conformar un argumento sólido que devele un interés por la historia. Por momentos, se llega a desear que explote una bomba y acabe con el film. La excelente banda sonora (a la altura de La caída del Halcón Negro) y el acertado criterio de encuadre en el juego de miradas sedimentan el merito de este film que no se interesa en profundizar sobre las causas de dicha guerra. En su discurso solo hay lugar para un par de líneas de reflexión verbalizadas por un soldado que sobrelleva el miedo mediante atención psicológica y Beckham, un niño que vende películas, y que nunca sabremos si fue utilizado como bomba humana o simplemente para mostrar como un país prepara a todos los niños por igual para un mismo objetivo final. Bigelow se limita a filmar una película bélica, con un estilo propio, donde el principal objetivo es mantener la tensión del espectador situándolo en un escenario donde todos son potenciales terroristas suicidas y hasta una mirada puede hacernos volar. Dato curioso: Su próxima película, Triple frontier, será otra de acción, centrada en la frontera entre Paraguay, Argentina y Brasil. Si consideramos que en el 2008 dicho lugar fue escenario de una movida política internacional de la cual nunca supimos demasiado, ni lo sabremos, será interesante ver que sale de dicho film.
La última película de Kathryn Bigelow es un milagro de guerra. La acción tiene lugar durante la ocupación norteamericana en Irak y podría tratarse, hasta el momento, del único efecto benéfico del que se tenga conocimiento producto de dicha intervención. Como en otras películas de la directora, la acción física está por encima de todo: una vez que se ha asumido el hecho de que ese humor oceánico secretado en algún rincón del cuerpo en situaciones de peligro llamado adrenalina es el mejor amigo del hombre (como de manera incansable se nos invita a hacer en sus películas), resulta evidente entonces que hay algo (una cosa más) del orden de lo humano que no se deja atrapar del todo por la razón, una porción de sensibilidad inhollada cuya sospechada existencia plantea la posibilidad de un prodigio por lo menos a la misma altura que el del instinto de supervivencia. Bigelow transforma esa aparición en un enigma, un jeroglífico. A la vez, como quien no quiere la cosa (las películas de la directora , hechas de golpes, de caídas, de balazos, de corridas, de saltos al vacío, aparecen imbuidas de una rara elegancia aun por investigar), hace de ese enigma el centro de su película. El sargento James, experto en desarmar bombas, conjuga la doble condición de ser un misterio y un peligro para todo el mundo. Resistido de entrada por su comportamiento desaprensivo y en apariencia irresponsable en el desempeño de su trabajo, consigue brevemente el aprecio de sus compañeros cuando vuelven de una misión que ha resultado particularmente riesgosa. Bigelow filma en esa ocasión a tres hombres borrachos y hastiados, que se golpean y se aman al mismo tiempo en una especie de danza demente cuya melancólica vitalidad parece alzarse como un conjuro contra el terror del mundo circundante. No por casualidad, los tres protagonistas hablan en algún momento de la noche de sus relaciones familiares, lejanos fantasmas que esa repentina calidez humana les trae provisoriamente de vuelta. Pero James es un paria: hay que ver el desconcierto de ese hombre cuando se mete en una casa buscando a los que cree son los asesinos de un niño, único ser en Irak con el que ha entablado algo parecido a una relación de cariño. El dueño de casa lo invita a tomar asiento y le ofrece algo para tomar. James duda ante el tremendo televisor encendido, la música de fondo, la mesa dispuesta. El olvidado calor que emana de un hogar burgués lo golpea. Enseguida, aparece una mujer y entre gritos empieza a pegarle con una cacerola: el sargento se vuelve débil, se asusta, no sabe qué hacer, como si toda la escena se le antojara de una incongruencia mayúscula, indescifrable. Más tarde, de regreso en los Estados Unidos, un plano desolador lo muestra en un supermercado, parado casi en estado catatónico delante de una variedad inconmensurable de marcas de cereal. Como si una porción del universo se le hubiera revelado irremediablemente ajena, un diagrama extraterrestre cuya extrañeza corriera pareja con su capacidad para anularlo, para dejarlo estupefacto, el sargento descubre que solo tiene para sí mismo el miedo, la adrenalina, aquello que le devuelve su capacidad para reconocerse un hombre entre los hombres. En definitiva, James es un enfermo irrecuperable, un adicto a las drogas duras con síndrome de abstinencia. La cámara de la directora se pega a los cuerpos, los sigue sin descanso, es como una mosca, un picor que nos recuerda a los espectadores, una y otra vez, su carácter material (y también el nuestro), su condición irreductible de bichos arrojados a la mugre y al desamparo. En ese escenario hostil de polvo y de calor, sin embargo, como si algo se activara dentro suyo, el sargento James aúlla en cada oportunidad en la que debe calzarse el traje que lo protege de las esquirlas, su sonrisa resplandece ante la perspectiva de encontrar una bomba sobre la que abalanzarse para estudiar y desmenuzar los meandros de su sistema, su amasijo innoble de cables. Es que el terror lo acicatea, es como si prácticamente le hablara al oído como solían hacer los daimons, esos demonios tan comunes entre los griegos antiguos. En medio de dos poderosas fuerzas en pugna, el instinto de vida y el tánatos, Bigelow ha decidido exponer el resplandor insondable de una tercera fuerza (con menos prensa que las otras) que sus películas anteriores no dejaban de insinuar pero que acaso no terminaban de delinear del todo. Pero resulta que ese impulso feroz es un misterio, no cabe en ningún discurso bienpensante, no se deja denominar como no sea con el mote de locura. Que el más eficaz de los soldados norteamericanos destacados en Irak esté poseído en su película por ese espíritu insensato podría ser una muestra nada desdeñable de la secreta sofisticación de Bigelow como cineasta.
Kathryn Bigelow no encaja del todo en los cánones de Hollywood. Su cine (“Punto límite”, “Días extraños”), siempre va un poco más allá. Con un presupuesto moderado para las cifras que maneja el cine estadounidense (12 millones de dólares), este film viene cosechando una buena cantidad de premios y va a correr en pie de igualdad en la carrera por el Oscar con “Avatar”, la megaproducción de su ex marido, James Cameron. Bigelow insiste con un cine intenso, que no responde a recetas transitadas. Si participar en una guerra es un infierno, ¿por qué tantos hombres –se pregunta– están dispuestos a ir a pelear en una época en la que el servicio militar no es obligatorio? Sigue habiendo gente dispuesta a alistarse en el Ejercito y llevar adelante tareas de riesgo. ¿Una adicción? Bigelow se ocupa de una particular elite de soldados especialistas en desarmar bombas durante el combate. El sargento James se hace cargo de uno de estos grupos destinados a la peligrosa faena de desactivar explosivos. El conflicto estalla cuando dos de sus subordinados, Sanbom y Eldridge, se involucran en un temerario juego de guerra. James se comporta con total indiferencia frente a la muerte. Cuando sus hombres intentan quitarle el liderazgo, conocerán la verdadera personalidad del recién llegado. La apuesta de Bigelow no se inscribe en las habituales pautas del cine bélico. Habla de la condición humana puesta a prueba en situaciones extremas. En una situación límite, reaccionamos como esas bombas. Mucho ojo porque, a la primera de cambio, se produce el estallido y puede convocar una reacción en cadena.
Kathryn Bigelow decidió hacer una película sobre la guerra de Irak (sí, otra más...), pero con la particularidad de reflejarnos lo que allá sucede desde otra perspectiva. El protagonista, no es un soldado más, es un especialista en desactivar bombas, y por esa razón, veremos a lo largo de la película que se enfrenta una y otra vez a situaciones límites, en donde obviamente, su vida está en juego. Probablemente estas sean las escenas que más tensión generan en el espectador, ya que si bien sabemos que es el protagonista y que supuestamente "no puede morir", no sabemos qué nos deparará la historia. Una diferencia bastante notable con el resto de las películas de este género (aunque me cuesta catalogarla como "bélica"), es que no se centra tanto en mostrar conflictos armados, y montones de soldados heridos, sino que indaga un poco más en los sentimientos, pensamientos e historia personal de cada uno de los personajes, lo cual le da una buena dosis de realismo. En cuanto a cómo está filmada, creo que logra situarnos bastante bien en cada una de las situaciones que atraviesan los personajes, y nos hace sentir realmente en medio de la guerra. Nos logra situar en el medio de la acción. Con todos estos "componentes" a favor, "Vivir al límite" prometía ser una película entretenida, y que brindaba una buena dosis de acción, y adrenalina, pero lamentablemente, por momentos se tornó larga y pesada, que quería que terminara ya. Me dejó con la sensación de que algo faltaba, de que podía ir más allá todavía.
A pesar de que la crítica internacional habla maravillas de Vivir al límite y aunque es una de las películas con más nominaciones a los premios Oscar, les voy a ser sinceros (ya que es mi único capital…): ni a palos es tan buena como todo el mundo dice. Es cierto que el enfoque del film es novedoso, al centrarse más en la psicología del soldado estadounidense en el conflicto con Irak, pero de ningún modo es tan genial como el mundo parece haberse puesto de acuerdo en considerarla. El protagonista es el líder de una unidad que desactiva bombas y comanda un equipo de otros dos jóvenes. La película justamente hace foco en el contraste de personalidades entre los tres. Uno de los soldados es bastante temeroso y tiene un acompañamiento de uno de los psicólogos del Ejército, al otro parece que no le importa nada y que lo único que quiere es irse de ahí y va contando los días que faltan para el relevo. El Jefe es un tipo intrépido al que la guerra le sube la adrenalina y casi que lo disfruta, el problema es que al ser el que decide, suele poner en riesgo a todos. En definitiva, la peli está buena, pero no es fundamental ni fundacional para la filmografía de guerra.
Retiscente a escribir sobre este estreno de la semana, sabiendo que otros pares habrian de escribir largo y conciso, con apreciaciones más que correctas sobre temas del film de los cuales hemos conversado una y otra vez desde haber visto Vivir al Límite en la función de Apertura del Festival de Cine de Mar del Plata del 2008 -si, ya casi dos años atrás-, surge en mí la necesidad de aportar mi experiencia antre la visión de un film que no será olvidado, que me alegra que haya despertado la atención de festivales internacionales y ahora, luego de su estreno en Estados Unidos, nominaciones y galardones por cuanta entrega de premios se recuerde. Creo, la única protagonista del film, es, sin dudas, su directora: Kathryn Bigelow. No es fácil en el medio, para una mujer, tras un mundo netamente machista, de donde los trabajos de dirección importantes y de costosas producciones recaen en directores hombres. Bigelow, con el correr de los años, se ha convertido en un ejemplo. Es difícil a primeras vistas, imaginar que sus trabajos hayan sido concretados por una mujer, no por desmerecer su sexo, sino las temáticas abordadas, dígase un film de terror con vampiros rurales, un thriller policial, una de surfers ladrones, e inclusive un drama bélico. Temas que, generalizando, no son exclusividad, pero, han sido desarrollados y se ven vinculados “generalmente” a directores y público masculino. En mi experiencia con el film, puedo destacar la veracidad con la que Bigelow ha expuesto a sus actores, la actuación de Jeremy Renner es soberbia, y ambientación para brindarnos Vivir al Límite. Desde el comienzo del film estamos inmersos en la experiencia de un gendarme de comando desarmabombas, estamos en Irak, estamos en una guerra. Con cámara en mano excesiva para mi gusto. Es el ambiente donde el protagonista con sus recaudos, camina, observa, vive. No transcurre un segundo donde éste se detenga a teorizar acerca de lo que está haciendo, del contexto político, social, bandos, en definitiva, qué está haciendo allí. El es solo un soldado, un experto nato para su tarea. Quizás con referirme a una “tarea” es lo que he sentido en cierta manera, lo que me ha generado Bigelow con el film, lo veo como una “tarea”, donde discrepo con mis pares y no veo profundización. Veo un film donde, magníficamente podriamos hacer una lectura sobre esta defenestrable invasión, ¿cuándo si no?. Esa sensación que he reiterado de “no jugarse” es lo que me hace ruido, en lo personal. Viendo a Bigelow, con su entereza, en una conferencia de prensa, desdibujada, donde habló sobre el proyecto, sentí aún mas que mis dudas sobre el film quedaban confirmadas. ¿Por qué hacer un film mostrándonos un ambiente hostil y de actualidad, y no hacer un descargo, no pido la utilización de trazo grueso, al menos con una simple mención, escapando de ideologías pero no de compromiso. Aquí no hay malos ni buenos, enemigos ni heroes, esto no es un duelo, ni un western, es una realidad. ¿Por qué no dar un índice de lo innecesaria que es ésta guerra o invasión? Por momentos, mi única respuesta a éste planteo, rondaba por la vinculación del film a cierto tipo de norteamericano, que esto juegue en contra hacia el film y no adquiera notoriedad, demostrado con la repercusión resultante en films como Redacted de Brian DePalma, más cercanamente a Che de Steven Soderbergh, o los documentales de Michael Moore. Hay gran parte del Estados Unidos que no quiere ver éste tipo de films, que les demuestre lo incorrecta que es su sociedad e indique objetivamente en qué se han equivocado, que resalte los errores. Siento que a Bigelow le ha pesado esto, no querer ser encasillada, según sus propias palabras al ser interrogada en una rueda de prensa comentó que no era su función como directora tomar una posición ante el tema de la invasión norteamericana a Irak. Personalmente, creo que con esa arma en las manos, en un mundo injusto como en el que vivimos y la auténtica crudeza que demuestra en el relato de Vivir al Límite, una gran oportunidad se perdió.
La labor del cineasta es socialmente poco identificable con la figura femenina. Los hombres han ocupado el sillón de director mucho más que las mujeres, vaya a saber por qué razón. Quizás por el machismo de la industria, porque los tiempos están cambiando recién ahora o tal vez por ninguna causa en especial. No obstante, en el pasado existieron ejemplos que fueron moldeando el camino para que Kathryn Bigelow, responsable de Vivir al Límite, viva el mejor momento de su carrera durante estos meses. Con trascendencia moderada, Lina Wermüller, Elaine May, Lois Weber, entre otras, supieron inconscientemente poner el pecho en tiempos adversos a un mercado en el que eran (y siguen siendo, por cierto) minoría. Actualmente, el escenario es más equitativo. Reconocidas directoras como Jane Campion (La Lección de Piano), Niki Caro (Jinete de Ballenas), Nora Ephron (Tienes un E-mail), Marry Harron (Psicópata Americano), Nancy Meyers (Alguien Tiene Que Ceder), Mira Nair (Vanidades), Lone Scherfig (Enseñanza de Vida), Shari Springer Berman (American Splendor), Isabel Coixet (La Vida Secreta de las Palabras), Sofia Copolla (Perdidos en Tokio), Lucrecia Martel (La Ciénaga) y Julie Taymor (Frida) son una serie de ejemplos, a grandes rasgos, de una generación de mujeres que eligen expresar su visión desde el séptimo arte en diferentes partes del mundo. El caso de Bigelow es aún más llamativo. Lejos de abordar temas cálidos y sentimentales, como muchas de las mencionadas anteriormente, la realizadora experimentó con tramas oscuras, historias duras y un estilo más cercano al preferido por su sexo opuesto. K-19, seguramente su trabajo más conocido hasta ahora, tenía a Harrison Ford en un conflicto nuclear lleno de suspenso que toca cuerdas parecidas a las de Vivir al Límite, su reciente obra maestra. La historia es una de las tantas que se han situado en Irak tras la invasión norteamericana al país asiático. William James es un experto en desactivar bombas que llega en reemplazo de un soldado fallecido por una explosión. A cargo de la Compañía Bravo, se relaciona principalmente con JT Sanborn y Owen Eldridge, cuyos estilos laborales no congeniarán. La colaboración será difícil por las manías y locuras del recién llegado durante los 39 días restantes de la misión. El excepcional film se debe a los méritos de cada una de las partes que conforman su creación. Cada pieza ayuda a construir una historia que atrapa desde el comienzo. Es una de las experiencias más tensas que ha brindado el cine en los últimos tiempos, dejando al espectador en guardia, atento a todo lo que esa hostil tierra puede deparar en segundos. Con el correr de las escenas, y mientras la cuenta regresiva hacia la vuelta a casa se diluye, uno se reconoce como un infante más, documentando cada trabajo y experiencia que el trío de militares vive. Esa auténtica sensación es fruto evidente del soberbio guión de Mark Boal. No da tiempo para relajarse, lo que no quiere decir que necesariamente haya golpes de efecto en todas las escenas. Detrás de cámara, Bigelow capturó la esencia de la historia simplemente transmitiéndola con el ritmo adecuado, intentando que la audiencia presencie cada locación desde la mayor cantidad de puntos de vista y dando lugar a primeros planos que brinden las expresiones de los protagonistas. El clima también se sostiene sobre múltiples aspectos técnicos. El diseño del sonido es perfecto. Representa la majestuosidad de las explosiones y profundiza en los detalles, como la sensación de las rocas temblando tras un estallido. La edición está al servicio del relato, dándole agilidad durante los rastrillajes y una tranquilidad visual insoportable cuando James intenta desarmar los proyectiles mientras uno presiente que algo está por detonar. Vale destacar la fotografía, cuyo mayor lucimiento se despliega durante las escenas nocturnas. La interpretación de Jeremy Renner es excelente. Su criatura es un enigma al principio, pero con los minutos se torna querible, con un dejo emocional inmenso y una adrenalina que se destila desde la pantalla. Cerca del final, su actuación toca techo, con una ambigüedad de estados que lo hacen sufrir por lo que le toca pasar, pero a la vez reflexionar sobre qué es lo que realmente le gusta de su vida y su profesión. Sobre el primer aspecto, se puede comparar con Tom Cruise en Nacido el 4 de Julio, buscando explicaciones sobre las miserias y pérdidas en las que, de una u otra manera, está involucrado. Anthony Mackie logra interesantes duelos durante las discusiones que mantienen ambos. Sin tomar partido sobre la llegada de más tripulaciones a las zonas de combates, pero con un implícito mensaje anti bélico, Vivir al Límite sirve como retrato de una historia muy particular en una tierra minada de incertidumbre, horror y desesperación. La guerra está a la vista en la película, mostrada con crueldad y tensión. No hace falta un veredicto sobre este tema cuando la contundencia no deja dudas.
La dama de hierro Por extraño que parezca, las mujeres directoras de cine siguen siendo vistas como especimenes aparte, que no merecen ser tomadas muy en serio. Sobre todo si se dedican a filmar películas propias del más varonil de los hombres, como films bélicos, de acción, thrillers, pero siempre con mucho contenido a la par de las explosiones. Tal es el caso de la talentosa Kathryn Ann Bigelow (San Carlos, California, 1951). Bigelow es hija del capo de una empresa de pinturas y de una bibliotecaria, lo que explica su temprano interés por las artes. Asistió al San Francisco Art Institute, y al tiempo ganó una beca en el programa Whitney del museo del mismo nombre, en Nueva York, donde terminaría exponiendo algunas de sus creaciones. Pero su interés por el cine la llevó a estudiar en la Universidad de Columbia. Allí tuvo como profesores a la escritora Susan Sontag, al escultor Ricard Serra y al director Milos Forman, entre otros. A través del séptimo arte, Bigelow pretendía llegar a más gente mediante una herramienta de transformación social. A pesar de haberse formado más en lo teórico que en la parte práctica del quehacer cinematográfico, su tesis consistió en filmar un corto: The Set-Up, de 1978. En los 17 minutos de duración se desarrolla una pelea de boxeo al tiempo que algunos filósofos miran y opinan. Allí ya están los temas que obsesionarían a la realizadora: la violencia y personajes dispuestos a ir hasta el final. En 1982 estrenó su primer largometraje: The Lovelees, en co-dirección con Monty Montgomery, amigo y socio de David Lynch. The Loveless es una peli de motoqueros al estilo de Busco mi Destino y El Salvaje, y ambientada en los ‘50. Vance, el protagonista, es un tipo border, que coquetea con el peligro. Un detalle para nada menor: Vance está interpretado por Willem Dafoe, en el que constituye su verdadero debut cinematográfico (venía de participar en la fallida superproducción de Michael Cimino Las Puertas del Cielo, de 1981, pero sin acreditar). Vean el trailer de The Loveless aquí. Pero el primero hit de la directora —hit pequeño, pero hit al fin— llegó en 1987. Cuando Cae la Oscuridad mostraba a un grupo de atípicos chupasangres sin colmillos ni capas: los quías se mueven en vehículos por la rutas de Estados Unidos, devorando a quien se les cruce. Como verán, tampoco hay nada de castillos ni terror gótico (nunca se pronuncia la palabra “vampiro”). De hecho, es más bien un western urbano con varios bebehemoglobina. En este inusual enfoque del vampirismo actúan leyendas vivientes como Lance Henriksen, Bill Paxton y Jenette Goldstein. Los tres venían de Alien: El Regreso, de James Cameron, quien tiene un papelito importante en la carrera y en la vida de la Bigelow (los detalles, dentro de unas líneas). Dato inútil: en Cuando... trabaja Joshua Miller, medio hermano de Jason Patric, quien participó en el otro golazo vampírico estrenado en 1987, Que No se Entere Mamá, curioso nombre que le pusieron en Argentina a The Lost Boys. Más data inútil: tanto Joshua Miller como Jason Patric son hijos de Jason Miller, el Padre Karras de El Exorcista. Volviendo a Kathryn Bigelow, al toque dirigió el videoclip del tema "Touched By The Hand Of God", de esa gran banda que es New Order. Comenzaron a llegarle propuestas de películas, pero ninguna le interesaba: “Cuando empecé, los únicos guiones que me daban eran comedias tontas con adolescentes. En ese momento era lo único que le daban a una directora. Como respuesta a eso elegí un camino totalmente opuesto. Quería dejar claro que yo quería hacer algo diferente”. Producida por Oliver Stone, en 1989 estrenó Testigo Fatal, su siguiente tour de force. Una oficial de policía (Jamie Lee Curtis) comienza a ser acechada por un psicótico (Ron Silver) que la vio cometer un asesinato en defensa propia. Su aparente sencillez esconde un thriller intenso y violento, con detalles escalofriantes, como cuando el asesino habla solo. Sí, otro personaje al límite. Luego de tantas obras de culto, le llegó el éxito con un film en el que siguen presentes sus obsesiones: Punto Límite, de 1991. La historia de Johnny Utah (Keanu Reeves, en un papel para el que audicionaron Johnny Depp, Charlie Sheen y Matthew Broderick) infiltrándose en una banda de surfers ladrones de bancos liderada por Bodhi (Patrick Swayze) generó un fanatismo especial por esta gema, que entra en la categoría de cool debido a su estética pop-roquera y a la música acorde (attenti al cameo de Anthony Kiedis, cantante de los Red Hot Chili Peppers). Pero, por sobre todas las cosas, es una gran película de acción en la que los códigos y las relaciones están por encima de los tiros y las persecuciones. Y Bodhi se convirtió en sinónimo de audacia. Tuvo una remake no oficial (je, je), veinte años más tarde: Rápido y Furioso, sólo que en lugar de surf habían picadas automovilísticas. Punto Límite tuvo a Cameron en el rol de productor ejecutivo. De hecho, él y Kathryn estuvieron casados desde 1989 hasta el ’91, cuando se divorciaron. Fue la única vez que la directora estuvo casada. En cambio, el pícaro de James iba por el tercero de cuatro divorcios. (Se nota que Cameron es en su vida igual que en su carrera: jamás hace las cosas a medias. “¿Noviazgo? Naaa. ¡Casémonos! Será un exitazo sin precedentes”. Bastante está durando con Suzy Amis). Pero la relación profesional entre ambos no decayó: J. C. co-escribió con Jay Cocks —habitual colaborador de Martin Scorsese— el film noir futurista Días Extraños, film de la Bigelow estrenado en 1995. Protagonizado por Ralph Fiennes, Angela Basset, Juliette Lewis y Tom Sizemore, mostraba un mundo al borde del Apocalipsis político y social a pocas horas de la llegada del siglo XXI. En el medio, racismo, violencia policial y el SQUID, un sistema de realidad virtual que permite vivir experiencias emocionantes y genera dependencia como cualquier droga. Días Extraños no fue un golazo, pero sigue siendo un fiel exponente de lo que Bigelow tienen en la cabeza (Eso sí: Cameron debería seguir más detrás de cámara y no tanto frente a la PC, al menos no sólo y sí acompañado por, por ejemplo, David Koepp o David Mamet). Los medios ingleses dijeron “es la película más violenta dirigida por una mujer”. Entre 1998 y 1999 dirigió tres capítulos de la serie Homicidio. Y estoy olvidando mencionar que en 1993 dirigió capítulos de la miniserie Wild Palms, en la que también estuvo metido Oliver Stone. Su siguiente película llegó en el 2000. El interesante y poco conocido thriller The Weight of Water es una intimista co-producción con Francia, que en un primer momento parece alejada de su obra. Sean Penn, Elizabeth Hurley, Catherine McCormack y Josh Lucas viajan a una isla para resolver un antiguo misterio. En el viaje surgirán tensiones y asuntos oscuros, que pueden desembocar en una tragedia. La directora también cuenta, al mismo tiempo, un episodio ocurrido años atrás en la isla, donde las cosas tampoco terminaron de la mejor manera. En este segmento “de época” se destacan Sarah Poley y Ciarán Hinds, entre otros. Luego de tan inquietante film, K. B. regresó al cine de alto presupuesto mediante la subvalorada K-19: The Widowmaker, y con un elenco encabezado por Harrison Ford, Liam Neeson y Peter Sarsgaard, acerca del primer submarino nuclear ruso. Sobre su elección del proyecto dijo en una entrevista: “Siempre he desarrollado mis propias historias. Las abordo desde dos direcciones: las imágenes que quiero plasmar y la personalidad y motivaciones profundas de los personajes. Después, trato de explotar al máximo la potencialidad de las situaciones que se desarrollan. Me siento atraída por historias duras, extremadas y viscerales en las que los personajes se redefinen a través de pruebas de fuego. En K-19 encontré una propuesta exacta a lo que ambiciono al hacer una película. Y a ello se sumó el beneficio de un ingente material documental, al tratarse de hechos reales que han estado ocultos hasta el colapso de la URSS”. La película es algo más que la prototípica del subgénero de submarinos gracias a momentos de tensión abrumadores. Basta con mencionar la secuencia en la que los tripulantes deben reparar el problema que submarino, exponiéndose a un alto nivel de radiación de los que saben que no podrán zafar por lo precario de sus trajes. Basada en un hecho real, K-19 dio pérdidas millonarias, y los críticos se burlaron del acento ruso del renacido Indiana Jones, pero sigue siendo un film cien por ciento Bigelow, que con el tiempo se vuelve cada vez más querible. Durante los años subsiguientes dirigió un capítulo de la efímera serie Karen Sisco y el corto de ocho minutos Mission Zero, un spot para Pirelli protagonizado por Uma Thurman, que podrán ver cliqueando aquí. Lo cierto es que, más allá de los fracasos económicos (que no artísticos) de sus films, Kathryn Bigelow tiene un prestigio ganado. El escritor cubano Guillermo Cabrera Infante la llamó “la pintora de películas que sangran en la pantalla”. La crítica Pauline Kael afirmó que era una “autora enamorada de las posibilidades de la imagen”. También compararon su enfoque de la violencia con el de Sam Fuller, Sam Peckinpah y el mismísimo Scorsese. Elogios muy merecidos. Pero estaba faltando la película que terminara por ubicarla en el Monte Olimpo al que en realidad ya pertenece. La película que hiciera que el resto de los mortales por fin la tomara en serio. Ese opus magnum ya llegó. El Señor de la guerra Vivir al Límite (el acertado título que en este país eligieron para The Hurt Locker), sintetiza las obsesiones de Bigelow. Es más: la película abre con una frase del libro War is a Force that Gives Us Meaning, del corresponsal de guerra Chris Hedges: “The rush of battle is a potent and often lethal addiction, for war is a drug” (El ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, para la Guerra es una droga). Otra vez tenemos un personaje (el sargento William James) que disfruta de cruzar el borde. Es un tipo con las pelotas bien puestas, con pelotas del tamaño de tres continentes. Un tipo que está más allá del Bien y del Mal, según el filósofo. Un tipo que no puede vivir sin adrenalina. Un nivel de adrenalina que pasa a estar por encima de la vida de James. Como Bodhi de Punto Límite, pero elevado a la enécima potencia. Su relación con Beckham, un niño del lugar que vende DVDs piratas, permite mostrar algo de su humanidad, pero tal vez sea demasiado tarde. “El Sargento James representa un tipo de psicología muy concreta: está atraído por la guerra, por el combate y su ajetreo, por esas situaciones límite que te ponen en decisiones de vida o muerte más de una docena de veces al día”, comentó la directora, y añadió: “Es un personaje roto por las experiencias que ha vivido pero, por otra parte, es extraordinario en su especialidad, la desactivación de bombas. Lo que nos cuenta la película es que este personaje paga un precio enorme por su habilidad para hacer lo que pocos pueden”. Vivir al Límite es la tensión más absoluta hecha cine. Todo el tiempo parece que algo está por explotar, y no sólo bombas. Es imposible no sentirse incómodo, y no me refiero solamente a las secuencias en las que James debe adentrarse en los lugares más extraños para desactivar explosivos. Incluso las escenas más aparentemente tranquilas (charlas o bromas entre marines, los diálogos entre James y Beckham) poseen un nervio terrible, impensado. El espectador jamás podrá sentirse cómodo. Las actuaciones y las imagen logran transmitirlo a la perfección, con un estilo propio de un documental, como si la cámara se hubiera metido ahí sin pedir permiso, dispuesta a registrarlo todo, tan implacable y valerosa como James en el frente de batalla. De este logrado aspecto estuvo a cargo el director de fotografía Barry Ackroyd, habitual de Ken Loach y también de Paul Greengrass en Vuelo 93. Un auténtico esteta de la crudeza, el realismo y la inmediatez. Algo que Bigelow buscó desde el principio: “Quería que la audiencia tuviera una mirada experiencial sobre este conflicto, que sienta que es el cuarto hombre en el Humvee que tiene las botas en el terreno para sentir una aproximación a la guerra. Tratamos de hacerlo lo más realista posible". No es una película bélica. Sí, hay armas y explosiones y soldados, pero esencialmente es un drama en un contexto bélico. Un drama acerca de los hombres que deben permanecer en el frente. Un drama en donde nada queda explicitado, donde nada está muy dicho. Muestra, pero no explica. Por suerte. Fueron muchas voces las que criticaron a la Bigelow por no plasmar su postura sobre la guerra de Irak, ya que la película nunca dice “La guerra es mala” o “La guerra es buena” sino “Esto es la guerra, esto es lo que pasa cuando hay guerra, y así es como influye a quienes participan en ella”. Un proceder acertado por parte de la directora. Es comparable a lo hecho en su momento por Stanley Kubrik en Nacido para Matar: nunca se expresa descaradamente una visión sobre Vietnam, pero queda implícita al mostrar cómo la guerra va deshumanizando a los soldados, convirtiéndolos en asesinos. Un enfoque valiente y arriesgado, alejado de los panfletos sobrevalorados de Oliver Stone, empezando por Pelotón y Nacido el 4 de Julio (Y eso que Stone participó en la contienda y hasta fue condecorado). Por este mismo motivo también es posible trazar un paralelo entre Vivir al Límite y Avatar, más allá de que los directores de ambas estuvieron casados. Las dos películas hablan de la ocupación estadounidense en territorio desconocido y cómo esto afecta a los involucrados. Sin embargo, Vivir al Límite, una vez más, sale ganando porque no es burda ni recurre a fórmulas hartoconocidas ni cuenta con personajes estereotipados ni tiene una bajada de línea tan notoria. Ojo, todo más que bien con Avatar (el film más taquillero de la historia, desde hace unos días) y con Cameron, pero... Eso mismo: “Pero...”. Ya lo dijo Bigelow en su visita a la Argentina (más precisamente, a 23ª edición del Festival de Cine de Mar del Plata, donde la película abrió el evento): “Como directora, traté de dejar que el material hablara por sí solo”. Sí puede haber una comparación con Redacted, devastadora película de Brian De Palma, que cuenta las andanzas de soldados en Irak, pero valiéndose del recurso del falso documental. Los dos films se complementan, ya que abordan una mirada nada patriótica (pero tampoco crítica, sólo contemplativa) sobre la ocupación en Irak. Bravo por De Palma también. Vivir al Límite significa también la consagración de Jeremy Renner. Nacido en 1971 en Modesto, California —los pagos de George Lucas—, empezó su carrera en comerciales y luego en TV y cine, donde casi siempre hacía de chico malo. Hasta supo hacer del asesino serial caníbal Jeffrey Dahmer en una película biográfica. Después de papeles secundarios en Exterminio 2 y en El Asesinato de Jesse James por el Cobarde Robert Ford, Renner tiene aquí su gran oportunidad de lucirse como este Sargento dispuesto a todo sin importar las consecuencias. Una actuación intensa, exacta (ni exagerada ni tímida) para un personaje tan complejo y anticonvencional, para nada fácil de interpretar... sobre todo cuando debía vestir el traje especial bajo los 125 grados en Jordania, donde se llevó a cabo el rodaje. Su preparación consistió en dos semanas de entrenamiento con los verdaderos miembros de EOD: “En primer lugar me sorprendió, por falta de una palabra mejor, lo nerds que son. Son todos muy, muy inteligentes”. Esperemos que sea el despegue definitivo de Renner en Hollywood. Se dice que podría tener el papel de Hawkeye en la adaptación del comic Thor, que dirige Kenneth Branagh, y en la película de los Avengers, que reunirá a todos los superhéroes del universo Marvel. Y hasta hizo pruebas para protagonizar un inminente film de la saga de Mad Max. El elenco secundario tampoco tiene desperdicio. Las revelaciones vienen por el lado de Anthony Mackie y de Brian Geraghty como Sanborn y Eldridge, respectivamente; los cada vez más nerviosos compañeros de James (Vale recordar que Geraghty había participado en otra historia de milicos: Soldado Anónimo, de Sam Mendes). Hay pequeñas pero interesantes apariciones de Guy Pearce, Ralph Fiennes y David Morse. También anda por ahí Christian Camargo (el hermano de Dexter), y para los fanáticos de Lost, Evangeline Lilly. La idea de tener protagonistas desconocidos y a los más famosos en roles menores fue algo pensado desde el vamos por K. B.: “He trabajado con actores famosos como Willem Dafoe o Keanu Reeves, pero siempre al inicio de sus carreras: me gustan los rostros frescos y originales. En esta película, al escoger a actores desconocidos, el espectador no sabe quién va a morir y quién no. Por el contrario, si pones a Tom Cruise, el público sabe que ninguna bomba le va a hacer daño. Pero si rompes esta norma y matas a un actor conocido, le estás diciendo al espectador que puede pasar cualquier cosa. Y eso es importante para crear una atmósfera psicológica inestable que se corresponde con la información que teníamos sobre el terreno: todo es una amenaza potencial y no estás a salvo hasta que vuelves a casa”. Vivir al Límite fue escrita por Mark Boal, un periodista independiente que estuvo con los soldados en el frente. Sus textos, publicados en Rolling Stone y The Village Voice, dieron origen a La Conspiración, de Paul Haggis. Fue Boal quien se acercó a Bigelow (ambos se conocían de un piloto de TV para Fox) para proponerle un proyecto relacionado con el mismo tema, pero que fuera más allá: "Yo estaba muy interesado en hacer una historia sobre el escuadrón de bombas. Es evidente que los OED eran un elemento logístico del Ejército Central en 2004, pero aún así, nada se había escrito sobre ellos. Irak fue algo así como un agujero negro para la prensa, porque la gente simplemente pensaba que era demasiado peligroso. (...) Es la experiencia más abrumadora, y no sabes lo que es eso hasta que estás ahí. La amenaza omnipresente nunca deja a estos chicos". Y agregó: “Pero no quería hacer un documental. Quería narrar la vida cotidiana de esta gente, pero también incluir algo de acción para hacer más interesante la película (o más comercial). Supongo que la primera idea era algo poco convencional para los inversores. Afortunadamente, el espectáculo de la guerra hizo que la narrativa fuera más audaz". El resultado: un guión serio, preciso, alejado de los lugares comunes, por el que Boal obtuvo el Gucci Awards en el Festival de Venecia. Con un presupuesto de 11 millones de dólares, Vivir al Límite se estrenó en unos pocos cines en su país natal y recaudó apenas 13 palos verdes, otra prueba de que el público todavía no está listo para largometrajes sobre un conflicto bélico tan reciente. Pero fue alabada por los críticos, y obtuvo reconocimientos en festivales y círculos especializados. Veremos si Kathryn Bigelow y gran parte de los involucrados en su obra maestra puede ser galardonada con el Oscar. Si se da, Bigelow compartiría contra su ex Cameron, como ya lo hicieron en los Globos de Oro. En ese momento ella dijo: “Somos competitivos, pero no va a provocar ningún problema”. Y él contó: “Me encantó Vivir al Límite y produje dos de sus anteriores películas, Días Extraños y Punto Límite, así que hablar de nosotros como simples ex es simplificar las cosas”. Hasta el mismísimo James se adjudica haberla convencido de hacer Vivir... Lo cierto que el Globo de Oro a Mejor Película y Director fue para el papá de Terminator, por Avatar. Pero todo puede cambiar en los Oscar. Por lo pronto, K. B. y Mark Boal ya tienen un nuevo proyecto: Triple Frontier, acerca de las actividades criminales que se desarrollan en las fronteras de Argentina, Brasil y Paraguay. La producción del asunto corre por cuenta de, entre otros, Charles Roven, otrora involucrado en Batman: El Caballero de la Noche. Según Variety, sería una película de acción y aventuras. Recemos para que todo salga de la mejor manera y este nuevo dúo dinámico siga dándonos genialidades. Ah, por si le quedaban dudas acerca de la postura política de la directora, ahí va una cita: “Soy una gran seguidora de Obama, hice todo lo que pude a mi manera para ayudar a que sea elegido. Me siento muy esperanzada de que él curará y unificará un país que está en estado de crisis en este momento”. Y otra cita, relacionada con su cine: “No me gusta pensar en términos de películas de acción. Prefiero no conceptualizar. Pero si la historia tiene ciertos ingredientes, la capacidad que tiene el cine para trasladarte a otros lugares puede llegar a ser muy visceral. Por eso intento sumergirme en material de gran impacto y relevancia”. Y otra más: “Mi gran meta es poder siempre subvertir los géneros, crear lo impredecible, sorprender y fascinar al espectador. Por conseguirlo, caminaría descalza sobre fuego”.
Hace dos años tuve el beneplácito de asistir a la función de apertura del 23º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, donde se exhibió Vivir al Límite, con la presencia de Kathryn Bigelow, su hermosa directora. La película venía de haber ganado varios premios en Venecia y empezaba a tener un interesante recorrido por festivales internacionales, pero no había encontrado, hasta el momento un distribuidor dentro de los Estados Unidos para estrenarla comercialmente. Esta ironía, permitió que debamos estar hablando de la película ahora, y no hace un año. Llámenme visionario o simplemente un cinéfilo experimentado, pero ni bien terminó la proyección sabía que tanto la película como su directora, y su protagonista (James Renner) estarían nominados al Oscar con todas las cartas a favor. Definitivamente no soy adivino. Vivir al Límite es un relato soberbio, atrapante, potente, intenso. Tuve una ola de sensaciones encontradas, cuando terminó dicha función. Una apertura más que digna. Todavía sentía la adrenalina de la guerra en mis venas, días después de asistir a tal evento. Decidí volver a mirar la película antes de su estreno comercial local, para brindar a esta crítica una visión más contemporánea y probarme a mi mismo, si dichas sensaciones habían estado relacionadas con el contexto en que miraba la obra, tras un día de muchas corridas y emociones en el Festival (hacía dos horas había estado a metros de la Presidenta de la Nación) o si realmente, la película misma tenía esa potencia contagiosa, que al salir de la sala, sentís esa necesidad de acción por la que pasa el protagonista. La primera impresión no fue errónea, Vivir al Límite, es adrenalina pura. Pero más allá de eso, se trata de una película con una meticulosa puesta en escena. No voy a repetir su argumento, ni hablar de los aspectos que ya han comentado mis colegas de forma tan completa y soberbia. Pero en esta segunda mirada, me he dado cuenta que el punto de vista de la cámara nunca es arbitrario ni invisible, como sí lo son la mayoría de las películas bélicas, y por supuesto un 90% del cine estadounidense. Bigelow encara la película desde puntos de vista estratégicos, militares. Ya sean planos muy cortos, como la de compañeros de batallas, pegados unos a los otros, como de francotiradores espiando desde edificios aledaños. En cierta forma, no sería muy alejado definir, que el 80 % de los planos parecen subjetivas o falsas subjetivas. Y lo más interesante, que ha generado debate, es donde se ubica la directora a nivel ideológico. Bigelow decide no ceder ante los típicos panfletos moralistas anti o pre belicistas. No se trata a los árabes como “víctimas” del ejército estadounidense, lo cuál se podría llegar a ver como una visión xenófoba, sino fuera, que es sabido que los hombres bombas, existen realmente, pero tampoco como “enemigos”. Son vecinos, implicados en la guerra atacando a los soldados, esto no los convierte en los “malos” sino en otro tipo de soldados. A medida que avanza el relato se irá viendo, que el antagonista es invisible. Es un cuerpo, un tirador, un punto a la distancia. El verdadero antagonista de nuestro antihéroes es la adicción a la violencia y a la guerra. El hecho de “buscar un enemigo” es lo que “mueve” a este grupo de soldados, que no se satisfacen con desarmar bombas y vivir como si no hubiese un mañana. Detrás del aspecto frenético, detrás del thriller y la tensión manejadas con un pulso de hierro, ayudadas por elementos extranarrativos como la excepcional fotografía, la edición, la banda sonora, el meticuloso uso de efectos de sonido y visuales que, en ningún momento son demasiado excesivos para sobresalir, sino que acompañan fielmente a lo “que” se quiere contar, detrás de todo eso, se encuentra un análisis psicológico sobre el estado mental del soldado, de vivir pendiente de un movimiento, de un paso, del cruce de palabra con un campesino, de la fauna, del viento, y el aire. La paranoia, la necesidad de luchar, aunque sea con el compañero de habitación, de jugar un video juego violento. Sin caer en debates misóginos, Bigelow demuestra que a pesar de lo que aparentan ser, estos soldados, son hombres “normales”, tienen familias en las que pensar, tienen metas, tienen sueños, son torpes, tienen miedo, dudas morales. En medio de tales reflexiones, en los tiempos muertos, donde lo único que los protagonistas deben hacer, es al igual que en Soldado Anónimo de Sam Mendes, esperar a que salga la próxima misión, nunca decae el ritmo o el interés de espectador. Estéticamente se trata de un film crudo, y real, con referencias más al documental que al video clip o la publicidad, que suelen hacer los hermanos Scott. O sea, sin duda, no tiene la iconografía fashion, y explosiones realentadas y exageradas de La Caída del Halcón Negro. En este sentido hay mayores similitudes con la película argentina Iraquí Short Movies de Mauro Andrezzi. La estructura de Vivir al Límite no es convencional. No hay una meta final, aunque sí bastantes simetrías clásicas. Bigelow acierta en elegir un elenco tan desconocido como extraordinario y de pocas pretensiones. No solamente, por la calidad de las interpretaciones (el trío Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty) sino como bien dijo ella, esto provoca, que el espectador nunca sepa quien va a sobrevivir o quien no. Este recurso introducido por el maestro del suspenso Alfred Hitchcock en Psicosis o Wes Craven, en Scream, sirve para acrecentar el carácter de sorpresas que surgen minuto a minuto. Es realmente imposible imaginar lo que va a suceder de una escena a la siguiente. Lo cierto es que a medida que avanza la película, se empieza a parecer como viaje a los lugares más oscuros del alma humana: ya no impactan tanto las escenas de acción en sí, sino las decisiones de los protagonistas. En este sentido guarda similitudes (inclusive visuales) a películas bélicas como Pelotón, Apocalipsis Now, Nacido para Matar o Pecados de Guerra. Con respecto a las películas sobre la guerra de Irak, podríamos trazar similitudes con Red de Mentiras (en realidad fueron filmadas al mismo tiempo) y especialmente con la subvalorada Redacted de Brian De Palma (en la misma línea que Pecados…), aunque mientras que De Palma es juez y verdugo de los soldados, Bigelow decide no tomar un posición política, sino tener en consideración el factor humano, quizás poner ciertas esperanzas en algunos soldados, y que el juicio lo saque el espectador. Decidir posar sobre un escuadrón antibombas el relato es refrescante y riesgoso, mas no novedoso. En 1959, Robert Aldrich, realizó Diez Segundos al Infierno con Jack Palance, donde un comando debía desactivar las bombas que no explotaron durante la Segunda Guerra Mundial en Alemania. En dicha película también se analizaban los traumas los soldados, desde un punto de vista depresivo, solitario, psicológico. La guerra como una droga que no se puede dejar. El suicidio no es una opción, sino una meta inconsciente. Se puede decir, que la diferencia entre aquellos que se inmolan con fines “religiosos” y los desarmadores de bomba que arriesgan su pellejo, pero a la vez disfrutan lo que esa tensión les genera, se da en la medida de la conciencia que cada uno tiene, de que su “misión” lo llevará indefectiblemente a la muerte. El teniente Will James al final, parece saber lo mismo que el personaje de Woody Harrelson en Tierra de Zombies: si uno es bueno para algo, lo sabe y lo disfruta, debe seguir haciéndolo, sin importar que su vida corra peligro, o lo que piensen sus familiares y amigos. Esa es la adicción a la violencia a la que remite Bigelow. Vivir al Límite tiene lo mejor del género bélico (incluso comparable con Rescatando al Solado Ryan), cuotas de suspenso y tensión soberbias, escenas de acción magistralmente planteadas y llevadas a cabo, un elenco excelente interpretando personajes creíbles y complejos. Puede ser que algunos diálogos sean un poco obvios y subrayados, pero no se puede pedir la perfección en una obra tan completa. Esta segunda mirada me da pie a volver a resaltar, aquello que tanto me había gustado la primera vez que la vi. Y aunque no me sorprendí de los giros narrativos (el factor sorpresa es fundamental para seguir atrapado) a la salida, volví a sentir esa emoción y adrenalina en la sangre. Un triunfo para Bigelow, una directora excepcional. Esperemos que el próximo 7 de Marzo, se haga justicia, y la Academia de Hollywood premie esta obra personal, que empezó de forma muy independiente y terminó a lo grande. Es hora de despojar al rey (irónicamente, su ex marido) del trono, que la reina asuma su posición y se terminen los prejuicios e hipocresías.
El presente es mujer Kathryn Bigelow es la directora de Punto límite. ¿Punto límite? Su título original es Point Break. ¿Point Break? Es la película en la que Patrick Swayze y Keanu Reeves surfeaban, se tiraban desde aviones y jugaban otros “deportes extremos”: Reeves era el policía que perseguía a la banda de ladrones comandada por Swayze, que robaba bancos con caretas de presidentes de los Estados Unidos. A esta altura, no pocos habrán reconocido la película de 1991, muy influyente y muy exhibida por televisión. Pero este artículo no quiere llamar la atención sobre esa película sino sobre otra, la más reciente película de Bigelow: The Hurt Locker. Bigelow mide 1,82m de altura, tiene casi 57 años imposibles de adivinar al verla, aspecto vital y deportivo y es la ex mujer de James Cameron. También es la gran directora de cine de acción y aledaños (otras de sus películas estrenadas en Argentina son “la de submarinos” K-19 The Widowmaker, con Harrison Ford, y Días extraños). The Hurt Locker se presentó en Venecia y en Toronto a principios de septiembre. E inauguró el pasado jueves 6 de noviembre el Festival de Cine de Mar del Plata. The Hurt Locker es sobre el conflictivo presente de Estados Unidos en Irak. Pero a diferencia de otras películas que intentan dar cuenta de ese desastre mediante planteos generales, Bigelow llega a lo general a partir de historias particulares, en este caso las de los integrantes de un equipo de desarmadores de bombas. Como ocurría en el cine clásico de Hollywood, Bigelow dice mucho bajo la apariencia de estar narrando meras acciones. Cuando William James (Jeremy Renner), el personaje principal, salga de la base militar a investigar por su cuenta y sin mayores pruebas que sus sospechas y su paranoia, se encontrará con un mundo que no entiende y quedará desorientado, equivocado y aislado; su violencia preventiva quedará expuesta, así como el rechazo de los locales. De esta manera, en una secuencia vibrante, Bigelow opina sobre la presencia estadounidense en Irak. Pero The Hurt Locker es, además, una película de suspenso y tensión máximas. Cada secuencia en la que se intenta desactivar algún explosivo es ejemplar en su construcción y, además, en varias de ellas se demuestra que las sensaciones fuertes en el cine no tienen necesariamente que ver con hacer estallar miles de cosas. A veces, los desarmadores de bombas tienen éxito y nada explota, pero Bigelow sabe explotar los recursos del cine, y en esta ocasión no queda grande mencionar a directores como Hitchcock, Fuller y Hawks, que forman parte del acervo de una directora que también brilla fuera de las imágenes de la guerra, cuando el relato se ubica por breves minutos en los Estados Unidos. Allí, con un desolado y desolador plano en un supermercado, establece su crítica mirada sobre la sociedad actual, como lo hizo de forma más explícita en Días extraños. Es, entonces, una buena noticia la existencia de una película como The Hurt Locker, y también su exhibición en Mar del Plata, con la presencia de la propia Bigelow. Por otro lado, los hombres son mayoría casi absoluta en la acción y el suspenso, y Bigelow no solo filma mejor que casi todos ellos sino que, mediante su trabajo y sin ningún tipo de alarde, sigue abriendo –con espíritu pionero– zonas del cine habitualmente no transitadas habitualmente por sus congéneres. Esto también es una buena noticia. La mala noticia es que, si bien Bigelow me dijo en Mar del Plata que había algún distribuidor argentino interesado en su película, al momento de escribir esta nota su distribución cinematográfica local no estaba asegurada (si algún distribuidor ya ha comprado la película, por favor hágalo saber en los comentarios). The Hurt Locker no está protagonizada por estrellas y eso quizás le reste potencia comercial, pero es una película memorable que merece ser vista por mucho público. Algo más, del orden de lo anecdótico. En el hiperprofesional festival de Toronto, The Hurt Locker se exhibió en una sala grande (y llena). En esa función (como en muchas otras del festival), había señores vestidos de negro –para no ser vistos en la oscuridad de la sala– con unos adminículos infrarrojos, que observaban a la concurrencia parados cerca de la pantalla para vigilar y evitar grabaciones piratas. Cuando uno de ellos ordenó a alguien que apagara inmediatamente su teléfono celular como si fuera un objeto peligrosísimo (hoy, ya saben, hay cámaras por todos lados), no pude evitar sentir un tenso escalofrío. Por un momento, fugaz e irracional pero intenso, el teléfono celular fue para mí una bomba en el cargado aire de la sala. Y el aire de la sala estaba cargado de suspenso, tensión, violencia, acción y emociones fuertes: es decir, del cine rotundamente físico de Kathryn Bigelow.
Luego de muchas idas y vueltas en la decisión nos dispusimos, junto con la editora de esta web, a ver una de las diez nominadas a Mejor película, Vivir al límite. La directora Kathryn Bigelow creó un ambiente muy hostil en el que se desarrolla una película sin ritmo, pero con mucha tensión. La forma en la que está filmada es bastante cruda y eso ayuda a creer de alguna manera en el relato contado. Me pareció muy acertado que no realice ningún tipo de reivindicación de la guerra y que solo se dedique a mostrarnos la realidad y la labor de un escuadrón que se dedica a desactivar bombas en Irak. Hay películas que no están destinadas a divertirnos y ésta es un fiel ejemplo de ello. No vayan al cine esperando la clásica película de acción, porque no solo no la van a encontrar, sino que lo más probable es que se levanten de sus asientos para irse mucho antes de que termine. Por momentos puede ser aburrida y pesada, pero también atrapa mucho y si logran meterte dentro de su terrible trama seguramente la van a pasar bien. La historia en si es asfixiante desde la primer escena, por ende si toman en cuenta estas "condiciones" pueden ir tranquilamente y no saldrán defraudados. No me voy a poner a juzgar su nominación a los Oscar, pero si me parece bueno que se premie con una candidatura a una cinta que aborda desde un lugar distinto un género bastante repetitivo como lo es el bélico. Las actuaciones están realmente excelentes y sostienen con mucho dramatismo el relato. Jeremy Renner es el protagonista principal y se come la película, pero sus compañeros Anthony Mackie y Brian Geraghty no se quedan atras y lo acompañan de manera brillante durante sus 130 minutos. Vivir al límite es una buena salida para quienes busquen una película de "poca" acción combinada con mucho dramatismo y tensión.
Los cowboys vienen marchando (sobre Bagdad) Historia repetida la del cine norteamericano "bienintencionado". Podrán argumentarse uno y varios motivos por los cuales atender Vivir al límite, último film de la realizadora Kathryn Bigelow (Días extraños, K 19: The Widowmaker), premiado y atento a las nominaciones recibidas -entre ellas, mejor película de los próximos Oscar. Por ejemplo: su locuacidad narrativa: vigorizante, de nervios al límite; la tan mentada camaradería masculina: que ha sido analogada al cine de Howard Hawks; o la mirada "desencantada" respecto de lo que supone la invasión estadounidense en Irak. Es cierto, el cine de Bigelow es vigoroso, aunque tampoco magistral. Como contraejemplo, baste señalar al mencionado Hawks; a partir de allí, entonces, la comparación de la camaradería aludida será mejor depositarla, con justicia mayor, en un devoto cinéfilo como John Carpenter. Si de mirada crítica se trata, no habría demasiado motivos que justifiquen tal argumento, a excepción del detenimiento en la figura del guionista, Mark Boal, responsable también de la historia base sobre la que se erige la notable La conspiración (In the Valley of Elah, 2007). Pero en Vivir al límite no es esto lo que sobresale, sino su ilusión, atrapada en la construcción tradicional que de la figura del héroe se propone. Es decir, el forastero que llega al pueblo fantasma (Bagdad) y sabe que sólo podrá retirarse de allí una vez la misión concluya. Cowboys modernos (o posmodernos), son los marines quienes ahora saben ocupar este lugar "mítico". Y los mitos, si bien responden a maneras de entender que son acordes con la época que los narra también saben esconder, justamente, sus contradicciones. Es por eso que, aunque la mirada de Bigelow se encuentra atenta a situaciones más complejas, como las que provocan el llanto nervioso del marine, no deja por ello de exaltar la tarea a la que estos soldados se abocan: cumplir su misión. He allí la heroicidad. De modo tal que nos encontraremos con una delineación cada vez más titánica, así como simpática, de un "desactiva bombas", quien pone en riesgo su vida toda vez que puede mientras la adrenalina lo corroe. Supuestamente, detrás de la visión del film y en función de lo tanto que se ha escrito, habría una lección que escuchar. Nada peor. Puesto que, de ser así, habrá que encontrarla en el hecho de que, gracias a sus nervios de acero, es este personaje el que sabrá sintetizar, por analogía general, el espíritu de su país libertario. En otras palabras: otra encarnación más del siempre vigente Capitán América. Si Fantasmas de Marte, de Carpenter, supo ayudar en este mismo espacio como pieza fílmica de contraste ante el efecto ecológico bienintencionado de Avatar, ocupará una función similar el último film de Brian De Palma, Redacted (2007), no estrenado comercialmente en nuestro país y con una mirada lo suficientemente incómoda como para saber evitar cualquier nominación posible a los premios de la Academia. Allí, también y mucho más, hay talento narrativo y una mirada de veras crítica.
Salí de ver este filme como hacía tiempo no me sucedía. Más que conforme, contento de haberlo disfrutado y con ganas de volver a entrar a la sala para verlo nuevamente, pero era la última función del lunes noche. Igual en los próximos dias volveré a disfrutarlo. A mi entender estamos ante una peli física, tremenda, de la directora Kathryn Bigelow, a quien no le satisface narrar comedias rosas o apurados cuentitos "sanvalentinescos".Pero si el cine de pura adrenalina. Por eso filma poco y bueno. La directora elije contar las acciones y circustancias bélicas de un grupo reducido de soldados en el ojo de la tormenta, es decir en el corazón de Bagdag.El más desarrollado e importante será el "desactivador" de bombas no detonadas, lo cual traslada al espectador más desprevenido en auténtica emoción irrespirable. Bigelow no hace crítica, ni arroja data de querer entender porqué el ser humano va a la guerra, solo muestra con inquisidor ojo de la lente -por momentos-, sus situaciones cual si se tratara de una trasmisión en vivo de Tevé o noticiero. Con momentos geniales como cuando están disparando a lo loco sin divisar bien al enemigo en pleno desierto, escena comparable a aquella maravilla cinematográfica de John Ford: "The lost patrol", donde sucedía algo similar en un contexto muy parecido. O el desarme de los detonadores, la respiración del protagonista, la visión de lo externo que tiene en esos momentos álguidos, es también parte inmejorable de la trama. Hay una caja de efectos personales con cosas que asegura el protagonista (estupendo Jeremy Renner), lo podian haber matado y por eso las guardó: alli hay detonadores viejos, y hasta un anillo de bodas que nunca entregó. Si hablamos de cine de género, aceptemos que es un excelente filme bélico, si de drama se trata, también lo es. De final impecable, y sostenido ritmo como para que el espectador disfrute el marco amplio, gigantesco y generoso de una pantalla de cine en una sala a oscuras, dimensionando como si uno estuviese "viviendo" esos momentos en pleno Irak. He aquí uno de los grandes filmes del 2010, sin duda alguna. N de R: Agradesco a mi sobrino Emanuel que me tiró data referida al título original que quizas sea algo difícil de traducir.... "La expresión "the hurt locker", es parte de la jerga militar de los desplazados a Irak y aparece ya en los artículos del guionista del film, quien, junto con sus compañeros, se refería con esta frase al lugar donde ocurren las explosiones. "To put s.o. in the hurt locker" significa "causarle mucho dolor".
Al filo del peligro Vivir al límite -The hurt locker para los amigos- pasará a la historia como la primera película en la que una directora consigue el Oscar a mejor dirección. Es lo más probable, a estas alturas, y según los premios previos, las críticas, y el viento a favor. Ahora bien: ¿es el film de Kathryn Bigelow un gran trabajo? Bueno, ella lo cumple con eficacia, pero cuesta pensar en esta obra como grande, como trascendental, y probablemente, en su sentido global, de aquí a un par de años no conserve el prestigio del que hoy parece gozar. Aclaro, es un film digno, muy bien realizado, más que correcto, con varias secuencias tensionantes, y un elenco sólido. Pero personalmente considero demasiado la probabilidad de que gane el Oscar a la mejor Película. No lo es, y desde aquí empiezo a hacer más fuerzas que nunca por Bastardos sin gloria, el único film que saca varias cabezas de ventaja, a medida que voy viendo en pantalla grande, como corresponde, a sus competidoras. Los que ya la han visto, y han vivido el ritmo y la tensión de los tres soldados de Vivir al límite, coincidirán conmigo en que los puntos altos son un logradísimo comienzo, con actor invitado incluído (Guy Pearce), así como también la secuencia en el desierto, con otra participación breve, esta vez de Ralph Fiennes, o un sentido dramatismo en las escenas en que el protagonista encuentra a un niño con una bomba en su vientre. Mientras que promediando el film, los últimos momentos de acción no defraudarán. La cámara en constante movimiento, algunos encuadres virtuosos, el finísimo trabajo sonoro, y una edición impecable, hacen el resto. ¿Alcanza? Supongo que a esta altura, ya es cuestión de gustos. Bigelow la tiene clara, y así se termina de consagrar con un material que sabe manejar muy bien. Su Oscar como directora puede que sea inobjetable, aunque otra vez insisto con lo dicho sobre los Bastardos, y yo no he visto aún a un realizador que supere al soberbio de Tarantino. Jeremy Renner es el líder que el escuadrón, y el film, necesita, con todos sus diálogos y momentos que en ocasiones transitan el cliché. Es un rol interesante, pero tampoco lo considero digno de nominación. Anthony Mackie y equipo lo secundan con oficio. The hurt locker es un buen producto. No le es indiferente al espectador. Pero no es un film redondo. Tal vez la falla venga desde el guión, porque visualmente, Bigelow demostró que pudo hacer lo mejor que pudo, y verdaderamente no es poco, sino todo lo contrario.
Ah, el difícil arte de criticar… ¿Cómo hago para explicarles que la película más elogiada del año en USA (ver aquí), a la cual muchos especialistas norteamericanos señalan como una de las mejores de la última década, y que acaba de ser nominada a 9 premios Oscar me haya decepcionado? Es fácil, en realidad. Esto es cine, y todos tenemos la razón a la hora de opinar. El arte, realmente, no puede cuantificarse (por ello estoy pensando en dejar de lado mis queridos “Damiancitos”). En la mayoría de los casos, las causas que llevan a que alguien aprecie más o menos una obra son difíciles de explicar, porque están relacionadas a lo emocional. Aunque también muchas veces hay motivos racionales e ideológicos que entran en juego. Creo que este es el caso. The hurt locker narra el día a día de un escuadrón del ejército norteamericano especializado en desactivar explosivos. El film sucede en Irak, aunque la película no se ocupa de hacer referencias muy específicas sobre el conflicto en sí. El protagonista principal es el sargento William James (Jeremy Renner), un arriesgado especialista que constantemente parece desafiar lo que el sentido común, e incluso las reglas del ejército, dictan. Esto hace que sus dos nuevos compañeros (en realidad James se suma al escuadrón en reemplazo de otro especialista), lo vean con recelo y hasta como una posible amenaza. Así, los días irán pasando de misión en misión, cada una más estresante que la anterior. Antes que nada, quiero dejar en claro que la película no me pareció “mala”. Al contrario, creo que posee altos valores de producción. La dirección de Kathryn Bigelow es realmente tensionante. Logra poner al espectador en la piel de los soldados en medio de un escenario hostil en el que nunca se sabe quién es aliado y quién enemigo. Mucha cámara en mano, mucho vértigo, mucho impacto visual. Dado este estilo de filmación, es también de elogiar el trabajo de Renner, quien logra una intensa actuación a base de actitudes, gestos y reacciones en situaciones en las que se toman decisiones de vida o muerte en cuestión de segundos. En realidad, todo el elenco brinda buenos trabajos. Y, desde ya, todos los aspectos técnicos del film (sonido, edición, fotografía) son excepcionales. Ahora bien, vayamos a lo que a mí (lo subrayo porque me parece importante) me ocurrió con el film. Primero, me costó mucho identificarme con los protagonistas. Entiendo que un norteamericano sienta empatía con estos soldados que arriesgan su vida a miles de kilómetros de su hogar. Pero yo no puedo evitar sentir cierto rechazo hacia estos tipos vestidos de verde apuntando sus armas y gritándole a cualquier civil iraquí que les parezca sospechoso. Entiendo la naturaleza peligrosa de la situación, pero desde el vamos no puedo dejar de lado mi percepción de los hechos. Además, el personaje de James llega al colmo de lo temerario, y sus actitudes nunca terminaron de tener para mí una explicación satisfactoria. La película no emite juicios de valor acerca del conflicto (esto no es inherentemente malo). De hecho, parece estar interesada en un enfoque más general sobre la naturaleza humana, la cual hace que a veces realicemos acciones que van más allá de cualquier lógica. De allí que el film comience con la frase “La guerra es una droga”. El propósito de la película es, entonces, meternos en un mundo en el que los hombres actúan siguiendo su necesidad de adrenalina, y no su raciocinio. Esto no deja se ser interesante, y la película realmente hace justicia a esta adrenalina, pero yo no pude dejar de sentirme alejado emocionalmente de esta idea y del protagonista. Por ello, sin importar lo bien dirigido que esté el film ni lo bien que esté Renner en su papel, no logré que la historia se meta bajo mi piel. Por otro lado, el guión está estructurado a través de lo que ocurre en distintos días. Así, se podría dividir la trama en cada una de las situaciones que los protagonistas deben atravesar. Todas situaciones ejecutadas de manera experta, como dije. Pero que tampoco me ayudaron a que dramáticamente el film me aportara mucho ni fuera creciendo con el paso de los minutos. Para colmo, el único momento en que los tres hombres generan una especie de vínculo personal, lo hacen totalmente borrachos y comportándose como el típico soldado americano: jugando a darse trompadas. Para alguien que aborrece las doctrinas (religiosas o militares) este tipo de comportamientos me parecen ridículos, así que tampoco hubo afinidad por ese lado. En fin. Sinceramente, le pongo puntuación al film porque lo tengo como costumbre, pero hace rato que me vengo replanteando esto de dar puntajes. Creo que le da al comentario un anclaje que tal vez no sea del todo ilustrativo. En este caso, con mi reseña quise dejar bien en claro las causas que llevaron a que yo no pudiera disfrutar de esta película como sus niveles de realización ameritarían. No tengo dudas que muchísima gente va a poder apreciar la adrenalina que el film tan bien transmite. Y me parece fantástico que así sea. Y ojo que yo soy uno de los primeros en defender este tipo de cine. Pero en este caso, algo me pasó. Algo me alejó. Espero que les haya quedado claro qué fue, para que cuando vean la película no se pregunten “¿Cómo mierda no le gustó a Damián este peliculón?” Simple. Esto es cine, queridos amigos. Y todos tenemos la razón.
SOLO VIVIMOS UNA VEZ Vivir al límite (The Hurt Locker), dirigida por Kathryn Bigelow, cuenta la historia de un escuadrón que desactiva bombas en Irak. El film es una obra maestra y una de esas películas que recupera con total efectividad el arte cinematográfico por excelencia. Suspenso, emoción y el trabajo de una directora que merece, además de los premios ya obtenidos, el Oscar. En caso de ganarlo, pasará a figurar, en más de un sentido, en la historia del cine mundial. Los primeros meses del año son los más fuertes en lo que a premios de la industria cinematográfica refiere. Y si bien los premios no deciden los méritos de un film, sí colaboran a que éstos entren en la historia del cine. Ayudan pero no hacen milagros. Muchos films ganadores del Oscar a Mejor Película han sido olvidados y ni hablar de los premios a Mejor Dirección. Es cierto, los premios no nos dicen necesariamente si una película o un director son buenos, aunque es una gran satisfacción saber que a veces se premian a los mejores films y a los mejores directores. Vivir al límite (The Hurt Locker es el título original) de Kathryn Bigelow se merece ambos premios, y si los gana no sólo se habrá premiado al film y a su realizadora con justicia, también se habrán logrado -aunque esto no debe ser tomado como el motivo de premiación- dos reivindicaciones, diferentes entre sí, pero igualmente importantes. Vayamos primero a estas cuestiones y luego pasemos al análisis de la obra de Bigelow y de Vivir al límite. 1. La cuarta es la vencida. Los Oscar ya llevan 81 entregas, la del 2010 será la entrega número 82. No siempre hubo cinco directores nominados por año pero más o menos se puede calcular la cantidad de nominaciones. En estos 81 años sólo tres mujeres fueron nominadas a Mejor Dirección. En 1977 Lina Wertmuller (Pascualino siete bellezas, 1975), en 1994 Jane Campion (La lección de piano, 1993) y en el 2004 la primera directora norteamericana en recibir nominación, Sofía Coppola (Perdidos en Tokyo, 2003). Obviamente ninguna ganó ni tampoco eran fácil la competencia. Tanto Campion como Coppola se llevaron en sus manos el Oscar a Mejor Guión. No estamos aquí juzgando cada premio en particular, sino la sumatoria de los premios y lo que nos dice la ausencia de mujeres directoras en las nominaciones. Lo que nos dice es obvio, que las mujeres no han tenido el espacio que se merecen en la historia del cine en lo que a dirigir films se refiere. A las pioneras de la historia del cine (previas al Oscar) les siguió Dorothy Arzner, la gran directora y prácticamente la única, antes de la Segunda Guerra Mundial, del Hollywood clásico. Entre sus películas más importantes y significativas se encuentran: The Wild Party (1929), Tuya para siempre (Merrily We Go to Hell, 1932), Hacia las alturas (Christopher Strong, 1933), La esposa de Craig (Craig's Wife, 1936), Matrimonio y señorío (The Bride Wore Red, 1937), Baile y pasión (Dance, Girl, Dance, 1940). A partir de los 60 se generó un cambio que llegaría de lleno al cine industrial en los 80, cuando se les dio mayor espacio a la mujeres directoras. Pero fue demasiado el optimismo para lo que finalmente se logró, porque no fue dentro de la industria donde se les permitió desplegar su arte, sino en el ámbito del cine independiente, por su condición de ser un espacio en donde el riesgo económico es menor. Y ahí está la clave de todo: donde está el dinero y el poder, las mujeres no dirigen. Cierta hipocresía de la industria, porque muchas mujeres producen; aunque tampoco las mujeres productoras han logrado, por ejemplo, ganar el Oscar a Mejor Película en solitario. En ese grupo de mujeres que entraron en Hollywood en los 80 estaba Kathryn Bigelow, quien demostró, desde el comienzo, poseer un talento superlativo. Si Bigelow llegara finalmente a recibir su Oscar, lo hará por su trabajo en un film, pero a la vez se convertirá en la primera mujer en ganar el Oscar a la Mejor Dirección. Ese camino que la llevó hasta allí fue peleado durante décadas por muchas mujeres directoras, aunque la más emblemática de todas es Dorothy Arzner. 2. Una larga historia de cine puro Alfred Hitchcock nunca ganó el Oscar a Mejor Director, Howard Hawks tampoco. Alcanzan estos dos nombres para esbozar una teoría acerca de qué tipo de cine no gana premios. Pensemos también en Raoul Walsh, Fritz Lang, Anthony Mann, Don Siegel, todos realizadores que podrían conectarse con la mirada del cine que tiene Kathryn Bigelow, y que, en general, no reciben nunca el prestigio de un premio como el Oscar. En el cine contemporáneo, directores como John Carpenter o Michael Mann también padecen el mismo problema, aun siendo directores muy valorados entre los expertos. Ni hablar de directores como George A. Romero o incluso Tim Burton, tan aferrados a los géneros. A otros como Steven Spielberg les llegó el momento cuando hicieron films como La lista de Schindler; o a Robert Zemeckis con Forrest Gump o, un fuerte competidor de Bigelow este año, James Cameron, por Titanic. Y aun queda muy bien, en algunos ámbitos, no ser prestigioso o quedar al margen de la Academia, lo cierto es que hay una tendencia a desvalorizar por, parte de la industria, los films que, paradójicamente, explotan a la perfección las posibilidades del lenguaje cinematográfico y las herramientas más puras que este arte proporciona. Vivir al límite es cine puro. Es una película visual, puramente visual y llena de suspenso. La famosa definición de suspenso que daba Alfred Hitchcock sostenía que si tenemos a un par de personas, hablando de béisbol o de cualquier otro tema, alrededor de una mesa, y a los cinco minutos estalla una bomba y los hace volar por el aire, ¿qué tiene la audiencia?: apenas diez segundos de tensión. Ahora bien, si tomamos la misma escena y les hacemos saber a la audiencia que hay una bomba debajo de esa mesa y que va a estallar en cinco minutos, la emoción que se logra en el público es totalmente diferente. Entonces la misma charla se ha vuelto irrelevante, el espectador ya ni la escucha, sólo quiere que los personajes se vayan de allí. Pero Hitchcock decía algo más: la bomba no debe nunca explotar, porque si lo hace el espectador no tendrá alivio y se sentirá defraudado. En Vivir al límite, la acción gira en torno a un comando desactivador de bombas en Irak. Por lo cual tenemos las máximas hitchcockianas llevadas al extremo del suspenso. Hay muchas bombas, siempre hay bombas, diferentes clases de bombas con distintos mecanismos y un tiempo breve para desactivarlas. Y sabemos, además, que a veces estas bombas estallan y matan. Más la posibilidad de que haya francotiradores dispuestos a matar al que desactiva la bomba y de que cualquiera puede ser un potencial activador de dichas bombas a control remoto. Así que, luego del prólogo del film, habrá en el film muchas bombas que no estallarán, y algunas pocas que sí. Resumido de esta forma, queda claro que Vivir al límite es un film visual, en el que la imagen lo dice todo, la puesta en escena lo construye y un montaje impecable le termina de dar un cierre perfecto al trabajo de la directora. Con personajes que son profesionales que trabajan al estilo de los films de Howard Hawks o de John Carpenter, dos grandes influencias en el cine de Bigelow, y dos directores que buscan el análisis de la psicología de los personajes sólo a través de sus acciones. ¿Seguirá este estilo cinematográfico extraordinario siendo ignorado a la hora de los premios o este año será, además de todo lo dicho, la reivindicación del cine puro? 3. Violencia y emoción Al final del capítulo 2 del libro The Cinema of Kathryn Bigelow, Hollywood Transgresor, la autora del texto, Robynn j. Stilwell, dice que los elementos principales del cine de Bigelow son tres: géneros (genre), género (gender) y violencia. Interesante resumen de una filmografía tan compleja como la de esta directora. The Loveless, su opera prima -codirigida con Monty Montgomery- es de 1982, su film más reciente, Vivir al límite, es del 2008, durante estos años dirigió un total ocho films, siendo algunos más populares, otros más prestigiosos, más de uno film de culto y la película que analizamos acá, su título más prestigioso. Bigelow nació el 27 de noviembre de 1951 en San Carlos, California. Su primera pasión fue la pintura, donde desarrolló una carrera y donde pasó de estudiar en San Francisco a New York en un programa de becas del Museo Whitney. La beca incluía un estudio donde desarrollar su obra y Bigelow se encontró finalmente con un cuadro suyo exhibido en tan prestigiosa institución. Luego estudió cine en la universidad de Columbia, aunque su corto llamado The Set-up (1978) lo realizó antes. En ese corto, curiosamente, género y violencia se daban la mano, dos elementos que volverían siempre en Bigelow. Dos hombres se golpean mutuamente y, en off, dos filósofos analizan la situación. En coincidencia con este período, Bigelow vio todo el cine que pudo, asistió a seminarios dictados por Andrew Sarris y se fascinó con las más variadas corrientes cinematográficas. Su primer largo, The Loveless, es un film afectado por una mirada no del todo narrativa del cine, un clásico ejemplo de estética proveniente de otra mirada del arte. Willem Dafoe interpreta a un motoquero de los 50, en un film que evoca a films como por ejemplo El salvaje, el clásico con Marlon Brando. En el libro ya citado Bigelow explica que se resistía todavía a lo narrativo y que el film es más bien una meditación. Lleno de momentos sin acción, de pequeñas situaciones que desmitifican la glamorosa apariencia de los motoqueros, la rebeldía de los protagonistas con respecto al sistema, el individualismo vs. el grupo, el cuestionamiento de los géneros cinematográficos y de los géneros sexuales asoman aquí y seguirán haciéndolo en el cine de Bigelow. Su siguiente film, Cuando cae la oscuridad (Near Dark, 1987) es un neo noir western de vampiros que evoca tanto al cine de cowboys como a los films clase B y, en particular, a John Carpenter. Con varios de los actores de James Cameron -quien se convertiría luego en su esposo- la película posee un destino de film de culto que no tardó en respaldar el tiempo. Bigelow pone a los géneros cinematográficos de cabeza y crea personajes con roles sexuales complejos, poco habituales, y, como ocurría en el film anterior, bordeando la androginia sin caer en trazos gruesos. Testigo fatal (Blue Steel, 1989) fue su primer proyecto mainstream y cuenta la historia de una mujer policía novata, Jaime Lee Curtis, que pierda su arma, la cual es tomada por un asesino que jugará con ella toda la película. Policial melodramáticamente exagerado, con un nada oculto análisis del universo fetichista, la película se perdió en una ola de films de los 80 y se pasó por alto nuevamente la controvertida y transgresora mirada de la directora. Algo de Madigan (1968) de Don Siegel parece asomar aquí, con esa historia de policía que pierde su arma y debe soportar los crímenes que se cometen con ella. Su mayor éxito lo lograría con Punto límite (Point Break, 1991) que no sólo se convirtió en su film más popular, también, en su película más emblemática en muchos aspectos. Las conductas obsesivas de los personajes, las adicciones al vértigo y la intensidad, la androginia, el homoerotismo y las alteraciones de los roles sexuales. La acción trepidante que aquí llegara a su punto más alto y una tensión sólo igualada por Vivir al límite. Este policial sobre un policía encubierto, Johnny Utah (Keanu Reeves), que debe capturar a una banda de asaltantes de bancos, surfers, liderado por Bodhi (Patrick Szwayze) es una verdadera obra maestra del género. Otra vez Don Siegel, esta vez con su maravillosa The Killers (1964), parece asomarse aquí, cuando vemos a (un hombre con máscara de) Ronald Reagan liderar la banda. Días extraños (Strange Days, 1995) era un film incendiario que planteaba un futuro donde la ciudad de Los Angeles, a fines de 1999, estaba al borde del colapso y donde la adicción a las emociones fuertes se vendía con unos sistemas que eran grabaciones de experiencias intensas vivida por otros. Un ex policía (Ralph Fiennes) descubría, sin quererlo, el encubrimiento de una golpiza policial que terminaba en asesinato. Una clara alusión al caso de Rodney King que parecía anunciar una debacle total al final del milenio. Ni la espectacular puesta en escena, ni el impresionante plano secuencia en subjetiva inicial, ni Juliette Lewis cantando covers de P.J. Harvey le interesaron al público. La historia de amor, con un hombre femenino y una mujer masculina (Angela Bassett) no pareció gustar demasiado o tal vez el hecho de que fuera apasionada e interracial también afectó el resultado. El peso del agua (The Weight of Water, 2000) pasó sin pena ni gloria, a pesar de la exploración de tensiones y transgresiones sexuales analizadas con una mirada nada complaciente. Amenazada por quedar fuera del sistema, Bigelow tomó rápidamente K-19 The Widowmaker (2002) notable e incomprendido film que transcurría en un submarino soviético y le permitía explorar universos de tensión y violencia masculinos. Profesionalismo, ética, lealtad, temas interesantes con dos protagonistas también interesantes: Harrison Ford y Liam Neeson. Verdadera clase de narración cinematográfica que no fue valorada como correspondía. La violencia en el cine de Bigelow jamás ha sido gratuita, la mirada del mundo masculino y femenino siempre ha sido lúcida y original, el análisis de los roles de género en la sociedad y la deconstrucción sin afectar la narración de los géneros cinematográficos la convierten a Bigelow en una cineasta siempre interesante y con una mirada digna de análisis. De hecho, sus compañeros de generación han triunfado en muchos de los temas que ella ha trabajado, pero a la larga no pudieron salir del todo de la mirada inequívocamente masculina de los temas. Bigelow sí, ha logrado ver y construir ambos espacios cuando se lo ha propuesto en sus films. 4. Adictos a la intensidad Vivir al límite es una de esas películas cuya forma narrativa es llevadera y clásica, pero a la vez explora formas no tan estructuradas de guión. La suma de grandes escenas que van construyendo los temas y el espíritu del film. Muchos grandes directores clásicos supieron armar relatos clásicos que, como ocurre aquí, se construían con gran libertad, confiando en la inteligencia del espectador y en la fuerza y el sentido final del film. "La guerra es una droga" dice el fragmento de la frase inicial que queda cuando el resto de la frase desaparece. Una droga sin sustancia, como se la denomina hoy día, una adicción que no depende de una sustancia como drogas o alcohol. Los personajes del cine de Kathryn Bigelow se obsesionan con aquello que les fascina, se sumergen hasta el fondo en aquello que les da intensidad. Como en Bodhi, en Punto límite, que busca una ola perfecta que finalmente lo tragará, pero le evitará el encierro, el Sargento Superior William James (Jeremy Renner en una actuación tan impecable que uno hasta puede olvidar que actúa) no puede dejar de enfrentarse a las bombas más complicadas y peligrosas y desactivarlas en el terreno más hostil posible. Cada escena, cada desactivación -o no- de cada bomba es una secuencia que cierra como una historia propia y va acumulando tensión y adrenalina a lo largo de las dos horas y diez minutos que dura el film. Luego del perfecto prólogo, la película deja ya al espectador en tensión el resto de la historia. Con alivios, claro, pero que pronto conducen a otro momento de tensión. Un espectador que no se entrega a este juego o un crítico que ignora el lenguaje del cine, tal vez se sientan tentados a pensar que el film no trata de nada, cuando en realidad el film es de una solidez absoluta. Analiza, mediante su espectacular suspenso, la personalidad de aquellos que no pueden encontrarse a sí mismos, sino a través de las experiencias extremas (lo que pasaba también en Días extraños y en Testigo fatal), pero lejos de plantear un juego obvio, Bigelow expresa esto a partir del lenguaje del cine. Una puesta en escena más que brillante nos sumerge de lleno en cada momento del film y nos hace participar en primera fila de la experiencia de sus protagonistas. Es la directora, y ninguna otra cosa, la que consigue que todo tenga la potencia que vemos en la pantalla. Nuevamente Bigelow se sumerge en un mundo masculino, aunque los temas del film excedan al género. Y, ahora en la otra acepción de género, el film pertenece al cine bélico. Y como toda obra maestra del cine bélico, el film no expresa un discurso ni a favor ni en contra de la guerra, más bien la describe, la toma como espacio donde ocurre la historia. Estos soldados tiene un trabajo, el protagonista tiene una adicción a ese trabajo y una necesidad de intensidad permanente. No se expresa palabra alguna que pueda considerarse una inclinación política, aunque cada espectador podrá interpretar alguna. Justamente el no hacer un discurso político hace de esta película una víctima fácil de diferentes ideologías. El suspenso a lo Hitchcock, el profesionalismo a lo Hawks, la herencia de Siegel, la asociación con Cameron, Mann o Carpenter son sólo para construir alrededor de Bigelow un árbol genealógico. Pero cada escena brillante, cada momento extraordinario del film, le corresponden a su inspirado y poderoso trabajo. Trabajo que ya ha cosechado muchísimo premios y que merece haber llegado hasta el Oscar. Lo gane o no, Kathryn Bigelow ha entrado definitivamente en la historia grande del cine mundial.
La industria del cine, como tantas otras, es machista por esencia. Y Hollywood es el mayor ejemplo de esto. No sólo por la óptica de las películas, sino por la poca presencia de realizadoras mujeres. El reciente Oscar a Kathryn Bigelow, la primera mujer en alcanzar el Oscar a Mejor Dirección, refleja una cuestión particular. A diferencia del resto de las directoras, Bigelow no se dedica a hacer un cine femenino. Para la industria machista de Hollywood, entregarle un Oscar a Bigelow, habitual realizadora de films de acción, es admitir algo demasiado complicado, que una mujer puede hacer un cine de hombres y para hombres mejor que cualquier otro hombre. Vaya uno a saber cuál es la naturaleza de Bigelow que la ha llevado a hacer siempre films de acción. Podríamos afirmar que ha aprendido mucho de Cameron, su ex marido, pero afirmar esto es caer en el mismo machismo que manifiesta la industria. Yo prefiero no adherirme a esa afirmación, mucho menos después de haberme alegrado de que esta mujer le haya arrebatado los Oscars principales a su multimillonario ex (más allá de los méritos cinematográficos de una y otra película, que son imposibles de comparar porque cada una le aporta lo suyo al cine desde dos propuestas disímiles). Bigelow ganó el Oscar con una película trascendente dentro de su filmografía, pero extremadamente coherente con toda su carrera, que siempre se caracterizó por evitar los lugares comunes de la mujer en el cine. Hasta la aparición de Bigelow, nadie hubiese pensado que una mujer podría dirigir bien películas de acción, principalmente porque es difícil de creer que una mujer puede apasionarse por este tipo de cine. Aun hoy un espectador desprevenido puede ver películas como Point Break o K-19 y suponer de entrada que las dirigió un hombre, de la misma forma en que, si conocemos el cine de la Bigelow, nos cuesta pensar en esta mujer disfrutando como espectadora de una comedia romántica. Centrándonos en En tierra hostil, el film de Bigelow que nos convoca, esta película ganó el Oscar porque aborda de manera particular el cine bélico. Naturalmente, de un tiempo a esta parte, el cine bélico que triunfa en los Oscars es el antibélico, el que plantea la irracionalidad de la guerra, justamente en una sociedad que viene de años de apoyar las guerras intervencionistas. En lugar de apelar a la consabida locura de la guerra, algo que ya se vio demasiado en los mejores o peores ejemplares surgidos a partir de Vietnam, Bigelow nos muestra a la guerra como una acción propia del ser humano. En esta película, los soldados de Irak no pierden la cabeza por la guerra. Mucho peor. La película abre con una frase que afirma que la guerra es una droga, y esto lo sabe el protagonista. El sargento James, un valiente e imprudente desactivador de bombas, está enfermo por la guerra, no puede vivir sin ella. Tiene un hogar aparentemente feliz que lo espera, una mujer, un hijo pequeño. Pero su vida no está allí, sino en el campo de batalla, con la adrenalina y la tensión que implica desactivar una bomba, corriendo el riesgo de perder la vida a cada momento. En una escena, un superior que lo halaga luego de una misión, le pregunta cuántas bombas desactivó. James le contesta una cifra descomunal, y el superior, vitoreándolo, le hace una pregunta compleja, “¿Cuál es la mejor forma de desactivar una bomba?”, a lo cual responde con una frase precisa: “La forma en la que uno no muere”, una respuesta que habla tanto de su naturaleza como su accionar cotidiano. James desactiva bombas evitando morir en el intento, pero no parece saber cuál es la verdadera razón de su existencia. Es por ello que sigue enfrentándose día a día a la posibilidad de perder la vida por un explosivo, porque no puede vivir sin esa dosis de tensión límite, su mayor droga. En esa adrenalina constante, le toca conocer de cerca a los extremistas que se atreven a dar su vida, y la de sus enemigos, por una doctrina, hasta que, en una escena clave, intenta salvar la vida de un hombre cargado de explosivos que no desea cometer un acto suicida por el amor que siente por su familia. James comprende al hombre pero, a diferencia de él, no puede evitar su adicción a vivir situaciones límite, porque ni en su propia familia encuentra la felicidad anhelada. Esta droga no le anula su espíritu compasivo. Lo vemos jugar al fútbol con un niño iraquí que se hace llamar Beckham y que vende copias piratas de películas a las tropas, y luego lo vemos quebrarse ante un hecho crucial que parece involucrar a este chico. Sin embargo, a diferencia de muchos filmes, que nos muestran a los jóvenes soldados añorando la familia que les espera en su hogar, Bigelow nos muestra a un soldado que no puede vivir sin enfrentarse a la muerte todos los días, y que es tan suicida como los extremistas islámicos que les toca enfrentar, aunque sean otros los motivos que lo llevan a ese coqueteo constante con la muerte. En ese sentido, la escena en la que le dice a su bebé que algún día los elementos que hoy lo hacen feliz no tendrán importancia, es tan reveladora como emotiva (aunque sea la escena más explícita, más concesiva y menos coherente con la puesta símil documental del resto del film). Al terrible drama que vive el protagonista, y al complejo discurso que adopta la película respecto a la naturaleza de la guerra, Bigelow le agrega una cámara y un montaje en constante nervio, que registra algunas de las escenas bélicas más realistas que se hayan visto, a la vez que coquetea con dos géneros concretos, el suspenso (la tensión siempre está puesta en la posibilidad de que los explosivos no puedan ser desactivados a tiempo, lo que hace que la película juegue más con el suspenso que con el propio cine bélico) y el western, al cual le pertenecen, por ejemplo, la aridez de los campos minados iraquíes, y el último y desolador plano del protagonista, caminando hacia la acción, sin poder despegarse de aquello que lo acerca a la muerte y, a la vez, le da un triste sentido a su vida. Kathryn Bigelow lo hizo de nuevo y mejor, volvió a demostrar que el cine de acción y testosterona no necesita de heroínas gratuitas para no ser sólo cosa de hombres. Y lo demuestra con un film tan dinámico como reflexivo, mucho más enérgico y complejo que el grueso de las películas de este tipo.
LA GUERRA COMO UNA FORMA DE VIDA Película atrevida, emocional, llena de suspenso, innovadora, con identidad propia, hay muchos calificativos que pueden definir este audaz film, pero sin lugar a dudas, que el mismo sea totalmente diferente a muchas cintas del género es el condimento por lo que la hace valiosa y su hipótesis y contraposiciones sobre la guerra, cobren un efecto muy fuerte. La historia se centra en un grupo de personas que trabajan en el sector antibombas del ejercito estadounidense y como ellos deben lidiar con los intentos de atentado en cada uno de los sectores de Irak. Si hay algo que caracteriza a esta película es su intención por mostrar algo fuera de lo común, una perspectiva diferente a la que el cine del género nos tiene acostumbrados, y es allí donde triunfa. Aquí no hay referencias fuertes a la política, ni a la guerra en sí, sino que se muestran cada una de las misiones que estas personas deben superar, invocando la emoción y el peligro que eso conlleva. Pero a su vez, y es allí donde el verdadero sentido aparece, se logra crear una serie de sentimientos entre los protagonistas que se contradicen entre sí y que muestran la verdadera identidad del ser humano, sus debilidades y virtudes. Esos momentos son increíbles y desarrollan una potencia emocional que minuto a minuto se intensifica. La labor actoral ayuda a que cada uno de los personajes y momentos importantes se tomen como reales, intensos y memorables. Jeremy Renner creó un personaje desinteresado, que disfruta de la guerra y le saca el mejor provecho, pero que tiene su talón de Aquiles y cuando el mismo es descubierto, la verdad sale a la luz. Es así como su actuación no solo aporta mucho suspenso a cada uno de los momentos de tensión, sino que le brinda mucha humanidad a la cinta. Los personajes que se diferencian del mismo son los interpretados por Anthony Mackie (Sanborn) y Brian Geraghty (Owen Eldridge) quienes dotan al relato de emoción y diálogos muy profundos. Gran elección de los actores. ¿El film muestra la realidad en Irak? no y no es su intención. Aquí no importa el espacio ni el tiempo, se muestra el desarrollo del hombre y cada uno de sus sentimientos frente a los desastrosos hechos. Cada una de las escenas “complicadas” de la cinta representan una joya artística muy bien nivelada en todos sus aspectos técnicos. La dirección es excelente en toda la narración, se crean matices totalmente diferentes en todas las situaciones problemáticas, se juega muchísimo con los movimientos de cámara, los ángulos derivados y los enfoques movidos, como si se estuviese mirando un documental en vivo y en directo. La edición también toma protagonismo, especialmente en cada una de las tomas en las que los personajes deben lidiar con algún posible atentado. Y la música, que siempre complementa el relato y ayuda a crear cada una de las atmósferas de suspenso y drama. Es una experiencia diferente y muy fuerte. Pese a que el sentido de la conclusión pueda llegar a ser chocante, el mismo representa una ideología y gracias al intenso y a la vez divertido final, es allí donde se expone la verdadera intención del film. La guerra mata y también es una droga. “The Hurt Locker” es un film diferente, original, que no se centra en un solo hecho y que la guerra en sí puede ser sustituida por otras situaciones de la vida cotidiana. Una cinta excelentemente actuada, dirigida y escrita. Una obra con escenas de suspenso inmejorables y un final que dividirá las opiniones del público pero que representa lo que la película es y quiere mostrar. A no perdérsela. LO BUENO: actuaciones, guión, dirección, música, edición, final, mensajes, realidades LO MALO: el final hará dividir opiniones y seguramente alejará al espectador del verdadero sentido del film que está muy bien explicado en esa escena. No hay que dejarse llevar por lo que se ve, sino por lo que es. UNA ESCENA A DESTACAR: bomba suicida, dos minutos
El retrato de un grupo de soldados con uno de los trabajos mas riesgosos del mundo: desarmar bombas en medio de una guerra. Cuando el nuevo sargento James se hace cargo de un grupo de soldados, estos subordinados se sorprenden al ver que su sargento no tiene miedo a la muerte. Mientras ellos intentan controlar a su nuevo líder, la ciudad explota en caos, y el verdadero James se da a conocer. Que me pareció? El genero de Guerra (al igual que el de Terror) no es algo que me interese. Para ver una película de este tipo tiene que venir muy recomendada y/o con excelentes criticas. "The Hurt Locker" esta entre las mejores películas del 2009, lo cual me produjo intriga. La película muestra un grupo de soldados que desarma bombas y la historia esta enfocada en el riesgo que viven quienes hacen este trabajo. No hay mucha mas trama que eso. La directora (la misma de "Point Break") filma excelentes escenas de suspenso y tensión, aprovechando la riesgosa tarea que estos soldados tienen. Jeremy Renner (un actor no muy conocido) tiene el papel de William James y es un gran candidato al Oscar de este año. Hay otros excelentes actores como Guy Pearce, Ralph Fiennes y David Morse pero solo aparecen en una escena cada uno. Creo que las criticas son un poco exageradas, no es la mejor película del año ni mucho menos, pero teniendo en cuenta que a los norteamericanos les encanta el cine que los muestra como héroes ( y acá alguna que otra frase o escena hay) es lógico que a ellos les haya parecido tan buena. Para mi esta bien, nada mas.
Vivir al límite: un mes para volverse loco Más de 30 cines en nuestro país mantienen en cartelera la película dirigida por Kathryn Bigelow quien, junto al guionista Mark Boal, hicieron un relato “preciso” de un comando de élite de desarmadores de bombas en Bagdad -Boal incluso fue periodista en Irak-. Todo comienza con una misión de la “Compañía Bravo”, que debe estar un mes acudiendo a los llamados y alertas ante las posibles bombas que han dejado los “enemigos” -nunca identificados pero, “claramente”, criminales sin escrúpulos-. Tras el fracaso de una misión, que hace que se pierda un miembro del “trío especial”, llegará el sargento William James como reemplazo: un desaforado –por fuera de las normas y métodos “normales” de seguridad y trabajo en equipo-; un “lanzado” a la acción. Toda la película transcurre –en las misiones, en sus descansos y en algunos momentos de intimidad– por la actividad y vida de estos soldados; cada misión y el suspenso que genera, es el “gancho” principal de la misma: cada bomba a punto de estallar, y el suspenso que acompaña toda la historia es la médula de esta película, “simbiótica” entre el cine mainstream y el “independiente” -sobre todo, teniendo en cuenta el bajo presupuesto con que contó Bigelow-. Desde su estreno en los festivales de cine en 2008 -Venecia y Toronto-, Vivir al límite (o The Hurt Locker, tal su título original) pretende la “asepsia” de una cámara –por momentos demasiado “tambaleante”– que sigue a un equipo ultra-especializado, dejando al conjunto de la situación -¡la invasión a Irak!- totalmente fuera. Una primer discusión que generó, fue entre quienes la criticaron por ser funcional a la guerra norteamericana, y otra que la llegó a proponer como “apolítica” . Pasemos entonces a un plot spoiler. La ausencia de dimensión política La posibilidad de retratar a esta “élite” es la “ventaja” que tiene el relato para “omitir” la política –o desarrollar una que convenza sobre la “nobleza” de los yanquis allí apostados–. Al estilo de las “viejas conocidas” películas de Hollywood sobre Vietnam, esta vez, cambiando el escenario -desierto por selva-, los soldados combaten contra un enemigo “desconocido”, “invisible”, que los ataca tanto en la ciudad como en el desierto. Lo particular del relato de los desarmabombas termina presentando “las cosas porque sí”: en medio del frenesí de las misiones no hay la menor alusión -o si las hay son tan mínimas que apenas se ven- a la dirección política y el interés económico de la “misión a Irak”. Cubierto bajo el manto de la presentación, con la cita de un periodista que dijo: “la guerra es una droga”, Vivir al límite trata de llevarla, literalmente, a la dimensión adicto-individualista que pretende mostrar. Como perros enjaulados, el “trío de expertos” combate y cuenta los días que le quedan allí. Así como combaten sin “fin” –aparente-, también lo hacen sin método: hay una misión que les asignan tras una explosión en la supuestamente segura “zona verde”: descubrir quién y cómo logró el atentando. James los acercará a un fracaso: hieren y casi capturan a uno de sus hombres, que luego podrá regresar a EEUU, herido, con una indudable expresión: “¡Sáquenme de este maldito desierto!”. Lo que se le escapó al guionista tras esta escena es lo que podría ser una buena metáfora en un momento de crisis de James: cuando se mete en la ducha con el uniforme puesto. Una imagen que deberíamos interpretar como el “símbolo” de la clase de guerra que hacen los norteamericanos en ese país -y en otros del Medio Oriente-: una verdadera guerra sucia. La realidad es que, estos soldados-especialistas, que cuentan cada día que falta para terminar su período en Bagdad, terminan (casi) locos. Sin embargo –interpretaciones aparte– habrá rasgos de humanidad en el protagonista: con la clara intención de contrastar contra los “otros-desconocidos”: iraquíes rebeldes o resistentes a la ocupación, James se hará “amigo” de un niño nativo, jugando a la pelota y comprándole por unos pocos dólares, DVD “truchos”. También quedará “shockeado” ante la –supuesta- muerte del mismo –cuando lo encuentra en una camilla tras el intento de transformarlo en niño-bomba, en un improvisado quirófano de un “taller terrorista”-. Y, cuando intente salvar a un hombre que fue obligado -con cadenas y candados- a llevar un chaleco con explosivos. Todo terminará con un héroe “endurecido” tras tantas misiones -según dice en un momento, más de 800 bombas desactivadas por él- y una breve “confesión”, al regresar, a su hijo de apenas un año: “cuando creces, amas menos cosas”. James regresa a lo único que ama: Irak –e incluso antes logra entusiasmar a otro colega para que desista del uso de robots a control remoto y se enfrente, sólo él y un traje protector, a las bombas–. ¡La guerra por sobre todas las cosas de la vida! Sobre una crítica-sin-crítica Agregaré aquí sólo unas líneas a la extraña nota del PO, firmada por Judas. Allí se dice que es una “película incómoda”, ya que la misma “denuncia la ocupación a través de la hostilidad que la población iraquí muestra hacia los soldados estadounidenses: los niños les tiran piedras, las miradas que les dirigen son de odio” . Pero como vimos a lo largo de esta nota, no es así. Ya explicamos -haciendo un análisis bastante completo de los elementos que se encuentran en el film, y no reivindicando una obviedad vista mil veces en los noticieros –excepto CNN y afines–: la hostilidad de la población a la invasión yanqui –e incluso la opinión generalizada, que hay a nivel mundial, de cuáles son los objetivos de la ocupación- que la película no sólo no hace ninguna crítica a la ocupación -sencillamente, porque nunca la menciona o presenta como tal-, sino que tampoco la directora pretendió alguna vez hacerlo -el guionista tampoco-. Esta es la crítica fácil: aquella que toma –apenas- algún elemento de la obra a comentar, para reivindicarlo sin más -por ello también dice Judas en la misma nota que la película de James Cameron, Avatar, “hace que los marines estadounidenses queden muy mal parados”, cuando el héroe en cuestión es, justamente... ¡un marine “traidor”! No se le puede pedir al cine -y a ninguna obra de arte- que “refleje” fiel y/o completamente la realidad: todo arte puede hacer alusión al mundo contemporáneo de modo directo, o por múltiples vías “indirectas” -incluso cuando omite o resalta un “detalle”-. Pero –hecha esta consideración general– queda claro que Vivir al límite es la “obra culmine” de una directora que pasó de la semiología y el estudio “académico” junto a Susan Sontag en la década de 1970, a la incursión en la “rudeza” y “hombría” en películas policiales y militares que hizo en los 80’ y 90’. La “locura light” de estos “héroes” que propone Vivir... desembocó, en la vida real, en cientos, miles, de casos de tortura y abusos contra los prisioneros nativos -fotografiados, filmados y difundidos por ellos mismos-; con sólo decir cárcel de Abu Ghraib alcanza. El relato preciso y bien contado –además de la cantidad de premios Oscar ganados, junto al “honor” de ser la primer mujer-directora que recibe este premio – de este film no puede superar -o superponerse- al contenido, claramente apologético -por acción y omisión- de la invasión de los EEUU a Irak.
El infierno de los beligerantes. La multi premiada, y reciente nominada a los Golden Globe, The Hurt Locker, es una cruda y bastante creíble historia sobre el día a día de un escuadrón del ejército estadounidense, situado en Irak, encargado de desmantelar las amenazas explosivas puestas por el enemigo. Este rudo filme dirigido por Kathryne Bigelow, si bien está realizado con mano muy profesional y una capacidad de verosimilitud llevada al límite, es portador de un mensaje bastante fuerte respecto a la obsesión norteamericana por entrar en guerra. Abre el telón con una frase de Chris Hedges: "la guerra es la droga de los hombres". El problema es cómo se utiliza ese mensaje. ¿La historia trata de poner en pantalla la pesadilla vivída por los soldados de la Armada americana, o intenta enviar un mensaje subyacente sobre lo que debiera sentir todo estadounidense que se haga llamar patriota? No sé, no me cerró. La belicosis está llevada al extremo gracias a una imponente puesta en escena, una fotografía sensacional y un par de caracterizaciones avasalladoras por parte de Jeremy Renner (encarnando al Sgt William James) y Anthony Mckie (interpretando a Sanborn). También vale remarcar quizás la mejor escena de la película, con la aparición de Ralph Fiennes, quien junto a otro grupo de guerrilleros se bancan un tiroteo en el desierto que dura como 15 minutos, donde todo el realismo, el impacto y la crudeza son llevados al máximo por la señora Bigelow, tal vez hasta su momento cumbre, con el desenlace de dicha secuencia. En general el reparto está bien, aunque lamentablemente todos son un montón de personajes estereotipados -el blanco que se las sabe todas, el negro rudo pero que en el fondo siente admiración por el puesto que ocupa el blanco, el pendejo asustado que aún así tiene una puntería que da miedo, el coronel típico de oficina que por hacerse el macho termina como termina, e, infaltable, la historia de la familia en la espera eterna como trasfondo. Ahora, ¿sirve de algo todo eso? ¿Es The Hurt Locker tan buena como dicen que es? Para mí, no. Es una más de guerra que otra como, por ejemplo, Saving Private Ryan, no tiene nada que envidiar. Pero a esto agregémosle una dosis de mensaje beligerante con contexto infernal, digno de aplauso por parte del guionista, pero reprobable en cuanto a la ideología. Son filmes como estos los que avalan un Premio Nobel de la Paz para Obama, los que admiten como algo natural del ser humano algo tan desquiciado como la poca compasión por un hermano de otro país, que la muerte es sólo un componente más para el mensaje. No importa si son demócratas o republicanos: es de patriota ir a la guerra, es típico del humano matar por su país. La reflexión final por parte del personaje de Renner es una muestra viva de esta hipótesis. No queda nada por aclarar. Quizás se lleve todos los premios por una cuestión política, aunque no vamos a negar que la película está muy bien hecha. Aún así, no es digna de llamarse la obra maestra que muchos dijeron que es. Por lo menos lo dice este humilde comentarista, que no cree que sea algo propio de su modus operandi humano lo que en The Hurt Locker dicen que sí es.
Si hay un premio sobrevalorado, poco confiable y carente de la más mínima objetividad, ése es el Oscar. Son innumerables las obras maestras que fueron ignoradas olímpicamente por la Academia, como Citizen Kane o 2001, Odisea del Espacio. Premió a filmes apenas correctos que se perdieron en la memoria del tiempo; colocó galardones según el color político de las épocas que corrían, y manejó una especie de justicia digitada según los valores propios del marketing. Si al menos Hollywood premiaba en los 40, 50 y 60 al espectáculo de calidad, en los últimos años se ha convertido en un show de lo que pretenden creer que es lo políticamente correcto. Con escasas excepciones, la mayoría de los títulos ganadores de las últimas décadas no han hecho nada memorable que los pusiera a la estatura de, p.ej., un El Padrino, un Casablanca, o siquiera un Annie Hall. Y The Hurt Locker (que se podría traducir por "el cerrador de heridas", una expresión que nació en los primeros escuadrones antibombas durante la Guerra de Vietnam) es el último nombre que se agrega a esa lista de filmes sobrevalorados. Entiéndanme: The Hurt Locker es un muy buen filme, pero no un digno ganador del Oscar. Tampoco creo que el otro gran contendiente - Avatar de James Cameron - tuviera que ganarlo, ya que es un reciclado sci fi de Danza con Lobos, pero al menos Avatar tiene más momentos memorables y es más redonda en ideas que el filme de Katrhyn Bigelow. Acá se trata de una dramatización de lo que Mark Boal vivió como corresponsal de guerra durante la ocupación de Irak, a lo cual el mismo autor le sumó bastante ficción. El problema es que The Hurt Locker no termina de analizar en profundidad ninguno de los temas que sirve en bandeja - ni al desquiciado sargento James, ni a la guerra, ni a los responsables de los atentados -, y pone su mayor empeño en ser visceral y transmitir los horrores de la guerra... lo que termina por conseguir a medias. En realidad ésta es simplemente la historia de un loco enamorado de la guerra. William James es la versión contemporánea del sargento Kilgore de Apocalipsis Now, sólo que adora el olor del Napalm a la mañana, a la tarde y a la noche. Uno no sabe si es un inconsciente, un valiente, un genio que se abstrae de lo que le rodea con tal de cumplir su trabajo, o simplemente es un sicópata en uniforme militar. Es eminentemente pragmático, visiblemente maniático, y constantemente impulsivo. No sigue las reglas, y es capaz de trabajar desnudo o meterse en la boca del lobo con tal de desactivar bombas. Pero The Hurt Locker tampoco analiza demasiado a su personaje principal. La perfomance de Jeremy Renner es muy buena (parece el hermano menor de Daniel Craig), pero el libreto tampoco explora demasiado al rol como para que el actor le pueda sacar provecho. El filme termina, vienen los créditos finales, y el 99% de la audiencia se queda sin entender la esencia del impulsivo sargento del escuadrón antibombas. En cuanto a la guerra, el filme muestra las secuelas, pero tampoco hace preguntas. Irak es un mundo sin reglas, en donde la muerte flota a cada instante en el ambiente; pero la película no toma ningún tipo de partido en lo político, lo cual es sorprendente. Los iraquíes rebeldes son los enemigos; pero nadie se pregunta por qué son enemigos y hacen lo que hacen - ¿no será que no quieren que nadie los invada y los ocupe? - . En ese sentido es tan aséptica que resulta aborrecible - al no emitir juicios de valor, su silencio termina por otorgar -. A The Hurt Locker le faltaban más personajes (que representaran puntos de vista sobre la guerra y la ocupación) y un tono más discursivo. Así como está, sólo representa la tensión y la paranoia en medio de la guerra, generando buenas escenas de suspenso pero omitiendo tomar posturas o dar y/o ampliar explicaciones vitales que el relato precisaba.
“La guerra es una droga” Eso reza la leyenda que da comienzo al film y es lo que se trata de transmitir durante poco más de dos horas. El guión está basado en las observaciones del periodista Mark Boal durante su acompañamiento a un grupo desarma bombas en la guerra de Irak, y esta suerte de efecto de crónica deja una huella muy fuerte en la construcción del relato. La historia es muy lineal, no hay una trama que se complique con el correr de los minutos. Casi se podría decir que el film se construye como una iteración de los diez primeros minutos de película, y eso es lo que genera la tensión. El Sargento William James (interpretado por Jeremy Renner) llega a la compañía desarma bombas Bravo, para suplantar al anterior líder (Guy Pearce) muerto en acción. A su cargo quedan el Sargento JT Sanborn (Anthony Mackie) y Owen Eldridge (Brian Geraghty). La compañía Bravo sólo necesita permanecer viva durante 28 días antes de regresar a sus hogares, pero la llegada de James complica la situación. La gran contradicción de la guerra: los hombres se hacen soldados para ir a la guerra, llegan a la guerra y sólo quieren regresar a sus hogares. Excepto por el Sgto. James; a él no parece importarle demasiado si vive o muere, mientras muera haciendo lo que le gusta: desarmar bombas en la guerra. Frente a esta actitud cuasi suicida, su compañía se debate entre matarlo o ayudarlo a hacer aquello en lo que es el mejor. Resulta renovador ver un film bélico que no se detenga a analizar el contexto político de la guerra de Irak. Bigelow va más allá de la necesidad económica o política de un país para tomar acciones bélicas. La directora de “Point break” y de “Strange days” nos enfrenta a lo más oscuro del hombre: ¿qué sucede cuando la guerra es lo que genera el único motivo para mantenernos vivos, cuando es aquello que nos genera placer y es lo que auténticamente deseamos hacer? En sus films, Bigelow nos muestra la espiritualidad detrás de lo que la sociedad considera abyecto y condena (los robos, las drogas, los asesinatos, la guerra) y lo hace de una manera única, asiéndose de todos los recursos espectaculares del género de acción. Sin duda, es una maestra en el arte de reflexionar de una manera atrayente para la mayoría del público acerca de cómo el núcleo más bestial del hombre es lo que lo hace ser humano.
Luego de unos años de ausencia o de poca actividad, la realizadora Kathryn Bigelow, muy atípica en su óptica del cine con respecto a sus colegas de género, vuelve al ruedo con un film de extraordinaria intensidad, capaz de producir una tensión difícil de tolerar. La ex esposa de James Cameron -con el cual justamente van a compartir nominaciones en los rubros de Mejor Director y Mejor Película-, logra mancomunar en Vivir al límite lo más puro del cine bélico contemporáneo con una mirada inquietante sobre la condición humana. Luego de un film iniciático adelantado a su época, Cuando cae la noche, aquél transformado en un clásico, Punto límite y una pieza futurista audaz y singular, Días extraños, la Bigelow empezó a filmar con menos asiduidad pero alcanzó a entregar otro film relacionado con el militarismo pero desde un punto de vista submarino y soviético, K-19. Y reiterando su clara identificación con los temas que abordan los cineastas hombres, Vivir al límite está ambientada bien a fondo, como nunca antes se vio en el cine, en la guerra de Irak. Una zona en permanente conflicto vista a través de los ojos de tres soldados estadounidenses que forman parte del escuadrón elite que se ocupa de la tarea más ingrata, la del desmantelamiento de bombas y objetos explosivos de todo tipo que las organizaciones rebeldes diseminan contra los invasores pero también contra su propio pueblo. Este retrato tan cercano y dotado de un enfoque tan específico sobre el tema recuerda a otros grandes films del género como Apocalypse now, Pelotón, Nacido para matar y Salvando al soldado Ryan. Aunque aquí hay poco espacio para la reflexión y mucho para el constante desfile de situaciones extremas que se deben resolver, más que con valentía y coraje, con el mismo criterio suicida de sus oponentes. Si bien quedan algunos cabos sueltos, Vivir al límite es una obra de notable poder expresivo que deja lacerantes resonancias, dotada de un excepcional trío de intérpretes y que quizás sea la gran sorpresa de la próxima entrega de la Academia.
Cuando la guerra no debería ser entretenida. No me gustan los films bélicos. No me gustan al menos cuando están de alguna manera dentro del género del drama porque sé que de una u otra manera me van a doler. Si han de ser de acción, pues mucho menos porque ver durante hora y pico o más voladuras, tiros y otras yerbas no me suenan interesantes. Todo lo cual no quita, seamos honestos, que no haya disfrutado al menos como mero entretenimiento de domingo algunas películas al mejor estilo Rambo.¿Pero debería la guerra ser entretenida?. Cuando se hablaba de The hurt locker, cuando tanta alabanza se gritaba aun antes de su éxito en los Oscars, pues sabía que tarde o temprano iba a verla. Me retrasaba el pensar que sería una historia dolorosa, impactante, que lleva a reflexiones duras. Vivir al límite es no solo un film que de tan "pulcro" termina siendo aséptico, al menos en términos de su argumento, sino que además su factura de tanto movimiento de cámara me provocó dolor de cabeza y me distrajo más que darme visos de verosimilitud. Aunado todo a los ya cansinos clichés norteamericanos. Es una película yanqui, como decimos por acá, al cubo y cuesta creer que muchos desvalorizan día a día productos "yanquis"- por pochocleros, por inverosímiles, por lo que sea- y adoraron este film. Un film que el IMDB puntúa extrañamente con un casi 8, 7.8 para ser más precisos- cuando en realidad si se leen las críticas del público pocos le dan más de 3 o 4 estrellas sobre 10!. Pero me voy a explicar. Esta película no me gustó porque me pareció incluso- salvo por dos o tres escenas bien logradas- mal filmada. Sí, lo sé no soy cineasta, pero soy espectadora y eso me basta. Y por si las moscas estoy diciendo "me parece" mal filmada y no "está" mal filmada. Tiene personajes insufriblemente clichés y por sobretodo tiene un mensaje realmente doloso. ¿Eso de que la guerra "es una adicción y una droga" debo tomarlo como una crítica?, ¿una crítica hacia lo que el hombre es capaz, de su violencia innata e injustificada?; porque a mí me pareció que el tinte el film va justamente por cualquier lado menos por el lado de la crítica sobretodo de un conflicto que debería llevar al menos un esbozo de ella. Ni siquiera me parece políticamente correcta como para que haya ganado el Oscar. Habiendo incontables títulos sobre distintas guerras que deberían haberse alzado con la estatuilla a mejor film, y ahora recuerdo El pianista por ejemplo, que esta lo haya ganado me suena casi a chiste. Aun más si considero varias de las que estuvieron en competencia con ella. Para cerrar creo que nadie debería dejar de leer este artículo de Gervasio Sanchez, corresponsal de guerra en Irak sobre el film- hombre que evidentemente tiene mucha más autoridad que yo de hablar de la misma desde una posición más acertada.
La guerra al ras del suelo Con el para nada apropiado título de “Vivir al límite” llega a las salas argentinas la realización de Kathryn Bigelow basada en las crónicas del periodista Mark Boal sobre uno de los trabajos más peligrosos del mundo: desactivar bombas en suelo iraquí. Protagonizada por Jeremy Renner, Anthony Mackie, Brian Geraghty y las participaciones de Guy Pearce, David Morse, Ralph Fiennes, “The Hurt Locker” (“Vivir al límite”) mezcla autentica acción junto con el drama que implica psicológicamente a los soldados una profesión tan riesgosa, donde los hombres voluntariamente enfrentan la muerte todos los días. La obra de Kathryn Bigelow narra las vivencias de la brigada de élite que se encarga de desactivar explosivos en Irak. Además, responde al guión del escritor Mark Boal, y sus vivencias, quien integró las filas de la escuadrilla de bombas del EOD en el ejército de EE.UU. Los soldados que se juegan la vida desactivando bombas en las calles de Bagdad apenas tienen la perspectiva de sobrevivir apenas un día más hasta poder completar el tiempo de permanencia en Medio Oriente para luego regresar a su país. Los enemigos de estos soldados son casi invisibles, son personas que hablan un idioma extraño, con los que resulta complicado dialogar, que los odian y que los quieren ver lejos de sus tierras. Todo el paisaje urbano de Bagdad es hostil. Un celular que cae al piso, un niño que vende películas o una bolsa de plástico que vuela alrededor de los soldados, pueden transformarse en riesgos inminentes. Para Kathryn Bigelow el campo batalla todo puede llevarte a la muerte. Sin embargo, la realizadora no tiene una posición ideológica: no toma posición ni baja línea. Elige el trabajo de este escuadrón especializado en desactivar bombas como excusa para exponer ciertos aspectos de un conflicto bélico que nadie parece comprender. Es más, la película prescinde tanto como pueda de subtramas y recovecos argumentales que desvíen la atención más allá de las acciones de los tres protagonistas. El sargento William James (Jeremy Renner, nominado al Oscar a Mejor Actor) es quien encabeza el equipo que lucha diariamente para desactivar los artefactos explosivos. Este líder no es uno más. Ya que el sargento James es un tipo adicto a la adrenalina y posee una característica muy particular: siente un enorme placer en lo que hace. La incertidumbre y angustia parecen no afectarle. Se convierte en un nuevo héroe de acción que desafía los peligros de una manera que va desde lo irracional (casi suicida) hasta por el gusto de exponerse a los riesgos de enfrentarse a la muerte cara a cara. Bigelow apostó por una estética mimetizada con el arenoso terreno del campo de batalla: “The Hurt Locker” es polvorienta como el mismísimo suelo iraquí. Mediante el montaje de las escenas, y la compaginación de la producción, la realizadora logró que los continuos puntos de conflicto sean capturados con mucho nervio a través de un registro en consonancia con las herramientas que utiliza el cine documental. Además, consigue un efecto tenso, que transmite la sensación de estar ahí, en pleno combate junto al escuadrón antibombas y los peligros a los que están expuestos. Sin dudas, esta vertiginosa y tensionante realización tiene tantos logros y aciertos como los riesgos a los que se expone este equipo de guerra en pleno campo de batalla en Irak.
Vivir al límite: Adrenalina y sangre “The Hurt Locker” (“Vivir al límite” o “En Tierra Hostil en España”) es un thriller bélico, dirigido por Kathryn Bigelow. Es uno de los filmes más aclamados del 2009, posee varias nominaciones para el Oscar, y recibió numerosos premios de diversas organizaciones, festivales y asociaciones. La historia se centra en las actividades de un Equipo de Desactivación de Explosivos EOD ( Explosive Ordinance Disposal) del ejército de los Estados Unidos. Está basado en los relatos escritos por Mark Boal, un periodista independiente quien se vinculó a un escuadrón de desactivadores de bombas durante la guerra de Iraq. La realizadora Kathryn Bigelow estaba familiarizada con los trabajos anteriores de Boal, habiendo convertido uno de sus artículos publicados en “Playboy”, en la miniserie para la televisión: “The Inside”. Cuando Boal estaba en Iraq, salía de 10 a 15 veces al día con los soldados a cubrir sus labores. Así combinó sus experiencias en un relato ficticio basándose en eventos reales, afirmando;” la idea es que sea el primer filme sobre la guerra de Iraq que trata de mostrar las situaciones que experimentan los soldados, cosas que viven y que no se ve en CNN y no aludo a un tipo de censura. Me refiero a que las noticias no muestran imágenes de unidades de élite como estas.” Por otra parte, Kathryn Bigelow, impresionada con el trabajo de fotografía de Barry Ackroyd en los filmes “United 93” (2006) y “The Wind That Shakes the Barley”(2006) lo invitó a colaborar con ella. Para esta producción la realizadora utilizó múltiples cámaras S16mm para capturar diferentes perspectivas, afirmando; “así es como experimentamos la realidad, mirando el microcosmos y el macrocosmos al mismo tiempo. El ojo percibe distinto de cómo lo hacen las lentes, pero con diferentes enfoques y estilo de ediciones, las lentes pueden darte esa perspectiva, que contribuye a la sensación de inmersión total.” El obra se abre con una frase del libro mejor vendido del 2002 escrito por el corresponsal de guerra Chris Hedges: "War is a force that gives us meaning", The rush of battle is a potent and often lethal addiction, for war is a drug” ("la Guerra es una fuerza que nos da significado" "el ímpetu de la batalla es una potente y muy a menudo letal adicción, la Guerra es una droga") El eje del argumento se basa en la desactivación de bombas colocadas por los terroristas islámicos y, particularmente, sigue las misiones del sargento William James cuyo desafío a la muerte pone en varias ocasiones en riesgo su vida y la de sus de sus compañeros, debido a la imprudencia y a los métodos poco ortodoxos que emplea. Kathryn Bigelow, la talentosa realizadora de “Cuando cae la oscuridad” (1987),, “Testigo fatal” (1989), ”Punto límite” (1991), “Días extraños” (1995) y “K-19” (2002), es uno de la pocos directores para los que la acción de hacer películas y el cine de ideas son sinónimos. Ella no se propone hacer cine político sino mostrar hechos relacionados con la política, que llevan a transitar por situaciones límites a sus protagonistas. Asimismo posee una percepción cuasi sobrenatural sobre los circuitos que conectan sentidos, nervios y cerebro para ofrecer al público un agitado cóctel de adrenalina y sangre. La obra es visceralmente emocionante, su acción es un “tour de force” gore, impregnado de suspenso y sorpresa, lleno de explosiones y escenas de combate frenético. “Vivir al límite” fue rodada en el medio oriente, específicamente en Jordania, en el 2004, y muestra a hombres que arriesgan su vida cada día en las calles de Bagdad o en el desierto, y que se encuentran demasiado estresados, ocupados y preocupados en los detalles sobre la propia supervivencia que predispuestos a reflexionar sobre lo que están haciendo allí. La historia se centra en tres hombres de temperamentos contrastantes. El especialista Owen Eldridge (Brian Geraghty) es un manojo de nervios e impulsos, confuso, ansioso, avergonzado de su propio miedo y un tanto vulnerable. El Sargento. JT Sanborn (Anthony Mackie) es un cuidadoso profesional que obedece sin objeciones, y se adhiere a los protocolos y procedimientos con la esperanza de que su prudencia le permita regresar a casa con vida, lejos de este tipo de misiones que ha llegado a detestar. Pero el protagonista del relato es William James (Jeremy Renner- “S.W.A.T.” (2003), “North Country” (2005), “The Assassination of Jesse James by the Coward” (2007), “28 Weeks Later” (2007) - el desactivador que desarma alrededor de 800 bombas y se enfrenta a lo desconocido con actitud irreverente. Es un personaje mediocre sin mayores recursos intelectuales, pero de gran valentía y grandes dosis de inconsciencia. Ser un técnico de escuadrón de bombas es como un juego de ajedrez, se debe tener alta presión, alto índice de riesgo y esto exige una mente sana y una inteligencia vertiginosa en calma. No hay margen para el error. El actor Jeremy Renner, como el insolente William James, establece en el imaginario del espectador a un héroe creíble, que muestra un temerario desprecio por las reglas y cuya seguridad en sus afinadas habilidades son la marca de un profesional sin concesiones. Es el prototipo del intrépido, de humor corrosivo y un sentido relajado de la disciplina militar, que no se acerca a cada nueva bomba o escaramuza con temor, sino con una especie de celo inspirado en la improvisación. Más bien, para citar un poema de Robert Frost (1874-1963, fundador de la poesía moderna americana), James es un hombre cuyo trabajo es un juego de apuestas mortal. Como en los últimos tiempos de Ayn Rand (escritora ruso-americana, 1905-1982), K. Bigelow es una defensora del machismo y lo demuestra en sus filmes bélicos, pero sobre todo en “Vivir al límite” donde un grupo de soldados, muy duros, se encuentran empantanados en Irak para desactivar bombas en los lugares establecidos por la despiadada e implacable insurgencia árabe. K. Bigelow plantea la guerra de Irak como telón de fondo para el gran escenario del drama humano, situado en un universo donde la muerte es moneda corriente y el que muere es sustituido por otro, por uno nuevo que irá todavía más lejos en el desafío y, donde los habitantes conviven con el horror y la resignación. El hombre nuevo es lo que John Hershey describe en su libro, y más tarde en la película “The war lover” (“El amante de la guerra” -1962- Steve McQueen interpreta uno de sus mejores roles), como un sádico que en realidad no es apto para la vida civil, y requiere la estimulación de la guerra para sublimar y reprimir sus deseos sexuales. El amante de la guerra sólo puede funcionar plenamente en la guerra, en tiempos de paz se ahoga. Mientras Hershey castiga el amante de guerra, Bigelow lo glorifica. El ejército americano necesita de los amantes de la guerra, porque son el baluarte de la defensa en contra de sus enemigos. Para K. Bigelow el amante de la guerra es el mejor soldado y el hombre más riguroso, forma parte de una raza especial, es el último cowboy. Sólo con un amante de la guerra se puede ganar en la lucha moral entre el bien y el mal, y es posible resaltar la inocencia americana frente a la perfidia de la insurgencia árabe. En la guerra todo es permitido, en ella el sexo es ingrato, el amor no existe y el culto a la muerte es cotidiano, los vínculos masculinos son extraños y las mujeres un referente lejano. “Vivir al límite” es en parte una película biográfica y un pseudo-documental sobre los desactivadores de bombas. Se fundamenta su su estructura en imágenes tremendamente poderosas, en la paranoia y la adrenalina para señalar la imprudencia, en tensiones mentales y en una obsesión con la muerte, la camaradería, y la intensidad del suspenso, saltando sobre los sentidos del espectador como si fuera una película de terror. Pero a pesar de lo bien planificada que esta existen varios puntos oscuros que restan puntos a la credibilidad de la misma: 1) Cuando el personaje principal, el sargento James se encuentra con un coche bomba cargado de explosivos se quita inmediatamente el traje de protección y comienza a hurgar buscando el cable disparador. Eso no es posible hacerlo porque ningún soldado EOD que se precie se mostraría tan imprudentemente en el centro de una ciudad y también porque implicaría ser llevado ante una corte marcial. 2) Cuando James se encuentra con el cuerpo de un niño iraquí del que se había hecho amigo y ve que los explosivos colocados en el abdomen, trata de averiguar quién lo mató. Lo hace de la manera más inverosímil posible. Él entra en el coche de un comerciante iraquí, vestido sólo con su uniforme y a punta de pistola le ordena que lo lleve a lo que él piensa es la casa del niño. Al llegar allí comprende que fue engañado. ¿Qué hace entonces? Regresa a su base caminando solo, sin equipo de protección por el centro de Bagdad. Eso desafía cualquier creencia ya que ningún soldado en la vida real lo haría. 3) Durante una secuencia de la batalla culminante el soldado antes mencionado se quita el casco mientras dispara un francotirador. No obstante más allá de sus inexactitudes “Vivir al límite” es una excelente realización de guerra que continúa con la línea de “Saving Private Ryan” (1998), “Black Hawk Down” (2001), “Flags of Our Fathers” (2006), y una lección de cómo contar una buena historia con un mínimo de exposición, en la cual los personajes se definen por sus acciones. Kathryn Bigelow siempre ha dado escenas bellamente estilizadas en sus filmes y especialmente en éste agrega un cierto toque femenino que permite, a pesar de los horrores de la guerra y frente a una a una realidad cruel y desoladora, distanciar al espectador de lo meramente espectacular para internarlo en un mundo extraño y ajeno a su propia existencia, a la vez que lo sumerge en un hecho crudo, inmediato y visceral.
La guerra por sí misma Desconcertante es un adjetivo que le cuadra a esta polémica película bélica que deja de lado el discurso didáctico que suele acompañar a los relatos de guerra políticamente correctos. A su atípica directora (Kathryn Bigelow, con una larga trayectoria en filmes de acción), le interesa diferenciarse en este sentido y acercar materiales que puedan ser experimentados por los espectadores. Así, construye una historia sólida y fuerte que habla por sí misma. Presenta una serie de secuencias protagonizadas por un pequeño escuadrón de soldados desactivadores de bombas en Irak, quienes deben auscultar una ciudad arrasada, para encontrar explosivos ocultos no sólo debajo de las piedras o en un auto abandonado sino bajo el traje de un padre de familia o en el cadáver de un niño. La estructura narrativa reitera de diferentes formas esa tensa rutina, donde una calle muy transitada puede estallar imprevistamente al activarse un celular. En “Vivir al límite”, ningún personaje alude al trasfondo político de la invasión norteamericana a Irak, ni se escuchan alegatos sobre el valor de la vida. Sin embargo, la película reboza de voluntad de verdad y seriedad que alejan de presumir una conciencia manipuladora (el guión del film está basado en las experiencias vividas en Irak por el periodista Mark Boal). La clave para oxigenar el modo en que el cine de género se relaciona con la ideología pasa por concentrarse en los aspectos físicos y en los plazos temporales de la acción. Honestidad brutal La guerra y sus consecuencias se exponen en una puesta en escena ascética, vaciada de épica retórica, con el desafío de mostrar sin juzgar. En un desarrollo pulcro y efectivo, el film elude utilizar una banda sonora altisonante y aprovecha la tensión de los silencios donde sobresalen los jadeos de la respiración entrecortada. Dejando de lado los discursos reflexivos, Bigelow asume el objetivo de retratar la guerra como adicción, construyendo un personaje cautivo de su propio deseo de acción adrenalínica. Éste se destaca en las peligrosas misiones, donde los soldados tienen apenas breves pausas tensas entre el potencial estallido de una bomba o la herida fatal de un francotirador oculto. La cita inicial se vuelve esencial a la hora de pensar la película: “La guerra es una droga”, frase de Chris Hedges, corresponsal de guerra sobre cuyo relato biográfico se basa el guión. El protagonista central (Jeromy Renner) es de pocas palabras y no le gusta escuchar consejos ni recibir indicaciones para moverse en su peligroso rol. No tiene una buena relación ni con su propia familia ni con sus compañeros, hasta que se gana su confianza con gestos valientes y suicidas. El acierto de la película está en la defensa de una mirada que busca ser objetiva, mostrando las contradicciones de la guerra en toda su crudeza. Una guerra que atormenta pero se alimenta de pura adrenalina, peligroso incentivo, cuando todas las otras puertas del interés por la vida aparecen cerradas y no hay voluntad de abrirlas. Un sustrato irónico, hecho de escepticismo y mordacidad, acerca la película de Bigelow al concepto de “cine traficante” sobre el cual teorizaba Scorsese cuando distinguía entre directores iconoclastas y traficantes, siendo estos últimos los que dicen cosas diferentes -y transgresoras- bajo estructuras aparentemente convencionales, como en este caso, tomadas del mejor cine clásico.
Bélicos Anónimos No existe un fundamento sólido que permita comprender porque “The Hurt Locker” se llevó el Oscar a mejor película. Uno puede especular, suponer, inferir, pero de ninguna manera encontrar con certeza los aspectos que hacen de la película de Kathryn Bigelow una pieza digna de obtener una de las distinciones más importantes (aunque no más relevantes) del universo cinematográfico. Y es que la cinta en ningún momento consigue la profundidad que se le exige con antelación, sabiendo que una producción norteamericana abordará una temática que ofrece tantas aristas como la invasión a Irak. El guión transcurre con una parsimonia exasperante sin ofrecer momentos de real intensidad, habida cuenta de que a priori, esa parecería ser la principal pretensión por sobre la de bajar algún tipo de línea ideológica en torno al conflicto político. Así, se desanda la primera hora de una película que llama al bostezo. La sucesión interminable (e insoportable) de escenas de bombas a punto de explotar no llevan a ningún rincón novedoso ni echan luz sobre un género tratado con muchísimo más pulso con anterioridad. Vidas al Limite ¡Ka-Boom! Ni siquiera las constantes explosiones logran sacar del letargo un guión cansino La poco feliz composición del personaje de Jeremy Renner -el macho alfa con delirios de invulnerabilidad- sumada a cierta postura de validación (¿voluntaria?) para con una suerte de adictos a la guerra, generan un rechazo insoslayable. No hay hidalguía en los soldados estadounidenses, sino más bien una actitud patriótica que deja de lado un ejercicio de pensamiento que les permita discernir por que razón están peleando realmente. Los personajes están lobotomizados, del primero al último y mientras la realidad muestra una invasión movilizada por intereses políticos, ellos defienden la bandera yankee atándose al simbolismo patrio por encima de cualquier ejercicio de pensamiento racional. A favor podríamos celebrar ese incómodo lugar en el que (¿voluntariamente?) queda la milicia, sin dejar de sentirnos incómodos nosotros como espectadores, ante la tibieza con la que se dice todo, un todo que termina siendo nada, o muy poquito. the-hurt-locker-20090610112913952_640w1 ¿Estereotipos yankees?. Jeremy Renner en la piel de un adicto a la guerra. En cuanto a los recursos estéticos y técnicos, Bigelow no se arriesga, su “Vivir al Limite” transita siempre por los caminos seguros, y plano tras plano la sensación de Deja Vu aflora. Las cámaras encuentran sus imágenes más logradas cuando incursionan en la urbe y se sumergen en la vida iraquí diaria, humanizando aunque sea por minutos un pueblo al que Estados Unidos pareciera empecinado en demonizar. Fuera de esos momentos, breves, todo es una interminable paisaje árido, demasiado brillante, sofocante, insoportablemente aburrido. En resumidas cuentas, la vida después de “The Hurt Locker” continúa inmutable. No hay nada nuevo bajo el calor de Medio Oriente, solo un relato ambiguo, tedioso y que dilapida tristemente una ocasión inmejorable de decir lo que muchos quisieran, por falta de pericia quizás. ¿O voluntariamente?
Una adicción potente y letal “El ímpetu de la batalla es a menudo una adicción potente y letal, para la guerra es una droga”, dice la cita de Christopher Hedges, ex corresponsal de guerra del New York Times, que abre The hurt locker, estrenada en Argentina como Vivir al límite. Para algunos hombres, la adrenalina de la guerra es una adicción, la única sensación verdaderamente intensa. De eso se ocupa esta película, dirigida por Kathryn Bigelow y escrita por el periodista Mark Boal, que viajó a Irak en 2004 como corresponsal de la revista Rolling Stone para ver de cerca cómo trabajan los escuadrones encargados de desactivar los Improvised Explosive Devices (artefactos explosivos improvisados) que brotan como hongos en las calles de esa ciudad ocupada y en ruinas que es Bagdad. Filmada en Jordania a 45 grados a la sombra, The hurt locker retrata el día a día de uno de esos escuadrones. La secuencia inicial muestra a los miembros de la compañía Bravo en plena acción. El robot que usan para inspeccionar las bombas se rompe, y el sargento Thompson debe acercarse al montón de basura donde está el artefacto enfundado en un traje protector que parece de astronauta y pesa unos 50 kilos. La tensión de la escena no podría ser mayor, y es sólo el principio. A lo largo de dos horas, la secuencia se repetirá con variaciones en cada nueva misión. Bigelow narra con maestría el trabajo de estos profesionales que enfrentan la muerte todos los días, varias veces por día; y se concentra en los detalles mínimos y esenciales de la vida en el frente. Con una cámara en mano nerviosa, numerosos cortes que no atentan nunca contra la coherencia espacial de las escenas, y un cuidado trabajo sobre la banda sonora, la directora consigue narrar la percepción, transmitir en cada plano la sensación de peligro e incertidumbre que experimentan los soldados en ese caluroso infierno de polvo y cemento, donde cualquier civil es sospechoso. The hurt locker quiere ser un testimonio verídico pero ficcional de lo que pasa en Irak, y para ello se concentra en la psicología de los personajes: el sargento William James (Jeremy Renner), temperamental e imprudente, que va directo al peligro sin tomar precauciones; el sargento J.T. Sanborn (Anthony Mackie), el típico soldado profesional que sigue al pie de la letra los procedimientos porque cree que es lo mejor para sobrevivir; y el especialista Owen Eldridge (Brian Geraghty), un soldado joven obsesionado con el miedo a la muerte. Cuando el sargento James se incorpora al escuadrón, los otros deben lidiar con la imprudencia del nuevo jefe, cuya actitud temeraria pone en riesgo la vida de todos. Si al principio James recuerda a esos héroes valientes de los filmes bélicos clásicos, a medida que avanza la acción, la película revela la complejidad del personaje. El sargento James es un excelente técnico al servicio del ejército norteamericano pero es, sobre todo, un adicto a la adrenalina de la batalla, alguien que no sabe vivir de otro modo, un personaje a la vez violento, sentimental y solidario, que fascina al espectador con sus contradicciones. En las trincheras no hay ideologías Experta en cine de género, Bigelow es una cineasta talentosa que aprovecha cada escena de acción para explorar la ambigua relación de odio, envidia, admiración y camaradería entre estos hombres, y maneja muy bien el suspenso. Cada vez que el sargento James se acerca a uno de esos artefactos, cada vez que avanza despacio por las calles desiertas de Bagdad como el héroe de los westerns avanza hacia el enemigo para batirse a duelo, la ansiedad en las butacas se torna casi dolorosa. Porque en esta película de acción, las explosiones no son meros regodeos visuales, sino escenas de una potencia visual y dramática enorme. Desde que pasó por los festivales de Venecia, Toronto y Mar del Plata en 2008, y se estrenó en Estados Unidos en 2009, The hurt locker ganó muchos premios y se convirtió en la favorita de los críticos. Con nueve nominaciones, se perfila como una de las grandes ganadoras de los próximos premios Oscar. Bigelow tiene serias chances de convertirse en la primera mujer que gane un Oscar como mejor directora. Pero aunque la suya es una película entretenida y accesible, con todo lo necesario para convertirse en un éxito, en Estados Unidos tuvo un estreno bastante modesto, limitado a las salas de cine arte. Es que esta película, realizada de manera independiente, con un presupuesto reducido para los estándares norteamericanos (menos de 15 millones de dólares) y sin grandes estrellas, pertenece a un género -el de la guerra de Irak- que resultó un fracaso en las boleterías. Filmes anteriores como Leones por corderos, de Robert Redford, In the valley of Elah, de Paul Haggis (estrenada en Argentina como La conspiración y también basada en un artículo periodístico de Mark Boal), y Redacted, de Brian de Palma, no lograron interesar a los norteamericanos. Se han hecho muchas conjeturas al respecto: los liberales dicen que los americanos están tan cansados de esa guerra que no quieren ver nada más; para los conservadores, sermonear al público y criticar los esfuerzos bélicos mientras mueren soldados en Irak y Afganistán no es una buena idea. Lo cierto es que estas películas, marcadas en mayor o menor medida por el tono pedagógico o moralista, son filmes menores, manifiestos antibelicistas poco consistentes desde un punto de vista dramático, repletos de diálogos sentenciosos e inverosímiles. Pero en las trincheras, dicen, no hay ideologías, y The hurt locker evita cualquier posicionamiento ideológico explícito. La película no explica la guerra, la muestra. Y para mostrarla no construye una gesta épica, sino que elige un aspecto puntual, pero no por ello menor. “Los artefactos explosivos improvisados –explica Mark Boal en una entrevista a un medio norteamericano- son el centro de esta guerra. Las bombas son la táctica fundamental de la insurgencia, y el éxito o fracaso de la guerra de Irak depende de la habilidad para lidiar con estos artefactos, éste es el trabajo más duro. La película muestra sólo una parte de la vida durante la guerra, pero es una parte fundamental”. The hurt locker recrea un aspecto de la invasión a Irak para que el espectador forme su propia opinión, lo cual no es poco en un país como Estados Unidos, donde el tema recibió, sobre todo durante los primeros años, una cobertura mediática pobre y aséptica. “Este tipo de filmes sirven como contrapeso, tratamos de hacer una película que ayude a la gente a aprender sobre esta guerra”, observa Boal. Y gracias a su atención a lo particular, The hurt locker consigue revelar aspectos universales sobre los hombres y la guerra. El filme no necesita discursos antibélicos para mostrar las oscuras motivaciones que a menudo se esconden debajo de las excusas patrióticas. Se vale, como toda gran película, de una puesta en escena rigurosa que sabe transmitir la enfermiza adicción al peligro, la locura, y la tragedia de la guerra moderna.