(Nota: se revelan elementos de la trama) El trazo grueso en su máxima expresión Wakolda, tercer film de la directora y guionista Lucía Puenzo, comienza con el descenso de un hidroavión que trae a un ser siniestro –al que a falta de nombre llamaremos “Sr.” A partir de ahora- hacia la Patagonia argentina. Dicho Sr. irrumpe en la vida de una familia pidiéndole albergue en un hostel todavía en remodelación. Si bien los dueños –una pareja conformada por esa actriz en ascenso que es Natalia Oreiro y Diego Peretti- desconocen la procedencia del Sr., la suma de dinero ofrecida hace que no duden un instante en tomarlo. Sin embargo, ciertos hechos –como el lenguaje alemán que este sostiene con Oreiro- vuelven a esta figura sospechosa. A ella justamanente la vemos en primeros planos denotando miradas y guiños de disconformidad y misterio, como si hubiese algo que no está del todo bien. Esa misma desconfianza parece tenerla Enzo –Peretti- el marido de Eva, aunque este no emita opinión. Mientras tanto este Sr. Empieza a tener la fascinación de Lilith, una preadolescente hija de Enzo y Eva...
Simpatía por el Demonio Cuanto más atractivo sea el villano, mejor será la película, decía el maestro Alfred Hitchcock. El Josef Mengele del nuevo film de Lucía Puenzo, sin duda podría haber pertenecido a la galería de grandes villanos del creador del suspense. Un hombre atractivo, inteligente, amable y educado, que al mejor estilo de La Sombra de una Duda, enseguida entabla una fascinante relación con una joven de 12 años, que sin embargo, por un desarrollo óseo, aparenta tener cuatro años menos. El tema es que este hombre no es ni más ni menos que el científico a cargo de experimentos genéticos durante el nazismo que tras su salida de Alemania, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, vino para seguir desarrollando sus experimentos en Sudamérica, en vanos intentos por continuar con la raza aria. Bien se puede recordar el clásico de Franklin J. Schaffner, Los Niños del Brasil (basada en la novela de Ira Levin), con Laurence Olivier como un cazador de nazis israelí y Gregory Peck en el rol del famoso médico. Sin embargo, la concepción del mismo personaje en la piel del español Alex Brendemühl es mucho más intensa y atractiva que la del actor de Matar a un Ruiseñor. Y que quede claro, no estoy defenestrando a una leyenda de Hollywood, simplemente resaltando que Puenzo ha logrado en forma soberbia, dotar de humanidad y sensibilidad a un monstruo, consiguiendo que al igual que Joseph Cotten en La Sombra… éste termine siendo simpático y querido por el espectador. Y también por los personajes. Porque si hay una relación que resulta interesante en el film es la de este médico alemán interesado en el desarrollo corporal de la pequeña Lilith, gran descubrimiento de Florencia Bado...
Un Mengele que no duele Lucía Puenzo contaba con un personaje tan tétrico como real esperando para convertirse en el mejor villano del año en la pantalla grande. Con todo el contexto histórico y macabro que rodea su figura, sumado a los paisajes de Bariloche, las locaciones que generan cierto clima siniestro, y un elenco estelar, tenía todas las de ganar. Parecía que nada podía salir mal. Sin embargo, hay varias películas dentro de la película resultante. Está la historia de las muñecas, las subtramas que se multiplican, y tenemos la historia central que sería el vínculo entre Mengele y Lilith, aunque luego se abandona para centrarse en otra de las subtramas, y luego en otra y así sucesivamente, pero sin llegar a profundizar o a desarrollar ninguna de ellas...
Un nazi en mi mesa Wakolda es una producción de primer nivel y con una cuidada reconstrucción de época (1960) en la que intervienen compañías de varios países (Argentina, Francia, España, Noruega), realizada por una directora y escritora joven, talentosa y atractiva como Lucía Puenzo a partir de una novela propia, y sobre un tema complejo y controvertido como la presencia de los nazis en Bariloche. Todo servido, por lo tanto, para el debate cinéfilo (y también extracinematográfico) acalorado, apasionado. Esta nueva película de la realizadora de XXY y El niño pez tiene varias líneas argumentales (quizás demasiadas para sus 93 minutos) que se entrecruzan y en algunos casos se potencian entre sí: la llegada al sur de Josef Mengele (el español Alex Brendemühl) con la cobertura de una red clandestina que opera dentro de la comunidad germana; la relación que él establece con una pareja joven (Natalia Oreiro y Diego Peretti), que también arriba a la zona para reabrir una hostería familiar a orilla del lago Nahuel Huapi en la que el ex jerarca nazi decide hospedarse por seis meses; y -sobre todo- la mutua y enfermiza obsesión que se produce entre el protagonista y la hija del medio del matrimonio, Lilith, de doce años, que tiene problemas de crecimiento por haber nacido prematura. Hay más temas y subtramas: el despertar sexual preadolescente, la dinámica escolar en el colegio alemán, la fabricación de unas muñecas de porcelana (de allí e título del film), la caza de nazis por parte de agentes israelíes y, claro, los experimentos genéticos que hicieron tristemente célebre a Mengele. Más allá de la acumulación de capas (es una “cebolla” cinematográfica, un verdadero rompecabezas para armar y hay momentos en que al relato le cuesta respirar), cabe indicar que Puenzo maneja la mayoría de ellas con precisión, rigor, recato y delicadeza, apoyada en un sólido elenco que sortea con muchísimo profesionalismo el desafío del idioma (el 60 por ciento de la película está hablada en alemán y varios de ellos se aprendieron los diálogos por fonética). Wakolda tiene un arranque impecable en la presentación de los personajes y el contexto; en el medio la narración se "ameseta" un poco para recuperar su aliento en un desenlace a pura tensión y suspenso, cuando el melodrama familiar cede lugar a elementos propios del thriller. Con una narración más clásica que en sus dos films anteriores, Lucía Puenzo demuestra que puede abordar temas espinosos y provocadores sin caer en lugares comunes ni golpes bajos. Bien por ella.
Morirás lejos Lucía Puenzo tiene en su haber de directora XXY (2007), acerca de dos jóvenes explorando su sexualidad, y El Niño Pez (2009), acerca de dos jóvenes que ya han explorado todo lo que tenían que explorar y ahora buscan su lugar en el mundo. Wakolda (2013), basada en su propia novela homónima y su tercer largometraje al fin y al cabo, continúa los temas de identidad sexual y dualidad, exacerbados esta vez en la relación de mutua fascinación que mantienen sus protagonistas: una niña y el médico alemán que la convierte en su experimento. Lilith (Florencia Bado) salta la cuerda en plena llanura pampeana. El médico alemán (Alex Brendemühl) le observa de lejos. Vemos su cuaderno de dibujos, lleno de garabatos vitruvianos cuidadosamente contenidos entre reglas y escalas. “Hubiese sido el espécimen perfecto,” narra Lilith, “de no haber sido por mi altura”. Lilith, dentro de su cuerpo de diminuta ninfa, tiene 12 años. Captura la fascinación del hombre, que posee un interés tan profesional como fetichista por la experimentación genética. Necesita hacerla crecer y volverla perfecta. El año es 1960, y Lilith y su familia se hayan rumbo a Bariloche. Sus padres, Enzo y Eva (Diego Peretti y Natalia Oreiro) acaban de heredar uno de esos hoteles de piedra y madera con vista al lago. El extraño forma un convoy con ellos, y como en las mejores películas de terror, insiste en hospedarse con la familia una vez llegados al hotel. Allí convida su fascinación a Eva, con quien entabla empatía a través del idioma alemán, y solicita experimentar sobre Lilith. Lo que sigue es un excelente thriller construido dentro del pequeño globo de nieve barilochense y la sociedad misteriosamente alemana que lo habita. Lilith y sus hermanos asisten a un colegio donde alguna vez flameó la esvástica y los alumnos literalmente entierran los libros indeseados bajo órdenes del director. Una mujer llamada Nora Edloc (Elena Roger) merodea por sus pasillos, fotografiando alemanes sospechosos y rescatando viejos archivos. Mientras tanto, el médico alemán es recibido con deferencia por sus pares y establece el mugriento laboratorio donde conducirá sus experimentos sobre Lilith. Más tarde abrirá una tétrica fábrica de muñecas, donde Wakolda (la muñeca mestiza de Lilith) engendrará a una legión de muñecas arias idénticas, en lo que será el símbolo más obvio de toda la película. Por las dudas. La identidad del médico alemán es y no es un misterio, dependiendo de qué tipo de exposición han tenido a la campaña publicitaria de la película. Se sabe que es alemán, científico, prófugo y con un arma en la guantera. Está basado en un personaje histórico, y Alex Brendemühl, partiendo de tener un parecido asombroso con él, le interpreta con una energía entre fúnebre y extasiada. De ninguna manera es Wakolda una biopic o drama histórico – jamás se nos advierte que lo que vamos a ver está “basado en hechos reales” – es más bien una fantasía construida de hechos reales (la experimentación nazi en Argentina, el colegio pro-nazi Primo Capraro, el teutónico Hotel Tunquelén) y mitos fotogénicos (la orfebrería de muñecas nazis, por ejemplo). Pero a Brendemühl le toca interpretar (impecablemente) poco más que una fuerza dentro de un esquema de fuerzas belígeras en las conciencias de personajes más complejos que el suyo. La película no es realmente sobre él. El ancla y foco de la película es Lilith, dividida entre la figura paterna del extraño y la de su propio padre, entre la pubertad y la niñez, la sexualidad y la asexualidad. Florencia Bado – en su debut actoral – encarna muy bien esta dualidad inquietante. Peretti y Oreiro hacen lo propio, interpretando a gente en principio moral que se deja llevar por las mezquindades de sus personalidades. Ilustran perfectamente el paradigma burgués que veló por la impunidad del nazismo escondido a simple vista en la Argentina. Wakolda es muchas cosas: un estudio introspectivo de personajes interesantes, un tenso thriller histórico con suficientes hechos reales como para dejar volar la imaginación, una hábil incursión en un tema curiosamente virgen en el cine de ficción argentino, una denuncia a una de las partes más obviadas de la historia nacional. Por sobre todo, va a lugares donde nunca se ha ido.
Criticar (de forma negativa) a una película porque tiene como personaje principal a uno de los hombres más nefastos que caminó el planeta o bien porque no gusta la manera en la cual se lo retrata no tiene sentido alguno y no hace más que confundir al potencial espectador. Aclarado esto, hay que decir que lo único malo que tiene Wakolda es su título porque si bien se entiende el por qué del mismo una vez que se vio la película, da la sensación de que se quedó corto ante las diferentes experiencias y sensaciones por las cuales el espectador transita. Y eso es algo maravilloso y habla muy bien de cualquier película. Cuando un film pone nervioso y da bronca es innegable que es bueno, y desde el minuto uno Wakolda te atrapa. Primero entra por los ojos la genial fotografía y los encuadres que no caen en lo fácil que en este caso sería resaltar el paisaje patagónico sino que atestigua con soberbia los pequeños detalles y las generalidades de los personajes. Lucía Puenzo se luce como realizadora y hace lucir a todos los actores en ese 1960 muy bien recreado. Al principio nos detenemos en la jovencísima Florencia Bado en su gran debut frente a las cámaras donde logra sacar adelante con total naturalidad a un complicado personaje. Por su parte, Natalia Oreiro vuelve a demostrar una vez más que puede salir del estereotipo de las telenovelas para meterse con todo en un papel demandante y que en este caso le requirió el aprender (mediante fonética) otro idioma. Diego Peretti se ha convertido en un sello de calidad actoral y aquí afirma eso al igual que Elena Roger. Párrafo aparte merece el español Alex Brendemühl, quien tiene todas las cualidades que un buen villano, si es que cabe la palabra, tiene que tener. Su carisma es tan abrumadora como lo macabro de su mirada. Hablar más de su personaje develaría parte de la trama y su identidad, algo que la crítica y el periodismo especializado está haciendo con mucha liviandad. Aquí no se hará eso. Un muy buen guión con ritmo y sorpresas termina por convertir a Wakolda en uno de los grandes estrenos nacionales del año. Una película osada y que no se conforma solo con contar una historia conocida sino que le adhiere un tinte épico para aplaudir.
La insoportable liviandad de ese ser En el marco del régimen nazi y en medio de las miles de atrocidades cometidas contra las razas consideradas impuras existió un ser siniestro -en el sentido más amplio de la palabra- llamado Josef Mengele. Su tarea principal dentro del engranaje del aparato nazi era la realización de experimentos con esos seres humanos para mejorarlos y lograr así la superioridad genética que asegurara la supremacía aria. Su mayor anhelo era lograr que las mujeres arias dieran a luz gemelos perfectos para de esta forma repoblar el mundo con la especie superior. Las atrocidades no terminaban ahí sino que con las demás etnias se realizaban manipulaciones tales como la inyección de ciertas sustancias en los ojos para lograr la tonalidad azul; cirugías sin anestesia; sometimiento a baños con agua hirviendo; mutilaciones; más el intento de crear gemelos siameses utilizando hermanos judíos y uniendo ambos cuerpos a través de cirugías. La ética como límite para la experimentación médica era un concepto inexistente y la cosificación de los cuerpos de los judíos utilizados en los laboratorios era una realidad incontrastable llegando a límites impensados. Cuando el nazismo empezó a decaer muchos de estos asesinos migraron a diversos países que les abrieron las puertas para así evadir las responsabilidades legales de su accionar. Argentina fue uno de esos lugares y el sur de nuestras tierras terminó siendo el destino elegido para albergar a los más siniestros miembros de esa ideología asesina. Sobre este marco fáctico se centra el guión de Lucia Puenzo que da origen a Wakolda, coproducción entre Argentina, España, Francia, Noruega. El film nos narra el fortuito encuentro entre una familia argentina, interpretada por Natalia Oreiro, Diego Peretti y Florencia Bado con un enigmático y afable médico alemán que se hace llamar Helmut Gregor. Allí, los destinos se cruzarán cuando el correctísimo profesional pida hospedaje en la hostería que la familia maneja en el sur. El médico no es otro que Josef Mengele (encarnado magistralmente por el español Alex Brendemühl) quien ha encontrado en el Sur su lugar en el mundo y el eventual encuentro con esta familia hará renacer viejos vicios personales, que otrora fueran su mayor obsesión: el perfeccionamiento genético del hombre. En este caso, la niña de la familia, Lilith, posee una baja estatura para su edad lo que alimentará en el obsesivo profesional la imperiosa necesidad de intentar morigerar y revertir esta situación, aspecto que unido al embarazo de gemelos de la madre de la niña formarán un combo inmejorable de experimentación médica. La atractiva y seductora personalidad del facultativo -típica característica de los perversos- logrará que tanto madre como hija se sometan a su juego de manipulación. La primera, movilizada por el afán de cuidar a su niña, y la segunda por un enamoramiento que camina a la par de una adolescencia emergente. Así, entre los tres nacerá una silente complicidad que tendrá como hilo conductor el cuerpo, especialmente el de Lilith, que será un campo de batalla entre un destino natural y un progreso artificioso y manipulado. El cuerpo como elemento fundante de la identidad es un tópico ya desarrollado por la directora con excelentes resultados en XXY o El niño pez y en esta entrega se ve sutilmente esbozado con el enamoramiento de la niña y la atracción por ese personaje seductor y calmo que poco a poco se acerca a ella y despertando reacciones hormonales hasta entonces desconocidas (relación que hace recordar al film La sombra de una duda o su reciente remake Stoker). La esposa ocultará a su marido los experimentos realizados por el galeno y la distancia entre ambos personajes masculinos se hará cada vez más evidente. Para zanjarla, entonces, aparecerá una actividad artesanal que el marido realiza y que el doctor ayuda a perfeccionar: la confección de muñecas. Aquí, el huésped alemán se presentará como un voluntario socio capitalista que prestará su dinero y contactos para lograr que las rudimentarias muñecas se conviertan en modelos de perfección aria: ojos celestes y cabellos rubios, perfectamente peinados. Este sea tal vez el trazo más grosero de la obra: ¿realmente es necesario que veamos a las muñecas embellecidas por el siniestro personaje para que entendamos el móvil del accionar del científico? La filosofía que respaldaba a los experimentos nazis en campos de concentración es conocida por el público en general y en caso que no lo fuera tal vez hubiese sido realmente interesante que el film abordara las mismas con menos metáforas visuales y mayor profundidad narrativa. Las subtramas en Wakolda se multiplican y no llegan a desarrollarse en su plenitud: el crecimiento de Lilith, la atracción hacia el médico, la complicidad del gobierno argentino para la entrada al país de refugiados nazis, la trama de la potencial captura, la impune complicidad por omisión de la sociedad sureña. Todo ello hace del film por un lado una propuesta técnica y actoralmente impecable (donde se destacan Àlex Brendemühl y Florencia Bado en un contrapunto cuidadosamente contenido), pero por otro con una narración que tal vez por tratar de abordar demasiados frentes termina cayendo en un pobre desarrollo de las líneas narrativas. El nazismo contó con una complicidad cívica aberrante (tanto en su país de origen como en los que dieron asilo a sus representantes máximos luego de la caída del régimen) elemento que es apenas esbozado en el guión de Lucía Puenzo. La contundencia del personaje histórico de Mengele hubiera sido basamento suficiente para la realización de un excelente retrato de época, sin necesidad de recurrir a la burda metáfora de las muñecas rubias donde se abordaran responsabilidades, silencios, omisiones y accionares que marcaron la historia de uno de los movimientos más siniestros de la historia. Otro elemento que tal vez atente con la creación de un fuerte clima de intensidad en el relato cinematográfico es el hecho que en la novela escrita por su directora la verdadera identidad del médico alemán es develada avanzada la historia , información que con fines comerciales es revelada ya desde el tráiler del film. Y quizás este aspecto unido al trazo demasiado grueso sobre el calibre de los experimentos realizados, en conjunción con el soslayo por la complicidad urbana desde la trama hacen de Wakolda un film de una liviandad importante. Wakolda trata uno de los temas más dolorosos de la historia reciente de la humanidad, pero lo hace con una tibieza que asusta y desaprovecha la oportunidad de ficcionalizar a uno de los villanos más aberrantes que se hayan conocido.
Crecer a la fuerza La nueva película de Lucía Puenzo sumerge al espectador en una historia ambientada en el sur argentino en el año 1959. Después de XXY y El niño pez, la realizadora hace foco en una realidad vinculada con las obsesiones por la pureza y la perfección de los alemanes. Un matrimonio argentino, Enzo (Diego Peretti) y Eva (Natalia Oreiro) poseen una hostería en Bariloche y reciben la visita de un médico aleman (Axel Brendemuhl) que trabaja en el perfeccionamiento de una hormona y se obsesiona con Lilith (Florencia Bado), una niña con problemas de crecimiento. La tranquilidad de la pareja y tambIén del inhóspito lugar, se ve alterada cuando descubran que dieron asilo al criminal Josef Mengele. Wakolda, basada en la novela de la propia cineasta, hace referencia a una "muñeca" (Enzo diseña prototipos) y a la siniestra la búsqueda desesperada de una raza perfecta. El film tiene puntos de contacto con sus anteriores trabajos (como el tema del despertar sexual y las obsesiones) y pone énfasis en la fascinación que sienta Eva por el recién llegado y la desconfianza que, desde el comienzo, se va adueñando del padre de familia. Con una cuidada reconstrucción de época y planos que muestran aquello que los personajes muchas veces no dicen, la película se desarrolla de manera lenta e incluye a personajes como la fotógrafa encarnada por Elena Roger. Todo es medido, prolijo y aparece enmarcado por la nieve que crea un clima de cierto misterio en el relato. Sobre el desenlace se concentran el pase de información, la persecución y la búsqueda internacional del criminal de guerra experimentado en medicina y clonación humana, refugiado -y bien recibido por la comunidad- en un lugar remoto. Natalia Oreiro (vista en Infancia clandestina) confirma su capacidad para abordar personajes dramáticos cuando está bien dirigida; el alemán Alex Brenmemul aporta seducción y frialdad a su monstruosa criatura y la pequeña Florencia Bado convence en cada una de sus apariciones con un personaje intenso y sufrido. Un film ideal para pasearse por festivales internacionales y que cuenta el horror del pasado a través de personajes que se ven obligados a crecer a la fuerza.
La historia y la historia Es extraño el caso de Wakolda , hasta ahora la mejor película de la también escritora Lucía Puenzo ( XXY , El niño pez ). Es una película atractiva, lograda en muchos aspectos, con diversos méritos, algunos nada desdeñables. Y es, además, una película ambiciosa, un rasgo bienvenido para un cine local que demasiadas veces tiene horizontes enanos. Es una película patagónica que, a diferencia de Historias mínimas , de Carlos Sorín, apuesta por lo contrario: por el exceso, por lo máximo, por rodear al personaje principal de tantas líneas como parezca soportar, al punto de debilitarlo. Y así, por no concentrarse en sus mayores fortalezas, tal vez por no confiar del todo en sí misma, o por intentar ofrecer una poco recomendable variedad de tramas, Wakolda se debilita. El personaje principal es un médico alemán que, en 1960, se instala en una hostería en las afueras de Bariloche. La hostería es de una familia a la que conoce en la ruta: padre, madre embarazada, hijo, hija. Y el médico, prolijo, decidido, de personalidad fuerte, se inserta en la comunidad alemana, a la que pertenece la familia por parte de la madre. Los chicos empiezan el colegio alemán al que fue la madre, y en el que en los años 40 había banderas con esvásticas. El pasado aflora: el médico es nada menos que uno de los principales criminales de la Segunda Guerra Mundial. La película es, entre otras cosas, la vida en el colegio alemán -que incluye la pintura de las costumbres y el ocultamiento del pasado-, el embarazo de la madre, la fabricación de muñecas por parte del padre (la línea más groseramente metafórica y a la vez innecesaria), la persecución al médico, el trabajo del médico. Y la línea principal, o la que parecía serlo (que se establecía como tal al principio mediante la voz narradora), es la relación del médico con Lilith, la hija de la familia, de 12 años, pero que, por problemas de crecimiento, tiene una talla menor que la que marca su edad. Ésa es la gran historia de Wakolda . Los dos actores involucrados son los mejores de la película (junto a la increíblemente fotogénica y vivaz Elena Roger): el catalán Àlex Brendemühl y la debutante Florencia Bado, enorme hallazgo. Brendemühl ya había logrado una composición fría y perturbadora en Las horas del día , de Jaime Rosales. Y Bado tiene ojos expresivos, gracia, seguridad en los movimientos: ocupa la pantalla con la prestancia de alguien grande en todo sentido. Esa relación, esa fascinación de un Humbert Humbert más oscuro, esos contactos peligrosos, son el centro de la potencia de la película, el motor perverso, el ángulo de entrada fascinante. Lamentablemente, ese manantial narrativo es reducido por todo lo que lo desvía hasta casi secarlo. Así, al final, la película nos deposita en una intriga internacional y en un episodio de suspenso de parto y puerperio que no estaban bien preparados y que nos hacen preguntarnos por qué la música suena tan fuerte si en realidad nos truncan lo más intenso que se había prometido. La Historia y sus nombres y datos se entrometen demasiado con la fascinante historia central de Wakolda , pero fue la propia película la que los invitó a entrar..
Peligro en estado latente La directora de “XXY” promueve la polémica al relatar la relación entre el nazi Josef Mengele y una famila argentina en la Patagonia. Wakolda se basa en una muy buena novela de la propia directora, Lucía Puenzo. Escritora de tiempos cinematográficos, imprime al relato, página a página, un ritmo y un clima, entre detalles precisos y la trama, que van enriqueciendo la intriga. Puenzo sabe manejar el suspenso para maniatar al lector y sorprenderlo en una sola frase. Para trasladar Wakolda -el título hace referencia a una muñeca indígena en el libro- a la pantalla, Puenzo debió hacer lógicas concesiones por cuestiones de metraje. Cambió algún punto de vista, mimetizó personajes en función de mantener el esquema: la relación entre Josef Mengele, el criminal y científico nazi que se refugió en Sudamérica tras la caída del Tercer Reich, y una familia argentina. Si bien el paso de El Angel de la muerte por la Argentina está probado, Puenzo apela a la ficción entrelazando la anuencia de alemanes en Bariloche con la visita de Mengele, aquí un médico que conoce en plena ruta patagónica a Eva, hija de alemanes, Enzo, su esposo, y sus tres hijos. Es 1960 y Mengele queda imantado a Lilitth (la pequeña Florencia Bado), la hija del medio de 12 años y que tiene problemas de crecimiento. Para quienes no supieran quién fue Mengele, la película es menos terrible que el libro -o que la vida misma del criminal-. El hombre (quien aseguraba que la mezcla contaminaba la sangre) realizó experimentos humanos, con hormonas, y no le pierde el ojo a que Eva está embarazada. Así que abona seis meses por adelantado y se asegura su estadía en la hostería que el matrimonio reabrirá a orillas del lago Nahuel Huapi. Puenzo hace una primera pintura de los protagonistas creíble, real, y no sólo con Mengele (el catalán Alex Brendemühl, de increíble parecido físico con Mengele). Algunos personajes laterales, que sumarían en sus subtramas -los compañeros del colegio alemán de Lilith, las empleadas de la hostería- en las pocas escenas que tienen debilitan su peso, por lo que la variedad de tramas que la directora quiere abarcar -el despertar sexual incluido- queda esbozado pero algo trunco. Tras XXY y El niño pez, la realizadora entrega su filme más profesional y, en cierto sentido, de una narración más clásica que los anteriores. De una factura técnica impecable, la película abre la polémica con referencia al pasado en la Argentina como refugio de criminales, y la caza de nazis por parte del Mossad. Al no demonizar y, si cabe el término, humanizar a Mengele, mostrándolo casi como un ser común y corriente, el filme gana lo que pierde al simplificar el comportamiento de la colonia alemana en Bariloche. Natalia Oreiro se juega en un rol bien dramático como la madre que no duda a la hora de ayudar a su hija, lo mismo que Diego Peretti como ese hombre que construye muñecas sin saber el legado que estará dejando.
Simpatía por el demonio La nueva película de Lucía Puenzo (XXY, El niño pez) aborda el tema de los ex jerarcas nazis refugiados en Argentina. Es original, atrapante, y con un alto nivel de producción. Desde hace décadas, la presencia y la ayuda que se les brindó a los ex jerarcas nazis refugiados en la Argentina es un tema solapado e insuficientemente investigado. En el caso del cine, estuvo presente en varios documentales –como Pacto de silencio de Carlos Echevarría, sobre el refugio y la asistencia que encontró al criminal de guerra Erich Priebke en Bariloche–, pero la red de complicidades que encontraron los alemanes en el país casi no fue abordada en la ficción. Wakolda, la novela de Lucía Puenzo, está centrada directamente en la cuestión, y la propia escritora y realizadora consideró que el material podía ser llevado al cine. El resultado es una película atrapante, con un alto nivel de producción y una puesta en escena clásica, una narración que explicita las simpatías y la admiración de buena parte de la comunidad barilochense (otra vez la ciudad rionegrina) con la causa nazi y en este caso con el médico Josef Mengele, uno de los sostenes de nazismo, el principal responsable de la limpieza étnica y de los atroces experimentos en los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial. El film de Puenzo (XXY y El niño pez), comienza con el encuentro de Mengele (Alex Brendemühl) con una pareja: Enzo (Diego Peretti) y Eva (Natalia Oreiro), padres de Lilith (Florencia Bado), que tiene 12 años pero aparenta varios menos por problemas de crecimiento. Mientras que la familia se prepara para abrir una hostería en las orillas del lago Nahuel Huapi que recibieron como herencia, el interés del médico alemán por la niña y por Eva –que está embarazada– va creciendo. Madre e hija están fascinadas por el seductor extranjero, en tanto Enzo intuye que el visitante esconde algo siniestro. Mengele es recibido como una personalidad por la comunidad alemana y continúa con los experimentos que había emprendido en la década del '40, primero con la pequeña Lilith y luego pone su atención en Eva, que está a punto de parir mellizos. Wakolda, entonces, es ambiciosa: en poco más de 90 minutos cuenta una recorrido posible de Mengele en la Argentina, aborda el abierto sostén que tuvo el "Angel de la Muerte" en Bariloche, con epicentro en una escuela alemana abiertamente simpatizante del nacionalsocialismo, muestra el papel de los cazadores de criminales de guerra –Elena Roger interpreta a la conexión local de la Mossad– y también se ocupa del despertar sexual de una niña, entre otras varias subtramas que encuentran su desenlace de manera apretada pero precisa, en un trhriller apasionante y complejo.
Crónicas de un nazi en el sur argentino En la década del ´60, una familia se dirige a Bariloche para recuperar un antiguo hotel familiar. En el camino se cruzan con un alemán que les solicita ayuda, y lo guían para los siga a través de las rutas patagónicas hasta llegar a destino. Pocos días después, el hombre volverá y les pedirá hospedarse en su hotel. Se presentará como médico, y les ofrecerá ayuda con el caso de su hija. Sin embargo, lo que ellos no sospechan es que ese médico tan afable es uno de los criminales nazis más buscados, Josef Mengele. Esta ficción histórica transcurre en el terreno de la conjetura, ese espacio temporal en el que ningún historiador logra establecer dónde estuvo Mengele realmente. Se sabe que vivió en Buenos Aires, y años después reaparece en Paraguay. Lucía Puenzo sitúa su historia, que anteriormente llevó a la novela, en esos años intermedios, de los que sólo hay suposiciones, pero ningún dato comprobable. El riesgo de moverse en ese espacio de la ficción pura, armando una historia atando los cabos de las leyendas, rumores y mitos, es en lo que termina resultando el filme: una anécdota vacía, intrascendente casi, en la que el tema del Holocausto y los monstruosos experimentos que Mengele realizaba con seres humanos, apenas si son mencionados como telón de fondo. La historia del funesto personaje ni se explica, y el espectador no muy familiarizado con el tema (tal vez se quiera suponer que no existen, pero es algo que no se puede dar por sentado) apenas si verá a un médico dedicado a investigaciones con ganado, que se solidariza con el caso de una niña un poco bajita. Sí, se solidariza. Porque así se muestra en la película, aunque después se quiera hacer hincapié en que en realidad era todo un experimento. La película apunta a denunciar la complicidad de una comunidad que encubre a criminales de guerra en fuga, pero tampoco logra ese objetivo, ya que el centro de la historia es la relación del hombre con la pequeña Lilith, y el silencio colectivo también queda en un plano desdibujado. Por otra parte, a pesar de contar con sólidas actuaciones como las de Axel Brendemühl como Mengele, y Diego Peretti, la historia está narrada con un ritmo muy lento, pausado, y no logra generar demasiado interés en el espectador, debido a lo anecdótico de su planteo. Ni siquiera las escenas de Elena Roger, que interpreta a una espía infiltrada para encontrar a los criminales de guerra, logran el pico de tensión que deberían, considerando los riesgos a los que se expone su personaje. Un villano bonachón, una familia que mira para otro lado, una niña un poco bajita entrando en la adolescencia, son los elementos que conforman este filme, muy bien producido y con excelentes locaciones, pero que requiere mayor compromiso con la temática que pretende plantear, demasiado seria para quedar en la mera anécdota.
Lucía Puenzo construye, basada en su propia novela, un film de clima amenazante, fascinación del mal, tensión muy lograda – aunque por momentos las lineas argumentales se entremezclan demasiado- y una impecable realización. La presencia de Joseph Menguele en el sur, apañado por un grupo de la comunidad alemana, la relación de tono siniestro con un matrimonio, especialmente con la mujer y su hija con la que pone en práctica sus experimentos de crecimiento, una cazadora de nazis. Todo contribuye a un relato posible: convivir, sin sospechar, con un criminal monstruoso.
La perfección no tiene límites. Bariloche, 1959. Un forastero con marcado acento alemán se le presenta a una familia argentina que está a punto de emprender un viaje con destino a una hostería del sur. En caravana, se dirigen todos juntos hacia ese lugar y al llegar, el hombre expresa que desea ser el primer huéspeden la apertura inaugural, y paga un adelantado de varios meses. No sólo el clima afuera es frío y escalofriante, sino que desde adentro del hotel también podemos sentir que algo anda mal. La mirada de todos denota una cierta desconfianza, sin embargo, Eva (Natalia Oreiro) enseguida demuestra un tonode simpatía hacia el misterioso extranjero. Y claro, ella está embarazada de gemelos, mientras que su hija menor padece de un desorden hormonal que la hace crecer mucho más lento que al resto de los niños. La madre protagonista comete el error de darle vía libre a quien se presentara en la primera cena como un médico estudioso de la genética en el ganado, porque cree que puede tratarse de una gran ayuda. Lástima que para cuando sepan que se trata de uno de los profesionales que trabajó para Hitler durante la guerra, ya será demasiado tarde. Espectacular labor la de Lucía Puenzo y todo su equipo, incluidos los actores. Muy buenas panorámicas en exteriores y un acompañamiento musical acorde con el suspenso que merece el film. Me llevé una gran sorpresa con el actor español Àlex Brendemühl, quien con su descendencia alemana desarrolla un exquisito trabajo en la piel del temible Josef Mengele. La otra actuación sorprendente es la de la pequeña Florencia Bado, la niña en cuestión, ya que es la primera vez que ‘se sube al escenario’ y encima lo hace en las grandes ligas. No se puede negar que el idioma alemán acentúa todavía más el drama, y en el caso de Wakolda casi la mitad de las escenas están habladas en esa lengua. Natalia Oreiro construye un personaje que asistió a un colegio de Bariloche con claras simpatías nazis, por lo cual es bilingüe. Mismo el caso de Elena Roger, quien hace de una fotógrafa que trabaja como espía del Mossad. Ambas tuvieron que aprender a hablar alemán por fonética como para poder decir sus líneas de manera impecable. Y lo lograron. Diego Peretti es el padre que desentona en la historia, ya que es un ‘mestizo’ de pura cepa que desconfía permanentemente de las ideas del nuevo huésped. Del otro lado de la pantalla estamos todos con él, pero no podemos más que quedarnos sentados esperando lo peor. Si te interesa el tema, te recomiendo que conozcas un poco de la vida de estos tipos, que durante la II Guerra Mundial trabajaron como médicos en los campos de concentración, y experimentaron con los judíos en la búsqueda de la sangre pura. Lo que hizo nuestra directora fue plasmarel modo en que aquellos alemanes se comportaron en su escape… Mengele no fue un simple fugitivo que se escondióal otro lado del mundo y fin de la historia. También intentó sembrar su horror en más gente inocente fuera de Europa. En algunos casos lo logró, y sin embargo quedó impune. El error estuvo en la complicidad civil y gubernamental que le dio cabida a seres que alababan a un mítico y perfecto superhombre que nunca existió ni va a existir. Es justamente la mezcla lo que nos hace diferentes y únicos. @CinemaFlor
En el último tiempo, buena parte del cine argentino se ha asentado en una suerte de meseta creativa, cómodo alrededor del gran tópico en el que se ha trabajado, fundamentalmente, desde el 2003: el Proceso de Reorganización Nacional iniciado en 1976 y los desaparecidos. Buena parte de la producción nacional reciente ha dejado de tomar riesgos a la hora de trabajar aquel tema y, sin pedir que todo sea Los Rubios (2003) de Albertina Carri, la expresión artística fue hecha a un lado en pos del mensaje. Es por eso que Wakolda de Lucía Puenzo es un film que se debe celebrar. No se podría negar que la directora nacida durante el primer año de la dictadura e hija de Luis Puenzo -director de La Historia Oficial, la ganadora del Oscar de 1985- tuviera razones para focalizar su atención en aquel período nefasto, no obstante es capaz de abrir su mirada hacia otros ámbitos, terribles también, pero originales para nuestra filmografía como país. Wakolda se basa en una novela que la propia realizadora escribió en el 2011 y que tiempo después adaptó para llevar a la pantalla grande. Su mejor trabajo hasta la fecha es más una arriesgada puesta cinematográfica en la Argentina que un ejercicio artístico. Heredera de The Boys from Brazil de Franklin J. Schaffner, narra el paso de un médico alemán por la Patagonia en donde, con una identidad que no remite a su época en el nazismo, entra en relación con una familia a la que afectará en forma directa y permanente. Si hay algo que impide que esta sea una gran película es la propia mano de la directora. No puede decirse que la sutileza sea uno de los fuertes de Wakolda y el trazo grueso con el que Puenzo delinea ciertos pasajes es perjudicial para la obra misma. Daniel Tarrab y Andrés Goldstein hicieron un destacado trabajo en la composición musical, clásica y sugestiva, con un leit motiv que desde el comienzo habla de un road trip con tintes de suspenso, junto a un extraño que oculta un secreto terrible. Esto no se mantiene así, sin embargo, dado que la cineasta se empeña en que el espectador conozca qué es lo que está ocurriendo en forma previa a los personajes. Fotos del pasado, notas periodísticas, todo arroja en la cara del público la identidad del misterioso huésped, sin confiar en el poder de la insinuación pero, sobre todo, sin creer en que quien ve la película pueda hacer sus propias conexiones. En Wakolda hay un excelente uso de los recursos. La ambientación de época es notable y las locaciones patagónicas son perfectas para una producción así, con un aprovechamiento aún superior que el que Juan Taratuto hacía en La Reconstrucción. Así como ocurría en Inglorious Basterds de Quentin Tarantino, el lenguaje tiene un enorme peso como herramienta de violencia y el dominarlo a la perfección es sinónimo de poder. El español Àlex Brendemühl, versado en múltiples idiomas, es convincente como el médico alemán. Frío y desapegado, en sus rasgos faciales enmascara una enorme maldad de esas que suponen el mayor peligro: la de los convencidos de que hacen un bien. Por el lado nacional y en oposición al otro está Diego Peretti, quien cumple como de costumbre en la forma de un hombre amenazado por las circunstancias, que conoce de la existencia de un problema pero que no puede ponerlo en palabras. Hay un idioma que él no habla ni entiende y se ve violentado por esa situación de inferioridad, por ese control que escapa de sus manos. Tras haberla visto en Infancia Clandestina entregar una actuación sólida, ya no puede decirse que Natalia Oreiro sea una sorpresa. Lo que sí se recibe con agrado es que la actriz oriunda de Uruguay se haya vuelto una presencia tan necesaria y una de las intérpretes más destacadas de la industria argentina, una verdadera garantía de éxito en cine o televisión. Con lo difícil que es encontrar actores jóvenes que rindan, sería injusto no mencionar a Florencia Bado, una chica de la edad del personaje que interpreta -la pequeña Lilith- y que no solo está muy bien, sino que tiene perfil de promesa. El trabajo delante de cámaras es muy efectivo de parte de todo el elenco, algo que se entiende cuando incluso en roles secundarios se busca a figuras reconocidas como Guillermo Pfening o Elena Roger. Wakolda es una producción destacada, una verdadera rareza en el cine nacional. El lugar en donde la historia transcurre, el tópico, la formación de la mujer, el desgarrador final y hasta el trabajo del hombre de la casa -construye muñecas y está detrás de una con corazón que late- son ajenos a lo que se espera de realizaciones argentinas. El trazo grueso se lamenta y se siente, pero no termina de opacar a este interesante llamado de atención que demuestra que la memoria no es una sola.
Otoño de 1960. Por la ruta desértica rumbo a Bariloche, para hacerse cargo de la hostería de la abuela alemana, una familia entabla relación con un médico veterinario experto en genética. La nena de la familia tiene problemas de crecimiento. El profesional se ofrece a tratarla. Hay quienes aceptan, y quien se muestra reticente. Bastante después empezarán a preguntarse algunas cosas. Tal es, básicamente, la intriga. La familia procura afianzarse en terreno hermoso pero exigente, la niña despabilada empieza a sentir curiosidad por ciertos misterios, el vecindario los provee a niveles peligrosos, en el colegio los alumnos mayores mantienen ideas y comportamientos inquietantes, el médico es afable y cerrado al mismo tiempo, seductor de comportamiento extraño pero resultados esperanzadores, con una rara inclinación por las muñecas. ¿Importa saber más, si la nena empieza a crecer? Ya bastante tiene la madre con su propio embarazo. ¿Importa saber también el nombre del médico? ¿Qué hizo quince años atrás en otro lugar? ¿Qué puede hacer todavía en éste, de bueno o de malo? La historia es ficticia, pero el personaje existió de veras, y en el espejo de esa familia podemos apreciar las diferentes etapas de una sociedad, desde el respeto y la admiración hasta el aprovechamiento y la discreta connivencia, y recién cuando la cosa cambia, el juicio moral. Sería tentador aplicarles el test de Milgram sobre deslindamiento de responsabilidades. En su novela "Wakolda", Lucía Puenzo nos dice desde el comienzo quién es el sujeto (un médico que abusó más que otros de la omnipotencia del título para hacer experimentos sin mayor respeto ni protocolo). Pero en su película, quien lleva la historia es la nena. Solo junto a ella, de a poco, iremos conociendo las cosas. El resultado es, en varios aspectos, mucho más interesante. En verdad, casi todas las variaciones fueron para bien. No vemos la perturbadora fascinación infantil que pinta el libro (para ciertos temas la literatura tiene más libertades que el cine) pero en cambio muchas situaciones y algún personaje lateral se hacen más convincentes. Ayudan a ello las excelentes actuaciones de la niña Florencia Bado, Natalia Oreiro, Diego Peretti, el catalán Alex Brendemühl y Elena Roger, la ambientación precisa y el vestuario sencillo pero cuidadosamente de época (respectivamente, Marcelo Cháves y Beatriz Di Benedetto), una fotografía que contrapone sin subrayados la inmensa belleza del lugar con la mísera ruindad de los hombres (no lo parece pero es el primer trabajo de Sebastián Puenzo como director de fotografía), el sonido y la penetrante música. Rodaje en Tunkelen y alrededores. Asesor, Carlos Echeverría, experto conocedor del nazismo en Bariloche ("Pacto de silencio", "Juan, como si nada hubiera sucedido").
"Un film arriesgado, de una factura exquisita, con excelentes interpretaciones, que atrapa desde el suspenso y no elude la denuncia histórica: mostrar que en nuestro país, por omisión, conveniencia o complicidades, hubo nazis escondidos a plena vista". Escuchá el comentario. (ver link).
Cita en la Patagonia con lo siniestro En su tercer largometraje, la directora de XXY y El niño pez confirma que es una narradora eficiente, precisa a la hora de seleccionar los detalles para hacer una película atractiva, aunque con una tendencia a metaforizar en exceso. La tercera película de Lucía Puenzo, Wakolda, le permitió a la directora volver a Cannes, festival al que había llegado en 2007 con XXY, su ópera prima, y del que se había vuelto con el premio de la Semana de la Crítica. Esta vez regresó de Francia sin lauros, pero hay varios elementos que ligan a ambas películas, méritos y objeciones que tienden puentes por encima de El niño pez, segundo film de la directora. Para aclarar la cosa, Wakolda no es una mala película. Lejos de eso, confirma que Puenzo es una narradora eficiente, precisa a la hora de seleccionar los detalles para hacer otra película atractiva. Para contar su historia de nazis (y la de uno en especial) refugiados en Bariloche en una década de 1960 todavía pre-Beatle (es decir: la antigüedad del siglo XX), Puenzo consigue una reconstrucción de época notable, no sólo desde los bien administrados recursos artísticos, sino con la elección de un reparto equilibrado. Resulta redundante hablar de las virtudes de Diego Peretti y la destacada labor dramática de Natalia Oreiro ya no debe ser calificada como sorpresiva, adjetivo que esta vez aplica al trabajo del catalán Alex Brendemühl, a cargo del papel más importante. El resto del elenco, encabezado por Elena Roger, Guillermo Pfening y la niña Florencia Bado, completa un trabajo de equipo sumamente elogioso. Wakolda posee los elementos adecuados para una historia siniestra: una familia que regresa al sur para hacerse cargo de una vieja hostería familiar, dentro de una comunidad de origen cerrado sobre sus tradiciones; una niña con trastornos de crecimiento; un doctor alemán que aplica sus conocimientos de genética para mejorar la cría de ganado; un padre que se dedica a fabricar muñecas de cerámica; la perversa tensión sexual entre esa nena que lucha contra la demora de la madurez y un hombre obsesionado con sus teorías científicas. Como se ve, lo siniestro en Wakolda está dado por múltiples elementos, algunos desarrollados con sutileza, otros expuestos en exceso. Dentro de la primera categoría se puede considerar aquello que es elidido o no dicho de manera explícita. Como el regreso de esa familia a Bariloche, donde el personaje de Oreiro fue educado en un colegio que no sólo es alemán sino filonazi, que representa de modo sutil el surgimiento de lo inefable dentro del núcleo más íntimo. La imagen de Oreiro sacando de una caja viejas fotos en donde el emblema del Reich flamea frente a su escuela, habla de ese retorno de lo reprimido. La llegada del extraño doctor al seno familiar reafirma la aparición de lo ominoso. Quizá no sea casual que algunas nociones psicoanalíticas aparezcan conforme el relato avanza. Se ha dicho que en Wakolda también hay una serie de elementos que acentúan esa presencia siniestra de manera artificial, propensión que la directora ya había mostrado en XXY. Basta recordar un par de planos en donde la hoja de un cuchillo atacaba en distintos momentos un pescado o una zanahoria, construcciones simbólicas que remitían innecesariamente al concepto de castración. En Wakolda, Puenzo realiza operaciones análogas, dándoles cuerpo a las ideas del doble y del autómata que Freud toma del cuento “El arenero”, del escritor alemán E.T.A. Hoffmann, en su ensayo Lo siniestro, para explicar sus diferentes manifestaciones y con el que la directora parece querer dialogar. El nombre de la niña, Lilith, se suma al cargado conjunto de alegorías, en tanto corresponde a una de las más abominables criaturas de la mitología hebrea. Un exceso similar al que representaba el nombre del personaje de Ricardo Darín en XXY: Kraken, la gran serpiente marina de la mitología escandinava, otro subrayado freudiano para una figura paterna fuerte. Tal vez esta profusión metafórica no hubiera quedado tan expuesta si el relato consiguiera explotar todo su potencial siniestro desde lo narrativo. Pero pasados los sugerentes dos primeros tercios del film, la tensión cede ante el sentimiento de que todavía quedaba fondo en este abismo, de que el monstruo no termina de mostrar sus dientes y de que todo ese armazón simbólico acaba por contener al horror en lugar de exponenciarlo.
La escritora y directora Lucía Puenzo (XXY, El niño pez) recrea de manera atrapante en Wakolda la figura de Josef Mengele, médico nazi y criminal de guerra, durante su estadía en nuestro país. Nada es más misterioso que la sangre En 1960, un médico alemán que se presenta bajo el nombre de Helmut Gregor (Alex Brendemühl) conoce a una familia argentina en la Patagonia, camino a Bariloche. El médico no es nada más ni nada menos que Josef Rudolf Mengele, uno de los criminales más peligrosos de la historia. Al llegar a Bariloche, Enzo (Diego Peretti) y Eva (Natalia Oreiro), sin conocer su verdadera identidad, lo aceptan como huésped en su hostería. La presencia de Helmut hará que revivan en los distintos integrantes de la familia las obsesiones relacionadas con la pureza y la perfección. El médico rápidamente se interesará por la hija del medio del matrimonio, Lilith (Florencia Bado), de 12 de años, que tiene problemas de crecimiento. Los modos, carisma y saber científico de Helmut llevarán a la familia a aceptar un tratamiento hormonal a Lilith, para que crezca unos centímetros más. La película se centra en la perversa relación que se genera entre Lilith y Helmut, marcado por la obsesión genética, y los experimentos que él llevó a cabo en humanos y animales. A su vez, el film toca el tema del despertar sexual en la pre-adolescencia, la cacería de nazis a cargo de la Mossad, y la complicidad civil que hubo en este país cuando se recibió y dio asilo a nazis. Por ejemplo, el colegio alemán al que van los hijos de Enzo y Eva tiene entre sus autoridades a varios cómplices del nazismo, que se encargan de esconder los archivos y las fotos que los vinculan con el régimen nazi. wakolda1 Los experimentos wakoldaLucía Puenzo no cae en el estereotipo a la hora de abordar el personaje de Mengele. Su personalidad macabra, su obsesión por crear una raza perfecta se esconden detrás de una fachada de extranjero amable y tranquilo, que se muestra cariñoso y se gana rápidamente la confianza de una familia. Las obsesiones por la perfección genética se desarrollan en tres frentes: el problema de crecimiento de Lilith, las muñecas que fabrica Enzo y el embarazo de Eva. Las actuaciones son impecables, de lo mejor de la película, se destacan Florencia Bado, en su debut cinematográfico, y Alex Brendemühl, en una interpretación excelente de Mengele. En cuanto a la pareja, quizá a Natalia Oreiro le tocó el papel más complejo, de una madre amorosa que, buscando lo mejor para su hija Lilith, la deja en manos de un criminal. Es importante recalcar el gran desafío actoral con el idioma (gran parte de la película está hablada en alemán), y por lo que se ve en la película, los actores estuvieron a la altura del desafío. La fotografía y el arte están muy bien, visualmente resultan muy atractivos los escenarios y la paleta de colores que maneja. La música acompaña de manera adecuada la película. Wakolda presenta varias líneas argumentales que se entrecruzan entre sí, manejadas con mucha precisión. La película empieza muy bien, quizá en el segundo acto se ameseta un poco la historia y pierde un poco de agilidad, pero es de destacar el desenlace, lleno de tensión que deja sin aliento al espectador. Conclusión El nuevo film de Lucía Puenzo recrea con mucha habilidad un momento poco comentado de nuestra historia. El drama de una familia crece a lo largo de la película hasta estallar en un final con elementos de thriller. Se destacan las actuaciones y el guión. Una gran película argentina.
Si bien el tiempo histórico de la película corresponde al gobierno de Frondizi, la relación entre los nazis de Bariloche y la dictadura argentina es de público conocimiento. La fotógrafa (y espía) que interpreta Elena Roger tiene un expediente con la foto de Priebke. Quienes hayan visto Pacto de silencio, el extraordinario documental de Carlos Echeverría sobre el caso Priebke, reconocerán de inmediato los puntos en común: en Bariloche los nazis la pasaban bastante bien. Narrativamente clásica, la película de Puenzo cuenta la historia de una familia que regresa a Bariloche, entre otras cosas a poner en marcha un hotel. La hija más chica de 12 años no ha crecido lo suficiente y en la escuela es motivo de burlas. La mitología de la superioridad aria tiene aquí su expresión “inocente”, pero del complejo que vive la niña Mengele probará de todo: un tratamiento de crecimiento con ella, un experimento con los mellizos que lleva su madre en el vientre, y algunas otras pruebas en una clínica improvisada en una casa cercana. Wakolda, basada en la novela homónima de la directora, es una película correcta y ambiciosa con varias lecturas posibles. Justamente su problema no es diferente, en términos conceptuales, a los que tiene que resolver en su delirio el científico del Füher. La obsesión por la perfección se duplica en la puesta en escena: el diseño de arte es admirable, la reconstrucción del tiempo histórico notable y todos los intérpretes hacen un trabajo convincente. Y aún así la perfección impuesta por una propuesta que apunta bien arriba y por todo funciona como un teorema irrespirable. Es aire lo que no tiene Wakolda, pues las películas necesitan imperfección y azar. En ese sentido el cuaderno de notas obsesivos de Mengele repite una obsesión que cierra el film a todo espacio de inestabilidad y ambigüedad. De allí se predica, un problema mayor: la falta de contexto. ¿Por qué los nazis están allí? ¿Por qué están cómodos en ese paraje y no en otro? El gran fuera de campo es lo otro de lo nazi, los barilochenses, y en ese sentido, el personaje de Diego Pereti no puede hablar en el nombre de los otros.
Patagonia desolada. Tormentosa. Inmensa. Más de medio siglo atrás una familia se dispone a cruzarla en coche. Un hombre de acento raro les pide ir tras ellos en su propio automóvil, para no perderse en los infinitos caminos de tierra. Llegar a Bariloche parece una aventura en sí. Lo que no sabe la familia es que su aventura no concluirá con apenas pisar destino. Allí empezará un drama con aristas más siniestras aun: una auténtica historia de terror. Lucía Puenzo, la autora de la novela Wakolda, se dispuso a poner en imágenes su prosa. La tensa travesía que abre el film debe comprenderse como una excelente pintura de época, reconstrucción no simplemente por estética sino por acciones (no es lo mismo cruzar la Patagonia ahora que sesenta años atrás). Esta decisión de ahondar en las ideas a través de hechos revela a Puenzo como una gran narradora. Ni mucho prólogo ni mucho palabrerío ambiguo: acción. Wakolda cuenta una visión: los días de Mengele en Bariloche. No se trata de un documental ni una opinión política; para eso están los ensayos y los panfletos. La directora teje una trama que contiene varias líneas narrativas, la enorme mayoría, ficticia, salpicada por un puñado de datos biográficos: una bonita niña bajita que es la burla de su grado; una madre (Natalia Oreiro) que quiere ayudarla y la confía al médico (Alex Brendemühl) en quien cree; un padre (Diego Peretti) que desespera a medida que comprende quién es este hombre de acento foráneo; una red de inteligencia judía que persigue a los nazis que han huido a destinos inhóspitos; una institución de alta sociedad que hace la vista obesa ante los fugitivos. El film se desarrolla con una tensión creciente, como dice el refrán, lenta pero sin pausa. Puenzo maneja con sapiencia los hilos de la angustia y logra acceder a ésta porque esquiva los lugares comunes y la esperable corrección política. Mengele no es, en su tenebrosa Wakolda, un asesino en serie, desquiciado, que ha disfrutado con sus muertes. Todo lo contrario, es un hombre educado, bien vestido y hasta seductor; el disfraz perfecto que confundía a las abuelas de antaño (y a algunas madres actuales también), que creían que un tipo bien vestido jamás podía anidar terribles intenciones. Pero Puenzo se guarda un último as para sembrar la duda ¿Tiene este Mengele terribles intenciones? ¿O sólo se trata de un médico que quiere pasar la hoja de la masacre más grande la historia, pero ciertas personas rencorosas y ancladas en el pasado no se lo permiten? Qué nadie se apure con la respuesta. Al fin y al cabo, a diario leemos en los periódicos más vendidos propuestas similares para los genocidas locales, como si la absolución dependiera de cuestiones de… fama. Es posible que La caída (Der Untergang, 2004) haya abierto la puerta a filmes que abordan de un modo distinto la temática del nazismo. Sin demonización en su accionar, el holocausto se rebela como la industrialización en la matanza de gente, el método aplicado al exterminio y también, la investigación con personas en pos de conseguir un hombre mejor, mejor a su criterio, claro. Todos recordarán la polémica suscitada con motivo del estreno de aquella película: ¿un Hitler más humano? En todo caso, un Hitler como lo que fue: un humano. Wakolda puede comprenderse del mismo modo. El film tiene la lentitud precisa de quien arma un relato cotidiano donde el terror fluye por debajo. No se trata, queda claro, de una película de terror baboso: aquí no hay sangre ni asesinatos ni sobresaltos ni nada de eso que sacuden las scary movie norteamericanas. Sin embargo ¿cómo definir al film sino como una película de horror? Con su industrialización escalofriante (la fábrica de muñecas “Wakolda”), con su sacrificio en –supuesto– provecho de un tercero (la acepción que el diccionario guarda para el término “holocausto”), Lucía Puenzo entrega una película donde Mengele no es un monstruo sino un doctor. Hay quienes pensamos que así, con carita linda, ojos azules y bigote recortado, asusta mucho más. Y peor aún: causa mayor daño.
Quien ha pasado alguna vez por la Ruta del Desierto sabe cuánto valor tiene un encuentro antes de iniciar el cruce de los 200 kilómetros. En esa geografía del desamparo comienza la película de Lucía Puenzo Wakolda, basada en su novela homónima. La directora pone en una Estanciera blanca a la familia elegida por un alemán enigmático para desarrollar sus investigaciones sobre crecimiento con técnicas de manipulación genética. El desierto, primero, y el sur bello, pero lejano, son en 1960 el refugio del hombre que se instala en la comunidad alemana de Bariloche. El doctor (Álex Brendemühl) y Lilith (Florencia Bado) inician una relación inquietante, entre el interés científico y el despertar de la sexualidad. También la familia de Lilith inicia el arraigo al abrir la hostería heredada. Facilita el trabajo del visitante, que la niña de 12 años sufre la discriminación en el colegio alemán del que su mamá (Eva/ Natalia Oreiro) es egresada. El uso de la lengua alemana en la vida cotidiana, la proximidad de esa cultura que facilita el ingreso del doctor a la hostería y los supuestos de la madre en torno a la salud de su hija, derivan en el experimento a escondidas del padre (Diego Peretti). Él fabrica muñecas, oficio que Puenzo muestra como una referencia permanente, aunque sutil, de las artes perversas del médico. Además, Eva está embarazada. La directora reconstruye el paisaje humano de la época en el sur argentino y va moviendo el relato con ritmo y atmósfera de thriller. Puenzo ha tomado de la historia del siglo XX, la conexión local con los genocidas nazis, inmigrantes ricos de identidad y ocupación difusas. La locura del superhombre como construcción genética pone la cuota de estremecimiento que exige el género. Logra el efecto deseado el actor que interpreta a Menguele, la intensidad de la niña, el personaje de Elena Roger (la fotógrafa que trabaja en el colegio) y la mirada de la madre que cree ver en su hija a un ser disminuido. Natalia Oreiro crea el perfil de la mujer sencilla que admira al doctor, mientras Peretti ofrece una presencia, la del sentido común, la del amor que no intenta correr en contra de la naturaleza. La fotografía de Nicolás Puenzo y el diseño de arte de Marcelo Chaves transportan al espectador a un tiempo que parece remoto. El cuaderno de anotaciones de Menguele revela y horroriza, a través de las páginas que registran minuciosamente a los personajes estudiados como especímenes a mejorar. Wakolda demuestra una vez más la capacidad poética de Lucía Puenzo para establecer vínculos entre lo humano, en sus facetas más recónditas, la ciencia y la ética, panorama que atraviesa los años y los actualiza.
Fabricando nenas, monstruos y muñecas El cine sugerente de Lucía Puenzo va tras los pasos de Mengele, un monstruo que andaba en los 60 por la Patagonia buscando con sus inventos genéticos alcanzar el superhombre. Un matrimonio (Diego Peretti, cada vez mejor actor y la siempre exacta Natalia Oreiro) con sus tres hijos, viaja hacia Bariloche para reabrir una hostería. Y se une al viaje un profesional alemán de mirada inquietante. En esa comunidad los nazis tiene un verdadero refugio: escuela, hospital, amigos. Pero la verdadera protagonista es Lilith, hija de ese joven matrimonio, una adolescente con trastornos de crecimiento que se acerca peligrosamente a ese extranjero que promete ayudarla a crecer. Puenzo se sirve de un suceso histórico para reflexionar sobre sus temas de siempre: la niñez abusada, el registro de una realidad ambigua, la presencia de una crueldad callada pero inminente, el desfile de seres incómodos que no se dan por vencidos. Pero, como en otros filmes de Puenzo, la historia se dispersa, pierde fuerza, aparece algún subrayado innecesario (Mengele experimenta con la infancia y Peretti fabrica muñecas) y los subtemas (la relación del madre con el pasado y de la nena con su peligrosa curiosidad) son tratados muy por arriba. Más allá de esos lunares, el filme reconstruye bien la época y sabe retratar esos personajes de Puenzo que chocan contra una realidad que acecha una paz hogareña siempre tensa y comprometida. Es un film sugerente y cuidado, pero promete más de lo que logra.
Realista y rigurosa, y a la vez metafórica y simbólica, Wakolda ofrece el que seguramente sea el mejor trabajo de la realizadora Lucía Puenzo, que se vuelve a mostrar inquieta y distanciada de su producción anterior. Si hay un elemento que resulta característico en su filmografía es el hecho de buscar distintos escenarios, temáticas, tipologías humanas y hasta nacionalidades en sus películas. Tanto en XXY como en El niño pez y en este nuevo trabajo suyo, se da también la circunstancia que los contextos urbanos no forman parte de su mirada, y en este caso sobresale la presencia del ámbito nevado del sur, paisajes que a veces se ven imponentes y en otras helados, inhóspitos y amenazantes. Ubicado en el año 1960, el film aborda el vínculo incómodo y sinuoso entre un médico alemán y una familia argentina en esa zona del país, región elegida no caprichosamente –en algún momento dicho personaje germánico afirma que “el paisaje lo hace sentir como en casa”- , al considerarlo un espacio familiar y protegido. Pero el tal Helmut Gregor esconde una identidad tenebrosa, la de uno de los peores criminales y torturadores de la historia. La hija de Luis Puenzo se interna a fondo en esa trama que combina reales trazos históricos con itinerarios y hechos imaginados que se relacionan con el denominado el Ángel de la Muerte Mengele, que fundamentalmente tratará de conquistar y experimentar con la niña mayor de la familia, limitada por aparentes dificultades de crecimiento. La historia avanza con pasos seguros y criteriosos, integrando diversos personajes y elementos alegóricos -como las muñecas que empiezan a fabricarse en serie-, que irán sumando tensión e inquietud a lo largo del metraje. Atrayente visualmente, Wakolda cuenta con una excelente recreación de época, mientras que el elenco, que se expresa tanto en español como alemán, se muestra consistente y verosímil. Natalia Oreiro sigue confirmando su ascendente carrera como actriz cinematográfica, bien acompañada por Diego Peretti, Elena Roger, Guillermo Pfening y, el notable Alex Brendemühl, que logra un villano lleno de matices.
Un nazi en el sur profundo Tercer largometraje de la realizadora y escritora Lucía Puenzo, basado en un relato homónimo propio, Wakolda se propone desde la ficción imaginar un tiempo en el que el médico genetista nazi Joseph Mengele se relaciona con una familia argentina mientras pasa un tiempo en Bariloche (no pocos son los datos de la realidad que aseveran la estadía de Mengele en esa ciudad neuquina) e intenta desarrollar allí algunos de sus experimentos científicos, que rondan siempre en conseguir mayor pureza racial, en forzar la naturaleza humana y en busca de una optimización deudora del carácter superior de una raza dominante. De ese modo, en el idílico paisaje de la ciudad turística durante los primeros años sesenta sucede un encuentro que marcará definitivamente a los miembros de la familia –Enzo, el padre, que fabrica muñecas; Eva, que hereda de sus padres una enorme hostería a orillas de un lago de ensueño y se encuentra embarazada; un hijo adolescente y una hija pequeña con problemas de crecimiento físico– y pondrá nuevamente de manifiesto la despiadada manipulación con que el sistema nazi intentaba ordenar el mundo y a sus criaturas pese al fracaso del régimen y a su consecuente caída. Con acertada ambientación –poco despliegue escenográfico pero sumamente preciso–, esmeradas actuaciones –se destacan el catalán Alex Brendemühl en el rol del médico y Natalia Oreiro como Eva, la madre de familia– y un argumento que construye cierta intriga acerca de la liturgia nazi durante esos años en la Argentina, Wakolda cuenta con una primera mitad bastante atractiva, favorecida por su economía de diálogos y puesta en escena y por una edición dinámica recortada en secuencias que hacen crecer el timing dramático. Pero justamente todo eso comienza a retrasarse y a entrar en una medianía desalentadora en el resto del metraje; la sorpresa inicial se opaca a medida que se pone en evidencia la pátina trágica con que Puenzo decidió envolver aquellos recursos que hubieran derivado en una ampliación del misterio que podría encerrar –como debería desprenderse de una ficción sobre un probable hecho real– la presencia inquietante, amenazadora, ominosa de un personaje del calibre de Mengele, dispuesto a continuar sustentando su creencia –y poniéndola a prueba– acerca de quiénes son los que merecen ostentar el carácter ascendente sobre los demás. Un verdadero hallazgo visual de Wakolda lo constituye el diario que el médico alemán lleva como registro de sus experiencias; detallados y cuidadosos dibujos a lápiz sobre figuras humanas –incluso la de los personajes de la familia mencionada– y animales, deformidades y posibilidades de solución y textos que describen esas exploraciones; un diario que tendrá una importancia superlativa para que finalmente algunos de los personajes centrales se enteren ante quien están. Una relación tangencial implica a Wakolda con XXY y El niño pez, los dos films anteriores de Puenzo. En los tres la realizadora expone una búsqueda de identidades que generalmente van más allá de las aceptadas socialmente; una búsqueda de intersticios por donde puedan cuestionarse los moldes con que las convenciones sociales intentan tranquilizar las buenas conciencias y, desde ya, poner de relieve que el mal, en su acepción de banalidad, no reside en lo diferente sino en aquello cuya apariencia goza de correción y buenos modales. La carga historiográfica que Puenzo pone al servicio de Wakolda está reflejada con una avidez que le hace subrayar con demasía ciertos rasgos: Bariloche es en ese momento poco menos que un bastión nazi que opera como una red de resguardo para los prófugos del régimen –con confecciones de pasaportes e hidroaviones para huidas incluidos–; los niños de la escuela alemana donde concurrió Eva y adonde van sus hijos ahora, sostiene la ideología y la trasmite ritualmente a sus alumnos; la misma inocencia de Eva que cree en la aplicación hormonal que el médico alemán sugiere para el crecimiento de su hija mientras muestra fotos a sus hijos de cuando era niña y ondeaba el pabellón nazi sobre una formación escolar en la que participaba; las escenas sobre la actividad como fabricante de muñecas del padre de familia, con un marcado acento sobre el ascendiente de la belleza y la exactitud sobre cada parte de los cuerpos artificiales. Se sabe, lo siniestro apabulla más cuando funciona por escisión, cuando sólo se lo sugiere y se evita toda referencia directa –como atenuación de este aspecto, valga el contexto temporal de los años sesenta, donde probablemente no se supiera lo suficiente de esos circuitos de protección a los criminales nazis; y la revelación de la caza de (el criminal de guerra) Eichmann en Buenos Aires por un comando del Mossad israelí, que los personajes de Wakolda ven por televisión–, y se permite una participación más expresa del espectador, para que su imaginación rastree otra serie de posibilidades dramáticas y otros verosímiles.
El amigo alemán Laboratorios, ensayos y teorías genéticas, niños crueles, amores púberes, nazis en la Patagonia, espías secretos, muñecas tétricas que funcionan como analogía tanto de los laboratorios de Auschwitz como de la creación de una raza sin defectos, los cambios naturales del cuerpo de la mujer (tanto en niñas como en adultas), el silencio y la complicidad de una comunidad entera, embarazos de gemelos, etc. Todo esto es Wakolda (2013), la última película de Lucía Puenzo, hija de Luis y directora de XXY (2007) y El niño pez (2009), películas con las cuales comparte cierto universo conceptual que iría desde la identidad de género hasta la obsesión por la genética y la exploración del cuerpo femenino. De las tres películas de Puenzo, se puede decir, sin temor a equivocarnos, que éste es su mejor film a la fecha. XXY y El niño pez sufrían de cierta pesadez, solemnidad y desmadre en la resolución de sus conflictos que nada tenía que ver con el clima propuesto inicialmente. En este caso también hay desmesura, pero ya desde la premisa, que parte de la original e hipotética idea de que Josef Mengele está huyendo y escondiéndose en Bariloche. Idea no tan descabellada, pero tampoco probada, de que la Argentina habría sido un paso previo antes de llegar a Paraguay y terminar sus días en Brasil. La Puenzo tiene un gran manejo del suspenso y teje una lenta pero escalofriante relación entre un Mengele (Álex Brendemühl) que anda suelto por la Patagonia y la pequeña Lilith (Florencia Bado), niña de unos doce años pero que aparenta nueve. Los momentos más intensos son aquellos donde la acción trascurre puertas adentro, cuando este hombre se muestra interesado por la pequeña y su madre embarazada (Natalia Oreiro). Quiere estudiarlas, proveerles de cuidados y atenciones médicas pero sus intenciones nunca son transparentes ni tranquilizadoras, especialmente cuando no se sabe si sus pretensiones son del orden de la ciencia o de lo sexual, algo de lo cual el padre (Diego Peretti) parece intuir. Uno de los grandes defectos que tiene la película es la fijación del punto de vista, que en todo momento, o al menos hasta tres cuartas partes de la historia, es llevado por Lilith y, en algunos pasajes, por su voz en off. La propuesta es ver a través de sus ojos a este sujeto aterrador, pero Puenzo traiciona este planteo en pocos pero significativos momentos y, especialmente en el final, donde se abandona la premisa inicial, claramente la más interesante, para derivar, en sus últimos quince minutos, en una apretada película de espionaje internacional, abandonando a Mengele, a Bariloche, a su comunidad y a la joven Lilith, sin darle siquiera la posibilidad de cerrar la película como correspondía. Y, como decíamos, la relación entre Mengele y Lilith es, lejos, la línea argumental más interesante del film, pero Puenzo, quizás no tan segura, decide meter más tramas y subtramas, debilitando y diluyendo la línea principal, llevándose varios personajes por delante y dejando pasar la oportunidad de construir una gran película.
Hay en el cine de Lucia Puenzo (Argentina, 1975) una notoria y marcada preocupación por el cuerpo y sus transformaciones. Si en “XXY”(Argentina, 2007) estaba Alex, una mujer/hombre en proceso de definición, y en “El niño Pez” (Argentina, 2009) nos contaba cómo los cuerpos dionisíacos de Lala y la Guayi se entregaban a los placeres, en su nueva realización “Wakolda” (Argentina, 2013) hay un cuerpo, el de Lilith (Florencia Bado), que se lo fuerza a transformar, pero esto es sólo una excusa para acercarse a un pasado oscuro de la historia política mundial, el nazismo. El Sur argentino, precisamente Peumayén, es el marco que elige Puenzo para adaptar su novela homónima en la que una joven inicia su paso hacia la pubertad y el despertar sexual plagada de dudas y de miedos en un ambiente nuevo. Sus padres Enzo y Eva (Diego Peretti y Natalia Oreiro) deciden ir a regentear una hostería familiar en las afueras de Bariloche y en el trayecto, un largo viaje por caminos inhóspitos, se encuentran con Josef, un médico de origen alemán (Alex Brendemul) que supuestamente está perdido y deciden ayudarlo. Cuando llegan al lugar, el misterioso médico decide ser uno de los primeros huéspedes del hotel, porque detrás de su actitud bondadosa hay algo más, existe un interés oculto por Lilith y su madre (embarazadísima de mellizos), por lo que intentará además capturar a Enzo con inesperadas inversiones en su proyecto de fabricar muñecas en serie(VER DETALLE MUÑECAS). Es que Lilith tiene un problema de crecimiento (genes recesivos) que la hace verse mucho más pequeña de edad ante los otros, y este científico es un experto en tratamientos genéticos. Con Eva deciden aceptar la propuesta de empezar a inyectar a la niña para que crezca. El cuerpo de Lilith empieza a responder, de manera lenta, pero violenta. Los efectos secundarios llegan (fiebre, urticaria, dolor, mucho…) y Enzo quiere agarrársela con Josef por haber tocado a su hija. Pero cuando se entera que Eva lo había autorizado y el parto de los mellizos se adelanta, se queda perplejo. Obviamente hasta ese momento nunca siquiera sospecharon sobre la verdadera identidad del médico. Pero sí lo hicieron otros como Nora (Elena Roger) una fotógrafa y bibliotecaria que está buscando a los jerarcas nazis escondidos en el lugar. En la película hay un trabajo sobre la otredad radicado principalmente en la mirada. Si bien los ojos denotan desconfianza (entre ellos) es curioso que justamente nunca sospechen del misterioso médico Alemán y sus verdaderas intenciones. También hay una preocupación por trabajar el paso a la adultez y el fin de la inocencia (primer beso, menstruación), marcado por las pérdidas que deberá sufrir Lilith, que aún juega con sus muñecas, y particularmente con una (WAKOLDA) que iba a tener un corazón pero nunca la terminaron. Paisajes desolados, abiertos, áridos, con una puesta cuidada y pensada de antemano, y una gran reconstrucción de época (vestuario, mobiliario, automóviles, etc…) “Wakolda” sigue afirmando a Lucía Puenzo como una de las noveles directoras con una impronta y poética propia. Además se afianza con esta cinta en la creación de atmósferas y climas, generalmente opresivos, que logran en momentos de revelación (como cuando acá se descubre la identidad de Mengele) generar una tensión única y propaladora. Si bien puede tildarse a la película por momentos de lenta, ese ralentie es necesario para poder ir creando el verosímil y la curva dramática hasta la secuencia final. “Wakolda” es una película necesaria para poder seguir reflexionando sobre la maldad en una de sus versiones más oscuras y la posiblidad de “humanizarlo”.
Un misterio oculto en parte de la historia argentina, la perversa relación entre un adulto y una menor, una trama de espionaje, la reacción de un pueblo ante la llegada de un sospechoso extraño; todos estos son los elementos que maneja Lucía Puenzo en “Wakolda”, basada en una novela escrita por la misma directora publicada tiempo atrás. Todas temáticas atrapantes, intensas, que permiten a priori profundidad en el relato, aunque a la hora de la concreción cinematográfica, esto no sea tan claro y fluido. Un doctor alemán (Alex Brendemühl) llega al Sur de nuestro país y se relaciona de inmediato con una familia, la de Enzo y Eva (Diego Peretti y Natalia Oreiro), y en especial con Lilith (Florencia Bado) la hija de doce años con problemas de desarrollo. Este hombre los acompaña en un viaje por la ruta, se inmiscuye cada vez más en la mecánica del grupo familiar, y al llegar a Bariloche, a regañadientes de Enzo, es aceptado como primer huésped de la hostería que el matrimonio intenta reabrir. Claro, estamos en 1960, y ese doctor no es uno cualquiera, es Josef Mengele, conocido médico genetista adepto al régimen nazi sobre el que se tejieron y tejen todo tipo de mitos, en especial sobre su ocultamiento en América Latina, entre otros lugares, la Patagonía. Mengele se oculta en la zona al igual que otros tantos nazis, es más, arman una comunidad (casi) secreta que les es propia, en donde se habla y se enseñan los dos idiomas, y en donde no parece haber mayores cuestionamientos. Ahí, Mengele “seduce” a todos, desde la niña con la que se obsesiona con experimentar sobre sus complicaciones de desarrollo, Eva con un embarazo complicado a cuestas y un pasado nazi que ayuda a “aceptar” y consentir la relación de Mengele con su hija, y hasta el ambiguo personaje compuesto por Elena Roger, una “cazadora” de nazis (quizás) enamorada de su posible presa. A la manera del Leland Gaunt de Max Von Sidow en “Tienda de los deseos malignos”, todos caen ante la aparente simpatía de un ser que detrás esconde un rostro perverso. El único que parece advertirlo es Enzo, a quien el visitante no alcanza a seducir, a pesar del esfuerzo que hace para lograrlo... Puenzo comienza el film con intrigas mayores, ubica las fichas necesarias para crear las expectativas de algo grande. Pero todos los elementos con los que contaba el argumento se diluyen más rápido de lo esperado. Más allá de un excelente trabajo en fotografía y rubros técnicos, así como una banda sonora acorde e interpretaciones sólidas, el interés por la historia no se sostiene, y rápidamente cae en la rutina de seguir al personaje central en sucesivos momentos de mayor o menor relevancia. Los personajes de Eva y Enzo no tienen el peso necesario en la historia, muchas de sus decisiones no parecen lógicas por el enfoque que el guión marca en sus roles. Lo mismo sucede con los cazadores de Roger y Guillermo Pfening quienes lucen contenidos, gélidos y no logran trascendencia en el relato, a pesar de que la tienen (dominan el lugar, en la práctica). Así como los personajes, la autora también parece enamorada de aquel ser siniestro hombre, y hacer girar todo alrededor de su figura, lo cual tal vez no permite profundizar en otras subtramas del relato que no terminan por despegar. No siempre abarcar más es hacer algo grande, y “Wakolda” pierde fuerza al querer tocar varias aristas con igual nivel de llegada y a diferencia de films como “Apt Pupil” (que transmitían un real pavor por quien se mostraba como amigable), podría decirse que toma una postura distante, de no juzgamiento; correcto desde lo moral, pero que termina enfriándola (acorde con el hermoso paisaje patagónico que ofrece de fondo).
Narra como una familia argentina en la Patagonia, es atraída por Mengele. Todo comienza en la Patagonia en el año 1960 cuando un matrimonio Eva y Enzo se dirigen junto a sus hijos al hotel que acaban de heredar y se encuentran con un hombre que pide ir con ellos en caravana cada uno en su coche, (en el sur hay un lema: no se deja a nadie solo en la ruta) y debido a la fuerte tormenta deben detenerse en una casa cercana. Una vez allí entablan un dialogo, un poco para sociabilizarse, de esa manera conocemos también los espectadores un poco de estos personajes. Este hombre es Josef Rudolf Mengele (actor español-alemán Alex Brendemühl), quien no tarda en meterse en sus vidas, resulta ser el primer huésped de la hostería frente al Nahuel Huapi, hasta paga por adelantando. Lo que ellos desconocen es porque se encuentra allí y a Enzo (Diego Peretti) desde un principio no le cae muy simpático, es mas en su rostro brilla cierta desconfianza. En la zona se comienza a vivir un clima extraño con la llegada de nuevos vecinos alemanes, igualmente existe bastante presencia alemana, Eva (Natalia Oreiro) es hija de alemanes y habla ese idioma, ella lleva a sus hijos a estudiar a una Escuela relacionada con sus orígenes, allí se encuentra con un viejo conocido de nombre Klaus (Guillermo Pfening). Este luego trabaja en el laboratorio junto a Mengele, por quien muestra una notable admiración. Lo que desconoce esta familia son los propósitos de Mengele y de quienes lo acompañan, este desde un principio puso su mirada en la adolescente de 12 años, Lilith (Florencia Bado), es la única hija mujer de la familia, diminuta para su edad, sus compañeros se burlan de ella. Este hombre como buen cazador esperando a sus presas sabe cuando dará el zarpazo, la estrategia que utiliza con esta familia resulta sencilla; sabe seducirlos con sus modales, elegancia, dinero y saber científico. Este es un thriller psicológico, se encuentra hablada en español y alemán, Lucía Puenzo primero escribió una novela y luego la llevó a la pantalla grande, aquí narra una parte de la historia de Josef Rudolf Mengele (1911-1979), médico y antropólogo alemán nazi, apodado “el ángel de la muerte”, un criminal de guerra que vivió durante 35 años en América Latina sin que jamás fuera capturado. Realizo experimentos con niños y mujeres embarazadas, con hormonas de crecimiento, entre otros. La realizadora nos entrega mucho suspenso e intriga, (similar a “El bebé de Rosemary” o alguna de Hitchcock o Stephen King), buen ritmo, la fotografía es impecable, explora muy bien los límites entre el Bien y el Mal, sus consecuencias, mezcla la ficción con hechos reales, técnicamente es impecable, mantiene al espectador atento a cada situación, a través de buenos planos y algunas de sus subtramas algunas más lograda que otras. Los actores logran lucirse: Natalia Oreiro juega muy bien su rol dramático como la madre que quiere ayudar a sus hijos, ya lo había demostrado en “Francia” (2009); Peretti como padre de familia, ellos juntos tienen química ya habían trabajado juntos en “Música en espera” (2009); un logrado parecido físico y hasta su mirada macabra del actor catalán Alex Brendemühl; en su debut frente a cámara actúa muy natural Florencia Bado; Elena Roger como Nora Eldoc (un agente israelí había llegado a la Argentina para encontrar Mengele) personaje que existió y mucho de los actores aprendieron a hablar alemán mediante fonética y se destacan cada uno en su medida.
Una forma de pensar que sigue ahí Que Wakolda, la tercera película de Lucía Puenzo, transcurra en las inmediaciones del Bariloche de los '60, entre nazis refugiados, es la anécdota (tenebrosa). Excusa que permite situar la acción históricamente (veramente), pero más aún como disparador de lazos que circulan hacia el presente. En este sentido, antes que una película sobre nazis, Wakolda es una película sobre lo nazi. Para llegar a esta abstracción, es decir, al concepto, el film de Puenzo cuenta su historia a la manera de una fábula: entre bosques, una niña, el lobo feroz. Ella es motivo de fascinación del médico de identidad escondida -se trata de Josef Mengele (Alex Brendemühl)-, quien buscará distintas maneras para acercarse. A la madre (Natalia Oreiro) a partir de su embarazo, al padre (Diego Peretti) desde su fascinación por construir muñecas: todas únicas, pero la tentación aparece. Señalar sobre la actuación sobresaliente de los intérpretes es atinado; pero mejor será pensar en cómo los retrata el cuadro cinematográfico, en cómo se les articula desde el montaje. Así, los cuerpos de Oreiro y Peretti son materia a examinar, a fragmentar, sinécdoques de sí mismos. La cámara de Puenzo los recorta, tanto como a las muñecas su padre diseñador, como si se practicaran las experiencias descriptas entre las páginas del cuaderno de Mengele. Por eso, el delineamiento narrativo, la progresión dramática, son aspectos que se sienten -se disfrutan-, desde una puesta en escena conciente, que sabe hacia dónde dirigirse. El desglose de personajes en Wakolda es consecuente, como no podía ser de otro modo, con el parecer físico de quienes interpretan. Oreiro como la muñeca bonita, de hablar alemán, educada allí donde también enviará a sus hijos; Peretti, preocupado por el corazoncito de la muñeca que diseña, es el rostro de nariz grande: también, como seña física similar, el rostro de Elena Roger en el de la bibliotecaria del colegio. Un desliz de -poca o mucha- lucidez se atisba en ambos. La bibliotecaria sabe dónde se guardan ciertos libros, pero la consulta requiere de una palabra mágica (Übermensch). Acceso privilegiado, que tiene sus cancerberos: hay secretos enterrados en forma de libros, de un rostro vendado, o de un búnker destrozado. También dentro de cajas con fotografías viejas, que la madre guarda celosamente. La nena protagonista, Lilith (Florencia Bado), ha tomado conciencia de su estatura baja. En el colegio, uno de los nenes la ayuda entre las miradas ajenas. Y le explica: "es un juego", mientras la mirada de los pequeños evalúa con números el desfile de sus compañeritas durante la natación. Ellos, también ellas, felices de numerarse. Que Wakolda sea sobre Mengele es lo más pero menos importante. Lo que termina por asomar -en un plano detalle justo, en la incisión de navaja sobre el marco de la puerta, donde los centímetros rubrican su razón valedera- es el despliegue de una manera de pensar que está, que anida, que siempre espera.
Me gustó Wakolda. Es una película diferente a las "exitosas" de este 2013. Es mucho más personal, es una muy buena historia bien contada, y es una realización mucho más personal. Destaco el clima que se genera en toda la película. Esto es gracias a una muy buena dirección y excelentes actuaciones en todos los niveles. Desde los chicos hasta los "consagrados". Incluye esto a Natalia Oreiro haciendo un papel diferente a los suyos siempre. Me gustaron mucho las locaciones y la reconstrucción. Claramente hubo un gran trabajo en la búsqueda de las mismas. Un lector puso que era una lástima que el hidroavión no hubiese sido verdadero... y como fana de los mismos coincido. Pero me tengo que sacar eso de la cabeza y es algo mejor. Maravilloso todo el trabajo sobre el "libro de apuntes" que es parte de la película y sirve para guiar la historia. No es una película interesante para multitudes, pero es un muy buen cuento para aquellos que "disfrutan" estas historias. Para mi vale la pena.
Algo está por pasar Adaptar una novela no debe ser tarea sencilla. Adaptar, encima, la novela que uno mismo escribió, parece mucho más complejo. Porque qué es lo que se decide cortar, eliminar, dejar de lado en la adaptación de lo que uno escribió y construyó como fundamental en el material de base. Y a Lucía Puenzo, pareciera, esa tarea le resulta sumamente complicada. Tanto, que termina estropeando los méritos parciales que una película como Wakolda tiene para ofrecer: buena reconstrucción de época, actuaciones sólidas, personajes complejos, un contexto social que sirve para trabajarlo a través de géneros cinematográficos como el thriller o el coming of age. Sin embargo la necesidad de abordar múltiples subtramas y apretarlas en 93 minutos, hace que la película luzca exageradamente plana, ahogada, sin generar las debidas tensiones que debería generar. El cine nacional tiene un problema fundamental en cómo se venden las películas. Sí, esto es arte y toda una serie de conceptos intelectuales que podemos hilvanar, pero en el fondo una película que se sube al circuito comercial no deja de ser un producto que se pone a consideración del cliente. Y Wakolda, en su tráiler, era vendida como un thriller con mucho misterio. Bien, uno debe analizar a una película por lo que es y no por lo que promete ser. Sin embargo, en Wakolda se nota mucho aquello de que la decepción viene por lo que se promete. Si bien Puenzo juega constantemente con elementos del thriller más psicologista, le falta la fuerza necesaria como para hacer que esa tensión tenga un peso físico en la pantalla y no se diluya vagamente. Por ejemplo, un error fundamental es darle al espectador, desde la previa, la información de que ese médico con el que se cruza la familia que va a manejar un hotel en Bariloche es Mengele. Así, la primera media hora de película carece casi de importancia. Pero el mayor inconveniente son, precisamente, esas subtramas que licuan el misterio hasta llegar a un final que se resuelve muy a las apuradas y desprolijamente. No tenemos sólo a Mengele y su relación con la hija de la familia (lo más interesante y mejor contado), sino también el hobby del padre y sus muñecas, la madre y su seducción por el médico y sus teorías sobre el trabajo genético, la violencia contenida de una comunidad como la de Bariloche, el espionaje judío sobre los nazis que andaban dando vueltas por el mundo, la voz en off que se pierde, la vida intramuros en un colegio alemán. Y siempre, de fondo, todo el tiempo, como si faltara algo, la Historia. Lo real, lo que pasó, lo que debería sostener el interés en la película. En eso, Lucía Puenzo vuelve al cine argentino de los 80’s y un poco al cine de su padre, donde lo irreprochable del tema impedía cuestionar las películas, y donde el exagerado uso de primeros planos terminaba por ahogar toda posibilidad del relato. Wakolda está contada sólidamente al comienzo (cuando los personajes se conocen), pero cuando empieza a estirarse y desarrollarse otras tramas, pierde fuerza notoriamente. El uso de primeros planos hablaría de un film concentrado, pero Wakolda es todo lo contrario. Es demasiado ambiciosa para concentrarse -sólo- en esa familia y ese alemán y en ese hotel. Un poco lo mismo le pasaba a la directora en El niño pez, aunque allí el descalabro era también estético. Aquí, por el contrario, las cosas lucen más controladas. El mayor inconveniente, decíamos, es que abre tantas subtramas en tan poco tiempo, que necesitaría de mayor espacio para que todo respire adecuadamente. Un ejemplo de eso se da en una escena que comparten el médico, la nena y el padre en un restaurante: antes de llegar ahí, habíamos visto un largo plano general del auto yendo al lugar (y habíamos visto demasiados largos planos generales de rutas y autos yendo a algún lugar), pero una vez que están en el restaurante, la escena va directo al hueso del diálogo y todo se resuelve velozmente. Duró más la preparación hacia ese momento, que el momento en sí. De esta forma, no se puede construir un clima acorde y los actores carecen del tiempo necesario como para no ser algo más que un cuerpo que tira frases importantes. Y así, Wakolda se diluye entre los dedos del espectador que espera algo que nunca pasa (y esa espera frustrada podría ser interesante si estuviera bien trabajada). Una película mecánica (primeros planos para los diálogos, planos generales para los paisajes) en un sentido narrativo, calculada y que apenas late un poco cuando las actuaciones hacen que tenga vida: especialmente Alex Brendemühl, quien construye a su Mengele desde lo mínimo, con miradas y un porte físico (que siempre son misterio), y es por eso que, a pesar de lo segmentado de las escenas, en pocos segundos hace que su presencia se torne indispensable para sostener una película bastante deshilachada.
Los títulos de crédito de Wakolda tienen como fondo el cuaderno de anotaciones y dibujos del médico protagonista, una serie de diseños inquietantes que me remitieron a la apertura de Dead Ringers, de David Cronenberg. En definitiva, el cuerpo de Lilith es una zona de intervención, un ensayo con la carne, como también parece serlo ese lugar al que llaman “la casa del vecino”. Y me pregunto qué habría sido del film de haberse jugado más plenamente por las ambigüedades del terror, allí donde los contornos de lo plausible pueden tornarse más elásticos. Me explico: creo que lo mejor de la película llega cuando ya estamos ingresando en su tramo final, con la visita a la fábrica de muñecas. Por primera vez el relato nos deposita en una dimensión más ominosa, y alcanza un brevísimo plano de una máquina en acción para sentir que nuestra percepción se enrarece. ¿Es tan solo plástico fundido? ¿Es algo más? Y luego vemos las hileras de empleadas que peinan a las muñecas construidas orgullosamente con... cabello real. La fábrica es la ideología transfigurada en razón instrumental. En ese espacio de orden y producción en serie retumban como en ningún otro los ecos de la Historia. Allí es cuando el científico -ahora devenido financista- impone definitivamente su talante siniestro, al tiempo que el film pretende extender el espanto hacia las escenas que vienen a continuación. Sin embargo, Wakolda no se arriesga. No perturba las vallas del género. Lucía Puenzo no está dispuesta a abandonar las garantías del drama-realista-que-aborda-una-cuestión-histórica-delicada, pero tampoco logra articular un verosímil lo suficientemente sólido como para sostener la tragedia y provocar alguna emoción. Aunque no me considero una fundamentalista de lo verosímil en el cine, esta película presenta tantos problemas en ese aspecto que resulta necesario mencionar algunos, al menos. Retomemos el punto del viaje a la fábrica de muñecas. Al regresar a la hostería, Lilith, su padre y Mengele se encuentran con que Eva ya dio a la luz a los mellizos. ¿Pero cómo nacieron? ¿Cómo se produjo el parto? Este es un bache importante del guión, y más si hablamos de personajes -como el de Oreiro- erigidos en base a su dependencia del saber médico. Luego tenemos la escena en donde Enzo y Lilith recorren “la casa del vecino” y escuchan sin problemas un cónclave nazi (lo que me recuerda a otro detalle absurdo: ¿cómo es que los archivos ultrasecretos que delatan a los criminales son confiados a unos impetuosos escolares que entierran superficialmente esas cajas en el jardín del colegio?). La enfermera tampoco colabora mucho cuando le habla a Mengele de su fuga, sabiendo que a pocos metros los otros la pueden escuchar. Así y todo, supongamos que estos últimos “descuidos” de los fugitivos alemanes se justifican por la desesperación que los embarga en ese momento. La gran incógnita de la película es: en medio de la tensión y la incertidumbre por los bebés recién nacidos en crisis, ¿cómo comprender que sus padres piensen en llamar a la fotógrafa en este contexto? Es posible que en esta lectura me esté equivocando, por eso aquí solicito la amable ayuda de los lectores. Tal vez se me está escapando algo clave (y no lo digo con ironía). ¿Ustedes entendieron que Oreiro y Peretti intuyen que Elena Roger puede saber quién es el médico, y entonces la llaman para desenmascararlo? Nada indica que ellos sepan que Roger es una espía, pero quizás creen que en su oficio como “archivista” ella tenga más información. Por otro lado, ¿es disparatado pensar que en los '60 se contratara a un fotógrafo para hacer un retrato familiar? Claro que no, pero sí es ridículo que esto ocurra en el centro de un clímax caótico como el que narra el film. Salvo que, como hipótesis extrema, esbocemos que el relato quiera denunciar el grado de enajenación de estos sujetos (¿los cómplices de la impunidad?), que están preocupados por una foto el lugar de asumir lo que acaban de vivir. Pero no tiremos más de la cuerda, pues hay un hecho concreto: llamar a la fotógrafa implica, básicamente, justificar desde el guión la presencia de Roger en el escenario de la revelación final. Es un giro resuelto sin convicción que, junto a los muchos ya señalados, no hacen más que impedir una y otra vez el vínculo con lo que sucede en la pantalla.
Es posible que el cine argentino se esté acercando a un periodo, digamos, “neoclásico”. Hay algunos elementos para pensar de que puede ser así a partir de cierto agotamiento de las ideas ya convertidas en fórmulas del Nuevo Cine Argentino que siguen sin convencer al público y parecen no estar convenciendo tampoco tanto, últimamente, a los mismos festivales de cine que fueron su motor principal en el mundo. Así, mientras algunos realizadores buscan nuevos acercamientos estéticos y narrativos al problema cinematográfico, otros parecerían pensar que es un buen momento para volver a “contar una buena historia”. Lo que muchos llaman: “el cuentito”. WAKOLDA es más que un cuentito: es una novela hecha y derecha, escrita por la propia Lucía Puenzo. Y la película tiene todos los condimentos que una adaptación literaria debe tener: sólido elenco de actores conocidos (locales y extranjeros), excelentes locaciones, una producción lujosa y muy buena reconstrucción de época. Narrativamente funciona como un relojito (algo quejumbroso, pero relojito al fin) y todos los hilos narrativos abiertos son cerrados con precisión quirúrgica. A la vez es una película un poco ahogada, programática, un guión ilustrado lujosamente que no respira del todo bien. Es, en ese sentido, una película que funciona como si el Nuevo Cine Argentino jamás hubiese existido. wakolda_21Apretando las distintas subtramas que tiene la novela, Puenzo cuenta lo que pasa, en 1960, cuando una familia argentina de origen alemán vuelve a Bariloche para montar un hotel y, en el camino, se cruza con un enigmático doctor alemán que se interesa en la hija de 12 años de la familia, quien no está creciendo como debería. Al doctor también le interesará saber que la madre está embarazada de mellizos. Sabemos que es un médico e investigador cuyos detallados cuadernos dejan en claro su interés por la investigación científica. Los que no lo sepan por la promoción del filme -que no oculta del todo el dato- pronto sabrán por la trama que es un célebre médico nazi… Natalia Oreiro y Diego Peretti son los padres de la niña en cuestión. Ella, de familia alemana, está interesada en dejar que el doctor ayude a crecer a su hija. El, que sospecha del enigmático médico, prefiere que el tipo no se acerque a ella, aunque el doctor encontrará una forma de “llevar agua para su molino” cuando lo ayude en la fabricación de las muñecas que el padre hace. La niña, en tanto, se mostrará interesada en que el médico la ayude a combatir esa falta de crecimiento, ya que en el colegio alemán de Bariloche se burlan de ella. Esto, para empezar. En apenas 93 minutos Puenzo apreta varias subtramas más: el embarazo de mellizos de Oreiro (que cobrará gran peso sobre el final), la vida de la comunidad alemana en Bariloche, una misteriosa casa vecina que habitan personas con las caras vendadas, el espionaje israelí a Eichmann (en la figura de Elena Roger) y varios etcéteras. Sobre el final todos estos hilos confluyen generando un pequeño caos narrativo que no termina de estar muy bien resuelto, pero que igualmente logra generar suspenso. wakolda2Clásica en su construcción aunque exigida por su trama, WAKOLDA es una película bien realizada pero intermitentemente efectiva, forzada por la necesidad de que todo “rime” de alguna manera con todo, desde los nombres de los personajes a los hechos históricos pasando por la coincidencia en tiempo de muchos elementos dispersos en la trama. WAKOLDA gana también por el excelente trabajo de los actores, en particular de la pequeña y pícara Florencia Bado, casi la única que no tiene expresión severa y de preocupación constante. Peretti luce perturbado y Oreiro se subordina muy bien a la trama actuando casi en voz baja a su personaje. El español Alex Brendemühl está también muy bien en el papel más difícil y rico de la película, ya que se trata de un personaje que oculta su identidad pero que, a la vez, no puede evitar revelarla en cada cosa que hace. La película cuestiona muy duramente la actitud de la comunidad alemana de Bariloche respecto al trato generoso y casi de adoración que tuvo con los nazis que vinieron al país. Y más allá de que en la trama deWAKOLDA haya mucho de ficción, ese trasfondo histórico es lamentablemente muy verdadero.
El monstruo con piel de cordero La novelista y directora argentina Lucía Puenzo se caracteriza por abordar temas que atraviesan la biología y la sexualidad en la adolescencia, con un punto de vista que rescata lo natural y espontáneo de esa etapa de cruce hacia el mundo adulto, tal como se evidencia en sus películas anteriores como “XXY” o “El niño pez”. En “Wakolda”, con una importante producción internacional, la joven directora presenta una historia ficcional ambientada en la Patagonia de los años sesenta, donde un oscuro interés -entre científico y afectivo- vincula a un médico alemán con una familia argentina de varios hijos que acaban de instalar una hostería a orillas del Nahuel Huapi y donde el misterioso personaje decide alojarse. La historia ficcional (basada en una novela de la directora) permanentemente entrecruza datos reales acerca del exilio de jerarcas nazis que después de la guerra eligieron la Argentina como lugar para ocultarse, prefiriendo el sur del país, donde contaban con admiradores y protectores. Puenzo pone su mirada en un tema complejo y controvertido como la presencia de comunidades filonazis en el sur patagónico en esa época y al mismo tiempo instala los temas que ya encontramos en realizaciones suyas anteriores que giran sobre las visiones primerizas del cuerpo propio y el de los otros. Una trama sustanciosa Semejante a la armoniosa mirada de la niña, donde solamente resalta su curiosidad y ganas de vivir, la directora se mueve con una asombrosa delicadeza sobre los aspectos escabrosos, creando imágenes estéticamente poderosas cargadas de sugerencias y doble sentido. Capa sobre capa, la película propone en sus 93 minutos varias líneas argumentales que permanentemente se entrecruzan y en algunos casos se refuerzan. Sobre todo se destaca el tratamiento de la personalidad de Josef Mengele, excelente interpretación del actor europeo Alex Brendemühl, y particularmente el vínculo que este personaje establece con la hija del medio del matrimonio, Lilith, de doce años, que tiene problemas de crecimiento y aparenta menos edad. El film destaca una atracción mutua entre esos dos mundos, similar al contraste de la bella y la bestia, porque el criminal -que no reniega de su pasado- sigue afirmando su fascinación por la armonía y la belleza. Otras subtramas potencian una atmósfera enfermiza acorde, como las comunidades cerradas, donde el colegio alemán es un microcosmos del nazismo, como también lo es la fabricación de muñecas artesanales con cabello humano, que replican los tenebrosos experimentos y manipulaciones que tuvieron en el doctor Mengele su máximo exponente. Con acento propio En “Wakolda”, sobresale el sólido elenco que sortea con muchísimo profesionalismo el desafío del idioma (más de la mitad de la película está hablada en alemán y subtitulada en castellano) y resultan verdaderas revelaciones el actor Alex Brendemühl y la jovencísima Florencia Bado. El paisaje nevado, con imponentes lagos y caminos rocosos, es el entorno ideal para una historia que se va poniendo cada vez más turbulenta, a pesar de que el ritmo de la narración se aquieta un poco luego de un arranque inmejorable en que se presenta a los personajes y su contexto. Finalmente, el film se acerca al formato del thriller con un desenlace cargado de tensión y suspenso, pero también es importante destacar que la película solamente por momentos funciona como un policial, porque su trama plurisignificativa es mucho más que eso, con sus yuxtaposiciones íntimas y perturbadoras, cargadas de una paradójica ambivalencia que la distingue de la obviedad de un acotado planteo maniqueísta.
Un Nazi anda suelto Años 60, solitario paisaje patagónico, y sobre él mismo se dibujan, una niña jugando y la observación silenciosa de un hombre parco, gris, su nombre Josef Mengele, nada menos...asì arranca la última película de Lucia Puenzo. Luego vendrá radicarse en Bariloche en simultáneo para la familia que componen Enzo, un artesano fabricante de muñecas (Diego Peretti notable), su esposa Eva (Una sorprendente, mayúscula Natalia Oreiro), sus tres hijos y a la par ese hombre alemán que han conocido en su ruta, y que es el citado genocida nazi que -se sabe- viene con otro "alias", ocultando así su verdadera identidad.Que el tipo mostrará una obsesión enfermiza por la hija mediana Lilith (la notable debutante Florencia Bado), quien algo diminuta para sus 12 años promete ser estudiada y ayudada en un pronto crecimiento por el perverso Dr. que ha venido haciendo sus estudios hasta el momento -asegura- solo con animales. Seguramente algunos espectadores recordarán cuando también el personaje fue conocido por la novela de Ira Levin pasando luego al cine en "Los Niños de Brasil" (1978, Franklin J. Schaffner) donde el feroz alemán era interpretado por un llamativo Gregory Peck. Aquí también se mostraban en parte las experimentaciones con niños para prolongar -en idea descabellada- la raza aria, también Mengele quería crear un nuevo Hitler de laboratorio. La directora argentina logra sin dudas su mejor filme hasta el presente, atreviéndose a narrar una historia sombría, de sugerente pesadilla psicológica, que también asoma su crítica al pasado cómplice de una sociedad argentina en virtud a estos inmigrantes desfasados, sin más recordar que en nuestro país se alojaron criminales como Adolf Eichmann o Erich Priebke. El filme trae una maravillosa fotografía, una inmejorable calidad artística en todo aspecto que la hace aún más valida y en lo referente a lo actoral hay que destacar la actuación del germano/español Àlex Brendemühl en el rol protagónico y una Elena Roger como espía fotográfica que es meritoria. Un filme recomendable claro...
La fatalidad del mal En Wakolda todos van hacia alguna parte menos la niña protagonista, que no tiene un futuro seguro porque una disfunción hormonal le impide crecer. La niña tiene la sonrisa triste de los sabios –la clarividencia que quema a quien la posee, esa atribución que moldea el espíritu, como un secreto íntimo o una fatalidad vergonzante– y también tiene la palabra. El misterio verdadero de la película de Lucía Puenzo no reside en la identidad del médico alemán, que se acerca a la familia de la chica y se instala en la hostería que los padres se proponen levantar en la ciudad de Bariloche, sino en la voz en off de la niña que reflexiona, con una melancolía y una resignación adultas. La directora muestra la suspicacia de sus compañeritos de escuela, la predilección que despierta en el médico y también la aprehensión muda de los padres que abriga como un halo a la pequeña freak, como si estuvieran protegiendo un secreto o el mapa de un tesoro oculto. Lo que no sabemos es qué pasa con la promesa de fragilidad desnuda que habita en esa voz, la infancia que se le arrebata a la lucidez (ya que ambas cosas, en el cine, siempre tienen una coexistencia difícil). Cuando ella dice, palabras más o menos: “Basta que me prohíban algo para que inmediatamente trate de hacerlo”, Puenzo señala allí un camino que enseguida clausura, siempre con la misma falta de gracia con la que muestra su juego para luego esconder las cartas en el mismo impulso. La aparición de la agente secreta israelí, que saca fotos de los antiguos docentes simpatizantes del nazismo que comprometen el historial del colegio, y que luego la cámara toma hablando por teléfono y mirando a los costados, como en una vieja película de espías, para dictaminar que el médico es nada menos que Mengele, hace derivar con desconfianza la narración hacia alguna forma de género que funciona como un ornamento, al lado de la decoración y el vestuario. Puenzo se juega todo al desempeño de los actores (excelente), al sorprendente academicismo de la puesta en escena sumado al gusto rancio de su historia de espionaje internacional. Wakolda hace bastante poco con su tema –o con sus temas, porque cuenta con varios y no parece tenerle mucha fe a ninguno–, como no sea ir declinando un tono tétrico de su idea del mal, cuya parábola empieza con una preadolescente observada en silencio por un señor extranjero y concluye más tarde de forma apresurada, en el fárrago un poco bufonesco de los nazis huyendo en un hidroavión que sale del lago y corta el cielo en una imagen deportivamente bella. Los fantasmas del mal de la película, esas figuras perdidas de la historia que resisten, no terminan de obtener un peso y una densidad cabales. Cada plano aprisiona un cuerpo, una cara, un dibujo –ese pasatiempo del médico por establecer un registro minucioso de cada objeto de su obsesión–, incluso un temblor – el del padre, que no entiende bien qué pasa, pero tiene claro que su hija es especial e intuye oscuramente que el padecimiento llama a un padecimiento mayor–, todo sin acertar nunca a relacionar ese malestar con la historia argentina o el orden social imperante. En alguna parte está el mal, pero, ¿en qué parte? Puenzo no lo dice. Está demasiado ocupada porque su película luzca sobria, contenida. Wakolda tiene una fotografía fría, muy pictórica, hermosa a su manera, como si quisiera representar el aspecto ciertamente sublime del mundo cuando el horror no se manifiesta pero sí lo hace la presunción de su existencia. Un modo de hacer las paces con el cine, para que siga acariciando los ojos del espectador y queden todos contentos. Más que a El niño pez (su película inmediatamente anterior) –que era irregular, tosca y bastante cursi, pero estaba más viva– Wakolda se parece a XXY en que se la podría definir como una historia de monstruos “de calidad”. Es decir, otra extravagancia poco sutil de la directora para agregar a la lista.
Wakolda, la última pieza fundamental del cine argentino La tercera película de Lucia Puenzo (XXY, El niño pez) nos da la impresión necesaria para saber que el cine argentino está a la altura de una película realizada en cualquier parte del mundo. Basada en su novela homónima, Wakolda relata una hipótesis de la historia de Josef Mengele (médico cómplice de las locuras de Hitler, apodado como el ángel de la muerte) y su paso por Bariloche, en donde se topa con una familia, con descendencia alemana, que está en camino a tomar el control de una hostería ubicada junto al Lago Nahuel Huapi. La situación le sirve a Mengele (Alex Brendemühl) para acercarse a la hija del medio de la familia, Lilith (el gran descubrimiento de Florencia Bado), por quien se siente atraído debido a la discapacidad que tiene para crecer la nena. Lucia Puenzo decide apostar por una gran historia, ambientada de forma muy cuidada y opulenta, remarcada con toda la belleza de Bariloche, que resalta la naturalidad y el cinismo con el que el nazismo se manejaba por aquella época. La directora sabe acorralar al espectador con lo que cuenta y con lo que omite, por lo que Wakolda es un muy buen thriller, y tiene todo el suspenso que le falta a Séptimo como para ser catalogada como una buena película. La/las historias nos acorralan en grandes espacios, y nos mantienen en vilo por las grandes interpretaciones que existen en la película. Podemos decir que otro merito de Wakolda es que Lucia Puenzo logra dirigir muy bien a sus actores, obteniendo solo lo mejor de Brendemühl y Bado, sino de Natalia Oreiro, Elena Roger, y Diego Peretti, en los papeles principales. Wakolda es una película muy meticulosa por donde se la mire. Lo más shockeante y exasperante es ver cómo trabaja Mengele, sin antagonizarlo intencionalmente, durante la película a través de su búsqueda por la perfección mórbida mediante los experimentos con los humanos. Los detalles que ofrece la historia son tan poco sutiles como escalofriantes, probando que la maldad del nazismo no conocía limite alguno. Una vez más, se puede apreciar que el cine argentino falla cuando se deben cerrar las historias, y acá tiene que ver que Lucia Puenzo decide abarcar muchas subtramas dentro de la historia principal; demasiado detalles que claramente tienen como objetivo enriquecer el cinismo de la historia, pero que se ven opacadas cuando quedan colgando, inconclusas hacia la culminación de la película. Una de las lecturas que se puede hacer sobre su final es el alto precio que se paga por mirar hacia otro lado, entre otras metáforas que posee toda la película.
Lejos del mundo de plástico Josef Mengele fue uno de los criminales nazis más tristemente célebres en la Argentina. Y Lucía Puenzo, luego de escribir la novela “Wakolda”, hizo la película para hacer foco en los delirios de Mengele. El resultado es más que logrado. Porque logró transmitir ese clima tenso y represivo de la década del 60 a partir de la cotidianeidad de una familia, con una ideología tan ingenua como conservadora. Esta es la historia de Enzo (Peretti, correcto) y Eva (Oreiro, cada vez mejor actriz), que van con sus hijos a Bariloche para abrir una hostería. Un encuentro casual con un médico alemán modificará sus vidas para siempre. El es un hombre elegante, seductor, pero terriblemente perverso (brillante rol de Brendemül). En ningún momento de la película se menciona que se trata del mismísimo Mengele, pero queda en evidencia. La necesidad por resolver los problemas de crecimiento de Lilith (buen trabajo de la debutante Florencia Bado) genera un vínculo con el doctor, que experimenta con hormonas de animales, pero su objetivo oculto es buscar la perfección en la especie humana. La búsqueda de la perfección atraviesa la cabeza de todos los protagonistas, y hay una metáfora muy sutil en un diálogo en el momento en que se aborda el tema de una fábrica de muñecas. Justamente, Wakolda es el nombre de la muñeca más querida de la adolescente Lilith, quien de a poco irá descubriendo que la vida real está lejos del mundo de plástico.
“Wakolda”, de la directora Lucía Puenzo, tiene varios motivos que la transforman en una buena película, pero también (y desgraciadamente) tiene muchos otros que nos hacen entender que “Wakolda” no es… una gran película. En 1960, un médico alemán (Josef Mengele, interpretado por el español Àlex Brendemühl), que escapó de Alemania tras la segunda guerra mundial, conoce a una familia argentina en la región más desolada de la Patagonia y se suma a ellos en una caravana por la ruta del desierto. Desconociendo la verdadera identidad del alemán, al llegar a Bariloche, Enzo (Diego Peretti), Eva (Natalia Oreiro) y sus dos hijos lo aceptan como primer huésped de la hostería que poseen, a orillas del lago Nahuel Huapi. Feliz en ese nuevo paraíso, tan parecido al paisaje que dejó atrás, el médico no siente urgencia por seguir su viaje. Ahora tiene otros intereses: esconderse allí de quienes persiguen a los nazis y trazar estrategias para mantenerse cerca de su propia presa: Lilith (la revelación Florencia Bado), una adolescente de 12 años y única hija mujer del matrimonio, diminuta para su edad. Aunque el extraño personaje les genera a los anfitriones cierto recelo, progresivamente se verán seducidos por sus modos, su distinción, su saber científico y sus ofertas de dinero. Wakolda no es… concreta. Basada en la novela de la propia cineasta, “Wakolda” es el nombre de una muñeca diseñada por Enzo y elegida por Lilith justamente por ser la más rara de todas. Esa muñeca, y la fabricación en serie, es la metáfora fundacional de la búsqueda de Mengele: la perfección de la raza. El film tiene puntos de contacto con sus anteriores trabajos (como el tema del despertar sexual y las obsesiones) pero abre tantas tramas paralelas que no termina de profundizar en ninguna y nos deja con gusto a poco y varias preguntas hacia el final. y pone énfasis en la fascinación que sienta Eva por el recién llegado y la desconfianza que, desde el comienzo, se va adueñando del padre de familia. Wakolda no es… la mejor actuación de Natalia Oreiro. Algo que le jugó en contra es el papel interpretado en “Infancia Clandestina”, en el cual se lleva todos los laureles. Era una comparación obligada y, para mi gusto, su mejor actuación hasta el momento. SI bien, en “Wakolda”, Natalia Oreiro vuelve a demostrar su capacidad actoral no termina de explotar en su personaje. Caso similar es el de Diego Peretti, actor al cual cada vez le exigimos más y no termina de cerrar en este filme. La culpa no es de ellos, sino de la fuerte participación que tienen los otros dos personajes: Alex (Mengele) y Florencia (Lilith) se roban cada una de las escenas y son el punto fuerte de toda la película. A destacar: el excelente trabajo de Natalia Oreiro hablando en alemán (el 60% de la película es hablada en ese idioma). Wakolda no es… detallista. Si bien la fotografía y las locaciones nos dejan boquiabiertos, hay detalles que rompen esa armonía. En muchas escenas, la nieve por donde circulan los autos o las personas parece espuma recién arrojada y la lluvia en muchas ocasiones es poco creíble. Por otra parte, un detalle mínimo: una escena de la camioneta de Enzo nos muestra una patente actual. Errores mínimos, descuidos, que no hacen al concepto global de una buena producción pero ensucian. Wakolda no es una gran película, sin embargo, el trabajo de Lucía Puenzo en cada uno de sus guiones es notable y la selección de actores ayuda muchísimo a la fluidez del filme. Por eso, “Wakolda” es una buena película para ver, analizar y dejar pasar.
Wakolda cuenta desde la perspectiva de una niña el encuentro con un misterioso hombre alemán que se relaciona con su familia y viaja con ellos hasta instalarse en la ciudad de Bariloche, en el marco de la comunidad alemana en la ciudad en el año 1960, cuando la identidad nazi entre sus integrantes era un dato insoslayable. Ellos se instalan en una vieja hostería familiar para recuperarla y ponerla en funcionamiento. El médico, que como cobertura monta un laboratorio para mejorar el crecimiento del ganado, no es otro que Josef Mengele. La atracción que ejerce inmediatamente la niña sobre Mengele se debe a que ella tiene claros problemas de crecimiento. La fantasía de la investigación en pos de lograr el cuerpo perfecto, armonioso se manifiesta en la insistencia de este misterioso médico en tratar a la pequeña Lilith. La madre había sido educada en la escuela alemana y su familia pertenecía a esa comunidad, mientras su padre es ajeno a ella. Los niños irán al mismo colegio que fue su madre. La tensión entre la atracción que la condición alemana produce en la madre, el sueño de ver crecer a su hija más allá de su desarrollo normal y cierto temor por esa presencia misteriosa, especialmente en el padre de la niña, son los elementos que articula la tensión dramática. Sobre la misma, Lucía Puenzo expone ideas complejas con gran sutileza y profundidad. En todo momento la realizadora evita la brutalidad narrativa de los juicios morales. ¿Qué mirar al mirar Wakolda? No hay dudas que la trama se sustenta en la presencia de Mengele y esa relación con la niña. Sin embargo la intromisión del jerarca nazi en la familia pone en evidencia condiciones particulares de los personajes que permiten pensar mucho más complejamente la historia lineal que surge del cuentito “Mengele ve una nena hermosa con problemas de crecimiento y recupera su sueño de lograr el cuerpo perfecto”. Lo que se abre allí es la situación del cuerpo de la niña, como un cuerpo capaz de desear. He aquí un nudo que explica y justifica perfectamente la adopción de un estricto clasicismo formal por parte de Puenzo. Ella apuesta a hacer evidente lo oscuro, lo hace visible, lo pone en el espacio de la ciencia, de lo luminoso, de lo racional. Todo lo que se oculta está visible. Puenzo apuesta a desarrollar el mundo de la “normalidad” y está allí, en la misma construcción de un espacio luminoso, donde se montan los sueños legítimos y los ilegales o las frustraciones parentales, donde el espectador logra ver lo que se esconde en el mundo cristalino y racional. Por otra parte, si la realizadora renunciara al clasicismo formal la perversidad de la relación entre la niña y Mengele oscurecería al resto de las ideas puestas en juego en la película. Esta decisión formal es la que permite que el espectador pueda encontrarse con las situaciones para pensarlas, descubrirlas y ver como en los entresijos de esa historia aparece la Historia y lo hace con mucha más naturalidad y sin la valoración moral que imponga una lectura única de la complejidad. Por supuesto que aparece el sueño de perfección del nazismo. Lo interesante aparece cuando se entrelaza en una relación especular entre el propio Mengele y su deseo de la belleza absoluta y el padre de la niña, que hace muñecas artesanales, cada día más reales, cada día más perfectas. Él diseña un corazón para sus muñecas. Mengele –en esta suerte de racionalidad banal y burocrática- le propone fabricarlas en serie. Y será ese padre que se resiste a aceptar al médico alemán el que se fascine al poder armar la primera de las muchas muñecas salidas de su propio sueño de perfección. El relato del doble –de algún modo el doppelgänger de la tradición alemana- es aquí una puesta en cuestión del sueño de la inmortalidad. El deseo que la madre proyecta sobre su hija, su pasado vinculado a la sospechada colectividad alemana y su admiración por el médico que parece dominar el saber del cuerpo, constituyen la tensión interior que vive este personaje. Ello permite a Natalia Oreiro desarrollar ese gran conflicto interior con una gestualidad serena, con una actuación rica en matices, que asume el temor maternal de la imperfección del cuerpo de sus hijos (la pequeña Lilith y los mellizos que están por nacer). Controlada, capaz de sostener la tensión más sobre las tramas personales que a partir de la historia real de la persecución de nazis en nuestro país, “Wakolda” cuenta con muy buenas actuaciones, especialmente la de Natalia Oreiro, que compone un personaje entre siniestro y maternal. Esos amores maternos que pueden producir marcas inolvidables aun sin quererlo.
En 1960 hubo un hecho que conmovió a la Argentina y al mundo: la captura, y posterior traslado, de Otto Adolf Eichmann. Argentina había sido refugio de nazis durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Se habían distribuido por todo el país, en especial, en aquellos lugares con cierta reminiscencia alemana como Bariloche y La Cumbrecita. Pero el sur, por su espacio desértico y agreste, atrapado entre montañas, lagos y glaciares, fue el albergue de los más recalcitrantes asesinos. La aprehensión de Eichmann, en Buenos Aires, puso en alerta a todos los que se guarecieron en el territorio argentino. “Wakolda” retoma el tema de los nazis en Argentina y lo hace a partir de la historia de una niña que comienza a transitar el camino de su adolescencia. Lo curioso de la pequeña protagonista (Florencia Bado) es que la guionista-directora, Lucía Puenzo, le pusiera de nombre a su personaje: Lilith, ligado a un demonio femenino. Lilit o Lilith es una figura legendaria del folclore judío, de origen mesopotámico. Se la considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según la leyenda, abandonó el Edén por propia iniciativa y se instaló junto al Mar Rojo, uniéndose con Asmodeo convertida en su amante. En el caso de “Lilith”, película de Robert Rossen (1964), protagonizada por Jean Seberg, Warren Beatty y Peter Fonda, el nombre define la narración y cuenta la historia de una paciente en un sanatorio para personas pudientes, que se comporta de forma misteriosa. Ella en su trastorno cree que existe algo mágico a su alrededor. Un nuevo terapeuta, llamado Vincent, con un pasado oscuro del que no habla, se siente atraído por la personalidad peculiar de Lilith. En “Wakolda” un médico alemán (Alex Brendemühl) perdido en la desolada Patagonia, conoce a una familia, y se suma a ellos, en caravana, por la ruta del desierto. El misterioso viajero, del que no se conoce filiación alguna, se convierte en el primer huésped de un hospedaje que inicia sus actividades en esa lejanía, administrado por matrimonio conformado por Eva (Natalia Oreiro) y Enzo (Diego Peretti). La hija de ambos, Lilith, siente fascinación por ese hombre mayor que la seduce y comienza a espiar sus movimientos. La atracción es mutua, pero por diferentes motivos. En el caso de él por estudiar el cuerpo de una criatura que no crece y su altura no es acorde a la edad. Y, en el de ella porque le intriga el personaje al que rodea el misterio. Poco a poco la relación entre ambos se intensifica, debido a los logros que alcanza el experimento que el médico realiza con la niña. Aunque el extraño personaje provoca en los anfitriones cierta desconfianza, progresivamente serán atraídos por su distinción, su conocimiento y sobretodo sus ofertas de dinero. Para ganarse la voluntad del padre financia una mini empresa de fabricación de muñecas, tomando como modelo a la “Wakolda” de la pequeña Lilitih. Éstas saldrán en serie, serán todas iguales como robots: blancas, rubias y de ojos azules. Poco a poco durante el desarrollo de la trama se comprende que éste personaje es nada menos que un famoso científico (Mengele) a cargo de la experimentación genética durante la dictadura de Hitler, que había emigrado a Sudamérica para continuar con sus investigaciones, en su descabellado intento de crear la raza aria pura. Lucía Puenzo se toma su tiempo para presentar a los personajes que ingresan en el territorio de una subtrama cuya temporalidad salta en elipsis de una escena a otra de modo desigual. Los instala sobre un tablero y los va mostrando como si fueran piezas, de un puzle, que a veces encajan correctamente y otras no. Ese mecanismo hace que el filme por momentos no tenga sustento, pierdan verosimilitud las secuencias y en especial la línea narrativa, y queden historias sin cerrar. A pesar de los altibajos es posible rescatar varios logros en él: excelente actuación del actor catalán Àlex Brendemühl, (en su rol de padre sustituto-médico-empresario), la labor de la niña Florencia Bado, y los lucidos trabajos secundarios de Natalia Oreiro, Diego Peretti, Elena Roger, Guillermo Pfening, Ana Pauls, Alan Daicz, Abril Braunstein, Juani Martínez; como así también los más importantes elementos del rubro técnico: fotografía de Nicolás Puenzo, dirección de arte de Marcelo Chaves (muy buena reconstrucción de época), música de Andrés Goldstein, Daniel Tarrab. En la filmografía de Lucía Puenzo, tres filmes, es interesante observar su preocupación por el mundo adolescente en su búsqueda de identidad, de auto marginación, el descubrimiento de un cuerpo que se va transformando, la sexualidad y el amor. Tanto en “XXY” (2007) como en “El Niño Pez” (2009) la narración se internaba en estas problemáticas, al igual que en “Wakolda”. Por otra parte lo que caracteriza a Lucía Puenzo es la frialdad de su imagen. Es como si el espectador se internara en una gélida pantalla y participara con la directora de la disecación de los personajes. “Wakolda” es el claro ejemplo de lo que no fue. Sobrecargada de meta- mensajes pierde su objetivo. El filme de este modo se torna una intriga internacional en la que no faltaron suspenso ni acción, alrededor de una muñeca que a la vez es una metáfora siniestra sobre en lo que hubiera podido convertirse el hombre bajo el dominio de Hitler.
De la mano de la realizadora de la gran “XXY” (2007) y de la no tan gran “El Niño Pez” (2009), llega, no solo su película más cara (un alto presupuesto muy bien utilizado, en lo que se destaca la excelente reconstrucción de la época así como la muy buena utilización de los efectos especiales, rescato el plano final y toda la secuencia de la lluvia del comienzo) sino también su película más clásica hasta la fecha. Centrándose en la experimentación que el médico nazi Mengele hizo con el personaje de “Lilith” (Florencia Bado), mediante la utilización de diversas sustancias buscaba hacer que Lilith pueda crecer, a su vez se despliegan diversas subtramas a lo largo del metraje, como la caza de nazis, el despertar amoroso de la pre adolescencia, entre otras. En la forma de estructuración que tiene la película radica lo que no está muy logrado de la misma. Podemos dividir a la historia en dos procesos muy importantes, la experimentación de Lilith contemplada por “Eva” (Natalia Oreiro) pero desconocida por “Enzo” (Diego Peretti), y todo el proceso por el conocimiento de la verdad que realiza Enzo. La primera parte se caracteriza por un tono más descriptivo de lo que sucede, pero nunca con una mirada crítica del trabajo de Mengele (esto es uno de los principales logros de la película). Esta parte es la que tiene el mayor peso del film y nunca decae. Logra seguir manteniendo el interés mediante el desconocimiento por el futuro y por su ritmo creciente. El problema comienza cuando arranca la segunda parte. Una parte que ya se va para el lado del thriller, pero sin perder (y sin la misma intensidad) lo interesante de la primera fracción. En esta segunda parte tenemos el proceso que hace Mengele para ganarse la confianza de Enzo y, a su vez, como este último llega a desconfiar del Doctor. Lo conflictivo radica justamente en esto, tenemos una segunda parte que, si bien cierra la película, no llega al nivel de intensidad dramática que alcanzó la primera, haciendo que flaquee la narración. Si bien uno no pierde el interés, se siente una conclusión un tanto precipitada. En este tercer largometraje, nos encontramos con una Lucía Puenzo que ya pudo definir su propio estilo. Es una directora que toca temas complicados (“el ser diferente”, en “XXY”, o la experimentación en humanos, en “Wakolda”) pero sin caer en la crítica y en lo morboso, permitiendo que el espectador saque sus propias conclusiones acerca de lo que vio. Por último, cabe destacar las actuaciones de los chicos (me hizo recordar al cine de Truffaut con el tema de “niños-adultos” que planteaba) y al uso del idioma extranjero que está muy bien recitado.
La última película de Lucía Puenzo, basada en el libro homónimo de su autoría, trabaja además de ese tema recurrente en su filmografía que es la adolescencia, con la idea del cuerpo individual como microcosmos de un cuerpo social. Ambientado en los años ’60, el film retrata la relación entre la familia de Enzo (Diego Peretti) y Eva (Natalia Oreiro) con un doctor alemán (Alex Brendemühl) que insiste en ser el primer huésped de la hostería en Bariloche que están reabriendo. El doctor Menguele se siente atraído científicamente por la hija del medio de la pareja, Lilith (Florencia Bado), quien sufre de un retardo en su crecimiento. Por todos los medios (económicos y emocionales) busca ganar la confianza de sus padres para que le permitan realizar un tratamiento con hormonas de crecimiento. Paralelamente se va desarrollando la trama de espionaje, donde Klaus (Guillermo Pfening) es un aliado al régimen nazi y su novia Nora (Elena Roger) es un agente encubierto del Mossad. Algunas simbologías en el film son más sutiles que otras, aunque todas efectivas. Por un lado, está la profesión de Enzo como artesano de muñecas. Uno de los medios con que Menguele lo seduce es la oferta de producir estas muñecas (únicas en tanto artesanales) en una producción seriada y perfecta. La transformación de la morocha muñeca Wakolda en muñecas perfectas, rubias y de ojos claros, es una analogía no muy sutil de la obsesión por la raza aria.Por otro lado, está la cuestión de los nombres. Eva ha pasado a la historia como la primera mujer. Pero en la mitología esto no es así…de hecho existió una primera esposa de Adán, llamada Lilith, que fue expulsada del paraíso (y posteriormente convertida en demonio) por su falta de sumisión. Es llamativo que madre e hija en el film compartan estos nombres y que uno de los primeros diálogos de Lilith haga referencia a su desobediencia. Eva, por su parte, es una mujer bella que está obsesionada con la perfección, y esto es lo que le permitirá a Menguele entrar en su hogar y experimentar con su familia. Uno de los mejores logros de Puenzo es la ambigüedad que logra en sus personajes: el de Brendemühl genera casi en igual medida una fuerte atracción como una repulsión, al igual que el personaje de Oreiro. Aún más interesante es el rol de Bado, quien pese a su desobediencia, genera una empatía casi inmediata con el resto de los personajes (excepto aquellos más maniqueos – los “niños pronazis” de la escuela-) y, fundamentalmente, con el espectador. En este juego de seducciones ambiguas permanentes (propio, por otro lado, de los films de espionaje) se juega el fuerte de la película. El punto central es que Menguele en ningún momento obliga a sus pacientes a que se sometan al tratamiento. Esa experimentación en el cuerpo individual, rayano en la tortura, tiene su correlato en las relaciones sociales que muestra el film. Una comunidad que esconde su “pasado” pronazi bajo un manto de silencio pese a que todos lo conocen, una escuela obsesionada con el orden, donde los alumnos son sumamente crueles; una relación amorosa entre Roger y Pfening donde la amenaza está siempre subyacente; una madre que ama a sus hijos, pero desea que sean perfectos… Es el cuerpo social enfermo el que determina qué cosas son una anomalía, remarcando de este modo una hipocresía intrínseca. Wakolda es un film para ver y rever, porque lo que en la superficie parece muy sencillo en cuanto a su trama argumental, esconde, también, una gran profundidad de debates y reflexiones que la sociedad se debe a sí misma. Esta entrada fue publicada en Cine y etiquetada Alex Brendemühl, Diego Peretti, Elena Roger, Guillermo Pfening, Lucía Puenzo, Natalia Oreiro, Wakolda por Rocío González. Guarda enlace permanente.
Una pava nazista sin hervir Lucía Puenzo logra ambientar notablemente la narración, valiéndose de su capacidad técnica y correctos recursos estéticos para darle un tono dramático y fino a la fotografía del film. Pero a veces, lo que resulta apreciable para la óptica humana, no se condice con la línea argumental. Wakolda nos remite a la historia de Lilith (Florencia Bado en destacable actuación), una niña de 12 años con problemas de crecimiento. Sus padres (Diego Peretti y Natalia Oreiro) hospedan en su hostería a un misterioso médico alemán (Álex Brendemühl). Éste, en la piel del acérrimo y perverso nazi Josef Mengele, parece obsesionarse con la pequeña a fin de someterla a tenaces experimentos que la ayuden a ganar unos centímetros más de longitud. Difícil de descifrar, el alemán intenta seducir y subir escalones en confianza desembolsando efectivo sin tapujos, ya sea por adelantado para su alojamiento o bien invirtiendo en negocios asociados a la familia. Pero hay algo que nunca cierra, y el flanco siniestro del doctor se va descubriendo poco a poco. Con una dinámica lenta, mansa pero sin aburrir, Wakolda se toma su tiempo para enlazar y enganchar plenamente al espectador. El relato encuentra su punto de equilibrio llegando a la mitad del metraje, pero luego empieza a decaer mientras se ahoga en su dificultad para cambiar de marcha, quizás en su afán por abarcar varios subtramas como el paso hacia la adolescencia y la mirada despectiva hacia el otro, elementos que más allá de estar bien contados, enfrían el eje central de la cinta. Un drama que goza de interpretaciones creíbles y afable pulso, con rasgos de buen cine y un trabajo de fotografía virtuoso. Un producto que de tan cuidadoso falla a la hora de cosechar suspenso, dejando una sensación de desaprovechamiento, sobre todo en lo que respecta a la tensión que se podría haber suscitado si se hubiesen pulido mejor las escenas en donde el personaje encarnado por Brendemühl debería invocar al horror y a la monstruosidad tan aberrante que formaron parte de su ser. LO MEJOR: dirección, ambientación, actuaciones. Gran calibre técnico. LO PEOR: decae con el correr de los minutos. Falla cuando debe generar tirantez. PUNTAJE: 5,6
Hay films cuyos valores de producción prometen algo que, finalmente, no cumplen. Wakolda es uno de ellos: la historia gira alrededor de la presencia de Josef Mengele, brevemente, en Bariloche, y su relación con una familia que se ve poco a poco coptada por la magnética figura del genocida, sin conocer su verdadera identidad. En realidad, hay muchas historias en la película: el núcleo es la fascinación de la hija de esa familia (una chica de doce años que parece de ocho) con el hombre, que la utiliza para experimentar con hormonas de crecimiento (aunque bien podría hacerlo por amor a la belleza, por una fascinación morbosa). El problema es que este núcleo prometedor aparece compitiendo con varios (muchos) hilos narrativos demasiado abigarrados, mostrados sin intensidad, datos de un libro al que nadie quiso cortarle una coma. Algunos, además, generan un subrayado grosero, como si el espectador no comprendiera el paralelo entre el padre que quiere crear la muñeca perfecta y Mengele experimentando con la genética. Incluso la situación final, que incluye elementos para un buen film de terror, aparecen desperdigados como apuntes, hilvanados más que integrados a la trama. Las buenas actuaciones y los paisajes hacen que el film no sea invisible. Su problema es ser la ilustración de un libro y no una película en todo su derecho, como si el cine fuera, aún, un arte menor.
Proyecto ambicioso con una mezcla de géneros Wakolda es el nombre de una muñeca de Lilith, la hija de Enzo y Eva. En el inicio del filme, el matrimonio y sus tres hijos viajan rumbo a Bariloche para reabrir la hostería que los padres de Eva, de origen alemán, tenían a orillas del lago Nahuel Huapi y estaba cerrada desde su muerte. En el trayecto los viajeros se topan con un extranjero que dice llamarse Helmuth Gregor y les solicita sumarse a ellos con su automóvil, porque su destino también es la ciudad de los lagos. A Gregor le atrae la figura de Lilith, quien tiene doce años y un cuerpo de ocho por ciertas deficiencias de crecimiento. Ignorando la verdadera identidad de Gregor, Enzo y Eva, quien está nuevamente embarazada, aceptan que sea el primer huésped de la hostería. Y paga seis meses por adelantado, por razones que se conocerán más adelante. Gregor se presenta como médico y se ofrece tratar a Lilith, porque dice poseer medicamentos que le permitirían acelerar su crecimiento. A esa altura del relato ya existe cierta fascinación de Gregor por Lilith y de ella por él, que también alcanza a Eva. La historia se desarrolla en 1960, en coincidencia con el secuestro de Adolf Eichmann, que conmueve a muchos nazis refugiados en el país. También a Helmuth Gregor, porque detrás de ese nombre se esconde el criminal Joseph Mengele, conocido como el "Angel de la Muerte". Mengele ingresó al país el 28 de agosto de 1949, ligero de equipaje, pero con un maletín del que no se desprendía nunca. Y vivió en Buenos Aires y en la zona norte del Gran Buenos Aires hasta 1959, cuando desapareció y se sospecha que se radicó durante algunos meses en Bariloche. En la película, la relación de Gregor con Enzo, Eva y Lilith posee en los tres casos un doble objetivo. Con Enzo, para poder permanecer en la hostería y así mantenerse cerca de su hija y su esposa. Además le atraía su profesión de reparador de muñecas, que fueron una de las obsesiones de Mengele, a tal extremo que en Buenos Aires fundó una fábrica de juguetes. Lilith le permitía desarrollar sus experimentos genéticos y alimentar su malsano "lolitismo". Pero su verdadero objetivo es Eva, desde que toma conocimiento de su embarazo de gemelos. Porque la naturaleza de la gemelidad fue otra obsesión de Mengele. En Alemania la manipulación genética fue uno de los sueños del Tercer Reich. La directora adaptó su propia novela Wakolda. Y aunque eliminó algunos segmentos, conservó subhistorias que tienen un desarrollo esquemático o insuficiente. Por caso la de los chicos que esconden documentación nazi; la fábrica de muñecas, que deviene en metáfora demasiado forzada; y la complicidad de la comunidad alemana con jerarcas nazis que se refugiaron en el país en la posguerra. Wakolda es una película ambiciosa y una deliberada mezcla de géneros. Posee una correcta factura técnica, y buenas actuaciones, en especial del catalán Alex Brendemühl, Natalia Oreiro y la niña Florencia Bado. Sus mayores defectos son algunas inconsistencias argumentales y de montaje, su afán de abarcar demasiado. Lo mismo ocurre con el suspenso que debía ser uno de los motores del filme, ya que nunca alcanza la intensidad que cabía esperar y que la propia película promete desde su inicio.
Conviviendo con la muerte La película argentina preseleccionada para competir por un lugar en la terna de Mejor Película Extranjera en los próximos Oscars, generó cierta división entre los críticos y el público que pudo disfrutarla. Están los que no gustaron del film por el personaje nefasto que trae a la vida y por el tratamiento cinematográfico que se le dio a ese personaje (adaptado) para calar con la trama. Después están los que la alabaron por la sobriedad de la puesta, las buenas interpretaciones y el buen manejo del suspenso que presentó. Como todos sabemos, el gusto cinéfilo es muy diverso y no siempre vamos a estar de acuerdo en cuanto al contenido de la trama y el género, pero hay cuestiones que van más allá de esto, como por ejemplo los aspectos cinematográficos que hacen a un producto fílmico de calidad. En este apartado creo que Lucía Puenzo tiene un gran oficio para hacer cine, un ojo muy talentoso para la elaboración de escenas y le imprime una dosis fuerte de internacionalización a sus trabajos. No es el tipo de directora que se enfoca en lo cotidiano, en lo popular, en lo mainstream; se anima a mucho más a pesar de que no siempre saque algo maravilloso de la galera, por eso me gusta y le doy gracias. Puntualmente sobre "Wakolda", creo que es algo intermedio entre la irregular "El niño pez" y la excelente "XXY". La temática de "Wakolda" es interesantísima, nos presenta a una familia del sur argentino a principios de la década del '60 que sin saberlo estuvo conviviendo con uno de los criminales de guerra nazi más buscado de todos los tiempos, el mismísimo Josef Mengele, el "ángel de la muerte", responsable de la muerte de miles de personas sometidas a sus experimentos genéticos. Por ahí venimos de 10, el tema es que Puenzo optó por una dinámica más convencional para contar la historia, sin ese sello volador de cerebro que utilizó en "XXY", que obligaba al espectador a pensar y repensar sus paradigmas. Con "El niño pez" también planteaba de alguna manera ese ejercicio aunque de una manera más irregular, pero con "Wakolda" sentí que se fue por una senda más segura, menos arriesgada y por lo tanto, menos espectacular finalmente. Sí, estuvo el tema de la manipulación genética que es super interesante, pero no se desarrolló en todo el esplendor que podría haberse hecho. Lo mismo con las relaciones entre los distintos familiares con el doctor, se me quedaron un poco cortas. En conclusión, creo que es una buena película, para disfrutar de un producto argentino bien hecho, aunque no creo que sea maravillosa.
En un año excelente para los cines argentinos, tanto en el aspecto comercial como en la producción nacional de contenidos, faltaba la frutilla del postre que se erigiera como la mejor película argentina del año. Ese es el lugar que viene a ocupar “Wakolda” de Lucia Puenzo, sin dudas. Basada en una historia real, encastrada históricamente de forma muy precisa, dirigida de forma magistral y actuada de forma convincente, el más reciente trabajo de Puenzo viene a imponerse como uno de los films de suspenso más interesantes que supo ofrecer en los últimos años el cine local. Sobre su argumento se puede hablar muy poco debido a que gran parte de la magia del film descansa en el misterio que siembra un personaje en particular (interpretado de forma impecable por Alex Brendemül), como así también en la tensa, dinámica y, por momentos, pervertida relación que establece con Lilith, interpretada por la joven, talentosa y debutante Florencia Bado. “Wakolda” se sostiene desde el minuto cero gracias a la complejidad y el fino trabajo que realizó Puenzo detrás de las cámaras y en el guión para unir a estos dos personajes de forma tal que el espectador no pueda sacar los ojos de la pantalla. La madurez de la realizadora le permitió en este caso jugar todo el tiempo con una relación entre ambos personajes que ofrece un hilo muy fino que roza lo perverso, lo amoroso, lo familiar y controvertido, sin dejar en ningún momento de ser seria, eficaz y necesaria para narrar la historia. Por si fuera poco todo el grupo de actores que completan el reparto de esta producción cumple con creces sus objetivos, dejando muy en claro que casi no existen personajes irrelevantes en el relato. Natalia Oreiro (quien sorprende hablando alemán con total naturalidad), Diego Peretti, Elena Roger y Guillermo Pfening son pilares donde “Wakolda” también suele apoyarse cómodamente en el trascurso del relato sin perder su ritmo ni su intensidad que la caracteriza desde el inicio. Dichas características, obviamente, son intrínsecas al perfecto trabajo que realiza Lucia Puenzo detrás de las cámaras, donde no solo vuelve a demostrar su excelente pulso para trabajar con actores en roles difíciles, sino que también ofrece un repertorio de calidez técnica de factura imperdible. La fotografía de “Wakolda” es imponente, los escenarios y el montaje son impresionantes y la música digna de un gran thriller son algunas de las riendas que Puenzo utiliza para mover esta impresionante producción que no deja de ser polémica. Y ese es otro acierto que presenta esta película: Su historia se centra en una etapa de la historia argentina bastante turbia y socialmente olvidada por la mayoría. La relación de nuestro país con Alemania antes, durante y posterior a la segunda guerra mundial tuvo como resultado una importante convergencia cultural debido a la cantidad de exiliados, como así también de personajes nefastos del nazismo, que se insertaron sin problemas en nuestra sociedad bajo el amparo de ciertos representantes políticos locales y con el consentimiento de ciudadanos comunes y corrientes. Sin ir más lejos, toda esta situación provocó que varios organismos de investigación de diferentes países del mundo vieran con ojos sospechosos a la Argentina, convirtiéndonos en un tablero de ajedrez donde se jugaron movimientos muy importantes con relación a la búsqueda de los responsables de uno de los mayores genocidios de la historia contemporánea. Hacía mucho tiempo que el cine argentino no se encargaba de reflejar esta situación histórica, quizás debido a la precisión histórica que demanda dicho desafío, como así también por cierto temor a contar un secreto a voces que innecesariamente con el paso de los años varios gobiernos intentaron tapar. Por eso mismo, otro de los grandes méritos de Lucia Puenzo es ponerle la firma a un guión más que interesante y dinámico, basado en el libro homónimo que la realizadora escribió hace un par de años con ayuda de un reconocido historiador. En definitiva, “Wakolda” es la mejor película argentina de lo que va del año, gracias a su excelente reparto, su imponente apartado técnico y la impecable dirección de Puenzo al servicio de una historia que logra atrapar al espectador debido a su precisión histórica y a la ambigüedad, seriedad y subjetivismo con el que toca temas muy complicados y difíciles. Puenzo sale triunfando de este enorme desafío y “Wakolda” sin dudas se perfila como una de las favoritas para representar a nuestro país en algunos de los certámenes internacionales más importantes que quedan de aquí hasta el final del año. La visión de este film es casi una obligación. Una muestra enorme y clara de la calidad a la que puede aspirar el cine local en estos tiempos de cambios favorables para la industria.
El nazismo, guste o no a quiénes buscan mirar hacia otro lado cuando se menciona cierto capítulo del pasado argentino, tiene parte de su historia (el epílogo o anteúltimo acto, quizás) en la Argentina, cuando decenas de jerarcas, soldados y ministros varios huyeron hacia la Patagonia en busca de una nueva identidad y vida oculta. La huella que dejaron allí fue sutil, buscando pasar desapercibida, pero algunos, como Adolf Eichmann, fueron descubiertos y, secuestro del Mossad de por medio, llevados a la justicia. No es el caso de Josef Mengele. La historia de Mengele agrega a la tragedia y aberración científica un capítulo indignante adicional, que es el de la incertidumbre: tras un breve paso por el sur de nuestro País, se sabe que huyó hacia Brasil, donde la versión oficial indica que años después murió ahogado. Nunca se supo (y jamás se sabrá, posiblemente) cuánta hay de cierto en esta afirmación. De esta incertidumbre parte Lucía Puenzo, con una historia por demás superior a las que venía realizando: no sólo es mejor que sus dos anteriores películas, XXY y El Niño Pez, sino que es, con mérito propio, una buena película, por más que peque de algunos problemas de ritmo. La narrativa se focaliza a través de los ojos de Lilith (Florencia Bado) una niña con un problema de crecimiento que sus padres no ignoran pero asumen no tiene solución. Al menos ese parece ser el caso, hasta que un amable inmigrante alemán entra en escena buscando trabar amistad con la familia, aunque escondiendo algún que otro secreto siniestro. El resto de la trama, si bien es predecible, mantiene el suspenso y el desgarro de la deshumanización médica cuando elige jugar con el cuerpo humano. Wakolda no será recordada como una pieza fundamental de ese casi subgénero cinematográfico que es el del nazimo y sus consecuencias, ni mucho menos pasará a la historia como un clásico del cine nacional de esta década, sin embargo es un más que digno exponente del cine de industria que parece estar resurgiendo, y como tal merece ser vista en la pantalla grande.
La solemnidad gana la partida La temática no se ha filmado mucho: la estadía de los nazis en latinoamérica luego de la Segunda Guerra Mundial, y la complicidad de ciertas regiones para ocultar su paradero. Eso es lo que trabajaba la novela de Lucía Puenzo y lo que se cuenta en el film. También "Wakolda" nos muestra otros temas, aristas llamativas de la naturaleza humana que son de índole universal. Ya sea la fascinación por las personalidades misteriosas, el mundo adolescente o el poder de la seducción, estas cuestiones sufren el peso de la Historia en la película y quedan ancladas en un lugar que hace difícil discutirlas más allá de su relación con aquella época. Al cine argentino, se sabe, le pesa mucho el pasado. Adrián Caetano en "Crónica de una fuga" o Benjamin Ávila en "Infancia Clandestina" -por citar algo más reciente- supieron hacer del momento más revisado de nuestra historia películas en las que el pasado no pesa y que en cierto modo terminan siendo atemporales. La clave puede estar en evitar que ese peso inunde el relato y que lo que estemos viendo sea una historia más. Cuando la Historia con mayúsculas se apodera del camino, la solemnidad gana la partida y la seriedad extrema se vuelve el código de trabajo. Hay demasiada seriedad y peso en "Wakolda"; demasiado misterio. Lo cierto es que durante la primera hora de metraje no sucede nada. Conocemos a la familia, al extraño y perturbador médico que se introduce en sus vidas. En el fondo, un hotel, una escuela y Bariloche. Y no sólo nada acontece, sino que lo que pasará y las relaciones que se tejerán se adivinan muy de antemano. Aunque no parezca posible, este bajo nivel de sorpresa se ve estancado por la seriedad de las interpretaciones. Elena Roger parece salida de una película que se hizo hace 40 años; Natalia Oreiro está desaprovechada y se la ve exagerada y maquillada en exceso; a todo esto Diego Peretti lucha contra un film que se cae. Y lucha en serio. Levanta la voz, imprime emoción y verdad como un padre que sufre en un contexto en el que todo es frío y automático. Lo que hace Peretti, algo más inconsciente que otra cosa, es parecido a lo que intentaba Sofía Gala en "Todos tenemos un plan". La hija de Moria se sacudía sin cesar y llenaba de vida una producción presa de su género, su condición y expectativas. Las comparo porque con ambas me hice la misma pregunta: por qué no me llama esto? Ni "la del Viggo argentino" ni "Wakolda" son malas películas, pero de fondo hay una triste situación pues son piezas que tienen más para dar y no hacen ese esfuerzo. Es triste además porque son los estrenos nacionales que llegan a la mayoría de los países del mundo y fuera del circuito independiente de festivales, es esta la idea que está quedando de nuestro cine. No somos esto. No somos puro pasado que sigue volviendo ni producción industrial con falta de vuelo. Hay que confiar menos en lo que tenemos y ser más rigurosos. En "Wakolda" Lucía Puenzo pone a un montón de extras a cantar en alemán y se nota con claridad que muchos no lo están haciendo o no lo saben. Por otro lado, la relación entre Mengele (Alex Brendemühl) y la debutante Florencia Bado, centro del relato, tiene escenas para desarrollar más, para exprimir, y se queda corta. El final, épico (o al menos así se pretende), una vez que la película cobró interés y aires de thriller muy tarde, tiene a un personaje mirando algo sin seguirlo bien con la mirada. Hay que cuidarse. El aplauso fácil no nos hace crecer.
Publicada en la edición digital #256 de la revista.
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A modo de apunte previo y de contexto, el estreno de Wakolda sirve también para dedicarle un par de líneas a su directora. Lucía Puenzo es un caso pocas veces visto que reúne talento, inteligencia, belleza, juventud y, por consiguiente, un largo camino por recorrer en el mundo del arte. Se hace mención el arte en líneas generales y no sólo al cine, porque Puenzo además de dirigir bastante bien, escribe novelas como los dioses. Dueña de una prosa que atrapa fácilmente, se puso detrás de cámara para darle formato de pantalla a uno de sus libros, tarea nada sencilla habida cuenta de los ejes centrales de la trama. La película está ambientada a comienzos de los 60 en el sur argentino, y el inicio está marcado por el arribo de un alemán que llega de manera misteriosa, y obtiene alojamiento en una hostería que regentea un matrimonio joven con una hija. El recién llegado es nada menos que Josef Menguele, el siniestro nazi que tenía la obsesión de la raza aria, y que ve en esa pareja y en la pequeña niña (que tiene algunos problemas de crecimiento), el caldo justo para sus retorcidas ideas. Aquí se combinan en un combo interesante temas que se van a ir desarrollando de manera irregular: unos irán cobrando fuerza a medida que avanza el relato mientras que otros se van a difuminar en la bruma patagónica. Esa quizá sea una de las cuestiones que se le pueden reprochar a una película que tiene una excelente factura técnica y buenas actuaciones además de un gran trabajo de ambientación. Perversa seducción. El ingreso de nazis al sur argentino en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, la cacería y las complicidades son tópicos recurrentes, y en ese marco Puenzo hace foco en la relación que se entabla entre Menguele, el matrimonio y su hija. La atracción derivada de la entrada en la adolescencia, las dudas que le genera al padre el extraño visitante y la interacción entre la mujer y este, constituyen para la directora el foco de atención. Y las muñecas, unas muñecas fabricadas a gusto del criminal, como si en ellas se materializara la idea de una raza perfecta. Es probable que un espectador atento a los argumentos pueda exponer como contra cierto grado de inverosimilitud en todas estas propuestas, pero la edición y las actuaciones convincentes hacen olvidar este resquemor. Natalia Oreiro y Diego Peretti interpretan a la pareja, en tanto que el catalán Alex Brendemühl (el filme es una producción que suma también a España, Noruega y Francia) se pone en la piel de Menguele. Florencia Bado, eficiente, es Lilith, la pequeña de doce años. Wakolda es una propuesta interesante de una realizadora joven y talentosa, de quien es esperable más propuestas en el futuro.