El ex detective de homicidios Craven (Mel Gibson) y su única hija (Bojana Novakovic) tras años de no verse ni casi hablarse, distantes, se reencuentran. Luego de un inusual malestar en ella, salen al pórtico del hogar donde desde una camioneta la jóven es asesinada de un escopetazo, con poca visión nocturna al grito de: -¡Craven!. De aquí en más, fuerzas policíacas y detectives de Boston quieren encargarse de una investigación de la cual su padre, experto en el tema, no ha de perderse. El inicia sin cautela, violentamente la búsqueda e interpretación, ante el incierto desconocimiento sobre a quién de ellos estaba dirigido tal ajuste de cuentas. El resultado, un nuevo thriller de suspenso involucrando a corporaciones multinacionales, la seguridad nacional de los Estados Unidos, la corrupción policíaca, temas siempre vigentes, siempre tenidos en cuenta a la hora de elegir algún villano de turno. Mel Gibson afronta un reto menor en su carrera, mantenerse como un héroe de acción, violento luego de 8 años de ausencia delante de la cámara, con notable cambio en su tono de voz y rasgos faciales característicos de su edad. Una especie de reivindicación light a Revancha, Craven es perseguido, espiado, odiado, actúa violentamente a modo de venganza y por el mero motivo de esclarecer el crímen de su hija, poder entender, saber. Algunos indicios lo llevan a abrir una caja de Pandora, involucrarse aún más, usar todas sus herramientas, su fuerza y poder “policial” para amenazar, dar lección y hasta torturar. Dos actores que ya han trabajado juntos en un excelente western no estrenado en la cartelera porteña, The Proposition, son parte del cast de secundarios. Ray Winstone, un actor que desde su aparición en la genial Sexy Beast, no deja de ser llamado para secundar a grandes figuras, un apoyo a Jack Nicholson en Los Infiltrados, a Harrison Ford en Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal, y ahora junto a Gibson. En ésta ocasión su rol, le permite sentarse y esbozar un diálogo mientras disfruta de un puro, con seriedad característica, un “arreglador”, un hombre contratado para armar y desarmar sucesos de tal manera que terminen siendo vistos como a él le plazca. Tambien lo tenemos a Danny Huston (hijo del célebre director John Huston), en una mínima aparición, rol habitual. Martin Campbell resucita ésta historia que ya había sido un proyecto en televisión, con formato de miniserie y dirigida por él mismo. Un director con altibajos, que si bien supo concretar dos films de la saga de James Bond y revitalizarla gracias a Casino Royale, tambien ha sabido aburrir con las grandielocuentes adaptaciones de El Zorro.
Luego de su nuevo paso por el mundo Bond con Casino Royale en 2006 (recordemos que había dirigido anteriormente GoldenEye en 1995) Martín Campbell realiza esta remake de su propia miniserie inglesa de los 80’s (llamada también Edge of Darkness) un potente y físico Thriller que marca la vuelta a la actuación de Mel Gibson luego de siete años de ausencia como actor de cine. La historia de un policía de Boston que ve como matan a su hija en sus propias manos y decide investigar quien es el responsable de su muerte parece un papel ideal para un Gibson que se muestra viejo , solitario , marcado con una historia fuera de campo triste; parece no haber nadie en su pasado , parece no tener ataduras , la muerte de su hija lo libera por completo y lo conduce a una entrega total hacia la búsqueda , a un compromiso sagrado de encontrar a los culpables no interesando lo que pueda ocurrir con el. En esa búsqueda encontramos a dos Campbells ; el que desborda ficisidad en cada plano , duro y seco ( ya había algo de eso en Casino Royale) con algunas (pocas) escenas de acción electrizantes , momentos que convierten la película en un film de genero y el otro Campbell , el de los diálogos “importantes” que unen al poder político representado por el senador Jim Pine (Damian Young) y al poder económico por el empresario Jack Bennett ( Danny Houston) , este ultimo dueño de la empresa donde trabajaba la hija del Thomas Craven interpretado por Gibson. La película permanentemente navega por temas “graves” como el sentido de la ley o la implementación de la justicia. Los compañeros policías de Boston le dicen a Gibson/Craven que su caso tendrá un tratamiento diferencial por “haber un policía involucrado”, a lo que Gibson/Craven responde con desprecio. Campbell parece criticar la justicia por mano propia y la rigidez de leyes absurdas en Boston, pero en realidad no es conciente en que territorio esta entrando y la “importancia” de los diálogos que lo llevan al borde del precipicio. Ese precipicio es la línea narrativa que interpreta Ray Winstone como Jedburgh, un “limpiador” del gobierno norteamericano que “no deja que las piezas se junten”. La cuestión es que luego de dar largos y cansadores sermones de “como son las cosas”, Campbell decide ponerle una “enfermedad terminal” y en un montaje paralelo escandaloso, Jedburgh termina ejecutando a los “responsables de los males”, luego del ataque de autoconciencia que le provoca su inminente muerte, mientras que Craven, luego de su larga y engorrosa investigación por “el camino de la ley” hace lo mismo con los responsables que faltaban cuando también sabe que va a morir. Es decir, parece que para Campbell la justicia por mano propia es cuestión de un diagnostico medico. Este ataque reaccionario tiene un corolario definitivo con el plano final mas vomitivo que recuerde en mucho tiempo, pero deberán atreverse a ver esta película para descubrir cual es.
La ética del anonimato Seré reiterativo y deberá disculpar el lector mi insistencia (que nada tiene de nostálgica ni reaccionaria) con este tema, ya mencionado en varias ocasiones: Hollywood y el cine estadounidense actual necesitan películas hechas por artesanos anónimos de la industria, como el caso de Al filo de la oscuridad, para renovarse, para seguir siendo la cinematografía más apasionante, contradictoria y rica del mundo (Discusión aparte: ¿Quieren algunos lectores agregar a Corea del Sur? Hagámoslo, pero ¿qué otra cinematografía nacional, aún con los notorios altibajos del cine estadounidense, puede darse el lujo de ser popular y sofisticada todavía?). La defensa del último opus de Mel Gibson es menos por los pergaminos que la película en sí ostenta (hablamos de esos “sólidos exponentes industriales como ya no suelen hacerse”) que por lo que el film de Martin Campbell representa como caso testigo para el cine norteamericano: ejemplo de un cine que obliga a mejorar un estándar de calidad justamente por ser “un film más” y no por ser un caso aislado y extraordinario ¿Se puede aplicar esto a otros casos? Desde ya. Al filo de la oscuridad es entonces un buen motivo y excusa para pensar en lo anterior. “Yo quiero la crítica de la película, para eso leo críticas, no para análisis que no me interesan”, podrían ser algunas de las reacciones frente a la propuesta de lectura del párrafo anterior. Intentaré demostrar que, el hablar sobre los méritos de este tipo de producciones, no se contradice con una crítica formalista, demanda que muchos lectores sospechan como la única crítica posible. Hecho el aviso, veamos qué nos ofrece Al filo de la oscuridad… Primero, los modos narrativos. Estamos ante un film con una marca narrativa que inmediatamente podremos asociar a cierto cine de los '70: montaje seco y duro, rodaje en escenarios naturales (en la ciudad), una violencia cortante y constante que hace de la película un petit tour de force -disculpen la expresión fácil, pero, como diría el personaje de George Clooney en Amor sin escalas: “los estereotipos son más fáciles de recordar”- para el personaje de Gibson (y para Gibson como actor) pegando, recibiendo golpes, disparando; personajes con una ética de otra época (tanto en el uso de la violencia políticamente incorrecta como arma para resolver un caso como la moral del héroe clásico, una especie en extinción). En este sentido, estamos ante un film más cercano a Contacto en Francia o Harry el sucio que a los policiales tradicionales que el cine estadounidense viene entregando en las últimas dos décadas. La escuela de Siegel sigue viva aún en los rincones más recónditos (recordemos que Martin Campbell dirigió la paupérrima Límite vertical). A su vez, esa (est)ética recuerda a un cine y a un zeigeist cinematográfico: importa menos el nombre, la autoridad, que la marca de época, que los rasgos formales. Es, entre otras cosas, la posibilidad de recuperar un cine más físico y menos metafísico (si, son ecos de Sontag ¿y qué?). De ahí que la vuelta a los años '70 tenga menos de ejercicio de estilo de época que de estilo liso y llano. Sería bueno, en algún momento, que resultase imposible identificar lo retro. Sería bueno. Segundo, las personas: Los rasgos de disolución autoral no sólo son útiles al cine más radicalmente clásico (muchas veces mencionado, pocas veces practicado) sino también necesarios al mundo de las imágenes: la presencia de lo que llamamos rasgos autorales como contraparte maniquea y anticuada con respecto a un cine “anónimo e industrial”, es un camino sin salida que riza el bucle de los ciclos que retornan: cada veinte años se cuecen habas en el mundo de las ideas audiovisuales y se vuelve a terreno conocido como si no hubiera otra salida: autorismo, reciclaje de los géneros, estilos retro y la rueda vuelve a comenzar. La disolución de esos discursos encasillados parece encontrar su salida sólo en la búsqueda de superficies pulidas, ascéticas, secas que el cine clásico puede brindar como pocas formas narrativas. A ese universo del anonimato pertenece Al filo de la oscuridad en eso que en reiteradas ocasiones se describe como película “menor”. La película narra pero no deslumbra, muestra, pero no exhibe, es moral, pero no moraliza (exceptuando por un horrible plano final). Una ética del cine clase B (narrar con economía y eficacia de medios una historia más) entendida en un formato clase A. En vez de hablar de “una película más” hablemos de “una película menos”. Una estética de la sustracción. No me malentienda, estimado lector: no se defiende la mediocridad en este texto, sino el cambio de tono, el perfil bajo. Incluso en la sobreactuación de su vida, Gibson está simpático porque parece haber comprendido perfectamente el “ánimo” que la película pide. Sus gestos, sus modos histéricos funcionan a modo de desmarca con respecto al andamiaje clasicista que lo rodea. El resultado es una autoconciencia galopante pero que nunca molesta, no histeriquea. Gibson ha entendido, también, cómo correrse y cómo hacerse ver en pantalla y ser funcional en un acto de humildad actoral con pocos precedentes en su carrera. Tercero, los géneros: Al filo de la oscuridad ejercita la fácil empresa de ser catalogada bajo un solo género. Los géneros cinematográficos son una cosa compleja: invención tripartita que incluye espectadores, productores y críticos, solemos valernos de ellos para sentirnos más cómodos, para comprender un contexto. Pero los géneros son, también, nobles mitos. Son patterns culturales que reconocemos más allá de su superficie argumental. La película de Martin Campbell trabaja con una idea notable: rescata el núcleo argumental de la miniserie inglesa de los años '80 en la que se inspira para reducirla a una acumulación de patrones formales, una sucesión de formas rituales del policial (en un procedimiento similar al que hiciera Tom Twyker con el subgénero de films de espionaje en la enorme Agente internacional). El resultado es un cóctel extraño en el que no faltan las menciones y denuncias políticas a los manejos del Estado norteamericano (quizás el costado menos logrado de la película), pero en donde lo central está en la confección del movimiento como ritual de imágenes: los géneros concebidos como formas simples, concretas, potentes: una persecución, un tiroteo, un enfrentamiento a las piñas. Abstracción. Cuando la película cree en esa ritualidad (tanto en su imaginario visual como verbal, ambos de un filo lacerante) estamos ante una gran película menor. Cuando se nos intenta convencer de su costado político, emerge la necesidad de la inevitable pertenencia a la clase A, al universo de las majors amnésicas de su propio pasado (Warner Bros, ¡creadora de mitos!) Pasará, como tantos otros. Será olvidado, como la mayoría de los “films menores”. Esa será su función: ser un ingrediente más del piso de aportes anónimos a una combinación de formas que, todavía resiste, la reinvención constante de eso que amamos llamar clasicismo.
Gibson estilo Bogart Luego de varios años sin protagonizar una película –la última fue Señales (Sings) en el 2002- el legendario actor de Arma Mortal (Lethal Weapon, 1987), Mel Gibson vuelve al ruedo con un policial que remite a los realizados en la década del '40 por Humphrey Bogart, por su temática y estructura narrativa, sin dejar de lado sus característicos relatos de venganza. Tom Craven (Mel Gibson) es un detective retirado que espera a su única hija adolescente, a la cual no ve hace tiempo. Ella es brutalmente asesinada delante de sus ojos y él deberá desentramar una red de corrupción que incluye políticos y corporaciones, para comprender y vengar la muerte de su hija. Mel Gibson encarna al personaje que le dio más carácter en su carrera como actor: el tipo que supo convertir sus tragedias personales en ira y llegará hasta las últimas consecuencias para vengarse, dejando atrás leyes y códigos morales. Desde Mad Max (1979) hasta Corazón valiente (Braveheart, 1995), Gibson nos tiene acostumbrado a estos personajes, aquí caracterizado con un sobretodo largo al mejor estilo Humphrey Bogart. Pero no es sólo el sobretodo lo que remite a los filmes de Bogart en Al filo de la oscuridad (Edge of Darkness, 2010), todo el film por su temática de corrupción, traiciones y giros imprevistos, demuestran que en este tipo de historias nadie es de fiar, como sucedía en los clásicos policiales del actor de Casablanca (1942). El sistema institucional (en las de Bogart) y el corporativo (en la de Gibson) están corruptos y el detective deberá deambular entre ambos bandos, la ley y el crimen, para sacar su tajada y llegar a la resolución del misterio. La dirección está a cargo de Martin Campbell que, como buen director de narraciones clásicas, cambia su estilo narrativo según lo pida la historia en cuestión. Es así como sus filmes Casino Royale (2006), La marca del Zorro (The Mask of Zorro, 1998) y Al filo de la oscuridad, no tienen nada en común en cuanto a marca autoral se refiera. En Al filo de la oscuridad, Campbell utiliza fundidos a negro, largas conversaciones que impone mucha agudeza de sus personajes, dejando evidente la inteligencia de los mismos. Al filo de la oscuridad no es un gran film, hay que decirlo, pero es un policial efectivo que rememora los clásicos policiales hollywoodenses, con la violencia y brutalidad actual, que marca el regreso de Gibson, más viejo y arrugado, pero con su sed de venganza aún intacta.
El vengador famoso Se nota que Thomas Craven (Mel Gibson) no ve a su hija hace tiempo. La espera impaciente en el aeropuerto, la recibe con alegría contenida, como manteniendo distancia, la que tienen los que se sientes culpables por algo. Tal vez no fue el mejor padre para Emma (Bojana Novakovic), pero ahora quiere agasajarla, compartir un tiempo juntos. Sin embargo, ella está algo enferma, vomita, no se siente bien y cuando padre e hija se prestan a salir rumbo a un hospital, un encapuchado al grito de "Craven" dispara contra ellos asesinando a Emma. Craven queda devastado, y como policía que es decide investigar quien trató de matarlo y en su lugar mató a su hija. Así es que Mel Gibson compone un personaje sólido, con los matices que la trama le permite y bajo de la dirección del experimentado Martin Campbell ("Casino Royale") se luce en un género que le es cómodo. Es un duro decidido a todo pero que mantiene cierta debilidad como padre herido. Como contraparte tiene nada menos que a Ray Winstone y Danny Huston, dos villanos muy distintos entre sí. El primero, sutil, medido, indescifrable. El otro, un poderoso que carga con la parte más previsible y necesaria para equilibrar al personaje de Gibson. En el medio, conspiraciones, funcionarios corruptos, traiciones, en fin, todo lo que un filme de estas características necesita para funcionar. Y funciona. Porque ofrece un giro violento mas propicio para los tiempos que corren. Tiempos donde la impunidad de los poderosos manda y la fantasía colectiva require ver corporizada, aunque sea en un filme, que alguna vez, una vez al menos, los tiros vayan para el lado de la justicia.
La sombra de un Thriller Tras ocho años de su último protagónico, Señales (2002), de M. Night Shyamalan, y luego de dirigir la controvertida La Pasión de Cristo (2004), hablada en arameo y hebreo antiguo, y la extraña Apocalypto (2006), hablada enteramente en maya cuyas polémicas repercusiones no se vieron reflejadas en la taquilla, Mel Gibson vuelve a la actuación de la mano de Martin Campbell, director de la aclamada Casino Royale. Al Filo de la Oscuridad esta basada en una premiada mini serie televisiva británica de 1985, también dirigida por Martin Campbell y cargada de misterio, suspenso y tensión política que reflejaba muy bien aquel momento histórico, donde la guerra fría y la amenaza nuclear signaban la agenda de cuanta producción apareciera. En este nuevo thriller, Gibson es Thomas Craven, un veterano detective de homicidios de Boston que recibe la visita de su única hija y que a las pocas horas de arribada es asesinada brutalmente en la puerta de su casa. Al igual que en la antigua miniserie, el tema central de la historia es el de un hombre que busca justicia y la redención a la vez que va descubriendo la vida secreta de su hija y una red de conspiraciones entre la política y grandes empresas. Esto funcionaba muy bien por aquel entonces, pero hoy en día dicha temática no llega a provocarnos demasiado interés, y en lo que respecta a la búsqueda de justicia por parte del detective, el relato prioriza los diálogos a las acciones. Por otro lado la relación entre padre e hija en pantalla es muy breve y no logra generar un vínculo muy sólido para que el espectador se identifique con dichos personajes. Una de las virtudes del thriller es que puede incursionar por varios caminos. Así podremos ver por ejemplo, aquellos que optan por lo sobrenatural (Millennium I: Los hombres que no amaban a las mujeres, 2009), algunos por la presencia de un asesino serial (Seven, 1995), otros por el policial (Río Místico, 2003), de espionaje o conspirativos como Conspiracy Theory, 1997, donde Mel Gibson interpreta a un excéntrico taxista de Nueva York obsesionado con la existencia de conspiraciones de la NASA para controlar el mundo. Pero todos ellos están signados por el misterio y la intriga por algo que desconocemos y precisamos develar, siempre a través de la acción y el suspenso. En Al filo de la oscuridad la temática poco actual, el poco desarrollo de los personajes y la baja cuota de acción hacen que el relato sólo se sostenga por dos motivos: la astuta decisión de Martin Campbell al asumir la narración desde el punto de vista del personaje, posicionando al espectador en el mismo lugar del detective que desconoce la verdad hasta el final; y a través del muy buen manejo de los tiempos dramáticos por el cual ciertas escenas de acción logran sobresaltarnos de la butaca justo antes de que los párpados comienzen a juntarse. Cabe destacar la gran actuación del británico Ray Winstone, que compone a Jedburgh, un especialista en seguridad que trabaja para el gobierno, cuya tarea es la de "limpiar los platos sucios y atar los cabos sueltos”, enriqueciendo el film en los momentos que esta junto a Gibson. Al acabar el film puede que quede una mera sensación que aquel policía (Martin Riggs) con tendencias suicidas que interpretara Mel Gibson en Arma Mortal (1987) ya este viejo para esos trotes y trate de solucionar las cosas por vías razonables y didácticas, pero hay algo indiscutible, cuando un policía no quiere mas acción debe retirarse y trabajar detrás del escritorio.
El que te guste mucho o poco Al filo de la oscuridad tiene que ver con la cantidad de películas que hayas visto de este estilo. Si cuando ves el trailer pensás .....
Gibson, un padre de armas tomar... Mel Gibson vuelve a actuar tras ocho años, como un policía que investiga la muerte de su hija. Mel Gibson ha vuelto a la actuación en Al filo de la oscuridad con un papel que en buen grado sorprende. No porque sea un policía, no porque vea conspiraciones a su alrededor, no porque su detective busque la venganza. Esos tres parámetros hacen -hicieron- al personaje Gibson en las pantallas durante parte de los años '80 y '90. Gibson sorprende porque supo ponerle a Thomas Craven un rasgo de cordura, una cuota de verosimilitud que en sus intempestivas y atropelladas interpretaciones de antes no solía frecuentar. No le dura la paz más que unos minutos a Tom Craven. En la puerta de su casa asesinan a quemarropa a su única hija, Emma (Bojana Novakovic), quien venía a visitarlo. Lo primero que piensa el policía es que la bala tenía por destinatario a él, por alguna vieja cuestión pendiente en las calles de Boston. Pero no. A poco de iniciar la investigación descubre que el blanco era Emma, una activista con algo parecido a una doble vida, y que una corporación tuvo que ver con el "asunto". Por "asunto" entiéndase un caso de corruptela en el que distintos personajes de órbitas gubernamentales están metidos hasta el cuello. Como se advertirá, nada demasiado nuevo bajo el sol de Boston. Es que Al filo de la oscuridad tampoco pretende descubrir el fuego. Es un relato clásico, y de no ser por la violencia gráfica de disparos, sangre y muerte, podría pasar por cualquiera de las realizaciones de los años '70, de Don Siegel para acá. El realizador neozelandés Martin Campbell, que fue quien renovó la saga de Bond en dos períodos distintos (GoldenEye, Casino Royal) y que también había dirigido la miniserie británica original, de 1985, trasladó la acción a los Estados Unidos y se mueve con sigilo, digita los pasos de un casi omnipresente Craven y construye su trama sin develar demasiado. El bueno es buenísimo -hablamos de bondad y de moral, no tanto de sus procedimientos ni de su sagacidad-, los malos son malísimos, y Campbell logra que al descubrirse la fachada, lo que quede ante los ojos del espectador sea algo concreto. No hay aquí espacio para las humoradas que otrora le escucháramos al Martin Riggs de Arma mortal, porque Craven es un tipo serio. Y solitario, como solían ser los antihéroes de Gibson, y todos los que el buen cine policial y de acción han sabido entrenar a directores que, como Campbell, saben que una buena balacera sirve ahí donde las palabras ya no convencen a nadie. Párrafo aparte para Gibson, que tras ocho años aparece más maduro en la actuación, sin perder ese toque mágico que le permite ganar la empatía del espectador. Con Danny Huston (el gélido empresario) y Ray Winstone (un hombre que se mueve por detrás limpiando y/u ocultando evidencias) conforman los lados de un triángulo, sino equilátero, isósceles, teniendo en Gibson la base suficiente para lograr un filme potente y entretenido.
Padre sin consuelo busca venganza Mel Gibson vuelve a su rol de actor como un veterano y solitario policía de Boston Tras ocho años de ausencia de la pantalla, con más arrugas en la cara, menos ánimo para el humor y cierto aire torturado en la expresión, pero con la misma determinación y la misma frialdad para arriesgarse a cualquier pleito, Mel Gibson eligió para su regreso un personaje que no le es del todo extraño: el de un veterano policía desgarrado por el incomprensible asesinato de su hija y dispuesto a descubrir a los culpables y terminar con ellos. Por supuesto, como todos los vengadores que sobreabundan en las ficciones del cine, haciendo caso omiso de la ley y también, cuando se hace necesario para mantener la tensión, de la verosimilitud. Gibson es el solitario policía de Boston que recibe la visita de su única hija -egresada del Instituto de Tecnología de Massachusetts y contratada por una empresa dedicada a la investigación nuclear- y apenas tiene tiempo de disfrutar de su compañía. En la propia puerta de casa, padre e hija son sorprendidos por alguien que dispara. La muchacha muere en el acto en lo que parece haber sido un error: hasta la policía cree que se ha tratado de una venganza contra el detective. Pero pese a su desconsuelo, el hombre no está tan convencido de haber sido el destinatario del ataque y hay algunos indicios que avalan esa sospecha: así, emprende su propia investigación rastreando entre quienes frecuentaban a su hija, incluido un novio en pleno brote de paranoia, sus compañeros de trabajo y hasta los dirigentes de la supercustodiada empresa. Todo lo cual lo llevará a internarse en una compleja trama conspirativa en la que caben políticos y policías corruptos, inescrupulosos magnates empresarios y hasta un enigmático agente secreto al que Ray Winstone convierte en el personaje más interesante de la película. Al filo de la oscuridad es la remake de una miniserie británica (también dirigida por el neozelandés Martin Campbell) que hizo historia en los ochenta y que debió ser adaptada a nuestros tiempos y reducida de las cinco horas originales a los 113 minutos del film. Resultado de la primera operación es la exagerada pintura de los villanos de hoy, que se descubren como tales desde que aparecen (que lo diga Danny Huston); de la segunda, que el drama que en la primera parte seduce con su clima inquietante y ominoso termine convirtiéndose en una historia de venganza más, con un desenlace en el que se sacrifica cualquier rigor. Una pena, aunque esté claro que Campbell sabe cómo entretener.
El tópico de la familia en peligro En la filmografía de Mel Gibson, el tópico de la familia en peligro es uno de los más insistentes. Empezando por la mismísima Mad Max, donde le mataban a la esposa. Lo mismo que en Corazón valiente. En Revancha la ecuación se volvía misógina, con la jermu conspirando para despacharlo. En El patriota la cosa pasaba, en cambio, por vengar al hijo asesinado. Con esos antecedentes, cuando en la primera escena de Al filo de la oscuridad el bueno de Mel va a buscar a su hija al aeropuerto, no puede dejar de sospecharse que la pobre chica acaba de ganarse una condena a muerte. De allí en más, lo que mueve al hombre-que-cuando-se-pasa-con-el-alcohol-se-pone-antisemita no es tanto la venganza como el deseo de entender (de investigar) quién mató a su amada hija. Y por qué. Regreso de Gibson como actor, tras siete años de ausencia (la última había sido Señales, de 2002), Edge of Darkness es la remake de la miniserie homónima, que el neozelandés Martin Campbell dirigió para la televisión británica un cuarto de siglo atrás. Veterano detective viudo de homicidios de la policía de Boston, Thomas Craven (Gibson) sigue la pista de la gigantesca corporación en la que su hija trabajaba como ingeniera nuclear. Danny Huston compone al CEO de esa compañía de modo tan sibilino, que ya en la primera escena se convierte en sospechoso número uno. Estrechamente ligada al gobierno de los Estados Unidos, el interés prioritario de la megacorporación no es precisamente la investigación científica. Por esa razón un grupo de activistas antibelicistas intentó cometer un atentado en la planta, saliendo ilesa sólo la hija de Gibson. Al menos, hasta el momento del reencuentro con su fatídico padre. Con un llamativo parecido a Dana Andrews, el Gibson cincuentón parece haber tomado la misma inteligente decisión que en su momento asumieron Clint Eastwood y Bruce Willis: que la edad se note, en lugar de intentar disimularla. Ya en su primera pelea (que no es con un fisicoculturista, sino con el más bien esmirriado novio de su hija), Craven tiene que sentarse y tomar aire. Que el detective no luzca como superhéroe, sino como un tipo débil y cansado, se corresponde con el tono de la película, a medio camino entre el melodrama de pérdida paterna –al estilo de La habitación del hijo–, la película de venganza y uno de esos thrillers político-corporativos, de los que se usan ahora. En esa misma media agua y volviendo a dirigir lo que ya dirigió décadas atrás, Martin Campbell le pone freno a la superacción de sus películas previas en Hollywood, sobre todo las de El Zorro y las de James Bond. Lo cual no convierte necesariamente a Al filo de la oscuridad en una gran película, pero sí en una algo más sobria que la media actual de Hollywood. Sobria, siempre que se pasen por alto las apariciones de la hija muerta y los diálogos que el padre mantiene con ella, dignos de Papá corazón. Lo que le levanta varios puntos a esta película es el personaje a cargo del genial Ray Winstone, que empieza como mercenario y termina como justiciero.
Acá tenemos otro claro ejemplo de cómo un trailer puede distorsionar por completo la propuesta que ofrece realmente una película. Si mirás el avance de Al filo de la oscuridad parecería que es un refrito de Búsqueda Implacable (Liam Neeson) y lo cierto es que no tienen nada que ver. El director Martin Campbell (Golden Eye) y Mel Gibson ofrecen un gran policial mucho más dramático de lo que mostraban los trailers. No es una obra maestra, ni un film que brinde una propuesta sin precedentes, pero hay algo que no se le puede discutir: Es un policial sin discusión. Frente a las pedorradas que se estrenan en estos días dentro de este estilo, lo celebro. La historia está basada en una importante miniserie inglesa que paralizó al Reino Unido cuando se estrenó en la televisión y que el propio Martin Campbell dirigió en 1985. También es muy recordada por la música de Eric Clapton. En este caso, Campbell y Gibson (que también es productor) tomaron la trama y la desarrollaron en el estilo de los viejos policiales norteamericanos de la década de ´70. Me pareció interesante como un director tomó un viejo trabajó suyo y lo reinterpretó desde una óptica totalmente diferente. No esperés ver Arma Mortal o a Mel emulando a John McClane porque esto pasa por otro lado. De hecho, tampoco hay grandes secuencias de acción Hollywoodenses, pero la violencia y los tiroteos fueron trabajados de un modo más realista y brutal. El personaje de Gibson no sale a buscar solamente justicia por mano propia tras el asesinato de su hija. Matar a los asesinos es fácil, lo complicado es encontrar la verdad y ahí es donde la historia se pone interesante. El protagonista, que ya esta jugado en la vida, va más allá de la venganza y la película se vuelve más atractiva cuando entra en el terreno de las conspiraciones políticas. Acá la resolución del misterio es más importante que la venganza. El director Campbell carga todo el film en las espaldas de Gibson, quien está presente en el 95 por ciento de las escenas, rodeado de un buen reparto donde se destaca principalmente Ray Winstone, con un personaje que originalmente iba a interpretar Robert DeNiro. Gibson volvió a la actuación con un típico personaje de esos que interpretaban Clint Eastwood y Charles Bronson en los ´70 y está en su salsa en esta historia donde sobresale con su personaje en los momentos dramáticos. Ya sea que sos seguidor de Mel o del género Al filo de la oscuridad es una apuesta segura y brinda un buen entretenimiento.
El héroe clásico, ambiguo, inoxidable Entre la ternura y la furia, con dolor pero sentido del humor, el personaje que construye Mel Gibson, padre que pierde a su única hija, se pone al espectador de su lado en todos los planos de este film más placentero que su historia de justicia por mano propia. A veces, los críticos de cine nos atosigamos de ideología. Pero hagamos una salvedad: por lo general eso sucede cuando una película deja de lado cualquier elemento estético. No habiendo otra cosa para juzgar, no queda más alternativa que discutir esa idea. Es cierto: más valdría decir que tal o cual film carece de interés cinematográfico y que eso mismo es una ideología. Y punto. Pero las buenas películas (no necesariamente las excelentes o las obras maestras, que no son lo mismo) pueden contener una ideología (o un “mensaje”, para usar una terminología no por perimida menos precisa) que no compartamos y, aun así, despertar nuestro interés y provocar nuestro placer. Aquel que gusta del cine sabe apreciar esas cosas. Por eso es que Al filo de la oscuridad merece ser rescatada incluso si su idea de la justicia por propia mano nos provoca cierto rechazo: porque es un buen relato y porque su núcleo no es lo que piensa el director o el guionista de la justicia o su aplicación, sino mirar cómo se mueve, habla, actúa ese enorme actor de cine que es Mel Gibson. Al detective Craven le matan, de una manera horrible y ante sus ojos, a su única hija. Todo indica que es la vendetta de algún criminal y que el verdadero blanco fue él mismo. Pero no: hay una trama oscura que involucra intereses corporativos, activistas ecológicos y al (perverso, cada vez más perverso en los films de Hollywood) Estado norteamericano como gran villano. Hay, también, un personaje extraordinario que puede ser malo o bueno, estar de parte del héroe o de los villanos, pero que se pasea con la elegancia, el encanto y el humor de un auténtico demonio, y que es invención de Ray Winstone. Hay, por otra parte, una violencia seca y repentina, breve y contundente. Y hay –esto es algo que no suele abundar en el cine– inteligencia. Se trata de un film clásico, lineal, donde las personas parecen personas, donde una persecución transcurre en calles pobladas de personas que viven su vida cotidiana. Ese marco es importante: el cine –especialmente el cine de gran presupuesto– es de enorme manipulación y los extras tienen instrucciones precisas para comportarse como si allí no hubiera una cámara. Pero cuando no se nota y sucede la transparencia sucede –y aquí, a pesar de los antecedentes del diletante Martin Campbell, sucede–, el cine convence de la realidad de lo extraordinario. Claro que además es necesario un actor que pueda convencernos, además y plano tras plano, de la verdad de su criatura. Gibson es un padre que sufre, pero que en su sufrimiento no reniega del humor, no abunda en lágrimas, no deja de lado la justicia de su causa. Tan fuerte es su presencia, tan ambigua su mirada –entre la ternura y la furia–, tan precisos sus movimientos, que nos tiene de su lado todo el tiempo. Así, si alguien quiere discutir acerca de temas ajenos al cine –aunque ilustrados por el film–, tiene que sobreponerse al placer del relato y al talento de su actor. Una película que toma posiciones (respecto de qué y cómo contar) es parte del cine, incluso si su posición ideológica nos provoca antipatía.
Las corporaciones del mal “Al filo de la oscuridad”, con Mel Gibson, es un thriller de gran factura, cuyos pasajes violentos no están por encima de una trama de intrigas. Se puede dejar para otro momento el tema de la justicia por mano propia, y entonces se abre toda una gama de interesantes cuestiones para tratar en torno al contenido de esta última película de Mel Gibson, Al filo de la oscuridad. Ante todo, se trata de un thriller de gran factura, violento, sí, pero que durante largos pasajes sostiene la expectativa sobre la base de su trama urdida con muy buenas intrigas. La tensión es la que transmite el protagonista, un veterano policía que mientras trata de asimilar el duelo por el asesinato de su hija, investiga las causas de este crimen imposible de imaginar y va metiéndose, capa por capa, en un mundo oculto y letal de traición y corrupción. “¿No están pagando un alto precio los ciudadanos estadounidenses en nombre de la seguridad nacional?”, le pregunta un conductor de TV a un senador durante su programa. Por ahí va uno de los vectores secundarios del guión, y las relaciones entre esta situación y el grado de violencia ciudadana quedan a criterio de un buen sociólogo que pudiera explicarlas. La amenaza nuclear y el tráfico de armas a niveles gubernamentales, yacen a la sombra. Por otra de las arterias de la historia transitan las preguntas sin respuesta con que cargan el protagonista y algunos personajes, cuestiones existenciales que humanizan y hasta ennoblecen a los personajes, con el riesgo cierto pero a todas luces reprobable de que se pueda simpatizar con sus sanguinarias conductas. “Hay un pasaje de (novelista norteamericano, Francis) Scott Fitzgerald –le dice, palabras más o menos, uno de los sicarios al policía– acerca del hombre que duda entre dos dos ideas pues cree fervientemente en ambas”. “Ahí es donde comienza todo”, le devuelve el personaje de Gibson, abriendo la puerta a otra de las lecturas posibles que tiene este atrapante policial con el que Gibson muestra que sigue estando vigente.
Ya lejos de las controversias mínimas sobre su presunta xenofobia y su ultracatolicismo, Mel Gibson vuelve a lo que lo ha hecho conocido: el cine de acción old style. Y, nobleza obliga, lo hace muy bien. Al filo de la oscuridad nos presenta al policía especializado en homicidios y además padre soltero Thomas Craven -Gibson-, quien recibe a su hija ya veinteañera en su casa por un tiempo. Sin embargo, lo que se planteó como una suerte de vacaciones padre-hija se ve estropeado ni bien arriba la joven a su casa: en la puerta de la vivienda, un hombre la fusila a quemarropa con una escopeta. Sinceramente, los primeros 5 minutos de la película son intensísimos. Lo que sigue es básicamente el intento de resolución del caso, porque lo que Craven cree al principio es que se trata de una venganza en su contra, sospechando de algún viejo caso que haya tenido que resolver en la Fuerza. Sin embargo, se va enterando de que su hija militaba en contra de una empresa que mantenía contratos con el Gobierno y cuyas tareas infringían la ley y sobre todo la ética. Y claro, con peces tan gordos ni siquiera la Policía quiere meterse. Es así que Craven se verá sólo contra el mundo, siendo un hombre que, habiendo enterrado a su hija, no tiene nada que perder. La película cumple con todos los requisitos que le exigimos a una película de acción: intensidad, velocidad, frases cortas y contundentes y además algún que otro giro. Pero también es cierto que, como en todos estos films, ya sabemos cómo va a concluir la historia si Gibson está del lado de los buenos… Es una buena opción de fin de semana si lo que buscamos es relajarnos y disfrutar de un buen policial de los que, tal vez por pecar de exceso de intelectualidad, los directores no hacen.
Parece mentira, pero hacía ocho años que Mel Gibson no protagonizaba un film (Señales, 2002). Desde entonces, dirigió dos películas y se vio envuelto en algunos escándalos que modificaron la percepción que parte del público tenía de él. Dejó de ser una de las estrellas más queridas mundialmente para convertirse en un director de cine polémico pero valioso, cuyos problemas personales y desafortunadas expresiones ideológicas empañaron su trabajo artístico. Pero dicen que el tiempo cura las heridas, y Mel decidió que era el momento de volver a la pantalla. Si de hecho lo era, no lo sé. De lo que sí estoy bastante seguro es de que el film elegido para su regreso no fue el más feliz. No por su temática, sino por su calidad. En Edge of darkness Gibson es Thomas Craven, un policía veterano que recibe la visita de su única hija, de 24 años, quien vive en otra ciudad. Pero, a las pocas horas de arribada, ella es asesinada brutalmente en la puerta de la casa de su padre. Lo que sigue es la investigación que comenzará Craven para encontrar a los responsables del crimen y para descubrir los motivos que se esconden detrás del asesinato. Para empezar, les quiero sacar las ilusiones a quienes esperen una película de venganza violenta y acción frenética en la onda de Búsqueda implacable. En aquella, Liam Neeson interpretaba a un ex agente especial cuya hija era secuestrada en Francia por tratantes de blancas. Y el tipo usaba todos sus métodos y recursos, que incluían más que nada la violencia, para encontrarla. Aquí es distinto. El personaje de Gibson es alguien con una indudable sed de venganza, pero que inicia una investigación de tipo policíaca, siguiendo pistas y entrevistando por cuenta propia a los allegados a su hija. Si bien hay un par de escenas de acción, la película va más por el lado del drama, la intriga y la denuncia (la empresa para la que trabajaba la chica se dedica a la investigación nuclear y tiene dudosas conexiones con el gobierno). Desde ya, que el film vaya por ese lado no tendría nada de malo si no fuera porque en casi ningún momento logró interesarme. En este sentido, las "culpas" las comparten el guión, la dirección y el protagonista. La película está basada en una laureada miniserie inglesa de tv de los años 80. No vi esa serie, también dirigida por Martin Campbell, pero imagino que era mucho mejor que la película. Aquí, Campbell (responsable de la excelente Casino Royale) no logra generar un vínculo muy sólido entre Craven y su hija como para que nos enganchemos con la historia desde el comienzo. A los diez minutos de película la chica ya está muerta, y lo que sigue no ayuda mucho para que nos interesemos. El recurso de Gibson teniendo intercambios imaginarios con su hija, especialmente de pequeña, conmigo al menos no funcionó. Y la trama alrededor de las causas del asesinato no me intrigó mucho. Tampoco ayuda el protagonista. Volviendo a la comparación con Búsqueda implacable (que igualmente no es un peli que me haya encantado), allí el principal era Liam Neeson, un actor excelente que da profundidad y credibilidad a sus personajes. Gibson, en cambio, es menos dúctil. Y en este caso en particular su actuación me pareció más floja que nunca. Es una percepción mía, pero no logró transmitirme casi nada. Y eso que hablamos de un personaje que perdió a su única hija, así que hay bastante para transmitir. Otra cosa, rara: no sé si era la copia en que vi la peli (era una función para prensa, así que era de buena calidad) pero la voz de Mel me sonaba muy nasal. ¿Será a propósito para el personaje? ¿Serán los años? ¿Estará viejito herr Mel? Qué se yo... Como dije: raro. La película tiene algunos momentos en que levanta, pero son pocos. Entre esos momentos están los que aparece Ray Winstone, ese gran actor británico que aquí hace de Jedburgh, un especialista en seguridad que trabaja para el gobierno de USA, cuya tarea es la de "limpiar" los platos sucios y atar los cabos sueltos. Y que logra una relación especial con Craven. En las escenas en las que aparece Winstone, que lamentablemente no son muchas, la calidad del film se eleva. Incluso la actuación de Gibson mejora a su lado... Otro buen actor, desperdiciado, es Danny Huston, quien hace del capo de la empresa. Un típico malvado corporativo. En fin, nada nuevo bajo el sol. Para padres vengativos, recomiendo ver The Limey, muy buen film de Steven Soderbergh con Terence Stamp. En cuanto a Gibson, creo que ha demostrado ser un director muy interesante. Y creo también que una buena parte del público no tiene ganas de verle mucho la cara. Y que el carisma que alguna vez tuvo ya no funciona tanto. Tal vez en los años venideros, Gibson reconozca esta situación y se dedique a lo que mejor hace. Atrás de cámaras. Y lejos de los micrófonos.
Veo el afiche… lo veo a Mel con un arma… quiero entrar a ver una película de tiros y venganza, con Mel enojado y violento. Quiero ver eso. Al filo de la oscuridad puede ser que haga referencia al borde por donde camina la historia, entre una “Taken” (Búsqueda implacable) y una… no se qué. Lo bueno de Al filo de la oscuridad es cuando muestran eso que uno entra a ver, un Mel Gibson enojado y a los tiros. Lo malo es todo lo que decora la historia de venganza. Es ilógica, no tiene ni pies ni cabeza y las situaciones son muy malas. Pero si uno entra con pocas exigencias, es una peli para pasarla bien sin mayores vueltas. Pero no está a la altura de lo que Mel representa para un papel así.
Asuntos pendientes antes de morir Con pulso narrativo estilo 70’s, el director neozelandés Martín Campbell retoma parte del argumento de una serie británica de los años 80 convocando al actor Mel Gibson, quien nuevamente retorna a la actuación luego de siete años de ausencia. Al filo de la oscuridad se jacta de no necesitar de la espectacularidad y la acción trepidante para mantener sentado al espectador. Eso se debe a que la trama es lo suficientemente rica para ir dosificándola de información a medida que el relato se adentra en un in crescendo que avanza a ritmo pausado pero sostenido; más allá de ciertos maniqueísmos a la hora de construir los personajes principales: el protagonista (Mel Gibson), un detective crepuscular de Boston a quien le asesinan a su hija frente a sus narices; así como su antagonista (Danny Huston), un oscuro ejecutivo de una compañía privada de defensa involucrada en el negocio nuclear a niveles supraestatales, donde el nombre de los EE UU resuena cada vez más fuerte. Sin embargo, la clave del film la constituyen los personajes secundarios y las subtramas, entre las que se destaca la que protagoniza Ray Winstone, en un contrapunto más que interesante con Gibson, indiscutiblemente lo mejor de esta película. Uno de los tópicos propios de aquel cine setentista recuperado por el realizador es sin dudas el determinismo de la moral en las acciones de los personajes ante situaciones límites, que en un orden pragmático -y en sintonía con los tiempos que corren- se resolvería fácilmente con la justicia por mano propia, siempre que los resortes del sistema sigan aferrados al colchón del control social. Por eso este policial de pura cepa puede diferenciarse del resto de las ofertas hollywoodenses al no traicionar la ética de sus estereotipos más reconocibles, como por ejemplo el de este padre torturado por el fantasma del pasado que busca conocer la verdad sobre los hechos y no simplemente la venganza a sangre fría. No obstante, pese a estas virtudes de orden formal el film del director de Límite vertical se desgasta un tanto cuando pretende atravesar la malla conspirativa y cae en una sumatoria de baches narrativos que logran rectificarse recién hacia el desenlace. Por su parte, Mel Gibson vuelve mucho más aggiornado a un papel que exige desempeño dramático sin ampulosidad, y poca destreza física para una historia sencilla, directa y cruda.
El regreso de Mel Gibson a la pantalla grande, después de su deplorable y sádica versión de la pasión del mítico hijo de María y un carpintero llamado José, y después de su mirada, culturalmente inexacta y formalmente interesante, de las culturas precolombinas, no resulta ninguna sorpresa. Gibson vuelve a lo que sabe hacer y ser: un recio que reprime su sensibilidad, capaz de reír cada tanto y listo para quebrar mandíbulas por doquier. Como gran parte del cine norteamericano post 11/9, el tema de Al filo de la oscuridad es la venganza, aquí en su versión eufemística: hacer justicia por mano propia. Es el móvil de Thomas Craven, un policía de los buenos, a quien le han asesinado la hija al lado suyo en la puerta de su casa. El gran villano del filme es una corporación que trabaja en energía nuclear, aunque los republicanos del congreso, Bush y compañía, y la policía de Boston son cómplices. “En Boston, todo es ilegal”, un mantra que se repite durante toda la película y articula una visión del mundo en la que la corrupción es la regla. Los mejores momentos del filme son aquellos en que Gibson se cruza con Ray Winstone, un “teórico” y un asesino británico (e independiente) contratado en este caso por el gobierno, quien se encarga de eliminar todo indicio de ilegalidad en las acciones de estado. Los diálogos entre Gibson y Winstone son lo mejor de la película, y la presencia del inglés no sólo eleva el nivel del filme de manera considerable, sino que contradice la filosofía oficial de Al filo de la oscuridad. “¿Se ve un alma?”, le pregunta a un oftalmólogo, apreciación materialista de la existencia que funciona como un contrapunto de la irrisible escena final que compromete a Gibson y al fantasma de su hija. A pesar de que Al filo de la oscuridad no es una de James Bond, Martin Campbell (Casino Royale) parece más cómodo en las secuencias de persecución automovilística que en la dirección de escenas que requieren mayor precisión dramática". Excepto por Gibson y Winstone, en este drama policial no desprovisto de cierta conciencia política el resto del elenco parecen caricaturas y marionetas.
Una de Mel Este nuevo thriller protagonizado por el filo ario Mel Gibson, no hace más que repetir sin innovación ninguna, las formales reglas del género, inyectándonos desde el comienzo una aguada dosis de intriga. Un policía de la muy blanca ciudad de Boston, obviamente muy rudo e impoluto, recibe a su hija becaria de un instituto de investigaciones. Enseguida observará que la niña, es así como él la ve todo el tiempo, traerá algún problemilla de salud, una vez descartado el embarazo -vade retro Satanás-, el policía se preocupara aún más, pero como se sabe un par de balas bien puestas solucionan cualquier problema de salud. De allí en más al desdichado padre no le queda más que investigar la vida de su hija, para descubrir a quién mando a los matones a tocar el timbre de su puerta. Claro se topara con los mismos empresarios codiciosos y políticos corruptos de siempre. Nada, previsible, obvia y sin sorpresa, bueno hay una al final, que no se puede contar ya que no lo creerán. Mel Gibson, como actor sigue siendo el mismo pedazo de bronce que fue desde siempre, y haberse tomado el esfuerzo de redimir al mundo o por lo menos a occidente se le nota. Quizás, lo único bueno del film sea que al terminar uno se pueda y a comer una pizza con la chica de sus sueños.
La nueva venganza de Gibson Mel Gibson es un especialista en filmes donde tiene que urdir una venganza. Y “Al filo de la oscuridad” no es más que eso. El es un policía a quien le matan a la hija delante suyo y hará lo imposible por ajusticiar al asesino. El director del filme quiso dar un giro más elaborado al vincular a la joven en una corporación que fabrica armas nucleares con la venia del gobierno de los Estados Unidos. Pero sólo alcanza una trama que deambula entre lo engorrosa y obvia. Lo peor que tiene la película es que el espectador supone desde la primera toma cómo será el final; lo mejor pasa por una escena que hace saltar de la butaca. A Gibson le tocó componer a un personaje conflictuado y no es un actor con el peso interpretativo para este tipo de roles. Poco para ver.
Un rostro ajado para un film sobrio Algo de encanto rápido se encuentra en Al filo de la oscuridad, sea desde su visión como también desde el conocimiento previo. Es decir, se trata de un policial. Con una madeja que el detective Thomas Craven (Mel Gibson) decide investigar y desenredar tras presenciar, impotente, el asesinato de su hija. Y, a pesar de lo que parece, no es la misma historia de tantas veces. Porque el film no trata necesariamente, aunque sea uno de sus aspectos, sobre la venganza del padre dolido. Sino, antes bien, sobre otras aristas, más molestas y complejas, capaces de conducir a una trama progresivamente oscura, donde la muerte de la hija sólo funcione como punta de ovillo. Los atisbos del cine noir se notan. Claro que extrañan una puesta en escena más personal y menos efectista pero, sin embargo, algo de ello permanece. No es Martin Campbell un director de características autorales, aunque no deja de ser el mismo realizador de las dos nuevas vueltas de James Bond al cine: GoldenEye (1995) y la notable Casino Royale (2006), además de ser el responsable de la acción trepidante del Zorro bajo el rostro de Antonio Banderas. ¿Y cuáles son los rasgos noir que en Al filo de la oscuridad subsisten? El rostro derruido del detective. Sus vacilaciones morales. Su vida solitaria de pasado vedado. El reencuentro fugaz con la hija. El descubrimiento de un entuerto mucho mayor y peligroso que lo que supone su pérdida. La convicción del deber, de saberse obligado a resolver, de una vez y para siempre, lo que la investigación le descubre. El hilo de la acción sabrá moverse, en este sentido, entre el proceder mafioso, la conveniencia política, los asesinatos en serie. Más un secreto que guarda silencio, como aquél que también supiera ser oculto dentro de un maletín, en el film emblemático del gran Robert Aldrich. Porque Bésame mortalmente (Kiss Me Deadly, 1955) no puede no pensarse como espíritu vigía de la película de Campbell. Más el recuerdo que también supone, sólo por temática, la fallida Abuso de poder (Mulholland Falls, 1996), del neozelandés Lee Tamahori. A pesar de discurrir morosamente, con muchas dosis informativas y disquisiciones de filosofía dudosa -como las que propone el matón interpretado por Ray Winstone , Al filo de la oscuridad sabe mantener un tono sobrio, que tampoco adquiere tintes peligrosos, tales como los que suponen las frases en latín o el parangón religioso que, al pasar, el de veras fundamentalista Mel Gibson expresa: "¿dónde estar, en la cruz o con el que clava los clavos?" lo cual, dicho por el director de La Pasión de Cristo (2004), provoca cuanto menos un temblor. Pero a no temer que, afortunadamente, no es el actor el que dirige. Las escenas puramente de acción son demasiado pocas y, por momentos, el film se cubre de silencio. Son muchas las escenas con este rasgo. Algunas veces, también, para acentuar el efecto sorpresa del montaje y el diseño sonoro. Si bien con situaciones rayanas en lo inverosímil, Al filo de la oscuridad funciona. Y el rostro ajado de Gibson aparece como su mapa sin descifrar.
Primero, Mel Gibson retorna a la pantalla, tras 7 años de alejamiento en los que se ocupó de dirigir “La Pasión de Cristo” y “Apocalypto”, dos títulos polémicos. Se lo ve muy cómodo en la piel de Thomas Craven, un veterano detective de homicidios, devastado por una inesperada tragedia. Emma, su única hija de 24 años, con quien se reencuentra al cabo de una larga separación, es asesinada a balazos en la puerta de su casa. Craven y quienes lo rodean creen, en un principio, que el destinatario de los tiros era él. Sin embargo, tras el dolor y a medida que avanza la investigación que Craven lleva adelante de manera implacable, queda claro que la existencia de Emma era un misterio y estaba cargada de secretos que tardarán mucho en develarse. En la trama asoman encubrimientos empresarios y gubernamentales. De pronto, Craven ingresa en un espacio que desconoce. Habrá testigos que desaparecen, accidentes demasiado caprichosos y una suma de funcionarios y ejecutivos que parecen dispuestos a cooperar, pero sólo echan sombras sobre el caso. O procuran borrar evidencias molestas. Craven no sabrá quién fue su hija hasta que se tope con un video inquietante que ella misma ha grabado, previendo lo que ocurriría. El film se basa en una exitosa y premiada miniserie británica, producida por la BBC en 1985. Eran tiempos de la Guerra Fría y hubo que actualizar algunos detalles en la traslación al cine americano. El saldo es un thriller un poco enredado y confuso en sus intenciones políticas. Mel Gibson, a los 54, ya no es el intérprete desmesurado de “Mad Max” o “Arma mortal”. Los años, le aportan una serena tensión a su personaje.
El retorno de Mel Luego de varios años de ausencia en la gran pantalla, Mel Gibson vuelve para mostrarnos que no se olvidó de actuar y su talento sigue intacto. Recordemos que prácticamente durante toda la década, el actor que le dio vida al mítico William Wallace se abocó de lleno a la dirección, logrando las controvertidas y sanguinarias La Pasión de Cristo y Apocalypto. En contra de todas las predicciones, la nueva película de Martin Campbell (Casino Royale, La mascara del Zorro) es un film entretenido y bien realizado. Si bien el avance promocional muestra mucha acción, el thriller dirigido por el neozelandés es más bien una película tranquila, donde predominan los diálogos y la investigación por parte de Thomas Craven (Gibson) quien ve cómo unos encapuchados asesinan a Emma, su hija, en la puerta de su casa y desde ese momento sólo busca una sola cosa: venganza. El film tiene dos puntos altos que vale la pena destacar. El primero y más fuerte está en las conversaciones que Craven tiene con las personas del entorno de su hija; diálogos que revelan paulatinamente las actividades en las que se veía envuelta Emma y que hacen que la película no decaiga en ningún momento. El segundo pico más alto se puede observar cuando Mel Gibson tiene una pistola en la mano; las escenas de acción y persecución, que son el fuerte del director, están a la altura del relato y muestran definitivamente lo que el protagonista se encarga de repetir varias veces durante toda la película: él no tiene nada que perder. En conclusión, Al filo de la oscuridad no es una obra que marca un punto de inflexión en el género, pero el film se destaca por ser una propuesta que pese a contener los mismos elementos que la mayoría de este tipo de películas (políticos corruptos, grandes corporaciones manejadas por tipos intocables, policías que cambian de bando, etc.) logra despegarse del resto y ofrecer un producto digno de ver y que sin dudas logra su cometido de entretener a doscientas personas que se sientan en una sala de cine con el fin de distenderse.
Filme que está por encima de la media del cine de acción actual. Siguiendo cierta moda digna de diván del cine del último lustro, con padres que buscan vengar la desaparición de su hijas (sumemos Búsqueda implacable, Sentencia de muerte o la más reciente Días de ira), Al filo de la oscuridad logra lo que no todas, que el propio dispositivo cinematográfico aleje al film de lo ideológico y lo convierta en un correcto exponente de cine policial como se hacía en la década del 70: duro, áspero, seco, violento y un poquitín político, aunque esa no sea precisamente la arista más interesante que expone el director Martin Campbell. Pero además de estos elementos, que tienen que ver con la forma, lo que termina de darle cohesión al relato es la presencia de un Mel Gibson que retoma sus personajes furiosos, su violencia cercana al sadismo y a la que le adosa, con total honestidad, su reflejo de tipo grande, cansado, más cerca del fin que del nudo. De hecho, un par de secuencias son encuadradas de tal forma que la figura de Gibson quede empequeñecida, sobre todo aquellas en las que su Thomas Craven se enfrenta a personajes poderosos. El comienzo del film es revelador y sólo una punta de lo que luego se replicará constantemente: hablamos de una violencia que aparece de manera sorprendente, shockeante, enérgica y que rompe con los climas que se van generando. Craven, un investigador de policía, recibe la visita de su hija. Pero en la puerta de su casa la joven es atacada a balazos ante los ojos de su padre. Todo sucede rápido, casi no hay lugar para lágrimas: Al filo de la oscuridad, evidentemente, quiere hablar de otras cosas. Y en la mayoría de las veces, lo hace con acierto. De Campbell hemos tenido que sufrir varias cosas impresentables. Pero tenemos que reconocer que tanto esta como su anterior película, Casino Royale, no están nada mal. Es más, lucen por encima de la media del cine de acción hecho por directores ignotos y, de hecho, hacen gala de eso: Al filo de la oscuridad está narrada de manera rigurosa y firme, pero la mano que la lleva se hace invisible. Esa lógica hace que quien narra se preocupe en el cuento y no tanto en su mirada, lo que le aleja del pergamino moralizante o el aleccionamiento. Claro que el film tiene sus problemas: la subtrama política busca inscribirlo en algo cercano a la denuncia, pero no logra tener la fuerza suficiente. Eso queda en evidencia porque poco nos importa lo que pasa y sólo nos interesan Craven y sus acciones: no por lo que suponen para la trama, sino porque son parte de esa superficie con la que la película construye herencia cinematográfica. En todo caso la búsqueda de la trascendencia es más acertada en el personaje de Ray Winstone, uno de esos tipos que laburan para el Estado haciendo el trabajo sucio que nadie más hace. En esa curvatura que se hace del bien y del mal, hasta hacerlos rozar, Al filo de la oscuridad encuentra sus momentos más profundos y reflexivos, y tal vez sean debidos al trabajo en el guión de William Monahan, quien hablaba un poco de lo mismo en Los infiltrados. La violencia en el film rebota contra sí mismo y logra aquello que no muchos pueden hacer: distanciar el razonamiento del film del de sus personajes. El último plano de la película, que la conecta de alguna manera con Desde mi cielo de Peter Jackson, es horrible: precisamente allí es donde se ve la mano del autor y el film falla. Si bien nos revela que aquí se hablaba sobre otra cosa, tal vez de forma involuntaria permite un acercamiento a otra cuestión de fondo: cómo la violencia es el absurdo mayor de la sociedad, que nada se soluciona aquí, en lo terrenal, a los tiros. Al filo de la oscuridad, sin ser una gran cosa, es un film complejo que se anima a pensar desde el anonimato.
En las sombras La venganza es uno de los móviles más interesantes y ambiguos para dar lugar a un relato. Su complejidad pero su inmediata identificación con el espectador a partir de la tragedia la hacen el motor de algunas de las más reconocidas obras en cualquier formato (¿necesitó mencionar a Hamlet o The Punisher, por mencionar dos cosas completamente diferentes?). En el cine también hay una larga historia de títulos con diferente suerte y recepción, además de diferentes marcos y contextos que permiten construir a la venganza desde una visión estética y narrativa enriquecida o completamente abyecta y superficial (pienso en una película espantosa como Un hombre diferente, de F. Gary Gray). Con Al filo de la oscuridad sucede algo interesante: quienes hayan visto los avances se imaginarán que hay acción a raudales y un héroe arquetípico, pero se trata de un thriller intenso con un contexto y un subtexto medianamente elaborado, algo rústico e irregular desde el guión, pero entretenido. Y tiene a un Mel Gibson en plan de un antihéroe por el cual sentimos empatía desde el minuto uno y a un enorme (¡cuando no!) Ray Winstone como una sombra cínica (no es casual la cita a Diógenes) que sobrevuela al poder y se encarga de “arreglar” las cosas de acuerdo a quién le haya pagado mejor. Para entender Al filo de la oscuridad hay que remitirse a las películas de acción de los 70´s en varias cuestiones: en primera instancia el tópico de la venganza, en segunda el montaje seco para construir las secuencias de acción, además del reposo de la cámara para que luzcan los planos generales, y en tercera está la ambigüedad moral de quienes otorgan justicia y quienes se mantienen al margen de la misma, dando lugar a la incertidumbre institucional que caracteriza al policial negro clásico. Los diálogos son otra clave donde pueden verse los rasgos que definen a este subgénero a nivel discursivo: detrás de cada línea se adivina una segunda intención, una suma de one liners claros y concisos que detrás de su síntesis ocultan un mundo donde la inseguridad se adivina con cada palabra y cada gesto (no así en el neo-noir). Sin duda recordará más a Hammet que a Chandler, por mencionar los dos referentes estéticos fundamentales a la hora de construir diálogos, la sequedad cotidiana antes que los poéticos rodeos lingüísticos. Un buen ejemplo es el diálogo que Thomas Craven (Mel Gibson) tiene con Jedburgh (Ray Winstone) junto al rio. Brutal, pero dosificada en un thriller cargado de incorrección política, la película parece querer decir lo que se plantea en Agente Internacional pero le falta dimensión psicológica a los personajes, así como un subtexto mejor trabajado y menos contradictorio. Sin embargo, esto es porque no se trata sólo de un thriller, también es un film de acción con un antagonista de peso, disparos por doquier y la venganza por mano propia que parte del asesinato de la hija de Craven. Si bien hay irregularidades narrativas en este sentido la película se deja ver y tiene más de una secuencia donde se ve la capacidad del director de Casino Royale para mantener la tensión, particularmente en el vertiginoso ingreso de Craven a la casa de Jack Bennett. Sin duda, una sorpresa absolutamente recomendable.
El viejo lobo sigue en carrera Al Filo de la Oscuridad parece ser, además del título ficticio elegido para narrar las tragedias del protagonista de la película, una perfecta descripción de la vida personal, delante y detrás de cámaras, de su estrella, Mel Gibson. Cuando allá por el año 2004 el otrora héroe acción de las divertidas Arma Mortal emprendió un camino casi decidido a la dirección de épicas realizaciones financiadas de su propio bolsillo, no faltaron quienes pronosticaron un indicio de locura. Dos años después, ya con un éxito inaudito de taquilla para su hiperviolenta interpretación de la Biblia en La Pasión de Cristo, el actor devenido director redobló la apuesta con la impecable Apocalipto, y ya no quedaban dudas: aquel hombre carismático de ojos azules había cedido lugar ante las excentricidades de todo un autor, controversial y subestimado, con el don de lo impensado siempre bajo el brazo. Otros dos años después, ya lejos de las cámaras y entrando en terreno personal, el destino volvió a patear el tablero cuando, tras una noche de borrachera, un arresto mediático y declaraciones antisemitas, lo convirtieron en el nuevo enemigo favorito de la doble moral americana: Mel, el descarriado. Y tanto fue así que la figura de clásicos modernos como la trilogía Mad Max, después de más de 25 años, comenzó su divorcio y cambió abruptamente de vida, algo no muy bien visto por su defendida institución católica. Ahora, después de tantos cambios, y con arrugas que marcan el paso del tiempo pero conservan un espíritu salvaje intacto, el hombre ha vuelto a su profesión: la actuación. Y el resultado, afortunadamente, es más bienvenido que nunca. Y es que si hay algo que mantiene a flote Al filo de la Oscuridad es la incomparable presencia de Gibson, con todos sus gestos conocidos desde la época de El Rescate (film que, temáticamente, se sitúa bastante cerca de ésta nueva película), a la vez que la siempre correcta dirección de Martin Campbell (Golden Eye, Casino Royale, y la serie original en la cual Al Filo... está basada) mantiene al espectador en vilo, sediento de acción y adrenalina como su protagonista, que desata el infierno como venganza entre quienes asesinaron a su hija. Cabe una mención especial para la breve, pero decisiva, participación del gran Ray Winston en, quizás, el personaje más interesante de la película.
La sangre brota Creer que una va a ver este nuevo filme y se va encontrar con algo similar a "Arma mortal" es erróneo. Este es un auténtico filme-noir, un regreso del cine al thriller bien narrado, crepuscular, y magificamente actuado que no descuida nada, donde Mel Gibson está muy bien en su padre vengador que va en busca de conocer la verdad acerca del asesinato despiadado de su hija, una ingeniera que descubrió cosas y no pudo callarlas. Los climas que reúne este ejemplo del cine negro la redondean absolutamente. El papel que encarna Mel es más un padre afectado por una gran pérdida que el policía despiadado que tan solo se reconciliaría con la vida obteniendo su descarga emocional, al patearles la cabeza a los responsables. Atrás de la personalidad de tipo apático, hay honestidad y conciencia, quizás algo de aquél honor que tan poco se refleja en la sociedad actual. El inevitable cruce entre la corrupción política y el reinado especulativo de las grandes empresas aflora y deja entrever claramente los necios procederes de un globalizado mundo contemporáneo. Por eso habrá que escarbar ferozmente hasta el hueso, y saber que uno se la juega, enfrentarse a una inmensa corporación y a estamentos gubernamentales y saber cual es la única salida posible. Genuinamente el director Martin Campbell y el guionista Bustamante perfilan un filme logrado, con el telón de fondo de una adecuada Boston. Ray Winstone está estupendo como un socio misterioso, uno al verlo se imagina que esta era en principio un personaje para que lo encarnara Robert De Niro quien finalmente no llegó a un acuerdo con la producción. Una vuelta al policial oscuro de los años 70, o 60 por ejemplo: "Point blank" de John Boorman -conocida aquí como "A quemarropa" (1967)-, no es la típica "pochoclera", es un densísimo drama con ribetes trágicos, al filo de una oscuridad que pretende y busca como drama moderno salir a la luz.
Por algunas similitudes de sus relatos, la comparación entre Al filo de la oscuridad y Días de ira es inevitable, casi necesaria: lo que en aquella era gravedad e intento de sanción moral sobre la justicia y los abogados, en la película de Martin Campbell es apenas un contexto, un marco de referencia. El arreglo que existe entre la empresa que tira desechos tóxicos y un importante político, más el papel que cumplen los grupos ecologistas y sus acciones clandestinas, todo acaba siendo un fondo para el desarrollo de la verdadera historia, que se juega exclusivamente en el terreno del cine y el género y, por suerte, bien lejos de la bajada de línea. Una de las formas que adopta el film para neutralizar ese posible discurso sobre la contaminación ambiental y el poder de las corporaciones es el apostar por un tono irreverente que nunca termina de dejarle espacio a la solemnidad (que ahogaba en gran parte de Días de ira). Desde el asesinato de la hija de Thomas Craven (recibe un escopetazo de frente que la saca volando, literalmente), las misteriosas apariciones de Jedburgh del que nunca sabemos del todo (hasta el final, al menos) qué rol cumple en la historia, y alguna que otra muerte genial, antológica (como la de un personaje cuya última frase antes de ser atropellado inesperada y bestialmente por un auto es “now, I’m done”), Al filo de la oscuridad se revela inteligente y capaz de la mejor autoconciencia: sabe cómo contar y producir interés sin caer en ningún discurseo edificante sobre el papel de la justicia o la venganza por mano propia. Justamente, lo que en Días de ira era uno de los mayores lastres para la película, por su torpeza y su pretendida importancia, en Al filo de la oscuridad es su punto más fuerte: los diálogos. Más allá de algunos deliciosos one-liners de Mel Gibson (que pudimos ir saboreando desde el trailer), como el de la cruz y los clavos (que, dicho sea de paso, seguramente haya sido escrito especialmente para él), hay en la película de Campbell un sinfín de frases sueltas, conversaciones y respuestas que son el verdadero sostén del film: cortantes a veces, cómicos otras, grasas de vez en cuando, pero siempre impactantes y felices (algunos realmente inolvidables, como cuando Mel Gibson le dice a su enigmático ángel de la guarda Jedburgh “no voy a caminar con usted en la oscuridad”), los diálogos marcan el tono de una película que no por tomarse con ligereza su tema (venganza, ley, poderes económicos, etc.) deja de ser contundente en un sentido estrictamente cinematográfico. Los diálogos y one-liners son, después de todo, una insignia genérica, marcas de pertenencia que conectan a la película con la historia del cine. Esa desfachatez e irreverencia es la misma que sobre el final salvaba en parte a Días de ira, solamente que, además de ser una película mucho más consistente y firme de principio a fin (Campbell tiene un currículum frondoso en cuanto a cine de acción se refiere, y es el responsable de la que probablemente sea la mejor película de James Bond, Casino Royale), Al filo de la oscuridad tiene de su lado a un gigante, enorme y colosal Mel Gibson, capaz de virar de la ternura más empalagosa a una furia ciega pasando por algunos momentos intermedios donde, gracias al soporte de Ray Winston, Gibson demuestra ocasionalmente sus dotes de comediante. Como la película toda, su protagonista también es versátil, capaz de maniobrar registros distintos y hacer gala de una lucidez suficiente como para no tomarse tan en serio a sí mismo.
BUSCANDO UNA VERDAD Pese a que la temática general que invade el guión de esta película no sea del todo original: la venganza de un policía tras la muerte de su hija, la misma logra destacarse por su intrincado desarrollo, sus muy bien dirigidas escenas de suspenso y las vueltas de tuerca, aunque no son sorprendentes, que simplifican el trabajo del espectador al tratar de entender la historia. Thomas Craven es un policía que vive solo y que repentinamente debe lidiar con la visita de su hija. Ella, con vómitos, dolores corporales y actitudes sospechosas, va a ser el centro de la mira de un grupo de personas que deciden terminar con su vida y principalmente va a ser dueña de una realidad que nunca pudo revelar personalmente. Es el padre quien ahora decide investigar su muerte y tratar de reconstruir los últimos días en la vida de Emma. Teniendo como fuente primaria el género policial y entrando en muchas oportunidades a las bases de dicha temática, esta es una historia complicada de entender desde un principio. Las pistas y las explicaciones se conectan de una manera muy extraña, no se dan explicaciones arduas sobre lo que está sucediendo y no se introducen profundamente diferentes personajes secundarios importantes en el caso. Pero ese es el objetivo de esta cinta, ya que todo lo planteado en la narración tiene sentido y una solución fundamentada casi terminada la proyección. Todos los nudos se desatan y todo lo antes no explicado posee una justificación, y es allí donde esta película triunfa. Se homogeiniza muy correctamente el drama familiar y los sentimientos del protagonistas con el caso policial, los pasos que va dando Thomas son coherentes y en muchas oportunidades se crea un suspenso muy bien logrado que ayuda a que se vayan planteando los principales sospechosos y desenmascarando otros. Las actuaciones son correctas y sin tener un destaque prominente ni meritorio, cada una de ellas satisface las necesidades del guión. Mel Gibson está muy correcto, deja de lado sus desbordes actorales y se compenetra, en muchas oportunidades, en la piel del padre dolido. Ray Winstone es quien más se destaca dentro del elenco, en un papel complicado y muy misterioso, pero que presenta los mejores diálogos del guión y es quien en todo momento genera en el espectador una desconfianza muy bien lograda. Danny Huston, en el papel de Bennett, sobreactuado y poco creíble, al igual que Shawn Roberts, el novio de Emma. Si bien hay tomas dudosas, alucinaciones por parte de Thomas poco emocionantes y algo fuera de lugar con respecto al género policial, personajes innecesarios y escenas algo largas, hay diferentes situaciones que valen la pena ser destacadas por la manera en la que fueron encaminadas. Primero que nada la muerte de Emma y el misterio por lo que ella le estaba por decir a su padre justo antes de morir (los primeros 5 minutos de la cinta), mantiene el suspenso en todo el transcurso de la narración, hasta obviamente el momento en el que todo se resuelve. Algunos flashbacks y sueños ayudan a que dicho efecto cobre importancia. Y segundo, diferentes escenas que remiten a los clásicos italianos del género, tal como las persecuciones y los discursos en ronda (final), que le dan un toque de seriedad y credibilidad impecable al film. Esta película tiene errores, incoherencias y lamentablemente no se aleja de muchas otras películas del género, pero entretiene y mantiene al espectador atento al tratar de deducir qué está sucediendo en pantalla. Un correcto film de suspenso, una propuesta para debatir y por sobretodo deducir integramente. UNA ESCENA A DESTACAR: el final según Jedburgh
Esta es la vuelta al cine de Mel Gibson, en un rol protagónico luego de 7 años (el ultimo había sido en la pésima "Signs"), interpretando a un padre que busca venganza tras el asesinato de su hija. Al menos esto es lo que uno espera luego de ver el trailer, donde se vende como un thriller de acción al mejor estilo "Taken" con Liam Neeson. Gibson ya hizo buenos trabajos en este genero, como "Ransom" y "Payback", y volverlo a ver en un papel así me entusiasmaba. Pero en vez de esto, me encontré con la investigación que encara el padre/detective Thomas Craven (Gibson) sobre la desconocida vida de su hija, que lo lleva a descubrir una conspiración empresarial y política que incluye la fabricación de armas nucleares. Martin Campbell, director de buenas películas de acción como "The Mask of Zorro" y "Casino Royale", adaptó este film sobre una miniserie inglesa de la BBC estrenada en 1985 que también dirigió. Nunca vi esta miniserie de seis horas, pero la trama aquí resumida en poco menos de dos horas resulta demasiado simple y con poco suspenso o misterio. A los "malos" los conocemos temprano en la historia, lo que nos deja solo a la espera que el personaje de Gibson los descubra. Cuando finalmente lo hace, esto lleva a una última media hora para el olvido. Igual tiene un par de buenas escenas de acción con el viejo Mel. Mel Gibson ha tenido problemas en los últimos años por algunos comentarios racistas que hizo cuando lo arrestaron por conducir borracho. Esto lo llevó a enfocarse en proyectos como director ("The Passion of the Christ", "Apocalypto") que lo mantuvieron alejado de la actuación. Su regreso como actor es bienvenido y aquí sostiene una película que sin su participación hubiera pasado desapercibida. Ray Winstone lo acompaña en el papel de un agente libre que no termina de quedar claro para que lado tira. Una película previsible que marca el retorno de un buen actor.
HÉROES CÍNICOS La vuelta de Mel Gibson a la actuación en un relato policial pone de manifiesto toda su dimensión como actor excepcional, capaz de construir y soportar con su sola presencia todo un universo particular. Sin embargo, esta película, dirigida por un cineasta hasta el momento mediocre, no se estanca en la exaltación de su protagonista, y va un poco más allá. Ya desde los afiches de promoción podía notarse que el centro y punto de apoyo de este buen film policial iba a ser la figura de Mel Gibson. Y al ver la película no sólo se confirma esa sospecha, sino que además queda claro que Gibson es de esos actores -que no son tantos hoy día- capaces de soportar con su pura presencia todo un largometraje sin necesidad de montar un show personal. La figura de un actor así de alguna manera crea todo el universo de ficción que crece a su alrededor, y casi que se vuelven inseparables. Por ello en esta historia en la que interpreta a un honesto, melancólico y solitario policía al que le asesinan brutalmente, y frente suyo, a su única hija es desde el primer momento creíble: en Al filo de la oscuridad la impresión de realidad es un hecho. Sin embargo, no será el personaje protagonista la clave para entender la posición moral general de la película, que muy por el contrario de lo que podría esperarse o parecer a simple vista, no es tan obvia. Dicha clave es un tal Jedburgh, personaje secundario interpretado de manera brillante por Ray Winstone, y cuyo trabajo es el de limpiar evidencias, que por lo general resultan ser seres humanos. Jedburgh se ve enredado en esta historia luego de que los responsables de una prestadora del gobierno norteamericano que se dedica -en principio- a investigaciones nucleares, pero que de forma oculta también fabrica armamentos, lo contratan para que no queden rastros ni cabos sueltos en todo lo que tiene que ver con la muerte de cuatro activistas ecológicos que intentaron entrar a las instalaciones de la compañía para desenmascarar sus actividades ocultas. A ese grupo de activista se había acercado la hija del personaje de Gibson, Thomas Craven, como último recurso para denunciar las prácticas ilegales, hecho por el cual terminará siendo asesinada. Jedburgh tiene que eliminar todo elemento que pueda involucrar en esos hechos a la compañía así como también a sus contactos políticos. Pero cuando todo parece indicar que será el gran antagonista de la historia, sus acciones lo ubican en un lugar más ambiguo y que, como decíamos antes, dará la clave para entender la posición de la película. Una vez que se topa con Craven, el asesino frío e hiperprofesional que parecía ser, da lugar a un ser más complejo, inteligente, culto y con un incipiente sentido de justicia. Luego en la historia se devela que padece una enfermedad terminal, razón a la que posiblemente se deban no sólo su impronta melancólica sino también el desvío que decide tomar. Esto es: ayudar - muy a su particular a su manera, claro- a Craven-. En uno de los primeros encuentros entre estos personajes, luego de compartir un vaso de whisky, Jerdburgh le dice que ellos dos son como Diógenes, aquel que anduvo toda su vida buscando hombres honestos. Cuando Craven le pregunta cómo le fue en esa busca, Jerdburgh le contesta que nunca encontró a ninguno, al contrario de ellos que finalmente sí lo hicieron. Obviamente lo que hace el personaje es decir que esos hombres honestos son justamente ellos dos, colocándose al mismo nivel que Craven. Es interesante que se cite la figura de Diógenes, que fue un personaje griego encuadrado dentro de lo que se denomina escuela cínica, una corriente postsocrática que pregonaba el desprecio por las riquezas y posesiones materiales. Ese cinismo difiere mucho de lo que hoy se entiende como tal, por eso decir cínico en sentido griego es muy diferente a decirlo según el sentido actual. Jedburgh fue y es inevitablemente un cínico según su uso actual, aunque intente revertir esa situación. Para ello intenta ayudar a Craven eliminando también a otra parva de cínicos igual que él; pero el relato mostrará que ya es tarde para redenciones (al menos en forma completa). El desenlace de la historia presenta dos tiroteos simétricos: por un lado, Craven se enfrenta al líder de la compañía y sus custodios (todos armados); y por otro Jerdbugh a un senador y dos asesores (desarmados). Ambos eliminan a sus contrincantes, y puede decirse que en ambos casos es justo que así sea. Pero el detalle de que el primero termine con la vida de gente armada y el segundo con la de gente desarmada es una sutil forma de marcar las diferencias entre ambos. En ese sentido el relato toma una posición, y por eso a cada uno le toca su merecido final. Jedburgh muere tontamente, cuando trata de ser justo, pagando por todos sus actos, mientras que a Craven lo espera el Cielo y su hija, gracias a su humilde y virtuosa vida. En esta historia, cada héroe -cínicos según acepciones diferentes- tiene su justo final.
El hábito no hace al monje Edge of darkness no sólo marca el regreso de Mel Gibson a la actuación luego de siete años. También es una película con una rítmica acojonante, guiños al cine noir y de clase B, construcciones actorales muy bien preparadas y, sobre todo, una tesis sobre lo que sucede en las sombras, mientras el mundo transcurre y las personas tratan de cambiar el mundo; lo que es y no es. Pocas veces un film de estas características tiene tan bien puesto el nombre. Al filo de la oscuridad es una clara alusión al actuar de los mal nombrados "malos y buenos" en medio de un campo de juego ambientado para una guerra de negociaciones, chantajes, 'limpiezas', violencia y mucha corrupción. Así es como de manera muy bien anticipada nos vamos abriendo camino en la vida de Thomas Craven (Gibson, que se come la película con su impresionante actuación), un detective de Boston que se encuentra atrapado en el caso del confuso asesinato de su hija, quien antes de su partida deja toda una vida secreta a disposición del protagonista para que éste llegue al foco de la cuestión y todos quedemos con la boca abierta. Durante el correr del metraje, nos vamos enriqueciendo de información con un in crescendo de la trama que deja espectante a cada momento. Es así que gracias a los diversos recursos de narración nos vamos familiarizando cada vez más con cada uno de los personajes (o entes) de la película. La historia está basada en una serie británica de los años '80 por los guionistas William Monaham y Andrew Bovell. Estos arman unas líneas de diálogo excelentes para ayudar al pulso narrativo setentoso que caracteriza a esta cinta dirigida correctamente por Martin Cambell. Nos quedarán muchas frases hechas pero bien contextualizadas para entender la esencia del film, como "todo es ilegal en Massachusets", "no sé lo que es perder un hijo per sí lo que es no tener uno" (dicho por Jedburgh, un gran papel de Ray Winston), y finalmente la más gloriosa, salida de la boca de un intrigante Jay O. Sanders: "no se trata de lo que sea, sino de lo que ellos hagan que parezca". El resto se debate entre la resolución del caso y un par de subtramas más que interesantes que enaltecen la profundidad dramática del producto. El director de este film fue quien tuvo la oportunidad de dirigir el reinicio de la saga de James Bond, Casino Royale, así que era el más indicado en lo que a acción se refiere. Y lo logró con creces: Edge of darkness tiene unos sobresaltos tramposos pero muy efectivos para que el espectador se quede sentado viéndola hasta el final. Esa es una tarea difícil de lograr hoy en día, más para este tipo de films, que siempre terminan quedando en el olvido por culpa de la impaciencia de los loquitos de la pirotecnia que la difaman antes de verla como el policial negro que es. A los seguidores de Gibson les encantará este combo de drama, acción, thriller y cine de clase B para pasar un buen rato. Sus defectos podrían bien ser un tono muy pasivo en cuanto al desenlace, pero más allá de eso es un disfrute asegurado. No se la recomiendo a los de estómago débil ni a los que después salen impresionados por ver hemoglobina. Este no es un policial más: aquí van a ver disparos en el ojo, tripas en el suelo, escopetazos, y mucha sangre. Bien Mel Gibson, o como le dicen por ahí, Gibsonísima.
Desde 2003 que a Mel Gibson no lo veíamos en un papel importante en el cine. En el medio, se dedicó a alimentar su faceta de director, con la polémica La pasión de Cristo y con el fracaso comercial de Apocalypto. Como no podía ser de otra manera, su regreso también es una vuelta al género que le dio mayores satisfacciones, el policial, con esta cinta dirigida por Martin Campbell, un especialista en películas policiales y de acción (Goldeneye, Casino royale, las últimas del Zorro, Vertical limit, entre muchas otras). Para esta ocasión, Campbell reflotó una prestigiosa miniserie británica de los ochenta denominada, como el título original de esta película, Edge of darkness, de la cual fue su director, y la exitosa remake del film policial The italian job, originalmente escrita por el guionista de la citada miniserie, debe haber contribuido a la puesta a punto de esta remake de aquel producto televisivo. Lo que empieza como un film de acción más para Mel, en la línea de Ransom y Payback (es decir, a partir del asesinato de la hija de su personaje, y mientras se sostiene la teoría de que su muerte puede haber sido en venganza por alguna acción cometida en el ejercicio de su trabajo como policía), desemboca en un thriller político con una buena dosis de paranoia vinculada al accionar nuclear, un giro algo interesante si se lo compara con la acción más convencional de los films anteriormente mencionados. La paranoia política relacionada con lo nuclear comienza a hacer su aparición en el cine en los cincuenta, con potentes films alegóricos (Invasion of the body snatchers es una de las tantas joyas surgidas en aquella época), otros mucho más explícitos, y algunas películas capaces de ironizar sobre el tema (como Doctor Strangelove, la inolvidable pieza cómica de Stanley Kubrick). Coincidiendo con la guerra fría en sus inicios, esta tendencia en el cine volvió a hacer su aparición en la Norteamérica reaganiana de los ochenta, y ha regresado en los últimos años de Bush al poder, con las amenazas mutuas entre Estados Unidos e Irán, y el terrorismo, a veces manifiesto y otras veces latente. Lo nuclear siempre es un elemento a temer desde la mitad del siglo pasado, una buena excusa para relatos cargados de paranoia, y para reflotar viejos productos relacionados con el tema. El problema que arrastra este film es el mismo que ostentó hace un tiempo State of play, otra remake reciente de un thriller político televisivo, con mucha paranoia y verdades que pugnan por salir a la luz. Una trama muy compleja que comienza a hacerse presente para acechar al protagonista en el desmantelamiento de los secretos que han acumulado cadáveres, que encontraba su cauce perfecto en la extensión de una corta miniserie, pero que, reducida a dos horas, se vuelve pesada y confusa. El accionar conspirativo en el que se involucra el inspector Thomas Craven (Gibson) para entender la razón del asesinato de su hija, es tan pesado, que para desmantelarlo se precisa demasiado diálogo y mucha menos acción, lo que hace que el thriller carezca del ritmo necesario. Uno puede asumir, sin haber visto el producto original, que la miniserie lograba combinar ambas cosas, pero al intentar apretar toda la información de seis capítulos en una sola película, se hace imposible que ambos aspectos funcionen a la par. Ahora bien, como Campbell sabe funcionar mejor entre disparos, nos deja una tremenda descarga de sangre hacia el final, un par de balaceras que involucran a todos los intervinientes, un gesto completamente delirante e inconexo con la frialdad con la que se desarrolla el resto de la película. Para un film de estas características, en el que uno espera persecuciones y tiros por doquier, la abundancia de diálogos que intentan desentrañar un plan maquiavélico restan más de lo que suman, y el violento delirio del final merecía una coherente dosificación durante su desarrollo, para no quedar en el límite del absurdo, y para sostener, a fuerza de balas y ritmo ajustado, un thriller paranoico efectivo. Lo que hubiera sido un feliz regreso del mejor Mel Gibson a su salsa, ha quedado a mitad de camino, sumergido en la telaraña de su argumento, una pesada trama que termina volviéndose el enemigo de la acción propia de este relato policial.
Curiosa y singular resulta la última propuesta fílmica protagonizada por Mel Gibson, fundamentalmente porque se trata de un policial que escapa a las obviedades del género, además de encerrar no pocas connotaciones. Tras una intensa etapa de su carrera en la que se dedicó a su faz de cineasta, asumiendo sin dudar riesgos históricos, teológicos y estilísticos –en especial en sus dos últimos films, La pasión de Cristo y Apocalypto-, se podía esperar que el australiano-estadounidense, al volver a trabajar simplemente como estrella protagónica, iba a descansar en una película de acción dotada de una trama eficaz y taquillera. Pero Al filo de la oscuridad , que arranca con el brutal asesinato de la hija de Thomas Craven (Gibson), veterano policía de Boston para quien aparentemente estaba dirigido el escopetazo, sorprende con su semblanza acerca de las sangrientas telarañas que urde el poder, incluyendo también momentos de fuerte dramatismo, extrema violencia y hasta metáforas espirituales. Desde Señales de M.Night Shyamalan, un film ya muy particular, que Gibson no se desempeñaba sólo como actor (a excepción de un ignoto film independiente que hizo a posteriori, The Singing Detective, no estrenado aquí). Así que se podía esperar que el actor de las Mad Max retomara como intérprete la línea de Revancha o la saga de Arma mortal. Pero la mano del guionista de Red de mentiras y Los infiltrados, William Monahan, y la solidez del director Martin Campbell logran que el film se adentre en terrenos que conducen a la corrupción política y hasta el capitalismo salvaje. Pero a pesar de su tono inquietante, su remate agridulce y su buen elenco, el film deja algunos cabos sueltos y la sensación que podría haber dado aún para más.
Mel Gibson vuelve a la actuación después de varios años, y lo hace en el género que mejor le sienta, el policial. Lejos ya de la saga de “Arma Mortal” (1987/89/92/98) encarna a un policía que es testigo del asesinato de su hija, supuestamente por error. Ël quiere hacerse cargo de la investigación del caso en el esta directamente involucrado, cualquier semejanza con “Un detective suelto en Hollywood” (1995) es mera coincidencia, pues carece de cualquier tipo de humor, por más que la historia sea básicamente la misma. Lo que sí tiene es esa costumbre de los filmes realizados en la factoría del gran país del norte: justificar de alguna manera la acción de buscar justicia por mano propia. También encontramos, como tantas veces en este tipo de productos, que la maldad esta personificada, o, mejor dicho, corporizada, no en el sentido de corporación sino de un único responsable de los males. En cuanto a la disposición del relato, es clásica, de estudio, moldeada pero bien hecha, a pura adrenalina por momentos, sin demasiada creación de climas y excesivamente previsible, lo que la torna aburrida. Ni que hablar del discurso instalado por el texto, por más que alguien crea que las producciones fílmicas no tienen mensaje, esta si lo emplaza y es bastante reaccionario Como dije al principio, Mel Gibson se mueve como pez el agua, es convincente su interpretación, al igual que los demás intérpretes, también son correctos los rubros técnicos, pero no alcanza.
Luego de ocho años y dos controvertidas producciones como realizador, Mel Gibson regresa a su oficio de actor con éste thriller policial, el género que mejor domina en la pantalla grande. Mel Gibson vuelve a ponerse delante de las cámaras en “Al filo de la oscuridad”, adaptación de la miniserie homónima de 1985, que dirige Martin Campbell, el mismo de “Casino Royal” (2006), la primera incursión de Daniel Craig vistiendo el traje de James Bond. El detective de homicidios Thomas Craven (Mel Gibson) ve cómo su hija Emma (Bojana Bokakovic) es asesinada en su presencia. Convencido de que la bala ha tenido un destinatario equivocado, en la investigación descubre negocios sucios y encubrimientos que no debería haber sacado a la luz. “Al filo de la oscuridad” es una realización atípica en su ritmo, además su protagonista parece que fuese de otra época, con un código moral anacrónico. Sin dudas, remite al cine de los años `70. Combativo, violento y brutal en sus arrebatos, Mel Gibson se enviste con la encarnadura de héroe vengador y convierte su drama en una cruzada contra todos. Aunque nos vemos obligados a decirlo que no compartimos su metodología de la justicia por mano propia. Revival “setentoso” Tomas Craven no descansará hasta atrapar al asesino de su hija, incluso cuando la ley no lo ampara porque el mundo de los “malos” la corrompe, éste detective no duda en dar la espalda a una justicia en la que cree más bien poco y administra la suya a sangre y plomo. De acción seca, impactante y diálogos precisos y rústicos, características típicas del cine hollywoodense de los años ‘70, “Al filo de la oscuridad” se transforma en un policial difícil de encastrar en el panorama de los géneros actuales. Precisamente, porque posee un ritmo brusco, que dificulta su emparentamiento con otras películas de su clase (¿acaso es necesario hacerlo?). Más allá de algunas denuncias políticas (un poco correctas) y un plano final fuera de tono “Al filo de la oscuridad” es un objeto extraño, tal vez como lo fue el año pasado “Agente internacional” (2009), que propone un personaje que pega, recibe golpes y dispara como el prototipo de héroe clásico, una especie en extinción en el cine de estos tiempos.