La reinvención de Woody Los grandes directores son esos que -entre otras cosas- son capaces de sorprender, de renovarse, de reinventarse cuando la mayoría de los espectadores ya los dan por “hechos”. De Woody Allen ya no esperaba más que películas simpáticas, ocurrentes, ingeniosas, más o menos inspiradas, pero siempre menores, sustentadas casi siempre en una sola idea/premisa con cierto gancho. Match Point y Medianoche en París no estaban mal, es cierto, pero tampoco fueron las genialidades que sus fans incondicionales aclamaban. No creo que Blue Jasmine alcance a ser una obra maestra, pero queda muy cerca. Es, sin dudas, la película más profunda, inteligente e inquietante que Woody hizo en mucho, muchísimo tiempo. Es un salto cualitativo enorme -en todos los terrenos que se puedan analizar- frente a la flojísima A Roma con amor, un regreso con gloria cuando la mayoría de los cineastas a los 77 años ya está de vuelta o a punto de colgar los botines. Luego de su tour europeo (Londres, Barcelona, París, Roma), Woody vuelve a su país (Nueva York y San Francisco en este caso) y parece recuperar el pulso perdido. Es como si con este regreso a casa se hubiese enfocado en contar una historia intensa y provocativa, y no en construir institucionales turísticos al mejor postor (léase las ciudades que le financian sus emprendimientos en el Viejo Continente). Famoso por su trabajo con decenas de actrices (empezando, claro, por sus musas Diane Keaton y Mia Farrow), Allen suma a su galería de (anti)heroínas a una inmensa, descomunal, deslumbrante Cate Blanchett, en una interpretación pletórica de matices (es graciosa y triste, querible y detestable a la vez) que le valdrán decenas de nominaciones y premios de aquí al Oscar. Blanchett es Jasmine French, una sofisticada cuarentona de Park Avenue caída en desgracia. En efecto, la película está narrada con elegancia entre dos tiempos. Por un lado, conocemos el pasado a través de su matrimonio con Hal (Alec Baldwin), un financista y filántropo a-la-Bernie Madoff que construye una fortuna a base de fraudes, estafas y engaños (incluso hacia ella). Pero, claro, todo terminará de la peor manera. En la actualidad la protagonista sigue con sus vestuarios y accesorios de Channel y Hermès, pero no tiene ni un centavo. Así, recala en lo de su hermanastra Ginger (Sally Hawkins), una divorciada con dos hijos que deja de lado los múltiples desaires de Jasmine y la recibe en su casa de San Francisco. De su pasado despreocupado de compras compulsivas, yoga, pilates y cenas benéficas, la ex millonaria pasará a vivir de prestado, a estudiar computación y a trabajar como recepcionista en un consultorio odontológico. Jasmine es una auténtica alma en pena. Alcohólica y adicta a las pastillas (no hay frasco de Xanax que le alcance), subsiste en medio de una angustia permanente que la lleva a ataques de pánico y colapsos nerviosos. Pero es, también, una mujer brillante y manipuladora, cínica y cruel, a la que Woody describe muchas veces de una manera tan sádica que en la comparación los hermanos Coen parecen directores contratados por Disney. El maestro neoyorquino obliga a Blanchett en este tour-de-force a pendular entre la verborragia desbordante y silencios tan o más incómodos todavía con la mirada perdida y el semblante devastado. Juntos, logran esa verdadera hazaña cinematográfica que consiste en dotar de humor y ligereza a los momentos más pesados y trágicos, y darle carnadura y múltiples connotaciones a las situaciones aparentemente más livianas. Woody -fiel a su costumbre- contrapone los universos de la burguesía codiciosa de Manhattan con esos héroes de la clase trabajadora (albañiles, empleadas de supermercado) que parecen salidos de un film de Mike Leigh, pero esta vez los extremos se unen en una mirada siempre desoladora y desencantada donde imperan el machismo y la desesperación. En esta fábula moral que ha sido comparada varias veces con Un tranvía llamado deseo (obra que la misma Blanchett hizo en Broadway) y que significa una vuelta superadora a algunas cuestiones esbozadas en Crímenes y pecados hay lugar no sólo para las contradicciones entre ambas medio hermanas, sino también para el lucimiento de varios secundarios masculinos: el seductor sin alma de Baldwin, el ex marido de Ginger (Andrew Dice Clay), el actual novio de ella (Bobby Cannavale), un amante ocasional (Louis C.K.), un dentista acosador (Michael Stuhlbarg) y un diplomático ricachón con ambiciones políticas (Peter Sarsgaard), que podría ser la salvación de Jasmine. Más allá del notable trabajo de casting y del lugar destacado que Allen le da a cada uno de esos personajes, Blue Jasmine es un one-woman show. Es que la película está pensada para, enfocada en y sostenida por Cate Blanchett, una mujer que puede fascinarnos por su belleza, aterrarnos por su maldad, conmovernos con su llanto e indignarnos con sus desplantes iracundos. Una protagonista que ni el mejor Pedro Almodóvar hubiese imaginado posible. Una actuación prodigiosa para una película que reivindica por completo a este Woody maduro y, esta vez sí, brillante.
Woody Allen nos trae, una vez más, una gran película, no desprovista de sus marcas de estilo: jazz en la musicalización, un guión excelente, y grandes actuaciones. Blue Jasmine tiene algunas similitudes con Un Tranvía Llamado Deseo, principalmente en los vínculos entre los personajes y alguna que otra situación, pero es un producto mucho más Allen que Williams. Está situada principalmente en San Francisco, a excepción de las escenas del pasado, que transcurren en Nueva York. Cuando Jasmine (Cate Blanchett) pierde su fortuna y sufre un severo desequilibrio emocional, decide mudarse a San Francisco con su hermana Ginger (Sally Potter). Las hermanas, ambas adoptadas, no podrían ser más diferentes: Jasmine acaba de separarse de un marido rico (Alec Baldwin) que le permitía vivir en el lujoso mundo de la clase alta neoyorkina sin trabajar, mientras que Ginger se las rebusca trabajando como cajera en un supermercado, lucha para mantener a sus dos hijos, producto de un matrimonio anterior, y sale con hombres con futuros no muy promisorios. La historia narra el encuentro, no libre de conflictos, entre ambos mundos. Pero también, a través de la lucha de Jasmine por comenzar una nueva vida, cuestiona hasta qué punto es posible dejar el pasado atrás y empezar desde cero...
De la mano de una enorme Cate Blanchett, Woody Allen logra uno de sus trabajos más redondos de los últimos tiempos. El desencanto de la burguesía Jasmine (Cate Blanchett) es una dama de la alta sociedad neoyorkina casada con Hal (Alec Baldwin), un importante empresario de bienes raíces. Su vida sufre un duro golpe cuando descubre que su marido la engaña con cuanta mujer se cruza en su camino y, para colmo, resulta ser un estafador. Habiendo perdido toda su fortuna, y con Hall en la cárcel, Jasmine decide mudarse al modesto departamento de su hermana Ginger (Sally Hawkins) y sus hijos en San Francisco, a la otra punta de Estados Unidos. Jasmine sufre una fuerte depresión y vive medicándose, es incapaz de mantenerse a sí misma y aun no logra asimilar que su vida de lujos y dinero ya quedó atrás. Su visita también comenzará a traerle problemas a su hermana, a quien siempre miró con vergüenza por su falta de clase y por su mal gusto a la hora de elegir hombres. La vida de Jasmine parecerá comenzar mejorar cuando conoce Dwight (Peter Sarsgaard), un joven diplomático que cae rendido a sus pies. Pero mientras Jasmine poco a poco comienza a recomponerse, la tranquila vida que llevaba su hermana Ginger comenzará a desmoronarse. Pura clase Dejando afuera algunas películas en particular (léase Match Point, Vicky Christina Barcelona y Medianoche en París), los últimos trabajos de Woody Allen no habían resultado más que simpáticos films, correctamente escritos y, como de costumbre, brillantemente actuados. Con cuarenta y ocho películas en su haber, Allen aún no hizo una que, por lo menos yo, pueda catalogar como mala. Varias veces estuvo cerca, y probablemente sus trabajos intrascendentes igualen en cantidad a los buenos. Pero de vez en cuando Allen filma algo brillante, algo que nos hace olvidar aquellos años en que pareciera que tan solo filma por inercia. Blue Jasmine es uno de esos trabajos. Inmediatamente cuando uno sale del cine, lo primero que tiene rondándole la cabeza es la fantástica actuación de Cate Blanchett (de la cual ya hablaremos más adelante), pero debemos recordar que esto no sería posible sin el fantástico guión escrito por el viejo Woody. Blue Jasmine resulta una suerte “volver a las raíces” con algo de reinvención. Si revolvemos su filmografía podríamos compararla con otros trabajos agridulces como Hannah y sus Hermanas y Maridos y Esposas, pero quizás la película que más se le asemeja, por lo menos en lo que nos genera como espectadores, sea Melinda y Melinda, aquel film donde teníamos la misma historia vista como un drama y como una comedía. Blue Jasmine cuenta tan solo una historia, pero fuertemente apoyada en estos géneros. A veces bien diferenciados y a veces tan mezclados que nos da un poco de culpa largar una carcajada. Allen aprovecha esta oportunidad para reflexionar sobre la negación de los problemas y sus catastróficos resultados, que afecta no solamente a quien carga con el problema. Alguna vez un libro de auto-ayuda catalogó a estas personas como “gente tóxica”, quienes van “contaminado” todo y a todos a su alrededor. Jasmine, aunque en banca rota y hundida en una fuerte depresión, sigue comportándose como la aristócrata que alguna vez fue. El guión hace un excelente trabajo retratando la caída en desgracia de este personaje, a quien conocemos en las últimas etapas de su depresión y por medio de flashbacks repasamos el punto de quiebre en su vida. El guión de Allen está construido alrededor de ella y todos y cada uno de los personajes de la película se verán afectados en mayor o menor medida por sus actos. Cate Blanchett es la estrella indiscutida de la película. Su actuación le valdrá sin lugar a dudas una nominación a los premios Oscar y, salvo que ocurra algo terrible, debería ser la ganadora. Blanchett compone magistralmente a Jasmine. Aun cuando el personaje no nos pueda resultar del todo querible, es imposible para el espectador no simpatizar con ella. Dicen los grandes actores que lo más difícil del oficio es hacer reír, y Blanchett lo logra. Pero no solo eso, lo logra incluso cuando su personaje está sumergido en un profundo drama. Jasmine es uno de esos personajes que perdurará en la filmografía de Allen, así como fue Diane Keaton con Annie Hall o la Tracy de Mariel Hemingway en Manhattan. Woody es siempre muy cuidadoso a la hora de elegir su reparto secundario y Blue Jasmine no es la excepción. Alec Baldwin le imprime toda su clase y carisma a Hal. Sally Hawkins (La Felicidad Trae Suerte) se luce como Ginger, la hermana, quien hace un gran trabajo presentando un personaje lleno de simpatía pero a la vez lleno de dudas e inseguridades, cosas que la vuelven una ”victima” de Jasmine. Otro que se luce es Bobby Cannavale como el novio y futuro esposo de Ginger, el blanco de todos los reproches. La dirección de fotografía recayó una vez más en el español Javier Aguirresarobe, quien ya había trabajado con Allen en Vicky Christina Barcelona y también formó parte de proyectos tan distintos entre sí como los de la saga Crepúsculo o La Carretera con Viggo Mortensen. Blue Jasmine se ve altamente beneficiada por un gran trabajo de fotografía, sobre todo por la espléndida paleta de colores elegida y aun más por la iluminación, la cual varía de acuerdo al tono de la película. De la mano de un evidente cambio en el vestuario y el maquillaje, la luz intenta reflejar el estilo de vida y el estado de ánimo de Jasmine a través del film, variando entre las escenas filmadas en Nueva York (haciendo hincapié en una vida de abundancia) y en San Francisco (resaltando el conflicto). Conclusión Blue Jasmine es una película redonda que sobresale en todas y cada una de sus líneas, aunque probablemente quedará en la memoria colectiva gracias a una soberbia interpretación de Cate Blanchett, merecedora de todos los premios y elogios. Los seguidores de Allen no saldrán decepcionados ya que resulta un gran avance con respecto a A Roma Con Amor, su anterior trabajo, y es sin dudas su mejor película filmada en Estados Unidos desde Los Secretos de Harry, allá por 1997. - See more at: http://altapeli.com/review-blue-jasmine/#sthash.9G5h86Kr.dpuf
Un Tranvía llamado Blue Jasmine Arranca la película sobre fondo negro, los créditos tienen tipografía Windsor, se pasa lista alfabéticamente a los actores, la música es ópera (significa que viene un drama) o blues (significa que viene una comedia) y siempre, siempre, siempre está escrita y dirigida por Woody Allen. Es casi cábala reiterar con cada crítica cuántos años tiene (77), cuántas películas lleva hechas (ésta es la N° 48) y que no ha perdido su toque mágico (lo cual es verdad). Lo cierto es que Woody Allen es tan hombre como marca registrada, y probablemente ya saben si les va a gustar esta película o no por el mero hecho de que “es la nueva película de Woody Allen”. En cierto sentido, todas las películas de Allen son tragedias. Sus personajes están condenados a un final más allá del bien y el mal, un final que es inexorable y particular para cada uno de ellos, porque jamás logran reconocer ni mucho menos cambiarse a sí mismos. En el mejor de los casos les espera un final agridulce, una puesta en abismo donde puedan llegar a encontrar consuelo en retrospectiva antes de pasar a otra cosa. Incluso en sus películas más banales, como A Roma con amor (To Rome with Love, 2012), rige un determinismo naturalista para cada historia. No se verá una mala performance en ninguna película de Woody Allen ™. Los intérpretes siempre trabajan con soltura, confiados en el propósito de sus personajes dentro de la estructura dramática de la historia. No hay espacio para egos ni frivolidades: los actores entran y salen de escena con precisión teatral. Lo cual es más que apropiado en Blue Jasmine (2013), que está extraoficialmente basada en Un tranvía llamado deseo, de Tennessee Williams. No habría lugar para la duda, ni aunque Woody no se hubiera pasado su filmografía entera citando la obra más o menos explícitamente. Cate Blanchett es Jasmine, una dama de alta sociedad neoyorquina caída en desgracia luego del escrache público que ha recibo su marido Hal (Alec Baldwin), acusado de malversación de fondos (Baldwin morirá interpretando desfalcadores). Quebrada material y espiritualmente, Jasmine huye a San Francisco, a refugiarse en la casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins) y su novio Chili (Bobby Cannavale). Ginger tolera a su hermana con sus pretensiones de clase alta y sus neurosis medicadas con cocteles de drogas. Chili, un mecánico que sólo quiere mirar televisión al final del día, no tanto. Jasmine necesita quedarse un tiempo, ¿pero por cuánto, para qué, qué quiere hacer de su vida y cómo planea lograrlo? La película es lisa y llanamente de Cate Blanchett, que se pierde completamente en su libre versión de Blanche DuBois, la damisela de alta sociedad devenida en esperpento anacrónico y lastimoso cuyas fantasías dementes de pompa y glamour se ven destrozadas por la contingencia de la realidad. Blanchett es un manojo de tics nerviosos, miradas vacías y quijadas retorcidas, y su acelerado descenso hacia la insania es casi palpable. Comienza como un detalle casi cómico, y crece tan sigilosamente que su demencia pasa desapercibida hasta demasiado tarde, tanto para los personajes como para el espectador. Hay algo de Match Point (2005) en esta película. La cito porque, de los films de Woody hechos en el pasado inmediato, posiblemente sea su obra más célebre y lograda, el film de culto instantáneo en el cual ninguna de sus otras películas se ha convertido. Puede que Blue Jasmine no esté exactamente a su altura, si bien se le asemeja en tono (marcadamente pesimista) y elenco (no hay un solo personaje sin algún defecto fatal). Pero posee el poder de un guión férreamente construido entorno a un conflicto claramente definido, tiene comentarios agudos para hacer acerca de los seres humanos y las pulsiones enfermas de poder y conveniencia que motivan sus relaciones, el reparto está excelentemente dirigido y Blanchett da una interpretación magistral. Es sin duda una de las películas de Woody Allen más comprometidas, honestas y memorables de los últimos tiempos.
Y llegó la semana del estreno anual de Woody Allen, director prolífico si los hay y que hace ya un tiempo largo se ha propuesto esa meta, estrenar un film al año. Esta suerte de maratón, que en verdad muchos agradecemos, lo ha hecho fluctuar, ir y venir, cambiar de género y de registro, y no siempre consiguió películas inolvidables... aunque tampoco cayó en un ningún film espantoso. Este frenesí en la dirección también ha hecho que muchos le perdieran el inmenso respeto que se le tenía a su obra hasta ¿mediados/fines de los ’90? Y ahora se le festeja cuando, entre los varios films promedios logra sacar una gema; por suerte Blue Jasmine es una joya valiosa. Allen ha sabido siempre trabajar con la estructura de un personaje central sobre el que giran varias historias y personajes periféricos, y este es el caso de Jasmine (Cate Blanchett) un prototipo de manual de mujer de la aristocracia, vida de plástico, lujos y falsedades; está casada con Hal (Alec Baldwin), empresario del rubro inmobiliario. Jasmine mantiene un equilibrio inmóvil a fuerza de negación de lo que pasa delante de sus narices, pero un día alguien/algo patea esa torre de naipes, Hal es descubierto como un estafador supremo y todas sus (muchas) infidelidades matrimoniales también salen a la luz. Así, Jasmine abandona la dorada Nueva York para instalarse en la mundana San Francisco, en casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins) a quien de entrada ya vemos como una antítesis de Jasmine. La lógica diría que Jasmine debería arrancar de cero una vida nueva acorde a sus nuevas necesidades por estar en bancarrota, pero no, las apariencias están primero, y ella se comportará como si nada hubiese ocurrido, llevando su insoportable alta alcurnia a su paso, destilando su veneno con cada uno que la rodea, y sobre todo Ginger será su presa más preciada. Como antagonistas perfectas, cuando la vida de Jasmine comience a mejorar ante la posibilidad de un nuevo amor, la de Ginger por el contrario se derrumbará cada vez más. Ya lo aclaré antes, cada tanto Woody Allen escribe y dirige estas gemas y pareciera que lo hace para dejar contento al público que despotrica sus films más simples y amenos como A Roma con amor; y esta vez el trabajo pareciera ser recurrir a varios recuerdos de films anteriores, ajenos, y más aún propios. Jasmine y Ginger recuerdan en ciertos momentos a esos personajes creados por Bette Davis y quien le pusieran en frente, con una diferencia, la refinada actitud de Jasmine y que Blanchett capta a la perfección. En 2004, Allen sorprendió con Melinda, Melinda, y hay algo de eso acá, el personaje femenino que llega a un entorno extraño y lo trastoca, la comedia y el drama.También recurrirá al Woody clásico, al de Manhattan, Esposos y Concubinas, y Annie may con esa mirada aristocrática irónica, satírica, mordaz de su Nueva York natal y contraponerla a una ciudad diferente. La dirección de actores siempre fue su fuerte, y en Blue Jasmine comenzando por una glamorosa Cate Blanchett, y unos magistrales Baldwin y Hawkings bajamos a unos Peter Saarsgard y Bobby Cannavale que no hacen un menor trabajo. También es fuerte el trabajo de fotografía de Javier Aguirresarobe con distintos matices para cada ambiente. Blue Jasmine viene a demostrar que Woody Allen todavía está lejos de retirarse, que tiene mucha genialidad para entregar, al igual que hace siempre cada tres o cuatro años, el promedio normal de cualquier director.
¡La nueva de Woody!, vamos al cine felices cada vez que el director neoyorkino estrena película y con “Blue Jasmine”(USA,2013) la felicidad es potenciada porque, sin querer desmerecer sus anteriores y reciente realizaciones, vuelve a sus clásicas películas de diálogos y situaciones fuera de su propia neurosis y auto referencialidad. En “Blue…” está Jasmine (Cate Blanchett) una mujer de la high society de Nueva York que ve como su mundo se desploma al quedar en bancarrota después que se descubre que Hal (Alec Baldwin), su marido, realizaba desfalcos financieros, alguien que recomendaba a quien tenía dinero “lo primero que deben saber es cómo eludir al Gobierno”. Allen cuenta con maestría cómo esta mujer debe adaptarse a una situación completamente diferente hasta hace minutos, a compartir con su hermana adoptiva Ginger (Sally Hawkins) y sus dos hijos un pequeño departamento en San Francisco y a ver de qué manera puede sobrellevar las consecuencias del colapso nervioso que sufrió. Pero Ginger está con Chilli (Bobby Cannavale) un misógino y desagradable mecánico que intentará: 1- Conseguirle pareja a Jasmine 2- Ayudarla a encontrar un trabajo (“podés ser enfermera, porque las enfermeras son buenas en la cama porque conocen bien el cuerpo humano”)3- Hacerle ver a Ginger que su hermana la está usando y que cuando tenía dinero nunca la llamaba para ver cómo estaba. Y ahí está una de las dinámicas de “Blue Jasmine” la racionalidad (que le queda) a Jasmine frente a la impulsividad de su hermana y novio, que obviamente terminará en peleas y discusiones que en la pluma del Allen guionista tienen el tono que ningún otro realizador puede lograr. Además Jasmine impulsará a Ginger a realizar cambios en su vida. Porque en esta película (la número 43 de Woody Allen como realizador) las transformaciones son uno de los tópicos principales. Ninguno de los personajes pasará por Blue Jasmine sin haber al menos cambiado/evolucionado en su totalidad o en parte para bien o para mal. Desde el primer momento que aparece Jasmine (Blanchett) la cámara de Allen se enamora de ella y le otorga presencia y diálogos increíbles en casi todas las secuencias de la película. Con primeros planos de ella interactuando con su nuevo entorno la narración avanza sin darnos cuenta. Jasmine necesita cambiar de aire y decide ir a una fiesta de una compañera de un curso de computación que está realizando en la que conoce a Dwight (Peter Sarsgaard), un ascendente político del que termina enamorándose y al que decide omitir contarle su pasado. Ay Jasmine! La mentira tiene patas cortas!!! ¿no sabés eso? Esta es una película dentro de “Blue Jasmine”, la otra es la de la vida opulenta de su pasado, que disruptivamente y a través de flashbacks van completando su matrimonio con Hal. Este es el mundo de las casas en los Hamptons, las fiestas de vestidos largos y smokings, las mansiones en las afueras de Nueva York, los departamentos en la quinta Avenida, las tiendas lujosas, las botellas de MOET. Una vida ¿feliz? Mientras ella miraba hacia otro lado ante los “engaños” económicos y amorosos de su marido. Allen reflexiona sobre elecciones (para bien o mal) y la importancia de poder superar algunas situaciones y de cómo algunos no lo pueden hacer. “Blue Jasmine” es una película que retoma la verborragia de “Hannah y sus hermanas” y la profundidad de “Interiores” y “La otra mujer”, además de darle el protagónico a una mujer nuevamente, y que aquí Cate Blanchett (¡alarma de Oscar!) logra componer una increíble Jasmine que nos hace empatizar con ella desde el segundo uno que aparece en la pantalla. Enorme. Hermosa. Gran película.
De una manera que no alcancé nunca a comprender, hace ya algunos años que buena parte de la prensa mundial -y, en especial, la norteamericana- venía celebrando lo que consideraban un regreso de Woody Allen a su mejor cine. Lo hacían, por lo general, con sus películas filmadas fuera de los Estados Unidos, esas que les permite hasta a los críticos de cine convertirse en turistas y pasar por alto la acumulación de clichés y obviedades que hay en ellas. Convertidos en turistas, parece ser la idea, críticos y cineastas nos permitimos hacer, decir y aceptar de los otros cosas que en la vida cotidiana jamás haríamos, diríamos o entenderíamos. Además, claro, cuando la gente dice pavadas en otros idiomas, o con un acento simpático, nos parece divertidísimo. A mí no me parece muy divertido, la verdad. De hecho, creo que las películas que Woody Allen filmó en la Europa no angloparlante -VICKY CRISTINA BARCELONA, MEDIANOCHE EN PARIS y A ROMA CON AMOR: todas con la ciudad en el título, así el espectador puede codear al de al lado y, sin confundirse, hacerle un comentario sobre lo linda que es en realidad la Sagrada Familia, el Pont Neuf o el Vaticano- son menores, muy menores, con apenas unos pocos momentos que atraviesan el tufillo a educado y respetable álbum de fotos de viajero de Business Class y hotel 4 estrellas. blue-jasmine091Sin embargo, cuando todo parecía perdido para mí (comparando, podría decir que si Woody Allen fuera una serie de TV había que haberla abandonado hace ya varias temporadas), aparece ante nosotros BLUE JASMINE, acaso la mejor película de Allen desde MARIDOS Y ESPOSAS, veinte años atrás. Y no lo digo en forma condescendiente ni basado en el afecto y cariño que uno sigue sintiendo por el realizador tras tantas décadas de admiración. No: BLUE JASMINE es una muy buena película, que tal vez se quede corta de la categoría Obra Maestra por algunas cuestiones (ahí sí que pesa cierta falta de tacto tal vez producto de la época), pero que sin embargo marca un renacimiento creativo del gran Woody. Y si el tiempo prueba que fue menos un renacimiento que un breve rebrote de brillantez, no importa. Ya contar con esta película a esta altura de su filmografía es bastante más de lo que muchos de nosotros esperábamos. Estructuralmente, se puede decir que BLUE JASMINE es una versión bastante libre de UN TRANVIA LLAMADO DESEO. Aquí, Jasmine (Cate Blanchett) es la viuda de Hal (Alec Baldwin), un multimillonario estafador que se suicidó en la cárcel en la que terminó al ser encontrado culpable de fraudes económicos en los años de la caída de Wall Street. Sin dinero pero manteniendo la actitud de alguien que siempre se movió en la alta sociedad, a Jasmine no le queda otra que irse a vivir a lo de su hermana (adoptiva) en San Francisco, cuya vida es radicalmente distinta a la suya. Ella es Ginger (Sally Hawkins), una cajera de supermercado con la que no se entiende muy bien y a la que casi no ha visto durante varios años (el ex marido de Ginger perdió todo su dinero, que se lo manejaba su cuñado Hal), por lo que la adaptación -cultural, social, económica- no será fácil. Y menos aún si se toma en cuenta que la ex dama de clase alta se pasa buena parte del tiempo bebiendo, tomando ansiolíticos y hablando sola. bluejasLa película se centrará en la nueva vida de Jasmine, en la relación entre las hermanas y en los intentos de ambas de acomodarse la una a la otra. Ginger tiene un novio, Chili (Bobby Cannavale), al que Jasmine desprecia y mira con desdén. De hecho, para ella toda su nueva realidad es repugnante. Hasta que conoce a Dwight (Peter Sarsgaard), un hombre con ambiciones políticas y de gustos refinados. Paralelamente a la nueva realidad de Jasmine, Allen irá insertando extensos flashbacks de su vida previa: su relación con Hal, empresario plagado de amantes y negocios turbios, el viejo episodio que enfrentó a las hermanas y la caída en picada de ese universo de viajes en primera clase, hoteles de lujo y casonas de vacaciones en la playa. Y aunque Jasmine trate de aferrarse a esos recuerdos, su vida actual poco y nada se parece a aquello. Y pese a sus esfuerzos (se pone a estudiar computación, consigue un trabajo) no logra reacomodarse. Seguirá esperando que un hombre la saque de allí y la salve. BLUE JASMINE es una película inusualmente dura para los parámetros del Allen actual. Si bien a lo largo de su carrera los personajes femeninos fueron llamativos y, en muchos casos, sufridos, Jasmine seguramente las supera a todas. Más allá de los toques de comedia que Allen pone para aliviar la dureza de la situación, el personaje se va degradando a lo largo de la película a niveles casi insoportables, un poco por su culpa y otro por la de los demás. Es en ese área donde hay que destacar el trabajo de Cate Blanchett. Su interpretación puede ser brillante en un sentido técnico y, si se quiere, hasta teatral (produce admiración y, a la vez, te saca de la película), pero la verdadera grandeza de su trabajo está en permitirle al personaje un rango de emociones y variables que parecen mayores a las escritas en el guión. Su Jasmine (nombre real, Jeanette) puede ser, casi al mismo tiempo, simpática y repulsiva, víctima y victimaria, ácida y tierna. Te puede generar compasión y ganas de asesinarla en el mismo revoleo de ojos. Blanchett no la juzga ni la caricaturiza (algo que suele pasar con las actrices de Allen, que a veces casi se burlan de sus personajes). Al contrario, la convierte en un personaje tan rico como complejo. Es ahí, tengo la impresión, que reside buena parte de la grandeza de la película. blue-jasmine-image07Es que si uno sale del personaje y de Blanchett, BLUE JASMINE se cae un poco, se banaliza bastante. Casi todas las situaciones cómicas relacionadas con el mundo de Ginger, la hermana de Jasmine, no salen del habitual tono condescendiente que Allen tiene con la llamada “clase trabajadora”. A mitad de camino entre el homenaje a Brando y el cliché, los personajes de Augie (Andrew Dice Clay), Eddie (Max Casella) y el propio Chili, entre otros, parecen traídos de alguna comedia popular italiana de los ’50, de los filmes británicos más aparatosos de Mike Leigh o de una sitcom televisiva de los ’70: uno espera las risas grabadas después de algunos remates (no creo que sea casual que Allen haya elegido a comediantes de stand up para varios de estos roles). Pero aún estos momentos flojos están sostenidos por actores que -pese a estar lookeados al mejor estilo SOPRANOS y hablar con exagerados acentos “étnicos”- parecen mejorar los textos cada vez que pueden, tratando de quitarse de encima cierto tono de paternalismo con el que fueron pensados, por más que Allen los ponga a disputarse una porción de pizza como si fuera un trofeo. No pasa lo mismo con las escenas ligadas al mundo de la clase alta, tanto en los flashbacks como en la relación entre Jasmine y Dwight (tampoco con los, digamos, de clase media, como el dentista y el ingeniero de sonido que encarnan Michael Stuhlbarg y Louis C.K.). Da la sensación allí que Allen confronta directamente con los personajes, sin “disfrazarlos”. No hay paternalismo alguno ahí. Al contrario, hay una mezcla de realismo, crueldad y esa extraña forma de envidia/admiración/odio que Woody siempre ha tenido con la gente de clase alta. Lo curioso aquí (y, si lo pensamos, en buena parte de las películas recientes de Allen) es que no hay personajes “intelectuales”, ese universo en el que el director solía moverse -y del que sacaba buena parte de sus tramas- en las viejas épocas. Hoy Allen parece tomar su universo creativo menos de la vida real y más de otras películas, de la literatura, de su propio cine y -en este caso- hasta de las noticias. El patrón narrativo y temático armado para UN TRANVIA LLAMADO DESEO por Tennessee Williams -un autor muy alejado en muchos sentidos de Allen- le ha servido de maravillas para la estructura dramática de BLUE JASMINE. Sin la tensión sexual de aquella obra (y película de Elia Kazan), el filme de Allen prefiere hacer centro en el cruce entre lo personal, lo social y lo económico. Es el dinero, o la falta de él, el que hace que el edificio de la personalidad tenuemente construido por Jeanette/Jasmine se termine por desarmar del todo. Y será muy difícil reconstruirlo desde alguna otra perspectiva.
Woody Allen es un genio y lo demuestra todos los años. Puede gustarte más o menos alguno de sus films pero todos tienen esos condimentos tan excepcionales que hacen que sus trabajos sean únicos. Blue Jasmine no forma parte del top ten del aclamado director ni tampoco será recordada como una de sus obras cumbres, pero eso es porque tiene demasiadas. Este estreno cuenta con una construcción del personaje central tan formidable a nivel guión y performance que si la Academia no le da un Oscar a Cate Blanchett en la próxima premiación será una estafa. La manera que utiliza la actriz para mostrar la bipolaridad de su personaje y soltar esos maravillosos monólogos es como una cátedra del mejor taller de actuación que exista. Y como es de costumbre en las películas de Allen, no solo el protagónico está muy bien sino que el resto del elenco también se luce: Alec Baldwin como de costumbre y los pseudo desconocidos Sally Hawkins y Bobby Cannavale están magníficos como la hermana de la protagonista y su pareja, respectivamente. Ácidos comentarios, elocuencias varias y disfunciones familiares terminan por componer una elaborada y graciosa historia al compás de una edición simple y sin pretensiones. Los amantes del cineasta saldrán felices de la sala y los espectadores ocasionales estarán más que satisfechos. Es una gran opción que no defrauda en lo más mínimo sino todo lo contrario.
Cuando todo se va al infierno Allen vuelve a su mejor forma en esta gran comedia dramática con Cate Blanchett. El lo niega, pero se le nota el homenaje. Blue Jasmine es la admiración que Woody Allen tiene por Un tranvía llamado Deseo -más por la obra en sí que la película con Brando y Vivien Leigh-. Si en la pieza de Tennessee Williams la construcción del personaje de Blanche DuBois es soberbia, cargada de matices en cada recoveco desde que empieza hasta su final, esperen a ver la composición del personaje y la actuación de Cate Blanchett. Es magnífica, y nos quedamos cortos. Allen, cuando no piensa en comedias y se aboca a dramas, consigue mejores resultados escribiendo el rol central para una mujer. No son lo mismo los personajes que creó para Mia Farrow que para Diane Keaton, porque Allen en los años ‘70 y ’80 sabía elaborarlos de acuerdo a sus actrices fetiches. Blanchett no lo es, pero el director de Interiores y La otra mujer bien podría tomarla en cuenta. Los personajes femeninos son los que Allen sabe mejor encontrarle el nervio, la columna vertebral, exprimirle la savia. A Jasmine la presenta ya separada, en un vuelo desde Nueva York hacia San Francisco, adonde buscará refugio tras la infidelidad de su esposo especulador -en todo sentido- Hal (Alec Baldwin, quién mejor) en los brazos de Ginger (Sally Hawkins), su hermana adoptiva -ambas fueron adoptadas, como varios de los hijos del director-. Allen irá hacia atrás (a Nueva York) y volverá al presente (San Francisco), y cada vez que lo haga descubriremos a una Jasmine cambiante. Hay diferencia en saber primero que se separó y luego ver cómo confiaba en Hal ante la primera advertencia. Ni tampoco es lo mismo que Jasmine forme parte de la clase alta neoyorquina y hayan caído en bancarrota su fortuna y su matrimonio. En tal sentido, Blue Jasmine no parece, desde la historia, una típica película de Woody, aunque el entramado sea de lo más allenesco posible. Los caracteres secundarios remedan un poco a aquellos de Dos extraños amantes, a la época en la que aparecían porque tenían que algo que decir. El amor, el romanticismo, el sexo, los celos o una combustión entre ellos los impulsa. Salvo a Jasmine, que es un caso aparte. Es que tanto Jasmine como Ginger buscan una segunda oportunidad amorosa. Y San Francisco para Allen puede tener seres tan estrambóticos como la Nueva York que ama. El Stanley de Un tranvía… aparece esbozado en más de un personaje allí, y Jasmine se aleja de la realidad de su vida como, salvando las distancias, lo hacía Blanche. Es una comedia dramática -noten el sabor que les dejará la reflexión final de la protagonista-. En el plano de la comedia, sí, hay enredos, la mayoría amorosos. Y esa fina ironía que Blanchett sabe marcar como nadie, ya sea con la mirada, o escapándole con el cuerpo a las situaciones. Blue Jasmine despierta bronca. ¿Cómo puede ser que Allen no siempre escriba guiones como éstos, y se despache con comedietas de lo más superfluas? ¿Por qué no espera la inspiración en vez de obligarse a hacer una película por año? La banda sonora como siempre no tiene desperdicios, aquí con blues, y con ese Blue Moon que tanto fascina a Jasmine. No hay que dejar arrullarse sólo por los compases de la música, parece decirnos Allen, porque así te pueden llevar puestos.
Cine enfocado, certero, fluido, incisivo. Director enfocado. Casi como una respuesta al personaje fuera de foco de Los secretos de Harry (1997), una película maligna que verbalizaba el veneno, en Blue Jasmine hay una claridad visual que mediante la luminosidad del ambiente y la de la protagonista trafica una amargura comparable a la de una de las obras cumbre del director: Crímenes y pecados (1989). Esa película ha sido elegida de forma recurrente por Allen como faro de su carrera de las últimas décadas, y a su pesimismo intentó volver en sus tragedias londinenses a la postre farsescas y falsas, desdeñosas y sobreexplicadas: Match Point y El sueño de Cassandra . Blue Jasmine es una película resplandeciente: resplandece su protagonista, Cate Blanchett, en absoluto estado de gracia. Ella y Allen proponen algo especialmente osado: volver al estatuto de actriz inapelablemente hermosa, de atractivo fuera de duda, y no mediante una construcción publicitaria y clipera. Blanchett es subyugante no gracias a ángulos de cámara velozmente cambiantes que la favorecen y la falsean: es subyugante mucho más allá de la cámara, hasta parecería no necesitarla. Blanchett es una deidad. Una deidad caída en este caso: una mujer acostumbrada a la riqueza que lo ha perdido todo. La película empieza con un relato tragicómico de esa pérdida, en forma de monólogo sufrido por una compañera de viaje, una señora a la que se le nota la permanencia del dinero. Jasmine (nom de guerre) ha accedido a la riqueza y/o al amor con su marido, que ya no está más para ella. Para la película, él estará en numerosos flashbacks que irrumpen con frecuencia y con cierta violencia. Es la vida anterior, es una vida que Jasmine ha perdido, y esa pérdida es un shock constante. No más techos altos de departamentos de edificios antiguos, casa en Los Hamptons, viajes a Europa, consumo sin límites en Nueva York, el roce del dinero con el dinero. Su marido es la seducción constante en el amor y en los negocios. Es el enorme Alec Baldwin, un actor que cuando dejó de ser galán joven pasó a ser un intérprete de una perfección descomunal. En Blue Jasmine sabe que no es el centro magnético (no hay manera de competir con Blanchett), y esos flashbacks lo ubican tras un velo misterioso que la película termina de descorrer al final, en una revelación que está lejos de ser una vuelta de tuerca: es lógica y aporta una nueva luz a los juegos conceptuales manejados a la perfección: dinero y pasión (enfermiza) se mezclan de forma indisoluble. Jasmine, al perderlo todo, pierde también la capacidad táctica, sólo le queda la estrategia general. Y en los juegos del amor y el dinero (o del amor al dinero) todo puede decidirse en detalles aparentemente ínfimos, pero cruciales. Jasmine cambia de costa, del este al oeste de los Estados Unidos (con el peso que ese viaje siempre tuvo en el cine de Allen), y pasa a convivir con su hermana, que se casó mal. La hermana es Sally Hawkins, de Happy-Go-Lucky , de Mike Leigh, y también está perfecta. Pero entrar en cada ángulo de Blue Jasmine y evaluarlo de forma superlativa es redundante. De todos modos, sería en extremo injusto no señalar la gran cantidad y variedad de humor (se incluye el incómodo y el cargado de crueldad), la estructura que permite el cambio de perspectiva y de tiempos sin afectar la tersura narrativa, el entramado temático notablemente resistente en su elasticidad y profundidad. Blue Jasmine es una película de un nivel al que no se suponía que Allen regresara luego de sus simpáticas excursiones turísticas por Barcelona, París y Roma. A las objeciones de que el director hace demasiadas películas, Allen responde este año que la práctica hace la perfección.
Una mujer en carne viva Lo raro de Blue Jasmine es que no esté acreditada como versión de Un tranvía llamado Deseo, ya que se trata de la misma historia. Pero eso no impide que el viejo y querido Woody embarque a los espectadores en su mejor obra en varios años. ¡Woody está vivo! Desde hace mucho, demasiado tiempo, el autor de Annie Hall, Manhattan y tantas otras parecía empeñado en demostrar lo contrario, al menos en términos artísticos. Desde comienzos de siglo, más exactamente, primero con películas muy malas (Ladrones de medio pelo, La maldición del escorpión de jade), otras que parecían copias menores de lo que alguna vez fue (La vida y todo lo demás, Melinda y Melinda) y finalmente los tours internacionales como de jubilado, emprendidos por unas Londres, Barcelona, París y Roma a las que convirtió por arte de contramagia en postales-cliché. Por suerte, a Woody parecen habérsele terminado las ciudades que quería visitar (aunque alguna vez amenazó con venir a filmar a Buenos Aires) y ahora con Blue Jasmine ha vuelto a casa. No sólo en términos topográficos, aunque eso sin duda influye, sino que en su nueva película el hombrecito de los jeans de corderoy vuelve a hablar de lo que de veras conoce, de la gente que lo rodea o rodeó, de las criaturas que siempre supo imaginar, dando por resultado la que a criterio de este cronista es por lejos su mejor película desde Todos dicen te quiero. O sea: la mejor en casi veinte años. Lo raro de Blue Jasmine es que no esté acreditada como versión de Un tranvía llamado Deseo, ya que se trata de la misma historia. En lugar de la aristocrática sureña Blanche Dubois, aquí la heroína es una niña mimada, ex esposa de superrecontramillonario caído en desgracia. Se llama Jeannette, pero en algún momento se cambió el nombre por Jasmine, porque le pareció más chic. Como su predecesora, al quedarse sin un peso ni casa ni nada (el ex resultó, como el financista neoyorquino Bernard Madoff, un estafador de la más alta gama), Jasmine se ve obligada a irse a vivir a lo de su hermana white trash, equivalente de Stella, que vive en San Francisco y se llama Ginger (la inglesa Sally Hawkins, protagonista de La felicidad trae suerte, de Mike Leigh). Stan Kowalski es aquí Chili, nuevo novio de Ginger, para quien la felicidad es un partido de béisbol y una cervecita (está notable el gran Bobby Cannavale, de Boardwalk Empire). Chili es tan básico y eventualmente violento como el personaje al que inmortalizó Marlon Brando. Aunque entre él y Jasmine no haya ni pizca de atracción erótica: son perro y gato y se harán la guerra. Lo que es muy distinto de la obra de Tennessee Williams es el tono, que durante más o menos media película responde fluidamente al de toda comedia alleniana, presentando a Woody con chispa, timing y agudeza recuperados. Pero allá por la mitad, la hasta entonces cómica neurosis de la protagonista –que hasta ese momento funciona como alter ego femenino del personaje-Woody– comienza a ponerse peligrosamente border, dando la sensación de que en cualquier momento puede llegar a tener un brote. Si es que no lo tuvo ya y uno no se dio cuenta. Es verdad que ya de entrada Jasmine aparece al borde mismo de un autismo de alta clase, monologando compulsivamente (desesperadamente, se diría, si no fuera porque la escena es comiquísima) ante una compañera de vuelo a la que no le permite abrir la boca. Que algo le pasa a esta mujer está claro. Su desproporcionada ansiedad cuando se baja del taxi que la trae del aeropuerto, su confesión de que “a veces no puedo respirar, y cuando logro hacerlo tengo ataques de pánico”, así como el modo en que arruga la nariz ante la casa y los hijos (de un matrimonio anterior) de Ginger van redondeando lo que podría llamarse el “cuadro-Jasmine”, que una serie de muy fluidos flashbacks terminan de hacer entender, echando luz sobre su vida anterior y poniéndola en perspectiva con su presente. Lo que era gracioso se va haciendo perturbador y trágico, a partir del momento en que el espectador comprende que lo de Jasmine es bastante más que una simple desubicación de niña rica con tristeza. Daría la impresión de que en ese momento, cuando Jasmine comienza a bañarse en sudoración, pierde la cabeza, yerra y le habla al fantasma de su marido (Alec Baldwin, una roca), Woody incorpora todo lo que aprendió de Bergman, internándose de su mano en la confundida desolación de la heroína. Incorpora es la palabra clave: en su obra previa, Woody intentó larga y vanamente “ser como” Bergman, intención que lo condujo a la mera simulación. Blue Jasmine es tal vez la primera ocasión en que, en lugar de querer ser como, Woody encuentra, contando la historia de Jasmine, el Bergman que hay en él. El que hay en todos: Blue Jasmine es una de esas películas que parecen hablarle al espectador de aquello que le pasa, podría pasarle o teme que algún día le pase. En Blue Jasmine, Allen recupera también –con ayuda del notable Javier Aguirresarobe en la fotografía, de un vestuario capaz de revelar identidades, de una dirección de arte precisa y elocuente, de unos blues de Trixie Smith que parecen compuestos para este frágil y arrogante jazmín azul– una fluidez de puesta en escena que parecía perdida. Al servicio de unos personajes mucho más matizados, menos tipificados que los de los últimos casi veinte años, el cast es una fiesta y tiene una reina. Lo de Cate Blanchett es extraordinario, luciendo alternativa (o simultáneamente) soberbia, fascinante, negadora, exquisita, egoísta, idiota, quebrada, extraviada, hundida en su propia cárcel de barrotes de oro, ganándose todo el rechazo y empatía posibles del auditorio. Hay que decirlo, cuando falta todavía casi medio año: si no le dan el Oscar en febrero próximo habrá que ir a manifestar a las puertas del Kodak Theatre, porque habrá habido robo.
El lado oscuro de la vida Con una lucidez y una crudeza perturbadoras, Woody Allen saca de la galera una de sus películas más logradas, con buenas actuaciones de Cate Blanchett y Alec Baldwin. Woody Allen llega a un film como Blue Jasmine luego de dirigir más de 40 películas y mantenerse activo y prolífico desde la década del '60. Es un cineasta veterano que ha pasado de la comedia al drama sin problema, que ha filmado mayormente en Manhattan, pero que desde el comienzo de su carrera ha salido también a recorrer la costa Oeste de su país, Europa y hasta Centroamérica. Varios actores y actrices han ganado premios gracias a trabajar con él, y el propio Woody Allen ya acumula muchos reconocimientos, que incluyen cuatro premios Oscar, tres por guión y uno por dirección. Esta leyenda viviente no siempre ha logrado obras maestras y aunque el público nunca se alejó del todo, la crítica durante ya casi dos décadas le desconfía. Lo cierto es que Medianoche en Paris (2011) fue su film más taquillero y su retorno oficial al mercado, además de una renovación entre sus seguidores. Ahora, con Blue Jasmine, Allen también demuestra que su cine podrá ser muchas cosas pero no es rutina. Con una lucidez y una crudeza perturbadoras, saca de la galera una de sus películas más logradas. La historia es la de Jasmine (Cate Blanchett), una mujer de clase alta que se va a vivir momentáneamente con su hermana Ginger (Sally Hawkins) de clase baja, luego de una terrible ruptura con su marido (Alec Baldwin) que terminó preso (luego sabremos más), quedando ella en total bancarrota. Jasmine se ve a sí misma como una ganadora, mientras que desprecia la condición de perdedora de su hermana. Ambas son adoptadas, lo que explica muchas de sus diferencias. El gran mérito de esta película de Woody Allen consiste en que vuelve a sus mejores armas como realizador. La fluidez del relato, la manera en la que Allen se pone serio sin ser solemne, van construyendo una película bella, intensa, una reflexión amarga pero brillante acerca de la condición humana. Como en los mejores films del director, los actores brillan y aunque Blanchett queda a centímetros de la sobreactuación, la película no pierde jamás su rumbo y ella finalmente se luce. Si Allen había vuelto con films ligeros y amables como Medianoche en Paris y A Roma con amor, con Blue Jasmine retoma su variable más oscura y pesimista. Woody Allen nunca se fue, pero aun así festejamos este regreso a la grandeza.
Alejada del cine de Allen más popular, aquel que se vale de todos sus clichés gags, diálogos disparatados, música de jazz, restaurantes y ambiente neoyorquino, BLUE JASMINE se destaca por el ejercicio de actoral de un elenco brillante que se apoya en un sólido guion, con diálogos ajustados, escenas inolvidables y una fluida interacción entre la acción presente y el pasado retratado a través de flashbacks. Imposible no relacionar el filme con, UN TRANVIA LLAMADO DESEO, y de hecho funciona como una puesta a nuevo de la clásica obra de Williams. Cate Blanchet, nos ofrece una interpretación destinada al Oscar, una máster class de actuación que cautiva y enternece. Como la Blanche de la mencionada UN TRANVIA… su personaje es tan querible como repudiable, y en esa dualidad, radica el porqué de su enorme hipnotismo. Celebrado regreso de Allen a las grandes ligas.
Woody Allen en su regreso a su país, y al gran cine. En esta película todo está al servicio de una mujer, Cate Blanchett, que hace un trabajo prodigioso: una millonaria venida a menos, sostenida sólo por la mirada de los demás, entre pastillas y alcohol, entre fantasías negadoras de la realidad. Tiene una vestuario, una cáscara para mostrarse, pero su locura la lleva al mayor desamparo. Como una Blanche de “Un tranvia llamado deseo”, pero sin el dramatismo porque Woody le pone humor y sarcasmo hasta a lo imposible. No se la pierda.
Ahora si, volvió Woody Allen. Cuando se estrenó hace un par de años Medianoche en París, todos los que nos consideramos -pese a todo- fanáticos del cine de Woody Allen dijimos "bueno, al fin, volvió a su mejor cine", aunque nos estabamos engañando un poco. Medianoche en París es una película divertida, ingeniosa, con buenos diálogos y excelentes actuaciones, pero nada tenía que hacer al lado de Manhattan, Annie Hall o cualquiera de sus clásicos. Ahora, con Blue Jasmine, la cosa se da vuelta, porque gracias a un trabajo actoral fuera de este planeta, la película definitivamente se ubica, al menos, en un top 5 de su filmografía, si no dejamos que la nostalgia nos embote los ojos, poniendo viejas películas del director en lo más alto porque, bueno, son viejas. Blue Jasmine es la película de Cate Blanchett. Los demás giran a su alrededor e intentan generar historias propias, pero ni el director les da demasiado terreno, porque todos los ojos, todas las cámaras, están en esta mujer Jeanette/Jasmine (se cambió el nombre por "poco sofisticado"), antes en la cima del mundo gracias a un acomodado casamiento con un millonario (Alec Baldwin), pero enceguecida por el poder. Tan enceguecida que no vió la enorme cantidad de veces que su esposo la engañó, y tampoco quiso prestar atención cuando estafó a sus clientes, y encima utilizando su firma, ya que ella "no entiende nada de números". Así vemos su caída, la obligación de vivir con su hermana (Sally Hawkins), madre de dos bestias, divorciada y humilde, que se encuentra en una relación con posibilidades de un futuro en común con Chili (Bobby Cannavale). El problema es que la llegada de Jasmine también es una tormenta. Ella, en un estado psicológico lamentable, habla sola y da consejos de vida a su hermana. Consejos que, como podremos imaginar, no son los más brillantes. No solo porque vivió en una nube durante los últimos años, sino porque su cerebro le está jugando trucos de mal gusto permanentemente, colgándose en aquellos tiempos en que las galas y los vestidos caros eran el día a día de su vida. La película sigue dos caminos, el pasado, con flashbacks de la feliz vida de Jasmine con su marido, y se intercala con el presente, con Jasmine y su hermana. La edición nos lleva de un lado a otro sin avisarnos, pero no es confuso en absoluto. Las reglas del juego se establecen a los pocos minutos en pantalla, y en seguida captamos la idea. De todas formas, lo único un poco "malo" de la película -aunque comprensible de todas formas- es la sobredimensión que tiene el personaje de Blanchett. Ella devora todo, tanto que cuando se intenta llevar adelante alguna de las historias paralelas, queremos que termine rápido, así volvemos a ver a Jasmine, a la terriblemente snob, asquerosa sin remedio, ignorante y presumida Jasmine. Una Jasmine de la que no podríamos enamorarnos nunca, pero que gracias a la distancia que nos da la pantalla, no nos cae del todo mal.
Mujeres en crisis en el mejor estilo Woody Allen Tras haber disfrutado y compartido el disfrute con su serie de comedias turísticas, Woody Allen vuelve a la comedia dramática y el retrato de mujeres en crisis, esta vez con Tennessee Williams como fuente de inspiración. Williams (no corresponde explicar nada) y las páginas financieras, sociales y policiales de "The New York Times". "Blue Jasmine" desarrolla, en sucesivos flashbacks, la vida contrapuesta de una flaca laboriosa de mal gusto y mala suerte pero buen corazón, y su hermana rubia y elegante que lo tuvo todo como esposa legal de un inversionista con apenas dos pequeños defectos: era estafador y mujeriego. Sally Hawkins, la deliciosa protagonista de "La felicidad trae suerte", es la chica simple. Cate Blanchett es la complicada, la preferida de mamá, la figura central de todo lo que pase. Alrededor de ellas, entre la parte linda de Nueva York y la parte cualunque de San Francisco, circulan el financista, un constructor, dos barrilitos, un groncho sentimental, un sonidista, un diplomático, un dentista y un hijo ofendido. Como asunto de fondo, todo vinculado a los tiempos que se viven, desagradecimientos, lealtades, oportunidades, amores, figuración y muerte. De entre lo mucho memorable, una imagen impresiona más que otras: el primer plano de una mujer volcada hacia su propio mundo. La hemos visto antes. La mujer reanimada por la belleza de una fantasía en "La rosa púrpura del Cairo". La mujer en medio de la plaza, feliz con un momento espiritual de su vida en "Alice". La de ahora también parece estar en una plaza. Refugiada en el recuerdo de un momento feliz que se le va desvaneciendo. Es fuerte lo que acaba de ocurrirle. Pero la historia está tan bien hecha, la fotografía es tan luminosa y los diálogos tan inesperadamente graciosos que nos volvemos egoístas, ¡cómo nos impresiona en ese momento y sin embargo qué poco nos duele su dolor! (y cuánto podríamos aprender de ella, sin embargo). En resumen, buen relato, gran pintura de caracteres, ritmo preciso, elipsis y sobreentendidos propios de un maestro de la narración, casting de maravillas, un Woody Allen de primera y Cate Blanchett directo al Oscar. Y quizá también la inglesita Sally Hawkins, que además de lucir un encanto natural habla prácticamente como una californiana (y no es doblaje).
"Pocas veces vimos a un Woody Allen tan duro, amargo y crudo en su comentario sobre la burguesía yanqui como el que hace en Blue Jasmine a través de la soberbia actuación de Cate Blanchett. Un director que, con 77 años y 48 películas, entrega una obra que está entre el top ten de su filmografía". Escuchá el comentario. (ver link).
Woody Allen y una inspiración que no se agota La increíble carrera de Woody Allen no tiene parangón en la historia del cine y su notable regularidad a lo largo de más de cuatro décadas, con un estreno por año, ya es un hito que difícilmente se vuelva a repetir. En el pasado hubo, dentro de la cinematografía norteamericana, casos similares pero lo que diferencia a Allen del resto es su resistencia a una declinación artística que títulos como “Blue Jasmine” desmienten categóricamente. Ya hace tiempo que cierta fracción no despreciable de la crítica internacional viene pronunciando expresiones agoreras sobre el agotamiento inspirativo del realizador de obras tan memorables como “Manhattan”, “La Rosa púrpura del Cairo” y “Hannah y sus hermanas”. Desde esta columna hemos sostenido lo contrario y no hay duda de que obras relativamente recientes como “Match Point” y “Medianoche en Paris” corroboran esta posición. La singularidad de este artista múltiple, nacido en Brooklyn hace casi ochenta años, es un fenómeno que trasciende las fronteras del continente americano y que explican que parte de su más reciente filmografía haya elegido a varios países de Europa como sitios donde transcurren sus películas. Lo impar de “Blue Jasmine” no es únicamente su regreso a los Estados Unidos sino que haya elegido a Nueva York y San Francisco, dos de sus ciudades más glamorosas, como escenario de la acción. Que la historia esté centrada en personajes femeninos como el que da nombre al film o al de su hermana por adopción refiere a una tradición de su cine donde tienen preponderancia las mujeres. Esto en parte puede haber sido producto de sus largas relaciones tanto con Diane Keaton como Mia Farrow, aunque no exclusivamente por esa única razón. Lo que parece a menudo atrapar al genial director es su (logrado) intento de disección de la psicología femenino. El comienzo del film nos muestra a Cate Blanchett (Jasmine) monologando con su ocasional compañera de asiento en su vuelo de Nueva York a California. Bastan unos pocos minutos para tener una clara percepción de que se trata de un personaje que arrastra diversos conflictos que a lo largo de la historia se irán develando. Pronto se sabrá que su ex marido (Alec Baldwin) era lo opuesto de lo que aparentaba ser, tanto en su profesión como en su vida privada. La actuación de la actriz de “Elizabeth” es tan superlativa que no se puede imaginar a otra ganando el próximo Oscar femenino. Lo notable es como un relato salpicado de tantos flashbacks hacen que a uno le parezca estar viendo simultáneamente dos películas separadas en la localización y el tiempo. En la más antigua el personaje de Blanchett vive con el mayor lujo (Vuittons, limousines) y parece la más feliz en contraste con Ginger, su hermanastra. En otro acierto de casting, quien interpreta a esta última es la gran Sally Hawkins (la inolvidable Poppy en “La felicidad trae suerte” de Mike Leigh). La versión más moderna (podríamos decir la actual) tiene continuidad cuando desde el aeropuerto se dirige a la casa de Ginger, donde piensa quedarse a vivir algunos días. Uno no termina de sorprenderse con la siempre acertada elección de actores, en su mayoría poco conocidos, para interpretar personajes en su mayoría secundarios en los films de Woody. Nombres del reparto como Andrew Dice Clay (Augie), Louis C.K. (Al) y Bobby Cannavale (Chili) resultan ilustres desconocidos, siendo sus roles relevantes en la historia al ser respectivamente el ex marido, el amante ocasional y el novio actual de Ginger. Es sobre todo el último de los tres quien más impacta al tener profundos roces con Jasmine, a quien sólo desea ver partir. A propósito, se cita a menudo a “Un tranvía llamado deseo”, donde también había un trío similar conviviendo, como posible influencia en la trama pero es poco probable que haya sido la principal fuente de inspiración. Aquí se enfatiza el contraste entre dos hermanas muy diferentes y donde no siempre la que más tiene es la más feliz. La riqueza de los personajes se extiende a los que rodean a Jasmine con acertadas actuaciones de los más conocidos Michael Stuhlbarg, como el dentista que la contrata (escenas cómicas y dramáticas a la vez) o Peter Sarsgaard (Dwight), el millonario californiano con ambiciones políticas. Woody Allen vuelve a demostrar que su inspiración es inagotable y hace desear que continúe puntualmente deleitándonos con su nueva producción anual. Sin duda no decepcionará a sus seguidores en su carrera futura.
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Cuesta abajo Jasmine no pasa por su mejor momento. Dejar su lujoso apartamento en Park Avenue para terminar depositando su humanidad en un departamento de baja categoría en San Francisco, no era algo soñado por ella. Pero es lo que hay. Su hermanastra Ginger (Sally Hawkins) es quien le da asilo y contención en el momento más difícil de su vida. La misma Ginger que era ninguneada por su hermanastra cuando esta todavía era una ricachona esnob. Jasmine se había casado con Hal (Alec Baldwin), un millonario dedicado a diversos negocios e inversiones, y gracias a él conoció un mundo de lujos y sofisticación. Así es como Woody Allen aprovecha para mofarse de la clase alta neoyorquina, siempre blanco predilecto de la aguda mirada del director. Solo que esta vez la ironía es más fina, y la crítica más severa. Jasmine era quien era solo porque su marido y su entorno la definía y, cuando todo lo había perdido sintió la necesidad de por una vez en su vida ser algo por sí misma, ponerse a estudiar, superarse; pero su deseo de ser alguien, de "pertenecer", era más fuerte que su voluntad. Desde el inicio podemos notar que el tono será trágico, que el ida y vuelta entre pasado y presente tendrá un crescendo ejecutado con la maestría de un genio. Y en Cate Blanchett a uno de los instrumentos más precisos con los que Allen haya contado en su carrera. En los roles secundarios se destacan Sally Hawkins y Bobby Cannavale como el novio de Ginger, en tanto la melodía que acompaña la historia es "Blue Moon", interpretada en esta ocasión por Conal Fowkes, pianista de la banda que acompaña a Woody Allen en sus giras musicales. Angustiada, desequilibrada, frágil, así es Jasmine. Magistral, profunda, clásica y exquisita es "Blue Jasmine", la nueva de Woody, ese maestro genial que todos los años nos deja disfrutar algo más de su inagotable talento.
El caso de Woody Allen es el ejemplo a mano que siempre tendrán aquellos que gustan de acusar a los críticos de cine de ser snobs. Porque no hay caso: Blue Jasmine merece (¡otra vez! ¿cuántas van?) un “Excelente”. Sólo hay que ponerse un poco en los zapatos del crítico que tiene que analizar aspectos expresivos, narrativos y técnicos de un film. Expresivos: la nueva película del pequeño genio neoyorquino retoma la mirada crítica que filmes más “adorables” como Medianoche en París o A Roma con amor habían resignado en pos de otro plan. Por medio de Jasmine French (el personaje interpretado con relieve, matices y maestría por Cate Blanchett), Woody deja los personajes queribles y vuelve a trazar los rasgos primordiales de un ser siniestro, frágil, odioso, seductor, antihéroe. Realista. Pero la provocación no se detiene allí. Acostumbrado, desde hace décadas, a reflejar la problemática de las clases medias-altas y altas (para hablar de los suburbios allí está el otro genio ya anciano: Clint Eastwood), esta vez Allen da vuelta la tortilla y muestra otra cara de la riqueza: lujo, confort y glamour que son, en realidad, estafa, pose y la palabra prohibida entre las prohibidas al momento de hablar de elegantes mujeres de la high-society: ¿prostitución? ¡Jamás! Eso queda para otro tipo de mujeres. Para las esposas millonarias de turbios empresarios del sector privado deben utilizarse vagos eufemismos: “frivolidad” tal vez, quizá cierto grado de “desconocimiento”, la confianza traicionada. Narrativos: el film comienza el derrotero de la empastillada Jasmine con un feroz paso atrás: la pobre (ahora en todos los sentidos) mujer debe molestar a su hermana pobre (en el sentido literal) pidiéndole alojamiento en una San Francisco que no tiene, ni por asomo, el nivel de Manhattan. Allen se ha reservado varios datos: qué sucedió con el dinero, con el esposo, con el hijo. Al punto de partida narrativo que supone la pérdida de la fortuna, el director y guionista suma expectativa, esa inquietud que crece en el espectador y lo hace quedarse pegado a la butaca en busca de saber más. Porque después de la depresión, o mejor dicho, al tiempo de la depresión, Jasmine traza un plan honesto que pronto modificará. Eso de trabajar es para indignos. Quedaría, para finalizar, el análisis de las resoluciones técnicas de la película. Pero luego de la tradicional presentación con tipografía romana sobre fondo negro, Woody Allen vuelve a explicar que, en cine, la técnica debe ayudar a aquello por contar: la historia. Lección de austeridad cinematográfica que reivindica la vieja sentencia de que no es más rico quien más tiene sino quien menos necesita: con su sencillez en la cámara y una edición impecable (fruto de un guión de precisión quirúrgica), Blue Jasmine reconstruye sus dos mundos con sinceridad, sin exageraciones; entrega y oculta información en dosis justas; saca de cada nombre (Alec Baldwin, Sally Hawkins, Andrew Dice Clay, Bobby Cannavale, Peter Sarsgaard) el mayor jugo interpretativo y, combinando todo esto, alcanza la cima expresiva-narrativa-técnica: quitar solemnidad a los momentos cumbres y dar relieve a los mundanos. Jasmine transpira cada vez más. Sus ideas se agotan, el Xanax causa menos efecto, el alcohol escasea. Con la copa cada vez más vacía, la pobre enfrenta a la pregunta del millón en lo que a mujeres como ella respecta: ¿“Con quién me tengo que acostar para tomar un Martini?”.
Recordando a Blanche Dubois Cuando Jasmine French (Cate Blanchett) golpea la puerta del departamento de Ginger (Sally Hawkins), su hermana en San Francisco, sabe que su vida ya depende de la caridad de los extraños, como decía su sosías Blanche Dubois en "Un tranvía llamado deseo". Así Woody Allen restaura su herencia de intérpretes femeninas inolvidables, presentando a esta bella burguesa, a la que su reciente matrimonio con un pseudo millonario, llamado Hal (Alec Baldwin), la hizo rica por algún tiempo, hasta que se descubriera su condición de estafador. Y ahora, convertida nada más que en una pobre heredera de grandes marcas (sólo le quedan una cartera y un buen vestido de popes de la moda), sin educación ni dinero, pero con el orgullo y la manipulación todavía a flor de piel, se dispone a enfrentar una nueva vida. A través de las hermanas Ginger y Jasmine French conocemos mundos diferentes, pero no tan distintos. El de la clase alta del dinero fresco y el de la clase trabajadora, directa, incapaz de mostrar nada más que su realidad, que puede ser también objetivo de impensables abusos, por señores de impecables trajes a medidas y joyas de Tiffany. LAS APARIENCIAS Woody Allen, con su humor y su agudo sarcasmo mezcla caracteres, clases opuestas, escenarios enfrentados para meterse nuevamente en la profundidad de la condición humana. En esa sociedad actual del parecer, de la hipocresía y el representar, pero en la que también hay pequeñas luces simples como Ginger, o su ex marido de origen polaco (otra resonancia de "Un tranvía llamado deseo"). Cerca de los ochenta años, Woody Allen vuelve a las profundidades de sus historias de vida, tan actuales, tan verosímiles. Su personaje Blue Jasmine, con la increíble Cate Blanchett cala hondo en la agonía de calmantes, fobias y arrebatos de la moda y remeda ciertas actitudes y gestos de maldad que la entroncan con heroínas shakespirianas como Lady Macbeth. Aunque claro, asordinada por haber nacido en el siglo XX y estar pasando uno de los peores momentos económicos de los Estados Unidos. Inolvidable es la actuación, interior, profunda, de Cate Blanchett, mientras que Sally Hawkins, como Ginger, es toda espontaneidad y alegría. Woody Allen con su diseño de producción y música exquisita, vuelve a las andadas, mejor que nunca. Quién sabe qué otras sorpresas aún nos deparará en el futuro este genial director estadounidense.
¿Blanchett o Blanche? Normalmente, la caída en desgracia de un semidiós es un tema particularmente atractivo para los escritores, narradores, dramaturgos y cineastas que buscan emular las proporciones épicas de las tragedias clásicas. Este es el caso de Woody Allen y su última película, la exquisita, cautivante Blue Jasmine, una historia dramática devenida comedia en las hábiles manos del guionista y director. El film de Allen, cuya acción transcurre sin solución de continuidad entre Nueva York y San Francisco, nos presenta a Jasmine (Cate Blanchett), millonaria dama de sociedad sometida a la pobreza y el oprobio cuando arrestan a su marido, Hal (Alec Baldwin) por fraudulentas operaciones financieras. Obligada a mudarse de su mansión de Manhattan a un mísero departamento en Brooklyn y a trabajar de vendedora en una zapatería de lujo que solía frecuentar como clienta, Jasmine cae en un pozo depresivo y vive el día a día a fuerza de alcohol y pastillas. De todo esto nos enteramos no al comienzo del film, sino a medida que el habilidoso Allen, mediante un montaje estilo “jump-cut”, nos sumerge en la alienada mente de Jasmine, quien habla sola en un vuelo de Nueva York a San Francisco, donde reside su hermana Ginger (Sally Hawkins). Al igual que Blanche DuBois en Un tranvía llamado deseo, Jasmine llama a la puerta de su hermana en busca de consuelo, tal vez de salvación física y moral. Hay muchos puntos más en común entre la obra de Tennessee Williams y este delicioso homenaje de Allen en tono de comedia. La contracara del inolvidable Stanley Kowalski es Chili (Bobby Cannavale), toda una masa de músculos en camiseta blanca pero en definitiva un ser tierno y digno de compasión, siempre al borde de las lágrimas, como un niño al que le han quitado el chupetín. Los paralelismos continúan con el personaje de Dwight (Peter Sarsgaard), evidente contraparte de Mitch, la tabla de salvación de Blanche en Un tranvía… Las referencias explícitas y alusiones veladas continúan y se extienden a lo visual en el departamento de Ginger, donde una partición de madera nos trae a la mente la harapienta cortina de la casa de los Kowalski. Este es el mundo (hasta entonces desconocido) al que llega Jasmine en el peor momento de su vida: en bancarrota, moral y mentalmente destruida, pero eso sí, vestida de Dior y con accesorios de Luis Vuitton. Esplendores y oropeles pasados, y negación, muchísima negación del lamentable presente. Al frente de un elenco sólido y uniforme, Cate Blanchett (apelativo curiosamente parecido a Blanche, no?) entrega una actuación compleja, cómicamente conmovedora y llena de matices, algo que sólo una actriz de su talla podría lograr con un simple parpadeo, un mohín, una mueca de angustia, una sonrisa de pasajera esperanza, o un rictus de demoledora desolación. Blue Jasmine, realizada con muchísimos menos recursos económicos que Medianoche en París y A Roma con Amor (las dos películas “de ciudades” anteriores de Allen), redobla la apuesta con otro homenaje, también a cargo de Blanchett. En los peores momentos de desvarío mental, Jasmine, en más de un sentido, se acerca a la desquiciada pero adorable Gena Rowlands de Una mujer bajo la influencia o Torrentes de amor, de John Cassavetes. Hace falta algo más para lograr una verdadera obra maestra? Sí. El inigualable talento de Woody Allen y de Cate Blanchett, conjunción celestial si las hay.
This could be Blanchett doing Blanche A demigod’s fall from grace makes for meaty subject for writers, storytellers, playwrights — for any artist with a penchant for theatricals and the classic grandeur of classic tragedies. Woody Allen’s latest foray Blue Jasmine is a brilliant example of this kind of periplus, a dangerous journey he turns into an enjoyable ride in spite of the film’s core theme. SUBJECT. Jasmine, one of New York’s most sought after socialites, has until recently lived a glossy-magazine kind of perfect life: billions to spend on every imaginable luxury, a handsome husband, Hal (Alec Baldwin) who happens to be an incredibly rich stock market entrepreneur, and a college student kid who goes from loser to popular after daddy gives a lecture at an auditorium packed with undergraduates pathologically anxious to wring out the secret to financial success. Behind his immaculate splendour, though, Hal has been running some sort of resurrected Ponzi scheme, taking away from the rich with the promise to make them even richer, and stealing from the poor like only a small-time crook would. After the financial bubble bursts, Jasmine (her real name or one she has taken on purely for social purposes) finds herself naturally talking to herself on a plane bound for San Francisco, where her estranged sister Ginger lives in lower middle-class discomfort. But Blue Jasmine, starring the ever-mesmerizing Cate Blanchett as a rich, glamorous woman who brings financial disaster and emotional ruin upon herself, is not just a simple account of how ill-gotten riches and honours may distance down-to-earth folk away from reality. Blue Jasmine, impeccably written and choreographed by Mr. Allen, is a veritable tour de force thanks to the impressive performance of Ms. Blanchett and the ensemble cast. Blue Jasmine, if you’ll pardon the comparison, heavily references and pays tribute to Elia Kazan’s adaptation of Tennessee Williams’ A Streetcar Named Desire. There is, indeed, more than just one plotpoint or two in common between Blue Jasmine and Streecar... The summation of a similar sequence of events and the manner Mr. Allen retells an operatic mad scene as a seamless stream-of-consciousness style events that give the film an overall feeling of familiarity with the lead characters and their tribulations. Jasmine, of course, is Allen’s answer to Williams’ deranged Blanche, much in the same manner that Jasmine’s sister Ginger (the cutesy Sally Hawkins, in a delightfully understated performance) mirrors the docile Stella, who strives to maintain the delicate balance at the Kowalski household. Stanley’s counterpart (Chili) is most adequately sketched as a caricature by Bobby Cannavale, a bundle of muscles who likes to play brute but weeps like a baby at the slightest instance of emotional wound. Finally, Williams’ Mitch, the sweet prince charming intended as Blanche’s last hope for freedom and happiness, becomes a handsome, endearing (and rich) entrepreneur ready to launch his political career by the side of a socially acceptable wife. At first sight, this is as far as parallelism goes here, at least as regards characterization. If, artificially and conceitedly, the definition of “characterization” is extended to presentation and representation of events, then there’s a plethora of visual cues that point to Streetcar’s minimalist composition. Ginger’s modest lodgings, with a wooden partition between living room and bedroom, between half-concealed public truth and private shame, closely resembles the Kowalski’s humble home. The manner Jasmine comes a-knockin’ on her estranged sister’s home is another close reminder of how Williams handled the all-too-human need to conceal ignominy and pass it off as something pitiably resembling honour. But curtains and drapes are easily torn to pieces, and partitions brought down and broken into pieces when least expected. THEME. The normative goes that this should be as brief and succinct as possible, which could be easily confused with a moral or truth to be learned from a story or event. Blue Jasmine’s theme cannot be easily condensed into one sentence or two. Its storyline could, but trying to define its theme would be reductionist, to say the least. When somebody’s misfortune is structured as a morality tale, what you get is a biblical compendium of all the evils that fall upon unrepentant sinners. When a gifted storyteller like Mr. Allen tackles a story about sinful rise and deserved downfall, what you get is either a darkly prophetic tale like his own Crimes and Misdemeanours (1989), or a sweetly melancholy meditation on the logic of human destiny, like Annie Hall (1977) or Manhattan (1979). CONCLUSION. Although the similarities between Streetcar... and Blue Jasmine are not difficult to spot, this is not a nuisance, for Mr. Allen’s deft hand turns replica into moving tribute, staging Blue Jasmine as an original piece of work that invites reflection and reformulation of the same old preoccupations endured by humankind. The way Blue Jasmine’s story is punctuated and invisibly segued despite its jump-cut style of editing, you’d think there is no end to Mr. Allen’s wizardry, for he has chosen a comedic tone for what is rightly considered a cataclysmic misfortune and turn of events. His choice of female lead is further proof of his casting skill, for the wondrous Ms. Blanchett goes with amazing ease from ruthless, aloof detachment when she’s on top of the world, to false pretense and delusion of grandeur when her make-believe world of endless riches comes tumbling down. Think Gena Rowlands in John Cassavettes’ A Woman Under the Influence and you’ll get a pretty good idea of what Ms. Blanchett is capable of achieving: nothing short of stunning perfection.
Teniendo en cuenta que las últimas películas de Woody Allen (1935, New York, EEUU) estaban ya lejos no sólo de la mordacidad de las que hacía en los ’70 y ’80 sino incluso del encanto con el que supo divertir y divertirse con tópicos del policial o el musical, como Disparos sobre Broadway (1994), Todos dicen te quiero (1996) y Dulce y melancólico (1999), no se esperaba que con su largometraje Nº 44 pudiera sorprender demasiado. Sin embargo, Blue Jasmine está escrita y dirigida con una precisión verdaderamente admirables. Allen vuelve a su mejor forma, además, con una historia arriesgada, ligada a las desigualdades sociales, la mentira y la locura. Casi todo el tiempo en cuadro, Jeanette (que prefiere hacerse llamar Jasmine) es una dama aparentemente delicada y amable de la que iremos conociendo manías y defectos o, en todo caso, el precio que es capaz de pagar para creer y hacerles creer a los demás que su mundo es glamoroso por derecho propio. Esto se exteriorizará, sobre todo, por la convivencia obligada con su hermana Ginger, llevada por las circunstancias –y, tal vez, por mandatos familiares– a cierto conformismo y un modo de vida sencillo. Ninguna de las dos es profesional ni parece haber recibido una educación provechosa, pero el lustre de Jasmine por haber viajado y asistido a cócteles como decorativa partenaire de su adinerado marido le da imagen de mujer progresista. A pesar de que la mayoría de los espectadores se ríe con las actitudes campechanas de Ginger y sus amigos y suspira con las casas que Jasmine tenía con su marido o podría tener con un pretendiente que le aparece providencialmente, es interesante cómo Allen lleva a no confiar demasiado en las apariencias ni en el poder del dinero. Es cierto que la caracterización de los personajes está un poco estereotipada: no está mal mostrar que unos tienen sentido común y disfrutan de placeres simples mientras los otros son hipócritas y materialistas, pero resaltar la vulgaridad de Ginger y los suyos mostrándolos blandiendo un pedazo de pizza o haciendo que ella se ría como una boba, no parece muy sutil. De todas maneras, algo de la causticidad del mejor Allen reaparece aquí, sobre todo en un final nada demagógico y hasta desolador. Más allá de lo que puedan discutirse la liviandad de ese enfrentamiento de clases sociales o los puntos de contacto con Un tranvía llamado Deseo (la obra de Tennesse Williams que algunos de los intérpretes del film representaron previamente en teatro y TV), algunos atributos levantan la calidad de Blue Jasmine. Por un lado, su concisión narrativa y elegancia formal, con flashbacks que irrumpen sin aviso, oportunas elipsis y placenteros comentarios musicales. Todas las piezas encajan a la perfección, aún dejando apenas esbozados personajes como el joven hijo de la protagonista, que aparece y desaparece con demasiada facilidad (los jóvenes y los chicos nunca han sido el fuerte del cine de Allen). Y, por otro, la presencia irresistible de Cate Blanchett, en un registro que no busca tanto la verosimilitud sino la seducción –a fuerza de belleza y simpatía, temperamento y fragilidad– de quienes la miran y escuchan. Incluyendo, claro, los espectadores.
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El derrumbe de una señora bien Hay que decir desde el principio que Blue Jasmine es una de las obras maestras de Woody Allen y que está a la altura de sus mejores películas, cualesquiera que se elijan para completar la lista. Reúne lo más intenso de los dos mundos del director neoyorquino: la comedia y el drama, y los funde de una forma absolutamente natural, no como sucede en otro de sus grandes títulos, Melinda y Melinda, donde ensaya contar la misma historia en versión cómica y en versión dramática. Allen vuelve, además, al territorio de su imaginación, Nueva York, luego de esas excursiones más o menos fallidas por Londres, Barcelona, París y Roma, pero ahora tiende un puente hacia San Francisco, en la costa del Pacífico, y la amplitud de ese arco geográfico, que abarca a Estados Unidos de este a oeste, no deja de ser una parábola sobre la situación crítica de su país. El personaje de Jasmine, interpretado por una enorme Cate Blanchett, es un producto de esa crisis, tanto en el sentido económico como psicológico del término. Perteneciente a la clase alta neoyorquina, debe mudarse al departamento de su hermana (Sally Hawkins) en San Franciso porque se ha quedado en la calle luego de que su marido (Alec Baldwin) fuera detenido por estafa y se suicidara en la cárcel. Deprimida, empastillada, delirante, pero aún así pretenciosa y desubicada, debe adaptarse al mundo de clase obrera de su hermana, quien tiene dos chicos y está a punto de juntarse con un mécanico. Aquí Allen aprovecha para rendirle una especie de tributo paródico a Un tranvía llamado deseo, aunque sin tocar esos extremos de brutalidad clasista y erótica a los que llega la obra de Tennesse Williams. Más que mostrar los contrastes entre los universos de los que provienen ambas mujeres, le interesa enfocarse en el derrumbe de Jasmine, en el modo en que esta mujer inestable trata de mantener en pie su castillo de naipes en medio de un huracán. Para hacerlo cuenta con la valiosísma alianza de Cate Blanchett que consigue dar relieve a los múltiples matices de su personaje, desde lo más patético a lo más trágico. Sin embargo lo genial de Blue Jasmine, lo que la convierte en una obra maestra, es la fluidez con la que Allen narra la historia, conectando el presente con el pasado de una manera orgánica, como si realmente fuera una mente dañada y sensible la que trata de explicarse a sí misma, sin lograrlo, por qué todo se ha vuelto tan hostil y tan injusto con una señora bien.
Volvió el mejor Woody Allen Bienvenido regreso del mejor Woody Allen. Un filme inteligente, hondo, intenso, pero a la vez risueño, cuya aparente liviandad deja ver en primer plano el lado oscuro de una mujer devastada, Jeannete, y allá lejos la desolación que siembra su ex, un estafador como el maldito Madoff. En esa casa millonaria todo era lujo. El tipo (magnifico Alec Baldwin, cada vez más sinuoso) tomaba plata y pagaba enormes intereses, hasta que la burbuja explotó. Woody se sirve de ese derrumbe y de los personajes de “Un tranvía llamado deseo”, de Tennessee Williams, para redondear un filme luminoso y terrible, pesimista y chispeante. Tiene agudeza, talento en el armado de la historia, diálogos perfectos. Allen demuestra otra vez capacidad para ir al fondo de los personajes sin rodeos y su mano maestra para hacer convivir el pintoresquismo, la risa amarga y la desolación en medio de una crónica que nunca decae, que se disfruta, pese a los claroscuros de su tema. Nos deja el retrato de una mujer (sobrecogedor trabajo de una soberbia Cate Blanchet) que existía solo desde la mirada de los otros, que estuvo en la vida como parte del mobiliario decorativo de un hogar sólo sostenido en el engaño y el dinero. Porque Jasmine no quiere ver. No ve la infidelidad de su esposo, no ve sus turbios negocios, no ve la desazón de su hijo ni ve venir la bancarrota. Su vida se ha derrumbado y se va a vivir con su hermana a San Francisco, una mujer sencilla, vital y modesta. Nada le queda, salvo su ropa de marca, su estilo, su fina estampa y esa otra vida construida con evocaciones, alcohol y ansiolíticos. El estafador le ha dejado su marca y ella vive en medio de una gran mentira, sin poder distinguir entre lo que tiene y lo que perdió. Habla sola, dialoga con la que no está y no tiene otra aspiración que rehacerse como mujer exquisita, refugiarse en otra burbuja. Empieza relatando su demoledor presente a una compañera de viaje. Y seguirá hablando. Es fenomenal cómo el tono de comedia del comienzo va dejando su lugar a la tragedia, cómo Jasmine va entreabriendo las puertas de su infierno en medio de un ambiente donde la sonrisa y la desilusión enseñan a este par de mujeres que sólo queda la aceptación o el delirio. Al final de “Crímenes y pecados” (obra maestra absoluta) un personaje, que cargaba con un crimen, decía que la culpa dura un poco, porque al final todo se olvida. Pero ahora Jasmine le explica a su cuñado que “no es tan fácil huir de lo que hemos dejado atrás”. Ella quiere olvidarse de todo y guardar en su conciencia sólo aquella canción que es parte de su propio delirio: Blue Moon. Pero Woody le dice que no es tan fácil huir del pasado. ¿Añoranzas o autoinculpación? Gran filme, otra muestra de uno de los más grandes autores de esta época.
¿Quién es Jasmine French? Si de autores hablamos, no podemos dejar de mencionar al multi premiado realizador Woody Allen, quien con todos los rasgos estilísticos que lo caracterizan, vuelve a la escena cinematográfica, con Blue Jasmine un filme intimista que relata una vida de extravagancias con fecha de vencimiento. Jasmine (Cate Blanchett) es una mujer de la alta sociedad neoyorkina que tras las vueltas del destino ha sido expulsada de Manhattan hacia la casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins) quien reside en San Francisco. Enfermando a la gente con su paranoia y acompañada por la colección completa de valijas Louis Vuitton, aterriza en un barrio de gente común en donde todo su glamour se verá opacado por las actividades de la vida cotidiana. Lejos de las lujosas tertulias en su piso de Park Avenue, Jasmine está obligada a transitar una nueva vida en donde tendrá que enfrentarse a desafíos impensados algunos meses atrás. Carente de efectivo tendrá que buscar un trabajo, pero el mayor obstáculo que deberá superar es conocerse a sí misma. ¿Quién es? ¿A dónde va? ¿Cuál es su destino? Al compás del mejor jazz, la historia de Jasmine danza entre Xanax y Martini’s. Inmersa en un círculo neurótico de desamor, lo único que hace es tropezar una y otra vez. Las respuestas están en el conocimiento de su propio ser, que, en este juego psicológico, es su único enemigo. El incontable caudal de dinero que poseía pudo darle todo lo que ella quiso y más, pero lo que no podrá brindarle la falta de él, es una vida propia.
La vida es una gran mentira Después de pasearse por las capitales europeas con un cine entre molesto y anodino (la única excepción podría ser “Medianoche en París”), Woody Allen volvió a filmar en EEUU y se enfocó (al fin) en una historia dramática intensa, en donde realmente vibra el perfil de los personajes. Tal vez “Blue Jasmine” sea la película más lograda del director desde “Crímenes y pecados” y “Maridos y esposas”. Estamos hablando de 20 años, y por eso podríamos celebrarlo como un regreso. La heroína absoluta de esta historia es Jasmine French (Cate Blanchet), una dama de la alta sociedad neoyorquina que cae en desgracia cuando su marido termina preso por fraudes y estafas. En bancarrota, y perdida entre el alcohol y las pastillas, Jasmine se muda a San Francisco para intentar rehacer su vida, pero “la transición” va a resultar mucho más difícil de lo que esperaba. Allen reivindica aquí por qué es un maestro en la construcción de estos personajes femeninos perturbados. De a poco va llevando a su protagonista de las anécdotas casi graciosas de su vida de millonaria hacia la más pura tragedia de alguien que ha vivido alimentándose de mentiras. Con un humor cruel y una mirada punzante, también logra acercar al espectador a este personaje lejano, y subirlo a su montaña rusa anímica. Claro que todo esto no sería posible sin una actriz como Cate Blanchet. Ella sola hace brillar la película más allá de los méritos de Allen.
Otro cuento del viejo tío Woody Jasmine es una dama de la alta sociedad neoyorquina cuya vida se derrumba a partir de que salen a la luz los turbios negocios de su esposo. La mujer, en total bancarrota, vuela a California para encontrarse con su hermana, quien la acoge en su casa. Allí, las dos buscarán una segunda oportunidad en la vida. Resulta gratificante para el espectador reencontrarse con un director que se ocupa de contar con autoridad y con mano firme un guión muy interesante. La historia de esta mujer cuya realidad cotidiana se desploma de un día para el otro y que intenta darse una segunda oportunidad en la vida no es demasiado original, pero las características con las que el realizador decide narrar la historia la convierten en extraordinaria. Para lograr la proeza, Woody Allen se apoya en una Cate Blanchett brillante desde el primero hasta el último fotograma. La actriz entrega una actuación memorable, plagada de matices y de gestos que la cámara recoge con minuciosidad y siempre al servicio de una narración que carece de fisuras. La pintura que logra de esta mujer siempre al borde del desquicio emocional es perfecta, en un trabajo casi excluyente dentro de un elenco que está a la altura del desafío. Se destacan Alec Baldwin, sólido en el papel del financista inescrupuloso que construye un imperio de fantasías y que termina estafando hasta a su propia familia, y Sally Hawkins, más que convincente en la piel de Ginger, la hermana de Jasmine que parece superar las diferencias del pasado para acogerla en su casita de San Francisco y tratar, entre las dos, de salir del pozo emocional en el que se encuentran. Pero, además de la soberbia actuación de Blanchett, hay una historia consistente que provee una sólida estructura dramática para el desarrollo de la narración, y detalles formales de gran elegancia a lo largo de todo el filme. Las idas y vueltas sobre la línea del tiempo que propone el guión están plasmadas con tremenda eficacia, de modo que el relato se va construyendo sin fisuras a lo largo de una hora y media de proyección. Los datos sobre cada uno de los personajes que van apareciendo a medida que transcurre el filme terminan por encajar a la perfección, de manera que no hay cabos sueltos ni zonas ambiguas en la construcción de la historia. Y todo esto, hay que decirlo una vez más, alrededor de una de las mejores actuaciones que se han visto en la pantalla en los últimos años. Es un placer para todos los que aman el cine volver a disfrutar de punta a punta de un Woody Allen químicamente puro. Y sentarse a gozar de un nuevo cuento que este tío viejo y entrañable nos cuenta como sólo él sabe hacerlo.
Con una intensidad y compromiso dramático mayor que en sus últimos films, Woody Allen desarrolla en Blue Jasmine una conmovedora semblanza de una mujer en crisis. En realidad de la Jasmine del título no se puede confiar ni en su propio nombre, ya que su tendencia a la mitomanía es notoria, lo que, entre otras cosas, acentúa su conflictiva existencia. Tras penurias diversas, la mujer, adicta a los antidepresivos, lleva una doble vida en la que por un lado ofrece un porte aristocrático, de mujer refinada ataviada con elegantes atuendos de marca y por el otro, ante cualquier circunstancia negativa, puede desbordarse emocionalmente y perder de inmediato todo su glamour. Mudada forzosamente con una hermana que le muestra lo peor de si misma, la película está narrada entre dos tiempos distantes, tanto en lo temporal como en lo emocional, que coexisten permanentemente, lo que le otorga al film, además de su envergadura temática, una ágil y atrayente continuidad. Dentro de una trama, en la que Allen contrapone numerosos y singulares personajes de universos opuestos de la burguesía frívola de Manhattan y de la clase trabajadora, sin dudas que el rol que lleva adelante Cate Blanchett es incontrastable. Un anti heroína que se suma a otras que el genial director tuvo a lo largo de su carrera, pero en este caso dueña de una interpretación excepcional, deslumbrante, dotada de una paleta de matices que atraviesa por todos los colores emotivos.
Cuando Woody regresó a Estados Unidos Una joven de la alta sociedad neoyorquina se queda sin dinero y sin marido y se ve obligada a mudarse a San Francisco, a vivir con su hermana que es una mujer de la clase trabajadora. Así pasan los días de Jasmine, tomando antidepresivos y en medio de una crisis existencial. Tras su itinerario europeo al que despertamos asombrado, desde una mirada retrospectiva, acompañados por la voz de Domenico Modugno interpretando su característico e inmortal "Volare", mientras Roma asomaba desde una gozosa cinefilia que abría paso a un juego de situaciones; luego de que al llegar la Medianoche las encendidas ilusiones de un soñador encontrarán ese puente que lo llevará a vivir la magia del amor en su bohardilla cotidiana y tras haber transitado por las calles de Londres animando historias de crímenes, engaños y escamoteos, como asimismo de profecías amorosas, sin olvidar su paso por una violenta y desatada historia pasional que se juega en Barcelona...tras este viaje, con su equipo a su lado, Woody Allen sintió ese profundo deseo, guiado por la voz de sus mayores de volver a su país. Pero a diferencia de tantos otros films, lejos ya de ubicarse en su tan reconocible ámbito de Manhattan, con la tan identificable banda sonora de George Gershwin; muy lejos de pensarse como ese hijo pródigo que regresa dominado por un fuerte sentimiento de nostalgia, añorando esas esquinas y bares , salas de cine y museos, que hoy son visitados por aquellos turistas que desean reconstruir los paseos, caminatas, lugares, que son marcas en su filmografía, que han pasado a ser referencias de toda una cultura de la costa Este; Allen ahora ha elegido la otra orilla, la de la costa Oeste y abre su historia en San Francisco, ciudad que en el film de Woody Allen lleva en sí el peso de toda una simbología, que marca ese gran contraste con una Nueva York de la opulencia y de las grandes joyerías, de los grandes negociados, que permite tras la uniformidad y las reglas de lo exclusivo que han caracterizado al universo de esta mujer llamada hasta en un cierto momento de su vida Jeannette; nombre que eligió cambiar por el de Jasmin, actitud por cierto que ya nos ubica en lo que define todo un comportamiento a lo largo del film, el de ir construyendo otra realidad. Desde "Hannah y sus hermanas", "Otra mujer" y "Alice", de la segunda mitad de los años 80, la figura del personaje femenino no había ocupado en su cinematografía un lugar tan central, tan destacado, en lo que hace a su tratamiento. Y si bien podríamos pensar en "Melinda, Melinda" (2004), atendiendo al nombre, recordemos que este personaje ,que nos es mostrado en la doble cara de tragediacomedia, emerge, frente a nosotros desde las reflexiones, juicios, pun tos de vista masculinos. En el film que hoy comentamos y que se ubica en el espacio cumbre de lo que entiendo como el desolador y lastimoso retrato de un simulacro de vida, centrado en un mundo de frívolas apariencias que se sostiene en la verdad de crueles espejismos, la admirable construcción que de su personaje hace Cate Blanchett nos permite establecer ciertos vínculos de este film, por su densidad dramática, en el que encontramos algunas ligeras notas de descansado humor, con otros, en el que la heroína desde su lugar de quiebre, desde su mismo origen, ha ido modelando otras realidades. A pesar de que Allen ha negado, ante las pregunta de los críticos, todo nexo de "Blue Jasmine" con algunas obras de Tennessee Williams es más que notorio que ya desde el inicio apela a una construcción teatral, que se volverá constante presencia, permanente lugar reservado, la del monólogo. Si bien todo parecería indicar que la protagonista está en situación de diálogo basta un movimiento de cámara, un mirar atentamente a sus ojos, para darnos cuenta de que ella, ahora, en este presente, en el que parte de su escenografía, su castillo de coloridos naipes ha precipitado, no puede llegar a escuchar: sus pensamientos son en voz alta. Esto nos trae, en parte a la memoria, al personaje de Blanche Du Bois quien al final de "Un tranvía llamado deseo" expresaba: "Siempre he confiado en la bondad de los extraños. En situación de desamparo, por razones que no vamos a adelantar, ya sin sus tarjetas ni con aquella altivez que siempre le hizo creer que podía siempre elegir, Jasmine llega a esa San Francisco de calles que suben y bajan, como toda existencia, donde vive su hermana Ginger,en compañía de sus dos pequeños hijos, en un pequeño y modesto departamento. El reencuentro entre ambas, y desde algunos flashbacks, nos permiten visualizar un juego de contrastes que ha llevado a que la gran pieza de cambio, no ubicable, haya sido el afecto. A través de varios momentos, Allen confronta universos disímiles, arriesga nuevos encuentros sentimentales con nuevas posibilidades y enfatiza en el hecho de que el pasado no se puede ocultar, de que las horas vividas, los nombres propios no se pueden enmascarar; como lo planteaba ya Luigi Pirandello tanto en su narrativa como en sus piezas teatrales. Desde la voz de las heroínas de Tennessee Williams, pese a la obstinación de nuestro admirado Allen en borrar este parentesco, en lo que hace a recordarnos a Blanche y a su hermana Stella, ahora revividas en Jasmine y Ginger, y al mismo tiempo en la pareja de esta, que nos lleva a pensar en el Stanley Kowalski interpretado por Brando, en la versión cinematográfica de Elia Kazan de 1951, dominado por reacciones violentas y el llanto; "Blue Jasmine" nos permite desde el primero de sus vocablos, el "Blue" acercarnos a este tinte melancólico, a este sentimiento de la pérdida que se expande como un fuerte y denso perfume por todo el film. Y a ello contribuye la luz del film creada por Javier Aguirresarobe, desde el trabajo progresivo hacia un clima decadente, que va perdiendo luminosidad, hasta opacarse. Como la Amanda Wingfield de "El zoo de cristal", la madre de Laura y de Tom, el narrador personaje, Jasmine evoca con una sonriente dulzura cierto momento de su pasado. Lo trae a su memoria de manera repetida, lo vuelve a evocar. Y el mismo lleva en sí el nombre de una canción, el susurro de una melodía, que anunciaba en su vida otro despertar. En su desgranado monólogo, "Blue Moon", la canción de Rodgers y Hart, dada a conocer por primera vez en 1934, se descubre como ese leit motiv de su vida que la fijó en un estado ideal. Pero el film de Allen, como en "Crímenes y pecados", "Match Point" y posteriormente en "Conocerás al hombre de tus sueños", coloca al personaje en situación límite, ahora dominado por sus propias reacciones. Y abre interrogantes que pendulan entre una situación de despecho y lo que pudo haber sido una elección. Y es aquí donde el personaje desoculta su verdadero rostro en una dimensión patética, arrojando luz sobre el terreno de lo ético, interrogando al espectador sobre la complejidad de la conducta humana.
Cuestión de principios Woody Allen no volvió, porque nunca se fue. Siempre estuvo ahí. Como ocurre con muchos artistas, el problema no lo constituyen las obras sino quienes las consideran y el exagerado énfasis que ponen en enaltecerlas o en negarlas. Durante años, intelectuales se apropiaron de las imágenes del director para ampliar sus investigaciones en sus respectivos campos disciplinarios, lo que contribuyó a crear un aura celestial en torno a su figura que pronto se transformaría en un pesado lastre hasta convertirse hoy en un blanco fácil. Es más, me atrevería a decir que los debates que se disparan a propósito de cada estreno de sus películas encubren una vieja discusión sobre la idea de autor, fundamentalmente cuando el deporte predilecto de cierto sector de la crítica es achacarle al director supuestos defectos tales como repetición, falta de originalidad, saturación, entre otros improperios (la misma suerte corrieron, por ejemplo, Bergman y Fellini hasta que fallecieron) que, dudo, aplicarían a músicos, escritores o creadores de historietas. Son los mismos que pregonan la bandera de la impersonalidad y se amparan en una verdad a medias, a saber, que el cine es un trabajo colectivo. Por supuesto que lo es, pero técnicamente hablando. Detrás hay una idea, un autor (esa palabra que otros tantos convierten en fantasma represivo) que deja sus huellas, que impregna su estilo y que busca progresivamente una depuración a medida que transcurren los años. En el caso de Woody Allen, tal ejercicio acaso pase por trabajar un sentido del relato, una indagación formal sobre lo narrativo, un pasaje de la literatura al cine capaz de transmitir a través del montaje y de la dramaturgia de la puesta en escena los problemas morales y existenciales de escritores como Shakespeare y Dostoievski (principalmente). En este sentido, se podría afirmar que toda su filmografía se dirige hacia ese horizonte, con los altibajos lógicos de quien rueda una o dos veces al año. Ahora bien, cuando los mecanismos funcionan y se disimulan mejor, se produce un equilibrio capaz de controlar dos de los defectos más visibles del director neoyorquino: la desmesura de los personajes que se pretenden como alter ego o el subrayado de los problemas existenciales. No es el caso de Blue Jasmine, película que fluye de manera placentera, producto de un manejo notable del pulso narrativo y del tiempo (desafío a que encuentren varios casos de utilización de flashbacks que salgan bien parados en este aspecto) y que retoma la idea de personajes cruzados, con conflictos existenciales y amorosos, pero creíbles en sus estados de neurosis urbana. Cate Blanchett está fantástica en el papel de una mujer manipuladora y materialista, cuyo mundo se desploma cuando su magnate/marido es arrestado por manejar fondos indebidamente. Esta situación la conduce a la casa de su hermana y es a partir de este momento que la película adquiere desde su estructura y desde los personajes que pueblan la historia un juego de espejos enfrentados. Las intervenciones actorales y los duelos dialécticos no tienen desperdicio. Los mismos están destinados a deconstruir las fobias sociales de una clase media asediada por el consumo y preocupada por soportar a base de pastillas y alcohol las frustraciones ante la imposibilidad de consolidar vínculos que no transcurran sólo por los carriles del dinero. El timing es perfecto y los saltos temporales no afectan el relato sino que lo potencian. Tal concepción de la narración, sumada a las infaltables dosis de humor, parecen aligerar el nihilismo moral tan caro al autor y, sin embargo, no hacen más que acentuar una cierta oscuridad a la visión del mundo que Allen ofrece, sin dejar de reírse de ello. La escena final, con la protagonista sentada, hablando sola, es un claro ejemplo de lo anteriormente dicho: no es más ni menos que la risa del espectador devenida inmediatamente en seriedad. Tal vez, en un futuro no muy lejano, ocurra que las películas justifiquen su cine más allá del personaje que se ha creado en torno a su figura.
Maridos y esposas Constantemente se puede leer y escuchar, y en esta ocasión con más estruendo, del retorno de Woody Allen a lo mejor de su producción. ¿Cuándo se había retirado definitivamente? Es verdad que el tour realizado en el viejo continente, en el cual constituyo lo más heterodoxo y fluctuante de su producción, nunca pareció haberse tomado vacaciones ni presentificaba un destierro, saltando de obras maravillosas como “Match point” (2005) a olvidables como “Vicky Cristina Barcelona” (2008), pasando por la genial, sin ser obra maestra, como “Medianoche en Paris” (2011), una de las pocas donde pone en juego su querer decir también desde la luz, el color, la escenografía, los movimientos de cámara, elementos agregados a la siempre buena pluma, demostrando que no es sólo un gran catalizador de personajes e historias, llegando, a mi entender, a lo peor que realizo en su larga trayectoria, como fue “A Roma con amor” (2012), sin olvidarnos de esa muy buena película en la que demuestra su amor casi incondicional por los clásicos, sobre todos los griegos, “El sueño de Cassandra” (2007), pasión que ya había legalizado con “Poderosa Afrodita” (1995), y demostrado con la nombrada ”Medianoche en Paris” Esta relación de afecto incondicional se pone de manifiesto una vez más en esta última producción del genio neoyorquino, en el que parece ser si su retorno, ahora algo más prolongado, a su país natal. Claramente y a simple vista se puede entender este texto como una versión muy libre de la obra de teatro “Un tranvía llamado deseo”, escrita por Tennesse Williams, con la que el autor obtuvo el premio Pulitzer en 1948. En 1951 Elia Kazan dirige la adaptación cuya traslación al lenguaje cinematográfico fue consumado por el mismo Tennessee Williams, producción que finalmente obtuvo 12 nominaciones a los premios Oscar de los que gano 4, al mismo tiempo que representó una de las mejores actuaciones de Marlon Brando en el papel de Stanley Kowalski. Pero Woody Allen no se queda allí, durante toda la construcción va proponiendo al espectador que circule de un género a otro fusionándolos, de la tragedia a la comedia, y por momentos parece querer “engañarnos”, no mentirnos, y hacernos creer que estamos viendo una comedia dramática. Pero no, estamos frente a un clasicismo casi imperativo. La tragedia se instala y circula en esta realización en los personajes de la clase alta, a la que siempre Allen vilipendio, comparable si se quiere a las tragedias griegas o shakesperianas en las que los hechos de esta naturaleza le ocurrían a las grandes personalidades, dioses, semidioses, reyes, etc. Mientras que la comedia, el grotesco, la parodia, históricamente fue trabajada con personajes menos heroicos. En el caso de ésta obra se instala y desarrolla en la clase media, trabajadora, ellos pueden, y de hecho lo son, casi ridiculizados. También se da tiempo para referenciar estas diferencias entre los espacios físicos que utiliza, su amada Nueva York, meca de la cultura para Allen, en contraposición de San Francisco, la costa oeste que sólo puede ofrecer algún que otro paisaje natural. Así lo percibe, así lo muestra. ¿De qué va la historia? La misma se centra en Jazmine (Cate Blanchet), equiparable a la Blanche Dubois, no es en este caso una sureña rica sino una habitante del Nuevo Olimpo, léase clase alta neoyorquina, que caída en desgracia debe descender al quinto infierno, mudarse a la casa de su también adoptiva hermana Ginger, (Sally Hawkins). Luego de que todo en su castillo de vida opulenta se verifico como construido con naipes, incluida la destrucción de su matrimonio con el adinerado empresario Hal (Alec Baldwin), otro gran actor demostrando sus capacidades, Jazmine se muda al modesto apartamento del único pariente que le queda. Para intentar recobrarse de esa profunda crisis, de la que no sabemos, los espectadores realmente su génesis. El filme abre con el personaje principal en pleno vuelo, con una catarata de palabras, casi podría verse como la presentación femenina del personaje al que Woody Allen siempre nos enfrenta. Pero no, el personaje hace un giro y eso modifica todo, incluido el tono en que nos la presentan. Este será no sólo el modo de construcción y desarrollo de la obra sino principalmente del personaje, pasando de una situación anímica a otra de manera instantánea, sin mediar absolutamente nada, como también de un estado mental a otro, recuerdos o vivencias actuales, esto sólo es posible de ser aceptado a partir de la increíble composición que realiza Cate Blanchet. Algunos ya hablan del premio de la Academia de Hollywood como mejor actriz, y no parece exagerado. No obstante todo lo pasado, nuestra “heroína” todavía es hábil en proyectar su aspecto distinguido, sin embargo intentara reestablecerse, comienza a estudiar computación, consigue un trabajo de secretaria. Mientras convive con Ginger y sus hijos, se las ingenia para despreciar las relaciones afectivas de su hermana, su mal gusto con los hombres, su ex marido y el actual novio Augie (Andrew Dice Clay) y Chili (Bobby Canavale) equiparables o dos versiones del personaje polaco y bruto que inmortalizara Marlon Brando. En ese deambular, Jazmine acierta al encontrar un nuevo príncipe, Dwight (Peter Sarsgaard), que roba a nivel actoral, aunque tenga pocos minutos en pantalla, con su performance como un empresario viudo con una incipiente carrera diplomática que se enamora casi a primera vista de la ninfa rubia. Una de las principales dificultades de Jasmine, además de su ceguera de no querer ver lo evidente, es que su autoestima esta sólo sustentada a partir de la forma en que es percibida por los demás, En este nuevo opus, Woody Allen hace uso magistral de muchos recursos narrativos, tanto de manera tangencial, como clara y directa de los elementos del lenguaje, sobre todo un increíble diseño de montaje, utilizando innumerables, necesarios flashbacks, mayormente trabajados desde la memoria del personaje, lo que le sirve no sólo para que el relato vaya justificando el presente, sino para que el mismo posea una progresión armónica, sin extrañezas. Al mismo tiempo que lo utiliza para confrontar los dos mundos que intenta y logra describir, la clase alta y la clase media trabajadora, con sus cualidades y defectos. Sin perder de vista que los orígenes del texto están en el clásico del siglo XX, se las ingenia para mostrarnos la vigencia de los griegos adaptados al siglo XXI, al punto tal que algo del orden de la obra de Eurípides, “Medea”, puede leerse. También es loable destacar el muy buen uso del diseño de vestuario en la conformación de los personajes, como la dirección de arte en general, la puesta en escena en particular, haciendo pausas claras en los espacios y objetos que demuestran una importancia superior al resto, apoyados en la muy buena fotografía. Claro que la mayor responsabilidad para que “Blue Jazmine” sea lo que es parece estar apoyada en la espalda de Cate Blanchett Su actuación es descomunal, mostrando paralelamente sin solución de continuidad esos estados antes mencionados como pasar de la genialidad a la idiotez, de la soberbia más insoportable a la chatura más recalcitrante. Empatiza con el espectador al mismo tiempo que produce rechazo, puede ser seductora o repugnante, sensual o distante, bondadosa y calida, fría e hipócrita, de la alegría injustificada a tristeza del título, todo junto y en un mismo plano. Woody nunca se había ido, sólo que a los 77 años se reencontró con formas de decir las cosas que parecían olvidadas, o su pareja actual lo hizo rejuvenecer, referencia casi obligada en muchos de sus últimos trabajos, aquí no podía ser menos.
Retrata el shock que vive una mujer rica cuando lo pierde todo y abruptamente se enfrenta con la realidad. La historia gira en torno a los días de Jeannette (Cate Blanchett), se cambió el nombre por Jasmine, porque parece más interesante, se encuentra casada con Hal (Alec Baldwin), un hombre de negocios. Ellos son ricos, viven llenos de lujos en una gran mansión, concurren a distintas reuniones de la alta sociedad, todo su estilo de vida es esplendoroso y nunca miraron a su alrededor pensando en aquellos que tienen poco o directamente nada. Muchas veces en la vida algún refrán popular se cumple y en este caso podríamos aplicar aquel que dice “Hasta los Castillos más altos han caído”. Vemos a Hal (Alec Baldwin) yéndose a la quiebra y a ella que se encuentra ajena a los negocios de su marido, solo se interesa por los lujos y no presta atención a las infidelidades de él. Quedan solos, sin amigos, denigrados y privados de aquellos que estaban en los momentos de esplendor. Y la penosa realidad es ver a esa mujer de la alta sociedad de Nueva York sin nada y totalmente en la ruina, lo único que le queda son vestidos caros y una cartera Vuitton. Ahora se ve obligada a viajar a San Francisco para pedirle a su hermanastra Ginger (Sally Hawkins) vivir con ella. En ocasiones anteriores Ginger la visitaba junto a su marido Augie (Andrew Dice Clay), se hospedaban en un hotel y Jasmine los despreciaba por su clase social. Ambas hermanas intentarán reencontrarse, encontrar una segunda oportunidad en la vida y en el amor. Jasmine (las situaciones conflictivas las soluciona con el alcohol y las pastillas) comienza a estudiar computación porque quiere ser decoradora de interiores, acepta un trabajo con un dentista enamorado, el Dr. Flicker (Michael Stuhlbarg) quien le trae complicaciones. Con su hermana intenta divertirse a través de salidas junto a Chili (Bobby Cannavale) el novio de Ginger y Eddie (Max Casella). En una fiesta de manera ocasional Jasmine conoce al encantador diplomático Dwight (Peter Sarsgaard). A medida que va corriendo la historia podemos observar todo un parque de diversiones de recursos desplegado por Allen y en el cual se destacan: los colores, las locaciones, los diálogos, la música, el amor, la delicadeza, el sexo, los celos, el humor sarcástico y las relaciones familiares y humanas. Mantiene todo el estilo de Allen (acá con una fuerte crítica a la burguesía), a la manera de una comedia agridulce encantadora. Tiene varios puntos en común con “Un tranvía llamado Deseo” la pieza de Tennessee Williams, pareciera ser un homenaje. Todo su relato lo vamos disfrutando a través de cuidadosos flashbacks, la actuación de la actriz australiana Cate Blanchett (44) es excelente, brillante (te despierta: ternura, repulsión, desprecio y lástima), merece ser nominada para los Premios Oscar, (la última escena te deja boquiabierto) este es su debut a las órdenes del director y el resto de los personajes se lucen.
La tregua Venía desentonando. Su abundante filmografía lucía desilachada últimamente, más allá de Match Point (2004), eco de Crímenes y Pecados (1989), y más allá de la indudable simpatía que despertaba Medianoche en Paris (2011) y algunos momentos aislados de de sus últimas películas. Esos chispazos de neoyorkino ingenio que persiste, que insiste, a lo largo de ya nada menos que 43 películas. Ultimamente Woody venía desentonando. Pero vuelve a estar afinado en La 44. Jasmine supo vivir la buena vida, pero todo eso ha quedado dolorosamente atrás. Hay que barajar y dar de nuevo, ya se sabrá porqué. Su única opción es volver a San Francisco, a vivir con su hermana, esa hermana que siempre ha ignorado. No le queda otra. Su estado de desamparo material y emocional es absoluto. La historia va y viene desde ese presente desesperado a un cómodo pasado, tan falso como el nombre Jasmine que esconde al más vulgar y verdadero, Jeanette. Un pasado de bienestar, de esposa consentida y decorativa, empeñada en mirar para otro lado cuando haga falta, de vida de clase alta bajo el amparo del seductor Hank (perfecto Alec Baldwin). Cuando todo eso naufrague por motivos que no conviene adelantar, Jasmine tendrá que volver a ser Jeanette, mal que le pese, y hacer convivir sus aires de grandeza con lo único que parece mantenerse en pie, el sostén incondicional de su hermana Ginger (Sally Hawkins, tan exacta en lo suyo como el resto de los personajes). Más allá de los esperables sobresaltos iniciales Jasmine encontrará un oasis, pero al precio de volver a mentir. Y Ginger también, aunque lo suyo sea mucho más simple. Las neurosis y el peso del azar son los elementos de siempre, pero hay más suma que repetición, sin excesos ni fisuras, y hasta ecos de Cassavetes y Tenessee Williams. La solidez narrativa y el absoluto control de todos los elementos necesarios para avanzar en la historia hacen que esta se siga con placer. Todo está en su justo lugar y eso, más el hallazgo de un personaje antológico, hacen la diferencia. Párrafo aparte para Cate Blanchett y su mujer bajo influencia. Lo de Jasmine resulta tan magnético como repelente, tan querible como detestable, tan calculador como vulnerable. Todo a la vez, como en un cóctel de calmantes y estimulantes, de esos que ella suele consumir. Sus despropósitos son entendibles. El experimento de Melinda y Melinda, aquello de hacer que la misma situación pueda verse como comedia y tragedia, encuentra finalmente su vehículo perfecto en esa manera de Blanchett de apropiarse del personaje para sacarle todo el jugo posible, y provocar las dosis exactas de alegría y tristeza, y hasta convertirse en pena infinita, en uno de los finales más desoladores de toda la filmografía de Allen.
Una mujer (burguesa) al ¿borde? de un ataque de nervios Luego de un periplo cinematográfico por algunas importantes ciudades del mundo (Roma, Londres, Barcelona, París) los últimos años, y con historias de difuso espíritu –por decir lo menos–, Woody Allen nos regresa, con Blue Jasmine (2013), a los Estados Unidos. Y a sus reconocibles –y siempre esperadas– buenas historias. En consonancia con el argumento de uno de los grandes clásicos del dramaturgo norteamericano Tennessee Williams, “Un tranvía llamado Deseo”, Allen nos invita a presenciar el encuentro de dos hermanas (adoptadas), donde una, Jasmine (interpretada magistralmente por Cate Blanchett), necesita la solidaridad de Ginger (Sally Hawkins), habida cuenta de la quiebra económica y encarcelamiento de su esposo Hal (Alec Baldwin). Ginger recibirá a Jasmine en su casa, y así veremos las fricciones y choques de dos mundos (sociales): el de los ricos financistas de Nueva York (condensados en Jasmine –cuyo nombre original-real era Jeannette–), y el de los asalariados de San Francisco (Ginger y su troupe de hijos, amigos, su novio y un ex…). Con precisos (y oportunos, muy bien puestos) flashbacks se va mostrando la opulenta (y despreocupada, y filantrópica) vida de Jasmine, mientras trata de “recuperarse” de sus pérdidas, pensando cómo rehacer su vida (en busca de un trabajo y/o estudios, de un nuevo “amor”…). Los engaños, la mentira –“marca registrada”, leit motiv en el cine de Allen–, jugarán más de un papel en esta historia. Y también el azar, los encuentros casuales, serán “definitorios” en la trama. Y más: el autoengaño, como una forma de vida, cuando están garantizadas todas las comodidades materiales (cuestión que contrasta con la sinceridad y choque abierto con que enfrentan los conflictos y situaciones que se les presentan los personajes de origen humilde –aunque acá puede decirse también que, a diferencia del tratamiento que les da Allen a los personajes y situaciones de clase alta, hay cierto “paternalismo” o simplificación en cómo los pinta–). La película en su conjunto es dinámica, todas las actuaciones son más que buenas –destacándose la versátil interpretación de Blanchett–, y la historia, contundente. Habrá en este drama momentos de humor, de paradojas y comicidades (duelos verbales, choques ácidos y críticas entre Jasmine y su hermana, entre Jasmine y el novio de aquélla, Chili, entre otros), momentos de incertidumbre y zozobra, y giros sorpresivos. Con excelente fotografía, música (jazz y blues), escenografías y vestuarios, Blue Jasmine parece haber recobrado aquella “vieja” potencia tragicómica de Allen. Un cine inteligente, de personajes intensos y situaciones imprevistas.
Una flor en el crepúsculo Cuando de Woody Allen no se esperaba más que películas ingeniosas pero livianas, irrumpe “Blue Jasmine”, como una de las obras más profundas e inquietantes del maestro en mucho tiempo. Luego del cinematográfico tour europeo, Woody regresa a su país y retoma los pasos perdidos para contar una historia intensa y provocativa, inspirada en “Un tranvía llamado deseo”, que muestra la decadencia de una dama con delirios de grandeza, refugiada en un mundo inventado, altanera y desequilibrada. Tal como en la obra original de Tennessee Williams e incluso en la versión fílmica de Elia Kazan, que le valió en 1951 un Oscar por Mejor Actriz a Vivien Leigh, “Blue Jasmine” está construida desde el enfrentamiento de dos mundos culturales que se reflejan en la permanente disociación de su protagonista. En la versión de Allen, el papel de la desequilibrada Blanche DuBois original, ahora está a cargo de una inmensa Cate Blanchett, encarnando a Jasmine, una millonaria caída en desgracia, al descubrirse que su marido había construido su fortuna en base a fraudes financieros. Sin un centavo, pero apegada a los lujos de su vida anterior, la protagonista desciende desde sus refinados ambientes neoyorquinos hasta el humilde departamento de su hermana Ginger (Sally Hawkins) alojada en una modesta zona de San Francisco. Woody contrapone los universos opuestos de empresarios adinerados en Manhattan, con personajes de la clase trabajadora, en un contexto neorrealista pero aggiornado: albañiles tatuados y con peinados modernos que celan a sentimentales empleadas de supermercado. Pero esta vez todos los extremos se unen en una mirada invariablemente desoladora. La película retrata de una manera clara y evidente estos dos mundos opuestos, otorgando humor y ligereza a los momentos más trágicos y resignificando situaciones aparentemente más livianas. Apoyada en un soberbio montaje, está narrada en dos tiempos: el pasado, tan vacío como esplendoroso exteriormente, y el inestable presente de una mujer sumergida en un cóctel de antidepresivos. La historia va y vuelve, contrastando la vida ociosamente lujosa y el ajetreo de los días presentes de Jasmine, donde pasa a vivir de prestado, a estudiar computación y a trabajar como recepcionista en un consultorio odontológico. Adicta a las pastillas y a las bebidas blancas subsiste en medio de una angustia permanente que la lleva a eclosionar en momentos cargados de tensión. Intenso retrato femenino El filme tiene un momento de lucimiento para cada una de sus criaturas, pero “Blue Jasmine” esencialmente está pensada sobre el eje de Cate Blanchett para un personaje que fascina por su belleza, indigna con sus desplantes y conmueve al estrellarse contra la realidad siendo un instrumento involuntario de su propia caída. Su interpretación con matices que la vuelven graciosa, triste, querible y detestable a la vez le asegura un lugar memorable en la galería de antiheroínas creadas por Allen y que habitan ese prototipo femenino profundo con resonancias de Bergman y Almodóvar. La protagonista, como el jazmín de su nombre, abre su corola al atardecer, su intensidad es más fuerte en la oscuridad de su drama: la actriz Cate Blanchett pasa por todos los registros y consigue un personaje muy complejo y lleno de sutilezas. Más de una vez, la escucharemos confesar que conoció a su príncipe azul entre los acordes de la canción “Blue Moon” pero al final, dice extrañarse de que “antes sabía la letra, pero ahora está cambiada”. Tal como el título de la película que juega con esos datos en una síntesis del dislocamiento que incluye su nombre, su dolorosa transformación.
Cuando un tropezón es caída Volvió Woody Allen con Blue Jasmine y volvió no sólo a filmar en Estados Unidos, sino a su esencia, a aquella época en donde las películas eran más que postales y recorridas por hermosos lugares europeos. No es que estas últimas películas no estuvieran bien, Allen siempre logra un alto nivel en donde nunca nos deja con las ganas, pero esta vez redobla la apuesta y supera las expectativas. Esta película es una relectura de Un tranvía llamado deseo (Tennessee Williams, 1947) obra en la que se basó también la gran película de Elia Kazan (con el mismo nombre) estrenada en 1951 y protagonizada por Marlon Brando, Vivien Leight y Kim Huner. Woody Allen, desde su versión libre, nos relata los contratiempos de Jasmine (increíblemente actuada por Cate Blanchett) que con gestos femeninos, torpes y extravagantes nos recuerda al personaje de Blanche Dubois (Vivien Leight) en la película citada anteriormente. Jasmine (cuyo verdadero nombre es Jeanette) es una mujer que viste ropa de Chanel, usa valijas de Louis Vuitton, vivió en la Quinta Avenida, pero ahora no tiene dónde caerse muerta, aunque conserva estos objetos como fetiches de un pasado que ya no existe, sólo que ella parece no querer (o poder) darse cuenta. Jasmine es pura apariencia, brillo deslucido de un pasado hipócrita que ya se hizo añicos y lo que queda es un esqueleto femenino llenándose el cuerpo de pastillas, alcohol y espejismos. Jasmine llega a San Francisco luego de haber sufrido un colapso nervioso. La observamos por primera vez hablando (en realidad monologando) con una anciana que le presta su oído durante todo el viaje, pero que no logra emitir sonido alguno. Llega sin un centavo, pero viajando en primera clase, para pasar un tiempo con su hermana adoptiva, Ginger (Sally Hawkins), una trabajadora y simple mujer de los suburbios, divorciada y con dos hijos varones. La película nos muestra el contraste del presente de Jasmine y su pasado, con flashbacks durante toda la película que refuerzan lo que fue y lo que es. Los choques entre las hermanas se hacen visibles, pero lo importante de este antagonismo es lo que cada una de ellas representa. Por un lado Jasmine encarna la idea de vivir en un pasado glorioso (que en realidad nunca lo fue) y Ginger la idea de vivir en un presente, que simplemente está, con las pocas o muchas herramientas que se tengan al alcance de la mano. Woody Allen nos muestra una crítica áspera sobre una sociedad materialista, lujosa y vacía, donde la mayor vergüenza es trabajar en una exclusiva zapatería y que las clientas (antiguas amigas) te miren con compasión; bueno, en realidad, la vergüenza sería simplemente trabajar. Ese es el mundo chato de Jasmine, donde la moneda corriente es la negación y la falta absoluta de independencia, no sólo económica sino (lo que es peor) de criterio y de pensamiento. La incomodidad se vive a flor de piel durante todo el relato, la misma incomodidad que siente Jasmine en ese mundo tan extraño para ella y el cual se le viene encima hasta aplastarla. Sólo por momentos, algunos toques de humor nos hacen relajar (en semejante drama personal) y lo grotesco inunda el relato. Pero no dejamos de sentir tristeza por esta mujer que lo perdió todo, y no estoy hablando de lo material, sino de lo único que nos queda como seres humanos, la cordura. Blue Moon (famosa canción cantada por Frank Sinatra, Elvis Presley, entre otros) recorre de manera recurrente toda la película desde el discurso de Jasmine y la vuelve más “azulada” y melancólica que nunca. Finalmente el círculo se cierra con un diálogo sordo de ella, sin nadie a su lado y nosotros observando (con angustia) la decadencia de esta mujer que ya no le quedan recursos ni para pararse sobre sus propios pies, aunque lleve puestos los zapatos más caros del mundo.
Un Allen genuino Woody Allen es uno de los mejores directores y guionistas que existen.En esto último es increíblemente genial, hace sus películas como si fuesen libros.Están llenas de alusiones y relaciones de intertextualidad, uno puede estar mirando uno de sus filmes y decir "acá hay algo" y seguramente se tratará de otra película (propia o ajena), un cliché del americano promedio, una obra literaria, una cuestión política, su propia vida etc etc. Imagino su pensamiento como un gran hipertexto. Y así sucede en "Blue Jasmine", donde hay elementos que recuerdan a "Un Tranvía llamado deseo", como ya muchos han señalado (lamentablemente, como si fuese un pecado y sin comprender que Woody solo quiere divertirse, pero como solo un genio puede hacerlo). Sin embargo, el personaje de Jasmine me hizo pensar en la Melinda trágica de su "Melinda y Melinda", con su desequilibrio mental, su cambio de nombre, sobrepasada por las circunstancias que ella misma contribuyó a crear, adicta a los psicotrópicos y al alcohol, y , especialmente por la incapacidad de quienes rodean a ambas, para contenerlas y acabar con la tragedia. Sin embargo, Jasmine, con la brillantísima interpretación de Cate Blanchett, a diferencia de Blanche y Melinda, tiene una profundidad, una densidad, una complejidad y una entidad, que hacen que el personaje trascienda el mero plano de la acción y adquiera una humanidad que permite la identificación del público. Por otra parte, la historia no está exenta de humor (negro, por supuesto), como puede verse, por ejemplo en la escena de la cita a ciegas, y en la de los sobrinos en el bar, que no tienen desperdicio.
Sitcom Blue Jasmine es una relectura californiana, forzada y deslucida de Un tranvía llamado deseo en la era de la crisis financiera. La película examina el desclasamiento de su heroína epónima cuando abandona la opulenta mundanería de Nueva York, donde vivía con un marido estafador, para mudarse a San Francisco al modesto departamento de una hermana a la que siempre había despreciado. Mientras Jasmine descubre con repugnancia las asperezas de una existencia laboriosa, los flujos de recuerdos ponen al día las problemáticas circunstancias de su derrumbe. El relato se despliega en un vaivén entre el pasado y el presente. El mejor Allen aparece cuando detalla progresivamente, con precisión, sequedad y negrura, el pasado de la protagonista, revelando las razones de su caída y cuestionando su parte de responsabilidad. Pero el presente es un drama de costumbres banal, con estereotipos caricaturescos y oposiciones simplistas, bañado por el desprecio general del director hacia todas sus criaturas, el abuso de primeros planos de la mujer en desgracia y las maniobras de guion para sostener su martirio. Los personajes secundarios son apenas funcionales y parecen salidos de una tira televisiva burda con sus vestimentas y acentos exagerados. El humor grueso, basado en el contraste entre la burguesa altiva y los vulgares proletarios, toca fondo con la presentación de los patéticos candidatos para la hermana o la disputa de los primates por una porción de pizza; momentos que impulsarán a los fanáticos de Allen a bajar la mirada, como si desviaran los ojos de un accidente.
Un Allen auténtico, con lo mejor de su producción Significa el regreso de Woody Allen a su país, después de su prolongado periplo por Europa, donde filmó siete de sus últimas ocho películas. La idea del guión habría nacido de una conversación entre Allen y su actual esposa Soon Yi. Pero es obvio que abrevó en Un tranvía llamado deseo, el célebre drama de Tennessee Williams, llevado al cine en 1951 por Elia Kazan con Marlon Brando y Vivian Leigh. No es la misma historia y los escenarios también difieren, pero los personajes poseen una inicial similitud. En el filme de Kazan, tras perder las propiedades de la familia, Blanche DuBois sale desesperadamente en la búsqueda de un puerto donde recalar y decide viajar a Nueva Orleans para alojarse en la casa de su hermana Stella y su cuñado Stanley Kowalski. En Blue Jasmine, la protagonista es Jeannette, pero cambia el nombre por el de Jasmine porque le parece más chic. Eso ocurre cuando conoce, se enamora y se casa con Hal, un acaudalado inversor financiero, inspirado en Bernard Madoff, autor de uno de los fraudes más escandalosos de la historia. Jasmine pierde su fortuna y su lugar en la alta sociedad de Nueva York cuando Hal es arrestado por el FBI. Luego de trabajar como empleada en una zapatería, viaja a San Francisco para hospedarse en el departamento de su hermana Ginger, quien es la otra cara de la moneda. Ginger trabaja en un supermercado, es ignorante, ordinaria y en esa fecha ya se ha separado de su marido y mantiene un tórrido noviazgo con Chili, el equivalente a Stanley del filme de Kazan, un personaje violento que llora o rompe cosas cuando no obtiene lo que quiere. Luego de vivir la gran mentira de aquella burbuja económica y social, Jasmine se ve súbitamente inmersa en una experiencia atroz. Procura aprender un oficio, conoce a un político oportunista en el que cree hallar su tabla de salvación, pero sigue mintiendo, engañándose a sí misma y buscando un ilusorio consuelo en el vodka y los antidepresivos. Woody Allen retrata con una enorme precisión esa tragedia de Jasmine y la galopante ordinariez de Ginger y Chili, y lo hace sin ninguna compasión. Más bien con un ensañamiento mucho más intenso que el que había utilizado en Match Point. Por la misma razón, es posible inscribir a este filme en lo que se conoce como "cine de la crueldad", cuyo máximo exponente fue en otros tiempos el español Luis Buñuel. Allen se reserva el punto de vista narrativo para sí mismo y salva a un único personaje, que adquiere así la dimensión de símbolo, modesto pero símbolo al fin, en contraste con la vulgaridad o hipocresía de los restantes personajes. La película se convertirá con el correr de los años en un testimonio insoslayable en la filmografía de Woody Allen, respecto de una realidad, la actual, vigente en su país, que parece agravarse y deja un espacio muy reducido para la esperanza. La historia de Blue Jasmine se desenvuelve en dos tiempos y dos escenarios e incluye un excelente trabajo del fotógrafo Javier Aguirresarobe, un impecable diseño de producción y dos grandes actuaciones- La australiana Cate Blanchet demuestra una vez más que es capaz de asumir todos los registros expresivos, y de la británica Sally Hawkins, quien compone a una Ginger con un rigor tal que nos lleva a dudar sobre si también es así en la vida real.
Una excelente somatización de la pérdida de la riqueza Las películas de autor tienen cosas que las hacen un género en si mismo, lo que tienen las de Woody Allen en particular es que no importa si está hablando Amigacho, Javier Bardem o Jack Nicholson, en realidad tenés la voz del director en tu oído. Ese fue el primer pensamiento que tuve cuando escuchaba a Cate Blanchett describiendo su vida a una pobre anciana. Y vaya que la tuvo que escuchar, una caída en desgracia muy particular la de Jasmine, un golpe duro para una persona que quiso escalar alto, llegó y se tiró sin paracaídas de la montaña. Del glamour, las carteras caras y los lujos a un pequeño y acogedor departamento en San Francisco. Jasmine vuelve a su ciudad, perturbada, en bancarrota y sin un plan para sobrevivir, más que quedarse en la casa de su hermana Ginger (Sally Hawkins). Ahí se encuentra una familia disfuncional, dos personajes opuestos pero unidos por el fuerte lazo fraternal. Ginger intenta darle una mano mientras Jasmine se recupera, y en ese choque se da lo más rico de Blue Jasmine, donde la riqueza y la ostentación confronta con la vida común, con lo más bajo, con aquello que no puede soportar, no figurar, ser uno más. Los maridos de Ginger, sobre todo Chili (Bobby Cannavale) con su estampa de Average Joe puesta en la frente es lo que exacerba a Jasmine. Cate Blanchett, en un gran papel, interpreta un personaje perturbado en todo momento, que no puede entender lo que le sucedió, la forma de la cual se le escapó su vida. En flashback, vemos como se recrea esa vida junto a Hal (Alec Baldwin) que actúa en piloto automático a un chanta, una de esas personas que no dicen nada y aparentan, con su mente puesta en el dinero. En definitiva lo que Blue Jasmine deja, es como el mundo del poder y el dinero ignoran sus problemas y su realidad con tal de seguir viviendo la mentira que vende y la comodidad que ofrece. Jasmine es la víctima del velo que se corre. Cate Blanchett in Woody Allen's Blue Jasmine De las últimas de Woody Allen, puede estar entre las mejores. No lo sé, a veces es dificil decidirse. Al ver Blue Jasmine se encontrarán con una película dramática con tintes graciosos que enfrenta dos modos de vivir la vida, donde las oportunidades y la suerte viene, y uno elige si la deja pasar o incide sobre sus espaldas. Como dijo uno de los maridos de Ginger: ¨hay veces que uno no puede dejar atrás el pasado¨. Bueno, por lo menos, Woody Allen lo dejo con sus guías turisticas de las ciudades que tanto le gustan…
Woody Allen es un director con muchísimo peso propio dentro de la industria del cine moderno, siendo quizás uno de los pocos realizadores a los que la palabra “cine de autor” le calza perfecto. Obviamente al ser un artista que se embarca en un nuevo proyecto cinematográfico todos los años (de forma religiosa desde 1982, siendo su primer largometraje del año 1969) y un personaje más que interesante también delante de las cámaras, Allen despierta pasiones y emociones que se manifiestan de mil formas en el público y la crítica. Personalmente soy de los que piensan que si tuviéramos que graficar la calidad de los proyectos de los últimos años en la carrera del realizador neoyorquino el resultado se asemejaría bastante al electrocardiograma de un hipertenso. Es decir, Allen en los últimos años se encargó él solito de borrar con los codos lo que escribió con sus propias manos, dejando un sabor semi-amargo en todos los consumidores (frecuentes, momentáneos, devotos y debutantes) de sus películas. Por un lado ese panorama es obvio, ya que como dije más arriba, un tipo que todos los años emprende la difícil tarea de escribir un guión y filmarlo puede caer en el más previsible de los errores que presenta ese escenario: la repetición. Por otro lado tampoco dicha situación actual no parece tan grave debido a que, paradójicamente, luego de una extensa carrera dentro del cine (algunos arriesgados hablaban incluso de que la misma estaba cerca de fin) el éxito, tanto económico como por parte de la crítica acompañado del reconocimiento de diferentes círculos y grupos del cine, por primera vez van firmes de la mano a las películas del inoxidable Woody. Dentro de ese marco es donde aparece “Blue Jasmine”, su nuevo trabajo que viene a levantar los niveles de calidad que se desparramaron por el piso gracias a “A Roma con Amor” y que lamentablemente no pudieron seguir la línea de “Medianoche en París”, film con el que Allen volvió a levantar un Oscar y gracias al cual logró un record personal en la apertura de taquilla norteamericana. Y precisamente porque la carrera de Allen en los últimos años parece un subibaja, “Blue Jasmine” irrumpió este año en los cines de Estados Unidos arrebatándole ese lugar a “Midnight in Paris” posicionándose así como el mayor éxito de apertura de taquilla en el país de donde el bueno de Woody no debería salir muy seguido. Retratando con lentes hermosos San Francisco y algunas partes de Nueva York (de la mano de Javier Aguirresarobe, con quien ya había trabajado en “Vicky Cristina Barcelona”) Allen se mete de lleno en un guión bastante aceitado, dinámico y con ritmo sobre la vida de una snob con problemas psiquiátricos que pierde todo su status social de forma inesperada y decide irse a vivir con su hermanastra para tratar de reconstruir su vida, la cual es desprolija desde mucho antes del incidente. En esa pequeña sinopsis de “Blue Jasmine” encontramos varias pistas para hablar de los pilares que sostienen este trabajo, entre ellas los personajes creados por Allen que desataron las grandes actuaciones de Cate Blanchett (Jasmine, el personaje central), Sally Hawkins (la hermanastra, Ginger) y Alec Baldwin (Hal, el ex-marido de Jasmine). Sin lugar a dudas, lo de Blanchett es un trabajo descomunal, de esos que pagan por completo la entrada del cine. Va mucho más allá de lo que supieron ofrecer las últimas actrices con las que Woody trabajo en sus anteriores proyectos de este último tiempo y difícilmente el realizador pueda dar vuelta la hoja de un nuevo guion sin pensar en esta actriz como protagonista. Pasó y seguramente volverá a pasar que, actrices de talento irregular, se luzcan con los guiones escritos por Allen, pero ojalá que el panorama de aquí en los próximos años sea el mismo que el de “Blue Jasmine” donde una gran actriz tenga entre sus manos un gran guión que le permita construir un personaje maravilloso. Jasmine cumple ese rol dentro del film, porque atrae desde el minuto cero debido a su personalidad avasallante, pero al mismo tiempo solitaria y necesitada de ayuda para salir de una crisis personal gravísima. Por si fuera poco, “Blue Jasmine” es por lejos la película que mejor retrata esa belleza característica que tiene Blanchett y que algunos se animan a discutir. Luego se acomodan en el podio Sally Hawkins (a quien el próximo año veremos en “Godzilla” de Gareth Edwards) quien como la hermana de Jasmine ofrece algunos momentos realmente brillantes, ácidos y bastante polémicos como para discutir a la salida del cine. El personaje de Alec Baldwin es quien completa el combo, aunque poco se puede hablar de él sin desmenuzar la trama y una de las características más importantes que esta presenta: el ritmo y el misterio. Porque en definitiva “Blue Jasmine” es un gran trabajo de Allen en materia de guiones aceitados que te mantienen pegado a la butaca hasta el final, acompañado siempre de risas y situaciones incomodas, algo que el realizador no había podido lograr últimamente. Quizás por eso la única falla que tiene esta producción es que, una vez que conoces todas las razones que desencadenan esta historia, Allen se toma un par de minutos más para cerrar la historia y le quita ese ritmo perfecto que la caracterizaba. De cualquier forma, frente a un año que ofrece espectáculos cinematográficos impresionantes gracias a un gran presupuesto y guiones con firmas multiples, “Blue Jasmine” es la muestra de que el buen cine se construye en base a tres elementos fundamentales que muchas veces se dejan de lado. Una gran película necesita de un muy buen guión, una ágil dirección y una fuerte interpretación. La última producción de nuestro amigo Allen cumple con esa regla antigua e inoxidable, como la pasión del realizador por el cine de la vieja escuela.
Comienza a discurrir en pantalla la clásica presentación de títulos que caracteriza al maestro Woody Allen: placa negra, letras blancas y “Back O’Town Blues”, de Louis Armstrong, acompañando en el fondo. Después de esto, la primer toma: un avión (extrañamente digitalizado) en pleno vuelo a través del cielo. A continuación conoceremos a Janette, encarnada por la perfecta y estilosa Cate Blanchett, quien, en busca de mayor prestigio social cambia su nombre por el de “Jasmine”. La historia que se nos cuenta es bastante simple: Jasmine es la resplandeciente esposa de Hal, un empresario multimillonario, interpretado por la faceta más seductora de Alec Baldwin (siempre explotada por el director tal y como lo hizo en filmes anteriores). La pareja vive el sueño americano y se codea con la clase social más elevada de Nueva York, en medio de almuerzos ejecutivos y eventos de caridad. Pero como todo sueño americano, la realidad cae sobre nuestros personajes rápidamente: así, el espectador se va enterando de que en realidad la fortuna de Hal ha sido amasada sobre el embuste y, fundamentalmente, con el dinero de otros. Hal es enviado a prisión, donde se suicida, y Jasmine queda como responsable de las deudas económicas y sociales que la deshonra de su esposo le ha dejado. Su hijastro la abandona y es entonces cuando experimenta un colapso nervioso que la mantendrá bajo medicación el resto de la película. Cabe aclarar la perspicaz y acertada actuación de Blanchett que le da vida a una persona tan frágil como neurótica, engendrada desde el humor y el realismo ácidos que Allen aporta a cada uno de sus proyectos. Es más, quizás sin Cate a la cabeza de la mayoría de las escenas, el filme se tornaría un poco más pesado de lo que es. Los guiños, los momentos cómicos y la empatía giran en torno al personaje de Jasmine, mientras el resto está allí para rendirle homenaje. Tras quedar en bancarrota, la protagonista deberá acostumbrarse a la vida mundana de la clase media de San Francisco, en casa de su hermana divorciada y también adoptada, Ginger, interpretada por la espontánea e ingenua Sally Hawkins (en un papel medianamente similar al interpretado en Happy-Go-Lucky, si de frescura y soltura se trata). Entre psicosis y psicosis y auspiciada por Xanax, Jasmine conseguirá un trabajo, estudiará computación y conocerá a hombres inútiles que le recordarán su ostentosa vida pasada. El relato va brincando de pasado a presente alrededor de los 98 minutos, hilvanando los las vivencias de diversos personajes, a través de una fotografía impecable de Javier Aguirresarobe (también DF de Vicky Cristina Barcelona) y toda la narratividad y expresividad que un filme de Allen tiene o, por lo menos, debería tener. Las desilusiones amorosas, las crisis nerviosas y financieras, las infidelidades, los engaños y las nuevas oportunidades serán las temáticas entrelazadas sobre una excelentísima banda sonora, acorde a los finos gustos del director manhattense, mientras que la soberbia, la confianza, los miedos, la riqueza, la familia y la humildad son los valores que se van poniendo en juego escena a escena. Woody Allen vuelve a revisar bajo el tapete de las clases sociales para crear una obra natural, elocuente y simple. Deja atrás el componente fantástico/imaginario tan presente a lo largo de su filmografía (desde The purple rose of Cairo hasta Midnight in Paris) para relatar hechos y acciones cotidianos del devenir humano, adornados por los lujos y los desperdicios de la vida moderna. Una vez más, Woody Allen se sube al ring como un perfeccionista en la dirección de actores y un minimalista de guiones que, despojados de tanto suceso, terminan siendo crudamente fieles.
La verdad sea dicha: hace una década que uno no espera demasiado de Woody Allen. Sus últimos films, incluso los más logrados como “Medianoche en París”, parecen desparejos, paseos apenas por locaciones y tópicos mellados. Como si Allen no sintonizara ya con el mundo contemporáneo. Y entonces aparece este film: con un personaje en crisis (una de las mejores actrices del mundo, la gran Cate Blanchett, que levanta toda escena, incluso aquellas un poco desparejas), una trama -como siempre- complicada y el viejo juego de Allen sobre el amor y el azar. Aquí hay una mujer de clase alta que ve cómo su mundo se disuelve de modo repentino y debe enfrentarse a la depresión, a un nuevo comienzo, a la realidad de un mundo que no quiso ver y a la posibilidad de que alguien se enamore de ella. Allen decide ser riguroso en la manera casi documental en que sigue a la actriz creando su personaje, llenarlo de humanidad, volverlo empático hasta en sus costados menos tiernos. Por una vez, la trama llena de vueltas y recodos es menos un alarde del guionista que el reflejo realista de un mundo complejo donde el milagro es cotidiano, donde la felicidad simplemente sucede -o no-. El film no es exactamente un drama ni exactamente una comedia, y en ese tono fluctuante Allen parece haber reencontrado la manera de comunicar la ironía trágica que hizo de “Crímenes y pecados” una obra maestra. Y repitamos: tiene a Blanchett para que le creamos todo. Un gran regreso.
Blue Jasmine es una imperdible producción que no te podés perder cuando estás buscando cine con calidad en todos sus rubros. Si no sos seguidor de las películas de Woody Allen, no te pierdas este último trabajo ya que si no te gustó alguno de los anteriores, éste seguro te va a dejar más que satisfecho. El sólido y sumamente atrapante guión está repleto de diálogos ...
Tercamente aristócrata Esta última obra de Allen almacena en el interior muchos de los mejores componentes que constituyen la filmografía de Woody. Hay lugar para términos medios y grises: Blue Jasmine es buena e incluso algo más que eso, pero queda bastante aislada de grandes proyecciones del creador de Match Point y Manhattan, entre otras. El relato nos habla de Jasmine (Cate Blanchett), quien se hallaba acostumbrada a una vida que rebasaba de lujos. De buenas a primeras, nuestra protagonista (de excelente interpretación) se encuentra "en la lona”, sin hogar ni sustentos económicos, por lo que emprende viaje hacia San Francisco, hospedándose donde su hermana. Depresiva y recordando casi constantemente su antiguo buen pasar, no tiene otra opción que hacerse camino y comenzar de cero, con todas sus mañas de mujer rica. No vamos a descubrir nada al decir que Woody Allen es un perfecto contador de historias. Aquí vuelve a dar cátedra desde la estructura narrativa, esta vez intercalando la linealidad del relato con unos cuantos flashbacks intermedios que nos permitan entender y nos ilustren el pasado de Jasmine en Nueva York, con su esposo Hal (Alec Baldwin). El director tiene la particularidad de lograr que cada intérprete porte verosimilitud desde la actuación, como también ocurre en Blue Jasmine, algo que le otorga mucho sentido a sus proyecciones en cada situación que nos presenta. Las tomas, ciertos paneos y movimientos de cámara retratando el paisaje y el urbanismo propio de la ciudad, acompañados como de costumbre de una banda sonora elegante llevan el sello/marca registrada del guionista neoyorquino. Cate Blanchett realiza un trabajo destacable en la piel de una insoportablemente arrogante mujer: prejuiciosa y con miradas despectivas hacia todos aquellos que no encuadren dentro de su panorámica aristócrata, Jasmine no quiere renunciar al glamour de épocas anteriores ni tener que “rebajarse” a tomar empleos que considere de poca monta. Entre acontecimientos y diálogos de manso ritmo pero de notable agrado para el público, Allen va revelando detalles y sucesos que pintan la realidad de dos hermanas opuestas: por un lado se exhibe que a veces la ambición no tolera la autocrítica para ver cómo uno mismo verdaderamente es; por otra parte, cómo el conformismo y las pequeñas cosas pueden resultar más gratificantes que el sueño anhelado por el sendero menos correcto. Sincera y con hechos inteligentemente almacenados para ser descubiertos al final, Blue Jasmine cumple sin acercarse a los mejores trabajos de Woody, quizás por falta de brillo al oscilar y quedar entre medio del drama y la comedia, o por la simple cuestión de no ser acreedora de momentos trascendentes como para que sea recordable. LO MEJOR: Cate Blanchett se come la película. Diálogos, fotografía, la filmación en sí. El estilo made in Woody Allen. LO PEOR: termina como una historia bien contada con una excelente protagonización de Blanchett y nada más. No deja la sensación de que la retendremos en la memoria. PUNTAJE: 7
De Woody Allen, el director más prolífico de Hollywood (hacer una película al año y de tanta calidad no es cosa fácil), llega Jazmín Azul, la historia de Jasmine (Janette para los cuates) una mujer de la alta sociedad que, un día, de la nada pierde toda la fortuna y los lujos a los que estaba acostumbrada cuando su rico marido es acusado de fraude. Así, llega a vivir con su hermana a los barrios bajos (por hacer un comparativo con Nueva York) de San Francisco, donde deberá adaptarse a una nueva vida, nuevas costumbres y nuevas personas mientras lucha por salir adelante. Así, con Blue Moon de fondo, viajaremos entre el pasado y el presente para ser testigos de cómo cambió todo. Hay que aclarar que, como buena película de Woody Allen, quizá no todos la soporten. Más que comedia, es un drama de la vida que recae totalmente sobre los hombros de Blanchett y que logra llevarlo por buen camino por su gran calidad actoral, no por nada es la favorita a llevarse el oscar de mejor actriz. La duración de dos horas soportando los desplantes de una mujer no es tarea fácil en la vida real y tampoco lo es en un filme, sobre todo si esa mujer se la pasa comparando y recordando la vida en la que lo tenía todo, y que por un desplante lo pierde. Por un momento de debilidad mental. Vayan ustedes a saber si en realidad todo era provocado o si todo lo que pasaba por su cabeza era real. Si tu vida se hace pedazos en cuestión de días, no sólo monetariamente sino sentimental y espiritualmente, no creo que sea cosa fácil mantener la cordura. Cualquiera que sea la situación, Blue Jasmine es una excelente puesta en escena de todas las dotes actorales de una de las mujeres de Allen (si existen las chicas Almodovar, o las chicas Bond, ¿por qué no pueden existir las chicas Allen?) en una historia muy personal que merece el reconocimiento no sólo por el buen guión cortesía de Woody, sino por los amantes del cine en general.
La tipografía Times New Roman sobre fondo negro y un acompañamiento musical de Jazz adelantan que estamos indudablemente ante una película de Woody Allen. Sin embargo, Blue Jasmine no es exactamente un film al uso del director. A los 77 años se corre un poco de su clásica estructura narrativa repleta de gags, diálogos jocosos y conversaciones intelectualoides para dar lugar a la creación de un personaje que será el sostén de su historia con absoluta exclusividad. Dejando de lado temas más naif y atmosferas adorables casi de ensueño como las de Medianoche en París y A Roma con amor, el director parece querer volver a retomar su mirada más critica a través del personaje de Jasmine French. La interpretación de Cate Blanchett, quien se ya se perfila para lo que promete ser una cantada nominación al Oscar, parece estar por sobre el nivel del material dando vida a una mujer enfermiza, desequilibrada y sumamente odiable retratada de un modo muy serio y nervioso que se articula casi de rebote dentro de esta cuasi comedia que funciona mucho mejor como drama que otra cosa. Por su parte, la británica Sally Hawkins es la obvia y necesaria contraparte de Blanchett (su media hermana), una mujer mucho más simple que roza lo caricaturesco decorando el entorno de la protagonista que se encaja dentro del estilo de personajes que más le ha gustado crear a Woody Allen en el último tramo de su carrera. Woody Allen siempre se sintió cómodo señalando las distintas problemáticas de las clases sociales (particularmente la media-alta y alta). Detrás de toda esa riqueza, lujo,glamour y confort se alza esta mujer (Jasmine) hueca y superficial que a medida que ve cómo su dinero se diluye se va hundiendo en su propia miseria interior. Ahora bien, ¿qué tiene de nuevo esto? No mucho en realidad porque ya lo hemos visto mil veces, algunas más huecas que otras (como Somewhere de Soffia Coppola). Lo más atractivo, una vez más, es la magnífica vida que da Cate Blanchett a un guión que es mucho menos de lo que aparenta ser. Y esta vez, más que nunca, si se hiciera el experimento de cerrar los ojos y tratar de entender la película sólo a través de su audio, nos daríamos cuenta que funciona tan bien como si la viéramos normalmente. Y es que contrario a otras de sus producciones en donde a nivel visual se nota su dedicación (como Matchpoint, La maldición del escorpión de Jade o incluso su filmografía producida en los atractivos paisajes europeos), aquí el montaje, la fotografía y la dirección de arte pierde un poco de protagonismo dando lugar a una película casi pura y exclusivamente de diálogos.
Publicada en la edición digital #255 de la revista.
Woody Allen volvió a sus raíces Luego de su tour por el Viejo Continente (Medianoche en París, A Roma con Amor, Vicky Cristina Barcelona), Woody Allen regresa a sus raíces. La tragicómica Blue Jasmine se sitúa en Nueva York y San Francisco, ciudades que se convierten en algo más que un mero escenario cinematográfico. Si bien la fotografía no ocupa el lugar preponderante que sí tuvo en sus últimos films en Europa, el director volvió a encargarse de que la locación no sea sólo una parte secundaria de la historia, sino que ésta tome vida propia en el guión: "Me hace acordar a la Costa Azul", comenta la protagonista mientras bebe un Martini en un restaurante costero de la ciudad del Golden Gate. "Elegís perdedores porque eso es lo que crees merecer y esa es la razón por la que nunca vas a tener una vida mejor", le comenta de manera hiriente Jasmine French -el personaje de Cate Blanchett- a su hermana Ginger, interpretada por Sally Hawkins. Impecablemente vestida, con un elegante equipaje Louis Vuitton y billetera Fendi, Jasmine llega en bancarrota a la ciudad de San Francisco a buscar refugio en la casa de Ginger luego de que su vida en la High Society de New York se derrumba. Mediante el uso de flashbacks, Allen amalgama la historia de dos Jasmines: la del pasado, que vive en Park Avenue con todo los lujos superficiales de la Crème y cuyas mayores preocupaciones giran en torno a la imagen pública y el ´qué dirán´; y la del presente, estaqueada en un barrio de clase media de San Francisco donde –con vergüenza e insatisfacción- acepta un trabajo de recepcionista en un consultorio odontológico para financiar sus estudios. Allí, sufre una especie de acoso espontáneo de su superior, abordado desde lo cómico. La problemática del film es la negación en todos los sentidos de la vida. Jasmine elige –y prefiere- no ver lo que transcurre alrededor de su esposo Hal, tanto en lo laboral como amoroso. El famoso "Ojos que no ven, corazón que no siente". Pero todo tiene un límite. Y a Woody Allen no se le escapa. Es así que utiliza la sátira para mostrar que a pesar de todas las extravagancias de las que Jasmine disfrutó mientras estuvo inmersa en su exótico y ficticio mundo de superficialidad, en realidad no poseía nada real, como ser un amor sensato y natural o la simple autenticidad hacia el otro. Ésta es la primera colaboración de la ganadora del Oscar Cate Blanchett con el director de Manhattan y es sin lugar a dudas la mejor actuación de toda su carrera. Deslumbra con una impactante y memorable interpretación de una mujer al borde de un ataque de nervios que desayuna, almuerza y cena cocktails de Xanax y Martinis al ritmo de la melancólica "Blue Moon", la balada de los años '30 con la que Jasmine conoció a su esposo, mientras cae envuelta en su propio e insoportable monólogo de preguntas, acotaciones y respuestas. Con Jasmine French, Cate Blanchett se une a la larga lista de personajes femeninos multifacéticos -y muchas veces neuróticos-, creados por Allen a lo largo de su extensa carrera. Las interpretaciones de Diane Keaton lideran el ranking de mujeres inteligentes y difíciles, ya sea en comedias románticas como Annie Hall o en películas más alocadas como Sleeper. Mia Farrow la sigue de cerca, y logra una heroína magnífica con aires de pura inocencia en La Rosa Púrpura del Cairo. Mariel Hemingway, con tan solo 17 años, encarna a la mujer (¿o niña?) perfecta y al objeto de deseo de Woody Allen en Manhattan. Y no hay que olvidarse de Dianne Wiest -muchas veces subestimada-, ganadora de aplausos y ovaciones en Balas sobre Broadway con su personaje Helen Sinclair, papel que le mereció un Oscar. A Cate Blanchett le espera una lluvia de nominaciones. La traumatizada y malcriada anti-heroína Jasmine French se suma al gran repertorio de mujeres complejas creadas por el director, y se convierte en un ícono del estereotipo de cuarentona al borde del colapso.
Allen 2013. Para mí Woody Allen está lejos de ser el director extraordinario que muchos le atribuyen ser. Yo, por el contrario, creo que es un cineasta regular adicto a la escritura que necesita sacar una película por año en forma compulsiva. No encuentro en su cinematografía ninguna genialidad, sino muchas películas regulares y buenas, muy enfocadas en los diálogos y en la descripción de lo cotidiano, pero jamás sorprendentes. En otras palabras, Woody Allen nunca me voló la cabeza con una de sus películas. Blue Jasmine tampoco me voló la cabeza, pero la considero dentro de lo bueno que ha hecho Allen en su carrera. Es una digna exponente de su filmografía, con diálogos suspicaces y personajes cercanos a la realidad, cuyos problemas pueden hasta sonar familiares. Las actuaciones son excelentes, y Cate Blanchett sinceramente la rompe interpretando su papel. Mucho más que eso no hay. La historia es entretenida, pero no es nada que no se haya visto antes en la pantalla y la cinematografía es sencilla y modesta, como en toda película del director. Blue Jasmine es una buena película y punto. Las caracterizaciones y los diálogos son su base y el argumento entretiene. Los fanáticos de Woody Allen van a amarla y el resto de los espectadores, como yo, van a pasar un buen rato.