Es el fin de la aventura de Bilbo Bolsón que determinará el futuro de la Tierra Media. Con un elenco de primer nivel, la saga de El Hobbit llega a su climax en ésta última entrega con toda la fuerza necesaria para plasmar el mejor de los finales. Un simple individuo en un mundo enorme Algunas de las críticas que ha recopilado la adaptación cinematográfica de Peter Jackson para el libro El Hobbit, de J.R.R. Tolkien, se centraban en la idea comercial de partir en tres un libro de sólo 324 páginas. Esto, inevitablemente generó que en el traslado del papel a la pantalla, ciertas cosas sucedieran lentamente y otras tuvieran que agregarse por fuera de lo escrito por Tolkien. Pero, es necesario destacar que a la hora de juzgar pieza por pieza, las películas funcionan. Y es quizás en La Batalla de los Cinco Ejércitos la mejor de las tres, ya que permite concluir la historia que acumuló tanta tensión en las versiones anteriores, con menos excesos y desde una mirada más madura. Bilbo está haciéndole honor al nombre de su raza, ya que se encuentra precisamente en el “Medio” de todo. Luego del enfrentamiento con el dragón Smaug comienza a ver como progresivamente su amigo Thorin pierde la cabeza con el tesoro al mejor estilo Gollum con su “precioso”, sumale una horda de orcos (cuando no…) que vienen a matar a todos, y pobre señor Bolsón, deberá hacer uso del anillo robado a fin de que el sueño de volver a la Comarca sea una realidad. En materia de efectos especiales, sabemos que Jackson suele abusar. Sin embargo, en ésta película no sucede en tantas ocasiones. Por supuesto que de a momentos nos preguntamos ¿eranecesario? cuando presenciamos escenas de un Légolas subiendo piedras derrumbándose casi en cámara lenta (y con el peinado siempre perfecto), sin embargo con la potencia de la banda sonora esto puede pasarse por alto y el espectáculo se disfruta. Mención aparte merece Martin Freeman, quién en esta ocasión interpreta a un Bilbo mucho más adulto y hasta reflexivo, con una particularidad para escenas dramáticas que van más allá de la pantalla y nos concede la posibilidad de sufrir sus penas junto a él, nos alegremos de sus logros y que al llegar a su hogar, sintamos esa familiaridad y melancolía que lo consume. A pesar de que en está película los momentos cómicos no son tantos como las anteriores, algunas escenas coreografiadas harán que los más fanáticos puedan sonreírse para sus adentros. Algo a destacar es que a pesar de que el título de la misma película hace referencia a una gran batalla, las escenas de peleas no abundan. Es decir, no nos tendrá durante cuarenta minutos viendo las Mil Maneras de Morir de un Orco, sino que habrá que conformarnos con la cantidad de sangre que se derrama. El gusto general de todo el film es nostálgico. Ciertas pérdidas que atraviesan cada uno de los personajes principales -que no se mencionarán a fin de no spoilear innecesariamente- se viven con profunda emoción. Y esa sensación de que es el final y todo se termina, con escenas como Bilbo y Gandalf fumando su última pipa juntos, permite que los más fanáticos se vayan a casa con un nudo en la garganta. Se ha hecho, diría Frodo. Conclusión El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos era la película que se necesitaba para culminar una saga más del mundo Tolkien. Fanatizará a los que han disfrutado de las anteriores, pero no lo suficiente para enamorar a los que las criticaron. Combinando la potencia con tensión y drama, avanza en el mundo fantástico entregando el desenlace que se esperaba.
Tres años después de regresar a la tierra media y trece de nuestra primera visita, decimos adiós a la tierra media (esperamos que por última vez). Y es que aunque adoramos El Señor De Los Anillos, la nueva trilogía que adapta el Hobbit es, una vez más lo decimos, absolutamente innecesaria. Una y quizá dos películas, como viene siendo moda en Hollywood con el último volumen de una saga de libros, no hubiera estado mal, pero tres fue una exageración. Diálogos y secuencias innecesarias, cambios no tan justificados y esa necedad al estilo de George Lucas de hacer una precuela de LOTR con detalles que nunca aparecen en el libro, no justifica la ganancia monetaria sobre los deseos de los fans. Y aunque La Batalla de Los Cinco Ejércitos se reivindica siendo la mejor de la trilogía con secuencias impresionantes, es un hecho que está muy lejos de igualar la maestría de la trilogía original. Es necesario compararlas porque al fin y al cabo estas fueron hechas como complemento de las primeras tres. Ni la música, ni los personajes, ni los efectos (por muy buenos y mejorados que hayan sido con la técnica de HFR) superan o igualan a lo original. Afortunadamente, y hablando de lo bueno, la película, con sus dos horas y media de duración, es entretenida en su mayor parte (hay momentos aburridos y de letargo), con escenas memorables y muertes épicas, como deben de ser. Y al final, nos queda la sensación de que volver a la tierra media no es tan malo, y de que la extrañaremos hasta que exista un remake, o alguien enfrente la difícil y casi imposible tarea de adaptar El Silmarillion.
Apoteosis de la decadencia. Frente a una película como El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014), el cinéfilo que creció con los primeros opus de Peter Jackson no puede más que sentir tristeza, ya no sólo porque desapareció aquel encanto irreverente de los comienzos sino también porque el neozelandés está tan alienado en su gigantismo mainstream que ni siquiera comprendió el material de base, ese libro para niños de J. R. R. Tolkien de 1937. Este desenlace de una trilogía innecesaria y anodina pone de relieve hasta qué punto los CGI y la pedantería han destruido las carreras de los otrora valiosos Sam Raimi, Tim Burton, Robert Zemeckis, Steven Spielberg y del propio Jackson. Si bien en términos cinematográficos el convite es una precuela de El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings), cargada con un fuerte tufo de exploitation y/ o spin-off que para colmo pretende homologar la gesta de Bilbo y los enanos en pos de robarle el tesoro al dragón Smaug con la de Frodo y la Comunidad del Anillo, lo cierto es que la novela original se escribió mucho antes, formaba parte de una larga tradición de literatura infantil mitológica y no tenía casi nada que ver con la fastuosidad de las luchas encabezadas por Aragorn y Gandalf contra el todopoderoso Sauron. Esta adaptación desapasionada estira cada episodio hasta el extremo del aburrimiento con el fin de avivar una épica de cotillón. Hablamos de un director que definitivamente sólo se siente cómodo dedicándole tiempo al diseño de producción y las escenas de acción, ya que todo lo realizado desde la soporífera King Kong (2005) ha constituido un monumento a la ostentación visual por la ostentación visual en sí: pruebas de ello son la desastrosa Desde mi Cielo (The Lovely Bones, 2009), una de las peores propuestas de la década pasada, y su incapacidad a la hora de edificar personajes con una verdadera carnadura humana (pensemos en su insipidez al momento de retratar los acertijos de Bilbo y Gollum, el encuentro con Smaug en la Montaña Solitaria y la dialéctica de la desconfianza de hoy, protagonizada por Bilbo y un enceguecido Thorin). Recién llegando al epílogo Jackson recuerda que el corazón de la obra de Tolkien está en el ataque a la codicia, el apuntalamiento del ecologismo más ascético y una apología de la belleza/ singularidad de lo pequeño, pero ya es tarde. A esa altura del viaje una infinidad de combates estériles han desfilado por la pantalla, llevándose las esperanzas de una mínima vuelta a la astucia de Mal Gusto (Bad Taste, 1987), Meet the Feebles (1989), Muertos de Miedo (Braindead, 1992) y Criaturas Celestiales (Heavenly Creatures, 1994). Raimi por lo menos tuvo un respiro de tanto automatismo en la jovial Arrástrame al Infierno (Drag Me to Hell, 2009): aquí nada quedó de la participación de Guillermo del Toro en el proyecto. Así como había ocurrido con El Señor de los Anillos, lo que comenzó relativamente bien termina volcándose hacia el abuso de la cámara lenta, los planteos estereotipados y una andanada de secuencias extraídas del melodrama ATP más barato. Una vez más Jackson confunde espectacularidad con aventuras y en su apoteosis digital se olvida que esta historia está centrada en Bilbo y su idiosincrasia contradictoria, la de un morador de la campiña inglesa con rasgos de hippie y esa superioridad risible del británico promedio, en función de la cual considera que no necesita justificar ninguno de sus actos. La decadencia no llega al nivel de El Retorno del Rey (The Return of the King, 2003) pero le pasa cerca...
La sensación que surge ante el final de esta nueva trilogía épica dirigida por Peter Jackson (y las tres películas, en general), es la misma que muchos experimentamos ante el estreno de las últimas entregas de “Star Wars”: a diferencia de un buen vino, el paso de los años no las favorece en lo absoluto. ¿Cómo puede ser que estos directores que comparten su amor por los avances tecnológicos en cuanto al séptimo arte se refieren, no hayan podido usar todos estos “trucos” a favor de la historia para, de haber sido posible, mejorar aquello que los destacó en décadas anteriores? Entonces aparece otra pregunta: ¿hubiese podido Peter Jackson superarse a sí mismo con un relato de poco más de 300 páginas separado en tres films que casi abarcan nueve horas de nuestras vidas? La respuesta es un NO rotundo. Todo lo que el director neozelandés consiguió con la trilogía de “El Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings) –el exitosísimo resurgimiento de la epopeya fantástica, las películas a gran escala, la genial puesta en escena y los efectos especiales-, acá se desluce, molesta y resulta tan inverosímil dentro de su propio universo mágico que se añoran hasta las mínimas fallas del primer trío de películas. Al final Viggo Mortensen (y sus críticas) tenía razón: Jackson se concentró tanto en el CGI, los 48 FPS, el 3D HFR y demás siglas que perdió la esencia de contar una buena historia, tan épica y dramática como las anteriores, dotar a sus personajes de cierto carisma y enamorarnos con un sinfín de criaturas salidas del imaginario de J.R.R. “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014) falla desde el minuto cero. Jackson siempre se tomó su tiempo para narrar las situaciones (muchas veces excesivo) y acá, inexplicablemente, se queda corto a pesar que la película apenas dura unos 144 minutos. Lo mejor de toda la trilogía, sin dudas, fue Smaug el dragón (con la increíble voz de Benedict Camberbatch) y su encuentro con Bilbo (Martin Freeman), muy al estilo sherlockiano. La temible criatura alada vuelve a aparecer, obviamente, pero su paso es tan fugaz que le resta toda importancia a este gran personaje, a la escena y a su posible verdugo. (No spoileamos para aquellos que no conozcan la historia). Hay un motivo por el que este capítulo fue renombrado como “La Batalla de los Cinco Ejércitos” (el original era “El Hobbit: Partida y Regreso” tomando el nombre de la novela de Tolkien), la contienda dura unos 45 minutos en pantalla -una de las más largas que se haya mostrada hasta ahora- y, a pesar de que es llevadera y entretenida, perdió ese “aire” épico y aventurero al que Jackson ya nos tenía acostumbrados. La proliferación de criaturas y personajes digitales es tan obvia y mecánica que el dramatismo de la batalla se diluye, ni hablar de esos momentos absurdos que el director siempre incorpora y que suelen tener a Legolas (Orlando Bloom) como protagonista. Why?! Why?! “El Hobbit” es un cuentito mucho más infantil y carente de esa gran oscuridad que prolifera en la historia de Frodo y el anillo. Jackson se toma algunas libertades (hasta donde los derechos de autor lo dejan) y trata de explicar algunas cosas y relacionar ambas fábulas (separadas por unos 60 años) a partir de ciertos detallecitos bastante forzados, por si algún espectador desprevenido no sabe que hubo una trilogía previa. (Bah, fan service ringer, si se quiere). Desde la primera película se notó el “estiramiento” de la novela y, acá, el director podría haber utilizado el tiempo para jugar con un montón de elementos y cerrar mejor esta historia que, tal vez no necesite dieciocho finales, pero se queda con una conclusión bastante insulsa. Ya vendrán las ediciones extendidas en DVD, suponemos, pero hubiera sido interesante dedicarles unos cuantos minutos de más a esos personajes que no volveremos a ver. Ya dijimos que, de entrada, hay que solucionar el problemita con el escupefuego que, tras ser despertado y desterrado de la Montaña Solitaria por la compañía de enanos con Thorin (Richard Armitage) a la cabeza, decide vengarse agarrándose con la pacifica gente de Ciudad del Lago. Bardo (Luke Evans) juega un papel fundamental en este enfrentamiento y en guiar a su gente hasta un refugio seguro tras la destrucción que deja la bestia. La única opción es la abandonada y ruinosa Ciudad de Valle, pero algo pasó con “Escudo de Roble”, la enfermedad del Dragón y la codicia lo cambiaron y ve esta maniobra como una amenaza a su nueva fortuna recuperada. El enano ya no confía ni en su sombra lo que provoca el malestar de los humanos, los elfos silvanos y los temibles orcos que también quieren la montaña, punto estratégico para empezar a conquistar la Tierra Media. Habrá que tomar una decisión: enanos, hombres y elfos van a la guerra o unen fuerzas contra la avanzada de los orcos y, a la larga, alguien mucho más oscuro y perverso. ¿Adivinan? Así se dan las cosas, mucha flecha, garrotazo, bajas en todos los bandos, pero a “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos” le sigue faltando drama y aventura, y le sobra una “comicidad” y absurdo que, seguramente, Pedro no andaba buscando. Jackson perdió la magia bajo un montón de truquitos digitales que no aportan nada, sino todo lo contrario. Martin Freeman y su Bilbo siguen siendo el alma de esta epopeya y, a pesar de que todos los actores están correctísimos en sus papeles, el guión no les alcanza para tocar nuestras fibras más íntimas. Adiós a la Tierra Media y a las eternas trilogías… ¿por ahora? Esta vez el viaje no fue tan épico y legendario, pero nadie nos quita lo bailado y las horas que pasamos en la oscura sala del cine atestiguando como Peter Jackson le da vida a los mundos imaginados por J.R.R. Tolkien hace más de setenta años.
Peter Jackson nunca le teme a los desafíos. Cada una de sus películas -desde la más gloriosa oda gore que es Mal Gusto- representa una propuesta audaz, que rompen esquemas y le permiten superarse. Cuando anunció que se haría cargo de El Hobbit -que iba a dirigir Guillermo del Toro, Jackson sólo quedaba como productor y coguionista- parecía haber abandonado su capacidad de riesgo creativo: ya le había presentado al público la Tierra Media en la trilogía de El Señor de los Anillos, que lo consagró como uno de los nombre más importantes del cine moderno. Nada que ver: el director neozelandés le sacó más jugo al universo creador por Tolkien, consiguiendo una nueva y sorprendente aventura... dividida en tres partes, aunque basadas en un solo libro, que justamente era la precuela de El Señor... Otro importante desafío, que culmina con El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos. La acción comienza en donde terminó El Hobbit: La Desolación de Smaug: el temible dragón Smaug (Benedict Cumberbatch) sale del castillo de Erebor y comienza a sembrar destrucción. Pronto logran acabar con él, pero la historia está lejos, muy lejos de terminar: Thorin (Richard Armitage), líder de los enanos, es consumido por el poder y se atrinchera en su reino recuperado. No piensa repartir las partes de la riqueza que le corresponden a los humanos y a los elfos. La situación se vuelve cada vez tensa. Comienza a gestarse un nuevo enfrentamiento bélico. Pero un pelotón de Orcos y otras criaturas horripilantes se aproximan con toda la furia, y las razas más nobles de la Tierra Media deberán unirse para combatirlos. Bilbo Bolsón (Martin Freeman) jugará un papel crucial para la supervivencia, enfrentándose a la amenaza. Como en los mejores momentos de las aventuras de Frodo y compañía, Jackson sabe orquestar las secuencias de guerra y persecuciones con escenas intimistas, en donde explora un costado más vulnerable -más siniestro, incluso- de nuestros héroes. Para empezar, el hasta entonces inquebrantable Thorin; cada vez más corrompido por el tesoro, al punto que querer asesinar a sus propios amigos por temor a ser traicionado. Una película para el lucimiento del todavía no muy conocido Richard Armitage, quien sabe plasmar la faceta menos lúcida del personaje. Martin Freeman tampoco se queda atrás a la hora de transmitir la evolución de Bilbo; lejos del muchacho ingenuo de El Hobbit: Un Viaje Inesperado, ahora es un individuo más fuerte, más sabio, más astuto… y también más oscuro y misterioso: todavía conserva -y seguirá conservando- el anillo que le robara a Gollum. Espectacularidad. Complejidad. Emoción. Peter Jackson es, sin duda, un maestro en combinar esos elementos para dar epopeyas fantásticas como El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos. ¿Volverá a visitar el mundo tolkieniano? En caso de reencontrarse de nuevo con hobbits, enanos y elfos, seguro será una propuesta que encontrará la manera de hacer tan fascinante como la primera vez.
Capítulo final para una epopeya La tercera y última parte de la adaptación de la novela de Tolkien arranca donde había terminado abruptamente la segunda. El despliegue de efectos digitales garantiza el éxito de un film que no parece conformarse con la mera aventura. Y un día, por fin, a Peter Jackson se le acabó el curro Tolkien. O eso parece, por ahora. Después de haber sorprendido a los fanáticos de la famosa Saga del Anillo reproduciendo de manera obediente los tres libros que la componen, ahora llega La batalla de los cinco ejércitos, la tercera y última parte de su (como siempre) desmesurada adaptación de la novela El Hobbit, un volumen único que el director, pícaro para el negocio, decidió multiplicar por tres. Ya se sabe: todo bicho que camina se convierte en trilogía y las ganancias también se multiplican. De hecho las cinco películas anteriores basadas en la epopeya mítica del escritor británico llevan recaudados casi cinco mil millones de dólares en todo el mundo. Se espera que esta pieza que cierra la serie le haga honor al hiperbólico promedio.Fiel a la costumbre iniciada por él mismo, La batalla de los cinco ejércitos arranca ahí donde el capítulo anterior había cortado el hilo narrativo de manera abrupta, para continuarlo como si el hiato entre una película y otra no existiera. Un procedimiento anticlimático al que no estaría mal bautizar como filmus interruptus. Es que, tal como ocurriera con los films del anillo, Jackson nunca ocultó su intención de que las tres partes funcionen como un largo relato de ocho horas. Dicho recurso permite que el episodio arranque bien arriba, haciendo que al fin tenga lugar la batalla que había quedado pendiente contra Smaug, el dragón que custodia el tesoro de la montaña que los protagonistas vienen buscando. Como siempre, mucho del éxito de la película vuelve a radicar en el despliegue de efectos digitales, herramienta que permite al director lograr proezas inesperadas, como hacer que a los 92 años el gran Christopher Lee ande peleando en escena como si se tratara de la reencarnación de otro Lee, en este caso Bruce Lee.Pero más allá de que las dosis de heroísmo y las batallas legendarias se lleven buena parte (la mejor) del capítulo final de El Hobbit, la película trata de otra cosa. Necesita y se esfuerza por dejar claro que quiere tratarse de otra cosa, más profunda, no pudiendo abandonarse al placer simple de la aventura por la aventura misma. Como si creyeran (falsamente) que el espíritu aventurero no es suficiente virtud cinematográfica, sus responsables no pierden ninguna oportunidad de subrayar el mensaje de la obra de Tolkien. Empeñados en destacar la importancia de algunos valores humanos como la lealtad, la tradición, el amor, la amistad y la valentía por encima de la ambición o la avaricia, guionistas y director por momentos se extravían en pasajes de pretendido clasicismo shakespeareano en los que los personajes subrayan con sus parlamentos aquello que la acción pura ya había dejado claro. Será que en el fondo Jackson confía más en las computadoras (que le permiten reproducir al detalle hasta lo irreproducible) que en la antigua nobleza del género épico donde un hecho valía por mil palabras. 6-EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJERCITOS The Hobbit: The Battleof the Five Armies,Nueva Zelanda/EE.UU., 2014Dirección: Peter JacksonGuión: Frank Walsh, Philippa Boynes, Guillermo del Toro y Peter Jackson, basados en la novela El Hobbit de J. R. R. TolkienDuración: 144 minutosIntérpretes: Ian McKellen, Martin Freeman, Luke Evans, Orlando Bloom, Evangeline Lilly, Cate Blanchett, Christopher Lee, Hugo Weaving y otros.
Todo concluye al fin, nada puede escapar… siempre hay una sensación extraña cuando llegamos al último capítulo de estas sagas cinematográficas que nos acompañan durante varios años. Aun basándose en libros reconocidos y que uno podría presuponer cómo culminará todo, hay una mezcla de expectativas y desazón porque esos personajes, que ya se hicieron parte nuestra, no podremos seguir sabiendo qué es de la vida de ellos. Esta nueva trilogía del mundo de Tolkien dirigida por Peter Jackson despertó tantos amores como odios. Los que la criticaron se centraron en el hecho de haber extendido sobremanera un libro corto y destinado al público infantil, el haber hecho todo tipo de incorporaciones por ende. Pero como este redactor se encuentra dentro de los fieles seguidores de los films, rebato, esta tercera entrega viene a comprobar, aún más que la segunda, que las incorporaciones y los hechos relatados a un ritmo más alargado que en el libro funcionan perfectamente de modo armonioso amalgamándose con lo creado por Tolkien. ¿Se puede contar mucho de su argumento? Nos esperan varias sorpresas más allá de que todo lo esperado ahí está. El comienzo nos ubica justo donde nos habían dejado, Smaug ha sido liberado y se encuentra en pleno ataque. Prepárense para una seguidilla de escenas a puro vértigo y ritmo que merecen ser vistas en el mejor formato posible. Nuestros héroes se encuentran en la guarida del dragón topándose con las grandes riquezas que ahí aguardaban; y cada uno reaccionará dependiendo su temperamento. La codicia, avaricia, el poder, el engaño, la lealtad, la amistad, serán puestos a prueba cómo cuando se encontraban/encontrarán frente al anillo. En especial Thorin (Richard Armitage) que deberá enfrentar su destino de rey acomplejado con la avaricia de esa riqueza que podría ayudarlo a restaurar a los suyos. En otro frente, los Orcos se avecinan por lo suyo y por más intentos para impedirlo (que desatarán fuerzas futuras), llegarán, y todos se deberán preparar para la gran batalla final. Jackson no desperdicia ningún personaje, a todos les da su momento. Hay emoción, hay romance, hay aventura, hay acción, y un sentido de lo épico más grande que en las entregas anteriores (como sucedía con El retorno del Rey). Si tanto en Un Viaje Inesperado como La desolación de Smaug, se nos dedicaba unos minutos a recordarnos que estábamos en un universo previo a El Señor de los Anillos, prepárense, se nos prepara un plato fuerte en donde el mentado anillo cobrará una importancia fundamental, una escena de batalla que será la delicia de fanático con el momento clave que todos queríamos ver, y un preciso y cuidado detallismo en cerrar todo sin que nada quede suelto para la próxima historia que deberá vivir ese mundo, esa que ya nos contaron. Por supuesto, La Batalla de los Cinco Ejércitos entra por los ojos, el espectáculo visual es perplejo, impresionante, pro también hace uso de los otros sentidos; se manipula inteligentemente al espectador desde la banda sonora, a la que ya nos tienen acostumbrado de su sublime calidad, y un in crescendo dramático justo para lograr la emoción. Sí, algunos dirán que ya no queda nada del Peter Jackson de Bad Taste, Meet the Feebles y Braindead, pero si hilan fino verán que eso es lo que hace diferente a esta saga (así como El Señor…) de otros tanques hollywoodense. Por más FX’s, CGI, y ruidos bombásticos (considerablemente menos que en otras similares), se nota la mano del artesano, de aquel que está en los detalles, que cuida su obra como una gema preciosa a la que sabe ponerle su sello. Saber cómo alucinar sin aturdir. NO hay más que palabras de elogios para un film como “El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos”, es de que demuestran lo mejor que Hollywood sabe hacer, nutriéndose de otras latitudes. Todo llega a su fin, el cierre es perfecto, y al final, mientras corren los créditos finales a uno se le ocurre… bueno, aún hay alguna esperanza de que finalmente se adapte El Silmarillión.
Peter Jackson asumió un desafío muy interesante a la hora de decidir adaptar la obra del inmenso Tolkien para la pantalla grande. Tras Varios intentos fallidos, y una versión animada que tuvo una impronta más relacionada al momento político de los años setenta del siglo pasado, Jackson logró capturar la esencia de los libros que componen una de las primeras sagas literarias de la historia de la narrativa. Cuando “El señor de los anillos” llegó a los cines hace 13 años, con “El retorno del Rey” se pudo completar la historia y analizar en su totalidad la adaptación que el realizador hizo de la monumental e inabarcable historia del escritor inglés. Con “El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejércitos” (2014) pasa exactamente lo mismo. Como película individual no suma nada nuevo, sigue con sus largas escenas y subtramas innecesarias, pero sirve como un epílogo para cerrar el viaje que Bilbo (Martin Freeman) emprendió en la primera parte de la historia y que fue estirado con “La desolación de Smaug” (cuyo punto más interesante fue un dragón animado por computadora con la voz de Benedict Cumberbatch). Hay efectos especiales deslumbrantes, hay actuaciones, para variar, soberbias (Cate Blanchett como Galadriel absorbiendo la negatividad de la fuerza oscura), pero no hay una razón de ser que justifique otras casi tres horas que se podrían haber condensado junto con las anteriores entregas. El principal problema de “El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejércitos” radica en la incapacidad por desplegar algo nuevo sobre la historia total. Su impronta se queda en la representación de todas las películas anteriores condensadas en la impresionante batalla final que con la muerte de uno de los personajes centrales culmina el ciclo. De la realización Bilbo es justamente el personaje que se destaca, Freeman otorga de una bondad y a la vez inocencia, que por momentos se permite una licencia para la picardía y el engaño, algo que sus compañeros en la travesía reconocen y a la vez admiran, como Gandalf (Ian McKellen), un ser con el que mantiene su entrañable amistad. “El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejércitos” tienen momentos de extrema complejidad y para los espectadores menos avezados en la saga pueden hasta llegar a ser confusos, pero para aquellos que conocen en profundidad la historia, el espectáculo estará a la hora del día. Peter Jackson y Guillermo Del Toro (guionista), son dos personas que aman la inmortal obra de J.R.R. Tolkien, y eso se plasma en cada fotograma de las películas de la saga, en las imágenes que pensaron digitalmente para la obra, pero en su ambición quizás no terminaron de pensar bien el plan, y sólo respondieron a las negociaciones e intereses económicos de los estudios, generando una trilogía para contar una misma historia. “El Hobbit: la batalla de los Cinco Ejércitos” está bien, y no más que eso, es el cierre a un arduo proceso que generó miles de adeptos al universo Tolkiano y a las mágicas historias de la Tierra Media, pero en esencia no aporta nada nuevo a una saga que tendría que haber dejado de lado su pretensión y ponerse más del lado del espectador, alguien que hace tres años está esperando cerrar una historia que se dilató mucho más de lo previsto.
El “tanque” de la semana (y del año) es la tercera entrega de El Hobbit, igual de aburrida y plagada de puros efectos especiales. Peter Jackson lo hizo de nuevo. Las tres entregas de El Hobbit son tres películas con más efectos especiales que acción y emoción. Y es en esta última parte en donde se nota más que nunca las ganas de hacer una nueva El señor de los Anillos, pero lo poco exitoso que sale de ese objetivo. Es fácil cuestionar de antemano cuando uno sabe que un libro que no llega a 200 páginas de repente se convierte en una trilogía, con películas que para el colmo son más extensas que el promedio. Porque era cierto que para El Señor de los Anillos contaba con tres tomos y más allá de la duración de cada película, uno puede incluso sentir que faltaron cosas. Acá sucede lo contrario, sobran. Si bien la segunda entrega fue un poco menos soporífera que la primera, seguía fallando a la hora de decidir poner alrededor de cuarenta minutos al dragón acusándolo de ladrón a Bilbo Bolsón. No importa que Martin Freeman realmente esté muy bien como el hobbit protagonista, o que Benedict Cumberbatch le agregara con su voz una gran presencia a la criatura, se seguía sintiendo innecesariamente larga. Y entonces llegó el momento del desenlace, del capítulo final. Y la verdad es que pocas cosas varían. Incluso en algo que debería tener a su favor, el tema de los efectos especiales, acá le juegan en contra. Porque mientras la Tierra Media en su primera trilogía se sentía real, acá comienza a sentirse artificial, lo mismo con ciertas criaturas. Se destaca la escena que tiene a Saruman como protagonista, pero más que nada porque lo tiene como protagonista también al gran Christopher Lee, en contraposición con el personaje de Galadriel, interpretado nuevamente por Cate Blanchett. El hobbit no es El señor de los Anillos. No sólo la historia no es tan atractiva y rica como la otra, sino que Peter Jackson parece haberse olvidado que supo emocionar con sus múltiples personajes e historias. A decir verdad, parece que se acuerda a último momento, en el que empieza a dar guiños a esas películas de modo apresurado, en lugar de haberse preocupado a lo largo de la película de dejar otros menos evidentes, no tan obvios. Pero repito y perdón con mi insistencia, no es El Señor de los Anillos. Hay un clarísimo ejemplo de esto: la historia de amor. Hay una historia de amor entre dos personajes distintos, de diferentes razas, que podría rememorar al de Arwen y Aragorn, pero no se le parece en nada. No sólo está construida de un modo inverosímil, sino que lo que debería ser romántico roza lo gracioso, porque no sabe construir ese amor Jackson. En cuanto a la cinematografía, el director vuelve a contar con Nueva Zelanda como escenario y si bien sabe filmarla, muchas tomas ya se sienten reiterativas. Siento que hay una sola toma en la película, una sola escena, que es realmente memorable. Dura no más de dos minutos y tiene como protagonistas a Bilbo y a Gandalf (IanMcKellen, que todo lo puede), sin decirse nada, sentados uno al lado del otro, uno pequeño y el otro enorme, pero sólo en apariencia, que se miran, y con esa mirada y una leve sonrisa se dicen algo mucho más interesante que durante el resto de la película. Resumiendo, es cierto, no me gustó El Hobbit, y considero que las tres entregas están prácticamente en un mismo nivel. No son las peores películas de la historia pero sí de las cuales uno esperaba mucho, al haber sido testigos de lo que Jackson fue capaz de hacer. Y sin embargo las acusaciones tempranas son ciertas: las películas, largas, estiradas. Vale como ejemplo que la secuencia que da título a la película dure 45 minutos y en el libro apenas un capítulo corto. Si bien es la película más corta de la trilogía, Jackson sigue más enfocado en la espectacularidad de sus escenas de acción que en contar historias a través de los personajes, no logrando reflejar emociones e interacciones naturales entre ellos, todo sintiéndose siempre muy forzado y artificioso. Y eso principalmente es lo que hace que estas películas me terminen resultando tan aburridas, que no es el caso de El Hobbit
Para disfrutar a rabiar El desenlace tiene emoción y acción a raudales, ya que es una aventura en estado puro. Espectacular. Es el mejor desenlace que podía tener la trilogía, las tres partes en las que Peter Jackson dividió El Hobbit: emoción, acción a raudales y aventura en estado puro. Para este capítulo final, Jackson -que tiene una maestría única en el manejo de la cámara- dejó el enfrentamiento con el dragón Smaug y la gran batalla en las Lindes de Erebor, la Montaña Solitaria, el lugar del que Smaug se había apoderado y que era el reino de los enanos. Enanos, humanos, elfos y orcos tendrán un combate final de, dicen los que lo midieron, 45 minutos. Pero lo cierto es que La batalla de los cinco ejércitos es toda una gran lucha, matizada con diálogos y textos de boca de intérpretes como Ian McKellen, Cate Blanchett y siguen las apariciones prestigiosas, pero lo que prima es la acción trepidante. Todo aquí es más (si se podía) grandilocuente que en las dos partes anteriores, y tal vez que en toda la trilogía de El Señor de los anillos, con peleas cuerpo a cuerpo espectaculares y momentos que parecen de dibujitos animados (Legolas a estas alturas parece un personaje de Marvel), pero siempre con la mira apuntando a un único sentido. Si el espectador se ha hecho amigo, cómplice de Bilbo, Thorin, los enanos y Gandalf, difícilmente no disfrute a rabiar, se emocione y sufra las muertes por venir. Una vez terminada la batalla con Smaug en Esgaroth, la ciudad del lago, todo apunta hacia Erebor, y el tesoro escondido. Allí confluirán los ejércitos, habrá quienes reclamen su parte, habrá amores imposibles entre la elfa Tauriel y el enano Kili, y habrá mucha, pero mucha, demasiada crueldad de los orcos. Si el espectador se perdió las dos partes anteriores, es probable que se sienta como quien seguía los partidos del Mundial de Brasil sin haber visto nunca un partido de la Selección: no sabrá, presumiblemente, quién es quién. Para los entendidos hay suficientes guiños hacia lo que vendrá (esto es, lo que ya vimos, porque El Señor de los anillos ocurre sesenta años después que El Hobbit). Lo que aquí interesa es, de nuevo, la acción. Jackson les ha dado a los enanos y al rey Thorin (Richard Armitage) el protagonismo necesario, y también a Bardo, el humano (Luke Evans), en eso que llamaríamos el prólogo de esta tercera parte. Bilbo no está dibujado, sino que participa como en comunidad. Es que son tantos los personajes, que Jackson y sus coguionistas han sabido darles personalidades a cada uno, y eso juega a favor de la trama o si se quiere del espectáculo. Una recomendación: si está dispuesto a ver La batalla de los cinco ejércitos, gástese unos pesitos más y véala en 3D HFR. La definición que tiene no la habrá visto nunca, se ha superado la de El Hobbit: Un viaje inesperado, que por momentos parecía arrastrar las imágenes en los paneos. Es una sensación única. Como estar allí, presente, en el medio de la Tierra Media... Se los extrañará.
Peter Jackson se despide del universo de J.R.R. Tolkien con su sexta película y tercera de la saga de El hobbit, tras Un viaje inesperado (2012) y La desolación de Smaug (2013). Y lo hace de manera convincente, regalando una de las épicas bélicas más monumentales del cine moderno, un despliegue de coreográficos y multitudinarios enfrentamientos en el marco de la batalla a las que alude el subtítulo del film. Vista por este cronista en la versión 3D de 48 cuadros por segundo en la inmensa sala IMAX, el despliegue visual de esta última entrega resulta estremecedor. La película arranca con otra espectacular secuencia de acción (el dragón Smaug, con la voz de Benedict Cumberbatch, incendiando un pueblo entero y siendo enfrentado desde una torre por el heroico Bardo que interpreta Luke Evans) y termina con la larga guerra en la que se cruzarán ejércitos de enanos, elfos, orcos y diversas criaturas caminantes y voladoras. En medio de esos dos picos de acción de las "apenas" poco más de dos horas de duración neta (la más corta de todas), aparece, claro, el derrotero personal de Bilbo Bolsón (Martin Freeman); la parte shakespeariana con el rey de los enanos, Thorin (un notable Richard Armitage), cegado por la codicia y paranoico ante el miedo a ser despojado del tesoro de Smaug, y la resolución del triángulo amoroso entre el pequeño Kili (Aidan Turner), la bella Tauriel (Evangeline Lilly) y Legolas (Orlando Bloom). Pero quizás el aspecto emocionalmente más potente de todo el film sea apreciar cómo Jackson va tendiendo los distintos puentes hacia lo que luego sería (aunque cinematográficamente fue previa) la saga de El señor de los anillos. Así, en una imponente secuencia, veremos juntos a Gandalf (Ian McKellen), Galadriel (Cate Blanchett), Elrond (Hugo Weaving) y a un Saruman (Christopher Lee, peleando espada en mano a sus ¡92 años!) que ya va acercándose de a poco a Sauron. Se cierra, así, el círculo de toda una gran franquicia de seis películas. Fue lindo mientras duró.
Todo tiene un final, todo termina El estreno de la tercera parte de esta saga parece confirmar que el cuento original no daba para una explotación comercial con tantos minutos de pantalla grande. Por suerte, la trilogía llega a su fin. De un cuento de una página se puede hacer una película de dos horas que sea una obra maestra. Extender una idea no es un problema para un guionista talentoso y un proyecto que tenga sentido y vida propia. Pero El Hobbit es un libro pequeño al que terminaron transformando en una saga exclusivamente por un deseo de explotación comercial. El problema no es la explotación comercial, el problema es que sea exclusivamente eso. 169 minutos duraba El Hobbit: Un viaje inesperado (2012), 161' La desolación de Smaug (2013) y, por suerte, 144 minutos La batalla de los cinco ejércitos (2014). La experiencia es por momentos tediosa, simplemente aburrida, un poco molesta porque queda claro que agregaron situaciones y escenas con el único fin de conformar una trilogía como la de El Señor de los Anillos. No es que Peter Jackson, director, productor y coguionista no le ponga pasión a muchas escenas, pero claramente la historia daba solo para dos largometrajes, tal cual se lo planificó originalmente. Esto se ve muy claramente en esta nueva película. La historia de Bilbo (muy carismático como siempre el gran Martin Freeman) llega a su fin, e incluye una gran batalla final –a la que se alude desde el título– que ya a esta altura es más rutina que emoción. La espectacularidad ya no tiene el efecto del primer film de El Señor de los Anillos y el anti climático comienzo de esta nueva historia resulta ya una mala señal de lo que está por venir. Las historias se dividen, tenemos a Gandalf haciendo de las suyas, el conflicto de Thorin afectado por el mal del dragón, ciego de ambición, Bard, el arquero, que se enfrenta a Smaug y la historia de amor entre el enano Kili y la elfa Tauriel que por lejos constituye el eslabón más débil de toda esta cadena de personajes. Hay muy poco criterio dramático para construir escenas, la emoción o el drama están muy lejos de lograr algún efecto y solo queda esperar algún momento espectacular para sacar del sopor a los espectadores. No falta oficio y es asombroso lo que se puede construir a nivel visual hoy día. Pero aun así, esto no convierte a El Hobbit en una película ni de lejos interesante, profunda ni tampoco en un gran entretenimiento. La buena noticia es que la trilogía llegó a su fin y ahora podemos continuar con nuestras respectivas vidas. El montaje entró a jugar un papel más importante y se nota una intención de acelerar los acontecimientos, aun cuando el epílogo sea excesivamente largo, propio del final de una saga tan extensa.
Entrega final de este extraño ejercicio que implica reseñar una larga película en tres partes. Ahora que concluyó la historia se la puede analizar de manera integral. En lo personal este tratamiento que tuvo El Hobbit en el cine no me terminó de convencer. Tranquilamente se podría haber contado el relato original de J.R.R.Tolkien en dos películas sin estirar y distorsionar tanto la trama como se hizo en esta producción. Peter Jackson en lugar de adaptar esta excelente novela infantil en realidad tomó la historia para desarrollar una antesala forzada de El Señor de los Anillos. La gran debilidad que tiene esta producción es que falló por completo a la hora de enriquecer la visión de la trilogía original. No es indispensable mirar El Hobbit para disfrutar y entender las otras películas. Jackson nunca exploró en este trabajo aspectos desconocidos de la historia de la Tierra Media ni desarrolló alguna faceta interesante de los personajes clásicos. Si bien aparecen varias caras conocidas, como Saruman, Galadriel, Elrond y Legolas, todos tienen breves participaciones que se limitaron a brindar guiños a los hechos que luego se narran en la trilogía del anillo. En consecuencia, la sensación que deja esta película es que la hicieron extremadamente larga con el único proposito de esquilmar comercialmente la franquicia. El Hobbit carece de la pasión y el corazón que le puso Jackson a su primera incursión en la Tierra Media. No es para nada una mala película y entretiene, pero no cuenta con la magia de la trilogía original. En esta última entrega mueren personajes importantes y las escenas no tienen ningún impacto emocional porque el director sólo concentró su atención en la acción y los efectos visuales. Jackson distorsionó a tal extremo esta historia que el título del film inclusive carece de sentido. La película se llama El Hobbit, pero el protagonista al final tiene un rol intrascendente en el conflicto central. Más allá de emprender una excursión de trekking por la Tierra Media y charlar con algunos personajes, Bilbo no hace nada relevante en la parte final de la trama. La Batalla de los Cinco Ejércitos comienza muy bien con una de las mejores secuencias de acción que se pueden ver en esta entrega. El ataque del dragón Smaug a la Ciudad del Lago la verdad que es brillante. La criatura tiene un enorme realismo y logra ser aterradorra. El suspenso y la tensión que brindan los primeros 10 minutos del film se destacan claramente entre los mejores momentos de El Hobbit. Lamentablemente no ocurre lo mismo con el resto de las escenas de acción. La obsesión extrema del enano Thorin con el oro es muy similar a la de Peter Jackson con las herramientas digitales. Las tomas panorámicas de las batallas, con esos personajes en miniatura que se ven todos iguales y se mueven como si fueran muñequitos Lego, resultan un puñal a los ojos. Hace 30 años atrás los estudios que hacían películas de este tipo usaban extras en serio, hoy hasta los caballos son creados por efectos digitales y los fanáticos del director salen maravillados al ver un film que parece un video juego. Los mismo ocurre con las piruetas de Legolas en una escena donde emula a Mario Bros. Más allá que el elfo actúe de esa manera, los efectos especiales se ven muy artificiales como si no estuvieran terminados. No sé que le pasó al director con este trabajo pero en La Batalla de los Cinco Ejércitos todo es desmesurado. Desde los efectos de animación computada hasta los tiempos que se le dedican a los combates entre los personajes. Por ejemplo, el duelo entre Thorin y el jefe de los orcos es interminable. Podés salir cinco minutos de la sala y tomarte un latte o fumarte un cigarrillo que cuando volvés a la butaca los bastardos siguen peleando! Llega un momento que pedís a gritos que vuelva Smaug y se los coma a los dos así la película avanza de una vez. Entiendo que estas cosas para los fanáticos pueda ser la gloria, pero en el caso de los espectadores que no le sacamos punta a las orejas para ver estos filmes, la experiencia es diferente. El Hobbit comenzó muy bien cuando Peter Jackson recreó la historia original en Un viaje inesperado y después fue derrapando con numerosos excesos en su intención de estirar la trama. Resulta inexplicable que Legolas en el clímax de la historia se destaque más que Bilbo Bolsón y los enanos que iniciaron la expedición a la montaña de Smaug. Un tema que no terminé de entender. Lo mismo ocurre con el absurdo romance entre la elfa Tauriel y el enano Kili que no tiene razón de ser. Reitero, la película tiene sus momentos entretenidos y brindó interpretaciones brillantes como las de Martin Freeman (Bilbo) y Richard Armitage (Thorin). Sin embargo, en términos generales este trabajo de Peter Jackson no le hizo justicia a ese gran cuento que brindó Tolkien.
La lucha final Para los amantes de los libros esta tercera parte es, quizas, un cierre innecesario, pero para los productores es el paso final y obligado de una serie de películas que han dejado fortunas en las boleterías. Llega el último eslabón de la épica fantástica imaginada y plasmada con acierto por Peter Jackson luego de la trilogía de El Señor de los Anillos. Ya en el comienzo se ve al temible dragón Smaug destruyendo una aldea y sembrando el terror en una trama que juega con varias puntas y una terrible guerra que obliga a los enanos, elfos y humanos a decidir si luchar juntos o ver como son destruídos. Mientras el Rey Thorin (Richard Armitage) se debate entre el Bien, el Mal y un tesoro de oro, Bard (Luke Evans ) protege -arco y flecha mediante- a su familia de varios peligros ante una invasión orca que se prepara para expandir sus fuerzas. Y en medio de tanta acción, Bilbo (Martin Freeman), junto con Gandalf y el ejército de enanos (acá con menos protagonismo que en el film anterior) , deberá usar el anillo robado para volver a la Comarca y vivir tranquilamente. El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos es un vertiginoso espectáculo que no decae a lo largo de sus 144 minutos, entregando secuencias de acción bien resueltas como la invasión Orca en todas sus formas y los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, al mejor estilo 300. Y lo interesante de la propuesta es que además de monstruos de todo tipo, aves enfurecidas y una pelea en pleno hielo, nunca descuida la adrenalina: un puente de piedra queda suspendido sobre un precipicio y comienza a destruírse bajo los pies de un ágil Legolas. Jackson restaura el orden de un mundo que se mueve por sus ambiciones desmedidas y deja la sangre de lado para arribar a un desenlace nostálgico donde la emoción del personaje central se adueña de la platea. En el elenco aparecen nuevamente Ian McKellen, Cate Blanchett, Hugo Weaving y Christopher Lee, rostros reconocibles de esta nueva entrega inspirada en el best-seller de J.R.R. Tolkien.
La batalla inútil La última parte de la adaptación de El Hobbit de J.R.R. Tolkien resultó como toda la trilogía. Deja en nosotros el aire de spin off de El Señor de los Anillos. Una sensación de ser demasiado deudora de aquella, tanto estética, como narrativamente. Un deja vu que nunca logró que nos desprendamos del deseo de volver a la trilogía del anillo. El impulso que le otorgó a esta nueva saga reencontrarnos con el mundo de Tolkien (que certeramente había adaptado Peter Jackson) también fue su lastre. Su necesidad de referenciar LOTR se sumó a personajes carentes de atractivo para que esta nueva entrega de El Hobbit terminará dejando sabor a poco. Fui un ferviente defensor de la segunda parte de la saga. El punto medio donde la acción y el espanto (en forma de dragón) se hacían presentes funcionaba por la fatalidad que se cernía sobre Tierra Media. Pero como suele suceder, el final no está a la altura de las expectativas. No es que este final de trilogía no resulte entretenido o gratificante (para el fanático de la saga), pero la realidad es que no suma absolutamente nada al mundo ya visto en El Señor de los Anillos. Creo que el amante de la aventura fantástica no se va a sentir decepcionado: abundan peleas bellamente coreografiadas, paisajes increíbles, un mundo imposible que es palpable. Pero aquellos que añorábamos algo más que un buen CGI quedamos afuera. No pude dejar de sentir que en la catarata de bichos malos, elfos buenos y no tan buenos, enanos y hobbits, humanos y monstruos, batallas y más sangre (está es la más brutal de las tres), no se alcanza una épica emocionante. Apenas dos momentos resultan memorables: el comienzo con el dragón arrasando el pueblo de la isla, y una batalla que incluye a las eminencias Saruman, Elrond, Galadriel y Gandalf. No es que no se disfrute la película, la cuestión es que resulta un placer momentáneo al que no se desea regresar. Me quedaron más ganas de ver la trilogía original otra vez. Pero de El Hobbit, ni hablar. La cuestión con El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos es que resulta un placer momentáneo al que no se desea regresar. Otro tema parte es lo de Peter Jackson. ¿Volverá el ex gordo a demostrar todo su talento para la aventura? Esta nueva trilogía, que originalmente iba a ser dirigida por Guillermo del Toro (un cambio de aire y perspectiva que habría sido interesante), se percibe igual que la otra. Con los mismos defectos: la extensión de las escenas, la incapacidad para filmar escenas sentimentales (pareciera que para Jackson poner cara de boludo es sentirse emocionado), y el abuso de los efectos. Pero peor. Se suma a esto la ausencia de carisma de sus protagonistas. Sin el factor humano, se hace aún más arduo sumarse al viaje. Apenas Bilbo (Martin Freeman) logra darle matices a su personaje. Del resto, poco y nada. Un libro para una trilogía que quedo muy (pero muy) extendida. Y se nota. Esta tercera parte es una extensa serie de batallas para resguardar algo que no interesa. Oro. Piedras preciosas. Un punto estratégico para detener el avance de Sauron. Un futuro Sauron que ya sabemos derrotado en LOTR. Se percibe como una batalla inútil. Lo que se auguraba un feliz regreso a la Tierra Media queda dilapidado por la falta de imaginación en presentar un mundo ya recorrido. Porque no hay que confundir el placer estético de su puesta en escena con el interés que nos puede producir lo acontecido dentro de ese universo perfectamente digitalizado. La ausencia de identidad hace que estemos en presencia de LOTR, pero sin la potencia ni asombro de aquella. Una trilogía cuyo espíritu aventurero no pudo ir más allá de una coreografía ingeniosa (pero no inteligente). Una saga que divierte, en mayor o menor medida, pero que está destinada al olvido.
EL HOBBIT LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS es el épico final de la trilogía de PETER JACKSON sobre el Universo de Tolkien. Tras un arranque arrollador con el dragón SMAUG quemando todo a su paso, el film da lugar a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo entre elfos, enanos, humanos, huargos y orcos ante la mirada atónita de BILBO y GANDALF los dos personajes más queríbles de la trama. Enorme, imponente en su puesta, es una cinta final digna de una saga sin precedentes; que además se reserva sorpresas argumentales que unen toda la historia con EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Una fiesta de color, texturas, fantasía, acción y emoción, un final que tiene traiciones, muertes y redención. Un largo viaje que se ha guardado lo mejor para el final. Larga vida a la Tierra Media.
El Hobbit y el fin de una aventura El Señor de los Anillos marcó una época. La adaptación cinematográfica de Peter Jackson que le dio vida a la obra de J.R.R. Tolkien revolucionó la forma de hacer cine, y demostró que la industria moderna puede continuar haciendo épicas y clásicos del cine que perdurarán generación tras generación. Y esta obra maestra atrajo a legiones de fanáticos que aún no estaban familiarizados con el universo tolkiano, y creó una obsesión que aún hoy perdura, en parte gracias al segundo viaje de Jackson a la Tierra Media: El Hobbit. Martin Freeman encarnó por primera vez a Bilbo Baggins en el 2012. Un Viaje Inesperado fue el comienzo de una nueva aventura que ilusionó al mundo entero, pero que no alcanzó a satisfacer las expectativas de una audiencia universal que había estado esperando este retorno desde El Retorno del Rey en el 2003. La Desolación de Smaug en el 2013 fue un paso en la dirección correcta y un renovado acercamiento al estilo de Peter Jackson, que supo olvidar el desastre de la primera parte de El Hobbit para darle un giro de 180 grados. Y ahora La Batalla de los Cinco Ejércitos inaugura la cartelera local con una aventura épica que no logra del todo una narrativa fiel e impactante, pero que, sin embargo, cierra con un broche de oro una saga llena de altibajos que nos hace extrañar con creces aquellos años gloriosos cuando la Comunidad del Anillo era la protagonista. La nueva y última adaptación de Peter Jackson del libro de J.R.R. Tolkien continúa con la aventura por la Tierra Media de Bilbo Baggins (Martin Freeman) y el grupo de enanos liderado por Thorin Escudo de Roble (Richard Armitage). Luego de asesinar al dragón Smaug (Benedict Cumberbatch), el grupo recupera el perdido Reino de Erebor del que los enanos habían sido despojados por el temible Smaug, pero, al sucumbir a la “enfermedad del dragón” – o, avaricia,- Thorin pierde la cabeza. Por otro lado, otro antiguo enemigo parece haber regresado a la Tierra Media: Sauron, el Señor Tenebroso, quien ha lanzado legiones de Orcs en un furtivo ataque sobre la Montaña Solitaria, que desatará una guerra de varios frentes, con cinco ejércitos que lucharán, cada uno para defender su propio interés. De esta manera, Enanos, Elfos y Hombres deberán decidir si prefieren unirse y dejar sus diferencias a un lado, o morir con su orgullo intacto. Nueva Zelanda es de nuevo "la cara bonita" de la producción de Tolkien, aunque esta vez el CGI tomó tanto protagonismo que convirtió a esta entrega de El Hobbit en la película más cara de la historia del cine. Y quizás éste sea el problema: esta película es un espectáculo visual impresionante, pero sus épicas escenas de batalla ponen en segundo plano al desarrollo de los personajes. Bilbo y Thorin son quizás los únicos que no son bidimensionales. Pero el viaje por la Tierra Media llegó a su fin, y la nostalgia logra compensar por todas las fallas de una trilogía que parece haber sido hecha porque sí, por un Peter Jackson cansado y cuya energía parece haberse agotado años atrás con El Señor de Los Anillos. Es por eso que La Batalla de los Cinco Ejércitos, a pesar de todos sus problemas, es un final adecuado, que, con una última reverencia, dice adiós a El Hobbit y al universo que tan arduamente Tolkien tejió, y que Jackson honró, lo mejor que pudo, en el séptimo arte.
Un gran final para una saga que nació de la compulsión de Peter Jackson, después del éxito de “El señor de los anillos”. En este caso, de un pequeño libro sin la profundidad de los otros nacieron estas tres películas, con un traspié en la segunda, pero con gran contundencia en este cierre a toda orquesta: las grandes escenas de lucha, los problemas de los héroes, los amores, las traiciones y la amenaza terrible que se dibuja para el futuro. Cuando luego de editarse en video las veamos por orden.
Las águilas llegan Canta, oh musa, el hubris de Peter Jackson; hubris funesto que causó infinitos males a la Tierra Media y precipitó al cine muchos espectadores. Canta sobre cómo adaptó para el cine tres libros en tres películas – El Señor de los Anillos (The Lord of the Rings, 2001-2003) – y luego la codicia del dragón le instó adaptar un cuarto libro, El Hobbit, en otras tres películas de igual longitud. Canta, oh musa, todas las superfluidades que tuvo que inventar para llenar 474 minutos de duración total. No es que no le esté permitido al guionista agregar y quitar cosas en el proceso de adaptación, pero el resultado ha de tener unidad dramática. Y muchas de las cosas que ocurren en El Hobbit: La batalla de los cinco ejércitos (The Hobbit: The Battle of the Five Armies, 2014) saben más a cambio suelto que a la parte orgánica de un todo. Tenemos las escenas de Gandalf el mago (Ian McKellen) y su Liga de la Justicia, luchando en algún lado contra enemigos que no guardan relación con el conflicto central de la película. Tenemos las escenas de Bardo el arquero (Luke Evans), quien comete el error de confiar en el servil Alfrid (personaje inventado) unas cinco o seis veces, rutina cómica que no tiene lugar en la trama ni recibe ningún tipo de conclusión. Y tenemos a Tauriel la elfa (Evangeline Lilly), que junto a Kili el enano (Aidan Turner) forma una pareja de amantes malhadados que existe por el mero hecho de poder decir que esta película tiene ¡Acción! ¡Aventura! ¡Y romance! Recapitulemos: al final de la segunda película el dragón Smaug se dirigía a atacar la ciudad lacustre de Esgaroth. La tercera película abre con la espectacular incineración de la ciudad, que se resuelve tan rápido (antes de que aparezcan los títulos) que nos preguntamos por qué Jackson no hizo de este episodio el clímax de la película anterior en vez de dejarnos con medio final. Desposeídos, los sobrevivientes marchan hacia Erebor a reclamar su parte de las riquezas de la montaña, donde aguarda el rey enano Thorin (Richard Armitage), alocado por la codicia y listo para defender el reino que ha recuperado a muerte. Nunca hubo necesidad de dividir el pequeño gran relato de J. R. R. Tolkien en tres partes. El libro posee poco más de 300 páginas, y la epónima Batalla de los Cinco Ejércitos ocupa 4 de ellas. En la película se traduce en 45 minutos de acción que abusa de imágenes computarizadas y logra ser menos impactante que el asedio de Helm’s Deep en El Señor de los Anillos: Las Dos Torres (The Two Towers, 2002) o la Batalla de los Campos de Pelennor en El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey (The Return of the King, 2003). Si las batallas de El Señor de los Anillos movían realistamente ejércitos enteros, las de El Hobbit se concentran en las proezas implausibles y súper-heroicas de sus personajes. ¿Recuerdan cómo Legolas solía tener un stunt fabuloso por cada película? Ahora todos los personajes tienen su momento de circense gloria. Todos menos Bilbo, el hobbit (Martin Freeman). Casi se me olvida, pero para el caso la película también lo olvida. Freeman fue, es y siempre será no sólo el mejor Bilbo, sino el mejor hobbit. Y por ello es una pena verlo desperdiciado en la película que lleva su nombre. A esta altura podría decirse que el verdadero protagonista de la trilogía es Thorin, el desposeído rey enano (Richard Armitage), y efectivamente el arco de su personaje es más curvo y mejor definido que el de Bilbo. Ambos están excelentemente interpretados y comparten algunas escenas preciosas, prontamente enterradas por la pirotecnia de Jackson. ¿Qué más se puede decir de Jackson? Su primera trilogía le consagró como uno de los grandes mariscales de la cinematografía bélica. Su dirección y composiciones rivalizan las de D. W. Griffith y Sergei Eisenstein. Su segunda trilogía, a pesar de ser distinta tanto en tono como en estilo, y mostrar la hilacha más de lo debido, resulta igual de espectacular y confirma su maestría del género épico. Y si bien no da la impresión de haber hecho la mejor película(s) que podría haberse hecho sobre El Hobbit, su tercer y última entrega es igual de entretenida que las dos anteriores.
Peter Jackson nunca resolvió la cuestión de cómo adaptar El Hobbit. La novela de J. R. R. Tolkien es un divertido cuento de aventuras escrito para un público preadolescente. Su secuela, El Señor de los Anillos, redactada en plena Segunda Guerra Mundial, es una epopeya bélica, de más de mil páginas, por momentos truculenta y dantesca. El pecado original del director neozelandés fue filmar primero el segundo libro y, luego, querer realizar la precuela de la misma manera, aunque la fuente literaria no lo justifique. Tras la publicación de El Señor de los Anillos, el mismo Tolkien amagó con modificar El Hobbit. Entre una novela y otra, algunos lugares habían cambiado de nombre, ciertos personajes habían cobrado más importancia y determinados objetos habían revelado su verdadera naturaleza. Por ejemplo, el Anillo del Poder, la piedra angular del segundo libro, es sólo una joya mágica en el primero, una herramienta que el héroe aprovecha de vez en cuando y que en ningún momento insinúa con ser la clave para dominar la Tierra Media. Lo mismo ocurre con los grandes antagonistas de El Señor de los Anillos, Sauron y Saruman el Blanco, que apenas aparecen (o directamente no figuran) en la precuela. Tolkien pudo ignorarlos porque, sencillamente, ni él ni sus lectores sospechaban el rol que luego cumplirían. Jackson, en cambio, no puede hacer lo mismo, porque ya los mostró en pantalla. El problema es que el Anillo, Sauron y Saruman son relevantes para Tierra Media, pero no para El Hobbit. O lo son, pero retrospectivamente. Las escenas en las que participan son digresiones, y apenas nos recuerdan que lo más importante ocurrirá después, en otros films y otros libros. Tolkien, al final, no reescribió El Hobbit. Se conformó con apéndices y textos adicionales, de los que se nutrió Jackson. Es posible que el autor inglés haya intuido que arruinaría la estructura de la novela si insertaba esta información, como se encargó de confirmar el neozelandés. Bilbo Baggins, en el libro y en las películas, es un pequeño hobbit que acompaña a una banda de enanos que sueñan con recuperar su antigua fortaleza, capturada por un dragón. En la novela, nunca abandonamos el punto de vista de Bilbo. Leemos lo que él ve, y lo que no vive en carne propia se lo cuentan otros personajes. Los hobbits, conocidos por su conservadurismo, raras veces se aventuran más allá de su comarca. El periplo de Bilbo, entonces, es un verdadero enfrentamiento con lo desconocido, y su relato, un diario de viajes. Por eso es tan importante su mirada. En las películas, sin embargo, Bilbo casi desaparece en un caos de batallas y efectos especiales. Comparte el metraje con elfos, humanos, enanos y magos, que en muchos tramos se convierten en los verdaderos protagonistas, mientras el hobbit del título se pierde en el tumulto. Es que, incluso en el libro, siempre es principalmente un testigo, aunque sus intervenciones sean fundamentales. Las peleas en las que se involucra no son las suyas y el mundo que descubre no lo incluye. Por eso, al quitarle su función como observador ilustre, Jackson nos permite olvidarlo. Una pena, porque Martin Freeman es un Bilbo perfecto. Ahora bien, una adaptación cinematográfica no tiene por qué serle fiel a su fuente literaria. Siempre está el libro, si queremos disfrutar la experiencia original. Las dudas surgen, eso sí, cuando los cambios introducen grietas en la estructura narrativa del film o cuando, como en este caso, resaltan problemas que ya estaban presentes en el texto original pero que, por escrito, resultaban menos notorios. Al desplazar a Bilbo del eje de la narración, Jackson pretende remplazarlo con un grupo de personajes poco desarrollados. Tolkien los usó como telón de fondo, porque lo que le interesaba era el viaje del protagonista, mientras que en los films, son varios los personajes que compiten con Bilbo por la atención de la cámara. Pero ninguno de ellos puede cargar con el peso de la trilogía: Gandalf es una sombra de lo que será en El Señor de los Anillos; Thorin, el líder de los enanos, es una mezcla de Aragorn y Boromir, un rey que se obsesiona con el tesoro en su montaña y que reitera el tema de la ambición y la codicia que Jackson ya elaboró en las películas anteriores (o posteriores, según la cronología de la ficción); Bard es un héroe de lo más anodino; Kili, el sex symbol de los enanos, y Tauriel, una hermosa elfo, emprenden un romance prohibido e intrascendente; Saruman y Sauron son un puro guiño de lo que serán después; y Bilbo, que ya no es el protagonista exclusivo, se hunde en medio de las olas, como un barco a la deriva.
La Tierra Media nos dejó sin nada Recuerdo la enorme expectativa que había entre los fanáticos de cara al estreno de El Señor de los Anillos: el retorno del rey, con la motivación extra que implicaba el excelente antecedente que era Las dos torres, que se había consagrado como un clásico instantáneo. Lo cierto es que la decepción había sido grande, a pesar de los múltiples elementos que se podían rescatar. Once años después, lo único que le pedíamos a Peter Jackson con El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos es que mantuviera cierta fluidez conseguida en La desolación de Smaug y no cayera en los excesos que lo vienen aquejando desde hace bastante tiempo en su carrera. Pero ni siquiera pudo conseguir eso y el cierre de esta nueva (e innecesaria) trilogía ni siquiera es decepcionante: es simplemente irrelevante. Hay varios elementos que funcionan como ejemplos de los problemas que presenta El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos, pero quedémonos con dos: el primero es el personaje de Alfrid, una especie de sirviente/asesor del Maestro de Laketown, parecido al de Lengua de Serpiente en El Señor del Anillos: las dos torres. Pero mientras aquel aparecía la cantidad de minutos necesaria y era perfectamente funcional a la trama, Alfrid es simplemente insoportable, cada segundo en el que aparece da vergüenza ajena y encima tiene muchos pero muchos minutos en pantalla. Es lo más parecido que se ha visto a Jar Jar Binks, aquel bicharraco inventado por George Lucas que todos los fanáticos de La Guerra de las galaxias aman odiar. ¿No hubo nadie que le dijera a Jackson que ese personaje era contraproducente para la narración, que aleja a los espectadores de los acontecimientos y que ni siquiera sirve como villano al cual detestar? El segundo ejemplo es una escena cuyo objetivo es mostrar un importante cambio de carácter en Thorin Escudo de Roble, que gira alrededor del tópico de la avaricia y cómo esta aísla a los sujetos de todo el contexto a su alrededor, enfermándolos por completo. Es una secuencia de notable trazo grueso, que repite el mismo concepto hasta el hartazgo, sin la más mínima confianza en la capacidad de discernimiento del público. Lo que debería haber tomado un par de planos, algunas miradas y unos pocos segundos, se convierten en varios eternos minutos, que le ponen un freno innecesario a lo que se está contando y hasta le quitan humanidad a un personaje sumamente interesante. De tropezones así está llena El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos y ni siquiera ciertos aspectos donde Jackson solía imponer su buen criterio están ajustados como deberían: la gran batalla del título se ramifica demasiado y pierde impacto, hundida aún más por unos efectos especiales que -salvo raras excepciones, como la composición del dragón Smaug- jamás estuvieron a la altura esperada en la nueva trilogía. Hasta la subtrama romántica entre el enano Kili y la elfa Tauriel, que era un legado bastante interesante de La desolación de Smaug, tiene aquí un final decepcionante en su cobardía. Y aunque hay un par de momentos con cierta fuerza o humor, y personajes que mantienen algo de espesor o entran fluidamente dentro del mecanismo de la trama -Bilbo es el ejemplo más obvio, aunque se podría decir lo mismo de Legolas, porque lo suyo es pura acción-, la sensación es que el realizador nunca encuentra el ritmo adecuado para lo que necesita contar; siempre está con un cambio de más o de menos respecto a lo requerido. Lo cierto es que El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos tira para abajo a sus dos predecesoras. Ni Un viaje inesperado ni La desolación de Smaug tenían demasiado para ofrecer y aprobaban con lo justo sus respectivos exámenes, pero este final lánguido, rutinario y repleto de guiños hacia El señor de los anillos las deja desnudas en su redundancia. Sin embargo, lo peor es que parece certificar un triunfo de las formas de producción y reproducción hollywoodenses a dos puntas: por un lado, se impone a un público carente de exigencias, que acepta parsimoniosamente lo que se le ofrece, llenando las salas sin pedir nada a cambio, sin valorar su propio gusto y la forma en que puede entretener un espectáculo determinado; y por el otro, fuerza a determinados cineastas que tienen pretensiones autorales a ceder frente a las exigencias del mercado en pos de mantenerse dentro del sistema de producción. Dentro de este panorama, queda muy patente que Jackson se durmió en los laureles o se le acabaron las ideas, pero lo mejor es que deje la Tierra Media por un buen rato. O para siempre.
El mejor cierre para "El Hobbit" Pasaron poco más de dos años desde que el director Peter Jackson decidió volver a meterse nuevamente en el fantástico mundo de J.R.R. Tolkien. Se iba a desempeñar sólo como productor y guionista, pero los retrasos en la producción hicieron que Guillermo del Toro -el elegido hasta ese momento para estar en la silla de director- abandonara el proyecto. Jackson tomó las riendas del asunto y estrenó "El Hobbit: Un Viaje Inesperado" sabiendo dentro suyo que se le venía otro trilogía encima, a pesar de que ya se había torturado con la saga de "El Señor de los Anillos". Tal vez Jackson sea algo masoquista, ¿no? Lo cierto es que esta historia podría haberse resumido tranquilamente en dos películas, como fue la idea original. Pero los números siempre mandan en Hollywood y quién se iba a perder la tonelada de dólares de recaudación que esto traería. "El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos" es un cierre magnífico para esta saga, por lo épico, lo espectacular, por como diríamos los argentinos: "Está puesta toda la carne en el asador". Bilbo (Martin Freeman) y los enanos han logrado echar al dragón Smaug (Benedict Cumberbatch), que ahora desata todo su poder sobre la Ciudad del Lago. El Bardo (Luke Evans) tratará de acabar con él, mientras tanto Thorin (Richard Armitage) busca desesperadamente la Piedra del Arca, haciendo que su juicio y sus decisiones se nublen por completo. Galadriel (Cate Blanchett) rescata a Gandalf (Ian McKellen) y este da aviso de la peor noticia: Sauron ha vuelto a la Tierra Media con legiones de orcos a su disposición dispuestos a adueñarse de la Montaña Solitaria. La batalla que se aproxima definirá el futuro de todos. Nunca sabremos cómo hubiera sido esta trilogía dirigida por el mexicano Guillermo del Toro, lo que sí podemos afirmar es nadie podría haber hecho un mejor trabajo que Peter Jackson. Es que el neozelandés tenía la experiencia y con este último filme terminó de pulir aquellas cositas que tal vez molestaban en "El Señor de los Anillos". Además, esta hexalogía quedó completa con el mismo toque personal. En esta tercera parte el realizador se dedicó casi por completo a mostrar una de las batallas más grandes que se pudo haber visto en la historia del cine. Es cierto, da la sensación, si se quiere, que la resolución del tema "Smaug" es prácticamente rápida y va directo a los bifes. Con esto quiero decir: ¿tanto machacar durante dos películas con el dragón para resolverlo de forma tan acelerada? Más allá de esta -vuelvo a repetir- sensación, que suele ser muy personal, lo que sigue es un filme poderoso con batallas sensacionales. Además, se cierren las historias de cada personaje de forma magistral. Insisto, claramente Peter Jackson sabe qué hacer con un proyecto de este calibre y pasarán varios años hasta que veamos a alguien que esté tan comprometido y conozca de punta a punta la historia que quiere contar (ahí, me parece, radica su fuerte). Si Ian McKellen y su Gandalf traspasaron la pantalla con la trilogía pasada, siendo uno de los personajes secundarios pero de los más amados por los fanáticos, en ésta McKellen termina por ponerle la frutilla al postre y hacerla suya completamente. La saga empieza y termina con él, literalmente. Tendrán emoción, mucha acción, algún homenaje a personajes pasados, todo un combo para disfrutar a pleno. Aprovechen el feriado, tómense un poco más de dos horitas de su tiempo y festejen el 2015 yendo a ver esta película en las salas de los cines.
La culpa la tuvo el almuerzo. ¿Recuerdan EL HOBBIT, la primera parte? ¿Recuerdan esa larga, larguísima escena en la que los enanos caían en la casa de Bilbo Baggins comían y cantaban y desordenaban todo y volvían a comer y a cantar y así? Tengo la impresión que Peter Jackson jamás pudo levantar a la saga, ante la mirada de muchos, tras esa larguísima e infantil escena más propia de una película para niños de los años ’50 que de la continuación (precuela, en realidad) de la saga de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Después que EL RETORNO DEL REY arrasara con los Oscars y con las emociones de muchos, esa primera parte del primer episodio de EL HOBBIT –seamos más específicos, esa primera mitad de esa primera parte– parecía casi una burla a los fans. No solo hacía pensar que la nueva saga no iba a producir nada igual a la primera, sino que se notaba claramente lo que se le criticaba a Peter Jackson al hacerla (que era un “curro” estirar un pequeño libro a dos y luego a tres películas) y también nos quedaba claro que los personajes –los enanos, bah– jamás iban a estar a la altura de los personajes que ya conocíamos. Bastante difícil resultaba distinguir a unos de otros… Esa hora, hora y algo, marcaron a fuego a la saga y todo lo bueno que hicieron después Jackson y compañía, a ojos de muchos, no alcanzó a torcer el rumbo. La segunda mitad de esa primera película era bastante mejor. LA DESOLACION DE SMAUG no estaba nada mal y se podía poner casi a la altura de la saga original. Y lo mismo sucede con LA BATALLA DE LOS CINCO EJERCITOS, el cierre de esta segunda trilogía. Si uno pone en perspectiva estas tres películas puede concluir que son una más que digna continuación de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, una precuela que no hará olvidar a la saga original ni la ensombrecerá pero que tampoco llegará al punto de casi arruinarla como sucedió con las precuelas –hoy negadas y borradas de la memoria masiva como si jamás hubiesen existido– de STAR WARS. the-hobbit-battle-of-five-armies-2Tomada por sí misma, LA BATALLA… es una película de acción casi constante, con la potencia emocional y claridad narrativa que se espera de Jackson y su equipo. Es, a su manera, la más parecida a LAS DOS TORRES de la saga original ya que buena parte de la narración consiste en el asedio a una “fortaleza” y en los enfrentamientos entre las diversas facciones que se llegan allí a reclamar el lugar y el oro que hay. Consciente de la poca empatía individual que fueron generando como personajes, Jackson –que se ha desviado y mucho del libro original– se enfoca aquí en unos pocos enanos relegando al resto a ser casi como un coro de fondo, y los combina con los personajes que fueron dando vida al episodio anterior, como la elfo Tauriel, el humano Bard, y convierte a Thorin en el verdadero protagonista del cierre de la trilogía, aún más que Bilbo y Gandalf. Y, claro, siempre está el dragón, que casi ni aparecía en el primer episodio pero ocupaba buena parte del final del segundo y el principio del tercero. Si a todos ellos le sumamos el regreso de los “clásicos” (Legolas, Sarumán, Galadriel y otros), es evidente que Jackson tomó conciencia que había que torcer el barco y lo hizo. También entendió que no todo debía extenderse indefinidamente y curiosamente –digo esto porque en el caso de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS era al revés– cerró con la película más corta de todas, de “apenas” 144 minutos de duración (aunque, obvio, prometió mucho más para el Director’s Cut) para terminar más que dignamente una saga que había empezado muy abajo. Volvamos a decirlo: no es EL RETORNO DEL REY, pero tampoco hay entre esa y esta película la diferencia que existe entre una obra maestra que ganó 13 Oscars y una que apenas mereció un “mseeee” de la crítica en Estados Unidos. No lo hay. Creo que ahí habla el cansancio de la crítica y el deseo –que comparto– de que Jackson empiece a utilizar sus talentos para otras cosas. The-Hobbit-The-Battle-of-the-Five-ArmiesLa historia es la menos complicada de todas aunque requiere una buena memoria respecto a los episodios anteriores. Sinteticemos diciendo que una vez que Thorin tiene acceso al oro que hay en Erebor enloquece en la búsqueda de la mítica “arkenstone” o el Corazón de la Montaña enfrentándose al resto de sus compañeros y habilitando la llegada de todos los que también desean una parte del tesoro o poseer la montaña por razones estratégicas o, en el caso de los orcos, porqué sí, ya que no parecen tener otra cosa que hacer que correr para adelante, gritar y que les corten las cabezas de a miles. Si hay un defecto en esta saga que me irrita es la incapacidad de los orcos y trolls de producir daño alguno. Son el ejemplo claro de “perro que ladra no muerde” y salvo sus líderes, todos los demás por más supuestamente preparados para las batallas que estén caen como moscas ante un soplido. Que vengan de a miles produce mínimo o ningún escozor en el espectador. En eso consistirá la película: en las distintas situaciones que se van dando a lo largo de dos batallas. La primera, en Lake-town, donde los humanos, con Bard al frente, lucharán frente a Smaug, una escena inicial compacta e intensa que abre la película de una manera promisoria. Luego la que se va armando, de a poco, frente a Erebor, que pasa de los dramas personales (la codicia de Thorin y su enfrentamiento con todos los demás) a las batallas masivas un tanto insípidas y con excesivo uso del CGI para terminar en algunos choques dramáticos personales intensos que dan a la saga un cierre bastante cercano al que se merecía y que parecía que jamás iba a poder alcanzar. Los varios enfrentamientos que tienen lugar, sobre el final, en una zona helada de la montaña, son una clara muestra no solo del talento de Jackson para la composición de este tipo de escenas sino que el “uno contra uno” tiende a ser mucho mejor espectáculo que las batallas entre miles de extras computarizados. hobbit-battle-of-the-five-armiesNo es una gran película porque los nuevos personajes no lograron convertirse en inolvidables (la sola mención de la existencia de “el hijo de Arathorn al que se conoce como Trancos” es un recordatorio, no solo de la ausencia de un tal Viggo, sino del peso mítico de los originales), pero la aparición de algunos clásicos como Legolas haciendo otra de sus hazañas propias del Cirque du Soleil o el momento en que se cruzan varios de los viejos personajes juntos (mejor no adelantarla aquí) dan una suerte de continuidad épica a la historia que termina en el que tal vez sea su mejor momento y hasta se cuida de no tener los 17 finales de la anterior saga. Y Jackson, mal que les pese a algunos, sigue demostrando tener más temple narrativo y cinematográfico clásico que la mayoría de los directores de superproducciones actuales. Confieso que disfruté más de los dos últimos episodios de EL HOBBIT que del 90% de las películas de superhéroes que circulan actualmente y que reciben mucho mejor trato crítico que esta trilogía. De todos modos, esperemos que no expandan ahora el “Tolkien Cinematic Universe” y se les de por hacer quince películas con cada personaje menor de la saga. El cierre estuvo bien y a la altura de las circunstancias, pero si llega a haber algo parecido a LOS SECRETOS DE THRANDUIL o POR LAS BARBAS DE BALIN, no cuenten conmigo…
Un “Hobbit” algo estirado, pero todavía contundente La segunda parte de "El Hobbit" terminaba con un ominoso dragón despertando de su letargo para arrasar con todo un pueblo, interrumpiendo la inminente masacre flamígera de manera abrupta, al mejor estilo de los viejos seriales. Luego de esperar un año, el arranque de esta última parte de la segunda trilogía de Peter Jackson sobre Tolkien es más que contundente, a todo superdragón dispuesto a que todo quede quemadísimo. Empezando por el guión, que esta vez no puede ni intenta hacer mucho con lo que es, obviamente, sólo un espectacular desenlace que hubiera quedado mejor adherido al film anterior,. Vale decir, con un montaje más rápido del film precedente restándole media hora y agregándole 70 minutos de esta tercera parte-, hubiera logrado una segunda película memorable, aunque claro, se hubieran perdido los millones generados por dividir el asunto en tres partes. Es que, para empezar, por más tremendo que sea el ataque del dragón inicial, la verdad es que los conflictos dramáticos relacionados con su despertar quedan medio perdidos, y la película no se ocupa de volver a presentárselos al espectador, lo que es una pena ya que se pierde la progresión dramática que alcanzaba la historia antes de que despierte el monstruo. Lo curioso es que ésta es la más corta de las películas sobre Tolkien de Jackson: dos horas y 20. De todos modos, él aseguró que tiene unos 40 minutos más de material extra para agregar a la primera oportunidad, empezando por su famosas superediciones en DVD). Pero luego, la batalla del título requiere un marco épico necesariamente dependiente del uso y abuso de efectos digitales no demasiado originales, sobre todo en lo que tiene que ver con la puesta en escena de los grandes planos generales de los ejércitos enfrentados todos contra todos. Los detalles de la interminable batalla sí tienen momentos magníficos, dignos de los dos films anteriores, especialmente en todo lo relacionado con las extrañas y precisas maniobras de la infantería elfa. Los orcos y demás bichos horribles no presentan mayores novedades, y en realidad lo que queda de argumento de este libro no tan voluminoso adaptado en casi nueve horas tampoco le deja mucho que hacer al mismísimo Gandalf (ya un icono en la composición de Ian McKellen. El personaje que realmente se roba este último Hobbit es el rey Thorin brillantemente interpretado por Richard Armitage, que casi como si estuviera poseído por la codicia y miseria que provoca el anillo que le pesa al hobbit, se deja llevar por el lado más oscuro de su personalidad, al obsesionarse con el tesoro ganado, traicionando a sus camaradas. Orlando Bloom es otro punto fuerte de este universo Tolkien-Jackson, dado que si no se cuida un poco, terminará convertido en elfo del mismo modo que Bela Lugosi se convirtió en vampiro aun fuera de los sets Los efectos 3D se lucen mucho menos que en las dos películas previas, tal vez porque con tanta batahola, sería un exceso. Pero bueno, finalmente, la acción es generosa e incesante, hay imágenes dignas de ver más de una vez, y sólo faltaría haber integrado la superacción con la historia que imaginó Tolkien, aunque sin duda nunca imaginó que terminaría generando nueve horas de metraje y cientos de millones de dólares en la taquilla.
AL FIN, EL FIN Por más lindo que sea una viaje, cuando se hace demasiado largo lo único que queremos es volver a casa. Al experimentar ese sentimiento, ninguna de las maravillas exóticas que veamos nos puede sorprender. EL HOBBIT: LA BATALLA DE LOS CINCO EJÉRCITOS (THE HOBBIT: THE BATTLE OF THE FIVE ARMIES, 2014) se siente como el cierre de una aventura que se volvió demasiado larga y grande, demasiado pesada, en la que ahora, al final, ya casi no quedaran fuerzas para seguir. Lo que se ve en pantalla transmite la idea de que el impulso de los realizadores para mantenerse en movimiento nace de un compromiso de terminar, pero no tanto de la pasión. El agotamiento se nota en el guión, en las actuaciones, en los efectos digitales e incluso en la banda sonora, que es la menos inspirada de esta saga de precuelas. Es aquí, en esta tercera parte de más de dos horas, donde el problema del estiramiento de la trama se vuelve más grave que nunca. Los parches ideados por el guionista y director Peter Jackson para llenar los huecos en la narración de Tolkien resaltan demasiado y se sienten ajenos al espíritu del relato. Luego de un breve e intenso prólogo, que tal vez sea lo mejor del film, la trama pasa a ser la preparación para la batalla del título. En esta primera mitad, los personajes van y vienen y se juntan para debatir sobre qué hacer, nada más. Aquí, los conflictos están gastados y ya no resultan interesantes ni la codicia de Thorin (Richard Armitage), ni los temores de Bilbo (Martin Freeman) ni las preocupaciones de Gandalf (Ian McKellen). Y entonces, llega la guerra, una secuencia muy extensa y repetitiva que decepciona por su incoherencia y por unos efectos digitales poco pulidos y demasiado notorios. Hay algunos chispazos de intensidad, pero no ayuda mucho a la tensión y al suspenso el hecho de conocer de antemano el destino de los personajes centrales e incluso de algunos secundarios en el caso de los espectadores que leyeron la novela. Sabiendo que no puede hacer que los personajes hagan cosas que no hacen en el libro (algo que no siempre cumple, de todos modos), Jackson comete varios errores. Por ejemplo, decide sumar minutos y poner el foco sobre Alfrid (Ryan Gage), el ayudante del gobernador de Lake Town, que es un fallido intento de ser el desahogo humorístico. En otras ocasiones, el director trata de sorprender visualmente con secuencias que se vuelven demasiado ridículas a causa de (otra vez) un deslucido trabajo de efectos generados por computadora, como pasa con [CUIDADO, SPOILER. SELECCIONÁ EL TEXTO PARA LEER] la batalla entre Galadriel, Elrond y Saruman contra los Nazgul; y casi todas los momentos protagonizados por Legolas, como cuando usa un murciélago para volar (??) o cuando sube entre los escombros de un puente que se derrumba como si se tratara de un videojuego. [FIN DEL SPOILER] El final se recibe con alivio. Tal vez no sea la mejor manera de despedirse de la Tierra Media, pero los fallos del film (fallos que se vienen acumulando desde las dos entregas anteriores) indican que la aventura debe terminar de una vez por todas. En la trilogía de EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, más respetuosa del material original, nuestro verdadero guía de viaje había sido Tolkien, con Jackson como apoyo. Pero ahora es el director neozelandés quien se apropió del rol. Y es él quien nos indica, a los gritos, que disfrutemos de las maravillas del paisaje, mientras aprovecha la distracción y nos mete la mano en los bolsillos.
Despedida a lo grande El reencuentro con la genialidad de Peter Jackson es una fiesta para los espectadores. En la última película de El hobbit, el director especialista en las historias de la Tierra Media y en la simbología de J.R.R. Tolkien despliega la maquinaria de su imaginación y talento de realizador para reproducir las batallas que clausuran el relato. En manos de Jackson, El hobbit se convirtió en saga. La película comienza como si el lector hubiera dado vuelta una página. Ahí está el Dragón, incendiando la Ciudad del Lago donde Bardo defiende a los suyos, seres humanos indefensos. Los enanos huyen a la Montaña Solitaria donde Thorin, Escudo de Roble está obsesionado por el oro y próximo a enfermar con el Mal del dragón. Aislado, insensible y codicioso, abandona a los suyos y se niega a luchar junto a los elfos.La película es rápidamente descifrable para quienes conocen la historia original. Para los espectadores desprevenidos, el relato va sumando información que se procesa y cobra sentido cuando comienza la guerra. La preceden bandadas de murciélagos y gusanos come tierra. Todos gigantescos. La oscuridad se adueña de la Tierra Media y sus criaturas, cualquiera sea la forma y el tamaño. En La batalla de los cinco ejércitos se enfrentan: Thorin (Richard Armitage) y los enanos; los hombres de la Ciudad del Lago, bajo las órdenes de Bardo (Luke Evans); los elfos del Bosque Negro que lidera Thranduil (Lee Pace), el padre de Legolas (Orlando Bloom); las tropas de Azog, el temible orco de Moria. "El oro vale más que la sangre", dice Thorin, ante el horror de los suyos y de Bilbo, el Hobbit, que toma una decisión desesperada. La guerra es inminente. Jackson dosifica la acción, pero la última película es una monumental batalla que va cambiando de escenarios y héroes. Desde la lucha con el dragón, la destrucción es el sello de la película con la cual el director asegura despedirse del fabuloso mundo de Tolkien.Los efectos están al servicio de la maravilla; aun así, no se desdibuja la fuerza de los personajes. Éstos se enamoran, ven morir a sus seres queridos, pierden su hogar, hacen amigos, conocen la crueldad. Martin Freeman, Bilbo, aporta el rostro de inocencia y "humanidad", aunque su criatura pueda vivir cientos de años. Richard Armitage es el rey de los enanos, el más trágico de los personajes. También se destacan Lee Pace, el jefe elfo; Aidan Turner (Kili); Ian McKellen, como el inefable Gandalf y la siempre eficiente Cate Blanchett en el rol de Galadriel.Jackson ha vuelto visible, ‘real', el mundo fantástico de Tolkien. Los personajes cobran voz y rostro gracias a la fuerza de la imagen. El hobbit, la saga, mantiene las metáforas sobre la amistad, el valor de la palabra, el amor a la tierra y el hogar. La película propone moralejas, atenuadas por la ambigüedad de la magia y los poderes sobrenaturales, y siempre vuelve al hobbit, tan eterno como la bondad. Mientras chocan montañas y continentes, fuerzas oscuras inmemorables, en el mapa arrugado de la Tierra Media, el personaje sigue siendo, por vía del asombro, "un pequeño en un mundo enorme", como dice Gandalf mientras enciende su pipa. El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos Acción Guion: Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson y Guillermo del Toro. Dirección: Peter Jackson. Con Ian McKellen, Martin Freeman, Richard Armitage, Cate Blanchett, Aidan Turner y otros. AM/13. 144 minutos.
La batalla épica por transformar un libro en tres películas terminó, pero detrás de ella quedó un sinuoso camino de grandes momentos y otros un tanto olvidables. La saga, en retrospectiva, es cierto que resultó despareja: esta tercera parte concluye en un tono similar al de la primera, de manera desbordada y un poco atolondroda en su estructura, que incluye más de cuarenta minutos de peleas ininterrumpidas. Pero, hay que ser sinceros: no hay un minuto de tedio en esta saga, y la profesionalidad y amor por el más mínimo detalle de producción de Peter Jackson hacen de la misma un lujo que, lamentablemente, parece no podremos volver a apreciar. El sabor que queda no es amargo sino agridulce, y eso no es poco mérito. Retomando la inconclusa historia del temible dragón Smaug, La Batalla... comienza exactamente donde La Desolación de Smaug dejó: con la destrucción de un pueblo envuelto en llamas y llantos desesperados por parte de sus indefensos habitantes. Aquí se presenta quizás el mayor problema de esta conclusión: en ningún momento, ni siquiera en el pico de la batalla final, la película vuelve a deslumbrar tanto como con ese antagonista escupe-fuego. Si el mejor recuerdo en materia de efectos especiales de la trilogía original fue Gollum, sin duda haciendo un balance en retrospectiva, en esta saga lo fue Smaug. La batalla del título es asombrosa, sí, aunque no aporta nada nuevo (salvo la refinada definición del 48 cuadros por segundo) pero siendo que ésta es una trilogía que no sorprende sino que reincide, no es necesariamente algo malo. Jackson se despide de sus personajes de manera épica y atando cabos de manera cómoda y sin demasiadas vueltas como para recordar que la historia sigue después de El Hobbit... y para eso sólo hace falta volver a la videoteca y revivir los anteriores capítulos, que permanecerán siempre ahí, en el podio de lo mejor del cine de aventuras de todos los tiempos.
Épica despedida de la Tierra Media La película tomada en sí misma como una totalidad tiene, a mi gusto, dos inconvenientes: a) una duración excesiva en relación a un acontecimiento demasiado elemental (la batalla final en Erebord), y b) una coreografía demasiado mecánica de las peleas que ocupan la mayoría del relato. a) El abaratamiento que ha significado a la industria del espectáculo el abandono de la película fílmica por el soporte digital ha traído como consecuencia indeseable que los largometrajes contemporáneos (sobre todo en el campo de lo que podría llamarse -de manera un poco amplia- “cine de acción”) produzcan un exceso de contenidos representados que hacen del film una dilatación injustificable, en la mayoría de los casos, desde el punto de vista de la dramática narrativa. Ya nos hemos acostumbrado a que este tipo de relatos no duren menos de 150min, sin importar la envergadura del acontecimiento, la profunidad con que se lo aborda, etc. El caso de esta tercera entrega del Hobbit es proverbial: es una batalla final transormada en película. Esto tiene sus antecedentes en la historia del cine; si nos remontamos a los primeros años del siglo XX nos encontramos con un film paradigmático El gran robo al tren (Porter; 1903) uno de los primeros casos en la cinematografía de fragmentación del conflicto cuya finalidad era extender la duración del robo, pero cuyo desenlace y persecución apenas iniciado culmina. 9 años más tarde Griffith en otro film paradigmático (The Girl and His Trust) invertirá esta relación, haciendo del desenlace y persecución final el momento del climax dramático por excelencia, no sólo extendiéndolo en el tiempo, sino desarrollándolo en el espacio con las más sofisticadas técnicas del montaje que se podía emplear en aquel momento. Al considerarse que esta tercera entrega del Hobbit en particular es en verdad 1/3 de la historia completa que se pretende cinematografiar, no deja de ser una proporción clásica de duración en la relación desarrollo del conflicto y el desenlace. Sin embargo, dado que la entrega se presenta como una única experiencia cinematográfica, es decir, una unidad de visionado, la duración de la misma resulta desproporcionada. Todo esto nos lleva a una segunda cuestión de importancia en cuanto al desarrollo del producto: la adaptación de una novela no especialmente extensa, traducida (de manera excesivamente forzada) a una saga de 3 películas, que narrativamente hablando son una unidad inseparable. Generalmente la noción de saga encuentra su razón de ser cuando cada unidad contiene su propio conflicto y dramaticidad lo suficientemente estructurantes como para justificar el desagregado, es decir, cierta relativa independencia de las partes, como ocurre, de hecho, en la saga de Star Wars (episodios IV, V y VI). En el caso que nos ocupa, ni la primera ni la última cuentan con un núcleo dramático autosuficiente que las justifiquen como unidades diferenciadas de visionado; si a esto sumamos, que la 3a entrega tematiza conflictos e historias que resultan incomrpensibles para quien no ha visto las entregas anteriores (o conoce la novela), entonces resulta de ello que la adaptación propuesta no es consecuente con el formato de visionado. Considero inaceptable dentro de la lógica del espectáculo y del cine industrial que un producto cinematográfico carezca de autointeligibilidad; El Hobbit o bien debería haberse pautado para exhibirse en tres partes a lo largo de una única semana o mes, o bien adaptarse a la lógica de un folletín televisivo (como Games of Thrones). Caso contrario, debería el afiche publicitario advertirle al espectador que no debiera aventurarse (o hacerlo a su responsabilidad) si no ha visto las anteriores, pues nada de lo que en esta entrega se tematiza en términos del relato está lo suficientemente explicado (rememorado) para un espectador desprevenido. b) Para ser un relato únicamente centrado en la batalla final, resulta extremadamente repetitiva en las coreografías de batalla, que parecen un copy paste desde diferentes ángulos. Si toda la atracción va a estar únicamente puesta en las escenas de guerra, debería haberse diseñado coreografías de mayor singularización y diferenciación. Viendo las 3 películas juntas (experiencia que tuve que realizar para poder contextualizar esta tercera), el producto resulta mejor de lo que se presenta por separado. A quienes gusten de este tipo de relatos, y no han visto las entregas anteriores, o se les ha desibujado el tejido argumental básico, es recomendable (me siento tentado de escribir “imperioso”) visionar las dos entregas anteriores. Sobre todo porque al ser la 3a un desenlace, la separación en el tiempo respecto del núcleo conflicto de la historia principal, pero también de las líneas secundarias, debilita sensiblemente la fuerza dramática de las acciones, toda vez que una secuencia de acciones separadas de su contexto pierde significación como acontecimiento unitario. Esto último es importante porque la determinación de la calidad narrativa de la película (y la calificación que se puede hacer de ella) fluctúa bastante si la considero de modo autárquico o en estricta continuidad con las anteriores. En el primer caso, es sensiblemente deficiente, y los defectos que ya se han señalado en el nivel macro (un exceso de dilación de un acontecimiento demasiado elemental llevado al paroxismo) se torna demasiado explícito. En el segundo, es posible amigarse con el conjunto, si bien debemos mostrarnos críticos con el diseño del dispositivo de visionado.
Llega la última parte de la saga. Imágenes impactantes, un gran despliegue y mucha adrenalina. Esta es la precuela de “El Señor de los Anillos” (The Lord of the Rings), se encuentra dirigida con maestría y magníficamente por Peter Jackson (53). Las dos primeras partes, ya estrenadas y tituladas: “El hobbit: un viaje inesperado” (2012) y “El hobbit: la desolación de Smaug” (2013). Comienza con una gran apertura: el ataque de un enorme dragón que escupe fuego y lleva como nombre Smaug (la voz de Benedict Cumberbatch), todo está en llamas al rojo vivo, varios habitantes viven momentos aterradores, la vida de todos se encuentran en un caos total en la “Ciudad del Lago”. Lo que siguen son escenas espectaculares donde Bardo (Luke Evans), con la ayuda de su hijo Bain (John Bell), logra matar al dragón con la última Flecha Negra, este impresionante animal cae en la embarcación del Gobernador quien se encontraba escapando con todo el oro y de ahora en más nace un nuevo líder. Nos introducimos en una apasionante historia y conocemos como Bilbo Bolsón (Martin Freeman) encuentra y esconde la poderosa “Piedra del Arca” que ha descubierto. Asistimos al viaje de Gandalf y los enanos desterrados de Erebor para recuperar su reino perdido de la Montaña Solitaria. Llega la ambición por el oro, la codicia y el poder, se enfrentan los buenos y malos, cada uno de los personajes buscan su lugar. Existen algunas secuencias emocionantes puntualizando importantes climas, como así también algún toque dramático. Otro de los personajes son: Legolas (Orlando Bloom); Erebor heredero Thorin (Richard Armitage) obsesionado por la riqueza incalculable; Gandalf (Ian McKellen, estupendo con sus 75 años) con el sombrero puntiagudo, Galadriel (Cate Blanchett), el mago Saruman (Christopher Lee, a sus 92 años se luce), la encantadora elfo Tauriel (Evangeline Lilly) y su enamorado el enano Kili (Aidan Turner). Impresionantes coreografía, la guerra con los enanos, elfos, un dragón que escupe fuego, orcos y hombres, increíbles criaturas, asombrosas batallas: varias con un gran despliegue que no dan respiro. La más épica de todas, con imágenes similares a las de los videojuegos, un importante vestuario, una fotografía impactante; excelente música, edición, montaje y un buen uso de la tecnología en 3 D. Contó con un presupuesto de $250 millones de dólares. Las actuaciones de los actores son correctas y fieles a su estilo.
El final del viaje de Peter Jackson ha llegado, y con la tremenda escena final de La Desolación de Smaug, las ganas de ver el desenlace eran muchas. Tercera película, de relleno si se quiere, La Batalla de los Cinco Ejércitos promete acción a raudales, y lo cumple, pero para el final, tanta es la carga de acción y poco sustento que el cuento del Mediano Bilbo se despide con un tímido saludo más que con un avasallante final. La culpa no es de Jackson, que quiso expandir un poco más el mundo de Tolkien, sino del estudio detrás, que le exprimió una secuela más que estira el chicle y puede llegar a frustrar bastante. El destino de Smaug es bastante climático y valió la pena esperarlo un año, pero dura tan poco, que en un parpadeo ya tenemos los títulos de inicio y a otra cosa mariposa. La trama de La Batalla... se encarga entonces de construir ese mentado choque entre facciones, cada uno con objetivos e intereses propios que no son todos los mismos. Todos los personajes vuelven a encontrarse, por algún motivo u otro, a las puertas del reino de Erebor bajo la Montaña Solitaria, y la tensión crece poco a poco. La secuela tenía difícil el territorio de crear tensión, cuando mas o menos uno sabe que no es el final definitivo, y teniendo la vasta sombra de El Retorno del Rey detrás, Jackson tiene que inventarse una batalla que le pueda pelear codo a codo a otros combates de la saga como el Abismo de Helm. El comentado acto final, el enfrentamiento de 45 minutos llega, y no colma las emociones del espectador como uno esperaría. Llena de criaturas mitológicas y rebosante en efectos computarizados, hay un sentimiento de overkill en algunos tramos. Cuando el derribamiento del olifante por parte de Legolas era para aplaudir por el nivel de ridícula insanía, el combate del elfo con un orco en un puente derrumbandose se pasa de la raya y peca por su abundancia. Y así sucesivamente, la acción de La Batalla... puede llegar a frustrar por su extensión. Debería generar el efecto contrario si dejaron toda la acción para el final, pero es tanto lo que hay que asimilar que cansa, incluso cuando varias escaramuzas están muy bien coreografiadas y destacan por su verosimilitud. Donde se le escapa la mano a Jackson es en el CGI. En la primera, faltaba una pulida, cosa que se logró con creces en la segunda. Acá sigue el mismo nivel de pulimiento pero se cometen excesos. Hay un personaje nuevo que no se conoce de antes, encarnado por Bill Connolly, que tiene tanto CGI en su cara que prácticamente es irreconocible, y fastidia. ¿Cúal fue el motivo de tal decisión? El elenco emerge del mar de efectos entregando un sólido frente de combate. Desde el giro oscuro del Thorin de Richard Armitage que logra hacer que lo odies, la pasividad y bondad del Bilbo de Martin Freeman, el clásico Gandalf de Ian McKellen hasta las divas absolutas robaescenas que son los elfos de Lee Pace y Cate Blanchett, todos sacan su costado más aguerrido en esta secuela. Sigue faltando ese héroe en el Bardo de Luke Evans, que ya nunca será Aragorn, pero no molesta demasiado en el conjunto final. No creo poder expandirme más con La Batalla de los Cinco Ejércitos. Es un cierre amable, con bastante corazón, imposible decir mínimo por la calidad de blockbuster que comporta, pero que se queda corta en historia. Es un gran espectáculo, pero uno que apenas cierra esta trilogía precuelística, e hila con trazos finos el puente hacia la trilogía original. ¡Adios, Bilbo! ¡Te vamos a extrañar!
El Hobbit 3, La batalla de los cinco ejércitos, es una película que, obviamente, no puede dejar de ver ningún fanático, ni tampoco ningún espectador que guste disfrutar de aventuras fantásticas de gran impacto visual. Para los amantes de las batallas épicas, esta última entrega será un festín, ya que más de la mitad del film contiene...
Agridulce Despedida ¡Atención, la siguiente nota contiene spoilers de toda la saga! Y llegó a su fin. La adaptación convertida en trilogía realizada por Peter Jackson acaba de concluir. Después del extenso debate y la aceptación de que un libro de trescientas hojas se convirtiera en una saga; con el diario del lunes ya en la mano, podemos decir que las quejas tenían fundamentos. Debo admitir que tanto Una Ventura Inesperada y La Desolación de Smaug me gustaron pero sin llegar a volarme la cabeza como habían sido en su tiempo La Comunidad del Anillo y Las Dos Torres. Pese a haber leído todos los libros, y a sabiendas que El Hobbit es bastante infantil en comparación con ESDLA, el hecho que se estirara la historia con agregados nos hacía suponer que Jackson iba a dar rienda suelta a toda su imaginación y ganas de impactar. Bueno, ERROR. Después de prescindir de la idea de hacer solo dos films, se filmaron escenas extras para estirar la historia y así llegar a la trilogía. O sea, todo fue filmado en conjunto como ya hicieron hace diez años. Pero por alguna extraña razón en esta película es cuando queda más presente la sensación de que se hizo por hacer, sin ganas, y a las apuradas. Como el film se estreno en casi todo el mundo hace unas semanas, uno ya podía leer quejas y opiniones casi en cualquier sitio de cine. Y por desgracia cuando uno ve la película, termina coincidiendo. Y si, apunto al infumable “Jar Jar” Alfrid, personaje cómico de la película, pero que la historia no lo necesitaba. Este insoportable se lleva varios minutos en pantalla, mientras que algunas cosas en particular quedan sin ningún tipo de cierre, como por ejemplo que fue de Bardo y los humanos, o Dain y el ejército de enanos. Esto que voy a comentar no lo veo como un fallo de guion, si no como algo que tenía que pasar porque era funcional con la historia, pero de todas formas no me termino de gustar. Y es que si el gran Martin Freeman era una de las mejores cosas de esta saga; acá pierde bastante importancia con respecto a los demás personajes. Ya con la batalla que da nombre al film, ver el destino de los enanos y como Sauron termina acá hasta recobrar fuerza para la saga de ESDLA es prioritario; nuestro querido hobbit pasa a un segundo plano, casi al grado de ser un personaje secundario. También a destacar que Legolas sigue con sus momentos súper heroicos; y a la vez quiero usar este personaje para una última critica, y es el sobre exceso de cgi que tuvo toda la trilogía. Recordando al peor George Lucas, Jackson decidió prácticamente hacer todo con las computadoras, prescindiendo casi totalmente de las maquetas o los maquillajes y prótesis para sus personajes. El tema que cuando esto no está pulido a la perfección (caso Guardianes de…) se nota y queda muy falso. Solo basta ver los primeros planos a Legolas para ver un innecesario cgi en su rostro que lo hace ver totalmente artificial. De todas formas la película no es un despropósito. Teniendo en cuenta el tono del libro que adapta, Jackson supo darle la suficiente epicidad a este cierre de trilogía como para dejar bien parada a la Tierra Media en caso de volver, como ya dijo. El trió de Bilbo, Gandalf y Thorin sigue funcionando. En especial esta vez es Thorin el que se come la película (esos momentos de locura). Una pena que el resto de los secundarios importantes no tuviera el tiempo suficiente para lucirse. Y así termina la saga del Hobbit. Todos sabíamos que tenia las de perder en comparación con su hermana mayor El Señor de los Anillos. Todos lo sabíamos, por eso sorprende tantos fallos conceptuales de parte de Jackson y su equipo en este cierre. Ahora solo cabe esperar otros diez años, en una de esas volvemos a nuestra amada Tierra Media.
Un cierre a capa y espada El cierre de esta nueva saga tolkiana, adaptación de un libro unitario, de homónimo título, que Peter Jackson infló con un guion anabólico para seguir el tenor de Lord Of The Rings es, sin duda, lo mejor de la trilogía El Hobbit y confirma que la desmesura es el fuerte del director neozelandés. Como en el cierre de la anterior trilogía, en La batalla de los cinco ejércitos Jackson eleva el conflicto a un nivel wagneriano, alternando con pasos maestros entre los enfrentamientos a gran escala (elfos, humanos y enanos versus huestes de orcos y otras monstruosidades) y dramáticas luchas personales que tienen como principales protagonistas a la elfa Tauriel (Evangeline Lilly) y su pretendiente, el enano Kili (Aidan Turner), la pareja romántica que todo (buen) film de acción necesita. Al mejor estilo de un serial televisivo, en el inicio la película retoma el final de la segunda parte, cuando el dragón Smaug (con la voz electrónicamente modificada de Benedict Cumberbatch) despierta de su letargo en el castillo de la Montaña Solitaria y descarga su furia sobre la vecina Ciudad del Lago. La primera media hora muestra el conflicto entre el dragón y el héroe de la ciudad, Bard (Luke Evans), quien, pese a lo insinuado en la segunda parte, no se transforma en el Aragorn de la saga. Este es el segmento menos atractivo de la película; no sólo los personajes no cubren las expectativas sino que la acción se desenvuelve en piloto automático. La batalla de los cinco ejércitos se pone en marcha cuando el líder de los enanos, Thorin (Richard Armitage), cree haber recobrado el oro de la Montaña que perteneció a sus antepasados, lo cual genera un conflicto con elfos y humanos y, finalmente, desencadena la batalla contra los orcos comandados por los impiadosos Azog y Bolg que da título a la película. Durante todo el conflicto, la incidencia de Bilbo Bolsón (Martin Freeman) es mínima: Bilbo cumple el rol de observador, como un cronista medieval, y su candidez y racionalidad son el reverso de la desmesura épica. En el final, Jackson y su equipo de guionistas, liderado por Guillermo del Toro, vuelven al inicio de Lord Of The Rings y muestran a Ian Holm como el anciano Bilbo, que vuelve a contemplar el misterioso anillo mientras recibe la visita de Gandalf (Ian McKellen). Si en sus predecesoras el relleno se notó, esta tercera y última parte, que redunda en la saga más costosa de la historia, redime el retorno de Peter Jackson a los míticos escenarios de Tolkien.
Cita ineludible a una de las grandes obras producto del cine industrial Siempre es más fácil con el resultado puesto, y lo cierto es que mucho de lo que “El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” significa, como cierre de la trilogía basada en el libro de J.R.R. Tolkien, como fenómeno cultural y como obra cinematográfica, ya se anticipaba y se dijo en las dos anteriores y en la trilogía “El señor de los anillos”. Lo que hace Peter Jackson aquí no solamente sirve para terminar de contar “El hobbit”, sino para unir ambas trilogías como parte del mismo universo. Cualquiera que termine de ver éste estreno puede ir a su casa y poner el DVD de “El señor de los anillos: La comunidad del anillo” (2001) para contemplar (ahora sí) toda la historia de Tierra Media. Es cierto, en las tres de “El hobbit” se toman más licencias en cuanto a la sucesión de los hechos o el agregado de escenas que concatenan con lo realizado hace trece años. Ya sea para los fanáticos a secas o del cine como narración clásica, estamos frente una obra indispensable de este género. Sin contar las versiones extendidas son diecisiete (¡¡17!!) horas de duración. Años de gestación. Visto a la distancia es dantesco lo que se hizo con estos cuatro libros. El director neozelandés parece decir: "Nadie va a poder abordar este mega-proyecto de esta manea, salvo que se haga una re-lectura o una re-significación, ya está todo dicho". Cuanta razón tiene. ¿Qué otro proyecto en la historia de las adaptaciones al cine se puede poner a la par? “Harry Potter” está lejos por la irregularidad ante tanto cambio de directores, y “Star wars”, si bien en términos de producción y grandilocuencia está en la misma página, el propio George Lucas fue el que narrativamente se quedó en el tiempo. “El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” retoma la historia como si hace un año alguien hubiera apretado el botón de pausa en la sala de cine. El Dragón Smaug (voz de Benedict Cumberbatch) se dirige a la aldea del pueblo lago para incendiarlo todo mientras los enanos al mando de Throin (Richard Armitage) intentan recuperar la piedra del arca, símbolo del poder legítimo del rey de la Montaña solitaria. Bilbo (Martin Freeman) ve con desolación cómo el oro y el poder corrompe la mente del líder. La otra pata de la historia tiene a Azog (Manu Bennett) organizando a los orcos en un gigantesco ejército para invadir y ocupar el castillo de la montaña solitaria que, recordamos, está repleta de oro. Este símbolo de poder y status, tan viejo como la humanidad, sirve como disparador para que hombres guiados por Bardo (Luke Evans), y elfos al mando de Beorn (Mikael Persbrandt) - con el rebelde Legolas (Orlando Bloom), la bella Tauriel (Evangeline Lilly) siguiendo de cerca -, se unan para alzar espadas, hachas y otros elementos contundentes, contra los enanos. En otro lugar, Gandalf (Ian McKellen) y Radagast (Sylvester McCoy) están prisioneros esperando el rescate por parte de Galadriel (Kate Blanchet) y Saruman (Christopher Lee). Esta escena es clave para la construcción de todo lo que sucede en “El señor de los anillos Así las cosas. Muchos años antes de enfrentarse al oscuro poder de Sauron, la Tierra Media tenía su lindo conflicto de intereses. Este cierre tiene por supuesto una impronta de clímax constante, como sucedía con “El señor de los anillos: El retorno del rey” (2003). Una vez terminado el tema del dragón, el guión de Fran Walsh, Philippa Boyens, Peter Jackson y Guillermo del Toro se aboca por completo a plantear, desarrollar, y justificar los cinco puntos de enfrentamiento bélico que llevarán, una vez más, a secuencias de acción sencillamente espectaculares. Como dijimos hace un año, fue una gran jugada darles lugar a dos personajes que apenas aparecían en los apéndices del libro de Tolkien. Azog y Tauriel, los que aportan un antagonismo mucho más rico en su forma y la historia de amor, respectivamente. Aun cuando esta última, si bien no es trascendental para el contexto general, agrega los elementos dramáticos necesarios para instalar sentimientos encontrados en los personajes que giran alrededor ella. Un poco como sucedía con el vínculo entre Aragorn y Arwen en la saga anterior. Como es habitual en Peter Jackson, el manejo del montaje paralelo, las escenas de batallas, y sobre todo la esencia dramática de la historia, es magistral. Se toma tan en serio todo que realmente se perciben los tintes épicos decorados con momentos emotivos. La fidelidad, los valores del alma y del corazón, la convicción en el honor y en la palabra empeñada, son las virtudes que se resaltan en este enfrentamiento entre el bien y el mal. Bien clásico. Tanto que el uso del 3D es casi injustificado. No es el tipo de chiches que aportan al cine de Jackson porque todo lo otro ya es suficientemente espectacular. Somos espectadores contemporáneos de uno de los grandes eventos en la historia del cine industrial. Pasarán los años y así como quien escribe ha preguntado con asombro y cierta envidia: “¿Pudiste ver “Ben Hur” en el cine en su momento de estreno?”, lo mismo ocurrirá con los nietos. Por lo que sea, “El hobbit: la batalla de los cinco ejércitos” es una cita ineludible con el cine de pura aventura.
Tratado sobre la violencia épica Tenía que pasar. No sólo el final de la trilogía en la que Peter Jackson convirtió a “El Hobbit”, sino el estallido de la bomba jacksoniana en toda su potencia. Cuando en estas páginas comentamos las anteriores entregas de esta saga, hablábamos de “desmesura” y “expansión”, en contraste con la contrición que conllevó “El Señor de los Anillos”. Y esta tercera entrega le permite “irse de mambo” en el mejor sentido de la expresión. Situémonos en la historia: estamos en el momento en que el Profesor de Oxford le imprime al relato un giro inesperado: quizás a la manera de esos cuentos que los adultos dilatan con vericuetos hasta que los niños se duerman, en este punto el temible dragón Smaug deja a la compañía de enanos (más Bilbo) en la Montaña Solitaria, para cargar contra la Ciudad del Lago (alguien podría decir que el gran mitógrafo recurrió en sus dos obras mayores a formas narrativas novedosas). Así, el principio nos lleva al enfrentamiento de Smaug con el arquero Bard (descendiente de aquel que lo hirió antaño). Y ahí se acaba el villano para desplazar el rol hacia Azog el Profanador (y su hijo Bolg). Los hombres salvados por Bard quieren las riquezas prometidas para reconstruir la ciudad de Dale (Valle), y el rey elfo Thranduil reclama unas gemas largamente esperadas. En eso están las tres razas antes de la contienda mayor, cuyos motivos están aquí mejor explicados, a partir de la subtrama del “Nigromante” (que Tolkien expuso en el principio de “La comunidad del Anillo”): el accionar de Gandalf, Galadriel (luminosa y temible, como nunca la vimos), Elrond y Saruman revelará su identidad y la de sus nueve secuaces. Algún ortodoxo se quejará de la subtrama reservada a Kíli y Tauriel, pero tal vez sea la mejor invención de Jackson y sus coguionistas (después de la propia Tauriel como personaje agregado). Una de las tareas del neozelandés ha sido darles vida individual a personajes que son a veces “devorados” por el legendarium como un todo viviente. En movimiento Ya hemos expresado largamente al comentar los episodios previos la brillante puesta visual (marcada por el diseño conceptual de Alan Lee y John Howe): brillante por la luz y los colores en los que crece la fotografía, en ajuste con las cámaras que filman en 3D a 48 cuadros por segundo (y al retoque digital de color); la luz nocturna recuerda más a escenas oscuras como las de “Las dos torres”. Y ya que nombramos a “Las dos torres”, con su Batalla del Abismo de Helm, vale decir que aquí (seguramente con una ayudita tecnológica) se lucen más los movimientos coreográficos de los elfos, contra la áspera marcialidad de los enanos y la organizada brutalidad de los orcos. A ese exceso nos referíamos en el comienzo: de las batallas mano a mano al choque colectivo, buena parte del filme es un tratado sobre las formas épicas de la violencia (y el coraje). Pero también sobre el devenir a una conciencia elevada de los orgullosos como Thorin y Thranduil, de la participación del modesto Bilbo en ese tránsito, de la lealtad a los sentimientos de Tauriel (y de Legolas); y de mucho más, que nos sería imposible abarcar aquí. Encarnados Martin Freeman vuelve a ponerse a Bilbo al hombro, pero esta vez le toca perder protagonismo a manos de un oscuro Richard Armitage como el atribulado Thorin, luchando con sus propios fantasmas. Y de Evangeline Lilly, la belleza pelirroja capaz de dotar a su Tauriel de toda la humanidad de la que una elfa es capaz. Lee Pace luce ideal en la piel del gélido y soberbio Thranduil. Luke Evans no encarna mal a Bard, pero el representante de los hombres genera menos empatía que los de otras razas. Como el sabio Balin, el buen anciano enano encarnado por Ken Stott; o el querible (y querido) Kíli, con la facha de Aidan Turner (un metrosexual, para los estándares de su raza). Dean O’Gorman como el fiel Fíli y Billy Connolly como Dain completan el cuadro de honor de los enanos. Del otro lado, Manu Bennett está debajo de la digitalizada piel de Azog, con largos parlamentos en una lengua negra, mientras que John Tui hace lo propio con Bolg, más dado a la brutalidad que a los discursos. Benedict Cumberbatch está detrás de las procesadas voces del dragón y del Nigromante. En el medio, Ryan Gage como Alfrid descomprime con su rol bufo. Ian McKellen como Gandalf, Hugo Weaving como Elrond y Christopher Lee como Saruman tienen simplemente que aparecer para ser los personajes que ya quedaron en el inconsciente colectivo. Diríamos lo mismo de Cate Blanchett en su rol de Galadriel, si no hiciese crecer aún un poco más a la hija de Finarfin. Y otro tanto de Orlando Bloom en el cuero de Legolas: a fin de cuentas, el elfo aventurero era un muchacho con sentimientos. Termina así la fiesta tolkieniana, con toda la pirotecnia. A menos que a Jackson se le ocurra filmar “Los hijos de Húrin”... pero ya sería otra historia.
La nueva incursión de Peter Jackson en la Tierra Media ha terminado. Después de tres películas pasables, se cierra otra trilogía. Una que no hará historia ni marcará generaciones futuras - como lo hizo El Señor de los Anillos a principios del nuevo milenio -, pero que sirvió como un buen aperitivo para aquellos que nos enamoramos de Tolkien en el 2001 (y para que Jackson volviera a forrar sus bolsillos de dólares otra vez). Ciertamente la trilogía basada en El Hobbit es una bolsa de gatos. Hay grandes momentos y excelentes personajes pero, en sí, la historia de fondo se siente hueca. Ya no es el bien contra el mal peleando por la supervivencia de su raza sobre la faz de la Tierra, sino un grupo de gente caprichosa peleándose entre sí por un montón de oro. Hasta la historia épica de fondo - de que los enanos iban a recuperar su reino arrebatado por la fuerza por el dragón Smaug - se ha diluído. Igual los personajes están escritos con intensidad - el sacrificado Bardo, que se redime matando al dragón y se vuelve el líder de su pueblo; Bilbo, que es puro coraje y sentido común; el romance imposible entre la elfa Tauriel y el enano Kili; incluso el rey Thorin, envenenado por la codicia, que va y vuelve según sus estados de ánimo, y logra redimirse sobre el final con una gran dosis de valentía y tragedia - y todos tienen sus momentos; pero, por contra, hay algunas escenas demasiado estiradas / exageradas que bordean la parodia - como el combate entre Legolas y el orco asesino -, y algún que otro personaje molesto, mal escrito como comic relief, como es el caso de Alfrid, el anodino asistente del burgomaestre de la Ciudad del Lago. He aquí el Jar Jar Binks de la Tierra Media. El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos es menos un filme evento y mas una película pochoclera. Hay muchos efectos especiales, hay montones de batallas, hay proezas físicas imposibles y hay criaturas espeluznantes. Lo que le falta a esto es una razón de ser, mas allá de ser un filme reunión de personajes ultraconocidos de la Trilogía del Anillo (y darle una excusa a los fans para reencontrarse con sus ídolos). Si uno despoja al filme de sus impresionantes CGI y se centra en el texto del libreto, verá que la historia es banal y carece de fuerza dramática. El problema es la ausencia de grandes temas, que es lo que hacen a un filme épico: la lucha contra fuerzas opresoras que superan en un número abrumador, y el descubrimiento de la valentía - que es lo que hace a los héroes - en un momento desesperado. Es mucho mas emocionante el dispar duelo entre Bardo y Smaug en los minutos iniciales del filme, que los 45 minutos finales saturados de ejércitos computarizados masacrándose entre ellos. Incluso la resolución tiene algo de insatisfactorio - ¿y la suerte del Bardo? ¿y la de Tauriel? ¿Bilbo se va así como así? ¿y la nación enana, qué va a hacer con la fortuna y la ciudad de Erebor? -, porque no da la impresión que se haya restaurado algún tipo de equilibrio. Siendo fan de la Trilogía del Anillo, debo reconocer que la Trilogía del Hobbit me resulta indiferente. Veo los filmes, los disfruto, pero no he salido corriendo a comprar su banda sonora, o a alquilarlos, o a reverlos en una copia remasterizada de alta definición. Desde ya, no los siento un aborto como La Amenaza Fantasma y la trilogía de precuelas de George Lucas - Peter Jackson aún se mantiene en forma, e incluso en un mal día puede dar un par de escenas impresionantes -, pero no terminan de llamarme la atención. Y si tuviera que concluir algo sobre El Hobbit: La Batalla de los Cinco Ejércitos, diría que es una linda película para alquilar un fin de semana, pero no deja de ser un espectáculo emocionalmente inerte, a menos - claro - de un puñado de escenas en donde los actores triunfan forjando a su medida sus personajes y logrando hacer algo emocionante por encima de lo mecánico del libreto. - See more at: http://www.sssm.com.ar/arlequin/hobbit-3.html#sthash.LFBEeF2b.dpuf
"Una última vez" Peter Jackson vuelve a dirigir en la Tierra Media, en su segunda trilogía del universo de Tolkien. Con nueva tecnología superadora de la que había empleado hace diez años con “El Señor de los Anillos“, el director corrigió una de sus críticas más severas: muchos las catalogaron de densas y aburridas. Ahora recurre a una puesta en escena más espectacular pero como consecuencia se aleja de la fidelidad al libro. Era de esperarse, un solo libro llevado a tres películas. Para llenar los blancos Jackson recurrió a los apéndices de Tolkien, a algunas cosas que quedaron afuera en “La Comunidad del Anillo” y a su propia inventiva. Aunque algunos fanáticos se molestaron, el resultado global es bueno. Nada de caminatas interminables, ni un segundo de calma. Mucha tensión y preguntarnos qué se trae cada uno entre manos, y cuáles son las verdaderas intenciones de cada bando. Quizás Jackson haya aprendido algo de intrigas de Juego de Tronos. Y por supuesto no podría aumentar la acción drásticamente sin aumentar el uso de CGI (imágenes generadas por computadora, por sus siglas en inglés). Francamente a esta altura ya dejamos de distinguir una montaña hecha con CGI que una de verdad. En esta entrega también se recurre a captura de movimiento para personajes como los orcos, y pantallas verdes en todos lados. Ian McKellen, que interpreta a Gandalf, se quejó de esto señalando que como actor se le hacía muy difícil hablar con una pelota en un palito verde y no otro actor. Pero el resultado global fue bueno, no se ve falso sino al contrario: es un mundo de fantasía. Es difícil imaginar una película de fantasía épica en la que no nos salga el CGI por las orejas. Dentro de lo que se espera de este tipo de películas no es excesivo. Muchas de las armas, carros de batalla, armaduras y formaciones son concordantes con la Tierra Media de Warner. Basta con haber jugado alguna de las aventuras que las diferentes plataformas le ofrecen al nerd desprevenido como Battle for Middle Earth o Shadows of Mordor. Punto a favor para hacer la película más inclusiva con otros productos del paquete. Por otro lado, también es la segunda vez que se aplica el método del HFR. Un método polémico. El Hugh Frame Rate se refiere una mayor cantidad de fotogramas por segundo (fps). Desde que el cine dejó de ser mudo se usa un número estandarizado de 24 fps. Esto es así de toda la vida y muy pocas películas han experimentado con cambiarlo a 48 o 60 fps. Primero, porque sólo es posible en una proyección digital. El famoso rollo de película no puede con esto. Por ejemplo, Avatar de James Cameron, se filmó con 60 fps. Pero el ojo humano capta las imágenes en movimiento a 24 fps en la vida real, así que ver una película con HFR es un poco raro. Se vuelve bastante confuso en escenas donde los personajes se mueven rápido, como una lucha. Quizá la solución hubiera sido ser selectivo en el uso del HFR en algunas escenas solamente. Si vamos a hablar del guión, estoy conforme. Los espacios en blanco están en general bien llegados, aunque hay momentos en que no parece tener sentido y tenemos que hilar fino para encontrárselo. Por supuesto, el espectador que no leyó los libros no tiene este problema en absoluto. Incluso (nunca pensé que diría esto) llegue a querer al personaje original de Jackson, Tauriel, después de que fuera demasiado exasperante en la entrega anterior, “La Desolación de Smaug“. Al final todos los arcos argumentales cierran bien y dan pie a “La Comunidad del Anillo” y los sucesos que van 60 años después que está historia. Y por cierto, quiero felicitar a Guillermo del Toro por el diseño conceptual del dragón Smaug, puro CGI, pero realmente memorable. Como puntos fuertes tenemos más acción, estilo de vídeo juego, y más del universo de Tolkien que por cierto acaba cerrando bien con momentos emotivos (que nos inducen al suicidio, en realidad). Como debilidades, la poca fidelidad al libro, y el uso indiscriminado del HFR. El CGI es bueno pero no excesivo, con riqueza en los detalles, y por cierto el 3D está bien hecho para sentirnos dentro de la película. Una buena despedida a la Tierra Media en cines, quién sabe por cuánto tiempo. Agustina Tajtelbaum
Un cierre digno y entretenido Mucho se había hablado sobre este nueva trilogía de Peter Jakcson y mucho se la había comparado con su obra máxima, "El Señor de los Anillos". La verdad es que en ese enfrentamiento "El Hobbit" resultaba ser siempre la perdedora y con razón. Para empezar, en las historias contadas en los libros de Tolkien, "El Señor..." es mucho más rica y compleja que el "El Hobbit", por lo cual ya de entrada la historia es superior. Dicho esto, las aventuras del hobbit Bilbo Bolsón no son para menospreciar en absoluto, pero no tienen tantos matices como la obra máxima de Tolkien. Bastante alto había comenzado esta nueva trilogía de Jackson con "Un viaje inesperado", introduciéndonos nuevamente en la Tierra Media, presentándonos personajes que conocíamos de los libros pero nunca habíamos visto en el cine y entreteniéndonos con aventuras épicas y mágicas. En la segunda parte, "La desolación de Smaug", el entusiasmo y la calidad decrecieron un tanto, el primer factor por el hecho de que se planteó un estiramiento innecesario de la trama con un fin puramente económico y el segundo por el estancamiento de la dinámica del relato para enfocarse en detalles que, por más lindos que resultaran a la vista y a la imaginación del fan, eran bastante superfluos. Estirar tanto una historia tiene efectos despotenciadores en su impacto. Situaciones que en el libro eran realmente interesantes, se terminaban desinflando en la película por este alargamiento. Por suerte esta tercera parte y cierre de la trilogía, vuelve renovada, más dramática, épica y oscura. Finalmente Jackson avanza con todo el cierre de la manera que esperábamos, con mucha ansiedad creada en el espectador, con grandes momentos de tinieblas, traición, camaradería, amistad y, sobre todo, mucho heroísmo. El comienzo ya es dinámico y marca los épico que va a ser todo lo que sigue. Las batallas son grandilocuentes y recuerdan nuevamente la gran producción de "El Señor...". Los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, a pura espada, flechas y lanzas, nos ofrecen aventura combinada con mucha acción de la buena. Podrán ver ejércitos de elfos, de orcos, de enanos, de hombres, todos batallando por una porción de la riqueza de Erebor, riqueza que hizo perder la cabeza a los antepasados de Thorin y ahora amenaza a la integridad del mismísimo rey enano, teniendo como titiritero al señor oscuro, Saurón. Un gran final para esta historia de aventuras y heroísmo, que por más de que trastabilló con un estiramiento innecesario, se las arregla para despedirse con muchos homenajes y guiños a sus fanáticos. Un verdadera fiesta para los amantes de la Tierra Media.
VideoComentario (ver link).
Para poder analizar correctamente La Batalla de los Cinco Ejércitos, tenemos que retrotraernos al final de la película anterior. ¿Por qué? Porque para mi La Desolación de Smaug tiene uno de los peores finales de la historia del cine, y Peter Jackson parece darme la razón con los primeros 15-20 minutos de esta última aventura. Todos recordamos a Smaug bañado en oro, volando hacia la Ciudad del Lago y gritando "I am Fire! I am Death!". Bueno, esta tercera parte de la historia arranca justamente ahí, y en pocos minutos, ya se resuelve el plot del dragón. Por ende, la primera media hora de película es desperdiciada cerrando el final de la anterior. Otra escena que nos había quedado colgada es una sub-trama inventada exclusivamente para esta adaptación, que es la captura de Gandalf a manos del Nigromante (o mejor dicho, Sauron). Pero, nobleza obliga, esta instancia me parece mucho mejor resuelta que la mencionada previamente y sirve muchísimo para enganchar esta trilogía con la de El Señor de Los Anillos y, ya que estamos, mostrarnos un par de caras conocidas como Saruman, Elrond y Galadriel (la Liga de la Justicia de la Tierra Media) repartiendo un par de piñas. Con estos muertitos dejados atrás ya nos podemos adentrar bien en lo que es La Batalla de los Cinco Ejércitos, en donde Bilbo y sus trece enanitos tendrán que defender la Montaña Solitaria de todas las fuerzas que vienen a apropiarse del tesoro de Erebor. Y en esta parte es donde toma muchísima relevancia Thorin, interpretado por Richard Armitage (Into The Storm, Captain America: The First Avenger), que nos envuelve en una temática tratada hasta el hartazgo por J.R.R. Tolkien (Juan Román Riquelme Tolkien): la codicia y la sed de poder. Recién en este momento entra a la cancha Bilbo, que hasta el momento estaba pintado al óleo. Y esto me jode un toque también... ¡Joder! le hubieran puesto El Enano en lugar de El Hobbit. De las tres películas, es ésta en la que Bilbo (nuevamente interpretado de manera excelente por el inglés Martin Freeman) tiene menor injerencia en el desarrollo de los acontecimientos. Después, sí. Pasamos a lo bueno, a lo que Peter Jackson hace de taquito: la guerra. Tras un pequeño lapso de tiempo en el que todas las fichas se van acomodando en el tablero, ya estamos listos para ver lo que vinimos a buscar. Enanos contra humanos, contra orcos, contra amigos de Javier Ceriani (quien no sepa quién es Javier Ceriani, por favor... Google)... todos contra todos. Y la batalla comienza. Las escenas de acción están trabajadas a la perfección para que saltes del asiento a cada rato, le agarres la mano fuerte al que tengas al lado, te estremezcas y tengas un mundo de sensaciones. Acá es cuando lamentamos que Jackson haya elegido rodar la película en digital y no en fílmico como en la trilogía original, porque se pierde un poco el sentido de grandeza que tiene el combate. En algunos casos, hay abuso de CGI (a vos te estoy mirando, Legolas), y escenas que ya se pasan de ridículo (la escena en la que los enanos suben la montaña casi a 90 grados subidos en unos cabritos es demasiado), pero por más cosas que le quieras buscar, la Batalla de los Cinco Ejércitos te paga sola el precio de la entrada. Con el combate finalizado, a Jackson sólo le queda emprender el largo camino de vuelta a la Comarca, y dejarnos un par de links a La Comunidad del Anillo para cerrar la trilogía. Para concluir, debo decir que esta nueva trilogía me deja un sabor un tanto agridulce. Por un lado, me pasó lo que todos sabíamos que iba a pasar: no hay material en El Hobbit para llenar tres películas; gracias a esto tenemos un montón de personajes que no existen en el material original, que en algunos casos funcionan, como la elfa Tauriel (interpretada por Evangeline Lilly) y en otros sólo sirven como Jar Jar Binkses de turno, como Alfrid (Ryan Gage). También tenemos escenas muy estiradas que nos dispersan un poco la atención de lo que realmente está pasando. Por otra parte, creo que Jackson consigue cerrar esta nueva trilogía de una forma bastante piola, enriqueciendo el universo cinemático de la Tierra Media, y llenando los huecos que deja el material original generando un todo cohesivo. Sólo por esto, ya podemos decir que este viaje inesperado valió la pena. VEREDICTO: 7 - CASI GOL Peter Jackson cierra su participación en la Tierra Media con una película muy buena, pero no increíble. Aunque imperfecta, es ampliamente disfrutable y a fin de cuentas, para eso vamos al cine, ¿no? Gracias Peter. Te vamos a extrañar.
Nada nuevo bajo el sol, para decepción del espectador El hobbit vuelve a bucear en el universo de Tolkien, excede al libro original y fuerza un final que no conforma. Nada nuevo… Ni bajo el sol de El hobbit-película, ni bajo el uso que el cineasta y productor Peter Jackson hizo del libro de John Ronald Rauen Tolkien para lograrla en una saga. Nada nuevo para el cinéfilo que siguió las tres entregas, a cual más decepcionante. Sabido y anunciado fue, que para lograr unas nueve horas de película, el neozelandés debió recurrir a elementos del universo de Arda creado por el autor, donde se insertan los relatos que tienen lugar en la Tierra Media: El Señor de los Anillos, El Silmarillion y Los hijos de Hurín. Con un poco de aquí y allá, agregando personajes y situaciones que el cuento siquiera registra, Jackson logró estrenar en diciembre de 2012 una primera parte entretenida y muy tentadora, transitó un año después una segunda bastante más oscura y con cuarenta minutos a una hora de más, y arribó a esta última condimentando, estirando y arrastrando hasta completar los preanunciados 177 minutos, que en sala y sin considerar descanso ni créditos finales se reducen a poco más de dos horas. Luego de un inicio directo del relato anterior y sin mucho prólogo, se pasa a contar el estrago que el dragón Smaug hace de La Comarca luego de que el hobbit Bilbo Bolsom ayudase a recuperar el reino de Erebor para sus dueños originales, los enanos, todo con apoyo del mago Gandalf, los elfos y los habitantes de la región. Cada uno de esos pueblos hizo su parte a cambio de obtener una porción del magnífico tesoro que guarda el castillo de la Montaña Solitaria, donde antes residía el ambicioso Smaug. Pero “la enfermedad del dragón” termina por afectar al rey de los enanos, Thorin “Escudo de Roble”, hijo y nieto de Thráin I y II, que perdieron su poder por su codicia. De vuelta en su trono, Thorin se ciega ante la visión del tesoro, se niega a hacer honor a su palabra y desconfía hasta de los propios, desatando una guerra que converge con la que imponen los orcos al mando del monstruoso Azog. Unirse o perecer es el desafío. Todo es batalla y más batalla, compleja, imposible, demasiado computadorizada, y la recurrente desolación de quien pide que la acción encuentre, por fin, definición.