Ascenso y caída en simultáneo En El Potro (2018) Lorena Muñoz hace exactamente lo mismo que hizo en ocasión de Gilda (2016) y no se puede acusar a la directora y guionista de copiarse a sí misma en vano porque la movida le sale más que bien, algo muy loable en el cine argentino actual lleno de modelitos, actores televisivos y personajes de dudoso talento y con apellido conocido. Aquí la susodicha reproduce el esquema narrativo general de antaño, tan delicado como sensible, aunque curiosamente no cuenta con un equivalente marketinero masculino de Natalia Oreiro ya que se jugó por un ignoto Rodrigo Romero y como en el caso de la reciente El Ángel (2018) con Lorenzo Ferro, la decisión arroja saldo positivo porque el susodicho aporta frescura y garra a lo que de otra forma sería repetición de caras quemadas y una nueva travesía de un pequeño burgués hacia la fama y ese ardor popular que ensalza a los artistas sin ver la explotación y la espiral autodestructiva que hay detrás hasta que es tarde. Mientras que Gilda ofrecía la versión femenina de esta amarga odisea musical en un país pauperizado y con un circuito cultural muy marginal y reducido como el nuestro, plagado de mafias, parásitos, conservadurismo y el eterno “todo a pulmón”, El Potro en cambio apuesta por llevar al extremo la idiosincrasia masculina de la mano de un bello catálogo de recursos como un Complejo de Edipo omnipresente, ese carisma innato, la promiscuidad, adicciones, alguna que otra orgía, el hecho de elegir la carrera antes que la familia y finalmente la presencia de una pasión atormentada que estaba ausente en la película previa de la realizadora, lo que por cierto nos coloca ante un film que supera a la correcta aunque algo anodina Gilda y pone en primer plano la dialéctica del artista con un ritmo de vida frenético e impetuoso al cual no puede renunciar porque la alegría de la libertad absoluta en la vida privada siempre resulta más gratificante que las responsabilidades y/ o la fidelidad. Artífice de la popularización del cuarteto durante el tramo final de la década del 90 del siglo pasado en todo el país y en especial Buenos Aires, en una expansión de público muy superior con respecto a lo realizado por Carlos “La Mona” Jiménez durante los 70 y 80, Rodrigo Bueno apenas si pudo vivir el huracán de la juventud porque falleció en junio del 2000 a la temprana edad de 27 años y en la cima de su carrera luego de llenar trece veces el estadio Luna Park. En un principio los actores que representan a los padres del muchacho, los excelentes Daniel Aráoz y Florencia Peña, parecen comerse a un Romero que empieza la película bien por debajo del ala de sus progenitores, no obstante de a poco la historia comienza a profundizar en la independencia del cantante vía la muerte del padre y el paso a segundo plano de la madre, lo que da lugar al esquema de la noviecita embarazada que no entiende que el hombre no pueda abandonar el ciclo de fiesta, cocaína y groupies regaladas. Desde ya que la propuesta es menos condescendiente para con el ídolo popular que lo que fue Gilda hacia la retratada de turno (quizás Muñoz se identificó más con la naif y aséptica vocalista de cumbia que con el cordobés, por ello hoy dejó de lado -en gran medida- la sobreexplotación de su figura con una multitud de shows por noche y el robo del que fue objeto por parte de las compañías discográficas), sin embargo hay cierta empatía burguesa de fondo -la de la realizadora y el equipo creativo para con Bueno, también de clase media- que ambas obras comporten y que habla del borramiento de estratos sociales al momento de la escucha, por más que la raigambre popular de las canciones del joven esté mucho más en sintonía con la iconografía melodramática y pícara de los marginados. El Potro también sabe combinar el tono profesional y seco del cine de nuestros días con chispazos sutiles de momentos grotescos que hacen a la realidad concreta que atravesó el protagonista y que suman osadía a un desarrollo muy concienzudo y de pulso fúnebre, en el que la parábola del ascenso y la caída en simultáneo se une con una eficacia narrativa sin ningún bache…
El Potro: Oíd mortales el grito sagrado. El cine, la música, la literatura, entre tantas otras artes, son sinónimo de inmortalidad, el mundo seguirá girando, los rostros serán otros, pero aquellas canciones épicas seguirán sonando, los clásicos en la pantalla seguirán deleitando a millones y harán de ello un culto, así como en las páginas de los libros el autor nunca jamás podrá morir del todo. En una época donde el recuerdo de los ídolos está en auge, desde aquellos que han abandonado carne y hueso para imprimir con más vehemencia su espíritu en todos los fanáticos, sea el caso de Gilda o Piazzolla, recientemente, como aquellos que han vuelto a la fama después de años de ausencia, como es el caso de Luis Miguel, con su exitosa serie producida por Netflix. Entonces le toca el turno al Potro, a Rodrigo, el bebote; aquel joven extraño de pelo largo que se volvió sin duda lo mejor de Córdoba en material musical, (sin entrar en discusiones y comparaciones con el gran ícono La Mona Jiménez) el ascenso fugaz del joven cordobés y la locura que desató por el cuarteto, instalándolo en los teatros y boliches porteños, no tiene comparación alguna ni imitación posible. Lorena Muñoz, directora de Gilda, toma la vida de Rodrigo y vuelve, una vez más, a inmortalizar al cantante y a entregarnos a la persona detrás de él. Como lo hiciera anteriormente con su protagonista femenina, quizás en una versión mucho más naif que la que nos convoca hoy. Muñoz, aparte de ser una directora fantástica, es una narradora impecable. No hay detalle que se le escape a ese ojo cinematográfico que lleva en sus pupilas, sabe cómo y donde poner la cámara para lograr el mejor plano posible, entiende cuando el actor protagonista tiene que ser un actor consagrado (como fue Natalia Oreiro) y cuando la apuesta va por el lado de un actor no conocido, un don nadie momentáneo agazapado como un potrillo, esperando el momento indicado para ganar la carrera de su vida. Eso fue Rodrigo Bueno y eso es sin duda Rodrigo Romero, el notable actor que encarna al cantante cordobés. Desde las primeras épocas de Rodrigo, un pibe ingenuo y bonachón que cantaba canciones románticas y melosas, hasta convertirse, luego de la muerte de su padre, en la figura absoluta del cuarteto cordobés. Aquel loco lindo de los pelos azules, rojos, verdes, víctima de una exposición acelerada en los medios y en el público. El relato planea sobre la vida del ídolo y da cuenta de aquel lado invisible de la fama, los excesos, la angustia precipitada, la peor soledad rodeado de gente. Y encuentra en el actor Rodrigo Romero un diamante en bruto, del cual pareciera se puede seguir y seguir sacando emociones, gestos, sonrisas, guiños de ojo, propios de Rodrigo Bueno, es así que el actor no interpreta a Rodrigo, el actor es Rodrigo, en la luz de su éxito y en la sombra de sus pesares. El resto del elenco es otro acierto de la directora, Florencia Peña brilla como la madre de Rodrigo, con algún tinte presente del complejo de Edipo;es esa madre, todos recordamos, moría por su hijo. Peña compone a una Beatriz Olave perfecta, no importa la tonada cordobesa, importa haber encontrado el tono, la mirada y el espíritu de una madre dispuesta a todo por su hijo. Lo mismo para Daniel Aráoz como el padre y párrafo aparte para Fernán Mirás, en el papel del Oso, representante y amigo del cantante. Mirás debería tener más papeles que estén a la altura de su calidad actoral, o más directoras que lo sepan aprovechar como Lorena Muñoz. Más allá de la controversia sobre si rubia o morocha, Jimena Barón prende fuego la pantalla como Marixa Bali, dotando de una química absoluta a la relación con Rodrigo Romero, misma pasión que llevaron en la vida el potro y la bailarina cantante. Y Malena Sánchez, interpretando a Patricia, la mujer con quien Rodrigo tuvo a su hijo Ramiro, demuestra una vez más que es de las actrices jóvenes más talentosas del momento. Rodrigo Bueno fue sin duda “lo mejor del amor”, en cuanto al cuarteto musical, Lorena Muñoz es de las mejores directoras con las que cuenta el cine argentino, de mirada sensible y filmografía poética. Queda por decir, entonces, que El Potro, reúne dos talentos mancomunados en una propuesta emotiva como su protagonista merecía, una leyenda que vuelve a abrazar la inmortalidad.
La figura del cantante bailantero Rodrigo Bueno regresa a la pantalla grande en "El potro, lo mejor del amor" una nueva ficción de la directora Lorena Muñoz que desde hace más de 20 años retrata grandes músicos populares de la voz argentina como la cantante de tangos Ada Falcón, la bailantera Gilda y ahora con la ficcionalización del músico cordobés. por Javier Erlij El film abre siguiendo la cámara de espaldas a Rodrigo Romero, encargado de darle vida en la ficción al cantante oriundo de la provincia mediterránea, con un plano secuencia hasta el ingreso al escenario convertido en ring en el Luna Park, antes de aparecer el título que le da el nombre a la producción. La escena es un verdadero homenaje a un retratador de detacadas personalidades como fue Leonardo Favio, recordando a una de las escenas de "Gatica, El Mono", donde el boxeador tampoco pudo escapar a su sino trágico. La madre de Rodrigo, Beatriz Olave, está interpretado por Florencia Peña, donde en los primeros momentos antes de alcanzar la cima del estrellato, fue una de sus quillas para poder ascender. La actriz escapa del género de la comedia que nos tiene acostumbrados para componer a una muy creíble y potente madre con una gran influencia en la vida de Bueno. Luego de insistir, de ensayos trasnochados, el músico convence a su padre, y a su vez, su progenitor a una discográfica para grabar uno de sus temas y parten de la provincia de Córdoba hacia la Capital Federal. "En ese escenario pasaron los más grandes boxeadores desde Nicolino Locche, Ringo Bonavena, Carlos Monzón, Acordate que algún día vos también vas a llegar a cantar en el Luna Park", asevera el personaje de Aráoz a Rodrigo. El destino trágico de la mayoría de estos boxeadores que pisaron el cuadrilátero, también será compartido con el desenlace final del compositor del cuarteto ocurrido en un accidente de tránsito. En el rol del padre una actuación para disfrutar de principio a fin, Daniel Aráoz mientras que Fernán Mirás compone a El Oso, en una conmovedora y exquisita interpretación que seguramente será recordada por su potencia en su papel como la fue en "Tango Feróz". El personaje que encarna Aráoz muere en los inicios del ascenso de la carrera de Rodrigo, y junto a El Oso, fueron los representantes del compositor. La realización combina el acorde de las pegadizas melodías de las canciones con la vida misma del cantante cordobés, pero no quedan descolocadas sino que enriquecen la trama argumental, en alguna de ellas convertidas en un video clip combinando el Eros y el Tánato en una mismo tema musical. Romero encarna a Rodrigo en una actuación muy verosímil y donde en los últimos tramos de la película su parecido con el músico en voz y presencia es notoria imantando en los espectadores la atención con su presencia en la pantalla grande. El público que disfrutó de "Gilda, no me arrepiento de este amor", también saldrá más que satisfecho de la sala, pero la vida de Bueno, más allá que ambos murieron a causa de accidentes viales, tiene muchos claroscuros para retratar, logrando un film donde el espectador transita una catarata de emociones. La directora Lorena Muñoz capta como pocos el espíritu de los grandes cantantes populares argentinos. Uno de los films más esperados y logrados del año de las realizaciones nacionales. Puntaje: 10 (diez)
Cabellos de colores, cuarteto y una vida llena de sentimientos son como definiría los últimos momentos de la leyenda de Córdoba que nos hizo mover los pies al ritmo de su música. por Alejandro Ramirez “El Potro-Lo mejor del amor” retrata la vida de Rodrigo Alejandro Bueno, interpretada por Rodrigo Romero de 29 años, cordobés, de procedencia humilde, profesión albañil, que gracias a su parecido con El Potro y un casting, interpreta a nuestro cuartetero preferido. Cabellos de colores, cuarteto y una vida llena de sentimientos son como definiría los últimos momentos de la leyenda de Córdoba que nos hizo mover los pies al ritmo de su música. Rodrigo, el actor, nunca había cantado ni bailado, por lo que tuvo que practicar por meses los pasos y gestos del ídolo, para poder interpretarlo en la película, con la dirección de Lorena Muñoz, hoy podemos ver a este chico de barrio sin estudios de actuación, darnos una excelente interpretación y de nivel. En este largometraje también podemos ver a Florencia Peña como Bety Olave, la madre de Rodrigo, quien lo contuvo y apoyo en todo su proceso hasta la fama, como también a Jimena Baron como Marixa Balli el gran amor del cantante y por otro lado Patricia Pacheco madre de su hijo quien lo acompañó en el transcurso de su éxito. Las escenas se ven bien logradas y de calidad con matices bien de la época de los 90° sumergiéndonos en esos tiempos de música tropical, nos deja ver bien de cerca los sentimientos más profundos de nuestro ídolo como también sus excesos que desgraciadamente lo llevaron a sus etapas más oscuras. Pero no todo es tristeza en esta película, gracias a Lorena Muñoz podremos ver los tintes más coloridos de Rodrigo con sus primeros pasos en la fama y hasta un hermoso guiño a Gilda, el anterior éxito de Lorena. Cantar, llorar, bailar y hasta un gran sentimiento de nostalgia te darán al ver este film que viene de la mano de Telefe y Fox que nos hacen ver que cuando dos grandes compañías cinematográficas se juntan, pueden hacernos pasar unos grandes momentos.
Rodrigo Bueno, conocido simplemente como Rodrigo o El Potro, fue un popular cantante y compositor de cuarteto, género musical de origen cordobés. Es posible que en Argentina no necesite presentación, pero para poder analizar una película hay que tomar lo que aparece en la película y El Potro, Lo mejor del amor es un clásico biopic musical, un género existe desde que el cine es sonoro y que hoy está más vigente que nunca, no solo acá, en todos los países donde hay gran producción de cine. Un músico que luchó por encontrar su estilo y que hizo del género de la provincia donde creció un género para todo el país, triunfando en la capital, llenando trece noches consecutivas el mítico Luna Park, espacio histórico de recitales y eventos deportivos, en particular boxeo. Es prácticamente imposible no comparar esta película con Gilda, No me arrepiento de este amor (2016) otro biopic sobre la vida de Gilda, cantante popular cuya muerte también ocurrió, como la de Rodrigo, en un accidente de tráfico. Pero además las une que tienen a la misma directora, Lorena Muñoz y la propia realizadora escribió ambos guiones junto a Tamara Viñes. Es posible las comparaciones sirvan para elevar la película Gilda y descubrir que le falta a El Potro, pero también es que los dos personajes son muy diferentes y que es mucho más sencillo sentirse a gusto con Gilda y no tanto con Rodrigo, un personaje más oscuro, menos noble y con otra clase de música y temas en su obra. El Potro arranca con el protagonista yendo al escenario, vestido como boxeador y subiendo a un escenario con forma de ring. Está filmado como un boxeador yendo a pelear. Lo primero que viene a la mente es Gatica el mono (1993) de Leonardo Favio. Gatica, un ídolo del boxeo en el Luna Park, donde será el recital, y también una figura trágica dentro de la cultura popular. Rodrigo tiene mucho de personaje de Favio y la confirmación de que no es una casualidad ese comienzo son los ruleros que la madre le hace a Rodrigo justo en la siguiente escena. Imposible no ver al Carlos Monzón (boxeador campeón del mundo, preso por asesinar a su esposa y muerto en un accidente de auto) de la película Soñar, soñar (1976), obra maestra maldita de Leonardo Favio. Quien no conozca a Favio no sabe la película que no será El Potro y tal vez sea mejor. Lorena Muñoz no puede o no quiere alejarse del clasicismo y el género de Gilda y aunque coquetea con la idea varias veces, tampoco se mete en el mundo de los personajes marginales, traicioneros, carismáticos de gran parte de su cine. Rodrigo y su manager El Oso se abrazan en el ring del Luna Park como lo hacían Gianfranco Pagliaro y Carlos Monzón en la mencionada Soñar, soñar. Un abrazo largo, mejilla contra mejilla, sonriente, incluso artificial, ambos quietos como en una foto. No le falta material al guión, incluso le sobra, porque no llega a quedarse en ningún tema, pero pasa por muchos. La relación con el padre está muy bien retratada y el actor Daniel Aráoz es por mucho lo mejor de un elenco bastante desparejo y nunca creíble. El vínculo con la madre, una presencia poderosa y siempre presente también es un gran tema, aunque no termina de funcionar en la película. Otro personaje interesante bien interpretado es El Oso (Fernán Mirás, protagonista de otro popular biopic musical, Tango Feroz) y también las parejas de Rodrigo, pero estas están desperdiciadas, en particular su amante de varios años, por no encontrar nunca un tono actoral. Tal vez la limitación mayor esté dada por el protagonista. Mientras que, solo como un ejemplo, Natalia Oreiro era arrolladora en su carisma al interpretar a la protagonista de la película Gilda acá Rodrigo Romero no logra hacernos creer que hay una fuerza imponente en el Rodrigo Bueno. Interpretar a alguien muy carismático es un trabajo complicado. Oreiro era un triunfo total, Romero no lo consigue. Y una molestia extra es la necesidad de mostrar varias veces el sufrimiento de la pareja de Rodrigo y madre de su hijo. Eso desvía demasiado el punto de vista y parece una aclaración para que las conductas de Rodrigo sean expuestas con las consecuencias para su pareja. Una aclaración subrayada e innecesaria frente a todo lo que la película tenía para contar y decide dejar afuera. Tal vez por su historia, tal vez por la protagonista, Gilda no me arrepiento de este amor emocionaba profundamente desde la primera vez que ella cantaba. Su conflictos, su crecimiento, su final, todo era conmovedor. En El Potro nada de eso pasa, solo cuando canta Lo mejor del amor se asoma algo de aquello que hizo de Rodrigo alguien popular. No se juzgará acá la calidad de su obra como artista ni el universo alrededor de la misma. Pero aun con tantos puntos en común entre ambas películas, un abismo parece separarlas. Tal vez era un personaje para otra clase de película, tal vez este tipo de película funciona mejor con alguien como Gilda. Lo que en el film con Oreiro se veía auténtico y cercano, acá se ve falso y poco sincero. Al menos esa es la impresión que produce.
[REVIEW] El Potro, lo mejor del amor. Lorena Muñoz vuelve a la biopic musical, esta vez con la historia de El Potro cordobés que tanto hemos bailado. Rodrigo Bueno es, para la mayoría de los porteños, sinónimo de cuarteto. Abajo, seguramente, de Carlos “La Mona” Jiménez, que es el dios de este género musical en su provincia natal, “El Potro Rodrigo” supo romper las barreras interporvinciales (como lo hizo su enrulado predecesor cordobés allá por los 80/90) a principios del nuevo milenio. A fuerza de un carisma único, una actitud desenfadada, y una vida llena de excesos, el cantante de los pelos de colores logró que el cuarteto llegara a distintas clases sociales y su figura, luego de su trágica y temprana muerte, sea un mito y recordado para siempre. Lorena Muñoz, luego del éxito de su “Gilda, no me arrepiento de este amor (2016)” vuelve a meterse con una figura popular, y sigue demostrando su habilidad para contar historias de superación y epicidad. “El Potro, lo mejor del amor”, nos sumerge de lleno en la historia de Rodrigo Bueno desde sus comienzos, en su Córdoba natal, deseoso de vivir del canto, en la escena musical como su padre. Su madre, Betty Olave, la única que en un principio siempre creyó en él y lo animaba a que cantara con su grupo en los barrios, bares y fondas. Finalmente Eduardo, su padre, logra que el joven tenga su primera actuación en un ciclo bailantero y, a partir de ahí, la explosión junto a su manager de toda la vida (“El Oso”, interpretado por Fernán Mirás) y una vida llena de excesos, lujuria y música. Porque, lejos de lo que hizo con la figura de Gilda, Lorena Muñoz retrata de forma impecable la figrua del “rockstar” en Rodrigo. Porque, mal que le pese a muchos, eso es lo que fue. Un tipo humilde, generoso, buen padre, pero con una vida al límite que lo llevó a la gloria en poco tiempo y lo dejó en el firmamento de los grandes, también como vivió: “a 2000”. El ignoto Rodrigo Romero interpreta un fantástico Potro, con un tono de voz similar al fenecido cuartetero, y con el físico tan similar que da miedo y nostalgia verlo en pantalla. Tanto Florencia Peña, Jimena Barón, Daniel Araoz y Fernán Mirás completan un elenco protagónico de una perfección actoral maravillosa. Si bien, con algunos huecos y no con tanta emoción que su predecesora protagonizada por la Oreiro, “El Potro, lo mejor del amor” es una muestra más de que Lorena Muñoz es una de las grandes directoras del país y tenemos que celebrar el talento para narrar una historia, quizás simple, sin caer en el golpe bajo y sin repetirse.
Tras la exitosa realización de “Gilda, no me arrepiento de este amor”, la directora Lorena Muñoz estrena ‘El Potro, Lo mejor del amor’, en la que vuelve a retratar a una de las máximas figuras de la música popular argentina. El film, que pese a tener título será conocido como la película de Rodrigo, se mete en los inicios del cordobés. La vida de Rodrigo Bueno, en el cine Normalmente comenzaría la crítica comentando de qué se trata la película, pero a veces hay que hacer excepciones. Cualquier persona que tenga más de 25 años sabe quién fue Rodrigo, incluso si los gustos musicales estaban a las antípodas del cuarteto. ‘El Potro, Lo mejor del amor’ relata los inicios del ídolo en Córdoba y cómo la llegada de la fama complica su vida personal. La película de Rodrigo – es sobre Rodrigo, pero permítanme escribirlo como se habla- no deja de contarnos la historia que ya conocemos, pero con una dosis de crudeza adicional. O de humanidad. El elenco de El Potro, lo mejor del amor Es sorprendente lo que hace Rodrigo Romero, que no solo se parece al personaje que interpreta en nombre y acento. En pantalla, es tan Rodrigo que impresiona. Y este es el mayor logro de la película, porque sobre él- que encima no es actor profesional- recae todo el peso. Está calcado en aspecto, en acento, en la forma de mirar y de bailar. Esto no es menor cuando se trata de alguien que tenemos TAN grabado en la retina. El resto del elenco acompaña muy bien, aunque con otras libertades. Florencia Peña hace un gran trabajo, nos ayuda a comprender a esta madre, Beatriz Olave, casi tan famosa como el hijo. Fernán Mirás interpreta a “El Oso”, en la realidad el representante José Luis Gozalo, que nada tiene que ver desde lo físico, pero que es excelente como personaje. Daniel Aráoz nos hace descubrir al padre del cantante, una figura no muy conocida para el gran público. Malena Sánchez vuelve a destacar con una impecable interpretación de Patricia Pacheco, la madre del hijo de Rodrigo. El elenco se completa con una eficiente Jimena Barón haciendo de Marixa (Balli), uno de los grandes amores del protagonista. La película de Rodrigo: ¿qué esperar? Es imposible ver esta película e intentar hacer un comentario dejando de lado que Lorena Muñoz viene de dirigir ‘Gilda’. Ambas sobre historias reales, con ídolos populares que mueren de forma trágica en el esplendor de sus carreras. Los paralelismos no dejan de sorprender. Las películas, al igual que sus vidas, tienen puntos de fuerte conexión y otras distancias enormes. La directora repite temática y fórmula: se nota que está filmada por la misma mirada. ¿Eso es bueno? ¿Es malo? Normalmente se diría que eso es marca de autor. Y no digo que no lo sea. Tal vez, al ser la historia también muy parecida, hay una ligera sensación a fórmula repetida. Pero no lo malinterpretes: esto no es malo. ‘El Potro: Lo mejor del amor’ es una película de gran factura técnica, muy bien contada, con mucha humanidad. Muñoz, así como lo hizo con Gilda, rompe ese vidrio que separa al ídolo del público y lo atraviesa con la cámara, aportando mucho realismo. Aquí no habrá quizás esa, llamémosle, elegancia de Gilda. Esa sutileza. Pero tal vez porque el protagonista es otro, una figura donde la pasión, el caos y el aturdimiento fueron clave. Así es la película de Rodrigo: brutal, veloz y llena de música. Esa música que triunfó donde no se suponía que lo hiciera e hizo bailar hasta a sus detractores. Puntaje: 7.5/10 Duración: 122 minutos País: Argentina Año: 2018
Talentoso, carismático, provocador, magnético. Tocado por la varita. Un hito nacional. Eso fue Rodrigo Bueno. Rodrigo. El Potro. Amado por muchos, pero querido por todos. Quizá el hecho de haberse ido antes de lo esperado, inmortaliza aún más su figura. Muchas de estas características podrían atribuirse tranquilamente a otra cantante tropical argentina, la recordada Gilda. Y sí, después de haber realizado una excelente labor dirigiendo “Gilda, no me arrepiento de este amor”, Lorena Muñoz se ganó el derecho a llevar al cine la historia del mítico cuartetero de Córdoba. Y, nuevamente, dio en el blanco. Con la misma estructura narrativa que su anterior película, con el típico formato clásico de una biopic, la cineasta nos acerca la historia de Rodrigo Bueno. Oriundo de Córdoba (y andaba sin documentos), desde joven triunfó en la música tropical, siempre apoyado por su familia, pero tristemente falleció en un trágico accidente automovilístico a la temprana edad de 27 años, no sin antes caer en algunos vicios poco sanos que le hicieron problemas en su carrera y vida personal. Una gran responsabilidad se había puesto en la espalda con Gilda y repitió compromiso con el cordobés. Y como ya dijimos, no falló en ninguna. Al analizar “El Potro: Lo mejor del amor”, es imposible no caer en comparaciones con la anterior cinta de Lorena Muñoz. Ambas tienen un buen ritmo, entretenido y sin altibajos (o con los necesarios), y tienen la peculiaridad de parecer acorde al tono de la música que corresponde a cada uno de los intérpretes. La de Gilda, más tranquila y sensible. Y la película de Rodrigo, más frenética, rápida, aunque tampoco sin dejar las emociones de lado. Concretamente, la historia del Potro está perfectamente narrada, con un guión sin baches, y personajes empáticos y relacionables con la cultura argentina. Además, tiene una virtud que la enaltece más. Esta es la gracia natural del personaje de Rodrigo, quien, junto con sus músicos o familiares, nos logra sacar más de una sonrisa en gran parte del film. Cabe aclarar que, a pesar de oscilar con esa faceta cómica, nunca pierden fuerza las escenas dramáticas, fundamentalmente en dos secuencias claves de la película que preferimos no anticipar. Rodrigo Romero, además de su parecido físico con el cantante, cumple con creces brindando una actuación con un gran espectro interpretativo. El resto del reparto lo acompaña muy bien, con buenas actuaciones de Florencia Peña y Daniel Aráoz como sus padres, pero el que termina sorprendiendo es Fernán Mirás, con un rol para el recuerdo, totalmente conmovedor e inesperado. Con la biopic de Gilda ya había desplegado su talento, pero con Rodrigo pareciera haberlo perfeccionado. Lorena Muñoz trae un film más maduro cinematográficamente hablando y, a pesar de repetir la estrategia narrativa previa, se arriesga un poco más a la hora de contar ciertos episodios de la vida de Rodrigo. En síntesis, “El Potro: Lo mejor del amor” es una película completa, redonda, que conmueve y sensibiliza a la audiencia con extremada fuerza, gracias a ese talento innato que ofrece la directora para acercarnos personalidades icónicas con una destreza impresionante. Personalmente, uno de los mejores estrenos argentinos del año.
Fama, descontrol y excesos “El Potro, lo mejor del amor” es una película nacional que funciona como biopic del cantante cuartetero cordobés Rodrigo Bueno (1973-2000). Está dirigida y co-escrita por Lorena Muñoz, la cual retrató la vida de Miriam Alejandra Bianchi en “Gilda, no me arrepiento de este amor” (2016). Filmada en Buenos Aires y Córdoba, el reparto está compuesto por Rodrigo Romero, Malena Sánchez, Florencia Peña, Daniel Aráoz, Fernán Mirás, Jimena Barón, Diego Cremonesi, entre otros. Al joven Rodrigo (Rodrigo Romero) lo único que le interesa es la música. Al ser echado del colegio, su padre Eduardo (Daniel Aráoz) se contacta con “El Oso” (Fernán Mirás), hombre que luego se convertirá en manager de Rodrigo y lo hará viajar a Buenos Aires para darse a conocer en diversos boliches y canales de televisión. No obstante la carrera de “El Potro” se detendrá cuando su padre fallezca, lo que lo hará volverse a Córdoba y recluirse con su madre Beatriz (Florencia Peña). Debido a la insistencia de esta última, “El Oso” convencerá a Rodrigo para salir adelante con sus canciones. Aunque el éxito de la gente lo tiene asegurado, el cantante entrará en una vorágine llena de sexo y drogas, por lo que no será un padre presente para Ramiro, el hijo que tuvo con Patricia Pacheco (Malena Sánchez). Hincha del Club Atlético Belgrano, Rodrigo Bueno es muy reconocido en Argentina por haber expandido el cuarteto, género musical típico de Córdoba, a nivel nacional. Sus canciones son híper conocidas y su personalidad en el escenario se distinguía por una presencia inigualable gracias a su enorme carisma. Difícil sería hallar a una persona que se parezca físicamente a él y que pueda representarlo en esta cinta, sin embargo la directora consiguió al protagonista ideal. Mediante un casting, el albañil de 29 años Rodrigo Romero quedó seleccionado para interpretar a la figura popular y no decepciona: tiene chispa, actitud y una mirada que recuerda mucho a la del Potro. No obstante, y a pesar de su gran energía, el personaje construido aquí no logra conectar con el espectador debido a las múltiples veces en que toma decisiones erróneas. En vez de centrarse primordialmente en la carrera musical del artista, en “El Potro, lo mejor del amor” veremos el lado más íntimo y oscuro de Rodrigo, una faceta que seguramente sea desconocida para muchos. Gracias a una buena edición, lo único que genera el protagonista es odio, bronca e impotencia por engañar repetidamente a su novia Patricia mientras ella lo vive esperando en Córdoba con el bebé que comparten. Debido a esto, con la única que se logra empatizar es con ella, encarnada por Malena Sánchez, una actriz que crece cada día más en su labor. Fernán Mirás y Daniel Aráoz se destacan en sus respectivos papeles, pero no sucede lo mismo con Florencia Peña o Jimena Barón. La primera está bastante sobreactuada y Barón tiene pocos momentos en pantalla, en donde se abusa de su buen cuerpo para mostrarla desnuda. En “El Potro, lo mejor del amor” no da resultado mostrar a Rodrigo llorando para que sintamos lástima por él, como tampoco su accidente genera tristeza por su manera de accionar antes de morir. Aunque los momentos musicales están bien logrados, el filme termina dejando una sensación rara que no deja satisfecho al espectador.
Lorena Muñoz tiene experiencia en biopics. Luego de “Gilda, No me Arrepiento de éste Amor” (de gran suceso con Natalia Oreiro), ésta vez la Directora jugó diferente. Eligió a un desconocido que provenía del mundo de la construcción, que tuvo de aprender a actuar, moverse y cantar como Rodrigo Bueno. Y le salió bien. Rodrigo Romero se presentó al casting y gracias a su impresionante parecido físico más un trabajo de meses logró dar con el personaje de éste ídolo de la música cuartetera que llegó muy lejos en muy poco tiempo, vivió a gran velocidad, llenó el Estadio Luna Park 13 veces y cuando estaba en la cima, murió trágicamente en un accidente volviendo de una noche de varios conciertos a los 27 años, en Junio de 2000. La película relata los inicios, siempre interesantes de conocer, cuando el hambre por llegar era tal que Rodrigo se presentaba en cualquier lado, aún con muy poco público. Se muestra la amorosa relación con su madre, Bety Olave (Florencia Peña), y también a su padre Eduardo (Daniel Aráoz) del que prácticamente no se conocía mucho. Ellos guían sus primeros pasos, hasta que aparece, casi en paralelo El Oso (Fernán Mirás) como su representante. Mientras van apareciendo oportunidades en Buenos Aires, comienza a viajar desde su Córdoba natal y ya se instala en la gran urbe, para tomarse su carrera más seriamente. Allí es donde comienzan a aparecer mujeres y otras tentaciones. El cantante se iba haciendo cada vez más mediático y como detalle de color cambiaba su pelo a menudo, cuando nadie lo hacía, fue realmente único. Volviendo a la cantidad de mujeres que lo rodeaban, una de las más importantes fue Marixa Balli interpretada por Jimena Barón y quizás la más importante de su vida; y quien tiene gran protagonismo es Patricia Pacheco, (Malena Sánchez) porque le da a su único hijo, Ramiro (también parte de la producción). Un gran elenco para una superproducción, en donde todos se lucen y están muy bien elegidos para acompañar una historia, que, aunque triste, nos permite recordarlo con una sonrisa y con lo más importante, su música, que en el film abunda y se agradece. Sus seguidores van a estar de parabienes, y para el resto, los que no son amantes del cuarteto, igual se disfruta, porque las canciones son pegadizas e inolvidables, y eso, son hits. ---> https://www.youtube.com/watch?v=TCcoXAAkv9k ---> TITULO ORIGINAL: El Potro ACTORES: Jimena Barón, Florencia Peña, Rodrigo Romero. Fernán Mirás, Daniel Aráoz, Malena Sánchez, Diego Cremonesi. GENERO: Drama , Biográfica . DIRECCION: Lorena Muñoz. ORIGEN: Argentina. DURACION: 122 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 04 de Octubre de 2018 FORMATOS: 2D.
Aunque no llega a las alturas de Gilda: No me arrepiento de este amor (2016), El Potro: Lo mejor del amor confirma el talento de la coguionista y directora Lorena Muñoz para las biopics sobre artistas populares. La diferencia principal entre ambos acercamientos es que, mientras la primera película tenía el encanto y el magnetismo de Natalia Oreiro, esta segunda cuenta con una correcta caracterización a cargo de Rodrigo Romero, pero que no ofrece tantas facetas, matices ni la misma capacidad de seducción. El guión de El Potro también resulta un poco más esquemático y menos sutil que el de su predecesora, aunque Muñoz vuelve a demostrar su ductilidad como narradora para desarrollar la típica estructura de ascenso, apogeo y derrumbe de un ídolo, su desenfreno personal, sus amores apasionados, sus conflictivas relaciones familiares y su desbordante creatividad musical y en escena. En este sentido, la película reconstruye y recrea la potencia arrolladora que Rodrigo Bueno -con su look y sus ínfulas de boxeador- tenía en cada una de sus actuaciones en vivo. Sus inicios en Córdoba como cantante melódico, los tensos encuentros con su padre Eduardo Pichín Bueno (Daniel Aráoz), también ligado al negocio de la música, y con su sobreprotectora madre Beatriz Olave (Florencia Peña), su desembarco en el universo de la bailanta de Buenos Aires (clubes y programas de televisión) de la mano del manager José Luis Gozalo (Fernán Mirás), sus amistades peligrosas (como la del personaje que interpreta Diego Cremonesi) que lo llevaron por el lado de los excesos, su tormentoso matrimonio con Patricia Pacheco (Malena Sánchez), con quien tuvo un hijo, y los múltiples romances de esta máquina sexual, como el que mantuvo con Marixa Balli (Jimena Barón), son algunos de los aspectos que aborda de forma bastante clásica, cristalina y convincente este film biográfico sobre una estrella del cuarteto cordobés que llegó a llenar el Luna Park durante 13 noches consecutivas y se convirtió en mito popular al cumplir con la máxima de vivir rápido y morir joven. Si las escenas más dramáticas y los pasajes más intimistas no alcanzan la profundidad ni la densidad psicológica de Gilda, El Potro -que vuelve a exponer la admiración de Muñoz por el cine de Leonardo Favio- ofrece un retrato menos complaciente sobre la figura del protagonista (lo que ha generado algunas quejas de sus familiares). Es cierto que hay una reivindicación general del cantante, pero también se muestran en toda su dimensión los aspectos más oscuros y autodestructivos, menos nobles de su personalidad. Esos contrastes y contradicciones que toda biopic necesita para atrapar al espectador.
Detrás de los supuestos escandaletes que antecedieron el estreno de El Potro sólo puede haber una astuta estrategia de marketing, o el ansia de algunos personajes por volver a tener sus quince minutos de fama, o la necesidad de los chimenteros de llenar minutos de aire y portales. O una combinación de los tres factores. Porque esta biografía autorizada de Rodrigo Bueno -aunque un cartel al principio se ataje y señale que la historia apenas está “inspirada en hechos reales”- está despojada de elementos para la polémica. Es respetuosa al punto de llegar a caminar por la cornisa de la insipidez. En Gilda, Lorena Muñoz ya dio muestras de pericia para contar la vida de un ídolo popular. Estilísticamente, su segunda ficción está en la misma línea. Abundancia de planos cerrados, cámara en mano, y escenas con más sombras que luces cuando se está mostrando a Rodrigo en su vida cotidiana, para crear intimidad y realismo. Todo lo contrario cuando El Potro se sube al escenario: así, la estética acompaña el subibaja emocional y el contraste entre lo doméstico, zona de conflicto, y lo público, territorio de fuego y pasión (para decirlo en palabras del homenajeado). El complemento entre el drama y la música funciona a la perfección; el repaso por la lista de hits es exhaustivo. ESPECTÁCULOS SUSCRIBITE Buena Crítica de “El Potro”: Sexo, cuarteto y algo más En esta biografía autorizada de Rodrigo, las buenas actuaciones y los pasajes musicales compensan la tibieza dramática. Marixa Balli (Jimena Barón) y El Potro (Rodrigo Romero), en uno de sus fogosos encuentros. GASPAR ZIMERMAN 03/10/2018 - 18:27Clarin.comEspectáculosCine Críticas De CineRodrigo BuenoSpot Detrás de los supuestos escandaletes que antecedieron el estreno de El Potro sólo puede haber una astuta estrategia de marketing, o el ansia de algunos personajes por volver a tener sus quince minutos de fama, o la necesidad de los chimenteros de llenar minutos de aire y portales. O una combinación de los tres factores. Porque esta biografía autorizada de Rodrigo Bueno -aunque un cartel al principio se ataje y señale que la historia apenas está “inspirada en hechos reales”- está despojada de elementos para la polémica. Es respetuosa al punto de llegar a caminar por la cornisa de la insipidez. Mirá tambiénCrítica de “Johnny English 3.0”: El Súper Agente Mr. Bean En Gilda, Lorena Muñoz ya dio muestras de pericia para contar la vida de un ídolo popular. Estilísticamente, su segunda ficción está en la misma línea. Abundancia de planos cerrados, cámara en mano, y escenas con más sombras que luces cuando se está mostrando a Rodrigo en su vida cotidiana, para crear intimidad y realismo. Todo lo contrario cuando El Potro se sube al escenario: así, la estética acompaña el subibaja emocional y el contraste entre lo doméstico, zona de conflicto, y lo público, territorio de fuego y pasión (para decirlo en palabras del homenajeado). El complemento entre el drama y la música funciona a la perfección; el repaso por la lista de hits es exhaustivo. También superan la prueba las actuaciones. Empezando por la del debutante Rodrigo Romero, que, más allá del parecido físico, disimula su falta de experiencia y hasta canta mejor que el original. Ingenuo, dulce, tierno, este Rodrigo de ficción está lejos del pícaro, zarpado, pasado de revoluciones, que saturaba la televisión y las revistas a fines de los ‘90. Tal vez para evitar caer en la caricaturización, todos los personajes están suavizados con respecto a su versión mediática. La Betty Olave de Florencia Peña es un poco sobreprotectora, pero no hay asomo de la desencajada que fue carne de los programas de la tarde. Lo mismo con el manager de Fernán Mirás, una figura paterna sin sombras de explotador o mafioso. Hay un solo villano, llamado Angel (Diego Cremonesi), que en realidad es un demonio que conduce al cantante por el camino del pecado. Así, los excesos son el punto de conflicto en esta historia de ascenso social y descenso personal: las mujeres y la droga, tentaciones que el cordobés encuentra en Buenos Aires y lo alejan de su familia. Sólo se ve al Rodrigo mujeriego; el adicto está sugerido. Nadie pide sensacionalismo, pero aquí todo es tan asordinado que el drama pierde fuerza. Y, entonces, tampoco termina de encajar, como sí ocurría en Gilda, la pátina mística o épica -en escenas con reminiscencias de Leonardo Favio- con la que se quiere bañar a este Potro domado.
Me extrañarás A la altura de todo lo esperado luego de Gilda: No me arrepiento de este amor (2016), Lorena Muñoz estrena El Potro, lo mejor del amor. La misma calidad esta vez en función de bajar la figura del mítico Rodrigo a la de una persona de carne y hueso. Rodrigo, muy joven y pelilargo, solo desea cantar. En este comienzo todo es ilusión y hay hasta cierta cuota de inocencia. La biopic rápidamente avanza hacia dos puntos de quiebre inmediatos en su vida: uno es el primer viaje a Buenos Aires y el otro es la trágica muerte de su padre mientras canta en un escenario. En principio está todo el color de un primer “Bebote Cordobés”, y rápidamente todo lo que parece liviano y simpático se empieza a apagar y a virar hacia el costado más desenfrenado de la vida de Rodrigo ya constituido como El Potro, allí es donde la película define también su drama. Todos los secretos a voces se hacen presentes, pero más que nada se escarba en conflictos más humanos y contradicciones emocionales que estaban fuera del escenario y en lo más privado de su vida. Rodrigo Romero saca provecho a su asombroso parecido físico para ponerse en la piel del Potro Cordobés y Lorena Muñoz sin dudas le ganó al riesgo de tener como protagonista a una persona que nunca había actuado ni cantado en su vida, porque no se hace evidente en ningún momento. Romero es fresco y magnético como supo ser Rodrigo. Florencia Peña y Daniel Aráoz están impecables como Betty Olave y Eduardo Bueno. Pero quien se destaca al punto de compartir protagonismo es Fernán Mirás como el representante de Rodrigo. Es un personaje muy fuerte que actúa como catalizador de todo lo más emotivo de la película. Ahí se puede trazar cierta similitud con el papel de Javier Drolas como Toti Giménez en Gilda: No me arrepiento de este amor. A diferencia de la unanimidad positiva sobre el relato de la vida de Gilda, la vida de Rodrigo en sí misma es mucho más controversial, por lo que seguramente la repercusión variará según cada punto de vista que hay de la figura del artista y su entorno. Sobre esto, la película es mayormente respetuosa de todas las partes, pero también es audaz para volcar de la cornisa en algunos momentos. Calidad y momentos musicales que son joyitas, la película se aleja del lugar más espectacular y se mete en un costado más íntimo -y hasta más doloroso- de la figura. La directora vuelve a poner su cuota autoral en una película diseñada para ser popular.
El Potro, lo mejor del amor (2018) es la nueva película dirigida por Lorena Muñoz, realizadora detrás de Yo no sé que me han hecho tus ojos (2003) y Gilda (2016), por lo que casi parecería algo natural que fuese ella quien llevara a la gran pantalla la vida de Rodrigo Bueno, alias El Potro, el cuartetero oriundo de Córdoba más conocido del país. El film comienza presentándonos a El Bebote -como Rodrigo sólo ser llamado antes de conocer la fama a nivel nacional- en sus múltiples y fallidos intentos por lograr establecerse como músico melódico para, luego de la muerte de su padre, pasar a ser un ídolo del cuarteto y extender esa pasión más allá de Córdoba, logrando incluso introducirlo en teatros y boliches de todo el país, al punto de llenar 13 fechas en el mítico Luna Park. Pero no todo es color de rosa, y Lorena Muñoz lo sabe y relata a la perfección al lograr una película que inmortilice a la figura, pero que no se quede sólo allí y apunta también al relato personal, a mostrar a Rodrigo más allá de la fama, incluyendo la relación con sus padres (Florencia Peña y Daniel Araoz), con su manager El Oso (Fernán Mirás) y con sus parejas, en especial el tan mencionado romance con Marixa Balli (Jimena Barón) y con Patricia (Malena Sánchez), madre de su único hijo Ramiro -quien también es parte del elenco al encarnar a uno de los músicos de la banda de El Potro-. Más allá de esto, El Potro también narra aquello que no siempre conocemos en la vida de un ídolo: las confusiones, la angustia tras la muerte de su padre, los excesos y lo intenso de una profesión tan demandante que desde afuera parece perfecta, pero en lo interno puede ser un trabajo agotador y sobre todo, solitario. En este sentido, el actor Rodrigo Romero resulta una gran revelación y el corazón del film al lograr componer a la perfección a un Rodrigo no sólo desde el parecido físico, sino también desde su versatilidad para expresar todos estos matices por los que El Potro pasó durante sus años de fama, hasta llegar al trágico fin. En cuanto a las actuaciones generales, se destacan las performances del gran Daniel Araoz, como ese padre que en un principio no quiere al mundo musical para su hijo, pero que luego es quien lo acompaña en sus primeros pasas en el camino a la fama, y por otro lado, Fernán Mirás como el fiel compañero, manager y sustituto de figura paterna para Rodrigo, encarnando una de sus mejores actuaciones de los últimos tiempos. De esta manera, a través de la imrada y dirección de Lorena Muñoz, y mediante el visto bueno del hijo del Potro, Ramiro Bueno, el film resulta un digno homenaje a la mítica figura del cuarteto, al mostrar su recorrido desde sus humildes comienzos tocando en la plaza del barrio, hasta consagrarse tocando en el Luna Park, con toda la carga emotiva que ese lugar significó para él y para su padre. Pero la producción se destaca por no enaltecer al ídolo, sino por mostrar todos sus costados: los buenos, los malos, los talentosos, los cuestionables y los genialmente creativos, y por hacerlo de manera intensa y emotiva. Definitivamente El Potro era un espíritu indomable, pero también es, una figura que por talento y esfuerzo, llegó a ser inmortal.
La tragedia clásica de un cuartetero La directora de Gilda retrata ahora a otro ídolo de la música popular, pero evita la tentación de hacer una película gemela. La decisión de la cineasta argentina Lorena Muñoz de dirigir El Potro, lo mejor del amor –biopic dedicada a la figura del cuartetero cordobés Rodrigo Bueno– tras la exitosa Gilda, no me arrepiento de este amor (2016), donde abordaba la historia real del más grande mito de la música tropical, era por lo menos riesgosa. No solo por la posibilidad de ser encasillada como “la directora de los cantantes populares con final trágico”, sino porque el recorrido vital y profesional de ambos artistas registra algunas coincidencias, a las que debería prestárseles especial atención para no realizar películas “gemelas”. Puede decirse que ese desafío Muñoz consigue superarlo de forma parcial. Dichas duplicaciones se constatan sobre todo en el terreno formal. Igual que Gilda, El Potro comienza con una escena cercana al final de la historia (el cantante subiendo al escenario del Luna Park, donde dio una serie de shows poco antes del accidente en el que se mató), para luego viajar atrás en el tiempo y abordarla en su punto cero. Del mismo modo ambos films coinciden en su estructura narrativa, siguiendo en paralelo el proceso que convierte a sus protagonistas en artistas exitosos, mientras deben lidiar con sus propios fantasmas en el ámbito doméstico. En los dos la directora maneja con similar buen timing la inserción de los momentos musicales dentro de la cronología. Quizá la mayor divergencia se encuentre en el punto de vista desde el cual se narra cada una. Aunque en El Potro el protagonista es Rodrigo, la directora elige contar su historia desde un punto de vista femenino. A diferencias de Gilda, en donde los dos personajes masculinos vinculados a la cantante solo aparecían en pantalla cuando la compartían con ella, en El Potro el personaje de Pato, esposa de Rodrigo y madre de su hijo Ramiro, tiene un espacio propio. Como si la directora hubiera necesitado tener una aliada en escena, la mirada de Pato es la herramienta que descubre algunos aspectos de la intimidad del personaje. Esa mirada también deriva en una trama paralela que pone en escena el drama de la mujer, como si no fuera posible entender la historia del Potro cordobés sin conocer la de su compañera. Lejos de que el origen popular del personaje aligere su relato, El Potro se apoya oportunamente en algunos elementos de la tragedia clásica. Muñoz recurre a la receta de una madre-pulpo y una figura paterna fuerte a la que el protagonista necesita desafiar, construyendo de ese modo un reconocible triángulo edípico. La muerte del padre impedirá que el conflicto se resuelva, alimentando al héroe de culpa que –como se sabe –es la raíz de casi todas las tragedias. Esa disputa inconclusa con el padre se convertirá en un desafío mano a mano con la muerte, que tendrá como campo de batalla la conducta autodestructiva del protagonista. De la misma manera la película recurre al imaginario cristiano, haciendo que las tentaciones y caídas del protagonista están representadas por un personaje que hace las veces de demonio que lo empuja por el mal camino. Curiosamente ese demonio se llama Ángel. El Potro también puede ser vista como una versión de “el camino del héroe popular argentino”, en tanto Rodrigo repite el combo de carisma + autodestrucción + destino trágico que antes que él cultivaron muchos otros. Entre ellos se puede mencionar a los boxeadores José María “El Mono” Gatica, Oscar “Ringo” Bonavena y Carlos Monzón; al comediante Alberto Olmedo (cuyo hijo Fernando por un capricho del destino viajaba junto al cuartetero la noche del accidente en el que ambos perdieron la vida). O al máximo héroe popular argentino, Diego Armando Maradona, a quien el propio Rodrigo le dedicó una canción, “La mano de Dios”, que curiosamente no forma parte de la banda sonora de la película. Aunque felizmente y en consonancia con su leyenda divina, el Diez ha gambeteado varias veces el último ingrediente de la fórmula. Muñoz se permite algunos juegos con ciertos recursos técnicos para producir metáforas visuales, como cuando utiliza un lente biselado para fragmentar la imagen y de ese modo registrar un momento de quiebre en la vida del protagonista. Y se juega una apuesta fuerte al entregarle el papel protagónico a un actor debutante, Rodrigo Romero, quien parece ir acomodándose al personaje en coincidencia con el orden histórico. Así desarrolla un arco dramático que va de una inocencia algo artificial para retratar el inicio de la carrera del cantante, al frenesí incontenible de sus años de éxito, en los cuales Romero también gana potencia física y dramática.
Se encuentra inspirada en hechos reales y dirigida por la talentosa directora Lorena Muñoz (“Gilda, no me arrepiento de este amor”), que sabe bien como atrapar a los espectadores y que les gusta ver, conocer y trabaja con un buen grupo desde lo técnico además de lograr un buen casting. Retrata parte de la vida de un joven Rodrigo Bueno al que le gustaba la música y cantar, además de ser rebelde como un potro y dejar todo por conquistar corazones. Tenía sueños, su padre buscaba otro futuro pero finalmente lo terminó apoyando, su madre era su cómplice y quien lo apañaba. Conquisto a sus seguidores, miró el Luna Park, donde estuvieron grandes figuras y en ese estadio ofreció trece conciertos consecutivos con las entradas agotadas. Pero lamentablemente no pudo controlar algunas situaciones de la vida (alcohol, drogas, sexo, entre otros entornos). Quien interpreta al cantante del cuarteto argentino es una verdadera revelación y se llama Rodrigo Romero (un clon de Rodrigo Bueno conocido como Rodrigo y apodado “El Potro”. Recién se inicia en esta profesión y logra un estilo propio, alejándose de la imitación). El resto del elenco acompaña correctamente, Florencia Peña como Beatriz Olave su madre, es una gran profesional y le pone los tonos y le da matices; el actor Daniel Aráoz retrata muy bien la relación que tenia con su hijo Rodrigo; Fernán Mirás, interpreta a “El Oso” no se parece mucho físicamente pero su personaje esta logrado maravillosamente; correcta interpretación de Jimena Barón que despierta la pasión, una mujer de carácter quien se le planta y quien domina, su nombre es Marixa (muchos la asocian a quien se dice que fue una relación importante como Marixa Balli); otra de sus mujeres es Patricia Pacheco (Malena Sánchez) con la única que tuvo un hijo Ramiro Bueno. Además tuvo varias amantes. Es un film muy emotivo, te conmueve, tiene mucho corazón, los personajes están humanizados, es disfrutable, se encuentra hecha con respeto y cuidada, ideal para que el público joven lo conozca, no apela al golpe bajo. Uno de los puntos más estremecedores es ver a Ramiro Pacheco Bueno (quien perdió a su padre a los 3 años) en escena bailando y tocando junto a su padre, además de ser uno de los productores del film.
Es imposible no trazar comparaciones entre El Potro, Lo Mejor del Amor y Gilda, no me arrepiento de este amor. Son patentes las similitudes entre las carreras de Miriam Alejandra Bianchi y Rodrigo Bueno, de ascenso meteórico como figura de la música tropical y muerte temprana en un accidente automovilístico en plena cresta de la ola, pero la directora de ambas, Lorena Muñóz, se encarga de reforzarlo al hacer dos biopics muy parecidas. El mismísimo título anticipa paralelos que se mantendrán con la estructura clásica de film biográfico musical, su exceso de recitales, su placa dedicatoria del final, la canción ominosa que anticipa el final del protagonista y más. En su resultado, la película de Rodrigo queda lejos de la de Gilda, original y con la carismática Natalia Oreiro al frente en el papel de su vida. Y si termina en una nota positiva es, fundamentalmente, por la propia música del cuartetero cordobés, que como demuestra desde hace casi dos décadas es capaz de levantar cualquier fiesta.
El pelo largo con rulos le cae sobre los hombros. Una sonrisa compradora y una voz impresionante. Rodrigo sabe que quiere cantar, es su sueño y su motivación. La escuela la dejó y le insiste al padre todos los días para que lo lleve a Buenos Aires, que ahí va a triunfar. Que él puede, que lo va a lograr. Lorena Muñoz vuelve a retratar a una de las estrellas más importantes de la música local y logra que todos salgan de ver El Potro, Lo Mejor Del Amor cantando los temas de la figura más importante del cuarteto.
Tras el éxito de "Gilda: No me arrepiento de este amor", la directora Lorena Muñoz presenta ahora su segundo biopic, "El Potro: lo mejor del amor". En conjunto, un díptico de la bailanta con la imagen de sus dos grandes ídolos muertos en similares (pero no iguales) circunstancias. Sueño, esfuerzo, ascenso, consagración, desgracia, peldaños habituales en la historia de muchos músicos, se manifiestan en ellos con dolorosa cercanía. Y ambas películas los describen en forma clara, clásica y eficaz. Lógicamente, hay diferencias porque la naturaleza de los personajes era muy diferente. Gilda encarnaba la dulzura, la belleza, la armonía, y llevó una carrera bastante metódica, dentro de lo que el ambiente le dejaba. El Potro Rodrigo, en cambio, era la embestida, la chacota, el griterío, y su carrera fue un torbellino que parecía llevarse puesta cualquier cosa que se le pusiera adelante. Se comía el mundo. Y fue muy breve. Muñoz describe los pasos vacilantes del cachorro en busca de un estilo, la muerte del padre, y al fin la explosión, y con ella los desmanes. Esto ya es sabido, y lo refiere de modo bastante discreto, aunque por ahí alguien ponga el grito en el cielo. Al contrario, bien podría pedirse un poco más de locura. En la vida del ídolo no entraban la quietud ni el término medio (y mucho menos la solemnidad, acá puede aceptarse que una famosa morocha sea interpretada por una rubia, pero no que aparezca la más mínima frase solemne). Lo encarna muy bien Rodrigo Romero, toda una revelación. Acompañan bien Daniel Aráoz, Fernán Mirás, Malena Sánchez, Florencia Peña. Varios temas encajan debidamente. En los créditos, Tamara Viñez, coguionista, María Laura Berch, directora de casting, y una buena cantidad de técnicos que estuvieron en "Gilda" y repiten gustosamente.
Desacralizando el mito Parece que Lorena Muñoz es una entusiasta en retratar la vida (o una parte de ella) de ídolos populares, y sobre todo de cantantes. Ya realizó la película de Gilda, no me arrepiento de este amor (2016), con Natalia Oreiro de protagonista; y ahora es el turno del cordobés que contagió el ritmo del cuarteto por toda la Argentina: Rodrigo Bueno (El Potro), quien falleció en un accidente de tránsito con tan solo 27 años. Aquí contempla en el reparto al debutante Rodrigo Moreno, quien encarna a su tocayo famoso con el mismo magnetismo que este ejercía. Después se vale de actores de renombre como Florencia Peña, que interpreta a la madre del cantante de manera respetuosa, así como Daniel Aráoz y Fernán Mirás, el padre y el representante respectivamente. El film comienza con un Rodrigo adolescente viviendo en su Córdoba natal, poniendo todo el ímpetu para cantar. Más ilusión aún posee con un padre que trabaja en una discográfica y una madre que le deposita toda la confianza en su voz y su carisma. Y no se equivoca. El joven toma vuelo de forma precoz, y en un lapso de años llega a brindar recitales en el mismísimo Luna Park, convirtiéndose en el ídolo popular de millones de argentinos. Besos, gritos y música resonando de fondo. Un garaje cuartel y la muerte inesperada del jefe de la familia, dejando a una madre viuda con tres hijos a cargo, y un vacío muy difícil de llenar. Con el que Rodrigo cargará hasta el día de su muerte. Este también es el fresco de esta historia que si bien en un principio se percibe un poco forzada (o teatralizada), a los pocos minutos se adecua y fluye con total naturalidad. Vale destacar la actuación de Rodrigo Moreno para lograr este cometido. Es un punto de vista de los tanto que hubo alrededor del cantante. Un hombre lleno de luz que brindó alegría con su música, que vivió de forma veloz y se rodeó de gente, porque su generosidad no le cabía en el pecho. Pero tanta fama también atrae a los excesos, más allá del estímulo de una droga, también de trabajo… de amor. Y es en pleno auge, en medio de ese furor incontrolable, donde la directora decide retratar también las recaídas, el costado blue del artista. Evidentemente la pulsión de muerte estaba presente en su tan arrolladora personalidad. Más allá del ídolo popular, Lorena Muñoz decide deconstruir esa imagen mítica instalada en el imaginario popular, realizando una especie de taxidermia emocional del cuartetero; yendo al fondo del ser humano para ver que se esconde detrás. Esa dualidad que existe entre persona/personaje, donde casi siempre el personaje se termina fagocitando a la persona real. Es comprensible que los familiares se puedan sentir heridos, porque justamente tienen a su persona amada idealizada; pero también es más que válido el ejercicio dialéctico que hace la realizadora al contrastar el Rodrigo ícono con el “terrenal”.
Retrato de un “pecador” ambivalente Una vez más la documentalista Lorena Muñoz, conocida por el público por ser la directora de Gilda (2016), traslada a la pantalla grande la biografía de otro cantante de la música popular, Rodrigo Bueno, un ícono del cuarteto más conocido como “El Potro”, apodo que da título a un film que narra la vida de Rodrigo desde su adolescencia hasta su trágica muerte. Las expectativas con respecto a la película eran grandes después de la emotiva y bien narrada Gilda, uno de los mejores largometrajes del reciente cine argentino. Por ende, las comparaciones son inevitables tratándose del género de la biopic sobre dos ídolos de la cultura popular con varias similitudes en sus vidas -como una prematura muerte trágica- y ambos proyectos dirigidos por Muñoz y guionados por ella junto a Tamara Viñes. La película tiene un inicio más que interesante desde un ring de boxeo, emblema de los recitales del cantante en el Luna Park (Gilda en cambio comenzaba con el funeral de la protagonista), una pasión que más tarde se aclarará fue heredada de su padre, interpretado de forma verosímil por Daniel Araoz, al igual que el amor por la música. A diferencia de Gilda, Rodrigo Bueno tuvo el apoyo de todo su entorno familiar para dedicarse a la música. Es así cómo comienza su carrera el joven interpretado en todo el relato por el debutante Rodrigo Romero, el cual es más que un hallazgo no sólo por su physique du rol sino también por su talento a nivel interpretativo, vocal y corporal. Al igual que Natalia Oreiro, quien supo imitar bien a Gilda, Romero calca las gesticulaciones de Rodrigo, en dicho sentido hay un acierto claro en la dirección de actores además del talento de sus intérpretes. El personaje de Rodrigo es representado a través de una clara ambivalencia entre un ser enamoradizo y tierno y por otro lado un hombre desmedido y desconsiderado. Esta concepción dual del carácter del protagonista es acentuada mediante el binomio “ángel y demonio”, lo cual puede evidenciarse en el pelo al comienzo, largo, ondulado y angelical, y posteriormente el cabello corto que evidencia su paso a la adultez y la ambigüedad representadas desde la simbología del color, con el cabello celeste (lo angelical) y el cabello rojo (la pasión, lo infernal). Asimismo, la dicotomía reaparece en la oposición entre su representante Oso, catalogado en el film como su protector, en contraposición al llamado irónicamente Ángel, personaje que lleva al cantante por el mal camino al otorgarle droga en reiteradas veces. Por último tenemos el contrapunto entre las mujeres más importantes de la vida de Rodrigo, Patricia, la joven “inocente” que encarna el amor y el mandato familiar, de aspecto físico naif y cabello oscuro, y Marixa, la mujer pulposa y exuberante, rubia pasional perteneciente al mismo “ambiente de perdición” de la música popular. Al respecto, una objeción que puede hacerse al film es la caracterización distante del parecido físico con la real Marixa Balli, quien realmente es morocha: si bien para algunos puede ser un detalle, la crítica está en que en una biopic o todos los personajes son caracterizados a semejanza de las personas reales en quienes se basan, o ninguno. Además tenemos una actuación poco convincente de Jimena Barón, su errada caracterización por parte de los realizadores ataca la credibilidad, problema similar al de otra biopic reciente, Tita (2017)… salvo que los personajes en cuestión que se alejan del original real sean personas poco conocidas por el público, y ese por supuesto no es el caso de Marixa Balli. Más allá de la polémica respecto a la película y la queja de algunos de sus familiares o personas involucradas en la vida del cantante, resulta pintoresca la caricatura del personaje de Beatriz Olave, interpretada correctamente por Florencia Peña. Un acierto de El Potro (2018) es la elección del repertorio musical, cuyos temas están situados de forma que refuerzan la narración. A pesar de ciertos problemas como una ocasional falta de fluidez del relato, ciertas reiteraciones obvias, la ausencia de un clímax y la presencia de un final abrupto e insatisfactorio sin salida poética (a diferencia, una vez más, de la acertada clausura de Gilda), se valora el riesgo. Siempre es toda una apuesta realizar un biodrama de una figura popular y aún más de un personaje con tantos matices y controversias. Después de todo, ese es el mensaje principal de El Ciudadano (Citizen Kane, 1941), todo depende del punto de vista desde el cual se cuente la historia, y en este sentido El Potro es condescendiente con quienes han otorgado los derechos para que pueda realizarse el largometraje, Patricia y su hijo Ramiro. En conclusión, hablamos de un film entretenido pero fallido en los aspectos anteriormente mencionados, incluso así es atractivo de ver por lo emblemático de la vida de Rodrigo y además por su notable talento y carisma, quien además -al igual que Gilda- era también compositor de sus canciones. El Potro representa el rápido ascenso y la gran popularidad del cantante, exitoso tanto con las mujeres por su seducción y apariencia, como lo suficientemente carismático para agradar también a los hombres. En conclusión, estamos ante el racconto de las consecuencias del éxito y la desmesura del protagonista: el sexo, las drogas, el alcohol y los desbordes de la vida nocturna musical, una que terminó tempranamente a los 27 años, por lo que se podría decir que el músico forma parte del triste “club de los 27”.
Al ser un film biográfico es de esperar que su creadora optase por un recorte en la vida del cantante y así es como Lorena Muñoz propone retratar a ese personaje mediático que el público vio y recuerda de "El Potro", pero humanizándolo y poniendo el acento en un costado más íntimo de su figura, retratando a ese hombre que le gustaba componer canciones y que amaba subirse a un escenario, con mucho creatividad musical pero también controversial y con una vida llena de excesos a medida que la fama lo abrazaba. El Potro, lo mejor del amor, nos sumerge de lleno en la historia de Rodrigo Bueno desde sus comienzos, en su Córdoba natal cuando abandona el colegio por su pasión por la música, y poniendo el acento en cuatro acontecimientos claves en su vida -el primer viaje a Buenos Aires, la trágica muerte de su padre durante una presentación, la llegada de Angel y la noticia de su hijo-, despliega un relato que al ritmo de algunas de sus canciones mas famosas avanza con la explosión de su corta carrera junto a su manager “El Oso”, interpretado por Fernán Mirás, y el costado más desenfrenado de la vida de Rodrigo ya constituido como “El Potro”. Rodrigo Romero, que debuta en la actuación y el canto, se pone en la piel del Potro Cordobés con un asombroso parecido físico, de la voz y gestual, dándole frescura a su personaje y sugestionando a un publico que también asociara otros personajes que rodearon al cantante a través de las convincentes actuaciones de Florencia Peña -como Betty Olave-, Daniel Aráoz -el padre poco conocido-, una sutil Malena Sanchez -como Patricia Pacheco- y Jimena Barón -inspirada en Marixa Balli-, entre otros, con poco desarrollo pero efectivos a la trama. Con una lograda reconstrucción de época y los famosos temas musicales que casi como videoclip van revelando momentos del ascenso y apogeo del cantante, El Potro, lo mejor del amor logra algunos momentos emotivos, pero fundamentalmente propone una mirada mas intimista pero rápida sobre el ascenso y caída anunciada de un ídolo del cuarteto cordobés, que llegó a llenar 13 noches consecutivas el emblemático estadio Luna Park de Buenos Aires y se convirtió en mito popular.
Rodrigo siempre quiso cantar. Sus padres lo acompañan en su deseo y Rodrigo ingresa en el ambiente de la música tropical como cantante romántico donde su impacto es muy grande debido a su juventud, belleza y magnetismo. Lorena Muñoz es la encargada de llevar a la pantalla grande la biopic del cuartetero más emblemático de nuestro país, Rodrigo Bueno. Luego del éxito de Gilda, No me arrepiento de este amor (2016), la directora vuelve a demostrar su gran talento adaptando la vida de El Potro. Rodrigo Romero es El Potro El cordobés (y novato) Rodrigo Romero es el encargado de darle vida a Rodrigo, digo novato porque es su debut en el mundo de la actuación. Y si algo hay que reconocerle es su GRAN parecido al fallecido artista. Otro mérito de la directora, encontrar a alguien tan parecido físicamente debió haber sido difícil, pero lo logró y de una manera sorprendente. No solo comparten nombre y lugar de origen, Rodrigo Romero es ,como se dice, El Potro en pinta. Su voz, su acento y hasta su forma de mirar a cámara. Imposible encontrar a alguien más parecido. El resto del elenco lo conforman Florencia Peña, Daniel Araoz, Fernán Mirás, Malena Sanchez y Jimena Barón. Pese a que la historia ya la conocemos, Rodrigo vive en Córdoba con sus padres Eduardo (Daniel Araoz) y Beatriz (Florencia Peña). Pasa madrugadas en vela junto a sus amigos tocando todo tipo de canciones hasta que su papá decide mover hilos en sus contactos y lo lleva a Buenos Aires. Flor Peña como Beatriz Olave junto a Rodrigo Romero Rápidamente entra en el mundo de la movida tropical y acá es cuando vemos su ascenso y su caída. Sus vicios, sus amores, el peso de la fama ,de una manera casi cruel pero real, que no supo manejar . Malena Sanchez,en el papel de Patricia Pachecho con quien tuvo su primer hijo, hace una destacable y difícil interpretación de lo complicada que fue para ella su relación con el cantante. Así como Fernan Mirás quien interpreta a “El Oso”, su representante, nos brinda una forma de ver la fama de Rodrigo desde sus ojos. Se me hace imposible no comparar con Gilda porque ambos artistas tuvieron destinos parecidos pero sus historias son diferentes. Lorena Muñoz hizo un trabajo impecable en cuanto a mostrar el lado más humano de Rodrigo, si, es fuerte y hasta nos hace dar bronca, pero es la única manera de contar la historia. Por eso El Potro, lo mejor del amor, no lo idealiza y rompe con los esquemas que creíamos saber sobre su vida. Por supuesto que la música es una pieza fundamental y arrancará más de un tarareo.
Después de su carrera como productora y documentalista, y especialmente, luego de “Gilda, no me arrepiento de esto amor”, casi al calor de ese éxito, comenzó el rumor del siguiente trabajo de la directora Lorena Muñoz, que profundiza esa mezcla de ficción y documental que caracteriza su estilo, su impronta como creadora. En esa ocasión la directora contó con el motor de Natalia Oreiro, obsesionada con hacer la vida de la cantante. Aquí los productores se jugaron por un desconocido que paso a paso, entrenado especialmente por Muñoz, logra lo que parecía imposible, a base de frescura y construcción llega el momento que los fans agradecerán: “ver” a Rodrigo Bueno. La historia de su vida, primero como cantante pop, y luego asumido definitivamente como cuartetero, el ascenso y la muerte prematura, el éxito de la mano de un irrefrenable carisma, acompañado por los excesos, mostrados sin concesiones, aun dejando de lado un ambiente de manejos mafiosos, de gran explotación de sus figuras. Y aunque las canciones y el recorrido a la enorme repercusión están, también se transitan las zonas oscuras, las drogas, el sexo fácil, los amores pasionales y la relación intermitente con la madre de su hijo. Es una biopic bien realizada con el pulso de una directora que no pierde su carácter de autora, con no pocos homenajes a Leonardo Favio (“Gatica el mono”, “Soñar, soñar”) y actuaciones para recordar, entrañable Florencia Peña con su Beatriz Olave y su fuerza de cariño acaparador y excesivo, Daniel Aaraoz en la figura paterna y Fernán Mirás como el Oso, creaciones para recordar. Jimena Barón tiene el fuego necesario para la pasión y Malena Sánchez se luce interpretando a Patricia. Una película destinada a la repercusión popular.
Rodrigo Bueno fue un ídolo cuartetero nacido en la provincia de Córdoba. Conocido como El Potro y aún antes como El Bebote Cordobés, impuso un género con las raíces de su provincia, heredero directo de la fusión de la música traída por italianos y españoles a nuestro país, como la tarantela y el pasodoble, influidos por géneros tropicales sudamericanos. Como en el caso de Gilda, otro fenómeno popular, nacido en la provincia, pero de Entre Ríos, en pocos años alcanzó el éxito musical, se convirtió en ídolo y falleció en un accidente automovilístico. Rodrigo tenía 27 años, Gilda, 35. La directora Lorena Muñoz, que tuvo un verdadero éxito cinematográfico con la película que recordaba la figura de Gilda (interpretada por Natalia Oreiro), elige otro ídolo popular, Rodrigo, y luego de un comienzo no cronológico lo sigue en su ascenso en el mundo de la música hasta la muerte en plena juventud. INTIMIDAD Las primeras escenas de la película describen ya a Rodrigo en su consagración en el Luna Park y luego en su cita con la muerte en una ruta del Gran Buenos Aires, la madrugada del 24 de junio de 2000. Lo que sigue es la típica escalada de un muchacho de carisma y singular energía, con un papá productor musical y una mamá enamorada de ese hijo mayor, al que fue modelando a la medida de sus esperanzas, en un hogar sencillo donde la música era una costumbre. Vida de un ídolo popular entre admiradoras fervorosas, en shows naif de pequeñas localidades provincianas, hasta excéntricos recitales en el Palacio del Boxeo (Luna Park) con el ring como escenario, Rodrigo marcó un momento y popularizó un género. Secuencias con distintos puntos de vista, la madre, la novia, testimonian situaciones íntimas, choques de la realidad de un muchacho simple con el sofisticado y a veces oscuro mundo en que compases musicales se mezclan con la droga y las ganas de no pensar en siete actuaciones por noche. El filme de Lorena Muñoz visibiliza la intimidad de un fenómeno irrepetible. LOS RECITALES El mayor de sus logros está en la puesta en escena de los shows, desde los iniciales hasta los últimos. Romances, excesos, enfrentamientos y momentos que iluminan como los de ese manager muy nuestro, estupendamente interpretado por Fernán Mirás, o los padres, que uno imagina fueron los del ídolo, a cargo de Florencia Peña y un destacado Daniel Aráoz. El parecido del actor elegido, Rodrigo Romero, con El Potro es asombroso y le otorga la suficiente energía como para acercarse dignamente al original. Como curiosidad se puede observar la participación del hijo de Rodrigo como uno de los guitarristas y, en la escena final, los músicos que integraron la banda original del artista. Esto, sumado a canciones exitosas del ídolo contribuyen al fervor de sus seguidoras.
La esperada biografía cinematográfica de Rodrigo Bueno, el Potro, abre con una escena de boxeo. El artista acercándose al ring del Luna Park, tirando piñas al aire con las manos enguantadas. Acaso un guiño a Gatica, a Favio, quizá una imagen que sintetiza la idea de lucha y gloria, el combo que parece marcar la historia de Rodrigo según Lorena Muñoz. La directora de Gilda. No me arrepiento de este amor, presenta una película casi gemela sobre el otro ídolo de la canción popular, aplicando la misma receta de la clásica biopic musical, inicio, ascenso y caída, y siguiendo la misma estructura de aquel film hasta un final hermano, como similares fueron las muertes de ambos. Terreno seguro, entonces, antes que exploraciones y riesgos. Hay un principio interesante, con el joven dando sus primeros pasos en Buenos Aires (joven aunque no tanto, barbudo, pelilargo y fumador, como para necesitar la sobreprotección de sus padres. Quizá otro actor, adolescente, hubiera funcionado mejor). Una primera parte que suma atractivo con el aporte de Daniel Aráoz como padre, presencia y personaje de peso. Luego, en su crónica del auge, que alterna escenas de show algo repetitivas y previsibles con las de intimidad, El Potro parece tener problemas para terminar de arrancar y crecer. No es culpa del protagonista, el debutante Rodrigo Romero, de extroardinario parecido con el artista, sino de un film que parece anularlo como personaje, del que nunca terminamos de saber qué le pasa, por qué sufre como sufre mientras hace sufrir a su mujer. Como en Gilda, Muñoz entrega un film biográfico pensado para agradar al gran público y no espantar a nadie, otra versión Disney, aunque esta vez menos, de la movida de la música popular, cuarteto o cumbia, en la que la noche y el reviente se justifica para absolver al ídolo: la droga está, pero el consumo no se ve en ningún plano, porque el protagonista es básicamente bueno, y su inocencia corrompida por las malas influencias, en el cuerpo de una especie de dealer diabólico, que aparece siempre antes de un show importante para echarlo a perder. Si el sexo no tuviera un lugar importante en la película, el edulcoramiento sería demasiado empalagoso. Tampoco aprovecha el film el potencial interesante de la movida cuartetera de Córdoba, que se menciona, pero no se transmite ni se muestra. Y algo parecido sucede con el arte de Rodrigo mismo, sin ofender a sus fans: a diferencia de Gilda, y su apabullante catarata de hits que sabemos todos, a El Potro le cuesta convencernos -se dice, pero otra vez no basta- de que estamos ante un gran artista compositor de grandes canciones. Está claro lo mucho que Gilda se benefició del factor Natalia Oreiro, de la entrega y el carisma de una actriz para quien esa interpretación era un proyecto propio largamente acariciado. Una pasión que, junto a Muñoz, lograron transmitir en un film que, con los mismos "maquillajes" del universo del que se ocupaba, llegaba a emocionar y a involucrar al espectador con la incomodidad, el dolor, los temores de su protagonista. El Potro, que no es un documental sino una película inspirada en la vida de Rodrigo, como se ha cansado de decir su directora, amén del disgusto de algunos familiares con el resultado, ejecuta su receta correctamente, en lo técnico y lo narrativo. Pero de ninguna manera llega a conmover como lo mejor del amor.
De inevitable comparación con la espléndida Gilda, no me arrepiento de este amor, el filme de Lorena Muñoz dedicado al “Potro” Rodrigo Bueno se impone como variación, extensión y respuesta. La cumbia, la diva femenina y el protagonismo de Natalia Oreiro se sustituyen en El Potro, lo mejor del amor por el cuarteto, el ídolo masculino y la interpretación del no actor Rodrigo Romero. Por lo demás, Muñoz se concentra de nuevo en ese umbral sensible y de distancia medida entre escenario y detrás de escena, frenetismo y contemplación, ascenso incontenible y tragedia súbita sobre ruedas. Salvo por la secuencia de inicio arrojada al futuro en que Rodrigo ingresa como estrella consagrada al ring del Luna Park, El Potro reconstruye la vida del artista de manera lineal, sintética y fluida, más a ritmo de cuarteto de cuerdas que de cuartetazo, más próximo al barroquismo de cámara que al vértigo exacerbado de bailanta. Daniel Aráoz y Florencia Peña componen a los padres que apoyan al hijo de melena tropical absorbido por la música, el primero desde la conciencia industrial y la segunda desde la incondicionalidad de madre. El viaje iniciático a Buenos Aires, en el que aparecen de manera premonitoria la ruta nocturna y el Luna Park, deriva en el contacto clave con el “Oso” (Fernán Mirás), representante fijo del cantante, y en el encuentro encendido con Marixa Balli (Jimena Barón), que inicia la tanda de amantes del “Potro”. El llanto solitario del músico junto al cadáver del padre y la visión epifánica de un caballo (en un primer plano extraordinario, que eleva el filme a un destello místico) cierran un primer arco que se repetirá dos veces, a la manera de una meseta espiralada. Esos sucesos por venir aguardan la transformación en el Rodrigo extrovertido, de pelo corto y teñidos chillones (verde, rojo, azul) que ocurre ante espejos, reflejos y una perspectiva que acecha al cuartetero de cerca, muchas veces desde la espalda; la concepción de hits contundentes celebrados por una audiencia eminentemente femenina, en recitales que contagian la emoción del vivo (pasan Lo mejor del amor, Amor clasificado, Soy cordobés, Cómo olvidarla); una estela promiscua simultánea al romance trunco con Patricia Pacheco (Malena Sánchez), madre de su hijo; y la alternancia entre la arrogancia y la fragilidad, la calma de la existencia cotidiana sacudida por el llamado a la gloria. El talento de Muñoz para captar el enigma de la creación de un mito de la música popular –desde la reanimación tardía de un cine pospopular– se mantiene, ya sea por la contundencia de los planos, la eficacia de las caracterizaciones, la soltura narrativa y la recreación sobria del contexto como por el abordaje sutil y cuidadoso, casi de fan comprometida, que nunca cae en la obviedad, la grandilocuencia o la redundancia. Ahora bien, El Potro concentra sus proezas en las partes, pero carece del in crescendo y carisma total de Gilda, un filme misterioso acaso por su figura atravesada por el fuego y la inocencia, además de la performance virtuosa, de holograma encarnado de Oreiro. Tal abordaje moral se asume pudoroso y esquemático en un personaje como Rodrigo, que parece situarse a una cercanía inalcanzable de la cámara, inescrutable en su relación con las drogas o las mujeres. Ese hermetismo lleva a que la historia se focalice en el corazón roto de Patricia, que sufre las infidelidades de su expareja entrevistas en chispazos explícitos, o que recurra al curioso personaje secundario de Diego Cremonesi, que le regala al “Potro” pequeñas dosis de drogas en varias oportunidades, para sugerir el comportamiento transgresor del cantante. El esmerado rol de Romero como Rodrigo resigna naturalidad en pos de semejanza, mimetismo un tanto rígido que se traslada al acento cordobés, que sin desentonar se escucha lavado, de estudio. Su aporte, teniendo en cuenta la ausencia de experiencia previa, es un hallazgo. El resto de los actores acompaña y justifica un sólido trabajo de casting, pero no hay interpretaciones sobresalientes. En buena medida, El Potro se limita a presentar a sus criaturas verídicas y a exponer las instancias decisivas del biografiado en una sucesión que, al momento del accidente fatal (evocado con parco sensacionalismo), no dibuja un destino. Dicho esto, El Potro es un valiente pariente de Gilda, una muy digna semblanza de Rodrigo y una confirmación de la capacidad autoral de Muñoz, que ahora se arrincona entre el tríptico y el volantazo. Resulta inusual en tiempos de diseño y volatilidad una película así de blanca, plástica y elegante que transmita la emoción genuina del ascenso artístico en juego afectivo con el espectador. La combinación única de azar, ilusión y realidad que hace a una estrella pop (entre el santo y el póster de habitación) es, en definitiva, la energía que alimenta al cine.
“El Potro”, de Lorena Muñoz Por Jorge Bernárdez Rodrigo fue un fenómeno artístico y social que irrumpió en el espectáculo argentino a una velocidad inaudita y que cuando terminó, fue un impacto mediático que no dejó a nadie afuera en aquel año del señor de 2000. Por supuesto, el estreno de la película está provocando un estallido mediático que devuelva a los estudios de televisión aquel elenco que rodeó al ídolo cuartetero y que en los comienzos del SXXl, atravesó a toda la sociedad con un final mediático pocas veces visto. El Potro, lo mejor del amor nace cómo una consecuencia lógica de lo que fue el impacto de la biopic que protagonizó Natalia Oreiro sobre Gilda, así funciona el negocio del espectáculo y ya hay quien está pensando cuál será la historia que está esperando ser filmada. El Rodrigo de la película es un joven cordobés al que parece no importarle otra cosa que la música y que a la manera del protagonista del hit “La guitarra” de Los Auténticos Decadentes, no tiene otros intereses. Rodrigo según Muñoz aparece cantando frente al espejo una canción de los twist y es que ese pibe cordobés no tenía muy claro cual sería su mundo, más allá de saber que quería cantar. El padre de Rodrigo, interpretado por Daniel Aráoz, tenía contacto con ese universo pero esperaba que su hijo terminara al menos el colegio secundario, pero la fue la madre la que apañó el deseo de Rodrigo y casi que no hubo tiempo para otra cosas. De todas maneras algo vio El Oso (Fernán Mirás), en ese joven hijo de uno de sus amigos dentro del ambiente, así que inmediatamente lo empezó a representar. Los cinco años que duró la carrera de El Potro están contados por Lorena Muñoz cómo un vértigo en ritmo cuartetero y sostenido por la cocaína, el sexo y una pléyade de amigos del campeón. Los personajes reconocidos de la época aparecen en pantalla con nombres la mayoría de la veces cambiado y levemente caricaturizados, como la conductora rubia de la bailanta en 2002. El potro, lo mejor del amor tiene algunos homenajes cinéfilos muy reconocibles, un protagonista desconocido (Rodrigo Romero) que sencillamente logra ser el Rodrigo auténtico, actuaciones convincentes como las de Florencia Peña haciendo de la madre y Diego Cremonesi como un dealer que le acerca al ídolo papelitos contra al sueño y por supuesto, las actrices que personifican a la mujeres que estaban cerca de él. La película no pierde nunca el control de lo que quiere mostrar. Mientras que en Gilda Lorena Muñoz lograba la construcción de la estampita de la cantante, aquí conforma el retrato de época y la historia del artista que muere en la cúspide. Queda para otra ocasión el estudio de cómo desde un ambiente marginal alguien logra instalarse en el centro de la escena, borrando cualquier clase de diferencia social, pero eso será en otra película, en tanto esta se sostiene en la trilogía: sexo, drogas y cuarteto. De los tres hay bastante ¿qué puede fallar? EL POTRO El Potro. Argentina, 2018. Dirección: Lorena Muñoz. Guión: Lorena Muñoz y Tamara Viñes. Intérpretes: Rodrigo Romero, Florencia Peña, Fernán Mirás, Daniel Aráoz, Jimena Barón, Malena Sánchez, Diego Cremonesi. Producción: Fernando Blanco, Alejandro Cacetta, Mili Roque Pitt, Axel Kuschevatzky, Juan Francisco Pelosi y Cindy Teperman. Distribuidora: Fox. Duración: 120 minutos.
Lo bueno, lo malo y lo feo contado con agallas Gilda fue un éxito inesperado en todos los modos imaginables. No solo cosechó un gran éxito de público y crítica, sino que también devino en reconocimientos de los Premios Sur (Academia de Cine Argentina) y los Premios Cóndor (Asociación de Cronistas). El mensaje de estos logros fue claro: Lorena Muñozdemostró que una buena historia puede estar en cualquier lado, incluso en un terreno que no es santo de la devoción de muchos como la música popular. A razón de este éxito, sus responsables, nada perezosos, se hicieron eco de una de las filosofías hollywoodenses más viejas y vigentes “Si salió bien una vez, hazlo otra vez”. Por eso, dos años más tarde el universo ha cambiado de la cumbia al cuarteto cordobés con El Potro, la historia de Rodrigo Bueno, una figura que -hay que ser sinceros- no tiene el manto de santidad que tenía Gilda pero que igualmente gozó de un lugar privilegiado en el afecto de muchos fanáticos. Sin soda, porque así pega más El Potro cuenta la historia de los últimos diez años en la vida de Rodrigo Bueno, su ascenso en el mundo de la música, sus amores, la relación con su padre y con su madre, y por supuesto todas sus sombras como la adicción a las drogas y las infidelidades. Ningún biopic es exacto históricamente. Si exactitud es lo que buscan, un libro o un documental van a servir mejor a ese objetivo que una narración donde (por motivos diversos) las licencias dramáticas son inevitables. El peligro recae en que esas licencias dramáticas dan pie a quienes sobrevivieron al sujeto a realizar una campaña para que dejen de lado (con justa razón) sus aspectos más sombríos, haciéndolo parecer como un santo con un sueño a cumplir y nada más. Pero para que esta película tenga sentido, para que sea algo que le interese ver al público, necesita mostrar al ser humano detrás de esa leyenda: ello implica poner sobre la mesa sus defectos, que a la larga son los que tenemos todos. Y más de uno sabe (o por lo menos intuye) que la vida de Rodrigo Bueno estaba repleta de ellos. Esa es una de las principales virtudes de El Potro: habla de lo bueno, lo malo y lo feo. Es una narración que no le escapa a sus rincones oscuros sino que los abraza con agallas. Es una película que sabe cuándo la crudeza es el curso de acción más conveniente y cuándo la sutileza, esa que invita al espectador a sumar dos más dos, es la que mejor resultados puede rendir. Lo muestra como un tipo que quería mucho a su hijo, pero también lo muestra como alguien capaz de engañar a su mujer con otra o encerrar a su amante en el baño de un hotel. Todas las luces y las sombras, ni más ni menos, están de manifiesto en todo el metraje. Pero más allá de esta valiente actitud, la película no se conforma con eso. El Potro descansa en una estructura narrativa clara, incluso sólida, con un objetivo concreto. Fue todo un acierto del guion establecer desde el vamos al Luna Park como el objetivo último de la búsqueda de Rodrigo. La única desventaja a señalar es el cómo opta la narración por escenificar los momentos musicales del filme. Cuando los intercala con otros momentos, ya sea por una evolución del tiempo o un descenso a los infiernos del personaje, brilla. Sin embargo, cuando se elige escenificar el recital y no otra cosa, el ritmo puede llegar a volverse cansino a pesar de lo logrado que pueda estar musicalmente. En materia técnica, Lorena Muñoz se ratifica como una realizadora que exprime todo el potencial de cada herramienta que tiene para ofrecer el lenguaje cinematográfico. Cada decorado, cada plano, cada actuación, cada sonido es cuidado y afilado al extremo para poder sumergirnos en la atmósfera de la historia. En materia actoral destacan Florencia Peña como la madre del protagonista y Fernán Miráscomo su representante. Sobrias y eficientes son las interpretaciones de Jimena Barón y Malena Sánchez, como las mujeres que fueron el objeto de afecto del cuartetero. Naturalmente, ninguna reseña sobre este filme estaría completa sin hacer mención al trabajo de Rodrigo Romero, un caballero sin experiencia actoral o musical que fue convocado por su gran parecido al cantante. Afortunadamente, las cosas no mueren con el parecido. Romero saca adelante con mucha dignidad un rol bastante desafiante, y ojala sea el primer paso de una carrera promisoria.
¿Un retrato del ídolo? Emblema de la música popular, su pérdida fue llorada por gran parte del país. Se fue joven, dejando un legado artístico que perdura hasta nuestros días. La historia de Rodrigo Bueno, “El Potro, lo mejor del amor”, llega a dos años del estreno de “Gilda, no me arrepiento del amor”, y por esas características mencionadas, más el hecho de que dirección y guión estuvieron a cargo de las mismas personas (Lorena Muñoz y Tamara Viñes), la comparación es inevitable y quizás ese sea el punto que más perjudique a esta nueva biopic. “El Potro...”, obviamente se mete en la historia de Rodrigo, desde su adolescencia, cuando lo único que ansiaba era cantar, hasta que logró éxito en todo el país; se convirtió en la cara del cuarteto a fines de los 90 e inicios de 2000, y falleció en una tragedia que todos recuerdan. El problema de recrear su vida, era encontrar un intérprete que esté a la altura de las circunstancias, pues el cantante era puro carisma, y a la vez un artista con mucha frescura. Apareció Rodrigo Romero, también cordobés de un parecido increíble. Si bien la idea de Muñoz era no emular exactamente al cuartetero, sí debía existir alguien que encaje con el physique du rôle de forma correcta, para que el público conectara con la historia. Beatriz Olave, madre del cantante, primero advirtió que no opinaría del filme, y luego se mostró enojada porque según ella "me prometieron un homenaje, pero es la historia de una mujer despechada". Evidentemente molesta por lo mostrado, Olave se refiere a que en la historia se hace hincapié en el romance de Rodrigo con Patricia Pacheco (interpretada por Malena Sánchez), madre de su hijo Ramiro. Sin embargo, una fuerte apuesta de la producción fue justamente no obviar ninguna situación conflictiva u oscura del Potro, algo que podría haber sido más fácil, dada la cantidad de seguidores que tiene. En cambio, varias escenas tienen que ver con sus excesos, su fama de mujeriego y hasta algunos episodios de maltrato, que es lo que podría haber molestado a la familia del artista. Desde ese lugar cobra significado el simbolismo de "Potro", y del subtítulo con el que se promociona la película, que reza "Nada puede domar tu espíritu". Lejos de ser juzgado como villano, Rodrigo en el filme es responsable, para bien o para mal, de sus pasiones. Más allá de que se trate de una obra artística, que no necesariamente se ata a la realidad como debería ser un documental por ejemplo, con toda la polémica creada en su entorno, la duda que ronda por el aire es si “El Potro, lo mejor del amor” es un retrato de un ídolo, una recreación, o un drama que simboliza su vida frenética, que no oculta la realidad pero tampoco se ocupa de la verdadera historia.
Todos recordamos dónde nos encontrábamos y lo que estábamos haciendo cuando nos enteramos de que Rodrigo había muerto. Sus últimos meses de vida marcaron con fuego a casi todos los argentinos y fue llorado por millones. El potro intenta dar una explicación, desde el lado humano y más allá del mito, esa leyenda. La verdad es que me quedé con ganas de más y que una sola película no alcanza (hay una serie en marcha), pero aún así sentí euforia, empatía, emoción y tristeza en el cine. A diferencia de lo que hizo en Gilda (2017), la directora y guionista Lorena Muñoz fue un poco más cruda en varios aspectos. Pero, sobre todo, en la estética, aquí un poco más “trash”, y un montaje más rápido. Decisiones muy apropiadas y en correlato con el personaje. Ya que Rodrigo tuvo momentos muy oscuros por abusos de sustancias. Tal como Natalia Oreiro en Gilda, aquí la clave pasaba por encontrar al protagonista indicado. Y Rodrigo Romero, un albañil cordobés que se presentó a un casting hace un año, no solo fue el indicado, sino que es una especie de reencarnación del cuartetero. Su laburo es impresionante y también increíble, más teniendo en cuenta que no tiene una formación actoral y que esto es lo primero que hace. El resto del elenco está a la altura. Empezando por el siempre genial Fernán Mirás, el actor que le hace bien al cine argentino, no importa el género o el papel que interprete. Como “Oso”, un manager un tanto atípico, demuestra una vez más su amplitud y versatilidad. Malena Sánchez está muy bien, al igual que Florencia Peña y Jimena Barón, está última mereciendo más tiempo de pantalla del que tuvo. Como dato adicional, cabe mencionar que los músicos originales de la banda e incluso Ramiro Bueno, el hijo de Rodrigo y sobreviviente al accidente que le quitó la vida, tienen participaciones. Ahora bien, por supuesto que el otro gran atractivo de la película es la música. Un hit tras otro que es imposible no tararear o no mover los pies bajo la butaca. Eso tenía (tiene) Rodrigo, una capacidad enorme para transmitir euforia y alegría a través de sus letras. Y el cine no le fue esquivo. En lo personal, me hubiera gustado que la película retrate un poco más su vida mediática y su relación con Maradona (falta la canción “La mano de Dios”). No tengo nada negativo para objetarle al film salvo por el golpe bajo del final, que por cierto, está muy bien filmado, y a la vez, transmite mucho. En definitiva, El potro es una excelente biopic de una persona que se convirtió en mito.
LO QUE HE VIVIDO CONTIGO Cuentan las malas lenguas que casi echan del cine a Johanna por bailar en la sala. Es innegable el talento, carisma y magnetismo de Rodrigo como ícono nacional. Hayamos sido más cercanos al movimiento de la música de bailanta en esa época, casamiento, cumpleaños de quince o cumpleaños que suene un cuarteto y esa tonada… Todos movemos los pies. Amado por muchos, querido por todos, “esos ojos, esa carita” diría mi mamá. Rodrigo Bueno traspasó las barreras de fronteras provinciales, clases sociales y estratos. Su muerte a los 27 años, quizás hizo mecha en exaltar su figura, pero su lugar como ícono cultural en nuestro país está. Después de un excelentísimo trabajo como directora de “Gilda: No me arrepiento de éste amor”, Lorena Muñoz vuelve a contarnos la historia del mítico cordobés. Y el resultado es más que satisfactorio. Con una estructura similar de biopic, la directora nos muestra una historia por momentos honesta, por momentos demasiado cruda, de quién fue Rodrigo Bueno. Quién desde joven triunfó como “El Bebote” y se transformó en el Potro sin domar que conocimos tomando vino sin soda, porque así, pega más. Siempre con el apoyo familiar presente, fallece en un accidente automovilístico que lo incluye en el mítico club de los 27. Pero desde ese muchacho de pelo largo que tiraba chupetes a las chicas, a llenar 13 Luna Parks (es canon que una pequeña Johanna con su madre estuvo ahí), con altos y bajos en carrera y su vida personal que no tuvieron miedo de mostrar en pos de hacerlo ver más agradable repitiendo el compromiso de su biopic anterior. Sin caer en comparaciones con la película de Gilda, la película tiene buen ritmo, es entretenida y se mueve al tono de la música que avanza y marca cada una de las etapas en la vida del músico. Está muy bien narrada, sin baches, personajes familiares pero sin caer en que quieras que te caigan bien, no tiene miedo de mostrar que algo está mal con alguno de los personajes en orden de que los quieras. Son humanos. A diferencia de la peli de Gilda, ésta es mucho más rápida, dinámica y ecléctica, pero con una altísima carga emocional. Una de las grandes virtudes de ésta producción es el carisma natural del personaje principal, que constantemente está sacando sonrisas. Y al mismo tiempo, muestra un nivel de altibajos emocionales extremos que muestran un lado oscuro del personaje que quizás, no conocíamos. Ese baile entre la comedia y el drama, nada pierde fuerza y se muestra con una impactante brutalidad. Rodrigo Romero cumple con creces el rol del personaje, no sólo en su parecido físico sino además con un amplio registro como actor. El resto del reparto está totalmente a la altura, con mención especial a Florencia Peña, Daniel Araóz y un muy muy iluminado Fernan Mirás, con un rol muy conmovedor y altamente querible. Muñoz se arriesga mucho más en ésta película, en especial a contar ciertos aspectos en la vida del ícono. Es una película más madura y cruda. No tiene miedo de mostrar a Rodrigo como el carismático cordobés y como un hombre con serios problemas emocionales, con un problema de adicciones e ira, que dan a entender ciertos trastornos mal llevados y nunca diagnosticados, con todas las consecuencias que eso implica en la vida de aquellos cerca suyo. El Potro: Lo mejor del amor es una película redonda, que conmueve seas fan o no, hayas sufrido su pérdida o no, y creo que esa fuerza es posible gracias al choque de titanes que formaron parte de la producción y el talento de Muñoz para acercarnos íconos a un nivel humano con una destreza magistral. Si sólo vas a ver una película ésta semana, que sea ésta.
“Gilda, no me arrepiento de este amor” fue el año pasado un éxito de público y de crítica. También la pantalla chica se sirvió de la vida de Sandro para obtener con su serie buenas mediciones y reconocimiento. Y ahora, la autora de “Gilda” se mete con otro artista popular que tuvo trágico y temprano final en un accidente rutero. Son figuras que han trascendido y que, al menos en el caso de “Gilda”, han logrado un inesperado y enorme espaldarazo tras su desaparición. Los accidentes fatales en ruta y en pleno apogeo, tiene una larga historia en nuestro medio (Julio Sosa, Susy Leiva, Hernán Figueroa Reyes). Y este film sobre el artista cordobés no se aparta de una conocida receta a la hora de asomarse a un cantante de éxito que se mató joven. El arranque tiene algo del “Gatica” de Favio. Vemos al Potro en una imagen oscura, que parece traer molestos presagios. Bailotea envuelto en un clima exaltador recargado de graves acentos. Está en el Luna Park, sede de su marcha consagratoria, y desde allá -como ya lo había hecho con Gilda- el film de Muñoz viaja hacia atrás para retratar los comienzos de este muchacho cordobés que dejó la escuela y que se aferró a la música siguiendo los pasos de un padre que con menos éxito recorrió el mismo camino. Estos filmes necesitan de una figura capaz de darle verdad y energía a su modelo. El actor no está mal. Tiene algún parecido físico y canta con su voz, otro desafío. Su trabajo (lejos de la estupenda labor de La Oreiro en “Gilda”) se acomoda en medio de un elenco muy cuidado donde otra vez Daniel Aráoz brilla alto y el tan solicitado Fernando Mirás está mejor que otras veces. Lo más contagioso y logrado son las actuaciones ante el público. Pero más allá de algún detalle subrayado y de algunas simplificaciones a la hora de retratar ese mundo, en general es una producción convencional pero bien resuelta, más tentada por retratar el lado oscuro que por revivir la vida de un artista popular que, a puro instinto y entusiasmo, encontró la muerte en medio de los aplausos. El ascenso, el triunfo, el inesperado final del padre, la retirada y el regreso triunfal son los hitos de una vida que encontró triste final tras una actuación en City Bell. La figura de la madre, la droga, sus mujeres lo presentan como un muchacho simple, afectivo y tarambana, un hijo modelo, un padre deudor y un marido olvidadizo, un triunfador que no tuvo –como muchos otros- la lucidez suficiente para saber detenerse antes que el éxito se lo llevara puesto. Como dijo el inglés Ayers Kevin, “Hay que correr mucho para no entrar en esa carrera”.
RODRIGO, EL POTRO Más allá del look boxístico elegido por el cantante Rodrigo Bueno para sus recitales, de la mitificación del Luna Park como escenario de ídolos populares, del apodo animal y de los vaivenes de una carrera que avanzó sobre múltiples caídas, la relación principal con el box que construye la directora Lorena Muñoz en El Potro: lo mejor del amor tiene como fundamento más evidente la necesidad de pegarse a otra biografía nacional, la Gatica, el Mono dirigida por Leonardo Favio, y además desarrollar lazos comunicantes con aquella película. Pero ahí donde Favio lograba, a partir de un romanticismo extremo, hacer del cuerpo del deportista una pantalla donde proyectar odios de clase afincados en la memoria del argentino medio y trazar un recorrido por la historia del país, especialmente en su relación con el peronismo, Muñoz no puede ni empezar el boceto de una metáfora. El esfuerzo de la directora es evidente, tanto en el prólogo como en el epílogo, pero nunca hace de ese Rodrigo ficcional un personaje interesante. Y mucho menos, uno que soporte sobre su espalda la carga dramática y trágica que se le pretende dar. El Potro: lo mejor del amor es en su mayor parte un biopic vulgar, uno que acumula datos históricos y los ilustra más o menos profesionalmente. La película va desde la juventud del protagonista en Córdoba (un Rodrigo Romero de presencia discreta), cuando cantaba baladas melosas en bares para pocas personas, hasta su consagración nacional y su trágica muerte. En el medio, lo que hay es un melodrama en el que se van explorando los vínculos del artista con su padre (Daniel Araoz), su madre (Florencia Peña), sus mujeres (Jimena Barón, Malena Sánchez) y muy especialmente su manager (Fernán Mirás), tal vez lo más genuino y emotivo que el film logre construir en sus repetitivas dos horas. La tragedia del personaje es obvia: sus adicciones, su incapacidad para serle fiel a alguna de las mujeres que tenía al lado, su espíritu autodestructivo. Lo que no es obvio, es que una directora habitualmente sólida como Muñoz construya algunos de los momentos más ridículo del mainstream nacional reciente: hay escenas de un feísmo absoluto, como ciertas borracheras que sufren un par de personajes, y otros momentos que llevan a la risa involuntaria como un Rodrigo con look Cristo luego de la muerte de su padre (hasta hay un Angel que lleva al ídolo por el “mal camino”, así de explícito es todo). Las idas y vueltas con el cine de Favio son constantes, en los ruleros de Rodrigo que emulan a los de Monzón en Soñar, soñar, en la ilustración del tema Soy cordobés con un montaje paralelo que recuerda a Gatica, el Mono, y otra vez Gatica… en el uso de la música y en unos fundidos que pretenden épica. En realidad, todo es pretensión en El Potro: lo mejor del amor: porque Muñoz quiere hacer de su Rodrigo un antihéroe bien trágico, una suerte de Cristo cuartetero, pero nada de eso le sale y la película parece pedir a gritos cierta filiación cinéfila para justificar sus antojadizas decisiones de puesta en escena. Hacia el final y cuando llega la tragedia, Muñoz quiere que nos emocionemos con la muerte del ídolo, que desde la estampita cristiana scorsesiana nos interpela con el consabido “cuando no esté me van a llorar”. Sin embargo es tan poco lo que el film permite conocer del artista, que uno no sólo se pregunta qué es lo que hay que recordar, sino por qué demonios se hizo esta película. Es evidente que Muñoz tiene la capacidad para construir un cine que resuma códigos populares y la vez haga que el público masivo se pueda identificar con él; por este motivo es aún más incomprensible lo que sucedió con esta película. La pregunta que nadie en esta producción parece hacerse es: ¿por qué contar a Rodrigo? ¿Cuán importante fue Rodrigo dentro del mercado del cuarteto? ¿Cómo logra un artista del interior llegar a Capital Federal y hacerse masivo? ¿Por qué su figura fue clave dentro de ese proceso de fin de siglo pasado que relacionó diversos estratos sociales a través de ritmos populares? Sinceramente luego de atravesar las dos horas de películas nos resulta imposible entender la importancia de Rodrigo para la cultura popular de las últimas décadas. Personalmente he bromeado con la idea de que en El Potro: lo mejor del amor no aparece aquella canción picaresca en la que Rodrigo decía tener “el muñeco alicaído”. Sin embargo, y más allá de la chanza, para mostrar la complejidad del artista era más interesante ver cómo alguien pasaba de cantar esa canción para fiestas de casamiento bochornosas a algo más complejo como su repertorio posterior. Esas rispideces en la vida de todo artista que sin dudas son más interesantes que las intrigas de alcoba o su relación con las drogas. No digo que todas estas preguntas deberían haber estado en la película (cada director tiene el derecho de hacer la película que quiera), pero algunas de ellas se arriesgan a interpretar al personaje mucho más que el melodrama con dejos de culebrón que termina siendo y de la apología del sacrificio. Y mucho menos se entiende cómo un personaje que sustentó mucho de su éxito en el carisma, luce tan apático y desangelado más allá de que se quiera dejar en claro que era un tipo con luces y sombras.
En vista de las controversias –mediáticas, faranduleras, chimenteras– generadas tras el estreno de El Potro, lo mejor del amor, hay dos o tres cosas que se pueden decir de este biopic sobre el cuartetero cordobés, muerto trágicamente muy joven en un accidente automovilístico. En principio, la película no fracasa porque no representa fielmente la vida de Rodrigo Bueno (queja repetida por algunos familiares del cantante) o porque lo muestra débil cuando aparece en su vida la tentación de las drogas y del descontrol (otro lamento de algunos fans). Verdad de Perogrullo es señalar que nunca hay una verdad única, que un film es siempre una lectura posible, que se presenta a sí mismo como inspirado en hechos reales y no como lo verídico sobre Bueno, y que “no hay hechos, solo interpretaciones”. La nueva obra de la directora del excelente documental Los próximos pasados (2006), así como no se malogra por la falta de verismo en las situaciones narradas, tampoco triunfa porque su protagonista es físicamente idéntico al ídolo cordobés o porque el destino trágico del cantante le da una estatura casi mitológica al relato. No. A pesar del gran desempeño del neófito Rodrigo Romero, quien sin experiencia previa alguna consigue sostener el grueso de la narración a fuerza de cierta fotogenia y una naturalidad tal al actuar que lo acerca al carisma, la película falla más por cómo se cuenta que por lo que se cuenta. El problema no está en el qué, sino en el cómo. Aunque, en realidad, estos dos aspectos son indisolubles. Contada en un largo flashback que deja afuera solo el triste desenlace, al igual que en la obra anterior de Muñoz, Gilda, no me arrepiento de este amor (2016), aquí, en cambio, muchas de las secuencias parecen haber sido pintadas con un trazo más grueso. Mientras que en aquella había un mayor manejo de la sutileza y tanto el personaje de Natalia Oreiro como algunos de los secundarios poseían matices, gradaciones, en esta nueva biografía cinematográfica las convenciones del género relativas al trabajoso ascenso del protagonista (aunque en esta ocasión no parezca tan trabajoso), su triunfo final y su posterior muerte trágica, si bien presentes en el relato, no llegan a formar un todo cohesivo. Poco hay de heroico, aún con las oscuridades propias de cualquier personalidad, en la construcción del héroe y en su muerte, y esto se siente como falta hacia el final del relato. En cuanto al impacto del cuartetero en sus seguidores, en lo que significó en la vida de sus miles de fans, es algo en lo que no se detiene y apenas se pinta con pequeños indicios, puesto que se prefiere dar mayor lugar a las relaciones establecidas entre el cantante y sus más allegados, por un lado, y a la influencia de la noche (con sus bacanales de sexo y excesos alcohólicos y de drogas), por el otro. En este sentido, la figura del padre y la de la madre son claves en el desarrollo de la intriga. De la atracción gravitatoria que ambas ejercen debe desembarazarse el protagonista. De la primera lo hace a partir de revelarse contra sus mandatos; de la otra, no queda claro si lo consigue. Por último, las discordancias ‒que no se presentan en la inclusión de los temas musicales característicos de Rodrigo (casi todos los hits que tienen que estar están y puestos de forma fluida)‒ en el tono de algunas secuencias hacen que ciertos momentos se perciban como forzados. Por ejemplo, la escena de tinte onírico, esa en la que Rodrigo ve o cree ver un potro salvaje y da cuenta de un giro en la historia, desafina con el tono costumbrista imperante en el relato. Además, los roles secundarios, salvo honradas excepciones como el siempre digno desempeño de Fernán Mirás, están mal: su construcción por parte del guión es siempre rayana en la estereotipia y la interpretación de algunos actores se ubica a una distancia de un suspiro del la sobreactuación. La cuestión de la fidelidad a los hechos, de la veracidad, resulta entonces, ahora como siempre, una controversia fútil. El arte, logrado o no, mejor o peor, no trabaja con verdades. El único problema de El Potro, lo mejor del amor es que, a lo mejor, se trata de una película a medio camino entre lo trágico, el costumbrismo y lo grotesco, en el sentido más literario de estas palabras. En definitiva es, lamentablemente, un film con poca épica.
En sus 122 minutos, la película intenta no dejar aspecto de la vida de Rodrigo Bueno sin tocar. Sus comienzos, su etapa melódica, la pérdida de su padre, la protección de su madre, su giro a lo tropical, cómo conoció a la madre de su hijo, los excesos, la fama, la serie de recitales en el Luna Park y el vuelco en la autopista que terminó con el mito. Si alguien es aficionado a los números, los minutos que se pueden dedicar a cada uno de estos eventos -y hay varios que no fueron mencionados- son pocos. En lugar de profundizar en un momento de su vida (como lo han hecho otras biografías como Steve Jobs de Aaron Sorkin, Toro Salvaje de Scorsese, y hasta Gilda de la misma directora Lorena Muñoz), el guión se volcó por la receta ortodoxa de la biopic y hace un fastfood narrativo que no logra generar climas, emociones ni empatía. El actor principal es un milagro: se llama como el cantante, es de Córdoba, tiene un parecido que impacta en algunas tomas y además maneja muy bien, para ser su debut actoral, las escenas más dramáticas. Florencia Peña acompaña, aunque desaparece sobre la segunda mitad. Jimena Barón está desdibujada en lo que, según se explicó hace poco, es una fusión de varias amantes de Rodrigo. La película va del frenesí cuartetero a la redención -que incluye una escena desconcertante con un caballo- en menos de una hora, y en el medio hay decenas de situaciones que nos dicen poco sobre el protagonista. Cualquiera que haya visto por televisión a fines de los 90 lo que generaba Rodrigo, y lo público que era y lo expuesto que estaba, va a salir de la sala decepcionado. En su momento parecía que se sabía todo de él, y esta película no aporta demasiado, salvo algunos detalles antes presumidos sobre drogas y mujeres.
En el medio del boom de biopics que se está viviendo a escala mundial, Lorena Muñoz, ha podido, una vez más, construir un apasionante relato sobre uno de los ídolos populares argentinos más recordados de los últimos tiempos, Rodrigo Bueno. Si en “Gilda, no me arrepiento de este amor”, junto con Natalia Oreiro, Muñoz había consolidado, y tras una serie de sólidos documentales, un estilo propio de narrar hitos biográficos de la cantante, en “El Potro, lo mejor del amor”, eficientemente dosifica información sobre Rodrigo para generar un intenso relato sobre la construcción de un artista. En esa construcción, claro está, y partiendo de la base del conocimiento público de su vida, la decisiva elección de los momentos claves de su carrera permiten direccionar la mirada hacia un lugar menos conocido del artista, uno alejado de los escándalos mediáticos y los romances que le exigían, en cuanto programa vespertino de chimentos que se precie, paternidad, dinero y mucho más. En “El Potro: Lo mejor del amor” asistimos a sus inicios, sus primeros pasos en la música, su decisión de orientarse al cuarteto y a partir de allí comenzar un meteórico ascenso que culminó con los célebres recitales en el Luna Park mimetizándose con el estadio y su origen pugilístico. Pero también hay un interés por mostrarlo humano, con sus conflictos pasionales, su dolores, sus pérdidas, su familia rodeándolo cual satélite, y sus “picardías” para evitar seguir algunos lineamientos, necesarios, claro, para mantener una carrera ordenada y “limpia” a fin de responder a todas las obligaciones contractuales que iban apareciendo. Muñoz espía los espacios, nos introduce en la intimidad de cada uno y se apoya en la solvencia actoral de los protagonistas, desde ese Rodrigo interpretado por el debutante Rodrigo Romero, que más allá del parecido, transmite la pasión y el carisma del artista, pasando por Fernán Mirás, Daniel Aráoz y Florencia Peña, como esa abnegada y luchadora madre que con su cuidados, y sobre protección, permitió que el cantante llegara a la cima. “El Potro, lo mejor del amor” mantiene en vilo al espectador a pesar que conoce el “cuento” que se le va a narrar, y la habilidad de la directora es “revisitar” esos sucesos y resignificarlos dentro de un nuevo esquema en el que las figuras expuestas terminan siendo objeto de miradas y análisis, con referencias a los personajes reales, pero con una nueva configuración que los presenta como personajes del film. Seguramente habrá defensores acérrimos de los protagonistas que buscarán polémica a partir de si los hechos son o no los que Muñoz y Tamara Viñes (guionistas) deciden contar en la propuesta, y si hay o no más detenimiento en la mujer que ha legado en su hijo la continuación de un nombre y un apellido. Pero lo que seguramente no podrán decir esto paladines de la justicia biográfica es que “El Potro, lo mejor del amor” es una sensible y honesta producción, que a pesar de estar enmarcada desde un sistema de producción industrial, la mirada y emoción que transmite, es sólo el resultado de una autora que logra conectarse con sus personajes y a partir de allí, con amor y respeto, armar un relato cinematográfico con viñetas importantes de la vida de éstos.
Lorena Muñoz (Gilda) presenta la biopic de uno de los más grandes artistas que nuestro país dio: Rodrigo Bueno. Desde sus comienzos como “El bebote” hasta su presentación máxima en el Gran Rex y un triste y prematuro final El Potro: lo mejor del amor es la película absoluta sobre la vida de “El Potro” Rodrigo. De Córdoba con amor. Muñoz supera con creces lo que fue Gilda: no me arrepiento de este amor (2016), en El Potro nos encontramos con una biopic que mantiene los pies sobre la tierra, muestra ese idolo cuartetero sin lujos de romanticismo exagerado y situaciones inverosímiles. Además en El Potro: Lo mejor del amor los shows son adrenalina pura y en conjunto con un estupendo labor de montaje las escenas posibilitan que la película sea una gran experiencia cinematográfica. Se tararea y fuerte… Corajuda al mostrar lo que muchos no se animarían el film nunca expone una vulnerabilidad en estas situaciones. Cuando empieza ese camino cuesta arriba con barrancos y pozos en todos lados la película se mantiene fiel a sí misma para seguir sorprendiendo. El potro lo mejor del amor no busca agradar, sino relatar con una mirada contundente. Rodrigo era un humano, y como todo ser humano su vida se muestra llena de victorias y grandes derrotas. Desde el comienzo de película Muñoz inicia un recorrido de metamorfosis del artista; el primer tema músical se presenta de forma casi infantil, inocente, como el juego de madre e hijo que mantenian Beatriz Olave (interpretada por Florencia Peña) y Rodrigo (Rodrigo Romero) a lo largo de toda la vida. La película no es ningún tour de force para el elenco, no obstante todos ellos (Romero y Peña, Jimena Baron, Fernán Mirás, Daniel Aráoz y Malena Sanchez) se ven cómodos y mimetizados por el relato en todo momento. El parecido de Rodrigo Romero con el potro es innegable y muchas veces no vemos al actor sino al artista homenajeado (caso contrario era en Gilda, que en todo momento observamos a una correcta Oreiro, siempre imitando pero no sobresaliendo). Estamos ante una película definitiva sobre Rodrigo Bueno. El comienzo tierno así como el descontrol de la livet deluxe van de la mano para mostrar una obra completa, que no desperdicia tiempo en mostrar el absolutismo comercial y falso del negocio. Una película personal, poderosa que cuesta asimilar pero absolutamente sincera, de las “grandes” del año.
La nueva biopic de Lorena Muñoz, "El Potro: Lo mejor del amor", repite la fórmula de su anterior película; con resultados, afortunadamente, similares. Hay quienes persiguen un sueño y forjan su destino hasta lograrlo; y hay quienes el destino los alcanza, las oportunidades de la vida los van conduciendo hasta moldear lo que debe ser. El segundo parece ser el caso de Lorena Muñoz, que con su cuarto largometraje, dos de ellos documentales, se instaló como una referente absoluta de las biopics musicales. En 2003, junto a Sergio Wolf, sorprendió a todos con "Yo no sé qué me han hecho tus ojos", un documental que se metía de lleno en la misteriosa vida de Ada Falcón, y aún hoy es difícil igualar semejante timing para con un documental que transforma en suspenso la pasión de una vida cargada de dolor. Luego de que su próximo proyecto, "Los próximos pasados" (sobre el container que poseía en su interior el mítico mural que Siqueiros pintó en el sótano de la casa de Natalio Botana) la alejara de la música; en 2016 fue la elegida para finalmente concretar el postergado proyecto de una biopic sobre la cantante tropical Gilda. El suceso y la grata sorpresa tanto de crítica como de público fue tal que era inevitable que su siguiente proyecto se inscribiese en el mismo camino. La producción de una biopic sobre Rodrigo “El Potro” Bueno, se puso inmediatamente en marcha, casi como si fuesen esas secuelas que se anuncian en el fulgor de la película anterior. "El Potro: lo mejor del amor", repite el mismo equipo de producción de "Gilda, no me arrepiento de este amor"; pero fundamentalmente, lo que repite es a su directora, y es eso lo que marca el destino de este film. Nuevamente, Tamara Viñez se anota como co autora del guion para narrar esta historia que parte de un lugar bastante diferente al de Gilda, aunque los anhelos podían ser similares. Gilda era una chica de clase media, tranquila, llamada a ser una esposa y maestra jardinera modosita; aunque su sueño fuese cantar, y encontró casi de casualidad su oportunidad en la movida tropical. Ahí está la diferencia. Rodrigo (Rodrigo Romero) ya respiraba cuarteto desde la cuna, su padre (Daniel Aráoz) era un músico y productor, con fuertes contactos en Buenos Aires. Aunque él quisiese otra cosa para su hijo, Rodrigo quería ser cantante; y su madre (Florencia Peña), aún más. Por supuesto que esa claridad de destino no hizo que todo fuese un lecho de rosas, y la carrera musical de Rodrigo fue una montaña rusa de tragedias, desvaríos, subidas, caídas, y amoríos. Todo eso son la sal de "El Potro, lo mejor del amor". Mucho de lo que se ve es de público conocimiento, bastante más que en el caso de Gilda, por cierto. Rodrigo vivió en medio de una vorágine maratónica. Tuvo su inicio con música de cumbia impuesta; como buen potro, intentaron domarlo; la tragedia lo persiguió, huyó, y se reinventó convirtiéndose en un fenómeno cuartetero que conquistó a las masas de todo el país. Las comparaciones entre una película y la otra son imposibles de ocultar; y si bien, en muchos aspectos, los más positivos, las similitudes abundan; en los claroscuros es en donde se marcan las diferencias. "Gilda, no me arrepiento de este amor"; trataba a su personaje de modo inmaculado, los aspectos negativos de su vida, estaban ligados a no poder despegarse de la que había sido, claramente era una víctima; tanto del entorno de su “ex” marido, como de la voracidad de la movida tropical que quiso llevarse una mayor tajada del éxito de ella. En "El Potro, lo mejor del amor"; esa ecuación queda invertida. Rodrigo no es un ser inmaculado, sus costados oscuros están ahí, ben presentes en su vida privada, y colándose en lo profesional mediante algunas juntas que lo llevan por mal camino. Pero el ambiente del mundillo musical se nota algo lavado, como si hubiese algo de lo que el film no quiere hablar. Por el contrario, quien sí sale bastante inmaculado, es la figura de El oso (Fernán Mirás), su productor y representante, que adopta una figura paterna. Si Natalia Oreiro se sentía en las nubes al lograr interpretar el personaje que tanto había querido encarar; con Rodrigo Romero, el casting realizado es sencillamente perfecto. omero habla, gesticula, se mueve y hasta canta, igual que Rodrigo Bueno. Son muchos los momentos en los que nos relajamos y olvidamos que estamos viendo a un actor con su personaje, Romero es Bueno, Rodrigo es Rodrigo. Nuevamente los secundarios funcionan como una ajustada maquinaria de reloj, Florencia Peña tenía todo para desplegar un gran histrionismo como Beatriz Olave, pero no, inteligentemente elige un tono más medido, sabe que la película no es de ella. Se ve como una madre abnegada, que da todo por su hijo (relega su vida al lado de un hombre que no la trata del mejor modo con tal de asegurar un futuro para su crio), que tiene un destino pre configurado para él, y no va a dejar que nadie se le cruce en su camino/el camino de su hijo; es ambiciosa; ella parió a Rodrigo, y forjó al Potro. Ni siquiera exagera en su imitación del acento, se sabe que Flor es porteña, su acento es apenas sutil, casi imperceptible, muy acertado. Diego Cremonesi como la oveja negra, Julieta Vallina como la tía, y Daniel Aráoz como el padre, demuestran todo el talento actoral que ya les conocemos. Pero los verdaderos aplausos (además de la mimetización de Romero), serán para Fernán Mirás y Malena Sánchez como la madre del hijo de Rodrigo. Ambos son los personajes más humanos de la película. Los que quizás funcionen como el cable a tierra, y ambos los componen a pura pasión por la actuación. Mirás es entrañable, Sánchez (que ya merece su protagónico) es dolor comprimido. La banda sonora, obviamente, es un punto alto, aunque no funcione tan aceitádamente con lo que sucede en la trama del film como en Gilda. Muñoz es la que hace la diferencia. "El Potro: lo mejor del amor", narra una historia con muchos momentos ya hartos conocidos en la televisión, y con una historia de fama desde abajo, que hasta pudo ser prototípica. Pero es ella, con su garra, su apasionamiento, con esos bellísimos planos alegóricos, con sus juegos de luces, sus silencios y sus arranques rabiosos, con ese tono que en buena parte nos hace acordar al "Gatica" de Favio, la que pone el acento, y hace que esta propuesta se eleve. No importa cuánto haya de verdad, o cuánto se haya ocultado, Muñoz construye un mito propio en su película, un santo sucio, humano; y la sala vibra no solo con la música, también con el latir de sus imágenes. "El potro, lo mejor del amor", es una película sobre soñadores y luchadores, y su mayor acierto es tener detrás de cámara a alguien que sabe transmitir esos dos ingredientes como ningún otro.
Después de consagrarse con Gilda, no me arrepiento de este amor, Lorena Muñoz vuelve a apostar a una biopic sobre un artista musical nacional de trágica y temprana muerte: Rodrigo “El Potro” Bueno. “El Potro” fue un fenómeno. Rodrigo, un músico que hacía cuarteto -género de origen cordobés asociado a las bailantas-, de repente se encontraba llenando trece Luna Park. Ya los boliches le quedaban chicos. Pero cuando estaba ahí arriba, en la cumbre, un accidente de tránsito le quitó la vida. Probablemente muchos recordemos aquel 24 de junio del 2000 y la imagen de la camioneta blanca. Escrita nuevamente por la directora Lorena Muñoz junto a Tamara Viñes, El Potro, lo mejor del amor narra la historia de este muchacho desde sus comienzos: un chico humilde que se hizo de abajo, que pasó de ensayar en su cuarto a algunas presentaciones televisivas y boliches hasta irse a Buenos Aires y convertirse en el fenómeno que conocimos. El guion plantea varios aspectos de su vida en su primera parte y así deambula entre la relación con sus padres, con las mujeres y con el trabajo, a veces sin poder él lograr un balance necesario entre cada uno de ellos. Pero si bien se exponen muchas cosas, no todas terminan desarrolladas con el mismo éxito. Quizás porque el enfoque principal está en los primeros años y no tanto en aquella parte que todos conocemos o de la cual nos acordamos bastante. No obstante se siente que se podría haber desarrollado un poco más, por ejemplo, cómo es que Rodrigo llega al Luna Park, más allá de que es cierto que uno va siendo testigo, presentación a presentación, de un fenómeno que crece, pero ese último salto se siente bastante grande. A la larga, El Potro, lo mejor del amor se termina pareciendo mucho a casi cualquier biopic sobre un músico que además de empezar de abajo y lograr alcanzar la cima tiene que luchar constantemente con sus demonios. Y, al contrario que en Gilda, no me arrepiento de este amor, se quieren abarcar demasiadas aristas. Así se “lo ve” consumiendo drogas, teniendo sexo de manera desenfrenada pero también siendo protagonista de situaciones violentas que no siempre terminan de explotar -como una referida al personaje de Marixa que interpreta Jimena Barón-. En El Potro, lo mejor del amor suceden cosas todo el tiempo en esas dos horas de duración y mientras algunas quedan casi en el tintero, en otras se bucea tanto que por momentos se despega demasiado del personaje principal -como sucede con la Patricia de Malena Sánchez, quien de todos modos está muy bien en su papel-. Los mejores momentos se desarrollan con las relaciones paternales. Primero con el personaje de Daniel Aráoz, que interpreta a su padre y es quien lo ayuda a empezar, y más adelante con el de “El Oso”, el representante que lleva adelante Fernán Mirás, tal vez la interpretación más destacada del film, con un último plano suyo simple y conmovedor. A nivel musical el hasta ahora desconocido Rodrigo Romero parece divertirse tanto como lo hacía Bueno en el escenario y si bien, a veces, parece una imitación algo forzada, en general ofrece números musicales convincentes y alguno un poco más emocionante. También hay un buen uso del repertorio, resaltando la performance de “Lo mejor del amor”, la de “Qué ironía” en un momento de descontrol y el montaje con “Fuego y pasión” que, aunque la letra subraya bastante lo que vemos, no deja de tener mérito. Es obvio que alguien que se la pasaba cantando sobre estar con mujeres casadas o engañar a su mujer no iba a tener una vida amorosa calma. Hay más paralelismos entre El Potro y Gilda que los evidentes. El plano final de El Potro… se parece mucho al comienzo de Gilda… En la primera muchas manos intentan acercarse a tocar a Rodrigo que se arrojó al público del Luna Park; en la segunda las manos intentan tocar el ataúd de Gilda. También la imagen de la cantante aparece físicamente en un momento crucial de El Potro…, Muñoz es consciente de la conexión que hay entre sus películas y no pretende escaparse de ellas. Pero no se repite, porque a la larga son muy distintas (como sus personajes).
Tras el éxito de público y crítica de Gilda: no me arrepiento de este amor, la directora y coguionista Lorena Muñoz encara con solvencia la vida de otro ícono de la música popular con El Potro: lo mejor del amor. La abanderada de la cumbia y el ídolo cuartetero tuvieron finales trágicos en común, con accidentes en el asfalto que apagaron sus vidas prematuramente y los inmortalizaron en el imaginario nacional. Es cierto que a Muñoz esta vez le juegan un poco en contra en contra los superlativos logros de la biopic de la cantautora que hipnotizó a una generación con su irresistible encanto melódico. También es verdad que el carisma de Natalia Oreiro acompañaba los aciertos formales del film sobre Gilda, y que la estrella uruguaya tiene el magnetismo suficiente para cargarse toda película al hombro. De hecho, este año volvió a demostrarlo con la comedia Re Loca, uno de los títulos más convocantes del cine argentino cosecha 2018. En esta nueva apuesta, el debutante Rodrigo Romero sale airoso del difícil desafío de encarnar a un astro masivo como El Potro. Más allá de su apabullante parecido físico, es destacable el trabajo de entrenamiento actoral y musical que recibió el joven que hace su primera experiencia frente a cámara. Bajo la atenta dirección de Lorena Muñoz, la dupla creativa logró imprimirle al personaje un halo de vulnerabilidad que nunca estuvo a la vista del público. La realizadora volvió a trabajar junto a Tamara Viñes, en la escritura de un guión que cuenta con menos matices que el de Gilda, tal vez porque la vida de Rodrigo Bueno fue más lineal en su recorrido de la fama a la debacle. Las autoras son conscientes de que mientras la intérprete de Fuiste se convirtió en una figura mística tras su muerte, el atronador cantante de éxitos como Soy cordobés, es recordado con devoción por su eufórica impronta, pero también por una vida signada por el vértigo y los excesos.Como en todo film biográfico sobre un ídolo, somos testigos de luces y sombras, tanto arriba como debajo del escenario. En este relato, más allá de la influencia del padre de Rodrigo (Daniel Aráoz), un hombre que también pertenecía el negocio de la música, y el manager (notable Fernán Mirás); el derrotero de la carrera de El Potro está escudado por la presencia de su sobreprotectora madre (Florencia Peña), y la pareja que concibió al hijo del cantante (Malena Sánchez). Con buen pulso, Lorena Muñoz logra esquivar el trazo caricaturesco de piezas clave en esta historia como la estridente Beatriz Olave. Por momentos, se resiente un poco la acción porque los personajes tienen roles muy determinados y estancos, limitándose así el arco de profundidad de varios de los conflictos trazados en la pantalla. De todas formas, es evidente que las guionistas no quisieron sucumbir a la tentación de una explicación psicologista sobre el carácter machista y posesivo del cordobés más popular de los '90. Concretamente, se limitan a esbozarlo como una suerte de reflejo de la familia y el contexto en que creció. El contraste de la puesta entre los pasajes intimistas y los histriónicos shows del astro que logró agotar localidades 13 noches en el Luna Park, se despliega con total solvencia visual, con la directora volviendo a vislumbrar como faro inspiracional al cine de Leonardo Favio. De hecho, en una de escena de este film podemos ver a Rodrigo con ruleros, imagen que nos remite directamente a Soñar, soñar, hito de culto del legendario realizador mendocino, donde otro ícono trágico como Carlos Monzón también aparecía insólitamente en ruleros. Si bien es es cierto que El Potro: lo mejor del amor no ejercita una mirada del todo complaciente hacia la estrella que retrata, también hay que señalar que Lorena Muñoz elige focalizar de manera más explícita los festines sexuales del cantante, mientras su relación con el alcohol y la cocaína quedan más bien fuera de campo. Las potentes escenas de sexo son absolutamente pertinentes porque Rodrigo fue un huracán de testosterona. En contrapunto, y tal vez para blindar al protagonista, el tema drogas queda reducido a unos papelitos con merca que le suministra un allegado en modo siniestro full time (Diego Cremonesi). De esta manera, el film expone a un Rodrigo abiertamente mujeriego por decisión propia, pero ocasionalmente adicto tras cada aparición del tóxico amigo que oficia de dealer. Si bien Muñoz no pretende levantar el dedo de la sentencia moral, su película muestra detalladamente el padecimiento de la pareja del artista cuando lo ve con otra mujer (Jimena Barón), o en medio de una orgía en un hotel. En cambio, evade la misma elocuencia al no registrar ni un solo plano del ídolo consumiendo sustancia alguna. No se trata de un reclamo de tono sensacionalista, sino coherente con el fatal desenlace de un astro que estuvo al volante de una camioneta a toda velocidad, con su mujer e hijo a bordo del vehículo, en aquella trágica madrugada de junio del 2000. Más allá de las escenas en que el gran showman desafía varios límites, esta biopic encuentra sus destellos más emotivos después de cada brote de furia. El lírico pasaje de angustia y resaca emocional tras la muerte del padre de Rodrigo, o el sentido abrazo que el protagonista se da con su manager a minutos de destrozar una habitación, están entre los instantes más significativos de una película que no decepciona, pero que pudo encontrar mayor vuelo si la directora hubiera elegido el camino de una apropiación personal sobre el mito del cuartetero, en lugar de optar por el quirúrgico registro de los hitos más conocidos de su vida; desde los comienzos en la música melódica hasta el rotundo éxito como estandarte del cuarteto. El Potro: lo mejor del amor, seguramente ingresará en el podio de la media docena de producciones nacionales que en lo que va de la temporada han superado los 500.000 espectadores. Este 2018, será recordado como el año de la gran revancha del cine industrial argentino, con un seleccionado de títulos tan eficaces en la taquilla como notables en términos cinematográficos. Desde El Ángel a Acusada, pasando por este flamante estreno, hablamos de películas comerciales que a su vez tienen refinados toques autorales de cada uno de sus creadores. El mainstream argentino atraviesa su mejor momento en décadas, y se consolida con propuestas más atractivas que el promedio de tanques despachados abúlicamente desde Hollywood y Europa. El Potro: lo mejor del amor / Argentina / 2018 / 122 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Lorena Muñoz / Con: Rodrigo Romero, Florencia Peña, Fernán Mirás, Daniel Aráoz, Malena Sánchez y Jimena Barón.
Veinte años no es nada y es verdad no fueron nada en el tiempo de existencia de Rodrigo Bueno, que comienza sus primeros pasos en la música popular siendo apenas un niño, para convertirse en un ídolo cuartetero a los 27 años, cuando un accidente sesgó su vida. Murió en la misma fecha en la que se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de Carlos Gardel. Junto con otros cantantes fallecidos a la misma edad, “Rodrigo” entró a formar parte del “club de los 27”. Como una mariposa que vuela hacia la luz y se golpea contra la bombilla una y otra vez hasta caer, así fue la vida de Rodrigo Alejandro Bueno, “Rodrigo”, un muchacho de clase media baja que fue capaz de transpolar el “cuarteto” de su provincia natal Córdoba, para pasearlo por las calles porteñas y las del cono urbano a su antojo. Llegar a Buenos Aires, y “bailar en la casa del trompo” como dice el dicho popular, no le fue fácil. Como tampoco encontrar su estilo que pasó del rock a la cumbia, y la salsa hasta llegar al cuarteto (que por otra parte se distanciaba del gran ícono popular Carlos “La Mona” Jiménez, sólo limitado a Córdoba), por esa fuerza arrasadora de quien se quiere fagocitar el mundo, en su caso a Buenos Aires. Y esa rebeldía, que era innata en él, le permitió acceder al podio de los triunfadores de un deporte tan popular como mortal: el cuadrilátero del Luna Park. Espacio histórico del boxeo y recitales que logró llenarlo durante trece noches consecutivas. Lorena Muñoz una vez más logra acercarse a una figura popular y mostrarla, en sus facetas más íntimas, ya lo había hecho con Ada Falcón junto a Sergio Wolf en “Yo no sé qué me han hecho tus ojos” (2003), sobre la vida de una cancionista, que murió en Córdoba, y que a mediados de los ‘30 se había convertido en una de las figuras relevantes del tango, a la que se la había apodado: “La emperatriz del tango”. Luego con “Gilda, no me arrepiento de este amor” (2016), exteriorizó la otra cara de una mujer que debió luchar contra el machismo, mafias, y lo establecido por rutina comercial dentro de un circuito cultural muy marginal y oscuro. Tanto en “Gilda” como en “Rodrigo”, se cuenta la historia de dos artistas bailanteros en busca de éxito, hermanos en desgracia, (los dos mueren en un accidente de tráfico), a los que une una misma directora Lorena Muñoz y una guionista Tamara Viñes, que si bien aplican una fórmula semejante para la construcción de ambos filmes, el resultado es distinto, ya que son muy disímiles los protagonistas, ya sea en la problemática tanto musical como la de forma de vida. Gilda era maestra jardinera y Rodrigo fue un chico con un entorno familiar musical, que no quiso terminar la escuela primaria, pero que ya escribía sus propias letras. Tal vez influenciado por su madre Beatriz Olave que era compositora y con la que se percibe que tenía un profundo Edipo, Lorena Muñoz como Leonardo Favio en “Soñar, Soñar” (1976), que recodificó al boxeador Carlos Monzón junto al cantante italiano Gian Franco Pagliaro, tomó a dos ídolos populares y los deconstruyó en dos filmes, ambientados en un “mundo real” reconocible, con encuadres muy prolijos y universos semejantes en la puesta en escena donde el uso de la música y el estilo de actuaciones los convierten en únicos. El concepto de verosimilitud es lo que caracteriza a Lorena Muñoz, para ello utiliza los colores y sus tonos, y capacidad de saturación para poder expresar el estado de ánimo de sus personajes. Ésta herramienta estética lleva al espectador a lugares ambiguos, incómodos e inciertos como si éste también ser un protagonista más dentro de la historia. “El potro, lo mejor del amor”, Lorena Muñoz encuentra un modo muy efectivo de contar la historia de una figura popular que la tragedia la elevó a mito. Trabajar sobre los mitos es tarea ardua porque se puede caer en la sobrevaloración del personaje y desdibujar su esencia. A través de elipsis, primeros planos, travelling y un montaje muy ágil, Lorena Muñoz consigue que el espectador se olvide que Rodrigo Romero no es el verdadero Rodrigo Bueno, y se interne en ese mundo ilusorio que representa un filme. “El potro, lo mejor del amor”posee un extra especial: el hallazgo de Rodrigo Romero, un albañil cuyo physique du rol no sólo lo identifica con el verdadero Rodrigo, sino que lo acerca a una construcción propia del personaje, debido a su talento interpretativo, vocal, gestual y corporal. Los personajes secundarios conforman un retablo de excelentes actuaciones encabezados por Florencia Peña (Beatriz Olave-la madre), Daniel Araoz (Eduardo Pichín Bueno- el padre), Fernán Mirás (José Luis Gonzalo), Malena Sánchez (Patricia Pacheco), Jimena Barón (Marixa Balli), Diego Fregonessi (Ángel). El filme “El potro, lo mejor del amor”deLorena Muñoz revela un personaje como un ser desfijado en el drama de una geografía íntima, cuya angustia traza círculos que se encabalgan o se excluyen entre lo positivo y lo negativo. Un ser que está en estado de insatisfacción crónica producido por el contraste de sus ilusiones y aspiraciones. Y allí aparece la droga, de la mano de un Ángel de la muerte, como placebo a los males del alma. Recupera también para el acervo de la cultura popular un ídolo que como Gardel, Monzón, Gatica, Gilda, tuvieron, para sobrevivir de la opresión de lo real, que inventarse un mundo de candilejas, en que todo el tiempo se contrastan esas dos realidades, que corresponden al adentro y al afuera de los personajes, entre lo que ellos quieren del mundo y lo que éste realmente es.
Después del éxito de "Gilda, no me arrepiento de este amor" (2016), la realizadora Lorena Muñoz tomó la decisión de dirigir "El Potro", sobre la vida de Rodrigo, aún a riesgo de repetirse. Tanto Gilda como Rodrigo fueron cantantes populares que tuvieron un final trágico, aunque sus personalidades y sus fugaces carreras está atravesadas por varias diferencias. La directora no cae en la tentación de hacer una "película gemela", pero curiosamente comete otros errores. "El Potro" es un biopic musical clásico. Y en ese sentido tiene algunos hallazgos: el retrato de la intensa relación de Rodrigo con sus padres (muy bien interpretados por Daniel Aráoz y Florencia Peña) y con su manager (Fernán Mirás); la elección del debutante Rodrigo Romero como protagonista y la influencia del cine de Leonardo Favio (en especial de "Gatica el mono"), aunque esto se registra sólo en las formas. Lamentablemente, estos aciertos no llegan a compensar las falencias. La película se ve como fragmentada y falta un punto de vista. Pasa por muchos temas, pero no profundiza en ninguno. Y lo que más llama la atención es que, salvo por la famosa seguidilla de 13 Luna Park repletos, no hay referencias concretas a la enorme popularidad que tenía Rodrigo, su repercusión mediática y su carisma. El final trágico llega como arrebatado, y si conmueve es por excelencia técnica de las tomas, y no por el arco dramático que tendría que haber dibujado el protagonista.
Rodrigo Bueno es el cantante de cuarteto que determinó los 90 hasta su muerte en el 2000. Se ha convertido en un mito, el mito del club de los 27, el mito del indomable, el mito de la muerte trágica, el mito del ritmo popular y local de córdoba que sedujo a millones de argentinos haciendo del cuarteto mucho más que ese ritmo solo creado para la provincia del fernet y las ganas de divertirse. Esta vez con El Potro: Lo mejor del amor Lorena Muñoz elije un camino narrativo que presenta varias similitudes con su anterior abordaje al mito femenino de la cumbia nacional: Gilda: No me arrepiento de este amor (2016), construyendo en ambos filmes un relato “inspirado” en los hechos reales – llámese en las biografías de dichas estrellas – cubriendo a ambas con un velo de “suave tul ficcional” sobre ciertas cuestiones reales. Junto a su guionista Tamara Viñes incurren en ambos casos en el recurso de ablandar, atomizar o eliminar elementos en la narración que pudieran exhibir datos, hechos o vivencias inaceptables para la moral estándar, que cuestionaran la idealización máxima de esas figuras, y por lo tanto que pudieran ser juzgados con connotaciones negativas para esa imagen que se perpetuaría en la pantalla sobre estos mitos de cuerpos ausentes y de fantasías vivientes. También en ambas se reafirma con cierta empatía que estos géneros musicales populares llegaron a oídos de la media burguesía argentina que terminó comprando el combo: la música y sus estrellas más la narración mitificada de como llegaron de la nada al todo. Por decirlo de alguna manera. La historia en términos simples engloba todo el proceso de Rodrigo Bueno desde su juventud y sus inquietudes musicales en el marco familiar, hasta su trágico final. Pasan por esa línea tramática: su ascenso, la muerte de su padre, el éxito, el vínculo con sus más grandes amores, su paternidad, sus rebeldías y desplantes, su desbordada vida sexual, su carisma y su imagen cambiante, las drogas y el consumo que vemos en tibias escenas que sugieren su adicción y sus momentos de arrebato, pero se sabe que existieron muchos más. La relación idealizada con su padre, el vínculo edípico con su madre, su manager como una suerte de pater protector y la música, la música y la música. No hay nada que spoilear. La vida de Rodrigo Bueno fue suficientemente narrada en los medios por años y años de datos precisos de sus cuestiones públicas y probadas, más el mismo era de mostrarse en los medios pícaro a más no poder y hasta ciertamente desfachatado y efervescente al máximo. Esos son datos de contexto de hechos generales que como referí no responden tal cual a la biografía del cantante pues el tamiz de la ficción deja más de relieve su encanto, su proceso de aficionado a estrella, su música, algo de su vida apasionada, algunos desbordes, sus afectos y el parecido enorme y casi impactante entre el actor que lo encarna Rodrigo Romero, y El Potro. Rodrigo Romero es un joven trabajador proletario de Córdoba que concurre a un casting como a otros pues eran sus intenciones llegar a la actuación, y sin duda frente a su parecido y la gran capacidad imitativa del original y su capacidad para cantar cierra el modelo de marketing que la película necesitaba. Para ello lo acompañan actores sólidos en muy buenos desempeños en sus roles: Florencia Peña es Beatriz Olave su madre, Daniel Aráoz su padre Eduardo Alerto Bueno, Fernán Mirás su representante y Malena Sánchez interpreta a Patricia Pacheco, la madre de su hijo, siendo este cuarteto (valga la redundancia) los que apuntalan la figura de Rodrigo Romero en su primer trabajo sumando solvencia y credibilidad con sus años de oficio y su precisión para la composición de personajes. El estilo general de la composición o tono actoral no es costumbrista, más allá del tamiz que atenúa las exaltaciones de algunos personajes las performances están relacionadas con una propuesta bien ficcional, con cierto artificio que le es pertinente. Si hay algo que se reafirma en El Potro…. si revisamos desde Gilda… es el manejo de Muñoz sobre la cámara y el espacio, teniendo más recursos económicos la directora reitera algunos tópicos y a su vez duplica la apuesta en otros. Por ejemplo, en ambas películas se presenta el uso recurrente de los primeros planos, el de los dos universos de iluminación para los personajes, uno en el escenario y otro fuera de él, como si la realidad fuera más penumbrosa que la imagen construida para el público. También algunos precisos movimientos de cámara en mano y/o steadycam que acompañan escenas más activas o intensas. En El Potro… hay algunas apuestas un poco más complejas que en Gilda… Ideas, recursos y cierta intención de majestuosidad con la que al personaje se lo quiere presentar marcan algunas diferencias. Así es que para su inicio Muñoz le rinde un homenaje explícito al famoso plano secuencia de Toro salvaje (1980), de Martin Scorsese, en el que Jacke La Motta (Robert De Niro) camina hacia el ring para enfrentarse con Sugar Ray Robinson, en aquella que queda para el recuerdo como “la batalla final”. Comienza así, con estos segundos de guiño cinéfilo y de calidad preciosista, pues sin duda sabe filmar y decide con inteligencia que quiere poner en nuestra mirada. Las escenas musicales y otros pasajes más íntimos logran un buen ritmo que lleva un gancho para los seguidores de El Potro, ya que recorre el repertorio de todos sus grandes éxitos. Queda algo empañado el producto integral por una pobre progresión dramática al narrar el lado más oscuro de la estrella, en especial sobre su ira, su desmesura con las drogas y ciertos temas bastante recortados. En cambio, no hay censura en el perfil de su vida sexual que se nos muestra con bastantes más licencias, como si eso estuviera más aceptado para el Potro indomable que otras cuestiones como sus conflictos internos, el consumo y sus consecuencias, esos vaivenes complejos de la vida misma. Esa vida al galope feroz. Y ante todo en la cima. Por Victoria Leven @LevenVictoria
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La Argentina es un país donde la excepción es la costumbre. Somos gente de próceres, de seres únicos con, por lo general, finales trágicos. Sucedió con muchos, sucedió con Gilda y sucedió con Rodrigo, El Potro, ambos transformados en seres de cine por Lorena Muñoz. La comparación con su película anterior sobre la maestra jardinera de clase media casi suburbana que llegó casi a santa es necesaria. Aquella era una película amable, que morigeraba muchos de los puntos oscuros del personaje y su entorno; El Potro, en cambio, decide hacerles frente, aunque es clara la intención hagiográfica y, también -siempre pasa con estos personajes por lo que su excepcionalidad representa- épica en cierto modo. Eso lo vuelve un film menos “redondo” y más áspero, pero también mucho más interesante. Hay un tema que aparece y que quizás requería otro desarrollo: la vocación artística versus el éxito comercial. Y luego: qué implica, qué es el éxito y qué relación tiene con el poder. Muñoz toca la cuerda de lo íntimo, también, para intentar la respuesta a la pregunta, pero en cierto modo tal respuesta se escapa: el éxito de Rodrigo es fruto de cierta sintonía inexpresable con el público, la “autenticidad”. Bien actuada y producida, deja -inadvertidamente, por cierto: la película intenta respuestas simples y claras- varias preguntas respecto del personaje, y eso es lo mejor de un film cuya banda de sonido logra, por cómo está producida, que el espectador se interese por un género al que quizás no escucharía nunca.
Crítica emitida por radio.
Luego de Gilda, el Potro. La segunda pata del díptico (¿o habrá una trilogía?) de la realizadora Lorena Muñoz, dedicado a grandes figuras de la música popular con existencias turbulentas y finales trágicos, se acerca a la vida y obra de Rodrigo Alejandro Bueno a partir de un golazo de casting: el actor Rodrigo Romero, además de homónimo del cuartetero, posee un notable parecido físico, apoyado concienzudamente por maquilladores y estilistas. Pero más allá de las semejanzas superficiales y las mímesis que el género biográfico suele demandar, Muñoz parece dedicar su película al Gatica de Leonardo Favio, no solo por esa secuencia de apertura en ralentí en el Luna Park sino, esencialmente, por su estructura narrativa de esfuerzos, tropezones, ascensos y caídas. El desafío más importante de Muñoz era reconstruir en pantalla una historia, en varios sentidos, más convencional que la de Gilda: en parte, por ser Rodrigo hijo de un productor musical y estar cerca del negocio desde pequeño. Y, en una medida no menor, por tratarse de un hombre. La llegada desde Córdoba Capital a Buenos Aires y los primeros gigs en pequeños bares y boliches, el inicio del romance con Marixa Balli, la tempestuosa relación profesional y personal con su productor y padre putativo (interpretado por Fernán Mirás), el vínculo muy cercano con su madre (Florencia Peña, con peluca asombrosamente noventosa) y la paternidad inesperada son algunas de las líneas centrales del guion coescrito por Muñoz y Tamara Viñes. A diferencia de Gilda, no me arrepiento de este amor, este no es un relato sobre la lucha del héroe contra los elementos, sino contra sí mismo: los fantasmas de la fama, las adicciones, el ego, el coqueteo con los límites. Más allá de las escenas que registran la popularidad de Rodrigo, el de Muñoz es un retrato agridulce sobre una tragedia... ¿anunciada?
Critica emitida por radio