Basada en la novela homónima escrita por John le Carré, esta propuesta le propone al espectador ser testigo de un delicado y emocionante relato de espionaje, con un guión muy bien escrito, con una narración complicada, pero muy precisa y detallista, y, en especial, con un trabajo soberbio por parte de Gary Oldman en el papel protagónico.
No soy fan de John le Carré. Al menos, las adaptaciones cinematográficas de sus libros dejan bastante que desear. Encuentro a las tramas de le Carré complicadas y burocráticas pero no ingeniosas. Mucha charla, mucha intriga pero nunca un golpe de efecto sorprendente o una deducción asombrosa por parte del protagonista. También es cierto que le Carré hizo su fama en la vereda opuesta de James Bond - desarrollando novelas de espionaje mucho más realistas que las imaginadas por Ian Fleming -, pero lo encuentro burocrático y mundano. Al menos Len Deighton - otro autor de espionaje totalmente anti Bond, y padre de la saga de Harry Palmer - tiene otra chispa en sus tramas. Candelero, Sastre, Soldado, Espia (o como retitularon en castellano El Topo, siguiendo el nombre que le dieron al libro original en su edición en español) está basada en la novela homónima de le Carré que data de 1974. En su momento lo adaptaron como miniserie (con Alec Guinness como protagonista), la cual tuvo gran repercusión en todo el mundo. Ahora llega esta versión que viene de la mano de Tomas Alfredson, el aclamado director sueco responsable de Dejame Entrar (2008). Y si bien El Topo no ha sido un filme taquillero, al menos ha recibido excelentes reviews por parte de la critica especializada. El Topo tiene los problemas típicos de las historias de le Carré: es innecesariamente complicada, y tiene una tendencia natural para irse por las ramas. Para colmo, aquí hay cuatro historias confluyentes que son insertadas con calzador en la primera hora: un veterano jefe del servicio secreto, que tiene la posta de que hay un traidor en la cúpula de la inteligencia británica y manda a un hombre de confianza a confirmarlo (cosa que jamás ocurre, ya que el agente cae tiroteado en medio de una emboscada); Smiley, saliendo de su retiro, armando su equipo investigador y lidiando con su esposa infiel; la nueva cupula del servicio secreto (traidor incluido), quienes han conseguido a un doble agente en el alto mando sovietico y están recibiendo información rusa de primera mano; y un agente británico renegado, enamorado de una soviética, y que se ha enterado por casualidad de la existencia del topo en la jefatura de la inteligencia británica, confirmando lo que querían saber en el primer punto. En el medio todo el mundo saca anécdotas de todo tipo, hay un brillante agente soviético (Karla) encargado de confundir a la inteligencia occidental con maniobras geniales, y hay personajes que entran a rolete con cada minuto que la trama avanza. Basta con que uno vaya al baño dos segundos como para perder el hilo de la maraña de cosas que pasan en una historia super complicada. Es de admirar la habilidad que tuvo Alfredson para transformar todo este circo en algo potable y relativamente fácil de seguir. La primera hora es muy densa, llena de flashbacks (no siempre bien diferenciados de las escenas ubicadas en la época actual) y toneladas de personajes. Por suerte la segunda hora gana suficiente espacio como para permitirse algunos momentos de tensión (como el robo de los registros dentro del servicio secreto o el montaje de la trampa final al traidor), pero no esperen tiros o persecuciones. El Topo es un filme demandante y dialogado, muy dialogado; es prolijo e inteligente, pero no brillante, y eso es lo que hay que echarle en cara a le Carré. Si bien el Smiley de Gary Oldman es una persona inteligente y calculadora - al contrario de la blanda encarnación de James Mason en Llamada Para el Muerto -, jamás saca un conejo de la galera o se despacha con alguna genialidad. El climax parece rutinario y cansino, a excepción de un par de detalles sexuales que parecen ser los ases en la manga con los cuales le Carré espera sorprender al lector / espectador. Por otra parte, si uno analiza la trama, verá que la mitad de los personajes de la novela tiene connotaciones homosexuales, comenzando por el mismo Smiley (algo que ya había notado en Llamada Para el Muerto). Como si fuera una constante, siempre el tipo que le clava los cuernos a Smiley es el villano de la historia. El Topo es un sólido thriller, pero no uno brillante o sorprendente. Es un espectáculo inteligente porque demanda atención al espectador... pero no espere grandes vueltas de tuercas. Piense que hay material para seis horas (una miniserie), comprimido como se pudo en una película de dos horas. A mi juicio, al libreto le falta una pulida más, ya que la subtrama con el agente renegado de Tom Hardy pudo haberse podado y sustituirla con un agente genérico, dándole oxígeno al resto de las escenas. Está bien, pero pudo haber estado mejor.Gigantes de Acero es una regurgitación masiva de clichés, y que conste subrayado en actas. No hay un momento original en todo el film - si uno conoce bastante de cine, puede ir poniéndole a cada escena el titulo de la pelicula de las cual fue tomada- y, a pesar de ser una tonelada de material reciclado, tiene su gracia. Quizás sea porque los mecanismos que prueba están tan usados, pulidos y perfeccionados, que resulta imposible fallar con ellos. No sé si el espectador promedio sentirá fresco al material de Real Steel, pero seguramente lo encontrará emocionante y, en definitiva, eso es lo que importa. Resulta curioso ver un filme americano con robots. Pareciera que su mitología fuera patrimonio exclusivo del cine fantástico japonés y, por momentos, Gigantes de Acero se siente como la adaptación live de algún anime nipón - el desahuciado robot que llega a las grandes ligas; la arena de combate de androides, etc, cosas que se pueden encontrar en Astroboy sin ir más lejos -. Pero en vez de obsesionarse con los robots luchadores, Real Steel prefiere hundir el cuchillo en el típico melodrama deportivo. Imaginen a El Campeón (1979), pero con la excepción de que Ricky Schroeder hubiera utilizado un "avatar" mecánico para salir a combatir en vez de su padre Jon Voight (y que tuviera más talento que él!); súmenle algunos elementos melodramáticos típicos de los filmes de boxeo - tipo Rocky -, sacúdanlo en la coctelera y sírvalo bien frío. Eso es Real Steel. Acá las cosas funcionan en gran forma gracias a que el elenco es más que competente. Hugh Jackman satura la pantalla de carisma, y está bien acompañado por el pequeño Dakota Goyo. El filme tiene su cuota de melodrama sanitizado - hay algunos malos que son más orgullosos y torpes que malvados; no hay conflicto que no se resuelva en menos de cinco minutos; nadie intenta sabotear o robar al robot; hasta la pareja de ricachones con la custodia del chico resultan más permisivos de lo que a primera vista uno podría pensar -, y decide poner la emoción en dos aspectos: el volátil padre que comienza a poner los pies en la tierra gracias a su hijo mientras recomponen la relación entre ambos, y los feroces combates de androides, los cuales están dirigidos con gran dosis de energía. Real Steel funciona gracias a que alterna una cosa con la otra, y de ese modo se vuelve cada vez más emocionante a medida que se acerca al final. Es posible que Shawn Levy haya encontrado la horma de su zapato y se redima artísticamente luego de engendros como la reimaginación 2006 de La Pantera Rosa, y la saga de Una Noche en el Museo. Acá ha logrado inyectar algo de magia a una historia remanida, convirtiéndola de nuevo en interesante y hasta apasionante. Y ésa es una virtud excepcional que amerita su recomendación en estas épocas de sequía creativa.
Este film se destaca no sólo por tener un elenco de primeros actores que nos brindan magistrales actuaciones, brillando Colin Firth y John Hurt, sino que también por tener una soberbia dirección y un brillante guión que lentamente va desenmarañando el relato. Lo que sí hay que verla bien atento y meterse de lleno en esta historia para no perderse...
Permítanme que ponga mi segunda calificación "perfecta" del año. Tinker Taylor Soldier Spy (El espía que sabía demasiado, o simplemente El Topo) es una película excelente, una más que se suma a mi lista de sorpresas ante su ausencia en las nominaciones de los oscares a mejor película, aunque Gary Oldman lucha por Mejor Actor, en donde Clooney y Dujardin llevan la delantera, en soundtrack y en guión adaptado donde espero que se lleve la estatuilla. Es un thriller apasionante, de espías en plena guerra fría y al más puro estilo de los años '50s o '60s. No esperen ver explosiones, efectos especiales al por mayor o tecnología de punta. Acá lo que cuenta es la intuición, el intelecto, el análisis, la capacidad para trabajar y la inteligencia, como debe de ser, sin necesidad de artilugios extraños. Gary Oldman nos entrega una actuación sólida, como George Smiley, ex agente secreto de un grupo de élite inglés llamado "El circo" que trabaja contra los espías rusos, principalmente contra el nombre clave Karla. Sin embargo, después de una fallida misión, Control (John Hurt) y Smiley son echados del grupo. A pesar de ello, Smiley es contratado por el primer ministro Inglés ante la advertencia de la existencia de un espía en el grupo, que pasa información a los rusos. Es así como lentamente se va develando el misterio, en medio del drama y la tensión necesarios para mantenernos al borde del asiento durante las 2 horas que dura el filme. Y con un reparto tan excelso como Colin Flirth, Tom Hardy, Ciarán Hinds, Michael Fassbender y Mark Strong complementan la brillante puesta en escena. Dirigida por Tomas Alfredsson (Let The Right One In, 2008, otra hermosa adaptación literaria), y ganadora de dos premios BAFTA (algo así como los oscares versión Inglaterra) a Mejor Película Inglesa y Mejor Guión Adaptado. Sin duda, una excelente opción para quienes gustan de las buenas películas de espías y de drama y busca alejarse de los efectos tan sobrecargados en estos últimos tiempos.
Abundan los casos de espías literarios que saltan a la pantalla, sea chica o grande. El más paradigmático sigue siendo Bond, James Bond. Pero hay otros ejemplos. Como George Smiley, creado por John le Carré. A diferencia del sensual 007, Smiley es un agente de la vieja escuela: calmo, oscuro, frío, calculador, eficaz. Un verdadero antihéroe. Este personaje protagoniza cinco novelas y es secundario en otras tres. Dentro del primer grupo se encuentra El Topo, que ya tuvo una celebrada adaptación en formato de miniserie de la BBC. En aquella oportunidad, Alec Guiness inmortalizó a Smiley, en otra de sus memorables interpretaciones. Ahora llega la versión cinematográfica de la misma historia, también titulada El Topo.
Los Espías que Regresaron al Frío ¿Qué significa la palabra espiar? Observar, mirar, desde una posición prácticamente invisible. El objeto de observación no debe percatarse que lo están espiando. El espía debe pasa desapercibido. Imperceptible.
Para atrapar al delator El topo está basado en la aclamada novela que John Le Carré publicó en 1974 -la primera de la trilogía de Karla- sobre un agente del MI6 que trabaja para los soviéticos en plena tensión de la Guerra Fría. Con dirección del talentoso realizador sueco Tomas Alfreson (Criatura de la noche) y el aporte de un verdadero dream-team de actores británicos liderado por un notable Gary Oldman (que en nada hace extrañar al Alec Guiness de la ambiciosa miniserie de la TV británica de 1979), el film resulta una verdadera rareza en estos tiempos de thrillers vertiginosos y sustentados en la espectacularidad de las escenas de acción a propulsión de efectos visuales. Película old fashioned, casi demodé, El topo es -en muchos sentidos- un verdadero placer porque prioriza los diálogos, los climas, las observaciones inteligentes y el trabajo de los intérpretes por sobre las set pieces o el vértigo de la narración. Lo más parecido que hay a una secuencia "moderna" es el arranque con una operación de la inteligencia británica en Budapest que sale mal. El resto de las dos horas está dedicado a un verdadero tratado sobre la ética y la moral de los agentes secretos, sobre la lealtad y la traición, sobre los códigos y miserias internas (Carré fue espía y conoce en detalle tanto la jerga como las costumbres). Sin embargo, a pesar de que me gustó mucho toparme con El topo, también debo confesar que me costó bastante seguir la laberíntica, intrincada trama. O quedan varios cabos sueltos o yo no los alcancé a enlazar. En este sentido, los trabajos de Alfredson para la construcción de atmósferas y de los actores para construir los múltiples personajes de este rompecabezas (o, si prefieren, juego de ajedrez) son muy superiores al de un guión no demasiado claro. De todas maneras, aún con sus problemas, estamos ante una propuesta que fascina y atrapa con elementos nobles y genuinos que el cine de género contemporáneo parece haber olvidado.
Todas tus maquinaciones… A lo largo de la historia del cine podemos identificar dos modelos prototípicos en lo que respecta a los thrillers de espionaje y su planteo estético: por un lado están las propuestas “de acción” que se sustentan en la imagen lustrosa del protagonista, las secuencias de persecuciones, las señoritas con poca ropa y un recorrido...
La aguja en el pajar El film del director de Criatura de la noche, el sueco Tomas Alfredson, se sumerge en el submundo del espionaje a partir del fracaso de una misión espacial en Hungría que desencadena en un cambio en plena cúpula de mando de los servicios británicos. De ahí en más, el agente George Smiley (Gary Oldman ) es separado de sus funciones, pero a la vez, será el encargado de llevar a cabo una compleja misión: descubrir si hay un "Topo" en el Servicio Secreto. El relato que carece de suspenso y acción, se basa en la indiscutible puesta en escena, la lúgubre fotografía y las sólidas actuaciones de un reparto de lujo integrado por Gary Oldman, Colin Firth, Tom Hardy, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Toby Jones y John Hurt. El Topo es un clásico relato de intriga donde no es fácil deducir quién es quién hasta el final y en el que abundan las traiciones, ambiciones y mentiras. Lo único que tiene peso es el hábil juego de miradas que se teje entre los personajes, piezas de un complicado juego de ajedrez.
Un mundo sin Hitchcock es el peor de los mundos Cine inglés. Whodunit en la variante “quien lo dijo” en lugar de “quien lo hizo” y los axiomas históricos que siempre debemos recordar porque son regidores de un cine que nos hace emocionar, que nos interpela y que consideramos pilar de nuestro paladar cinético, reflejados en esta frase de Hitchcock...
La ultima película de Tomas Alfredson que se estreno en Argentina fue Criatura de la Noche (Låt den rätte komma in) sobre una niña vampiro que, obviamente, se alimentaba de sangre pero la historia va mas allá de su desesperación para calmar su hambre. En esa historia también encontramos las bases de la amistad que se mezcla con la inexperiencia del primer amor de dos pre-adolescente y bajo esas circunstancias, será un amor para toda la vida. Un film bien dirigido que lograba capturarte, trasladarte a Suecia y calarte el frío en los huesos. Ahora llega otra película de Alfredson, El Topo (Tinker Tailor Soldier Spy), y nada me produjo al verla. Con una lista de grandes actores como Gary Oldman, Colin Firth, Tom Hardy, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Toby Jones y John Hurt, ninguno es explotado al máximo. Durante los 127 minutos de cinta recién en la última media hora la película comienza a tener forma. Si bien la introducción a la historia es comprensible después se vuelve confusa y muy difícil seguirla ya que incorpora demasiados nombres, sobrenombres, subtramas y flashbacks que enredan la narración en vez de aclararla para lograr descubrir al espía, al delator del grupo, al topo. Caratulada como una película de espionaje, thriller e intriga poco tiene de esos géneros. Solo la banda sonora y Oldman (ambos nominados al Oscar) logran, por momentos, situaciones de tensión pero se pierden realizando una lectura general del film.
Vuelve el cine de espionaje Si El Artista (The Artist) (The Artist, 2011) obligaba un viaje en el tiempo para ver una película como si estuviéramos en el período mudo, El topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, 2011) hace lo propio con el cine de espionaje de los años 60, como si estuviéramos en la Guerra Fría. Mismo ritmo, misma ausencia de acción, con la tensión agregada del director de Criatura de la noche (Let the Right One in, 2008). Basada en una de las novelas de John le Carré, que supo ser espía en su época y conoce a la perfección el mundo del espionaje, El topo es el primer texto de la trilogía “Karla”, nombre clave que representa al servicio secreto soviético para el cual hay un espía británico pasándoles información. El conflicto se produce cuando Smiley (Gary Oldman), un agente retirado, debe atrapar al espía en cuestión en un trabajo de inteligencia minucioso. La novela El topo ya tuvo su adaptación en su momento para la BBC en formato de miniserie, que supo protagonizar Alec Guinness. La pregunta que viene a colación es ¿Por qué motivos hacer un film atemporal? Y la primera respuesta que viene a la mente es el tratamiento de la lealtad, la traición y la violencia humana resignificados hoy en día. Tal vez ése sea el recurso más contemporáneo del film. Y su director Tomas Alfredson tiene mucho que ver en ello. Si había algo que destacaba a Criatura de la noche por sobre las demás películas de vampiros, era que no hay en la producción sueca un terror generado por lo monstruoso, todo es demasiado humano, y por ello siniestro y desde ahí se construía el miedo, maginificado por la densidad de los climas tensos, por cierto muy bien generados. En El topo sucede algo similar pero con el género de espionaje. No hay espectacularidad, ni persecuciones, es una construcción realista de las tramas de espías. Pero si hay una violencia que emerge de las entrañas de los personajes. La densidad de los climas plantea una sensación de instabilidad en todo el film que, aunque nada suceda o todo esté por suceder, da igual para generar intriga. Decíamos que hay un tratamiento realista, y es porque los personajes así como en Criatura de la noche son humanos, o sea, capaces de reaccionar de cualquier manera ante el miedo o la ambición de poder. He aquí el punto más atractivo de una película que bien pudo ser filmada hace cincuenta años. Aunque la fragilidad humana siga siendo hoy un tema muy contemporáneo.
Charles Bukowski dijo una vez sobre Thomas Mann que el problema que tenía este sujeto era que confundía el arte con el aburrimiento. La verdad que es una buena frase que también podría servir para John le Carré, uno de los autores más tediosos y sobrevaluados que existen en el mundo literario, responsable de la novela en que se basa este estreno. Otros colegas de este autor como Tom Clancy con la saga de Jack Ryan o Robert Ludlum con la serie original de Jason Bourne brindaron historias mucho más inteligentes relacionadas con el mundo del espionaje en la Guerra Fría que los bodrios que produce este tipo. Pero bueno, calavera no chilla. Después de todo si vas a ver una película basada en un libro de este escritor sabés con lo que te podés encontrar. El director Tomas Alfredson (Déjame entrar) la verdad que hizo un gran trabajo con esta adaptación de le Carré porque realmente supo trasladar a través de un lenguaje cinematográfico el tedio que representa fumarse una novela de este muchacho. La idea de la trama no está mal e inclusive los primeros 15 minutos del film son interesantes. Resulta que en la cúpula del MI-6, la central de inteligencia inglesa, se sospecha de un miembro importante que podría ser doble agente de los soviéticos. Entonces el personaje principal interpretado por Gary Oldman sale de su retiro para investigar este tema y llegar al traidor. Este es un buen disparador para un conflicto de este tipo, sino fuera porque El Topo es una película sin emoción que parecería desarrollarse en el mundo de Alan Pauls, donde todos los personajes viven sus vidas en coma cuatro. La manera antiséptica que el director Alfredson aborda las relaciones humanas entre los protagonistas genera que el interés por lo que sucede frente a la pantalla se desvanezca enseguida y esta producción se vuelva un bodrio. Inclusive el trabajo de los actores sigue el mismo patrón con algunas escenas donde Gary Oldman y Colin Firth más que actuar parecen que estuvieran sedados. En el fondo es un film que se esfuerza demasiado en tratar de destacarse como una obra compleja e inteligente, con una narración rebuscada, para desarrollar un conflicto que en realidad es muchísimo más simple de lo que parece. El problema es que lo hacen confuso. Uno recuerda esa joya tremenda sobre espionaje que dirigió Sydney Pollack en 1975, como Los tres días del cóndor (con Robert Redford), que era totalmente apasionante y te mantenía pegado a la pantalla sin la necesidad de hacer una obra pretenciosa y no deja de sorprender la impunidad con la que por estos días se regalan elogios como “obra maestra” o “logro cinematográfico” a cualquier película. La gran paradoja es que el director Alfredson en este trabajo intentó evocar ese cine de los ´70, pero con una narración densa que se contrapone a las producciones que realizaban artistas como Pollack o Sydney Lumet en aquellos años. El Topo, lejos de trabajar el género del thriller, en realidad es un film que se limita a retratar el mundo burocrático de los organismos de inteligencia, con personajes que abordan cuestiones de espionaje con la misma pasión que emprende su rutina el cajero de un banco.
La Guerra Fría, pesadilla burocrática El director de Criatura de la noche encara su versión de la clásica novela de John Le Carré como un film de época, capaz de dar cuenta de un momento en el que lealtades y traiciones –a una causa, a una amistad– tienen que ver con el espíritu de su tiempo. Cuando John Le Carré publicó la primera edición de su novela El topo, en 1974, y cinco años después, cuando la BBC hizo una primera adaptación para la televisión, protagonizada por Alec Guinness, la Guerra Fría era un tema caliente, y los espías que se pasaban de bando, un problema contemporáneo. Visto con la perspectiva de hoy, ese mundo luce irremediablemente remoto y ése es el enfoque que privilegia esta nueva versión del clásico relato de espionaje de Le Carré: el de un film de época, capaz de dar cuenta de un momento en el que las lealtades y traiciones –a un país, a una causa, a una amistad– tenían que ver con el espíritu de su tiempo. Hay algo de desafío no sólo en la puesta en escena, sino en la concepción de todo el proyecto de este nuevo Topo: hacer hoy una película deliberadamente anacrónica, como las que ya no se hacen, alejada por completo del efecto de espectacularidad, donde la acción física se reduce al mínimo indispensable y la tensión es esencialmente psicológica, una suerte de perverso juego de ajedrez entre hombres tan solos y opacos como peligrosos. La soledad, de hecho, era un tema central en Criatura de la noche, el estupendo film previo del director sueco Tomas Alfredson, que renovó la mitología vampírica, y se diría que ahora en El topo ese destierro del alma vuelve a ser un leitmotiv fundamental. Es el caso de George Smiley, el legendario espía del Servicio Secreto británico creado por Le Carré y que aquí cobra nueva vida en la excelente caracterización de Gary Oldman. Tan gris y sombrío como su entorno, el Smiley de Oldman casi no tiene emociones a la vista, si no fuera por lo que el actor es capaz de expresar apenas con la mirada, atenuada a su vez por las gruesas gafas detrás de la que se oculta. Jubilado durante una purga interna, Smiley vuelve sin embargo al ruedo como un agente encubierto cuando desde las más altas esferas le piden ayuda para descubrir a un traidor, a un topo soviético que estaría infiltrado en la cúpula del Servicio Secreto británico y que su jefe (John Hurt) no alcanzó a descubrir antes de su muerte. A diferencia de los films de espionaje habituales, que viajan vertiginosamente por el mundo, El topo apenas si se desplaza más allá del centro de Londres. Hay una operación fallida en Budapest, que desata la trágica rueda de acontecimientos, y otro paso en falso en Estambul, donde la KGB secuestra a una agente soviética a punto de pasarse al bando occidental, pero Smiley no está en ninguna de esas ciudades. Su investigación la lleva a cabo desde la sórdida habitación de un hotel londinense, desde el cual va moviendo con maestría las piezas que necesita para desenmascarar al enemigo y ganar la partida. Para ello, él también necesita infiltrar a su propio topo en el Circo, el cuartel general del servicio secreto, que Alfredson filma un poco a la manera en que Orson Welles encaró su versión de El proceso de Kafka: como un laberinto fútil de pasillos, escritorios y carpetas. Todo en ese ambiente es plomizo, triste, apagado, no muy diferente de cómo los británicos a su vez podían imaginar las catacumbas de la KGB. Y no parece difícil que en ese lúgubre nido de víboras, en las inmediaciones del Covent Garden, pudiera haber alguien que pensara que del otro lado de la Cortina de Hierro existía quizás una causa por la cual todavía valía la pena luchar, o siquiera vivir. En esa guerra de voluntades que plantea el film, nadie parece que haya sido o pudiera ser feliz, empezando por el mismo Smiley y siguiendo por todos y cada uno de sus sospechosos. Una sorda corriente de homosexualidad reprimida tiñe a su vez de frustración a ese conjunto de hombres trajeados y ligeramente ridículos. Si evidentemente algo se le puede cuestionar al film de Alfredson es que en su necesidad de sintetizar una novela larga y compleja –que en la primera versión para televisión demandó cinco capítulos de una hora– la trama por momentos se vuelva farragosa y oscura. Es una queja repetida cuando se trata de películas de espionaje, de la que esta versión de El topo no se salva. A cambio, ofrece un elenco de primera línea, una puesta en escena muy meditada –tan gélida y distante como sus personajes– y una visión de la Guerra Fría como lo que quizá fue: un asunto de oficina, una auténtica pesadilla burocrática.
Con la frialdad de un vampiro En 2008 el realizador sueco Tomas Alfredson había sorprendido con el brillante film de vampiros Criatura de la Noche, por el cual obtuvo un merecido reconocimiento que, en parte, le permitió realizar su siguiente película: El Topo...
Espionaje que no pasa de moda Hay un topo en Cambridge Circus, la sede de los servicios de inteligencia de su Majestad y George Smiley recibe el encargo de descubrir quién es. Existen cinco sospechosos, todos en lo más alto del Circus. Una de espías clásica, adaptación de la novela homónima de John Le Carré. El Topo (originalmente Tinker, Tailor, Soldier, Spy) es una versión cinematográfica de una novela, que a su vez es la versión perfeccionada de otra obra del mismo autor. Me explico: la primera novela de John Le Carré fue Call for the Dead en 1961: hay topo, aquí nace George Smiley y su díscola mujer Ann, y también el amante además de espía de la díscola; es decir toda la sustancia de lo que después será Tinker, Tailor, Soldier, Spy, la novela de 1974 de Le Carré. La novela de 1961 tiene versión cinematográfica: The Deadly Affair de 1966 dirigida por Sidney Lumet y protagonizada por James Mason (en la película, el protagonista cambia de nombre respecto de la novela por unos derechos adquiridos por la Paramount, minucias). En 1979 aparece la serie de televisión de Tinker, Tailor, Soldier, Spy, que protagonizó Alec Guiness para la BBC. No es que Smiley sea muy sagaz, el topo siempre es el que se cepilla a su mujer. Cincuenta años después de la creación del personaje, no descubrimos ninguna novedad ni reventamos el final, el placer que proporciona esta película viene de los sentidos. Visualmente El Topo es una experiencia táctil, las capas se superponen como en el PhotoShop. El movimiento sutil crea un efecto corpóreo, nada que ver con el timo del 3D. Es una experiencia de cine total: uno deja las constantes vitales en manos ajenas y se deja hacer. Todo tiene textura, empezando por la sala de reuniones de la cúpula de los espías, insonorizada por el sistema clásico de pegar hueveras en las paredes; y a partir de ahí no hay nada liso. La música es un acierto, combina las melodías de la época con la creada por Alberto Iglesias (habitual en las películas de Pedro Almodóvar). The Second Best Secret Agent in the Whole Wide World de Sammy Davis Jr (tema de Licensed to Kill, una parodia de los 007) es cantada por los espías en la típica fiesta de empresa navideña. El himno de la URSS, que es a la vez triste y glorioso, marca un momento crítico para el protagonista George Smiley. La secuencia entera de la fiesta de Navidad es insuperable, con cameo incluido de John Le Carré. Julio Iglesias cantando La Mer (de Charles Trénet), ese cantante para momentos “estoy con el guapo subido”. Una canción jocosa como Mr. Wu's a window cleaner now (de la película Let George Do It de 1940) surge en el momento de máxima tensión donde uno de los personajes roba unos documentos críticos del Circus. La fantasía es un género para cultivar la libertad artística y el director del film, Tomas Alfredson, procede precisamente de una primera película de ese género (Criatura de la noche: Vampiros). La licencia artística, licencia para omitir, cambiar, añadir, agrandar… Muchas veces no nos enseñan a Karla, el jefe de la inteligencia soviética guarda su fuerza dramática en nuestra imaginación; ahora bien Ann Smiley es más objeto que personaje, se la ve dos veces brevemente, una de espalda y otra de perfil a contraluz, de hecho repasas el reparto y no hay ni actriz para el personaje, luego han vestido a una figurante. La personalidad de los cinco sospechosos viene iconizada, los vemos en retratos de grupo pero poco sabemos de ellos, para entrar en esos detalles harían falta los siete capítulos de la serie de la BBC de 1979; por eso cada icono debe sugerirnos un mundo interior e intenciones ocultas. Colin Firth, Toby Jones, Ciarán Hinds, David Dancik están espléndidos en este reto. El George Smiley también espléndido de Gary Oldman es más heredero de Alec Guiness que de James Mason. Es una película para ver en el cine, y si uno es amante de las películas de espías para disfrutarla varias veces.
Anexo de crítica: -Pocos exponentes del cine de espionaje aparecen últimamente, eclipsados por la pirotecnia de mediocres thrillers que exageran en verosimilitud y cuyas tramas presentan enormes huecos narrativos. Por eso El Topo es un prodigioso ejercicio de estilo, prolijo, audaz en el planteo que hace foco en tres pilares fundamentales: reparto de lujo, personaje con todas las cualidades de un antihéroe y una compleja y atractiva historia de espionaje a la vieja usanza donde sólo se escuchan los tiros cuando es necesario. Imperdible.-
Es un film de espías y el título parece decirlo todo. Hay un topo, un doble agente infiltrado (en este caso entre los niveles más altos del servicio secreto británico, en plena guerra fría) y es necesario descubrirlo. Pero lo que sobreviene no es la misión que llevará a un heroico 007 a emprender persecuciones, entrometerse en territorio hostil, anticiparse a los movimientos del enemigo y sobrevivir a todas las emboscadas, sino un paciente, minucioso y concienzudo trabajo de hormiga, un proceso que, en esta rigurosa lectura del clásico de John Le Carré, el espectador se ve incitado (o quizá más: obligado) a compartir. Como el protagonista, rescatado de su forzoso retiro para encargarse de identificar al traidor entre cuatro o cinco sospechosos, también él debe procesar una cantidad de información dispersa, parcial, a veces contradictoria, casi siempre ambigua, para entender lo que está sucediendo. George Smiley recoge los informes en su mundo, un mundo en el que abundan las traiciones, la sospecha y el interés personal; el espectador, de lo que el lenguaje detallista y sutil del director Tomas Alfredson deja deslizar a lo largo de una narración complejamente estructurada, intrincada hasta parecer impenetrable al principio pero al mismo tiempo apasionante. Pocos films respetan tanto la inteligencia del espectador. Aquí no hay margen para la distracción, ni explicaciones intercaladas cada tanto para ordenar las piezas y comprender las estrategias que Smiley aplica en su espinosa búsqueda de la verdad. Esas estrategias se irán revelando poco a poco a medida que avanza el relato. Todos los personajes tienen su lado oscuro; la ambigüedad abunda. Hay que estar atento no sólo a las palabras y a lo que ellas pueden esconder, sino a mínimos gestos, a cada detalle de la imagen, a los ambientes, la luz, los silencios. El clima de la guerra fría dentro de ese mundo cerrado, nocivo, burocrático donde reina la paranoia y la traición (política y humana) tiene su traducción visual en cada signo de opacidad y vetustez de los claustrofóbicos interiores en los que transcurre la acción tanto como en la conducta de esos grises personajes. Si la intensidad de lo que se narra obliga al espectador a absorber mucho y muy rápido, cada pista falsa y cada dato equívoco -los mismos que a veces también obligan a Smiley a corregir el rumbo- son suficientes para mantener viva la curiosidad. Importa menos la intriga por descubrir quién es el topo que la progresiva revelación del estado de desconfianza e incertidumbre ética que domina esos círculos; una mentalidad que promueve menos una escalada armamentista que un incremento de la paranoia, y se manifiesta de modo no demasiado diferente en el Oeste y en el Este. Al fin, sea cual fuere la identidad del topo, su descubrimiento no significará un triunfo significativo en la defensa de los valores occidentales ni incidirá demasiado en el frágil equilibrio político: sólo resolverá un problema interno en el espionaje británico, que no deja de ser un jugador secundario en una guerra que disputan contendientes más poderosos. Probablemente, Alfredson se atrevió a concentrar en dos horas una novela tan admirablemente construida y tan densa como la de Le Carré porque contaba con un guión excepcional y porque (ya lo mostró en su ópera prima) sabe valerse de todos los elementos que le ofrece el lenguaje del cine para orquestarlos con maestría. En El topo , si bien no abunda la acción y la violencia suele ser sólo una amenaza latente, la tensión es constante; y aunque el paso es calmo como el carácter de Smiley, los hechos se suceden con rapidez. Cada aspecto de la puesta en escena reclama atención -se ha dicho- y en especial el escrupuloso trabajo con los actores. En papeles que tienen la consistencia y la riqueza de matices que sabe conferirles un maestro como Le Carré, cada intérprete -de John Hurt a Tom Hardy, de David Dencik a Colin Firth-, hace una verdadera creación. No hay palabras para celebrar el triunfo de Gary Oldman: la minuciosa elaboración que le ha permitido hacer perceptible, con tamaña economía de recursos, la compleja, conmovedora interioridad de un ser tan lacónico como Smiley es el testimonio más rotundo de su inmenso talento.
El espía que sabía demasiado Una de las novelas de espías más famosas y exitosas finalmente tiene una versión para la pantalla grande. La dirección es de Tomas Alfredson (Criatura de la noche) y en la actuación sobresalen Gary Oldman y Colin Firth. Nombres de prestigio sobran en la adaptación de El topo, novela setentista del ex espía John le Carré, también autor de El espía que vino del frío, El jardinero fiel, El sastre de Panamá y La Casa Rusia, todas transpuestas al cine. El plantel actoral, por su parte, encabezado por el gran Gary Oldman, está constituido por un dream team británico e irlandés que inspira respeto y admiración (Hurt, Firth, Hinds, Hardy, Jones, entre otros). La duda se dirigía al director, el nórdico Tomas Alfredson, en su primera incursión en ligas importantes luego de la excelente Let The Right One In (Criatura de la noche), aquella historia de una niña vampiro que tendría su remake en Hollywood. Pero la incertidumbre con Anderson no recaía de su capacidad narrativa para contar una historia (Let the right One In es una película de climas y atmósferas enrarecidas) sino en la manera en que se desenvolvería con semejantes monstruos actorales y, especialmente, en dilucidar cómo trasladaría en imágenes una trama que transcurre en los años de la Guerra Fría con infinidad de vueltas de tuerca, idas y vueltas en el tiempo, mucho texto y una (casi) ausencia de acción física. El resultado, por suerte, es más que satisfactorio. Más aun, la única escena de acción “exterior” está al comienzo cuando se produce un asesinato en Budapest, donde un agente cae muerto en una operación de inteligencia que salió mal. De allí en adelante, la película se estructura a través de cuatro historias paralelas, alguna con más importancia que otra, donde la elección del flashback como herramienta de estilo hace avanzar al relato para comprender los vericuetos públicos y privados del clan de espías organizados por el personaje que encarna John Hurt con su rostro que ostenta las grietas que marcan el paso de los años. Todos son sospechosos de esa misión que salió mal y por esa razón George Smiley (Oldman en una performance trabajada a través de silencios) será el asignado por el poder para descubrir al responsable de aquella frustrada misión. El topo es una película que no debería pasar desapercibida. Puede parecer demodeé entre tanto cine de acción donde los personajes cumplen misiones a 2000 kilómetros por ahora. Hasta puede resultar confusa en algunas de sus hábiles artimañas de guión y en su particular estructura supeditada al flashback, en especial, cuando se narra la traición de la mujer de Smiley, entre otras infidelidades públicas y privadas que se muestran en la película. En todo caso, se trata de un film –del que no conviene contar demasiado su intrincando argumento– que requiere de la paciencia y el interés del espectador desde el mismo inicio y durante dos horas. Película laberíntica donde nada es lo que parece ser, El topo retoma el viejo axioma que se puede contar una buena historia sin necesidad de que se produzcan explosiones inútiles ni surjan héroes acrobáticos excedidos en anabólicos.
Espías eran los de antes. En materia de espionaje hacia tiempo que no nos encontrábamos con algo delicado y sutil, sin apresurarse, con un ritmo propio, poco vivo pero intenso y emocionante. Ultimamente vimos que el espionaje se remite a grandes escenas de acción, a la masacre sin igual y a los conflictos generados por un solo hombre que deberá salvar el mundo antes de que un detonante ponga en riesgo la estabilidad mundial. El Topo (Tinker Tailor Soldier Spy) nos trae justamente lo contrario, un ritmo trémulo e incesante, lleno de intrigas y misterios a resolver. La película nos pone en un lugar de deducción perfecto. Dificilmente entenderemos lo que está pasando y esto hará que tengamos que ir creando nuestras propias teorías sobre la resolución de los hechos. El filme usa una jerga bastante difícil de llevar y en momentos puede ponerse sosa y molesta. Todo comienza en las épocas de la guerra fría, con Control (John Hurt) anunciándole a uno de sus confidentes que hay un infiltrado , un topo, contratado por Rusia, en los altos mandos de la organización de inteligencia de Inglaterra. Dado esto el agente Prideaux (Mark Strong) ira a verificar la identidad de este Topo con uno de los contactos de Control. Ahí se desencadenaran una serie de eventos poco afortunados que traerán tensión y explotaran polémicas y discusiones. Ahí es cuando entra el ya retirado agente George Smiley (Gary Oldman), ex integrante de la inteligencia británica, que tratara de encontrar al infiltrado y acabar con esta conspiración. Se encontrara con los principales sospechosos con nombres clave: Tinker (Toby Jones), Tailor (Colin Firth), Soldier (Ciarán Hinds), Poor Man (David Dencik) y un quinto e inesperado sospechoso, el mismísimo Smiley. Luego de sumergirse en la complicada trama y digerir los componentes de esta, nos podemos encontrar con una película de un estilo muy clásico, visualmente opaca y gris, sin ninguna paleta de colores vivos ni intensos. Nos remontara a una historia interesante ubicada en la Guerra Fría donde los espías son los verdaderos soldados en la linea de fuego, jugando con conspiraciones y falsas alarmas y moviendo las piezas de un juego totalmente psicológico. El guión es bastante solido, pero a la hora de adaptar ciertos saltos temporales o voces superpuestas a recuerdos puede volverse un poco molesto comprender de quien viene la linea que acabamos de escuchar. Más alla de esto la película no consta de problemas técnicos ni tiene una mala ejecución en si. Finalmente podemos apreciar que es una solida adaptación que puede volverse difícil de digerir y ver, pero no se vuelve difícil de disfrutar ni imposible de terminar. Lo mas destacable de la película sin embargo es la actuación de Gary Oldman, supremo en su papel alejado de sus ultimas representaciones, avejentado, señoral y con un aspecto bastante poco usual a lo que estamos acostumbrados a ver. Además de estar caracterizado a la perfección su performance en la pantalla es impecable y esto es mejor visto en varias escenas, sobre todo en las que brilla solo. Otro papel remarcable es el de una reciente revelación: Benedict Cumberbatch. Muestra que va pisando poco a poco territorio en la pantalla grande y que puede llegar a tener un futuro prometedor como actor de cine. El Topo fue dirigida por Tomas Alfredson (un director sueco) y esta nominada a tres Oscar que constan de: Mejor Actor (Gary Oldman), Mejor Banda Sonora y Mejor Guión Adaptado.
De éstas, ya no se hacen más Thriller como se hacían en la época de la Guerra Fría, con un elenco excepcional. Películas como El topo ya no se hacen más. Ambientada en 1973, parece rodada en ese año. Y entiéndase lo antedicho como un elogio, no una crítica. Basada en el best seller de John Le Carré, la trama es una intriga de precisiones milimétricas, intrincada, que necesita de la atención del espectador, que no podrá distraerse, claro, con el balde de pochoclo. En el Servicio de Inteligencia británico hay una manzana podrida, como grafica Control (John Hurt). Hay que encontrar a quien los rusos (estamos mucho antes de la caída del Muro) han infiltrado, y tienen como aliado en el Circo, como se denomina al Servicio. Control, que era quien llevaba adelante la búsqueda de manera clandestina, es despedido junto a George Smiley (Gary Oldman), pero la muerte del primero lleva a una investigación. Que le encargan al segundo, y en la que hay cinco sospechosos. Y uno de ellos es Smiley. Lo primero que hay que advertir es que el actor del Drácula de Coppola, el malvado de El perfecto asesino , está a kilómetros de esos personajes que, con gestos grandilocuentes, se apoderaban de la pantalla cuando el actor inglés aparecía en ella. Aquí Oldman está como detrás del personaje. Ni un grito, un exabrupto, nunca altisonante: maquillado como un tipo mayor a lo que es (tiene 53 años), y con anteojos y casi siempre de corbata, Oldman es el corazón del relato, siguiendo (y despistando) al espectador en cada tramo de los vericuetos, los viajes por Europa y los saltos temporales. Lo segundo es la presencia del director sueco Tomas Alfredson (la muy elogiada Criatura de la noche , que no era una mera película de vampiros, por cierto). Evidentemente, el realizador puede saltar del cine de género a lo que le plazca, adaptar la novela como le convenga y manejar las intrigas y los datos relevantes sin remarcarlos, con sutileza. Es un ejercicio bárbaro para el público habituado a que le sirvan todo previamente digerido y hasta regurgitado. Aquí, el que no presta atención, pierde. Alfredson vuelve a una misma secuencia para revelarnos (ahí, sí) lo que sucede desde diferentes ángulos, y utiliza una paleta cromática, con grises y ocres que le calza perfecto al relato. Y a diferencia de la miniserie de 1979, de John Irvin, con sir Alec Guinness, no se queda en los detalles: va a las entrañas. Y lo tercero es el elenco que acompaña a Oldman, cuyos silencios son tan imprescindibles como sus comentarios con cinismo. Entre los miembros del Circo están Colin Firth, Ciaran Hinds, Toby Jones, David Dencyk. Y en papeles no menores, Benedict Cumber- batch, Mark Strong y Tom Hardy. En definitiva, lo que plantea El topo (o Tinker Tailor Soldier Spy como es el libro original) es advertir qué importa más, si la caza en sí misma o saber si se aprehende a la presa. La respuesta queda en cada uno.
Todo lo que se diga sobre cine industrial por estos días del mes de febrero tiene algún tipo de relación, más o menos cercana, con la entrega de los premios Oscars. En este caso, se trata de la nominación en el rubro Mejor Protagónico Masculino para Gary Oldman. El actor que lideró la descomunal Bram Stoker´s Dracula, de Coppola, encarna aquí al agente George Smiley (ironía de un personaje que no sonríe), veterano del Servicio Secreto Británico, que en plena guerra fría se encuentra en un nudo de sospechas en torno a la presencia del “topo” (doble agente) al que hace referencia el título con el que se estrena el film en Argentina. El doble agente en cuestión, según todo lo indica, trabaja para el espionaje soviético. El film gira alrededor de la investigación, ardua, compleja, salvaje en sus modos y sin tapujos a la hora de detectar (presuntos) culpables. Más allá de la matizada performance de Gary Oldman, el verdadero protagonista del relato es el guión (nominado al Oscar a Mejor Adaptación), una pieza de arquitectura cinematográfica superior, por momentos tan evidente en el cálculo que enfría a los personajes, que los transforma en muñecos de un ajedrez propio de la planificación distante del espionaje internacional. No hay fisuras en El topo, quizá por eso el director Tomas Alfredson (el mismo de la magistral Let the One Right In) profundizó en la dirección de actores, para lo cual, por supuesto, contó con el extra de un elenco formidable, ajustado a sus roles. Además del gran Oldman, se destacan Colin Firth (El discurso del rey) y Mark Strong (RocknRolla). Es muy probable que finalmente George Clooney sea quien va a quedarse con la dorada estatuilla, por su labor en Los descendientes. Quizá la dupla de guionistas de El topo cuente con más chances de ubicar en sus livings una copia del galardón. Oscar más, Oscar menos, nada le quitará a Tinker, Taylor, Soldier, Spy el ser, ya, una de las grandes cosas del cine de Hollywood de esta temporada.
“El topo”: espías a la vieja usanza John Le Carré aparece como productor ejecutivo de esta sólida adaptación de su famosa novela de espías en la Guerra Fría, la primera de su trilogía del archivillano soviético Karla. Dirigida por Tomas Alfredson, el de la excelente historia de vampiros «Criaturas de la noche». «El topo» es una película retorcida y sutil como la misma historia de Le Carré sobre un jefe del servicio secreto británico retirado luego de una desastrosa operación en Budapest, y luego reintegrado al trabajo para descubrir si en verdad hay un infiltrado soviético en «el circo», es decir la cúpula del MI6. Hay muchas excelentes actuaciones en el film. De hecho hay muchos muy buenos actores, y cada uno tiene la oportunidad de exhibir su talento en escenas que parecen escritas a su medida. Pero Gary Oldman como el protagonista, George Smiley, es el que no para de lucirse en varias escenas de terrible tensión dramática contenida, y su composición del atribulado Smiley vale por sí sola para recomendar la película. «El topo» es una novela mucho más compleja que el guión de este film que, de todos modos, necesita verse con atención e incluso con paciencia, ya que no tiene nada que ver con un thriller de espías del siglo XXI. Aquí nadie encontrará nada parecido a la superacción de, digamos, «Misión Imposible», y es que justamente cuando Le Carré escribió su novela a principios de la década de 1970 se propuso buscar un estilo anticuado que no tuviera nada en común con los superagentes que se habían masificado desde el cine. Sintetizar la historia en poco más de dos horas sin hacerle perder sus climas y la profundidad de sus personajes es todo un logro de Alfredson (hay que pensar que la versión televisiva inglesa con Alec Guinnes duraba 350 minutos), y sin embargo esta nueva «El topo» puede resultar misteriosa y enigmática hasta lo borgiano a una audiencia moderna. Justamente ésta es la gran cualidad del film, la de generar sutiles detalles de interés desde todos los ángulos, sin recurrir a simplificaciones ni tampoco forzar las cosas hacia intelectualidades de sobra, algo que hubiera sido terrible dado lo complejo que ya es el relato por sí mismo. Como piezas de ajedrez, cada personaje, cada decorado y cada nuevo flashback revelan una pista más acerca de adónde llevará la investigación de Smiley, que para llegar a su destino recorre historias de amores trágicos, torturas terribles y espeluznantes dramas de oficina que podrían parecerse a muchas otras, sólo que en este caso los entretelones de rutina tienen que ver con cuestiones de vida o muerte. Como director, aquí, Tomas Alfredson se muestra especialmente interesado en sus criaturas, algo que sorprende teniendo en cuenta la frialdad emotiva y estética de su film de vampiros. La única queja es que no le haya dado un poco más de tiempo a John Hurt, que se luce en cada una de sus breves apariciones.
Inglaterra. Principios de la década del ’70. El jefe del servicio de inteligencia británica, Control (John Hurt), sospecha que en su organización hay un infiltrado, un “mole” (“topo”, en inglés), que está colaborando con los soviéticos. Para conseguir ese nombre decide organizar una misión extraoficial, pero el operativo falla, y termina en el despido de Control, y su hombre de confianza, el opaco Smiley (Gary Oldman en una brillante interpretación que le valió su primera nominación al Oscar). En pocas palabras, nos introducen en los parámetros de esta silenciosa y oscura guerra. La que no se ve. Un año después, Control ha fallecido, y el primer ministro decide convocar a Smiley para retomar la investigación sobre el posible doble-espía. Como en un juego de ajedrez que el propio Control dejó inconcluso, Smiley deberá ubicar las piezas para descubrir quién, si acaso alguien, es el traidor. Tarea de por sí bastante complicada porque ya sabemos que en esos años, confiar en alguien dentro de ese mundillo era un salto a ciegas. Como en aquellos films británicos de ese tiempo, el andamiaje del suspenso no se crea a través de escenas impactantes, sino se busca sorprender al espectador con giros a cada paso del camino. Los que aman la vieja escuela, sentirán que "El topo" los transporta a ese tiempo. Esta película está basada en la novela homónima del especialista en espías John Le Carré, y ya tuvo una adaptación como 1979, como mini-serie. En esta oportunidad, la adaptación estuvo a cargo de Bridget O’Connor, y Peter Straughan, y también está nominada al Oscar por guión adaptado. El director es Tomas Alfredson (el mismo de Dejame Entrar), y el reparto una lista lujosísima de actores: el cada vez más versátil Colin Firth, Tom Hardy, Mark Strong, por nombrar a los más destacados. Indudablemente para encarar un proyecto de este tipo en la actualidad, donde se busca no impactar desde lo visual (la destrucción, lo tecnológico, etc) se necesitaban nombres fuertes, carismáticos y que pudieran transmitir la complejidad del universo que se buscaba representar. La estética del film se corresponde con el período retratado, bien lograda y convincente. No es sólo la ambientación de época, el estilo con el que se encuadró y hasta la iluminación remiten a ese período glorioso del cine de espías más clásico."El topo" es un film más bien oscuro, de ritmo pausado, pero tensión creciente, cercano al tipo de suspenso del maestro Hitchcock (sólo nombrado para dar una idea vaga de lo que queremos decir). La narración se toma su tiempo, pero como la trama es compleja, ese tiempo sirve para que el espectador se habitúe a los nombres de los personajes, y pueda seguir el desarrollo de la historia y sus arteros vericuentos. Tal vez cueste al público acostumbrado a los nuevos espías de ficción, con sus enormes despliegues y desempeños acelerados pero muy básicos, adaptarse al ritmo de estos profesionales, que trabajan exclusivamente a base de intuición e inteligencia. Y es verdad que la primera media hora (el film dura dos horas) se hace más lenta, ya que hay que ubicarse en contexto, clasificar secundarios, y distinguir los flashbacks de la acción presente, pero vale la pena, aunque probablemente resulte molesto para quien no comparta el planteo propuesto. Es una película intricada y no tan directa. Lealtades, traiciones, ambiciones, y los anteojos de Smiley, a través de los cuales vemos la historia, que deben discernir lo que ven, incluso discriminando lo que es de índole personal, para determinar la verdad. Muy aprobada para los amantes del género y un regreso a las fuentes al que hay que prestar atención. Nota al pie: Si no se van a quedar a ver los créditos, pero se lo preguntan, sí, el que canta la canción en francés del final (La Mer) es Julio Iglesias.
Las intrincadas tramas de espionaje internacional, propias de grandes autores de novelas de suspenso como Frederich Forsyth o John le Carré, hoy se ven alejadas de las pantallas. Cada tanto las del primero encuentran su camino en malogradas películas para televisión, mientras que las del segundo, si bien continúan llegando, lo hacen en períodos cada vez más espaciados. La industria ha elegido a un solo tipo de espía como carismático protagonista, relegando a los anónimos especializados en la inteligencia y contra-inteligencia hacia un rincón oscuro, lúgubre y frío, como la guerra. Un director acostumbrado al clima gélido, como Tomas Alfredson, es quien recupera la atrapante historia de Tinker, Tailor, Soldier, Spy, conduciendo con gran pulso un film de agentes como los que ya no se hacen, de aquellos en los que los disparos se cuentan con los dedos de una mano. El sueco, realizador de la muy recomendable Låt den rätte komma in (la película de amor vampiro por excelencia), maneja con notable cuidado los hilos planteados por le Carré, controlando el tiempo narrativo y sin apresurar resultados. Con un ritmo pausado, ya lo había hecho en su anterior película, ahonda en una compleja red de engaños en la que, como bien sabe todo amante de la intriga, nada es lo que parece. Es que los guionistas Bridget O'Connor y Peter Straughan (The Debt) se resguardan de mantener el preciado equilibrio al que debería aspirar cualquier adaptación literaria: un fiel respeto al original sin abrumar al espectador con las consecuencias del obligado recorte. Así es que se manifiesta la capacidad narrativa de Alfredson, tensando el misterio por unos prolongados 127 minutos que resultan en su mayoría llevaderos, gracias al flujo constante de información. Un Gary Oldman en muy buena forma lidera un ensamble de destacables actores. Desde los jóvenes ascendentes Benedict Cumberbatch y Tom Hardy, cuya historia de los Scalphunters (literalmente Cazadores de Cueros Cabelludos) necesitaría una película aparte, hasta los integrantes del dudoso Servicio de Inteligencia, con quienes el protagonista juega al de tin marín de do pingüe, todas las interpretaciones están a la altura de las expectativas. A la ambientación de época, logrado retrato de la Guerra Fría de notable fotografía, debe sumarse una soberbia banda sonora del español Alberto Iglesias, que alcanza su punto más alto con una improbable, y sin embargo perfecta, versión de La Mer por Julio Iglesias. El cierre, coherente con toda la producción, en principio deja un sabor a poco que pronto se muestra como la conclusión ideal. La toma de posta, las miradas cómplices, el mandato asumido, pero el enemigo aún en la vereda de enfrente. Una victoria anotada, otro día más en la oficina.
El observador solitario Es una historia de espías, pero alejada de la pirotecnia que podríamos esperar de una de espías del siglo XXI: la pirotecnia visual de James Bond o el montaje frenético de Jason Bourne dan lugar a un prolijo, por demás correcto, elegante y sobrio estilo visual y una edición equilibrada que da lugar tanto como para reflexionar sobre lo que vemos como para perdernos en un entramado laberíntico en un whodunnit (¿quién es el asesino? o en este caso, el topo) que sobrevive a más de una visión. El Topo, basada en la densa novela de John le Carré, propone un mundo asfixiante y burocrático que termina por convertir a los hombres en autómatas, máquinas donde apenas distinguimos algunos sentimientos. John Hurt es Control -no es una entidad, es un nombre clave- la cabeza del Circo (seudónimo para el MI6, Servicio Secreto Británico) quien apenas comienza la película encarga a uno de sus agentes (Jim Priedaux / Mark Strong) una misión especial: conversar con un desertor húngaro para que revele el nombre del «topo» el infiltrado ruso que está en la mismísima cúpula del Circo, integrada por Alleline (Toby Jones), Bland (Ciarán Hinds), Esterhase (David Dencik) y Haydon (Colin Firth). Cuando Control fallezca de una ataque al corazón, la misión quedará en manos de un ex-agente, George Smiley. Smiley es el protagonista, encarnado en la impávida cara de Gary Oldman (después de Alec Guiness, formidable también, en la miniserie de la BBC). El apellido parece una ironía, viniendo de otro de los hombres del Circo que nunca sonríen. De pocos gestos, de mirada fija, más gris que el resto de sus compañeros, de movimientos mecánicos, Oldman transmite la emoción interna del personaje a través, claro, de los ojos y de esas enormes gafas. El detective debe escrudiñar un perverso juego de ajedrez, donde su rival no es el topo, sino Karla, un espía británico del cual desconocemos el rostro. Como todo archivillano, plantea el juego sabiendo las debilidades del héroe. El film asume que tenemos la misma inteligencia, concentración y pasividad que Smiley para resolver el enigma. Los planos son largos, con mucha información y muchos detalles. No es un error comparar el ritmo y la estética con los viejos films de espías europeos (incluso en los setenta, algunos norteamericanos eran intrincados, aún cuando hubiera piñas y persecuciones de por medio, como Los Tres Días Del Cóndor). Alfredson utiliza grandes angulares para crear la atmósfera, con unos escenarios impactantes (la dirección de arte es impecable) que van desde las oficinas del MI6 hasta inmensas librerías. La atmósfera bastante lograda nos recuerda a la soledad en la que vivían los personajes de Criatura de la Noche, la película de vampiros del mismo director, Tomas Alfredson. Como siempre digo, el principal problema con este tipo de película -donde hay un culpable, varios sospechosos y todavía más vueltas de tuerca- es que, una vez resuelto el misterio, la película pierde toda la gracia. No es el caso de El Topo, no tanto por las vueltas que uno le pueda dar a la trama, sino por el espesor que cobran los personajes con cada revelación nueva. Se esbozan constantemente ideas frescas: no es casual que todos estos hombres parezcan más robots que seres humanos. Incluso los personajes secundarios más importantes adhieren una nueva subtrama romántica (que también podría ser el tema central, visto de otro modo). La edición ayuda a crear esa permanente sensación de confusión, alternando las historias principales con algunos flashbacks, principalmente de Ricki Tarr (Tom Hardy, el próximo Bane) y Peter Guillam (Benedict Cumberbatch, el Sherlock de la televisión). Todo el tiempo trata de desorientarnos (no hay indicadores de fechas ni de lugares, no hay diálogos explicativos que resuman lo acontecido). Esta es la versión adulta e inteligente de Sherlock Holmes (incluso, hay un notorio subtexto homosexual) y una de las películas que más desearía que tengan secuelas. Si no me creen, comparen esta película con Sherlock Holmes: Un Juego de Sombras...
El pasado de los hombres Cuando uno ve una película como la estupenda Caballo de guerra, está siendo parte de un ejercicio estético: se pide que el espectador decodifique la narración a partir de una revisión del cine clásico. Sin embargo, su esencia, su fondo, sus temas -la relación entre un joven y su caballo en medio de la guerra-, son tan universales y apuntan tanto a la emoción, que en algún sentido es una película cómoda, ya que puede ser vista con ojos actuales sin mayores inconvenientes. Pero en el caso de El topo, estamos ante un ejercicio mucho más complejo: no sólo el film de Tomas Alfredson luce, está contado, se ve como una película de hace unas cuatro décadas, sino que además su tema era actual para la década de 1970, que es cuando se publicó la novela de John le Carré en la que se basa. El topo imagina un mundo de espías donde el paso de bando entre oriente y occidente genera un conflicto, y si bien hoy ese tema puede ser actual -un oriente que remita a Medio Oriente-, asociarlo a espías comunistas y a otros que son parte del sistema resulta anacrónico, anticuado y, seguramente, poco interesante para una gran porción del público. Sin embargo, así avanza, bastante confiada de sus posibilidades esta El topo (en la década de 1970 hubo una miniserie sobre el mismo texto), que sin ser una maravilla resulta un film interesante tanto en aspectos narrativos como estéticos. Antes que nada, quiero señalar una cosa: se lee por ahí que películas de espías como estas recuperan la esencia del género y demuestran que no hacen falta historias donde el héroe sea un monigote alimentado a anabólicos, saltando de aquí para allá: léase Misión imposible. En lo particular disfruto tanto de uno como de otro estilo, creo que en definitiva todo se relaciona con un concepto y tanto el George Smiley de El topo como el Etan Hunt de Misión imposible se justifican en la concepción estética de cada película. Una es puro cerebro y reflexión, la otra pura exaltación del vértigo. Dicho esto, pasemos a decir que El topo es un típico relato de John le Carré, donde detrás de la trama de espionaje se cuelan miradas políticas y un humor zumbón, muy irónico, sobre un mundo que suele evidenciarse siempre como decadente. En este film, donde una misión fallida en Hungría desata una investigación sobre la posibilidad de que un doble agente se haya infiltrado en las altas esferas del servicio secreto británico, está contado por el sueco Alfredson con un tempo particular y un sentido del espacio que prefiere los ambientes amplios, introspectivos y despojados, donde los personajes estén, primero, perdidos, y segundo, solos. La luz es siempre escasa, el tono de la película es de un gris que esquiva las emociones y cuenta con un personaje central, con el irónico nombre de Smiley -suena a “smiling”, sonriente- al que Gary Oldman, más viejo y más sabio, le presta un porte lacónico, triste, desprovisto de todo tipo de gestualidad, aunque una media sonrisa o una mirada puedan decir mucho más que mil palabras. Hay un plano que resulta fundamental para entender el film y, tal vez, para encontrarle un punto contemporáneo, si es necesario justificar el por qué se hacen las películas. Un agente ingresa a un lugar en medio de una investigación y en el fondo, casi azarosamente -aunque se sabe que no hay azar en una producción de estas- sobre lo que parece ser un portón de chapa, un grafiti escrito en rojo sobre fondo blanco dice algo así como que “el futuro es femenino”. Esa frase, que podría ser apenas un detalle temporal de la dirección de arte sobre las militancias sexuales que por aquellos tiempos (el film está ambientado en 1973) avanzaban en el mundo, es un foco que se posa con toda su luz sobre el mapa de personajes que teje Alfredson. En el film la mujer es apenas un personaje fuera de campo, salvo por una ex agente que está internada en lo que parece ser un manicomio. El resto, o son mujeres para seducir en una fiesta o los talones de Aquiles de tipos como Smiley: la mujer es lo que descentra, lo que acerca peligrosamente a las emociones y por eso en este mundo está prohibida, un mundo recto, simétrico, cerrado sobre sí mismo, y por eso absurdo. El universo de El topo, como el de estas burocracias irracionales dice Alfredson, es masculino y la idea de lo masculino, por entonces, comenzaría a entrar en decadencia. Hay también una homosexualidad asordinada que pretende demostrar cómo se iría modificando la visión sobre qué significa ser hombre o, en todo caso, cómo se entendería lo viril, lo masculino. El topo es una película física sin acción: es física porque las acciones de los personajes tienen consecuencias, aunque sea burocráticas. Y, se sabe, la burocracia es el cuerpo del sistema. Aquí hay carpetas, papeles, archivos, hojas, cartas con su peso específico que van de mano en mano, que recorren grises oficinas. Uno podría reprocharle al film de Alfredson que carece del humor zumbón que Le Carré siempre le imprime a sus relatos, que es un tanto moroso y hasta tildarlo de un poquitín aburrido, incluso se puede señalar que su investigación es bastante confusa y que hay hechos que no se aclaran demasiado y situaciones que se enredan y convierten a ciertos pasajes en un mazacote de datos, nombres, información sin sentido. Sin embargo, a estos problemas de guión, El topo le contrapone un elenco sólido como una roca, unos personajes perfectamente construidos en su soledad triste que evidencian el fin de una época y una puesta en escena elegante, distinguida, a partir de movimientos de cámara sutiles que se corresponden con el accionar de sus personajes y el fondo temático: la secuencia de créditos, por ejemplo, es notable. Alfredson, que antes renovó el film de vampiros con Criatura de la noche, aquí intenta algo similar con las películas de espías a la vieja usanza. Lo interesante en él es que no cuenta desde la nostalgia llorona ni desde la distancia irónica (este no es un ejercicio similar al del neo noir, por ejemplo), sino con la firmeza y la convicción de quien quiere decir algo y sabe cómo decirlo.
Hace unos años irrumpió en la cartelera Criatura de la noche, una brillante película climática sobre la relación entre un chico de 12 años y una niña vampiro. Su director, Tomas Alfredson reafirma la importancia que le otorga a los tonos del relato con esta historia, esta vez centrada en un universo de veteranos, sobre un topo soviético infiltrado en las filas del MI6 británico. El topo es un film meticuloso que vale la pena seguir por los recovecos de su intrincada trama. Alfredson consiguió una película atractiva aún cuando está repleta de grises y nunca apuesta por el vértigo visual.
A John Le Carré, uno de los mejores escritores de la segunda mitad del siglo XX, le debemos el haber agregado a los espías al conjunto de herramientas literarias (antes habían sido los detectives privados) que permiten describir la podredumbre de la sociedad global. “El topo” es aún su obra maestra y esta versión cinematográfica no carece de muchos de los méritos de la novela original. En primer lugar, la caracterización de George Smiley, ese espía veterano que debe descubrir a un infiltrado, interpretado por Gary Oldman. Oldman ha comprendido que Smiley no es un aventurero, sino el mejor jugador de un ajedrez humano. Smiley deliberadamente carece de todo atractivo, es gris y sus armas son los gestos módicos y las palabras laterales. Esa invención de Le Carré (que todo el mundo parezca hablar de cualquier cosa aunque estén hablando de otra y los comprendamos) está fielmente llevada a la pantalla. Pero hay problemas. El primero es la deliberada falta de énfasis: aunque nada es moroso, todo sucede en un universo carente de emociones. Claro que ese era un efecto literario, pero en el cine conduce en no pocas secuencias al tedio. El segundo es el demasiado cuidado de la ambientación, ese “otro lado” del Londres de los `60, carente de color y rebosante de tecnología lo-fi. En cierto sentido, la sobreactuación que eluden los actores cae en el ambiente. Todo es demasiado prolijo, fiel y controlado al extremo, lo que redunda en una ilustración con poca vida (toda la que hay es la de Oldman) de una gran novela.
El film de Tomas Alfredson, conocido por dirigir Criatura de la noche, es un thriller de espionaje basado en el best-seller de John Le Carré, ambientado en los años ‘70. Como siempre, el contexto no es menor: en plena Guerra Fría, hay un doble agente infiltrado desde Rusia. ¿Y por qué vemos una película de dos horas sobre la Guerra Fría hoy? Porque en definitiva está hablando de la crisis del sistema capitalista, de una crisis de fe en el modelo, de elegir bandos: todas cuestiones que se pueden reflejar en la crisis mundial actual. La trama, pese a la aparente complicación propia del género, termina siendo muy sencilla: hay que descubrir quién es el doble agente infiltrado en el Servicio Secreto de Inteligencia Británico. En el camino a la resolución, todos son sospechosos, hasta el propio investigador (Gary Oldman). Como suele suceder en este tipo de films, se demanda mucha atención del espectador a la hora de retener datos, hilvanar sospechas, seguir los diálogos, que son muchos y complejos. A nivel cinematográfico quizás los mejores momentos son los últimos quince minutos de película, donde se descubre al traidor, donde hay un juego muy interesante con el campo y fuera de campo y con el sonido. El resto del film es muy parejo, lo cual es de esperar con la cantidad de actores consagrados que se reúnen en pantalla: un guión para que se luzcan más los actores por sus extensos diálogos, por sus gestos contenidos, por la sobriedad de sus personajes, que para que se destaque el film en su conjunto. Publicado en Leedor el 22-02-2012
Tomas Alfredson adapta una novela de John le Carré en la que los distintos relatos y temporalidades se entrelazan jugando con el extravío del lector. El cineasta trabaja sobre estos desajustes narrativos y los transforma en un verdadero laberinto cuyo hilo se conecta mediante sutiles indicios. La película se sitúa tan lejos de James Bond como de los tópicos del género. Alfredson elabora las escenas con mucha precisión evitando el vértigo visual y la simplificación narrativa. El Topo es una tragedia poblada de héroes y traidores que disimulan su grandeza bajo la grisácea apariencia de funcionarios británicos. La tensión no procede de una trama espectacular sino de la infernal zambullida en una humanidad cada vez más oscura. La historia es complicada, casi inextricable. Luego de una operación fallida detrás de la cortina de hierro, Control y su segundo, George Smiley, se retiran de la dirección del MI6. El agente caído en la trampa estaba encargado de descubrir la identidad de un infiltrado en la dirección. Tiempo después, los servicios secretos ingleses vuelven a contactar a Smiley para desenmascarar al traidor. La investigación se escande con flashbacks que llevan de manera recurrente a una fiesta de Navidad en las oficinas de la organización. Esta celebración es la matriz de una historia que excede los turbios asuntos del espionaje. El festejo fraternal e irónico (todos los agentes y burócratas entonan a coro el himno nacional soviético bajo la dirección de un Lenin vestido de Papá Noel) mezcla las intrigas sórdidas propias a todas las oficinas con lo que está en juego a nivel geopolítico. La lucha épica y mezquina entre Occidente capitalista y Oriente comunista está poblada de figuras deprimentes que se mueven en un universo de tonos naranjas y marrones en el que cada detalle parece puesto para expurgar la menor gota de glamour, desde el tinte blanquecino de los personajes hasta la ausencia casi total de mujeres en el paisaje, pasando por el caos polvoriento de los departamentos, el amarillo sucio de las paredes, la dudosa higiene de una habitación, la fórmica deslucida de la cocina y el verde grisáceo de los estantes metálicos repletos de papeles viejos y ajados. El topo es una especie de pesadilla kafkiana surgida del fondo de los tiempos y habitada por hombres vestidos como sobrios banqueros que discuten en voz baja en una lúgubre sala de reuniones. A medida que la investigación avanza, la película descubre la personalidad de Smiley de manera progresiva y con una eficacia dramática radical. Alfredson logra transmitir el clima de la guerra fría mediante un retrato meticuloso y austero de ese mundo burocrático, paranoico y aislado del exterior. El autor de la mejor película de vampiros de los últimos tiempos se ha convertido en un pequeño maestro de la opacidad y el distanciamiento.
Juegos de guerra (fría) George Smiley (Gary Oldman) ha servido durante toda su vida a su país de forma discreta, casi invisible, como parte de la cúpula de seis miembros del M16, llamado "el Circo" en la jerga del oficio. Taciturno, flemático y discreto, Smiley tiene el perfil más bajo del cónclave y es a él a quien elige el líder del grupo, llamado Control (John Hurt) para acompañarlo en el exilio. Han sido degradados debido a la sospecha de que Control se encuentra afectado por algún tipo de perturbación paranoica que lo lleva a sospechar lo peor: hay un doble agente en la misma cúpula del Circo, y podría ser cualquiera. Quizá el monolítico Roy Bland (Ciarán Hinds), el atildado Percy Alleline (Toby Jones), el encantador Bill Haydon (Colin Firth) o, por qué no, el cínico Toby Esterhase (David Dencik) a quien el propio Control rescató y entrenó al final de la Segunda Guerra. Cuando Control muere, a las pocas semanas de su forzado retiro, el primer ministro británico y su mano derecha encomiendan a Smiley la más secreta de las misiones: seguir la intuición de su mentor y descubrir si efectivamente hay un infiltrado que pasa información vital a los soviéticos, cuyo no menos enigmático líder, Karla, parece anticipar cada movimiento de los espías del M16 en la convulsionada Europa posterior al muro de Berlín. En un thriller en principio moroso y luego trepidante, el director Tomas Alfredson se esfuerza por mostrar no sólo una historia puntual de tiempos difíciles (la reconstrucción de posguerra y el inicio de la Guerra Fría) sino que aborda también los conflictos personales de un puñado de personajes interesantes, bien desarrollados. El factor psicológico es tanto o más importante que la intriga, por momentos, y quizá es esa tónica la que vuelve al relato un poco denso en los primeros tramos. Cuesta entrar en el ritmo de esta película, aunque la espera tiene su recompensa. Sin embargo, y a diferencia de otros filmes de espías de similares pretensiones (se me viene a la mente, por nombrar uno solo, "El buen pastor" de Robert de Niro), Alfredson consigue poco a poco sumergir a su público en un mundo con códigos intrincados y hacer que el tedio de la vida del espía en reposo (porque tampoco estamos frente a un filme de James Bond) resulte accesible, comprensible para los cinéfilos curtidos y eventuales. Después de todo, esta historia está más cerca de la realidad que cualquiera de las protagonizadas por el agente 007. Con actuaciones sobrias y algunas excepcionales (Gary Oldman, por supuesto; pero también Benedict Cumberbatch en la piel de un joven espía curtido por la vida, mano derecha de Smiley), esta propuesta se impone finalmente por su calidad técnica, y porque el guión funciona a muchos niveles, ajustado y preciso, con un tour de force en los treinta minutos finales que compensa ampliamente una floja primera hora de metraje.
El factor humano Este filme inglés viene a contramano de todo aquello que se venia haciendo desde la perspectiva de los espías, agentes secretos, etc. Tal aseveración, que en principio parecería ser una contrariedad, es al final aquello que hace valorar a esta producción. No existen persecuciones alocadas, no hay tiroteos o violencia extrema, rayana siempre en el orden de lo glamoroso y/o excitante. Lo que hay es una maraña de intrigas instaladas desde el guión, una dificultosa traslación de la novela que el escritor británico John Le Carre editara allá por la década de 1970, en plena guerra fría. Esta novela, la tercera en la saga del personaje del agente George Smiley, creado, parearía ser, como en las antípodas de James Bond, de Ian Fleming, para mencionar al más emblemático de los agentes secretos o espías, que gracias a la división, mezcla y entrecruzamientos de los géneros cinematográficos hoy se considerarían sinónimos, pero no lo son. Esto es lo que desarrolla la trama, que muy inteligentemente nos va proponiendo los guionistas y el realizador. Transita desde la mera observación hasta el descubrimiento de lealtades y traiciones, pero nunca nos lo da servido en bandeja. Nada es lo que parece, el trabajo de descomplegizar la trama es del espectador. Es tal el cúmulo de datos e información que van entregando con mucha, posiblemente por momentos demasiada, sutileza que exige la atención permanente. Si algo se escapa se complica el entendimiento de la progresión dramática, o sea el hacia donde va. Pero no sólo desde un guión inteligente, hay otros parámetros que hacen valorar el filme. Digamos que estéticamente es acorde al relato y a la construcción de los personajes, luego hablare de las actuaciones, que con economía de recursos literarios y audiovisuales va construyendo el suspenso. Es así que además podría catalogarse a esta obra como del género del “noir”, entendido este no como adjetivo calificativo y descriptivo, más cercano al cine policial, sino en la definición del teórico Rick Altman, en su libro “Los géneros cinematográficos”, como sustantivo. ¿En que sentido? En tanto y en cuanto todo esta diseñado en la descripción de un mundo sombrío, no es necesario describirlo, solo mostrarlo, ya que desde el significante más allá del significado, el “noir” esta directamente ligado a lo nocturno, velado, donde el observar sin ser visto es todo un arte más que una profesión, donde la moneda corriente es la desconfianza, se sospecha de todos. Este pequeño mundo es desconocido por todos aquellos que no pertenecen a el, que sólo pueden tener un acercamiento literario y/o cinematográfico. Tomas Alfredson, el mismo de la maravillosa “Criatura de la noche” (2009), recurre para construir este mundo sombrío al mismo director de fotografía que en la citada “Criaturas...”, Hoyte Van Hoytema, cuyo trabajo es memorable desde la constitución de los grises hasta la helada imagen que pergeña con los tonos y la luces. Muy bien acompañados por el diseño de arte de Tom Brown (“Rescatando al soldado Ryan”, de 1998), y la música a cargo de Alberto Iglesias (“La piel que Habito”, de 2010), quien logra generar el clima justo en cada escena. Pero la vedette en este caso, dentro de los mal llamados rubros técnicos, es el montaje a cargo de Dino Jonsäter (“Criatura de la noche ”), para quien las flash back que propone el guión de no haber contado con un meticuloso trabajo de montaje transformaría lo complejo en confuso, y ese es otro gran logro del filme, nunca cruza esa delgada línea. La historia se centra en el servicio de inteligencia británico. Una mala resolución de una misión lleva a los jefes del MI 6 a pensar en la posibilidad de la existencia de un doble agente dentro de sus filas. El jefe, personificado como Control (John Hurt), trata de investigar que es lo que salio mal, en tanto su mano derecha, George Smiley (Gary Oldman), es sobre quien recae esa tarea. Se sospecha de todo y de todos. Con un estilo narrativo típicamente inglés, casi hasta podría decirse flemático, Smiley va desentrañando el misterio. Todos los integrantes del grupo conocido como “El Circo”, por que sus oficinas están en la calle del mismo nombre, caen bajo la lupa del enigmático, cínico, sarcástico e inmutable George. Todo un juego de personajes y de personas, de lugares y de roles, de poderes y sumisiones, hasta todo un juego de gato y de ratón donde se conoce al felino, pero no al roedor. Lo que va a determinar que lo que debe prevalecer es el factor humano, pero en el sentido inverso al coloquial. Gary Oldman esta nominado para el premio Oscar como mejor actor, su Smiley es extraordinario, no necesita ponerse tenso para mostrar firmeza, ni prepotencia para mostrar poder, todo es pura sutileza, economía de recursos, cruce de miradas, afectos y defectos de cada uno, debilidades que son utilizadas en la investigación. Excelentemente acompañado por un reparto de lujo, encabezado por el ganador del premio el año pasado, Colin Firth, siguiendo por Toby Jones, el irlandés Ciaran Hinds y el nombrado John Hurt, entre muchos otros. (*) Una realización de 1979 dirigida por Otto Preminger.
Pequeña celebración de un gran final El topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy) del sueco Tomas Alfredson, el mismo de Let the Rigth One in, aquí titulada Criatura de la noche, la de la vampira adolescente que tuvo su remake en Estados Unidos. El topo. El topo trata de. Detesto contar argumentos de películas. Por escrito y también oralmente. Lo detesto. ¿No se nota en mis columnas? Siempre digo “no vale la pena adelantar más”, “mejor no revelar el argumento”, “no tiene sentido relatar el argumento” y otras excusas, algunas más pertinentes que otras. Esta vez tampoco les voy a contar mucho, El topo (basada en una novela de John le Carré) es una historia de espías en la que hay que descubrir a un topo (“un traidor”, alguien que trabaja para los comunistas en la inteligencia británica durante la Guerra Fría). Y la trama es bien complicada, y por momentos la información se hace muy difícil de seguir. Pero las películas no son pura información, puro argumento, puro quién hace qué. El topo es una película tremendamente seductora: Londres, cielos nublados, humo de cigarrillos, trajes color habano, las ventanas, las pasiones escondidas, cosas aprendidas, captadas, sopesadas con solo un gesto sobrio y demoledor, contadas como detrás de un velo fascinante. Por supuesto, los actores ayudan. Gary Oldman, en cada gesto tenue, en cada mueca, en cada movimiento gris (sí, convierte sus movimientos en grises, esa es su magia y ese es su misterio) demuestra que puede brillar en versión contenida; en versión desatada su cumbre sigue siendo Drácula de Coppola, una película cumbre. Y Colin Firth, en una actuación tremenda, seca, con matices apenas perceptibles pero presentes, que lo redime de las payasadas de El discurso del rey (claro, ganó el Oscar con ese show, y Gary Oldman perdió este año frente al show bobo de Jean Dujardin). Oldman y Firth saben (también Alfredson) que dado que el cine ya es grande no hay necesidad de agrandar y exagerar las actuaciones, las miradas, las palabras. De todos modos, la clave de la película es el final, en donde Alfredson junta todas las corrientes emocionales y profesionales de la película –incluye la emoción que genera una profesión, y la nostalgia de lo que ya no es– y las monta rítmicamente, con apenas un par de sonidos (un arma, un tiro) y una canción: “La mer” de Charles Trenet en versión en vivo por Julio Iglesias. Unos minutos magistrales, inolvidables, de película grande, de miradas, de lágrimas (dos lágrimas en espejo, de distinto material). Gente caminando, una escalera que se sube, un triunfo, sonrisas por la mitad, los idiomas aprendidos por los espías presentes en el francés defectuoso de Julio Iglesias, la sección de vientos de la canción, los aplausos. Aplausos.
Historia de espionaje, años 70, basado en un libro de un experto John Le Carre. Traiciones, muerte, complots, un infiltrado hasta lo más hondo de la organización de elite de los servicios britanicos. Para descubrir a ese topo contratan a un agente jubilado que deberá desarmar la conspiración. Con grandes actores: Gary Oldman, Colin Firth, Tom Hardy y muy buen elenco. El director, Thomas Alfredson, se desentiende de las emociones y con frialdad y lejanía desmonta pieza a pieza una trama que atrapa al espectador.
Cuando el cine de espionaje cae en manos de un director sueco podés encontrarte con una sorpresa como la siguiente: El capo Mark Strong haciendo justicia sobre la faz británica del tartamudo Colin Firth mientras de fondo suena “El Mar”, interpretada -en recatadísimo francés- por... Julio Iglesias. Nos encanta este subgénero lleno de teléfonos pinchados, rusas candentes y mártires de la causa. El Topo se sumerge en plena guerra fría y nos deposita en un incidente caliente, en el cual están en juego los secretos de Su Majestad. La data pasó a ser el objeto especulativo más importante de Gran Bretaña después de la libra esterlina y allí están las jaurías rusas -y las gringas- aguardando la aparición de algún chivato para hundir los dientes en lo más profundo del MI6. A falta de James Bond, contamos con George Smiley (Gary Oldman), que de sonriente no tiene nada: Detrás de sus enormes gafas se podría sugerir el fastidio propio de un tipo que ya las vivió absolutamente todas, un auténtico canis lupus que espera el momento de su retiro con resignación y solemnidad. O sea, nada que ver con Danny Glover en Lethal Weapon. Una operación fallida eyacula dudas sobre las nalgas de la organización donde Smiley supo ganarse el corazón de su jefe, el Sr. Control. Y sabemos que despertarle ternura a un tipo que se hace llamar Sr. Control debe ser complicadísimo. En resumen, con la muerte de Control surge el Descontrol (talent press, teléfono) y la asadera parece tener un par de pizzetas en mal estado, algo imperdonable en una empresa tan inmaculada como la del espionaje british. Es hora de abrirse y de iniciar una investigación personal. Para encontrar al alcahuete que revisa cartitas que no le corresponde revisar, Smiley contará con la inapreciable ayuda de Peter, joven espía interpretado por el genial Benedict Cumberbatch, un actor capaz de mantener la seriedad de un muñeco de cera sólo para largarse a llorar tres segundos después. Por supuesto, nada es tan sencillo como parece, el enemigo puede estar más cerca de lo que creemos, los rusos quizá no sean tan malos como los pintan y quizá las Promesas del Este nos terminen seduciendo más que las Realidades del Oeste. Habrá que ver y -mientras tanto- disfrutar. El Topo contiene una historia y un desarrollo que nos exige estar espabilados, de modo que recomendamos no observar este film si andamos con sueño. Se trata de una lección de espionaje de ésas en las que los cristales empañados se permiten el lujo de indicarnos que nada hermoso puede estar sucediendo detrás de ellos.
Espías como Dios manda "Tinker, Tailor, Soldier, Spy" es un excelente thriller drama que da vida en la gran pantalla a la novela del escritor inglés John le Carré que lleva el mismo nombre. El director Tomas Alfredson elabora con mucha clase un film misterioso, elegante, oscuro y que mantiene intrigado al espectador hasta el minuto final. Recordemos que este director fue quien estuvo a cargo de la versión sueca de "Déjame Entrar", un trabajo magnífico muy difícil de encontrar en nuestro país por su baja promoción, salvo por su versión americana que está disponible en DVD. La película reune un reparto envidiable que incluye a Gary Oldman ("Bram Stocker's Dracula", "Harry Potter y el prisionero de Azkaban"), John Hurt ("V de Vendetta"), Mark Strong ("Sherlock Holmes"), Colin Firth ("El Discurso del Rey"), Toby Jones ("Historia de un Crimen") y Tom Hardy ("The Dark Knight Rises") entre otros. La inversión en talentos rinde sus frutos y elevan notablemente la jerarquía de una historia de espionaje, traiciones y crímenes que sin ofrecer nada increíblemente innovador para el género, logra cautivar y transportar al público a una red de mentiras y caretas que resulta muy entretenido desenmarañar. ¡Ojo!, es una peli europea hasta los huesos, es decir, tiene un ritmo más lento del que suele tener el cine americano, por lo que aconsejo tener esta cuestión bien clara antes de entrar a la sala. Quienes no sean simpatizantes del cine inglés pueden llegar a decepcionarse con el ritmo. Por otra parte, es una cinta que requiere de mucha atención del espectador debido a que las situaciones no son remarcadas y sobre explicadas como sucede en otros trabajos, sino que comunican de manera muy sutil. Un ejemplo claro es la revelación de la homosexualidad del personaje de Benedict Cumberbatch, que pasa casi desapercibida. Como conclusión, "El Topo" es una adaptación inteligente, que si uno se deja llevar y presta atención va a disfrutar seguramente. No hay grandes persecuciones, ni explosiones varias, ni efectos fantásticos, simplemente es una historia de espionaje bien centrada en la trama que pretende enganchar desde sus diálogos y su evolución en el descubrimiento de quien es el traidor de la organización.
La era de la sospecha Sobre espías ya hemos visto y leído mucho, y tal vez, a esta altura, a nadie le interese la pretérita Guerra Fría y los dilemas morales de los agentes secretos. El modelo es otro: acción física y distorsión psíquica sin discurso; el contexto de hoy es más impreciso que aquel dominado por el antagonismo entre un mundo bolchevique y otro llamado Occidente. Jason Bourne es nuestro agente, nuestro síntoma. La elegancia anacrónica de El topo, sus zooms, el uso de la profundidad de campo, los planos generales pertenecen a otro orden (estético) del mundo. ¿Una película de espías sin explosiones ni persecuciones automovilísticas? Del mítico James Bond sólo quedan aquí los gestos de clase y la aristocracia reconocible de Cambridge; quien espere un arma secreta o un automóvil devenido en lancha quedará decepcionado. El centro narrativo es simple: hay un “topo”, un doble agente, en el alto mando del servicio secreto inglés denominado aquí “El circo”. George Smiley, ya retirado, investigará el caso. Los sospechosos principales son sus propios compañeros. Una fallida misión en Hungría y un agente enamorado de la mujer de un par ruso constituyen una de las múltiples derivaciones. Poco importa saber quién es el traidor: se trata más bien de identificar una psicología colectiva estructurada en la sospecha. En su magnífica Criatura de la noche, Alfredson se apropiaba del género de vampiros y a partir de eso contaba una historia acerca del desamparo adolescente. En El topo, el género de espías le permite examinar cuidadosamente la soledad masculina, a veces interceptada por reacciones afectivas discretas, acaso indicios débiles de amistad. Es por eso que la escena de las miradas entre los espías durante una fiesta navideña es la escena del filme, única señal de cariño entre hombres cuya austeridad emocional tan inquietante como sincera sintetiza un pathos, una cultura y una época.
RIGUROSO Y CONFUSO La formidable novela de John Le Carre vuelve a la pantalla. Es una historia de espías. Su envoltura formal es casi un desafío: no hay vistosas escenas de acción, no hay corridas, no hay suspenso. Es un estudio a veces moroso pero siempre inteligente sobre el mundo del espionaje, tan plagado de oscuridades y falsedades, tan rico y fascinante. El tema es así: el servicio secreto británico, en plena guerra fría, convoca al retirado George Smiley. Debe detectar un agente doble que pasa información al enemigo. Hay cuatro o cinco sospechosos en ese entramado tan lleno de recovecos. La ambientación (escaleras, piezas lóbregas, tonos grises, pisos demolidos, ámbitos cerrados) parecen copiar la personalidad de estos seres oscuros. La realización es impecable y las actuaciones, tan elusivas y tan controladas, le suman intrigas a esta película que va y viene en el tiempo, que está llena de detalles, un relato donde importa, más que el desenlace de la intriga, la representación de ese mundo tan lleno de contradicciones. Un film interesante. Lástima que sea tan denso y tan confuso que resulta imposible seguir. Los desfiles de nombres y los cambiantes relatos terminan extraviando al espectador más atento. Es atractivo, pero pesado. Smiley busca y en ese camino también va encontrando aspectos de su vida privada que estaban tan oculto como ese agente infiel: su mujer lo engaña. Es que el alma humana está poblada de dobleces. Y el amor siempre atrae a los traidores
Un agudo juego de traiciones leales Parece mentira. Ver tantos buenos nombres, grandes intérpretes. Con una estilización justa como para, desde la distancia contextual, dar cuenta de la guerra fría y de su tablero de ajedrez. Por otra parte, como plasmación brillante de un texto literario, pieza clave a su vez en la obra de John le Carré y su bienamado personaje George Smiley. El topo es todo esto y más porque se construye desde la narración. Se cuenta una historia compleja, plena de intersticios, con Smiley como pieza devuelta al tablero: agente británico otoñal, encargado de reordenar lo que parece pronto de caos. Y si la actuación de Gary Oldman es (muy) buena, lo es porque, está claro, es un actor notable, pero también y sobre todo porque lo suyo es apenas parte de lo mucho más que la película es. En otras palabras, porque sería reduccionista explicar El topo desde la sola tarea del actor. Aún más: Smiley aparece en escena casi tanto -?muy poco-? como el propio Control (John Hurt). Entre ambos, una suerte de relación amistosa o melancólica que guarda apenas -?sólo apenas-? algo de la que también entablara el agente de la Continental de Hammett con el Viejo, su jefe. Smiley vuelve al ruedo, con dolor en el caminar, la sonrisa y mujer perdidas, el alcohol sin efecto, y una guerra que todavía mantener desde escritorios y escuchas espías. Todo un séquito del espionaje que reparte su abanico entre un lado y otro de una misma cortina, con la habilidad fílmica necesaria como para trastocar su estela de granito en un juego de espejos y de imágenes devueltas. Esta línea a cruzar, dable de traición o de lealtad, requiere de la dualidad misma para sostener lo que, parece o se sabe, es simulacro de muerte o de muertes de veras. Una bala cambia el aspecto físico, una mirada delata otro costado, las emociones traicionan, confiar es imposible, y los fantasmas persisten aún cuando, dicen, han muerto. Esto último tanto en lo que refiera a Control como al mismo Karla, al Circus o al Kremlin. "Estábamos en guerra" dice Smiley a la vieja secretaria. Los personajes se miran entre sí y, por eso, también lo hacen en ellos mismos. El Servicio de Inteligencia británico como mascarada a emplear para un pleito mayor, ajeno a héroes y villanos. Todos, en suma, parte de un mismo escenario así como dependientes del mismo. Un quehacer que los une y divide en aras de una permanencia compartida, de un mismo status quo. Guerra de inteligencias intercambiables. La traición, entonces, como moneda necesaria para la supervivencia propia. La lágrima con la bala conviven pero, llegado el momento, la decisión hubo ya de ser tomada. El topo es del sueco Tomas Alfredson, mismo responsable de una de las mejores películas de vampiros niños de todos los tiempos: Criatura de la noche (2008).
Publicada en la edición digital de la revista.
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Una de (verdaderos) Espías: John Le Carré es un exitoso y archiconocido autor de novelas sobre espías, luego de vender durante décadas, algunos de sus textos llegaron al cine: "El espía que volvió del frío", "El espejo de los espías", "Llamada para el muerto", "El sastre de Panamá", "La Casa Rusia", "El jardinero fiel" etc, "El topo" (Tinker, Tailor, Soldier, Spy), fué adaptada por la BBC en 1979, con Alec Guinness, y se pasó en Argentina en la antigua ATC en varios capítulos, ahora llega finalmente a la pantalla grande. Tomas Alfredson -director a tomar muy en cuenta- narra la historia con todas las madejas enredadas que pueda uno imaginarse acerca de una misión que fracasa en Hungría y que desencadena irregularidades en un cúpula de mando de los servicios secretos británicos. El veterano agente Smiley (soberbio, medido, genial Gary Oldman que fué candidateado al Oscar hace semanas por esta labor) debe encargarse de averiguar quién es el "infiltrado" que está pateando para los servicios rusos. Nada facíl será la tarea, y así irá encajando las piezas de un gigantesco rompecabezas, al cual el espectador no deberá perder ni distraerse un segundo, ya que la historia va y vuelve y así. Lo curioso es que el realizador plantea la trama como si uno viera una de aquellas pelis del género de espionaje hechas por los años 60 o 70, con muchas trabas y hasta cierta lentitud, con cero efecto especial o dinámica visual de ritmo clipero. Vale aclarar que el filme solo gustará a quienes prefieren observar un guión complejo pero sustancioso en enigmas y misterios por resolver. Hay traiciones, mentiras, pasadas de factura entre los hombres grises que integran la galería de duchos hombres de doble vida, y hay para reforzarlo un sólido reparto de actores británicos que son una maravilla de maravillas: Colin Firth, Ciarán Hinds, Toby Jones, John Hurt, Mark Strong, Benedict Cumberbatch, Simon McBurney, es decir todos honrosos intérpretes que dan calidad a la propuesta. Con suficientes méritos artísticos que van de una fotografía, estupenda tanto como la dirección de arte, banda sonora, etc estamos ante una producción digna de recomendarse, pero no a todo el mundo.
John Le Carré el autor de la novela en la que se basa el filme, habla de lo que conoció en el mundo real del espionaje durante la denominada “guerra fría”. Tomas Alfredson se ciñó al intrincado relato de Le Carré y propone una historia que requiere espectadores bien atentos ya que la trama es tan enrevesada que, por momentos, resulta difícil de seguir. Smiley, un agente despedido del servicio de inteligencia es convocado para que vuelva a trabajar y descubra a un agente doble (el topo) que está filtrando información al enemigo. La propuesta desata una serie de investigaciones minuciosas y revela que el trabajo de espía se encuentra en las antípodas del arquetipo popularizado por las películas de aventuras. Una buena propuesta para quienes aprecian un cine que requiere de espectadores atentos con una gran actuación de Gary Oldman.
Encontrar la manzana podrida La acción transcurre en el año 1973, en Londres, como escenario principal. Es el tiempo de la Guerra Fría, época en la que los servicios secretos de las grandes potencias trabajaban a full en tareas de espionaje y contraespionaje y todo tipo de acciones que involucraran a otros países. El MI6 era un actor importante en esas cuestiones. El topo, basada en una novela del ex agente secreto, más conocido como escritor, John le Carré, refiere a un asunto interno dentro de la comunidad de espías, que derivó en un conflicto grave que puso en jaque la seguridad del reino. El detonante fue el fracaso estrepitoso de una misión en Hungría, que fue calificada por la cúpula de MI6 como “un desastre” y provocó la renuncia del jefe, Control (John Hurt), quien debió abandonar su cargo junto a su lugarteniente, George Smiley (Gary Oldman). Pero ambos toman caminos separados, mientras Control se repliega y aceptando el fracaso da un paso al costado. A Smiley, el gobierno le pide que investigue las filtraciones dentro del servicio secreto, ya que se está ante la evidencia de que hay un desertor que conspira desde adentro. Smiley, un hombre oscuro y silencioso, que no atraviesa un buen momento personal, puesto que su mujer lo dejó para irse con un colega, contará con la ayuda de un joven agente, Peter Guillam (Benedict Cumberbatch), todavía no contaminado por los vicios del oficio. Por su parte, Control le hace saber a Smiley que su lista de sospechosos se reduce a cinco, todos del equipo: el “calderero” Percy Alleline (Toby Jones), el “sastre” Bill Haydon (Colin Firth), el “soldado” Roy Bland (Ciarán Hinds), el “pobre” Toby Esterhase (David Dencik) y el “espía”, el propio Smiley. En pocas palabras, todos están en la mira de todos. Ese trabajo es así, nadie puede confiar en nadie y la traición es moneda corriente. Pero cuando las cosas se ponen muy pesadas y las órdenes de arriba son encontrar al soplón, no hay otra cosa que hacer que cumplir las órdenes. El relato se va desenvolviendo intercalando en el tiempo presente fragmentos de hechos que ocurrieron en el pasado, sucesivos flashbacks que van enhebrando una historia en la que cada uno de los nombrados ha tenido alguna participación. Smiley también recurre a una vieja colega, Connie Sachs (Kathy Burke), ya retirada pero con buena memoria, que le aporta algunas pistas importantes, y al fin, las piezas se irán encajando como en un gran puzzle, hasta que finalmente se arribará a una solución eficaz. La película dirigida por el sueco Tomas Alfredson es impecable en la construcción de climas, acompañada por una música muy sugerente que contribuye a poner el tono de intriga y un algo de angustia al relato. También se destaca el cuidado de los detalles y el seguimiento de los actores, sus pequeños gestos, todo eso que debe atender un buen agente secreto. A la cámara de Hoyte van Hoytema no se le escapa ningún dato significativo. El elenco es excelente, está a la altura de la historia y de la calidad demostrada por el director. Es un film de neto corte británico, sin estridencias, inteligente, que invita a pensar al mismo tiempo que entretiene con recursos nobles, propios del cine clásico, en el que el contenido es lo más importante y la forma acompaña.
La principal tentación a la hora de escribir sobre El topo es empezar hablando de la tradición de James Bond, de la trilogía de Bourne y de cómo se relacionan con esta película. Pero aquí el subgénero de espionaje sirve sólo como telón de fondo. Otra tentación sería hablar de sus implicancias en la actualidad. Si bien El topo se remonta a la década del setenta, una de las máximas del cine apunta que todas las películas hablan del presente. En ese caso, podríamos desviarnos un poco del tema (o no tanto) y mencionar el uso desmedido del Big Data, el sistema informático que se utilizó en las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos. La campaña de Barack Obama tuvo acceso a informaciones diversas y hasta influyó en diferentes perfiles de Twiter y Facebook para marcar tendencias u orientar votos. Pero la película tampoco quiere vincular las estrategias de espionaje de aquella década con las de este presente. La historia, más allá de idas y vueltas, traiciones y fidelidades, no tiene demasiadas complicaciones. Se trata de saber quién fue el traidor en un momento decisivo para Circus, el servicio de inteligencia en el trabajan los protagonistas. Hay, eso sí, varios elementos que quedan sueltos, sin resolver entre toda la maraña de nombres, lugares y códigos. Pero la historia y la Historia no son lo más importante. El topo es una de las grandes películas del 2012 principalmente por la manera en que se mueve hacia la intimidad de sus personajes. Y eso lo logra haciendo foco en el poder de la mirada: la película de Thomas Alfredson es un gran ensayo sobre la observación. Los ojos recuerdan. George Smiley (Gary Oldman) mira hacia el pasado en un monólogo que lo conecta con el momento en que, en presencia de Karla, un personaje enigmático, discute sobre la distinción entre la vida íntima y aquella entregada a una causa mayor. Los ojos seducen. Bill Haydon (Colin Firth) mira a la mujer de Smiley en una fiesta de navidad en la que se reúnen todos los compañeros. ¿Qué se puede mirar? ¿Qué no se debe mirar? La labor del espía es mirar todo, detenerse luego en los elementos importantes, seguir instintivamente el objeto que se escurre ante los ojos. Los ojos descubren verdades. La información ingresa a través de ellos y desde allí se asienta en la memoria. Por eso los documentos, los expedientes y los mismos cuerpos deben ser desechados luego de ser mirados. En el mundo de los espías es condenable que un personaje como Ricky Tarr se enamore de una mujer observada. Para los espías, que sólo miran, el amor está vedado. Si no se puede desarmar al otro con la mirada no hay amor posible. Si el otro está ahí, a dos pasos, y no se lo puede tocar, ¿de qué sirve sólo mirarlo? Los hombres-espías son hombres que aman pero a la distancia y por eso tocar puede significar la muerte. “Yo quiero una vida normal, no quiero terminar como ustedes”, dice Ricky Tarr a manera de susurro pero con la fuerza de un grito. El topo no es una historia convencional de espionaje. No importa la Guerra Fría ni los residuos de la Segunda Guerra Mundial, sino el destino cruel de un grupo de hombres cuya intimidad fue arrebatada. La búsqueda del topo, del traidor a la causa, tampoco tiene tanta validez en el presente de la película. Sirve sólo para saldar deudas con el pasado, para aclarar qué sucedió en todo ese tiempo y porqué se les fue la vida. “Es tu generación, no la mía, pensé que te interesaría saber quién fue el traidor”, le dicen a un Smiley cansado, que de tanto observar ya tiene la mirada perdida. Los ojos desvisten simulacros. Smiley entra a su casa y encuentra a Haydon sentado con pose de galán. La caminata es cansina, Smiley sabe que lo que está sucediendo allí es una infidelidad. Observa la manera delicada en que Haydon se pone los zapatos y hace como si nada. Los ojos desvisten simulacros pero no pueden -ni deben- pasar a la acción. Y el amor es acción. El que ingresa en ese terreno sabe que la esencia del recorrido es el drama, que la lucha de fuerzas (externas e internas) es constante. Pero el que mira no sólo mira, porque en ese acto hay una combustión. No hay mirada meramente contemplativa, hay una actividad explosiva en cada ojo. Thomas Alfredson confirma que sabe mirar. Su puesta en escena es tan fluida que cada plano parece tener la duración justa, parece estar en la posición y en la distancia justas. Ya lo había demostrado en Criaturas de la noche, la verdadera gran película de vampiros de los últimos años. De entre todas las miradas, la más melancólica le pertenece a Jim Prideaux, el personaje interpretado por Mark Strong. En medio de una gran tristeza y en una suerte de destierro luego de una misión trunca, Jim le dice a un alumno que los buenos observadores son personas solitarias. En la misma fiesta de navidad que mencionamos más arriba, Jim mira a un Bill Haydon rezagado, demasiado lejos para ser amado. Es el solitario Jim el que con su mirada incansable dispara en el ojo esquivo de Haydon. Por primera vez, y sólo gracias al cine, la mirada puede disparar. No se trata sólo de una mirada cómoda a través de un teleobjetivo. El ojo, esta vez, se vuelve bala, y esa bala es para Jim un acto de justicia más que de venganza, en un mundo de ojos adormecidos.