Humor en serio Tras su elogiada (y premiada) participación en el Festival de Sitges y su paso por la competencia oficial de Mar del Plata, se estrena esta opera prima de Nicolás Goldbart (reconocido montajista de directores como Pablo Trapero, Damián Szifrón, Ulises Rosell, Alejandro Chomski y Rodrigo Moreno). Con buena parte del mismo equipo de producción, actoral y técnico de Los Paranoicos (Gabriel Medina fue ahora asistente de dirección), Fase 7 demuestra que la FUC -a pesar de los múltiples y muchas veces injustos prejuicios- no sólo forma cultores de un cine intelectual o críptico sino que hay mucho amor por los géneros. En el caso de Goldbart, propone aquí una combinación entre la comedia negra (con algo de La comunidad, de Alex de la Iglesia), el terror apocalíptico (en la línea de la saga de REC), el western urbano (con claras referencias -incluso desde la banda sonora del gran Guillermo Guareschi- a la filmografía de John Carpenter), la ciencia ficción y el cine de acción, con algunos pasajes de puro goce gore. La pandemia de Gripe A es el pretexto para narrar una suerte de sátira con un costumbrismo porteño llevado al delirio lúdico y violento a la vez. Aunque por momentos la narración se traba y se resiente un poco, el film es simpático, atractivo y lleno de ideas visuales. El ecléctico elenco -que incluye a los protagonistas de Los Paranoicos (Daniel Hendler y Jazmín Stuart), como una pareja que en un par de meses tendrá una beba, a Yayo (toda una revelación en cine) y al inmenso Federico Luppi en plan malvadísimo- para una historia que transcurre casi íntegramente dentro de un edificio en cuarentena. Los enfrentamientos entre los vecinos generarán una escalada sangrienta irrefrenable. El film -festejado de forma efusiva e incondicional por el público cuando la vi en Mar del Plata- tiene un gran trabajo en HD del fotógrafo Lucio Bonelli (muy buena la proyección en DCP), del apuntado Guareschi, del sonidista Matín Grignaschi y del equipo de arte liderado por Mariela Ripodas. Más allá de sus desniveles y caprichos (nada grave), estamos ante la posibilidad de que el joven cine argentino (no puse nuevo) consiga un éxito no sólo de crítica sino esta vez también de público. Los amantes de las películas de género, de las propuestas más desenfadadas -están avisados- tienen aquí una pequeña gran película para el deleite.
Antes de caer en la tentación de cambiar el título del film por uno más familiar y obvio como, por ejemplo, Walter versus La Pandemia, debemos aceptar que aquél entrañable dormilón telefónico que parió Daniel Hendler está presente aquí sólo de a ratos, pues en el resto del mambo podemos deleitarnos observándolo jugar frente al espejo, bajándole un par de cambios a Jazmín Stuart (embarazadísima), jugando con armas de fuego y afeitándose como un verdadero redneck. La trama nos dice que el crecimiento sustentable ya pasó a ser una fábula ó un chiste agresivo, y el planeta entero se encuentra bajo un colapso virósico aparentemente perpetrado por las grandes potencias, aquéllas que básicamente han decidido que ya somos muchos y queda poco morfi y medicamentos. Entonces, armas químicas para casi todos y a otra cosa (*) Esto no parece perturbar el microcosmos de Coco y Pipi, que cargan el changuito en Carrefour y pagan con débito para obtener descuentos considerables mientras fantasean y se boicotean el sueño de hipponear en las sierras de córdoba y acomodan las latas de tomate en su espacioso semipiso. (*) Un vecino de Coco y Pipi (interpretado por Yayo Guridi, bien por él) es quien aparenta tener la posta respecto a lo que está pasando afuera (calles vacías, algunos muertos y el edificio entero en cuarentena) y es él quien sostiene la hipótesis del ataque químico generalizado para reducir drásticamente la población mundial. Pero el edificio (ahora sellado y aislado del afuera) cuenta con una pequeña comunidad que traerá más de una complicación al hermético transcurrir de Coco, Pipi y (si se quiere) Yayo. Porque hay dos vecinos facsistas que hacen simbiosis entre sí y quieren cohetear al más veterano de los inquilinos (¡Federico Luppi con anteojos Poncharello!) porque tiene una pequeña y sospechosa tosecita. Fase 7 contiene (además de una trama entretenida y un puñado de gags dignos de aplauso) la posibilidad de observar a Hendler en un registro un poco más exacerbado de su paranoico usual, además de deleitarnos gratamente con el rol secundario del ya mencionado Yayo (bienvenidas sus salidas fáciles y su grosería, sí), y de un alucinante showdown a oscuras entre Luppi, Hendler y Yayo en el garage del inmueble. Y la mención (es opinión) casi constante a un Eternauta que ya está pidiendo a gritos su versión cinematográfica de una buena vez.
En donde el humanismo brilla por su ausencia es en Fase 7, la ópera prima de Nicolás Goldbart, una comedia negra con elementos de western y ciencia ficción cuya vocación de entretenimiento queda expuesta desde el comienzo, como también sus principios cinéfilos. Si bien remite a películas recientes ( Rec , La comunidad ) y tiene otras referencias sustanciales ( El Eternauta y las películas de John Carpenter), hay algo intrínsecamente vernáculo en la propuesta. Un supuesto virus impone una cuarentena a los vecinos de un edificio porteño. “Somos 16 personas y una doméstica”, le informa un vecino al equipo paramédico y policial que viene a verificar la gravedad del suceso. Es la línea más política de un filme que parece canalizar oblicuamente la paranoia colectiva sobre la gripe A, su referencia explícita al mundo, junto con una cita un poco forzada de un discurso famoso de Bush sobre el nuevo orden mundial. Un hallazgo del filme es su elenco: Daniel Hendler, Federico Luppi y Yayo, el humorista televisivo, hacen una combinación perfecta e inesperada; los tres se divierten, los tres divierten. El darwinismo filosófico del filme (sálvese quien pueda) funciona como una crítica lúdica a las costumbres. No es precisamente una película sobre el amor al prójimo; el vecino es un potencial enemigo, y quizás un asesino. De lo visto hasta ahora, la gran candidata de la competencia es Martes, después de Navidad , de Radu Muntean, al menos hasta que se estrene el último de Jerzy Skolimowski, Asesinato esencial , o que el cordobés Rosendo Ruiz sorprenda con De caravana . Esto recién empieza.
Space cowboy ¡Al fin género! Se sabe: el boca a boca tiene la posta de los festivales. Me imagino el rumor sobre Fase 7 recorriendo las calles húmedas de Mar del Plata, como un virus. La cosa es que la sala se llenó, que la gente hace largas colas a la medianoche para entrar a ver una película, aplauden antes de que empiece, eso. Fase 7 es la primera película de Nicolás Goldbart, que fue montajista de El fondo del mar y Los paranoicos. El dato es importante, van a ver por qué. Acá también está Daniel Hendler, y Jazmín Stuart, y una persona que se llama Yayo. Me enteré, a la salida, y gracias a un crítico que ve Tinelli (hace bien), de que este Yayo hace chistes por televisión. Más popular que Hendler, por lo visto, cuando empezaron a pasar los créditos de Fase 7 la gente lo aplaudía a él, que viene a ser algo así como el Daniel Aráoz de Goldbart. Como el sci-fi más cercano posible, la película de Goldbart parece hija de la paranoia del año que todos vivimos en peligro, el de la gripe A, aunque el virus en cuestión está borrado por suerte del relato. Hendler está casado con Stuart y ella tiene siete meses de embarazo. Se mudan a un edificio nuevo, con pocos departamentos ocupados, y enseguida se desata el virus, la locura, la cuarentena. Ellos son los incrédulos, los que tienen el atrevimiento de no hacerle caso a la TV. Pero viven en el mundo -el edificio- y los vecinos no los van a dejar en paz, no van a dejar que no se cuiden. Este Yayo, el más paranoico de todos los vecinos, el que hace de su casa un bunker, es el que va a convertir a Hendler en despunte de cowboy. Con música carpenteriana que llena el plano, y momentos de tensión perfectos, y el muy buen comediante que es Hendler, Fase 7 sabe citar al cine y usarlo a su favor. Ah, para mí tendría que terminar un rato antes, con Hendler y su chica esperando encerrados, sin saber qué va a pasarles. Pero a mí me gusta cortar las películas, es vicio de edición mental y del “elige tu propia aventura”. Paréntesis: hay algo con las puteadas en el cine argentino, sobre todo con el tipo de humor que por momentos se basa en puteadas. ¿Por qué la Kkkkkk de “carajo” suena tan subrayada? ¿No es más vulgar “boludo” cuando sale en el cine? Y la P de pelotudo, me parece que se lleva las palmas, con esa posibilidad de juntar los labios y hacerlos reventar en un soplido que estalla como un golpe…exagerado, siempre parece exagerado. Yo quisiera saber, pero no voy a poder nunca, si a los anglosajones les suena igual de artificial a veces la K de fuck, o la manera de comerse las letras cuando alguien dice “madafffacka” (imagínense por ejemplo un comienzo de Cuatro bodas y un funeral que tuviera a Hugh Grant diciendo “la puta madre, la puta madre, la puta madre”; ¿está buena esa película? Ni idea). Ayer, antes de la medianoche, vi casi toda Enigma en París (1974), una película de Peter Weir con un título mucho mejor en inglés: The cars that ate Paris. Paris es un pueblito de gente muy fea en el que hay una serie de accidentes de auto inexplicables. Los malos son una banda con autos viejos pintados de colores, y autos y partes de autos por todas partes, destartalados, oxidados, hermosos. Chapas contra colinas verdes. Y hay también un homenaje muy lindo a Leone, de enfrentamiento tenso entre el guardia del tránsito y la banda de los malos, con música alla Morricone. Es un poco aburrida la película de todas formas, pero los australianos tienen esa cosa con los autos que está buena. Ah, antes de terminar quiero decir que Hendler es lo más: Hendler es lo más. Me voy a ver si consigo entradas gratis para las de John Hughes.
Suele usarse en exceso el término “rara avis”, acaso por una familiaridad algo difusa con el término. Sin embargo, si uno tuviera que definir a este film nacional utilizaría -y con completa justicia- esta definición. Si bien en la superficie es una comedia negra, lo cierto es que se trata de una película de género que incluye sin tapujos elementos del cine de acción, terror y ciencia ficción con una música de sintetizadores que rinde culto al cine de género de los ochentas. Aún más extraño y, por qué no, saludable, es un elenco conformado por figuras tan disímiles como Federico Luppi, Daniel Hendler, Yayo y Jazmín Stuart, metidos en una película apocalíptica que incluye elementos como el N.W.O (New world order, quizá lo hayan escuchado en el disco Psalm 69 de Ministry) y las nuevas epidemias de enfermedades -incluso uno puede pensar en un paralelismo con la reciente paranoia por la Gripe A-, además de una crítica social que a veces resulta sutil y en otros momentos aparece con un trazo grueso demasiado evidente. A pesar que el personaje femenino está algo maltratado por un guión demasiado chato, principalmente en las interrelaciones entre personajes, hay secuencias de acción memorables y un clima opresivo que se hace extensivo a toda la película, sin perder su cuota de humor y las inocultables referencias cinéfilas. Entretenida y pochoclera sin ocultarlo, la película es más allá de sus irregularidades todo un hallazgo que esperamos que se perpetúe.
La ciencia ficción en argentina pocas veces se puede apreciar en cines, son pocas las películas de estas características que se estrenan por año, y mucho más si se tiene en cuenta que aquí se mezclan géneros. Esta realización de Nicolás Goldbart es una muy bien lograda parodia sobre uno de los hechos que acecharon al país en el 2009, que se destaca no solo por su ingenioso guión, sino por sus increíbles y delirantes actuaciones.
El cine de género es posible en la republica Argentina. Fase 7, la opera prima de Nicolás Goldbart (anteriormente editor en grandes éxitos del nuevo cine argentino como Mundo Grúa, El Bonaerense o películas que transitan el camino del cine de genero como Los Paranoicos de Gabriel Medina, que aquí participa como asistente de dirección) propone la relectura del cine clásico americano en una especie de Comedia/Thriller/Buddy Movie con influencias externas al cine como El Eternauta pero tomando como cimiento fílmico el cine de John Carpenter para construir la narración, desde lo visual , lo argumentativo y lo sonoro. Coco (Daniel Hendler) esta casado con Pipi (Jazmín Stuart) y esperan tener a su primogénito ya que ella esta embarazada de siete meses. Tras hacer las compras de artículos domésticos en un supermercado, regresan a su casa y se enteran por un llamado de la madre de Coco que existe una alerta sanitaria grave con decenas de miles de enfermos a lo largo y a lo ancho del mundo. Nada parece alterar a esta pareja, ni el comportamiento de la gente ante la noticia (la horda de changos que invade el supermercado) ni la reacción de las autoridades ante la misma. Cuando los convocan a una asamblea en el hall del edificio hasta dudan en ir a ver que sucede. Goldbart, como en las buenas películas de genero, propone un tema central, en este caso el Apocalipsis como cáscara, casi como Macguffin, como diría Hitchcock, pero la película esta lejos de hablar del Apocalipsis , las películas atrapantes son las que tienen relieve, espesor, donde vemos algo en apariencia pero se esta hablando de otra cosa. Goldbart reflexiona sobre estas parejas modernas de clase media indolentes a todo lo que sucede a su alrededor, “mata tiempo” cultores de la batalla naval y la generala. En el nuevo edificio conviven cuatro familias mas, una familia de coreanos que no se encuentran en el lugar en el momento del incidente, los Lange (Abian Vainstein en el papel del padre), los Guglierini (Carlos Bermejo como el “jefe” de familia), Horacio (el genial Yayo) con su hija y Zanutto, con el resucitado, y por fin, con un papel a su medida, Federico Luppi. Todos son puestos en cuarentena por el ministerio de salud a causa del virus que aqueja a la población, el encierro que remite a películas de George Romero, Howard Hawks y principalmente John Carpenter donde grupos de resistencia deben soportar y aguantar el asedio que provoca una amenaza externa. La situación termina generando resquemores entre los vecinos que comienzan a luchar por el aprovisionamiento de los víveres disponibles. Luppi se revela y se convierte en una amenaza interna dentro de los pasillos del edificio, con una escopeta a cuestas, y provoca que nazca la relación fraterna entre Horacio y Coco. El tema de las relaciones fraternas es algo común tanto en el cine de Hawks como el de Carpenter, películas como Río Bravo, Asalto en el Precinto 13, o Fantasmas de Marte para poner algunos ejemplos, proponen la alianza como oposición a la amenaza. La música, extremadamente carpenteriana, acentúa brillantemente tanto los momentos de suspense como los de comicidad. Guillermo Guareschi, autor del score, aprende del maestro Carpenter; solo con un sintetizador Roland se puede hacer magia en el cine con un estilo de música minimalista que remite claramente a películas como Escape de Nueva York o They Live. Las referencias y los homenajes al cine de Carpenter son infinitas. Cuando Hendler sale de su impavidez y se da cuenta que realmente todo se fue al diablo entra a la casa de Horacio y bebe de una botella de whisky del pico, tal como hacia Kurt Russell en la misma situación en El Enigma de Otro Mundo, son momentos claves donde los personajes se resignan a entender que el mundo no continuará como funcionaba antes. El brillante timing cómico entre Hendler y Yayo funciona a la perfección, las escenas que comparten con Luppi son memorables (hay un gran tiroteo con una enorme habilidad del director para producir en vibrante efecto visual a través del montaje) y la química entre el actor uruguayo y Jazmín Stuart es una garantía ya probada anteriormente en Los Paranoicos, redondean esta brillante apuesta nacional al cine de genero, una bocanada de aire fresco que es necesaria y esperemos que se repita.
Bizarra. Y punto. Es difícil calificar una película de estas características, donde los géneros se mezclan, donde se apuesta por hacer algo distinto, donde uno piensa de una forma y el público reacciona de otra. La historia parecía original, junto con el desafío de ser un producto local. Ahí fuimos. No sabemos si la intención de la gente de Aeroplano con este film era hacer una mega producción o, una película bizarra con alto presupuesto, algo que, basándose en la historia del cine, es contradictorio. Y es que tiene los elementos de las películas de ciencia ficción de bajo presupuesto (historia, lenguaje, actuaciones) pero mezclado con los ingredientes básicos de una película comercial (postproducción, FX, despliegue), convirtiéndolo en algo indefinido que, sin embargo, es disfrutado por el público. La historia es la siguiente: Se decide regar un virus mortal para poder acabar con cierta parte de la población. Mucha gente resulta infectada y muere al poco tiempo. Una de las medidas que se toman es poner es cuarentena un edificio porteño con sus inquilinos adentro. Y que los vecinos sospechen que uno de los residentes pueda tener el virus e infectarlos desata una verdadera guerra sin piedad en los pasillos el inmueble. En materia de actuaciones no se destaca nadie. Cada actor hace de si mismo: Daniel Hendler es Daniel Hendler (para variar), lo mismo cuenta para la reaparecida Jazmin Stuart, mientras que a Federico Luppi le faltaba decir “Arteche y la puta madre que te pario” y defenestrar a Mirtha Legrand. Las risas exageradas y aplausos inexplicables del publico se los lleva Yayo, ya que lo mas festejado de la película fueron su “cómica” tonada cordobesa y sus ya conocidos insultos que generaron convulsionadas risas en toda la sala. Lo peor, definitivamente, es la musicalización. Es realmente insoportable. Bajaron un loop de suspenso de un thriller de los ochenta de Internet y lo pusieron en todo momento. Igual, estas quejas se las tendría que dar al musicalizador, o al director, o al mediocre que no sepa que el silencio puede ser no solo un aliado, sino también un recurso útil. De los FX no voy a hablar. Me pareció que estaban bastante logrados. No eran sorprendentes, pero eran aceptables. En cuanto al arte en general, cero ambientación. Agarraron 2 departamentos ya amueblados y filmaron allí. Solo el departamento del personaje de Yayo tenia un despliegue relativamente interesante. Por el resto, la locación resulto bastante monótona. Para concluir, Fase 7 es una película ambiciosa, con mucha guita atrás, pero buscando enfatizar lo bizarro. Es una película que solo vería un sábado a la tarde en Telefe, cuando la emita, dentro de 5 años (y no encuentre otra cosa que ver). No la recomendaría en absoluto. Sin embargo, las risas y aplausos que se generaron en la proyección me lleva a decir que la vean sólo si son fans de Yayo y quieren mezclar su corrosivo humor con voladuras de sesos. Ustedes deciden.
Casi 7 Fase 7 es un buen intento del cine argentino en generar un film de genero que funcione. Pero no deja de terminar siendo eso, un intento, con algunos aciertos y otras fallas notorias. La historia nos sitúa en un edificio de Buenos Aires, adonde los pocos residentes (asumimos el edificio es nuevo, dado que no todas las unidades fueron vendidas) que habitan se encuentran obligados a permanecer en cuarentena bajo la amenaza de una pandemia global de un virus del cual se conoce poca información. Daniel Hendler y Jazmín Stuart son Coco y Pipi, una pareja a punto de ser padres que discuten día a día por las pavadas que discute toda pareja joven, y que el film intenta utilizar la habilidad de Hendler para el comentario rápido y contestación graciosa. Hendler hace lo que puede con un guion que es bastante pobre y no le da mucha oportunidad de destacar la parla, aunque las fallas vienen sobre todo en la primera mitad del film, que tiene un ritmo demasiado lento y deposita demasiado tiempo en la pareja, algo que no funciona del todo. Después, el film y Hendler repuntan muchísimo. Stuart por el otro lado, está bastante relegada al rol de la pareja medio rompe bolas que no logra entender del todo lo que pasa en la cinta, y ni sale del departamento. Es un personaje medio gastado que no aporta mucho salvo un par de situaciones graciosas con Hendler (Una botella de alcohol viene a la mente como el punto alto de esto). Completando el reparto, se encuentran Federico Luppi y Yayo. Luppi personifica a Zanutto, un hombre mayor que vive en el edificio con su mujer (su mujer secretamente está en un asilo de ancianos, pero él no quiere que se sepa). Y el que termina de cierta manera robándose la película es Yayo, si, Yayo. Su papel es Horacio, un hombre medio paranoico que siempre demuestra conocimiento militar, de armamento y situaciones de emergencia. Con el transcurso del film y el avance de la enfermedad, se irán formando alianzas dentro del edificio entre los vecinos. Y se unirán para tratar de parar a uno de ellos que (suponemos que llevado a esto por el virus, el film en realidad NUNCA es claro en cuanto a los síntomas y muestra dos tipos de síntomas distintos en sus infectados) se está encargando sistemáticamente de matar a cada uno de los habitantes del edificio. El mayor problema de Fase 7 es el guion, que tiene bastantes cosas a medio cocinar aunque es ayudado mucho por los actores que intentan elevar el material. Los valores de producción están bien para cine argentino, pero tener que hacer esa aclaración, ya es síntoma de que no están del todo bien. El sonido sigue siendo el mayor problema de la industria nacional. El dialogo se escucha siempre en otra capa de realidad. Totalmente afuera de una situación natural y eso es algo que nunca el cine Argentino logró solucionar. Punto aparte para resaltar la banda sonora. En un más que obvio “homenaje” a John Carpenter, mantiene un ambiente de tensión y acompaña muy bien el film. Para resumir, Fase 7 es un film con muchos problemas, que normalmente se suelen perdonar por ser producción nacional. Pero al fin del día, funciona. Y sobre todo a sala llena. Imagino que verla solo en tu casa en DVD debe ser casi insoportable. Pero el público general compra la película y el entusiasmo contagia. Como film debut, está más que bien, buen augurio para Nicolas Goldbart, quien esperemos refine un poco más el guion la próxima vez.
Apocalipsis ahora La ópera prima del reconocido montagista Nicolás Goldbart genera un microclima de suspenso y comicidad que va a tono con su premisa argumental: una pandemia que afecta al mundo, percibida a través de la vivencia de los vecinos de un edificio porteño. Yayo y Federico Luppi: sobresalientes. Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart) son un joven matrimonio que espera a su primer hijo. Como lo explicita la secuencia inicial en un hipermercado, están bastante abstraídos de una psicosis colectiva tras la irrupción de una pandemia. Mal que les pese, tendrán que arreglárselas con la imposición de una cuarentena en el edificio en el que viven. Frente a este clima opresivo, las transformaciones no tardarán en aparecer. Sobre todo en él: su moral mutará a medida que la desesperación de sus vecinos se haga cada vez más evidente. Cualquier parecido con la gripe A no es pura coincidencia. A tono con manifestaciones culturales como la serie Lost y el film The host (Bong Joon-ho, 2006), Fase 7 (2010) ofrece una mirada perturbadora sobre la búsqueda de la supervivencia y el repudio a la mirada del otro, convirtiéndose en una alegoría de la vida comunitaria en los tiempos que vivimos. Pero además de eso, y por sobre todo, es una divertida comedia con toques del cine de Joe Dante, John Carpenter, y Roger Corman. La producción del film es reducida pero consistente, con pocos recursos Goldbart ha conseguido generar una sensación de desesperanza sin ir en detrimento del humor. Mientras que la pareja protagónica está cimentada por un toque absurdo (que Hendler, rostro visible del denominado “Nuevo Cine Argentino”, ya exploró), Yayo expresa todo su “histrionismo criollo” con eficacia y Federico Luppi compone con una negrura implacable a un vecino al que hay que temer. En Fase 7 conviven el humor y el suspenso a la manera de La comunidad (Alex de la Iglesia, 2000): en un espacio cerrado y con un héroe que ve cómo el caos puede destruir su mundo privado. Es un ejercicio de género bien resuelto, tanto en la convivencia de diversos registros actorales hasta en la cuidada dirección de arte se mantiene una coherencia estética. Otro aporte fundamental es la música de Guillermo Guareschi, que retoma mucho de la altisonancia de las partituras del cine de ciencia ficción americano. Sin ser un gesto paródico, produce una sensación de extrañamiento instaurado por la mixtura del orden de lo vernáculo con formas narrativas que el cine de Hollywood explora casi desde su existencia. La universalidad de Fase 7 está, como dijimos, en sintonía con su “desesperanza globalizada”, la mirada sobre una otredad (un virus, los propios vecinos) que pone en jaque todo orden establecido. Una muy buena carta de presentación de su director, al que de ahora en más habrá que prestarle atención.
Argentina, como el mundo en general, siempre parece al borde del Apocalipsis. Pero ninguna película nacional había mostrado cómo se produciría el the end definitivo ni cómo la gente se las arreglaría para lidiar con eso. Fase 7 juega con el “¿Qué pasaría sí...?”, y lo hace mezclando ciencia-ficción, thriller de suspenso y comedia. Una mezcla exitosa, que recuerda al cine de Álex de la Iglesia, aunque sin tantos excesos. Pero la mayor influencia en la película es la obra de John Carpenter. No hay citas ni homenajes descarados, pero sí desde el argumento y la música (minimalista, inquietante) se captura el sabor de algunas de las mejores creaciones del director estadounidense. Hay personajes encerrados ante el avance de una amenaza exterior —en este caso, una gripe mortífera—, y que deben hacer a un lado sus diferencias para salir de esa situación, como sucede en Asalto al Precinto 13. Sin embargo, pinta la paranoia, no se sabe quién está enfermo y los vecinos pierden el control, igual que los científicos de El Enigma de otro Mundo. Tenemos un personaje antiheroico, un rudo que cuestiona el sistema y el fiel a sus ideales sin importar las consecuencias, al estilo Snake Plissken (Kurt Russell) en Fuga de Nueva York. Y aparece una crítica implícita a las autoridades y su accionar frente a situaciones extremas: resultan dañinas a propósito o por su propia inutilidad. Algo que pasa mayormente en Sobreviven. Se nota que el director debutante Nicolás Goldbart es fanático de Carpenter, y también de George A. Romero, ya que también podemos encontrar en Fase 7 un fuerte paralelismo con sus películas de zombies: nosotros, los seres humanos, resultamos siendo peores que el monstruo que quiere devorarnos; que las situaciones más desesperantes pueden revelar lo más podrido de cada uno. Además, lo que también Goldbart aprendió de grandes como Carpenter y Romero es el sentido del “entretenimiento que te hace pensar” (lo que esa expresión signifique) y que menos es más. Con pocas pinceladas, nos muestra un país y un planeta al borde de la extinción, donde quienes aún no enfermaron se roban y se matan entre sí, donde las calles permanecen mugrientas y desiertas. Como la película se desarrolla generalmente dentro del edificio, sabemos lo que sucede afuera por los noticieros, por recortes periodísticos y por lo que se puede ver mirando por la ventana o desde la terraza. Otro de los puntos fuertes pasa por las actuaciones. Si bien Daniel Hendler y Jazmín Stuart están muy bien, quien se roba la película es José Carlos Guridi, mejor conocido como Yayo. El humorista cordobés, famoso por sus trabajos en televisión, interpreta a Horacio, un duro dispuesto a la violencia con tal de sobrevivir; un hombre desconfía de todos, menos de Coco (el personaje de Hendler), con quien forma una improbable pero divertida dupla... hasta cierto punto. Es verdad Yayo es responsable de la mayoría de las salidas cómicas, pero también es convincente cuando se pone serio. Incluso llega a asustar. Siguiendo con los actores, Federico Luppi no se queda atrás en su rol de Zanutto, un anciano amable pero que no está dispuesto a los ataques de sus vecinos. Horacio, Coco y Zanutto participan en las mejores y más tensas escenas del film. Fase 7 es otra muestra de que el cine de género en Argentina está pasando por un momento muy interesante, y que Goldbart es un director a seguir. Veremos qué nos dará en el futuro. En tanto, esperemos no matarnos entre nosotros.
La peste llegó al consorcio En su promisorio debut como director, Nicolás Goldbart combina suspenso con humor negro. Daniel Hendler y Jazmín Stuart, los protagonistas. El cine de horror y suspenso tomado con humor no tiene una gran tradición en la Argentina. Y Fase 7 , la opera prima del reconocido montajista Nicolás Goldbart, se dedica a explorar un territorio que aquí es casi virgen, pero que en el resto del mundo tiene cientos de ejemplos, y de adeptos. Y si hay algo de Fase 7 que recuerda a películas españolas como REC o algunas de Alex de la Iglesia ( La comunidad , especialmente), es porque en ese país hay un mercado para este tipo de cine. De hecho, el debut mundial del filme fue en el Festival de cine fantástico de Sitges, casi la matriz de esta clase de películas, especialmente las habladas en castellano. En Fase 7 se cuenta lo que sucede después que por una epidemia virósica los pocos vecinos de un edificio quedan encerrados en cuarentena. Coco y Pipi (Daniel Hendler y Jazmín Stuart) conforman una pareja con un bebé en camino, y han quedado dentro del edificio. Lo mismo que Horacio (Yayo), un bastante paranoico y solitario vecino, que empieza a tejer complicadas tramas para sobrevivir. Y también está Zanutto (Federico Luppi), otro personaje bastante extraño, que vive supuestamente con su mujer que jamás sale de su casa, y con el que deberán lidiar los otros vecinos cuando la situación llegue a límites complicados y difusos. ¿Por qué? Porque hay alguien matando a vecinos y, así es que Fase 7 se convierte en un “sálvese quien pueda” empujado por la desesperación, pero más que nada por la desconfianza. Goldbart propone un juego de un humor bastante negro, combinado con escenas de suspenso y tensión que nada tienen que envidiarle a ciertas películas de género norteamericanas. El filme falla, por momentos, al no explotar del todo las posibilidades de un guión no muy sólido. De cualquier manera divierte, entretiene y tiene en Yayo a toda una revelación como intérprete, en un rol que no es particularmente humorístico pero que se vuelve cómico por su presencia. Fase 7 es un debut promisorio de un realizador que, a la manera de Damian Szifron, es un producto de escuelas de cine que ha decidido correr por la senda de las películas de género, algo no del todo usual en ese tipo cineastas. Más allá de sus fallas, Fase 7 se hace notar en un universo y en un género que, como el edificio y las personas que retrata, parece aquí no tener reglas.
Pandemia nacional En su primer largo como director, el experimentado montajista Nicolás Goldbart (que trabajó con todo el mundo, desde Pablo Trapero hasta Rodrigo Moreno, pasando por Damián Szifrón) parece haber encontrado la entrada secreta para saltar con éxito de la soledad en la isla de edición al transitado set. Y su logro es una buena noticia para el cine argentino. Sin ser ni el primero ni el único, el director aparece como emergente de una camada de cineastas interesados en explorar los géneros como herramienta narrativa y no caben dudas de que Fase 7 es un paso muy firme. Tanto que si hasta hace poco era difícil imaginar un film nacional que se atreviera a presentar una paranoica historia de fin del mundo, con suspenso, acción, buenas dosis de violencia y que apelara al gore como recurso válido, para narrar todo con un humor de reconocible raíz argentina, con el estreno de Fase 7 habrá que revisar la lista de prejuicios. Es posible que frente a una sinopsis del film se caiga en la cuenta de que lo que se verá ya se ha contado antes (y varias veces: quizá ese sea su mayor déficit), aunque Goldbart se las ha ingeniado para imprimirle a la historia sus propios giros. Pero es cierto: la historia de la parejita joven encerrada en un edificio en cuarentena a causa de una pandemia global, junto a un grupo de vecinos que comienzan a ponerse cada vez más agresivos y psicóticos, puede exhumar de la memoria una larga lista de antecedentes. Desde títulos recientes que cuentan con algunos de esos elementos, como las españolas Rec y La comunidad, las clásicas películas de zombies (incluyendo La noche de los muertos vivos, de George Romero, piedra fundamental del género) y, más tangencialmente, hasta films de culto como ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibáñez Serrador, El enigma de otro mundo, de John Carpenter, o La amenaza de Andrómeda, de Robert Wise. Pero el éxito de Fase 7 consiste en contar la historia otra vez con convincente color local. En ese sentido, el gran acierto es el elenco. No hay mucho que decir de Daniel Hendler, ese actor uruguayo que se ha convertido en uno de los más importantes del cine argentino. El papel de Coco, el desganado joven de clase media que se ve envuelto sin aviso en una aventura llena de peligros reales, que inconscientemente parece haber estado esperando para eludir la apatía de su vida cotidiana (la escena de la afeitada frente al espejo es una clara manifestación de ese deseo), sin dudas ha sido escrito para él. Pero no sólo por eso es bueno su trabajo: Hendler consigue que el resto de los personajes gire en torno a él, permitiendo que sus compañeros de reparto también se luzcan. Jazmín Stuart (con quien ya compartió cartel en la mencionada Los paranoicos) interpreta a Pipi, la mujer de Coco, embarazada, cargosa y siempre al borde de un ataque de nervios. Abian Vainstein y Carlos Bermejo se destacan en sus roles secundarios de vecinos peligrosos. El eterno Federico Lu-ppi pone una vez más a prueba su versatilidad, en la piel de Zanutto, un viejo que vive solo con su perrito y en quien algunos creen reconocer algunas de las señas de la enfermedad. Pero la enorme sorpresa del reparto resulta Yayo, ex Tinelli boy que, un poco a la manera de Daniel Aráoz en la exitosa El hombre de al lado, consigue que su conspiranoico Horacio sea tan cómico como intimidante. Todo suma en Fase 7: desde el chiste inspirado en una famosa placa roja de Crónica TV, el fabuloso timing para la puteada que tiene todo el elenco, los ambientes asfixiantes que imprimen a la vida de esa vecindad los síntomas de la sofocante enfermedad que da pie al relato, y hasta la música, que vuelve a remitir deliberadamente a Carpenter y Wise. Goldbart resuelve de manera satisfactoria su acercamiento a la dirección y a los géneros. Sería saludable que su experiencia deje huellas: tal vez en un tiempo se hable del Nuevo Cine Argentino de Género.
Sobreviviendo al Apocalipsis argento Alguien podrá rezongar contra Fase 7 porque el filme de Nicolás Goldbart no rehuye de esos Grandes Éxitos que son la sal del género y que en ocasiones, de tanto repetirse, agotan la paciencia a más de uno. La gran diferencia –y el gran hallazgo- es que la historia exuda idiosincrasia nacional por todos sus poros. Esa argentinidad, cuando está explotada con inteligencia e ingenio como en este caso, puede ser impagable si evaluamos lo anómalo del contexto. Hay aquí un virus mortal que antes de liquidar al desventurado de turno lo convierte en un símil zombie (como en Portadores o La epidemia por citar algunos títulos recientes); también un edificio en cuarentena que genera su buena dosis de claustrofobia (como en Rec) y unas cuantas referencias tangenciales al cine de Alex de la Iglesia (en especial La comunidad). Y por sobre todo mucho humor para describir a estos vecinos porteños poco solidarios con los cuales es imposible no sentirse reflejado… El germen de la idea argumental se le ocurrió al guionista y director debutante Nicolás Goldbart en el largo invierno del 2009. Para algún olvidadizo recordemos que fue el año de la Gripe A, verdadera usina de disparates varios que vistos hoy día provocan un poco de gracia y otro tanto de extrañeza. Porque en su momento nadie se reía cuando aparecieron los barbijos y los episodios de extrema paranoia a los que estuvimos expuestos durante esos extensos meses. Goldbart, un experimentado montajista que ha trabajado con Damián Szifrón en El fondo del mar y con Pablo Trapero en sus primeras obras, toma de inspiración a ese brote virósico para plantear la premisa de Fase 7, una comedia negra que coquetea exitosamente con el costumbrismo, con el thriller de tintes apocalípticos e inclusive con el western. La jugada era arriesgada pero de algún modo Goldbart y sus colaboradores han dado con el tono justo para narrar la historia de Coco (Daniel Hendler) y su mujer embarazada Pipi (Jazmín Stuart) a partir del encierro al que se ven sometidos por orden de las autoridades sanitarias. La relación con sus vecinos y cómo la misma va mutando a medida que transcurre el tiempo y los víveres se van terminando conforman una lúcida mirada sobre la sociedad actual. No en vano Fase 7 se llevó el Premio al Mejor Guión en el Festival de Sitges 2010. La escena en el supermercado con la que abre la película parecía preanunciar uno de esos lavados productos televisivos con proliferación de chivos publicitarios. La presencia de TELEFE en la producción nunca es tranquilizadora en ese sentido. No obstante, siendo sinceros, hay que admitir que las publicidades están pero han sido astutamente justificadas desde lo narrativo. Luego de este comienzo la acción se desplaza al mentado edificio donde nos presentan a los personajes: el enigmático y paranoico Horacio (el cómico cordobés Yayo Guridi, en su salsa), el manipulador Guglierini (Carlos Bermejo), el poco perspicaz Lange (Abian Vainstein) y el sorprendente viejo Zanutto (toda una creación del formidable Federico Luppi). Estos pocos hombres más Coco y Pipi son prácticamente todos los que participan en una trama urdida al milímetro, siempre intensa y entretenida pese a lo minimalista del enfoque. Fase 7 presenta los recursos de producción de lo que en Estados Unidos sería una película de Roger Corman (o sea, una modesta clase “B”). Sin embargo están tan diestramente administrados que si bien no le sobra nada dejan saciado al espectador más exigente. Una de las claves para que esto así sea tiene que ver con el equipo artístico reunido. Básicamente es la misma gente con la que se dio a conocer Damián Szifrón quien aún sin participar de manera directa proyecta su sombra en el proyecto. La fotografía de Lucio Bonelli, la fantástica música de Guillermo Guareschi y el montaje de Pablo Barbieri Carrera y el propio Goldbart son de alto vuelo y se convierten en puntales fundamentales para esta atípica muestra del cine argentino. La riqueza aquí no está cuantificada en elementos materiales sino en talento y capacidad. Y eso sí que es una buena noticia… En Fase 7 coexiste una faceta cotidiana con otra más dramática que es la que hace avanzar la trama. La primera recae enteramente sobre la pareja Hendler - Stuart, que cumple aquí un desempeño maravilloso generando mucha empatía por sus personajes. El entendimiento absoluto de esta dupla ya vista en Los paranoicos proporciona algunas viñetas de humor sumamente divertidas en un principio a puro jolgorio. La otra faceta tiene su origen en la lucha por sobrevivir y está animada por Coco y Horacio, dúo dinámico que se las trae con sus trajes a lo "El Eternauta" (muy lindo homenaje a la clásica historieta de H.G. Oesterheld y Solano López) y un arsenal suministrado por el desquiciado del segundo. Haciendo equilibrio entre géneros y tonos muy distintos e inyectándole un sabor local ciertamente delicioso, Nicolás Goldbart entrega una pequeña gran obra que el fanático del cine pochoclero sabrá agradecer en las boleterías. Espero no fallar con el augurio…
Anexo de crítica: Esta ópera prima de Nicolás Goldbart es un claro ejemplo de las grandes posibilidades que tiene el cine argentino de aproximarse a los géneros sin perder un ápice de identidad. La virtud en este caso viene por partida doble: un elenco fabuloso que se adapta perfecto al tono buscado por el film y por otra parte la prolijidad narrativa para dosificar elementos de la ciencia ficción, el western y el relato claustrofóbico, con un inteligente manejo de los tiempos y los desplazamientos de cámara en interiores que dadas las condiciones de producción merecen un reconocimiento aparte. Sin embargo, el plus lo marca el humor negro; la mirada aguda del director sobre la otredad y la pérdida de solidaridad en situaciones extremas que vuelve a algunos de los personajes en zombies sociales, por decirlo de algún modo. Daniel Hendler, Yayo Guridi y Federico Lupi conforman un trío maravilloso...
El eternauta de al lado Interesante apuesta a un género a menudo tomado a la ligera, encarado por muchos con aires de estudiantina. Pero no es el caso de Nicolás Goldbart que consigue unir varias ideas ya conocidas con solvencia y desparpajo. Como sucede en la española "REC", un edificio es clausurado con sus habitantes dentro, en este caso debido a un virus mortal que azota al planeta. La trama se centra entonces en los pocos vecinos del edificio recién estrenado, donde no tardan en aflorar desconfianzas y recelos. Una pareja formada por Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart) toman el centro de la narración. Él: un individualista, egoísta e inmaduro. Ella: embarazada de siete meses, ajena de todo lo que sucede, ocupada en retar constantemente a su marido. Cuando el edificio es declarado en cuarentena es Horacio (Yayo), el vecino de Coco, quien mejor se pertrecha. Máscara antigas, traje aislante, víveres para años. Su personalidad paranoica lo preparó para este momento. Y quiere compartirlo con Coco, a quien le da un traje y hasta un arma. Es que la cosa se va a poner fea. Especialmente cuando Zanutto (Federico Luppi), un amable anciano, muestre su verdadera cara. Lo mejor que "Fase 7" tiene para ofrecer es su desenfado, que no va en detrimento a la seriedad con que se encaró el proyecto. El resultado es bueno en general, con mucho humor y buen ritmo cinematográfico aunque el final parezca algo tirado de los pelos, poco elaborado. Se destacan las actuaciones de Luppi, quien con poco hace mucho, y la de Yayo que aprovecha la oportunidad para sacarle el jugo a los momentos más desopilantes y demostrar de paso, como Aráoz en el "El Hombre de al Lado", que hay un actor capaz de abordar otros matices, más allá de su cómica labor televisiva. Bizarro no es un término que utilizaríamos para "Fase 7", no intenta ser extraño, raro ni estrambótico. Intenta abordar un género, en este caso el de la ciencia ficción, ni más ni menos. Algo que al cine argentino le hace bien y puede abrirle nuevos y buenos horizontes en el camino para volver a ser una industria.
Un virus mortal amenaza la vida de los vecinos de un edificio porteño que harán lo imposible para sobrevivir y convivir Coco y Pipi forman un moderno y juvenil matrimonio que acaba de mudarse a un elegante departamento. Ella está embarazada y es feliz frente a este acontecimiento, en tanto que él, algo gruñón, trata por todos los medios de ayudar en ese hogar que presagia un alegre futuro. Sin embargo, un aciago día varios individuos ataviados con ropas aislantes les comunican a los sorprendidos vecinos del edificio que éste deberá ser puesto en cuarentena por la aparición de un virus mortal. Rápidamente el aislamiento trae aparejados problemas básicos, como la escasez de víveres y el enfrentamiento de los habitantes de ese lugar, que se convierten en inesperados enemigos, tejiendo alianzas y urdiendo conspiraciones. Frente a estas circunstancias, Coco se ve obligado a realizar una alianza con Horacio, su más próximo vecino, paranoico e inestable, que se dedicará a estar bien pertrechado para defender el contenido de su heladera. Pipi, mientras tanto, observa atónita cómo su marido se transforma en alguien casi salvaje en su afán por enfrentarse con los demás habitantes del edificio, entre los que se halla Zanutto, un hombre mayor que procura, blandiendo una mortal escopeta, solucionar ese encierro que lo ahoga. Así, entre la violencia y la persuasión, Coco y Horacio comenzarán una tarea casi imposible: lograr que la paz vuelva a reinar en esos departamentos cuyos habitantes se ven cada vez más aterrorizados ante el forzado encierro. El novel director Nicolás Goldbart pretendió con su guión armar un puzzle en el que el suspenso, la violencia y algunas situaciones humorísticas ofrecieran la oportunidad de que la cinematografía nacional se interne en el género de la ciencia ficción, pero su intento quedó a mitad de camino, ya que la historia se prolonga demasiado en esas escenas en que Coco y Horacio buscan cómo defender a sus vecinos y cómo salir indemnes de su casi alocada aventura. Teniendo como único escenario ese edificio cercado por la cuarentena, sus habitantes comenzarán a caer bajo las certeras balas de la escopeta de Zanutto, y así la trama se convertirá en una especie de comedia bizarra con intenciones de lograr el interés de los espectadores. Daniel Hendler sale airoso de un papel con bastantes visos de incredulidad, en tanto que Jazmín Stuart, como la esposa, y Federico Luppi, en la piel de ese individuo dispuesto a no dejar títere con cabeza, más la caricaturesca intervención de Yayo, el amigo y cómplice de Coco, componen la plana mayor del elenco. Con mejores buenas intenciones que logros, el realizador procuró construir un entramado en el que el suspenso y la violencia estuviesen presentes en medio de un juego casi perverso, pero el resultado no pudo lograr esos propósitos y así el film recorre con cierta monotonía el camino de esos alocados personajes. Una buena fotografía y una música de adecuado ritmo apoyan esta aventura que pedía, sin duda, algo más de imaginación.
La gente en la Avant Premiere es más pelotuda que en las funciones comunes y corrientes –y eso es mucho decir–. Si estamos acostumbrados a los que se ríen desmedidamente en el cine, la premiere de Fase 7 fue el colmo; primero porque yo era mal visto por no reírme desmedidamente –cientos de espectadores con palos y antorchas pidieron mi cabeza al tiempo que gemían y luchaban entre ellos por una bolsa de pochoclos–; segundo porque ni siquiera tenían la delicadeza de reírse en el momento adecuado, o sea después del remate, sino que comenzaban a reír a carcajadas en la mitad del chiste –o con la sola aparición de Yayo en escena– y no se escuchaba el final (malditas películas de habla hispana que no tienen subtítulos para leer). Fase 7 es básicamente una película pos-apocalíptica. Y si, tiene todos los condimentos que deben incluirse en una pos-apocalíptica, es decir planos de las calles sucias, destruidas y desoladas, violencia entre sobrevivientes, racionamiento y búsqueda de alimento, escenas gore (no excluyente pero deseable), etc. Una posible ecuación sería algo así como REC + Zombieland – Zombies = Fase 7. De la primera podemos tomar el lugar físico, vecinos de un departamento en cuarentena luchando por sobrevivir. De la segunda podemos tomar el tono, algo así como una comedia hecha y derecha dentro de un ecosistema atroz (¿Yayo sería Woody Harrelson?), una de terror/comedia si es que ese género existe. En este caso sin zombies en escena, pero esto no le impide a Nicolás Goldbart, su director, agregar algo de gore y sangre. No necesita valerse del zombie para justificar la violencia desmedida (total ya estaba muerto) sino que lo hace entre vecinos vivos que reaccionan ante el miedo ¿Miedo a qué? Miedo a una enfermedad que se expande, miedo ante un televisor que repite incansablemente, como si fuera una música de fondo en loop, las medidas de seguridad para no contagiarse, y que incluso limita las normas mínimas de cortesía, como puede ser el saludo (¿Alguien dijo Gripe A? Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia), miedo al otro; ese otro que en situaciones de riesgo, cuando el individualismo se acentúa y solo importa la supervivencia, se convierte en bestia. Pero la palabra "otro", en realidad, es un grupo muy grande, engloba a demasiadas personas; dentro de ese enorme grupo se encuentran no solo las bestias, sino los que nos van a ayudar a sobrevivir, solo hay que saber reconocerlos. Coco (Daniel Hendler) encuentra en Horacio (Yayo) ese otro que lo va a salvar. Parece que no todo está perdido finalmente. El género vuelve al cine argentino, ese género que no es muy común en estas pampas. Bienvenido sea entonces, esperemos que esta sea la primera de muchas más, tanto para el cine argentino como para la carrera de Nicolás Goldbart.
El fin del mundo dejó de ser exclusividad de los Estados Unidos. Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart) son una pareja de clase media joven y sin nada que llame la atención. Él es un inmaduro (como casi todos los treintañeros hoy en dia, bah) y ella está embarazada de siete meses. Pero la espera no se hace dulce, ya que en medio de la tranquilidad y la rutina de la pequeña familia, un virus se desata a nivel mundial, crando caos, saqueos y muerte por doquier. Ese caos llega a Buenos Aires, y el edificio en el que ellos viven es sometido a una cuarentena: nadie puede entrar, nadie puede salir. Esto los deja encerrados con sus vecinos: Horacio (Yayo), Zanutto (Federico Luppi), Guglierini (Carlos Bermejo), Lange (Abian Vainstein) y una familia china de la que muy poco se sabe. El tiempo pasa, el encierro comienza a molestar y las reservas de alimentos se van acabando. Esto, sumado a la paranoia de quién puede estar enfermo (una tos puede ser mortal a la vista de los demás) da lugar a que todos entren a un carnaval de locura y violencia en la que sólo Coco y Horacio lograrán aliarse. Uno con desinterés y miedo, el otro armado hasta los dientes y completamente preparado para este virus que, al parecer, había previsto hace mucho, mucho tiempo. Fase 7 es la primera película de Nicolás Goldbart como director, lo cual habla muy bien de él, ya que logró realizar un muy buen trabajo. La tensión y el humor están manejados con mucha cintura, y además logró sacar lo mejor de todos los personajes; en especial de Coco, Horacio y Zanutto, que logran despertar las carcajadas más feroces del público. Porque, si… pese a que el argumento se ubica en el mismísimo fin de los días, Fase 7 es una comedia negra plagada de humor sucio y descarado. Y, admitámoslo, también de humor simple, como puede ser una bonita puteada salida de la boca de un experto en el tema como lo es Yayo. La película solamente tiene un defecto, y es que los treinta minutos finales se alargan demasiado. La historia sufre un bajón, el humor casi desaparece y se intenta generar tensión. Y la tensión está, es cierto, pero la frescura del principio, ya no. Pero honestamente, eso es sólo una manchita negra en un saco negro. Fase 7 es una de las películas más imperdibles del cine argentino de los últimos tiempos, y posiblemente genere un culto a su alrededor que será recordado por mucho tiempo. Capaz que hasta el fin del mundo.
Darwinismo en propiedad horizontal Daniel Hendler y Jazmín Stuart protagonizan esta ópera prima de Nicolás Goldbart que narra los conflictos en un consorcio en medio de la Gripe A. Bajo el halo de Carpenter, una reflexión sobre la soledad y la falta de solidaridad. Pocas veces en los últimos años la percepción de la crítica especializada y del público coincidió de manera unánime en el entusiasmo que despertó Fase 7 en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata del año pasado, donde la película se presentó en la Competencia Internacional. La ópera prima de Nicolás Goldbart –montajista de Los paranoicos, Sofacama, El bonaerense y Mundo grúa, entre otros títulos– rompe la (falsa) dicotomía del llamado nuevo cine argentino vs el viejo, con una película de género divertida, personal y llena de gozosa cinefilia. El relato tiene como claro disparador la reciente Gripe A, que en el film se convierte en un virus mortal y apocalíptico que está terminando con la vida del planeta. La pandemia llega a Buenos Aires en el momento que Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart), están esperando a su primer hijo en su flamante departamento de un edificio porteño cualquiera, que de pronto es puesto en cuarentena por las autoridades sanitarias. Un poco irresponsables, un poco metidos en su mundo de pareja de clase media, Coco y Pipi empiezan a notar con alarma que algo no anda nada bien y que sobre todo, los que hasta ese momento eran los anónimos y amables vecinos, como el viejito Zanutto (un brillante Federico Luppi, bien lejos de cualquier otro papel de su carrera) y Horacio (Yayo, un hallazgo para el cine tanto como Daniel Aráoz en El hombre de al lado), se convierten en despiadados depredadores, puro darwinismo social en progreso, capaces de volarle la cabeza a sus compañeros de consorcio por el contenido de una heladera. Así, mientras la parejita hace lo posible por acomodarse a la nueva situación, las lealtades y alianzas transitorias se van acomodando al compás de la desconfianza, el surgimiento de insospechados y feroces líderes que se abren paso en la maraña de rumores, trampas y emboscadas, a puro escopetazo y miembros cercenados en un edificio convertido en una trampa mortal. Con la obra de John Carpenter como horizonte, Fase 7 va sumando capas de géneros como el terror, la comedia, el western, el gore y la ciencia ficción, maneja con soltura un abanico de climas que van desde la paranoia pura, pasando por la violencia extrema, hasta el humor negro. Y en su aparente liviandad, sin una pizca de solemnidad, se permite un discurso político para reflexionar sobre la soledad, el aislamiento y la falta de solidaridad. <
La gripe es lo de menos Debutar con un filme de género es un riesgo, asumido por Nicolás Goldbart con mano firme e imaginación. Fase 7 comienza en un supermercado casi desierto, lugar de acopio que además marca el espacio cotidiano y las reglas conocidas por todos. ¿Quién no ha puesto de mal humor empujando el carrito? Le pasa a Coco (Daniel Hendler) que hace la compra junto a su esposa Pipi (Jazmín Stuart), embarazada de 7 meses. Encerrados en la conversación de rutina, nadie los toca adentro de esa burbuja de indiferencia consumista. Hasta que ponen el edificio donde viven en cuarentena por la pandemia de un virus que recuerda la Gripe A (“¿Vos te creés que es una gripe?”, pregunta el personaje de Yayo). Ahí comienza el doble trabajo de Goldbart, con las cámaras para crear el clima, y con los actores para contar hasta dónde puede llevar la obsesión, el miedo o esos resortes ocultos en épocas normales, hasta que se disparan incontrolables. El director filmó en las escaleras estrechas de un edificio, apelando al fuera de campo con acierto, y a detalles como el ojo de Hendler en la mirilla, que magnifica el rostro del vecino más peligroso (muy divertido Federico Luppi en su traje de nazi). Coco se involucra en la violencia entre vecinos y a la vez sobreprotege a su mujer. Abre la puerta del departamento ensangrentado y la relación de pareja se resiente apenas, porque los diálogos cotidianos instalan un microclima absurdo. Es notable la dupla Hendler-Yayo. El humorista también debuta en rol dramático y se luce como el tipo paranoico y apocalíptico. También se destaca la edición de sonido y la fuerza visual de los trajes de aislamiento, aunque por momentos la tensión del relato decae. La mezcla de ciencia ficción y terror recuerda a Alex de la Iglesia en La comunidad, a Ensayo sobre la ceguera, a la recordada Delicatessen, además de El Eternauta y, en ese juego brutal y solitario que describe el individualismo salvaje, los bramidos de Rinoceronte, la obra de Eugene Ionesco.
El filme tiene interesante logros en cuanto a su narrativa y valiosos toques de humor truculentos de perfecto timming. Un grupo de vecinos se ven obligados a permanecer encerrados en sus departamentos porque el edificio que habitan ha sido declarado en cuarentena. Es que afuera, parece, anda un virus muy peligroso y se debe resguardar de él a la comunidad. Claro está, con el correr de los días y la confusión que vaya generando el encierro, los habitantes de ese edificio, una fauna bastante particular, irán profundizando su estado de paranoia y desconfiando cada vez más del que tienen al lado. Vista así nomás, Fase 7 de Nicolás Goldbart, no tiene más para ofrecer que una serie de lugares comunes ya transitados por el cine una y mil veces. Sin embargo, el film se recuesta sobre su contexto, para convertirse en un producto por demás sorprendente. Recibida positivamente por el público que la vio en el último Festival de Cine de Mar del Plata, Fase 7 enfrenta las convenciones mencionadas con un par de hechos significativos: por empezar, es una apuesta fuerte del cine nacional por interesar a un espectador más cercano al cine de género; pero además, en sus varios pliegues narrativos y formales, se atreve a dialogar con autores como John Carpenter e incluso a chocar universos tan disímiles como los del nuevo cine argentino con los del costumbrismo televisivo, sobre todo en la incorporación de un elenco en el que destacan Daniel Hendler, Federico Luppi y Yayo. Sí, el ex Tinelli. Si bien uno no debe premiar a una película por circunstancias que exceden a la misma propuesta, lo cierto es que en este caso esas circunstancias se involucran con el propio film. Porque Goldbart, inteligentemente, exhibe explícitamente los mecanismos televisivos para registrar de otra manera el apocalipsis de Fase 7. Allí surge el humor negro, pero también el humor más guarro y convencional. En esos recursos que utiliza y con los que juega, Fase 7 termina por encontrar su tono justo, su aspecto personal y original. Un film que homenajea todo un arco de cine de género -western urbano, comedia, terror, gore, clase B- para terminar incluyendo en su propuesta a un público muy amplio y variado. Uno puede cuestionar que su metáfora política es por momentos bastante evidente, que el personaje femenino de Jazmín Stuart carece de fuerza o que sobre el final, la construcción heroica de Daniel Hendler no resulta del todo convincente. En todo caso son detalles que pueden ser obviados por el placer que genera su primera hora narrada maravillosamente, sus toques de humor truculentos con timming perfecto o unas actuaciones que entendieron la clave del film. Fase 7 es una muy buena propuesta, y sólo resta esperar cómo le va con el público para saber si este momento del cine de género en la Argentina -si sumamos Sudor frío- es apenas eso, un instante, o se consolida como una posibilidad a tener en cuenta.
Anexo de crítica: Esta mixtura bastante berreta de Rec (2007) y La Comunidad (2000) se queda en las buenas intenciones de su realizador Nicolás Goldbart, léase retratar la estupidez del argentino promedio combinando sutilmente la comedia costumbrista y el terror apocalíptico. Fase 7 (2010) cuenta con un par de escenas destacables pero es en esencia un producto fallido debido a las torpezas varias del guión y las pobres actuaciones del anodino Daniel Hendler y del grasiento Yayo Guridi…
El cine popular no existe. Todos los comentarios previos al estreno de Fase 7 anunciaban la llegada de una película argentina de género. Cine popular. ¡Por fin! Lo que la gente quiere ver. Sin embargo, la película comienza con una maravillosa escena heredera del corazón del Nuevo Cine Argentino y protagonizada por su actor fetiche, Daniel Hendler. Lo primero que vemos es una pareja enroscada en una discusión absurda, ligera y muy divertida, mientras empujan el changuito en el supermercado. Bien podría ser alguna de las parejas de Sábado de Juan Villegas, construyendo otra espléndida sucesión de gags diez años más tarde. Sus discusiones triviales sobre las compras, sin prestar atención a la gente que pasa corriendo de manera extravagante entre las góndolas, poseen el tono característico de comedia con sordina del Nuevo Cine Argentino. Este registro prevalece como núcleo de una primera media hora extraordinaria, que lamentablemente se diluye a medida que se hacen presentes la acción, el suspenso y la ciencia ficción. Los protagonistas regresan a su departamento cargando las bolsas con las compras y siguen absortos en sus deliciosas discusiones. La trama de ciencia ficción comienza cuando encienden el televisor, demostrando de manera oblicua que el género es ajeno a la película. El componente fantástico tiene un punto de partida realista, local y específico que remite a aquel invento mediático de la gripe A, el gran negocio farmacéutico apuntalado por los medios de comunicación que generó una paranoia colectiva y devino en una epidemia de ignorancia, miedo y desconfianza. Y eso es precisamente lo que ocurre en el edificio en cuarentena, en el que transcurre casi toda la película, habitado por dieciséis personas y una doméstica, según le informa un vecino al equipo de emergencias. Esta frase es el mejor ejemplo del humor ácido de la primera parte de la película, que luego se hará difuso y quedará relegado a las escenas que se suceden dentro del departamento. El género es como el virus: a medida que avanza, la película se debilita. Fase 7 tiene un comienzo brillante que se agota cuando el humor absurdo queda eclipsado por el confuso devenir heroico del protagonista, el subrayado musical y las escenas de acción demasiado estiradas. Sobre el final, la película sólo se sostiene con la sorprendente actuación de Hendler, que cambia de tono de manera abrupta y convincente entre las discusiones de alcoba y la guerra que se desata puertas afuera. Decía al comienzo que algunos presentaban a Fase 7 como una convocante película de género. Luego de haberla visto y disfrutado con sus altibajos, vislumbro que la película se estrena con una cantidad de copias excesiva, que guarda relación con la idea errónea de que hay un gran público consumidor de cine popular. El cine popular como se lo entendía en la época de gloria de los estudios dejó de existir con la muerte del cine clásico. A pesar de toda la promoción que le puedan hacer, Fase 7 no deja de ser una película de festival.
Apocalipsis costumbrista Fase 7 es un digno producto de género sin mayores pretensiones que mostrarse como un ejercicio correctamente filmado y bien contado. A la vez, su máxima aspiración parece ser quedar bien con un público capaz de celebrar un humor costumbrista porteño, como si lo anterior, por sí solo, no alcanzara. Esta voluntad de no confiar en un simple relato sólido y proponer un supuesto humor vernáculo como complemento es, a mi criterio, donde la película pierde terreno. En efecto, una secuencia inicial en un supermercado, donde una pareja joven hace las compras (Hendler y Stuart), es el punto de partida para una serie de viñetas que progresivamente nos conducen al nudo de la historia: una pandemia provoca un estado de cuarentena general y los residentes del edificio deben permanecer encerrados. A partir de esta premisa, se desata una guerra interna entre vecinos que conduce a límites insospechados. La falta de certezas que llega desde afuera alimenta la tensión que se vive adentro, en esa incipiente lucha por sobrevivir. Lo mejor, desde mi punto de vista, se encuentra en la primera hora, en la capacidad de sostener dramáticamente la acción en espacios acotados que generan una atmósfera claustrofóbica determinante para el desarrollo de la trama y en la dosificación de información que Goldbard le confiere al relato, además de cierto pulso narrativo que facilita el avance a partir de elipsis bien colocadas y momentos de emociones violentas estratégicamente puestos. Uno sabe que ciertas escenas y poses de los personajes las ha visto en cantidad de filmes (Luppi, por ejemplo, con esa presencia que va desde Terminator hasta Barton Fink, pasando por los héroes de varios westerns), al igual que las situaciones expuestas, pero resulta un trabajo disfrutable desde lo visual y desde ciertos aspectos técnicos, con una muy buena banda sonora creada para la ocasión (sí, con ecos de Carpenter, aunque muchos colegas críticos aludieron a éste como fuente de inspiración para el filme nacional, lo cual me parece un exceso; hay una diferencia enorme e ineludible entre ambos y es el costado político del director norteamericano, casi ausente en Fase 7.) Ahora bien, esta dirección narrativa y visual se ve constantemente alterada por la voluntad de incorporar líneas de diálogos de clase media, construidos con cierta pereza, chistes fáciles y ciertos tonos actorales que rozan lo inverosímil, defectos que para mí siguen siendo una marca registrada de gran parte del llamado Nuevo Cine Argentino y que, para mi sorpresa (debo admitirlo) continúan siendo celebrados por la crítica. A esto contribuyen, sin duda, incorporaciones como las de Yayo, que repite los tics y los insultos televisivos (al igual que lo hicera Araoz en El hombre de al lado) y los gags de Hendler que remiten, en algunos casos, a cierta comicidad argentina muy liviana de los setenta. Esta actitud relega, tal vez, ese costado político apenas sugerido, que podría dignificar aún más el trabajo con el género para ponerlo en otro marco más enriquecedor. Probablemente, si se revisan los agentes que intervienen en la producción, se podría entender el por qué de este humor televisivo en desmedro, me parece, de un trabajo cinematográfico bien logrado. En un pasaje, uno de los personajes, ante la pregunta de las autoridades sanitarias, dice algo como “Somos 16 personas y una doméstica”. La puesta en escena de ese momento está muy bien lograda y garantiza de por sí la absurda situación que surge de estos tipos disfrazados dialogando con los pocos vecinos presentes en un duelo dialéctico de planos y contraplanos. No obstante, la línea de diálogo, agotada en la obviedad de un referente televisivo (titular de Crónica TV) busca desesperadamente y sin demasiado esfuerzo la fácil complicidad de un espectador saturado de mensajes mediáticos. No será el único caso a lo largo de la película y esto representa su debilidad. Es en este sentido, en el que Fase 7 no se juega por ser auténtica sino que pretende insertarse en la tradición con sus pares generacionales, con guiños cinéfilos incluidos y ser complaciente con ciertas exigencias de la producción televisiva. De todos modos, no puede dejar de reconocerse que la película de Goldbart acierta narrativamente y no se desbarranca a pesar de ello, gracias a su rigor estético en función de la historia que pretende mostrar. La elección genérica de una ficción futurista ya deja un sabor de gratitud en una cinematografía escasa en tal modalidad.
Verdadera sorpresa nacional, Fase 7 propone una sólida y muy bien actuada pieza de humor bizarro que se introduce en un subgénero muy presente en el cine de los últimos años, el apocalíptico, con el fin de la raza humana y el planeta devastado a cuestas. En el caso de esta ópera prima escrita y dirigida por Nicolás Goldbart, ubica esta temática en un edificio parapetado ante la aparición de un virus mortal que está extinguiendo rápidamente a la población. El aislamiento, la escasez de víveres y la lucha por la subsistencia generarán imprevisibles comportamientos en vecinos que dejarán de serlo para convertirse en seres paranoicos, conspirativos, hostiles y criminales. La reciente Los santos sucios registraba a un grupo de sobrevivientes a campo abierto, contrapuesto a este Fase 7 casi totalmente claustrofóbico; y aunque hubiera sido interesante un poco más de aire en su metraje, el resultado es mucho más logrado y potente. Los diálogos y situaciones alcanzan momentos atrapantes y a la vez desopilantes, con picos interpretativos notables en Daniel Hendler -lleno de matices-, un formidable Yayo y un Federico Luppi antológico, aprovechado al máximo. Más allá de algunas falencias en el desenlace, se trata de una verdadera y disfrutable pieza de género para nuestro cine, de esas que no abundan.
Virus funcional al estado de sitio El aire pretendidamente bizarro de Fase 7 es su protagonista principal. El abordaje del terror, de lo fantástico, sigue siendo materia rara en la cinematografía local. En este sentido, el film de Nicolás Goldbart se asume desde un lugar divertido, paródico, consciente de la rara avis que es, y quizás como despunte hacia otras experiencias similares. Tampoco se trata de sobrevalorar, sino de señalar justamente que el juego hacia el espectador que propone Fase 7, contenido en un edificio porteño desde el protagonismo de las taras de la clase media, tiene momentos de disfrute, de gran ironía, así como de epidemia espejada sobre sus propios personajes. Bacterias invisibles asedian, parece, el mundo, temor que -visto en reverso no deja de ser caldo de cultivo para la mentalidad citadina reaccionaria, obligada a permanecer en sus casas o, si se prefiere, temerosas del salir de sus hogares. Allí, precisamente, lo mejor del film. Daniel Hendler y Jazmín Stuart son la pareja joven de futuro predicho: mujer histérica, marido cansino, hijo en camino. A ellos -que tan bien juegan sus diálogos, con esa cara de nada y de todo que Hendler sabe cómo utilizar se suman un lunático fundamentalista de nombre Horacio (Yayo), vecinos variopintos y fascistas, más la explosión que significa el protagónico del gran Federico Luppi, quien no duda en divertirse para quitarse cualquier manto de solemnidad. En este sentido, es el primer tramo del film el que más se disfruta, a partir del conocimiento parcial de la situación, con un "afuera" del que se sabe poco, casi nada, mientras obliga a una convivencia cada vez más intolerable entre los inquilinos. La simbiosis entre Hendler y Yayo adquirirá más y más matices estrafalarios. Clima zombi, epidemias, villanía alla George Bush, cuarentena, todos elementos que tanto cine ha desarrollado y propone todavía. Pero la referencia que inmediatamente salta a la vista, sea tanto por la reclusión obligada como así también por los trajes aislantes elegidos, es El Eternauta, la historieta de Oesterheld y Solano López, pero en versión trash y con un Juan Salvo torpe. (Y quizá ello juegue también en favor de la tan perseguida traslación fílmica de la misma, que bien haría en privilegiar climas antes que ansiar los efectos de una superproducción, algo tan ajeno al espíritu de la historieta). A medida que la acción aparece y busca su desenlace, Fase 7 se empantana un poco, mientras pierde la gracia inicial. De todos modos, allí está la presencia virósica de una sociedad que no tarda mucho en asumir un estado de sitio hogareño, sea éste bajo la forma de planes diabólicos o de barrios privados. La "fase 7", en este sentido, no se encuentra tan lejos de tantas experiencias cotidianas.
He aquí una película que por momentos nos hace acordar al cine bizarro y de ciencia ficción que Emilio Vieyra supo filmar por los años 60 y 70. El tema que se plantea aquí en “Fase 7” es la historia de Coco (Daniel Hendler), quien acaba de mudarse a su nueva casa, con Pipi (Jazmín Stuart), su esposa embarazada de siete meses, cuando su edificio es puesto bajo cuarentena por la aparición de un virus mortal. Hasta aquí un planteo interesante pero nada novedoso. Muchos recordarán “La cigarra no es un bicho” (Daniel Tinayre, 1962) que planteaba el tema de la cuarentena en un albergue transitorio. Aquí los vecinos del edificio empiezan a hacer alianzas para sobrevivir. Uno de esos vecinos es Zanutto ( Federico Luppi), un viejo que vive con su perrita y termina siendo un ser temible. El otro vecino es Horacio (Yayo Guridi) que recurre a sus palabrotas y personajes que vemos por televisión. “Fase 7” tiene buena fotografía, actuaciones correctas pero que no llaman la atención. Daniel Hendler y Jazmín Stuart repiten clishés de otros trabajos, Yayo insiste con su delirio que se ve desdibujado en una producción que pierde el rumbo y termina por aburrir. Federico Luppi está desconocido, cuesta creer que un actor de su tenor se haya prestado para este filme que no aporta nada nuevo a su carrera. Completan el elenco Abian Vainstein y Carlos Bermejo que componen otros vecinos que se ven atrapados por esta cuarentena y son, a su vez, los sobrevivientes de ese fin del mundo que ya es una realidad. Delirio, gags, explosiones, recursos del cine de clase B, tomaduras de pelo, chivos de productos alimenticios en varias ocasiones en primer plano, sarcasmo, sangre, tiros y muerte son ingredientes que se ven a lo largo de los 96 minutos, pero no alcanzan para entretener y contar una historia. En su ópera prima Nicolás Goldbart ratifica que es muy buen compaginador, que ya ha trabajado en esa condición en realizaciones de Pablo Trapero (“Mundo grúa”, 1999; “El bonaerense”, 2002; “Familia rodante”, 2004), y en “Fase 7” demuestra su oficio, pero con esto no alcanza. El problema de un mal guión termina convirtiendo a “Fase 7” en un cine inclasificable y difícil de digerir. Lo interesante de todo esto es que hemos sobrevivido para conocer un final que termina siendo previsible a medida que transcurren los metrajes.
Parodia pandémica ¿Quiénes no recordaremos aquella época no muy lejana en que la paranoia de la Gripe A era tal que estornudar o toser en público era como hablar en ruso en pleno Washington durante la guerra fría?. Nicolás Golbart, un joven realizador más conocido por su tarea de montajista de grandes títulos como El Bonaerense o Mundo Grúa, ahora toma el cargo dirigiendo y escribiendo una historia arriegada para el siempre difícil espectador argentino. Fase 7 parte ya de la exageración de su título (recordemos que entonces las fases eran 6) para contarnos la historia de un matrimonio en la dulce espera que tras una obligada cuarentena por una pandemia global debe convivir con sus vecinos de edificio encerrados por tiempo indeterminado. Y cuando los víveres parecen ir escaseando la cosa se pone dura y lo que empezó dentro de un marco de comicidad, termina siendo una muy buena apuesta al cine de género. Irónica y paródica a más no poder, este film apela a cuanto guiño podamos pensar (desde una famosa plaqueta roja de crónica TV hasta los numerosos inconvenientes a los que los argentinos nos veríamos sometidos si algo así ocurriese) para terminar siendo un producto realmente divertido y muy bien hecho. Cuesta no recurrir siempre al mismo argumento sobre lo genial que es ver un film nacional que ,a pesar de no manejar los presupuestos que manejan otras tierras, es realmente atractivo visualmente y que además tiene una edición de sonido fantástica- aplausos para Martín Grignaschi. Y si hablamos de sonido, imposible no nombrar a Guillermo Guareschi, encargado de la música, quien le da por momentos sabios toques de humor con sus ritmos al mejor estilo western y otros en los que marca la tensión que se vive en este claustrofóbico film. A pesar de lo mucho que se la quiera comparar con otros films de temática similar, Fase 7 sale más que airosa en una historia personal sobre la exageración de una paranoia puntual en la que varios podrían verse reflejados; y si se quiere ahondar más hasta podríamos encontrar muchas razones para ponernos a reflexionar sobre las distintas formas de hacer frente a una situación extrema determinada. Spoiler (dale al scroll si ya la viste) Por ejemplo, hacia el final de la cinta vemos a Horacio y Coco salir a la calle. Mientras están buscando provisiones dentro del móvil sanitario, un auto llega al lugar y bajan unos saqueadores que se meten al edificio. Coco reacciona entrando al lugar desesperado con arma en la mano mientras Horacio herido intenta seguirlo como puede hasta quedar en la puerta de entrada. Entonces vemos salir a los saqueadores desarmados y con las manos en alto mientras Coco, cual nuevo sherif del lugar los apunta escoltándolos hacia la calle. Nadie dudaría que Horacio, según declarara antes, les hubiera metido un tiro en la frente. Y por si a alguno le quedan dudas, las actuaciones son realmente destacables; sobre todo la de Yayo Guridi, a quien acostumbrados a verlo en un mismo papel sorprende realmente al espectador en el papel de Horacio, un paranoico que le hace competencia al mismísimo Jerry Fletcher y quien, a pesar de no ahorrar en alguna que otra postura propia, sale excelentemente parado en su debut dentro de la pantalla grande junto a nada más y nada menos que Daniel Hendler, uno de los actores que más ha crecido en el cine argentino últimamente. Federico Lupi al mejor estilo viejo Eastwood, aporta con el personaje de Zanuto el broche de oro de un trío que será ya de culto para más de uno. Golbart promete. Hace una entrega más que aprobada para una ópera prima en un género que no es fácil, regala escenas que son de antología- la del estacionamiento por ejemplo- y que a más de uno toma por sorpresa pues nada tendría que envidiarle a otras de su estilo. Arriesgada, visualmente muy cuidada, bien actuada. ¿Qué más se puede pedir?
Cuarentena a la criolla Terminé de ver esta peli con una sonrisa, y un gusto de haberme divertido bastante, si bien todo apunta a una fantasía de CF, básicamente se trata de una comedia negra que reviste cierta concomitancia con aquella maravilla de "La Comunidad" de Alex de la Iglesia. Ante una epidemia -muy similar a la gripe A del invierno 2009-, se instala la cuarentena en un edificio moderno pero de pocos inquilinos, donde cohabitan Coco y su mujer que está embarazada (Hendler impasible y una Jazmín Stuart estupenda), un anciano intrigante (Luppi increíble), un inestable y paranoico vecino que se las sabe todas ante la situación(un Yayo Guridi que se lleva todas las palmas), un par de tipos con familia pero que son la representación de una población fascista, oportunista y reaccionaria, y unos chinos que se harán ver casi nada. Asi estamos, entre alarmas, desequilibrios varios, gags, estados de ánimo, acumulación de alimentos -la secuencia de la compra al inicio de la peli en el Carrefour es excepcional-, la conexión con el mundo exterior es prácticamente nula, y allí en el edificio sucede todo como en "Rec", también el director Nicolás Goldbart ha puesto de música de fondo una muy parecida a las propias de John Carpenter -sin dudas otro homenaje-, y los títulos del filme al principio son muy locos, ya que resaltan el espíritu del argentino medio ante las crisis o conflictos sociales: llenar las alacenas. Uno dice al fin una nuestra de género que valga la pena, no en vano la publicación más importante del mundo del cine, la americana Variety, sostuvo que este filme es “groundbreaking”, lo que literalmente significa “innovador” o “revolucionario”. Situaciones absurdas, cómicas, terribles, que no son más que una muestra tan notable como letal del proceder criollo ante situaciones impensadas, casi una radiografía perfecta de nuestro entorno.
Fase 7 remite indefectiblemente a Los paranoicos aquella película aparecida en 2008 y dirigida por Gabriel Medina. En aquella oportunidad Nicolás Goldbart participaba como guionista, ahora escribe y dirige esta nueva propuesta. La referencia se expande más allá de este dato y también de la repetición de la lograda pareja protagónica (Jazmín Stuart y Daniel Hendler) porque los une una patología (la paranoia, personal o generalizada) y el tema de los vínculos interpersonales, los miedos y la desconfianza que provoca la existencia, la mirada de los otros. La película tiene además una serie de guiños a cierta serie de films de géneros diversos que cualquier cinéfilo no tardará en reconocer. Resulta evidente, por ejemplo, la relación con las españolas REC y La comunidad por la acción que transcurre en un edificio clausurado con sus habitantes dentro, un lugar seguro y familiar que se transforma en un sitio extraño, peligroso o siniestro. Coco (Daniel Hendler) y Pipi (Jazmín Stuart), desde la ternura y la banalidad de sus apodos, representan un matrimonio tipo que vive inmerso en su realidad cotidiana de compras en el supermercado y peleas conyugales inútiles. Esta tranquilidad pronto se ve derrumbada por acontecimientos externos que los invade. Una advertencia telefónica de la madre de Coco y una noticia televisiva (¡Qué raro los medios cundiendo el pánico!) los alerta sobre un virus que se expande a pasos agigantados sobre la población mundial. La actitud al principio es de total incredulidad pero un caso en el edificio que los obliga a entrar en cuarentena y una teoría conspirativa sostenida por Horacio (Yayo), el más paranoico entre los paranoicos, los obliga (más bien lo obliga a Coco porque Pipi casi siempre se mantiene al margen y desconoce casi todo lo que va transcurriendo en los pasillos del edificio) a entrar en acción y a defenderse de sus vecinos que son vistos como enemigos. A partir de allí se desata el delirio, la película se vuelve loca. Lo que comienza como una comedia liviana se va transformando en cine de acción con visos apocalípticos. Altas dosis de humor negro, tiros, violencia y rasgos primordiales de la ciencia ficción se combinan para lograr un buen producto que, si bien decae un poco al promediar la película, resulta en todo momento atractivo quizá porque indaga una vertiente poco transitada en el cine nacional. A medida que la violencia va ganando espacio en la historia se revelan (y rebelan) los personajes: Hendler, que parecía que iba a actuar de Hendler, deviene en héroe ridículo y exagerado,: Luppi, que parecía que iba a actuar de Luppi, se convierte en un asesino sin escrúpulos. Yayo merece una mención especial porque se adueña de los momentos de comicidad, porque hace una dupla excelente con Hendler y porque demuestra que hay vida inteligente después de Tinelli. Gran trabajo del director en la elección de los actores. Destacamos especialmente dos aspectos de Fase 7. En primer lugar, la construcción de una Buenos Aires paranoica, deformada e irreal que sin embargo nos trae reminiscencias de aquel 2009 cuando la gente hacía cola en las farmacias para comprar barbijos y alcohol en gel. La primera escena, cuando se desata la locura por el abastecimiento y la gente corre por las calles con los changuitos mientras lo protagonistas circulan como si nada pasara, está muy bien lograda. Estamos y no estamos en Buenos Aires. Poéticamente nos remite a la Buenos Aires nevada de El Eternauta o a esa Buenos Aires de ensueño de los cuentos de Borges. De todas las características de la ciencia ficción que podemos encontrar en la película, la posibilidad de que el espectador pueda extraer una idea, una crítica o una concepción de un mundo posible (atroz, desfigurado, individualista y cruel) es su mayor acierto. Fase 7 nos deja pensando en lo extremadamente violenta y paranoica que está Buenos Aires, no esa, la de ficción, sino la que transitamos diariamente., en la gente (mucha gente) que sueña con la utopía de la huída hacia las sierras y en lo indiferentes e individualistas que poco a poco nos podemos ir volviendo.
SIN LUGAR PARA LOS HÉROES Tomando como punto de partida una pandemia muy parecida a la de la Gripe A, esta ópera prima se presenta como una interesante aproximación nacional al cine de género norteamericano a la vez que marca diferencias a partir de su propia mirada sobre los personajes y la consecuente visión del mundo que ello implica. Si tuviéramos que señalar de manera sucinta los aciertos y virtudes de este primer film de Nicolás Goldbart, tranquilamente bastaría con hacer referencia a sus minutos iniciales. En un supermercado prácticamente vacío nos encontramos con la pareja que encarnan Daniel Hendler y Jazmín Stuart; con un par de gestos y palabras (y la interacción con algún producto, material que siempre será fundamental a lo largo de la película) entendemos buena parte de las característica de los personajes y, sobre todo, la forma en que se relaciona la pareja. Cuando se disponen a pagar sus compras, repentinamente comienzan a escucharse gritos y a verse gente que entra corriendo al supermercado. La situación, que hasta el momento no salía de los carriles de la cotidianidad, se vuelve particular y extraña, hasta misteriosa. Una vez fuera del supermercado, notamos que la situación es caótica, y sin embargo la pareja se muestra ajena, centrada exclusivamente en charlas y discusiones de índole doméstica. Todo esto vuelve muy atractivos e interesantes a estos primeros minutos debido al contraste que se produce entre el mundo íntimo de la pareja, con sus particulares preocupaciones y su propia dinámica, y el mundo exterior que va adquiriendo un tono entre fantástico y de ciencia ficción. Es a partir de este cruce que Fase 7 va ingresando –de manera efectiva y elegante- en el terreno del cine de género. No es un logro menor para el cine argentino, al que tanto le cuesta encarar propuestas de este tipo de manera seria (y esto de ninguna manera significa carencia de humor). Aquí, el manejo de la puesta en escena y del ritmo de las primeras escenas denotan un cabal conocimiento de ese tipo de cine, tanto de sus procedimientos formales como de sus potencialidades expresivas. Así, este comienzo, con el enfrentamiento entre un micromundo particular y un contexto específico y extraño, contiene aquello que conforma el centro del film: la forma en que los seres humanos se relacionan entre sí y con el ambiente en medio de una situación extrema. Aquí dicha situación se produce por la aparición de una pandemia mortal que ataca en el mundo entero. Debido a esto, el edificio en el cual vive la pareja protagonista es puesto en cuarenta, hecho que obliga a sus habitantes a organizarse entre ellos, interactuar, ayudarse o enfrentarse. A medida que la historia avanza, los vecinos irán mostrando sus verdaderos rasgos (patéticos en casi todos los casos). Desde el paranoico y preparado hombre de acción interpretado por Yayo, pasando por dos hombres cobardes cuyo único propósito es complotar para sacarle los bienes a otro, hasta el personaje que interpreta Federico Luppi (un señor mayor y tranquilo que se revelará también como un violento hombre de acción) todos representan de alguna manera posibles formas de ser que Coco (Hendler) puede asumir. Cada conducta, como suele suceder en los relatos de este tipo, son posibles caminos que el héroe de la historia puede tomar o evitar, mientras construye el propio, que no sólo llevará a la resolución de la historia sino que hará que se produzca en él un cambio. La particularidad del posible héroe de Fase 7 (Coco) es que no tiene ninguna intención de ir más allá de su departamento, disfrutar de lo que tiene y esperar que las cosas se resuelvan por sí solas, sin ningún tipo de intervención de su parte. Las únicas cuestiones que pueden demandar su atención son las relacionadas a su mujer embarazada, que por otro lado se muestra en dos ocasiones más solidaria que él con uno de sus vecinos. Sin embargo, la presión del contexto obliga a Coco a tener que salir de su propio mundo e interactuar con los demás. Claro que en ningún momento muestra compromiso alguno, salvo hacia el final, cuando siente que su propia mujer está en peligro. Es el momento en el que se produce un cambio en el personaje, pero que sin embargo es circunstancial. Si ese hecho debería ser un punto de quiebre del personaje, una transformación de su ser, esta posibilidad será mostrada como imposible cuando minutos después se niegue a hacerse cargo de la hija de su vecino, que le pide eso como última voluntad luego de mostrarle una posible salida y asegurarle provisiones. Este hecho es fundamental, porque marca la (a)moralidad del personaje, y también la mirada general desde el que está contado el film. Mucho se ha dicho de la relación que hay entre Fase 7 y cineastas como John Carpenter y Howard Hawks, y si bien no es descabellado pensar en esos nombres al ver ciertas resoluciones formales, ambientes y hasta climas (y esto habla bien de la película), también es cierto que su visión del mundo es totalmente opuesta, sobre todo de la de Hawks, cuyo cine –entre una larga lista de cosas- es el cine heroico por excelencia. Fase 7 , por el contrario, descree totalmente del heroísmo y se aproxima mucho más a una visión cínica, en la que solo hay lugar para la miseria en las conductas de los hombres, y donde nadie es capaz de asumir un rol caritativo, ordenador y superador. Y esto en última instancia termina atentando contra el resultado final de la película, porque -entre otras cosas- el cinismo es enemigo de la emoción y la aventura, y las anula completamente.
"Fase 7" se ubica entre el humor monstruoso de "La comunidad" y el tono apocalíptico de "Soy leyenda" o "La carretera". El director consigue transmitir el clima ominoso de un grupo de personas obligadas a convivir en un edificio en cuarentena luego de la declaración de una pandemia. Juguetea con los extremos, pero si cruza el umbral de lo inverosímil lo hace sin hundirse en el ridículo. Ese detalle hace de "Fase 7" un filme que incomoda por la referencia a la realidad, a la vulnerabilidad de las personas y a la irracionalidad que pueden desatar las situaciones extremas (hambre, violencia), pero también divierte con las ironías sobre algunos rasgos de los personajes (arbitrarios, caprichosos, indolentes, paranoicos), todo lo cual hace del conjunto algo inquietante por lo cercano y posible.
Coco (Daniel Hendler) y su mujer embarazada Pipi (Jazmín Stuart) hacen tranquilos una compra grande en el supermercado, mientras detrás de ellos pasan hordas de personas enloquecidas tratando de comprar lo que pueden. Ajenos en su mundo de confort miran sin ver como la gente corre con lo que puede cargar por la calle, distantes de todo aún antes de que empiece la cuarentena. Es curiosamente el aislamiento forzado lo que permitirá la integración, cuando Coco deje de preocuparse por el servidor caído de Internet para pensar en su bienestar y el de los que lo rodean. Por medio de Horacio (Yayo), un paranoico que toda la vida se preparó para la guerra mundial, él irá interiorizando una situación que no se toma en serio, hasta que la peligrosa realidad le haga tomar conciencia. Fase 7 es una película única en el país, mezcla de humor y género fantástico con mucho de western, un relato de supervivencia del héroe colectivo ante un mal mayor, aunque ese mal pueda vivir en el décimo piso. Comparte con El Eternauta, la gran historieta argentina de ciencia ficción creada por Oesterheld, mucho más que los trajes aislantes. El héroe no es el habitual, es un hombre común presa de la sociedad de consumo que por circunstancias que no entiende se ve arrojado a una situación desconocida y obligado a actuar en forma heroica. El villano, antes de que aparezcan los extraterrestres en la historieta, es gente como él, hombres corrientes que necesitan sobrevivir, reduciendo la civilización a la ley de la jungla. Finalmente el espacio es un componente importante, al desarrollarse la acción en lugares conocidos o familiares, ambos relatos se encuentran en el mundo de lo posible, se vuelven más realistas. A la pareja que protagonizó Los Paranoicos y demostró tener buena química, se suman un Yayo Guridi diferente y efectivo, así como un gran Federico Luppi y su peligroso Zanutto, creando un muy buen ensamble en pantalla. La ópera prima de Nicolás Goldbart es una película ideal con dosis justas de comedia y acción. Partiendo de la Gripe A que afectó a la Argentina en 2009 y la paranoia que esta despertó, el director escribió en quince días algo completamente ajeno a la filmografía nacional y lo pudo llevar adelante, ganando en el camino el premio al mejor guión en el Festival Internacional de Cine Fantástico en Sitges. Si bien falta un poco del vértigo que el tráiler impone, ese ritmo menor permite un mejor desarrollo de los personajes y la construcción de algunas escenas verdaderamente geniales, sin dejar que decaiga en ningún momento. Se desarrolla así una historia apocalíptica prácticamente sin recurrir a efectos especiales, logrando un trabajo impactante sin necesidad de grandes presupuestos. El cine de género tiene lugar en el país y Fase 7 es la prueba de ello, esperemos que de ahora en adelante sean más los dispuestos a asumir el riesgo.
Rec y La Comunidad a la argentina Nicolás Goldbart es un trabajador que tiene muchos años en el medio, fue editor de "Mundo Grúa", premiado por el montaje de "El bonaerense". Este es su primer largo y si bien debo decirles que el film me gustó, tengo bastantes apuntes para compartir sobre el guión. "Fase 7" es una producción nacional de esas que aparecen cada tanto, donde hay mucho profesionalismo, actuaciones solventes y un encuadre modesto, pero aceptable. Un colega decía por radio el jueves "no parece cine argentino"... Creo que eso es atacar a nuestra industria con armas desleales. Si es cierto que "Fase 7" es un film sólido y que pudo llegar hasta el festival de Stiges (cine fantástico) merced a sus destacables atributos (es interesante, por momentos intensa e incuestionablemente está bien contada) no es vara para el cine nacional. En general, (y ya lo dije muchas veces, quienes siguen mi blog lo saben) nuestra cinematografía se luce en el exterior (y es premiada) cuando habla de los desaparecidos y la época de la dictadura militar. También es cierto que el costumbrismo nacional, es lo que mejor hacemos, drama con un toque de comedia. Cuando hablamos de otros géneros, los buenos productos son contados con los dedos de un mano. Hay pocas películas de terror, suspenso (policial) y acción destacable a lo largo de estos ultimos treinta años. Eso sucede porque lo económico tiene su peso, y nuestra tradición nos empuja a transitar caminos seguros y no experimentar. Por eso, sí es valorable y destacable "Fase 7". Es vendible al exterior y si bien gira sobre un tema conocido en el género, lo cierto es que intenta tomar varias puntas de los más destacados títulos de los últimos años y fundirlos con sello propio. El resultado es correcto pero sin mucho vuelo. Veamos, el guión nos presenta a Coco (Daniel Hendler), pareja de Pipi (Jazmín Stuart), quienes viven en un edificio de departamentos en Buenos Aires. Cierto día, se enterarán por la televisión de que una epidemia de gripe A está expandiendose por el mundo. Minutos más tarde, serán convocados por la autoridad sanitaria a la entrada de su edificio: hay un caso allí y el Ministerio de Salud ha decidido poner el lugar en cuarentena. El edificio está sellado y nadie puede entrar ni salir. Coco entonces volverá a su casa, junto al resto de sus vecinos, dispuesto a esperar el curso de los acontecimientos. Con el correr de los días, la situación se agravará y lo que era una espera resignada, pasa a transformarse en una situación de máxima tensión cuando los alimentos empiezan a escasear y las autoridades no dan respuesta a los llamados de la gente. Coco se relacionará con Horario (Yayo), ex militar (o algo parecido), quien tiene en claro como sobrevivir en ese contexto, está armado y aprovisionado para soportar la crisis. En el edificio, otros vecinos comienzan un ataque sobre la casa de Zanutto (Federico Luppi), hombre de dinero que también tiene mucho en su hogar que podría ser compartido. De ahí al caos hay un solo paso. "Fase 7" se inscribe como un mix de varios films importantes del género, a saber: tiene el espíritu de "La comunidad", el encuadre de "Rec", la propagación de "Epidemia" y el tempo de "28 days later". Es imposible no ver las fuertes influencias de esos títulos cuando uno se adentra en la trama. Quizás eso le quita fuerza al tema, ya que el veterano espectador transita por imágenes similares y parte de la resolución de los conflictos se vuelve demasiado previsible. No es que esté mal, pero es inevitable. Daniel Hendler juega el rol que mejor le sale (el hombre simple despistado y desbordado por las situaciones nuevas en las que se requiere decisión), Jazmín Stuart está justa como esposa ansiosa y enojada y la revelación del film es la actuación de Yayo como Horacio, un humorista que aborda un personaje complejo y lo resuelve con gran prestancia. Federico Luppi también está muy bien, pero eso es algo a lo que ya estamos acostumbrados. Como primer largo, es muy bueno. Si les gusta la ciencia ficción, quizás parezca raro recomendar cine nacional, pero es un buen producto. Tiene 20 minutos de más, pero el cierre es algo que le cuesta a cualquier director haciendo sus primeras armas. "Fase 7" es un paso adelante para los films de género en nuestro país y sería bueno apoyarlo sólo por eso, más allá de los valores a los que hacíamos referencia...
A esta altura del partido no caben dudas de que el cine argentino se ha vuelto más que solvente en lo creativo, produciendo directores y libretistas de gran calidad. De treinta años a esta parte ha ganado profesionalismo y, en el caso de los guiones, ha perdido el almidonamiento que lo caracterizaba hasta la decada del setenta - los diálogos y las actuaciones son fluidas y naturales -. En ese sentido, una de las posibles definiciones sobre Fase 7 sería la de comedia costumbrista argentina con tonos apocalípticos. O una película de epidemias (al estilo de Quarantine o REC) con toques de picardía criolla. Acá no hay zombies, aclaremos eso de entrada. Lo que sí hay es un virus que es potencialmente mortal, y que parece haber sido desatado por algún grupo terrorista desquiciado. Hasta ahí llegan las similitudes con Quarantine. Lo que sigue es la situación de aislamiento (cuarentena) a la que se ven obligado un grupo de porteños típicos, la cual se estira demasiado y por la cual todos terminan por caer en una especie de "fiebre de cabina" o locura de encierro. Los viveres se agotan y la gente se pone paranoica, comenzan a atacarse mutuamente para depredar sus suministros, lo que termina por desencadenar una guerra entre vecinos. Por un lado está el viejo Zanutto (Federico Luppi), el que se ha cansado de que lo quieran atacar porque está anciano y que ahora, dotado de una escopeta, ha salido a liquidar a todo el mundo como si fuera la versión geronte de Terminator. Por el otro lado está Horacio, un paranoico en extremo que tiene un arsenal de armas y comida en su departamento, y que oficia de tutor del inoperante protagonista. Oh sí, me olvidaba de Coco (Daniel Hendler), nuestro héroe: un porteño típico - egoista, indiferente a lo que ocurre afuera (mientras no le ocurra nada a él), superficial y bastante vago - que es verdugueado todo el tiempo por la histérica de su mujer. Pero luego que la situación se dispara y se pone sangrienta, termina aprendiendo varias cosas al lado de Horacio, lo que termina por cambiarlo. No es que se haya ganado el respeto de su mujer, pero al menos es un tipo mas práctico y despierto. Es obvio que Fase 7 funciona como una alegoría del pánico local surgido por la epidemia de la gripe H1N1 ocurrida a mediados del 2009. Hay varios detalles graciosos en tal sentido, como la lavada de manos del gobierno - que no explica nada, no da provisiones, y decide aislar a todo el mundo para que se arreglen solos -, líneas de ayuda 0800 que jamás funcionan, médicos que están mas enfermos que los posibles infectados, y un montón de toques de humor criollo, como que los especialistas se sacan las máscaras anti gas para tomar mate. A esto se suma las peleas entre los vecinos, las cuales incluyen un extenso y variopinto catálogo de puteadas a la argentina, casi siempre a cargo del personaje de Yayo. Los diálogos son naturales, cómicos, y demostrativos de la idiosincracia porteña - el "no te metás" o "el dejálo así" -. Por supuesto el matrimonio protagonista es detestable - se llevan a las patadas todo el tiempo - y el libreto mete el embarazo del personaje de Jazmin Stuart como excusa para justificar de que la mujer sea aborrecible. También es cierto que Daniel Hendler es un cómodo de primer orden; y estos personajes merecerían la hoguera si no fuera que entra Yayo a jugar en el primer tiempo y logra ganarse con facilidad la simpatía del público. Además de ser una película apocaliptica a la criolla, Fase 7 es una historia de maduración: Coco terminará por transformarse en un hombre auténtico al final del viaje. El libreto es muy cómico y no solo por los costumbrismos sino porque después se transforma en una comedia violenta tipo Tarantino, con gente que se balea en los corredores y tipos siniestros con costado simpático. Al guión no le interesa explorar mucho el tema del virus sino el de la locura del aislamiento y el crecimiento como persona (entre comillas) del protagonista. Y durante el 90% del tiempo Fase 7 funciona de manera impecable. El gran problema son los cinco minutos finales, que están mal escritos. La resolución de la historia deja mucho que desear - digo yo: el mismo resultado se podría haber conseguido sin embarrar el prestigio de uno de los personajes principales ni metiendo caracteres salidos de la nada a último momento -. El otro punto que podría reprochársele al filme es que el libreto debía ser mas preciso sobre el propósito de toda la historia. Si la conclusión es que Coco se ha transformado en un hombre auténtico luego del baño de sangre, era necesario ser más explícito con ese punto, mostrando el respeto ganado frente a su mujer y hasta incluyendo un pequeño discurso final. Sino, todo esto queda en la gracia de la anécdota, cuyo único propósito es engolosinarse con los detalles de un apocalipsis a la criolla. Fase 7 es una película excelente a la cual le faltaron pulir un par de detalles importantes. Las perfomances son muy buenas, y la historia tiene suspenso y detalles muy cómicos. Es un gran comienzo para Nicolás Goldbart - un veterano editor de filmes que aquí hace su debut como guionista y director -, y esperemos pronto tener más noticias sobre él ya que tiene un talento realmente prometedor.
Si hay algo que tienen en común estás dos propuestas que hoy vinculamos es la voluntad de sus autores por hacer cine de género y, en especial, de dedicarse a unos que no son nada comunes en nuestro cine: mientras que El gato desaparece se mete en el terreno de la intriga, en Fase 7 nos encontramos con un claro exponente de la comedia de terror, ese semigénero que tan bien explotaron (sé que hay otros ejemplos, pero no me canso de nombrar a estos maestros contemporáneos) Edgar Wright y Simon Pegg en Shaun of the dead (Muertos de risa, 2004). Aquí la historia cuenta que la joven pareja conformada por Coco y Pipi (Daniel Hendler y Jasmín Stuart) y todos sus (pocos) vecinos de edificio (entre los cuales se encuentran los personajes de Yayo y Federico Luppi) se ven obligados a permanecer dentro de sus viviendas cuando las autoridades los ponen en cuarentena luego de que un extraño virus se expanda por la ciudad. Lo primero que hay que decir sobre esta inusual incursión del cine argentino en la comedia de terror es que no está a la altura de Shaun of the dead o Zombieland (Reuben Fleischer, 2009), por nombrar a dos bastante recientes, pero sí se sabe defender en un terreno que es, sin ninguna duda, bastante novedoso para el público autóctono. Fase 7 es un poco cómica sin ser ridícula ni del todo paródica y es un poco de terror, aunque el género en solitario le quede enorme. Es decir, consigue algunas risas y mantiene un interés, sostiene el suspenso sin generar demasiados sustos ni mantener al espectador al borde de la butaca. En este caso también nos encontramos con un filme que sin tener un presupuesto descomunal ni una batería de efectos especiales nunca vistos, se mantiene dentro de la línea de lo decente y no queda mal parada ante el género. Hay sangre, hay zombies y hay escenas realmente sorprendentes (o si no pregúntenle a Guglierini y Lange, los vecinos de abajo de Pipi). El elenco no es del todo equilibrado. Mientras que Hendler vuelve a tener un buen papel, siempre teniendo en cuenta que todos sus personajes son muy similares entre sí, Jazmín Stuart interpreta a una embarazada algo bipolar, entre la paciencia absoluta (necesaria para aguantar a su marido) y el desquicio repentino (también lógico dentro de la historia) que se traduce en gritos histéricos. Federico Luppi se mete en un papel que es todo una rareza, pero lo hace con gracia. Practicamente se ríe de sí mismo, hitaca en mano y con anteojos oscuros (sólo le falta decir "Hasta la vista, Baby") y los papeles secundarios de los vecinos ya nombrados, en manos de Abian Vainstein y Carlos Bermejo están muy bien. El que merece un párrafo aparte es Yayo: es claro que el título de actor le queda enorme y pese a que tiene un papel protagónico en esta historia, no logra decir un sólo parlamento sin que parezca que lo está leyendo de un teleprompter. Es cierto que su personaje es un paranoide enloquecido, pero nada atribuible al personaje lo salva en su interpretación, sosa y mecánica. Sólo se puede rescatar de su papel que el physic du role le da bien para su personaje y que uno termina por creer que es un loco desquiciado por los gestos. Pero cuando abre la boca es otro tema. Por último, Fase 7 cuenta con un guión que sostiene bien el clima de encierro y miedo que implica la cuarentena. Al tartarse de un filme con ánimos de causar gracia, las exageraciones en las que deriva cuadran bastante bien, pero no es tan sólida la manera en que se define la historia, como si de repente hubieran querido ponerle más drama del que la comedia debiera soportar. De todos modos, es preferible eso a una despilfarro de excesos e incoherencias que ni siquiera son graciosas, cosa bastante común en este tipo de propuestas.
El cine argentino se va animando a tópicos que antes, apegado al realismo, no se atrevía a transitar. Coco y Pipi, matrimonio joven, ella con un embarazo avanzado, se mudan a un departamento que se convertirá en la peor de las trampas. El asunto arranca con compras en el supermercado, pero el clima se va enrareciendo. Apenas están conociendo a los vecinos del edificio y alguien golpea a la puerta para pedir una herramienta. Luego resulta que ese vecino se ha convertido en una amenaza para el resto. De pronto, el edificio es sellado y declarado en cuarentena a causa de un virus extraño. Tratar de salir se convierte en serio riesgo. La gente se pone fatal. Los víveres escasean y el vecino sospechoso saca a tiros a quienes pretenden entrar en su casa. El encargado encabeza la resistencia, pero ya nadie es confiable. En pleno caos, Pipi amenaza con dar a luz en cualquier momento. Un cuadro de extrema tensión.
Aunque reconozco que tardé mi tiempo en ver esta cinta y no lo hice cuando se estrenó en los cines en marzo del año pasado, me dispuse a apreciarla muy bien para una futura crítica. Se podría decir que “Fase 7” es intensa y tiene una estética particular, poco común a las películas argentinas, y esto se aprecia desde el comienzo. Su color (mucha fuerza visual en los trajes de aislamiento), iluminación (luces titilando tétricamente, claroscuros) e imagen (buena calidad y muy buena edición) nos sitúan en aquel estilo “yanqui” de contar las historias, pero que Nicolás Goldbart, su director, pudo unir y combinar de manera casi perfecta y llegar a este resultado argentino, que por momentos se ralentiza. La espectacular banda sonora (sin exagerar) nos lleva a intensificar cada escena, a subirnos a las formidables secuencias, a entrar en el suspenso más desesperante de los personajes y de empezar a pensar en que cualquiera de nosotros puede estar en tremenda situación. En este sentido, la música es el elemento vital. La película además tiene algo de costumbrista y el escenario es simple: un edificio de varios pisos donde conviven personas diferentes que tienen que esforzarse por llevarse bien. Hasta aquí, todo parece común y silvestre. Pero hay mucho más detrás de solamente la convivencia entre vecinos. La cinta nos va adentrando en lo que aparenta ser una epidemia masiva por medio de un virus que nadie conoce y que barrió con la ciudad entera. Los personajes son obligados a mantener la cuarentena en los departamentos y es allí donde la trama encuentra la luz: una parodia yanquilezca con toques de humor bien llevados de la mano de Yayo Guridi (Horacio), paranoico e inestable, y el siempre tan expresivo Daniel Hendler (Coco) que se destaca con su personaje miedoso, sometido y maltratado por su mujer a quien apoda cariñosamente como “Pipi” (Jazmín Stuart). Las actuaciones son inmejorables también en el caso de Federico Luppi que tienen una gran participación y sabe desarrollar su papel. Ocurre un giro en la trama cuando se muestra una clara crítica al capitalismo que resulta muy certero situarla en nuestro país y (¿porqué no?) en el resto del mundo y que le da sentido al título. La cinta es lúcida y es digna de verse bien despierto. Buen sonido. Muy buena iluminación. Un final perfectamente cerrado y que no necesitó recurrir a lo increíble o fantasioso. 4/5 SI Ficha técnica: Título original: Fase 7 Año: 2010 Dirección: Nicolás Goldbart País: Argentina Duración: 95 minutos Género/s: Comedia, Acción Reparto: Daniel Hendler, Jazmín Stuart, Yayo Guridi, Federico Luppi, Carlos Bermejo, Abian Vainstein, Gonzalo Urtizberea. Guión: Nicolás Goldbart Fotografía: Lucio Bonelli Montaje: Nicolás Goldbart, Pablo Barbieri Carrera Web: http://www.fase7.com/