A Es una A Esta es el final. No hay más. Es una A ¿Tiene lógica esta crítica? No. ¿Es objetiva? Ninguna crítica lo es… pero esta menos que menos. Estuve las 2:10 atento a cada detalle, disfrutando todo lo que pasaba en pantalla. Obvio que lo de disfrutar es relativo… se sobre entiende. Cuando terminé de leer el séptimo libro quedé abrumado. Había sido el cierre después de tantos años de espera y de seguir una historia fascinante al detalle. Con la película me di cuenta que varias cosas las había olvidado, pero todo me iba guiando hacia el final contundente que no se me había borrado. Cuesta asociar que esta es la parte 2 de aquella inicial que vimos en noviembre. Son dos películas totalmente distintas y estuvo muy bien por parte de los productores en dividirla de esta manera. Acá no hay un segundo de descanso, todo es palo y palo. Los climas como siempre fueron manejados muy bien. Hasta se permiten unas pequeñas bromitas, pero que provocan las risitas de cuando uno está nervioso, como la escena donde Neville se rie en un ataque… pero mayormente todo lleva a mantener el nerviosismo de la historia. La musicalización acompaña en la creación de los climas que detalla el libro, como en el blindaje del colegio, o cuando se da la gran batalla. Es un lujo que aparezcan pocos minutos algunos de los excelentes actores que estuvieron a lo largo de la historia, pero porque así lo exigía el libro. Igual sería una injusticia que no nominen al Oscar como actor de reparto al brillante Alan Rickman, que tiene momentos brillantes con su Snape que quedará en la historia del cine. En las últimas películas aclaraba que me era imposible saber que vería una persona que no leyó los libros. No se si estos muggles literarios sentirán tanto las muertes que se ven casi en segundo plano. Eso es una contra para mi en el desarrollo, pero quizás por la agilidad del relato no se pararon tanto en esos detalles. Al conocer la historia, esos segundos donde muestran esas cosas, son muy fuertes, pero también uno está esperando la confirmación de lo que leyó. Es raro. No la vi en 3D al momento de redactar esta crítica, por lo que será editado este espacio cuando así lo haga después de la avant premiere del 12 de julio, pero Potter tiene una historia que va mucho más allá de si sale algo de la pantalla o tiene profundidad una imagen 3D… Ver el capítulo final fue una experiencia muy especial. Tan especial que esta crítica está viciada de nulidad, y poco me importa para que sea tomada ;) Harry Potter y las reliquias de la muerte parte 2 se tenía que hacer de esta manera. No deja cabos sueltos, no hay un segundo de descanso, es contundente como el libro, ya que en este se cerraban cosas de los libros anteriores y acá muestran cositas de las primeras películas… todo va en conjunción, un gran laburo de muchos años de sincronización. Hace mucho tiempo que una película no me tenía así enganchado, y estimo que no defraudará a nadie, porque lisa y llanamente es asistir a la gran ceremonia de cierre. Gracias Rowling por tanta magia. Gracias Warner por llevarla así al cine. Se cerró el evento cinematográfico de una generación. No hay más. La puta madre.
Harry des-cargado Cierre de una saga taquillera y de dispar suerte artística, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 2 (Harry Potter and the Deathly Hallows: Part 2, 2011) satisfacerá a los más “entendidos” en el universo del joven mago. El relato es fluido, pero por momentos pierde fuerza y algunas secuencias de acción son francamente rutinarias. Difícil imaginar el correlato de una enseñanza como la de Harry Potter en el mundo real. Por más que algunos alumnos padezcan falta de gas, déficit en los programas educativos, y demás males tristemente contemporáneos, ¿cómo trasladar una épica como la de Potter a nuestra realidad? Al aprendiz de brujo le pasó de todo, desde que era bebé debió cargar con la señal de un enfrentamiento atroz que lo marcó -literalmente- de por vida. Años y años de enigmas y situaciones terribles, que hicieron de su naturaleza humana una verdadera parábola de la resistencia. Pero, claro está, desde la más absoluta ficción. Y allí justamente reside, como en todo relato fantástico, el salto a nuevas constelaciones imaginarias, al placer por la creación pura y la fascinación que despliegan los relatos no realistas. Y la historia tiene todos los requisitos para atraparnos y llevarnos a ese territorio a través de siete libros. Cada uno, abocado a un año de educación mágica. En Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 2 la Orden del Fénix sigue trabajando -como puede- en la lucha contra Lord Voldemort y sus seguidores, mientras Harry, Ron y Hermione hacen el trabajo más “fino”. En la escuela de Hogwarts, el profesor Severus Snape (gran trabajo de Alan Rickman) es ahora director, tras haber asesinado a Albus Dumbledore. Pero los alumnos lejos están de las tareas de aprendizaje, se las arreglan como pueden: primero se sublevan y luego se suman a la lucha contra el mal. Las transposiciones siempre suponen una sustracción y una modificación. En la saga hubo más de la primera que de la segunda. Si la última novela devino en dos películas, más allá de la explotación económica, hay que encontrarle una justificación narrativa. Que la hay. La primera parte trabajaba sobre lo conspirativo, lo conjeturable, alcanzando así climas ominosos y tensiones dramáticas a tono con la fotografía de un gris exasperante. En esta segunda parte todo está subsumido a la acción, y a la dilatación de tiempos condensada en el avance de Voldemort y en la eliminación de los horrocruxes, elementos en donde el malvado encuentra la forma de subsistencia. No exenta de buenos trabajos actorales (al ya apuntado, hay que agregar las composiciones de Maggie Smith y Helena Bonham Carter), los defectos de esta última entrega hay que buscarlos en la poca pasión que transmiten los protagónicos, sobre todo en Daniel Radcliffe (Harry), quien entrega el beso menos atractivo de la historia del cine. Tampoco son asombrosas las secuencias de acción. Algunas son “correctas”. Mientras que en las primeras partes era llamativo el propio mundo ficcional (que la autora, J. K. Rowling, inventó con admirable detallismo), aquí con eso no basta. Los personajes secundarios más relevantes de las películas anteriores apareces desdibujados, y el relato incurre en el defecto de la mera aparición, como para recordarnos que “allí siguen”. A diferencia del film anterior, en donde Yates impuso un estilo (algo que logró con creces Alfonso Cuarón en la tercera película), aquí parece ser convocado por “oficio”, dejando al descubierto que su manejo del suspenso es más elogiable que la disposición de persecuciones y masacres. Como nunca antes, quedó demostrado que los procedimientos literarios necesitan de una lectura y no un simple pase y ajuste. Y frente a eso, no hay magia que funcione.
El viaje del joven mago termina en lo más alto. El final llegó. Diez años y ocho películas le tomó a la industria del cine adaptar los siete libros de la saga Harry Potter, creada por la autora J.K. Rowling. Como resultado, Warner puede presumir de ser el estudio que llevó adelante la franquicia más rentable en la historia del cine. Y no solo eso, sino que también marcó un antes y un después en millones de personas que crecieron junto al protagonista. Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte – Parte 2 es el episodio final de esta historia. En la anterior entrega nos enteramos que el malvado Lord Voldemort (Ralph Fiennes) dividió su alma en varios objetos llamados Horrocruxes. Solo destruyendo esos elementos se podría matar Al Que No Debe Ser Nombrado. Por otra parte también nos presentan a Las Reliquias de la Muerte: tres elementos mágicos que convierten a su poseedor en el Amo de la Muerte: un arma fundamental que Voldemort quiere tener para su arsenal, y que Harry (Daniel Radcliffe), Hermione (Emma Watson) y Ron (Rupert Grint) deben evitar que posea. En este contexto, y luego de la muerte de Albus Dumbledore (Michael Gambon), la escuela queda en manos del oscuro profesor Snape (un brillante Alan Rickman). Hogwarts se convirtió en un lugar cruel en el que más que educar, se entrena a futuros Mortífagos. Viven bajo la custodia de los Dementores y toda esperanza parece vana… Salvo para el Ejército de Dumbledore y La Orden del Fénix, estos dos escuadrones formados por Aurores, profesores y alumnos que, desde la clandestinidad, buscan recuperar la escuela. Con ese marco enfrente, el trío de amigos deberá regresar a Hogwarts para conseguir un nuevo Horrocrux, lo que desencadenará la batalla final entre las fuerzas del bien y del mal en lo que quedará en la historia como El Asedio de Hogwarts. De más está decir que es vano ver esta película sin haber visto la saga, en especial la primera parte de Las Reliquias, ya que en realidad son una misma historia, pero dividida en dos. Aquí, David Yates vuelve a maravillar con escenas de acción épicas, personajes bien planteados (mucho de eso, claro, es crédito de Rowling) y un guión sólido, Harry Potter se despide de la pantalla grande dándole un broche de oro al viaje que tanto tiempo le llevó. Si uno leyó los libros, podría encontrar defectos. Por ejemplo, el protagónico indiscutido que le da Yates a Potter y a sus amigos deja de lado elementos que podrían haber sido brillantes en la pantalla, por ejemplo, escenas de la batalla de Hogwarts en las que Harry no aparece y que quedan omitidas en la película. Pero más allá de eso, y si solo se vieron las películas, el trabajo que se ve en esta última entrega es excelente. El final llegó, y no podemos pedir más de él.
No más Harry Potter Desde mi experiencia personal debo destacar que durante todos estos años padecí la saga de Harry Potter casi en su totalidad. Como cinéfilo empedernido, de esos que a veces no utilizan un filtro a la hora de seleccionar qué ir a ver y muchas veces dejan de lado valiosas propuestas por la falta de tiempo, la errónea elección muchas veces se hace bien visible. Es así como tuve que (empleando un término bastante utilizado en la actualidad, que bien sirve para expresar lo que siento de esta saga) “fumármela”. Pero he aquí la diferenciación y mea culpa. Dentro de los ocho films que conformaron la saga únicamente dos de ellos, a mi parecer, contaron con características atrayentes, sinceras y dignas de una saga que pecó de sobrexplicación, banalidad en la construcción de personajes, irrisoria en las peculiares andanzas de los personajes en la búsqueda constante de un nuevo y mágico elemento en cada una de sus entregas. Una ha sido la magnífica, dirigida por Alfonso Cuarón, Harry Potter y el Prisionero de Azkaban; luego, y para mi sorpresa, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, Parte 2. Existe otro factor muy interesante a tener en cuenta y digno de analizar, implícito en el hecho de que esta saga ha crecido a la par de toda una generación de menores cuando el producto inicial tenía un tinte mayoritariamente infantil, cual cuento de hadas. Esto, con las diversas secuelas y años, generó un cambio tácito en la reestructuración del enfoque de la saga, que cada vez fue tornándose más negra en el sentido de adquirir personajes cuyas problemáticas incluían temas más adultos hasta llegar a un final de edición ágil donde ya, luego de 7 secuelas, muchos de ellos son bien reconocidos por el espectador promedio en matices, rasgos y comportamientos, cuestión que suma un plus en la experiencia de no tener que emplear tiempo del film para desarrollar las vidas de cada uno de los integrantes de la saga. Harry (al igual que todos los espectadores) sabe que en su destino se encuentra el ineludible encuentro con Voldemort, algo esperable desde la primer entrega, un fantástico duelo de magia entre dos seres opuestos, unidos por una situación que, luego de siete films previos, terminó por esclarecerse. Y es aquí donde se encuentra uno de los mayores atractivos de esta propuesta: todo lo que en las anteriores se alargaba tanto como un chicle Jirafa (perdonen, hoy me salió el vejete, ¿existen todavía?) en esta segunda parte de una sexta secuela fluye con mayor naturalidad, con una edición de relojito en comparación con las largas y tediosas explicaciones de las anteriores. Incluso hay lugar para varios encuentros que parecieran parodias, una escena à la Matrix, donde con fondo blanco en su totalidad vemos a Harry y al viejo Dumbledore que debaten sobre la vida y la muerte -sólo faltó la elección de la pastillita de color- y otra escena en la que pareciera haber competencia por mostrar el trabajo de abdominales entre Harry y Ron, cual los Crepúsculo boys. En Hogwarts, una escuela destruida a cargo del profesor Severus Snape, quien habría matado al legendario Dumbledore y tomado su cargo, se plantea un clima de rebeldía ante la llegada de Potter y compinches. Se dedican extensos minutos a una guerra entre magos y un ataque a la inmensa institución, que no aportan grandes emociones bélicas como se han visto en Corazón Valiente, Cruzadas, la trilogía de El Señor de los Anillos y tantas otras. El trabajo actoral es algo que en toda la saga ha sido un placer; saber que un producto comercial cuenta con un cast de lujo no siempre viene emparentado con un resultado que los deje a todos los actores bien parados y, a veces, nos hace preguntarnos si la participación se debió a un abultado caché, la inercia actoral de seguir trabajando o un desafío ante tal magnánima producción. Algo a destacar de la saga, que se repitiera particularmente en Azkaban, es la dirección artística: pareciera que no hay límites en términos de producción, el permitir concretar diseños, estructuras, escenografías. Es grandioso cuando esto sucede en el cine, que en el diseño, los grupos de artistas y mentes pensantes de acorde y en relación a una obra literaria tengan libertades que puedan materializarse y hacerse visibles hasta el más mínimo detalle en la puesta, siempre y cuando sea vital a la obra y no se malgasten estos recursos innecesariamente. Harry terminó, al fin, de la mejor de las maneras, dejando satisfechos a adeptos y a no adeptos también. Para celebrar la saga y en honor a lo que nos estaba sucediendo, con el staff de A SALA LLENA nos fuimos a almorzar y a discutir el film al restaurant chino cuyo nombre hacía alusión al estado en que quedamos: “Todos Contentos”.
Todo concluye al fin... incluida la "eterna" saga de Harry Potter. En una astuta jugada de marketing, Warner Bros. pospuso lo más posible el desenlace de la saga cinematográfica al dividir la última parte (Las reliquias de la muerte) en dos partes, pero llegó el momento de la resolución, de la emoción, de la nostalgia precoz y hasta del llanto (al menos para los fans que crecieron junto a los libros/largometrajes). En su cuarto (o tercero si se toma al díptico final como un solo film) aporte a la franquicia, el inglés David Yates consigue su mejor trabajo: no sé si esta parte 2 es mucho "mejor" que la parte 1, pero quizás porque hay más tensión y suspenso gracias a las múltiples resoluciones (que en la primera entrega quedaban suspendidas) o bien porque el despliegue de efectos visuales (muy funcionales y eficaces) le otorgan una mayor dosis de espectacularidad lo cierto es que "la 8" o "la 7 y 1/2" resulta más atrapante que "la 7". He leído en las redes sociales que algunos críticos se quejaban de que hay "demasiadas" explicaciones, como si ese buen guionista que es Steve Kloves no hubiese querido dejar ningún cabo suelto, ninguna duda y, por lo tanto, cayera en un excesivo didactismo para "cerrar" todo, sin posibilidad alguna de interpretaciones. Puede, entonces, que haya algún diálogo de más (de esos que funcionan como recordatorio del tipo ¿se entendió?), pero así y todo me parece que esta entrega final redondea con mucha dignidad una saga que trabajó con bastante nobleza (y con algunos puntos muy altos como la oscura de El prisionero de Azkaban, de Alfonso Cuarón) el tema de la magia, la educación, la orfandad y las lealtades y contradicciones de la infancia / adolescencia. No soy una fan de la saga y, por lo tanto, este cierre no tuvo en mí el impacto emocional que seguramente sí encontrará en su amplísima base de seguidores, pero aún con los desniveles actorales que ya sabemos (el futuro artístico pinta mucho más brillante para Emma Watson que para Daniel Radcliffe) y otros reparos que puedan hacérsele estamos ante un final que -esta vez sí- está a la altura de las expectativas.
Todo concluye al fin... Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2 es el emocionante tercer acto que le faltaba a la Parte1: el enfrentamiento entre las fuerzas del bien y el mal llega a su punto culminante. Con ellas se despiden, por ahora, siete películas que han sabido despertar pasiones y disgustos por igual. La culminación no defrauda: lo más emocionante de cualquier película es el tercer acto y esta, bueno, es un gran tercer acto. Si hiciéramos la prueba y lo graficáramos mediante una línea, el interés del público llegaría a lo más alto, en lo que tradicionalmente se conoce como el "desenlace". No han escatimado en nada. La mayoría de los actores de renombre tienen al menos un plano en pantalla (si tienen una línea de diálogo, es porque son -o fueron- muy importantes) y en general todos los "rubros técnicos" están muy bien. El film comienza donde terminaba el anterior. Voldemort roba la varita del fallecido Dumbledore, erigiéndose así como el mago más poderoso sobre la tierra. No está el característico y clásico tema de John Williams en los títulos iniciales del film. Que la atmósfera y el tono han cambiado, para dar lugar a una serie más madura y oscura lo venimos intuyendo desde Harry Potter y el prisionero de Azkaban. Tampoco hay demasiadas explicaciones. El trío protagónico (Harry, Ron, Hermione) se lanza a la búsqueda de los horrocruxes restantes, el primero de ellos en las bóvedas de Gringotts. El robo al banco tiene una secuencia con un dragón albino que sólo por él, merece la nominación al Oscar Mejores Efectos Visuales. ¿Qué son los "horrocruxes"? ¿De dónde salió ese gnomo? No hay demasidos flashbacks, lo cual está bastante bien: quien vaya a ver esta película sabe que cuenta con un legado de 6 films posteriores... y la Parte1. Quizás alguno se pierda un poco entre tanto hechizo, encantamiento, horrocrux y piedra resucitadora. Pero todos ellos son artilugios del guión (tanto del veterano Steve Kloves -quien realizó el guión de todos los films de la serie menos Harry Potter y la Orden del Fénix, como de Rowling) para movilizar a los personajes. Veamos: los tres héroes deben encontrar un horrocrux (amuletos donde Voldemort fragmentó y guardó su alma). Llegan a Howgarts y Harry le dice a todos sus compañeritos que deben ayudar en la búsqueda. "¿Cómo es?" le preguntan. "No lo sé", responde. "¿Dónde está?"; "No lo sé". Es un "McGuffin": como explicó el maestro del cine, Alfred Hitchcock, un McGuffin es cualquier objeto que persigan los protagonistas, pero que carece de verdadera importancia. Mientras los jóvenes buscan el nuevo horrocrux, custodiado por el fantasma de Ravenclaw (Kelly McDonald en el papel que rechazó Kate Winslet), los profesores se establecen como el último bastión, la última defensa contra la magia oscura de Voldemort. El asedio al castillo incluye mortífagos, trolls, arañas gigantes, hombres-lobo y dementores (esos seres que succionan el alma de las personas). Es una metáfora agradable la escuela como última defensa contra la oscuridad absoluta. Los profesores forman un escudo impenetrable y McGonagall invoca unos gigantes de hierro para darle más tiempo a Harry. Maggie Smith (Gosford Park) como McGonagall es prueba del calibre de actores del Reino Unido que han sido parte de esta saga. Con apenas una línea de diálogo ("Siempre quise usar ese hechizo") logra robar una sonrisa. La lista incluye a otros actores como Michael Gambon, Helena Bonham Carter, Alan Rickman, Emma Thompson, Jim Broadbent y Gary Oldman. Todos secundarios con escaso tiempo en pantalla esta vez, a excepción de Rickman, cuyo personaje Snape, merece párrafo aparte. Snape es, acaso, el corazón central de esta película. Su personaje resulta genuino y esconde algunas sorpresivas revelaciones bajo la manga. Hay una secuencia especial que seguramente emocionará a los seguidores -y no tan- fanáticos de la serie. La música de Alexandre Desplat (El fantástico Mr. Fox, El discurso del rey) que también está en lo más alto del nivel del compositor, ayuda a crear el ambiente propicio para el impactante momento. Que esta sea la mejor escena de toda la película es notable, en una superproducción que podría haber optado por el puro deslumbramiento pirotécnico (que está, claro). En este mastodonte, estos elementos humanos son más que bienvenidos. Algo así sucedía con El prisionero de Azkaban, donde Alfonso Cuarón se permitía hacer una obra más o menos personal en un blockbuster de Hollywood. David Yates, quien viene del mundo televisivo, no es Cuarón, pero es eficiente. Sí llama la atención otras cosas, que son las flaquezas del film. Así como es loable que la atención esté en los personajes antes que en el despliegue visual, se nota que a Yates no le interesa (o no sabe como dotar de emoción) filmar los combates épicos. Apenas vemos unos segundos en pantalla de la batalla por Howgarts. Si bien las comparaciones son odiosas, basta recordar lo bien que filmó Peter Jackson el asedio a Minas Tirith en El retorno del rey. Aquí, para peor, personajes secundarios mueren en estas instancias decisivas pero lo hacen fuera de campo. Alguno podría objetar que el film pierde en solemnidad (que es bueno) y gana en ritmo (todavía mejor), pero hablamos de un desenlace que carga con 7 películas a sus espaldas y nos ha impuesto, o ha hecho que nos importen, esos mismos personajes que apenas vemos, por segundos, muertos por ahí. El film dura 130 minutos y aunque parezca mentira, es el más corto de todos. Es entretenido, sin dudas, pero si tanto se hizo esperar este clímax (he incluso se lo dividió en dos) se podría haber concluido mejor esas historias laterales. HP7P2 es una conclusión más que satisfactoria. Que se haya divido en dos es una cuestión que obedece más a las reglas de mercado que a la realización fidedigna del universo literario de Rowling (después de todo, La Orden del Fénix es el libro más largo... en una de las películas más cortas). De todos modos eso es perdonable porque este final parece resaltar lo mejor de la serie Harry Potter. Sin dudas cosechará su buena cantidad de nominaciones al Oscar (¿damos por hecho Efectos Visuales y Música Original? ¿Sumamos Mejor Fotografía?) e incluso, si el film es aplaudido por la crítica (todo parece indicar que así será) y es un éxito de taquilla (obvia respuesta...) algunos podrían pensar en la nominación mayor. Más allá de los premios o no que reciba, la película refleja como una serie literaria exitosa, comercialmente atractiva, criticada o defendida por los expertos, puede trasladarse al cine con bastante dignidad y respeto. Pero no por el libro: respeto por el cine mismo.
El épico final de la saga se produce cuando la batalla entre las fuerzas del mal y el bien en el mundo de la magia deriven en una guerra sin proporciones. Las apuestas nunca estuvieron tan altas y nadie está a salvo. Es imposible obviar la importancia que la saga de Harry Potter ha tenido, y tiene, a nivel mundial. La historia del joven mago y su lucha contra Lord Voldemort se inauguró en papel catorce años atrás, lo que la convirtió en el mayor exponente del conjunto de frases hechas sobre el crecimiento. Crecer con una canción, con un artista infantil, con un dibujito animado, son cosas que se suelen decir, aunque generalmente sólo acompañen alguna etapa. La continuidad que la sucesión de libros ofrece, permitió vislumbrar esta idea de maduración en simultáneo, sin embargo fue el paso al cine lo que realmente provocó el efecto. La ficción se volvió real, los jóvenes magos finalmente tenían rostro y, al ser debutantes, el vínculo que los unió con los personajes se hizo irrompible. Uno no puede más que sentirse identificado entonces con esta noción de “se creció junto a Harry Potter”, si año tras año se vio a Daniel Radcliffe crecer a la par. Pero “todo termina”. Y si la saga tuvo una doble apertura, en libro y en cine, el cierre para ser definitivo tuvo que hacerse en ambos medios. No importa que la literatura haya visto el fin de la historia en el 2007, para que el fin sea tal, la película debió ser completada. No hay que perder de vista que Harry Potter es la franquicia cinematográfica más exitosa de la historia, pero que sin embargo los siete huevos de la gallina de oro no fueron suficientes y se exigió un octavo. Si había algo que criticarle a la primera parte de Harry Potter and the Deathly Hallows era que básicamente no ocurría nada. Si hay algo que criticarle a la segunda, es que pasa todo, y todo es mucho. En las primeras películas se buscaba sintetizar, y así se podía seguir la historia aún cuando no se hubieran leído los libros. En esta adaptación por partida doble no se lo quiso hacer, y el resultado es un compendio de escenas de acción y de situaciones clave tratadas tan a la ligera que cuesta seguirle el ritmo aun habiendo leído el libro al momento de su salida. La séptima publicación está bien lograda, con la acción dosificada a lo largo de sus numerosas páginas, constituyendo un final digno para la saga. Distribuir los acontecimientos entre las dos partes hubiera resultado en mejores películas, al no hacerlo así, todo pierde sustancia, incluso el ansiado combate final carece de la espectacularidad que uno aguardaría tras una década de espera. Si bien se destaca en las muy buenas escenas de acción, los efectos visuales, un buen uso del 3D y buenas dosis de sentido del humor, aunque un tanto inocentes y esperables, los puntos más logrados son los dos en los que por primera vez se pisa la pelota y se detiene el juego. Dos momentos determinantes del libro y de toda la historia que merecían un cuidado manejo y así lo recibieron. Por un lado el encuentro en el cuarto blanco con Albus Dumbledore, y por el otro la mirada al pensadero de Snape, este último llevando el nivel de emotividad a uno de los puntos más altos de las ocho películas y autorizando a Alan Rickman a demostrar una versatilidad actoral que la franquicia, hasta ahora, no le había permitido. Por el contrario son muchos los personajes que sufren el recorte, a excepción de Neville Longbotton, quien en la primera parte tuvo sólo una línea y en la segunda goza de una notoria sobreexposición. La carencia de dramatismo con la que se trata la muerte de compañeros y familiares con destacados roles en los filmes anteriores, la fría ausencia de diálogos de aquellos que acompañaron la historia desde sus comienzos, son el alto precio a pagar por no haber hecho lo que correspondía desde la Parte 1. Porque como bien señala la premisa todo terminó… pero a las apuradas.
Adiós a un mago a pasos de ser leyenda El final dejará conformes -y emocionados- a los fans del mago. Después de diez años y ocho películas llega el momento de despedirse de Harry Potter. El fan, de los libros y de los filmes, quedará satisfecho con Harry Potter y las reliquias de la muerte, Parte 2 , no sólo porque se respeta el libro de J.K. Rowling, sino porque, más importante aún, el filme honra y reverencia a sus personajes y los temas abordados a lo largo de la saga, la más exitosa en términos económicos de toda la historia del cine. Desde la orfandad y los maltratos que sufría Harry en La piedra filosofal hasta –ya todos lo saben- el duelo final que mantiene con Lord Voldemort en la película que hoy se estrena en la Argentina, un día antes que en los EE.UU., ha pasado de todo. Rowling y los respectivos realizadores de las películas posaron sus miradas sobre los conflictos de los niños y adolescentes, la amistad y los miedos, la solidaridad y hasta la violencia, la muerte, el enfrentamiento entre el Bien y el Mal, y también el sentido de pertenencia, sea a una escuela de magia, a una familia o a sentirse leales a un ideal. Pero tal vez haya sido el guionista Steve Kloves el mayor responsable de que la saga del mago con el relámpago en la frente haya conquistado públicos de toda clase y en todo el mundo. Kloves (director de Los fabulosos Baker Boys , que adaptó todos los libros excepto La Orden del Fénix ) siempre supo cómo sopesar la amistad de ese trío formado por Harry, Hermione y Ron, ya sea desde el costado de cuento de hadas que le confirió Chris Columbus a las dos primeras películas, hasta la oscuridad y la mejor intriga que le dio Alfonso Cuarón en la mejor de todas, El prisionero de Azkaban . Lo cierto es que el seleccionado de estrellas británicas -más algunos infiltrados estadounidenses- que acompañaron a los chicos siempre han hecho que ver las películas de Harry Potter resultara un placer. Ahora bien, aquéllos que nunca vieron un fotograma de HP , no entenderán nada si van a ver Las reliquias de la muerte, Parte 2 . Por más que se haga hincapié innecesariamente en los diálogos, que explican más de lo que deberían, como para que nadie se olvide de nada. Si bien en la Parte 2 se cierra todo lo que en la Parte 1 quedaba abierto, aquélla es sensiblemente superior, en términos de suspenso, sorpresa y perplejidad. Desde que David Yates, quien básicamente provenía de la TV británica, tomó la posta (hizo las últimas cuatro películas), hay ierta homogeneidad. En esta Parte 2 Harry regresa a Hogwarts y sabe que, con o sin horocruxes, deberá enfrentarse al Innombrable. Rodada en 3D, tiene la espectacularidad que le faltó a otras, es cierto, y momentos que parecen tomados cinematográficamente de la última parte de El Señor de los Anillos , de Peter Jackson. Aquí se resuelven muchas preguntas que el fan tuvo a lo largo del desarrollo de los libros y las películas, y no tiene sentido hacer mención a ellas. Los fanáticos tendrán su momento para emocionarse –o no- en el epílogo. Concluye Harry Potter, y más sustancial que el duelo que los fans harán por el final es lo que ha dejado la saga, cómo influyó en otros filmes en la manera de contar relatos aptos para chicos y adolescentes. Si Daniel Radcliffe tiene mejor perspectivas de futuro que Emma Watson o Rupert Grint está por verse. Lo cierto es que muchos jóvenes crecieron con estos personajes durante los últimos diez años, y ni el final podrá con el mito o la leyenda. El cine logra cosas así. Por suerte.
Y de las sombras, surgirá la luz La noche ha caído definitivamente sobre Hogwarts, hogar y colegio de magos durante siglos. Los dementores y mortífagos, leales sirvientes del señor oscuro Voldemort (Ralph Fiennes), mantienen el control sobre el lugar y sumen a sus alumnos en una terrorífica incertidumbre. El otrora profesor Snape (Alan Rickman) ahora es director, y en los claustros sólo se practica la magia oscura. Sólo tres alumnos resisten allá afuera, como fugitivos: Harry Potter (Daniel Radcliffe) y sus leales amigos, Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson), que están buscando los siete objetos en los que Voldemort dividió su alma para destruírlos, y así volverlo vulnerable. La confrontación final se acerca, y en medio de un despliegue de intriga, emoción y magia, el director David Yates consigue atar los cabos de una historia que venía bastante enredada y el valor agregado de alguna vuelta de tuerca, demostrando a un público relativamente acostumbrado que todavía puede haber sorpresas hacia el final. Por supuesto, esto sólo asombrará a quienes no hayan leído los libros. El público que entra a una sala a ver un filme de estas características, luego de diez años de perseverar (poco sentido tiene asistir si no se está familiarizado con la saga) tiene una idea concreta de lo que encontrará en pantalla. La expectativa generada se verá más o menos defraudada en los detalles, pero hay que reconocer que luego de un excelente debut como director (en "La orden del Fénix"), un lamentable traspié ("El misterio del príncipe") y una transición promisoria (la primera parte de "Las reliquias de la muerte") David Yates llega a encontrar el ritmo preciso para concluír adecuadamente esta saga biblio-cinematográfica. Hay una serie de puntos débiles que a propios y ajenos resultarán evidentes, como la aparición forzada, casi en forma de cameos, de algunos de los personajes más entrañables de la serie (Hagrid, Remus Lupin, la familia Weasley), la ruptura de climas dramáticos con inoportunas semi-humoradas y algunas incoherencias argumentales en favor de una resolución más rápida. Lo único que podría considerar imperdonable, y esto no es demérito del filme, es el casi innecesario epílogo, que arrancará más risas que sonrisas de emoción. Sin embargo, estos detalles que es menester señalar no llegan a opacar el valor cinematográfico de una película que si bien no llega a ser para cualquier público (la calificación SAM 13 es más que adecuada) es disfrutable al máximo por su ritmo, su atractivo visual y su excelente factura. Los chicos crecieron también interpretativamente, pero al César lo que es del César... los personajes memorables de esta saga son aquellos que llevaron adelante los veteranos. En especial Alan Rickman, Ralph Fiennes y Helena Bonham-Carter entre los caóticos y villanos; Maggie Smith, Gary Oldman y Michael Gambon entre los buenos y neutrales. Los muggles vamos a extrañar la sensación de esperar con ansia una película más de Harry Potter, pero la magia ha sido preservada.
David Yates tomó las riendas de una saga que no pudo encontrar su rumbo con los tres directores que lo precedieron. Columbus resultó muy ingenuo, Cuaron le dio una mirada más autoral y oscura. El logro más grande de Newell tal vez sea haber puesto en pantalla a quien sería el protagonista de otra saga de la literatura llevada al cine. Pero de entre todos ellos, solo uno tiene la responsabilidad de cerrar la historia, de atar los últimos cabos. Yates debía ser el autor del “gran final”. A falta de una, la última aventura de Potter se extendió a dos películas. 276 minutos para cerrar la saga. Y aun así, no fueron suficientes. A Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte Parte 2, le falta algo. Se hace difícil poder señalar qué es específicamente lo que le falta. En cierto modo le falta aventura, le falta emoción, le falta la identidad que no encontró nunca la saga. Los cambios de directores, las vueltas de los libros. El arrancar sin saber cómo van a terminar las cosas, los reclamos de los fans, y la constante comparación con su par literario, hicieron virtualmente imposible que la versión cinematográfica del mago, pudiera encontrar su lugar. Y es en el momento del cierre, donde más se nota, porque las piezas no cierran el rompecabezas. Yates hizo lo que pudo. Creo que lo eligieron para las últimas entregas por el trabajo que hizo con la batalla en “El ministerio de Magia” de …Y la Orden del Fénix, con la idea de que la batalla final adquiera las proporciones épicas que todos esperaban. Su fuerte siempre fueron las escenas de mucha acción, y supo respetar los logros estéticos que habían tenido las ediciones anteriores, sobre todo, bajo la mirada de Alfonso Cuaron. Ahora bien, Harry Potter es narración, el verdadero gancho son los personajes y lo que pasa a su alrededor. Hay una historia, una gran historia, y Yates nunca supo donde pararse. Columbus narró desde la búsqueda del lugar de pertenencia de un niño, el mexicano tomo la tensión interna de Harry Potter y la llevó a la pantalla, Newell jugó con el destino del personaje. David Yates por momentos fue político, por momentos fue romántico, por momentos hasta fue pseudo-filosófico, pero siempre con una timidez muy grande. Y todas estas idas y vueltas quedaron plasmados en la última entrega. Las Reliquias de la Muerte Parte 2 está plagada de explicaciones, y aun así no cierra. Y es una lástima. El lector del libro no tendrá ninguna duda, el seguidor de la versión cinematográfica, entenderá la gran mayoría. No creo que nadie se vaya a sentir lo suficientemente perdido como para no disfrutar la obra, o no sentir la aventura. Pero cuando llegue el final, y haya transcurrido un rato, ese momento donde el espectador termina de procesar todo lo que pasó, habrá gusto a poco. Porque esa profundidad que por momentos llegó a tener la narración, quedó en la nada. Porque si bien el destino del protagonista se cumplió, y fue solo eso, cumplirse. No hubo una lucha en la pantalla, no hubo guerra, no hubo épica. Solo pasó. La película cumple, y nada más. El espectador promedio quedará satisfecho, pero sabrá notar la diferencia entre esta entrega de la saga, y las mejores. Sabrá que si bien tenía todo lo que esperaba, no hubo grandes sorpresas. Y que hubo algo que no fue. Yates tenía una responsabilidad que lo excedió. Pero en sus dos horas y veinte, la película no aburre. Lo importante está, y si bien se quedó corto, algo de mérito hay que concederle.
La última batalla Llega el final del final. Harry Potter y Lord Voldemort se verán las caras de una vez por todas y medirán sus fuerzas en el duelo definitivo. En esta segunda parte de Harry Potter y las Reliquias de la Muerte, la misión de los tres amigos se vuelve una carrera contra el tiempo, no sólo porque Voldemort se ha apoderado de la letal Varita de Saúco, sino porque ha comenzado a percibir que los trozos de su alma, tan cuidadosamente preservados para asegurarse la inmortalidad, están siendo destruidos uno a uno. Harry, Ron y Hermione no saben cuáles son ni dónde están los restantes horrocruxes (de hecho, el último de ellos deparará la mayor sorpresa de la historia), pero sus deducciones los llevan directamente a Hogwarts. El colegio, ahora dirigido por Snape, se ha convertido en un lugar tétrico de adoctrinamiento y sumisión. Pero cuando Harry regresa, sus profesores, sus compañeros y todos los miembros de la Orden del Fénix se encolumnan tras él, dispuestos a respaldarlo y a dar la monumental y última pelea. Esa batalla de dimensiones épicas es el núcleo del film, recreada a pura acción e impacto visual. Los movimientos de masas y las escenas de lucha colectiva sugieren una contienda que involucra a todos, dado que su resultado determinará la suerte y el futuro del mundo mágico. Hogwarts en pleno –con excepción de la casa Slytherin- enfrenta el feroz embate de los mortífagos y se transforma en un escudo protector, al tiempo que Harry continúa con su búsqueda frenética y sus descubrimientos, en medio del caos reinante. Pero a partir de esa causa común –y a diferencia del anonimato y la uniformidad que rigen en las filas enemigas-, la resistencia resulta de la suma de muchas cruzadas individuales, como si fueran pequeños arroyos que alimentan el cauce de la gran gesta multitudinaria. La adecuada combinación de todas estas subtramas traduce la idea de una batalla de todos, que es a la vez la batalla personal de cada uno. En este sentido funcionan acciones heroicas como las de Neville, la profesora McGonagall o la señora Weasley. Incluso la merecidísima reivindicación de Snape o la redención silenciosa de la familia Malfoy dan cuenta de que, ya sea en el devenir de la lucha o como consecuencia de ella, cada personaje tiene la oportunidad de afirmar o redefinir para siempre su lugar en el mundo y sus lealtades. En esta alternancia constante entre lo colectivo y lo individual radica uno de los mayores hallazgos del film. El director David Yates logra el equilibrio, el clima y la emoción que faltaron en sus anteriores trabajos de la saga. Combina adecuadamente ternura y dramatismo, sobriedad y espectacularidad. Libre de las explicaciones en las que supo sobreabundar, sintetiza con acierto los temas y los resuelve de modo práctico y eminentemente visual –el mejor ejemplo son las “reliquias de la muerte” del título, a las que propone como instrumentos antes que como fines, eludiendo de ese modo muchas de las reflexiones morales a las que estos elementos podrían haber dado lugar-. A su vez, cita a todos los films anteriores, y en ese diálogo establecido a partir de objetos, recuerdos, o acordes de la banda sonora, la saga completa (más allá de los altibajos que tuvo en su transposición a la pantalla grande) se consolida como una unidad. Harry Potter y las Reliquias de la muerte - Parte 2 es, en suma, un muy buen espectáculo y constituye un gran cierre para la historia del mago más famoso de los últimos tiempos.
La entrega final con tres finales La última entrega de la saga culmina con un repaso general de lo visto, desfile y saludo del elenco completo y el zoológico fantástico con todas sus especies, pero casi nada del orden de la emoción o de la aventura humana. Notas, entrevistas, declaraciones, expectativa, avances, concursos, presupuestos millonarios, 3D, colas frente a los cines, funciones especiales, fans disfrazados, anuncios de posibles records de boletería, presentaciones en programas de televisión, “filtraciones” sobre desbarranques de sus conflictuadas estrellas adolescentes, premières en las principales capitales del mundo, la última parte dividida en dos, como forma de subrayar el carácter de “acontecimiento especial”. OK, ya sabemos que es así. Pero llega un punto en que se apagan las luces, el batifondo mediático-propagandístico se desvanece y quedan sólo el espectador y la película, como en un duelo del Oeste. Allí resulta que Harry Potter no termina con un estallido ni un quejido, sino con un repaso general de lo visto, desfile y saludo del elenco completo, el zoológico fantástico con todas sus especies, la suma de todos los efectos especiales utilizados a lo largo de la serie, la develación del origen de todos los misterios y... ¿algo del orden de la emoción, de la aventura humana, de la generación de empatía entre el que está sentado en la butaca y los que batallan allá arriba, en la gigantesca pantalla? Sí, unos minutitos sobre el final, breves, huidizos fragmentos de verdad robados a la parafernalia general. En líneas generales, Harry Potter termina como fue: grandota, hierática, maquinal, un concurso de varitazos con escasa magia. De algún modo parecen haber percibido la señora Rowling y la gente de la Warner esta oposición entre gigantismo y vacío, haciendo que en esta segunda parte de la séptima parte (diría Groucho) todo –el mundo, el poder, los destinos de la gente, la vida y la muerte– dependa de la posesión de una varilla que hasta un niño puede partir con las manos, como maderita para un asado. La varilla es una varita, la varita es de saúco y ella es una de las reliquias cuya posesión persiguen, en HP7(2), Harry, Ron y Hermione, por un lado, y Lord Voldemort, por otro. Como se trata de sumar en lugar de concentrar, no es uno sino tres los objetos mágicos en juego, esas reliquias de la muerte que los héroes y el villano vienen maliciando desde la primera parte de esta séptima parte. Y son dos, parecería, los objetos que dan poder: uno la varita, otro una espada mágica. Además, mientras se buscan las reliquias de la muerte se persigue también al último de los horocruxes, seres que dan inmortalidad a Voldemort. Como contagiada del síndrome Transformers, HP7(2) –escrita una vez más por Steve Kloves, dirigida una vez más por David Yates– suma, multiplica y hace proliferar, sumiendo el relato en el ruido y la indiscriminación. Hay goblins, horocruxes, trolls, dragones albinos, fantasmas, conjuros, intrigas en Hogwarts y secretos y conspiraciones en el pasado de Harry, copas mágicas, el habitual desfile de venerables de la escena británica (John Hurt, Maggie Smith, Jim Broadbent, Gemma Jones, Julie Walters, Gary Oldman, Emma Thompson et al), los dos únicos venerables que logran que su presencia tenga algún peso mayor que el hola y adiós (Michael Gambon y, sobre todo, el genial Alan Rickman, que a lo largo de la serie logró crearse una serie aparte), esa fláccida representación del mal absoluto que es el desnariguetado Voldemort de Ralph Fiennes, muchos magos usando sus varitas como estrellitas de Navidad, muchos efectos especiales que no producen ningún efecto en especial, una invasión de arañas gigantes que dura un solo plano, de segundos apenas, una batalla culminante que por mucho que dure no es culminante, porque momentos culminantes parecen todos y no es ninguno, y un duelo final a puro conjuro entre Harry y Tom (nombre de pila de Voldemort), que parece una versión en latín de Titanes en el ring. Hay, finalmente, un falso final, un segundo falso final que debió haber sido el final-final (si los productores se animaran a terminar con un plano en el que los héroes quedan reducidos a una simple y conmovedora condición de chicos desolados), y un final-final que es un epílogo, destinado a subrayar, diecinueve años más tarde, la continuidad, preservación y reproducción de una tradición. ¿La tradición de la realeza británica? No, pero sí una casi tan conservadora como ésa: la de los privilegiados que van a Hogwarts y usan sus poderes, mientras que a los muggles de este lado no nos queda más remedio que pagar por sus remotas peripecias. Peripecias que –la señora Rowling y la Warner han dejado sembrado el terreno para que ello sucedan– continuarán con una nueva serie de novelas y películas. Serie que tal vez se llame Hogwarts, The New Generation, Hijos de Potter o Magical Mystery Trout.
Toda la tensión emocional, el tono épico y la espectacularidad estética que los espectadores necesitaban y merecían El cartel de "The End" que figura en el cierre de esta octava película de la saga significa bastante más que en otros casos: es el punto final a uno de los fenómenos (primero literario y luego cinematográfico) más importantes de la última década y media. Pasaron diez años desde la primera película y aquellos niños que eran Harry Potter (Daniel Radcliffe), Ron Weasley (Rupert Grint) y Hermione Granger (Emma Watson) se convirtieron en jóvenes capaces de luchar contra las fuerzas más oscuras de la magia y, en el transcurso, de convertirse en emblemas, iconos, ídolos para más de una generación de fans al reflejar como pocos esa etapa tan contradictoria, llena de inseguridades, miedos y códigos de lealtad e identificación, como el de la adolescencia. Así como la séptima entrega (primera parte de Las reliquias de la muerte ) había dejado una sensación agridulce con una narración demasiado lenta y estirada, esta película final concentra toda la tensión emocional, el tono épico y la espectacularidad estética que los espectadores necesitaban y merecían luego de haber dejado 6000 millones de dólares en las boleterías. Este octavo film es, además, una reivindicación para ese inteligente guionista que es Steve Kloves (pieza clave en el éxito de las transposiciones a la gran pantalla) y, sobre todo, para un director surgido de la televisión inglesa como David Yates, que había dejado algunas dudas respecto de su solidez como narrador en las tres entregas anteriores, pero que aquí consigue un film que, en muchos sentidos (y gracias a las generosas posibilidades artísticas que hoy la tecnología le regala al cine), resulta incluso más convincente e impactante que las palabras impresas de la escritora J. K. Rowling. No todo en este último film funciona a la perfección: sobran imágenes y diálogos que una y otra vez (sobre) explican hasta el último detalle, quizás ante el miedo de desilusionar a algún espectador; ciertos personajes no alcanzan el desarrollo que los notables actores que los interpretan merecerían; y el poco creíble maquillaje "envejecedor" de la secuencia final resulta ridículo a la hora de mostrar a los protagonistas en sus nuevos roles paternos (salvo que la magia logre rejuvenecerlos). Sin embargo, hay tantas grandes secuencias -y no sólo la batalla final entre los seguidores de Harry y de Voldemort (Ralph Fiennes) en el castillo de Hogwarts-, tanta potencia visual y dramática, que todos esos reparos terminan siendo insignificantes ante la fuerza demoledora de un final que los productores aplazaron lo más que pudieron y que los lectores/espectadores aguardaban con tanta ansiedad, por más que -claro- con la llegada de los créditos finales se les piante más de un lagrimón. Preparen los pañuelos.
Un mundo adulto, oscuro y complejo Emoción a flor de piel en el desenlace de una historia que marcó a más de una generación. Un mago ya más maduro y sus incondicionales amigos se enfrentan en una batalla final contra Lord Voldemort y las fuerzas del mal. Todo tiene un final, todo termina”, decía una famosa canción. Y así es, incluso la saga de Harry Potter llega a su fin. Ocho películas en diez años han convertido al personaje creado por J. K. Rowling en uno de los fenómenos más importantes de la cultura popular contemporánea. La octava película es en realidad la segunda parte de la séptima y es el momento en que todas las fuerzas chocan por última vez. Harry Potter (Daniel Radcliffe, en su mejor interpretación del personaje) y sus incondicionales amigos Hermione Granger (Emma Watson) y Ron Weasley (Rupert Grint) se enfrentarán en una batalla final contra Lord Voldemort y las fuerzas del mal. La mismísima escuela Hogwarts estará en peligro y todo puede ocurrir aquí. No anticiparemos nada más, aunque los más fanáticos de Potter ya saben todo lo que ocurre porque han leído el libro. Está claro, por otro lado, que quienes no conozcan al personaje y sus aventuras no deberían ni intentar acercarse recién aquí a la saga. Durante todo el metraje las historias que han evolucionado a lo largo de los años van encontrando un cierre y los misterios que aún quedaban por develar se resuelven definitivamente. El director de Hogwarts, Dumbledore, ya ha muerto, Lord Voldemort tiene cuerpo y está en la plenitud de sus fuerzas, por lo que Potter deberá eliminar los horrocruxes restantes para poder vencerlo. Los horrocruxes son objetos en los cuales un ser deposita fragmentos de su alma para convertirse en indestructible. A esta tarea se dedicaron los protagonistas en el film anterior, y aquí llegan al punto culminante. Deberá saber quien conozca bien todas las películas, que la emoción estará a flor de piel desde el primer minuto y hasta el final. Totalmente alejado de los pequeños chistes infantiles de sus comienzos, esta entrega final ofrece un mundo adulto, oscuro y complejo. Tan sólo una objeción: la búsqueda por cerrar bien la historia ofrece varios momentos anticlimáticos que le impiden alcanzar la calidad de los dos mejores films de la saga: El prisionero de Azkaban y El cáliz de fuego, tercera y cuarta entrega de los films de Potter. Sin embargo, ver Harry Potter y las reliquias de la muerte es ser testigo del desenlace de una historia enorme que ha marcado a más de una generación. Para muchos, será la despedida de un referente, de un amigo, de un héroe de anteojos que se sobrepuso a todo y logró crecer delante de nuestros ojos y en la pantalla del cine.
La historia de Snape, la película de Rickman La saga de Harry Potter es interesante de analizar, porque la variedad de realizadores que tuvo la fue sometiendo a una buena cantidad de fluctuaciones. Además, el material de base iba presentando unos cuantos quiebres en lo formal y temático. Chris Columbus poco comprendió lo que tenía entre manos en La Piedra Filosofal y La Cámara Secreta. Los dos libros podrían haber sido analizados como obras menores, pero poseían un plus por cómo se constituían en historias de autodescubrimiento. Harry era un chico que creía ser intrascendente, defectuoso, sin nada para ofrecer, sin nadie a quién recurrir, hasta que le revelan que es mucho más de lo que parece, que no está nada mal en él, que tiene la capacidad para lograr grandes cosas. Y junto con eso, irrumpe en su vida la amistad y el cariño incondicional, personificados en Ron y Hermione, además de un referente cuasi ideológico como es Dumbledore. Es ahí donde establecían las novelas un notable vínculo con los públicos de todas las edades: todos dudamos en algún momento de nosotros mismos y nuestras capacidades, y en muchos casos son los seres más cercanos de nuestro entorno los que pueden funcionar como rueda de auxilio. Columbus –quien en algún momento supo escribir el guión de esa obra maestra que era Los Goonies, y hasta dirigir después un filme bastante interesante como I Love You, Beth Cooper, que gira sobre cuestiones similares- no entendió eso. Se quedó con los decorados, el elenco super british, alguna que otra escena de acción vertiginosa, y algunos pasos de comedia donde ya se podía intuir el talento de Rupert Grint (Ron) para el género. Alfonso Cuarón fue el primero (y quizás el único) que entendió todo lo que tenía a su disposición. El Prisionero de Azkabán explota todo el potencial de la narrativa de J.K. Rowling: una confluencia impecable de las ecuaciones espacio-temporales; efectos especiales al servicio de la trama; misterio y climas inquietantes; relectura del origen (Potter es un pibe que, aventura tras aventura, se va dando cuenta de que él es el que menos se conoce a sí mismo); personajes que en un par de trazos crean toda una mitología (Remus Lupin podría tener su propio filme); diálogos filosos y cargados de ironía (el duelo dialéctico entre Sirius y Snape es tan rico como hilarante). Es un filme joven y maduro, de un realizador joven y maduro. En El Cáliz de Fuego, Mike Newell captó lo referido a la competencia deportiva y la trama de enredos adolescente. Allí, el relato fluye sin mayores inconvenientes. Pero cuando tiene que asomarse al abismo de horror que abrió Rowling hacia el final de esta cuarta entrega, fracasa casi por completo: la reaparición de ese villano temible que es Lord Voldemort, una presencia en off hasta ese momento, que resurge a base de sangre y fuego en la pieza literaria, es en la adaptación cinematográfica una anécdota menor. David Yates tuvo la pericia para imprimirle a La Orden del Fénix, El Misterio del Príncipe y Las Reliquias de la Muerte un tono y pulso realistas, donde lo mágico cedió bastante terreno frente a lo urbano o agreste, recurriendo en muchos casos a la cámara en mano y un montaje casi a hachazos. También tuvo el tino en ocasiones de parar la pelota y permitirse pausas en lo que se estaba contando. Su gran deficiencia pasó por las secuencias donde tenía tirar la casa por la ventana. Salvo contadas excepciones –el duelo de titanes entre Dumbledore y Voldemort-, más que filmar las escenas de acción, las administró. Pero en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 2, desde el primer plano, donde vemos a Snape observando desde lo alto todo Hogwarts, el director exhibe su mayor acierto. Así como La Guerra de las Galaxias era la historia de Anakin Skywalker, unas cuantas líneas de la serie de Harry Potter podían ser leídas como la historia de ese irritante e irritable Profesor de Pociones. Cuando se concentra en ese personaje ambiguo, temperamental, de conflictiva relación con Harry, el filme adquiere sin dudas su mayor espesor dramático, siendo por momentos casi conmovedor. Es en esta película donde se comprenden gestos, miradas, acciones, rencores y lealtades ocultas; lo que Snape pudo haber sido para Harry y lo que terminó siendo, y viceversa. En el medio tenemos una gran cantidad de resoluciones. La cinta cierra con mayor destreza incluso que el libro algunas subtramas –incluso las románticas- aunque en otras cuestiones se apura sin justificación, cuando un par de planos o líneas de diálogo más hubieran ayudado a un acabado más prolijo. Y si es cierto que presenta un excelente trabajo plástico vinculado a la tradición gótica (buen aporte del colega Daniel Cholakian), se muestra deshilachada al momento de las escenas de gran impacto, faltando fibra, vigor y ambición. Aún así, lo que termina prevaleciendo es la sensación de que el eje es el pasado –y consecuente presente- de Severus Snape, aún en detrimento del desarrollo de la historia del joven Dumbledore y sus vínculos familiares, que quedan casi anulados. Podría criticarse esto a Yates, si no fuera porque tenemos a un actor maravilloso en plena forma. Ya había que reconocerle a Alan Rickman que había sabido imprimirle a su personaje una mayor solidez y complejidad que a su versión literaria, casi sin aparentar esfuerzo. Ahora, en este filme, alcanza la cumbre: siempre el gesto justo, el movimiento más pertinente, el tono perfecto, con una naturalidad impresionante. Hace parecer fácil lo difícil y conduce al espectador al lugar y la comprensión indicada. Si el cine británico tuvo antes a Laurence Olivier y ahora a Michael Caine, Peter O´Toole, Ian McKellen, Christopher Lee o Michael Gambon como referentes ineludibles, no estaría mal incluir a Rickman en el seleccionado. A pesar de sus defectos y desniveles, el final de la saga fílmica de Harry Potter deja una paradójica mezcla de satisfacción y vacío. Para muchos de nosotros, se terminó un pedazo de nuestras vidas. Ahora, sólo el tiempo y la distancia dirán cuán importantes son los filmes y si fueron algo más que una franquicia. Que ya merezcan una revisión, es un primer paso altamente positivo.
La despedida de una GRAN franquicia Parece mentira como ha pasado el tiempo. Desde aquel inicio lejano con "Harry Potter and the Philosophal Stone", en 2001, dirigido por Chris Colombus hasta aquí ha transcurrido mucho tiempo.... Una saga inspirada en la obra literaria para jóvenes más importante de los últimos tiempos adaptada al cine, siete libros que transformaron a una escritora aficionada en la supermillonaria que hoy es J.K.Rowling. Millones de dólares por merchandising y venta de libros y tickets. Ríos de tinta sobre las implicancias emotivas de la franquicia que aún se debaten en su octava entrega. Un universo propio a su medida que llega a su fin. Los primeros libros de Harry Potter eran simples, originales...pero no mucho más. Fueron best sellers y la autora fue haciendo un espiral de ascenso muy pronunciado en su manera de narrar que hizo que los últimos ejemplares de su trabajo haya que ir a buscarlos en carretilla a la librería. Eran casi, la Enciclopedia Británica por su peso. Bueno, eso mismo siento que sucedió con las versiones cinematográficas de su trabajo. La octología empezó con un director famoso por sus credenciales en el mundo infantil y de aventuras y de a poco fue probando cineastas hasta dar con quien tendría encargado el cierre de la historia: el británico David Yates. Desde 2007 viene dirigiendo el universo Potter y de él podemos decir que tiene lo mejor de la escuela inglesa, es metódico, sutilmente irónico y con un gran sentido estético para encuadrar la imagen. Sabe conducir actores jóvenes y lidiar con los veteranos consagrados y eso, a esta altura, no tiene precio. No se puede pagar con Mastercard. Es difícil escribir sobre gente de la que se ha dicho mucho. Creo que lo más noble que tiene Harry Potter es que, si bien es fiel representante del cine pochoclero y siempre se estrena con un apoyo publicitario que asusta, sus tres últimas cintas son buenas películas de aventuras y aunque no hayas sido seguidor de la obra literaria, son grandes exponentes del cine de aventuras. Lo cierto es que cuando uno repasa el cast que transita por estos últimos capitulos, es imposible no entender el porqué de la calidad de estos productos. Ralph Fiennes, Alan Rickman, Michael Gambon, John Hurt y Elena Bonham Carter... Son la selección inglesa. Les falta David Beckham nada más. Estos actores le dan un relieve a la cinta que claramente la hace destacar desde el aspecto compositivo y propician una atmósfera ideal para el lucimiento de los jóvenes-estrella que se volvieron millonarios gracias a la franquicia: Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint. Los tres han transitado gran parte de su vida juntos, unidos desde chicos por la productora que los eligió y cuidó para que le pusieran carnadura real a esos personajes que Rowling construyó con tanta dedicación. Ellos han crecido como actores y como su público los ha visto desde pequeños, tienen el don de poder conectar rápidamente con ellos, de manera que esa confianza que ellos tienen depositada de antemano les permite sentirse cómodos y sacar lo mejor de su interior para emocionarnos desde cada personaje que construyen. En "Harry Potter and the Deathly Hallows 2", veremos su homenaje de cierre hacia una saga que les permitió ser quienes son, están entregados a sus roles y serán disparadores en la platea de una amplia variedad de emociones a lo largo de los 130 minutos que dura este capítulo final. En esta segunda parte de la séptima entrega, Lord Voldemort (Fiennes) ha llegado a dominar el poder oscuro. Todo el universo que conocíamos se va derrumbando a su paso. El señor de las tinieblas viene por todo. Ya no hay nada que lo detenga. Las débiles fuerzas del bien resultan escasas ante el devastador nivel que ha alcanzado su magia. Sabemos que sólo Harry (Radcliffe) y sus amigos Hermoine y Ron (Watson y Grint) pueden detenerlo. Ellos necesitan conseguir la espada de Griffindor para poder destruir los Horrocruxes que protegen al Innombrable de su desaparición pero ...El ejército enemigo (con Bellatrix a la cabeza) no les hará las cosas fáciles. Para encontrar la manera de terminar con Voldemort se necesitarán sacrificios extremos y estar dispuestos a todo. Será una auténtica guerra, de principio a fin. Dentro de ese clima bélico permanente que presenta este climax de dos horas, Yates subraya con acierto las emociones en cada rostro de sus personajes. Se permite algo de humor para distender y orquesta el final confiado en sus mejores armas: la emoción ganó al público y se siente que la platea está de pie esperando la batalla final, este cierre es algo que nadie quiere perderse. Y si bien lo digital es a veces nos desborda con su despliegue incesante, aporta mucho para la espectacularidad de esta octava entrega: el mix funciona y está a la altura de las expectativas. Podría contarles mucho más de "Harry Potter and the Deathly Hallows 2" (de hecho, algo haré pero en nuestro perfil público en Facebook, visitenlo en los próximos días), pero creo que si les gusta el cine, ya saben donde está el espectáculo este fin de semana. Más de ochenta mil entradas anticipadas vendidas en una sola de las grandes cadenas hace pensar que Harry Potter se acercará al medio millón de espectadores en cuatro días. El número algo indica. Por lo pronto, puedo decirles que no defrauda y si no leyeron los libros, pueden ir desprendidos a sorprenderse en este fastuoso cierre, no saldrán defraudados.
Sólido final para la saga de Potter La segunda parte de «Las reliquias de la muerte», es decir la última película de Harry Potter, es un sólido final para la saga, ya que a diferencia del film anterior, vuelve a ubicar a los personajes en la escuela de magia donde transcurrieron las entregas anteriores y les da un desenlace apropiado a cada uno. «Las reliquias de la muerte parte 1» estiraba cada situación -y sobre todo cada diálogo- hasta lo imposible; en su afán de convertir un solo libro en dos películas se volvía uno de esos casos de adaptación literaria absolutamente literal que, lejos de lograr fidelidad a una novela, simplmente tratan de calcarla a la pantalla grande, lo que es algo tan absurdo como imposible. Viendo esta segunda parte, da la sensación de que casi todo lo mejor del libro quedó para esta nueva película que resulta realmente contundente en cuanto a su dosis de super acción sobrenatural. La película también aprovecha mejor a John Hurt (aunque también demasiado brevemente dado el talento del actor) en el rol clave de un viejo mago que sabe como nadie el secreto de la vida propia que tiene cada varita. Esto permite que Harry y sus amigos tengan otras herramientas para luchar contra el temible Valdemort, que igual que en el film anterior tiene todas las de ganar. Pero en su lucha desesperada, el clan de aprendices de brujo ya bastantes crecidos comete un robo espectacular durante una secuencia increíble en la que terminan montando un dragón, lo que da lugar a ese tipo de imágenes que aprovechan al máximo el 3D digital con que el director David Yates despide a Potter. Y por supuesto, el asedio a la escuela de magia por parte de Valdemort y sus esbirros propicia una especie de catálogo donde se describen todos los duelos sobrenaturales posibles, ese tipo de situaciones únicas que convirtieron a la saga de Potter en el inédito mega éxito de taquilla que todos conocemos. En este sentido, los efectos especiales son alucinantes, y algunos están entre lo mejor de toda esta serie de películas. También hay todo tipo de revelaciones melodramáticas sobre los oscuros secretos de la infancia de Harry que justamene le dieron ese lugar tan importante en esa realidad paralela de magos, y algunos de esos secretos develados implican momentos de gran intensidad muy bien resueltos actoralmente por el actor Daniel Radcliffe, que también asume el reto de caracterizarse como Potter en distintas edades La historia es compleja, e igual que en la últimas películas de la saga, al espectador que no sea fan a muerte le puede llegar a costar un poco seguir todos los hilos de la trama, aunque como aquí se resuelven, las dudas se van disipando a medida que avanzan las más de dos horas de proyección. El tono es realmente dramático, pero por suerte hay algunos toques de humor para que esta despedida no sea del todo solemne, detalle que es el punto débil de este recomendable final de una saga que en un momento parecía interminable.
Miles de millones de dólares de recaudación, fans alrededor de todo el mundo con un nivel de fidelidad da envidia a otras sagas y sus creadores. Siete libros, ocho películas, incontables textos sobre el personaje y su universo. Un éxito centrado en la lógica de la industria del entretenimiento que, sin embargo, no tuvo en sus versiones cinematográficas una esperable regularidad a la hora de la calidad. Pero el cierre del mega relato, el fin de ciclo que marcan estas Reliquias de la muerte son una buena noticia para quienes no militan en el partido de los talilbán potterianos. El film, dirigido por David Yates -al igual que la parte anterior, así como El misterio del príncipe y La orden del fénix- trabaja sobre la idea del círculo cerrado en torno a la aventura que encuentra su clímax final, más cerca de lo que fue el planteo del capítulo final de The Lord of the Rings que de otras sagas filo-épicas. Tenemos aquí a un Harry maduro, incluso con comportamientos y actitudes que lo muestran aún más adulto que en la entrega anterior (ubicada en un mismo ciclo temporal), de 2010. Cada una de las decisiones que debe tomar lo acercan a una mayor severidad, a medida que pasan los minutos y el dramatismo de la narración se va agravando. Una montaña rusa pesadillezca lo lleva (junto a sus inseparables Ron y Hermione) al riñón del miedo, del cual (¿es necesario aclarar?) sale airoso aunque con golpes a su ego heroico. Pero Potter y su varita todo lo pueden, incluso una pelea jedi style con el gran villano del cuento, Lord Voldemort (Ralph Fiennes, lo mejor del film) con quien mantiene una batalla final apoteótica y que sin dudas formará parte de cualquier antología visual que pudiera realizarse sobre la saga. El resto es un buen armado de secuencias de acción y aventura que no escatiman morbo intenso y persistente, regado por imágenes que le dan una intensidad poco habitual a la aventura, hasta ahora ATP pero aquí con un pie en el gore. Lo cual, estimados freakkies, no está nada mal para iniciar a los benjamines de la familia en nuestro querido mundillo de cinefilia demencial. ¿La mejor película de la saga? No, no es para tanto, pero puede ubicarse con comodidad en un segundo escalón debajo de la potente El prisionero de Azkaban (Alfonso Cuarón, 2004). Lo que sí, y no hace falta bucear demasiado para encontrar certezas, puede que no pasen mucho tiempo hasta que nos encontremos en el cine algún nuevo estertor de este exniño y ahora adulto mago del anti-heroísmo.
Nada es para siempre, cierto, pero la saga de Harry Potter puede aspirar a esa módica eternidad que ofrece la memoria agradecida de toda una generación. La figura del aprendiz de mago se convirtió en un fenómeno de época que duró 10 años. Como todas las precedentes, la última película es digna de los libros que la inspiraron: un relato visualmente majestuoso y fielmente adaptado, tanto a la imaginación de su creadora, J.K. Rowling, como a la edad de sus espectadores. Las reliquias de la muerte 2 tiene mucha más acción que la primera parte. Desde el principio, los tres amigos, Harry, Hermione y Ron, se ven envueltos en vertiginosas peripecias que derivan en nuevas peripecias. Entre todas, se destaca la escena del dragón blanco, la criatura más creíble de esta fauna fantástica que ha dado el cine hasta el momento. En una secuencia sublime, tras huir por la bóveda del edificio donde estaba cautivo, el dragón, que está herido y famélico, escapa con los tres chicos en un vuelo torpe y desesperado por el cielo de Inglaterra. El combate final entre Voldemort y Potter es inminente y esa inminencia aparece en forma de signos constantes: visiones, temblores, voces espectrales. En ninguna de las películas anteriores el villano interpretado por Ralph Fiennes y su inmensa serpiente aparecen tanto tiempo en pantalla. Su figura repele y fascina. Como el mal que encarna es una fuerza que lo atraviesa, nunca deja de percibirse un núcleo de debilidad en él. Su poder lo condena. La tensión aumenta a cada instante porque las dos líneas que ha trazado el destino están a punto de chocar. Sin embargo, pese al ritmo acelerado y a los pasos de comedia que tratan de descomprimir la tragedia, hay una atmósfera de luto que domina todo. Esa atmósfera se impone aun cuando, tras los combates en la escuela de magia, los cadáveres son mostrados en planos impersonales, como si el director quisiera restarle contenido dramático a la muerte. Pero no importa cuánto se pueda atenuar en términos visuales, la muerte es el tema de Harry Potter y como tal tiene un peso específico constante. No se trata de la muerte entendida como el final de la vida (de hecho en ese universo de magos hay diversas formas de trasmundos con sus correspondientes fantasmas y espectros). Se trata de de la muerte entendida como imposibilidad. La convicción que se desprende de la saga es una confianza en los poderes de la vida, una vida más amplia y más intensa, plagadas lugares, objetos y seres maravillosos, una vida a medio camino entre las pesadillas y los sueños de los que uno no quisiera despertar nunca.
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Anexo de crítica: Más allá de la operación de traspolación literaria al cine y el andamiaje de marketing desplegado sobre este suceso literario, en perspectiva y bajo el pretexto del mundo de la magia la saga Harry Potter no es otra cosa que la aventura simbólica del tránsito de la niñez a la adultez. En ese pasaje iniciático, que guarda estrecha vinculación con elementos religiosos e incluso vistos desde otro ángulo con una fuerte alusión a la esfera esotérica, el protagonista que comienza su camino en su condición de huérfano debe aprender a distinguir a lo largo del aprendizaje de la magia entre la dualidad del bien y del mal, aspectos que no siempre se expresan en la realidad de forma taxativa sino que lo hacen de manera encubierta bajo el hechizo del encantamiento de aquel que se vea tentado por el poder de conseguir lo imposible o simplemente llamado por la curiosidad de lo desconocido, cuyo lazo invisible con la oscuridad y la perversión del alma es directamente proporcional al sacrificio que implica dejar de ser una persona ordinaria y común. En ese sentido, la ausencia paternal que conlleva un abandono y la búsqueda de modelos externos -tanto en los adultos como en la institución rectora de la enseñanza- marca la diferencia en el derrotero de un paria social y su posibilidad de convertirse en una persona importante; erigirse como líder y finalmente madurar como persona. Sin grandilocuencia a nivel efectos especiales pero con un empleo funcional a la trama, la acción de Harry Potter las reliquias de la muerte parte 2 reemplaza lo que en la primera parte fuera el aspecto emocional, como si la decisión de David Yates respondiera quizá a un reclamo anterior por la poca tensión, digresión narrativa y escasa acción de la saga. No obstante, debe reconocérsele al realizador su prolijidad y apuesta a mantener un ritmo sin pausa ni tiempos muertos inconducentes capaz de transmitir la sensación de fluidez para que la trama avance muy rápido en relación a la cantidad de información que se siembra.
TRAVESURA REALIZADA Luego de ocho películas, diez años cinematográficos y siete libros, "Hary Potter" llega a su fin. Una saga que ha acompañado el crecimiento, no solo de los actores, sino de los espectadores y de los lectores que a fines de la década de los noventa descubrieron un nuevo universo mágico creado por J.K. Rowling, y que ahora finaliza su paso por la pantalla grande. Esta conclusión está, sin lugar a dudas, a la altura de la serie y es un digno final en donde la amistad, la acción, la muerte y la magia son protagonistas. Harry, Ron y Hermione acaban de escapar de la Mansión Malfoy y, luego de enterrar el cuerpo sin vida de Dobby, deciden entrar a Gringotts, más especificamente a la bóveda de la familia Lestrange, para encontrar un nuevo Horrocrux que esconde otro fragmento del alma de Voldemort. La batalla final está muy cerca y tiene lugar donde todo comenzó, en Hogwarts. La cinta da comienzo de la misma manera en la que "Parte 1" finalizó, con la imagen de Voldemort apoderándose de la Varita de Sauco y rápidamente mostrando un paneo por Hogwarts, exponiendo el accionar de Snape como nuevo director. Todo acompañado por una música muy tranquila, creando un aura de poder y maldad muy atrapante. Luego, se va sin perder el tiempo a los protagonistas y al final de su aventura. La película tiene un ritmo muy veloz, situaciones complicadas y hasta necesariamente explicativas pasan muy rápido y se hacen, especialmente al principio, imposibles de poder disfrutar (Gringotts). Dicha velocidad, que no para durante todo el transcurso de la narración, al comienzo parece ser un problema, pero mientras los minutos van pasando y viendo el rumbo que la historia va tomando, se ve justificada, ya que se puso más atención en otras situaciones más interesantes que merecían su justificación. Hay muchas cosas olvidadas, problemas paralelos que nunca aparecen y situaciones que quedan en la nada, si se tiene en cuenta el desarrollo del libro, pero en lineas generales esta es una acorde y fiel adaptación que posee la intensidad y el mismo mensaje escrito por J.K Rowling. El poder de la amistad y el avasallamiento de la muerte de los seres queridos están muy bien expuestos en esta película y sin duda alguna ese es un mérito que vale la pena reconocerle al guionista Steve Kloves, ya que, pese a los muchos cambios con respecto al material original, logró crear un relato redondo cinematrográficamente y con las idas y vueltas necesarias para atrapar al espectador que no leyó las novelas. Ahora bien, hay ciertos momentos que no fueron bien resueltos y que no poseen la intensidad que se merecían, principalmente en los desenlaces de algunos personajes secundarios, ya que la emoción está casi ausente y el golpe dramático dura apenas unos pocos segundos. Una de las virtudes que tiene esta última parte es la calidad actoral de sus intérpretes. Aquí todos están bien, pero hay cuatro personas que verdaderamente hicieron un trabajo que sobresale del resto. Primero que nada, uno de los mejores personajes de toda la historia que aquí se luce desde la segunda toma hasta su final, es Alan Rickman, encarnando a Severus Snape. La fuerza que le otorgó a su rol en esta oportunidad fue alucinante, no solo en su esperado y muy bien resuelto final, sino en ese encuentro que tiene su personaje con Potter en Hogwarts. Excelente e inolvidable interpretación. Por otro lado, Maggie Smith, en el rol de Minerva McGonagall, quien comparte un momento espectacular con Alan y quien le aporta un poco de humor y de emoción a su personaje (hechizos de protección). También, Ralph Finnes, como el poderoso Lord Voldemort, quien logra mimetizar la agresividad y la maldad que lo caracteriza y llevarlas a sus movimientos físicos y a sus expresiones faciales. Muy buen trabajo. Y por último, dentro del trío protagonista, quien más se destaca y le brinda brillo a su interpretación es Emma Watson, sin duda alguna quien logró aprovechar con mayor entusiasmo las características de su personaje y darle realismo a Hermione. Los demás están correctos, en especial Daniel Radcliffe, Tom Felton (sin mucho protagonismo) y Rupert Grint. Una película con excelentes actuaciones secundarias. Técnicamente este final también es excelente. Partiendo por los increíbles efectos especiales, que en muy pocas escenas cobran protagonismo y siempre acompañan muy bien el drama y la travesía de los protagonistas (ese travelling por Hogwarts mientras está siendo estacado por los mortífagos, gigantes y arañas es excelente); siguiendo por una edición muy bien resuelta y finalizando con la banda de sonido que le aporta emoción a los momentos indicados, movimiento a las escenas de acción y gracia a las situaciones de comedia. Un espectáculo audiovisual de calidad. El 3D está, no enriquece ni empeora la película, solo es una opción más a la hora de elegir qué formato ver, pero no le aporta demasiado a la intensidad del relato. "Harry Potter & las Reliquias de la Muerte, Parte 2" es un muy buen final para la saga, con sorpresas para aquellos que no leyeron los libros y con la aparición de varios personajes pasados que traerá recuerdos a los entendidos. Con muchas diferencias con respecto a la novela y un ritmo muy veloz, que por momentos parece ir demasiado apurado impidiendo desarrollar con lucidez ciertas situaciones. Excelente técnicamente, con soberbias actuaciones por parte de Alan Rickman, Maggie Smith y Ralph Finnes, y con una emoción que hará erizar la piel y lagrimear los ojos. Con una toma final que, al igual que en el libro, te deja con ganas de comenzar todo devuelta. Imperdible. UNA ESCENA A DESTACAR: enfrentamiento de Snape, Harry y McGonagall. El pensadero.
El que escribe estas líneas pregunta ¿Esto era Harry Potter?. El que escribe estas líneas nunca había visto anteriormente una película de Harry Potter ni había leído ni un renglón de ningún libro de Harry Potter, ya que, el que escribe estas líneas, nunca se interesó ni le gustó el mundo de la magia ni pensó que le podría atraer un mundo condicionado por varitas mágicas. El que escribe estas líneas decidió nunca ver Harry Potter porque, prejuicioso, desconfío inmediatamente de una obra literaria que fue leída por gente que no lee otra cosa. El que escribe estas líneas va mucho mas allá en su pensamiento y cree que los amantes lectores de Harry Potter, esos geeks que ponen el grito en el cielo si lo que leyeron en uno de los libros de J.K. Rowling no es representado “fielmente” y “de la misma manera” en el cine, hablan de “la saga de una generación”. No le pidamos a dichos geeks sentarse ante una pantalla y tratar de “interpretar” o la posibilidad de que se representen los únicos siete libros leídos en su vida de manera “ambigua” una palabra que el que escribe estas líneas, se dio cuenta solo con ver una película de la saga que es una palabra prohibida. Pero bueno, sigamos, el que escribe estas líneas ama el cine y ante la ultima oportunidad de ver al famoso Harry Potter en el cine decidió romper su promesa de nunca incursionar en el mundo del mago y de los espectadores que van disfrazados de caricaturescos personajes representados en la saga y fue a ver Harry Potter y Las Reliquias de la Muerte, Parte 2. Un plano general aéreo de Hogwarts abre la película, describiendo un lugar burtoniano, de tonalidades oscuras donde vemos a Alan Rickman desde las alturas y a las “tropas” marchando abajo en un plano picado donde demuestra que Rickman es el “mandamás” de la escuela. Ese ambiente oscuro se quiebra con amplios planos generales del mar y de una playa, donde por primera vez, el que escribe estas líneas se encuentra mano a mano con Harry Potter y con sus íntimos amigos de aventuras Ron y Hermione donde quieren convencer a un Duende que los lleve a un banco, custodiado por curiosas criaturas para buscar y destruir algo llamado horocruxes (si el “algo” de el que escribe estas líneas, denota desconocimiento de la saga) que supuestamente son los elementos que convierten en inmortal al enemigo del tridente de amigos, el nariz less Lord Voldemort, alguien “muy malo” que quiere matar a Harry y esta dispuesto a todo para lograrlo. Con la aventura planteada comienzan los indicios que esta película no responde a los canones del cine tradicional y se comienza a detener la diégesis cada cuatro o cinco minutos con larguísimas explicaciones de lo que paso, de lo que pasa y de lo que va a pasar, esas sobre explicaciones impiden el desarrollo normal del genero de aventuras, la película no arranca, siempre se detiene, aquí es donde los indicios de la “importancia” de la fidelidad de las adaptaciones se hacen reales. Esta relación carcelaria con la literatura parece atar de pies y manos a David Yates, quien tampoco se preocupa demasiado en revelarse, mas que nada es un director conservador que lo único que hace es reformular lo visto en otras sagas donde, por ejemplo, el ataque de la gente de Voldemort a Hogwarts parece salido de El Señor de los Anillos: Las Dos Torres o el “limbo” donde queda Harry tras entregarse a Voldemort en el bosque parece el de Neo en Matrix Revoluciones y la charla entre Harry y Dumbledore en ese lugar es exactamente la misma que Gandalf tiene con los hobbits en El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey cuando se lleva a Frodo para el “otro lado”. En fin, Harry Potter le pareció al que escribe estas líneas un personaje gélido y Daniel Radcliffe el actor que se hizo millonario con esta saga, una pequeña heladera con anteojos, inexpresivo e imposibilitado en construir un ápice de épica. Hablando de frío, estos cuerpos de veinteañero en su plenitud sexual son mostrados como fiambres en esa pequeña escena homoerotica donde Harry y Ron se sacan las remeras ante la mirada de Hermione. La pulsión sexual en Harry Potter no existe (la asexuada Star Wars es Calígula al lado de Harry Potter) Ni Disney se anima a disimular la sexualidad en personajes mayores de veinte años, la híper conservadora Harry Potter hace casi un culto de esto, y en el medio del ataque a Hogwarts Harry casi le pide permiso a la hermana de Ron para robarle un pico, o se aprecian los grandes esfuerzos que hace Yates para que la hermosa Emma Watson se vea afeada y aniñada. La épica que no puede construir Radcliffe tampoco la puede construir Yates, el enfrentamiento final no se vibra durante toda la película, no se siente, no se aprecia. El director especula con el conocimiento previo, es vago, no confía en su cine y lo deja en manos del lector del libro, que el lo construya el enfrentamiento entre Potter y Voldemort. La película debió terminar con el enfrentamiento pero, recurriendo al vicio que tienen estas sagas, siguió unos minutos mas y tiene otros dos finales, ellos sintiendo que “el viaje terminó” el primero y el vergonzante final dejando la puerta abierta a “otra generación de magos” luego de consumadas las relaciones entre los personajes (como toda historia conservadora y aleccionadora, los novios de la infancia se casan y tienen hijos). Todo va finalizando en un plano de Harry con su hijo donde se continúan explicando cosas, el que escribe estas líneas no puede creer que a esto, dos horas de explicaciones que desconfían en el espectador se las llame película. Como diría Billy Wilder “no más Harry Potter” claro, salvo las re ediciones en 3D, los Director’s Cut y las 10 ediciones en Blu Ray que van a venir: ahora arranca la maquina de hacer chorizos.
¡Larga vida a Harry Potter! "It all ends here". Todo termina aquí, se lee en el afiche. Y el vaticinio se cumple a rajatabla. Así está escrito. La última aventura del mago más famoso del mundo será recordada finalmente como uno de esos acontecimientos cinematográficos más impactantes de la historia del cine. Con buena parte del camino dramático ya recorrido en "Harry Potter y las reliquias de la muerte. Parte 1", el director David Yates afronta esta segunda parte con las fuerzas bien dosificadas. Una vez más demuestra que se trata de un realizador contundente: consigue narrar con entusiasmo y pulcritud un final que tiene decididamente ribetes épicos. La acción comienza exactamente donde la dejó en la primera película: un Voldemort victorioso eleva a los cielos la varita de Sauco extraída de la tumba del profesor Dumbledore. Yates no se toma el trabajo de recapitular o resumir los acontecimientos narrados anteriormente. Por el contrario, decide sumergir de lleno al espectador en esa lucha entre el bien y el mal. Y lo hace con equilibrio. Sin salirse de los límites. Mientras Harry y sus amigos deambulan buscando los horrocruxes que les permitirán destruir al que ahora sí puede ser nombrado, el resto del mundo mágico se alista para la batalla final. Yates aprovecha este enfrentamiento para atar cabos sueltos. Así, por ejemplo, el espectador descubre el verdadero rostro de Severus Snape (un magistral Alan Rickman), quien en realidad es el protector de Harry y el eterno enamorado de su madre, Lily. Lamentablemente no vive para contarlo y muere a manos de Voldemort, al igual que otros personajes queridos por los fans, como uno de los gemelos Wesley o el licántropo Remus Lupin y su esposa Tonks. El vértigo de la narración no decae en ningún momento. Esa es la mayor virtud del filme y la diferencia con su antecesor. Mientras la primera parte trabajó sobre lo conspirativo y lo conjeturable, la segunda lo hace sobre la acción. El trío protagonista cumple correctamente la compleja tarea de dotar a sus personajes de una madurez más visible. Sin embargo, la poca pasión que transmiten los jóvenes actores convierte algunas escenas en meros devaneos infantiles. Sobre todo en el caso de Daniel Radcliffe (Harry), quien entrega el beso menos atractivo y convincente de la historia del cine. Lo opuesto sucede con el elenco de estrellas de factura británica, a quienes les basta una leve aparición para brillar en todo su esplendor. Fiennes, como Voldemort, hiela la sangre; Helena Bonham-Carter, como la trastornada Bellatrix Lestrange, perturba y Maggie Smith, como la profesora Minerva McGonagall, llega arrancar una sonrisa en el momento más dramático de la historia. Otra de las fortalezas del filme radica en su asombrosa factura técnica. En realidad, esta última película de la saga es el resultado de un largo y meticuloso período de posproducción, en el que se han corregido fallas y añadido efectos gracias a los prodigios de la tecnología digital. Las dos últimas películas se rodaron entre el 19 de febrero de 2009 y el 21 de diciembre de 2010, pero es obvio que el mundo de Harry tiene mucho de ilusión, y eso es imposible de reflejar mediante los métodos tradicionales. Este filme es, además, el único que se estrenó en el formato 3D, lo que le agrega un atractivo adicional. Por último, en este final de saga es posible reconocer algunos recursos narrativos usados, por ejemplo, en "La guerra de las galaxias", "Matrix" o "El señor de los anillos". En un momento de la película, Harry nos recuerda a Luke frente a Darth Vader o a Frodo ante el abismo, tentado por la posibilidad de adquirir un poder inconcebible gracias a la varita de Sauco. Incluso hay una escena donde la realidad y el mundo espiritual (o virtual) se confunden, como ocurría con Neo en la trilogía "Matrix". De cualquier forma, Yates demostró que sabe manejar el suspenso mucho mejor que las escenas de guerra. Y entrega una película poderosa, destinada a dejar su huella. En esto también tiene mucho que ver el guión, a cargo del infatigable Steve Kloves, quien ha trabajado otra vez bajo la atenta mirada de la propia J. K. Rowling, productora junto a David Heyman y David Barron. Por lo tanto, es de suponer que nada de lo que la película ofrece, incluidos ciertos cambios respecto de la obra literaria, se ha hecho sin el consentimiento de la máxima responsable de la franquicia. No vale la pena contar más datos del argumento. Basta decir que las revelaciones son decisivas e inesperadas, y ello asegura un buen puñado de sorpresas para aquel espectador que no ha leído los siete libros de la saga. Así, el final llega como una despedida entre amigos, al pie del andén en la estación y con los protagonistas junto a sus hijos. Como deseando vivir de nuevos esas mágicas aventuras. ¡Larga vida a Harry Potter!
Hace rato aprendí a ver estas películas como una propuesta pochoclera más, que presenta en un universo alternativo una excelente saga literaria de fantasía que creó J.K Rawling. Debo reconocer que la saga cinematográfica mejoró muchísimo con la incorporación del director David Yates y claramente era el hombre indicado para concluir la serie. Comprendo también que los fanáticos fundamentalistas, que organizan marchas impresentables por las calles de la ciudad y creen que Ursula K. Le Guin y Philip Pullman son diseñadores de moda, se vuelvan loco con esto, pero en lo personal me cuesta vivir los filmes con esa intensidad por la sencilla razón que en la pantalla grande Harry Potter es otra cosa. En términos generales la entrega final es una gran producción, que pese a no ser perfecta, concluye de manera satisfactoria esta historia en el cine. Como propuesta pochoclera es un excelente producto que sobresale por los efectos especiales y el tratamiento épico que le dieron a esta entrega. La narración de David Yates es bastante loca. Después de brindar una primera parte exageradamente larga, con varias escenas que tranquilamente se podían haber evitado, la conclusión tiene un ritmo totalmente distinto al tal punto que su dirección parece acelerada como si Yates intentara trabajar la mayor cantidad de cosas en el menor tiempo posible. De todas maneras se las ingenió para brindar muy buenos momentos que son visualmente impresionantes, como el escape de Gringotts y la batalla final. Esta secuencia es bastante caótica, aunque en este caso creo que fue un enfoque pensado por el director. A diferencia de Transformers 2, donde las peleas de los robots, eran confusas por una falencia en los efectos especiales, en este film me parece que David Yates buscó sumergir al espectador en el caos de una batalla como si estuviera haciendo un film bélico y el resultado es excelente porque consiguió ese objetivo. Lo único que le pudo objetar a este film es la manera en que manejaron ciertos momentos emocionales, relacionado con el destino de algunos personajes, que me parece podrían haber tenido más peso y espacio en la narración. Por lo que representaban esos personajes creo que se lo merecían. Como fan de la literatura fantástica lo que hicieron con Fred Wesley directamente me pareció un insulto. Sobre todo cuando el director le dedicó tiempo a otras situaciones en la primera parte que se podían haber evitado. En general el cierre de este film parece hecho a las apuradas. Estas cosas generan que las películas de Harry Potter sean una recreación superficial de lo que fue una gran serie literaria. Al margen de estos detalles, la entrega final de Potter es una muy buena película pochoclera que se disfruta a pleno y concluye de manera digna esta saga.
Llegó el final Había llegado el Jueves tan esperado, un Jueves de jornadas escolares por lo que las salas seguramente pulularían de niños y adolescentes sin clases. Los horarios de funciones más tempranas sucumbieron a la presencia del herrero en mi casa- ¡Dios cómo no avisó con tiempo!. Finalmente llegaríamos para el horario de las 5 de la tarde si es que no nos importaba verla en 2D; en 2D había funciones cada una hora!. No nos importó. Claramente esta vez no nos agarrarían desprevenidos asique me hice de las reservas online y fue satisfactorio al llegar al hoyts, hacerles por primera vez pito catalán a todos los que esperaban en esa cola kilométrica para retirar nuestras entradas. Ya desde que empezaran los títulos, ver la típica tipografía hizo que mi corazoncito se estrujara un poco. El mago y sus amigos se estaban despidiendo y no podría evitarse sentir un cierto tufillo a duelo. El film arranca a los cachetazos, ya puestos a saber lo que se viene la historia esta vez no se planta con vueltas: el enfrentamiento es inevitable y Yates sabía que no podía vagar entre las incontables elipsis que se tranformaran en baches en la 6ta entrega (muchos no habíamos leído los libros y nos sentimos más que perdidos entonces) y las distracciones de los toques cómicos de otras entregas. No es que aquí falten algunas que otras escenas distendidas ni que me molestaran en las otras, simplemente aquí la cosa pasa por ver cómo terminará todo y a eso se ponen. Con un criterio visual excepcional y una fotografía de lujo, el film ofrece un adrenalínico encuentro entre un bando y otro, asi como se cierran mejor ciertas cuestiones que habían quedado volando en sus predecesoras. Sin ser una de las mejores películas de la saga, ni una genialidad absoluta, se agradece que el final sea decente, aun cuando el epílogo suene un tanto incómodo para algunos de nosotros. Y cuando digo incómodo es para no tener que usar un adjetivo que sea evidentemente una sopa fría. Aun así, es un gran guiño (a mi humilde parecer) de estos 10 años de trayectoria mágica. Si por un lado veremos cobrar importancia y carácter a personajes más que secundarios en anteriores entregas, como el heróico Neville, se echa un poco en falta el protagonismo de otros como el de Bellatrix cuyo final es rápido y escueto o el del propio Draco Malfoy. Sabor a poco pero no por ello decae la historia; al contrario, el ritmo se mantiene para llegar a un final de antología donde el duelo no deja para nada indiferente. Cumple y eso es suficiente. Ahora quedará llorar por los rincones, obcecarse con alguna de otras tantas sagas que seguramente no faltarán o, aquellos que no lo hicimos, hacerse con la lectura para prorrogar la despedida. Mientras consolémosnos con una galería del film.
El cierre de un ciclo La saga que logró extender durante una década el interés de millones de jóvenes -y adultos- en todo el mundo finalmente llegó a su fin. Y en ese sentido, Harry Potter y las reliquias de la muerte: parte 2 es todo lo que el fanático espera. La batalla final que sirve como epílogo de la séptima película encuentra en esta última entrega no una mera excusa para prolongar el éxito de la franquicia, sino por el contrario darle el tono necesario a una historia que evidenció signos de madurez desde sus inicios. Las películas de Harry Potter han mostrado un crecimiento y un desarrollo, simbolizados en el notable cambio físico de sus protagonistas (bien podría decirse lo mismo de su público). Lejos de tratarse de una película de aventuras, fantasías y deportes para chicos, esta último film pone por encima uno de los mayores inconvenientes de la adolescencia: el enfrentarse a los miedos. Aquel joven mago que debía cargar con un peso que nadie se hubiese atrevido a soportar, será capaz no solo de hacerle frente a aquel “que no debe nombrarse”, sino de humanizarlo, de considerarlo un igual. Ambos son parte de un todo, el bien y el mal, el ying y el yang, que aquí encontrará conclusión definitiva. Por momentos lo suficientemente grande, por otros sobrecargada de información (pareciera que el director David Yates no pretende dejar nada librado al azar) la película supera el ambiente opresivo de la primera última parte y no escatima en efectos a la hora de presentar la batalla final que tendrá lugar en Hogwarts. Parte de ello es la obscura fotografía del portugués Eduardo Serra que carga de angustia a los tiempos que debe enfrentar el trío protagonista y todos los que alguna vez pasaron por la escuela de magia. Sin dudas, Harry Potter y las reliquias… le hace honor a una saga que debe ser tomada como ejemplo a la hora de adaptar libros para un público más joven. De entre la enorme cantidad de casos que aparecieron en los últimos tiempos, el mundo creado por J.K Rowling ha logrado una calidad con la que otras franquicias solamente sueñan. ¿La clave? El respeto. A pesar de la fantasía, la posibilidad de identificación con los conflictos y las experiencias de la adolescencia trascendieron la pantalla, pero también el sentido comercial que al fin y al cabo tiene la obra en su totalidad. Aún cuando para muchos, entre los que debo admitir no me encuentro, este final será un emocionante viaje de nostalgias y recuerdos, la última entrega del joven mago es -sin ser una obra maestra- el cierre de un ciclo, el de la vida de un personaje que tiene destino de clásico, al menos para una generación que creció afianzada a sus miramientos y enseñanzas.
La decisión –puro fin de lucro– de cortar en dos el último volumen de la serie Harry Potter para hacer dos películas, se muestra definitivamente inadecuada en este epílogo de un epílogo. Que comete dos o tres errores fundamentales. El primero, que no vive por sí mismo: quien no haya visto al menos los últimos cuatro films de la serie, pasará demasiado tiempo preguntándose “qué es eso de la varita de saúco”, etcétera (hasta que se dé cuenta de que no tiene importancia); el segundo, que hay demasiadas “soluciones ad hoc” (“bueno, entonces ahora que pasa esto, para revertirlo/explicarlo hacemos así y listo”) que no surgen del libre juego de los elementos del film. Y el tercero, que todo se reduce a una pelea entre buenos y malos que, llegado el punto, deja de interesar. Es cierto: muchísimas películas son una pelea entre buenos y malos: nos interesan porque lo que nos importan son las criaturas que vemos en la pantalla y no las vueltas de tuerca del guión o la parafernalia técnica que ya no asombra por sí misma. El caso es que al pobre Harry Potter no se le cree el sufrimiento, ni la alegría, ni nada: se ha disuelto a tal punto el talento de sus actores (basta ver “El prisionero de Azkabán”, gran film de Alfonso Cuarón, para entender lo que decimos) en un guión pesado que solo queremos que termine. Pura ilustración de texto al servicio del exhibicionismo tecnológico. El costado humano se fue hace ya demasiado tiempo y la magia se redujo a un truco de cartas hecho con computadoras.
VideoComentario (ver link).
Un deleite para todos los seguidores de Harry Potter que no van a tener respiro. Tiene espectaculares efectos especiales, brillantes secuencias de acción y un muy buen desenlace que hacen que el espectador salga satisfecho del cine luego de ver esta última entrega. El guión es atrapante desde la primera escena y no...
Lugares para estar. Debo ser el peor espectador posible para una película como Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2. Solamente vi la segunda entrega de la saga, estrenada en 2002, y desde ese momento no supe más nada del universo creado por J.K. Rowling ni de las transposiciones hechas en cine (salvo por el rumor de que cerca del final Harry parecía que moría, y que Daniel Radcliffe estaba cada vez más barbudo). Sin embargo, a pesar de no haber leído ninguno de los libros y de haber visto una única película hace más de ocho años, siento que no me quedé tan afuera durante la función de Las reliquias de la muerte: Parte 2. Es más, creo que esa distancia con la historia me dio cierta libertad para disfrutar la película desde otro lugar, que no tenía tanto que ver con el cierre que se le daba a una serie de personajes y conflictos llevados insistentemente a la pantalla desde hace una década sino con la evolución (o no) que cada uno exhibía al interior de la película, más allá del pasado con el que cargaban. La sensación que tengo es esta: Las reliquias de la muerte: Parte 2 es una buena película que prácticamente se cuenta sola y que se muestra capaz de resistir los embates de la peor dirección y el armado de guión más obtuso. La mayoría de los personajes tienen un espesor narrativo que los vuelve interesantísimos sin importar las vueltas de tuerca del relato, la información revelada de forma sorpresiva o la manera en que hacen frente a sus problemas. Por ejemplo, Severus Snape (al que recuerdo muy vagamente de la La cámara secreta) es un personaje que prácticamente instala un clima propio en cada una de las escenas en las que aparece, como si el mago de negro interpretado por Alan Rickman se adueñara de la película y le imprimiera toda su elegancia lúgubre y económica en movimientos y gestos con apenas un par de líneas. Lo mismo pasa con Harry, que se ve sometido a una interminable cantidad de giros de guión pero manteniendo un tono y un carácter que lo vuelven un personaje sólido, coherente, un poco sobreactuado pero siempre más o menos convincente con su eterna expresión de preocupado. Decía que Las reliquias de la muerte: Parte 2 se cuenta sola. Eso también se percibe en la manera en que la película le habla a un (su) público, con un buen número de guiños y referencias constantes a las películas anteriores. Sin embargo, si por momentos la historia depende demasiado del conocimiento del resto de la saga, el relato, en cambio, es pura acción y desplazamiento que termina minimizando el hecho de no saber de lo que se habla. Así, como siempre en el cine (y en el arte en general), la referencia al mundo (o a un mundo, en este caso de ficción) depende de la forma en que se construye lugar. En la escena inicial, cuando el trío protagónico conversa y negocia con un duende tirado en un sillón, obviamente no entendí nada sobre los múltiples objetos, personajes y hechos que se nombran, pero la forma de narrar ese momento, como rememorando un pasado lleno de aventuras, viajes, peligros y rivalidades, logra que la escena sea muy disfrutable incluso para los que no conocemos absolutamente nada de la historia. Más o menos por la segunda mitad de película empiezan los problemas. Los personajes dejan de moverse tanto para dedicarse a dar discursos y explicaciones varias que le restan velocidad al relato y terminan convirtiendo la película en una cosa pesada, densa, más preocupada por suministrar la mayor cantidad de información en el menor tiempo posible que por contar una historia con nervio y tensión como lo venía haciendo antes. Esos diálogos, flashbacks y vueltas de tuerca interminables parecieran estar dirigidas al público que sigue la saga que, supongo, podría exigir coherencia narrativa al costo (altísimo, para mi gusto) del vértigo cinematográfico de la primera mitad. Excepto por los momentos de duelos, batallas y estilización de los gestos heróicos, la segunda parte me aburrió y de a ratos casi me molestó, hasta que me acordé del cierre de la excelentísima trilogía de El señor de los anillos, cuando al final de la tercera película el guión apelotona resoluciones de conflictos a lo pavote y la cámara hace lo propio mediante el abuso de la cámara lenta. Seguramente se trate de un mal propio de las sagas: quizá sea más difícil de lo que uno imagina el realizar una clausura de todas las lineas narrativas sin perder agilidad visual. Si tenemos en cuenta esto, el final de la saga de Harry Potter (compuesta nada más y nada menos que por ¡ocho películas!) no es tan terrible como podría haber sido. De todas formas, más allá de la debilidad de la segunda mitad, durante toda la película se siente la fuerza de un relato que llega a su fin, de una historia que parece haber acompañado a una enorme cantidad de personas durante una década de sus vidas. Por algún motivo, incluso sin haber pertenecido nunca a los seguidores de la saga de libros y películas, siento que algo de mi historia personal también se cierra y termina con Harry Potter. La cámara secreta fue la primera película en muchos años que vi en cine: me llevaron mis amigos y fui más por compartir una salida que por ganas de ver al mago de anteojos y sus compañeros. En esa época todavía no me interesaba el cine, apenas si alquilaba una película en Blockbuster o veía algo en cable. No sé si fue casualidad o no, pero después de la función de La cámara secreta empecé a ir ver películas en sala más seguido (acompañado pero también solo) y el cine me generó cada vez más curiosidad, hasta que cosa de tres o cuatro años después me decidí a hacer cursos, seminarios y todo eso que uno hace cuando le gusta algo pero todavía no sabe cómo acercarse a eso. Mi interés por el cine, que me marcó y me sigue marcando hoy, arrancó apenas un par de años después que la saga fílmica de Harry Potter y, por eso, creo que a pesar de no haber seguido nunca sus películas, también algo mío (vaya uno a saber qué) concluyó en la función que daba cierre a la historia del mago, y que eso hizo que me pudiera introducir en la historia y sentir a la par de los demás espectadores lo épico y lo trágico del final de una saga que también es el final de un mundo que durante diez años se convirtió en un lugar para estar. Creo que muchos de los que salían conmigo de la proyección de Harry Potter y las reliquias de la muerte: Parte 2 estaban abandonando para siempre un espacio mucho más grande, vasto y misterioso que el de una sala de cine ubicada en El Abasto.
Cuando Harry conoció a Tom En la representación del Tao, el ying y el yang se avanzan mutuamente y encierran cada uno la semilla del otro. Así entrelazados estuvieron Voldemort y Harry Potter desde aquel primer encuentro, en el que el amor de madre de Lily Potter salvó a su hijo de las garras del fatídico mago. Hay en la cultura popular un “dilema del héroe”. Mientras que el villano sabe lo que quiere (generalmente dominar el mundo, el universo, o lo que pueda) habitualmente el héroe sólo aspira a una vida “normal”. Sin las tribulaciones que le demanda su saga. En el caso del personaje creado por Joanne Kathleen Rowling, la razón está en que mientras Tom Riddle eligió convertirse en Lord Voldemort, a Harry su sino le vino dado desde la cuna (literalmente). Pero ese destino comenzó un día a hacerse carne de él. En “Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte 1”, Potter es ya un combatiente consumado, un cordero para el sacrificio en la manera en que la figura de Cristo modeló a los que luchan por el destino de los muchos: David de Ugarte (como otros antes) piensa en “El poder de las redes” en la figura del “Che” Guevara. Y es De Ugarte el que nos lleva a la confrontación que Patrick Süskind hace en “Sobre el amor y la muerte”, entre Orfeo y Jesús: “No es que (Orfeo) de por sí pusiera en duda el poder de la muerte ni el hecho de que le correspondiera la última palabra; y mucho menos trata de vencer a la muerte de una forma representativa, en beneficio de toda la Humanidad o de una vida eterna. No, sólo quiere que le devuelvan a ella, a su amada Eurídice, y no para siempre y eternamente, sino por la duración normal de una vida humana, a fin de ser feliz con ella en la Tierra. Por eso, el descenso de Orfeo al Submundo no debe interpretarse en modo alguno como una empresa suicida, sino como una empresa sin duda arriesgada, pero totalmente orientada a la vida y que incluso lucha desesperadamente por la vida”. La conversión de Harry Potter en un Orfeo, en alguien que confronte la muerte para vivir, se dará aquí, en esta segunda parte del último capítulo de la saga, y también le demandará ir hasta los confines de la existencia. La última batalla David Yates (realizador del tramo final de la saga) y Steve Kloves (guionista adaptador de las ocho películas) acertaron en dividir el séptimo libro en dos partes. No sólo por la extensión, sino porque logran dos tonos totalmente distintos: si la primera parte se centraba en el juego de intrigas y persecuciones en torno a la búsqueda de los horocruxes (o horrorcruxes, o horcruxes, depende de las versiones que el lector haya visto/leído: se trata de esos objetos donde Voldemort ha encriptado parte de su alma para protegerla de la muerte) y la cacería sobre el trío protagónico, este cierre de la historia es la batalla final, sangrienta y sin cuartel, entre las fuerzas de la luz y la oscuridad. Y si en la una se exploraban las emociones y las personalidades de los héroes, acá no hay tiempo para eso: apenas para un beso a las apuradas, por las dudas uno no vea la luz del próximo amanecer. La historia comienza con Voldemort robando la poderosa Varita de Saúco de la tumba de Dumbledore, y con el trío de Harry Ron y Hermione invadiendo la bóveda de Bellatrix Lestrange en el banco Gringotts para apoderarse de uno de los últimos horocruxes. La búsqueda del siguiente los llevará de regreso a Hogwarts, que será sitiada por las hordas de mortífagos y criaturas varias lideradas por aquel que nadie quería nombrar y ahora llaman por su nombre (incluso Harry lo llamará “Tom” en el encontronazo final). El resto será “tiro lío y cosha golda”, como diría el buen Oaky, o “a la carga, Barracas”. Acción pura, Hogwarts cayéndose a pedazos y personajes entrañables muriendo en la refriega. Pero también se verán demostraciones de coraje, debilidades de los más temidos y la semilla de la luz dentro de la oscuridad: el amor y el heroísmo bajo la piel de los supuestos villanos. Quizás parece poco profundo, pero hay que entender este filme como el final a toda orquesta de la saga, y como tal cumple con honores. El ritmo narrativo no da respiro ni para acomodarse un poco en la butaca. El maravilloso elenco vuelve a estar, aunque no tenga tantas oportunidades para los lucimientos individuales. Y el epílogo habla de la circularidad de la historia, y de la riqueza de un mundo ficticio que se demuestra tan largo como la vida.
Podría ponerle cualquier nombre, da lo mismo, lo único para festejar es que por fin, eso espero, se termino. Parece ser que esta es la última entrega de una saga que le dio muchos dividendos a los productores, pero que le hizo mucho daño al cine como arte, y todavía no podemos vislumbrar las consecuencias en los miles de fanáticos que quedaron atrapados. Pero estos están dados por las terribles y millonarias campañas publicitarias, no por los logros ni de los libros ni de las películas, de una mediocridad que asustaban. ¿Que fueron 7 libros, 8 películas en 10 años? Ahora que lo pienso, menos mal que no fueron 6 con 7 en 8 años, sino algunos me podrían tildar de antiK. (yo no lo voté). Como decía el gran realiador japonés Akira Kurosawa, “es muy posible hacer una mala película de un buen guión, pero es imposible hacer una buena de un mal guión”, y este axioma se cumple aquí, y en toda la serie, a rajatabla, por supuesto que con altibajos. Posiblemente la dirigida por Alfonso Cuaron se la más rescatable, la menos de producción y la más autoral, pero tampoco llega a ser una gran obra, sólo un poco mejor que sus predecesoras y, a la postre, lo mismo respecto de las sucesoras. En esta parte 2 de “las reliquias de la muerte” lo primero que se pierde es la “magia”, entendido esto como sorpresa, pues nada sorprende, todo circula desde lo correcto técnicamente a lo previsible narrativamente. Es así que a medida que avanza el relato, esto es una forma de decir, bastante benévola de mi parte, la falta de construcción, la repetición constante de situaciones y escenas que no aportan nada nuevo, no hay una progresión dramática, no hay nueva información, como que todo esta dicho, sólo falta el desenlace, y este se hace esperar a lo largo de más de dos interminables horas. En su favor hay que decir que no se midieron en gastos, sobre todo a la hora de contratar actores, desde el gran Alan Rickman, la sorprendente Helena Bonham Carter, o la insustituible Maggie Smith, hasta es destacable la composición que hace Ralph Fiennes como el malvado Lord Voldemort, siendo este un personaje como todos los demás con muy poco desarrollo y menos vuelo, pero que, a diferencia de los otros grandes actores, él aparece mucho tiempo en pantalla y parecería que a cada plano de exigencia le encuentra un detalle para no repetir gesticulaciones o posiciones corporales, lo que mayormente hace un buen actor, obedeciendo o no a las directivas del director, cuando lo hay. El punto es que hace anclaje salvaje, en el sentido de enterrar el ancla y que el barco, en este caso el filme, no se encuentre flotando en aguas que fluyan, el problema que se suma es que aquí el protagonista Daniel Radcliffe nunca hace creíble al personaje, ni en esta ni en ninguna otra de la saga, sólo que antes podía disimularlo con la ingenuidad o la simpleza de la mirada. Tampoco lo ayudan demasiado sus fieles compañeros de travesuras, empezando por Emma Watson, la dulce niña, que se convirtió en una muy bella joven, cuyos encantos la transformaron en una sexy partenaire sin necesidad de ningún toque magia para seducir a nadie, pero con muy pocos recursos explícitos actorales, no hay mascaras ni expresividad corporal. En este punto debería aclarar que la sensación transita más por el personaje que por la actriz. El otro compañero, el joven Rupert Grint encarnado al pelirrojo Ron Weasley, es el que mejor parado sale de la saga, como mostrando que va teniendo recursos de actuación y los pudo demostrar, aunque más no sea a cuenta gotas. El pobre de Harry desde que nació debe luchar por sobrevivir. El bueno por definición debe hacerle frente a los malos por antonomasia, y todo el tiempo es lo mismo, la lucha entre el bien y el mal, y otra vez, y otra vez. Para que al final, cuando ya casi queda definida la historia, los responsables tengan la necesidad que un personaje cuente todo verbalmente, redundantemente. La última escena, si es que al postre le faltaba la frutilla, todo lo que demuestra es una gran falta de respeto por el público, su público, esto dicho en el orden de estructura narrativa, donde no se toma en cuenta ni el paso del tiempo ni la modificación de los espacios a través de este, ni la evolución de nada. Total quien se va a dar cuenta
La batala por la recuperación de los horrocruxes ha llegado, al ganador sólo lo conocen los lectores fervientes de Rowling y los que se acerquen al cine a ver el final de la historia del niño mago más taquillero del cine. Seguir las experiencias del mago niño, huérfano y desdeñado por sus pacatos tíos muggles ha sido tarea de niños y grandes. De niños porque la magia siempre ha sido su privilegio y de grandes porque los padres que veíamos a nuestros hijos, hoy de 20 años, no poder dejar de leer, sentimos curiosidad por saber qué leían nuestros pibes y caímos atrapados por la magia. El éxito fue tan rotundo que no podía no ser un film y como había una saga no podía no ser una saga de films. Lo inteligente, lo verdaderamente inteligente ha sido ponerle magia a un mundo que la ha perdido hace rato, hacer de cada edición o avant premiere una ocasión única y no perder de vista que sus seguidores, adolescentes en su gran mayoría o niños entrando a la pubertad, se veían reflejados en ese ser flacucho, desgarbado y miope que con su estigma en la frente debía enfrentar a la suma de todos los males. Sumando a este héroe todos los condimentos que la imaginación de J.R.Rowling le puso a cada edición que era cada vez más opulenta en páginas. Entones ver la estación de King’s Cross y entrar por la plataforma 9 y 3 cuartos, comerse una gragea Bertie Bott’s o usar una capa que te volviera invisible, se convirtió en una necesidad que debía sí o sí devenir en imagen. Pero había algo más, y el retrato del crecimiento, los cambios, las hermandades, las traiciones y la noción del bien y el mal en código mágico fueron poblando un mundo en el que el castillo del Hogwarts era un sitio donde todos querían desayunar alguna vez. Llegó el fin y un dejo de tristeza que tiene más que ver con infancia lejana que con nostalgia del héroe se apoderó de todos los que en el cine se despidieron de su mago preferido. La historia se ha cerrado, la batalla final entre el ejército formado por Dumbledore y La Orden del Fénix, contra un devastador escuadrón de mortífagos será decisiva, la niebla espesa de los dementores que custodian el colegio debe ser disipada. La dirección de David Yates demostró en esta última entrega que fue un acierto hacerla en dos partes, no sólo por las cuestiones de mercado que ya conocemos de sobra sino porque este segmento final pone toda la carne al asador que es lo que un final necesita para ser un cierre verdadero. Un guión bien adaptado, efectos especiales y música acorde a esa batalla que supone recobrar las reliquias de la muerte de las manos de “quien ya tú sabes” Lord Voldemort y Harry ya no pueden escapar a su encuentro. Habrá homenaje a todos aquellos que formaron parte de de esta historia que comenzó y terminará con la misma profecía: Neither can live while the other survives.* Consejo: si no ha visto Las Reliquias de la muerte parte 1, hágalo antes de concurrir a su cine favorito.
Un cowboy con acento británico "Las palabras son el mejor recurso que tenemos para hacer magia", dice el profesor Dumbledore en la única escena visualmente austera de "Harry Potter y las reliquias de la muerte (parte 2)" con la cual concluye la saga que comenzó en 2001. Las palabras, pero también las imágenes fueron parte del hechizo que hizo posible darle forma verosímil al universo literario de Joanne K. Rowling comandado por un pequeño mago que al fin se despide del cine con esta segunda y última parte. Después de una década de literatura y su correlato en sus correspondientes películas, con excepción del último libro cuya versión fue dividida en dos partes, es posible afirmar que Rowling efectivamente hizo magia. Lo consiguió primero a través de los libros, con la ya legendaria anécdota sobre esta inglesa desocupada que decidió hacer lo que mejor sabía para ganarse la vida: escribir. De su imaginación surgió un mundo al que se llegaba atravesando una pared de la estación King's Cross de Londres. A tal punto se fundió su creación con la realidad que un carrito de equipaje fue incrustado en los venerables ladrillos del siglo XIX para rendir tributo a la ficción en el andén 9 y 3/4. Es el mismo lugar donde en esta despedida, Dumbledore le indica el camino a Harry para la batalla final con Voldemort, esa guerra que marca la conclusión de este éxito fabuloso que obtuvo casi 900 millones de dólares por entrega. La saga contó desde siempre con el apoyo de una generación que creció con el actor Daniel Radcliffe. Como los pequeños fans, el personaje ya no es un niño sino un joven que tiene que enfrentarse a riesgos cada vez mayores y en consonancia con el incremento de responsabilidades, también hay progresos en la maduración de sus afectos, donde claramente se manifiesta el primer amor y los esperados primeros besos entre los protagonistas. Referencias. Lo acompañan como siempre Hermione, a cargo de Emma Watson, y Ron, interpretado por Rupert Grint, los tres mosqueteros de este final de fiesta para el cual Rowling reunió con caótica gracia referencias a la tradición cristiana, a fabulosas criaturas medievales y a la literatura inglesa de suspenso. Un equipo de talentosos creativos hizo posible una vez más su representación, con un diseño de arte con obsesión por los detalles, pero también gracias a la inspiración del director David Yates que vuelve a estar en forma después de que la anterior entrega, sin decepcionar, dejase medio perplejos a los fans por cierta morosidad en el relato. En este caso Yates retoma vuelo y el combo vuelve a funcionar como en sus mejores momentos también gracias a la tecnología que hace posible la magia de hacer creíble ese mundo que ahora llega en 3D. Los chicos crecen y todo termina, como anuncia el afiche. Ya no solamente hay trucos deslumbrantes. Ahora se trata de matar o morir. Tan sólo eso, como en las clásicas películas de cowboys. Básicamente ese es el planteo y la misión de Harry: deshacerse del Mal encarnado por Voldemort. En consecuencia, la película también es una batalla en la que abunda la violencia y hasta la sangre. Y hacia el final, el héroe demuestra con un último gesto porqué merecería formar parte del panteón de las fantasías más nobles y perdurables.
Los que empezaron con el engendro de partir filmes en dos fueron los hermanos Weinstein, quienes hicieron lo propio con Kill Bill en el 2003. Ahora se sumaron a la moda la saga de Harry Potter, y la de Crepúsculo, y aunque intenten disfrazarlo - diciendo que el capítulo final merecía ser extendido para poder disfrutarlo en toda su gloria -, hay olor a vulgar oportunismo comercial en todo esto. Es vender dos veces el mismo filme, y uno debe esperar un año para ver los 90 minutos faltantes de la historia. Si Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 1 fue un engendro manipulado, al menos la Parte 2 tiene la decencia de disparar toda la carga emocional que venía reprimida en los últimos filmes. Por supuesto, tiene los mismos bodrios característicos del estilo de J.K. Rowling: hay demasiados Deus Ex Machina (piedras resucitadoras que salen de la nada, vinculos mentales que le dan pistas en todo momento a Harry Potter sin que el mago deba quemar una neurona en algo siquiera parecido a una investigación, etc, etc), los secundarios son más heroicos que el propio Harry, y la trama es tan compleja - saturada de intrigas y personajes secundarios y terciarios -, que uno precisa media hora para situarse en dónde estamos y quiénes son estas personas. O es eso, o es ver la Parte 1 media hora antes de ir al cine. ofertas en software de facturacion para empresas de Sistema Isis Pero a pesar de mi lanzamiento compulsivo de piedras, no dejo de reconocer que Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 2 es emocionante. Olvidando el despiste inicial del filme - sabía que Potter tenía que destruir horocruxes, pero ni me acordaba del enano ni del personaje de John Hurt, ni cómo llegaron a ese punto de la historia -, la cosa se encarrila y, por suerte, para bien. Eso no quita que si uno tiene algo de conocimiento cinematográfico comience a notar influencias de todo tipo y color. Harry y sus amigos quedan atrapados en una boveda llena de cacharros que comienzan a clonarse, llenando todo el espacio posible... y uno espera que agarre el intercomunicador y grite "C3PO, sácanos de aquí y apaga el compactador de basura!!"; o los magos armando una defensa con una cúpula de energía, similar al climax de Episodio I: La Amenaza Fantasma; o una batalla masiva y desesperante, en donde los buenos están al borde de la muerte como El Señor de los Anillos: Las Dos Torres. No me quedan dudas que el asedio de Hogwarts es la versión J.K. Rowling del sitio del Abismo de Helm, eso sin mencionar en que Potter - en un momento - se transforma en una especie de clon de Gandalf el blanco (vi luz y subí!). Todo esto no quita que las cosas sean intensas gracias a que David Yates es un director formidable. Las batallas son espectaculares y la acción tiene un gran ritmo. Ralph Fiennes es muy bueno como Voldemort. Hay una enorme cantidad de personajes secundarios de la saga que regresan, ya sea para hacer un cameo o para morir en la batalla de Hogwarts. Los malos van teniendo su merecido por turnos, y la gente aplaude esas victorias. Y si bien el climax es rebuscado - para variar, un personaje secundario termina de sacarle las papas del fuego a Potter & Co -, igual es muy bueno. Considerando que se trata de una serie con 8 filmes en sus hombros, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 2 es una conclusión más que potable. En lo personal creo que la saga tendría que haberse finiquitado hace 3 o 4 películas, pero a J.K. Rowling le costó un Perú hacer los giros correctos para encaminar la serie hasta un final espectacular y aquí lo ha logrado. Aún con todos sus problemas narrativos, Harry Potter y las Reliquias de la Muerte Parte 2 triunfa en lo emocional y contagia su adrenalina; y eso es lo que hace que uno le de carta blanca y mire para el costado cuando sus defectos salen a la luz.
Poderoso drama, aventura de manual La saga llegó a su fin y es hora de hacer un recuento. Las ocho películas de Harry Potter fueron dirigidas por cuatro directores distintos, supusieron la franquicia cinematográfica con mayores ingresos de todos los tiempos, con más de 6.400 millones de dólares recaudados, y acompañaron el crecimiento de niños, adolescentes y jóvenes de todo el mundo a lo largo de la primera década del nuevo siglo. Las dos primeras películas, dirigidas por Chris Columbus, seguramente hayan sido las más sólidas, introducían el universo Potter y marcaban las pautas reconocibles que darían interés a la saga: un reparto británico grandioso y escenas de acción y aventuras bien intercaladas con diálogos casuales, que permitían adhesiones a la historia -aunque los fans de las novelas originales insistimos en que las películas no son la mitad de buenas que los libros-. Para este cronista Harry Potter y la cámara secreta, la segunda, es la mejor de la serie entera, la más intensa y lúgubre, alternativamente simpática y estremecedora. Luego, El prisionero de Azkaban, dirigida por Alfonso Cuarón, a pesar de sus problemas de arritmia y de que los actores protagónicos empezaron a despegarse de las edades de los personajes, fue, para muchos, el momento cúspide de la serie –que igual, en calidad, a años luz de la novela-. El Caliz de fuego, dirigida por Mike Newell, estaba bien pero no lograba grandes momentos de tensión, pese a las oportunidades que daba el guión. A partir de La orden del Fénix el director pasó a ser definitivamente David Yates, un artesano que demostró tener talento para la dirección de actores y para las escenas de transición, pero que no supo dar vuelo imaginativo ni garra a las secuencias de acción. Y esa es una falencia que se mantuvo, como un karma, hasta el final de la serie, jugando en contra de sus siguientes películas (El príncipe mestizo y las dos partes de Las reliquias de la muerte). Este cierre funciona, y muy bien, durante su primera mitad: El colegio Hogwarts ha sido tomado por las fuerzas de Voldemort y el sombrío profesor Snape -hay que tallarle un monumento a Alan Rickman- es el nuevo director del colegio. El Ejército de Dumbledore y La orden del Fénix son los últimos bastiones de resistencia que buscan retomar el control. Una entrada furtiva al banco de Gringotts, un robo y una inmediata evasión tienen la tensión, la inteligencia y el dinamismo necesarios, además de contar con una perfecta Helena Bonham Carter. Luego, atmósferas oscuras y una acumulación de revelaciones, que no ahorran dramatismos, son especialmente contundentes para quienes han seguido la sumatoria de desventuras vitales que aquejan desde un comienzo a Harry. Yates es mucho mejor haciendo uso del suspenso y de los climas que a la hora de filmar enfrentamientos y masacres, y el esperado duelo final está resuelto rutinariamente y sin el vuelo formal e imaginativo que todos esperábamos. La pareja Harry-Ginny carece de química, las muertes aparecen fuera de plano y no hay detenimiento en ellas, y no se dan explicaciones para una curiosa resurrección –a partir de la cual decae además el ritmo general-. En definitiva, como drama, esta película funcionaría de maravillas. Como despliegue espectacular y de aventuras, trastabilla demasiado.
Magia Épica Harry Potter and the Deathly Hallows: Part II, es el tan esperado final de la saga que adaptó al cine la obra literaria de la escritora J.K. Rowling, que en sus comienzos dormía en su auto y apenas llegaba a fin de mes... Hoy es una de la mujeres más ricas del mundo, y no es para menos, ya que creó un ICONO que traspasó generaciones, logrando que la pasión por las aventuras del joven mago sea compartida hoy en día tanto por personas de 30 años como por niños de 10 años. La saga de Potter hechizó a un público que le fue fiel durante 10 años, instalando un fanatismo del cual me siento parte, por lo que la crítica seguramente esté cargada de cierta subjetividad, aunque voy a hacer mi mayor esfuerzo para sea lo más objetiva posible. En 1er lugar quiero resaltar la visión de David Yates, un director que supo interpretar muy bien la obra de Rowling, entregándonos desde "La Orden del Fénix" imágenes increíbles, con una estética oscura, adulta y que logró captar el camino del joven mago hacia su destino final. Con el cierre de la saga realmente se lució en los aspectos técnicos de dirección ofreciendo planos y escenas fantásticamente logradas. Es mérito también de Yates, la conducción sobre los 3 protagonistas que crecieron mucho en la interpretación, adueñándose de sus personajes, sobre todo Daniel Radcliffe que se comió el papel de Harry Potter. El resto del cast cumple de manera respetable con su trabajo, resaltando las actuaciones de Ralph Fiennes y Alan Rickman (que nos dio un Snape perfecto). De la historia no vale mucho la pena hablar en esta crítica, ya que los lectores y los fans de la saga cinematográfica la conocen muy bien, y si son primerizos en la dimensión Potter o no han visto la mayoría de los films, no entenderán nada de todas maneras aunque haga un gran esfuerzo debido a la complejidad de la trama. La conclusión es épica, la amistad es el gran triunfo Rowling, los miedos y las alegrías de los adolescentes el gran motor de una historia que quedará en el corazón de muchos. Un aspecto que me desilusionó un poco la verdad, tiene que ver con la rapidez con que se cierran algunos acontecimientos que deberían haber sido más desgarradores, más emotivos y más dramáticos, dándole espacio a muchísimas explicaciones y diálogos que tal vez son mejor dejarlos que el espectador los moldee solo. Quizás es el estilo británico, un poco frío y duro que no da mucho lugar a los sentimientos, pero me quedé con la sensación de que la muerte de Cedric Diggory en "El Cáliz del Fuego" me golpeó de una manera que no pude experimentar en las "Reliquias de la Muerte", y eso que Robert Pattinson no me agrada para nada. La "muerte" en entregas anteriores tiene una carga emotiva, que por la velocidad de esta última película se termina perdiendo un poco. En "El Retorno del Rey", cierre del Señor de los Anillos, recuerdo haber terminado con una sensación que combinaba alegría con tristeza, vértigo con satisfacción, y en este caso me quedé un poquito corto. Creo de todas maneras que Harry Potter y las Reliquias de la Muerte: Parte II es una conclusión que en general no va a decepcionar a los seguidores, que otorga muchas complacencias a las imágenes mentales de sus fans y que presenta el fin de un mundo mágico que compartió el crecimiento de un enorme número de muggles que se van melancólicos pero agradecidos como pocos.
CHAU, HP Fea la adolescencia. No sabemos quiénes somos y todo se reduce a una búsqueda caótica de personalidad. Uno imita maniquíes sociales para no andar despistado. Eso pasó con la saga de HP: ni una pizca de autenticidad o franqueza apenas empezó su pubertad. Y cuando terminó la adolescencia, terminaron las películas. O sea que nuestro único legado son salchichas cinematográficas teenager procesadas por un estudio de marketing. HP despliega un mundo de cañitas voladoras donde los magos piensan con la misma pelotudez que cualquier muggle. ¿Qué onda? ¡Hacen magia! ¡Rompen las leyes de la física! ¡Ridiculizan la ciencia! ¡Escupen sobre la tradición del pensamiento occidental! ¿Por qué en Hogwarts se preocupan por una carrera para cazar escarabajos? ¿Por qué alumnos y profesores son absorbidos por la lógica de winners and lossers? ¿Por qué esa rigidez moral? ¿Por qué los alumnos son archivados en diferentes escuelas según su espíritu o lo que sea? Hogwarts se parece a una escuela del Opus Dei. ¡Son magos! ¿Por qué no leen a Nietzsche? Si a mí me revelan que la magia existe y puedo reconfigurar el mundo usándola, se trastorna mi sistema de valores. Grave: las películas de HP son malas. Los libros son malos. El proceso de adaptación es malo. Nadie entendió que el cine articula otros focos enuncivos para dar información y entonces diseñaron un método pobre: escena movida seguida de escena dialogada para esclarecer el panorama y pasar a otra escena movida. Ahí tenemos una adaptación fiel… Habría más adrenalina con Maggie Smith delante de cámara leyéndonos el libro. HP es un maleficio para el cine. Cada acción se desarrolla mecánicamente y sin equilibrio dramático. Filman con la misma vagancia escenas de transición y escenas claves. A Helena Bonham Carter la matan en 20 segundos y la cámara pasa a otra cosa, apurada por cumplir compromisos narrativos. ¿Qué les pasa? Construyen un personaje y con el mayor anticlímax lo matan. Situaciones fundamentales como la agonía de Alan Rickman se plantea en un insípido plano y contraplano. Cero poesía, cero ingenio para una puesta de cámara. Ralph Fiennes parece tener 15 años. Hay un momento en donde sus amigotes tienen que hacerle corito como los reidores de una sitcom para que se sienta seguro. También me quedé pasmado ante un plano secuencia en donde Daniel Radcliffe hace, literalmente, un striptease homoerótico junto al gordito pelirrojo. Y ese gran beso que todos esperaban tiene la misma pasión que el saludo a una tía abuela en su cumpleaños 80. Este encastre robótico de acontecimientos demuestra que es una película insegura, incapaz de decidir qué es lo importante para ella como obra artística. Al final-final, testimoniamos a través de un primer plano de Daniel Radcliffe envejecido digitalmente, cómo su hijito es enviado al matadero de Hogwarts para que repita la historia. Funde a negro y una orquesta interpreta a John Williams. La majestuosidad de esta música compuesta en 2001 combinada con la taradez de lo visto en los últimos 5 años te hace pensar en lo que HP pudo haber sido. ¿Por qué no? En su plan de producción era jugado: secuestran niños y los esclavizan durante 10 años, así divierten en tiempo real a una generación. Ficción y reality; “crecer con HP”. Esta idea, sin embargo, se pudrió cuando los ejecutivos olvidaron que habían películas de por medio. Columbus fue coherente tomándose el palo apenas intuyó que la adolescencia llegaba a la Warner. Si esta histeria por la taquilla reactiva la saga, por favor que tome las riendas Gaspar Noé y nos cuente cómo HP se divorcia y combate su adicción a las pócimas mágicas.
FINITE INCANTATEM Los avances la describían como “La épica conclusión del fenómeno mundial”. Sus productores hablaban de ella como “una película de guerra”. El director David Yates la definió como “una gran opera”. Sí, HARRY POTTER Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE: PARTE 2 (2011) es todo eso, pero también mucho más. Para algunos es una despedida de su niñez y del enternecedor mundo que J.K. Rowling creó hace catorce años. Para otros es simplemente el final de la saga más mágica de todos los tiempos. De una u otra manera, todo termina en esta octava película de la franquicia en la que los inseparables Harry (Daniel Radcliffe), Ron (Rupert Grint) y Hermione (Emma Watson) tienen la misión de destruir los horrocruxes faltantes, las partes del alma de Lord Voldemort (Ralph Fiennes) que él escondió en diferentes objetos. Pero el destino los llevará de vuelta al lugar donde todo comenzó: a Hogwarts. Allí deberán enfrentarse cara a cara contra el Innombrable y su ejército de malvado Mortífagos, en la guerra final que decidirá el destino del mundo. Las luces se apagan y vemos a Voldemort obteniendo la Varita de Sauco - una varita invencible y una de las tres Reliquias de la Muerte - de la tumba de Dumbledore. De ahí pasamos a Hogwarts custodiada por Dementores, a una escenita lúgubre pero sencillamente perfecta que resalta esa alegoría dictatorial constante que ahora se presenta con los alumnos caminando alineados mientras Severus Snape (Alan Rickman), el nuevo director, los observa desde lo alto. Fundido negro y vemos el nombre del protagonista flotando por última vez entre nubes grises. Así comienza el evento cinematográfico más importante del año y la gran ceremonia de cierre para toda una generación. Después de la anticlimática primera parte, el estudio decidió entregar un genuino final para esta saga que, como tal, es puramente autorreferencial, emotivo y concluyente. Completamente alejada del tono de aventura infantil de las primeras películas y de las narraciones que abarcaban un largo periodo de tiempo, LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE: PARTE 2 es un oscuro pero satisfactorio film que cuenta los trágicos y épicos eventos que transcurren, casi en su totalidad, en una noche. Esto, que le aporta un exquisito clima de tensión constante, es simplemente el resultado de la sabia decisión tomada por Warner Bros. de dividir el último libro en dos. Y después de descartar eficazmente todo lo sucedido en la primera parte, los realizadores dejaron para el final solo la irrupción en Gringgots y la batalla en Hogwarts. El problema es que se concentraron solamente en esta última y, sumándole el hecho de que esta es la segunda parte de una película entera, el film no empieza con fuerza - así como la entrega anterior tampoco tenía un final propiamente dicho -. Consecuencia: El regreso al banco de los magos está desaprovechado, pasa rápido y sin sobresaltos y, de no ser por el dragón que custodia las bóvedas (el único momento en que el 3D es apreciado), casi nada en esta secuencia valdría la pena. Casi como si los realizadores creyeran que la Batalla de Hogwarts era la única forma de sostener el film, el guión se apresura lo más que puede para llegar al castillo y eso hace que la narración tambalea. Claro que, al llegar allí, es otra cosa. No sé si fue gracias al gran presupuesto que tuvo o a un crecimiento en sus labores como director, pero David Yates - un inglés que venía de filmar cortometrajes, series y películas para Tv - supo plasmar a la perfección la épica guerra final, otra vez con la ayuda de la fotografía de Eduardo Serra y la banda sonora de Alexandre Desplat - quien en más de una ocasión nos remite a las partituras de John Williams -. El clima de desesperación y miedo, la destrucción del castillo, los constantes duelos y toda la acción son llevados muy eficazmente a la pantalla y, visualmente, toda la secuencia es impactante. Narrativamente también funciona, pero no como los que leyeron el libro esperaban. Si bien es una adaptación y ciertas cosas pueden dejarse de lado, la película desaprovecha enormemente momentos de alto contenido dramático y no trata algunas escenas o las muertes de varios personajes con el debido respeto. Sí, LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE: PARTE 2 es muy emotiva, pero no lo suficiente tratándose del final. En cuanto a su guión, este es sólido en general y cuanta con una bien trabajada progresión narrativa y buenos diálogos. Dejando de lado el dudoso comienzo, la narración se sostiene sin problemas manteniendo al espectador muy entretenido. Claro que este es una cinta mucho menos arriesgada que la anterior. En LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE: PARTE 1, Yates tuvo que ingeniárselas para interesar a los espectadores contando solo con los tres jóvenes magos caminando, escondiéndose, esperando, peleándose y buscando horrocruxes. El resultado fue uno de las mejores entregas de la saga. Aquí tenía todo lo contrario pero, rara y lamentablemente, esta segunda parte de no logra superar a su predecesora, ni tampoco a las otras dos mejores películas de la franquicia: HARRY POTTTER Y EL PRISIONERO DE AZKABAN (2004) y HARRY POTTER Y EL CALIZ DE FUEGO (2005), en mi opinión ¿Por qué? Tal vez sea por el hecho de que tiene más acción que historia, por la falta de emoción que mencioné anteriormente o por ciertas falencias u información omitida que su guión no supo adaptar al tratarse de un proyecto de semejante envergadura - ¿Cómo llega Luna al castillo? ¿Cuándo lo toman prisionero a Hagrid? ¿Cómo sabe Harry que es Rowena Revenclaw la que ve en su visión? ¿Desde cuándo tiene Lupin un hijo?, etc. - De todas formas, tanto los fanáticos de los libros como los espectadores habituales disfrutarán por igual de este final. Quienes de seguro no lo harán son aquellos que nunca antes vieron una de Potter, ya que LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE: PARTE 2 está constantemente haciendo referencia a los films previos. Primero que nada, para verla y entenderla, es obligatorio haber visto la entrega anterior porque aquí no se toman la molestia de explicar nada. También nos lleva de vuelta a lugares como Gringotts o la Cámara Secreta; nos devuelve personajes como Sirius, Cho Chang, Ollivander y los duendecillos de Cornualles; y hasta nos muestra nuevamente escenas de toda la saga, incluyendo la noche en que Voldemort le hizo a Harry su cicatriz. Es nostalgia pura que los no conocedores no sabrán apreciar y que podría llegar a frustrarlos. Lo más interesante de este final es que se sostiene sobre tres personajes claves. Uno es Harry, por supuesto, interpretado por un Daniel Radcliffe ya lo suficientemente creíble. Otro es Voldemort, a cargo de Ralph Fiennes, quien brinda una interpretación sobresaliente y espeluznante, logrando mostrar un lado hasta ahora desconocido: la fragilidad del ser humano que su personaje esconde dentro y esos momentos en que se da cuenta de la destrucción de sus horrocruxes o en que celebra la “muerte” de su archienemigo - con una risa malévola, una bailecito y un intento de abrazo a Draco Malfoy - son fascinantes y los mejores ejemplos de esto. No hay duda que Vodemort es uno de los mejores villanos que dio el cine y que Fiennes, un excelente actor. Pero el personaje más conmovedor, interesante y mejor interpretado es, sin duda, Severus Snape. Alan Rickman conmovió a todos ante la enternecedora revelación final que, para muchos, es la mejor secuencia que tiene esta cinta y que le da un giro inesperado a toda la saga, develando de paso algunos de los misterios que habían quedado en el camino. El resto de este importante elenco británico hace lo suyo por última vez y casi todos sus personajes tienen su momento. El discurso de Neville (Matt Lewis), el duelo de Bellatrix Lestrange (Helena Bonham Carter) contra Molly Weasley (Julie Walters), el de la Profesora McGonagall (Maggie Smith) contra Snape, la huida de los Malfoy (Tom Felton, Jason Isaacs y Helen McCrory), la reaparición de Sirius Black (Gary Oldman) y los otros en el Bosque Prohibido, la última charla con Dumbledore (Michael Gambon) y más, son algunas de las inolvidables escenas que componen esta última parte. Con algunos cambios mínimos en relación al libro - unos para bien, otros para mal -, HARRY POTTER Y LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE: PARTE 2 es un gran final para una gran saga. Si bien podría haber sido mucho mejor, este le otorga a los fanáticos todo lo que querían ver. Hay beso entre Ron y Hermione, ahora mucho más íntimo y romántico porque, al ser una película, no es necesaria la presencia ni el punto de vista de Harry. Hay un último enfrentamiento con aquel que no debe ser nombrado, violento y duro, que nos lleva por todo el castillo en lugar de quedarse atascado en el Gran Salón. Pero, sobre todo… hay un final feliz. Si bien la conclusión de la Batalla de Hogwarts es mucho menos explicativa y festiva de lo que esperábamos - uno de los cambios para mal en relación al libro -, ver al trio protagonista parado de espaldas a Hogwarts y con el futuro por delante, nos llena de alegría. Diecinueve años después estamos de vuelta en la estación King’s Cross y, aunque los maquillajes de adultos no terminan de convencer, todo está bien. Así concluye la franquicia creada hace más de una década por la novelista J.K. Rowling, quien supo capturar los corazones de lectores y espectadores en todo el mundo, con una historia sobre la magia, el amor, la amistad, la familia, el honor, la valentía, la lealtad y la bondad en todos nosotros. Toda una generación que se despide de esos personajes que llegaron a amar. Aquellos que soñaron con algún día recibir una carta de Hogwarts, aquellos que usaron alguna vez una túnica, aquellos que agitaron lápices y ramas intentando conjurar un Patronus y aquellos que montaron escobas queriendo jugar al Quidditch. Esos que saben que el último enemigo en ser derrotado es la muerte y esos que creen que la magia es amor y no poder. Los que defendieron la Piedra y encontraron la Cámara; los que liberaron al Prisionero y fueron escogidos por el Cáliz; los que pelearon junto a la Orden, aprendieron del Príncipe y dominaron las Reliquias. Toda una generación que se despide para siempre de Harry Potter, el niño que vivió y que ahora vive por siempre. Los niños se hacen adultos, los villanos caen y los héroes se vuelven leyenda.
AudioComentario (ver link).
La popular saga que ha sumado ocho películas, fieles adaptaciones de los libros de J. K. Rowling, seguidas con fervor por legiones de fanáticos, llega a su fin. Las fuerzas del Bien y el Mal se enfrentan en una batalla definitiva y Harry Potter será el encargado de protagonizarla para recuperar la luz en ese espacio de tinieblas sembrado por Lord Voldemort. Los días de aprendizaje en la Escuela Hogwarts han quedado atrás. También , las contiendas entre estudiantes y los romances juveniles. Ahora habrá que jugar a todo o nada. Pactar alianzas y enfrentar lo que venga. El Relicario de la Muerte contiene una varita mágica que todo lo puede, una capa que volverá invisible a quien se la ponga y una piedra que alberga la resurrección. Para alcanzar estas maravillas, habrá que lidiar con dragones que escupen fuego y demás calamidades, siempre en escenarios góticos cargados de presagios.
Todos los que se habían quejado de que la primera parte de esta larga adaptación era muy tranquila y pachorra con esta entrega van a estar de parabienes. Acá David Yates y todo su equipo ponen la carne en el asador y brindan secuencias de acción y machaca una detrás de otra, el ritmo nunca decae y mantiene muy bien la sensación de épica y desastre que amerita la situación, ese sentimiento de acá se acaba todo y tiramos el mundo por la ventana. Más allá de que uno se encariño con los personajes, espero que J. K. Rowling nunca ceda a la tentación de escribir un octavo libro porque la verdad que no queda nada sin explicar ni punta copada a desarrollar, todo tiene un cierre con moño y ya sea para bien o para mal, es un final definitivo para la historia. Volviendo a la peli, el guión se ocupa rápido de la única situación colgada del film anterior (la entrada al banco de Gringotts) y salta a lo que todos esperábamos, el regreso a Hogwarts y los personajes secundarios habituales que en la entrega anterior ni cortaron ni pincharon. Como en todas las pelis el tiempo es tirano y solo algunos de estos personajes pueden lucirse; por ejemplo, mientras McGonagall (la gran Maggie Smith) pela mucha chapa, otros personajes importantes como Hagrid o la adivina Trelawney apenas aparecen de fondo. Estas "excepciones" eran de esperarse en un film con tantos personajes y solo tres protagonistas pero me sigue pareciendo increíble y algo vergonzoso como logran que actorazos como Emma Thompson, Jim Broadbent o Gary Oldman acepten aparecer solo por segundos o incluso sin dialogo. En cuanto al guión con respeto a la novela, hay secuencias omitidas (poco relevantes) y algunos momentos acelerados (en particular la explicación del pasado de Snape que en el libro es una larga secuencia que ocupa todo un capitulo) pero en general de lo que recuerdo de la lectura esta casi todo lo importante; ajustado a los tiempos y ritmos que exige un blockbuster pochoclero de Hollywood, eso sí, pero con una sana intención de no descuidar a los personajes (ni a los fans) para mostrar grandes escenas de batallas. A fin de cuentas, se puede decir que la decisión de dividir el libro en 2 partes fue acertada y quedo una adaptación mucho más fiel y lograda que las de otras entregas (los destrozos hechos con el tercer y sexto libro son las primeros que me vienen a la mente) Buena historia, actuaciones (incluso los "chicos" protagonistas si bien son medios maderas a esta altura uno se encariño con ellos y no se imagina otros actores interpretándolos) y efectos para lograr un producto entretenido que dudo que defraude al fan de los libros ni al espectador ocasional. Un buen cierre cinematográfico.