En un punto, Jason Bourne (Matt Damon) se convirtió en el espía ideal post 11/9. El cine moderno necesitaba más de sus aventuras que las del 007, una historia más violenta, cruda y con villanos más reales que los que ostenta la creación de Ian Fleming. “Bourne: El Ultimátum” (The Bourne Ultimatum, 2007) fue la última entrega protagonizada por el desmemoriado agente de la CIA, pero Damon y el director Paul Greengrass decidieron volver a las andadas, tal vez, para darle un final definitivo a esta saga de súper acción. Esto del punto final está por verse, ya que si los números acompañan, Jason podría seguir haciendo de las suyas, aunque ya no haya tanta historia para contar. Ahí reside el gran problema de “Jason Bourne” (2016) que, en cuanto a su trama, se encuentra a años luz de aquella primera e intrincada película –“Identidad Desconocida” (The Bourne Identity, 2002)- donde empezábamos a descubrir la punta del iceberg y todos los chanchullos del gobierno yanqui y su “programa” Treadstone. Los súpersoldados parecen haber quedado en el pasado, pero Bourne no puede soltar, al menos sus malos recuerdos. Pronto vuelve a la cacería, cuando Nicky Parsons (Julia Stiles) lo contacta y le pasa información sobre la creación del proyecto que le dio vida y la estrecha relación que esto tenía con su padre Richard Webb. No olvidemos que el verdadero nombre de Jason es David Webb y que fue un voluntarioso espécimen para Treadstone. Ahora, alejado del mundo, se dedica a ganarse la vida peleando a puño limpio y a no levantar la perdiz para llamar la atención de la CIA que, crease o no, todavía lo sigue buscando. El nuevo objetivo de Bourne resulta ser Robert Dewey (Tommy Lee Jones), director de la Agencia de Inteligencia, y uno de sus más fieles agentes interpretado por Vincent Cassel. En la vereda de enfrente se encuentra Heather Lee (Alicia Vikander), la joven y entusiasma operativa, capaz de encontrar la aguja en el pajar, cuya alternativa es sumar a Jason de vuelta a las filas en vez de eliminarlo por completo. Este es el hilo conductor de la nueva entrega de la franquicia, y no esperen mucho más. La vuelta de la dupla Damon-Greengrass es sencilla y concisa, aunque se guarda algunos giros bajo la manga. Obviamente, el nuevo programa (en cuestión) de la CIA tiene que ver con la supervigilancia, y así el personaje creado por Robert Ludlum se cuela en temas más actuales como Snowden y las redes “libres” de interferencias gubernamentales. Greengrass aprovecha a insertar a su personaje en medio de trifulcas sociopolíticas, monopolios tecnológicos y encubrimientos del gobierno, lo pasea por el mundo desde Grecia hasta Las Vegas, y despliega todo lo que sabe en materia de acción, persecuciones y peleas cuerpo a cuerpo. Es Jason Bourne en un 100%, pero esto ya no nos alcanza para llenar dos horas de película. En medio de este tour internacional llega el tedio, y la resolución del tercer acto no aporta tanto como uno quisiera. Lo mejor sigue siendo Damon, aunque acá parece más un fantasma. Un actor secundario que llega cuando la trama más lo necesita, aunque su escueta participación nos deja un gustito a poco. Alicia Vikander le da una nueva perspectiva a este asunto, y Jones se pone en la piel del “villano” que defiende los intereses del país que ya tanto conocemos y no sorprende a nadie. En definitiva, “Jason Bourne” es para el amante de la acción sin respiro, pero no le pidan las sutilezas y entramados narrativos de las primeras entregas. Esta vez sólo quedan las piñas y patadas, el espionaje se lo dejamos para James Bond.
Vigilancia e inconformismo. Y pensar que hubo una época no tan lejana en la que no dábamos ni una mísera moneda por lo que podría ofrecer Matt Damon en términos de “presencia” en una película de acción. La prueba irrefutable de lo contrario vino de la mano de los tres primeros capítulos de la saga del agente amnésico Jason Bourne, una verdadera máquina de matar ex colegas fascistas de la CIA: el personaje creado por Robert Ludlum fue la punta de lanza de una reconstitución progresiva -hacia el realismo seco de izquierda- de todos los thrillers hollywoodenses de espionaje y sus homólogos del resto del globo. La mejoría de film a film fue más que sustancial gracias a la extraordinaria intervención de Paul Greengrass a partir del segundo eslabón, el cual nos llevó de improviso a la obra maestra Bourne: El Ultimátum (The Bourne Ultimatum, 2007), el tercer opus de la serie y segundo del dúo Damon/ Greengrass. Hoy estamos ante la quinta parte de la franquicia -contando la historia paralela que entregó la digna El Legado Bourne (The Bourne Legacy, 2012)- y si bien el resultado está a la altura de las expectativas, a decir verdad no llega a superar a Bourne: El Ultimátum, lo que aun así deriva en una epopeya excelente para lo que suele ser el estándar masivo actual. Greengrass, ahora guionista además de director, continúa empardando su desempeño con el de otros próceres del cine testimonial como Costa-Gavras y Gillo Pontecorvo, ya que gusta de hacer una lectura de alto voltaje político en sintonía con aquellas gestas en las que se denunciaba la hipocresía, impunidad y abusos de las potencias imperiales. Bourne, al igual que el Jack Bauer de Kiefer Sutherland de 24, sigue siendo la metáfora perfecta de las paradojas y los frutos desastrosos del accionar demagógico de los servicios de inteligencia. Dicho de otro modo, la propuesta en cuestión vuelve a explotar con astucia la fábula del homicida condicionado a obedecer que se rebela contra sus “amos” y desata un infierno para las instituciones y sus esbirros. El relato gira alrededor de dos ejes principales: por un lado el intento de desenmascarar las operaciones encubiertas de la CIA por parte de una reaparecida Nicky Parsons (Julia Stiles), y por el otro la posibilidad de que Aaron Kalloor (Riz Ahmed), un gurú de las redes sociales financiado por la agencia, destape la olla del trabajo en conjunto y de un programa secreto orientado a la migración de información al banco de datos del gobierno. Por supuesto que ambas líneas narrativas confluyen en la imperante necesidad del protagonista, ahora un témpano de hielo, de descubrir/ recordar las circunstancias en torno a su reclutamiento, lo que trae a colación el papel que jugó su padre. Mientras que James Bond casi siempre funcionó como un exponente de la romantización kitsch del microcosmos de los espías y el chantaje internacional, Bourne en cambio puso el acento en los rasgos quirúrgicos de las misiones y la falta total de escrúpulos de los jerarcas, constantemente propensos al fusilamiento -y la tapadera posterior- ante cualquier eventualidad que se presente (Ludlum ofrecía una versión discreta de la ambigüedad moral de los personajes de John le Carré y los seres escindidos de Patricia Highsmith). En este sentido, la despersonalización y el desapego de los villanos siempre fue un componente esencial de la saga, por lo que no se puede más que agradecer el trío de rufianes que hoy nos acerca Greengrass: Tommy Lee Jones como el director de la CIA, Alicia Vikander en el rol de la jefa de la división cibernética y Vincent Cassel como el sicario abyecto de turno. En Jason Bourne (2016) se destacan asimismo las secuencias cruciales de acción, las de Atenas y Las Vegas, dos prodigios de destreza técnica a la altura del desenlace en Moscú de La Supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y las famosas escenas de Tánger y New York de Bourne: El Ultimátum. De todas formas, el poderío de la película vuelve a residir en un guión muy compacto y una retórica que transmite con facilidad su mensaje de desconfianza absoluta para con el discurso chauvinista norteamericano y los loros patéticos que lo reproducen desde distintas atalayas del Estado, la industria cultural y los medios de comunicación. Lejos del plástico visual modelo CGI, la verborragia barata de las one-liners, el militarismo símil década del 80 y esa ideología de la “no ideología”, todas estrategias del Hollywood contemporáneo para dejar contento al grueso de un público cada vez más idiotizado e insensible; el film propone una montaña rusa inconformista que se mete con la privacidad/ vigilancia en los tiempos digitales, apabullando de principio a fin…
El último gran héroe Con los regresos de Matt Damon en el papel protagónico y de Paul Greengrass en la dirección, la quinta entrega de la saga recupera -tras la fallida cuarta parte rodada en 2012 por Tony Gilroy con Jeremy Renner- la fórmula que la llevó al éxito: un actor convincente y un realizador con oficio que apuesta al vértigo, el suspenso y la tensión. Aunque el guión por momentos resulta bastante elemental, la propuesta es tan básica como eficaz: acción en estado puro. Jason Bourne es la tercera colaboración entre el director inglés y Matt Damon luego de rechazar la propuesta en 2011 por diferencias entre Greengrass y Universal. De allí nace el proyecto de El legado Bourne, protagonizada por Jeremy Renner y escrita y filmada por Tony Gilroy. Pero, claro, en una era donde las reboots y las secuelas son la regla, era imposible que Bourne no regresara dado el impecable trabajo realizado en las últimas dos películas que habían hecho juntos Greengrass y Damon. En ellas existía un equilibrio entre la historia y la acción, algo que no sucede en esta nueva entrega, donde la trama principal se siente bastante forzada. De todas maneras, se trata de una digna vuleta del último gran héroe de acción de Hollywood. Con la intención de recuperar su pasado, Jason Bourne descubrió que había sido reclutado por la CIA para modificar el comportamiento humano y convertirlo en un asesino profesional; frío, calculador y sin sentimientos. Luego de exponer al departamento de la CIA como responsable de su amnesia y recobrar su verdadero nombre -David Webb-, el personaje de Matt Damon decide, luego de tres películas, esconderse en el anonimato. Pero siempre hay cosas que valen la pena: cruzar todo el mundo, romper autos, demoler edificios y engañar a los hackers más eficientes del planeta. Jason Bourne comienza en Reikiavik, Islandia, cuando Nicky Parsons (Julia Stiles), una ex agente del gobierno que ya estuvo conectada con el protagonista, hackeó los archivos de operaciones secretas de la CIA para exponer todo lo que podía encontrar, incluyendo el proyecto Treadstone, al que Bourne pertenecía. Heather Lee (Alicia Vikander), analista de la CIA, es la encargada de neutralizar esta intromisión. Al no poder evitar el robo de los datos, introduce un virus de rastreo y le informa lo sucedido a su jefe, el director Dewey (Tommy Lee Jones). La joven, no conforme con su accionar, se obsesiona con Parsons y Bourne, y queda a cargo de la captura de los dos, vivos o muertos. Luego de sobrevivir a una intensa persecución en medio de una protesta social en Atenas, Bourne decide descubrir aún más sobre su pasado, esta vez relacionado a la identidad de su padre, Richard Webb, que hasta aquí nunca había sido mencionado. Como no podía ser de otra manera, el parco Dewey da aviso a un agente activo con las mismas habilidades de Bourne para que se sume a la cacería. Interpretado por el siempre correcto Vincent Cassel, el gran poder narrativo que posee Greengrass entra en acción. Hasta aquí, todos los elementos del éxito que significó la saga se repiten: un nuevo secreto es revelado, el personaje de Matt Damon decide investigar a partir de aquella pista, un jefe de la CIA patriota y amargado, y un agente activo en persecución. Pero eso no es todo. El gerente de una empresa de aplicaciones móviles, Aaron Kalloor (Riz Ahmed), está a punto de develar un nuevo software que le permitirá tener acceso a todos los datos privados de millones de usuarios alrededor del mundo. Dewey, interesado en los beneficios de esta aplicación para su agencia, decide apoderarse de la misma. Como bien se mencionó antes el argumento es una simple excusa para llevar a cabo esta nueva secuela, luego de la fallida e innecesaria El legado Bourne. En esta oportunidad, a Treadstone, Blackbriar y Outcome, se suma Ironhand, la nueva operación que Bourne debe desmantelar. Sí, en algunos pocos momentos se siente como una película que forma parte de la larga lista de secuelas realizadas sólo para vender entradas y exprimir la franquicia lo más que se pueda, pero finalmente no es el caso. Luego de la recomendable Capitán Phillips (2013), Greengrass decide reunirse con Matt Damon para realizar esta obra cinematográfica que repite una fórmula exitosa, plausible, pero con un estilo más salvaje, inquieto y, como siempre, con sesgo documentalista que caracteriza al director de Vuelo 93 (2007). Esta vez sin Tony Gilroy como guionista, la película se siente un poco desbalanceada. Cabe recordar que las mejores películas de la franquicia fueron con Greengrass en la dirección y Gilroy en la escritura. En este caso, los personajes se vuelven esquivos al espectador, todo el tiempo involucrados en alguna persecución, investigación o elucubrando algún plan para vencer al enemigo. Es este punto es donde la película flaquea en mayor medida. Pese a la falta de acercamiento y profundización de los personajes, Tommy Lee Jones, Vincent Cassel y, en menor medida, Riz Ahmed, logran buenos trabajos en su paso por la saga, sobre todo en el caso del actor francés de El cisne negro (2010). Alicia Vikander también es una de las caras nuevas del universo de Bourne. Excelente en su interpretción, la actriz de Ex Machina (2015) reafirma por qué es una de las más solicitadas de Hollywood en la actualidad. Su personaje, Heather Lee, es tan indescifrable como hermosa y nunca se logra identificar la naturaleza de sus acciones. Las últimas escenas de la película la convierten en la gran protagonista. Imposible no mencionar el trabajo de Christopher Rouse, fiel editor de Greengrass y quien mejor entiende la dinámica del cineasta inglés. Las escenas en la plaza Syntagma de Atenas o la persecución en Las Vegas tienen un nivel de detalle y velocidad que deslumbrará a los espectadores. Bueno, no sé si a todos, conmigo lo logró. Tan delirantes como realistas, la cantidad de cortes y empalmes sorprenden al ver el resultado. Además, Rouse oficia de guionista, por lo cual explica un poco el nivel de precisión al montar el corte final. Sin dudas, el tándem actor-director marcó un punto de quiebre en la estética y la narración del cine de acción de Hollywood, gracias a la puesta en escena y el trabajo con el sonido que caracteriza a la saga. La desenfrenada dirección de Greengrass y el personaje de Matt Damon quedarán por siempre en la memoria de todos. Un "legado" que difícilmente pueda retomar otro actor o replicar otro realizador. Por eso, y pese a la merma de calidad en cuanto al argumento, Jason Bourne sigue siendo una gran elección para disfrutar en las salas, sobre todo en aquellas donde el sonido hace vibrar y saltar de la butaca.
El anti-todo. Jason Bourne, desde lo formal, se asemeja a un corazón zarpado de gira, pasado de anfetamina. “¡La felicidad no me alcanza, exijo euforia!”, decía Calvin en una tira de Calvin y Hobbes del enorme Bill Watterson; y a esta quinta entrega de la saga, tal vez un poco como a la mejor película del 2015, Mad Max: Furia en el Camino, la felicidad (las decisiones del héroe) no le alcanza, exige euforia, intensidad, descontrol. Los planos de los primeros cuarenta minutos de la película van cambiando a cada segundo (o menos), acompañados de un movimiento de cámara frenético que ya había utilizado Greengrass en La Supremacía de Bourne y en Bourne: El Ultimátum, pero sin extenderlos tanto como en ésta. Ese yeite para las escenas de acción aporta la euforia que busca el director y que buscan también muchos espectadores. Por suerte, a pesar de la edición cocainómana y la extensión ad infinitum de las escenas de persecuciones, lo que vemos en pantalla se entiende, y las peleas tal vez sean de las mejores del cine de acción contemporáneo, al menos si pensamos en las peleas cuerpo a cuerpo desde el verosímil que se propone según la lógica de muchos thrillers. Lo mejor de Jason Bourne es que logra unir la sofisticación de la técnica con una trama que logra interesar desde lo narrativo, desde el suspenso, algo que no suelen lograr los tanques actuales diseñados para la horda de nerds consumistas/ fetichistas. En cuanto a lo ideológico, hay una diferencia notable si la comparamos con la mencionada Mad Max: Furia en el Camino (recordemos que la comparación surge a partir de que ambas buscan, además de la acción, la intensidad), y es que no hay acá una historia de liberación a través de la utilización de la violencia, sino un héroe que -como en aquella- también escapa de su pasado pero con la moral del anti-todo (esa posición fácil del rebelde, en contraposición al revolucionario y su pro-causa) en un thriller que, a diferencia de lo que propone su cáscara, es más paranoico-conspirativo que político, al revés de lo que sucedía en Mad Max: Furia en el Camino, una película mucho más política y subversiva que lo que anunciaba su envase. En una escena, Jason Bourne se encuentra con un hacker que le dice que ambos luchan contra el poder de las instituciones corruptas, a lo que el héroe contesta que él no está de su lado. Porque Bourne no está en contra de la CIA ni del statu quo, de hecho hasta piensa en volver a formar parte de la agencia; Bourne está en contra de los tipos malos (el villano acá es una cara arrugada y fenomenal de Tommy Lee Jones). La idea que sobrevuela es que las instituciones fallan por las malas semillas; no hay en Jason Bourne un cuestionamiento a los servicios de inteligencia sino una infantil crítica maniqueísta desde el individualismo más rancio. Bourne, además de rebelde, es un pobre pibe que perdió a papá (que era bueno, eh, que quede claro, porque como dice el más acrítico sentido común: hay vigilantes buenos y vigilantes malos) y que fue un asesino despiadado no por convicción sino por la persuasión de los malvados. Bourne, por todo ello, es el máximo exponente del anti-todo inmaculado, en un thriller filopolítico articulado desde la antipolítica.
La trilogía Bourne cambio la forma en que las películas de acción y espionaje son hechas. Antes teníamos apenas a James Bond con su charme, lindas mujeres, aparatos tecnológicos y mucho estilo. Cuando vino el primer Bourne, vimos un agente totalmente distinto, al contrario, sin ningún glamour, con escenas de acción crudas y brutales, con la cámara siempre llevando al espectador dentro de la acción; el suceso fue tan grande que hasta Bond tuvo que adaptarse cuando Daniel Craig asumió el personaje, y con eso otras películas de acción tuvieron que seguir su estilo. Realmente una marca en el género. Ahora tenemos la cuarta entrega, (si cuarta porque la anterior derivada El Legado Bourne, no cuenta), que trae al equipo que hizo de Bourne lo que es. Volvemos con Matt Damon con el papel título y el director Paul Greengrass (director que asumió a partir de la segunda entrega), lo que supondría una película más en el nivel de las anteriores. Lamentablemente quedó más como una reintroducción que algo que pudiera aportar a la trama de la franquicia. En el Bourne: El ultimátum la trama había terminado de forma satisfactoria, con Bourne descubriendo su pasado y como él se transformó en el arma viva que es. En esta, con la ayuda de Nicky Parsons (Stiles) nuevas informaciones salen a la luz, sobre su padre y por qué él se alistó al programa Treadstone, haciendo que el salga de su clandestinidad y confronte al gobierno para conseguir respuestas. Infelizmente acá creo que está el principal problema de la película, porque es básicamente el argumento de las dos últimas películas, siendo un film que no tiene mucho sentido de ser, porque no agrega nada nuevo. Para diferenciar un poco lo hicieron llevándolo para el lado personal, siendo que hasta el antagonista usa el lado personal como motor para ir detrás de él. De forma muy mal hecha también quiere agregar discusiones actuales relevantes, como la falta de privacidad en internet y la filtración de información, incluyendo a un personaje que es una mezcla de Julian Assange, Edward Snowden con Mark Zuckerberg. El mismo no termina mostrando a que vino, sirviendo más para llenar un poco la pantalla que como algo que gire la trama, no teniendo prácticamente ninguna importancia para lo que Jason Bourne está buscando. Por el lado positivo la película entrega lo que podemos esperar de una película de Bourne, escenas de acción, persecuciones de autos, motos, cámaras rápidas, todo lo que hizo la franquicia tan aclamada. Mucha tensión, con la banda sonora siempre puntual ayudando en eso, escenas con cortes rápidos moviéndose con Bourne con su especialidad de mezclarse y pasar por cualquier cosa. Si te gustó la trilogía anterior, vas a sentir que estás haciendo un repaso por la historia de Jason Bourne , con el mismo nivel de calidad que tuviste en la anteriores, por lo menos en la parte técnica y actuaciones, y en eso es muy bien sucedida. Pero si buscas algo nuevo, sería casi lo mismo mirar de nuevo las anteriores, ya que no entrega nada nuevo, claramente siendo más una película para lucrar sobre una franquicia conocida, y no porque haya algo relevante para conocer de la historia de Jason Bourne.
UNA QUE SEPAMOS TODOS En el 2008 un espectador, rozando su quinta década, salió con gesto apático; acaba de ver la particular versión de Meteoro de los hermanos Wachowski. “No me gustó”, le dijo a un crítico de cine que lo acompañaba. Este, con un gesto de ánimo le habló de la manera en que los realizadores intentan dar su personal visión a un clásico de la animación: la complejización de la trama, el uso de nuevos elementos estéticos provenientes de otros formatos narrativos -que no son necesariamente los del cine- al tiempo que se intenta mantener el espíritu del original, etc. En definitiva, agrega, cada producto debería intentar ofrecer algo nuevo. Entonces el primero de ellos pensó un poco más su parca postura y dijo: “es que yo quería más de lo mismo”. Justamente, esto es lo que sucede con Jason Bourne. Si como espectadores pretendemos no más que embelesarnos con la majestuosas imágenes de persecuciones automovilísticas, el salto entre una ciudad a otra del planeta que puede generar por un segundo cierta confusión entre espacial y cognitiva, las luchas cuerpo a cuerpo en la que Jason demuestra que no existe pelea a la que no pueda darle tregua ni golpe que lo noqueé, entonces Jason Bourne nos maravillará y hasta nos hará aplaudir como en aquella escena de fuga entre balcones y azoteas en La supremacía Bourne. Pero, si pretendíamos que este nos traiga algún giro sorprendente en el guión, algún elemento impactantemente revelador sobre el oscuro pasado de Jason, entonces el film de seguro nos defraudará. Así y todo, este despliegue visual se merece una vista en la pantalla grande del cine. Recordemos que este film equivaldría a una quinta entrega de la historia, más allá de como se haya estructurado el libro original que dio vida a los dos primeros films. El primero de ellos, The Bourne Identity (2002) dirigida por Tony Gilroy, introducía a un personaje misterioso cuyo pasado parecía haber sido robado por un inexplicable accidente en el mar, el cual había dejado a Jason en estado amnésico. Un film que, a pesar de dejar muchos cabos sueltos, que solo podían ser resueltos con la entrega siguiente, resultó impecable puesto que era tanto un film con un valor autónomo al tiempo que, en retrospectiva, demostró ser el prólogo perfecto de The Bourne Supremacy, estrenado dos años después. Tanto este film como The Bourne Ultimatum (2007), ambos de Paul Greengrass, se centraban en la compleja trama que encierra la CIA en el despliegue y encubrimiento de operaciones cuya ilegalidad resulta innegable. Las operaciones en cuestión eran Treadstone y luego Black Briar, un anexo y continuación de la primera de ellas. Cuando todo parecía indicar que este serial veía su clausura, un tercer director, Tony Gilroy, se hace cargo de El legado Bourne (2012) aunque ya no con la participación de Matt Damon sino con la de Jeremy Renner personificando a otro agente renegado al que se desea eliminar: Aaron Cross. La historia en cuestión se supone transcurría en paralelo a la de The Bourne Ultimatum; nos referimos por supuesto a los tiempos ficcionales. Este film resultaba de alguna manera una desviación y produjo cierta resistencia. Tal vez no tanto por el hecho de que el personaje no fuera Jason sino porque el film introducía un elemento cuando menos novedoso en el padecer de los agentes: el consumo de drogas específicas que, además de potenciar las capacidades de estos, poseían efectos colaterales dañinos. Este gesto del despliegue fantástico que produce al alteración del ADN y la conversión de un hombre a un super hombre evidentemente proviene de otro tipo de formatos narrativos que se percibieron como alienígenas en un serial de Bourne. Por ello, tal vez Paul Greengrass haya prescindido de intentar producir algún lazo con esta historia y haya preferido empalmar directamente con lo que él mismo había dejado pendiente en The Bourne Ultimatum. Jason Bourne, como ya señalamos, ofrece más de lo mismo con algún plus que bien podría sintetizarse de la siguiente manera: algún aporte más al misterioso pasado de Jason que involucra a la figura paterna, un Tommy Lee Jones en la figura del malo que nos hace extrañar a todos los malos anteriores -y con malos nos referimos solamente a los directivos de la CIA-, una nueva operación llamada Mano de hierro que, más que centrarse en la operatividad de los agentes, nos recuerda al tipo de operaciones que encubría la CIA en Los tres días del Condor (1975) de Sydney Pollack y el uso de una ciudad nueva para la saga, Las Vegas, elegida para ese despliegue persecutorio infernal cuya duración, en este momento, no podría estimar pero tal vez supera a las anteriores. En fin, Jason Bourne aún decepcionando, tiene la virtud de impactar. JASON BOURNE Jason Bourne. EEUU, 2016. Dirección: Paul Greengrass. Intérpretes: Matt Damon, Tommy Lee Jones, Julia Stiles, Alicia Vikander. Guión: Paul Greengrass, Christopher Rouse, Robert Ludlum. Música: David Buckley, John Powell. Director de fotografía: Barry Ackroyd. Duración: 127 minutos.
Si bien algunos la pueden llegar a criticar porque no ofrece mucha novedad en el tema, no va a defraudar a aquellos que disfrutan de una película repleta de acción Esta quinta entrega tiene muy pocas escenas con diálogos y se puede decir que existen sólo como....
Ver a Bourne en el cine luego de casi 10 años fue algo muy gratificante. Me mantuvo con mucha tensión como en los viejos tiempos. Pero cuando pasaron un par de horas de verla ahí entendí que no era como las de antes. ¿La película entretiene? sin lugar a dudas. Está filmada como Greengrass sabe hacerlo. Es un poeta de la violencia, tiene persecusiones por cualquier lado y todo registrado magistralmente ¿Matt? Impecable como siempre. ¿Los nuevos? Vincent Cassel y Tommy Lee Jones nacieron para hacer estos papeles, entonces están perfectos. Alicia Vikander... bueno no puedo ser objetivo, estoy enamorado desde que la descubrí en El agente de CIPOL ;) ¿Y por donde falla? O mejor dicho ¿En qué no se parece a las otras? Tiene cosas más de Bond, sin la lógica que tenían las otras películas. También por algunas escenas parece que compiten con Rápidos y furiosos. Y eso no es Bourne. Es innegable que la mega escena de Las Vegas es impactante, pero no recuerdo haber visto algo así en las anteriores. Entreteniene, pero es lo que la hace diferente. Personajes creados en este guión son muy naif y también eso es muy nuevo. Esos serían los peros a la película. Si fuera el comienzo de una nueva historia, con un nuevo personaje, es decir si nosotros nos olvidáramos por completo de la existencia de Jason Bourne sería una película excelente. Pero nosotros sabemos que se llama David Webb y por eso puede ser que veas estos detalles. Pero hay que disfrutarla en el cine, porque cumple como una buena película de acción, suspenso y espías.
Llegamos a la quinta entrega de una saga a la cual ya se le nota el desgaste y que en esta oportunidad se contradijo en una de sus máximas premisas: el no imitar a James Bond. Porque si había una cosa que se destacaba mucho de esta franquicia era que pese a su espectacularidad visual no había cruzado de forma grosera el límite de la verosimilitud y en este estreno si lo hacen y mucho en la secuencia final. Cosa que no está mal porque es muy cinematográfica pero traiciona un poco el espíritu del personaje. Otra cosa que no me terminó de cerrar es lo repetitivo de la historia con las dos primeras películas (sobre todo la primera) porque Bourne vuelve a buscar pistas sobre su identidad y su pasado. Le juega en contra porque puede aburrir un poco. La película se salva por la magnífica entrega de Matt Damon quien demuestra estar a la altura habiendo pasado casi diez años de la última vez que se puso en la piel del espía. Sin embargo no llego muy bien a entender por qué lo hizo dado a que su trilogía había quedado bien así y la entrega anterior (protagonizada por Jeremy Rener) daba para extenderse. Otro que vuelve es el director Paul Greengrass, quien viene de hacer Capitán Phillips (2013) y aquí otra vez hace alarde de su gran manejo en secuencias tensionantes, muchas de ellas con cámara en mano. Pero no logra tapar los problemas de este estreno: la repetición de la historia y el desgaste de la franquicia. Jason Bourne da sensación de cansancio, tanta que se transmite al espectador pese a sus muy logradas escenas de acción.
BOURNE, EL MEMORIOSO El retorno de Matt Damon y Paul Greengrass a la saga Bourne, este último también como coguionista, es bienvenida. Desde el comienzo el personaje asegura que se acuerda de todo, el tema es que le falta información. Y en una intrincada trama donde se pone de relieve la delgada línea que separa el mundo privado del publico con el adelanto de expertos en informática, y se muestra con crudeza como los métodos de la CIA no tienen limites morales en cuanto a utilización y descarte de humanos. Con una frase lo dicen todo, temen algo muchísimo peor que Snowden. Y la conducta del jefe supremo, el diabólico personaje de Tommy Lee Jones, solo tienen que ver con el aumento de su poder. En ese mundo se mete de lleno Bourne, un buen trabajo de Damon, y conocerá los secretos más dolorosos. Mucha acción, al viejo estilo con dobles y pocos efectos especiales en electrizantes persecuciones en Grecia, Las Vegas y Londres. Uno puede tener nostalgias de ese gran golpe de efecto de la memoria fallada de Boune, pero la acción y la trama resultan entretenidas.
14 años después de su primera aparición, vuelve jason Bourne con Matt Damon dirigido por Paul Greengrass. En un año donde los estudios empiezan a replantearse la eficacia de los reboots, las secuelas y las remakes, se estrena Jason Bourne, una película que busca revivir la saga original basada en los libros de Robert Ludlum y que, tal como está pasando con muchos de estos productos, no llega a la altura de sus predecesores. Jason Bourne está perdido, peleando por plata en un alejado rincón del mundo sin demasiado en que pensar. Alejado de todo su pasado en la CIA, recorre largas distancias solo para batirse en duelos de lucha libre y así continuar purgando la culpa que lo carcome. En una de esas peleas, mientras su espíritu luchador parece estar abandonándolo, ve a Nicky, con quien comparte el hecho de ser un paria de la CIA. Y es gracias a la información que ella le va a dar, que se embarca en una nueva aventura tratando de desenmarañar los recuerdos de su pasado que aún siguen torturándolo. El film parte de una premisa complicada, que es la necesidad de estar a la altura de sus predecesoras que marcaron un punto de quiebre en el cine de acción actual, no solo por lo complejo y efectivo de sus argumentos, sino por el preciso delineado de este personaje enigmático que, arrepentido de su accionar, trata de redimirse. En esta nueva entrega, en la cual resulta muy obvia la ausencia creativa de Ludlum, Bourne es transformado por el director en un espía que sabe pelear muy bien pero que a diferencia del protagonista de la saga original, ahora es más un personaje ayudado por la suerte que un estratega capaz de desafiar a los cerebros mejor entrenados del servicio secreto americano. Las escenas de acción por otro lado son realmente impactantes. Las persecuciones en las calles, las multitudes en Atenas que aumentan exponencialmente el caos de la huida, los autos, calles y túneles de la ciudad, generan un ritmo vertiginoso que no va a decepcionar a los amantes del género. Matt Damon conoce a la perfección a su personaje, y su actuación así lo refleja. El resto del elenco que cuenta con Tommy Lee Jones, Alicia Vikander y Julia Stiles hace su trabajo a la altura de la situación, con la excepción de Vincent Cassel que lejos de componer un personaje profundo como estamos acostumbrados, se transforma en un malvado prefabricado que no termina siendo muy creíble. Jason Bourne es una buena película de acción, plagada de escenas que mantienen al espectador en vilo y expectante, pero que no deja de generar un sabor un tanto amargo al recordar lo pulido del guion y la dirección de la trilogía original, que en cada entrega se fue superando a sí misma.
La realidad como una paranoia suprema. Luego del paso en falso de El legado Bourne, que intentó sin éxito abrir una línea paralela en la saga, la vuelta del director y el protagonista originales marca el regreso con gloria de un cine de acción que supo, a la vez, convertirse en una suerte de profecía autocumplida. Tras casi una década de ausencia vuelve Jason Bourne, personaje emblemático de la intriga geopolítica del siglo XXI, y con él la paranoia suprema. Es un regreso con gloria, luego del paso en falso de El legado Bourne (Tony Gilroy, 2012, con Jeremy Renner), film que intentó sin éxito abrir en la historia una línea paralela, caso notorio que valida para el cine esa máxima del fútbol que indica que “equipo que gana no se toca”. Por eso no sorprende que Jason Bourne, cuarto capítulo “oficial” de la saga, incluya no sólo al protagonista original, Matt Damon, sino a Paul Greengrass, responsable de La supremacía Bourne (2004) y Bourne ultimatum (2007), otra vez como director y guionista. Y también a Christopher Rouse en su doble rol de coguionista y montajista, y Doug Liman, director del film que inició la historia en 2002, Identidad desconocida, esta vez como productor. Por entonces, apenas un año después del 11-S, el universo híper vigilante de ese primer episodio parecía una adaptación al cine de espías de la fantasía distópica estilo 1984, el clásico de George Orwell. Casi quince años después, la trilogía ha demostrado ribetes proféticos, diseñando un universo en el que, como ocurre con la realidad abierta por los conflictos bélicos en Medio Oriente, es muy difícil saber cuál es y dónde está el enemigo. Con la consolidación de redes globales como Facebook; con la explosión de Wikileaks y su responsable, Julian Assange, asilado en la embajada de Ecuador en Londres; con Chelsea Manning presa y David Snowden exiliado en Rusia, Jason Bourne tiene el mérito de realizar en 2016 el camino inverso: poner en escena un infierno que se sostiene con un pie apoyado en esa realidad que la propia saga supo predecir. Así, la película puede ser pensada como una profecía autocumplida que maneja con precisión los recursos del cine de acción. O bien como un film de acción que hace tres lustros ya tenía claras las estructuras sobre las que se construiría el futuro. Luego de que el proyecto de actividades encubiertas al que pertenecía es desmantelado, Bourne se mantiene en las sombras. Pero una filtración pone otra vez a la CIA tras sus pasos, en una nueva telaraña que incluye hackers, espías y al creador de una red social como informante del servicio de inteligencia. En esa trama la paranoia vuelve a ser un elemento central, representada a través de una red de información en la que todos persiguen a todos. Como un perro que se muerde la cola, se trata de una persecución estéril y sin final, en medio de la cual se encuentra este súper espía que perdió la memoria, cada vez más traumatizado y obligado una vez más a poner patas arriba un caos de inteligencia que tiene más internas que la SIDE con Stiusso, el Coty Nosiglia y la mar en coche. Igual que en los otros episodios de la saga, Jason Bourne vuelve a tomar contacto con otras ficciones clásicas de la paranoia puesta en acción por el cine: Enemigo público (Tony Scott, 1998), La conversación (Francis F. Coppola, 1974) y, sobre todo, La ventana indiscreta (1954). Si en ésta última Alfred Hitchcock logra hacer de la inmovilidad una herramienta virtuosa, consiguiendo que James Stewart, incapacitado para levantarse de la silla que ocupa frente a la ventana de su departamento, se convierta en un falible narrador omnisciente capaz de crear y creer en una conspiración que involucra a todos sus vecinos, el mérito de Greengrass radica en la decisión opuesta. Máquina cinética de alta precisión, Jason Bourne traslada las características del protagonista a un relato realizado a la carrera y a los saltos, pero con una eficacia que lleva al extremo la ética del movimiento, que es la forma en que Bourne se maneja con el mundo como escenario. Así como en la obra de Hitchcock la ventana se constituía en un simbólico sucedáneo de la pantalla de cine, donde el personaje proyectaba su fantasía delirante, en Jason Bourne las pantallas se multiplican. Y con ellas el delirio: la omnisciencia es aumentada de un modo exponencial, llevándola a un nivel aterrador, para crear un panorama en el que la realidad cotidiana yace sepultada bajo los intereses cruzados de las corporaciones que manejan la información. En el universo de esta saga extraordinaria, como en aquellos que proponían Enemigo Público y La conversación, no hay lugar para esconderse, porque todo puede ser visto todo el tiempo y una maraña de computadoras, teléfonos móviles, GPS y otros dispositivos digitales, circuitos cerrados de vigilancia, satélites, redes sociales y redes clandestinas de tráfico informativo se encuentra a disposición de un ejército de asesinos a sueldo que tienen su negocio abierto las 24 horas, los 365 días del año. Una metáfora muy eficaz de ese miedo a todo que, otra vez, parece haberse instalado en el mundo justamente en estos últimos quince años.
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Jason Bourne vuelve a presentarnos a Matt Damon en el clásico papel de la saga, ahora ganándose la vida en peleas callejeras. Un exilio del que sale cuando se entera de un dato oculto de su padre y de que el nuevo jefe de la CIA está intentando eliminarlo. Sin la originalidad de la trama de la trilogía predecesora, esta cuarta película se hace fuerte en las escenas de acción, en el manejo del suspenso y en la calidad actoral de un elenco perfecto. El director Paul Greengrass hace gala de su pericia a la hora de colocar la cámara en planos cargados de movimiento, para acentuar la adrenalina del espectador. Por eso el montaje y la puesta del filme es excelente. Matt Damon logra un Bourne más maduro pero igual de frío y contundente que siempre. Tommy Lee Jones se vale de sus gestos más repulsivos para encarnar al desagradable jefe de la Agencia y el francés Vincent Cassel luce sanguinario y peligroso como el villano de turno. La película entretiene, es directa y rescata un género y una franquicia que aún tiene mucho por ofrecer.
Jason Bourne está de vuelta y cada vez con un poquito más de memoria. Paul Greengrass y Matt Damon se unen de nuevo para llevar adelante la quinta parte de la saga basada en la novela de Robert Ludlum. Desde que el director de Captain Phillips (2013) se puso a la cabeza en la segunda entrega (The Bourne Supremacy, 2004), las películas del personaje consiguieron un estilo determinado, sin desmerecer para nada la que lo inició todo en 2002, dirigida por Doug Liman. A pesar de la calma que trajo de nuevo la dupla director-protagonista, tras la fallida The Bourne Legacy (2012), Jason Bourne es el primer escalón que desciende del techo que tocaron ambos con The Bourne Ultimatum (2007). El amnésico Bourne -o ahora David Webb- pelea en las calles como si fuera un pandillero, mientras que dentro de las oficinas de la CIA se disputa una guerra cibernética bien al estilo Mr. Robot. Nicky Parsons (Julia Stiles) y el protagonista se ven perseguidos por "el programa", al igual que los viejos tiempos. Quieren sus cabezas aunque saben que les va a costar un poco conseguirlas. Si The Bourne Ultimatum fue una película "de venganza" y The Bourne Identity una "de escape", esta quinta parte conforma la combinación perfecta entre estos dos estilos de acción seria que planteó el escritor y director Tony Gilroy en todas las anteriores. En este caso, Damon, Greengrass y Christopher Rouse fueron quienes se encargaron del guión y estructuraron, de forma desprolija, un film mitad persecución con Bourne confundido, mitad sed de venganza con Bourne con las cosas más claras. Este repite la fórmula de sus antecesoras: hay chica acompañante, subidones tremendos por escaleras, escenas situadas en diferentes lugares en el mundo, personajes que son buenos infiltrados dentro de un grupo de malos, persecuciones y asesinos solitarios. Jason Bourne resulta una copia exacta del éxito, un aspecto que puede contentar, tanto como cansar. Las escenas de super-acción, dos en este caso, una en Atenas y otra en Las Vegas, son el principal elemento sostenedor. En The Bourne Ultimatum estas funcionaban para que el protagonista cumpliera con sus objetivos principales, en cambio en Jason Bourne están colocadas en situaciones que no lo ameritan, resolviéndose las que sí de forma débil y repetitiva. Otro de los aciertos fueron los chicos nuevos de la saga: Tommy Lee Jones, Alicia Vikander, Vincent Cassel y Riz Ahmed acompañaron a Matt Damon con personajes bien construidos e interpretados. La cámara nerviosa del inglés Greengrass es una de las dos claves del tan bien logrado frenesí constante que propone. La otra es el montaje maestro, sumamente acelerado, que se asemeja al estilo de su compatriota Danny Boyle. El director demostró nuevamente, con su manejo de las persecuciones, música, peleas cuerpo a cuerpo y escenas de multitudes dentro de las ciudades, que es uno de los que mejor se lleva con el cine de acción en la actualidad. Es difícil recordar una secuencia tan bien dirigida como la dada en medio de una manifestación violenta en las calles de Atenas.Los talentosos hacedores de Jason Bourne, si uno se pone quisquilloso, podrían haberle dado al espectador algo más, una nueva vuelta de tuerca o una excusa que sirva realmente un sostén. La película se posiciona como una más de la saga, aunque no desentona y la intromisión de un gran reparto y el nivel de las secuencias de acción maestras hacen que la saga Bourne vuelva a valer la pena. Que suene Extreme Ways...
Lo mejor del regreso del espía descastado Bourne es la acción Paul Greengrass, director original de la serie, escribió y dirige el film que devuelve el personaje de Jason Bourne a Matt Damon y que, sin estar a la altura de lo mejor de la saga, entretiene. Matt Damon vuelve al personaje del superespía descastado Jason Bourne de la mano del director original de la serie, Paul Greengrass, que también se ocupa del guión. Y aquí está el punto débil de una película que, por otra parte, está muy bien filmada y llena de acción de principio a fin. Es que, dadas todas las molestias que Bourne le dio a la CIA todos estos años, en realidad no quedaba mucho por agregar al personaje, que ahora encuentra nuevas pruebas de lo que la CIA hizo con su padre y cómo construyeron su personalidad de agente implacable (tema que por otro lado se suponía estaba resuelto en la última película con Damon "The Bourne Ultimatum"). El asunto es que hay un argumento bastante delgado que alimenta de manera más o menos minimalista largas escenas de acción muy bien concebidas por Greengrass, empezando por una persecución de casi media hora por las calles de Atenas en medio de una violenta manifestación política; justamente el tipo de detalles que la saga de Bourne siempre tuvo en cuenta. En cuanto a la acción, otra pièce de résistance es una larga y muy violenta persecución automovilística en la que el excelente villano principal del film, Vincent Cassel, anda por las calles de las Vegas en un camión de SWAT destruyendo cuanto auto encuentra a su paso. Cassel es malísimo y monosilábico, mientras que los otros villanos también son mala gente aunque hablan demasiado, como por ejemplo Tommy Lee Jones interpretando al despiadado jefe de la CIA, o Alicia Vikander, una ambiciosa oficial de la agencia que quiere lograr el regreso del agente rebelde. En el medio hay una subtrama no muy convincente con un gurú tecnológico acosado por la CIA, interpretado por Riz Ahmed, que de todos modos da lugar a una escena muy intensa cuando intenta revelar al público sus secretos en medio de una convención sobre sus últimos productos. Sin estar a la altura de lo mejor de la saga, "Jason Bourne" es un buen film de acción sobre un personaje que no deja de mantener el interés, y que promete volver en más películas.
Como Pokémon Go Matt Damon regresó a la saga sobre el agente amnésico al que la CIA quiere dar caza por toda Europa. Hay persecuciones en Atenas y Las Vegas para cortar el aliento. La saga Bourne, es cierto, refrescó el thriller, y le adosó un costado no tanto político como de inmiscuirse en la privacidad a esta historia de espías que -absolutamente todos, los buenos y los malos- trabajan para el mismo ente. A estas alturas que los altos mandos de la CIA busquen cazar a Bourne por Europa parece el juego de Pokeéon Go. Pero la saga continúa. Porque Bourne no es un renegado. El despertó un buen día sin saber quién era y a lo largo de las tres películas anteriores -El legado, 2012, con Jeremy Renner es un spinoff y, digamos, no cuenta- el agente secreto amnésico fue reconstruyendo su pasado. Con flashbacks, persecuciones y a balazo y trompada limpia. Claro que entre este filme y el último con Damon (El ultimátum, 2007) han pasado cosas, como la explosión de las redes sociales y… Wikileaks. Así que la era digital está en primer plano, además de esas enormes pantallas desde las que se vigila con cámaras a todo el mundo, en todo el mundo. “Recordarlo todo no significa que lo sepas todo”, le dice Nicky Parsons (Julia Stiles), que viene ayudándolo desde la primera película de 2002. Ahora parece que su padre tuvo que ver en el origen del Proyecto Tradstone al que Jason (llamado en verdad David Webb) se anotó voluntariamente y lo convirtió en una máquina asesina. También, la película plantea, para quien no se entretenga en su balde de pochoclo, cómo la privacidad y la seguridad se ponen en jaque en estos días. Aunque en verdad, desde la primera Bourne el asunto está girando por esos argumentos, ya que desde el atentado del 11 de septiembre nada fue igual en la ficción de Hollywood. Bourne funciona también como un espejo de la situación, ya que se convierte (por decisión propia o de la CIA) en una amenaza a la seguridad nacional. Es que Bourne sabe mucho, y el jefe de la CIA (Tommy Lee Jones, con esa cara de siempre estar oliendo caquita) y una subalterna (Alicia Vikander) van de nuevo a la caza del agente que se cargó 32 muertes trabajando para la Central de Inteligencia. Los cadáveres que vinieron después son incontables. Hay, como siempre, acción trepidante, vueltas de tuercas, policías que siempre llegan tarde y un par de persecuciones, al comienzo en Atenas y al final en Las Vegas, que cortan el aliento. Damon dijo que no regresaría a Bourne si el personaje no tenía un replanteo, un nuevo desafío, dependía del guión lo satisfacía y si Paul Greengrass no volvía a estar detrás de cámaras. Bueno, dos de tres no está tan mal.
Jason Bourne regresa en una nueva y electrizante aventura Ventajas de la serie de cinco películas Bourne: protagoniza cuatro de ellas un actor de raza, inmediatamente cinematográfico como Matt Damon , incapaz de exagerar y que sabe actuar con los hombros, el cuello y las arrugas; tres de esos cuatro films los dirige Paul Greengrass. Intersección feliz: Jason Bourne los tiene a ambos. Y agrega a Tommy Lee Jones, a Alicia Vikander y a Vincent Cassel. Vikander y Cassel son perfectamente funcionales a sus personajes, intrigante y vibrando frente a pantallas una, villanesco y lanzado como flecha al movimiento perpetuo el otro. La trama de esta Bourne, en la que Damon regresa al personaje luego de nueve años, tiene el fundamento de siempre: su pasado que vuelve, algo más que se sabe, alguna venganza, y se suman unas excusas tecnológicas que cambiarán el mundo y su vigilancia. Muchas locaciones en diferentes partes de Europa y en Washington y Langley, y secuencias de acción que llevan las persecuciones y los escapes a niveles de hipérbole demenciales. Con todo, y con algo más encima, son secuencias inteligibles incluso en su despliegue extremo y extensión desmedida, y ostentan claridad las peleas cuerpo a cuerpo y hasta los robos fugaces de credenciales y lo que sea necesario. Aquí hay un director mucho más que competente: hay alguien con estilo claro, que sabe cómo es su escritura cinematográfica. Estamos ubicados en la cámara cercana, inquieta, inestable aunque segura de Paul Greengrass, un director que encontró sus modos en Domingo sangriento (2002) y los sostuvo, y se ha convertido en un realizador insoslayable. Alguien que no solamente se destacó con tres Bourne y Capitán Phillips, fue además el responsable de la gran película sobre el 9/11: Vuelo 93, milagro de tensión e indeterminación con un tema frente al cual fracasaron muchos directores. Greengrass es un generador y distribuidor de tensión como pocos otros realizadores. Su estilo narrativo dota de atractivo a casi cualquier peripecia: en Jason Bourne hay interés y suspenso hasta en situaciones que para otros realizadores constituyen meras escenas de transición. En la progresión, en la cercanía, en la imagen que parece flotar pero nunca demasiado, en un montaje dedicado y filoso, el cine de Greengrass moldea su identidad. A diferencia de la de Bourne, el cineasta ha aprehendido por completo la suya. Sin embargo, la internalización de su pasado de forma incompleta no hace que el letal agente actúe de forma borrosa: Bourne elige con aplomo el margen, la desconfianza, la no obediencia, y es cada vez más un loner, un vaquero solitario que está mejor si puede caminar hacia el horizonte. No hay riesgos de simplismo ideológico: la rueda de la intriga y la ambición se mantiene girando sin mayores implicancias patrioteras. Este es un cine del movimiento, que va desarmando el juego del poder sin ceder a tesis sentenciosas. No es casual que los guionistas de Jason Bourne sean su director y su montajista: aquí se confía en el fragmento, su unión y su continuidad; y en el valor de estos elementos pensados de forma integral, certera, imparable, cinematográfica.
Con The Bourne Ultimatum parecía que se había cerrado el arco de su protagonista, ya que era la última novela de Robert Ludlum con el personaje, y cinematográficamente hablando, tanto Paul Greengrass como Matt Damon creían que habían contado todo lo que tenían por contar con esta última adaptación. No obstante, tras un intento de continuar la franquicia sin Ludlum, Greengrass o Damon, que fue moderadamente exitoso en taquilla pero con críticas divididas, dos de estos tres últimos terminaron volviendo a tomar las riendas con Jason Bourne. ¿Se habrán encaminado las cosas ahora que volvieron dos de los tres padres de la criatura? Procedimiento estándar: jason bourne 1Jason Bourne surca el mundo tras los eventos de la trilogía original. En uno de estos viajes se encuentra con la ex-operativo de la CIA Nicky Parsons y le hace llegar una información que vincula al programa Treadstone ––donde él pertenecía–– con su propio padre. Al tratar de descubrir cuan honda es la conexión, los recuerdos no tardarán en llegar, y la persecución de la CIA tampoco, ya que su director busca volver a reclutar al agente, valiéndose de la ayuda de una inteligente hacker. Este guión original (del propio Greengrass y su montajista Christopher Rouse), pero arraigado en el universo de Ludlum, usa una considerable parte de su primer acto para ponernos al día con lo ocurrido entre los 8 años que separan a Ultimatum de esta película. Terminada dicha actualización, da marcha a un relato directo y sin muchos rebusques, entregando el esperable cóctel de acción, suspenso y dramáticas desconfianzas esperables en una película ambientada en el mundo del espionaje. A pesar de esto, la película no está exenta de sus baches, tales como la dependencia en exceso de información emitida por las películas anteriores, flashbacks tan excesivos como repetitivos, un desenlace tramposo, y la infaltable semillita que pone en marcha la secuela. En el apartado actoral tenemos sobrias actuaciones de Matt Damon en su regreso como el agente; Alicia Vikander, quien da vida a la hacker que le da caza; un maquiavélico Tommy Lee Jones, como el director de la CIA; y un Vincent Cassel, que aunque no sobresale, aprovecha con mucho talento el tiempo de pantalla que le otorga Greengrass. Por el costado de la técnica no hay mucho que hablar, ya que Greengrass lleva con pericia el barco, adoptando ese estilo de cámara en mano cercano al documental que hizo popular a la franquicia y es su marca de fábrica. Naturalmente, el metraje goza de escenas de pelea magistralmente coreografiadas. Conclusión: Jason Bourne es una película moderadamente entretenida, pero con razonables baches narrativos. Los que deseen ver el retorno de Matt Damon y Paul Greengrass a la cabeza de la franquicia puede que la disfruten más, pero tanto para ellos como para el público general se debe aclarar que si bien cumple con su propósito de entretener, no es una de esas películas que te dan ganas de salir corriendo a verla.
El cine de acción tuvo tantas épocas que alcanzan para armar eternos enfrentamientos en cualquier reunión. Desde los tiros desvergonzados de Schwarzenegger hasta los saltos locos de Milla Jovovich, muchas modas han llenado la pantalla grande década a década. Desde 2002 y gracias a Bourne (un personaje que tiene origen en los libros de Robert Ludlum, casi una mezcla de Tom Clancy e Ian Fleming) el público vio el surgimiento de un nuevo estilo de cine de acción. Esta franquicia, a lo largo de los años, estableció sus propias reglas, tanto visuales como de narración, y las siguió a rajatabla, algo que no se puede decir de muchas otras. El personaje que convirtió a Matt Damon en un hombre de acción vuelve con su equipo a mostrarle al mundo de lo que es capaz. El regreso de Nicky Parsons (Julia Stiles) sólo puede traer problemas. Luego de hackear a la CIA y obtener archivos clasificados sobre todas las operaciones negras llevadas a cabo desde Treadstone, que convirtió a Bourne (Matt Damon) en quien es hoy, decide contactarlo para hacerle saber la verdad sobre su reclutamiento. El hackeo es descubierto por la CIA, donde Heather Lee (Alicia Vikander) está haciendo todo en su poder para desplazar a su jefe, Dewey (Tommy Lee Jones) y la caza de Parsons y Bourne puede convertirse en su comodín para lograrlo. En el año 2012 hubo un intento de revivir la saga, cuando todavía no había planes para la vuelta de Matt Damon y Greengrass. Se llamó The Bourne Legacy, y fue dirigida por Tony Gilroy, quien escribió el guión de la trilogía original, basándose en los libros de Robert Ludlum pero creando a un personaje original, Aaron Cross (Jeremy Renner). A pesar de los esfuerzos, la película no fue bien recibida. Aunque no hay aún proyectos para una Bourne más con el equipo original, se planea un regreso de Renner en la franquicia para 2018. Luego del lanzamiento de The Bourne Ultimatum (2007), Matt Damon contó en una entrevista que no volvería a interpretar a Bourne a menos que sea en conjunto con el director Paul Greengrass. A su vez, Greengrass manifestó que no volvería a la franquicia salvo que le llegue “el guion correcto,” que al final terminó por escribir él. Su trabajo en Jason Bourne es muy parecido a lo de siempre: cámara en mano, constante tensión y persecuciones espectaculares. Es lo que sabe hacer y lo hace bien. A pesar de que estas características se repitieron en Captain Phillips (2013), es en la saga de Bourne donde verdaderamente hacen la diferencia. Después de tantos años, componen la imagen de la saga, y lo respeta con maestría en cada nueva entrega. Las actuaciones son impecables, a pesar de que las complejidades de los personajes son medio groseras. Desde las oficinas de la CIA, Alicia Vikander y Tommy Lee Jones simulan a la perfección los nervios bien manejados que la trama les exige y Vincent Cassel, desde las sombras, hace a un personaje con la idea fija que no deja de ser interesante. Matt Damon, como siempre, hace un trabajo decente, y si bien su personaje no es tan hablador como peleador, en ambas facetas se desempeñó bien. Una de las partes más interesantes que la franquicia de Bourne tiene para ofrecer es su trama. Más allá de las persecuciones y tiros, no es fácil establecer una narración en la que todos los personajes, potencialmente, tienen razón. El cine fácil acostumbra al público a historias en las que el héroe es irreprochablemente bueno y el villano es tan malo que casi no se puede creer. Por otro lado, está Bourne, con un guion en el que todos tienen objetivos dignos y claros, pero que a veces no permiten la convivencia pacífica. El hecho de que los personajes estén involucrados en espionaje y vida militar sube la barra de agresión posible a niveles muy violentos, y es así como se convierte en una historia de gente que quiere lo que tiene el otro, con el poder de matarse entre sí. No todas las películas de acción, por más modernas que sean, cuentan con guiones tan trenzados e ingeniosos como los que Bourne ha tenido hasta ahora.
Atrapado en el tiempo. Luego de un fallido intento por continuar la saga con otro actor, Matt Damon vuelve para salvar la franquicia e iniciar una nueva historia, ya con datos más certeros sobre el personaje y la búsqueda de su pasado. El atribulado agente Jason Bourne se ve obligado a salir de una sórdida y dolorosa clandestinidad para intentar resolver aspectos de sus inicios como agente, y además desentrañar una siniestra interna dentro de la CIA. En medio del conflicto personal del protagonista se presenta otra operación de la Agencia tendiente a controlar los datos personales de los usuarios de una popular red social, mediante la colaboración de su propio creador. ¿Les suena? El filme no ostenta un guión tan bien trabajado como en las tres primeras entregas de la saga; este es más lineal, previsible y decidido a ir al grano, con mucha acción, tomas cortas y movidas -tal el sello de Greengrass-, sin sutileza alguna pero entretenido y cumplidor.
BOURNE SIEMPRE CUMPLE Jason Bourne se ha convertido en uno de los héroes de acción más populares de los últimos quince años. Aunque el personaje ya había sido adaptado del libro a la pantalla (pantalla chica, con Richard Chamberlain interpretando a Jason Bourne) fue Matt Damon en el 2002 quien le dio un rostro definitivo y una identidad de cómo personaje. El sobriamente versátil actor se convirtió en un intérprete más que aceptable como héroe de acción y las secuelas fueron mejorando poco a poco esta franquicia que aporta todo lo que otros agentes secretos no terminaban de conseguir. Tanto Bourne como Ethan Hunt (Tom Cruise) de Misión: Imposible han logrado mejorar, renovar y darle nivel cinematográfico al siempre presente pero siempre mediocre James Bond. En esta cuarta entrega con Matt Damon (un manto de piedad por El legado Bourne, donde no estaba el personaje) y tercera dirigida por paul Greengrass. Esa acción trepidante, violenta, sin solemnidad pero sin chistes, con algo de artes marciales, como grandes momentos por ciudades de todo el mundo es lo que uno espera de esta nueva entrega. Espionaje, suspenso, vueltas de tuerca. Todo lo que uno espera, está. Tal vez no sea un paso más allá, como había ocurrido con cada entrega anterior, pero aun así el resultado es muy bueno. Filmar una sólida película de acción sin fisuras no es sencillo y cada escena de Jason Bourne vale la pena. Una vez más, el personaje cumple y Matt Damon se luce en su estilo. Es decir, Damon se luce sin llamar la atención sobre su actuación. Solo va y hace lo que debe hacer, como su personaje, como la película.
Matt Damon reina en la acción El escritor norteamericano Robert Ludlum publicó en 1980 “El caso Bourne”, sobre un exagente de la CIA que era una máquina de matar perfecta e iba en busca de un pasado que no recordaba. Lo continuó con “El mito de Bourne” (1986) y “El ultimátum de Bourne” (1990). Ludlum siguió escribiendo pero no sobre su interesante creación hasta que falleció en 2001 (la serie la continuó Eric Van Lustbader que desde 2004 hasta la fecha tiene diez novelas publicadas). Lo que el novelista sí llegó a ver, y pocos recuerdan, es la gran miniserie “Identidad perdida ( 1988), que fue la primera vez en que Jason Bourne fue encarnado por un actor, en este caso Richard Chamberlain. No caben dudas de que Matt Damon lo llevó al estrellato con su trilogía, una de las mejores de la historia del cine, sin lugar a dudas. Pero el actor no quería saber más nada sobre una cuarta película y en julio de 2007, tras el estreno de la tercera parte, declaraba: “Todo ese mecanismo de propulsión interna que impulsa el personaje ya no está allí, así que si va a haber otra, entonces tendría que ser una reconfiguración completa, o sea ¿dónde ir desde allí? Me encanta el personaje, y si Paul Greengrass me llama en diez años y dice: ‘Ahora puedo hacerlo, porque han pasado diez años y tengo una manera de traerlo de vuelta’, entonces hay un mundo al que puedo ir y diré: ‘Sí, absolutamente’”. Fue eso, o un vagón lleno de dinero, lo cierto es que tanto Greengrass como Damon están de vuelta en “Jason Bourne” (2016), para bien de todos nosotros. El filme comienza con Nicky Parsons (Julia Stiles), la única amiga que le quedó al exagente, hackeando la página de CIA. Es así que encuentra archivos sobre el pasado de David Webb (o Jason Bourne) e información sobre el rol de su padre Richard (Gregg Henry) en la creación del programa Treadstone. Nicky está bajo vigilancia, y al hacer esto entra en el radar del director de la CIA Robert Dewey (Tommy Lee Jones), un hombre que esconde mucha información sobre Bourne y que tiene unos planes bastante nefastos en marcha. Dewey tratará de eliminar a todo aquel que interfiera con él, y para eso utilizará a su talentosa subordinada Heather Lee (Alicia Vikander) y a un asesino letal conocido sólo como Agente (Vincent Cassel). Bourne nuevamente correrá peligro y surgirá de las sombras para tratar de encontrar las últimas respuestas sobre su pasado. El filme puede tener muchos elementos en común con “La supremacía de Bourne” (The Bourne Supremacy, 2004), incluso tener algunas situaciones inverosímiles, o cosas del guión un tanto flojas, pero todos estos defectos son perdonables. Es que Greengrass y Damon están más viscerales que nunca y van al hueso directamente. Desde que comienza la acción (las escenas de persecución en la Plaza Sintagma de Atenas son para el recuerdo) no hay respiro, en absoluto. La cámara del director se mueve siempre, y aunque podría resultar confuso logra contarnos a la perfección lo que quiere. Damon casi no habla ni emite expresión, y aun así logra transmitirnos el sufrimiento y lo que le está pasando a su personaje. En cuanto a los actores que lo acompañan (Jones, Vikander y Cassel) elijan a cualquiera, ya que están a la altura y son tan ricos que se dificulta con quién quedarse. Este largometraje es sólido, compacto, directo y no teme arriesgarse nunca. James Bond habrá reinado en el siglo XX, pero en el nuevo milenio claudicó por un nuevo monarca llamado Jason Bourne. Dios salve al rey.
La historia transcurre ocho años después de los hechos de "The Bourne Ultimatum", esta es la cuarta entrega de la saga que protagoniza Matt Damon, no estuvo en “The Bourne Legacy” (2012) dirigida por Tony Gilroy (coguionista de todas las cintas anteriores), y fue interpretada por el actor Jeremy Renner (“Capitán América: Civil War”). La dirección está a cargo de el británico Paul Greengrass ("The Bourne Supremacy"-2004-, "The Bourne Ultimatum-2007); Bourne comienza a salir de sus sombras para terminar de aclarar su pasado. Ahora forman parte de esta nueva entrega Tommy Lee Jones como Director de la CIA, Robert Dewey que está correcto y la sueca Alicia Vikander (“El agente de CIPOL”, “La chica danesa”) como una asistente Heather Lee insensible y calculadora, no resulta muy convincente y el villano de turno Vincent Cassel será Asset quien no tiene casi diálogos. Continúa en la saga la agente de la CIA Nicky Parsons (Julia Stiles). La trama se desarrolla en distintas ciudades, se tocan temas como la privacidad, el espionaje tecnológico, la seguridad cibernética, también están las luchas relacionadas con la política, hasta se va reconstruyendo el levantamiento civil en Atenas que se puede relacionar con los hechos reales del pasado reciente. Damon se luce, pero el que nos ofrece las grandes escenas de acción, persecuciones, luchas cuerpo a cuerpo, mucho ritmo, dinámica, adrenalina pura, es su director un conocedor del género. Música: David Buckley y John Powell. Muy entretenida, un grato pasatiempo pero que no ofrece nada novedoso. Bourne regresará.
Técnicamente, es la misma película de Jason Bourne que ya viste antes. Pero, la pucha: ¡qué buena que está! [Escuchá la crítica completa]
Duro de matar Antes del estreno de Bourne: El ultimátum, en 2007, Matt Damon afirmaba que solamente volvería a interpretar al exagente de la CIA bajo la batuta de Paul Grengrass. Cinco años después de su declaración, se anunciaba un nuevo capítulo de la saga que funcionaría como una expansión, una historia paralela a la de Jason Bourne que giraría entorno a otro agente interpretado por Jeremy Renner en El legado de Bourne. Lo cierto es que la película no estaba a la altura de la trilogía anterior y terminaba siendo nada más que un intento forzado por atar con alambre dos historias: por un lado, la de un súperagente al que le suministran unas pastillas que lo convierten en una especie de Terminator, pero que producen efectos colaterales, y por el otro, la de un Gran Hermano mundial del que absolutamente nadie puede esconderse. De repente, no solo ya no importaban las operaciones Treadstone o Blackbriar, ni la búsqueda de la identidad, si no que a Tom Gilroy, director y guionista de esta fallida entrega, ni siquiera parecía preocuparle que hubiera algo de química entre los personajes. Así, la cuarta de la serie se convertía en una película innecesaria, carente de emoción, con una estructura narrativa débil y un protagonista que hacía malabares para tratar de mantenerla en pie. Y, aunque por momentos lo lograba, Jeremy Renner era incapaz de producir el mismo interés y la empatía que generaba Matt Damon como Bourne. Cuatro años después de este paso en falso, vuelve Jason Bourne, así, a secas, con el director británico a bordo y Damon como el atormentado agente de la CIA. La trama no es más que la excusa para una nueva colaboración entre los dos: mientras Bourne pelea contra sus propios fantasmas en la frontera entre Grecia y Albania, Nicky Parsons, su única aliada en este lío, lo contacta para informarle que, cuando hackeó algunos archivos de la agencia, descubrió que Richard Webb, padre de Jason, formó parte de la creación de Treadstone, programa al que perteneció su hijo. El acceso a este nuevo dato del pasado es el motor para poner en marcha y desplegar toda la maquinaria de acción imparable que ya es una marca registrada de la serie: personajes que se encuentran constantemente en movimiento, caminando por todos lados y alrededor de todo el mundo, con teléfonos y otros dispositivos que les permiten mantenerse en contacto y coordinar escapes espectaculares a pie o motorizados. Jason Bourne es la vuelta de la cámara nerviosa y velocísima de Greengrass, de las intensas y violentas peleas cuerpo a cuerpo y de persecuciones de un nivel de espectacularidad demencial, como la secuencia de la manifestación en la plaza de Atenas o el final en Las Vegas, tan realista como delirante. Cada secuencia resulta toda una proeza de montaje y de claridad visual y narrativa por más embarullado que sea el plano, demostrando que la fórmula Bourne sigue funcionando, y de una forma puramente cinematográfica.
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Hubo un tiempo que fue hermoso… La nueva película de Matt Damon sobre el personaje creado por Robert Ludlum continúa la búsqueda del espía por recobrar su identidad, algo que después de 4 películas resulta incomprensible. Hubo un tiempo, hace década y media, en el que Jason Bourne se convirtió en EL espía del cine. Con un guión electrizante y secuencias de acción muy bien logradas, Identidad Desconocida (2002) y La Supremacía de Bourne se convirtieron en las películas del género a imitar incluso por los filmes de James Bond que rápidamente adoptaron los recursos visuales y narrativos instaurados por los directores Doug Liman y Paul Greengrass con gran éxito. El cine de Greengrass, como se vio en las secuelas de 2004 y la de 2007 y en los films Vuelo 93 y Capitán Phillips es de una narrativa visual magnífica, que utiliza cámaras de mano para sumergir al espectador y las combina hábilmente con planos generales como para terminar de redondear la idea en el espectador. Lo cierto es que la historia de Bourne parecía enterrada con el tercer filme, que cerraba casi de manera definitiva la historia; pero la ambición de Hollywood no tiene límites y, ante la negativa de Matt Damon de retomar el papel del espía –que lo convirtió en un referente de las películas de acción- se optó por crear una nueva historia protagonizada por Jeremy Renner que no terminó de funcionar por lo que los estudios Universal decidieron apostar más dinero y trajeron de vuelta no sólo al rubio sino también al director, como para que los fanáticos volvieran al cine. Y lo cierto es que, como película independiente, Jason Bourne funciona más que bien: tiene suspenso y acción a raudales y cumple con todos los cánones de esta franquicia; pero como quinta entrega cansa. Y mucho. Volver a colocar a Bourne en las mismas situaciones por la que ya pasó (la CIA persiguiéndolo por media Europa luego de que lo detecta por medio de cámaras y vigilancia de Internet, enviarle un asesino profesional mientras una ejecutiva de la agencia se anima a ayudarlo a la distancia) se parece más a la vigésimo sexta vuelta de un Grand Prix que a un evento cinematográfico. No hay un minuto de este filme en el que el espectador no sienta que ya vio lo mismo por lo menos cuatro veces (las anteriores entregas más las todas las de Daniel Craig como James Bond más todos sus clones) y eso, a la larga cansa. Ni siquiera las intervenciones de los siempre efectivos Tommy Lee Jones y Vincent Cassel, y ni hablar de la introducción de la bella Alicia Vikander, sacan a este film del sopor inevitable. De todas maneras, si es la primera vez que se aproxima a un filme de este tipo, le va a gustar.
Solo contra todos. Como espectadores entrenados que inevitablemente asociamos las propagandas primermundistas con las manifestaciones del entretenimiento correspondiente, conocemos las intervenciones del mainstream para adulterarnos los simbolismos estadounidenses mediante personajes populares. En los ochenta y los noventa, los republicanos dedicados a combatir el terrorismo internacional se encontraban atravesando instancias meramente pasatistas (las estrategias reaccionarias de Jack Ryan simplemente respetaban las condiciones comerciales, aunque descuidaban las cuestiones intelectuales). Durante el siguiente recambio generacional, las películas sobre conspiraciones encontraron en el universo literario de Robert Ludlum a Jason Bourne, una alternativa que intensificaba semejantes propuestas y acumulaba los estereotipos necesarios para construir una franquicia que responda a las demandas del mercado. El dramatismo del protagonista interpretado por Matt Damon condicionaba las intenciones de la historia (un asesino amnésico de la CIA que buscaba descubrir su verdadera identidad), aunque el tratamiento de Paul Greengrass para La Supremacía de Bourne, segunda entrega de la saga, implementaba tecnicismos que reinventaron el procedimiento del transcurrir argumental (un montaje que recortaba las secuencias para insertarle dinamismo al desarrollo). En Jason Bourne presenciamos el reencuentro entre Damon y Greengrass como productores principales, mientras que la partida del guionista Tony Gilroy permite una intervención de Greengrass para denunciar sus preocupaciones, emparentadas con el conflicto de Snowden, las operaciones encubiertas de la CIA y los sistemas de inteligencia que persiguen a las células terroristas (cuestiones también presentes en la injustamente menospreciada La Ciudad de las Tormentas). Este episodio encuentra a Bourne transformado en un peleador clandestino que retoma sus investigaciones, luego de ser contactado por la desertora Nicky Parsons (Julia Stiles) para informarle que, mientras intentaba desmantelar diferentes operaciones encubiertas de la CIA, descubrió documentos encriptados con información relacionada a los programas Treadstone y Blackbriar, los cuales involucran al padre de Bourne. Paralelamente conocemos a Aaron Kalloor (Riz Ahmed), un empresario de las herramientas tecnológicas asociado a Robert Dewey (Tommy Lee Jones), el director de la CIA, quien pretende instaurar un mecanismo de vigilancia ejecutado por el gobierno mediante las redes sociales. Entretanto, los encargados de capturar a Bourne son la jefa de la división cibernética que interpreta Alicia Vikander y el sicario principal personificado por Vincent Cassel. Jason Bourne se emparenta con las costumbres ideológicas del cineasta, conserva la eficacia del producto mediante los modismos de Damon y resalta los componentes que consagraron a la fórmula (la vigilancia controlada mediante monitoreos, el dinamismo de los enfrentamientos, los asesinos profesionales como antagonistas y las diferentes locaciones que constantemente modifican el escenario). Aunque no consigue posicionarse en la franquicia como la excelente Bourne: El Ultimátum, incluye secuencias espectaculares como la apertura durante una manifestación en Atenas y la persecución del desenlace en Las Vegas. Nuevamente la presencia de un Damon demoledor en pantalla, y los movimientos orquestados por Greengrass, consiguen diferenciar a Bourne como un producto sofisticado y sobresaliente entre tantos referentes hollywoodenses que defenestran al subgénero del espionaje.
MR. ROBOT Luego del fallido paso de Jeremy Renner, como el agente Aaron Cross, y Tony Gilroy, como director y guionista en El Legado Bourne (2012), vuelven aquellos artifices de lo que fue, siendo conservador, una de las mejores trilogías de accion y espionaje de las ultimas decadas. Matt Damon en la piel de Jason Bourne y Paul Greengrass como director entregan la cuarta parte (quinta de la franquicia) del agente amnesico que, ironicamente, no logra nunca escapar de su pasado. Las tres primeras películas (con Doug Liman en Identidad Desconocida) habían evidentemente agotado las instancias argumentales que la llevaron al exito. Hacia El Ultimatum, este agente iconico descubría como habia llegado a ser quién es y las cosas que tuvo que sacrificar en el camino. De hecho, esa búsqueda incesante de la identidad era el motor dramático de una trilogia frenética, nerviosa e intensa en donde todo encajaba a la perfección, y hasta dejaba momentos memorables como la pelea en el baño de La Supremacía (The Bourne Supremacy, 2004) y la persecución en la autopista de El Ultimatum (The Bourne Ultimatum, 2008), precisamente planeadas y ejecutadas. Entonces, en Jason Bourne (2016) la esencia se generaliza y se hace abarcativa ya que aborda el terrorismo y la privacidad. Y, es en este contexto de Wikileaks, Assanges y Snowdens que Jason Bourne vuelve a la acción. Nicky Parsons (Julia Stiles) hackea servidores de la CIA y roba archivos que contienen toda la informacion sobre las blackops (operaciones encubiertas) de las que es producto Bourne, como Treadstone y Blackbiar, entre otras. Inmediatamente lo contacta para poder poner esta informacion a disposicion del publico y exponer los secretos de la agencia, de la cual Robert Dewey (Tommy Lee Jones) está como director y Heather Lee (Alicia Vikander) como analista informatica. Este el puntapié de una intriga que tambien implicará redes sociales y gurus tecnologicos para el trafico de informacion personal. Luego de Capitan Phillips (2013), Greengrass sigue con la faceta protestante que habia insinuado en La Supremacia y El Ultimatum. Como en La Ciudad de las Tormentas (Green Zone, 2010), aquí los paralelismos son evidentes y la denuncia es clara y concisa: los medios masivos de comunicacion y las instituciones roban informacion privada. En vez de Facebook o Twitter hay una red social llamada, ironicamente (o no), Sueño Profundo, en lugar de un Snowden o un Assange hay un Parsons, y en vez de un John Brennan (actual director de la CIA), hay un Dewey. En el trayecto, Bourne comienza a descubrir mas cosas de su pasado, y es ahi donde la pelicula disuelve su argumento en un nuevo giro a la mitologia Bourne, que por innecesario, le hace perder ese verosimil que sus predecesoras contenían. A pesar de ciertos recursos, torpezas argumentativas y una cierta perdida de nervio y proximidad fisica al no usar su usual camara en mano, Greengrass entrega su usual pulso y pericia para una acción que sigue sin dar respiro. El director inglés le dió forma a una trilogía que en su conjunto resultaba empatica e intensa, entonces la pregunta más importante no pasa por la calidad de esta Jason Bourne, sino si era o no necesaria.
Diez años pasaron de la última BOURNE hecha por el combo creativo de Paul Greengrass, Matt Damon y Christopher Rouse, el premiado editor de las dos últimas y que ahora se suma como coguionista. Mucho ha cambiado en el mundo en esta década y la película, de un modo lateral, reconoce esos cambios como centrales: el espionaje cibernético internacional y la capacidad de acceder a los datos de cualquier persona en cualquier lugar del mundo utilizando muchas veces a las empresas de redes sociales como “colaboradores” son parte importante de la trama. Pero, en el fondo, hay algo que no ha cambiado demasiado: la propia idea de qué es lo que constituye una “película de Bourne”. Y esa contradicción es la que hace que JASON BOURNE sea una película, a la vez, admirable desde algunos puntos de vista, pero repetitiva y hasta “gastada” en otros. Lo que a principios de siglo fue un cambio importante en la forma de filmar escenas de acción –pura kinesis, impacto brutal, tensión permanente y montaje como preciso rompecabezas, una versión “americanizada” del estilo patentado en Hong Kong en los ’90– hoy ya no es novedad: lo vemos hasta en los avisos televisivos. Sin embargo, Greengrass y Rouse siguen combinando escenas con la misma lógica: largas secuencias de persecuciones y brutales peleas se combinan con el ya clásico “talk and run” en el que personas se escapan o persiguen mientras están comunicados con otros en ultramodernas oficinas o en sus laptops. Y cada escena, por separado, está muy bien resuelta, al punto que uno piensa que Rouse puede editarlas con los ojos cerrados y poniendo random en su programa de edición y de todos modos quedarían bien. El problema es que siguen siendo muy parecidas a las anteriores. Y ya perdieron esa frescura. JASON BOURNE arranca mostrándonos a nuestro antihéroe favorito ya con buena parte de su memoria recuperada y dedicándose ahora –todo un clásico del cine para mostrar a gente navegando zonas turbias de sus vidas– a ganarse la vida en peleas callejeras en lugares tales como Grecia, Albania o Serbia. Si tu protagonista llega a pelear en un basurero lleno de barbudos transpirados poniendo plata a manos de un tatuado luchador serbio es la forma que el cine de Hollywood tiene de decirte que está en las últimas. Pero Bourne es rescatado de esa zona cuando su vieja compañera Nicky Parsons (Julia Stiles), que hoy se dedica a hackear sistemas de seguridad, descubre otros secretos sobre el pasado de Jason, unos ligados a su padre y a los inicios del progrma Treadstone al que él pertenece o perteneció. Todo esto lleva a un intento de encuentro entre ambos y a la decisión del director de la CIA, Robert Dewey (un Tommy Lee Jones que a veces da enojado y a veces aburrido) de recapturar a Bourne en pleno Atenas. Dewey cuenta, en sus oficinas, con la “ayuda” de la especialista en sistemas Heather Lee (Alicia Vikander, siempre con cara de estar buscando las llaves sin poder encontrarlas) y, en el campo, con la presencia del llamado “Asset” (Vincent Cassel, en plan eurotrash post-crisis económica) que tiene cuentas pendientes con Jason. Lo que da pie a la primera larga escena de acción del filme. Las piezas se irán juntando, pero a Greengrass parece interesarle más seguir con el trauma familiar y personal de Bourne que hablar de los problemas reales del espionaje online, que se reserva a una subtrama liderada por un gurú de la tecnología, Aaron Kalloor (Riz Ahmed, el protagonista de la excelente miniserie THE NIGHT OF). Y en su clásica, intensa pero seca y casi silenciosa personificación del protagonista, Matt Damon transmite la tensión necesaria para llevar adelante la narración, pero ya con una menor carga de perturbación amnésica. Un crítico decía, de manera extraordinaria, que es una película en la que todos los protagonistas pertenecen a la misma organización (la CIA, en este caso) y que esta saga debería ser resuelta por el departamente de Recursos Humanos de la compañía. Y algo de eso hay: a la saga parece interesarle más sus propios nudos gordianos que el mundo potencialmente explosivo que circula por afuera, por más que se mencione a Snowden un par de veces. De todos modos, y en comparación con la gran mayoría del cine de acción que se viene estrenando, JASON BOURNE se destaca por su claridad narrativa, su propulsión formal y la falta de momentos que dan un poco de verguenza ajena. Greengrass va aquí por todo lo contrario. Acaso temeroso del ridículo, apuesta a lo seguro: hacer una variación de las películas anteriores, sin cambiar la esencia. La larga y destructiva secuencia en Las Vegas y la intrigante vuelta de tuerca del final levantan un poco la puntería del filme en su última parte, abriendo las puertas a otra/s secuela/s. La serie da para más, eso es innegable, pero tal vez Greengrass, Rouse y Damon deberían plantearse la próxima vez otras maneras –visuales, temáticas, narrativas– de continuar la historia. JASON BOURNE es casi un Grandes Exitos de una banda que sigue tocando muy bien y se conoce los temas de memoria pero que, evidentemente, está ya con necesidad de darle un giro a su sonido característico…
Un antihéroe cercano Este regreso de Jason Bourne viene con dos cartas ganadoras: Matt Damon vuelve al papel protagónico y detrás de cámara está Paul Greengrass, el director de "La supremacía Bourne" (2004) y "Bourne ultimátum" (2007). Después de la fallida "El legado Bourne" (de Tony Gilroy, con Jeremy Renner), la quinta parte de la saga llega para cerrar cuentas pendientes. Esta vez el agente de la CIA descarriado está escondido en el anonimato. Pero una nueva pista lo pone en acción para recuperar una parte esencial de su pasado, mientras la agencia de inteligencia recurre a los métodos más sucios para tapar las viejas operaciones que dañaron la integridad de Bourne. El director elige una estética bien clásica, con una narración muy precisa que impone suspenso y acción en dosis justas. El ritmo de la película nunca decae, y hay dos pasajes puntuales de persecuciones que son un verdadero festín en la cámara de Greengrass. Además el reparto es un lujo: Tommy Lee Jones y Vincent Cassel componen a dos villanos que se hacen entender con apenas unos gestos, y Alicia Vikander demuestra por qué se está convirtiendo en una de las actrices más cotizadas de Hollywood. Otro punto a favor es que la película está inmersa en la realidad política y social que nos rodea, con un planteo que apunta a la paranoia y la vigilancia en plena era de redes sociales y venta de datos. En ese sentido, Jason Bourne aparece como un antihéroe de carne y hueso, que en su búsqueda deja al descubierto un mundo manipulador y despiadado. El punto débil de la película es un guión demasiado esquemático y sin sorpresas. La narración aquí es exclusivamente cinematográfica, demasiado dependiente de la técnica de montaje, pero en el fondo falta el apoyo de un guión más original y consistente.
Los villanos pasan, la amnesia queda. Ese sería el leitmotiv de la franquicia Bourne, que en su quinto episodio busca revivir la magia mediante el reencuentro de su actor fetiche con el director que maniobró los capítulos dos y tres. Matt Damon hizo suyo al personaje; pese a su formación en la CIA y a su relieve torvo, brutal (un tipo morrudo, con habilidad para las artes marciales y para caer de escaleras usando a otro como colchón), Bourne tiene debilidad por los justos y su eterna búsqueda de identidad lo vuelve un paria. Por su parte, Paul Greengrass se inició filmando docudramas sobre el asesinato de civiles en Irlanda del Norte y crímenes raciales en Londres. Greengrass filma con precisión, la acción se siente real y no existe el pixelado al 90% del cine digital contemporáneo. Sin embargo, la narración se percibe trillada. Tommy Lee Jones baja su potencial para encarnar a Robert Dewey, el director de la CIA. La caza en cadena pasa de Atenas a Berlín, de Londres a Las Vegas. Es todo implacable, cierto, pero nada es creíble. A casi quince años de The Bourne Identity, el mundo es algo peor, y no hay casi distinción entre héroes y villanos.
Tercera película de Bourne en la que trabajan juntos Matt Damon y Paul Greengrass y lo bien que se siente esta dupla. Supuestamente con "Jason Bourne" termina la franquicia, pero en Hollywood esto nunca quiere decir que eso suceda, siempre y cuando la taquilla explote alrededor del mundo. Hablando de la peli, si viste las anteriores, olvidándonos de "The Bourne Legacy" (2012), te vas a encontrar con la misma acción, persecuciones y algunos puntos de giro en el guión que seguramente ya viste... o sea, nada nuevo... pero siempre disfrutar las explosiones, destrucciones y los peligros que pasan nuestros adorados super héroes son dignos para disfrutar de una buena función de cine. Matt Damon se pone en la piel de David Webb (su nombre verdadero) y en combinación con Julia Stiles (Nicky Parsons) la descosen. Alicia Vikander, Tommy Lee Jones (como el malo malo) y Vincent Cassel completan un reparto de lujo. Al terminar de ver la peli, lo único en lo que vas a pensar es en la super producción que se mandaron, los efectos que utilizaron y la adrenalina que seguramente viviste adentro del cine. No muchas películas te hacen vivir algo similiar, al menos a mí me sucedió eso... espero te pase lo mismo. Super recomendada.
Luego de una ausencia de casi 9 años, el realizador Paul Greengrass y el actor Matt Damon vuelven a la franquicia Bourne con una nueva entrega, Jason Bourne. Con un elenco en el que se destacan actores como Vincent Cassel, Tommy Lee Jones, Alicia Vikander y Julia Stiles. Luego de que El Legado Bourne (The Bourne Legacy) no triunfase de manera unánime en lo que a taquilla/crítica se refiere, la vuelta de la dupla Greengrass/Damon vuelve a encarrilar la narrativa de la saga en este mundo post-Snowden y Wikileaks. Varios años más tarde, Jason Bourne vuelve a arremeter contra la CIA a pedido de su amiga Nicky Parsons (Stiles), quien ha descubierto una nueva operación clandestina de la agencia de espionaje y un oscuro secreto relacionado al pasado de Bourne. Con esta premisa vuelve el personaje creado originalmente por Robert Ludlum a pesar de que la trilogía original había completado de manera efectiva el arco dramático del personaje. Ahora, la idea de la vuelta de Bourne fue del editor Christopher Rouse y son varias las razones del regreso: Jason Bourne sigue recordando un suceso oscuro en su vida antes de entrar a la CIA y, por otro lado, Nicky Parsons hackea la base de datos de dicha agencia gubernamental y descubre una nueva operación que vulnera la privacidad de los ciudadanos. La CIA responde con una búsqueda global en donde se intenta eliminar de una vez por todas a Bourne con los esfuerzos de los personajes de Tommy Lee Jones, Vincent Cassel y Alicia Vikander. Estas razones argumentales son más que suficientes para la vuelta del personaje y, a su vez, posicionarlo en el mundo actual. Pero una vez establecidas las razones, el film debe tener alguna perspectiva fresca o al menos novedosa con respecto a lo que ya se ha hecho anteriormente en la saga. Lamentablemente, Greengrass opta por hacer un "grandes éxitos" de la franquicia, poniendo en el nuevo film escenas y acciones muy similares a otras que ya aparecían en la trilogía. Algunas de estas acciones pueden ser justificadas ya que el personaje principal es el mismo pero por otro lado, la película termina resultando poco fresca o innovativa con respecto a las anteriores. Por suerte, y a pesar de todo, Jason Bourne es una muestra de la eficacia técnica y narrativa por parte de Paul Greengrass y su equipo, mostrando una ajustada edición y espectaculares escenas de acción (en especial la persecución en moto en Grecia y el enfrentamiento final en Las Vegas). Los actores se muestran correctos en sus papeles y el film termina con la promesa de más capítulos en la saga. Jason Bourne no es la secuela que se estaba esperando pero la película cumple con varios requisitos básicos: Está bien justificada la vuelta del personaje, está firmemente situada en la actualidad, contiene mucho suspenso, tiene buenas escenas de persecuciones y de acción, la banda sonora es familiar pero efectiva y, por último, termina antes de empezar a aburrir.
Sí, volvió Matt Damon (y eso que a Jeremy Renner lo queremos de verdad) y volvió Paul Greengrass y la saga del agente secreto que recupera la memoria y viene a por sus amos sale airosa. El conflicto es casi lo de menos (“casi”: lo bueno de Greengrass es que no olvida que hay una historia y que es importante para los personajes): lo cierto es que el nervio y la tensión están ahí, tanto en el cuerpo como en el rostro, iracundo y triste, de un gran Damon. Sí, lo que usted espera y algo más.
El cine y las máquinas tragamonedas Jason Bourne, el agente fusible, ha vuelto. El control y la vigilancia informática. El pasado que le persigue. El escenario mundial en crisis y las manipulaciones de la CIA. Persecuciones, tiros, en la puesta en escena de un gran cineasta. No hace muchos años, las máquinas tragamonedas recaudaron más que Hollywood. Por eso, cuando la tanqueta de SWAT irrumpe en el casino y las destroza, hay justicia. De parte de uno de los mejores realizadores del cine contemporáneo, el inglés Paul Greengrass. Y con uno de sus mejores personajes: Jason Bourne. La secuencia que impacta allí es extraordinaria, de un vértigo cuyo crescendo pareciera no concluir, entre montañas de autos que revientan, con este agente de rostro estoico, que no se inmuta, frío, deudor de la tradición del mejor espionaje y sus lavados de cerebros, esculpido a partir de la literatura de Robert Ludlum, sobre el cuerpo y facciones de Matt Damon. Jason Bourne, quinta película de la serie -si se contempla el spin-off El legado Bourne, con Jeremy Renner- es la culminación de un largo viaje, que iniciara en 2002 con un film anodino, dirigido por Doug Liman (Sr. y Sra. Smith, Jumper). Sólo con la secuela el personaje pudo desarrollar una fisonomía, con las riendas puestas en el saber fílmico de Paul Greengrass (Vuelo 93, Capitán Phillips). Una de las consecuencias ha sido la empatía generada entre director y actor. Tanta es la diferencia provocada por la trilogía de Greengrass (La supremacía de Bourne, Bourne: El ultimátum, Jason Bourne), que el primero de los films parece desgajado, anecdótico, a la par del olvidable spin-off. Bourne adquiere su fisonomía porque a partir del director inglés se inscribe en la historia del cine y sus paranoias. No solamente desde las referencias cruzadas -que pueden vincularse con títulos de otras décadas, a los que fácilmente se suma desde el listado general el film de Liman- sino desde una puesta en escena que dialoga con las maneras que el cine tuvo de plasmar la temática. Porque hay una mirada que tematiza, es que la película Jason Bourne adquiere un rango específico, que la sitúa de manera cercana al cine de John Frankenheimer, capaz como fue de exhibir los síntomas de una época malsana en films notables como El embajador del miedo (1962) y El otro Señor Hamilton (1966). Por parte de Greengrass hay una indagación progresiva, en donde Bourne es la figura bisagra, desajustada entre lo que ha sido y ya no podrá, que le permite al director un juego de ajedrez que tiene, hasta el momento, tres partidas. Las tres, puede decirse, finalizadas en tablas: aun cuando Bourne pueda resolver sus cometidos, el entramado contra el que se rebela continuará su andadura, con otras caras y sonrisas de marketing. Bourne, a partir de Greengrass, será la contracara del patriota, el agente que intentará en vano quitarse las vestiduras y acciones que su cuerpo exhibe de manera programática. El lavado de cerebro y los enemigos contra los que se debate Estados Unidos estarán acá situados en el marco de un escenario mundial, en donde los jugadores son, siempre, norteamericanos. Buenos, malos, o como se les quiera tildar, todos de factoría norteamericana. Una telaraña (el apellido "Webb" -telaraña- es vital al argumento) que tiende sus lazos de manera siniestra, capaz de provocar villanos a su antojo, para así justificar los héroes. Que uno de los expedientes en manos de Bourne tenga por referencia el título "enemigos extraordinarios", no sólo distingue un aspecto del drama y su verosímil, sino que lo hace sobre la misma narrativa cinematográfica, hoy en manos de superhéroes contra súperamenazas. Este tablero sin límites, en donde los países son feudos a derrocar o apuntalar, es vigilado por la CIA. La primera de las secuencias de acción ya lo estipula, mientras ese ojo que todo lo ve, apostado en sus oficinas confortables e hipertecnificadas, persigue a Nicky Parsons (Julia Stiles) y Jason Bourne. El detalle mayor es que están en Grecia, entre tumultos callejeros, en donde la maquinaria policial reprime. Entre el gentío se mueven estos personajes. Sus movimientos están por encima de lo que sucede en las calles: no les importa. Ni a la CIA ni a Jason Bourne. El Bourne de Greengrass es un alienado, un psicópata que ha cambiado su punto de mira. Hasta no hace poco disparaba desde el mismo lugar que la Némesis justa que compone Vincent Cassel. Que terminen enfrentados se debe a una falla de la maquinaria, cuando el soldado otrora dedicado a la custodia de su país se descubra manipulado, víctima del mismo aparato que había jurado defender. La tragedia de Bourne es irresoluble, el final de este film lo comprueba. Si hubiese una película siguiente, ésta no haría más que dar otra vuelta en forma de trompo, sin salida. A la vez, con Jason Bourne se escribe un capítulo más sobre el control de los medios electrónicos, a través de las complicidades entre empresarios y los aparatos de inteligencia. El nombre de Snowden se escucha en los diálogos, con la promesa puesta ahora en una nueva plataforma virtual -Deep Dream- ante la cual la población se expresa extasiada, en esas presentaciones a sala llena en donde geniecillos de la informática se exhiben como adolescentes tardíos. Hay, de todos modos, cierta mirada benévola, algo retórica, al preocuparse por la privacidad de los ciudadanos y su información. Algo que ya no es exclusivo de un film norteamericano, vista las maniobras de "inteligencia argentina" recientes. Ahora bien, de vuelta a la tanqueta de SWAT. Está conducida por un agente de la CIA. SWAT y CIA como los verdaderos peligros de la película. Si el escenario propuesto al inicio es el mundo entero -de Grecia a Berlín, de Islandia al Líbano-, el desenlace es en Estados Unidos. De allí proviene el desquicio, con un detalle que el film explicita en la construcción misma de los denominados "terroristas". Bourne, por fin, está de vuelta en su país. El regreso al nido enfermo. ¿Hay cura? Allí, seguro que no. Greengrass, todo un cineasta.
Canas, cicatrices y un cansancio perpetuo empiezan a hacer eco en Jason Bourne (Matt Damon). Ya distante del mundo que conocía, Bourne resuelve sus días luchando en circuitos de peleas clandestinas y lamentando – silenciosamente – la vida que le arrebataron. La trilogía pasada tenía un objetivo: buscar la identidad David Webb/Bourne, eso ya paso, ahora sólo queda una cosa: venganza. Tras un correcto cierre hace 9 años con Bourne Ultimatum (2007), Paul Greengrass, Matt Damon y Julia Stiles regresan una vez más, en sus respectivos roles en esta secuela logrando borrar completamente al Spin off (Bourne Legacy) protagonizado por Jeremy Renner en el 2012. Greengrass demuestra que el tiempo alejado en la saga no tuvo efecto negativo en él. Junto con Barry Ackroyd en el departamento de fotografía y Christopher Rouse en edición, dejan todo para ofrecer escenas tensas a un ritmo frenético de principio a fin. Eso sí, si bien todo lo positivo del mundo Bourne se hace presente al pie de la letra, hay que destacar que Greengrass es un fan incurable del shaky cam (cámara temblorosa). La sala va a sufrir un poco con este método; las escenas en Grecia o la persecución en Las Vegas van poner a prueba nuestros nervios al tratar de entender lo que pasa por el constante abuso de Greengrass convulsionando la pantalla. Pero con la gran edición de Rouse, el resultado es bueno y a pesar de todo, se entiende lo que sucede. Tommy Lee Jones, Vincent Cassel y Alicia Vikander aportan un plus y refrescan el film con nuevos personajes en esta nueva historia. El problema es que el guión a cargo de Greengrass y Rouse fuerza demasiado estas nuevas caras para que el espectador se interese por ellas hasta el punto, que el mismo Jason Bourne queda en segundo plano. También, el guión vuelve a utilizar elementos del pasado de Bourne, esta vez con respecto a su padre (interpretado por Gregg Henry) para revitalizar la saga. ¿Funciona? Sí funciona, pero hasta ahí. Jason Bourne marca un gran regreso en este mundo de espías, claramente si pensábamos que lo que habíamos visto en la 3 película pasadas -sin contar el spin off- era lo mejor que nos podía ofrecer Greengrass y compañía, estábamos equivocados. Bourne volvió con todo, más viejo, más sabio, sin nada que perder y con Extreme Ways de Moby acompañándolo de fondo. Paquete completo.
EL CINE SE MUEVE A Paul Greengrass le lleva unos diez minutos poner en movimiento a todos los personajes. Es como si no quisiera jugar con las expectativas del espectador y va enseguida a lo que importa: la acción trepidante cruzada con múltiples dosis de tensión y suspenso. Oda al movimiento constante, esta Jason Bourne es un justo regreso al universo del agente más hiperbólico que habita ese mundo conocido como cine. Y acá, en esta quinta entrega, el cine vuelve a moverse. Jason Bourne es una justa mezcla entre Identidad desconocida y La supremacía de Bourne. Es decir, por un lado está el misterio que se va ensamblando de a poco y por otro lado las secuencias de acción notablemente ejecutadas. Es cierto, para ser una película mucho más imperecedera (es decir, la eterna Bourne: el ultimátum) a este film le falta un misterio mucho más complejo y más personajes multi-dimensionales orbitando alrededor del protagonista. Pero el guión es inteligente y hace el recorrido inverso que cualquier otra película realiza: el film arranca impactante, pero vacío, los conflictos se adivinan demasiado leves y precisa de esos golpes de adrenalina tan propios de Greengrass como para tener vida. Sin embargo, a medida que los personajes comienzan a incorporar dimensiones y un espíritu más reptil, Jason Bourne se va solidificando, hasta un final en el que con enorme sabiduría se nos deja con ganas de mucho más. No es menor el tema del guión, obra de Greengrass y Christopher Rouse, encargado del montaje. El detalle está dado en que el director y el montajista son, dentro de una producción cinematográfica, los que se acercan al cine con una visión mucho más cercana a la matemática: el corte, la extensión de una secuencia, la unidad temática entre escenas. Si el cine es tiempo, son el director y el montajista los encargados de encontrar ese timing. Y Jason Bourne, como todas las películas de la saga dirigidas por el británico, son precisamente una exaltación del tiempo, también una reflexión sobre el mismo: el suspenso de muchas escenas (especialmente lo que sucede en la magistral secuencia de Londres) está construido alrededor de una lucha entre los cuerpos y los objetos, y las salvadas son en el último segundo. Alguna alquimia especial existe aquí, ya que el uso del montaje frenético y el sonido disruptivo son recursos que mayormente salen mal en el cine de acción contemporáneo. ¿Será que junto al dominio de la técnica el director le suma un interés especial por los personajes? Es posible, y la clave es Matt Damon. Damon es un actor particular. No tiene una presencia singularmente atractiva para lo que es una película de acción, pero es cierto que cuando se acerca tanto al drama como a la comedia lo suyo es una apuesta corporal. Y es por eso que el pasaje a este tipo de películas resulta más fluido. Damon es un actor clásico, con una presencia de tipo común que deja de lado el divismo a lo Tom Cruise, la otra vertiente de interés dentro del género en el presente. Si Cruise apuesta por un tipo de acción que es puro artificio, Damon pone sus fichas en lo concentrado y en lo físico (si lo comparamos con alguien, podría ser con Harrison Ford). De ahí que su presencia se realce con la cámara de Greengrass, documentalista de la ficción, observador de lo concreto. Como decíamos, Jason Bourne es una película que se mueve constantemente, pero que mueve también al cine hacia un lugar de espectacularidad sorpresiva y mueve al espectador en la butaca. Pero, además, está integrada por tres secuencias donde la movilidad de las masas es por un lado un elemento dramático clave y por el otro, una demostración de virtuosismo de Greengrass y su equipo: la enorme secuencia en Grecia, lo que sucede en Londres o el final en Las Vegas tienen como fondo una lucha constante entre lo público y lo privado (Bourne es perseguido por la CIA, ante un resto del mundo que desconoce lo que está pasando a su alrededor), lo que sucede en la superficie y lo que está tras bambalinas. En esa lucha, con cientos de extras movilizándose en escena, se adivina también la tesis fundamental de todo film de Bourne: el mundo se ha convertido en un lugar peligroso, terreno de cultivo para paranoias varias donde la tecnología se ha vuelto la más peligrosa herramienta para invadir la privacidad de las personas. Pero la mayoría lo desconoce. Greengrass tiene la habilidad para hablar del mundo, sin perder de vista el espectáculo. Ese es, al fin de cuentas, el mayor atractivo de esta saga fundamental, a la que esta quinta entrega le renueva el interés y nos permite soñar con nuevas aventuras.
Según cuentan Matt Damon, no quería hacer esta película. Por un lado, porque ya lo había hecho tres veces. ¿Qué más hay para contar? Por otro, existe este miedo al encasillamiento sufrido por los actores que se ponen en la piel de ciertos personajes (pregúntele a Daniel Radcliffe por ejemplo). Además, había que levantar el muerto que dejó la cuarta entrega con Jeremy Renner en el papel principal. Fuertes convicciones, lógicas si se quiere. Nosotros entendemos bien eso pero, ¿sabe qué pasa? Que el cheque ese tiene un montón de ceros a la derecha en ese recuadro rectangular ubicado arriba a la derecha. Ahí, justo donde se termina el bla, bla. Dos ejes dramáticos han sostenido, y sostienen, el quinteto de producciones iniciado en 2002. El primero, es el factor de poder detentado impunemente por las instituciones de servicios de inteligencia de los Estados Unidos. En esta última la CIA es prácticamente el origen de todos los males. Ellos, que desde su búnker, siguen siendo una suerte de Gran Hermano personalizado para nuestro héroe, saben casi todos sus movimientos merced a cámaras, satélites etc. pero su costado más oscuro reside en la manipulación maniquea de la voluntad de las personas con determinadas características,a quienes se elimina la memoria para convertirlos en máquinas asesinas y despiadadas. El segundo eje es, precisamente, el detonador de la empatía del espectador como consecuencia del primero. Desde el comienzo, hace como 14 años ya, el protagonista anda atribulado porque no se acuerda ni de su nombre. Nada,. Razón por la cual la platea entera se pone de su lado, y a medida que fueron sucediendo las secuelas nos enteramos de más y más secretos en la vida de Bourne. Estaba todo contado ya de manera tal que cuando entendemos que todavía quedan cosas de su pasado por conocer y verificar, “Jason Bourne”está lista para ocupar el quinto lugar en el derrotero de su trayectoria. También volvieron varios personajes conocidos por todos, y se agradece el montaje inicial para hacer un resumen de lo visto hasta ahora (saltando por supuesto la cuarta parte). Ya estamos en tema. Ahora será cuestión de ver como hacen para mover la maquinaria. También volvió Paul Greengrass a la dirección luego de “La supremacía de Bourne” y “Bourne: el ultimátum” (2007). Pero “Jason Bourne” arranca como “Rambo III” (Peter McDonald, 1988), ya no es el agente mortal de antaño, ahora se esconde del sistema siendo parte de un circuito de peleas callejeras. Es decir, vive de piñas ilegales pero en otro estrato social. Hay unos archivos en un pen drive que pone nerviosos a varios y los va a poner aún más si se dan a conocer públicamente. ¿A quién ponen para detener esta afrenta contra el sistema? A otro viejo conocido. El Asset (Vincent Cassel, siempre eficiente), quien también tiene algún muerto en el placard (en todo sentido), de modo que esta vez tendrá una incidencia mayor, y acaso es el personaje que más crece en éste estreno. La persecución en moto, y toda la secuencia de acción en Las Vegas, quita el aliento por el vértigo y la precisión logrados por el director y su equipo técnico. Hasta las astillas parecen escucharse. Claro, a los efectos de la narración sobra media hora que se balancea por la espectacularidad, ya sea en grandes despliegues de acción o en las peleas cuerpo a cuerpo. En este aspecto, es marca registrada. La razón central por la cual este buen entretenimiento también será uno de los éxitos del año.
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Crítica emitida por radio.
Si viste sólo una película de Bourne, las viste todas. Esta nueva entrega del James Bond con traumas tiene las mismas escenas y tramas que las anteriores: Bourne (Matt Damon) es perseguido, está luchando por recordar detalles de su pasado, hay un asesino sin nombre que se interpone en su camino, el gobierno de EE.UU. está desarrollando un nuevo programa de espionaje en las sombras y hay un actor de carácter que interpreta al jefe corrupto de la CIA (hoy Tommy Lee Jones, antes Chris Cooper, Brian Cox, Edward Norton). Y no nos olvidemos del “estilo”, la cámara con Parkinson de Paul Greengrass. Esta actualización con la vuelta del protagonista original, incluye un personaje que intenta ser un Mark Zuckerberg ficticio para hablar del tráfico de los datos personales de las redes sociales y que junto a varias escenas donde la tecnología toma ribetes mágicos, termina siendo risible. Es muy difícil encontrar cinematografía, en este producto. Sí, esto es más un producto que una película. De acuerdo con el productor Frank Marshall hay planes para más films tanto de Bourne como de Aaron Cross (el personaje de Jeremy Renner en The Bourne Legacy) Lo que el mundo necesitaba, un universo cinematográfico de Bourne, estilo Marvel. La realidad es que Jason Bourne, ofrece pocos incentivos para explorar más a fondo a un personaje cuyo gancho ya resulta agotado, Al final de esta nueva película como en un loop eterno Jason sigue siendo el mismo hombre que era antes, y el mundo de la política de espionaje y su entramado corrupto permanece intacto. La convencional premisa muestra a Bourne fuera de la red durante casi 10 años la agente de la CIA Nicky Parsons (Julia Stiles) lo ha seguido durante una década y le da un archivo que contiene antecedentes sobre operaciones encubiertas y misiones que recuerda vagamente. Con esta data buscará averiguar lo que realmente le sucedió a su padre. Y es allí donde la película entra en su patrón de narrativa rígida y trillada. En cada lugar que visita, Bourne -que debe tener muchas millas a su favor como viajante frecuente- recoge más datos, alguien es asesinado, y se escapa en una persecución larga y caótica a pie o en un vehículo. Todo filmado con el suficiente movimiento caótico en la cámara para esconder cualquier idea de escenificación. Una percepción errónea de la acción, con una imposición de la técnica que hace caso omiso a lo que está pasando entre los personajes en favor de un nerviosismo de edición que impide que ninguna escena resulte memorable. Las motivaciones de los personajes son débiles, y cuando trata de encontrar alguna conexión emocional entre Bourne y Heather (Alicia Vikander) al ser dos personajes que casi no interactúan, resulta forzado. En un momento, el conflicto de la película es resuelto pero Greengrass, quien co-escribió el guión, le agrega una escena de persecución de autos al estilo Rápido y Furioso completamente innecesaria e interminable …como esta serie de films.
La franquicia de Bourne, que con este último estreno llega a cinco películas, siempre fue vista como una actualización moderna de las aventuras del agente 007, pero pos atentados del 11 de septiembre. La industria de Hollywood buscó para este nuevo y conflictivo escenario mundial un espía que tenga características que se amoldaran a lo que sucedía en el mundo actual: más violencia y villanos creíbles. Así fue como en el año 2002 dieron con Jason Bourne, un personaje de ficción creado por el escritor Robert Ludlum para sus novelas de espionaje. La última vez que el actor Matt Damon y el director Paul Greengrass se vieron las caras fue para "Bourne: El Ultimátum" (2007), pero ahora tomaron la decisión de regresar para darle un cierre definitivo a la exitosa franquicia de acción. Si pensamos concretamente en el argumento de este nuevo capítulo, "Jason Bourne" (2016) no cumple con las altas expectativas de aquella primeras películas, sobre todo el debut del espía demenciado en "Identidad Desconocida" (2002). Igualmente, estamos ante un nuevo capítulo que revaloriza la saga y actualiza la temática hacia lo que podemos denominar como el espionaje virtual. Jason Bourne en verdad es David Webb, un agente que se ofreció en el pasado como voluntario para un proyecto de Treadstone con el objetivo de crear una especia de supersoldados. En la actualidad, ya completamente alejado de todo rastro de su antigua identidad, se dedica a intentar ser un hombre común, siempre y cuando no regresen esos vagos recuerdos del agente que fue. Sumado a que la CIA aun lo sigo buscando para eliminarlo, ya que esta máquina asesina le costó 100 millones de dólares. Ahora vuelve a la batalla, con memoria recuperada y la culpa que lo carcome por que hizo en el pasado, cuando Nicky Parsons (Julia Stiles) le pasa información sobre la creación del proyecto que le dio vida a todos sus males. El objetivo es el villano Robert Dewey (Tommy Lee Jones), director de la Agencia de Inteligencia. De su lado se encuentra Heather Lee (Alicia Vikander), una joven que intentará traer de vuelta a Jason a sus filas. Seguramente el binomio Damon-Greengrass es lo más rescatable de la película. Un gran actor dirigido por un estupendo director. Greengrass inserta de forma magistral a nuestro perturbado agente en medio de una trama acerca de los monopolios tecnológicos y los encubrimientos del gobierno. El guión dispone una furiosa crítica acerca del ciberterrorismo, la supervigilancia y todo lo que concierne a las redes libres. De esta forma, luego de nueve años, Matt Damon vuelve a interpretar a su vengativo personaje bajo el pretexto de siempre: cine de acción, persecuciones de alto vuelo, enigmas y traiciones que dan como resultado un producto divertido y atrapante.
Despues de Bourne Legacy, esa oveja negra, aquel universo paralelo donde la figura principal es Hawkeye, todos sentimos que la saga no podía terminar así. No era justo, ni para Paul Greengrass (director de las dos últimas entregas de la trilogía) ni para Matt Damon, y mucho menos para el personaje de Jason Bourne. Pero también estaba la opción que esta nueva Jason Bourne sea otro espanto y que prefiriéramos olvidarla, dejando el cierre de nuestro amnésico agente secreto en Ultimatum (2007). Pero, afortunadamente, sucedió lo mejor. Jason Bourne transcurre algunos años después de la finalización de Ultimatum, con un Bourne alejado de todo y ganándose la vida en peleas callejeras, secuencias de contextualización que son maravillosas para mostrar tanto el lomazo de Matt Damon como sus aptitudes físicas (sí, no lo iba a pasar por alto). Cuestión que Nicky Parsons (Julia Stiles), también retirada de la CIA, haciendo un trabajo por encargo, accede a información vital sobre el Programa Treadstone y, fundamentalmente, sobre la identidad de Jason. Pero claro, si estuvo tres películas indagando sobre su pasado, en ésta no iba a llegar a la información tan fácil, y desde la agencia se perfilan sus dos principales enemigos: Heather Lee, encarnada por Alicia Vikander (que parece haber tocado su techo en The Danish Girl, porque a este papel no le suma absolutamente nada), y el inoxidable Tommy Lee Jones, que cada vez está mejor (al igual que Robert Dewy, director de la CIA, o sea el capo). Y en medio de los intentos de Bourne por rastrear sus raíces, escapando de la agencia que trata de reincorporarlo al programa o matarlo, Aaron Kallor (Riz Ahmed) está a punto de presentar Sueño Profundo, un desarrollo de software que está más relacionado con la agencia que lo que parece a simple vista... La acción se desplaza a través de diferentes escenarios, y no se debe a motivos turísticos o un afán por el paisajismo: la secuencia en Grecia del primer acto, por ejemplo, enmarca perfectamente la primera persecución de la cinta, donde Bourne y Nicky se esconden en medio de protestas sociales, caos generalizados y bombas molotov. La resolución de la película, en Las Vegas, con exteriores nocturnos iluminados a más no poder y una persecución motorizada que rompe todo, es otro de los puntos más altos en cuanto a realización y emoción: las escenas de acción están realmente bien logradas y, respaldadas por un guión sólido, consiguen incluso que por momentos te quedes sin aire. Respecto a la performance de Damon, es increíble su crecimiento. Cuando inició la saga, allá por el 2002, todavía tenía un poco cara de pendejito banana mimado de zona norte, no daba el fisique du rol de un agente secreto: tenía tanta pinta de inexperto y amateur que costaba creer que de verdad tiene todas las habilidades que va desarrollando. Los años le sientan como al vino, se lo ve más curtido, más creíble, incluso por fuera de la saga ha demostrado (en la brillante The Martian, por ejemplo) que es uno de los mejores actores actuales de Hollywood, aunque cada tanto se quede perdido en algún lugar y tengan que ir a rescatarlo. Si hubo algo que caracteriza a esta saga, es que siempre manejó un registro bastante realista. En esta entrega, sobre todo en la parte de informática, de la mano con los recursos utilizados por el personaje de Vikander, quizás flashea un poco por demás pero nunca se excede de sus propios límites. A lo largo de los años mantiene su identidad, en materia tanto visual como de verosímil; reconocés a todas las películas como integrantes de una misma franquicia, y eso es algo que está íntimamente ligado con tenerlo a Paul Greengrass detrás de cámaras, un tipo al que hay que seguirle la pisada porque, en lo que a cine de acción respecta, la tiene cada día más clara (no olvidemos que viene de dirigir a Tom Hanks en Captain Phillips). VEREDICTO: 8.0 - A LA GILADA NI CABIDA Jason Bourne, con una excelente combinación de intriga, acción y personajes bien construidos, se convierte en la legítima cuarta parte de la saga. La tercera debería ser enterrada en el desierto, como los cartuchos del videojuego de E.T. para Atari (sospecho que este chiste ya lo había hecho).
La quinta de una serie que no parece tener fin En 2002 Doug Liman dirigió “The Bourne Identity”, aquí conocida como “Identidad desconocida”, en que por primera vez el célebre personaje creado por Robert Ludlum ingresaba, interpretado por Matt Damon, al cine. Jason Bourne, ex agente de la CIA, padece de amnesia y como lo indica el primer film de la serie está en busca de su identidad. “La supremacía de Bourne”, segunda de la trilogía fue filmada dos años más tarde y ahora la dirección recayó en Paul Greengrass, un buen realizador inglés al que se le deben, entre otros, films como “Vuelo 93” y “Capitán Phillips”. La dupla Greengrass-Damon volvería en 2007 con “Bourne, el ultimátum”, la tercera y última de las novelas del célebre personaje escritas por Ludlum, quien fallecería en 2001 de tal modo que ninguna de dichas películas pudo ser vista por él en vida. Cuando ya parecía que la serie había llegado a su fin, Hollywood (no) nos sorprendió en 2012 con un nuevo agente (Jeremy Renner) y el guionista de las tres primeras y ahora realizador (Tony Gilroy) con “El legado de Bourne”. En verdad poco tenía que ver este producto desfachatadamente comercial con la trilogía antes mencionada. Distinto es el caso de “Jason Bourne”, que acaba de estrenarse, donde vuelve la dupla original aunque el guión no esté lógicamente basado en una obra de Ludlum, que sólo escribió tres. Justamente el principal problema del nuevo capítulo de la serie es su libro cinematográfico, con pocas ideas originales. La compensación y posible razón para ver este film es la trepidante acción y destacada interpretación de Matt Damon, bien acompañado por varios secundarios. Una primera y muy extensa escena tiene lugar en Atenas, notablemente filmada al punto que parecería que los hechos mostrados ficcionalmente estaban ocurriendo realmente en la capital griega. La parte central del relato es la menos interesante con un personaje que resulta ser un gurú informático en plena conferencia, donde se muestra el poder de la tecnología para “controlar” a la gente, algo tan viejo como que ya estaba en la famosa novela George Orwell, escrita muchos años atrás. Pero afortunadamente, “Jason Bourne” levanta el interés en su última e intensa media obra con otra persecución, esta vez en Las Vegas y automovilística en que uno de los malos de la CIA (Vincent Cassel) destroza cientos de autos en su camino conduciendo un camión SWAT. Los autos prácticamente vuelan al ser embestidos por el malvado, pero no así el que conduce Damon. Cuando al final los dos se encuentran frente a frente, las trompadas y golpes se van alternando y uno podría, cerrando los ojos y escuchando, imaginar que lo que se está mostrando en la pantalla es un match de tenis. En cuanto al reparto la única que, además del actor principal, vuelve a estar presente es Julia Stiles mientras que las incorporaciones de Tommy Lee Jones y Alicia Vikander, ganadora del Oscar por “La chica danesa”, resultan bienvenidas. Sería deseable que esta sea la última de la serie, pero conociendo a Hollywood ello resulta poco probable.
A nadie le interesó El Legado Bourne. El problema era Jeremy Renner, que a mi juicio es algo desabrido para un protagónico pero anda genial en los secundarios, prueba demostrada por las sagas de Los Vengadores y Misión: Imposible. El Legado Bourne no tenía a Damon, y ello la hería de muerte. Ahora con Paul Greengrass y Damon de regreso (gracias a una ponchada de millones puesta sobre la mesa como para abrirles el apetito), Jason Bourne marca lo que podría ser el inicio de una nueva trilogía. El problema con el filme es que la trama es mínima, la acción es repetitiva, y hasta el mismo Jason Bourne parece viejo y descuidado. Se expone a las ventanas (donde un francotirador podría rematarle), ya no es tan efectivo salvando vidas, e incluso parece haberse olvidado de que la CIA tiene equipos de asalto que llegan a cualquier parte del mundo en menos de cinco minutos. Si no fuera por la ayuda que le da Alicia Vikander, a Matt Damon lo harían fiambre antes de la mitad de la película. La trama es pequeña y tampoco entusiasma demasiado. Al padre de Jason Bourne / David Webb lo mataron en un atentado producido por la CIA para callar los secretos que estaba a punto de revelar. Que ahora Bourne vaya en plan de venganza familiar en vez de sobrevivencia o revancha parece una perogrullada, amén de que estira artificialmente la necesidad de que el personaje entre en acción. Para colmo las secuencias de acción son tres, una calcada de la otra: multitudes de gente (sean manifestaciones, corridas por falsas alarmas, convenciones), Bourne escondiéndose en la muchedumbre, el asesino disparándole (y siendo mucho mas efectivo que el protagonista), y secretos revelados a las corridas. Es como si hubieran escrito el argumento en una carilla, y el resto lo rellenaron con acrobacias y persecuciones. Ni siquiera cuando triunfa Bourne hay un sentimiento compartido de satisfacción; es todo cansino, rutinario, nada original.
Llega el estreno de la quinta entrega de esta saga protagonizada por Matt Damon que retoma el personaje del agente de la CÍA Jason Bourne. Yendo más atrás en el tiempo encontramos “La identidad de Bourne” (2002) “La supremacía Bourne” (2004) “Bourne: ultimátum” (2007). “Jason Bourne” (2016) esta escrita y dirigida por Paul Greengrass, y los encuentra trabajando nuevamente juntos. En este film la cámara toma un lugar de importancia por momentos desprolija de contarnos la historia (cámara en mano, casi como si fuera un documental). El agente Bourne vive en la clandestinidad, y lucha literalmente por vivir. Pero comienza a recuperar su memoria que le recuerda su fuerte pasado. Es sorprendente el despliegue de producción ya que fue filmada por muchos lugares del mundo (como ser Londres, Atenas, Las Vegas; impresionante todo lo que sucede en esta ultima ciudad y se roba los últimos 20 minutos de la peli con una tremenda acción). El guión esta muy bien, tiene algunos detalles que si los pensamos más de la cuenta tal vez nos resultan poco verosímiles, pero se aceptan en la dinámica de la propuesta de esta súper producción. Quiero destacar el gran trabajo del antagonista Tommy Lee Jones, representando al director de la CIA, Robert Dewey. También acompañando en la búsqueda de Bourne, encontramos a Alicia Viklander como el agente Heather Lee, y en un rol con mucha presencia desde el lugar más oscuro del servicio de inteligencia, Asset representado por Vincent Cassel. Mucha acción, con alto ciber terrorismo, e imágenes impactantes, muy recomendada para todos aquellos que disfrutan de ese estilo de films. Volvió Matt Damon, volvió Jason Bourne, y queda un final abierto… continuará esta franquicia?
Secuela innecesaria. La trilogía Bourne, quizás una de las mejores sagas de acción de la historia del cine, no necesitaba una cuarta parte, al menos a nivel narrativo. La tercera entrega ya se había encargado de cerrar la historia del amnésico agente de inteligencia con gran precisión y sin dejar interrogantes, pero en el cine son pocas las sagas exitosas que logran escaparle a la ambición desmedida. Jason Bourne no ha sido la excepción y, aunque parezca increíble, este último capítulo es fácilmente olvidable. El regreso de Jason Bourne a la escena es a través de un gancho narrativo forzado, que pone en evidencia la falta de motivación genuina de la continuación. Vincent Casell y Tommy Lee Jones están muy bien en sus papeles (aunque Casell no tenga grandes desafíos) pero no alcanzan para salvar la experiencia. Amén de una secuencia de combate cuerpo a cuerpo muy bien lograda cerca del final, no hay mucho más que recordar dentro del filme, que apenas termina siendo un refrito de escenas ya vistas en entregas previas; una recopilación carente de toda inspiración, en el mejor de los casos, donde se nota la falta de pasión de su director. La gran pregunta que uno debe hacerse es para qué volvió Jason Bourne, y luego de 120 minutos ese interrogante no encuentra una respuesta convincente. Volvió para pelearse, dispararse y manejar a grandes velocidades sin motivos verosímiles. Volvió, en definitiva, porque es un buen negocio y no mucho más que eso. Este es un capítulo prescindible de una saga imprescindible.