El problema con los oficialismos Jojo Rabbit (2019) es la nueva realización de Taika Waititi, el gran director y guionista neozelandés responsable de Eagle vs. Shark (2007), Boy (2010), Casa Vampiro (What We Do in the Shadows, 2014) y Hunt for the Wilderpeople (2016), todos trabajos muy interesantes que dejaron en claro su cariño por el humor comunal, absurdo, irónico y de evidentes inclinaciones contraculturales más o menos solapadas, un rubro polimorfo que el mainstream hollywoodense prácticamente ha abandonado en un cien por ciento desde la década del 90 del siglo pasado hasta el presente. Aquí el señor se mete de lleno en un territorio que no había explorado hasta este momento, la sátira histórica, y el resultado es una maravillosa anomalía que resulta tan encantadora como freak, algo así como una cruza entre la disposición inconformista y políticamente incorrecta de El Dictador (The Dictator, 2012) y La Muerte de Stalin (The Death of Stalin, 2017) y las parábolas sobre el “arte” de crecer en medio de la barbarie en sintonía con La Vida es Bella (La Vita è Bella, 1997) y El Niño con el Pijama de Rayas (The Boy in the Striped Pyjamas, 2008), aunque sin dejar pasar la oportunidad de incluir algunas referencias aisladas -sobre todo en la segunda mitad del metraje- que parecen acercarnos en términos conceptuales al terreno bien escabroso de clásicos polémicos como El Tambor de Hojalata (Die Blechtrommel, 1979) y Portero de Noche (Il Portiere di Notte, 1974), en especial por las situaciones narrativas planteadas. El propio Waititi firmó el exquisito guión, inspirándose en la novela Caging Skies (2008) de Christine Leunens, y así nos presenta el devenir del personaje del título, Johannes “Jojo” Betzler (Roman Griffin Davis), un muchacho de diez años que vive en la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial y decide unirse a un campo de entrenamiento de las Juventudes Hitlerianas encabezado por el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), donde es ridiculizado por sus superiores al no poder matar a un pobre conejo -de allí el sobrenombre pernicioso de turno- y pronto termina con su rostro desfigurado y una cojera cuando pretende lanzar una granada para demostrar su valía, la cual le estalla a escasos centímetros de su cuerpo. Obligado a pasar más tiempo en su hogar junto a su madre, Rosie (Scarlett Johansson), quien asimismo debe lidiar con la muerte reciente de su hija mayor por gripe y las acusaciones de deserción que pesan sobre su esposo, el cual estaba combatiendo en Italia y hace dos años que no se sabe nada de él, Jojo investiga ruidos en la casa y descubre de improviso a Elsa Korr (Thomasin McKenzie), una judía y ex compañera de colegio de su hermana que está escondida detrás de los muros de una habitación, todo bajo el amparo de una Rosie que milita en los círculos antifascistas y suele dejar mensajes en la calle en pos de una Alemania libre. Por miedo a una denuncia entrecruzada a la Gestapo que los condenaría a ambos, el niño y la adolescente se consagran a convivir y a conocerse entre sí. La esquizofrénica realización comienza sin medias tintas en el campo de la comedia negra/ política y paulatinamente va acercándose hacia el drama bélico, aunque esquivando esos golpes bajos gratuitos paradigmáticos del mainstream y siempre manteniendo el tono humanista y algo demencial que caracteriza a la obra del cineasta neozelandés. Más allá del interés que despierta el esquema retórico de por sí y el excelente desempeño del debutante Roman Griffin Davis, un hallazgo inconmensurable por parte de Waititi, la película cuenta con un glorioso popurrí de secundarios que incluye a los dos subalternos principales del borrachín Klenzendorf, Fräulein Rahm (Rebel Wilson), una instructora brutal del campo de entrenamiento, y Finkel (Alfie Allen), la fiel pareja homosexual del personaje de Rockwell, y los dos amigos fundamentales del protagonista, léase Yorki (Archie Yates), un jovencito regordete que también forma parte de las Juventudes Hitlerianas y eventualmente se transforma en un soldado infantil, y el mismo Adolf Hitler (interpretado por un Waititi de ascendencia hebrea que juega con el sustrato sardónico del asunto), en esencia un amigo imaginario de Jojo que hace las veces de una figura paternal sustituta que viene a asistir al muchacho cuando éste experimenta alguna crisis o simplemente no sabe qué hacer a continuación, sin duda un bufón que se asemeja mucho a los psicópatas reales de los que está llena la execrable caterva de las huestes dirigentes, tanto las civiles como las militares. Así las cosas, el purrete divide su tiempo entre conversaciones con Yorki y el buenazo de Adolf, las diversas tareas de propaganda en vía pública que le asigna Klenzendorf y un “estudio” acerca de los judíos tomando como caso testigo a Elsa, de la que se termina enamorando a pesar de que la chica dice estar comprometida con un joven llamado Nathan y le cuenta un montón de deliciosas ridiculeces que el niño cree, como por ejemplo que los hebreos viven en cuevas, son magos, tienen comportamientos similares a los murciélagos y hasta pueden leer la mente. El gran mérito de Jojo Rabbit se condensa en el hecho de que va más allá del progresivo descubrimiento mutuo entre los dos mocosos que habitan la residencia Betzler, el varón y la fémina, algo que ya ha sido trabajado en infinidad de ocasiones por el séptimo arte que pregona el respeto para con el diferente, porque el film vuelca casi toda su atención hacia la ortodoxia chauvinista del crío, quien compensa con sus propios esfuerzos -encima “santificados” por su representación psicológica de Hitler- las sospechas de cobardía que recaen sobre su padre, ese que por cierto jamás aparece -o reaparece, según la lógica del relato- en pantalla: aquí el nacionalismo y la adopción de las doctrinas que emanan de las cúpulas están empardados a una ceguera pueril que se niega a ver los caprichos, atrocidades e injusticias que cometen en nuestro entorno vital inmediato esos mismos adalides estatales que afirman que son los otros los responsables de aquello. Elevando la sombra del peligro que se cierne sobre Rosie y Elsa, especialmente de la mano de un agente de alto rango de la Gestapo, el Capitán Deertz (Stephen Merchant), Waititi complementa de manera perfecta el eje narrativo por antonomasia, esta reconversión ideológica de Jojo desde el fanatismo a la autocrítica consciente, que a su vez sintetiza el problema ineludible con los oficialismos y con los imbéciles en general que gustan de defender lo indefendible desde la moral derechosa que celebra el discurso de las clases dominantes, ese que pondera el inmovilismo social o -incluso peor- el ardid de modificar dos o tres cosillas banales para que nunca cambie nada en serio y los mismos oligarcas retengan sus múltiples privilegios. La propuesta también se suma a muchas obras más que relativizan las payasadas del Hollywood Clásico y del cine europeo comercial en materia de retratar a todos los germanos y/ o nazis como la representación de la maldad suprema, como si no hubiesen existido esas excepciones hoy ejemplificadas no sólo en el mocoso sino también en Klenzendorf, una suerte de burócrata descreído del régimen que hasta llega a proteger el secreto de Elsa y Jojo. Waititi edifica una película sincera y muy hilarante que indaga en las contradicciones humanas sin maniqueísmos y apostando a desarmar todo fundamentalismo autoritario para que los lelos fanáticos se queden sin sus argumentos y sin sus mascaradas violentas tendientes a concentrar más y más la riqueza y el poder público…
Taika Waititi deslumbra con un trabajo emotivo, lúdico, lisérgico que revisita el nazismo en una potente metáfora de la niñez y los miedos y también de la soledad y el dolor. JoJo habla con su amigo imaginario. Sueña con ser el mejor aprendiz del campamento de adiestramiento militar al que acude, aunque su debilidad limita sus deseos y realidad. Su infancia se pierde entre largas charlas fantasiosas y la dura realidad del contexto bélico que condiciona todo, suavizado por el amor y cuidado de su madre, quien lo empodera para que cada día pueda ser más fuerte. El descubrimiento de una joven en su casa, en una situación particular, abrirá puertas a nuevas pulsiones y juegos que expandirán sus expectativas y abren la narración para que, una vez más, Waititi escape a cánones, preconceptos y lugares comunes del cine. El director juega con el sentido simbólico de la guerra y su peso en la sociedad, con ideas que en otro tiempo se podrían cuestionar, pero que en la rebeldía y originalidad terminan deconstruyendo, desde el humor, con referencias a la cultura popular, la sombría construcción sobre los relatos históricos. Scarlett Johanson, Thomasin McKenzie, Sam Rockwell y la revelación Roman Griffin Davis, potencian esta historia que no pasara desapercibida.
Una invitación al humor desenfrenado en clave de comedia para este drama ingenioso y conmovedor sobre la segunda guerra mundial con un Hitler que se cuestiona su efectividad como líder.
Taika Waititi no es Roberto Benigni. El italiano será ahora un bufo en decadencia pero el tipo la pegó como nunca con el tono exacto que precisaba La Vida es Bella – con comedia, drama, emoción y horror, alternándolos con naturalidad y virtuosismo -. Acá Waititi no es tan fluido y, aunque cada escena funciona muy bien de manera individual, al sumarlas no termina de cuajar. Te da la impresión que Waititi pretendió hacer muchas cosas y al final obtuvo algo tibio, disfrutable durante su desarrollo, pero sin una conclusión satisfactoria. Como si dos películas diferentes – el drama sobre el horror de la guerra; la negrísima sátira sobre el nazismo – pretendieran ocupar la misma silla y se sentaran por turnos. Jojo Rabbit se basa muuuy libremente en El Cielo Enjaulado de Christine Leunens. La novela original era un dramón pretencioso donde un pibe de la Juventud Hitleriana descubre a una chica judía refugiada en el ático de su casa y decide jugar juegos mentales con ella – aprovechando el aislamiento, le miente sobre todo (incluso sobre el final de la guerra) para tenerla de rehén y forzarla a que eventualmente ella se enamore de él -. Waititi toma la estructura, tira el resto y llena los huecos. Cuando los nazis están en pantalla, son brutalmente satirizados como fanáticos, inútiles, cínicos, burocráticos y/o amorales. Cuando el protagonista está en familia, la cosa se pone dramática y emotiva. Pero el relato pega bandazos de un lado a otro con el tono – en un momento te morís de risa (con un humor desquiciado a lo Airplane!) y en otro se te parte el corazón -, lo cual te desubica. El filme carece de sutileza y fluidez, cosa que el clásico de Benigni sí tenía. Y eso se vuelve un problema cuando te metés con un tema tan sensible como es el nazismo y el Holocausto. Waititi se pone al borde del offside cuando pone a Rebel Wilson a hacer chistes sobre cómo perdió la figura dándole 18 hijos al Reich, y a las dos escenas Thomasin McKenzie se pone a llorar como loca contando cómo vio a sus padres subirse a un tren que los llevaba directo a un campo de concentración… y sabiendo de que nunca mas los volvería a ver. En realidad el drama central en la estructura de Jojo Rabbit pasa porque, cuando ponés a los nazis como comic relief, estás banalizando el contexto histórico (para colmo, para el que sepa algo de historia, el filme tiene unos errores tremendos como poner a estadounidenses y soviéticos invadiendo un pueblo alemán al mismo tiempo, o ubicar el Dia D y el atentado contra Hitler en la Guarida del Lobo por parte de Claus von Stauffenberg en los últimos meses de la guerra) y estás disparándote en tus propios pies porque, a su vez, pretendés tener tu cuota de desarrollo profundo y dramático. O el filme es una sátira o el filme es un drama y, si vas a mezclar las dos cosas, tenés que hacerlo con altura y propiedad. Cada momento de tensión entre Jojo y Elsa, la refugiada judía, es pulverizado por una intervención graciosa del Adolf Hitler / amigo imaginario del pibe. Se supone que son momentos angustiantes y dramáticos, de cambio de roles en donde la víctima considerada inhumana y frágil termina enseñándole humanidad al racista extremo. También es la confrontación de lo absurdo y esquemático que es su pensamiento, y la humanización de los personajes al descubrir su comunión en el dolor y la pérdida. Pero cuando tenés un momento de horror – la irrupción de la Gestapo en la casa de Jojo para investigar si los rumores de que hay refugiados judíos es cierto -, Waititi se despacha con el gag de los 30 Heil Hitler seguidos que, por mas hilarante que sea, trivializan la tensión del momento. Es como si Waititi no quisiera jugar serio por demasiado tiempo o si se asustara cuando las cosas se ponen intensas y decidiera escapar por la tangente con un chiste que relaje el ambiente. Es difícil no recomendar Jojo Rabbit, aun cuando tenga contradicciones dramáticas importantes. Cuando es cómica, te morís de risa (como el montaje donde ves a los fanáticos del régimen asistiendo a los rallies nazis, pretendiendo tocar a Hitler durante la procesión mientras en el fondo suena una versión en alemán de Quiero Tener tu Mano de Los Beatles!), y cuando hay horror y desolación, la cosa te pega fuerte. Las perfomances son uniformemente excelentes, aunque le daría un premio a Scarlett Johansson, la cual se roba todas las escenas donde participa – ella es un espíritu libre que llora las pérdidas de su familia, irradia alegría para iluminar el alma de su hijo y se desarma emocionalmente cuando comprende que está criando a un monstruo adoctrinado por el régimen -. En todo caso es un experimento fallido (como si fuera un filme de Wes Anderson mal cocinado, donde todos los personajes son exóticos y bizarros y la banda sonora es en joda) pero que desborda de creatividad y que precisaba una mejor brújula dramática.
Jojo Rabbit no es la película que parece. Su director Taika Waititi tiene una larga trayectoria como actor, guionista y director de comedias, algunas geniales, otras horribles, pero su apuesta en general suele ser en favor del humor absurdo. En su obra maestra, What We Do in the Shadows (2014), fue capaz de otorgarle también un costado emotivo que le equilibraba el disparate de la historia. Aquella película sorprendente parece haber sido el punto culminante de su obra, porque con Jojo Rabbit se le notan demasiados los hilos de una comedia prestigiosa, estudiada en el peor sentido, que especula con ser el entretenimiento inteligente y al final políticamente correcto del año. Si se la mira con atención, tiene toda la agenda política correcta y su incorrección no pasa del afiche o el tráiler. Esta sátira política del nazismo transcurre al final de la Segunda Guerra Mundial en un pequeño pueblo donde vive el niño Jojo (Roman Griffin Davis) junto con su madre (Scarlett Johansson). Reclutado por los nazis, el niño no parece cumplir con los requisitos de fiereza que le exigen. Tiene un amigo imaginario que lo acompaña y lo aconseja. Ese amigo no es otro que Adolf Hitler, interpretado por el propio Taika Waititi, para que queda claro que no es un retrato a favor. La idea alocada se apaga demasiado rápido. Los chistes están casi todos fuera de timing, sin duda el margen de error para hacer chistes con Hitler es pequeño y la película se complica. Más graciosos son los oficiales de la Gestapo, que llegan más adelante en la historia, cuando toda la ideología está clara y ya no hay riesgo de malinterpretar al director. El humor del comienzo se va desplazando cuando Jojo encuentra que su madre está escondiendo a Elsa (Thomasin McKenzie), una niña judía más grande que él y con la que comenzará una amistad. La película comienza a desplegar un puñado de golpes bajos y demagogia que arruina un comienzo prometedor. Incluso los personajes más interesantes terminan mostrando el plan por el Oscar del realizador. El Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) y su subalterno Finkel (Alfie Allen) demuestran ser nazis con conciencia y son una pareja gay, como supuesto reivindicación de sus acciones. Tal vez el único personaje gracioso de todo el film, de punta a punta, es Yorki (Archie Yates), el amigo de Jojo. Varios momentos de humor funcionan, pero quedan desarmados por la mencionada especulación y los tremendos golpes bajos. Es una marca del cine actual, pero también era así hace veinte años, así que sus defectos no son solo coyunturales. No hay excusa para no animarse a una comedia que mantenga sus premisas hasta el final.
Es difícil decir si te puede llegar a gustar o no en esta ocasión, ya que depende de la sensibilidad y los gustos de cada uno. A algunos les puede llegar a parecer super divertido tomarse a Hitler y al nazismo en un tono de extremo humor negro, pero otros pueden sentirse bastante...
No se dejen engañar, JoJo Rabbit es una comedia o mas bien una sátira sobre el Nazismo en la 2da guerra mundial, pero eso no significa que la película sea solo comedia, nada mas alejado de eso. En 108 minutos de duración vamos a pasar de la comedia a momentos incómodos y claramente golpes bajos y todo muy bien logrado de la mano de Waititi. ¿La película es mala? no para nada, no es mala, pero no significa que le tenga que agradar a todo el publico, mas tratando al Nazismo y a un niño que esta en edad de formación en la Alemania Nazi, pero la verdad es que la cinta logra hacer reflexionar, y si prestas atencion y salís de la comedia, sobre lo que paso en uno de los peores hechos en la historia de la humanidad. Estamos ante una sátira con un bufón Adolf Hitler que ofrece de los momentos más divertidos; un retrato desgarrador y tierno del amor de una madre por su hijo; las fuerzas ideológicas más destructivas que se vieron, y que aún se ven. Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), nuestro protagonista, creció bajo el gobierno de Hitler y su objetivo más importante es unirse a la Juventud Hitleriana. Animado por su amigo imaginario Hitler (Waititi) se une con entusiasmo a las filas de los verdaderos creyentes en un campamento de entrenamiento dirigido por el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) y Fraulein. Rahm (Rebel Wilson). “Alemania es la civilización más avanzada en la historia del mundo”, nos dice Rahm “Ahora vamos a quemar algunos libros”, ya con esas dos frases nos damos una idea de lo que vamos a encontrar. Davis, McKenzie y Archie Yates, son lo que roban las mejores escenas en esta historia. La historia te la conté mas arriba, pero lo atrapante es la velocidad con la que avanza y se da el lujo de realizar chistes y a su vez hacerte ver lo que se realizaba en esa época. Todo esto nos llevará a momentos de tensión y comedia cuando JoJo descubra a una niña Judía (Thomasin McKenzie) en su casa. Ese momento es el gran golpe en el cual JoJo empieza a ver todo desde otro punto de vista, ayudado por su madre y su huésped. Mención especial a la banda de sonido con temas super conocidos pero todos realizados en alemán. Johansson ofrece una excelente actuación como madre de JoJo, creyendo que su hijo tarde o temprano vera la realidad. Rockwell, Wilson y Stephen Merchant son divertidos como parte de la propaganda nazi junto a Rebel. Pero Davis, Thomasin McKenzie y Archie Yates, son lo que roban las mejores escenas, ellos hacen un excelente trabajo al transmitir el humor despiadado como el patetismo del director. La verdad que JoJo Rabbit es una agradable sorpresa que vale la pena ver, te vas a encontrar con comedia, pero si logras ver mas allá, vas a poder ver mucho mas y sentir momentos de un nudo en el estomago y empatía.
Hay ciertas cosas con las que es difícil hacer humor. El holocausto es una de ellas. Algunos incluso podrían decir que es una línea que no debería cruzarse y dejar la comedia para otros acontecimientos. Infinidad de veces se debatió hasta qué punto se puede llegar con el humor negro en distintos medios y nunca se consiguió una respuesta válida o aceptada socialmente. No obstante, ha habido varios cineastas a lo largo de la historia que salieron airosos al intentar ver desde un costado irónico, irreverente y humorístico un evento histórico tan repudiable y nefasto como el antes mencionado. Entre ellos se puede destacar el propio Charles Chaplin, Mel Brooks, y Woody Allen para nombrar solo algunos. Este año podemos agregar un nombre más a la no tan extensa lista y ese es el de Taika Waititi. El realizador neozelandés conocido por films como «What We Do In The Shadows» (2014) y «Thor Ragnarok» (2017), nos ofrece una visión fresca y provocadora en la adaptación de «Caging Skies», una novela de Christine Leunens. El largometraje sigue a Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un joven y solitario niño alemán, que pertenece a las Juventudes Hitlerianas. Al ser un niño tímido e introvertido y poseer escasas amistades, su imaginación lo lleva a crear un amigo que lo ayuda a lidiar con sus problemas personales. Dicho amigo no es otro más que el mismísimo dictador Adolf Hitler (personificado por Taika Waititi). Su vida iba relativamente bien con un fanatismo exacerbado hacia el nazismo, su simbología y sus despiadadas prácticas hasta que su mundo da un giro de 180 grados al descubrir que su joven madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde en su ático a una niña judía (Thomasin McKenzie). Desde el primer minuto del film queda establecido el tono que mantendrá la cinta en sus siguientes 108 minutos de duración. La apertura muestra imágenes de archivo de Hitler mezclados con una versión musical en alemán de «I want to hold your hand» y mostrando la reacción del público como equivalente al recibimiento que tuvieron los Beatles en su primera visita a Norteamérica. Ante ese panorama el descarrilamiento podría ser inminente pero Waititi es un autor sin miedo al qué dirán y utiliza todos los medios disponibles para el absurdo y la comedia políticamente incorrecta. El guion fue una pieza fundamental, y si bien, por momentos hay algunas secuencias anticipables o previsibles en el camino de Jojo hacia el entendimiento, la empatía y la moralidad, está muy bien trabajada la relación entre la comedia y el drama. El film da lugar para la reflexión sobre el fanatismo, la xenofobia, los preconceptos y el poder de la propaganda masiva desde la mirada juvenil e inocente de un niño que fue permeable a ideales perversos. Dejando en evidencia los peligros a los que conducen los prejuicios y las ideas extremistas. Waititi, a medida que va avanzando el relato, va inevitablemente bajando el pie del acelerador para terminar de presentar, con mayor crudeza, lo que nos dejó el nazismo y por ello el humor va disminuyendo. Para muchos la visión del director podrá parecer bastante naif y ligera sobre el asesinato sistemático de millones de personas, algo que también se le crítico a «La Vida es Bella» (1997), pero justamente su intención es la de presentar un film anti odio desde un costado bien característico del coming of age donde el niño va entrando poco a poco en razón y reconociendo el horror de los hechos. Para tal ardua tarea, el director contó con un elenco de lujo entre los que podemos agregar a los ya mencionados anteriormente: Rebel Wilson, Sam Rockwell y Stephen Merchant. Si bien hay que destacar al mismo Waititi por su paródica composición del genocida, las verdaderas revelaciones del largometraje son los jóvenes Davis y McKenzie que no solo demuestran ser grandes intérpretes sino que además tienen la química necesaria en pantalla para afrontar el desafío y demuestran ser hábiles para pasar de la comedia al drama. En los apartados técnicos podemos destacar la equilibrada y empática fotografía de Mihai Malaimare Jr. («The Master») y la banda sonora del genial e incansable Michael Giacchino («Up», «Coco»). «Jojo Rabbit» es una apuesta arriesgada de Taika Waititi que funciona por su audacia y por su valentía. Con un guion efectivo que fue entendido a la perfección por un elenco más que talentoso, el relato resulta desembocar en un film irreverente que demuestra el poder del humor ante estos serios problemas de racismo, el nacionalismo extremo y xenofobia al mismo tiempo que nos recuerda que aún hoy en día y con varios antecedentes previos todavía seguimos siendo testigos de crímenes de odio.
La pérdida de la infancia: El comediante y realizador neozelandés Taika Waititi capturó el interés de Hollywood con la sátira del genero de terror de vampiros What We Do In The Shadows (2014) y se afirmó en la industria con Thor: Ragnarok (2017). En su última película JoJo Rabbit (2019) se adentra en una historia que en su esencia es un coming of age, donde emplea el tono paródico y de comedia negra para suavizar el dramatismo que supone la Segunda Guerra Mundial. Su fuente de inspiración ha sido la novela Caging Skies (2008) de la escritora neozelandesa Christine Leunens. El prólogo nos presenta a JoJo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años enfundado en su uniforme, listo para unirse al entrenamiento en las Juventudes Hitlerianas. El niño habla a cámara como si lo hiciera frente a un espejo, buscando identificarse con la imagen del nazi ideal: 100% ario, malvado y con coraje suficiente para dar su vida por aquel a quien considera su ídolo, Adolf Hitler. Esa identificación al yo ideal se produce por la aprobación que su Hitler imaginario (Taika Waititi), le brinda detrás de él en calidad de Ideal del yo. Habida cuenta de la ausencia del padre de Jojo (del cual le han dicho que está peleando la guerra), el drama central que debe afrontar el niño es hacerse grande. De ahí que el personaje de Hitler funciona como sustituto del padre, construido a partir de la imaginación del niño (por momentos estricto en su demanda de muestras de su devoción, por momentos tierno, insuflándole una guía, ańimo y valor); más que en el terreno de la sátira política. La primera parte de la película es una sátira de los clásicos y crueles entrenamientos militares donde, al mando de un malvado Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), se enseña a los niños a identificar judíos (demonios con poderes sobrenaturales, alas de murciélago y cuernos) y a ser máquinas de matar. Se transmite un modelo de virilidad y valentía basado en la fuerza y la agresión, que no admite sensibilidad alguna. En este contexto, los asustadizos como Jojo reciben bullying por parte del capitán y sus compañeros, motivo de su apodo “Rabbit”. Henchido del coraje que le ha insuflado su amigo imaginario, la osadía del arrojar una granada y salir herido le vale a Jojo un cierto retiro honorable. Durante su convalecencia, acomplejado por la secuela de la cicatriz en su rostro y destinado a tareas menores como repartir panfletos, Jojo ve cómo su mundo, que se sostenía en la la supremacía de la raza aria, la lealtad a la patria y la devoción hacia el Fuhrer, tambalea cuando descubre que su madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde detrás de las paredes del cuarto de su fallecida hermana a una temible adolescente judía llamada Elsa (Thomasin McKenzie). Que el abominable y aterrador judío sea encarnado por una joven mujer es un dato interesante que expresa el horror fascinante que lo femenino es en sí mismo para cualquier varón, dado que encarna una alteridad radical. Y que se presente al judío como un horrible demonio feroz, exacerbado por la imaginación infantil, es otro punto a tener en cuenta. Precisamente la maniobra de propaganda de situar al judío fuera del registro de lo humano es lo que habilitó a los nazis a cometer con ellos todas las atrocidades posibles. En trama de la relación entre Elsa y Jojo, la película vira hacia la comedia romántica. Del mutuo rechazo inicial e imposibilitado Jojo de delatar su presencia (lo que pondría en peligro la vida de su madre y la suya por complicidad), se ve llevado a negociar y encontrar una manera de convivir con la judía. Y es en este intercambio que el amor se impone por sobre los ideales nazis de Jojo. Pese a ello, pese al mutuo acuerdo con buenas intenciones, hay consecuencias dramáticas. Aquí el director nos da a entender lo sucedido simplemente con el plano detalle de los zapatos guillermina (que fue reiterando en diversas escenas como signo de identificación del personaje caído bajo la crueldad de la Gestapo). Mediante el fuera de campo, se vela el encuentro directo con la muerte para el espectador. Así entonces el tema central de la película es la iniciación de Jojo en la pérdida y en el amor. Se impone un crecimiento anticipado para el pequeño, signado por los duros golpes del contexto de guerra, en relación a lo que se esperaría como vida cotidiana para un niño de 10 años. Y toda su identificación previa con el nazi modelo se desvanece como un castillo de naipes. En el contexto del miedo a la muerte, del desamparo y de la desolación que implica la guerra, lo que une a los personajes principales es la apelación a la ficción. En la añoranza de su padre, Jojo se apoya en su Hitler imaginario. Rosie se trasviste con las ropas del padre extrañado y lo recrea en tono paródico para Jojo. A la par, Jojo monta para Elsa la ficción de las cartas que le escribe su anhelado novio Nathan desde el frente de la resistencia. Rosie y Jojo escriben e ilustran a dúo, además, un libro sobre La raza judía. En este punto es que la película se emparienta con La vida es bella (Benigni, 1997). La ficción y la comicidad ejercen modos de tratamiento del horror, de lo imposible de representar de la muerte. Asimismo mantienen encendidos los sueños, permitiendo aferrarse a la vida. El ataque directo que implica la guerra sobre el lazo social es resarcido mediante la sublimación por el arte y el amor. Jojo Rabbit funciona mejor en el registro del coming of age en clave de comedia que en el de la sátira política, donde se estanca en el revisionismo histórico de poca profundidad. En este punto es una película complaciente con la industria, que sigue proponiendo a un Estados Unidos bondadoso y liberador del nazismo. Teniendo en cuenta que Trump mismo, con su xenofobia y su política exterior orientada a mostrar un Estados Unidos fuerte, da la talla para una graciosa caricatura paródica del dictador nazi, es una pena que este material no haya sido aprovechado para reflexionar sobre los efectos del fascismo en el presente.
Jojo es un niño de 10 años que vive en la Alemania nazi y es fanático de todo lo relacionado con Adolf Hitler, incluso su amigo imaginario es el mismísimo Führer. Sin embargo, empezará a tener sentimientos encontrados cuando conozca a Elsa, una niña judía que está intentando sobrevivir en un complejo contexto. «Jojo Rabbit» es una apuesta arriesgada por parte de Taika Waititi, quien no solo dirige esta obra sino que también sirve como guionista, adaptando una novela a formato cinematográfico, y personifica a Adolf Hitler. Desde la sinopsis del film nos damos cuenta de que estamos frente a una historia controversial, que toma hechos trágicos como el nazismo para crear una sátira. Sin embargo, el realizador logra salir airoso, gracias a que permite burlarse de estos hechos del pasado en su medida justa, sin ser irrespetuoso con la historia y las familias que sufrieron las consecuencias del nazismo. Esto se debe a que ridiculiza las prácticas de los nazis como también a sus personajes y los lleva al límite para reírse de ellos. El guión es realmente efectivo, con una gran cantidad de gags que provocan la risa del público durante todo momento. Hacia el final del film también entra en un terreno más dramático y emotivo, que se amalgama de una buena manera con la comedia que viene liderando, aunque sea este el género que mejor le sienta a la historia. También fue un gran hallazgo el elenco, donde sobresale principalmente Roman Griffin Davis, quien encarna a Jojo, un niño dulce, tímido y cobarde que fue manipulado por la propaganda nazi para comportarse de una manera particular, pero que en el fondo tiene buenas intenciones. El pequeño actor logra traspasar la pantalla desde el primer momento con su inocencia, fanatismo y su transformación a lo largo de la película. Aunque su arco pueda resultar algo predecible, está construido de una manera sólida y justificada. Scarlett Johansson interpreta a su madre, una mujer que debe arreglárselas sola, debido a que su marido está luchando fuera del país, y que debe lidiar con este joven fanático a pesar de que trata de inculcarle otra mirada de la vida. También podemos destacar a Sam Rockwell como el capitán y mentor del protagonista, que está a cargo de su educación, que si bien su personalidad está llevada al extremo también consigue encarnar algunos instantes tiernos con Jojo. Pero sin dudas los mejores momentos están protagonizados por la dupla Griffin Davis – Watiti, quien se pone en la piel de Hitler, provocando las situaciones más hilarantes que harán que el espectador estalle en risas. Además de los importantes nombres que se encuentran en el elenco, cada uno de los actores le brinda su sello personal al film, haciendo que los personajes brillen no solo por su composición sino también por su talento interpretativo. En síntesis, «Jojo Rabbit» se consagra a la hora de realizar una obra arriesgada y controversial, donde toma un suceso trágico de la historia para, a través del humor negro y satírico, realizar una crítica social hacia la discriminación, las miserias humanas y la manipulación. Un film que consigue hacer reír y emocionar al público gracias a su efectivo guion y a las maravillosas actuaciones de un elenco de primer nivel. Taika Waititi se eleva como director, guionista e intérprete.
Cegado por el fanatismo “Jojo Rabbit” (2019) es una comedia negra dirigida, escrita, producida y actuada por Taika Waititi (Hunt for the wilderpeople, Thor ragnarok). Basada en el libro Caging Skies de Christine Leunens, la película está protagonizada por Roman Griffin Davis, joven inglés de 12 años que marca su debut como actor. El reparto se completa con Sam Rockwell, Thomasin McKenzie, Stephen Merchant, Archie Yates, Scarlett Johansson, Rebel Wilson, Alfie Allen, entre otros. La cinta tuvo su premiere mundial en el Festival Internacional de Cine de Toronto, lugar donde se alzó con el premio Grolsch People’s Choice. Además, recibió dos nominaciones a los Globos de Oro (Mejor Película y Mejor Actor de comedia o musical). La historia se centra en Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años que vive junto a su madre Rosie (Scarlett Johansson) en la Alemania liderada por los nazis de la Segunda Guerra Mundial (cuando ya quedaba poco para que se acabe). El nene asiste cada día al campamento de entrenamiento de la Juventud Hitleriana liderado por el capitán Klenzendorf (Sam Rockwell). Aparte de realizar las diferentes actividades físicas, Jojo mantiene charlas con su amigo imaginario Hitler (Taika Waititi), el cual siempre lo aconseja para que Bletzer sea un nazi hecho y derecho. El panorama de Jojo va a cambiar cuando en su hogar escuche un ruido en el piso de arriba y descubra en un escondite de la pared a Elsa (Thomasin McKenzie), una adolescente judía que está siendo resguardada por Rosie. El nazismo en el cine ya fue retratado muchísimas veces, en especial volcándose al género dramático. No obstante, aquí no nos vamos a encontrar con una historia lacrimógena: Jojo Rabbit es una sátira al mejor estilo Taika Waititi. Si conocen los trabajos previos del director neozelandés, sabrán que Waititi maneja un humor muy particular, que puede encantar, cansar o directamente no gustar. Lo que no se puede negar es que de esta manera, Taika deja su sello en cada plano, logrando dar frescura a una trama que ya se siente vista. Aunque no todas las bromas bizarras y disparatadas llegan a buen puerto, a través del guión y el accionar de los personajes queda reflejado lo ridículos que eran los nazis con su absurdo sistema de creencias. Roman Griffin Davis resulta toda una revelación ya que su labor no era para nada sencilla: interpretar a un niño desesperado por unirse a las filas de Hitler podía salir muy mal. Sin embargo, el joven actor demuestra cómo la gente con poder puede lavar el cerebro de un niño, al punto de hacerle creer que los judíos duermen colgados como murciélagos o tienen poderes especiales. Aunque el protagonista presenta un crecimiento, se hace muy difícil empatizar con él (lo mismo sucede con el resto del reparto). Y es que, aún cuando en el filme prepondera el humor negro, sobre la segunda mitad ocurre algo inesperado que termina inclinando la historia hacia el drama. Este cambio de tonalidad en mi opinión no llega a funcionar, en su mayoría debido a que desde el comienzo la película no pudo ser tomada en serio. En cuanto a Waititi en el rol de Hitler, éste amigo imaginario debería haber tenido menor tiempo en pantalla. Ironizado a más no poder, más que causar gracia lo que consigue es ser bastante insoportable. Por otro lado, el coach vocal hizo un buen trabajo a la hora de enseñar el acento austríaco ya sea al agente de la Gestapo Deertz (Stephen Merchant) o a la judía escondida Elsa (Thomasin McKenzie). Con un diseño de producción y vestuario súper acordes, a la vez que una cinematografía muy bella a cargo del rumano Mihai Malaimare Jr., “Jojo Rabbit” deja sentimientos encontrados. Si te gusta el cine de Waititi, no podés dejarla pasar.
Con los ecos de la recordada La vida es bella, de Robert Benigni, el director neozelandés Taika Waititiconstruye una sátira sobre en nazismo que funciona más al comienzo que en su desenlace pero permite el lucimiento de sus peculiares criaturas. Como si se tratase de su efectiva comedia de horror Casa Vampiro -What We Do in the Shadows, de 2014-, su nueva creación se sitúa en un pueblito durante el final de la Segunda Guerra Mundial. Al niño Jojo -Roman Griffin Davis- le aseguran "Te convertirás en un hombre" cuando es reclutado por las fuerzas nazis, es entrenado y obligado a matar a un conejo ante la burla de sus compañeros. El niño forma parte de las Juventudes Hitlerianas y está dispuesto a combatir al enemigo en una Alemania nazi que es real pero también fruto de su frondosa imaginación. Jojo vive junto a su madre -un papel episódico de Scarlett Johansson-, tiene un amigo imaginario: Adolf Hitler -encarnado de forma payasesca por el propio realizador Waititi- y a su gracioso amigo Yorki -Archie Yates-, su inseparable compañero de aventuras. La trama incluye además a Elsa -Thomasin McKenzieuna-, una niña judía que vive recuída en su casa y con quien comienza una relación. La gracia tapa la desgracia de los hechos bélicos y, en algunos casos, la chispa se apaga más rápido de lo esperado. Sin embargo, el peso del relato recae en el pequeño protagonista y un entorno peligroso que se convierte en una amenaza constante como el villano de turno, el Capitán Klenzendorf -Sam Rockwell- y su mano derecha Finkel -Alfie Allen-. La historia acumula situaciones graciosas pero está lejos de ser una genialidad, pero si acierta en la pintura de época, la figura crepuscular de un Hitler que pierde poder y una radiografía infantil ante la muerte y la destrucción. Entre la formación de la "raza aria", la quema de libros, granadas y amistad, la película se ve con agrado y expone un panorama gracioso de una época negra con escenas potenciadas por canciones de Los Beatles.
Hablar del nazismo en el cine es siempre difícil. Se deben buscar las palabras correctas para informar y criticar, tanto para dramatizar como para documentar. Abarcar esta difícil problemática desde el humor es algo que, si sale bien, producirá unas intensas carcajadas como solo puede producir una sátira que invita a pensar lo ridículo de endiosar a un hombre que planteó como una solución el asesinato de 6 millones de personas. Por ahora, uno de los pocos nombres que salió airoso de semejante tarea es el señor Mel Brooks. Sin embargo, cuando se anunció que la siguiente película del neozelandés Taika Waititi tendría como premisa la historia de un niño alemán cuyo amigo imaginario es el cruel dictador, la inicial reacción fue decir que se trata de una propuesta controversial y de mucho coraje por el solo hecho de plantearla. En el desarrollo es cuando se ven los pingos, y es ahí donde esta crítica debe decir que el realizador de Thor: Ragnarok está lejos, muy lejos, de siquiera poner la punta del pie en el mismo podio del gran Brooks. Se escapó la coneja El guion de Jojo Rabbit tiene tres inconvenientes muy concretos: los chistes no generan risas (en particular el humor negro en donde se sostiene su campaña de marketing), el drama recurre mucho al golpe bajo, y no tiene claro en cuál de los dos se quiere inscribir. Esto último es el peor de sus defectos. Si bien es cierto que han habido muchas películas mezclando la comedia con el drama, esas propuestas siempre tuvieron presente en qué género descansaba la mayor predominancia. En Jojo Rabbit este problema de tono es algo a lo que no se puede hacer la vista gorda, porque si no sabés cuál es tu tono, es muy probable que tampoco tengas claro que es lo que querés contar. El ejemplo más claro es ver pasar de escenas con un humor tan desternillante como la detonación accidental de una granada, a una imagen tétrica de las víctimas de un ahorcamiento en una plaza pública. Ese cambio tan abrupto, tan carente de progresión, tan poco claro sobre cuál genero es el hermano mayor y cuál el hermano menor, hace de la transición algo más forzado que agridulce. Si anunciás tu película con una premisa como la de esta propuesta, tan atractiva como lo es controversial, resulta un poco decepcionante que la presión de este Hitler imaginario sea tan floja y tan poco progresiva. Si esa evolución no está en el desarrollo del personaje y, peor, también lo sometes a cambios abruptos, entonces podemos decir que no te vestiste de Hitler para demostrar un punto: lo hacés para llamar la atención, por la polémica fácil. En materia técnica Jojo Rabbit cuenta con una prolija puesta en escena, un gran despliegue en materia diseño de producción que evita las sombras lo más que puede en materia fotografía. En lo actoral, Scarlett Johansson, como la madre del niño protagonista, y Sam Rockwell, como el beodo oficial alemán a cargo de su entrenamiento, son los que hacen un enorme esfuerzo por salvar el film con su sensibilidad y carisma. Lamentablemente no consiguen evitar que zozobre.
Conejo perdido Jojo Betzler (Roman Griffin Davis) es un niño miembro de las Juventudes Hitlerianas en plena Guerra Mundial quien, teniendo un amigo imaginario que es el mismísimo Adolf Hitler (Taika Waititi), no solo se siente poco destacado en lo que hace, sino que también descubre que su madre (Scarlett Johansson) se encuentra escondiendo a una joven judía en su propia casa. Una, ante todo, más que interesante premisa de Taika Waititi -escribe, actúa y dirige la cinta- que prepara al espectador desde el inicio para ver algo controvertido y original. Sin embargo, la sátira no funciona del todo bien. Técnicamente, la composición de cada cuadro es magnífica, con una utilización de una amplia y variada paleta de colores trazando una simetría que suelen verse en las películas de Wes Anderson. La música a cargo de Michael Giacchino es fenomenal y cada canción del soundtrack está perfectamente seleccionada. Sin embargo, en cuanto al contenido en sí de la película, se queda algo corta. Si bien tiene un explosivo y genial arranque, pronto se desinfla. El humor negro está bien y hace reír, pero hay determinados gags realmente poco chistosos que, no solo no aportan nada a la trama, sino que la transforman en un producto infinitamente menor al esperado. En cuanto al género, a pesar de ser una parodia o sátira de la época Nazi, deambula entre la comedia, el romance y el drama, y pueden convivir sin problemas. Algún que otro giro ayuda a mantener la atención de la audiencia durante la cinta pero no es mucho más que esto. Lo que parecía ser una divertida historia se termina transformando un melodrama infantil sin mucha gracia. El reparto es excelente, aunque algunos miembros podrían haber más tiempo en pantalla para lucirse; no están del todo aprovechados. Scarlett y Roman, los más destacados. Jojo Rabbit es una película para pasar el rato con una gran premisa que, a pesar de tener algunos momentos vergonzosos y poco graciosos, consigue dejar una leve satisfacción y un par de escenas en la retina. Puntuación: 5,5/10 Manuel Otero
Mi amigo el Führer Jojo Rabbit (2019), la nueva película del director de la divertida e incorrecta Casa vampiro (What we do in the shadows, 2014), es un relato de iniciación. Claro qué decir esto implica simplificar el argumento y la propuesta de la película de Taika Waititi, que trata sobre un niño que tiene de amigo invisible nada más ni nada menos que a Adolf Hitler. La historia está basada en el libro Caging Skies (El cielo enjaulado, 2004) de Christine Leunens y cuenta la historia de un chico alemán de diez años (Roman Griffin Davis) fanatizado con el nazismo. Tal es así que su amigo invisible y alter ego es el mismísimo Führer (Taika Waititi). Junto con otros niños entra en un campo de entrenamiento nazi comandado por el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) para formarse en la milicia de la juventud hitleriana, pero por accidente recibe el impacto de una granada y debe pasar más tiempo en su casa. En ella descubre que su madre (Scarlett Johansson) tiene escondida a una chica judía (Thomasin McKenzie). Waititi utiliza un tono burlón para referirse al fanatismo que despierta el nazismo en medio de un pueblo iconico alemán durante la Segunda Guerra. Ya desde los créditos la versión en alemán de I Want to Hold Your Hand de The Beatles musicaliza las reconocidas imágenes de ciudadanos alabando a su líder bajo el saludo emblemático. Pero la película trata de la idealización del niño con la figura de Hitler y todo lo que representa. Por eso van al campo de entrenamiento militar “para aprender a ser hombres” y la realidad le estalla literalmente en su cuerpo. El dolor y la crueldad se presentan desde el primer minuto para el protagonista. Ese recorrido hacia la maduración implica la dolorosa pérdida de la inocencia y con ella, de la mirada ingenua de la realidad. Para el film es quitar el velo de fascinación que produce la Alemania nazi y descubrir su siniestra y terrible verdad. El argumento traza el camino para que el protagonista haga ese aprendizaje. La barbarie nazi es tamizada (nunca enmascarada) por el humor subversivo del director, que también interpreta con histrionismo a Hitler, en cada escena de drama o suspenso. El humor aliviana la tragedia sin ocultarla, incluso, con el mismo mecanismo que la nueva comedia americana, introduce la incorrección política necesaria para hacer posible la representación. En otras palabras, es necesario el humor para presentar tales cruentos hechos desde la mirada de un niño. Jojo Rabbit sigue la estructura del relato de iniciación también al presentar la figura femenina, aquella que reemplaza no solo a la madre sino también al padre. Pero para no entrar en cuestiones psicológicas freudianas, diremos simplemente que la película utiliza detalles sutiles para establecer los pasos del chico hacia la adultez. Entre esos elementos utilizados de manera simbólica por el relato aparece el baile, como signo de libertad en el que la película enfatiza. El baile es la liberación (del espacio que habita, de su rol de súbdito) por la cual se celebra la vida y se rehuye del horror. Jojo Rabbit también habla de la necesidad de la narración, siempre presente en la vida diaria. Entiéndase la ficción como recurso saludable para sobrellevar la tragedia de la guerra o del holocausto, implícitos sin nombrarse en el film. Taika Waititi lo sabe y utiliza el recurso en su propia película, adosando realismo mágico en cada pasaje que, junto con el humor satírico, invita a celebrar la ocurrencia y hasta descolocar -gratamente- por momentos al espectador.
Definitivamente no conecto con el humor de Taika Waititi. Las formas y maneras de expresar su arte no coinciden con mis gustos personajes. Ya sea en blockbusters tipo Thor Ragnarok (2017) o en comedias tales como What we do in Shadows (2014). Es muy original lo que hace y el abordaje con el que interpela los temas de sus films, Jojo Rabbitt es un claro ejemplo. Se ha hecho humor con el nazismo y la Segunda Guerra Mundial muchas veces, pero aquí no es solo comedia de la manera en la cual la ha hecho Mel Brooks, sino más bien una coalición de géneros. Hay una bajada política y social para interpretar, un mensaje para que el espectador decodifique, todo envuelto en un cuento tipo fábula. De ahí todas las nominaciones a los distintos premios y las buenas críticas que está recibiendo. También por el genial (y fundamental) casting del joven Roman Griffin Davis como protagonista. Es impresionante la labor del niño actor ya que toda la película recae en él y como maneja sus emociones. No es fácil encariñarte con un niño fanático nazi y él lo logra con mucha facilidad. Compra al espectador desde el minuto uno. El resto del cast está fantástico, ya sea el mismo Taika como el amigo imaginario Adolf (gran recurso), Scarlett Johansson como la madre anti nazi o Sam Rockwell como un Capitán de la SS. El film pasa rápido, entretiene y emociona. Pero dependerá de los gustos y sensibilidades del espectador engancharse por completo y entrar en código. Yo no lo hice.
Ya a comienzos de enero llega la que probablemente se convierta en la película más controvertida (léase amada u odiada) de todo el año. El director, guionista y actor neozelandés (el mismo de Flight of the Conchords, Casa Vampiro y Thor: Ragnarok) ratifica su apuesta por la audacia, su capacidad de provocación y su excelente manejo del humor para una comedia que se atreve nada menos que con la figura de Adolf Hitler... y sale indemne (y fortalecido) del mayúsculo desafío. Un chico con aspiraciones de soldado nazi y que tiene como amigo imaginario a Adolf Hitler descubre que su mamá está escondiendo a una chica judía en su casa. La premisa de la nueva película de Taika Waititi es provocadora y aún más lo es su tratamiento de comedia. Pero el desarrollo demuestra de nuevo lo que todos los que aman el género saben: el humor es un medio muy poderoso para atacar los temas más difíciles. Por más complicado que parezca aceptar a un Hitler gracioso y medio torpe, interpretado por el propio Waititi, su presencia es clave para el camino moral y emocional que recorre Jojo, el joven protagonista. Con qué se puede hacer humor y con qué no es una discusión que surge constantemente en los medios. Una respuesta posible es que siempre es válido mientras que sea realmente gracioso. El guionista y director neozelandés tiene el talento para lograrlo y se entrega a ello desde la impactante secuencia de títulos inicial, que combina imágenes de muchedumbres de fanáticos nazis con la versión en alemán del hit beatle I Wanna Hold Your Hand. La potencia de este comienzo, como sucede con otros tantos momentos en la película, recuerda el peligro que aún hoy implica el fanatismo con ciertas figuras políticas y sus ideas extremistas de racismo, xenofobia, y todo tipo de prejuicios contra cualquiera que sea diferente a ellos. El humor no llegará intacto hasta el final del film porque en el trayecto la guerra va cobrando ante los ojos de Jojo toda la dimensión de su horror y sinsentido. El cambio de tono termina resultando necesario, pero todavía habrá lugar para la esperanza, el amor y el humor, como en los encantadores planos finales. Jojo Rabbit tiene una estética que remite al cine de Wes Anderson, pero con mayor contenido y ambiciones. El elenco sostiene incluso las escenas más jugadas, desde los excelentes protagonistas Roman Griffin Davies, que encarna a Jojo, y Thomasin Mackenzie, la adolescente que le enseña a dejar atrás sus ideas nazis; hasta los adultos: Scarlett Johansson, en una interpretación impecable; Sam Rockwell, Rebel Wilson y Stephen Merchant.
Conocíamos el talento narrativo y el desparpajo del neozelandés Taika Waititi tanto en el cine independiente, en la TV o en las producciones de Hollywood a gran escala, pero el director de Casa Vampiro, Boy, Hunt for the Wilderpeople, Flight of the Conchords y Thor: Ragnarok da un salto mucho más audaz (que bien podría haber sido uno al vacío) con Jojo Rabbit, una película que se atreve con cuestiones con las que nunca conviene meterse (la figura de Adolf Hitler y el nazismo) y mucho menos en tono de comedia satírica. No es que nadie lo haya intentado antes (lo hizo Charles Chaplin en El gran dictador y Roberto Benigni incursionó con La vida es bella en el Holocausto en tono paródico, generando una controversia que todavía hoy se recuerda), pero Waititi -con la novela El cielo enjaulado, de Christine Leunens, como punto de partida- redobla la apuesta por la provocación... y el desconcierto. El resultado, claro, generó reacciones de lo más opuestas: críticos indignados y otros extasiados, exégetas de la corrección política escribiendo duros ensayos en su contra y -para sorpresa de unos cuantos- múltiples nominaciones para los premios de fin de año (¿también para los Oscar?). Jojo Rabbit: Waititi sorprende con una infalible combinación de humor y corazón Diego Batlle SEGUIR 9 de enero de 2020 Jojo Rabbit (Estados Unidos- Nueva Zelanda- República Checa/2019) Guion y dirección: Taika Waititi / Fotografía: Mihai Malaimare Jr / Música: Michael Giacchino / Edición: Tom Eagles / Elenco: Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Scarlett Johansson, Taika Waititi, Sam Rockwell, Stephen Merchant y Rebel Wilson / Distribuidora: Disney (Fox) / Duración: 108 minutos / Calificación: apta para mayores de 13 años con reservas / Nuestra oponión: muy buena. Conocíamos el talento narrativo y el desparpajo del neozelandés Taika Waititi tanto en el cine independiente, en la TV o en las producciones de Hollywood a gran escala, pero el director de Casa Vampiro, Boy, Hunt for the Wilderpeople, Flight of the Conchords y Thor: Ragnarok da un salto mucho más audaz (que bien podría haber sido uno al vacío) con Jojo Rabbit, una película que se atreve con cuestiones con las que nunca conviene meterse (la figura de Adolf Hitler y el nazismo) y mucho menos en tono de comedia satírica. No es que nadie lo haya intentado antes (lo hizo Charles Chaplin en El gran dictador y Roberto Benigni incursionó con La vida es bella en el Holocausto en tono paródico, generando una controversia que todavía hoy se recuerda), pero Waititi -con la novela El cielo enjaulado, de Christine Leunens, como punto de partida- redobla la apuesta por la provocación... y el desconcierto. El resultado, claro, generó reacciones de lo más opuestas: críticos indignados y otros extasiados, exégetas de la corrección política escribiendo duros ensayos en su contra y -para sorpresa de unos cuantos- múltiples nominaciones para los premios de fin de año (¿también para los Oscar?). El protagonista de esta tragicomedia es Jojo Betzler (Roman Griffin Davis, auténtica revelación), un querible y carilindo niño de diez años que quiere ser un nazi perfecto y tiene como amigo imaginario y consejero a... Adolf Hitler (interpretado en plan exagerado y caricaturesco por el propio Waititi). Su madre Rosie (Scarlett Johansson, notable) es la reserva moral del film y quien decide esconder en su casa a Elsa Korr (Thomasin McKenzie), una adolescente judía (las asociaciones con Ana Frank en este aspecto son inevitables) que se convertirá en objeto del deseo y nueva guía de Jojo en este relato de iniciación. Jojo Rabbit tiene el look de una película de Wes Anderson, la irreverencia de un sketch de los Monty Python y una mixtura de gags (en su mayoría muy eficaces), capacidad de sorpresa, sensibilidad y emoción de la que carece buena parte del cine contemporáneo. Habrá espectadores heridos en su sensibilidad, cultores de la moral que argumentarán que no puede hacerse una comedia a partir de cualquier tema (y en ese terreno del análisis todos tendrán su parte de razón), pero Waititi jamás esconde el odio, la violencia de la guerra y los efectos del fanatismo. Al contrario. Solo que enfrenta el horror con una fábula sostenida por excelentes actuaciones, un asombroso despliegue visual, imponente momentos musicales y una combinación infalible de humor y corazón.
Realizar una sátira sobre el nazismo y en particular sobre Adolf Hitler podría sonar arriesgado y hasta infeliz. Pero desde El gran dictador, de Charles Chaplin, pasando por el momento de Primavera para Hitler de Los productores, de Mel Brooks y la más reciente Bastardos sin gloria, de Quentin Tarantino, queda claro que lo que importa es la mirada, la crítica y el talento para no dar un paso en falso. Jojo Rabbit no lo da, por más que Hitler sea el amigo imaginario del protagonista, el personaje del título (el inglés de 12 años Roman Griffin Davis, en su primera actuación cinematográfica). Se aproxima el final de la Segunda Guerra Mundial, y los nazis, desesperados ante una derrota de la que no se habla, pero de la que se intuye, comienzan a adiestrar a niños y adolescentes. Jojo es uno de ellos. Es un fanático, no escucha razones de nadie, ni de su madre (Scarlett Johansson, destinada a atar los cordones de los zapatos de sus seres queridos en esta temporada de premios). Su padre estaría en el frente de combate, pero nadie está convencido de ello. A Jojo le hacen bullying porque se niega a matar a un conejo, de ahí su apodo. El único amigo de su edad es Yorkie (Archie Yates, tan angelical que será el protagonista de la nueva Mi pobre angelito). Todo se le desarma a Jojo tras autoinfligirse -sin querer- heridas en su entrenamiento con una granada, y descubrir que en su casa su madre refugia detrás de las paredes a una adolescente judía. ¿Qué hacer? ¿Denunciarlo al capitán Klenzendorf (Sam Rockwell, también estupendo como el resto del elenco)? ¿Revelárselo a su madre, que se lo ocultó? Su amigo imaginario el Führer (el director de la película, el neozelandés de padre maorí y madre de ascendencia judía Taika Waititi, el de Thor: Ragnarok y que dirigiría una nueva del superhéroe de Marvel) intenta ayudarlo, pero es tan patético que de a poco Jojo comienza a distanciarse del “consejero” que consiguió ante la ausencia del padre. Y comienza a crecer la relación de amistad con Elsa Korr (Thomasin Harcourt McKenzie), la joven con reminiscencias de Ana Frank. Jojo Rabbit es una caricatura del nazismo. La primera escena, la de los títulos, es una versión de I Wanna Hold Your Hand, de The Beatles, sobre imágenes documentales de nazis levantando su mano y saludando al Führer. Y así será hasta llegar al final. Los puristas seguramente la odiarán. Jojo Rabbit es una película desprejuiciada, con un “mensaje” a favor de la vida, una comedia provocativa, que busca precisamente eso. Descolocar al espectador, y bien que lo hace.
Y el redescubrimiento de la humanidad Llega a la Argentina la esperada nueva película de Taika Waititi, conocido por ser el director de Thor Ragnarok y Lo que hacemos en las sombras, además de su carrera como actor de Hollywood. En este nuevo proyecto, que le valió el Premio del Público en el Festival de Cine de Toronto, se mete de lleno en la comedia negra pero también con un historia dramática de trasfondo y no solo por el contexto en el que se ubica. Aquí veremos la historia de Jojo (Roman Griffin Davis) un niño de 10 años que vive en Alemania a fines de la Segunda Guerra Mundial y que se enlista en el ejército de su país debido a un fanatismo desmedido que tiene con los nazis. Tanta es la admiración que tiene el niño a este bloque político, que crea como amigo imaginario al mismísimo Adolf Hitler (Taika Waititi). Al ser un pequeño un poco inseguro y miedoso, recibe consejos de coraje y valor de Adolf, para lograr ser un verdadero soldado nazi. La vida de Jojo se da vuelta cuando descubre que su madre (Scarlett Johansson) escondía y cuidaba en su casa a una niña judía. Aquí Jojo la conocerá e irá descubriendo la verdadera naturaleza humana a base de la amistad y el amor. La película a sí misma se califica como una sátira anti odio y eso es lo que es. A base de comedia negra y la ridiculización de ciertos momentos de la época, trata de moralizar al espectador de la importancia de la inocencia y la resocialización que cualquiera puede afrontar si logra ver sin fanatismos, la importancia de la vida humana. Lo que pasa es que mezcla mucho demasiados géneros, va de la comedia sarcástica al dramón lacrimógeno, es un vaivén de situaciones que por momentos no están bien equilibradas. Además las contribuciones del Hitler de Waititi terminan desdibujándose y solo resulta atractivo la primera hora, después la atención ya se centra en la dupla de niños y hasta en los oficiales, que por cierto el personaje de Sam Rockwell está muy bien como uno de los líderes de la Gestapo. Hay referencias muy claras con La vida es bella pero a diferencia con el clásico de Roberto Benigni, aquí no termina formando algo tan redondo. Lo que no significa que la película sea mala, para nada, es más es una idea muy original que Waititi tomó del libro “El cielo enjaulado” de Christine Leunens pero que él le dio una vuelta de tuerca con el tono absurdo y por momentos desentona con lo demás que se quiere contar. Jojo Rabbit es una película que logró nominaciones a festivales importantes y que seguramente llegará a los Oscars en alguna que otra categoría. Lleva consigo un mensaje muy esperanzador y que seguramente a la gran mayoría agradará.
Jojo Betzler es un nene alemán que tiene a Hitler de amigo imaginario. Esa es la delirante premisa de la fábula anti-nazi que Taika Waititi pudo meter entre rayos de dioses y cascos mandalorianos. En su nueva película, el director neozelandés capta la esencia de sus primeros films y, a la vez, aprovecha el presupuesto que logró post-Thor: Ragnarok y Casa Vampiro para trabajar en extrañas y elaboradas locaciones con un elenco de primera mano, como el que conforman Roman Griffin Davis, Scarlett Johansson, Sam Rockwell y él mismo. El director juega con los contrastes en todo momento y de diferentes formas. La música anempática; la comedia negra y el drama; la cámara lenta en juego con los encuadres dinámicos y los planos que parecen detenerse en el tiempo; las licencias fantásticas en un contexto reconocible y la forma de expresarse de los actores en contrapunto con el momento histórico son algunas de las características impuestas en este sentido por Waititi que no hacen más que convertir a Jojo Rabbit en una película personalísima e inclasificable. Pero el redactor de estas líneas se detendrá en lo que cree que es el principal logro del neozelandés en la construcción de su película: si bien está sostenida por una estructura clásica, es sorprendente la convivencia increíblemente natural de un humor negrísimo y efectivos golpes bajos repletos de dramatismo. Waititi anula lo políticamente correcto al exponer durante la primera parte del film todos aquellos latiguillos que deberían ser evitados si existiera una polémica “ley” que reglamentara qué es lo adecuado y que no en determinadas historias. Durante los primeros minutos del film hace que sus personajes ya no tengan nada más que decir al respecto, acostumbrando rápidamente al espectador al tono de la película y preparándolo para los momentos reflexivos y emotivos. Otro aspecto a destacar de Jojo Rabbit es lo que fue mencionado anteriormente como “planos que parecen detenerse en el tiempo”. Así como una película de Anderson, las locaciones de la Alemania de Waititi parecen maquetas planas, estilizadas y sin cielo, que son atravesadas lateralmente por sus personajes. En varias oportunidades, el director consigue encuadres compuestos de manera tal que podrían ser pinturas suyas, con todas las excentricidades que podrían tener estas (véase las de Lynch, que parecen planos de sus películas). A su vez, los caricaturescos Hitler, Rosie o Klenzendorf fluyen extrañamente en las escenas a tono con la mirada del niño protagonista, como si éste los hubiera insertado en su mundo imaginario. Se ha hablado mucho de que Jojo Rabbit comparte elementos de La vida es bella, pero si uno quiere hacerse una idea previa más acertada de la película debería, por las pequeñas causas mencionadas en los otros párrafos, sustraer mentalmente algunos recursos característicos -plásticos, sobre todo- de la obra de Wes Anderson y recordar el humor tan particular de filmes del propio Waititi, como What We Do in the Shadows o Hunt for the Wilderpeople. En su última película, el director da la sensación de haber logrado desafiar de alguna manera su yo-autor y esto da como resultado un híbrido nunca visto en su filmografía. POR QUE SI: «Sorprendente la convivencia increíblemente natural de un humor negrísimo y efectivos golpes bajos repletos de dramatismo»
Texto publicado en edición impresa.
Hay quienes sostienen que sobre ciertos temas, mejor no hacer humor. Hay temas que, aun hoy, siguen siendo tabú o a los que se estima que se les debe guardar cierto respeto para no herir ningún tipo de susceptibilidades. Uno de ellos es indudablemente, la Segunda Guerra Mundial, que ha sido capturada por el cine en incontables oportunidades yendo desde los tonos más dramáticos como “La lista de Schindler” o “El Pianista” en manos de directores de una vasta trayectoria como Spielberg o Polanski que supieron dejarnos con el alma devastada con sus imágenes, pasando por un Tarantino que en “Bastardos sin Gloria” la utiliza como marco para una historia coral inolvidable, o, en un tono más de comedia, la payasesca presencia de Roberto Benigni en su paradigmática “La vida es Bella”. En esa ocasión, en “JO JO RABBIT”, la acidez y el humor que le imprime su director, Taika Waititi a esta mirada de la guerra nos permitiría afirmar que es perfectamente posible hacer humor aún con temas tan sensibles como éste y que también es posible sostener la idea de que un niño en plena Alemania Nazi, tenga un amigo imaginario como Adolf Hitler y en cierto modo esté orgulloso de pertenecer a su movimiento. Si bien esta idea se sostiene fundamentalmente gracias a momentos de humor desopilante que plantea el guion del propio Waititi basado en una novela de Christine Leunens, “JO JO RABBIT” tiene mucho más para ofrecer que sencillamente un ritmo de comedia disparatada. Primeramente porque en el personaje de JoJo anidan, velados por este humor, las más profundas contradicciones entre un fuerte nacionalismo –su obsesión por la causa nazi- y las situaciones que acontecen periféricamente y que más tarde o más temprano, más central o más tangencialmente, se apoderan de él y generarán un cambio radical en su postura y sus creencias y en su vida. De forma muy marcada y muy notoria, Waititi parece haber dividido la película en dos mitades, tan diferentes entre sí que hasta por momentos, pareciesen disonantes. En la primera, ya desde el inicio con una poderosa “I wanna hold your hand” arranca la película sumergido en un ícono de la cultura pop y que ayudado por un exquisito diseño de arte, nos presenta los personajes dentro de un campamento que parece remitir en forma casi inevitable a “Moonrise Kingdom” y ese universo que planteara Wes Anderson para sus niños enamorados, lejos del mundo adulto. Aquí aparece Roman Griffin Davis como JoJo, con una simpatía y un carisma que traspasa la pantalla y que se convierte en el principal puntal para que la historia funcione. En esta primera parte conoceremos datos de su vida, su cotidiano, lo que va sucediendo en su cabeza en ese contexto político tan particular y su forma de pensar, en donde aparece más presente el humor, pintando con un tono de sátira algunos momentos que sin esa visión, serían sumamente trágicos. Casi totalmente contrapuesta a este puntapié inicial de la historia, todo se vuelve más gris cuando queda al descubierto que su madre refugia a una niña judía en la buhardilla de su casa. Incluso los encuentros con Hitler, pierden esa frescura inicial para tornarse más densos, más espesos y casi con una necesidad de plantear algunos temas éticos y filosóficos, olvidando por completo ese sentido del humor inicial, ese costado lúdico, que le daba sentido a este vínculo. Waititi sorprende en esta segunda mitad con un puñado de escenas que son abordadas con una contundencia dramática tal que nos recuerda que, si bien aparece el humor y está presente a lo largo de todo el filme, jamás se está menospreciando todo lo acontecido. La guerra, el bombardeo, los estallidos, la matanza de los judíos, todo comienza a ensombrecer ese espíritu inicial y aún cuando se rescaten momentos de una rescatable dulzura (el encuentro de JoJo con su amigo Yorki entre medio de los escombros fundidos en un abrazo, es un pequeño momento de poesía muy logrado) “JO JO RABBIT” funciona mucho mejor en esa primera parte mérito de un guion inteligente y arriesgado, novedoso y creativo aun cuando no puede sostener ni el ritmo ni la propuesta inicial y decae, aunque no totalmente, durante la segunda mitad. Los méritos se refuerzan con un excelente trabajo de casting para quien da vida a JoJo (Roman Griffin Davis) como ya fuera mencionado anteriormente y el excelente abordaje de su vínculo con la adolescente judía (Thomsin Mc Kenzie) refugiada en su casa. Ambos intérpretes son piezas fundamentales para que todo funcione, con una espontaneidad y una química que hace efectivo ese tono de comedia y esa melancolía que atraviesa todo el relato. Waititi juega y se divierte en esa gran composición de un Hitler diferente y en el elenco se destacan (y mucho!) Sam Rockwell, Scarlett Johansson y Rebel Wilson. No podemos dejar de mencionar el brillante trabajo de diseño de arte de Radek Hanák y Ondrej Lipensky, el trabajo de fotografía de Mihai Malaimare y el diseño de vestuario de Mayes Rubeo, todos rubros técnicos que con su verdadero afán de perfección elevan la calidad del producto final.
No le lleva más de cinco minutos a Taika Waititi para arrastrarnos consigo a esa nueva locura suya que es Jojo Rabbit. Su pequeño protagonista se prepara para un fin de semana de adoctrinamiento para jóvenes nazis y, ante la duda, es aconsejado por su amigo imaginario Adolf Hitler, que lo electrifica con una gran dosis de saludos hitlerianos y lo deja bien preparado para encarar el día como un modélico niño alemán. Suena una versión germánica de «I Want to Hold your Hand» de The Beatles mientras se ven imágenes de la popularidad del Tercer Reich y ya somos cómplices de la broma. Con algo de Wes Anderson y Moonrise Kingdom, y mucho del particular sentido del humor del neozelandés, Jojo Rabbit propone una sátira antinazismo que siempre es mejor cuando menos en serio se toma.
Jojo Rabbit es una sátira que no siempre cae bien parada Taika Waititi se despacha con una sátira sobre la guerra, el nazismo y los odios demasiado simplista e ingenua. La guerra, la violencia, el fanatismo, el nazismo son cosas malas. Eso queda más que claro en la última película de Taika Waititi, realizador neozelandés responsable de “Casa Vampiro” (What We Do in the Shadows, 2014) y “Thor: Ragnarok” (2017), entre otras cosas. Tomando como punto de partida el libro “Caging Skies” de Christine Leunens, Waititi se mete en terrero espinoso con “Jojo Rabbit” (2019), una sátira que reflexiona sobre uno de los peores momentos que atravesó la humanidad, justamente, para que no nos convirtamos en esos animalitos que tropiezan dos veces con la misma piedra. El mensaje de la película es fuerte y conciso, pero demasiado simplista y obvio por momentos. Taika se la juega con el humor ácido e irreverente que lo caracteriza, pero no quiere (o no puede) sostener el tono a lo largo de toda la historia, y es ahí donde se empiezan a ver los hilos. ¿Se puede hacer una comedia sobre el nazismo sin ser irrespetuoso? Por supuesto. Ya lo hicieron Charles Chaplin en “El Gran Dictador” (The Great Dictator, 1940) o Mel Brooks en “Los productores” (The Producers, 1967), como para nombrar algunos grandes ejemplos, pero ahí no reside el problema de “Jojo Rabbit”. Johannes ‘Jojo’ Betzler (Roman Griffin Davis) es un pequeñín alemán de apenas diez años que sueña con convertirse en guardia personal del Führer. Para ello se suma a la juventud hitleriana y comienza un entrenamiento que pronto se torna mucho más complicado de lo que pensaba. Puede ser que Jojo no tenga la “madera de asesino” necesaria para dicha tarea, convicciones que empiezan a ponerse en duda cuando descubre que su mamá Rosie (Scarlett Johansson) esconde a una jovencita judía en el ático de su casa. Estamos en las últimas instancias de la Segunda Guerra Mundial con una Alemania que ya vislumbra la derrota ante los aliados. Asesorado por su amigo imaginario, Hitler (interpretado por el propio Taika), Jojo decide conocer al enemigo a fondo y empezar a interactuar con Elsa (Thomasin McKenzie), la pequeña refugiada, quien solía ser amiga de su hermana. Este intercambio es el alma de este relato transformador para el joven protagonista que comienza a dejar sus ideales de lado para empezar a entender los verdaderos horrores que lo rodean. Con amigos así... Muy al estilo Wes Anderson, Waititi construye y nos introduce en su propio universo, uno que no pretende ser realista, más allá de la cuidada puesta en escena. Sus personajes son mayoritariamente caricaturescos y deben serlo para que la sátira funcione, pero cuando pretende cambiar la inflexión del relato y ponerse más serio y emotivo, estos mismos protagonistas se convierten en un estorbo para la trama. Al final, Taika entiende que las sutilezas pueden ser malinterpretadas y decide recalcar el mensaje, jugando a lo seguro… y subestimando al espectador. Ahí es cuando “Jojo Rabbit” se aleja de cualquier riesgo y se transforma en una historia más aleccionadora que incisiva sobre el odio y las ideologías extremas. El realizador nos presenta la visión infantil ¿e inocente? de Jojo, Elsa y hasta del pequeño Yorki (Archie Yates), amigo incondicional del protagonista; mientras que los adultos de esta película (Johansson, Rebel Wilson, Stephen Merchant, Alfie Allen, Sam Rockwell) son seres irresponsables y bastante torpes, dejando bien en claro quiénes son los verdaderos culpables de todos los males de este mundo. A simple vista, no hay peligros que rodeen a Betzler, otra noción que le juega en contra a la trama, más cuando Waititi yuxtapone dos estilos que no siempre son compatibles. “Jojo Rabbit” arranca de manera insolente y no parece tener límites para su humor descarado (un humor que termina desgastando). Una vez que los dos nenes se encuentran se convierte en otra película, pero cuando quiere retomar el tomo satírico del principio, todo se desbalancea: el universo inestable que creó (y no, no es Anderson), personajes como el de Rosie se revelan como artilugios narrativos, y los temas “serios” como el horror del holocausto, se convierten en frases descuidadas al pasar. No tan distintos Entonces, el mensaje no pretendía ser tan potente, ¿no? Taika nos deja con la ternura de estos pequeñines que deben atravesar (y aprender) de los espantos de la guerra, sin dudas, lo mejor de la película, junto con una banda sonora compuesta de clásicos como “I Want to Hold Your Hand” de The Beatles o “Heroes” de David Bowie… en su versión alemana. El ingenuo punto de vista infantil termina jugándole en contra, no porque estos sean temas serios que deben tratarse con seriedad, sino porque la contundencia se va perdiendo en cada escena estrafalaria, dejándonos una reflexión demasiado escueta.
Corre, conejo En Jojo Rabbit, un niño nazi debe decidir entre Adolf, su amigo imaginario, y el misterio de una chica judía. Pero la historia naufraga a costa del humor. El tema es espinoso. Con el humor como arma en plena contienda, la mayor parodia a Adolf Hitler la propinó Charles Chaplin en su imperecedera El gran dictador (estrenada en los Estados Unidos en 1940, y en la Argentina –curiosamente– cinco años más tarde, cuando la guerra había terminado), con el propio Chaplin como el ficticio tirano y racista Adenoid Hynkel, un gracioso juego de palabras sobre el sujeto en cuestión. Pero para los estándares del humor moderno, las parodias más potentes e imaginativas llegaron entre los cincuenta y setenta, durante la era dorada de la comedia británica. En I’m Alright Jack (John Boulting, 1959), Peter Sellers encarna a un excéntrico comerciante y militante de izquierda, con todos los ticks del líder nazi. Entre 1969 y 1973, en su tira televisiva On The Buses, Stephen Lewis hizo su propia parodia con el personaje Cyril “Blakey” Blake, un inspector de los famosos colectivos de doble piso. Spike Milligan –junto a Sellers, Harry Secombe y Michael Bentine, uno de los fundadores del seminal programa radial The Goon Show– estuvo en el campo de batalla; quedó tan traumatizado por la guerra que publicó un libro de memorias (Adolf Hitler: My Part In His Downfall, 1971) y realizó una desopilante parodia que mezclaba a Hitler con el crooner George Formby, un mediocre cantante con ukelele que permanentemente recibía tortazos. Las más memorables parodias pertenecen al show televisivo que resultó la culminación de todos esos experimentos británicos: Monty Phyton’s Flying Circus. Ya en la primera emisión, de 1969, el sketch “La broma más graciosa del mundo” (sketch como palabra por aproximación, ya que las ocurrencias de los Phyton podían cortarse abruptamente y retornar en sucesivas emisiones), los aliados inventaban un chiste que resultaba ser letal. Aun probado con las máximas prevenciones, quienes se exponían al chiste morían literalmente de risa, y demostró ser un arma infalible en cada incursión a terreno alemán. (En un tiro por elevación al humor germano, los Python permiten que los nazis hagan su propia traducción alemana del chiste, una contraofensiva que resultó obviamente inocua). Pocos años después, el grupo retomó el tema con “Hitler en Inglaterra”. El Lobo sobrevive a la Caída y pretende rearmar el Tercer Reich en Londres, refugiado como inquilino de una ingenua familia de clase obrera. Con un John Cleese al tope del paroxismo (pese a conservar uniforme y bigote, pretende pasar desapercibido como “Hilter”) y Michael Palin como su torpe asistente, “Hitler en Inglaterra” es otro antes y después que se apunta Monty Phyton en el terreno de la sátira. Con semejantes precedentes, pobre Taika Waititi. El guionista, actor y director neozelandés irrumpió en los festivales de cine independiente con What We Do In The Shadows, una imaginativa vuelta de tuerca al mundo de los vampiros desde la comedia. El film de 2015, que codirigió, muestra la mundana vida de un trío de vampiros (del que forma parte) que intenta acoplarse al estilo de vida humano. Pagan sus impuestos, quieren meterse en clubs bailables y lidian con otros inquilinos, siempre de manera catastrófica. La película fue su carta blanca para entrar a Hollywood, y así se puso al hombro Thor: Ragnarok, otra secuela del universo Marvel. Jojo Rabbit es un intento por volver al terreno de la sátira. Se trata de una adaptación –realizada por el propio Waititi– del best-seller Caging Skies, de Christine Leunens, que promete mucho más de lo que entrega. Jojo Rabbit viene de ganar el premio del público del Festival Internacional de Toronto, en el reciente otoño boreal. Es fácil descubrir su atractivo: buenas actuaciones, buenas intenciones, una moderadamente buena ambientación en (¿Austria? ¿Alemania?) pleno Tercer Reich. Pero hurgando un poco, se nota de entrada cierta incompatibilidad entre el material narrativo y el tratamiento cinematográfico. Jojo Betzler –genialmente interpretado por el británico Roman Griffin Davis, de 12 años– es un niño militante de la Juventud Hitleriana, demasiado sensible para convertirse en nazi ejemplar. Cuando su entrenador, el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), le pide como muestra de coraje que degüelle a un conejo, Jojo no se atreve y libera al animal. Ese episodio le otorgará su apodo. En casa, el panorama no es mucho mejor. Su madre, Rosie (Scarlett Johansson), es una opositora al régimen que oculta a una adolescente judía en el ático; su hermana mayor, Anja, ha muerto. Para lidiar con la situación, Jojo tiene un amigo imaginario: ni más ni menos que el propio Adolf, interpretado por Waititi. Es un Hitler ridículo, que reclama los saludos más enérgicos (“¡Podés hailearme mejor que eso!”, le recrimina). ¿Cómo insertarle humor a un personaje que parece una versión light de Oskar, el protagonista de El tambor de hojalata? Después, si espiamos por el ojo de Google, descubrimos que la novela de Leunens no es una comedia, y que tampoco incluye a un Hitler imaginario. Para reformatear la historia, Waititi utilizó referencias familiares. Sin duda se divirtió con el Hilter de John Cleese. Y hay numerosas instancias que lo acercan al cine (para muchos discutible, pero inimitable) de Wes Anderson. El tontamente malo Klenzendorf, su grotesca asistente Fraulein Rahm (Rebel Wilson), la ridícula representación de la Juventud Hitleriana, el amigo Yorki, demasiado nerd para las SS (es gordito, de anteojos y dice frases iluminadas), son como decorados de fondo que recuerdan a Rushmore y Moonlight Kingdom, films donde el norteamericano lidia con el coming of age y que posiblemente son, al mismo tiempo, los más logrados. Waititi incluso copia la marca en el orillo de Anderson: su hábito de utilizar canciones pop para subir la stamina de algunas escenas. Incluye “I Want To Hold Your Hand” de los Beatles mientras circulan imagines de archivo, con jóvenes alzando la mano, y “Heroes” de Bowie para el momento más emotivo –pero claro, utiliza las versiones cantadas en alemán. Es todo demasiado obvio. Menos previsible –y mucho más atractivo– es el lazo que establece Jojo con Elsa (Thomasin McKenzie), la chica judía que se oculta en el ático, cuyo paralelo con Ana Frank es asimismo insoslayable. La mezcla de odio, atracción y curiosidad que proyecta el pequeño Roman en la adolescente es algo que raramente consiguen actores profesionales. Asimismo, McKenzie es una contendiente de mucho mayor peso que el Hitler de Waititi. Impávida, retruca acusaciones como dagas, que dejan al chico estupefacto, primero, y seguidamente lo van acercando. Incluso los diálogos son más frescos. “Nosotros (los judíos) fuimos elegidos por dioses; ustedes, por hombres a los que ni siquiera les crece el bigote”, lanza en una ocasión. En otra, a requerimiento de Jojo, quien pretende redactar un informe sobre sus enemigos, Elsa bromea seriamente, “Nosotros podemos leer las mentes”. “¿Incluso mentes alemanas?”, pregunta temeroso Jojo. “No”, responde Elsa, “son muy gruesas para penetrarlas”. Tal vez el neozelandés se haya inspirado al escribir esos diálogos. O tal vez –lo más probable– funcionan porque Roman y McKenzie fueron el mejor acierto de su película.
Para muchos de los actuales habitantes del planeta, el nazismo es un lejano movimiento ideológico que dejó millones de víctimas a lo largo del mundo merced a una guerra mundial, marginación, racismo y genocidio. Pero muy pocos de ellos se preguntan o se cuestionan cómo es que un monstruo como Hitler llegó a la cumbre del poder en uno de los países más adelantados de su tiempo...
Jojo es un niño de unos diez años que vive en la Alemania Nazi. Siendo un fanático, sueña con convertirse en un soldado, e incluso su amigo imaginario es el propio Hitler. Cuando descubre a una adolescente judía viviendo refugiada en su casa, de a poco ira chocándose con la realidad, y viendo que la fantasía que creía se cae a pedazos. Luego de la espantosa Thor: Ragnarok, quien les habla no tenía demasiadas ganas de ver cualquier proyecto venidero encabezado por el realizador Taika Waititi, es por eso que mi hype para con Jojo Rabbit era nulo; y así fue la grata sorpresa que me lleve en el cine. Jojo Rabbit es una comedia de tono infantil pero que se sitúa en un periodo histórico trágico, y, por ende, este estilo de hacer comedia termina resultando bastante bizarro, que combinado con el drama real que produce la guerra, hace que el humor que maneja Waititifuncione a la perfección. Pero también debemos hablar del elenco. El pequeño Roman Griffin Davisse come la película, y justifica totalmente su nominación al Globo de Oro. Al mismo tiempo, está muy bien secundado, primero por la talentosa Thomasin McKenzie. Ambos componen una dupla súper querible, y el carisma que transmiten en pantalla es tremendo. En cuanto al reparto de adultos, todos tienen su momento para brillar, pero quien más destaca, una vez más, es Sam Rockwell. Es una lástima lo insoportable que se vuelve el propio Waititi a la hora de estar delante de la camara, y ya alguien le debería decir que deje de insistir actuando. Esto último mencionado, es quizás lo único negativo que le encontramos a la Jojo Rabbit, ya que como decimos, el resto de los apartados cumplen su labor. La duración es la más acertada, ni siquiera llegando a las dos horas, y, por ende, teniendo un ritmo que no se detiene y en el que de forma constante la historia avanza. Y para cerrar, también mencionar los escasos momentos que vemos de guerra. Ya que la trama se sitúa en la Alemania Nazi, era obvio que íbamos a ver un poco de contexto, y en este sentido, Waititi muestra buena mano para las peleas, sin nada que envidiarles a otros directores. Jojo Rabbit es la sorpresa que se venía diciendo en los festivales. Contando una historia tierna que mezcla el humor con la tragedia, no va a dejar indiferente a nadie, y hace que todos aquellos que odiamos Thor: Ragnarok, le demos una nueva oportunidad al director nacido en Nueva Zelanda.
Durante la Segunda Guerra Mundial Jojo, quien es parte de las Juventudes Hitlerianas, descubre que su madre está ocultando en su casa a una niña judía. Si bien la trama de “Jojo Rabbit” muestra las atrocidades de la segunda guerra mundial hay espacio para un poco de humor, una apuesta muy arriesgada por parte de Taika Waititi. La paleta de colores es vibrante y llamativa. El vestuario y el estilo de los personajes es consistente con la época. Roman Griffin Davis, en la piel de Jojo Betzler, hace una performance increíble para sus 12 años Sin duda es perfecto para el papel. Los demás actores también realizan un gran trabajo. “Jojo Rabbit” está inspirada en el libro “El cielo enjaulado” escrito por Christine Leunens. Al estar inspirada en el libro y no basada en él la historia no es la misma y si bien tiene similitudes difiere en el final. Si los diálogos fueran en alemán el film tendría todavía más fuerza. El hecho de que hablen inglés hace que se pierda parte de la esencia del libro que si bien está escrito en inglés tiene muchos diálogos en alemán, idioma de Austria, lugar donde transcurre la trama. Uno de los mayores problemas de la cinta es que si no leíste el libro hay un par de cosas que son difíciles de entender e incluso imposibles de descifrar. Sin ir más lejos nunca se explica en qué país se desarrolla la acción. La mayoría cree que es en alemania cuando en realidad están en Austria. Si bien es cierto que Austria fue anexada a Alemania en ningún momento se explica el proceso a diferencia del libro. La película está clasificada para niños mayores de 13 años mientras que el libro es para adultos. A pesar que se trata de un tema muy fuerte, la manera en la que está narrada la historia es perfecta para que los más pequeños se introduzcan en el tema.
Que tragedias como las que provoco el nazismo puedan tomarse con humor siempre es un terreno resbaladizo. Ocurrió con la mirada sentimental y poética de “La vida es bella” que cosechó halagos y premios, críticas y rechazos en igual medida. Quizás le pase lo mismo con este film, provocador, absolutamente distinto, del trasgresor Taika Waititi que escribió el guión basado en la novela de Christine Leunens, y dirigió este film de humor negrísimo que desconcierta a cada paso, lleno de diálogos sorprendentes, subrayados musicalmente para sorprender y luego torcer su devenir en hechos tan fuertes y terribles que arrastraran a los espectadores a emociones intensas y vueltas de tuerca bruscas. El resultado es una mirada crítica tan contundente en contra de ese tiempo histórico terrible como pocas veces se ha visto. Con proyecciones a fanatismos, grietas, intolerancias y discriminaciones que brotan en el mundo actual. Que un niño vaya a un campo de entrenamiento para jóvenes nazis delirante, que sea un inútil y luego se descubra que su amigo imaginario es el mismísimo Hitler (encarnada por el director) es solo el comienzo de un film que incomoda y fascina al mismo tiempo. Un elenco de grandes. Scarlett Johansson en la clave exacta de glamour y tragedia, Sam Rockewell perfecto como siempre, y el pequeño Roman Griffin Davis, un verdadero prodigio. Para sorprenderse, mantener la cabeza abierta, digerir, sopesar y comprobar que el humor puede horadar y ser implacable con una de las peores etapas de la historia de la humanidad.
Es difícil lograr la risa con el tema del nazismo. Sin embargo, "El gran dictador", de Chaplin, en los "40, y ciertos momentos de "La vida es bella", de Roberto Benigni, basada en el caso real de Rubino Salmoni, que sobrevivió a Auschwitz, lo lograron. El director neozelandés Taila Waititi toma la historia de un chico de la Juventud Hitleriana, Jojo Betzer, en su país de origen, y lo hace en forma de sátira, con un humor ácido que al ritmo de canciones de los Beatles cuenta la relación de Jojo y su "amigo imaginario", que no es otro que Hitler. Preadolescente educado en una organización nacionalista que entrenaba a futuros ciudadanos del Reich y soldados de Hitler, Jojo comienza a desilusionarse de lo que él cree que conforma el régimen durante su estadía en una colonia de la asociación. La negativa a matar un conejo, una orden dada por un superior, es una de las primeras alertas de la crueldad de ciertas reglas. Esa desobediencia hace que le impongan el nombre de Jojo Rabbit (Jojo Conejo). A esto seguirá el descubrimiento de una niña judía en su casa, a la que su madre ayuda ante las persecuciones que el régimen realiza, y que le es ocultada al niño por su adhesión a la J.H. Con una presencia "payasesca" del mismo director como Hitler, asumiendo el papel de actor, Waititi logra balancear el tono farsesco dado a la novela "Cielos entre jaulas", de Christine Leunens, base del relato cinematográfico. Su particular tono humorístico es conocido ya por sus seguidores que recuerdan "Thor Ragnarock", donde también el tono habitual de la saga marveliana era reemplazado por el de la caricatura. BUENOS ACTORES No todo es acierto en la historia. La falta de condensación en el relato obliga a una extensión no necesaria, y cierta alusiones grotescas a personajes y situaciones. Es el caso de la imitación a la representante femenina nazi, personaje interpretado por Rebel Wilson. Así, las repeticiones estancan ciertos efectos logrados en la primera parte del relato. "Jojo Rabbit" y su particular elección de la comicidad, ante temas riesgosos, obligaron a su director a recordar la eficacia del humor en la critica a la intolerancia. Esto sumado a su sensibilidad ante el tema del Holocausto (Waikiki es de origen maorí y judío) dejaron a un lado algunas críticas internacionales, que no impidieron la llegada de premios de distintos lugares del mundo. El filme destaca el gran trabajo de un niño actor, entonces de doce años, Roman Griffin Davis; el de Scarlett Johansson (la madre) y la niña Thomasin Mc Kenzie, sumados a una formidable inclusión de temas musicales que van desde los Beatles, pasando por Gounod, Strauss (h) hasta Roy Orbison (Mama) o "Tabú", de Margarita Lecuona.
Pasen y disfruten las desventuras de “JOJO RABBIT” y su disparatado amigo imaginario: Hitler. Jojo "Rabbit" Betzler (Roman Griffin Davis) es un solitario niño alemán perteneciente a las Juventudes Hitlerianas que ve su mundo puesto patas arriba cuando descubre que su madre Rosie (Scarlett Johansson) esconde en su casa a una niña judía (Thomasin McKenzie). Jojo deberá enfrentarse a su ciego nacionalismo pese a los consejos de su mejor amigo imaginario. Si sólo conoces a Taika Waititi de “THOR RAGNAROK” te recomiendo “WHAT WE DO IN THE SHADOWS”. Y lo que tienen en común con la película que hoy nos convoca, además de su característico humor, es la capacidad de darle un aporte fresco a un tema ya muchas veces visto. En una es la explotada temática de vampiros que los vimos de todos los gustos y colores. En “JOJO RABBIT” se adentra en la 2da guerra mundial y el nazismo, tema también abordado de todas las formas posibles. Incluso el director y actor neozelandés tampoco es el primero en satirizar a Hitler. Desde Tarantino hasta Chaplin han hecho esto con el personaje. Sin embargo, aquí nos da una meritoria muestra de la importancia del “cómo” por sobre el “qué” entregándonos esta fresca pieza. Tomando como puntapié la novela “Caging Skies” es que se inspira esta historia de la que se toma muchas licencias con respecto al libro (como la gran decisión de poner a Hitler como amigo imaginario del niño) aportándole elementos de humor, terreno donde más cómodo se siente a la hora de contar. Con muy buenas actuaciones, que entienden perfectamente el código en que se maneja el film y aprovechan las licencias para improvisar que el director habilita, cabe destacar el inmenso trabajo debut de Roman Griffin Davis (¿¿¿de dónde sacan a estos pibes???) y el mérito del director para guiar al prematuro protagonista. Una música muy presente y contemporánea que, junto con cierto código, ritmo y lenguaje no verbal nos recuerdan que se están abordando temas aún vigentes y merecen la pena reflexionar. Cuenta también con un gran trabajo de arte, y momentos de composición fotográfica de mucha belleza. Con algunos tintes y reminiscencias que nos remiten a “LA VIDA ES BELLA” resulta una película absolutamente tierna, de muy buen ritmo y cambios en la trama que acentúan esta dinámica. En definitiva, “JOJO RABBIT” es una gran cinta que nos demuestra también que el humor es cosa seria. Por Matías Asenjo
Más propaganda que polémica, Jojo Rabbit, la nueva película de Taika Waititi, prometía ser algo que ni lejanamente termina siendo. Lo que entrega es una buena idea ácida que se diluye en el típico melodrama de Holocausto. A duras penas llega a algo aceptable. Todo gran realizador comenzó alguna vez siendo una gran promesa. Todos tienen ese film, que puede o no ser el primero de su filmografía, que los puso en el candelero y sobre el que después erigieron una carrera. También algunos quedan en esa sola promesa. Una gran película que dio esperanzas de haber encontrado a alguien que se haría notar, y siguientes pasos que lejos estuvieron de estar a nivel. Este parece ser el caso del neozelandés Taika Waititi. En 2014, su tercer película, What we do in the shadows fue un éxito rotundo tanto de taquilla como en las opiniones de crítica y público que hablaban de un clásico instantáneo. El desopilante falso reality show vampírico nos sorprendió gratamente a todos, y ya queríamos más de él. Dos años después, Hunt for the Wilderpeople no fue tan exitosa, pero el resultado igualmente es notable. El tema es lo que vino después, cuando finalmente Hollywood posó su mirada. Marvel se lo llevó para hacer otra de sus secuelas genéricas, Thor: Ragnarok, un pastiche indigesto que pretende tener sabor a todo, y no tiene sabor a nada. Desde entonces, si bien no había concretado otro film, se lo cuenta en las filas de Disney/Marvel colaborando en distintos proyectos de la marca. Finalmente vuelve a estrenar otra película, y desde que se la anunció levantó revuelo. El régimen Nazi debe ser uno de los temas más delicados para abordar en una obra de ficción. Mucho se habló, se habla, y se hablará sobre el Holocausto, Hitler, la Alemania Oriental, y el nacismo como régimen totalitario. Pero también es un asunto muy sensible que hay que saber cómo abordarlo para no ofender. No es la primera vez que alguien intenta hacer humor con los Nazis, y con Hitler, y siempre fue un tema polémico. Desde El gran dictador a Mi Führer o Ha vuelto; hablar de un Hitler paródico es sinónimo de controversia; y Jojo Rabbit, lo nuevo de Taika Waititi, no es la excepción. Piensen, es la película en la que un niño tiene como mejor amigo al líder Nazi; a más de uno le sonó el alerta; más viniendo de un director que supo ser irreverente. A partir de ahí, comenzamos a poner el pie en el freno. En realidad, Hitler es un amigo imaginario; y en realidad su presencia no es ni de cerca lo más importante del argumento, es casi una excusa o un adorno; y en realidad, Jojo Rabbit termina teniendo más de (melo)drama que de comedia; y en realidad, vamos a tener que despejar la sala por el excesivo humo creado. Alemania, último período de la Segunda Guerra Mundial, Jojo (Roman Griffin Davis) es un niño algo introvertido, solitario, con un solo amigo, Yorki (Archie Yates), y pocas habilidades físicas. Vive con su madre Rosie (Scarlett Johansson), una agente del gobierno, y cree que su padre es un heroico soldado en el campo de batalla. Jojo es un ferviente admirador del régimen Nazi, con inocencia, defiende todo lo que tenga que ver con Hitler y los suyos. Por supuesto, sus sentimientos hacia los judíos es una mezcla entre rechazo y temor, lleno de torpes prejuicios. Su idolatría llega al punto de tener al propio Führer (interpretado por el mismo Taika Waititi) como amigo imaginario. En su mente Hitler es un personaje algo añiñado, con cierta inocencia, pero también “candorosamente” despiadado hacia su defensa contra ese amenazante pueblo judío. Uno de los principales problemas de Jojo Rabbit (que es el apodo despectivo que le pone un soldado alemán cuando el nene se niega a matar un conejo), es que pareciera haber sido pensada bajo esta idea de “un régimen Nazi bajo la añiñada mirada de un nene fanático”, pero no se supo avanzar desde ahí. Por eso es que cambia su argumento cada veinte minutos, media hora. Al principio conocemos a Jojo, su entorno, y vemos sus (des)venturas en un campamento de verano tipo colonia, en donde todo es morbosa diversión. Esto, sin dudas, es lo mejor de la película, las carcajadas brotan y la inventiva para la broma sarcástica ácida es certera y creativa. Sam Rockwell y – sobre todo – Rebel Wilson, como el capitán encargado de ese campamento y su secretaria, brillan. Pero el chiste se termina rápido, y cuando se hace reiterativo, recurre a otra cosa. Jojo descubre que en el sótano de su casa, su madre mantiene oculta a una refugiada judía, la adolescente Elsa (Thomasin McKenzie), y básicamente cree que ella es de otra raza diferente, casi una alienígena. Elsa se aprovecha y le infunde temor a Jojo para sacar algún beneficio. Pero este juego también se termina antes que la película, y habrá que buscar con qué seguirla. Cuando nos queremos dar cuenta, Taika Waititi nos prometió una comedia irreverente y corrosiva, y estamos viendo un dramón, muy forzado y golpebajero, más cercano a La vida es bella y El niño del piyama a rayas, con todo el edulcorante encima. Podíamos suponerlo, Jojo Rabitt es Hollywood puro, Taika Waititi ya es un director bien hollywoodense, y no es algo que vaya a correr riesgos. La supuesta polémica no es tal. Ni el Adolf amigo imaginario es trascendente en la historia (perfectamente podría no estar, ni siquiera los mejores chistes pasan por él), ni hay algún atisbo de ambigüedad; todo es tan bien pensante y con moralina como siempre, como en los dos films antes mencionados. Como es bien, pero bien Hollywood, también habrá lugar para un muy rancio patriotismo estadounidense fuera de lugar, falso. Waititi filma con soltura, mantiene buen ritmo, hace un buen uso de la banda sonora (algo remarcada) con canciones pop en alemán; y también hace que se destaquen todas las actuaciones. Los dos niños tienen carisma, y refuerza la química entre Jojo y Elsa. Formalmente es un film aceptable. Jojo Rabbit no nos muestra a esa promesa de gran director que se suponía sería Taika Waititi. Parece una película hecha por alguien amoldado, acomodado. Su guión vende algo que no es, y no logra mantener una historia sólida. Quizás, más acostumbrado a los cortometrajes, Waititi debió dejar su cuento en ese formato más estrecho. Si extraemos las escenas del campamento queda una comedia casi brillante, todo lo que viene después va perdiendo fuerza hasta estrellarse vergonzosamente. Una lástima.
Jojo Rabbit encuentra la fuerza suficiente para satisfacer a admiradores y detractores del cine de Taika Waititi gracias a una puesta en escena de alto nivel, el guion que presenta una historia convincente y a las actuaciones a la altura de sus protagonistas y personajes secundarios. Gracias a su peculiar sentido del humor y a una puesta en escena que denota una propuesta autoral de inmediato, la filmografía de Taika Waititi ha tomado una relevancia preponderante para un sector cinéfilo bastante importante y se lo ha considerado a él como a uno de esos directores a los que siempre hay que tenerlos en cuenta cuando estrenan una nueva película. Con un crecimiento exponencial en cuanto a proyectos Taika supo superar la barrera del cine independiente para desembocar en, quizás, la productora más mainstream que exista hoy por hoy cómo es Disney, quien le dio la oportunidad de lanzarse a la fama mundial de inmediato luego del lavado de cara que le dio a Thor en su tercera película (Thor: Ragnarok, 2017). Pero ahora, el reto que se propuso Taika Waititi es aún más superior que el de convencer a los fanáticos de Marvel de su visión de un personaje clásico. Meterse de lleno en la consideración popular definitivamente es su misión y lo hará nada más ni nada menos que interpretando a uno de los verdaderos supervillanos que supo dar la historia como lo es Adolf Hitler pero de una manera que parecería ser perfecta para lo que el director: haciendo de un amigo imaginario de un nene de 10 años. Adaptando la novela “Cagin Skies” de la autora belga Christine Leunens, Taika Waikiki se encarga de dirigir, guionar y protagonizar Jojo Rabbit (2019), una historia que se centra en la Alemania nazi en la última etapa de la segunda guerra mundial y que tiene cómo protagonista a Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño que vive con el principal objetivo de ser un soldado nazi. Jojo, quién vive con su madre (Scarlett Johansson), está tan enfocado en su cometido que se la pasa pensando en cómo aportar en la guerra y él cuenta con la ayuda particular de tener como mejor amigo, de manera imaginaria, al mismísimo Adolf Hitler (Taika Waititi) quién lo alienta todos los días para que logre convertirse en ese soldado que él tanto pretende. Pero todo empezará a cambiar para Jojo cuando de buenas a primeras descubra que en su casa se encuentra escondida Elsa (Thomazin McKenzie), una joven judía a quién su madre decidió darle refugio. A partir de ese momento Jojo comenzará un debate interno sobre su nacionalismo ya que comenzará a darse cuenta de que sus presuntos enemigos no lo son tanto. Taika Waititi demuestra con este filme que está para producciones realmente importantes, ya que logra concretar una película que no tiene fisuras y que gracias al mejor guion de su carrera genera emoción y comedia en partes iguales. Tomando elementos de diferentes películas que tratan la segunda guerra mundial desde un costado diferente a los estrictamente bélico, cómo pueden ser Bastardos sin Gloria (2009) o La Vida es Bella (1997) y algunas cuestiones estéticas que pueden asemejarse a Moonrise Kingdome (2012), una de las mejores obras de Wes Anderson, Takiki logra combinar de la mejor manera los aspectos dramáticos para que el espectador logre emocionarse cuando es debido y que produzca las carcajadas necesarias cuando la historia lo amerite. Gracias a éste gran mix de géneros la película en ningún momento peca de pretenciosa ni de solemne y mucho menos de pesada, ya que la construcción del relato es dinámica y lo que puede verse en pantalla entretiene en todo momento. También hay que destacar la valentía que toma el director en ciertos momentos y que gracias al humor ácido y a los chistes negros esas decisiones cobran aún más sentido que en sus películas previas. El gran ganador de ésta película es el joven protagonista Roman Griffin Davis quien haciendo su debut en la gran pantalla demuestra que es un chico al que hay que tener en cuenta a futuro porque su techo parece estar ubicado muy, muy arriba. El logra transmitir en cada gesto y en cada forma de pronunciar sus diálogos la premisa tan compleja de poder representar a un niño que tiene un odio enorme pero al mismo tiempo un gran amor. Esa dicotomía que se produce en el guion se ve reflejada permanentemente en rostro y logra que uno desde la butaca logre por partes iguales empatizar con él y ver el lado más nefasto de la propaganda nazi y cómo se le “lavaba el cerebro” a la gente, siendo Jojo uno de ellos. El elenco logra estar a la altura de todas las expectativas y de una manera super armónica todas las partes de un laureado cast tiene el momento justo para brillar. A los mencionados Waititi, Johansson y McKenzie se les suman Sam Rockwell, Rebel Wilson, Alfie Allen y desde un rol mucho más secundario logran crear buenas interpretaciones para personajes muy complejos. Taika Waititi logra convertir a Jojo Rabbit en su mejor película hasta el momento gracias a una puesta en escena de un nivel superlativo y a la fuerza del guion para hacerle sentir al espectador sensaciones de todo tipo. Su gran elenco y una fabulosa interpretación de su joven e incipiente protagonista hacen que la película sea un disfrute puro de inicio a fin.
JoJo Rabbit: Un humor semi negro. Jojo Rabbit es una comedia gris sobre un niño nazi donde nadie quiere ligarse a Scarlett Johansson. ¿Qué se podría decir de una película cómica que además es bélica cuyo protagonista es un niño nazi de diez años que tiene a Scarlett Johansson como madre y a Adolf Hitler como amigo imaginario? Probablemente vendría a nuestra mente que el próximo nombre en ese cast sería el de Will Ferrell y que la cinta moriría en la tele siendo transmitida una vez a la cuaresma a las 3 AM cuando sólo los alcohólicos, los desempleados y los solitarios están despiertos. Afortunadamente, este no es el caso de Jojo Rabbit (2019), la última película de Taika Waititi a quien ya hemos visto como director en Thor: Ragnarok y Avengers: Endgame. Basada en el libro Caging Skies de Christine Leunens, Jojo Rabbit es una comedia pero también una coming-of-age —más adelante veremos por qué— sobre Jojo «Rabbit» Betzler (Roman Griffin Davis), un niño miembro de las Juventudes Hitlerianas que, tras volver de campamento, descubre a Elsa (Thomasin McKenzie), una adolescente judía que se esconde en su casa, cuya presencia hará que Jojo reflexione sobre su forma de ver el mundo. Este es el trabajo más dedicado de Waititi desde «Hunt for the Wilderpeople» (2016), gracias a que no sólo dirige sino que además, produjo, escribió y encarnó el papel de Hitler en esta comedia no tan negra que es Jojo Rabbit. Desde el punto de vista cómico, la cinta no es del todo una comedia negra, es más bien una gris, pues mezcla elementos cómicos del humor negro con otros más cercanos al estilo de Los Tres Chiflados o a los diálogos llenos de ironía y sarcasmo propios de la comedia de situación. A esto se le añade su talento propio para explotar la esencia primigenia del chiste: la incongruencia inesperada, por ejemplo (no es un spoiler): “— Che ¿dónde vivís? — ¿viste las casas chetas de allá con pileta y autos copados? —Sí—, bueno, al lado—”. La gracia del chiste anterior (si es que la tuvo) recae en el factor sorpresa donde nadie espera que el interlocutor diga “al lado”, bueno, en Jojo Rabbit, Waititi hace algo así con un diálogo que incluye pastores alemanes cuyo final es tan obvio que todos lo pasarán por alto hasta que el mismo Waititi los sorprenda. ¿Qué podría ser mejor que una mujer disparando una ametralladora MG-42?, pues la actuación de Sam Rockwell como el Capitán Klenzendorf, el bufón de corazón noble y uniforme de la Wehrmacht que hizo de estrella en los momentos cómicos haciéndonos sentir lástima y empatía por aquel militar nazi. Dio uso a la sobreactuación y la actuación sin caer en la morisqueta, talento que equivale a esculpir con chatarra, un solo error y todo se verá mal pero este no fue su caso. Roman Griffin Davis, el niño fanático del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, definió con su actuación a este filme como algo más que una comedia. Gracias a él, se sabrá que estamos ante una coming of age donde el pequeño muestra cambios sutiles que lo vuelven más maduro y menos inocente conforme pasan los fotogramas. Su trabajo de actuación fue tan minucioso que puede compararse con una flor abriendo sus pétalos luego del alba, no vemos qué ocurre hasta que ocurre. Ahora hablemos de lo que todos estamos esperando, el rol de Scarlett Johansson, encargada de dar vida a Rosie Betzler, la mamá de Jojo, en un papel más que inspirado en Guido Orefice, personaje interpretado por Roberto Benigni en su película La Vida es Bella. Scarlett Johansson hace de madre abnegada con un método de crianza que implicar mezclar el juego con la realidad en un intento por romper el la barrera ideológica que separa al Jojo nazi del dulce niño que una vez fue, Scarlett fue capaz de mostrarse como una mujer llena de vida pero con un profundo dolor que se manifiesta entre líneas antes de que lo veamos en sus ojos vidriosos. Como ya se sabe, lo anterior deja un gusto amargo en la comedia que debe ser esta película, lo cual es otro mérito para el director, pues Waititi logró convertir lo cómico en algo tan maleable como si fuera una amalgama de oro, que une a lo bélico con lo coming-of-age y la tragedia que acarrean los dos géneros anteriores, todo eso como si se tratase de un filme armado usando el kintsugi. Le bastó un plano para mostrar sin caer en el morbo el suceso más crudo de toda la película, recreó la guerra sin grandes escenas de batalla y además lanzó una burla al mostrar a su Hitler imaginario ofreciéndole cigarrillos a Jojo, el verdadero Hitler detestaba el tabaco y es aquí donde nos da algo para reflexionar: Hitler le ofrece cigarrillos a Jojo, él los rechaza, cada vez con más ímpetu, el Hitler imaginario aparentemente fumaba, Jojo por ningún motivo lo haría, el Hitler de verdad tampoco, lo que hace ver que Jojo era más Hitler que el Hitler imaginario, puede ser eso o simplemente un niño de diez años consciente de no estar en edad para fumar. Jojo Rabbit (2019) funge como muestra del sello autoral de su director, alguien que ya dio las mostró su estilo con películas de Marvel pero que probablemente se consagró esta cinta que si bien no fue hecha para el consumo masivo, no deja de ser una excelente inversión a la hora de pagar una entrada al cine. Sin duda alguna, Jojo Rabbit es una película que sacará a tu fascista interior para darle un golpe en la cabeza.
Jojo Rabbit: Hitler en la mente de un niño. ¿Qué es lo primero que piensan si les decimos que existe una película donde Adolf Hitler, interpretado por el mismísimo director del film, se proyecta en la mente de un niño alemán en plena segunda guerra mundial y es su amigo imaginario? Con un tono aparentemente bizarro y de comedia, «Jojo Rabbit» (2019) llega a los cines dirigida por Taika Waititi (What We do In The Shadows, Thor Ragnarok) y con un elenco de actores como Scarlett Johansson, Sam Rockwell y Rebel Wilson. Lo primero que se nos puede venir a la cabeza es qué tan irreverente es todo. Dependiendo obviamente del juicio y el gusto del espectador, la película siempre juega del lado de quedar respetuosa y prudente, mucho más que el de ser una auténtica locura. Esto le termina jugando mal en algunas ocasiones, ya que su humor queda en un tono simplón y poco logrado. Obviamente tiene sus buenos chistes, pero los malos logran opacar la gran idea que podría generar una película de comedia libre de prejuicios en 2019, con lo difícil que está resultando últimamente esto. Vale la pena aclarar que pese al humor chato de algunas de sus escenas, la película es totalmente agradable de ver. En ningún momento resulta densa y su duración de una hora y 48 minutos es correcta. Esto se apoya muchísimo en la calidad actoral con la que cuenta el director, siendo la más destacable de todas la joven Thomasin McKenzie, quien sorprende y se roba la atención del espectador en cada escena que aparece. Aún así, lo que termina realmente ayudando al film a posicionarse y elevarse como una película de calidad no es su comedia barata o su supuesta irreverencia, sino que paradójicamente, sus momentos dramáticos terminan siendo los picos más altos de esta montaña rusa. El tacto y cuidado tomado para no pasarse ofendiendo a alguien a la hora de construir situaciones humorísticas termina jugando a favor para construir el conflicto dramático y las sensaciones emocionales de la trama. Es, eso si, una mezcla muy rara y que a veces parece no encajar del todo con lo que se venía postulando, pero una vez que uno se acostumbra y entra en lo que plantea la historia, tendremos unos momentos muy interesantes de ver. Puede que si uno ve «Jojo Rabbit» con las expectativas muy altas, se encuentre algo decepcionado. También puede que si uno va buscando reírse a carcajadas, quede algo sorprendido. Pese a su irregularidad en el tono y a algunos momentos algo cringe, la película de Taika Waititi funciona y tenemos en el resultado final una sugestiva historia y con un tercer acto emocionante. Para los fanáticos de lo bizarro, bajar las expectativas un poco. Para los que quieren ver una buena película, vayan y quedarán satisfechos.
El director neozelandés Taika Waititi, conocido por filmes como el ingenioso mockumental de terror sobre vampiros What We Do In The Shadows (2014) o la taquillera Thor: Ragnarok (2017), vuelve a la gran pantalla para presentar una comedia dramática que pocos se atreverían a realizar sin salir ilesos. Definida por el director como una “sátira anti odio”, Jojo Rabbit se burla del nazismo, la figura de Hitler y la guerra como ya lo han hecho a lo largo del siglo XX directores de la talla de Charles Chapin (El Gran Dictador, 1940) y Mel Brooks (Los Productores, 1967), pero en esta ocasión a través de la mirada ingenua y fantástica de un pequeño fanático del sangriento régimen totalitario alemán. Basado en la novela de Christine Leunens, el filme sigue los pasos de Johannes “Jojo” Betzler (Roman Griffin Davis), un niño de 10 años que se apunta a un campamento de las Juventudes Hitlerianas en su afán de servir al país durante el último tramo de la Segunda Guerra Mundial. Con el rumor a cuestas de que su padre, desaparecido en Italia hace más de dos años, es en realidad un desertor de guerra, Jojo demuestra orgullosamente ante el batallón comandado por el bobalicón Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell) que él es un ferviente nacionalista capaz de cazar a cuanto judío se le cruce. Sin embargo, en el momento en que es desafiado por un joven soldado a asesinar a un conejo con sus propias manos, el niño se acobarda y huye torpemente, episodio que termina otorgándole el apodo burlón de “Jojo Rabbit”. Cuando creía que las cosas no podrían ir peor, una tarde Jojo descubre un terrible secreto: su madre (Scarlett Johansson) ha estado escondiendo a una adolescente judía (Thomasin McKenzie) en el ático de su casa y entregarla podría suponer un fatal destino para ambos. Las atrocidades del nazismo narradas desde una visión infantil es una idea que ya había sido desarrollada tanto en la italiana La Vida es Bella (1997) como en la adaptación de El Niño con el Pijama a Rayas (2008), donde también se plantea el entendimiento de la guerra a partir de la conexión de un joven alemán con un niño judío. Sin embargo, aquí estamos ante un terreno más arriesgado, dado que se trata de una comedia provocadora que podría herir alguna que otra sensibilidad. Los créditos iniciales que exhiben imágenes reales de la dictadura nazi mientras suena de fondo una versión alemana de I want to hold your hand de The Beatles, deja en claro que el objetivo del director no radica solamente en volver a ridiculizar a los poderosos fascistas y sus absurdas creencias, sino también en poner de manifiesto un tema tan actual como lo es el fanatismo, el nacionalismo ciego y sus peligros. La caricaturesca representación de Hitler a lo Monty Python (interpretada por Waititi) como el amigo imaginario de Jojo, quizá no sea tan cómica o necesaria como uno supondría en una sátira de este estilo, pero su presencia también abre paso a una lectura psicológica acerca de como los líderes políticos vienen a reemplazar a la figura paterna. En cuanto a Johansson, la actriz que enamoró al fandom comiquero con su interpretación de la Viuda Negra aquí juega un rol divertido como una madre que a través de juegos y bailes intenta que su fanático y empedernido hijo vea el lado maravilloso de la vida. En el reparto adulto se destacan también Rockwell con aquella facilidad para construir todo tipo de personaje que lo caracteriza, Rebel Wilson en el papel de una brutal instructora nazi y Stephen Merchant en una pequeña participación como miembro de la Gestapo. Mención especial para el debutante Archie Yates como Yorki, el niño amigo de Jojo y miembro de las Juventudes Hitlerianas que endulza la pantalla en cada una de sus cortas apariciones. Aquellos que vayan a verla esperando encontrarse con una comedia bizarra de principio a fin al mejor estilo de What We Do In The Shadows, sin duda terminaran decepcionados. Desde un primer momento, precisamente con aquella escena del conejo, el cineasta neozelandés advierte que estamos frente a una mixtura de géneros en donde el drama de la guerra y los miedos más profundos que ésta plantea serán retratados fuertemente. Hay que decir que Waititi logra un convincente equilibro entre la comedia, la tragedia y el coming of age, sin caer nunca en golpes bajos y saliendo airoso de lugares incómodos en parte gracias a la ternura e inocencia que destila su protagonista. Un desafío que en manos de otro director podría haber terminado en un rotundo desastre. Jojo Rabbit evidencia una vez más que la tan cuestionada “corrección política” no es más que una excusa para aquellos que desean seguir haciendo el mismo humor fácil a costa de las minorías. Está claro que si todavía se puede hacer comedia a partir de uno de los episodios más oscuros de la historia, se puede hacer reír con cualquier tema, el problema no es el “que” sino el “como”, a través de que perspectiva se hace y teniendo bien en cuenta hacia quien va dirigido. Podemos afirmar que Jojo Rabbit es un filme dirigido por alguien que sabe bien como manejar los diversos tonos, compuesto de un entrañable elenco, con un gran y prometedor hallazgo como es el caso de Griffin Davis, una banda sonora de lujo y un mensaje simple pero efectivo para las nuevas generaciones.
No son muchos los directores que en pocos años puedan establecer un sello caracteristico en una filmografía acotada y aclamada a la vez, y el neozelandés Taika Waitit es uno de ellos. El director que se dio a conocer con What We Do in The Shadows y terminó de reindinvicarse con Thor Ragnarok, vuelve a los cines (un poco más tarde en Argentina) con su nueva película Jojo Rabbit, una comedia negra ambientada en la Alemania nazi. El protagonista es Jojo, un solitario niño de 11 años -interpretado por la gran revelación de la temporada Roman Griffin Davis- fanático del nazismo, a tal punto de, además de asisitr a un bizarro campamento Nazi coordinado por el también bizarro Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), tiene como amigo imaginario al mismisimo Hitler (Taika Waititi) en una encarnación bastante particular. Un día, en su casa, Jojo descubre que su madre (Scarlett Johanson) esconde a una niña judia llamada Elsa (Thomasin McKenzie) quien fuera amiga de su fallecida hermana. Al principio entre Jojo y Elsa existe una relación muy tensa y llena de odio, donde predominan las amenzas de a quién le irá peor si se descubre el secreto, pero con el paso del tiempo, nuestro protagonsita descubre que los judios no son esa clase de monstruos con cuernos que los nazis les hicieron creen (y que posiblemente no esté muy lejos de lo que se creía en la vida real), lo que hace que empiece a cambiar sus sentimientos hacia ella, a tal punto de ocultarse lo que sucede fuera de la casa para mantenerla allí. La historia tiene ciertos paralelismos con La vida es bella, en especial al estar ambientada en pleno nazismo y el hecho de ocultarle al otro lo que sucede, pero con personajes, enfoque y registro totalmente diferente. De hecho, lejos de ser un drama sobre el holocasuto, esta película se plantea en todo momento ser una comedia negra que se burla del nazismo, todo eso empapada del humor ya caracteristico de Waititi, tal como mencione al principio. Con solo ver la escena de "Hail Hitler" ya podemos identificar que se trata de Waiti quién se encuentra detrás del proyecto. Además del humor y varios gagas muy gracioso, la película tambien tiene algunas escenas que rozan el suspenso y personajes muy simpáticos y bien logrados. Si, es medio chocante definir a personajes nazis como simpaticos (como Yorkie, el único amigo de Jojo), pero eso es justamente lo que busca esta película, al humanizarlos a través de la sátira. El gran elenco lo completan Alfie Allen, Rebel Wilson y Stephen Merchant. Jojo Rabbit viene de ganar - merecidamente- el premio Grolsch People's Choice Award a la película más popular en el Fesitval de Toronto y está siendo nominada a varias categorias en esta temporada de premios, que si bien es bastante dificil que se alce con alguno por la dura competencia, ya estar nominado es todo un lugro dentro de su género.
La vida (no) es bella. Según un estudio realizado en 2004 por la psicóloga de la Universidad de Oregón, Marjorie Taylor, y la profesora asistente de psicología de la Universidad de Washington, Stephanie Carson, cuando los niños llegan a los siete años de edad, el 65% de ellos suele tener un amigo imaginario. Taylor y Carson también descubrieron que tener un amigo imaginario permitía a los niños simular situaciones sociales en un contexto benigno para aprender, entre otras cosas, cómo lidiar con el conflicto. Tener un amigo imaginario ayuda a los niños a lidiar con los miedos, explorar ideas y les permite enfrentarse con experiencias traumáticas. En Jojo Rabbit de Taika Waititi, Jojo (Roman Griffin Davis), de 10 años, tiene el amigo imaginario más horrible en toda la historia de los amigos imaginarios: Adolf Hitler. Es la década de 1940, Alemania, al final de la Segunda Guerra Mundial. Jojo vive en una bonita casa con su madre, Rosie (Scarlet Johansson). Rosie, una mujer cariñosa y de espíritu libre, está perturbada por el culto de su hijo a todas las cosas de Hitler y pasa la mayor parte de la película tratando de noquear a los nazis. Jojo tenía una hermana mayor, pero ella murió. Su padre está en algún lugar de Europa luchando por la Patria, aunque otros “cruelmente” le dicen que es un desertor. Al unirse a las Juventudes Hitlerianas , Jojo está entusiasmado con la oportunidad de hacer su parte para la gloria del país. El problema es que no tiene suficiente sed de sangre. Luego, en su segundo día, encima hace saltar a todos por los aires. Durante los primeros veinte minutos más o menos, Waititi mantiene las cosas de una manera tan loca e hilarante que parece que estemos asistiendo a uno de los cartoons de Looney Tunes. A pesar de hacer un buen trabajo al arrastrarnos rápidamente a su mundo ilógico y rápidamente ponernos al día sobre el tiempo, el lugar, las personas y las posibilidades, sólo la mitad de los gags funcionan en pantalla. Y a medida que pasa la marca de veinte minutos, comenzamos a preocuparnos de que la película vaya a mantenerse así. Afortunadamente, ese no es el caso. Un día, oye un ruido proveniente del piso de arriba. Al aventurarse en la habitación vacía de su hermana fallecida, Jojo nota una hendidura curva en el piso que corresponde a un espacio delgado en una de las paredes. Usando su cuchillo que le dieron los de las Juventudes, abre la pared como una puerta. Asustado, aunque demasiado curioso para regresar ahora, Jojo enciende su linterna y con cautela se dirige al espacio oscuro y apretado detrás de la pared. El muchacho guía el pequeño círculo brillante de su linterna sobre el área oscura y polvorienta. Una muñeca desnuda está a la vista… Waititi usa al amigo imaginario Hitler como una manifestación de lavado de cerebro nazi. Como sabemos, Jojo de diez años y su amigo Yorki (Archie Yates) y niños alemanes como ellos no eran rivales para la implacable máquina de propaganda nazi; tampoco lo eran los adultos de Alemania. Inteligentemente, el cineasta se burla apropiadamente de las tonterías del antisemitismo al hacer que la mayor parte de su terrible suciedad salga de la boca de los niños. No solo eso, sino que hace una conexión clara entre los fértiles mundos de fantasía de monstruos y héroes en los que viven muchos niños y los vincula con los delirios igualmente fantásticos de los nazis adultos. Al hacerlo, infantiliza a Hitler y al nazismo y su brutal grupo de psicópatas. Jojo tiene a Hitler como un amigo imaginario, sí, pero Waititi deja en claro que Hitler, los nazis y sus creyentes alemanes tienen un enemigo imaginario: el judío. El gancho que probablemente obtuvo la luz verde, Hitler como el amigo imaginario de un niño de 10 años, solo tiene un éxito parcial y, curiosamente, está bien. Waititi interpreta a Hitler como, alternativamente: una figura paternal alentadora, aunque retorcida; un pequeño muñeco; un cobarde celoso y una espuma en la boca, loco loco (el que conocemos muy bien). La relación entre los dos se juega principalmente para reír, pero esas risas son pocas y distantes. Sin embargo, como una dramatización de carne y hueso del tira y afloja que ocurre dentro de la cabeza de Jojo, entre lo que se le ha dicho que vea, piense y sienta frente a lo que él personalmente ve, piensa y siente, la tonta vanidad hace buen trabajo al trazar el crecimiento moral y emocional de Jojo, al tiempo que ofrece algunos momentos memorablemente absurdos para arrancar. Así, con ingenio y talento, se nos empuja al mundo feo de Jojo apestado por la podredumbre del odio irracional. Cada vez más fascinante a medida que avanza, Jojo Rabbit es una potente mezcla de lo tonto y lo espantoso.
Entre 1935 y 1936, en las escuelas de Baviera, los niños leían y asimilaban afirmaciones como la siguientes: “Al Führer alemán los niños de Alemania lo aman; a Dios en el cielo, lo temen: al judío lo menosprecian”. También: “El alemán camina, el judío se arrastra”. La autora del libro se llamaba Elvira Bauer, y este compendio ilustrado llevaba por título “Trau keinem Fuchs auf grüner Heid und keinem Jud bei seinem Eid”. Borges lo denominó alguna vez como “un curso de ejercicios de odio”. A este sentimiento tan de moda entre nosotros, no se lo debe subestimar; un día, sin aviso, puede dominar las personalidades de sus practicantes.
Una infancia posible durante el nazismo. La sobreabundante cantidad de películas alusivas a la segunda Guerra Mundial convierte en una empresa ardua el intento de originalidad sobre la temática. En efecto, el mainstream norteamericano ha llevado, una y otra vez, ese conflicto bélico a las pantallas por la facilidad argumental para el planteo maniqueísta que permite (auto)reconocer el Bien en la propia patria frente al Mal ostensible en el Holocausto nazi. Ese planteo funcional con el ethos de libertad y democracia que difunde mayoritariamente la producción made in Hollywood, no sólo resultó beneficioso para la propia industria –tal como lo demuestra la cifra copiosa de películas– sino, también, trascendió fronteras con la realización italiana La vida es bella (1997). Si bien allí el heroísmo sacrificial castrense que explota predominantemente el cine norteamericano es dejado de lado –en tanto media el antecedente exitoso de hidalguía civil de La lista de Schindler (1993)– con el protagonismo del buenudo hasta el hartazgo de Guido (Roberto Benigni), quien decide altruistamente escamotear los vejámenes de un campo nazi a fin de evitar la percepción del horror a su joven hijo, no obstante La vida es bella mantiene incólume el dualismo maniqueo en el cual no hay posibilidad de emergencia del Bien en el Mal ni viceversa. Ese es, precisamente, el esquema narrativo que elige dinamitar Jojo Rabbit. Resolución a partir de la cual su director obtiene toda la frescura y singularidad sobre el asunto remanido de la 2ª Guerra. Así, la voladura de las convenciones del mainstream ambiciona deformar (tal como el estallido de una granada desfigura, en el inicio de la película, el rostro del protagonista) las puestas en escena biempensantes sobre la guerra que organiza el planteo maniqueísta. De ahí la decisión de Waititi de revertir ese esquema situando la perspectiva narrativa en la otredad ominosa, vale decir, el Mal nazi personificado por el protagonista de la película Johannes Jojo Betzler (Roman Griffin Davis), un niño fervientemente admirador del Tercer Reich enlistado en las juventudes hitlerianas. La mirada infantil –predilecta en el cine de Waititi desde Boy (2010)– permite suspender los juicios de valor del mundo adulto, de modo que no habrá, entonces, una representación aleccionadora y moralizante sobre el nazismo, tal como han montado reiteradamente anteriores películas referidas a la guerra. Entre paréntesis, la sanción al proyecto de Hitler aparece (para tranquilidad de la platea afecta a la corrección política) muy brevemente expresada en algunos diálogos mantenidos por los personajes adultos, ámbito periférico al mundo de la niñez que ordena el argumento de Jojo Rabbit. Por otro lado, tampoco Johannes es presentado como víctima de la propaganda fascista del Estado nazi (y, aquí, nuevamente el corrimiento del film de un planteo de buena conciencia), puesto que la concesión de voz narrativa a un niño impide –en función de conservar la verosimilitud– recurrir a criterios y razonamientos propios de la mentalidad adulta. Los niños pueden ser crueles y virulentos (quien dude de ello puede leer los cuentos protagonizados por chicos que escribió Silvina Ocampo), pero no dejan de ser precisamente eso: niños. El mérito de Waititi está en narrar objetivamente, esto es, sin la subjetividad adulta, el descubrimiento del mundo –el cual es, en Jojo Rabbit, el mundo del Tercer Reich– desde los ojos de un niño de diez años. De allí el Hitler consejero imaginado por Johannes que irrumpe frecuentemente en el momento de la toma de decisiones, junto con la representación monstruosa de la víctima (la otra herejía de Waititi al relato moralizante de la guerra) cuando aparece en escena Elsa Korr (Thomasin McKenzie), la judía escondida por la madre del protagonista en la casa familiar que desatará el conflicto central. Podés ser feliz acá…podemos crecer juntos es la cita con la cual Waititi abre Boy, pero también permite leer la apuesta de Jojo Rabbit consistente en narrar la percepción e imaginería infantil sobre el propio entorno. Fantasías que poco a poco son abandonadas en simultaneidad con el proceso de crecimiento (¿acaso convendría nombrarlo como maduración en el mundo desbordado de Waititi?), tal como deja entrever hacia el final el film.
LA VIDA ES NAZI En lo primero que pensé, con bastante arbitrariedad, cuando termine de ver Jojo Rabbit, fue en Edgar Wright, el talentosísimo director de joyas como Scott Pilgrim, Hot Fuzz, Muertos de risa y una obra maestra como Baby driver. Creo que las últimas películas de Taika Waititi me han provocado la misma sensación que las películas de Wright: la de estar viendo un cine de una vitalidad arrolladora, lleno de ideas que funcionan (aunque algunas no tanto), pero que al fin de cuentas termina siendo, cuanto menos, estimulante. En Jojo Rabbit se nos cuenta la historia de Jojo (Roman Griffin Davis), un pequeño nazi (literalmente), que luego de asistir a un campamento de verano, al estilo norteamericano pero de las juventudes hitlerianas, descubre que su madre (Scarlett Johansson) esconde en su casa a una refugiada judía (Thomasin Mackenzie). Un detalle más: Jojo tiene un amigo imaginario que es Hitler, una versión híper caricaturizada de este, interpretada por el mismo Waititi. Es normal, que partiendo de esta premisa, incluso luego de que vemos la magistral secuencia de títulos que nos muestra hordas de nazis haciendo el saludo característico al ritmo de I want to hold your hand, de los Beatles, pensemos que nos vamos a encontrar con un carnaval de la irreverencia, una comedia feroz que puede salir para cualquier lado. Y la verdad que Jojo Rabbit es eso durante 20 minutos y no mucho más. Luego nos empieza a hablar de otras cosas y da la sensación de que Waititi no quiere dejar escapar la oportunidad de hablarnos del contexto de horror en el que está situada la historia, y para esto no tiene problema en pegar un par de volantazos tomando el riesgo incluso de resentir un poco el tono y el ritmo de la película. Algunos compararon a Jojo Rabbit con La vida bella, uno de los peores insultos que una película, cualquiera sea, puede recibir. Sin embargo, creo que la película de Benigni nos puede servir como punto de partida para decir que el film de Waititi es exactamente su reverso, básicamente porque, como bien dice el amigo Mex Faliero, no niega el horror circundante. Los personajes aquí están en peligro real, podemos ridiculizar a los nazis y reírnos de lo imbéciles que pueden llegar a ser, pero sus balas son de verdad y tienen el poder de la muerte de su lado. En resumen, Jojo Rabitt no es La vida es bella porque no es abyecta ni manipuladora, es una película sensible que no pierde el punto de vista infantil, con lo cual puede llegar a ser desgarradora, como en cierta secuencia que involucra a una mariposa, y también extremadamente graciosa, como en todas las apariciones de Yorki (Archie Yates), que debería ser incluido de manera digital en todas las aventuras de chicos de los ochenta. Además una película que muestra a Sam Rockwell como un ser humano merece por lo menos un Globo de Oro. Por último, decir que esta película ha generado debates de todo tipo y criticas buenas en general pero desparejas. Creo que sí es una película que tiene muchas puntas que parecen disolverse o que falla en la intención. Yo creo que Waititi toma una serie de decisiones que atentan contra cierta fluidez narrativa pero que dejan crecer a las ideas que sustentan el film. El director toma riesgos que dividen opiniones, pero estoy del lado de los que les gustó mucho y creo que es una de las películas de este joven año.
Una película que arriesga todo en el imaginario infantil con comedia y sensibilidad. Crítica de “Jojo Rabbit”. Florencia Fico Hace 3 días 0 78 La película estadounidense “Jojo Rabbit” expone los lemas de la vanguardia artística futurista asimismo deja correr la emoción con sus coloridos personajes y aporta un debate conmovedor. Por. Florencia Fico. Resultado de imagen para jojo rabbit wallpaper El argumento de la cinta es sobre Jojo “Rabbit” Betzler (Roman Griffin Davis) un muchacho y aislado chico alemán miembro de las Juventudes Hitlerianas que se trastoca en el momento que halla a su mamá Rosie (Scarlett Johansson) que mantiene en secreto a una adolescente judía (Thomasin McKenzie). El apoyo de su mejor amigo imaginario, un chico un poco ingenuo, Jojo tendrá que confrontar su empecinamiento nacionalista. Cuando el director y guionista neozelandés Taika Waititi puso en marcha esta película ingeniosamente buscó una perspectiva aniñada para relatar una historia en el marco de la Segunda Guerra Mundial. El puso el foco en el argumento la vivencia de un niño que recibe los peores consejos de un mejor amigo imaginario Hitler en la piel de Waititi, quien conoce lo que un chico de esa edad puede saber. Es atinada la personificación de un líder político en forma payasesca. El texto de Taika se basa en la novela “El cielo enjaulado” de Christine Leunens. En ésta adaptación fílmica se transmite la idea del Führer como fruto de la ilusión mental de un niño que se vincula con él como una persona parternal. Además el componente antisemita se incorpora cuando una profesora ilustra a un judío como un monstruo con colmillos, lengua viperina y escamas; el adoctrinamiento dictatorial tan naturalizado es escalofriante a la vez descabellado. Se observa la identificación del director con películas como La vida es bella y El gran dictador. En su actuación los rasgos de Chaplin con la impronta fascista. Resultado de imagen para jojo rabbit futurismo El legado de la vanguardia artística “futurismo” está presente en la formación de los niños en el campamento al que concurren en éste filme. En ese lugar la propaganda de nazi rememora algunos ítems de la corriente plástica como: el aborrecimiento al pasado al quemar libros y odiar las bibliotecas, el aplastamiento a las referencias judías como aberraciones, el embellecimiento de la dotación armamentista para la guerra y la persuasión a la clase media a seguir con los conflictos bélicos. La músicalización de Michael Giacchino hace sonar el demo “I Want To Hold Your Hand” particularmente confeccionada por los Beatles para la industria alemana. Éste tema lo que demuestra es la estricta dependencia a seguir los lineamientos de los fieles nazis, con su saludo típico y la entonación: “Heil, Hitler!. También está la canción Heroes del cantante David Bowie que compensa la traumática situación histórica con un baile de liberación para los protagonistas de éste filme. La fotografía de Mihai Malaimare Jr. hace repetidas tomas en detalle a los zapatos de los personajes un aspecto que se relaciona al movimiento futurista donde la intención era marcar una escena más abstracta y sintética. Se brindan brillantes interpretaciones tales como la actriz Scarlett Johansson como madre de Jojo protectora, intrépida, sagaz y disruptiva. Y su refugiada Elsa (Thomasin Mckenzie) sigue una composición con ironía e impacto. Taika está embebido en Hitler desde lo absurdo hasta enloquecido. Y por último Roman Griffin Davis como “Jojo” comparte unos gags imperdibles con Waititi. El reparto está compuesto por: Taika Waititi, Scarlett Johansson, Sam Rockwell, Rebel Wilson, Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Alfie Allen, Stephen Merchant y Archie Yates. El filme recrea una sátira sobre el nazismo, con un tono equilibrado entre humor y drama. El énfasis en ridiculizar a los fanáticos nazis no se conforma con el entretenimiento e inyecta emoción al agregar explicaciones del conflicto, la amistad que se da entre Jojo y Elsa la jovencita judía y la reconposición familiar entre él y su madre. Puntaje:85
Un film interesante e imposible En un punto la película se encuentra en un callejón sin salida y resuelve todo en piloto automático, para lo trágico y para lo tierno Los paralelos que algunos críticos hicieron entre esta película y “La vida es bella”, aquella manipulación inescrupulosa de Benigni, tienen alguna razón de ser: en ambos casos hay un nene atrapado en medio de la barbarie de la Segunda Guerra Mundial y al mismo tiempo intenta ser tranquilizadora. Pero en este caso, más allá de cierto humor desaforado que parece satírico y (saludablemente) incorrecto al principio, el punto de vista infantil es más fuerte e incluye la incomprensión natural de lo que rodea al personaje. Lo que no hace instantáneamente a “Jojo Rabbit” una gran película, aunque en cierto sentido es “buena” (la comicidad suele funcionar, reírse de los nazis siempre está bien, etcétera). Sólo que en un punto se encuentra en un callejón sin salida y resuelve todo en piloto automático, para lo trágico y para lo tierno. Una película interesante porque, en el fondo, es imposible.
Jerry Palacios, un viejo maestro en esto de ver películas y tener que recomendarlas en su oficio de encargado de sucursal de un video club, durante el auge de estos entre la mitad de los ‘80 y mitad de los ‘90, me espetaba su axioma: “si te cuesta explicarle a alguien de qué la va un título, éste es malo por definición”. En esos días discutíamos a viva voz sobre obras como “Bajo el peso de la ley” (Jim Jarmusch, 1986) o “Repo man” (Alex Cox, 1984), muy lejos del contenido de éste estreno. y también de ese axioma con el cual jamás acordé; pero algunas hilachas de esa frase que quedó arraigada en la memoria (además del cariño por Jerry), se puede aplicar al desconcierto que genera ver “JoJo Rabbit”. La dificultad de explicarla no está en su síntesis argumental ni en su desarrollo, lineal, vertical, progresivo; sino en la construcción cultural, ideológica e histórica que el espectador pueda tener sobre la Segunda Guerra Mundial, en especial el holocausto judío, y como éste es visto a través de los ojos del protagonista. En éste punto, y sólo en éste punto, es donde nos podemos instalar para tratar de entender qué fue lo que vimos. JoJo (Roman Griffin Davis) es un niño cercano a pasar de la niñez a la adolescencia, que vive en Berlín y anda desesperado por aprender a matar judíos para cumplir su sueño de ser guardia personal de Hitler (Taika Waititi), a quien de paso tiene como amigo imaginario y consejero. Asiste junto a su compinche Yorki (Archie Yates) a un campamento para aprender desde hacer una carpa a lanzar granadas contra los judíos. Un campamento, comandado por el Capitán Klezendorf (Sam Rockwell) y su asistente Freulein Rahm (Rebel Wilson), en el cual JoJo empezará a encontrar las diferencias entre el discurso y el hecho. El niño vive con su madre (Scarlet Johansson), miembro de la resistencia, sin que su hijo lo sepa (¿lo usa de disfraz?), en una casa en la cual un buen día descubre que tras las paredes se esconde Elsa (Thomasin McKenzie), una casi adolescente judía a la cual la mamá está ayudando a esconderse. Antes que nada, “JoJo Rabbit” es una sátira, género difícil si los hay, pero una cosa es hablar de vampiros, como en aquella memorable película de Roman Polanski (“La danza de los vampiros”, 1967), y otra muy distinta es hablar del nazismo y su doctrina ideológica, porque la sensibilidad sobre éste tema nunca dejará de estar a flor de piel. Por esa línea finísima transitan los primeros cuarenta minutos de éste estreno porque si la sátira es “un subgénero lírico que expresa indignación hacia alguien o algo, con propósito moralizador, lúdico o meramente burlesco”, lo que es difícil encontrar aquí es la indignación. Así y todo, hay un gancho cinéfilo que logra atrapar por fuera del argumento y es la convivencia de dos estilos en principio incompatibles: la estética, que remite someramente al cine de Wes Anderson (con manejo de colores pastel incluido), y el conjunto de gags, tanto físicos como literarios, muy cercanos a la mente de Seth McFarlane y, por qué no, algunas pinceladas de Sacha Baron Cohen. La combinación de estilos tiene momentos en donde conviven bien y otros en donde toda la producción en su conjunto se plancha, se estira. Como sea, el espectador deberá tener en cuenta que la premisa principal de ésta obra es la de poder sentarse en la butaca y hacerse cargo del desafío de reírse de las absurdas crueldades del nazismo, de Hitler, de la doctrina antisemita, y demás horrores; pero narrados desde personajes instalados en esa vereda ideológica. Si se está lo suficientemente permeable, hay buenas chances de descubrir el hueco por donde el discurso se escapa: la inocencia de los tres extraordinarios niños que habitan el metraje. Roman Griffin, Davis Archie Yates y Thomasin McKenzie, están brillantes. Sus improntas, su desparpajo y la falta de filtros no hacen otra cosa que reflejar la capacidad de los adultos de corromper el alma de las siguientes generaciones, y tal vez eso es justamente lo que provoca esa sana incomodidad intelectual. Eso no pasa seguido en el cine, pero cuando ocurre, para bien o mal de cada subjetividad, la película queda en la memoria.
Hasta dónde se puede sostener una comedia sobre un niño que pertenece a las juventudes hitlerianas que tiene como amigo imaginario a un Hitler en plan tontolón? La respuesta: Todo lo que uno aguante. En el comienzo Jo Jo, un niño de aproximadamente 10 años, entra a las juventudes hitlerianas llevado por su mamá que es mostrada como una joven y alegre madre alemana que sobrelleva una familia de dos y que educa a Jo Jo de manera particular, apoyándolo en todo. Allí el niño entra en una especie de campamento nazi donde es educado en los rudimentos de la ideología, así que además de hacerse de amiguitos, aprende desde la camaradería y el arte de la guerra hasta el odio racial más elemental y hasta incluso aprender lo más horrible del odio hacia los judios. Toda esa primera etapa es ágil y divertida, se luce Sam Rockwell como un militar nazi degradado y enviado al campamento de entrenamiento de los aprendices a criminales de lesa humanidad. Allí también está Rebel Wilson, que se carga buena parte de la comedia física que se ve en ese campamento. Jo Jo sobrelleva ese paso por los rudimentos del nazismo con un amigo imaginario que, como no podía ser de otra manera, es Hitler, simpático y divertido que interpreta el mismísimo director de la película, Taika Waititi, que se atrevió a llevar a Thor en el mundo Marvel hasta más allá del límite del ridículo en Thor- Rangerock. El realizador se mete en esta historia para cargarse al nazismo primero a pura comedia y después, cuando la historia avanza bordeando el ridículo pero sin perder nunca de vista el límite en que se vuelve insostenible, la broma con los nazis y el holocausto. La vida de Jojo dentro de la Alemania nazi se vuelve más y más insoportable. Después de un accidente que lo deja fuera del ideal de la perfección aria, Jo Jo se queda más tiempo en su casa y descubre que su madre protege a una adolescente judía y la tiene viviendo en una cuarto oculto. El tercer Reich comienza a perder la guerra, Jo Jo se va enamorando de la chica judía lo que claramente va contra todo aquello que aprendió en el campamento nazi. La vida alegre que llevaba comienza a derrumbarse y en el derrumbe las convicciones de Jo Jo se van resquebrajarse. Lo que arranca como una audaz comedia de tono pop -presten atención a la maravillosa banda de sonido-, va derivando en una especie de versión SXXI de La vida es bella, menos sensiblera que la película de Benigni pero igualmente discutible en el sentido de si lo que se hace banaliza todo lo que ocurrió durante la segunda guerra mundial . La respuesta queda en cada uno de los espectadores. ¿La película promete algo y no lo sostiene? Eso solo se contesta en la cabeza de cada uno, pero esta claro que el tono de parodia feroz y festiva era imposible de sostener sin terminar lastimando o provocando más allá del límite. Es sorprendente lo de Roman Griffin Davies como Jo Jo y se vuelve un puntal Scarlet Johansen en el papel de la madre que parece fingir demencia, pero que después se revela como una verdadera heroína. ¿Nazismo simpático o golpe pop contra el racismo y el extravío criminal? Claramente la película de Waititi se pone del lado de una mirada humanista y una condena al horror nazi, pero para hacerlo va dejando la sátira en el camino aunque quizás el Hitler imaginario de Jo Jo aparece aún cuando la historia ya ha pasado al umbral del drama, pero es razonable ya que sabemos que no hay nada como la potencia de la negación al hecho de haber sido engañado es realmente poderoso y eso es lo que representa la persistencia de ese amigo invisible que se niega a desaparecer aún cuando ya es evidente la caída y el desastre que rodea al protagonista, que se ha enamorado irremediablemente de la adolescente judía. JOJO RABBIT Jojo Rabbit. Nueva Zelanda/ República Checa/ Estados Unidos, 2019. Dirección y Guión: Taika Waititi. Elenco: Roman Griffin Davis, Thomasin McKenzie, Scarlett Johansson, Taika Waititi, Sam Rockwell, Rebel Wilson, Alfie Allen, Stephen Merchant, Archie Yates, Luke Brandon Field. Producción: Taika Waititi, Chelsea Winstanley y Carthew Neal. Duración: 108 minutos.
por Celeste Herrera Pero el amor es más fuerte. Es imposible no comparar la última película de Taika Waititi (Thor: Ragnarok 2017) con joyas como El Gran dictador (1940), Ser o no ser (1942) o Bastardos sin gloria(2009), para terminar descubriendo que si bien hay mucho en común tanto por el tono como por el tema que abordan, la obra de Waititi se ubica más del lado de La vida es bella (1997). Jojo «Rabbit» Betzler (Roman Griffin Davis) es un precoz nacionalista que aspira a formar parte de la juventud del Reich y que tiene como amigo imaginario y asesor, al mismismo Adolf Hitler (Taika Waititi). Un día su mundo ideal se cae a pedazos cuando descubre que su madre, Rosie (Scarlett Johansson), esconde a una joven judía en su casa (Thomasin McKenzie). Además de interpretar al bufonesco dictador alemán, Waititi adapta la novela El cielo enjaulado, y dirige Jojo Rabbit. El peculiar neozelandés convierte esta comedia negra, que en la segunda mitad se vuelca más al drama, en una fábula divertida, pedagógica y aleccionadora. Si bien las secuencias de humor funcionan, la inverosimilitud que el filme respira no alcanza a justificar el punto de vista del pequeño hitleriano, mientras que los personajes secundarios se quedan a mitad de camino convirtiéndose en un puñado de estereotipos por de más de caricaturescos, eso sí, sumamente entrañables. Hay algo en la estética y la puesta que propone el filme que remite a Moonrise Kingdom (2012). El filme parece decirnos que solo mediante el absurdo y lo ridículo, es que se puede disfrutar una historia que se desarrolla durante uno de los momento más atroces que la humanidad haya vivido, que el fanatismo nunca será la mejor opción y que al fin de cuentas la raza humana lo único que tiene y con lo que cuenta es con el amor. Clasificación 7/10. Título original: Jojo Rabbit Año: 2019 Duración: 108 min. País: Estados Unidos Dirección: Taika Waititi Guion: Taika Waititi (Novela: Christine Leunens) Música: Michael Giacchino Fotografía: Mihai Malaimare Jr. Productora: Coproducción Estados Unidos-Alemania; Fox Searchlight / Defender Films / Piki Films / Czech Anglo Productions Género: Comedia | II Guerra Mundial. Sátira. Nazismo
Jojo Rabbit es una de las películas con más nominaciones a los premios Oscar... Y además una comedia negra que generó bastante polémica.
Crear una película en la que el mismísimo Hitler sea un amigo imaginario tan facista como imbécil ya es una jugada maestra. Eso hizo Taika Waititi con "Jojo Rabbit" y dio a luz una historia que, más allá de ser divertida, jamás se despega de la feroz crítica hacia el nazismo. Ambientada en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial, la película retrata a las fuerzas del Führer en plena decadencia. Para sumar fieles a la causa, se les ocurrirá adoctrinar niños, quienes serán mejores, según su ideología, cuanto más violentos sean. Jojo Betzler (impecable Roman Griffin Davis) tiene tanto fanatismo por la svástica que el que tendría cualquier chico de esta era por un jueguito de la Play. Tanto es así que tiene un amigo imaginario que es Hitler, tan torpe y burdo como fundamentalista, y también extremadamente gracioso (Waititi, el también director del filme). Jojo quiere ser un nazi perfecto, pero cuando le toca matar a un conejo no puede hacerlo. Bullyng mediante le pondrán Jojo Rabbit (de ahí el título del filme) y el chico comenzará a reflexionar sobre su desdemedida pasión. En el medio, y lo más importante, su mamá (Scarlett Johansson, siempre eficiente) es una activa militante de la resistencia y tendrá refugiada de incógnito a una adolescente judía (la bella Thomasin McKenzie), que tendrá un vínculo sensible con Jojo. El filme de Waititi tiene momentos dramáticos y es imposible no asociarla a "La vida es bella", por la lograda mixtura de lo trágico con lo gracioso, sin soslayar la denuncia. Los personajes son entrañables y la historia sensibiliza y divierte. Hay que verla.
Taika Waititi es un realizador neozelandés de trayectoria amplia y con diversidad de realizaciones, desde un filme de producción muy mainstream como Thor: Ragnarok (2017) hasta trabajos más indie en Lo que hacemos en las sombras (2014) una parodia estilo falso reality, protagonizada por vampiros que viven encerrados en una mansión. Jojo Rabbit nace de la transposición de la novela Caging Skies de Christine Leunens al guion cinematográfico del propio Taika Waititi. El argumento que estructura a esta comedia paródica está construido sobre la figura de un niño, Jojo “Rabbit” Betzler. Él carece de figura paterna, ya que su padre se fue a la guerra tres años atrás, y el fantasma absurdo del mismísimo Adolf Hitler es su guía, su tutor, su padre sustituto. Con sus escasos 8 años, Jojo es inevitablemente un entusiasta del nazismo y piensa en su futuro como soldado alemán combatiendo a esos “sucios judíos”, dicho con todo el humor y la sátira puestas en escena para burlar aquello mismo que se está afirmando, con la gracia y la elegancia con la que la parodia puede hacer una crítica sobre aquello más trágico y oscuro. Así es que Jojo, hijo de la bella Scarlett Johansson muy graciosa como madre germana que habla mal el alemán y se viste como una americana, se alista a un campamento en el que los niños son preparados para la vida bélica y cuyos aprendizajes centrales son: saber tirar una granada, empuñar un fusil, saltar obstáculos, tirar al blanco un dardo y una lista de absurdidades varias. En esta secuencia inicial Waititi despliega una gracia y un ritmo narrativo ideales para empujarnos a ese mundo naif y delirante de la vida del pequeño Jojo. Se destaca desde estas escenas iniciales y hasta el final de la película el papel que compone Sam Rockwell haciendo del “Capitán Klenzendorf” un militar tan decadente como empático. Jojo vive en su entusiasta universo nazi reforzado por el vínculo imaginario con un caricaturizado Adolf Hitler que lo aconseja en cada momento. Juntos juegan, corren y saltan como si se tratara de un niño más. Waititi, que interpreta a Hitler en el filme, le da al personaje el trazo de infantil absurdidad necesaria para alejar al relato de la historia real que le da contexto. El cambio argumental se produce cuando un día Jojo descubre que en su casa, más precisamente en el cuarto de su hermana (quien, sin muchas explicaciones, suponemos que falleció hace tiempo) devela la existencia de un escondite secreto y que allí se refugia ni más ni menos que una joven adolescente judía, simbólicamente su enemigo más mortal. A partir de este hallazgo se pone en juego el mecanismo triangulado entre Jojo, su madre Rosie y la joven Elsa donde sabremos quien guarda el secreto de la existencia de la adolescente refugiada, y enlazado a eso quien “no sabe que el otro sabe”, como en una clásica comedia de enredos. El vínculo con la joven Elsa Korr, la niña judía, va articulando un cambio progresivo, partiendo de ese antagonismo radical que pasa por la evaluación especulativa de revelar o no revelar la existencia de la niña allí, a tomarla como un caso a investigar para entender quiénes son realmente los judíos. Este proceso teje sobre este vínculo una trama cada vez más íntima, cada vez más cercana, que juega entre la hermandad de dos almas solitarias que viven casi como huérfanos para llegar a la fantasía de amor que Jojo proyecta sobre Elsa cuando termina de descubrir en ella su mismo universo. Ambos son las caras complementarias de un mundo que ha dejado a los niños solos en busca de un lugar seguro, de una certeza y de un espacio para construcción con otro y no en contra de ese otro. Está en el espíritu del relato rescatar el vínculo de la hermandad como una forma de salvación, enlazada a la singular capacidad de descubrir este tipo de unión en el mundo de la infancia, como Jojo y como Elsa son capaces de construir. Esos mismos niños que se presentan influenciados por un mundo en guerra que los hace creerse enemigos, son seres emocionales capaces de descubrirse, aunque sea simbólicamente, como iguales, como hermanos. Por Victoria Leven @LevenVictoria
Quien escribe tiene un conflicto personal con el cine Taika Waititi que se resume en que no entiendo porque se lo alaba tanto. No niego que What we do in the shadows (2014) es su mejor película, pero todo lo que vino después muestra a un director del montón y a un cómico con buenos y malos momentos, en especial en Thor: Ragnarok (2017) que, al parecer, tiene entusiastas defensores. Tampoco es que me cierro a su cine y voy con la idea preconcebida de que sus películas son malas, pero hasta ahora no he podido conectar con sus propuestas y Jojo Rabbit es otro ejemplo de todos los vicios que veo en filmografía. Basado en el libro Caging Skies de Christine Leunens, la trama transcurre durante la segunda guerra mundial y trata sobre un niño llamado Johaness ‘’Jojo’’ Betzler (Roman Griffin Davis), quien tiene como amigo imaginario a Adolf Hitler (el mismo Waititi) y que decide ir a un campamento nazi. El conflicto ocurre cuando, luego de que le explote una granada a su lado, descubre que su madre (Scarlett Johansson) oculta a una chica judía en su casa. El principal y más evidente problema que presenta Jojo Rabbit es que sus chistes pocas veces funcionan; no es que lo intenta, pero se trata de un humor que se le podría ocurrir a cualquiera solo que puesto en pantalla. Como sátira del nazismo queda inofensiva. Waititi representando exageradamente a Hitler puede servir como gancho para atraer a un público sediento de humor incorrecto, pero es solo eso… aunque sospecho que tiene que ver con lo que pretende su director. No festejar ni convertir a un ser nefasto en parte de la cultura pop – de hecho sus títulos de crédito con una versión alemana de I want to hold your hand de los Beatles parecen indicarlo – pero lo cierto es que el personaje va perdiendo peso durante el transcurso de la película. Este Hitler no tiene nada que ofrecer y como parodia es hasta más divertido ver al Micky Vainilla de Peter Cappusotto. Pero otros problemas son más preocupantes: El primero es que en su necesidad de generar algo en el espectador Waititi recurre a golpes bajos que son nefastos, coherentes dentro de la narrativa del personaje principal, pero que también hablan de un director inepto para trabajar el drama. Además algunas decisiones de puesta en escena parecen imitar y parodiar el cine de Wes Anderson, en especial Moonrise Kingdom (2002) solo destacan por tener una linda fotografía, pero nada más. Hay ideas visuales, por supuesto, pero estás son pobres y muestran a un director que subraya cuando es innecesario al mismo tiempo hace evidentes cosas cuando no lo necesitan serlo y que repite chistes hasta el cansancio. No se puede negar que lo mejor que tiene esta película es su reparto, profesional y convincente a excepción de Rebel Wilson, que nunca sale de su mismo papel y cuyo cuarto de hora paso hace rato. Cats, otra producción donde actúa es otro ejemplo de que necesitamos menos películas con ella. Por suerte ahí están Johansson y Sam Rockwell que pueden levantar cualquier propuesta con su solo presencia. Dudo que no guste Jojo Rabbit… se trata de una comedia dramática que es inofensiva y edulcorada, justamente, de esas que con consideradas feel good movies. Tiene sus pros y sus contras y todo depende del cristal con que cada uno mire. Valoración: Regular.
La nueva película del neozelandés Taika Waititi es una sátira amorosa que gira en torno a la curiosa premisa de un niño nazi que tiene como amigo imaginario a Hitler. Jojo es un niño que vive solo con su madre después de que su padre se fuese a pelear y no regresara. Su mayor interés es convertirse en el asesor personal de Hitler, a quien admira profundamente. Y así como hay muchos niños inseguros que por lo tanto se crean amigos imaginarios… el de Jojo es el mismísimo Hitler. En su imaginación, él le habla y lo anima a convertirse en quien cree que quiere ser. “Hoy es el día en que te convertís en hombre”, se dice. La primera parte de Jojo Rabbit es, sin dudas, la más rica y divertida, desde la secuencia musicalizada por I wanna hold your hand en alemán. Por una parte tenemos una especie de campamento de scouts nazi donde se presentan varios personajes y que, inevitablemente, rememora bastante a Moonrise Kingdom de Wes Anderson. Por el otro, el verdadero quiebre de la historia y que se da en su casa, cuando descubra a una niña judía un poco mayor que él a quien su madre tiene escondida. Y como era de imaginar para Jojo no puede haber nada peor que un judío. El retrato sobre el odio y la propaganda nazi es bien exagerado y absurdo. El principal obstáculo que enfrenta Waititi con esta historia, que está basada en una novela de Christine Leunens, es que se mete con una época histórica tan cargada de muertes irracionales que no es fácil tomársela en chiste. Eso parecería pasarle al director: empieza de una manera divertida y apostando a un tono irreverente que cuando la trama se torna demasiado dramática no puede evitar abandonar. Es que, de a poco, Jojo descubre que aquello que él seguía orgullosamente es muy distinto de lo que pensaba y, en algún momento, la verdadera cara de esta guerra golpeará su puerta. Taika Waititi, además, interpreta a este Hitler imaginario pero lo hace de un modo al que nos tiene acostumbrado y es difícil dejar de ver a Taika Waititi disfrazado de Hitler. No obstante, el niño Roman Griffin Davis se convierte en el corazón de la película aunque Archie Yates, como su amigo Yorkie, es quien se roba mayores risas. De los actores de reparto resaltan Scarlett Johansson y Sam Rockwell. Jojo Rabbit prometía una sátira arriesgada y divertida pero se queda en una agradable comedia dramática. El director de la brillante Casa vampiro se acerca un poco más a la inédita Hunt for the Wilder People, al poner en el centro a un niño que se enfrenta a una dura realidad, sin embargo acá tiene un contexto tremendo y lo hace de un modo endulzado y tierno.
De Jojo Rabbit escribí más o menos que era una comedia negra aceptable, pero que, pasada la hora, Taika Waititi perdía el control de sus materiales y la historia era ganada por una solemnidad forzada. Bueno, no lo escribí, lo pensé: nadie va al cine sin alguna expectativa, todo el mundo espera algo y eso ya es una forma de escritura. Tenía en mente Casa vampiro, un divertimento afable pero al que le sobra tal vez una hora y diez minutos. Los chistes buenos mejor terminarlos rápido. Pero Jojo Rabbit es otra cosa, una comedia absurda, un poco como lo era Thor: Ragnarok (de lo mejor que haya dado el cine de superhéroes). Una comedia con muchos chistes malos, por otra parte, que no causan gracia, pero ese es el timing de una buena parte de la comedia del presente: los gags buscan apenas una sonrisa y alguna carcajada ocasional; tener a la gente riéndose durante dos horas seguidas es hoy un lujo reservado a pocas películas (tampoco sé a cuáles). Los chistes malos, por ejemplo, los cuatro o cinco que escupe en cada intervención el Hitler imaginario de Jojo, no son un problema de guion, sino la argamasa que permite construir el humor; para Waititi, la comedia es acumulación y multiplicación, un bombardeo que por lo menos se asegura dar en el blanco (la precisión es asunto de francotiradores como Kaurismäki). Uno se distrae con la seguidilla de gags más o menos tontos, baja la guardia y de repente aparece Rebel Wilson diciendo alguna bestialidad, o surge algún chiste malo, de contratapa de diario, como el de los pastores alemanes, que por el uso del montaje causa mucha gracia. El moderado éxito de la película hay que buscarlo en esta economía dispar, en cómo Waititi dispone momentos muy diseñados que justifican la película entera (la embestida de Jojo que termina en la explosión de la granada) a la par de otras escenas largas en las que no pasa nada (nada demasiado cómico, por lo menos) y lo que queda es la historia contándose sola con algún que otro chiste escupido sin mucha convicción. Todo lo demás, la cuestión de si se puede (se debe) o no hacer comedia con el nazismo, es hojarasca: una pregunta ampulosa que ya respondió hace tiempo El gran dictador. Pero todos parecen estar hablando de eso, de “lo difícil de hacer humor con un tema así”. “La responsabilidad”. Como si no se hubieran filmado ya mil películas que tratan sobre los nazis. Por eso es misterioso, también, que se refieran a Jojo Rabbit como una sátira: la película no se burla de un tipo social, de una clase, ni siquiera de una nación; trabaja con estereotipos ya fijados hace décadas por la cultura. Además, la sátira entraña siempre un riesgo, una provocación: Jojo Rabbit se ríe de los nazis, probablemente el blanco de burlas más seguro del mundo, uno de los últimos bastiones de la comedia en tiempos en los que todos se ofenden por algo. Parodia sí, puede ser. Pero tampoco es solo eso, porque lo que Waititi quiere narrar es una fábula, un cuento visto desde los ojos de un chico, y de golpe, sin que uno se dé cuenta, el director nos introduce en una escena terrible con una maestría que nadie esperaba. Jojo está un poco aburrido cumpliendo sus tareas en la calle y una mariposa lo (nos) conduce a la plaza y a una revelación atroz, todo filmado con un pulso clásico, sin ardides ni golpes bajos. Un momento spielberguiano rematado con planos de casas con ventanas que parecen ojos, una idea cinematográfica para el comentario remanido sobre la complicidad civil del nazismo. Esa escena es un punto de quiebre para la película: allí todo se encauza decididamente hacia la fábula triste, y la comedia, que persiste, queda desdibujada. Pero resulta que me equivoqué en la crítica que imaginé: el cambio de registro, lejos de hundir la película, le insufla un nuevo aire; la tragedia atemperada del descalabro final está contada con la misma ligereza del principio, pero sin la andanada de chistes forzados. Al final se trata apenas de eso, de un cuento sobre la locura nazi. Todo lo demás, las críticas o los elogios (que fueron mayoría) a no sé qué valentía de Waititi, la idea incomprensible de que es algo difícil hablar de nazismo, todo eso es apenas el síntoma de otra cosa, de una época hinchada de solemnidad que se toma en serio cualquier cosa, hasta una película con un Hitler imaginario.
¡Claro que no hay límites para el humor! Taka Waititi (Casa vampiro) cree firmemente en ello y nos regala una película en la que, quizás, le juega en contra un comienzo tan increíblemente potente...
Esta es una película donde todo gira en torno a la mirada inocente de un niño de 10 años, Johannes “Jojo” Betzler (Roman Griffin Davis) tiene un amigo imaginario al que ve como Adolf Hitler (interpretado por su director Taika Waititi, «Vengadores: Endgame») y con quien maneja unos diálogos realmente increíbles .Su madre Rosie (Scarlett Johansson) sufre la muerte reciente de su hija mayor a causa de una gripe y de su esposo que se encontraba combatiendo en Italia hace dos años se desconoce la ubicación. Johannes Betzler vive en la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial y junto con otros niños concurre a los entrenamientos de las Juventudes Hitlerianas guiado por el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), es muy tímido y la pasa mal, recibe burlas de sus compañeros, sobre todo cuando no puede matar a un conejo, de ahí surge su sobrenombre “Jojo Rabbit”, esto le da motivos para estar más tiempo en su casa. Pero sus días se complican cuando encuentra en su casa a una joven llamada Elsa Korr una judía ex compañera de su hermana (Thomasin McKenzie), que se esconde en una habitación secreta, es cuidada por su madre Rosie y él ahora deberá guardar ese secreto. Nos encontramos ante una sátira histórica, absurda e irónica que entremezcla la perversidad de la Alemania de Hitler con la comedia negra. Algunos momentos nos recuerdan a la película de Benigni “La vida es bella”. Contiene muchos toques políticos y metáforas, criticas a ciertas políticas, vemos estos niños entrenados como en la actualidad se hace lo mismo en algunas regiones de África. Introduce varios momentos emotivos a través de sus canciones y la música de Michael Giacchino. Cuenta con la excelente y adorable actuación del debutante Roman Griffin Davis, también está muy bien quien hace de su amigo Archie Yates y como siempre se luce Scarlett Johansson. Estupendo quien actúa y además es el director del film Taika Waititi. Dentro del resto de los actores secundarios se destacan: Sam Rockwell, Rebel Wilson y Alfie Allen, entre otros. Seguramente reciba algunas nominaciones a los Premios Oscar.
"La delgada línea de la parodia" Por Denise Pieniazek “Let everything happen to you. Beauty and terror. Just keep going. No feeling is final.” Rainer Maria Rilke Es muy complejo exponer las ideas y reflexiones sobre una película como Jojo Rabbit (2019) puesto que es en gran parte una parodia al Nazismo, una de las ideologías más complejas y atroces de la historia de la humanidad. Si hay algo que varios autores señalan al hablar del nazismo es su capacidad de representación y la puesta en escena de la maquinaria Nazi y su posterior genocidio. Por ello, no es casual que la segunda guerra mundial sea el tema más utilizado en la historia del cine en toda clase de géneros y propuestas estéticas. Christine Leunens es autora de la novela Caging Skies(2008), en la cual se inspiró Taika Waititi para escribir y realizar este peculiar largometraje. Respecto a Jojo Rabbit se considera que la idea germen de un niño fanático que dialoga con lo que sería un “espectro/presencia” de Hitler, es muy original. Sin embargo, todo el desarrollo posterior del campamento Nazi, y la ironía con la que es tratada el nazismo hacen parecer al relato carente de originalidad puesto que parece una fusión entre ideas de películas previas como Moonrise Kingdom (2012), Inglourious Basterds(2009), y porque no también, salvando las distancias The Boy in the Striped Pyjamas(2008). Es muy interesante como la idealización de este niño, el protagonista apodado “Jojo Rabbit” y su mundo de “burbuja” se van modificando, haciéndolo cambiar incluso observándose frente al espejo, alcanzando la madurez. Otro aspecto interesante es la libertad educativa de su madre (interpretada eficazmente por Scarlett Johansson), cuyos ideales distan del mundo que concibe su pequeño hijo y aun así por protección y por desear que su hijo realice su propio camino hasta el saberfrente a la bajada de línea nazi. En dicho sentido cada personaje muestra las distintas reacciones humanas frente al desgarrador contexto de guerra. Si bien Jojo Rabbit tiene varios momentos bien logrados de complicidad y resulta entretenida, hay una escena cercana al desenlace del relato que en lo personal me parece desacertada y la más polémica de la película. La secuencia en que Jojo deambula por las ruinas de la guerra, que está terminando y muestra la caída del orden Nazi. En ella, mediante la cámara lenta y una música desencajada, los niños son enviados al combate a inmolarse. Esto me parece gravísimo porque si bien es una parodia, no todo es lo mismo, y no es lo mismo un orden totalitario y genocida como el nazismo, que ese acto que estaría más cercano al terrorismo. Como así también es extraña y algo inverosímil la falta de sensibilidad del niño en algunas ocasiones que no puedo detallar para no producir un spoiler. Por último, un acierto es la oportuna cita al escritor alemán Rainer Maria Rilke (1875-1926), lo cual no es casual, porque más allá de su pertinente poesía a nivel semántico en el relato, también su vida personal se vio atormentada por los avatares de la guerra, al igual que los protagonistas del relato en cuestión. En dicho sentido, las menciones constantes a su obra, fundamentalmente giran en torno al vínculo entre los jovencitos Jojo y Elsa, expresando en consecuencia la complejidad del amor y los afectos en tiempos de guerra.
Nada es lo que parece Al principio del film, Jojo Rabbit puede causar en el espectador cierta incomodidad: realmente se siente un poco raro empatizar con un personaje que tiene un cuarto empapelado con propaganda Nazi y que tiene un amigo imaginario que es, ni más ni menos, que Adolf Hitler (Taika Waititi). Pero no queda otra: Jojo (Roman Griffin Davis) será nazi pero además es un niño adorable de 10 años cuyos ojos llenos de inocencia no terminan de comprender que lo que aprende en las Juventudes Hitlerianas no es del todo cierto, por ejemplo, que los judíos duermen boca abajo como los murciélagos o que Hitler cabalga en unicornios. Hacer humor con un momento tan doloroso de la historia de la humanidad como es la Segunda Guerra Mundial, Hitler y el Holocausto, puede ser complicado. La línea que separa el humor de la falta de respeto puede ser muy delgada y, si no se tiene cuidado, puede cruzarse fácilmente; pero Taika Waititi logra su cometido con éxito. El director neozelandés utiliza su característico humor irónico e irreverente para retratar el final de la Segunda Guerra Mundial, con una Alemania casi derrotada y a punto de ser invadida por los Aliados. En el medio de todo está Jojo que, un día, luego de sufrir un pequeño accidente con una granada en el campamento de las Juventudes Hitlerianas, se entera de que su madre ha estado escondiendo en su casa a una joven judía (Thomasin McKenzie). Allí es donde comienza a darse cuenta que la realidad era un poco diferente a la forma que le habían contado. Lo más interesante de Jojo Rabbit es, sin dudas, su humor: un humor políticamente incorrecto que no se utiliza para matizar los horrores y sinsentidos de la guerra, sino más bien para resaltarlos y reírse de ellos. Y esta idea es reforzada por los personajes adultos de la historia: lejos aclarar las dudas de Jojo con respecto a los judíos, éstos lo terminan confundiendo aún más y profundizando las ideas más ridículas que tiene acerca de éstos supuestos enemigos de Alemania. Otro factor a destacar de Jojo Rabbit son sin dudas sus excelentes actuaciones, sobre todo las de Sam Rockwell y Scarlett Johansson: Rockwell interpreta al Capitán Klenzendorf, un oficial nazi que dirige el campamento de las Juventudes Hitlerianas y no es tan rudo como parece.
El niño que tiene a Adolf Hitler como amigo imaginario Dirigida por Taika Waititi, quien además interpreta al genocida nazi, se trata de una comedia negra tan irresistible como incorrecta Jojo Betzler es un muchacho de 10 años que ha sufrido bullying desde que tiene memoria. Con un padre ausente y una madre que tampoco termina de comprenderlo, Jojo intenta encajar en la nueva Alemania que se abre ante él: un país en el que el régimen nazi se ha apoderado de todo. En un contexto de odio, persecución, racismo y violencia, el chico se inventa a un amigo imaginario que lo guíe y acompañe, un amigo al que pueda admirar, un líder, un faro: Adolf Hitler. Pero, cuando Jojo descubra un secreto que le oculta su progenitora, su mundo y su visión sobre el bien y el mal cambiarán radicalmente. Taika Waititi, el nuevo niño mimado de Hollywood, retoma el tono paródico y el humor negro de la comedia vampírica Lo que hacemos en la oscuridad para esta película cargada de incorrección política, momentos delirantes y un drama profundo que calará hondo en los espectadores. Se podría decir que Jojo Rabbit está emparentada con La vida es bella, pero a diferencia de la película de Robert Benigni, Waititi no recurre ni a los golpes bajos ni a los diálogos edulcorados. Por el contrario, nunca abandona la crudeza ni la sordidez que la trama requiere. El ámbito de la guerra y le persecución a los judíos sirve de marco para narrar una poderosa historia de amistad entre dos antagonistas. Una relación que llega a niveles inesperados según avanza el metraje. El elenco se mueve con soltura en el registro de la sátira, con grandes momentos de Sam Rockwell (una vez más) y su lacayo Alfie Allen, Scarlett Johansson como la misteriosa y piadosa madre de Jojo, y el propio Taika Waititi como un Hitler cercano a El gran dictador, de Charles Chaplin. Pero el corazón del filme es sin dudas el debutante Roman Griffin Davis, quien en la piel de Jojo tiene el peso de hacer avanzar la acción y logra hacernos empatizar apenas arranca el filme. Pequeño gran talento: el inglés Roman Griffin Davis es toda una sorpresa en Pequeño gran talento: el inglés Roman Griffin Davis es toda una sorpresa en "Jojo Rabbit" Visualmente, desde la puesta en escena, el desarrollo de los personajes, los planos y la dirección de arte, el filme parece heredar lo mejor del cine de Wes Anderson. De hecho se aleja bastante del estilo de realización de los anteriores trabajos del cineasta neozelandés. Jojo Rabbit es una película tan osada como original que nunca se toma en broma el Holocausto sino que ridiculiza a sus gestores, y cuenta con una profundidad psicológica difícil de hallar en el cine comercial actual. Un nuevo punto de vista sobre la naturaleza del mal y sobre el instinto de supervivencia.
El amigo imaginario nazi y gritón Con desparpajo y mirada crítica, la película del neozelandés retrata el triángulo entre un niño nazi, una niña judía y un amigo imaginario muy parecido a Hitler. Con el hándicap alto, gracias a Casa Vampiro –ese mockumentary lóbrego que proliferó del boca en boca y colmillo a colmillo, entre el cine y las pantallas pequeñas- y Thor: Ragnarok –de lo mejor de la casa Marvel, realmente a la altura de las comedietas bufonas de Stan Lee y Jack Kirby–, el neozelandés Taika Waititi se pone ahora el uniforme de Hitler, azuza como amigo imaginario los días y penas de un pequeño de diez años en plena decadencia nazi, mientras una niña judía permanece escondida entre las paredes de su casa. ¿Qué hacer? ¿Cómo conciliar los mandatos gritones del Hitler que se le aparece rutinariamente con la realidad que significa esta niña escondida? Basada en la celebrada novela Caging Skies, de la norteamericana Christine Leunens, Jojo Rabbit se le anima a la farsa disparatada con la Alemania nazi como escenario. Y lo hace desde una temprana inclusión de imágenes de filiación cinematográfica. Sobre los títulos, fragmentos de El triunfo de la voluntad, el relevante documental de Leni Riefenstahl, cineasta del régimen nacionalsocialista, convergen con una dinámica musical suscitada por música de Los Beatles. De este modo, la lisergia se asume y sirve rápido. La operación estética no es novedosa y cada vez es más usual. Es decir, la mixtura de referencias epocales diversas confluyen en el cine como un cóctel molotov, y la deriva resultante se vuelve confusa. Pero el contraste funciona, y lo que parece una locura paulatinamente se asume desde un lugar más introspectivo, frío, herido. Ni qué decir que todo ello tendrá que ser narrado desde el rostro angelical de este niño que parecía reunir condiciones físicas arias, hasta que una bomba le explota encima. Parece un cuadro de Picasso, dirán de él, hasta descubrirlo ante cámara. “Jojo Rabbit” lo bautizarán los propios amigos de armas, quienes se burlan de este pequeño ante la presumible cobardía de un padre desertor, y la alusión con el animalito al que no se anima a partirle el pescuezo. Todo ello dentro de las actividades programadas por uno de los tantos campamentos dedicados a las juventudes nazis; en este caso, a los niños. Campamentos que el documental de Riefenstahl ya refería con grandeza y admiración. De acuerdo con el vínculo cinéfilo, no sólo este film es el que Waititi utiliza como alusión polémica, sino también el que es uno de los clásicos títulos de la producción fílmica de por entonces: Hitlerjunge Quex, realizado por el nazi Hans Steinhoff en 1933, en donde el joven protagonista encontraba en la juventud hitleriana el horizonte anhelado y la razón de ser. Un diálogo de cine que permite pensar también Jojo Rabbit como una variación de Education for Death, un corto de la factoría Disney que explicaba, en 1943, cómo los más pequeños eran introducidos en las bondades pérfidas del régimen, aun contra el deseo de padres y madres. En Jojo Rabbit, así como en ese cortometraje, los jerarcas y oficiales a cargo no son más que un manojo de imbéciles. Peligrosos, machistas y adictos a la violencia. El racismo les es inherente. Y el pequeño Jojo (Roman Griffin Davis) que no quiere ser nada más ni menos que uno de ellos. Allí sobresale el Capitán Klenzendorf (Sam Rockwell), imposibilitado de seguir en las filas, le falta un ojo, a cargo ahora de introducir en este régimen decadente a los más jóvenes. Rockwell, se nota, se lo pasa en grande. Y todavía más con los breves gestos que denotan la simpatía sexual por uno de sus subalternos. Como paradoja, el clima pútrido del film se respira entre cielos azules, verdes de bosque y arquitectura preciosa. Casi de cuento de hadas. Entre medio, cuelgan algunos cadáveres como advertencia. Y los techos de las moradas poseen ventanas que parecen ojos vigías, a partir del lúcido observar que despliega la cámara. Es un entorno amenazante, en donde las calles se han vaciado, y quienes las transitan procuran una normalidad hipócrita. Jojo, por su parte, encuentra en Hitler al rock-star que su edad le reclama. Su pieza está llena de imaginería nazi. Su madre (Scarlett Johansson) es su lugar de cariño pero también el mural contra el que golpea. Mientras el niño cuelga cartelería nazi y profundiza su odio hacia los judíos, la madre lo contradice con gestos diferentes, viajes en bicicleta, promesas de amores venideros. La contradicción final aparecerá en la niña escondida tras las paredes. Una judía en suelo propio. Los temores más horribles, finalmente en la cara. Entre las maneras de sobrellevar lo que parece terrible, surge una oportunidad. Escribir un libro sobre los judíos. Demoníacos, con poderes paranormales, capaces de asumir formas raras, débiles a los brillos de metales preciosos. El mal olor les acompaña. Jojo lleva adelante sus pesquisas, mientras entabla un vínculo con esta niña, apenas mayor, de una edad semejante a la hermana que ya no está. Elsa (Thomasin McKenzie) asume de a poco otro lugar. La situación es previsible, pero ¿cuál podría ser el derrotero, cómo salir de la incertidumbre de muerte que promete el contexto? Mientras Elsa promueve otras miradas y atenciones en Jojo, la figura de Hitler es la que inversamente se desespera y desmorona. La caracterización que lleva adelante el propio Taika Waititi lo sitúa en un lugar de diálogo con otros, dedicados a mismo oficio, desde Charlie Chaplin a Peter Sellers. Seguramente, no llegue a arañar el genio de aquellos, pero de lo que se trata es de urdir un poco más en la gracia patética de ese hombrecito con bigote cuadradito y gestos histéricos. Es cierto que la banalidad podría ser rozada, pero Jojo Rabbit es una película que juega estos gestos en procura de una caracterización mayor, nada ingenua, que culmine por hacer entrever al niño que todo aquello en lo que creía no era más que un mundo criminal. En este sentido, la secuencia del bombardeo, en donde las casitas de cuento de hadas comienzan a reventar, entre cuerpos desmembrados y niños soldados, será el momento de la revelación. Sólo la asunción de la farsa como llave estética permite que la película avance, porque no hay manera de plasmar cómo el horror podría metabolizarse desde la mirada de un niño. Un horizonte negro, en todo caso (allí está Alemania, año cero, el ejemplo maestro). Así como el amanecer de bombas que Elsa y Jojo miran desde la ventana. Por todo esto, la secuencia final elige un motivo que podría resultar pueril, pero no es así. No sólo guarda el gesto un vínculo argumental con lo que la madre de Jojo decía y prefería cuando elegía bailar, sino también una apelación poética que permita catalizar lo que ya no se sabe cómo proseguir.
La nueva película del director de «Thor: Ragnarok» se centra en un niño nazi que, durante la Segunda Guerra Mundial, tiene a Adolf Hitler como amigo imaginario que le da consejos de vida. Es una comedia. O algo así… El complicado subgénero de las comedias sobre el Holocausto ataca otra vez. Por suerte, ahora lo hace en manos de un cineasta con el talento, la inteligencia y la sensibilidad de Waititi, alguien capaz de generar momentos de humor evitando la mayoría de los chistes obvios o clásicos (o usados ya por Lubitsch, Chaplin, Woody Allen o Mel Brooks) sobre nazis, y un cineasta que tiene una enorme empatía con sus personajes. El estilo del director neocelandés por lo general permite un combo más que atractivo de humor ácido y ternura cute, como lo prueban WHAT WE DO IN THE SHADOWS, THE HUNT FOR WILDERPEOPLE y THOR: RAGNAROK, entre otras. Aquí se mantienen los códigos de humor de aquellas películas (la sátira podría salir de su «documental» sobre vampiros y la ternura del «coming of age» de su excelente WILDERPEOPLE, película muy similar a esta en ciertos aspectos, disponible en Netflix por si lo quieren comprobar) pero se le suma un contexto tan amplio como problemático: el nazismo, el antisemitismo, el Holocausto. ¿Hay forma de que el humor encuentre su camino en medio de esa potencial maleza ética? La propuesta es valiente y funciona más cuando es más salvaje y desprejuiciada que cuando intenta, especialmente en la última media hora, ponerse sentimental y aleccionadora. Es decir: si la película tiene algún problema, ese problema no es el humor. JOJO es la historia de un chico que lleva ese nombre (Roman Griffin Davis) y que es miembro de la Juventud Hitleriana en el último año de la Segunda Guerra Mundial. No solo es un nazi fanático (más que convencido, fue llevado a eso por la presión de los pares y algunos problemitas en casa) sino que tiene como amigo imaginario al propio Adolf Hitler quien, interpretado por el propio director, le da absurdos consejos de vida. Ya de entrada la película da cuenta del tono de su propuesta, jugada muy hacia la sátira, el absurdo (se escucha «I Want to Hold Your Hand» de los Beatles, durante los créditos armados con escenas de enormes manifestaciones nazis) y un humor muy ácido, si bien por momentos cercano al sketch televisivo de programas tipo «Saturday Night Live». Jojo sobreactúa su «nazismo» pero en realidad es un dulce y tímido chico de diez años que no se atreve, literalmente, a matar ni a un conejo. De ahí viene su apodo, que se lo ponen los chicos más grandes de la barra hitleriana en una secuencia de entrenamiento infantil en los conceptos básicos y en las tácticas bélicas nazis que le da al film una apertura formidable tanto en lo humorístico como en lo conceptual. A partir de un accidente que sufre en el entrenamiento, Jojo debe quedarse en su casa y ahí descubre que su madre –con quien vive, ya que su padre desapareció misteriosamente en el frente y su hermana habría muerto– esconde a una adolescente judía detrás de las paredes de su cuarto. La premisa del encuentro entre ambos da lugar también para muchas situaciones graciosas, hasta que el asunto se complica por dos motivos. Por un lado, el chico empieza a enamorarse de Elsa (Thomasin McKenzie) y, por otro, los nazis acechan y a ninguno le conviene que se descubra el asunto, ya que también quienes la ocultaron pagarán las consecuencias. De a poco, JOJO RABBIT va dejando el humor más salvaje y entrando en lo que es esperable en un film sobre estos temas: el miedo, el suspenso, el dolor, la tragedia. Y ese territorio, jugado en tono liviano, es como arena movediza para quien atreva a acercársele. Como dejó claro aquel fiasco sentimental llamado LA VIDA ES BELLA, la comedia emotiva sobre temas como el Holocausto es un terreno pantanoso donde siempre se está al borde de la explotación oportunista de un hecho trágico. Por suerte, Waititi tiene dos cosas a su favor respecto a Roberto Benigni: un sentido del humor mucho más afilado y efectivo, y la inteligencia para usarlo en los momentos en los que la película está al borde de pasarse de rosca. Puede parecer un simple operativo de guion, es cierto (hay algún chiste que, tras un hecho trágico, cae un tanto incómodo), pero funciona a la perfección, salvando la mayor parte del tiempo a la película de caer en las garras del golpe bajo. Visualmente la película combina un tono a lo Wes Anderson (especialmente con los niños hitlerianos uniformados) con el tipo de humor que tan bien Waititi ha usado en su película de vampiros con hambre, en la que una crueldad sobreactuada solo revela la fragilidad de quienes la utilizan como arma. Waititi como Hitler, o Sam Rockwell y Rebel Wilson como dos instructores nazis, juegan a eso todo el tiempo, de una manera bien virada a la comedia. En paralelo, el pequeño niño nazi que cree que los judíos tienen cuernos y la oculta Elsa (una Ana Frank pasada por el filtro de BASTARDOS SIN GLORIA) concentran la ternura, el miedo y la confusión que es el corazón de esta historia. En el medio, casi en su propia película, Scarlett Johansson se divierte haciendo de la imprevisible madre de Jojo, una mujer que guarda tantos secretos como sombreros y vestidos de colores chillones. JOJO RABBIT es la clásica película efectiva que hace reír mucho y convierte al público en fan, especialmente si uno se encariña con los personajes (un amigo de Jojo es, acaso, el más entrañable de todos, aunque se lo ve poco) que aparecen allí. Cuando uno está dentro del disfrute de su efectivo humor y su ternura desarmante es imposible, casi, reflexionar sobre sus costados más simplones, básicos o problemáticos. Pero en la última parte, la menos cómica del film, Waititi deja en evidencia que está caminando por zonas que bordean el golpe bajo o que directamente caen en él de cabeza. Con un par de «trucos de magia» y una excelente selección musical, el tipo –que, uno imagina, es consciente del berenjenal en el que se ha metido– logra escapar, un poco, del problema. Y lo hace por la vía del humor y la ternura, dos armas muy efectivas contra cualquier totalitarismo.
La propuesta de sátira bélica se agota a los pocos minutos y durante la última instancia el relato solamente puede apuntar al golpe bajo. Un Taika Waititi que no está a la altura de su reputación y que se queda a mitad de camino.
Este film de Taika Waititi puede ser polémico por varios aspectos que pueden resultar chocantes para cualquier historiador o interesados de lo sucedido en la guerra mundial. Primero les recomiendo leer la critica de Javier Porta Fouz en La Nación que les dejo aqui. En esta critica, Fouz describe lo que sucede y bastante en nuestra realidad con respecto a tratar ciertos temas con gracia, o si existen temas “Intocables” con los cuales no se puede hacer comedia. Waititi, como nos tiene acostumbrado su cine, la frivolidad o el lugar a la sátira siempre existió. El nazismo es un suceso histórico sensible como cualquier otro. A lo largo de la historia del cine, hubieron una cantidad incontable de películas que se dedicaron a retratar los hechos, contar la historia o la otra cara de esta de manera solemne. Pero existen muy pocas como “Jojo Rabbit” que permiten un espacio de humor en un tema complejo y delicado como este. Igual Waititi realiza esto con cierto respeto, porque no se ríe de la forma de asesinar judíos o del odio de Hitler hacia ellos. La sátira esta en lo absurdo que fue el nazismo y su idea de dominar el mundo. Y lo interesante esta en contar esta idiologia como un pequeño grupo de boyscouts que entrenan para una guerra contra países que no conocen su verdadero poder. También en niños que son tratados como adultos yendo y preparándose para una guerra, Hitler(interpretado por el director) ofreciendo cigarrillos al protagonista interpretado por un simpático Roman Griffin Davis, enfrentarse con temas que son existenciales como la muerte en el caso de la escena final o lo sucedido con Rosie(Scarlett Johansson). Y la paleta de colores vivos y saturados en los escenarios que amplían esta singularidad de Waititi. Es una película entretenida que no busca hablar sobre lo sucedido en segunda guerra, sino mas bien adaptar la historia de forma simple, básica, que la pueda entender hasta un niño de 10 años, como ocurre aquí. Sin embargo en lo personal, estos tipos de films no suelen ser de mi agrado por la falta de importancia al plano, sonido o montajes que “quedan cool”. Aqui hasta hay planos que por momentos te recuerdan a un film de Wes Anderson, conocido mundialmente por la simetría en sus composiciones de imagen. Pero, ¿por que?, ¿para que?. El estilo debería ser algo distintivo de un director pero a la vez tiene que ser utilizado de manera razonable o justificativa. Lo mismo ocurre en el cine de Waititi. Y esta bien, entiendo, ustedes me dirán, pero si su cine son sátiras, comedias o frivolidades por doquier. Es aceptable, pero no por eso deberían usarse objetos, recursos o elementos del cine por que si. Existen sátiras o comedias como “Some Like it hot” de Billy Wilder por nombrar una, donde todo esta justificado y el guion es excelente porque una escena lleva a la otra, entre muchas cosas. Conclusión: ¿se puede hacer comedia sobre hechos históricos?, si pero siendo cuidadoso en los aspectos fuertes del hecho. ¿De la misma forma que Waititi?, si y no, porque ademas de querer transmitir tu idea o personalidad en el film, no hay que olvidarse que el cine es un medio que tiene sus reglas, y estas son estudiadas y mas ricas cuando las usas de manera justifica y significativa. Palabras de Waititi en una entrevista para el diario El Mundo: “No me siento con fuerza para elaborar una teoría general del asunto. Puedo hablar por mí y por mi película, y lo que me interesaba era contar la fantasía de un niño. Mi película trata de ver el horror a través de la mirada de un niño que no sabe de lo que es capaz el mundo adulto. No intenta ser tampoco un relato fiel o aproximado de lo que realmente ocurrió.”
Critica emitida al aire en Zensitive Radio Nordelta