El guión está bien trabajado, pero como toda película inglesa, tiene un ritmo bastante lento que puede aburrir a más de uno, sobre todo los muy acostumbrados a las biopics hollywoodenses. El trabajo de Meryl Streep es impresionante ya que logra realmente hacernos ver a Margaret Thatcher, no sólo por el maquillaje y el peinado que obviamente la ayudan...
What have you done, Maggie what have you done… Streep-Thatcher. Thatcher-Streep. Desde el vamos la propuesta sonaba atractiva. La Dama de hierro, personaje controvertido si los hay -y más en el recuerdo de los argentinos- tenía por fin su biopic. La multipremiada y experimentada Meryl Streep se perfilaba como una elección segura para el papel. Detrás de la cámara estaba Phylida Lloyd, quien ya había trabajado con la actriz en Mamma Mia...
Las actuaciones son de suma importancia para que una idea, sentimiento o simplemente un gesto logre traspasar la pantalla, emocionar, divertir, asustar o impactar al espectador. Pero, cuando se tiene un trabajo memorable de interpretación en escena y todo lo que la acompaña carece de la profundidad, de la imaginación y de la fuerza que esa persona le está poniendo al proyecto, sucede algo muy parecido a lo que pasa en "The Iron Lady", una película en la que Meryl Streep brilla por su fantástico retrato de Margaret Thatcher, pero que desarrolla un guión y una dirección que no acompañan con la misma calidad el trabajo de su protagonista.
Puro maquillaje Hace apenas una semana se estrenó J. Edgar, en la que un Leonardo DiCaprio con gruesas capas de maquillaje interpreta al tiránico J. E. Hoover, figura clave del conservadurismo estadounidense. Es una narración fluida, llena de ideas, contrastes y matices, con el sello de un notable director como Clint Eastwood. Ahora, llega otra biopic sobre otro emblema del conservadurismo, aunque en este caso británico. Y, nuevamente, nos encontramos con el rostro de una estrella (Meryl Streep) convertido en una muy anciana y degradada Margaret Thatcher recordando sus épocas de gloria. El problema aquí no es ni el personaje en cuestión (heroína para algunos, villana para otros), ni el trabajo de Streep (uno de esos tour-de-force servidos en bandeja para que una actriz de renombre se gane unos cuantos premios). Lo que hace de La Dama de Hierro una película mediocre es una puesta en escena torpe (la directora es la misma del musical Mamma Mia!) y un guión didáctico, dominado por todo tipo de clisés de ese subgénero tan riesgoso como el de las biopics y por decisiones artísticas muy poco logradas (por no decir directamente grasas). La historia está narrada desde un presente en el que Thatcher es una viejita casi senil, desorientada, con rasgos de paranoia y esquizofrenia, matizada por algunos pasajes de lucidez. Mientras todavía se mantiene en actividad gracias a actividades protocolares o a la presentación de sus memorias, sufre todo tipo de alucinaciones; en especial, el fantasma de su ex marido (Jim Broadbent), al que sigue mandoneando con rigidez y obsesividad. Este recurso es tan recurrente y obvio que el film se acerca demasiado a los peores exponentes del viejo realismo mágico latinoamericano. A partir de ese planteo, iremos viajando al pasado para conocer sus inicios en la política (cómo una mujer de pueblo, hija de un almacenero, va escalando posiciones dentro del machista y aristocrático Partido Conservador), hasta llegar al poder. Un camino épico descripto aquí sin la más mínima fuerza ni convicción. El film también pendula entre lo público (la actividad política) y lo privado (sobre todo, la apuntada relación con su esposo y con su hija Carol), y recorre las principales batallas que emprendió durante sus tres gestiones (12 años) como (primera) Primera Ministra de Inglaterra: contra el terrorismo del IRA, contra los sindicatos para implementar un implacable plan de privatizaciones y, claro, contra la junta militar argentina en la guerra de Malvinas (la secuencia más potente de todas). Es muy probable que Meryl Streep gane el Oscar por esta actuación más efectista que eficaz. Ella y Thatcher -para bien o para mal- quedarán en la historia. Esta película, no.
Gran lucimiento de Streep "Puedes rebobinar el pasado, pero no puedes cambiarlo" le dice Denis (un siempre destacado Jim Broadbent) a su mujer, Margaret Thatcher (Meryl Streep) en esta biopic que gira en torno a la vida de la ex-Primer Ministro Británica. Si algo queda claro desde el comienzo en La dama de Hierro es la carga emocional que Streep le imprime a su personaje, bajo la dirección de Phyllida Lloyd, con quien antes había trabajo en el musical Mamma Mía. El relato acierta en la forma de acercarse a esta dura mujer, amada y odiada, que trabajó en un almacén junto a sus padres cuando era niña y que ya se perfilaba como una líder con deseos de plasmar cambios. La película va y viene constantemente en el tiempo para mostrar además la faceta intima del personaje: la relación con su marido y con su hija. El caos social y político en el que se vio inmersa (atentados y olas de violencia) es reflejado en la mirada y las decisiones de una mujer que no dudó en llegar tampoco al conflicto bélico con Argentina por las Malvinas. En ese sentido, el film aborda este tema con imparcialidad y no se muestra ni piadoso ni aplaude la decisión de Thatcher (se destaca la escena en la que escribe cartas a los familiares de las víctimas inglesas) mientras alterna imágenes de archivo (nunca se ve a la verdadera Thatcher) con la dramatización que impulsa el relato. Streep encarna a la ex Primer Ministro Británica en un trabajo sublime: su mirada, su manera de caminar encorvada y su acento. El maquillaje resulta también impresionante y potencia su actuación (nominada en el rubro "mejor actriz" para la próxima edición del Oscar). No se trata de una biopic del estilo hollywoodense y, por momentos, puede resultar fría o idílica (el esposo muerto que se encamina hacia la luz) en exceso, pero una mujer delante y otra detrás de cámara le colocan la dosis justa de sensibilidad que la historia necesita.
La historia la escriben los que ganan… Meryl Streep interpreta en este film a la controvertida Margaret Thatcher, única mujer que alguna vez ocupó el puesto de Primer Ministro en Gran Bretaña. El rol le valió hasta ahora el galardón a mejor actriz en los Globos de Oro, una nominación a los Screen Actors Guild Awards (el premio que los actores se entregan a ellos mismos) y al Oscar. Sin lugar a dudas es una actuación intachable, donde construye una figura de poder muy discutida tanto dentro como fuera de Gran Bretaña en los últimos treinta años, imitando sus gestos, pero a la vez aportando su propio arte. El film comienza con Thatcher anciana y con principios de Alzheimer, alucinando con su marido muerto (interpretado por Jim Broadbent) y en el contexto de una serie de atentados de los que nos enteramos por los noticieros que ella ve. A partir de este contexto de convulsión social es que el film se estructura en una serie de flashbacks que reponen la vida de “la dama de hierro” desde su infancia, pasando por los comienzos en la militancia del partido conservador, hasta su ‘reinado’ como Primer Ministro desde 1979 hasta 1990. La película intenta en todo momento mostrar la cara pública, pero desde el filtro de la intimidad. Es precisamente en este intento que la película se vuelve ideológicamente peligrosa: por un lado nos muestra sus acciones, que le ganaban el descontento popular (fue conocida por sus políticas neoliberales intransigentes donde el mercado se autorregulaba y dejaba a miles de obreros en las calles debido al cierre de las minas, por sus violentas represiones a las protestas sociales, por sus oídos sordos a los consejos de su gabinete) pero todo esto queda justificado por su vida privada. Era un monstruo, pero sus intenciones eran buenas…El hecho de que el personaje sea construido desde su senilidad genera una empatía con el público que tiende a disminuir sus actos, quitándole peso a la posible crítica que el film pueda tener respecto de su figura pública. Este es el riesgo que siempre corremos al ver un cine que hace pasar por entretenimiento lo que en verdad es un modo encubierto de escribir la Historia. No es casual el contexto en el que esta película es estrenada: una profunda crisis del modelo neoliberal. Gran Bretaña, gracias a Margaret Thatcher, no ingresó a la comunidad europea y mantuvo sus libras esterlinas. Esta película, entonces, es una palmadita en la espalda para esta “patriota” que salvó una economía en los años ochenta a costa de pelear y ganar (contra todos los pronósticos de sus asesores) la Guerra de Malvinas. Guerra, que casualmente vuelve a estar en la primera plana internacional tras los dichos del Primer Ministro Cameron, alegando que somos colonialistas, y al apoyo del Mercosur y Latinoamérica a la defensa de la soberanía argentina. Pero claro, la historia la escriben los que ganan, y seguramente la versión que presenta el film de Phyllida Lloyd sea la que, desgraciadamente, quede impresa en el imaginario colectivo. Al menos hasta que otra versión de los hechos le haga frente. Repetimos, es un film entretenido, con buenas actuaciones, pero que precisamente por todos estos elementos espectaculares se vuelve “peligroso” en el plano ideológico. Suele ser el destino de las biopics: se convierten en una especie de Biblia, donde el personaje real queda mimetizado con el de la representación. Publicado en Leedor el 29-01-2012
La realizadora de Mamma Mia (!!!), Phyllida Lloyd, se dispuso a contarnos con una particular visión la historia de la controvertida figura de Margaret Thatcher, encarnada por la actriz ideal para ese rol: Meryl Streep, que justamente vendría a ser lo único que no decepciona en esta obra. En un camino superpoblado de flashbacks y redundantes golpes bajos por doquier, Lloyd nos cuenta la vida de Margaret Thatcher desde sus comienzos como una simple hija de un político almacenero hasta sus 11 años al mando del Reino Unido, para finalizar en su actualidad que es donde redunda hasta el cansancio en demostrar la senilidad de la mencionada ex primera ministra. Realmente si Lloyd quería hacer una biopic más positiva sobre Thatcher, creo que era imposible. Margaret Thatcher es una figura controvertida y abordarla desde el patetismo de la obsecuencia inglesa queriendo pintarla como una pobre viejecita senil de ojos vidriosos para luego ilustrarla por medio de numerosos flashbacks como una dura mandataria que hizo todo "por su nación" y que solo es interpelada por manifestantes agresivos o sindicalistas obtusos, me parece una asquerosidad y una falta de compromiso gigante con la historia. Por momentos hasta pareciera un film de propaganda sobre la primera ministra y el Partido Conservador del Reino Unido que gobernó desde 1979 hasta 1990. Aún peor es encontrar que en La Dama de Hierro se nos califica como matones e invasores a nuestras propias islas, algo totalmente carente de sentido común. Pero lo peor es que si dejamos de lado lo reaccionaria que puede ser para nosotros esta película y lo positiva que es con la protagonista, tampoco encontraremos algún elemento cinematográfico interesante ajeno a la excelente interpretación de Meryl Streep que salve el catastrófico resultado de esta cinta. A lo largo de sus casi dos horas La Dama de Hierro no realiza una sola lectura negativa de la vida de Thatcher e incluso todas las palabras (redactadas por el guión de Abi Morgan) que se desprenden de la ex mandataria son discursos efectistas que solo buscan encumbrar aún más la figura de una persona que posee muchos grises y negros en su historia, y no solo blancos como nos quiere vender Lloyd. La única controversia que representa el film es cuando Thatcher deja atrás a sus hijos (la película lo muestra literalmente cuando ella se va con su auto y sus dos pequeños la persiguen) para ir a hacerse cargo de un Reino Unido en plena crisis, que en definitiva termina siendo polémico a medias tintas cuando analizamos que ella "dejó a su familia" por su país. Sin dudas hubiera sido mucho más atractivo, como hizo Clint Eastwood en J. Edgar, contar los hechos negativos y positivos y que cada una de las personas que asistiera a verla saque sus propias conclusiones de la figura expuesta. Meryl Streep es una de las más grandes actrices de todos los tiempos y aquí, junto a Jim Broadbent, son lo mejor que tiene esta obra, aunque lamentablemente no llegan a salvarle el pellejo a la película propagandista a cargo de Lloyd. La Dama de Hierro es una película de patética propaganda hacía su protagonista que solo merece un poco de atención por encontrar nuevamente a Meryl Streep en otra gran actuación.
Película Imperceptible La vida de la premier británica Margaret Thatcher es llevada al cine banalmente y sin profundizar demasiado por Phyllida Lloyd en La dama de hierro (The Iron Lady, 2011). Un film menor sostenido en la actuación de Meryl Streep, que una vez más salva un producto meramente televisivo que si no la tuviese como protagonista nunca se habría estrenado en cine. La dama de hierro funciona en tono de biopic con la típica y clásica estructura que se manejan este tipo de films. Salvo contadas excepciones, como I’m not there (2007), Control (2007), María Antonieta (2007) o Red Social (2010), que se permitieron romper con el género y darle una vuelta de tuerca, los films biográficos cada vez más de moda, en su mayoría siguen ciertas premisas que funcionan en el público, pero carecen de vuelo narrativo y alguna que otra idea innovadora que rompa con el clasicismo. El caso de La dama de hierro es más cercano a La Vie en Rose (2007), Ray (2004) o la chilena Violeta se fue a los cielos (2011) que a las citadas anteriormente, incluso la reciente Juan y Eva (2011), de la realizadora argentina Paula de Luque, tiene un nivel muy superior y mucho más profundo, a pesar de que los recursos económicos hayan sido muy diferentes. De comienzo vemos a una Margaret Thatcher mayor, con serios problemas seniles y alucinatorios, que en tono de flashback recorrerá los momentos que marcaron su vida política y la de Gran Bretaña. Sus comienzos en el partido conservador, su posición ante el IRA, el rechazo al Euro, la guerra de Malvinas y un sinfín de hechos logran que la película se transforme en un collage de instantáneas cuasi importantes pero sin llegar a ahondar demasiado sobre ninguna. Así como en una ensalada se mezclan un sinfín de ingredientes para darle colorido y sabor pero en el fondo nada se distingue, en La dama de hierro es tanto lo que se quiere abarcar que al final no queda en claro quién era y que hizo la señora Thatcher. Ni siquiera se sigue una línea ideológica y todo suena más a pastiche o rejunte de sobras que a un plato de cocina de autor, siguiendo con la comparación. Más allá de contar con un guión carente de matices y que en un punto pareciera extraído de un “Billiken”, La dama de hierro se sostiene por la brillante actuación de Meryl Streep, sin ser lo mejor que ha hecho a lo largo de su carrera, seguramente por las flaquezas de la historia, su composición de la premier británica evita que la película se convierta en un producto para ver un domingo a la tarde por la señal de cable Hallmark. Streep consigue un personaje que juega con la ambigüedad para mostrarlo tanto como un ogro capaz de cualquier cosa por sus ideales –la guerra de Malvinas es un claro ejemplo de ello-, como a una pobre viejecilla que cualquier niño querría tener como abuela. La película de la misma directora de Mamma Mia! (2008) es sin lugar a duda una obra menor, que más allá de contar con un gran equipo técnico y un excelente trabajo de maquillaje, se nutre únicamente de una actriz que logra que una historia cargada de clisés y lugares comunes llegue a conmover y hacernos creer que es la verdadera Margaret Thatcher. A pesar de que el resto sea un estereotipo.
Lady Gagá Finalmente llega a las salas porteñas la esperadísima biopic de la polémica, incómoda y temperamental ex primer ministra británica Margaret Thatcher, interpretada nada más y nada menos que por una de las mejores actrices de todos los tiempos, Meryl Streep. La directora inglesa Phyllida Lloyd desperdicia la oportunidad de relatar la vida de un personaje histórico absolutamente rico, reduciéndolo a su actual etapa senil con agotadores y disruptivos flashbacks que retratarían la memoria de la “dama de hierro”...
Tengo que confesarles que no esperaba mucho cuando me senté a ver este film. Suelo enojarme terriblemente con los biopics porque conllevan una serie de debates sobre “quién era la persona” que me hacen perder la paciencia porque la película siempre está ficcionada y no pretende ser la voz de la verdad absoluta. Habiendo dicho esto, también creo que el cine educa y debería haber más responsabilidad con lo que se dice o se muestra en él. Lo que hace funcionar la película es, a mi criterio, la elección del guión desde dónde tomar a Thatcher. Abi Morgan, la misma que fuera responsable por las letras de “Shame” que tan aclamada está siendo, nos presenta a una dama de hierro en su vejez y, confundida por la demencia senil, que mezcla hechos y situaciones, pasado y presente. Con esto, el personaje que narra y hace un balance de su vida no necesariamente tiene una lectura clara u objetiva. Por otro lado, su política autoritaria encuentra su reflejo en su vida privada, en cómo ella no se permite en ningún momento perder los estribos pero el espectador jura que ve hervir la sangre por dentro. Y es que es Meryl. Hacía tiempo que no la veía tan bien, honestamente. Cuando vi los avances pensé que iba a ver una mezcla de “El diablo viste a la moda” con “El embajador del miedo”, pero a través de la capacidad camaleónica que tiene y de imitar acentos (perdón pero no tuvo que aprender uno, sino dos, porque Margaret tuvo un entrenador de oratoria para mejorar sus capacidades natas), logró construir una mujer que se parece mucho a lo que he visto de ella. Phyllida Lloyd, la infame mujer que dirigió Mamma Mia!, se redime de varias culpas en esta dirección que, sin ser brillante, es íntima y romántica. Como Thatcher no puede recuperarse de la pérdida de su marido, será a través de la cámara que lo veremos salir y entrar de cuadro como testigos de que sigue ahí. El replanteo, el análisis, las elecciones como de escuchar sólo lo que ella dice de una conversación telefónica son brillantes para la construcción de la película que está claramente basada en Streep. Jim Broadbent, gran actor secundario inglés, encarna a este dulce espejismo y nos entrega el costado humano de MT por más que ella se niega a ello. La dinámica funciona bastante bien. El resultado es tal vez una película muy liviana que no termina de explotar al personaje ni que busca hacerlo. La juzgan, pero su perspectiva lo niega, la despiden como a una Primma Donna pero la verdad es que mostraron poco y nada de su política y mucho de su pasión. Me dio la sensación de ser una película para que la retratada se vea y no se ofenda. Son elecciones, no hubieran sido las mías. Pero, de nuevo, el cine biopic es tan ficción como cualquier otro.
A sólo una semana del estreno de J. Edgar, la gran biografía cinematográfica de un fuerte líder del poder político, La Dama de Hierro, sobre la controvertida Primer Ministro conservadora de Inglaterra, Margaret Thatcher, ofrece un personaje mucho más conocido por históricas razones. En este caso con dos particularidades artísticas relevantes, una cineasta mujer, Phyllida Lloyd, y el protagonismo de la descomunal y siempre inspirada Meryl Streep. La Lloyd viene del musical Mamma Mia! en el que también dirigió a la Streep, y pese a que aquí se introduce en un film de características opuestas, demuestra gran ductilidad, sensibilidad e inteligencia para abordar una temática riesgosa. Entre Edgar Hoover y la Thatcher existen claros puntos de contacto, como la ideología de derecha de ambos y el hecho que hayan privilegiado su carrera por el poder a los afectos, entre otros detalles. Pero mientras que Eastwood optó por una estética contenida, exhaustiva y rigurosa, el tono de la Lloyd es más frontal y visceral. Potentes biopics en las que J. Edgar sea acaso una obra de arte dentro de este subgénero. En este sentido La Dama de Hierro parece ofrecer mayores condescendencias hacia la señora en cuestión, pero también muestra su autoritarismo incontenible, su desprecio por las clases bajas y trabajadoras, incluyendo escenas con desesperadas movilizaciones sociales y una represión policial mostrada con crudeza. La directora no deja de lado imágenes sugerentes y focaliza en una sustanciosa conducción actoral, poniendo en pantalla la lucha de una mujer común por sus ideales, abriéndose camino dentro de un universo político liderado por hombres para nada dispuestos a darle un lugar. Una porción importante del film está dedicada a la Guerra del Atlántico Sur, que significó para la estadista un triunfalismo amargo y pasajero. La Streep, más allá de su extraordinario trabajo de caracterización, dota de una carga emocional sustantiva a su personaje.
Biopic de bajos vuelos Confieso que Meryl Streep no es de mis actrices preferidas, aunque siempre que acudo al cine a ver alguno de sus films intento despojarme de cualquier prejuicio previo para darle una oportunidad y descubrirle valores interpretativos que normalmente se me escapan. Con estas premisas me dispuse a disfrutar de La dama de hierro, último de sus trabajos que, como casi siempre ocurre desde hace ya más de una década, catapultarán a la actriz de New Jersey a su enésima nominación para los Oscars. Pues bien, más de lo mismo. Asistimos a un espectáculo interpretativo de gestos y mohínes varios donde da igual que el personaje homenajeado para la ocasión sea Margaret Tatcher, Christina Onassis o Cristina Fernández de Kirchner. Se trata de Meryl Streep en toda su esencia, y el resto de elementos que conforman el conjunto no tienen más objetivo que acompañar como meros comparsas su protagónico. Lo que si resulta muy curioso y digno de resaltar es como la directora Phyllida Lloyd, quien ya dirigiera a Streep en la muy movida Mamma Mia!, haya optado por trasladar a la pantalla una biopic tan descafeinada y poco creíble tratándose de una figura política tan emblemática y polémica como la de la primera mujer que llegó a alcanzar el rango de Primer Ministro en Gran Bretaña. Cualquiera que haya seguido de cerca la trayectoria de esta auténtica mujer conservadora (en todos los sentidos posibles) quedará atónito cuando vea como los pasajes más oscuros de su vida, tanto familiar como política (problemas de sus hijos con la droga, amistades tan poco aconsejables como las de Ronald Reagan o Augusto Pinochet, la guerra de las Malvinas) son tratados de forma harto superficial o incluso son obviadas de manera sonrojante. El público argentino, por ejemplo, tiene todo el derecho del mundo a indignarse cuando se den cuenta de que aquella mandataria británica, a quien no le tembló la mano ni tan sólo un instante para enviar a sus tropas a una cruel guerra, se convierte por obra y gracia de los milagros del guión en una mujer piadosa y compungida que sufre por el destino de sus soldados, enviando a sus madres de su propio puño y letra una carta donde se muestra compasiva y comprensiva. Un auténtico disparate. En algunas escenas donde se ensalzan los logros y se minimizan los errores parece una cinta que filirtea con la ciencia ficción en lo que podría denominarse más como política ficción . Es una pena, porque aparte de la diva de la función desfilan por la pantalla un plantel de actores muy dignos que se ven ninguneados por un libreto que no les presta la más absoluta atención. Nombres tan importantes y reconocidos de la escena británica como Jim Broadbent (el profesor Horace Slughorn de la saga Harry Potter) o Iain Glen (conocido por la serie Games of Thrones), quedan eclipsados ante la proliferación de muecas, guiños y monerías varias de una actriz que, aparte de haberse convertido por derecho propio en un icono gay, tiene todos los números para convertirse en la reina de los tics, lugar que en versión masculina hace tiempo que lideran Robert de Niro y al Pacino. Pero como no todo va a ser negativo en esta pasable película, debemos de destacar la labor de maquillaje a base de capas que permite que los saltos temporales que abundan en la trama tengan una fuerza y credibilidad inusitada, así como aquellos momentos en los que, después de haberse graduado en la prestigiosa universidad de Oxford, la Tatcher debe lidiar con una cantidad ingente de políticos varones, chapados a la antigua, que no permiten que una mujer venga a aleccionarles sobre cómo se debe dirigir un país. Y por supuesto, no se puede obviar la vertiente camaleónica de una actriz que no sólo calca el acento y la pose de su personaje sino que incluso llega a fagocitarlo. Si consigue o no convencer a los miembros de la Academia de las excelencias de su trabajo, ese es otro cantar, pero lo que queda bstante claro es que La dama de Hierro, como película se queda en un absoluto quiero y no puedo.
Retazos de vida Meryl Streep se pone en la piel de Thatcher. Filmar una película sobre Margaret Thatcher era una tarea más que compleja. Se trata de un personaje polémico y discutido, pero también -especialmente para los británicos más conservadores- una figura destacada, casi una heroína. Si encima se le da un sesgo feminista al retrato (Thatcher como la mujer que logró colarse en la cerrada secta machista del poder político británico), la forma de plantearse ante este personaje se complica aún más. Hay un tercer elemento en juego. Thatcher está viva y sufre demencia senil. Y la película no evita el tema. Ese balance muy difícil de lograr es el que no ha encontrado Phyllida Lloyd a la hora de hacer La dama de hierro . Pero los cuestionamientos al filme no son políticos ni mucho menos. No es cuestión de criticarlo porque la pintura de su gobierno pueda ser excesivamente amable (cada uno tendrá su opinión al respecto), sino por problemas puramente cinematográficos. Más allá de una actuación mimética perfecta de Meryl Streep, La dama de hierro no sabe qué contar ni mucho menos cómo contarlo. La semana pasada se estrenó J. Edgar , película de Clint Eastwood sobre un personaje aún más problemático como fue Hoover, el jefe del FBI. Las dos películas se organizan de similar manera, con el personaje desde un presente bastante gris, recordando su vida y su carrera. Pero allí donde Clint trazaba, en paralelo, una historia política y otra personal, Lloyd no sale de una serie de fugaces y poco reveladores clips en los que no se profundiza en nada la vida ni el pensamiento de Thatcher. Es un resumen apurado y lleno de “apuntes” de la carrera de esta mujer. Así, cada importante episodio político es un insert sin contexto ni desarrollo, seguido por otro, y otro más, y así. Todo sostenido desde un presente igualmente flojo, con Lloyd mostrando a Thatcher perder su sanidad mental mediante una serie de confusiones entre realidad y fantasía (le habla a su marido muerto, al que vemos conversar con ella, una y otra vez) en un trauma que, apuesta el filme, se resolverá cuando la anciana dama logre liberarse de ese fantasma. Si el presente resulta moroso y confuso, y el pasado impreciso y obvio, ¿qué queda por ver? Uno podría decir que la actuación de Streep. Es cierto, la actriz es extraordinaria y capta al personaje no sólo desde sus gestos sino que logra, por momentos, unir las puntas sueltas de este no-relato. Pero no alcanza, salvo para un espectador que vaya al cine a ver un show actoral, o para un actor que vaya a verla como tarea para el hogar... Otro tema que provocará curiosidad -al menos aquí- es el tratamiento del tema Malvinas, tal vez el episodio del pasado al que el filme más tiempo dedica (siete minutos, no esperen más). Pero tampoco hay allí demasiadas revelaciones, más allá de la idea de que la propia Thatcher fue la más decidida a ir a la guerra, contra los consejos de casi todos. Esto, el filme lo toma algo así como una demostración de feminismo (“yo voy a la guerra todos los días”, dice ella cuando alguien le cuestiona su conocimiento del tema), en una metáfora por lo menos absurda. Además, claro, estarán los que sientan que La dama de hierro celebra a Thatcher de una manera que para muchos puede resultar hasta irritante. La película es un poco celebratoria de su controvertida figura, pero ése es el menor de sus problemas. El mayor es no tener nada más que una actuación que la sostenga...
Antes de comenzar con la crítica en si de la película, no puedo dejar de hacer referencia a la cantidad de comentarios ignorantes leidos en redes sociales sobre esta película. Algunos creen que contar la historia de una persona de la historia es tomar partido o reinvidicar algo. La dama de hierro es la historia de una de las mujeres más poderosas del siglo XX. Nos guste o no… Estimo que los que se enojan por el estreno de esta película, son los mismos que se enojaron cuando dije que Tom Cruise no lo mataba a Hitler en Operación Valkyria… pero bueno… para que gastar pólvora en chimangos. La dama de hierro muestra como esta “hija de almacenero” llegó a donde nunca una mujer había llegado en Europa entera, por no decir en todo el mundo. La película tiene sus cosas buenas y su bajón en varias cosas. La interpretación de Meryl Streep es genial. Uno se olvida del cariño que le puede tener cualquier cinéfilo por la fuerza que le da a su personaje. El guión en muchas partes está bien, porque hace fuerza en la personalidad de “La Thatcher”, donde si alguien se le ponía en su camino… lo pisaba. Así fue toda su vida. Esta mujer se hizo camino al andar todo el tiempo. Arrancó aplastando sindicatos, sin importarle nada las huelgas de hambre o los cuestionamientos en general de distintos sectores. Por eso uno puede entender mejor la reacción frente a un borracho que era parte de una organización criminal que mató a miles de conciudadanos… que encima quería atropellarla a ella! Por eso es muy buena (y dolorosa) como fiel retrato, la escena donde ella da la orden de hundir al Crucero General Belgrano, pese a lo que le decían sus asesores. Pero también sirve para entender que esta “guerra” que algunos pretendieron hacer para perpetuarse en el poder, le sirvió justo a ella para lo mismo… ya que las situaciones políticas de ambos países en los días previos eran de represión a las manifestaciones. Una espantosa paradoja… Eso es lo positivo de la película en el retrato y quizás explicación del personaje en si. Estuvo 11 años en el poder… el Euro, el conflicto con el IRA, las Malvinas, las huelgas, la política de educación, las privatizaciones salvajes que hizo, etc, etc, era mucho para contar, y muestran casi todo. Pero el guión va y viene en el tiempo, y toda la actualidad del personaje le quita fuerza a la película. Nos queda claro que esta mujer que atropellaba a los opositores y hasta denigraba a sus asesores (terrible escena la de la falta de ortografía), está lejos de ese poder… enloqueciendo por sus 86 años. Se detiene mucho en eso, y no era necesario para retratar a este personaje. Se podría haber resumido con el clásico cartelito de que quedó de este personaje en los títulos de cierre. Con eso la película resta bastante. También es grande el contraste con las historias de poderosos norteamericanos. Cuesta creer que siempre se manejaba como ama de casa en la cocina... No hay "entorno" de poder. No te pido los guardaespaldas todo el tiempo... pero alguna referencia de su puesto era necesaria. Pero si te gusta entender a los personajes de la historia, La dama de hierro es una cita obligada en el cine.
Hasta Uwe Boll podría haber realizado un film menos superficial y cobarde si le encargaban la dirección de esta historia. La Dama de Hierro es una enorme decepción que tiró por la borda la posibilidad de ver una película interesante sobre uno de los personajes de la política internacional más controvertidos y nefastos de las últimas décadas. Margaret Thatcher fue una de las figuras más poderosas de la segunda mitad del siglo 20. Al igual que J. Edgar Hoover fue un ícono del conservadurismo que lidió durante su período como primer ministro del Reino Unido con muchísimos hechos históricos importantes, como la Guerra de Malvinas, los atentados del IRA, las crisis de los mineros (que inspiró esa gran película con Ewan McGregor que fue Tocando el viento) y la Guerra Fría entre otras cosas. Sus decisiones lograron dividir a una nación. Más allá de la opinión que se pueda tener de ella, su historia es muy interesante y daba un tremendo material para hacer una buena película. El gran problema que tiene este estreno es el enfoque que eligió la directora Philippa Lloyd, responsable del infumable musical Mamma Mia! Peor elección para contar la vida de Thatcher imposible. ¿Dónde está Stephen Frears cuándo se lo necesita? Desde lo cinematográfico este film es la cara opuesta del último trabajo de Clint Eastwood. La directora Lloyd, con una indulgencia descomunal, prefirió brindar un retrato más amable y sentimental de Thatcher dejando la política en un segundo plano. Gran parte del film se concentra en brindar una biografía endulcorada de esta mujer con sus problemas familiares y de salud como si el único objetivo fuera recordarle al espectador que más allá de su trabajo los políticos también son humanos y tienen sentimientos. Por el contrario, todos los hechos importantes e históricos en los que esta mujer formó parte, en La Dama de Hierro se trabajan con una superficialidad digna de un reality show del canal E! A través de varios flashbacks le dedican unos minutitos a la Guerra de Malvinas, otros minutitos a los atentados del IRA y así cubren toda su carrera política. La prioridad la tiene en cambio las conversaciones de la protagonista con su marido muerto. Un toque Shyamalan inexplicable que con el correr del tiempo se vuelve denso. Si algo queda claro después de ver esta película es que la biografía de Thatcher fue demasiado grande para esta realizadora, quien no tuvo la menor idea de cómo abordarla. Por otra parte, la directora presenta uno de los peores usos de material documental de archivo que se vieron en los últimos años. Lloyd no solo explota este recurso hasta el hartazgo en su narración para recrear la historia, sino que además parecería que utilizó esas imágenes para sacarse de encima lo más rápido posible los conflictos políticos. Sí, Meryl Streep pese a todo está muy bien en lo suyo y es el único motivo por el que valdría la pena ver este film. Simplemente para disfrutar de otra gran interpretación de ella con un personaje complicado, que lamentablemente se vio desaprovechada por una película floja que brinda una biografía demasiado light sobre una figura política compleja La verdad que para ver esto hubieran hecho directamente Maggie: El Musical.
Un film que le debe todo a su protagonista, Meryl Streep Personaje controvertido tanto para sus compatriotas como para los ciudadanos del mundo en general y específicamente los argentinos, Margaret Thatcher merecía una mejor película que La dama de Hierro. Por su influencia en la vida social británica y sus fuertes posturas de política tanto interna en los 11 años que permaneció en el poder, fue uno de los personajes más influyentes del planeta. Una posición nunca antes alcanzada por una mujer. Y aunque el film de Phyllida Lloyd, cuya otra única experiencia en el cine fue al frente de la espantosa Mamma Mia!, intenta resaltar la determinación y fuerza que una mujer necesitó para llegar tan alto, lo hace "denunciando" su falta de interés en asuntos más femeninos como su matrimonio e hijos. Una línea del relato que borronea el supuesto feminismo del guión escrito por Abi Morgan que imagina a la Thatcher de la actualidad como una anciana al borde de la demencia que recuerda porciones de su vida tanto pública como privada. Contradictoria respecto de su mensaje sobre las mujeres en el poder e insulsa cuando se trata de tomar partido, o no, por las ideas conservadoras de la primera ministro, la película cuenta con un valor inestimable, una ventaja que por momentos equilibra su desequilibrado desarrollo. Meryl Streep es el ingrediente para nada secreto que eleva a La dama de hierro y hace de cada una de las escenas algo más que la suma de sus desprolijas partes. Decir que Streep es una actriz excepcional y que es muy difícil no creerle cualquier papel que interprete no es novedad. Tampoco lo es su gran capacidad para la mímica de acentos que en este caso combina el inglés británico con las peculiaridades del habla de un personaje conocido y ampliamente documentado. Claro que aunque todo esto el espectador lo sabe cada vez que ve una película de Streep, su talento es de esos que nunca se vuelve redundante ni superficial. En este caso es ella, más que la guionista o la directora, quien entendió y encarnó la esencia de Thatcher, sus aspectos más admirables y sus costados despreciables. Gracias a un trabajo de maquillaje notable que acerca las facciones de Streep a las de su criatura sin exageraciones ni trazos gruesos -algo que no consiguieron los expertos con Leonardo DiCaprio y su J. Edgar Hoover-, la actriz más que interpretar habita a esa anciana que deambula por una casa vacía alucinando a quien ya no está. Ni la corte de políticos y estadistas que la acompañaron tanto como resistieron su presencia ni su marido Dennis, interpretado por Jim Broadbent, con la suficiente habilidad para no ser sobrepasado por el festival de Streep. Que se da el gusto o el permiso de humanizar a un personaje complejo que de anciana llega a aleccionar a un médico que comete el error de preguntarle cómo se siente cuando a ella siempre la preocuparon y ocuparon los pensamientos y no los sentimientos. Una declaración que cobra especial sentido durante las duras escenas en las que la señora en pleno ejercicio de su poder se ocupa de la Guerra por las Malvinas y manda a hundir el General Belgrano.
Heroína de la tercera edad El retrato de Margaret Thatcher que pone a Streep por decimoséptima vez ante las puertas del Oscar aborda a Lady T con la asumida intención de hacer a un lado la política. Pero esa decisión termina teniendo consecuencias... políticas. ¿Se puede ser apolítico al abordar una figura que dedicó su vida entera a la alta política, dejando en el mundo una huella que es como una herida? De la respuesta depende la evaluación entera que se haga de La dama de hierro, la película sobre Margaret Thatcher que pone a Meryl Streep por decimoséptima vez ante las puertas del Oscar. En verdad, ¿es realmente apolítica La dama de hierro, o los rechazos y adhesiones que la construcción de su figura central genera terminan siendo inevitablemente políticos? Quien la escribió, quien la dirigió y quien la interpretó reconocen haber abordado a Lady T con la asumida intención de hacer a un lado las políticas que aplicó, por dolorosas que éstas hayan sido. Si ese enfoque es legítimo o termina resultando manipulador, es lo que tal vez corresponda plantearse. Como bien aclararon en más de una entrevista la realizadora Phyllida Lloyd (la misma de Mamma Mia!) y la guionista Abi Morgan (a quien la exitosa serie The Hour y la escandalosa película Shame dieron fama, de la noche a la mañana), La dama de hierro no es lo que se conoce como biopic o biografía fílmica. No sólo por desestimar la prolija narración de los hechos más salientes en la vida de la protagonista, sino por no atenerse siquiera a la progresión cronológica que ese formato reclama. La dama de hierro hace pie sobre una Thatcher para muchos desconocida: la octogenaria larga que hoy en día vive en estado de semiencierro vigilado, en su casa del centro de Londres. Elección que llevó a algún político tory a plantear alguna queja airada, por mostrar una dama de hierro inesperadamente soft. En la secuencia introductoria, una Maggie ajada, semiencorvada y empequeñecida visita un supermercadito londinense con una fragilidad que, tratándose de quien alguna vez dio la orden de hundir barcos enemigos, resulta impensada. La octogenaria Maggie vive aislada, bajo la custodia de un ama de llaves y con la única compañía de su fiel marido Denis (Jim Broadbent le presta su aspecto más bonachón y juguetón). Bromista como un niño con cuerpo de un grande, Denis ayuda a Maggie a sobrellevar la vejez, el encierro, los estados de confusión mental. Que, pronto se verá, son algo más que eso. Hasta el punto de que Denis tal vez no esté allí. En el rostro acongojado de su hija Carol, que ha venido a visitar a mamá en su bunker (la hasta aquí desconocida Olivia Colman está justísima), el espectador empieza a sospechar que la señora está algo más que simplemente viejita. Aunque de a ratos parece recuperar el hierro perdido. Como cuando trata desaprensivamente a la sacrificada Carol, o cuando en visita al médico se queja de que la política contemporánea preste más atención a los sentimientos que a las ideas. Salta a la vista que pocas veces como ésta una estructura de flashbacks halló mayor justificación dramática. Los recuerdos, las alucinaciones incluso, son el lugar al que la anciana fuga, arrastrando al espectador con ella. De allí la estructura rapsódica, como “ida”, que la película adquiere. Pero lo que hay que preguntarse es qué clase de Thatcher construye la tríada Lloyd-Morgan-Streep. ¿Una pobre ancianita, ninguneada por sus desagradecidos contemporáneos? ¿Una heroína romántica de la tercera edad, aferrada al recuerdo de los primeros bailes y salidas con el amado Denis? ¿Una protofeminista, arrollada por la marea machista de la Cámara de los Comunes pero haciendo el aguante, corajuda como ella sola? ¿La hija del almacenero, despreciada por los lores de nariz parada? ¿Una recién llegada, cuya chirriante desafinación da pie, durante las sesiones parlamentarias, a la burla de esos desalmados laboristas? ¿La que debe soportar la agresión y el patoteo de los manifestantes que reclaman por despidos laborales, movidos por vaya a saber qué oscuro interés sectario o partidista? ¿La que, llena de consideración por las vidas ajenas, lo piensa mil veces, antes de ordenar que hundan al Belgrano? ¿La mujer cuya falta de dobleces aprovechan los intrigantes de su partido, para sacársela de encima y condenarla a la soledad, el olvido y la demencia? Aquí y allá se muestra también algún que otro rasgo de soberbia, de maltrato o excesiva ambición. Pero lo hace con cuentagotas, como quien abre el paraguas ante el posible chaparrón crítico. Asistida por un equipo de vestuaristas y peinadores que aseguran la máxima mímesis (para no hablar del notable trabajo de maquillaje, que la libra de todo posible efecto J. Edgar), Meryl Streep compone, con la autoridad de rigor, una Thatcher que se parece asombrosamente a la real. Aunque tal vez sea bastante más enfática, más sanguínea y emocional, en línea con la Maggie que la película parece empeñada en construir o inventar.
Poder añejo y una dura vejez Lo que impresiona es la reflexión del poder. Cómo nada permanece. Cómo hasta el más déspota y fuerte está condenado a envejecer y convertir la soberbia de algunos momentos, en el desamparo y la soledad del final. Con el guión de la escritora Abi Morgan, "La dama de hierro" intenta adentrarse en la vida de Margaret Thatcher, Primera ministro del Reino Unido durante un período de once años (1979-1990). Su férrea política de privatizaciones, la intervención de los sindicatos, las críticas al presupuesto fiscal, una rígida política, desconfiando de una posible Unión Europea y la guerra de Malvinas, fueron acciones que hicieron surgir el nombre de "dama de hierro", por el que se la conoce. El filme de Phyllida Lloyd toma a la que fuera primera dama, retirada, ya aquejada por enfermedades de la vejez, que, a través de flashbacks, evoca momentos de su vida. EN EL PASADO Así se asiste a momentos de su pasado como hija de un negociante que aquí se lo convierte en un simple almacenero, cuando la realidad habla de sus tareas de concejal, párroco metodista y dueño de dos almacenes. Se alude a su orgullo de haber logrado el título universitario de abogada (tuvo también un bachelor en química), su incorporación a la política ayudada por su esposo, y posteriormente las acciones que la llevaron a convertirse en la primera mujer que ostentó el título de Primera ministro de Gran Bretaña. La película parece aprovechar el tono de la enfermedad mental de la protagonista para fragmentar información, no profundizar demasiado en los hechos de gobierno y subrayar, eso sí, ese pragmatismo y dogmatismo que llevaron a su gobierno de tintas gruesas, de diálogos casi imposibles y decisiones exasperadas (caso Malvinas al que ni las cuestión económica, ni cierta desmesura en las dimensiones de los contrincantes, algo así como David y Goliat, en terreno libre o los esfuerzos de Alexander Haig lograron torcer las pétreas decisiones de la Thatcher). GANADORA SEGURA Si la película no excede las líneas de una película tradicional, el brillo de una extraordinaria actriz puede hacer olvidar la trama y reservar la mirada para seguirla hipnóticamente en todos sus momentos. Porque eso pasa con Meryl Streep, segura ganadora del próximo Oscar. Su presencia opaca todo lo que se forma a su alrededor, hasta la notable labor de Jim Broadbent y las muy destacadas de Olivia Colman y Susan Brown. Su rostro, su posición corporal de joven y vieja, su insipidez, esa falta de simpatía natural que tuvo la imagen de Thatcher, todo convence en esta increíble actuación. Ver la mirada vieja de una señorona en tren de demencia y continuar observándola cuando la mirada se rejuvenece en un segundo y parece reflexionar en lo peligroso de ese viaje mental, es un experiencia para el espectador que ame el cine. Lo que impresiona es la reflexión del poder. Cómo nada permanece. Cómo hasta el más déspota y fuerte está condenado a envejecer y convertir la soberbia de algunos momentos, en el desamparo y la soledad del final. Si algo faltó en este filme, es quizás grandeza. Pero sin embargo Phyllida Lloyd, la directora, tuvo que ver en la elección de actores y se dedicó a lograr los nejores momentos al declive de una personalidad que se niega a ser vencida.
Ascenso y caída de uno de los personajes más polémicos de Inglaterra. Margaret Tatcher fue un ícono, eso es innegable. Fue la primera mujer que llegó al gobierno en Inglaterra y lo hizo sólo con su carisma y su fortaleza. También es cierto que su gobierno fue, objetivamente, uno de los más terribles que tuvo el país, dejando miles de desocupados, cerrando fábricas y, como si fuera poco, metiendose en una guerra con Argentina que, si bien ganó, le costó millones de libras y miles de vidas. Al ver la película, nos sentamos sabiendo el final, y es que si bien la ex primer ministro aún vive, está derrotada. La dama de hierro nos presenta a una anciana con serios problemas psíquicos. Aún piensa que está en el gobierno, olvida cosas y tiene permanentes visiones de su marido muerto, que aparece para provocarla durante toda la película. Allí, desde lo más bajo y lo más triste, comienza a recordar sus años jovenes, cuando era la ayudante de su padre en el almacen. Más tarde llegaría la política y un lento y marcado ascenso a lo largo de los años que la llevaría hasta el mayor cargo. Meryl Streep se pone al hombro prácticamente toda la película, dejando a los demás actores en un nivel secundario, o hasta terciario. Es verdad que Alexandra Roach, que interpreta a la Margaret joven, y Jim Broadbent, el marido-fantasma de la señora, tienen un importante destaque, pero desde el principio, el guión fue escrito solo para ella. La directora Phyllida Lloyd hizo una película sin muchas sorpresas en cuanto a la narrativa. La dirección está bien y las imágenes de archivo que utiliza son interesantes, pero a primera vista no es nada demasiado distinto a lo que hizo Tom Hooper en El discurso del rey. De hecho, hay una escena en donde Margaret realiza entrenamiento vocal que parece calcada. En definitiva, La dama de hierro es una muy buena película que no se casa con nadie. Porque los que algunos pueden ver como "la valentía de una mujer", otros lo verán como "la tozudez de una mujer". En donde algunos verán coraje, otros verán resentimiento; y así. Si les interesa la historia, y quieren dar un paseo en la trágica (porque, en el fondo, es trágica) vida de Tatcher, ésta es la mejor manera.
Una Thatcher que no conforma a nadie Solo el buen reparto encabezado por Meryl Streep salva de la mediocridad esta biografía trabajosamente hilvanada de Margaret Thatcher, a quien se exalta como firme conductora de su patria y modelo de mujer, que pasó de hija de tendero a baronesa del imperio, se impuso por sí misma en un mundo de hombres, y se volvió débil recién ante la muerte de su amado esposo y compañero. Cosa curiosa, pocos quedan conformes. Las feministas objetan que, para adjudicarle más méritos, el guión ignora la existencia de muchas otras mujeres que en esa época también incidieron en la política británica, y que, ya en el poder, muy poco hizo ella por su género. Los admiradores, el excesivo y para muchos desagradable espacio dedicado a mostrarla en su poco presentable vejez, víctima de demencia senil, todo para lucimiento de la estrella y del equipo de maquillaje. Los opositores, la capciosa información o directa omisión de famosas medidas socioeconómicas que dejaron el tendal de víctimas y un mal ejemplo que hoy los ingleses, europeos y estadounidenses todavía están pagando. A todo lo cual Argentina suma otro motivo de desagrado: la triunfalista versión «tory» de la Guerra de Malvinas, con un marco admirativo para su terrible orden «¡Hundan al Belgrano!», su mensaje imperial a las tropas, etcétera. Como es sabido, esta guerra dejó 649 argentinos, 255 británicos y nepaleses y 3 isleños muertos, y miles de tullidos físicos y morales de ambos lados, pero a ella le sirvió para una reelección. Un año antes, provocó la muerte de diez presos políticos en huelga de hambre y una larga y sangrienta represión en Irlanda del Norte. Un año después, ordenó la supresión de 20.000 puestos de trabajo en las minas de carbón de la isla, con las consecuencias imaginables. Nada de esto menciona la película, como tampoco su amistad con el ideólogo del apartheid Pieter Botha, Augusto Pinochet (lo llamó «arquitecto de la democracia chilena»), etcétera. En fin. ¿Por qué doña Streep, militante contra Ronald Reagan, encarna ahora esta propaganda de su socia transoceánica? Bueno, ¿por qué no lucir otra estatuilla en su living? Actúa muy bien, aunque, la verdad, quien mejor imita la cara de dolido asombro ante las críticas que ponía doña Thatcher, es Capusotto cuando hace de Micky Vainilla. A destacar, Jim Broadbent (el marido), Olivia Colman (la hija), Iain Glen (el padre), Alexandra Roach (Margaret cuando joven). Guión, Abi Corman, que también escribe libretos para laboristas. Realización, Phyllida Lloyd, directora de «Mamma mia!», también con Streep.
Anexo de crítica: -Si se deja de lado ex profeso la política en una mujer que dedicó su juventud y madurez a la actividad política, primero como referente del Partido Conservador y luego como Primer ministro por casi una década donde la crisis política y social de Gran Bretaña escribieron uno de los capítulos más crudos de su historia, entonces queda la cáscara vacía de un personaje poco interesante que solamente el talento de la interpretación de Meryl Streep sumándose la magia del maquillaje y composición salvaguarda, pero que la torpeza en términos generales tanto desde la dirección como del ropaje artificioso que la rodea superan sus buenas intenciones.-
Recuerdos de una anciana en su laberinto En su vejez y con los primeros síntomas del Alzheimer, esta biopic repasa la historia de la polémica ex primer ministro inglesa a través de flashbacks donde no falta un tramo dedicado a su decisión en la Guerra de Malvinas. A sólo una semana de J. Edgar, la biopic sobre el jefe máximo del FBI por casi medio siglo, llega el estreno de otra biografía, La dama de hierro, que aborda a un personaje igualmente inasible como la ex primer ministro de Gran Bretaña, Margaret Thatcher. Y si bien ambas películas trabajan sobre el género con dos personajes poderosos, de feroz extracción conservadora y con sendos intérpretes excepcionales como Leonardo DiCaprio y Meryl Streep, aunque las comparaciones sean inevitables, ahí se acaban las semejanzas. Donde el maestro Clint Eastwood se interna en la vida pública y privada a partir de un ambicioso retrato del misterioso Hoover sin juzgarlo pero señalando sus muchos claroscuros, la directora Phyllida Lloyd, que tiene como único antecedente la vergonzosa Mamma mia!, opta por una Margaret Thatcher de “interiores”, que en su vejez y con los primeros síntomas del Alzheimer, vaga por su casa, sostiene conversaciones con su difunto esposo (Jim Broadbent), maltrata a su hija Carol (Olivia Colman) y recuerda a través de varios, numerosos, muchos flashbacks, sus comienzos en la política como la hija de un almacenero que se abrió paso entre los machistas tories para hacer escuchar su voz –una épica contada de manera acuosa, sin fuerza–, y algunos hitos de su gestión: los interminables ajustes económicos en los que creyó ciegamente, las privatizaciones en el sector minero y el enfrentamiento con los sindicatos, la lucha contra el IRA, el rechazo al euro y, por supuesto, la Guerra de Malvinas, uno de los pocos tramos de la película contados con el timing justo, que incluso muestra una investigación documentada y seria sobre el tema. Es decir, La dama de hierro es en su mayor parte una construcción, cómoda si se quiere, sobre los meandros mentales de la ex mandataria inglesa, que no profundiza demasiado en su desempeño político durante los 12 años que estuvo en el poder –donde dicho sea de paso, no hay menciones al desastre social en el que sumió a Gran Bretaña y el protagonismo que tuvo junto a Ronald Reagan en reinstalar el orden conservador a nivel global–, miedosa de que se la acuse de alguna definición ideológica y lo que es peor, que en su impotencia, indecisión y falta de rumbo narrativo encuentra el recurso obvio de apoyarse casi exclusivamente en la brillante performance de Meryl Streep, en un papel donde puede desplegar todos sus recursos interpretativos y que probablemente le alcancen para alzarse con otro Oscar. Bien por ella. ¿Y?
LA VIEJA SANTA La única razón para ver este film reside en descifrar en qué pensaban (y pensaron luego) el guionista, la directora y los productores antes y después de rodar este film inconsistente; película absurda, carente de rigor formal e histórico, y supuestamente redimida por las bondades del make up y la mimesis de su actriz estelar El extraordinario Elvis Costello le dedicó un tema, y no fue precisamente “Ella”. En “Tramp The Dirt Down”, indignado por las políticas de Margaret Thatcher, Costello decía: “Bueno, espero que duerma bien de noche, y que no la persiga cada detalle”. Si hay algo que La dama de hierro deja en claro, en esta hagiografía light de quien fue tres veces consecutivas Primer Ministro de Inglaterra, es que por las noches “ella” duerme poco y la acechan sus recuerdos, incluso un fantasma. Vemos a quien todavía vive rodeada de guardias y prácticamente aislada del mundo yendo a comprar leche, ese alimento básico que alguna vez, como Secretaria de Educación, les quitó a las escuelas primarias de su país. Es una salida ocasional, porque la primera mujer Primer Ministro del mundo occidental está vieja y padece de demencia. Quienes la cuidan saben que habla con su marido, que murió hace años. Y en ese diálogo imaginario se precipitarán los recuerdos o cómo la hija de un tendero se transformó en un paladín del ultraconservadurismo mundial. Férrea creyente de la voluntad individual, Thatcher, desde muy joven, ya descreía de la caridad del estado. El esfuerzo lo es todo y el ahorro un método. Nada de limosnas solidarias, se trata de un saber de la experiencia, “una buena economía doméstica”, como discute de joven en una cena con políticos profesionales. No mucho después, Inglaterra conocería la traducción económica (e ideológica) de esa intuición: ajustes, debilitamiento de los sindicatos, privatizaciones desmedidas y una fe acrítica en la economía de mercado. La disciplina fiscal es un artículo de fe. Pero el punto de vista del filme es otro, y la política es una referencia ineludible pero secundaria, excepto si se lee en la consagración de la mandataria el triunfo del sexo débil en un territorio meado eternamente por machos. En ese sentido, uno de los pocos momentos interesantes de la película es el primer ingreso de Thatcher a la Cámara de los Comunes. Casi parece una película, casi se intenta pensar la puesta en escena. La interacción en el recinto, la contienda discursiva y la asimetría entre los hombres y las mujeres tienen una traducción en la puesta en escena. Será la única vez. De lo que se trata es de humanizar al monstruo. Detrás de aquella mujer implacable hay una viejita que ama a su hija, extraña a su hijo ausente y no puede terminar el duelo por su esposo. Thatcher, además, ama a Kipling y es fanática del musical El rey y yo, de Walter Lang, y en su fuero interno siente la espiritualidad franciscana. Una operación narrativa supuestamente apolítica pero esencialmente ideológica. Si bien en el abordaje cinematográfico lo político y lo histórico fluctúan entre el videoclip y una nota ilustrada inspirada en Billiken, la Guerra de Malvinas tiene un peso simbólico distinto. Aquí, Thatcher, que compara a las Malvinas con Hawaii, desconoce la piedad. Califica a la Junta Militar como una banda de fascistas, una aseveración políticamente exacta pero extraña, pues su admiración por Pinochet fue siempre de público conocimiento: en El caso Pinochet de Patricio Guzmán se puede constatar el amor y el respeto entre la mandataria y el dictador, en un pasaje que incluye un diálogo sobre las islas. ¡Qué encanto verlos juntos! La dama de hierro sugiere que la guerra con Argentina, un golpe azaroso de nacionalismo espurio que atenuó el descontento social, unificó los antagonismos sociales que vivía entonces Inglaterra. En ese sentido, los dos gobiernos apostaron, en tiempos distintos, por una misma táctica: la reconstitución de un (viejo) enemigo externo como método de solventar y diluir las contradicciones y enfrentamientos en el seno de una sociedad dividida. El patriotismo, extraña pasión y en ocasiones sustancia volátil de una experiencia colectiva y extasiada de pertenencia, funciona a menudo como una distracción eficaz para validar prácticas injustas y dislocar el núcleo esencial de una discusión que determina un proyecto político. Se dirá que Meryl Streep está fantástica. Su mímesis oral es evidente, sus gestos y movimientos corporales casi parecen una clonación simbólica. Pero ¿desde cuándo copiar se ha convertido en un mérito dramático? Como el sujeto en cuestión es inglés, la tendencia de Streep a la exageración interpretativa pasa por las inflexiones de la voz, lo que no llega a ser inadecuado debido a que las modulaciones propias del inglés británico tienden al estereotipo. Pero no hay mucho más que maquillaje y ademanes. En ese sentido, a pesar de que las pelucas y el make-up son mejores en La dama de hierro que en J. Edgar, la interpretación de Di Caprio de Hoover no pasa por la imitación sino por la encarnación de una experiencia subjetiva en un contexto sociopolítico específico. Y si puede establecerse un orden comparativo entre Di Caprio y Streep, tal procedimiento, odioso pero útil, resulta inválido entre los respectivos directores, Phyllida Lloyd y Clint Eastwood. La dama de hierro no está lejos de un telefilm de medio pelo. Su montaje mecánico y perezoso y su abordaje liviano y poco riguroso resultan ideales para ver el film en un tiempo en el que el vocablo ajuste suena como un mantra en el continente europeo, incluso en la isla de los corsarios.
VideoComentario (ver link).
Los biopic encierran una sucia jugarreta que, empero, no debe sorprendernos dado el origen de la película. Por lo general, estos films toman la vida de una personalidad realmente influyente en determinadas sociedades y lo hacen con la modalidad del retrato o, mejor dicho, del autoretrato. Todd Haynes ha sabido demostrar que las vidas, así como la historia, no se calcan, sino que, más bien, se inventan, y brindó grandiosas descripciones de Bowie (Velvet Goldmine) y Bob Dylan (I'm not there). Ha evitado, de esta manera, el pecado de Dorian Gray, el de crear un cuadro viviente cuyos vicios sólo en él se percibirían, mientras la carne permanecería intangible, protegida por la duplicidad avalada por el arte. Pero los argentinos, en particular, parecemos no estar dispuestos a "perdonar" a Margaret Thatcher, por vieja y senil, o por poderosa y despóticamente patriótica. Aun más, se esperaría sólo una dura crítica, un artístico linchamiento en La dama de hierro o en cualquier lugar donde se hable de su férreo gobierno. Porque, como miembro del Partido Conservador, no fue la decisión de encarar la defensa de la posesión británica en las Malvinas lo que la hizo dura: sus políticas en Gran Bretaña ya lo eran, y su popularidad no creció sino hasta poder revitalizar el nacionalismo que fertiliza administraciones en decadencias -algo que intenta hacer David Cameron hoy en día. Por eso, la directora Phyllida Lloyd debe ser consciente de que efectuó una empatía "de género" con la ex-Primer Ministro y, bajo este disfraz, realizó un film que justifica todo el accionar gubernamental de Thatcher en la historia de su imposibilidad de ser mujer. Tener que, finalmente, aceptar serlo es la lección de vida que en su ancianidad aprende. ¿Por qué, entonces, habríamos de dejar de llorar por una viejecilla? La valiente Margaret Thatcher joven (Alexandra Roach) y la madura y autoritaria estadista (Meryl Streep) son analizadas desde la perspectiva de las alucinaciones de la anciana Thatcher (de vuelta, Streep, transformada por el excelente team de maquillaje FX). Entre esos recuerdos, bien expresados con el empleo del flashback, aparecerá la Guerra de Malvinas, como un punto central en el interés del público, aunque no en relación con un posible e inimaginable consuelo. Por el contrario, las escenas que muestran a Thatcher escribiendo cartas a cada una de las familias con caídos en las islas y emitiendo personalmente órdenes a la armada británica en contra de los militares argentinos. Además, es menester mencionar que la labor de montaje y la musicalización de la película evidencian la ardua dedicación de todo el equipo de producción en este film. Una reflexión final. ¿Deberíamos contribuir a la difusión de una obra que apunta en contra de los intereses de nuestra nación? Aquí yace el perverso deseo del espectador y la inteligencia de la publicidad y del cine como industria. Grande será el interés y de nada servirán los comentarios nefastos a la salida de la sala. Pero, ¿no se espera acaso que la crítica estimule la atracción del público hacia el séptimo arte? En efecto, esto no se negará. Muchos puestos callejeros de "manteros" pueden confirmarlo. La nocividad del aval capitalista es aun peor que un mensaje despreciable.
Vi los dos estrenos “importantes” y “con nominaciones y premios” de esta semana. La dama de hierro; sí, sobre Thatcher, con Meryl Streep. Y Los descendientes; sí, la que protagoniza George Clooney y dirige Alexander Payne. Pero ayer, 2 de febrero, fue el Día de la marmota. 1. La dama de hierro es un desperdicio histórico, en un doble sentido. Porque es un desperdicio de grandes proporciones y porque desperdicia gran parte de la atractiva historia política de Margaret Thatcher. La directora es Phyllida Lloyd, la de Mamma mia! (ay). Y hace una película que podría haber sido apasionante y es en su mayor parte apenas una película sobre Thatcher vieja, reiterativa, hecha para el lucimiento de Meryl Streep y las diecinueve personas que formaron parte del equipo de maquillaje. Sí, diecinueve. Una se encargó de “efectos especiales de dientes”. Bueno, eso, la película tiene dos nominaciones al Oscar: una para Streep, otra para el maquillaje. Más allá de esos logros ostentosos es una película muy frustrante, porque cada tanto se nos brinda un poco de la historia política de Thatcher, y en esos momentos está la película que podría haber sido. No estoy diciendo que la directora de Mamma mia! (mamma mia) podría haber logrado una gran película, pero si se hubiera mantenido en la política podría haber hecho una biografía convencional y no una historia plañidera de una señora vieja no plañidera que alucina con su marido muerto. Con algo convencional y narración para adelante estábamos hechos, Phyllida. Pero la señora quiso hacer una “película de gran actuación”. Y la mayoría de las veces, cuando vemos demasiado al actor o a la actriz es porque la película es escasa. 2. Los descendientes. Es buena. Y es de un muy buen director. Alexander Payne hizo Election, About Schmidt, Entre copas. Todas grandes películas. En Los descendientes está George Clooney. Nominado, elogiado, etc. Sí, Clooney está muy bien, y actúa con todo el cuerpo. Sí, Clooney es versátil. A veces, demasiado versátil, parece diluirse, evaporarse; en los mejores casos se ensambla sin ruidos con la película, como en la mayor parte de Los descendientes. Pero por momentos se evapora sin más, y parece chupar energía de la narración. En Los descendientes hay algo de languidez excesiva, de buen manejo narrativo sin ajustar del todo. Como si Payne confiara demasiado en sus personajes y en sus dramas y dejara a su película menos apuntalada de lo necesario. Así, tal vez por demasiada blandura, hay algunos flancos débiles: uno es la trama inmobiliaria, arbitraria y abrupta como para hacer descansar sobre ella un montón de riesgos interpretativos. Y otro es que los engañados se enojan más con el tercero en discordia que con su propia pareja, como en una telecomedia argentina (¿por qué no le hacen reclamos al que les prometió algo?). Hay algunos buenos personajes en la película además del de Clooney, como su hija adolescente y su novio. Ese triángulo de relaciones es lo mejor del relato, el menos rígido, el que se siente más vivo: hay más tensión y más furia, nada de languidez. Tal vez este tono más amable de Payne que había comenzado en Entre copas (Election y About Schmidt eran películas casi malvadas de tan corrosivas) funcione mejor con historias más soleadas, menos sombrías que la de Los descendientes. 3. Día de la marmota. Groundhog Day. Es un día que se conmemora en un pueblito de Estados Unidos, una festiva superstición climática. Y además, ya saben, es una película acá estrenada en cines como Hechizo del tiempo y emitida por cable como Día de la marmota. Sí, esa dirigida por Harold Ramis con guión de Danny Rubin y tiene la mejor actuación de Bill Murray. Una de las grandes películas de la historia. ¿No la vieron? No sé que están haciendo perdiendo el tiempo leyendo esto. Véanla ya. Es de esas que seguramente van a querer volver a ver.
Sin la rigurosidad de una elaborada biopic y con el foco puesto en las dificultades que implica ser mujer en un ambiente históricamente dominado por los hombres, la cinta dirigida por Phyllida Lloyd muestra a Margaret Thatcher tratando de abrirse paso en el mundo de la política para convertirse en Primer Ministro de su país. Desde un presente marcado por los delirios, las remembranzas de un pasado poderoso y la inestabilidad emocional a flor de piel, el guión de Abi Morgan nos lleva a conocer a la joven dama, hija de un comerciante, que decide formarse para defender sus creencias y regir la vida social de sus conciudadanos. La gran Meryl Streep, quien interpreta a Thatcher a lo largo de casi treinta años, es el gran bastión que salva a la película del desastre total. Es sabido que Lloyd no es una virtuosa directora (su debut con “Mamma Mia!” fue respaldado gracias a la alegría que la música de ABBA desparramaba por toda la pantalla) y aquí, sin todo el artificio de su filme anterior, este hecho queda en evidencia. Sumado a ello, una edición poco lograda que tiene sus peores momentos cuando trata de amalgamar imágenes de archivo con escenas rodadas especialmente para la película, terminan por restar calidad a la propuesta. Sólo Streep y su oscarizable tour de force merece la visión de la cinta y justifica esta calificación.
Esquirlas de la historia “La dama de hierro” resume en casi tres horas la vida privada y la intensa vida pública de una mujer polémica como la ex primera ministra británica Margaret Thatcher. La directora Phyllida Lloyd encontró el pilar sobre el cual construir un relato que abarca 40 años de su historia, incluídos los once de gobierno. La dificultad radica en el recorte de esa vorágine que incluye además el desempeño de Thatcher en la Guerra de Malvinas. Exceptuando ese aspecto biográfico, la película y el personaje ofrecen otras lecturas como las consecuencias de la influencia de una moral austera y de la guerra, pero sobre todo de la fragilidad del poder ante todo aquello que escapa al control de la voluntad o la obstinación, en este caso, de “la hija del almacenero” que, para bien o para mal, se transformó en una de las personas más influyentes del mundo.
Dama de hierro, película de trapo Dos películas que no vi (entre tantas) son Mamma mia! (anterior trabajo de Phyllida Lloyd) y J. Edgar del gran Clint Eastwood. Estas dos omisiones configuraron mi acercamiento a La dama de hierro, primero por no tener la suficiente información acerca del estilo de Lloyd (a pesar de haber leído algunas pésimas críticas a Mamma mia!) y segundo, porque, circunstancialmente, de los dos biopics importantes de las últimas semanas vengo a dar con el menos interesante a priori, y a posteriori también. Phyllida Lloyd tenía en sus manos un personaje fuerte y complejo como Margaret Thatcher, de gran influencia en la política mundial durante 11 años de gobierno en Inglaterra en una década convulsionada en su país y en el exterior. Ante sus ojos de primer ministro desfilaron, entre otras cosas: la recesión y caída estrepitosa de la economía inglesa, la guerra de Malvinas, el alzamiento de una salvaje era neoliberal y hasta la caída del muro de Berlín. Con todo esto por contar, Lloyd se limita a mostrarnos a una viejecita con demencia senil, que recuerda en forma de flashbacks sus años políticos con admirable linealidad y que no puede olvidar a su esposo muerto con el cual alucina. Entonces en vez de una gran película sobre un gran personaje (detestable sí, pero relevante) tenemos un film más bien pequeño que poca justicia le hace a la historia de Thatcher. Merodea por allí esa idea anglosajona de las “grandes democracias” del norte, que sería algo así como: todo dictador es un hijo de puta, y todo gobernante elegido en democracia es justificable. Idea falaz sobre todo si pensamos que, elegido por el voto o no, cualquier gobernante llega al poder con cierto aval de un gran sector del pueblo. Ni Alemania fue víctima de Hitler, ni la Argentina de la Junta Militar, estaba dentro de los ciudadanos el deseo y el aval para que estos seres consiguieran gobernar. La dama de hierro no festeja el gobierno de Thatcher, pero si la justifica, y casi siempre interponiendo la frase, “el pueblo la votó”. Por otro lado, el gobierno de la dura Margaret con sus medidas económicas, la opresión a las clases trabajadoras y la utilización del conflicto de Malvinas para darle vida a una gestión desastrosa tiene mucho que ver por ejemplo, salvando las distancias, con el de las Junta Militar aquí en la Argentina. La dama de hierro no profundiza sobre estos temas ni ningún otro. No vamos a ver en ella ningún dato o mirada profunda sobre la influencia de Thatcher en la política de fines de siglo, al contrario se nos contará lo mismo que alguna vez escuchamos o imaginamos de cómo este personaje actuó en Inglaterra ,y lo que hizo durante la guerra que es lo que más nos concierne como país contendiente. En otro orden de cosas, decir que claramente este film es una excusa para darle el Oscar a Meryl Streep. Su actuación es contundente y por momentos brillante. Y además el trabajo de los maquilladores es de una calidad impresionante a tal punto que Lloyd no se cansa de filmar a Streep de todos los ángulos y la muestra en pantalla lo máximo posible. Por detrás de ese unipersonal de Streep, intenta aparecer una película que a fin de cuentas se queda ahogada en lugares comunes e ideas agotadas.
Ojalá a la inverosímil Phillydia Law se le hubiera ocurrido filmar el panegírico de Margaret Thatcher. Por lo menos desde el elogio desmesurado habríamos tenido una idea del personaje y habríamos comprendido algo respecto de esa persona contradictoria y fascinante (o sea, lo que hace Clint Eastwood con Hoover en “J. Edgar”). Pero no: “La dama…” es la historia de una vieja senil que a) se casó con un tipo molesto, b) ganó una elección, c) cerró las minas (cero explicación), d) ganó sola una guerra (doble cero explicación), e) derrotó al comunismo (?), f) fue traicionada y expulsada. Nada de la complejidad humana de “La Reina”, apenas una Meryl Streep haciendo de taquito una imitación de esas que tanto aplaude el ala zonza de Hollywood, y un recorrido audiovisual. Un personaje tan complejo y único merecía un film a favor o en contra. Nunca uno anodino como este.
Como si sólo fuera una dama antigua La excepcional interpretación de Meryl Streep, acompañada por Jim Broadbent en el rol del esposo de la ex primer ministra, no redime a un film cuya realizadora definió como "no político" pero no problematiza ningún aspecto del neoliberalismo. Tanto la directora como la guionista del muy, pero muy polémico film La dama de hierro, que esperamos permita abrir numerosos debates, han afirmado que en ningún momento se plantearon hacer, en esta producción, una obra de corte político. Cabría preguntarles a ambas, tanto a Phyllida Lloyd y a quien tuvo a su cargo la escritura del libro cinematográfico, Abi Morgan, si lo político, en principio, puede separarse de cualquier acto, decisión, que compete al orden de lo humano, del hombre que vive en sociedad; y mucho más aún, si al referirse a una figura como a la que han retratado, desde su ancianidad, puede quedar libre de dicha caracterización. Sumada a estas declaraciones, la voz de Meryl Streep, admirable actriz, reafirma a través de tantas otras palabras su admiración por la primera ministra ultraconservadora Margaret Thatcher, que comandó el sitial de una Nación desde 1979 hasta 1990. En estos días, en los que Meryl Streep va camino al Oscar, ahora en su decimo séptima nominación, la actriz no termina de sorprenderse no ya por los horrores que llevaron a que los sectores más empobrecidos se postraran ante las medidas de ajustes de políticas privatizadoras; sino por su manera de enfrentarse, desde su condición de mujer, a un mundo de hombres; por su frontalidad, por decir, lo que ella entendía, sus verdades, de frente; por lo que ella entendía, según la Streep, como ausencia de prejuicios. De lo que la actriz lamentablente no habla, pese a que se compadece de su demencia senil, es de la situación de los inmigrantes, de la eliminación de subsidios, de los siniestros ajustes fiscales, de los pactos y las alianzas con la feroz y sangrienta dictadura de Pinochet, de los pactos con la administración Reagan. Y si bien podemos se puede acordar en que la guerra de Malvinas, en aquel siniestro 2 de abril de 1982, estuvo en manos de una junta militar de delincuentes y corruptos, de un gobierno fascista, lo que no se puede aceptar es que su directora, impunemente, no permita incluir otra voz. Y que, en tal caso, todos sus opositores queden igualados: obreros hambreados, desocupados, excluidos, irlandeses, laboristas; todos... Todos aquellos que no comparten su forma de pensar, de sentir. Son barridos, como una ráfaga de imágenes de un zig?zag de un noticiero televisivo. Desde el primer momento, el film tiende una imagen trampa, una anciana, un espacio cotidiano, la cajita de ese alimento básico, primario, maternal, que remite al orden nutricio familiar, la leche. Movimientos temblorosos, vacilantes de una mujer que vive custodiada por un ama de llaves. Y esa imagen es la que tratan de recuperar sobre el final, guionista y directora, la de esa mujer que, ahora, con la espalda encorvada, nos es mostrada como una noble anciana. Si en algún momento, a lo largo del film, el personaje es planteado desde un ángulo medianamente ambiguo y con cierta rispidez, el mismo alcanza al orden familiar, a su mundo matrimonial; al olvido de sus hijos. La extenuante focalización subjetiva de La dama de hierro, nombre dado por los soviéticos a esta mujer que se fue abriendo paso desde sus orígenes humildes hasta alcanzar títulos y honores, y encabezar cruzadas en contra de toda ideología foránea, negándose por igual a la formación de la Unión Europea, no permite que el espectador pueda hacer circular su propia voz; ya que la monolítica visión que ofrece Meryl Streep, subrayada con fanfarrias y altisonantes encuadres, le reserva por igual, tanto al gobierno de Cameron como, tal vez a la entrega de los Oscars, alfombra roja y un sendero de "red roses for a sad lady". Ciertamente, y esto es más que indiscutible, la actuación de la Streep es excepcional. ¿Pero se puede sostener un film sólo por la actuación? Phyllida Lloyd, realizadora elogiada por Mamma Mia!, presenta a su heroína como si fuese una nueva Elizabeth; desde una composición que le otorga majestuosidad y realeza, destacando ese porte de soberbia y fiereza temperamental. Si el film abre con una caja de leche en sus temblorosas manos cabría preguntarse: ¿dónde ubican, su guionista y directora, esa copa de leche que ella eliminó de la mano de los niños en las escuelas públicas, en este film que ellas pretenden que no sea político?. Y por igual, frente a una obra como esta, traigo a la memoria los nombres de realizadores que se movieron de manera crítica en los años de la Dama de Hierro, tales como Stephen Frears y Ken Loach. Ya en los 90, como lamentable herencia de su política devastadora, films como Tocando el viento o la amarga comedia Full Monty, Todo o Nada. Tal vez, pueda señalar como un logro a la composición actoral de Meryl Streep, al rol en contrapunto de su marido en la ficción, Jim Broadbent, actor de Vera Drake y Un Año Más, ambas de Mike Leigh, quien orquesta un sinnúmero de risueñas apreciaciones y contundentes reflexiones íntimas, privadas. En otros órdenes, edulcorada y naif versión que pretende echar un manto de piedad sobre un violento y perverso proyecto socio económico.
GRANDIOSA ACTUACIÓN DE MERYL STREEP, EN UN TORPE BIOPIC Basada en la historia de la política británica Margaret Thatcher, la película de Phyllida Lloyd nos muestra a una veterana mujer que padece demencia senil en un presente que la encuentra ya viuda. Con rasgos paranoides y esquizofrénicos, podemos ver a Thatcher negándose a reconocer la ausencia de su marido Denis (Jim Broadbent), que la “visita” a diario, todo el tiempo, interactuando con ella en su cotidianeidad. Junto a él, en su imaginación, recuerda los más importantes hechos de su vida como Primera Ministra, desde su juventud hasta su caída en 1991, cuando le es arrebatado el poder dentro del Partido Conservador al que siempre perteneció. La puesta en escena de su directora tiene enormes vicios teatrales, muy especialmente por la forma en que el fantasma del marido aparece constantemente en la habitación de su esposa, en la que comparten el visionado de videos y grabaciones de los hechos más significativos de la mujer, como excusa para que el espectador conozca así los rasgos más salientes de la vida política de la protagonista. Este recurso, tan presente y continuo, actúa como “palo en la rueda” de una narración frecuentemente frenada por estas apariciones. Los capítulos del presente están prácticamente en igualdad de tiempo en pantalla que los del pasado, más ricos e interesantes, entre ellos, su actuación contra el terrorismo del IRA, contra los sindicatos para implementar un despiadado plan de privatizaciones y, por supuesto, contra la junta militar argentina en la guerra de Malvinas, que aporta uno de los momentos de mayor dramatismo (Thatcher diciendo enérgicamente “Húndanlo!”, decidiendo el destino atroz del buque argentino General Belgrano, hiela la sangre). Meryl Streep ES Thatcher. Compone con alma y vida este personaje que indudablemente quedará en la memoria de su filmografía, no tanto por el filme en sí, que termina siendo algo mediocre (por lo apuntado sobre la dirección) sino por la excelencia de su trabajo. Los movimientos tardos y lo encorvado de su cuerpo al momento de componer a una mujer de 80 y tantos años, o la vital energía, la tozudez y el ímpetu como mujer política en un mundo dominado por hombres, se hacen cuerpo y voz en la figura dominante de Streep. Aplausos de pie para ella y un leve abucheo a Phyllida Lloyd, que le fue mejor con Mamma Mia!...
Golpes bajos y revoque fino a Dama de Hierro cuenta la historia de un personaje importantísimo del siglo XX, de la mismísima Margaret Thatcher, una mujer bastante respetada por la sociedad conservadora inglesa, a su vez, representa una figura repudiada por muchos y con bastante razón. El problema de este tipo de film es que es muy difícil retratar de manera objetiva y cruda la verdadera esencia del personaje histórico, cuestión que sí logra el viejo Clint Eastwood en su biopic sobre la figura de J. Edgar Hoover (muy recomendable), donde no se lo intenta mostrar como un santo o un pobre viejito tierno, sino como un ser humano, con toda su maldad, sus aciertos y sus errores, su HUMANIDAD que puede servir para entender su comportamiento y sus decisiones, pero no nos engañemos gente... ni Edgar Hoover, ni Margaret Thatcher, ni la reina de Inglaterra fueron o son personas queribles, tiernas y mucho menos santos. Es como si en 40 años hacemos un biopic sobre la figura de George W. Bush y nos enternecemos todos con los problemas familiares, su adicción a los drogas y la manera en que debió luchar contra el terrorismo... ¡no seamos ingenuos! Más allá del resentimiento histórico que tienen muchos argentinos por la guerra de Malvinas, la Thatcher no debería ser recordada como prócer de nada. A Meryl Streep deberían darle el Oscar por cargarse la película al hombro, que en algunos pocos momentos resulta interesante, mostrando los rasgos de carácter verdaderos de una mujer ambiciosa y con una personalidad de hierro como bien dice su título. Lo demás es un intento poco profesional para "enternecer" al público que espero, no deje insultar su inteligencia. Retratar a Thatcher como una viejita senil no va con lo que supuestamente vende la cinta, de hecho arroja por la borda lo más interesante de este trabajo biográfico que en términos técnicos no estaba tan mal. Repito, Meryl Streep demuestra una vez más porque es una de las mejores actrices de todos los tiempos, sin duda, pero la trama y la forma de exponer a la figura en cuestión dejó mucho que desear, incluyendo algunos golpes bajísimos para atontar al espectador, sobre todo hacia el final de la película. No la recomiendo salvo por Meryl.
Entre los estrenos más importantes del 2012 se encuentra “The Iron Lady” (“La dama de Hierro”) con dirección de Phyllida Lloyd (“Mama Mía!”), cuya trama trata sobre los últimos años de la existencia de Margaret Thatcher. Meryl Streep como Thatcher es candidata al Oscar® como mejor actriz y compite, entre otras figuras, contra Glenn Glose en “Albert Nobbs”, realizada por Rodrigo García (hijo de Gabriel García Márquez). Margaret Hilda Roberts Thatcher, Baronesa Thatcher, conocida por el apodo dado por los rusos de Dama de Hierro, ha realizado una de las más destacables carreras políticas de las últimas décadas del siglo XX. Nacida en 13 de octubre de 1925 en Grantham, una pequeña ciudad comercial en el este de Inglaterra, se convirtió en la primera mujer que dirigió una democracia en un país tan complejo como Inglaterra (en la actualidad ese liderazgo se lo disputa Angela Dorothea Merkel, a la que llaman la Dama de Hierro Alemana, y como la Tharcher forma parte un partido de derecha y es de formación científica). M. Thatcher ganó tres elecciones generales consecutivas y sirvió como Primera Ministra británica durante más de once años (1979-90), un record inigualado por una mujer durante el siglo veinte. Proveniente de una familia liberal, M. Thatcher durante su mandato remodeló cada aspecto de la política británica: revitalizó la economía, reformó las instituciones y dio un nuevo vigor a la política exterior de la nación. Ella desafió e hizo mucho para cambiar la psicología del declive que había echado raíces en el Reino Unido desde la Segunda Guerra Mundial, persiguiendo la recuperación nacional con sorprendente determinación y energía. Su poderosa carrera política se inicia gracias al apoyo de Denis Thatcher (rico empresario y exitoso divorciado), al que conoció en una cena luego de su aprobación oficial como candidata conservadora para Dartford en enero de 1951, con el que se casó tiempo después. Entre los logros políticos de su mandato se encuentran el soporte a varias propuestas en la educación local, incluso cuando esto era visto como una política de izquierdas. Thatcher salvó de su abolición a la Universidad Abierta y gratuita. Creía que era una forma barata de extender la educación superior e insistía que la Universidad debería experimentar admitiendo estudiantes que salían de las escuelas para adultos. M. Thatcher fue uno de los pocos miembros del parlamento en apoyar la proposición de Ley de Leo Abse para despenalizar la homosexualidad. Al final de los años 1960 dos parlamentarios, Leo Abse y Arthur Gore (Lord Arran) propusieron por medio de un proyecto reformar las leyes de delitos sexuales, humanizar las formas penales que trataban sobre los homosexuales. Las secciones 61 y 62 de la Offences Against The Person Act 1861 calificaba como delito cualquier práctica homosexual, condenándolas a penas que iban desde las multas a penas de prisión que podían llegar a la cadena perpetua. Por lo que los hombres homosexuales eran perseguidos y condenados por actos sin perjuicio a terceros, es decir, entre adultos que consentían, lo que era fuertemente criticado, llegando al extremo en 1895 de condenar a Oscar Wilde a trabajos forzados, tras haber perdido el juicio contra John Sholto Douglas, padre de su joven amante. También votó a favor de la proposición de Ley de David Stell para legalizar el aborto en caso de deficiencias psíquicas o físicas de feto, o incapacidad de la madre para hacerse cargo del niño. Según explicaría más adelante su postura en estos asuntos estaba basada por experiencias propias y sufrimiento ajeno. Se mostró a favor del mantenimiento de la pena capital (1965) y votó en contra de facilitar los divorcios. Los británicos y su historia en el cine El cine británico es muy afecto a rescatar las figuras de personajes de su historia que han influenciado en la política internacional desde las primeras propuestas en los primeros años del cine mudo con “Richard III” de Max Reinhardt (1919), luego vendrían: “La vida privada de Enrique VIII” de Alexandrer Korda, con Charles Laughton (1933), “María Estuardo” de Jhon Ford, con Katharine Hepburn (1936), “The Private Lives of Elizabeth and Essex” de Michael Curtiz, con Bette Davis (1939), “Richard III” de Laurence Olivier (1956), “Un hombre para la eternidad” de Fred Zinnemann, con Robert Shaw (1966), “Ana de los mil días” de Charles Jarrot, con Richard Burton (1969), “Las seis esposas de Enrique VIII” de Warris Hussein, con Keith Michell (1972), ”El príncipe y El mendigo” de Richard Fleischer, con Charlton Heston (1977), “Richard III, de Richard Loncraine, con Sir Ian McKellen (1995), “En busca de Ricardo III” (“Looking for Richard”) de Al Pacino (1996), “King Rikki. The Street King” de James Gavin Bedford (2002), “Las hermanas Bolena” de Justin Chadwick, con Eric Bana (2008), y un extenso etcétera. Entre las reinas Isabel I es la que tuvo el mayor número de representaciones en la pantalla, y el último Oscar® se lo llevó Hellen Mirren en la interpretación de Isabel II en la producción “La reina” de Stephen Frears (2006). Una mirada a Margaret Thatcher: La soledad del poder “La dama de Hierro” (“The Iron Lady”) rescata la una figura de una mujer en el ocaso de su vida, quien al conversar con su marido muerto (Jim Broadbent) recuerda fragmentos de su historia. Es un filme convencional con el guión irregular de Abi Morgan, por momentos fallido y sin emoción, se desentiende de todo tipo compromiso y es sumamente condescendiente con un personaje tan conflictivo como Margaret Thatcher. Sólo el maravilloso trabajo interpretativo de Meryl Streep salva a la producción. Si bien la realizadora pasea al personaje entre pasado y presente, en una combinación de escenas superpuestas, poco puede descubrir el espectador de quien fue en realidad Margaret Thatcher. Toda su actividad política, su vida parlamentaria, los problemas sociopolíticos de su gobierno –terrorismo, huelgas y guerras- y once años de Primera Ministra, se muestran a vuelo de pájaro, sin profundizar en ningún aspecto en particular. El espectador tendrá la sensación estar mirando una colección superficial de fotos que poco tienen que ver entre si. En especial a la cuestión de la Guerra en las Malvinas se le dedicó unos cuantos cuadros más que a otras guerras, pero sin mayor aporte, fue sólo una mención a que la guerra se precipitó por culpa del dictador de turno en la Argentina. El tema central es la demencia senil que se ha apoderado de la Sra. Thatcher. Ésta obliga a reflexionar sobre el fin de las personas que llegan a esa edad o más. A la soledad y el aislamiento a que están expuestas y la no comprensión por parte de los familiares. A esa edad se maneja otra realidad, que se relaciona con fantasmas y recuerdos lejanos y no con hechos cotidianos. Además se debe tener que aceptar las limitaciones de los años y el no poder valerse por sí misma como en la juventud, depender de los otros, ya sea familiares o su dama de compañía. La rabia frente a esta nueva situación de vida es la respuesta de esta anciana, otrora poderosa mujer. “La Dama de Hierro” es un filme sin vehemencia, frío y distante, más bien pensado para conseguir la preciada estatuilla dorada, con buena fotografía, montaje y banda de sonora, pero que por momentos aburre. Phyllida Lloyd no logró descontracturar un guión que desde el comienzo está encorsetado en la visión de una mujer con demencia senil que no puede deslindar pasado y presente, que lo único cierto es que la soledad la acompaña desde sus tiempos de transitar el poder. La única escena que refleja muy bien esta situación es cuando Thatcher se queda sola en medio de un gran salón y todos los hombres que la rodeaban se van. No obstante hay que hacer hincapié en trabajo de Meryl Streep, quien desaparece no sólo bajo el maquillaje sino en su actitud corporal, gestos, voz y acciones para dar paso a Margaret Thatcher y a su obsesión por el poder.
La dama oxidada La señora Thatcher que parece tan naba y deshabrida de joven, llega con sus ambiciones a ser sobresaliente y única mujer en la bancada del parlamento británico con los años. Su fuerte conservadurismo, tan recalcitrante como discutido en su país traerá conflictos notorios como huelgas (se enfrenta a los sindicatos, provoca el cierre de minas, etc) y entra tantas malas hierbas el detallecito de la guerra de las Islas Malvinas con nuestro país, a propósito en un momento sostiene "Quienes se creen esa banda de asesinos y fascistas que gobierna Argentina..???" en opinión de la Junta miliatr que nos gobernara. Pero el hilo del argumento en el filme de Phyllida Law -que quizás sea error de haber ubicado a esta directora (la misma del musical "Mamma Mía!")- va por el lado de la Mrs. Thatcher posterior, la de los últimos años, que ya es presa de su desvaríos, sus enfermedades y una decrepitud galopante, que entre otras cosas la hace creer en su locura que aún es la Primer Ministra o mantener continuas charlas con su marido muerto hace años. Acotemos que como una jugada de burlón humor el fantasma del esposo es mucho más vital que ella con vida. La actuación de Meryl Streep es de la calidad interpretativa más alta, más calificada, ya no reviste sorpresa. Todo lo hace bien. No existen palabras para marcar su talento y capacidad a la hora de meterse en la piel de cualquier personaje por más difícil que sea. Ella es el filme, si hay que verla es para aplaudirla a ella, pero el guión deja gusto a poco, faltó algo más, quizás como dijimos una dirección más polenta.
La Dama de Hierro sigue el ascenso y caída de Margaret Thatcher, la única mujer Primer Ministro del Reino Unido, quien atravesó todas las barreras de género y clase para ser escuchada en un mundo dominado por hombres. Las biografìas siempre son un tema candente en el cine. Películas que están especialmente orquestadas para que el espectador se adentre en la sufrida vida del personaje histórico de turno siempre generan controversia al intentar humanizar los íconos más de lo debido, yendo hacia el lado de la edulcoración excesiva. Tal es el caso de The Iron Lady, una película con más de un desliz narrativo pero con la fuerza imponente del personaje creado por una galardonada Meryl Streep, quien acá es más que nunca sinónimo de calidad. Contada a travès de flashbacks hilados por una ancianísima Thatcher al borde de la demencia (en todo momento la figura de su marido, quien murió hace años, se le aparece a su lado) es que el espectador ve el ascenso y caída de esta mujer, quien no se detuvo ante nada para cumplir el sueño de su vida: cambiar la tierra en la que vivió siempre, a costa de dejar de lado a su familia por el poder. Más allá de la osadía de mostrar a una otrora líder mundial caída en desgracia (todo el mundo está perplejo de su senilidad), la historia de vida de Margaret es por momentos fascinante por todo lo que logró como mujer en un lugar en donde era inimaginable que llegara, pero por otro lado puede resultar un poco densa y tensa por la pegatina inmensa que resulta ver una escena tras otra de la vida de la dignataria. A pesar de estar más que bien dirigida por Phyllida Lloyd (Mamma Mia!), la estrella es, por supuesto, la impresionante Meryl Streep dando una vez más uno de los papeles de su vida: más allá de la crediblísima prostética utilizada para recrear diversas etapas de la Thatcher, Meryl canaliza casi escalofriantemente los tics y modismos de la dignataria de una manera tan natural que asusta. Es la verdadera columna vertebral de The Iron Lady y el principal aliciente a la hora de elegir la película para verla. El resto del elenco hace un más que eximio trabajo, acentuando la labor de Streep, con el siempre agradable de ver Jim Broadbent como el esposo de Margaret, y Alexandra Roach y Harry Lloyd como las versiones jóvenes de ambas también resultan un gran estímulo. Por más férrea y descomunal que este Meryl Streep, The Iron Lady sufre de un guión al que se le pasó de raya lo edulcorado del personaje histórico y una mezcolanza de escenas que pueden llegar a pesar en el espectador medio; el enfoque absoluto hacia el personaje de Margaret Thatcher afectó un poco al producto final, que se hubiera beneficiado de explorar los personajes cercanos a la Dama de Hierro. Aún así, es para lanzar laureles ante una portentosa y explosiva Streep: es su show absoluto.
El film sobre la vida de Lady T, tiene una enorme Meryl Streep como siempre y una debilidad de guión y montaje que la vuelve mediocre. Confieso que no me interesaba en días en los que Malvinas ha vuelto a ser un tema de debate, ver un film que, sabía justificaba la guerra y la recuperación de Nuestras Islas de modo políticamente correcto (¿?). Pero de carne somos y ver una representación de Margaret Thatcher me llevó al cine tarde, cuando la mayoría ha dado su opinión y seguramente despojada de preconceptos. Bien, La dama de hierro es una película mediocre. Como biopic, encadena sucesos en flash back en los que una vetusta Maggie recuerda y alucina en soledad, acompañada de un ama de llaves en una suerte de bunker. Pero como reconoce su directora Phyllida Lloyd y Abi Morgan, su guionista, la cuestión política trató de dejarse de lado. Esto me recuerda a una puesta de teatro insufrible que sobre La Mueca, de Tato Pavlovsky, se hizo hace unos años y cuyo director esgrimió, para justificar el desastre escénico, que dejó lo ideológico de lado para montarla… O sea, le sacó la esencia y con eso el interés. A ver: si intento contar la vida de una mujer con un poder más duro que el hierro, que tomó decisiones que dejaron a Inglaterra en la lona económica (recuerden el contexto de Tocando el viento, film de la situación postacheriana, Mark Herman 1997) y quiero mostrar la vida de una política inglesa que se abrió paso entre los Tories para llegar hasta donde llegó, que impidió el ingreso del Imperio Colonialista a la Unión Europea (acá no se equivocó tanto viendo la que se les viene en el continente) y usó una causa como Malvinas en beneficio propio y le quito la sustancia ideológica, es una peli de cable. Propios y ajenos han expresado que la tibieza y ausencia de toma de posición colocan a la película en un borde al menos resbaladizo, no sea cosa que Maggie sea vista como post marxista (es un chascarrillo). Lo que salva los papeles es la actuación de Meryl Streep, laureada por su actuación y candidateada por vez número mil a la estatuilla máxima de Hollywood, el resto, es un aburimiento y una abulia y si usted no es cholulo y quiere saber sobre la vida de algún poderoso inglés, le aconsejo leer a Eric Hobsbawn, ya que tout le reste est littérature, como expresaba el bueno de Paul Verlaine. Si como decía Oscar Wilde, la vida copia al arte, Streep es mejor que Tatcher, es más bella, su acento es impecable, su make up también y creo que con los años los bustos y fotos deberían tener a Meryl en vez de a Maggie, la horrible malvada. Por cierto, como yo no me despojo de ideología digo a viva voz: que las Malvinas son Argentinas, que las bravatas inglesas con sus destructores y submarinos son a 30 años de ese luto nuestro junto a este film, casi una burla de la industria cinematográfica del Reino Unido que coproduce.
Fragmentos desde mi Alzheimer Phyllida Lloyd y Meryl Streep ya habían trabajado juntas en el boom musical recreando los grandes éxitos de Abba "Mamma Mia!". Para Lloyd ése era su debut cinematográfico y aún sin tener una gran trayectoria cinematográfica se animó a encarar a una de las figuras más importantes y controvertidas de la historia reciente: Margaret Thatcher, ex primera ministra británica, ícono en los '80 e inolvidable en nuestro país por su participación dentro de la Guerra de las Malvinas. Con un retrato similar al que habia planteado en su momento Stephen Frears con "La reina", el film de Lloyd, al igual que el de Frears, tienen como eje central la fuerte figura de sus protagonistas. Básicamente son retratos de personalidades importantísimas encuadrados dentro de un par de hechos políticos relevantes. Pero también, y aún superando a la figura que representan, son filmes que se han apoyado en el enorme trabajo de sus actrices. Asi como en su momento, la impecable Helen Mirren se alzó con el Oscar y el gran reconocimiento de cuanto premio se haya dado durante ese año, es ahora Meryl Streep la que parece que este año arrasará con cuanta estatuilla y premio le pongan en su camino. Y obviamente que es otro reconocimiento más que merecido ya que ha probado más que fehacientemente que es una actriz absolutamente capaz de abordar cualquier tipo de trabajo, desde sus momentos más dramáticos como en "La decisión de Sophie" "La duda" "Los puentes de Madison" o "Las Horas" hasta sus momentos de comedia en "Enamorándome de mi ex", la reciente "El diablo viste a la moda", la muy recordada "La muerte le sienta bien" o malvadamente genial en "La Diabla". Se divierte prestando su voz en "El fantástico Mr. Fox" y juega a la comedia musical, cantando y bailando en la ya nombrada "Mamma Mia!" demostrando que no hay género que se le resista (y si no lo creen, con sólo mirar el trailer quedarán cautivados por su gigante actuación). La narración de este biopic arranca retratando a Mrs. Thatcher en sus 80 años, devariando, hablando con su esposo ya fallecido (otra gran actuación de Jim Broadbent, ganador del Oscar por "Iris" y a quien vimos recientemente en el ultimo trabajo de Mike Leigh "Un año mas") y recordando fragmentos de su historia personal. De esta manera, cuando su hija la convence de deshacerse de las pertenencias de Dennis, su marido, comenzarán a dispararse vivencias y recuerdos que la directora alterna con algunas mínimas imágenes de archivo, que básicamente utiliza para contar en forma resumida, los momentos más relevantes del paso de Thatcher por el poder, las diferencias existentes dentro de su ministerio y fundamentalmente la manera en que una mujer logró abrirse un lugar tan importante dentro del Parlamento británico. Confundida entre las esquirlas de su pasado que aparecen demasiado vívidas y una figura omnipresente de su marido al cual no puede hacer desaparecer de su cabeza por más que lo intenta profundamente, la figura de Thatcher pivota entre una pintura de mujer fuerte e intempestiva y la fragilidad con la que la encontramos en el presente de la narración. Básicamente lo que cuenta en un puñado de anécdotas "La dama de hierro" es una historia bastante conocida y no tiene demasiado artificio en su manera de contarla. Lloyd se afinca en una forma sencilla y directa, mientras que el gran peso y desafio, recae en la actuación de Streep para sacar adelante un papel complejo y que representa todo un desafío, del que por supuesto, sale airosa y con todos los honores. Meryl Streep es creible en un 100%, tanto en las escenas donde se la ve como la mujer luchadora que no dudará en su empuje y sus convicciones para llegar al poder, como en la anciana senil invadida por sus memorias y confundiendo permanentemente presente y pasado, atrapada por sus recuerdos. Es otro gran trabajo para una gran actriz, lleno de matices, miradas, inflexiones en la voz (es asombrosa en sus parlamentos como primer ministro y lo diferente de su voz como una anciana desolada ante la presencía de su difunto esposo como visita fantasmática) y sus posturas y señales corporales. Lloyd elige también hacer pie y relatar desde la ancianidad de Margaret, lo que hace a Thatcher una figura mucho más querible y vulnerable, por más que siga presente en nuestro imaginario colectivo la época fulgurante de la Dama de Hierro durante la guerra de Malvinas. Cinematográficamente, la película no tiene demasiados méritos ni tampoco la directora se esfuerza por plantear un retrato más allá de las convenciones y los lugares por los cuales no debía dejar de pasar. Por el contrario, toma una postura muy determinada desde el inicio del film y peca justamente por no aprovechar todos los elementos para construir un retrato más sinuoso y menos lineal, para una figura tan controvertida como la de Margaret Thatcher. Asi todo, el filme muestra un fragmento de la historia reciente muy interesante y por sobre todas las cosas es un absoluto festival Meryl Streep que se disfruta de principio a fin.
Una caracterización memorable Resulta curioso advertir que el principal mérito de esta película es su problema más serio: en efecto, la espectacular caracterización que logra Meryl Streep en la piel de Margaret Thatcher se convierte en el poderosísimo centro gravitatorio alrededor del que gira el resto de la producción, que resulta irremediablemente opacada. Streep aparece como Thatcher (parece Thatcher) en la actualidad, afectada por demencia senil y recluida en las habitaciones de su casa londinense; sus días transcurren entre los recuerdos de su infancia en plena guerra, de su juventud (y el descubrimiento de la actividad política) y su madurez, sumergida en el mundo de las luchas por el poder y convertida en la primera mujer en el cargo de Primer Ministro de Gran Bretaña. La confusión de su mente la hace dialogar permanentemente con su esposo muerto años atrás, y la lleva a revivir momentos especiales dentro de su historia personal. El problema es que la directora Phyllida Lloyd y el guionista Abi Morgan parecen contagiarse de esa confusión y no definen claramente los episodios que revive la anciana. La película, entonces, cae en profundos baches narrativos (en muchos pasajes bordea el aburrimiento) y no logra un crecimiento dramático sólido, a pesar de que constantemente narra hechos tremendos (las protestas de los mineros en crisis, los atentados del IRA en Irlanda, la guerra por las Islas Malvinas). Sólo la impresionante personificación que logra Streep le confiere un valor agregado a esta producción, que sin este aporte no hubiera descollado entre las biografías históricas que pueden verse por la televisión. Hay en el trabajo de la actriz una construcción minuciosa y un cuidado extremo para acusar el paso del tiempo entre las distintas etapas de su vida que apuntalan el trabajo sin fisuras de los maquilladores. El aporte de Jim Broadbent es otro punto alto, pero el problema fundamental es que una superproducción no puede depender exclusivamente del trabajo de los actores.
Una película más liviana que el aire Recientemente estrenada en nuestro país, La Dama de Hierro (The Iron Lady, 2011), de la directora Phyllida Lloyd y la guionista Abi Morgan, es, desde su estreno, una obra controvertida, que ha suscitado una gran cantidad de debates, dentro de Gran Bretaña y en el resto de los países en los que se ha ido exhibiendo. Y esto es así porque, si bien no se le puede exigir a una biopic –como al arte en general– que haga, como condición sine qua non, un pormenorizado retrato histórico y político de su protagonista y época; en el caso de una película que tiene como personaje principal a –nadie menos que– Margaret Thatcher, esto entonces es, por lo menos, una superficialidad de muy malos resultados. E incluso, si se hiciera simplemente el ejercicio de tomar al pie de la letra las intenciones declaradas de la directora del film, de hacer algo “apolítico”, el resultado también es malo: para ver la decadencia de una vida en la llamada “tercera edad”, tenemos obras excelentes, como Fresas salvajes (1957), de Ingmar Bergman, o Las invasiones bárbaras (2003), del canadiense Denys Arcand, por mencionar sólo dos. La Thatcher que hoy padece demencia senil (en la realidad), y que trata de recrear Lloyd, es de una superficialidad y convencionalismo totales. No hay claroscuros, desgarros, contradicciones, luchas, anhelos ni resignaciones en el personaje. Apenas una suerte de pobre anciana, “víctima de las circunstancias”. Y si pasamos a asociar al (malogrado) arte de dirección y guión –solamente rescatado por una firme y versátil (y maquillada para cada momento de la vida de Thatcher por un equipo de 19 personas) Meryl Streep [1]– al tema de la propia vida del personaje, tenemos más de lo mismo: convencionalismo y superficialidades. Porque, además del amague de una joven Thatcher que comienza su carrera política luchando contra el machismo del Partido Conservador –en una suerte de guiño al feminismo–, todo su accionar de gobierno es apenas trabajado. Apoyándose en imágenes de archivo, quien vea La Dama de Hierro sabrá (si es muy joven; o muy probablemente recordará) los enfrentamientos, desde fines de la década de 1970, contra los sindicatos, el IRA, la Guerra de Malvinas y el rechazo al proyecto del Euro y la Unión Europea. Pero todas las vicisitudes, contradicciones, presiones y alternativas ante cada momento histórico es despachado sin más, brindándonos entonces una Margaret Thatcher descafeinada, light, donde una “hija de almacenero”, con “ideales firmes” (¿cuáles?) y “convicciones” (de nuevo: ¿cuáles?) llega a la cima del poder... para luego ir descendiendo. Lamentablemente o se idealiza-empobrece al personaje humano, o se lo disfraza ideológicamente: como una anciana que sufre, no es creíble; como dirigente de la ofensiva de la restauración neoliberal (en un puesto dirigente de vanguardia, que compartió con el presidente norteamericano Ronald Reagan –quien aparece sólo una vez–), tampoco. (Incluso se obvia que el marido de Thatcher, ya fallecido, fue un millonario derechoso, un rabioso anticomunista; en el film aparece como el fantasma de un viejito divertido que hace chanzas.) Así y todo, esta película no ha dejado a nadie conforme. El experimento “centrista” de Lloyd y Morgan (que además, escribe libretos para los laboristas) provocó el rechazo de los thatcheristas (la llamaron “fantasía izquierdosa”), y de los dos hijos de la ex primer ministra, que rechazaron la invitación al estreno. Y el Primer Ministro inglés, Cameron, dijo: “Es más una película sobre el envejecimiento y los elementos de demencia que sobre una Primera Ministra estupenda”. Tanto la actriz como la directora le respondieron, en un extraño debate, donde nuevamente el arte se hace a un lado, para pasar a discutir las ideologías e intenciones políticas. “El retrato que hacemos de ella no es irrespetuoso. Es doloroso, pero es verdadero. Es la vida. Queríamos mostrarla en el final, ver la totalidad de una vida intensa y turbulenta”, dijo Streep –quien además fue opositora en su país al presidente Reagan–. Y la directora dijo: “En Gran Bretaña, Thatcher es considerada como una santa, un ícono o un monstruo, y creemos que ese debate está atrofiado. Queríamos contar otra historia, la de su ascensión al poder en un mundo de hombres, sus recuerdos, su soledad”. Como ya se dijo aquí, ni “historia de vida” ni “biografía política”. Lloyd y Morgan disfrazan a Thatcher de humanista (por ello escribe cartas de puño y letra a las madres de los soldados ingleses muertos en Malvinas) e incluso se les desliza algún perfil político (equivocado), como cuando decide enviar tropas a las islas, indignada por el atrevimiento de “un grupo de fascistas” (la Junta militar argentina). Pero nada dice de su alianza en esa guerra con Pinochet, a quien llamó “arquitecto de la democracia chilena”, ni de las brutales consecuencias del cierre de las minas, que acabaron con 20.000 puestos de trabajo. Si bien aparece alguna “denuncia” –como cuando un personaje de la oposición le endilga la responsabilidad por los muertos del IRA en una huelga de hambre–, globalmente, esta Thatcher está planteada (presentada) como una “mujer luchadora”... pero ocultando para quién (y cómo) luchó. [1] Streep por este papel ya ganó un Globo de Oro, una nominación a los Screen Actors Guild Awards (el premio que los actores se entregan a ellos mismos) y otra para el Oscar. Jim Broadbent (quien hace de marido), Olivia Colman (la hija) y Alexandra Roach (Margaret cuando joven) hacen también buenas interpretaciones de sus papeles.
La hija del almacenero Al igual que en “La caída” de Oliver Hirschbiegel, con la magistral interpretación de Hitler a cargo de Bruno Ganz (y salvando las distancias entre el Fürer y la Dama de Hierro), el filme de Phyllida Lloyd bajo guión de Abi Morgan logra darle carnadura humana a un controvertido personaje histórico sin ser concesivo, lo que genera una rara sensación. Ni el monstruo que muchos esperan ver ni una idolatría por el personaje: el filme muestra el devenir de Margaret Thatcher (de soltera Roberts) desde que era una adolescente en el almacén de su padre (y de ahí a Oxford), sus primeras campañas políticas y su doble lucha por imponerse en un mundo de hombres y a la vez dejar de ser “la hija del almacenero”. Y cómo esas luchas la fueron cambiando: desde la asunción de posiciones duras (ser implacable con los sindicatos, hundir el crucero General Belgrano fuera de la zona de exclusión de Malvinas) hasta el agravamiento de su voz en su campaña como primera ministra (un proceso de masculinización, como han dicho algunos). De todos modos, lo inalterable fue la convicción de aquella muchachita, inspirada por su padre, en las ideas conservadoras, del orgullo de ser “una nación de comerciantes” (como dijo Napoleón), del esfuerzo personal de los que menos tienen como motor del ascenso social (viéndose a sí misma como ejemplo). La guerra de Malvinas muestra en pleno a esta mujer, capaz de mandar un ejército a la guerra en plena crisis y luego escribir personalmente a las madres de los soldados muertos; tampoco oculta el relato cómo esa aventura salvó su gestión (junto con algún repunte económico de la era de las reaganomics). Porque los 11 años y medio que duró su mandato estuvieron signados por huelgas, luchas por salarios y batallas contra impuestos que ella consideraba el precio del “privilegio” de vivir en Gran Bretaña. Pureza visual Desde el punto de vista de la narración, el filme es muy lucido: la historia está contada desde un presente de ancianidad; Denis Thatcher (su marido y sostén) ha muerto hace años, pero ella comienza a verlo y escucharlo. En medio de esa lucha contra la locura, una frase, una foto, disparan escenas que paulatinamente van armando el rompecabezas de su vida: su ascenso y caída (basados ambos en sus mismas características), la relación con su marido e hijos, con el subsecuente sacrificio personal. Se destaca también una gran belleza visual, a través de una luminosa fotografía que enfatiza los desplazamientos temporales (la luz amarilla en los salones de los ‘50, por ejemplo) y una particular puesta de cámaras (el reflejo del Parlamento en el auto de la joven Margaret; las tomas de sus zapatos en su ingreso al mismo, y el mismo encuadre a su despedida de Downing Street). Interpretaciones Como las otras películas “británicas” oscarizadas (“La reina” y “El discurso del rey”) es antes que nada una película de actores. Con la estatuilla en la mano, parecería que no hay que explayarse en las virtudes de Meryl Streep, pero hay que destacar su descomunal trabajo, componiendo tanto a la viejecita en decadencia, con su andar pausado y su presencia algo ida (ayudada por un gran trabajo de caracterización de los también ganadores del Oscar Mark Coulier y J. Roy Helland) como a la temible y obstinada mandataria en la cumbre del poder. Hay gran lucimiento de Jim Broadbent como el esposo divertido, algo alocado, casi siempre comprensivo y acompañante, que logró enamorar al corazón de hierro, a sabiendas de que no se casaba con una chica fácil de manejar (“no quiero morir lavando una taza de té”, será la respuesta de la chica a la propuesta matrimonial). Por supuesto, esas escenas de juventud no podrían haberse realizado sin la gran labor de Alexandra Roach (más parecida a Margaret que la propia Streep) y Harry Lloyd, quienes se hicieron cargo de los primeros años de la pareja. Entre los secundarios, se destacan Olivia Colman como Carol, la hija que debe lidiar con una madre anciana con alucinaciones; Iain Glen como Alfred Roberts, el padre que inspiró el ideario conservador de Thatcher; Nicholas Farrell como Airey Neave, el político que impulsó su carrera a la jefatura de Gobierno, asesinado por una facción del terrorismo irlandés; y Anthony Head (aquel Rupert Giles de “Buffy la Cazavampiros”) como Geoffrey Howe, uno de los principales laderos de la primera ministra. Carne de historia Un párrafo de la Thatcher anciana la pinta de cuerpo entero: “Cuida tus pensamientos porque se convierten en palabras. Cuida tus palabras porque se convierten en acciones. Cuida tus acciones porque se convierten en... hábitos. Cuida tus hábitos, porque se convierten en tu carácter. ¡Y cuidado con tu carácter, porque se convierte en tu destino! Aquello que pensamos es en lo que nos convertimos”. Y de eso trata esta película: de una muchachita de Grantham llena de convicciones sobre qué había que hacer con su país, dispuesta a imponerlas sin importar el coste; de una mujer dispuesta a ocupar un lugar que se le venía negando a su género, también sin medir consecuencias. Así son, con sus luces y sus sombras, las personalidades que hacen marchar el rumbo de la historia.
Un film que resulta atractivo por muchos motivos. El trabajo minucioso de composición de Meryl Steep, que tiene esa cualidad poco frecuente de licuarse dentro de sus personajes, para sorprendernos con su talento. Aquí se trata del retrato de una mujer ya senil, que dialoga con su marido muerto, que cree, en su delirio, que sigue siendo primera dama y que recuerda su ascenso al poder y en especial esa tozudez, que le valió apodos y que también le marcó su declinación. Pero también resulta el vivo retrato de alguien que defiende hasta sus últimas consecuencias su ideología conservadora, mostrada en toda su dimensión. Y ni hablar de los 17 minutos que le dedica a la guerra de las Malvinas, que nos toca tan de cerca.
FALLIDA BIOGRAFIA Es un retrato muy liviano, superficial, condescendiente, sin garra. Claro, esta Meryl Streep que, con o sin maquillaje, le da atractivo a su personaje. Todo suena poco creíble: los debates en el Parlamento, las rencillas internas, su ascenso personal, sus alucinaciones de vieja, cuando se topa a cada rato con sus recuerdos y con el fantasma de su esposo. El libro es muy flojo y la dirección muy endeble. La directora es Phyllida Lloyd, que antes había hecho "Mamma mia!". Y eso explica todo. La película de cualquier manera concita el interés. Tiene dos anzuelos: Meryl Streep y Las Malvinas. La triunfalista evocación de esa Guerra es la más extensa. La imagen del General Belgrano en el Atlántico y el grito de la Thatcher "¡húndanlo!", sigue doliendo. (** 1/2)
Publicada en la edición digital #1 de la revista.
Si hay algo fascinante en cine es estudiar y ver la vida de un personaje fuerte y emblemático para el mundo, que cruzó barreras y alcanzó un lugar inimaginable hasta para si mismo. Este es el caso de “La dama de hierro” (The iron lady) no por lo que haya hecho o dejado de hacer, sino por ser protagonista de una película que recorre desde su juventud hasta su senilidad más dramática, como contradicción de aquella lucidez y determinación de Margaret Roberts (una Margaret Thatcher de 24 años todavía soltera). La directora Phyllida Lloyd supo cómo contar la vida y obra de esta mujer temida, no sólo en Inglaterra sino también en el mundo. Para eso, volvió a recurrir a la valiosa y virtuosa Meryl Streep (también contó con ella para hacer “Mamma Mía”), nominada a mejor actriz por esta cinta, para encarnar un personaje que le queda pintado. La postura, el cabello, la idéntica voz, la mirada fría, el acento inglés, todo para resaltar y nada para criticarle a esta mujer que supo adaptarse perfectamente a este papel, que me imagino, le habrá llevado su tiempo practicar y acentuar. El único detalle a tener en cuenta es que Meryl Streep es un poco más baja de estatura que Thatcher, pero eso no constituye un aspecto fílmico a analizar. Impactan y sobresalen varias escenas. La secuencia referida a las Islas Malvinas con imágenes de archivo y ella proclamando la guerra y escribiéndole luego a las familias que perdieron a sus seres queridos (no hay duda de que aquí el espectador argentino se sentirá profundamente tocado). Las imágenes que nos muestran que ella no se deja caer en ningún momento, no puede derramar una lágrima ni compadecerse por nadie. Ella tiene que conservar su postura y estar a la altura de todas las circunstancias. Es por esto que no se podría haber elegido mejor el nombre de esta cinta. Describe a la perfección a una mujer que no se deja emocionar ni pisotear por nadie, y menos por un hombre. Esto se describe muy bien con planos detalle sobre sus ojos llorosos y sus manos temblando, luego de discutir fuertemente con los integrantes de su partido político. Aquí toma conciencia de que hay que “disfrazar” la bronca y la tristeza en algunos momentos y mantener firmes los pensamientos y las acciones. Esta película es un testimonio real no sólo de su vida, sino también de su visión arrasadora para la época: la mujer no debe funcionar más como una ama de casa, sino que tiene que sacar a flote sus ideales y sus objetivos que van mas allá de los platos, el detergente y la limpieza. Hay que reconocer que la directora da una visión muy interesante de esta primera mujer en lograr llegar a la política y en convertirse en Primer Ministro. La película es un gigante demoledor que se animó a encarar un tema espinoso y a la que, se nota, le importó muy poco lo que pensaría el público, tanto los amantes de Margaret Thatcher como los que la aborrecen. Porque este personaje es así: fascina o fastidia. No hay término medio. “La dama de hierro”, que se estrena mañana en los cines argentinos, se destaca y asombra por ser una cinta neutral y contar con una directora inglesa. Es justamente lo que se busca en una biografía como esta. Si la visión hubiera sido otra, muy posiblemente tendría en este momento muchas cosas que reprocharle. Porque no toda película biográfica cuenta con hechos reales. El director puede dejarlos de lado y construir su propia visión. Increíble la similitud física de Meryl Streep en esta cinta, que es un retrato sorprendente de una mujer extraordinaria y poderosa, pero con muchas grietas, y para mostrarlas qué mejor que recurrir a lo psicológico o mental con claras alucinaciones, entre otras tantas cosas. Atención al personaje del marido a cargo del actor Jim Broadbent. Aporta una dosis de humor y al principio confunde, pero ayuda a la construcción de la historia y es vital en los flashbacks. Digna de verse en cine, con la clásica banda sonora de las marchas británicas, excelente maquillaje y vestuario y mucho efecto visual a través del juego de luces. Uno de los mejores papeles de Meryl Streep. 5/5 SI Ficha técnica: Título: La Dama de Hierro. Título original: The Iron Lady. Dirección: Phyllida Lloyd. País: Reino Unido. Año: 2011 Duración: 105 min. Género: Biografía, drama. Interpretación: Meryl Streep (Margaret Thatcher), Jim Broadbent (Denis Thatcher), Richard E. Grant (Michael Heseltine), Iain Glen (Alfred Roberts), Anthony Head (Geoffrey Howe), Roger Allam (Gordon Reece), Alexandra Roach (Margaret Thatcher joven), Harry Lloyd (Denis Thatcher joven). Guión: Abi Morgan. Producción: Damian Jones. Música: Thomas Newman. Fotografía: Elliot Davis. Vestuario: Consolata Boyle. Estreno en Reino Unido: 6 Enero 2012. Estreno en España: 5 Enero 2012. Calificación por edades: Apta para todo público.