La isla del Dr. Scorsese Perturbadora, ominosa, pesadillesca y surreal son los adjetivos que mejor definen a esta transposición de la novela del cotizado Dennis Lehane (autor también de los relatos que inspiraron Río Místico, de Clint Eastwood, y Desapareció una noche, de Ben Affleck) sobre dos agentes del FBI (Leonardo DiCaprio y Mark Ruffalo) que en 1954 viajan a la isla siniestra del título para investigar un caso y, tras quedar varados allí a causa de un huracán, descubrirán (y nosotros con ellos) que nada es lo que parece. Con una estética propia del cine-noir y elementos que remiten al terror clase B (como una escena con miles de ratas), al género fantástico, al melodrama romantico y al thriller psicológico, la película propone una compleja y cambiante trama en la que se cuelan desde una sangrienta tragedia familiar hasta experimentos con pacientes esquizofrénicos, pasando por los efectos de una tormenta "bíblica" que azota el lugar y hasta vestigios del nazismo y del exterminio en los campos de concentración. Con un amplio despliegue de efectos visuales, una banda sonora ampulosa y un relato recargado con largos flashbacks, alucinaciones, apariciones y un tono fantasmagórico, Martin Scorsese entrega un film tan atrapante como desconcertante y polémico. ¿Por qué polémico? Porque el film (y la novela, claro) propone en su segunda mitad una brusca mutación en su tono, una vuelta de tuerca con cambio de punto de vista incluido que resignifica todo el relato. Así, quedan justificadas (o injustificadas, depende cómo se mire) todas las experiencias límite por las que ha atravesado el personaje de DiCaprio hasta entonces. No voy a adelantar nada de la trama, pero se trata de un giro tan profundo que seguramente fascinará a algunos e indignará a otros. Más allá de semejante tour-de-force narrativo (a mí por momentos me costó "engancharme" e identificarme con la suerte de su protagonista en un relato donde el artificio le gana a la emoción), son indiscutibles la potencia, el talento y la maestría formal del cine del director de Taxi Driver, Toro salvaje, Después de hora, Buenos muchachos, Casino y Los infiltrados. Tampoco faltan, como en toda película de este paradigma de la cinefilia, múltiples referencias y homenajes -desde los films de la dupla Jacques Tourneur-Val Lewton hasta Delirio de pasiones (Shock Corridor), de Sam Fuller, por nombrar sólo algunos- pero yo sigo extrañando al Scorsese de los años '70 (y de los '80, y de los '90), un cineasta más visceral y menos pomposo que el actual. La pompa de este director ahora sí ya multipremiado y convertido en leyenda viviente se nota también en la elección y el uso (experimental, vanguardista) de gran cantidad de sonidos tomados, mezclados (y superpuestos via sampler) de diversas composiciones sinfónicas (desfilan por el soundtrack György Ligeti, Krzysztof Penderecki, John Cage, Max Richter, Giacinto Scelsi, Brian Eno, John Adams y Gustav Mahler). En definitiva, La isla siniestra no deja de ser una pelicula interesante, desafiante, provocadora. Quizás no sea demasiado para un director con los pergaminos de Scorsese, pero es mucho más de lo que se puede decir de la inmensa mayoría de los productos del cine contemporáneo. Vayan, véanla y la seguimos discutiendo.
Semidios. Leyenda viviente. Iluminado del séptimo arte. Un director que ya no padece el mal de “tengo que ganar un Oscar”. Todo eso y más le corresponde a Martin Scorsese. Aunque, primero que todo, es un cinéfilo furioso. Conociendo su filmografía, se nota el amor por el cine de género, como las películas de gansters. Pero nunca filmó una de terror. Estuvo por hacer algo de ese estilo para la fenecida pero hoy legendaria American International Pictures, allá por los ’70, pero nunca se materializó. Coqueteó con el fantásticos y el horror en La Última Tentación de Cristo —la niña que representa al Diablo fue tomada de Mata, Bebé, Mata, del italiano Mario Bava—, en el capítulo “Mirror mirror”, de la serie Cuentos Asombrosos y en la excelente remake de Cabo de Miedo. La Isla Siniestra no es exactamente un film de terror, pero sí terrorífico. Una clase magistral de cómo provocar en el espectador angustia, nerviosismo, incertidumbre, desasosiego. ¿Lo que está en la pantalla es la más impredecible de las pesadillas o sólo una nueva obra maestra del director de Taxi Driver? La historia esté contada desde el punto de vista de Teddy Daniels. Junto con él vamos descubriendo que los directivos, pacientes y cuidadores de Ashcliffe ocultan algo, un secreto que pude ser en extremo horrible, perverso, inhumano. De a poco vamos descubriendo, también, los traumas que atormentan a Teddy, un veterano de la Segunda Guerra mundial que presenció los horrores en los campos de concentración de Dachau y que, a su regreso, perdió a su esposa a manos de un psicópata... que podría estar internado en Ashcliffe. El terrible pasado del protagonista es mostrado a través de sueños y visiones, en las que se cuelan Rachel Solando y sus tres hijos, a los que ahogó en un lago. Estos escalofriantes momentos oníricos acentúan el estado emocional de Teddy; un estado emocional que va cayendo como por uno de los acantilados de la isla. Dato curioso: uno de las terribles evocaciones incluye el asesinato de un militar nazi de alto rango. DiCaprio estuvo por interpretar al Coronel Hans Landa en Bastardos sin Gloria, pero al final lo hizo el austríaco Christophe Waltz, que ya tiene el Oscar ganado. Volviendo a La Isla Siniestra, Scorsese da clases de cómo generar clima. Los nada lindos internos (muchos de ellos no eran actores sino pacientes en la vida real), los pasillos, el derruido cementerio, los guardias de seguridad, la tormenta, los gritos, contribuyen a que ni Teddy ni el espectador jamás puedan sentirse cómodos. Se nota la influencia de las películas de Val Lewton. Durante los años 40, este prolífico productor supo darnos obras como La Marca de la Pantera —a la que Scorsese pone a la altura de El Ciudadano, de Orson Welles— y Yo Dormí con un Zombie, ambas dirigidas por Jacques Tourner, donde se provocaba terror mediante ambientaciones calculadas y sombras misteriosas. Otras viejas joyas que de una u otra manera dicen presente: Delirio de Pasiones, de Sam Fuller; El Embajador del Miedo, de John Frankenheimer; El Huevo de la Serpiente, de Ingmar Bergman, y policiales de los ’40 y ’50. Es más: a M. S. sólo le faltó filmar en blanco y negro. Otras citas remiten a un film más cercano en el tiempo: El Silencio de los Inocentes, sobre todo cuando Teddy se interna en el laberíntico pabellón de los pacientes más peligrosos, similar al que albergaba a Hannibal Lecter. Y no sólo eso: Ted Levine, el asesino serial Búfalo Bill en la película de Jonathan Demme, aquí encarna a uno de los guardias. Hay otro chiste parecido: el actor John Carroll Lynch (otro de los guardias) formó parte de Zodíaco. ¿Su rol? Adivinen. La Isla Siniestra remite también a otras películas, pero nombrarlas sería arruinarles muchas vueltas de tuerca. Espero que el siguiente dato no dé ninguna pista: el tándem director-actor que casi lleva adelante el proyecto antes que Scorsese-DiCaprio iba a ser... David Fincher-Brad Pitt. Listo, ni una pista más. M. S. no está solo, sus colaboradores fetiche siguen a su lado, dispuestos a darle forma a la locura. La tenebrosa Ashcliffe representa otro soberbio trabajo del diseñador de producción Dante Ferreti, convirtiéndola en un personaje más. El director de fotografía Robert Richardson se encarga de la pensadísima iluminación, por momentos sombría, por momentos no tanto, pero nunca tranquilizadora. El público podrá notar problemas de raccord en la edición, llamativas en el sentido equivocado; pero si tenemos en cuenta que la montajista es Thelma Schoonmaker podemos suponer que es todo parte de un plan maestro para plasmar el anormal estado anímico de Teddy. Unas suaves pero poderosas pinceladas nos pintan un marco histórico —la década del 50— en el que surgieron la televisión, la Guerra Fría (por ende, la paranoia comunista), los avances médicos y científicos... Y los fantasmas de postguerra dando vueltas por ahí. Eso contribuye a la sensación de temor e inseguridad que impregnaba a todos los Estados Unidos. DiCaprio vuelve a demostrar por qué es tan exitosa su unión a Scorsese. El director sabe hacer que actúe de manera más contenida e introspectiva, con momentos de explosión. Teddy es un personaje torturado, en medio de un imparable descenso a los infiernos. El prototípico personaje scorsesiano: un ser que carga con una cruz —propia y/o ajena—, un ser presa de sus demonios internos, que difícilmente pueda tener chances de redimirse. Un importante crecimiento profesional el de Leo, que años atrás solía caer en la sobreactuación. Por enésima vez, Mark Ruffalo interpreta a un agente de la ley, pero siempre sus caracterizaciones fueron distintas entre sí, lo que habla muy bien de él. Y pensar que para el papel de Chuck originalmente fueron considerados Robert Downey Jr. y Josh Brolin. Ben Kingsley no para de demostrar que es uno de los mejores actores vivos. Aquí le pone el cuerpo al Dr. John Cawley, el jefe médico de Ashcliffe. Tanto él como el Dr. Naehring (inoxidable Max von Sydow), un enigmático psiquiatra alemán, pueden estar involucrados en asuntos tan siniestros como la isla Shutter. La inglesa Emily Mortimer la tiene difícil metiéndose en la piel de Rachel, la paciente que cree no haber matado a sus hijos y piensa que las demás personas de la institución son sus vecinos, pero su labor es contundente. Michelle Williams, como la esposa de Teddy, hace uno de sus mejores y más complejos trabajos, a pesar de que generalmente aparece en visiones. También hay participaciones más pequeñas pero importantes de la eternamente subvalorada Patricia Clarkson, Elias Koteas (igualito a Robert De Niro, más que nada en Frankenstein, debido a una cicatriz que le cruza la cara), y Jackie Earle Haley. Este ex niño actor viene de romperla como Rorschach en esa maravilla que es Watchmen: Los Vigilantes, y pronto lo veremos haciendo de Freddy Krueger en Pesadilla en la Calle Elm, nueva versión de Pesadilla en los Profundo de la Noche. Más allá de ser un thriller de suspenso superentretenido, repleto de giros argumentales (algunos entran en la categoría de Trampas, pero están tan bien ejecutados que no molestan), La Isla Siniestra es una experiencia perturbadora, un viaje a lo más tenebroso de nosotros mismos. Una película que habla de la locura contada desde el ojo del huracán de la locura. Es inquietante saber cómo determinados hechos y personas provocan que un ser humano pierda la razón. ¿Es posible tratar una enfermedad mental? ¿Es posible escapatoria alguna? Mejor nunca tener que preguntarnos esas cosas. Mejor nunca terminar en Shutter Island.
Los laberintos de la mente según Scorsese Ambientada en 1954, la nueva película dirigida por Martin Scorsese y protagonizada por Leonardo Di Caprio, es una bienvenida invitación a los laberintos de la mente. Teddy Daniels (Di Cpario) llega a la isla del título para investigar la misteriosa desaparición de una psicópata que se ha fugado de la institución mental. Se avecina la tormenta para el protagonista y su compañero (Mark Ruffalo) que deben desentrañar el enigma, bajo la severa mirada del director del lugar (Ben Kingsley). Atormentado por fuertes dolores de cabeza y por un sinfín de apariencias engañosas, Daniels comienza a dudar (y el espetacdor también) de todo lo que allí sucede. El film de Scorsese se acerca a Cabo de Miedo más que a sus últimos trabajos: El aviador y Los infiltrados, y resulta una caja de sorpresas en sus dos horas de metraje. Entre experimentos que se practican con los pacientes; una reclusa que ha matado a sus hijos; un pirómano que desató el caos en el que murió la esposa del agente, y el Faro, un lugar al que sólo se puede acceder cuando baja la marea, Scorsese despliega una narrativa rica en detalles (el cigarrillo al borde del peñasco), partes de un todo que se irán hilvanando y cobrado sentido sobre el desenlace. La acción alterna presente y flashbacks desarrollados en tiempos de guerra, donde la violencia cobra un primer plano. Todo genera dudas en La isla siniestra, un thriller que combina locura, pasado negro, perversión y muerte; y que mantiene un marcado clima hitchcockiano en sus imágenes y en la impactante banda sonora. Para lograr su cometido, el cineasta contó con buenos intérpretes de reparto como Ben Kinglsey y Max Von Sydow, los doctores del instituto mental. “Las heridas pueden crear monstruos. Y a los monstruos hay que contenerlos”, asegura uno de los profesionales de este lúgubre antro iluminado por las luces de los relámpagos a lo largo de la historia. Los mismos que van despejando las dudas y el sentido de "realidad" que afronta el atormentado agente. El final, impactante y algo macabro, corona la nueva unión artística entre el director de Cabo de miedo y el actor de Titanic. Una invitación a una isla que sólo tiene pasaje de ida...
No hay nada más escabroso que viajar al interior de la mente de un hombre desequilibrado. Y Martin Scorsese sabe que esta es la clave para aterrar y mantener atado a la butaca al espectador. Se trate de un taxista solitario, cuan caballero medieval, buscando salvar el mundo de la manera más escabrosa posible, la locura paulatina de un paramédico durante tres noches consecutivas, la obsesión de un fanático de Jerry Lewis, la paranoia y esquizofrenia de un magnate millonario, llevada a escalas increíbles; la caída físico – psicológica de un astro del boxeo; las dudas sobre religión y razón de Jesucristo, o la simple pero demencial aventura de un pobre oficinista, perdido en los barrios bajos de Nueva York. Algunos encasillan el cine de Scorsese dentro del género de gángsters y mafioso. Pero de lo que verdad trata su cine es el deterioro de la mente humana ante circunstancias externas. Personajes que cuestionan el mundo que los rodea, y los supera. No importa cuan poderosos sean, todos pierden la “razón” en algún momento. Desde Pandillas de Nueva York, el cine de este gran cineasta, cinéfilo, coleccionista y restaurador de películas, dicen que se ha “devaluado”. Es cierto que Scorsese piensa en grande ahora. En superproducciones, en estrenar de forma masiva. Algunos relacionan esta etapa más “industrial” y quizás menos “personal” de su filmografía, a la necesidad de buscar el Oscar (ya lo obtuvo) y al haber cambiado a Robert De Niro por Leonardo Di Caprio. Lo cierto es que donde algunos ven falta de inspiración, yo sigo viendo un amor inaudito por el cine, como pocos directores en la historia del cine tienen. No se trata de citas solamente, se trata de verdadero respeto por el cine clásico… Pandillas… fue una obra épica con notables secuencias de acción, un plano secuencia admirable, en contra de cualquier guerra, un personaje maravilloso interpretado por Daniel Day Lewis, y una reflexión acerca de los primeros años de historia estadounidense sumado a las consecuencias de la Guerra de Secesión. Brillantemente filmada, la película, a pesar de todo tiene demasiados detractores, y no del todo bien recibida en el momento del estreno. Algo similar sucedió con El Aviador. Es verdad que las películas de Scorsese se parecen visualmente, cada vez menos a Buenos Muchachos, Toro Salvaje, Taxi Driver o Calles Salvajes. El Aviador confirmó esto. Pero también dio la oportunidad a su director de poner en el asador todos sus conocimientos sobre la historia de Hollywood, recrear meticulosamente la estética y el cine de los años ’30 y ’40. Reproducir el periodo “dorado” del star – system, con un increíble reconstrucción de las escenas aéreas de Los Ángeles del Infierno de Howard Hughes. Los Infiltrados, en cambio parecía estar filmada por un gran fanático de Scorsese, personajes caricaturizados, escenas que no podía competir en tensión siquiera con la interesante, aunque algo sobrevalorada película honkonesa original. A pesar de la opinión de este crítico, Scorsese recibió el Oscar tantas veces negado, arrebatándoselo de las manos a Clint Eastwood, quien en el 2006, quizás hizo la mejor película de su carrera. Tras cuatro años de espera, con documental de Rollings Stones de por medio (donde no metió a Di Caprio, quizás porque Jagger no quiso), Martin vuelve al ruedo con un thriller psicológico clásico, que posiblemente se trate de una de las películas más tensionantes y vibrantes desde la remake de Cabo de Miedo (1991), llevada con pulso firme por el mismo director. A diferencia de la película protagonizada por De Niro y Nolte, a la cual el director le dio una composición visual contemporánea, tanto por el uso del montaje como la fotografía o la interpretación excepcional de De Niro, que contrasta con la solemnidad y clasicismo del excelente film original de J. Lee Thompson, La Isla Siniestra es un film clásico en estado puro. Lo primero que llama la atención es que la película bien podría haberse filmado en blanco y negro, y hubiese quedado soberbia, pero era una decisión demasiado controversial para un film comercial. Aún así, Scorsese cuida detalles, típicos de un thriller de los años ’40 o ’50. Fondos falsos marcados, diálogos que parecen sacados de una novela de detectives, y planos contrapicados, tomando al actor desde los pies a la cabeza que remiten directamente a una estética de un film de Orson Welles. Pero más allá de una meticulosa puesta en escena, con homenajes a films de Samuel Fuller como Shock Corridor o Jacques Torneaur, por ejemplo, se identifica poco visualmente al director de ¿Quien Golpea a mi Puerta? Pero no a un nivel psicológico. Teddy Daniels no entra a Ashecliff con todas las luces. Notamos que algo anda mal en su cabeza, y la presión y tensión dentro de la prisión llevará al personaje a un viaje por las peores zonas de la isla, y a la vez de su propia cabeza. Entre pesadillas filmadas de forma muy bella y lírica (casi como el intermundo de Desde mi Cielo), y escenas muy oscuras y escalofriantes, el personaje va a llegar a descubrir que es lo que verdaderamente pasa en esa isla. La película está basada en una novela de Dennis Lehane, que ya tuvo dos muy buenas adaptaciones cinematográficas en su haber: Río Místico (2003) de Eastwood, y Desapareció una Noche (2007) de Ben Affleck. Ambos relatos comparten muchos puntos en común con La Isla… No la época o la estética, pero Lehane en las tres obras, “humaniza” a sus detectives, y sobretodo hace hincapié en como las marcas del pasado, aunque tratemos de esconderlas siguen estando dentro nuestro en todo momento. Asimismo, nuevamente el infanticidio es otro tema que la película de Scorsese no elude y a la vez se conecta con las otras películas. A medida que el relato va avanzando, Scorsese procura empezar a dejar pistas sutiles acerca de la revelación final. El espectador atento sentirá que la película se vuelve previsible, pero sin embargo el camino por recorrer es largo, y entre un montaje continuamente desfasado que hace recordad al Scorsese más rebelde y anárquico de Calles Salvajes, la soberbia fotografía de Robert Richardson, y sobretodo las excelentes elecciones para la banda sonora, el director construye una de las películas más incómodas, psicológicamente atrapante, ominosa que se haya visto en mucho tiempo. Al igual que en Cabo… la mano para crear escenas de suspenso tienen una destreza, sencillez exquisitas, que hace preguntar porque Scorsese hizo tan pocas películas del género, teniendo una intuición tan clásica, pero a la vez tan meticulosa para poner la cámara y construir climas, densos, personajes ambiguos, engañosos… El elenco es soberbio. Si bien Di Caprio no hace su peor actuación, tiene tendencias nada novedosas a sobreactuar algunos momentos dramáticos y no llega a dar con el tono que Scorsese trata de imponer durante toda la obra. Pero los roles secundarios son interpretados con majestuosidad por Ben Kingsley (como el misterioso director del Hospital), el siempre admirable Max Von Sidow, y pequeñas pero fundamentales participaciones de Michelle Williams, Jackie Earle Haley, Elias Koteas, John Carroll Lynch, y especialmente Ted Livine, y Patricia Clarkson. Hay una magnífica escena la maravillosa y subvalorada Emily Mortimer se luce como la “paciente desaparecida”. Mark Ruffalo, como nos tiene acostumbrado, termina siendo demasiado neutral expresivamente. Y su personaje, importante, no logra levantar demasiado vuelo. Es posible que el fanático acérrimo de Scorsese no quede del todo conforme con el resultado final de La Isla Siniestra: se trata de un film demasiado encasillado en el género, y con demasiado efectos visuales, para ser una película de su director. A la vez, el guión no escapa de varios clisés, y como ya dije, puede resultar por momentos previsible y convencional. No se puede ver un lirismo visual, una forma de manejar los movimientos, con el nervio y la subjetividad de los films más reconocidos. Pero lo que es indudables, es que se trata de una película atrapante desde el primero hasta el último plano, con un ritmo arrasador, creación de climas fascinantes, momentos escalofriantes, vibrantes, viscerales, oníricos. Hay lugar para el romance y el melodrama clásico. Es sabido que Scorsese es un maestro del cine contemporáneo. Si bien, esta vez no se puede decir que nos está dando una clase de dirección, bien se puede ameritar una verdadera lección de historia del cine. Y por supuesto otra declaración de amor al “Séptimo Arte”.
Deleite cinematográfico Se sabe: Martin Scorsese, además de ser uno de los más importantes realizadores contemporáneos, es un conocedor fanático de la historia del cine. En La isla siniestra (Shutter Island, 2010) apela a todos los recursos cinematográficos para darle al espectador un curso sobre realidad y representación, esa simbiosis que produce la magia del cine. Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) es un policía enviado a Shutter Island, una institución psiquiátrica donde se albergan a los más peligrosos criminales demenciales, tras la pista de una misteriosa desaparición. En ella se irán desencadenando extraños sucesos que afectan la cordura de Teddy al mezclarse los hechos sucedidos con sus traumas del pasado. El film comienza en el barco hacia Shutter Island, nos traslada junto con el personaje que interpreta Leonardo DiCaprio, quien está en el baño descompuesto y mirándose al espejo. A través del mismo, y en un inteligente mecanismo de identificación que nos propone Scorsese, Teddy nos devuelve la mirada a nosotros espectadores. Scorsese ya había utilizado este recurso enunciativo con Robert De Niro mirando el espejo retrovisor del taxi que conducía en Taxi Driver (1976). Lo que este momento del film pone en evidencia, es el dispositivo cinematográfico. La mirada que condiciona la noción de realidad en el film, va a ser la mirada del protagonista. No importará mucho cuál sea la veracidad de los acontecimientos en la narración, sino cómo Teddy los mira. Este juego de realidad y representación, es la base del dispositivo cinematográfico en el sistema clásico que utiliza Hollywood desde su época de oro. Su funcionamiento consistía en ocultar todo artificio que nos demuestre que estamos frente a una representación. De este modo tomamos la representación como realidad. Es por ello que La isla siniestra, luego de ese juego de miradas, propone una historia clásica en su construcción, para hacer entrar lentamente al espectador en la isla en cuestión y los desconcertantes sucesos que allí ocurren. Primer engaño. Una vez que Martin Scorsese expone mediante este recurso al enunciador (o sea Teddy) el clasicismo atrapa por completo al espectador. A partir de allí, el director de Cabo de Miedo (Cape Fear, 1991) vuelve a engañar al espectador incluyendo elementos surrealistas que subrayan la subjetividad del protagonista, como si lo demás que estamos viendo en pantalla no dependiera de ella. Segundo engaño. Y lo grandioso, es que mas allá de percibir -o no- todos los "trucos" cinematográficos -en el buen sentido- utilizados para atrapar al espectador, el espectador termina rindiéndose al placer audiovisual que provoca el film, dejándose llevar por la historia y gozando con ella de principio a fin. O sea, dejándose engañar. La magia del cine. Desde este punto de vista, La isla siniestra produce el mismo efecto que El Resplandor (The Shining, 1980) dirigida por Stanley Kubrick. Una historia de terror y locura que en manos de cualquier otro cineasta hubiera sido un film de género mas, pero gracias al aporte de su realizador -en este caso Martin Scorsese- termina siendo una obra que además de entretener habla del cine desde el cine. Quizás con el tiempo se convierta en clásico también.
Como fiel seguidora de Martin Scorsese, desde hace un tiempo largo que estaba esperando el estreno de "Shutter Island". Y si bien se estrena el próximo jueves, como es costumbre, la ví antes! :P Por lo que había visto en el trailer, supuse que esta iba a ser la primer película de terror, pero terror enserio, de Scorsese, así que entré a la sala pensando que en los primeros 5 minutos de la película iba a saltar de la butaca (del cagazo obviamente!). Pero terminó siendo una película de suspenso, más precisamente un thriller psicológico (se vienen algunas películas de este estilo próximamente). La historia es bastante compleja, y lo bueno de eso es que le aporta muchísimo misterio y suspenso a la película, porque uno no puede llegar a imaginar qué es lo que viene a continuación, tiene muchas sorpresas, y vueltas de tuerca. Sin dudas esto es un gran punto a favor, porque quienes vemos muchas películas, ya estamos bastante acostumbrados a que nos cuenten la misma historia una y otra vez, así que se agradece ver de vez en cuando una historia un poco diferente. Una vez más el actor protagónico que eligió Scorsese fue Leonardo DiCaprio, con quien ha trabajado muchas veces y demostró que la dupla DiCaprio-Scorsese funciona realmente muy bien. Además de DiCaprio, el elenco cuenta con varios actores conocidos, y que como si fuera poco, tienen muy buenos trabajos en su haber, como es el caso de Ben Kingsley y Jackie Earle Haley (pensé que su personaje iba a tener más protagonismo). Mark Ruffalo cumple, pero no se lució demasiado. Quienes hayan visto 5 o 6 películas de Martin Scorsese, notarán que "Shutter Island" es totalmente diferente a lo que hizo en toda su carrera, y supongo que decidió correr el riesgo (con todo lo que eso implica!) de hacer una película de una estilo totalmente diferente, y así incursionar en un nuevo género. Demás está decir que fue una decisión más que acertada, el producto final terminó siendo una muy buena película! :) "Shutter Island" nos invita a conocer esta nueva faceta de Martin Scorsese, de la mano de un muy buen elenco, y una historia que sin dudas los atrapará y probablemente los deje pensando...
El film te atrapa desde el comienzo, pero es muy posible que a medida que pasa el tiempo te sientas un poco decepcionado, ya que la trama se empieza a hacer un poco más compleja con la aparición de...
Nadie sale vivo de aquí Leonardo DiCaprio debe resolver un extraño caso en este impactante thriller de Scorsese. Si muchos escenarios de películas parecen reflejar más un estado de la mente que un lugar concreto, en La isla siniestra, el neuropsiquiátrico que alberga a criminales con problemas mentales, con sus peñascos y bosques, sus tormentas y sus barracas semidesiertas, es casi mapa de la confusión por la que atraviesa Teddy Daniels, el perturbado agente federal que llega hasta allí a resolver un caso misterioso: una mujer ha desaparecido y no la encuentran. ¿Adónde se fue? ¿Dónde se esconde? ¿Qué le pasó? Salir de la isla de Scorsese es imposible. No sólo por las obvias dificultades físicas que acarrea (digamos que Alcatraz es un juego de niños, a la hora de comparar) sino porque, como diría Jim Morrison -usando una figura verbal que bien puede repetirse en buena parte de la filmografía del director de Taxi Driver y Cabo de miedo- "nadie sale vivo de aquí". La isla siniestra es muchas cosas y por eso es que resulta complejo abordarla. Tiene el formato de una película de suspenso, clase B, de los años '50, con motivos del cine negro y de terror. Uno puede pensar en Hitchcock y también en Jacques Tourneur, en ciertos filmes de Fritz Lang y también de Nicholas Ray, especialmente por lo exaltado de las emociones aquí expuestas y hasta por el estilo actoral, que recuerda tanto a su Delirio de grandeza como a Shock Corridor, de Sam Füller. A primera vista, La isla... es pulp fiction, literatura popular, con sus figuras modélicas y un viaje de descubrimiento como eje. Daniels -y un colega (Mark Ruffalo)- llega allí y en su búsqueda se topa con sus propios traumas. Una vez que empiezan a revelarse sus obsesiones, uno nota que son otros los motivos que lo llevaron al lugar. Es entonces que La isla... se transforma en lo que finalmente es: un drama psicológico, la historia de un hombre que carga con una historia demasiado dura como para meterse en la boca del lobo y que esos traumas no afloren. Sea en forma de pesadillas o, simplemente, transformando al mundo que ve alrededor en una isla como la de Lost: enrevesada y confundida, como sus personajes. Si bien no parece al principio, Teddy (gran actuación de Leonardo DiCaprio, similar en más de un sentido a su Howard Hughes en El aviador) es un hombre violento. No sólo porque lo comentan los demás, sino porque lo vemos perder "la línea" cada vez más. Entre el Jack Torrance de El resplandor (una película que también combina literatura popular y cine de autor) y criaturas como Travis Bickle o Jake La Motta -de anteriores películas de Scorsese como Taxi Driver o Toro salvaje-, Teddy es un hombre de impulsos violentos que trata de controlarse para así comprender la lógica de un lugar manejado por un extraño psiquiatra (Ben Kingsley) que dice creer en la terapia como cura, pero cuyo aire enigmático lo transforma en un potencial sospechoso. Scorsese juega con las expectativas del género, las subvierte una y otra vez (primero para desarrollar personajes, luego para hacer ¡tres! finales sorpresa consecutivos que dejan al espectador pensando y repensando lo que vio) y crea una fuerte experiencia cinematográfica: es una película de un cinéfilo obsesivo, sí, pero de uno que entiende que la historia del cine es un material maleable, accesible para entrometerse en las complejidades del alma humana. Un exceso de subtramas y algunas escenas desagradables (si bien justificables por motivos que no conviene revelar) impiden que La isla... sea la gran película, que podría haber sido. Scorsese siempre favoreció la intensidad y las pasiones en primer plano, y aquí encontró un modelo perfecto para canalizar esos temas que lo persiguen a lo largo de su carrera, aún "pasándose de rosca" aquí y allá. Con música contemporánea como banda sonora (temas de Ligeti, Cage, Feldman o Penderecki, creando climas lúgubres y disonantes, como también lo hizo Kubrick con éste último), y gracias a un elenco que entiende a la perfección lo que la situación pide de ellos, Scorsese hizo una película que, a primera vista, es un atrapante e intensa experiencia de cine de género. Pero, si uno elige reverla, se convierte en un angustiante drama sobre las batallas internas que se juegan en la cabeza de un hombre, en el eterno resplandor de una mente sin recuerdos.
Una isla donde nada es lo que parece Martin Scorsese recrea el cine negro de los años cincuenta en un thriller que zigzaguea constantemente La isla siniestra no plantea, como tantos thrillers , un rompecabezas de esos que invitan al espectador a poner en juego sus habilidades de detective y tratar de descubrir por vía racional, mientras la acción transcurre, el enigma que sólo se descifrará al final. Se trata más bien de otro tipo de trama intrigante: aquella que zigzaguea constantemente, aconseja no confiar demasiado en nada de lo que se ve y pide paciencia para aguardar el sorpresivo giro que traerá el desenlace revelador. El problema, en estos casos, está en determinar si el impacto de la sorpresa justifica o no tanta espera. Habrá opiniones divergentes. Entre la aventura actual que vive el protagonista -un alguacil que ha sido enviado en misión oficial para investigar la desaparición de una paciente en una isla-colonia psiquiátrica de Nueva Inglaterra- y las afiebradas alucinaciones que lo aquejan y que tienen que ver con trágicos acontecimientos de su pasado, es difícil establecer dónde empieza lo real y dónde el delirio. Tal ambigüedad, que -puede sospecharse- Scorsese habrá querido utilizar también para interrogarse sobre las borrosas fronteras de la realidad, es la que alimenta el suspenso de su film, concebido como homenaje al cine negro de los cincuenta (la historia transcurre en esos años), pero también al viejo terror de clase B con sus personajes tenebrosos, su horror psicológico y sus fundamentos vagamente psicoanalíticos. La novela de Dennis Lehane le proporcionaba todos los elementos necesarios: una isla escarpada, muy poco accesible y azotada por todos los vientos; en ella, un viejo fuerte de la Guerra Civil reciclado como hospital para enfermos mentales con antecedentes criminales; un misterioso faro; pacientes que vagan por parques y corredores como zombies rigurosamente custodiados por una multitud de enfermeros; científicos que ensayan nuevas terapias, y por todas partes la memoria fresca del horror nazi y sus experimentos médicos y la paranoia creciente de los años de la Guerra Fría. De la historia que se desarrolla a partir de la llegada del alguacil (DiCaprio) y su colega (Mark Ruffalo) poco puede decirse sin correr el riesgo de revelar lo que debe ignorarse. Scorsese saca buen partido del material, pone al servicio de la historia su talento para traducir en imágenes y sonidos el clima de perturbadora incerteza que la gobierna y vigila la solidez de la construcción, que admite unos cuantos flashbacks -quizá demasiados- en los que cabe algún toque surrealista. Por cierto, hay más grandilocuencia que sutileza: no podría esperársela teniendo en cuenta el cine que toma como referencia, pero el relato, aun con su frialdad, se sigue con interés, al menos hasta el desenlace. El énfasis en la banda sonora y la intensidad que se busca en la interpretación resultan más de una vez excesivos. En cambio, son admirables los aportes de Dante Ferretti en el diseño de producción y de Robert Richardson en la fotografía.
Cuando la mente es una isla En el Hollywood actual, el film de Scorsese parece tener un destino maldito: múltiples lecturas, un personal uso de la fotografía y una historia agobiante se combinan para una obra que ni siquiera la presencia de Leonardo DiCaprio hace más digerible. Si la misteriosa postergación de su estreno, previsto originalmente para octubre pasado (con lo cual hubiera calificado para las nominaciones al Oscar), no fue suficiente para tender un manto de sospecha sobre la calidad de la nueva película de Martin Scorsese, su estreno en la última Berlinale, donde fue recibida por lo menos con indiferencia, viene empujando a La isla siniestra al rincón del film maldito, a ese limbo del cual sólo el tiempo eventualmente podrá rescatarlo. Pero aun reconociendo los problemas (algunos muy evidentes) de una película que no está entre las mejores de su autor, sería injusto no valorar aquello por lo cual ocupa un lugar excéntrico, casi fuera de órbita dentro de la adocenada producción del Hollywood de hoy, más aún teniendo como protagonista a una estrella de la magnitud y luminosidad de Leonardo DiCaprio. En principio, el argumento provisto por la novela de Dennis Lehane parece el humus perfecto para Scorsese, la tierra fértil para que por un lado pueda abrevar en su reconocida cinefilia y, por otro, para que vuelva a dar rienda suelta a esos sentimientos de angustia y paranoia que siempre, de una u otra manera, se manifiestan en su cine. Cuando empieza la película, el agente federal Teddy Daniels (DiCaprio, excelente) llega a la isla siniestra del título, un peñasco rocoso e inaccesible donde funciona un presidio de máxima seguridad para enfermos mentales condenados por haber cometido crímenes brutales. La misión de Daniels y su compañero Chuck Aule (Mark Ruffalo) es investigar la enigmática desaparición de una interna considerada peligrosa –mató a sus hijos– a quien nadie siquiera vio salir de su celda. Corre el año 1954 y todo –desde el vestuario hasta los diálogos entre los dos agentes o la tácita inquina entre éstos y los guardiacárceles, que miran con sorna y desconfianza a los recién llegados– remite al cine policial de la época, al punto de que si no fuera por algún leve matiz de color casi se diría que la fotografía de Robert Richardson es en blanco y negro. Sin embargo, el evidente back-projecting, el obvio telón de fondo con que la película reproduce el cielo y el paisaje marino durante la llegada de Daniels a Shutter Island parece algo más que un mero recurso cinéfilo o de atmósfera. Hay algo verdaderamente ominoso en esas primeras imágenes que los fantasmagóricos extractos de música de Krzysztof Penderecki no hacen sino acentuar. El hecho de que Daniels se sienta gradualmente trastornado por el ambiente de la isla y que haya indicios cada vez más intensos de que puede llegar a perder su equilibrio emocional se potencian no sólo cuando se enreda en filosos duelos verbales con los dos psiquiatras a cargo de la salud mental del presidio (Ben Kingsley y Max von Sydow, a cual más perverso). También se incrementan cuando el agente empieza a sufrir una serie de alucinaciones de claro contenido traumático, relacionadas con su pasado familiar y con su experiencia como soldado en la Segunda Guerra Mundial. Hasta qué punto estas imágenes pueden estar inducidas por Shutter Island o provienen de sus recuerdos más shockeantes y dolorosos es algo que el espectador tendrá que ir dilucidando junto al mismo Daniels. Hay algo eminentemente kafkiano en la lógica de pesadilla que asume la película a poco de andar. De hecho, uno podría preguntarse si La isla siniestra no remite a la parábola proveniente de El castillo que el film El proceso, de Orson Welles, utilizaba como prólogo. ¿Será acaso que Daniels nunca se atreve a entrar allí donde sólo a él esperan? Por cierto, hay una puerta –la del faro de la isla– que obsesiona a Daniels desde un comienzo y que será la última, de las muchas que abre, en animarse a atravesar. De esas pesadillas, cada vez más frecuentes, hay algunas verdaderamente inquietantes y otras desafortunadas por completo. Es el caso, sobre todo, de aquella que remite a un fusilamiento masivo en un campo de concentración nazi, resuelta con un alambicado travelling lateral que parece en condiciones de superar al tristemente célebre “Travelling de Kapó” que condenaba Jacques Rivette y que sirvió de base para el famoso artículo de Serge Daney sobre la inmoralidad de la estetización de la muerte en el cine. Pero más allá de estas pifias, algunas muy sonoras, La isla siniestra es un film cinematográficamente exuberante, no sólo porque el espectador entrenado podrá encontrar referencias cinéfilas que van del fantástico de Jacques Tourner al gótico de Mario Bava, de Shock Corridor de Samuel Fuller a El embajador del miedo (¿y si Daniels estuviera siendo objeto de un lavado de cerebro como el que imaginaba el film de John Frankenheimer, pero ahora practicado por el Comité de Actividades Antiamericanas, que desató la caza de brujas en los Estados Unidos de los años ’50?). Shutter Island es también una película muy rica en lecturas porque trabaja sistemáticamente sobre el problema del punto de vista. ¿Qué estamos viendo realmente?, se pregunta la película que –como El resplandor, de Kubrick, o Spider, de Cronenberg– parece transcurrir en la cabeza de su protagonista, al punto de que la isla toda podría llegar a ser una construcción de su mente. Ese universo conspirativo se lleva muy bien, a su vez, con la locura habitual en el cine de Scorsese, al punto de que Shutter Island viene a recordar incluso a su película más olvidada, otro film maldito e igualmente enfermo: Vidas al límite (1999), donde Nicolas Cage también parecía habitar en su propio, infernal laberinto hecho de culpas imposibles de expiar.
En las fauces de la locura La trama es, a simple vista, clásica. El alguacil del FBI Edward Daniels (Leonardo DiCaprio) llega a Shutter Island acompañado de un asistente, Chuck (Mark Ruffalo) para investigar la misteriosa desaparición de una paciente psiquiátrica peligrosa. En esta isla del golfo de Boston se erige el asilo penal de Ashecliffe, donde se recluye a los criminales con los que el sistema carcelario convencional no puede lidiar. Daniels no tarda en advertir, desde el momento de trasponer la puerta de la fortaleza, que algo raro sucede tras esas paredes. Como se trata de una intriga sumamente detallada y compleja, conviene no revelar detalles de la trama. Sin embargo sí se debe destacar a un elenco que consigue lucirse, cada quien en su papel, en esta suerte de pesadilla alucinante cuyas claves están siempre a la vista, aunque dispuestas de una manera muy difícil de abordar para el espectador. La acción nunca es morosa, sino climática, con momentos de pura adrenalina. Con la solvencia que lo caracteriza, el realizador Martin Scorsese logra un producto que puede ser apreciado por público asiduo de cualquiera de los géneros que aborda: policial negro, suspenso, drama, terror. Todo en módicas y bien graduadas dosis, que logran fungir en un producto combinando los mejores elementos del cine clásico. Sucede, sin embargo, algo muy llamativo con la fluidez visual del filme. Se produce a lo largo de la historia una creciente sensación de incomodidad debido a los ¿imperceptibles? errores de continuidad, patentes y visibles en los saltos de cámara de un personaje a otro o los cambios de escenarios. Incluso para el ojo no entrenado, esta sensación puede instalarse como una molestia condicionante... o capitalizarse en función del clima agobiante de la película. Si es así y la continuidad ha sido alterada adrede, no hay nada que decir. Pero parece burdo, incluso ordinario si tomamos en cuenta la talla del equipo de producción y dirección, que detalles que no aportan a la resolución del conflicto ni al ambiente de la escena queden tan descuidados. El contraste entre desarrollo y resolución puede resultar decepcionante, y aún así, "La isla siniestra" es un original homenaje, con todas las letras, a las fuentes del cine de Scorsese.
Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio vuelven a ofrecer una buena película de suspenso con esta adaptación de la novela de Dennis Lehane (Ríos Místico) que hasta los últimos 20 minutos brinda un thriller fabuloso. El director desarrolló esta historia en la línea de los que solían ser los viejos policiales negros de las décadas del ´50 y los filmes de misterio de Alfred Hitchcok. Desde esa primera escena con niebla donde se nos presenta a los protagonistas, Scorsese nos mete de lleno sin perder el tiempo en un ambiente absolutamente aterrador en el que el se puede percibir que el peligro está cerca. Con una banda sonora tremenda, que fue supervisada por el gran Robbie Robertson, miembro de la legendaria banda de rock The Band, quien ensambló piezas musicales que creó para Scorsese en el pasado y nunca se habían utilizado, la introducción a la isla siniestra (nunca mejor puesta la traducción de un título) es espectacular. La escena en que una paciente del hospital psquiátrico le pide a Di Caprio que haga silencio en los primeros minutos del film, cuando entra al edificio principal, es por lejos uno de los momentos más aterradores que vi en el cine en el último tiempo. La cara de esa mujer no me la voy a olvidar enseguida. Genial. Si la hubieran estrenado a fines del año pasado no hubiese sorprendido que DiCaprio obtuviera una nominación al Oscar porque está excelente y tiene varias escenas donde sobresale junto a otros grossos del cine como Jackie Earle Haley (Watchmen) Patricia Clarkson , Ben Kingsley y Max Von Sidow ( El exorcista). Esa es una particularidad interesante del film, ya que todos los roles secundarios están a cargo de actorazos importante que Scorsese no desaprovechó y logró sacar lo mejor de ellos. La historia es muy atrapante y está tan bien construida que es difícil no engancharse con este relato. Esos ambientes claustrofóbicos en los que se desarrolla la trama y las secuencias oníricas, junto con la dirección de los actores, son otros elementos del trabajo de Scorsese que merecen ser destacados. Lamentablemente lo que podría haber sido una brillante historia se viene a pique con el final que es exactamente igual a otra gran película estrenada hace unos años (muy entretenida), que también tuvo actores grossos Como el final es similar no puedo mencionar ese título porque la van a sacar enseguida y no tiene sentido. Especialmente los seguidores del género del terror. Igual más allá de este film en particular, esa clase de conclusión que le dieron a La isla siniestra es uno de los más grandes clichés que existen en el cine y tiene su origen en la era de las películas mudas e inclusive se trabajó también en varias series de televisión clásicas. El principal responsable del robo en esta cuestión, no es Scorsese, sino Dennis Lehane que escribió esa conclusión afanosamente inspirada en un clásico del cine. Es más, creo que el único motivo por el cual el autor no fue demandado por plagio es que ese film hoy es de dominio público y lo que hizo es legalmente lícito. Es una lástima porque venía tan atrapante la película que este punto me resultó decepcionante. La isla siniestra es un buen estreno pero podría haber sido una gran película.
Scorsese es el nombre de una isla En el film más autobiográfico del director, el suspenso y el misterio, con elementos quizá fantásticos, se ponen al servicio de una narración en la que la emoción genuina aparece sólo de vez en cuando siguiendo los pasos de un crispado Leonardo DiCaprio. El espectador atento de los films de Martin Scorsese sabe que la paranoia es un rasgo constitutivo de sus héroes o antihéroes (de hecho, sus personajes son más lo segundo que lo primero). Del seminal Harvey Keitel de ¿Quién golpea a mi puerta? al Howard Hughes recreado por Leonardo DiCaprio en El aviador, pasando –especialmente– por todos los De Niro de su cine, el protagonista scorsesiano siempre actúa como si el mundo fuera una vasta conspiración en su contra. Hay otra tendencia en el cine de Martin Scorsese: la de recuperar la gloria del cine clásico estadounidense. Se sabe de su esfuerzo por restaurar películas, de su voraz apetito por ver todo cine posible, de las citas que pueblan sus películas. De hecho, es difícil no reconocer detrás de una secuencia cualquiera de sus films otra, anterior y clásica, funcionando no como molde –Scorsese no copia ni plagia– sino como referencia a un acervo y a un hacer. En ese sentido, el cine de Scorsese es literalmente conservador. La combinación de estas ideas lleva a pensar que su gran dilema es si prefiere vivir en el mundo real o en el cine. La isla siniestra, que parece un film de suspenso y misterio con elementos quizás sobrenaturales, es su película más autobiográfica. Y es la primera en muchos años donde toma una decisión en la persona de su protagonista: Scorsese decidió vivir dentro de las películas. El film transcurre en una época de paranoia, el 1954 de la era McCarthy en los EE.UU. Dos agentes federales llegan a una isla en la costa de Boston para investigar la desaparición de una interna en una institución mental que alberga criminales locos. Teddy Daniels (DiCaprio) ha sufrido una tragedia familiar –perdió a su mujer en un incendio, o eso creemos al principio– y el lugar donde van está dirigido por un médico aparentemente bienintencionado –Ben Kingsley– que experimenta nuevas formas humanas de tratar a sus pacientes. O quizás es sólo una pantalla para experimentos aberrantes –de paso, Daniels combatió a los nazis y vio la liberación de Dachau; vio, con sus propios ojos, un campo de exterminio– del gobierno estadounidense encaminados a lavar cerebros y vencer a los comunistas. O algo diferente, como se insinúa y descubre en la vuelta de tuerca final de la película (porque sí, tiene algo de M. Night Shyamalan la construcción tendiente a la sorpresa). El film tiene problemas de construcción y tono. DiCaprio parece demasiado crispado y algunos de los personajes, demasiado caricaturescos (el profesor de Max Von Sydow). Estos “desarreglos” de la trama se justifican en parte por la sorpresa final. Y en parte no: DiCaprio está lejos del aspecto adulto que requiere su personaje. Pero en el fondo, el verdadero tema, una vez despejadas las incógnitas de tipo político y las policiales, es si optar por la vida real o por la construcción fantástica del cine. La obsesión por el Oscar que capturó hace años a Scorsese tiene que ver con eso: para el realizador, era la carta de ciudadanía en el mundo del cine tal como lo entendió siempre. Pero si Scorsese prefiere vivir dentro del cine, el problema es que ese cine parece ajeno, hecho de retazos y recuerdos de otros films, atravesado por la emoción genuina y por la invención sólo esporádicamente. Si la película funciona como film “de misterio” es más bien “a lo Boca”, empujando con fuerza en cada secuencia, sobrepoblada de elementos dramáticos o ambientales que causan un efecto visceral –pero en el fondo artificial– en el espectador. A veces, en medio de cada secuencia “potente” se cuela una emoción genuina, casi como pidiendo permiso. Pero lo que mantiene el interés es tratar de descubrir, como en un juego de ingenio, si lo que pasa es real o producto de la imaginación del protagonista. Scorsese termina sacando un empate por poco, con un gol de último minuto (producto de quebrar cierto clima infernal de la primera parte del film por otro más sosegado, como si el personaje pasara de la euforia a la depresión, pero cuya consecuencia es eliminar de cuajo el punto de vista del héroe) que explicita trabajosamente el misterio que viste la superficie del film. Y nos confiesa que la política, el psicoanálisis, los nazis, el crimen y hasta la religión como realidad y no como una ficción elegida le importan muy poco: prefiere vivir como un héroe dentro de las películas que como un monstruo (creador, que lo fue) en el mundo real. Scorsese, recuerde el espectador, siempre fue un documentalista que se encontró con la ficción casi por casualidad. La isla... no es más que un documental sesgado, el que Scorsese ya cree merecer.
Lejos de toda cordura Prepárese para ver a un Scorsese en gran forma, capitaneando un equipo de grandes artistas del cine, repartidos en varios estratos clave de una película que no tiene una sola lectura. Desde su inicio, La isla siniestra es uno de esos filmes capaces de explicar por sí solos la leyenda que rodea a un director. Con una salvedad: esta vez, el mito que se corre entre cierto público tiene unas cuantas bases reales. Scorsese no es un ídolo con pies de barro. Se ha erigido a sí mismo a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, y no sólo por un acuerdo preferencial con las musas. Cualquiera que se asome a su historia de vida está en condiciones de corroborarlo. Un alguacil y su ayudante investigan, a mediados de la década de 1950, la desaparición de una paciente psiquiátrica. Un caso mucho más complejo de lo que parece a simple vista. Por varias razones. Para empezar, porque el lugar de donde se esfumó la mujer es una inhóspita isla rodeada de mar helado, donde se aloja a enfermos con un grado de violencia superlativo, que les impide compartir la rutina con reclusos comunes. Pero eso no es nada. El detective en jefe está allí por un motivo personal, y su sagaz colaborador le suma un dato explosivo al cóctel. Ambos podrían estar siendo hábilmente manipulados por un gobierno que, tratando de ocultar inconfesables experimentos con seres humanos con fines bélicos, los ha enviado a la mismísima boca de lobo para librarse de ellos. Se ha dicho y escrito mucho acerca del contenido catártico de algunas de las películas de Martin Scorsese. La isla siniestra podría agregarse a esa lista. El tema y el modo de plantearlo son desde el vamos shockeantes. Sin embargo, una corriente extra de angustia, vacilación e ira recorre el relato. Lo admirable es la habilidad del director para romper con el molde de la mera crónica policial, y abrir la puerta de la ambigüedad y lo irracional, para que el espectador sienta de manera inexplicable la liberación de hechos o memorias sublimadas. La representación de los sueños y de los recuerdos, en función de esto, ocupa un lugar muy importante en la película. Una banda sonora auténticamente sobrecogedora. Un diseño de arte virtuoso, capaz de reconstruir un espeluznante pabellón mental, un campo de concentración, o la barroca sala de una mansión. Grandes actuaciones de Di Caprio, Ruffalo, Kingsley, Von Sydow y muchos otros. Son estas, y muchas otras, las piezas principales de un rompecabezas magistral.
El gabinete del director Scorsese Si este ítaloamericano fuera argento, la realidad distorsionada no hubiera sido producto de una mente alocada sino de los medios de comunicación, el gobierno o el INDEC. Desconocedor del puterío, Scorsese prefiere contar la historia del cada vez menos lúcido Teddy Daniels, alguacil encargado de encontrar una peligrosa mujer que se evaporó estando recluida en un psiquiátrico situado en una isla. Introducirnos de la mano de este director en la mente trastornada del personaje implica vivenciar la sensación de angustia y opresión sugerida por una atmósfera amenazante de paisajes nublados y oscuros, un mar tempestuoso, una tormenta siniestra, interiores asfixiantes y el encierro en una isla. Tanto por cuestiones temáticas como estéticas, esta película retoma muchos de los preceptos del expresionismo alemán. El énfasis en la subjetividad, el uso de la luz como elemento constructivo, la figura del monstruo y la adecuación del espacio escénico al estado mental de Teddy -la luz, el decorado y el vestuario varían según la inestabilidad del personaje -, además de puntos de giro y vueltas de tuerca recuerdan a El gabinete del doctor Caligari. Jugando en la delgada línea que separa la locura de la cordura, la percepción de la realidad y el punto de vista se tornan temas capitales en esta película. Se trata de ver a través de los ojos del loco y la imagen que vemos refleja su subjetividad. Así, haciendo uso de la narración subjetiva, el manicomio y toda la isla enuncian lo oscuro y laberíntico de la mente del protagonista. ¿Se puede vivir con las consecuencias de haber matado? Para contestar esa pregunta, La isla… indaga en las heridas internas del personaje, en la violencia de los campos de concentración nazis y los criminales procedimientos psiquiátricos y la ética de cada uno de los involucrados. Vivir como un monstruo -existir sin culpas y convertirse en el sonámbulo asesino del Dr. Caligari- o morir como un hombre bueno parece ser el dilema. La isla… además de ser una buena historia y muy bien narrada, cuenta con lo mejor de la poética de Scorsese y una soberbia actuación de Leonardo DiCaprio.
Las puertas deben permanecer cerradas A esta altura no existen palabras que puedan describir el aporte de Martin Scorsese al séptimo arte, simplemente diremos que es uno de los mejores cineastas a nivel mundial. Su nueva película, La Isla Siniestra (Shutter Island, 2010), constituye otro ejemplo extraordinario de ese enorme talento para la edificación de la intensidad dramática y el realismo obcecado, elementos primordiales no aptos para los diletantes del medio pelo contemporáneo y la mediocridad fílmica. Sus trabajos en ficción siempre han respetado la estructura de los géneros clásicos hollywoodenses, potenciando las aristas más incómodas del relato sin jamás descuidar intereses personales como la corrupción, la violencia progresiva, la derrota, la enajenación individual, el sarcasmo y la vida metropolitana. El machismo sin culpas y la vehemencia intransigente son marcas centrales de su accionar. En un claro regreso al tono asfixiante de Cabo de Miedo (Cape Fear, 1991), el director combina el thriller psicológico símil Vertigo (1958) de Alfred Hitchcock con un andamiaje conceptual cercano a las exploraciones sobre la demencia de la recordada Shock Corridor (1963) de Samuel Fuller. Por momentos haciendo uso de la típica ambientación del horror clase B, el film propone una primera hora orientada al suspenso de entorno cerrado para luego paulatinamente girar, a partir de su segunda mitad, hacia un misterio muy lúgubre con profundas raíces psicóticas. Al igual que en Pandillas de Nueva York (Gangs of New York, 2002), El Aviador (The Aviator, 2004) y Los Infiltrados (The Departed, 2006), Leonardo DiCaprio vuelve a protagonizar una historia ambiciosa en donde la identidad, el hambre de poder, el remordimiento y los conflictos entrecruzados son los ejes principales. El excelente guión de Laeta Kalogridis está basado en la novela homónima de Dennis Lehane, el mismo de Río Místico (Mystic River, 2003) y Desapareció Una Noche (Gone Baby Gone, 2007). La trama comienza en 1954 con el arribo del U. S. Marshal Teddy Daniels (DiCaprio) y su compañero Chuck Aule (Mark Ruffalo) al Hospital Ashecliffe, una institución mental ubicada en la Isla Shutter de la Bahía de Boston. Ambos deben investigar la enigmática desaparición de Rachel Solando (Emily Mortimer), una paciente que en el pasado ahogó a sus tres hijos y hoy se ha fugado de una habitación cerrada. Como los máximos jerarcas del lugar, los doctores John Cawley (Ben Kingsley) y Jeremiah Naehring (Max von Sydow), no expresan ánimo de cooperar con los recién llegados, Daniels de a poco aumenta la virulencia de su pesquisa y decide no revelar sus motivaciones secretas. Los rumores que circulan acerca del establecimiento hablan de prácticas semi-nazis que abarcan desde la experimentación con psicofármacos hasta lobotomías y distintas mutilaciones del cerebro con objetivos “terapéuticos”. La obra en conjunto, más allá de la intriga y sus resortes cinematográficos, funciona como un retrato certero de la etapa más inhumana de la psiquiatría en Estados Unidos: entre 1936 y mediados de los ’50 el campo fue hegemonizado por un procedimiento inventado por el neurólogo Walter Freeman que consistía en clavar un picahielo en los conductos lagrimales del paciente para cortar las conexiones entre el lóbulo frontal y el resto del cerebro. Precisamente esta variación de un método atroz se abre camino a lo largo del metraje como un fantasma espantoso que encontramos empardado con los campos de concentración y el despotismo de los médicos. Si bien la química del elenco y la fotografía de Robert Richardson son puntos admirables, sin dudas aquí la música se roba la función a través de una manipulación intrusiva a la Bernard Herrmann: el realizador se reunió con su colaborador habitual Robbie Robertson de The Band y juntos crearon un soundtrack con material previamente grabado. El resultado es una de las piezas más memorables de los últimos tiempos, una fascinante articulación entre imágenes y melodías. La escena inicial, el travelling del fusilamiento y la toma final son detalles exquisitos: se puede “vivir como un monstruo o morir como un hombre decente”. Debido a que la frontera que separa a los facultativos de los enfermos es minúscula, no está de más la exhortación del cartel colgado a la entrada del manicomio. No vaya a ser que el régimen vigente se de vuelta y nadie pueda diferenciar quién es quién…
¿Hasta dónde puede llegar la culpa y los miedos a la locura? El director de Taxi driver, fiel a sus tópicos de la paranoia, los terrores internos y la cinefilia rabiosa, se sumerge en este laberinto de encierro a puro nervio narrativo; recuperando, incluso, el tono de los policiales negros de los años cincuenta junto a la imaginería del cine B en una -por momentos- magistral clase de cómo se desarrolla cinematográficamente un punto de vista. Leonardo Di Caprio entrega una de sus mejores interpretaciones, acompañado de un elenco de lujo. Perturbadora, polémica, valiente, hipnótica y fascinante...
La de Scorsese. De paranoias y esquizofrenias. El sagaz lector Andrés dejaba un comentario a mi columna de la semana pasada en el cual decía “ahora nos debés qué onda con Burton y Scorsese”. Sigo sin ver la de Burton, pero estuve pensando en la de Scorsese. La de Scorsese, es decir, Shutter Island, es decir acá en la Argentina La isla siniestra, es, definitivamente, la película más paranoica hecha por un paranoico en mucho tiempo (¿vieron que Scorsese en movimiento parece siempre mirar todo el tiempo por encima de sus hombros?). Odio contar argumentos así que contaré lo mínimo indispensable para tratar de transmitir las sensaciones que me produjo la película y de esbozar algunas reflexiones posteriores (o no contaré nada, y no llegaré más que a sobrevolar algunos planteos). Shutter Island es definitivamente una película ominosa y macabra, con algunas imágenes de alto impacto. Eso del alto impacto no es en este caso todas las veces positivo: Scorsese sabe a esta altura manejar el arte del cine y el arte de los golpes visuales. De lo que no estoy tan seguro es de que los pueda integrar con buen criterio durante toda esta película. Shutter Island es en muchos momentos efectiva y en muchos otros meramente efectista, aunque para discutir la pertinencia o la no pertinencia de las imágenes habría que develar misterios y secretos del relato que –en este caso– es mejor no hacer. Con ese impedimento de no develar ciertos secretos, y teniendo en cuenta que el secreto ese puede justificar no pocas de las posibles objeciones que se le hacen a la película, se hace difícil hablar de Shutter Island. O se me hace difícil, porque si la película es paranoica (entre otras características de la década del cincuenta en la que está ambientada), a mí –y a otra gente que no vamos a mencionar por lo dicho ut supra– me produjo esquizofrenia: a uno de mis yo le gusta; a otro de mis yo no le gusta este thriller policial, psiquiátrico, noir y terrorífico. Al yo al que le gusta dice que es una película que justifica todos sus manierismos y sus baldazos de sangre, lluvia, gritos, fuego, sudor y paranoia con lógica, y que en una segunda visión todo debe hacerse más sólido, necesario, hasta justo. Al yo al que no le gusta dice que hay imágenes horrorosas y preciosistas que no se puden justificar, que hay límites para shockear. El yo que gustó de Shutter Island responde que Scorsese juega con el cine, lo reescribe, lo discute (ese largo, virtuoso travelling del fusilamiento en un campo de concentración no puede sino dialogar con Daney y “El travelling de Kapo”), y que todo lo ominoso y lo macabro está puesto con el alto y honroso objetivo de divertir mediante el placer de la narración (magistral, ejemplar la secuencia lluviosa y ventosa del cementerio). El yo que está molesto con la película dice que basta de historias basadas en libros de Dennis Lehane (el mismo de Río Místico de Clint Eastwood y Desapareció una noche de Ben Affleck) en los que mueren niños. Y agrega que los sueños y los fantasmas son recursos muy haraganes. Y el yo que gusta de la película no le hace caso y le dice que todo lo que parece mal usado (esa música muy ominosa del principio cuando todavía “no pasó nada”) es en últimas cuentas usado de formas nuevas, o muy elaboradas y mucho más inteligentes de lo que parecen, y le dice al yo que no gustó de la película que Shutter Island es de una potencia inusitada, y que se deje de joder. El yo de las objeciones y el yo que gustó de la película y que disfrutó de ella (un yo masoquista, porque esta es una película para experimentar el placer de sufrir) coinciden en algo: hay que ver Shutter Island, no es una experiencia ordinaria, es la película de un gran director y definitivamente sirve para discutir (aunque sea con uno mismo).
Lo primero que hay que aclarar acerca de La Isla Siniestra es que no hay que basarse en el título. Sinceramente, cualquier película que incluya un adjetivo del tipo “siniestro” me quita las ganas de ir al cine. Pero tengan en cuenta que en realidad es un intento de traducción del original Shutter Island, en donde “Shutter” es el nombre en sí de la isla en cuestión. Por otra parte, lo cierto es que por más que el título no suene tentador, si está Martin Scorsese detrás de las cámaras, seguramente me recueste en alguna butaca y mire lo que ese cineasta tenga para ofrecer… Dicho eso, vamos al argumento. La película está ambientada a principios de los años ‘50, y el agente Teddy Daniels -Leonardo Di Caprio- es enviado a Shutter Island, una isla en la que funciona una cárcel psiquiátrica para reclusos súmamente peligrosos. A Daniels le impusieron un compañero, Chuck Aule -Mark Ruffalo-, porque la misión consiste en resolver un misterioso caso de fuga de la prisión. En cuanto comienzan la investigación, los agentes notan comportamientos extraños. Por una parte, los profesionales que manejan la institución evidentemente esconden información. Hay lugares de la isla que no quieren mostrar, y de a poco los agentes comienzan a dudar de si en realidad no se están haciendo experimentos con los detenidos. De hecho, hay un nexo fundamental con la Segunda Guerra Mundial, rememorando las terribles exploraciones sádicas de los nazis (dicho sea de paso, siendo los ‘50, los dos agentes son ex combatientes de la II GM). Por otra parte, en los presos hay cierta tendencia a ocultar lo ocurrido, todos a quienes interrogan responden como si estuvieran cumpliendo con un libreto, y encima cuando alguno de los internados dice algo que suena coherente, surge la duda lógica: ¿cómo vamos a creerle si está loco? Y ese es el tema central, la delgada línea entre la locura y la sanidad mental. Hay un diálogo en donde queda clarísimo, en el que se asegura que, “en cuanto alguien es diagnosticado como un afectado por la locura, nada de lo que diga desde entonces será considerado cierto”. Más allá del trabajo del personaje de Di Caprio, un punto fundamental es destacar los conflictos psicológicos que éste sufre. Tanto la mujer como los hijos de Teddy murieron y él no se ha repuesto del todo. Y si a ésto se le suma que está en una isla rodeada de enfermos mentales, sus problemas se potencian. La historia es sólida y llevada magistralmente por un genio del Séptimo Arte como lo es Scorsese. Tampoco quiero dejar de mencionar la muy buena labor de Di Caprio, Ruffalo y Ben Kingsley (como el Dr. Cawley, responsable de la isla). Y un punto también fundamental es la ambientación sonora y musical, rememorando algunas escenas de Taxi Driver. La isla siniestra es un gran policial psicológico, con idas y vueltas que atrapan al espectador desde el principio, y que sinceramente vale la pena ver.
El buque fantasma emerge de la bruma y avanza sobre un mar de plomo. A bordo, un hombre descolorido y atormentado vomita todo lo que puede en el baño. Es Teddy Daniels, un policía que viaja con su colega a Shutter Island, una isla donde se encuentra la mayor cárcel del país destinada a criminales con trastornos psiquiátricos, para investigar la misteriosa fuga de una reclusa. Desembarcan en medio de una tormenta amenazante y se abren paso entre rocas negras. La atmósfera es tenebrosa: luz macilenta, edificios de ladrillos rojos, sangre coagulada y dispositivos de alta seguridad. Cuando la investigación comienza, Daniels descubre que la fauna local es aún más horrorosa. Lo perturban los rostros de los dementes, el equipo directivo, los enfermeros patibularios y el retorcido jefe de psiquiatría. En la primera media hora el director muestra todas sus cartas y crea un sugestivo ambiente de thriller, con el descenso a los infiernos del protagonista en un atractivo registro expresionista. Pero Scorsese tira todo por la borda, dificulta inútilmente la narración y abusa de flash-backs poco convincentes. El innegable virtuosismo del director convive con el trazo grueso, el kitch y la ironía barroca que recorre toda la película. Pronto las alucinaciones ocupan el centro del relato y la intriga queda vaciada de su propia sustancia. El placer vinculado a la resolución del misterio se licúa por las inverosímiles vueltas del guión. Alienación, claustrofobia, visiones, traumas, sentimiento de culpa. Las pesadillas del protagonista se tornan insufribles, contienen escenas de guerra filmadas con una asombrosa torpeza que bordean el límite de lo obsceno en el tosco paréntesis dedicado Dachau, que incluye un fusilamiento filmado en traveling. A esta altura, poco importa lo que le pase al protagonista. Cuando llega el giro final inesperado (que tampoco es tan inesperado) surgen demasiadas incoherencias con la primera parte del relato y entonces el director se toma quince minutos para atar todos los cabos sueltos, la sorpresa se diluye y la película sólo genera fastidio.
Martin Scorsese, animal de cine, en su sólida filmografía se ha ocupado de hampones, marginales, psicópatas y boxeadores, policías corruptos y mafiosos que hacen temblar con su sola mirada. Pocas veces, sin embargo, se le animó al género de terror. El antecedente más cercano fue la remake de “Cabo de Miedo”. Si algo sabe el director es crear climas intensos y personajes capaces de llevar de la naríz al espectador desde la primera secuencia. Ahora, toma un best seller de Dennis Lehane, para zambullirnos en ese infierno tan temido, donde irrealidad y locura se confunden. La acción se ubica en 1954, plena Guerra Fría. En ese contexto cargado de temores, el alguacil Teddy Daniels (L. DiCaprio) y Chuck Aule (M. Ruffalo), su flamante compañero de tareas, acuden a Shutter Island con la misión de investigar la misteriosa desaparición de una asesina serial en el inquietante Hospital Ashecliffe. En ese espacio sombrío en el que pululan psiquiatras y psicóticos de cuidado, en esa isla azotada por tormentas y vientos huracanados, los recién llegados comprenderán (no sin pagar un precio altísimo), que allí nada es lo que parece ser. Mientras un huracán se avecina, las incógnitas se multiplican. Se suman rumores de conspiraciones y la sospecha de que en ese lugar se llevan a cabo sórdidos experimentos con los pacientes. Represivos controles mentales, salas secretas para tratar algún caso límite, médicos que tienen mucho que ocultar y abundantes indicios que hablan de hechos sobrenaturales. Con semejante material, Scorsese recorre todas las variantes que van del creciente suspenso al terror desatado y rinde homenaje a unos cuantos clásicos del género. Las tiene todas.
Distintas clases de cinefilia Martin Scorsese es uno de los maestros directores de estos tiempos, no solo se ha involucrado en la enseñanza de cine en distintas modalidades (brinda clases y seminarios en prestigiosas escuelas), así como en la restauración y preservación de joyas del séptimo arte (hace mas de una década descripto en el articulo “Save the Reels”, periodo donde notó el deplorable estado irreparable de clásicos como Las Zapatillas Rojas, y en la actualidad con The Lovemaid presentada en el BAFICI 2009), a su vez, lejos de una mirada cinéfila, él se encarga de estudiar al cine, en si; estudiarlo y, amarlo, con igual devoción. El primer director que llega a mi mente al querer emparentar alguno que sea tan apasionado o merezca mención sobre su amor al cine, seria Tarantino, una distinta especie de cinéfilo, mas avocado a los géneros, backstage, memorabilia y constantes homenajes a personajes y directores, en gran parte de su filmografía. Resucitador de olvidados talentos. Scorsese y Tarantino, agradable seria poder encasillarlos como maestro y alumno en una clase de cine. Ya que estamos en la vereda de imaginar por que no la dupla educacional Jacques Torneur – Scorsese , Samuel L. Fuller – Scorsese o el mismísimo Hitchcock – Scorsese (cierto, esta dupla ya esta reservada a Truffaut, un digno aprendiz). Hablando de duplas, también podemos mencionar las duplas director – actor. Scorsese ha tenido este especie de romance anteriormente con diversos actores en su carrera, comenzando por el joven Harvey Keitel, seguido por Robert De Niro y actualmente con Leonardo Di Caprio. Este último, si bien es un excelente actor y según dicen, se lleva de maravillas con el maestro, entendimiento a solo mirada, por su joven fisonomía, no ha llegado al momento de concretar un trabajo soberbio como los ha hecho con De Niro. Pandillas de Nueva York fue un film olvidable, El Aviador demostró la gran dote directorial. Trabajos realizados, de gran manera, con una impronta necesidad de adquirir un Oscar; lográndolo con la aceptable remake de Infernal Affairs, titulada Los Infiltrados. Una isla, un detective, un manicomio En el viaje por barca emprendido, se avista un pasajero un tanto descompuesto, mojando su cabellera, enfermo del mar, el oleaje, el movimiento. Junto a él, su co equiper, principiante delegado al acompañamiento del oficial. La misión: esclarecer la desaparición de una paciente internada en el instituto para insanos mentales, ubicado en una isla alejada, inhóspita, siniestra. Una manera de llegada y salida o escape, por medio de la embarcación. En el film divisamos las ya aplicadas y conocidas tomas oblicuas, con movimientos bruscos pero armónicos que suele utilizar Scorsese, en los comienzos, y una vez adentrada la acción olvidadas completamente en el relato. He allí el quiebre donde Scorsese se embarca al igual que Di Caprio en una tarea absorbente, demandante, lunática, opresiva y con un acertado juego con la psiquis del espectador. En La Isla Siniestra o Shutter Island, nada es lo que parece. Pasados misteriosos, internos que han sobrevivido a la 2da Guerra Mundial, con recuerdos hostiles, memorias de sucesos que han dejado marcas, brutales asesinatos, psicoanalistas con oscuro pasado y vinculaciones al nazismo, nuevas practicas de sanar. El film también presenta ambigüedad entre los personajes principales. No todos los héroes son buenos ni todos los villanos tan malos, si es que los hay. Las melodías abrumadoras al internarse en la institución recuerdan a los mejores y más punzantes acordes de partituras de Herrmann, presentes en toda la duración. Dentro del elenco contamos con el veterano Max Von Sidow, en un rol que no solo le queda pequeño; es presentado con el valor que merece este gran actor. Ben Kingsley es correcto, así como creo Mark Ruffalo, no presenta desafío alguno. Ciertos acontecimientos de la trama se dejan preveer. Scorsese por momentos escapa al relato original, con sueños, pesadillas, recuerdos. He aquí donde creo el film hace agua, esas escenas, si bien magníficamente filmadas, ayudan a dar demasiada información que podría haber quedado latente para la personal digestión del espectador. Cinefilia pura, amor y estudio por el cine, cada decenas de narrativas clásicas hollywoodenses al fin llega un film para poder apreciar y amigarse con el cine, que es otra materia completamente distinta a lo que suele llegar a nuestras carteleras.
Un detective del FBI llega a una isla en busca de un prófugo de la ley. Allí está instalada una clínica donde se alojan los mayores criminales de EEUU con problemas mentales. Hace pocos años que el detective volvió de la Segunda Guerra y visiones de un campo de concentración lo persiguen. Pero nada es lo que parece. Planteada inicialmente como una película de suspenso, el cuarto trabajo de la dupla DiCaprio-Scorsese va lentamente convirtiéndose en un drama de corte psicológico, obligando al espectador, al mismo ritmo, a reordenar sus propios pensamientos sobre el personaje principal y la trama que lo envuelve. Un ejercicio que resulta dificultoso si se espera un thriller de factura tradicional. Sin embargo, allí está el magistral guión de Laeta Kalogridis en las manos de quizás el más grande de los cineastas vivos.
Film que disimula sus defectos en sus logrados climas. Maldito Scorsese. ¿Cómo hablar de La isla siniestra o de las conclusiones que se pueden sacar sobre ella sin decir nada que revele, malamente, algo de su desenlace? Sí, el nuevo film de la dupla Scorsese-DiCaprio viene con giro sorpresa al final. El asunto es que el relato se parte definitivamente luego de esa revelación y lo que sigue es otra película o, la misma, pero repleta del sentido y el significado que hasta entonces no habíamos comprendido. A Scorsese, en realidad, no parece importarle del todo el giro de la película, sino que le resulta funcional a lo que quiere decir. Y lo que quiere decir es, sin contar demasiado, cómo el cine -al que recuerda a partir de incontables citas- o el arte de imaginar historias construyen paradigmas sobre los que recostarnos para vivir plácidamente cuando la realidad nos agobia. ¿Cómo llegamos a eso? Mejor ver la película. El final de La isla siniestra, en ese marco, se presta para la polémica. Decididamente el alguacil Teddy Daniel (DiCaprio) toma una decisión de vida: si es la más feliz o no, eso depende del punto de vista de cada espectador. Punto de vista, algo sobre lo que Scorsese trabaja de manera obsesiva, limando y puliendo todas las amplias posibilidades que le permite su protagonista, un tipo evidentemente atormentado, con serios conflictos personales a partir de hechos de su pasado que lo han complejizado, y que se mete a investigar la desaparición de una peligrosa mujer que está detenida en una prisión para criminales con trastornos psiquiátricos, la Shutter island original. Scorsese retrata y sigue con tanta fruición a ese personaje, que el film no puede ser otra cosa que una obra paranoica, enfermiza, perversa. Cada rincón de la mente de Daniel contamina la narración hasta que La isla siniestra termina convirtiéndose en una película agobiante donde todo parece estar por estallar (algunas claves para descifrarla se pueden hallar en la forma en que está trabajada la banda sonora o cómo el film recurre a evidentes back projectings, todos recursos extradiegéticos del cine). También, hay que decirlo, La isla siniestra es una película fallida en la carrera de Scorsese (no mala como El aviador). Muchos han cuestionado su final, que es cierto que por anticlimático no está a la altura del resto del relato (que es sumamente atmosférico), aunque también es real que en esos minutos se encuentra el meollo de lo que Scorsese quiere decir y que le terminan de dar un sentido a las imágenes que hasta entonces sólo habían generado en el espectador extrañeza y confusión. En lo personal creo que los problemas de la película no son narrativos, sino -raro en el bueno de Martin- precisamente en la relación que mantiene con las imágenes. No descubrimos nada si decimos que la violencia en sus películas es un personaje más. Sin embargo, por más excesiva que sea en sí, nunca parece exceder al relato. En La isla siniestra lo sangriento, en ocasiones, es gratuito, efectista; en otras, mucho peor, es abyecto. Pero aquí, y por eso La isla siniestra es una película tan fallida como seductora a la vez (peligrosamente seductora si tenemos en cuenta cómo juega con la mente), uno no puede dejar de notar que estamos ante un film de Scorsese, alguien que no sólo es uno de los directores más talentosos de las últimas cuatro décadas, sino que además mantiene un fuerte lazos con la teoría y la filosofía en el cine. Obvio que Scorsese sabe que el traveling es una cuestión moral, que las imágenes tienen su ética y que conoce lo que Daney ha dicho al respecto. Por eso, cada recuerdo de Daniel en Dachau (el personaje estuvo en la Segunda Guerra Mundial) no puede ser visto como otra cosa que una provocación a esos preconceptos. Scorsese construye un film donde la política (explícitamente en su contexto paranoico de la década del 50 en el que transcurre la historia) está presente de manera subterránea como rumor paranoico, y que por eso no puede dejar de construir una realidad donde las imágenes también son política: un fusilamiento de alemanes registrado con un estilizado traveling, una pila de cadáveres judíos mostrada con detalle. Política de la imagen, incorrección política. Pero atención, el problema de este juego en la cornisa de Scorsese con la propiedad o no de las imágenes encuentra su límite, precisamente, en su última parte: allí, ya cuando lo que se ve no pertenece al terreno de la fantasía de los sueños recurrentes sino a la realidad, cuando el film deja de justificarse por medio de su adscripción a géneros, estilos y la autoconciencia de estar recorriendo a Hithcock o Fuller o Tourneur, es cuando nos hace ruido (otra vez un film basado en una novela de Dennis Lehane que muestra a un padre gritando por la muerte de su hijo con una grúa que se eleva al cielo, igualito que en Río místico). Porque una película donde un director elige qué revelar y qué no revelar de su argumento con el objetivo de sorprender al espectador, también debería tener la capacidad de no mostrar algunas cosas que podrían ser dejadas en fuera de campo. Por eso, y por la forma explícitamente artificiosa con la que está construida, La isla siniestra está hablando del cine: transita evidentemente sobre la memoria cinéfila de las imágenes de aquellas películas que se hacían sesenta años atrás. Y no vale acusar a Scorsese de volverse demasiado introspectivo y endogámico con la cinefilia, porque precisamente la fuerza del cuento está puesta en una sensación continua de encierro y falta de escapatoria. Scorsese se cuestiona y deja en claro que el cine (también ese que conceptualizó el nazismo como villano: allí hay conexiones con Bastardos sin gloria) es una evasión habitable contra cierta realidad, bajo el conocimiento de que se está perdiendo algo para siempre. Y que también la expectativa es una pura invención del cine: por eso frustra y decepciona su final en un juego de espejos entre Teddy Daniel y el espectador (uno también puede elegir en qué parte de la película se queda). Lo cierto, y que no deja lugar a dudas, es que por la tensión que genera, mirando La isla siniestra uno la pasa bastante mal. La película está filmada con las tripas y eso es algo que no se ve demasiado por estos días.
El último gran hallazgo de Scorsese La última película del director de Los infiltrados propone una historia huracanada, modelada como una creciente pesadilla, que llega a borrar los límites y los marcos de una supuesta y omnipresente realidad. Se destacan también las actuaciones. Tal vez para poder comenzar a transitar el accidentado periplo que nos propone este último film del tan personal realizador Martin Scorsese, presentado en el último Festival de Berlín hace tres semanas, sea necesario ubicarse en algún punto del camino descendente, espiralado, que nos mostraba su realización de 1991, Cabo de miedo; no sólo de este en su carácter de remake, sino de aquella primera versión de principios de los 60, dirigida por J. Lee Thompson. Desde Cabo de miedo, interpretada por Robert De Niro, Nick Nolte y Jessica Lange, entre otros, Scorsese, desde mi punto de vista, no había logrado transmitir un relato tan afiebrado ni tan compulsivo. En La isla siniestra, cuya novela original de Dennis Lehane ansío leer, Martin Scorsese nos propone atravesar una historia huracanada, modelada como una creciente pesadilla, que llega a borrar los límites y los marcos de una supuesta y omnipresente realidad. A sus sesenta y siete años, con una trayectoria que parte de mediados de los 60, Scorsese nos hace llegar una alucinatoria obra que saluda de igual manera, y hace suya, al melodrama, el thriller del cine negro con elementos del suspense psicológico, categorías y géneros que apuntan a este caso a volver a poner en escena aquellos principios del cine de Fritz Lang y de Alfred Hitchcock en el que "nada es lo que parece ser". Desde La isla siniestra, film decididamente claustrofóbico, en los que la sombra de una amenaza se va desplegando silenciosamente sobre nosotros, los espectadores, Scorsese, desde ese guión sin fisuras que despierta nuestros propios terrores, se conecta con los asfixiantes espacios de un mundo kafkiano, autor que se cita en un relevante pasaje. Y es admirable ver cómo desde la situación personal de un alguacil federal, que junto con su reciente compañero de investigación llega a Shutter Island, logra abrirse a la memoria histórica, en lo que compete a las acciones y genocidios en los años de la Segunda Guerra Mundial y a las operaciones manipuladas por la política del maccarthysmo. En este sentido, que el film se abra en el año 1954 no es sólo una cuestión de ambientación: todo el clima de persecución, espionaje y chantaje se respira en una sociedad que busca aniquilar las diferencias y que intenta expulsar todo indicio de ideología ajena al sistema, mediante la degradante política de interrogatorios y delaciones. Y, simultáneamente, Scorsese nos coloca a través de repetidos flashbacks en la piel de quien ahora, en una situación abismal, debió matar a su enemigo, en tanto el personaje que asume de manera adulta Leonardo DiCaprio formaba parte del ejército de los aliados y en algún momento él también, en una situación límite y terminal, como lo plantea la guerra, se vio obligado a matar. En numerosos reportajes, Scorsese, desde una reconocible humildad, señaló numerosos films que se pueden visualizar, desde algunas huellas, en La isla siniestra, cuyo título original remite a ese espacio que se define como una fortaleza presidiaria psiquiátrica. Entre otros nombres, Scorsese citó a Otto Preminger y Jacques Tourneur, a Orson Welles, Roman Polanski, Edward Dymitryk, y fundamentalmente dos documentales censurados: de John Huston Let There Be Night, sobre los efectos de la guerra en la conducta humana, como asimismo Titicu Follies, de Frederick Wiseman sobre un Hospital psiquiátrico para enfermos mentales de Massachusetts, Vértigo, de Alfred Hitchcock y Shock Corridor, de Samuel Fuller. Comentó que varios films de estos directores fueron analizados por todo su grupo de trabajo. Estimo que el film merece verse más de una vez. En tanto la ambigüedad queda en pie al final del relato, tal vez sea oportuno ir revisando de qué manera se van construyendo ciertos interrogantes y desde qué aspectos, desde qué marcas que van hiriendo la inicial lógica se van, al mismo tiempo, desvaneciendo algunas certezas, a partir de un número. Desde la torturada mente de un individuo dominado por la culpa y el miedo, La isla siniestra nos enfrenta a miradas, gestos, de los otros, que van generando sospechas y que nos lleva a internarnos a pasadizos y laberintos, pabellones en los que anidan tenebrosos secretos, terrenos escarpados, visiones borrosas y siluetas confundidas y allí, un faro que no arroja precisamente una luz orientadora. Desde el momento inicial, la partitura musical del film nos instala en la senda de lo incierto y lo desconocido, y así, desde el primer momento, en un cuidado y atractivo jardín el horror ante rostros desencajados comienza a emerger. Del mismo modo, el rostro del personaje central, que en tantos aspectos nos lleva a evocar a los detectives del cine negro de los años 40, acusa una permanente tristeza, lo que va señalando que, nosotros como espectadores, debemos comenzar a mirar hacia otros ángulos. Metáfora de tormentas interiores, de recuerdos propios y delirios construidos, de golpeante paranoia, sin que haya una definición al respecto, Scorsese logra en La isla siniestra despertar nuestros propios miedos, desde este film que se va siguiendo con ese ritmo programado de un azote que no cesa, con esa frecuencia que comienza a horadar y agrietar todo indicio de aparente seguridad, que nos podría llevar a alcanzar el próximo transbordador. Juegos de tiempos y visiones de espanto, La isla siniestra se va extendiendo frente a nuestra mirada desde una progresiva sospecha, que se multiplica y que nos asalta. Con un elenco acorde a lo planteado por el guión, que recupera para nosotros al bergmaniano Max Von Sydow y a un polifacético Ben Kingsley, con una destacada actuación de DiCaprio y de su compañero Mark Ruffalo, y la siempre notable Patricia Clarkson, La isla siniestra es, para quien escribe esta nota, uno de los últimos grandes hallazgos del cine de hoy.
Si hay algo que caracteriza esta última cinta de Martin Scorsese es el realismo, y lograr que una historia de tal calibre psicológico como lo es "Shutter Island" se convierta en una historia verosímil y disfrutable se debe principalmente al cuidadoso y minucioso trabajo del director. Dos policías federales son enviados a "Shutter Island", una isla en el medio del océano en la que funciona el más respetado hospital psiquiátrico del mundo, donde son enviados los hombres y mujeres más peligrosos. Ellos deben investigar el escape de una de las pacientes, un laberinto de preguntas y respuestas y un misterio por resolver son los obstáculos que ambos van a tener que superar.
La única certidumbre es la incertidumbre Martin Scorsese siempre es un director interesante. Pero este crítico se atreve a afirmar que La isla siniestra es su filme más arriesgado, interesante y complejo de analizar desde La edad de la inocencia. Eso no significa que Casino, Bringing out the dead, Pandillas de Nueva York o Los infiltrados carecieran de aristas atractivas, sino que Shutter island es la película más permeable a definiciones rápidas, malentendidos o vínculos facilistas. De hecho, las calificaciones generales señalan a esta historia –basada en un libro de Dennis Lehane, el autor de las obras en que se basaron Río Místico y Desapareció una noche-, como un “Scorsese menor”. Sin embargo, a pesar de ser fallida en varios aspectos, su ambición y sus logrados climas la ubican un poco al costado de la mera calificación de “menor”. Ubicada en 1954, la trama sigue a un agente federal (Leonardo Di Caprio) que junto a su compañero (Mark Ruffalo) deben ir a una isla donde se ubica un neuropsiquiátrico para criminales, para investigar la misteriosa desaparición de una paciente (Emily Mortimer). Enseguida se toparán con las autoridades del instituto (encabezadas por un Ben Kingsley monolítico e impenetrable), hostiles y sin voluntad de colaboración. Y una furiosa tormenta, que los deja varados en la isla, terminará de introducirlos en un clima laberíntico y pesadillesco. Shutter island es un filme que invita y busca la comparación y evocación de muchas otras obras, creadores y corrientes cinematográficas, incluso al universo scorsesiano. Desde el mismo comienzo, la actuación de Ruffalo (quien, a pesar de todo, parece hacerlo con total naturalidad, algo que siempre lo ha caracterizado), hace recordar al método actoral empleado por, entre otros, Humphrey Bogart, en el cine clásico del treinta, cuarenta y cincuenta. La fotografía casi onírica, con cielos completamente irreales, remite a Vértigo, Psicosis y un amplio espectro de la filmografía de Alfred Hitchcock. Y de la puesta en escena hitchcokiana al expresionismo alemán de la década del veinte, que anticipaba los mecanismos de poder y opresión del nazismo (sólo que aquí transfigurados en la figura política del anticomunismo norteamericano de los años cincuenta), con filmes como El gabinete del Doctor Caligari o M como máximos exponentes, hay un paso muy cortito. Asimismo, la banda sonora, producida y supervisada por Robbie Robertson, trae a la memoria las secuencias más terroríficas y desatadas de Cabo de miedo. Y Scorsese vuelve con esa mirada hacia lo femenino que tanto lo distingue y que brilló particularmente en Taxi driver y Toro salvaje: los protagonistas masculinos con una visión de las mujeres donde lo idealizado y lo deforme confluyen, en el que lo blanco y puro va ofreciendo poco a poco matices oscuros, aunque se quiera seguir sosteniendo una imagen irreal, como un refugio frente a la tormentosa e inexorable realidad. No obstante, ciertos flashbacks que reconstruyen un episodio de la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Dachau, nos recuerdan a los peores momentos de la carrera de Steven Spielberg: la escena del falso suspenso con las duchas en La lista de Schindler y la del orgasmo en paralelo a la muerte de los atletas judíos en Munich. Es evidente que los dos cineastas y amigos comparten un modo de aproximación al tema del Holocausto, para bien y para mal. En La isla siniestra, se dejan ver los aspectos más negativos. Pareciera que en ciertas escenas del filme Scorsese se hubiera olvidado de aplicar las prácticas de John Ford, un cineasta que se caracterizó primariamente por construir imágenes desde lo no visto, por representar sin necesariamente mostrar, por recortar pedazos de mundos para que el espectador complete por sí mismo la pieza del rompecabezas restante. Del mismo modo, en especial hacia la media hora final, Scorsese se aplica excesivamente a lo pautado por el guión de Laeta Kalogridis (guionista también de Alexander). Lo mismo había hecho con el guión de John Logan en El aviador. El resultado es parecido: una sobreexplicación de los hechos que entorpece y le resta fuerza al relato. Aún así, sobre los minutos finales retorna el cineasta ambiguo e inquietante, que cuando se desafía a sí mismo junto con el espectador, es capaz de llegar a grandes alturas. A pesar de su mecanismo de relojería destinado a completar los casilleros vacíos, La isla siniestra es un filme que deja varios cabos sueltos deliberadamente, bien debajo de la superficie, exponiendo el interior de los personajes no para responder sino para preguntar y preguntarse, con un contexto tan opresivo como enigmático, donde ciertas respuestas condonantes no alcanzan para alejar la inquietud. En su ambición, golpea las certezas, obliga a una revisión, juega con las expectativas del público, deja tan satisfecho como insatisfecho. El cine aquí se transforma en un interrogante indisoluble.
La isla siniestra es la película que juntó por cuarta vez a esa muy buena sociedad que componen Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio. El comienzo es brillante y no podría haber sido mejor. Las escenas de Teddy Daniels en el auto y luego caminando hacia la entrada del psiquiátrico y la viejita haciendo el gesto de silencio son escalofriantes y nos introducen de lleno al suspenso que va a tener el film en varios momentos. Lamentablemente el ritmo decae bastante y los momentos posteriores se hacen un poco pesados, quizás hasta casi la primer hora inicial. Con buenos diálogos y algunas escenas de cierto suspenso en esos primeros 60 minutos vamos metiéndonos de a poco en la historia que nos muestran los protagonistas. En la segunda hora todo cambia por completo, y es ahi cuando comienza a desenmarañarse el conflicto. Al jugar todo el tiempo con la realidad y lo imaginario, la historia nos puede desorientar en varios momentos pero esto es totalmente intencional, para que al final logremos sorprendernos. Seguramente muchos se darán cuenta antes de que termine del desenlace, pero realmente la manera en la que va destapando el misterio no podría haber sido mejor. Tanto el paisaje como la musicalización fueron dos grandes aciertos que aportan excelentes condimentos a la historia, sumándole suspenso y terror en los momentos necesarios. Considero a Scorsese como uno de los directores más talentosos de la actualidad, además de ser mi realizador favorito. Debe ser uno de los pocos que a su edad no pierde vigencia y con cada cinta vuelve a reafirmar que merece estar en consideración de todo el público. Muchachos de la Academia, por favor cuando den las nominaciones a Mejor actor en febrero del año entrante no olviden la brillante labor que hizo Leonardo DiCaprio en este film. Creo que estamos en presencia de la mejor actuación de este actor y nuevamente Scorsese saca a relucir la mejor versión del intérprete de Diamante de sangre. Los vaivenes en la personalidad de su personaje no fueron un problema para que DiCaprio se luciera a lo largo de sus 140 minutos de duración. En los papeles secundarios encontramos al inglés Ben Kingsley con una gran performance, además de Jackie Earle Haley y Mark Ruffalo, que también realizan muy buenas labores. Como conclusión La isla siniestra es una excelente historia de suspenso y drama que vuelve a encumbrar esa gran unión que conforman un director de un enorme calibre como Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio.
La siniestra coartada de la locura Teniendo en cuenta los altibajos que ha presentado la filmografía reciente de Martin Scorsese, resulta bienvenida La isla siniestra, que lo muestra maduro y sagaz, pleno de confianza en el material que ha elegido. Basada en una novela de Dennis Lehane, se centra en un agente federal enviado a investigar un caso en una institución psiquiátrica situada en una misteriosa isla, donde terminará envuelto en una trama de engaños. El guión es de una complejidad y ambigüedad poco usuales en el cine estadounidense actual, con el protagonista ingresando una y otra vez a distintas capas de su conciencia, turbado por la forma en que lo afectan los recuerdos, los sueños y/o los efectos de cierta medicación que recibe en esta pesadillesca isla. Scorsese ha sabido expresar este permanente desdoblamiento del personaje sin caer en la confusión narrativa y estética en la que han incurrido otros directores al abordar situaciones similares (Adrian Lyne, Oliver Stone), generando, en cambio, una tensión permanente, y confirmando –de forma lenta pero segura– lo que alguien dice en la escena que constituye el corazón del film: la locura puede ser una cruel coartada para acallar a una persona. Como en toda buena película, los elementos en juego tienen valor polisémico: el fuego dentro de una cueva mientras se mantiene una conversación clave significa la manifestación de la luz y de la verdad; una tormenta feroz puede verse como el desborde de percepciones o la intrusión en un estado de turbulencia psíquica e inseguridad; un sórdido pabellón o un faro infranqueable parecen zonas de la conciencia a las que cuesta ingresar. Esta riqueza permite que el drama de suspenso lleve consigo poderosas referencias políticas, planteando la hipótesis de que quien pretenda cambiar –o incluso denunciar– una situación injusta, deberá enfrentarse a una estructura que se lo impedirá por cualquier medio. Podrá cuestionarse que quien lo intenta aquí es un agente del FBI, pero afortunadamente no hay rasgos heroicos subrayados. Formalmente, La isla siniestra demuestra que detrás de cada resolución hay un gran director: la precisa utilización de la inquietante música, la imponencia de la luz, la inteligente alternancia de planos cercanos y generales, la consistencia del montaje (a pesar de algunos errores de continuidad durante el viaje inicial), le dan solidez a la intrincada historia. Sumado a esto que la acción transcurre en los ’50, se percibe un estilo que recuerda a Hitchcock, a Jacques Tourner, a ciertos policiales oscuros de aquellos años. Leonardo Di Caprio es un actor eficaz pero, con su perdurable aspecto de adolescente malhumorado, no parece adecuado para encarnar al protagonista (forzado, además, a jugar una innecesaria escena melodramática hacia el final). Tampoco se lo nota muy cómodo a Mark Ruffalo. Ben Kingsley y Max Von Sydow, en cambio, están ideales. Aunque discutible en algunos aspectos –y, claro, sin la concisión de clásicos de Scorsese como Taxi Driver (1976)–, La isla siniestra es una película intensa y exigente.
Una isla a la que nunca llegamos. Scorsese es un cinéfilo. Un amante del cine, y principalmente, de las películas de Hitchcock. Y, mucho mérito del (re)descubrimiento de Vértigo, la mayor película del rey del suspenso, se deba al director de Toro salvaje (*Nota: En el día de la publicación de esta crítica salió un juego bastante interesante, justamente, sobre el proceso de restauración de los films de Hitch por parte de Scorsese, lo pueden ver acá). Se suponía que este, entonces, con La isla siniestra brindara un espectáculo de terror y suspenso manífico, un homenaje tan grande como algunos de los títulos previos del director. Incluso, podríamos agregar, que al haber ganado el Oscar por Los infiltrados, Scorsese estaría todavía más tranquilo y haría no tanto una película personal, sino un blockbuster inteligente y atrapante, estilizado y entretenido. El problema es que de estos adjetivos, la película sólo es una módica narración de suspenso con un tercer acto para nada sorprendente. Y sí, el estilo es lo que más importa, porque uno nunca se siente en la isla del título, sino más bien mirando un módico ejercicio de adaptación de otra obra más del autor de la novela Río místico. Los homenajes a Scorsese parecen más que nada para distraer al cinéfilo nerd, para que se la pase diciendo "ah, mirá, esa toma es igual a la de Psicosis" o "acá DiCaprio hace lo mismo que Cary Grant al final de Intriga internacional". Porque el resto de la película tiene un ritmo más propio de un thriller más, que, como Hollywood manda, tiene uno de esos finales que harían a Night Shyamalan babearse por arruinar. El primer acto cuenta la llegada de Teddy Daniels, el ofuscado detective interpretado por Leonardo DiCaprio (quizás, más cercano ahora a Howard Hughes que en la biopic El aviador) a la isla para criminales dementes. La llegada es lo más memorable del film: se nos presenta al protagonista y su compañero llegando a la fantástica isla del título a través de una niebla que parecería cruzar a otra dimensión. Él detective acarrea problemas y bastante trágicos: su mujer (Michelle Williams, ex mujer en la vida real y mujer en la ficción de Heath Ledger en Secreto en la montaña) murió calcinada por un pirómano. Las cosas se vuelven más turbias cuando Teddy sueña, en sus periódicos viajes oníricos a su vida pasada, con ella, quien le asegura que el criminal está encerrado en la isla. Pero su deber no es vengarse, o pelear con fantasmas del pasado, sino encontrar a la paciente Rachel Solando. Misteriosamente, se "desvaneció" del instituto de máxima seguridad. Lo que sigue es una pesquisa de parte de Teddy (nunca abandonamos su punto de vista, claro) para tratar de descubrir la verdad. Pero las cosas se complican, cuando empezamos a sospechar que quizás todo el instituto podría ocultar algo más tenebroso. Macabro, incluso (es esencial, que toda la paranoia esta viene en plena caza de brujas, superada la guerra contra el nazismo). Y para peor, Teddy es un hombre problemático. Sería el paciente/experimento, perfecto. Creanmé, pero con la sensación de peligro o paranoia en una isla con interminables tormentas, locos con cara de asesinos (bueno, todos lo son), antihéroes que dejarían normal a Travis Bickle a su lado, y dos monstruos de la actuación como Ben Kingsley (Gandhi, La lista de Schindler) y Max von Sydow (El séptimo sello) como doctores siniestros, plus un DiCaprio bastante psicótico, uno debería aferrarse a la butaca del suspenso que provocaría cada esquina, cada rincón sin luz de La isla siniestra. Pero no. Uno siente que está en una isla totalmente artificial. Que todo es puro artificio. Si sacamos los actores y la psiquis de los personajes, el estilo de Scorsese (esa edición impactante) se nota apenas un par de veces: bueno, también están los errores de continuidad que intentan hacer "sucia" una película que está mucho más cerca a Pandillas de Nueva York que a Taxi Driver. No le recrimino al director haber optado por un enfoque más digerible, mientras me brinde una buena historia de suspenso. Pero acá, en cada plano, cada efecto digital, se nota el artificio. Se delata en la estructura del guión, que es previsible (y sin adelantar nada, ¡basta de matar niños Dennis Lehane!), en la llegada a la isla, con una banda sonora no original que intenta reforzar la idea de la oscuridad subyacente y no lo logra (sí quieren ver algo aterrador, y con una banda sonora que lo potencia, miren El resplandor, de Kubrick). Hay una revisión del nazismo, pero es mucho menor a la de Tarantino, que hace unos meses parecía decir basta a la solemnidad de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Acá, Martin al principio parece un poco afectado por el maniqueísmo de Hollywood, pero después unta todas las subtramas, para que tengan mayor relevancia. Pero ese también es uno de los problemas: la película quiere decir tantas cosas que al final, dice pocas. Parece que Scorsese, tan apegado al cine de los '50 quiso reconstruir su escencia. Algo así, como, citando de nuevo a otro director-cinéfilo empedernido, Tarantino con el grindhouse en A prueba de muerte. Pero ambas películas comparten los mismos efectos y defectos: las dos son más que prolijos ejercicios estéticos que intentan copiar un estilo, pero también carecen del factor humano, de la conexión emocional con el espectador. Da la misma sensación estar en la isla tenebrosa que arriba del Dodge furioso. O sea, lindo para ver. Nada más.
Cualquier película de Scorsese me genera mucha expectativa, mas aún en este caso que es su primer trabajo luego de ganar el Oscar por "The Departed" y vuelve al género del thriller como en "Cape Fear". Basada en la novela de Dennis Lehane, autor de "Mystic River" y "Gone Baby Gone", cuenta la historia de Teddy Daniels, un agente asignado a investigar la desaparición de una paciente en un hospital ubicado en una isla remota. Tras su llegada, Daniels comienza a sufrir constantes alucinaciones y pesadillas, causados por la reciente muerte de su esposa y sus recuerdos de la guerra. El director logra un gran clima de suspenso durante todo el film, gracias a un excelente trabajo de dirección, edición y musicalización. El lugar remoto y los escenarios oscuros elegidos para desarrollar la historia también ayudan. Escenas como la del fósforo o la del faro generan mucha tensión. Quizás la trama no alcanza para dos horas diez de película pero Scorsese la acompaña con buenas escenas que te mantienen enganchado, varias con referencia a clásicos como "The Shining" de Kubrick o "Vertigo" de Hitchcock. El punto mas discutido y por el que recibió criticas dispares es el final. Para muchos es un final ya visto o previsible, lo que hará que quienes lo anticipen quizás no justifiquen la espera de mas de dos horas y se lleven un sabor amargo. Por mi parte, me pareció interesante ver como lo descubre el personaje de Leonardo DiCaprio y esto me mantuvo enganchado de principio a fin. DiCaprio interpreta a Teddy Daniels en su cuarta participación junto al director. No es un gran actor pero sus mejores actuaciones las logra junto a Scorsese. El elenco secundario es lo mas sobresaliente, con dos viejos actorazos como Ben Kingsley y Max von Sydow interpretando a los doctores a cargo del hospital, Mark Ruffalo como el agente compañero de Daniels y Michelle Williams como la esposa. Jackie Earle Haley se destaca interpretando a un paciente en una de las mejores escenas del film. Ideal para ver en Cine.
Es el año 1954 y los alguaciles Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo) son enviados a una institución mental para criminales de Shutter Island para investigar un caso. Una de las pacientes del hospital, Rachel Solando, ha escapado misteriosamente de su celda y estos agentes deberán encontrar su paradero dentro de la isla. Pero cuando todo se complica y no queda otra alternativa que abandonar el lugar, una lluvia torrencial les impedirá huir y enfrentará a Daniels con una nueva realidad. Los aspectos a destacar de este film son, sin lugar a dudas, los efectos especiales y la puesta en escena. Esos ambientes con cenizas o papeles suspendidos en el aire, la mujer que se deshace entre las manos del amante, unas entrañas como brasas que aún están encendidas son escenas fabulosas y espectaculares, con un excelente manejo de la metáfora, a la hora de ilustrar el mundo onírico (o alucinatorio) de Daniels. Pero, la gran desilusión de esta película viene de la mano del argumento. Esa historia con trampas, que da un millón de giros, en donde al final todo lo que habíamos visto era producto de la débil mente del protagonista perseguida por la culpa, ya está más que trillada. Está bien, si este fuera el primer Thriller psicológico que tiene este final diría que es una gran película, eso no lo dudo. Porque la puesta en escena, las interpretaciones, y la técnica son excelentes (salvo la música que por momentos sobreactúa su participación). Pero esta historia ya la vimos muchas veces. Identidad o Número 23 son algunos ejemplos. Pero como siempre es bueno ver el vaso medio lleno, hubo un elemento del argumento que hizo que La isla siniestra se diferencie del resto de las películas, y ese es el final abierto. Ése es un aspecto que atrae y que hace que el espectador no se vaya del cine totalmente desilusionado. Porque la historia no termina como todas, la historia puede no ser como te la están contando.
Los mundos paralelos de la mente Dos agentes federales, en 1954, investigan la desaparición de una paciente del manicomio de Shutter Island. Esto desencadena acontecimientos que deslumbrarán a los distintos personajes hasta el final. Scorsese nos muestra cada detalle de la mente de Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) usando los distintos géneros clásicos “mixados” de la mejor manera. Nuestro protagonista llega a una isla habitada por psicóticos criminales, psiquíatras sin escrúpulos, guardias de seguridad y viejos recuerdos. Teddy vivirá en carne propia esos recuerdos, algunos de su presencia en la segunda Guerra Mundial, otros sobre la muerte de su esposa y, sin más, algunas alucinaciones de posibles asesinos que recorren el film. Los recuerdos o alucinaciones (no sabemos) del policía son el click que nos sumergen en la materia gris de Daniels. Las apariciones fantasmales de su esposa fallecida (Michelle Williams) atraviesan la película de polo a polo y son la clave a seguir si queremos descubrir qué es lo que pasa en esta isla siniestra. A veces nos sentimos como si viviéramos en mundos paralelos, en un aquí y ahora, y en un allí y ahora. Es decir, la cabeza nos juega malas pasadas. Ella hace que nos posicionemos en distintos ángulos para llevar acabo nuestros planes. Estos planes son los del agente Daniels. El personaje de Scorsese será nuestro enigma, nuestro karma, su karma. Toda la expedición en Shutter Island dependerá o penderá de qué manera la mente quiera jugar con nosotros (y con él), dentro y fuera de la película. Martín Scorsese afirmó que mientras leía el guión de Laeta Kalogridis le recordaba a El gabinete del Dr. Caligari. Esta cómo otras películas (El umbral, Memento, y demás films freudianos, psicológicos) o largometrajes sobre cómo llevar a cabo nuestros objetivos o hacia el objetivo último, el final de nuestras vidas, son retomadas en Shutter Island. Puede ocurrir que un espectador despierto descubra en los primeros quince minutos el final de esta historia, sin embargo, la película nos obliga a cambiar nuestro punto de vista minuto a minuto, segundo a segundo. Es más, hasta el último diálogo no sabremos el por qué de cada acontecimiento o cuento (según cómo queramos entender lo que está pasando en la isla) que se narraron en las más de dos horas de Shutter Island. Y con esto remarco diálogo, porque es ahí donde se centrará Scorsese. Hasta hoy, y luego de Bastardos sin gloria, no había visto mejores diálogos, incoherentes y sin sentido, pero que sin los mismos jamás podríamos resolver el caso o la historia: ¿Quién es Teddy Daniels? o ¿Por qué es Teddy Daniels? Es decir, y concluyendo, Scorsese nos trae hoy un film poseedor de tres puntos imprescindibles: un personaje –el cual hay que descubrir y sabe cómo hay que relatar, de una manera engañosa, lo que pasa a su alrededor-, una historia o mente que contar –porque de eso se trata-, y una película finalizada –es decir, veremos un cine en el cine, sobre el cine, un film que habla sobre si mismo, sobre su director y sobre el cine que lo antecede. Tres cosas que no pueden faltar en una buena realización y, aunque sea un tema ya trasmitido, ya contado desde los comienzos de la cinematografía, el encontrar una nueva forma o un nuevo lugar le da puntos extras al director y su objeto. Por otro lado, es increíble la manipulación que este tiene con sus actores, la imagen, el sonido y el guión, quiero decir, que remarcar el concepto de autoría. Las dos horas y cuarto de duración son pura y exclusivamente de suspenso y terror “a la vieja usanza”. No sabremos qué, quién, cuándo, dónde, por qué y cómo hasta el último minuto de esta materia gris, de este sonámbulo creado por el mismísmo Dr. Caligari. Realmente es ver al doctor haciendo lo que mejor le sale, engañar, y con el engaño, vislumbrar, mostrar de manera tenue los indicios de algo que ya existe, de ese hospital creado por alemanes en la década de los ‘20.
LA PASIÓN SEGÚN SCORSESE Ambientada en un instituto psiquiátrico para criminales, el nuevo film del consagrado director de -entre otros títulos- Taxi Driver y Buenos Muchachos, pone de manifiesto sus conocidas habilidades y el habitual ímpetu con el que suele abordar el cine. Pero también todas las limitaciones que ello conlleva. Más allá de la valoración que se tenga de su obra, y de lo que se opine de su dimensión como director, a Martin Scorsese siempre se le ha reconocido su pasión por el cine. Y esto es un hecho que incluso él mismo se ha encargado de resaltar. Y no sólo en sus trabajos, que además de su labor como cineasta incluyen tareas de restaurador y curador, de comentarista y de locutor en algún documental, sino que también esa pasión la ha dejado aflorar en cada entrevista que se le ha realizado. Es Scorsese el ejemplo de director cinéfilo, siendo -por cierto- Tarantino su actual y bufonesca parodia. Ahora bien, una pasión de este tipo no significan nada en sí misma; es deber del artista hacer de ella algo productivo; o mejor dicho, lograr que no consuma sus habilidades y que éstas sean capaces de producir un hecho estético que se sostenga por sí mismo y que no sólo remita a su objeto de deseo, sino que también funcione como soporte de operaciones más universales, profundas y trascendentes. En la carrera de Scorsese se pueden encontrar películas demasiado atadas a la voracidad cinéfila del director, y películas más equilibradas que logran ir más allá de su propio marco de representación. Entre las primeras podemos encontrar a Calles Peligrosas, Toro Salvaje, Buenos Muchachos, Casino, Pandillas de Nueva York y Los infiltrados. Y entre las otras, a Taxi Driver, Después de Hora, El Aviador y la que muy probablemente sea su gran obra: El Rey de la comedia. Claro que en esta distinción no figuran la totalidad de sus films, pero pueden tomarse tranquilamente como parámetro ya que conforman lo más destacado de su filmografía. ¿Qué diferencia un grupo del otro? Básicamente el hecho de que las primeras traducen la pasión cinéfila en un despliegue grandilocuente de recursos técnicos (travellings, puestas de cámaras rebuscadas, música, etc.) que convergen en un esteticismo que puede llegar a resultar sensorialmente atractivo, pero que difícilmente pueda sostener algún tipo de operación significante, es decir simbólica. El fuego de la pasión cinéfila scorsesiana se funde en una fetichización de la puesta en escena al ser ésta tomada como fin en sí misma, como cosa en sí, y no como medio; así lo mostrado queda hundido en su literalidad. Por ello el recuerdo de estas películas suele ser un simple recuento de escenas ordenadas según el impacto conseguido. Distinto es el caso de los films mencionados en el segundo grupo, en los cuales todos los elementos de la puesta confluyen en la creación de un todo dotado de sentido. No por nada Taxi Driver, Después de Hora y El Rey de la comedia conforman un terceto homogéneo en el que cada pieza es una variación representativa de un mismo fondo de ser. La desesperación ante el infierno de la vida urbana contemporánea -y todo lo que ello conlleva- encuentra aquí la más rica y compleja de sus representaciones, en la que abundan los matices y una pluralidad de significados convergentes entendibles según lo dado en la puesta en escena. Los primeros minutos de La Isla Siniestra ponen en evidencia que Scorsese es alguien que vio mucho cine, y que lo conoce, y por ello sabe crear climas. Así la aparición de un barco en medio de la niebla, la charla con projecting de fondo entre dos policías, y finalmente la irrupción de la extraña isla en la que acontecerán los hechos narrados, contribuyen a que rápidamente ingresemos en ese otro mundo y otro tiempo -fantásticos- al que toda película debería aspirar. Ese es un primer paso, el de la construcción de un espacio ficcional mediante el cual, luego de la lectura de la puesta en escena, accederemos al sentido último de la obra. Algo que no sucederá en La Isla Siniestra, porque quien maneja los hilos es el Scorsese pasional, aquel que piensa que el mero hecho de filmar ya es suficiente, y así esta película en la cual se narra la investigación de una desaparición dentro de un internado psiquiátrico por parte de un policía con un pasado trágico, no es más que la sucesión de escenas que pueden medirse sólo por su capacidad de impacto. Sí, hay algunas realmente buenas, como la que sucede en un oscuro y laberíntico pabellón, pero también unas cuantas feas y patéticas -por gratuitas y grandilocuentes- como casi todos los flashbacks y/o pesadillas y/o alucinaciones que sufre el personaje interpretado por Leonardo Di Caprio. En medio de tanto artificio vacío, se mencionan al pasar algunos temas: como el Holocausto o el macartismo, que podrían ser el sostén de todo el andamiaje de La Isla Siniestra. Pero no es así, porque a esos temas, dentro del relato, sólo se les da valor nominal debido a su carácter secundario o decorativo: lo que aquí importa es la estilización de las formas. Como pasa en gran parte de su filmografía, queda la sensación de que las habilidades de Scorsese estaban para más, y que su pasión pocas veces logra convertirse en saber.
La nueva entrega en la ya numerosa lista de la dupla conformada por Martin Scorsese y Leonardo DiCaprio muestra a un Scorsese que, como en la formidable Los infiltrados, apunta directamente al thriller clásico, aunque esta vez dotándolo de la esquizofrenia propia del tema principal que aborda Shutter Island. En este relato con claros ribetes noir, se podría suponer que Scorsese retoma algo de la progresiva locura de su ya mítico Travis Bickle, el papel que encumbró a De Niro en Taxi Driver. Lo cierto es que Teddy Daniels y el escalofriante entorno en el que parece sumergirse, se instalan de lleno en la demencia más prototípica, muy alejada de la sociopatía de Bickle. La locura que muestra Shutter Island se asocia con la forma más hollywoodense de entender esta anormalidad, antes que con la denuncia social o con la corporización de la alienación en las grandes ciudades. Scorsese disfruta jugando con la locura, y le saca el jugo al máximo sin perder de vista la narración. Es así que Shutter Island parece perderse en las alucinaciones del protagonista, permitiendo que se preste a confusión el pasado con la imaginación del personaje de DiCaprio (hasta el final es difícil determinar cuál es cual), y Scorsese se atreve a instalar una vuelta de tuerca cerca del desenlace que revierte todo lo visto hasta el momento. Lo interesante de este giro, un elemento del que Scorsese se había servido para su anterior film, es que un realizador de su talla sabe emplearlo de manera inteligente, el giro de Shutter Island no suena a trampa de guión ya que uno puede anticiparlo desde el minuto cero, y anticipándolo o no, nos encontramos de igual modo con un relato preciso aún en su coqueteo con la demencia. Lo más curioso de Shutter Island es la puesta en escena de la que se sirve Scorsese, una puesta que tranquilamente nos puede engañar, haciéndonos creer que estamos ante uno de los clásicos de Brian De Palma. Scorsese, a la manera del mejor de De Palma, nos presenta planos cenitales memorables y una clara apuesta al artificio del cine, con notorias alusiones al cine clásico (especialmente a Hitchcock y a los backprojectings de antaño), y con una exacerbada pomposidad en la forma que presentan algunos recuerdos (y/o alucinaciones) de Teddy. Scorsese parece haber abrevado en el cine de su colega más que apelar a su propio historial, rescatando tanto algunos aspectos del estilo formal de aquel como la manera en que éste observa el amor y la obsesión (ejemplo de esto es el vínculo entre Daniels y su desaparecida mujer), aunque sin tocar otros tópicos fundamentales del cine de De Palma. A la mencionada inclinación por el artificio se le suma un DiCaprio que intensifica su interpretación cuanto más desatado se lo ve a su personaje (aunque, si bien es verdad que Martin lo dirige como nadie, sigue sin poder acercarse al mejor De Niro), y un ajustado Ben Kingsley, en un papel sumamente sinuoso. Scorsese está apuntando cada vez más a la llanura del género en su estado puro, pero aquí le suma la complejidad propia de la inmersión en lo siniestro de la mente humana. En ese sentido, Shutter Island responde con la reducción simplista propia de las convenciones genéricas, aunque es para destacar su relato sólido, aún en sus dobleces, y la destreza cinematográfica propia de Scorsese, quien, si bien desciende un par de peldaños en comparación con la precisión de Los infiltrados, se mantiene en forma y más vital que nunca.
Martin Scorsese: qué director. Si uno considera a la década del 70 como los años que revolucionarían el lenguaje cinematográfico norteamericano, Scorsese es uno de los pocos pilares de aquel movimiento que aún mantiene el talento intacto. En el camino se desplomaron unos cuantos - George Lucas, Francis Ford Coppola - que no son ahora ni la sombra de lo que fueron en su momento. Pero Scorsese sigue manteniendo el mismo nervio, e incluso ha diversificado su tradicional menú mafioso como para mostrar su versatilidad. En lo personal creo que Scorsese es un excelente director de policiales. No compro la idea de Scorsese haciendo dramas de época o sico-thrillers (como La Isla Siniestra). Lo suyo es la violencia, los mafiosos, y el crimen desde un punto de vista épico. El resto de sus filmes serán muy buenos o excelentes, no lo dudo, pero son géneros en donde Scorsese aparece como artista invitado. Es que en realidad no hay directores todo terreno (ni siquiera Stanley Kubrick); todos ellos se decantan por un género u otro en la mayor parte de su filmografía, y allí es donde consiguen sus mayores logros. En La Isla Siniestra Scorsese juega a montar algo al estilo de Hitchcock. Conspiraciones, trampas de la memoria, y otro inocente perseguido por los villanos de turno. El escenario de la isla llena de acantilados en donde reside la clínica siquiátrica es muy hitchcockiano. A ello se suma la paranoia de las revelaciones que va recibiendo el protagonista, que termina por no confiar en nadie. Y la necesidad de escapar de un lugar imposible. El gran problema de La Isla Siniestra es la falta de sutileza en el manejo del relato. Cuando llegan las revelaciones finales, uno las ha adivinado desde 130 minutos antes (y eso que el filme dura 138 minutos, algunos de ellos demasiado largos). Parte de la culpa es del guión y otra parte reside en la dirección de Scorsese. Uno no puede negar que los flashbacks del protagonista tienen estilo, pero a su vez están tan recargados de intenciones que no logran esconder las sorpresas del relato (y, a su vez, hay demasiados flashbacks). Cuando Scorsese decide develar la mano, el espectador ya ha adivinado el 90% de sus cartas y a lo sumo se le escaparon unos detalles menores. En Identidad o El Maquinista (sin mencionar Sexto Sentido) el manejo entre realidad / alucinación y la gran revelación final estaban mucho mejor manipulados. En esos casos el espectador se sorprendía con la última vuelta de tuerca, pero en La Isla Siniestra definitivamente no lo hace. Eso no quita de que la travesía esté bien construída. Las perfomances son muy buenas, aunque DiCaprio ya esté un poco sacado de más desde el vamos y empiece a dar pistas sobre qué va el filme. Es un thriller serie B bien hecho, pero falla en los dos puntos fundamentales: la gran revelación final y el mantener a la audiencia sobre el filo, indecisa de si lo que ve es alucinación, realidad, locura, o efectos de las drogas que le dan al protagonista. Scorsese revela las cartas desde temprano, y sólo termina por plasmar un thriller prolijo y correcto.
Atrapado sin salida. Juntar a Scorsese y Di Caprio es sin dudas una conjunción fuerte, el primero es un gran realizador con filmes notable y otros mucho menos, por su lado el actor es sin dudas un rostro expresivo, relevante que se sigue confirmando filme a filme. Ambos esta vez ofrecen la historia de un investigador del gobierno que viaja a una apartada isla con su ayudante para hacer una investigación acerca de un paciente criminal que acaba de huir, pero sorpresas te da la vida como cantaba Rubén Blades, y asi el personaje principal se internará en un mundo de pesadillas, casi casi un infierno del Dante, donde una trama generosa y atrapante nos hará ver que las cosas a veces no son lo que parecen. Digamos que existen aquí imágenes que nos hacen ver cine puro, desde una ambientación fantástica a singularidades típicas del añejo cine clase "B" -además se desarrolla en los años 50-, interminables y contínuas remitos a Hitchcock o al propio Scorsese que por momentos recuerda mucho a su versión de "Cabo del Miedo" con sus tormentas, y lluvias, y obvio los otros climas: la truculencia, lo fantasmagórico, lo casi sobrenatural, el suspenso, también se licúan de refilón temas de esa época como la reciente guerra, los experimentos atómicos, etc o sea no hay dudas que estamos ante un plato fuerte que nos conducirá a un final imprevisible para muchos y convencionalmente "tirado de los pelos" para otros. Súmese un impresionate cast actoral con valores como Ben Kingsley {está magnífico), Max Von Sydow, Jackie Earle Haley, Emily Mortimer y aún la sobriedad de Mark Ruffalo como el acompañante de Di Caprio, todos internados habitantes de este laberinto pesadillesco, que por momentos no da tregua y en definitiva también habla del lado oscuro de la existencia humana. No esperen mucho más, pero igualmente nada de esto es tan poco. "Alto thriller" diría un cumbiambero espectador.
Lo que me gusta del gran Martin es que además de mantenerse en una forma excelente (algo bastante raro en los grandes directores de los 80's y si no miren lo que hace DePalma hoy en día) en lo que es cámara, dirección de actores, ritmo narrativo, etc. el tipo agarra casi cualquier genero y lo da vuelta como una media. Lo que acá empieza como un thriller de suspenso convencional se va convirtiendo en uno de los mejores retratos psicológicos del descenso a la locura de un personaje y claro está, en eso tiene mucho que ver la gran actuación de Leo DiCaprio, sin dudas la mejor de su carrera. Igual todo el elenco se luce y es un gusto ver a Mark Ruffalo hacer un papel más a su medida que las comedias romanticas en las que se mete a veces. Ben Kingsley rendidor como siempre. La historia es excelente y llena de vueltas de tuerca y aunque el final parece un poco previsible, es impresionante como esta armado sin pretender tomar al espectador por estúpido. Como dije, un CLÁSICO con mayúsculas.
Sí lo más importante debe ir al principio: el último film de Martin Scorsese es un nuevo acontecimiento cinematográfico. En la cuarta colaboración con Leonardo Di Caprio, se experimentan sobradas sensaciones que sólo el cine sabe dar. No sé puede decir demasiado sobre la trama sin correr el riesgo de opacar la sorpresa, ya que nada es lo que aparenta. El guión, basado en la novela de Dennis Lehane (el mismo de “Río Místico” y “Desapareció una noche” Top Ten leedor 2007) presenta a un detective federal que debe resolver la desaparición de una prisionera. Nada menos que en una Isla rocosa, en medio de los inicios de un huracán, donde se alberga una especie de neuropsiquiátrico y cárcel. Los límites entre la realidad y la ensoñación serán muy débiles, mientras que Teddy Daniels, como agente del FBI, poseé un pasado terrible que la trama irá revelando. Si en “Los Infiltrados” Di Caprio había demostrado su gran capacidad interpretativa, en esta nueva cinta, como Teddy, reafirma su condición de excelente actor. Su mirada y su constante explosión, hace mantener al espectador alerta y atado a la butaca. Lo secundan Mark Rufallo, con cada vez mayor proyección y los consagrados Ben Kingsley y Max von Sydow. Scorsese, amante del cine y fanático de las reminiscencias cinéfilas -que lo emparenta con Tarantino- realiza un excelente homenaje al film noir, a la década del ´50, mezclado con el cine de clase B. Horror, zombies, pasados terribles y la paranoia de aquellos años de plena guerra fría imprimen a “La Isla…” un cautivante halo de intrigas. Aquí puede haber desde peligrosos y locos asesinos, junto a agentes de la CIA, fervorosos comunistas, pasando por nazis, hasta terribles experiencias relacionadas con la Segunda Guerra Mundial. Más allá de haber realizado demasiados flashbacks –algunos hasta surrealistas– que podrían haber dado menor metraje al film, y una música que puede saturar, Scorsese –ese desmesurado, imparable y amable director– ha regresado con mayor suspenso y menos violencia. Un cine más en la línea de “Cabo de Miedo”, su ante-última colaboración en el rol principal de Robert De Niro, su otrora actor fetiche.
“La Isla Siniestra” es un film cuyo fin es explorar sobre la locura. Por lo tanto, Scorsese apela a todos los recursos cinematográficos para generar una tensión en el espectador, desde al comienzo al final de sus 140 minutos. La película narra la historia de dos oficiales del gobierno, Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio) y Chuck Aule (Mark Ruffalo), enviados a una isla remota, totalmente custodiada, frente a las costas de Massachusetts, donde se encuentra una Institución mental para criminales de alta peligrosidad. Su misión es buscar a Rachel Solando una psicópata, convicta del asesinato de sus tres hijos. Al llegar a la misma, un huracán los deja atrapados en ella, y un caos entre internos empeora la situación. Allí surge el primer interrogante: ¿como pudo escapar una mujer descalza del tercer piso de un edificio de máxima seguridad? Mientras siguen sus pesquisas, los hilos de la historia se complican con los continuos flashbacks de Daniels; aquellos de la muerte de su esposa Dolores ( Michelle Williams) en un incendio provocado; y otros igualmente dolorosos de cuando, como combatiente, liberó el campo de exterminio nazi de Dachau, durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos sucesos, filmados con una belleza escalofriante, contribuyen a la atmósfera de desesperación que es presentada ante nuestros ojos. La historia está plagada de alucinaciones, miedos, espejismos y fundamentalmente de un gran desacomodo emocional, resultado de esa tensión entre la realidad o sea “la verdad” y la ficción (u otra realidad) o sea los fantasmas que habitan en la locura. Este es un proyecto muy bien narrado, con diálogos un poco densos, bien ambientada y con una excelente fotografía. Un thriller psicológico que contiene sangre, crímenes y giros sorprendentes. La recreación de un mundo terrorífico, en una isla donde se hacen experimentos humanos como la lobotomía,y que es a su vez azotada por tormentas y tempestades dan lugar a un mundo angustiante, donde continuamente las pistas alternan con la pesadilla y la realidad. Ese clima misterioso tiene mucho de las películas negras de los 40 y 50, que transparenta además una influencia del maestro Hichcock. La paranoia es un rasgo constitutivo de sus héroes o antihéroes de la filmografía de Scorsese (de hecho, sus personajes son más lo segundo que lo primero). Del Harvey Keitel de ¿Quién golpea a mi puerta? al Howard Hughes recreado por Leonardo DiCaprio en El aviador, pasando –especialmente– por todos los De Niro de su cine, el protagonista scorsesiano siempre actúa como si el mundo fuera una vasta conspiración en su contra. También es cierto que hay en él un intento por recuperar la gloria del cine clásico estadounidense. Se sabe de su esfuerzo por restaurar películas y de su fanatismo por ver cine. De hecho, el cine de Scorsese es literalmente conservador. La combinación de estos supuestos que se debaten entre el mundo real o el mundo del cine, nos lleva a pensar que su gran dilema podría intuirse entre si prefiere vivir en el mundo real o en el del cine. La isla siniestra, que parece un film de suspenso y misterio con elementos quizás sobrenaturales, es su película más autobiográfica. Porque en ella ha elegido que su protagonista viva atrapado dentro de su propia película, aquella construida por su mente, de la cual, no puede escapar. Y este es el sentido más movilizador del film: ¿Que es peor? ¿Vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno? Menudo interrogante, que deja al espectador inmovilizado intentando entender un discurso, que nos deja perplejos tratando de sopesar lo insopesable, con un nudo en la garganta.
La isla bonita En 1954, en plena guerra fría, un par de canas, Teddy y Chuck (Leonardo Di Caprio y Mark Ruffalo) son enviados a la isla Shutter donde hay un hospital para criminales psicópatas de alta peligrosidad. Los tipos tienen que investigar la misteriosa desaparición de una asesina múltiple. Como es una cárcel de máxima seguridad, los obligan a dejar los chumbos en la puerta. Ahí ya se pone fea la cosa, pero empeora cuando descubren que los médicos a cargo del lugar, que no les dejan revisar los archivos, son más de terror que los internados. Los doctores, aparentemente nazis refugiados, experimentan sádicamente con los pacientes y no es casualidad que justo ellos dos hayan sido llamados: todo parece enroscarse más cuando un huracán deja incomunicada a la isla con el continente. Teddy sigue una pista firme, pero la irrupción de alucinaciones que rozan lo sobrenatural, no solo pone en duda su cordura sino también su propia supervivencia. Dirigida por el capo de tutti capi Martin Scorcese, que no perdió ni el pelo ni las mañas, “La isla siniestra” tiene un elenco de aquellos y un clima de peli vieja que la hace espectacular, aunque en la segunda mitad para los más acostumbrados a este tipo de pelis la cosa se torne previsible. Es uno de los estrenos del año. ¡No duermas, salamín, te lo dice Maxim!
El gabinete del Dr. Marty (Atención: el comentario contiene spoilers) El gran Martin Scorsese se sale un poco de la temática de su filmografía reciente, pero siempre fiel a su fetiche actual, Leo DiCaprio, para dirigir con mano maestra un thriller psicológico que se apoya en una novela de Dennis Lehane (Mystic River, 2003; y Gone Baby Gone, 2007), para armar un pastiche de calidad, técnica y narrativa, histórica. Por qué pastiche: porque en este film se ve una impronta 'esencial' que va desde Hitchcock o Polanski hasta incluso un guiño ¡al caligarismo de Robert Wiene!. No vamos a revelar mucho de la trama, pero sólo cabe anticipar que el guión está armado de una manera excelente, interpretado con una calidad irreprochable del reparto -destacando una de los mejores actuaciones en la carrera de DiCaprio-, algo que hace que todo lo que sucede al final (para lo que está hecho absolutamente todo de la película, desde los matices de colores en la fotografía hasta la parquedad de Kingsley y Ruffalo en sus geniales papeles) tenga total explicación y todo cierre bien redondito. Quizás se percibe una leve predilección del autor por obviar los vaivenes de la trama explícita para dejar a la vista del espectador mareado un final que está cantado desde esos flashbacks que tiene el protagonista, justamente de manera implícita, pero el resultado no deja de ser satisfactorio a pesar de ello. Scorsese reconvierte la moneda corriente de los films noir y la canjea por un producto de una magnitud visual impagable, que encima se ve avalada por la calidad del relato. Nada está dejado al tanteo. Nada pasa por casualidad. Todo está pensado para ese broche de oro en el cierre de la trama, con el plano final y, anteriormente, la que probablemente será de ahora en adelante una de las frases más memorables del cine actual, pronunciada por un enorme DiCaprio: "¿Qué es peor, vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno?" ¡Chupate esa mandarina! Y cuando digo que nada está hecho porque sí, principalmente me refiero a la banda sonora, una obra maestra del realizador junto a la colaboración de Robbie Robertson de The Band, que crearon las pistas sobre material previamente grabado para hacer de cada escena una verdadera combinación de imágenes y melodías, practicamente perfectas. Todo tiene un ritmo tan desquiciado, tan poco común y a su vez tan expresivo, que sólo una selección musical semejante podía amparar tanta parafernalia visual. Y a esto se acopla el monumental trabajo de edición de Thelma Schoonmaker, que hace que todo parezca desencajado o fuera de lugar y lleve un ritmo vertiginoso salteado por anacronismos, flashbacks y pausas... en definitiva, irreal. Por último, la fotografía, con Robert Richardson en la dirección, es sensacional. Contrastes jugando con "auras" en tonalidades claras y colores cálidos dentro de decorados con escalas de grises: un nuevo acierto del staff técnico para trazar el camino rumbo al gran final, más allá de que a muchos malacostumbrados a las sorpresitas Kinder del cine reciente les/nos pueda parecer (y con justa razón) predecible. No, en Shutter Island nada es predecible. Nada es lo que parece. Todo es una realidad construída por Marty para hacernos vivir en la mente perturbada de un ser temeroso y temido, buscador y buscado, víctima y victimario. Muy recomendable y tecnicamente excelente nuevo opus de Scorsese, aunque tampoco es lo mejor que ha hecho. Encima invita a un segundo visionado para recién ahí poder ver las cosas con ojos de "espectador". Antes que eso, sólo se es un convicto más del recinto.
VideoComentario (ver link).
Ya me había olvidado yo, cuando paseando por los blogs, me encuentro con la crítica de Pablo Martinez, si no conocen el blog de Pablo paseen un rato por ahí ;-) Y recordé que tenía pensado hacer una crítica de esta película. Y fue quedando suspendida. Por no encontrar las palabras justas, por miedo a enredarme yo sola con mis pensamientos jajaja. Además, ya empiezo a pensar si no estaré completamente equivocada, porque a la mayoría de las personas con las que hablé o leí su blog, les pareció grandiosa. No dicen que esta más o menos, dicen que es genial. Entonces, dista demasiado de lo que yo creo. Todas personas con un criterio a la hora de evaluar una peli, todas personas que se merecen mi más sincero respeto cuando analizan un film. Y entonces ¿qué hace que a algunos les parezca genial y a otros una mala peli? ¿Estamos hablando de gustos? Creo que no. Estamos hablando de la emoción que nos produjo la historia, eso si, eso puede ser. ¿Esta mal contada por que a algunos nos produjo una mala sensación? ¿Esta bien contada porque a otros les pareció genial? ¿En cuánto influye el momento en el que la vemos y las pelis que hayamos visto, y un largo etc, donde se incluye principalmente, qué se espera de la peli? Dejo las preguntas al aire, para que las responda quien quiera. Yo, por el momento, solo puedo reflexionar algunas respuestas sin ninguna certeza clara de la verdad. Pero vamos a dar mi opinión sobre la peli. Veamos. Vamos a desglozar un poco el tema. Y... ojo que van a encontrarse con spoilers por todos lados. Después no se enojen porque les conte el final. El que avisa no es traidor ;-) dice una compañera de estudio. Empecemos: La isla siniestra: ya sabemos desde el título que allí pasa algo raro, algo tenebroso. OK. Primera escena, un barco y mucha agua, y dos policias/investigadores. OK. Ahí ya me dijeron mucho, y yo lo compré. Hice un pacto con el director, y le dije y me dije: te voy a creer esto. Estamos en un lugar siniestro, es una peli oscura y va a haber una investigación. OK. Bajan del barco y el lugar es... UN LOQUERO. Me detengo acá. Y reflexionamos. A los que no les gustó al peli, uno o dos que encontré por ahí. Una de las cosas que no les gustó es que era demasiado predecible. El que vió más de 2 películas sobre giros extraños al final. Cuando ve una peli y escucha la palabra loquero, ya se pone alerta y dice: "ojo que seguro que todo resulta ser al reves" "el cuerdo es el loco y el loco es el cuerdo" o algo parecido. Lo mismo pasa cuando alguien se queda dormido: "aaaaaaa atenti porque seguro que nos dicen después que todo fue un sueño". jajaja No me van a negar que no funciona más o menos así la mente de todos nosotros. ;-) Sigo: Yo debo reconocer que a mi no me pareció predecible, justamente porque me pareció demasiado obvio predecir eso y entonces pensé que sencillamente no iba a pasar nada raro con el famoso LOQUERO. Una persona desapareció, OK, me recordó un poquitín a Los hombres que no amaban a las mujeres. Ahora hay que ver que pasa con esa mujer que no aparece, porqué no aparece, y que cosa pasa en esta isla como para que sucedan estas cosas. A todo esto Di Caprio empieza a tener algunos sueños medios raros, que no me cerraban dentro del ambiente, cuadro, género, que me vendió el director y que compré al empezar con tanta agua, el barquito y los dos policias. Pero bueno, siempre el policia también tiene un trauma interno que lo hace funcionar como funciona. OK. Sigo mirando. La trama policíaca mezclada con lo oscuro de la isla y que los tipos tuvieran que deducir cosas justamente en un lugar donde la lógica no es moneda corriente, me parecieron ingredientes por demás interesantes. Asi que obvié las cosas locas que pasaron por la mente de DiCaprio, ya lo explicarán después. Pero... todo eso loco inundó cada vez más la pantalla. Los rojos empezaron a colarse en lo gris y siniestro. El fuego, mezclado con la isla rodeada de agua. Y yo ya sentía que algo me desentonaba visualmente. Pero como les dije, me seguía interesando el planteamiento de la peli, y parece ser que no fuí actualizando información, jajaja, y por eso no predije. Al cabo de un rato, predecir que el tipo era el loco, ya me parecía tan absurdo, que lo dí por imposible. Y resulta que sí, estaba loco nomás. NOOO!!! No me vengas con esa resolución sencillista de vuelta de tuerca fabricada para sorprender, porque ya no sorprende, pasan dos cosas: o las predecis o te enojas por que te dieron otra ves sopa. Además, y eso es meramente una cuestión de gustos, hay escenas demasiado fuertes y demasiado innecesarias para mi gusto. Bueno, sigamos por donde íbamos porque me adelanté. Vienen a cuento cuestiones de la segunda guerra mundial, Hitler y un pasado como soldado de Di Caprio. Bueno, volvemos a la realidad, es efectivamente un policíal. Acá pasa algo raro en esta isla. Esta peli va a estar buena. Me olvido un rato de los sueños locos. El personaje antagonista se desdobla y tenemos además de a los responsables del loquero, a un pirómano que parece que enlaza todo con todooo. GENIAL!!!. Pero nooo, resulta que el piromano no existe, los alemanes no son alemanes, el policia no es policía y me vendiste un cine negro cuando en realidad me estabas hablando de otra cosa ya tan común que no emociona. Era más interesante la trama si se mantenía en lo real. El final que eligieron es facilista. Archisimamente más difícil era encontrarle un desenlace a la trama mantiendo a los cuerdos con los cuerdos y a los locos con los locos, ése era el gran desafío que planteaba la trama, y por eso quedé enganchada el tiempo que duró la peli. Pero no: "al final estaba loco", y lo mismo daba si en la última escena se despertaba DiCaprio en un departamento de Nueva York y haciamos una de "un sueño adentro de un sueño". Sé que muchos me van a decir que todas las comedias romanticas terminan bien y son predecibles y sin embargo las vemos, o que en los policiales siempre parece que el asesino es uno de los detectives y resulta que se duda de todos y hay que estar atentos. O... innumerables estructuras narrativas que compramos así y que sin emabrgo nadie anda diciendo que son PREDECIBLES. Y acá frenamos a analizar: a mi criterio esas pelis no pretenden sorprender con la forma de narrar, esos directores saben que sabemos que nos están confundiendo (en un policial) o que los van a unir al final (en una romántica) y saben que lo que vamos a querer ver es CÓMO. Pero hay películas que son novedad, que dan un giro. Quizás se han hecho antes, pero dejaron de hacerse y alguien las re-elabora hoy. Un caso importante de este tipo de peli que marca un cambio fue Sexto Sentido. O Los Otros. O la anterior de Amenabar "Abre tus ojos". Un día leí y estoy de acuerdo porque me pasó justamente eso: Que Los Otros es una genialidad y que solo tuvo en contra que algunos la pudieron ver después de ver Sexto Sentido. Y siii. Sexto sentido despabilo la mente del espectador a otras variantes. Ninguna va a sorprender como esa. Después se hicieron cuestiones confusas cambiando la historia, y funcionaron muy bien. Hubo una ola de cosas así. Bien, nos estamos internando en un novedad y queremos más de esta novedad. Pero pasa un tiempo y ya la novedad no nos parece novedosa, y ya no me digas que estan todos muertos y parecen vivos, o que el cuerdo es el loco, y encima me lo quieras vender como el gran giro dramático del final. NAAAA. "Dejame entrar" fue un peliculón por muchas cosas y entre otras porque contó de una forma distinta el tema de los vampiros. Si mañana sale la remake (¿Ya salio?) y el mes que viene encontramos una peli de drácula pero cuando tenía 15, y otra de el Jorobado pero de 10 años, y una de Hombre Lobo de 16. Nos van a terminar cansando. Vamos a valor la fotografía, el arte, el movimiento de cámara, pero la historia nos va a sonar a robo. Encuentrenle un final alternativo a Isla Siniestra y tendrán un peliculón, hagan que el tipo era un loco, y encuentran a Dialoguista enojada jijiji P.D.: A propósito: ¿no era inmensamente más fantástico que una doctora hubiera podido permanecer oculta entre las rocas realmente? Tantos buenos ingredientes tiene esta peli, pero para mi gusto, desaprovechados. Lo bueno: Di Caprio, la fotografía. El arte, la construcción de ese espacio siniestro. El planteamiento de la historia. Lo malo: Lo que realmente contaron con todo eso. P.D.BIS: Así y todo la voy a volver a ver, a ver si toy loca, o toy cuerda ;-)
Podría nombrar un montón de films de Scorsese que me han parecido geniales, que no me canso de ver, que disfruto cada vez que tengo oportunidad de toparmelas en la tele- Casino, Toro Salvaje, Cabo de miedo, Buenos Muchachos, etc- asique cuando vi el trailer de Shutter Island sabía que tarde o temprano la vería. Traté de no leer muchas cosas sobre el film porque últimamente no sé que pasa que a la gente (y no tanto al autor sino a los que comentan) se le ha dado por el spoiler, asique no sabía mucho de qué iba el argumento.Lo que sí pude darme cuenta que no era un film de medias tintas. O lo adoraron o lo detestaron, ahora que ya puedo tomar partido... me quedo en el segundo grupo. Muchas veces me gusta tantear una peli no sólo con los blogs que leo asiduamente, sino también con la gente que me rodea y también pude percibir esta dualidad. El primero en hablarme de este film fue mi hermano al que tibiamente me dijo que le había gustado y cuando hace pocos días atrás le confirmé que la había visto y que no me había gustado me espetó con una carcajada:- me parece que tenés demasiado cine encima. Me dejó pensando porque ciertamente a veces el que te guste tanto el cine te juega en contra porque no podés dejar de comparar, de adelantarte, de intuir. Y en Shutter Island, siendo de Scorsese, y aunque suene pretencioso, lo que más pesa entonces es su irremediable previsibilidad. Desde el minuto 1 pude darme cuenta qué estaba pasando, cómo terminaría todo. Reconozco que mi almita de espectadora esperaba hacia el final algo que diera vuelta la tortilla y que finalmente me dijeran:- aaaa te la creiste! y poder estar aplaudiendo de pie como tantos otros esta película. Acepto que por momentos el film me hizo dudar un poco, quizás en esa esperanzada espera de la sorpresa, quizá tengo el cine encima suficiente para esperar siempre demasiado, lo cual no es bueno. Pero La isla siniestra me pareció tan siniestramente hecha como su título. A ver si acá sí me ponen los patitos en fila. El film tiene una factura visual bastante atractiva, eso no se puede negar. Su fotografía en constante contraste con tonos grises y anaranjados, rojos furiosos por momentos e iluminaciones varias le suman una buena cantidad de puntos; pero el cine a mi modo de ver es como una sinfonía: cuando algo destaca por sobre el resto o cuando al revés, algo desentona demasiado... el film pierda en calidad. Lo visual es por momentos impactante gracias a la dirección de fotografía de Robert Richardson, responsable por ejemplo de la fotografía de Malditos Bastardos, pero se desinfla por completo en cuanto el argumento no tiene mucho que ofrecer de nuevo. Por otra parte si nuestros ojos empiezan a disfrutar de inmediato con sus ambientaciones y puesta en escena, nuestros oídos chillan tortuosamente con esa espantosa música que se eligió casi como leiv motiv. Entonces nunca dejarás la isla...loco de m.. El film cuenta con un reparto más que atractivo- Leonardo DiCaprio, Max von Sydow, Ben Kingsley, etc- pero el único que realmente destaca es Leo a quien gracias a esos flashbacks de guerra ya podemos ver como el loco que resulta; quizá sin ese detalle podría haberme ahorrado el final y salir satisfecha. Otro que destaca como siempre- aunque reconozco que es una debilidad personal- en su cortita participación es Jackie Earle Haley y Mark Ruffalo...bueno, destaca sí pero siempre como el cara de nada que es, uno de los actores que a mi humilde parecer es uno de los últimos más sobrevalorados de la década. Una de las cosas que más le critico al film es quizá esta refritura de otros films que podrían para algunos ser buenos tributos y para otros una cadena al cuello que hacen del guión, basado en una novela de Dennis Lehane, un aburrido tránsito donde el palpar el paso a paso desluce el visionado. Pero Scorsese conoce su oficio y, como dije antes, por momentos me hizo dudar suponiendo que tal vez sí había una especie de complot en el cual el protagonista había caído y la isla era un siniestro sitio donde se llevaban a cabo experimientos psicológicos. Y me hizo aplaudir, eso sí cómo negarlo, esa línea final de DiCaprio "Qué sería peor, vivir como un monstruo o morir como un hombre bueno?". Es que las buenas frases puestas en el momento indicado son una genialidad. Esa frase es un estupendo corolario para el final que nos presentan: que todo ha sido una maquinación de la pobre mente del protagonista y que como experimento último para sanarlo su psiquiatra personal y el de la institución deciden formar parte de su "irreal mundo" para ver cuándo hará click y reconozca su condición. Ahogados...de espanto. Finalmente sentí un sobrecogimiento tremendo en esas escenas un tanto morbosas donde el protagonista recopila mentalmente su historia, otras en las que recuerda los momentos de post guerra, en fin... que me parecieron más excusas para impactar visualmente que lo que realmente cuenta dentro de su drama vital. Pero digamos que esa soy yo, pavota número uno cuando se ponen niños de por medio. Asique redondeando, el film se deja ver si no has de ponerte en quisquilloso querido lector; para los que vieron film como The Uninvited, El maquinista, Una mente Brillante y largos etcéteras, pues quizá terminen dándome la razón.Para terminar, les recomiendo lean la crítica que hizo Mariano Masci sobre el film. Pero tómense el tiempo de leer los comentarios porque siempre me suscribo a los comentarios para ver qué responden los autores y qué debate se puede llegar a armar de un determinado título y acá les juro que terminé tanto matándome de risa como indignándome de lo cerrados que pueden ser algunos a la hora de hablar de cine ( y no lo digo por Mariano a quien obviamente apoyo en su crítica como podrán leer en los comentarios).
¿Leonardo Di Caprio tiene todos los aditamentos que se necesitan para ser un galán de cine del tercer milenio? ¿Es lindo, carismático, buen mozo, buen actor y fotogénico? Muchas veces me lo he preguntado y no termino de contestarme. Sin embargo, las mujeres mueren por él desde que lo descubrieron en “Titanic” (1997) y salió vivo de la tragedia al seguir filmando y vendiendo entradas. En esta ocasión el amigo llega nuevamente a la pantalla grande de la mano de otro viejo conocido por todos nosotros don Martin Scorsese. “La isla siniestra” comienza bien, hay intriga, aventura, suspenso, una música que crea ansiedad y hasta nos puede hacer poner los pelos de punta. Todos creemos que el carilindo es una cosa hasta que avanza la historia y comprobamos que el espectador ha sido burlado. Contar la trama no es de buen gusto. Decir qué es la “Isla es siniestra” sería mentirle al espectador; decir que Martín Scorsese filma mal es una mentira. La historia quizás se estira demasiado y esto hace que el clima se vaya diluyendo. “La isla siniestra” es una realización que no va a cambiar la historia del cine, pero que se deja ver. No es ni lo peor ni lo mejor que filmó Scorsese; tampoco es la consagración de Di Caprio. Lástima que ese suspenso y la intriga que aparecen en los primeros minutos se vaya esfumando y la historia termina adivinándose.
Los oscuros rincones de la mente En un comienzo todo parecería indicar que nos encontramos ante un thriller psicológico, con énfasis en la investigación detectivesca y un curioso enigma de habitación cerrada: el caso de una asesina serial que escapó de la abarrotada celda de un manicomio, sin que nadie haya reparado en su fuga. Así es que el detective interpretado por Leonardo Di Caprio ingresa junto a un colega (Mark Ruffalo) a la isla del título, que en definitiva no es más que una institución convenientemente aislada de reclusión para criminales psiquiátricos. Shutter significa persiana, por lo que se trataría de una isla oculta, tapada, en la cual se esconden secretos incómodos. Di Caprio extraerá la rápida conclusión de que los interrogados no le son sinceros, y cuando la noche se cierra y se desata una terrible tormenta, es precisamente cuando la lúgubre isla comienza a cerrarse sobre él (shut es también cerrar) y se da paso, paulatinamente, a un inhóspito terreno de horror psicológico y moral. Lo que acontece en el psiquiátrico dispara dolorosos recuerdos en el protagonista, especialmente vivencias ocurridas al final de la Segunda Guerra Mundial, cuando formaba parte de los soldados que liberaron el campo de concentración de Dachau. Vívidos flashbacks integrados notablemente a la narración revelan los traumas del protagonista, y las razones por las que su incursión en la isla es también una misión personal. Es de importancia crucial la “guerra” interna entre psiquiatras que se vive en el manicomio. Por una parte los defensores de métodos agresivos para tratar a los convictos (encadenamientos, lobotomías, terapias de choque) y por el otro los partidarios del trato humanista. No es menor que Di Caprio deje escapar su desaprobación primaria hacia la atención psicoanalítica y el buen trato con los criminales, como inercia quizá de un sentir popular y un revanchismo visceral e irreflexivo. La clase de posiciones imperantes que facilitan la existencia de ciertas prácticas deleznables. La película se ubica en el contexto de la Guerra fría, en el año 1954. En ese entonces se encontraba en plena operatividad el programa MK Ultra, por el cual la CIA experimentaba con seres humanos utilizando radiación, drogas, hipnosis y electroshocks, con el objetivo de mejorar las capacidades para obtener información y desarrollar métodos de tortura e interrogatorios. A poco tiempo de la apertura de los campos de concentración, Estados Unidos ya estaba perpetrando atrocidades similares a las de sus vencidos enemigos. No es extraño que Scorsese, uno de los más lúcidos exploradores de la violencia, establezca un paralelismo entre las aberraciones de alemanes y norteamericanos, sugiriendo que el problema no está en las nacionalidades ni en ningún “eje del mal” sino, como dice un personaje, “en la mente humana”. El pesimismo del director nunca fue tan impiadoso ni fue desplegado con tanto poderío en la pantalla. Es probable que, por las repetidas y dolorosas descargas impartidas sobre la audiencia, Shutter island tenga tantos defensores como sufridos detractores, pero conviene advertir que la película no es gráfica, sino que genera tensión mediante sugerencias sutiles, pistas falsas, y una batería de recursos orquestados con impecable precisión. Pocos cineastas además de Scorsese podrían haber pergeñado un clima de paranoia similar; la fotografía de Robert Richardson (JFK, Casino, Kill Bill), el diseño de producción de Dante Ferreti (Ginger y Fred, Gangs of New York, Sweeney Todd) y una minuciosa selección musical de temas preexistentes propician un clima sinuoso, gótico y expresionista que potencia la constante sensación de incertidumbre. Una escena con Di Caprio encendiendo fósforos para iluminar una celda de máxima seguridad en la más absoluta oscuridad integra realidad y fantasía como pocas veces se ha visto, generando un desconcierto mayor, en un brillante registro que recuerda algunos momentos de Ugetsu monogatari de Kenji Mizoguchi. El elenco es otro punto fuerte. Di Caprio logra un personaje con tantos dobleces y cambios de registro como podría ser imaginable, Ruffalo y Ben Kingsley son alternativamente cálidos y amenazantes y no se sabe bien qué esperar de ellos, Emily Mortimer y Michelle Williams son dos desequilibradas inolvidables y Max von Sydow encarna un personaje siniestro como pocos. También desbordan talento breves apariciones de Patricia Clarkson y Jackie Earle Haley. Shutter island puede ser dura, oscurísima y desasosegante, pero nadie podrá negar que se trata de una de las experiencias cinematográficas más ágiles, intensas y brillantemente concebidas de los últimos años.
¿Es o no es? Hace poco hablábamos de directores confiables, como Juan Taratuto, que de alguna manera se ha logrado acomodar en sobre un piso de calidad en sus producciones que las abrazan más allá de que el producto final sea del agrado del público o no. En otro nivel, más millonario, hollywoodense, pero con una descripción similar, existe Martin Scorsese: uno de esos grandes directores, ganadores de premios Oscar y con una trayectoria notable. Sus películas pueden gustarnos o no, pero siempre mantienen ese nivel de calidad único. Pasó con Pandillas de Nueva York o con El aviador, dos filmes demasiado rimbombantes y extensos para el público promedio, que tuvieron sus detractores y sus fanáticos, pero de las que nadie puede dudar de su calidad como producto cinematográfico. Ocurrió lo mismo con Los infiltrados, una superproducción notable y ganadora del Oscar a mejor película y dirección, pero que decepcionó a muchos. Esta vez Martin no falló. Logró con La isla siniestra un largometraje de enorme clase y que posiblemente conquistará al público. El filme comienza con una edición desprolija y a las apuradas. Desde los créditos iniciales, las letras se amontonan como si hubieran compaginado con tijera y boligoma. Y así comienza el metraje, con Edward Daniels en un barco que se dirige a la isla de marras. La edición continúa errática durante unos momentos, con cambios de planos que resultan extraños a la vista o que directamente se ven inútiles, sin ningún valor narrativo con respecto al anterior, hasta que los personajes llegan a la isla y los exabruptos quedan atrás. Y también queda atrás cualquier duda de que lo que se está viendo es una enorme película. El detective Daniels y su nuevo compañero, Chuck Aule (Mark Ruffalo), son agentes del FBI enviados a una clínica psiquiátrica a la que confinan criminales peligrosos considerados inimputables para investigar la desaparición de una paciente. Pero para darle un toque algo más tenebroso, el hospital está ubicado en Shutter Island, una isla en la bahía de Boston. El clima de misterio que flota constantemente durante la estadía de los detectives en la institución psiquiátrica es el personaje intangible más importante de la historia y la sensación de intriga se apodera del espectador para no soltarlo hasta el final. A medida que la investigación comienza a avanzar, las imágenes se van volviendo más perturbadoras y enigmáticas. El detective Daniels padece de achaques diversos: además de mareos y jaquecas que van y vienen, algunas visiones de su pasado lo persiguen en forma de vívidos recuerdos y de siniestras pesadillas, por lo que la herramienta del flashback se vuelve una constante durante gran parte del metraje. Muchos de esos momentos, con una presencia de lo onírico y de lo surreal muy fuerte, son de una calidad artística notable (como la escena de los papeles volando en la oficina del jerarca nazi, realmente imperdible). Un párrafo aparte se merecen los dos condimentos esenciales de esos climas tan logrados que supo generar Scorsese con ayuda de su director de fotografía Robbie Robertson. Se trata, justamente, de la cinematografía compuesta por este último y la música, que curiosamente no es música original para el filme, sino que se trata de piezas ya existentes elegidas para la película por Scorsese y Robertson con un tino irreprochable. La misma puntería tuvieron ambos al elegir las locaciones, absolutamente terroríficas, laberínticas y misteriosas. Imágenes aterradoras enmarcadas en una música ominosa que acompaña cada escena, cada presentación de una nueva escenografía. Un clima magnífico e impresionante. Si hay algo que criticarle al filme es su compleja manera de hacer avanzar al relato. Cuando promedia el filme, el espectador tiene poca idea de lo que sucede y no sabe cómo explicarse la mayoría de las cosas que ve. Pero al mismo tiempo, sabe bien que el propio desarrollo narrativo se lo terminará explicando. Y allí está el punto más criticable de la historia: no deja demasiado lugar para que el espectador se figure lo que va a suceder. Por momentos el relato se hace tan confuso, tan enigmático, tan enrarecido, que jugar a adivinar lo que sigue se vuelve prácticamente imposible. Cuando finalmente llega el momento de explicar los diferentes interrogantes que el filme plantea, los hilos del director se notan demasiado y atentan un poco contra la verosimilitud del relato: hay personajes que aparecen de la nada en el momento en que son nombrados, otros que se presentan -únicamente en el momento oportuno- como narradores que confiesan finalmente toda la verdad y otros elementos a partir de los cuales surge una sensación de manipulación de los hilos del relato que van más allá de nuestra participación como espectadores. Sólo una segunda visión permite al espectador descubrir si todo lo que antecede al climax estuvo acomodado caprichosamente para generar un efecto al final, si hay o no agujeros en el guión o si es un relato bien armado y sin fallas. Aún a pesar de esos breves lapsos, el filme no deja de ser sensacional. El elenco es brillante y Di Caprio lo comanda una vez más con una solvencia extraordinaria. Este no joven hace rato que demostró -igual que Brad Pitt- que no es sólo una cara bonita sino que es un genial intérprete. En este filme muestra quizás algún sobresalto momentáneo, pero su actuación global es muy buena. Lo acompañan con muy buenas performances Mark Ruffalo, Ben Kingsley y Max Von Sydow (que interpretan a dos de los doctores más importantes del hospital) y Michelle Williams. La isla siniestra es la primera incursión de Scorsese en el subgénero llamado "thriller psicológico". No sería tan osado decir que es la mejor película que hizo en mucho tiempo, a pesar de que en los últimos años el director neoyorquino se llenó de galardones por todo el mundo. Pero a pesar de toda la calidad demostrada en sus últimos proyectos, ninguno contaba con esos climas entre Hitchcock y Kubrick que hacen de este filme la maravilla que es. Una película perturbadora, fuerte, confusa, intrigante y de inmensa calidad adorna una cartelera llena de propuestas. Será cuestión de aprovechar.
El imaginario del Sr. Scorsese El año que transitamos parece estar marcado por el regreso de grandes autores de otros tiempos de Hollywood, un dato que sugiere indirectamente la escasez de nuevos talentos en la industria mayor del séptimo arte. Esta vez, el que volvió fue nada menos que Martin Scorsese, aquél recordado creador de Taxi Driver, Toro salvaje ó Después de hora, uno de los más valiosos integrante de la camada de los `70 (que incluye a Francis Ford Coppola, Brian De Palma y Steven Spielberg), pero que recién ahora parece empezar a cosechar el reconocimiento de su país. Hace nada más que tres años, luego de una carrera de casi cuatro lustros, Scorsese se llevó su primer premio Oscar por Los infiltrados, y ahora su nueva película, La isla siniestra, se perfila como el mayor triunfo comercial de su filmografía. Claro que el éxito no garantiza nada, mucho menos en Hollywood, donde el reconocimiento suele estar asociado a una pérdida flagrante de identidad, aunque éste no sea el caso. La isla siniestra (Shutter Island) es un filme complejo, ciertamente polémico por momentos, pero es sin dudas una película de Scorsese, que lleva su estampa en cada fotograma, aunque no sea el mismo Scorsese de los años `70. El lector se preguntará ¿cuál es la diferencia entre éste y aquél? En principio, la puesta en escena. Aquí, contra la tradición minimalista y documental del director en sus primeros años, la puesta en escena suma elementos diversos hasta volverse barroca, abigarrada, excesiva por donde se la mire, en un relato de naturaleza paranoica y esquizoide, pero que sin embargo a veces pierde por su artificialidad. Estamos, acaso, ante un síndrome de época, facilitado por las infinitas posibilidades que brinda la tecnología, algo que fácilmente se puede volver contraproducente. Pero los problemas y virtudes de La isla siniestra van más allá de su excesiva artificialidad: antes que nada, debemos hablar de un filme desparejo, que aspira a cruzar diversos géneros y tradiciones y lo logra con suficiencia, que llega a alcanzar grandes picos de tensión e interés, e incluso consigue reflejar con exactitud lo que es la paranoia, pero que luego se desmorona por sus propias inconsistencias, se desbanda y cae directamente en la más repudiable abyección. Inspirado en una novela de Denise Lehane, su núcleo esencial se relaciona con una época histórica: los años 50 y el inicio de la Guerra Fría. La paranoia era entonces el signo distintivo de una sociedad sacudida por el militarismo y la batalla contra el comunismo. Dos agentes del FBI llegan a una isla que alberga una institución mental con los pacientes más extremos, y de dónde se ha escapado una peligrosa interna. El lugar deja a Alcatraz hecho un poroto, se trata de una construcción inexpugnable rodeada de bosques, barrancos, abismos y un mar helado. A poco de arribar, nuestro protagonista, el detective Teddy Daniels (Leonardo DiCaprio), empezará a sospechar que algo anda mal en la institución, y su investigación se convertirá en una cruzada por descubrir lo que presume una siniestra confabulación para experimentar con los internos en busca de aquello que los nazis habían dejado inconcluso. Pero Teddy tiene sus propios traumas del pasado (vio con sus propios ojos los campos de concentración nazis y tuvo una esposa que murió incinerada) y su estabilidad mental empezará a desvariar ante el ominoso ambiente en que se encuentra y las presuntas trampas de los responsables de la institución, que parecen sospechar sus intenciones ocultas. Como se puede intuir, el filme es un homenaje explícito al cine noir y de terror de los años ´50. Scorsese es además un gran director, que maneja con suficiencia los géneros y recurre a numerosos elementos formales (sobre todo una ampulosa banda sonora y una utilización impresionista de la luz) para recrear el clima ominoso y pesadillesco que se vive en Shutter Island, que incluso se diría que parece una proyección de los laberintos mentales de sus internos. Pero la suma de elementos no hace a la sustancia, y si bien por momentos la película logra trasladar con suficiencia el estado de esquizofrenia que vive su protagonista, por otros pierde por su ampulosa artificialidad. Bien que la vuelta de tuerca final, que trastoca toda la película y destruye el punto de vista que había propuesto, parece justificar estos excesos, aunque quizás no haga más que confirmar sus defectos (queda al lector la decisión final). Pese a todo, hay que dejar en claro que el filme se encuentra muy sobre la media de una industria que hoy vive en la mediocridad. Por Martín Iparraguirre