La justicia no es limosna El cine argentino no es precisamente muy aficionado a las heist movies, esas típicas películas de atracos que pululan en la industria anglosajona, y mucho menos a la comedia dramática de justicia social, ya que suele centrarse en disquisiciones burguesas alrededor de la identidad y el pasado familiar más que colectivo de los individuos, por ello mismo la llegada de un film cono La Odisea de los Giles (2019) es muy bienvenida dentro de lo que vendría a ser el marco del mainstream vernáculo de pretensiones masivas: la presente obra de Sebastián Borensztein sigue la línea de sus realizaciones previas más populares, La Suerte Está Echada (2005), Un Cuento Chino (2011) y Kóblic (2016), todos opus que de hecho se metían con cierto ADN contradictorio argentino relacionado con una obstinación vital tragicómica que engloba elementos de sumisión y rebeldía en iguales proporciones, casi siempre en consonancia con un analfabetismo político que no le permite dilucidar a los locales cuál de las dos facetas conviene esgrimir/ invocar conforme la coyuntura de turno. Acorde con la desperonización de la sociedad argentina, la película no recurre a ninguna concepción de limosna social vetusta y apuesta en cambio a una noción de justicia más cercana a la izquierda y a la reparación total del enorme daño infligido por esas oligarquías financieras, sociales y culturales que vienen siendo amparadas por todas las mafias públicas desde el punto final de la última dictadura genocida, léase las administraciones radicales, menemistas, kirchneristas y macristas; ahora simbolizadas dentro del esquema retórico en la Crisis del 2001 en Argentina, suerte de hecatombe que se explica por el mantenimiento de los privilegios de las plutocracias parasitarias de siempre, la destrucción del tejido social y la clásica connivencia entre los conglomerados capitalistas, las fuerzas de represión y el aparato mediático lavacerebros que hoy más que nunca funciona como un dispositivo de propaganda en el que claramente se pueden ver desplegadas las mismas mentiras de otras épocas en función de la disputa de poder entre las distintas facciones execrables en pugna. La excusa narrativa en cuestión es la formación de una cooperativa en el pueblo de Alsina, en el interior de la Provincia de Buenos Aires, por parte de una variopinta serie de vecinos encabezados por Fermín Perlassi (Ricardo Darín), propietario de una estación de servicio, y Antonio Fontana (Luis Brandoni), el dueño de una gomería que supo conocer tiempos mejores cuando estuvo a cargo del departamento de vialidad de la región y tenía a su familia, dos piezas fundamentales de su vida que se fueron apagando debido al proceso de destrucción de los poblados rurales y pauperización general durante el menemato. Luego de juntar el dinero necesario para comprar unos silos derruidos con el objetivo manifiesto de erigir una empresa de acopio para los agricultores de la zona, Fermín se deja llevar por el gerente delincuente de un banco y deposita los miles y miles de dólares en ese 2001, justo antes de la aparición del corralito de Domingo Cavallo, Fernando de la Rúa y demás lacras de aquellos años, versiones no muy distintas a la mugre que gobierna al país hoy por hoy. La cosa se complica aún más primero porque el gerente del banco, en complicidad con el intendente, roba la plata mediante un “crédito” que le otorga a un abogado, Fortunato Manzi (Andrés Parra), y luego porque la esposa de Perlassi (Verónica Llinás) muere en un accidente automovilístico en la ruta. Cuando gracias a un chisme escuchado en un hospital descubren que Manzi construyó una bóveda en una parcela frondosa de un campo para guardar allí todos los billetitos, el grupo de damnificados decide buscar ellos mismos una satisfacción vía el ingreso al lugar evadiendo el sistema de alarma y al peligroso abogado, quien anda armado y fundamentalmente hace las veces de tesorero de la mafia ladrona que desvalijó a los ahorristas con el dato de lo que se venía, aprovechando la ingenuidad del pueblo y su afán de independizarse de los oligarcas que controlan por completo el negocio agroexportador. La película sistematiza a todas las clases sociales, desde los estratos menesterosos hasta los sectores medios, de manera respetuosa y sin recurrir a estupideces. Borensztein edifica un trabajo muy correcto y disfrutable que sigue al pie de la letra el fluir paradigmático de aquellas comedias políticas europeas de los 60 y 70 vinculadas a la militancia anarquista y la revancha social de los oprimidos, aunque bajando el nivel de vehemencia retórica y combinándolo con la estructura de las heist movies de Hollywood, desde ya sin tanta pompa tecnológica y apelando más a la picardía criolla a prueba de los engranajes de la vigilancia social posmoderna. La Odisea de los Giles no será original en lo suyo pero por lo menos lo que hace lo hace con dignidad y sapiencia, sobre todo echando mano de un excelente elenco que además incluye a Daniel Aráoz, Rita Cortese, Carlos Belloso, Chino Darín y Marco Antonio Caponi, combo que consigue exprimir al máximo el buen guión del director y Eduardo Sacheri, autor también de la novela de 2016 en la que está basado el film, La Noche de la Usina. Una vez más son Darín (aquí productor junto a su hijo, quien interpreta a su vástago en pantalla) y Brandoni (en la vida real un eterno justificador de las barbaridades cometidas por los gobiernos radicales, hoy irónicamente componiendo a un ácrata) los que se destacan y llevan adelante a esta metáfora humanista y sincera acerca de la urgencia de una rectificación totalizadora y comunitaria que permita por un lado eliminar la dependencia y el régimen socioeconómico hambreador y por el otro fundar un esquema equitativo que incluya a todos en serio, justo como esa cooperativa que forman los trabajadores de diferentes orígenes para vencer a toda la basura en el poder…
Tiempo de valientes "El hijo de puta cuando se levanta y se mira al espejo no piensa que es un hijo de puta" se escucha en una de las escenas claves de La Odisea de los Giles (2019) adaptación cinematográfica del best seller La noche de la usina, de Eduardo Sacheri, y que marca una nueva colaboración entre Sebastián Borensztein y Ricardo Darín (además de su debut en producción con la flamante Kenya Films). La Odisea de los Giles es una épica película que desarrolla su propuesta mixando aventura, acción, drama y comedia, enmarcándose en el popular género conocido como heist, o, en criollo, película de robos, en la que una vuelta de tuerca permite, además, que ese hecho delictivo sea considerado un acto heroico y de reivindicación para los “giles” a los que alude el título en contra posición a los hdp con los que lucharán durante todo el relato. Para la película giles somos todos, y en el contexto en el que se desarrolla la propuesta, diciembre de 2001, con el país incendiándose y unos pocos con información retirando el dinero de los bancos pre y post corralito, esa definición potencia la idea sobre el ciclo recurrente de desgracias que la economía Argentina ha sufrido y sigue padeciendo a lo largo de su historia. Giles son los que día a día luchan con cotidianeidades plagadas de injusticias, y en las que siempre llevan las de perder aquellos que en la base de la escala social aspiran a un cambio y al progreso, arremangándose, poniéndole pasión, esmero y dedicación a las tareas asignadas dentro del reparto de roles capitalista. En sintonía con esta idea, al ex jugador de futbol Fermín Perlassi (Ricardo Darín) se le ocurre un plan para reactivar un viejo sueño, el que cree, puede ser concretado por una suma ínfima de dinero. Tras negociar con los herederos del dueño del lugar, llega a la conclusión que en solitario no podrá comprarlo por lo que aúna esfuerzos económicos con varios compañeros de ruta y de vida, tan disimiles entre sí como cercanos, una empresaria, un ex empleado del gobierno, un marginal, dos hermanos sin futuro, entre otros. En una caja de zapatos comienza a guardar los ahorros que cada uno decide aportar para el cambio y con ellos se dirige, antes de la hecatombe política, social y financiera, al banco del pueblo. Esas voluntades y ahorros, tras una mala decisión de Fermín, terminan en la nada, ya que la crisis de 2001 cierra la posibilidad que puedan recuperar el dinero del banco y con esto, agobiado por la culpa y la falta de horizonte y otros hechos que en su vida acontecerán, Fermín se hunde en depresión profunda. Pero el resto de los “giles”, interpretados por Rita Cortese, Daniel Aráoz, Chino Darín, Marco Antonio Caponi, Carlos Belloso, Luis Brandoni, reciben una información clave, sobre la pérdida del dinero, la que los hará imaginar un plan para recuperar lo suyo, exigiendo inteligencia, sagacidad, y, principalmente, trabajo en equipo. Es así que impulsado por sus compañeros Fermín avanza en la estrategia de “venganza”, en lo que se convierte una odisea, una épica que permite la rápida identificación con las situaciones que la película presenta y desarrolla. Sebastián Borensztein se reafirma como un gran director, manejando el vasto elenco con solvencia y dosificando la información en la progresión dramática, colocando en acción a los personajes, a quienes mezcla, los articula para que en duplas, o en solitario, y así configuren el complejo entramado de subgéneros que atraviesan el relato, un film coral que demuestra que cuando hay suma de voluntades, todo es más fácil. La banda sonora, creada para la ocasión, además, y la utilización de temas claves del rock nacional, configuran la atmósfera propicia para que la narración fluya entre humor, ironía, emoción, y desarrolle su propuesta desde el interior hacia el interior. El heist, por definición, requiere la descripción detallada de los personajes, exigiendo entre ellos un contraste evidente y pronunciado, por lo que el estereotipo se hace presente sin que esto signifique trazo grueso o subrayados, al contrario, el guion los describe con solvencia y respeto, porque sabe también que en la reiteración el verosímil necesario para el relato emerja y con él la emoción, empatía y la identificación. La Odisea de los Giles emociona, cumple sus premisas y refuerza su compromiso con la novela en la que se inspira, sin dejar de lado su costado político, sumando ideas potentes sobre la amistad, la familia y el valor de la palabra, con logradas interpretaciones, como la de Verónica Llinás, quien hace de mujer de Fermín, figura clave de la historia, presente en cuerpo y alma durante todo el relato. En un momento de quiebre social y político como el que se está viviendo, su mensaje inspiracional y motivador no hacen otra cosa que potenciar un mensaje que subyace en su trama y que bien vendría aplicar en todos los campos: "la unión hace a la fuerza", y si es para luchar con los más poderosos, mejor.
La culpa es de uno Entre las producciones de esta utopía deforme llamada San Luis Cine estaba Próxima salida (Nicolas Tuozzo, 2004), una película sobre un grupo de ferroviarios que pierden su trabajo durante la crisis del 2001 y la única opción encontrada para solventar los problemas económicos es la organización de un gran robo. En muchas oportunidades los acontecimientos históricos necesitan de una decantación para lograr una perspectiva necesaria de los sucesos, si bien la película de Tuozzo fallaba en el trazo grueso que ensalzaba la historia policial, la cual aparecía como disparador y no como consecuencia de una situación particular. Muchos años después no hubo en el Cine Argentino alguna película narrativa o al menos razonable sobre ese momento oscuro de nuestra historia muy reciente. “Calma” es una palabra que no existe en el escenario sociopolítico de Argentina; el transcurrir cotidiano parece ser eso que se da entre elecciones. Que aparezca La odisea de los giles, justo en la semana posterior a las PASO, puede pensarse dentro cierto oportunismo, pero no sería la primera vez que la industria local reserva un último cartucho para el clímax de una campaña electoral. Tampoco resulta novedoso que nuestro cine industrial incline la balanza en favor de las temáticas más permeables a un público masivo, sin presencia de polémicas trascendentes. La odisea de los giles tiene un comienzo promisorio: la idea entusiasta de un pueblerino, de cierta fama local, interpretado por Ricardo Darín, quien piensa reabrir, bajo la modalidad de una cooperativa, una copiadora de granos abandonada. Luego de todo el discurso de emprendedor apasionado aparece una placa que indica que la historia se desarrolla pocos meses antes de diciembre del 2001. Solo en esta introducción aparece ese humor misántropo bien ejecutado de Borensztein, que recuerda a su ópera prima La suerte está echada (2005) y que se disipó con el discurrir de su filmografía. Una obra que se ha expandido hacía el costado de las grandes producciones, es así que su última película exhibe ambición desde la presencia de un gran elenco pero que apuesta a lo seguro. La naturaleza del humor de Borensztein se esfumó a lo largo de sus cuatro películas. En su anterior película, Koblic (2016), la historia se acomodaba a un western de corte última dictadura, pero aquí los mandatos genéricos se moldean al rigor de la fórmula superproducción con miras a festivales del último tramo de la temporada, ¿y por qué no aspirar al Oscar, el gran desvelo cultural de los argentinos sobre Estados Unidos después de la cotización diaria del dólar? Lo que nace como un drama social lentamente se convierte en una película de robo coral, en el que muchas cabezas cranean el mejor atraco posible, aquí se trata de “gente común” a la orden de una ejecución extraordinaria para sus vidas. El subrayado de los diálogos, para marcar que se trata de hombres y mujeres del interior (bien idealizados por una mirada porteña) que buscan justicia, tiñe el relato de una profunda inseguridad en la propia ideología inicial de los personajes. ¿Por qué no se habrían de vengar de un ser que les robó todo el dinero? ¿Por qué la acentuación de la diferencia entre venganza y revancha en boca de uno de los damnificados? La propia narración tiene un direccionamiento que busca borrar lo sembrado; el robo no es contra un sistema que arruinó la vida de miles de ahorristas sino contra un sujeto particular que planeó una jugada para quedarse con un dinero como consecuencia de lo que fue el llamado “corralito” financiero, que generó la debacle social y económica de Argentina. Fabian Bielinsky hizo, en Nueve Reinas, probablemente el mejor retrato de este momento, y lo hizo tan solo en una escena… en el 2000. Sí, la famosa escena del banco en la que Marcos busca cobrar el cheque y que, además, debió ser el verdadero final de la película. Borenzstein no tiene la menor intención de proponer una polémica sobre los acontecimientos históricos, pues estos solo representan un disparador del plan de robo. Lo cuestionable resulta la manera en la que el sistema bancario, como categoría política incluso, es borrado en una sola línea de diálogo para jamás ser mencionado en otro momento de la trama. La progresión dramática no colabora para ser indulgentes con el desaprovechamiento de la premisa porque, como heist movie, La odisea de los giles tiene la liviandad de una tira costumbrista de mediados de los 90, y como verosímil hay que tolerar, por ejemplo, el espacio físico donde está el dinero de estos “giles”. Se torna imposible no preguntar: ¿Por qué está esa cantidad de plata guardada en ese lugar?, ¿Por qué el villano se toma semejante trabajo y no mueve la caja fuerte?, ¿Por qué vemos siete escenas casi consecutivas de él manejando por la ruta desesperado? Los géneros como fórmulas presentan dificultades bien complejas en su concreción; el error más común es no apelar a una singularidad, así sea un pequeño desvío narrativo o al menos algún atisbo de novedad. Más allá de estas inseguridades, las de apelar a un modelo hermético, hay un problema de raíz y es el texto fuente. La novela está escrita por Eduardo Sacheri, un artesano de los retratos de “buena gente del interior” a la que embadurna de costumbrismo e idealismo. Hay además un puñado de giros en el guion para lavar las culpas por el delito perpretrado, como si fuera poco. Los obstáculos más significativos que sufren los personajes pasan por las miserias internas; la duda persiste hasta la última instancia del plan, como si se autopercibieran como delincuentes casi a la par de los verdaderos ladrones de la película. Darín hace de pueblerino entrañable, Brandoni de anarquista que tira one liners antiperonistas, Belloso repite una vez más sus tics de personaje con problemas mentales pero que luce gracioso, Daniel Araoz está en modo peronista unplugged, Verónica Llinás en un rol de partenaire femenino del protagonista, Rita Cortese es una empresaria fuerte pero muy rigurosa con su hijo, Chino Darín es la pulsión joven del grupo, Andrés Parra es el extranjero infaltable de toda co-producción pero que interpreta a un argentino con acento imposible, como deber ser. Este es un elenco de individualidades, no se percibe un ensamble porque la propia historia tapa con el codo el concepto de colectivo cuando hace mover a cada personaje por carriles individuales, cada cual hace su gracia y se retira. Solo este elenco all star de actores y actrices funciona como una sinécdoque del mainstream argentino y como una marcada de cancha que planea ejercer Artear para regresar a las grandes ligas de la industria que otrora supo ocupar con Pol-ka. También hay una presencia de poder en la posibilidad de armar un repertorio de rock nacional, que salpica y remarca las escenas. Entre otros desfilan hits de Divididos, Spinetta y una increíble elección de “Los desfachatados” de Babasónicos, canción que funcionaría solo si se tratara de una comedia pues esos forajidos que describe Adrián Dargelos en la canción no podrían estar más en las antípodas de estos personajes de bien, honestos, derechos, amables, laburadores, etc., etc. etc.
La odisea de los giles. Crítica. “La timba financiera que siempre regresa” Llega la nueva película de Sebastián Borensztein enmarcada en el preámbulo y posterior denominado “corralito” del 2.001, que hizo estragos en la mayoría de los bolsillos de los argentinos. por Javier Erlij Un grupo de vecinos de la localidad bonaerense de Alsina, en un país afectado por la destrucción de la economía como consecuencia del Menemato, decide formar una cooperativa agrícola y juntar fondos para que vuelva a funcionar . El dinero juntado no alcanza y deciden pedir un préstamo al banco local .El gerente del banco convence al personaje que interpreta Ricardo Darín, que en vez de guardarlo en la caja fuerte de la entidad para que pueda otorgarle el importe necesitado al día siguiente, que lo deposite en una cuenta corriente. Al otro día se decreta el “corralito” y el dinero queda incautado. Al enterarse de lo sucedido, este grupo de vecinos decide organizarse y armar un minucioso plan con el objetivo de recuperar lo que les pertenece. El nuevo film de Borensztein tiene un sólido elenco formado por los componentes de la cooperativa en la cinta: Darín padre, el Chino “Darín”, ambos por primera vez trabajando juntos y haciendo de progenitor e hijo, Verónica Llinás, como la mujer de Ricardo en la ficción, el ubicuo Luis Brandoni componiendo según él libreto un anarquista, con ribetes parecidos más a un apóstol de la derecha, Rita Cortese en el rol de madre empresaria con angustia que no sabe que hacer para que su hijo trabaje, este rol está protagonizado por un acertado Marco Antonio Caponi, Daniel Araóz, Carlos Belloso y el actor colombiano, Andrés Parra, como el funcionario corrupto del pueblo. La película está basada en el libro homónimo de Eduardo Sacheri y aunque los giles somos los de siempre, es decir el pueblo estafado, en los parlamentos no falta la denostación al peronismo, argumento utilizado hasta hace horas por el oficialismo como causante de todos los males. Calificación: 6 (seis)
Voy a empezar diciendo que la película vayan a verla al cine, no la van a pasar mal, de hecho la van a pasar muy bien, se van a reír, van a emocionarse con ciertas partes, pero por sobre todo van a sentirse identificados con cualquiera de los actores que dan vida a la gente de un pueblo del interior de Buenos Aires. Tal vez por que se descubren con ciertos modismos, por que se sienten o sintieron estafados, por que son del interior (si alguno esta leyendo esta nota) o tal vez por el motivo principal de la película, Justicia por mano propia, pero no hablamos de venganza o sangre, hablamos de Justicia de recuperar lo que es de uno, de algo que fue robado injustamente y que se consiguió con esfuerzo y se apostó a algo mucho mayor. La apuesta del cine argentino es sencilla, siempre valerse de sus historias para lograr quedar y sobresalir en una industria donde predominan los efectos especiales, explosiones y todo eso a lo que Hollywood nos tiene acostumbrados y en "La odisea de los giles" esto sucede. Sumado a un entretenido guion de la mano de Borensztein y Sacheri y el gran elenco que se vale el director para entregarnos esta historia, estamos ante una opción ganadora para ir a ver al cine. La película desarrolla una propuesta donde tenes aventura, acción, drama y comedia, si la tendríamos que enmarcar en algún tipo de genero, podría ser el de una película de robos (Heist), y nada mejor que la vuelta de tuerca de ese hecho delictivo que sea considerado un acto heroico y de reivindicación para los “giles” de esta Odisea. Borensztein, un director de confirmada trayectoria, se reafirma como gran director, maneja a un vasto elenco de estrellas, de trayectoria y en ascendencia, con solvencia y dándole a cada uno su momento en pantalla para que se puedan desarrollar en la medida que la historia lo solicita. La banda sonora utiliza temas del rock nacional creando un ambiente que ayuda a contar la historia y que fluyan todas las emociones. Para ir cerrando, si el trailer te gusto, te aseguro que la película te va a gustar aun mas, vayan a verla que no se van a arrepentir.
Este jueves llega a 400 salas de todo el país el estreno de cine argentino más esperado de la segunda mitad del año: La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borensztein, que cuenta con un elenco impresionante, encabezado por Ricardo Darín, quien además es productor de la película que participará en los festivales de Toronto y San Sebastián. El guión de La odisea de los giles, escrito por Borensztein y Eduardo Sacheri, autor de la novela en la que se basa la película, La noche de la usina (2016), narra la historia de un grupo de habitantes de Alsina, un pueblo donde todos se conocen, que decide formar una cooperativa con el propósito de reabrir una acopiadora de granos y generar trabajo para darle nueva vida a esa pequeña comunidad rural. Para lograr el objetivo suman voluntades y ahorros de vecinos que, sin distinción de ideologías ni clases ni bolsillos, se unen en la cruzada. Cuando les cae el corralito como un balde de agua fría, quedan del lado de los perdedores pero no se resignan a aceptar su mala suerte y urden un plan para equilibrar un poco la balanza de la justicia. En la primera parte el planteo de la situación resulta interesante porque nos ayuda a analizar con cierta perspectiva un hecho de la historia argentina reciente, que todavía está fresco a casi 20 años de la crisis del 2001, teniendo en cuenta la dimensión del drama humano dentro de ese micromundo donde cada personaje representa simbólicamente algunos arquetipos de nuestra sociedad (y probablemente de otras latitudes, por aquello de “pinta tu aldea”): el exfutbolista, ídolo del pueblo (Ricardo Darín) y su mujer (Verónica Llinás); Fontana, el anarquista (Luis Brandoni); el cordobés peronista que cuida la estación fantasma de un tren que dejó de pasar (Daniel Aráoz); la dueña de la empresa de transportes (Rita Cortese), una viuda que tiene una relación compleja con su hijo (Marco Antonio Caponi); el Loco Medina, un excombatiente que vive inundado a la vera del río (Carlos Belloso), los hermanos Gómez (Guillermo Jacubowicz y Alejandro Gigena) que se quedaron sin trabajo cuando cerró la metalúrgica, el turco del almacén, la viejita del vivero. La segunda parte se transforma más en una suerte de western criollo, con menos matices y un tono más “robinhoodense”. La acción pasa por tramos en donde va al ritmo de los valses de Strauss y en otros el relato está subrayado por Desfachatados, de Babasónicos, pero logra que el público definitivamente tome partido por los giles empoderados, los buenos de la película, deseando que por una vez “salga un tiro para el lado de la justicia”. Sin dudas uno de los mayores atractivos de esta producción es el sólido trabajo de un elenco que es un lujo, para que el todo sea más que la suma de las partes. Aunque es verdad que los personajes femeninos están en franca minoría y quedan un tanto desdibujados, se trata de una película coral, que intenta construir vínculos que trasciendan las diferencias y las grietas, como en un espejo de los seres que retratan, de modo que todos hagan su aporte y tengan alguna escena que cierre su historia (cosa que resulta más difícil que en la novela). Cabe subrayar la presencia de Luis Brandoni, un actor que siempre se destaca (y que tiene una pequeña yapa en el final, después de los créditos), y el plus de ver a Ricardo y al Chino Darín en los roles de padre e hijo en la pantalla grande. La película entretiene y del mismo modo que ya lo había hecho con la novela en la que se basó Campanella para El secreto de sus ojos, la trama del libro de Sacheri nos invita a reflexionar sobre qué pasa cuando somos víctimas de una injusticia; nos plantea que a veces la única alternativa es tomar las riendas de nuestro destino y no darnos por vencidos cuando tenemos un proyecto por el que vale la pena hacer causa común, porque como diría León Gieco: “si un traidor puede más que unos cuantos, que esos cuantos no lo olviden fácilmente”
La venganza será terrible La odisea de los giles es la nueva película de Sebastián Boresztein, basada en “La noche de la usina”, novela escrita por Eduardo Sacheri, ganadora del premio Alfaguara en el 2006. Su reparto está encabezado por Ricardo Darin y Luis Brandoni, acompañados por Rita Cortese, Chino Darin, Verónica Llinas, Carlos Belloso, Daniel Araoz, Marco Antonio Caponi y Andrés Parra, entre otros. La historia, adaptada por el propio Sacheri junto con el director Sebastián Borsesztein, transcurre a comienzos de este siglo, cuando un grupo de vecinos de un pueblo del noroeste de la provincia de Buenos Aires es estafado cuando se roban sus ahorros destinados a formar una cooperativa de trabajo. Pero deciden recuperar lo que les pertenece al enterarse que estos están enterrados en una bóveda bajo tierra en medio de un campo que pertenece a Fortunato Manzi, un abogado interpretado por Andrés Parra, actor colombiano que se hizo famoso en nuestro país por haber interpretado a Pablo Escobar en la serie El patrón del mal. Lo primero que vale la pena destacar de esta película es su casting,porque cada uno de los personajes está interpretado por el actor indicado de acuerdo a cómo se los describe en la novela, aportándoles comicidad, sin abandonar su costado humano, por lo que no caen en la parodia humillante de por ejemplo El ciudadano ilustre, sino que en el humor costumbrista de la comedia all’italiana, siendo Los desconocidos de siempre la referencia más evidente. Y Ricardo Darin es el actor ideal para ocupar el rol protagónico ya que logra generar empatía con el público cuando interpreta papeles de hombre común, superado por los acontecimientos, que se termina convirtiendo en líder, como ya lo demostró en Luna de Avellaneda. En segundo lugar vale la pena el uso de la música, utilizando clásicos del rock nacional en algunas secuencias, donde “Los desfachatados”, del grupo Babasónicos, genera un contraste humorístico entre los forajidos de la letra y este grupo de personas comunes. Y tanto el vestuario como el diseño de producción, a cargo de Daniel Gimelberg, cumplen un rol fundamental para describir a cada personaje. Ésto puede apreciarse en las diferencias opuestas entre las casas de Fermín Perlassi y Fortunato Manzi, o cómo la elegancia del segundo contrasta con la ropa desaliñada de Antonio Fontana, el anarquista que interpreta Luis Brandoni. En conclusión: La odisea de los giles es una comedia costumbrista que utiliza los lugares comunes de las heist movies (películas sobre robos), para relatar las consecuencias de una medida económica nefasta para nuestro país. Y gracias a una puesta en escena adecuada en sintonía con el relato cumple con su objetivo de invitar a reflexionar al público, sin dejar de entretenerlo en ningún momento.
Un grupo de habitantes de Alsina decide comprar “La Metódica” con el fin de realizar una cooperativa entre todos los compradores y así generar trabajo para varios miembros del pueblo. Los tres personajes que llevan adelante esta idea son interpretados por Ricardo Darín, Verónica Llinás y Luis Brandoni, el primero asegura que el plan es perfecto y nada malo puede suceder, pero, seguido de esta frase el espectador visualiza unos carteles que contextualizan el momento de la trama, primero el lugar, es decir, Argentina, segundo, el tiempo, agosto de 2001. A partir de este instante, nos damos cuenta de que algo malo sucederá, debido a que unos meses más tarde se desatará la crisis de 2001. “La Odisea de los Giles” está compuesta por un gran elenco, sumados a los tres actores nombrados anteriormente, se agregan Rita Cortese, Carlos Belloso, Daniel Aráoz, “Chino” Darín, Marco Antonio Caponi, y el colombiano Andrés Parra. Cada uno interpreta a un personaje particular de este pequeño pueblo, haciéndolo de una manera correcta. En cuanto a la historia, basada en la novela de Eduardo Sacheri, “La Noche de la Usina”, nos trae la unión de estos personajes para recuperar el dinero que les pertenece, que les fue arrebatado por un abogado, el cual lo oculta en una bóveda en el medio del campo. Los vecinos se juntarán e idearán un plan para recuperarlo. La película se desarrolla como una aventura por la cual los personajes deben superar diferentes obstáculos hasta llegar a su cometido. Entre todo este desarrollo van ocurriendo diferentes hechos, algunos trágicos, intervenidos por instantes cómicos, principalmente aquellos que generan contradicciones. Para ejemplificar esto, retomamos lo nombrado al principio, la frase “nada puede salir mal” se opone al contexto del momento histórico en el que se sitúa el film, un recurso claro para generar comicidad, aunque lo sucedido en el país en ese tiempo no crea un buen recuerdo en la gran cantidad de espectadores. Todos estos eventos son acompañados por una interesante banda de sonido conformada por diferentes y reconocidas canciones de nuestro rock nacional. Además de un llamativa dirección de fotografía. Sebastián Borenzstein, director de la cinta, vuelve a elegir como protagonista a Ricardo Darín, con quien ya compartió dos trabajos: “Un cuento chino” (2011), donde también supo intercalar instantes cómicos con dramáticos, y “Kóblic” (2016), la cual también se desarrolla en un pueblo, con la intervención de un momento histórico de nuestro país en la trama. En resumen, “La Odisea de los Giles” es una interesante propuesta conformada por reconocidos y destacados actores, que plantea la recuperación del dinero de los personajes en una odisea, como bien remarca el título de la película, con algunos instantes cómicos que puede agradar o no al espectador que la visualice.
La nueva película de Sebastián Borenztein recrea la atmósfera de la Argentina en 2001 a través de la historia de los habitantes de Alsina, un pueblo de la provincia de Buenos Aires. Perlassi (Ricardo Darín) junto a su mujer (Verónica Llinás) y a un grupo de vecinos, decide organizar una cooperativa para comprar una fábrica abandonada que pueda darle trabajo a gran parte de los pobladores. Dólar a dólar, consiguen reunir el dinero para concretar su sueño, pero son estafados por un abogado y un gerente de banco. Cuando se enteran lo sucedido, deciden organizar un plan para recuperar sus ahorros, tan inteligente como divertido. La odisea de los giles (2019) está basada en la novela “La noche de la usina”, de Eduardo Sacheri. El argumento es inteligente y está sustentado por actuaciones formidables, encabezadas por Darín (padre e hijo), Llinás, Luis Brandoni, Carlos Belloso, Daniel Aráoz, Rita Cortese, Marco Antonio Caponi y Andrés Parra. Con el sello propio de Borenztein y una importante producción, este film tiene escenas que entretienen y otras que emocionan. Una historia para no dejar de ver.
La nueva película dirigida por Sebastián Borensztein (“Un Cuento Chino”, 2011, “Koblic”, 2016) tiene todos los condimentos para ser el gran boom del segundo semestre de 2019. Porque el guión del mismo director y el autor del libro “La Noche de la Usina”, Eduardo Sacheri plantea una Argentina en Agosto de 2001 donde el matrimonio compuesto por Fermín Perlassi (Ricardo Darín) (ex jugador de fútbol y ahora dueño de una estación de servicio) casado con el personaje que interpreta Verónica Llinás, y con un hijo (Chino Darín) estudiando en la Universidad de La Plata tienen la idea de comprar un silo abandonado para acopio y así darle trabajo a 30 personas en Alsina, su pueblo en la Provincia de Buenos Aires. Sólo podrán lograrlo formando una cooperativa y para eso primero hablan con Antonio Fontana (Luis Brandoni), anarquista, dueño de una gomería y ex encargado del Departamento de Vialidad quien se entusiasma con el proyecto. De a poco van convenciendo a casi todos los habitantes del pueblo quienes aportan lo poco o mucho que tienen, Carlos Belloso, un ex-combatiente que vive con su mujer e hijos a la orilla del río y quien cada tanto debe ser socorrido por el peligro del lugar donde vive, también hace un mínimo aporte, Daniel Aráoz es un cordobés que cuida una estación de tren abandonada y también pone su granito, La dueña de una Empresa de Transportes, personificada por Rita Cortese pone la mayor parte, con tal de que su hijo (Marco Antonio Caponi) forme parte y salga de los problemas continuos que le ocasiona. Cuando Perlassi tiene los fondos los guarda en una caja de seguridad. Ahí el director nos sitúa en Diciembre de 2001 y el Gerente del Banco lo convence a Perlassi acerca de un crédito que hace que al día siguiente amanezcan con el famoso “corralito” que hace que el negocio se caiga y pierdan todos sus ahorros. Sin ánimo de spoilear lo que sigue, sólo diré que los “giles”, los estafados, los “lentos”, buscan venganza y por algo que sucede el hijo de Perlassi vuelve a cuidar a su padre. Todos se enteran que el dinero está en una bóveda en el medio de un campo alejado de todo, que el abogado Fortunato Manzi (el actor colombiano Andrés Parra) guardó bajo una alarma que es un tema aparte...la represalia se va tornando apasionante con el correr de los días, desde los saltos de la alarma, las corridas de Manzi, y el trabajo de jardinero Perlassi hijo, hasta la noche de lluvia que llena al film de momentos de humor, drama, suspenso, acción y aventura. No podría imaginarme a ningún otro actor en cada rol que ocupa, así que felicitaciones a ese tremendo elenco, todos realizan un magnífico trabajo, en donde prima la ternura entre padre e hijo, amigos y vecinos y donde se nos recuerda el valor de la palabra dicha, y el apretón de manos. También es perfecta la música elegida, el vestuario, y el diseño de producción de la época que nos remite al trágico 2001. Hay una escena post- crédito muy divertida, quédense a verla. Y no se pierdan ésta película en el cine co-producida entre Argentina y España donde todo está bien hecho. ---> https://www.youtube.com/watch?v=ZP_o6GQaFW8 ACTORES: Ricardo Darín, Luis Brandoni. Chino Darín, Verónica Llinas, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Rita Cortese. GENERO: Comedia . DIRECCION: Sebastián Borenzstein. ORIGEN: Argentina. DURACION: 116 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años FECHA DE ESTRENO: 15 de Agosto de 2019 FORMATOS: 2D.
En búsqueda de revancha a pesar de las diferencias Después de "Un cuento chino" (2011) y "Kóblic" (2016), el director Sebastián Boresztein y el actor Ricardo Darín vuelven a trabajar en una película que, en esta ocasión, reúne a un mega elenco que no veíamos desde "Relatos Salvajes" (Szifrón, 2014). Luis Brandoni, "Chino" Darín, Verónica Llinás, Rita Cortese, Carlos Belloso, Daniel Aráoz, son parte de una historia de unión y revancha en uno de los contextos socio-políticos más dolorosos para los argentinos: la Crisis de 2001. Fermín Perlasi, un ex jugador de fútbol reconocido en su humilde pueblo de origen, y su mujer, Silvia, deciden armar una cooperativa y así generar trabajo en el lugar. Junto a sus amigos, el anarquista Fontana y el peronista "a muerte" Belaunde convencen a los vecinos para juntar dinero. Pero durante la explosión del "corralito" financiero son víctimas de una dolorosa estafa. La película trata la idea de hacer justicia por mano propia pero apela a situaciones humorísticas, más allá de algunos momentos dramáticos. El reparto de tipo coral, muestra una gran variedad de personajes de diferentes clases sociales e ideologías políticas. La situación y la relación entre ellos lleva al espectador a empatizar con lo que está viendo, ya que cualquiera puede identificarse con una injusticia semejante. Además del humor, el director logra sumar elementos de otros géneros como el de aventuras y el de "robos", sin que esto suceda de manera forzada. Cabe mencionar que Boresztein es coautor del guión junto a Eduardo Sacheri, el escritor de la novela "La noche de la usina", en la que se basa la película. Sacheri también es reconocido por "La pregunta de sus ojos", que fue adaptada al cine por Juan José Campanella como "El secreto de sus ojos", y ganó el Oscar a mejor película extranjera. La dirección y la excelente elección de clásicos de rock nacional ayudan a acompañar la historia y le suman calidad a la producción. Por otro lado, a pesar de las buenas interpretaciones que se aprecian en la cinta (como las de Darín, Brandoni, Aráoz o Belloso, que nos recuerda al estilo de los personajes de "¿Dónde estás, hermano?" de los hermanos Coen) el villano (Andrés Parra) está fuertemente caricaturizado para mantener el humor sobre las situaciones. En resumen, un filme disfrutable y que interpelará a más de uno que haya sido víctima de una situación similar, atravesando una odisea en búsqueda de revancha de los sueños robados. Puntaje: 7/10 Por Federico Perez Vecchio
La revancha de los perdedores. Finalmente llega a nuestros cines la nueva película de Ricardo Darín y en realidad es mucho más que eso, porque además de contar con un elenco coral notable, el espíritu del film sienta sus bases en el empuje colectivo. Basada en la novela de Eduardo Sacheri, La noche de la usina, la historia se sitúa en el año 2001, a horas de que explote el “corralito” financiero de nuestro país, situación que dejo a millones de personas sin sus ahorros. Al ex jugador de fútbol Fermín Perlasi (Ricardo Darín) y su mujer Silvia (Verónica Llinás), quienes viven en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, se les ocurre comprar unos silos de acopio de semillas con la finalidad de armar una cooperativa y generar trabajo en el lugar. Por este motivo, junto a sus amigos Fontana (Luis Brandoni) y Belaunde (Daniel Aráoz), emprenden la cruzada de convocar a vecinos para que se sumen al proyecto. Es así que logran recaudar una cantidad significativa de dinero, pero les falta una suma para llegar a la compra de la propiedad. Cuando todo parece marchar viento en popa y Perlasi deposita lo recaudado en una caja de seguridad en el banco del pueblo, el gerente lo convence de pasarlo a una cuenta con la promesa de otorgarle un préstamo casi inmediato. Si consultar y atraído por la idea de llegar al monto ideal, Perlasi accede. Al día siguiente… la catástrofe: se anuncia por televisión el famoso corralito, traducido a que solo se puede sacar por semana una cantidad irrisoria de plata. Más que desilusionados y con los ánimos por el piso, y un Perlasi sintiéndose de lo más culpable, la troupe de pronto descubre que el gerente del banco les tendió una trampa junto al inescrupuloso abogado Fortunato Manzi (Andrés Parra), quien tiene los dólares de todos los ahorristas “encanutados” en una bóveda oculta en el medio de un campo. Sin dudarlo el grupo se organizará para cranear el golpe del siglo, para recuperar los que les fue quitado. No solo el dinero también sus sueños y la buena voluntad de gente de trabajo. La odisea de los giles, dirigida por Sebastián Borenztein, logra reunir muchos géneros en su narración. En una película de atracos y aventuras, del estilo heist movies en su forma, con el esquema del modus operandi básico: infiltración, apagado de alarmas y recuperación del dinero. Claro que aquí adaptado a nuestra idiosincrasia argenta por el contexto histórico que hay juego, acompañada por mucho humor que ayuda a descomprimir los momentos dolorosos y dramáticos del relato (que no spoilearemos). El nivel de producción es notable, así como la música que cuenta con lo mejor del rock nacional de la época (Babasonicos, Cerati, Divididos, Serú Girán, etc). Un relato con ritmo, entretenido, muy bien actuado y con tanta esencia local (y social) que sin dudas el público se va a sentir identificado con los personajes: “giles” que quieren vivir en paz si ser ultrajados en sus derechos como ciudadanos.
Con el relato en off de Fermín se explica lo que significa ser un "gil" en la nueva película de Sebastián Borensztein -Un cuento chino- que encuentra en esta propuesta coral una efectiva fusión de denuncia social, intriga, humor y seres reconocibles que se embarcan en una revancha para lograr la reparación de un mal. La odisea de los giles, basada en la novela de Eduardo Sacheri, "La noche de la usina", se instala en el tema del compañerismo, las pérdidas y la reparación de los vínculos familiares sin olvidarse del entretenimiento. Si la unión hace la fuerza, más allá de las diferencias ideológicas de los personajes, queda comprobado con creces en este relato. Fermín -Ricardo Darín-, el propietario de una estación de servicio y ex jugador de fútbol cuyos tiempos de reconocimiento quedaron atrás, y Antonio -Luis Brandoni-, el dueño de una gomería, se unen para reflotar la cooperativa "La metódica", una acopiadora de granos abandonada, y buscan socios para lograr tan ansiado emprendimiento en la postergada localidad de Alsina. En su camino para reunír el dinero, se cruzan con la dueña de una empresa -Rita Cortese- y su hijo -Marco Antonio Caponi-; el cuidador de una estación de tren -Daniel Aráoz; dos hermanos sin futuro, y un marginal -Carlos Belloso en notable composición- que ha despilfarrado el dinero que le dieron para paliar los efectos de las inundaciones. En la trama tienen peso además la esposa -Verónica Llinás- y el hijo -Chino Darín- de Fermín, pilares fundamentales para la toma de sus decisiones. Cuando Fermín deposita el dinero en un banco por sugerencia del gerente no imagina que éste está en complicidad con el intendente y un abogado, Manzi - el colombiano Andrés Parra en un convincente villano- para quedarse con los dólares depositados durante las horas previas al corralito de 2001. Ese es el punto de partida que pone en marcha a un grupo de vecinos unidos para recuperar lo que les pertenece: un botín que ahora se encuentra enterrado en una bóveda en medio del campo, lo que desata una serie de circunstancias que juegan con la intriga, el suspenso, entre persecuciones y cortes de luz. La identificación está servida en esta odisea que también incluye un accidente automovilístico que los sumerge en la tragedia. El humor y la ironía nunca se pierden y el punto fuerte de la propuesta es, sin dudas, el perfil de cada uno de los personajes para lograr su acto de justicia. A la película se la puede tildar de complaciente pero tiene varios puntos a favor que la hacen salir airosa y cometer su propósito. A la sólida dirección se suma el siempre eficaz elenco que anima a estos seres solitarios que intentan restaurar el "orden" perdido. El juego de los dos Darín -quienes ofician de productores a través de su empresa Kenya Films- enciende la mecha de un producto que conquistará al público.
Una película que lo tiene todo para ser el gran tanque nacional. Cuenta desde ya con esa categoría que solo muy pocos tienen: una película de Darin, así se la llamará popularmente, aunque el film reúne a un elenco de estrellas, a un talentoso director y un no menos exitoso escritor que convierte en guión a un best seller. ¿Que tiene esta película para atrapar al espectador? Una suma numerosa de buenos elementos. Primero un elenco que hace recordar el reunido en “Relatos salvajes”, un realizador como Sebastián Borenzstein, que demostró lo suyo en “Koblic” y “Un cuento chino”, que escribió el guión junto a Eduardo Sacheri, el mismo de “El secreto de sus ojos”, que se baso en su exitosa “La noche de la usina”. El argumento tiene ecos tan familiares para los argentinos que han sido analizados desde puntos de vista políticos, olvidándose que el objetivo es entretener, pero con inteligencia. La película consigue, con sus influencias de comedia sociales de los años sesenta y setenta, con los elementos que exigen las películas de robos, las llamadas “heist movies” (heist significa atraco), un desarrollo, un entramado de personajes que los hace queribles, fáciles de identificar, funcionales al relato. Un sueño colectivo para mejorar un pueblo, donde participan desde la empresaria poderosa a una suerte de solitario anarquista, un hombre identificado con el ideario peronista, gente graciosa pero corta de entendimiento, una mujer inspiradora, un ex famoso jugador de futbol- de dimensión local-. Un grupo de giles, como la mayoría de nosotros, que comienza a practicar una sociedad de hecho, un sueño colectivo de vuelo concreto. Ese sueño de pago chico choca con un villano que se aprovecha del famoso “corralito” y que no tiene mejor idea que guardar lo conseguido por la especulación bancaria y el dato para elegidos en una bóveda. No hay duda de los ecos que esas palabras y esos hechos tienen en la conciencia argentina. Ni que el periodo histórico nos hizo sentir más giles que nunca, mientras unos pocos se reían tanto de nosotros. Montado en esa circunstancia la revancha tiene un sabor particular. Bien articuladas en el relato todas las situaciones, las emotivas, románticas, graciosas, las dudas, el ingenio, el suspenso, sirven para construir la aventura, el western criollo y sobre todo el goce del espectador. Luis Brandoni se luce mucho, Ricardo Darin y el Chino se entregan con talento, Verónica Llinas esta magnífica, en presencia y en el recuerdo constante, Daniel Araoz, Rita Cortese, Carlos Belloso, Juan Antonio Caponi y siguen los nombres en un elenco perfecto.
La gran apuesta comercial del año para el cine argentino es esta transposición de la novela de Eduardo Sacheri (también coautor del guion) rodada por el director de Un cuento chino y con un elenco tan lleno de figuras que no se veía desde Relatos salvajes. Con la crisis económica de 2001 y el Corralito como trasfondo, esta tragicomedia de tono épico con ciertos elementos de género (la preparación de un robo) y con climas que remiten a las películas de Héctor Olivera sobre relatos de Osvaldo Soriano busca la identificación del espectador a partir de una visión bastante tranquilizadora a la hora de explorar cuestiones como el ojo por ojo. Tiempo de revancha. Una novela popular y prestigiosa como La noche de la usina (premio Alfaguara 2016) escrita por el mismo autor de El secreto de sus ojos (Eduardo Sacheri), un director con un par de éxitos a cuesta como Sebastián Borensztein (Un cuento chino, Kóblic), los Darín padre e hijo como coprotagonistas y coproductores con su flamante compañía Kenya acompañados por un elenco amplio y pletórico de figuras (Luis Brandoni, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, Rita Cortese y el colombiano Andrés Parra) y el aporte no menor de K&S Films, la hacedora de los principales sucesos comerciales del cine argentino de los últimos años (Relatos salvajes, El clan, El Ángel): atractivos y argumentos de marketing, por lo tanto, no le faltan a esta tragicomedia sobre la épica de unos perdedores en busca de revancha en plena crisis de 2001-2002. La historia apuesta a una idea siempre controvertida dentro de la agenda pública (la venganza por mano propia), pero lo hace con tantas salvedades y justificaciones que la premisa no solo no resulta demasiado inquietante sino que busca (y por momentos consigue) la empatía y hasta la identificación del espectador. Al fin de cuentas, si los malos son tan despiadados y crueles (ahí están el inescrupuloso gerente del banco o el caricaturesco Manzi de Andrés Parra), cómo no convencernos de que el ojo por ojo es, efectivamente, lo que corresponde. Como en toda película coral, La odisea de los giles tiene un protagonismo repartido y, de manera inevitable, personajes bastante más desarrollados y con más matices que otros. Los líderes que intentan conformar una cooperativa agrícola y reabrir un centro cerealero en tiempos de crisis son un ex jugador de fútbol llamado Fermín Perlassi (Ricardo Darín) y el “anarco” Antonio Fontana (Brandoni), quienes van convenciendo a los vecinos de muy distintas condiciones sociales y formaciones culturales de aportar lo poco o mucho que tienen. Tras juntar, billete sobre billete, los 300.000 dólares necesarios para el emprendimiento... son víctimas del accionar del capitalismo salvaje (la estafa de unos individuos dominados por la codicia y la de un gobierno que implantó el Corralito). Lo único que les quedará, entonces, es la mencionada venganza, que Borensztein trabaja con más humor que suspenso, con más apuesta a la camaradería que a los elementos del cine de género. Hay varios personajes (el Belaúnde de Daniel Aráoz, dos hallazgos de casting como los hermanos Gómez de Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz y -sobre todo- el Medina de Carlos Belloso) que están al borde del patetismo pueblerino a-lo-hermanos Coen (el reirse más “de” que “con”) y, en ese y otros sentidos, La odisea de los giles remite también a películas de Héctor Olviera como No habrá más penas ni olvido y Una sombra ya pronto serás(Sacheri es en varios aspectos una suerte de continuador del universo de Osvaldo Soriano). Hay momentos de tragedia que no conviene spoilear, algunos conflictos trabajados sin demasiada profundidad (la relación madre-hijo entre la Carmen Lorgio de Rita Cortese y el Hernán de Marco Antonio Caponi; otra padre-hijo entre los Perlassi de Ricardo y Chino Darín) y un desenlace bastante convincente, pero que quizás tarda demasiado en cristalizarse. Lo mejor del film tiene que ver con el nivel de producción (se rodó en locaciones reales de Baradero-Alsina-Lobos), de casting (el despliegue de figuras ya desde el afiche recuerda a Relatos salvajes), de dirección de arte (el gran Daniel Gimelberg) y de fotografía (Rodrigo Pulpeiro). En cambio, la utilización de grandes éxitos del rock nacional de Divididos (El burrito), Babasónicos (Desfachatados), Serú Girán (No llores por mí, Argentina) y Luis Alberto Spinetta (Cheques), entre otros, resulta por momentos un poco torpe y subrayada. En cuanto al resultado dramático general, se trata de una épica en el fondo bastante amena y tranquilizadora (algunos se atrevieron a hacer incluso especulaciones políticas al definirla como una película que busca saltar y trascender la grieta en tiempos electorales), con una impronta demasiado masculina más allá de los intentos de dotar de algo de carnadura a los personajes de Verónica Llinás, Rita Cortese y Ailín Zaninovich; y con solo algunas escenas que funcionan en toda la intensidad y dimensión emocional buscada. Con los argumentos citados en el primer párrafo y un lanzamiento récord para el cine argentino en más de 400 salas es probable que a La odisea de los giles le alcance para convertirse en un éxito en el mercado local. Fuera de los límites de la Argentina habrá que ver primero si se entienden los alcances del Corralito y luego si genera en el público el mismo efecto de ofuscación y búsqueda de reparación que persiguen los 9 (anti)héroes (a.k.a. giles) de este relato salvaje.
No resulta para nada difícil entablar empatía con los nueve personajes de La odisea de los giles. O sea, con los giles, los que serían “fáciles de engañar”. Porque hay malos también. Se haya o no sufrido el corralito de 2001, lo que la novela de Eduardo Sacheri La noche de la Usina plantea es una historia de injusticias. Un abogado y un empleado bancario aprovecharon tener información “de primera mano” y se quedaron con los cientos de miles de dólares de vecinos de un pueblo bonaerense, que querían arrancar un emprendimiento agrícola en cooperativa. Esos habitantes de Alsina son, en verdad, un muestreo variado de caracteres y clases sociales. Son todos trabajadores, y han quedado en la ruina, por lo que recuperar lo que les pertenece es lo que motiva al ex jugador de fútbol Fermín Perlassi (Ricardo Darín), al anarquista que compone Luis Brandoni y al resto para armar un plan intrincado, complicado y falible, y rescatar los dólares, allí dónde estén. Sacheri, coautor del guión junto al director Sebastián Borensztein (Un cuento chino) sabe narrar como pocos estas historias que tienen menos de costumbrismo que de cotidianeidad. Que no es lo mismo. La pintura de los personajes es vital, y si bien se trata de un filme de estilo coral, no son simples pincelazos con los que se dibujan las particularidades de cada uno. Quizá no se veía en el cine argentino un elenco tan bueno y parejo desde Relatos salvajes -la productora K&S está también detrás de La odisea…, y el poster del filme remeda a aquel de Damián Szifron-. Y podría pasar, tranquilamente y sin ver los créditos, como una película dirigida por Campanella. Reviendo la filmografía de Darín, Borensztein le ha dado tres personajes completamente disímiles, que le permiten al actor de Nueve reinas enrostrarle a quienes dicen que siempre hace de lo mismo que es un intérprete de múltiples facetas y estilos. La manera de hablar y de moverse de Fermín es cumplidamente diferente a todo lo que le vimos a Darín. Pero no hay que quedarse en él, porque cada uno de los intérpretes está estupendo, por más que algunos personajes estén más y mejor delineados que otro- el colombiano Andrés Parra (Pablo Escobar, El patrón del mal) es el abogado, y el único macchiettado-. Verónica Llinás, como la abnegada y compinche mujer de Perlassi, Rita Cortese -en el original, era un hombre el empresario de transporte-, el peronista que compone Daniel Aráoz, el propio Chino Darín como el hijo de Fermín, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi (el hijo del personaje de Cortese) y Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz como los Gómez, dos hermanos con pocas luces, todos lucen en esta película sobre hacer justicia por mano propia. Con algo de la literatura de Osvaldo Soriano (el filme recuerda por momentos a No habrá más penas ni olvido) y de ¿Dónde estás, hermano?, de los Coen, La odisea de los giles tiene todo para ser el éxito del año del cine argentino.
Todos unidos triunfaremos... Sebastián Borensztein trae esta excelente película (coproducción argentino española de la mano de Kenya Films que comparten Ricardo Darín y Chino Darín, junto a K&S Films y Mod, con distribución de Warner), que va desde el relato de aventuras al drama, pasando por la comedia; como la vida, básicamente. El guion, realizado entre Eduardo Sacheri, autor de la novela “La noche de la usina”, y el director, cumple con la exigencia al llevar la historia que narra La odisea de los giles. Basada en la novela de Sacheri (Premio Alfaguara 2016), toma un momento doloroso de la historia de nuestro país, pero desgraciadamente no el único: la crisis del 2001. La época en que el famoso miedo a ser engrupidos que tuvimos -y aún tenemos- por las condiciones de vida que reinan en nuestro país, fue (no como diría un iluminado en un exceso de freudismo exacerbado, parte de una profecía autocumplida), sino más bien la muestra que el miedo argento no es zonzo. Fermín Perlassi, antigua joya del fútbol e ídolo del pueblo, decide junto a su esposa Lidia (Verónica Llinás) llevar adelante una empresa que parece compleja: reunir voluntades (y capital) para armar una cooperativa de trabajo y mejorar así la posición de todos los integrantes. Pero el 2001, el corralito, y la enésima crisis económica argenta sobreviene (recargada, más fuerte que nunca, como en una horrible secuela de una mala película de acción) y destruye las posibilidades del entusiasta grupo de mejora general. Pero los que se autodenominan giles estoicos, los que se bancan crisis tras crisis local hasta morir y dejar su sangre y su dinero sosteniendo un sistema político y social que no siempre los piensa y contiene, y que ocasionalmente les otorga info para tranzas y negociados a garcas de diverso tipo deciden decir, como el protagonista principal narra en el off que abre la película, BASTA. De ahí en más, todo lo que cuente acá será spoiler. Pero como si son demasiado curiosos pueden leer la novela y enterarse y por otro lado, no es mi estilo, les recomiendo que vean la película. No se van a arrepentir porque es una magnífica muestra de cómo un relato de aventuras sobre perdedores que deciden dar vuelta la tortilla tiene que construirse. ¿Qué podemos decir de un elenco que descolla? De todo, señores. La verdad es que todos dan el pie y ponen el cuerpo de manera perfecta a los personajes. Belloso construye personificando a Medina como siempre una de sus criaturas notables; Llinás conmueve con su rol (en lo que a mí respecta es la mejor composición de todo el elenco, me sacó más de un par de lagrimones). Ricardo Darín se luce con un papel a la altura y junto al Chino Darín (Rodrigo Perlassi) se ajustan muy bien a lo que pide la historia, dando en el clavo a la hora de calzarse el traje de este vínculo real que recrean virtuosamente en la ficción. Brandoni vuelve con la interpretación de un anarquista claramente más liviano que el que alguna vez llevó adelante en La Patagonia rebelde, pero no por ello menos activo en su accionar (a pesar de su pragmatismo técnico), en la piel de Antonio Fontana quien, con su andar cansino, su comportamiento simpático, es, sin embargo, uno de los fogoneros del accionar del grupo. El resto de este grupo magnífico de antihéroes se completa con Carmen Lorgio (Rita Cortese) y Marco Antonio Caponi como Hernán, su hijo; Daniel Aráoz como Belaúnde y completando el equipo, los hermanos Gómez, interpretados por Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz. El elenco se define con Andrés Parra como Fortunato Manzi y Ailín Zaninovich. Mención aparte para la excelente elección de la música incluida para acompañar al, ya de por sí, muy buen ritmo de las escenas que son acompañadas con ella. En definitiva, la muy buena adaptación de una novela que remite sutilmente en su modo de mostrar el universo de los perdedores (del sistema, de la realidad, víctimas de la viveza criolla) similar al que supo utilizar Osvaldo Soriano para retratar (con la simpleza digna del narrador excelso que era) las criaturas argentas que cobraron vida en sus excelentes obras, convoca al público este Jueves y no es de dudar que será con éxito. Borensztein se consolida como uno de los mejores directores argentinos, en este relato resuelto excelentemente.
‘La odisea de los giles’ tiene todos los ingredientes para ser la película argentina más taquillera del año: Ricardo Darín a la cabeza de un elenco notable, argumento de Eduardo Sacheri (autor de ‘El secreto de sus ojos’) y Sebastián Borensztein en la dirección. Todo este equipo dispuesto a contar una historia que gira en torno a la justicia, las hecatombes económicas argentinas y la viveza criolla, sin perder nunca su carácter universal. ¿De qué se trata ‘La odisea de los giles’? Los vecinos de un pueblo deciden unirse para crear una cooperativa y dar nueva vida a instalaciones agrícolas abandonadas. Pero cuando juntan el dinero y lo ponen en el banco, ocurre lo peor: el ‘corralito’ de 2001. Darín, Darín y compañía Maravilloso elenco ha conseguido reunir ‘La odisea de los giles’, que además es la primera en la que Darín (Ricardo) y Darín (Chino) son protagonistas y productores. Unos actores de identidad y personalidad inconfundibles interpretan a los miembros de la cooperativa. Hablamos de Luis Brandoni (en su reencuentro con Ricardo Darín desde aquel recordado ‘Mi cuñado’) y Verónica Llinás. También destacan los eficientes Carlos Belloso y Daniel Aráoz, en papeles que no podrían irles mejor. Rita Cortese y un irreconocible Marco Antonio Caponi se lucen como madre e hijo. El elenco se completa con el actor colombiano Andrés Parra que logra con éxito ser profundamente detestable. Otra dupla que repite es Darín y Borensztein, que en 2011 filmaron «Un cuento chino» y en 2016, «Koblic». «La odisea de los giles» no es ni una ni la otra, sino un relato mucho más coral, que aborda el género película de robo pero en clave rural, con iguales dosis de policial y comedia. A su manera, y tal vez de una forma menos cínica que ‘Relatos salvajes’, plantea la venganza / justicia / revancha cinematográfica como catarsis. No es casual que, de entre todas las opciones posibles, el botín sea una cantidad de dinero obscena, tan obscena como quienes no dudan en robársela frente a todos. En la película. O no. Borensztein, uno de los cerebros detrás de aquella maravilla que fue ‘Tiempo final’, lleva adelante una narración de pulso preciso, sin baches y con una banda sonora más que eficiente. Dirige una orquesta de inspirados músicos y el final recibe su merecido aplauso. No te la pierdas. Puntuación: 9/10 Duración: 120 minutos País: Argentina Año: 2019
Desde su título, La odisea de los giles expone su argentinidad. El concepto de gil, según la RAE "dicho de una persona incauta", es difícil de traducir a otro idioma y mucho de lo que sucede en la Argentina resulta igual de complicado de entender para alguien que proviene de otra cultura. Por ejemplo, la crisis de 2001 y el corralito, escenario sobre el que se desarrolla la nueva película de Sebastián Borensztein. Lo curioso del caso es que el género en el que se enmarca La odisea de los giles es puro Hollywood: el film de atraco ( heist movie). La combinación de personajes y un ambiente locales, cuidado hasta el más mínimo detalle, con las reglas y el nivel de producción de este tipo de cine resulta exitosa. También funciona el casting de caras conocidas, como si se tratara de una versión argentina de La gran estafa, con Ricardo Darín y Luis Brandoni como líderes de la banda. Pero acá no hay glamour ni un placer por el arte de robar. Solo se trata de un grupo de personas comunes que reaccionan vengándose de quienes les hicieron perder todo, no solo la plata, sino también sus sueños de un futuro mejor. Los mecanismos del guion escrito por Borensztein junto con Eduardo Sacheri, autor de la novela en la que está basada la película, La noche de la usina, funcionan muy bien, logran una trama entretenida, salpicada por una reflexión de ciertos comportamientos humanos y cuentan con algunos personajes con los que es imposible no empatizar. Esto sucede en especial con el núcleo afectivo de la historia, formado por la pareja Darín- Verónica Llinás y su hijo, interpretado por Chino Darín. El retrato del matrimonio encarnado por Darín y Llinás, ambos perfectos en sus interpretaciones, es uno de los aspectos más encantadores de la película, por su tinte romántico-realista. Parece extraño subrayar algo así a esta altura, pero es un acierto que una estrella masculina tenga como pareja en la ficción a una actriz de una edad cercana a la suya, además de un talento y carisma a la par. Eso permite construir en la pantalla una relación que se parece a muchas en la vida real: una pareja establecida en un amor profundo y cotidiano, que sostiene a ambos y sirve de inspiración, aun en el más intenso dolor. No todos los personajes tienen el mismo desarrollo, aunque una actriz como Rita Cortese logra con su interpretación hacer de su parte todo un universo. Algunos solo funcionan como piezas de la trama o catalizadores de chistes. Es en el humor en donde la película no fluye como en otros aspectos. Hay escenas que son realmente graciosas, pero son aquellas en las que el humor se desprende de lo que pasa y no de lo que se dice. Los diálogos que son explícitamente armados para hacer reír son un tanto subrayados y con una pátina anticuada. Una escena posterior a los créditos que solo tiene la función de rematar un chiste termina haciendo una fuerte interferencia con un final satisfactorio.
Recuperar lo que les pertenece La Odisea de los Giles (2019) es una comedia dramática basada en la novela La Noche de la Usina, de Eduardo Sacheri (el cual también participó en el guión). Coproducida entre Argentina y España, la cinta está dirigida y co-escrita por Sebastián Borensztein (Un Cuento Chino, Kóblic). El reparto está conformado por Ricardo Darín, Luis Brandoni, Chino Darín, Carlos Belloso, Daniel Aráoz, Verónica Llinás, Rita Cortese, Marco Antonio Caponi, Andrés Parra, entre otros. La película va a participar en la Sección Oficial del Festival Internacional de Cine de San Sebastián (fuera de concurso) y también tendrá su premiere en la sección Special Presentations del Festival Internacional de Cine de Toronto. Año 2001, en un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires. Un grupo de amigos decide invertir en una cooperativa para incrementar la actividad agrícola de la zona y dar empleo a varios habitantes de allí. Así es como el ex jugador de fútbol Fermín Perlassi (Ricardo Darín), el mecánico Antonio Fontana (Luis Brandoni) y el encargado ferroviario Belaúnde (Daniel Aráoz) se ponen manos a la obra para incentivar a los vecinos a que hagan un aporte de dinero para que esta gran idea pueda llevarse a cabo. Cuando la cantidad de billetes reunidos ya es suficiente, Fermín, manipulado por el gerente del Banco Central, deposita el efectivo en una caja de ahorro. Con la llegada del Corralito, los amigos pierden todos los ahorros que tanto les costó juntar. Tiempo después, Fermín, Antonio y Belaúnde descubren una bóveda en pleno campo que pareciera contener el dinero que les fue arrebatado. De esta manera estos tres hombres formarán equipo con los demás vecinos que también se quedaron sin nada y juntos idearán un plan para recuperar lo que les pertenece. Con un reparto numeroso y una temática muy argentina (la crisis del 2001), La Odisea de los Giles se alza como uno de los estrenos nacionales más importantes del año. La película contiene un buen equilibrio entre escenas dramáticas y momentos cómicos, donde se hace muy sencillo empatizar con el grupo de amigos que se rebela contra el sistema. Honestos, trabajadores y con una pizca de ingenuidad, el equipo conformado casi en su totalidad por hombres es el claro reflejo de que en la vida nunca hay que bajar los brazos, en especial ante las injusticias. Cada integrante del reparto tiene el tiempo justo en pantalla para desarrollar un trasfondo y lucirse en las respectivas líneas de diálogo. No obstante hay dos personajes a los que les tocó la mayor cantidad de chistes y llega a notarse el abuso de la cuota cómica en ellos, generando que cada vez que les toca decir algo ya deje de sentirse natural. Por lo demás, el elenco cumple y entretiene gracias a la dinámica y química que supieron construir. Un gran despliegue en la producción, música que encaja de manera perfecta y una historia de fácil comprensión (no solo para los argentinos) hacen que La Odisea de los Giles se convierta en una película plenamente disfrutable. Aunque su escena post-crédito sea de mal gusto y bastante innecesaria, el nuevo filme de Borensztein se consolida como uno de los mejores dentro de su carrera como director.
La Odisea de los Giles mezcla drama, comedia y acción en una heist movie local, ubicada temporalmente en el peor momento de nuestro país. Con un gran elenco y un gran despliegue técnico, ésta película tiene todo para ser hacer historia en el cine nacional. Escrita por Eduardo Sacheri en 2016, “La Noche de la Usina” es una novela que cuenta la historia de un grupo de personas que en el desastre económico y social que se produjo en 2001 en Argentina, mejor conocido como “el corralito“, por mano propia intentan vengarse de quienes les quitaron todos sus bienes y terminan desarrollando un plan arriesgado, pero que con fuerza de voluntad y trabajo en equipo puede suceder. Esta es la premisa con la cual Sacheri supo ganar en 2016 el Premio Alfaguara a la mejor novela de ficción de ese año y que ahora lograr tener su adaptación en el cine de la mano de Sebastián Borensztein (Kóblic, 2016) y la colaboración en el guion del autor de la novela original, pero que cambiará de nombre a La Odisea de los Giles (2019). La Odisea de los Giles cuenta la historia de Fermín Perlassi (Ricardo Darín), su familia y vecinos en el pequeño pueblo de Alsina. En él todos sus habitantes incluido el propio Fermín han decidido invertir sus ahorros de forma cooperativa para lograr “revivir” una antigua fábrica abandonada y así poder generar una fuente de trabajo para quienes no lo tienen. Ya habiendo reunido el dinero, Fermín recibe un llamado del banco donde el dinero estaba guardado y gracias a una venenosa sugerencia del gerente, el dinero termina depositado en una cuenta corriente del propio lugar. Horas más tarde “El Corralito” explota en la Argentina y todos los ahorros del pueblo de Alsina terminan en los bolsillos de bandidos de guante blanco que visten con traje y corbata. Meses después y gracias a la habilidad de Antonio Fontana (Luis Brandoni) para enterarse de todo lo que sucede en el pueblo, se entera que el dinero puede ser recuperado pero no de una manera lícita y legal sino más bien todo lo contrario. Fermín y Antonio deberán conformar un grupo lo suficientemente apto, con todos sus amigos y vecinos, para poder saquear una caja fuerte oculta que adentro tiene todos los ahorros del pueblo. Entretenida desde su génesis y conmovedora por el constante recuerdo de una época nefasta en la cultura Argentina, La Odisea de los Giles es la muestra de cara a futuro de cómo adaptar una novela a película de manera más que satisfactoria. Gracias a la intervención del autor de la novela original dentro del guion y al trabajo en conjunto con el director, esta película logra reflejar la esencia de la historia del papel de una manera casi perfecta. Obviamente no todos los elementos de la obra pueden ser adaptadas de un formato literario a otro pero aún así aquellos aspectos básicos están traspuestos de una manera más que correcta. El hecho de que la película se aferre al género “heist” o en criollo, película de robos, logra que si bien el objetivo final de la trama decanta desde un momento inicial, la experiencia no deja de ser satisfactoria de principio a fin. A pesar de algunos chichés que llegan a rozar el mal gusto en momentos aislados y un villano principal que parece sacado de un insulso dibujo animado, la película logra terminar convenciendo al espectador creando un relato con un gran equilibrio entre drama, comedia, acción y thriller. En cuanto a las actuaciones, esta es una película que funciona a la perfección en forma colectiva. Gracias a una distribución coral más que individual, cada uno de los personajes tiene su momento de gloria y el desarrollo suficiente como para lograr tener la empatía suficiente con el espectador. Si bien sus puntos más altos son los de Ricardo Darín y Luis Brandoni, cada uno de los personajes de segunda y hasta tercera línea se destacan por sus cualidades. Esos personajes no lograrían una llegada tan efectiva si no fuese por los actores que los llevan a cabo y algunos de ellos son: Verónica Llinás, Chino Darín, Carlos Belloso, Rita Cortese y Andrés Parra. La Odisea de los Giles llega a las pantallas de nuestro país (más de 400) en un momento en el que la cartelera no abunda por las ideas novedosas o por estrenos rutilantes y por eso no hay nada mejor que ver una producción nacional que con mucho corazón y un desarrollo técnico de primer nivel logran reflejar el peor momento de nuestro país -por ahora- con una gran eficacia.
En el pueblo de O’Connor nunca pasaba demasiado, era un lugar signado por la calma y la tranquilidad, por las caras conocidas, por la predictibilidad de todo. Eso era, por lo menos, hasta cierta noche de tormenta en 2002. La Odisea de los Giles es la brillante adaptación que Sebastián Borensztein hizo de la novela de Eduardo Sacheri, una comedia con tintes de drama y cargada de nuestro ADN, una de las mejores películas en lo que va del año.
En un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, un grupo de vecinos se organiza para recuperar la economía de la zona, uniéndose en una cooperativa en la que van a invertir todos sus ahorros. Es Argentina en el año 2001, justo antes de la corrida bancaria y el Corralito. Todos los dólares que habían reunido se pierdan y este grupo de perdedores se dispersa luego de la colosal derrota, puntapié inicial de varias desgracias extra. Sin embargo descubren que un abogado del lugar y el gerente del banco se han quedado con los ahorros de todos los habitantes del pueblo. Este villano llamado Fortunato Manzi (cuyo apellido y su barba recuerdan al gran poeta del tango Homero Manzi) ha escondido el dinero en una bóveda en algún lugar cercano al pueblo. El grupo liderado por el ex futbolista Fermín Perlassi (Ricardo Darín) decide entonces robar al ladrón y su bóveda. Esta comedia dramática tiene el tono simple e inocente, pero también anclado en la realidad, que la convierte más en un film de género que una película de denuncia. El entretenimiento se lo da su condición de film de robo, pero toda su emoción se lo da su conexión con la realidad. Para un ciudadano argentino la película es muy movilizadora y consigue, con herramientas de cine, explicar lo que implica un desastre como fue el Corralito del 2001. Pero para quien no sepa nada de ese momento, la historia es universal y atemporal. Los poderosos engañan a los débiles, que un día se cansan y se rebelan. El humor del film es estándar, directo, por momentos demagógico, pero al mismo tiempo amable. Los perdedores son, antes que cualquier otra cosa, perdedores y eso los une más allá de cualquier otra posible diferencia. Imposible no identificarse en esta lucha entre David y Goliath. Y es esa conexión la que lleva a los momentos más emocionantes, que los hay varios, de la historia. Hay una gran inteligencia en lograr transmitir que detrás de los eventos históricos de un país, está la vida de la gente, sus sueños, su fragilidad, su fortaleza y sus tristezas. Qué lo que se ve como un gran golpe para una sociedad que logra superarlo, puede ser demasiado para alguien y simplemente darle un golpe final. Algunas risas y muchas emociones conviven con detalles menos prolijos, como el interés entre el hijo de Perlassi (Chino Darín) y la secretaria de Manzi. Y aunque el tono de Frank Capra a la argentina que puede verse en el film lo libera de cualquier realismo, hay en el desenlace algo de exceso que no terminar de cerrar. Pero en el total la película es divertida y movilizadora, con un elenco verdaderamente inspirado y con un narrativa impecable. A pesar de que en Argentina la sensación de derrota es parte del ADN, la película lejos de amargar es una experiencia emocionante y luminosa. Un pequeño tiro para el lado de la justicia, como dice uno de los personajes.
La gran venganza argentina llega a los cines con un elenco estelar en “LA ODISEA DE LOS GILES”. La crisis económica del año 2001 en Argentina desemboca en el famoso corralito bancario. En un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, un grupo de vecinos sufre con indignación la estafa llevada a cabo por un abogado y un gerente de banco, que les han hecho perder el dinero que habían ahorrado para reflotar una cooperativa agrícola. En busca de sus ahorros, este grupo de vecinos decide organizarse y armar un minucioso plan con el objetivo de recuperar su dinero. El film está basado en la novela “La Noche de la Usina” de Eduardo Sacheri. Y justamente pareciera ser el propio Sacheri una usina constante de inspiración para el cine argentino (“EL SECRETO DE SUS OJOS”, “PAPELES EN EL VIENTO”). Sebastián Borensztein (“UN CUENTO CHINO”, “KÓBLIC”) asume la dirección y la dupla Darín-Darín se encarga de la producción para completar el tercer pilar del proyecto. Estos nombres nos pueden dar algún anticipo de lo que vendrá a continuación: Sachieri nos tiene acostumbrados a sus relatos bien argentinos y nuestros donde fácilmente nos identificamos con sus personajes, su contexto y sus conflictos, y aquí no es la excepción. Por su parte Darín es uno de los actores más queridos por el público argentino no sólo por su vasta y exitosa carrera sino también por su personalidad entrañable pero también siempre correcto y elocuente a la hora de hablar y dar su opinión. Del mismo modo este film aborda de la forma más políticamente correcta que puede una historia sobre un robo y una venganza logrando todo nuestro cariño hacia estos giles. Con un nivel de producción de esos que aquellos involucrados en la industria del cine nos llena de felicidad ver en el plano nacional. Con una gran dirección de arte (recreando ese famoso 2001 de crisis en nuestro país), amplias locaciones y recursos. La película nos ofrece un relato dinámico, entretenido y ATP. Lleno de perlitas de humor para quienes padecimos ese duro momento de nuestra historia. Sin duda uno de los puntos que más llamativos es su estelar reparto formado por gente que no necesita presentación: Ricardo Darín, Luis Brandoni, Verónica Llinás, Daniel Araoz, Rita Cortese, Andrés Parra, Marco Antonio Caponi y Chino Darín. Como en cualquier película coral la profundización de sus personajes no es demasiada, pero todos igualmente cuentan con sus respectivos momentos de lucimiento para nuestro disfrute y varios de ellos un arco dramático. La música alterna entre una banda sonora original y algunos hits de rock nacional que por momentos se sienten un tanto innecesarios y forzados. Pero sin dudas “LA ODISEA DE LOS GILES” no deja de ser un relato dinámico, sumamente entretenido, cargado de humor, que nos genera una gran empatía por sus personajes entrañables, su historia y contexto. Me atrevo a decir que será una de esas películas que dejarán su marca en el cine nacional. Por Matías Asenjo
La reivindicación de los perdedores. Llegó a los cines la nueva película de Sebastián Borensztein, la tan esperada La odisea de los giles, que se exhibe en 400 salas de todo el país, marcando un récord histórico para una producción argentina. Basada en la novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri, la historia se desarrolla en un pequeño pueblo de la Provincia de Buenos Aires durante el 2001. Un grupo de vecinos y amigos de la localidad recauda una suma de dinero para volver a poner en marcha una acopiadora de granos abandonada a través de una cooperativa de trabajo. Al poco tiempo, durante el famoso “corralito”, descubren que perdieron sus ahorros porque fueron víctimas de una estafa pergeñada por un codicioso abogado y un gerente de banco que contaban con información acerca de la polémica medida que iba a tomarse en el país. A partir de ese momento, se organizan y elaboran un puntilloso plan para recuperar lo que les pertenece. La película está protagonizada por un elenco coral de primer nivel: Darín padre e hijo, Luis Brandoni, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Rita Cortese, Marco Antonio Caponi y el colombiano Andrés Parra. Es la primera vez que Ricardo Darín y su hijo, “El Chino”, actúan juntos en la pantalla grande. El proyecto surgió de su productora a partir de la lectura de la novela. El filme está atravesado por varios géneros. Por un lado, tiene como base un conflicto dramático con pinceladas de un humor subyacente a todos los personajes y situaciones. Por otro, esta gesta colectiva toma la forma de una aventura y un thriller, delineados con tal eficacia y precisión que logran mantener atrapado al espectador hasta el final. Un hecho a destacar es la heterogeneidad de los personajes. Pertenecen a distintas clases sociales, tienen diferentes ideologías políticas pero, a pesar de eso, se unen en pos de un objetivo común, superador. Como lo dijo el propio Ricardo Darín, cuando se produce una situación que afecta a todos, las fronteras sociales se diluyen y la reacción pasa a ser comunitaria. En este sentido, resulta gracioso el contraste ideológico entre el anarquista que interpreta Brandoni con el peronista Aráoz; ambos se lanzan chicanas mutuamente en forma constante. La trama puede despertar cierta controversia porque puede asimilarse a una especie de “justicia por mano propia”, si bien en ningún momento se apela a la violencia. En realidad se trata de una empresa grupal que más que a la venganza, apunta a la revancha y a la reparación. Es la reivindicación de los perdedores que, vistos individualmente, no parecen estar a la altura de las circunstancias pero unidos se van complementando para llevar a cabo cada paso del plan a conciencia. Está bien logrado el vínculo entre los Perlassi, padre e hijo (Ricardo Darín y Chino Darín) así como el del matrimonio conformado por Ricardo Darín y Llinás. En ambos casos se nota que se trabajó profundamente en el set los condimentos de afecto, complicidad y contención que debían tener esos lazos. A su vez, hubiera sido interesante un mayor desarrollo de la relación entre la empresaria del transporte interpretada por Cortese y su hijo (Caponi), ya que primera vista parecía un tópico muy rico para explorar. En cuanto a las actuaciones, no hay personajes secundarios, todos tienen una historia que les permite lucirse. Sale a la luz todo el oficio de figuras de la talla de Ricardo Darín, Chino Darín, Luis Brandoni, Rita Cortese, Daniel Aráoz, Verónica Llinás, protagonista de una escena antológica, todos brindando un trabajo de una entrega enorme al servicio de la trama. Descolla Carlos Belloso componiendo al “Loco” Medina, una de esas criaturas extrañas a los que nos tiene acostumbrados. Lo mismo puede decirse de Andrés Parra, en el papel del inescrupuloso abogado que también tiene su veta cómica; un acierto absoluto de casting. En suma, se trata de una película que relata una épica colectiva, mezcla de comedia dramática, aventuras y thriller con un sólido guion de Borensztein y Sacheri, donde no falta el suspenso y un humor que se desprende de los personajes y las situaciones. Una apuesta fuerte del cine argentino sobre la dignidad, la justicia y el amor propio.
Una venganza soñada en un contexto que toca muy de cerca La película abre con los primeros compases de El Danubio Azul de Johann Strauss. Visto en retrospectiva, uno piensa el por qué de semejante elección musical, particularmente porque no se vuelve a escuchar el tema nuevamente en toda la película ni se asocia en particular a alguno de los personajes. No obstante, cobra pleno sentido si tomamos en consideración que es una asociación cinéfila, por lo menos desde el título, con 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. Al caer esa ficha uno empieza a entender: esta película transcurre en el 2001, y lo que van a atravesar estos protagonistas es una Odisea con todas las letras, si se toma en consideración el caótico incidente incitador que los pone en la misma. Podríamos decir que el gesto es un poco obvio, pero en una película donde la cinefilia juega un rol fundamental en el curso de acción decisivo de los personajes, uno se anima a dejarlo pasar. 2001: Odisea de los Giles La Odisea de los Giles consigue cautivar no solo por el enorme atractivo del ensamble estelar que constituye su elenco, o por tratar un tema de nuestro pasado reciente que nos toca muy de cerca, sino porque propone algo que todos deseamos y, en esto debemos ser honestos, casi siempre nos satisface en una película: el prospecto de ganarle en su propio juego a todos esos personajes arrogantes y desmedidamente ambiciosos a los que la vida parecería premiar por su deshonestidad. Una propuesta narrativa que se propone arrastrar por el barro esa idea de que quien no posea estos atributos es un gil, valga la palabra. El “tener calle” encarado de la forma más peyorativa imaginable. Con este concepto insertado, uno empieza a contemplar como otra probable obviedad el hecho de que el antagonista de la película se llame Fortunato, alguien a quien la fortuna parece sonreírle por animarse a tener semejante proceder en la vida y sin ningún remordimiento. El hijo de puta no se despierta, se mira al espejo y dice «soy un hijo de puta». Eso pensamos nosotros. Señala en un momento el personaje de Ricardo Darín. Sin embargo, a medida que se desarrolla la película, no se puede evitar pensar que dicho nombre empieza a cobrar un contexto mucho más irónico. Esto tomando en consideración que el personaje se vuelve más paranoico, más psicópata, como si la fortuna ya no le sonriera tanto a él, y su sola presencia es, curiosamente, la manifestación de la casual fortuna que sí les sonríe a los protagonistas, que tienen la oportunidad de recuperar lo que les robaron. Por otro lado, La Odisea de los Giles muestra las debilidades de sus protagonistas, en particular el trato que le da el personaje de Rita Cortese a su hijo, interpretado por Marco Antonio Caponi. Como manifestando que el “tomar de gil” es una subestimación en la que no solo incurren las empresas y el gobierno, sino que puede ocurrir dentro del fuero familiar. Este es el arco que prueba no solo que estos males van a seguir existiendo, sino que los personajes también pueden adquirir los mismos atributos negativos de la viveza criolla que están combatiendo.
Texto publicado en edición impresa.
La Argentina se divide en dos, muchos hablan de que la grieta viene desde tiempos de su fundación, sin precisar desde cuando lo que si sabemos es que de un lado tenemos a los hijos de puta, que se enriquecen, viven bien, roban, hacen de la corrupción su desayuno y también su postre; del otro quedamos los giles, que estoicos soportamos los vaivenes de desagracia a los que nos someten los primeros. Pero un día el abuso al que estamos acostumbrados los giles, se convierte en una verdadera patada en los dientes, y uno dice BASTA.
La odisea de los giles: el corralito y la bóveda A partir de la novela La noche de la Usina, de Eduardo Sacheri, la película trabaja sobre un imaginario traumático para la clase media argentina. “Este es el mejor momento, peor no nos puede ir, ¿qué más nos puede pasar?”, dice con ingenuo optimismo uno de los protagonistas de La odisea de los giles justo antes de meterse junto a un grupo de amigos en un proyecto cooperativo quizás demasiado grande para ellos, invirtiendo hasta el último peso de sus ahorros reunidos a lo largo de toda una vida. Lo que esos bienintencionados todavía no saben es que están a la vuelta de la esquina de la crisis de diciembre de 2001. Basada en la novela La noche de la Usina, de Eduardo Sacheri, premio Alfaguara 2016, el cuarto largometraje como director de Sebastián Borensztein es particularmente fiel al texto original no solo porque el propio Sacheri fue su coguionista –con esa destreza narrativa que el autor tiene para los diálogos-- sino porque la película trabaja sobre el mismo imaginario traumático para la clase media argentina. Por un lado, el tristemente célebre “corralito” de 18 años atrás, que incautó y licuó los depósitos de miles de ahorristas. Y por otro, un trauma mucho más reciente y también mucho más imaginario: las “bóvedas” donde los villanos –de película o de la vida real— se supone que guardan los dólares que le roban a “la gente”. Divididos en bandos estereotipadamente diferenciados, hay dos campos antagónicos en La odisea de los giles. El primero y mucho más numeroso es el de esos improvisados cooperativistas, encabezados por Perlassi (Ricardo Darín) y Fontana (Luis Brandoni), dos históricos vecinos de un típico pueblo de la provincia de Buenos Aires, un poco a la manera de los que Osvaldo Soriano convirtió en metáforas políticas y sociales de la Argentina. Ellos son quienes quieren poner en pie una vieja acopiadora de granos que podría volver a dar trabajo y vida a ese pueblo casi fantasma. Perlassi es un clásico uomo qualunque, sin bandería política, a su manera un “emprendedor”, aunque también dispuesto a dar pelea; Fontana en cambio reivindica olvidadas consignas anarquistas pero -en una vuelta de tuerca que la película resignifica deliberadamente a medida de la encarnación de Brandoni- chicanea como buen gorila a su amigo Belaúnde (Daniel Aráoz), incorregiblemente peronista. Los enemigos jurados de esta Armada Brancaleone son un gerente de banco traicionero y, en particular, su socio en la maniobra con la que les esquilman la plata: un abogado inescrupuloso y oportunista (Andrés Parra), que hace construir una bóveda en medio del campo para esconder esos dólares mal habidos y custodiados por un sofisticado sistema de alarmas. Si la inspiración de los cooperativistas para recuperar su dinero en plan thriller sale de una vieja película en VHS protagonizada por Audrey Hepburn (Cómo robar un millón de dólares), el modelo sobre el que trabajan Borensztein y Sacheri es a su vez el de las producciones de Aries Cinematográfica en general y el de Plata dulce (1982) en particular, que aparece expresamente citada en la novela. Relato coral, costumbrismo nac & pop, humor y sátira social eran los condimentos de la película de Fernando Ayala que ahora retoma La odisea de los giles, con unos valores de producción y una factura técnica que entonces eran impensables y que hoy –en esta costosa coproducción argentino-española que incluye a una compañía de teléfonos celulares excesivamente citados— se dan por moneda corriente. ¿Tradición o regresión? Un poco de ambas, se diría. Queda clara la intención de entroncarse en un modelo narrativo que fue exitoso y aspira a volver a serlo, con un elenco de primeras figuras que además de Darín padre, Brandoni y Aráoz incluye también a Chino Darín, Verónica Llinás, Carlos Belloso y Rita Cortese, entre otros. Pero esa construcción no deja de ser a su vez un déjà vu, una nueva vuelta atrás para el cine argentino de alto presupuesto, que en los últimos años, salvo escasas excepciones, se ha refugiado en las fórmulas más probadas y conservadoras.
Tranquilos habitantes de Alsina, donde nacieron, los Perlassi tienen un sueño. Transformar "La Metódica" en una fuente de trabajo para el pueblo. Esa desactivada acopiadora de granos puede convertirse en un verdadero proyecto comunitario. Y cómo no considerar comunitario un emprendimiento que une a un anarquista, el viejo Fontana (Luis Brandoni), con Carmen, exitosa propietaria (Rita Cortese), un auténtico proletario de nombre Medina (Carlos Belloso) y muchos vecinos más. Gente que aporta sus ahorros para crear la cooperativa que manejará la acopiadora. Pero la trampa es la fecha: estamos en 2001, todo va a parar al banco del pueblo y el corralito con su incautación de ahorros permitirá que sinvergüenzas como el gerente y el abogado del banco, con engaños, se conviertan en los nuevos dueños de ese dinero que no es suyo. Y es entonces que, fortalecidos por la desgracia, con el recuerdo de la mayor impulsora del proyecto, la esposa de Perlassi (la estupenda Verónica Llinás), se decide la revancha de los perdedores y el triunfo sobre la injusticia. El plan, cercano a lo imposible, combinará el ingenio, el humor y el absurdo. LUJOSO PLANTEL Narrada en tercera persona, como en el libro de Sacheri en el que está basada ("La noche de la usina" es la tercera de sus cinco novelas adaptadas al cine), "La odisea de los giles" es una atractiva comedia. Con algunos toques dramáticos y abundantes secuencias de humor se logra la empatía del público con los "perdedores" y que todos participen de ese "robo por la justicia" que organizan los vecinos. Lo mejor de la película, los actores, muy bien elegidos para cada papel (el Perlassi de Darín, que trabaja con su hijo Chino Darín, o el anarquista de Brandoni. Pequeña tragicomedia en la que el corralito de 2001 reaparece como un simple disparador de otra estafa, "La odisea de los giles" rehabilita a los perdedores y tiñe la narración con un color cálido y disparatado que lo hace entrañable. Ciertas momentos no desarrollados lo suficiente o alguna que otra obviedad se pierden ante tal plantel de actores y un ritmo ágil que aprovecha para colarse entre los altos decibeles de la música de Babasónicos, Divididos o el inolvidable Spinetta.
Paradójicamente, en medio de un año que marcará un récord histórico de venta de entradas en las salas de nuestro país, el cine nacional pasa un durísimo momento. En lo que va de 2019, Toy Story 4 se ha convertido en la película más taquillera de todos los tiempos en Argentina con más de 6 millones y medio de espectadores, seguida por otros tanques del emporio Disney como Avengers: Endgame que merodeó las 4 millones de tickets; y El rey león que ya ha superado la barrera de los 3 millones y medio. Mientras tanto, solo una producción de nuestra factoría logró sobrepasar la barrera del medio millón, El cuento de las comadrejas, del siempre rendidor Juan José Campanella, quien esta vez no logró acercarse a las contundentes ventas de éxitos anteriores en su filmografía como Metegol y El secreto de sus ojos. Triste paradoja: en un año récord de taquilla, el cine argentino atraviesa un durísimo momento Más allá de la coyuntura económica particularmente aguda que estamos atravesando, el cine argentino se ha estampado este año con dos grandes ejes de conflicto. Por un lado, las producciones nacionales han enfrentado las complicaciones de un mercado cada vez más descarnado y desigual, con una cartelera que ha priorizado más que nunca un pequeño puñado de exponentes de Hollywood. Pero por otro costado, también es justo reconocer que en esta temporada ninguna película industrial de nuestro país ha tenido el atractivo comercial y la excelencia cinematográfica de sucesos de taquilla de años anteriores como El Ángel y Relatos salvajes. En un operativo de cuidado, que oscila entre el blindaje y el acompañamiento, la crítica ha repartido múltiples elogios a las dos películas argentinas de 2019 con mayor potencial de rendimiento en boleterías. Una de ellas es la mencionada El cuento de las comadrejas. La otra es el estreno que aquí nos convoca, La odisea de los giles. Se trata de dos obras craneadas por realizadores con notable oficio y buen pulso narrativo. Son films que entretienen con nobleza y sin mayores pretensiones, pero que carecen de ese plus cualitativo que podíamos encontrar en los citados títulos de Luis Ortega y Damián Szifron. Basada en la novela La noche de la usina, escrita por Eduardo Sacheri, (también autor de la exitosa El secreto de sus ojos), La odisea de los giles nos traslada a los fatales tiempos del "corralito", en nuestro convulsionado pasado reciente de fines de 2001 y comienzos de 2002. Que este film se estrene en plena coincidencia con el momento de turbulencia e incertidumbre que atraviesa el país, le agrega una pizca de inquietud a un material que no tiene ni remotamente como propósito la intención de interpelar o incomodar al espectador. El director Sebastián Borensztein (Un cuento chino), concibió junto a Sacheri un guión que combina con destreza momentos de tensión dramática con unas cuantas bocanadas de humor. El resultado general es óptimo y el relato conquista una automática empatía con la platea. Con un elenco multiestelar que funciona como relojito, la película discurre con un aceitado engranaje de ligereza y encanto, aunque con una notoria falta de factor sorpresa. El disparador de la historia nos lleva a agosto de 2001. Un ex futbolista que ha sido una suerte de estrella en la pequeña localidad bonaerense de Alsina (Ricardo Darín), embarca a un puñado de vecinos del pueblo en un emprendimiento agropecuario. Víctimas de la inescrupulosa maniobra de un empleado bancario y un abogado, estos personajes de clases sociales y temperamentos diversos pierden los 300.000 dólares que aportaron al incipiente proyecto. A partir de ahí, y sumando un hecho aún más trágico que conviene no anticipar, el grupo emprende un plan para recuperar lo que le pertenece. A mitad de camino entre el ajuste de cuentas y la justicia por mano propia, La odisea de los giles hilvana una serie de situaciones con brillo dispar. En pos de evitar que el conflicto del relato se torne demasiado sombrío, la película prioriza una atmósfera bonachona que funciona como reflejo del deseo de todo argentino: tomar revancha de quien nos haya hundido en lo más profundo del fango. Apelando a subrayados que afortunadamente logran zafar del exceso, y a personajes que bordean el estereotipo y el trazo grueso, Borensztein organiza cada pieza con precisión sin correr mayores riesgos. Hay cierta tendencia al regodeo en un arsenal de chistes elementales, mayormente propulsados por los personajes más pobres en la escala social. Mientras que los destellos de comicidad del anarquista que interpreta Luis Brandoni trazan un simpático juego autorreferencial con la filiación partidaria del actor. "Compañero, las pelotas", retruca en el momento más álgido del plan este hombre de marcada identidad anti peronista. Sin lugar a dudas, el principal motor de La odisea de los giles es el que aportan los Darín. Ricardo y el Chino aquí no solo brillan replicando el mismo vínculo de la realidad en la ficción, sino que también ofician como coproductores de este proyecto capitaneado por la compañía K&S, mentora de la icónica Relatos salvajes. La factura de producción reúne los condimentos necesarios para transformar esta propuesta en el gran éxito del cine argentino del año. Entretenimiento eficaz al que le falta apenas una vuelta de tuerca para conquistar la magia propia de un espectáculo concebido en pleno estado de gracia. En un año en que Disney ha dominado completamente la taquilla, este es sin dudas el último eslabón nacional cosecha 2019 que tiene la chance de superar el millón de espectadores. Nuestras películas vienen demostrando en las últimas décadas que han sido capaces de reconquistar al público masivo del país. En un contexto de crisis, la industria cinematográfica argentina sigue dando pelea. De momento, el debut de La odisea de los giles en cerca de 400 pantallas destronó a El rey león del podio de la taquilla. Que la temporada próxima nos encuentre con una fuerte alquimia entre hacedores, funcionarios, productores y espectadores. Que las butacas sigan poblándose con una platea ávida de acompañar nuestras historias. La odisea de los giles / Argentina-España / 2019 / 115 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Sebastián Borensztein / Con: Ricardo Darín, Luis Brandoni, Chino Darín, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, Rita Cortese y Andrés Parra.
La cuarta película de Sebastián Borensztein, debut en la producción de los Darín,"La odisea de los giles", es una popular propuesta con todas las herramientas para llegar al público masivo, aún a costa de recurrir a ciertas manipulaciones. La matemática se aplica a todo, también al cine; y a la hora de buscar el próximo taquillazo, parece que sólo es cuestión de sumar los elementos probados para conseguir un combo explosivo. Director que ya suma varios éxitos en el cine argentino, novela de Eduardo Sacheri (autor de la novela que inspiró "El secreto de sus ojos", y actual niño mimado de las adaptaciones cinematográficas), un elenco impactante repleto de figuras, un conflicto sensible como la crisis económica que afectó a todos hace 18 años y en medio de un contexto actual con ciertas reminiscencias, fibras emotivas que se palpa serán tocadas. El éxito está asegurado, y probablemente así sea, "La odisea de los giles" tiene todo para ser la película nacional más taquillera del año. Pero el cine no es sólo taquilla, y detrás de ese armado imbatible, la nueva película del director de "Un cuento chino" se reciente de ese armado que la hace ver menos genuina de lo que aparenta, y más débil de lo que pudo ser. En 2016, Eduardo Sacheri escribió la novela "La noche de las usinas", y como ya es costumbre en el también guionista de "Metegol", recurre a las venas más emotivas de la argentinidad. Era la oportunidad ideal para que Ricardo y El Chino Darín dieran puntapié inicial a su productora Kenya Films, esa novela era algo muy jugoso como para dejar pasar. Año 2001, un año que ningún argentino puede olvidar. El país atravesaba una de sus peores crisis económicas y sociales, a la cual pronto se le sumaría una crisis institucional, estallido social, incertidumbre, y Estado al borde de la quiebra. Dicen que en los pueblos las crisis se sienten menos, o que los pobladores poseen un temple diferente, y saben mejor cómo salir adelante. Es julio de 2001, y en Lezama, provincia de Buenos Aires, Fermín, el ídolo del pueblo – estatua incluida – por haber debutado en primera y haber hecho un gol -, y su esposa (Ricardo Darín y Verónica Llinás), tienen pensado crear una cooperativa agrícola que beneficie a todo el pueblo. Cuentan con el apoyo de otros vecinos emprendedores, y salen a recolectar aportes entre los vecinos que quieran formar parte. Pero acá comienzan los problemas, Fermín no es el Darín de "Nueve Reinas", y se va a dejar engañar por un empleado y el gerente del banco local para que deposite los dólares recaudados. ¿Les suena el corralito? Llega un día después que Fermín deposita los dólares. Lezama está incendiado, y algunos responsabilizan directo a Fermín, en especial él mismo, que ve manchado su honorable nombre. Claro que otros lo apoyan y lo van a ayudar aún cuando la tragedia termine por golpearlo. Varios meses después, les llega la noticia, de que aquel empleado bancario que lo convenció a depositar, y el gerente, retiraron los dólares que él depositó – junto con otra suma - justo antes de que llegue el corralito, con lo cual se hicieron de una importante fortuna. Si bien al principio Fermín duda, finalmente terminará uniéndose, y liderando, al plan de los vecinos para recuperar lo que les corresponde. Los dólares están en una bóveda que el gerente (Andrés Parra, el aporte extranjero al que le sale bastante bien el porteño) oculta en unos campos que alquila en Lezama. Sólo es cuestión de vulnerar la alarma de la bóveda y llegar a ella la noche indicada mediante una acción distractora. "La odisea de los giles" ofrece una gama muy variopinta de personajes con la que busca una identificación inmediata. Quizás no tanto en nosotros mismos, como en el vecino. Está el ideal anarquista, el peronista, el marginal, los ingenuos, el chico bien pensado, la esposa pilar, la empresaria con coraza, le chica que trabaja para los malos pero tiene corazón, y el joven buscavida algo vivillo, entre otros. Por supuesto, su mejor arma es el enorme elenco que le da vida a esos personajes, en los que también podemos ver una suerte de crisol. Comenzamos a notar la clara intención de "La odisea de los giles" de contentar a todos. Desde Luis Brandoni a Rita Cortese y Verónica Llinás, del Chino Darín a Marco Antonio Caponi, desde la mesura de Ricardo Darín a Daniel Aráoz y Carlos Belloso. Hay para todos. Más allá de cuestiones ideológicas, todos responden, y sacan lo mejor de cada personaje. En varios tramos se nota un trazo grueso en las descripciones, algunos clichés y lugares comunes, unidimensionalidad, para definir sus caracteres, pero todos los intérpretes ofrecen su enorme profesionalismo y enaltecen el resultado final. Sebastián Borensztein es un director exitoso, aunque algo impersonal. Puede pasar de La suerte está echada (por lejos, su mejor película) a "Koblic" sin demasiado conflicto. En esta oportunidad, vuelve a amoldarse a las circunstancias, sin grandes virtuosismos, ni espectacularidades que hagan recordar a La odisea de los giles por su magnifica dirección, cumple, entrega algo limpio, con mucha producción, y la mirada puesta en la llegada popular. Es un Borenzstein al servicio de los productores Darín, más Campanella (el de Pol-Ka, el de "El hijo de la novia" y "Luna de Avellaneda") que nunca. Se apuesta a una emotividad, que en los resultados no siempre se logra. Frases hechas, postulados declamatorios, personajes arquetípicos, una banda sonora plagada de rock nacional al estilo Sebastián Ortega, y una historia – y un autor – que, saben, iba a llegar al público; más en una época actual en la cual trazar paralelismos con el 2001 no es tan descabellado. "La odisea de los giles" es bien argentina y universal al mismo tiempo. La idea pareciera ser que el espectador se emocione. Pero algo sucede y todo se ve más forzado de lo esperado, no genera algo real. Quizás sea todo ese armado alrededor en el que se nota no hay nada librado al azar. "Luna de Avellaneda" – con la que comparte datos puntuales como el héroe del pueblo, los vecinos peleándola, o esa esposa que banca – era oportunista, maniquea, y su postura ideológica tenía algo cuestionable detrás; pero aun en sus lugares comunes, conseguía una emoción real, se la sentía cercana. "La odisea de los giles" es también oportunista, intenta manipular las emociones aunque sin llegar a las lágrimas, abundan los lugares comunes, tiene muchas referencias al film de Campanella emblema de la recuperación de 2004, y su postura ideológica también juego con ponerse del lado de los golpeados aunque con un extraño sesgo que nos pone alerta; pero lo que genera no es algo tan puro como lo de aquella. Es ágil, con un ritmo sostenido, tiene buen dosis de humor, y repetimos, talento sobra, pero se siente como si poseyese los elementos para ser un clásico instantáneo que difícilmente logre ser. Más allá de las frases sobre el vivo aprovechándose de los laburantes. Se vislumbra una cierta mirada reaccionaria, individualista, impura, con intenciones de una bajada de línea política encubierta en un supuesto mensaje de finalización de grietas, y sobre todo, se transparenta la clásica mirada de clase media y porteña sobre los pueblos y el humilde. Darín sigue siendo Darín pero como es de pueblo, se como todas las S, los personajes humildes malgastan el dinero que les dan como subsidio, y adquieren objetos que lejos están de ser de primera necesidad; y entre el (falso) anarquista – en realidad un reaccionario conservador, hablo del personaje no del actor – y el peronista (expuesto como fanático) se presenta una “simpática” rencilla que más allá de una supuesta objetividad tiene un claro triunfador. Todas estas son cuestiones ideológicas que no hacen al resultado final, más dignas de un análisis subyacente, con lo cual "La odisea de los giles" puede ser apreciada igual sin adentrarse en tanto puntillismo y disfrutársela. Pero algo de todo eso es lo que se cuela, y hace que la película respire menos sinceridad de la que pudo tener. Tal como sucede con las películas del dúo Cohn-Duprat ("El ciudadano ilustre", "Mi obra maestra", "4x4"), ese deseo de masividad no les permite mantener, defender, su postulado ideológico, quizás a sabiendas de no ser tan popular, y lo esconde como aquel que arroja la piedra en el descuido. Ese ser y no ser es lo que le resta autenticidad. Quizás del otro modo, animándose, hubiese sido más cuestionable, pero más honesta. "La odisea de los giles" es una película correctísima, entretenida, cercana, y con mucho talento. La apuesta al público amplio probablemente sea ganadora, aún a sabiendas que no resiste mayores análisis.
Primero fue su novela “La pregunta de sus ojos” que Campanella convirtió en la película ganadora del Oscar “El secreto de sus ojos”. Luego, otra de sus novelas llega a la pantalla grande con Diego Peretti, Pablo Rago, Pablo Echarri y Diego Torres en “Papeles en el viento”. Llega el turno ahora de la novela con la que Eduardo Sacheri ha ganado el premio Alfaguara de novela 2016: “La noche de la usina” que, de la mano de Sebastián Borensztein, llega al formato cinematográfico con el nombre de “LA ODISEA DE LOS GILES”. Sólo para cumplir brevemente con el rito de toda reseña, contaremos que la nueva propuesta de Borensztein se sitúa en el tormentoso y explosivo Diciembre de 2001 en nuestro país, cuando en un pueblo casi perdido de la Provincia de Buenos Aires, un grupo de ciudadanos liderados por un exjugador de fútbol y celebridad del pueblo Fermín Perlassi, intentan reflotar “La Metódica”, una de las acopiadoras de granos que estaba completamente abandonada. Poco a poco va sumando voluntades en el pueblo y ahorra dólar sobre dólar para negociar con los herederos de la propiedad y cumplir el objetivo. Han sumado voluntades, pero por más esfuerzo que hayan puesto, la cifra total sigue estando lejos. ¿Qué mejor idea que acudir al Banco del pueblo y pedir un préstamo por la diferencia? El gerente de la sucursal del pueblo le promete que en 24 o máximo 48 horas ellos tendrán disponibles el dinero faltante siempre y cuando demuestren a Casa Central cierta solvencia económica, es decir, confirmar, de alguna manera, que tienen el dinero para cubrir el resto del proyecto y el préstamo será inmediato. A pesar de que duda, las ganas de que ese sueño se cumpla pueden más y Fermìn deposita hasta el último dólar en la entidad bancaria sin saber, sin presumir, sin intuir ni mínimamente lo que terminaría pasando: estamos en el día previo al “corralito” con lo cual todos sus ahorros quedarán atrapados en el Banco sin poder disponer ni de una cifra mínima. Por algunas vueltas de la trama, Fermín se termina enterando –pueblo chico, infierno grande- que así como todos sus dólares fueron depositados, previo al incendio y explosión financiera del país, alguien logró comprar por ventanilla y a último minuto, dólar sobre dólar y se los llevó impunemente, tal como Fermín los trajo. Todo conecta con un abogado del pueblo, Manzi, quien en connivencia con el gerente de la sucursal no sólo se ha quedado con los dólares de este sueño sino con la gran mayoría de los dólares de todo el pueblo. Es indudable que Sacheri escribió su novela en un contexto de país, que Borensztein filmó su cuarta película en otro contexto distinto y que finalmente cuando se estrena “LA ODISEA DE LOS GILES” estamos, a su vez, en otra situación completamente diferente. Con las noticias que son de público conocimiento, y viviendo momentos de duro desequilibrio económico que, si bien distan de los de 2001 diametralmente, nos remiten a una de las tantas crisis que nuestro país ya ha atravesado y a las que parece no encontrarle el remedio. En ese sentido, así como este año Cohn & Duprat presentaron con “4 x 4” una película que con su historia y su puesta en escena, marcaba una fuerte impronta política, aunque con una toma de posición bastante poco clara, de alguna forma este último film de Boresztein, plantea también un discurso frente a un contexto social particular y sienta una idea política en donde circulan temas como la corrupción, el poder, las estafas, las crisis, los gobierno. Pero por sobre todo, la figura del pueblo, de los de más abajo, aquellos que se ven eternamente perjudicados y relegados por las medidas que toman los poderosos, sin pensar en lo más mínimo en el efecto que pueden causar con sus decisiones. Y en este tiempo tan convulsionado y tan plagado de incertidumbres, “LA ODISEA DE LOS GILES” parece convertirse en esa historia épica que todos necesitamos refrescar para salir del cine queriendo participar de un acto tan heroico como el de los personajes en pantalla. Una reivindicación, una revancha, un verdadero tiro para el lado de la justicia, de una vez y por todas y que los antihéroes se apoderen de la historia y derroten al villano de turno. Sí, es esquemático, es casi impensado. Es más una gesta soñada que una posibilidad real. Es la esperanza de que al menos, por una vez, el eterno perdedor que ha sido injustamente burlado por el más poderoso una y otra vez, salga airoso de la batalla. Ya lo sabemos, tenemos casi la certeza de que es imposible, bordeando lo inverosímil, pero mientras dura este cuento de Sacheri, se disfruta intensamente y uno se pone irremediablemente del lado de cada uno de los personajes damnificados. El trazo de Sacheri está presente desde las primeras imágenes y ese tono costumbrista y la precisa descripción de los personajes del pueblo hacen pensar que Borensztein, en esta ocasión, se instala en un tono muy cercano a las películas más conocidas de Campanella. Pero Fermín (otro gran papel de Ricardo Darín para la pantalla grande) no está sólo en este sueño y no estará solo cuando decidan un plan. Entre los personajes del pueblo se esconde uno de los elencos más soñados del cine nacional de los últimos años. Y todos, y cada uno de ellos está enteramente disfrutables, cada uno en su papel. Luis Brandoni, Chino Darín, Marco Antonio Caponi y Verónica Llinás brillan en pantalla y saben sacar partido de cada escena. Sobre todo Llinás, que logra conmover en las pocas escenas en las que aparece. Como siempre, hay papeles más pequeños pero que justamente no por pequeños pasan desapercibidos. Todo por el contrario, Rita Cortese, Daniel Aráoz y Carlos Belloso entregan tres actuaciones absolutamente deliciosas, cada uno en su tono y en su personaje, con todos los pequeños detalles que hacen que se enriquezcan sus criaturas. Un tiempo de revancha. De que los giles de una vez por todas se hagan oír. De que al menos, una vez en la vida, el que siempre gana, pierda… y pueda salir de su impunidad para atravesar eso que se siente cuando se pierde, ya sea justa o injustamente. Un tiempo donde se tienen que escuchar las voces acalladas, en donde no debiésemos comernos más el mismo verso de siempre y en donde tendríamos que unirnos para construir un sueño mucho más grande que las individualidades. Ese tiempo, evidentemente, está llegando –aun cuando entendemos que Boresztein la ha filmado en otro contexto que hubiese permitido un subtexto completamente diferente- y nunca mejor estrenada “LA ODISEA DE LOS GILES” para plantear no sólo una quimera en esta historia de Sacheri, sino para que despierte en cada uno de nosotros, las ganas de salir de ese lugar de derrotados eternos y encontrar la diferencia. Sebastián Borensztein conduce la historia con el histrionismo, el pulso certero y su calidad de siempre a la hora de poner el ojo tras la cámara. Se reafirma no sólo como un gran director, sino como un muy buen contador de historias y una vara muy alta en la excelencia en la dirección de actores. Atraviesa los diversos géneros del relato, logrando amalgamarlos y consiguiendo un producto coherente con la historia y con el que el público logra empatizar e identificarse desde las escenas introductorias con el relato en off que ya nos va poniendo en situación. Una producción impecable para una película que es a la vez un gran divertimento, una gran película de acción y de aventuras, pero que al mismo tiempo instala el espacio de reflexión, de emoción y de calidez en los personajes en los que podemos vernos reflejados y que pinta de cuerpo entero nuestra idiosincrasia y nuestra forma de ser. Ese espejo de nosotros mismos, de los argentinos pisoteados por los que se creen piolas, que estamos buscando el momento propicio para hacernos escuchar. Quizás ese momento haya llegado.
La Odisea de los Giles: La unión hace a la fuerza. «El hijo de puta cuando se levanta y se mira al espejo no piensa que es un hijo de puta«. Con esta frase se deja entrever el tono de la nueva película de Sebastián Borensztein, adaptación cinematográfica del best seller “La noche de la usina” de Eduardo Sacheri. “La odisea de los giles” vuelve a la Argentina de 2001 a partir de las vivencias de los habitantes del pueblo Alsina, en la provincia de Buenos Aires. Se enmarca en lo que puede ser el género heist (película de robos en la que, por un giro que da, los delincuentes son tomados como héroes, con personajes bien estereotipados y contrastes evidentes), mezclando acción, drama, comedia, policial y aventuras. La novela y la película cuentan la historia de Fermín Perlasi (Ricardo Darín) y su esposa Silvia (Verónica Llinás) que, a mediados de 2001, deciden comprar la vieja acopiadora del pueblo “La Metódica” y darle trabajo a su gente. Para ello, se asocian con amigos y vecinos, todos muy distintos entre sí pero con el mismo sueño, el de sacar adelante al pueblo y su gente. En una caja de zapatos, comienzan a guardar todo el dinero que van recaudando. Hasta que en diciembre de ese mismo año, a Fermín lo convencen de poner los ahorros colectivos en el banco, con lo cual, a partir de los hechos acontecidos en la Argentina de ese momento, se reducen a la nada misma, siendo estafado y perdiendo todo. Sumado a la culpa que siente, sucede otro hecho trágico en la vida de Fermín que termina hundiéndose en una profunda depresión. Los demás giles (Luis Brandoni, Rita Cortese, Daniel Aráoz, Chino Darín, Carlos Belloso y Marco Antonio Caponi) consiguen cierta información sobre ese dinero “perdido” y comienzan a planificar una venganza contra los poderosos y deshonestos que se llevaron lo suyo, entre ellos un inescrupuloso abogado (Andrés Parra). Así, el trabajo en equipo se convierte en la forma de vivir y pensar el mundo para esta gente que, mediante una avanzada estrategia junto a Fermín, deciden comenzar la odisea de la que trata la película. La historia es simple pero está tan bien narrada y, sobre todo, representada por este reparto de lujo; donde todos los personajes se destacan en la trama por igual. Así, Borensztein se ratifica como un gran director al manejar a la perfección en elenco coral, con un gran hilo conductor acerca del drama, dosificando la información y haciendo que cada personaje tenga su arco de transformación. Los personajes brillan en solitario o en duplas, lo que demuestra aún más el trabajo en equipo que la historia quiere mostrar todo el tiempo. Por su lado, la utilización de la música es esencial, haciendo que el espectador, desde su butaca, mueva los pies al ritmo de clásicos del rock nacional, que le dan aún más fluidez a la narración. “La Odisea de los Giles” tiene esa cuota de humildad que el argentino tanto necesita ver y creer. Con humor y drama en partes iguales, muestra que los giles somos todos, menos aquellos poderosos y con más información. El gil es aquel que día a día se levanta para ir a trabajar sin querer sacar ventaja alguna a pesar de las injusticias. La frase “La unión hace a la fuerza” es una clara demostración del tono de la historia, que nunca pierde fuerza, ni por un minuto, gracias a la perfección del guion y actuaciones superlativas. Es una película que cumple con sus premisas y hasta las supera. Emociona, enoja, hace reír, reflexionar sobre valores importantes como la familia, la amistad y el compromiso social. Si, es un poco naif la historia, con los personajes estereotipados de buenos y malos, pero como se mencionó antes, la simpleza e inocencia es lo que la hace maravillosa. En conclusión, lo nuevo de Sebastián Borensztein arrasa con todo y hay que ir a verla al cine, aprovechar las ocasiones en las que el cine argentino es una joya al estilo hollywoodense, claro con una super producción detrás, con todo a favor. Todos aquellos quienes hayan vivido esa época nefasta se van a sentir identificados con alguno o todos los entrañables personajes que sólo aspiran a recuperar lo que fue ganado con esfuerzo y que les serviría para cumplir un sueño. Realmente imperdible.
La odisea de los giles es una película bien argentina, ambientada en un contexto dramático como el del 2001 y el corralito con un relato aventurero de un improbable y heterogéneo grupo de argentinidades. El cuarto trabajo de Sebastián Borensztein pretende correrse de la crítica a la época y al contexto: de hecho, estos pueblerinos que perdieron todos sus ahorros no planifican su venganza ni contra los bancos ni contra los políticos, y sí hacen frente a un estafador (interpretado por Andrés Parra) que se aprovechó de su inocencia. Pero no puede esquivarlo: estos personajes queribles (algunos no tanto) son determinados por aquella crisis más que económica, y reunidos por la desesperanza general. El sueño de Fermín Perlassi (Ricardo Darín), su esposa (Verónica Llinás) y Antonio Fontana (Luis Brandoni) de recuperar una empresa agrícola cerrada durante una crisis anterior, para armar una cooperativa en el pueblo, se ve derrumbada cuando toda la plata que juntan queda en un banco. Lo mejor transcurre en esa primera mitad dramática, en la que los personajes explotan sus matices con grandes interpretaciones, y no escapan del contexto argentino que es un disparador como podría haber sido cualquier otro. Después, efectiva y más liviana, La odisea de los giles se transforma en una pieza más tradicional, en la que un grupo quiere recuperar lo que les pertenece. Una de ladrones de guante blanco, salvo que acá utilicen guantes de obreros y con experiencia cero en la materia. La odisea de los giles mantiene alerta al espectador durante casi dos horas: lo lleva muy bien por la montaña rusa de emociones, del recuerdo angustiante a la sonrisa espontánea, con un elenco coral en general parejo (un gran trabajo de Darín padre) y la esquiva una reflexión moralista sobre ellos o su plan imperfecto.
Un elenco nacional de lujo trae a la pantalla grande una novela de Eduardo Sacheri que nos cuenta una historia nacida en el corralito del 2001, con los héroes menos pensados.
a odisea de los giles es una película del pasado, un cine que en la Argentina ya casi no existe: popular, satírico, con un gusto evidente por el juego con los géneros y su potencia narrativa. Una suerte de heredera del cine de Campanella o de Szifrón, tipos que podían reunir en una sola película estrellas, relatos fuertes y éxito masivo con algún grado mínimo, por lo general dispar, de eficacia cinematográfica. Hoy no queda un cine así, ese nicho fue abandonado a la suerte de las coproducciones televisivas y lo más parecido a un director reconocible en esas lides es Ariel Winograd; solo quedan comedias ejecutadas en piloto automático para las que la autoconciencia es una excusa que permite disimular falencias antes que una apuesta estética. Sebastián Borensztein ya había intentado ocupar ese lugar con Un cuento chino (después de La suerte está echada, su opera prima, hoy imposible de ver). Koblic, en cambio, fue un thriller más bien discreto, una película de una oscuridad espesa que no buscaba semejante exposición. La odisea de los giles, por su parte, es un artefacto gigante, de gran porte, que se toma en serio sus materiales. La película no busca el refinamiento sino la eficacia: el conjunto de elementos dispersos, que incluyen el caper film, el grotesco y el fresco de época, se mueve como puede, como le sale, un cóctel donde todo está mezclado a los sacudones. En ese panorama, el director tiene momentos más inspirados que otros: las escenas en las que se prepara el robo, por ejemplo, funcionan mejor que las del Chino Darín infiltrándose en la casa del villano e improvisando engaños ante su secretaria; lo segundo demanda un timing de comedia demasiado ajustado, mientras que lo primero exige menos trabajo, el género aporta lo demás. Pero el gran problema de La odisea de los giles no son esos desniveles, sino que trata por todos los medios de complacer a su público. La historia deja servida en bandeja el viejo motivo del rico que estafa a un montón de personajes humildes y esforzados. El tema supone, previsiblemente, una tradición, aporta una fortaleza propia que pone a trabajar el músculo del relato. Pero la película ancla el conflicto en coordenadas muy precisas: crisis de 2001, corralito, pesificación asimétrica. La aventura universal de los engañados en busca de justicia por mano propia se transforma así en un cuento moral y político: la historia nos pone rápidamente del lado de los estafados en su intento por recuperar sus ahorros. No estamos plenamente ubicados en el terreno del género con sus seguridades, con sus convenciones, sino en un espacio híbrido en el que el caper sirve en verdad para apelar a viejos rencores y emprenderla contra banqueros y empresarios. La película adquiere la forma de una máquina que busca la aprobación veloz, instantánea, del público; todo está diseñado de manera tal que los protagonistas resulten héroes incluso en la peor ruindad, y que el villano resulte lo más desagradable posible y justifique así toda clase de castigos y venganzas. De nuevo, el problema no es la explotación de ese mecanismo por sí solo sino el deslizamiento que Borensztein realiza saltándose el género y yendo hacia una sociología de ocasión, acrobacia que ya no busca el vértigo de la ficción sino las certezas del comentario social, cercano casi a la observación de costumbres. Ese deslizamiento es un problema, entonces, porque la película ya no habla del cine y de sus códigos sino de otra cosa más tangible, más cercana (la demagogia general ya no afecta a un montón de criaturas ficcionales sino a una visión de la realidad), halagando a su auditorio, presentándole un conjunto macizo que no exhibe matices, sin fisuras, explicándole al espectador en qué lugar debe posicionarse. La voz en off del personaje de Darín de alguna manera condensa ese contrato: es inoportuna, machacona, subraya ideas evidentes y cierra cualquier posible apertura del sentido. Algo de ese escenario se quiebra de tanto en tanto con algún que otro detalle malicioso que va a contramano de la corrección política de la época: el retrato de los pueblerinos tontos, ignorantes, incluso entregados voluntariamente a la pobreza, que estafan al Estado para seguir sumergidos en la miseria y en condiciones de vida precarias (ver el personaje que hace Carlos Belloso), eso es algo difícil, si no imposible, de ver hoy. Esa maldad descargada insistentemente contra los habitantes del pueblo en cierta forma rompe la complacencia imperante, la contiene, y le da la película otro aire, otra respiración.
La épica de lo micro Lo paradójico de todo es el triste oportunismo de la película teniendo presente el estado actual de las cosas en esta Argentina de vaivenes y contrastes. También que existe una idea por encima de todo por la cual se cree que la mejor manera de abordar lo macro es haciendo foco en la épica de lo micro. Otra paradoja incluso para explicar la inexplicable economía cuando de “variables macro” se trata frente a lo micro, el día a día de la gente en su gimnasia cotidiana de supervivencia. La odisea de los giles explica lo macro sin ninguna necesidad de bajar línea y lo hace desde el lenguaje del cine; desde las herramientas más elementales pero a la vez poderosas para encontrar un equilibrio en donde el axioma anteriormente citado encierra su virtud y su defecto. Sin embargo, funciona de cabo a rabo y no genera mala predisposición desde su épica de “perdedores” porque el grado de movilización es diametralmente opuesto a una especulación o chantaje emocional. Partir de la base de una novela, es decir de un cuerpo literario y llevarlo a la síntesis del cine, no es ninguna tarea sencilla pero contar con la presencia del propio autor de la novela en el guión, Eduardo Sacheri, al menos garantiza una mirada compartida en ese tránsito de las hojas a las imágenes. Porque el contexto en el que transcurre la historia de esta cooperativa, donde cada uno tiene mucho que perder y la jerarquía se diluye entre los personajes, es lo suficientemente gráfico para hacer del territorio y escenario un teatro de operaciones ideal. El terreno en lo que a concepto se refiere óptimo para el desarrollo de idiosincrasias, entre otras virtudes del guión como por ejemplo el humor simple y no sofisticado durante la acción. Al hablar de contexto no hay que confundir un intento por parte de Sebastián Boresztein de sumir a su nuevo opus en un retrato realista, sino más bien en generar con las generales de la ley el verosímil propio del género, aunque sin quedar atrapado en el subgénero de las películas de robos llevados a cabo por inexpertos, algo que Hitchcock podría definir como héroes en situaciones extremas y para las cuales no tienen habilidades adquiridas. Qué mejor condimento entonces que separar la paja local del trigo universal porque La odisea de los giles transmite las mismas sensaciones para cualquier espectador con alguna gota de sentido común y sensibilidad, mientras que para el público local va a representar muchas cosas que entre el recuerdo de fantasmas y malas épocas traerá también el de tiempos más cercanos con escenarios distintos pero con las mismas historias cuando la asimetría entre el débil y el fuerte resulta insoportable. Sería un tanto redundante en esta crítica hablar de un gran elenco, de la enorme y acertada mezcla de estilos en cada actor, que ensambla perfecto en el personaje que le toca en suerte tanto los que más aparecen como aquellos secundarios, con la mezcla de torpeza e ingenuidad frente a situaciones que los superan minuto a minuto. El director de Koblik vuelve a contar con Ricardo Darín en otro papel distinto, sin dejar de mencionar la impecable química con Luis Brandoni para que todo el resto se luzca entre escenas donde no sólo pusieron el cuerpo sino también el corazón. Ojalá que los giles existan siempre para que la asimetría que detesta la épica de lo micro deba recalcular cuando ya no queda más nada que perder.
Una historia con ritmo y toques de justicia El film está basado en el libro "La noche de la usina", de Eduardo Sacheri, y protagonizado por Ricardo Darín, Luis Brandoni y Verónica Llinás. "Donando sangre al antojo de un patrón, por un misero sueldo. Con el cual no logro esquivar el trago amargo de este mal momento, mientras el mundo, policía y ladrón, me bautizan sonriendo: ‘gil trabajador’”. Así describía una canción de la banda Hermética al honrado, al que se levanta todos los días a ganarse el pan con la conciencia tranquila. El que siempre es estafado o “ventajeado” por algún vivo de su barrio, autoridad, institución o político de turno. Y de esos “giles” se trata esta historia de aventuras que cuenta Sebastián Borensztein. “La odisea de los giles” está basada en el libro “La noche de la usina”, de Eduardo Sacheri, escritor prolífico del que ya se adaptaron para la pantalla grande dos novelas más, “Papeles en el viento” y la ganadora del Oscar a mejor película extranjera. “El secreto de sus ojos”. Sacheri parece entender perfectamente al argentino contemporáneo, y, además de tener gran pluma e imaginación a la hora de crear mundos, conoce la calle, la percibe y la transcribe de manera excepcional y alejado de encriptaciones innecesarias. Es por ello que sus relatos son fácilmente llevados al cine nacional de forma masiva y disfrutable. Todo comienza con el proyecto de Fermín Perlassi (Ricardo Darín), dueño de una estación de servicio, junto a su esposa (Verónica Llinás) y su amigo Fontana (Luis Brandoni), que viven de forma humilde en el pueblo bonaerense de Alsina. Los tres convencen a un grupo de vecinos (Rita Cortese, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, entre otros) para asociarse y crear una cooperativa agrícola, para no sólo mejorar su situación, sino también darle trabajo a muchas personas. El problema es que lo planean a fines de 2001. Sus ahorros desaparecieron por una estafa realizada por un abogado del pueblo junto al gerente del banco de la ciudad, que contaban con información de lo que estaba a punto de desencadenarse en Argentina. Cuando se enteran de la estafa, se organizan y arman un plan para recuperar lo que les pertenece. La historia comienza con gran ritmo, pero con el correr de los minutos -dura 120 minutos- le juega en contra y a pesar de que no se perciben escenas de relleno, no termina de cerrar de manera eficiente.
La nueva película de Sebastián Borensztein (Un cuento chino) presenta una gran adaptación de la novela de Eduardo Sacheri, La noche de la Usina, a través de una sólida combinación entre la comedia costumbrista y el cine de género. El director desarrolla el relato dentro de una de las ramas más populares de la temática policial, como es la denominada Heist Movie, donde el foco del conflicto está puesto en la organización de un gran robo, que por lo general no está exento de numerosas complicaciones. De hecho, los protagonistas de este relato conciben su plan inspirados por el clásico de William Wyler, Cómo Robar un millón (1966), con Audrey Hepburn y Peter O´Toole, que tiene un lindo homenaje en esta producción. Si bien la temática es familiar, debido a los centenares de antecedentes que existen, la impronta autóctona que le aportan el director y el reparto genera que la película se disfrute de un modo muy especial. El gran golpe en este caso esta orquestado por un grupo de personajes que reúnen todos los arquetipos tradicionales de la idiosincrasia local y de alguna manera redimen el concepto tradicional que tenemos del gil. Una particularidad interesante de este film para quienes hayan leído la novela de Sacheri es que el relato de Borensztein mantiene el espíritu de la obra original y los vínculos entre los personajes, pero el conflicto se desarrolla de un modo diferente con un mayor hincapié en el suspenso. Una trama que tiene como telón de fondo la crisis del 2001, que pese a que tuvo un contexto muy diferente no está tan alejada de muchas situaciones que se viven en la actualidad. Es justo reconocerles a Ricardo Darín y su hijo, los productores principales del proyecto, el excelente casting que reunieron con el director. Cada actor fue escogido para el rol adecuado y a lo largo de la historia todos llegan a tener sus momentos destacados. Sobresalen especialmente la química que tiene Darín padre con Luis Brandoni (quienes no trabajaban juntos desde la serie de televisión de los ´90, Mi cuñado) y la dupla que conforman Daniel Aráoz con un gran Carlos Belloso a cargo de un rol que era ideal para él. La sorpresa de esta película la brinda un irreconocible Andrés Parra, el artista colombiano famoso por su interpretación de Pablo Escobar en la telenovela El patrón del mal. En este caso se destaca en el rol de villano con un personaje muy argentino donde hizo un gran trabajo con el acento local. La odisea de los giles aporta un entretenimiento muy ameno que le hace justicia a esos personajes entrañables que creó Eduardo Sacheri en su obra y se gana con creces su recomendación.
La odisea de los giles es, casi con seguridad, el estreno argentino del año. Y lo que voy a resaltar a continuación es una obviedad, pero corresponde hacerlo. Su nivel de producción no tiene nada que envidiarle a Hollywood y su excepcional cast es mejor que el de muchas películas ganadoras de Oscar. Basada en la novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri, el director Sebastián Borenzstein crea el mejor costumbrismo argentino. Y digo eso en el mejor sentido de la palabra posible. Dado a que se conjugan dos cosas fundamentales: Por un lado, la idiosincrasia del interior del país, pero mostrada sin cinismo ni dejo de superioridad tal como fue El ciudadano Ilustre (2016). Y por el otro, la crisis económica de 2001/2002 y el corralito. Esto último es el catalizador y disparador para toda la historia, y el ser argentino permite comprender bien de qué se trató, pero no como hecho histórico y económico sino como sentimiento. Y es ahí donde reside la grandeza del film: los sentimientos y como se resignifican a través de un hecho en concreto que luego se convierte en una aventura perpetuada por un rejunte de gente muy peculiar. Es en ese cast fantástico donde el público encontrará un gran eco y risas. Más allá de la contundencia de los Darín padre e hijo. Es en la dupla de Ricardo con Luis Brandoni donde hay escenas memorables. Lo mismo sucede con la dupla Brandoni/Araoz y su amistad atravesada y enfrentada por un peronismo y antiperonismo. Los más graciosos intercambios vienen de ahí. Por su parte, otra dupla que está muy bien es la de Rita Cortese y Marco Antonio Caponi. Y También brillan, cada uno en lo suyo, Chino Darín, Verónica Llinás y Carlos Belloso. Pero más allá de las duplas y las individualidades, son parte de un gran ensamble. Este elenco tan coral y heterogéneo, tiene un gran correlato con cine italiano. Mismo la puesta emula un poco de eso. Borenzstein es un gran narrador, y encuentra aquí una faceta que aún no había explorado, la aventura. Porque la Odisea de los giles es eso, una película de aventuras con tintes de comedia. Más allá de la situación política y económica que atraviesa, y justo el mes en que se estrena. No creo que sea una película que pase a la historia, pero tampoco apunta a eso. Es un film que cumple con lo que promete, que es pasar un gran rato viendo a geniales personajes en un delirio que sentimos muy propio.
Perdido por perdido Una vez finalizada la proyección, y en cuestión de un acercamiento analítico del texto fílmico, ´ésta producción plantea varios posibles caminos. Por un lado, tomando el relato en sí mismo, entonces tendríamos una entretenida película, no mucho más que eso, que a partir de una historia real, cercana en el tiempo, se encarna en la piel y el cuerpo de los espectadores clase media bien intencionados. Por otro lado, podría empezar a pensarse en el valor agregado del que nos hace participe el director desde el titulo hasta el desarrollo del filme. La intencionalidad sería evidente. Basada en la novela “La noche de la Usina ” escrita por Eduardo Sacheri, quien es, junto al director, el co-guionista del filme, surge entonces la pregunta, se instala como interrogante la razón que dio lugar al cambio en el título. Es desde aquí que cobra importancia el director, como responsable primero y último de la producción. Por supuesto que a lo largo de ir pensando el filme, ambas, entre muchas otras posibilidades de lecturas, se entrelazan, no van exactamente en paralelo, esto mismo es lo que le otorga una valía agregada a la cinta. Todo transcurre en un pueblo de la provincia de Buenos Aires, diciembre de 2001. Un grupo de amigos y vecinos pierde el dinero que había logrado reunir para reflotar una vieja acopiadora de granos, casi un símbolo del alma del pueblo, cuando funcionaba. Al poco tiempo descubren que sus ahorros se perdieron por una estafa realizada por un abogado cercano al poder de turno y el gerente de banco, quienes contaban con información de lo que se iba a desencadenar en el país. Al enterarse de lo sucedido, éste grupo de vecinos decide organizarse y armar un minucioso plan con el objetivo de recuperar lo que les pertenece. Que los elementos puesto en juego tengan que ver con iconografía de los últimos veinte años, bóvedas, usinas eléctricas, feriados bancarios, corralitos, no de bebes, todo esto también se aplica sobre el imaginario colectivo. Y como estamos hablando de cine, de industria, pero también de cierto discurso instalado, debe decirse que nada de lo que está en pantalla es casual, tampoco inocuo. El filme abre con la música de Johann Straus “El Danubio azul”, casi homenajeando ese clásico genial de Stanley Kubrick que es “2001, odisea del espacio” (1968), podría haber sido “Así hablo Zaratustra” de Richard Strauss, dando el mismo efecto, lo cual lograría pensarse como una intertextualidad. La odisea entonces se pone en juego, no es espacial, bien terrenal Que no se retome esta variable conseguiría pensarse como presentación misma de la idea a desarrollar. Otro filme, más cercano en el tiempo, con el cual tiene puntos de contacto, es “Robo en las alturas” (2011), de Brett Rattner, en el que un grupo de empleados pergeñan recuperar lo que es suyo habiendo sido sustraído por el magnate de turno. En el caso que nos convoca, bajo tierra. Hay otras películas que podrían estar en la lista, pero como muestra…. Si bien todo esto está en el filme, no es menos importantes la idea de sustentar todo a partir de la selección de actores que encarnan los personajes, como si los mismos hubiesen sido escritos y desarrollados a partir de quienes los interpretarían y no elegirlos una vez escrito para jugarlos. Así de coherente es todo. Lo que, desde una mirada ingenua, no se puede esperar de ésta producción otra cosa que lo que propone, no intenta ser una obra maestra, es honesta consigo misma. Desde su estructura narrativa, clásica por donde se la mira, el guión de buena factura y buenos diálogos, algunos chispeantes, otros obvios, todos fructifican sobre el cuento. También el montaje, la presentación y desarrollo lineal del relato y de los personajes principales, recordemos que es un texto coral, son todos queribles. Previsible desde sus inicios, con algunas escenas muy por encima de la media que instala, sobre todo por las protagonizadas por las actrices, quienes le dan una calidez diferente a esta comedia dramática. El final, dentro de los créditos, es un guiño para la tribuna. No le quita meritos pero agrega nada, sólo la sonrisa cómplice de a quién va dirigido el filme. Hasta se le puede perdonar ese y otros deslices menores. El titulo mismo propone una manipulación interesante, quien puede decir que no quiere que alguna vez los giles tengamos justicia. Como dice el poeta español Patxi Andion: …“No se olviden que el dolor lo callan quienes lo hicieron”…. (*) Realización de Alberto Lecchi, en 1993
En esta película tenemos una cadena de delitos: primero hay una estafa, un robo que tiene como excusa el corralito de 2001. Deberíamos definir que el género cinematográfico central en la Argentina es el film criminal. No el policial: el film criminal es el que gira alrededor de un delito, o varios, y seguimos esas alternativas. No se trata de descubrir al culpable, ni de una investigación, sino del crimen en sí. En “La odisea…” tenemos varios delitos, una cadena: primero hay una estafa, un robo que tiene como excusa el corralito de 2001. Después, cómo los afectados, gente trabajadora que intentaba construir una cooperativa, van detrás de esos dólares perdidos, como toma de revancha. Eso es lo que genera el suspenso: si lograrán o no restablecer algo de justicia por sí mismos. El Estado siempre está ausente en estos films (en el thriller estadounidense puede haber funcionarios corruptos, pero el Estado está allí y funciona, a pesar de todo) y lo que importa es la empatía que sintamos por estos perdedores que deciden no seguir siéndolo. El elenco es de esos que siempre cumplen, que logran inyectar algo de poder de estrellas en personajes que se construyen para ser cotidianos. Lo logran. Hay algunas exageraciones, algunos momentos donde pesa demasiado la caricatura y no termina de cuajar con el resto, pero en general el film logra mantener su interés y mantiene el suspenso y cierta amabilidad hasta el desenlace. Casi un ejemplo canónico de lo que es el cine argentino para gran público de hoy.
Luego de un 2018 con muchos estrenos comerciales nacionales, nos encontramos transitando un 2019 con un panorama diferente y sin la misma cantidad de “tanques” que el año pasado. Hasta ahora la única excepción era El cuento de las comadrejas de Campanella, pero esta semana llega a los cines La Odisea de los giles, la nueva película de Sebastián Borensztein basada en la novela La noche de la usina de Eduardo Sacheri y que cuenta con guión en conjuntó del propio director y del autor de la novela. Decir que estamos frente a la mejor película nacional del año puede estar influido por el contexto en cuanto a la poca cantidad de estrenos que recién mencionamos, pero fuera de esto, realmente nos encontramos con una película muy divertida y con un elenco de lujo. La trama es divertida y angustiaste por igual: En un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires, un grupo de habitantes decide armar una cooperadora para reabrir una acopiadora de granos y generar más empleo. Para eso juntan dinero -en dólares- y lo depositan en el banco de la ciudad más cercano. Todo parece que va a ir bien, pero no, ya que esto transcurre en el 2001 apenas unos meses antes de la crisis. Pero los “giles” no se van a quedar de brazos cruzados ya que descubren que hubo toda una tramoya entre el banco – que los impulsó a depositar el dinero en vez de dejarlos en una caja fuerte- y un abogado que, sabiendo lo que se avecinaba, compró todos los dólares a disposición, sus dólares y por eso intentarán recuperar lo que es suyo. El elenco coral está compuesto por los Darín (Ricardo y el Chino), Verónica Llinás, Luis Brandoni, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, Guillermo Jacubowicz, Alejandro Gigena y Rita Cortese, como nuestros justicieros, mientras que el papel del villano está a cargo del colombiano Andrés Parra (Pablo Escobar en la serie El patrón del mal). Desde el principio el espectador empatiza con los personajes y su lucha llevada a cabo desde la plena ingenuidad y torpeza con escenas repletas de humor, pero también con el drama necesario para alejar la historia de la simple vulgaridad y demostrar la verdadera motivación de cada personaje. Como toda película de comedia nacional no prescinde de Luis Brandoni tirando sus típicos insultos al aire y si bien esta ambientada en una época fuertemente ligada a la política no se aferra a ello como una crítica – a pesar de ver a Cavallo en pantalla- sino que simplemente se utiliza para darle un contexto bien real a la historia. Sin embargo, si podemos ver un pequeño juego político con los personajes de Brandoni y Aráoz que reflejan sus ideologías radicales y peronistas.
ENTRE LO GENÉRICO Y LA BAJADA DE LÍNEA Entre el paternalismo y el trazo grueso que caracterizan tanto a la literatura de Eduardo Sacheri como al cine de Sebastián Borensztein, más la encarnación un tanto cómoda en ocasiones del argentino medio que es Ricardo Darín, La odisea de los giles tenía la potencialidad de ser un desastre. Y particularmente en sus primeros minutos amenaza con llevar a fondo esa promesa, a partir del planteo de su premisa: un grupo de gente bien de clase laburante que, en el contexto de la crisis del 2001/2002, junta todos sus ahorros para armar una cooperativa pero son estafados en una maniobra enmarcada en la implementación del famoso Corralito, y que encuentran la chance de una revancha a través de un robo. Si el comienzo se aferra en exceso al imaginario literario de Sacheri –apelando constantemente a la voz en off de Darín para contar todo lo que pasa y cómo son los protagonistas-, hace una lectura cuando menos superficial de la catástrofe económica del 2001/2002 –con la clase media como eterna víctima de las circunstancias- y acumula unas cuantas tragedias gratuitas, en cuanto termina de delinear el conflicto central, a sus héroes y al villano, encuentra el tono pertinente para seguir adelante. Ese tono está vinculado a ese sub-género inoxidable que es el relato de robos que parecen casi imposibles, donde la planificación suele ser tan apasionante como la ejecución del delito, lo que contribuye a la aceptación por parte del espectador de la ruptura de la ley. Borensztein, por suerte, no desprecia la narrativa de los robos, aunque no pueda evitar una mirada condescendiente respecto a algunos personajes –por ejemplo, al interpretado por Carlos Belloso-, y avanza en consecuencia. Y por eso La odisea de los giles se parece en unos cuantos pasajes a Robo en las alturas, otra película menor con una galería de laburantes un tanto torpes e inexpertos en el arte criminal que logran imponerse a las circunstancias y sus propias limitaciones desde el trabajo grupal y la solidaridad para cubrir los baches. Eso no implica que termine de redondear apropiadamente su propuesta, porque el film no puede evitar recurrir a subrayados dramáticos innecesarios y hay unas cuantas subtramas (la relación madre-hijo entre Rita Cortese y Marco Antonio Caponi, el vínculo romántico entre Chino Darín y Ailín Zaninovich) que se resuelven a las apuradas o sin el desarrollo suficiente. Donde La odisea de los giles se impone con potencia y fluidez es desde la pura acción, cuando abraza por completo la aventura del delito y deja de lado el discurso culposo y auto-justificatorio, esa necesidad de dejar en claro, como se dice en una escena, que lo que se busca es “recuperar lo nuestro”. En esa tibieza es también demostrativa de los límites de un mainstream argentino que, en su necesidad de interpelar al espectador de clase media, se apoya en demasía en la calidad de los actores y en un relato que descree cómodamente de las instituciones y responsabilidades de los ciudadanos que ayudan a cimentarlas. Desde ese posicionamiento, tiene un timing perfecto, pero no solo por la actual coyuntura económica, sino por la escala de valores con la que dialoga, que prevalece desde hace décadas en el país.
La odisea de ser argentino Por Denise Pieniazek “Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón” “Tragicomedia de Calisto y Melibe”/“La Celestina”( S.XV), Fernando de Rojas . Ha llegado a las salas argentinas La Odisea de los Giles (2019) la nueva película del director y guionista Sebastián Borenzstein (La suerte está echada, Un cuento chino y Kóblic) basada en la novela “La noche de la usina” de Eduardo Sacheri (“La pregunta de sus ojos”) quien es también co-autor del guión de esta transposición literaria al cine. En La Odisea de los Giles, Borenzstein vuelve a ahondar en un periodo particular de la historia argentina. Así como en su filme anterior, Kóblic (2016) el trasfondo de la historia concernía a la dictadura militar (1976-1983), en esta ocasión el relato se centra en la crisis económica del 2001 y en el llamado popularmente “corralito”. EnLa Odisea de los Giles, cuyo título cabe destacar es uno de sus mayores aciertos, algunos habitantes del pueblo Alsina se han asociado en una pequeña cooperativa inversora ideada porFermín Perlassi (Ricardo Darín) y Antonio Fontana (Luis Brandoni) para hacer resurgir la cerealera llamada “La Metódica”. El conflicto del relato se presenta debido a que el dinero que han recaudado para dicho emprendimiento se ve afectado por “el corralito”. En consecuencia, además del agujero económico que esto representa para los integrantes de la cooperativa, dicha crisis ocasiona problemas emocionales y psicofísicos, principalmente en uno de los protagonistas, Perlassi. Todos éstos “giles” asociados victimas del sistema económico, político y bancario argentino deciden emprender un robo para recuperar lo que les fue quitado injustamente, en consecuencia, crearán un plan tan metódico como el nombre del proyecto que ha sido truncado. Para que los “buenos” puedan intentar vencer al sistema, el relato necesita anclar la responsabilidad en un solo villano y éste es representado en el personaje de Manzi, el cual encarna el más estereotipado malvado, pero desde la comicidad y caricatura, como así también desde lo desagradable. En consecuencia, este relato resulta narrativamente clásico al establecer una clara dicotomía entre buenos y malos, al igual que el resto de la narración, la cual por ende resulta entretenida pero poco sorprendente. Como dice el refrán popular debido a que “ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón” los integrantes de la cooperativa compuesta principalmente por los personajes de Ricardo Darín, Luis Brandoni, Rita Cortese, Daniel Araoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi y Chino Darín componen este elenco coral que emprenderá la venganza colectiva, la cual no sólo es personal sino que también atañe a las dos clases sociales –clase media y clase baja- que cada uno de estos protagonistas encarna. En dicho sentido, uno de los aspectos más interesantes del filme es que sutilmente se alude a otros periodos de la historia argentina, exponiendo la relación entre la sucesión de los acontecimientos pasados con los del presente del relato. Por ejemplo, el personaje de Carlos Belloso es un excombatiente de la guerra de las Islas Malvinas. Asimismo, a través del personaje de Daniel Araoz se mencionan las consecuencias de las privatizaciones de los años 90´s, particularmente el “olvido” de ciertos pueblos porque el tren ya no pasa por allí. Cada personaje encarna en cierta forma un fragmento de la historia reciente del país. Además, la subestimación es uno de los temas centrales de la película y puede verse tanto a nivel general como particular. En el plano general, todos los emprendedores de la cooperativa, los llamados “giles” son subestimados por el sistema. Por otro lado, respecto a lo particular el personaje de Carmen Lorgio (Rita Cortese) subestima constantemente la capacidad de su hijo (Marco Antonio Caponi). Si bien por momentos el personaje de Perlassi, uno de los “héroes” de la historia, remite por los aires de rebelión contra el sistema y sus injusticias a otro personaje previo de Darín, aquel “bombita” de Relatos Salvajes (2014), también producida por K&S films. Es pertinente mencionar que tanto él como todos los otros personajes son más que convincentes, es un elenco coral parejo y más que verosímil en sus interpretaciones. El personaje de Luis Brandoni con sus parlamentos anarquistas funciona como el “personaje delegado”, pues es el encargado de impartir la tesis social que el universo diegético compone. Luego de mencionar los aspectos positivos de La Odisea de los Giles, hay que justificar porqué se ha dicho anteriormente que carece de sorpresa, aunque es una película más que digna y correcta. En principio, es muy tradicional en cuanto a las reglas del género, y lamentablemente subestima al espectador al explicarse demasiado a través de la voz off de Perlassi. Incluso al comienzo del largometraje se explica el significado de la palabra del lunfardo “gil” quitándole potencia al relato, aunque se puede concluir que quizás sea porque se apunta a una distribución internacional de La Odisea de los Giles. De todas formas, el recurso de la voz off y lo que ésta va enunciando no resulta orgánico o reitera lo que ya es absorbido por el espectador en el otro plano estructural del relato. A su vez, este recurso del narrador en primera persona es un cambio que se ha decidido en la transposición debido a que en la novela el plan no era explicitado. En conclusión, La Odisea de los Giles es sin dudas notable dentro de la producción nacional actual y, por ende, merece ser vista en una sala de cine por la seriedad de su propuesta, así como también por su desempeño formal y estético. Como en toda odisea estará presente la adversidad, pero también los triunfos, y el espectador podrá pasar de la angustia a la risa constantemente. Es un relato entretenido en donde la “argentinidad” está todo el tiempo presente en cada uno de los personajes de este microcosmos en donde queda claro que la codicia y deshonestidad está presente en todos los estratos sociales y que tal como enuncia Perlassi “el conocimiento es poder”.
Cuando perdiste todo, no te importa nada. Esa es la premisa de este grupo de aventureros que un buen día dejan de ser vencedores vencidos para ir por lo que les corresponde. Pero más allá de los dólares que les robaron, ellos van por otra cosa que no se negocia por nada del mundo: la dignidad. Ricardo Darín, Luis Brandoni y Verónica Llinás demuestran talento y oficio en una película a la altura de la novela de Eduardo Sacheri “La noche de la usina”, premio Alfaguara en 2016. El contexto es Alsina, un pueblo chico que se corre por suerte del manido mote de “infierno grande” (algo que se le agradece a Borensztein) para mutar en un sitio amigable donde la solidaridad prima por sobre las miserias. Pero, claro, todo ocurre en 2001, con el ministro Cavallo desafiante en la pantalla y un corralito que paraliza el país. Y los sueños. El de este grupo de vecinos, integrado por lo mejorcito y no tanto de cada casa, era levantar una cooperativa y darle trabajo a mucha gente para que el pueblo no desaparezca. Cuando todos habían puesto hasta el último céntimo de sus ahorros en dólares para el ansiado proyecto ocurrió lo impensado hasta ese momento: corridas bancarias, gente reclamando en la puerta de los bancos y adiós ilusión. Hasta que alguien revela qué ocurrió detrás de la temeraria medida nacional y descubren que un tal Manzi, un tipo poderoso y poco querido, se había robado todo y, es más, lo había guardado en un túnel camuflado en su campo. El motor de la película se activa cuando todos coordinan un plan maestro para llegar hasta ese escondite y recuperar el dinero con el fin de volver a retomar aquel sueño inconcluso. La película tiene mucho del gen argentino, atraviesa la metáfora del gil y el piola, y hasta coquetea con las rivalidades políticas del peronismo/antiperonismo, con lo cual Aráoz y Brandoni se corren del personaje para hacer de sí mismos. El elenco es un hallazgo. Primero por las sutilezas de Ricardo Darín, Luis Brandoni y Verónica Llinás, y después porque el resto jamás desentona, desde el Chino Darín, el villano Andrés Parra, Rita Cortese y Marco Antonio Caponi hasta los hermanos Gómez, representados por Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz. Estos giles tienen sed de revancha. Y dignidad de sobra.
Las crisis económicas en la Argentina, lamentablemente, han sido innumerables pero hubo dos que por sus nefastas consecuencias se destacaron entre las demás. La primera ocurrió en 1979 con un índice de inflación elevado y tasas financieras de dos dígitos, sospechosamente atractivas para invertir en plazos fijos, la que desembocó en el colapso de varias instituciones bancarias. La segunda y más recordada fue el “corralito” de fines del 2001, en la cual, entre otras causas, una fuga masiva de capitales concluyó con una restricción de retiro de fondos de los bancos. Siempre los más perjudicados fueron los sectores menos favorecidos socialmente, en tanto que en las altas esferas se beneficiaron unos pocos que conocían la información de antemano. El cine argentino siempre recurrió a la veta humorística para reflejar ambos momentos conflictivos. Fernando Ayala con su gran éxito Plata dulce (1982) reflejó con una comicidad agria los avatares económicos de los argentinos entre junio del 78 y principios de los 80. Leonardo Di Cesare en Buena vida (Delivery) del 2004 retrató con ironía las formas de subsistencia tras el gran desempleo que trajo aparejada la debacle de diciembre del 2001. El film de Sebastián Borensztein mantiene también ese dejo humorístico que se desprende de la novela La noche de la usina de Eduardo Sacheri, en la cual se basa La odisea de los giles. Agosto del 2001, la placidez y la tranquilidad reinan en Alsina, un pueblito perdido en medio de la pampa. Los compases de El Danubio azul de Johann Strauss II en los créditos iniciales, acentúan ese clima sosegado en el que transcurre la vida de los habitantes provincianos. Un grupo de vecinos decide formar una cooperativa para rescatar una cerealera abandonada y ponerla nuevamente en funcionamiento. Luego de mucho esfuerzo consiguen juntar en dólares parte de la inversión, pero una decisión equívoca incentivada por un gerente inescrupuloso para beneficiar a un abogado corrupto, les hace perder gran parte de lo recaudado debido a las medidas difundidas por el entonces ministro Domingo Cavallo el 2 de diciembre de aquel año. Con escasos medios y mucha voluntad intentarán recuperar lo perdido. De a poco son presentados los personajes que conformarán la asociación. Honestos, bien intencionados, algunos fronterizos, todos conllevan un pasado de frustraciones y anhelos en el que el éxito fue fugaz y la reconversión nada fácil. Por la afinidad y cierto costumbrismo se asemejan a los protagonistas de las películas de Juan José Campanella; por la venganza no exenta de humor y las labores de inteligencia que despliegan, a los del cine de Damián Szifron. Luis Brandoni con su decir claro y pausado es el eje de la narración dando pie a aclaraciones y momentos jocosos. Ricardo Darín y Verónica Llinás conforman una pareja entrañable que se complementa, donde él aporta la reflexión y la mesura y ella el brío y la acción. Carlos Belloso tiene un papel a su medida, mientras que Rita Cortese aporta su aplomo y experiencia en el rol de una empresaria de transporte. Las reuniones de los socios se destacan por los diálogos jugosos, como así también la escena del casamiento por el fiel retrato de los participantes tanto en la indumentaria como en las actitudes tomadas. Al entrar en juego la obtención del botín se entremezclan la aventura y el western en situaciones que generan un cierto suspenso. En el final el público aplaude por haber disfrutado de un film entretenido y bien concebido, pero también porque muchos de los espectadores que vivieron una situación parecida, habrán querido de alguna forma estar en la piel de ese grupo de perdedores que pese a sus modestos recursos se salió con la suya. Valoración: Buena
Una aventura en tiempos del corralito El nuevo film de Sebastián Borensztein fusiona varios géneros para contar una historia de tono quijotesco Corre el 2001. En una zona rural de la Provincia de Buenos Aires un grupo de vecinos se reúne para armar una cooperativa y reactivar la economía local. Pero la implementación del infame corralito no solo les complica el proyecto, sino que además los transforma en víctimas de la estafa de un abogado inescrupuloso. Sin abandonar las esperanzas, esta banda de perdedores planifica recuperar el dinero y sobre todo, la dignidad. A primera vista, la película funciona como una exponente del costumbrismo argentino, con personajes estereotipados lanzándose diálogos mordaces y ocurrentes. Pero a medida que avanza el metraje, descubrimos que la trama transita por géneros tan disímiles como el thriller, el drama, la comedia y sobre todo el western. Play El tráiler de "La odisea de los giles" Sebastián Borensztein ya había incursionado en la estética rural con Koblic, su anterior film. Aquí vuelve a apelar a los encuadres panorámicos, las secuencias en parajes campestres y las tomas elevadas sobre caminos de tierra. Además, deja de lado la solemnidad de su último largometraje para volver al humor de Un cuento chino y La suerte está echada. Lo hace respaldado por la novela original de Eduardo Sacheri que sabe muy bien describir la argentinidad en todas sus personificaciones. El elenco reunido para La odisea… es lo más cercano a un "equipo de los sueños" actoral al que se puede aspirar en nuestra cinematografía, encabezado por Ricardo Darín, en una composición alejada de sus últimos trabajos apostando por un tono agridulce que pasea por varios estados de ánimos y secundado; Luis Brandoni quien luce todo su oficio; Daniel Áraoz, siempre creíble; Carlos Belloso, que apela a un personaje que conoce a la perfección; el Chino Darín que aporta frescura; la gran Rita Cortese que logra una performance de mucho carácter; y Veronica Llinás, en un papel que es pura empatía. La película es de Sebastián Borensztein La película es de Sebastián Borensztein El villano de la historia quizás por cuestiones de coproducción recae en el colombiano Andrés Parra, quien parece desubicado en la trama, con un acento a medio camino entre el centroamericano y el argento, es un personaje desdibujado que nunca puede despegarse de la caricatura. Técnicamente la película luce impecable, con una fotografía de tonos cálidos que aprovecha la luz solar y los tonos campestres. Visualmente sin dudas es un deleite. Con una buena descripción de cada uno de los personajes de esta aventura coral, el visionado de La odisea de los giles deja en el espectador una buena sensación. No se trata de un guion sobre la crisis del 2001, sino de una reivindicación de la solidaridad en un contexto épico. Un film de tono autorreferencial que nos permite mirarnos en un espejo y descubrir que detrás de cada uno de nosotros puede haber un gil pero también una buena persona. La argentinidad al palo.
La odisea de los giles es la nueva película del destacado director de cine y guionista argentino Sebastián Borensztein, realizador de series míticas como El garante, La condena de Gabriel Doyle o Tiempo final, y de las películas La suerte está echada, Un cuento chino y Koblic, producciones en donde muestra una variante tanto genérica como en lo referido a temáticas, pero que se pueden unificar, principalmente si nos apoyamos en sus largometrajes, donde Borensztein siempre juega con las formas de ser y hacer del hombre/mujer promedio argentino, sus conductas, su pensamiento y su sentido de la moralidad. En esta ocasión se basó en la novela del escritor Eduardo Sacheri La noche de la usina, publicada en 2016. Al margen de la categoría del cineasta en cuestión, uno de los fuertes atractivos de esta nueva película argentina es la considerable suma de actores que forman parte de su reparto, desde Ricardo Darín, Luis Brandoni y Rita Cortese, a Daniel Aráoz, Verónica Llinás o Carlos Belloso. En La odisea de los giles la acción se ambienta en el 2001, agosto de 2001, para ser exactos, época previa a una de las mayores crisis que afectaría a la Argentina; aquél fatídico 19 de diciembre de 2001. El proyecto comienza a partir de un sueño del ex-jugador de fútbol Fermín Perlassi (Darín), quién desea reactivar un viejo negocio, para lo cual en un principio comenta la idea a su esposa (Llinás) y a su viejo amigo Antonio Fontana (Brandoni). Tras juntarse con el dueño del lugar en cuestión, y notar que el precio que pide está por encima de lo previsto, decide convencer a los vecinos del pueblo de Alsina de armar una cooperativa, reunir el dinero, y de esa forma poder cerrar el negocio. Todo marcha en la forma esperada, hasta que Fermín es engañado por un gerente del banco, en la antesala de la dura crisis de diciembre del 2001 y el famoso «corralito», que truncó proyectos y sueños de infinidad de argentinos. La indignación se esparcirá por todo el pueblo de Alsina, y cada vecino que hizo su aporte correspondiente no tardará en reclamar. Sumado a todo este contexto frustrante, desesperanzador, Pelassi sufrirá un accidente que lo pondrá al borde de la muerte. Tras su recuperación y mediante una información obtenida por Fontana, gran parte de los miembros de la cooperativa deciden organizarse y configurar un plan para recuperar lo perdido, aunque en un principio suena una idea un tanto alocada. Basándose en la novela de Sacheri y lo acontecido en aquel agobiante diciembre de 2001, Borensztein logra un largometraje efectivo, sumamente entretenido y que invita a la reflexión, apoyándose en la concepción y forma de ser del argentino promedio, con sus pro y sus contras, características y ambigüedades, logrando sostener una concatenación con sus producciones anteriores, lo cual lo coloca en una impronta indiscutible, sosteniéndose firme como uno de los grandes cineastas argentinos de la actualidad. Las actuaciones son también elementales para el logro en conjunto, no solo de los seis mencionados (Darín, Brandoni, Cortese, Araoz, Llinás, Belloso) sino de algunos menos conocidos como Andrés Parra, Marco Antonio Caponi o Ailín Zaninovich, sin pasar por alto al Chino Darín. El guión, trabajado por Borensztein y Sacheri en conjunto, funciona a la perfección, dando una fluidez acérrima a las casi dos horas de metraje, alternando momentos dramáticos y cómicos de manera precisa, demostrando la categoría de sobra del realizador argentino a la hora de entrecruzar géneros. Por otro lado, intercala con la temática Robos y atracos, en este caso con un tono más nacionalista, y siempre girando en torno al concepto del «Gil», la viveza criolla, y la oposición entre el hombre honesto, y aquél que no tiene escrúpulos. Entre lo pocos puntos a cuestionar del filme, encuentro una sensación extraña con el desenlace, percibiendo algún exceso en las resoluciones, que parece siempre aparecer en gran cantidad de cintas argentinas, y un mensaje final de corte optimista, que forma parte de la ideal global de La odisea de los giles, pero que no termina de resultarme del todo convincente.
La Odisea de los Giles podría ser otro éxito del cine argentino Sebastián Borensztein y Eduardo Sacheri hacen yunta para traernos esta comedia dramática que mezcla crisis económicas, revanchas y mucha idiosincrasia argenta. No sabemos (todavía) qué tan beneficiosa o perjudicial puede ser la actualidad sociopolítica y económica de nuestro país para “La Odisea de los Giles” (2019), pero nadie le puede reclamar a Sebastián Borensztein su timing cinematográfico, tan azaroso como vigente. La quinta película del realizador -y su tercera colaboración con Ricardo Darín después de “Kóblic” (2013) y “Un Cuento Chino” (2011)- parte de la novela “La Noche de la Usina” (2016) de Eduardo Sacheri, coguionista junto a Borensztein, tarea que ya había realizado con “El Secreto de sus Ojos” (2009), también basada en una de sus obras. La idiosincrasia argentina vuelve a estar en el centro de la historia, a la par de estos “giles” que, como tantos otros, cayeron en las “trampas” de la realidad cuando el corralito hizo de las suyas allá por finales de 2001. La historia de Fermín Perlassi (Darín) y sus vecinos de Alsina comienza un tiempito antes de la debacle, cuando varios de ellos unen fuerzas (y todos sus ahorros) para rescatar un silo abandonado y formar una cooperativa agrícola que puede reflotar su propia economía y dar trabajo a muchos de los habitantes de este pueblito, como tantos otros de la provincia de Buenos Aires. En primera instancia, la idea parece una utopía pero, de apoco, este ex jugador de fútbol con pocas glorias va consiguiendo adeptos para la causa, incluyendo a Luis Brandoni (un mecánico bastante anarquista); los Gómez (Alejandro Gigena y Guillermo Jacubowicz), dos hermanos albañiles; Rita Cortese y Marco Antonio Caponi, empresaria de transporte y su hijo mal llevado; Daniel Aráoz, Carlos Belloso y Verónica Llinás, la compinche y soñadora esposa de Fermín. La plata recaudada apenas alcanza para un enganche, pero las esperanzas mantienen a flote este emprendimiento. Para lograr que el banco les apruebe el crédito que necesitan para cerrar este trato, Perlassi acepta los consejos del banquero local que lo alienta a colocar todos sus dólares en una cuenta corriente. Nosotros ya sabemos que el que depositó verdes no recibió lo mismo, y al día siguiente la cooperativa en formación descubre que sus (ahora) pesos, ya no valen absolutamente nada. A pesar de la mala sangre y un país en plena crisis política, los socios deciden no llorar sobre la leche derramada… hasta que descubren que el simpático empleado bancario y un abogado de Alsina (Andrés Parra) aprovecharon los rumores de “lo que se venía” para estafar a sus vecinos y encanutarse esos dólares antes de la formación del corralito. Los impulsores de este sueño acorralado Así, “La Odisea de los Giles” borra de un plumazo todas las sonrisas de sus protagonistas y nos sumerge en el drama más contundente, sumando una serie de eventos desafortunados que van a cambiar el juego de esta historia. Al principio, Fermín no está muy motivado, pero la revancha y el “reclamar lo que les pertenece” van a impulsar uno de los planes más descabellados y complicados que haya visto Alsina y sus alrededores. La misión es rescatar sus ahorros y los de muchos otros, pero más que nada, pegarle a los estafadores donde más les duele: el bolsillo. A partir de acá, Borensztein y Sacheri se meten de lleno en el mundo de las ‘heist movies’ (películas de atraco) como “La Gran Estafa” (Ocean's Eleven, 2001), siguiendo detalladamente los pormenores de esta venganza, sus ensayos y errores. Claro que no hay nada de glamoroso en el grupo de Perlassi y sus compañeros (para eso tienen a Brad Pitt y George Clooney), pero sí un conjunto de personajes queribles y empáticos con los que nos podemos relacionar, y apoyar, más allá del crimen que van a cometer. Ni Clooney ni Pitt se atrevieron a tanto Las características de cada uno de estos protagonistas -algunos más caricaturescos que otros, pero todos muy bien delineados-, el ritmo de la narración, el humor y la ironía bien llevados (un poquito nos recuerda a lo mejor de los hermanos Coen), y la mezcla de ‘fantasía revanchista’ con una realidad que nos afectó y nos afecta a todos, hace de “La Odisea de los Giles” una gran propuesta con diferentes aristas, que no necesita caer en cuestiones políticas para demostrar su punto. Los realizadores eligen un villano concreto, demasiado desagradable como para que nos importe su disyuntiva. Tal vez, el único personaje categórico y sin matices, pero acá lo importante es nuestro conjunto de “giles”. En apenas dos horas que se pasan volando, Borensztein logra delinear un retrato bastante acertado de nuestra sociedad, tan lejano en el tiempo como actual, además de sumar entretenimiento y aventura pasatista. Por primera vez, el Chino Darín comparte pantalla con su papá (justamente haciendo de Rodrigo, hijo de Fermín), redondeando un gran elenco que, en definitiva, es el alma de esta historia destinada (sí, nos la jugamos) a convertirse en el éxito cinematográfico nacional de 2019. Avengers, ¿quién los conoce?
“La odisea de los giles”, de Sebastián Borensztein Por Jorge Bernárdez Fermín Perlassi (Ricardo Darín) es un vecino caracterizado de un pueblito del interior, que junto a su esposa y algunos amigos deciden emprender el camino de un nuevo emprendimiento sin saber mucho sobre el campo, deciden comprar un viejo molino abandonado y volver a ponerlo en actividad. El dueño del lugar lo tiene abandonado y se sorprende cuando recibe la oferta pero como ni siquiera sigue viviendo en el pueblo, le pone un precio a la operación y espera a que Perlassi y su gente reúnan el monto estipulado. Y así suceden las cosas, con mucha buena voluntad Fermín y Lidia (Verónica Llinás) arman un grupo de inversores que participarán de una cooperativa y comprometen así a casi todo el pueblo. El níucleo central de la cooperativa son Fermín y Lidia, Fontana (Luis Brandoni), Belaúnde (Daniel Aráoz), Medina (Carlos Belloso), Carmen (Rita Cortese) y Hernán (Marco Antonio Caponi), que es hijo de Carmén y participa por imposición de ella que es la mayor inversionista. Una vez que juntan el dinero, Fermín y su esposa van al banco y allí se encuentran con una novedad que los hará tomar la decisión de guardar la plata para esperar a tomar una decisión final. Por desgracia para ellos, entre que se empezaron a organizar en agosto de 2001 hasta que reunieron el dinero, ya estamos en diciembre de 2001 y al otro día de dejar el dinero en el banco se desata una crisis económica y la cooperativa pierde todos los ahorros del pueblo. Perlassi que entiende esa situación lo deja frente a sus amigos y socios del pueblo como el único responsable de la pérdida entra en crisis. Meses después y tras la muerte de Lidia vuelve al pueblo el hijo de Fermín, interpretado por el Chino Darín, que estaba estudiando en otra ciudad pero que entre la crisis del país y la situación familiar vuelve al pueblo para estar con su padre que lleva meses deprimido. En ese estado de cosas Fontana y Belaúnde aparecen en la casa de Perlassi para contarle una historia que escucharon de manera casual una historia que tiene que ver con la plata de la cooperativa. Ese dinero nunca entró en las arcas de la entidad financiera sino que fue robado por uno de los funcionarios del banco. De allí en más el variopinto grupo que formaba el núcleo de la cooperativa deviene en banda justiciera y tratará de recuperar ese dinero o para ser más claros robarle al ladrón que ya sabemos que tiene cien años de perdón. Sebastián Borenstein se apoya en el talento del grupo de actores para contar con buen pulso y timming una historia que atrapa al espectador y que lo hace tener empatía con la empresa de estos justicieros. Nadie desentona en el elenco y la banda de sonido en la que suenan algunos temas reconocidos de bandas com Serú Girán y Babasónicos acompañan el relato. La odisea de los giles es una película con destino de clásico y ambiciones entiendase, es la primera producción de la empresa de Ricardo y de el Chino Darín. Un cine industrial posible de alto impacto y distribución internacional que para este año de vacas flacas es una buena noticia y en lo que hace a la cinematográfico, hay que decir que es la mejor de las películas de Borenstein, que en su momento abandonó una solida carrera televisiva para entrar al cine y a juzgar por esta película le encontró definitivamente el tono que busca. LA ODISEA DE LOS GILES La odisea de los giles. Argentina/España, 2019. Dirección: Sebastián Borensztein. Guión: Sebastián Borensztein y Eduardo Sacheri. Intérpretes: Ricardo Darín, Luis Brandoni, Chino Darín, Verónica Llinás, Daniel Aráoz, Carlos Belloso, Marco Antonio Caponi, Rita Cortese, Andrés Parra, Federico Berón. Producción: Ricardo Darín, Fernando Bovaira, Leticia Cristi, Chino Darín, Simón de Santiago, Axel Kuschevatzky, Matías Mosteirín, Federico Posternak y Hugo Sigman. Distribuidora: Warner Bros. Duración: 120 minutos.
El director y el protagonista de Un cuento chino, Sebastián Borensztein y Ricardo Darín, vuelven a hacer equipo en La odisea de los giles, basada en una novela de Eduardo Sacheri. La película nos sitúa en un pueblo del noroeste de Buenos Aires en las semanas previas a la crisis del 2001. El exfutbolista Fermín Perlasi (Ricardo Darín) y su mujer, Silvia (Verónica Llinás), emprenden, junto a Fontana (Luis Brandoni), una iniciativa para armar una cooperativa. Para eso se reunirán con los vecinos del lugar para proponerles que se sumen al proyecto. Todo parece marchar (ya contaban con una cantidad significativa de dinero), hasta que Perlasi accede a colocar la plata en una caja de seguridad, con la promesa de recibir un préstamo casi de inmediato. Diciembre del 2001. Se avecina la catástrofe. El ministro de economía de aquel entonces anuncia el llamado corralito: las personas sólo podrán sacar 250 pesos por semana de los depósitos bancarios. Luego de pasar un tiempo abatidos y enfrentados por la pérdida de su dinero, los vecinos descubren que fueron engañados por el gerente del banco y por Fortunato Manzi (Andrés Parra), un abogado corrupto, que al parecer tiene todos los dólares de los ahorristas ocultos en una bóveda que se encuentra en el medio de la nada. Es ahí que empieza la acción: los personajes ponen manos a la obra para recuperar aquello que tanto les costó conseguir y que les arrebataron como si nada. Para lograr que el espectador se sienta identificado con estos personajes (y por ende empatice con ellos), es necesario un “villano” acorde a la situación. Construido con una perspectiva casi caricaturesca (y grotesco por donde se lo mire), Manzi cumple al cien por ciento con estas expectativas. Al fin y al cabo, los villanos en esta película -tanto los de carne y hueso como las instituciones en sí-, representan aquello que tanto daño le hizo al pueblo argentino en ese pasado referido. Siguiendo con la línea de la empatía, también ayuda el hecho de que se sienta gran química entre los actores. En todo momento logran convencernos de que “no son delincuentes, sólo tratan de conseguir los que les pertenece”, como aclara el personaje interpretado por Chino Darín en una escena. Además, hay que tener en cuenta que son (casi) todos actores que, en mayor o menor medida, tienen una gran impronta dentro de lo que es la escena nacional. La película transita entre el drama, la acción y la comedia. Estos tres puntos se complementan entre sí y consiguen que uno como espectador atraviese un gran arco de sensaciones. La primera parte de la película apela más a lo emotivo y lo hace de una forma más que eficaz: logra emocionar al espectador sin caer en lugares comunes o en golpes bajos. La otra mitad es donde más se siente la acción propiamente dicha, allí vemos a los personajes idear y llevar a cabo el “plan maestro”. Tanto en las escenas más dramáticas, como en aquellas que resaltan la acción, la comedia es un elemento siempre presente. Con un humor argentino muy marcado, Borensztein consigue la risa del espectador hasta en momentos de máxima tensión, incomodidad o tristeza. Es así que La odisea de los giles funciona como una tragicomedia que logra llevar a los espectadores por diferentes estadios en cuestión de sentimientos. Con la época en la que se sitúa, el tema al que apela y el gran elenco que cuenta, no hay dudas de que La odisea de los giles se encamina a ser el gran estreno nacional del año. A esto se le suma el hecho de que es una película muy marcada por lo político y que se entrena en pleno desarrollo de las elecciones presidenciales, donde las emociones de las personas están a flor de piel. Sebastián Borensztein logra hacernos pasar por diversas emociones a lo largo de la película. La odisea de los giles consigue un equilibro perfecto entre el drama, la acción y la comedia. El gran elenco y la química entre ellos, hacen más entretenida la experiencia.
Una reivindicación de los losers a los que les quitaron absolutamente todo. Ese el eje de esta nueva película de Sebastián Borensztein, quien junto a Eduardo Sacheri adaptaron la novela de este último, ‘La noche de la usina’. “Se metieron con los perdedores equivocados”, dice el afiche de esta propuesta que cuenta con un elenco de lujo para un relato algo esquemático pero 100% efectivo. Retratar la crisis argentina de 2001/2002 en clave tragicómica es un gran acierto, al igual que el cast de figuras (Ricardo Darín, Luis Brandoni, Verónica Llinás, Chino Darín, Carlos Belloso, Rita Cortese, Daniel Aráoz, Marco Antonio Caponi) que conforman esta improbable banda de vecinos en busca de justicia. A ellos se le suma Andrés Parra, irreconocible sin las señas típicas de su rol consagratorio: Pablo Escobar en la serie ‘El Patrón del Mal’.
Venganza criolla Luego de trabajar juntos en “Un Cuento Chino” y “Kóblic”, el dúo de Sebastián Borensztein y Ricardo Darín regresa con “La Odisea de Los Giles”, una comedia que transcurre durante la crisis económica que padecieron los argentinos a fines del 2001. La historia se centra en un grupo de habitantes de Alsina, un pueblo del interior de la Provincia de Buenos Aires, quienes luego de intentar sacar adelante una cooperativa, pierden todo el dinero recaudado a partir del nefasto “corralito”. A medida que la trama avanza, esta agrupación de vecinos liderada por Darín y Luis Brandoni finalmente descubre que el dinero quedó en manos de un empresario corrupto, por lo que deciden llevar adelante un plan para recuperar el dinero, el cual se encuentra escondido en una bóveda enterrada en el pueblo. Bajo esta premisa Borensztein despliega una heist movie de manual, efectiva para el público convencional, pero carente de giros narrativos. El entramado de situaciones que se presentan no saca provecho del contexto (apenas una parte del relato hace hincapié en los sucesos verídicos que cambiaron el rumbo de los argentinos) y cae todo el tiempo en lugares comunes. El elenco, por otro lado, se mueve en piloto automático (Darín, Brandoni y Carlos Belloso repiten esquemas de personajes que interpretaron reiteradamente). “La Odisea de Los Giles” es otra aventura argenta que lamentablemente se queda a mitad de camino.
Una historia ambientada en la localidad bonaerense de Alsina, Argentina, en el 2001 donde un grupo de conocidos y amigos tienen un importante proyecto, formar una cooperativa para que vuelva a funcionar una acopiadora de granos. A lo largo del film van venciendo obstáculos y logran juntar el dinero necesario, casualmente el encargado de negociar con el banco es Fermín (Ricardo Darín). Al otro día ocurre la catástrofe, se decreta el “corralito” y no pueden sacar el dinero. Pero como el tiempo a veces da revancha descubren ciertas maniobras y llega la odisea para poder recuperar su dinero. Se van mostrando distintos personajes y clases sociales, tiene buenos toques de un humor sarcástico, hasta ese del neorrealismo italiano. Se maneja muy bien la comedia, la acción y la aventura. La cinta además muestra las diferencias políticas, la amistad, el amor de padre e hijos y habla de esos giles a los que la vida le da revancha y cuando tenes la posibilidad de triunfar y luchar hasta el final. Algunos espectadores se van a sentir identificados. La película está basada en el libro homónimo de Eduardo Sacheri “La noche de la usina”, en la dirección Borensztein (“Un cuento chino”), en la producción quienes también forman parte del elenco: Ricardo Darín y el Chino “Darín”, ambos por primera vez trabajando juntos y haciendo de padre e hijo, acompañados por las destacadas actuaciones de: Verónica Llinás, como la mujer de Ricardo en la ficción, Luis Brandoni (un rebelde anarquista), Rita Cortese una empresaria y madre de un joven que no puede encarrilar, una vez más compone un buen personaje Marco Antonio Caponi, Carlos Belloso, Daniel Araóz y el actor colombiano, Andrés Parra, entre otros. Muy bien seleccionada la banda sonora que acompaña las distintas escenas. Cuando este film llegue a su fin no te muevas de tu butaca porque hay escenas post créditos.
Disparo en la oscuridad Sebastián Borensztein vuelve al cine con La odisea de los giles, un fallido film de atracos con desatinados toques de costumbrismo y humor absurdo. La película de robos es un género casi infalible. Desde clásicos como Rififi (1955) o Casta de malditos (1955) hasta ejemplos más cercanos en el tiempo como La gran estafa (2001) o Perros de la calle (1992), pasando por decenas de títulos tanto estadounidenses (El golpe o Tarde de perros, por citar solo algunos) como europeos (El círculo rojo, Los desconocidos de siempre, etc), las historias de grupos de personas que se dedican, con precisión matemática, a llevar a cabo un delito -robo a bancos, museos, estafas, lo que sea- suelen resultar irresistibles. Si están bien hechas, claro está. Ahora bien: ¿qué convierte en buena o atractiva a este tipo de películas? ¿Qué es lo que las vuelve inolvidables? ¿El robo en sí, el funcionamiento narrativo de su mecánica? ¿O sus personajes? La respuesta más obvia es que las dos cosas tienen el mismo peso, como en cualquier película. Pero acaso no sea tan así. Uno podría pensar que la heist movie (como se la llama en inglés, o caper movie) no es igual a cualquier otra película. Que si el propio mecanismo, el robo en cuestión, es de por sí rico en ingenio y creatividad, y si el cineasta tiene suficiente talento para narrarlo -a través de la inagotable serie de posibilidades cinematográficas que el género tiende a ofrecer-, es muy difícil que la película salga mal. Se podría decir que hay muy entretenidas “películas de atraco” en la que los personajes no son lo más recordable, sino que con un buen operativo e ingeniosas peripecias alcanza. Es cierto. Pero solo con eso nunca se consiguen grandes películas. La odisea de los giles es un poco ese tipo de producto. Hace eje en un atraco complicado y con muchas posibilidades de fallar, pero lo fuerza a amoldarse a una serie de personajes que no está a la altura de esas circunstancias. Es así que la quinta película de Sebastián Borensztein puede resultar entretenida, tener algunos momentos muy graciosos y otros -menos- de logrado suspenso, pero no tiene una carnadura dramática que le permita ir mucho más allá de su mecanismo. Basada en la novela La noche de la usina, de Eduardo Sacheri (el autor de la novela en la que se basó El secreto de sus ojos), la película toma como protagonistas a un grupo de nobles personas de un pequeño pueblo del interior que se esfuerzan para armar una cooperativa que les permita reabrir un silo abandonado. Entre ellos, un ex jugador de fútbol, su esposa y el universitario hijo de ambos (Ricardo Darín, Verónica Llinás, Chino Darín), el dueño -y único empleado- de una gomería (Luis Brandoni), el encargado de la abandonada estación de tren (Daniel Aráoz), una esforzada empresaria y su hijo (Rita Cortese y Marco Antonio Caponi), un bizarro personaje que vive al lado del río (Carlos Belloso) y otros sujetos pintorescos. Metáforas no tan al margen, ese esfuerzo colectivo (llámenlo “país”) se rompe cuando el corralito les impide sacar los ahorros del banco en medio de la crisis de 2001. Y empeora aún más cuando descubren que una maniobra específica de desfalco los dejó por completo en la lona y una tragedia personal les arruinó la vida a varios de ellos. Es así que deciden “recuperar lo nuestro”, como dicen, robándole al ladrón, que tendría los dólares guardados en una bóveda en un lugar secreto y muy protegido. Tal como lo aclaran varias veces: solo quieren su dinero de vuelta (ni un centavo más) sin lastimar a nadie. Y es por eso que se enredan en un plan tan complicado como insólito e improvisado. Uno que no tiene sentido para ellos y que, en cierto momento, tampoco resiste la lógica del propio guión. Pero la incoherencia del plan es un problema menor, ya que es parte del absurdo y refleja, de algún modo, la impericia en el tema de los protagonistas. Cuando está jugada de manera humorística puede recordar a los ejemplares italianos (o woodyallenescos) del género. Pero cuando se toma en serio cae por lo impráctica y por lo narrativamente repetitiva que es. De hecho, la única explicación posible para un plan tan cinematográficamente monótono (que consiste en ir y venir decenas de veces a un mismo lugar) era que el film estuviera basado en un caso real. Pero no. Es pura invención. Solo que una sin el vuelo creativo necesario. Pero el verdadero problema de La odisea de los giles no está ni en el plan ni en la ejecución del mismo. Está en los personajes, que no son más que nobles arquetipos de un costumbrismo algo televisivo. Uno creía que después de Nueve reinas el cine argentino no necesitaba volver a apoyarse en este tipo de personajes que bordean lo caricaturesco y que se colocan como piezas de un tablero social, económico, generacional e ideológico. Es una idea que atrasa varias décadas y que, si bien puede funcionar comercialmente, es de una chatura inusual para un cine comercial argentino que venía demostrando -con películas como El ángel, El clan o La cordillera- no sólo una factura impecable sino una apertura a ofrecer protagonistas complicados, extraños y muy muy oscuros. El cine comercial del 2019, con películas como 4x4 o El cuento de las comadrejas parece, lamentablemente, marcar un cualitativo paso atrás con respecto a esos antecedentes recientes que permitían soñar con productos masivos menos condescendientes y más originales. Los personajes de La odisea de los giles no tienen grises, ni dobleces y, salvo alguna mínima excepción, no hay en ellos zonas oscuras que los vuelvan complejos, interesantes de seguir. Son “giles”: buenos tipos, nobles, chantas, un poco tontos, así, “como todos nosotros”, como diría una vieja publicidad de galletitas de agua. Y si uno presta atención a los grandes ejemplares del género de cualquier latitud, el secreto de su éxito está en la imprevisibilidad de sus personajes, en el suspenso que genera no saber cuándo o cómo se producirá algún problema entre los protagonistas. Algunos dirán que no es tan así, que en la película eso existe, pero la única zona gris es apenas un detalle menor a la trama central. Y es una lástima que eso suceda porque la estructura de la película de atracos es tan noble y generosa que había material y elenco para hacer un gran film. Pero sin personajes con algún grado de riqueza o de ambigüedad, no hay trama que resista.
“La odisea de los giles” es una película que, como, argentinos nos incomoda y nos hace pensar. Con espíritu crítico, nos invita a replantear nuestra memoria a corto plazo. Un film que es hijo de su tiempo histórico y no resulta casualidad, como toda obra de arte anclada en una coordenada cronológica particular, su visionado se preste a reflexiones acerca de ciertas cuestiones sociales y culturales latentes en nuestra inestable realidad. Celebramos su pertenencia actual. Como premisa argumental, “La odisea de los giles” pone al descubierto una estafa para denunciar, de modo tangencial, las decisiones políticas que dilapidaron nuestro presente social, cultural y económico. Sin embargo, su orientación se limitará a ofrecer un mosaico social recreando un hecho (ficticio, pero absolutamente verosímil) ocurrido en un pequeño pueblo del interior. Eludiendo las grandes maquinarias políticas, prefiere anclarse en la cara más corrupta y cotidiana, como síntoma emergente de un tejido social corrompido, cuyos elementos operantes forman parte de una perversa estructura que, obviamente, los contiene y apaña. Bajo esta mirada, examina la condición mafiosa de un abogado estafador y su cómplice bancario. Desnudando los negocios sucios tramados por este artero agente bursátil, la película nos interpela como sociedad y nos coloca en un lugar incómodo, reivindicando el acto de justicia cometido por un grupo de trabajadores perjudicados por las medidas económicas tomadas en aquel nefasto mes de agosto de 2001. Una realidad que implosiona (literalmente, sin prolongar la sorpresa en el espectador) delante de nuestros ojos. Validando la ley del más fuerte una sociedad que oprime a sus postergados, “La odisea de los giles” abreva en el género policial mientras sigue las peripecias de estos damnificados unidos en una causa común, quienes planean dar el gran golpe y volver para sí el dinero que les fuera quitado. Liderando el grupo humano (y acaso sorteando conflictivas internas que lo llevan a querer desertar), Ricardo Darín vuelve a interpretar un protagónico para Sebastián Borensztein, luego de “Un cuento chino” (2011). El intérprete se luce otorgando a su personaje ricos matices dramáticos que le otorgan profundidad, sutileza y empatía con el público más sensible. El personaje de Ricardo nos habla desde el epicentro de una tragedia económica política y humana, que se hizo carne en cada argentino. Su drama de vida es la historia de miles de perjudicados por una medida económica incomprensible, gestada por políticos ineptos; aprovechada para sí por los estafadores de turno. Un elenco de lujo acompaña a Darín en su gesta: el siempre encomiable Luis Brandoni, una valerosa Rita Cortese, un solvente Chino Darín (en disfrutable primera intervención en pantalla junto a su padre) y una conmovedora Verónica Llinás, se suman a la inagotable gracia de Daniel Aráoz, en deliciosa machietta peronista. No exenta de pasajes de humor (con más de un guiño referente a la incorregible argentinidad), el relato trasluce la idiosincrasia propia puesta bajo la lupa de un director con notable capacidad para desentrañar las capas sociales más dañadas por un mal endémico, en busca de redimir a incautos estafados víctimas de las desgracias que suelen desfavorecer a los sectores más desprotegidos de nuestra sociedad. Ante lo cual, la película nos alecciona que estafado que robe a ladrón tendrá su merecido perdón. ¿Acaso no hubiéramos hecho lo mismo en similares circunstancias? Se trata de un relato que indaga en la esencia del ser nacional, honesto y trabajador, que vive sorteando desavenencias y conviviendo con la necedad y la perversión de ineptos gobernantes de un país que, acaso, tiende a repetir errores del pasado. Con indudable acierto y marcadas referencias a la coyuntura actual, será imposible no sentirse tan indignado como identificado. La inteligencia de Borensztein radica en sostener un mensaje contundente, poniendo en ridículo circunstancias que nos llevan a dudar de nuestra propia credibilidad como nación. “La odisea de los giles” indaga en la urdimbre social de un pueblo acostumbrado al manoseo, hipotecando su dignidad a un alto costo y postergando sueños futuros. No obstante aún, poseyendo una la capacidad de superación y resilencia admirables, inclusive en las circunstancias más adversas. Un espejo en el que nos miramos con relativa frecuencia, frustrante incapacidad de madurez social. Relatos de un tiempo salvaje, peligrosamente cercano.
Cuando la justicia es más fuerte Nueva película del director Sebastián Borenztein (''La suerte está echada'', ''Un cuento chino'') que se encuentra en la lista preliminar de títulos que buscan competir por un Oscar a la Mejor Película Extranjera en la ceremonia que se llevará a cabo en febrero de 2020. Ojalá pueda llegar a competir, porque es un trabajo muy bien realizado, con grandes actuaciones y con mucho sentido del entretenimiento. ''La odisea de los giles'' cuenta la historia de un grupo de amigos y conocidos de un pueblo del interior de nuestro país, gente sencilla y honesta, que se junta para poner en marcha un negocio de acopio de granos que puede significar una gran oportunidad de crecimiento económico para el pueblo y, por supuesto, para ellos mismos. Entre todos juntan sus ahorros y ponen a disposición su fuerza de trabajo. Hasta acá viene todo impecable para nuestros protagonistas. El gran problema se presenta por la fecha en que deciden armar el emprendimiento, agosto de 2001. Para los que no son argentinos esta fecha quizás no dice nada, pero para los que vivimos ese año en el país, sabemos que fue una mancha oscura en la política, la economía y en la vida de nuestra sociedad. Fue el año de la renuncia del presidente De la Rúa, el helicóptero, el estallido social y el corralito. Y es justamente en esta situación en la que se apoya el relato. Fermín (Ricardo Darín) y sus asociados depositan sus ahorros en el banco justo antes de la debacle, pierden todos sus ahorros, y más. Con el tiempo, se dan cuenta de que la situación fue aprovechada por el gerente del banco y un financista, que contaban con información de lo que iba a suceder. A partir de ese momento, comienzan una vendetta que alcanzará niveles de genialidad impensados. Lo mejor que tiene el film es su guión. El mismo parte de la novela del escritor argentino Eduardo Sacheri, ''La noche de la Usina'', y agrega algunos condimentos necesarios para el formato de cine de la mano de Sebastián Borenztein. Sacheri colaboró también codo a codo con el guión para el film. La historia es por sobre todo, cercana. Si sos argentino, es casi imposible no empatizar con sus personajes. Por otro lado, es inteligente en su dinámica y tiene muy buen timing. Están muy bien manejados los momentos, equilibrando entre los que son más dramáticos con los que son más cómicos. El humor es el condimento entrella, está muy bien usado, con una batería de actores que hace su trabajo de manera fenomenal. Darín, Brandoni, Llinás, Aráoz, Cortese, Belloso y más. Un dream team cómico argento que te aseguran 2 horas de entretenimiento y carcajadas. Otra cosa para rescatar es su mensaje de lucha en contra de las injusticias, algo que los argentinos nos bancamos en niveles cuasi anestésicos. No dejarse pisotear y luchar por lo que está bien, lo que es correcto. En un país donde el corrupto es casi un ejemplo a seguir, viene bien un poco de mensaje heroico real, de esos que no tiran rayos láser pero que hacen de este mundo cada día un lugar más habitable.
No es de extrañar que a partir de la fórmula Sacheri novelado + cine comercial se busque lograr un producto ganchero, popular y con connotaciones ideológicas que conmuevan al espíritu criollo que todos llevamos adentro. En estos casos caminamos por la cornisa de las miradas simplistas pero con pretensiones de autenticidad y profundidad universal. A falta de un cine político hoy, queda el espacio abierto a búsquedas edulcoradas sustentadas por un casting modelo tanque australiano. Si miramos el contexto sociopolítico actual, el de estos días sin ir más lejos, este filme entretenido y convocante le va a resultar familiar y empático a más de un espectador. La odisea de los giles es la transposición cinematográfica de la novela “La noche de la usina” (2016) del escritor y guionista Eduardo Sacheri, más conocido en el ámbito cinematográfico por su trabajo junto a Juan José Campanella en El secreto de sus ojos (2009) que le ha valido premios y reconocimiento internacional. En este caso el guion es factura del propio Sacheri junto al director del filme Sergio Borenstein. Es llamativo que sobre la novela original los cambios aplicados en el filme desvirtúen la idea de lo “colectivo” como motor ideológico y actante de la evolución del conflicto para llevarlo al territorio de lo individual y del protagonismo de uno por sobre otros. Para esos fines crean un líder espiritual que atomiza la condición política del pensamiento coral y colectivo, el que realmente funciona como metáfora social para la trama original. Un detalle nada menor es que este personaje líder, es encarnado por Ricardo Darín. La trama intenta presentar un relato coral, una serie de personajes pueblerinos unidos por la venganza que desata una estafa social tan grande como fue la del 2001. El desastre bancario, entre otros horrores, muestra en el relato como algunos volvieron a estafar a los ya estafados, pues era un momento en que este país era tierra de nadie y pan comido para los vivos. Fermín es un ex jugador de futbol y junto con su esposa (Ricardo Darín/Verónica Llinás) quiere recuperar una acopiadora de granos para crear una cooperativa. Para esta gestión lo ayuda su amigo y vecino Fontana (Luis Brandoni) un ex anarquista dueño de una gomería. En la lista de convocados al proyecto entran los personajes de Belaunde (Daniel Araoz) el peronista contrera de Fontana, Rita Cortese la dueña de una empresa de transporte y su hijo díscolo Marco Antonio Caponi, más el loco lindo que vive con toda su familia al borde de la laguna, Medina (Carlos Belloso), se suman los hermanos Gómez (Alejandro Gigena, Guillermo Jacubowicz) y el hijo de Fermín que es el mismísimo Chino Darín. Sin duda el afiche de la película y la lectura del elenco nos recuerdan a la otra fantasía de venganza (modelo individual) que fue Relatos salvajes (2014). La odisea de los giles respira un aire al cine de Campanella, por cierta intención de artificio costumbrista, sus toques remarcados de humor, el ya conocido estilo sentimentalista y los conflictos de color local. Borenstein suma su manera de narrar con diferencias personales digamos, de estilo, como por ejemplo el uso de la música, con una selección de hits nacionales – que me recuerda al estilo Luis Ortega – más aún con el remate de la historia en un estridente “No llores por mi argentina” cantado por el icónico Charly. Borensztein declaró en una entrevista que su filme “Es una película antigrieta”, creo que para lanzar semejante certeza de tono ideológico el relato carece de consistencia. El uso de la palabra giles toma protagonismo en un breve monólogo al final del filme y allí nos propone ver a sus personajes como unos bobos oprimidos que cada tanto pueden pegar el zarpazo. Es un pena que no se rescate otra imagen más inquietante, una que no sea la de los bobos, sino la de aquellos ingenuos que unidos en una causa colectiva podrían restaurar el orden perdido. Por Victoria Leven @LevenVictoria
“Crónicas de la crisis” 2001, Argentina, y una crisis económica de las más graves de los últimos tiempos, época de Corralito. Este film nos transporta a este período y lo que conlleva subsistir con sus consecuencias. Dirigida por Sebastián Borensztein (Un cuento chino, 2011) y co-escrita en conjunto con Eduardo Sacheri. Ganadora del premio Goya 2020 a mejor película Iberoamericana. La odisea de los giles (2019) nos contextualiza en la Argentina en épocas de corralito. Se trata de un grupo de vecinos que reúne fondos para formar una cooperativa y poder reabrir un negocio agrícola, Fermín Perlassi (Ricardo Darín) junto a Antonio Fontana (Luis Brandoni) se encargan de llevar a cabo la recaudación, Perlassi , deposita el dinero sin saber que se aproximaba el corralito. Fruto de una maniobra de un abogado lo que derivó en una organización de un golpe que les permitirá recuperar lo que es suyo. Gran trabajo de dirección, nos muestra unos planos y secuencias que permiten vislumbrar la belleza y la crudeza del interior de la provincia de Bs. As., como también sabe llevar a cabo escenas de tensión y en las que los actores logran lucirse. Mediante un montaje que se destaca en sus primeros minutos. El guión se deja llevar y va hilando la trama de manera inteligente, logrando nuestro interés hasta el final. Los diálogos son ecxelentes., así también el trabajo de fotografía de Rodrigo Pulpeiro. se destaca por su estética. Las actuaciones de Darín y Brandoni son excelentes y las interacciones de ambos son de lo mejor de la película, también realizan buenas interpretaciones, Carlos Belloso y Marco Antonio Caponi. "En fin, película nos recuerda lo que el cine nacional puede lograr, y llamar a gente a las salas. También como recapitulación sobre lo que tuvimos que vivir como sociedad. Siempre se debe tener conciencia sobre dónde estábamos parados y donde estamos ahora. Esta película genera esa sensación de satisfacción de sentir la “justicia divina” que cae sobre las personas que tanto daño le hicieron a los sueños de la gente." Puntaje: 8/10