El umbral del tiempo. A pesar de que en buena medida la labor de la crítica consiste en asignar responsabilidades en función de lo acaecido en pantalla y conforme el tamiz subjetivo de cada individuo, lo cierto es que en ocasiones resulta evidente que los cineastas involucrados hicieron lo posible con el tópico que les tocó en gracia o que eligieron concienzudamente. Por supuesto que hablamos de las limitaciones que de por sí plantean determinadas temáticas, una dimensión que por lo general suele dejarse de lado al momento del análisis de las películas y sus componentes específicos. El asunto se complejiza cuando, más allá del ítem candente de turno, se suma la premisa que aclara que veremos un opus “basado en hechos verídicos”. Considerando lo manifestado anteriormente, bien podemos afirmar que La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014) es el mejor film viable según su sustrato, nada más y nada menos que el periplo profesional de Stephen Hawking, los avatares de su lucha contra la esclerosis lateral amiotrófica y su relación sentimental con Jane Wilde, su primera esposa. El realizador James Marsh, de quien recordamos su extraordinario documental Man on Wire (2008), apuntala una epopeya tan sencilla como respetuosa que abarca el período comprendido entre los estudios de posgrado de comienzos de la década del 60 y el divorcio definitivo de 1991, con mucho tiempo del metraje dedicado al deterioro motriz progresivo. Debido a que el guión de Anthony McCarten está basado en las memorias de Wilde, la vida familiar adquiere un rol central en el desarrollo y así la trama está enmarcada dentro de las fronteras de las “biografías autorizadas”, incluyendo un tratamiento sutil de los puntos álgidos de la evolución amorosa (léase un triángulo con un profesor de piano y un vínculo con la que luego sería la segunda esposa de Hawking, Elaine Mason). La obra pretende retratar la génesis de sus indagaciones cosmológicas sobre el Big Bang, las singularidades espaciotemporales y la necesidad de unificar la relatividad general con la teoría cuántica, todo bajo el contexto melodramático de la pesadilla que padeció la pareja y sus vástagos. Las múltiples dificultades que presenta el devenir del británico son en gran parte sorteadas por Marsh mediante una propuesta algo extensa y derivativa aunque con una magnífica reconstrucción de época, un tono humanista que evita los golpes bajos y una dirección de actores muy ajustada. De hecho, el talentoso Eddie Redmayne, en la piel de Hawking, se inspira en el desempeño de Daniel Day-Lewis en Mi Pie Izquierdo (My Left Foot, 1989), no obstante aquí por suerte consigue disminuir las revoluciones con vistas a dar vida a una persona más apaciguada. Felicity Jones, por otro lado, también emplea toda su perspicacia a la hora de componer a Wilde, una mujer aún más tenaz e inquebrantable que su marido…
La perspectiva de un todo. La Teoría del Todo plantea, en principio, dos cuestiones atendibles. Su estructura narrativa la expone como la biopic de Stephen Hawking, desde su juventud en la universidad hasta su consagración como celebridad más allá de los límites del mundo científico. La otra cuestión es la mirada que se aborda, la de la ex mujer de Hawking, Jane Wilde (autora del libro en el que está basado este film), con quien estuvo casado más de dos décadas. Si bien la primera parte de la película de James Marsh se ocupa del pasaje de Hawking como estudiante de Cambridge y su ya promisorio futuro en las ciencias duras, la perspectiva cambia cuando aparece el personaje de Wilde. Sin caer en subjetivas burdas (ni formales ni narrativas), las situaciones cobran mayor presencia y fortaleza cuando la relación de ambos se impone por sobre los estudios y avances del científico, incluso los deterioros de su rara enfermedad -esclerosis lateral amiotrófica- aparecen para marcar golpes de efecto más que por decisiones dramáticas. Una excepción es la escena en la que el científico -ya en un estado de imposibilidad motriz total- ve a través de los puntos de la lana de un pullover a medio poner la luminosidad incandescente de la chimenea; un pequeño detalle que le permite finalizar una investigación. Lamentablemente el director no volverá a usar el lenguaje cinematográfico en un sentido artístico para representar momentos luminosos de la vida de Hawking, que los ha tenido más allá de su terrible enfermedad, entre otros: la posibilidad de desarrollar una carrera, de convertirse en un científico de renombre mundial, conocer a una mujer que lo acompañó (incluso marginando su propia carrera) y que le dio tres hijos. La tensión, que nunca llega a consumarse del todo, parece querer inmiscuirse cuando un director de coro, amigo de Jane, se suma al círculo familiar para ayudar a la pobre mujer con la cotidianeidad. Este “té para tres” -en el que Hawking adopta una postura positiva porque ve en su mujer la dedicación absoluta a la familia y en especial a él- tiene su punto de no retorno luego de un episodio conocido del que el científico casi pierde la vida. Las nominaciones al Oscar y la popularidad de Hawking como hombre, científico y personaje convierten a La Teoría del Todo en la típica película británica correcta, prolija y tallada sin rebeldía, como lo fue hace unos años El Discurso del Rey. Eddie Redmayne hace de su Stephen Hawking una mimesis casi exacta en lo corporal, favorecido también por un fisic du roll pertinente. La Teoría del Todo es fallida como retrato de la vida del más famoso científico contemporáneo por posar sus fuentes en un texto casi autobiográfico, poseedor -además- de una mirada particular desfavorable para esta empresa, pero más que nada porque desde la dirección casi no se intentó escaparle a los moldes prefabricados de un cine preocupado por la representación fidedigna de hechos y de personajes (como si eso fuera posible) que ignora una visión particular sin límites autoimpuestos.
The winners are… las biopics y la autocelebración Algo queda claro tras ver las ocho películas nominadas este año al premio Oscar: la predilección de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood (y del público estadounidense) por las biopics tanto como por las historias que dejan al descubierto miedos y ambiciones en el mundo del espectáculo. Es que, más que volver a indignarse por la dudosa calidad de lo que esta legendaria e influyente organización propone como lo mejor del año en materia de cine (ya habíamos expresado nuestras dudas sobre la importancia de los premios y recabado opiniones al respecto, en una nota que puede leerse aquí), parece más provechoso analizar brevemente lo que hay detrás de ese puñado de elegidas. La mitad de ellas son biopics y confirman la predilección por este género, especie de resumen de la vida de una persona pública, que no sólo implica una sucesión de incidentes intensos en un crescendo dramático que suele concluir con una lección moral digna de aplauso, sino que, además, empeñándose en la reconstrucción de época y el parecido con el original, despliega un abanico de esfuerzos que permite la multiplicación de nominaciones y premios (a mejor vestuario, maquillaje, dirección artística, etc.) En la ceremonia del Oscar del año pasado, por ejemplo, los auténticos Capitán Philips y Philomena estuvieron presentes, reflejando esa afición y confirmando, al mismo tiempo, que se trata siempre de biografías autorizadas.
Quizá todo el mundo haya escuchado hablar de Stephen Hawking. No por lo que ha aportado a la ciencia, sino por su característica forma de hablar: a través de una computadora. Y es que su vida ha sido prácticamente un milagro desde que le diagnosticaron con Esclerosis Lateral Amiotrófica (si, la misma del famoso Ice bucket Challenge). En esta enfermedad, la esperanza de vida es de 3 a 5 años, y sin embargo Hawking lleva mas de 30 años con este padecimiento y sigue aportando datos a las investigaciones sobre el origen del universo. La Teoría del todo, dirigida por James Marsh (Man On Wire), narra esta historia desde el punto de vista de Jane Hawking, primera esposa del físico. Desde que se conocieron en la universidad, antes de que ambos se graduaran, hasta su divorcio con 3 hijos perfectamente sanos. Y en realidad, la película más que una biografía, es una historia de romance que usa de pretexto la vida de Hawking. Eddie Redmayne y Felicity Jones son los protagonistas de esta historia rosa y un poco dura sobre su relación y pasan muy poco sobre las contribuciones al campo de la física. No es tan malo, pero podríamos haber esperado un poco más de eso. Como por ejemplo, Una Mente Brillante, ganadora del oscar, cuya historia es semejante al de este filme, pero con una dosis menor de romance y más drama. Redmayne es quien se roba la película y sabemos lo mucho que aman los académicos las biopics con gente con problemas físicos. lo malo es que no es lo que uno espera de un filme de Hawking convirtiéndose en una película ordinaria de romance con personajes históricos reales.
Un drama envolvente con grandes trabajos actorales La película del director británico James Marsh -ganó un Oscar por su documental Man on Wire en el 2009- narra una historia de amor y superación personal que aspira al Oscar de la Academia de Hollywood en cinco rubros, incluyendo mejor película, mejor actor y mejor actriz. Y no es casual que no figure el rubro dirección, ya que el principal atractivo descansa en las actuaciones. Este drama familiar está basado en la primera novela de Jane Hawking, Travelling to Infinity - My liffe with Stephen. La biopic no se centra en el trabajo del físico Stephen Hawking, sino en su relación marital y familiar. La acción comienza en 1963 cuando Stephen es un joven emprendedor en la famosa Universidad de Cambridge y está decidido a encontrar una explicación sencilla sobre el origen del universo. Su preparación de su tesis, la relación con su compañero de cuarto -Harry Lloyd-, la admiración mutua con su profesor -David Thewlis- y el mundo que cambia cuando se enamora de Jane Wilde, una alumna de la Facultad de Arte de Cambridge. Sin embargo, poco después se le diagnostica un trastorno de la neurona motora que ataca sus piernas, brazos, y que se entremezcla con una esclerosis lateral. El deterioro físico, el amor por su incansable Jane y la necesidad de mantener intacto el núcleo familiar con la llegada de tres hijos, se convierten en una verdadera odisea para ambos cuando el genio astrofísico y cosmólogo queda postrado en una silla de ruedas debido a la esclerosis lateral amiotrófica, también conocida como la enfermedad de Lou Gehrig. Sería erróneo afirmar que la película no emociona o no tiene golpes bajos, pero toda prodcción que aborda el tema de enfermedades siempre es cuestionada en este punto. Al aceptable armado formal -en la secuencia final donde se muestra en reversa la vida de Hawking hasta su origen- se suma el meticuloso trabajo físico y emocional de Eddie Redmayne -Mi vida con Marilyn, Los Miserables-, cuyo personaje logra traspasar la pantalla. Por su parte, Felicity Jones es la mujer que está a su lado en todo momento, mirando, amando en silencio y sufriendo cuando un tercero aparece y ofrece ayuda al núcleo familiar. Ahí los límites de los sentimientos se borronean mientras la película juega con su sentido circular y envolvente. Y a pesar de todo, el mismo Hawking afirma en una conferencia que "Mientras haya vida hay esperanza".
La teoria del todo es una película conmovedora e impactante de visión obligatoria para todos los amantes del buen cine y de las biopics hechas con calidad. Su narración es sólida y está bien construida logrando equilibrar con maestría las tres facetas básicas de cualquier ser humano: salud, trabajo y amor. Su final te deja con ganas de...
Un montón de nada Dentro del pelotón de las seleccionadas para el Oscar 2015, hubo una evidente tendencia casi irrefrenable a volcarse por las películas basadas en hechos verídicos o biopics. Ya tuvimos el estreno de "Foxcatcher", luego "Francotirador" de Clint Eastwood, conjuntamente con "La teoría del Todo" se estrena esta misma semana "El Código Enigma" con el eje central en la vida del matemático Alan Turing y próximamente veremos "Selma" con el escenario de las marchas de libertad en 1965 luchando por los derechos civiles y la figura de Martin Luther King en estas marchas pacíficas de protesta. En el caso del estreno de esta semana, "La teoría del todo", narra la historia del físico y cosmólogo Stephen Hawking -importante teórico y divulgador científico- a partir de los años 60, época en la que cursaba sus estudios universitarios, narrará su posterior encuentro con Jane en Cambridge, quien se convertirá en su primer esposa y su historia de amor en el marco del diagnóstico de una enfermedad en la que supuestamente no le quedaban más de dos años de vida. A Hawking, con tan sólo 21 años de edad se le había diagnosticado esclerosis lateral amiotrófica, enfermedad que lo mantiene en silla de ruedas y hace que sus músculos comiencen a dejar de reaccionar hasta que el cerebro no pueda conectar con ellos. Es conocida su historia dado que ha podido llegar a dar conferencias, por ejemplo, utilizando una máquina con un sistema de sintetizador de voz, le ha permitido también escribir libros o entre otras cosas, participar por ejemplo de un álbum de Pink Floyd. Si bien gran parte de la historia se basa en los esfuerzos de la pareja protagonista para sobreponerse y abrir nuevos caminos en la medicina y en la ciencia, el guión, basado en las memorias de la propia Jane en su libro "Travelling to Infinity: My life with Stephen" tendrá una tendencia a reforzar la narración focalizando en su vida de pareja y dándole una importancia preponderante a la propia Jane en el relato. Pero "La teoría del todo", aún en las manos del director James Marsh, comparada con las restantes películas nominadas que ya han sido estrenadas, pierde por goleada. Es que en "La teoría del Todo", este multipremiado director por el documental "Man on Wire", parece elaborar casi exclusivamente una película enfocada en la temporada de premios y sigue al pie de la letra la receta que "gusta" en la Academia. Por lo tanto, se genera una película con pocos matices narrativos, nada sorprendente y que no logra encontrar un giro novedoso -ni siquiera creo que en este caso Marsh lo haya buscado- que permita apartarla de la estructura del biopic netamente televisivo. Si bien el oficio y la producción en general hacen que el film nade siempre seguro entre los andariveles de la corrección narrativa y también de la corrección estética, en ningún momento logra despegarse de un estricto relato de los hechos contados de una forma casi enciclopedista y con abundantes explicaciones. Tampoco intenta romper una estructura narrativa clásica (como sucede, por ejemplo, con algunos momentos de narración en dos planos alternados como sucede en "Francotirador" de Eastwood) y construye a los personajes de una forma esquemática y sin demasiados dobleces (a comparación del Du Pont en "Foxcatcher" de Carell que tiene una infinidad de matices y diversidad de lecturas). La banda de sonido y la forma en la que está filmada, buscan indudablemente el golpe de efecto y descansar en un terreno más cursi, subrayando lo que se quiere contar y confiando en la solidez de sus rubros técnicos que le dan un construcción estética amigable para el espectador. Es por esto que "La teoría del Todo" se debate constantemente en tratar de levantar vuelo pero no se juega lo suficiente como para alejarse del producto que pretende la Academia de Hollywood para entrar en el circuito "oscarizable". Tal es así que vemos que yendo a lo seguro, ha logrado "colarse" en varias nominaciones tanto en los premios Oscar como en el Globo de Oro, cuando fuera de la temporada de premios podría haber pasado como una película más sin demasiadas estridencias. El punto fuerte de "La Teoría del Todo" es la elección de Eddie Redmayne a quien vimos en "El buen pastor" "Elizabeth: la edad de oro" y que tuvo participaciones coprotagónicas destacadas en "Mi semana con Marilyn" y "Los Miserables". Para su caracterización de Stephen Hawking, Redmayne asume un papel riesgoso por la posibilidad que tenía de caer en el grotesco o en la caricatura, mientras que logra la difícil tarea de mantenerlo creíble y contenido dentro de los límites que permitan brilla en este rol, sin exageraciones. Como plus, el parecido físico que guarda Redmayne con Hawking es realmente admirable. Y Redmayne lo logra con creces, en un papel de esos que bien aprovechados, lo elevan de categoría casi automáticamente. Y no solamente va transformándose a medida que avanza el deterioro físico que retrata la historia sino que también impresiona cuando muestra los rastros de lucidez mental que siguen habitando el personaje. Hubiese sido mucho más fructífero que Redmayne pudiese contar con un guión más sólido pero aún con un estilo diferente a los que son sus competidores para el Oscar en el rubro mejor actor, apuesta a la construcción de un Hawking humano, sensible y medido pero que a su vez no guarda la complejidad del DuPont de Carell en "Foxcatcher", la oscuridad de Michael Keaton en "Birdman" ni la densidad de la historia que llevan en sus espaldas Bradley Cooper en "Francotirador". Sabemos que la Academia adora los personajes que sufren enfermedades, más aún dentro del marco de una biografía y más aún si las historias contienen el condimento de superación personal que obviamente Hawking tiene y con creces. Con lo cual, a pesar de ser uno de los personajes de comprensión más lineal, es sin duda el trabajo de Redmayne el que se alzará con el Oscar dentro de unas semanas. A su lado, Felicity Jones como Jane aporta su corrección y su belleza y no mucho más que eso, con un trabajo que parece haber sido sobrevalorado por los críticos en esta temporada de premios (dejando afuera de las nominaciones por ejemplo a un trabajo interesantísimo de Jennifer Aniston en "Cake"). Jones se maneja dentro del tono general que tiene el film que termina interesando por la figura del científico pero que no logra en ningún momento conmover ni involucrar al espectador en la historia -y aunque las comparaciones son odiosas, uno termina haciéndolas y hay múltiples puntos de contacto con "Una mente Brillante" que estaba narrada con otra tensión y otro vértigo completamente diferentes-.
Mentes brillantes, películas normales Esta semana se estrenan en Argentina dos biopics británicas basadas en sendos best-sellers y nominadas al Oscar a Mejor Película sobre científicos geniales (el matemático Alan Turing en el film de Tyldum, el físico Stephen Hawking en el de Marsh) que atravesaron muy complejas y extremas existencias. No solemos publicar aquí críticas conjuntas ni comparativas, pero haremos esta vez una excepción para analizar de paso una de las tendencias que desde hace años más les gustan a los votantes de la Academia de Hollywood. Los puntos de contacto entre ambas películas son múltiples y exceden el marco de que El Código Enigma tenga 8 nominaciones al Oscar y La teoría del todo, 5. Un poco en broma (pero también un poco en serio) le decía hace unos días en Twitter a Axel Kuschevatzky que eran “casi la misma película”. Por supuesto, no en el sentido literal (son historias reales bien distintas) sino en su concepción y en sus búsquedas generales. Para mi gusto, El Código Enigma está un par de escalones más arriba por varias razones: un guión más moderno a-la-Red social, una dirección y un montaje más sólidos, buenos personajes secundarios y un tono british más contenido a-lo-John Le Carré que remite a las recientes El topo o El hombre más buscado, mientras que La teoría del todo me resulta más de fórmula, más calculada para conmover, con actuaciones como la de Redmayne pensadas para ganar premios. La épica íntima de Hawkins, con su deterioro físico, está puesta siempre en primer plano, mientras que la tragedia personal de Turing (quien poco después de haber descifrado el código de transmisiones usado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fue perseguido y acusado de indecencia por sus relaciones homosexuales a principios de los años ’50) está trabajada de manera tangencial y explicada recién en los planos finales del film. El noruego Tyldum (Cacería implacable) construye un thriller no exento de tensión y suspenso, en el que la disfuncionalidad afectiva del protagonista es un elemento –valga el juego de palabras– funcional a la trama. En La teoría del todo, Marsh (de buenos antecedentes como documentalista con títulos como Man on Wire y Project Nim) apuesta a una narración todavía más convencional y con picos emotivos demasiado subrayados. Algo parecido ocurre con las interpretaciones: para mi gusto Cumberbatch (que casualmente ya había interpretado a Hawkins en un telefilm de 2004 para la BBC) resulta mucho más convincente que Redmayne, pero este tipo de actuaciones –con el show-off de la progresiva degradación motriz– son las que se quedan con los elogios y los reconocimientos. Puede que El Código Enigma no sea una película extraordinaria (el tema, incluso, ya había sido reconstruido en Enigma, de Michael Apted, con Dougray Scott y Kate Winslet), pero si no estuviese en la carrera fuerte por el Oscar la apreciaríamos como una muy digna y convincente película. La teoría del todo, en cambio, es más demagógica, genera más llanto fácil, pero es sólo una película correcta. Ni más ni menos que eso.
LA TEORIA DEL AMOR Stephen y Jane se amaron desde el primer momento que se vieron, y a pesar de las advertencias que recibio por parte de sus conocidos ("es un chico raro") ella quizo embarcarse en una historia de amor soniada. Pero el cuento con happy ending se cpmplico, y el principe tuvo un inconveniente que deterioro su salud hasta el punto de generar una dependencia absoluta del otro. "La teoria del todo" (Inglaterra, USA, 2014) es el biopic de Stephen y Jane Hawking y su mujer pero tambien es la epica historia de amor de un hombre impeditado fisicamente y su empecinada mujer que, hasta el momento que pudo resistir, se mantuvo a su lado acompañandolo en cada uno de sus logros cientificos y académicos. Hay cierto opacamiento en la figura central por la intencion de destacar el esfuerzo denodado y diario de Jane por mantener a Stephen en el mejor de los mundos, postergando sus anhelos y deseos más profundos hasta que la pasión por otro hombre la hará cambiar su rumbo. "La teoria del todo" es un filme con extremada correccion politica y golpes bajos,que, acompañados de una banda sonora acorde a la propuesta por momentos genera molestia. Pero James Marsh dirige con algunos momentos de vuelo (cuando Stephen, por ejemplo, encuentra una revelacion para su teoria) un correcto producto que tiene su punto mas elevado en las soberbias actuaciones de Eddie Redmayne (igualito a Stephen) y Felicity Jones y en la entrega total que hacen a lo largo de las casi dos horas de duración del filme. PUNTAJE: 7/10
La teoría de la intimidad. Un hombre en silla de ruedas juega con sus hijos en el living. El hombre no puede hablar, y una computadora en su silla lo hace por él. Utiliza su voz robótica para decir “exterminate, extermínate” y jugar a ser un dalek, un clásico robot de la serie inglesa Doctor Who. Aprovecha que, a diferencia de él, esta voz tiene acento norteamericano, y la hace decir frases célebres de películas de Hollywood. Sus hijos ríen, la silla destroza y desordena terriblemente el living. Su esposa, desde la cocina, mira la escena irritada: no puede estudiar. La mujer es Jane Wilde, y el hombre en la silla de ruedas es Stephen Hawking, “el” Stephen Hawking. Pero nada podría importar menos. La Teoría del Todo hace alusión desde su nombre a la búsqueda de toda la vida del famoso físico: la de una fórmula que lo explique todo. Una ecuación sencilla y elegante, como él mismo la describe, que encierre la verdad sobre el funcionamiento del universo en su totalidad. Stephen Hawking aún no ha logrado dar con ella, pero está claro que si alguien puede hacerlo, es Stephen Hawking. Estamos hablando de un hombre que, como tema de tesis para su doctorado en Cambridge, eligió un concepto tan amplio y complejo como el tiempo y, en ella logró demostrar que el mismo tenía un comienzo. Un hombre que, a pesar de la enfermedad motora que lo afectó desde muy joven, jamás abandonó su esencia como físico. Sin embargo, “nosotros” estamos hablando de eso. Nosotros, como sociedad, aprendimos a tomar a Stephen Hawking como un parámetro no sólo de inteligencia sino también de lucha y fuerza de voluntad. Pero La Teoría del Todo no cae en ese cliché simplista. Por el contrario, decide no mostrar al Stephen Hawking famoso que todos admiramos, sino simplemente a Stephen. El físico brillante. El estudiante universitario que hace ridiculeces con sus amigos. La víctima, como tantos otros, de una terrible enfermedad. Pero, por sobre todas las cosas, la película es sobre Jane y el vínculo que tiene con Stephen, y logra ilustrar la relación amor-odio que germina de la semilla de una enfermedad, lo compleja que se vuelve la dinámica familiar cuando hay que cuidar a alguien constantemente, lo doloroso que es para el enfermo no poder cuidar de sí mismo y para quien lo cuida verlo en ese estado de absoluta impotencia. No es casualidad que la película haya estado basada en un libro escrito por la misma Jane, y no en aquel del cual pide prestado el título. La Teoría del Todo no está ni cerca de teorizar sobre un todo. Pero sí logra teorizar sobre una realidad más íntima e inmediata en la que es tanto más fácil entrar como espectador. Podrá no cumplir con la premisa que su título promete, pero logra mucho más. Logra, actuación sublime de Eddie Redmayne mediante, mostrarnos el lado humano (y no mítico) de Hawking. Logra mostrarnos a Jane como una mujer cuidando al hombre que ama, tal como Stephen es un hombre que simplemente continúa haciendo lo que le apasiona. Un hombre humano como todos que, mientras descansa de teorizar sobre agujeros negros y el origen del universo, se divierte imitando daleks y voces de famosos en clásicos hollywoodenses.
El tiempo sin tiempo Al promediar el minuto siete de película, luego que el espectador observe desde la pasividad un sumario derrotero de movimiento y alegría juvenil para comenzar a palpar el mundo de Stephen Hawking antes del deterioro progresivo, el síntoma de la debilidad muscular dice presente en la correcta y sutil composición del británico Eddie Redmayne, firme candidato a llevarse el Oscar en su terna para que Michael Keaton aplauda con desgano y así asuma una derrota evidente el próximo 22 de febrero. Tras ese instante, los síntomas comenzarán a apoderarse de su tiempo y de su destino pero también le generarán al director James Marsh un problema que no logrará subsanar en lo que resta de metraje. El pensamiento y la propuesta revolucionaria en el campo de la física del británico Stephen Hawking, sus propias revisiones acerca de sus teorías del origen del universo, la no existencia de Dios, la correlación entre la física cuántica y la teoría de la relatividad, son los elementos que lo elevaron como una de las personalidades y mentes brillantes del siglo pasado, más que su lucha individual contra los embates irreversibles de la esclerosis lateral amiotrófica (enfermedad que tomó hace unos meses estado público por una moda banal de desafíos banales que se apoderaron de las redes sociales por el famoso baldazo de agua congelada) y su particular relación de pareja con Jane Wilde (Felicity Jones), y luego con la enfermera Elaine Mason. Ahora bien, si a eso le sumamos el punto de vista de la propia Wilde, pues el film se inspiró en su novela autobiográfica, el problema es doble no en lo que hace a la historia per se sino al lugar en el que se ubica al mismísimo S. Hawking y su labor en el campo de la física. El film de Marsh evita el golpe bajo sencillamente porque toda la existencia física de Hawking es en su esencia un golpe bajo, desde el momento que le anuncian una enfermedad en la motoneurona que gradualmente lo dejará sin posibilidades de hablar y comunicar así sus ideas, entre otras tantas imposibilidades de carácter puramente fisiológico. Allí es donde el tiempo, gran concepto filosófico que puede aplicarse al quehacer cotidiano de Stephen Hawking, cobra un sentido ontológico y desde el recurso de la elipsis cinematográfica uno narrativo para avanzar por los hitos del deterioro corporal frente a los hitos en el desarrollo de las teorías tan avanzadas que es justo decirlo generaron siempre grupos de detractores y otros defensores en la divisoria de aguas, donde el propio Hawking experimentó singulares retrocesos y cambios de conceptos a lo largo de las décadas (recordemos que tiene actualmente 72 años). Así las cosas, el relato respeta el punto de vista de la primera esposa, no en la puesta en escena, que mixtura encuadres bellos para sacar poesía de donde no la hay; o en los planos de manos atrofiadas o pies debilitados, en los que es destacable el trabajo físico de Eddie Redmayne, ni tampoco en las expresiones tortuosas del rictus y un rostro que ante el asombro no oculta el padecimiento de los dolores que el film de Marsh decide encapsular en la metonimia y de esa parte que representa el todo quizás resaltar lo más superficial. De esta manera La teoría del todo se estrangula en su propio círculo vicioso de la biopic convencional, cumpliendo a rajatabla todos los vicios narrativos que tanto le gustan a la Academia, ese contraste permanente entre una escena alegre o positiva y otra triste y negativa, binario, absurdo, con el agregado de una figura relevante como la de Stephen Hawking. La dialéctica entre el aspecto familiar, las crisis luego de dos décadas de convivencia con Jane Wilde y la incorporación de un doble triángulo amoroso, primero con un profesor de coro de la iglesia que se hace amigo del físico -y obviamente de su mujer- y luego con la llegada de una joven enfermera, que rápidamente interfiere y desplaza a Jane, ocupan demasiado metraje frente a otros tópicos que hubiesen sido mucho más interesantes para conocer algo distinto del protagonista más allá de los obvios padecimientos de la enfermedad y la reivindicación del ejemplo de vida y lucha que realmente conmueve a cualquier persona con cierto grado de sensibilidad. Poco puede sacarse en concreto de los aportes significativos de Stephen Hawking a la ciencia y menos aún comprender el alcance de sus teorías que persiguen una ecuación para explicar el todo y no las partes que lo conforman, al igual que esta anodina película pensada para ganar Oscars.
James Marsh (Man on Wire, Project Nim) dirige La Teoría del Todo, que basada en el libro de Jane Hawking muestra la relación entre el físico Stephen Hawking y su mujer. Viajando al infinito Eddie Redmayne y Felicity Jones interpretan a Stephen Hawking y Jane Wilde respectivamente, los protagonistas de esta historia. La película toma como punto de partida el año 1963, con un Stephen joven, simpático y un poco torpe, a punto de comenzar su doctorado en Cambridge. Allí conoce a Jane, una joven religiosa y más ligada a las humanidades que a la ciencia. Inmediatamente se gustan y empiezan a salir. No obstante, el primer obstáculo en el amor de estos jóvenes será la enfermedad de Stephen. Un día sufre una caída en la universidad y es hospitalizado. Allí le diagnostican esclerosis lateral amiotrófica (también conocida como enfermedad de Lou Gehrig), una enfermedad degenerativa que afecta el movimiento y con dos años de esperanza de vida. Jane decide acompañar en la enfermedad a Stephen y dedica su vida a ayudarlo y a cuidar de la familia que forman. Los contratiempos y tensiones en la pareja no tardarán en aparecer. Mi vida con Stephen La Teoría del Todo recurre a todos los clichés posibles para narrar la historia de Stephen y Jane, y lo hace con muy poca gracia. Hay flashbacks innecesarios, y excesivo uso del flare y de la música, que por supuesto se encarga de subrayar los momentos lacrimógenos. Parece una típica biopic hasta que la relación con Jane empieza a tomar más protagonismo por sobre la carrera científica de Hawking, pero no más que su deterioro motriz. La reconstrucción de época está bien lograda y las actuaciones de Eddie Redmayne y Felicity Jones se ponen la película al hombro, haciéndola un poco más llevadera. Fuera de eso y un par de escenas cómicas y tiernas (como la escena de Hawking y su secretaria con la revista), el film pasa sin pena ni gloria. Conclusión La Teoría del Todo va a lo seguro y podría decirse que es una película correcta y prolija. Sin embargo, los recursos narrativos utilizados dejan muchísimo que desear, es efectista, pero no termina de caer del todo en el golpe bajo. Parece una película hecha a partir de fórmulas que se sabe que funcionan, y el atractivo reside en conocer un poco más a fondo la historia de Hawking y en las interpretaciones de la pareja protagónica.
Cuidado con las imitaciones La cartelera local quiso que La teoría del todo se estrene el mismo día que el El código Enigma (The Imitation Game). También el azar las hace convivir en la misma entrega del Oscar. Ver ambas películas en la misma semana es como ver la misma película dos veces. No, claro que no son iguales, pero toda la idea que tienen del cine es igualmente pobre. Qué reciban tantas nominaciones y favor del público creo que se debe a que en un mundo con tanta oferta de cine donde es difícil entender y evaluar todo, esta clase de films ofrecen algunas puertas de entrada que se han vuelto las elegidas por muchos. Si El código Enigma pertenece a las biografías que buscan el chisme, sin duda La teoría del todo también. Stephen Hawking es el nombre del protagonista, su vida, su obra y él mismo es mundialmente famoso. Su historia, increíble desde muchos aspectos. La teoría del todo se sumerge en la enciclopedia mundial del cliché de films biográficos para lanzarse a la más rutinaria de las experiencias biográficas del año. No, tal vez no del todo rutinaria, tal vez su inclinación hacia la sensiblería el mensaje de autoayuda la hace desbarrancar un poco que a su compañera de estreno ya mencionada. Sin embargo la trampa más precisa que nos prepara siempre el biopic es la actuación. Eddie Redmayne interpreta a Stephen Hawking de forma insufrible. Esas actuaciones demagógicas, especulativas, que apuntan solo a buscar premios, que quieren la aprobación directa, que no explorar, sino que imitan, que basan su éxito en ser una caracterización real del personaje elegido. Ya varios actores y actrices han arrasado con premios debido a eso. Así es la vida de los premios, tal vez los cinéfilos debamos simplemente ignorarlos. El cine está lleno de posibilidades, estas películas intentan eliminarlas todas. Una vez más: ¿Siendo tan subjetiva la apreciación de una actuación, como saber cual es buena? Para muchos la respuesta es: imitación perfecta de alguien que precise un esfuerzo físico visible. Bueno, eso tiene La teoría del todo y por eso, y careciendo de cualquier mérito puramente cinematográfico, logró posicionarse en el mapa. ¿Les interesa Alan Turing? ¿Les interesa Stephen Hawking? Bueno, podemos buscarlos en libros y documentales televisivos. Estos films que hoy se estrenan juntos son una muestra muy pobre de las posibilidades del arte cinematográfico. Que se sumen a la horrible Selma habla de una mirada del cine que ha perdido el rumbo. Por suerte Francotirador de Clint Eastwood es la contracara de esta clase de cine. Eastwood no está nominado a mejor director, para corroborar todas las malas señales. Una curiosidad final: Benedict Cumberbatch interpretó a Hawking hace unos años. Hubieran fusionado los dos proyectos y nos ahorraban dos horas.
"La teoría del todo: el poder del amor" Llega finalmente a nuestras salas “La Teoría del Todo”, película que narra parte de la vida de Stephen Hawking y su relación con Jane (su primera esposa) y que está basada en el libro escrito por la dama en cuestión. James Marsh dirige esta historia guionada por Anthony McCarten, que cuenta con 5 nominaciones al Oscar y un par de Globos de Oro en su haber. El relato comienza a mediados de los años 60 cuando un joven Stephen Hawking (Eddie Redmayne) comienza a perseguir una de sus teorías más ambiciosas tratando de obtener su deseado Doctorado en Física de la Universidad de Cambridge. Al mismo tiempo, entabla una relación amorosa con Jane (Felicity Jones), una cautivante estudiante de lenguas. Los logros académicos de Stephen parecen replicarse en sus logos amorosos hasta que un día, un accidente aparentemente menor, termina con el peor de los diagnósticos. Aunque el relato pone su énfasis en los tres aspectos de la vida del físico anteriormente mencionados (sus estudios en la prestigiosa Universidad de Cambridge, su relación con Jane y la lucha que ambos llevaron contra el ELA) ninguno de ellos parece estar lo suficientemente desarrollados como para terminar de cautivar al espectador. En cuanto a las teorías desarrolladas por Stephen, la terminología académica se hace por momentos bastante pesada y, si bien – en algunas escenas – el personaje de Jane oficia de “traductora” para esclarecer estos temas a personas ajenas al mundo científico, resulta complejo seguirle el rastro. Lo que se supone debería ser uno de los fuertes del guión, el desarrollo de la relación amorosa entre Stephen y su ex-esposa más la lucha conjunta por vivir una vida -relativamente- plena a pesar de la dificultad que enfrentan, se ve por momentos opacado por diálogos poco intensos y una progresión temporal poco clara. La trama se ve atravezada constantemente por subtemas polémicos como lo son la coexistencia de la religión, la ciencia y la fe pero, nuevamente, la falta de sostén dialéctico hace que se diluyan sin mucho impacto en la trama. La película cuenta con todos los ingredientes para mostrar una historia intensa, llena de dramatismo y pasión pero, lamentablemente, se queda a mitad de camino. Son realmente destacables las actuaciones de Eddie Redmayne y Felicity Jones, quienes se ven acompañados por un elenco que acompaña en talento y que incluye al reconocido David Thewlis y a un prometedor Charlie Cox. “La Teoría del Todo” demuestra que el contar con un elenco destacable no es suficiente a la hora de realizar una película, si no hay un buen guión que respalde la solidez de la historia. Puede que los actores cosechen un par de premios en su haber, pero la película en su totalidad no aparenta -ni merece- trascender mucho más allá.
La teoría del todo encaja perfectamente dentro de los esquemas de una biopic melodramática poniendo el énfasis no en la vida profesional de una de las mentes más brillantes de las últimas décadas, sino en su vida romántica. Basada en las memorias de la primera esposa de Stephen Hawking, la película avanza parejo desenvolviéndose en los campos de la tragedia mientras la enfermedad del astrofísico se deteriora. Sería injusto acusar que el efectivísimo de la película se da en función de la faceta lacrimógena de la historia. Aquel que no conozca los padecimientos de este hombre de ciencia merece ahogarse en sus propias lagrimas. Desde el comienzo se sabe que el relato nos desnudará las crudas condiciones de un joven que se retorcerá hasta quedar inmovilizado por su cruel enfermedad, con lo cual esa sorpresa no debería ser tal. Por el contrario su duro pesar está acompañado de un agradable sentido del humor y una delicada sutileza que parece ofrecer un justo retrato de la personalidad del protagonista. El mismo Stephen Hawking dijo sobre Eddie Redmayne "Creí que era yo en la pantalla". Y su performance no es solo la consecuencia de una detallada observación sobre el verdadero Hawking. Redmayne, ayudado por un coreógrafo profesional, pasó meses estudiando la motricidad de pacientes con Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Los extraordinarios resultados pueden verse entre los fotogramas de esta película que se alza como firme candidata al Oscar en materia de interpretaciones. Ahora bien, la mayor decepción se la llevarán aquellos que esperen ver una película sobre la obra e influencia de Stephen Hawking en los campos de la ciencia. De hecho hubiera sido más justo si el film hiciera referencia a Jane Hawking en vez de a su marido, porque realmente la historia pareciera centrarse mucho más en ella. Y esto no debería ser necesariamente un problema fuera del blanqueo de contar la historia de una figura de menor renombre que la que aquí se propone. En cualquier caso quizás lo más recriminable hacia su director James Marsh es que todo lo que aquí se expone no son más que extractos que se pueden encontrar en cualquier biografía. La teoría del todo se muestra un tanto superficial en planteamientos que podrían haber sido un poco más desafiantes. Pareciera que el director y sus guionistas no quisieron arriesgar nada y atenerse a lo que cualquier biografía de internet tiene para contar. Así y todo son sus características más amenas y amigables las que lo convierten un producto fácil de digerir y si bien puede no pasar a la historia como una producción memorable, sin dudas será recordada por la actuación de su protagonista Eddie Redmayne.
Un libro mal adaptado. Estrenada en el Festival Internacional de Cine de Toronto 2014, La teoría del todo cuenta la historia de la relación de pareja entre el famoso cosmólogo Stephen Hawking y su primera esposa, Jane Wilde. La película, nominada para cinco premios Oscar (en las categorías Mejor film, Actor, Actriz, Guión adaptado y Banda sonora), está basada en un libro de memorias de la propia Wilde, Hacia el infinito, publicado en 2007. Wilde, quien había escrito en 1994 otro libro similar, Música para mover las estrellas, se separó en malos términos de Hawking en 1990, pero luego se reconcilió, un dato clave para entender el tono de este film. El científico se volvió a casar, con una de sus enfermeras, Elaine Mason, de la cual se separó en 2006 en medio de un escándalo: según él, Mason lo habría sometido a maltrato físico y psicológico (los detalles, agitados en su momento por la prensa sensacionalista británica, son bastante escabrosos). Todo este prolegómeno es útil para aclarar que el biopic dirigido por el británico James Marsh (ganador del Oscar al Mejor documental en 2008 por Man On Wire) es algo así como la versión oficial de esa relación, una película que parece nacida de un acuerdo de partes posdivorcio, orientada a rescatar lo mejor y obviar lo peor de ese matrimonio que duró veinticinco años y del que nacieron tres hijos. En el inicio de la película, Hawking y Wilde, ambos estudiantes en la Universidad de Cambridge (él, de cosmología; ella, de poesía española), se conocen en una fiesta y traban un vínculo que estará marcado casi todo el tiempo por el amor que se profesan, la abnegación de ella y el carácter apacible de él. Naturalmente, hay referencias a los logros de Hawking como científico (demostró junto con Roger Penrose que la teoría de la relatividad de Einstein implica que el espacio y el tiempo tienen un principio en el Big Bang y un final en los agujeros negros, que, a su vez, podían emitir radiación y desaparecer), pero aquí se trata sobre todo de la vida de una pareja en circunstancias extraordinarias (la escena en la que Hawking debe defender una de sus tesis es una de las más flojas del film). Es probable que Eddie Readmayne se lleve un Oscar (los integrantes de la Academia valoran especialmente este tipo de papeles, basta con recordar el premio a Daniel Day-Lewis por Mi pie izquierdo en el 90) y que Hawking sea homenajeado en esa ceremonia. Pero lo indudable es que La teoría del todo evade cuidadosamente todo tipo de polémica y busca con denuedo el consenso con estrategias cinematográficas que terminan aburriendo de tan convencionales.
La omisión de Hawking. Aunque la película tiene varios puntos flojos, la actuación de Eddie Redmayne es digna de ser vista. Ante todo, una aclaración. Se supone que La teoría del todo cuenta la vida de Stephen Hawking, pero en realidad es la biopic de Jane Wilde Hawking, la primera mujer del científico. La película está basada en su libro Hacia el infinito – Mi vida con Stephen Hawking, y se nota: todo está contado desde su punto de vista. Más que los descubrimientos de uno de los supuestos genios de nuestra era, lo que muestra este melodrama es cómo una mujer se las puede arreglar para llevar adelante un hogar habitado por tres hijos y un marido con una severa discapacidad motriz. En esta historia, Hawking es el coprotagonista. Y sí, la actuación de Eddie Redmayne es muy buena, y seguramente le valdrá un Oscar: ya se sabe cuánto ama Hollywood las encarnaciones de personajes con problemas físicos y/o mentales. Pero poco nos enteramos de sus sentimientos, más allá de la depresión y la ira que lo embargan cuando le diagnostican la enfermedad degenerativa que lo terminó convirtiendo en el monstruo sabio que todos conocemos. Tampoco nos enteramos demasiado de su trabajo y sus teorías. Hay un par esbozadas al principio, pero más allá de alguna línea de diálogo (“sos un científico conocido en todo el mundo”, le dice -nos dice- el padre), no sabemos muy bien de qué vive. Si Hawking es un genio, no queda del todo claro por qué. Se alegará que son temas demasiado complicados para un producto destinado a la masividad: tal vez, pero si Breve historia del tiempo supo ser un best-seller, significa que los conceptos de Hawking no son tan inaccesibles para el gran público. Lo que sí se muestra con bastante detalle es la vida cotidiana de la familia Hawking. Y la abnegación de su mujer: de ella sí se ven su amor incondicional, su sufrimiento, su desaliento. Pero, al parecer, el libro cuenta detalles ásperos -ni más ni menos que las desavenencias de cualquier matrimonio- que el guión omite para presentar una versión edulcorada de la pareja. Ella es una esposa, madre y ama de casa ejemplar. El, un genio con un gran sentido del humor, admirable estoicismo ante la enfermedad y un optimismo inquebrantable. Hay otra omisión llamativa: la sexualidad. ¿Cómo se las arregló Hawking para tener tres hijos? Otra vez, es un tema apenas sugerido en un par de diálogos. Se nos acusará de morbosos, pero es la película la que eligió privilegiar el terreno doméstico/íntimo por sobre el laboral. Y no termina de satisfacer en ninguno de los dos.
Publicada en edición impresa.
Otra biopic, y vamos… Más allá de remarcar la sobrepoblación del género biográfico en la cartelera reciente hay que reconocer que ninguno de estos estrenos es malo sino todo lo contrario, y particularmente La teoría del todo es la propuesta más emocionante de todas. La vida de Stephen Hawking es apasionante, una leyenda viva sin lugar a dudas cuya historia es más que fértil para una adaptación cinematográfica. Encima los realizadores estuvieron muy piolas al enfocar todo el relato alrededor de la historia de amor entre él y su esposa Jane Wilde y como ella llevó adelante toda su enfermedad. Y aquí hay que detenernos: en la famosa enfermedad de Hawking que cuando se la detectaron en la década del ‘60 le dieron dos años de expectativa de vida y el hombre no solo combatió ese presagio hasta la actualidad sino que marcó un antes y un después en la comunidad científica. También hay que reconocer que su fama mundial no solo se debió a sus grandes teorías sino también a su apariencia y forma de comunicarse como resultado del mal que padece, y es aquí es donde hay que aplaudir a Eddie Redmayne, quien logró una interpretación formidable a través de una transformación física en su cara y postura. Los elogios quedan cortos ante tan magna caracterización y los premios que está recibiendo por ella son más que merecidos. ¿El Oscar? Sería lo obvio pero Michael Keaton también está muy bien, pero bueno, ese es otro tema… Felicity Jones, prácticamente una actriz desconocida a no ser que seas un cinéfilo de ley, logra no solo enamorar sino también emocionar desde la desdicha y luego desde la superación. Y si hablamos de superación, en La teoría del todo nos encontramos con esas historias que los norteamericanos adoran: aquellas en donde el personaje principal se auto-supera y emerge victorioso desde su propia desgracia enseñando en el camino. Por eso la película funciona tan bien, por sus magníficas actuaciones y su emocionante historia real. Todo expuesto bajo en certero lente comandado por el realizador inglés James Marsh, quien viene de hacer dos films muy interesantes: Shadow dancer (2012) y The King (2005). Hay un plano que resume la belleza del film, es bien al principio y antes de que comience el drama. Es cuando los protagonistas se declaran su amor bajo las luces de unos fuegos artificiales. La angulación de la cámara, la paleta de colores y la música en ese solo plano sin diálogos da testimonio de buen cine. La teoría del todo es una película no solo emocionante por la espectacularidad de su historia y personaje sino también por lo intimista que logra ser, una combinación poco usual. Un estreno que sin dudas no hay que perderse en esta temporada de premios.
LA TEORIA DEL TODO es la historia de Stephen Hawking, la mente más brillante de la época actual, y de Jane Wilde, la estudiante de Arte de la que se enamoró mientras estudiaban en Cambridge en los años sesenta. La cinta retrata la historia de amor de la pareja mientras una enfermedad degenerativa avanza sobre el joven científico. Una película romántica conmovedora, un filme plagado de humanidad que JAMES MARSH dirige con pericia y buen tino. EDDIE REDMAYNE en el papel principal, se mimetiza con HAWKING (mucho más que el físico más importante de su generación, a esta altura un icono de la cultura pop) y logra una labor actoral inolvidable. Excelentes diálogos, montaje y puesta clásica y una banda de sonido que acentúa la experiencia emocional de un filme destinado a entrar en la historia grande del séptimo arte.
Crítica emitida por radio.
Una relación particular Basada en el libro Jane Hawking, La teoría del todo (The Theory of Everything, 2014) es un producto típicamente oscarizable: historia real de superación personal y tono deliberadamente emotivo. ¿Por qué será que con tanta frecuencia llegan al cine historias sobre personalidades célebres que, atormentadas físicas o emocionalmente, nos dejan su legado? Tal vez, porque son relatos que apelan a la identificación por compasión llevada al extremo y eso, en definitiva, opera con lineamientos narratológicos; cualquier vida puede ser tamizada bajo la norma del drama. Sobre todo para los que desde la adversidad (ya sea el caso de un científico brillante, Edith Piaf o Marilyn Monroe) hacen de su propia vida un camino en donde se pierde mucho, pero hacia el final lo que se gana es superlativo. La teoría del todo, desde ese punto de vista, se amolda a la biopic desde el primer hasta el último fotograma En la película de James Marsh vemos el derrotero de Hawking contado desde el punto de vista de su primera mujer, más algunas incursiones en el ámbito científico. Ambas esferas aparecen simplificadas y se entrecruzan. Y con ello consiguen idealizar la vida de una persona que -para buena parte de los espectadores- se ha prestado de forma políticamente incorrecta a la parodia; el hombre aferrado a la silla de ruedas aparatosa, ese genio que pocos pueden entender pero que, textos de divulgación mediante, se ha ganado el aura del respeto popular. Como el film se basa en el libro de la primera mujer de Hawking, Jane, las “intimidades” del matrimonio se ofrecen bajo una pátina de pudor por momentos exasperante. La convicción de seguir el romance luego del diagnóstico que dejó a su marido con grandes deficiencias motoras (padece esclerosis lateral amiotrófica), la tentación ante la infidelidad con un “hombre bueno” (como para no dejar al personaje femenino demasiado expuesto) y, claro, el consabido qué dirán; tales son los núcleos abordados en la película. Tanto los trabajos de Eddie Redmayne como Felicity Jones (la actriz del momento) se destacan y hacen más llevadero este film elemental. En el territorio amoroso, estamos frente a un drama derivativo del melodrama que se sigue sin sobresaltos, con algunas líneas de ambigüedad que se agradecen pero tampoco se exceden de las normas del decoro. Como exploración de una de las mentes del pensamiento universal contemporáneo, La teoría del todo se revela como lo que es: un producto con la calidad de Hallmark Channel pero bastante mejor hecho.
El primer recuerdo que tengo de Stephen Hawking es de algún mediodía en los años ‘80 en el que, al volver de la escuela y comiendo milanesas con puré, ví su historia en Créase o no, de Ripley (con su anfitrión, Jack Palance). Veía siempre ese programa y esa historia fue una de las que me quedó grabada en la memoria. Sin dudas es una historia fascinante: un genio que estudia el Universo y el origen de los tiempos a la vez que una enfermedad degenerativa lo deja postrado sin poder moverse ni hablar. El material es perfecto para una biopic intensa de esas que hacen tan bien los norteamericanos, con un papel ideal para que se luzca algún actor con dotes contorsionistas, que recorra la cornisa del golpe bajo y caiga en él cada tanto para hacernos llorar y salir del cine admirando a un tipo que se pudo sobreponer a la adversidad y felices por poder caminar y hablar normalmente aunque nuestro IQ sea más bien tirando a normalito. Pero La teoría del todo no es ni siquiera eso. El director James Marsh y el guionista Anthony McCarten deciden centrarse en la relación entre Hawking (Eddie Redmayne) y su primera mujer, Jane (Felicity Jones) –el guión está basado en la autobiografía de ella–, desde que se conocen en un bar hasta que se separan. En ese lapso, Hawking escribe Historia del tiempo, el libro que lo lanzó al estrellato mundial, y se enferma de esclerosis lateral amiotrófica; tiene tres hijos –¿o dos?– y conoce a Elaine Mason (Maxine Peake), la enfermera que será su segunda mujer. Pero Marsh y McCarten no logran construir esa historia de amor: no son capaces de hacernos entender por qué Jane se enamora de Stephen en un principio, ni vemos en ellos a una pareja que nos interese. No hay pasión, mucho menos intensidad. El tema sexual está vergonzantemente oculto –salvo una que otra referencia oblicua– y tampoco resulta natural el viaje de Jane hacia el desamor, a pesar del gran trabajo de Felicity Jones que aunque está eclipsada por un pirotécnico Redmayne logró colarse en el rubro de mejor actriz en los Oscars. Más que una película, La teoría del todo es una sucesión de escenas que muestran a Redmayne haciendo sus gracias, una especie de documental sobre un actor que interpreta a un enfermo de ELA en sus diferentes etapas. Un lugar común del crítico –que se extendió ya al público en general– es el de reconvenir a una película por sus “golpes bajos”. La teoría del todo ni siquiera tiene golpes bajos y uno los extraña: por lo menos te hacen sentir algo. Un breve documental de televisión que vi a los diez años mientras comía milanesas con puré un mediodía después del colegio me marcó más que esta película intrascendente que todos olvidaremos a la mañana siguiente de la entrega de los Oscars.
Tomar la vida de Stephen Hawking, uno de las mentes brillantes mas famosas, con una historia de superacion fisica casi increible, es mas que atractivo. Aquí el film se basa casi exclusivamente en esa historia de amor con su primera mujer, que escribió el libro en que se basa el film, más que en sus especulaciones astro físicas. Es una oportunidad de oro para Eddie Redmayne que realiza una composición impresionante desde lo físico a los emotivo, con un resultado que mas que seguro le dará el Oscar al mejor actor. Su trabajo es prácticamente el film, porque el resto es una historia romántica, endulcorada.
Si Eddie Redmayne no gana el Oscar a mejor actor, no entiendo nada de nada de nada... Como bien sabes, la película cuenta la historia real de Stephen Hawking, y todo su recorrido hasta terminar postrado en una silla de ruedas. Grandes momentos de emoción, tristeza, soledad, humor (finamente seleccionados) y amor (sobre todo amor), es lo que vas a ver en "La Teoría Del Todo", que tiene 5 nominaciones a los premios de la academia. Felicity Jones interpreta a Jane, la mujer de Hawking, y lo hace increíble. Una película, que no apunta directamente a la enfermedad, sino a las relaciones, las decisiones, la familia y el apoyo ante un problema. Al igual que los otros estrenos de esta semana, "La Teoría..." hay que ver sí o sí. Aprovecho para decirte, que si querés ayudar a la Asociación de Esclerosis Lateral Amiotrófica de la República Argentina - que siempre necesitan donaciones - podés hacerlo ingresando a su página web: http://www.asociacionela.org.ar/
No darse por vencido, ni aún vencido Cambridge, 1963. El joven Stephen (Eddie Redmayne) tiene un brillante porvernir como científico. Se destaca en la carrera de cosmología y -para mejor- conoce a una bella señorita llamada Jane (Felicity Jones), con quien comienza a tener su primeros escarceos amorosos. Cierto día, Stephen comienza a notar algo de torpeza en sus movimientos, los objetos se le caen de las manos, hasta que es él quien cae estrepitosamente en uno de los patios de la universidad. El diagnóstico no es el mejor: Su neurona motora ya no está funcionando como debiera y consecuentemente su cuerpo irá deteriorándose hasta una muerte inveitable que, según el médico, llegaría en dos años. Con la lógica depresión que provoca semejante panorama, Stephen decide recluirse pero es Jane quien se impone y convence al joven de aprovechar el tiempo, seguir trabajando en su tesis sobre el tiempo y los agujeros negros, ayudándolo además a llevar adelante la enfermedad como enfermera, asistente y amante esposa. De narración ágil e informativa, esta biopic se presenta como un filme romántico con dosificados momentos de comedia y drama, pero sin caer en lo melodramático. El gran atractivo lo encontramos en la actuación de Redmayne, quien logra componer su personaje con precisión, sin caer en la caricatura ni exagerar el tono, alcanzando una mímesis estremecedora con el Hawking real. La bella Felicity Jones transita con solidez los distintos tiempos y estados de su personaje, y logra así dar mayor credibilidad a la pareja protagónica. "La Teoría del Todo" nos acerca y humaniza, más aún, a ese hombre que desafió a los médicos, burló a la muerte y no se dejó vencer, usando su cerebro como arma. Un arma, sin dudas, poderosa.
Mucho más que un film de “triunfo de la voluntad”. El director James Marsh hizo un buen drama contando cómo un rey superó un defecto como su tartamudeo. Con "La teoría del todo" avanza hacia la superación de problemas mayores: cómo logró el físico Stephen Hawking seguir con su vida escribiendo best sellers y formar una familia, a pesar de que en la juventud le diagnosticaron sólo dos años de vida cuando empezó a sufrir una enfermedad que implicaba parálisis casi total, al punto de no poder caminar ni hablar y ni siquiera poder tragar la comida. El tema es perfecto para esas películas sobre gente enferma cuyos protagonistas suelen lograr nominaciones al Oscar. De hecho "La teoría del todo" está aspirando a ganar cinco estatuillas (película, actor, actriz de reparto, guión y música). Lo cierto es que más allá de los prejuicios y de que el film realmente califica como la típica película de "triunfo de la voluntad" que le encanta a los miembros de la Academia, "La teoría del todo" es una muy buena película que tal vez sólo se queda corta con lo que significa realmente el trabajo del personaje protagónico. Se dedica sobre todo a su vida personal, dado que el guión se basa en un libro autobiográfico escrito por la ex mujer del científico, Jane Hawking, quien se casó con él cuando ambos estudiaban en Cambridge y, si uno cree su relato, fue quien sostuvo al físico durante todos los años de enfermedad y crecimiento profesional, dándole tres hijos y ayudándolo incluso cuando perdió el habla y casi todos sus movimientos y escribió su libro más famoso, "Breve historia del tiempo". Todo está muy bien actuado y contado, sobre todo el principio, cuando un supuesto mal estudiante casi echado de Oxford esboza una teoría cosmológica brillante en Cambridge, mientras enamora a la mujer de su vida. Felicity Jones es esta mujer, que prácticamente se roba la película, mientras que si bien no deja de ser eficaz, Eddie Redmayne tiene algunos tics ya muy vistos de figura famosa sufriendo algún tipo de discapacidad física. La música de Jóhann Jóhannsson no sólo tiene pasajes hermosísimos, sino que además está muy bien utilizada por el director, que en algunos momentos culminantes la combina con imágenes realmente imaginativas sobre la inspiración de las teorías de Hawking. Momentos que uno querría que se repitan más a lo largo del film.
Tiempo de biopics Continúa abierta la temporada de films biográficos, como ocurre todos los años en la cercanía de la entrega de los premios Oscar. Esta semana llegan a la pantalla dos largometrajes dedicados a sendos científicos británicos: el matemático y “padre de la computación” Alan Turing y el astrofísico Stephen Hawking, reconocido a nivel popular por sus libros de divulgación. Más allá del suicidio del primero y la inesperada longevidad del segundo a pesar de los diagnósticos iniciales, huelga decir que las vidas de uno y de otro poseen el suficiente atractivo humano como para construir alrededor de ellas algún tipo de espectáculo cinematográfico. Lógicamente, son films que concentran poco y nada de su atención en la obra específica de los homenajeados. ¿O acaso es un demérito que El código enigma y La teoría del todo no dediquen ni un par de segundos a explicar la hipótesis de Church-Turing o la termodinámica de los agujeros negros? Esa sí sería una tarea ciclópea si no imposible, como atestigua la famosa anécdota de Einstein y el huevo frito ante el pedido de un periodista de bajar a tierra las teorías de la Relatividad.Eliminadas entonces las fórmulas matemáticas como centro del relato –aunque sobrevivan un par de ellas como elementos de utilería–, La teoría del todo se basa en el segundo libro autobiográfico de Jane Wilde Hawking, primera esposa del cosmólogo y madre de sus tres hijos, interpretada por Felicity Jones con una vehemente mezcla de fragilidad y resistencia. El período retratado es extenso, desde su encuentro con el protagonista en la Univerdad de Cambridge a comienzos de los años ’60, en tiempos en que éste se dedicaba a afinar su tesis doctoral y luchaba contra los primeros embates de la enfermedad que lo aquejaría durante décadas –la esclerosis lateral amiotrófica– hasta algunos años después de la publicación de su primer volumen para las masas, el best-seller Historia del tiempo. Biopic oficial y autorizada por todas las partes interesadas, el de James Marsh es entonces uno de esos largometrajes diseñados para homenajear la vida de una personalidad que luchó toda su vida contra dificultades y limitaciones propias y ajenas para terminar, de una manera u otra, venciéndolas. Y también, por cierto, para el lucimiento del actor protagónico, en este caso el británico Eddie Redmayne, previsiblemente nominado a un Oscar. En otras palabras, otro film aquejado por el síndrome de Mi pie izquierdo.Medianía es aquí la palabra clave. Profesional en todo sentido, prolijamente programática y narrativamente conservadora, la película amaga con algún momento de intensidad real cuando un joven profesor de coro entra en la vida del matrimonio, aunque esa misma exaltación tiende a desembocar en el melodrama cándido. Si se transforman en un estorbo para el guión, los hijos pueden desaparecer de pantalla durante casi media hora sin demasiadas justificaciones. Tan edulcorado resulta finalmente el retrato de Hawking que su orgulloso ateísmo militante es casi puesto en duda, en virtud de una demagogia narrativa que intenta desposar ciencia y religión, partiendo de ese lugar común que afirma que del ateísmo –como de las ciencias duras– deriva cierta frialdad, la antítesis de una supuestamente ardiente fe. Paradoja de paradojas, La teoría del todo –con sus cinco nominaciones a los premios Oscar, incluida la de Mejor película– parece por momentos dirigida por algún software automático de realización integral de films y no tanto por seres de carne y hueso. 5 - La teoria del todo The Theory of Everything; Reino Unido, 2014.Dirección: James Marsh.Guión: Anthony McCarten.Fotografía: Benoît Delhomme.Montaje: Jinx Godfrey.Música: Jóhann Jóhannsson.Duración: 123 minutos.Intérpretes: Eddie Redmayne, Felicity Jones, Charlie Cox, Emily Watson, Simon McBurney, David Thewlis.
Los agujeros negros de la vida conyugal. El film, dirigido por James Marsh se ocupa de la historia familiar de Stephen Kawking, uno de los máximos científicos de los últimos tiempos. Con grandes actuaciones, tiene todos los condimentos de una biopic, abordados con cautela. Cuando un científico plantea una teoría que trasciende los augustos ámbitos académicos, llega a las revistas especializadas y después a los medios masivos, más temprano que tarde un film sobre su obra, pero sobre todo sobre su vida, es casi inevitable. El inglés Stephen Hawking –que en la década del setenta habló de las singularidades del tiempo y popularizó el concepto de los agujeros negros en el universo–, cumple a rajatabla con todas las condiciones para una biopic y claro, además de su capacidad y su inteligencia, arrastra desde sus días de universitario una enfermedad degenerativa que con el paso de los años lo confinó a una silla de ruedas, desde donde solo puede comunicarse con una computadora, con lo que un film sobre su fascinante existencia es casi una obligación. Ahora bien, a la hora de contar la historia de esta mente brillante que alcanzó la popularidad de Albert Einstein, James Marsh (director de Man on Wire, Oscar al mejor documental en 2008) eligió ir por lo seguro y junto a Anthony McCarten adaptó el libro de Jane, la primera esposa de Hawking, que escribió Travelling to Infinity: My Life with Stephen, sus memorias donde relata su vida junto al genio de Cambridge. El resultado es una película clásica en tanto el género biográfico debe prescindir de las aristas punzantes y concentrarse en el cometido original, esto es, el centro del relato es el personaje a retratar y nada ni nadie debe mancillar su brillante trayectoria. Entonces Eddie Redmayne tiene a su cargo el protagónico, un papel soñado por cualquier intérprete (un desempeño que por supuesto despertó la atención de Hollywood que lo nominó como mejor actor, una de las cinco categorías en que compite por los Oscar, incluyendo mejor película), acompañado por Felicity Jones como su esposa Jane, una pareja agradable para conducir una historia pasteurizada, en donde sus teorías y conclusiones se repasan rutinariamente y en cambio la relación de la pareja ocupa la mayor parte de la película. Esta elección no tiene nada de malo, teniendo en cuenta que si el film se concentrara en la física teórica, sería una proeza que mantuviera el interés de la mayoría del público, lo que es discutible es que Marsh pulió tanto la historia –aunque presentes, el romance de Jane con un profesor de piano y el vínculo del protagonista con la enfermera que luego sería su esposa se abordan con una cautela extrema–, que incluso la hazaña de superación que significa por sí sola la vida de Hawking termina desdibujada por el tono calculador elegido por la puesta.
Para cualquiera que conozca someramente el cine de Hollywood de los últimos quince años, encontrarse con una película cuyo tema principal deriva de personajes destacados de la historia reciente no resulta para nada original. Nomás en la disputa de este Oscar abundan las biografías: Alan Turing en El código enigma, Martin Luther King en Selma, Chris Kyle en Francotirador y la figura de Stephen Hawking en esta película. Impresiona la cantidad de elementos comunes que existen en esos retratos: saltos en el tiempo –es necesario ubicar desde el inicio la importancia futura del personaje, aunque después se comience con su infancia–, pasados torturados, mujeres inspiradoras –detrás de un gran hombre hay una gran mujer–, buenos amigos que bancan la parada, planos fuera de foco o de gran luminosidad donde se quema la imagen y funde a blanco, abundante música extradiegética lo más solemne posible, escenas insertadas sin ninguna sutileza para pasar información al espectador y hacer avanzar la narración. Tales recursos formales dan cuenta de ese pequeño esquema de reproducción de una misma, exacta moral: un hombre que por distintas variables tiene grandes dificultades de adaptación a su entorno encuentra una buena mujer que lo ayuda a dar los pasos definitivos para cumplir con su verdadero destino de héroe. Diría Zamba, el personaje de Paka-Paka: “Me aburro”. Casi que da exactamente lo mismo que sea Stephen Hawking, un francotirador, un músico ciego o mi abuelita: importan poco los matices alrededor de las distintas profesiones, las particularidades de cada universo o la riqueza de los temas que rodean la vida de estas personas tan importantes. Justamente, en lugar de singularizar, estas películas estandarizan: lo que importa es el amor, los vínculos humanos y el “aguante” alrededor en las distintas caídas y recaídas del protagonista, que se equivoca pero finalmente logra enfrentar sus peores miedos para superarse y así puede, gracias un poco a su propio trabajo y un poco al de la película, ocupar el lugar que le toca en el podio de la cultura pop. Voilà. Para intentar recuperar el valor de este tipo de discursos puede argumentarse que estamos frente a una serie de películas de género, y sería cierto. Pensando en ese sentido, La teoría del todo lo hace bastante bien: el actor principal es bueno y parecido a la persona real, la muchacha que hace de su esposa resulta bastante medida en la afectación, hay un par de diálogos que intentan dar cuenta de una verdadera intimidad con relativo éxito y algún toque de humor disfrutable. El personaje de Stephen Hawking es sin duda inspirador, por su doble condición de genio y de milagro del tiempo y del esfuerzo: ha logrado vivir muchísimo más que el promedio de personas con su misma enfermedad. La película lidia con el problema de la degeneración física con bastante valentía y naturalidad, aunque cayendo en algún que otro golpe bajo –Stephen se desmaya viendo una ópera, lo llevan en camilla en cámara lenta mientras suena Wagner y se ve el techo iluminado del teatro, y cuando le van a hacer una traqueotomía vemos al médico dibujar con marcador la cruz en su cuello para hacerle el agujero; con qué necesidad–. En cuanto a hacerse cargo de exponer los avances teóricos y académicos del científico, la película es bastante simplista y mediocre. Las explicaciones son breves y banales: toda la idea sobre el concepto de tiempo parece más centrada en convertirse en analogía de sus experiencias personales que en tomar forma como entidad teórica compleja y contundente. Además asistimos al recurso de ilustrar la inspiración del azar –por casualidad, Stephen mira la estufa a través de un buzo y ¡eureka!, ¡tiene una idea maravillosa!–, que a esta altura, en teorías que evidentemente tienen un trabajo inconmensurable detrás, resulta al menos infantil. En la reconstrucción de época, si bien el arte y la técnica fotográfica cumplen con el eslogan de lo “bien hecho”, se respira un aire un poquito trucho en esas escenas que simulan ser súper 8 en un formato 16:9, en los peinados demasiado a la moda de hoy y sobre todo en el cuerpo de los actores y su relación con el espacio y con el cuerpo de los demás. Se salva la actriz que hace de enfermera cuando Hawking ya no puede hablar: como para el personaje, resulta un aire fresco de belleza y alegría para los espectadores. Qué más. No es que la película sea “mala”; es un lindo ejercicio impersonal, que cumple con lo que se propone en términos de buscar la emoción, aunque utiliza para eso las maneras más obvias y predecibles –mejor me guardo la opinión sobre el final tipo video de cumpleaños de quince, con un montaje-raconto de imágenes de toda la película–. Creo que el problema de estos materiales es que no respetan una condición del cine de género: la falta de solemnidad, la falta de impostura. Estas producciones no deberían ser presentadas como películas “serias”, no deberían ganar el Oscar como si trabajaran de forma compleja ideas y sucesos complejos. Deberían pasarse en el cable a las tres de la tarde como lo que son: pequeños ejercicios industriales que cumplen con estándares añejos en cuanto a la idea de belleza. Capaz así encontrarían un espacio de oscuridad y anonimato donde experimentar un poco y renovar su batería de gastadísimas, oxidadas herramientas.
Crítica emitida por radio.
LA IMPORTANCIA DEL TIEMPO “Mientras haya vida, hay esperanza” es, tal vez, uno de los lemas más recordados de la historia contemporánea. Y no es casual, porque lo que estas palabras comunican es la representación de una vida de lucha y optimismo. Fue el célebre físico Stephen Hawking quien la pronunció por primera vez, quedando aquel evento como la representación más concreta, no sólo de su existencia como ser humano, sino también de su preocupación profesional: el tiempo. La teoría del todo es la sexta película del realizador inglés James Marsh, quien en esta oportunidad presenta un biopic cargado de altas dosis de comedia romántica. La vida del teórico hace carne en la piel del joven actor Eddie Redmayne, el cual logra transmitir la complejidad que reviste la enfermedad de “la neurona motora”, aspecto que le da al filme el aire de solemnidad que merece. De todos modos, es oportuno también citar que en su conjunto, la película que narra la historia de Hawking, por momentos alcanza el tedio, sentimiento que parece reducirse gracias a una bella fotografía y un adecuado montaje. Cronológica e intercalada con el relato de la historia amorosa de cómo conoció a su esposa, Le teoría del todo, peca de empalagosa, y es ahí donde decae su ritmo narrativo. Sin embargo, la empatía con ambos personajes (el propio Hawkings y su esposa) hace de la totalidad del texto una obra armoniosa y estética, que privilegia las focales angulares y los juegos fotográficos que surgen de las variaciones luminosas de distintas fuentes como el sol o la luz negra (impecable es la escena donde brillan los guantes que simulan estrellas). Con una combinación casi perfecta entre realidad y realismo, la película de Marsch ilustra los aspectos cotidianos de una enfermedad que atemoriza por la involuntaria y progresiva decadencia física. Lo único que puede responder el joven Hawking luego de escuchar el relato médico de cómo su vida se iría evaporando, es “¿y mi mente?, qué pasará con mis pensamientos?” Las que valen, en todos los casos, son las ideas, porque la fama de este genio no proviene de su aspecto físico sino de su desarrollado intelecto. Por Paula Caffaro @paula_caffaro
Lo contrario de un fenómeno. El cine, que mejora todo, ha mejorado también la historia de amor entre Stephen Hawking y Jane Wilde. Basta con comparar las fotografías de las personas reales con las de los actores caracterizados para suscribir a esta suposición. Al menos Jane debe sentirse más que agradecida de pasar al limbo cinematográfico en el cuerpo de Felicity Jones. Claro que una cosa es mejorar la realidad y otra muy distinta tratar de quedar bien con cada uno de los implicados en la vida de los protagonistas, como parece ser la intención de La teoría del todo (un título que merecería una película más ambiciosa). Esos buenos modales narrativos, tan británicos, desactivan cada conflicto latente de esta pareja compuesta por un genio afectado por una progresiva degeneración muscular y una mujer inteligente y dispuesta a sacrificarse por el hombre que ama. Es cierto: no se esconden los problemas conyugales, familiares y sociales, pero se los muestra de un modo tan reticente y oblicuo que nunca alcanzan el volumen dramático suficiente. A favor hay que decir que esta biografía matrimonial está contada desde un punto de vista ambiguo o ambivalente. Si bien es la versión de Jane (se basa en su libro de memorias Hacia el infinito Mi vida con Stephen Hawking), más de una vez el mundo es mostrado a través de los ojos miopes del propio Stephen. Esa mirada es lo más interesante de la narración de James Marsh (autor de un documental memorable sobre el equilibrista francés Philippe Petit). Interesante porque tiene la propiedad de exponer un dogma básico del cine, el cual supone que existe una conexión directa entre imágenes concretas y pensamientos abstractos. Hay que agradecer que la ya refutada teoría de la asociación de ideas del empirismo siga vigente en las ficciones cinematográficas, porque de lo contrario no podríamos ver, por ejemplo, cómo de un pocillo de café surge una ecuación acerca del origen del tiempo o de la visión del fuego a través de un pulóver la noción de que cierta radiación tiene la propiedad de escapar de la fuerza gravitatoria de un agujero negro. No hace falta decir que Hawking encarna dos figuras de la imaginación popular cuyo poder de atracción precede a Hollywood en por lo menos un siglo: el genio científico romántico y el fenómeno de feria. Sin embargo, la actuación de Eddie Redmayne, precisa hasta en los parpadeos, desvía la atención morbosa y la transfigura en la evidencia de que una persona no es ni su cuerpo ni su inteligencia sino su sensibilidad.
Con la proximidad de la ceremonia de entrega de los Oscars se acelera la llegada a nuestras pantallas de las películas más nominadas. Es así que este jueves se estrenan simultáneamente dos obras llegadas de Inglaterra con más de un punto común, lo que no deja de ser curioso siendo el Oscar un típico premio de “los norteamericanos”. La que aquí nos ocupa tiene cinco nominaciones de las que pueden calificarse, en su mayoría, como principales. “La teoría del todo” (“The Theory of Everything”) compite por las célebres estatuillas en los rubros mejor película, mejor actor y actriz principal, mejor guión adaptado y mejor música. En varias de dichas nominaciones se solapa con “El código enigma”, el otro estreno inglés que la supera en número de candidaturas (ocho). El actor principal de esta última (Benedict Cumberbatch) ya había interpretado en un film para televisión a Stephen Hawking. Y ahora Eddie Redmayne vuelve a encarnar, diez años después, al mismo y famoso científico. Se trata de una casualidad pero no es la única ya que Redmayne también actúa en “El destino de Júpiter”, otro estreno de esta semana. Ambos actores dan impecables actuaciones de personajes patéticos pero daría la impresión de que el ya ganador del Globo de Oro volverá a imponerse en los Oscars. Logra transmitir la creciente inmovilidad física que llevará a su personaje a desplazarse en una silla de ruedas y más adelante, perdida el habla, a comunicarse en forma electrónica. Lo sorprendente es que Redmayne no es un artista muy famoso por estas latitudes y en verdad de sus doce films anteriores se lo puede apenas recordar por el personaje de Colin Clark en “Mi semana con Marylin”, Marius en “Los miserables” y como el hijo de Matt Damon en “El buen pastor”. Felicity Jones es aún menos conocida y aquí hace de la primera esposa de Hawking. Se la vio en “Histeria” (que casi nadie vio en realidad) y no hace mucho en “El sorprendente hombre araña 2 – La venganza de Electra”. Difícilmente le gane a Julianne Moore, pese a que brinda una interpretación notable y lo que se le puede augurar es un futuro artístico brillante y seguramente otras nominaciones más adelante. Por estar basada en la obra autobiográfica “Travelling to Infinity: My Life with Stephen Hawking” de Jane Wilde, su primera esposa, el guión se ajusta a una visión sesgada y algo esquemática. No se discute su autenticidad aunque quizás hubiese sido preferible un enfoque más personal del director James Marsh. Cuando se empiezan a manifestar los primeros síntomas de la esclerosis lateral amiotrófica, el médico, que se lo anuncia a Hawking, le da dos años de vida. Se sabe que ese diagnóstico no se cumplió afortunadamente y que desde entonces han transcurrido más de 50 años. El hecho es bastante excepcional pero en la película parece tener poca relevancia. Y ello pese a que, cuando Jane acepta la propuesta de matrimonio, se escucha textualmente: “va a ser una derrota fuerte para todos nosotros”. El grueso del relato nos muestra a una esposa muy devota que le dio tres hijos y que asiste al deterioro físico del cosmólogo. El otro deterioro, el de la familia a la que ella reconoce como “no muy normal” se va percibiendo a medida que avanza la trama y que lleva ineluctablemente al divorcio. Son destacables los secundarios de Charlie Cox como el maestro del coro “que se va encariñando” con Jane y de Maxine Peake como Elaine, enfermera y luego pareja de Hawking. Los más conocidos Emily Watson y David Thewlis tampoco defraudan como madre de Jane y profesor de la Universidad de Cambridge respectivamente. Quienes esperen informarse sobre la “teoría” que da título al film probablemente sufran alguna desazón y hasta lo encuentren desacertado, ya que la película no informa demasiado sobre ella. El énfasis de la película está puesto en su famoso libro “Una breve historia del tiempo” que se publicó en 1988 como se muestra hacia el final y del que se llevan vendidos unos diez millones de ejemplares. El libro habla sobre todo de los agujeros negros y el “big bang” y como escribe Hawking, en su prefacio a la segunda edición, “he vendido más libros de física que Madonna sobre sexo”. Para quien desee profundizar “la teoría del todo” se recomienda “El gran desafío”, que él publicó en 2010 junto a Leonard Mlodinow y cuyo quinto capítulo lleva justamente el nombre de la película.
The Hawking's Speech The Theory of Everything es una película típica de la temporada de premios más grandes. Carnada para el Oscar se las suele llamar. Un film de gran producción y con sólidas actuaciones centrales, pero que no rompe con las limitaciones que suelen encontrarse en apuestas biográficas de este estilo. Es un trabajo típico de esos que tienden a disfrutar los votantes de la Academia, que años atrás consagraron a The King's Speech y sentaron jurisprudencia para lo que se podría llegar a hacer después. Sea que a uno le interese la física o no, de una forma u otra se conoce a Stephen Hawking. Más allá de sus teorías sobre agujeros negros o demás aportes a la materia, la propia imagen del hombre en silla de ruedas e incapaz de hablar por sí mismo a excepción de por un aparato generador de voz es mundialmente conocida y le ha dado múltiples apariciones con distinto grado de seriedad tanto en cine como en televisión. Quizás quien no se haya dedicado a estudiar en detalle o siquiera leído algo relacionado a la vida del físico conozca cómo fue el camino previo hacia ese estado, pero sin lugar a dudas sabe el destino al que llegará. Y con eso se plantea una doble situación que el film de James Marsh (Man on Wire) no termina de resolver como para llegar a ser algo mejor de lo que es. Ocurre que el mérito de la película viene por el lado de Jane Wilde y no el de Stephen Hawking. Ese es el personaje más interesante que hay para explorar. Sí, no hay dudas de que el galardonado físico, el más grande de nuestros tiempos, es un sujeto que merece análisis, pero no tanto en un drama romántico sobre su relación a lo largo de los años con esta estudiante de artes y madre de sus hijos, porque es la faceta menos conocida la que necesitaba ser explorada. La película es siempre más interesante cuando se centra en el personaje de Felicity Jones y el desafío que tiene que afrontar, al cuidado de un genio que no quiere más ayuda que la de ella y de hijos pequeños que necesitan tanta o más atención. El ser un soporte, una piedra angular en la vida del teórico, es el ejemplo de lo que no se suele ver: la sombra detrás del icono, quien lo acompaña hora tras hora en una vida que no se compone exclusivamente de charlas frente a una audiencia o de presentaciones de libros. Al querer explorar las dos caras de la moneda, el guión de Anthony McCarten desaprovecha la posibilidad de explotar del todo un costado inédito por seguir las pautas de una biopic tradicional. Eddie Redmayne hace un trabajo notable en la piel de Hawking, una mímica perfecta de gestos faciales y motrices que no por nada lo han puesto en el centro de atención como el gran candidato a irse a casa con el Oscar. Algo excéntrico en sus primeros años y ya perfilado a la gloria desde entonces, carga una personalidad amigable y compradora que se mantiene, con altibajos, siendo un adulto consagrado. Y el joven londinense lleva a cuestas un film en el que brilla como en ningún otro proyecto en el que participó a la fecha, en el que hace que su sufrimiento se perciba como real cada vez que la cámara lo toma. Pero una película biográfica que trata de condensar dos décadas de eventos que podrían considerarse históricos, evidentemente acarrea un costo. El querer mostrar los descubrimientos de Hawking cruzándolos con sus dramas personales es ambicioso y eventualmente no se destaca ni en un lado ni en el otro. Sus estudios y teorías son entradas de manual señaladas con resaltador, sin ahondar en su proceso sino mostrando resultados una y otra vez. Igual caso se da con el progreso de su enfermedad, estabilizada durante ciertos fragmentos hasta que llega el momento de otra crisis. Y lo que más sufre, en ese sentido, es el costado romántico. Las licencias elípticas que el film se toma llevan a saltos de años que se devoran la infancia de los niños y el malestar creciente de Jane Wilde. Jones hace un buen papel a la hora de reflejar su condición de "mujer sola" al frente de una familia que no es normal y la película es siempre mejor cuando se concentra en ella. Pero los problemas puertas adentro parecen ir en contra de la idea de biopic liviana de los productores, una feel good movie inspiradora que toma las crisis como simples baches en el camino y que por ese motivo no hay una sincera explosión sentimental de ninguno de sus protagonistas. Sí, hay un gran trabajo de sus protagonistas, una gran musicalización de parte del islandés Jóhann Jóhannsonn y una muy buena fotografía de Benoît Delhomme, que usa luces y colores en forma tal que ciertamente se hace notar. Pero la incapacidad de acotar el abanico de posibilidades y limitarse al aspecto romántico, el menos familiar y por eso más suculento de un film así, conlleva a que muchos pasajes claves sean tocados en forma casual, graves problemas familiares sean manejados con simpleza y que los personajes claves se conviertan en figuras sin pleno desarrollo cuyos cambios sean impuestos antes que naturales. Así se obtiene una biopic más clínica o de enciclopedia. Por ese motivo lo mejor está al comienzo, en los años de formación, cuando todas las vertientes están más condensadas y se permite secuencias bellas como la del baile universitario y la anécdota del jabón en polvo.
La teoría del todo narra la historia de Stephen Hawking el gran físico que sucedió a Einstein. Pero el film es ante todo una reflexión sobre el amor a la vida, sobre la fuerza de la fe en sí mismo y sobre la capacidad de sobreponerse a la adversidad. Y a la vez es una demostración de lo que puede hacer el amor en nuestras vidas. También podríamos decir que este implica la existencia de algo que llamamos compasión, y que en este caso además, se encuentra teñida de idealismo. El cual se traduce en el film como un optimismo extraordinario… Tenían alrededor de 20 años cuando se conocieron y, al poco tiempo Jean se enteró de que Stephen estaba gravemente enfermo y que le quedaban dos años de vida. Por esto esa sensación increíble de pensar que todo era posible… y que iban a ser felices para siempre, lo que contribuyó a la creación de una familia, y a la posibilidad de dedicarse a la pasión del conocimiento dela física con todo su ser. No importa si finalmente no se llega al para siempre, porque de hecho una entrega semejante (la de Jean) alcanza una dimensión que no se puede medir en lo que entendemos es el tiempo. En la década del 60 la amenaza nuclear era parte de una idea donde se pensaba que el mundo podía terminar de pronto en un instante, por lo que idealismo era importante para llevar a cabo las utopías, los cambios en las sociedades. Y esta pareja no escapa a ese sentimiento. Basada en un trabajo biográfico de Jean sobre sus memorias, La teoría del todo, es un film con dos excelentes actuaciones, una que impresiona por su esforzada mimetización y lograda interpretación, la de Eddie Redmayne en el papel de Stephen y otra que ya conocíamos ya en The Invisible Woman‘ (R. Fiennes, 2013) -la amante secreta de Dickens- Felicity Jones, en mi criterio impecable, tanto por su sensibilidad, como por su natural delicadeza. Tanto una como la otra con grandes posibilidades de ganar un Oscar. Si bien estamos frente al drama que ya conocemos, el film se encuentra más asociado a lo poético de una relación, que a la más que relevante figura del genio de la física, de allí su logrado equilibrio y seducción, que la hace tomar distancia de los clichés que podríamos esperar de esta temática. Una película emotiva que apuesta todo el tiempo al deseo de vivir! LA TEORÍA DEL TODO
La teoría de un poco En rigor La teoría del todo cuenta la vida de Jane Wilde Hawking en relación con la de su ex esposo, la súper-estrella de la física Stephen Hawking (sí, el tipo parapléjico que habla a través de una computadora con voz robótica, que en general se refiere a los agujeros negros y supo aparecer en Los Simpson). Es decir, lo que nos vamos a encontrar son momentos más o menos significativos e icónicos de la vida del físico y cómo estos, desde el punto de vista de Jane, repercutieron en su familia. Hasta aquí todo correcto con la premisa, sin embargo, a medida que trascurren los minutos nos vamos quedando sin sustancia, como si lo que se nos muestra fuera hueco de alguna manera, personajes y trama. En principio es una sorpresa lo poco singular que resulta la mirada que La teoría del todo revela sobre Stephen Hawking, es decir, el tipo no es el Papa, pero si uno alguna vez se interesó tan sólo de haberlo visto en la tapa de alguna revista Conozca Más, sabe que es un físico de relevancia, con una enfermedad que lo paraliza casi por completo, y que se comunica a través de un aparato extraño. No puedo afirmar que esto sea un problema del libro de Jane Hawking o de la película de James Marsh, sin embargo no se profundiza mucho más que lo que ya contamos acerca de la vida y obra del científico. Hay sí, algún diálogo perdido sobre su ambiciosa investigación pero es cuanto menos paupérrimo, y hasta me atrevería a decir que falso dada la escandalosa simplificación que se hace de los conceptos. No es que se pretenda ver física de agujeros negros desarrollada ampliamente en una película como esta, sin embargo tampoco se espera ver una teoría compleja reducida a teología barata y libros de autoayuda. Si dejamos de lado que la historia de La teoría del todo incluye a Stephen Hawking, no se puede dejar de pensar lo parecida que es la vida real a un drama de pareja de Hallmark. La vida de Jane y Stephen es tan predecible que asusta lo aburrida que se ha puesto la realidad. Más allá del chiste, digamos que ya que vemos cómo la película se centra en lo inevitablemente escaso que ha sido Hawking como esposo, tampoco podemos decir que haya sido un padre excesivamente malo o un compañero desmesuradamente indiferente, realmente se ha comportado como la mayoría de nosotros sólo que tuvo su enfermedad como excusa. Por otro lado, además de esbozar mediante paralelismos entre la física y la vida en general para concluir verdades de cuarta, debemos decir que James Marsh logra algunos planos de notable belleza, donde se nota un interesante trabajo visual. Las actuaciones están correctas, (Eddie Redmayne se queda quieto con mueca de sonrisa con mucha naturalidad) y Felicity Jones hace bien lo que siempre hacen las actrices que interpretan a mujeres reales, ser más linda que la original. La teoría del todo termina demostrando que aquello de que “detrás de todo gran hombre hay una gran mujer” es irrelevante y exagerado en ambos sentidos. Tanto Jane como Stephen fueron extraordinarios en sus términos y en tanto se lo permitieron las circunstancias, así y todo, esto no está del todo reflejado en esta floja película. Y además si creemos en que todos los hombres y mujeres merecedores de biopics han sido casi exclusivamente definidos por su historia amorosa y su locura galopante, entonces no hagamos más de estas películas porque son todas Una mente brillante, es decir, mentira.
Stephen Hawkins es sin lugar a dudas una de las mentes que mayores aportes ha realizado al pensamiento científico en este siglo, pero además es uno de los casos mas emblemáticos del alcance de la perseverancia y la autosuperación. Basado en los relatos de su primer esposa Jane Hawkins La teoría del todo nos narra el derrotero del científico una vez enfermo con esclerósis lateral amiotrófica. Stephen (intepretado correctamente por Eddie Redmayne) era un estudiante de ciencias duras con un interés romántico en la bella Jane (Felicity Jones). Pero toda ese mundo se ve amenazado al recibir el diagnóstico de este enfermedad incurable que solo le depara un año de vida. El joven se sumerge en el más duro de los ostracismos mientras piensa como continuar su vida luego de la terrible noticia recibida. Jane apuesta a su relación , aun a sabiendas de la poca perspectiva de vida del estudiante.Sin embargo logran formar una familia plena sobrellevando las incapacidades físicas del pater familias. La vida real de esta pareja ha estado surcada por numerosos escándalos y desencuentros que claramente han sido retratados por la prensa británica. Nada fue tan apacible como muestra el film y tal vez en esto radique su mayor fallo: se trata una interesantísima historia real llevada a la pantalla grande de una forma convencional, edulcorada y artificial. El deterioro físico, el desarrollo mental, la adecuación a las limitaciones, el ejercicio de la sexualidad son elementos que no se ven reflejados en ningún momento del film de una forma honesta, sino meramente insinuados por el director. Más allá de las grandes actuaciones de sus protagonistas (sobre todo de Eddie Redmayne que le pone el cuerpo a Hawkins de una forma increíble) el film no logra indagar demasiado en los aspectos más íntimos de la dinámica familiar. La adaptación Anthony Mc Carten no le hace justicia al personaje histórico que retrata y en cambio nos brinda un relato oscarizable, con actuaciones interesantes pero que no terminan de convencer al no estar cimentadas por un guión contundente.
“Presenta la historia del más brillante y aclamado físico de nuestros tiempos, Stephen Hawking y su relación con Jane Wilde, una estudiante de arte de quien se enamoró en Cambridge en la década de 1960”. Está contado por ella, que escribió la novela que sirvió de base al film. Y eso explica por qué los grandes interrogantes que esa dificilísima relación amorosa plantea, han quedado desdibujadas por la evocación contemplativa y algo complaciente de una buena mujer que sostuvo (en todo el sentido de la palabra) a este sabio tan maltratado por su cuerpo. El film se ve con atención, es respetuoso y trata seriamente los muchos aspectos de una biografía tan llena de contrastes. No es lastimero ni trata de explotar la inexorable demolición física de Hawking. Pero hay delicadeza, a veces excesiva, a la hora de hablar de sexo, soledad y abandono. Porque hacía falta una mirada más profunda, saber más sobre su corazón y sus sueños, dejarnos asomar a la lucha feroz entre la inagotable cabeza y la frágil anatomía de un cosmólogo que parece haberse refugiado en el cielo al no encontrar aquí respuestas para su desesperación. “La teoría del todo” exalta al sabio y al jefe de familia. Y es también una historia de amor, amenazada y sufrida, que pinta un cuadro humano y triste sobre un hombre tan inquieto y tan inmóvil, un genio que, a medida que se iba empequeñeciendo, lograba penetrar cada vez más en los misterios del cielo y del tiempo. Homenaje al incansable espíritu de un gigantesco luchador y conmovedora labor de Eddie Redmayne, candidato firme al Oscar por esta sobrecogedora actuación
Soy carne de cañón para estas historias, de verdad. Ya con el tráiler quería llorar a moco tendido porque el melodrama siempre será mi género favorito. Tengo que reconocer que responde exactamente a sus parámetros pero que me pareció la única apuesta pensar en actores jóvenes para defenderlo cuya química y encanto en pantalla llenan los huecos que tiene la historia. “La teoría de todo” es el trabajo de toda la vida de una de las mentes más fascinantes que han transitado esta Tierra: Stephen Hawking. Aquí cuenta su vida desde que era un simple estudiante hasta su llegada a Harvard. El foco, claramente, es su vida y muy poco de su trabajo porque no es tan atractivo para el público en general. Después de todo, si querés saber sobre la radiación de Hawkings, leés el libro. Hay que aclarar, de todas maneras, que tiene un tono un poco demasiado benevolente con ambos (tanto Stephen como Jane) pero el resultado sigue siendo una película agradable. Las actuaciones de Eddie Redmayne y de Felicity Jones son lo mejor del film. La de ella sobre todo, que imprime una dulzura y fortalezas que es irresistible (más si sumamos lo bonita que es). Eddie logra retratar mucho del encanto extraño y el sentido del humor que todos atribuyen a Hawking y que se apoya en el personaje de ella que lo convierte en más “humano”. El humor e ingenio ingleses hacen el resto del trabajo. En cuanto a la fotografía y ambientación, la película es impecable. Tal vez hubiera sido mejor si a tanto uso constante de la espiral para hablar sobre su ecuación y estudio sobre el tiempo e inicio del universo (escaleras, café, ellos girando, etc), los hubieran acompañado con un envejecimiento mayor de los actores (sobre todo ella). La dirección y la música acompañan muy bien a la ternura y la química entre ellos. Es un film agradable y conmovedor, pero muy edulcorado. Pasa que la historia de él siempre me conmueve y la admiración profunda que siento por alguien que puede comprender el universo y tener la motivación para no retirarse nunca todas las veces me resulta cautivador.
“Ciencia”. “Arte”. Con esas dos palabras se presentan en la película Stephen y Jane en la película de James Marsh, que aparece como una de las más nominadas para la próxima entrega de los premios Oscars. Eddie Redmayne es el encargado de convertirse en Stephen Hawking, a tal punto de no sólo a través de lo físico terminar pareciéndose muchísimo, sino en su modo de moverse y gesticular, producto de mucho estudio por parte del actor. Felicity Jones es Jane Wilde, la mujer que acompañó incondicionalmente a ese hombre desde un primer momento, que puso muchas cosas que quería en un segundo plano para estar con el hombre que sería el padre de sus hijos. Lamentablemente, si bien está presente con el tema de la religión, esta diferencia entre ambos personajes no termina de desarrollarse, eligiendo entonces la película apelar a lo más efectista. Sin duda, esta es la película de las nominadas que mejor pertenece a la subcategoría típica película británica, generalmente biopic, correcta aunque en general con poco más que eso por ofrecer. Es cierto que el trabajo que hacen los actores, ambos nominados, le agregan bastante a favor, pero la historia, basada en el libro de la propia Jane, termina funcionando como una biopic ordinaria y poco conmovedora, más allá de la historia de vida a la que apela. “Donde hay vida, hay esperanza”, dice en algún momento la máquina que habla por un Stephen que ya no sólo apenas puede moverse sino que una traqueotomía que le salva la vida lo deja sin la posibilidad de hablar. Y de eso principalmente va la película. De cómo un hombre a quien cuando le diagnostican esta extraña enfermedad le pronostican apenas dos años de vida, surge el respetado científico en el que aquel estudiante brillante de Cambridge logró convertirse a pesar de la enfermedad que atacó su cuerpo pero nunca su cerebro. Pero sobre todo, de cómo el amor puede ser incondicional, aun cuando ya no es el mismo que en un primer momento. Si bien hay un par de momentos cinematográficamente más interesantes (el montaje final pre leyendas a la que toda película basada en hechos reales no puede dejar de apelar), en general la película es muy convencional, y a veces cae en el golpe bajo, pero siempre se mantiene bastante correcta, desde sus formalidades hasta sus ideologías. De las menos interesantes de las películas nominadas a la estatuilla principal, "La teoría del todo" sirve para conocer la figura reconocidísima de Stephen Hawking, pero como film ni siquiera termina de convencer a la hora de plasmar todo lo que este hombre le dio a la ciencia, prefiriendo quedarse en la vida difícil que le tocó tener y cómo logró salir airoso y romper las barreras que los médicos le pusieron.
Razón de vivir mi vida Adaptación de las memorias de Jane Hawking, ex esposa del célebre físico Stephen Hawking, La teoría del todo es la menos bendecida por la crítica para la próxima entrega de los Oscar; curiosamente, El código Enigma, que se estrena esta misma semana, aborda el mismo tópico (biopic de científico genial inglés) y es sin duda la favorita. Sin embargo, el film de James Marsh (autor de Man on Wire, documental sobre el equilibrista Philippe Petit) es más genuino por donde se lo mire. A diferencia de Enigma, el biopic de Hawking fue dirigido y producido por británicos y fluye con la ceremonia del té de las cinco. La película arranca con los estudios de Hawking en Cambridge, su interés en el cosmos y la física cuántica, su perfil nerd, quizás innecesariamente destacado (al extremo de que parece parodia de otra parodia, The Big Bang Theory), pero entonces conoce a Jane Wilde, una hermosa y terrenal estudiante de letras que se rinde ante sus conocimientos y su enigmática, sempiterna sonrisa. Marsh demuestra talento para retratar la relación, desde el improbable romance y el irreductible amor de Jane cuando surge el mal de Gehrig como un intruso terminal en la pareja, hasta el nacimiento de los hijos y los vaivenes, de ricas y variadas lecturas, que acabaron con el romance. La interpretación de Eddie Redmayne como el físico, en especial desde el brote de la enfermedad, es de un camaleonismo notable y ayuda, bajo la diestra mano de Marsh, a evitar golpes bajos para redondear un biopic cautivante.
Persevera y triunfarás Entre las nominadas a Mejor Película de cara a los Oscar aparece esta propuesta denominada La teoría del todo, constituida de una forma intensamente conmovedora. James Marsh realiza un más que aceptable trabajo al mando de este drama biográfico al enseñarnos con una profundidad interesante los hechos vinculados a la vida de ese célebre y genio astrofísico llamado Stephen Hawking. El encargado de llevar a cabo tamaña tarea de personificación es el joven Eddie Redmayne (recientemente ganador como Mejor Actor de Drama en los Globos de Oro), quien asoma como uno de los candidatos que más fuerte pisa a la hora de llevarse el premio en la nómina en los venideros Oscar. Y no es para menos, puesto que el protagonista se compromete al máximo en virtud de lo que le exige la composición del personaje, regalándonos así una interpretación magnífica. Se trata de la historia de un sujeto que, en su juventud y con una mente brillante, sufre una enfermedad degenerativa que lo termina dejando postrado en una silla de ruedas. Hawking, como se lo ha visto y como muchos de sus allegados se han encargado de manifestar, siempre se destacó por mantener un buen sentido del humor, pese a lo terrible y desestabilizador de su padecimiento. Es el relato de un hombre que supo ser capaz de sobrellevar esa enorme e implacable barrera que le significó su condición de salubridad a fin de perseverar y luchar contra la persecución de sus objetivos. La teoría del todo abarca también el entramado romántico de nuestra figura central. Y allí es donde interviene Felicity Jones en el rol de esposa, redondeando una enorme actuación que se complementa y deja entrever la buena química que la une al personaje de Redmayne. Ese es otro de los factores por el que el film convence y se percibe con mayor fuerza. Todo suena más contundente por la eficacia y por los dotes actorales de quienes conforman el dúo principal de la narración. Una música delicada coopera y refuerza el matiz que lleva casi constantemente la cinta. Las imágenes y las secuencias que el público puede apreciar son prácticamente lacrimógenas y mantienen al observador con un nudo en la garganta que en muchas ocasiones se pone más rígido y difícil de bajar. Marsh consigue involucrarnos en lo que nos cuenta incluso con una naturalidad propia de los grandes narradores. Película que saca provecho de su carácter emotivo y de sus interpretaciones y que, más allá de conmover a escalas elevadas, no termina de generar (probablemente por ese sentimentalismo) verdaderas ganas de volver a verla. LO MEJOR: las actuaciones de Redmayne y Jones. Emotiva, profunda. LO PEOR: algunos leves pasajes tal vez algo pesados. No invita a verla de nuevo. PUNTAJE: 7
"Sentimientos por sobre la razón" Apoyándose en dos excelentes trabajos actorales, el ganador del Oscar James Marsh traslada a la pantalla grande la vida de una de las personalidades más importantes de la historia moderna. Enfocándose con mucho más detenimiento en lo emotivo y ubicando el verdadero foco de atención sobre la vida personal del astrofísico Stephen Hawking, el realizador de “Man on Wire” edifica un drama enternecedor, aunque de ritmo irregular y devoto de caer en lugares comunes e innecesarios. La tarea de realizar un film sobre la vida de Hawking no debe ser para nada sencilla por varios motivos, dentro de los cuales sobresalen su alto grado de conocimiento sobre cuestiones científicas que exceden nuestro alcance y su condición física producto del padecimiento de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA). Sin embargo, Marsh logra sortear ambos obstáculos gracias a un sencillo guión basado en la novela “Travelling to Infinity: My Life with Stephen” escrita por la primera esposa de Hawking y a la tremenda actuación de Eddie Redmayne. Redmayne sin lugar a dudas se convierte en el principal motivo por el cual “La teoría del todo” debe verse y disfrutarse plenamente como una película construida para el lucimiento de sus actores principales. En su caso particular, Redmayne no solo es convincente sino que también es imprescindible para sostener todo el peso de una historia. Su interpretación de Hawking se apoya en un lenguaje corporal donde están cuidados hasta los más diminutos detalles y en una emoción que logra traspasar la pantalla desde el primer minuto. El otro pilar donde reposa “La teoría del todo” es el trabajo de la joven Felicity Jones, quien interpreta a Jane Hawking para ofrecer un personaje atrapante que por momentos se convierte en el verdadero hilo conductor de la trama. Y es ahí precisamente donde “La teoría del todo” puede presentar sus irremediables fallas. Al estar basada en la mencionada obra escrita por la ex esposa de Hawking, “La teoría del todo” pierde por momentos el foco ya que Marsh divide la propuesta de forma irregular en dos grandes partes. Por un lado la conmovedora lucha contra el ELA que lleva adelante la pareja y por el otro los nuevos sentimientos amorosos que se despiertan en Jane Hawking frente a la falta de apoyo y contención. A partir de ese quiebre, que tiene lugar a mitad del metraje, la película adquiere un estilo más telenovelesco y embiste más fuerte en materia de clichés y sensibilidad poco justificada, quedándose más que conforme dentro de ese terreno fácil. Vale aclararlo nuevamente; las enormes dificultades que implica adaptar la vida de un personaje como Hawking son evidentes y se hacen visibles no solo en esta producción, sino seguramente en cualquier otra que arremeta contra el mismo objetivo. No obstante, el trabajo de Marsh ofrece momentos logrados y merecedores de aplausos, sobre todo por el gran trabajo de la dupla Redmayne y Jones, quienes exprimen al máximo la oportunidad de interpretar a una de las parejas que más luchó en pos de su amor y de la búsqueda del conocimiento.
La vida de Stephen Hawking llegó al cine En "La teoría del todo" los protagonistas nos ofrecen una historia de amor conmovedora. Se basa en el libro " El viajar al infinito: Mi vida con Stephen ", escrito por Jane Hawking (interpretado por Felicity Jones), ex esposa de Stephen Hawking (Eddie Redmayne, “Los miserables”). Narra parte de la vida de este hombre, como se conocen y la forman que sobrellevaron sus vidas cuando él cae enfermo (por motoneuronal relacionada con la esclerosis lateral amiotróficaque se fue agravando su estado con el paso de los años, hasta dejarlo casi completamente paralizado). Le habían diagnosticado solo dos años de vida y en la actualidad acaba de cumplir 73 años. Todo comienza Oxford, donde Hawking formó parte del equipo de remo, algo tímido, ya se veía que era poseedor de una mente brillante. En 1962 ya obtiene su título de grado con 20 años. Luego tiene otra meta: intentaba agradar e impresionar, llamándole la atención, a una jovencita estudiante de art; la bella Jane (Felicity Jones, “El sorprendente Hombre araña 2"). Él va avanzando, prepara su tesis, tiene una buena relación con su compañero de cuarto Brian (Harry Lloyd) y a lo largo de su desarrollo se ve la admiración que siente su profesor Dennis Sciama (David Thewlis, “Harry Potter y el prisionero de Azkaban”), aunque es mutua. Entre otras cosas se pueden ver sus estudios de posgrado en Cambridge, donde obtuvo su doctorado en física en 1966. Todo es felicidad mientras están juntos, hasta que Hawking sufre un accidente y le diagnostican una enfermedad grave conocida como la de Lou Gehrig, que ataca sus extremidades y que se entremezcla con una esclerosis lateral. Ya a esta altura entra en juego el amor entre ambos, ella lo lleva adelante, es admirable la fuerza de voluntad y el desafío a todo solo por amor (pero el amor es más fuerte, como dice la canción presente en la película “Tango Feroz”, ojo este tema musical no se encuentra en este film). Se ve con que entereza intenta ella sobrellevar la familia, mantener el hogar y a sus tres hijos, soportando todo. Los tiempos de Hawking cada día son más difíciles, un enorme científico que llego a ser reconocido como sucesor de Einstein y que se transformó en el aclamado físico de nuestros tiempos. Aquí el deterioro físico se encuentra en primer plano, del actor Eddie Redmayne (ya existen rumores es muy posible que se lleve la estatuilla al mejor actor en los Premios Oscar), logra una interpretación excelente, no solo desde el parecido, sino desde la transformación física día a día, su cara y posturas. La propuesta es muy emociónate, se resaltan los momentos más conmovedores y casi siempre está presente el golpe bajo y se va buscando la lágrima fácil. Posee varios momentos de tensión, contratiempos, críticas, y hasta un doble triángulo amoroso entre Jonathan Hellyer Jones (Charlie Cox) y Elaine Mason (Maxine Peake). La ambientación es muy buena, excelente el parecido que logran los protagonistas y como se muestra a la perfección el paso del tiempo. Las actuaciones de Eddie Redmayne y Felicity Jones son majestuosas y tienen buena química. Uno de los mensajes que deja: "Mientras haya vida hay esperanza". Se encuentra nominada en cinco categorías a los Premios Óscar (Mejor Película, Actor y Actriz, entre otras).
Se nota que estamos en temporada de estrenos del Oscar cuando uno debe escribir crítica tras crítica de biografías de personalidades célebres o de importantes hechos históricos. En cierto sentido, buena parte de la lógica de los premios continúa siendo tal como era en los años ’30: prestigiosas y anodinas películas siguen acaparando estatuillas y nominaciones como entonces lo hacían títulos hoy olvidados como LA VIDA DE EMILIO ZOLA, entre otros. El Oscar, se sabe, no es barómetro de calidad de nada pero a veces llama la atención lo poco que han cambiado ciertas cosas casi 80 años después. Hay todo tipo de películas biográficas y no es el género en sí el que hay que culpar, sino ciertas formas de acercarse a él. Este año hay muchas (SELMA, por ejemplo, es un buen modelo de una aproximación más moderna, política y puntual de un hecho que marca la vida de un hombre), pero LA TEORIA DEL TODO es, acaso, la que más se acerca a la versión anticuada y ya decadente del género. Una película que intenta cubrir la vida entera de un hombre célebre y que lo hace sin ahondar prácticamente en nada y apoyándose en los lugares comunes más previsibles. No solo de las biopics sino de la propia vida del personaje. theory1-articleLargeSi jamás entendieron o supieron muy bien a qué ha dedicado su carrera Stephen Hawking difícilmente vayan a enterarse viendo esta película. No es que se trate de un tema demasiado fácil de explicar o dramatizar, pero James Marsh no hace demasiados esfuerzos para que podamos vislumbrar algo de sus complejas y hasta contradictorias teorías sobre el origen del universo o la idea del tiempo, la relación entre la teoría de la relatividad y la física cuántica, ni hablar de las singularidades espacio-temporales. Si quieren conocer algo más del tema, preferiblemente busquen online el documental de Erroll Morris A BRIEF HISTORY OF TIME, llamado como el libro que transformó a Hawking en una celebridad. Aquí lo que hay es una serie de personas que dibujan fórmulas largas en pizarrones, hacen dibujos en una mesa con espuma de cerveza y solo les falta decir “Eureka!” Es cierto que la vida de Hawking propone un material rico por el lado humano. Todos conocemos su severa enfermedad física y es casi obvio que una película sobre su figura debe tomar ese dato como central, fundamental acaso. Lo que sucede es que el filme no parece tener más objetivos que contar la historia de la enfermedad progresiva de Hawking, el “milagro” de que haya podido seguir vivo y lúcido pese a tener un diagnóstico inicial que le daba solo dos años de vida y la figura que posibilitó, en buena medida, todo eso: su esposa. Por si no lo sabían, claro, la película se basa en una biografía escrita por la ahora ex mujer del científico (la segunda que escribió en realidad, ya que la primera aparentemente no era muy amable con él, heridas que el tiempo o los llamados de Hollywood habrán ayudado a curar) y aprobada por ambos. THEORY-articleLargeLa película hace eje en el momento en el que el joven Hawking se enamora y empieza a enfermarse, en pleno paso por la Universidad. Ese doble eje seguirá siendo central en toda la película que recorre varias décadas de su vida: los avances de la enfermedad y las complicaciones de la relación, siempre dejando en segundo plano la tarea concreta por la que Hawking es hoy famoso, ya que, más allá de las discusiones que existen sobre la relevancia de su trabajo –muchos críticos suyos dicen que no descubrió nada importante y que su fama se debe más que nada a su condición física– es eso lo que lo ha catapultado a la fama. ¿O no? LA TEORIA DEL TODO tiene la prolijidad, la limpieza y pulcritud de un libro de cuentos infantiles. Si bien no es preciso que el filme sea gráfico para mostrar las dificultades cotidianas de Hawking, la película no hace demasiados esfuerzos siquiera para que entendamos la enfermedad. Los conflictos más importantes del relato tendrán que ver con los hechos que van llevando a Stephen y a Jane (Felicity Jones) a separarse, más allá de los sacrificios realizados por ella para permanecer a su lado durante tantos años pese a todas las dificultades. Comparativamente, una película igual de académica y falsamente prestigiosa como EL CODIGO ENIGMA tiene al menos un eje narrativo claro y momentos de fuerte intensidad dramática. También aquel filme mira para otro lado en los asuntos más complejos y oscuros de su protagonista –allí le escapan más a la vida privada que a la ciencia–, pero al menos posee un punto de vista más o menos definido. Esta, en cambio, es un poco de todo y finalmente no es nada. Quizás, dirían sus críticos, como las propias teorías de Hawking. Eddie Redmayne es, claramente, lo único que puede quedar en el recuerdo de esta mediocre y olvidable película. Su trabajo es preciso, sin excesos, y logra transmitir los miedos, frustraciones, broncas e inseguridades de Hawking cada vez con menos recursos físicos y vocales, en la escuela que ya dio premios a Daniel Day-Lewis y tantos otros. Yo tengo mis reparos con este tipo de actuación mimética, pero es innegable que el joven actor inglés consigue darle algo de vida a la película, casi la única vibración que la saca de la vitrina del monumento histórico.
Este es uno de esos típicos productos cinematográficos realizado para la obtención, por un lado, de la condescendencia del público y, por otro, la cosecha de la mayor cantidad de premios posibles. Algunos frutos representativos de estas ideas brillantes no sólo logran esos objetivos, sino que paralelamente son merecidos, o sea, el concepto va de la mano de la manufactura. No es este el caso. Traslación del libro escrito por Jane Wilde, la primer mujer del científico Stephen Hawkins, el filme termina siendo sólo una reconstrucción de la historia de la pareja, donde es más importante la mirada de ella sobre la relación entre ambos que un racconto justificable de las ideas del científico, considerado como uno de los grandes genios de la actualidad. Pero que la producción ni desarrolla ni confirma. Solamente la expone como una teoría nombrada, con la propia retractación de Stephen, y sin comprobar. Por lo que a la realización se lo puede definir como lo que es… “la historia de un amor como no hay otra igual”… La historia comienza cuando Jane Wilde (Felicity Jones), una estudiante de arte que conoce a Sthephen Hawkins (Eddie Redmayne), de quien se enamora. Todo sucede en Cambridge, en la década de 1960. Él es un cursante de física con atisbos de brillantes, pero holgazán, al tiempo de conocerse, a los 10 minutos de narración, se exponen los primeros problemas corporales del joven, a quien le diagnostican una enfermedad motoneuronal progresiva, una variante de esclerosis lateral amiotrófica, y le pronostican sólo dos años de vida. Con 21 años de edad siente que la vida se acabo. Es Jane Wilde, según el guión, quien lo impulsa, lo desafía a luchar, en lo que a mi entender es la más lograda escena del filme, no por la actuación del candidato firme a ganar el premio “Oscar”, sino por la variedad de sentimientos encontrados que se exponen en el rostro de Felicity Jones. Luego la película entra en un derrotero de lugares comunes, donde no se expone ni se arriesga nada, todo se basa en el “rigor mortis” del cuerpo del actor, acentuado por los excesivos “ralentis” que utiliza el director nada más que para remarcar el sufrimiento. Lo que determina una pobreza de guión alarmante, que acaba por producir demasiado hastío y aburrimiento, y no hablo de previsibilidad, pues la historia es bastante conocida. De estructura clásica, con un diseño de montaje del mismo tenor, salvo el final… no hay ni siquiera otra búsqueda estética que la nombrada con un diseño de sonido sin mayores pretensiones de rupturas o en empleo narrativo, ya que sólo cumple con el oficio de instalarse en ese espacio donde ocurren las acciones. La música, por supuesto, se presenta grandilocuente para generar empatia con la imagen y dar sensación de heroicidad, de estoicismo, pero en este caso es sólo música bien escrita y mejor ejecutada, nada más. Sí se destacan en ésta producción la reconstrucción de época, el diseño de vestuario y la cuidada dirección de arte, pero estableciendo a la dirección de fotografía como correcta en su claro destino que se vea lo que están mostrando. De esto se trata este género conocido como “biopic” que se sustenta en el embelesamiento que produce en el hombre medio a luchar contra la adversidad de los “grandes” hombres. Dentro del rubro actuación se destacan la ya nombrada Felicity Jones, en un papel demasiado secundario por la categoría de la actriz y el personaje que representa, mucho más de lo que se da a entender el filme, también del actor británico actor David Thewils, y de Emily Watson, quien vio luz y entró, casi de taquito. Claro que el “compromiso” corporal de Eddie Redmayne llama la atención, pero lo mismo se puede decir de Shane Johnson, personificando a Michael King en la producción de próximo estreno “Invocando el demonio”, y no por eso ser candidato a diversos premios, incluido el de la Academia de Hollywood. Sin embargo, la performance del joven modelo y actor inglés hasta se la compara con la inolvidable actuación de Daniel Day Lewis en “Mi Pie Izquierdo” (1989), la gran diferencia es que él ya fue tres veces ganador del “Oscar”, y tiene más recursos expresivos e histriónicos en un ojo que Eddie Redmayer en todo su rostro, pero eso si, ¡qué bien sonríe!
La Teoría del Todo es una película que tiene la particularidad de contar la historia de un científico y de varios de sus grandes descubrimientos, a través de una historia de amor. Basada en hechos reales, sobre la vida del científico Stephen Hawking, el filme gira sobre la relación con su esposa desde que se conocen hasta la actualidad, pasando por el casamiento donde la protagonista aun sabiendo que él ya estaba enfermo decide jugarse por él; aunque el pronóstico era que no sólo que iba a quedar inválido, mudo, y con una muy baja movilidad y además corría riesgo de vivir solamente dos años. La historia demostró que podía llegar a viejo, y hoy en día Stephen Hawking sigue vivo. Las idas y vueltas de este matrimonio se mezclan con la enfermedad y con los triunfos profesionales de este genio científico. El film toca el tema de la inteligencia de Hawking muy pasajeramente y no le da mucha importancia, también toca el tema del ateísmo de Hawking y la fe de su mujer, pero sin profundizar como sucedió en la película Creación. Es una película muy correctamente hecha, con una interpretación muy buena de Eddie Redmayne, pero le falta un poco de foco sobre qué es lo que realmente quiere contar. Aun así engancha, emociona, y logra tocar al espectador, además haciéndolo reflexionar, aunque sea un poco, sobre temas científicos y sobre la vida, el descubrimiento, la vocación, la familia, y sobre todo: el tiempo. Este último concepto, tiene una secuencia brillante sobre el final de la película que aquí no se dirá, pero realmente es notable e impactante y además brilla por su simpleza. Recomendada. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto
Otra mente brillante Siguen las biografías "Made in hollywood", esta vez le toca el turno a ese destacado físico llamado Stephen Hawking, que descubrió que la teoría de la relatividad de Einstein implica que el espacio y el tiempo tienen un principio en el Big Bang y un final en los agujeros negros, que, a su vez, podían emitir radiación y desaparecer. Pero....pero el guión no aborda su faz investigadora en totalidad, sino apunta a narrar en gran parte la relación afectiva entre este personaje y su mujer Jane. Las controversias y desaguisados típicos de una pareja normal pero que como se sabe, aqui pueden resultar distintos ya que el cosmólogo tuvo que afrontar una curiosa y llamativa paralisis en todo su cuerpo. Eddie Readmayne se ha esforzado sin dudas en componer un papel tan dificultoso como desafiante, y si, lo logra, le da un sostenimiento potente, y esto lo ha llevado a ganar su Oscar a mejor actor 2015. Pero el filme -que por supuesto brinda una factura técnica impecable-, resulta bastante extenso en duración, y según se aprecia parece que el director no se ha exigido lo suficiente como para pasar las vallas del molde fidedigno, sin atreverse a ir más allá y mostrar otras cosas -por ejemplo muestra poco de su segunda relacion afectiva y se sabe que la misma terminó caóticamente, a eso el filme le dispara como a otras cosas para quedarse en un simple modelo armadito y bien abrochado. No alcanza.
Segundo film de matemáticos: aquí es la vida de Stephen Hawking transformada en un melodrama con mucho de psicodrama de pareja y muy poco de agujeros negros y fascinación científica (mismo error de “El código Enigma”, de paso). Otra vez, la coartada es la actuación imitativa de Eddie Redmayne (que está mejor “sobreactuando” en “El destino de Júpiter”) y lo demás es telefilm fácil y, desgraciadamente, aburrido.
Una vez más –como pasó el año pasado con 12 Años de Esclavitud (Steve McQueen), en 1992 con Perfume de Mujer (Martin Brest), en 1989 con Mi Pie Izquierdo (Jim Sheridan) y en 1988 con Rain Man (Barry Levinson)– el tullido o discapacitado no se fue a casa con las manos vacías. Lo sabemos: la Academia gusta de las actuaciones pomposas, rimbombantes, más aún si involucran gritos, ademanes, gestos y grandes despliegues de emociones hiperbólicas, o si encarnan a un prócer de la historia en mayúscula o a algún personaje trascendental y extraordinario. La solemnidad, ante todo. Este año, pa’ variar, los Oscars se vieron invadidos de historias de auto-superación (la mayoría, basadas en hechos reales, como para no caer en lo que desde hace 80 años funciona: la extorsión moral de la historia en primera persona), centradas en individuos excepcionales en contextos o situaciones desfavorables. Solo basta pensar en El Código Enigma (Alan Turing, el brillante matemático, soplanucas marginado, perseguido y arrastrado al suicidio, con un pasado medio turbio), y la que ahora nos convoca, La Teoría del Todo, la historia del tullidito Stephen Hawking, el eminente físico teórico ingles, cornudo, postrado en una silla de ruedas y con traqueotomía y computadora parlante para comunicarse. El humor, ante todo. Este último caso seguramente sea el máximo exponente del gusto de la Academia por los handicaped, y el Oscar a Eddie Redmayne solo viene a confirmarlo. Es que a Eddie –bien casteado desde el punto de vista físico, teniendo en cuenta su parecido con el personaje en la vida real, sacando el máximo provecho de su contextura medio escuálida, su extrema palidez, su rostro colorado y cierta expresión de “almost retard” que termina en una full retardation física titánica y colosal– le dieron el premio de la Academia básicamente por pasar el 80% de la película en una silla de ruedas tumbado hacia un costado balbuceando o moviendo las cejas. No hay sutilezas ni composición más allá de eso: la escuela Artaza-Cerutti-Bossi haciendo roncha aquí y allá. La caracterización física extrema se lleva todo puesto (Stephen a las chapas en la silla de ruedas confirma esto) y arrasa con todos los premios. Hollywood (que siempre es plural, aunque pensemos que es un monstruo grande y que pisa fuerte) se moja con el aprendizaje. Pero se chorrea aun más con el morbo que genera la producción de testimonios sobre el deterioro físico de un hombre con una enfermedad degenerativa. Y lo hace de manera celebratoria a la vez que condenatoria. Hay una ridiculización al mostrar la figura del genio, como si esa condición implicara indefectiblemente el ser freak. Tanto Alan Turing como Stephen Hawking son genios freaks, tipos con sociabilidad limitada, brillantes y extravagantes en igual medida. Las películas los muestran como tales, monstruos sobresalientes, dignos tanto de admiración como de rechazo. Y La Teoría del Todo se erige sobre ese amarillismo de principio a fin. Jane (Felicity Jones) y Stephen se conocen en una fiesta, conectan inmediatamente y, con una cuota de timidez pero sin pausa, crece el romance entre una chica soñadora, de ojos curiosos y actitud positiva, y un chico inseguro, traumado y genio. La atracción es instantánea y el resto de los acontecimientos se desarrollan con la misma premura. Listemos el morbo, entonces, para intentar acabar con él de una vez por todas. Morbo 1: La enfermedad. Con un noviazgo apenas incipiente, a Stephen le diagnostican su enfermedad irreversible, y la noticia no toma por sorpresa a una Jane en modo mártir, religiosa y psicológicamente preparada para padecer cualquier obstáculo. Y, lo que en un principio es entrega y devoción desinteresadas, con el tiempo deviene en hastío y desgaste emocional y físico. Morbo 2: Los pibes. La condición terrible de Stephen no le impide a Jane llevar adelante su proyecto de familia feliz tipo, y así es cómo nacen los tres niñatos. (Sí, Stephen Hawking la pone). Morbo 3: Cagarse encima. Stephen se convierte en un hijo más para Jane, a quien tiene que vestir, alimentar y limpiar, y a quien termina retando como a una criaturita. Morbo 4: Esposas abnegadas. Pero Jane aguanta y aguanta, porque se autoproclamó mártir y por cierta cuota de admiración hacia una figura brillante y repulsiva en igual medida. La caracterización física extrema se lleva todo puesto y arrasa con todos los premios. Morbo 5: Cañita al aire. Hasta que aparece un hombre en la vida de ambos, Jonathan, el director del coro de la iglesia, que se convierte en la mano derecha de Jane y Stephen en cuestiones de asistencia hogareña y crianza de los niños. Lógicamente, Jonathan representa, a su vez, el tan ansiado desahogo para una Jane ya abatida, el tercero romántico que viene a rescatarla de su martirio. Morbo 6: La culpa. La única noche en la que Jane finalmente se permite el placer carnal con Jonathan (nunca mostrado, apenas sugerido), la película decide castigarla con la nueva avería de Stephen: la imposibilidad de hablar y la traqueotomía. No sea cosa que el mártir se aparte un poco de su condición. El castigo y la culpa cristiana, ante todo. Morbo 7: La amante del disca. Una nueva mujer aparece en la vida de Stephen, que lo mira con los ojos con los que alguna vez lo miró Jane, con esa mezcla de fascinación, admiración y extrañamiento. El tipo es un genio embotellado en un esqueleto contrahecho. Morbo 8: El premio y los premios. Finalmente, Jane tiene su tan merecida redención y libertad. Y su libro, con adaptación a película, con varias nominaciones al Oscar. El mayor problema de La Teoría del Todo no es la repetición compulsiva (como si se tratara de un robot autoprogramable que dirige la película en automático), sino la incapacidad manifiesta de hacer de un lugar común algo nuevo, algo que salga de la insoportable comprobación: el freak, instalado en el centro de la cultura mainstream. Y su calvario como el parque de diversiones perfecto: veneración y condena, exaltación y rechazo. El sadismo, año a año, siempre tiene algo nuevo para regalarnos.
La épica íntima de un genio El espectador que busque una inmersión profunda en las ideas científicas de Hawking puede quedar decepcionado, porque la película se dedica sobre todo a la vida personal del científico, con un guión basado en el segundo libro autobiográfico escrito por su ex mujer, Jane Hawking, quien se casó con él cuando ambos eran estudiantes universitarios y fue quien lo sostuvo durante su crecimiento profesional, paralelo a su declive físico, ayudándolo cuando perdió el habla y casi todos sus movimientos, lo que no le impidió tener hijos ni seguir desarrollando sus teorías acerca de la física cuántica y el funcionamiento del universo. Las fórmulas matemáticas y físicas no son el centro del relato aunque sobrevuelan en un par de imágenes de pizarrones indescifrables y laboratorios famosos por sus descubrimientos que hicieron avanzar el conocimiento científico. Las película intenta transmitir algunos conceptos en medio de momentos cotidianos, como una secuencia subjetiva, cuando el protagonista queda atrapado en su propio pulóver y esto lo lleva a entrever -tal vez como Newton y la caída de la manzana- una asociación científica visionaria. Medianía y equilibrio Sustentado en una producción admirable y con sólidas actuaciones centrales, el film no se aleja de las limitaciones que suelen encontrarse en apuestas biográficas de este estilo. “La Teoría del Todo” es más bien una correcta película de fórmula, que apuesta a una narración convencional con picos emotivos subrayados: el deterioro físico en primer plano y apenas insinuados los problemas emocionales, puertas adentro de un grupo familiar evidentemente anómalo. Medianía y equilibrio, definen al biopic de James Marsh, profesional en todo sentido. La película amaga con algún momento de intensidad más real que realista, pero tiende a desembocar en melodrama cándido, en tanto se acerca a la versión más clásica del género. Intenta cubrir la vida entera de un hombre célebre, sin ahondar en previsibles abismos humanos, apoyándose en los lugares menos riesgosos. En este sentido, la película tiene la prolijidad de un libro de cuentos. Es una feel good movie llena de buenas intenciones que toma las crisis como simples obstáculos en el camino y acompaña con secuencias bellas como la del baile universitario y la anécdota del jabón en polvo, que a su vez permite hablar de la luz ultravioleta. Siempre encuentra la forma de tratar algo abstracto en un ejemplo concreto y hasta divertido, sostenido con una banda sonora de espléndido poderío, del islandés Jóhann Jóhannsson que no sólo tiene pasajes hermosísimos, sino que además está muy bien utilizada por el director, que en algunos momentos culminantes la combina con imágenes sobre la inspiración de las teorías de Hawking. Más allá de sus aspectos conservadores, la película tiene interpretaciones notables del dúo protagonista (Felicity Jones y Eddie Redmayne). La extraordinaria entrega física para mostrar el proceso de deterioro de su personaje, que le valieron el reciente Oscar a mejor actor principal a Eddie Redmayne como Stephen Hawking, lo consolida en un papel que era muy vulnerable de caer en la caricatura. A su lado, Felicity Jones se erige como el alma máter que consigue elevar la película de lo lacrimoso y artificial. El trabajo de la actriz inglesa aporta solidez y fragilidad, sin recursos efectistas, compone un retrato soberbio como la esposa sacrificada y por momentos, olvidada. Una arbitrariedad que, afortunadamente, el film ayuda a reparar.
Grandezas y miserias en la intimidad de un genio Por alguna de esas razones que sólo los distribuidores conocen “La teoría del todo” aterriza en estas playas una vez que la temporada de premios pasó de largo. Se habló tanto de la película durante enero y febrero que ya se sabe de qué va la historia. ¿Quién no vio, aunque sea en un flash, al oscarizado Eddie Redmayne encarnando a Stephen Hawking? Y eso sin ahondar en todo lo que la piratería contribuyó a acercar “La teoría del todo” a las pantallas domésticas. Una lástima. El punto de partida es el libro que escribió Jane, la primera esposa de Hawking, encarnada con permanente expresión de sufrimiento/resignación por Felicity Jones. “Stephen fue siempre cruel conmigo”, confesó ella años después, lo que no le impidió firmar la biografía familiar con su apellido de casada. Anthony McCarten convirtió el relato en un guión al que le sobran pinceladas efectistas y le falta profundidad. James Marsh pinta numerosas viñetas de los Hawking, romance a la luz de las estrellas incluido. Si el libro subraya el punto de vista de Jane, haciendo pie en todo lo que implica convivir con un genio introvertido, manipulador e incapacitado al extremo, la película suaviza la mirada casi hasta la condescendencia. Al dolor, la frustración, el hartazgo y la infidelidad, elementos comunes a cualquier pareja, los tamiza el respeto que de la figura de Hawking emana. Marsh es aséptico y acrítico para referirse al pequeño universo familiar de los Hawking y a la descomunal concepción histórica-filosófica del pensamiento del científico. Casi no se habla de sexo (y mucho menos se lo muestra); tampoco de la elaboración de las ideas que motorizan las teorías de Hawking, proceso que afectó su vida hogareña y sus relaciones. Son dos extremos de un arco que la película recorre tangencialmente, al igual que el vínculo de Hawking con sus hijos. Se conoce la predilección de Hollywood por premiar a quienes se calzan papeles de enfermos, discapacitados o neuróticos. Redmayne cargó además con el peso de interpretar a Hawking, cuya trascendencia y exposición equivalen a la de una estrella de rock. Lo hizo muy bien, sin la intensidad del Michael Keaton de “Birdman”, es cierto, pero con una remarcable capacidad expresiva. A medida que pierde el control del cuerpo, Redmayne utiliza pequeñisimos gestos, en especial la mirada, para decir mucho. El de Marsh es un melodrama con final cantado. Abre con Hawking pedaleando feliz, el viento sobre el rostro, y recorre su via crucis que es, a la vez, el de la mujer que eligió quedarse a su lado para explorar el más improbable de los matrimonios. Hay una cuidada reconstrucción de época -los 60 y los 70- y una atención casi miscelánica por esa vida en común de los Hawking que, puertas adentro, fue más tormentosa de lo que aquí nos cuentan.
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Biopic corriente y correcta hasta la exasperación. El guión privilegia la historia de amor por sobre la historia de la ciencia de Hawking, el problema es que en este caso la ciencia es mas interesante que el amor.
El lado oculto de la ciencia La Teoría del Todo es un acercamiento a la vida del célebre científico Stephen Hawking. Es importante hacer la aclaración para aquellos interesados en buscar una explicación llana y masiva de sus teorías que tiene poco que ver con sus descubrimientos, su inteligencia o su camino para llegar a ser uno de los hombres de ciencia más reconocidos del siglo XX, ya que se basa en el libro de su primera esposa para dramatizar la relación entre ellos y las dificultades que atravesaron por la conocida enfermedad de Hawking. Es inevitable que estén, pero las teorías están en un segundo plano y no se encargan de iluminar a ningún desprevenido. Con una fotografía original que refuerza la melancolía de los planos y le da un toque conocido a este tipo de films dramáticos, la “Teoría del todo” encuentra a una pareja en dificultades en la cual Eddie Redmayne lleva muy bien un papel complicado, con una evolución correcta de la enfermedad. Sabe interpretar muy bien el empuje por vivir y la fuerza de su personalidad, a pesar de los momentos emotivos que se exhiben, Redmayne nos muestra a un Hawking contemplativo con un amor por vivir que no parece tener fisura alguna, que comprende su situación y no tiene ataduras, o más bien, celos. El film se encarga de mostrar la relación del científico con sus teorías, en el que Hawking, como todo buen hombre de ciencia, sabe que lo que hoy funciona, mañana es descartable. Esa es la filosofía de fondo, pero también plasma muy bien el hecho de que las relaciones humanas son más fuertes que un vínculo de momento, como ocurre en papeles de genios sociópatas que están de moda (teléfono Cumberbatch (?)). Se trata de una conmovedora historia de amor y lucha, donde la que más parece sufrir es Jane Hawking (Felicity Jones), cuya posición no es fácil pero no tanto como la del científico, y en su interpretación ella no se destaca ni para bien ni para mal al demostrar ese papel. El resto del elenco sabe acompañar, pero ninguno es demasiado relevante dentro del argumento, inclusive Jonathan (Charlie Cox). La teoría del todo, película que cosechó varias nominaciones a los Oscars, es una película recomendable, bien llevada por el director James Marsh que supo como mantener cautivo y no convertir este film en una película con el golpe bajo constante donde la moraleja se ve sobre el final. La lucha y las dificultades son naturales, pero también la alegría de vivir aún en condiciones adversas y esa es la alegría que logra transmitir el film. No significa que no haya drama o no pueda haber más de una lágrima, porque lo hay en grandes cantidades, pero los logros y la exhibida personalidad del científico con toques alegres saben matizar los golpes bajos, al punto de hacerlos insignificantes. Por Germán Morales
La lucha personal de Stephen Hawking "La teoría del todo" es una de esas películas dramáticas que gran parte del público amará por lo emocional y superador de la historia, mientras que otra parte del público (menor) la rechazará por percibirla cursi y manipuladora. Personalmente creo que posee algunos elementos buenos y otros más viciados. Para comenzar por lo negativo voy a coincidir con las personas que percibieron un gran esfuerzo, demasiado subrayado por momentos, en pos de conseguir el llanto y bajarle la guardia al espectador. No se si les pasó lo mismo a muchos de ustedes, pero yo fui al cine buscando conocer más sobre la genialidad de la obra de Stephen Hawking y/o su historia de amor con Jane Wilde, quien escribió la novela sobre la cual se basó el film, pero en vez de esto me encontré con que la obra científica del físico se toca muy por arriba, la historia de amor con Jane es la que se lleva la mayor atención pero termina mal, y que en realidad la trama se enfoca demasiado en el deterioro físico y la enfermedad del protagonista. Con estas cuestiones para mi restó puntos porque cae en el cliché y se ubica en ese subgénero del minusválido famoso cuya historia de vida resulta interesante por la lucha que libró con su discapacidad y no por los logros que lo llevaron a ser reconocido. La otra cuestión negativa se relaciona bastante con lo que acabo de señalar. Nos venden este biopic como LA historia de amor eterno entre Stephen y Jane, y en mi caso que no había leído la novela ni sabía mucho de la vida personal del científico me encuentro con que la gran historia de amor en realidad termina con los dos tomando caminos separados por el desgaste al que se vieron sometidos por la enfermedad de Hawking. Como lo apunté en mi crítica a la película "Amour" de Michael Haneke, no creo, o al menos es muy discutible, que la definición por excelencia del amor conyugal sea vivirlo mientras todo esté diez puntos pero cuando la cosa se comienza a complicar en serio, la relación se torna en un calvario hasta que una de las partes no soporta más y da fin a la relación. En "La teoría del todo" Jane es la mujer 10, la esposa ejemplar y valiente que hace frente a la enfermedad del marido en pos del amor, al menos hasta que pasan unos 20 años, se cansa y se enamora de otro tipo, con el cual se sugiere en la historia tuvo un amorío mientras seguía casada con Hawking. Lo mismo hace Stephen, que termina enganchándose con su terapista de lenguaje. El gran amor de la pareja... un tanto endeble. Pasando ya a lo positivo, remarco las buenas actuaciones de Eddie Redmayne ("Les Miserables") y Felicity Jones ("La mujer invisible"). Su química en pantalla resultó creíble y fresca. Por otro lado, me gustó la premisa de mostrar el lado más humano de Stephen Hawking, de poner en pantalla a una persona que se conecte con el público y nos muestre su historia de amor (o desamor en este caso). El enfoque del guión me parecía acertado y fresco para un biopic, salvo que finalmente la gran historia de amor no terminó como uno imaginaba. La fotografía también es buena y nos traslada por un rato a la Inglaterra de los 60s. El balance general es el de un buen entretenimiento, que mueve al espectador y lo conecta con los protagonistas, aunque algunos de los recursos utilizados caigan en el cliché y el golpe bajo. No es una de las mejores películas del año y probablemente no debería haber sido nominada como Mejor Película en los Oscar, pero es el tipo de film del que disfruta gran parte del público al que no le importa pensar en los artilugios usados por el director, sino que le interesa sentirse motivado, emocionado y entretenido.