Bajo una piel obsoleta La última película de Pedro Almodóvar llega con dos topicazos de la mano antes de su estreno. El primero es tildar de comedia ligera a un producto que, sin embargo, pretende hacer una radiografía de la situación actual de España. El segundo, relacionado con el anterior, consiste en aseverar que el manchego ha regresado a sus orígenes, lo cual resulta del todo imposible cuando se lleva veinte años viviendo entre la Jet-set. Los amantes pasajeros (2013) transcurre, prácticamente en su integridad, dentro de un avión que, debido a una avería, no deja de dar vueltas sobre territorio hispano sin llegar a ningún lugar. Una tesitura similar a la de un autor que parece palpar diferentes pasajes de la clase B y la comedia sin acabar de aterrizar en ninguno. Pero el problema no es que haya o no un punto de destino sino que el desatino es la tónica general en el interior de un metraje sin timing, risas u originalidad. La situación económica española, ésa que ha dejado al aire trece aeropuertos construidos que no son utilizados (en uno de ellos se llevó a cabo el rodaje), la tiranía impuesta por el bipartidismo o las pocas ganas de la población de revertir la solución (entre otras lindezas), parece erigirse como la piedra de toque de un Almodóvar (siempre convencido de la importancia social de los artistas) que responde con un mareante viaje sin fin en el que la clase turista está narcotizada mientras la Business revela, en el desconcierto, algunas de sus intimidades. No es la más lúcida de las metáforas, aunque se la podamos comprar. Ahora, es imposible dejar de pensar que todo tiene un tufo más cercano a la pataleta de quien se ha adscrito al 15-M desde su televisor que a la reflexión de un ciudadano medio con conocimiento de causa. Y no es la única vez que esto ocurre durante el metraje. Porque, al oír eso de que el responsable de Kika (1993) ha regresado a la locura de sus inicios uno no puede por menos que arquear la ceja viendo lo que tiene en pantalla. Lo que en el pasado era honestidad y sensibilidad del Madrid de los 80, hoy se ha vuelto un disparate gratuito. Todos los chistes escatológicos parecen de manivela y no hacen la más mínima gracia pues no salen del interior sino de la búsqueda desesperada por arrancar la carcajada. Y es que el cineasta manchego no ha tornado a sus raíces; muy al contrario, sigue con la tendencia mostrada en sus anteriores cintas, la de colocar a su universo diversas pieles que camuflen una indiscutible y triste realidad: que lleva veinte años subido al pedestal y sólo hace filmes para mantener su estatus de estrella. En este sentido, la nueva y cobarde epidermis sería la del dislate gay que pone de manifiesto, más que nunca, la falta de atrevimiento del creador puesto que es la primera vez que su alocada verborrea está en boca de hombres y no de mujeres en una época en la que el amaneramiento difícilmente epata. Almodóvar, completamente despistado, quiere ‘reivindicar la pluma’ (dixit) lo que deja claro, por un lado, el engaño dentro de un trabajo, en teoría, sin pretensiones y, por otro, su condición de obra obsoleta ya que en un país en el que cada año se celebra el orgullo gay (con toda la parafernalia de turno en sus correspondientes carrozas) estos propósitos no hacen ni cosquillas. O sea que nuestro director más internacional (que dirían los cursis) lleva demasiado tiempo alejado del presente como para entender que la relación del mundo homosexual con el resto de la sociedad ha cambiado y que, ahora, debe dar el siguiente paso. Y es que dos décadas de ombliguismo no se pueden obviar aunque uno quiera. Quizás sea mejor que Almodóvar se dedique a retratar su universo puesto que el del común de los mortales le queda ya muy lejos. Mejor aún, que aparque las pieles y haga, de una vez por todas, su película más cruda, sincera y despojada. The Master (2012) o Operación Skyfall (Skyfall, 2012) nos han demostrado que el psicoanálisis cinematográfico es una excelente herramienta para abrir nuevas puertas. Es sólo una idea.
El primer error que puede cometer el espectador antes de entrar en el cine es pensar que va a ver una buena película. Que un director tenga experiencia, sea reconocido de forma internacional y con un gran bagaje en la industria cinematográfica no significa que de vez en cuando no haga algún trabajo para "pasar el rato". Y eso es Los amantes pasajeros: una forma como cualquier otra de mantenerse ocupado; el único recurso que se le puede haber ocurrido a alguien para emplear en una película a unos cuantos amigos; o simplemente la mejor y más fácil manera de hacer caja. Si con ello, además, se puede aprovechar la ocasión para reivindicar lo gay en su vertiente más cómica y hacer también un poco de crítica nacional, pues mejor. Con todo, si hay algún calificativo que le viene perfecto a este film es divertida y muy, muy Almodóvar. La selección de actores es estupenda, todos (o casi todos) muy convincentes en su papel, entre los que destaco a Antonio de la Torre (perfecto en su prototipo de homosexual normal y centrado). La actuación musical tampoco tiene desperdicio y el argumento, aunque simple y predecible, está bien elaborado y contado. Una artista con prácticas chantajistas, un asesino a sueldo, una vidente virgen, un banquero corrupto, un actor infiel y una pareja de recién casados comparten junto a la tripulación de mando las tensiones de un avión con una seria avería en pleno vuelo. El sexo, que tampoco podía faltar, es un elemento principal que se pone en práctica de forma generalizada y también -cómo no- bajo los efectos de drogas. Desenfadada y sin pretensiones, hay que reconocer que tiene el mérito de no tomarse a sí misma muy en serio; una práctica que todo el mundo debería imitar sin importar su puesto o estatus. Siendo en España y hasta la fecha la película más taquillera de este director, está hecha para reír un poco y pasar un rato agradable; eso sí, a uno le tiene que gustar el estilo. Para ir al cine está bien, pero si alguien se quiere ahorrar el dinero y esperar a que salga en vídeo o en televisión, tampoco pasa nada.
Lejos, muy lejos está aquella obra maestra de Pedro Almodóvar todavía cercana, La piel que habito (2011) de ésta, su última película, Los amantes pasajeros (2013), que cuenta con un elenco de primera que se prestó para lo efímero. En La piel que habito, Almodóvar parecía recalcar fuertemente la razón de ser de toda su filmografía. Extremadamente profunda y perversa, logró cautivar a un gran número de personas y fue muy bien recibida por la crítica. Y tenían razón. Esa fue la película más cruda y visceral de Almodóvar y, analizándola al derecho y al revés, su lenguaje no se presta para interpretaciones simples, sino que hay que hilar muy fino para sacarle el jugo. En el caso de Los amantes pasajeros, el cineasta oriundo de Ciudad Real no supo aprovecharse de un elenco de notables. Cecilia Roth encarnando el papel de una prostituta de nivel con una peluca que la favorece mucho, Antonio Banderas y Penélope Cruz en roles menores -casi aislados del argumento-; Carlos Areces y Antonio de la Torre, célebres protagonistas de la trágica Balada triste de trompeta (2010) de Alex de la Iglesia; y Paz Vega que ya trabajó con Almodóvar en otra oportunidad. Todo parece no combinar con las expectativas del público “almodovariano” y, por el contrario, dejó mucho que desear. Si bien el argumento puede resultar atractivo en principio- los pasajeros de un avión que se dirige a México poco a poco irán sacando sus secretos más íntimos al verse al borde de la muerte-, con varias historias que se cruzan en un punto, diálogos algo inteligentes y cómicos y los colores pastel que le dan un sentido bien definido al film; a Los amantes pasajeros le falta mucho para llegar a ser una buena película. Este argumento ronda en temas como la infidelidad, el destino, las relaciones amorosas (y sexuales), la homosexualidad, las drogas y el alcohol. Tópicos importantes que Almodóvar banaliza para terminar “pariendo” una comedia liviana al mejor estilo norteamericano. La película es alocada, si; y contiene varias escenas que no tienen desperdicio, pero todo se esfuma cuando miramos de lejos la totalidad de la cinta y nos damos cuenta de que ésta es una “rareza” en la filmografía de Almodóvar y que está muy alejada de la solidez que suelen tener sus films. ¿Pero qué quiso hacer aquí?. En realidad no queda muy claro. ¿Intenta darnos una moraleja sobre cómo sobrellevar con humor grandes inconvenientes de la vida?. ¿Intenta decirnos que hay que tomar todo a la ligera en un avión con problemas?. Verdaderamente es bastante complicado de descifrar. Partiendo de su evidente simplicidad, tampoco se sabe qué llevo a un director como Almodóvar a caer en una comedia tan superficial que no sabe transmitirnos absolutamente nada. “Un film de Almodóvar”, cita cada una de sus películas marcando territorio. Ésta más bien parece haber sido rodada por un par de estudiantes de cine que desearon experimentar con el humor a modo de comedia yanqui y que además intentaron darle un toque “fellinezco” (por Fellini). Cada uno sabrá evaluar si ésta película es de su agrado. En lo que a mí concierne, he caído en la decepción. 2/5 NE Ficha técnica: Título en inglés: I'm so excited Dirección: Pedro Almodóvar Guión: Pedro Almodóvar Género: Comedia Estreno en Argentina: 8 de agosto de 2013 País de origen: España Año: 2013 Distribuidora: Diamond Films Reparto: Javier Cámara, Cecilia Roth, Lola Dueñas, Paz Vega, Carlos Areces, Antonio de la Torre, Antonio Banderas, Penélope Cruz
Iniciamos la película: aparecen unos títulos muy kitsch, El Deseo presenta, suena “Para Elisa” en una versión cuasi cumbia… ya nos sentimos como en casa, en la casa Almodóvar. Después de su tan aclamada La piel que habito, Pedro sorprende con su comedia hilarante: Los amantes pasajeros. Con un elenco nunca mejor elegido, con chicas almodóvar incluidas, nos subimos a bordo de este viaje ambiguo, negro por momentos, pero que explota del humor más puro del director madrileño. Un avión que se dirige a México lleva a bordo a distintos personajes: tres tripulantes de cabina de pasajeros bastante alcoholizados, una ex actriz, un magnate, un famoso galán de películas, una virgen ya entrada en edad que además es vidente, un mexicano bastante sospechoso y dos pilotos de sexo dudoso. Ya en el aire, se enteran que hay una falla en el avión que podría hacer que éste explote o se parta en dos. A partir de allí empiezan a volar en círculos sobre Toledo y los tres tripulantes de cabina harán todo lo posible para que los pasajeros, que ya empiezan a desesperar, tengan un viaje lo más placentero posible… En esta historia está casi todo lo propiamente almodovariano: tenemos humor negro, sexo, drogas, caracteres desbordados, mujeres siempre al borde de un ataque de nervios, homosexualidad declarada e hiperbólica; sólo queda fuera el drama. En el medio aparece el dramatismo pero de manera cómica, paródica e irónica. El film transcurre casi íntegro arriba del avión, y allí salen a flor de piel todas las miserias, los secretos, los deseos, las historias que ya se vuelven comunes, se comparten entre todos. Estamos a bordo, por supuesto, de un avión al estilo del director: los colores, los vestuarios, los diálogos, todo se corresponde con la estética tan particular que lo caracteriza y que tanto nos gusta. Sumado a esto, presenciamos un ingenioso musical de la canción “I’m so excited”, llevado a cabo por los tres azafatos, que a esta altura ya los sentimos como amigos. Las actuaciones y el guión, como siempre es lo que se privilegia. Tenemos una Cecilia Roth ya entrada en edad pero con la belleza intacta, una fugaz (pero fundamental) aparición de unos los preferidos de Pedro: Penélope Cruz y Antonio Banderas; Javier Cámara (que lo recordamos en su inolvidable papel de Hable con ella) en un actuación impecable e inolvidable y una pequeña actuación pero siempre destacada de Carmen Machi (muy recordada por el corto “La concejala antropófaga” incluido en Los abrazos rotos. En fin, podemos decir que Pedro Almódovar se reinventa, se renueva, se la juega pero siempre fiel a su ya constituida estética. De hecho pareciera como si el mismo director se auto homenajeara en cada uno de sus films. Después de un complejo drama como es La piel que habito, nos encontramos con una comedia impecable, muy al estilo de los primeros films del director. Hay Almodóvar para rato y Los amantes pasajeros lo demuestra.
El cabaret de Pedro. Resultan más que curiosas las diversas reacciones que han generado las obras de Pedro Almodóvar a lo largo de los años, un trayecto singular en el que cada etapa conserva sus marcas distintivas y a la vez comparte puntos en común con el período anterior y el que le sigue en términos temporales. Si durante sus inicios se lo tildaba de chabacano y anárquico, con la llegada de los melodramas cínicos de mediados de su carrera amplió su base de fans aunque comenzó a arrastrar acusaciones de inmadurez y desquicio estructural. Recién a partir del enorme éxito internacional de Todo Sobre mi Madre (2009) se ganó el “respeto” de los sectores más hipócritas y palurdos de la crítica trasnochada y el público en general...
Todo en estos Amantes pasajeros que se estrena en Argentina el proximo 8 de agosto desborda una alegría cinéfila que seguramente va a dar que hablar. Tras la animación de los créditos que retoma la estética más colorida de Mujeres al borde de un ataque de nervios, el gag inicial involucra a las dos más resonantes estrellas salidas de la cantera del gran Pedro: Antonio Banderas y Penélope Cruz. El es un asistente de pista de aeropuerto, ella conduce el camión que traslada las valijas. Tres minutos bastan para saber, después, que esa situación centrada en el diálogo del anuncio de un embarazo, se convierte en la causa central del conflicto posterior. Un plano panorámico del avión “Chavela blanca”, de la empresa Peninsula, se ve enrarecido con respecto al eje horizontal: es la primera señal por un lado de una decisión sobre el diseño de los planos que nunca van a ser del todo estáticos, nunca convencionales (tambien están los extremadamente simétricos y frontales) a lo largo de la hora y media que transcurre Los amantes pasajeros, y por otro lado una textura de la imagen simil digital que también envuelve a la película en un tono de artificialidad, algo así como una imagen irreal, un sueño hipnótico al que ingresamos a través del icono del sueño que dibuja la hélice al arrancar. A partir de allí todo será obviamente simbólico, o mejor, será simbólicamente obvio: desde el nombre del avión, o el pasajero que lee el libro de Bolaño , o el otro que sostiene el diario “La vanguardia” con los top ten de los escándalos económicos del año. pasajros Dentro de la elipsis de una hora y media transcurren elementos de la trama que sólo sabremos por el diálogo posterior: interesante elección desde el relato. Es el momento en el que encaja tanto el gag de Banderas y Cruz anterior, como la dormidera generalizada que sigue después. La prostituta más famosa de España (Cecilia Roth) que se acostó con el misterioso (y también obvio) “numero 1″, o la mujer madura, pero virgen, (Lola Dueñas) que tiene poderes sensitivos y que anuncia que “va a ser un día muy especial para todos” cuya especialidad “son los muertos”. La pareja de jóvenes recién casados. Sorpresas que nos depara Almodovar con historias de amores cruzados, gays y de los otros, que son lo menos importantes. De hecho, uno de esos amores desencontrados tiene lugar fuera del estrecho espacio de la clase Primera del avión, este avión que viaja a México, un país que Almodovar no duda en estigmatizar con el narcotráfico y la violencia. “Allí la vida no vale nada” El clip dentro del avión del trío de azafatos gay (Javier Cámara, Raúl Arévalo, Carlos Areces ) ”Estoy tan excitada” (The Pointer Sisters) es el momento del climax del desenfado: bailando en el estrecho espacio de la Primera de un avión que vuela en c´riculos mientras espera una pista libre para aterrizar. El primer contacto con ellos habia sido a traves de las medidas de seguridad del protocolo, ya de por sí, repleta de pasos de comedia. La verdad que la nueva película de Almodovar es exuberante. Desborda colorido, planos extravagantes, situaciones absurdas, diálogos bien almodovarianos repletos de desprejuicio sexual, consumos de droga y alcohol, celos, infidelidades que siguen funcionando como el cóctel que mejor maneja, y que, por otro lado, más disfrutamos.
Los amantes pasajeros es una película que va a tener seguramente un rango de opiniones muy amplio. El espectador que esté acostumbrado a los últimos trabajos de Almodóvar, especialmente el de más edad, se va a sentir descolocado ante esta última producción ya que va a entrar a la sala de cine con muchas expectativas pero se va a encontrar...
Volver a Destaparse “Yo quiero ser una chica Almodovar como Pepi como Lucy como Bom” Joaquín Sabina Y Pedro estaba excitado. Posiblemente cansado de que esperaran de él la próxima candidata a la Palma de Oro o al Oscar de Idioma Extranjero, Almodóvar necesitaba hacer una película para él. Ya andaba con ganas cuando filmó Los Abrazos Rotos y se dio el gusto de reproducir una pseudo escena de Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios. Pero ahora quería volver para atrás. Regresar a los tiempos de El Destape del cine español, donde sus primeras obras se pueden encontrar como las pioneras de un movimiento que revolucionó la cinematografía de su país, que por culpa del franquismo y la influencia de la institución eclesiástica, se había quedado en el tiempo, estancado y era víctima de la censura y la discriminación...
Una comedia con turbulencias La última creación de Pedro Almodóvar se aleja del mix de géneros que había plasmado en La piel que habito y se instala nuevamente en la comedia desenfadada impulsada por personajes que juegan con la sexualidad, las drogas y el alcohol. Los amantes pasajeros transcurre en un vuelo que se dirige de España a México y en una primera clase cuyos pasajeros y tripulantes dejan fluír sus eclécticas personalidades cuando una de las viajeras (Lola Dueñas) asegura que tiene videncias y que todos corren peligro de muerte a bordo. Así desfila un trio de azafatos gays (Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arévalo) que duermen a los pasajeros; dos pilotos (Hugo Silva y Antonio de la Torre) que se las traen con sus comentarios y su festín de relaciones "cruzadas"; una estrella de décadas pasadas (Cecilia Roth) con información y videos de personalidades del espectáculo y un asesino a sueldo. Todos juntos y encerrados en un avión que ha perdido el tren de aterrizaje. Con estos elementos, el director de Mujeres al borde de un ataque de nervios tenia entre manos una comedia coral disparatada, pero sólo entrega algunos momentos que funcionan como sketches dentro de una historia que no avanza y deja un sabor amargo para sus seguidores. Con las participaciones fugaces de Antonio Banderas y Penélope Cruz como empleados del aeropuerto y algunas secuencias desarrolladas fuera del avión (los llamados telefónicos realizados a una mujer a punto de suicidarse), el resto se vuelve reiterativo y sin gracia. La película incluye además al trío de azafatos haciendo un playback del tema I´m so excited, de The Pointer Sisters, que dio título a la realización en su lanzamiento norteamericano. Todos los personajes hacen catarsis como pueden para escapar a la idea de la muerte en este vuelo que parece salido de un comic, pero que no puede disimular sus "turbulencias" a lo largo de la travesía. Poco para ser un film de Almodóvar.
Una aventura de altura (media) No hay nada más patético que un viejo verde o que un adulto haciéndose el adolescente. En ese sentido, algunos podrán ver esta nueva película del ya sexagenario Pedro Almodóvar como un fallido e innecesario regreso a ese cine de provocación que tan bien retrató a la movida madrileña de los ’80. Pero, analizada desde otra perspectiva (quizás menos rigurosa pero también menos dogmática), puede verse a Los amantes pasajeros como un remanso que ese Almodóvar auteur, venerado en Cannes, celebrado en Nueva York, bañado de prestigio en el mundo, se dio para regalarse (y regalarnos) un film lúdico y caprichoso, ampuloso y disparatado, desaforado e irresponsable. Me hubiese gustado, es cierto, divertirme más (sonrojarme más) con el artificio almodovariano, con esos comisarios de a bordo, con esos pilotos, con esos pasajeros de business (los de la clase turista no “existen”) que en todos los casos aparecen desatados en sus pulsiones sexuales, ávidos de excesos, de sexo, drogas y alcohol, mientras el vuelo que supuestamente los lleva a México da vueltas en círculo hasta conseguir un aeropuerto que les permita hacer un aterrizaje forzoso. Hay momentos decididamente disfrutables (la escena musical 100% gay con los azafatos bailando amanerados al ritmo de I’m So Excited de The Ponter Sisters), pero no son tan frecuentes como uno quisiera; y hay otros en los que el intento por convertir al film en la Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón del nuevo milenio se queda en el mero gesto, a mitad de camino. Película coral con decenas de personajes (ninguno, por lo tanto, demasiado profundo ni desarrollado), Los amantes pasajeros recurre a los estereotipos y arquetipos del primer Almodóvar. Pero los años pasan para todos: para el director manchego y para sus actores. Y así, por ejemplo, reaparece Cecilia Roth como una veterana dominatrix, que es algo así como un fantasma burgués de aquella “movida” ochentista tan mítica y descontrolada. Otras criaturas de este zoológico almodovariano son una pareja de recién casados, un financista corrupto y un actor de telenovela (galán culpógeno), entre varias otras (hasta hay cameos de sus intérpretes-fetiches Penélope Cruz y Antonio Banderas). La película también resulta bastante superficial cuando esboza algunas pinceladas (más bien brocha gorda) sobre la crisis y la corrupción reinantes en la España de la crisis. Son atisbos mínimos, irrelevantes, como si el propio Almodóvar se hubiese sentido culpable por haber elegido un tono tan relajado y zumbón (algo así como “tengo que decir algo sobre lo que está pasando”, ver la columna de Manu Yáñez en el sitio al respecto). Y tampoco logra secuencias particularmente memorables cuando sale del encierro del avión y filma un par de pasajes “en tierra” que le dan un poco de respiración a la narración. En medio de la celebración y del desmadre de Los amantes pasajeros -que podría adscribir al clásico “a coger que se acaba el mundo”- hay algo triste, angustiante. No sé si es premeditado o es una sensación mía, pero en el trasfondo de estas historias de adúlteros, veteranas que aún no han perdido su virginidad y homosexuales reprimidos hay bastante de frustración, de insatisfacción, de estar fuera de tiempo y de lugar (fuera de los explosivos ’80 y en un avión que corre el riesgo de estallar). Es en esos contrastes, en esas contradicciones no tan explicitadas, que Los amantes pasajeros alcanza sus aspectos más interesantes. Es, sin dudas, un Almodóvar menor, de transición. No quiere decir que hayamos perdido las esperanzas de ver un gran Pedro consagrado de lleno a la comedia ligera, pero aquí -con sus hallazgos y sus traspiés- el sabor es agridulce.
Almodóvar vuela bajo Algunos espectadores y críticos de cine llevaban reclamando a Pedro Almodóvar que volviera por la senda de la comedia loca y desenfedada que tan buenos resultados le habían dado desde Mujeres al borde de un ataque de nervios. El detonante que llevó al director manchego a decidirse por reverdecer viejos laureles cómicos y filmar Los amantes pasajeros fue sin duda la escena de Chicas y maletas, la película que el protagonista de Los abrazos rotos estaba filmando mientras vivía su drama personal. En dicha secuencia, Carmen Machi interpretaba a Chon, un personaje que se encuentra en una situación desesperada tras haber sido abandonada por su pareja. Bien sea por el buen funcionamiento del timing cómico de aquel momento o bien por la necesidad del realizador de acometer empresas menos complejas, tras el agotamiento que le supuso la densidad melodramática de la estupenda La piel que habito, lo cierto es que ahora nos presenta un ejercicio decididamente desenfadado y alegre en el que el cineasta se toma la licencia de dar rienda suelta a su vis más desinhibida y espontánea. La trama gira entorno a un grupo de variopintos pasajeros y tripulantes de un avión llamado Chavela Blanca -en homenaje a la cantante mexicana recientemente fallecida- que se dirige a México pero que, debido a dificultades técnicas como la avería en el tren de aterrizaje, en realidad no para de dar vueltas en círculos por Toledo. Al verse al borde de la muerte, tanto unos como otros se sienten inclinados a revelar los asuntos más íntimos de su vida. Así encontramos un rosario de personajes al límite que van desde un trío de azafatos homosexuales (sin duda lo mejor de la película en relación al resto de los personajes), que no paran de beber desde los créditos iniciales (tal y como hacía el inolvidable camarero de La fiesta inolvidable, de Blake Edwards); pasando por la diva caprichosa y el empresario corrupto de turno; una vidente que aún es virgen y una pareja de recién casados que se disponen a pasar su luna de miel en tierras aztecas. El resultado final de su atípico periplo queda un tanto deslavazado por una falta de frescura y transgresión que acaba por pasar factura al conjunto. El guión no es tan divertido como se pretende y los aciertos son más bien aislados, aunque cuando éstos se producen el disfrute del espectador alcanza picos de hilaridad, como sucede en el playback de la canción I´m so excited, de The Pointed Sisters (uno de los himnos gays por excelencia), coreografiado para la ocasión por la famosa bailarina Blanca Li en la que Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo demuestran con creces que son buenos actores. En cuanto al resto del elenco, podríamos afirmar que no todo el reparto está a la altura de las exigencias. Algunas de las subtramas no funcionan para nada y los actores que las interpretan las sufren y de qué manera. Es el caso de Guillermo Toledo, Blanca Suárez o José María Yazpik, quienes lucen en sus roles demasiado encorsetados. Por el contrario, tanto unas muy divertidas Lola Dueñas y Cecilia Roth como esa pareja de pilotos bisexuales a los que dan vida Antonio de la Torre y Hugo Silva sí que parecen haber captado la inención del director de pasárselo bien sin pretensión alguna. Algún cameo de famosos consagrados (Antonio Banderas, Penélope Cruz, Paz Vega...) y unas gotitas de crítica social contemporánea, tampoco sin cargar demasiado las tintas, completan la esencia de un film tan liviano como olvidable. Lo mejor de Los amantes pasajeros, sin dudarlo un instante, es la escena en que los azafatos cantan y bailan I´m so excited, mientras que lo peor con diferencias es que intenta ser transgresora pero nunca lo consigue.
Anexo de la crítica -El regreso de Pedro Almodóvar a su universo de la comedia transgresora deja un gusto amargo y sabor a poco básicamente por repetirse, apelar al absurdo sin vuelo creativo, dependediendo de lo que puedan entregar actores y actrices que hacen lo que pueden pero sin divertirse tal como se propone el director y apuesta al homenaje a comedias como las de Blake Edwards entre otros problemas que se arrastran desde el guión. Sin lugar a dudas podría haberse llegado mucho más alto teniendo en cuenta los antecedentes del director y ese reparto ecléctico desperdiciado en esta ocasión.
Siempre han dicho que hacer reír es mucho más difícil que hacer llorar, y Pedro Almodóvar es un realizador que siempre ha manejado con gran acierto los dos registros. Si bien en una primera etapa de su carrera, es explícitamente un ávido realizador de comedias, luego de “Mujeres al borde de un ataque de nervios” (España, 1988), construyó una línea discursiva mucho más melodramática. Con “Los Amantes Pasajeros” (España, 2013) el realizador intenta volver a la comedia y a la espontaneidad de sus primeras cintas. La película relata la historia de un grupo de personajes bien disímiles entre sí que intentarán en un vuelo a más de 10 mil metros de altura superar sus diferencias y, en algunos casos, explorar o reafirmar su sexualidad En el vuelo P259 de la aerolínea PENINSULA, la acción tendrá como protagonistas a tres “azafatos” bastante particulares (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo) quienes intentarán que los pasajeros reciban el mejor trato durante el viaje (logradísima la escena coreográfica del tema “I’m So Excited” de Pointer Sisters de la que todos hablan) pero sin dejar de molestarse mutuamente para ver quien la pasa mejor (con todas las letras). Es que al enterarse el piloto (Antonio de la Torre) que uno de los trenes de aterrizaje no funciona, y que deben girar sin rumbo hasta que les den una pista en algún lugar de España, la tripulación y el pasaje se predisponen a todo. Claro, ante la perspectiva de un final feo (que el avión se desplome), los azafatos deciden: 1º dormir a toda la clase turista. 2º emborracharse y drogarse, 3° tener sexo desenfrenado con quien sea, 4° hacerles pasar una buena despedida a los que viajan en primera. En “primera” ó “business” tenemos: una “médium” cuarentona y virgen (Lola Dueñas) que “huele” la muerte, una pareja de recién casados muy ardiente (Miguel Ángel Silvestre y Laya Martí), una dominatriz con secretos (Cecilia Roth), un empresario corrupto (José Luis Torrijo), un hombre con doble vida (Guillermo Toledo) y un mexicano misterioso que lee a Bolaño (José María Yazpik). La cinta se divide en dos partes. Una primera más clásica y tranquila, en la que poco a poco nos vamos acercando a los protagonistas (y hasta conocemos detalles de las relaciones de algunos de los personajes en “tierra”), y esto obviamente lleva un tiempo porque es una película coral (las mejores películas de Almodóvar, excepto “Todo sobre mi madre” y “Atame!”, han sido corales). Luego de la noticia de los problemas en el tren de aterrizaje, comienza la segunda parte de la película, la del descontrol. Claramente, la mejor lograda. Si bien “Los amantes pasajeros” no es de las mejores comedias del director, es una buena oportunidad para acercarse a su universo pop y kitch, en el nuevo siglo, porque sosteniéndose en grandes actuaciones (Cámara, Areces, Roth, Dueñas, por nombras sólo a algunos) y haciendo partícipes una vez más a grandes protagonistas de filmes anteriores en pequeños cameos (Penélope Cruz y Antonio Banderas interpretando a unos maleteros en la escena que abre la cinta, Blanca Suárez), Almodóvar narra una vez más algunos momentos de la movida madrileña de los ochenta (mezcalina, agua de valencia, coreografías, etc.). Con esta película intenta darle algún respiro al cine español que, crisis mediante, ha marcado uno de los más bajos niveles de producción y asistencia. Dato curioso, las escenas del aeropuerto final han sido rodadas en “Ciudad Real”, un lugar actualmente en desuso y en concurso de acreedores, monstruoso ejemplo de la crisis que el país ibérico atravesó luego de la burbuja inmobiliaria. Y por qué ese lugar fue el escogido para finalizar la cinta? Porque más allá de la comedia, la música y el sexo, en “Los Amantes…” hay una denuncia, a los medios, a los gobernantes, a los dirigentes, a las clases que no reaccionan frente al desconcierto, el desempleo y demás. En ese avión imaginario (reconstruido especialmente para la filmación) hay una metáfora de un país que está luchando para “volar” nuevamente, con una clase baja “narcotizada” que nada entiende y compra un discurso conformista, una clase media que intenta desesperadamente cambiar su situación (tripulación) y una clase alta que sólo se queja de sus propios problemas sin ayudar al otro (businnes class). Para ir al cine sin prejuicios y buscar más allá del humor las pistas para entender el porqué se le hacia necesario a Almodóvar volver a la comedia, a sus títulos coloridos y a contar una vez más con sus actores fetiche.
Fui con muchas expectativa a sala a ver "Los Amantes Pasajeros". Sabía que Pedro (Almodovar), había hecho un producto muy internacional, global, comercial y después de "La piel que habito", estaba convencido de que iba a pasarla muy bien en sala: comedia de enrededos con tinte sexual, actores predispuestos a abordar la homosexualidad desde un costado simpático y divertido... Pero no. Es cierto que este nuevo opus de uno de los grandes cineastas españoles de las últimas décadas, está filmado con oficio, conserva todas sus marcas de calidad (esas que lo hicieron ser quien es), y presenta un conglomerado de estrellas dispuestas a reirse de sí mismas, en voz alta. Sin embargo, la liviandad de los conflictos presentados, el tono de desparpajo presentado y los previsibles líneas que traen los protagonistas de esta comedia pseudo coral, la alejan de los mejores trabajos del director. "Los amantes pasajeros" es un film de transición, un espacio chiquito donde hay una historia simple, algunas pequeñas vueltas de tuerca, y mucho colorido, pero poca sustancia. Si el propósito es sólo divertir, cuesta encontrar escenas desopilantes. Hay un puñado de cuadros bien planteados (el ya conocido de los azafatos haciendo la coreografía de "I'm so excited", que terminó dando su título en inglés para el estreno en USA), algunos personajes muy almodovarianos (Javier Cámara, algún rasgo de Cecilia Roth), pero lejos del histrionismo de sus perfiles más agudos. En definitiva, la cuestión es entenderla como un divertimento personal del director. Un recreo, dentro de una filmografía increíble. Porque nadie va aquí a negar los valores de Almodovar. Es más, sólo por eso, uno ya debería pagar entrada e ir a sala. La historia, ya la conocen, un vuelo a México. En el avión, muchos personajes que van por distintos negocios a América Central (desde España), pero, a poco de despegar, vamos entendiendo que los que conducen los destinos del avión, no son precisamente muy confiables. La tripulación, es... bueno, muy especial. Hay un poco de todo, romances de toda clase, dramas personales, intercambios pasionales, el menú habitual de Pedro, sin preocuparse mucho ni por la prolijidad en el relato ni por la intensidad. El vuelo tendrá problemas y a partir de estar en el aire mucho tiempo, aflorarán los conflictos entre la tripulación principal y algunos pasajeros. Todo, matizado con buena música y tragos, por supuesto (jugo de naranja con todo lo que se les ocurra...)... Si buscan pasar un buen rato, es probable que "Los amantes pasajeros" les robe alguna sonrisa. También, si no son habitués del cine de Almodovar, que haya algún giro que los sorprenda en el final. En cambio, si lo siguen desde sus inicios, les parecerá una propuesta sin fibra, con poco sabor. Tiene todos los elementos de la receta clásica a los que nos acostumbró, pero dista de ser de sus más logrados trabajos. Aún así, puede que les regale un buen rato si van predispuestos.
Volver Almodóvar hace un cine libre y personal que no deja de sorprender. El director vuelve al tiempo de la Movida para exhumar sus raíces con una comedia trash y kitsch que recupera el humor alocado de sus primeras películas. Los amantes pasajeros marca su tono desde los títulos iniciales, excesivamente coloreados y demodés, que dan lugar a una advertencia: todo lo que vamos a ver es sólo ficción y fantasía. Como en Mujeres al borde de un ataque de nervios, Almodóvar favorece la unidad de lugar y encierra en un avión a una galería de personajes excéntricos que creen vivir sus últimas horas. En el ámbito reducido del business (los pasajeros de clase turista fueron drogados para que no molesten) se cruzan una mentalista que quiere perder su virginidad, una dominatrix que tuvo relaciones con políticos (genialmente interpretada por Cecila Roth), un asesino a sueldo, una pareja de recién casados y tres azafatos, uno más gay que el otro. Almodóvar se inspira en la screwball comedy norteamericana para extraer lo mejor de cada personaje en una situación de crisis. El director utiliza los lugares comunes para alimentar el potencial cómico de la película, especialmente con los distintos personajes gay que usan todos los códigos del humor camp. Ellos disponen de la misma histeria comunicadora que las mujeres (habitualmente en el centro de las comedias de Almodóvar) enlazando contrapuntos físicos y verbales como si fuesen drag queens entrando en escena. La desopilante secuencia de comedia musical sobre el tema disco I’m so exciting tiene destino de culto: una coreografía extraordinaria con la que Almodóvar demuestra un raro ingenio para la construcción de los planos y la interpretación del espacio. Las secuencias que se desarrollan fuera del avión tienen un costado digresivo que no ayuda a estructurar el conjunto. Por otro lado, Los amantes pasajeros no posee la fuerza dramática de las películas recientes de Almodóvar por la asumida falta de encarnación de los personajes. De todas maneras, los estereotipos son el tema principal de la película. El director los exhibe y los lleva hasta su punto límite para que afloren nuevas verdades. Cada personaje puede descubrir su identidad en recovecos inesperados que, por momentos, generan un juego de espejos con otros protagonistas. La película también se puede ver como una metáfora desesperada de la España actual: un país que ha perdido las señales y gira en círculos sin encontrar ayuda. La respuesta de Almodóvar es una película alegre, fresca y desinhibida.
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PERDIDOS EN LAS NUBES Es difícil hablar de una película de Almodóvar, porque este director siempre esconde detalles en su cine que lo convierten en un genio. Sin embargo, tiene sus altibajos, pocos, pero altibajos al fin. Los Amantes Pasajeros es sin dudas uno de ellos, quizás una de sus peores películas, sino la peor. Después de una década en donde tuvo una etapa oscura en su propuesta, coronada con la interesantísima La Piel Que Habito (2011) y la poética Los Abrazos Rotos (2009), pareciera ser que este emblemático realizador decidió volver a sus orígenes, para encontrarse con el Pedro más zafado y salido de los esquemas. Respeta el tono de aquellos filmes como Laberinto de Pasiones (1982) y La Ley del Deseo (1987), pero el resultado parece fallido porque hay todo un trayecto recorrido que hace que esta vuelta al comienzo no sea agradable, ni siquiera como una propuesta auto celebratoria. Tal y como le pasa al avión de la película, Almodóvar llega a un punto en que no sabe dónde parar porque perdió uno de sus trenes de aterrizaje, entonces se pone a dar vueltas y vueltas en busca de un lugar de seguridad donde acertar un gag que haga efectivo el intento de hacer un producto como este. ¿Es una metáfora de su propio cine adrede o es una infeliz casualidad? Difícil saberlo con este genio. Lo que sí sabemos es que semejante reparto para una película tan sosa es una pasada total, y hacia la mitad de la trama, cuando se quiere bajar un cambio a todo ese desparpajo de comedia berreta, todo se vuelve una orgía de mal gusto y minutos de sobra en lo que sucede. Pareciera que tanto a director como a actores ya no les sienta bien ese tono. Sin embargo, los únicos que salen airosos son Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces, el trío de azafatos que le pone picante a la ensalada de gags fallidos. Los tres tienen una escena de lujo, que a pesar de lo floja que es la película, vale el precio de la entrada: un musical, con I’m so excited de The Pointer Sisters, con un baile muy divertido y sincronizado. Es como si Almodóvar siempre hubiera querido filmar esa escena, y Los Amantes Pasajeros es solo una excusa para hacerla. Probablemente todos estemos de acuerdo en que es lo mejor de la película, sino lo único bueno que tiene. El resto, un montón de chistes malos que se pasan de la raya, con personajes muy caricaturizados y hasta obvios. Comparo cada gag con el momento en que uno está ayudando a alguien a estacionar en un lugar ajustado; lo vas guiando, avisándole hasta donde parar, y cuando le decís “listo”, el conductor (Almodóvar) sigue, no le importa nada, y no sólo toca el auto de atrás, sino que lo choca, lo estrella contra los que están estacionados más atrás, y uno queda agarrándose la cabeza por lo que acaba de ver. Si a eso agregamos el final malísimo, para que todos salgan contentos, ya es hasta para enojarse con este grosso. ¡Te hubieras jugado un poco más ahí, Pedro! ¡Das para muchísimo más!
Cuesta mucho no hablar bien de un genio como Almodóvar pero lamentablemente de vez en cuando hay que hacerlo y esta será la ocasión. El retrasado estreno de Los amantes pasajeros no sirvió para mitigar las malas referencias que se podían escuchar sobre el film sino más bien reafirmarlas. El galardonado director español presenta un trabajo que retrocede unos cuantos casilleros en su carrera y que ni por asomo se asemeja a las joyas que estuvo haciendo en los últimos diez años. Lo original y perturbante de la Piel que habito (2011), lo nostálgico de Volver (2006) y la emoción de Hable con ella (2002) no se encuentran ni en un fotograma de esta producción a pesar de mantener una clara “identidad Almodóvar” en los diálogos y en el reparto. Gay confeso desde la primera hora y militante por la igualdad de derechos, Almodóvar supo transmitir transgresiones al respecto en sus films estrenados en los 80s y principio de los 90s y si Los amantes pasajeros se hubiese estrenado en 1982 seguida de Laberinto de pasiones casi con seguridad que hubiera roto unos cuantos moldes y generado más de una controversia, pero en el año 2013 lejos se encuentra de ello y más bien atrasa. Pero al margen de este tema, tampoco termina de funcionar como comedia con la excepción de un pintoresco número musical en el medio de la cinta. La trama está demasiado estirada y los diferentes conflictos de los protagonistas se pierden. Sin embargo de los actores no se puede hablar mal. Pese a lo estereotipados que se encuentran, Javier Cámara, Antonio de la Torre, Carlos Areces y Raúl Arévalo hacen un buen trabajo y tienen mucha química entre ellos. Lo mismo sucede con Cecilia Roth, aunque no llega a sobresalir. ¿Antonio Banderas y Penélope Cruz? No se dejen engañar por el poster porque sólo aparecen dos minutos en un breve cameo que sirve de disparador del conflicto central de la historia. En síntesis, Los amantes pasajeros ofrece un entretenimiento muy fugaz que sólo logra arrancar un par de sonrisas y hacer desear que para su próxima película Almodóvar vuelva al pedestal que le corresponde.
Como dejarse llevar por el caos Con un montón de personajes en un viaje en un avión, Almodóvar volvió. Y volvió más que en Volver , en la que volvía a su cine Carmen Maura. Acá Almodóvar vuelve a los ochenta, a la comedia, a los caprichos, a los gustos convertidos en marcas de autor, a la capacidad de organizar el caos, o más bien el desorden, o a dejarse llevar por el caos de los deseos. Los amantes pasajeros tal vez pueda ser vista como un "run for cover", ese ir a lo seguro del que hablaba el maestro Hicthcock, esa película de resguardo para hacer luego de haber ido lejos, luego de los riesgos. Sin embargo, da la sensación de que, en el cine de hoy, en su circulación de marcas autorales (o del autor como marca previsible), dar un volantazo luego de la sordidez de sus intensísimos melodramas anteriores ( Los abrazos rotos, La piel que habito ) era más riesgoso todavía. Para evitar otro riesgo, el de ser malinterpretado, Almodóvar abre esta película con una situación muy absurda, en la que Penélope Cruz y Antonio Banderas (en dos brevísimos papeles) viven un melodrama de pacotilla hablado en un andaluz extremadamente ridículo. No habrá gravedad en esta película: si hasta el "accidente" inicial con sangre es una pavada, y el tecleo del teléfono es ostensiblemente torpe. Lo que verán a continuación -parece decir Almodóvar- es otra cosa, es un poco de esa otra cosa chirriante, colorinche, sexual, porosa, españolísima, que podía hacer Don Pedro en los ochenta. Claro, son Españas distintas, y se abren distintas lecturas detrás de la acción, del baile, del sexo (que llega un poco tarde y que podría haber sido más desatado), y hay algo de la alegría que por momentos es euforia (el baile de "I'm So Excited") que no termina de ser completa, porque hay algo así como un desajuste: ese destape, esa apertura democrática, esos gestos libertarios quedaron en el pasado. El presente es más plano, y no por nada la acción transcurre a miles de metros del suelo y la acción principal en la tierra es un intento de suicidio. Así y todo, Los amantes pasajeros es la película más feliz de Almodóvar desde ¡Átame! Algo de esa felicidad tiene que ver con su modo narrativo despreocupado, que es a la vez su principal defecto, su aspecto un poco inconexo en los primeros minutos: la película necesita presentar muchos personajes para ponerse a andar. A andar, bueno, a fin de cuentas a permanecer en el mismo lugar: pasan muchas cosas, pero el recorrido es más bien individual, ya no colectivo. No es el grupo lo que importa en la película a pesar de la concentración casi exclusiva en un espacio y de compartirlo, es la pareja, o el trío: son promesas más realistas, nada demagógicas. Y Los amantes pasajeros busca en donde sea el parche que se necesite: sexo, alcohol, pastillas, todos elementos presentados aquí como livianos. Los engranajes del deseo es uno de los temas centrales de Almodóvar. Un tema que nunca se fue, pero que vuelve en formas carentes de gravedad: si hasta el sexo no consentido -al menos al principio- con alguien dormido se ve de forma gloriosa, con pelos contentos en ralenti . Hay pocas consecuencias en Los amantes pasajeros , película de segundas oportunidades: la gravedad está en otro lado, no en las coordenadas de esta película levemente flotadora.
Alegoría con zombies a bordo Si su costado alegórico es obvio y simplote, lo que hace interesante el retorno de Pedro Almodóvar a la comedia es todo lo que el film quiso ser y no pudo. En la aeronave Chavela Blanca, de las aerolíneas Península, todos parecen sonámbulos, muertos o a punto de estarlo. Es rarísimo lo que ocurrió con Los amantes pasajeros. Asfixiado por el encierro, la gravedad y el ombliguismo de películas como La buena educación, Los abrazos rotos y La piel que habito (2004 a 2011), el año pasado Pedro Almodóvar se propuso tomarse un recreo y volver a la comedia liviana, frívola inclusive, recuperando de paso la lozanía –la propia y la del país en su conjunto– de aquellas primeras películas suyas, iconos de La Movida. Películas llenas de sexo, desparpajo y ganas de joder: Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, Laberinto de pasiones y Entre tinieblas (1980 a 1983). Por un conjunto de razones que se detallan más abajo, el más español y universal de los cineastas de su país no logró nada de lo que se propuso. Por mucho que termine con el happy end que el género impone, Los amantes pasajeros es una ¿comedia? ¿sexual? desvaída, tristona, mortuoria. Apocalíptica. Eso la hace interesante, intensa, llena de una carga de verdad casi insoportable. Primera contradicción: para salir del encierro, Almodóvar eligió el encierro. Encierro dentro de un avión, donde, con excepción de su prólogo, epílogo y una única (y muy torpe) secuencia en el afuera, Los amantes pasajeros transcurre casi íntegramente del lado de adentro del fuselaje. Segunda contradicción: por una grave avería en el tren de aterrizaje, los pasajeros de la nave que debería dirigirse a México (Chavela Blanca, se llama la nave, para más datos) se enfrentan a la incertidumbre, la angustia, la más alta probabilidad de accidente y muerte. Basta leer sus declaraciones (ver entrevista) para darse cuenta de hasta qué punto este cineasta de la autoconciencia total tiene claro el alto octanaje metafórico de todo esto. El avión representa a la España de hoy mismo (la aerolínea se llama Península) hasta el punto de que, advertidos del peligro, “los que mandan” (pilotos y comandantes de vuelo) deciden dos cosas: ocultárselo a los pasajeros (¿alguien dijo Rajoy, caso Bárcenas, escándalos financieros que se tapan en el silencio?) y, de una, suministrar un anestésico que dejará groggys por todo el viaje a quienes viajan en clase turista. Como si hubieran quedado fritos de tanta tele. Pero este avión de Península tiene a sus privilegiados, los que vuelan en business (muy pocos, llamativamente). A ellos, en lugar de anestesia, se les brindan tragos mescalínicos, que los pondrán de lo más cachondos. Entre esos privilegiados se cuentan un empresario que intenta huir de la Justicia (la estafa que produjo hace que el avión no pueda aterrizar de emergencia en La Mancha, tierra natal de Almodóvar), un sicario de los narcos mexicanos y una ex estrella del destape, actual prostituta de lujo y dominatrix (Cecilia Roth, con peluca azafranada), que si abre la boca no hunde al avión, sino a la entera dirigencia del país. “Incluido el Nº 1”, aclara. “¿Qué número 1, el presidente?”, pregunta la ingenua que encarna Lola Dueñas. “Nooo, chica”, responden todos a coro. “El Nº 1 Nº 1.” Ajá. ¿Qué pensará de Los amantes pasajeros la familia real, envuelta por estos días en tantos escándalos como el resto de la clase dirigente española? ¿Reside entonces en su carácter alegórico el valor de Los amantes pasajeros? Si fuera así, no valdría nada. La más pobre de las formas narrativas, la alegoría, pide al espectador (o lector) que se comporte como decodificador, practicando el más mecánico paralelaje entre significante y significado: a significante A corresponde significado 1, al B el 2 y así. En ese terreno, el nuevo Almodóvar es tan obvio y simplote como toda alegoría. Aunque no deje de tener alto poderío armamentístico. No cualquier película se anima a decir, de modo prácticamente literal, que la más alta autoridad del país se acuesta con prostitutas, más precisamente con dominatrices. Y que, tal como sugiere Norma Boss (Roth), es un retorcidito de aquéllos. Lo que hace interesante a Los amantes pasajeros no es eso, sino todo lo que la película quiso ser y no pudo. Su falla, y lo que ella deja ver. Ya la propia secuencia de créditos, que lleva la rechinante marca pop del autor de Mujeres al borde..., luce algo descolorida, como si la copia que mandaron fuera para sudacas. Esta vez no es así. No son los títulos, sino todo, lo que está como descolorido, lavado, tan anestesiado como el pasaje de la clase turista. Empezando por los tres azafatos, unas “locas” de aquéllas, que deberían representar la libertad (pan)sexual y sin embargo lucen un poco como muertos vivos. De hecho, uno de ellos, el que hace el gran Javier Cámara, es un melanco de temer (“no se preocupen, que no suelta más de una catarsis por vuelo”, tranquiliza uno de sus compañeros al pasaje) y tiene el corazón destrozado, porque descubrió que su novio –uno de los pilotos– no le es fiel. Otro, que lleva a bordo su altarcito portátil (Carlos Areces, protagonista de Balada triste de trompeta), es una “loca” timidísima. Lo cual es como ser un militar pacifista. La propia orgía que se arma es casi cadavérica, y Lola Dueñas hace de una vidente que a partir de determinado momento empieza a sentir un fuerte, insoportable olor a muerte. Animada desde el vamos por un deseo tan melancólico como incumplible (el de recuperar el espíritu joven, por parte de un cineasta que ya tiene 64 años), asombrosamente chata y lineal en términos de puesta en escena –tratándose, como se trata, de uno de los más barrocos y exquisitos en actividad–, Los amantes pasajeros es la película de zombies de Almodóvar. Todos parecen sonámbulos, muertos o a punto de estarlo. Por más que se pongan a bailar, con gracia y pasitos mecanizados, un hit de la música disco, ese género tan enterrado como La Movida.
Un bienvenido regreso de Pedro Almodóvar a su cine más festivo y colorido, haciendo gala de todos los tópicos kitsch que lo hicieron un artista único: surrealismo, colores estridentes, una banda sonora increíble y sobre todo…actores y actrices que comprenden y se introducen en el universo Almodóvar. Humor negro, sexual, miserias humanas, drogas, alcohol y mujeres al borde de un ataque de nervios. Una oportunidad para redescubrir al director Manchego en su salsa, en un filme que se parece bastante a un auto homenaje a sus primeros trabajos. Divertida, irresistible…
Almodóvar vuela hacia lo seguro Alejado de historias más vicerales y complejas como en "La Piel que Habito" Almodóvar vuelve a los ´80, hacia esos personajes increíbles y esa estética que lo hizo único, pero esta vez con la prolijidad y calidad que supo adquirir con los años. En esta película coral, los personajes se encuentran ocupando la cabina de primera de un avión con destino a México, pero que por un desperfecto técnico debe quedarse sobrevolando España hasta conseguir una pista donde hacer un aterrizaje de emergencia. Las horas pasan, la clase turista y las azafatas están dormidas, y los quisquillosos pasajeros de primera exigen saber qué es lo que está pasando; es entonces cuando comienzan a hostigar a los tres serviciales comisarios de abordo, al piloto y al copiloto. En esta ida y vuelta de secretos que no pueden ocultarse mucho tiempo, ataques de histeria, y confesiones mezcladas con alcohol y miedo a la muerte, los personajes desnudan sus almas y sus miserias entre las nubes, y descubren que algunos de ellos tienen mucho en común. Las relaciones que comienzan con exigencias y altanería, terminan en una especie de fiesta pre fin del mundo, donde sin quererlo los personajes terminan cambiando su destino. La película tiene todos esos detalles que no pueden faltar en una de Almodóvar: labios rojos, histeria, alguna que otra patada a la iglesia y a la doble moral, sexo como y con quien uno quiera, hombres con pantalones ajustados, gays sensibles, y mujeres alteradas pero con buen corazón. Como en aquellas primeras comedias ochentosas los personajes son insuperables: una vidente virgen, un comisario de abordo que no puede mentir, una dominatriz ex estrella de los 80, entre otros, con una estética roja y turquesa de fondo, que solo podría tener un avión almodovariano. Desde el principio sabemos que se trata de una comedia ligera, que no podemos esperar más que eso, reírnos durante toda la película. Pero según palabras del propio director, el avión es una metáfora de la realidad española de estos últimos años. Ahí es donde las cosas no terminan de cerrar. Si bien se hace referencia a ciertas situaciones sobre la política y la corrupción en España, está enfocado de un modo en que no terminamos de tomarlo en serio, y tampoco combina con el tono humorístico y absurdo que tiene el resto de la historia. Sin dudas son los tres comisarios de abordo, mejor conocidos como azafatos quienes sostienen la historia; la química entre ellos es fabulosa, los diálogos están a la altura de los mejores que ha hecho Almodóvar, y la escena en que hacen una coreografía con música de las Pointer Sisters, es simplemente sublime. Javier Cámara esta impecable, como siempre, al igual que Raúl Arévalo y Carlos Areces, quien tiene momentos increíbles rezando en un altar portátil, que parece un pequeño Ave Porco. Caótica y prolija al mismo tiempo, la película no tiene un guión brillante, pero tiene diálogos y personajes de esos que nos da la sensación que a esta altura el director ya puede crearlos en segundos, como solo él sabe hacerlo y siempre van a funcionar. Lo mismo hace con la música, con esos temas que luego pasan a la historia, y los escuchamos por primera vez en alguna de sus películas. El final es el que esperamos, pero funciona, y más allá de algún que otro lugar común, es una comedia muy original, que cuando se propone solo ser una comedia, sin desviarse hacia el drama o la critica social, lo logra, y con excelentes resultados.
Tras años de romances con el drama, Pedro Almodóvar anunció con bombos y platillos que regresaba al género de su florecimiento cinematográfico. Los amantes pasajeros busca el tono, los colores, el caos y los guiños de esos primeros filmes del manchego que marcaron su estilo en la década de 1980: Mujeres al borde de un ataque de nervios o Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. La nueva aventura reúne esas marcas de sus antojos "almodovarianos": es caprichosa, estridente, directa, extrovertida. Y retro, con varios guiños a la década que lo vio florecer. Pero esos rasgos que dan identidad a su filmografía están aquí cosidos con hilo grueso. Un vuelo parte de Madrid rumbo a México con un surtido de personajes diferentes. Tres azafatos gays (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) son los encargados de tranquilizar a los pasajeros cuando los pilotos les anuncian que por una emergencia deben buscar una pista alternativa. Entre los viajeros hay una dominatrix madura (Cecilia Roth), una virgen adivina (Lola Dueñas), un empresario corrupto que está huyendo de España (José Luis Torrijo); un actor en su época de ocaso (Guillermo Toledo). Los amantes pasajeros es una historia coral, pero da la sensación de que a este coro le faltó ensayo. En este contexto, Javier Cámara es casi un héroe interpretativo, que encuentra los matices expresivos justos en su personaje, desde la comicidad a los rasgos dramáticos; Lola Dueñas le da el tono ingenuo preciso a su vidente, y en manos de ambos están las mejores escenas y los momentos más sólidos. Pero el resto del elenco se disuelve entre personajes poco logrados (la intensidad de Cecilia Roth en Todo sobre mi madre es inversamente proporcional a su desempeño en esta comedia), otros apenas dibujados (Ricardo, el actor que se debate entre dos mujeres, aunque la historia se pierde a la mitad) y otros que parecen estar ahí para cumplir con la corrección de "mostrar" algo de la crisis española (el empresario corrupto que huye). Ante la inminencia de una caída libre, todos se entregan a una delirante explosión de alcohol, sexo desaforado y confesiones tristes, como un estallido de últimos deseos y redenciones. Y si bien hay algunos momentos en los que el "efecto Almodóvar" se enciende, en otros la dinámica se ralentiza, el caos ahoga el sentido, la tragicomedia no conmueve ni hace reír. En esas desprolijidades del guion y la dirección naufragan minutos enteros de Los amantes pasajeros, así como en algunos caprichos (desde los movimientos de cámara a las actuaciones). Queda la sensación de que esta era una buena idea a la que le faltó trabajo para levantar vuelo.
Caer sin estilo A veces las películas no suceden. Los elementos están ahí, pero la película no. Hay algo -probablemente intangible- que no aparece, que no está. Algunos solemos interpretarlo como falta de “respiración”, como si alguien se hubiera ocupado de armar el motor del auto pero no lograra nunca ponerlo en funcionamiento, o se le detuviera cada dos minutos. Es una especie de soplo de vida el que está ausente, el que no es de la partida. Casi una metáfora perfecta para el viaje en avión trunco que narra la película, LOS AMANTES PASAJEROS nunca vuela. Se pone en marcha, tose un poco, amenaza con tomar altura pero pronto nos damos cuenta que el vuelo cinematográfico tiene tan poca fortuna como el que cuenta la trama y que, tras dar unas vueltas buscando aeropuerto donde detenerse, debe aterrizar muy cerca del lugar donde salió. Es un viaje cortito, sin fuerzas y sin consecuencias, el de LOS AMANTES PASAJEROS. Un problema doblemente raro en el caso de Pedro Almodóvar, ya que su cine puede gustar más o menos, pero nunca le falta fuerza ni riesgo. Cortando con una racha cinematográfica integrada por dos películas notables como LOS ABRAZOS ROTOS y LA PIEL QUE HABITO, el realizador español entrega una de sus películas más desabridas en años, una comedia dramática que ni siquiera se permite dejarse atravesar del todo por la evidente amargura que la rodea. amantes-pasajerosEs que el filme es claramente un intento de Almodóvar de hablar de la crisis económica y política de su país a través de una metáfora simple pero interesante que nunca logra desarrollar del todo. La trama se centra en un avión que sale de Madrid a México con problemas en el tren de aterrizaje y pronto todos se dan cuenta que deben aterrizar de emergencia en algún aeropuerto cercano. El filme se centra en una serie de pasajeros de la Primera Clase, ya que para evitar el caos a los de Clase Económica los han empastillado para que se duerman y no molesten. Los personajes son los dos pilotos (Hugo Silva y Antonio De la Torre), los tres “azafatos” (Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) y una serie de pasajeros con distintos problemas, desde una mujer psíquica y virgen que puede oler la presencia de la muerte (Lola Dueñas), a una “dominatrix” que ha atendido a toda la clase política española (Cecilia Roth), pasando por un empresario corrupto (Joe Luis Torrijo), un asesino a sueldo mexicano (José María Yazpik) y un actor en problemas (Guillermo Toledo), entre otros, en un amplio elenco que incluye participaciones menores de Penélope Cruz, Antonio Banderas y Paz Vega. amantes-pasajeros-3El caos del vuelo servirá para que todos beban y consuman drogas (o las dos cosas a la vez) y nos den a conocer sus historias en medio de una serie de despistes, muchas revelaciones sexuales y hasta algún que otro número musical. Una secuencia mostrando vidas fuera del avión servirá, si se quiere, para airear un poco el relato, pero no le agregará demasiado interés. La película se siente todo el tiempo como buscando algún tipo de ímpetu o de energía a partir de las historias que cuentan los personajes y el aparente desmadre que siempre está a punto de producirse en el avión, pero todo queda reducido a una serie de anécdotas descolgadas y desprovistas casi por completo de gracia. Resulta muy raro que un elenco de actores habitualmente talentoso y un director con probada capacidad para dirigirlos no logren causar más que dos o tres momentos risueños a lo largo del filme. LOS AMANTES PASAJEROS oscila entre ser cáustica y oscura, por un lado, y convertirse en una especie de comedia juvenil de chistes zarpados, por otro. Y la conexión entre ambas casi nunca funciona: la película jamás tiene la acidez o negrura que necesitaría para volverse realmente potente, y como “humor grueso” se la siente obvia, boba, con una tendencia casi infantil a escandalizar. amantespasajeros3Tampoco ayuda mucho el encierro casi de farsa teatral que tiene la película al transcurrir casi toda dentro de esa Primera Clase del avión. Los expansivos personajes pronto se nos vuelven pesadillescos y, como espectadores, nos sentimos como si estuviéramos rodeados de energúmenos en esos pocos metros cuadrados del avión. Y sin auriculares que nos permitan aislarnos un segundo… Tanto Almodóvar como los críticos que celebraron esta película podrán hacer muy lúcidas y sensatas comparaciones (con Fassbinder, con la comedia clásica hollywoodense, con Berlanga, con lo que sea), pero una película jamás es una suma de las intenciones ni de las influencias que pretenda tener. Aquí todas ellas pueden estar en la cabeza del manchego, pero no se convierten por sí solas en una película. La carrera de Almodóvar ha tenido sus mejores y peores momentos, pero daba la impresión últimamente que había elegido un camino incierto e intrigante que implicaba tomar más y más riesgos. Pero, acaso preocupado por la baja en las recaudaciones, decidió intentar mirar atrás y recapturar algo de la magia de sus comedias zarpadas de los ’80, muchas de las cuales funcionaron más por contexto que por su real valor cinematográfico. El Almodóvar retro tal vez sea el menos interesante. Y el que intenta ponerse sentencioso respecto a la realidad española tampoco es el más recomendable. Esta película junta esas dos cosas y era muy difícil que saliera bien. De cualquier modo, y más allá de la apuntada chatura del filme (¿será que Almodóvar quiere ahora para sí mismo una “tercera edad cinematográfica” a lo Woody Allen, haciendo reversiones menores de éxitos antiguos?), lo que llama la atención en LOS AMANTES PASAJEROS es, volviendo al principio, la desesperante incompetencia que en muchos momentos exhibe el filme. Si hay algo que Almodóvar sabe hacer es narrar: su cine es una máquina (hasta excesiva) de hacerlo. Aquí lo que parece verse es una serie de sketches pegados entre sí, sin casi ninguna noción de movimiento. Más que una película parece un divertimento de fin de año de compañeritos de una escuela de teatro que se tomaron toda el Agua de Valencia y nos dejaron los somníferos a los espectadores.
Luego de transitar por una serie de notables films atravesados por el drama y la densidad, Almodóvar se toma un respiro para entregar esta pieza –deliciosamente- pasatista. El estilo de Los amantes pasajeros se acerca indudablemente a la línea de los filmes que rodaba en su primeras épocas, con toda su impronta kitsch y colorida, que alcanzó su máxima expresión en la emblemática Mujeres al borde de un ataque de nervios. Su humor frontal y desenfadado aflora sin pausas, en una película que debe ser una de las más explícitamente gays concebidas por el director de La ley del deseo. Tras títulos recientes como las extraordinarias Hable con ella, Volver o La piel que habito, el realizador español más famoso se aleja de tramas sinuosas y vuelve a las fuentes. Y aunque no logre una gran película, apuesta a la diversión con sus armas más personales. La trama, como no podía ser de otra manera con él, es inusual; un avión de línea rumbo a México amenaza con desplomarse, y el lógico estado de angustia de los pasajeros será atenuado por ciertas insólitas decisiones de los tripulantes. A este ingrediente se suman las peculiares características de varios de los viajeros (entre los que se destacan los roles de Cecilia Roth y Lola Dueñas), que harán eclosión e irán remontando la situación. Más de una procacidad al borde del mal gusto ocupará varios pasajes de ese vuelo en peligro, momentos sin los cuales el film no sería el mismo. Como no lo sería sin esa escena antológica en la que los tres azafatos (brillantes Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces) hacen un video clip en vivo con la icónica canción ochentista I'm So Excited. Imperdible. En definitiva, una comedia menor de Almodóvar, pero sumamente disfrutable para su público, cinéfilo y no tanto.
La ley del deseo Comedia alocada y desprejuiciada, con Cecilia Roth. Uno de los personajes de Los amantes pasajeros le indica a otro que tiene algo cerca de la comisura de los labios. Siendo una película de Almodóvar, cualquier espectador más o menos prevenido sabe que no es dulce de leche ni mermelada. Y no precisamente porque lo delate el color del líquido en la cara. Es que Los amantes... es el regreso a la comedia revulsiva, alocada, desprejuiciada que Pedro Almodóvar empezó a cultivar con sus primeros palotes, cuando filmaba en Super 8 y 16 mm. También, es la película con mayor impronta gay friendly que haya realizado. Porque hasta en La ley del deseo, protagonizada por Antonio Banderas y Eusebio Poncela, que los protagonistas fueran homosexuales podía pasar como anécdota ante la profundidad del relato, en el que no importaban las preferencias sexuales. Y aquí tampoco, porque hay de todo. Es en parte una caricatura gay y sexual sobre las películas de cine catástrofe de antaño, con los Aeropuertos de moda, ya parodeados en la saga Y... dónde está el piloto? . La tripulación de un avión debe entretener a los pasajeros de Primera -a los de la clase turista directamente los drogó y dejó durmiendo- cuando una avería en la nave impide no sólo llegar desde Madrid a México, sino aterrizar en cualquier aeropuerto. Así el trío de flight attendants , decidida y abiertamente gays, harán cócteles de lo que sea -alcohol, drogas- y apelarán a un número musical -lo mejor de toda la película- para que el minizoológico reunido en la cabina exclusiva no advierta los peligros por los que atraviesan. A veces, parece como un cabaret en el aire. Están allí una pareja de recién casados, una madama ex chica de tapa de revista Interviú (Cecilia Roth) que tendría en su agenda al mismísimo Rey de España, un sospechoso personaje mexicano, una cuarentona virgen, un piloto bisexual, y así. Almodóvar sabe hacer, y muy bien, cine de género. El melodrama y hasta el film noir -con Todo sobre mi madre y Carne trémula como ejemplos- son dos de sus mejores películas. Y cuando bucea en temas que lo inquietan, como en La ley del deseo y Matador, logra lo mejor de sí mismo. Los amantes pasajeros puede ser visto, para quien sigue la carrera última del manchego, como un paso al costado. O atrás, pero en sentido positivo, ya que la trama y el sentido del filme lo acerca a aquellos borroneos que fueron sus primeros filmes, como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, en las que lo guarro, exagerado, el sexo y el humor sin medidas casi como que explotaba en el rostro del -por aquel entonces- desprevenido espectador almodovariano. Ahora, a más de 30 años, el cineasta creció, maduró. Y vuelve a la comedia alocada. Lo que debe quedar claro es que no hay dos Almodóvar. El talentoso es uno solo, con sus obsesiones tan personales. A uno puede gustarle, o preferir, determinado tipo de cine. ¿O acaso Los amantes pasajeros no trata también sobre la soledad, el fracaso de estos personajes que llegan a una edad sin haber logrado lo que íntimamente fuera lo que desearan? Es divertida, aunque menos profunda. Pero ya se sabe que sobre gustos no es que no haya nada escrito: hay demasiado.
Farsa con el sello Almodóvar Pedro Almodóvar vuelve a la comedia, al estilo de "Mujeres al borde de un ataque de nervios". La trama es un encadenamiento de hilarantes situaciones, en las que hay desde un delirante número musical a cargo de los tres comisarios de a bordo. Con "Los amantes pasajeros", Pedro Almodóvar vuelve a la comedia, al estilo de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" Aunque en aquella película se acercaba al disparate, en este caso lo que propone es una farsa, fresca, sexy, irreverente, en la que sus protagonistas quedan "suspendidos" en el aire, al sufrir un desperfecto el avión en que viajaban. El filme transcurre con un grupo de pasajeros a bordo de una aeronave que se descompone a poco de despegar de Barajas, en Madrid, con destino a México, y cuyos los pilotos no saben si van a volver a tocar tierra por temores variados sobre el aterrizaje. CLASE "BUSINESS" Cuando los pilotos y la tripulación esperan instrucciones para saber qué medidas tomar, a modo de precaución los comisarios de a bordo, lo primero que hacen es darles un somnífero a los pasajeros de la clase turista para mantenerlos dormidos. Los que no son fáciles de convencer son los de la clase "business", que al enterarse del inconveniente quieren conocer las posibles soluciones. Cuando ninguno de los pilotos puede dar explicaciones sólidas, se genera una crisis entre esos hombres y mujeres que en su mayoría esconden negocios sucios. Dentro de esa "microsociedad" que conforman los pasajeros de ese sector del avión, está Norma (Cecilia Roth), una prostituta que dice haberse acostado con más de seiscientas personalidades, incluído el "número uno": el rey de España (nada menos). En el pasaje del avión va además un corrupto hombre de negocios, conocido como el señor Mas (José Luis Torrijo), quien hace dos años no ve a su hija y se ha enterado que dejó la casa para dedicarse a la prostitución. También está Infante (José María Yazpik), un mexicano que confiesa ser un asesino a sueldo y una vidente, Bruna (Lola Dueñas), que aterra a todos cuando dice que "huele a muerte" dentro de la nave. No falta el novio (así se menciona al personaje de Angel Silvestre), una "mula" que transporta en su estómago cápsulas con droga. UN TRIO BIZARRO La trama es un encadenamiento de hilarantes situaciones, en las que hay desde un delirante número musical a cargo de los tres comisarios de a bordo, alegremente interpretados por Javier Cámara (Joserra), Raúl Arévalo (Ulloa) y Carlos Areces (Fajas), hasta la crisis nerviosa de Norma (Cecilia Roth), que les dice a todos que el desperfecto del avión es un atentado hacia ella, por un grupo de terroristas que la quieren matar. Asimismo el pasajero Ricardo Galán (Guillermo Toledo) trata de comunicarse por teléfono a tierra con su amante que está a punto de suicidarse; los pilotos se cuentan sus aventuras sexuales, para hacer menos tediosa la espera de instrucciones de algunos de los aeropuertos a los que consultan para saber si están preparados para recibirlos en las condiciones técnicas en que están. Original radiografía de una sociedad en crisis, "Los amantes pasajeros" se parece a un vodevil, en el que se destacan Cecilia Roth, Javier Cámara y Lola Dueñas. Aunque en brevísimas apariciones, resultan simpáticas las participaciones de Penélope Cruz y Antonio Banderas, como dos operarios que se encuentran en la pista de Barajas antes de que la aeronave despegue. Un colorido marco estético, típico de Almodovar, en el feliz reencuentro con un cineasta tan talentoso como inclasificable.
Almodóvar con el ingenio extraviado "Esta es mi película más gay", ha dicho Almodóvar. Es cierto, tiene un humor decididamente gay, de gustos ochentosos, un número estilo playback con tres actores que hacen de practicantes y machacantes, y está llena de gente ansiosa de ponerse las plumas. Dijo además que "La escritura del guión empezó como un capricho cómico y ha acabado como una comedia coral, moral, amoral, oral e irreal". Veamos. Caprichosa e irreal, eso forma parte de su estilo de siempre. Coral, también es cierto, porque todos llevan al unísono la misma melodía y los solistas apenas se distinguen con algunas líneas. Oral, sí, porque es toda hablada y por la cantidad de chistes inclinados a "esa" oralidad que el lector sospecha. Moral y amoral, ahí ya depende. Alguno, de solo enterarse, definirá esto como inmoral. Otro hablará de nueva moral. En todo caso, lo propio de muchos personajes almodovarianos es la amoralidad, y en este caso específico son tranquilamente todos amorales. Cada cual (incluso un banquero que dejó el tendal de víctimas) dice y hace lo suyo sin mayor cargo de conciencia y sin que nadie se espante. Lo más discutible es eso de comedia. Gustará, sin dudas, a quienes amen las zafadurías propias de adolescentes en el baño del colegio y la franca elección sexual del autor y sus criaturas. Gustará en particular a cierto sector del mercado norteamericano, para el que directamente se titula "I' m so excited". Pero se trata de chistes viejos, provocaciones que perdieron filo hace rato, simples guarangadas, reiteraciones abusivas, y encima carece totalmente de ritmo. Su famoso ingenio se perdió peor que una valija en Ezeiza. Quienes amaron "Mujeres al borde de un ataque de nervios" sólo encontrarán un aeropuerto, unos colores, no mucho más. Esa sí fue una comedia con todas las letras. "Kika" intentó acercarse pero quedó a mitad de camino. El resto, lo más elogiado de Almodóvar, lo que lo consagra como artista, son tragicomedias o melodramas muchas veces admirables con elementos graciosos para descomprimir. Ah, cierto, hace mucho, cuando era un jovencito recién llegado a "la movida", hizo cosas como "Folle, folle, folleme Tim", "Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón" y unos cortos para ver entre amigos, todo muy amateur. Ahora sorprendió diciendo "Me siento como en 'Pepi' pero con canas". Hombre grande.
Desde hace años que la carrera de Pedro Almodóvar se encuentra en un momento álgido, con su perfil como uno de los directores internacionales más reconocidos y con una serie de películas, una mejor que la otra, que confirman su buen pasar. Volver, Los Abrazos Rotos y La Piel que Habito, las tres últimas, han sido proyectos destacables que lo sitúan en lo más alto de la ola, no obstante no es hasta la llegada de Los Amantes Pasajeros que se nota verdaderamente una suerte de techo creativo. Es que no es simplemente otro trabajo del realizador manchego sino que es su primera comedia en más de dos décadas, la cual implicó una fractura total del cobijo dramático bajo el que estaba refugiado para recién abrirse al humor en el cielo. Para hablar de un proyecto similar a nivel género en su filmografía hay que remitirse a Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988), por lo que una comedia hilarante que tenga el sello del español no es cosa menor. La sonrisa de Tanatos despierta a Eros, la posibilidad de mirar a la muerte a los ojos lleva al punto de ebullición a todo tipo de pasiones entre los tripulantes y los pasajeros de la primera clase –bien se podría plantear alguna cuestión respecto al discreto encanto de la burguesía, aunque posiblemente la decisión tenga que ver con economía de personajes-. El amor, la familia, el engaño, el sexo, el alcohol y las drogas, todo junto se mezcla en la forma de una explosiva Agua de Valencia que puede gustar o no, pero que hará del vuelo una verdadera fiesta. Almodóvar tiene dificultades en abandonar el drama y su humor festivo presenta descensos forzosos en ese terreno. La historia que se desenvuelve entre Guillermo Toledo, desde el avión, con Paz Vega y Blanca Suárez, en tierra, supone un denso banco de niebla en que la película se adentra y que le impide ver el rumbo con claridad. La misma necesita de varios minutos de pantalla para desenvolverse y cada uno de ellos la muestra como un elemento ajeno a la trama, con personajes que parecen creados exclusivamente para esa situación y nada más, solo para agregar un componente trágico a una trama que no lo necesita por desarrollarse en un vuelo con posibilidades de estrellarse. El director parece tener algo que decir y lo hace con sutileza, porque Los Amantes Pasajeros ofrece una suerte de pincelada sobre el panorama español actual. Más allá de la metáfora del avión que se estrella, hay un empresario que estafó a miles de personas e intenta escapar, una mujer de apellido "Boss" (la jefa, una Cecilia Roth medida cuando corresponde y desatada cuando lo necesita) que trabaja de dominatrix y tiene por clientes a los hombres más importantes del país entre los que no se cuenta el Presidente y de forma permanente se espera un contacto de afuera –el control, los que saben y pueden indicar a quienes conducen la nave cómo manejarla- que les diga qué hacer. Para terminar de definir su producción cuenta con un trío de auxiliares de vuelo abiertamente gays interpretados con frescura y mucho picante por los muy buenos actores que son Javier Cámara, Carlos Areces (Balada triste de trompeta) y Raúl Arévalo (También la lluvia), que resultan en lo mejor que la película tiene, así como también con una extravagante Lola Dueñas que nuevamente se repite en cámara. De seguro habrá quienes planteen sus reparos respecto a la forma en que los primeros son interpretados, pero si el foco se va a poner sobre tres sobrecargos hombres en una comedia, la elección es evidentemente correcta, especialmente cuando no dejan de ingerir drogas o alcohol, hablan de sexo en forma constante y van a cantar y bailar I’m so Excited de The Pointer Sisters, en lo que es el punto más brillante de la película.
"Los amantes pasajeros es Almodóvar recordándose a sí mismo. Intenta recuperar esa estética y códigos desprejuiciados que, en los 80, fueron transgresores porque revelaban y daban entidad (e identidad) a una España oculta y reprimida. Pero hoy lucen apenas como un simpático gesto retro". Escuchá el comentario. (ver link).
Después de los guiones intrincadísimos y el drama persistente de La piel que habito, Los abrazos rotos, La mala educación, Almodóvar simplifica la ecuación. Ese reduccionismo tiene que ver con los orígenes. Los amantes pasajeros es, comparado con esos filmes complejos, apenas un divertimento. Pero claro, hay gente que sabe divertirse y gente que no. El cineasta español se anota entre los primeros. Quizá por escuela ochentosa, o por comenzar a estar “de vuelta de todo”, o sencillamente porque de esto de cine sabe un poco, su película “pequeña” (la de ambiciones moderadas y homenaje a un destape superado décadas atrás) se convierte en un vuelo divertido. Sean todos bienvenidos. Abróchense los cinturones. Lo de vuelo es una metáfora obvia pero eficaz: el film muestra apenas una larguísima escena a bordo de un avión descontrolado. Con sólo una escala narrativa, por medio de una secuencia en tierra (los minutos más flojos, que importan más como aire al guión que por su peso en sí), Almodóvar presenta sus personajes de un modo disparatado. A miles de pies del suelo, la única persona despierta de clase turista llega a cabina para comentar que es vidente y las ve negras para el vuelo. Piloto, copiloto, azafatos y unos pocos pasajeros de primera se enfrentan, con sus estridencias, a la amenaza real de muerte que supone un puente de aterrizaje empacado. Esas estridencias responden al universo-Almodóvar: gays, bi, mulos, drogotas, dominatrixes, alcohólicos. Para todos los gustos. Zarpada, sí, pero más kitsch que visión de mundo, Los amantes pasajeros resulta un resumen del catálogo de obsesiones de un genial director que supo contar como pocos una década, los 80s, de cambios de la cultura española. Años donde la perversión social (sexo desenfrenado, libertinaje, abusos de todo tipo) fueron la respuesta a un régimen franquista que practicó durante medio siglo otra clase de perversión, relacionada con el horror ¿Cuánto sentido tiene un regreso a ese mundo en pleno 2013? El sentido de lo lúdico, que no es poco. Y Almodóvar no está solo en ese viaje retro. Los siguen las viejas caras que tan fieles le han sido: Antonio Banderas, Penélope Cruz (en papeles efímeros), Lola Dueñas, Javier Cámara, Carlos Areces, Raúl Arevalo, Hugo Silva, Antonio de la Torre, Cecilia Roth. Algunos de estos nombres han superado fronteras. Otros se han quedado dentro de España. Alguno puede resultar desconocido para el espectador común, pero bastará con su cara en pantalla para ser reconocido. Lo mejor del cine ibérico continúa orgulloso de filmar con Almodóvar. Es comprensible: con él, la diversión está asegurada.
Humor y tibieza a miles de pies de altura Pedro Almodóvar vuelve a la comedia en esta película de delirantes personajes que se desarrolla adentro de un avión. Simpática y desenfrenada por momentos pero contenida por el guión, no logra hacer equilibrio en el ritmo. Está bien que Almodóvar haya retornado a la comedia luego de las zonas oscuras que transitara en Hable con ella y Los abrazos rotos y a la definitiva mutación de la carne en las perversas y terminales imágenes de La piel que habito. Mas aun, el mismo director había declarado que, luego de aquella maravillosa y turbia resurrección de la piel de hace un par de años, necesitaba retornar a la ligereza genérica y al festival del desparpajo de antaño. El retorno es bienvenido, pero los resultados son discutibles, por lo menos, en el tono que Almodóvar elige para contar Los amantes pasajeros. Película de encierro, que casi en su totalidad transcurre en un avión que se dirige a México, el nuevo Almodóvar –toda una marca de fábrica o cartel de neón– propone un doble desafío al espectador. Por un lado, comparar su nuevo film con aquellos desbordes de sexo, drogas y libertad de hace tres décadas (Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón; Laberinto de pasiones, Entre tinieblas) cuando España se movía con la música de Alaska y los Pegamoides y el travestismo del dúo Almodóver & McNamara. Por otra parte, volver a comparar y recaer en Mujeres al borde de un ataque de nervios, comedia más sofisticada que aquellas y primero de los catálogos para todo público del realizador manchego (el otro, años después, sería Todo sobre mi madre, ganadora del Oscar). Los amantes pasajeros, agradable, simpática, desenfrenada pero controlada por el guión, con pronunciadas caídas de ritmo y momentos en que el metraje se hace extenso, queda encerrada entre los dos ítems anteriores. No es sucia y desprolija como los films iniciales ni correcta y casi perfecta en lo suyo como aquella película de fines de los '80. Los personajes se presentan en el avión a través de pequeños trazos y pocos matices. Por un lado, están los tres "azafatos" que tendrán su momento de gloria cuando bailen un clásico de The Pointer Sisters. A ese trío –acaso lo mejor del film– se le suman otras criaturas, como la relectura de ex chica Almodóvar que interpreta Cecilia Roth, ahora cínica y pedante; los miedos y premoniciones que comunica Lola Dueñas, quien desea probar y ver cómo es tener sexo en el avión; una pareja de recién casados, y otros ocupantes que poco agregan como personajes, más allá de pertenecer a la clásica fauna del cineasta. Ocasionalmente, al principio de la historia, cuando aparecen Banderas y Penélope Cruz, y luego un breve segmento sin gracia con Paz Vega de protagonista, la cámara sale del avión. Pero más que nada son "cameos elegantes" que sólo restan a este tibio recreo donde la celebración en sí misma se impone al posterior desarrollo de la fiesta. «
Precedida por críticas españolas que la destrozaron, Almodóvar suele sufrir esos ensañamientos en su país, este film marca un retorno del director a la estética, el delirio y el desenfado de los 80 que marcaron a fuego su estilo. Pero el tiempo pasó y esos graciosos personajes gays o bisexuales, más el estafador, la vidente, la madama y el asesino provocan sonrisas leves pero poca sorpresa. Si bien es un Almodóvar menor, se disfruta de estos pasajeros en un avión sin destino donde él quiso simbolizar a la España actual.
Almodóvar gets two thumbs down Pedro Almodóvar’s latest opus asks vexing question: where’s the cockpit? When all is said and done, his new movie I’m So Excited is anything but thrilling, a precarious throwback to 1980s slapstick farce. Over thirty years have elapsed since Spanish filmmaker Pedro Almodóvar made his commercial breakthrough with Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), his hard-to-beat testimony and oral-visual riff on Madrid’s post-punk era and its decadent debauchery after four decades of iron-fist régime. When Almodóvar’s first indie efforts traversed the Atlantic and showed in BA at the Centro Cultural Iberoamericano on Florida Street, cinephiles packed the small auditorium because it was the one and only chance to watch the work of the latest enfant térrible to emerge from Spain after... Luis Buñuel? Although Almodóvar’s brand of pop artifacts were quite distant from the seemingly august (utterly cynical, in fact) Buñuel of El ángel exterminador (1962), Belle de jour (1967), or Tristana (1970), the young Almodóvar, still commercially unreleased in Argentina, had forged an intriguing, exciting reputation as the one director who could claim the right to be labelled cinema’s ultra-new provocateur. Pepi, Luci, Bom... and Entre tinieblas (1983), minor blemishes and all, blew fresh air into an otherwise stagnant film scene. After all, democracy had been restored in Argentina almost at the same time as Almodóvar’s disturbing, outrageous and incensing type of cinema emerged in Spain. Almodóvar possessed the right type of bombastic narrative and politically-charged content Argentines were so much in need of. As Almodóvar continued his unstoppable ascent to film stardom, crowned by the Oscar for Best Foreign Language Film (Todo sobre mi madre, 1999), audiences rightly came to expect something uniquely Almodovarian with every new outing, and every time the director delivered thanks to his unflailing capacity for reinvention. Starting with the movie poster itself — a delicious pop confectionery item — Almodóvar’s new film Los amantes pasajeros (I’m So Excited, 2013) harks back, in principle, to the Pepi... provocative comedy days and promises a wealth of intoxicating fun like only Almodóvar is able to serve fresh. Los amantes pasajeros, however, makes good on none of these promises, rehashing old, formulaic gags to no effect and instilling the movie with a stale flavour, as if Almodovariana had suddenly gone sour. On a strictly semantic basis, Los amantes pasajeros is a reference to the two heads in the noun phrase: the amantes (lovers) alludes to brief, secretive sexual encounters; and pasajeros (passengers) stands for travellers but is also an adjective applicable to everything fleeting and short-lived in life. While Almodóvar’s previous opus, La piel que habito (The Skin I Live In, 2011) divided audiences and critics who either loved it unconditionally or hated it viscerally for its ludicrous take on the dark side of human nature, Los amantes pasajeros looks, at first, like a welcome return to side-splitting spoof with multiple layers of sociopolitical undertone. Los amantes pasajeros is set on a plane bound for Mexico City, and propelling the action forward is a mechanical failure that forces an emergency landing — but there is no runway available near La Mancha, and the pilots and crew stage a simulacrum of normalcy. The economy class passengers are all sedated into profound sleep, and business flyers are treated to a farcical festival with pranks by the flight attendants: top that with alcohol, furious sex encounters and drugs, and the combination proves explosive. Whether in the cockpit or any of the two passenger compartments, it is easy to read, in this Almodóvar riff, that the aircraft stands, metaphorically, for the whole of a society immersed in a profound crisis, and that crawling your way into the wrong compartment is tantamount to murder... or the time of your life. While Almodóvar is perfectly capable of turning a trite story into delicious, insightful social commentary, this is not the case with the flawed and disappointing Los amantes pasajeros. As is the case in factory assembly lines, Los amantes pasajeros too seems to have been built mechanically, laying the groundwork and setting the stage for what’s to come. Which, by the way, is the one and only scene with Antonio Banderas and Penélope Cruz as two goofy airport workers. It’s the crisis, then, which has, in real life, affected the financial side of Almodóvar’s new movie — both Banderas and Cruz, as the true international stars they have become, are way too expensive for a small-budget romp. In keeping with the title, Los amantes pasajeros marks Banderas’ and Cruz’s seventh and fifth collaboration, respectively, with Almodóvar, in ensemble cast or as leading man or lady. This time, however, Almodóvar has to make do — belittling as the comment may sound — with Javier Cámara, Carlos Areces, Lola Dueñas, Cecilia Roth, Paz Vega and others. True, at some point Javier Cámara (Hable con ella, La mala educación) and Cecilia Roth (Todo sobre mi madre) played the leads in Almodóvar’s biggest draws, but Los amantes pasajeros finds them trapped in the suffocating ambience of a plane bound for nowhere and in disposable roles that repeat, to the point of fastidiousness, the type of archetypal characters lesser actors forcibly play. Cámara plays Joserra, a gay flight attendant (all three flight attendants are, isn’t this another clichéd assumption?) who joins the ranks of alcohol-fuelled pranksters some goofie farcical movies brim with. Roth, otherwise brilliant (like in her moving turn as the mother who suffers an irreparable loss in the masterful Todo sobre mi madre) can get no more stupid and bitchy as Norma Boss, an unscrupulous, high-flying madame. When it comes to topicality and temporality, Los amantes pasajeros may be related not only to Spain’s socioeconomic crisis, but also to a technology-obsessed world in which anyone may be the subject of a WikiLeaks-type security-hole exposé prompted by “cybercriminals” like Edward Snowden. In Los amantes pasajeros, indeed, all hell breaks loose when, due to a technological glitch, everyone on the plane learns that the aircraft is flying in circles, that no runway is available, that they — factically and metaphorically — are going nowhere. Just like Los amantes pasajeros, the movie, if you’ll pardon the analogy.
Pasteles Almodóvar viaja, vuela hacia alguna parte pero ciertamente no vuelve a los 80, porque semejante retorno pediría otra cosa de la historia y de los actores, de la cámara y el relato: por ejemplo, que los personajes se droguen con jeringas, aspirando cocaína o fumando un porro y no tomando mescalina rebajada con agua de Valencia. Como tantas otras cosas, el acto de drogarse es pulcro y limpio, sin imágenes incómodas (como la muerte del comienzo de Entre tinieblas) ni esfuerzo por parte de los personajes (de hecho, varios de los pasajeros serán intoxicados sin saberlo) pero, más que nada, sin consecuencias: nada cambia después de haber servido la mescalina diluida, no hay efectos alucinógenos o muestras exageradas de placer, nada. En el avión de Los amantes pasajeros nada es demasiado intenso; las angustias amorosas o el peligro de ser asesinado se viven de manera bastante tranquila, sin preocupaciones. A pesar de transcurrir en el aire, la tensión dramática de la historia se ubica muy cerca del suelo, y un torpe intento de expansión narrativa por fuera del avión no suma absolutamente nada al conjunto de los viajantes. Pero así como la película no genera la amenaza propia de las películas de catástrofe en el interior de la clase business ni consigue saltar a tierra firme con éxito, tampoco el relato alcanza a desarrollar en forma más o menos pareja a los personajes: algunos tendrán más pinceladas que otros, y más de uno será aprovechado recién cerca del final menos por una búsqueda de suspenso que por un desajuste del guión que no sabe administrar bien los protagonismos. Por otra parte, si las amantes apasionadas de uno de los pasajeros merecieron varios minutos de película por fuera del avión, uno cree que mucho más tiempo debió habérsele dedicado Norma Boss, la dominatrix madura y poderosa interpretada por Cecilia Roth que tenía todo lo necesario para convertirse en el vínculo perfecto con las películas de los ochenta del director. Pero Almodóvar, curiosamente y en un gesto de pereza notable, prefiere dejarla hablando en plano durante bastante tiempo cuando podría haberle ofrecido una o dos escenas sórdidas y explosivas, con cuero, látigos, velas y quién sabe cuántos aditamentos más. Es en ese momento en el que se percibe con claridad que el director, contra lo que dijeron los críticos, no está interesado en revisitar los años locos de la Movida y el destape sino en hacer una película cómoda, segura, sin costos. Sin costos: la escena de sexo (en la que Bruna –Lola Dueñas– una mujer madura y vidente, pierde la virginidad) no exhibe ningún desnudo, no muestra la carne de ninguno de los amantes, cuando en otras películas como Kika Almodóvar se cansaba de filmar a sus actores cogiendo sin nada de ropa. Sin costos y sin nada que pueda ensuciar un poco la imagen: la sangre de Bruna no llega a mostrarse, aunque el director supo ser un aficionado a retratar los fluidos del cuerpo y del sexo (recordar las gotitas de semen que en la cara recibía sin quererlo –pero también sin disgustarse– Victoria Abril en Kika). Por otra parte, el sexo se dosifica: habrá por lo menos dos parejas más que son elididas del relato cuando se acuestan. La consigna parece ser mantener el espacio del cuadro lo más ordenado y prolijo posible, bien limpito y ascéptico, como si en vez de transcurrir en una primera clase aérea, la película misma fuese un dispositivo calibrado a imagen y semejanza de ese espacio. Los tres protagonistas masculinos se cargan relativamente con éxito al hombro la película como lo harían las mujeres almodovarianas pero evidentemente les falta mucho de aquellas: locura, exceso, incorrección; los azafatos, aunque ocurrentes y muy locas, dirigen la película hacia una zona de confort en la que nadie podrá sentirse ofendido o molesto, y dentro de la que tampoco hay mucho lugar para las carcajadas, porque (con la excepción de un par de escenas en la cabina) también en términos de comedia el relato es tímido y no se esfuerza demasiado. La típica fotografía almodovariana, chillona y chocante para las comedias y apagada y ensombrecida para los thrillers y los dramas, aquí se torna decididamente pastel, agradable a la vista; los colores no quieren hacer trabajar demasiado al ojo sino, al contrario, invitarlo a reposar en medio de tanto celeste claro. Cuando el viaje llega a su fin, varios conflictos se revelan falsos, es decir que la tensión (romántica, de suspenso) vivida en el vuelo ni siquiera representó un peligro real. Antes del aterrizaje forzoso e incierto, el director realiza unas tomas del aeropuerto vacío mientras se escuchan los ruidos del impacto y gritos, pero cualquiera que haya estado viendo su película sabe que nada malo puede ocurrir, que cuando el plano vuelva a encuadrar a los protagonistas todos estarán sanos y salvos y seguirán siendo tan grises y amables (tan pasteles) como lo fueron durante una hora y media de función.
Un poco de su propia mezcla… No constituye ningún escándalo en la actualidad filmar un guión de mera temática homosexual y que este transcurra dentro de la estructura de un espacio cerrado como es el de un avión junto a sus tripulantes. El gran auteur Almodóvar, sobre quien podemos detenernos acerca de la indagación de temáticas abiertas a la discusión y debate (lo hizo en especial con sus últimas obras), la utilización de la sorpresa y hasta inclusive la posibilidad de jugar con géneros como ha realizado sobre todo en lo que respecta a temáticas sexuales, en Los Amantes Pasajeros pareciera jugar con un mero ejercicio cinematográfico que termina resultando tan vacío como los espacios contenidos entre las butacas de cabina business...
En el aire y sin destino Es difícil aplazar a Pedro Almodóvar, pero no hay mucho que pueda hacerse por “Los amantes pasajeros”. El promocionado regreso del director manchego a la comedia resultó un paso en falso. “Los amantes...” intenta con mucho esmero recuperar la estética y el espíritu de películas emblemáticas de los 80 como “Mujeres al borde de un ataque de nervios” o “Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón”. De hecho los personajes son un verdadero seleccionado del circo almodovariano: hay tres “azafatos” gays, dos pilotos que tratan de definir su sexualidad, una vidente virgen ávida por debutar, una “dominatrix” experta en políticos, un empresario corrupto, un asesino a sueldo y un galán de telenovelas entrado en años. Estas criaturas viajan en un avión que tiene muchas chances de estrellarse en un aterrizaje de emergencia, y entre el miedo y la desesperación empiezan a aparecer confesiones y desbordes de todo tipo. El problema con “Los amantes pasajeros” es que los 80 pasaron hace rato y el efecto retro le termina jugando en contra: los chistes suenan vencidos y su tono amoral no provoca ni divierte. Uno se queda mirando la pantalla llena de colores estridentes como si nada estuviera pasando. Además, el intento de Almodóvar de construir una metáfora sobre la España en crisis naufraga en referencias de una obviedad grosera. En el mejor de los casos se podría decir que la película es absolutamente ligera, y que transcurre así, en el aire y sin destino, igual que ese avión que no encuentra aeropuerto. Y para ser justos habría que rescatar el trabajo del gran Javier Cámara. Su desopilante azafato está realmente al borde de un ataque de nervios.
Una fantasía livianita en tiempos de crisis Por un tren de aterrizaje que no quiere salir, un avión con destino a México DF termina dando vueltas una y otra vez en el cielo de Toledo. Frente a la catástrofe que se vislumbra, a la muerte que podría conllevar y a la angustia que esto genera, los azafatos intentan divertir a la clase ejecutiva, mientras prefirieron adormecer con somníferos a la clase económica. En otras palabras, frente a la crisis que asola a España y a la angustia que esto genera, Pedro Almodóvar intenta en Los amantes pasajeros, su último opus, divertir a los espectadores, y lo logra, apostando que el mejor remedio a la crisis sea el sexo, hablar de él sobre todo, en sus múltiples formas, sin restricción. De hecho, varios personajes, en particular uno de los azafatos, lo irá repitiendo: no se pueden reprimir, tienen que hablar, decir lo que sienten, lo que (les) está pasando. Así, frente a la angustia, los tres azafatos de la Aerolínea Almodóvar hacen circular el alcohol -y un poquito de drogas- entre los dos pilotos y los pasajeros, liberan la palabra, que termina ubicándose muy a menudo por debajo del cinturón, liberando a su vez todas las tensiones que se acumulaban. La canción de los Pointer Sisters que utilizan los tres anfitriones para armar un show irresistible resume lo que va pasando en la cabeza de todos los personajes: “I’m so excited, I’m about to lose control and I think I like it!”. Es cierto que esta película carece de la fuerza dramática, de los personajes complejos de las últimas películas de Pedro Almodóvar que, por hacer chistes fáciles, no vuela muy alto y no llega a la altura de Volver o de Hable con ella. Sin embargo, por ser una película liviana, no es del todo frívola. Al final, el avión aterriza en un aeropuerto vacío, como este aeropuerto internacional cerca de Madrid, producto del crédito barato, de la corrupción y del despilfarro generalizado de los años 2000, que nunca se usó. La puesta en escena de Pedro Almodóvar se vuelve entonces una vez más brillante y recuerda que parte de la joda se terminó en este momento.
La ultima realización de Pedro Almodóvar, el director español con mayor cantidad de adeptos fuera de España, ganador dos veces del premio de la academia de Hollywood, Globos de Oro, cinco veces premios Bafta, y seis premios Goya, en distintas categorías, nos plantea una gran dicotomía en su impronta y en la primera posible lectura. Demuestra ya desde los títulos que no estamos frente a lo que nos tenia acostumbrados, profundidad elocuente trabajada desde el drama, sino algo muy en el tono de comedia pasatista. Pero siendo quien es, por eso la enumeración de los premios, no iba a ser gratuito ese retorno a la estética de los ‘80, iba a estar justificada desde lo textual. Para ello recurre en forma constante a romper paradigmas, espacios, ejes de dirección, temporalidades, nombres, desde ese homenaje a la cantante Chavela Vargas, fallecida hace un año, dándole el nombre al avión donde transcurrirá todo, “Chavela Blanca” perteneciente al grupo de aerolíneas Península (¿será la Ibérica?) rumbo a Méjico. También puede ser pensado como ese país de “España en marcha” floreciente luego del franquismo y que se ha quedado estacionado. Planteado así, haciendo casi abuso del mostrar sin tapujos la locación construida, lo falso desde lo escenográfico para indicar que estamos dentro de un avión, pero nunca tenemos la sensación de verlo despegar. Todo lo mostrado es exageradamente simulado e intencionalmente aparente. La historia, el relato per se, es lo más flojo de la producción. La lectura metafórica del guión es inherente desde su presentación. Sólo que no termina ni por involucrar ni por seducir al espectador. Nos cuenta de las experiencias y vicisitudes que vivirán dentro de ese avión los pasajeros de la “primera clase” cuando, por un desperfecto que se produce en la aeronave, deben quedarse dando vueltas en circulo sobre un aeropuerto de España hasta que le den pista para realizar un aterrizaje más forzoso que de emergencia. La clase turista y las azafatas de la misma son adormecidas con alguna sustancia, en cambio a los poderosos “privilegiados” deciden distraerlos mientras estén en “vuelo”. Los encargados de la “distracción” son los “azafatos”, un trío por demás “gay”, haciendo uso de la multiplicidad de interpretación que posee el termino, originalmente personas alegres en ingles y luego acuñado por la comunidad homosexual para identificarse, y desprenderse del prejuicioso “homosexual”, allá por los años ‘70, un poco antes de la irrupción de Almodóvar con su filme “Mujeres al borde de una ataque de nervios” (1988), al que éste rinde pleitesía desde lo estético. Ese trío conformado por Joserra (Javier Cámara, un genio, mire), Ulloa (Raúl Arévalo) y Fajas (Carlos Areces) es un despliegue de irreverencia, desenfado, desprejuicio, y sobre todo de interpretación. Los espectadores necesarios son toda una galería de personajes tan reales como almodovarianos, comenzando por Norma Boss (Cecilia Roth), una prostituta convertida en la principal “madama” de Madrid, quien conoce todos los secretos del poder todo, (¿Boss querrá significar jefe?), o Bruna (Lola Dueñas), una pitonisa tal cual Casandra, pero virgen, que ante la inminencia del posible accidente “utiliza” a alguien dormido de la clase “turista” para perder la virginidad, o la pareja de recién casados que no conocen las razones por la que están juntos, y entre ellos el corrupto de turno, casi un mafioso, van completando el grupo de “desdichados”. La realización es de Almodóvar desde todo punto de vista, considerando guión, producción y dirección. También es profuso, excede lo decorativo desde la paleta de colores, utiliza la extrañeza desde la elección de los planos, hasta plantea realidades desatinadas. Temas como lo arbitrario del desprejuicio sexual, o la ingesta de droga y alcohol, el amor, la fidelidad, los celos, la oportunidad para infidelidades que funcionan por la pericia del director, no es ni por asomo lo mejor que ha hecho. Corre el riesgo que el espectador se quede sólo con lo mostrado, ya que no hay demasiados indicios, ni son tan claros, esa es su mayor falencia para que lo explicado anteriormente se pueda visualizar rápidamente, entonces el producto se reduce en importancia a ser sólo algo demasiado pasatista, pero eso corre asimismo por cuenta de quien observa.
El autor español vuelve a los orígenes de su cine con la comedia manteniendo vivo el pastiche, la parodia, las sexualidades, las drogas, el amor, la muerte y la crítica política en una alegoría más que clara. Vuelo gay friendly Así como hace 130 años Guy de Maupassant en su cuento “Bola de Cebo” subía a varias personas a una diligencia para reflejar la sociedad francesa de fines del siglo XIX, Pedro Almodóvar hace algo similar en “Los Amantes Pasajeros” embarcando varios personajes -propios de su cine- en un avión con destino a México DF. León (Antonio Banderas) y Jessica (Penélope Cruz) son una pareja que trabajan juntos en el aeropuerto. En medio de sus labores, él se entera que está esperando un hijo y en una entremezcla de alegría y desconcierto, abandona por un momento sus labores perjudicando al vuelo que estaba a punto de despegar. En este vuelo afectado y con un destino incierto encontramos a un trío de azafatos homosexuales de lo más divertido (Javier Cámara, Carlos Areces y Raúl Arévalo), a una psíquica virgen (Lola Dueñas), una madama vip (Cecilia Roth), un actor reconocido (Guillermo Toledo) y un agente de seguros mexicano (José María Yazpik) que deciden hacer catarsis dentro del avión al enterarse del peligro inminente. Vuelta a las bases Si hay algo que siempre le valoré a Pedro Almodóvar es su capacidad de adaptación. No sólo logra un pastiche en su cine fusionando elementos de lo más dispares, sino que además supo acomodarse luego de su boom con la movida madrileña allá por los ´80, haciendo dramas de un nivel increíble y sin perder su marca autoral. En “Los Amantes Pasajeros” vuelve a la parodia almodovariana presentando un colorido abanico de personajes verborrágicos con los componentes clásicos de su cine que van desde la telenovela hasta Hitchcock, pasando por una versión cumbiantera de “Para Elisa” y los colores pasteles que invaden la pantalla. Almodóvar utiliza la misma receta que hasta principios de los ´90 le habían funcionado perfectamente, pero las épocas cambiaron y la fórmula no es tan efectista como solía serlo. Asimismo, toda la película es una clara analogía que busca reflejar la actual crisis socio-económica de España y eso lo logra argumentar perfectamente ya que la incertidumbre es idéntica lo que genera inseguridades y estallidos emocionales ante la irresolución. Conclusión “Los Amantes Pasajeros” lo intenta pero no logra aproximarse a esas parodias que eran producto de una generación que acababa de liberarse de las cadenas del franquismo. Tiene todas las marcas de autor de Pedro Almodovar, pero en el medio de su filmografía hubieron más dramas que comedias y creo que ahora en ese pastiche que sólo él sabe armar aprendió a utilizar mejor los significantes hitchcockianos que los de John Waters. Por esto, si sos seguidor de la filmografía del director español date una vuelta por el cine, aunque realmente esta obra se encuentra un poco alejada de la calidad a la que nos tiene acostumbrados.
Entretenidos para no pensar “Hay que mantenerlos distraídos para que no piensen”, advierte uno de los pilotos a su ayudante de confianza, ante la certeza de una grave avería en el avión con destino a México pero que no puede salir de España, limitándose a volar en círculos, sin poder encontrar pistas de aterrizaje. Una situación límite pero no trágica, porque en manos de Almodóvar es el disparador para una comedia desaforada, ligera y alocada, con el trasfondo lejano de un país sumido en una crisis profunda. En la tripulación, se perfilan los desniveles sociales, donde la selectiva clase Bussines tiene otras opciones que la categoría Turista, a cuyos hacinados tripulantes deciden doparlos para que durmiendo no perciban el peligro. Entre los miembros privilegiados (que sí tendrán acceso a la información de lo que está pasando en el comando) y los auxiliares de vuelo sucederán (salvo una excepción) los enredos fundamentales, la mayoría dentro del avión y algunos pequeños episodios fuera de él. Tras las complicaciones del despegue, una buscada comicidad comanda todas las situaciones, alternando entre el esperpento, chispazos de creatividad y el escapismo más desbarrancado. Ante el peligro, los protagonistas conformarán un pequeño Decamerón contemporáneo con el sello del autor español, donde cada quien apela al sexo, los alucinógenos o la religión como desesperado salvavidas. Nada nuevo al presente “Los amantes pasajeros” recurre a los estereotipos y arquetipos del primer Almodóvar que tan genuinamente representó la movida madrileña de los años ochenta. Entre los personajes figuran parejas hétero, bisexuales y sobre todo homosexuales, chicos almodavarianos de pura cepa. También hay quienes se abstienen, algunos momentáneamente, porque no tienen cómo (la virgen espantahombres) y otros como el banquero corrupto, porque parecen haber superado las tentaciones de la carne por otras aún más materiales. La presencia de Cecilia Roth es casi un fantasma de aquella mítica generación ochentista descontrolada, representando a una veterana actriz que regentea servicios sexuales no convencionales. Con ella se relaciona un sicario mexicano que paradójicamente trabaja como jefe de seguridad. Se suma una pareja de recién casados desentendida de todo lo que no sea el propio placer y un actor de telenovelas que pretende poner distancia con sus amores frustrados. También existe un fugaz y prescindible cameo de Penélope Cruz y Antonio Banderas, como empleados del aeropuerto antes del despegue. Actoralmente, el desempeño del trío Cámara-Areces-Arévalo es lo más destacado, con un espectáculo musical memorable, bailando al ritmo de “I’m so excited”. Con excepción de ese momento descollante, el resto remite a situaciones ya vistas y mejor resueltas en la filmografía del director manchego. La catarata de chistes escatológicos tampoco surte el efecto deseado en la búsqueda obsesiva por arrancar carcajadas y la película resulta superficial cuando esboza algunas pinceladas de brocha gorda sobre la corrupción económica y la crisis española. El lúdico intento de recrear situaciones similares al destape ochentista se atasca al no fluir naturalmente, derivando hacia el ridículo patético, donde el regreso al cine de provocación que tan bien retrató a los ochenta, ya no aporta nada nuevo al presente. Con sus hallazgos y sus traspiés, “Los amantes pasajeros” muestra a un Almodóvar menor, en un film lúdico, caprichoso y disparatado, predestinado a ser un título prescindible y sólo para el disfrute de sus seguidores incondicionales.
Almodóvar por Almodóvar Desde que la teoría de autor se impuso como una de las lecturas posibles de un film, los directores considerados autores han tenido que lidiar con ella para bien o para mal. Pero peor aún, los críticos y los cinéfilos también. Un film de Pedro Almodóvar no es lo mismo que cualquier otro film. Quien ve un film dirigido por él, espera ciertas cosas, busca ciertas cosas y, para bien o para mal, sabe que verá. El gran conflicto es que se espera de un autor reconocido siempre lo mismo y siempre algo nuevo. Imaginemos a un director intentando algo nuevo y recibiendo como respuestas comentarios negativos diciendo que se traicionó a sí mismo. Luego imaginemos al mismo director repitiendo su antiguo juego y obteniendo como resultado que le reclamen el repetirse a sí mismo. Se puede analizar Los amantes pasajeros como un film que traiciona o que respeta la obra de Almodóvar, pero a la vez, y esto es lo que muchas veces cuesta más, se lo puede mirar como una película en sí misma sin compararla con otras anteriores de su realizador. Pensemos en la película como una película de Almodóvar. Elige algunos de los motivos recurrentes en su filmografía: drogas y sexo. Elige un género con el cual se hizo famoso: la comedia. Comedia de drogas y sexo, eso podría ser Los amantes pasajeros. Pero eso no estaría completo, porque la película también es una historia con historias de amor y desamor, también muy cercano al mundo del director. Las primeras comedias de Almodóvar eran primitivas y salvajes. Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón, Entre tinieblas y ¿Qué he hecho yo para merecer esto? lo atestiguan. Luego apareció Mujeres al borde de un ataque de nervios que le dio fama mundial y generó el malentendido de que el director era experto en comedias clásicas. De eso Almodóvar no volvió jamás. Ojo, hizo grandes películas, pero nunca recuperó la espontaneidad, la frescura y el desparpajo de sus primeros films. Su madurez como realizador funcionó mejor con el film noir y el drama. Sólo la comedia romántica Átame! rompía todas las reglas. Ahora vuelve a la comedia, y la mirada más superficial de lo que se supone es Almodóvar queda expuesta. Cómo película de Almodóvar falla, no es un Almodóvar menor, es un Almodóvar que no causa gracias, que no tiene encanto, que tiene una pereza narrativa contraria a las búsquedas del realizador. Pensemos ahora esta película como una película que no es de Almodóvar. En teoría es un festejo sin consecuencias de la sexualidad, las drogas, el amor y la música pop. En teoría es, claro, adorable. Pero en la práctica la película es aburrida, por momentos produce vergüenza ajena y sus personajes van mucho más allá de la repetición y la obviedad. Es una comedia y la comedia necesita timing. Y Los amantes pasajeros carece de timing. Su ritmo es malo, torpe, cuando sale del avión se derrumba, cuando un personaje dice algo está tan anunciado que da pena. En teoría podrá ser muchas cosas. En los papeles festejaría una película así. Pero cuando uno la está viendo es otra cosa. Si no fuera una película de Almodóvar sería exactamente lo que es siendo de él: Una comedia mala.
Más que salir del clóset, lo desmontó La última película de Pedro Almodóvar, considerada por él mismo como la "más gay", transcurre en un avión, donde la única ley parece ser la de El Deseo. Lejos de la "madurez" acusada en La piel que habito, el manchego vuelve a sus orígenes. Estrenado en marzo en España, el último y tan controvertido film de Pedro Almodóvar atrae y desorienta por igual a una gran platea, desde sus declaraciones previas hasta las diversas entrevistas que siguen acompañando al mismo. Y es que si el epíteto "madurez" alcanzaba y definía su última obra, La piel que habito, desgarrada partitura que en formato de thriller dejaba filtrar la artificiosa sangre de los más sublimes melodramas a los que honra, en este film, Los amantes pasajeros propone la apariencia un alocado y bizarro entretenimiento, montado en el exceso, pensado desde el desborde, que encuentra su punto de partida en films tales como Laberinto de pasiones, Entre tinieblas y aquel que lo llevó a recorrer diferentes países, Mujeres al borde de un ataque de nervios. Pareciera ser que un sector de la crítica no le puede disculpar esta gran escapada. Este salir del closet de manera tan abierta respecto de sus films anteriores, ya que como él mismo afirma: "Esta es mi película más abiertamente gay", para señalar a continuación "dedicada a todos los bisexuales". Para que esto ocurriera fue necesario que un avión tuviese que despegar; un avión que podría pensarse como ese micromundo de una sociedad en la cual la clase turista permanece dormida y es mostrada desde un juego de manipuladores. Porque en ese viaje, el de la película, de este avión que debería llegar a México, algo empieza a no funcionar. Y allí, dando vueltas, desde una situación que roza el inmovilismo y el absurdo, en la clase VIP, un grupo de arquetípico pasajeros tiene mucho para decir sobre sus propias historias, sobre sus conductas. "Todo es ficción", nos indica el primer fotograma y entonces podemos pensar que hasta la verdad "se alimenta de mentiras". E igualmente ver cómo esa clase media no reacciona en este vuelo, ahora en un Airbus 340 de la compañía Península, metáfora de un país que ha perdido su rumbo. En clave de una provocativa comedia, en la que uno de los vocablos que se repite hasta el hartazgo es que el remite al genital masculino, llegando deliberadamente el guión a caer en la saturación, Los amantes pasajeros deja espacio para una reflexión sobre los nuevos conceptos de pareja, de familia, en los que anida y sorprende, por momentos, su ternura. Si en algún momento las distintas historias podrían haber llevado a la estrepitosa carcajada, eso en Rosario no se pudo vivir así. En tanto el concepto de humor está muy ligado a cuestiones coyunturales y a registros sociales, de época, se puede señalar que en la sala sólo se escuchaba alguna que otra risa aislada, que inmediatamente se comenzaba a debilitar. Y es que los hechos trágicos de la ciudad hacen partícipes a los espectadores de tal manera que los sobrecogen. Frente a todo esto, atenuado, en una mínima parte, por grandes acciones solidarias, se hace muy difícil descubrir la dimensión de esta ambigua comedia. En tal caso, se puede ver cómo están presentes aquí elementos de su filmografía anterior, que ya están cifrados en los mismos títulos de presentación. En esa clase VIP pareciera ser que lo más auténtico es El Deseo (nombre de la productora del director y su hermano), el calor de los cuerpos, desde esos tres sorprendentes y auténticos asistentes; mientras los otros, cada uno de ellos, tienen mucho para ocultar. Y es la clase de los funcionarios, tesorero comprometido, gente que maneja supuestamente agendas, menciones a figura de la realeza. Y la cabina de mando es otro pequeño mundo en donde muchas cosas van a llegar a pasar y definir identidades. En el universo del realizador, los teléfonos suenan constantemente ya desde el primer film. Y ahora es un celular que conecta desde una llamada dos retazos de vida en ese reconocible Madrid de Almodóvar. Pero si bien todo pareciera pintarse de colores eufóricos, chillones, (desmedida paleta pop), esa dolce vita a bordo en la business class acusa cansancio, indiferencia, hastío. Y por ello creo que el gran acento, más allá de la fiesta de los genitales en boca, queda en la promesa del encuentro cálido del abrazo, de la mirada a los ojos, de la aceptación. Desde esa recreación que marca en algunos de ellos esa otra oportunidad. Sería conveniente tener presente cuál es el aeropuerto en el cuál aterriza, de manera forzosa, este avión. A qué ciudad pertenece y cuál es el vínculo que Almodóvar tiene con este lugar. Sus criaturas ya han visto pasar el correr de los años, los cambios de una sociedad y algunos de ellos han transformado sus sonrisas en patéticas máscaras grotescas. Y lo que está siempre subrayado es ese amor que el director siente por sus personajes, por sus actores. En uno de los tantos reportajes que Pedro Almodóvar, (hoy ya a punto de cumplir sus sesenta y cuatro años el próximo 24 de septiembre, y cuyo primer film Pepi, Luci, Boom y otras chicas del montón data de 1980), ofreciera a la prensa, con motivo de este film, el número diecinueve de su prolífica obra, llegó a definirlo como "una comedia moral, metafórica y mitológica" y también: "Un film en el que celebro, eso sí, la sexualidad. Y creo que la bisexualidad está presente en nuestras vidas...porque forma parte de nuestra naturaleza".
La vuelta al mundo del viejo Almodóvar Los amantes pasajeros es una película española de 2013, escrita y dirigida por Pedro Almodóvar. Número 19 en la carrera del director manchego, se presenta como su regreso a la comedia, luego del exitoso viraje que diera años atrás con el melodrama, que a su vez le permitió conquistar el mercado norteamericano, con premio Oscar incluido. Vale saber que no es únicamente la vuelta del cineasta a un género, sino que se trata de la recuperación de una manera peculiar de presentar las historias que lo catapultó al mundo y casi al plano del culto desde su España natal. Lo hace con un elenco donde es posible reconocer a sus figuras de confianza y contando la desproporcionada catarsis --sexual, narcótica y verbal-- de los tripulantes y pasajeros de un vuelo que parte de España a México, pero ante un problema producido por un error, debe abortar su plan de vuelo y recorrer el cielo español, a la espera de una pista disponible. Conforme las horas pasan, el peligro de desplomarse a tierra motiva una reacción en cadena, donde no faltan las confesiones, el exhibicionismo, la fiesta. Lejos de ellos, con los pies sobre la tierra, están aquellos quienes los esperan o los despidieron para siempre, sus testigos, más el operario que cometió el fallo en cuestión y su pareja. Todos son parte de un ideario aparentemente dislocado pero interconexo, común en los universos de la comedia de Almodóvar. La noticia de esta maniobra de regreso fue celebrada por los cinéfilos que, desde los 80, amaron su estilo riesgoso, desenfadado, sostenido en el orden interno de lo aparentemente caótico y en la lógica de lo absurdo. Claro que este atrevimiento narrativo no era otra cosa que la consecuencia de un talento en un contexto que lo propiciaba: el de la España pos franquista y un planeta que veía regresar a varios países a la democracia y a la expresión de cuerpos y voces destapados, casi a los gritos. Durante treinta años, con varias aguas corridas bajo el puente, el público fue cambiando y Almodóvar lo acompañó con nuevas historias y una esperable madurez. De allí que esta vuelta al discurso del viejo Almodóvar sorprenda y genere contrariedad. A los efectos del comentario, se puede ensayar que quizás no se trate de una apelación del director a un recurso seguro, especulando con la nostalgia de sus más fieles compradores; tampoco de una patológica regresión estilística. Ojalá sea, ésta, una película de transición, una suerte de "volver al futuro" en la carrera del director, que plantea este relato entre la tierra y el cielo, como una forma de autoparodia --por qué no, autohomenaje-- con miras a la superación.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
ALMODOVAR LEVANTA VUELO A Amodóvar le gusta que su cine nade contra la corriente. En pleno jolgorio español redondeó sus filmes más oscuros: “La buena educación”, “Los abrazos rotos” y “La piel que habito”, títulos que parecían haberle puesto un manto de gravedad a tantas películas zumbonas y desfachatadas que le dieron identidad a su cine. Y ahora que en España hay más nubarrones que soles, el manchego parece haber vuelto a sus historias más simples y más vulgares con esta comedia que a su manera es una alegoría desaforada sobre la España de estos días. Nos presenta un viaje accidentado, con una nave que se llama Península y unos pilotos que no saben comandarla en medio de la zozobra, con terribles secretos entre los que conducen, con sectores poderosos (la clase business) llena de agachadas y con el resto del pasaje narcotizado, para que no sufran y nada sepan. Comedia liviana, que no termina de soltarse, con mucho estribillo gay y un libertinaje de cabotaje que alcanza para que Almodóvar recupere la fragancia de sus primeros títulos, aunque uno añore la frescura, la gracia y las sorpresas de aquellos tiempos.
El Viaje a Ninguna Parte Almodóvar desbarranca. Luego de una seguidilla de historias ubicadas dentro de una misma línea haciendo títulos cercanos al melodrama clásico inspirado en Douglas Sirk, en este caso sus mejores fueron "Todo sobre mi madre", "Hable con ella" y "Volver", ahora retorna o quiere hacerlo a un cine que le dió sus frutos en los años 80, ese cine de movida ágil y provocadora, claro que lo que antes -hace 30 atrás- era escandaloso hoy es refrito, redundancia pura y hasta en algún punto un cine innecesario. Un grupo de personajes bastantes estrafalarios que son pasajeros de un vuelo que va de España a Méjico, debido a una emergencia desembocarán en una suerte de corrida caótica, con disparates y alguna catarsis colectiva que generará cambios en pleno vuelo. Tranquilamente la peli puede ubicarse dentro del género "Catástrofe", tan en boga en los años 70 por el cine yanqui, pero no es lo que el director manchego posiblemente pretenda, sino una comedia de voltaje sexual, si esto lo hacía hace añares un cómico de segunda, seguro lo criticaban pero como es Almodóvar se lo venera por cierto lado crítico, referente a esto leer critica en "Rosario 12" donde Emilio Bellón le rinde culto. Seamos claros, al cazador más avezado se le puede escapar la liebre...y aquí el director de "Mujeres al borde de un ataque de nervios" la pifia denodadamente.
Aerolíneas Pedrito La polémica comedia del director español Pedro Almodóvar llega a nuestro país con una desprejuiciada y liviana historia que refleja la situación de los españoles por estos días. "Los amantes pasajeros" no causó polémica por el tono de su propuesta, sino porque muchos críticos consideraron que fue demasiada superficial, chata y con poca sustancia. En lo personal creo que es una exageración tildarla como una de las peores comedias de Pedro. Si bien es verdad que no es la mejor y que le imprimió un tono más coral, la película cumple con creces su objetivo y mantiene divertido e involucrado al espectador con el universo Almodóvar. Tiene su sello, es inconfundible, aborda los problemas sociales de la España actual a través de un grupo de bizarros personajes que exploran su sexualidad y te hacen reír desde el minuto uno. Una ex estrella erótica, un empresario corrupto, una virgen de más de 40 años, un mexicano misterioso, un galán de la televisión, una pareja de recién casados, dos pilotos de lo más irresponsables y tres azafatos fabulosos que te hacen soltar carcajadas a lo loco. Se debe dejar en claro que el producto es bien Almodóvar, con diálogos sexuales desprejuiciados, sexo, drogas, mucho kitsch y hasta un número musical, por lo que si nunca has simpatizado con sus trabajos anteriores probablemente tampoco simpatices con este. Para los que sí gustan de las ocurrencias de Pedro, se encontrarán con un producto mucho más light que sus anteriores, pero no por eso es malo. El guión no tiene la creatividad de "La piel que habito", ni la histeria de "Mujeres al borde de una ataque de nervios", pero aborda de cierta manera temas serios como la crisis económica española y las posturas de los distintos estratos ante esta, obviamente con su mirada retorcida y artística. Lo mejor de la propuesta son sus tres protagonistas, Javier Cámara, Raúl Arévalo y Carlos Areces, los azafatos desfachatados pero de buen corazón de la aerolínea Península. Ante una posible explosión del avión donde viajan decenas de pasajeros, deciden drogar a toda la clase turista para que no se alarmen y ofrecen entretenimiento a la clase business preparándoles un número musical, tragos típicos españoles mezclados con mescalina y hasta consejos de vida. Cuando el alcohol y las drogas hacen efecto se desata una seguidilla de situaciones absolutamente ridículas pero divertidísimas que incluyen sexo, llamadas telefónicas incómodas, sinceramientos emocionales y anécdotas de vida. Lo más flojo es la trascendencia del guión que es efímero y liviano, con algunas escenas irrelevantes que se nota fueron incluidas por puro capricho de Pedrito. En esta ocasión se enfocó más en ser gracioso y bizarro que en ofrecer una historia relevante, pero repito, no por eso pierde su encanto y deja de ser una buena comedia para disfrutar y desenchufarse de la realidad para viajar por el espacio Almodóvar.
Pedro Almodóvar vuelve a la comedia para desarrollar una propuesta que parodia la crisis española, pero que es, sin lugar a dudas, de lo más regular y flojo de su filmografía. Una cinta que desaprovecha el virtuosismo de sus personajes secundarios y que se centra demasiado en las aventuras sexuales de los protagonistas. No es el Almodóvar distinto, divertido, colorido o curioso de los últimos años.
Quien esto escribe no está muy entusiasmado, últimamente, con Pedro Almodóvar. Pero “Los amantes pasajeros”, sin cambiar la impresión sobre los films anteriores del manchego, permite comprenderlos mejor, incluso encontrarles virtudes. El film es una comedia, un melodrama y un juego entre ambos registros que implica un regreso del realizador a sus momentos más libres y creativos. No se trata aquí de enrevesar la trama (que lo es) sino de divertirse haciéndolo. Hay un avión, hay una emergencia absurda, y hay un conjunto de personajes coloridos (“colorido” es el adjetivo que mejor le cabe a Almodóvar); lo que parece una especie de parodia y homenaje a los films de la setentista serie “Aeropuerto” es, en realidad, una suerte de confesión: con humor y amor, Almodóvar coloca en esa nave que va hacia algún lado en la historia pero a ninguna parte en la puesta (son claves esos planos donde vemos al avión yendo al mismo tiempo a derecha y a izquierda) a los personajes que ama, a los actores que forman parte de su familia.
Publicada en la edición digital #254 de la revista.
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