Juan Jose Campanella nos trae una nueva historia, de esas que el sabe traernos. Tierna, profunda, con algo que decir, que no es solo lo superficial, si no que ademas tiene sustancia. Es verdad que el “soporte” de dicha historia es la animación 3d, trataremos de ver si suma o resta a una ecuación pocas veces explotada a esta escala en nuestro país. DE MOLINETE Amadeo, nos contara una fabula, un cuento de su juventud. Tanto a su hijo como a nosotros, de cuando el fútbol, la amistad y el club de barrio significaban otra cosa. Amadeo de pequeño, era fanático (y crack) del metegol, trabajaba en el bar del pueblo, en el cual había un metegol. Dicho metegol estaba completamente “tuneado” por el mismo Amadeo, de tal manera que cada jugador del equipo de los “rayados”, tiene personalidad, nacionalidad e historia. De pequeño la vida era solo el metegol, el tema es que de grande también, y en un momento en el cual la vida adulta llama, parece a priori no haber lugar para el metegol. Sobre todo, cuando la bella Laura esta en juego. Pero como siempre, el pasado vuelve para acecharnos, en este caso Grosso, genialmente interpretado por Diego Ramos, quien había perdido un partido de metegol en su juventud frente a Amadeo, volverá convertido en una especie de Cristiano Ronaldo, lleno de dinero, y detestable. (Si, detestable como Cristiano Ronaldo.) Obviamente querrá revancha, revancha en la que estará en juego el honor, la amistad, el pueblo y sobre todo el amor de Laura. DE PLOMO PINTADO Si bien la premisa a priori parece simple, son siempre el amor, el dolor y el vacío las sensaciones lo suficientemente poderosas como para generar vida, para crear. Es así como un milagro hace que los jugadores del Metegol de Amadeo cobren vida. Y lo ayuden a remontar el partido de su vida, el cual francamente, estaba perdiendo por goleada. Los Jugadores del Metegol, realmente se lucen, llevan ese cuento de Fontanarrosa, “Memorias de un win Derecho”, a un nuevo nivel. Los tres de arriba, protagonizados por Rago, Gianola y Fontova realmente la rompen, no solo en el balompie, si no también en la construcción de los personajes que les tocan componer. Se nota que la dirección actoral, a pesar (y por ser) una película animada tuvo especial atención. Capi, el Beto y el Loco, son el alma de la peli, la llevan adelante y la mantienen alla arriba. No me malentiendan, el Amadeo de Masajnik es genial, la cadencia en la voz que le imprime es realmente acertadisima, pero los players del Metegol realmente brillan. Incluso Miguel Angel Rodriguez y el mismo Campanella, aportan con voces geniales a sus personajes. Y ni hablar del inescrupuloso Manager que compone el Coco Sily, genial! Incluso hay por ahí perdido un Les Luthier , Marcos Mundstock deja su sello en uno de los personajes mas carismáticos de la troupe. LA DUPLA SACHERI-CAMPANELLA La historia es redondita, y si bien tiene algún segmento que no se siente bien, o se siente algo “raro” (no hay mejor manera de ponerlo), el resto es realmente muy bueno. La mano de Sacheri se nota en todo lo que el Fútbol, el fobal, el fuchi, la pasión se refiere. Aquella que demuestra Francella en ese monologo en “El Secreto de Sus Ojos”, cuando habla de la pasión. Después de todo, si bien Metegol es una historia para toda la familia, también es una historia futbolera y llena de pasión. Desde el comienzo a lo “2001″, con los monos aprendiendo a jugar al fútbol, hasta el final, donde creer es ver, toda la hsitoria esta redondisima a nivel argumental. La mano de Campanella en la cadencia de el pasar de la peli, y la de Sacheri en los pasajes mas futboleros, son el mix perfecto que al menos esta película necesitaba. Las secuencias de futbol en si mismas, las cuales son tan dificiles de llevar al cine, son realmene muy buenas, tanto en el metegol, como en la “vida real”. Y esto es todo un acierto del tandem Sacheri-Campanella. FOR EXPORT Que esta producción es la mas cara de la historia de la Argentina no es novedad, 21 millones de dolares son la friolera que esta producción costó, y como Campanella ha dicho, es una apuesta a triunfar en el exterior, no solo en el mercado domestico o hispanoparlante. Pero, ¿esta a la altura? Tanques como Monsters University, Despicable Me 2, o el mismo Turbo de Dreamworks, a priori tiene el paño complicado Metegol. Pero puedo decirles que no es asi, Metegol brilla con luz propia, con una animación al nivel de pixar, y por momentos con mas personalidad e identidad, Metegol facilmente de manera domestica puede pasarles por arriba a los demás competidores. Pero al ser vacaciones de inviernos, cuando las opciones se acaban y el bolsillo alcanza, los chicos irán a ver todas las “de animación”, pero les aseguro que si el bolsillo apremia, Metegol es la opción que vale. Podría aburrirlos con palabras técnicas, con información sobre la producción, pero solo voy a asegurarles que esta producción, no tiene nada que envidiarle a otras internacionales. Es mas, puedo decirles sin ninguna duda que son las otras producciones las que van a envidiar a Metegol cuando la vean. La gente de afuera cuando ve una producción “extranjera”, tiene el ojo entrenado a que sean de menor calidad o se vean “no tan bien” como los grandes tanques. Pero les puedo asegurar que vean donde la vean a Metegol, no solo se van a fascinar, si no que cierta incomodidad en la butaca, esa incomodidad que quiere decir “Che, que bueno esta esto, ¿donde lo hicieron?” va a estar a la orden del dia. Metegol sorprende, así de simple. CONCLUSIÓN Campanella lo hace de nuevo, con una historia tan nuestra como única, que puede suceder en cualquier pueblito de nuestro país, lleno de mística, pasión, amistad y amor. No vamos a caer en el “consuma argentino”, como un mantra si no que me limitare a decir que Metegol es de visión obligatoria, no solo por ser argentina, si no porque su historia dejara un gusto muy agradable en la boca, su animación dejara el ojo fascinado, y sobre todo el resultado general sera el orgullo de que sea Argentina. No lo piensen, no lo duden, cuando se planteen que ver solos, acompañados, con sobrinos, hijos o hermanos menores, Metegol gana (obviamente) por goleada. Y eso esta muy bien.
Soccer Story Escribir sobre Metegol no es algo para ser tomado a la ligera (“un gran poder conlleva una gran responsabilidad”, se escuchó alguna vez en pantalla). En principio, porque estamos ante el nuevo film (y el primero en el campo de la animación) de Juan José Campanella, el director más exitoso y de mayor proyección internacional (sobre todo, después de haber ganado el Oscar con El secreto de sus ojos) que tiene el cine argentino. Es, además, la apuesta más arriesgada desde lo financiero (20 millones de dólares de presupuesto) en la historia de la industria audiovisual local. Por eso, la película amerita (exige) un análisis con múltiples aristas: artísticas, por supuesto, pero también en términos de lo que significa para el negocio (un aspecto que puede no interesarle demasiado a muchos lectores, pero que a mí me apasiona). Lo primero que hay que decir es que estamos ante un impecable producto de animación. Podrá argumentarse con no poca razón que el 3D aquí no agrega demasiado, que Campanella y equipo gambetearon (sí, ya empiezo con las metáforas futboleras) escollos muchas veces insalvables para los animadores como escenas con agua o con fuego (reconocer las limitaciones es también una señal de inteligencia), pero con Metegol la animación argentina -con el aporte de artistas extranjeros, claro- juega por primera vez… en primera (otra). En otras palabras, la película -con sus secuencias ambientadas en basurales, parques de diversiones, laboratorios genéticos, mansiones, plazas de pueblo y un desenlace en un gigantesco estadio- puede venderse y verse sin vergüenza en cualquier rincón del planeta. No digo que tenga el nivel de preciosismo, la capacidad de detalle o el acabado de un largometraje de Pixar, pero en comparación con cualquier film animado vernáculo es un salto directo a la estratósfera. Y hablando de Pixar, Metegol recupera en su planteo el espíritu de la saga de Toy Story (el propio director de El mismo amor, la misma lluvia y El hijo de la novia la reconoció como una de sus favoritas) con los jugadores de metegol (como allí eran los juguetes) cobrando vida para ayudar a un niño/muchacho que los ha querido obsesivamente durante años. Pero no estamos ante un mero homenaje / reciclaje porque Metegol es una historia 100% Campanella, con todo lo bueno que eso puede significar para muchos (y lo malo para algunos otros). Las miradas sobre la familia (sobre todo la brecha generacional que se percibe en la relación padre-hijo que enmarca el relato), sobre la irrupción del “progreso” que propugna el capitalismo salvaje (arrasador de las tradiciones, como el viejo bar del pueblo donde transcurre la primera parte de la película), sobre la dictadura del marketing y el culto a la personalidad en el fútbol (puesto en la contradicción entre un malvado astro egocéntrico y despótico a-lo-Cristiano Ronaldo versus el espíritu delirante y amateur del personaje aforista / filósofo / cósmico / místico que “interpreta” Horacio Fontova con un look que combina a Luque, Tarantini y Valderrama) o sobre la superación individual en el marco de un proyecto colectivo por parte de los más débiles (perfectos antihéroes) son de un campanellismo “de manual”. En este sentido, podría definirse sin caer en simplificaciones ni exageraciones a Metegol como una versión animada y con llegada infantil de Luna de Avellaneda. Si Luna de Avellaneda -la película más cuestionada de una filmografía como la de Campanella que ha dividido de forma irreconciliable a fans y detractores- es el modelo más cercano de Metegol, es probable (y ya pasó con las primeras reacciones en Twitter) que vuelva a generar un debate encarnizado. Pensé que en el marco de un film animado de consumo popular esa tensión, esa irritación que a muchos les genera el espíritu campanelliano (esa veta nostálgica, esa reivindicación de los valores “fundacionales”), iba a diluirse, pero -para bien o para mal- estamos ante un Campanella en toda su dimensión artística e ideológica. Si bien los aportes de Fontanarrosa (autor del cuento original que sirvió de inspiración) y del coguionista Eduardo Sacheri (un escritor que conoce mucho el ambiente) le otorgan al film cierta impronta futbolera, Metegol no es en absoluto una película sobre fútbol sino más bien sobre el amor, la camaradería, la lealtad, la superación (el protagonista es un manojo de traumas e inseguridades) y la posibilidad de la redención. En el terreno comercial será bastante difícil (todo un desafío de marketing) convencer a madres e hijas de que Metegol es también una película para mujeres (aparece en primera instancia como la salida perfecta de los papás con sus hijos varones). El otro inconveniente es la argentinidad al palo que en muchos sentidos la película retrata. Es cierto que los temas básicos que aborda son universales y que el doblaje “neutro” barrerá con todos los localismos, pero vender un film “sobre fútbol” y “bien argentino” en el exterior (sobre todo en los Estados Unidos, la cuna de la animación) sigue siendo una proeza, incluso con el sello Campanella incorporado. De todas maneras, más allá de las citas cinéfilas obvias (desde 2001, odisea del espacio en el arranque hasta muchos momentos con espíritu de western) o de los personajes secundarios estereotipados (el gordo dueño del bar, los gallegos, el cura, el policía, el ladrón, el ciruja borrachín, los jubilados conservadores), el “cuentito” (que, se sabe, sigue siendo lo esencial) funciona durante buena parte de los 100 minutos. “Creer para ver”, es el leit-motiv que utiliza el director en el film y algo de eso hay en el universo de Campanella. Creer. Si a la indudable solvencia narrativa se le suman los hallazgos de animación (jamás el cine argentino logró semejantes movimientos corporales o tanta inventiva visual en sus distintas escenas) estamos en presencia de un producto más que digno y con inexorable destino de éxito masivo. El resto quedará para que nosotros, las minorías cinéfilas / intelectuales / twitteras, sigamos discutiendo sin ponernos de acuerdo. Campanella, está claro, lo hizo de nuevo.
Juego en Equipo “Uno puede cambiar muchas cosas en su vida, pero nunca puede cambiar su pasión”. Esta frase la expresa el personaje de Guillermo Francella en El Secreto de sus Ojos, anteúltimo largometraje de Juan José Campanella. Pasión es lo que transpira Metegol. Se podrá decir que al ser una producción animada, se nota la fórmula, se nota el artificio, pero si la intención del director es competir con Pixar y las grandes producciones animadas de Hollywood, el resultado termina siendo estimulante y más que digno. ¿Qué es lo que diferencia a Pixar o Aardman de Dreamworks o Fox? Identidad. Autoría. Y más allá de que la producción está orientada a un público infantil, Metegol es una película de Campanella...
Golazo de media cancha Sin lugar a dudas, significa un verdadero desafío llevar a la pantalla grande esta producción de gran calidad visual. Detrás está Juan José Campanella (ganador del Oscar por El secreto de sus ojos) en su incursión en el terreno de la animación con esta coproducción argentino-española que no es una historia sobre fútbol, sino que recurre al deporte más popular para hablar de temas como la amistad, la superación y el valor de la argentinidad, tal como lo retrata en varios momentos. Metegol es una comedia con toques fantásticos que comienza con una alusión a 2001, Odisea del espacio, con simios que descubren una calavera y la utilizan como pelota para pasar luego a un relato con estructura de "racconto". Realizado en 3D, con movimientos sumamente creíbles de los personajes y con vértigo visual (el estreno es en Argentina y luego tendrá un lanzamiento en 50 países), el film cuenta la historia de Amadeo (David Masajnik), un chico que trabaja en un bar a punto de desaparecer -al igual que todo el pueblo en el que vive- cuando el inescrupuloso Grosso (Diego Ramos), un joven convertido en el mejor futbolista del mundo, regresa para vengar la única derrota que sufrió ante Amadeo. Ahí la trama dispara a los personajes de plomo que cobran vida: Capi (Pablo Rago), al frente del equipo; Loco (Horacio Fontova), con sus divertidas reflexiones sobre la vida y Beto (Fabián Gianoila), que cuida de manera obsesiva su cabellera enrulada. Todos, junto a Laura, la adolescente del cuento, están dispuestos a ayudar al joven protagonista a salvar su mundo. Inspirada en un cuento de Fontanarrosa, la película mantiene un aire nostálgico, de barrio, totalmente reconocible por el espectador local y la trama acumula secuencias de acción imperdibles: los diminutos jugadores escapando de un grupo de ratas voraces en un basural; el peligro que vven en las alturas de un parque de diversiones o el enfrentamiento final en el campo (de batalla) de juego. Nada está librado al azar y todo aparece en su justo lugar y en su exacta medida. En ese sentido, también desfilan personajes secundarios como el manager (con voz de Coco Silly), aliado del antagonista de turno; una anciana que se incorpora al equipo de fútbol y se hace pasar por varón; el fornido dueño del bar; los jubilados; el borracho y muchos más. Con el marco de aventuras que propone la historia, la cuota de romance obligado y heredando el espíritu de los western, Campanella aprovecha al máximo el material que tiene entre manos, colocando en primer plano el choque entre lo "viejo" y lo "nuevo", la importancia del diálogo entre padres e hijos y la creencia como disparadora para que todo sea posible. Metegol es, en todo sentido, un gran entretenimiento y será tarea del públcio ídentificar luego de salir del cine a quiénes pertenecen las voces que dan vida a los personajes. Un golazo de media cancha!
La épica de los antihéroes Igual que ocurre con el fútbol, el estreno de Metegol, la apuesta más ambiciosa de la animación vernácula hasta la fecha, dividirá las aguas con el público y la crítica en dos sectores: aquellos resultadistas que seguirán atentamente los números de taquilla, compararán estadísticas y tal vez maliciosamente busquen paralelismos frente a otras producciones comerciales de similar envergadura, en contraposición a los que simplemente disfruten y valoren la pasión y las ganas de jugar en las grandes ligas, aspecto que Campanella y equipo conservaron desde el primer minuto hasta el último para construir esta película en 3D con el mismo rigor profesional que cualquier film animado de alta calidad y con la conciencia tranquila de que estaban haciendo lo mejor que podían sin traicionar ideas, identidad, creatividad y ese plus de picardía propio de los que sueñan hazañas imposibles. El salto cualitativo de Metegol ante cualquiera de las películas animadas argentinas -e incluso latinoamericanas- es irreprochable y notable porque al conocer las limitaciones propias de la tecnología en un aspecto muy técnico llamado renderización se las han ingeniado lo suficiente para explotar los recursos con los que se contaba, agudizando la capacidad para crear escenas y situaciones con un fuerte despliegue dramático más que desde el impacto visual en sí mismo. Por otra parte, si bien el germen del proyecto descansa en el cuento Memorias de un wing derecho de Roberto Fontanarrosa, el relato logra equilibrar el folcklore futbolero gracias al aporte en el pulido del guión del escritor Eduardo Sacheri (junto a Juan José Campanella y Gastón Golari) con el prototípico basamento de la comedia costumbrista que rescata valores y nostalgia, muy propios y ligados al director de El secreto de sus ojos (2009). La épica de los antihéroes es uno de los pilares de todas las películas del realizador argentino ganador de un premio Oscar y el ejemplo más cabal que se conecta intertextualmente con Metegol no es otro que el de Luna de Avellaneda (2004), que aparece en la figura del protagonista Amadeo (Voz de Damian Masajnik), quien a modo de racconto narra a su hijo en el presente de la historia un relato con tintes de fábula y -enseñanza o moraleja incluida- que forma parte del corazón de esta aventura en la que unos jugadores de Metegol cobran vida y ayudan a recuperar la dignidad a los habitantes de un pueblo que defiende su identidad ante el invasivo progreso y la avanzada capitalista de un desalmado jugador estrella, hedonista y arrogante (voz de Diego Ramos) que regresa al lugar que lo vio partir en su adolescencia hacia el estrellato para destruir todo vestigio del pasado; todo rasgo de grandeza de hombres comunes como Amadeo o Laura (voz de Lucia Maciel) devenida heroína dentro de la misma estructura épica. Lo nuevo versus lo viejo; lo imperfecto y vital frente a lo perfecto y sin alma son elementos presentes en la trama de Metegol, sumado también una fuerte presencia de la argentinidad (habrá que ver cómo se las ingenian los demás países para traspolar localismos) o rasgos costumbristas propios del pueblo pequeño que van a encontrar su universalidad en cualquier parte del planeta. Personajes arquetípicos, más que estereotipos animados, forman parte de una galería variopinta donde no falta el jubilado, el gallego, el emo, el gordito simpaticón, el cura y la lista podría extenderse. Sin embargo, a la hora de pensar a las estrellas del film que no son otros que los jugadores de plomo, la elección de casting fue más que acertada y cada uno aportó desde su actuación una serie de elementos distintivos de personalidad que se ajustan perfectamente a la representación visual. El trío de los verdinegros encabezado por el Capi (voz de Pablo Rago), el Beto (voz de Fabián Gianola) y el Loco (voz de Horacio Fontova) a quienes se suma luego el Liso (voz de Miguel Ángel Rodríguez) conforman lo mejor del film y son los encargados de aportar el dinamismo complementario para cada escena desde lo compositivo hasta el remate justo en el gag o chiste verbal relacionado casi siempre a la mística deportiva. En cada uno de ellos, con un leve esfuerzo de memoria del espectador adulto, se pueden encontrar reminiscencias de jugadores de fútbol como Tarantini, Luque o Riquelme cuando habla en 3ra persona igual que el Beto. En conferencia de prensa, los propios protagonistas explicaron que la técnica utilizada en Metegol difiere de la estándar para las películas animadas, donde se agrega la voz a la imagen y se adapta a las características del actor cada personaje. En este caso, ninguno de los participantes tuvo contacto con el dibujo sino que actuaron las escenas y fueron filmados con diferentes cámaras en ese proceso para luego llevarlas a la animación por lo cual el riesgo a que la empresa no alcanzara el resultado esperado en pantalla una vez finalizada la tarea de los más de 50 dibujantes era mucho mayor e irreversible tratándose del presupuesto mega millonario en juego. No obstante, a la altura de los resultados y del conjunto todos estos datos informativos resultan anecdóticos porque lo que debe decirse es que Metegol es una muy buena película no solamente por sus atributos técnicos sino porque dosifica en buenas proporciones todo lo necesario para no cansar al espectador con exhibicionismo gratuito en pos de la historia que mezcla humor, drama, acción y apuntes cinéfilos como el del comienzo en claro homenaje a 2001, Odisea del espacio (1968) o a la escuela Pixar en relación al contraste y choque de mundos en un mismo contexto por no citar una referencia tan obvia como la saga Toy Story (cabe aclarar que ya el cuento de Fontanarrosa desarrollaba la idea de los jugadores de metegol de un club que cobraban vida) en un universo campanelliano de la A a la Z. Y todo ese valor cinematográfico se resignifica y sobredimensiona al tener presente el desenlace de la película que por razones obvias no revelaremos aquí, simplemente basta mencionar que permite varias lecturas y ya eso es suficiente para una propuesta de estas características. El único obstáculo que se le presenta al film de cara a su estreno y futuro desempeño comercial tanto en el ámbito local como puertas afuera obedece al target femenino que posiblemente no adscriba con tanto entusiasmo el código futbolero por excelencia, que es el corazón fundamental de esta épica de antihéroes, donde se pueden dar vuelta los partidos chivos tan sólo con apelar al trabajo en equipo y en pos de un objetivo en el que no importe el exitismo triunfalista o la individualidad exacerbada cuando detrás de eso no hay nada más que una cáscara artificial y carente de sustancia, condenada al olvido mientras que sigan existiendo los valientes que se jueguen por lo que sienten y lo hagan sin miedo al fracaso. Larga vida a esos irremediables gambeteadores de lo convencional.
Finalmente llega a las pantallas locales “Metegol”, la esperada nueva película del aclamado (internacionalmente) director argentino Juan José Campanella. ¿La novedad? En esta oportunidad, se trata de una película de animación.La incursión de Campanella en el mundo de la animación –utilizando el recurso del 3D- es muy satisfactoria. El director de “El secreto de tus ojos” (ganadora del Óscar a Mejor Película Internacional 2010), entrega un film coherente con los demás de su carrera, fiel a los elementos de su universo fílmico. Los amigos y la familia, la superación personal, el romance, la unión en pos de un bien común, el avance del progreso y el capitalismo, están presentes en su nueva obra. Un padre le cuenta una historia a su hijo, invitándolo a creer y a ingresar a un mundo –a priori- de fantasía. Es la historia de Amadeo, un joven tímido con una gran afición por el metegol (que juega en un pequeño bar) y un secreto amor por su amiga de infancia, Laura. Un buen día regresa al pueblo Grosso, un petulante devenido en futbolista famoso y vanidoso, quien había perdido una partida de metegol contra Amadeo cuando eran niños, y tiene como objetivo vengar su orgullo herido por aquella derrota de antaño. Para ello, compra el pueblo en el que viven desde siempre, comienza a modificarlo –pretende construir el estadio de fútbol más grande-, y se apodera de Laura para conquistarla. A partir de entonces, Amadeo se ve envuelto en una serie de aventuras alocadas que lo llevarán a vencer sus miedos y a demostrar(se) quién es él realmente. Y en este camino superador que emprende, no está solo: cuenta con la ayuda de sus queridos amigos futboleros, los muñecos del metegol. Metegol-web-2 Con un argumento sencillo, la película es un nuevo acierto de director. Por momentos, ciertas escenas recuerdan el tono nostálgico de su otro film, “Luna de Avellaneda”. Y, al pensar en diálogos con otras obras fílmicas, sobrevuela el espíritu de Toy Story 2 como referencia ineludible en este mundo de muñecos que cobran vida. Hay también algunas citas a otras películas que funcionan bien como guiños cinéfilos (como una escena à la “2001: Odisea del Espacio”). La variada galería de personajes entrañables como Capi, El Beto, El Loco, por mencionar a los principales, unos muñecos de plomo muy simpáticos y con características bien humanas, aportan a las mejores escenas de la película. El humor está muy presente a lo largo del film, así como los momentos emotivos (hay una mirada sobre la relación entre padres e hijos; la llegada del progreso al pueblo, etc.), sello de Campanella. La factura técnica es impecable. La calidad de la animación tiene poco que envidiarle a películas de grandes estudios internacionales. Merece destacarse el trabajo de los animadores, que le dieron vida y movimiento a los muy logrados personajes. En cuanto al recurso del 3D, no aporta significativamente a la narración. Metegol-pelicula Las voces principales están interpretadas por Pablo Rago, Fabián Gianola, Horacio Fontova, Miguel Ángel Rodríguez y Diego Ramos, entre otros, con un resultado óptimo, ya que capturan bien el tono de comedia. Vale destacar la música del film, interpretada por la London Symphony Orchestra, que acompaña de maravillas las distintas etapas narrativas, generando climas emotivos, de acción, y de diversión. También hay una linda canción de Calle 13 que le da cierre a la película. El fútbol es el canal para contar la historia (basada en el cuento “Memorias de un wing derecho”, de Roberto Fontanarrosa) en la que se reconocen ciertos valores como la pasión, el coraje, la camaradería y la superación personal, además del lema “creer para ver”, que plantea como motivo el film. Si bien apela a ciertos códigos locales, sobre todo en cuanto a jerga futbolística respecta, la historia es universal y bien puede recibir aceptación en el resto del mundo. La mayor inversión cinematográfica local hasta el momento (20 millones de dólares demandó la realización del film), “Metegol” es una película divertida, que apuesta a la emoción y al entretenimiento. Y lo logra dignamente.
(Anexo de Crítica) Hace tiempo que Juan José Campanella se transformó en el director más reconocido del país en el mundo, y esto no sólo por el arrollador éxito de premios y taquilla que significó “El secreto de sus ojos”(Argentina, 2010), sino por sus primeros filmes “The boy who cried bitch” (USA, 1991) y “Ni el tiro del final”(USA, 1997). No es raro que en el proyecto sucesor a la película ganadora del Oscar, otra major norteamericana (ya la Warner lo había bancado en “El mismo amor, la misma lluvia”) y capitales internacionales permitieran cumplir uno de sus sueños, realizar animación. Con el disparador de un breve relato del escritor Roberto Fontanarrosa como inspiración (“Memorias de un wing derecho”) es que nace la megaproducción 3D “Metegol” (Argentina, 2013). La película cuenta la historia de Amadeo (David Masajnik), un niño que trabaja en un viejo bar de pueblo y que está secretamente enamorado de Laurita (Lucía Maciel), una joven con aspiraciones más allá del tedio del pequeño lugar. Un día Amadeo es desafiado por Ezequiel (Diego Ramos, un joven popular) a ganarle un partido del juego que da nombre a la cinta. En un primer momento Amadeo no hace nada, pero luego, y gracias al entusiasmo que ve en Laurita hacia él, decide terminar el partido humillando con varios “goles” a su contendiente. Años después la rivalidad entre Amadeo y Ezequiel renacerá cuando éste último regresa al pueblo como una megaestrella/metrosexual del fútbol e intenta modificarlo transformándolo en un parque temático de la pelota redonda. Amadeo deberá afrontar el desafío de encarar el presente y dejar el pasado de lado para poder así ahora en un partido de fútbol real ganar la independencia de su pueblo (Ezequiel lo compró de manera inescrupulosa al gobernador). Y en el medio de la historia de estos archirrivales que se miden para ver quién es más poderoso que el otro, está la sorpresa de la película, los muñecos del metegol de Amadeo toman vida (uno más entrañable y querible que el otro, con las voces de Pablo Rago, Fabián Gianola, Horacio Fontova y Miguel Ángel Rodriguez, entre otros) y lo ayudarán a cumplir con sus sueños (recuperar el pueblo y conquistar a Laura). “Metegol” es una gran película de animación, a la altura y el nivel de las producciones del primer mundo, pero su principal diferencia con éstas es la naturalidad con la que toca temas tan inherentes al pueblo argentino (el fútbol, la competencia, el pueblo, el bar, la plaza, la cotidianeidad, la rutina) que a su vez, con la puesta en pantalla en dibujos, los universaliza. Si esta película no fuera animada quizás la exportación del producto (algo a lo que desde un primer momento se apostó y de ahí su inversión de casi 20 millones de u$d) sería más complicada, pero animación mediante esta cruza de “Toy Story” y “Luna de Avellaneda” encontrará público en cada país y lugar donde se estrene (lo que nos une es más que lo que nos separa, y el fútbol es universal). Múltiples referencias a la cultura popular (Llanero Solitario, 2001:Odisea del Espacio –en una increíble escena inicial en la que muestran el descubrimiento del fútbol por parte de los cavernícolas-, por citar sólo algunas), a la política nacional (escapada vía helicóptero del intendente del pueblo en plan De La Rúa, corrupción) y a la espectacularización del juego (Ezequiel es igualito a Cristiano Ronaldo y un manager inescrupuloso-que bien podría ser también el director del reality de “The Truman Show”-), potencian la identificación con la película. Historia de superación (“El partido se puede dar vuelta”), de amistad, de lucha, de amor, de pasión, con suspenso y humor, más allá de la temática futbolera (excelente utilización del lenguaje, filosofía y jerga), el producto final, de impecable y cuidada facturación (atentos a la hermosa B.O.S) encontrará en niños a partir de ocho años y padres acompañantes en general, su público perfecto.
Animación de autor Metegol lleva a un nuevo terreno el universo Campanelliano. Para algunos esta afirmación será suficiente para pasar de largo la oportunidad de ver el film, para otros será todo lo opuesto. Lo cierto es que los condimentos ambientales de ese mundo por donde transita la filmografía del autor son recuperados y ampliados por tratarse de un film animado. La creación de los ambientes, del pueblo y de sus habitantes, de la plaza y del bar pueden ubicarse geográficamente próximos al universo de Luna de Avellaneda. El bar en Metegol es el corazón del espíritu del pueblo, expresa la vida de sus parroquianos y es el último foco de resistencia contra un "progreso" que no se puede detener. De eso también trata la película, de todo el anclaje ideológico que acompaña a la modernidad y su avance. El conflicto no es el progreso contra el clasicismo sino lo que este progreso representa en cuanto a valores: el egocentrismo, el avance de la ciencia a niveles ridículos y su impacto en la naturaleza (este punto ejemplifica una de las secuencias más extrañas del film). Frente a él, mano a mano, todos los valores idílicos relacionados a la nostalgia del "todo tiempo pasado fue mejor". En este punto es interesante remarcar lo obvio, se utilizaron las nuevas tecnologías (para nuestro país claro está) para contar un relato cuya estructura y mensaje se encuentran en varios puntos con una tradición de producciones como las de García Ferré. En esta estructura los adultos notarán estos mensajes como también las referencias cinéfilas a 2001, una Odisea del Espacio o Apocalipsis Now (en dos ocaciones), pero más allá de eso se trata de una película orientada a toda la familia y es ahí donde aparece el humor para unir las generaciones de los que jugaban al metegol con personajes con piernas, los que jugaban al metegol de naranjas y amarillos con una pala en vez de pies y los que jamás en su vida metieron una pelotita tratando de empujarla con el dedo para el lado de su equipo, o sea, los que jamás jugaron al metegol. Los chistes funcionan, todos y cada uno, y el acento lejos de molestar (como me había pasado en el tráiler) se convierte en la esencia de la comedia. Los personajes, por su parte, están muy bien construidos. Los juguetes que cobran vida, con sus personalidades más estereotípicas, y los "humanos" que tienen (sobretodo Laura) una naturalidad a la que la animación no nos tiene muy acostumbrados. Son justamente los personajes los que salvan al relato cuando la narración a cargo de Juan José Campanella se hace difusa en ciertos pasajes que cortan el espíritu inicial de la película y se hacen notar. Estos pasajes forman el punto más flojo y restan por apostar a la grandilocuencia. Para ejemplificar, cuando la narración demanda potrero la película da estadio. Sin darle mayor importancia al hecho de que esté realizada en nuestro país, Metegol es una película de animación que entretiene y divierte. Su factura técnica es impecable y el contexto de las vacaciones de invierno es una oportunidad inmejorable para verla.
Gol de mediocampo Si algo ha dejado en claro Juan José Campanella a lo largo de la extensa cruzada publicitaria de Metegol (2013) es que se trata de un film de animación “a nivel internacional” con el visto bueno de “grandes compañías como DreamWorks y Pixar”. Campanella es un buen director, y ha conseguido exactamente lo que quería: una película indistinguible de las de DreamWorks o Pixar, con sello argentino a modo de novedad. El escenario es un idílico y anónimo pueblo interino, donde Amadeo ha pasado toda su vida encerrado en un café bar, arbitrando partidos imaginarios de fútbol entre los muñequitos de su mesa de metegol. Su aniñada vida – y la del pueblo – entran en riesgo con la reaparición del súper crack de fútbol Ezequiel Grosso, que regresa colmado de fama con las escrituras del pueblo y un deseo de revancha contra Amadeo, que de chico le quitó la atención de Laura, pero más importantemente, le ganó al metegol. Es en este momento de crisis que por arte de magia los muñequitos del metegol cobran vida, se desatornillan y juran ayudar a Amadeo en nombre de los cientos de partidos jugados en su nombre. El trío principal consta de Capi, el líder (voz de Pablo Rago), Beto, el vano (voz de Fabián Gianola) y Loco, el poeta (voz de Horacio Fontova). Los demás no reciben mucha caracterización; hay algún acento por acá, algún peinado por allá. El personaje más interesante es, por lejos, Grosso, que ha gestionado una exitosa carrera a raíz del odio y el resentimiento, pero es lo suficientemente estúpido como para que no sea del todo deleznable. Amadeo es, por el contrario, un apasionado fracasado y provee el sano y mandatorio eje moral de una fábula ATP acerca de la tolerancia y la inclusión. A Laura, su novia, le toca la peor parte – ser la única mujer en una película de personajes masculinos. Tiene tan poco para hacer que se convierte en damisela en apuros por sí misma. Metegol está preciosamente animada y hace pleno uso de las facultades 3D. La película tiene un único gran momento – el climático partido de fútbol, secuencia en la que los malabares visuales poseen carga dramática – mientras que el resto se sostiene con la ecuanimidad del buen entretenimiento, lleno de pequeñas persecuciones y peripecias contadas desde la perspectiva de pequeños juguetes (en ese sentido, las comparaciones con Toy Story son más o menos insoslayables). La animación de ojitos nerviosos y movimientos repentinos a lo Disney es instantáneamente reconocible y si no fuera por el criollo original (el lunfardo más soez es “fanfarrón”) y la temática del fútbol apasionado, pasaría discretamente por otra película de Pixar. Lo cual, según su director, quizás sea la idea.
No vale molinete Amadeo es un chico tímido, inseguro, soñador, que vive en un pueblo pequeño y trabaja en un bar. No parece destacarse en nada, excepto en que la rompe jugando al metegol, nadie puede superarlo, y es por eso que la relación más estrecha que tiene en su vida es la que mantiene con esos pequeños jugadores de metal, a través de los cuales puede sentirse un campeón. Ya de grande las cosas no han cambiado demasiado; trabaja en el mismo bar, sigue sin poder decirle a su amiga Laura que está enamorado de ella, y sigue jugando al metegol. Hasta que un día, el pueblo donde vive es amenazado por un virtuoso y egocéntrico crack del fútbol que pretende adueñarse de todo; entonces sus queridos jugadores de metegol toman vida para darle coraje y ayudarlo a recuperar el pueblo. Amadeo y los pequeños jugadores se embarcan en una aventura en la que literalmente hacen de todo; los protagonistas corren, vuelan, montan ratas gigantescas, pasan por decenas de escenarios y paisajes, como basurales, parques de diversiones, fábricas, donde se luce un 3D maravilloso, que está a la altura de producciones como las de Pixar o Dreamworks. Si bien el tema central de la historia -el metegol, el fútbol-, y el léxico futbolero de los personajes parecen dejar afuera de la propuesta a las nenas, la esencia de la película son temas universales que están en casi todas las buenas historias para chicos: los sueños, la valentía, la amistad, y el no dejar de lado los ideales a pesar de que una causa parezca perdida. Por eso es imposible no recordar "Luna de Avellaneda" en algunos de los diálogos motivacionales que Amadeo mantiene con el Capi, el capitán del equipo de metegol, interpretado por Pablo Rago. La estética es impecable, aunque no demasiado innovadora, pero los personajes merecen un capitulo aparte. Es destacable la creación de los personajes, ya que los muñecos de metegol, al ser de molde, son básicamente todos iguales, sin embargo se las ingeniaron para hacer personajes, que con la misma cara y cuerpo, pudieran destacar y diferenciar su personalidad con detalles, gestos, posturas, y maneras de mover la boca, acompañados de un gran trabajo de los actores Miguel Ángel Rodríguez, Horacio Fontova, Pablo Rago, Diego Ramos, y especialmente Fabián Gianola, que compone a Beto, un jugador fanfarrón, que es notable. La musicalización es excelente, y es el broche de oro que acompaña las aventuras de Amadeo y los jugadores. Basada en el cuento de Fontanarrosa "Memorias de un Wing Derecho", "Metegol" es una gran película de animación, con el toque de Campanella, humor accesible, costumbrista; una historia redonda, con todos los chiches necesarios para atraer al público infantil.
Metegol es la producción animada más ambiciosa que surgió en Latinoamérica en los últimos años. El tiempo determinará si este film marca una verdadera bisagra en la industria nacional o si quedará como un caso anecdótico. El talento para hacer cosas de este nivel está en nuestro país y hay excelentes artistas, pero la realidad es que no todos los directores pueden acceder o gestar una producción de 21 millones de dólares y tener el respaldo de empresas importantes. Por eso será interesante ver la repercusión que tiene en la industria local un film de proyección internacional como Metegol y si logra abrir la puerta a más coproducciones, que es vital para brindar películas de este nivel. En términos visuales el debut de Juan Campanella en la animación es espectacular y sorprende por el excelente trabajo que hicieron con las expresiones faciales. En la animación computada los personajes humanos tienden a verse como monigotes y por lo general los movimientos y las expresiones son más grotescos. En Metegol consiguieron darle un realismo y una naturalidad a los gestos faciales que lograron que en varias escenas te olvides que estás viendo un dibujo animado. Esto además se vio potenciado por la interpretación de los actores que es excelente, gracias al método de trabajo que utilizó el director en este campo. Campanella apostó a la vieja escuela y demostró que los métodos arcaicos todavían rinden frutos. En este caso grabó las voces con todos los actores juntos en una sala de sonido que es un estilo de trabajo que ya no se usa más en la animación debido que demanda más tiempo. Sin embargo, se trata de un método que enriquece las interpretaciones porque los actores pueden interactuar entre sí y además abre la puerta a la improvisación. En Estados Unidos, por ejemplo, esto ya no se usa más salvo excepciones muy puntuales como las recientes películas animadas de Scooby Doo que se hacen para dvd, donde los actores graban las voces juntos como si fuera un radioteatro. Bruce Timm, productor de los filmes de superhéroes de DC, también suele laburar de esta manera pero son casos rarísimos. En Metegol este enfoque de laburo fue clave y por eso se destaca tanto el trabajo de los actores, especialmente Pablo Rago, Fabián Gianola, Coco Silly, un desopilante Horacio Fontova y Lucía Maciel, quien le dio mucha espontaneidad y realismo al principal personaje femenino. La trama tiene esa mirada nostálgica de Luna de Avellaneda que en este caso se centra en la cultura del bar y el fútbol y la cruzada de los antihéroes por preservar el barrio de los planes pseudoprogresitas que quiere imponer el Groso, el villano del cuento. El humor estuvo muy bien trabajado y en algunos momentos salva la película cuando la narración cae en algunos baches narrativos, donde el conflicto pierde interés. Algo que se soluciona en el tercer acto con el partido de fútbol que tiene momentos muy divertidos y emocionantes. En lo personal Metegol no es una película que me volvió loco pero disfruté muchísimo de su visión y del humor que manejó el guión. Para ser su primera incursión en el campo de la animación la verdad que Campanella brindó una muy buena película, que al margen de sus virtudes técnicas, resultó una propuesta más entretenida que otros filmes nacionales de este género que se estrenaron en los últimos años.
La gran incógnita es saber si será la película más taquillera del año Juan José Campanella es sinónimo de éxito en Argentina como lo demuestra la confianza que en él depositan tanto sus productores como una de las mayores distribuidoras internacionales (UIP- Universal) y el enorme aparato publicitario que viene promoviendo el estreno de “Metegol”, su séptima producción cinematográfica. La fecha elegida no podía ser más adecuada al coincidir con las vacaciones de invierno que se sabe multiplican por dos o tres las cifras habituales de concurrencia. El éxito de público está asegurado pero lo difícil es predecir su cuantía. Por lo pronto están aún en cartel las dos únicas producciones que ya superaron los dos millones de espectadores. Una de ellas, “Monsters University” va camino al tercer millón mientras que “Rápidos y furiosos 6”, en cartel hace dos meses, ya está llegando a su techo de algo más de 2,2 millones de espectadores. ¿Logrará el film del director de “El secreto de sus ojos” ganarles a ambas? “Metegol” será una de las películas de la historia con más “copias”, en verdad un término que es hoy casi una entelequia al predominar la proyección digital, en alrededor de 250 salas. Además parte de éstas serán en 3D, algo poco usual en nuestros films. En verdad, es poco lo que aporta este formato esta vez y muy distinto, por ejemplo al caso de “Titanes del Pacífico”, recientemente comentado. Desde el punto de vista de la animación los logros son destacables. Claro que corresponde aclarar que ha habido aportes técnicos mayoritarios del exterior y no se recuerda ninguna película argentina cuyos títulos finales ocupen tantos minutos como en esta oportunidad. El presupuesto total sería de unos veinte millones de dólares, que para nuestro país es enorme pero que comparado con los tanques de Hollywood es bajo. Pese a no tener actores en pantalla (Darin no llega así a una quinta colaboración consecutiva con Campanella) la temática de esta producción recuerda bastante a la de “Luna de Avellaneda” y reafirtma cierta debilidad del director por los clubes de barrio y el sentimentalismo que más de un colega le ha criticado. Conociéndolo un poco al director, arriesgamos que existe en él cierta identificación con algunos de los personajes como el central (Amadeo) y varios de los jugadores de fútbol (tanto los reales como los del juego que da origen al título de la película). Si bien no están presentes en la pantalla se escuchan las voces de Pablo Rago, Diego Ramos, Horacio Fontova y Fabián Gianola. No vale la pena contar mucho sobre el argumento, basado en “Memorias de un wing derecho” de Roberto Fontanarrosa y adaptado por Eduardo Sacheri Y Camapanella entre otros, para dejar que el espectador sea sorprendido por una temática bastante original. Y ello pese a que nunca se ha negado que existen múltiples referencias, casi diríamos homenajes, a grandes films como uno de Kubrick al inicio, a los westerns “spaghetti” o uno más tardía a una de las más famosas obras de Coppola (ninguno de los “Padrinos”). También hay cierto parecido con “Toy Story” y sus personajes, pero vale la pena destacar que Campanella nunca ha ocultado sus preferencias por ellas. Pero también hay muchas frases tomadas seguramente de la obra original o por qué no de las preferencias del realizador. Vayan como ejemplo: “Los cracks envejecen, los managers son eternos”, “El pueblo casi siempre tiene razón”, “Acaso se queje el cactus por la sequía pero sin embargo pincha”. Divertido también resulta el contraste entre los numerosos sponsors del poderoso team de los “malos” y el único auspiciante del equipo del pueblo de Amadeo. Entonces asegurado el triunfo de público cuál es la duda que deja la futura performance de “Metegol”. Quizás, además de la feroz competencia de otros cinco tanques norteamericanos, la incertidumbre provenga de su foco en un deporte como el fútbol que básicamente atrae mayormente a los hombres. Aún siendo cierto que no es el único tema, es inevitable asociarlo desde el título mismo y siguiendo con el afiche, que sugiere una fuerte presencia de dicho juego. Lo más probable es que la aprensión antes señalada sea injustificada. Sólo en el caso poco probable de una respuesta de público no tan masiva, se podrá aplicar una hipótesis, en verdad no totalmente probada, que afirma que a menudo son los gustos de las mujeres los que determinan el éxito de taquilla de un film.
Una fábula para el infinito y más allá El director de El secreto de sus ojos concibió su aventura en el cine de animación no sólo para el gran público local, sino también para el internacional. Y es en esa ambición donde, problemas de guión aparte, pierde algo de su identidad. Superproducción del cine argentino como ninguna, no sólo por sus 20 millones de dólares de presupuesto (aportados en gran parte por la coproducción española), sino también por el ejército de técnicos y animadores involucrados, la primera película de animación de Juan José Campanella, realizada en 3D, fue concebida no sólo para el gran público local, sino también para el internacional. Y es en esa ambición de pensar Metegol en un sentido amplio, no sólo en función del estreno en Argentina y España (donde se llamará Futbolín), sino también de su potencial candidatura al Oscar de Hollywood donde la nueva película del director de El secreto de sus ojos pierde no sólo algo de su eficacia narrativa, que siempre fue una virtud innegable del cine de Campanella, sino también bastante de su identidad. Inexorablemente argentinas, las películas de Campanella siempre tuvieron en sus cimientos no sólo la commedia all’italiana (que afloró especialmente en El hijo de la novia), sino también, y de manera muy marcada, el cine de Frank Capra, esas tragedias optimistas en las que el escarnio y la adversidad permitían encontrar a sus agonistas, dentro de sí mismos, los verdaderos valores que debían guiar su vida y su conducta. Pero si Il sorpasso o Qué bello es vivir –por mencionar apenas dos ejemplos emblemáticos– llegaron a ser universales fue no sólo porque provenían de cinematografías hegemónicas (la italiana en ese momento lo era, Holly-wood nunca dejó de serlo), sino también porque reflejaban características esenciales de las culturas de las que provenían. El fútbol, qué duda cabe, es una pasión argentina. Y qué escritor más argentino y popular que Roberto Fontanarrosa, uno de cuyos cuentos fue el disparador de Metegol. Sin embargo, luego de un ingenioso prólogo que parafrasea con humor el comienzo de 2001, Odisea del espacio, basta que la película describa su escenario principal, allí donde no sólo se desarrollarán todos los acontecimientos, sino que será también el espacio simbólico en disputa, para que se instale la duda. ¿En qué pueblito estamos? ¿En uno argentino o español? El trazado urbano que se verá más adelante, en algunos planos generales, ¿no se parece quizá demasiado a los clásicos, idealizados suburbios estadounidenses de las películas de Spielberg? La propia sinopsis del film parece asumir este no-lugar: “Amadeo vive en un pueblo pequeño y anónimo”, dice su primera línea. Amadeo es el protagonista de la película, un chico tímido y sensible, quizá sin demasiadas ambiciones, pero con un don especial para el metegol. Nadie puede derrotarlo, ni siquiera Grosso, un chico fanfarrón y prepotente, que –gran elipsis mediante– no tardará en convertirse en el malo de la película, cuando vuelva al pueblo convertido en un “ganador”, en una superestrella del fútbol, alimentado tanto por el dinero de sus auspiciantes como por su propio, inmenso ego. El asunto es que Grosso volverá para vengarse: de Amadeo, que fue el único que alguna vez lo derrotó en algo, y de ese pueblo del que reniega y al que compra como si fuera un lote para convertirlo en un lucrativo parque temático del deporte. Algo que ni Amadeo ni Laura (su interés romántico: las chicas también tienen derecho a identificarse con algún personaje) están dispuestos a tolerar. ¿Quiénes los ayudarán a enfrentarse a Grosso? Los habitantes de ese pueblo del cual el intendente huye en helicóptero (!) no parecen tener ni el ánimo ni la fuerza para hacerlo. Serán entonces los muñequitos del metegol de Amadeo, que cobran vida a partir de un baño de sus lágrimas (el sentimentalismo sigue siendo la marca en el orillo del cine de Campanella), quienes lo asistirán en su lucha contra el mal. Y es allí donde la película también cobra nueva vida, donde deja afortunadamente atrás una estética que hasta ese momento –por las viñetas, colores y personajes secundarios– recuerda demasiado peligrosamente a la de García Ferré. Aunque tributarios de los juguetes animados de Toy Story, los jugadores de Metegol son, por lejos, lo mejor de la película. Simpáticos, entradores, cancheros, cada uno tiene su personalidad bien marcada y definida, sin caer necesariamente en los estereotipos. Capi (voz de Pablo Rago) es el líder carismático pero siempre comprensivo, capaz de tolerar con paciencia y camaradería las vanidades del Beto (Fabián Gianola) o de escuchar resignadamente los aforismos zen del Loco (Horacio Fontova). Son ellos quienes tienen las mejores situaciones, los diálogos más jugosos, los momentos más divertidos, entre otras razones porque –a diferencia de los solemnes personajes de “carne y hueso”, portadores de la moraleja de la fábula– se saben reír de sí mismos, sin por ello dejar de ser nobles y leales. Y son ellos, también, los que dan pie a las mejores animaciones en 3D, ya sea cuando todavía están atornillados a sus molinetes o cuando, ya libres de ese yugo, pasean felices por el mundo, tratando de sobrevivir a la pequeñez de su escala y de ayudar al héroe frente a la prepotencia del villano. Es justamente por eso, porque allí había un material tan rico, que cuesta comprender por qué –en función de un clímax que nunca llega a ser tal– esos muñequitos pasan a un injusto segundo plano en los últimos veinte minutos de película, cuando Metegol pone todas sus fichas en un partido de fútbol entre los viejos, harapientos y panzones habitantes del pueblo (entre ellos un cura como “marcador derecho”; nunca faltan los curas en Campanella) y la súper escuadra del infatuado Grosso. Ya en El secreto de sus ojos a Campanella le costaba mucho cerrar su película, con esa seguidilla de finales consecutivos que no estaban en relación con la dinámica con la que había venido desarrollando el relato. Y ahora en Metegol ese partido-desafío se extiende tediosa, innecesariamente, quizá para remarcar (como ya lo había hecho en Luna de Avellaneda) esa idea, tan nostálgica como reaccionaria, de que todo pasado siempre fue mejor.
Por la envergadura del proyecto, por la inusual suma que se invirtió en su realización, por el número de artistas y técnicos, y el prolongado tiempo que demandó su realización, pero quizá más que nada porque se trataba del nuevo emprendimiento de Juan José Campanella, el director argentino de mayor proyección internacional, y además, de su primera experiencia en la animación, era natural que Metegol generara tantas expectativas: era probablemente el estreno más esperado del año. Pues bien; al fin se produjo y en una cantidad de salas acorde con todos esos antecedentes. Lo primero que hay que decir es, entonces, que el producto, más allá de los reparos que puedan hacérsele, justifica tantas expectativas. En primer lugar porque con su impecable realización disuelve cualquier prejuicio que pudiera tenerse respecto del nivel alcanzado en lo técnico por una producción local (en realidad, hispanoargentina) en un terreno, el de la animación, que en los últimos años, con Pixar como ejemplo más destacado, ha mostrado espectaculares progresos en el plano de la elaboración formal y en el de la creatividad. Sin llegar al depurado detallismo de la emblemática compañía donde nació Toy Story y de algunas otras, Metegol saldría bien parada en la comparación con las producciones norteamericanas que sobresalen en el mercado. En cuanto al contenido, tampoco caben decepciones: se trata de un film que lleva la marca de Campanella: en el salto de la ficción representada por actores a la animación, el realizador de El secreto de sus ojos y Luna de Avellaneda , no ha abandonado ni sus temáticas ni sus intereses habituales, ni la nostalgia que siempre asoma en sus relatos ni sus apelaciones emotivas o su tendencia a lo sentencioso. La mención de Luna de Avellaneda no es caprichosa: el parentesco entre aquella película de 2004 y Metegol es visible. Porque tras la divertida introducción a la manera de 2001: odisea del espacio , donde nuestros remotos antepasados inventan el fútbol mientras pelotean con un cráneo, la historia va a centrarse en el conflicto que se produce cuando el pequeño pueblo en el que transcurre la acción y donde vive el protagonista, el adolescente empleado del bar e imbatible campeón de metegol, corre peligro de desaparecer ante la embestida de un "progreso" que sólo atiende al negocio y pretende convertirlo en un parque temático. En realidad, todo es producto de un ajuste de cuentas: de ese mismo pueblo salió el desalmado, inescrupuloso y engreído Grosso, que se ha convertido en la estrella número uno del fútbol internacional y viene en busca de revancha de la única derrota que sufrió en su carrera: la muy humillante que Amadeo le infligió de chico jugando al metegol. El nuevo David tendrá que enfrentarse a este Goliat todopoderoso, prepotente y destructor de todo vestigio del pasado, y en una cancha de verdad, pero no lo hará solo: los muñecos del metegol cobrarán vida y vendrán en su ayuda. Todos juntos deberán defender al pueblo, su identidad, su tradición, sus valores, su propia dignidad. Y Amadeo podrá mostrar que ha madurado ante Laura, la adolescente de la que ha estado enamorado desde chico. Los temas de Campanella, como se ve, se filtran a lo largo del cuentito que siempre en el tono de comedia mezcla acción, aventuras, humor, apuntes irónicos sobre el mundo del fútbol y guiños cinéfilos como el del comienzo. Más allá de algún altibajo (el partido del final se hace largo, la escena de cierre no alcanza la intensidad emotiva buscada) y alguna situación no muy bien explicada (la participación de los jugadores de plomo en el match decisivo), todo transcurre fluidamente, a buen ritmo y resulta entretenido. En el diseño de los personajes y en su reconocible argentinidad, notoria en los diálogos y en los gestos de los muñecos, residen muchos de los atractivos principales de la película. El líder del equipo de los de plomo, el seguro Capi (Pablo Rago), el creído Beto (Fabián Gianola) siempre atento a sus rulos, y el muy cool Loco (Horacio Fontova), con su paz invariable y una reflexión filosófica en la punta de la lengua, son tres de los más divertidos. Las bromas sobre el fútbol nuestro de cada día, certeras y graciosas. Y los aportes de todo el elenco, empezando por Diego Ramos (Grosso), David Masajnik (Amadeo) y Lucía Maciel (Laurita), decisivos.
El fútbol nacional y popular La película muestra una pequeña gran historia que significa mucho para los argentinos y que por esa misma autenticidad local, puede convertirse en un merecido éxito internacional. Este primer filme animado de Juan José Campanella ("El secreto de sus ojos", "Luna de Avellaneda"), le demandó cinco años de trabajo, muchos colaboradores y veinte millones de dólares de inversión. Partiendo de un viejo bar, que bien podría estar ubicado en cualquier barrio de Buenos Aires, o en una pequeña ciudad del interior, entre el clásico mozo gallego que atiende las mesas, los jubilados de siempre y el chico prendido al juego de metegol, se inicia la historia de una pasión futbolera, que arrimada al surgimiento del primer amor, es capaz de cambiar la realidad y hacer posible lo imposible. Desde que uno observa al bueno de Amadeo, el protagonista, los muchachos de la barra de la esquina que le disputan la atención y la efímera victoria ante los concurrentes del bar, se intuye la venganza de los valientes en grupo. EL VISITANTE El futuro tiene la cara de Grosso, un muchacho que regresa al barrio, convertido en millonario crack de fútbol y su representante, dispuestos a arrasar el pueblo y convertirlo en un shopping temático de fuegos artificiales. Lo que Grosso no sabe es que Amadeo y su amiga Laura, con sus animados muñecos de metegol, van a disputarle el mundo en un torneo de fútbol. Con "Metegol", que recuerda a "Luna de Avellaneda", uno de sus filmes anteriores, Campanella retoma algunas de las constantes de su cine: la ilusión del barrio de la infancia, la conservación de la identidad, la ayuda de los más pequeños que luego van a resultar los más fuertes, personajes del metegol y antihéroes barriales metidos a jugadores de primera. El Bien y el Mal representados en la cancha de la vida, en la que conviven la demagogia del villano y la picardía de los jugadores del "picado" del potrero. CANCHA DE VIDA A esa caja de sorpresas de los jugadores de metegol, representantes de variantes porteñas tan risueñas como el filósofo de barrio, metafísico y sideral (impagable el personaje de Loco); Beto, el narcisista que habla de sí mismo en tercera persona; Capi, el ingenuo que repite manifestaciones de la fe como si fueran fetiches efectivos, se les une el equipo barrial, donde se pueden reconocer homenajes a pintorescos personajes de nuestra ciudad como "la Raulito", disfrazada de hombre y luciendo la querida camiseta de una pasión nacional. "Metegol" sorprende por su perfección formal, la soltura gestual de sus personajes, la calidez de su expresividad, la verosimilitud del habla porteña, en el caso de Amadeo y la perfección de las voces. A esto se suma un acierto que enmarca la película, la parodia a "2001, Odisea del espacio", de Stanley Kubrick en el comienzo, como mitológico origen simiesco del fútbol y el estelar partido final. "Metegol", junto con "Anima Buenos Aires", otra destacable película de animación argentina, que trabaja también con la melancolía y la identidad nacional, pueden considerarse pioneras de un formato inédito, algo así como un cine social de animación. La película muestra una pequeña gran historia que significa mucho para los argentinos y que por esa misma autenticidad local, puede convertirse en un merecido éxito internacional.
En busca de la hazaña El filme animado no tiene nada que envidiarle a los de Hollywood. Más que de fútbol, Metegol habla de la lealtad. Una fidelidad a ultranza, un tema muy querido por Juan José Campanella, que lo planteó en todos sus largometrajes. La honradez, el seguimiento a un ideal, a un amor, a un sentido de pertenencia, y en este relato a un pueblo, así como en Luna de Avellaneda lo hacía con el club de barrio. El bar del pueblo donde arranca Metegol se asemeja a la sede del club: sí Metegol parece una versión de Luna de Avellaneda explicada, acercada a los chicos. Está, claro, el fútbol. Un fútbol de espacios reducidos como la canchita del metegol, en el único orden de su vida en el que Amadeo es un crack. Inseguro, dubitativo, gobernando las manijas del metegol, Amadeo es imbatible. Tanto que, convertido en un astro del fútbol (Cristiano Ronaldo es el reflejo de El Grosso), un marketinero y triunfador jugador profesional de fútbol regresa años después al pueblo para vengarse de la única derrota que sufrió. Sí, fue en manos de Amadeo y en el metegol del bar. El inescrupuloso que quiere todo para sí sin importarle ni los medios ni el bienestar común ya estaba en Luna..., y aquí está tamizado con mucho humor. Los jugadores del metegol -los del equipo rayado, con el que Amadeo hace malabares, pero también los” lisos”- cobrarán mágicamente vida (sí, como los juguetes de Toy Story) para ayudar a ese chico/joven a salvar al pueblo que quiere “comprar” El Grosso... y a conquistar a la chica. Porque, también, Metegol es una historia de amor. Por más que en algún momento El capi, jugador de metegol, tire una frase como “los muchachos son de fierro, las mujeres van y vienen”, todo lo que hace Amadeo es por Laurita, que de chica lo apoyaba en el metegol y ahora está a punto de irse del pueblo. Amadeo, como Campanella, busca la hazaña. Ante la mirada incrédula de muchos, si un rejunte de gente común del pueblo (los aparentemente débiles) se le planta a un equipo de profesionales para jugarle de igual a igual un partido de fútbol y defender lo suyo, el realizador apostó fuerte a la animación 3D e hizo una película que no tiene mucho que envidiarle, desde lo técnico, a los tanques del Hollywood animado, sean de Pixar o DreamWorks. El amor por el cine y la cinefilia de Campanella están en cada fotograma. Las alusiones a clásicos de Bergman o a 2001, Apocalypse Now, los enfrentamientos como westerns son guiños para los padres, lo mismo que la jerga que utilizan los jugadores, no sólo por futboleras. bien de los ’70. Si Metegol es atractiva para el público femenino, de cualquier edad, es una incógnita que se revelará a partir de hoy. Hay personajes arquetípicos, pero muy bien delineados (el egocéntrico Beto, Loco, el filósofo) y un excelso trabajo de doblaje (Fabián Gianola, Pablo Rago, el Negro Fontova son los más conocidos). Y más apuntes sobre el “progreso” y el capitalismo enfrentando al espíritu de las tradiciones, que despierta nostalgia, y que se dirimirá en un estadio de fútbol. Es cine de superación. El público -el pueblo-, finalmente dirá quién ganó.
Campanella por otros medios Con gran expectativa, finalmente se produjo el estreno de la primera incursión del director de El secreto de sus ojos en el mundo de la animación en 3D. Y no defrauda. Amadeo es un chico apocado y tímido, mientras que Grosso es atlético y extrovertido. Y así como el primero concentra las características del antihéroe –aunque desde su aparente debilidad también representa los valores del barrio, que se supone abarcan desde la solidaridad hasta la nobleza de los personajes que hacen del mundo un lugar mejor–, su antagonista es la cara del capitalismo salvaje, triunfalista, que avanza sobre tradiciones y personas en pos de un progreso que sólo respeta las leyes del mercado. Bienvenidos al universo de Juan José Campanella en versión para niños, una superproducción animada en 3D que en definitiva es un eslabón más de la mirada que tiene sobre el mundo el director de Luna de Avellaneda, que –no está de más señalar– tiene muchos puntos en común con Metegol. Memorias de un wing derecho, un cuento de Roberto Fontanarrosa, fue el puntapié inicial para que Campanella junto a Eduardo Sacheri (el autor de la novela que luego se convirtió en El secreto de sus ojos) y Gastón Gorali llegaran a la historia ambientada en un pueblo con una plaza central y un bar enfrente con un metegol al fondo. Allí, Amadeo sirve las mesas y pule su habilidad para manejar esos jugadores que sólo se desplazan hacia los costados, hasta que llega el desafío de Grosso, un bravucón que pierde pero jura venganza. La revancha llega años más tarde, con Amadeo aparentemente detenido en el tiempo en ese bar centenario y Grosso convertido en el mejor jugador del mundo, que vuelve para mostrar sus logros y como cabeza de playa de una corporación que quiere construir un estadio gigantesco. El partido en donde se juega la dignidad de los habitantes del lugar y la posibilidad de que Amadeo conquiste a la muchachita del cuento, pone en un lado a un cura, un policía, un chorro, un demodé emo más la determinación de los muñequitos de plomo, frente a una escuadra aparentemente invencible liderada por Grosso. Hay varios guiños cinéfilos –2001: Odisea del espacio, el espíritu de los spaguetti western–, pero en la ambición de abarcar todo, también hay algunos momentos que refieren a la historia Argentina reciente, con un político que se fuga en helicóptero y algún diálogo que afirma el valor del voto popular, "aunque a veces se equivoque". La referencia obvia y también ineludible es la saga de Toy Story, pero también es para destacar que desde la argentinidad de los diálogos y el fútbol como marco, Metegol se anima a disputar a los públicos cautivos de Pixar o DreamWorks, con una película que más allá de los meandros de la comercialización y distribución, aspira a acceder a los mercados internacionales en pie de igualdad con los gigantes de la animación. Impecable en lo formal, con una historia sencilla pensada y repensada para el público infantil pero con muchos motivos de interés para los adultos, el universo campanelliano está tan presente en Metegol como en cualquiera de sus films anteriores. La animación es una herramienta más, vistosa, costosa, preciosa, para hablar de los temas que le interesan desde siempre.
No es una historia solo sobre el fútbol, sino que habla de valores como la amistad y el afán de superación, entre otros temas. Esta es la primera película de animación en 3D de Campanella (“El hijo de la novia”, “El secreto de sus ojos”), inspirada en un cuento del escritor argentino Roberto Fontanarrosa (1944-2007). En el guión Eduardo Sacheri (ya trabajó con Campanella en el guión de “El secreto de sus ojos”); Gastón Gorali (City Hunters); Juan José Campanella y Axel Kuschevatzky (Casados con hijos). Trabajaron más de 300 personas, entre ellas animadores, dibujantes, editores, y técnicos. Cuando los espectadores vayan a disfrutar esta historia en pantalla grande, a los pocos minutos van a notar que no tenemos nada que envidiarle a Hollywood, Juan José Campanella realizó un gran trabajo, el cual le llevó 7 años, y como es un ser incansable en poco tiempo debutará como Director de la obra de teatro "Parque Lezama", protagonizada por: Luis Brandoni y Eduardo Blanco. Relata la vida de Amadeo (David Masajnik), que vive en un pueblo pequeño y anónimo, trabaja en un bar, pasa gran parte de su vida jugando al metegol, es un crack y en secreto vive enamorado de Laura (Lucía Maciel). Un día lo desafía en este juego Grosso (satisfactoriamente interpretado por Diego Ramos, con toques de E. Sacheri) y Amadeo le gana, lo que él desconoce son las consecuencias. El tiempo pasa, él sigue en el Bar con su Metegol, su pasión, ella tiene otros sueños y quien regresa es el ambicioso, vanidoso, arrogante, trepador y inescrupuloso Ezequiel “el Grosso” (una especie de Cristiano Ronaldo), para vengarse de la única derrota que sufrió ante Amadeo. Esta dispuesto a destruirlo todo, ante tal situación el Intendente huye en helicóptero (una analogía a la huida de algún funcionario) y todo tiende a desmoronarse. Ante tal situación varias cosas estarán en juego: la amistad, el honor, el esfuerzo, el superarse, defender el pueblo, el club de barrio (similar a lo que sucedía en “Luna de Avellaneda”), el amor de Laura, entre otros temas, y como la vida también puede ser un molinete, esos jugadores del metegol toman vida, algo mágico sucede, ellos junto a Amadeo pueden forman un buen equipo, porque en el fútbol también existen los milagros. Como la unión hace la fuerza, todos deberán juntarse para jugar en equipo, todos los jugadores del Metegol se lucen y te arrancan más de una sonrisa: Capi, el Beto y el Loco, estos tienen toques muy ingeniosos, también le siguen: el manager (Coco Sily); Capitán Liso (Miguel Ángel Rodríguez); El Intendente (Axel Kuschevatzky); Ernesto Claudio (Sacerdote); Ermitaño (Marcos Mundstock); entre otros. Cada personaje aporta lo suyo, se nota que es un trabajo en equipo y ellos también se divirtieron a la hora de realizarla, y hasta Campanella aporta su voz a los personajes: Los dos viejos que hacen palabras cruzadas en el bar, el policía, el Lechuga, el que grita, al técnico que dice “este partido es aburrido” y el de la rata. Todo su desarrollo visual, la estética y técnicamente es sorprendente. Tiene mucho humor para adultos y es para chicos mayores de ocho años aproximadamente, dentro de los diálogos afines con el mundo futbolero y un lenguaje del fútbol argentino (se nota la mano de Sacheri), contienen un lunfardo atemporal, “Salchichas con puré”, “el goool con gestos”, “hay que hacerle la sicológica”, entre otros. A algunos futbolistas de metegol los note similares a: Luque, Pasarella, Tarantini, Valderrama, entre otros, muchas referencias a otras películas. El tema original de la película fue compuesto e interpretado por el dúo puertorriqueño Calle 13. Emilio Kauderer, compuso y dirigió la música de fondo del film, muy buena la fotografía y el montaje a cargo de Félix Monti. Esta es una coproducción argentino-española, tuvo una inversión de 20 millones de dólares, y llega a más de 240 salas y en los formatos: 3D, 35mm o Digital 2D y además se verá en 50 países. Cuenta con un fuerte apoyo publicitario y muy pronto saldrá un álbum de figuritas, además se encuentran varios libros para chicos escritos por Sacheri y cuando salga a la venta en DVD podremos ver como estos actores realizaron sus personajes, entre otras situaciones. Los actores quieren secuela, ¿Será?
Una película como Metegol tiene claramente dos improntas difíciles de eludir: la que aporta su director Juan José Campanella, ganador de un Oscar con su película El secreto de sus ojos y la que imprime calidad de la animación que se desarrolló para esta mega producción, con costos largamente superiores a cualquier película en nuestro país. Aun cuando la animación no sorprende para quienes conocen la calidad de las películas que se distribuyen a nivel mundial, lo cierto es que Metegol soporta la comparación con cualquiera de las superproducciones de las grandes compañías internacionales. Este es un dato alentador tanto para quienes van a ver la película, como para la industria audiovisual nacional, que con este salto de calidad en la técnica se instala como un jugador considerable en la producción de animación global. En cuanto al lugar de Campanella, es evidente para quien ve la película que esta se ubica en el mismo lugar –por su construcción, su estilo, su moral y su ideología- que Luna de Avellaneda, seguramente la peor película de este director que, a criterio de este cronista, está algo sobrevalorado en tanto autor. No hay dudas que Campanella conoce como producir películas que logren empatía con el público y se conviertan en productos masivos, lo que no parece razonable es considerarlo un autor con rasgos que eludan los lugares comunes de la industria más concentrada. Metegol parte del relato de un padre a su hijo, a quien revela su propia historia y la de su pueblo. Es la historia de un joven sumiso, abstraído en la práctica del metegol, el juego popular que no faltaba en ningún bar ni buffet de club de barrio. Este juego es el escenario de una gran disputa entre el joven retraído y un “patotero” devenido poderoso. Amadeo y sus jugadores de metal tendrán que asumir en una serie de aventuras y un gran desafío final, el destino de su pueblo. En este sentido, la película está más cerca de cualquier relato tradicional que de la recuperación de un elemento popular como fuente para construir una aventura que encuentre en tradiciones compartidas algunas nuevas ideas narrativas o algunas particularidades del lenguajes, de los escenarios, de los elementos cotidianos. Como si lo neutro no fuera solo el lenguaje hablado, los elementos que constituyen la totalidad del film carecen de cualquier vínculo de la cultura popular, como supone un relato centrado en un juego como el que referencia el título. El metegol es un juego, pero es también un lugar de encuentro. Fue durante un largo tiempo –y lo sigue siendo en muchos lugares donde se comparte el vermú, el salamín y el queso- una forma de expresión de la cultura popular. Alrededor del mismo se despliegan un conjunto de vocablos y discusiones propias, que fueron desarrolladas, compartidas y trasmitidas a partir del metegol como espacio de reunión. Fue en esa extraña configuración de jugadores y espectadores –comentaristas, consejeros e hinchas- que se constituyó un pequeño espacio de la cultura popular en nuestro país. Frente a esta noción, claramente recuperada en el cuento de Fontanarrosa, la película de Campanella impone un metegol que es un inconcebible espacio de pura soledad y encierro. Amadeo pasa de la niñez a la juventud y de ella a la adultez, luciéndose en el juego para su exclusivo goce personal, sus logros no son desarrollados en el juego compartido, en el intercambio glorioso de una tribuna del bar o de un club social, sino en el terco aprendizaje solitario que es solo demostración y nunca juego. Lo popular desaparece en manos de un personaje sin vínculo social y alejado de cualquier forma de cultura popular. En la primera secuencia de la película Campanella confronta, actualizando cierta línea planteada en el cuento, los jueguitos en la Tablet –de puro corte individual- con el metegol –de raíz popular y colectiva-. Sin embargo esta operación se contradice en sí misma, pues para el protagonista el metegol es un espacio de encierro y aislamiento, del mismo modo que, según su visión, lo son los jueguitos electrónicos para su hijo. Pero para colmo de males la película posee enormes problemas narrativos. Campanella parece concentrar sus esfuerzos en la escena del desafío (secuencia del comienzo de la película donde se genera la enemistad irremediable entre Amadeo y el Grosso) y la del enfrentamiento (partido del final). En medio de esas dos secuencias la aventura de los pequeños jugadores de metal, que adquieren vida propia, carece de todo interés, novedad y ritmo narrativo. Para quienes creen encontrar vínculos entre esos juguetes revividos y la magnífica saga Toy Story, cabe distinguir que en aquella los juguetes tienen vida propia al margen de los humanos. Y ese no es un dato menor a tener en cuenta. La lógica de autos o juguetes hablando con humanos definitivamente carece de toda magia. Por otra parte el desenlace adolece de dos problemas centrales. Campanella parece no entender el futbol, ni su lógica ni su estética. ¿Desde dónde mira el partido la cámara? Desde el lugar de la pelota o del jugador. Nunca lo mira desde fuera de la cancha. He ahí un problema notable en la narración de esta secuencia, que por otra parte nunca encuentra la tensión necesaria de un enfrentamiento a todo o nada. Será Metegol seguramente la película más taquillera del año. Eso no quita que para muchos de nosotros sea una decepción. Una verdadera pena, especialmente en homenaje a aquel magnífico wing derecho que lleva como 6800 goles hechos en las canchas del viejo club social y deportivo.
Un salto de enorme calidad para la animacion vernacula. Juan Jose Campanella se vale de todos sus recursos narrativos y tambien de los topicos de su cine mas nostalgico (las similitudes con "Luna de Avellaneda" son enormes) para retratar una historia muy argenta pero con gran proyeccion internacional. Y esto sin dudas, se debe al enorme cuidado de producción, a una animacion elaborada y a un diseño de los personajes nunca antes visto por estos lares. Las voces del doblaje argentino, a pesar de la controversia que han generado, estan logradas, y es lo que se espera de una cinta que transcurre en nuestro pais, con personajes autoctonos y con referencias regionales. El filme, ademas, no se priva de homenajear a clasicos del genero como la secuencia de "2001 Odisea del espacio" o a los estereotipos del costumbrismo nacional. Hay buenos, muy buenos y malos, muy malos, como se espera de una historia de genero, y esta obviamente lo es. Las niñas quizas no se sientan muy atraidas por el filme que destila mistica masculina (hay un personaje femenino importante, pero queda perdido entre el carisma de los jugadores del Metegol y el omnipresente Amadeo) y el clima general de melancolia puede atentar contra los que busquen la alegria y el pasatismo de las cintas de vacaciones de invierno. Pero "Metegol" merece ser vista y su simple existencia, es motivo de festejo para la industria cinematografica local y para todos los cultores de la animacion.
Disfruté mucho ver Metegol. La disfruté por sobre cualquier observación meticulosa que se le pueda hacer. Disfruté mucho más ver tanto profesionalismo nacional, y tanta calidad en la animación que puedo dejar de lado lo que no me gustó tanto que igual mencionaré. Pero no tengo problemas en decir que por ser Argentina le subo la nota, de la misma manera que otros se la bajarán. Acá cuesta mucho más hacer esto, y estuvieron meses y meses trabajando en ella. Eso hay que valorarlo. La película es muy prolija y tiene momentos de animación excelentes, como cuando muestran todos los pases iniciales en el Metegol o la escena de esa montaña rusa rara. Pero también hay momentos muy divertidos, como en la explosión donde hay un muy buen juego con la animación. Se que algunos espectadores se quejaron antes de verla, por las voces en el trailer, pero en la película es algo totalmente normal. O sea si se hiciera una película sobre jugadores de fútbol verdaderos, no se les podría pedir que hablen en neutro. Quizás en realidad a algunos habría que subtitularlos. Hay un lindo trabajo sobre las voces y no fue algo casual ni tirado de los pelos. Lo de Gianola o Fontova está muy bien logrado con sus personajes. Pablo Rago y Diego Ramos hacen muy bien sus personajes. Los peros que tengo hacia la película, es que no me terminó de cuadrar las idas y vueltas sobre la atención en los personajes. Por momentos es sobre Amadeo, pero luego sobre los jugadores del Metegol, pero no de manera armoniosa me dio la sensación. En el partido final, que dicho sea de paso es muy divertido, se da de manera clara esto del protagonismo. Creo que esos jugadores, como los Minions se merecen su película propia en el futuro. Obviamente no será con el sentido de la historia que tiene Metegol, pero si será algo divertido. Metegol es de visión obligatoria en las vacaciones de invierno o para cuando sea. Si no quieren ver una película con una temática de fútbol...Ok! pero tienen que ver algo tan bien hecho y con tanta gente trabajando para hacer algo así. Muchas películas en el cine nacional terminan siendo el Yo sé de Feliz domingo (se me cayó una sota), con mucha voluntad pero con poco respaldo. Esto es exactamente el lado opuesto. Acá tenemos a la Orquesta del Colón luciéndose en el Lincoln Center. Y eso es lo que yo banco de Metegol.
Tirar centros a la olla METEGOL es la película más cara de la historia del cine argentino, con un presupuesto aproximado de unos 20 millones de dólares, una cifra impensable para una industria cuyas películas raramente superan los 2 o 3 millones de esa moneda (¿serán dólares a precio oficial? ¿blue? ¿cómo saberlo?). Producción animada en 3D, tardó unos cuatro años en completarse y tiene seguramente otro récord: los créditos más largos de la historia del cine nacional. Es -lo dijo el propio Campanella- una inversión que no se puede recuperar localmente “ni aunque todos los argentinos vayan a verla dos veces cada uno”, por lo que es más que evidente que necesitará del mercado internacional, y no sólo el latinoamericano y el español. METEGOL habrá que venderla en todos lados. Más allá de estos datos técnicos -a la crítica de cine debería preocuparle poco y nada estas cuestiones a la hora de analizar un filme-, lo que tenemos ante nosotros es una película de ambicioso diseño visual y un trabajo de animación logradísimo, a la altura de cualquiera de los filmes animados que circulan internacionalmente. Tomando en cuenta que ése era el gran desafío técnico, hay que decir que METEGOL cumple con su cometido y que lo hace “sobrando la parada”. Hay algo en ella que recuerda a formatos estéticos ya conocidos de la animación, por lo que tal vez lo que veamos no sea del todo original. Pero el enorme desafío de crear -a la vez- personajes humanos y muñecos, darles “vida” y personalidad a través de específicos detalles (la mirada, el movimiento, la luz) y hacer que todo eso funcione con fluidez no es poco mérito para esta ambiciosa producción. Claro, podrán decir que con 20 millones de dólares cualquiera “compra” buena animación, pero sea como sea lo cierto es que el trabajo está muy bien hecho. JardinEs una pena, entonces, que como película METEGOL no termine de estar a la altura de su animación. En ella sucede casi lo contrario a lo que uno esperaría en un producto de este tipo, salido de una industria con historia en la materia pero sin demasiada producción. Si lo esperable era encontrarse con un muy buen guión y muy buenos personajes en un filme con una animación apenas pasable, lo que llama la atención en METEGOL es encontrarse con una película impecablemente animada pero con problemas estructurales: de historia, de trama, de personajes. Más todavía en una película de Juan José Campanella, quien suele por lo general destacarse en esos terrenos. Más allá de que a unos les gusten sus películas más que a otros -o los temas que trabaja-, es innegable que el director de EL SECRETO DE SUS OJOS maneja como casi nadie en la Argentina los resortes más clásicos del guión. Los problemas de METEGOL son varios en ese terreno. Es una historia que comienza centrada en un personaje, al que luego abandona y al final recupera. En el medio, los protagonistas son los jugadores de metegol que cobran vida (a excepción de uno, no se sabe cómo lo hacen), pero en el final del filme quedan prácticamente relegados de la acción. Y, lo que es aún más extraño, en ese final aparece una decena de nuevos personajes, tenuemente delineados, que súbitamente pasan a ocupar el centro de la acción. Y si todo eso no parece tener demasiada “unidad” es porque, sencillamente, el protagonista es excesivamente gris y poco interesante: su conflicto es clásico y hasta evidente (superar su timidez para vencer al villano, conquistar a la chica y recuperar el pueblo), pero su personalidad es casi nula. metegol3Es por eso que, como los “minions” de MI VILLANO FAVORITO, los personajes secundarios (si es que son secundarios, no es muy claro) son lo más interesante del filme. Me refiero a los jugadores de metegol que funcionan casi como una serie de estereotipos basados en la mitología futbolera argentina de los años ’50, actualizados a los ’70 y reubicados en esa especie de presente futurista que tiene el filme. “El Capi”, “Beto”, “El Loco” y los demás son como esas figuritas de fútbol de los ’70 (Luque, Tarantini, Gatti, Alonso y así) que hablan en un exageradísimo lunfardo “argentino”, al punto de parecer personajes de PELOTA DE TRAPO, EL HINCHA, o esos personajes “argentinos” de las traducciones al español de Disney de los ’60, pero con modismos de distintas épocas. Seguramente se transformarán en favoritos de los espectadores aquí, aunque habrá que ver que otros modismos y estereotipos usan cuando traduzcan el filme a otros países. Pero ni siquiera estos personajes terminan de ser lo ricos que podrían haber sido. Sus chistes y frasecitas tienden a ser reiterativas (“El Loco” abusa del slang new age, lo mismo que “Beto” hablando en tercera persona), la mecánica de su relación jamás tiene la lógica ni la precisión, digamos, de la rivalidad entre Woody y Buzz de TOY STORY (aquí son amigos y, más allá de peleítas y celos, nunca se duda de eso) y, en definitiva, su aporte “a la causa de recuperar el pueblo” tampoco es demasiado importante. Tampoco, digamos, aparece aquí la problemática “existencial” que enriquece y mucho a los personajes de aquella saga de Pixar. metegol2Hay, para mí, un problema estructural en el relato, que parece llevado de las narices por una lógica narrativa bastante incierta. METEGOL no deja de tener sus muchos momentos agradables y placenteros sueltos, pero la sensación es que narrativamente la película nunca fluye del todo bien, sino que está como empujada, soplada por impulsos de guionista que busca peripecias para lanzarle a los personajes por la cabeza sin justificación alguna y que luego se las rebusca para volverlos a poner en caja. Casi nunca lo que sucede parece resultar consecuencia de la lógica interna del relato. Hay demasiados puntos narrativos lanzados al aire como si fuera un equipo que tira centros a la olla a ver si algún jugador con algo de suerte los cabecea, personajes lanzados a la maraña narrativa nunca desarrollados (un montón, literalmente, de otros jugadores y jugadorcitos, como “cambios” para tratar al final de torcer el rumbo del partido) y un conflicto central (dos: la chica y el pueblo) bastante desteñidos, más allá de que sea particularmente gracioso que en una película que empieza con el logo de Universal, el villano sea una compañía llamada precisamente así. El tema de las voces argentinas del filme será seguramente discutido por muchos. A mí me molestó al principio especialmente en los personajes de Armando y el de su hijo, al que le cuenta la historia que vemos. Es algo que siempre me hace ruido en la animación argentina (y española y latinoamericana) y que muy pocas veces lo encuentro, digamos, en la americana: los actores declaman, impostan, recitan. Dicho de una manera más obvia: sobreactúan cada uno de sus parlamentos. Aquí, eso sucede, pero el problema es salvable ya que el villano está bien logrado aún usando esos recursos (se sabe, los villanos se manejan mejor con frases hechas y en tonos altisonantes), la chica es graciosa y logra evitarlos casi siempre (para mí es el personaje más simpático de todo el filme) y los jugadores de metegol son muñecos estereotipados que hablan ex profeso en clichés, por lo que es esperable de ellos una serie de porteñismos varios. Fueron, después de todo, construidos o imaginados para diferenciarse de esa manera. De a poco, ese tono old fashioned del habla, como de vieja película argentina, se transforma en la “lengua franca” de METEGOL. Y uno se acostumbra… metegol1Tal vez esté siendo demasiado detallista en esta crítica, pero es que de una producción como ésta, que tomó tanto tiempo de trabajo y tan enorme presupuesto, uno se imagina que deben haber habido decenas de horas de charlas y debates sobre cada uno de estos aspectos. Nada debe haberse tomado a la ligera y sé que Campanella y sus colaboradores son tremendamente serios con su trabajo. Como no dudo de esa seriedad es que me sorprende esa desprolijidad narrativa (o curiosa estructura), y es por eso que me tomo el atrevimiento, por usar una frase que podría salir de la boca de algunos de los jugadores, de “buscarle la quinta pata al gato”. Es que así como me parecen celebrables la mayoría de las elecciones de animación (el fútbol que se juega, pese a ser muy poco realista, funciona), hay otras que no me gustan nada, como algunos personajes (la “mujer bigotuda”, especialmente, o ciertos toques de “terror”), algunos largos planos animados desprovistos de timing cómico (como cierto “ballet”) y el arranque, con una broma/referencia a 2001, ODISEA DEL ESPACIO, que es demasiado berreta y de sketch televisivo como para dar comienzo a una película así. Seguro que esa escena funcionará y tal vez la gorda bigotuda sacudiendo las tetas también haga reír a alguna gente, lo cual no quita que me parezcan muy flojas. Loco1Otro asunto que a muchos les resultará problemático es el regreso del Campanella más nostálgico de LUNA DE AVELLANEDA (película con la que tiene muchísimos puntos de contacto) en lugar del más oscuro de EL SECRETO DE SUS OJOS, con su pueblo chico solidario enfrentado a la corporación corrupta y cruel que viene a acabar con las sanas costumbres de su buena gente, un tópico repetido si los hay. A mí, en lo personal, no me preocupa demasiado. Me parece que este tipo de películas suele necesitar alguna especie de mensaje obvio y hasta trillado si se quiere, por lo que no me incomoda tanto. Tengo la impresión de que METEGOL va a funcionar bastante bien, aunque quizás no tanto como para cubrir los gastos que sus enormes costos de producción deben requerir. Creo que tiene los elementos suficientes como para ser un éxito entre los chicos y hasta un gran programa para ir con sus padres (puedo imaginar los diálogos explicando las referencias futboleras de antaño). Dudo un poco más con respecto al público femenino, ya que me cuesta imaginarme a las niñas tan entusiasmadas con una trama sobre fútbol (es sobre eso, no otra cosa) y no sé si generará el entusiasmo desbordado que una película merece para hacer más de 2 o 3 millones de espectadores. Ojalá suceda, pero no estoy muy seguro. Internacionalmente, requerirá de un gran manejo del doblaje y una muy buena adaptación del guión como para reformular la lógica de ciertos personajes, pero es esperable que al menos en América latina y en algunos países de Europa funcione bastante bien. Si en España funcionó EL RATON PEREZ o la lamentable MANUELITA, una película como METEGOL tiene que ser, ay, un golazo…
El cine argentino nunca fue ajeno a la animación. De hecho, El Apóstol, de 1917, es el primer largometraje animado en todo el mundo. Luego llegó Manuel García Ferré, con films que marcaron a generaciones, como Ico, El Caballito Valiente y Trapito. En las últimas décadas hubo intentos en el estilo de las producciones digitales provenientes del exterior, del que se destaca Cóndor Crux. Y también están las películas basadas en personajes populares, como Patoruzito y su secuela, Isidoro, Boogie, el Aceitoso y Gaturro. Cuando se anunció que Juan José Campanella estaba preparando un film de animación, con Eduardo Sacheri otra vez como co-guionista (trabajaron juntos en la ganadora del Oscar El Secreto de sus Ojos, basada en una novela de Sacheri), en un film inspirado en el cuento de Roberto Fontanarrosa “Memorias de un wing derecho”, quedó claro que sería un producto a tener en cuenta...
Fuera de juego Después de haber ganado el Oscar a la mejor película extrajera por El Secreto de sus Ojos, es normal que cualquier nuevo trabajo que pueda hacer Juan José Campanella genere expectativas importantes y Metegol, su nuevo film (y su primero de animación) no iba a ser la excepción. Pero al respecto de esta nueva obra, hay que decir que ya desde el principio empieza a generar dudas cuando un grupo de primates juegan al fútbol con un cráneo en una especie de homenaje a la famosa escena de 2001: Odisea del Espacio de Stanley Kubrick. La cuestión es que esta presentación resulta un tanto pobre y da pie a una historia que, de a poco, se va tornando bastante deslucida...
Ganar como sea Estamos en el partido final, decisivo: el pueblo, representado por un equipo que lidera Mateo junto a algunos de los habitantes más pintorescos, se enfrenta Grosso y su team de estrellas. Si ganan los buenos, el pueblo sigue en pie. Si ganan los malos, chau pueblo. La cosa viene mal, el partido parece irremontable y los jugadores de metegol, que venían contemplando el encuentro desde afuera, deciden entrar arbitrariamente y sin permiso a la cancha, básicamente para hacer trampa. Esa trampa da resultado: vuelve a poner en partido al cuadro de los “buenos”, en un encuentro que parecía dominado por los “malos”. Mateo -quien no sólo es el personaje principal y narrador de los acontecimientos, sino también el eje moral de la historia-, cuando se entera de la trampa, se enoja y les dice a sus pequeños amigos que la cosa no se hace así, que él y sus compañeros de equipo van a triunfar por las suyas y, de paso, salvar al pueblo. Y el partido sigue, como si nada hubiera pasado, como si el cuadro de los “buenos” no hubiera roto las reglas. Este accionar está respaldado por un discurso previo donde se remarca que el concepto de “pasión” involucra, entre otras cosas, el querer ganar como única opción. Uno puede, y debe indignarse frente a esta construcción discursiva. Más teniendo en cuenta que está destinada primariamente a los chicos, a los que se les baja el mensaje de que lo pasional involucra sólo el triunfo, sin importar la forma en que se lo alcance, mientras uno esté del lado de los que tienen la razón. Pero si se analiza con un mínimo de detenimiento la filmografía de Juan José Campanella, ya uno no puede sorprenderse: las películas más exitosas del director argentino más prestigioso y popular han estado marcadas por el lema “el fin justifica los medios”, con sus guiones forzando a los personajes a ponerse en situaciones de las que difícilmente haya retorno, para luego continuar los relatos sin hacerse cargo de nada: recordemos a Rafael Belvedere (Ricardo Darín) vendiendo su restaurante y dejando a todos sus empleados en la calle en El hijo de la novia; a Graciela (Mercedes Morán) robando plata de la tesorería o Román Maldonado (Darín) utilizando a una niña pobre como herramienta política en la asamblea del club en Luna de Avellaneda; y a Benjamín Godino (otra vez el pobre Darín) realizando junto a Pablo Sandoval (Guillermo Francella) una investigación sin autorización en El secreto de sus ojos. El cine de Campanella es, en ese aspecto, un muestrario del ser argentino profundo: si estoy convencido de que los motivos me respaldan (puede ser decir algo importante sobre el mundo, o simplemente hacer avanzar la trama), actuar de forma poco ética o inmoral está plenamente justificado. Metegol y sus pequeñas grandes trampas son un ejemplo más. Los críticos y periodistas de otras vertientes, a la hora de analizar Metegol, hilvanan textos de un facilismo alarmante, que giran básicamente alrededor de estos conceptos y nombres: 20 millones de dólares; nostalgia; Toy Story; pueblo; barrio; Pixar; calidad de animación; pasión; Fontanarrosa; DreamWorks; Luna de Avellaneda. De ahí no salen, y mejor no les pidamos que profundicen analíticamente, a ver si tienen que esforzarse. Y ni uno hasta ahora se dio cuenta de que si hay una película de Pixar con la cual se podría comparar Metegol es con Cars, cuyo foco también estaba puesto en reivindicar la vida en los pueblos pequeños frente a la deshumanización de ciertos aspectos de la vida moderna. Pero el film de Pixar, aún siendo uno de los más flojos de ese estudio, apostaba más que nada a buscar recuperar valores esenciales como la amistad, la lealtad, el trabajo en grupo, la conexión con el otro y hasta una concepción del deporte más vinculada al disfrute que a la competencia. Había personajes con pasado, presente y posibles futuros, con motivaciones, con sentimientos; un pueblo que podía ser pensado, de acuerdo a la mirada de cada protagonista, como un hogar, como un lugar donde redefinirse, o incluso como una vía de huida; una reflexión profunda sobre las conexiones que se establecían a través del tiempo y el espacio; y, principalmente, habían imágenes, porque los realizadores eran conscientes de que lo que estaban haciendo era cine y que la principal herramienta discursiva era la imagen. En el film de Campanella, la idea de “pueblo” no va más allá de un bar con su juego de metegol, una plaza central, el típico monumento a los “fundadores”, “amigos” que aparecen y luego desaparecen sin razón de ser, y no mucho más. Ah, sí, claro, la idea de que todo lo que viene de afuera es “malo”. Y cuando se dice “malo”, es porque está vinculado al marketing y a la tecnología, al “progreso”. Encima, esta idea vacía, vacua, retrógrada de la modernidad ni siquiera tiene una construcción visual coherente que la respalde. Al igual que en los peores exponentes del cine de Fernando Siro, Palito Ortega o Luis Sandrini, en Metegol nunca se percibe un universo narrativo que respire por cuenta propia, que se conecte con otras configuraciones espacio-temporales, que tenga un anclaje verosímil que le permita luego conectarse con el espectador. Y uno podría decir que es difícil construir universos destinados a un público muy particular como es el infantil, y que encima colocar la vara que significa Pixar sería como pedir demasiado, no sólo a nivel producción, sino incluso desde lo narrativo. Pero lo cierto es que Campanella, y en consecuencia Metegol, eligen posicionarse justamente en un lugar de competencia, programando inicialmente el estreno para el 20 de junio, en directo enfrentamiento con el lanzamiento de Monsters University (aunque luego lo terminó retrasando casi un mes, lo cual era perfectamente lógico); afirmando que el objetivo es obtener una nominación al Oscar a Mejor Largometraje Animado; y hasta saliendo a inflar el pecho vía Twitter contra Disney porque se negó a darle un espacio publicitario en uno de sus canales infantiles de cable. Y sin embargo, el film lo único que tiene a su favor es la prepotencia de sus medios: 20 millones de dólares de presupuesto, todo el apoyo de un conglomerado mediático encabezado por Telefé y la distribución de una major como es United International Pictures. El resto es pura cáscara, pura superficie. Es que si hay una palabra que define de forma rápida a Metegol es ABURRIDA. Metegol, antes que nada, aburre, no se erige ni siquiera como un entretenimiento apropiado. Si había algo que se le podía reconocer a Campanella, es que podía llevar hasta el final algunas de sus ideas sobre el mundo gracias a sus habilidades narrativas. Era difícil discutirle su capacidad para construir diálogos que revelaban un conocimiento bastante profundo del ser argentino, sin por eso resignar cierta universalidad; su comprensión de géneros tan disímiles como la comedia costumbrista o el policial; y su saber, muy emparentado con el Hollywood más clásico, para la puesta en escena. Eso le permitía hilvanar relatos que, a pesar de sus idas y vueltas, nunca perdían el ritmo. Lo que menos se podía decir sobre El hijo de la novia, Luna de Avellaneda o El secreto de sus ojos es que eran películas que se hacían “lentas” o “soporíferas”. Pero en Metegol eso sucede, y con creces, básicamente porque Campanella nunca se preocupa realmente por construir personajes. Lo que hay son meras marionetas para su mensaje a favor de la tradición y contra la modernidad. En consecuencia, el protagonista, Mateo, pasa de ser no mucho más que un muchachito tímido e introvertido a un líder futbolero nato, sin una transición que explique de manera cabal ese cambio; su interés amoroso, Laura, no tiene entidad ni una conexión que la respalde, y parece estar solamente para convocar al público femenino; el villano, Grosso, tiene una motivación intrascendente, transita por todos los lugares comunes y previsibles, sin jamás adquirir espesor; y los jugadores de metegol no son más que estereotipos y recipientes para chistes que en contados casos tienen un dejo de inspiración. Con estos últimos es muy patente que el director -y sus coguionistas, Gastón Gorali y Eduardo Sacheri- no tienen mucha idea de qué hacer, con lo que hay toda una hora de metraje -que transcurre básicamente a partir de la sucesión inconexa de tres secuencias en un basural, un parque de diversiones y un laboratorio- donde el film avanza a los tropezones, buscando fusionar sin éxito el mundo del metegol con el verosímil del pueblo. En el medio, se pierde todo el potencial lúdico que podía tener el film, ya que es el mundo de fantasía y diversión del metegol el que tiene que incorporarse al universo limitado, estático y conservador del pueblo. Todo se tiene que decir, a través de la palabra, sin confiar jamás en las imágenes. Por eso, no resulta sorprendente que el partido final, que se supone debería ser el clímax emocional, sea pura rutina y no genere el más mínimo suspenso. De Fontanarrosa y su apuesta permanente a doblar o incluso quebrar las reglas de lo verosímil no queda nada. Si hubiera provenido de alguna factoría estadounidense o europea, Metegol hubiera sido rápidamente olvidada. Pero como proviene de las entrañas de la parte más poderosa del cine argentino, y tiene a la cabeza a su director más emblemático, se convierte en un símbolo, en un modelo a seguir, en un nuevo ejemplo cinematográfico del “aquí también podemos hacerlo”. Es LA película del cine argentino de este año, y marcará el camino para lo que venga. Que un film así se constituya, por anticipado, incluso antes de su lanzamiento, a pura prepotencia propagandística, en el paradigma para los realizadores argentinos que aborden la animación destinada a los más chicos es realmente nefasto. Es peligroso y preocupante. Metegol tiene el potencial para ser como el bilardismo, que con su ideología del “todo vale” sentó las bases para la mediocridad del fútbol argentino actual. Es por eso que debería ser un antecedente de lo que NO se debe hacer.
Campanella es capitán. Al menos en lo que a mí respecta, cada vez que un nuevo proyecto del director Juan José Campanella resuena en mis oídos, lo espero con ansias. Y ese respeto se lo ha ganado a fuerza de buena voluntad, mucho trabajo, y sobre todo de muy buenos resultados finales. No en vano es uno de los directores más importantes que tenemos en Argentina; sus historias han sabido trascender, y así Juan José ha superado límites proyecto tras proyecto. Pero esta vez la apuesta es mucho más arriesgada: Un film animado en 3D, con un costo millonario. Nada parece detener a este señor, cuyo motor de realización son sus sueños personales. Metegol (2013), es una historia que se basa en primera instancia en un cuento de Roberto Fontanarrosa, pero la película va bastante más allá del mismo. Amadeo (David Masajnik) es un jovencito con una especial habilidad para jugar al metegol. Un buen día, su bar preferido es testigo de un desafío con el bravucón del pueblo. Nuestro protagonista gana y deja furioso al otro nene. Varios años después, éste se ha convertido en una vanidosa estrella del fútbol mundial y ha planeado vengarse de Amadeo y su gente, comprando el pueblo y destruyendo aquél lugar que lo vió caer derrotado. Pero como eso no es suficiente, ‘el Grosso’ (Diego Ramos) también lo desafía a un partido de fútbol de verdad. Amadeo se ha metido en un tremendo lío, y su desesperación despierta a los muñecos del metegol. ¿Cómo? Sí, esos tipitos de plomo que están encastrados en una canchita artificial, cobrarán vida y ayudarán al joven a enfrentar todos sus problemas. Claro que no faltará la dosis de aventura que todo film animado debe tener. Juntos atravesarán un montón de aventuras y desventuras, mientras la pobre de Laura (Lucía Maciel) sufre por su amorcito de barrio. Realmente lo interesante de la película, yace en la personalidad marcada que tiene cada uno de los futbolistas tiesos. El Capi (Pablo Rago), el Beto (Fabián Gianola), el Loco (Horacio Fontova) y Liso (Miguel Ángel Rodríguez), son el plato fuerte de Metegol. Cada cual representa a cierto estereotipo de jugador de fútbol, con un lunfardo muy propio, que sólo los argentinos podemos entender. Un dato como ese hace que desde el vamos, el film deba generarnos orgullo. El 'tire y afloje' entre ellos es una muy divertida constante, que se basa primitivamente en las diferencias que les impone el color de su camiseta. Sin embargo, el objetivo del film no es contar una historia futbolera sino resaltar los valores que se aprenden trabajando en equipo. La animación en sí no tiene nada que envidiarle a otras películas del mercado internacional… Quizás el pequeño detalle que me hizo ruido fue el contraste entre estos personajes tan nuestros, y algunos secundarios un poco más ‘neutrales’ que creo no se condicen tanto con la estética del film. Fuera de eso, el logro es enorme. Hay momentos que te arrancan risas a montones y que te hacen sentir, de algún modo, identificado. Lo importante acá, es valorar lo mucho que se trabajó tras bambalinas para obtener este resultado, sobretodo en Argentina, donde estamos muy alejados del estilo ‘fábrica’ que tienen en Pixar o Dreamworks, por ejemplo. Por otro lado, la labor que los actores han hecho con el aporte de sus voces, es realmente notable. No me queda más que felicitar al equipo que estuvo involucrado con esta enorme apuesta nacional y ojalá que se le abran las puertas a nuevos talentos con hambre de gloria. Insisto, la película gusta y se valora por el aporte local que posee, y con eso no se jode. Señoras y señores, es un placer para mí decirles que Juan José Campanella: La tiene atada. @CinemaFlor
Gol olímpico de Campanella Juan José Campanella lo hizo de nuevo. Humor, emoción, leve nostalgia, identificación y reflexión, cultura popular y labor ejemplar, y el lucimiento de todos los participantes, incluso los actores aunque en esta ocasión no los veamos. También de nuevo hizo el triple salto mortal, se la jugó, y salió bien. Nunca había hecho un dibujo animado. Supo rodearse de los mejores, aprendió, proveyó a que los mejores crearan escuela, formó un ejército de animadores, les inculcó su espíritu, hizo que todos se tomaran su tiempo, y el resultado es una joya original de alto nivel técnico y gran nivel de entretenimiento. Nunca había partido de una idea tan apretada. El cuento en que se inspira, "Memorias de un wing izquierdo", de Roberto Fontanarrosa, tiene apenas cinco páginas, y recién en la tercera percibimos que es un wing de metegol. Pero con las promociones eso ya lo saben hasta los que nunca leyeron el cuento. Se perdió el factor sorpresa. ¿De veras? Maestro, su adaptación nos revela otras capas, reverbera en la canchita de metal el eco de otras historias, sentimientos, nostalgias, complicidades, jergas, anhelos y secretos, de esos que solo pueden ser dichos cuando el otro está en condiciones de entenderlos. La verdad, a Fontanarrosa le hubiera gustado muchísimo este dibujo. Y además, tal como está, va a gustarle también a quienes ni sepan qué es un wing, y odien el fútbol (hay gente así). Por último, Campanella nunca había reelaborado tan clara y a la vez tan disimuladamente una moraleja. Pequeña clave: ¿dónde habíamos visto a un tal Amadeo limpiando los muñequitos de un metegol? Si, señor, de nuevo pero de muy distinta forma nos dice algo que nos toca de cerca, nos plantea el desafío vital de una competencia desigual, y, cuando parece que el partido culminará de modo previsible, resuelve las cosas por donde menos imaginamos, y encima nos deja un buen sabor de boca. En la cancha, Eduardo Sacheri, principal coguionista, Federico Radero y Jorge Pablos, directores de animación, Mariano Epelbaum y Nelson Noel Luty, directores de arte, el prócer Félix Monti, de fotografía, Emilio Kauderer, música (con aportes de Strauss, Wagner y Morricone para algunos guiños, y la London Symphonic Orchestra para mejor disfrute), Jorge Estrada Mora, Gastón Gorali y Axel Kuschevatzky a la cabeza de los productores, y, con sus mejores voces y expresiones futboleras, David Masajnik, Diego Ramos, Lucía Maciel, Pablo Rago, Fabián Gianola, Coco Sily, Miguel Ángel Rodríguez, Horacio Fontova, este último en lo que él mismo ha definido como una mezcla de Walt Withman, Carlos Castaneda y José Narovsky con camiseta de Aldosivi. Un regocijo.
Metegol de Avellaneda (Atención, se revelan detalles del argumento) Juan José Campanella lo logró de nuevo. Otra vez la historia del antihéroe salvador, otra vez la defensa de los viejos ideales, otra vez el veneno de la nostalgia expandiéndose en cada encuadre, en cada plano de su nueva película, Metegol. Repetidamente esta visión anquilosada del mundo invade su filmografía y nos muestra “las lecciones de vida que nos dan los buenos” y “que tan mal está el mundo” Todo esto escudado en un falso clasicismo donde esa falsedad nos está servida por personajes planos, sin relieve, sin espesor, carentes de ambigüedad...
"Por lo que es y por lo que podría representar para el futuro de la industria local, Metegol puede llegar a ser nuestra Toy Story". Escuchá el comentario. (ver link).
Sabemos que el cine consiste en lograr el movimiento a partir de la fotografía. En en la animación son dibujos en movimiento. Los primeros dibujos animados –filmados- fueron Humorous Phases of Funny faces (1906) de Stewart Blackton y Fhantasmagorie (1908) del francés Emile Cohl. Sin embargo fue Disney quien alcanzó una dimensión notable en el diseño. Es en 1974, que se entrega por primera vez un Oscar a un film de animación a Closed Mondays de Will Vinton y Bob Gardiner – realizado en plastilina- en 1974. Pero es Tim Burton en 1993 con A nightimare Before Chrismas, quien propone una concepción totalmente novedosa del tratamiento del genero, con su largometraje de muñecos, el cual recibe distribución mundial, que no es poca cosa. Con la llegada de la computación, y su posibilidad de generar y manipular imágenes, el panorama gráfico se amplía enormemente. A partir del 3D sus posibilidades aumentan considerablemente. Aunque estas herramientas se transforman en poderosas solo en las manos de un artista creativo, ya que en las mismas es imposible separar la forma del contenido, por lo tanto se encuentra muy condicionada por el diseño de su imagen. Por lo que en realizador debe pensar primero en términos gráficos. Al mismo tiempo la animación no se reduce a la gráfica y al diseño, sino que es un medio donde predomina la acción, es el arte del movimiento y de la utilización de las técnicas narrativas del arte cinematográfico, y del sentido del timing, ya que el hombre vive en un mundo de cuatro dimensiones. Tres de ellas pueden medirse en un film, pero la cuarta solo puede hacerse con un reloj. Juan José Campanella en Metegol aborda con una creatividad y emocionalidad –desbordante- una temática que habla del amor, de la amistad y de la solidaridad, y lo hace desde el eje de una pasión de multitudes, aquella que genera el deporte más popular del mundo: el Fútbol. Una realidad que involucra a personas de todas las edades, de todos los estratos sociales, y de todos los géneros. Un sentimiento poblado de luces y sombras. Una fiesta salpicada por la violencia y en muchas oportunidades por la tragedia. Lo que se inició siendo un deporte con características de espectáculo,- como el cine- con el pasar del tiempo ha dado lugar a una locura desenfrenada, con lo que implica está en todo su alcance. Las festividades -de cualquier tipo- son formas intrínsecas de los seres humanos. En consecuencia no hace falta explicarlas, ya que forman parte de las necesidades biológicas- fisiológicas de un descanso primario. Estas expresan una concepción del mundo y un contenido esencial y profundo, ya que provienen del mundo de los ideales. Sin esto, es imposible el surgimiento del clima de fiesta. Campanella recupera ese sentimiento colectivo, -ese clima de fiesta ininterrumpida- que hace que los individuos establezcan relaciones verdaderamente humanas con sus semejantes, y lo hace con un doble juego, ya que en este caso cobran vida los jugadores de un metegol, los cuales resurgen de los escombros de un pueblo fonteojeunaeano destruido por la maldad de un niño – que no supo perder- y que regresa convertido en hombre para destruir a su adversario, y a todos los que lo rodean, raptando luego a su amada convirtiéndola en su prisionera. Con un tema musical de western comienza este relato donde Amadeo, nuestro héroe épico, logrará por medio de su amor y de su pasión por el metegol, -e implícitamente por el fútbol- darle pelea en un partido con los únicos habitantes posibles, desde el cura del pueblo, pasando por un mendigo, un comisario… sumados a los jugadores- enanos, que se esconden en el pasto-, los que cobraran vida mediante una lágrima suya y le alentarán y ayudarán en parte del partido, para finalmente golear al equipo del malvado con el sólo alimento de la pasión y de su amor por el pueblo, que yace en sus corazones, y que luego es una fuerza que se transmite a sus cuerpos. Esa venganza da lugar al surgimiento de un auténtico humanismo. Ese clima de fiesta se transmite al espectador que se ríe gran parte del tiempo con sus metáforas, analogías, y los modos de comunicarse, que sin duda se relaciona con nuestro modo de vida en todos sus aspectos. Esa tradición oral, que es una herencia de representación popular y masiva se hace presente sobre todo en estos pequeños jugadores que cobran vida para provocar la risa. ¿Qué se puede decir de cómo lo hace? El western es un género cinematográfico genuinamente norteamericano, que ha tenido sin duda en la historia de cine de ese país una trascendencia vital y de hecho una narrativa eminentemente épica. Todos sus grandes actores de Hollywood han protagonizado algún western en especial John Wayne, Burt Lancaster, James Stewart por nombrar algunos. También es cierto que este género se identifica con directores célebres como John Ford, Raoul Walsh, King Vidor. Y mucho más acá Bailando con lobos (1990) de y con Kevin Costner, quien revitalizó el género siendo además ganadora de 7 Oscars. Lo mismo ocurre con la literatura, y ni que hablar del ámbito de la música. Considero que hay films, que se recuerdan fundamentalmente por ella. Como Río Bravo o Duelo al sol con música de Dimitri Tiomkin o La conquista del oeste (Alfred Newman). ¿Quién no ha visto El bueno, el feo y el malo de Sergio Leone con música de Ennio Morricone?. Campanella elige para acompañar los registros auténticamente populares y futboleros de los jugadores metegoleadores, si se los puede llamar así, una mezcla de Calle 13 – canción emblemática del film- con la que hizo el compositor argentino Emilio Kauderer, habitual colaborador de Campanella. Además del gusto personal que le provocó a René cuando recibió la propuesta, tuvo mucho que ver la muy buena relación que trazó con Campanella cuando éste le dirigió su último video, “La vuelta al mundo”. Coproducido con España e inspirado en un cuento de nuestro querido Fontanarrosa. “Memorias de un wing derecho”, que en 1996 Gastón Gorali -a quien Campanella reconoce como el generador del proyecto- compra los derechos del cuento, y ese mismo año se lo muestra a Campanella. Y este se entusiasma con la misma y claramente no la abandona hasta hacerla realidad. Sabemos que Campanella ha ganado un Oscar por el Secreto de sus ojos, premio con el cual se transformó en un director respetado y requerido a nivel internacional. Ya que nacionalmente ya lo era como realizador de una filmografía que cumple con los requisitos de entretener, emocionar, y hacer las cosas como la gente pensando primero que nada en el espectador, que sin duda se lo agradecieron y se lo agradecerán.. Alejado de las discusiones inútiles – intelectualoides- entre cine de autor?, y cine popular y masivo, Campanella se ocupa de hacer un producto SI, SI, SI pensando en llegar a la mayor cantidad de espectadores y justificando por ende el dinero invertido, recaudando ese vil papel que hace posible este tipo de producciones permitiendo posicionar a la animación nacional, a la altura de los “tanques animados” como Pixar de Disney y Dreamworks de Spielberg. Se supone que estamos hablando en el mejor de los sentidos. La animación fue supervisada por Sergio Pablos (Mi Villano Favorito, Rio) mientras que la producción en Argentina estuvo a cargo de Jempsa, de Jorge Estrada Mora y Plural-Jempsa y Antena 3 Films en España. Los productores ejecutivos fueron 100 Bares Producciones, de Juan José Campanella y Catmandu Entertainment de Gastón Gorali, con la producción de Jempsa de Jorge Estrada Mora y Plural Jempsa, y la participación de Canal+, Antena 3, La Sexta, SGR y Telefé. Su referencia más cercana en términos de su filmografía fue la mítica escena en el estadio de fútbol de El Secreto de sus ojos, dónde sólo había 4 jugadores reales y el resto animados. Axel Kuschevatzky y Ernesto Sacheri fueron dos de los guionistas, que ya forman parte del equipo del director. Sacheri fue el autor de la novela original en la que se basó el guión adaptado -que también hizo el mismo Sacheri- de la multipremiada El secreto de sus ojos y Axel fue productor de la misma. Cada una de las voces de los personajes protagonistas a pesar de tener nombres relacionados con nuestro medio fue elegida por casting. “El loco” lleva la voz de Horacio Fontova; “Capi” la de Pablo Rago y Beto la de Fabián Gianola. Entre otros famosos como Diego Ramos y Miguel Ángel Rodríguez. Y Amadeo, nuestro héroe, fue convertido en realidad sonora por David Masajnik. Metegol es una película de animación 3D para toda la familia, para todos los públicos, y para engrosar la lista de lo mejor del Cine Argentino del 2013.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
VideoComentario (ver link).
What a goal! A metegol, in case you’ve never come across one, is a metallic contraption simulating a soccer field and two rival teams. There are handles on each side, and a couple of players play a match as though it were the real thing. This is what a game of metegol is all about: a make-believe soccer game. But, as the omniscient narrator says, “’the kids one day stoppedcoming’’ and instead dashed to an electronic replica, the “maquinitas,’’ as they are called in local parlance. The kids stopped coming, but that’s not the real problem in Metegol, the movie. The trigger is the arrival of a villain, Párpados, a former resident now turned big soccer star who’s made millions as a professional soccer player. “They lifted off the fabric and we were blinded by the light.” This is they way Rosario-born cartoonist-writer Roberto Fontanarrosa starts his short story Memorias de un wing derecho, which filmmaker Juan José Campanella used as a basis for his new movie Metegol (Foosball). Not being a real soccer fan was a plus in Campanella’s case, for it apparently gave him the objectivity needed to tell a story in which emotions, feelings and perceptions — of the world, of oneself — play a key role. This is what a game of metegol is all about: a make believe soccer game. Metegol’s villain Parpados is not alone — he has brought with him an entire team of professional players ready to beat the hell out of the townsfolk makeshift-home team. The hero in Metegol is Amadeo, a young boy who works as a janitor at the town’s rundown bar. There is a metegol machine at the back, forgotten by almost everyone except Amadeo, who’s a champion player in his own right. On the emotional side of things there’s Laura, a manga-style, wide-eyed young girl Amadeo is secretly in love with. It’s war when Parpados comes a-callin’, declaring he’s ready to dig deep into his pockets to buy off the entire town and have it all demolished to build a high-tech city that will make tech geeks beam with pride. Young and small as he is, Amadeo is the only one who decides it’s time to join forces, to coalesce and form a team to vanquish the unbeatable Parpados and his army of thugs. Amadeo puts together an odd assortment of players — the town’s elderly priest, a couple of drunkards, a few neighbours who’ve never before kicked ball, and himself, ready to beat the hell out of Parpados and his team before the eyes of the whole town — and stop the bar and his beloved metegol from going the way of the demolition crew. Sound simple? It is not. And this is precisely what lays at the core of Metegol — about ninety percent of the movie hinges around this all-or-nothing game between townsfolk and villainous out-of-towners, and this is the pattern Campanella already followed in his successful if controversial Luna de Avellaneda (2004). You see, Campanella seems to have this penchant for the old traditions of a barrio, for the things that may be lost in the name of technological advance. He is, in fact, a strong believer in those values, somebody who will carry the torch of good old traditions as opposed to all-pervading change. This is what irked Campanella’s detractors at the time — Luna de Avellaneda’s narrative was perfectly choreographed, but at the heart of it there was a tearjerker of a story. Mind you, the Metegol story and moral follow the same pattern, so expect a good deal of controversy. In fact, only yesterday the Internet was abuzz with commentary for and against Metegol, even if only three screenings had been held — one for critics, another for primary school students, and Saturday’s avant-première. Plus, of course, the mandatory screening at Cine Club Núcleo, back at its traditional home in the refurbished Cine Gaumont. The conclusion is that the heated tweets and arguments on Internet forums were based on... nothing. That is, if you really mean to be fair, you cannot base your judgment on a YouTube trailer. It was evident that the geeks who had taken to cyberspace to rant against Metegol had actually not seen the movie, and yet were keen on discussing the film’s values and drawbacks. For the few hundred spectators who actually saw the movie, Metegol is nothing short of brilliant technology-wise. And right they are, for all the tools of computer animation and 3D tech have been put to perfect use to produce what, arguably, will be the film of the year in Argentina and will set the standard for similar products to come. All the animation artists and technicians in Metegol have pulled this one off with remarkable talent and an extraordinary capacity to overcome the shortcomings of a small budget (by international standards). Produced at a cost of US$ 22 million and the most expensive Argentine film in history, Metegol’s budget is but a tiny fraction of what a similar product would have cost in Hollywood. And it doesn’t pale in comparison with more expensive films of its type, not in this reviewer’s experience. Campanella himself has admitted to being a fan of Toy Story 2, thus his ambition to produce a movie in which toys come to life to fight evil and to bring joy to people going through dire circumstances. As for Campanella’s use of 3D technology, it must be said in his favour that 3D is not a mere attraction (or distraction) to pull viewers’ attention off the fact that the story is simple, very simple, simplistic if you will. But thing is, you cannot have it both ways: if a story is convoluted and confusing, there’s good reason to complain, but if the same narrative has been reduced to the very basics, it must be a good thing. Simplification is not a sin, oversimplification is. Campanella’s detractors will surely rant against this aspect of his macrocosmic view, arguing that things are not so simple in life. Devotees, in contrast, are bound to enjoy Metegol’s unpretentious narrative much in the same way that they enjoyed Luna de Avellaneda’s down to earth approach to life’s conundrums. After all, hasn’t Mr. Campanella himself acknowledged, once again, that his favourite director is Frank Capra, and that his favourite Capra movie is It’s a Wonderful Life. That Capra movie, in this reviewer’s opinion, was well crafted but ideologically tainted with good but unrealistic intentions. Campanella’s world may be a bit Capra-esque, but I see nothing wrong with it, as long as he’s not faking it. Metegol is an honest product, in case you were wondering, and a perfect vehicle to showcase the talent and hard work of Campanella and his whole team of writers, producers, animators, computer and graphics experts, rotoscopic 3D consultants and voiceover artists. Granted, at 100 minutes’ length, Metegol may overstretch is recommended running time, but soccer fans who regularly follow televised soccer matches will not be disappointed, for Metegol packs the kind of intensity of a real match.
Esta producción despertó una enorme expectativa. El trabajo de un director después de codearse con el Oscar y la osadía de meterse en una de animación para chicos y grandes, una verdadera proeza técnica, de presupuesto millonario. El argumento, inspirado en un cuento corto de Fontanarrosa, con varios guionistas y la escritura final de Eduardo Sacheri, tiene todos los ingredientes para llegar al corazón. Dedicado a los niños con el espíritu de “Luna de Avellaneda”, la lucha entre la tradición frente al marketing, los valores de siempre frente a la prepotencia del poderoso que compra el pueblo de su infancia para destruirlo todo. El fervor vivido en equipo, la amistad, la magia. Guiños para adultos, diversión para los chicos, mamás y nenas no abstenerse.
Tal vez no sea una gran señal que se hable de Metegol, la primera película animada de Juan José Campanella, como una proeza técnica sin nada que envidiarle, al menos en ese rubro, a las grandes animaciones de Hollywood. Es cierto que Metegol está a la altura del estándar visual (y no será fácil contradecir a quien diga que está por encima) y Campanella demuestra su habilidad al elegir a muñequitos como protagonistas y gambetear, de a ratos, el problemón de animar los movimientos humanos. ¿Por qué se habla más de los logros tecnológicos que de los cinematográficos? Tal vez la respuesta esté en ese partido de fútbol que resuelve los conflictos y que, además de ser menos vistoso que el impactante partido de metegol, parece más filmado por un cineasta de Hollywood que por alguien obsesionado por representar nuestra idiosincrasia futbolera.
Juego de rivales La animación bien podría ser algo así como el metegol del cine: un género considerado “menor”, de factura industrial-artesanal, que ha demostrado que puede competirle de igual a igual, como lo ha demostrado Pixar, a su contraparte interpretada por actores “reales”. Metegol, en ese sentido, representa en su técnica y en su argumento esa ambición: por un lado, sale a batallar a la industria internacional con una factura gráfica impecable, con figuras, detalles y decorados que no tienen nada que envidiarles a películas extranjeras del rubro, en condiciones poco favorables; y en la historia, en esa lucha entre grandes y pequeños que opera a varios niveles: en ese megaemprendimiento global que viene a acechar al pueblo indefenso; en el fútbol de estadio opuesto al modesto metegol de bar; y en la rivalidad entre el vulnerable pero valiente Amadeo y el jactancioso Grosso, por el amor de Laura. Pero hay una contradicción entre esos términos: Metegol parece paradójicamente querer aspirar a la majestuosidad visual máxima, a la proeza visual de un Grosso y no de un Amadeo, digamos, descuidando la narración, ahí donde se juega su lado más humano. Esa frialdad se percibe sobre todo al comienzo, cuando después de una cita anecdótica a 2001: Odisea del espacio en la que la pelota de fútbol sustituye al famoso monolito, se introduce a los protagonistas “humanos” de la cinta, Amadeo, Laura y Grosso. En el contexto de un pintoresco bar de pueblo, Amadeo vence a Grosso en una partida de metegol, despertando en él unas infinitas ansias de venganza. Que volverán para cobrarse lo suyo varios años después, cuando un juvenil y futbolísticamente dotado Grosso es contratado por un empresario oscuro para aplastar al pueblo y su metegol con un emprendimiento capitalista de parques temáticos, museos y demás, poder que Grosso aprovechará para raptar a Laura. Más allá de la literalidad del “mensaje” sociológico y amoroso, que atañe tanto al cine popular de Campanella como al relato de Fontanarrosa en que está inspirado el filme (y que resalta en la reciente y también costumbrista Anima Buenos Aires, del fallecido Caloi), se percibe en esta escena inicial y cada vez que aparecen estos personajes una extraña hibridez o ubicuidad, producto de la combustión entre el diseño digital “neutro” y las voces de acento argentino-porteño. Esa identidad desdibujada gana fuerza cuando aparecen los jugadores de metegol que cobran vida (gracias a una lágrima de Amadeo, marca de la casa nostálgica de Campanella tal vez anacrónica para los niños de hoy), y que le dan a Metegol sus puntos más altos en escenas de acción como la del parque de diversiones: hay algo cómico y cercano en ellos, en su baja estatura, humor y fanfarronería, y hasta sus toques más “retro” funcionan. A pesar de los subrayados (chistes, estereotipos y sentencias de trazo grueso) y el vaivén narrativo, Metegol entretiene y encandila visualmente, con una impronta más propia de una tribuna de estadio que de un acallado metegol.
La trampa del Offside La posición de Juan José Campanella en el cine argentino actual es claramente adelantada. Amparado en el colchón del Oscar tiene el raro privilegio de poder hacer la película que quiera y como quiera. Y desde ese lugar se la juega por un proyecto cuya escala no tiene antecedentes en la industria local. Todo esto genera que se hable mucho más de la competencia con Pixar, de los 20 millones gastados, del muy probable éxito de público, que del contenido de la película en sí. Un lugar similar, salvando las distancias, es el que ocupa James Cameron en Hollywood. Avatar fue un eficaz entretenimiento, visualmente asombroso, que caía en la insalvable contradicción de denunciar el tecnocapitalismo utilizando las mismas armas que condenaba. Algo de eso hay en Metegol, una reinvidicación del los valores “de siempre”, una apuesta nostálgica por el pasado que la conecta inmediatamente con todo el trabajo previo de Campanella, en particular con Luna de Avellaneda, una idea algo difusa de lo que significa sostener la tradición ante el peligro de las nuevas reglas que impone el mercado. Se ha hablado de la obvia relación de esta película con Toy Story (el mismo director la cita como referencia), también hay ratas y personajes pequeños que guían a otros mayores como en Ratatuille, pero la comparación más atinada con un producto de Pixar quizás sea Cars, cuyo nostálgico centro de pueblo abandonado a su suerte tiene más puntos de contacto con este trabajo. Un trabajo que, hay que decirlo, está a la altura de las circunstancias en todo lo que hace a los rubros técnicos. Una factura llena de aciertos para una trama algo superficial y esquemática, donde los buenos son buenos porque mantienen su fidelidad incondicionalmente y los malos son malos porque así nacieron y eso hizo que se dejaran tentar por las mieles del marketing. Y como en otros trabajos anteriores del mismo director, los que hacen trampa son los buenos. Ya había pasado en El secreto de sus ojos, otra película de un extraordinario nivel técnico, pero narrada con una fluidez que ahora se extraña. Allí el personaje interpretado por Pablo Rago hacía justicia por mano propia. En este caso sucede lo mismo, el capitán del equipo de metegol (otra vez Rago) cobra vida e interviene en un partido real molestando a los malos para darle alguna chance a los buenos, que por supuesto igual tienen todas las de perder. El fin justifica los medios. Mensaje ciertamente peligroso para una película destinada al público infantil.
Inconsistencias La película argentina que sale con más copias. La primera de animación de un director local ganador del Oscar. El costo. La campaña publicitaria. Los políticos en las fotos de las muchas premieres. El debate sobre las posiciones políticas de Juan José Campanella. Los años de producción. La mentada división entre “campanellistas y anti campanellistas”. De todo eso no habla esta nota. No. Vamos a la película Metegol. Lo mejor de Metegol está al principio, en el único partido de metegol que se nos muestra. En esos minutos la película brilla: la animación es sofisticada y los movimientos son perfectos. Y, sobre todo, el relato es consistente. Hay un partido de metegol, hay siete pelotas para jugar, el que llega a cuatro goles gana. Las acciones quedan claras, lo que se cuenta está dentro de una lógica comprensible que permite que surjan el suspenso, la emoción, el interés. Ese es el momento de expectativas altas, de película abierta, de posibles asombros: estamos dentro del relato que un padre le cuenta a un hijo. Metegol es una película enmarcada narrativamente, con lo que se llama, en inglés, “framing device” (dispositivo marco). Ese marco es la forma de presentar un relato dentro de un relato, y puede usarse para desvíos, pausas, dudas sobre lo relatado. No es el caso, no estamos acá ante el narrador dudoso o incluso mentiroso de, por ejemplo, Historias extraordinarias de Mariano Llinás. El narrador de Metegol empieza a contar y la historia enmarcada asume con continuidad el primer plano. Esa historia enmarcada comienza a diluirse desde el partido de metegol, empieza a desgastarse, principalmente por la falta de consistencia de lo contado. En cuanto a la animación, es clara la apuesta de la película: ir hacia el lado de Pixar y sus émulos mediante una animación digital “grande”, suntuosa. Y sí, no se ha visto otra película de animación digital en Latinoamérica con este despliegue animado. Sin embargo, al decidir jugar en esas ligas, Metegol se arriesga a evidenciar sus fallas, a señalar esos lugares a los que no pudo llegar: los planos de multitudes, como en la plaza del pueblo o en el partido de fútbol (no de metegol), revelan movimientos más limitados, menos fluidos, ponen de manifiesto las limitaciones. La reciente película de animación uruguayo-colombiana Anina, por ejemplo, decide una estética que se ajusta a sus posibilidades. Metegol apuesta fuerte y a veces su ambición es desmedida. Pero ese es un problema menor, irrelevante incluso frente a la falla más grande de la película, que es su inconsistencia narrativa. La animación no es el reino de la arbitrariedad sino uno en el que todo es posible, que no es lo mismo. Esa posibilidad de contar todo, sin embargo, tiene que tener una lógica por detrás, un andamiaje, un entramado, una consistencia interna, sobre todo en un relato enmarcado en el clasicismo. Los elementos en juego tienen que tener necesidad, raigambre. Si no creemos en el universo que se despliega ante nuestros ojos, algo está fallando. Si a cada rato nos preguntamos por qué pasó tal cosa o por qué no pasó tal otra es porque empezamos a dudar de la fábula. Y ahora, atención, que de aquí en adelante se revelan algunos detalles del argumento que si no vieron la película quizás no quieran conocer. Hecha la advertencia, sigamos. Se remarca, en la película, que los jugadores de metegol son de plomo, entonces, ¿qué peligro puede significarles una rata? Pero ese, también, puede ser un detalle menor. Ahora bien, cuando una secuencia de capital importancia, por extensión, por multiplicación de acciones en paralelo y porque tiene buenos movimientos animados pende de un hilo sin mucha lógica, el edificio empieza a derrumbarse: los jugadores de metegol llevados para ser usados en un parque de diversiones no se sostiene con solidez. El jugador puesto como perno permite un buen segmento de acción y movimiento, pero se siente arbitrario. De todas maneras, podemos jugar a soslayar este problema y pensar que la secuencia del parque de diversiones es un mero divertimento aislado y así no tener en cuenta sus inconsistencias. El problema mayor está por venir y está al final, en la larga secuencia de fútbol: comienza el partido y el equipo “del malo” se queda inmóvil sin justificación. La pelota comienza a rodar y se le pasan sin brío los del equipo de los buenos. Es extraña esa decisión. No hay explicación y tampoco necesidad de mostrar esos movimientos, y no se explica la quietud mencionada. Y en ese partido (muy lejos de Escape a la victoria de John Huston) la película se desarma, o se termina e desarmar: todo se vuelve fragmentario en términos de sentido. ¿Hay que ganar? ¿Cómo hay que ganar? ¿Cómo hay que jugar? ¿Cuán buenos son los malos jugando? ¿Cuán malos son los buenos jugando? ¿La lógica es el rating? ¿La lógica es el aplauso? ¿Lo que “está bien”? La película abraza una y otra idea a medida que pasan los minutos y el sentido no se arma, no se cohesiona nunca. Después, claro, hay que cerrar, afirmar: pero lo contado no nos llevó de forma sólida, divertida, coherente, hasta acá. El relato parece dictar qué es lo que hay que tener en cuenta en la parte final de la secuencia final: la lógica de Metegol y del metegol se desvanecen, incluso hasta pierden sentido los jugadores de plomo y sus acciones, se vuelven mera comparsa. La película se revela como un muestrario técnico muy esforzado, hecho para ser doblado en diferentes países y así perder con velocidad la así llamada “identidad argentina” y ganar posibilidades de venta. Los personajes son muchos (incluido un curita típico del cine argentino de hace décadas, hasta parecido a Enrique Muiño) pero no alcanzan la grandeza, no fascinan. Lejos está Campanella en esta película de la convicción general de El secreto de sus ojos. Metegol es, en términos narrativos, más parecida a la gran falla de esa película ganadora del Oscar –el arbitrario interrogatorio del sospechoso, que hacía avanzar la acción a costa de averiar la consistencia narrativa– que a la credibilidad de los memorables personajes de Ricardo Darín, Soledad Villamil y Guillermo Francella. Ni siquiera un narrador con la capacidad de Campanella puede sostener un andamiaje de acciones tan débil como el de Metegol, adornado, eso sí, por algunos buenos diálogos, incluso con un timing nada habitual en el cine argentino. Quizás algunas réplicas, algunas frases veloces y algunos chistes sean la verdadera novedad que trae Metegol, ese nuevo camino que tanto se pregona de forma periodística y publicitaria.
Loable esfuerzo el de tomarse el tiempo para crear un film de animación realmente profesional. Lo ha hecho el equipo liderado por Juan José Campanella y ha logrado que “Metegol” luzca como una producción animada de primera A. Lo técnico es irreprochable y el diseño, en muchos casos, resulta de un enorme atractivo. El film cuenta una especie de cuento de hadas declinado (casi) en masculino: el de un joven cuyo único fin en la vida ha sido jugar al metegol y que, por amor y por desesperación, debe salir del autismo y enfrentar el mal –magia mediante–, ayudado por los jugadorcitos de plomo de su cancha ficticia. Hay un villano demasiado recargado, hay secuencias con brío y hay –necesario– el match final entre un equipo de principiantes y futbolistas ultraprofesionales que definen la trama. La mística futbolera, por suerte, se reduce solo a los diálogos de los jugadores, y el cuento moral gira en torno de la ambición desmedida. Lo mejor, en este último caso, es la idea de que no hay nada más aburrido que ganar siempre y que el verdadero atractivo de un deporte es que se trata de un juego. Ahora bien: el gran problema del film es que en gran parte es una serie de gags que no se relacionan entre sí. Hay invenciones felices –el avestruz-zapatilla, por ejemplo– que se esfuman de la imagen sin consecuencias. Y en muchas ocasiones falla el timing, disuelto por el diálogo o, más bien, el doblaje gracioso. Lo juguetón de varias secuencias resueltas a puro ritmo e imagen emparejan un film donde, cuando el movimiento cuenta la historia, funciona bien. Un digno empate.
Alegre rebelión conservadora Después de Ni el tiro del final (1997) y El mismo amor, la misma lluvia (1999) –y al margen de su valiosa experiencia e indudable capacidad como realizador televisivo, lo que incluye desde varios capítulos de Dr. House hasta El hombre de tu vida–, Juan José Campanella (1959, Buenos Aires) comenzó a ser visto por muchos como una suerte de modelo, por un lado por saber conciliar el éxito de público con la aceptación de buena parte de la crítica, y, por otro, por combinar una narración clásica, característica del cine estadounidense (el cine a secas, para muchos), con sentimentales prototipos de nuestra idiosincrasia (la Argentina a secas, para muchos). El broche de oro fue el Oscar que obtuvo con El secreto de sus ojos (2009). Es loable que para su nuevo proyecto haya apostado a un género diferente en vez de explotar el suceso de aquella película, embarcándose en un ambicioso film de animación infantil en 3D. Y hay que reconocer, también, que lo ha hecho con apabullante calidad técnica y recurriendo a algunas ideas plásticas inusuales en su cine, con elementos graciosamente distribuidos en el plano y colores nunca estridentes. Metegol ofrece momentos visualmente esplendorosos, referencias burlonas y ciertos guiños cinéfilos y deportivos que despiertan simpatía, utilizando como punto de partida Memoria de un wing derecho, breve cuento en el que Roberto Fontanarrosa cuenta en primera persona las vivencias del muñeco de un metegol. Es cierto que la idea de hacer que los chicos se identifiquen con juguetes que cobran vida no es nueva, abarcando desde clásicos de la literatura infantil hasta Toy Story (1995, John Lasseter), pero Campanella le da un giro original, por tratarse de un juego que le permite a un público mayoritariamente amante del fútbol como el nuestro ejercitar la nostalgia y la identificación. El comienzo es prometedor, mostrando a los habitués de un antiguo bar en el que sobrevive un metegol del que está pendiente Amadeo, pibe previsiblemente tímido y bienintencionado. Pero pronto habrá una elipsis, tras la cual, por el capricho de un empresario ególatra, buena parte del pueblo en el que se encuentra el bar es transformado en un gigantesco parque temático deportivo. El guión (escrito por Campanella, Eduardo Sacheri y Gastón Gorali) empieza entonces a dividirse en varias subtramas que no llegan a encajar con precisión. Todo parece indicar que el protagonista es Amadeo, pero en algun momento el film se olvida de él y cobran importancia los jugadores del metegol, que corren diversos riesgos y terminan ayudando a los habitantes del pueblo a ganar un decisivo partido de fútbol. Uno de los personajes más vivaces es Laura, la chica que le gusta a Amadeo, pero aparece y desaparece sólo para poner de vez en cuando una dosis de sentido común. Una recorrida por la mansión del crack narcisista, una explosión, la caída por una montaña rusa, un partido de fútbol: cualquiera de estos u otros elementos podrían ocupar el lugar principal en la trama, pero aparecen como impactos desunidos. Por otra parte, otro problema de Metegol –o de Campanella– es convertir lo que podría haber sido un divertimento libremente imaginativo en una fábula tradicionalista. La oposición que plantea es, sin medias tintas, pueblerinos sencillos y honrados vs. suntuosos negociantes egoístas. Podría encontrarse una intención de cuestionar la rapidez con la que se destruyen vestigios del pasado en nombre del progreso mal entendido, pero entre los personajes no hay historiadores, coleccionistas ni arquitectos a la vista. Tampoco es para desmerecer la idea de validar la lucha de un grupo social en vez de la de un héroe individual, pero resulta discutible por qué se lucha tanto como quiénes integran esa comunidad. Los motivos: preservarse de la codicia de los poderosos, lo que resultaría más coherente en una producción menos costosa y calculada (ya decíamos algo parecido respecto a Luna de Avellaneda, que también reivindicaba valores inmateriales mientras, al mismo tiempo, como producción audiovisual dejaba a la vista recursos claramente barajados para rendir en la taquilla). Y en cuanto a los personajes que integran esa muestra representativa que sale en defensa del pueblo: ningún político (la aversión por los políticos que Campanella manifestaba en Luna de Avellaneda y El secreto de sus ojos reaparece aquí, donde el intendente se borra a la primera de cambio y nadie habla de reemplazarlo) ni obreros, artistas, científicos o intelectuales, y, en cambio, un subcomisario, un cura, un ladronzuelo, un apático emo, una inofensiva señora mayor, y, claro, jugadores de fútbol, por lo que ese acto de resistencia termina convirtiéndose en una suerte de revolución conservadora, cuyo lema podría ser Tradición, Familia y Fútbol. El espíritu de ciertas películas argentinas que solían hacer Luis Sandrini o Luis Landriscina asoma, con ese aire demagógico que ocultaban bajo una apariencia amigable. Cuando no hace mucho la revista Sight & Sound invitó a Campanella a elegir sus diez películas preferidas de la historia del cine, el exitoso director argentino seleccionó (como puede apreciarse aquí) sólo producciones estadounidenses e italianas, la más reciente de 1979. Sin dudas, una señal de su mirada acotada y algo estancada sobre el cine, que Metegol –más allá de la modernidad de su andamiaje tecnológico– no hace más que confirmar.
Fútbol de retórica familiar El film animado del exitoso director alcanza un nivel técnico notable, con una trama que recorre líneas ya reconocibles en su filmografía: el barrio, personajes eclécticos, lugares de encuentro y la tensión entre pueblo y progreso. La anunciada película de Juan José Campanella, con Fontanarrosa y el fútbol como lugares de referencia argumental, alcanza un nivel técnico notable, de una calidad suficiente como para estar compartiendo, y disputando, cartelera con tantas otras animaciones de presupuestos millonarios. De esta manera, Metegol es acierto estético, concordante con muchos de los rasgos presentes en algunas de estas películas de taquilla, lo que da cuenta de la habilidad comercial de su director, atento siempre a lo que en cine se ve -demasiado- para encontrar un lugar cinematográfico también. Ahora bien, desde esta situación astuta -a la que seguramente ayuda el desempeño de Campanella en el exterior, su sapiencia sobre la urdimbre cinematográfica más enrevesada, su desazón ante tantas trabas-, Campanella construye una película que es otro de los capítulos dentro de esa obra mayor que sus demás largometrajes conforman. La distinción viene ahora dada por la animación, lo que hace de Metegol una rareza a la vez que ratifica un mismo pulso narrativo, de un control que aquí -virtud del cine animado- es todavía mayor. En Metegol no demorarán en aparecer marcas argumentales ya conocidas: el ámbito barrial, los personajes eclécticos, sus lugares de encuentro (el bar, el metegol, la plaza y la pelota); aunados por las miradas compartidas entre Amadeo y Laura, juego metalingüístico que en verdad es expresión del relato que un padre hace a su hijo. Es ésta, en última y primera instancia, la historia de Metegol: la de un padre que narra una historia "imaginaria" a su hijo. Allí dentro, entre el relato del papá y la imaginación del niño, se juega el partido. Ahí tienen cabida los jugadores de este metegol que es habilidad de Eusebio y motivo de bronca para Grosso. Pasado el tiempo, la revancha de un Grosso adolescente será la de volver al mismo "pueblo", con dinero y manager (y ojo porque éste era también parte del "pueblo"), para implantar con estridencia el fútbol del megaespectáculo, con experimentos comerciales de toda clase. El metegol, el del bar, será disputado como manera de resistencia, como motivo de orgullo, como móvil -en suma- para la consumación de la vida en pareja. (Si la historia la cuenta papá, mientras mamá está en fuera de campo -pero alerta-, el resultado del "partido" no podía ser otro.) De esta manera, Metegol se sitúa en la vertiente que trazara Luna de Avellaneda, la de los valores familiares expresados en la nostalgia por un club de barrio pretérito. Pero con la confianza de que "el pueblo unido" puede. Se habrá notado la reiteración de este término -pueblo- entrecomillado a lo largo de la nota, esto es así porque es la misma película la que lo utiliza varias veces, en alusión a la reunión que hace posible una tarea tan improbable como la de desarmar el negocio obsceno en el que se ha convertido el fútbol. En este sentido, Metegol dice algo, si bien obvio, quizás molesto; desde otro lugar, ratifica su prédica con una retórica que mezcla jerga de fútbol con las buenas intenciones de la clase media. Pero nada de esto es sorpresa, es algo que ya estaba en el cine anterior de Campanella. Mientras que es el "progreso", en clave irónica, señalado como motivo explicativo de la situación. El desafío futbolístico pondrá en evidencia la importancia de los buenos sentimientos antes que los supuestos por la fama, el dinero, el poder. Moralejas claras -habituales en Campanella- para un film que encuentra simpatía espiritual en García Ferré, posee un destacado reparto de actores y actrices de voces (entre las que sobresale Horacio Fontova), más una recreación de escenarios extraordinaria (fondos exteriores e interiores variados, entre el día y la noche, que logran hacer comulgar la caricatura y lo tecnificado), que habilita a la plasmación de un lugar ilocalizable, sólo presente en la materia del relato y pasible de ser distribuido, claro, entre los "pueblos" de otros países.
La vuelta de Campanella con el mejor film de animación del año Si había un film esperado era sin lugar a dudas “Metegol”. Era esperado por varios motivos. La vuelta de Juan José Campanella a la dirección de un largo después de “El secreto de sus ojos”. La segunda es que era un film de animación- Y el principal es como terminaría esta patriada de varios años de producción donde Campanella se anima a un genero con la mejor tecnología pero hecha en nuestro país, tecnología comparable con la de de cualquier lugar del mundo sin tener que recurrir a la de los EE.UU. Encima un film con un guion basado libremente en un famoso cuento del Negro Fontanarrosa. Por todo esto y algunas cosas más es que este film era tan esperado. Y no solo colmo las expectativas sino que las supero ampliamente. ”Metegol” es comparable, y en algunos aspectos superior, a cualquier film de animación del mundo (Hollywood incluido). La historia de un niño que vive en un pequeño pueblo y que es un campeón del metegol y que de grande tendrá que vencer a un oponente muy superior para salvar su pueblo y por la mujer que ama, y que contara con la ayuda de jugadores de plomo del viejo metegol que cobraran vida. Esto es sintéticamente la historia, una historia con una perfecta construcción logrando un relato fuerte, potente, simpático, fresco y profundo, muy profundo sin perder el humor que lo tiene y mucho. Campanella consigue en este film divertir a los grandes y a los chicos por igual, sean o no amantes del futbol. Otro de los méritos es que no hace falta, aunque se disfrutara más, saber de futbol para entender y disfrutar el film. El director argentino vuelve a poner sobre el tapete el valor de la pasión, la pasión por la amor persona amada, por su terruño y, por sobretodo, por la honestidad, la dignidad y el honor. Todo esto no es poca cosa encontrarla en los films de hoy. En lo técnico “Metegol” cuenta con una animación impecable (las primeras escenas de jugadas de futbol y de metegol son impagables), la textura del pasto, los colores, la iluminación y una música fantástica y la pone en lo mejor de lo que se vio últimamente. Esto se complemente con las voces de los actores que le transmiten vida y personalidad a cada uno de los maravillosos personajes. “Metegol” es un film que con mucha calidad, mucho humor, simpatía y ternura se convertirá sin dudas en el estreno del año y en la película más taquillera, y todo esto por merito propio y de un hombre que, pudiendo filmar en cualquier lugar del mundo, sigue apostando a realizarlo en la Argentina. No se pierda “Metegol” si quiere ver la mejor película de animación del año.
Los grandes partidos se ganan con el alma Juan José Campanella y sus temas de siempre en una película que es una proeza para el cine nacional de animación. Técnicamente, deslumbra y se ubica a la altura de los mejores exponentes de un género en constante superación. Es la producción más ambiciosa de toda la historia (20 millones de dólares) y la que apunta más lejos. Los personajes centrales son Amadeo, un chico tímido (rey del metegol) y Grosso, un vecinito agrandado y prepotente. Amadeo le gana un partido de metegol y años después Grosso, convertido en un crack insoportable, vuelve por todo: quiere la revancha, quedarse con la amiguita de Amadeo y arrasar con todo el pueblo. Pero las verdaderas estrellas son esos jugadores de metegol. Ellos ponen nervio, gracia y simpatía. Enseñan que las crisis también pueden servir para crecer y ponerse a prueba. Y desplegarán en la vida lo que aprendieron en la cancha: esfuerzo, imaginación, compañerismo, espíritu de lucha y la idea de poner al triunfo como un eslabón necesario para ir alcanzando mejores objetivos. Y así se arma la historia, que a veces avanza bien y otras veces se atranca, que tiene buenos momentos, personajes simpáticos, pero que también es dispersa y apela a un final donde los muñecos, las verdaderas estrellas de “Metegol”, quedan en el banco. Campanella nos dice otra vez que el progreso arrasa, que las cosas queridas están siempre más cerca, que la pertenencia y la identidad son valores que no se negocian. Un filme que emociona, entretiene, hace pensar y hace reír. Visualmente es impecable. Movimientos de cámara, encuadres, los rasgos de sus muñecos, sus voces, todo es de primer nivel, por encima de la historia. La apuesta es casi una alegoría: Campanella sale a la canha con los muñequitos pueblerinos de este lado del mundo, con la aspiración de poder jugar de igual a igual con los grandes muñecos de Hollywood. Porque a los grandes partidos se los gana con el alma.
"UNA GOLEADA DE LA TECNOLOGÍA A LA CALIDAD ARGUMENTAL" Si bien Argentina no puede competirle (todavía) a la animación estadounidense (por calidad, por experiencia, mayormente) era lógico que “Metegol” generara muchas expectativas: era el estreno nacional más esperado del año, porque estaba dirigido por Juan José Campanella, hoy por hoy, el director más “exitoso” de nuestras tierras, más que nada por su proyección mundial con “El secreto de sus ojos”, su mejor obra. Sin embargo, es una película de ambicioso diseño visual y un trabajo de animación realmente logrado, y es eso, justamente, lo más valioso del filme en cuestión. Estamos ante un espectáculo para toda la familia, y bien argentino: porque mezcla una historia de corte futbolístico (pasión de los argentinos) sin dejar de lado ese costado nostálgico y melancólico que Campanella suele imprimirle a la mayoría de sus películas. El guión base es bastante convencional; parte de una estructura enmarcada, esto es, la historia dentro de la historia: un padre contándole una leyenda a su hijo (su propia vida) que es lo que veremos durante toda la proyección. La acción central se sitúa en un pequeño pueblo donde Amadeo es un apocado y retraído niño cuya pasión pasa por jugar al metegol, y no hay nadie quien le gane. Está secretamente enamorado de Laura, una chica más vivaz, que lo hace enfrentar ante “El Grosso”, el chico malo del pueblo. Ese enfrentamiento se extenderá por todo el guión y será la base de toda la película. Lo más divertido de todo son los jugadores del metegol: los del equipo rayado, con el que Amadeo hace estragos en la pequeña canchita, y los del equipo contrario, los lisos. Todos ellos cobrarán mágicamente vida para ayudar a ese chico (luego devenido en muchacho) a salvar al pueblo del que quiere adueñarse El Grosso, convertido en un eximio jugador de fútbol internacional. Una apuesta entre el muchacho bueno y el muchacho malo deberá dirimirse en la cancha, pero no en la del metegol, sino en una de verdad. Toda la secuencia final sucede, entonces, en un estadio de fútbol verdadero, donde un equipo de futbolistas profesionales se enfrentará a un equipo de rejunte de gente del pueblo (viejos, gordos, y hasta una mujer disfrazada de varón), y ver quién gana. De esta manera, la divertida participación de los revividos muñequitos de plomo queda algo relegada. “Metegol” no deja de tener cuantiosos momentos encantadores y entretenidos, pero la sensación es que narrativamente la película nunca fluye del todo bien; el guión no termina de convencer completamente: hay algo en él que no lo hace transcurrir como uno esperara, a pesar de contar con secuencias graciosas (especialmente la del parque de diversiones). Cualquier otra película de la filmografía “campanelliana” resulta más atractiva que ésta, desde el punto de vista argumental. Tal vez el foco esté puesto, esta vez, en la cuestión tecnológica y en los cuidados estéticos que merece la animación de hoy, que requiere mayor realismo en sus texturas, en los movimientos corporales, en las miradas de los personajes… Y todo ello sí está muy logrado, pero, a pesar de no llegar a aburrir, el interés de la historia va decayendo con el paso de los minutos, y esto debería ser al revés. Si bien todos los personajes son algo arquetípicos (básicamente el filme es para los chicos), es de destacar el perfil de los jugadores del metegol: “El Capi”, “Beto”, “El Loco” y los demás, tienen características bien definidas (con un tufillo setentoso), a lo que se le suma las voces de reconocidos actores argentinos, que le da un toque “nac & pop” (lo que puede significar un plus o una contra para los espectadores locales). Pablo Rago, Fabián Gianola, Héctor Fontova son los que más sobresalen, aunque Miguel Ángel Rodríguez, Diego Ramos y Coco Sily realizan un toque distintivo a sus personajes. Todo el filme tiene muchos puntos de contacto con algo que ya hemos visto en la propia obra de Campanella: “Luna de Avellaneda”, en donde una gran corporación intenta echar por la borda la identidad de un espacio lleno de Historia. Eso, claramente, no le suma a este filme animado. Lo que sí suma es la gran altura que tiene, tecnológicamente hablando, y eso la coloca en un importante lugar dentro de la industria nacional: Campanella hace Historia nuevamente y, por ello, va medio punto extra en la calificación de esta película. Pero sin dejar de aclarar que está bastante lejos de lo logrado argumentalmente en toda su previa filmografía. Como reza el dicho: "Una de cal y una de arena".
¡Hay equipo! En el cine hay dos formas de recibir una película: como un estreno o como un acontecimiento. Metegol, la nueva película de Jota-Jota Campanella, está lejos de ser una más en la historia del séptimo arte argentino, por su costosa producción ($22.000.000), así que se inscribe más como un hecho sin precedentes que –esperemos- marcará un puntapié inicial para escalar posiciones en la tabla del mercado y (permítanme una alusión futbolera más) pasar a jugar en la “A”. El director ganador del Oscar por El Secreto de sus Ojos pone todas las piezas en su lugar con una historia muy bien contada, hecha para todo público y de una factura técnica impresionante. La película es un triunfo desde el comienzo, con el homenaje a Stanley Kubrick, hasta los créditos finales musicalizados por Calle 13. Llena de gags muy bien puestos dentro de una estructura narrativa que, excesos más excesos menos, nunca se cae, esta historia animada va tomando forma épica a medida que se construye el relato central: un muchacho de pueblo que la tiene muy clara con el metegol y debe reunir al equipo para un gran reto personal, que termina significando mucho para todos aquellos que lo rodean. Los personajes están muy bien construidos, cada uno delineado de una forma que logra empatía con el espectador, algo muy propio de un director que siempre se sintió cómodo armando un mundo en torno a un grupo de seres humanos que tienen objetivos en común. Campanella en sus películas siempre gusta de contar historias que son simples y hasta un poco superficiales, pero siempre mostrando que tiene muchísimo tacto para narrar todo con una calidad impecable, dándole credibilidad a todos los elementos. Ahora le toca dar vida a muñecos de metal, claramente inspirado en piezas clásicas de Disney, pero manteniendo una marca regional que va desde modos de hablar de los actores hasta la musicalización rioplatense. Es difícil que el público no empatice con lo que propone J.J. con estos simpáticos jugadores miniatura. También está su toque autoral: el amor dentro de la amistad, la pasión por una comunidad y las motivaciones humanas, todo dentro de una atmósfera de costumbrismo especialidad de la casa. Sólo que esta vez Campanella se anima a un poco más y brinda una cuota de magia que la película precisa para conectar con el público más joven. Ojo, eso para nada deja afuera a los más grandes. Hay para todos. Y tampoco deja afuera ciertas críticas a la generación actual, con sus imposibilidades para comunicarse y sentir más dentro de la parafernalia tecnológica. Así como el padre no le puede contar a su hijo esta gran historia hasta que este último no esté preparado para imaginar, de la misma forma Campanella no podía hacer Metegol hasta que estemos listos para acompañar este salto de calidad. Y muchos pueden simpatizar o no con el cine de este señor, pero ya es cada vez más difícil negar que es un antes y un después en cuanto a realización local, por todo lo que está logrando para mostrar afuera lo que acá se puede hacer. Ahora resta saber si esto quedará sólo como un acontecimiento anecdótico o si realmente la cinematografía argentina, con el impulso socio-político necesario y una industria que intenta consolidarse con debate y todavía mucho por trabajar, está dispuesta a hacer más golazos como estos.
Con la sola pasión no alcanza “Metegol”, la nueva película animada en 3D de Juan José Campanella, fue pensada más a partir de una historia enmarcada en los estándares de un cine mainstream que del propio sistema narrativo que identifica la filmografía del realizador. Veinte millones de dólares. Esa es la cifra utilizada para hacer Metegol, el reciente opus de Juan José Campanella (El hijo de la novia, 2001, Luna de Avellaneda, 2004) quien, a no dudarlo, gracias a su oscarizada El secreto de sus ojos fue capaz de conseguir una financiación impensada hasta para cualquiera de los realizadores argentinos más taquilleros. Y es que llevar a cabo un film animado en 3D con el nivel de despliegue de cualquier producto de las factorías Pixar o Disney –tuvo supervisión en animación del creador y productor de Mi villano favorito–, no iba a costar menos; rápidamente se evidencia que el contingente aplicado en esas lides suma mucho más que dos (se menciona la friolera de 300 personas) y a juzgar por la calidad obtenida es dable pensar en un gran equipo de expertos. En Metegol esta faceta, la de lograr una efectiva demostración de que con la técnica adecuada puede hacerse un film que nada tiene que envidiar en estructura al de las industrias hollywoodenses, parece ser el motor del relato o por lo menos el eje sobre el que se quiso hacer girar la historia opacando, por consiguiente, los componentes narrativos, que no pasan por otro lugar que no sea el remanido enfrentamiento entre los (anti) héroes que buscan el bien contra los villanos de turno, que aquí se presentan “exitosamente” malvados. En efecto, el argumento de Metegol parece armado para encontrar el favor del gran público –en este caso el de un gran público decididamente más universal puesto que tuvo producción de España, India y Canadá–, desdeñando los atajos que hubieran perfilado una historia más rica y elaborada; hasta se prescinde de algunos componentes deudores del sistema narrativo del propio Campanella, a saber: el universo de las comedias dramáticas costumbristas e irónicas donde los sucesos que envolvían a los protagonistas ponían de manifiesto, además de ciertos valores intrínsecos fundados en la dignidad y el don de espíritu que movían sus intenciones, una serie de requiebros y contradicciones que –aunque sólo fuesen visible por momentos– los enriquecían a la vez que matizaban el desarrollo de las historias. Es entonces, otra vez a no dudarlo, que una producción costosa tiene generalmente los precisos objetivos de agradar a todo el mundo, es decir, tiende a ser complaciente, Y si bien es innegable que el cine de Campanella nunca se propuso otra cosa –o por lo menos nunca se notó– que la de construir productos pasatistas con algunos aciertos (El secreto de sus ojos amenaza con prometedoras variables en su primera parte que luego se eclipsan paulatinamente), eso mismo denotaba una marca de origen que le daba identidad. En cambio Metegol en su ostentosa factura y en su chatura argumental hacen invisible ese origen más allá de cierto “acento” nacional puesto en el fútbol y la pasión que despierta esa práctica. metegol Basado en el cuento corto “Memorias de un wing derecho”, del Negro Fontanarrosa, que integra el volumen El mundo ha vivido equivocado (1985), Metegol se inicia con una secuencia que remeda el comienzo de 2001 Odisea del Espacio, con monos que gambetean el esqueleto de un cráneo con el estentóreo compás de la música de Richard Strauss detrás y se apasionan con el deporte que descubren; luego la acción se sitúa en un paisaje urbano ignoto, que podría ser cualquier ciudad del mundo, incluso una estadounidense, en la que un hombre afecto al metegol va a contarle una historia a su pequeño hijo sobre Amadeo, un crack del metegol que vive en “otra ignota ciudad de provincias” al que nadie puede ganarle –sus jueguitos con la pelota son captados espléndidamente por la técnica en 3D– y que se granjeará el odio visceral de Grosso, un chico bravucón –que detesta perder– que será derrotado en un emocionante partido de metegol, y le jurará venganza eterna. Una venganza que comenzará a hacerse efectiva unos años después cuando Grosso vuelva hecho una súper estrella del fútbol y quiera, además de adueñarse del pueblo, tomar la revancha de su única derrota y arrebatarle la chica de sus sueños a Amadeo. En estas instancias aparecen aquí y allá algunos guiños acertados de cosecha nacional, como la partida del intendente de la casa de gobierno en un helicóptero cuando Grosso compra la ciudad para convertirla en un parque temático deportivo. A partir de aquí el derrotero del guión es el de una épica bastante previsible, donde surgen las instancias en la que los bandos se posicionan con claridad en aras del enfrentamiento final y sobre todo cuando los jugadores del metegol de Amadeo, con trazas emblemáticas que remiten al imaginario de varios mundialistas, cobren vida y le ayuden a combatir al despiadado villano. Aunque, por qué no decirlo, hay otro par de aciertos de cuño futbolero como los diálogos de esos mismos jugadores –que cuentan con los rasgos que suelen admirarse en algunos deportistas, comenzando por la nobleza– donde se muestran temerarios y sensibles, piolas y leales; o la derrota final por apenas un gol –se preveía una goleada inconmensurable– donde nadie aplaude al equipo ganador. Por lo que se conoce, fue la pluma de Eduardo Sacheri (guionista de El secreto… y autor del libro en el que se basó el film), la que pergeñó esos pasajes que revelan un conocimiento de los tópicos que ennoblecen el deporte nacional por excelencia. En este punto, el de los jugadores del metegol que manifiestan esas cualidades donde sentir popular y camaradería son los ejes de una pasión irrefrenable, es donde pueden encontrarse algunos precisos rasgos de identidad de la película; es allí donde suena el “pulso argentino” de un relato que en su respiración central emula las trilladas aventuras y fábulas con las que el cine de animación mainstream tiene acostumbrado al mundo. Aspecto que alcanza su corolario en el encuentro definitivo entre el equipo que defiende el pueblo y su dignidad herida, y el seleccionado de estrellas que comanda el insufrible Grosso, disputa en la que la balanza va inclinándose sospechosamente hacia un final anunciado. La coda con el padre concluyendo el relato de esta épica a su incrédulo hijo y la sorpresa de éste al descubrir que en el desvencijado cuarto de atrás de su casa, los jugadores del metegol de su progenitor están vivos como los del cuento, no suavizan un producto sumamente estandarizado que, claro, no desconcierta a los que nunca esperaron otra cosa de Campanella.
Jugadores eran los de antes Con el estreno de "Metegol" había muchas expectativas: es la película más cara de la historia del cine nacional (20 millones de dólares), tardó cuatro años en terminarse y el director es Juan José Campanella, el realizador argentino con mayor proyección internacional. ¿Está "Metegol" a la altura de su millonaria producción y de tanta movida publicitaria? La respuesta es una de cal y otra de arena. En primer lugar hay que señalar que técnicamente "Metegol" es impecable, lo que puede resultar una sorpresa para muchos. La película está en condiciones de competir con cualquier producción de los grandes estudios de Hollywood que llevan años perfeccionando el género de la animación. Este es un gran punto a favor. Otro gran acierto es tomar (y revalorizar) un tema que nos es tan propio como el fútbol. Así se ubica bastante lejos de convertirse en una mera copia de un producto de Pixar (aunque las referencias a la saga de "Toy Story" son inevitables). La historia ubica en el centro de la escena a Amadeo, un chico tímido que sólo se destaca jugando al metegol en un bar de un pequeño pueblo, y por otro lado están los muñequitos del metegol, que (sin muchas explicaciones) cobran vida cuando aparece un villano que amenaza su supervivencia. Los arquetipos de los jugadores están muy bien logrados: desde "El Beto", que habla en tercera persona cual Maradona, hasta "El loco", que recupera con candidez ese espíritu amateur y lúdico del fútbol. En la interacción de los muñequitos hay espacio para el humor, la sátira y la aventura, y entre todos se llevan puesta la película. En contrapunto, el personaje de Amadeo queda deslucido: le falta gracia, le falta personalidad y nunca transmite la emoción que se espera, ni en su historia de amor con la chica ni en su relación con sus amados muñecos del metegol. Esto le quita fuerza a la película, sobre todo en el tramo final, cuando "los humanos" se tienen que poner la gesta heroica al hombro. Las voces de los actores argentinos también juegan a favor de los diminutos jugadores: Pablo Rago y Fabián Gianola cumplen muy bien con sus papeles, aunque el mejor es Horacio Fontova, que logra un tono menos impostado. Diego Ramos no defrauda en la voz del villano, mientras que "los buenos" sufren la falta de brillo que caracteriza a sus personajes. Más allá de los desajustes en la historia, Campanella logra imponer su sello en "Metegol" con un aire nostálgico que remite a "Luna de Avellaneda". La película no oculta su mensaje crítico con el fútbol hiperprofesional y sponsoreado de la actualidad y su exaltación del fútbol de otras décadas (50, 70). Pero es una nostalgia saludable, feliz, que se aleja de los efectos lacrimógenos.
Pelota de trapo Nada más acertado que reiterar lo que dice el negro Fontanarrosa en su cuento “Memorias de un wing izquierdo”, todo un dicho popular, que parece no tener justificación ni significantes: “El fútbol es el fútbol”. De ese cuento, en realidad el cuento termina por ser un simple disparador , es a esa frase a la que se amarra el director Juan José Campanella para deleitarnos, más allá de algunas pequeñas cuestiones que tienen que ver con la estructura y el desarrollo del relato, con una realización netamente Argentina, donde los personajes son reconocibles per sé. También es netamente reconocible una infinidad de películas a las que se hace referencia, directa o no, como homenaje o simple sustracción, algo que no queda del todo claro. La primera y, por el hecho de ser eso, hace una referencia clara a “2001, Odisea del Espacio” (1968), pero en éste caso los monos no están en función del origen de lo humano sino en la creación del fútbol como juego, deporte y competencia. El hecho que haya utilizado por primera vez la animación le otorga al texto un plus de significación e inclusión a priori al género de la animación, el que está evaluado como cine para los niños, aunque el mito ya se haya roto hace mucho tiempo. Lo que es indudable es que el mismo género entrega la posibilidad de construir, recrear, y fomentar un verosímil para luego transgredirlo e igualmente permanecer en el orden de lo creíble. La historia comienza cuando un padre, empujado por su esposa, le cuenta a su hijo, a modo de confesión, su propia historia y la del pueblo en el que viven. Amadeo (David Masajnik) es un niño retraído, cuyo único lugar de placer en la vida es jugar al metegol. Esmirriado, flaco, sin nada de gracia, ni grandes luces intelectuales, aparentemente desarrolla una habilidad infrecuente para ese juego, ya nadie quiere enfrentarlo, no tiene contrincantes. En la vida cotidiana es otra cosa, los chicos, miembros de una barra de patoteritos en potencia, comandados por el Groso (Diego Ramos), el mejor jugador de fútbol del pueblo, lo hacen centro de sus burlas. Pero se produce el milagro. En un desafío de metegol, al que el Groso impera para desacreditarlo frente a Laura (Lucia Maciel, en el personaje más logrado de todos), la chica de sus desvelos, pero Amadeo, apoyado e incentivado por Laura, gana, y esa será la única derrota del Groso en toda su vida. El paso del tiempo nos devuelve a Groso convertido en una estrella de fútbol internacional, y su retorno al pueblo sólo tiene como objetivo la venganza: Comprar el pueblo e intentar reformarlo a su imagen y semejanza, esa es su estrategia, tal como sucedía en “Volver al futuro 2” (1989), para de paso aprovechar y “robarle” esa novia que hasta ahora no fue. Pobre de Amadeo, ¡atájate esta! Pero nuestro héroe intentará recuperarlo todo, no importa las vallas que tenga que sortear. El daño ya se produjo. Lo primero, destruir el espacio de la vergüenza; lo segundo, hacer desaparecer el objeto intimidante e indicador de la derrota, el metegol roto y aquellos “soldaditos de plomo”, jugadores de tantas batallas, esparcidos por el basural. Se instala un nuevo desafío entre los contrincantes, pero esta vez en el fútbol de verdad, el equipo de profesionales de Groso, contra el equipo de amateurs del pueblo. La apuesta incluye nada más y nada menos que el pueblo. La necesidad de recuperarlo da pie a que Amadeo se haga fuerte en la desventaja, es su “pueblo” y puede rescatarlo de las manos del villano capitalista. En este punto hay una clara referencia a “Luna de Avellaneda” (2004), otra realización del mismo director, injustamente desvalorada por al crítica vernácula. El filme está netamente dirigido a la platea infantil, pero con muchos guiños para los adultos, por lo que no sorprende ni molesta que los personajes, en su mayoría, estén construidos desde una mirada maniqueísta: El Groso es malo por definición y Amadeo (Amadeus: amor a Dios) es bueno por antonomasia. Todo esto en los primero 20 minutos, durante los cuales la técnica de animación es impecable, y no tiene nada que envidiarle a las superproducciones hollywoodenses, pero nada de esto aparece justificado desde el texto, pero la animación, siempre y por esencia misma, promueve el milagro, es así que una gota de una lagrima de Amadeo cae sobre el Capi (Pablo Rago), el wing y cobra vida. Acá comienza a justificarse la animación, pero empieza a perder un poco de consistencia el relato, no el desarrollo progresivo de la narración, sino los elementos constitutivos de la misma. En principio pierden presencia protagónica los hasta ese momento importantes, son los pequeños jugadores de metegol que cobran vida y protagonismo (aunque sólo a uno lo toca la lagrima de Amadeo), y estos son los que en definitiva hacen alarde del argentinismo futbolero. Aparecen el Beto (Fabián Gianola), el Loco (Horacio Fontova), y Liso (Miguel Angel Rodriguez), una selección de personajes identificables sin necesidad de entrar en grandes rasgos, sino desde los pequeños detalles, los que alcanzan para generar empatia con el espectador, hasta la misma marcación de actuación conformada por los diálogos, encontrándose ello en el orden de lo mejor del guión, pero no pueden sostener el cuento por las derivaciones implícitas en el mismo. Esto es sabido por los hacedores de la producción y es por eso que retornan, de manera bastante desprolija, a los personajes actuantes de la historia, incluyendo por necesidad varios otros personajes satélites del relato que no tienen la calidad, calidez y solvencia de construcción de los otros. Por supuesto que uno puede dar cuenta que al final no es más ni menos que la realización de uno de los directores relevantes del cine nacional en toda su historia, por lo que los temas recurrentes en su filmografía esta presentes, el amor, la amistad, el honor, la heroicidad, la pasión, lo popular, la solidaridad, como así también el egoísmo, la envidia, la violencia cotidiana, como parte de lo humano. En definitiva, y a pesar de cualquier explicación, esta obra tiene sus mayores logros en los aspectos técnicos, en las cuestiones estéticas, hasta en la estructura narrativa clásica, que no es poca cosa, en cuanto a lo que va a generar el deseo de verla, ese homenaje a nuestra propia infancia, esa en la que perdíamos la noción del tiempo mientras jugábamos o en la cantidad de goles que gritábamos, queda relegado por las dos tramas principales del filme, la mencionada del rescate heroico, y la historia de amor. ¿Como terminó el partido? Es lo menos importante, lo mejor fue divertirse.
El pueblo es chico pero el corazón es grande Juan José Campanella se ha convertido quizá en el único director argentino en actividad capaz de convocar público a las salas con la sola mención de su nombre como responsable de la realización de una película. En esta oportunidad, la expectativa se ve incrementada por la novedad que conlleva el hecho de su "debut" como director de una producción animada con técnicas digitales. Lo primero que hay que decir es que Campanella sale airoso del reto que implica un filme de estas características; e inmediatamente debe agregarse que lo hace sin renunciar a una línea artística y creativa que ya se ha convertido en su propia marca de fábrica. La película reconoce parentescos más que evidentes, sobre todo con otro título del propio Campanella: "Luna de Avellaneda". Sin embargo, en esta oportunidad, tanto el tema como el tratamiento estético están coherentemente en línea con la técnica de realización. Los personajes creados para el filme son arquetípicos pero no por esto poco originales; el héroe (o antihéroe, de acuerdo con lo que ya es una constante en los temas "campanellianos"), la "muchacha" y el "villano" están dentro de los moldes conocidos. Donde se ve toda la imaginación y la originalidad de la producción es en los personajes "secundarios": los habitantes del pueblito en el que transcurre la historia y, sobre todo, los pequeños jugadores de plomo del viejo metegol del bar cuando mágicamente cobran vida y existencia propia. La realización técnica está a la altura de cualquier producción de nivel internacional; la audacia de ciertos encuadres y la excelencia del montaje (también responsabilidad de Campanella) figuran entre los puntos más altos de la producción. Quizá se le puedan reprochar ciertas inconsistencias al guión, pero debe recordarse en todo momento que no se trata de otra cosa que de una trama al servicio de la diversión, sin pretensiones de debate sociológico o de retrato político y social de una determinada época y lugar. La tensión dramática del relato está bien administrada, alternando momentos de acción pura con otros más reflexivos que sirven como "descanso" para el ritmo del relato. Y los tres grandes nudos de la acción propiamente dicha están presentados en otros tantos escenarios magníficamente resueltos desde el punto de vista formal: el basural, el parque de diversiones y el mega estadio en el que se desarrolla el partido que resuelve la trama. Un elemento presente, y del que también sabe hacer buen uso el director-guionista es el humor; en este caso, repartido fundamentalmente en las intervenciones de los pequeños jugadores del legendario metegol. Por ser ésta una producción sumamente ambiciosa, cabe plantearse una reflexión final: el mercado nacional es notoriamente insuficiente como para recuperar la inversión realizada, por lo que resulta indispensable una eficiente distribución internacional de la película; vale preguntarse entonces cuál será la reacción de públicos de otras latitudes ante regionalismos muy marcados tanto en la trama como en la construcción de los personajes (sobre todo en el doblaje de los pequeños jugadores de plomo). Sin duda es uno de los desafíos más exigentes ante los que tendrá que demostrar sus virtudes la realización de Campanella.
Metegol no tiene equipo Creo que nuestro trabajo a la hora de escribir sobre una película es más que nada inducir a reflexiones que no están a simple vista par un espectador común. Esclarecer los pros y los contras que tiene el producto y que muchas veces no están implícitos para un público que busca distraerse con el cine. El cine de Juan José Campanella siempre tuvo la marca de la ‘clásica costumbre argentina’, con la suma de reflexiones y lecciones de vida, a veces enriquecida con contextos históricos, significativos para nuestro pueblo. Por eso, es que nos gusta llevar orgullosos como bandera las temáticas de su cine, aunque más de uno se dejó deslumbrar solo por un Oscar en mano. Ahora con Metegol, nos ponemos la mochila de “la mejor animación también se puede hacer en casa”. Pero no tan rápido… Disculpen si mi opinión les molesta, pero con 20 millones de dólares cualquier director puede realizar una buena animación (por no decir comprar). No quiero desmerecer el trabajo de nadie, pero las cosas como son. Pienso que Campanella nunca fue un derrochador de presupuesto, por lo que la calidad técnica estaba más que asegurada desde el primer trailer. Es una verdad que el director siempre se destacó en parte por cómo dice lo que dice, pero este no es el caso. Metegol cumple apenas con lo que promete. Metegol, como juego, significa mucho para aquellos quienes en su infancia han compartido grandes momentos con amigos. En un principio, percibí erróneamente que de eso se iba a tratar la película. De rescatar al juego como tal y los lazos creados alrededor de él. Campanella comienza su historia con un pequeño antihéroe de nombre Amadeo, que vive en soledad la pasión por el Metegol, razón por la cual, crece abstraído de la realidad. Su gran rival, vuelve al pueblo, luego de haber sido llevado por un cazatalentos, con el título del pueblo y la idea de borrar todo aquello que lo caracterice, incluido el bar y el Metegol que Amadeo quiere tanto. Cual loser, Amadeo llora las pérdidas sin la inspiración de hacer algo por ello y es ahí cuando su lágrima cae en el Capi, el muñequito de plomo que ganó todo los partidos del protagonista (¿?). Con el Capi y los demás jugadores la historia se empieza a mover, pero un objetivo poco claro. Da la impresión que algunas escenas están predispuestas sólo para que los estereotipos y los clichés de sus personajes se destaquen, y que de paso, entretengan a los más chicos y haya un guiño para los más grandes. Son personajes y escenas sueltas que comparten un tiempo y un lugar, pero no comparten sentimientos que los unan. La amistad no se desarrolla, en parte porque ninguno de sus personajes está bien desarrollado, por lo que nunca logramos empatizar ni con Amadeo, ni con el Capi y su equipo. En ese acto final, donde el destino de un pueblo se va definir, el equipo sale a la cancha porque están perdiendo un partido y su naturaleza les grita que está mal, y no porque su ‘amigo’ de casi toda su inexistencial vida, esté perdiendo. Sí, podemos decir que los cuadros y las super mega escenas están muy bien logradas, pero su guión se cae a pedazos sino fuera por la animación. Los clichés de personajes unidos por una amistad, por sentimientos a flor de piel, hubiesen venido bien. Rescatar los beneficios y los lazos que se generaban al jugar entre amigos a un partidito de Metegol, también. El problema de la película es justamente que no hay equipo. Ni el del Capi, ni Mateo con sus jugadores, ni el pueblo en sí, que en el momento clave, solo algunos se unen y vaya a saber Campanella porqué. En la historia las motivaciones de sus personajes no están muy claras, más que la de Amadeo, de luchar por un idilio, aparentemente enamoramiento por Laura, un personaje que intenta ser relevante, pero falla cada vez que habla.
Basada en el cuento corto "Memorias de un Wing Derecho" del recordado Roberto Fontanarrosa, Juan José Campanella ("El Secreto de sus Ojos") incursiona por primera vez en el cine de animación con "Metegol", una película desarrollada completamente en 3D, que no tiene nada que envidiarle a las producciones hollywoodenses como las que estamos acostumbrados a ver hoy en día. Con un guión escrito por el mismo Campanella junto a Eduardo Sacheri y Gastón Gorali, el film cuenta la historia de Amadeo (voz de David Masajnik), un joven que vive en un pequeño pueblo en el que pasa sus días jugando al metegol en el bar en el que trabaja y que está enamorado de Laura (voz de Lucía Maciel) aunque ella no tiene idea. Un día su rutina cambia repentinamente cuando Grosso (voz de diego Diego Ramos) un joven del pueblo, convertido en el mejor futbolista del mundo, regresa y se apodera del lugar sólo para vengarse de él, la única persona que fue capaz de derrotarlo alguna vez en su vida. Con todo en su contra, Amadeo descubre algo mágico: los jugadores de su querido metegol (con las voces de Pablo Rago, Miguel Angel Rodríguez, Horacio Fontova, y Fabián Gianola, entre otros) cobran vida y juntos se embarcan en un viaje lleno de aventuras para salvar a Laura y a su pueblo natal. No quedan dudas de que esta producción, que costó unos 21 millones de dólares aproximadamente, es un salto de calidad enorme en lo que respecta a la animación nacional y para poder realizarla se contó con la participación de más de 300 artistas de más de 15 países (argentinos en su amplia mayoría) supervisados por Sergio Pablos ("Mi Villano Favorito", "Rio"). Por su excelente animación, guión, elenco vocal y música, seguramente "Metegol" será un golazo en las taquillas de estas vacaciones de invierno.
Juan José Campanella, luego de ganar el Oscar a la mejor película extranjera, debía necesitar de un nuevo desafío, y para ello cambió de género y formato para hacer Metegol -su primera película de animación en 3D- con la idea de igualar la destreza técnica y narrativa de la compañía norteamericana Pixar. En realidad el proyecto había empezado antes que El Secreto de sus Ojos pero distintos contratiempos propios de la animación en 3D (y otros de naturaleza monetaria) hicieron que el proyecto llegase a buen puerto recién en el 2013. Cabe decir que, a pesar de los contratiempos, en cuestiones puramente estéticas/técnicas el film es muy bueno, quizás falte algún que otro pulido para llegar a ser como los films de Pixar pero eso sí, Metegol supera ampliamente a otras producciones de 3D. Metegol es un film enérgico y por momentos deslumbrante. Metegol tiene algunos baches o desprolijidades narrativas y algún que otro trabajo vocal poco convincente, que podrían haberse evitado con un mes más de laburo, pero no le llega a restar méritos a tamaña empresa realizada por Campanella y compañía. Metegol ha llegado para deslumbrar tanto a niños como a grandes gracias a una gran técnica audiovisual y a una historia amena. Metegol representa otro logro de Juan José Campanella en el mundo del cine.
Dime qué películas ves y te diré qué tan costumbrista eres Por un lado, el rechazo: la comedia, el terror y la animación son tres géneros subestimados. Usualmente se los catalogan como algo pasatista, liviano y que carece de mensajes (“Para mensajes está el correo”, dijo alguna vez Hitchcock). Vivimos en un mundo atravesado por una creencia colectiva que minimiza al cine de animación a ser sólo un espectáculo placentero pero efímero y olvidable. Desde la aparición de Pixar, la compañía de John Lasseter se fue superando menos por una cuestión artística que por la necesidad de dar vuelta esa convicción masiva. Sin embargo, parece que la lucha sigue siendo adversa para la animación (más allá de que Pixar haya ganado más de diez Oscars y haya tenidos dos films nominaciones a “Mejor película”). Por el otro, la aceptación. Juan José Campanella goza de un extremo respeto, comprensión y, luego de haber ganado el Oscar, del orgullo de una gran parte del público argentino. Esta porción de los espectadores busca historias con mensaje, que les hablen de su realidad desde una posición cotidiana para su comprensión y que a su vez los haga sentir inteligentes después de descifrar el -aparentemente complejo- rompecabezas temático que propone su director. ¿Qué sucede cuando chocan estos mundos tan distintos en su apreciación popular? Pues bien, surge Metegol, un film más fallido que logrado, pero más interesante que muchas otras películas que se estrenan todos los jueves. Su atractivo es fácil de adivinar: se trata de una obra poderosa que costó alrededor de 20 millones de dólares (una cifra récord en el país) y está producida por la Universal. En este aspecto, no hay que dar muchas vueltas sobre el asunto: Metegol está hecha con extremo profesionalismo y será admirada por aquellos que desafían al resto del mundo con el desafiante y emotivo discurso del “sí, acá también podemos hacerlo”. Entonces, ¿en dónde radican sus principales fallas? Claramente, en su perezoso guión. Metegol pretende ser ordenada y clásica pero el producto final resulta demasiado caótico. El problema no se encuentra en las tres partes que componen la totalidad del film, sino en lo que sucede en cada una de ellas. Todo comienza como cualquier película de Campanella, es decir, con la bandera del costumbrismo bien alta. Vemos un pueblo, un bar, personajes cotidianos, y a Amadeo, un joven fanático del metegol que un buen día logra derrotar al engreído del pueblo. Años más tarde, éste llega convertido en una estrella de fútbol que pretende armar un estadio gigantesco en medio del lugar. Una noche, los héroes de Amadeo –unos simpáticos muñecos de metegol- cobran vida para ayudar a su dueño a frustrar los planes del villano y a rescatar a la chica de sus sueños. ¿Pero esto es así? No realmente. En su segunda parte, Campanella apuesta por la aventura pero cae al mismo tiempo en la subestimación al público y al cine que está representando. Para el director, la aventura se reduce a juntar a ciertos personajes y colocarlos en situaciones de peligro sin medir siquiera el peso narrativo que eso conlleva: la acción es acción sin un propósito. A Campanella parece no importarle el espacio, sino lo que deben pasar los protagonistas, puestos en la escena de una forma arbitraria. En este sentido, hay numerosas secuencias que no tienen una lógica argumental: surgen de la nada y terminan afectadas por la intrascendencia (hay una particularmente fallida que ocurre en un laboratorio). El gran problema para Campanella es no decidirse entre construir un relato costumbrista y un film de animación clásico. Sin embargo, hay que concederle al director la certeza de que es difícil la unión de estos dos mundos. Para bien o para mal, las primeras escenas –repleta con los temas favoritos del cineasta- son fieles al espíritu de sus otras películas. Pero cuando Campanella subraya la inspiración en Pixar, Metegol parece hundirse en ser su mera e inferior copia. Hablando de inspiración, acá hay un grave problema con los homenajes. El film comienza alterando el principio de 2001: Odisea del espacio, en el que los simios en vez de matar con huesos, juegan al fútbol con un cráneo. Sí, es un momento banal pero al menos tiene el leve propósito de remarcar que desde tiempos inmemorables el mundo se define con una pelota de por medio. O algo así. Lo que viene luego ya no es tan notable: en la mencionada secuencia del laboratorio, Campanella intenta recrear la oscura escena del basural de Toy Story 3 pero sin el componente dramático de este film. ¿Por qué falla? Porque el director nunca se ha encargado hasta ese momento de darle a sus personajes un mínimo de interés: son simplemente muñecos que cobraron vida, de manera tan mágica como gratuita. A los protagonistas de Metegol no le faltan secuelas para que los queramos, simplemente les falta desarrollo. En otra parte, el realizador cita el famoso momento de los helicópteros de Apocalipsis Now , y de vuelta, todo resulta tan vacío como incomprensible. Metegol no es la clase de película para las personas que leen críticas de cine. Es, más bien, la película ideal para aquellos que huyen de cualquier análisis. Este film -y todo Campanella en general- está hecho para el público. A la salida de la función hablé con varias personas que estaban muy orgullosas del trabajo del director y el equipo técnico. Volvemos a repetir que la realización técnica es sobresaliente pero inmersa dentro de un pobre marco argumental. ¿Al público le importará esto? Para nada, porque no quieren amargas críticas de cine que atenten contra la ilusión de un pueblo. Y así y todo, hay un momento interesante en Metegol que dura segundos. En una secuencia, el intendente vende el pueblo al mejor postor y se sube a un helicóptero escapándose de la ciudad. Esto, que no es más que un pequeño chiste con un timing algo anticuado, representa una visión distinta con respecto a Luna de Avellaneda. A diferencia de esa horrible película, la animación de Campanella parece reírse de un hecho histórico que antes había sido tomado con demasiado compromiso para narrar la decadencia de un club de barrio. Más que un acierto, esto parece ser una lección involuntaria. Estos diez segundos, que parecen insignificantes, resumen el cine de Campanella: los temas no están equivocados sino el tratamiento que se les da.
El fútbol como la vida misma Se cuenta que Gastón Gorali leyó “Memorias de un wing derecho” de Fontanarrosa, cuento en el que se implica la vida consciente de un jugador de metegol. De ahí tomó la idea que compartió con Juan José Campanella, quien se enganchó con la posibilidad de llevar sus temáticas propias al mundo de la animación. La definición final llegó al trabajar los conceptos junto al escritor Eduardo Sacheri y el productor Axel Kuschevatzky, partícipes del éxito de “El secreto de sus ojos”. Después vino la dura parte de la concreción, que demandó años de trabajo. Y el producto final es el resultado de todo eso. Gorali pudo concretar la idea de una película infantil como las estadounidenses: es decir, que sea atractiva al público adulto desde la misma historia, capaz de aunar épica, humor, romanticismo soft y personajes atractivos, y desde ciertos guiños (hay homenajes a “2001, odisea del espacio”, “Apocalipsis Now” y los spaghetti western de Sergio Leone, además de referencias a la saga de “Toy Story”). Por otro lado, el universo campanelliano aflora en todo su esplendor, en la defensa del pueblo tranquilo con las pequeñas vidas de sus habitantes, la estética de los viejos parques de diversiones, el bar con sus parroquianos envejeciendo dentro. Todo eso amenazado por el “progreso”, lo urbano, el personaje exitoso (curiosamente, el hijo más célebre del pueblo). Y Fontanarrosa seguramente se engancharía con la épica futbolística que plantea el enfrentamiento final: una épica más cercana al “los de afuera son de palo” de Obdulio Varela en el “Maracanazo” o a Maradona esquivando nigerianos con el tobillo destrozado que a la gambeta perfecta de Messi o la comba balística de David Beckham. El fútbol entendido como metáfora de la vida y no como un juego de PlayStation. Venganza La historia es esencialmente simple, enmarcada como flashback de un padre que le cuenta una historia a su hijo. Arranca en un pequeño pueblo indeterminado con el pequeño Amadeo, un niño enamorado de la bonita Laura, quien estimula un duelo al metegol (única pasión y talento del muchacho) contra Ezequiel, un gamberro con ínfulas de habilidoso con la pelota. Tras la derrota a manos de Amadeo, clama venganza contra el pueblo, y es convocado por un señor con pinta de empresario chanta. El tiempo pasa, Laura quiere irse a la ciudad a estudiar arte, mientras que Amadeo sigue trabajando en el bar y sólo preocupado por su metegol. Con Laura no han pasado de la amistad. Pero todo esto se rompe cuando irrumpe Ezequiel, ahora convertido en el Grosso, el mejor jugador del mundo y millonario (que recuerda al imaginario de cracks fanfarrones como Cristiano Ronaldo, por poner un nombre), que vuelve para vengar la afrenta de la niñez. Como la Kläri Wäscher /Claire Zachanassian de “La visita de la vieja dama” de Friedrich Dürrenmatt, el Grosso se compra el pueblo (para convertirlo en un lugar de culto a sí mismo) y buscará la venganza personal con Amadeo. Éste recibirá la inesperada colaboración de los jugadorcillos del metegol, que lo ayudarán a salvar a Laura y a disputar el destino del pueblo. Factura visual Con 20 millones de dólares de inversión, “Metegol” es la película argentina más cara de la historia. Pero poco tiene para envidiarle a las superproducciones animadas de DreamWorks o Pixar, que suelen costar bastante veces más. La factura visual impresiona desde las texturas, la espacialidad tridimensional (desde el primer juego con el metegol “estático” a los vastos interiores de la casa del Grosso; uno recuerda cuando el baile de “La Bella y la Bestia” era lo último en animación) y el dinamismo de las escenas (el basurero, el parque de diversiones, la batalla en el laboratorio, el partido final). En cuanto al diseño de personajes, uno de los elementos clave del cine de animación, tiene sus fluctuaciones. Como en otras producciones de este tipo, los personajes “reales” lucen un poco menos que los muñequitos; sabiamente, el equipo creativo escapa proponiendo una construcción no realista de los mismos, exagerando la escualidez, la obesidad, la baja estatura, el físico torneado y otras características definitorias. La genialidad está por el lado de las figurillas de plomo: hechas a base de un modelo básico, Amadeo los ha personalizado con virulanas, hebras y demás (los otros, los “granates”, tienen una caracterización más pobre). Con voz propia Una ventaja de la versión argentina es que la animación trabajó sobre las voces locales, mientras que en otros países se la verá doblada encima. De yapa, pudieron poner gestos recuperados por la animación. Así se lucieron entre los muñequitos Pablo Rago (el Capi, optimista como el Oliver Atom de “Los Supercampeones” y con frases hechas de jugador estándar), Fabián Gianola (Beto, el insoportable que habla en tercera persona de sí mismo, de melena a lo Valderrama), Horacio Fontova (como el Loco, un new age con pinta de Leopoldo Jacinto Luque) y Miguel Ángel Rodríguez (Capitán Liso). Los protagónicos (Amadeo y Laura) fueron confiados a los poco conocidos David Masajnik y Lucía Maciel, que están correctos, al igual que Diego Ramos (Grosso). Ernesto Claudio (cura), Marcos Mundstock (Ermitaño) y Coco Sily (Mánager) tienen sus momentos personales. Así se cierra un relato de mística deportiva, un recupero de lo que el fútbol fue en tiempos menos sponsoreados, y la evidencia de que se puede madurar sin perder el espíritu de niño: “Creer para ver”.
Gol de media cancha con definición de Campanella "Hicimos una película de las grandes ligas para competir en el mercado internacional con otras de Dreamworks o Pixar con la décima parte del presupuesto, y creo que lo logramos". Lo dijo Juan José Campanella y acertó acerca de Metegol , la coproducción con España que estrenó esta semana, copando una cartelera donde empata con tanques del estilo de Monster University o Mi villano favorito 2. Con seis años de historia como película y muchos más como relato creado por el gran Roberto Fontanarrosa, demuestra que, como en el fútbol, la pasión y un equipo con la camiseta bien puesta logran lo que parvas de dólares nunca podrán pagar. Para el caso, una película de bajo costo y primer nivel. El protagonista de Metegol --inpirado en Memorias de un wing derecho, el cuento del "Negro -- es Amadeo, un chico que creció entre los personajes de un bar de pueblo, entreteniendo sus horas con el viejo metegol y sosteniendo una amistad eterna con Laura, su amiga y amor secreto. En la cancha, Amadeo no pega una, pero en ese pequeño potrero de plomo, es un crack, incluso mejor que Grosso, el chancherito que un día se va del pueblo para volver con el título del mejor jugador del mundo y para vengarse de la única derrota que sufrió en su vida de jugador: la de una tarde en el metegol del bar. Dispuesto a todo, Grosso viene con un proyecto multimillonario que tirará al pueblo entero a la basura, incluidos el bar, su metegol y las vidas e historias de todos y cada uno de los vecinos. Parece que nada ni nadie podrá contra el poder que la fama y el dinero le dieron a Grosso, hasta que Amadeo descubre que los muñecos de plomo del metegol tienen alma, corazón y vida: con el mejor equipo de metegol del mundo y toda la pasión que ponía en su rol de director técnico, en cada partido. El argumento es clásico. Lo diferente, es el espíritu de quien lo escribió y la mística que respetaron quienes se encargaron de llevarlo a pantalla bajo las órdenes del "Gran DT" Campanella. Gastón Corali compró los derechos del cuento y confió en él para plasmarlo en película, mucho antes del Oscar que el argentino recibió por El secreto de sus ojos. A esa película, Campanella la escribió con el también autor del original Ernesto Sacheri, y con Sacheri volvió a formar la línea de tres que sumó a Axel Kutchevaski para el guión adaptado de Metegol. Para la producción, Campanella obtuvo apoyo de España y Canadá y Argentina, además de su propia firma 100 Bares, y Catmandú, de Corali. Con idea y presupuesto en mano, faltaban el equipo de animación, mezcla de argentinos y españoles, supervisado por Sergio Pablós, el mismo de Mi villano favorito y Río. Se trata de una película con olor a fútbol, barrio y tradición bien argentinos, pero que comparte una pasión universal; que con personas, personajes y un lenguaje propios hace general un discurso y un mensaje que abarca a pueblos y generaciones. Los escenarios, los protagonistas que allí se sitúan y las situaciones a las que se ven enfrentados, son comunes a todo ser humano en desafío y en garra para sobreponerse de ellas. También la fantasía. Pero la pátina de realismo mágico que tiñe todo el relato es absolutamente latino y he allí el acento que ningún tanque, por magníficos presupuestos que maneje, puede dar. Es el tilde de la identidad que el equipo de Campanella ofrece, con un sentido de unidad que los llevó a hacer esta suerte de gol de media cancha y sobre el medio tiempo de estas vacaciones de invierno.
ACERCA DE METEGOL Y DEL CINE DE CAMPANELLA, DE CÓMO QUEDÓ TRUNCO, COMENZÓ LA TRISTEZA Y UNAS POCAS COSAS MÁS Atención: se revelan finales y detalles argumentales importantes de muchas películas de Juan José Campanella. Demás está resaltar las virtudes del cine de Juan José Campanella, ya todos las sabemos: que la impecable manufactura técnica, que el alcance masivo y popular, que el alcance internacional, que el Oscar, que sus altos costos de producción (¿esto será una virtud?), que su oficio, que sus logros profesionales, etcétera, etcétera, etcétera. Pero no deja de haber algo que me hace mucho ruido y tiene que ver con la construcción del mundo en el que viven sus personajes, sus códigos y el mensaje final de sus películas. Cómo si dentro de esas historias mínimas sobre el barrio y los personajes pintorescos que lo pueblan se realzara el valor de ser un anodino, un cobarde y un mezquino, de dejarse pisotear, total, nos tenemos los unos a los otros… cómo mínimo, es polémico, viniendo de un director al que no le gusta polemizar, ni dentro ni fuera de la pantalla. Ricardo Darín siempre fue el eje de cotidianidad que buscó Campanella y sobre el cual giran todas las miserias diarias; ya desde temprano lo convirtió en reflejo del espectador promedio perezoso (en Luna de Avellaneda dice “no, no voy al cine, no me gusta el cine nacional”). En el mismo amor, la misma lluvia (1999), Jorge Pellegrini (Darín) es un escritor mediocre y sin talento que se enamora de una poco carismática Laura (un extraño mérito el de Campanella: afear a Soledad Villamil y volverla irritante) y que, poco a poco, con la historia argentina de los últimos veinte años de trasfondo (y la deformación ideológica de la revista en la que trabaja), se va oscureciendo hasta tocar fondo, esto es, transformándose en un crítico de cine y teatro cínico (¡!), que lo único que necesita es amor, solución mágica a todos los problemas. En Luna de Avellaneda (2004), Román Maldonado (Darín) se va del país al no encontrar salida laboral que prospere para su familia y amigos, con el club de barrio ya vendido y resentido contra todos pero, eso sí, en un último asado con sus seres queridos y puteando a los demás. En El hijo de la novia (2001), Rafael Belvedere (sí, una vez más, Darín) vende su restaurante familiar, aquel que habían fundado sus padres, a una cadena de restaurantes españoles, solamente para comprar el bar de la esquina y quejarse del progreso, del avance de las corporaciones despersonalizadoras. Amadeo, una vez terminado el cuento que le estaba narrando a su hijo en la cama, se recluye, como todas las noches, en el garaje a jugar con su metegol. Ese es el final de Metegol (2013), luego de haber perdido el partido, el pueblo y casi el amor de su chica, el mensaje de Campanella es no abandonar los juguetes de niño, no crecer ni madurar ni desprenderse de los objetos del pasado, aceptar la derrota porque no hay posibilidad alguna de triunfo. Las referencias a Toy Story a lo largo de todo Metegol van desde que sus protagonistas cobran vida (detalle por demás curioso e insustentable dentro de la lógica de la película, ya que El Capi adquiere vida a partir de las lágrimas de Amadeo y los demás lo hacen mágica y misteriosamente) y tengan que enfrentarse a montones de obstáculos cotidianos que desde el tamaño de los protagonistas adquieren un gran nivel de peligrosidad, hasta, no una, sino dos escenas iguales entre sí que plagian el mismo momento de Toy Story 3, aquella del basural y del horno. Pero sin lograr los picos de emoción de aquellas películas porque los personajes están delineados con trazo grueso, o presentados a los apurones, sin ningún tipo de desarrollo. Por caso, todos los personajes del bar que terminan jugando ese partido decisivo y que no despiertan ningún tipo de interés porque los habíamos visto una sola vez a lo largo de la película. Podría suponer que El secreto de sus ojos (2009) es tal vez su mejor película, porque trabaja sobre el género puro y duro, es decir, sobre un policial oscuro donde sí está bien argumentado el uso del patetismo y el valor de la mediocridad (cualidades inherentes al género), en un contexto más bien amargo. Pero aún así los personajes siguen siendo esquemáticos y mal delineados, se abren muchas subtramas que nunca se desarrollan o cierran (este defecto es recurrente a lo largo de todas sus películas, al punto de creer que casi podrían ser una marca de estilo, pero no, porque es involuntario). De todas maneras es la única que escapa a esa añoranza pacata de un pasado mejor que inunda cada uno de los films de Campanella. Donde se festejan los valores de antaño en contraposición del avance de la tecnología y, ay, las corporaciones. Este punto es otra de las cosas que me molestan, ya que esa crítica hecha desde un mega tanque de alta producción, al menos para los estándares del cine local, y con la firma nada menos que de la Universal, es cuanto menos dudosa (El mismo amor, la misma lluvia llevaba el logo de la Warner). El cine de Campanella, aún empujando los límites de lo que puede hacerse aquí, es más nocivo que fructuoso, más sosaina que emocional, más especulado que visceral. Un cine “que parece que no estuviera hecho acá” (típico pensamiento timorato), pero que tampoco pareciera tener o encontrar descendencia en estas pampas. Un cine hecho para las masas, no reflexivo pero sí sensiblero.
Así como ha ocurrido con la comedia dramática nacional y el thriller, la irrupción de Juan Jose Campanella en el terreno de la animación significa a través de este largometraje un verdadero hito en la cinematografía argentina. No solamente porque Metegol, más allá de géneros, es la película más costosa de nuestra industria en toda su historia, sino por sus alcances técnicos, expresivos, estéticos y simbólicos. Y en este último punto haríamos referencia a lo que representa el film como espejo artístico de un país a través de su deporte más popular y generalizado, el fútbol. Después de haber obtenido el Oscar por El secreto de sus ojos, era lógico que el director de El hijo de la novia arriesgara y diera un paso más allá de lo que era dable esperar, aunque no estuviera previsto que fuera en la animación digital 3D, un formato en el que no tenía antecedentes. Y Campanella vuelve a dejar su sello indeleble en el dominio de lo audiovisual, su película no solamente es –aún sin llegar a la exquisitez visual de algunos productos de Pixar, Dreamworks o Blue Sky Studios- impecable en lo artístico y ambiciosa en lo expresivo y argumental, sino que logra emocionar por su contenido bien nativo y futbolero, combinado con sus componentes humanos y de espíritu de superación, materiales que pueden estar presentes en otras piezas del género, pero aquí, al vincularse con nuestra esencia, se resignifican. Quizás Metegol, entre Toy Story y Luna de Avellaneda, sea abarcativa en exceso, pero al estar obsesivamente balanceada, esto pasa a ser sólo un detalle, y en esto la tríada compuesta por Fontanarrosa, autor del cuento original, Campanella y Eduardo Sacheri, uno de los guionistas y propiciador de la mayor parte de los elementos antes mencionados, resulta ideal. Juntos logran que el fútbol encierre metáforas acerca del amor, la amistad, la comunidad, el barrio y los ideales, sin olvidarnos de los milagros y la magia, ingredientes que harán palpitar al niño que llevamos dentro y a los verdaderos, que tendrán una diversión asegurada a partir de los siete u ocho años. Excelentes trabajos “actorales” de Rago, Gianola, Ramos, Coco Sily y otros, así como el impecable relato del gran partido final a cargo de Jorge Troiani.
"Toy Story" marcó un antes y un después en la historia del cine de animación. "Metegol" tiene todo como para provocar ese cambio en la industria argentina: un millonario presupuesto (claro, algo totalmente ajeno a la calidad de la película); una animación de excelencia, como nunca antes se vio en el país; un elenco que se luce y que rompe con el estereotipo de la sobreactuación; un prestigioso director incursionando en un nuevo género; y, por sobretodas las cosas, un espíritu nacional que, sin la necesidad de mostrar banderas, siempre está presente. Pese a algunos desniveles en su guión, hay que celebrar esta nueva y arriesgada (más en términos técnicos que en narrativos) propuesta de Juan José Campanella.
Abrazo de gol Con una animación sublime para la industria cinematográfica nacional, Metegol definitivamente llama la atención de movida, animando y entusiasmando al espectador por su bella y colorida estética. Campanella, astuto y “bicho” como ningún director argentino, sabe lo que hace y cómo conquistar al público. Por algo supo cautivar al mundo con El Secreto de sus ojos obteniendo un muy merecido Oscar como mejor película de habla no inglesa. Y aquí, construye un universo en donde el entretenimiento, la chispa, los valores y las costumbres criollas se conectan, encajando a la perfección una pieza con otra. Para acentuar aún más las tradiciones de nuestro país, el creador de Luna de Avellaneda mezcla los mismos elementos que vimos en este film de 2004, jugando e involucrándonos a través de la sencillez y la cotidianeidad que vive el argentino, el porteño cuando se reúne en un bar, con gente de confianza, de barrio. A esto le agrega un metegol, y para emparentarlo todavía más con lo popular lo presenta a la vieja usanza, es decir, de plomo como solían ser antiguamente estos mini estadios de juego. Y como frutilla del postre e ingrediente quizás más bien comercial (si se permite el término) o atrayente, parece recrear el asunto con una especie de baño lúdico/carismático a los personajes similar al que adquieren los juguetes en la trascendente Toy Story. Entonces se hace presente la historia de Amadeo, un joven tímido, introvertido, con una habilidad extraordinaria para desempeñarse en el metegol. Invencible. Como todo bonachón y protagonista suele tener un rival, un muchacho tan vanidoso como detestable al que suelen llamar “El Grosso”. Este, al perder en un enfrentamiento con nuestro intérprete principal, jura vengarse al regresar al pueblo años más tarde desafiándolo a un partido de fútbol sin palancas ni jugadores de plomo… un duelo real, sobre el verde césped. Metegol oficia y funciona tanto para chicos como para adultos, brindando un espectáculo en el que la narración resulta ágil, por momentos graciosa (se pueden evidenciar algunos pequeños baches en algunos diálogos), con arquetipos minuciosamente edificados desde sus frases y conductas (por ejemplo El Beto, típico argentino agrandado, canchero, el “loco lindo”), con el plus de poseer marcadamente un mensaje moral, una nota de lealtad, compromiso, superación y, por si fuera poco, el amor como impulso motivador de acciones. Campanella lo hizo otra vez. LO MEJOR: la animación, la calidez y el carisma de los personajes. El sello del director, la mística que le imprime. Los valores que involucra la historia. LO PEOR: puede que no resulten del todo cómodos únicamente los doblajes de los sujetos más pequeños de la narración, en los primeros minutos del film. PUNTAJE: 8
Otra tradicional película de Campanella. Y qué curioso que lo sea, tradicional, ya que se trata de una incursión en terreno inexplorado por el director: la animación 3D, el cine para “los bajitos” (chiste que delata la edad del escriba, quien igual, se enorgullece de conservar vivo el niño que todos llevamos dentro). De Campanella. En otro terreno pero las marcas de fábrica están. Todas. Lo barrial, los amores perseverantes y el orgullo por las raíces permanecen intactos. Todos conceptos de un cine, por llamarlo de algún modo, para adultos. Pero también hay correrías, gags para que los chicos flasheen con los personajes. Flor de golazo (vale como chiste obvio, juro que no pude evitarlo) de Metegol: abarca a todos. La película más costosa de la historia del cine argentino (en coproducción española) comienza con un homenaje a una peli yanqui: 2001, odisea en el espacio. Pero pronto aparece el gen argento: dos primates descubren la pelota y, en vez de divertirse juntos, se pelean. Con el mensaje inequívoco de que será la unión la que haga fuerza contra los de afuera, Campanella regresa a los valores morales en los que cree y vuelve a dar batalla para torcer ese vaticinio caprichoso que se empecinó con estas pampas: el 2000 nos encontrará unidos o dominados (chiste histórico: vale, che). Sus valores alla Luna de Avellaneda se derraman en tal forma que dan vida a ese cuento que el padre narra a su hijo, moderno, playstationero, escéptico. “En un lugar cercano, hace poco poco tiempo…” La historia ocurrió en el pueblo de Amadeo (voz de David Majasnik), un genio del metegol de cafetín, que alguna vez osó ganarle al Grosso (Diego Ramos). Años después el Grosso se ha convertido en figura estelar del fútbol y, dinero y maldad globalizada en mano, regresa para arrasar el pueblo. Progreso vs. Barrio: Campanella al mango. En el medio ocurre el hecho fantástico, el inspirado en un cuento de Fontanarrosa, el que atrae a los pequeños: los muñecos cobran vida y, sobretodo, hablan de un modo familiar: el Beto (Fabián Gianola), es el agrandado (quién si no, con ese apodo) y habla como Riquelme; el Capi (Rago), como un porteño chanta; y Loco (Fontova)… contrólate un poco (éste se lo robé a Sabina). Así como es cierto que todos los tanques para niños contienen “moraleja” (lo cual no está mal, al fin y al cabo los cuentos tradicionales tenían como propósito que los niños europeos no se adentrasen solos en los bosques), sabrá cada cual si concuerda o no con Campanella respecto de estos valores anti-cristianosronaldos. Más aún, cada cual sabrá si gusta de sus antihéroes nobles. Pero nadie puede negar su oficio como narrador. Que tienen que ver con nuestra idiosincrasia. Que divierte, entretiene y dice. Muchas cosas. Muchas ideas. Con tecnología que nada envidia de las foráneas pero, al menos por esta vez, suena en nuestro acento.
Fulbito para Todos Campanella vuelve a la carga esta vez con su propuesta animada, de la cual tanto se ha escrito y opinado, casi todas las criticas han sido favorables con esta peli, a nosotros nos toca mostrar la crítica un mes más tarde, solo por otras obligaciones contraídas. Nada más que por eso. El guión narra la particular relación de un chico llamado Amadeo (...será posible homenaje a dos insignes del fútboll argentino como Labruna y Carrizo..???)con el juego casero del "metegol" o el fulbito -así lo conocíamos nosotros de niños-, y como cuenta tanto su pasión con él. El resto será un pseudo enfrentamiento del chico con quién aplastó en derrotera de niñitos y que hoy vuelve al pueblo convertido en figura exitosa y presto para tomarse revancha en un desafío futbolero. Toda esta sarta de artilugios fantasiosos son lo suficientemente ampulosos que se pueda esperar de una historia de animación, al estilo o formato de las que proliferan, empezando con la master "Pixar". La supuestamente producción más costosa del cine argentino tiene cosas a favor y otras no tanto, como por ejemplo la transformación a cobrar vida que sufren los jugadores del fulbito con las vertidas lágrimas del chico es algo muy viejo, ya que así sucedia- tal cual- en el cuento histórico de Andersen: "El Soldadito de Plomo", y hay que decir que esto personajes son los que evidentemente se roban la película, con sus chistes surtidos y gags simpáticos. Otra cosa a favor es que tanta vorágine clipera y acción simultánea disuelve las posibilidades de mostrar como suele hacer siempre el director: la frustración, la amargura y los tintes depresivos, tan característicos en su cine. Pero si es divertida y en extremo entretenida, ya desde antes de sus títulos como el "homenaje " explícito al inicio de "2001 Odisea del espacio" de Kubrick. Quizás sea mejor pensar que nunca se les ocurra hacer una segunda parte, de hacerla sino habría que construir un guión con unos cuantos años de ventaja, y se sabe que nunca van a hacer algo que sea demoledor de la primera historia, eso además es copyright de los que produjeron "Esperando la carroza 2" en su momento.
Un buen puntazo Se podría empezar esta crítica diciendo que Campanella se clavó un golazo de media cancha con este producto. "Metegol" es la primera producción animada de presupuesto importante que se realiza en Argentina y debo decir que cumplió muy bien con las expectativas que se tenía a priori e incluso creo que las sobrepasó. Juan José Campanella nos trae una historia universal teñida de cultura argentina, empapada por esa locura futbolística que caracteriza al criollo promedio. La historia se centra en un pueblo pequeño argentino sin especificación geográfica (bien ahí con la federalización) en donde a partir de un partido de metegol entre dos adolescentes, en lo que parece ser los años 80s, se dicta el futuro del mismo. Amadeo, un joven tímido que trabaja en un bar se bate a duelo metegolístico con Grosso, otro joven agrandado y caprichoso al que no le gusta perder. Amadeo resulta vencedor y se queda con toda la gloria, al menos por unos años hasta que ese adolescente insufrible llamado el Grosso retorna al pueblo, esta vez ya crecido, famoso y con muchísimo dinero, tanto que termina comprando el pueblo completo sólo para vengarse de Amadeo y tener un revancha futbolística, esta vez, sobre una cancha de verdad. La historia juega bastante con los eternos enfrentamientos entre el pibe ñoño y el pibe salame, el buen corazón y el egoísmo, el trabajo arduo y la plata fácil. De manera muy inteligente se plantean estas temáticas de tipo universal que hacen que el espectador se pueda sentir cercano e involucrado con la historia. Lo negativo del film tiene que ver con que por momentos la trama resulta demasiado infantil, dejando en evidencia que el público objetivo principal eran los niños. La personalidad de Grosso (Diego Ramos) ya de adulto es un tanto inverosímil y está demasiado caricaturizada, al igual que la personalidad de Amadeo (David Masajnik) que resulta débil e irritante. En muchas secuencias queda totalmente opacado por los muñequitos del metegol, que si bien son los personajes secundarios de la trama central, se roban la película desde que aparecen en pantalla. Y justamente en ellos está el plato fuerte de la propuesta, en estos muñequitos que personifican varias facetas de nuestro argentinismo, con sus cosas buenas y malas. Los más sobresalientes son el Beto (Fabián Gianola), el Capi (Pablo Rago) y el cordobés, que aunque aparece escuetamente, los pocos momentos en que dice algo la sala estalla en risas. Creo que "Metegol" pisa fuerte y viene a decirnos que en el cine nacional hay mucha madera de la buena, incluso para competirle a las grandes producciones hollywoodenses, aunque nunca logremos el trabajo de distribución y publicidad que tienen esos trabajos. Muy recomendable, sobre todo si la vas a ver con chicos o fanáticos del fútbol.
Juan José Campanella vuelve al ruedo con la primera película de animación en la historia del cine argentino. Si bien es una coproducción con España, Metegol es un producto que transpira argentinidad por cada uno de sus poros. Amadeo es un chico tímido que vive en un pueblito. Está enamorado de Laura, trabaja en un bar y es un eximio jugador de metegol. Pero con el paso de los años, ve cómo su mundo colapsa cuando el Grosso regresa al pueblo convertido en el mejor jugador de fútbol del mundo y con un sólo objetivo: vengar la única derrota que sufrió en su vida en manos de Amadeo. Es en este momento cuando los jugadores del metegol cobran vida y se disponen a ayudar al joven a recuperar el pueblo que ha quedado en manos del despiadado crack. De esta manera, Capi (voz de Pablo Rago), Beto (Fabián Gianola) y el Loco (Horacio Fontova), secundados por los otros jugadores de plomo, vivirán inusitadas aventuras en las que Campanella y compañía demostrarán que estamos ante un muy buen producto de animación. Con un presupuesto increíble para una coproducción entre Argentina y España, unos 20 millones de dólares, el director ganador de un Oscar por El Secreto de sus Ojos (2009) trabajó nuevamente con Eduardo Sacheri para realizar el guión del film animado basado en un cuento de Roberto Fontanarrosa, Memorias de un wing derecho. También es de la partida Gastón Gorali pero el gran acierto de Campanella fue el de escribir junto a Sacheri, que saca a relucir todo el folklore del fútbol, la pasión, las rivalidades y la amistad que genera este deporte. Cabe destacar, además de la calidad de la animación, el excelente trabajo de Campanella al dirigir a los actores que les pusieron la voz a los personajes. Sobresalen, sin lugar a dudas, Diego Ramos personificando al cuasi Cristiano Ronaldo que es el Grosso, Horacio Fontova como el Loco, con su filosofía de cafetín y Fabián Gianola que con el Beto habla en tercera persona y sólo parece preocuparse por sus abultados rulos. También son notables el trabajo de Pablo Rago como el Capi, el de Miguel Ángel Rodríguez como el Capitán de los bordó (o granate) y sobre todo la interpretación de David Masajnik como Amadeo. El único papel femenino recayó en Lucía Maciel, que le pone la voz a Laura, la pretendida por el protagonista y el Grosso. En cuanto a la animación, se puede decir que si bien no existe en Metegol la calidad de detalles que se da en la saga de Toy Story de Pixar, como ejemplo de compañía pionera en este segmento; se realizó un trabajo que sentó precedente en la historia del cine argentino. El mismo director ha declarado que espera que Metegol se convierta en el disparador para que se cree una industria de animación made in Argentina. En cuanto al argumento, Campanella vuelve a plantear el mismo conflicto que llevó a escena con Luna de Avellaneda (2004). En esa película, un viejo club de barrio que vivió sus días de gloria ahora sobrevive gracias a la colaboración de los vecinos y una mínima cuota que se les cobra a los chicos por las clases que allí se imparten. Cuando un antiguo conocido del barrio llega con una jugosa propuesta de instalar un Casino en su lugar, comenzarán a alzarse la voces a favor y en contra del progreso y de los valores que representa la institución. El director continúa en esa línea argumental y es en el final de Metegol donde las comparaciones son inevitables. Sin arruinar el desenlace diremos que cae en la sobre explicación de lo sucedido y no deja ningún cabo suelto. No obstante, logra tomar el espíritu de Toy Story pero lo incluye en su propio universo donde lo esencial es la familia, los amigos y los valores. Los críticos podrán sacarse los ojos y discutir horas pero lo cierto es que Campanella hace un trabajo formidable, con más de un homenaje a aquellas películas que lo marcaron como realizador, y sale airoso de este tremendo desafío. Metegol, sin lugar a dudas, es un gol de media cancha. SI 3/5 Ficha técnica: País de origen: Argentina, España Año: 2013 Estreno(Argentina): 25 de julio de 2013 Dirección: Juan José Campanella Guión: Juan José Campanella, Gastón Gorali, Eduardo Sacheri. Duración: 106 minutos Género: Animación Distribuidora: UIP
PIXAR, NO TE TENEMOS MIEDO. LLEGÓ METEGOL En 1995 se estrenaba la primera película creada en su totalidad con efectos de animación digitales en la historia del cine, Toy Story. Siendo un clásico moderno, el estilo de animación CGI (Computer generated imagery – Imágenes generadas por computadora) pasaría a ser emblema de Disney y de su principal estudio en la actualidad, Pixar. Hoy, 18 años después, podemos decir que Argentina igualó en su nivel de animación al monstruo estadounidense, ya que el próximo 18 de Julio, Juan José Campanella estrenará METEGOL. METEGOL cuenta la historia del joven Amadeo, quien es un experto maestro con los muñequitos de plomo. Amadeo vive en un pueblo pequeño y anónimo. Trabaja en un bar y está enamorado de Laura, aunque ella no lo sabe. Todo se derrumba cuando Grosso Remacho, un joven del pueblo convertido en el mejor futbolista del mundo, vuelve dispuesto a vengarse de la única derrota que sufrió en su vida. Cuando todo parecía perdido, Amadeo descubre que los jugadores de su querido metegol hablan y se mueven (con mucha onda). Es así como él junto a Capi, Beto, Loco y Liso se embarcarán en un viaje lleno de aventuras para salvar a Laura y al pueblo y en el camino convertirse en un verdadero equipo. Con un nivel que nada tiene que envidar a Pixar o Dreamworks, METEGOL se convirtió en la primera película Argentina (aunque parte de la producción es española y de hecho sus productores comentaron que reclutaron gente de más de 15 países para trabajar) en poseer animación CGI con tal grado de calidad. Tanto la historia, bien narrada y con gags tan locales como universales, los estereotipos futbolísticos ridiculizados de manera real (el jugador zen y el que habla en tercera persona) y el nivel de sonido y animación pelean a la par de cualquier superproducción de Hollywood. A pesar de ser una temática muy arraigada al terreno local (el fútbol, la pasión, la competencia) METEGOL cumple a nivel internacional, dejando claro el mensaje del trabajo en equipo, la amistad, nunca bajar los brazos y por sobre todo la lucha común de un grupo de aldeanos por un mismo objetivo. Si bien la historia está basada en un cuento de Roberto Fontanarrosa, el equipo de trabajo tuvo como guionistas principales a Eduardo Sacheri (La pregunta de sus ojos –Libro- y El secreto de sus ojos –Guion-), Gastón Gorali (City Hunters) y Axel Kuschevatzky (Casados con hijos). La animación (desde el lado local) fue encabezada por Illusion Studios (Boogie, el aceitoso). Por el lado de las productoras extranjeras participaron: 100 Bares (productora de Campanella), en sociedad con Catmandú (productora de la serie animada City Hunters que se vio en cable por Fox) y la española Antena 3 Films; y toda la animación estuvo supervisada por Sergio Pablos, productor ejecutivo y creador de Gru, mi villano favorito (Despicable Me). Los actores que pusieron sus voces a la versión local fueron: Pablo Rago, Miguel Ángel Rodríguez, Fabián Gianola, Horacio Fontova, Diego Ramos y David Masajnik, entre otros. Los temas originales fueron compuestos por Calle 13 y la música ambiente fue trabajo de la Orquesta Sinfónica de Londres, ya que según Campanella, la Orquesta sinfónica de Buenos Aires les cobraba mucho más por componer la banda sonora de la película. Sin duda estamos ante un clásico que hará historia en la animación argentina y que dejara un legado, como lo hicieron aquellos juguetitos que hablaban en 1995. Por Sebastián Espíndola
"Como niños" Resulta difícil escribir sobre una película cuando hay mucha emoción, entusiasmo y alegría por parte de quien redacta. Ahora bien, es doblemente difícil escribir sobre un film cuando esos sentimientos brotan por los poros de todos aquellos que ya vieron el film o incluso de aquellos que todavía no, pero que de todas formas, sienten estas sensaciones por otras razones. El que reseña o critica siempre tiene que tener claro que lo escribe es su propia visión, su propio argumento, su opinión subjetiva sobre un film lo que transmite, pero así y todo, debe hacerlo con el fin de tratar de convencer a quien lo lee de que tal película es de la calidad que él propone. El receptor no es estúpido, ni tonto, ni lento, ni perezoso. Puede confiar o no en dichas palabras. Puede coincidir con ellas. Mucho, poco o nada. Y lo que es más importante; El receptor tiene convicciones, valores y una opinión formada que muchas veces ni se siente tocada por lo que dicen otros, sea cual sea el aprecio que les tenga, sobre determinados films. Por eso es difícil, como dije al principio, hablar de estas producciones que generan estos sentimientos, ya que por más que el redactor quiera y lo intente, hay alguien a quien se dirige, alguien en quien piensa cuando escribe: el espectador/receptor. “Metegol” de J.J. Campanella es sin dudas esa clase de películas que despiertan pasiones difíciles de explicar. En realidad, desde un tiempo hasta acá (quizás desde “El Hijo de la Novia”), las películas de Campanella tienen ese efecto, obviamente potenciado luego del destino que corrió “El Secreto de sus Ojos” (2010). Y ahí es donde me quiero parar para arrancar. “Metegol” tiene la mala suerte (por llamarla de alguna forma) de ser la película que viene después de un éxito y suceso que todavía mucho disfrutamos. Y no hablo del Oscar en sí, hablo de la película, la cual hasta el día de hoy podemos seguir viendo y disfrutando sin dejar de lado la magia y las emociones que nos suscita esa historia. “Metegol” es lo que viene después del éxito, pero también mucho más. “Metegol” es la búsqueda de la confirmación de ese éxito, es la ambición de llegar mucho más lejos por parte de su realizador y es además la innovación y revolución por parte de un equipo de trabajo dentro de un género cinematográfico que tiene escasos antecedentes en nuestro país. Todo eso es una carga muy grande con la que entra a la sala, sea cual sea el rol que cumpla, el espectador. Y lamentablemente le juega en contra, ya que estamos ante una muy buena producción, que técnicamente brilla por todos lados, pero que en los papeles no termina de consolidarse como el film que apuesta ser: Un film para grandes y chicos en igual proporciones, tratando de convencer a ambos grupos de espectadores y no quedando en falta con ninguno. Lamentablemente “Metegol” no logra ese objetivo y falla, ofreciendo momentos que una parte de la audiencia disfrutará más que la otra e incluso el guión presenta giros que suelen ser más fáciles de resolver para solo una de estas partes. A su favor tiene, como dije anteriormente, un apartado técnico brillante en el cual la historia se puede apoyar durante todo el transcurso del film, incluso en esos momentos donde hace agua. El ejemplo perfecto de esto es el partido final. Combina y alterna el humor, la seriedad, el drama y el suspenso tantas veces que uno termina por sentirse descolocado, pero no por eso menos asombrado por las imponentes imágenes y la genial musicalización de Emilio Kauderer. Sin embargo hay muchos más aciertos que errores en este film, no quedan dudas. La primera parte, donde conocemos la historia de Amadeo, su vida, su pueblo y que culmina con la aparición de los verdaderos héroes y personajes de la película (el capi, el beto, el loco y el liso), es sin lugar la mayor muestra de que Campanella y Sacheri (guionista del film) lograron combinar en dosis justas las medidas de entretenimiento para grandes y chicos, sin subestimar a uno ni a otros. Durante el segundo acto la película se pierde bastante y gran parte de esto es porque el protagonismo lo empieza a tomar el villano absurdo que propone el film y por la tardía aparición del segundo conflicto que deben resolver los protagonistas (el primero se soluciona muy rápido), el cual además no parece estar tan justificado como su antecesor, pero que así y todo, conlleva a ese final estruendoso, pero también flojo. “Metegol” ofrece un ejemplo, bastante raro, de la utilización de los personajes para llegar al público. Uno como adulto sale de la película habiendo disfrutado más de los que, a priori, eran los personajes para los chicos (los muñequitos del metegol) y los más chicos por su parte, debido al final del film, terminan teniendo más empatía por los protagonistas humanos (Amadeo y su pueblo). ¿Esto está mal? No creo. Seguramente la magia que suele transmitirnos Campanella activó en nosotros el niño interior del que todos hablan. Lo que está mal es que nos deje con ganas de más de eso y no tanto de lo otro. Pero ahora bien, si es un film para chicos, y estos disfrutan de los otros protagonistas, ¿Quiénes somos nosotros para pedir otra cosa? Tendremos que conformarnos con los guiños hacia “2001: Odisea al Espacio” de Stanley Kubrick y “Apocalypse Now” de Francis Ford Coppola. O con los chistes del Loco, los debates del Capi y sus muchachos y las palabras que desliza hacia el final el personaje de Amadeo. Los más chicos, en cambio, tendrán en “Metegol” sus razones (y varias) para disfrutar un buen momento en el cine, con sello, tonada y calidad local. La clave para disfrutar “Metegol” está en sacarse las expectativas de encima, en saber que no todo puede ser perfecto (ni mucho menos tan rápido y a pasos agigantados) y en elegir si vemos la película como niños o como adultos. Si tratamos de hacerlo desde los dos lados, dudo que se disfrute más. Si lo hacemos solo desde uno (sea cual sea), el resultado, es más que aceptable.
Campanella hace notar que mamó cine italiano, se forjó en Hollywood, tiene el Corazón en Argentina y el cerebro en el mundo. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor (hacé click en el link).
Metegol es posiblemente la película argentina más esperada del año, y el justificativo ante tanta expectativa generada reside en algunos factores que trascienden lo cinematográfico y rayan en lo técnico, lo anecdótico y lo meramente curioso: es una película que cuenta con una larga lista de créditos (más de 300, algo atípico para el cine nacional), es la película argentina más cara de la historia (cerca de 20 millones de dólares), no busca medirse con colegas nacionales sino que más bien apunta a competir con un Pixar o Dreamworks y es, al fin y al cabo, el film posterior al Oscar del célebre director Juan José Campanella. Tras el análisis de este rejunte de datos de color y algunos más bien técnicos/profesionales, el resultado es aún más curioso que lo pretendido por sus autores: Metegol es un éxito indiscutible en sus virtudes visuales, ya que aunque dista lógicamente del nivel de detalle de producciones de mayor escala, en la comparación general no sale para nada mal parada, pero sin embargo no lo es tanto en la teóricamente menos complicada que es el aspecto narrativo, principalmente en cuanto a guión y montaje. Mientras que pese a algunos problemas de animación con personajes secundarios y de fondo (lo que en un film con actores de carne y hueso sería considerado como “extras”), una falta de pulido general a ciertos escenarios de fondos, algún que otro ruido con partículas (especialmente, explosiones, humo y fuego) y falencias con ciertos riggings de personajes, la animación es virtuosa y de una fluidez jamás alcanzada en una producción fuera de los Estados Unidos o Japón, el guión por su parte sí cae en una sobredosis de lugares comunes, algunos chistes que suenan obligados y por ende, obvios, y situaciones estiradas que revelan demasiado el hecho de que el film está inspirado en un cuento corto (cuyo autor es el recordado Roberto Fontanarrosa) y no una novela con mayores conflictos y desarrollos de personaje. Metegol, por momentos, da la sensación que funcionaría mejor como apenas un mediometraje, y prueba de ello es el clímax donde no se alcanza la emotividad prometida en la primera parte de la película, y los personajes a quienes refiere el título de la película pasan a tener apenas un rol decorativo y secundario, con una intervención injustificada en el final para el desarrollo de la historia. El mayor pecado de la narración, no obstante, es uno intrínseco: el protagonista, Amadeo, no aprueba el videojuego de futbol solitario al cual juega obsesionado su hijo en unatablet muy tecnológica, y en contraposición a este pasatiempo lúdico expone su historia presentándole anécdotas de un metegol, un juego físico y por ende más “real”, que en su infancia lo mantuvo entretenido y…también solitario. El error es narrativo, no conceptual: el metegol involucra necesariamente dos a cuatro seres humanos interactuando cara a cara, pero Campanella omite este detalle y rara vez presenta al bueno de Amadeo justamente como un ser social (se cuenta en anécdotas que éste ha jugado contra mucha gente del barrio, pero se lo presenta en cambio como un marginado casi total). La diferencia entre el modo de juego infantil entre padre e hijo reside entonces únicamente en el tipo de mecánica/tecnología empleada en cada caso. Por otro lado y en menor medida, el otro problema narrativo se basa en que Metegol por momentos parece una remake de Luna de Avellaneda, posiblemente la más convencional y peor película del realizador de El Secreto de sus Ojos. Campanella ha demostrado con creces ser un excelente profesional cinematográfico, pero llamarle “autor” al día de hoy parece un poco exagerado, y Metegol no hace más que confirmarlo. Dicho esto vale aclarar que, afortunadamente, gracias a sus enormes logros visuales y el esfuerzo decisivo del trabajo de voces (principalmente las del equipo entero de jugadores de plomo que cuenta en su equipo con la gran labor de Pablo Rago, Fabián Gianolla, Miguel Ángel Rodríguez y el Coco Silly, entre otros), Metegol es una buena película que merece ser vista no sólo por quienes disfrutan del cine de animación en general, sino por todo aquel que además crea que sí, es posible encarar una producción de este tamaño fuera de Hollywood y salir airoso en el intento. Eso sólo cumple con la expectativa generada y convierte, definitivamente, al film en la película nacional del año. El otro gran logro de Campanella es devolverle a la tristemente escasa animación argentina su lugar en el mundo. Después de todo, además de la birome, el colectivo y el bypass, también los argentinos contamos con el honor de haber realizado el primer largometraje animado de la historia del cine (El Apóstol, de Quirino Cristiani). Hoy, casi cine de años después, tenemos uno que no tiene mucho que envidiarle a quienes apostaron más fuertemente al formato (¡no género!) en otras latitudes, quizás y con suerte, a partir de ahora tan no tan lejanas.
Hace apenas un mes nos preguntábamos si la carencia de ideas en películas animadas era tan grande, que teníamos que nominar a Mi Villano Favorito 2 al oscar cuando evidentemente su calidad dejaba mucho que desear. La respuesta es que, por nacionalistas, dejaron fuera a una maravilla de película. Metegol, o Futbolín en otros países, es la apuesta animada de Juan José Campanella, ganador hace algunos años del oscar a mejor película extranjera por la maravillosa El Secreto De Sus Ojos. Amadeo es un chico de un pueblo pequeño, estrella del futbol de mesa. Un día, es retado por Grosso, el chico presumido que es un as del fútbol sobre la verdadera cancha, sufriendo una derrota. Años después y convertido en una estrella del fútbol mundial, regresa a comprar el pueblo y destruirlo para construir el estadio mas grande del mundo, en el afán de ahogar sus traumas de pequeño, sin embargo, por magia, los pequeños jugadores del metegol cobran vida y están dispuestos a emprender una aventura con Amadeo No nos queda del todo claro la lección que nos enseña la película. Probablemente ni la tenga. O sea la clásica "trabaja duro y conseguirás tus sueños". Lo que sí sabemos es que es totalmente hilarate y genial ver al Capi, a Beto, al Loco y otros tantos estereotipos -y homenajes- de varias estrellas de la vida real. Y dentro de la excelente calidad de la animación la historia es mucho más divertida, entretenida y mejor lograda que la de los minions. Una verdadera pena que la academia y mucho del público cinéfilo no haya volteado a verla.
Publicada en la edición digital #253 de la revista.
Publicada en la edición digital #253 de la revista.
El mundo Campanella tiene sus marcas de orillo: el barrio, el bar, los curas, los adultos mayores, la idea que todo tiempo pasado fue mejor y el “progreso” como algo en general malo, tan malo como el malo de Metegol, que llama progreso a su venganza destructiva. Técnicamente esta coproducción española-argentina (con aportes del Estado con el que fue tan crítico Campanella) está a la par de cualquier film de animación internacional; y el talento del film -y motivo de orgullo chauvinista- es todo argentino. Para que Metegol recupere su financiación debe venderse a otros mercados y ser un éxito allí por eso el film se cuida en mostrar un “pueblo” que luce lo suficientemente neutro, una protagonista que luce global -sino algo sajona- y un villano que recuerda a Cristiano Ronaldo, el futbolista que ya fue animado en Los Simpsons. Además de incorporar la discutible idea que el progreso es negativo en una comunidad, la moral de Metegol critica la idea de aislamiento, el hijo del protagonista juega videogames lo cual preocupa a sus padres, pero es sólo discursivo, en la web oficial se pueden bajar videogames de Metegol para celulares, PC y Ipads. La ideología nunca le gana a los negocios. Y resulta aún más contradictoria la crítica cuando el protagonista -Amadeo- está aislado por otro juego -no electronico- que lo tiene atrapado y le impide su desarrollo personal, es la noticia que su novia -Laura- se va del pueblo para estudiar lo que logra despertarlo del letargo de su vida pueblerina. El infaltable sentimentalismo de Campanella le da vida a los jugadores de plomo con lágrimas, y a partir de ese momento el film desata su mayor despliegue de acción, gags físicos y chistes -algunos brillantes- que concluyen en la fantástica escena final del partido de fútbol. El trabajo con las voces de doblaje es perfecto, Rago y Fontova se destacan, nunca hay una disociación entre audio y animación como ha sucedido en otras producciones. Además de la más cara Metegol también es la mejor película argentina infantil de la historia, no es poco. “Creer para ver” inculca el creyente Campanella en el guión; ver para creer que esta película pudo realizarse con este nivel y calidad. Atención Disney: Pixar no nos queda tan lejos.