Una boda ingeniosamente planeada ¿Hace cuanto tiempo reclamábamos que la comedia argentina con vistas comerciales tenía que renovarse sin perder su identidad? Gracias a Patricio Vega y Ariel Winograd, nuevos vientos corren por el cine nacional. Hace mucho tiempo que vengo diciendo que el mejor guión escrito en los últimos años pertenecía a Música en Espera, una comedia romántica, en apariencia menor, pero que tenía una estructura narrativa sólida que deparaba muchas sorpresas, y sobretodo lograba evitar caer en lugares comunes. Con Cara de Queso, Mi Primer Gueto de Winograd, sucedía algo similar: lo que podría haber sido una comedia más, se convertía en una ácida crítica sobre el funcionamiento de los countries durante el menemismo. La fórmula de escritura de Vega (que en televisión logró destacarse ayudando en los guiones de Los Simuladores y Hermanos y Detectives, además de escribir la serie Un Año Para Recordar) se basa en imitar bien los modelos de guiones estadounidenses. Aquellos guiones que hacían escritores como I.A.L Diamond, Dudley Nichols, Ernest Lehmann en la Edad de Oro para directores como Billy Wilder, Howard Hawks o Alfred Hitchcock. Vega siempre sabe combinar la comedia con el romance y el suspenso. La tensión es un elemento fundamental para crear efectos humorísticos y muchas veces los guionistas se olvidan de eso. Mi Primera Boda es un guión de relojería con una estructura sólida de principio a fin. Una obra de ingeniería, matemática, lógica. Lo primero que vemos en pantalla es a Adrián (Hendler), el novio, hablándole a la cámara, supuestamente después de la boda, recomendando al público que nunca se case. Enseguida se vienen a la memoria los rostros de Spencer Tracy o Steve Martin en el comienzo de ambas versiones de El Padre de la Novia, posiblemente no haya mejores películas que esas dos, a la hora de hablar de bodas memorables del cine. Adrián nos da un breve pantallazo de pequeños momentos que vamos a ver durante el desarrollo de la trama, y, al mejor estilo Cuando Harry Conoció a Sally, vemos la opinión de la novia, Leonora (Oreiro). De esta manera empezamos a conocer (y tras una original e ingeniosa secuencia de títulos animada en la que se cuenta paralelamente la vida de ambos), como fue el desarrollo de esta boda mixta y sus percances. Más allá de tener un elenco impresionante, donde cada actor y personaje tienen su momento para destacarse, y de abrir varias subtramas secundarias (algunas de ellas con una resolución poco convincente), Vega decide centrar el 80% de la acción en el conflicto de los protagonistas: por razones que no vale la pena adelantar, Adrián va a tener que postergar la unión nupcial en sí misma, por lo que la fiesta viene antes de la ceremonia. Winograd y Vega, por tanto, concentran el conflicto en la relación y las inseguridades de la pareja central. Cada uno de ellos, va a encontrar razones durante el desarrollo para separarse: ya sea la incompetencia de uno o la llegada de un ex novio en el caso del otro. Para sacar adelante el guión, Vega recurre a la ingeniería y la física. El resultado final es realmente encantador. Sí, es verdad, algunos secundarios están desaprovechados, ciertos chistes ya están bastantes vistos (especialmente algunos relacionados con las religiones, pero Mundstock y Rabinovich le aportan el toque Les Luthier). Sin embargo, el conflicto central está tan bien delineado, que el resto es anecdotario. Hendler y Oreiro conforman una pareja antológica. La química de ambos se nota dentro y fuera de pantalla. Pero los que realmente se comen cada plano en el que aparecen, porque les tocó en suerte los mejores y más divertidos personajes, son Martín Piroyansky, demostrando un timing perfecto para la comedia, aprovechando cada expresión, cada diálogo con sutileza e inocencia, y el GRAN Imanol Arias. Que alegría volver a verlo por nuestras Pampas (después de Camila o Buenos Aires me Mata). Imanol le aporta una cuota sensual y carismática al film. Su Miguel Ángel es tan odioso como atractivo. También es muy destacado lo de Luz Palazón como la organizadora del casamiento. Entre caras conocidas y otras que son promesas, Winograd dirige con dinamismo, preciosismo visual y osadía. En los primeros 5 minutos ya hay una presentación de personajes extraordinaria y un plano secuencia brillante, en el que recorremos toda la estancia, donde sucede la acción, conociendo a gran parte de los personajes en pocos minutos. No todos se animan a filmar así una comedia comercial. Ni acá ni en Hollywood. La hermosa fotografía del Maestro Felix Monti, aprovechando al máximo la luz solar; la preciosista dirección de arte del genial Juan Cavia (un nombre a tener muy en cuenta en este rubro, a futuro), el meticuloso y cuidoso diseño de sonido de José Luis Díaz o incluso la banda sonora, demuestran que Winograd cuidó cada detalle. No solamente el guión o los actores, sino también cada rubro técnico está en función de la historia. Comedia brillante de enrededos o screwball comedy como quieran llamarla. Con la inteligencia e ingenio de la obras de la época dorada del Hollywood de Cary Grant, Katherine Hepburn y Jack Benny, MI Primera Boda sobrepasa las expectativas gracias a que sabe mantener el humor a nivel durante los 105 minutos de duración sin caer en sentimentalismo forzado o golpes bajos. El chiste no se agota y cada detalle ayuda a construir un final a toda pompa. Winograd y Vega unen fuerzas para crear la que seguramente será, y merecidamente, la película más exitosa del año. Ambos logran aplicarle sellos personales (los detalles y la tensión de Vega; los personajes de Winograd) a una obra que posiblemente en otras manos habría sido solo un aplicado trabajo por encargo. Impredecible, Mi Primera Boda juega con los lugares comunes y los clisés, y los termina rompiendo. Si realmente le va bien en la taquilla, se podría pensar en armar una trilogía como la saga con “Catita” (Niní Marshall) dirigida por Manuel Romero: Boda en Montevideo, Casamiento en Buenos Aires, Luna de Miel en Río. Aunque primero lo primero: festejemos que por fin llega una comedia nacional, que va a dejar satisfechos a todo el mundo. Pasame más tinto, se vino la pachanga.
Los casamientos —y hasta los eventos y personajes que giran alrededor de dicho ritual— supieron nutrir al cine desde siempre. Muchos de los mejores y más famosos exponentes son en clave de comedia y provienen de Hollywood, pero Argentina también contribuyó con el subgénero. La trilogía Divorcio en Montevideo, Casamiento en Buenos Aires y Luna de Miel en Río, con Niní Marshall y Enrique Serrano, y ¡Qué Noche de Casamiento! (las dos versiones cinematográficas, basadas en la obra teatral de Ivo Pelay) son algunos ejemplos. Hasta El Hijo de la Novia podría ser incluida. Este año llega LA película argentina sobre el tema: Mi Primera Boda. Adrián (Daniel Hendler) y Leonora (Natalia Oreiro) están a minutos de casarse en una quinta bien alejada de la civilización. Familiares, amigos, todos están allí para presenciar la ceremonia. Pero faltando menos para dar el “Sí”, Adrián pierde un elemento crucial. Lejos de contarle a los demás lo sucedido, hará lo imposible por retrasar la boda con tal de recuperar lo que extravió. En el camino, fortalecerá lazos y enfrentará enemigos inesperados. Luego de su debut en 2006, con la estupenda Cara de Queso-Mi Primer Ghetto (cuyo argumento está incluido en un chiste de MPB), Ariel Winograd regresa al largometraje con una comedia basada en una cadena de errores, enredos y conflictos que parecen empeorar a medida que pasan los minutos. Y una vez más queda patente su sentido cinematográfico y su habilidad para la comedia y el drama (que no hay casi, pero lo hay). En vez de tomarse como modelo a las películas cómicas argentinas que suelen filmarse en el ámbito industrial, aquí hay saludables influencias de películas estadounidenses; se nota en cómo está estructurado el guión, en el ritmo, en los encuadres, en determinadas situaciones. No obstante, sigue siendo una historia universal, ya que podría pasar en cualquier parte del mundo. Además de entretenida y desopilante, MPB también funciona como una sátira de los casamientos (sobre todo los modernos y de clase media, que se realizan al aire libre, por lo general) y al grupo heterogéneo de invitados: la esposa castradora, el marido sumiso, los amigos de los novios queriendo engancharse con alguien, los ex de los novios... Lo mismo se aplica a la religión: como Adrián es judío y Leonora, católica, eligieron para casarlos a un cura (Marcos Mundstock) y un rabino (Daniel Rabinovich), quienes, con sus conversaciones, son responsables de las escenas más antológicas de la película. Y ya que hablamos del elenco, no tiene desperdicio, ya que el director se las ingenia para que cada actor pueda lucirse, aunque sea unos segundos. Daniel Hendler está perfecto en el papel de Adrián, un hombre que aún no está seguro de tomar la gran decisión de su vida, pero que es capaz de todo por amor (incluyendo dejar sin agua corriente a una residencia y andar a caballo para desviar el rumbo de los sacerdotes). Al actor uruguayo le bastan con un par de gestos para comprar al espectador y provocar risas. Su compatriota Natalia Oreiro lo tiene todo: preciosa, carismática, fresca, buena actriz; sabe hacer reír y llorar. Nació para interpretar a Leonora, una chica perfeccionista y algo mandona, pero no por eso menos romántica. Imanol Arias es Miguel Ángel, profesor de filosofía, antiguo novio de Leonora y, sobre todo, un ser arrogante y despreciable que pretende seguir cerca de la novia... y que podrá influir decisiva y peligrosamente en el casamiento. Martín Piroyansky se roba sus escenas como Fede, el primo de Adrián y su principal aliado durante el film; un personaje tierno y gracioso. Pepe Soriano vuelve a dar cátedra de comedia interpretando al abuelo del novio, un señor mayor recién separado y con ganas de fumar cosas raras. Gabriela Acher y Gino Renni están bien haciendo de los padres del novio, y Soledad Silveira, pese a tener una actuación que bordea el grotesco, también se destaca. Los amigos de Adrián están encarnados por Alan Sabbagh, Clemente Cancela y Sebastián De Caro; aunque están muy bien y forman parte de una de las secuencias más graciosas, dan ganas de verlos más tiempo en pantalla e interactuando más seguido con el novio. Como sí pasa con Muriel Santa Ana en el rol de Inés, la enamoradiza mejor amiga de Leonora. Mi Primera Boda —que arranca con una de las mejores secuencias de créditos iniciales del cine argentino, a cargo del dibujante Liniers— es una nueva prueba de que el cine argentino industrial está pasando por un momento más que interesante. Se apuesta al cine de género, a cineastas jóvenes, a actores nuevos (muchos de ellos, provenientes del cine independiente). Los films son masivos, pero también de calidad. Y hay mucha aceptación por parte del público y de la crítica. Es la prueba de que muchas de las mejores películas nacen cuando lo comercial y lo artístico llegan al altar y dicen “Sí, acepto”.
When you're smilin' :The whole world smiles with you. El segundo film de Ariel Winograd promete ser el regreso de la comedia nacional a la pantalla grande, se trata de una serie de situaciones que se dan en torno a la boda mixta de Adrian, judío no practicante y Leonora, católica no practicante. A su alrededor prevalece la familia típica de ambos y sus amigos a la espera del pináculo de una ceremonia que se retrasa cada vez mas poniendo en duda el amor y el compromiso del novio. El resultado es un film que entretiene sin caer en lo obvio ni en la utilización del chascarrillo escatológico o procaz con un grupo de actores envidiable que funciona a la perfección,. De elenco variado, para todos los gustos, Mi primera Boda deja satisfecho a más de uno: a quien gusta de Daniel Hendler, quien no termina de explotar nunca su papel del eterno perteneciente a la cole, al cual nos tiene muy bien acostumbrados desde films como Esperando el Mesias (2000) , El Abrazo Partido (2004) , Derecho de Familia (2006) y Cara de Queso , Mi primer Ghetto ( 2006 ) esta última también de Winograd. Hendler se destaca por representar personajes que se esfuerzan demasiado por mantener la seriedad, derivando siempre en un antihéroe adorable, un ejemplo es su personaje de Ezequiel en el film de Szifrón El Fondo del Mar (2003) en el cual se empeña por seguir al amante de su novia lastimándose una y otra vez, jugando al detective. En Mi Primera Boda sucede algo parecido, durante gran parte del film, Adrian trata de patear más adelante la decepción que sufrirá en algún momento Leonora al encontrarse con él mismo como marido, entonces busca desesperadamente el pequeño y resbaladizo macguffin poniéndose en evidencia una y otra vez. Su gran compañero de fórmula es su adolescente y bien intencionado primo, un papel que desarrolla con habilidad Martín Piroyansky, quien supo romper arquetipos en XXY (2007) con el dificil papel de Alvaro. Sin duda aquí, con tan solo dos líneas con cualquiera de los dos protagonistas , Martín logra desatar la carcajada . Se destaca de principio a fin. Otro tipo de humor y de tiempos son los que maneja Natalia Oreiro, al principio cuesta seguirla, luego se va soltando y se puede identificar con un tipo de mujer que no acepta cambios ni nada que no haya sido supervisado por ella. Soledad Sylveira es su despreocupada madre, logrando escenas solidas junto a ella. Tambien está Muriel Santa Ana, es la amiga incondicional , actriz efectiva y que podría haber sido mejor aprovechada junto con la sensual y enigmática niña santa Maria Alche. Esta última se presenta de la mano de Imanol Arias, quien personifica el pasado de Leonora, su ex pareja, amante y profesor, cachondo y maldito, cumple su rol a la perfección destacándose una conversación con su actual joven pareja, en la cual da su punto de vista sobre los componentes de una boda. Quienes se pierden un poco en el camino son el grupete de amigos de Adrián: Sebastian De Caro, Clemente Cancela y Alan Sabbagh quienes van casi todos en la misma línea de humor, junto con el DJ Iair Said. Es el tipo de humor que queda un poco incompleto y que el público espera ver con mayor desarrollo. Un párrafo aparte merece lo atinado de completar un elenco de una comedia argentina con dos Luthiers como Marcos Mundstock como el padre católico y Daniel Rabinovich como el rabino, ambos oficiaran la boda pero antes pasarán, para deleite del público, un tiempo juntos en el remis donde compartirán una serie de opiniones sobre la génesis y la religión. Si bien con algunas secuencias incompletas, pero sin demasiada importancia, Mi Primera Boda logra contar una historia en la que subsisten un agradable variedad de personajes muy diferentes entre sí, que logra sincronizar a la perfección un guionista más televisivo que cinematográfico llamado Patricio Vega, quien si bien en algunas de las líneas o acciones del guión remiten a films estadounidenses, permite prevalecer la impronta argenta en el diálogo. Es también admirable un trabajo tan acertado en el uso del ritmo, teniendo un elenco tan vasto, distinto y delicado . Mi Primera Boda es el tipo de comedia nacional que estábamos esperando hace rato en carteleras, mantiene el fotograma del cine argentino caliente, otorgándole una nueva oportunidad a la comedia en nuestro país.
Cuando te ríes el mundo es más feliz Parafraseando al tema musical, “When You're Smiling” (“Cuando Ríes” - Larry Shay, Mark Fisher y Joe Goodwin), podemos afirmar que “cuando te ríes el mundo es más feliz” y en este sentido la película de Ariel Winograd es coherente porque logra por un rato espectadores más felices tal como expresa el leiv motiv de la película. “Mi primera boda es la historia del casamiento de Leonora (Natalia Oreiro) y Adrián (Daniel Hendler). Una fiesta clásica, con vestido impecable, torta de cuatro pisos y en un lugar soñado. Hasta que Adrián comete un pequeño error que decide ocultar a su novia para evitar problemas. Pero lejos de evitarlos, complica más las cosas poniendo en riesgo la fiesta y el futuro matrimonio de la pareja. Como en toda boda se suman accidentes, familia, caos, amigos, equivocaciones y la presencia obligada de quienes no deberían haber estado allí nunca – incluyendo a un antiguo amor de Leonora, Miguel Ángel (Imanol Arias).” Sobre la idea del propio Winograd, Patricio Vega (Los simuladores, Hermanos y detectives) escribió un guión que constituye una buena base para un excelente trabajo técnico, con relatos que estructuran la obra en las voces de sus protagonistas que por momentos hacen las veces de narradores de la historia y con interesantes y divertidos diálogos. Al conflicto central de la pareja próxima a casarse (Leonora y Adrián), en convincentes trabajos actorales de Natalia Oreiro y Daniel Hendler, se le suman varias situaciones satélites de humor. - Las que involucran al primo del novio, Fede (Martín Piroyansky) intentando ayudarlo al igual que los amigos (Clemente Cancela, Sebastián De Caro y Alan Sabbagh). - La dupla del cura Patricio (Marcos Mundstock) y el rabino Mendl (Daniel Rabinovich) quienes intentarán llegar a tiempo para oficiar la ceremonia “mixta” de casamiento. Este fantástico dúo, cuyas cualidades humorísticas conocemos ampliamente de Les Luthiers, tiene a su cargo situaciones y diálogos muy cómicos estableciendo un abierto contrapunto católico-judío. - El reencuentro en la fiesta de Leonora con su ex novio Miguel Ángel Bernardo (Imanol Arias) en donde no faltará un toque de inquietante seducción. Un interesante casting en el que confluyen muchas figuras conocidas que más que desarrollar sus personajes están para aportar ciertos toques de color en diversos momentos de la fiesta. Tal es el caso de Gabriela Acher y Gino Renni (los padres del novio), Clemente Cancela, Sebastián De Caro y Alan Sabbagh (los amigos del novio), María Alché (novia del personaje de Imanol Arias), Pepe Soriano y Chela Cardalda (los abuelos del novio), Guillermina García Satur y Sofía Wilhelmi (amigos de la novia), Pochi Ducasse (tía abuela) y Luz Palazón que juega muy bien el rol de organizadora de la fiesta. La presencia de Muriel Santa Ana, como amiga de la novia, es siempre bienvenida por la calidez que aporta a sus personajes (notable en Un Cuento Chino) pero más allá de alguna escena interesante con Oreiro, el guión no le asigna a su personaje elementos que le permitan un lucimiento mayor. Una mención especial para Solita Silveyra que aporta el encanto de su personalidad al rol de la madre de la novia, logrando con total naturalidad la fácil identificación con más de una madre o suegra propia o conocida. Desde lo cinematográfico, no estamos frente a una película en la que se tomen demasiados riesgos. Ya desde el guión el desarrollo irá por carriles conocidos y esperables. El mérito del director pasa por contar con nobles elementos humanos y técnicos y combinarlos con talento. Buena locación, dirección de arte y vestuario. Excelente fotografía y música original, arreglos musicales, standards de jazz e interpretaciones que aportan en la construcción de los climas y al desarrollo de la narración en armonía con las imágenes. Nos cuentan que el director dijo: “Queríamos una fotografía luminosa, queríamos poder ver la hora en el cine en todo momento. Las películas en las que la luz durante la proyección no alcanza para leer correctamente las agujas del reloj, no forman parte del género que queremos hacer.Todo el tiempo buscamos una comedia blanca y radiante, haciendo honor a la brillante novia que tenemos, y a todos los que la acompañan. Sabemos que el público lo va a agradecer”. Y es verdad, logró una comedia que el público con sonrisas agradece.
Matrimonio en peligro La desaparición de los anillos de boda genera todo tipo de enredos en la nueva comedia nacional que lleva la firma de Ariel Winograd, quien antes había realizado Cara de Queso. Mi Primera Boda, escrita por Patricio Vega, es la típica comedia blanca contada con ritmo y situaciones ingenuas que complican la vida de los personajes y de los invitados a esta boda mixta. En ese sentido, el film da en el banco y resulta interesante cómo el realizador cuenta la historia y presenta a los miembros de la familia. Adrián (Daniel Hendler), un joven algo torpe que viene de familia judía (Gabriela Acher encarna a su madre y Pepe Soriano a su disparatado abuelo) comete un error que podría costarle el casamiento y el prestigio entre sus parientes. Y rodo ocurre en los preparativos de la fiesta con Leonora, jugada con desenvoltura por una bellísima Natalia Oreiro. La película tiene el tono ingenuo y divertido que se buscaba, en el escenario de una estancia que sirve como marco para desplegar el disparate. Por allí desfilan un primo más tonto que el protagonista (un buen trabajo de Martín Piroyansky); un ex novio español (Imanol Arias); la madre con más de una copa de alcohol (Soledad Silveyra); una cargosa "wedding planner" y un sacerdote (Marcos Mundstock) y un rabino (Daniel Rabinovich) que se pierden en el camino y llegan tarde para el esperado enlace de la pareja. Todo converge en este eficaz pasatiempo que acumula caídas, equívocos, escapes a caballo y el esperado "happy end".
La reivindicación de la comedia argentina Si Ariel Winograd había mostrado con Cara de queso (2006) un notable talento a la hora de delinear personajes y manejar gags efectivos, con Mi primera boda (2011) reconfirma que estamos frente a un director capaz de convertir una historia simple en un acontecimiento cinematográfico que Hollywood envidiaría. Leonora (Natalia Oreiro) y Ariel (Daniel Hendler) van a casarse. Ella es católica y el judío, aunque esto no es lo más importante de la trama pero sí un condimento extra. El día ha llegado, y lo que todo debería ser perfecto terminará en una sucesión de pormenores que harán de que ese evento tan especial se convierta en una pesadilla. Mi primera boda carece de pretensiones y ese es su principal logro. Una historia liviana, personajes muy bien delineados y actores que brillan en todo momento gracias a un acertado casting. En Mi primera boda no hay personajes mayores ni menores, todos tendrán su minuto de gloria. Desde Iair Said, el disk jockey que solo aparecerá en no más de cuatro o cinco intervenciones, hasta el primo freak del novio que interpreta Martín Piroyansky, actuación que podría definirse como la más impresionante de su corta pero no por eso inexperimentada carrera. Qué la cámara ama a Natalia Oreiro y que cada aparición de ella está dotada de magia pura no es novedad alguna. Si en Miss Tacuarembó (2010) se perfilaba como una gran actriz para la comedia en Mi primera boda queda claro que lo que tiene no es solo ángel sino mucho más. Si su carrera se hubiera iniciado en Hollywood actrices como Jennifer Aniston, Julia Roberts o Drew Barrymore hubieran sido eclipsadas por la magia de esta mujer que esperamos no tenga que rendir más exámenes para demostrar que es una de las grandes actrices del momento. En total sintonía con Oreiro, su compatriota Daniel Hendler se corre del eje y del registro actoral al que estamos acostumbrado a verlo para lograr un personaje diferente, lleno de matices y con un gran dominio para el gag. El guión de Mi primera boda recayó en el experimentado Patricio Vega (Música en espera, 2009), un autor dúctil para la comedia clásica con amplio conocimiento del género que sabe como rematar cada escena, que intervención realizar para romper el hielo o evitar que esta decaiga y en qué momento meter un gag que descolocará tanto al espectador como al personaje receptor del mismo. Ejemplos como este pueden apreciarse en las intervenciones del disk-jockey, los amigos del novio o en Inés, extraordinario trabajo de Muriel Santa Ana, por citar algunos. Desde lo técnico el trabajo es impecable. La dirección de fotografía de Felix “Chango” Monti, la música de Lucio Godoy, Darío Esquenazi y Adrián Iaies o el montaje de Francisco Freixá no hacen más que elevar el resultado del producto final a una categoría que muchas veces este tipo de géneros descuida o no le da importancia. Ariel Winograd nos ofrece una obra personal que se nutre de lo mejor del género, los más grandes actores y una serie de elementos plásticos para lograr la gran comedia que el cine argentino necesitaba y reivindicar, de esta manera, a un género bastante mal tratado y que muchas veces no encuentra su vuelta. Rara vez se califica a una comedia de excelente pero sin duda esta se lo merece. Apuesten a esta comedia que saldrán ganadores y muertos de risa.
Una comedia brillante, tierna y divertida. La comedia romántica ha sido monopolio casi exclusivo del cine americano, pero de pronto, con “Mi Primera Boda” nos llega un soplo de aire fresco y puro en forma de una elegante e innovadora comedia romántica, en clave de humor con cierta corrosiva acidez. Los preparativos de la boda y las relaciones de pareja se dan en el contexto de un delirante, heterogéneo y entrañable grupo de personajes que inundan la pantalla de simpatia y sin cordura. Desde el inicio de títulos, la comedia tiene un brillo muy particular. Cabe destacar que fueron realizados por el dibujante Liniers, y nos van contando la historia de estos dos personajes principales, Natalia Oreiro como Eleonora, y Daniel Hendler como Adrian. Ya desde la secuencia de títulos vamos viendo como nació este amor que termina en la primera boda, la espectacular fiesta que espera toda novia, la cual se ve empañada por desaciertos e inconvenientes por todos lados. Desde las paginas de un imaginativo y prodigioso guión de Patricio Vega, (Musica en Espera) y dirigida con brillante eficacia por Ariel Winograd (Cara de Queso) el cual acierta de pleno en el planteamiento del film, Si leemos su entrevista en locoxelcine sabremos el por qué. Brillante, tierna y provocativa, simpática y alocadamente atrevida, “Mi Primera Boda” es un film de desbordante sentido del humor, en la mejor tradición del nuevo cine de comedia argentino. La película tiene dos brillantes actores principales, pero los mismos se encuentran rodeados por figuras secundarias de gran nivel en comedia. Tenemos al personaje de un conmovedor Daniel Hendler, perfecto en la matizada interpretación que hace de un papel que requiere tacto, sensibilidad y una acertada modulación en el gesto y la expresión para no caer en la caricatura. Por otra parte tenemos a una Oreiro, que además de lucir su bellísima figura y su carisma, tiene durante todo el transcurso del films matices muy notables, que dan vida a un personaje de magnética personalidad y aparente seguridad emocional, ella quiere su fiesta “perfecta” como toda novia. Sublime y deslumbrante actuación de un elenco de carismáticos actores secundarios, a los que el soberbio guión del film otorga ese momento de gloria y de lucimiento de todos, sin excepción Los amigos de Adrian (Daniel Hendler) dan un punto especial y funcionan de maravilla en la historia, cada uno con una personalidad diferente, que los hace únicos. Todos los personajes tienen su momento y cada uno de ellos ofrece una visión única y particular de las cosas enriqueciendo con textos que explotan, y hallazgos actorales formidables. En la película tiene el papel de malo Imanol Arias, un gusto del director, y un Martin Piroyansky desopilante e increíble, Alan Sabag demuestra tener una dotes de comediante destacado…. Ah y no se pierdan al DJ de la fiesta, “una perlita”. Si reunimos el talentoso reparto de Mi Primera Boda con un guión sarcástico, original y divertido, nos encontramos con un film que ciertamente no huye de su condición de ser una comedia romántica, pero que se ríe de ella misma en las numerosas situaciones que nos presenta. Su humor es suave y sutil, pero es a la vez muy acertado. Con grandes dosis de un humor más ácido y auténtico, como las charlas del rabino y el cura, o los delirios del abuelo. Tiene clase y lo más importante, es una película entretenida y alegre, con una idea central muy original al menos en el cine argentino. Con esta comedia Ariel Winograd ha demostrado sobradamente ser un cineasta capaz de entretener con enorme sagacidad.
Mi primera boda tiene mucho de la Nueva Comedia Americana que lleva a Judd Apatow a la cabeza. Hay también un parecido a Death at a funeral, ya la secuencia animada de apertura a cargo de Liniers lo recuerda, con toda la acción transcurriendo en un mismo lugar que le da a todos los personajes la posibilidad de hacer sus intervenciones. Desde el 2006 hasta la fecha este género se convirtió en una suerte de norma y punto de llegada al que muchos aspiran. Este 2011 está más fogueado entonces para recibir con los brazos abiertos la nueva película de Ariel Winograd, como no se hizo hace 5 años con la genial Cara de Queso. De igual forma que aquella se trata de una historia personal, su diferencia reside en que el director ha madurado al igual que su protagonista. Ariel/Adrián ya no es un adolescente con problemas de chicos, es un adulto que se autoconvoca la desgracia, y a esta anécdota le da un principio, un desarrollo y un final. Y por eso es doblemente gracioso cuando uno de sus amigos le comenta a una estudiante de cine su idea para un guión sobre unos chicos en un country judío, y que ante la pregunta: "¿Y qué pasa?", la respuesta sea nada. Chiste autoreferencial que a la vez funciona como crítica. A quienes no entendieron sus inquietudes en el 2006, Winograd devuelve la gentileza con una película de estructura convencional pero a su manera. Y lo hace bárbaro. Este joven director logra aquí algo que parece una quimera en el cine nacional y que sólo pocos pueden preciarse de hacerlo: una película realmente cómica orientada a un público masivo sin caer en el simple humor televisivo o en el grosero. Si bien la idea original es de Nathalie Cabiron y del mismo Winograd, mucho de esto se debe a la reescritura del guión a cargo de Patricio Vega, quien ya le había dado a Natalia Oreiro la posibilidad de entretener fuera de sus recurrentes roles en la pantalla chica con Música en espera. Mi primera boda divierte y lo hace bien, porque conoce sus recursos y sabe cómo explotarlos. Juega con la imaginación de sus personajes, con sus protagonistas rompiendo la cuarta pared o con el explosivo final, porque entiende el género y sabe utilizar aquello de lo que dispone. Su elenco cargado de nombres provenientes de distintos ámbitos funciona en su conjunto y, si llega a existir un momento en que la gracia puede perderse, la unidad hace la fuerza y hay otro personaje a la vuelta de la esquina para volver a recuperarla. A Winograd no le tiembla el pulso al buscar algo más masivo y logra con Mi primera boda dar la vuelta de tuerca que faltaba en Cara de Queso: Mi primer ghetto. Espero ansioso la próxima primera experiencia que tenga para ofrecer en cine.
Mi primera boda viene en la línea de la "peli industrial argentina simpática del segundo semestre". En los últimos años estuvo Un novio para mi mujer e Igualita a mi, en ambos casos con Adrian Suar. En esta vuelve Natalia Oreiro en búsqueda de los grandes públicos, acompañada de Daniel Hendler que viene de otro palo. Por mi lado ya sea por el poster, por lo previo y/o por las primeras tomas, no daba la sensación de cuadrar la pareja entre si. Pero con el correr de la película se va consolidando y se hace creíble. Natalia Oreiro transmite su frescura natural. Está muy bien y es un papel que le cae perfecto. Todo el elenco secundario está muy bien y aporta lo suyo. Lograron poner a ciertos personajes muy bien, como es el caso de DJ, que parece DJ deró... Los dos Luthiers que aparece, son a la película, lo que la ardilla a La era de hielo... y sirven para darle un toque simpático distinto a lo otro que se va mostrando. Muy bueno el cameo de Ricardo Mollo pocos segundos en una foto "de casamiento". La película tiene una historia muy sencilla, que se puede ver parecida a muchas otras de distintas nacionalidades. Incluso recientes en el estreno. Pero eso tampoco le quita el entretenimiento. Mi primera boda es un buen producto que cumple con su cometido. Lo mejor que tiene la película, es como fue filmada. Tiene una gran calidad en la composición de los planos, usan grúas, cámaras en movimiento. No hicieron la clásica puesta fija de cámara. Y realmente les quedó muy bien y hacen al producto más vistoso. Realmente es para aplaudir como fue filmada, porque no se ve algo así en esta clase de cine de la Argentina. Quizás al público destinatario le importe poco este detalle, por eso el mérito de la producción vale doble. Mi primera boda dejará satisfechos a los consumidores de este estilo de cine nacional, que llega una o dos veces por año, y que si mejorara su participación en la cantidad de estrenos argentinos por año, tendría mayor cantidad de público nuestro cine, sin la necesidad de leyes absurdas. Cumple y entretiene.
Ariel Winograd sorprende y divierte con esta propuesta donde se reaviva un género olvidado No son demasiados los cultores de la comedia en el cine argentino y menos aún entre los artistas más jóvenes. El director Ariel Winograd (que ya había incursionado en el género con Cara de queso ) y el guionista Patricio Vega (autor de la exitosa Música en espera ) son de los pocos identificados con el humor y aquí suman fuerzas para un producto que, más allá de sus desniveles, tiene múltiples atractivos y un inevitable destino masivo. Mi primera boda se inscribe en un subgénero muy popular como el de las películas de enredos ambientadas en el descontrolado, excesivo universo de una fiesta. En este caso, la de un casamiento mixto entre el torpe e inseguro Adrián Meier (Daniel Hendler) y la obsesiva y controladora Leonora Campos (Natalia Oreiro) que se desarrolla durante todo un día dentro y fuera (los jardines) de una mansión. Un pequeño error (la pérdida de las alianzas) desata un caos de imprevisibles consecuencias. Si bien está narrado desde el punto de vista de los dos novios (incluso con testimonios a cámara de corte confesional), el film tiene un espíritu coral, ya que una de las principales búsquedas de Winograd es aprovechar la amplitud, la diversidad y los matices del elenco: la despiadada madre de Leonora (Soledad Silveyra), los insufribles padres de él (Gabriela Acher y Gino Renni), el seductor, cínico y provocador ex novio de ella (Imanol Arias), el abuelo (el gran Pepe Soriano) que busca "liberarse" tras demasiados años de un matrimonio restrictivo con su mujer (Chela Cardala), la amiga ingenua y confidente de la protagonista (Muriel Santa Ana) que se enamora de otra joven (María Alché), el leal primo de Adrián (Martín Piroyansky), el cura y el rabino que tardan demasiado en llegar a la fiesta (Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich), el DJ judío (Iair Said, toda una revelación) y los amigos "impresentables" de él (Alan Sabbagh, Sebastián De Caro y Clemente Cancela), entre muchos otros. No es difícil encontrar referencias ( La fiesta inolvidable y Muerte en un funeral por citar sólo un par) y, si bien es difícil (e injusto) comparar Mi primera boda con el cine de Howard Hawks, Peter Bogdanovich, Billy Wilder o Blake Edwards, hay una clara intención de reciclar ciertos rasgos de la comedia (blanca) clásica. Los principales problemas de Mi primera boda son que el eje (la pérdida de los anillos y los posteriores esfuerzos por recuperarlos) resulta insignificante para sostener más de una hora y media de relato y que por momentos las escenas (algunas más ingeniosas que otras) están concebidas como si fueran compartimentos estancos y eso le quita cierta fluidez y cohesión a la narración. De todas maneras, hay en Winograd una indudable destreza y ductilidad para el gag físico o el remate verbal que le permiten sobreponerse a los ocasionales tropezones. Producción de impecable factura (arte, fotografía, musicalización), Mi primera boda es una buena película, disfrutable y recomendable, pero que al mismo tiempo deja la sensación de que -por los recursos disponibles y por el talento de sus hacedores- podría haber funcionado todavía mejor. Ojalá que tanto estos artistas como otros que los sigan puedan regresar una y otra vez a un género que, como la comedia, el público suele acompañar y agradecer.
Un casamiento mixto y caótico Natalia Oreiro y Daniel Hendler protagonizan esta comedia de situaciones que transcurre en una fiesta donde nada sucede como fue planeado. Grandes actuaciones y una búsqueda estética que acierta, sobre todo, en el timing. Una boda es un espacio rico para el cine. Tanto para la comedia como para el drama. Lo curioso es que en la dirección que tome, el punto de partida será siempre la locura de sumergirse en ese evento social lleno de tensión, alegría, secretas tristezas, excesos de comida, alcohol y baile. Mi primera boda narra la historia de un casamiento entre un joven de familia judía (Daniel Hendler) y una joven de familia católica (Natalia Oreiro). Serán ellos los narradores del film, los que a cámara vayan contándonos la historia y reconstruyendo los hechos insólitos y catastróficos que ocurren en el día de su fiesta de casamiento. Las acciones principales ocurren en una estancia, lo cual permite aislar a los personajes y producir algunas secuencias particularmente inspiradas y graciosas. El mérito más importante de Mi primera boda es el de ser una película más compleja de lo que parece y esconder, detrás de sus muchas situaciones divertidas, un trabajo arduo tanto de guión como de puesta en escena. Hay imaginación, talento y muchas ganas de dar calidad a cada momento. Es verdad que no todos los gags funcionan igual, ni que todos los personajes están bien logrados. Pero hay momentos de una gran ambición que sí logran llegar a buen puerto y que van mucho más allá del trabajo estándar de género. Incluso, inesperadamente, la película hasta se reserva un espacio para la emoción. Dos aciertos logran generar que, a pesar de sus falencias, la película tenga saldo positivo. Por un lado, el renunciar a cualquier forma de grotesco o de trazo grueso en el que suelen caer los films argentinos ambientados en esta clase de situaciones. Jamás se explota aquí el mal gusto ni se elevan las actuaciones por encima de lo necesario. Y el otro mérito es el de proponer, minuto tras minuto de película, cosas nuevas, momentos que muestran que hay un profundo deseo de hacer un cine de buen nivel. En estos días Mi primera boda será comparada con algunas comedias extranjeras recientes. No es justo, porque sinceramente Mi primera boda está por encima de esos títulos, y su nivel estético y profesional es indiscutible. Elogio final a la pareja protagónica. El maravilloso Daniel Hendler no falla y Natalia Oreiro muestra una vez más que sabe muy bien la diferencia entre el cine y la televisión. El director y el guionista de Mi primera boda, también. Y se nota, porque estamos frente a una buena comedia de cine.
La primera crisis matrimonial Ariel Winograd sorprendió hace cinco años con una película que narraba con certeza científica cómo eran los countries judíos de la década del 90, en pleno menemismo y con las hormonas de los púberes en lo alto del cielo. De esta manera, el director consiguió una notoriedad importantísima en el ambiente artístico argentino. Luego de ese clásico, quedó abierta la posibilidad de una segunda parte, ya que en principio el proyecto se había gestado como una trilogía. No sucedió al menos por ahora. Sin embargo, con estreno de Mi Primera Boda, que de Cara de Queso tiene a Martín Piroyansky, los efectivos guiños de “la cole” y pocas cosas más, llega una comedia original, con algo de melodrama, bien construida y con un elenco que traspasa todas las generaciones y estilos de actores (desde “Les Luthiers” hasta Gino Renni). Los protagonistas son Daniel Hendler y Natalia Oreiro, que interpretan a una pareja mixta entre un judío ateo y una católica poco creyente. Deciden casarse con una gran fiesta. En una estancia, al aire libre, con músicos, muchos invitados y hasta show de stand up. Pero por torpeza del novio, uno de los anillos se pierde en el campo y la ceremonia corre peligro. Y el matrimonio también, porque la novia, ante la incertidumbre, comenzará a replantearse todo antes del dar el sí. La historia incluye una madre competitiva (Soledad Silveyra, con un Martini en la mano todo el tiempo), la mejor amiga lesbiana (Muriel Santa Ana), un ex novio que viene por todo (Imanol Arias), un primo poco ingenioso (Piroyansky), una idishe mame (una genial Gabriela Acher), un rabino y un cura (interpretados lujosamente por Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock), y un abuelo recién separado y desesperado por fumar su primer cigarrillo de marihuana (Pepe Soriano, lo mejor del filme). La historia tiene muchas puntos a favor y pocos que restan. Primero, la idea de la carrera de boda con obstáculos no es muy original, pero el guionista, Patricio Vega (el hombre detrás de “Los Simuladores”), logró encontrarle una vuelta de tuerca. Los personajes secundarios ayudan mucho, sin necesariamente transformar la historia en coral. El puntapié que da la pérdida de la alianza es al fin y al cabo una excusa para mostrar un montón de situaciones y desatar los peligros del divorcio prenupcial. La filmación es excelente. Ágil, al igual que la mecánica edición, y logra lucidez en sus planos desde el principio, cuando cuenta la estructura de las dos familias con solo una secuencia. Y el extenso plano alrededor del altar. Además, la fotografía, el diseño de arte y el vestuario se completan perfectamente. Junto a la joyita de Liniers en los créditos del principio y la música original. Los protagonistas sobresalen frente al elenco con una química quizás inesperada. Hendler, un probado actor de cine, muestra en este caso sus dotes cómicas, sin exagerarlas y caer en la gesticulación en busca de risas, sino en un timming precioso y creíble. Por otro lado, Oreiro demuestra que su ángel inajenable viene acompañado de mucho talento. Se muestra natural, madura y sólida. Lo negativo reside en que, a pesar de nivelarse por encima de la media de las comedias argentinas y ser de género, le sobran algunos minutos. Los conflictos comienzan a saturarse cuando todavía faltan 20 minutos. Por lo tanto, se alza una copa, se pide la palabra y se celebra que Winograd haya regresado al cine con un producto de mayor calidad y más solidez en el guión.
La fiesta inolvidable Adrián (Daniel Hendler) juega tirando el anillo al aire. Está en un balcón y la cámara nunca nos mostró cómo se ve el suelo desde esa altura. Nosotros suponemos (sabemos) que momentáneamente perderá el anillo y dará lugar a todo tipo de situaciones increíbles para esconder tamaño error. Sí, es un cliché: la película rinde homenaje a la comedia norteamericana de los años '50 y '60, haciendo principal referencia a la screwball comedy (la comedia de enredos: algo así como Muerte en un funeral) y al slapstick (el humor físico en estado puro), en menor medida. No es un film revolucionario, pero no no todos tienen que serlo. En este caso estamos hablando de una producción cómica inteligente, con suficiente espíritu y actores carismáticos que logran que la alegría se transmita hacia el público. Porque de eso se trata: como si fuera un musical, Mi Primera Boda es una película feliz. Natalia Oreiro es, aún más que Hendler (quien está bastante bien como el torpe -pero bienintencionado- joven judío) el alma de esta película: bella, simpática y carismática. La cámara sabe captar sus gestos y potenciarlos. El cine, la pantalla grande, potencia todo: por eso los actores teatrales que no tienen en cuenta las dimensiones del nuevo formato tienden a sobre-actuar. Algo similar ocurre con los actores que vienen de la televisión. Oreiro logra ser fiel a su estilo y encandilar cada vez que aparece en escena. Es cierto que los buenos films establecen el ritmo y el tono en los primeros minutos. Mi Primera Boda abre con una secuencia de títulos (animada por el caricaturista Liniers) que resume la vida y la personalidad de los dos protagonistas. Él, un chico judío que se la pasaba jugando a los videojuegos. Ella, una chica católica que estudiaba para recibirse. La música, los colores vívidos y el resumen se adecuan perfectamente al meta-relato. Hendler y Oreiro se complementan de tal modo que nos creemos todas las situaciones que los involucran. Aparece un villano: el seductor Miguel Ángel (Imanol Arias), un hombre con ínfulas de intelectual. De esos que no bailan en un casamiento pero se la pasan criticando a los que sí se divierten, como si estuvieran en una posición más elevada. Él será uno de los tantos desafíos que tendrá que atravesar la pareja. También están los mismos familiares, algunos de los cuales están, sí, sobreactuados (principalmente la madre alcohólica, Soledad Silveyra). No es el caso del sidekick, el compinche, el potz: Martín Piroyansky como el joven primo que quiere ayudar pero termina entorpeciendo aún más los desastres de Adrián. El triángulo cómico que forma con los novios es totalmente eficaz. En un casamiento donde todo puede salir (y saldrá) mal, este tipo de personajes no ayudan para remontar las cosas. Nosotros estamos agradecidos. Hay algunas pequeñas secuencias que no funcionan del todo (breves insertos de humor físico, como Natalia Oreiro corriendo a su ¿futuro? marido con una motosierra) pero son más los aciertos. Entre tanta comedia que va al lugar común y se olvida que es cine, se agradece que esta producción no sólo tenga ingenio, humor y chispa, sino también mucho profesionalismo. Una película no es la sumatoria de sus partes sino el sentimiento psicológico que provocan. En ese caso, estamos hablando de un film que logra contagiar alegría. Como si fuera un musical.
Un casamiento echado a perder Leonora ha planificado su fiesta de boda con Adrián hasta el último detalle. Y habría sido la fiesta perfecta… si el novio hubiese querido casarse. La trama se desata el día de la fiesta cuando Adrián y Leonora reciben como obsequio unos tradicionales anillos que se han heredado de generación en generación garantizando la felicidad y perdurabilidad de las parejas que los han usado. Adrián inmediatamente pierde los anillos, lo cual desemboca en una incesante y estrafalaria búsqueda en complicidad con varios de sus amigos y familiares. A pesar de una anécdota excesivamente modesta y previsible para el espectador -como la pérdida de los anillos- el film no obstante se desenvuelve dignamente gracias a las excelentes actuaciones, y también a un buen ritmo narrativo que impone desde el comienzo. El relato tiene -a mi modo de ver- dos grandes defectos que impiden que se constituya en una gran comedia: en primer lugar, la elección de una situación conflictiva de poco peso que no alcanza para sustentar estructuralmente el todo orgánico de la narración. Desde el comienzo aparece mencionado por parte de Leonora la supuesta negativa a casarse del novio, tema que realmente no se desarrolla en lo más mínimo, y que probablemente hubiese dado, junto a la pérdida de los anillos, una mayor encarnadura al conflicto cómico. El extravío de los anillos sin el apoyo de unos objetivos claros por parte del personaje masculino pierde demasiada fuerza, deviniendo en una anécdota de pequeña monta. Si el film sale indemne de esta situación poco afortunada es por mérito del director Ariel Winograd y de su tacto y buen ritmo para la narración. El segundo gran defecto es una focalización demasiado mezquina sobre la historia de los protagonistas, sin establecer o fortalecer historias secundarias entre personajes de gran riqueza que hubiesen merecido mayor desarrollo y exposición dramática. Creo que se han desaprovechado la enorme cantidad de excelentes actores que encarnan a los personajes secundarios; que no tienen más que pocas líneas y pocas situaciones para sacarles jugo. A pesar de todo ello, Mi primera boda es muy divertida y se luce con algunas escenas muy bien realizadas.
Del sueño a la pesadilla Un casamiento en el que (casi) todo sale mal. Mi primera boda está, en todo sentido, mucho más cerca de la comedia americana que del grotesco criollo. Su trama, el gradual caos en que se transforma un casamiento mixto (un muchacho judío con una chica católica: ambos, digamos, agnósticos), es universal. El elenco (con Natalia Oreiro y Daniel Hendler a la cabeza) la producción y la resolución técnica son impecables. El ritmo, sostenido; con pasajes ácidos, mordaces. Y sin embargo, el guión funciona de a ráfagas: como si no alcanzara a estar a la altura de las virtudes mencionadas.El comienzo promete y mucho. A través de dibujos de Liniers, a pantalla partida, como en los inevitables videos casamenteros, vemos el crecimiento de ambos miembros de la pareja. Luego, mirando a cámara, con un fondo de desorden o destrucción, Adrián (Hendler) nos adelanta que toda la fiesta salió, tal como imaginamos, muy mal. Mientras su voz en off da explicaciones parciales, vemos que en algún momento tuvo que salir de la estancia cabalgando. Y que Leonora, la novia, terminó revolcada en el barro: estas imágenes tienen el relato es de Oreiro. Un recurso que Ariel Winograd ( Cara de queso ), que acá trabajó con Patricio Vega ( Música en espera ) como guionista, usará en parte de la película.El gran flashback será la fiesta que terminó en desastre. La unión, ¿para toda la vida?, entre un novio algo infantil, algo “nabo” (la expresión pertenece a algunos invitados) y una novia luminosa, estresada, pero que aparenta tener la manija de la relación. Las familias de los dos, disfuncionales, harán su aporte al descontrol general. Los espectadores que hayan optado por organizar estas “fiestas inolvidables” sentirán empatía.El hilo conductor, el comienzo del fin, son los anillos de boda, perdidos y buscados desesperadamente por Adrián. Una situación que por momentos se debilita. Alrededor, algunos personajes funcionan muy bien: como el de la madre de ella (Soledad Silveyra), alcoholizada y competitiva, o el del primo de él (Martín Piroyansky), tan torpe como querible. Otros, parecen más artificiales (aunque, ¿qué casamiento no incluye lo artificial?). Ejemplos: el de Pepe Soriano (un abuelo en obsesiva búsqueda de marihuana) y el de Imanol Arias (ex pareja de Leonora, un cínico intelectual que repite aforismos contra el matrimonio, cual un Oscar Wilde desangelado).Pasemos a los protagonistas: Oreiro tiene belleza, talento, personalidad y timing ; Hendler, capacidad histriónica y un sello personal: un humor que funciona, con eficacia, en un tono entre indolente y amargo. Hay otras figuras. Dos de ellas confrontadas en una subtrama, sobre un remise perdido: Marcos Mundstock, como cura, y Daniel Rabinovich, como rabino.Suficientes elementos, y hay muchos más, para que la película tenga un piso alto. Y sin embargo, por momentos, da la sensación de que -a pesar de ese piso alto- el techo quedó lejos. Igual, Mi primera boda tiene un resultado general satisfactorio. Lo que, en el caso de las bodas, reales o ficticias, parece ser más que suficiente.
VideoComentario (ver link).
Una boda despareja pero, al final, entretenida «Esta fue la primera vez, la segunda saldrá mejor», o «lo haremos de otra forma», etc, dicen los directores técnicos, los políticos, los aprendices de cocinero y los criminales. Que lo digan los novios respecto de su propia boda, encima ese mismo día, ya es otra cosa. En esta comedia de enredos, cada uno de ellos mira a cámara, cuenta su experiencia (atroz para ambos) y hace sus recomendaciones. La del muchacho es contundente: «no se casen». Pero ¿quién quiere hacerle caso, cuando la novia es Natalia Oreiro? Por ella casi todo el público haría lo imposible. Y por ella este novio realmente hace lo imposible, cuando pierde los anillos justo unos minutos antes de la ceremonia y se larga a buscarlos del modo más torpe imaginable. Lo ayuda un primo también torpe, mientras los parientes, los invitados, el personal de servicio, un langa importado que tuvo alguna historia con la novia y viene a importunarla, se distraen a su modo, y la novia ve arruinados sus planes, su paciencia, el maquillaje y hasta el vestido (pero esto último lo soluciona de modo ampliamente satisfactorio para nuestros ojos, lo que es muy de agradecer). Como corresponde, cuanto peor la pasan los prometidos, mejor la pasa el público. Y al final todos disfrutan, aunque la película se estire un poquito, el envidiable elenco y ciertos planteos de fondo parezcan levemente desaprovechados, y el conjunto despierte más sonrisas que risas. Digamos, es algo despareja. Por suerte también es entretenida, las sonrisas son casi permanentes, los participantes nos caen simpáticos, hay buena música, y la novia está preciosa. Mejor dicho, es preciosa, y muy buena comediante. También destacables, los trabajos de Daniel Hendler, Imanol Arias y Martín Piroyansky, la linda presentación con dibujos de Liniers, el cierre con los típicos saludos de video familiar (muy gracioso queda ahí el dj que hace Iair Said), y que nadie se levante porque después de los créditos viene el chiste de la pareja partiendo en luna de miel. Guionista, Patricio Vega («Los simuladores», «Hermanos y detectives», «Música en espera», el piloto de «Algo para recordar», y siguen los éxitos). Director, Ariel Winograd, que ya se había lucido con amplio elenco en su primera obra, «Cara de queso», y en la segunda se luce todavía más.
Fiesta de casamiento con escollos Con subtramas bien elaboradas y un equipo de lujo, "Mi primera boda" crece y se convierte en una divertida comedia, tan poco tratada por el cine argentino como género, como si se tuviera miedo de burlarse de uno mismo y no parar de reír. Adrian dirigiéndose al espectador aconseja que no se case y recuerda los problemas de su boda, hace muy poco tiempo. Ese es el comienzo de "Mi primera boda", la nueva película de Ariel Winograd. El y Leonora, estuvieron de novios y esperaban casarse en una mansión de lujo, rodeados de toda la familia y los amigos. Pero nada resulta perfecto si las cosas se complican. Un ex novio de la chica, aparece con ganas de reiniciar la relación; la madre del novio espera algo que impida que al nene se lo lleve una pareja goj, mientras el primo trata de mejorar su mala relación con Leonora ayudando al novio y Adrián, cree enloquecer cuando se le pierde el anillo en el parque, punto clave del desbarajuste siguiente. Todos los clisés de una fiesta de casamiento, de los amigos y amigas de la pareja, los suegros o los que bendecirán la ceremonia, pasan por "Mi primera boda". FRESCURA Y ALEGRIA La ex de Adrián, la "asistente de casamiento", el tío anciano que decide reanudar su vida sexual e iniciarse en la droga. Una suerte de caos necesario para que todo culmine con una torta de varios pisos, dos muñequitos que fetichizan la felicidad y una novia feliz con vestido largo. La perfección se va a desmoronar, ex novios presentes, autoridades religiosas perdidas, todo parece haberse combinado para que el desbande sea total. El director de "Cara de queso" ya nos tiene acostumbrados a chistes y situaciones con humor y buenos actores. Aquí reaparecen muchos de sus personajes, que en vez de habitar un country judío como aquél donde sucedía su película anterior, parecen haberse desplazado a esta mansión en medio de la nada. EQUIPO DE LUJO Ariel Winograd, con un sólido guión, envuelve de risas y sonrisas la sala de cine y lo hace con sanos recursos y un ritmo y sentido del "tiempo narrativo" llamativo. Con subtramas bien elaboradas y un equipo de lujo, "Mi primera boda" crece y se convierte en una divertida comedia, tan poco tratada por el cine argentino como género, como si se tuviera miedo de burlarse de uno mismo y no parar de reír. Son de primer nivel los trabajos de la pareja joven, especialmente la encantadora Natalia Oreiro, el divertido Martin Piroyanski, Imanol Arias como el ex novio y los impensables Patricio y Fabio, sacerdote uno, rabino el otro (Mundstock-Rabinovich), conducidos en un auto de alquiler hacia cualquier destino, menos el que los aguarda. Soledad Silveyra, la madre coqueta, continúa el personaje de "comehombres" que en "Cara de queso" tomaba otras características y Martín Piroyanski se luce como el primo pesado, deseoso de elevar su estima ante la novia que lo detesta. La banda sonora acompaña con estilo un filme divertido y muy argentino.
Otra fiesta inolvidable “Piensen bien antes de casarse”, dice Daniel Hendler mirando a la cámara. Él es Adrián el día de su casamiento con Leonora (Natalia Oreiro?). Su relato en contrapunto con el de ella anticipa que la fiesta fue un desastre. El género de las películas de bodas remite a títulos en los que los americanos han destilado humor, locura y sarcasmo. Ante ese desafío, el director Ariel Winograd arremete con lo que mejor conoce: su vida. Ya demostró talento narrativo en Cara de queso , la comedia ambientada en un country de familias judías, en plena década del 90. Notable inicio de Winograd, que otra vez pone sabor autobiográfico a las circunstancias de una boda insólita. El comienzo introductorio da paso a la acción con diálogos breves que van acelerándose a medida que la película alcanza una velocidad crucero estupenda para el género. Un contratiempo que no es menor, pero que se instala como el inicio de una catástrofe, arruina la maquinaria de la fiesta. La novia ha depositado en ese momento todas sus fantasías. Una estancia señorial es el lugar al que van llegando familiares y amigos, muestreo de personajes típicos, fácilmente reconocibles. El dato que condimenta el conjunto es el carácter de boda mixta. Adrián es judío y Leonora, católica. En el parque de ensueño todo esta dispuesto, tal como lo hacen las empresas planificadoras de bodas. Daniel Hendler echa mano a su costado más delirante, como el ingeniero de poco carácter que hace de un detalle una hecatombe, secundado como en un dúo de cómicos por Martín Piroyansky, el primo de Adrián. Natalia Oreiro deslumbra con su presencia y pone la cuota de nerviosismo, mal humor y enojo al personaje. La acompañan Muriel Santa Ana, experta en complicaciones planteadas con naturalidad, y Soledad Silveyra, estupenda como la madre de la novia. Cínica y desubicada, Marta se pasea, copa en mano, estorbando y revelando la causa del carácter de la chica. Debajo de cada vínculo hay razones y un pasado. Imanol Arias interpreta al ex de Leonora, sarcástico, pintón, depositario de la cuota de maldad imprescindible para que la comedia no luzca tan blanca. Se suman Gabriela Acher, Pepe Soriano?, y ‘ellos’, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, en película aparte. Las horas no pasan para el cura y el rabino que hablan de bueyes perdidos y de religión, enredados en el desastre. Mi primera boda derriba el mito del Príncipe Azul con un guión muy divertido y todos ríen felices.
Ofreciendo un entretenimiento sin pausas y desenfadados pincelazos de humor, Mi Primera Boda sorprende como impecable representación de comedia cinematográfica de formato industrial que no pierde identidad propia y que hasta sabe incluir toques de sátira y cine alternativo. La milenaria ceremonia del casamiento ha deparado películas de todo tipo, y en el terreno nacional han existido títulos que lo han nutrido en décadas pasadas. En este caso el modelo es indudablemente la comedia estadounidense, que ha entregado en los últimos tiempos una cantidad considerable de films que giran alrededor de esta temática, pero esta búsqueda nunca deja de lado un humor bien argentino, dentro de un formato de comedia de enredos que no se detiene y que llega hasta sus últimas y disparatadas –más allá de cualquier credibilidad- consecuencias. Con los valiosos antecedentes de las comedias románticas de Juan Taratuto, Hernán A. Golfrid (Música en Espera) y Diego Kaplan (Igualita a mi), el cineasta Ariel Winograd, con el formidable sustento que le proporcionó el guión de Patricio Vega, diseña una estupenda y desopilante pieza del género. Desde los atrayentes dibujos de los títulos, realizados por Liniers (concepto que se extiende también al creativo formato del cast de cierre) el film, que recorre las alternativas de una clásica –aunque no tanto, al combinar el judaísmo con el catolicismo- pero accidentada boda, atrapa al espectador desde la primera imagen y no lo suelta hasta un final que incluye sabrosos apéndices. Quizás los relatos a cámara de los protagonistas a veces no fluyan demasiado, pero eso no empaña un ritmo sostenido y burbujeante, que incluye algunas escenas y personajes fuera de serie. El triángulo Hendler-Oreiro-Imanol Arias funciona a la perfección, dentro de un elenco encendido en el que habría que nombrar los aportes de cada uno.
El sí no es tan fácil a veces! Después de una hábil campaña viral en la red y de mucho marketing bien pensado, llegó finalmente a las salas “Mi primera boda”, el esperado segundo film de Ariel Winograd (el primero fue, recordamos, “Cara de queso”) protagonizado por Natalia Oreiro y Daniel Hendler. Producido por Axel Kuschevatzky, conocedor del medio, era esperable una apuesta fuerte a todo nivel. Nuestro cine no se caracteriza por generar comedias románticas populares e inteligentes, así que a la hora de construir el guión, no había que errar ni una nota para lograr un pleno (llegar a la segunda semana con muchas salas proyectándola, hecho poco corriente para pelis argentinas). Era una apuesta arriesgada. Claro, no sólo se necesitaba un buen libro, sino también un elenco completo que fuera capaz de ampliar los posibles horizontes de llegada y abarcar a la mayor cantidad de potenciales espectadores. En “Mi Primera Boda”, todos los sectores de la butaca se sienten representados. Hay adolescentes, jóvenes, adultos y ancianos, todos con un similar y significativo nivel de participación en la trama central, lo que le da un espectro a la cinta, muy singular. Es una realización cuidada estética y argumentalmente. Nada fue dejado al azar y eso se nota en el equilibrio que el film muestra en todo momento. Durante la extensión del relato nos sumergimos en el mordaz y medido delirio de una comedia típica americana, pero cuando nos acercamos al clímax, aparece el toque de nuestra idiosincracia a pleno. Es un blend raro, dirían los que estudian el arte de las infusiones. Pero tiene buen aroma, se deja degustar y deja un agradable sabor en el paladar cuando se ha bebido la última gota. Adrián (Daniel Hendler) no tiene muchas ganas de casarse, pero empujado por Leonora (Natalia Oreiro), organiza una súper fiesta en una quinta alejada de la civilización (dato importante). Son el agua y el aceite, profesan religiones diferentes y piensan una boda original, oficiada por un rabino y un sacerdote católico, para dejar a ámbas familias contentas. En una malabarismo tonto, Adrián en los primeros minutos de proyección pierde el anillo de Leonora (antes de la boda) y no tiene mejor idea que sabotear la fiesta hasta dar con el mismo, para evitar el enojo de su futura esposa… Hendler nos trae su habitual humor agudo y calmo en el rol del torpe novio; Oreiro en cambio, es un torbellino. Compone una mujer decidida (y algo dominante) que no quiere dejar nada librado al azar (se ocupa hasta de las propinas de los mozos antes de que empiece el servicio!!!), la actriz uruguaya se irradia carisma durante toda la historia y brilla durante el cierre, donde muestra todo su oficio hasta redondear uno de sus mejores trabajos en el cine. Hay química en la pareja, aunque a veces parece desbalanceada (demasiada energía en ella y excesivo control en él), logran convencernos de que son gente común, que se quiere y que está en problemas. Graves problemas! “Mi Primera Boda” crece por el ajustado protagonismo de sus secundarios. Un lujo. Empezando por el sorprendente primo de Adrián, Fede (Martín Piroyanski, quien es el mayor acierto del film) y siguiendo con la sapiencia de Imanol Arias quien aporta toda su madurez a un ex novio de Leonora ,antagonista intelectual y seductor que aporta lo suyo a las peleas y discusiones durante la jornada. No se quedan atrás, Muriel Santa Ana (como la mejor amiga de la novia) y el dúo dinámico de pastores, Marcos Mundstrock y Daniel Rabinovich, los dos en diálogos desopilantes que se van mechando durante la trama (son víctimas de un engaño de Adrián) y que reflexionan con simpatía sobre las religiones que profesan. Su contrapunto arroja excelente reacciones en la platea y aporta la nota de color saliente de la cinta. En el haber, nos hubiese gustado un personaje masculino que tuviera matices más intensos que Hendler (creo que se quedó corto a la hora de expresar la emoción, sinceramente) y quizás alguna escena más destacada para los amigos del novio (Sebastián De Caro & Co), quienes amagan para descontrolar al estilo "The hangover", pero nunca despegan, por lo corto que se quedan sus líneas. Linda fotografía (subraya lo radiante que está Oreiro en este momento de su vida) y divertida banda de sonido terminan por conformar un producto sólido por donde se lo mire. Hace unas semanas, con "Guelcom", decíamos que había que hacer mucha comedia romántica para dominar el arte. Bueno, Winograd nos replicó en silencio con su trabajo. Apta para todo tipo de público y hecha por un puñado de gente talentosa que sabe de nuestra industria, "Mi primera boda" marca un camino que esperamos el cine nacional recorra a la hora de acercarse a lo masivo, conservando calidad.
Un casamiento con muchos líos y pocas sorpresas Si el cine se redujera a moldes, Mi primera boda calzaría sin esfuerzo en el de “casamientos conflictivos”, posible subgénero de la comedia de costumbres. Aquí los ingredientes: una pareja simpática a punto de casarse, que no termina de encajar; cierta oposición entre las familias de los novios para dar pie a una opereta de Montescos y Capuletos; se incluye aquí a los amigos de una y otra parte (que siempre la embarran), para generar una galería que abarque el espectro más amplio posible y que el público pueda encontrar sin problemas con quien identificarse. Un tercero en discordia, que agrega aceite para que el asunto se ponga más resbaloso. Y un conflicto insignificante puesto en módico fuera de control. La lista de antecedentes es larga, pero por cercanía es inevitable no recordar la exitosa saga de La familia de mi novia, con Ben Stiller y Robert De Niro. Como en ese caso, la primera gran diferencia entre Leonora y Adrián, los novios, es religiosa. Lo cual si no sorprende en la comparación entre películas, mucho menos lo hará si se atiende a que Mi primera boda es el segundo largo de Ariel Winograd, quien ya había aprovechado el juego de las diferencias en su ópera prima, Cara de queso. Winograd pone a los protagonistas al borde del altar donde un cura y un rabino, a quienes hubo que convencer con un porcentaje extra para que obviaran un detalle que no es bien visto ni de un lado ni del otro, oficiarán en conjunto. Siguiendo al estereotipo del héroe judío cinematográfico, Adrián es gracioso a fuerza de culpa e inseguridad, mientras Leonora es la típica cristiana obsesiva y obsesionada con el matrimonio –que lejos de cualquier cuestión de fe, se reduce a esa puesta en escena tragicómica que siempre son las fiestas de casamiento (así en el cine como en la realidad)–. Nervioso por los preparativos, Adrián termina extraviando el anillo de la novia e intentando recuperarlo perderá el otro. Atemorizado por la posible reacción de Leonora, el resto de la historia girará en torno de las situaciones confusas que se crearán a partir de las demoras que el mismo Adrián provocará para ganar tiempo y tratar de hallar las alianzas perdidas. Aunque se ha reunido a un atractivo elenco cuyo desempeño general es bueno; aunque fotográfica, musical y rítmicamente la película sea sólida; a pesar de la encantadora secuencia de los títulos iniciales, dibujada por el gran Liniers (que por ahí aparece, sin barba ni orejas de conejo) y de que algunas de las situaciones puedan resultar un entretenimiento aceptable, el problema de Mi primera boda es justamente la comodidad de quedarse donde se la espera. Una de las posibilidades a la hora de hacer cine es edificar sobre seguro, preocuparse por captar al espectador masivo y relegar la posibilidad de encontrarles variantes a los moldes. Si este fuera el caso, no hay nada que agregar y sin dudas se lo ha hecho con éxito. En cuanto a lo particular, Hendler aprovecha su perfil imperturbable para convertir a Adrián en una suerte de Buster Keaton sin riesgo. Es decir: anda por los techos, se descuelga con una soga en un aljibe y trepa por las tuberías, pero los techos son bajitos y los planos siempre cerrados. Sin llegar al nivel de su mejor trabajo en cine (Francia, de Israel Adrián Caetano), Natalia Oreiro cumple con su parte. Pero, como tantas veces, lo mejor de Mi primera boda pasa por los secundarios encarnados por Martín Piroyanski y Soledad Silveyra, que por momentos parecen sacados del universo de Esperando la carroza (la única) y su sola aparición les da a sus escenas un calor de comedia que el resto de la película apenas consigue encender.
Anexo de crítica: El gran sueño de una boda perfecta, en un lugar alejado del mundanal ruido y con una numerosa lista de invitados, es uno de los tópicos más visitados por el género de la comedia de enredos, que por lo general explota el lado grotesco de los personajes y acumula situaciones que hacen del absurdo una norma. Por fortuna ese no es el caso de esta comedia argentina Mi primera boda, la cual se despoja rápidamente del costumbrismo para abrazar elementos del género y acomodarlos a una trama coral con un ritmo adecuado y fluido.
Con una ingeniosa campaña viral cargada de interesantes trailers y spots televisivos, y también por medio de Twitter se estrenó Mi Primera Boda, la nueva comedia de Ariel Winograd, protagonizada por una pareja estelar inmejorable como la compuesta por Natalia Oreiro y Daniel Hendler. Mi Primera Boda nos mostrará como Leonora y Adrián intentarán llevar adelante la soñada fiesta de su casamiento, aunque lamentablemente para ellos nada saldrá como lo esperaban. Más allá de algunas situaciones cómicas que son sorteadas con zozobra, Mi Primera Boda no logra desarrollar un climax humorístico como el que prometió en sus avances en ningún pasaje del film. Hay una interesante y graciosa construcción de los personajes principales, por un lado tenemos a una mujer obsesiva, católica y hermosa y por el otro un hombre poco agraciado, judío y tacaño, aunque estos elementos son aprovechados solo en un puñado de escenas para luego volverse repetitivos ante la poca innovación en los gags. Como comedia de enredos el film funciona en varios pasajes, pero al sostener el relato basándose solamente en la pérdida del anillo nuevamente tiende a cierta repetición en la intención de causar gracia. Quizás el principal error en Mi Primera Boda es el poco aprovechamiento de un excelente elenco para secundar a Oreiro y Hendler en sus interpretaciones. Dentro del reparto secundario encontramos a Martín Piroyansky, Pepe Soriano, Muriel Santa Ana, Soledad Silveyra, Sebastián De Caro y Clemente Cancela, entre otros, donde solo es destacable la labor del primero, en el rol del primo del protagonista. El resto de los mencionados, y los no menocionados también, solo pasean por el film sin pena ni gloria alternando más malas que buenas. Un claro ejemplo del desaprovechamiento de los intérpretes menos principales son las secuencias protagonizadas por dos expertos en comedia teatral como Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich (interpretando al cura y al rabino encargados de casar a la pareja) que jamás llegan a concretar un solo gag que no se vea venir a 10 kilómetros. A diferencia del cast secundario, la pareja protagónica llevada adelante por Daniel Hendler y Natalia Oreiro si logra conformar dos personajes que generan empatía y atracción, destacando que la sola presencia de la actriz de Francia eleva al film con una luminosidad bellísima. Realmente es una pena que Mi Primera Boda no llegue a cumplir con las expectativas que había generado, pero más allá de esto se valora el esfuerzo de que en nuestro país se intenten hacer películas de género.
Los dibujos animados de Liniers nos introducen en la historia de amor de Leonora (Natalia Oreiro) y Adrián (Daniel Hendler) dos personalidades contrapuestas que se complementan y desean pasar el resto de sus días juntos. Como inicio de su vida en común deciden dar el gran paso y por eso amigos, familiares, ex parejas y demás muestrario bizarro son invitados a celebrar la boda en una lujosa y amplia estancia de la provincia. En camino se encuentran el sacerdote y el rabino encargados de celebrar esta unión mixta, una pequeña historia dentro de la historia que no tiene desperdicio. Un momento de duda, la pérdida de las alianzas y los planes para tratar de recuperarlas pondrán en jaque toda la celebración. Todo se encuentra dispuesto para que este digno exponente de la comedia de enredos argentina sea un divertimento para público masivo de todas las edades. Desde los chistes elaborados, pasando por el humor físico, hasta un breve atisbo escatológico y un dúo dinámico como el que conforman Hendler y Oreiro. Él provoca risas con sólo estar inmerso en tamaña situación y tratando de escapar de sus acaparadores padres, ella tiene un probado timing para la comedia y la cámara (al igual que nosotros) la ama: pocas actrices fotografían tan bien como lo hace Oreiro, su presencia ilumina cada una de las escenas en las que participa. Para su segundo largo Ariel Winograd contó con un extensísimo reparto (Gabriela Acher, Pepe Soriano, Imanol Arias, Soledad Silveyra, Gino Renni) para roles secundarios en este planteo coral que no siempre funciona de acuerdo a lo que tanto nombre reconocido prometía. Quienes más se lucen son la amiga lesbiana de la novia -a cargo de Muriel Santa Ana- y Martín Piroyansky, el perfecto primo sidekick con el que Hendler logra potenciarse. Existen sutiles puntos de contacto con “Muerte en un funeral”, entre otras historias que se centran en reuniones familiares multitudinarias, algún guiño a su ópera prima “Cara de queso” y una cuidada factura técnica donde se destacan la musicalización (la marcha nupcial rockera es perfecta) y los dos vestidos de novia lucidos por Leonora. Dato importante: hay dos escenas adicionales, la primera en mitad de los créditos finales; la segunda, al término de los mismos. ¿Se vendrá “Mi segunda boda”?
Cuando la comedia se toma en serio Muchas de las comedias que se realizan en Argentina suelen ser intrascendentes, repetitivas y estéticamente televisivas, pero con el estreno de Mi Primera Boda de Ariel Winograd se puede decir que respecto a esto se produce un alentador giro que hace que el género se tome de otra manera y tenga fines mucho más artísticos. Para realizar una buena comedia el asunto no esta en buscar argumentos rebuscados ni enredarse con lo que es el tiempo y la imagen del film, sino (como es el caso de la película en cuestión) basta con una historia simple como puede ser un casamiento y su respectiva fiesta. Esto parece sencillo, pero a Adrián (Daniel Hendler) y Leonora (Natalia Oreiro) tendrán que enfrentar las situaciones más alocadas para sobrepasar el que a priori sería el momento más importante de sus vidas. Lo que sucede con Mi Primera Boda es que todo parte del gran guión de Patricio Vega, el relato cumple magistralmente con todo lo que le pide la película: tanto los tiempos narrativos, el desarrollo de los personajes principales y secundarios, los diálogos, los toques humorísticos como las escenas de tensión, cierran en todo momento y redondean una obra trascendente. El film toma al género cómico como pocos lo han hecho en el país, se puede decir que el trabajo de Winograd tiene ese deje intelectual y hasta los toques de fantasía del cine de Woody Allen y obras como Alice o Los Secretos de Harry, el espectro clásico de Billy Wilder y películas como Sabrina, la desfachatez de La Fiesta Inolvidable de Blake Edwards o un acercamiento a ese efecto moderno de 500 Días con Ella de Marc Webb, en dónde es importante el juego con la imagen y los pensamientos de los protagonistas en un marco pop/rock de los hechos. Pero Mi Primera Boda tiene un toque extra que la hace una comedia impecable: la actuación de Hendler, que como siempre esta de gran manera y se puede decir que es el antihéroe argentino por excelencia, postura que viene perfeccionando a través de los años, y ya se lo había visto en el papel del torpe e hipocondríaco, pero al fin tímidamente vencedor en films como El Fondo del Mar de Damián Szifron, Derecho de Familia de Daniel Burman, o Los Paranoicos de Gabriel Medina. Otro punto a destacar del film de Winograd son las pequeñas cosas que hacen que la película tenga una estética particular: desde los créditos iniciales con agradables ilustraciones de Liniers, pasando por la compleja selección musical mayormente compuesta de jazz, cómo la caricauturización de los prototipos de cada personaje, más que nada de los secundarios, o sea los invitados a la boda, los cuales cada uno de ellos le pondrá su esencia a la historia. Mi Primera Boda es una comedia sumamente entretenida que a su vez tiene fines completamente artísticos, que con destacadas actuaciones como la de Hendler, más la irónica e ingeniosa manera de retratar temas como la religión (bien al estilo Allen), el trabajo de Winograd resulta novedoso y auspicioso tanto para el género como para el cine nacional.
Hace cinco años Ariel Winograd sorprendió en su debut como director con la comedia “Cara de queso”, al contar con un elenco multiestelar y una temática judía, donde logró evitar la caída en clichés habituales. Ahora en su segunda realización, con un elenco aún más atrayente y una ambientación algo diferente pero cercana en lo temático, los resultados no resultan igualemente auspiciosos. “Mi primera boda” transcurre íntegramente durante los preparativos y el desarrollo de un casamiento mixto entre Adrián Meier (Daniel Hendler) y Leonora Campos (Natalia Oreiro), ambos poco creyentes. El lugar del evento es una gran mansión de alquiler algo alejada de la ciudad como lo revelan los caminos que llevan a la misma y el caballo, en que se desplazará Adrián tratando de impedir que lleguen el cura y rabino. La razón de dicha dilación es la base y excusa de un guión poco imaginativo y tiene que ver con la pérdida de uno de los anillos de la pareja como resultado de la torpeza del novio. Gran parte de la intriga está dedicada a la búsqueda de la alianza por parte de Adrián quien intenta aplicar sus conocimientos de ingeniero, ayudado por su primo menor (Martín Piroyansky, quien logro mayor lucimiento en “Cara de queso”). Mientras el dúo de “nabos” prosigue la búsqueda, el resto de los invitados se pasea por los amplios jardines e interior de la casa, protagonizando una serie de episodios cuyo mayor pecado es el poco humor que de ellos se desprende. Resulta penoso ver a Pepe Soriano en el rol de un abuelo judío flirteador y en busca de un porro, a Imanol Arias como un ex amante de la novia ahora acompañado de una joven (María Alché), a quien persigue la amiga de Leonora y con tendencias lésbicas que encarna Muriel Santa Ana. Tampoco son muy graciosos los “luthiers” Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich en los roles respectivos de cura y rabino. Algo mejor le va a Soledad Silveyra como la madre del novio, pero el que en opinión de este cronista más defrauda es el propio Hendler, a quien parecen sentarle mejor los roles dramáticos que ha venido desempeñando por ejemplo en los films de Daniel Burman. Del lado positivo de “Mi primera boda” cabe rescatar su buena factura técnica y un final que compensa en parte la opacidad del resto. Natalia Oreiro es probablemente el mayor atractivo de una comedia que daba para más.
CUANDO EL CAOS SE APODERA DE UNA FIESTA Comedia argentina que toma un estilo narrativo poco familiarizado con el cine nacional y que, desarrollando un aprovecho impecable de cada uno de sus intérpretes, logra crear un relato de enredos divertido, hermosamente fotografiado y con las necesarias vueltas de tuerca como para hacerle pasar al espectador un grato y sorpresivo momento en la sala. La cinta se centra en contar cómo fue el casamiento de Leonora y Adrián. Ella es cristiana, mientras que él es judío, por lo que deciden hacer una celebración mixta. La pareja quiere que todo salga redondo y sin inconvenientes, pero un error del novio va a ocasionar que todo lo antes planeado comience a seguir un trayecto inesperado y caótico. Solo él puede solucionar los problemas, pero al tratar de hacerlo va a ocasionar que otros empiecen a aparecer, haciendo de su casamiento la peor experiencia de su vida. Esta película desarrolla un estilo que se asemeja bastante al presentado en muchas películas extranjeras, en las que una simple situación se convierte en un martirio para sus protagonistas. Pese a que la referencia a, por ejemplo "Muerte en un Funeral", está presente, la cinta logra sobrepasar los prejuicios y expresar una serie de enredos argumentales que están muy bien logrados y conforman una película en la que continuamente está sucediendo algo para mantener entretenido al espectador. El humor aquí presentado pasa por muchas variantes y se centra principalmente en las actitudes de cada uno de los personajes: el novio torpe, la novia controladora, el abuelo que decide dar cambios en su vida, el ex que quiere romper con el futuro matrimonio, y muchos otros. Cada uno de ellos tiene su momento de destaque y, gracias a un guión que desarrolla sus personalidades de manera clara y algo estereotipadas, las situaciones graciosas e ingeniosas son bastantes. Las actuaciones son muy buenas. Cada intérprete logró aprovechar a su personaje para remarcarle alguna característica física o actitudinal predominante. La dupla protagónica es muy fresca y desde el comienzo forman una química muy buena. Natalia Oreiro desarrolla una dulzura que poco a poco se va transformando en ira y remordimiento que está muy bien interpretada, mientras que Daniel Hendler logra expresar esa torpeza que identifica a su personaje, pero también el amor y el realismo necesario en algunos momentos. Quienes lo acompañan tienen un lucimiento impecable y, pese a que algunos desarrollan roles que aparecen pocas veces, logran sacarle provecho a sus momentos. Entre ellos se destacan: Imanol Arias (el antagonista, serio, irónico y manipulador); Soledad Silveyra, quien juega con su tono de voz y poses; José Soriano, quizás en el rol más estereotipado de la película, pero de igual manera muy bien interpretado; Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, como el cura y el rabino, que funcionan muy correctamente y le aportan un humor muy particular a sus momentos; Martín Piroyansky, el tonto, quien tiene sus buenas situaciones y Muriel Santa Ana, Gabriela Acher, Gino Renni y Luz Palazón, en personajes menores, pero igual de divertidos. El gran acierto de esta propuesta, dejando de lado la dirección de actores, es la parte técnica. La fotografía es hermosa, el aprovecho de las locaciones abiertas y cerradas; la elección de planos y encuadres; el cambio de cámaras; el sonido y la banda sonora; las idas y vueltas narrativas que se entienden gracias a la edición; y el vestuario, todo presenta una excelencia que vale la pena destacar, principalmente porque se puede apreciar desde el comienzo, con esa escena dibujada y ese posterior travelling entre los árboles, el enorme y preciso trabajo de los técnicos responsables de la película. "Mi Primera Boda" es una cinta muy divertida, con actuaciones muy correctas y un tecnisismo inmejorable. Una propuesta diferente del cine argentino, bien pensada, que, pese a caer en algunos estereotipos, entretiene y cumple con su objetivo. Un film que encamina para otro lado a la comedia nacional. Junto con "Un Cuento Chino", la mejor comedia argentina del 2011. UNA ESCENA A DESTACAR: invento chino. UN DATO: Quédense en los títulos finales, hay algunas escenas más.
Ver más allá de un casamiento... ¿Por qué tenemos la costumbre de ver un film y asimilarlo a otro? ¿A movimientos vanguardistas? ¿Vincular al trabajo de otros directores? ¿Son tan evidentes las semejanzas con otros? ¿Remake, homenaje e influencias? Leo críticas del último film de Ariel Winograd, a quien respeto mucho como realizador y cuyo cine me gusta mucho, su manera de encarar la comedia sobre todo enfocada en las diversas religiones y desde ese lugar de satirizar las creencias, pero concluyo la lectura y me retrotraigo, convirtiéndome en un bicho bolita repreguntándome sobre mi visión del film. Wino vino a jugar con el libre albedrío como ha hecho con Cara de Queso, un film coral con un cast enorme, una de sus características principales y tratar la comedia a través de distintos personajes en grandes cantidades, ¡qué mejor! Actores de la talla de Federico Luppi, Mercedes Morán, Carlos Kaspar, María Vaner, Juan Manuel Tenutta, Daniel Hendler, y la nueva generación hoy ya reconocida, conformada por Martín Piroyansky, Nahuel Perez Biscayart y Julieta Zylberberg complementaron el cast. Con una ponzoñosa mirada sobre las familias que habitan un country mayoritariamente conformado por una comunidad de creencia judía, allí saltaban a la luz la mítica popular sobre las idishe mamma, los casamientos religiosos por conveniencia, la corrupción y ocultamiento de un hecho atroz. Cara de Queso, 5 años atrás, marcó un llamado de atención sobre el cine de Winograd, lo introdujo como director en el circuito cinematográfico para, desde allí, avanzar o estancarse como sucede con muchos ópera primistas. Mi Primera Boda concreta que alguien haya acudido a ese llamado, Axel Kuschevatsky, como ya lo hiciera desde la cuota de Telefé, canal para el que brinda su tiempo como Jefe de Desarrollo y Producción de Cine, con films como Fase 7 (eximio film de género), Sin Retorno y el proyecto póstumo al ser acreedor del Oscar al Mejor Film Extranjero con El Secreto de Sus Ojos. También ha flaqueado con otros proyectos como Las Viudas de los Jueves, éxito de taquilla pero film fallido si los hay. Algo indica que Axel acierta sobre qué proyecto apoyar, dónde invertir y en quién colocar el peso de la dirección, conoce cuál es la falta que existe en la cartelera porteña y desecha volcarse a un cine que no sea el de género; aborrece los films realizados para festivales, le gusta lo masivo. Ahora, esto siempre conlleva un riesgo. Pero…a qué voy con todo esto sino a querer demostrar qué ocurre cuando a la salida de una función encuentro voces que comparan estos films con El Secreto… con trabajos de Orson Welles como El Tercer Hombre, con el mejor cine clásico de Wilder, films de Grant, Tracy y Hepburn (Katherine), ¿existen estas influencias o sólo algunos las ven? Patricio Vega, guionista que se distinguió en Música en Espera, casualmente otro proyecto que en cierta forma consagró para cierta logia de cinematográfica el trabajo de Natalia Oreiro, marcando un punto de quiebre, acaparó quizá este nuevo proyecto con elementos de la screwball comedy norteamericana; el caer en el cliché de la pérdida de la alianza en plena celebración de un casamiento es uno de los mejores ejemplos y de allí llegar a disparatadas situaciones para suplir esa pérdida o encontrar el anillo perdido. Sí, esta instancia es secundaria y permite ligar la subtrama “principal” del film sobre la importancia de contraer matrimonio, cuáles serían los pilares de tal decisión y cómo abolir todas las dudas habituales ante tamaño acontecimiento. Dos personas muy distintas, ella (Natalia Oreiro), puntillosa, estudiosa, ordenada, planificadora y él (Daniel Hendler), un desfachatado, ingeniero, son secundados por una troupe de secundarios numerosa al igual que sucediera en Cara de Queso: Imanol Arias (según la producción no fue el caso de elección en cast para poder comercializar el film en otro continente); Martin Piroyansky, con la labor más destacada del film; Muriel Santa Ana como la mejor amiga de la novia; Marcos Munstock y Daniel Rabinovich (Les Luthiers) que paralelamente lindan con la trama principal brindando conversaciones muy graciosas sobre las diferencias entre la religión católica y judía (un rabino y un cura, no menos para realizar una ceremonia bipartita); Gabriela Acher y Soledad Silveyra como las suegras; Clemente Calceta Gino Renni y Sebastián De Caro, como los tres personajes desaprovechados a lo largo del film. Existe un desnivel actoral entre Hendler y Oreiro. La estructura está planteada en cierto momento como para contar la historia à lo Cuando Harry Conoció a Sally (¡comedia romántica si las hay!). La primera hora del film es graciosa: nos encariñamos con los personajes instantáneamente y con la acertada incorporación de la animación de Liniers en los títulos iniciales; en pocos minutos tenemos un resumen de los comportamientos que preveremos de los dos personajes principales. Natalia nunca lució más hermosa en cine, ha crecido exponencialmente pero en el film se la nota un tanto rígida, como no terminando de desligarse del pasado televisivo del que tanto ansía despegarse. En Miss Tacuarembó lo había logrado, no obstante, como actriz, creo está viviendo su mejor momento. En cambio Hendler sigue haciendo de Hendler, y esto no está para nada mal, es un actor que impuso ya su sello, funciona y aquí lo logra nuevamente. Sí vale destacar que sería genial verlo vinculado a otro tipo de proyectos; ya en la dirección ha demostrado una faceta nueva e importante gracias a Norberto Apenas Tarde. Un pequeño detalle que me hizo ruido en la primera visión es la utilización ingenieril sobre un circuito de agua de la mansión sobre la cual se realiza el casamiento. Si bien el personaje de Hendler es ingeniero e intenta demostrar conocimiento sobre su profesión, hay una falla de conocimientos en el guión. En una sala de mantenimiento jamás encontraríamos un plano general hidráulico de una instalación, menos aún en un caserón rural, menos aún conseguiríamos que un anillo de bodas de vueltas por los diversos tramos de cañería sin encontrarse con filtros que obstaculicen que otros materiales terminen siendo arrastrados hacia una canilla. Ante la costumbre de realizar comparaciones, muchas he escuchado sobre la genial La Fiesta Inolvidable de Blake Edwards, con Peter Sellers. Aquí estamos lejos de esa opción, poco disparate y descontrol ocurre, ¿por qué De Caro no destroza esa torta, se agarran todos a piñas y rompen todo lo que estaría a su alcance? Eso sí hubiese sido una linda fiesta. Quizá por ser la Primera, esperemos la Segunda…
Los casamientos, como los funerales, suelen ser propicios para la comedia. Allí están “Novia fugitiva”, “La boda de mi mejor amigo”, “Cuatro bodas y un funeral”, entre otras. Esas circunstancias, ya sea para respetar el recogimiento y el dolor o para celebrar la solemnidad de la ceremonia, pueden inspirar a quienes se inclinan por el humor para aligerar la carga. Así lo hizo Ariel Winograd en “Mi primera boda”, en la cual se casan una mujer detallista y obsesiva y un novio medio despistado que pierde los anillos minutos antes de la ceremonia. En este segundo filme del realizador de “Cara de queso”, con Natalia Oreiro y Daniel Hendler, un ritmo aletargado”y algunas subtramas irresueltas no son causa suficiente para no disfrutar de una producción impecable en otros rubros.
Tal vez, con un porrito... Empezó bien su carrera Ariel Winograd. Lo hizo contando sus propias vivencias en "Cara de Queso". Es que hablar de lo que se conoce es siempre un buen punto de partida para cualquiera que quiera contar una historia. Seguramente este también sea el caso. Tantas bodas con parientes judíos habrá presenciado Winograd, como para volcar en este, su segundo largo, una buena cantidad de clichés típicos. El punto es que no aparece en este filme aquella mirada ácida e impiadosa expuesta sobre las situaciones y personajes de "Cara de Queso", aquí sí un trazo más grueso, y menos sutilezas. Es tal vez lo más criticable de "Mi Primera Boda", la falta de audacia. Contar como el novio es tan boludo como para perder no uno, sino los dos anilllos de boda a minutos de efectuarse la ceremonia, da para elucubrar las situaciones más hilarantes, pero eso no sucede. Al menos durante la primera mitad del relato; luego, como una catarata, se precipitan los hechos y la cosa empieza a funcionar. Podríamos pensar en "La Fiesta Inolvidable" de Blake Edwards, donde el personaje de Peter Sellers es el centro de la acción y generador de todos los conflictos y los personajes secundarios apenas aparecen para dar apoyo a su actuación y reforzar cada gag. Daniel Hendler vendría a ser el centro aquí, y los personajes secundarios, la mayoría de ellos geniales, sólo están para dar mayor sostén a la historia. Pero ninguna situación encarada por Hendler llega a los niveles desopilantes exhibidos por Edwards, nunca cruza la línea, Winograd evita que el filme se vuelva salvaje, humorísticamente hablando. Y es una pena porque todo estaba servido para ello. Servido estaba también el elenco, con un Pepe Soriano Maravilloso, una Soledad Silveyra descollante y un "Tano" Renni desaprovechado. Los únicos que cosiguen más atención y obtener más carnadura son Martín Piroyanski, cómico y eficaz, e Imanol Arias, tercero en discordia interpretado con solvencia y estilo. Queda para la anécdota la película aparte que hacen los Les Luthiers Marcos Mundsotck y Daniel Rabinovich, como el cura y el rabino que a bordo de un remise camino a la boda mixta, intercambian las más desoliplantes observaciones acerca de sus religiones. Tecnicamente el filme es inobjetable, Winograd es todo un profesional y supo darle al relato el tono apropiado, tanto desde la iluminacion como en la puesta general. Puede que muchos gags pierdan fuerza por una cuestión de timing, pero es que hacer comedia es mucho mas difícil que hacer un drama. Es riesgo total y constante, por algo existen genios de la comedia, y no genios del drama. Porque lograr hacer una comedia ciento por ciento efectiva es consecuencia de una labor genial. Winograd tiene tiempo por delante. De momento, está disponible "Mi Primera Boda", amable película para toda la famlia que ofrece una hora cuarenta de sano esparcimiento, sin riesgos.
En ciertos avances del film pudimos ver a una Nati Oreiro desaliñada corriendo -motosierra en mano- a los gritos. Desde nuestra inocencia el asunto prometía. Diremos aquí que dicho momento ni siquiera forma parte de una escena. Se trata de un plano suelto, un trick vendetrailer. Aún así, compramos. Y el asunto siguió prometiendo. Y a la hora de la mesa dulce, la boda cumplió. Mi Primera Boda podría dividirse en sketches, todos ligados a la situación central (Daniel Hendler pierde los anillos de compromiso media hora antes de la ceremonia y transcurre una hora y media diseñando estratagemas para recuperarlos) sin demasiada fuerza, pero la suficiente como para no dejar de entretenernos. Pues cada pequeña situación percute en la mayor, aumentando el delirio de Hendler y sus secuaces (incluído DeCaro y el Gente Sexy Clemente Cancela) y cebando el mal humor de Natalia Oreiro, que se hace cargo de la fiesta y de los invitados con la mejor sonrisa posible teniendo en cuenta que entre los invitados se cuentan su mamá escabiada (Solita Silveyra, muy bien) y su ex maestro de artes, un profesor hot de UBA, fisgón miserable nene de mamá que la juega de catedrático intelectual anarco-amatorio, interpretado de taquito -o sea, muy bien- por Imanol Arias. Tal vez algunos chistes (no gags) no nos generen tanta simpatía como otros, pero lo incuestionable radica en que el grueso de la platea recibió con alegría la mayoría de los remates. Este humilde servidor se incluye. Si te causan gracia las agudas percepciones del absurdo cotidiano que vierte el primo de la novia tan solo levantando su ceja izquierda, ésta es tu comedia. Y si te causa gracia ver a Pepe Soriano haciendo de anciano que se pasa toda la película pidiendo porro, también lo es. Para compensar la balanza, tenemos a un sacerdote (Mundstock), un rabino (Rabinovich) y un estupendo remisero (Ariel Pérez) que podrían hacer reír a los que no se rieron ni con el primer ejemplo ni con el segundo. Incluso hay espacio para escenas verdaderamente sólidas, en las que novia y novio mantienen discusiones propicias para que las diferencias entre uno y otro afloren, al punto de poner en vilo el destino de estas dos almas inadecuadamente gemelas. Todos lucen en sus roles, pero quien arranca las mayores sonrisas resulta ser el primo del novio, interpretado por Martín Piroyansky, inclusión que -junto con la tierna secuencia de créditos, el papelito asignado a María Alché y el chiste para entendidos sobre un film de Celina Murga (*)- será harto bienvenida por la Generación NBA (Nacional Buenos Aires). Y por nosotros también, he dicho. Porque ver a Nati Oreiro diciendo “Cogés mal” hace que la entrada se pague solita.
Toda celebración, aunque sea planeada de manera meticulosa, es potencialmente la crónica de una muerte anunciada. Ya sea un cumpleaños, un Bar Mitzvah o, como en este caso, un casamiento, la idea de reclutar en un espacio cerrado a una fauna insondable de parientes y conocidos durante un par de horas es un plan digno de una mente siniestra. En su tercer largometraje, Ariel Winograd aborda esta problemática sin pena ni gloria, dentro del marco de una comedia hecha a base de relaciones familiares y conyugales que culminan en variados equívocos. Mi primera boda respeta a rajatabla el género comedia y los personajes se reducen a estereotipos con poca profundidad: la idishe mame, el intelectual, la mejor amiga de la novia que busca pareja, las ex parejas de los novios que no consiguen olvidarlos, el familiar totalmente torpe, los padres de los novios que desconfían de su unión, los amigos del novio que van de levante, y la lista sigue. Los protagonistas, Natalia Oreiro y Daniel Hendler (ella masiva, él del palo del under) dan vida a Leonora y Adrián: ella, una novia que ama pero que también duda de que su pretendiente sea el hombre indicado; él, un novio que ama pero que nunca llega a cumplir las expectativas de su prometida. El error inconfesable que comete Adrián funciona como el disparador que desata una crisis en medio de lo que debía ser un limbo de tranquilidad y felicidad y, por momentos, este argumento no parece lo suficientemente convincente como para producir todas las catástrofes que arruinan la boda. Quizás esto suceda por el hecho de que la película busca desesperadamente hacer reír y, por atenerse al género de una manera tan acartonada, no se permite ir al encuentro de medias tintas. Si el eje central está puesto en una fiesta que pretendía ser perfecta y que termina siendo todo lo contrario, se puede pensar en diluir gags fáciles a través de lo tragicómico, en ahondar en personajes con más contenido y menos forma, y también en ir busca de un argumento un poco más sagaz. Pero eso no sucede. Se pueden rescatar algunos aciertos. Winograd retoma la temática religiosa (delineada en Cara de queso, su película anterior) pero, en este caso, contrapone las tradiciones católica y judía mediante un humor que es efectivo y que no apela a golpes bajos. Así, las disquisiciones teológicas entre el padre (Marcos Mundstock) y el rabino (Daniel Rabinovich), ambos miembros del grupo Les Luthiers, se convierten en uno de los puntos más logrados del film tanto por las actuaciones como por el guión que las sustenta. Recursos como el de los protagonistas que miran a cámara y apelan al público contando su historia desde un tiempo externo a la narración, las grabaciones de los invitados a los novios e interpretaciones como las de Soledad Silveyra, Pepe Soriano y Martín Piroyansky valen por sí mismas y logran maquillar limitaciones argumentativas. Cae de maduro que conseguir atenerse a un género es difícil, pero al mismo tiempo sería tonto no reconocer que más complejo es intentar darle una vuelta de tuerca a esas directrices que se nos imponen (no con vistas de alcanzar la originalidad porque, bien sabemos, ese es un callejón sin salida) con el objetivo de apropiarse profundamente de esas reglas para que pierdan su condición de palabra santa y se conviertan en algo más maleable e indeterminado. Winograd ya logró dar el primer paso al demostrar que maneja con prolijidad el género, queda pendiente el gran salto y sólo el tiempo dirá si se anima a darlo o no.
De las comedias argentinas estrenadas en el año podría decirse que “Mi primera boda” es la más ambiciosa desde todo punto de vista. Según dijo Axel Kuschevatsky, uno de sus productores, la participación de TELEFE en lo económico fue ínfima, con lo cual habrá que pensar en una administración superlativa de los recursos, especialmente teniendo en cuenta semejante reparto. En cuanto a la película, permítame separar los tantos, lo que podría leerse también como: Organizarme. Vamos a la trama: Adrián (Daniel Hendler) está sentado en un sillón con elementos de fiesta de casamiento como fondo. Con mucho aplomo (y humor) comienza a darnos su parecer sobre el matrimonio en general, y el suyo en particular. Lo mismo hace Leonora (Natalia Oreiro) sentada en un lugar separado hasta que, refiriéndose a su marido, nos dice: “¿Saben lo que hizo?” La narración se convierte entonces en un relato de los hechos recientes. Toda la preparación de la fiesta de casamiento, con un novio no muy convencido y preocupado por los gastos, más una novia histérica por el evento y la organización. Ambos coinciden en que se aman, por encima incluso de sus antecedentes religiosos ya que él es judío y ella católica. Los enredos comienzan cuando Adrián pierde su anillo de casamiento tan sólo un rato antes de la ceremonia, para la cual sólo esperan la llegada del Padre Patricio (Marcos Mundstock) y el Rabino Mendl (Daniel Rabinovich) para comenzar. Por supuesto que Adrián hará lo posible para retrasar su llegada y darse el tiempo de encontrar la alianza. Se puede hablar de un guión básico de comedia de enredos cuya realización Ariel Winograd tiene que orientarla hacia el estilo de la comedia clásica. Durante gran parte de la narración iremos conociendo a familiares y amigos en un desfile de situaciones que no siempre colaborarán con la trama, sino que están simplemente como excusa para el gag. Como si fueran parte de un sketch recortado, por ejemplo, como la situación de los dos integrantes de Luthiers en pleno viaje de remis. “Mi primera boda” no descubre la pólvora en el aspecto de lo que se cuenta. La parte técnica es impecable, destacándose la banda de sonido de Lucio Godoy y Darío Eskenazi, quienes con una orquesta de más de cuarenta músicos y grabada en Europa, juega con estilos de Henry Mancini por un lado y Jerry Goldsmith o Michael Kamen por otro. Ahora bien, debo confesar que entré “como un caballo”. Me pasó lo mismo que me ha pasado muchas veces con las comedias de Blake Edwards, es decir, compré desde el primer instante y llegué a llorar de risa con algunas situaciones y actores. Realmente si usted está de buen humor y sin ganas de intelectualizar, con esta realización la va a pasar fenómeno. Si los chistes son viejos es tan irrelevante como cierto, pues no sólo el público se renueva, sino que más de una vez le han contado una seguidilla de chistes tan malos que uno detrás del otro provoca esa risa que nace por oposición al remate mismo. Y si uno se ríe con algo es difícil (por no decir inútil) preguntarse por qué. Es pasar un buen momento y en el caso de “Mi primera boda”, alcanza y sobra.
Una comedia como la gente Nadie parece darse cuenta, pero se hace muy poca comedia en el cine nacional. Sí, hay comedia romántica o dramática, pero lo que es comedia pura, no. Algo pasa con el género e, incluso, si uno husmea en las inferiores, el humor no es lo que sobra en los cortos realizados por los estudiantes de cine. Habría que buscar lo mejor del género en la época de oro del cine argentino y, de la década de 1970 a la actualidad, salvo el sobrevalorado caso de Esperando la carroza y las riesgosas incursiones de Néstor Montalbano con Soy tu aventura o Pájaros volando (relacionadas más con el universo del absurdo explotado en la televisión) no se observa demasiada confianza en las películas humorísticas. Hemos dejado de lado explícitamente todos los subproductos relacionados con esas comedias ochentosas en plan Bañeros o Brigada, porque definitivamente eso no es cine, aunque no debemos dejar de reconocer su pertenencia como un tipo de humor que se instaló fuertemente en el paladar de un público escasamente exigente y con un sentido de la nostalgia bastante peligroso. Por eso Mi primera boda es una película más interesante que lo que sus propios resultados sugieren. El caso de Esperando la carroza es sintomático: seguramente la comedia argentina más recordada por el público masivo, es también un modelo que explotó el grotesco y el costumbrismo a niveles insoportables. Por cierto, la película construye su éxito también en esa mirada auto-crítica del argentino en la primavera democrática, que quiere ser un ejemplo de ese “cómo somos los argentinos”: hay mucho de puesta en escena teatral, con sus actuaciones declamatorias, y algo del espíritu del neorrealismo italiano. Durante buena parte de los 80’s y un poco de los 90’s, esta fue la única posibilidad de comedia que conoció el público nacional y que luego terminó traduciéndose al lenguaje televisivo con las tiras costumbristas de Suar y Telefé. Parecía haber una necesidad por parte de los productores y realizadores, y también del público, por hacer de la comedia un mero muestrario del ser nacional, con todo lo que de lugar común eso tiene. Las películas, entonces, no eran buenas por sus resultados sino porque “hablaban de nosotros”. Algo de eso entendió Campanella, aunque lo reconstruyó con un sentido del ritmo más del cine norteamericano y lo perfeccionó, y este año un film como Los Marziano releyó en clave hierática. Entonces, la comedia argentina, preocupada por parecerse a la gente antes que por ser cine, terminó no pareciéndose a nada y naufragando en el olvido con subproductos que ya no atraían a nadie. Entonces llega Mi primera boda, con ansias masivas a partir de un elenco descomunal y con una evidente búsqueda estética alejada del costumbrismo: eso está claro en la forma en que actuaciones como las de Soledad Silveyra, más cercanas a aquel grotesco, se mantienen encorsetadas y sin poder contaminar el resto. El director Ariel Winograd, entonces, ya no bucea en el grotesco ni se respalda en el costumbrismo para crear espejos en los que la gente se sienta identificada. Winograd sigue un modelo de comedia norteamericana o británica, donde el chiste carece de remate y donde el gag llega o por acumulación o por una construcción de la puesta en escena. Hay una boda entre un judío neurótico (Hendler) y una católica histérica con eso de la boda perfecta (Oreiro), y todos los amigos y parientes se juntan en una casa donde se llevará a cabo la ceremonia. El novio, tan torpe como Hendler lo puede ser, perderá una de las alianzas y eso irá desencadenando una serie de situaciones ridículas, absurdas, graciosas. Como una mezcla de Muerto en un funeral con La fiesta inolvidable, Winograd trabaja continuamente sobre el terreno de la comedia y nunca se distrae del objetivo: hacer un film divertido, fluido, dinámico en el que la comedia funcione por exceso. Como suele ocurrir, no todos los chistes están al mismo nivel y eso el director lo sabe, por eso se vale del retrato coral para ir explotando diferentes frentes de comicidad y minar el relato de gags, físicos y verbales. Winograd vuelve sobre los pasos de su primer film, el interesante aunque algo fallido Cara de queso. Si allí se centraba en el universo cerrado de un country judío en plena década menemista, aquí retoma la idea de lo micro (un grupo de gente encerrada en una casa) agigantado por la lupa satírica del cine, aunque el pasaje de la comedia a la mirada sardónica es más fluido y funciona mejor. Mi primera boda cumple con el objetivo de la comedia e incluso, teniendo una boda como centro, se anima a decir que resulta imposible definir al amor, que no hay forma de ponerlo en palabras, que es muy complejo saber por qué dos personas deciden pasar sus días juntos y que todo se puede resumir en un hecho fantástico como la inesperada explosión de unas cañerías. Claro que no todo es perfecto, ni mucho menos, en Mi primera boda (bueno, tampoco lo era en la mínima Muerto en un funeral). Ni la comicidad ni las actuaciones ni los personajes mantienen un nivel parejo: está claro que cuando Hendler se junta con Martín Piroyansky, las cosas son mucho más interesantes y permiten ver el germen de algo que puede explotar en un futuro, en un imaginario rat pack nacional. Por ejemplo, no existe la misma construcción del abuelo de Pepe Soriano, con su cansadora insistencia en fumar marihuana, que del Dj deadpan que interpreta Iari Said, que se merece una película para él solo; también es fallida la inclusión de Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich, jugando a una especie de sketch metido con calzador de Les luthiers, pero obvio y sin gracia, y con una evidente sobre-escritura del guión si uno la compara con el “decir” del resto de la película. Entonces, Mi primera boda es más interesante por lo que significa que por lo que es como producto terminado, pero la sumatoria de sus partes dan la posibilidad de disfrutar de unos cuantos buenos chistes y de situaciones construidas con un respeto por el espectador. Incluso, la película disfruta bastante su condición de producto menor, sin mayores pretensiones que las de divertir. Que, en definitiva, es eso.
Muchos recordaran otras comedias relacionadas con el casamiento como: "Mi noche de bodas, 1961" de Tulio Demicheli; ¡Qué noche de casamiento! (1969) con Darío Víttori, Gilda Lousek, Fernando Siro; entre otras, pero ahora llega “Mi primera boda” llena de enredos, gags, un buen elenco y un buen pasamiento. Acá todo gira en torno a la ceremonia de casamiento de Leonora (Natalia Oreiro) y Adrián (Daniel Hendler), con una fiesta pensada y organizada hace más de un año, con un vestido impecable, torta de cuatro pisos y en un lugar soñado la majestuosa estancia Villa María, situada en Máximo Paz, Provincia de Buenos Aires, (que combina la arquitectura de principios de siglo pasado, de Bustillo, con los jardines de Thais, un lago y una vista maravillosa, Villa María. Ella es católica y él judío, por lo tanto pensaron realizar una ceremonia “mixta” (no es lo más importante de la trama), acá intervienen la dupla del cura Patricio (Marcos Mundstock) y el rabino Mendl (Daniel Rabinovich) a quienes los espectadores conocemos por sus cualidades humorísticas de Les Luthiers, tienen a su cargo situaciones y diálogos muy cómicos estableciendo un abierto contrapunto católico-judío. Pero Adrián comete un pequeño error: decide ocultar a su novia para evitar problemas; todo se complica y se termina poniendo en riesgo la fiesta y el futuro matrimonio; él cuenta con la cooperación de Fede, el primo (Martín Piroyansky) y sus amigos; y Ella está un poco contenida por Inés (Muriel Santa Ana) su mejor amiga; y Marta la madre (Soledad Silveyra) egoísta, entrada en copas y competitiva. Como en toda boda se suman incidentes, familia, caos, amigos, traspiés, personajes como el que interpretan Pepe Soriano y Chela Cardalda (los abuelos del novio), y la presencia de un antiguo amor de Leonora, Miguel Ángel (Imanol Arias) donde no faltará un toque de seducción y de cinismo. Es una comedia liviana bien contada, con ritmo, jugada, podes pasar una buena tarde, llena de personajes todos tienen sus tiempos, como: Raquel y Raúl (Gabriela Acher y Gino Renni-los padres del novio); Delia, su tía abuela (Pochi Ducasse); Lala (María Alché) - una invitada que vino con Miguel Ángel; la mesa de amigos: Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Sebastián De Caro, Guillermina García Satur y Sofía Wilhelmi; organizadora de la boda María (Luz Palazón); Iair Said, el disk jockey; entre otros. Quienes se lucen como es lógico son los novios, ellos dialogan frente a la cámara, Natalia Oreiro brilla frente a la misma, tiene ángel, carisma y sabe lo que es la comedia; Daniel Hendler en un personaje diferente, lleno de matices y con un gran dominio para el gag. Además contiene una buena dirección de arte y vestuario; excelente fotografía de Félix “Chango” Monti; está bien musicalizada; estándares de jazz e interpretaciones que aportan en la construcción de los climas y al desarrollo de la narración en armonía con las imágenes; con el tema “When You'reSmiling” (Cuando Ríes), el clásico compuesto por Larry Shay, Mark Fisher y Joe Goodwin, y se la puede escuchar “Cuando Ríes” interpretada por Natalia Oreiro y Daniel Hendler, y después de los créditos hay yapa (y quien te dice tal vez se viene una segunda parte).
Blanca, radiante y... desternillante Leonora (Natalia Oreiro) es católica y medianamente creyente; él (Daniel Hendler) es judío y agnóstico, pero ambos, contra viento y marea, han decidido casarse y -por decisión de ella- festejarlo con una gran fiesta con todos los rituales programados. Nada falta en este subgénero de comedia de bodas: vestido impecable, novia bellísima, torta de muchos pisos y un marco de ensueño lejos del mundanal ruido para la celebración... hasta que una acción ínfima pero de consecuencias imprevisibles hará que lo planificado para ser perfecto se vaya desmoronando con un efecto de bola de nieve arrasante pero sin tragedias y con mucha risa. Se trata de una historia sencilla pero bien contada, con personajes encantadoramente delineados, a los que se les concede su minuto de gloria, en roles pequeños pero que les permiten brillar con luz propia, desde la organizadora de eventos, el disc-jockey, los amigos impresentables, las amigas insufribles, los parientes y sobre todo las parejas de distintas generaciones que componen Gabriela Acher y Gino Renni (los padres del novio) o Pepe Soriano y Chela Cardalda (los abuelos del novio). Párrafo aparte merecen la dupla del cura y el rabino (Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich) que marcan un contrapunto de chistes entre filosóficos y teológicos; o las intervenciones de Imanol Arias, en la piel de un intelectual cínico y provocador inoportunamente invitado a la fiesta, en boca de quien se coloca un repertorio de chistes contra el matrimonio, precisamente en un ámbito que lo consagra. A la interesante dirección de Winograd, quien ya demostrara sus capacidades para la comedia en “Cara de queso”, se suma el mérito de un guión sólido, que sabe cómo rematar cada escena, qué intervención realizar para romper el hielo y en qué momento meter un gag. Desde lo técnico el trabajo es impecable. La dirección de fotografía y la banda sonora suman para elevar el resultado. La acción se cuenta desde un presente que se rebobina y se desplaza, donde lo medular se desarrolla durante todo un día dentro y fuera (en los jardines) de una mansión enmarcada en paisaje bucólico. Si bien el film está narrado desde el punto de vista de los novios (con relatos confesionales dirigidos a la cámara, es decir al público), la película es un friso coral donde se ve que todos disfrutan de componerlo. Glamorosamente corrosiva “Mi primera boda” es un film sarcástico, original y esencialmente divertido que no huye de su condición de ser una comedia romántica, pero que se ríe de ella en las numerosas situaciones que nos presenta. Los preparativos de la boda y los acontecimientos que los alterarán se dan en el contexto de un delirante, heterogéneo y entrañable grupo de personajes que inundan la pantalla de simpatía y situaciones irracionales y por lo tanto cómicas. Tiernamente provocativa, el humor progresivamente se vuelve más ácido, como en las charlas del rabino y el cura, los delirios del abuelo, los conflictos de las parejas de distintas edades que funcionan como un espejo que adelanta en una visión corrosiva y al mismo tiempo humorística: todas las mujeres son obsesivas y controladoras como Leonora, la suegra o la abuela. El afiche de la película lo refleja: allí la novia toma de la corbata al esposo como a un perro faldero. En ese universo de dominación femenina, ellos se defienden como pueden, aunque finalmente se rinden. Por lo demás y como corresponde, el desarrollo de la trama transcurre por carriles convencionales. A dos aguas La comedia navega entre la alegre frivolidad sentimental de los filmes de Anne Fletcher (27 vestidos) y el humor corrosivo de Woody Allen o los hermanos Coen. Entre recursos narrativos nuevos para la comedia vernácula como las confesiones a cámara, al estilo de “Anithing else” o los agudos chistes teológicos de “Un hombre serio”. También es evidente la intención de reciclar la infinidad de enredos y derivaciones propios de la comedia blanca clásica. Hay humor de distintos matices y chistes donde se menciona a Lacan, a Freud, a Proust y García Marquez o al mismísimo Heideguer (para eso ayuda el personaje del intelectual español interpretado por Imanol Arias). Sin dejar de tener marcas autorales, claramente “Mi primera boda” no es un cine pensado para festivales sino para la industria y el beneplácito del público, que convoca un elenco notable, un equipo técnico brillante y se hace de la mejor forma posible para que la gente lo pase bien.
ENTRETENIDA COMEDIA, AUNQUE IMPECABLEMENTE FOTOGRAFIADA, DABA PARA MÁS... Una pequeña pieza de estética similar a la historieta, animada por el ilustrador Liniers, abre la película y cuenta brevemente la historia previa (infancia, adolescencia, amores anteriores e historia juntos) de la pareja protagónica: Natalia Oreiro y Daniel Hendler. O mejor dicho: Leonora y Adrián. Ellos se están por casar, cumpliendo un sueño largamente esperado, aunque se muestran algo ácidos y superados frente a la situación; como que es algo que tienen que pasar casi obligadamente, especialmente él. Al ser ella católica y él judío, la boda será mixta y todos los invitados se encuentran esperando a un cura y un rabino (los “Luthiers” Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich), que vienen juntos en un remis contratado por el novio. Un pequeño error cometido por Adrián lo hará poner en marcha un plan que, más que querer solucionar el traspié que se mandó, generará una catarata de equívocos que involucrarán a más de unos cuantos… A pesar del simpático planteo, se despliegan algunos pequeños cliché: un abuelo marihuanero (Pepe Soriano) no es especialmente original a esta altura, ¿verdad?; una madre borracha (Soledad Silveyra), seguramente tampoco…, y mayormente, todos los personajes cumplen con un arquetipo bastante recorrido por el género de comedia: el primo medio tonto, muy bien encarnado por Martín Piroyansky, como lazarillo del novio, cumpliendo a rajatabla todos sus requerimientos; e Inés (Muriel Santa Ana), la mejor amiga de Leonora que, más que acompañarla en su gran día, se pone en plan acosador de Lala (María Alché), una invitada que vino con Miguel Angel (Imanol Arias), antiguo romance de Leonora. El sufrido padre de Adrián es encarnado por el popular comediante Gino Renni (con muy poca presencia), y su mujer es la siempre resuelta Gabriela Acher. Alan Sabbagh, Clemente Cancela, Sebastián De Caro, Guillermina García Satur y Sofía Wilhelmi conforman la mesa de los amigos, y especialmente los varones harán de las suyas para acompañar al novio en la reparación del error antes aludido. En cuanto a los novios protagonistas, ambos uruguayos, pero adoptados por los argentinos, cumplen efectivamente su rol, sosteniendo con nobleza sus personajes, aunque a ambos les falte un poco más de histrionismo para lograr que exploten carcajadas en la platea, cosa que no sucede; sí, por supuesto, simpáticas risas frente a los alocados acontecimientos vividos. Este filme de Ariel Winograd ("Cara de queso") contó con el talento del director de fotografía Félix Monti (“De amor y de sombras”, “Sur”, “De eso no se habla”, “El Secreto de sus Ojos”, entre decenas de filmes), la diseñadora de vestuario Ana Markarián y el director de arte Juan Cavia. La imagen es radiante, luminosa, siempre en clave alta, describiendo los bellos exteriores e interiores de la estancia en la que se desarrolla prácticamente el 100% de las escenas, muchas de ellas cubiertas con una cámara que flota entre los invitados y vuela ligeramente en los exteriores, logrando estéticos y atrayentes movimientos de cámara. También hay decisiones de montaje interesantes, con los novios hablándole al espectador, narrando situaciones pasadas o elucubrando pensamientos futuros, que son expuestos mediante rápidos flashbacks o graciosos flashforwards. Concebida como una película para ser filmada en una sola locación, la majestuosa estancia Villa María, situada en la Provincia de Buenos Aires, combina la arquitectura de principios de siglo pasado, con los jardines de Thais, un lago y una vista maravillosa, constituyéndose como el escenario perfecto. La música original del film fue escrita por Lucio Godoy y Darío Esquenazi, incluyendo una serie de standards de jazz arreglados e interpretados por una de las figuras más importantes de la música contemporánea argentina, Adrián Iaies. Tal vez, haber convocado a un reconocidísimo elenco de primeras figuras de ayer y hoy para los roles secundarios, deja una sensación de que faltó algo más, que el guión podría haber aprovechado y no hizo (de hecho, lo mejor de Gino Renni está en los créditos finales, por dar sólo un ejemplo). El filme se ve con mucho agrado y resulta de lo más entretenido. Si ése era su único propósito, pues está logrado en un 100%.
¡Qué día de casamiento! El director Ariel Winograd ya había llamado la atención con su ópera prima: "Cara de Queso" (2006), mostrando un sentido del humor autorreferencial encomiable, ahora la emprende con esta comedia tan bien filmada como actuada, optando por un eje de popular conocimiento: las fiestas de casamiento, otro ítem al cual el cine nacional no le ha escatimado ejemplos que van de la remota y añeja "El casamiento de Chichilo" a "Qué noche de casamiento!", aquella de Víttori de 1969, aunque ya era "remake" de la de 1953 con el desopilante Francisco Charmiello. Aquí Adrián y Leonora -que interpretan los actores uruguayos de origen: Oreiro y Hendler-, van a celebrar su boda en una bellisíma estancia con una fiesta a todo trapo, pero las circustancias harán que la cosa se complique y reine el caos. Jugosas situaciones de humor, por momentos de estupendo color negro van delineando ese maquillaje superficial que se sabe, recubre una y otra vez nuestras relaciones familiares y amistosas, cuando se supone un festejo inolvidable que acabará siendo otra cosa. Hay un dicho que se sucede reiteradamente ante el surgir de algún problema de los novios, y es "Necesitás plata..???", que dicen sucesivamente padres y abuelo de los contrayentes, como si el uso del dinero fuese el único motivante de la sociedad que nos toca transitar. Y así se muestran esas miserias personales, por abajo del sutil chiste, remarcable por su contundencia, además cuantos de nosotros no hemos experimentado esos casorios patéticos (borracheras generalizadas, peleas varias, conflictos imprevistos, etc). Una Oreiro estupenda, bellamente fotografiada -no en vano es la figura que es-, con unos momentos antológicos, a su lado un Daniel Hendler notable como siempre desde su simpleza de personaje, y los demás que sobresalen como el primo acelerado de Sebastián Piroyansky, los sacerdotes que van a oficiar en conjunto la boda: los "luthiers" Rabinovich y Mundstock qué están impagables, Muriel Santa Ana magnífica como siempre en la mejor amiga de la novia, y el español Imanol Arias con presencia soberbia que otorga al filme más calidad. En resumen reivindica la genuina, señera comedia criolla, un cine de género local que ha sido en algún momento bastardeado. Lejos, lejos esta peli está por sobre cualquier título de sobre bodas yanqui, y a no dudarlo la calidad bien entendida, en esta ocasión si empieza por casa.
LO PEOR DE DANIEL HENDLER Bardear películas argentinas es de mala leche. Iair Said, un chico piola que en esta película hace de DJ, es amigo mío en Facebook. El bardo tiene consecuencias éticas y más si uno está involucrado en el medio. El estreno de Mi Primera Boda fue hace varias semanas, juntaron bastante plata y la crítica tiró arroz. Así que Ariel Winograd va a filmar otra vez y le deseo lo mejor. Mi silencio se debía principalmente a Daniel Hendler, que considero el actor argentino más maravilloso de todos los tiempos. Maravilloso por carisma, no por destreza actoral. Uno pensaría en Darín, Chávez, Dumont o Cacho Castaña, pero la versatilidad para mí no es tan importante como la hipnosis. Daniel Hendler me produce un magnetismo irresistible; es imposible no amarlo. Sus actuaciones son egoístas porque fagocitan el relato. No es un actor amoldándose a una película, las películas no pueden esquivar su presencia. Daniel Hendler usa a los directores, impone su personaje de porteño neurótico como un Woody Allen autóctono y lindo. Y al igual que Woody Allen, esta neurosis no se representa; se controla para su puesta en escena. Tartamudeo, mirada angustiada, verborragia, acto fallido, ira contenida, despiste, cinismo y respiración misteriosa son rasgos consustanciales de Daniel Hendler; su habilidad está en cómo plasmarlos sobre cualquier relato. Contaminación que lo convierte más en un realizador oculto que en una pieza actoral. Los Paranoicos fue el máximo exponente de Daniel Hendler interpretándose a sí mismo. Tiranizó la película y su baile catártico con la música de Farmacia ya es parte de la historia del cine. El Fondo del Mar, 25 Watts, Esperando al Mesías, El Abrazo Partido, Fase 7: todas se inyectan la patología de Daniel Hendler y gracias a esta infección son películas enormes. Bueno, resulta que Mi Primera Boda lucha por dos horas contra Daniel Hendler. Ahí está el chico, exponiendo lo mejor de su neurosis y de su humor mórbido, pero Ariel Winograd filma una comedia estupidísima en donde hay que reírse de Soledad Silveyra borracha, de una lesbiana pajera o de Pepe Soriano buscando faso. Todo en esta película está mal. Todo. Si el público la encuentra divertida debemos repensarnos como sociedad y proponer medidas de fuerza para salvar al cine de esta grasa saturada en sus arterias. De todos modos, no voy a permitir que Mi Primera Boda opaque mi felicidad ante la inminente llegada de Norberto Apenas Tarde, una película que dirigió el año pasado Daniel Hendler. Confío que cada fotograma reflejará sus muecas y eso la convierte de antemano en una obra maestra.
Caótico Divertimento Mi Primera Boda es una comedia romántica argentina que está siendo promocionada como "La Comedia del Año"... ¿no será mucho?. Debo admitir que me reí con esta última película de Ariel Winograd, pero ya que la promocionen como lo más divertido del año... me suena a demasiado, sobre todo teniendo en cuenta que "Un Cuento Chino" es menos comedia que esta, pero es más graciosa en su resultado final. La historia nos trae el inminente casamiento entre Leonora Bellami y Adrián Hershell, interpretados por Natalia Oreiro y Daniel Hendler. Ella viene de la TV y algunos mocos cinematográficos como "Miss Tacuarembó" y "Francia", aunque sorpresivamente ha logrado un cierto status de artista consagrada en la Argentina en los últimos años... ¿su relación con Moyo?... quizás... De repente es como la diva cool de nuestro país. Hendler viene del cine independiente y formó parte de películas que han cosechado premios y elogios mundialmente como "El Abrazo Partido" y "Fase 7", pasando a ser mucho más conocido en el circuito comercial en los últimos tiempos. Tan rara como es la combinación, resulta ser la química de ambos en pantalla, aunque (también sorpresivamente) el saldo termina siendo positivo. Alrededor de los 2 protagonistas, orbita un grupo de actores que incluye a Soledad Silveyra, Imanol Arias, Martín Piroyansky (¡me mata la cara de boludo de Piroyansky! jaja. Va con buena onda), Muriel Santa Ana, Pepe Soriano, Gabriela Acher, Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock entre otros, conformando un cast interesante que cumple muy bien con su rol cómico. Justamente el principal problema del film no es su cast, sino su trama, que transita la ruta de lo convencional cuando en realidad parece que su intención era otra. Hay mucho humor ácido, por supuesto... hay algunas situaciones locas para la típica comedia argentina... también, pero en la cuota de comedia de autor que percibo se le quiso dar, comete el error de querer agradar a la mayoría de las audiencias cayendo en situaciones comunes y desenlaces previsibles. Es una linda película para pasar el rato. Eso sí... si nos sos muy afín a la comedia argentina y no te la bancas a la Oreiro, mejor salteate esta.
La relación del público con el cine argentino es bastante compleja. Aunque la renovación generacional que comenzó en los 90, conocida como “nuevo cine argentino”, tuvo desde el principio un amplio reconocimiento crítico, el público local suele ser bastante reacio a las propuestas nacionales, y muchas buenas películas bajan de cartel enseguida por falta de espectadores. A la vez, algunas propuestas comerciales que incluyen nombres famosos en el elenco logran llevar mucho público a las salas incluso cuando se trata de productos fallidos. Más allá de las razones que puedan explicar este fenómeno, cada tanto aparecen excepciones notables; películas que rompen con esa lógica y derriban una supuesta contradicción entre el arte y el éxito comercial. Mi primera boda, la segunda película del Ariel Winograd, que se estrena el jueves 1, promete convertirse en un buen ejemplo de ello: es una comedia que entretiene sin caer en facilismos ni resignar calidad. La clave está, una vez más, en el talento delante y detrás de cámara. Con la estructura de una comedia clásica, el relato de Mi primera boda gira en torno al casamiento de Leonora (Natalia Oreiro) y Adrián (Daniel Hendler): una fiesta tradicional, con vestido blanco, muchos invitados y torta de varios pisos, en la que las cosas no salen tal cual lo planeado. Cuando la boda está por empezar, Adrián comete un pequeño error que decide ocultar a su novia para evitar más problemas. A partir de allí, las decisiones que toma dan lugar a una seguidilla de complicaciones y enredos que ponen en riesgo la fiesta e incluso la relación de la pareja. El proyecto nació a partir de una idea del director y de su mujer -y productora de la película- Nathalie Cabiron. “El punto de partida –contó Winograd en la conferencia de prensa que ofreció junto con los actores y productores- fue que en nuestro casamiento salió todo realmente muy mal. Nos sorprendió que no hubiera películas argentinas sobre el casamiento, un tema tan global, que toca a todo el mundo, y nos pareció que era muy interesante para contar en una película”. Con esa idea, convocaron al guionista Patricio Vega -que escribió la película Música en espera, las series Los simuladores y Hermanos y detectives y algunos capítulos de Lo que el tiempo nos dejó, entre otros proyectos para cine y televisión- para que diera forma a la trama. El proceso de escritura fue bastante largo. Según explicó Winograd, el objetivo era llegar al rodaje con un guión sólido, al que luego siguieron casi al pie de la letra. “Cuando estás a punto de tirar la toma siempre hay algo que cambia, pero fue un trabajo muy riguroso con el guión: por qué estaba cada palabra, por qué un personaje dice una cosa y no otra. Tuve la posibilidad de ensayar bastante con todos los actores y teníamos muy claro qué queríamos de cada escena. Hicimos mucho trabajo de construcción de esta pareja: quiénes eran, cuál era el lazo invisible, y durante los ensayos salieron muchas cosas que están en la película”. También Oreiro y Hendler se refirieron a los meses de ensayo dedicados a construir el vínculo. “Fue muy divertido el proceso, porque tuvimos muchos meses de ensayo en los que discutíamos sobre las escenas, los personajes, las actitudes, y recreábamos situaciones de este noviazgo: las vacaciones, cómo yo lograba convencerlo de que se casara, el pedido de mano, todo lo que uno hace. Eso sirvió mucho para conocernos”, contó Oreiro. Y Hender agregó que, aunque nunca habían trabajado juntos, enseguida lograron cierta familiaridad: “Nos llevamos muy bien, Natalia es muy carismática y para mí fue muy fácil conectar con ella”. La película parte de un hecho casi universal: las formas tan distintas en que hombres y mujeres viven el casamiento, cada uno con sus miedos y ansiedades. El relato se despliega a partir de los puntos de vista alternados de los dos protagonistas. Si para Leonora se trata del momento soñado, la fiesta que siempre anheló, en la que todo tiene que estar perfecto, para Adrián representa una especie de final, como si a partir de ese momento toda su vida, incluidos sus amigos, fueran a quedar atrás. Pero la película no se queda sólo con los novios. Mientras cuenta todo lo que les pasa, no pierde de vista a los numerosos invitados. Así, la trama principal se enriquece con las situaciones que atraviesan varios personajes secundarios: los padres de él (Gabriela Acher y Gino Renni); los abuelos (Pepe Soriano y Chela Cardalda), la madre de ella (Soledad Silveyra), una ególatra que no puede parar de competir con su hija; el primo (Martín Piroyansky); los amigos del novio (Clemente Cancela, Sebastián de Caro, Alan Sabbagh), la mejor amiga de Leonora (Muriel Santa Ana) y hasta un ex de la novia, interpretado por Imanol Arias. Además, los Luthiers Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich se lucen como el cura y el rabino especialmente convocados para este casamiento mixto. A la par de esta suerte de dream team de la comedia, Mi primera boda cuenta también con un equipo notable detrás de cámara, que incluye a Félix Monti en la dirección de fotografía y a Liniers en el diseño de los títulos animados del comienzo. Como en su primera película (Cara de queso, 2006), Winograd vuelve a situar la acción en un espacio único que ofrece múltiples posibilidades. Si en Cara de queso todo transcurría en los confines del country judío, en Mi primera boda la acción se desarrolla siempre en algún sector de la bellísima estancia Villa María, en donde se celebra la boda. Pero el confinamiento no se limitó a la ficción: todo el equipo se instaló en la estancia durante las cinco semanas que duró el rodaje. “Nos instalamos en Villa María y fue casi como un Gran Hermano –contó Oreiro-. Estar ahí las 24 horas nos permitía seguir explorando, divertirnos cuando terminaba la filmación, y a veces ensayar a las cuatro o cinco de la mañana en los decorados reales”. Mi primera boda tiene toda la apariencia de una superproducción. Sin embargo, Axel Kuschevatzky, uno de los productores, contó que se trata de una película “de autor”, mucho más chica de lo que la gente cree: “Parece gigantesca y está la fantasía del megatanque norteamericano, pero realmente es una película hecha con mucho esfuerzo, después de trabajar años para conseguir los fondos. La participación de Telefé es un porcentaje chico. La película está generada desde un lugar absolutamente independiente”. Una buena película, que tiene todo para convertirse en el próximo éxito de la taquilla local y desmentir ese prejuicio de que al público local no le interesa el cine argentino.
Nada que envidiar El día de su casamiento, Daniel, nervioso, comete un pequeño error que pretende ocultar a Leonora, su novia, para evitar problemas. Pero lejos de evitarlos, complica más las cosas y la fiesta corre el riesgo de terminar muy mal, al igual que el futuro matrimonio de la pareja. ¿Qué pasa cuando uno está acostumbrado a que las fórmulas de comedias argentinas en cine sean bastante malas? ¿Qué pasa cuando uno lee la trama y no le atrae más nada que ver simplemente la belleza de Natalia Oreiro en la pantalla grande? Pasa lo que me pasó a mí… me encontré con una película que no tiene nada que envidiarle a las comedias románticas que se estrenaron este año y que me mantuvo (al igual que a toda la sala) entretenido y sonriendo a lo largo de toda la historia. “Mi Primera Boda” comienza con un recurso bastante interesante: los novios contándonos porque no debemos organizar una boda, los inconvenientes, la plata, y algún que otro trapito al sol de la pareja. Leonora (Natalia Oreiro) es católica y Adrián (Daniel Hendler) es judío y deciden casarse en una quinta a las afueras de Buenos Aires, bajo una ceremonia celebrada por un cura católico (Marcos Mundstock) y un rabino (Daniel Rabinovich). Ya desde el vamos, esto plantea una reunión algo complicada, y si le sumamos el error que comete Adrián y las sucesivas mentiras que comienza a decir, “Mi primera boda” se empieza a enredar. Dos actores que logran muy bien su papel, y un conjunto de actores secundarios que no hacen más que agregar carcajadas a las diferentes situaciones del filme. Sin dudas lo más destacable es el papel de Martín Piroyansky en el rol del primo de Adrián, un coequiper bastante “boludo” (así lo define Adrián) que no hace más que meter su inocencia en cada problema o diálogo. El papel de los dos representantes religiosos, realmente es impecable y, al mejor estilo Les Luthiers, sus diálogos no hacen más que entrar en la filosofía barata para enredarse en un montón de sinsentidos graciosos. Desde el punto de vista estético, el filme está muy bien cuidado y muchos de los recursos narrativos utilizados para la construcción son bastante interesantes: la presentación de la familia, la descripción de los problemas de la pareja, el armado de los planes y, por supuesto, el recurso de los protagonistas hablando a los espectadores suma un plus importante. La trama del filme es bastante simple, una comedia de enredos, pero la habilidad del guionista para crear tantos personajes graciosos, y lograr entreverar cada vez más las situaciones logra que el espectador pierda la noción del tiempo y se meta de lleno en las peripecias que está sufriendo Adrián cada vez que se hunde más en sus mentiras. Desgraciadamente estamos acostumbrados a ver malas fórmulas en las comedias argentinas, y cuando uno encuentra en cartelera a Natalia Oreiro o Gino Renni, por lo general decide optar por no entrar. Por suerte pude vencer ese prejuicio, y tras un poco más de una hora y media, salí comentando situaciones del filme, cosa que pasa siempre que uno sale entusiasmado o divertido de las salas. “Mi primera Boda” es una linda película, una comedia romántica que no tiene nada que envidiar al cine extranjero.