Las runas de los nuevos fanáticos Midsommar (2019) es uno de los monstruos cinematográficos más hermosos, delicados y desconcertantes que haya parido el Hollywood reciente, una película de autor que le escapa a todo fundamentalismo dentro de las comarcas del horror y el misterio y que a simple vista puede ser descripta como una suerte de versión de El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973) aunque filmada por una sociedad entre Alejandro Jodorowsky y Werner Herzog, principalmente porque lo que aquí domina es un tono narrativo que se mueve entre lo freak psicodélico y lo antropológico de impronta cultural; planteo que asimismo nos ofrece una obra que logra una de las grandes proezas del terror porque consigue ser al mismo tiempo sutil (los victimarios no andan por ahí gritando neuróticos con cuchillo en mano o poniendo caritas ominosas de ocasión cual cliché o piloto automático) y despiadada (de lo que sí somos testigos es de las funestas consecuencias del accionar de los chiflados de turno como parte de una coyuntura tenebrosa casi siempre -por supuesto hay algunas excepciones, en especial llegando el final- fuera de campo, con las barrabasadas y truculencias resultantes ya finiquitadas y formando parte de “instalaciones” como museo del espanto que no busca asistentes aunque de todas formas los encuentra, nosotros los espectadores). Jugando con el ensayo de etnografía comunitaria y la parodia lejana del payasesco “turismo alternativo” de nuestros días, el film alcanza un nivel de inmersión retórica digna de una buena novela de suspenso porque hace de los detalles y el pulso sereno sus armas de cabecera, obviando cualquier indicio de montaje apresurado mainstream o los jump scares facilistas de cotillón. La historia, escrita por el también director Ari Aster, aquel de la igualmente prodigiosa El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), un hit indie de generosa envergadura en todo el globo, comienza cuando la estudiante universitaria Dani Ardor (esa inmensa Florence Pugh) pierde a sus padres y a su hermana cuando en un estallido psicótico nocturno esta última enciende los automóviles de la familia, construye un complejo sistema de mangueras conductoras y cinta adhesiva desde los caños de escape y así asesina con monóxido de carbono a mamá y papá para luego “pegarse” la salida de una de las mangueras a su propia boca, en plan de llevar a cabo una inexplicable inmolación colectiva. Dani de por sí ya era bastante dependiente a nivel emocional de su novio, Christian Hughes (Jack Reynor), un estudiante de antropología algo mucho distante que sigue con ella a puro masoquismo a pesar de que la considera frígida, por lo que la relación continúa deteriorándose de manera progresiva sin que ambas partes logren hablar del asunto o terminen de aceptar que lo mejor sería la ruptura amorosa. Cuando ella se entera que él tiene pautado un viaje a Suecia con tres amigos y colegas estudiantes, Mark (Will Poulter), Josh (William Jackson Harper) y Pelle (Vilhelm Blomgren), del que por cierto no le había dicho nada, ella se come el triste ninguneo y el muchacho primero se hace la víctima para después invitarla a ser partícipe del periplo casi por obligación, con Dani así aceptando la visita a la comunidad campestre ancestral de Pelle, Hårga, ubicada en Hälsingland, y específicamente para asistir a unas celebraciones muy particulares que acontecen cada 90 años durante el solsticio de verano. El contingente de yanquis llega al lugar y de inmediato Ingemar (Hampus Hallberg), el hermano de Pelle, les presenta a una pareja de británicos que también están allí en calidad de invitados, Simon (Archie Madekwe) y Connie (Ellora Torchia), sin embargo el sustrato apacible y bastante drogón de la comarca se desvanece cuando presencian un suicidio ritual por parte de dos ancianos, quienes saltan desde un precipicio según una costumbre de Hårga que dictamina que todos deben hacer lo mismo al cumplir 72 años de edad y que si alguno sobrevive a la caída otros miembros del clan deben rematarlo destrozando su cráneo con un mazo gigante de madera. Dani, siempre con un estado mental tambaleante por toda la situación, la presente y la pasada, tiene un ataque de pánico y decide quedarse gracias a una charla con un Pelle que parece muy interesado en ella, mientras Christian le roba la idea a Josh de realizar su tesis sobre Hårga y los norteamericanos en general no pueden disimilar su estupidez y falta de respeto de fondo hasta en el momento de orinar, con Mark haciéndolo por accidente sobre un árbol que simboliza a los ancestros de la comunidad y despertando la furia y el encono de los suecos. Entre comidas ceremoniales que parecen desarrollarse en cámara lenta, muchos brebajes alucinatorios preparados con hierbas varias y una predilección macro por los dibujos ornamentales bien metafóricos, las desapariciones comienzan a acumularse de a poco empezando por unos Simon y Connie espantados ante los suicidios y un Mark que parece atraer a una de las mujeres del lugar, justo como ocurre con el propio Christian en relación a Maja (Isabelle Grill), hermana de Pelle e Ingemar y una chica que inicia un rito esotérico de apareo con el hombre. Todo termina de explotar cuando Josh se pasa de pícaro y decide fotografiar subrepticiamente las páginas de un texto sagrado de la comunidad y en términos concretos unos dibujos que hacen las veces de runas religiosas pintadas por Ruben (Levente Puczkó-Smith), un chico muy deforme que -como todos los supuestos “oráculos” de Hårga- fue concebido en sesiones de incesto voluntario. Aster nunca se decide del todo entre centrarse en Dani o en el resto de los personajes, lo que curiosamente repercute muy bien en materia de la progresión narrativa porque suma una capa de fascinación entrecruzada para lo que en esencia es un proceso de extrañamiento permanente dentro de un marco de un emplazamiento social nórdico que sin duda no tiene mucho que ver con lo que sería su homólogo estándar anglosajón, aquel que ya vimos en películas recientes y tan disímiles como Sound of My Voice (2011), Martha Marcy May Marlene (2011), The Sacrament (2013), The Invitation (2015) y The Endless (2017), fundamentalmente porque aquí la paradigmática cooptación de voluntades tiene mucho más que ver -primero- con la belleza superficial que los representantes de Hårga han sabido construir para su enclave y -segundo- con una especie de hipnosis narcótica masiva que se va resquebrajando a medida que los turistas ven a través de los intersticios de las fachadas de paz y solidaridad y dilucidan el trasfondo lúgubre del asunto, no sólo por esa infaltable “agenda secreta” de los clanes, tan típica de las epopeyas centradas en sectas, sino por una sincronización cultural de lo más angustiante y claustrofóbica que anula cualquier rasgo de verdadera identidad individual en pos de una conciencia colectiva uniformizadora que despliega su intolerancia y voracidad cuando encuentra herejías por parte de los forasteros. La genial fotografía del polaco Pawel Pogorzelski, quien asimismo trabajó en El Legado del Diablo, utiliza tonos cromáticos oscuros para el prólogo en suelo yanqui y una tenaz incandescencia para Hälsingland, acoplándose de manera perfecta a esta paradoja de máscaras cordiales y hermosas que esconden intenciones por demás tétricas. Los conceptos de sacrificio, previsibilidad y entropía, nociones siempre presentes en las comunidades cerradas, también sufren una interesante reelaboración por parte del realizador vía un seguimiento un tanto extasiado en el que lo particular termina carcomido por lo general aunque basándose en frustraciones/ dilemas que ya estaban allí, en la psiquis de los sujetos. En este sentido los dos protagonistas en verdad cruciales terminan siendo Dani y Christian ya que simbolizan dos modelos negativos de feminidad y masculinidad, ella abriéndose camino como una mujer dependiente a escala anímica y tendiente a la histeria y él como un pusilánime que opta por no confrontar y retrasar lo inevitable, la separación. El relato, por otra parte, opone a los clásicos cínicos y ventajistas occidentales contemporáneos, léase el pelotón de visitantes, a los miembros de Hårga, quienes funcionan como la encarnación de los nuevos fanáticos new age de nuestros días, esos que pretenden convencer a todo el maldito mundo de que tienen la razón y que a su vez hoy por hoy están caracterizados por una sumatoria de ingredientes vinculados al colectivismo, un ascetismo semi protestante, el folklore, el neohippismo trasnochado, la ausencia de privacidad, los ritos cíclicos, el sectarismo posmoderno, la dialéctica ecológica, el paganismo de los países escandinavos, un sistema de castas etarias, detalles animistas, la corrección política más hipócrita, mucha vida bucólica, los nuevos artistas independientes, la seudo meditación símil budista, las ofrendas y competencias bizarras, el fetichismo drogodependiente y el desapego emocional como precepto semi permanente, casi siempre oculto bajo un misticismo falsamente inocentón y light. Más allá del hecho de que todo el segmento final de la trama se mete de modo explícito en el campo de la venganza y la fantasía masoquista de castración por parte de un cineasta varón, incluso bajo esos criterios Midsommar sigue constituyendo una odisea inmensamente sugestiva y provocadora porque le quita los estereotipos morbosos/ pueriles/ empobrecedores a cada una de las situaciones planteadas y subraya en cambio el naturalismo detrás de los ritos en cuestión, enfatizando que para los habitantes de Hårga las ceremonias -por más espeluznantes, enajenadas, anárquicas o voluptuosas que nos parezcan- tienen sentido y justifican la bonanza que se le exige al derrotero de la vida. La sexualidad a flor de piel y el delirio más homogéneo, ese que desconoce a la comedia negra porque habla con la sinceridad del drama antropológico, se unen en el trabajo de Aster con la fuerza de lo insólito que recupera lo inmemorial para burlarse gélidamente del progresismo petulante de nuestros días y señalar cuánto se parece a la derecha bobalicona y ridícula que dice combatir. Recursos eternos del acervo artístico y social de la humanidad como la manipulación, las utopías y el “precio” que se debe pagar para ser felices pasan a ser resignificados en la película mediante la singular astucia del director y el desempeño de una Pugh exquisita a la que ya pudimos disfrutar en Lady Macbeth (2016) y Luchando con mi Familia (Fighting with my Family, 2019), en esta ocasión dejándose cubrir con flores y aprovechando a pleno la catarsis propuesta ya que es hora de ponderar que los traumas suelen reclamar soluciones drásticas y proclives a un surrealismo deliciosamente caníbal…
Pesadilla diurna. Con su ópera prima El legado del Diablo, Ari Aster creaba una excelente pieza de horror asentada en el drama, con un agobiante y claustrofóbico uso de los espacios del hogar familiar. Siendo Midsommar su segundo trabajo en la dirección, en él revisita ciertos condimentos pero con un cambio de género y locación, dándole otros matices a la historia. El terror abandona el drama, al menos en parte, y se complementa con un género opuesto: la comedia. De esta manera, con un logrado balance entre el humor y la incomodidad, el segundo film de Aster lleva su particular visión de autor a terrenos inexplorados —en este caso, dentro de la geografía de una campiña en Suecia. El director vuelve a centrarse en la brujería y los ritos, en este caso para que el clima de extrañeza y peligro dialogue sobre algo mucho más terrenal: las relaciones tóxicas. Es a través de los personajes de Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) que ambos elementos temáticos entran en juego para dar forma a la inquietante visión y descripción del terror diurno que vivirá la pareja, junto a los amigos con los que emprendieron viaje. Pero la pesadilla en la relación comienza mucho antes de llegar a las festividades del solsticio sueco. Dani es una chica que no encuentra consuelo en su pareja cuando más lo necesita al vivir preocupada por su hermana con problemas de bipolaridad, más aún cuando la misma se suicida llevándose consigo la vida de sus padres. En el polo opuesto de la relación se encuentra Christian, quien no se atreve a dar el paso de terminar la relación y que está más interesado en el futuro viaje y en pasarla bien con su grupo de tres amigos. Pelle (Vilhelm Blomgren), el encargado de conducirlos a la extraña comunidad en la que vive su familia, Josh (William Jackson Harper) quien emprende el viaje con la meta de investigar para su tesis sociológica, y por último Mark (Will Poulter), quien va al lugar con fines recreativos como drogarse y tener sexo, lo que lo vuelve el personaje con mayor desarrollo cómico. Es el trauma sufrido por Dani y la culpa de Christian de no estar allí para ella, lo que hace que él la termine invitando a sumarse a su viaje a Suecia. Es allí cuando el relato, previamente teñido de oscuridad, se abre paso a los campos abiertos y soleados, donde lo oscuro se halla presente en forma de amabilidad y extrañas costumbres europeas ante la mirada curiosa de los turistas extranjeros. Acompañado de una admirable e inquietante puesta en escena, el director logra que los rituales y costumbres de la comunidad sostengan en un mismo plano un aura de extrañeza que convive con el factor humorístico nacido de su relación con los personajes. Así, la oscuridad se halla presente en cada espectro de tonalidades, tanto en la colorida paleta que describe al verano sueco como en los arreglos florales que abundan en su entorno, elemento que es bello a la vista e intrigante en contextos que perturban poco a poco el ambiente. El film se compone de diversas situaciones o personajes que muchas veces parecieran no tener demasiada relevancia. No obstante, es la manera por la cual el director nos hace ingresar a ese nuevo mundo y descubrir cada aspecto de las costumbres y su iconografía, lo que transforma al total de la obra en lo que podría describirse como toda una experiencia —sensorial, cómica, atemorizante, un deleite estético que resulta imponente y extraño al ser recorrido. El primer encuadre con el que el film se presenta es un mural pintado a mano que narra las festividades que se celebran durante los 9 días del solsticio de verano, algo que solo ocurre cada 90 años. El nivel de detalle y la síntesis narrativa con la que se logra expresar lo que el espectador se encontrará en su experiencia de viaje, es una invitación y un aviso: la promesa de una experiencia única con la que el autor cumple de forma intensa. Midsommar encuentra sus paralelismos con el clásico El hombre de mimbre (Robin Hardy, 1973), otro film acerca de una comunidad un tanto particular. Con una mayor búsqueda de refinamiento estético y una irónica mirada a los tóxicos apegos emocionales, el film de Aster aplica una mirada retorcida que expone como elemento de maldad más a la relación de los protagonistas que a los inquietantes rituales suecos. Esto se debe a que si bien algunos de ellos son excesivamente cruentos, otros de ellos expresan un goce y sabiduría que difícilmente algunos personajes, o espectadores, puedan aceptar o entender. La tragedia familiar de Dani es el comienzo del proceso de transformación que le brinda un mayor entendimiento y sanación por medio de lo trágico, de lo visceral, y de igual manera será el proceso de ruptura de los lazos negativos en su vida. El crecimiento y cambio de actitud de Dani se verá reflejado en muchos de los pasos ritualísticos que conforman las festividades. La composición de los planos y la puesta en escena que describen dichos momentos son de tal fuerza estética y sensorial que encuentran una reacción tanto en la protagonista como en aquel que se entregue a la experiencia frente a la pantalla. Al contrario que en su film anterior, Ari Aster busca en su nuevo largometraje una calma y una mejoría para la vida de su protagonista, lo que no hace que los métodos para alcanzarlo sean menos enfermizos. De allí también la búsqueda de hacer cohabitar en un mismo espacio al horror con la comedia, no solo porque el perturbador humor genera una sensación de incomodidad en la risa del público, sino también porque es un claro elemento de liberación, utilizado por el director como medio de expresión, como elemento inesperado de transición constante entre la tranquilidad, el temor, y todos los estados intermedios que nos transforman a nosotros, el público, en turistas vulnerables de lo impredecible.
Terrorífica pero optimista Desde un comienzo, esta película muestra hasta qué punto la relación entre Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) se encuentra en plena crisis; no hay reciprocidad en los afectos de uno a otro y ambos dudan de la estabilidad del vínculo. Y justo cuando Christian comienza a sentir la relación como un auténtico lastre acontece una tragedia inusitada, horripilante y profundamente traumática. Debemos recordar que el aquí director y guionista es nada menos que el neoyorquino Ari Aster, director de la indefinible Hereditary, una de las películas de terror más enfermizas que se hayan visto jamás. Como para mantenerse a la altura en cuanto a cordura y sanidad mental, la totalidad de esta película escapa a cualquier cosa que se haya visto previamente en una sala de cine.
Midsommar: Un retorcido cuento de hadas inciático. El nuevo film de Ari Aster (Hereditary, 2018) nos sumerge en un viaje hacia lo más recóndito del ser humano y la superación de un duelo al igual que en su ópera prima pero, a la vez, de forma diferente. Hablemos claro: Midsommar (2019) no es ni por asomo un film de terror. Hablar de “Terror” no es lo mismo que hablar de “Horror”. Si bien los dos términos se utilizan usualmente como sinónimos, nada tiene que ver uno con el otro. Sobre todo en el género cinematográfico. A través del tiempo, el cine ha sido usado para contar los cambios a nivel social, político o de cualquier otra índole. El género no es ajeno a ello. Varios cineastas de la talla de John Carpenter o George Romero (por citar solo dos ejemplos) han sabido manipular el celuloide para hablarnos de la condición humana y sus actos/consecuencias a través del tiempo. El decadente nuevo milenio y su hartazgo por una obra de autor, alimentándonos a base de blockbusters llenos de golpes de efecto (o más bien dicho, Jumpscares), nos ha dejado con sabor a poco al ver alguna nueva película “de terror” que termina más bien siendo DE TERROR. Aclaremos: el “Terror” nos remite a espectros, entes sobrenaturales. El “Horror” es algo más visceral, nos incomoda, nos deja un mal sabor de boca. Ya en El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), el debutante Ari Aster nos hablaba sobre la superación de un duelo familiar. Una muerte que termina trastocando a todo el entorno familiar y desata una fuerza oscura que permanecía latente a través de, si se quiere, la sangre. La obsesión estética del director por contar una historia que veríamos como un drama en tono de película de horror, unida a sonidos que generan incomodidad y planos simétricos, ya es marca registrada en su escueta filmografía. Ahora vuelve a hacer lo mismo con Midsommar: El terror no espera a la noche (Midsommar, 2019), aunque a diferencia de aquella, el nuevo film del realizador parece la otra cara de la moneda: cuando en Hereditary el horror se escondía en la oscuridad, aquí no se puede ocultar, como si de una relación tóxica se tratara. Como en su ópera prima, Aster nos introduce en Midsommar con un plano que nos anticipa todo el film, una especie de tapete donde se conjugan los cuatro actos del film. En él vemos muerte y resurrección de la protagonista. En el medio, su viaje iniciático. Como si de un cuento de hadas siniestro se tratara (y así nos lo muestra el director, optando por poner al comienzo un bosque nevado, escenario propio de este género literario, al son de sonidos de arpa), el film nos muestra la vida de Dani (Florence Pugh), una joven que está siendo presa de una relación a punto de colapsar con su pareja, Christian (Jack Reynor), en parte por el drama familiar que vive. Ya desde el comienzo, el primer punto de quiebre en la trama (la muerte de los padres de Dani a manos de su hermana bipolar y el suicidio posterior de ésta), se nos muestra un lugar oscuro, frío. Vemos a Dani sola, hablando con pantallas (sean de celular o de computadoras) que no le devuelven ninguna clase de sentimientos, un poco como su pareja y su familia. Luego del brutal prólogo y dos travellings que atraviesan ventanas hacia la oscuridad, hacia la nada; ventanas que nos están diciendo que “allá afuera hay otra cosa, hay otra oportunidad de vida”, comienza el viaje a través de la luz. Un viaje que experimentaremos junto a la protagonista, ya que Ari Aster nos hace cómplices en todo momento de la iniciación de Dani (literalmente hay un personaje que rompe la cuarta pared mirándonos por unos segundos antes del suicidio ritual). Dani se entera que Christian junto a sus amigos Josh (William Jackson Harper), Mark (Will Poulter) y Pelle (Vilhelm Blomgren) están planeando un viaje a Suecia, más precisamente a Härga, una pequeña comunidad de dónde es originario el último. La excusa es que Josh va a realizar su tesis de Antropología sobre las costumbres antiguas de pueblos europeos, sobre el Midsommar (festejo para recibir el verano). Para los demás es un escape, diversión. Un poco culpable por no haberle dicho nada a su pareja, Christian termina invitando a Dani también al viaje. Pero el viaje de Dani será completamente diferente al de los demás, y Aster como en su anterior film, parece indicar que el destino de la protagonista está determinado desde el comienzo. Hay una regla en cine que dice que debe haber una escena de acción, un golpe de efecto a partir de los 20 minutos. En Midsommar vemos como a los 24 minutos del metraje, aproximadamente, los personajes van en auto y la cámara comienza a torcerse. Es luego que pasan la señalización de que han entrado en Härga cuando el plano vuelve a ser normal. ¿Qué nos está indicando esto? Dani y los demás han llegado a un lugar donde las reglas del mundo en el que vivían son invertidas. Todos en la comuna de Pelle son alegres, luminosos. El primer encuentro con Ingemar, hermano de Pelle, es a los gritos. ¿Cuál es la primera reacción de los extranjeros? Creer que por gritarse están enojados. Esa es la visión que tenemos del mundo ante un estímulo exterior: todo es negro, todo es oscuro, todo es negativo. Allí encuentran dos extranjeros más, una pareja londinense amiga de Ingemar a punto de casarse. Todos tendrán un viaje con hongos psicotrópicos, como bien manda el argumento de esta clase de films que no reniega del homenaje a un cine más «clase B» o de explotación: tenemos a la “Final Girl”, “el Odioso”, “El Gracioso”, “El Intelectual”. Pero lo que hace Aster es jugar con estos estereotipos desechables aquí y en cualquier otro film del que bebe influencias Midsommar para contar otra historia. Son peones en un plan mayor. No voy a hablar de los símbolos o la cultura que rige Härga y su gente (que bien planteados están mediante la investigación que el director y Henrik Svensson han realizado sobre las creencias pre-cristianas nórdicas), sino sobre lo que la película nos quiere contar y cómo lo hace. El Midsommar en Härga tiene su punto cúlmine con el sacrificio de 9 personas: 4 lugareños, 4 extranjeros que llevan habitantes de la comuna y 1 que elige la Reina de Mayo. El primer sacrificio que vemos es un suicidio ritual de dos personas que se arrojan desde una montaña. Dos personas que han llegado a la culminación de su vida (para ellos a los 72 años se termina la vida). Lo hacen con felicidad, porque saben que dan su vida por una razón. La contraposición al suicidio de la familia de Dani es evidente, y es el primer golpe shockeante que sufre la protagonista para comenzar su preparación e integración. Un gran punto a destacar es como en la comuna prevalece el espíritu de colmena al de individualidad: todos lloran o sufren cuando uno lo hace. No lo dejan solo, no lo aíslan como si se tratara de un enfermo. También es destacable el nivel de desapego. Como nadie es posesión de nadie, los bebés son criados por todas las mujeres, no necesariamente la madre biológica. Todas son madres. El niño llorando de fondo en esa inmensa habitación comunal, sin que nadie vaya a calmarlo, es otra prueba de cómo funciona el desapego en Härga. Conforme van pasando las 2 horas y media de metraje, Dani es integrada cada vez más a la comunidad (a su pesar) y Christian y sus amigos van siendo desechados o usados como la sangre nueva para aumentar la población de Härga. Porque estos alegres hippies suecos adoran a la Madre Naturaleza y saben que no hay Dios, sino Diosa. En femenino. Por eso hay una Matriarca y no un Patriarca que comanda. Finalmente Dani es coronada Reina de Mayo y debe dejar atrás su pasado y superar el duelo. Midsommar nos muestra de forma simbólica como los anhelos y las cargas que llevaba la protagonista se purifican con el fuego final: la pareja londinense representaba el compromiso y matrimonio que nunca tendrá con su novio, las amistades tóxicas, la relación enfermiza con Christian (que, también no es casual que sea “CristianO” y estemos ante una comuna con creencias pre-cristianas), la muerte de su familia y la culpa, todo es superado en esa sonrisa final de Dani. Sonrisa que contrasta simétricamente de forma perfecta con el plano inicial del film, donde la vemos en oscuridad y agobiada. En éste último fotograma su cara resplandece iluminada de forma saturada. Está finalmente EMPODERADA. Midsommar habla de la superación del duelo, de desprenderse de una relación que no nos hace bien y no la queremos dejar por miedo a sentirnos solos. De empoderarse. También de volver a ser parte de una familia, encontrar en otros lo que en la propia sangre muchas veces no encontramos. También habla de la desconexión que tenemos en estos tiempos de multi-pantallas en la que, paradójicamente, las Redes Sociales nos hacen menos sociales y en vez de acercarnos, nos alejan cada vez más. Ari Aster vuelve a acertar en retratar un aspecto de la condición humana mediante el género. Mal que le pese a quien le pese, y genere la controversia que genere, estamos ante una obra de autor y ante un realizador que debemos mirar cada vez más de cerca. Midsommar, si bien en mi opinión está un peldaño por debajo de Hereditary, es un film que requiere más de un visionado y que tiene múltiples lecturas. Solamente hay que desintoxicarse un poco de lo que el género nos ha dado de comer durante el último tiempo. Mayormente, comida chatarra. Recién ahí se puede apreciar un buen plato gourmet.
En su momento, Hereditary no me había fascinado. Supe disfrutar de la historia, de algunos recursos visuales y empaticé con sus personajes, pero no para tatuármela en el pecho. Sin embargo, me despertó una especie de atención hacia su director, Ari Aster, y quedé a la espera de su próximo proyecto. Lo poco que había visto de Midsommar antes de ver la película completa me había generado una expectativa importante. Y enfrentarme a sus dos horas y media de duración fue todo dolor y frustración. Primero lo primero: visualmente tiene una identidad única, y una búsqueda estética muy marcada, que intenta, a través de la composición de los encuadres, la paleta de colores y los movimientos de cámara, salirse del estándar y lograr un producto (por llamarlo de alguna forma) más elaborado. Ahora bien, y acá entramos exclusivamente en el campo de mi apreciación personal (porque qué es una crítica o reseña sino una opinión más o menos sustentada teóricamente), toda esa parafernalia no soporta nada, y se siente como un capricho. Se me hizo imposible empatizar con alguno de los personajes, nunca pude sentir ni intriga por qué les iba a pasar, ni incomodidad por estar rodeados de extraños en un lugar que les es ajeno, ni preocupación por los vínculos entre ellos mismos. Es decir: la película cuenta la experiencia de un grupo de amigos estadounidenses compartiendo una celebración (Midsommar, que se festeja cada 90 años) en una aldea alejada de Suecia. Salvo algunas pequeñas cosas de la trama, que no son resueltas, explicadas o desarrolladas, me daba igual lo que pasara. Sentí dos horas y media de ver colores y formas a través de un caleidoscopio, y la lentitud o banalidad de la trama no es lo que más me enoja. Lo que me fastidia es que no me movió un pelo nada, nunca. Nada me incomodó, me molestó, me dió miedo, risa. Nada. Si: se reconocer en qué momentos el director intentó movilizar al espectador. Pero, insisto, una crítica es una valoración personal, y cada segundo que corría sentía que estaba perdiendo el tiempo. Entonces, ante la impotencia de tener mi vida en pausa sin recibir nada a cambio, empezaron a surgir preguntas. ¿Qué es el cine? ¿Qué es lo que esperamos cuando nos sentamos a ver una película? ¿Que nos cuenten una historia, que nos muestren imágenes inolvidables, que nos generen sensaciones? A excepción de algunos frames icónicos que de seguro recordaré mucho tiempo, Midosmmar no me dio nada de eso. No digo que no la vean, que es una basura, que Aster no pise un set nunca más. Digo que eso, para mi, no es cine: no me da nada de lo que espero de una película. Aguante Rambo.
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Midsommar: El enemigo está acá Cuando era pibe vi por primera vez una de Tarkovsky, ya de más grande y entrando a los 20 una de Bergman. Pasando los 25 varias de Von Trier, y algunas de Aronofsky. A la par mi naturaleza curiosa por directores más clásicos como Cameron, McTiernan, Carpenter o De Palma me permitían yuxtaponer las formas que marcaban (marcan) las distancias entre lo moderno y lo clásico. Era en esos años de formación, noches interminables de película tras película y mucho café, que me veía en medio de una encrucijada sobre la apreciación y la valoración que podía tener del primer grupo al que hice mención. Pasaron los años y ya llegando a los treinta entendí que, sin ir más lejos, las películas de todos estos directores modernosos eran lo “anti cine” y ellos, inevitablemente, eran algo peor, mucho peor. Eran el Enemigo. Al enemigo (como me gusta denominar a esta sarta de chantas “sofisticados”) se lo puede reconocer por lo siguiente: buscan la trascendencia desde la temática, es decir, creen que su cine debe explorar temas “importantes” que solo los intelectuales puedan entender o apreciar aun cuando desde la puesta en escena carecen de forma e ideas. Esos temas son recurrentemente alegóricos, por lo que la visión del mundo de estos directores es absoluta, y no habilitan una libre interpretación del espectador. Es LA visión del director por sobre el cine. Lo anti cine menosprecia las herramientas cinematográficas y niega a este arte como entretenimiento. Lo vuelven tediosamente discursivo, solemne, malvado en sus intenciones contra el espectador común. Mucho de eso y tal vez más tiene Midsommar del insufrible Ari Aster, uno nuevo que se suma a la lista. Con todos los síntomas de lo anti cine, Midsommar deja en claro que, desde el vamos, este tipo de películas aun encuentra un público. Pero eso es otra historia. Hace años, Aster nos chantó Hereditary, una porquería ingesta sobre cultos a lo desconocido que ya advertía al espectador sobre el germen cinematográfico de su director. Un film sin forma, bizarro en el peor sentido, solemne y simbolista, apenas disfrutable por el hermoso cabezazo que le da la pibita protagonista a un poste de luz que la deja decapitada en el asiento trasero de un auto. Nada más. Bah, Toni Collette salvaba un poco las papas. Volviendo a lo que nos compete, Midsommar dobla la apuesta: película doblemente zonza, solemne, sin forma, larga hasta el hartazgo, sintomática con los tiempos que corren e inevitablemente inútil. La cosa va más o menos así: una pareja se interna en una pacífica comunidad en el medio del bosque, alejados de la ciudad y de los traumas que intenta sobrellevar la protagonista. Una vez allí parece que todo va bien, aun cuando los residentes se muestran un tanto extraños. Ella intenta olvidar las viejas cicatrices y él, despreocupado, comienza a seducir a una joven. Paulatinamente los habitantes de la comunidad mostrarán sus hábitos y con ello, la idea de que lo “monstruoso” subyace en lo más profundo de nosotros. Aunque no lo crean, esta es la trama de Aullidos (1981) de Joe Dante, y también la de Midsommar. Tan peligrosamente similares son que Aster parece haber afanado olímpicamente el argumento de aquel clásico ochentoso sobre licantropía. Las distancias están marcadas en el tono arty, con travellings híper simétricos a lo Wes Anderson y sobrecarga de símbolos esotéricos y otrora representaciones del mal que huelen a chamuyo de tartamudo. Eso de cine tiene poco. Tanto Midsommar como Hereditary intentan ser relatos oscuros, perturbadores y sórdidos, como si quisieran emanar una hediondez fatal, tener el tufillo de aquellos relatos de la década del setenta con el auge del cine de terror moderno y las nuevas formas que había adquirido para narrar historias. El olor a colonia Paco deviene fragancia de Chanel n5. Todo muy correctito, muy delicado. Midsommar además se regodea en un sadismo que nada tiene que envidiar a otros vende humos como Gaspar Noé. Ese sadismo, que incluye cabezas destrozadas con mazos (¿Qué cazzo le pasa a Aster con las cabezas cercenadas o que estallan contra algún objeto contundente?), gente prendida fuego y lo que es peor, gestos en primer plano que reivindican el goce por salvajadas innecesarias que están más para el shock del espectador impresionable que para la lectura o la reflexión. Azarosa en todo sentido, abyecta hasta los huesos y peligrosamente confusa; hay momentos tan viles que provocan en el espectador la vergüenza instantánea. Frente a la escena donde un grupo de mujeres hace una ridícula catarsis antes de quemar viva a la pareja de la protagonista (el tipo, por cierto, disfrazado de oso), nos preguntamos si Aster tuvo una infancia difícil o se golpeó la cabeza de chiquito. Ese subrayado alegórico dice: el hombre-bestia debe arder, debe morir. Todo filmado de manera grave, muy seria. En ese momento rogué para que el flaco zafara de la situación y, metido en ese disfraz de oso, agarrase un hacha, y al carajo con la loca protagonista y sus amigos enfermitos. Por desgracia la irresponsabilidad no es el fuerte de esta película. Qué lástima.
El terror está en nosotros Hay en la crítica actual una urgencia y una desesperación por catalogar, etiquetar y aseverar sin matices a directores nuevos, en lo que se ve como una carrera invisible por ser el primero que avistó una filmografía todavía inexistente. Ari Aster es el blanco de una nueva crítica, algunos de ellos discípulos de ciertas voces que, sin ver la película, definen si es buena o mala para una vez estrenada afirmar: “Lo dicho, era mala, se los dije”. Incluso algunos utilizan como argumento algunas entrevistas en las que Aster manifiesta cierta reticencia al cine de terror…. ¿Acaso eso es un material bibliográfico para pensar un texto crítico sobre una película? ¿La obra no puede hablar sobre sí misma? Está claro que la crítica siempre, en la teoría al menos, tiene que ser subjetiva, por eso hay influencias y elementos que definen una posición y ahí se posa otra pregunta válida: ¿Es necesario tener una perspectiva tan determinante sobre una película que acabamos de ver? La crítica significa reflexión, la cual se anula por completo si hay una sentencia de algo que todavía está rebotando en nuestras cabezas. De todos modos, a Aster ya se le había pegado la calcomanía de elevated horror con su ópera prima El legado del diablo, una categoría que no solo denigra al director sino también al género. Si ampliamos el panorama de la crítica, resulta increíble que todavía exista la disquisición entre los sintagmas “cine arte” y “cine popular”. Incluso dentro de esta última categoría de manera errónea se mezclan autores que en su momento se hallaban en las antípodas, y que recién mucho tiempo después fueron revalorados; claro está, por una reflexión que solo permite la variable del tiempo para reposar las lecturas y las ideas. Es así que el grito urgente sobre una película es vacuo. Midsommar tiene muchas influencias del cine de terror clásico, es innegable los puntos de comparación con The Wicker Man (1973) y otras películas de ocultismo que se propagaron durante los 70. Si bien los géneros son esas cajitas que operan en favor de un cierto orden esquemático, el halo de novedad está en la forma; de nuevo el uso de la retórica audiovisual parece ser también un punto de rechazo por parte de la nueva crítica, que recae en comparaciones absurdas. La gran idea que atraviesa Midsommar es la de la retorcida ruptura amorosa de una pareja en la que se devela progresivamente la dinámica siniestra de un culto. La estrategia formal de Aster incluye grandes momentos gráficos de terror precedidos de climas construidos en base a un montaje preciso. Es inentendible que se le cuestione que incluya una decapitación como parte de una marca de autor, recordemos que es la segunda película de este joven director. El cine mainstream actual, además de la crisis que se presenta en primer plano por la distribución restringida de cierta clase de títulos, esboza en la lectura de ciertas películas una falta de paciencia (tanto de los espectadores como de la propia crítica) para la resolución de situaciones, momentos y acontecimientos; todo debe ser ya y como lo esperamos, no hay lugar para el desvío. La irritación, y esto es ya una consecuencia general de estos tiempos, se manifiesta porque lo que un director nos entrega es una narración con ausencia de lugares familiares en los que nos podríamos cobijar. De ninguna manera Midsommar es la película perfecta ni la verdad revelada, es tan solo una película de terror que trabaja sobre el dread, es decir, sobre las situaciones que generan pavor por una idea o concepto, y no en el scare (el efecto de un susto puntual). Un claro ejemplo del dread es El bebé de Rosemary (1968), historia que construía un miedo que se materializaba en el cierre. El camino hacia ese rostro final de Mia Farrow tapándose la boca es lo que angustia, y no la aparición material de un ser, un monstruo o cualquier forma del mal. De vuelta sobre algunas críticas de esta película. Resulta también llamativo el desprecio por el cine moderno (¿Modernoso? ¿De verdad?), más aún las etiquetas de “anticine” o “esto no es cine” y demás definiciones casi imposibles de sostener con argumentos sin caer en una lluvia de adjetivos. Las películas son películas, no son botines de una guerra inexistente como nos quieren hacer creer algunos críticos. La cultura cinéfila de aquellos que se dedican a escribir sobre cine es preocupante, se leen más adjetivos que construcciones e ideas sobre por qué una película gusta o no. Ya ni siquiera se puede esperar de los textos una reflexión crítica que complemente la visión del espectador / lector. Desde una posición ulterior dentro de la disciplina, la autocrítica es hoy más que nunca una práctica que todos los que estamos involucrados en la divulgación del cine debemos implementar. La urgencia por gritar una opinión es una herramienta para las redes sociales, para encuentros informales, pero no para un texto crítico, y es así que nos exige a estudiar, a leer, a tener una responsabilidad con una profesión devaluada (en muchos sentidos). Principalmente porque del otro lado hay alguien que nos lee, se trata de un compromiso tácito. Midsommar es el chivo expiatorio de turno, a la que la esperaban con los cubiertos bien afilados en vez de una pluma sesuda, la única “arma” que un crítico necesita para expresarse.
Verano esotérico Midsommar (2019), el último film del realizador estadounidense Ari Aster, reconocido por su ópera prima El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), señalada como uno de los mejores films de terror del año pasado por aportar aires novedosos al género, se adentra en los herméticos rituales paganos de una comunidad sueca que desarrolla inusuales creencias basadas en culturas y lenguajes antiguos. Un grupo de jóvenes universitarios, estudiantes de antropología en su último año académico, viajan en sus vacaciones de verano a una antigua comunidad del norte de Suecia en la que creció uno de ellos, Pelle (Vilhelm Blomgren), para los festejos del solsticio de verano, una celebración especial de nueve días que se realiza cada noventa años. Aunque viajan como un grupo de amigos, cada uno tiene su agenda personal, cuestión que va minando la convivencia y genera duras rispideces entre ellos. Mientras que Josh (William Jackson Harper) intenta estudiar las costumbres y las tradiciones de la comunidad para su tesis de grado, Mark (Will Poulter) solo piensa en las chicas y Christian (Jack Reynor), que no tiene un plan definido, invita a su novia, Dani (Florence Pugh), que se encuentra en un estado de extrema fragilidad emocional debido a la muerte de su hermana y sus padres durante un ataque psicótico de la primera, a sumarse al viaje por compromiso, sin estar realmente interesado en que ella vaya, ya que en realidad quiere romper la relación pero no sabe cómo. El viaje iniciático de los jóvenes norteamericanos a una comunidad hippie en Europa como antropólogos que se adentran en lo exótico se transforma rápidamente en una pesadilla cuando la aparente armonía con la naturaleza de la comuna se trastoca en liturgia y prácticas macabras paganas típicas de sectas religiosas con tradiciones espeluznantes. Lo idílico se transforma en monstruoso, pero lo más aterrador es la aceptación pasiva de los protagonistas de los terribles sucesos que experimentan, intentando explicar todo en base a las teorías antropológicas que entronizan la diferencia. Lo monstruoso emerge como la asimilación de los protagonistas a la dinámica comunal. El relato narra esta conformidad como sorpresa, indiferencia e incluso tolerancia, y también por supuesto, mucha ingenuidad. Los personajes por momentos parecen adormecidos, sujetos con la mente entumecida, inmovilizados ante la extrañeza y dirigidos directamente al matadero. Todos aquí son víctimas y victimarios, todos tienen un monstruo escondido bajo una máscara con la que enfrentan al mundo, alegoría y temática universal de las fábulas y los relatos populares de los que se alimenta la historia. En lugar de una cura para superar las problemas de la pareja de Dani y Christian o del fortalecimiento de la amistad, las vacaciones en la comunidad pagana sueca agravan todas las crisis e incluso generan nuevos conflictos, que demuestran la unidad de la comuna y el egoísmo patético y elucubrador de todos los protagonistas, que tan solo conviven para pasar el rato sin sentir nada por el prójimo y tratan de sacar ventaja como forma de asimilar y convivir en un mundo bajo la teoría de la competencia total. La película pone de manifiesto la desidia y la falta de empatía y de lazos entre los norteamericanos, cuestión que se contrapone con la relación entre la pareja británica invitada por otro integrante de la secta, y por la unidad férrea de los integrantes de la comarca sueca. El film de Aster remite claramente a El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973), de Robin Hardy, y pone también en contraste la extrañeza de la idiosincrasia actual ante los detalles y las peculiaridades de las culturas antiguas. Las festividades por supuesto son un proceso de metamorfosis de la comunidad que exorciza a los malos espíritus a través de un ritual que involucra prácticas sexuales colectivas y sacrificios humanos al fuego purificador. Ari Aster trastoca el eje visual, da vuelta la imagen y genera zozobra a partir de situaciones incómodas e inesperadas como dispositivos para desestabilizar al espectador y prepararlo para el terror que se avecina. La música de Bobby Krlic bajo su seudónimo The Haxan Cloak irrumpe en las escenas con una inusitada fuerza aterradora para fundirse con la fotografía desestabilizadora y detallista de Pawel Pogorzelski, dos pilares del horror del film. Midsommar construye una narración serena, costumbrista, plagada de detalles y alegorías de una sociedad tradicional con sus ritos y particularidades que sobreviven a las distintas generaciones para crear una entidad paralela, hermética y bien organizada, educada y lista para integrarse, una típica comuna surgida de los experimentos sociales alternativos del Siglo XIX. Al introducir lo brutal la narración genera distintas respuestas en los personajes y la monstruosidad emerge como una forma de comprender el mundo y una actitud ante los demás. La mirada de pavor convive con la mirada antropológica que busca comprender lo distinto, insertarse en la comunidad y ganarse la confianza de los integrantes. Pero la comunidad es un gran experimento y los huéspedes que creen estar estudiando a la comunidad se convierten en las víctimas de su propia curiosidad. Cada uno de los huéspedes ocupa un lugar en el entramado comunitario que tiene que ver con su capacidad de insertarse en la dinámica de la especial festividad que se celebra. La construcción de la psicología de cada uno de los personajes a través de sus motivaciones es fundamental aquí para comprender el quiebre que la comarca realiza en ellos y el derrotero de cada uno en el rito veraniego que celebra la fertilidad. Las excelentes actuaciones son el corolario de una dirección extraordinaria que exige interpretaciones extremas muy logradas. El horror de Midsommar confluye en la construcción de situaciones escalofriantes que dejan una marca, imágenes impasibles traumáticas que recalibran los sentidos a partir de una música incidental y estridente que ejerce una presión insoportable sobre una fotografía cruda. Los rituales paganos son construidos como parte de una ruptura con la cotidianeidad, una celebración para alejar el mal con ritos extremos. Crueldad, actos sexuales procreativos, goce ante la catarsis, sanación retorcida y sabiduría ancestral son las herramientas de Aster para crear una metáfora sobre la necesidad de construir vínculos reales en lugar de regodearse en el egoísmo individualista, eje de las políticas neoliberales que tiene a Estados Unidos como su país más fanático.
Desilusiones amorosas, runas mágicas y sacrificios mortales, en la nueva cinta folk horror de Ari Aster. Los coloridos festivales tradicionales suecos que se llevan a cabo bajo el sol del verano, pueden volverse una verdadera pesadilla bajo la imaginación de Ari Aster; quien no nos dará ni un minuto de respiro en esta cinta que comienza dramática, con una verdadera tragedia, y deviene terrorífica y siniestra. Bien aplica aquí el refrán, de que todo lo que brilla no es oro. Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) conforman una pareja que está transitando una crisis, y ambos lo perciben. Ella sufre graves problemas familiares, y él carga con el peso y la responsabilidad de esta situación. Christian, instado por sus amigos, tiene intenciones de abandonarla, pero quizá por el momento que Dani atraviesa, no lo hace. Hasta que ocurre lo peor, la hermana de Dani se suicida y arrastra a la muerte también a sus padres. La joven desolada se aferra aún más a su novio, y dada las circunstancias este la invita a un viaje a Suecia que tenía planeado con sus amigos. Específicamente Pelle (Vilhelm Blomgren), los invita a conocer la comuna en donde creció y que justamente en el verano festeja una florida ceremonia. Es así que el grupo emprende viaje. Apenas pisan el verde prado, se estimulan con verde hierba, y se sumergen en un mundo extraño… desconocido. Gente muy amable, vestida con prendas típicas, los invitan a compartir sus ritos ancestrales. Pero gradualmente todo se irá enrareciendo, hasta quedar atrapados en una especie de pesadilla surreal… en un lugar en donde en nombre de los dioses se cometerán las peores atrocidades. La narración de Midsommar se apoya en lo emocional, en la inestabilidad y el dolor reflejado en el personaje de Florence Pugh, para generar un ambiente opresivo, paradójicamente iluminado con mucho sol. Podríamos decir que el director subvierte los tópicos del género, aquí las peores cosas no suceden en la oscuridad, para causar terror y sugestión. Estamos ante lo que la jerga llama una folk horror, películas con entornos naturales, poco explorados, con presencia de comportamientos sectarios. Dani es una pieza imprescindible en el relato. Una joven metida en una relación tóxica, ahogada en un dilema existencial, que encuentra cierta liberación o desahogo en un entorno de pesadilla, donde el sol constante agobia y quema. Donde una estética florida, simétrica y aséptica, contrasta con una realidad barbárica y perturbadora. Sin dudas esta fábula ancestral coloca a Aster como uno de los realizadores conceptualmente más interesantes del cine de género contemporáneo.
Una película de terror que va a contrapelo de las producciones del género con la dirección de Ari Asster, el mismo realizador de La herencia del diablo. Su segundo trabajo, Midsommar: El terror no espera a la noche, es una propuesta inusual, perturbadora y extensa que juega con el terror diurno y, una vez más, introduce al espectador en el mundo de las sectas donde el horror humano abarca a todos los personajes. Aster recurre al culto a lo desconocido, como en su primera película, cambia los códigos establecidos del género de terror y moviliza con un estilo particular. Seguramente habrá admiradores y detractores de este realizador que muestra a un grupo de jóvenes norteamericanos que se van de vacaciones a una comunidad rural en Suecia donde se practican ritos ancestrales. En los primeros minutos vemos a Dani -Florence Pugh-, una estudiante de psicología, que entra en un terreno de incertidumbre cuando su hermana no contesta sus llamados para descubrir luego que ésta y sus padres han muerto. Entre la confusión, el miedo y la soledad, Dani se apoya constantemente en Christian Hughes -Jack Reynor-, su novio que comienza a cansarse de esa situación y se muestra distante de ella. Más tarde, Dani se entera que él tiene arreglado un viaje a Suecia con sus amigos Josh -William Jackson Harper-, Mark -Will Poulter- y Pelle -Vilhelm Blomgren- y decide sumarse a la travesía a pesar de contar con la disconformidad del grupo. El mundo de Dani cambiará cuando ingrese con ellos a la comunidad Harga, que parece estar perdida en el tiempo, entre extrañas prácticas rituales -los mayores de 72 años se deben arrojar desde un barranco-, túnicas, brebajes alucinógenos y sacrificios. No todo es color de rosa como se ve al principio y la percepción de la realidad cambia a medida que pasan los minutos. Todo este proceso está plasmado entre escenas multicolores, danzas, rituales de comida y la elección de una Reina que tiene a Dani como epicentro de un campo de refugiados del que no puede escapar. El filme acumula desapariciones pero todo parece transcurrir con una normalidad aparente según las reglas de la comunidad. Todo es narrado a través de situaciones exasperantes con la intención del director de sumergirnos en ese mundo desconocido, reiterativo y atemorizante. El espectador encontrará un viaje pesadillesco, construído de manera onírica y repleto de simbolismos que pueden agotar la paciencia pero que en su conjunto cobran sentido y una dimensión macabra. El amor, el desamor y el desamparo aparecen en contraposición con la Dani convertida en el centro de atención del clan. No se trata de una película genial como tantos afirman pero no se le puede negar su original tratamiento y el impacto que causan algunas escenas.
Ari Aster, director de “Hereditary” (2018), una reciente película de terror que alcanzó el status de “cine de culto”, propone otro relato que también profundiza en el horror proveniente de los cultos y rituales paganos. “Midsommar” es como otro capítulo en su filmografía que vuelve a tratar cuestiones como el dolor, la pérdida y el duelo, pero de manera más sutil y metafórica si se quiere. No obstante, esto no significa que esta cinta sea mejor o peor a la anterior pero sí claramente resulta un viaje diferente en cuanto a la experiencia audiovisual que ofrece en relación a su primer largometraje. La obra cuenta la historia de Dani (Florence Pugh), que tras perder trágicamente a su familia intenta refugiarse en los brazos de su distante novio, Christian (Jack Reynor). Este último, ha pensado en dejarla últimamente pero teniendo en cuenta la experiencia traumática por la que transita, siente lastima y la invita a sumarse a un viaje que tenía pensado realizar con su grupo de amigos. Este grupo de jóvenes norteamericanos tienen pensado viajar al viejo continente, más precisamente a Suecia para acudir al Midsommar, un festival de verano que se celebra cada 90 años en una aldea remota del país escandinavo. Lo que comienza como unas vacaciones de ensueño en un lugar en el que el sol no se pone nunca, poco a poco se convierte en una oscura pesadilla cuando los misteriosos aldeanos los invitan a participar en sus perturbadoras actividades festivas. Una propuesta más que interesante, enigmática y en cierto punto hasta pretenciosa la que nos propone Ari Aster, que incurre en el cine de género explotando un costado más psicológico pero sin dejar de lado el gore y el sadismo característico de este tipo de obras. En propias palabras del realizador, esta es una película sobre “rupturas”, ya que tuvo en cuenta varias relaciones personales a la hora de escribir el guion. El film puede recordarnos a cintas del estilo de “The Wicker Man” (1973) pero lo que destaca al largometraje del realizador neoyorkino es una marcada estética y la atractiva mitología que crea a partir de culturas y lenguajes antiguos así como también ciertas tradiciones provenientes de Suecia y otras naciones escandinavas. Asimismo, el realizador va dejando sutiles marcas o detalles a lo largo de todo el relato donde se puede ir anticipando lo que veremos a continuación. De hecho, la ilustración que se encuentra al inicio de la cinta es como una suerte de anticipación de lo que vamos a ver en toda la historia, donde se marcan datos claves que van sucediendo en los distintos actos que conforman al film. Una película que busca continuamente la incomodidad y la perturbación del espectador al igual que la de sus personajes principales que se encuentran en el seno de una cultura que les es ajena, al menos a la mayoría ya que hay uno de los amigos que es oriundo del lugar, al mismo tiempo en que sus relaciones comienzan a deteriorarse. Un marco más que perfecto para que sean sometidos por los lugareños que tienen motivaciones ocultas. Si bien puede estar un escalón por debajo de “Hereditary” en términos narrativos, el director se las ingenia para mantener su impronta y la atención del espectador a lo largo de las dos horas y media de duración de la cinta (hay un director’s cut de la misma que dura 3 horas y que la productora le dejó lanzar meses después del estreno a Aster). A su vez, las interpretaciones son impresionantes, en especial la de la joven protagonista, Florence Pugh, que demuestra grandes cualidades actorales ya insinuadas en “Lady Macbeth” (2016). Por otro lado, se destaca la fotografía de Pawel Pogorzelski, que nos demuestra tras una sutil y colorida paleta los parajes escandinavos que contrastan con la oscuridad de los hechos relatados y la perturbadora banda sonora de The Haxan Cloak (“Blackhat”, “Triple 9”) que también contribuye a la creación de la atmósfera asfixiante de la pequeña comunidad sueca. “Midsommar” es un film interesante que podrá tanto gustar como no gustar a los espectadores. Una película controversial que representa una experiencia audiovisual inspirada, bien dirigida y con grandes actuaciones. Un triunfo de Aster que si bien está por debajo de su ópera prima continúa siendo una obra seductora.
La película de Ari Aster (“Hereditario”) cuenta la vida de un grupo de jóvenes, centrándose en Dani Ardor (Florence Pugh), una joven estudiante que acaba de vivir un hecho traumático, el suicidio de su hermana bipolar, hecho que también involucra a sus padres. Está de novia con Christian Josh (Willian Jackson Harper) quien la contiene como puede, (poco), ella está muy enamorada, él algo dubitativo con respecto a una novia demandante y con muchos problemas. Los amigos del novio, Mark (Will Poulter), Josh (William Jackson Harper) no se la hacen fácil y él duda en seguir con la relación o no. Cuando surge la propuesta de uno de los chicos del grupo, Pelle (Vilhelm Blomgren) quien los invita a Hälsingland, su pueblo remoto en Suecia, la idea suena atractiva para todos, especialmente para Dani, que quiere suavizar su etapa de duelo y estar cerca de su novio. Cuando llegan, descubren rarezas de todo tipo, pero se les explica que es una celebración, un ritual, y ellos se dejan llevar. Todos vestidos de blanco en una celebración que se realiza cada 90 años realizan rituales que parecen pacíficos hasta que el horror se hace presente. Los aldeanos los reciben con los brazos abiertos prometiendo actividades enriquecedoras. Todo es tan increíble que los deja petrificados, no voy a contar en qué consiste porque arruinaría la sorpresa, pero todo lo que sucede desde su llegada, va creciendo en intensidad hasta que ellos mismos lo empiezan a ver como natural, envolviéndose en una historia de horror de la que no podrán huir. Completamente diferente a “Hereditary” (no esperen lo mismo), “Midsommar” está muy bien filmada, tiene mucha luz, de hecho casi no hay noche, el film tiene brillantez en el vestuario y un contraste interesante entre paz y locura, pero termina dejando muchos interrogantes, sobre todo respecto a Pelle: por qué llevó a sus amigos americanos a presenciar cuerpos adultos en total desnudez y ceremonias incomprensibles y bizarras. Es interesante el contraste y el torbellino de cosas sin sentido en las que van entrando y de las que no pueden escapar, lo que genera momentos de claustrofobia. Tengo que destacar la fotografía, dirección de arte y las actuaciones, pero el guión no me convenció del todo, aunque sea original. Debo advertir que no es una película de terror, es un viaje hacia lo inesperado, cargado de cultura vikinga, mitos y pocas escenas de noche, ya que casi todo transcurre durante el día. ---> https://www.youtube.com/watch?v=xIzTLYuw6HA TITULO ALTERNATIVO: Midsommar: el terror no espera a la noche DIRECCIÓN: Ari Aster. ACTORES: Will Poulter, Florence Pugh, William Jackson Harper. ACTORES SECUNDARIOS: Jack Reynor. GUION: Ari Aster. FOTOGRAFIA: Pawel Pogorzelski. GENERO: Terror , Drama . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 140 Minutos CALIFICACION: No disponible por el momento DISTRIBUIDORA: BF + Paris Films FORMATOS: 2D. ESTRENO: 07 de Noviembre de 2019 ESTRENO EN USA: 09 de Agosto de 2019
Terror bajo la luz del sol. Crítica de “Midsommar” de Ari Aster.In Después de sorprender el año pasado con “Hereditary: El Legado del Diablo”. El director vuelve con una gran propuesta terror distinta y visualmente chocante por la crudeza de sus escenas. Por Bruno Calabrese. Ari Aster vuelve a tocar la misma temática que en su película anterior, el duelo y relaciones interpersonales conflictivas o tóxicas (ahora que está tan de moda esa palabra) Mientras en la primera era entre madre e hijos (con una pérdida incluida), en esta aborda desde otro tipo de relación, de una pareja de novios estudiantes en crisis. La muerte de los padres y la hermana de ella en circunstancias terribles, hace que ambos tengan que unirse para superar la tragedia, sobre todo el dolor de ella por la pérdida. Comenzando con una horrible tragedia sobre un fondo oscuro y nevado, Midsommar envía a un grupo de estadounidenses al mundo bañado por el sol de un pueblo sueco aislado. El grupo está formado por Dani ( Florence Pugh ) y su novio Christian ( Jack Reynor ), junto con William Jackson Harper como el estudioso Mark y Will Poulter como el divertido Josh, que se ríe a carcajadas. La relación de Dani y Christian es tensa, por decir lo menos. De hecho, Christian ha jugado con la idea de deshacerse de Dani, pero aún no lo ha hecho. Su guía para todo este viaje es Pelle (Vilhelm Blomgren), quien es oriundo de la pequeña y remota aldea, y ha traído a sus amigos a casa para celebrar un raro festival de midsommar. Como primera medida, tenemos que entender que estamos en presencia de una película de ruptura, cuya tensa y dolorosa relación entre Dani y Christian ocupa un lugar central desde el principio. Está claro que Christian no ama mucho a Dani, así como está claro que Dani tiene dificultades para ver esto y sigue dependiendo de Christian. A pesar de que en el prólogo no se explican los problemas de su relación, Aster se basa en sugerencias sutiles, junto con las actitudes de su actor, para resaltar cuán dañada y condenada está esta relación. Para eso, Aster retoma premisas de clásicos del terror popular como “The Wicker Man” (la original, no la remake hecha por Nicolas Cage) para su segundo largometraje pero “Midsommar” tiene algo diferente, su sentido del humor. Es divertida, con Poulter robando una gran parte de la parte humorística como el hilarante y despistado Josh. Pero todo ese clima festivo aparente con el que circula la película es sacudido por escenas impactantes y momentos de violencia perturbadora. A medida que se desarrolla la historia, las cosas en el pueblo se vuelven más terribles y mortales. Pero lo llamativo es que, en contraste con el ambiente sombrío de su antecesora Hereditary, el director de fotografía Pawel Pogorzelski lo muestra todo a pleno sol. Una experiencia surrealista maravillosa para el público que está acostumbrado al horror que se sumerge en la oscuridad. Con solo dos películas en rápida sucesión, el director ha demostrado que comprende el género más que la mayoría. Con un estilo inconfundible e historias únicas y revolucionarias que contar, y que, a pesar de recurrir a películas pasadas para contar sus historias de terror, termina creando películas que se destacan por completo y de manera distintiva. “Midsommar” es una película de terror diferente, aterradora e hilarante. Miedo increiblemente soleado y alegre pero novedoso y pertubador, con un director que viene pisando fuerte en el género. Una de las mejores películas de terror del año, que seguramente dividirá las aguas, pero que no pasará desapercibido para nadie. Puntaje: 90/100.
El Lollapalooza del horror Realmente hay que replantearse el laberinto de oscuridad traumático que se esconde en la mente del visionario Ari Aster. En tan solo dos películas nos ha deleitado con universos perturbadores plagados de locura, ritual y satanismo, complejos psicológicos y traumas familiares. En este caso con Midsommar, nos lleva a una travesía inquietante hacia Suecia, para introducirnos en una aldea que aparenta normalidad, pero termina siendo una creepy y rara comunidad que esconde un festín de atrocidades y anomalías… y no podíamos esperar otra cosa de Aster. Midsommar debe ser gozada en el cine, sin lugar a dudas, no tiene desperdicio alguno la construcción audiovisual y el firme desarrollo de la historia, que si bien amaga a tomar diferentes rumbos, siempre mantiene ese estilo escalofriante e intrigante sobre lo que acontecerá en esa particular aldea sueca. Algo inusual, es el transcurso de la acción dramática durante el día, a pleno sol con una luminancia significativa, no hay un presencia de claro oscuros equilibrados, el director de fotografía se arroja más a un blanco predominante, sin embargo esto no afecta las cuotas de horror desopilantes que se van desarrollando sin cesar, en un montaje con un ritmo pasivo sin desmadrarse nunca, dándole una tonalidad teatral y poética al entorno que se presenta en la película. Hay pinceladas que podríamos tomar como referenciales al mejor cine de Kubrick, en escenas de sexo al estilo de Ojos bien cerrados y en secuencias de horror; y hay a una recurrencia a un gore de “carnicería” necesario que contrasta con ese lugar tan bello donde transcurre la acción. El casting es impecable, rescatando principalmente a la protagonista Dani, interpretada por Florence Pugh. La actriz logra representar todos los estados de ánimos referentes a la pérdida, depresión e histeria, una composición que roza la perfección, y aquí el director logra que pese a la locura que conlleva, empaticemos con ella, y nos opongamos a ciertas actitudes machistas e insensibles de parte de su novio y grupo de amigos. La composición de encuadres es prolija y obsesiva por parte del director, simbolismos por doquier y transiciones de primer nivel, con un sello de autor claro al igual que en Hereditary, maneja una narrativa muy pausada, tal vez demasiada pretenciosa para algunos pero reconfortante en cuanto a edición y conexión de imágenes. Más allá de la fuerza clara de autoría de Aster, podríamos decir que Hereditary y Midsommar pertenecen a un subgénero del terror, similar a lo visto en La bruja (The Witch) de Robert Eggers, o Viene de noche (It Comes at Night) de Trey Edward Shults, un terror que no recae en jump scares, sino que busca aterrar con una sólida construcción de la historia, acompañada de atmósferas tenebrosas, recalcando simbolismos, metáforas, conflictos internos, sustos psicológicos y traumas, con un sello distintivo de cada director respecto a la estética y narrativa tratada de todos elementos técnicos que componen una producción cinematográfica. *Review de Gonzalo Schiffer
Voluntades anestesiadas. Un asombroso y lúgubre filme que relata, de una manera muy original, el camino inverso al comienzo del amor de pareja. Algo que suele suceder, sin embargo, sólo un cineasta tan controversial como Ari Aster, comprende y consigue narrar fiel a su estilo, transitando varios tópicos con la profundidad exacta y consiguiendo, en algún momento, confundirnos aunque sin subestimarnos. Una película para disfrutar en pantalla grande y reflexionar con respecto a los meta-mensajes que dan forma a esta película. En Midsommar (2019) el director y guionista Ari Aster (Hereditary, 2018) nos relata la historia de Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor), una pareja que se encuentra en un punto de inflexión cuando la familia de Dani se ve afectada por una tragedia. Triste por el duelo de la joven, Christian no puede dejarla sola y la lleva a un festival de verano, junto a su grupo de amigos invitados por Pelle (Vilhelm Blomgren), que se celebra una vez cada 90 años en un pueblo sueco aislado. Pero lo que comienza como unas vacaciones despreocupadas en un país nórdico que festeja el verano, tomará un giro siniestro e inquietante. Ari Aster nos sorprendió con el horror en Hereditary el pasado año y nos impactó con su corto The Strange Thing About The Johnsons (2011). Esta vez nos asombra con Midsommar, su último trabajo, que profundiza de manera muy original con respecto a la ruptura de una pareja, incluyendo los efectos que supo lograr antes en el espectador y sumando una trama dramática que comunica a varios niveles. El “tercero en discordia”: Pelle representa en realidad a todo factor externo que detecta un momento de flaqueza atravesado por una pareja o un individuo, para así introducirse en la psiquis de la persona: en este caso eligió a una secta, lo que considero un enorme acierto. Un hecho cotidiano en apariencia, sin embargo, nadie advierte sobre cada detalle y momento que afecta a los protagonistas de una separación. Por ese motivo y muchos más, Aster se constituye en un potente observador de la vida, un guionista que conoce a sus personajes íntegramente, la construcción de los mismos, es perfecta. Por otro lado, un director que sabe de lo que está hablando y los mensajes que quiere transmitir, por eso, el sustento dramático y tratándose de una historia de amor, es prodigioso. La estética que lo caracteriza, es admirable, de un realismo sobrenatural y con metamensajes en cada plano. Mandalas naturales y realizados hipnotizantes. Nada librado al azar, todo tiene una razón de ser en esta maravillosa película, y es aprovechado hasta de manera obsesiva; destaco la teatralidad, la música y los metalenguajes de sus bellísimos planos generales, que bien podrían ser cuadros para deleitar y analizar. Los contrastes naturales en general, en especial los colores de las flores, aportan frescura a la atmósfera de horror y la vestimenta es simple, no obstante, importante para la trama. Cada movimiento, cada sonido, cada mirada sugieren, hablan y reemplazan diálogos de manera inteligente, así como los efectos especiales muy bien logrados, lo que conduce a que cada palabra tenga sustento, y en donde el silencio se convierte en un preponderante transmisor. Desde ya, las interpretaciones de cada personaje son muy buenas y los contrastes en su totalidad, son admirables. Los cánticos son alienantes, recurso muy bien utilizado por el realizador en sus otros trabajos, los cuales aquí cobran un protagonismo muy particular. Es un film que estimula todos nuestros sentidos de manera sutil, plasmándose en nuestro inconsciente. Se recomienda ver más de una vez. Nada es casual, cada elemento elegido por Ari Aster, funciona como conductor que el individuo ha elegido de manera intuitiva, hacia dónde desea ir y es atraído por ciertas personas, lugares y situaciones. En este excelente filme, esto es llevado a un extremo tal que el ser es manipulado hasta perder su propia esencia, transitamos juntos el paso a paso y es por eso que conocemos el funcionamiento de estos grupos y comprendemos los motivos que afectan a ciertas personas a mantenerse aferradas. Haciendo un paralelismo con lo cotidiano, existen sectas a nuestro alrededor, no necesariamente recluídas en bosques, sino entre nosotros y en cada pensamiento que no es generado por nosotros mismos, lo cual nos obliga a prestar especial atención para elegir una vida real y no una mentira, en la que nos dicen lo que necesitamos escuchar, nos contienen y nos hacen sentir en familia.
Midsommar: Ni el terror ni la risa esperan la noche. Del director de Hereditary (2018), llega un film de terror, comedia, ¿romance? y gore que te hará replantearte tus próximas vacaciones con amigos. Midsommar (2019) es la segunda película dirigida por Ari Aster tras El Legado del Diablo (Hereditary, 2018). En su nuevo proyecto, Aster narra un viaje de universitarios hacia Suiza donde los involucrados presenciarán un festival pagano aparentemente inofensivo que poco a poco irá tomando tintes cada vez más siniestros. En esta nueva cinta se mezcló lo cómico con lo aterrador, el suspenso con el gore y el melodrama romántico en un largometraje no muy memorable para el futuro pero sí interesante para el presente. De buenas a primeras hay que mencionar los cortometrajes del director como es el caso de BEAU (2011), donde toca una trama de suspenso con un clímax un tanto cómico entre el protagonista y el perpetrador de su casa. Aquí ambos se miran sin moverse y no paran de gritar durante varios segundos luego de que el malhechor perdiera un dedo, esta clase de humor retorcido es un sello particular del director que se repite en Midsommar, dado que la risa surge muchas veces, algunas de manera intencional, otras como reacción a la incomodidad. En el primer caso destaca Mark (Will Poulter), quien aporta la comedia al caldo de terror y gore que terminará siendo este filme al momento de los créditos. El personaje de Poulter tiene múltiples momentos de gracia, desde unos diálogos sobre su asco a las garrapatas que son de lo más hilarantes hasta una metida de pata con cierto lugar sagrado que recordará a alguna comedia irreverente como Family Guy o South Park. Las escenas cómicas redactadas en el guion de Aster y capitaneadas ante la cámara por Will Poulter, son las únicas que dejan ver al miembro más prometedor del elenco, debido a que Poulter ejecuta su papel cómico sin recurrir a la morisqueta o a la sobreactuación. Su desempeño es tan carismático que contrasta con las actitudes tipo saga de Twilight que tienen los demás actores en sus interpretaciones donde abunda una actitud de “soy todo serio porque soy cool, miren mi boca entreabierta mientras bebo mi café de Starbucks”. Siguiendo este hilo del humor provocado intencionalmente por el director, los planos juegan un papel tremendo para lograr este propósito. Algo tan trágico como un suicidio — o más bien eutanasia cultural de acuerdo a los nórdicos de la secta— puede ser motivo de risa cuando se filma en un plano muy abierto a la suficiente distancia de las personas como para hacerlos ver diminutos al igual que los muñecos de pastel. Aquel suicida luce ante los ojos del espectador como un monigote microscópico haciendo de kamikaze, en una escena sin música aterradora ni nada por el estilo que además culmina con las manos de los miembros de la comunidad —secta— moviéndose como la de unos nenes de colegio preescolar que bailan El Puente de Londres se va a Caer. Esta incongruencia de factores causa la risa en múltiples momentos del film que a pesar de todo resulta tedioso de mirar al cabo de una hora. Por otra parte, existen momentos de risa accidental como la escena del coito donde algunas de las “observadoras” no tienen mucho criterio sobre el espacio personal, lo que produce una incomodidad que algunos podrían manifestar con la risa hasta que el director le recuerde a la audiencia que se trata de un filme de terror. Uno de los factores que siempre recuerda el género esencial de esta película es el personaje de Pelle (Vilhelm Blomgren), un sujeto con facha de hippie que luce tan tranquilo que perturba, cuya voz angelical explica los rituales de sacrificios humanos perpetrados por su comunidad de una forma tan dulce que te eriza piel, para ponerlo simple, si Pelle saliera en Los Simpson, sería miembro de «Los Movimentarios». La relación de Pelle con Dani (Florence Pugh), nuestra querida protagonista, es de una tensión sexual pecaminosa puesto que Dani es la novia de Christian (Jack Reynor). Este triángulo amoroso no quedó del todo bien dibujado, sólo se puede inferir “algo” al ver a Pelle portando una corona de helechos y a Dani nombrada “Reina del Trabajo”, en lo que corresponde a un agujero en la trama de esta película cuya premisa inicial se presenta con demasiada importancia para no ser retomada nunca más, salvo por una pesadilla de Dani que tampoco guarda influencia alguna con el resto de la película. Es decir, el incidente que abrió el telón de esta historia sólo sirve como argumento para que Dani viaje a Suiza junto a su novio, algo que bien podía resumirse en “un pelo de co… tira más que una yunta de bueyes”. Si algo hay que aplaudir de Midsommar, es el manejo de la paleta de colores y la iluminación dentro del filme, Henrik Svensson (diseño de producción) y Pawel Pogorzelski (director de fotografía) impregnaron de azul oscuro y dorado las primeras escenas junto con un uso de las sombras que no interfirió con la apreciación de los rostros de los actores. Esta penumbra marca el género de terror desde el inicio y éste se mantiene cuando llegan las escenas en exteriores campestres, donde si bien la luz del sol y los colores claros dominan el encuadre, lo hacen lucir tan bello que, junto con las actuaciones de los extras, nos queda claro que algo malo va a pasar. A esto le sigue el manejo de los planos, Ari Aster demostró tener talento para comunicar algo al principio del filme que es de vital importancia para entender un suceso perturbador. Se valió de un travelling para mostrar ciertas sábanas con ciertos dibujos que quedan grabados en la mente del espectador, quien más adelante los retoma por puro instinto al ver el plano detalle de un objeto muy peculiar, ambas piezas unidas develan un suceso ocurrido fuera de cámara con tanta claridad que el público gritará con repugnancia al deducirlo. Aster se ahorró un par de escenas con esta maniobra y empleó únicamente la parte visual para construir semejante cosa en la cabeza de los miembros de la audiencia, un acierto que en esta ocasión apareció en el amanecer de la carrera de este director. En este orden, su manejo de las elipsis traen unas bastante interesantes, todas poseen el añadido de inspirar a alguien más a imitarlas, por lo que no sería sorpresa que un par de años en el futuro se conviertan en un recurso recurrente en películas, series y/o comerciales. Una cámara que sigue a la protagonista al baño y que tras un giro la muestra en el tocador de un avión, una ventana de la aeronave que tiembla y pasa a ser la de un auto o un giro de 360 grados que acorta un viaje en carretera… en fin, lo más creativo visto en saltos de tiempo desde Birdman. Son de destacar los temas que el director toca en este filme, como la dependencia entre las parejas o la forma de lidiar con las rupturas, si bien Aster estaba en proceso de divorcio al momento de escribir esta película, usó estos tópicos de una forma tan fundamental para la historia que podrían convertirse en materias recurrentes. No es para menos, al inicio mostró una “apertura de telón” al estilo de Wes Anderson y durante el resto del filme exhibió su peculiar sentido del humor, aspectos que podrían convertirse en la firma de un futuro autor cinematográfico. En conclusión, Midsommar (2019) es una obra primigenia de lo que podría ser una carrera brillante, pero no por ello deja de estar atrapada dentro de la categoría de “películas Coca Cola”, te la tomas, la disfrutas y la expulsas para no volver a pensar en el contenido de la lata. Es una buena opción para degustar con amigos o pareja en casa pero no para pagar una entrada de cine en tu único día libre, como diría uno de nuestros amigos de Chernobyl: Not great, not terrible.
La pesadilla de una noche de verano Escrita y dirigida por Ari Aster, el lozano realizador detrás de El legado del diablo (Hereditary, 2018), Midsommar: El terror no espera la noche (Midsommar, 2019) es otra excelente película de terror que se inspira en una visión original para labrar una atmósfera perturbadora. Ni sustos baratos ni violencia gratuita ni la promesa de una larga cadena de secuelas que socaven el impacto de la original. Aún con algunos defectos, Midsommar: El terror no espera la noche es la mejor película de terror del año, así como El legado del diablo lo fue del pasado. Cinco jóvenes universitarios viajan a un remoto pueblo en Suecia a presenciar un festival de solsticio de verano (el “Midsommar” del título). Es una comunidad desafectada de la civilización moderna donde todos visten la misma túnica blanca, llevan una vida ascética y observan rituales estrictos. El festival en cuestión dura nueve días y es el más importante del pueblo. La trama es sencilla, casi decepcionante: es obvio que las cosas en el apacible pueblo no son lo que parecen y que el ritual va a involucrar a los jóvenes invitados de alguna forma horrible. En este sentido no guarda grandes sorpresas. Y sin embargo la película tiene un poder hipnótico. La forma en que se filma y el ritmo que lleva sugieren un mal que ha pervertido el mismo cuerpo de la película. El horror de Midsommar: El terror no espera la noche es el de la subversión del orden natural: simetrías ominosas, contrastes espantosos, composiciones sugestivas, cosas escondidas a plena vista. Quizás lo que vuelve el horror tan efectivo es una cuestión de perspectiva. El mal no es algo que irrumpe e invade las vidas de nuestros protagonistas (el escalofriante prólogo lo deja bien en claro); más bien los intrusos son ellos, sin saberlo, y su desesperación es la del héroe Lovecraftiano que transgrede en un reino pervertido y descubre su verdadero papel en el indiferente orden del cosmos. La película parece dirigida y filmada desde este “otro lado”, según estas otras reglas, canalizando toda la crueldad y la severidad que conllevan. Las pistas abundan. Las escenas se anticipan en forma de dibujos, pinturas, bordados, advertencias. La sensación es que se trata de un mal tan antiguo y poderoso que no necesita esconderse o engañar a nadie para surtir efecto. Simplemente pasa desapercibido y se asimila dentro de la vida cotidiana, lo cual lo vuelve tanto más atemorizante. Los personajes lo ignoran porque no están equipados para interpretar lo que ven o porque carecen de perspectiva para notar lo que debería elevar sospechas. En medio de este calvario comienza a destacar la relación entre Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor), un noviazgo tóxico que se halla en sus últimas ya al comienzo de la historia pero que persiste dada la vulnerabilidad emocional de ella y los ardides manipuladores de él. No es sorpresa que si la película termina tratando sobre algo es sobre el resultado de esta relación, dándole una dimensión personal y trágica a una historia bastante rudimentaria como para ameritar las 2 horas 30 minutos. A pesar de que no se relacionan literalmente, Midsommar: El terror no espera la noche funciona como una suerte de secuela espiritual de El legado del diablo. Ambas son tan prolijas y atmosféricas como descarnadas. Ambas tienen de tema la familia (profana) y el dolor (inconsolable). Si El legado del diablo se construye sobre una serie de shocks funestos que van complejizando la trama, Midsommar: El terror no espera la noche es una ebullición lenta que lo carcome todo. Probablemente la primera es técnicamente mejor gracias a la economía y precisión de su composición, la tensión de sus giros y una actuación sin igual de Toni Collette, pero el poder de Midsommar: El terror no espera la noche es profundo e innegable.
Ari Aster demuestra en su segunda película que su estilo inmersivo de terror llegó para quedarse y diseña una experiencia sensorial que va mucho más allá de lo que se puede ver en pantalla. Ari Aster es uno de los nombres que más revuelo cinéfilo ha causado en los últimos años gracias al trabajo que realizó al dirigir y escribir Hereditary (2017), su ópera prima en la que el enfoque tan particular que le dio a una historia de terror arrasó con la crítica, con la mayor parte del público e incluso con la opinión de sus colegas; Algo muy similar con lo que paso con Jordan Peele y Get Out (2017). Dos años después de aquel primer vistazo que se pudo tener de la cabeza, un poco perturbada, de Aster llega Midsommar para demostrar que no siempre el miedo tiene que ver con la oscuridad, sino que el día puede ser mucho más tenebroso de lo que pensamos. En esta pesadilla diurna, veremos a Dani (Florence Pugh) y a un grupo de amigos de su novio Christian (Jack Reynor) viajar hasta un pueblo recóndito de Suecia para estudiar una festividad que se da cada 90 años en una comunidad bastante alejada de cualquier otro pueblo, al que la tecnología parecería no haber llegado y al que la noche apenas asoma debido a estar en pleno solsticio de verano. Allí empezarán a notar que las costumbres de esta comunidad son un tanto particulares y cuando logren darse cuenta de que las cosas decantan de la peor manera ya les será demasiado tarde para escapar. Ari Aster ha logrado diseñar una obra maestra del terror sensorial y la vara que él mismo había dejado muy arriba luego de Hereditary la ha alzado aún más. Esta película no puede tomarse como una película de terror clásica, lejos está de serlo y de hecho le quedaría chica esa denominación, está obra confirma todo lo que Aster prometía en su largometraje anterior y en algunos de sus cortos en donde no sólo importa que es lo que se ve en pantalla sino todo el contexto y lo que envuelve a los protagonistas y a las situaciones. En esta oportunidad el guion juega con el espectador, al igual que a los protagonistas, y lo desafía a ver hasta cuando aguanta los eventos que de llevan a cabo. Todo esta “tortura” narrativa que por momentos se hace medio pesada, está perfectamente acompañada con una fotografía alucinante en donde cada plano podría ser un cuadro y con una banda sonora que utiliza música instrumental con violines, contrabajos e instrumentos de cuerdas primordialmente que ayudan a generar un ambiente en el que en cualquier momento puede pasar realmente cualquier cosa. Estas últimas dos características son las columnas en donde la obra de Aster se sostiene y una vez que sus bases son bien establecidas, las situaciones que se suceden toman una fuerza que no se ve seguido. Al mismo tiempo, ya con dos largometrajes en el lomo, se pueden vislumbrar algunos fetiches que tiene el director ya que algunas situaciones de la trama parecen extraídas de su cinta anterior y algunas características en puntos determinados se repiten de una manera bastante clara. En cuestiones actorales Florence Pugh (Fighting with My Family, 2019) es la gran sorpresa de la película y brinda una actuación impresionante de la cuál posiblemente se hable durante mucho tiempo. Con un trasfondo de personaje muy duro y un destino aún más duro, cada mirada demuestra desazón, tristeza y enojo incluso cuando en postura ella está de otro modo. Por supuesto que después tiene que desdoblarse para adaptarse al género y la verdad es que pareciera haberse dedicado desde siempre al horror. Otro de los grandes valores que otorga el filme es Jack Reynor quién en un rol más secundario que Pugh, logra su cometido de una manera satisfactoria y convincente. El resto del elenco tiene tres piezas fundamentales pero que solo cumplen la función de acompañar y son William Jackson (The Good Place), Vilhelm Blomgren y Will Poulter (Black Mirror: Bandersnatch), éste último cumple las veces también de comic relief y le otorga las dosis necesarias de relajación para que el relato no termine sofocando al espectador. Midsommar es una de esas películas que van mucho más allá del terror convencional, acá la experiencia jugará un factor fundamental ya que la cinta busca ser mucho más que un buen montaje o scare jumps efectistas. Las sensaciones que cada espectador vaya a tener serán fundamentales para poder concretar una experiencia de horror totalmente inmersiva que hará retorcerse de incomodidad hasta al espectador más valiente. Ojalá Ari Aster ya este diagramando su próxima pesadilla, porque su carrera sólo va en ascenso.
Una de las experiencias cinematográficas del año. Una película que sorprende con su terror "de día". Un grupo de jóvenes se introducen en un universo del que será imposible salir, en un relato que desentraña las miserias más humanas. Ari Aster nuevamente propone un juego imposible de evadir, en una película que trasciende el género con su mirada única sobre vínculos, instituciones y creencias.
El año pasado, Ari Aster sorprendió a todos con su opera prima, El legado del diablo (Hereditary), una película alejada de los lugares comunes, donde el terror estaba anclado en un drama familiar: el desasosiego emocional era el caldo de cultivo para que lo espeluznante tomara la escena. Casi sin pausa, el director empezó a trabajar en Midsommar, en la que el cine de autor vuelve a confluir con el de género y el horror también tiene como punto de partida una tragedia personal. Con referencias casi explícitas al clásico de terror británico El culto siniestro (1973), Aster vuelve al siempre inquietante tema del forastero inmiscuido en el seno de una comunidad cerrada. En este caso, los forasteros: tres estudiantes de una universidad estadounidense, invitados por un amigo en común a pasar unos días de vacaciones en su pueblo de origen, en la campiña sueca, y participar de la festividad especial que tendrá lugar ese verano. A ellos se suma la novia de uno de ellos, Dani (la talentosa Florence Pugh), que está atravesando una etapa de duelo. Aster construye un micromundo visualmente deslumbrante. Los jóvenes parecen haber llegado al paraíso terrenal: en un prado rodeado de bosques y montañas, una mezcla de aldea hippie y menonita, con extrañas cabañas comunitarias, amistosos pobladores vestidos de blanco, flores y hongos alucinógenos por doquier. Demasiado hermoso para ser real. Esa notable puesta en escena, con imágenes difíciles de borrar de la mente y fascinantes referencias a rituales paganos, está manchada por detalles grotescos que le quitan verismo. Pero, sobre todo, no está acompañada por un guion a la altura. En ese lugar donde nunca se pone el sol sucede todo lo que desde un principio imaginamos que va a suceder.
Cuando Ari Aster entregó el corte del director de Midsommar, el mismo duraba 171 minutos. Luego negociar con la distribuidora estadounidense A24, la versión para el estreno quedó en "apenas" 148 minutos y luego se habilitó que el Director's Cut comenzara a circular por festivales. Midsommar se sumó así a una creciente tendencia de películas de terror de larga duración que incluye títulos recientes como la segunda parte de It, de Andy Muschietti (169 minutos) y otro estreno de hoy como Doctor Sueño (151 minutos). Es que ese género que solía hacer (y en algunos casos todavía sigue haciendo) películas de 80 o 90 minutos ha ingresado en una faceta "autoral" con propuestas mucho más ambiciosas y audaces como la que Aster, que venía de filmar hace poco más de un año la consagratoria ópera prima El legado del diablo (Hereditary), es parte fundamental junto a otros exponentes como Jordan Peele ( ¡Huye!, Nosotros), Robert Eggers ( La Bruja, The Lighthouse), David Robert Mitchell ( Te sigue) y varios otros. Mas interesados en lo psicológico que en el impacto del susto efímero, en la construcción de climas antes que en el mero derroche de sangre, se han ganado el favor de la cinefilia más exigente, pero también el repudio de los "puristas" que reniegan de esta vertiente más intelectual y pretenciosa del terror contemporáneo. Midsommar arranca en un tono más bien intimista con las desventuras de Dani ( Florence Pugh), una joven que atraviesa una profunda crisis tras una tragedia familiar. En medio de la angustia y el dolor, la atribulada protagonista terminará acompañando a su novio Christian (Jack Reynor) y a los amigos de éste, Josh (William Jackson Harper) y Mark (Will Poulter), a un viaje a una comuna neo-hippie en un remoto y bucólico paraje campestre de Suecia en la que creció uno de sus compañeros de estudio, Pelle (Vilhelm Blongren), quien oficiará de guía y anfitrión. Lo que en principio parece una simple escapada veraniega en busca de sexo, drogas y distensión (aunque Josh también pretende conseguir allí material para su tesis de antropología) se transformará en algo muy distinto con sacrificios rituales y ceremonias que van de lo lúdico a lo tenebroso. El film encuentra alguna lejana conexión con Apóstol, película original de Netflix dirigida por Gareth Evans, aunque aquí Aster -un cineasta de un virtuosismo formal apabullante aunque también algo caprichoso a la hora de cierto regodeo visual- termina priorizando otros tonos. Más allá de ciertas dosis de humor negro, fanatismo religioso, perversiones sexuales y explosiones gore, lo que al talentoso guionista y director realmente le interesa es construir un universo tan fascinante como macabro, con sus códigos, reglas y estética propia (lo diurno en lugar de lo nocturno, que suele dominar al terror), y del que seremos testigos privilegiados. El infierno de Aster está encantador.
Dani perdió a sus padres y a su hermana de manera trágica. Tiempo después, en medio del duelo, su novio la invita a sumarse a un viaje de estudios. Es que uno de sus colegas regresará a su comunidad en Suecia y decide invitarlos para que conozcan el lugar en el cual creció. Sin otra responsabilidad, vuelan a Estocolmo y de allí manejan cuatro horas hacia el norte hasta llegar al medio de la pradera. Nada indicaría que allí existe civilización alguna. Caminando varios minutos más logran ingresar a una aldea rural donde se vive sin dinero, despojados de elementos materiales o cualquier apego que genere diferencias sociales. Todo parece idílico y perfecto. Pero el festival del mid-summer (solsticio de verano) enseguida muestra su cara más cruel y bizarra al revelar las intenciones de una secta pagana plagada de secretos y torturas.
Terror bizarro y sofisticado a plena luz del día Ari Aster sorprendió a la crítica y al público en 2018 con "Hereditary", su ópera prima, un drama familiar de profundidad psicológica y detalles perturbadores, que fue denominada como una de las grandes películas de género de los últimos tiempos. Su nueva cinta, "Midsommar", comparte algunos de los elementos en común con su primer trabajo. En esta ocasión, el director nos muestra una pieza de terror rural en el solsticio de verano en Suecia, donde nuestros protegonistas asisten al Midsommar, una celebración que se lleva a cabo en una aldea remota cada 90 años. Dentro del grupo de amigos se encuentra la novia de uno de ellos, quien lleva sobre sus espaldas una fuerte tragedia familiar y parece no conectar con su pareja. Lo que al principio creen que serán unas idílicas vacaciones poco a poco comenzarán a inquietarlos en un lugar donde el sol nunca se pone. Es preciso aclarar que Aster no se mueve en los parámetros convencionales del género de terror y una muestra sencilla de ello es la elección de la festividad y la zona, donde siempre es de día. No vemos los típicos jumpscares ni abusos de sangres, e incluso juega con el tiempo del relato para confundir al espectador sobre lo que puede llegar a esperar y cuándo. Tras un arranque poderoso, donde nos pone en contexto para mostrarnos el trasfondo emocional de Dani (Florence Pugh), nos inserta pistas que tendrán sentido con el desarrollo de la trama. A lo largo de la historia nos encontraremos con momentos de hechos macabros y bizarros, humor negro, explotación gore, perversiones sexuales y demás, pero siempre en un marco de belleza y enrarecimiento por partes iguales. El cuidado estético de Aster y los movimientos con su cámara llevan la historia por un sendero cercano a lo onírico. Al principio, la excelente fotografía es oscura, pero se ilumina al llegar "Harga" y a partir de allí lo luminoso y bello van de la mano con lo incómodo y lo siniestro. Las enfermedades mentales, los traumas familiares y las relaciones disfuncionales son algunos de los temas que toca Midsommar, y que tienen cierta conexión con los de "Hereditary", en lo que podemos llamar "el universo de Ari Aster". Por otro lado, podemos mencionar a "El hombre de mimbre" (1973) y "Los niños del maíz" (1984) como claras referencias del director en esta cinta en particular. En definitiva, una película de sofisticación técnica que apunta a los aspectos más psicológicos y más pensados del terror, cuya pretensión y caprichos del cineasta la hacen sumamente recomendable para quienes quieren disfrutar obras diferentes de éste género. Gracias Ari por arriesgar otra vez. Puntaje: 7,5 Por Federico Perez Vecchio
Recuperar el control “Midsommar: El terror no espera la noche” (Midsommar, 2019) es una película de drama y horror dirigida y escrita por Ari Aster, reconocido por su debut cinematográfico “El legado del Diablo” (Hereditary, 2018). Coproducida entre Estados Unidos, Suecia y Hungría, la obra está protagonizada por Florence Pugh (Lady Macbeth, El pasajero). Completan el reparto Jack Reynor, Will Poulter (Las crónicas de Narnia: la travesía del viajero del alba), Vilhelm Blomgren, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Isabelle Grill, Hampus Hallberg, Henrik Norlén, entre otros. Luego de una tragedia familiar, la estudiante de psicología Dani (Florence Pugh) queda devastada. Al verla en ese estado, Christian (Jack Reynor), su pareja desde hace cuatro años, decide invitarla a un viaje que hará junto a sus amigos Mark (Will Poulter), Josh (William Jackson Harper) y Pelle (Vilhelm Blomgren). Este último es el que propone la idea de visitar la comunidad de Harga, ubicada en la provincia de Suecia llamada Hälsingland. Él tiene familiares allí y desea que los demás conozcan cómo se desarrolla la festividad del solsticio de verano en esa comuna ancestral. Aunque Christian estaba seguro de que su novia negaría la propuesta, Dani acepta ir. Así es como los cinco se embarcarán en una travesía perturbadora y psicodélica cada vez más atemorizante, en donde lo que más impacta sucede ante sus ojos, a plena luz del día. Nadie está preparado para la locura que es la nueva producción de Ari Aster. Impactante, violenta y sumamente incómoda de ver, la película se cuece a fuego lento para hacernos parte, en primera persona, de la manera de vivir de un grupo de personas que se rige por unas normas tan estrictas como shockeantes. Árboles ancestrales sagrados, sacrificios extremos, una biblia propia, runas, rituales de baile, ofrendas y alimentos de procedencia dudosa, entre otras cosas, componen una experiencia que, a medida que pasan los minutos, se va volviendo cada vez más y más terrible. Con una excelente edición de sonido y unos movimientos de cámara ingeniosos que recuerdan a su anterior película, el director fue capaz de contar a través del accionar de una secta pagana la liberación de una mujer común y corriente. A pesar de que el filme puede parecer muy pretencioso, una vez que el espectador se da tiempo a sí mismo para analizarlo y digerirlo, el mensaje queda claro. Potente y fuerte, la obra aborda lo insano que puede volverse una relación de pareja donde la atención no es la misma desde los dos lados, la pérdida, el duelo, el dolor de sentirse incomprendido por los demás, el miedo y el alivio que conlleva volver a sentirse parte de una familia y recuperar el control que se creía perdido. En cuanto a las actuaciones, Florence Pugh brilla al encarnar a un personaje con mucha carga emocional. No hay escena en la que su sufrimiento no luzca genuino y, a pesar de que las explicaciones sobre lo que está ocurriendo en el culto son ínfimas y lo que pasó en un principio con los seres queridos de Dani no se profundiza después, los gestos faciales de la actriz logran transmitir todo lo necesario para que sea muy fácil ponernos de su lado. Por otro lado, la fotografía y los planos están pensados hasta el más mínimo detalle, dando la sensación de que, al abarcar tanto campo, algunas cosas las estamos pasando de largo. Hay mucho para observar en un segundo visionado, además de que serviría verla de nuevo para captar qué quiere representar cada dibujo o cuadro que se ve en el filme. En Hälsingland parece que el Sol nunca va a ponerse, por lo que la iluminación juega un rol fundamental; junto con el vestuario (túnicas de una blancura extrema) y las alucinaciones en las que se sumergen los personajes al ingerir té de hongos, la experiencia cinematográfica se vuelve completamente cautivante. Aunque “Midsommar: El terror no espera la noche” puede tornarse excesivamente larga (dura dos horas y media), Ari Aster de a poco logra superarse y consolidarse como un gran exponente del género de horror. Con escenas gráficas que hacen retorcer al espectador en la butaca, la película llega a ser aún más inquietante por lo que queda a imaginación de cada uno. Solo apta para los fanáticos del terror que tienen estómago y no son de impresionarse.
Hablando mal y pronto, Ari Aster me voló la peluca con su terrorífico debut Hereditary. Fue una de las pocas películas cargadas con expectativa desde su estreno en el festival de Sundance que cumplió lo que prometía, una pesadilla que sobrevolaba encima de una familia en pleno dolor por la pérdida de su matriarca. Y bueno, más cosas les pasan que no conviene adelantar, para aquel que no la vio. Una vez llegada a las salas de cine la productora A24 ya estaba más que satisfecha, con lo cual le dio luz verde al siguiente proyecto del joven debutante, que apenas un año después ve tiene su espeluznante estreno bajo el título Midsommar. Quizás esperaba algo más en sintonía con el horror que Toni Collette y compañía alcanzaron con Hereditary, pero me complace decir que su segundo largometraje es una pesadilla diametralmente opuesta que, una vez finalizada, cumple la misma función que su predecesora: perturbar y desconcertar, tanto física como psicológicamente.
Ari Aster no es un director que pase desapercibido, después de dirigir diversos cortometrajes saltó a la fama con El legado del diablo (Hereditary, 2018), una película “de terror” que abrió muchos debates entre los amantes del género y que lo convirtió en un referente a pesar de haber dirigido un solo largometraje. Un año después llega Midsommar, su nueva película, y Aster vuelve a incursionar en el género para reversionarlo y meter su propia impronta. Dani (Florence Pugh) no la tiene fácil, su hermana tiene tendencias suicidas y decide no sólo irse del mundo, sino llevarse a sus padres con ella. Entra en una depresión importante, a la que Christian (Jack Reynor) su anodino novio no puede apoyar y consolar. Él sólo quiere terminar la relación, pero no se anima a dar el paso dadas las circunstancias. La posibilidad de arreglar las cosas aparece de la mano de Pelle (Vilhelm Blomgren) un estudiante de intercambio amigo de él que lo invita con su grupo (conformado por Josh y Mark) a conocer una celebración pagana sueca que se lleva a cabo cada 90 años y que se llama Midsommar. Christian decide unilateralmente invitar a Dani a que los acompañe a ver si eso la hace sentir mejor. Pero nada es lo que parece… La película se vende como “una de terror que ocurre de día”, pero lo cierto es que no es tan raro en el género. Lo nuevo de Aster parece ser una reversión moderna de ese clásico de culto llamado The Wicker Man de 1973, protagonizada por el incombustible Christopher Lee. Sí, hubo una remake protagonizada por Nicolas Cage en 2006 pero todos decidimos olvidarla. ¿Con qué se encuentra nuestro grupo de 5 amigxs? Un lugar paradisíaco, alejado de la tecnología, con gente vestida de blanco y sonrisas sostenidas ad-eternum. ¿Qué hay detrás de eso? Un culto, sangre, asesinatos, gente mayor desnuda, sexo entre parientes y un libro profético que parece más antiguo que la cultura occidental. Midsommar es un recorrido emocional y de sensaciones. Imágenes potentes y a la vez preciosas con un uso de la cámara muy preciso y una fotografía clara, simétrica y profunda. El horror se va apoderando de la historia de a poco, primero a través de la extrañeza, a la otredad a partir de este culto añejo y diferente; luego por usos y costumbres rituales, tan diferentes a los y la protagonista; y finalmente un festival de sangre, drogas, sexo y horror. Existe una versión extendida, un corte del director, que tiene aproximadamente media hora más de material… sólo para quienes tienen paciencia y el estómago de hierro. Midsommar vuelve a crear una grieta, vuelve a hacernos pensar al respecto del género y cómo crear horror… y no es algo para tomar a la ligera.
Con apenas dos películas en dos años Ari Aster ya tiene todo para ser conciderado como la nueva promesa del cine de Terror. Luego de brillar con Hereditary (o como se la conoció aca El legado del diablo) llega a los cines argentinos Midsommar, su nueva película tan controversial que promete incomodar al espectador. Christian (Jack Reynor) y Dani (Florence Pugh), son una joven pareja que están teniendo problemas con su relación. Luego de que Dani sufra una grave tragedia personal, la pareja decide irse de vacaciones a la Suecia rural con su grupo de amigos para visitar un pequeño pueblo en el que se celebra un festival cada 90 años, donde vivió su amigo Pelle cuando era un niño. Sin saberlo, las festividades incluyen rituales paganos violentos e inquietantes, y los lugareños insisten en que se unan. Con Midsommar Ari Aster logra dos cosas poca veces antes vistas. Por un lado traernos una película de terror a plena luz del día, y es que en la suecia donde transcurre nunca se pone el sol, lo cual rompe con todo lo establecido en el género demostrando que para inquietar no hace falta oscruidad ni jump scare, sino una historia realmente atrapante, a pesar de que el final se lo ve venir casi desde la mitad de la película. Por otro lado y muy ligado a esto, la película no abusa de ningun tipo de recurso sobrenatural ni místico (tal como pasaba en Hereditary), sino que es una historia que podría ser bien real y eso es lo que nos hace empatizar con los personajes, ponernos en su lugar e incomodarnos al punto de pasarla mal y sufrir, cumpliendo los objetivos que se plantea el director. Otro recurso que le agrega aún más dramatismo a la trama es la forma de vida de esta secta nordica y sus rituales, todo esto aúmentado con la excelente puesta en escena y una dirección de arte y fotografía tan perfecta y equilibrada que al solo recordarlas al escribir estas lineas causa incomodidad, contrarió a lo que podría pensarse en un primer momento, y es que el la perfección se la suele relacionar con la armonía, pero en este film no causa un efecto totalemnte contrario. Además, hay escenas tan crudas no aptas para cualquier estomago. Lamentablemente Midsommar nos llega muchos meses más tarde que su estreno comercial en Estados Unidos e incluso hace varios meses ya se la puede ver “por ahi”, pero para los amantes amantes del género es una película que vale mucho la pena ver en una sala de cine.
Hoy nos compete hablar de otro de los estrenos de esta semana, Midsommar: El terror no espera la noche, la nueva película de Ari Astier el aclamado director de El Legado del Diablo. Midsommar sigue la historia de Dani, una joven con graves problemas familiares y una relación de pareja en pleno ocaso. Ella sigue a su novio y sus amigos en un viaje a Suecia para presenciar una festividad pagana que poco a poco se va volviendo siniestra. Lamentablemente debemos decir que Midsommar: El terror no espera la noche es una película mediocre, que se queda a mitad de camino y que sin embargo es recomendable de ver. Empecemos con los puntos positivos del film. Sin lugar a dudas, el apartado técnico es lo mejor de Midsommar, Ari Astier es un director que tiene sello propio, y seguramente sea encasillado como creador de cine de autor. La fotografía, el manejo de la cámara, el sonido, es una experiencia maravillosa. Midsommar es una película visualmente hipnotica; los planos, las luces, el manejo de interiores y de exteriores, en fin, toda la puesta en escena es excelente. Este es el punto más fuerte de Midsommar: El terror no espera la noche, y es ante todo el punto por el cual es una película linda de ver, incluso en sus escenas más brutales. El otro punto a favor son las actuaciones, donde Florence Pugh se pone la película al hombro y nos encantó. Ella logra con su interpretación meternos en la piel de Dani, llevándonos a comprenderla y también a sufrir con lo que va aconteciendo. Jack Reynor la acompaña bien y Will Poulter tiene un personaje que dota a la cinta de humor, aunque para hacer honor a la verdad, eso no suma. El resto de los personajes suecos son sencillamente carismáticos. Midsommar: El terror no espera la noche, tiene dos problemas graves: la historia y el tiempo. Y, justamente, estos son dos problemas se retroalimentan. La historia de la película es simple, pero busca complejizarse y eso se nota forzado. Las subtramas de la cinta no aportan nada y si se las saca el film funcionaría mejor, pero parecen que están ahí para estirar la duración. Groso error porque el otro problema es que sus dos horas y media se sienten pesadísimas, si Midsommar hubiera durado noventa minutos probablemente el resultado final hubiera sido muchísimo mejor. Por otro lado, otras cosas no ayudan, intentan venden la cinta como si fuera de terror cuando no lo es, Midsommar: El terror no espera la noche es un drama con algo de horror. No se nota que la intención de la película fuera asustarnos en ningún momento, tal vez impresionarnos con algunas de las escenas sangrientas, pero eso es opacado por la naturalidad con la que lo viven ciertos personajes. Esto rompe con las expectativas del espectador que va en busca del género de terror. Lo otro que molesta es la carga de simbolismos, porque son tantos que distraen. Por eso, tal vez, Ari Astier te quiera obligar a ver la película por segunda vez, pero lamentablemente no dan ganas de hacerlo ya que ni siquiera el final es sorprendente. En fin, Midsommar: El terror no espera la noche, es una película filmada de una manera extraordinaria y sin embargo nos defraudó. No es una cinta de terror y su historia tampoco es original, pero también peca de un exceso de duración. A sabiendas de esto queda en tu criterio verla en el cine o en tu casa, ya que una vez más llegan los estrenos al país con mucho retraso.
Una cautivadora y perturbadoramente antropológica propuesta. Las tradiciones no pocas veces pueden carecer de sentido objetivamente, y sin embargo las reiteramos más por inercia que por convicción. Estas tradiciones no solo pueden ser autóctonas de un país, sino dentro de la propia naturaleza humana. Este contexto de la tradición como algo nocivo es apenas la punta de un abundante ovillo que resulta ser Midsommar. Solsticio de Verano Aunque el gore cuando dice presente lo hace en abundancia y los escalofríos son cuantiosos, Midsommar exige a un espectador igual de atípico. Uno paciente, activo, atento a los detalles. Para quien entre pidiéndole sangre a Ari Aster, el realizador se la dará, pero cual quid pro quo le obligará que a cambio acepte entrar en su juego simbolico y antropológicamente escalofriante, arraigado en lo que muchos llamamos tradición. Se ha dicho bastante que esta es una película sobre la ruptura de una pareja en el contexto de una propuesta de horror ritual, y sin embargo esta crítica se anima a decir que va mucho más allá, siendo tambien una historia sobre la búsqueda de la contención de una familia. Una contención que el novio de la protagonista debería proveer, pero el lazo no es lo que se dice fuerte. No por nada Midsommar empieza con una tétrica escena familiar que, aparte, es la única escena genuinamente nocturna dentro del recorrido del film. La manifestación más clara del slasher tradicional lo encontramos en el personaje de Will Poulter, un ser tan machista, desconsiderado y pedante al que desde la primera escena el espectador no le ve futuro. Midsommar posee momentos de incuestionable gore, aunque es la normalización, celebración y felicidad de los miembros de la colonia ante semejantes rituales (los cuales van de lo simplemente asqueroso a lo más perturbador) lo que da pavor. Es una propuesta que no subestima la inteligencia del espectador. Le permite que sume dos y dos. Por ejemplo, una escena donde Florence Pugh mira horrorizada lo que ocurre por un cerrojo: no necesitamos el contraplano subjetivo de lo que ve, pues Ari Aster ya nos mostró lo que ocurre previamente. En materia técnica, la película tiene una factura visual descomunal. Hablamos de composiciones de cuadro de gran riqueza en cuanto a simetría, y un aprovechamiento extremo del espacio. No solo en los evidentemente amplios exteriores, sino en sus interiores que se sienten más grandes de lo que son, reduciendo a los protagonistas como hormigas que están siendo quemadas sigilosamente por la lupa de la colonia. Esta luminosidad, tan permanente como lo es irónica, también es llevada a la paleta de colores del decorado y el vestuario de los miembros de la colonia, contrastando claramente con los tonos más oscuros de los invitados. Todo es alegría, y sin embargo podemos percibir que algo no anda bien. Una percepción que sentiremos en bizarros ejemplos de orden como el sonido de los cubiertos chocando contra los platos en una suerte de efecto domino.
Como director y guionista Ari Aster irrumpió en el mundo de las películas de terror y posesiones con la impresionante “El legado del diablo”. Aquí, dobla o triplica la apuesta. Muestra el horror, lo innombrable, lo que nos atemoriza hasta el paroxismo, a plena luz del día, con un sol que lacera en un ambiente lleno de flores, ropas claras, en el esplendor de una naturaleza que se transforma en siniestra ante nuestros ojos, en una lenta cocción que le lleva dos horas y media de intensidad y crueldad. El film comienza con los conflictos de una joven pareja. La chica que se inserta en un viaje a Suecia con un novio un tanto reacio, y un grupo de amigos que imaginaba una travesía de hombres solos. La protagonista femenina, con un drama familiar propio, se aferra a esa relación. Todos llegan a ese lugar rural sueco y son recibidos con exageradas muestras de familiaridad a un festejo del solsticio, con costumbres antiguas y ritos. Todo lo que ocurre en esa comunidad prolija, con mesas comunitarias y armonía comienza a espesarse hasta lo insoportable. Cada rito que apunta hacia la pureza, la celebración de la naturaleza y la perpetuidad de la comunidad tiene sus costos terribles. Y el grupo de visita asistirá con creciente desesperación a cada vuelta de tuerca de un argumento construido con precisión y una alta cuota de ferocidad. Para el novio la promesa del deseo de las mujeres lo llevará un extremo insospechado. Para la protagonista, una excelente Florence Pugh, un reinado de flores, una coronación y bailes encantadores que derivan hacia lo innombrable. Aster con sus planos abiertos, sus travellings laterales y una fotografía que resalta la belleza de tal manera que resulta nauseabunda, logra un film difícil de sobrellevar y atractivo al mismo tiempo. Con la seducción del abismo.
"Midsommar": terror a pleno sol El director estadounidense se muestra tan capaz de construir climas de gran tensión como de desbordarse en viñetas de gore desatado sin vacilar. Los espejos son paradójicos, porque así como son capaces de contener la profundidad más honda, al mismo tiempo no pueden evitar el límite de una condición física que los obliga a ser mera superficie. El cine es igual: la profundidad de campo es apenas la ilusión de un haz de luz proyectado sobre una sábana blanca. Lo mismo puede decirse de Midsommar, segundo film del estadounidense Ari Aster. Por un lado da cuenta de una complejidad narrativa infrecuente –sobre todo dentro del cine de terror, tan afecto a lo superficial— y de un virtuosismo estético capaz de cautivar con la delicada composición de un plano o la creatividad invertida en la puesta y los movimientos de cámara. Pero al mismo tiempo se permite el gesto vanidoso de prodigarse en símbolos algo burdos o de acumular trucos cancheros que parecen más dirigidos a ganarse a la tribuna, que a proveer de verdadera sustancia a la historia. Como la ilustración que se muestra al inicio de la película, Midsommar está organizada como un doble recorrido que va de la oscuridad hacia la luz. En el plano estético, la historia comienza en lo más crudo del invierno boreal, de días grises y nieves cegadoras, para desarrollarse y cerrar en el verano escandinavo, de jornadas diáfanas y sol de medianoche. El mismo tránsito se da en términos narrativos. Dani, una estudiante universitaria, se entera en los primeros cinco minutos de que en la otra punta del país su hermana depresiva finalmente consiguió matarse, pero en el mismo acto también asesinó a sus padres. La pérdida de la familia como soporte emocional y su posible reconstrucción son dos de los pilares que vertebran el relato. Lo monstruoso surgiendo de las entrañas de esos mismos núcleos primordiales es otro. Dani está de novia con Christian y en él se apoya para evitar sentirse sola. Pero el vínculo no es ni profundo ni sólido y será la mala noticia la que lo sostenga por la fuerza. Meses después, en pleno duelo y de forma inconsulta, Christian decide viajar a Suecia con un grupo de compañeros que tampoco sienten simpatía por ella. Dani no forma parte del plan y será la culpa la que obligue a Christian a invitarla. Y allá irán todos a Suecia a visitar la aldea de uno de ellos, donde se celebrará un tradicional rito de fecundidad durante el solsticio de verano. Si desde lo dramático la tragedia ilustra el lado sombrío de la vida, ahí comienza un recorrido vital de tránsito hacia la luz. La llegada a esa comunidad de ensueño que parece conectar con lo esencial del acto de vivir se abre como espacio ideal para que Dani cierre el duelo. El rito ancestral para atraer la fertilidad (de la tierra y de los vientres) se afirma como antítesis de la muerte. Ese marco representa para la protagonista la perspectiva de un núcleo familiar que le permita llenar el vacío de la pérdida. Las costumbres del lugar fascinan a los visitantes del mismo modo en que lo exótico comienza de a poco a dar muestras de un carácter funesto. La ambigüedad no tarda en surgir y todo ocurre de forma ominosa, como el gesto de aquel sol que iluminaba el extremo derecho del dibujo inicial. Midsommarpertenece al subgénero de cultos paganos y en ese sentido el nombre del protagonista representa un juego infantil que Aster se permite con la intención de plantar lecturas obvias. Y aunque detalles como ese, o la voluntad de mostrarse virtuoso en el uso de recursos fotográficos y visuales, son los que lastran a la película, de algún modo esa capacidad para permitirse cualquier cosa sin temor al ridículo también la convierte en una experiencia de angustia y placer. Aster no duda y se muestra tan capaz de construir climas de gran tensión, como de desbordarse en viñetas de gore desatado sin vacilar. Y hasta de llevar todo eso al límite del grotesco y aún así mantener al público aferrado a las butacas, hasta convencerlo de que cualquier cosa es posible.
Junto con Jordan Peele (Nosotros), Ari Aster se convirtió en el último tiempo en uno de los realizadores más inflados por cierto sector de la crítica y las redes sociales que parecen haber descubierto el género de horror con las óperas primas de estos artistas. No se discute que sean cineastas talentosos con la capacidad para elaborar películas de alta calidad en los aspectos técnicos, pero sus obras tienden a ser sobrevaluadas a niveles exagerados y parecería que son los grandes profetas del séptimo arte. En el caso de Aster el año pasado llamó la atención con Hereditary, una propuesta decente que manejaba muy bien el horror psicológico con una gran dirección de actores, donde sobresalió especialmente Toni Collette. La actriz merecía por lo menos una nominación al Oscar por la estupenda interpretación que ofreció. La repercusión positiva de esa película enseguida generó una enorme expectativa por el siguiente trabajo del director centrado en la temática de las sectas religiosas. En Midsommar nos encontramos con un Aster subido al caballo del "cineasta de autor visionario" que aborda esta clase de relatos con una puesta en escena magnífica, pero que lamentablemente cuenta con un guión insustancial y pretencioso que resulta decepcionante. No porque sea malo, sino que no hubo un mínimo esfuerzo por desarrollar el argumento desde una perspectiva diferente a todo lo que se hizo en el pasado dentro de esta temática. Su propuesta no deja de ser otra imitación inepta de The Wicker Man, la obra maestra de Robin Hardy, de 1973, que acá se refrita con personajes diferentes. Todos los clichés que se podían imaginar a la hora de calcar este clásico Aster los incluye en su obra a tal punto que el conflicto eventualmente se vuelve demasiado predecible. El director no dejó pasar una y el film se estanca en la referencia constante al trabajo de Hardy, que incluye el culto pagano relacionado con el folclore europeo, la celebración de la Reina de Mayo, los rituales sexuales, sacrificios macabros y hasta el recordado traje de oso de aquella producción. La narración apela a la dilatación tediosa de la trama para tocar con una superficialidad notable temáticas como el proceso de duelo (que Aster abordó mejor en Hereditary), las relaciones de pareja tóxicas, las enfermedades mentales, los dogmas religiosos y la emancipación de la mujer. El inconveniente es que la película no tiene nada interesante para expresar al respecto en ninguna de estas cuestiones y se pierde en la extrema autoindulgencia de su director, quien estuvo más interesado en presumir su virtuosismo para componer escenas que en desarrollar una trama cautivante. Midsommar sigue el decálogo de manual de todos los clones que se hicieron de The Wicker Man en los últimos 40 años y después de los 20 minutos iniciales se puede predecir con facilidad el destino de cada personaje. Un guión que por momentos roza el ridículo con las motivaciones de los protagonistas para quedarse con los miembros del culto e ignorar las señales de peligro que los rodean, además de situaciones extravagantes que generan más carcajadas que miedo. A diferencia de Hereditary (y esta es otra decepción) el suspenso y el terror brilla por su ausencia. Una vez que la película se estanca en describir las actividades de la secta, el relato de Aster se vuelve redundante y el destino final al que llega el conflicto se siente insatisfactorio. Especialmente después de pasar más de horas con estos personajes. Estas debilidades de la producción son atenuadas con la comprometida actuación de Florence Pug, quien brinda una muy buena labor pese a que su personaje apenas tiene un mínimo desarrollo. El otro gran fuerte de la película pasa obviamente por la puesta en escena que está muy bien lograda y no se pude ignorar. El director vuelve a demostrar que tiene una capacidad notable para retratar situaciones de violencia con planos y composiciones de escenas bellísimos. A lo largo de la trama presenta un contraste entre las situaciones terribles que viven los protagonistas y esos paisajes soleados con campos de flores que establecen un escenario interesante. Entre las virtudes de este estreno sobresale el diseño de producción que le otorga una ambientación fascinante al relato, especialmente con la arquitectura macabra de los edificios del culto y las pictografías cargadas de símbolos esotéricos. Esos detalles son muy buenos al igual que los niveles de jerarquía entre los miembros de la secta que presenta ideas interesantes. La fotografía de Pawel Pogorzelski le imprime a esta obra una opulencia visual notable, mientras que la música de Haxan Cloak, centrada en melodías del folclore sueco, contribuye a intensificar esa atmósfera inquietante que tienen los rituales del culto. Lamentablemente la película luego se excede en su duración de un modo innecesario, sobre todo para la premisa que narra (no es necesario tener un máster en psicología para entenderla) y no sale de la reverencia a los clásicos del pasado. Aquellos afortunados que nunca vieron The Wicker Man y sus numerosas copias estrenadas en las últimas décadas tal vez puedan disfrutarla con un mayor entusiasmo.
Con tan solo dos películas, Ari Aster se perfila como uno de los directores más innovadores del Hollywood actual. Va a ser muy interesante verlo explorar otros géneros, porque hasta ahora ha demostrado ser un genio del terror. Hereditary (2018) fue original no solo por su historia y puesta en escena, sino por lo que causaba en los espectadores cuando se encontraban con el film. En Midsommar sucede lo mismo pero por triplicado. Es una película que te noquea fuerte todos los sentidos, es apabullante y con varios niveles de lectura. Te desconcierta, te deja inmóvil y te llena de preguntas. Es por esto mismo que no es de fácil digestión y por lo tanto no es para todo el público. Muchos podrán encontrarla larga y aburrida. Pero si entrás en código es un disfrute cinematográfico asegurado. Gran exponente del terror y del terror psicológico. A medida que va avanzando todo se complejiza, y cuando termina y la rapasás en tu cabeza te caen todas las fichas. Si bien ya se han hecho unas cuentas películas sobre ocultismo y ritos satánicos, y la comparación con obras tales como The Wicker man (1973) es obvia, Midsommar carga con otros elementos. Desde lo formal de mostrar la crisis de una pareja como consecuencia de una tragedia familiar, hasta lo propio del género con decapitación y torturas incluidas. Aster se encarga de desorientar todo el tiempo aún cuando te ofrece cosas obvias. Hace que te preguntes por elementos fuera del plano, y eso es un montón. Desde el lado actoral es excelente, con la genial Florence Pugh a la cabeza. Es increíble lo que trasmite la actriz. Asimismo, es muy difícil hablar de este estreno sin desmenuzar sus escenas, lo cual está claro que no haré. Así que vuelvo a insistir: si quieren ver una película de terror diferente y algo bien inmersivo esto es lo que están buscando. Midsommar rompe las reglas del género y crea las propias. Un nuevo acierto de Ari Aster, a quien debemos seguirle la carrera muy de cerca.
Después de su promisorio debut, “Heredero del Diablo”, con “Midsommar” Ari Aster repite varias de esas fórmulas que le funcionaron en su obra previa, aunque aquí cambia el drama familiar oscuro por unos luminosos espacios abiertos durante un solsticio de verano en Suecia. Dani (Florence Pugh) es una joven que al comienzo de la película sufre el suicidio de sus padres y su hermana, en conjunto. Esto la hace aferrarse aún más a su novio, su pilar, quien siempre se muestra dispuesto a acompañarla y entenderla pero en realidad comienza a sentirse agobiado. Y con su grupo de amigos planean un viaje a Europa con el fin de completar una tesis. A ese viaje termina siendo invitada, por cordialidad más que por deseo, Dani. Y así llegan a un pueblo rural en Suecia, a un festival que celebra un solsticio de verano que llega cada 90 años. Aunque siempre sea de día, siempre esté soleado, todos vistan de blanco, el film está cargado de una tensión que intensifica la banda sonora y una elección de planos muy cuidada y prolija. Desde el primer momento la película nos hace saber que se la va a pasar mal. No es sin embargo lo único que anticipa. El film está cargado de detalles, algunos bastante obvios, que adelantan lo que va a ir pasando después, algo que ya sucedía un poco también con “Heredero del Diablo”. En ese sentido, la tensión es bastante uniforme, no está trabajada de un modo muy gradual. Sí se suman en el medio algunas escenas más fuertes que funcionan más bien como golpe de efecto. Este viaje que está disfrazado de trabajo para un ellos de tesis pero en realidad buscaba ser un escape, una distracción, se termina convirtiendo en algo extraño y con tintes oscuros opuestos a la luz que emana todo el tiempo de esos exteriores. Dani, que viene de sufrir una terrible pérdida en su familia, se sentirá poco cómoda y fuera de lugar, en especial cuando su novio se olvide de su cumpleaños o lo vea coquetear con una de las jóvenes del grupo, hasta que de a poco comienza a insertarse y encontrar su lugar. En esta película de terror que reniega de serlo, el horror no es siempre igual. Aunque algunas escenas sorprenden e impactan por lo terrible, otras resultan un poco bizarras como para generar una sensación similar. Ni siquiera funciona para la incomodidad a la que aspira Aster. Florence Pugh se entrega por completo a su Dani, llegando a una interpretación a la altura de Toni Collette en “Herederos del Diablo”, bastante parecida en cuanto a intensidad y a todo lo que va transitando. Lo de Pugh es un poco más sutil de todos modos. Aunque Ari Aster y su director de fotografía Pawel Pogorzelski nos entregan unos planos muy logrados, de una simetría perfecta, el guion que escribe el propio director no termina de desarrollar a sus personajes y, aunque lo que plantee pretenda estar siempre dentro de un ambiente enrarecido, estos se mueven muchas veces de una manera bastante inverosímil. Aunque “Midsommar” es una película atractiva más en forma que en su contenido consigue generar buenos ambientes siniestros y desarrollar el conflicto interno de una perturbada joven. Para las ambiciones que tenía se queda corta y durante las dos horas y media que dura se la siente reiterativa de a ratos. Aster se erige como un director muy consciente de su estilo.
Hay películas que pueden pasar desapercibidas, que resultan inmunes a tus emociones. Hay estrenos alejados de aquella parafernalia artística que no pueden ser cómplices de tus sensaciones. Pero también existen otras películas que, al contrario de lo hasta acá expuesto, te quedan retumbando en la cabeza como un tambor que resuena sin acabar. Midsommar (2019) parece ser ese instrumento de percusión que no discrimina ni días ni horarios para sonar. Es inevitable: yo sigo pensando en Midsommar. El año pasado la provocación llegó a un lugar escalofriante con Hereditary (2018), la aclamada anterior película de Ari Aster, donde una familia se veía sucumbida tras trastornos satánicos luego de una extraña muerte. Con una Toni Colette descomunal, este film llevó la perturbación a un arriesgado extremo, provocando incomodidad y tensión a quien decidió colocarse en su butaca. Ahora llegó a las salas Midsommar, la nueva obra de Aster, y será inevitable el despertar de miles de lecturas. Siguiendo el tema de sectas y cultos satánicos, Aster nos expone una pesadilla llena de flores, campos y colores brillantes. ¿El terror solo tiene que estar acompañado por oscuridad? Error. Midsommar nos demuestra que pueden existir imágenes perturbadoras a plena luz del día. Florence Pugh (El pasajero) interpreta a una joven que pierde a su familia de una manera extraña y encuentra cobijo en su novio, interpretado por Jack Reynor (Sing Street). Junto a su grupo de amigos se van de viaje a un pueblo sueco donde la belleza y la armonía parece ser moneda corriente y la carta de presentación ideal a un paraíso de descanso. Esa capa, gruesa a simple vista, esconde ritos naturalizados, reacciones que escapan a la lógica y un micro mundo poderoso que te atrapa y que no te deja comprender lo que acontece. Ya sucedida la primera mitad del largometraje, una seguidilla de fotogramas se coloca para decirte que la nueva película de Aster es de esas obras que resultan imposibles serle indiferente. No hay posturas válidas. No hay empatía. No hay condimentos sociales correctos para emocionarse. Sí hay frialdad en toda la obra y ese es el acierto. ¿Cómo se puede ser frío durante dos horas y media? Midsommar es un torbellino de angustiosa crudeza que es probable que te logre abofetear. Sí hay coreografías impecables que dan muestra de la sutil construcción de imágenes. Sí hay ambición extrema: es una obra cuidada hasta el mínimo detalle. Sí hay planos que te van a enloquecer. Sí hay miseria humana culturizada. Sí hay un director que ya se está convirtiendo en «de culto», que quiere ser distinto, que te perturba, no pasa desapercibido y te deja pensando. Yo sigo pensando en Midsommar. POR QUE SI: » Aster nos expone una pesadilla llena de flores, campos y colores brillantes. ¿El terror solo tiene que estar acompañado por oscuridad? Error. Midsommar nos demuestra que pueden existir imágenes perturbadoras a plena luz del día».
Finalmente, y luego de un notable retraso, llega a las salas del país uno de los filmes de terror norteamericanos que más ha generado revuelo este último año. Se trata de la reciente propuesta de Ari Aster, este incipiente director cuya opera prima, la polémica Hereditary (2018), alcanzó para que mucha de la crítica especializada lo catalogara como la nueva promesa del cine del género, al igual que sucedió con su colega Jordan Peele(Get Out; Us). Mientras que Hereditary tomaba como excusa los elementos satánicos para ahondar en el peso de los legados familiares, aquellos de los que no podemos escapar, en Midsommarel director se sirve del perturbador microcosmos de una secta pagana para jugar con las expectativas del espectador y narrar el tormentoso e inevitable final de una relación. La historia sigue a un grupo de cuatro amigos universitarios que deciden viajar de vacaciones al norte de Suecia. Pero lejos de interesarse por visitar las típicas atracciones que ofrece el país escandinavo, el grupo ha decidido internarse dos semanas en una comunidad cerrada que se prepara para festejar lo que ellos han dado en llamar como Midsommar, una celebración del solsticio de verano que transcurre una vez cada 90años. Comandados por Pelle (Vilhelm Blomgren), un joven que ha crecido junto a su familia en aquella comuna pseudohippie, tanto Christian (Jack Reynor) como Josh (William Jackson Harper) creen que aquel sitio puede ser perfecto para confeccionar su tesis antropológica. El vulnerable estado emocional de Dani (Florence Pugh), la novia de Christian que acaba de perder a sus padres en un trágico evento, lleva a que el joven resuelva casi con resignación invitarla a sus vacaciones con ellos. Una vez insertos en la comunidad, los efectos de las diversas sustancias alucinógenas comienzan a hacer mella en la psiquis de Dani y la sucesión de unos extraños y macabros ritos hacen sospechar que allí no todo es tan armonioso como parece. Los idílicos paisajes montañosos, acompañados de una gran puesta en escena y una cuidada fotografía, rivalizan con el horror latente de esta secta donde las propias pinturas y runas antiguas avecinan un desenlace perturbador para todos aquellos que osen violar las reglas. Detrás de las danzas hipnóticas, las flores, las sonrisas intactas y los vestidos blancos que inspiran pureza y homogenizan a este colectivo bajo una única identidad, la persuasión coercitiva que impregna las sectas se hace visible de manera brutal. Porque en este paraíso rural donde el sol nunca se pone también hay oscuridad y no precisamente aquella que proviene de otros mundos posibles, sino del propio ser humano. Aquí el terror existe y se revela a plena luz. Al igual que en su anterior película, Ari Aster deja claro que es un excelente creador de climas. Los típicos jump scares, la utilización de música estridente y otros recursos baratos aquí no tienen cabida, ya que el director suele apoyarse en la simbología a la hora de generar terror y suspenso. Entre los aciertos que presenta esta nueva obra, es imposible no destacar la impecable dirección y el empleo de la cámara: por momentos Aster juega a ser Kubrick y Anderson con aquellos planos simétricos y repletos de vívidos colores, en otros, los planos fijos resultan tan intensos y duraderos que nos transporta al cine de terror de otra época. Una vez acabado el film, puede que uno sienta que el cineasta ha desaprovechado su majestuosa dirección y manejo de la tensión con un guion que definitivamente podría haber sido mucho más sustancial que lo que terminó proyectándose. Más allá de esto, podemos decir que Midsommar es un buen ejercicio cinematográfico, correcto en su ejecución y diseño de producción y sobre todo, una película necesaria ante tanto producto de terror hollywoodense prefabricado. Como siempre, será más disfrutable en la medida en que el espectador no se deje influenciar por el hype de las redes sociales y vaya a verla con las expectativas controladas. Una bocanada de aire fresco nunca viene mal.
Belleza y horror se juntan en “MIDSOMMAR” para retratar una ruptura de pareja. Dani y Christian atraviesan una dura crisis que ha dejado realmente afectada su relación amorosa. Sin embargo, con el fin de darse una oportunidad (y un poco también por la culpa de dejar sola a su novia luego de la reciente muerte de sus padres), Christian invita a Dani a sumarse al viaje que tenía ya programado con sus amigos a una remota aldea en Suecia para disfrutar de un festival de verano que se celebra una vez cada 90 años. Sin embargo, y a pesar de su paradisíaca apariencia, el lugar no es lo que parece. Pronto comenzarán a darse cuenta de que los anfitriones realizan perturbadores rituales paganos que pondrán a prueba la relación de cada uno de los huéspedes y su instinto de supervivencia. Amplios y pintorescos paisajes naturales, una paleta de colores predominantemente clara, casi toda la película ocurre a la luz del día y flores por doquier. ¿Cómo logra convivir todo esto en una película inquietante y aterradora? Si viste WICKER MAN vas a poder hacerte una idea ya que está muy inspirada a partir de ese film con evidentes referencias (entre otros). Ari Aster nos trae su nueva película, pero en esta oportunidad no hay nada paranormal en ella, de hecho, tampoco sería justo catalogarla como una cinta de terror. Tal vez podamos sentir miedo en algún momento, pero no recomiendo que vayas a verla buscando sustos y monstruos que aparecen por sorpresa (premisa repetida en el género). Está hermosamente filmada y editada, pero lo que más fascina es su capacidad de generarnos sensaciones al espectador: inquietud, rechazo, incomodidad, extrañeza. Logra muy bien hacernos sentir foráneos, extranjeros de esta comunidad y menudo nos encontraremos juzgando sus costumbres. “MIDSOMMAR” no tiene nada librado al azar, todo tiene un por qué. Incluso el director nos deja pistas de todo lo que va a suceder y, aunque las encontremos, no arruinan la experiencia sino todo lo contrario. Cabe decir también que no es un film fácil. Tiene un ritmo y una cadencia que permite tomarse su tiempo para macerar el desarrollo de la historia. “MIDSOMMAR” está muy bien trabajada desde su relato cinematográfico, llena de simbolismo y provocadora. Si en el cine no sólo buscás entretenimiento creo que esta puede ser una gran opción en la cartelera para vos. Por Matías Asenjo
Se habló muchísimo de esta película como una revelación en el terror o algo así. Se habló demasiado. Hay un par de turistas que van a Suecia a pasar una idílica vacación y hay un culto atávico y sangriento dando vueltas. Eso da pie a muchas cosas, desde el erotismo hasta la bizarreada un poco sobreactuada y trata, al mismo tiempo, de guiñarle el ojo a la cinefilia. Si bien hay momentos muy buenos, el resultado es bastante menor.
“Midsommar”, de Ari Aster Por Jorge Bernárdez Después de sorprender con Hereditary en 2018, Ari Aster vuelve a las pantallas con una película que escribió y dirigió. Dicen que costó apenas nueve millones de dólares lo que para Hollywood es más o menos como decir que la filmó con casi por nada. Misommar vuelve a poner al realizador en el centro de la escena aunque esta vez las aguas están divididas. En el comienzo Aster nos mete de lleno en la vida de Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor), ambos son pareja desde hace unos años pero no están en su mejor momento y la razón de la situación difícil es en buena parte por la familia de Dani, que tiene una hermana bipolar que exige atención y cuidados. En cinco minutos Aster crea un clima de tensión que detona de la peor manera en forma de drama familiar y si, los que vieron Hereditary ya saben que el director sabe cómo hacer que el espectador sienta el golpe en la platea. El drama parece tener un alivio cuando la pareja decide irse de vacaciones a Suecia con los amigos universitarios de Christian. El plan parece ideal, un viaje que une descanso con algo de tarea académica participando de un ritual ancestral en el que forma parte la familia de uno de los amigos de Christian. Y entonces llegan al lugar donde se encuentran con un paisaje bucólico sacado de una postal. El grupo de visitantes se instala y empieza a notar peculiaridades inquietantes de la aldea, pero nada que sea demasiado disruptivo hasta que el clima de festejos empieza a enrarecerse. La percepción de los visitantes comienza sentir los efectos de la ausencia de la oscuridad, estamos en pleno verano de la zona norte del mundo donde el sol no se va ni aunque sea medianoche. Pero si el hecho de no tener días y noches puede desquiciar a cualquiera, las actividades de la festividad que se celebra cada 90 años son perturbadoras y terminan por hacer mella en el grupo de visitantes que cuando se ve obligado a ser testigo de una escena ritual de exterminio, se quiebra entre los que quieren dejar esa aldea desquiciada y los que dicen que hay que ver un poco más antes de juzgar. Los ancianos les explican la lógica del ritual -que no tiene ninguna lógica- y los envuelven de manera tal que la percepción de la realidad de los jóvenes queda totalmente dislocada y desde ese momento hasta el final lo que se vive es un verdadero festival de horrores bizarros y momentos de gore desenfrenado. El metraje original era de 171 minutos y le llevó arduas negociaciones al director llegar a los 142 minutos que llegaron a las salas, esperemos que el metraje que no se ve en el cine se pueda ver en el DVD o en algún lado. Misommar se inscribe en lo que se conoce como “Terror folk” y si bien es cierto que hay una película que se llama El hombre de mimbre de la cual es obvio que Ari Aster ha tomado inspiración, la fuerza de las imágenes, el clima demencial que logra transmitir y la actuación de Florence Pugh valen cada peso de la entrada. MIDSOMMAR Midsommar. Estados Unidos/Suecia, 2019. Dirección y Guión: Ari Aster. Elenco: Florence Pugh, Jack Reynor, Vilhelm Blomgren, William Jackson Harper, Will Poulter, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Isabelle Grill, Hampus Hallberg, Levente Puczkó-Smith. Producción: Patrik Andersson y Lars Knudsen. Distribuidora: BF + París Films. Duración: 147 minutos.
La fascinación por el horror Por Denise Pieniazek Luego de la impactante ópera prima El Legado del Diablo (Hereditary, 2018), Ari Aster vuelve escribir y dirigir una historia que mantendrá al espectador atrapado de principio a fin titulada Midsommar (2019), que en sueco significa “pleno verano”. Al igual que en su filme anterior lo familiar, espiritual y ritual por fuera de los cánones sociales de normatividad estarán presentes, como así también el género del terror fusionado con el drama y el misterio en esa poética tan peculiar que parece caracterizar al emergente creador norteamericano. Midsommar (2019) inicia con un prólogo que sintetiza los dramas familiares que padece una joven y la protagonista en cuestión Dani (Florence Pugh). Ese inicio presenta una ciudad urbanizada durante el invierno y con una tonalidad estética oscura y azulada. En este segmento del filme la familia es representada no como una institución amorosa o acogedora, sino como una amenaza problemática y asfixiante. Después de la tragedia familiar, la cual Aster no tambalea en mostrar detalladamente, la atmosfera transmitida por la imagen cambiará contrastadamente, al Dani sumarse a las vacaciones de su novio Christian y sus amigos hacia la naturaleza sueca, cuyos colores e iluminación emanarán una tonalidad cálida a diferencia del inicio. A partir de allí, en ese solsticio de verano (*) en una comunidad rural muy peculiar, a la que son introducidos por otro de sus amigos e integrante de la misma, sus vidas cambiarán para siempre. Esta sociedad representada en Midsommar posee un estilo folk europeo circa 1900, que inmediatamente remite visualmente a la obra coreográfica de Vaslav Nijinsky e Igor Stravinski La consagración de la primavera(1913) y a Las bodas (1923) de Bronislava Nijinska y Stravinski. Y salvo por algunas diferencias, conceptualmente podemos vincularla al “Monte Veritá” por sus intenciones de regresar a lo mítico, en contra de la sociedad burguesa. En esas colinas se resaltaba una nueva espiritualidad vinculada a la revitalización de lo corporal, lo instintivo, la irracionalidad de la naturaleza, la libertad sexual, el reencuentro con lo sagrado y ritual. Todo esto es acentuado y llevado al extremo en la comunidad o secta que se representa en Midsommar, en donde son constantes los rituales y sacrificios humanos. Asimismo, en ese escenario que es la naturaleza en sí misma, lo dionisíaco se hará presente con excesos de todo tipo. Como así también desde los bailes grupales que remiten conceptualmente a las “danzas coreúticas” de la llamada “Festkultur” a partir de los ritmos de la naturaleza y la herencia cultural, que implicaban una transformación del individuo tal como sucederá con Dani quien alcanzará un estado de éxtasis. En ambos casos hay una intención de recuperar lo primitivo y ritual. Todo esto es acentuado y llevado al extremo en la comunidad o secta que se representa en Midsommar, en dondeson constantes los rituales y sacrificios humanos, los cuales son anticipados mediante las pinturas en las paredes de la gran cabaña comunitaria. Midsommar es una propuesta que mantiene atrapado al espectador de principio a fin, contemplando lo siniestro. La tensión es constante pero no opresora es decir que al igual que los protagonistas de esta historia estaremos fascinados por el horror. Aster demuestra entonces un excelente manejo de la intriga debido a la paulatina forma en que va dosificando la información logrando tanto misterio como curiosidad constante. Esa fascinación doble por lo desconocido y lo siniestro tanto de los personajes que son ajenos a la secta como de nosotros los espectadores es más que interesante, puesto que lo inicia como algo idílico y pintoresco culminará algo pagano inesperado mediante el terror diurno. Cuando generalmente lo bello es ligado a lo bueno, en este relato lo bello está ligado a lo siniestro, por esa razón los personajes ajenos a la comunidad permanecen allí, por curiosidad, por fascinación, por querer descubrir aquello que aún no se hace presente. Sin embargo, otro aspecto interesante del microcosmos representado en Midsommares que, a diferencia de la familia del inicio del relato, esta comunidad a pesar de su extrañeza, le ofrece a Dani un lugar de contención a diferencia de la actitud de su pareja. Midsommar puede pensarse en relación a otras películas anteriores como por ejemplo, El Hombre de Mimbre (The Wicker Man, 1973) y La Aldea (The Village, 2004). Midsommarrecoge varios elementos presentes en El Hombre de Mimbre: una comunidad secreta y cerrada, una supuesta reina de la primavera joven, lo ritual y ceremonial, el sacrificio, el contraste entre un ajeno que no adhiere a sus normas y los integrantes de la comunidad y también propone un escenario diurno, como así también un misterio que el relato devela casi al final del filme en ambos casos. Con respecto a La Aldea, nuevamente se representa una comunidad ambientada en medio de la naturaleza, alejada del resto de la sociedad, con comidas en mesas alargadas y numerosas. Además, del terror, misterio y secretos permanentes, pero a diferencia de Midsommar y El Hombre de Mimbre,en La Aldea ese terror es principalmente nocturno. En los tres filmes la educación y la tradición, mantienen el terror en todas las edades de estos microcosmos, pues éste es fundamental para la “continuidad de la especie”. En este segundo relato de Ari Aster, la ruptura amorosa y la muerte son enunciadas mediante una teatralidad perturbadora y fascinante a la vez. Incluso hay dos aspectos curiosos para pensar, en primer lugar, si bien la ambientación es rural no se observan animales en todo el film a excepción de un gran oso, y segundo el fuerte contraste entre los “visitantes” y los integrantes de esta “gran familia”. No es casual que aquellos visitantes no “arios” con rasgos y etnias afro y orientales, tengan un choque cultural más fuerte con dicha comunidad. Por último, a nivel estructural Midsommarpresenta un relato cíclico y tan cerrado como este grupo, donde la muerte abre y clausura el relato, pero con distinta simbología. En consecuencia, en Midsommar parece ser que ningún tipo de sociedad está exenta del horror y de la tragedia. (*)No es la primera vez que el solsticio de verano parece ser premonitor de una tragedia que se avecina. Recordemos el texto dramático de La señorita Julia (1889, August Strindberg) también inicia con un solsticio de verano y una fiesta efervescente que contrastan con el final dramático de la pieza.
Después de sorprender con Hereditary/El legado del diablo, el joven Ari Aster había dejado la expectativa alta. Y si en El legado se tomaba su tiempo para retratar la intimidad de una familia en una casa llena de miniaturas, con Midsommar vuelve a hacer cine de horror corriéndose de sus lugares comunes y sustos a reglamento. Más precisamente, en un escenario que expresa la plena luz del día, la veneración del sol, el contacto con la naturaleza. Sobre el blanco que visten los protagonistas, colores vivos, flores y bucolismo folk. ¿Puede camuflarse lo oscuro entre las ropas de lo luminoso, el mal en la imagen simbólica de la pureza y el "buenismo" hippie? La mirada antropológica de Midsommar está justificada por sus grupo central, estudiantes neoyorquinos con ganas de mezclar experiencia con investigación para sus tesis, y vacaciones. El destino, una comunidad sueca que celebra el solsticio de verano. Una seguidilla de ritos y fiestas paganas con los visitantes como invitados y testigos. Hay, además, otro relato, íntimo, psicológico y acaso más escalofriante de lo que vendrá. Porque su protagonista es Dani (la extraordinaria Florence Pugh, que pronto veremos en Mujercitas), una chica que a la que su novio está por dejar cuando recibe el golpe más terrible: una llamada angustiante de su hermana como preámbulo de su muerte junto a la de sus padres. De pronto sola en el mundo, absolutamente desamparada, Dani acepta la invitación a desgano de su novio y sus amigos, que tampoco deseaban su compañía, y viaja con ellos. Lo que espera a esta joven mujer rota, y a su grupo, es una pesadilla innombrable. Y Aster no se anda con chiquitas en el uso del gore, con lo macabro, ni con pisar a fondo con escenas en las que el miedo se mezcla con el asco y lo aborrecible. Con un gran manejo de la puesta en escena, una fotografía capaz de sumergirnos en esa dimensión ominosa de lo diáfano, Midsommar resulta una experiencia tan intensa como perturbadora. Es cierto que no todo, en sus distintos niveles de relato, está a la misma altura ni tiene la misma eficacia. Y que la interpretación de Pugh contrasta con la anodina presencia de sus compañeros, un grupo que nunca logra despertar verdadero interés. Pero hasta en su abierto homenaje al clásico de culto The Wicker Man (1973), con aquel policía creyente que tiene la mala suerte de caer en Summerisle, Midsommar consigue que sus diferentes búsquedas terminen por inquietar. Aunque varias se resuelvan de una manera algo torpe, y la película se alargue demasiado. Eso que pasa cuando la imagen de unas chicas lindas, bailando en ronda, sonrientes y felices, puede provocarte escalofríos.
EN LA BOCA DEL MIEDO Para bien o para mal, según los gustos del espectador el cine autoral y grandilocuente en terror, Ari Aster llego para sentar presencia/polémica y es imposible quedar indiferente ante sus obras desde la sorprendente Hereditary. Los primeros minutos de Midsommar toman aquel ambiente asfixiante y oscuro de su ópera prima con una nueva protagonista femenina -llevada de forma magistral por Florence Pugh- quien se encuentra desolada ante una tal vez evitable tragedia familiar. A la película la completa un reparto de muchachos que incluyen al novio ya poco tolerante a la depresión de su media naranja y más ávido a desconectarse y aprovechar a buscar material en tierras lejanas para su tesis junto a tres compañeros de la Universidad, uno de ellos originario de una comunidad campesina, la que visitarán en cuestión.Y así comienza esta propuesta de escape infernal de demonios propios para buscar sin quererlo otros de mayores proporciones y con un folklore costumbrista demasiado ajeno y tenebroso. Midsommar se luce por oposición con respecto a Hereditary, volcando toda la mayor luz natural diurna posible hasta con planos bellamente quemados en los diferentes cuadros de su desarrollo, recurso arriesgado para el género y utilizado en La masacre de Texas, de Tobe Hooper. El film involucra muy pocos pasajes de noche para indicar que la maldad se oculta tanto en las sombras como a plena luz de día dentro de una secta pagana aparentemente inofensiva, pero con retorcidos ritos ancestrales que a este grupo estadounidense resulta tan descabellado como “atrapante”. Este film puede resultar para varios de un desarrollo narrativo lento en una primera etapa para entregarlo todo un poco a las apuradas en su trayecto final. Sin embargo, no reside allí su error porque el propio Aster pensó esta película de terror psicológico en la extensión de 171 minutos, que fueron reducidos a 141 minutos por la distribuidora A24. Es que Aster se tomó su tiempo para producir meticulosamente un miedo progresivo, para que el espectador pueda empatizar con el estadío que atraviesa el grupo forastero de estar ante una realidad onírica y macabra a la vez. Lo que se dice una verdadera construcción de climas que no todo público habitual del género está acostumbrado a tolerar buscando el susto fácil y producciones cortas dentro del estándar. No señor, acá somos testigos directos del padecimiento de la joven protagonista, quien con dudas internas ante la orfandad familiar y el sentido de su existencia, encuentra en aquella comunidad aldeana un camino de conversión y de respuestas brutales. La puesta en escena es de un grado de perfección altísima pero a veces el guión es poco creíble cuando cierta acción comienza a ocurrir en el círculo de estos estudiantes ajenos a la realidad circundante, con personajes que tenían más herramientas para lograr otros destinos pero quedaron boyando en el éxtasis profesado por la comunidad. No tiene esa efectividad constructiva que sí supo sortear dentro del subgénero de sectas El culto siniestro, cuya estructura narrativas lucía más direccional. Muchos acusarán al film de intelectualmente pretencioso. Sin embargo, es fiel al espíritu de Aster que en esta oportunidad no quiso “americanizar” tanto la historia como en Hereditary. Es que este autor pertenece a la nueva generación perfeccionista o constructora del terror, a la que integra junto a Robert Eggers (La bruja), David Robert Mitchell (Te sigue) y Jordan Peele (¡Huye!) en busca de un contenido ajustado al detalle para generar clima y no ese impacto de screamers estilo 90/2000. Por ello, Midsommar es de esos films que shockean no por sus escuetas y pocas imágenes brutales, sino por las atribuciones que se toma para hacer con libertad holgada lo que se le plazca y genuinamente sintió su autor, como también por ocultar diversos mensajes subliminales, algo ya típico de Aster. Un viaje onírico bordando lo lisérgico que de a poco va gustando con el pasar del tiempo. Un producto que, como Aster, no quiere pasar indiferente y se constituye en una esperanza fuerte para el género.
Junto a Jordan Peele ("¡Huye!", "Nosotros") y Robert Eggers ("La bruja"), Ari Aster es uno de los referentes del cine de terror autoral que se ha visto en el último tiempo. El año pasado estrenó su aclamada ópera prima "El legado del diablo". Ahora regresa con "Midsommar: El terror no espera la noche", una película ambiciosa, audaz y provocativa. Después de una tragedia familiar, Dani (Florence Pugh), quien atraviesa una profunda crisis, busca refugio en lo que queda de su relación con Christian (Jack Reynor). Su pareja -que no entra en la categoría de novio ideal- no sabe muy bien cómo abordar la situación y a último minuto, casi por obligación, la invita a participar de unas vacaciones en Suecia con sus amigos de la universidad, quienes no tienen ningún interés en compartir sus aventuras con ella. Una vez en Suecia, los jóvenes se dirigen hacia HŒrga, una comunidad rural a la que pertenece uno del grupo. Allí, entre los integrantes de la aldea que se visten de blanco con coronas de flores y practican un culto pagano, los estadounidenses se unen a la celebración del solsticio de verano. EJERCICIO ETNOGRAFICO Perteneciente al subgénero folk horror, "Midsommar" plantea una suerte de ejercicio de etnografía: se adentra en los rituales y las prácticas de un pueblo, como sucede en el filme "The Wicker Man", de Robin Hardy. También, desde la puesta en escena, sobre todo con la imagen de apertura del largometraje y las ilustraciones que usa la comunidad para recrear sus historias, la película se apoya en la tradición del cuento. "Midsommar", además, guarda algunos puntos de contacto con su antecesora, "El legado del diablo". Si en la ópera prima de Aster la ruptura de una familia es uno de los temas principales, acá es la de una pareja. Ese proceso está atravesado en ambos filmes por los ritos de iniciación y la exteriorización del dolor de sus protagonistas. Con "Midsommar", Ari Aster redobla la apuesta. En su segunda película, el director de "El legado..." busca -y encuentra- la oscuridad dentro de lo luminoso. A través de bucólicas imágenes con tonos pasteles, el cineasta se desliga de algunas reglas del género para contar en un ambiente idílico, una historia perturbadora que genera en todo momento incomodidad.
Midsommar es una de las películas de terror más esperadas de 2019. Una nueva historia de Ari Aster, uno de los directores de Terror más aclamados de los últimos tiempos.
Ari Aster ha creado una nueva grieta entre los cinéfilos. Su ópera prima, “Hereditary”, estrenada hace apenas un año, ya había sembrado una especie de polémica que no fue ajena a los propios amantes del género. Aster presenta una fuerte carga dramática e intelectual que muchas veces puede hacer que el espectador se sienta estafado. Es interesante lo que hace este realizador neoyorquino, perteneciente a una nueva generación de cineastas que ya están pisando fuerte en la industria, generando nuevas cosas que escapan a las vías más convencionales del género. Jordan Peele, Ari Aster y Robert Eggers son indudablemente una tríada bastante gloriosa en la que podemos tener grandes expectativas de aquí a futuro. Este 2019 luego de tantas demoras regresa con su segunda (y muy esperada) película: “Midsommar”, que nació directamente para sembrar un nuevo debate en el ambiente del cine: El film se centra en Dani, una joven que ha perdido trágicamente a sus padres y hermana. Chirs, su novio, le propondrá unirse a unas vacaciones en Suecia con su grupo de amigos. El objetivo, además de despejarse, es que uno de ellos pueda preparar su tesis centrada en un festival de verano que se celebra cada 90 años en la aldea donde se hospedaran. Los rituales terroríficos empiezan a desarrollarse, y enseguida Dani sospecha de que hay algo más oscuro detrás de todo eso.”Midsommar” es un viaje extenso, agotador y exigente, que retoma algunas ideas ya trabajadas por Ari Aster en su excelente ópera prima “Hereditary”. Nuevamente el dolor y la tragedia dan paso al terror. Aunque en este caso, se ajusta un poco más a lo que sería la fábula adulta. Una genial Florence Pugh transita este viaje reparador para superar la pérdida de su familia, y la inminente conclusión de una relación tan tóxica como frágil. Pugh representa la esencia perfecta de lo infantil, inocente y a la vez totalmente maduro. La tragedia la hizo crecer. El primer plano nos anticipa de principio a fin lo que sucederá en la película. Se abre el telón, y nos sumergimos de entrada con planos que chocan mundos radicalmente opuestos que funcionarán como binomios del film. Por un lado, el bosque nevado (la fábula, el lugar reparador, la tranquilidad, donde los lazos humanos importan). Del otro, el bullicio de la ciudad dominada por el aparato tecnológico y la absoluta desconexión humana. A partir de ahí, se puede diferenciar la estructura en dos grandes bloques. Los primeros 40′ abarcan el drama personal. Se trata de un bloque oscuro, solemne y desgarrador. Lo confronta una segunda mitad que parece otra película, con distintas búsquedas. La primera parte es sencillamente extraordinaria. Una vez llegados a Suecia, Aster se desata y el film se transforma en uno extremadamente colorido, diurno, alucinógeno y hasta por momentos graciosos. Ahí explorará el día a día de esta secta, con sus rituales y métodos peculiares. “Midsommar” da paso a situaciones gratuitas que bordean entre lo ridiculo, desconcertante y perturbador. Se empieza a deslizar una especie de comedia negra que se burla de sus propios mecanismos, y ese parece el verdadero resumen: un cóctel indescifrable y muy fascinante a la vez. A pesar de la presencia de la secta, Aster ofrece una mirada curiosamente optimista. Este lugar es construido como algo idílico, un espacio donde la protagonista puede llegar a encontrar una nueva familia que la respete y cuide. ¿Por qué negarlo? Es caprichosa en muchas decisiones, y Aster se regodea dentro de un cine más pretencioso. Pero es un realizador con sobrado talento (más como director que como guionista). No es una película redonda. Le falta una vuelta de tuerca al guión, algo que rompa con lo esperable. Se acomoda en una rutina y nunca acaba de despegar del todo. Los 150 minutos que dura, se sienten, y son un capricho más dentro de los tantos que tiene la cinta. Con un metraje menor y sin esa repetición en algunas acciones demasiado ensanchadas, hubiese funcionado de forma más eficaz, no hay dudas. Ari Aster ha vuelto a crear algo que es mínimamente interesante, por momentos irritante, genial y finalmente agotador. Una propuesta mucho más radical que “Hereditary“, y también mayormente detestable para sus detractores. “Midsommar” es la unión de piezas heterogéneas entre sí, totalmente atravesadas y fusionadas por el drama. Un muy buen segundo largometraje, imposible de encasillar, pero que augura en Aster la figura de alguien que tiene mucho para decir.
Se estrena Midsommar, el segundo largometraje de Ari Aster (El legado del diablo). Una fábula de suspenso que sucede dentro de una comunidad sueca con extraños ritos y costumbres para la civilización occidental. Una obra pretenciosa y decepcionante. Una nueva ola de cineastas del género de terror está surgiendo y vale la pena prestarle atención. Robert Eggers, Jordan Peele y Ari Aster conforman, entre otros, una especie de élite de directores que están llamando la atención en el circuito de premiaciones y, también, entre un público más selecto que no busca las típicas propuestas efectistas de terror que se estrenan casi todas las semanas Lo nuevo de Aster, que había dividido aguas con su ópera prima, El legado del diablo, pretende seguir los pasos de su antecesora en más de un sentido. En primer lugar, con respecto a la duración y el ritmo. Aster decide alejarse de los cánones convencionales en la duración de cada plano. Se arriesga a componer planos prolijos, fijos, más largos de los que se acostumbra en un film de horror industrial. Pone a prueba la paciencia del espectador. Tampoco busca efectos forzados o impacto a través de la música o cortes de montaje abruptos. En ese sentido, El legado del diablo y Midsommar dialogan perfectamente. También se profundiza un poco la obsesión del realizador en lo que respecta a sectas, ritos, sacrificios y en la deconstrucción de la seguridad familiar y la búsqueda de una familia comunitaria. Es indudable la influencia del terror gótico británico de los 60 y 70, así como del Stanley Kubrick de Barry Lyndon y El resplandor. Pero ahí terminan las comparaciones entre una obra y otra. Lo que en El legado del diablo se establecía como un coherente tejido de golpes que culminaban en un clímax impredecible (pero nunca forzado), en Midsommar, todo se convierte en una excusa pretenciosa y extensa para criticar la incomunicación, hipocresía, rencores y misoginia de la pareja protagónica. Dani (la ascendente Florence Pugh) acaba de sufrir una tragedia familiar. Su novio Christian (Jack Reynor) la invita a sumarse a un viaje a una comunidad tradicional sueca, junto a su grupo de amigos. Pero la cultura y ritos de esta comunidad, (que por dos semanas se aleja completamente de la tecnología y costumbres occidentales), se va poniendo cada vez más siniestra: drogas alucinógenas, suicidios, danzas enfermizas. A medida de que Christian y sus amigos se sienten cada vez más incómodos, Dani va encontrando una familia sustituta que la valora y adora (en el sentido más literal). Se podría decir que Aster tiene un humor muy negro, y plantea un esquema revanchista en medio de una historia de horror tradicional, pero para eso se toma casi dos horas y media. La película es derivativa y exasperante en su nivel de detalle, algo que parece buscado para mantener la tensión, incrementar la incomodidad y el suspenso. También es interesante cómo le otorga a cada personaje secundario un microconflicto que va agrandándose, provocando que se desencadenen otros conflictos. Sin embargo, todo termina siendo bastante superficial. Ninguna de las tantas puertas que abre se terminan de desarrollar y se desaprovecha, por ejemplo, la interpretación del brillante Will Poulter. Nuevamente, hay una pretensión por parte de Aster de dejar ciertas situaciones en fuera de campo, estimulando la imaginación del público. No entrega las cosas en bandeja. Tampoco explicita lo obvio. Todo esto, positivo. Y aún así algo falta. El mayor problema de Midsommar son las expectativas que va creando: el meticuloso trabajo de puesta, edición y postproducción, el sólido elenco, la incómoda banda sonora, la notable fotografía, todo en pos de una resolución banal y facilista, que no termina tomando los riesgos de una premisa inicial inspirada en la destrucción, o crítica, a la civilización contemporánea desde la perspectiva sectaria de una comunidad fanática. Se toma demasiado tiempo Aster para narrar un conflicto que, si bien se profundiza, queda demasiado claro, desde la primera escena, hacia donde va a desencadenar. A diferencia de El legado del diablo, el director apuesta menos por la sorpresa. La tensión, los climas y el misterio se mantienen, pero nunca se genera el quiebre formal final. Por lo tanto, el universo extraño, enrarecido que se construye a lo largo de esas dos horas y media, derivan en un planteo convencional, subestimando, e insultando la inteligencia de los personajes y, por extensión, la del espectador. A pesar del destacado trabajo de composición artística, de visión indudablemente autoral, Midsommar es una obra pretenciosa, que se cree más ingeniosa, intelectual y profunda narrativamente de lo que termina siendo. Las buenas actuaciones no ayudan a elevar el tedio que se produce, luego de redundar en simbología y metáfora new age, en un relato que merece mayor consistencia, compresión (le sobra media hora) y un mejor desenlace.
IMÁGENES PAGANAS El terror sofisticado de Midsommar Ari Aster sigue consolidando su lugar dentro del nuevo cine de terror con una historia tan atrayente como perturbadora. Con “El Legado del Diablo” (Hereditary, 2018), Ari Aster entró de cabeza en el panteón de los ‘nuevos realizadores del terror’ -codo a codo con Jordan Peele (“¡Huye!”) y Robert Eggers (“La Bruja”), entre otros- gracias a su destreza visual, su estilo estilístico y la combinación de los mejores elementos del género y los de un drama familiar más que perturbador. Con “Midsommar: El Terror no Espera la Noche” (Midsommar, 2019), el joven realizador neoyorquino pretende redoblar la apuesta y aunque su cuidado relato se puede ‘encasillar’ dentro del horror folclórico, la narración responde mucho más a la de un thriller de misterio con mucho subtexto antropológico. Queda bien en claro que a Aster no le interesa asustar, sino explorar la naturaleza humana a través de temas y situaciones bastante cotidianos con los que cualquiera se puede relacionar. Si en “Hereditary” se trataba del duelo, en esta segunda película el director y guionista se mete con las relaciones amorosas de una joven parejita y cómo ese amor/confianza se empieza a ‘debilitar’. Claro que nada es tan simple y Aster convierte lo metafórico en literal, incomodando al espectador (y a sus protagonistas) en el camino. Dani Ardor (la imparable Florence Pugh) es una estudiante de psicología que divide su tiempo entre una relación tambaleante con Chrsitian (Jack Reynor) -graduado en antropología- y las preocupaciones por el estado emocional de su hermana Terry, joven con trastorno bipolar. La familia es uno de los tópicos que más resuena durante las discusiones de la pareja, pero todo cambia tras una tragedia que pone la vida de Dani en un parate casi total. Para distanciarse de los problemas, y de su novia contrariada, Christian planea unas vacaciones veraniegas con un grupo de amigotes, tan insensibles como él: la idea es aceptar la invitación de su amigo Pelle (Vilhelm Blomgren) para visitar Hårga, una comuna ancestral en Hälsingland (Suecia) que celebra el solsticio de verano con un festival que sólo se lleva a cabo cada 90 años. Ni Mark (Will Poulter) ni Josh (William Jackson Harper) se van a perder esta oportunidad de conocer chicas, tomar cerveza y plantear su tesis, en el caso de este último, mientras aprenden de las milenarias (y paganas) costumbres suecas. Claro que los planes cambian cuando Dani se entera del viaje y acepta la torpe invitación de Chris para unirse a la travesía a pesar del dolor con el que todavía carga. Ahí donde fueres... Hårga es idílica y paradisíaca, un espectáculo pintoresco para estos forasteros no iniciados, hasta que el mentado festival da comienzo y los ritos más extraños (y violentos) salen a escena. No todos dentro del grupo de amigos y otros invitados de Pelle ven estas costumbres con buenos ojos y las tensiones se empiezan a acumular entre los extranjeros y los habitantes de la comunidad que sólo siguen sus tradiciones. A partir de este punto la trama va in crescendo hasta alcanzar su climax. Aster propone un viaje casi alucinógeno, una experiencia (que atraviesa al espectador) plagada de simbolismos, analogías, colores y formas, emparentadas con las conductas más primigenias del ser humano y esa rica mitología escandinava de la que tomó nota el cristianismo. El resultado, posiblemente, no sea para todos, mucho menos para aquellos que se impresionan fácilmente, pero el realizador se la juega, se corre de todos los convencionalismos del género -en un principio, la coproducción sueca giraba en torno a un slasher mucho más clásico, idea que descartó- y apela a los sentidos de la audiencia, incomodándolo escena tras escena. Un lugar no apto para parejas No tanto por su iconografía y sus imágenes más explícitas (bueno, también por esto), sino por el lugar donde Ari nos obliga a pararnos. Somos como el tercero en discordia en medio de una discusión de pareja, justo cuando estos se empiezan a revolear los platos. Así decide exorcizar su propio rompimiento amoroso y el resultado es cine puro. Sí, sabemos que la película lleva varios meses dando vueltas en las mantitas y que el estreno local se demoró demasiado, pero “Midsommar” es de esas historias que ganan gracias a la experiencia cinematográfica de la sala oscura. La inquietante banda sonora de The Haxan Cloak, la fotografía de Pawel Pogorzelski (el mismo de “Hereditary”), y por sobre todo la actuación de Pugh son los pilares dramáticos de este relato cuya lectura conclusiva, tal vez, no cae tan bien. No vamos a entrar en terreno de spoilers, pero ahí es cuando el realizador deja escapar su lado más pretencioso (¿en el buen o mal sentido?) y posiblemente más masculino, repitiendo algunos estereotipos que la industria (y la sociedad, en general) están tratando de reparar. Queda claro que a Aster le gusta jugar con algunos de estos tropos y resignificarlos (el grupo de amigos es prueba de ello), pero no queda bien parado cuando se trata de la protagonista y su estocada final. Con “Midsommar” Aster refuerza su toque de autor y destreza detrás de las cámaras, pero acá se pierde más en las formas y los simbolismos, desatendiendo la narrativa.
Dani (Florence Pugh) y Christian (Jack Reynor) atraviesan una dura crisis de pareja que ha dejado realmente afectada su relación. Ella convive con un terrible trauma producto de la muerte de su familia. Los amigos de él creen que la relación ya ha llegado a su fin. Sin embargo, ambos deciden darse una oportunidad, y qué mejor para ello que disfrutar de un retiro vacacional en una idílica isla sueca donde viven los familiares de uno de sus amigos. Viajan todos, la pareja y los amigos, a un festival de verano que se celebra una vez cada 90 años en una remota aldea de Suecia. No solo es por tomarse vacaciones, sino por el interés antropológico que este grupo de estudiantes ve en las costumbres de la aldea. Christian y uno de sus amigos, Josh, están preparando su tesis y les atrae lo raro y arcaico que ese el lugar. Pero luego de la fascinación y la experimentación con drogas, el grupo descubre que la aldea encierra sus secretos. Los rituales paganos del lugar perturban inicialmente a todos, pero aun así no huyen despavoridos del lugar frente a la primera situación de extrema violencia. Uno de los mayores atractivos de esta película de terror es como maneja con ironía el relativismo cultural. Lo que en cualquier circunstancia serían crímenes inaceptables que deberían ser inmediatamente denunciados, acá son vistos por estos jóvenes progresistas estudiantes de antropología como una cultura diferente. La ironía es que sí, la cultura es diferente, pero es criminal, cruel y monstruosa. Los jóvenes civilizados lo descubrirán cuando sea demasiado tarde. También en la película hay un análisis de cómo funcionan los cultos y las sectas. Dani, vulnerada por su tragedia familiar y en crisis con su pareja, deja demasiados flancos libres para que las ideas demenciales de la aldea operen sobre su mente y la hagan sentirse, aun en el horror, más a gusto que en la civilización. Interesante como película de terror diurna, las únicas limitaciones que podrían criticársele a Midsommer tienen que ver con un excesivo esteticismo y una crueldad por momentos innecesaria. Sí queda claro que quien vea la versión completa estará tentado a cerrar los ojos en más de una ocasión. Como dato final para quienes se interesen por esta clase de títulos, un par de películas vienen a la cabeza del espectador al ver Midsommer: The Wicker Man (1973) de Robin Hardy y Seconds (1966) de John Frankenheimer. Una trilogía para no dormir tranquilo, ni siquiera de día.
Cambio de hábito Y contra todo pronóstico, finalmente “Midsommar” llegó a las salas porteñas. La última propuesta del aclamado director Ari Aster supo generar cierta expectativa como la nueva sensación del circuito indie durante su paso por diferentes festivales de cine independiente; pero finalmente fueron los espectadores quienes se sintieron algo desilusionados cuando descubrieron que “Midsommar” está lejos de repetir la misma fórmula que “El legado del diablo”, la anterior película de Aster. “Midsommar” se centra alrededor de un culto que habita en una comuna de Suecia y donde rápidamente comenzamos a sospechar que se puede tratar de una secta donde se realizan cultos paganos. En medio de todo esto acompañamos a cinco amigos que viajan hasta dicha comarca para presenciar una ceremonia que se festeja cada 90 años. Para quienes estén más familiarizados con este tipo de películas, en la misma línea que “El hombre de mimbre”, seguramente reconocerán varios de los mecanismos que sostienen el desarrollo de los personajes y la historia, aunque Aster le agrega condimentos visuales y narrativos que hacen más atractiva esta revalorización de una temática que involucra rituales y sacrificios. “Midsommar” no es una película para todos los paladares, pero no deja de ser un trabajo que no pasa desapercibido, a manos de uno de los realizadores más interesantes de los últimos años.
Cuando el terror invoca lo pagano El film ofrece un viaje alucinado, que se disfraza de festividad y rituales extraños, tendientes a revelar lo que anida y está podrido. La secuencia inicial de Midsommar deja las piezas dispuestas sobre el tablero. Lo hace de manera puntillosa, como lo significa la transición entre las escenas. En primera instancia, del exterior al interior, a través de planos fríos, níveos, de la naturaleza invernal al calor del hogar. La ciudad semeja -sin serlo- una maqueta, y de este modo el director Ari Aster guiña hacia su film anterior, notable: El legado del diablo (Hereditary). Una vez en la intimidad de Dani (Florence Pugh), sus llamados telefónicos vierten hacia problemas con la hermana, sus padres, y su pareja. Los diálogos abren el espacio visual. Así como alertan sobre el devenir inmediato y el posterior. En cuanto a lo próximo, será cuestión de seguir el recorrido visual que dirigen los travellings hacia lo macabro, como situación final que sutura los diálogos oídos y sesgados, con un rojo infierno como corolario de un hogar nada risueño. Lo que habrá de suceder después ha sido -apenas- sugerido. Para eso, habrá que atravesar una ventana. El film de Aster se disfraza de códigos adolescentes, aquellos que suelen revestir a propuestas similares dentro del cine de terror. La ventana marca el desenlace de la secuencia y el "comienzo" de la película (los títulos así lo señalan). Cuando el travelling se deje subsumir en ella, lo hará como encuadre réplica, así como Hitchcock en La ventana indiscreta. La ventana, entonces, como imagen duplicada, como reiteración precedida de otras instancias. En lo anecdótico, vale referir que la hermana de Dani es bipolar. En lo formal, mejor aún detenerse en la construcción simétrica de los planos. Uno de ellos es formidable: la sitúa a Dani en una frontera intermedia, borrosa, entre dos franjas verticales que no dejan adivinar el espacio visual. Luego, su desplazamiento y la variación focal permiten dar cuenta de que se trata de un espejo (otra vez la dualidad), y dan nitidez al fármaco que ella elige. El medicamento está en uno de los extremos del cuadro: todo contenido allí, dentro del mismo plano. Alterado el equilibrio (¿mental?) de Dani, podría peligrar la simetría general. Ésta es la razón de lo que sigue. Así, Midsommar inicia con una falta. Una ausencia. Una vez sufrida, de lo que se trata es de recuperarla, de suplirla. Hábilmente, el film de Aster se disfraza de códigos adolescentes, aquellos que suelen revestir a propuestas similares dentro del cine de terror. De este modo, el novio de Dani, Christian (Jack Reynor), está a punto de viajar a Suecia con sus amigos y compañeros de estudio. Se trata de una festividad legendaria, en una comuna de vida alejada. Desde luego, las promesas de efusión sexual rondan los sueños del grupo. Pero Dani, la espina, irá con ellos. Un paraíso de techos en sospechoso declive. El verde de la naturaleza contrasta en el blanco de los atuendos. Así las cosas, podría decirse que Midsommar apela a recursos ya vistos pero nada desdeñables: alejados del entorno familiar, situados en suelo y costumbres extrañas, el grupo habrá de vérselas con los otros, o también consigo mismos. La comuna sueca les recibe con drogas y sonrisas, mucho sol y nada de tecnología. Un paraíso de techos en sospechoso declive. El verde de la naturaleza contrasta en el blanco de los atuendos. Hay silencios compartidos que descifrar. Inscripciones rúnicas y relatos en paredes y telares. Un equilibrio simétrico entre hombres/mujeres, naturaleza/civilización. Y un templo triangular prohibido. De modo irónico, Christian y amigos son estudiantes de Antropología. Uno de ellos, al menos, tiene previsto que este viaje sea su doctorado. Pero también, como un detalle que cobrará un vuelco cada vez mayor, es Christian quien contiene en su nombre una clara filiación cultural y religiosa. Él, el hombre de nombre suficiente, tendrá que ver cómo lo que le ronda comienza a delimitarle, a circundarle, a embriagarle. Una fuerza que crece y es imparable, de sintonía eminentemente femenina, revelará paulatinamente un goce siniestro. En medio de todo ello, hay que recordar que está Dani. Y tener presente que si hay algo que ella requiere es resolver lo que le ha sucedido. Mejor dicho: lo que le sucede. Sus dudas sobre si Christian es o no el hombre indicado se cruzan con alucinaciones y los fantasmas de sus seres queridos. Si el film se atiene al fármaco del inicio (esa droga legal), habrá que tener en cuenta el devenir, porque el extrañamiento es pronunciado y lo que parece una película de comunidad secreta y diabólica podría ser también algo más. Así como Christian, Dani es atraída por tradiciones que no sospechaba propias. Ritos, encantamientos, bailes, que su cuerpo y mente aceptan no sin resistencia. La plenitud está cerca. LEER MÁS Bahía Blanca | Página12 Para llegar allí, Midsommar se sitúa en un umbral, y lo hace en virtud de una fiesta sueca real, con la cual se recibe el verano en ese país. La fusión entre verismo y alteración, entre la imbricación legendaria y su sublimación, aparece de forma alucinada. Pero es en Dani donde la película hace pie, en quien se sitúa y enrarece. Así como en El legado del diablo, en Midsommar hay un concepto social y familiar que es puesto en jaque, agrietado y reventado. En todo caso, la comuna perversa no es otra cosa más que la imagen que el film le devuelve al conglomerado de casitas inicial, adocenadas. El verano sueco vendría a ser el sol hermoso que descubre la podredumbre. Así, Dani es quien está en cortocircuito, pronta a estallar. Sus maneras amables y lágrimas incontenibles, amenazan con algo mayor. Midsommar es la plasmación de una tragedia social que se esconde de sí misma, convencida de la validez de sus costumbres, tendiente a descifrar lo que le resulta extraño como anómalo, endogámica como es y, desde ya, perversa. La festividad sueca es su réplica espejada, la situación simétrica con la que el film erige tempranamente su puesta en escena. Asp
Esta ambiciosa pero problemática segunda película del director de “Hereditary” se centra en un grupo de jóvenes norteamericanos que viven rarísimas y peligrosas experiencias en su paso por una comuna sueca de extrañas costumbres ancestrales. La expectativa que había despertado esta película a partir de la sorprendente HEREDITARY (aquí conocida con el genérico título de EL LEGADO DEL DIABLO) era muy alta, acaso demasiado. Un poco como sucede con el cine de Robert Eggers (LA BRUJA), las películas de Aster no se acomodan del todo dentro de los parámetros y las convenciones del cine de terror. Da la impresión viendo MIDSOMMAR –y también THE LIGHTHOUSE, de Eggers– que ambos directores intentaron usar el prestigio conseguido con sus primeras películas para salirse un poco de esas restrictivas normas. Curiosamente, le fue mejor al que más se arriesgó de los dos. Me refiero a Eggers, que hizo una película fuera de norma, directamente inclasificable. Aster, en tanto, da la impresión de haberse quedado a mitad de camino y entregar un film que, más allá de algunos momentos y secuencias, no termina nunca de cerrar. Es como una serie de ideas en busca de un centro. Insistir con las convenciones del género de terror al hablar de estos cineastas no tiene sentido. Lo que lleva a pensar que el cine de Aster se maneja por esos carriles tiene que ver, tengo la impresión, con su interés por las sectas, las ceremonias y rituales paganos, los sacrificios y cierta iconografía que el cine de horror parece haberse apropiado. Pero MIDSOMMAR es más bien un drama que transcurre en medio de una curiosa secta sueca con algunas costumbres, digamos, repulsivas (“es cultural”, como dice uno de los protagonistas) y esperar otra cosa de ella es buscar lo que no van a encontrar. Sí, la película puede generar reacciones de asco y repulsión, de miedo y espanto, pero a lo que apunta es a otra cosa. O eso parece porque no queda muy en claro qué es lo que busca. MIDSOMMAR tiene un comienzo fabuloso que bien podría ser un cortometraje separado y que se extiende hasta los títulos, que aparecen recién a los 12 minutos de empezado el relato. No sólo tiene otro tono y otra estética (urbana, oscura, desgarradora) sino que luego no tiene mucha conexión con el resto de la historia. Es una suerte de prólogo en el que se cuenta la tragedia familiar que le toca atravesar a Dani (Florence Pugh) y que la lleva a estar con un enorme grado de fragilidad psíquica y a intentar apoyarse mucho en su novio, Christian (Jack Reynor), que no parece demasiado dispuesto, más allá de lo formal, a ser el hombro en el que sostenerse emocionalmente. Christian está más enganchado con el viaje que, con sus compañeros de la universidad, está por hacer a Suecia, acompañando a Pelle a las festividades veraniegas de su pueblo natal allí. El cuarteto lo completan Mark –más interesado en conocer chicas que en otra cosa– y Josh, que estudia antropología y quiere hacer su tesis sobre ese tipo de rituales y costumbres. Pero un poco por culpa tras la tragedia que vivió (primera extraña decisión del guion), Christian invita a Dani a ser parte del viaje, pese a que ninguno de sus amigos parece convencido de que sea una buena idea. Al llegar allí, y pese a lo bucólico del lugar, la aparente calidez de la gente y el carácter de amable comuna hippie de los blanquísimos suecos que profesan esta suerte de ancestral religión llamada Hårga, se nota que fue una mala idea. No solo traer a Dani –cuya fragilidad emocional se verá fuertemente impactada tanto por los sucesos de los que es testigo como por la creciente distancia emocional con su pareja– sino que ninguno de los otros estaba realmente preparado para las costumbres, digamos, brutales de los locales. Salvo Pelle, claro… Promediando la película los inocentes norteamericanos (y una pareja de ingleses que llega en similar plan con el hermano de Pelle) empiezan a notar que los blondos tienen unos hábitos no solo curiosos sino, para ellos (y nosotros), directamente espeluznantes, como el célebre “Attestupan”. Tienen rígidos ciclos de vida de cuatro etapas de 18 años que, haciendo números, llevan a que a los 72 hay que concluir con el asunto. Y ser testigos de esa ceremonia es, para estos turistas culturales, el principio del fin. Pero eso no es nada comparado a algunos otros hábitos que tienen los Hårga. Especialmente en lo que respecta a la reproducción de la especie. MIDSOMMAR intenta ser una película acerca de la superación de una tragedia, de la recuperación emocional y, si se quiere, del empoderamiento de Dani. Y si el film mantiene alguna unidad que le permite sostener la atención del espectador a lo largo de sus tambaleantes 140 minutos es gracias a la actuación de Pugh, que hace milagros para dotar de complejidad a un mundo y a una serie de personajes delineados de manera demasiado básica. De hecho, salvo ella, el resto de los protagonistas podrían tranquilamente salir de la más convencional película de horror posible, ya que son definidos con un par de trazos gruesos. Uno podría hasta entenderlo en los secundarios como Mark y Josh –y hasta Pelle–, pero el propio Christian es tan evidentemente inútil que cuesta entender –aún con la necesidad de contención emocional que tiene Dani– que la chica lo tolere tanto tiempo. La segunda mitad de la película acumulará, una tras otra, situaciones extrañas, bizarras y performáticas que, si bien pueden generar cierta tensión interna (Aster, sin dudas, tiene mucho talento para cuestiones de puesta en escena y para producir momentos de alto impacto audiovisual) no generan demasiado efecto acumulativo. Hay algo que se pierde por culpa de la lógica interna del guion y del comportamiento incomprensible de muchos personajes, que en un momento uno toma demasiada distancia de los hechos y los observa, ya no con la tensión que seguramente el director busca, sino como una suerte de curioso freak show para adultos perversos. Ante la duda, el guion recurre a que los personajes consuman drogas alucinógenas que los llevan a vivir las ya de por sí extrañas situaciones de una manera directamente surrealista (en un punto todo el viaje a Suecia casi podría funcionar mejor como una pesadilla de Dani post-tragedia familiar) o bien a escenas de escabrosa violencia y extraña sexualidad que están varias veces a punto de generar risas involuntarias. En especial las que tienen como protagonista a Reynor, un actor que no solo es muy parecido a Seth Rogen sino que hasta tiene algunos gestos muy similares. Cada vez que Reynor mira con cara de sorpresa alguna cosa rara que sucede frente a sus ojos (o de la que le toca ser parte), uno no puede evitar pensar que estamos ante alguna parodia de una película de folk-horror de los ’70, tipo THE WICKER MAN. Aster quiso combinar un drama, si se quiere, bergmaniano, con un film de suspenso acerca de un extraño culto milenario. Es cierto, se puede decir que HEREDITARY también era eso, incluyendo la inicial y sorpresiva tragedia. Pero lo que allí funcionaba mejor era la conexión dramática entre esas dos partes. En MIDSOMMAR, que de todos modos es un film de una ambición valiosa en estos tiempos de tanto cine de fórmula, esa potencia está desparramada y tiende a desaparecer, perdida entre las extrañas set pieces que Aster propone, o en los trajes blancos, los arreglos florales, las “pinturas bizarras” y los rostros deformados de este bad trip que es esta irregular y fallida película de horror diurno. P.D. Circula online el corte del director de MIDSOMMAR, que dura unos 20 minutos más que la original y que se estrenó en Estados Unidos un mes después. Curiosamente, pese a ser más larga, funciona un poco mejor ya que los saltos entre las escenas son menos caprichosos, los personajes están un poco mejor desarrollados y sus actitudes un tanto más comprensibles. No alcanza a transformarla en otra película (de hecho, la escena más larga que fue cortada es otra bizarreada sin sentido), pero la vuelve más coherente.
Los largometrajes de Ari Aster han generado juicios controvertibles en muchos espacios de dialogo sobre cine. Nadie pone en duda sus destrezas con respecto a su puesta de cámaras, pero no se puede decir lo mismo de su puesta en escena; la progresión narrativa de planos y el modo en el que cuenta sus historias, las mismas que son sometidas a la duda constantemente. El ejemplo absoluto es Hereditary, su debut cinematográfico en dirección. Difícilmente se cuestiona el preciosismo en la composición de imágenes y su forma de elaborar situaciones dramáticas en momentos cotidianos inesperados, al desglosar los estadios actorales de ciertos personajes en particular. Ahora, con los aspectos descriptivos, el “de qué trata la película”, se entra al territorio más polémico de la obra, justamente porque se reserva la explicitación de la trama para sus últimos minutos.
Es un poco inevitable que este segundo filme de Ari Aster tenga una relación comparativa con Hereditary, su ópera prima. Pero salvo por cierta problemática que el director reitera en ambas a la hora de la construcción de su forma argumental y su evolución narrativa, hay varias diferencias que podríamos repensar focalizando la mirada en este nuevo proyecto que avanza en la edificación de la carrera de este joven y caprichoso director. El relato parte de la vida de Dani, una joven abrumada por los conflictos de su familia disfuncional que vive aferrada al vinculo con su novio Christian, un lazo afectivo sostenido por dependencia y al mismo tiempo por su propia decadencia, una decadencia que atraviesa toda la extensión del filme y es casi su leit motiv. A partir de la trágica muerte de toda la familia de Dani se precipita el disparador de relato, su novio – estudiante de antropología – y su grupo de amigos universitarios preparan un viaje a un paraje campestre en Suecia, donde una comunidad los espera para la fiesta del solsticio. Y en ese viaje entre investigativo y lisérgico se va a insertar Dani, con toda la carga de su inestabilidad emocional y su potencial dramático para generar más conflicto que el ya reinante en el lugar de destino. Este viaje a un pueblo nórdico que festeja rituales paganos cada 90 años, no es solamente una excusa para desplazar a estos adolescentes a un lugar exótico donde consumen alucinógenos de la campiña sueca. Este páramo siniestro con un andamiaje visual seudo naif, es la pesadilla perfecta (al menos así lo imaginará Ari Aster) para hundirlos en un nuevo infierno (diferente al de Hereditary) pero igualmente lleno de sectas satánicas, sacrificios humanos, rituales perversos y un desfile de neurosis macabras varias. Hay un tópico que elige el director para plantear su universo de progresivo extrañamiento sensorial y sicológico, el terror a plena luz del día, “la pesadilla bajo el sol de medianoche” . El sol, funciona como perturbadora luz continua como estado de un malestar inevitable. Un personaje pregunta que hora es, tiempo después de haber llegado al lugar, cuando el grupo está echado en el pasto floral y envueltos por la luz plena del día, “Son las nueve de la noche” contesta Christian y la convicción de que eso es infernal se nos instala al instante. La idea de un relato, que se presenta como un oscuro cuento de hadas sostenida por la estética del terror diurno es sugestiva e inquietante. Nada va a ocultarlo la sombra, ni la noche, los secretos serán a pleno día y el descanso estará acechado por la luz y su extraño malestar. Eso propone este recurso aunque finalmente no esté tan explorado como promete. El relato, en términos argumentales, avanza hacia donde parecía proponerse, los jóvenes que llegan a la gran joda de los “9 dias locos” en una fantasiosa vida en comuna, se encuentran frente a la inevitable revelación: están enclavados en el nicho de una secta siniestra que viste de blanco, se adorna con flores y exhibe sus rostros pálidos como si fueran demonios pero disfrazados de ángeles. Es importante el juego para crear esta idea de ángeles-demonios trabajado a partir de la la paleta cromática de la película que es el abanico de una cuidada gama de blancos, colores pasteles y la claridad del sol que los envuelve en su andar. Pero en contrapunto a esa panorámica de un grupo níveos campesinos se llevan a cabo los más perversos rituales, entre las flores y el sol, un festival de la muerte. Bastante gore por momentos. Aster es un joven de amplia capacidad para hurgar sobre las posibles maneras de filmar, y aunque se redogea en exceso de su capacidad expresiva en lo que refiere a la construcción visual, puede lograr en muchos pasajes una libertad formal bastante personal. Parece “alguien con una cámara” que va por ahí buscando, desbordándose un poco, fallando bastante, a veces previsible, a veces audaz. En su juego de aciertos y desaciertos, se lo ve tentando por la forma, buscando dominarla o dejarse llevar por ella. Encuentra a veces la alquimia ideal cuando el sonido y la imagen se relacionan con cierta tensión estética y esa búsqueda es sin duda lo más disfrutable de sus filmes. En cambio sus certezas narrativas, argumentales o visuales, son su lado débil. Ahí, cuando deja de buscar, pierde todo tipo de riesgo. Si hay un punto en común con Herditary es que en la estructura del guion ambos van decayendo narrativamente. Los principios de ambos filmes son mejores que sus progresiones, en el primer caso por caótica y en Midsommar por previsible, ambas se aplanan. Un punto a favor en su ópera prima era la presencia de Toni Colette, que con su locura expresiva y su fuerza actoral le daba carácter y atractivo a las escenas más difíciles. No puedo decir lo mismo de Florence Pugh, Dani la protagonista, una actriz de moda que no resiste los primeros planos sin mostrar sus mohines. Aster está en construcción. Tal vez su andar es fallido aún, pero quien dice que los filmes imperfectos no merezcan la pena ser disfrutados con toda su belleza y sus falencias. Por Victoria Leven @LevenVictoria
por Rami Pizá "A través de la ventana" El film estadounidense relata un viaje al exterior soñado. Gore y suspenso, la “familia” y las costumbres, recorrido al interior y experimentación. “Midsommar” (2019), es un largometraje estadounidense escrito y dirigido por Ari Aster; se realizó a través de una coproducción entre Estados Unidos, Suecia y Hungría. Dani (Florence Pugh) sufre una gran tragedia familiar y el único sostén que tiene es su pareja Christian (Jack Reynor). Mientras ella necesita despejar su mente y olvidar sus penas, él necesita una tesis para terminar su carrera universitaria. Su amigo de intercambio Pelle (Vilhelm Blomgren) le propone a la pareja y sus amigos viajar a su tierra natal (Halsingland, Suecia). La ocasión es ideal, porque en esa fecha se realiza el Midsommar. Pastillas, hongos y hierbas aparecen en el medio, un viaje inicia dentro de otro viaje. El conflicto está en cómo interactúa cada personaje con los rituales del festival pagano milenario. La estética del film está lograda. En primer lugar, reafirma la inmensidad de la naturaleza con simetría, planos generales y distorsión de las imágenes. En segundo lugar, emplea muchos recursos escénicos y técnicos: espejos, ventanas, planos secuencia, track y travelling-in. Y en último lugar, diferencia las locaciones mediante la iluminación y los colores de las imágenes. La historia no es interesante. El horroroso viaje al campo se trabajó muchas veces en cine; un ejemplo es “Straw dogs” (1971) de Sam Peckinpah. Los diálogos y los roles parecen salir de una comedia de horror como “Fright night” (2011) de Craig Gillespie. Los intérpretes de “Midsommar” son muy buenos, saben desarrollar las tensiones y las respuestas al estilo de una escena teatral; las locaciones y los vestuarios son preciosos. La banda sonora incomoda mucho con los silencios y los fade-out, mientras la dirección artística y el maquillaje son excelentes. En síntesis, este film independiente muestra lo horroroso desde dos lugares distintos, tierras nórdicas y tierras estadounidenses. Su contra es trabajar con maneras ya usadas por otras películas del género. Calificación: 6 Titulo original: Midsommar Género: Drama, Terror País de Producción: Estados Unidos Dirección: Ari Aster Films / Parts and Labor Producción: B-Reel Año de producción: 2019 Duración: 145 min Intérpretes: Florence Pugh, Jack Reynor, Will Poulter, William Jackson Harper, Ellora Torchia, Archie Madekwe, Vilhelm Blomgren.
El arte de horrorizar El director y escritor Ari Aster (''Hereditary'') está jodidamente enfermo de la cabeza... y lo amamos por eso! Ya con su primer largometraje mostró que iba muy en serio, y con este nuevo trabajo confirma que tiene oficio y ofrece una nueva manera de hacer terror, más psicológico, más inteligente y visceral. Esta nueva película llamada ''Midsommar'' nos muestra la experiencia de un grupo de jóvenes que decide realizar un viaje a Suecia para participar de una festividad ancestral que se realiza sólo cada 90 años durante el solsticio de verano. A la dinámica del film la describiría como una mezcla entre la impronta de Aster, un poco de Kubrick y otro poco de Jordan Peele. Si me preguntan a mí, una linda mezcla sin dudas. El fuerte de la propuesta está en el horror que expone su realismo y en la incomodidad que produce vivenciar lo que están viviendo los protagonistas. El tema del realismo lo traigo porque me parece que tanto este trabajo como ''Hereditary'', tienen una fuerte carga de verosimilitud, y si bien sus propuestas son más bien excéntricas (cultos satánicos con poderes sobrenaturales), siempre pueden ser relacionadas con vivencias que tranquilamente podrían suceder en nuestro mundo. El otro ingrediente estrella, la incomodidad, está muy bien usada también. Desde el inicio de la película Ari Aster nos hace sentir pesados, deprimidos, sufridos, como a la protagonista principal, Dani, en la piel de la actriz Florence Pugh. Utiliza un recurso que también utilizó en su film anterior y sobre el cual no voy a profundizar para no spoilear, pero les puedo decir que se vive el sufrimiento que se ve aguantar a los protagonistas y eso ya te predispone para todo el horror que va a venir. Lo bueno de este horror es que casi no utiliza recursos simplistas y de efecto sonoro, sino que va preparando muy minuciosamente al espectador para que cuando tenga que receptar el remate de a secuencia, esta ya lo haya estado esperando tanto que es casi un masoquismo adictivo y deleitable. En el film hay drogas, hay sexo, hay gritos, hay muertes, pero todos estos factores son utilizados de una manera muy fresca que se aleja del cliché. Los actores hacen un muy buen trabajo, sobre todo Florence Pugh que logra conectar con el público bastante rápido y está muy creíble en su rol. Una propuesta para redescubrir el género del terror. Si disfrutaste ''Hereditary'', a esta seguro también le sacarás el jugo. Creo que no llega al nivel de aquella película, pero de todas maneras es un entretenimiento de muy buena calidad.
A principios de los años 70 Christopher Lee – harto de los papeles de Drácula y otros roles de monstruos que encarnaba en la Hammer – decidió cortarse solo y producir un filme de horror… diferente. En un principio se acercó al libretista Anthony Shaffer, el cual había leído la novela Ritual de David Pinner y había quedado prendado con el texto. En él un policía de firmes convicciones cristianas investigaba lo que parecía ser un asesinato con tintes de sacrificio pagano en un pequeño pueblo inglés. Sin embargo Shaffer decidió tomar la novela como inspiración para expandir la premisa – le pagaron a Pinner los correspondientes derechos sobre el libro – y creó una historia mucho mas sólida y fascinante, la cual se plasmó en el filme The Wicker Man – El Hombre de Mimbre – dirigida por Robin Hardy en 1973. Aunque obtuvo los favores de la crítica, el distribuidor manejó muy mal la publicidad y prácticamente el filme fue ignorado por el público, siendo redescubierto años mas tarde y pasando a ser un auténtico clásico de culto. Si todo director de porte ha querido hacer su propio 2001, Odisea del Espacio – una de ciencia ficción pensante con connotaciones trascendentales -, la admiración de Ari Aster (Hereditary) pasa por otro lado y ha decidido hacer su propio Hombre de Mimbre. No, no es un calco del filme de Hardy pero las influencias son super obvias – forastero envuelto en un culto pagano; una comunidad aislada que venera el sol y la fertilidad; la muerte como sacrificio ritual a los dioses y proceso de reciclado de la vida -, solo que Aster las cocina de un modo diferente. Hay un largo preámbulo para establecer el background emocional de la protagonista – la siempre formidable Florence Pugh de Mujercitas, Luchando con mi Familia y la inminente película de Viuda Negra de Marvel -, la cual vive en permanente agonía después de que su hermana bipolar matara a sus padres y ella misma se suicidara. Para colmo la Pugh no tiene apoyo emocional de nadie ya que su novio egoísta (Jack Treynor) está harto de ser su soporte y la troupe de sus amigos (William Jackson Harper de The Good Place; Will Poulter de El Corredor del Laberinto; el sueco Vilhelm Blomgren) le exigen a gritos que rompa y se busque una chica con menos problemas. Surge en el medio una propuesta del chico sueco para visitar el pueblo donde viven sus padres en Suecia (¿dónde, sino?), el cual vive sumergido en una religión pagana que tiene aspectos fascinantes como para que los chicos universitarios puedan escribir una tesis sobre él. Aster crea un ambiente de incomodidad en constante aumento. La apatía de los chicos, el desborde emocional de la Pugh carente del consuelo que merece; los planos fijos en donde los diálogos de la Pugh con sus interlocutores se mantienen a través de los reflejos de éstos en vidrios y espejos (no hay el tradicional corte de plano a la cara de cada uno cuando alguien dice un parlamento, resaltando la distancia emocional entre la Pugh y el resto de la gente), y esos ambientes oscuros y cerrados que contrastan en gran forma con la luminosidad del pueblo sueco de Harga que, para colmo, está sumido en el Sol de Medianoche… la falta de oscuridad altera los sentidos (recuerdan Insomnia?) y, entre eso y los honguitos alucinógenos que se mandan los suecos, nada de lo que viven los chicos parece real. Ni bien la troupe principal pisa Harga, Midsommar entra en modo The Wicker Man a full. Hay diferencias, claro: ni la Pugh ni su apático novio ni sus detestables amigos poseen la fortaleza moral y espiritual de Edward Woodward en el filme de 1973, y son mas espectadores pasivos de un espectáculo que se vuelve cada vez mas terrorífico sin que tengan una vía de escape a mano. Cuando la gente de Harga se vuelve explícitamente una amenaza, ya es demasiado tarde. El problema con Midsommar es que, salvo un par de escenas de shock, el resto es mas incómodo que terrorífico. El filme falla cuando, al terminar la primera hora, se despacha con un espectáculo sangriento… y los yanquis deciden quedarse a pesar de todo porque aceptan lo ocurrido como una tradición propia de la religión pagana de la gente de Harga. No es la reacción natural de cualquiera – yo me hubiera subido a la camioneta sin pensarlo y hubiera salido pitando del pueblo -, con lo cual todo lo que sigue es medio traído de los pelos. Esta gente – molestos, irrespetuosos, banales – es demasiado pasiva con lo que ocurre alrededor y actúan como si fueran típicos turistas que ven un sacrificio humano con absoluta naturalidad – es uno de los puntos álgidos de su “tour” -. Por eso no es de extrañar que les pase lo que les pasa. Al menos la Pugh obtiene su recompensa, encontrando su lugar en el mundo en el medio de este culto con tintes matriarcales. Midsommar tiene sus momentos, pero es demasiado larga y poco precisa. Aster está mas embelesado en crear climas y costumbres bizarras de los religiosos que en desarrollar el viaje emocional de la protagonista, el cual tiene un desarrollo muy abrupto. Está lejos de ser otra The Wicker Man, porque en el filme de Hardy el protagonista destilaba carisma e inteligencia en su cruzada contra la conspiración pagana que le ocultaba la verdad. Acá sólo se trata de un grupo de yanquis aburridos que prefieren pasar sus vacaciones en el pueblo mas bizarro y aburrido de Suecia – ¿en serio? ¿pudiendo ir a esquiar o a visitar Estocolmo, los fiordos u otro lugar mas excitante? – sólo porque el libreto lo quiere… y aún después de ver un par de muertes horribles. No, no es un desarrollo natural de los acontecimientos ni la reacción mas natural de una persona… a menos que sea un artilugio intelectual del libreto para poder exponer su teoría.