El grotesco criollo La segunda película de Armando Bo como director y guionista, Animal (2018), exuda vitalidad e inteligencia como muy pocos films argentinos de las últimas décadas lo han hecho, llegando a un nivel de coherencia, profesionalidad y eficacia -en lo que respecta a la ejecución de la premisa de base y el guión en su conjunto- que compite de igual a igual con los mejores trabajos del ámbito internacional contemporáneo, un logro realmente enorme para el cine del cono sur y su promedio cualitativo por demás desparejo/ pobre. El hijo de Víctor Bo y nieto de Armando Bo, figura central del sexploitation latinoamericano de los 60 y 70 gracias a aquella serie de obras protagonizadas por Isabel Sarli, aquí emparda los éxitos alcanzados con su ópera prima, la maravillosa El Último Elvis (2012), un retrato muy preciso sobre la marginalidad de la escena artística argentina y la crisis de la mediana edad. En esta oportunidad el colapso viene por el lado del carácter más azaroso de la vida -o del destino, depende de la perspectiva de cada uno- ya que el protagonista, Antonio Decoud (Guillermo Francella), gerente de un frigorífico de Mar del Plata, ve su idílica estabilidad derrumbarse cuando uno de sus riñones comienza a fallar, circunstancia que lo obliga a someterse a sesiones de diálisis mientras espera a que aparezca un donante para operarse. Casado con Susana (Carla Peterson), una típica ama de casa burguesa cuyo principal hobby es decorar/ redecorar la cocina del caserón donde viven, y con dos hijos adolescentes y un nene chiquito, Decoud en un primer momento le pide a su vástago mayor, Tomás (Joaquín Flammini), que le done uno de sus riñones pero el joven se arrepiente a último minuto. Dos años después y ya con la sombra de la muerte detrás, el hombre comienza a desesperarse. Una noche encuentra en Internet un aviso de alguien que intercambia un riñón por una casa, lo que despierta su curiosidad y así termina entablando un “acuerdo comercial” con los responsables de semejante oferta, Elías (Federico Salles) y Lucy (Mercedes De Santis), una pareja de clase baja a punto de ser echados del inquilinato pesadillesco que habitan (ella está embarazada y él aportaría el órgano). El guión de Bo y su colaborador habitual Nicolás Giacobone, con quien ganó el Oscar por el libreto de la extraordinaria Birdman (2014), combina el drama existencial, la comedia negra y hasta el thriller psicológico porque pronto el dúo marginal muestra los dientes exigiéndole a Antonio que renuncie a su propio hogar a cambio del riñón, detalle que deriva en una situación de acoso hacia su familia y un proceso de enajenación por parte del protagonista que conduce a un éxtasis de índole bien criminal. La jugada que propone Bo en Animal es muy perspicaz ya que retoma un clásico esquema narrativo del Primer Mundo, léase la soberbia de los sectores pudientes o capitalistas y su pretensión de comprar lo que sea y a quien sea desde una repugnante sensación de poderío e impunidad, para volcarlo hacia una versión sutil de ese grotesco criollo que celebra -y al mismo tiempo condena- los componentes más bizarros de la sociedad, las ridiculeces que cada estilo de vida conlleva y el rasgo aleatorio/ causal no explícito de los acontecimientos en el trajín cotidiano, siempre generando imprevistos que arruinan nuestros más preciados planes. Lo que podría haber sido un melodrama hollywoodense de pérdida o una comedia frenética de burgués desatado o quizás un thriller de hostigamiento a lo Cabo de Miedo (Cape Fear, 1962), aquí se transforma en una exégesis cerebral de una angustia escalonada. De todas formas, el realizador no está solo en su cruzada y se sirve de manera magistral de los rubros técnicos y del elenco, con la fotografía de Javier Julia y el desempeño del protagonista a la cabeza, para construir este verdadero reloj suizo de la exasperación hecho película. Precisamente, la de Animal es la mejor interpretación de Francella, un actor que en su madurez nos ha regalado una colección de trabajos excelentes y hasta ha incorporado una dinámica profesional similar a la de Ricardo Darín para evitar el encasillamiento, apostando a cubrir diversos géneros. Bo describe desde la honestidad el revoltijo cultural argentino, un embrollo en el que las mejores reses van a parar a Europa, algunos valoran más sus posesiones que la vida de sus seres queridos, otros cargan a su propia progenie con el peso de la culpa o creen que todo está a la venta, un puñado se mueve como ventajistas y especuladores compulsivos y en suma todos se acusan recíprocamente de vagos, ineptos y estúpidos que no sirven para nada, haciendo del egoísmo y la explotación mutua las reglas fundamentales de un colectivo social en el que el recelo suplanta a la comunicación real…
La sangre fluye. La luz del día se hace desear. La lucha del cuerpo por salir de la oscuridad será el punto de partida de Animal, la nueva película con Guillermo Francella, dirigida por Armando Bo. ¿De qué se trata Animal? Antonio (Guillermo Francella) es gerente en un frigorífico y vive feliz junto a su esposa (Carla Peterson) y sus tres hijos en una casona de Mar del Plata. Tras llevar una vida ordenada, la salud de Antonio se complica al punto de requerir diálisis semanal y un trasplante de riñón. La espera del trasplante parece un camino sin salida y Antonio se convence de que debe recurrir a otra estrategia para conseguir un riñón. Desesperado, el ejemplar ciudadano que siempre fue empieza a coquetear con la marginalidad. Animal es una película donde el límite entre buenos y malos se desdibuja. Ante la tentación de tomar partido, solo queda ver un poco más allá. Animal, lo nuevo de Guillermo Francella y Armando Bo En general me pasa que en las críticas nombro al director porque hay que nombrarlo. Pero a veces, siento la necesidad imperiosa de nombrarlo. Cuando la cámara tiene personalidad es porque hay un director en serio ahí detrás y eso casi siempre resulta en una gran película. Es, sin dudas, el caso de Armando Bo y Animal. Esta no es solo la nueva película de Francella, sino el regreso al cine argentino de uno de los mejores directores y guionistas de su generación. Hay más. A esto hay que sumarle que el guion está a cargo del propio Bo junto a Nicolás Giacobone, dupla que escribió esa genialidad llamada Birdman y se llevó un Oscar a casa por eso. ¿Qué puede salir mal con todo esta gente poniendo su creatividad y talento a favor del cine? Nada. El film también tiene la inteligencia de tocar el tema de la donación de órganos. Un tópico poco frecuentado aunque necesario y definitivamente relevante. En vez de ir por el costado social hombre vs Estado, toma otro camino. Hombre vs hombre como verdadera problemática de los conflictos globales irresueltos. Francella lo hizo de nuevo en Animal Ya resulta innecesario hablar de los nuevos rumbos de Guillermo Francella y cómo su carrera cinematográfica en el cine de corte dramático cada vez nos genera más placer. Aquí su personaje no tendrá el nivel de oscuridad de El clan (eso es imbatible), pero en cambio hará de hombre común caído en desgracia, impotente, desesperado y, tal vez, animal. A Francella lo acompaña una efectiva Carla Peterson, en un rol bien dramático, que no es lo que más solemos verle. Ahí está, como una ama de casa de mirada perdida, que pronto abrirá los ojos para ver cómo su vida se cae a pedazos. Destaca también la perfecta labor de Federico Salles, que demuestra que su registro actoral puede saltar del teatro al cine sin dificultad, entregando una actuación absolutamente creíble y tan desagradable como el guion lo exige. Mercedes De Santis completa el cuadro protagónico con un muy buen desempeño. Todo en su lugar Mención aparte merece la música, que no es casual ni de relleno, como nada lo es en este film. El contrapunto entre la imagen y el sonido, y la absoluta libertad musical aportan muchísimo al relato, dotándolo de más personalidad. La dirección de fotografía también es fundamental para crear una atmósfera turbia en Animal. La luz reticente, las escenas en atardeceres y amaneceres, y la noche, por supuesto. Hay una oscuridad permanente, desde lo simbólico, no solo como posible fin, sino también como la tentadora entrada a lo marginal, allí, donde parece estar la única respuesta. Solo habrá luz, la máxima y extrema, en el frigorífico, donde corre la sangre. Como un laberinto donde todas las salidas llevan al precipicio. Armando Bo consigue entregar una película sin fisuras, un thriller atrapante. Filmada con personalidad, escrita con inteligencia y actuada de maravillas, Animal se perfila como la película argentina del año. Imperdible. Puntaje: 10/10 Duración: 120 minutos aprox. País: Argentina / España Año: 2018
Solo frente al mundo. Un hombre de clase media tiene su vida encaminada, ha construido una familia, tiene un hogar, un buen trabajo, tiene ahorros y todo fluye en una tranquila armonía. Un largo plano secuencia arma una danza al comienzo de la película marcando que todo está coordinado, arreglado, como una coreografía sin mayores sobresaltos. Al final de ese largo plano, sin embargo, nos enfrentamos a la inmensidad del océano, ingobernable, inasible, más allá del control. Ese hombre se derrumba, algo fuera de su control aparece, el cuerpo le falla. Su mundo se derrumba. Lo único que importa es estar vivo, cuando eso está en riesgo, todo lo demás pasa a un segundo plano. En esas circunstancias puede perderse todo lo humano y quedar solo lo animal. Al menos eso es lo que aparece en la nueva película de Armando Bó. Antonio (Guillermo Francella) no merece la suerte que le ha tocado. Vive haciéndose diálisis para vivir y si no consigue un trasplante pronto, su vida terminará. De pronto está viendo a la muerte cara a cara, a la vez que se da cuenta que no hay ni justicia ni orden en el mundo. Está desesperado. Su única esperanza tangible, nada menos que su hijo, no se la juega por él tampoco. Tiene todo un mundo, pero a la hora de la verdad siente que está solo. “Ojalá que fuera tan fácil, me encantaría irme a dormir, soñar que alguien me da un riñón nuevo y levantarme curado” dice el protagonista. Se duerme y lo que sigue puede o no puede ser el producto de ese sueño, de esa fantasía. Cuando se pierde el control absoluto, cuando el deseo de controlar el mundo se desvanece, queda la posibilidad de soñar que todo sale bien. Empezará entonces un derrotero para conseguir un trasplante como sea. El hombre común metido en una historia extraordinaria. Un cuento clásico que siempre funciona. Como en esos angustiantes films de la década del setenta, como en las más conocidas películas de Hitchcock, como en infinidad de relatos que hemos visto mil veces pero nunca no cansamos de mirar. Animal se apoya en esa angustia, se centra en el sueño de poder tomar el control de manera salvaje e instintiva de aquello que la razón y la civilización ya no puede darnos. Si es real o solo una expresión de deseo, no lo sabemos, la película funciona igual. Con un negrísimo sentido del humor, con varios personajes secundarios brillantes, la tensión acompaña a todo este relato de una potencia absoluta y visceral. El peso de toda la historia cae sobre el actor principal y él, el más cotidiano de los seres cotidianos, responde con grandeza.
Un país con buena gente Un riñón por una casa de setenta lucas verdes es el truque que le proponen a un gerente de un frigorífico que se pregunta, cínicamente,“¿si me gané la guita laburando, por qué no puedo comprar lo que quiera?”. Y lo que quiere es un riñón porque los suyos ya no filtran más nada. El tipo se llama Antonio (Guillermo Francella) y nos lo quieren vender como un padre de familia exento de vicios, que, en el universo de la película, se reservan para el lumpenaje y son representados en Elías (Federico Salles), el otro protagonista -dueño de una risita con mucha esquina- y al que le ofrecen el trueque. Elías es la figura antagónica de Antonio; por clase, por elección y por ideología. Antonio es, como aquel personaje de 50/50 de Jonathan Levine interpretado por Gordon-Levitt, el que respeta todas las reglas sociales y hace la vida modelo con la que los dictadores de la vida sana prometen eternidad pero que al final de cuentas no le rinde un carajo; un equilibrista de las emociones que anota la cantidad de días que lleva sin fumar y que pretende ser lo más normal y sano posible. Sin embargo, desde el tremendo plano secuencia inicial, se nota que Antonio esconde algo; y no su problema de salud, conflicto inicial que se devela al final de ese plano, sino su faceta oscura. Y, como nos vendieron la película con un póster con Francella poniendo cara de desquiciado, seguramente esa mueca spoiler sea adrede. En el desarrollo del conflicto, Bo se nutre de ciertos lugares comunes del discurso reaccionario argentino; discurso de parte de una derecha repleta de exponentes que muchas veces no se asumen como de derecha ni liberal ni nacionalista. Uno de esos lugares comunes (que a veces asoman como crítica, otras como norte y otras ambiguamente) se expone con las acciones de Elías, un vago que pide monedas y que además de borracho es garca, porque usa una silla de ruedas para dar inválido. Bo, con ese procedimiento, le da letra (quiera o no) al mediocre antisolidario que no le da un peso a nadie porque son todos lacras y garcas y quieren la guita para el chupi (¡como si eso fuera algo malo!). Y claro que en nuestras veredas reales hay falsos rengos y falsos ciegos y falsos totales y explotadores de guachos, y a esos elige representar Bo porque su película, así como parece pegarle al de clase acomodada que quiere comprar lo que sea, también le pega al débil. Todos somos unos hijos de puta independientemente de las relaciones de poder; y Bo, con ojo de exiliado por gusto, tiene munición para todos y todas. Animal es antitodo como lo fue Relatos Salvajes (aunque aquella escondida bajo una cáscara progre, que, por suerte, ésta no tiene) película del prolijito Szifrón que anticipaba esa postura post-que-se-vayan-todos análoga a la postura del votante -no convencido ideológicamente- de la actual derecha liberal. De todos modos, Animal no es solamente un pastiche de lugares comunes conservadores y Elías es más que un mendigo estereotipado desde el nihilismo meritocrático. Bo para complejizarlo lo filma con un libro de Bukowski en las manos (aunque un poco fuera de foco) como para que se entienda que no es un pobre que aspira a ser rico sino un militante de la vagancia y el escabio. Y Antonio le cae como anillo al dedo porque le ofrece guita rápida (no así fácil). A diferencia de El Último Elvis, ópera prima de Bo como director en la que había cierto espíritu de cine indie y donde la técnica no predominaba (más allá de que acá trabaja parte de aquel equipo, como, por ejemplo, el DF), en Animal se perciben las formas de sus guiones hollywoodenses; Bo entra con Animal a la era de la técnica, donde lo esperan sus compatriotas Szifrón y Muschietti, y, por desgracia, se planta lejos del cine pulenta de explotación de su abuelo. Sin embargo, sin la desfachatez familiar ni la sensibilidad que asomaba en el dramón y a la vez circo freak de El Último Elvis, Bo consigue desarrollar el conflicto con una potencia narrativa que el amante del suspense agradece.
Lars Von Trier, Alejandro González Iñárritu, Michael Haneke, Yorgos Lanthimos... la nómina de realizadores prestigiosos especializados en indagar en los instintos más bajos del ser humano es amplia y variada. A ellos se les suma Armando Bo con Animal, un film que apunta todos sus cañones a pensar la maldad y el egoísmo como elementos constitutivos, intrínsecos e inexorables. Coguionada a cuatro manos por el responsable de El último Elvis y su habitual socio creativo Nicolás Giacobone, Animal narra las vivencias de un hombre envuelto en una situación límite, anormal aunque no extraordinaria. Pero, a medida que el panorama se complejice, la situación se volverá una lucha por la supervivencia del más fuerte, empujando a ese hombre a un tour de force emocional y físico del que todo su entorno saldrá herido. Antonio Decoud (Guillermo Francella) es el gerente de un frigorífico de Mar del Plata con un buen pasar económico, el padre de una familia bien constituida (tres hijos, una esposa interpretada por Carla Peterson) y dueño de una casona en la zona más coqueta de la ciudad balnearia. Esa estabilidad tambalea cuando uno de sus riñones empieza a fallar e ingresa en la lista de espera para un trasplante. La primera solución es una donación de parte de su hijo mayor, algo que no ocurre debido a que el chico sale literalmente corriendo de la puerta de la clínica. No es casual que Armando Bo haya adquirido renombre gracias al guión de Biutiful, de Alejandro González Iñárritu (luego trabajó también en la ganadora del Oscar Birdman). Como en las películas del director mexicano, el conflicto es el disparador de un largo espiral de desgracias que acelerará sus giros cuando, desesperado, Antonio busque donantes en Internet a cambio de una casa y entren en escena el potencial “vendedor” (Federico Salles) y su novia embarazada (Mercedes De Santis). Esta pareja de clase baja, a punto de ser echada del ominoso conventillo en el que vive, encuentra el camino hacia una casa propia, a la vez que asoma como amenaza de la rutina y el orden familiar de Antonio, con visitas sin aviso y autoinvitaciones a cenar cada vez más recurrentes. A medida que el film avanza, el donante se vuelve la encarnación perfecta de una otredad peligrosa. Y pobre, lo que no hace más que incrementar los temores de Antonio y compañía. De ahí en adelante, con Antonio luchando una doble batalla, el film apostará por una tensión creciente centrada en la acumulación de situaciones cobijadas por un universo que irá volviéndose cada escena más cruel y despectivo, con seres aumentando exponencialmente su miserabilidad y egoísmo. Más allá de las actuaciones sólidas y de la factura técnica irreprochable, más allá de la elegancia formal y de la potencia de un relato trepidante, asoma la mirada de un realizador dispuesto a todo con tal de mostrar, por si hiciera falta, que el mundo fue una porquería no sólo en el 510 y en el 2000, sino también en 2018.
La desesperación a punto de ebullición sanguínea Llegó a la cartelera argentina la nueva película escrita y dirigida por Armando Bo, nieto homónimo del reconocido director de cine nacional, Animal (2018). Armando Bo ya se ha destacado en el 2012 con su relato El Último Elvis y ha tenido un exitoso paso por Hollywood como co-guionista de Birdman (2014) y Biutiful (2010), ambas dirigidas por el mexicano Alejandro González Iñárritu. En esta ocasión Bo nos sorprende con Animal, un drama existencial que posee un excelente equilibrio entre la estética y la narración, pues qué mejor que cuando un film posee una simbiosis perfecta entre lo que se dice y cómo se dice. Animal narra la historia de Antonio, un hombre de mediana edad con una familia “tipo” perfecta cuyos vínculos son armoniosos, posee un trabajo estable y una buena situación económica. Un hombre que ha dejado de fumar y hace deporte todos los días, pero todo cambiará cuando Antonio comience a tener problemas de salud que lo desesperan y empujan a los lindes de lo inmoral. Pues el protagonista en cuestión, interpretado de forma extraordinariamente verosímil y precisa por Guillermo Francella, estará dispuesto a todo cuando ante el miedo a la muerte en su interior, su sangre esté efervescente debido a la impotencia. Después de todo, una de las cosas que nos enseña la sociedad es que el dinero puede comprarlo todo, ¿pero la salud? ¿Puede comprarse la salud? Este es uno de los interrogantes en los cuales indaga la película. Sin embargo, si hay algo que es seguro es que el tiempo no puede comprarse. Aquí el escenario marplatense está caracterizado por un mar agitado, al igual que la sangre, ese líquido rojo interior, ambos metáforas del estado emocional de Antonio, a quien tras la angustiante espera se le despierta el instinto animal -en el sentido más darwiniano del mismo- orientado a la supervivencia del más apto. Mediante una excelente dirección de actores y diálogos inteligentes, Animal compone una profunda crítica al sistema posmoderno lleno de burocracias que terminan de producir en el ser humano un desgaste considerable, e incluso empujarlo a situaciones límite e ilegales. En esa sociedad el esfuerzo y el trabajo no son compensados, ni tampoco parecen serlo las conductas “correctas” o “morales”. Ante la angustia de Antonio aparecen dos jóvenes de bajos recursos tanto económicos como educativos, quienes representan lo opuesto al crescendo de vida del protagonista. Mientras que este último ha logrado todo lo que tiene con esfuerzo, el personaje masculino de dicha pareja en cuestión, Elías (Federico Salles), se hace pasar por paralítico para pedir limosna y se rehúsa a conseguir un empleo. Esta joven pareja representa a una generación o clase social que espera tener cosas rápidamente y con el menor esfuerzo, abusándose de la situación que padece Antonio. En conclusión, Animal es un relato muy atrapante, bien construido en todas sus áreas artísticas y técnicas, con buenas actuaciones, una excelente dirección e incluso una musicalización utilizada siempre con criterio para reforzar semánticamente la narración. Animal es sin dudas es uno de los mejores largometrajes del reciente cine nacional, que a pesar de dejar al espectador consternado y reflexionando, no es para un público selecto, sino comprensible y recomendable para todo tipo de espectador. Esta película presenta una interesante visión de la sociedad actual, en la que parece que “no siempre podemos obtener lo que queremos (…) pero quizás sí lo que necesitamos”.
La dupla integrada por Armando Bo y Nicolás Giacobone -los mismos que ganaron el Oscar por el guión de Birdman- arremete con Animal, dirigida por el primero, en este relato que transforma la vida de un hombre común y corriente en un verdadero infierno. Animal es un thriller que juega con varios géneros y en ese mix se favorece al unir de manera peligrosa dos mundos que parecen incompatibles. Antonio Decoud -Guillermo Francella- es el gerente de un frigorífico y lleva una vida tranquila junto a su esposa -Carla Peterson- y sus tres hijos en una lujosa casa de Mar del Plata. Sin embargo, todo se derrumba cuando su salud pende de un hilo y necesita de diálisis semanal y de un trasplante de riñón. Ahí es cuando la artillería del realizador de El último Elvis se dispara en varias direcciones para atrapar al espectador y lo hace a través de una historia que plantea varios interrogantes y genera suspenso, ya que no se sabe cómo actuarán los personajes. En ese complicado entramado donde se borronean la moral y los vínculos familiares asoma un filme intenso que mantiene el interés hasta el final con un tratamiento visual que juega con colores extremos y una banda musical que mezcla diferentes estilos. Un gran acierto de la propuesta es también la dupla integrada por Elías -Federico Salles en un trabajo impactante, después de su aplaudido paso teatral por el musical- y Lucy -Mercedes de Santis-, la pareja que vive en la marginalidad y que irá invadiendo el terreno confortable del protagonista. Antonio -Francella se coloca nuevamente con convicción en arenas movedizas luego de El Clan- deberá luchar contra las exigencias de Elías y Lucy, que parecen salidos de un cuento de terror y están dispuestos a todo con tal de lograr su objetivo. El filme también expone con inquietud hasta qué punto Antonio es diferente a ellos cuando decide tomar un camino "alternativo" para conseguir su donante de riñon y hasta enfrenta a su propia esposa -una Carla Peterson demacrada hasta la destrucción en un papel que la favorece-. Quizás los quince minutos finales desentonan con el clima general, pero no empañan el instinto animal y la zona oscura que aflora entre ejercicios por la rambla, un centro de cirugía estética y la sangre que fluye.
Animal, protagonizada por Guillermo Francella y Carla Peterson, había llamado mucho la atención por sus avances. Dirigida por Armando Bo, muestra la historia de un hombre desesperado por un trasplante de riñón que no llega. Con una propuesta formal interesante, retrata cómo ante determinadas circunstancias todos somos animales. Animal arranca mostrando la armonía familiar en la casa de Antonio (Guillermo Francella) y Susana (Carla Peterson). Padres de tres hijos, acomodados pero no derrochadores, parecen vivir sin mayores sobresaltos. Hasta que una mañana Antonio se desvanece mientras trota por la costanera. A pesar de todos los cuidados que mantiene sobre su salud, ahora necesita un trasplante de riñón. Su hijo le ofrece uno de los suyos, pero se arrepiente a último momento. La demora de la lista de espera y las fallas del sistema llevan a Antonio a buscar alternativas. Así se cruza con Elias, quien ofrece su riñón a cambio de una casa. Una vez que comprueban la compatibilidad, las exigencias de Elias aumentan, incitado por su ambiciosa novia Lucy. Y toda la armonía familiar entra en crisis: ¿Cuánto vale la vida de Antonio? Los primeros minutos de la película ya muestran la intención narrativa de Bo. Un plano secuencia acompaña a Antonio a lo largo de la casa, despertando a sus hijos, preparando el desayuno. La primer ruptura que propone el director con el lenguaje clásico es incluir elipsis dentro de estos planos secuencias. Si la cámara no corta, mostrando acciones de corrido, se supone que el tiempo que pasa equivale al que vemos. Sin embargo, sin cortes, nos vamos trasladando al futuro, consolidando la idea que lo que vemos es una rutina. (Disculpas si lo anterior fue demasiado técnico pero lo tenía que mencionar, me partió la cabeza. Y así, si son afines a la teoría van a encontrar varios recursos interesantes). En los apartados técnicos hay que destacar la belleza de muchos de sus encuadres. La elección de situar la historia en la ciudad de Mar del Plata termina siendo un plus. No es la Buenos Aires que estamos quizás cansados de ver, es un soplo de aire fresco. El mar, los cielos, lo gris de los paisajes se contraponen con la sangre del matadero donde trabaja Antonio. Animal tiene una fuerte identidad visual destinada a perdurar en la memoria del espectador. Elias, el perturbador " data-medium-file="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?fit=300%2C142&ssl=1" data-large-file="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?fit=525%2C249&ssl=1" class="wp-image-1898 size-full" src="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?zoom=3&resize=288%2C137&ssl=1" alt="Animal" width="288" height="137" srcset="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?zoom=3&resize=288%2C137&ssl=1" src-orig="https://i1.wp.com/www.locoxelcine.com/wp-content/uploads/2018/05/5abe927f7d65c_1420_-e1526921233972.jpg?resize=525%2C249&ssl=1" scale="3" style="box-sizing: inherit; border-style: none; height: auto; max-width: 100%; display: block; margin-left: auto; margin-right: auto;">Perturbador Lucy y Elias, sabiendo que la vida de Antonio depende del riñón, empiezan a invadir a la familia. Ambos personajes, con sus desplazamientos lentos y sus miradas intimidantes, logran perturbarnos y angustiarnos. Pero a la vez, el egoísmo que va demostrando Antonio nos complica una identificación plena. Queremos que se salve, pero a la vez estar de su lado nos genera muchas dudas. Su transformación me recordó al arco de Walter White, el icónico personaje de Brian Cranston en Breaking Bad. Y la pregunta es la misma: ¿En qué medida lo burocrático del sistema de salud saca a flote lo más oscuro y miserable del ser humano? El Animal del título condensa la línea temática más fuerte de la película. La disputa por la casa es una cuestión territorial, básica, instintiva. El instinto de supervivencia individual de Antonio, que lo lleva a poner en crisis su vida, es animal. Elias, y sobre todo Lucy, desarrollan el mismo instinto, pero en otro sentido, con otras herramientas. En el rol de Susana puede leerse el cuestionado instinto maternal, de la madre siempre protectora de sus hijos. Y el lugar de trabajo de Antonio también nos remite a un tema, si se quiere primitivo: matamos a otros animales para alimentarnos de ellos. Argumentalmente, la historia se sostiene bien, generando tensión y atrapando al espectador. Pero hay llegando al tercer acto unos giros que pueden desorientar o no encajar del todo bien con el verosímil construido. Cosas que no nos convencen, digamos. Perturbadora, angustiante y estilizada, Animal es una propuesta destacada. No se queda solo en contar una historia, sino que puede abrir una veta reflexiva interesante. ¿Cuánto vale nuestra vida? ¿Todas valen lo mismo? ¿Qué es lo más importante que tenemos? ¿Cuán humanos y cuán animales somos?
¿Ustedes hacen el ejercicio de recordar sus vidas durante el Mundial anterior? Un mes después del subcampeonato, Damián Szifrón y el star system nacional salían como en un tren carreta a poner el dedo en cuanta llaga de la clase media alta pudiera ser reflejada en pantalla (La Grieta era convenientemente omitida, un año después de volverse la denominación oficial de su concepto). El mensaje, bastante subrayado, giraba alrededor de la civilidad que una persona cualquiera podía perder en un instante, siendo superada por las circunstancias, o los fantasmas y estímulos que los episodios podían reflejar en la sociedad argentina, más allá de que los localismos y signos propios no afectaron a la identificación -y aclamación- internacional: fue la única presencia tan masiva que yo recuerde de una película nacional en el debate cotidiano de los últimos años, o al menos antes de que empezara a ser cooptado por lo que sea que haya lanzado Netflix. Por aquel entonces el chauvinismo, la controversia y el boca en boca le dieron una fuerza avasallante a la película, y los pocos señalamientos de un carácter trillado o misántropo terminaron tapados por cuatro millones de localidades y una nominación a los Oscar. De esa misma entrega Armando Bo y Nicolás Giacobone se trajeron su estatuilla, cuando Birdman, de Alejandro González Iñárritu, coronó un gran año para regodearse en la miseria con una película. No es justo ni original plantear que Animal intente seguir los pasos de Relatos salvajes, pero las herramientas son tan similares que su propio planteo refleja de arranque la misma fatiga que Guillermo Francella acusa en el afiche. Y no es como si la película no hiciera su parte para terminar agotada en su propio juego, porque en todo caso no tiene la culpa de cuánto se haya discutido una cuestión anteriormente. Si apenas se asomaron por el trailer no les estaría arruinando ninguna sorpresa: hemos venido a ver al protagonista en una versión compleja y progresiva de sus arranques de furia, en este caso interpretando a un gerente de frigorífico casado y con tres hijos, que en el medio de una vida aburrida y segura sufre una descompensación y descubre que debe someterse (y esperar) a un transplante de riñón. Está rodeado por una familia que el guion limita a ser un ancla de sensatez entre el desfile de miserables y ventajeros (Carla Peterson termina reducida a ser la voz de la indignación que la película pone y saca según sus necesidades), un retrato bastante original de Mar del Plata en temporada baja como un escenario ideal de alienación, y un sinfín de guiños y juegos con la sangre, entre lo vampiresco y lo iniciático de un brote violento: las reses colgadas, el frío en las cámaras, la sangre vacuna corriendo por sus botas, la sangre de Antonio yendo por el tubo de la máquina de diálisis, la televisión en la sala de diálisis donde se ve Sabor a mí, con Maru Botana. Empujando a Antonio a perder su buena fe están su mejor amigo (Marcelo Subiotto), un cirujano plástico que encarna a su contrapunto cheto, garca y desprejuiciado, y la pareja de villanos interpretados por Federico Salles y Mercedes De Santis, que ofrecen el riñón de él a cambio de una casa y esperablemente distorsionarán esos términos. Si la película peca de cierto trazo grueso a la hora de delinear a los personajes acomodados, la libertad sobre el verosímil que se toma con esos villanos termina siendo algo insólita: una mezcla de beatniks con mendigos sacados de una distopía, que viven en un conventillo ambientado como si fuera La Menesunda en el neorrealismo (nada sería un problema por sí mismo, pero destiñen bastante entre el registro más crudo del resto de los personajes y escenarios). Ella aporta cierta complejidad con su embarazo y sus deseos de sentar cabeza a toda costa, él persiste en pudrirla y hace que Salles quede atrapado en un manojo de recursos repetidos (la risa naufraga rápidamente), atado a las maldades crecientes que la trama le permite. Que cada giro dramático sea fácilmente anticipable habla menos de la falta de originalidad del guion que de la incapacidad de la película para esconder sus hilos: desde que el donante y su pareja empiezan a tratar con desdén a Antonio queda claro que el combustible de la historia va a ser lo mal que la puedan pasar sus personajes, o lo bajo que puedan caer por seguir sus intereses, y la manera en que los brotes del protagonista lleguen a machacar sobre las injusticias del sistema, la inconveniencia de seguir tanto las reglas y las falencias de un país de vagos (en algunos monólogos Francella pareciera volver a sus armas más elementales). No se trata solamente del agregado de esa miseria como si fuera un condimento (la reaparición del personaje de Peterson y la escena de los preparativos en el quirófano son particularmente gratuitas), sino además de cómo la pulcritud formal se enchastra, por ejemplo, cuando la música pareciera estetizar la sordidez (con un aria de Mozart) o volver obvio lo explícito (con el cover de “You Can’t Always Get What You Want”). Es la ironía de ponernos frente a un espejo con la cruda realidad, e inmediatamente llenarlo de filtros en el medio.
La nueva película del Director Armando Bo, quien también es responsable del guión junto a Nicolás Giacobone presenta la vida de Antonio Decoud (Guillermo Francella), casado con Susana (Carla Peterson) y padre de tres hijos. Viven en Mar del Plata, en una muy linda casa y Antonio tiene un alto cargo en un frigorífico; su mujer se dedica a la casa, los chicos y a remodelar la cocina mientras Antonio trabaja y tiene una vida tranquila y casi perfecta. Hasta que un día haciendo deporte sufre un desmayo y descubre que uno de sus riñones tiene una falla y necesita un transplante. Semejante noticia lo descoloca, a él y a su familia. Mientras hace diálisis y espera un donante que no aparece, su desesperación va en aumento. En un momento, su hijo Tomás (Joaquín Flammini) “casi” es el indicado para ser su salvador, pero se asusta. Antonio no puede más con la situación y en una de sus noches de insomnio, descubre en Internet un aviso de “cambio riñón por casa” y decide conocer al donante. Se trata de Elías (Federico Salles) y su novia Lucy (Mercedes De Santis) quien está embarazada y ambos necesitan una casa. Ellos son seres marginales e impresentables, capaces de hacer cualquier cosa, él es vago y le gusta la vida cómoda. Al principio será una “casita”, pero la ambición no conoce fronteras. Y Antonio es un hombre TAN increíblemente desesperado, que ya no puede medir nada, arrasa con cualquier cosa que se ponga enfrente, como un animal. Muy buenos trabajos de todo el elenco, especialmente de los protagonistas, Guillermo Francella como un hombre cada vez más atormentado y Carla Peterson impávida y sin entender la transformación de su marido. Grata sorpresa ver a un referente de la comedia musical en la pantalla grande como Federico Salles en un papel comprometido y lleno de verdad, demostrando que puede hacer cualquier rol. Excelente fotografía y dirección hacen de “Animal” una película recomendable. ---> https://www.youtube.com/watch?v=-kNPKVm2KDk ACTORES: Guillermo Francella, Carla Peterson. Gloria Carrá, Federico Salles, Mercedes De Santis, Marcelo Subiotto. GENERO: Drama . DIRECCION: Armando Bo. ORIGEN: España, Argentina. DURACION: 112 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 16 años FECHA DE ESTRENO: 24 de Mayo de 2018
Los Miserables Tras dirigir El último Elvis (2012), Armando Bo consiguió un Oscar por el guion de Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia) (2014) de Alejandro González Iñárritu, con quien ya había trabajado junto a su socio creativo Nicolás Giacobone en Biutiful (2010), una película que como Animal (2018) se dedicaba a indagar en los más bajos instintos del ser humano, recurriendo a personajes estereotipados y manipuladores, de la misma manera que la propia historia lo hacía con el espectador. La película abre con un gran "falso" plano secuencia que muestra a Antonio (Guillermo Francella) casado con el personaje de Carla Peterson y sus tres hijos. Es gerente de un frigorífico marplatense y además de un buen pasar, tiene la familia perfecta y la vida que soñó (todo es tan mágico como poco creíble). El "amor" que emana de ese grupo familiar es más dulce que el azúcar y nada pareciera perturbar la armonía que los envuelve. Pero sí, pasa algo y es que Antonio sufre un desmayo y fin del plano secuencia (que había terminado antes en realidad). Elipsis temporal y descubrimos que Antonio se encuentra en lista de espera para un trasplante de riñón. Desesperado porque siente que el tiempo se le acaba quiere comprar uno. Ahí es cuando aparece un aviso en Internet de un joven que cambia riñón por casa. Desde lo formal Animal es una película más que correcta, poco cuestionable, que está al nivel de cualquier producción media mundial. Desde el plano inicial hasta los más mínimos detalles todo es tan perfecto como la familia que retrata. Aunque por momentos la historia resulta algo estirada en su narración, repitiendo planteos que se subrayan para volver sobre ellos una vez más por sino se entendió el mensaje, en una obvia subestimación al espectador. También hay que dejar en claro que es una película de género por lo que algunas cuestiones con la verosimilitud de situaciones que pueden hacer ruido son parte de la construcción narrativa en este tipo de films. Pero esos problemas no son tan graves en Animal como la linea ideológica que maneja. Línea que sin duda acompaña a como los autores ven a las clases sociales que reflejan. En Animal los ricos son buenos, todo lo que tienen se lo ganaron trabajando, y mucho, son honestos, meritócratas, tienen familias perfectas y bellas, y (hasta que aparece el problema de salud) la preocupación más grande que tienen es elegir el color con el que pintarán la cocina. También se creen que por tener plata pueden comprar todo lo que quieren, incluso un órgano o una vida, y eso no los hace peores personas sino desesperados. Acá los malos, vagos, pedigüeños, sucios, ladrones, usurpadores, alcohólicos y un sinfín de adjetivos descalificativos más, son los pobres que se abusan del pobre Antonio y su familia frente a una necesidad vital. Los estereotipos con que se pintan las clases sociales y las diferencias entre ellas son de una obviedad recurrente y sesgada con ejemplos tales que si un médico inhala cocaína durante una operación es gracioso pero si el “donante” pobre toma cerveza resulta una calamidad. Puede que muchos piensen que la película coloca a todos los personajes de ambos lados del muro, pero eso es tan falso como la corrección política que pregona al mostrar como aflora el egoísmo cuando se trata de sobrevivir. Los ricos actúan así por desesperación, y por más bajos y deplorables que sean sus actos, reciben el perdón de alguna u otra manera, mientras que los pobres lo hacen porque está en su naturaleza, en su instinto animal, y deben ser castigados. La forma de mostrar los personajes podría haber sido revertida cambiando una escena del final. Ahí el sentido sería otro, con una línea ideológica que mostrara a personas, que más allá de su condición social, obran como seres humanos, con defectos y virtudes. Pero queda claro que para los hacedores de la película los animales son solo los pobres, mientras que los ricos son menos buenos ante una necesidad extrema, al punto de que si le sacan por la fuerza el riñón a una persona pero a cambio le entregan su lujosa casa el mensaje será la injusticia. Claro, que no la de robarse un riñón sino la de perder todo lo demás en manos de un pobre que hubiera merecido morir mientras drogado le extraían su órgano.
“Animal” es un thriller psicológico nacional dirigido por Armando Bó y co-escrito junto a su primo Nicolás Giacobone, ambos ganadores del Óscar en la categoría Mejor Guión Original por la cinta “Birdman” (2014). Es el segundo largometraje de Bó tras haber hecho “El Último Elvis” (2012), en donde actuaba Griselda Siciliani. Filmada en Mar del Plata y Parque Chacabuco, el reparto incluye a Guillermo Francella, Carla Peterson, Marcelo Subiotto (La Fragilidad de los Cuerpos), Mercedes De Santis, Federico Salles, Gloria Carrá, Majo Chicar y Joaquín Flammini. El marplatense Antonio Decoud (Guillermo Francella) tiene una vida ideal: una buena familia conformada por su esposa Susana (Carla Peterson), sus hijos adolescentes Tomás (Joaquín Flammini) y Linda (Majo Chicar), y un bebé; un trabajo como gerente de un frigorífico del que no se puede quejar, amigos y una casa gigantesca. Él siempre fue un hombre educado, respetuoso, que siguió las reglas impuestas por el sistema sin ningún tipo de problema. Sin embargo, una mañana que sale a correr todo cambia: uno de sus riñones está fallando y para seguir viviendo necesita un trasplante. Poco sirven las sesiones diarias de diálisis, y a medida que pasa el tiempo sin que aparezca un donante, los nervios de Antonio ante la muerte comienzan a aumentar. Una noche en la que no puede conciliar el sueño, Antonio comienza a buscar en Internet alguna forma de solucionar su problema. Allí se topa con un aviso de un hombre que propone intercambiar su riñón por una casa. Desesperado, Antonio se encontrará cara a cara con Elías (Federico Salles) y su novia embarazada Lucy (Mercedes De Santis). Lo que no sabe es que esta pareja de clase baja sacará lo peor de sí mismo, llevándolo a cometer actos que a él nunca se le cruzó por la cabeza que podría realizar. Estamos ante una película súper atrapante ya que nos muestra cómo una persona correcta, debido a un hecho que no puede controlar, expulsa al exterior sus demonios y cambia completamente su forma de ser. Este contraste de personalidad necesitaba a un gran actor como lo es Francella, que continúa sorprendiendo por su capacidad interpretativa. De la calma pasa a los gritos, pero no de una forma abrupta sino que el director construye de a poco ese camino para que tenga sentido el egoísmo que asciende en el personaje. La fotografía apagada de Javier Julia, que captura de una manera muy artística tanto la ciudad como el rítmico mar, ayuda a crear un ambiente opresivo alrededor de Antonio. La música de Pedro Onetto también contribuye en este aspecto, así como las escenas dentro del frigorífico o las imágenes donde el rojo sangre fluye, lo que nos hace recordar el funcionamiento del cuerpo humano. Federico Salles como Elías consigue transmitirle al espectador la tensión. Él es alcohólico, no tiene trabajo, está por ser echado del pequeño espacio donde convive con su novia y es difícil de tratar. Los dos son el claro ejemplo de que a una persona si le das la mano te agarra el codo ya que la mayoría no logra estar conforme con lo que tiene. Durante el acto final algunas situaciones se vuelven poco creíbles, no obstante “Animal” se consagra como una buena cinta nacional por las temáticas que toca, que van desde la diferenciación entre clases sociales hasta el instinto por sobrevivir, lo que genera una obsesión incontrolable en el protagonista.
Un hombre común y correcto se enfrenta a una situación límite, de vida o muerte, desesperada, y tanto él como su esposa entran en una espiral terrible, casi fantástica, donde solo cuenta sobrevivir. Podría ser la sinopsis de muchas películas, es cierto, pero en el caso de Animal el esquema es lo contrario de una desventaja. Armando Bo, nieto del homónimo director de la Coca Sarli, que demostró la capacidad para trabajar extremos y elementos grotescos sin disolver la empatía humana en El último Elvis (y, también, en su guión oscarizado de Birdman) juega aquí a llevar todo a los extremos. El problema en estos casos es trasparar el límite y que todo se vuelva una caricatura cínica. Pero ahí están Guillermo Francella y Carla Peterson jugando la cuerda de la desesperación al límite sin establecer distancia que anestesie, ante la acumulación de problemas, al espectador. La combinación de un guión de hierro y dos actores extraordinarios da resultado, pues.
Caso curioso el de Animal: es una buena película difícil de recomendar. Porque no se la disfruta ni un poco: se la sufre. “Es jodido que una película no te provoque nada”, dice Armando Bo, y es consecuente con sus palabras. En seis años pasó de emocionar con la dulzura melancólica de El último Elvis a retorcernos las tripas con este thriller desesperante, que bien podría haber sido uno de los Relatos salvajes de Damián Szifron. Como desde El secreto de sus ojos a esta parte, Guillermo Francella vuelve a despegarse de sus mohínes de cómico y se calza con solvencia la máscara dramática para meterse en la piel de Antonio, un hombre de cincuentilargos con una apasible vida pequeñoburguesa. Trabajo jerárquico bien remunerado, chalet, camioneta, dos hijos adolescentes que lo quieren, un bebé adorable, y Susana, una esposa cariñosa y comprensiva (una sólida Carla Peterson). Pero este aceitado engranaje se traba cuando Antonio sufre un problema de salud que requiere de un trasplante. Un experimento ficcional rendidor: exponer a un hombre común a una situación límite, provocarle un apocalipsis personal y mostrar cómo reacciona. La pregunta de base es hasta dónde es capaz de llegar y cuánto puede sacrificar un ser humano con tal de sobrevivir. Aquí el dilema se extiende a su entorno: ¿qué están dispuestos a resignar sus parientes de sus propias, cómodas existencias con tal de que su amado padre o marido salga adelante? Este juego existencial de egoísmos se complica porque no se circunscribe únicamente al circuito familiar, sino que incluye a una pareja que aparece como una solución posible al intríngulis. Pero Elías y Lucy (Federico Salles y Mercedes De Santis, dos revelaciones) son el reflejo invertido de Antonia y Susana: jóvenes, marginales, viven fuera de cualquier convención social. Parecen un eslabón perdido del clan Manson. Pero lo que los hace inquietantes, tanto para Antonio como para los espectadores, es su imprevisibilidad. ¿Son dos psicópatas hanekianos al estilo de Funny Games o apenas un par de vagos patéticos? Otro experimento ficcional interesante, en la línea de Cabo de Miedo: confrontar a un burgués asustado con un lumpen fuera de control, a ver cuál de los dos resulta más peligroso. Al ritmo de estos dos personajes ambiguos, la película entra en una vorágine de angustia, apenas matizada por toques de humor negro. Una Mar del Plata invernal y desolada es el marco perfecto para el proceso de descomposición humana que va sucediendo ante nuestros ojos. Un proceso tan repugnante que, aun sin escenas explícitas de violencia, hace que salgamos del cine con un regusto nauseabundo en la boca.
Como en el inicio de El último Elvis, Armando Bo avanza sobre la vida de su personaje en un virtuoso plano secuencia, definiendo un mundo que resulta tener tanto de esencia como de apariencia. La frágil cristalería de una vida de regia armonía y cálida convivencia se resquebraja sin anticipos ante la irrupción de la enfermedad y la amenaza de la muerte. La prosperidad de la familia de Antonio Decoud (Guillermo Francella), gerente de producción de un frigorífico de Mar del Plata, son definidos con inicial solvencia como un caparazón moderno frente a un amenazante exterior. Sin embargo, la evidente metáfora del matadero se torna demasiado excesiva en su necesidad de personajes grotescos y mezquindades extremas que se pongan al servicio de la parábola. A medida que el guion de Bo y Nicolás Giacobone se interna en el descenso de Antonio en la tiranía de la supervivencia, sus filiaciones con Iñárritu (para quien escribieron el oscarizado guion de Birdman) se hacen estrechas y declamadas. Sus personajes se desdibujan en una espiral de egoísmo y crueldad siempre visto desde cierta expectación gozosa, comprometida apenas en términos de juego cómplice. Bo, quien en su película anterior entendía la pasión sacrificial del Elvis del conurbano, ahora despoja a sus personajes de verdaderos matices y prefiere la certeza cínica del cataclismo a la tensa ambigüedad de la interrogación.
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La segunda película como director de Armando Bo (“El último Elvis”) propone un despiadado juego de contrastes, algunos presentados con pinceladas muy gruesas, mientras desarrolla narrativamente el descenso a los infiernos de un hombre (Guillermo Francella) que debe tomar decisiones sin saber las repercusiones de las mismas. Antonio (Francella) está en las últimas, su riñón casi no le responde, la diálisis parece no hacer efecto, y su vida depende de la ayuda de los demás para poder resolver su situación actual. Mientras la legalidad rige sus días y rutinas, la inevitable cercanía del fin lo hará acercarse a una pareja que aparentemente podría resolverle todo de una manera a la que él no está acostumbrado. El hábil guion de la dupla ganadora del Oscar por “Birdman”, Nicolas Giacobone y el propio Bo, resuelven con solvencia un desarrollo que bucea en el viaje de un hombre que necesita del otro para poder resolver su estado actual, pero que, independientemente de esto, sufrirá una profunda transformación en su seno familiar y de vínculos al decidir que lo mejor para él tal vez no es lo que creía y creyó durante toda su gris vida. Bo comienza la película con garra, con un estilizado plano secuencia, imponiendo la intromisión en la familia de Antonio, desnudando la intimidad con su mujer (Carla Peterson) y la rutina de desayuno y organización de tareas, para contextualizar el universo que pronto se resquebrajará. En esa primera instancia descubrimos la rigidez de los vínculos, las atrofiadas palabras que intercambian que permiten comprender cómo luego, ante la vulnerabilidad de la exposición con la dupla que supuestamente tiene una solución (Federico Salles, Mercedes De Santis), se perderá rápidamente su adhesión y se evidenciará un nuevo estadio en la relación. “Animal” es una película de personajes, con una fuerte impronta visual que acecha a los mismos, y con una decidida paleta de colores que abruma a una ciudad de Mar Del Plata como nunca antes vista en la pantalla. La película y el desarrollo que de la historia generan una tensión maniquea que exige al espectador una toma de partida para decantar la fuerza narrativa de las imágenes que se suceden. Hay algo de “Casa Tomada”, de ese avanzar sobre el otro hasta conseguir aquello que se quiere, que impregna de un timming preciso y potente, que anula la capacidad de mirar hacia otro lugar o evadir aquello que se desarrolla ante la cámara. Guillermo Francella y Carla Peterson se lucen con papeles diferentes a la explosividad con la que generalmente componen sus personajes, ofreciendo un tono bajo y quedado para desarrollar índices de sus interpretaciones que luego explotarán ante la exigencia del relato. La dupla de actores que interpreta a la pareja marginal que se acerca a Antonio, Salles y De Santis, componen con un nivel de precisión sus roles, avanzando sobre el resto de los actores para lograr la fuerza necesaria de un relato incómodo, doloroso, que habla de la imposibilidad de escapar al destino pese a que se crea lo contrario.
La segunda película de Armando Bo, "Animal", transita por varios géneros para trazar una historia demasiado afectada por cuestiones ideológicas que la perjudican. Armando Bo regresa triunfante. Su ópera primera, "El último Elvis", resultó un sorpresivo éxito que lo puso en boca de todos más allá de su célebre apellido. Como guionista, su premio Oscar por "Birdman", y la firma en el anterior film de Alejandro Gonzáles Iñarritu, "Biútiful", no hicieron más que otorgarle prestigio internacional. Con esos antecedentes, Bo regresa al país para realizar su segunda película como director, una propuesta ambiciosa por donde se la mire, diferente a la sencillez conceptual de "El último Elvis". La primera observación que se desprende de "Animal" es que, por la historia que cuenta, bien podría haber formado parte del tanque de Damián Szifrón, "Relatos Salvajes". Lo suyo también será la historia de un hombre llevado hasta el límite de las consecuencias. A partir de allí, comienzan a configurarse las diferencias. El nuevo Guillermo Francella serio es Antonio Decoud, gerente de un frigorífico. Trabajador incansable, alejado de las oficinas, más cercano a los controles de calidad de la media res. Su conducta es intachable, no levanta su voz, y lleva un actuar modélico en cada aspecto de su vida, familiar, profesional, y social. La vida lo premio con una familia tan modélica como él, su esposa Susana (Carla Peterson) y sus dos hijos adolescentes (Joaquín Flammini y Majo Chicar) lo quieren y completan su armonía. Pero también lo castigó. En la segunda escena del film ya podemos ver que es víctima de una enfermedad que atacó sus riñones, por lo cual necesitará un trasplante con el tiempo. Mientras la diálisis hace efecto, y sus compañeros de internación van falleciendo, Antonio comienza un camino que lo llevará hasta zonas impensadas. Necesita de un riñón, su hijo se arrepintió a último momento de ser donante, y tiene dinero como para poder comprar un órgano (lo de tener dinero para hacerlo es un diálogo que se repite al menos seis o siete veces en el film). El mercado negro parece estar al alcance de su mano. Es así como Antonio se contacta con una pareja, Elías y Lucy (Federico Salles y Mercedes De Santis), pertenecientes a otra clase social, necesitados de subsistencia, ella embarazada. Elías le donará un riñón a cambio de que Antonio les compre una casa. Todo parece solucionado, pero esto recién comienza. Elías y Lucy verán el medio de aprovecharse de Antonio, lo harán sufrir de varias maneras mediante caprichos ilógicos, y así Antonio se irá transformando. Lo dicho, lo de Antonio es un Relato Salvaje. Principalmente, su historia hace recordar al más controversial de los cinco relatos. Aquel protagonizado por Oscar Martínez sobre un hombre que, también, decidía torcer la justicia a su modo mediante dinero. Pero allí dónde el film de Szifrón, específicamente en esa historia, optaba por no generar empatía con el personaje de Martínez, y en el mejor de los casos, mostraba cómo hay “suciedad” en todos nosotros, Bo, y su co-guionista habitual Nicolás Giacobone, ponen todo su empeño en crear una víctima sobre Antonio, o mejor dicho, dejar bien en claro quiénes son los villanos del cuento. Técnicamente correcta, con un montaje y una fotografía que pecan de exceso de preciosismo hasta el límite publicitario (¿era necesario tanto travelling?), "Animal" es un relato torpe, con elipsis continuas y decisiones antojadizas por parte de sus personajes. La idea claramente es demostrar la lenta transformación de un personaje correcto en alguien que pierde los cabales. Retomando, algo así como el Darín de Relatos Salvajes, pero aún en aquella historia corta, se ejemplificaba y justificaba mejor dicha transformación. Aún en sus 112 minutos, "Animal" resulta abrupta como manifestación de esa serie de infortunios que convierten a una persona. Antonio aguanta, aguanta, aguanta, y aguanta, hasta lo irrisorio, cuando desde la platea podemos pensar ¿por qué no toma otra decisión? No, sigue aguantando. Hasta que en un momento X no aguanta más, casi porque sí. No hay sorpresa en "Animal", todo lo que sucede es esperado, y sólo exagerado y de por más remarcado. Bo y Giacobone pretenden ponernos en el lugar del protagonista, pero más allá de que aquel parte de una mala decisión, todo lo que sucede es tan ilógico, irreal, y subrayado a trazo grueso, que se dificulta ese posicionamiento. Como dijimos, los arcos narrativos de los personajes son antojadizos, actúan de determinado modo, hasta que deciden no hacerlo más. Antonio se cansa, su hijo se arrepiente, y la parejita es jodida a un límite inexplicable. Hay claramente una cuestión ideológica tangencial en "Animal". Antonio y su núcleo pertenecen a una clase a la que jamás se juzga. Algunos secundarios muestran miserias, pero de tono más bien liviano y jocoso. Al hijo arrepentido que puede dejar morir a su padre, hasta se le crea una línea de diálogo posterior explicativa y declamatoria para justificarlo. Elías y Lucy son marginales, casi caricaturescos, capaces de esbozar toda su ideología de vagancia en frases explícitas. Buscan a toda costa vivir de arriba, son capaces de inventar lo que sea, y vivir de quien sea, con tal de lograrlo. Como si esto no fuese poco, adoptan actitudes contradictorias hasta para sus propios fines, de modo caprichoso, por el simple hecho de joder un poco más. Sí, se nota y mucho, que alguien estuvo viendo "Cabo de miedo" de Scorcese. Entre esos dos polos en los que hay gente muy bien intencionada y con conducta irreprochable; y marginales vividores per se, iletrados ufanados de serlo, y pérfidos gustosos; uno se imagina un sueño húmedo de cierto sector reaccionario de la sociedad, representado por algunos oficiales de medios de comunicación en el prime time. Más allá de estas cuestiones ideológicas, y de lo antojadizo y reiterativo del guion, "Animal" sufre de una indefinición de tono que la lleva del suspenso, al drama, al humor negro, y un absurdo inentendible en su último y muy forzado tramo. Francella repite sus nuevos mohines de actor serio, que remplazaron sus viejos mohines de comediante. No está mal, pero no aporta nada que no le hayamos visto desde "El secreto de sus ojos" en adelante. Carla Peterson luce desencajada, falta de química para con quien hace de su esposo, y nunca encontrándole una razón de ser a Susana. Salles y De Santis son buenos actores, pero sus personajes los dejan respirar tan poco, que apenas si se lucen. "Animal" es una propuesta que antepone su mensaje al hecho cinematográfico. Una bajada de línea que no deja sacar nuestras propias conclusiones, y que atenta contra un guion ya de por sí dificultoso. Una propuesta a gran escala a la cual le haría falta tener un poco más sus pies sobre la tierra.
Animal: Los abismos de Antonio Decoud. “No te atrevas a amenazar a una persona que no tiene nada más que perder.“ Susan Elizabeth Phillips Nicolás Giacobone y Armando Bo II entienden que arriesgan y pisan terreno pantanoso cuando proponen la desesperación de un desahuciado como disparador de un film que utilizara cierto tipo de humor para narrarlo. Un riesgo que sin embargo propone una interesante mirada sobre el comportamiento del ser humano en circunstancias limites. Antonio Decoud tiene la vida resuelta, tanto material como afectivamente; un trabajo en el que es gerente, un hogar de clase media acomodada, una esposa que lo consciente y tres hijos, dos de ellos adolescentes, que de alguna manera terminan de cerrar una ecuación casi perfecta. Hasta que una falla renal que lo obliga a un trasplante de riñones, lo pone en una situación limite. Más aun cuando su hijo decide que no será el donante. La desesperación por obtener ese órgano es lo que desencadena ese aborrecible viaje que realiza hacia las sombras que todos portamos y que solo emergen cuando ya no hay nada que perder. Porque decide comprarlo, obtenerlo por medios ilícitos. El elegido es un buscavidas, un pibe del montón que será capaz de donarlo a cambio de una casa. Más allá de acabado aspecto técnico es en el guion en que el film logra una descarnada moraleja, en que los extremos llegan a tocarse a fuerza de una inverosimilitud que el elenco concreta con idoneidad, logrando que este sainete grotesco sacuda al espectador. Se menciona la comedia, pero la misma se ejecuta con tan socarrona postura que no logra la carcajada espontanea, más una culposa media sonrisa, como si el hacerlo liberara al espectador. Los opuestos entre el personaje de Guillermo Francella y Federico Salles, el donante Elías, son los que realizan el periplo más interesante en cuanto a desarrollo; porque es interesante de ver el descenso a las sombras que hace el primero y como lo recibe el otro, quien nada cómodamente en ellas. La facilidad, lo inmediato, frente a quien ha trabajado para lograr medrar en la vida, que a su vez es el que más se enrosca en las sombras. Otra de las particularidades del guion y lo que hace que realmente valga la pena su visionado es la postura, bastante cínica, que propone frente a las acciones de alguien que posee los medios; ¿Por qué no puedo comprarlo… – se pregunta Antonio – Si tengo la plata que gané legalmente? Desde su lugar enumera sus méritos como si ellos fueran suficiente chapa para hacer lo que necesite o desee. Mientras que Elías solo aprovecha la oportunidad que se le presenta, que con facilidad le dará lo que desea sin esfuerzo aparente. Enroscado, malicioso y en ciertos pasajes provocador, ralentizada por momentos por esa poca profundización de los personajes satélites de ambos, como el ejecutado por Carla Peterson o su el de su hijo, que se negó a colaborar en un principio. Guillermo Francella ejecuta con maestría ese burgués gentil que enmascara la ruindad misma, pero son Mercedes De Santis y Federico Salles quienes lucen unos personajes mucho mejor expuestos, porque el progreso de ellos no deviene en rupturas, más bien en expansión. En la ejecución del tercer acto, es cuando el director muestra la carta, descubre para el espectador esta rocambolesca y oscura comedia, proponiendo una escalada casi neurótica de las situaciones, llevándola al borde un precipicio que los actores lograr frenan con pulso, nada mejor que un comediante haciendo su gracia desde el lugar más patético y dramático. Técnicamente impecable en su factura, como comentábamos, es una odisea lograda y una propuesta cinéfila interesante que utiliza todo a su alrededor para solidificarse. Las cosas que se hace por sobrevivir, la desesperación como motor y la desidia como combustible, contradictorio, sí, es eso lo que hace que esta historia valga la pena.
Mi Reino por un Riñón La vida de Antonio Decoud parece ser un paraíso. Tiene una familia que lo quiere, una casa idílica y un empleo como gerente de la cadena de producción de un frigorífico marplatense. Infortunadamente, uno de los riñones de Antonio está fallando y necesita buscar un donante cuanto antes. Superado por los manejos burocráticos del sistema de donación de órganos -que lo tiene muy abajo en la lista- decide buscar la solución por otros medios. Elías, un joven que vive en una casa tomada junto a su novia embarazada, Lucy, es ese donante. Lo que Elías pide a cambio por su riñón es una casa. Las cosas se van a empezar a complicar cuando el muchacho empiece a inmiscuirse en la vida de Antonio y altere los términos del trato según su conveniencia, algo que empujará a Antonio más y más al límite. El guion tiene un conflicto sostenido y personajes que son capaces de hacer lo que sea para conseguir su objetivo. Esto, que parece ser una obviedad, es destacable ya que está ausente en una considerable gran mayoría de las producciones nacionales. El arco del protagonista está bien trabajado. Tiene por principal temática el más visceral egoísmo: el del “sálvese quien pueda” sin importar a quien nos llevemos puesto. Antonio pasa de ser alguien que obra de modo legal y desinteresado, a hacerlo de forma ilegal y egoísta. La progresión de un punto a otro aumenta su velocidad conforme se le acaban las opciones, tanto al protagonista como a su antagonista. Respecto al tema de romper o no las reglas (que venían anunciando desde el trailer), la premisa de la película ilustra no tanto las recompensas que reciben los que no siguen las reglas, sino su falta de castigo. El castigo aquí es la falta de salud. Antonio, cumplidor siempre, es castigado con un riñón que falla y un sistema burocrático que no lo ayuda (o que sí puede, pero no lo tiene como prioridad). Elías, desconsiderado, conserva su salud sin importar qué. Una contra a destacar es cómo el bajo mundo se vuelve la única solución al problema de Antonio. Se entiende que habiendo decidido por un curso de acción así de cuestionable esta parezca ser la única opción; pero incluso en esas circunstancias, cualquier persona con sentido común ve el comportamiento de Elías y sabe que no tiene garantía de que vaya a seguir lo que prometió seguir. Sí, suma al conflicto y a la tensión general de la película, pero por otro lado, es algo más lógico para la segunda mitad del metraje o incluso el desenlace (donde tiene más sentido que la desesperación no te deje pensar). El vehiculizar en ello la acción entera del film lo hace un poquito difícil de creer. Si el protagonista iba a hacer esto por vías non sanctas y tan desesperadamente egoístas hacia el patrimonio familiar, ¿no era mejor buscar a alguien que garantice un órgano saludable? Otras contras que posee son, por un lado, que los intentos de humor no funcionan como se esperaba: vemos a lo que apuntan, pero no salen las risas. Por otro lado, Antonio, Elías y Lucy son los únicos personajes desarrollados. La familia de Antonio no recibe el mismo tratamiento, en particular su mujer. Están ahí para recibir sus diálogos o para que nos preocupemos por él; de ellos por sí mismos no hay mucho para destacar. En el costado técnico, la dirección de Armando Bo es de una tremenda riqueza. Estamos hablando de alguien con perfecto dominio de la puesta en escena. Que encuentra armonía entre el movimiento de la cámara y de los actores. Tan en cuenta tiene esta noción que no pocas escenas transcurren sin un solo corte. La escena introductoria es de un tremendo virtuosismo, recurriendo casi siempre a las imágenes más que a los diálogos para impulsar su narrativa. Animal comienza con movimientos fluidos para dar paso progresivamente a la cámara en mano, como reflejando el paso de la estabilidad a la inestabilidad en la vida de Antonio. También sus planos están cargados de simbolismo. Como una escena en particular donde Antonio está trabajando en el frigorífico, rodeado de gente (y de medias reses), y al recibir el llamado de su doctor lo atiende en un cuarto completamente vacío, es acá donde se pone feliz al ser informado que Elías y él son compatibles. Una soledad premonitoria del camino que le espera. También hay que señalar el notorio uso del contraste en cuanto a colores y texturas en la dirección de arte, en particular para establecer la diferencia entre el mundo “puro y limpio” del día a día de Antonio, y las sombras del bajo mundo al que tiene que reducirse para conseguir sus objetivos. Guillermo Francella nuevamente entrega una lograda labor interpretativa como este hombre obligado a romper las reglas. Federico Salles y Mercedes De Santis proveen dignos acompañamientos como sus antagonistas, pero más particularmente por proveer una veta de multidimensionalidad y emoción, independientemente de que tengan o no interacción con el personaje de Francella. Conclusión Si bien Animal tiene un conflicto sostenido y personajes dispuestos a todo como principales argumentos para evitar ser descartada de aburrida, sus baches narrativos la ponen en una cuerda demasiado floja. Si el espectador la sostiene o la suelta para que caiga al vacío, depende muchísimo de la exigencia que este tenga.
Ya lo había demostrado con “El último Elvis” sus cualidades de primera línea como director y como guionista. Junto a Nicolás Giacovone y Alejandro González Iñárritu gano un Oscar como el mejor por “Birdman”. Aquí, otra vez con su aliado de siempre en la escritura y con su capacidad madurada de cineasta nos da un film sólido, singular, muy bien filmado, con una iluminación que acompaña, con la música justa. Y se mete nada menos que con un tema muy poco frecuentado: transplantes y la escasez de donantes. Y comienza con un naturalismo equilibrado y luego vira al grotesco, la oscuridad, la transformación de cada uno en el “animal” del titulo, cuando las convenciones sociales se quiebran y aflora el sálvese quien pueda, el egoísmo extremo. Y en ese punto ningún personaje se salva. Un hombre de buen pasar, gerente de un frigorífico necesito un transplante, su hijo donara el riñón que necesita, pero a último momento huye despavorido. Tras dos años de espera por un órgano recurre a la ilegalidad y la posibilidad de comprar o canjear un órgano. Caerá en la extorsión, la perdida de todo lo que posee, la locura, el costado negro de un entorno salvaje. La mirada es irónica y feroz, la angustia se palpa, la inteligencia en observar que pasa en una sociedad que cree posible la fantasía demente, la caída de valores políticamente correctos que funcionan como una cáscara que muy pronto muestra su verdadera cara. Bo demuestra su talento como director en la concepción del film que implica no pocos riesgos. Lo acompaña un elenco elegido con precisión. Guillermo Francella pasa por todos los registros de la angustia y la desesperación, por la ferocidad, la transformación del ciudadano ejemplar en un depredador. Uno de sus mejores trabajos. Carla Peterson en su veta dramática, la señora correcta que también muestra su lado oscuro. Federico Salles camina en el borde y nunca se equivoca con su personaje marginal. Todos los actores están en su punto. Un filme para ver y polemizar. Un espejo que nos muestra en toda la deformidad de la que es capaz el ser humano.
Filmada en Mar del Plata y Buenos Aires. Los protagonistas en apariencia son una familia perfecta, todo es armonía, tranquilidad, amor, una linda casa y una posición acomodada, pero todo se trastorna cuando vemos a Antonio (Guillermo Francella) que después de un desmayo, comienza a hacerse diálisis, él ve como otros pacientes van quedando en el camino, se encuentra en lista de espera para un trasplante de riñón y esto se ve difícil. La tensión y la desesperación comienzan a crecer, se van planteando varios temas e interrogantes: sobre lo material, ¿el dinero todo lo puede?, las relaciones humanas, las clases sociales, el poder, el miedo, cuando un ser intenta sobrevivir, estaría dispuesto a atravesar cualquier obstáculo sin importarle nada, quién es más animal el pobre o el rico y hasta donde está dispuesto a llegar para salvarse y quien es más marginal. Las actuaciones son de vital importancia: Guillermo Francella (“Los que aman, odian”, “El clan”) vuelve a crear un personaje, desde sus miradas, sus posturas, cada gesto, increíbles sus cambios emocionales desde la bondad hasta la bajeza; Carla Peterson (“Inseparables”, “Una noche de amor”), es la esposa, madre y ama de casa, serena, luego la vemos demacrada, sus sueños desaparecen y su vida se derrumba. Se destaca el actor, cantante y bailarín argentino de teatro y televisión Federico Salles (Teatro: “Tango Feroz”, “Franciscus”) en un papel muy jugado, espléndido y Mercedes De Santis (Teatro: “Los torcidos”) ambos serían la pareja salvadora, que logran intranquilizar al espectador. Su desarrollo tiene mucho de thriller psicológico, además mezcla otros géneros, hay humor e ironía, acompaña una estupenda paleta de colores para definir los distintos estados que recorren las situaciones y los personajes, la sangre, la carne y el color rojo, que se ve permanentemente, con varias metáforas. La música y la dirección de fotografía son elementos muy importantes porque ayudan a crear climas y atmósfera.
“Animal”, de Armando Bo Por Jorge Bernárdez Antonio (Guillermo Francesa) es un buen ciudadano, es gerente en un frigorífico y mantiene a su familia en buena posición económica. Todo está en su lugar hasta el día en que un diagnóstico medico da vuelta su mundo. Un problema renal lo pone en situación de paciente crónico con pocas expectativas de vida y lo que sigue es la diálisis, pero ese no es un tratamiento que pueda extenderse por mucho tiempo y aunque el paciente cumpla con todo lo que se le pide nada asegura que pueda recuperarse. La condición de Antonio es irrecuperable, de ser una persona sana pasa a ser un paciente crónico que ve como el cuerpo empieza a volverse su enemigo y que asiste a la muerte de compañeros de tratamiento. Antonio comienza entonces un camino paralelo al de su degradación física que es el camino a la pérdida de los valores éticos y sociales que hasta ese momento creía tener. ¿Para qué vivir como te enseñan que hay que vivir si llegado el momento nada te rescata de la muerte? Eso es lo que empieza a pensar el protagonista que siente que se le acaba el tiempo y que sólo lo salvará un trasplante de riñón, pero los protocolos son severos y el no es un candidato en el que la medicina y el estado piensen que vale la pena gastar recursos. A partir de ahí y cortando lazos definitivamente con sus creencias, Antonio comienza la búsqueda de un donante y lo encuentra. Es un donante de condición social precaria, pero además para llegar a ese candidato el camino de Antonio ha sido oscuro y poco edificante. Armando Bo ha dado muestras de ser un buen director con la muy buena El último Elvis, además de ganar el Oscar cómo guionista por Birdman. La colaboración de Armando Bo con Alejandro González Iñárritu ha sido permanente e incluye Biutiful, una película casi insoportable en materia de vueltas siniestras de guión. Animal comparte bastante el espíritu misántropo de Iñarrirtu y otros grandes directores, que suelen solazarse con las miserias humanas. Es una película incómoda, oscura y pone al espectador en situación de generar empatía con alguien que puede reconocer como un par, que se ve lanzado a una carrera por la vida y tratándose de eso: ¿quién está tan seguro de que no es capaz de cualquier cosa? Carla Peterson es la esposa del acomodado gerente que un día se entera que tiene poco tiempo de vida y lo acompaña pero claro, el camino que lleva a la lucha por supervivencia hace que estalle el grupo familiar o que al menos se piense que difícilmente pueda sostenerse la convivencia en semejante situación. Todo está muy bien filmado y hay varios planos secuencias que no solo sirven para mostrar el virtuosismo del director, sino también para darle a la película cierto sensación de deriva en una Mar del Plata que nunca resultó tan sombría y no parece el lugar festivo donde veraneaban Los Campanelli. Por supuesto que la película se recuesta sobre todo en la actuación de Francella, que se entrega a ese personaje que también ha representado tantas veces, el argentino medio, solo que en este caso es un padre de familia acomodado que llegado el caso puede mostrar su costado más sórdido. ANIMAL Animal (Argentina, 2018). Dirección: Armando Bo. Guión: Armando Bo y Nicolás Giacobone. Elenco: Guillermo Francella, Carla Peterson, Federico Salles, Mercedes De Santis, Joaquín Flammini, Gloria Carrá, Marcelo Subiotto, Majo Chicar. Producción: Patricio Álvarez Casado, Milagros Roque Pitt, Cindy Teperman y Axel Kuschevatzky. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 103 minutos.
El guion del descenso a los infiernos Una familia de felicidad sobreactuada cae en desgracia cuando el hombre consigue el riñón que necesita para sobrevivir de parte de una pareja de lúmpenes que pide cada vez más a cambio. El fatalismo, el regodeo con el fracaso ajeno, la muerte trágica o temprana rinden bien en cine, en el arte en general. Fue con esos elementos que los argentinos Armando Bo (nieto) y Nicolás Giacobone construyeron una carrera de éxitos (ácido mérito, convertir el fracaso de otros en triunfo propio), desde que uno de sus guiones –el de Biutiful, 2010– permitió al rey de este rubro, el mexicano Alejandro González Iñárritu, ser nominado por segunda vez al Oscar a Mejor Film en Lengua Extranjera. Allí, el personaje de Javier Bardem sufría tantas y tan grandes (e insólitas) desgracias como ningún otro en la historia del cine, ni antes ni después. Al lado de eso, que Michael Keaton se tirara de una ventana cinco años más tarde, en Birdman (Oscar al Mejor Guion Original), por creerse capaz de volar, no era nada. También se suicidaba el protagonista de El último Elvis (2011), escrita por Bo y Giacobone, y dirigida por el primero de ellos, un replicante de Presley que lo hacía un poco porque era un pobre tipo, y otro poco para completar su fantasía de “ser” Elvis. Tiene algo más de fortuna el personaje de Guillermo Francella en Animal, opus 2 de Bo. Aunque a partir de determinado momento su vida se convierte en un descenso a los infiernos sin escalas, empujado a ello desde el guión (nuevamente escrito con Giacobone). En la escena introductoria –un plano secuencia tan largo, virtuoso y exhibicionista como tantos de González Iñárritu– queda claro que de allí en más no puede haber otra cosa que no sea una caída. Es tan perfecta y sobreactuada la felicidad familiar de los Decoud, desde el momento en que se levantan y toman el desayuno (la escena parece una publicidad de una leche chocolatada), que claramente lo que se está armando es eso. Nomás terminar el plano secuencia, con Antonio Decoud (Francella) saliendo a hacer jogging en la costa marplatense (la película transcurre allí, por algún motivo), para que la desgracia haga su primera aparición, como una flecha caída de un cielo ominoso. Del cielo del guion, que en las películas de Bo reina, por lo visto, tan soberano como en las de Iñárritu. Salto a dos años más tarde, y Antonio, sometido a diálisis, necesita un transplante de riñón. En caso de que no lo consiga, morirá. Teniendo en cuenta los antecedentes, más le vale cuidarse al protagonista de Animal, porque las chances de que eso suceda son altas. Un poco como salidos de Biutiful y otro poco de Fargo (la película, más que la serie), en el camino del desdichado Antonio se cruza una pareja de lúmpenes. O lumpen él, porque la verdad que ella tiene un aspecto de lo más saludable, además de un cortecito Louise Brooks de lo más monono. El no. Da la impresión de no haberse cortado ni mucho menos lavado el pelo en toda su vida, anda con un sobretodo como del abuelo, luce una sonrisa tirando a siniestra, tiene los ojos inyectados en sangre y, francamente, no es lo único que parece haberse inyectado en los últimos meses. Créase o no, es a esta parejita a la que el algo iluso Antonio le ofrece un trato. El riñón de él (tienen el mismo grupo de sangre) a cambio de... lo que quieran. Quieren una casa (viven en una casa tomada, habitada por seres que parecen súcubos del infierno). Muy bien. Antonio les comprará una casa, invirtiendo todos sus ahorros. Pero van a querer más (no son pobres lúmpenes sino unas especies de larvas humanas, que ansían quedarse con todo lo que Antonio tiene y ellos no), y Antonio les va a dar más: su capacidad de autodeprivación no tiene límites. Si se quiere ver en unos y otro emblemas sociales, Animal se convertirá en una película de advertencia a los que más tienen. Fotografiada con una luz que enturbia la imagen todo lo que puede, de modo de acentuar el clima, y (sobre)musicalizada con criterios discutibles pero audaces, en términos de estricta artesanía cinematográfica, Animal es un producto categoría triple A. Lo que mejor maneja Bo en el plano narrativo son unas elipsis propias del cine hollywoodense, al que ese recurso de supresión le sirve para agilizar el relato, anulando tiempos muertos. En ese plano específico tienen mucho para aprender los colegas del nieto de Armando Bo, que sabe saltar años, escenas y secuencias para hacer avanzar la narración. Parecida capacidad muestra el realizador de El último Elvis en la elección y dirección de actores, virtud que ya era notoria allí. Dejando de lado cierta tendencia al énfasis lastimero que Guillermo Francella suele mostrar en sus papeles dramáticos, así como momentos de un fraseo injustificadamente ralentado en Carla Peterson, que hace de su esposa (y que en la segunda parte de la película muestra una fibra dramática que no se le conocía), Bo tuvo el ojo suficiente como para elegir al notable Marcelo Subiotto para un papel secundario. Pero sobre todo a “la parejita lumpen”, Federico Salles y Mercedes de Santis, ambos excelentes, en intervenciones que se prestaban al espantajo marca biutiful.
Como en el inicio de la notable El último Elvis, un sostenido plano secuencia introduce el mundo doméstico y simbólico de Antonio Decoud, gerente de una empresa marplatense que ha erigido su bienestar a fuerza de trabajo constante y un responsable apego a las reglas que deben seguirse para obtener respetabilidad. El recorrido por el interior de la casa, la entrada y salida en cuadro de todo el grupo familiar conforman también una seductora presentación. “Esto es cine”, vocifera el plano. La respetabilidad del personaje se duplica en la escena. Ese comienzo es exigente, y resguardar el mérito estético del director y del personaje será un poco la amenaza por fuera y dentro de la película. El personaje de Guillermo Francella, a los pocos minutos, tendrá que gestionar la desesperación y confrontar la humillación de un sistema médico general frente a la enfermedad que padece. Antonio ha dejado de fumar y orgullosamente cuenta los días que han pasado de la batalla ganada. Pero el funcionamiento de los riñones desconoce la voluntad y la disciplina. La naturaleza y la genética son ciegos frente a los créditos del empeño. Un riñón inservible necesita diálisis y su eventual trasplante. Antonio razona más o menos así: “He trabajado toda mi vida y tengo el dinero suficiente para comprar un órgano, ¿por qué no puedo hacerlo?” El sistema de donación y las contingencias de cada caso pueden derrotar la paciencia. El filme le prodigará a Antonio dos oportunidades, una dentro de los límites de la ley, otra por fuera. Es así como Animal evoluciona conforme al impedimento y el riesgo que un hombre debe tomar cuando decide transgredir las leyes y conseguir lo que quiere. El animal aludido en el título es aquel que desoye el contrato social y prioriza su supervivencia a cualquier precio. En el filme de Bo pasará de todo. El personaje arriesga su mundo, Bo también se arriesga como director. Nadie puede dudar de su ambición formal, y la tesis que evoca el relato dista de ser insignificante. Una de estas consiste en una discusión decisiva entre el personaje de Francella y el de Carla Paterson, quien interpreta a la abnegada esposa. Es la mejor escena del filme, porque la madurez de los parlamentos está en consonancia con las interpretaciones y las decisiones formales que la escenifican. Esa meritoria conjunción es escasa en el filme: en ocasiones el guion está sobreescrito, en otras los actores están fuera de registro, a veces las decisiones de puesta se desbocan y culminan en una ampulosidad vacía. El gran desafío de Bo pasa por su manifiesto deseo de hacer cine en grande; él es indudablemente un animal de cine. Hay suficiente evidencia en este filme de su idoneidad y también de los problemas a los que se expone debido a los materiales elegidos. La relación entre costo y beneficio que define la historia del personaje no es muy diferente a la posición del cineasta.
La impotencia de la abundancia. Armando Bo y Nicolás Giacobone, la dupla de guionistas que co-escribió Biutiful y la ganadora del Oscar Birdman, vuelven a unir fuerzas en esta producción nacional protagonizada por Guillermo Francella. Animal es un thriller moderno que toma al hombre común y lo fuerza hacia los instintos más salvajes del género humano. Además de formar parte del grupo de guionistas a cargo de los proyectos de Alejandro González Iñárritu como fueron los citados Biutiful y Birdman, este último galardonado con cuatro premios Oscar entre los que se encuentra el de Mejor Guion Original, el binomio conformado por Armando Bo y Nicolás Giacobone hizo su primera colaboración dentro del marco del cine argentino en la obra del año 2012 El Último Elvis. En ese caso, la colaboración se produjo nuevamente en la parte de la escritura del guion mientras que la dirección de la película estuvo a cargo de Armando Bo en solitario en lo que fue su ópera prima si de largometrajes hablamos. Seis años después y con un premio de la Academia en sus vitrinas, Bo y Giacobone proponen la misma dinámica de trabajo en Animal, film bastante más ambicioso que cuenta con las labores protagónicas de Guillermo Francella, Carla Peterson, Gloria Carrá, Marcelo Subiotto, Mercedes De Santis y Federico Salles. Y no es casual que el foco esté puesto ya desde el comienzo en los realizadores de la película porque lo primero con lo que nos encontramos en Animal es con un plano secuencia verdaderamente brillante que en escasos minutos nos introduce a una familia convencional de la ciudad de Mar del Plata que se prepara para afrontar un día como cualquier otro. Antonio (Francella), gerente de un frigorífico de la zona, junto a su esposa Susana (Peterson) se encargan de preparar a sus dos hijos para el colegio (tienen un tercero recién nacido) y lo hacen con la naturalidad de una familia de clase media que sabe que puede descansar en la seguridad de la rutina. Todo sin un solo corte de cámara y ambientado con una banda sonora operística que nos pone en ambiente casi sin darle lugar a cualquier cuestionamiento o duda acerca de un grupo de personajes que acabamos de conocer. Esa naturalidad presentada simultáneamente con una sensación de vértigo permanente será el tono de una película que no se detendrá hasta el último fotograma. Con un reparto secundario arrasador a partir de los trabajos de Mercedes De Santis, Federico Salles y Marcelo Subiotto, la película se permite hacer énfasis en Antonio, su personaje principal, ya que serán esos elementos humanos circundantes (sumados a la figura de su esposa y sus hijos mayores) los que introducirán a este hombre de familia en un vórtice imparable que lo llevará a poner en práctica cuestionamientos fundamentales que siempre tuvo latentes y otros que ni en sus pesadillas más oscuras hubiera imaginado que tenía. Porque esa mañana de ensueño como todas las demás, después de llevar a sus hijos al colegio y de casi terminar su rutina diaria de ejercicio al borde del mar, Antonio se desvanece. Un hombre trabajador, sano, buen padre, buen esposo, buena persona un día tiene una falla renal que lo lleva a un complejo tratamiento de diálisis, siempre a la espera de la aparición de un donante que le salve la vida. Y ese es solo el comienzo. Con una brutalidad pasmosa, cierto dejo de cinismo y una dosis escalofriante de humor retorcido, Armando Bo y Nicolás Giacobone proponen un ejercicio de empatía permanente mientras la situación personal de Antonio, que quiere vivir a toda costa, empieza a ramificarse en las experiencias de esos personajes que lo rodean para interpelar al espectador desde un punto de vista social, clasista, familiar y humano de forma tan cercana como avasallante. Trabajé desde que tengo uso de razón, le di todo lo que necesitaba a mi familia, pude comprarme todo lo que quería, resigné lo mejor de mi vida para lograrlo y ahora, gracias a un sistema roto que no puede ayudarme la única vez que lo necesito, no puedo usar ese fruto de mi esfuerzo para poder seguir viviendo. Esa injusticia, mezclada con impotencia y un resentimiento indiscriminado es la base del discurso de Antonio que, a través de un Guillermo Francella totalizador, se aferrará con uñas y dientes a su deseo de vivir sin importar a donde este lo lleve.
Realmente bien hecha, admirablemente bien interpretada, esta obra es para casi toda clase de público, pero no para todos los estómagos. No tanto por alguna que otra imagen de sangre, sino por la tensión creciente y constante, por el humor negro, negrísimo, que la envuelve, la indignación ante la impunidad de burócratas y lúmpenes que nos rodean, la angustia del personaje protagónico que parece ir rumbo a una inexorable locura, y también porque a cualquier espectador puede ocurrirle algo parecido (y sin haber disfrutado de la parte buena). El tipo tiene una vida envidiable, hasta que un riñón se le jubila antes de tiempo y empieza a depender de la diálisis mientras espera la donación que no llega. Y entonces desespera. Y como solución no se le aparece un donante, sino un atorrante, mejor dicho dos, pícaros, confianzudos, ambiciosos, invasivos. ¿Cómo sacárselos de encima, y de paso, sacarles un riñón? ¿Y cómo se banca todo eso la mujer de uno? ¿Y qué pasa con los valores inculcados y sostenidos a lo largo de una trayectoria intachable? Grotesco urbano, que no criollo aunque de él descienda, comedia dramática, pintura impiadosa del alma humana en su afán por sobrevivir de cualquier modo, sátira sutilmente virulenta sobre la fragilidad de los afectos y los bienes terrenales, thriller psicológico, todo esto es "Animal", tercera composición dramática al hilo de Guillermo Francella, que a nivel internacional ya está a la altura de Alberto Sordi, segunda película de Armando Bo nieto, siempre con Nicolás Giabocone como coguionista, y primera de Carla Peterson en una nueva cuerda interpretativa. Notable también el resto del elenco, la fotografía de Javier Juliá, la música de Pedro Onetto.
El segundo largometraje de Armando Bo (El último Elvis) es una sátira protagonizada por Guillermo Francella como un hombre que necesita un riñón y no puede esperar los tiempos de un sistema que no funciona. Escrita por Armando Bo junto a Nicolás Giacobone (dos de los guionistas de Birdman que ganaron el Oscar), Animal presenta a un hombre que logró construirse una buena vida, un buen trabajo, una linda familia con hijos, una linda casona. Y entonces le falla la salud y se ve obligado a entrar en una lista de espera para recibir un riñón. Mientras espera entre sesiones de diálisis, el tiempo pasa y comienza aflorar su miedo e instinto de supervivencia. Antonio, como repite él y como le recuerda su mujer, es un buen hombre, que hizo las cosas bien en la vida, que trabajó y pudo comprarse su propia casa. Y sin embargo no puede acceder a un riñón, algo que le resulta vital. El sistema no funciona: no puede ser que no pueda comprar un riñón que es lo que necesita en estos momentos. El tiempo empieza a correr y su nombre en la lista no avanza. Entonces decide buscar alternativas. Navegando por internet encuentra el aviso de un hombre que ofrece su riñón por una casa. En teoría no es ilegal que alguien se ofrezca a darle un riñón (la idea era que fuese su propio hijo pero éste termina escapándose asustado). Todo indica que podría ser un acuerdo justo. Es acá cuando entran en escena Elías y Lucy. Una pareja de jóvenes que no tienen hogar y viven temporalmente en un asentamiento. Ella además está embarazada. Pero nada va a ser tan sencillo como esperaba Antonio (ni el propio Elías, al que quieren imponer una alimentación sana y que deje de beber alcohol), pues sus demandas se van tornando cada vez más grandes y van invadiendo a su familia y su propia casa. Que seamos pobres no quiere decir que seamos tontos, piensan ellos y aprovechan la desesperación de Antonio para pedir aquello a lo que por ellos mismos no creen poder acceder. De a poco va saliendo a flote lo peor de cada personaje. Todos tienen un costado oscuro al que no siempre les es difícil acceder (como lo que sucede en una de las escenas finales en una clínica de cirugía estética). Si bien estamos ante la idea de sátira, lo cual permite corrernos un poco del realismo o exagerar ciertas posturas y trazos, el problema principal de Animal es su construcción inverosímil. Además de personajes que resultan poco (o nada) agradables, muchas de las pequeñas decisiones que se van tomando a lo largo del relato resultan poco probables. Todo está construido a favor de una comedia negra pero no se preocupa en ir más allá. La película está filmada en la ciudad de Mar del Plata. Las calles de la ciudad, el puerto e incluso el Chateau Frontenac sirven como locaciones. Todo esto funciona como un lindo marco. A nivel técnico hay una buena composición de planos y un buen uso de la banda sonora. El ritmo de thriller recién comienza a acentuarse sobre la segunda mitad. En cuanto a lo actoral, Guillermo Francella demuestra que puede desenvolverse prácticamente en cualquier registro, mientras que Carla Peterson está algo más deslucida. Federico Salles y Mercedes De Santis apuestan al estereotipo con el que fueron escritos sus personajes.
Es una película incómoda. No da respiro. El espectador sufre a la par de Antonio, ese ejemplar padre de familia que de golpe debe enfrentar una situación límite: está a la espera de un trasplante de riñón. Cómo ve que sus fuerzas desfallecen y que el dichoso riñón no aparece, decide comprar uno. Y transa con una pareja marginal que sólo quiere hacerse de una buena casa. Ese será el punto de partida de esta implacable meditación sobre el egoísmo. Hasta el más civilizado de los mortales, nos dice, se puede transformar en un animal cuando su lucha personal es lo único que importa. Un film oscuro que va transitando por un camino donde todos los valores morales son puestos en lista de espera. Para poder comprar ese riñón la familia deberá entregar la casa y todos sus ahorros. ¿Qué hacer? Los personajes empiezan a sufrir como Antonio: el hijo quiere ser donante, pero tiene miedo; Susana, la mujer, lo acusa (muy buena la escena en el auto) de poner su enfermedad por encima de su familia; Elías, el donante, un tipo marginal, también duda. El egoísmo ocupa todo. La novia de Elías hace lo que no debe para asegurarse que su novio vaya al quirófano; el cirujano ayuda a punta de pistola, mientras la enfermera en pleno quirófano le pide un aumento salarial. Y Antonio, que desató esta locura, pasará por encima de todos con tal de obtener lo que tanto busca. “¿Por qué me pasó a esto a mí, que soy una buena persona?” se pregunta Antonio más de una vez. Pero no culpa la fatalidad. Desde su furia dispara los dardos envenenados ante un prójimo implacable y desventurado. Y allí el riñón pasará a ser el símbolo apetecido de tanto insensible que con tal de alcanzar sus fines no mide los medios que pone en juego. Un film demoledor, recargado, donde nada ni nadie se salva. Un largo desfile de hechos dolorosos, con la extorsión y la codicia jugando su parte. Está bien hecho, no hay fallas en la actuación ni en la puesta, pero molestan algunos subrayados: una música recargada y el exagerado contraste entre el paraíso de ese hogar modelo y la miserable sobrevida que se da en un conventillo donde todos parecen necesitar alguna forma de trasplante. El plano final, con un Antonio solo y satisfecho y todos sus vínculos en lista de espera, suena como la ofrenda cínica de un jefe de familia perfecto que para poder comprar un riñón vendió su alma. El espectador sufre a la par de Antonio, ejemplar padre de familia, frente a una situación límite.
La vida le sonríe a Antonio. Matrimonio feliz, hijos, un buen trabajo, vive en una casa hermosa en Mar del Plata y el dinero nunca es un problema. Hasta que un día, mientras sale a correr frente al mar, en un plano secuencia que evoca algo de "Birdman" (Bo es uno de los guionistas de ese filme), se detiene un segundo y pierde el conocimiento. Armando Bo, en su segunda película después del logrado debut de "El último Elvis" y el Oscar por el citado largometraje de Alejandro González Iñárritu, pone el foco en el derrotero de este hombre (interpretado magistralmente por Francella) y en qué se convierte con tal de salvar su vida. Un riñón es lo que necesita Antonio. Y el salvajismo al que alude el título atraviesa esta historia. Porque cuando los canales tradicionales del sistema de salud no siguen un curso lógico y los tiempos se agotan, Antonio se pasará al costado ilegal, sin meditarlo demasiado ni evaluar los costos. Allí se topará con Elías (Federico Salles, impecable) y Lucy (Mercedes De Santis), una pareja sin rumbo ni escrúpulos. Elías está dispuesto a ceder su riñón a cambio de una casa. Y en ese extraño intercambio comienza lo más intenso de la trama. Todo se pone tan áspero que la tensión invade el cuerpo del espectador. Quizá allí resida lo mejor del filme de Bo, quien supo manejar los hilos para demostrar que las situaciones límite generan transformaciones que no tienen retorno.
Antonio (Guillermo Francella) es el clásico padre de familia proveedor, que mantiene con su sueldo, como gerente de un frigorífico, el alto standing de una gran casa en una zona buena de Mar del Plata, a sus tres hijos y su mujer (Carla Peterson). Un tipo prolijo, metódico y amoroso, composición de un Francella que, en los primeros minutos de Animal, remite asombrosamente a otro "con secreto", el de Arquímedes Puccio en El Clan. Acá, más que un secreto siniestro, hay un quiebre, un conflicto destinado a romper tanta armonía, cuando se descubre que el hombre tiene una disfunción renal y necesita un trasplante de riñón. Corte mediante, dos años después el bueno de Antonio sigue esperando, cumpliendo con sus sesiones de diálisis y poniéndose cada vez más nervioso, por lo que empieza a investigar online la posibilidad de resolver el asunto por su cuenta, encontrando un donante a cambio de una casa. Bo ofrece poco más que un par de escenas -el hijo que se niega a donar y sale corriendo, literalmente, el compañero de diálisis que muere- para dar cuenta de esa evolución en la desesperación de su protagonista. La nueva película de Armando Bo (El último Elvis) fue escrita junto a su colaborador Nicolás Giacobone, la dupla co autora de Birdman y Biutiful, del mexicano Alejandro González Iñarritu. Y como en el cine del premiado Iñarritu, Animal es una película preocupada por ahondar en la miseria humana, el lado oscuro, "animal", que surge hasta del más compuesto e intachable de los individuos cuando se lo pone a prueba. Menos redonda que Elvis, más ambiciosa e infinitamente menos humana, Animal parte de esa desesperada búsqueda de un riñón, de supervivencia, para armar un thriller de suspenso, con una tensión que va en aumento a medida que Antonio se relaciona con una pareja -él posible donante, ella embarazada-, de lúmpenes peligrosos, que se meten cada vez más, y más agresivamente, en su vida. En esa extorsiva invasión de la vida familiar, terrorífica apropiación de lo ajeno, linkea también con films como Funny Games, de Haneke, con aquellos chicos bonitos y salvajes que se divertían con una familia de vacaciones. De un lado, los burgueses pagadores de impuestos que venían haciendo todo bien; del otro, los necesitados, que para Bo son sucios, feos y malos sin solución ni contradicciones, aunque justo es decir que sus supuestas víctimas tampoco ofrecen un dechado de virtudes. En el fondo, todos somos unos egoístas que no pensamos en otra cosa que en salvar el pellejo, cueste lo que cueste, dice Animal, con una música pomposa que acaso quiere sugerir humor negro, aunque el tema central, y el tono narrativo, lo anulen (el único humor posible está en la paradojal presencia de Francella en otro muy buen papel dramático). En una producción impecable, con un grupo de actores capaz, en el que destaca, además de Francella, Federico Salles, como el desagradable donante y con unas cuantas situaciones, sobre todo en la aceleración final, caprichosas y (aún para una apuesta que no se pretende apegada al realismo, según los realizadores) poco verosímiles.
Después de su primer gran largometraje, El Último Elvis, Armando Bo pasó a jugar en las ligas mayores en dos ocasiones, junto a Alejandro González Iñárritu. Primero lo hizo con Biutiful, un exagerado melodrama, y luego con Birdman, la oscarizada película que consagró al realizador de Amores Perros como uno de los nombres más importantes de la industria actual (eso quedaría confirmado apenas un año después cuando Iñárritu realizase la que es, hasta ahora, su mejor película: El Renacido). Ya con tamaña trayectoria y un premio de la Academia de Cine de Estados Unidos, Bo regresó al país para filmar su segundo largometraje como director, Animal, y el resultado no podría ser más desconcertante. La película comienza con un impecable plano secuencia que anuncia todo lo bueno y malo que tendrá el film: por un lado, un virtuosismo técnico por momentos loable y por momentos redundante y exagerado (parece, en determinado punto, un video publicitario), y una metáfora de “vida perfecta de un hombre perfecto” que rápidamente se va al tacho. Bo elige resaltar una y otra vez, a través de diálogos repetitivos, lo que el espectador ya entendió en la primer escena: el protagonista trabajó toda su vida muy duro, fue un hombre ejemplar, y ante la adversidad se encuentra solo y marginado por “el sistema”. Animal se concentra en la vida (e inminente muerte) de Antonio Decoud, encarnado con notable solvencia por Guillermo Francella en su faceta más seria (esa misma que el actor viene abordando desde su personaje secundario en El Secreto de Sus Ojos). El padre orgulloso de una familia arquetípica tiene todo lo que un hombre su edad busca tener: hijos ejemplares, una esposa ideal y comprensiva, casa propia de dos pisos, auto, algún que otro lujo, y un buen puesto en una empresa frigorífica. Tiene, también, una complicación en un riñón que un día aparece y a partir de ahí su vida desciende a los infiernos. Tras una escena que introduce el problema en lo que parece un sketch de Los Simpson, cuando el hijo-donante se arrepiente y huye minutos antes de entrar a la clínica, queda claro que Animal pasará a utilizar una fórmula harto probada en Hollywood: el ser que un día dice “basta” y desafía al sistema. Esa lucha individual y egoísta puede estallar frente a un pobre empleado de McDonalds como en Un día de furia (Falling Down), o frente a unos donantes oportunistas que, provenientes de una clase baja adormecida, buscan sacar rédito, fruto de su resentimiento social y mal pasar. Antonio primero accede a sus peticiones, y luego descubre que está siendo usado. Y comienza otro recurso típico de este tipo de películas: el humor negro. Humor que, de rayar en lo obvio, se puede volver demasiado grotesco, y aún si ésto último es prácticamente un sub-género argentino, Animal abusa demasiado de ello. ¿Qué rescata al film del olvido? Por un lado, la ya mencionada interpretación de Guillermo Francella como un hombre no-tan-bueno al borde del colapso, y por el otro la impecable factura técnica, aún cuando raya lo supérfluo (incluso en momentos en que ésto se convierte en una mala decisión estética). Pero el resultado final es irregular, gracias a la soberbia de un guión que en algunos tramos funciona, y en otros comete el pecado de creerse más inteligente y cínico de lo que realmente es.
Parece que la fórmula de tomar un hombre común, ordinario, como cualquier otra persona de las que están sentadas frente a la pantalla e introducirlo en una situación límite para ver hasta donde es capaz de llegar su temperamento o examinar cuánto de animal hay en el ser humano sigue vigente en la última película del guionista y realizador Armando Bo. En este caso, un órgano defectuoso en un burgués con ahorros, mujer e hijos será el inicio de un descenso a los infiernos que llegará hasta el inframundo de la sociedad, allí donde se (sobre)vive en asentamientos okupas y la amenaza del desalojo está siempre latente. Como en Un día de furia (1993) o con el explosivo humor del ingeniero Bombita de Relatos Salvajes (no me sorprendería haber visto Animal en versión reducida y de la mano Damián Szifrón) Bo reproduce el ritmo trepidante de Hollywood, para sacar -democráticamente- lo más miserable de la clase media argentina como de cierta vagancia y mediocridad lumpen. A través de un sutil plano secuencia amanecemos junto a los Decoud, una familia exageradamente feliz, irreal, donde ninguno de sus integrantes despierta de mal humor. Incluso, hasta la cámara puede darse el lujo de emanciparse de los personajes, total, no hay de qué preocuparse, todo funciona demasiado bien y con una sincronización tan ensayada propia de alguna publicidad de queso blanco. Sin embargo, esa misma mañana, durante su corrida diaria frente al mar (viven en Mar del Plata, en la gris Mar del Plata de invierno) Antonio, interpretado por éste nuevo Guillermo Francella serio y cinematográfico, comienza a sentirse mal y se desvanece, mientras las olas imponentes y desentendidas ni se mosquean, siguen rompiendo contra las piedras. Una elipsis nos sitúa dos años después y vemos a aquel cabeza de familia, sano, cumplidor de las leyes y la moral imperante, sometido a su diálisis diaria. Antonio, quien lleva anotados los días sin fumar, quien llegó a gerente laburando duro en un frigorífico, quien nunca olvidó pagar sus impuestos, se da cuenta que los dioses no trabajan en la AFIP, que ser correcto no te hace inmune a la desgracia y que viendo las terribles estadísticas, necesita ya un trasplante de riñón. El problema para él es que el sistema de salud no hace diferencia de clases: anda mal para todos, entonces, como bien lo aclarará más adelante la canción de los Rolling Stone “You can´t always get what you want”, si no podés conseguir lo que querés, habrá que ir buscarlo a otro lado, por debajo de las leyes. Así es como aparecen Elías y Lucy (Federico Salles y Mercedes De Santis), él: un vago, borracho y nihilista con estética steampunk que si lo vemos leyendo algo es a Bukowski; ella, una joven embarazada mucho más “rescatada”, que espera que el órgano de su novio sea compatible para poder cumplir su sueño de tener una casa propia. Por más trillado y sacado de manual de guion que sea, lo más interesante que tiene el largometraje de Bo es este choque entre dos universos opuestos y sobretodo, como a medida que las bases y condiciones de la transacción se deforman el termómetro de Antonio va subiendo hasta sacar lo más salvaje de sí. Es verdad, los actores que hacen de la parejita están muy aferrados al estereotipo y por momentos el mundo en el que se mueven es tan recargado que hasta parece tomado de otra película lo que quiebra un poco el realismo extremo que la trama exige. Por ejemplo, hacia el final, cuando nuestro Dante irrumpe sin aviso en el edificio okupa, la escenografía, la iluminación, toda la imagen está exageradamente hipersaturada como en un filme de Darío Argento, y para quienes todavía no les quedó clara la alegoría al infierno, una música clásica edulcora aún más la escena. En definitiva, salvo algunas situaciones que crecen como un brote inútil y extienden innecesariamente la trama, Animal es una película sobria y compacta que se sufre en carne propia. Un drama de supervivencia con personajes grotescos (y tratamientos médicos) chupasangres dignos de una película de vampiros, que le dispara una moraleja atroz al orgullo del burgués promedio y meritócrata. Al final, qué sentido tiene tener todo si una vez muerto no se puede disfrutar nada. Por Felix De Cunto @felix_decunto
UN DESCENSO AL INFIERNO Animal es una película que funciona en los papeles, pero nunca en la práctica. Es un producto ciento por ciento pensado para ser explotado comercialmente (su estreno de fin de semana largo -el Santo Grial del cine comercial en Argentina- deja en claro la confianza depositada), con una premisa llamativa y una estrella encabezando el elenco. Tiene un bello póster, que sintetiza perfectamente el concepto que la envuelve, y también un muy buen tráiler, de esos que si dejan ver alguna grieta también evidencian profesionalismo y efectividad: porque engancha, porque amontona varios de esos planos que nos hacen presagiar uno de esos dramas intensos, donde un personaje llega hasta el fondo y todo se termina yendo a la mierda. Las botas ensangrentadas, las medias reses colgando en el frigorífico, Guillermo Francella en plan autómata, más imágenes calculadas del frigorífico. De hecho el título, Animal, es perfecto: una palabra que tiene su fuerza y que -otra vez- nos hace presagiar algo primal, una pulsión instintiva, algo que terminará saliendo a flote en ese mundo aparente de gente “normal”. Como decíamos, todo esto funcionaba en los papeles. Los resultados son otra cosa y ahí entran a jugar otras variantes, que tienen que ver con las obsesiones e intereses de su director, Armando Bo. Lo único más o menos rescatable de Animal son sus primeros minutos. Un largo plano secuencia bastante exhibicionista (y que hace recordar demasiado a uno de El clan), que nos lleva de la mano por la casa generosa que habitan los Decoud: papá, mamá y dos hijos, la nena y el nene. Ese plano secuencia que muestra el despertar de la familia juega irónicamente con cierta idealización de clase media argentina, lo cual es acompañado por un uso de la música en clan paródico (un recurso que se repetirá hasta el agotamiento). Esos primeros minutos, decíamos, también resumen lo que serán las casi dos horas de película: manierismos visuales un poco al cohete, personajes inverosímiles y actuaciones fuera de registro (lo de Carla Peterson es realmente llamativo), remarcación de situaciones y diálogos sobreescritos con gente que dice aquello que está haciendo. Que Bó decida abrir su película con un gesto tan ampuloso, podemos tomarlo como una suerte de declaración de principios: “acá estoy y voy por todo”. Casi que la película podría haber sido vendida con ese plano secuencia, y le hubiera ido muy bien. En serio. Sin embargo, ese plano termina con un dato que será premonitorio para la película: Francella sale a trotar y se desploma. Lo mismo le pasa a Animal. El salto de casi dos años en el tiempo nos mete de lleno en la sinopsis, en aquello que íbamos a ver: Antonio Decoud (Francella) ha sufrido algún mal que lo obliga a realizarse diálisis y a esperar un riñón en la lista de donantes. Que Armando Bó sea un tipo imaginativo con el uso de la cámara, nos ilusiona con la posibilidad de que el drama adquiera alguna característica por fuera del uso aleccionador de la premisa. Ahora, que Bó y su guionista Nicolás Giacobone hayan sido los escritores de horrores como Biutiful y Birdman nos hace pensar lo peor de las verdaderas intenciones del film. De hecho, Animal parece una versión bajas calorías del cine del mexicano Alejandro González Iñárritu, que si tiene alguna virtud es la capacidad de engañar al espectador por el lado de la forma. Pero aquí ni eso funciona. Animal tiene como leit motiv el uso del color rojo, y es casi lógico en el descenso al infierno que quiere retratar: renegado del sistema (sí, porque los personajes dicen la palabra “sistema” de una manera tan improbable que vemos la mano del director saliendo de la pantalla y tirándole el pelo al espectador clase media al que va dirigida Animal), Decoud tratará de encontrar un riñón por otras vías y terminará dando con una pareja lumpen salida de una película mala de Michael Haneke (y es decir), que prometen darle un riñón a cambio de una “casita”. La aparición de esta pareja coincide, además, con la debacle absoluta de la película: es como si la incomodidad que generan sobre el mundo del protagonista también se sintiera en el relato; como si los planos y los movimientos de cámara calculados no pudieran contener el ridículo que esos personajes evidencian, aunque se trate de una subversión poco gratificante. Hay una forma curiosa de pensar Animal, que tiene que ver con la construcción de sus antagonistas y las diversas formas del cine nacional. A Decoud lo podemos ver como parte de ese sistema inexpugnable de un cine argentino moderno y autoral, cuya cima serían los planos secuencia que ilustran su derrotero. Mientras que a la parejita lumpen la podemos relacionar con el costumbrismo y el grotesco afincado en la memoria de un cine que reinó en los 80’s. La lucha del film, entonces, sería por alumbrar una disputa ética entre ambas expresiones, donde la relación termine por dar a luz nuevas formas y posibilidades. Claro que los resultados son totalmente fallidos, y la película termina cayéndose a pedazos por su propia impericia, quemando en el camino todos los puentes que había construido hacia otros lugares: hay un humor que no termina de pronunciarse como sátira y termina siendo más involuntario que otra cosa, un último acto (realmente vergonzoso) que podría ligar la película con algo de ciencia ficción Clase B, pero ni eso. Y todo eso no se da -lo que podría haber sido divertido- porque Bó, en el fondo, lo que pretende es construir un nuevo fresco sobre los pesares de cierta clase media argentina acomodada (esa gran obsesión del cine producido por Telefé) que no duda en dividir a la sociedad entre los que “nos rompemos el culo laburando” y “los vagos” (de paso, otra obsesión, la del argentino y el culo roto). El problema con Animal es que no hay que llegar a lo ideológico para disgustarse, porque directamente no funciona desde lo narrativo. Y propone un final que, es cierto, nos deja pensando sobre lo que vimos (¡atención, spoiler): porque cómo es que se demoraron 112 minutos en resolver un conflicto más o menos como estaba planteado al minuto 15. Si Animal propone un descenso al infierno, es el del espectador.
Las vísceras de la condición humana En un plano secuencia prodigioso, el cine de Armando Bo (El último Elvis) nos introduce a la potencia de este lenguaje de imágenes que develan y de imágenes que ocultan. La mañana de una familia de clase media, prestos a encarar la rutina del colegio, el desayuno, el trabajo y la tranquilidad del confort de un hogar. Guillermo Francella es el mandamás en este grupo, el ordenado y aquel que le pone buena cara a lo cotidiano. Su mujer acompaña y en la ductilidad de Carla Peterson transmite esa seguridad aparente del hogar bien constituido. La cámara también acompaña el recorrido sin pausa y sale junto a Francella a correr, como todos los días, con el saludo de los vecinos y la franqueza de la vulnerabilidad en una transición hacia el mar, de fondo, inmenso, para tomar aire y de repente caer desmayado, desvanecido de normalidad, con el cuerpo vencido en el suelo. Transición entre el cine espejo, el cine de ficción y la realidad para preguntarse entonces si la vida es justa cuando se hace lo correcto y de manera transparente; para reflexionar segundos después y sin medias tintas sobre la condición humana en situaciones límites, con el contrato social aniquilado entre hombres y mujeres que sólo piensan en sobrevivir a sus propias pesadillas y demonios internos. Animal es eso: una ficción de un personaje sin estrategia (como los de Hitchcock) que debe afrontar los límites de su condición humana para vivir. Conocer el lado ajeno, la especulación más injusta cuando se trata de la búsqueda desesperada de un riñón para un transplante antes de que sea demasiado tarde. El sistema es apenas un aliciente, la dureza de someterse a horas de diálisis con la esperanza de un llamado dentro de una larga lista de burocracia salpicada de espera, panorama que dista mucho de esos happy endings aliviadores del otro cine. La película de Armando Bo parece una fábula moral sin moraleja en un primer vistazo, superada esa sensación que también es de alivio justificado desde la razón como las acciones desesperadas de los personajes, víctimas y victimarios, la idea se derrumba y entonces las reses que cuelgan en el frigorífico donde Guillermo Francella ejerce su rol de supervisor no hacen otra cosa que encontrarse con las reses de los cuerpos, que atraviesan el relato, el de la pareja de jóvenes ambiciosos que no se cuidan en su omnipotencia propia de la edad y desencanto por la vida, pero también el de aquellos que a pesar de hacer bien las cosas se deteriora en un abrir y cerrar de ojos como ocurre al inicio de Animal y su viaje de deconstrucción de un hombre que parecía tenerlo todo.
Animal es la segunda película del cineasta argentino Armando Bo II, director de la recordada El último Elvis, y guionista de Biutiful y Birdman, ambas dirigidas por el mexicano Alejandro González Iñárritu. Al igual que en los tres casos mencionados, Armando Bo II (hijo del actor Víctor Bo y nieto del también director de cine Armando Bo) cuenta en el armado de guión con la colaboración de Nicolás Giacobone. No obstante, el foco de interés de este estreno recae naturalmente en su protagonista: Guillermo Francella. Animal inicia mostrándonos mediante un plano secuencia la apacible y calculada vida que lleva Antonio (Francella), con su mujer (interpretada por Carla Peterson) y sus hijos. Se muestra como un hombre de costumbres, de actitud conservadora, apegado a hacer lo establecido, y al que le gusta mantener sus cosas en un orden absoluto. Una situación inesperada, que toca nada menos que su propia salud, logrará desestabilizar su mundo y su tranquilidad. La necesidad de un riñón, y la larga espera de dos años, irá transformando progresivamente el carácter de Antonio, que como epílogo de tal instancia, tendrá la posibilidad de que su propio hijo le done uno de sus riñones, pero a último momento sea atacado por el pánico y abandone la idea. Este suceso efectivamente golpeará al protagonista, que acogido por la injusticias que sufre por un sistema médico que lo deja en una espera que parece interminable, escoge una opción por fuera de lo legal, algo que a lo largo de su vida jamás había hecho. La determinación en cuestión lo llevará a acercarse a Elías (Federico Salles) y Luly (Mercedes De Santis), dos personajes algo desalíneados, que a medida que avance la historia, estarán más próximos a terminar por enloquecer al ya amedrentado Antonio, que a darle realmente una mano, complicando inclusive aún más su tan pacífico entorno familiar. Desde sus minutos iniciales, Animal nos invita a adentrarnos en la historia, con una puesta en escena de altura, una fotografía y trabajo de cámara precisa, y una musicalización certera. El trabajo de guión, y las actuaciones, colaborarán en esta idea de introducirnos en el relato, porque de alguna manera algo de todo lo expuesto llega, y hace tomar partida a uno de lo sucesos que van aconteciendo. Si bien en algún momento la película carece de cierto ritmo, no podemos negar que el foco de tensión siempre está presente, logrando Armando Bo II un crecimiento progresivo, y que cada personaje se vaya transformando´o mostrando su verdadera naturaleza, a medida que avanza la cinta. El mensaje también es claro, respecto de que valor tiene seguir las reglas, cuando mucho de lo que uno prevé o intenta calcular, puede desbordarse inmediatamente por un golpe inesperado del destino. Al margen de que Animal está enfocado en el personaje interpretado por Guillermo Francella, el elenco que lo rodea cumple con creces, tanto Carla Peterson, como Salles y De Santis, así como en los momentos que aparece Gloria Carrá. Podemos citar algunas referencias previas, como Horas de terror (Funny Games) de Michael Haneke, la versión de Cabo de miedo de Martin Scorsese, o la más reciente El sacrificio del ciervo sagrado de Yorgos Lanthimos, pero más que nada por momentos puntuales, que por una cuestión de ideal global. Por ende, Animal se presenta como una opción válida, que retrata al menos un poco el momento actual del cine argentino, que en algunas producciones muestra un trabajo en su conjunto hecho con precisión y buenas labores generales.
Crítica emitida en radio.
La nueva película del realizador de “El último Elvis” y coguionista (premiado con el Oscar) de “Birdman” se centra en un hombre que necesita un transplante de riñón para sobrevivir y que, al no poder conseguirlo por las vías legales, entra en una espiral de desesperación y violencia. Con Guillermo Francella y Carla Peterson. “You can’t always get what you want/But if you try sometimes you might find/You get what you need”, dice la canción de Rolling Stones que suena, versionada, en algún momento de ANIMAL. La frase se aplica claramente a lo que está sucediendo en ese momento de la segunda película de Armando Bo y, acaso, pueda aplicarse al resultado del filme. El director de EL ULTIMO ELVIS se lanza a contar una historia pequeña en dimensión pero ambiciosa en resonancias que cabalga a mitad de camino entre el drama y el filme de suspenso, coqueteando con el género pero sin decidirse a entrar del todo en él. Aquello de que “no siempre se puede conseguir lo que se quiere pero, si se intenta, a veces se puede conseguir lo que se necesita“, entonces, podría también servir como metáfora de la película en sí: tal vez no sea del todo lo que Bo quiso, pero a base de esfuerzo y convicción por momentos logra lo que precisa. ANIMAL es una película cuyo título parece presagiar un descenso a los infiernos de la crueldad humana, aquella idea de que todo hombre –dadas determinadas condiciones– se vuelve un salvaje capaz de hacer cualquier cosa para lograr su cometido. Similar idea, si se quiere, a la de RELATOS SALVAJES, película que también ponía a sus distintos personajes en situaciones límites que los llevaban a sacar ese monstruo interior. Pero Bo no pone todas las fichas en ese procedimiento sino que juega con él buscando confundir al espectador, hacerlo ir hacia lugares y después girarle bruscamente el panorama, un poco como sucede en el excelente plano secuencia que abre la película y que juega con esa misma idea: cuando la cámara parece que irá hacia un lado y seguirá a un personaje se va para otro lugar siguiendo a otra persona. Ese plano inicial (que además juega de forma extraordinaria con los tiempos ya que si bien parece transcurrir en secuencia/tiempo real deja en claro por las elipsis internas que no es tan así) cubre los modos y temas de la película pero también plantea un desafío complicado de sostener, ya que obliga a montar una coreografía humana que muchas veces coerciona a los actores a manejarse de una manera un tanto robótica entre sus márgenes, como si su normalidad teñida de Rivotril afectara el tempo del relato y la propia naturalidad de la puesta en escena. ANIMAL es la historia de Antonio (Guillermo Francella), un hombre exitoso, gerente de un frigorífico marplatense –escenario propicio para que la película justifique sus variadas intervenciones de rojo sangre–, que tiene una familia cuya felicidad si bien no es del todo falsa se acerca a una suerte de apatía new-age que queda demostrada en algunas costumbres y comentarios de Susy (Carla Peterson), su mujer. Tienen dos hijos adolescentes y uno recién nacido. Pero esa abúlica normalidad entra en crisis cuando, al final del largo plano secuencia, Antonio se desploma mientras corre por la rambla. Pasan dos años y sabemos qué es lo que sucedió: uno de sus riñones dejó de funcionar y el hombre necesita un transplante mientras sobrevive con diálisis. Allí comenzará una odisea que lo irá llevando a lo que presagia el título: a dudar de su confianza en el sistema y quitarse capas de civilización. Uno puede cuidar el cuerpo, pero el cuerpo lo puede traicionar cuando se le da la gana. Y uno puede ser fiel a un sistema –en este caso, al ponerse en lista de espera de donantes–, pero el sistema puede no funcionar cuando uno lo necesita. ¿Por qué, piensa Antonio, si puedo comprarme lo que necesito para vivir bien no puedo comprarme un riñón para no morirme? Uno puede imaginar hacia dónde puede llevarlo ese comentario. Y después de convencerse que ni un familiar se “sacrificará” por él ni el sistema llegará a tiempo, decide entrar a un mundo ajeno a él. Uno donde no se respetan las reglas y funciona una suerte de “sálvese quien pueda”. Y como pueda… ANIMAL entra a partir de ahí en un terreno más cercano al thriller o al filme de suspenso –una pesadilla que puede no ser otra cosa que eso–, especialmente a partir de la un tanto exagerada caracterización de algunos de los personajes con los que se cruza en esta búsqueda, en especial una pareja joven que está dispuesta a canjear riñón por casa. Aquella, a esa altura, le parece una solución posible, pero los límites éticos y de confianza a los que Antonio está acostumbrado no funcionan del todo en esos ámbitos y con esta extraña dupla. A partir de ahí la película se vuelve un tanto más pesadillesca, pero el coguionista de BIRDMAN prefiere no ir con todo hacia el lado del thriller –escapándole a un posible CABO DE MIEDO con un transplante de riñón como eje temático– y se maneja en un terreno incómodo, donde la violencia se sugiere más que lo que se muestra y la amenaza siempre es más latente que real. La película tiene una solvencia visual sorprendente, si bien por momentos su banda sonora es un tanto excesiva, como intentando incrementar una tensión que crece muy de a poco. Es cierto que tras un arranque bastante contundente la película entra en una zona narrativa pantanosa en la que algunos comportamientos de los personajes se vuelven excesivamente caprichosos e ilógicos (es imposible no pensar en porqué Antonio no insiste en otras opciones alternativas, igualmente ilegales pero acaso menos peligrosas), pero cuando la película parece estar al punto de desbarrancar hacia una competencia olímpica de lanzamiento de crueldad, el guion pega un par de volantazos inesperados que cambian la lógica de la situación de un modo inteligente. ANIMAL es una película oscura y densa, que fascina por momentos e irrita (a veces de manera buscada, otras no tanto) en otros, y que parece estar lidiando todo el tiempo consigo misma: con sus personajes, con su tema, con su tono y su lógica. A una escena excelente (una discusión de pareja frente al Hotel Provincial que despabila y resignifica la película) le puede seguir otra que bordea el absurdo (como la mayoría de las que tienen lugar en la casa tomada en la que vive “el donante” y su pareja) y la credibilidad que la película construye en ciertos momentos se resquebraja en otros. De vuelta, como en la canción de los Stones y en la vida de Antonio, en ANIMAL Bo no siempre consigue lo quiere, pero acaso lo que encuentra es suficiente para seguir desarrollando su inquieta y particular búsqueda como cineasta.
Cuando el instinto nos empuja al abismo El film, protagonizado por Guillermo Francella, narra la pelea de un hombre enfermo por seguir vivo. En la lucha, los instintos aparecen y lo civilizado queda lejos. ¿Hasta cuándo aguanta un cuerpo? El filme “Animal” es la historia de qué sucede cuando la vida en sociedad, que nos ata a ciertas reglas, se transforma en una jungla de supervivencia, y esas normas deben doblarse o romperse. Cuando no hay chances, cuando el “sistema” deja de funcionar. Cuando nuestra vida depende de dejarnos llevar por ese instinto que todos tenemos. El mismo que nos hace correr ante el peligro, también es el que puede hacernos actuar en contra de nuestros propios valores. El filme de Armando Bo (segundo, que llega tras la increíble “El último Elvis”) se construye lenta, impasiblemente, sobre la vida tranquila y soñada que lleva Antonio Decoud (Guillermo Francella), con su esposa Susana (Carla Peterson) y sus hijos Tomás (Joaquín Flammini) y Linda (Majo Chicar). La edificación y el constante detalle sobre la perfección que rodea sus vidas choca contra un muro cuando en su entrenamiento matutino frente al mar, Antonio se desvanece. Su vida, por un problema renal, se desmorona y queda a la espera de un trasplante de riñón. Decoud entonces empieza a buscar una alternativa; siente que el final se acerca a pesar del constante consejo de su mujer de que “confíe en el sistema”, ese que lo puso en una lista de espera para recibir un riñón como si fuese una tabla de posiciones que debe escalar. El impulso natural por mantenerse con vida llevará a Antonio a tomar una drástica decisión: buscará a alguien que venda su riñón al costo que sea. Así se encuentra con Elías (Federico Salles) y Lucy (Mercedes De Santis), una pareja que está en búsqueda de una casa y puede ser la salvación para su problema. Pero como los intereses personales generan una negociación, la relación entre Antonio y la pareja se pondrá tensa, por la desesperación de no enfrentarse a lo que parece inevitable. Así, lo animal, lo que escapa a las reglas de la sociedad, a lo civilizado, comienza a aparecer y el hombre decente dará lugar a otro muy diferente. Con una excelente actuación de Guillermo Francella, el thriller de Bo se completa también con dos grandes revelaciones como Salles y De Santis, encargados de poner en jaque al protagonista.
Animal es uno de los estrenos nacionales más desafiantes de este año. Y utilizo ese adjetivo porque, justamente, desafía al espectador en varios niveles. Armando Bo, ganador del Oscar a Mejor Guión Original (junto a Nicolás Giacobone) por Birdman (2014), vuelve a dirigir. Lo último que había hecho en nuestro suelo fue la genial El último Elvis (2012). Es imposible no sentirse identificado al menos con la premisa: un tipo normal, padre de familia, laburante al cual le va bien, le deja de funcionar los riñones de un día para el otro. El tiempo pasa y no aparecen donantes. ¿Hasta donde estarías dispuesto a llegar para salvar tu propia vida? Es en la respuesta a esa pregunta por donde pasan todos los puntos de giro. La adrenalina y el vértigo se hacen presentes como consecuencia de un guión sensacional. Somos testigos de una trasformación alucinante, un “breaking bad” de Guillermo Francella, en el que tal vez sea su mejor papel hasta la fecha. Carla Peterson está muy bien, fuera de su registro habitual. Pero el que se lleva los aplausos es Federico Salles, los intercambios que tiene con Francella son extraordinarios. Su papel no es fácil, y el actor aporta varios matices. Desde lo técnico, el film cuenta con una producción sobresaliente, y una estética muy lograda. En donde destaco la fotografía por parte de Javier Julia, quien ya había trabajado con Bo, pero que también dejó marca en grandes producciones argentinas tales como Relatos salvajes (2014) o La Cordillera (2017). La Ciudad de Mar del Plata funciona como un muy buen escenario para lograr todo esto. No solo por sacarnos un poco de Buenos Aires, sino también para marcar de modo diferente las dos clases sociales que se encuentran y chocan. Todo está exagerado, y hay muchos tintes de comedia negra. Va a depender del espectador, y cada uno tomará la película de manera diferente. Animal puede no llegar a ser del agrado de todos, pero tendría que serlo de la mayoría. Es un film excepcional, que desafía al espectador y que abre el debate al salir del cine.
El nuevo, y posiblemente esperado opus, del director que debutara con la magnifica “El último Elvis” (2012), y luego ganara el premio de la Academia de Hollywood como guionista de “Birdman” (2014), nos enfrenta a un texto que principia como de lo cotidiano, de lo habitual de algo que puede suceder, para luego hacer un giro sobre si mismo a fin de plantear otra cosa, todo determinado por el mismo nombre de la película. El filme comienza con imágenes que luego se descubren atravesando la sangre, que lo que se ve no es lo que se percibe, un órgano vital del cual tampoco queda determinado si humano o no. Los primeros minutos están, filmados, realizados, mostrados, con un plano secuencia. Es la manera que elige el realizador de mostrarnos los personajes: una familia tipo, clase media alta. Antonio Decoud (Guillermo Francella) es el padre de familia casado con Susana (Carla Peterson) padres de tres hijos, el mayor esta en plena adolescencia. La cámara sigue a todos en una mañana cualquiera, el desayuno, las charlas habituales, lo glamoroso y conciliador que es el padre, mientras la madre se muestra con más posibilidades de instalar los limites. Así todo, la cámara sigue a Antonio en su rutina matinal. Sale a trotar por la rambla, recién ahí sabemos de la ubicación espacial de las acciones, estamos en Mar del Plata, hasta que algo sucede con Antonio que se desploma sobre la acera. Esta es la única elección del cómo contar que aparece justificado desde específicamente lo narrado, digamos el relato. Fundido a negro. Retorno con leyenda de una elipsis temporal de casi dos años. Antonio esta teniendo sesiones de diálisis, no hay más nada que decir. Estamos en la noche anterior a la operación de transplante, Antonio recibirá un riñón, el donante es su propio hijo. Este seria uno de los pocos traspiés del guión, y no con los ojos puestos en Antonio. Digamos que desde la lógica natural un padre con las características mostradas sobre Antonio se negaría a recibir un riñón de su propio hijo adolescente, al que estaría castigando con la imposibilidad de vivir una vida plena. Pero el verosímil se podría instalar desde el deseo de sobrevivencia, (¿podría leerse como egoísmo extremo?), ese mismo verosímil se rompe en pedazos cuando el punto de vista se trasladaría a la madre. ¿Como podría permitirlo, permitírselo? Operación que por circunstancias ajenas al personaje no puede llevarse a cabo, y ahí entra el calvario para Antonio, la bendita lista de espera de donantes. Mientras tanto, con diálisis de por medio, continua con su trabajo de gerente de un importante frigorífico donde faenas vacunos. Hasta que lee un aviso de donante de riñón que lo canjea por vivienda. En el primer encuentro con Elías Montero (Federico Salles) y Lucy (Mercedes de Santis) no da cuenta que tipo de personas son, no puede, su mirada sólo está puesta en conseguir un riñón. Ni percibe que estos dos personajes ni son lumpen, están más cerca de la adicción en su forma más extrema que a la pobreza como constituida, per se. El juego de gato y ratón que se establece entre ellos transforma un drama en algo más parecido al thriller. De muy buena construcción y desarrollo del relato, muy bien filmado, sólo que la única vez que se justifican las formas es al principio, luego aparecen planos detalles, planos fijos o generales, montaje según genero dramático y algún que otro plano secuencia, con la sensación de que lo único que importa es mostrar que se puede hacer. Ello no va en desmedro de la denuncia de la manipulación que puede hacer la clase media alta con la compra del cuerpo de la pobreza, o de los desdichados. Una cosa no quita la otra. Poseedora de una muy buena banda de sonido, por momentos empática, en otros de manera contrapuntistica, constituyendo junto con el sonido en estado puro. Un muy buen diseño de sonido, lo mismo ocurre con la dirección de arte y la fotografía, el manejo de la luz y el color. Diferenciando muy bien los espacios y las razones estéticas de esos cambios como, ejemplo, el blanco muy iluminado del frigorífico donde la sangre hace surcos. Sin embargo todo se apoya en las muy buenas actuaciones, sorprenden los dos jóvenes, Federico Salles y Mercedes de Santis, quienes le dan a sus personajes los rasgos necesarios para que ellos circulen siempre por lo creíble. Quien a esta altura ya no sorprende es Guillermo Francella, que carga con casi todo el peso del filme, quien desde que alguien le descubrió otra faceta como actor no para de reinventarse. La que sí sorprende de parabienes es Carla Peterson, que con muchos menos minutos en pantalla transita por todos los estados de ánimos posibles, sus múltiples registros desplegados aqui terminan por, un poco, y sólo un poco, opacar a sus compañeros, y en este caso bienvenido sea.
Es temprano en la mañana y comienza el ritual diario de la familia Decoud. Al son de música clásica extradiegética, la cámara ofrece un plano secuencia bien pensado que recorre los ambientes del hermoso hogar en el que viven, visita a cada uno de los integrantes y da cuenta de una armonía alcanzada por su repetición diaria. La vida de Antonio es perfecta, algo que logró tras décadas de esfuerzo y trabajo duro. Tiene un buen empleo, esposa e hijos que lo aman, una importante camioneta y una casa de lujo. Se ejercita, por supuesto que tiene tiempo para trotar por la bella Mar del Plata, y es en plena corrida que su mundo se detiene y se derrumba. Su rutina se ve completamente alterada luego de un evento imprevisto que lo sacude hasta los cimientos de su ser, algo que la campaña promocional logró mantener bien resguardado.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
Es notable cuando una película presenta un puñado de personajes en conflicto, en el que todos ellos tienen su parte de razón, su parte de mezquindad y de egoísmo. Una situación límite en la que el espectador no sabe bien dónde posicionarse, no puede evitar hacer juicios de valor a diestra y siniestra, e incluso cambiarlos sobre la marcha y cuestionarlos constantemente. Animal logra este cometido con creces.
Crítica emitida por radio.
El largo plano secuencia que abre el segundo largometraje de Armando Bó (hijo de Víctor y nieto del más famoso de los Armandos de la familia) no deja lugar a duda: los Decoud son una tradicional familia de clase media acomodada marplatense. Aunque también es indudable –como la misma historia revelará luego– que los sacrificios realizados para disfrutar de esa casa de dos plantas no fueron pocos. Antonio, el padre, es gerente de un frigorífico, un hombre amable que –según su descripción– pasó gran parte de su vida siguiendo las reglas. Bajo la piel de Guillermo Francella, la identificación es inmediata. Y lo que le pasa es tan inesperado como injusto, siguiendo la lógica de sus pensamientos más profundos, mientras se somete a la enésima sesión de diálisis: solo un trasplante de riñón puede detener el deterioro de su cuerpo. Cuando todo falla –un donante cercano, la lista de espera–, Antonio da el primer paso en un terreno que le parecía marciano: la ilegalidad. En parte policial negro, en parte comedia grotesca, Animal no es tan salvaje como podía suponerse y promete más de lo que entrega, en particular en el desarrollo de los personajes, aunque el pulso de Bó para domar la intriga logra mantener el interés.