Por el camino de la sumisión y el arte sintético. Resulta innegable que Tim Burton viene en picada prácticamente desde El Planeta de los Simios (Planet of the Apes, 2001), un declive relacionado con cierto devenir errático que por suerte ha tenido alguna que otra excepción, léase las epopeyas animadas El Cadáver de la Novia (Corpse Bride, 2005) y Frankenweenie (2012). Casi todos los films del período magnificaron a niveles insospechados las dificultades narrativas y esas inconsistencias temáticas que siempre lo han caracterizado, problemas que nunca pudo solucionar y que para colmo se agravaron a la par del apuntalamiento de una estrategia reciente orientada a privilegiar su gran obsesión de estos últimos tres lustros mainstream: la megalomanía saturada de estrellas de Hollywood, muchísimo CGI y un barroquismo cada vez más hueco. Agotada la cantinela del nene dark y su gigantismo formal, finalmente encaró lo que sus fanáticos alrededor del globo le pedían, una vuelta a las propuestas más pequeñas centradas no en la fastuosidad gótica sino en el desarrollo de personajes. Lamentablemente Big Eyes (2014) no pasa de ser un gesto retro y bastante inofensivo que busca recuperar algo de la magia y el encanto perdidos, no por nada aquí reincide con Scott Alexander y Larry Karaszewski, el dúo de guionistas de Ed Wood (1994), su obra maestra definitiva. Si bien la realización supera por poco a sus predecesoras, la desastrosa Alicia en el País de las Maravillas (Alice in Wonderland, 2010) y la fallida Sombras Tenebrosas (Dark Shadows, 2012), la verdad es que no estamos ante ese regreso triunfante que esperábamos con ansia. Nuevamente a través de una edición fragmentada y un ritmo volátil y por momentos torpe, el relato pretende construir una crónica de la relación tanto sentimental como profesional entre Margaret (Amy Adams) y Walter Keane (Christoph Waltz), un matrimonio que en la década del 50 sacudió al mercado del arte gracias a retratos de niños huérfanos con ojos saltones y un aspecto lúgubre. Mientras que el señor afirmaba ser el responsable de los cuadros y se abría camino como un genio del marketing y un pionero a la Andy Warhol de la producción en serie, la cual le generó una fortuna vía las primeras duplicaciones símil afiche a precios populares, ella era la autora real de las pinturas. Margaret se mantuvo en silencio en segundo plano hasta que un buen día decidió ponerle freno a la estafa pública. Más allá de la consabida incapacidad dramática de Burton, el principal elemento de fricción en Big Eyes se reduce a la dirección de actores, ya que literalmente la pareja protagónica parece estar trabajando en películas distintas: Waltz ofrece una interpretación efervescente que bordea la caricatura y el desparpajo controlado, y Adams compone a una pobre mujer con la tragedia de la sumisión incrustada en su rostro, producto de años de angustia, un contexto social en extremo castrador y una educación volcada al machismo. Pareciera que el cineasta quiso complementar la fotografía luminosa de Bruno Delbonnel, alejada diametralmente de las marcas de estilo de Burton, con este juego de registros opuestos, sin embargo la abulia y tristeza de Margaret hacen que todo quede en las buenas intenciones. De hecho, el opus jamás llega a analizar en profundidad la psicología de los personajes ni tampoco posee la valentía para torcer el timón hacia la comedia estrafalaria de Beetlejuice (1988) o las alegorías sensibles en sintonía con El Joven Manos de Tijera (Edward Scissorhands, 1990). A pesar de que el resultado final indica que el objetivo de Burton fue combinar el tono light de El Gran Pez (Big Fish, 2003) con la algarabía naif de Ed Wood, una vez más sus dubitaciones y un pulso que no se define entre la seriedad y la farsa -sin sobresalir en ninguna de las dos vertientes- terminan dilapidando la oportunidad, hoy vinculada al examen de una de las primeras experiencias del arte sintético y el doble discurso ultramasificado, puesto al servicio de la hipocresía de la legitimación cultural…
Ojos Bien Abiertos Me declaro absolutamente fanático del cine de Tim Burton. Sus universos plagados de creatividad y fantasía, sus historias sumergidas en atmósferas particulares y donde se respira una estética completamente original, han creado a lo largo de su (extensa) carrera, tanto adeptos como detractores, podríamos decir que casi en partes iguales. Tal como dije, me declaro absolutamente perteneciente al bando de los adeptos y aún con sus altibajos, es un director al que siempre me gusta prestarle atención ante un nuevo estreno. Ya desde "Beetlejuice", luego con la inolvidable "El jóven manos de tijera" y en "Sleepy Hollow, la leyenda del jinete sin cabeza", sus mundos han logrado transportarme. Y yendo a su producción que podría encuadrarse como más dramática "Ed Wood" y sobre todo "El gran pez" son películas absolutamente necesarias. Como todo gran director, encontró algunos tropiezos como pueden haber sido, desde mi punto de vista una adaptación completamente desacertada de "Alicia en el país de las Maravillas" donde por la capacidad y la inventiva de Burton se esperaba mucho más creativa y con su marca personal y el resultado irregular de su último film "Sombras Tenebrosas" que si bien buscaba volver a sus fuentes y contaba con un elenco de primer nivel, ciertas indefiniciones al momento de marcar el rumbo de la historia lo fueron lastimando hasta quedar como un engendro a medio camino entre la comedia, el terror y el homenaje. Burton con "BIG EYES" vuelve a intentarlo el terreno del drama, la reconstrucción de época y el mundo interior de un artista. Antes, Wood con el cine, ahora Keane con la pintura. La historia se desarrolla a principios de los años '60, momento en el que Walter Keane fue considerado uno de los artistas más famosos y masivos gracias a los retratos que pintaba que tenían una particularidad: niños, mujeres y animales con unos ojos enormes y en muchos casos, llenos de tristeza. Si bien alcanzó popularidad y y reconocimiento a nivel del público, buena parte de la crítica menospreciaba su trabajo y lo consideraba como demasiado banal, demasiado kitsch como para ser considerado dentro de los verdaderos artistas plásticos del momento. Pero además del público en general, Keane comenzó a codearse con el mundo de las estrellas de Hollywood, siendo reconocidos sus retratos de Joan Crawford, Natalie Wood, Kim Novak, Zsa Zsa Gabor o el de Jerry Lewis junto a su familia. En poco tiempo, casi todo Estados Unidos comienza a estar invadido por las obras de Keane: no solamente comercializaban cuadros con esos ojos enormes y penetrantes sino que hubo postales, afiches, reproducciones y objetos de todo tipo donde la publicidad y el marketing de la época hicieron de Keane una figura de relevancia, que cierto hasta cierto sector del arte más encumbrado, como por ejemplo Andy Warhol, reconocían publicamente una profunda admiración. Pero Burton se interna justamente en el secreto dentro de la personalidad de Walter Keane. Mientras él se estaba convirtiendo rápidamente en millonario, su esposa Margaret estaba recluida produciendo la obra: acá radicaba toda la cuestión y tal como dice el afiche de la película, el secreto de la existosa pareja fue que "Ella los pintaba. El los vendia. Todos se lo creyeron". Dentro de un marco de colores brillantes y variados, realmente sorprendente, una vez más Tim Burton rodea a esta biografía de un diseño de arte sorprendente. Ya desde el inicio cuando Margaret huye de su casa, de su hogar con su primer marido, la pintura del pueblo es absolutamente hipnótica, una radiante postal como tantas otras que irán apareciendo a lo largo del film. Toda la estética es perfecta y se luce, sobre todo, cuando muestra minuciosamente la reconstrucción del San Francisco de los años '60. Una vez que nos vayamos internando en la historia, descubriremos que Burton se vio seducido a contarla por sus ribetes oscuros y que el centro de la historia es la profunda soledad de Margaret en su encierro para que la verdad no saliese a la luz -central, pero quizás sin profundizarlo demasiado, mostrándolo más con un toque de fábula urbana que de drama personal-. Burton, si bien relata este padecimiento, no pone el acento allí, sino en una narración más general de la vida y la obra de Margaret Keane y sólo toma este hecho como uno de los tantos elementos a tener en cuenta en su biografía. Amy Adams, con unos ojos azules enormemente expresivos, tan o más expresivos que los de los cuadros de Keane, gana fuerza justamente en las escenas que muestran el tramo más doloroso de su vida, el encierro, la falta de reconocimiento, la angustia de vivir en un secreto permanente. Una vez más entrega un trabajo sólido, sin caer en el trazo grueso y transmite la pasión interior de la artista y toda su fragilidad. A su lado, Christoph Waltz logra salir del encasillamiento del villano de las películas de Tarantino, para componer otra especie de villano, más sutil, más bohemio, más seductor. Aunque por momentos Waltz lo componga de una manera más exarcebada -y parece que esta es la manera que pinta Burton a sus protagonistas masculinos ya que por momentos parece tan desbordado como algunas de las creaciones de Johnny Depp con este director-, tiene la picardía, la malicia, el toque abusivo pero también la frescura y el caradurismo que necesitaba ese Walter Keane para esta mirada burtoniana en donde se confunden victima y victimario donde el mercado del arte y las ansias de notoriedad hacen que también haya otras redes en donde finalmente quedar atrapado. Adams y Waltz llevan adelante casi sin mayores roles secundarios una "BIG EYES" que si bien no tiene la magnificencia de "El gran pez" o el delirio creativo de "Ed Wood" y se mantiene en un sendero más aferrado a los cánones de una biografía tradicional, son los toques de color, el vestuario, la construcción de época y la forma en que se exhibe toda la producción de Margaret Keane lo que le permite a Burton que la historia llegue a capturar el interés del espectador. Se destaca también la presencia de Terence Stamp como un crítico de arte que está totalmente en contra de la obra de Keane, uno de sus principales detractores, aunque quizás por las particularidades del guión, su papel termina quedando como desdibujado en la totalidad de la película. Eso sucede también con el trabajo de Krysten Ritter como la amiga de Margaret, ambos presentándose como meros satélites de la historia central, sin demasiado desarrollo propio. Amy Adams, injustamente olvidada a las nominaciones a los Oscar (personalmente a Felicity Jones la reemplazaría sin pensarlo...), como fue olvidada en general la película en todos sus rubros, se entrega de cuerpo y alma a Margaret. Su composición es refinada, el sufrimiento no tiene ni un solo subrayado, su mirada primeramente ingenua y transparente y luego encargada de transmitir el dolor de que su vasta producción sea el éxito profesional y al mismo tiempo lo que fabrica su propio motivo de encierro. Burton se muestra una vez más muy sólido en la conducción de actores y logra, sobre todo en la actuación de Adams, una cantidad de tonalidades de lo más variadas. En este derrotero personal, la Margaret de los primeros encuentros con Keane no es la misma que en el momento de mayor éxito ni tampoco es la misma Margaret que se decide a luchar por su lugar. En el año donde parecen estar de moda las biografias y sobre todo en esta temporada del Oscar que hemos tenido los exponentes de "La teoria del todo" "El código enigma" "Francotirador" y la próxima a estrenarse "Selma", Tim Burton logra, con "BIG EYES", un retrato trazado con su marca personal y más allá de no ser dentro de su filmografía el producto más acabado, logra de todos modos una pintura de época interesante y construye una mirada desde varias dimensiones para una artista singular como Margaret Keane.
-¿Qué mujeres artistas conoce?- le pregunta una entrevistadora a los transeúntes en la puerta de un Museo en Estados Unidos - Frida Kahlo?-, balbucea alguno-, -Frida Kahlo-, dice otro. Los que se animan, contestan lo mismo. Frida parece ser la única artista mujer que la gente recuerda en una encuesta callejera. Bien por el arte mexicano. Difícil pregunta, una pregunta tan simple. -¿Qué mujeres artistas conoce?- Lo dificil, claro, es acertar con una respuesta express. Esta encuesta aparece en el excelente y poco conocido documental Woman Art Revolution (2011) de Lynn Hershman Leeson que registra con fidelidad de historiador la lucha de las artistas mujeres estadounidenses a lo largo de los últimos 50 años. El lugar de visibilizacion y el estado de activismo permanente para ser reconocidas, ocupar un lugar en los Museos, las galerías, o el Mercado. Vamos a hacer pronto una nota sobre este documental en particular. Ahora, sólo quería mencionarlo, porque despues de ver Big Eyes de Tim Burton, que pronto se estrena en Buenos Aires, una ficción sobre otra artista mujer, esta vez norteamericana, llamada Margaret Keane, la coordenada entre uno y otro queda dentro de una lógica: las artistas mujeres pueden ser el tema de un buen documental o de una mala ficción. Tim Burton es un director que admiro. Joven manos de tijeras, Ed Wood, La leyenda del jinete sin cabeza o Charlie, o la fabrica de chocolate están en la cumbre de un estilo dificil de comparar. Creativo, de una cultura cinematográfica y literaria tales como para que por ejemplo su versión de Batman (personaje que parecía agotado) se destaque por su particular visión del mundo goticista romántico en cruce con lo televisivo, y termina siendo una de las películas más notables de toda la larga lista que le siguieron. Tim Burton hizo películas notables. Mientras miraba Big Eyes, me preguntaba qué había de Burton ahí. El niño terrible del cine autoral de los ´90 desplegando un mundo de plástico en un formato de plástico. Un día despues, viendo Woman Art Revolution, me preguntaba qué había ahí de Margaret Keane, esa artista del american way of life, con sus posters de los niños de ojos grandes. En Big Eyes toda esa cultura fílmica incluso la de los mass media, de los comics, el mundo del cine animado cae a pedazos frente a su poca noción del mundo del arte. Big Eyes es un film displiscente, cómodo, de pincelada gruesa, que no eleva preguntas, que engaña con su mundo de colores pasteles, (un registro policromo usualmente elegido por Burton), y su historia naif. Un film que exalta el mercado por sobre los artistas. No gratuitamente lo primero que vemos es una produccion seriada de las máquinas imprimiendo afiches, uno detrás de otro, el mismo afiche. “Big Eyes” además del titulo de la pelicula, es un estilo inventado precisamente por el mercado para dar nombre al estilo “inventado?” por esta artista ilustradora norteamericana, nacida en 1927. La película está narrada por una voz que Burton luego abandona, la del periodista que se presenta a sí mismo como alguien “que inventa cosas para ganarse la vida”. Quizas asaltado por la revelación superior de una narracción que le deja a los ojos de Margaret. El éxito comercial que aún hoy tiene la obra de Keane necesita una justificación, de la que claramente se encarga una frase de Andy Warhol expuesta al comienzo de la pelicula a modo de declaración de principios: “si su pintura no fuera buena, no le gustaría a tanta gente”. Esa pérdida de la voz narradora inicial es la primera caída en terreno barroso, la segunda es una caída moral: el mercado lo justifica todo. También perder la identidad, regalar la firma y esconder la autoría. O sea, una estafa. Porque Walter Keane es un estafador, aunque tampoco queda muy claro por qué termina siéndolo, y esto es un déficil importante del guión. Margaret tambien lo es. La esclava que pinta a escondidas, encerrada en su taller para que su marido aparezca firmando sus obras y puedan ser vendidas. 10 años de dudas y de tormentos internos se toma Margaret para decidirse a diferenciarse. Para ello el film necesita una escena de violencia para la que el diseño del personaje encantador de Christophe Waltz, no nos venía preparando. Otro problema de guión. Frustración por no poder ser un pintor, el sueño del americano que no puede llegar a Paris? Frases rimbombantes también acompañan este apastelamiento general de lo que resulta ser una película fallida de un Burton incómodo: “los 50 fueron tiempos muy hermosos, pero para los hombres” de la voz inicial o la del crítico que interpreta Terence Stamp cuando dice que el arte de Walter Keane explica por qué la sociedad necesita a los críticos”. Falacia tras falacia,´obviedad tras obviedad, otro producto falso donde no hay otra cosa que un mercado victorioso en el que lo que nunca se pierde es justamente eso: dinero.
Big eyes, retratos de una mentira, es una muy buena película, aunque no con el sello genial y único de Tim Burton. Si tu interés está en saber más sobre el fraude de Walter Keane y poco te importa quién está detrás de la dirección, la vas a pasar muy bien ya que el guión tiene una narración fluida y está muy bien realizado como para mantener...
Tim Burton se aleja de sus mundos mágicos y nos trae una historia con mucha personalidad y cinismo. Pintando por un sueño Margaret es una mujer que intenta rehacer su vida en los difíciles años 50, década donde los derechos de las mujeres estaban muy por debajo del de los hombres. Pintora aficionada ella, un día conoce a Walter, otro pintor amateur. Así es como rápidamente formaran pareja, y los cuadros de Margaret empiezan a llamar la atención de la gente. El problema surge cuando Walter, ante la falta de talento propio y su gran habilidad para los negocios, no dudara en tomar el crédito de su esposa. Pintor de brocha gorda Todos sabemos que Tim Burton viene en caída libre, y somos varios con la opinión que sus ultimas películas fueron una repetición casi exacta de una formula ya gastada y acabada. Por eso es que sorprendió tanto verlo dirigir este film fuera de su mundo de fantasía y sin sus actores fetiche. Y aunque terminó ejerciendo como director, inicialmente solo iba a ser productor del proyecto, pero fue lo mejor que le pudo haber pasado. El hecho de hacer un film tan drásticamente distinto a lo que venia haciendo y con los que nos venía aburriéndo, es todo un punto a favor. Así como Ed Wood -para mí su mejor película por lejos- se desprende del resto de su filmografía por ser totalmente realista; esta película va a hacerle compañía porque sucede exactamente lo mismo. Si bien siempre notamos ese aire a cuentito que tienen sus films, olvídense de ver cosas grotescas, góticas, Depp o Bohan Carter. Es más, uno de los grandes aciertos de este proyecto y uno de sus puntos más fuertes, es el dúo protagónico. Amy Adams es una actriz muy dúctil y es raro verla actuando mal, haciendo el papel que haga. Además que al ser inmortal -muchachos, tiene 41 años y parece de diez menos- tiene una apariencia anacrónica que le permite hacer personajes de un rango de edad bastante amplio, pero quien de verdad se lleva todos los aplausos es Christoph Waltz. Todos sabemos que es un enorme actor, pero salvo cuando trabaja con Tarantino, suele hacer papeles bastante flojos que uno se pregunta cómo es que aceptó, o si habrá leído el guion antes de ir a filmar. Burton tomó nota de donde mejor rinde el actor austriaco y supo darle un personaje cínico y manipulador. Y Waltz recompensó al director con una actuación que incluso en más de una oportunidad le robará una risa al espectador. De hecho, si lo hubieran nominado en los Oscar a Mejor Actor de Reparto, hubiera sido justo. Conclusión Big Eyes es, por lejos, una de las películas mejor logradas de Tim Burton en los últimos años. Si bien para sus fanáticos más acérrimos puede llegar a decepcionar porque no está presente su mundo oscuro y criaturas habituales, para el público en general es un soplo de aire fresco en su filmografía. Es un film basado en una historia real, con una trama sutilmente desarrollada y personajes carismáticos, donde todo funciona bien y nos dejamos llevar por el relato. Ahora solo falta cruzar los dedos para que el director haya tomado nota de lo que acaba de lograr, y que siga por este camino en su próximo film del elefante volador.
Tim Burton se ha caracterizado siempre por presentar historias con una particular visión. Gótico, de historias dramáticas y hasta cierto punto melancólicas, su visión del mundo es única y es totalmente reconocible en cualquiera de sus filmes. Pero Big Eyes pareciera ser la excepción. Margaret (Amy Adams) es una pintora con un enorme y particular talento: hacer retratos de niños con los ojos enormes y expresivos. Pero como muchos otros artistas, ese talento no es suficiente para ser reconocida. Es hasta que conoce a Walter (un fabuloso Christoph Waltz), un pintor de calles, que logra alcanzar la fama, el éxito y el reconocimiento. Pero no todo es lo que parece, pues aunque sea rica y famosa, un oscuro secreto será revelado. Basada en la historia real de Margaret, Big Eyes es una bella película biográfica que saca a relucir el talento de Adams, pero sobre todo la dulzura y el encanto de Waltz. Nos sorprende que en la pasada edición de los oscar haya sido completamente borrada, especialmente en el apartado de actuación, donde este par logra una enorme química. Y hay que decirlo, el filme tiene demasiados altibajos en el guión que solo estos dos logran hacer atractiva la puesta en escena. Se nota que, en realidad, Burton solo iba a ser el productor, pues no es su estilo y hasta se nota incómodo en la guía de la película. Solo es en la escena climática en cierto cuarto "caliente" donde sale a relucir su verdadero yo. Entretenida para aquellos que gustan del arte y que desean ver un buen duelo actoral con pintas de telefilme. -
Regreso a los orígenes “Big Eyes” es el nuevo intento por parte de Tim Burton de recuperarse de ese estancamiento artístico que hace ya varios años viene demostrando en sus películas. Y es que obviando algunas excepciones, la cinematografía del californiano ya no tiene el mismo impacto que antes, allá por los tiempos de “Beatlejuice” o “Big Fish”. A pesar de todo, la idea de regresar a las historias más terrenales y no tan estrafalarias de sus últimas producciones podía esperanzarnos a los todavía fanáticos de su particular mirada. Es así que volvió a reunirse con Scott Alexander y Larry Karaszewski (los guionistas de su probablemente mejor película, “Ed Wood”) para recrear de alguna manera esa impronta de emotividad y nostalgia propia de sus primeros trabajos. Aunque el resultado diste bastante de ser el retorno triunfal que en los papeles parecía pronosticar. Con los ojos bien abiertos Basada en una historia real, “Big Eyes” gira alrededor de Margaret Keane (interpretada por Amy Adams), creadora de una serie de cuadros muy reconocidos en los años 50’, que a partir de la manipulación de su segundo esposo Walter (Christoph Waltz) se ve obligada a cederle la autoría a cambio de mayores ventas dentro del machismo reinante en el ámbito artístico de la época. Producto del carisma de su marido, las pinturas rápidamente se volvieron un furor entre los adinerados coleccionistas de arte como también en la gente común que prefería comprar afiches o imitaciones. Mientras que Margaret era la responsable de pintar en masa esos cuadros desde la oscuridad de un altillo en su casa, Walter era la cara visible que se llevaba todo el reconocimiento. Un buen día Margaret decide separarse para contar toda la verdad de una vez por todas. Aunque después de tantos años quizás no sea tan fácil desbaratar el imperio publicitario fundado por su ex-marido. Otro intento fallido El principal problema de “Big Eyes” reside en la narración demasiado apresurada como forma de aportarle dinamismo a una historia que ya de por sí es una adaptación libre de una historia real. Los años pasan dentro del relato pero los personajes carecen de un desarrollo emocional más de lo que ya se puede ver desde los primeros quince minutos. Sin contar la casi nula importancia de los personajes secundarios. Y ya que hablamos de los personajes, lo que más puede llegar a irritar es la actitud exageradamente pasiva otorgada al personaje de Amy Adams (aunque argumentalmente esté justificada por la opresión masculina de mitad de siglo XX), totalmente opuesta a la desproporcionada interpretación de Christoph Waltz, que en algunas ocasiones llega a situarse entre lo caricaturesco y lo ridículo. Y esto es algo puntualmente llamativo teniendo en cuenta que los dos actores suelen destacarse como grandes intérpretes. De todas formas estamos frente a una película que cuando decide tomarse su tiempo, tiene momentos brillantes en donde se logra ver el toque detallista al mejor estilo “Edward Scissorhands” que tanto cimentaron la carrera de Burton. Quedando la duda sobre si este bajón artístico se debe más a una falta de confianza frente al posible fracaso de taquilla y no como fruto de la pérdida de talento. Podemos decir que “Big Eyes” no es el regreso a los orígenes de las cinematografía Burtoniana que tanto se esperaba. No obstante si se la compara con otros films fallidos como “Dark Shadows”, la historia de Margaret Keane no sale tan mal parada. Y en el mejor de los casos (con el permiso de los pesimistas) dejándonos una luz al final del túnel para que en un futuro cercano vuelva a realizar esas películas tanto disfrutamos hace unos años. Vayan marcando Beatlejuice 2 en sus calendarios.
El color del dinero Entre la cursilería de una Corín Tellado y la artificiosidad del cine mainstream sin alma, Big Eyes es la nueva trastabillada del director Tim Burton, quien a pesar de querer recuperar la esencia de sus primeras obras luego de Sombras tenebrosas (2012) en escenarios alejados del gótico fantástico, salpica mediocridad por donde se la mire. Así de insulsos son los cuadros de la pintora Margaret Keane (Amy Adams), norteamericana que en la década del 50 -como toda mujer y artista de la época- vivía a la sombra de un estafador. Este adorable seductor con quien rápidamente contrajo matrimonio al tener a su cargo una niña pequeña y así conseguir la estabilidad y seguridad masculina, se hacía pasar por pintor, Walter Keane (Christoph Waltz). Ambos iniciaron la sociedad conyugal a la vez que comercial bajo un pacto de silencio al figurar el nombre de él en las obras pintadas por ella. Sin embargo, Walter además de engañarla y someterla; de llevarse todo el crédito por esos cuadros que se caracterizaban por el tamaño expresivo de los ojos de los niños, encontró la veta comercial en la producción en serie, aspecto que lo volvió, en pocos años, millonario a expensas del trabajo arduo de la abnegada madre, esposa y pintora en las sombras. Desde la puesta en escena, Tim Burton abusa de la paleta policromática de pasteles para lograr una imagen tan naif y contrastante con la oscuridad habitual de sus anteriores propuestas, que por momentos se hace tan pesada a los ojos como la soporífera tensión que se desata entre Margaret y Walter cuando ella decide revelarse para que aflore finalmente la bestia encerrada en la falsedad del carismático y miserable personaje masculino al que el austríaco Christoph Waltz impregna de matices simpáticos para marcar alguna que otra característica que resalte frente al escueto plano psicológico desarrollado por los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski (Ed Wood, 1994) y que es justo decirlo no encuentra en ningún momento un justificativo para no repetir estereotipos. En el caso del personaje de Margaret, el problema reside en el tono dramático impuesto por Amy Adams, que si bien cumple con su rol de mujer atravesada por un contexto machista desentona ante el registro liviano y cínico del film. El resultado final es un producto más que hueco, porque no avanza siquiera en algunas ideas que podrían resultar interesantes de antemano, como por ejemplo la contraposición entre el comercio del arte y la autenticidad de la obra artística. Además, el creador de El gran pez (2003) parece haber recurrido a la voz de Andy Warhol como autoridad de calidad para defender las obras de Margaret Keane, cuyo destino más adecuado hubiese sido un póster al estilo Pagsa, de esos que se venden en cualquier supermercado. Las películas de Tim Burton también se venden en los supermercados, pero eso es otro tema que no hace a esta crítica.
Aquellos ojos negros Filmada en locaciones que recrean de manera hiperrealista a la California de los años ’50 y ’60, con actuaciones más cercanas a la parodia que al drama, esta adaptación de un caso real (una tesitura que se ha impuesto más que nunca en Hollywood) conserva la impronta de Tim Burton al tiempo que lo aleja de sus tradicionales fantasías. Big Eyes - Retratos de una mentira cuenta la vida de Margaret Keane, la autora de esos huérfanos de enormes ojos que empezaron como cuadros y devinieron luego una línea fordista de posters y merchandising, cuyo crédito fue apropiado durante años por el marido de la artista, Walter Keane. Big Eyes arranca con un elogioso epígrafe de Andy Warhol a la artista y resulta obvio que la estética de Keane fue adoptada por el mismo Burton (hay que recordar, sin ir más lejos, el abuso de resaltadores de ojos en su ex esposa y musa Helena Bonham-Carter, que también devino una marca artística). Pero lo interesante es cómo tanto este film como Ed Wood, por razones de empatía artística, resultan trabajos singulares para el director. Lejos está la película de rozar el delirio burtoniano que brotó pleno a inicios de los ’90, escarbando vida y obra de autor de Plan 9 From Outer Space, pero se huele la misma intención y la finalidad demuestra, siquiera tímidamente, el deseo de bucear otros caminos. La historia contribuye al interés del film. Sin recurrir al sentimentalismo feminista, hasta último minuto Burton deja al espectador indignado, anhelando que Margaret se libere y confiese que es víctima y partícipe de un plan maquiavélico, que los niños desangelados de ojos grandes son creación suya y que su marido no sabe cómo agarrar un pincel. Saliendo de su fórmula, el creador de Beetlejuice logró su primer largometraje atractivo en años. Cuesta creer que sea un nuevo inicio, pero ojalá así sea.
Si nos descuidamos por un segundo y no prestamos atención a los títulos de “Big Eyes” (2014), tal vez ni nos demos cuenta que estamos ante la última obra de Tim Burton. Por alguna extraña razón, el característico director de “Batman” (1989) y “El Joven Manos de Tijera” (Edward Scissorhands, 1990), entre otras tantas maravillas visuales que nos regaló, abandonó su estética gótica, sus personajes oscuros y truculentos y esas historias fantásticas que rebalsan su currículum para concentrarse en un drama de la vida real, tan común y desapercibido como un telefilm de sábado por la tarde. La historia de Margaret Keane, sin dudas, supera la ficción, pero en manos de Burton podría haber sido un tanto más interesante desde lo visual y no sólo un drama “basado en hechos reales” con algunos toques de comedia, grandes actuaciones y una magnifica puesta en escena que resalta los coloridos años cincuenta y sesenta. La cosa viene así. A finales de la década del cincuenta, Margaret (Amy Adams), una mujer bastante corajuda para la época, decide abandonar a su abusivo esposo y enfilar hacia San Francisco junto con su pequeña hija. Sola y sin un peso en el bolsillo, se abre camino por su cuenta y, de vez en cuando, saca a relucir su talento artístico vendiendo retratos en las plazas. Ahí conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), otro artista bohemio que adquirió muchos de sus conocimientos paseándose por las callecitas de Francia. La relación va viento en popa, el amor crece, así como las aspiraciones del pintor que, ante la negativa de las galerías de arte para exponer sus trabajos, prueba suerte con los de su nueva compañera. Las obras de niños tristes con ojos grandes de Marge pronto llaman la atención de los coleccionistas, los críticos y los curiosos que empiezan adquirir sus cuadros sin saber que hay una mujer detrás de todo esto. Esa es la realidad, en aquella época las féminas sólo pertenecían al hogar, la cocina y el cuidado de los niños. Debían depender de sus esposos para absolutamente todo y jamás (al parecer) tener espíritu propio, mucho menos talento. Probablemente nadie hubiera comprado una de sus pinturas si Margaret se las hubiera ofrecido, así que de común acuerdo, Walter decide firmarlas con su apellido dando origen a una de las estafas artísticas más grandes de todos los tiempos. La pareja contrajo matrimonio y así compartió el éxito y los dividendos de los “ojos grandes”. Walter tomó todo el crédito mientras que su esposa se encerraba a pintar durante horas para satisfacer las demandas cada vez mayores, sin percatarse de todo lo que estaba perdiendo con este “arreglo”. Los Keane revolucionaron el arte en más de un sentido, no sólo desde lo artístico, sino desde la comercialización de las obras, cuya popularidad se extendió más allá de las galerías e inundó la vida cotidiana con sus reproducciones más económicas y sus imágenes pegadas a cuanto objeto se les ocurra. La popularidad siguió creciendo, como la codicia de Walter, y cansada del temperamento y los abusos de su esposo, Margaret huyó Hawái y dio a conocer la verdad sobre la autoría de las obras, desatando un quilombo legal que sacudió a los medios de todo el mundo. Hoy, Margaret Keane disfruta de sus logros, pero su lucha es la de muchas mujeres que tuvieron que superar los prejuicios y abrirse camino en un mundo dominado por la testosterona. Ese es uno de los puntos a favor de la película, el tratamiento de está era tan “machista” que en seguida fue absorbida por los desenfrenados años sesenta como si nunca hubiera pasado nada. Burton triunfa desde la prolijísima reconstrucción de época, sus colores, sus texturas y su puesta en escena. La actuación, siempre genial e impecable de Amy Adams, se destaca mucho más que la previsibilidad del encanto/psicopatía de Waltz que parece no poder abandonar este tipo de personajes. Danny Huston, Krysten Ritter, Jason Schwartzman, Terence Stamp y Jon Polito completan un gran elenco, pero es el guión y la “simplicidad” de la historia de Scott Alexander y Larry Karaszewski lo que falla. No hay nada nuevo para ofrecer, y gran parte de lo que muestra aburre después de un rato, se vuelve monótono y reiterativo como los grandes ojos que nos miran desde la pantalla.
Un amigo siempre dice que cualquier película que parta de estar basada en una historia real, automáticamente suma puntos. No estoy muy segura de eso, pero me gusta arrancar de esta idea: sí, Burton quiere redireccionar su cine (lo cual incluye hacer casting y no llamar a Depp y su ex mujer para cualquier película) y se inclinó por este guión bien clásico inspirado en la vida de Margaret Keane. Cuenta la leyenda que esta particular artista de una timidez crónica, divorciada y con una hija, se encontró a mediados de los 50 con su segundo marido, quien la cuidó tanto que terminó llevándose el mérito por las obras que ella pintaba, diciendo que eran de él. El casting, para esto, viene como anillo al dedo: Amy Adams como esta chica tímida y sumamente creativa y Christoph Waltz como este personaje perverso que es mezcla de artista frustrado con un abusador, pasando por lapsos de locura en el que él mismo se creía su ficción y ella empieza a alucinar (cuando digo que es clásico y básico, soy sincera). La película está cargada de colores brillantes, esa paleta ficticia que Tim Burton tanto usa y abusa. Basta con recordar algunos decorados de “El Gran Pez” o el barrio perfecto de “El Joven Manos de Tijera” para fundamentar esto y a medida que el ánimo de nuestra protagonista cae, va haciéndose sombrío, sello absoluto de su director que si nos quedamos sin contenido suena más a vicio que a sello. Si bien ambos actores han recibido nominaciones y nadie puede dudar de su forma de construir personajes, honestamente terminan pareciendo un poco maquetados en este titiritero mundo burtoniano, donde todo radica en la estética y en la música (compuesta por su eterno partenaire Elfman) y los actores no buscan el naturalismo. Acá lo que prima es la cáscara y la historia, pero no es un film de personajes. Las dos canciones de Lana del Rey son memorables y el resultado es más que llevadero, sin pasar por alto a la batería de secundarios que ayuda mucho a elevar su nivel. El resultado final, si no conocés la historia original sobre todo, es bueno, pero en esta búsqueda de rumbo nuevo Tim se quedó con los vicios y perdió la identidad: entregó una película formalmente apenas correcta y desperdició recursos que muchos directores matarían por tener.
Con pocos destellos de genio y mucho de director tradicional Tim Burton en "Big Eyes" (USA, 2014) profundiza en la tormentosa relacion entre el matrimonio Kaen, Walter (Amy Adams) y Margaret (Christoph Waltz) demostrando su habilidad de narrador. Poniéndose en el lugar de Margaret y partiendo desde la primera huida de ella, cuando se separa de su primer marido, y conoce a Walter, Burton construye un relato tenso que avanza a fuerza de impacto para mostrar una complicada relación. Este vínculo, que si bien en un principio se consensuó y decidió mantener en el anonimato a uno de ellos para vender cuadros, luego termino obligando a una de las partes a ocultarse ad infinitum para mantener un estándar de vida y un renombre. Walter fue el hacedor del éxito de Margaret, la incluyó en los circuitos de arte, pero utilizó su firma mostrándose como el realizador de unos cuadros, que no por virtuosos, sino por "originales", terminaron por venderse como pan caliente y lo colocaron en la cima del mundo pictórico. Burton profundiza en la enfermiza relación sin detenerse mucho más que en algunos trazos gruesos, a explicar las motivaciones de Walter y Margaret para seguir adelante con un engaño, consensuado, y luego desechado, que transformó un estilo particular a la categoría de arte. Porque en el fondo, en realidad, Burton quiere hablar sobre esto, sobre la irreversible mecanización y mercantilización del arte sobre el inexpugnable deseo de compra casi impulsiva de productos que se escapan a la definición de lo que es el arte. Si tu intención hubiese sido la de crear un biopic sobre directamente la artista que construyó un nuevo universo estético, en realidad tendría que haberse detenido mucho en la psicología de la artista, a quien la muestra débil y pasiva. Por momentos Burton reposa más en las características del personaje de Waltz, un terrible déspota con un látigo manchado de colores y acrílicos, y avanza en el relato sin la magia a la que nos tiene acostumbrados, en una clara y poco lograda narrativa de opresión y castigo mucho más clásica y tradicional. "Big eyes" tiene algún que otro momento provocativo, de esos que nos gusta que Burton pueda lograr en la pantalla, pero terminan por licuar las expectativas de sus seguidores cuando avanza con la dinámica detrás de la tiránica teoría del amo y el esclavo. En este punto está más que claro que en algún momento la pintora se va a revelar, y que iba a querer que sus cuadros tengan su firma, y dejar de hacer caso al malvado castigador que la obliga a seguir produciendo, pero eso ya lo sabemos de antemano, pero nunca se esperaba que el relato fuera tan lineal y tradicional. A destacar las actuaciones de Amy Adams y Chiristoph Waltz y una reconstrucción de época qué permite situar la historia en tiempo y forma, y no mucho más que eso.
Tim Burton es un artista muy particular, con un estilo propio y también, muchas veces, bastante subvalorado, o no valorado y hasta denostado. Por eso no es casual que las dos biopics que dirigió -Ed Wood y la reciente Big Eyes- sean acerca de creadores con esas mismas características. Para acentuar paralelismos, ambos films fueron escritor por Scott Alexander y Larry Karaszewski. Tras separarse de su marido, Margaret Ulbrich (Amy Adams) se muda con su hija a San Francisco. Estamos a fines de los 50, y como en todas las épocas, no es fácil ser madre y único sostén de familia, y menos dedicarse a la pintura en un ambiente artístico también dominado por hombres. Y qué decir si sus pinturas consisten en niños de ojos grandes y tristes que parecen no ser demasiado comerciales. Entonces conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), un amateur sin talento para los pinceles pero nacido para el marketing; con sus gestos y palabras puede venderle lo que sea hasta a las piedras. Ambos se enamoran, se casan y se convierten en una sociedad con una metodología discutible: ella pinta sus obras y él las vende…haciéndose pasar por el verdadero autor (cada trabajo lleva la firma Keane, apellido ahora adoptado por Margaret). El éxito no para de agigantarse, lo mismo que el engaño de la pareja. Aunque al principio accede con el fin de lograr una mejor calidad de vida para ella y su hija, Margaret empezará a perder la cabeza y la paciencia, no sólo por la imposibilidad de recibir el crédito por sus obras sino al descubrir más sobre la conducta mitómana y megalómana de Walter. Burton deja un rato los excesos de su sello para centrarse en esta historia sobre los artistas y sus padecimientos. Sin embargo, al igual que en Ed Wood, detrás de lo que parece una simple película biográfica del montón, con una cuidada recreación de época, aún permanece el director de El Joven Manos de Tijera: personajes marginados e incomprendidos, que deben hacerse un lugar en un ambiente que les resulta hostil, pero que a pesar de todo logran imponer su impronta y su visión de la vida. Aquí, este mecanismo de cuento de hadas está remarcado con un trazo más fino que de costumbre, incluso desde el arte y la iluminación (un impecable uso de los colores pasteles, a cargo del director de fotografía Bruno Delbonnel), aunque hay algún que otro toque de delirio marca de la casa, como personajes de ojos saltones cuando se apunta a determinados estados de ánimo de Margaret. Los cambios más significativos en este opus burtoniano es la renovación del elenco, ya que ni Johnny Depp ni Helena Bonham Carter tienen participación. Y los nuevos no lo hacen nada mal. Amy Adams está exacta como Margaret, personaje cuyo talento para la pintura es inversamente proporcional a su suerte en el amor. Pero quien se roba la película es Christoph Waltz. Desde Tarantino que ningún otro cineasta le saca el jugo al actor, quien vuelve a componer a otro individuo histriónico y poco confiable, pero que no llega a generar odio. De hecho, su performance en el tercer acto despierta más gracias y compasión que rabia. Sería muy interesante que Waltz esté nuevamente a las órdenes de Burton, y en los proyectos más estrambóticos. No menos destacable son las breves intervenciones de Danny Huston (el periodista que narra la película) y Jon Polito, aunque Jason Schwartzman y Terence Stamp podrían haber sido mejor aprovechados. En Big Eyes, Tim Burton logra lo mismo que David Lynch con El Hombre Elefante y que Terry Gilliam con Pescador de Ilusiones: mantenerse fiel a uno mismo, ahora a través de una historia aparentemente más convencional; concentrar su desborde imaginativo al servicio de una película que parece una rara avis de su filmografía, pero que conserva el sabor y el nivel de sus films más célebres. Si bien los monstruos y los mundos mágicos ya son un clásico de su repertorio y los volveremos a ver, cada tanto es bueno tenerlo dando vueltas por el mundo real, siempre desde su mirada única.
Postal de una artista. Los tiempos que corren son los ’50s. Una mujer hace dibujos en una feria de fin de semana. Los firma como Ulbrich y se los entrega a los retratados, quienes se van contentos con su nueva obra de arte. Desde otro puesto en la feria, Walter Keane observa la escena. La mira agazapado cual felino observando a su presa, con ojos grandes y despiadados; no tarda mucho en cazarla. Basada en hechos reales, Big Eyes nos cuenta la historia de Walter Keane. Desde su enunciación, la trama ya es compleja, porque Walter Keane no es solo un hombre sino también una artista: al casarse Margaret con Walter, él sutilmente logra desplazarla de su propia obra y adueñarse de ella como si fuera suya. En Big Eyes, la necesidad de separar arte de artista llega a tal extremo que el crédito nunca se le da a su verdadera autora. La película cuenta, entonces, la historia de esa estafa, el inicio de un imperio de fabulosos éxitos artísticos e interminables formas de humillación y sumisión. El fuerte aquí es la trama, la cual supera incluso a la estética. En este punto, la película es un tanto sorprendente, si tan solo porque viene de Tim Burton, cuya fama descansa principalmente en cómo decide contar las historias, acompañado siempre de una dirección de arte y fotografía que por poco lo define. Pero en Big Eyes, Burton desaparece en el pincel de Margaret, y aunque el arte está muy bien cuidado y la película visualmente es una belleza, cabe destacar la diferencia con otras obras del director. Los grandes artistas son capaces de una versatilidad que les permite navegar en diferentes géneros y estilos según amerite el caso, pero el problema aquí es que Burton eligió un caso que amerita una estética muy suya, y sin embargo decidió alejarse de ella. Los ojos grandes y tan característicos de la obra de Margaret, que tanto funcionarían como recurso durante la película, son utilizados fuera de su arte en tan solo una escena, cuando ella va a un supermercado y ve a todos con ojos como los de su obra, ojos que la acechan como lo hace el saberse cómplice de una de las más grandes estafas en la historia del arte y de saberse culpable de tal acto de sumisión. Es esta probablemente la mejor escena de la película, pero el espectador no puede evitar desear que ese recurso hubiera sido explotado más profundamente. Big Eyes funciona para contar la historia que se propone. Funciona como un comentario social sobre la sumisión de la mujer y sobre lo manipulador que puede ser el ser humano cuando hay tanto prestigio y dinero en juego. Cabe destacar también que las actuaciones son muy buenas, y que Adams particularmente se luce como una mujer con mucha bronca y mucho miedo acumulados. Sin embargo, lamentablemente es una película olvidable. Durante el transcurso de la misma, vemos cómo Walter reproduce las obras originales una y otra vez para que el lucro no cese jamás. Las vende como postales y como posters. Big Eyes se siente un poco como eso: reproduce el arte de Margaret, pero no se siente lo suficientemente honesta como el mismo. La imagen es la misma, pero el sentimiento, la tristeza y la profundidad que se esconden en los originales, en Big Eyes falta.
En Big Eyes Tim Burton abandonó los mundos de fantasía y escenarios góticos, con los que suelen estar asociados sus proyectos, para narrar la historia real de la pintora Margaret Keane. Una artista que tuvo notoriedad en los años ´60 por sus cuadros con niños tristes y ojos enormes, que llegaron a ser bastante populares en su momento y tuvieron una influencia destacada en las producciones de Burton dentro del género de animación. El diseño de los personajes que aparecían en El extraño mundo de Jack y El cuerpo de la novia remitían bastante a los trabajos de Keane. Inclusive las Chicas Superpoderosas de Craig McCracken estuvieron inspiradas en estos retratos que llegaron a fascinar a los norteamericanos. Durante muchos años el esposo de la artista, Walter Keane, se adjudicó la autoría de sus obras hasta que la mujer lo demandó en un famoso litigio judicial que acaparó la atención de todos los medios de prensa. El nuevo trabajo de Burton se centra en el origen de este conflicto y su principal atracción pasa por las interpretaciones de los dos protagonistas y la fotografía de Bruno Delbonnel (Amelie), quien colaboró por segunda vez con el director después de su labor en Sombras tenebrosas. Amy Adams vuelve a demostrar la enorme versatilidad que tiene como actriz y en este caso se luce en el rol de Margaret Keane, una mujer que tuvo que luchar para conseguir su independencia creativa en una sociedad extremadamente machista como la que predominaba en los Estados Unidos a fines de los años ´50 y mediados de los ´60. Por su parte, Christoph Waltz domina sin problemas el rol del hombre malvado e inescrupuloso que trabajó en otras películas y ya está empezando a cansar. Aunque Big Eyes cuenta con el guión de Scott Alexander y Larry Karaszewski, la dupla responsable de Ed Wood (una de las grandes joyas de Tim Burton), la película sorprende por la superficialidad con la que se trataron temas interesantes que merecían un poco más de espacio en el argumento . Todo el contexto social en el que se desarrolló el caso de Margaret Keane se abordó sin demasiada profundidad y el film se centra en la anécdota del litigio entre el matrimonio. Nunca se explora la vida de la pintora antes de conocer a su marido, cómo se convirtió en artista, la fuente de inspiración de sus obras o la fascinación que tenía con esos personajes de ojos tristes que la hicieron famosa. Hay un montón de incógnitas relacionadas con la vida de esta mujer que en la película quedaron en la nada. Salvo por la escena en que Amy Adams se encuentra en un supermercado y empieza a observar al resto de los clientes como los personajes de sus pinturas, el estilo personal de Burton para narrar historias brilla por su ausencia. Big Eyes resultó por lejos la película más aséptica, impersonal y desapasionada de su filmografía. Toda la reconstrucción de los años ´60 está muy bien lograda, hay una linda fotografía y buenos actores, pero el film nunca llega a ser emocionante pese a que los hechos reales tenía los condimentos necesarios para abordar este conflicto con una mayor sensibilidad. Para tratarse de un artista que supo brindar películas creativas con elementos transgresores que iban a contramano de la industria Hollywoodense, este tipo de filmes correctos y desganados que presenta Burton en la actualidad dejan cierto sabor amargo. Pasaron 12 años de Un gran pez, la última gran historia de su filmografía, y desde entonces el alma y corazón que tenían sus trabajos se fue desvaneciendo con el paso del tiempo. Big Eyes es una película correcta y entretenida pero queda en el olvido después de su visión, algo que no solía ocurrir con las obras de este director.
Qué ojos tan grandes tienes Algunas películas producidas en el reino de los “hechos reales” se basan en personas. Algunas otras se basan en lo que estas personas hicieron. Y algunas otras se basan exclusivamente en qué fue lo que les pasó, como es el caso de Walter y Margaret Keane, el infeliz matrimonio que protagoniza Big Eyes (2014), la nueva película de Tim Burton. El título alude al rasgo distintivo de las pinturas Keane: niños dotados de enormes ojos y su efecto repelentemente kitsch. Walter y Margaret reciben su lugar en la historia – o al menos en Wikipedia – porque durante diez años (1955-1965) Margaret pintó cuadros (de cuestionable mérito artístico) y Walter, además de venderlos y convertirlos en una sensación pop digna del comentario de Andy Warhol, se acreditó como el artista responsable. Por qué Margaret permitió que esto ocurriera es un misterio, en parte explicado por la recalcitrante misoginia que imperaba en los ‘50s y a la cual adscribían hombres y mujeres por igual, en parte debido al débil carácter de Margaret, cuya versión fílmica es detestablemente pasiva así como Walter es detestablemente agresivo. Walter y Margaret no son, sorpresa, interpretados por Johnny Depp y Helena Bonham Carter, sino por Christoph Waltz y Amy Adams. En muchos sentidos Big Eyes rompe con el patrón según el cual Tim Burton ha estado calcando sus películas durante la última década, y nos remite al colorido mundo suburbano de El Gran Pez (Big Fish, 2003) y aunque sea temáticamente a la biopic estilo Ed Wood (1994). No es, de ninguna forma, tan buena como esas películas, pero ciertamente es de lo mejor que ha producido en los últimos tiempos. Dado que la película se construye entorno a un extraordinario caso de fraude, debe terminar más o menos predeciblemente con un juicio, el cual para variar resulta divertidísimo y Waltz – defendiéndose a sí mismo – se roba la escena haciendo payasadas dignas del personaje de Leonardo DiCaprio en Atrápame si puedes (Catch Me If You Can, 2002). En cierto sentido éste representa tanto el punto fuerte como el punto débil de la película: son los actores y no los personajes que interpretan quienes acaparan la atención. La película no tiene nada particularmente profundo para decir sobre Walter y Margaret, quienes son por sí solos personajes bastante maniqueos, como salidos de una fábula burtoniana. Margaret es una intachable romántica que se deja obnubilar por los frívolos relatos parisinos de Walter, cuya sonrisa escuálida y grotesca obsecuencia (Waltz haciendo lo que sabe hacer mejor) hacen poco por esconder el monstruo que lleva dentro. Hay algo casi titiritesco en la forma en que se establece el primer acto, de manera que el resto de la película confirma todo lo que inferimos sobre Walter y Margaret de entrada. El resto del elenco está compuesto por personajes típicos en biopics sobre artistas pioneros: el mecenas que accidentalmente descubrió al artista, el pomposo dueño de galería que rechazó al artista, el crítico conservador que opuso la popularidad del artista, etc. Waltz recibe más cámara y oportunidades para brillar que Adams, e irónicamente le termina robando la película (el juicio del final nomás vale el precio de admisión), aunque los dos están muy bien como las mitades de una pareja fraguada en el infierno suburbano. A fin de cuentas, Big Eyes logra ser interesante a raíz del equivalente a una nota al pie de página en la historia del arte, y mantenerse así de interesante gracias a la competente dirección de Tim Burton y la teatralidad de sus protagonistas. En cierto sentido es la película que Margaret Keane se merece: ni audaz ni profunda, dominada por la figura de su marido, y dentro de todo una experiencia sumamente complaciente con el público.
Tim Burton y la sorpresa ante el engaño Tim Burton regresa sin el clima fantástico de sus otras películas y cuenta una historia de amor y engaño en el mundo del arte. Buenas actuaciones de Amy Adams y Christoph Waltz pero resulta poco para un realizador de culto. Sin el clima fantástico y lúgubre que llevan impregnados sus relatos, el director Tim Burton abre sus ojos hacia otras direcciones al contar la historia de un fraude ocurrido en el mundo del arte, donde el talento y la visión sobre el negocio se van tornando confusos. En los años cincuenta y sesenta, el matrimonio integrado por Margaret -Amy Adams- y Walter Keane -Christoph Waltz- alcanzó un éxito enorme con cuadros que retrataban a niños con grandes ojos y plasmaban desesperanza, soledad y tristeza. Sin embargo, la realidad fue otra: la verdadera autora era Margaret y los trabajos los firmaba su marido. Big Eyes explora la relación entre ambos, desde el momento en el que todo parece marchar sobre rieles hasta que el amor explota por los aires cuando sale a la luz el escàndalo y Margaret descubre el engaño de su esposo. La película va pintando los momentos claves y se apoya en la eficacia de la dupla de intérpretes: Amy Adams en un rol introvertido debido a su acto creativo en soledad y Christoph Waltz más exagerado y artífice del arte del engaño. Después de la visión de la película, el público se preguntará si realmente se trata de un film de Burton o, simplemente, una película hecha por encargo. Lo cierto es que lejos de ser una catástrofe tampoco ofrece una pintura o retrato de vidas que emocionen. La escena con Margaret en el supermercado observando a mujeres de ojos grandes, como fiel reflejo del éxito que tuvieron las láminas que se vendían a sólo un dólar más que las pinturas originales, es el único momento en el que Burton se asoma a lo pesadillesco parea regresar rápidamente al clima cotidiano, reconocible y donde la luz borra automáticamente cualquier sombra que pudiera aparecer en la pantalla. La trama se pasea desde el arte kitsch y el negocio del arte hasta la confianza y la entrega plena de la protagonista ante la llegada de un marido tan seductor como hábil en los negocios, como la escena en la que ella lo descubre ante un grupo de mujeres hablando de las pinturas como si fuesen propias. Sin árboles retorcidos ni presencias monstruosas, la película cuenta con un guion de Scott Alexander y Larry Karaszewski, responsables también de Ed Wood, en la que Burton plasma un relato liviano y de ojos sin emoción. Quizás resulta poco para un director de culto.
Basada en la historia real de la pintora Margaret Keane, que en los años 50 sorprendió a todos con sus criaturas de ojos desmesurados, y con un esposo que le usurpó la autoría de toda su obra. Un caso increíble que necesitaba de la sensibilidad de Tim Burton y sus guionistas (Scott Alexander, Larry Karaszewski) para entender a esa talentosa mujer y su relación tortuosa con su marido. Dos actores increíbles: Amy Adams y Christoph Waltz resultan perfectos.
El arte de vender Un drama dirigido por Tim Burton intentando hacer algo diferente: nada de magia y fantasía, nada de CGI en exceso, ni de diseños de producción multimillonarios. Esta vez apuesta por algo diferente, y desde ese punto de partida tenemos que admirar su valor. Una película biográfica que cuenta la vida no de una sino de dos personas: Walter Keane (Christoph Waltz) y su esposa Margaret (Amy Adams). Ella es ingenua y sumisa; él carismático y caradura. Cuando conoció a Margaret vio también una oportunidad: vender las pinturas de su esposa como si él las hubiera pintado. Afirmando que nadie compra el arte de mujeres, su gran idea fue no sólo vender cuadros, sino comercializar con reproducciones que van desde posters hasta tarjetas postales. Un estilo que le gustaba al público pero que era atacado por la crítica por ser muy kistch y estar producido en masa. Mientras Walter Keane hace de vendedor, comienza a creerse su propia mentira. Margaret, por otro lado, vive recluida y pierde prácticamente todo contacto social. Pasados los años de soledad y sufrimiento, es ella quien cambia. Sin embargo, es necesario un disparador de violencia más evidente que la empuje a finalmente reclamar por lo que le corresponde. Aunque cuentan con algunos papeles secundarios que dan aire a la relación, lo cierto es que Waltz y Adams tienen la difícil tarea de llevar adelante la mayor parte de la película. Waltz se corre del papel de villano irónico y es capaz de construir un personaje más sutil, más carismático, un lobo con piel de cordero. Puede hacernos reír en ciertos momentos, y luego odiarlo. Sin embargo, el personaje de Walter siempre es igual. Es Margaret quien tiene el arco argumental y va cambiando con la narración. No es la misma Margaret al principio de la historia, ni cuando la depresión y la soledad amenazan con quitarle toda la cordura, o al final levantándose de sus cenizas y luchando por lo suyo. No sólo ambos hacen un trabajo impecable sino que tienen una gran química entre ellos. Por otro lado, Tim Burton no ha dejado atrás del todo la creación de sus mundos fantásticos aunque ahora se trate de una película del mundo real. El diseño de producción que retrata los años sesenta es impecable. Dando un aire inocente con el uso de colores pasteles y cálida luminosidad, el director demuestra que es capaz de construir un mundo sin abusar de los efectos especiales. De todos modos en este punto, Burton tiene fanáticos y personas que lo odian, así que no hay término medio. Tiene momentos, debemos admitir, en que se trata de un escenario tan inocente que se nota lo artificial, en especial en cuanto a los momentos de Margaret se refiere. El guión puede resultar algo lento, le hacen falta algunos elementos de dinamismo. Si se hubiera profundizado la relación con los personajes secundarios, seguramente hubiera cumplido. Además, si bien el frágil estado mental de Margaret es un tema importante, no se profundiza demasiado. De todos modos no es un thriller psicológico, sino una película biográfica en la que el director se preocupa más por mostrar el exterior que el interior de los personajes. Pero quizá con un poco más de acento en este punto, hubiera sido una obra un poco más acabada. La película está bien, y es destacable que un director tan encasillado en un tipo de películas se haya arriesgado por algo nuevo. Sin embargo, le falta una pequeña vuelta de tuerca para ser una historia perfectamente cerrada. Agustina Tajtelbaum
Otra freak para la galería En un envase más sencillo, el realizador de Charlie y la fábrica de chocolate vuelve a mostrar personajes ligeramente monstruosos y perturbadores. Aquí rescata la historia de la artista Margaret Keane y la relación con su malvado marido. “Los ojos son el espejo del alma”, dice Margaret, como si nadie lo hubiera dicho nunca. Es verdad, es una de las frases hechas más hechas de la historia de la humanidad. Pero si además de reproducirla (la reproducción es todo un tema aquí, desde la propia secuencia de créditos) ella la pusiera en práctica, se ahorraría más de un disgusto. Así como sus ojos son crédulos y transparentes, los de Walter pasan del chispeo maníaco al carácter huidizo. Algo se adivina en ellos desde el momento mismo en que se conocen, en esa San Francisco modelo ’58 que parece París de la Belle Epoque, con los fondos enturbiados por una pátina impresionista.En el intento de venderle uno de sus Utrillos de segunda mano a un par de chicas ingenuas (o no tanto), Walter luce una remera a rayas que parece parte del vestuario de Gene Kelly en Un americano en París. Luce, sobre todo, una sonrisa tan ancha como la del Guasón en Batman (en la Batman de Tim Burton, claro). Margaret no es tonta y sabe que habría que desconfiar de esa dentadura de Guasón. Si no lo hace, es a su propio riesgo.Desde la mismísima La gran aventura de Pee-Wee, el de Tim Burton siempre fue un mundo de máscaras. Big Eyes, que en Argentina se estrena con el subtítulo Retratos de una mentira, no es la excepción. Pululan las mentiras, engaños e imposturas en Big Eyes. Que Walter Keane (encarnado por el constructor de caricaturas Christoph Waltz) sea el rey de los farsantes no quiere decir que el mundo del arte no lo sea también, con sus galeristas oportunistas (el del poco aprovechado Jason Schwartzman), críticos que se creen los dueños de la verdad pictórica (Terence Stamp, a quien Burton parece haberle dicho “Hacé lo tuyo”) y periodistas buscando vender y venderse (Danny Huston).Una confusión, un engaño y una trampa permiten que los cuadros de Margaret comiencen a “salir” como hotdogs. El público (¿el público estadounidense?) confunde al vendedor con el artista, y el vendedor aprovecha para convertir la confusión en engaño. Pero todavía falta una vuelta de tuerca que permite pasar de vender un cuadro a vender un montón, y esa vuelta de tuerca la da la trampa mediática de un escandalete de talk show amarillo. ¿Y Margaret, interpretada por la transparencia de Amy Adams, qué papel cumple en esta representación? Básicamente el mismo que una costurera boliviana en un taller clandestino de la zona de La Salada, cambiando la máquina de coser por el pincel. Ella es la que produce, trabajando a destajo en su casa-atelier, centenares de chicos todos iguales, de ojos grandes, redondos y tristes, con unas pupilas casi tan grandes como los propios ojos. Despojada de identidad por su propio marido, ella es un poco partícipe de esa sustitución. ¿Por qué, si no, firma sólo con el apellido del marido, “olvidando” poner su nombre?Por otra parte, y más allá de la bilis que esa usurpación le hace tragar, Margaret calla porque sabe que el que sabe vender es Walter. Y si para vender conviene mantener el equívoco, más vale no abrir la boca. Hasta que ya sea demasiado, claro. Otra idea quintaesencial del mundo Burton es, claro, la del freak o el monstruo, que en este caso aparecen disociados. La freak es Margaret, tal como lo era Ed Wood. No sólo por su condición de marginal al mundo consagrado del arte sino porque, como bien percibe Burton (ver entrevista), esos ojos “fuera de proporción” (Walter dixit) convierten a los pobres angelitos que Margaret inventa en seres de pesadilla. El gran monstruo es Walter, tal como desde un primer momento se insinúa y el derrumbe social, personal y económico deja aflorar en toda su condición. Incluyendo abuso familiar, violencia doméstica (notable el efecto de “desaparición” operado sobre la hija de Margaret) y su proyección payasesca, desplegada a pleno en la larga secuencia del juicio.A la inversa que las “películas de juicio”, en la que los tribunales funcionan como una arena de la verdad, aquí lo son de la mentira, el show caricaturesco, la mascarada desatada. Esta inversión recuerda que la relación entre Burton y el mainstream hollywoodense sigue siendo mucho más anómala de lo que últimamente se quiere ver. Se viene acusando al realizador de Beetlejuice de haberse convertido en copia vaciada de sus propios tics, al servicio de la gran producción y con su Alicia como epítome. Hay un efecto de contagio y generalización allí, ya que si bien eso sucede, notoriamente, en Alicia, no es el caso de sus restantes películas de la última década, en las que cierto efecto de repetición de la marca de fábrica Burton no es, a juicio de quien escribe, sinónimo de decadencia, entrega o terminación.Desde ya que es bienvenido que en Big Eyes el realizador de Charlie y la fábrica de chocolate trate sus temas de siempre en un envase más sencillito, más de entrecasa se diría. Limitado a la historia central y sin desarrollar las periféricas, pero en cualquier caso bien a salvo de la autoindulgencia decorativista que es, en el caso de Burton, el fantasma del que hay que cuidarse.
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¿Dónde está Tim Burton? A finales de 1950 en San Francisco, el artista Walter Kane había alcanzado una inusitada fama por pintar unos cuadros de niños con ojos grandes, que –y quién sabe por qué- se convirtieron en un éxito rotundo. Estas enigmáticas pinturas a las que alguien osó llamar arte, sin embargo, habían sido realizadas por su esposa, Margaret Kane. Big Eyes, el nuevo filme del genial Tim Burton, cuenta la verdadera y tumultuosa historia de una pareja que engañó a toda una generación, y explora la relación entre un hombre ambicioso (Christoph Waltz) y su mujer (Amy Adams), desacreditada por su trabajo y torturada por las mentiras. Sí, con sólo la sinopsis no parece una película de Burton, y al verla también es difícil darse cuenta. Ésta es una historia distinta a las contadas por el cineasta previamente, un territorio inexplorado que por momentos atrapa, pero que no deja de ser una película más en el montón de los errores de los grandes directores. Big Eyes pretende ser feminista, pero termina siendo un novelón insoportable. A pesar de esto, quizás sea el filme más realista de Burton, y visualmente es siempre cautivante, algo inevitable en la filmografía del auteur de Edward Scissorhands y Ed Wood. También provee una mirada fascinante a los '50 en Estados Unidos, y la realidad sociopolítica de la mujer y del mundo del arte, y detrás de su incesante melodrama y visuales kitsch se esconden toques de comedia y humor desopilante.
Ojos grandes... para verte peor Con menos excesos en el diseño de producción de varias de sus películas anteriores, Tim Burton realiza este biopic sobre el matrimonio de Margaret y Walter Keane que no se aleja de una mera ilustración de un paisaje de época. Se le podía exigir a Tim Burton que siguiera haciendo grandes películas como las de los inicios hasta los años de El gran pez? Sí, porque se trataba de uno de los directores más importantes de ese entonces, que hasta llegó a ser calificado por la revista Cahiers du Cinema como uno de los "cineastas del siglo XXI". ¿Se le puede pedir a Burton algo más luego de la discreta Big Eyes y después de una obra reciente poco original y ya parecida al conservadurismo de su ex odiado Walt Disney? Con menos excesos en el diseño de producción y en el cotillón visual que asfixiaba a Charlie y la fábrica de chocolate, Sweeney Todd, Sombras tenebrosas y Alicia en país de las maravillas, cuatro títulos olvidables que corroboraban las pocas ideas de Burton luego de su gloriosa primera década, Big Eyes mira a aquel Batman pop y oscuro y a la irrepetible Ed Wood con cierta confianza pero sin jugársela demasiado, como si el director solo se conformara con espiar su casi fenecido talento de antaño. Del biopic sobre el matrimonio de Margaret y Walter Keane, artistas de los años '50-'60 caracterizado por la bohemia de esos años y la supervivencia diaria, pueden rescatarse algunas cuestiones y cargar con furia en otras a las que Burton pareció no darle demasiada importancia. La reconstrucción de época, las actuaciones que bordean la parodia (en este punto, la performance de Waltz está a un paso del ridículo) y la tensa y simpática relación de la pareja, funcionan como puntos a favor. En oposición, Burton no se aleja de una mera ilustración visual de un paisaje y de un marco de época determinado con una pareja de artistas como protagonista, aunque la historia confirmaría que Margaret era quien pintaba esos rostros de ojos enormes y no el verborrágico esposo. Ocurre que Big Eyes es un film sin riesgos, sostenido en un par de escenas y en la empatía de la pareja central. Entonces, ¿desde qué lugar mira Burton a su historia y a sus personajes? Allí está el problema más grave de la película: el desinterés que muestra el director en aquello que cuenta, como si observara desde un lugar incómodo, de poco o nulo compromiso por los Keane. Lineal y aferrada a un guión más que a sus delirios y desbordes visuales, el último opus de Burton no molesta como sus recientes películas pero queda muy lejos de aquella muerte del Pingüino que encarnaba Danny De Vito en Batman vuelve o de la fiesta juntos a las reses y los mariachis de la troupe de freaks que encabezara Ed Wood. Lo mejor que se puede decir sobre Big Eyes es que está por encima de varios títulos del director, en tanto, lo peor es que se trata de una película poco personal, liviana y de inmediato olvido.
Previsible mirada al éxito Dos décadas después de Ed Wood, Tim Burton se reunió con los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski para otra biopic cuyos temas principales son esencialmente los mismos: la pasión, la convicción y la originalidad del creador frente a la mentira, la hipocresía y el desprecio dentro del ambiente artístico. Claro que el protagonista ya no es un director tan entusiasta como artesanal y patético, sino la artista plástica Margaret Keane y sus pinturas de los ojos grandes a los que alude el título en inglés. Amy Adams interpreta a una mujer que, tras un fallido matrimonio, llega con su hija a San Francisco en los años 50 (mala época para una madre soltera). Tras múltiples e infructuosos intentos por conseguir trabajo, conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), un hombre seductor y de apariencia encantadora con enorme habilidad para las relaciones públicas, pero que, en verdad, es un mentiroso compulsivo y un experto en el engaño. Margaret y Walter no tardan en casarse y, mientras ella empieza a concebir cuadros cada vez más notables, él se dedica a comercializarlos. El problema es que -en principio sin decírselo- se hace pasar por el autor de las obras. Cuando el éxito crítico y comercial llega en forma de aluvión, ya es demasiado tarde: él se convierte en una celebridad, y ella, en la sufrida proveedora de pinturas que realiza siempre encerrada en la casa. Big Eyes, que en principio pendula entre la comedia negra y el drama romántico, tiene una segunda parte ambientada en los años 60 más ligada al thriller judicial con una clara (aunque algo obvia) mirada feminista. Si bien queda claro que tanto Burton como sus dos coguionistas (que ya habían escrito otras biopics como Larry Flint y El mundo de Andy) simpatizan con la figura de Margaret, la película se torna demasiado superficial, manipuladora y previsible. Otro de los problemas del film tiene que ver con la disparidad de los registros interpretativos. Mientras Amy Adams está impecable, siempre medida y convincente en su papel, lo de Christoph Waltz, en cambio, pasa por una composición exagerada. Aunque el actor austríaco consigue algunos logrados momentos humorísticos, está demasiado cerca del unipersonal ampuloso y acaparador en el estilo de los últimos trabajos de Johnny Depp para el director. Con respecto a Burton, más allá de que evidentemente incursiona en uno de sus temas favoritos y de que vuelve a hacer gala de su proverbial capacidad para la narración y el despliegue visual, sigue lejos de sus mejores trabajos. Tironeado entre una veta más autoral y los encargos de la industria, se trata de un brillante director en medio de una encrucijada artística. Ojalá tome los caminos correctos. Talento no le falta.
Lo tuyo es mío Un personaje ingenuo, la mentira y la traición: tres ejes que Tim Burton maneja como pocos autores. Margaret -luego Keane- tiene muchos puntos en común con varios de los protagonistas de las películas de Tim Burton. Lo primero que se aprecia en esta pintora es su ingenuidad. Mezcla del Joven Manos de tijera y Jack Skellington, no ven o no creen en el Mal con mayúsculas, y no entienden que lo que les hacen -si los engañan, les mienten o les causan dolor- es para beneficio ajeno. El asunto aquí es que Margaret no surgió de la imaginación de Burton, sino que aún vive, su historia es real y fue víctima -y partícipe- de un fraude colosal en el mundo del arte. Ingenua o poco precavida, fácil de engañar y poco decidida, Margaret dejó que su segundo esposo, Keane, se apropiara de sus trabajos y los hiciera pasar como propios. Sus pinturas reflejan niños con grandes ojos tristones la mayoría de las veces, algo que obedecía a su infancia desdichada. Ella “confiaba en los ojos de los demás”, veía y volcaba en esos ojazos sus emociones y sentimientos; Margaret es de las que dicen que “los ojos son las ventanas del alma”. Pues parece que Margaret, como decíamos al comienzo, no ve el mal aunque sí otras cosas en los otros, porque se dejó llevar por el embelesamiento y lo embaucador que resultó su esposo, que nunca agarró un pincel e intentaba vender como podía sus pinturas de las calles de París. Gran charlatán y aprovechador, Keane llegó a engatusar a figuras de Hollywood y venderle los cuadros de su esposa como si fuesen propios. La mentira -y la traición- son temas que le interesan a Burton. Y aquí, cuando el ovillo se vaya haciendo más y más grande, será imposible para Keane desmadejarlo. Keane bien pudo haber sido interpretado por Johnny Depp, alter ego de Burton durante mucho tiempo. Y Christoph Waltz, al encarnar al personaje, parece tomarle prestado algunos tics, que aquí parecen sobreactuados, sobre todo cuando la película pega un volantazo hacia el disparate. Como pasa con las películas de Woody Allen, cuando el neoyorquino no tiene el rol protagónico, y carga a su actor con sus modismos y actitudes gestuales. Es Amy Adams quien, desde la cordura y lo aplacada que es Margaret, empieza -y termina- ganándose la simpatía del espectador. Visualmente el filme es un Burton, pero sin estridencias. Entiéndase: la dirección de arte no es kitsch, ni sobrecargada, ni expresionista, los paisajes por los que comienza a desandar el filme parecen pintados, y la música de Danny Elfman complementa y acompaña como en sus mejores intervenciones con Burton. Un elenco de notables (Danny Huston, Jon Polito, Terence Stamp) completa la primera plana de esta película con la que Burton vuelve a hablar de lo que le gusta, pero sin fuegos de artificio.
Hay que saber venderse Margaret (Amy Adams) es una mujer sola con una hija que abandona a su esposo a mediados de los años 50, cuando no era muy común que las mujeres abandonaran a quien protegía y proveía a la familia. Margaret habia estudiado arte, y era muy talentosa, pero al mismo tiempo era una mujer muy insegura, que no sabía si era capaz de valerse por sí misma, y mantener a su hija. Un día conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), también artista plástico - o al menos así se presentaba - y comienzan una relación que rápidamente termina en matrimonio. Walter era todo lo contrario a Margaret, un artista sin talento, pero muy extrovertido, con mucha imaginación, y capaz de inventar cualquier historia con tal de vender un cuadro; esa clase de personas que saben ver una oportunidad y aprovecharla; en síntesis, un hombre capaz de vender arena en el desierto, para quien el dinero era mucho más importante que el arte. El tema principal en la obra de Margaret eran niños con enormes y expresivos ojos, que generaban tristeza o angustia, en una atmósfera bastante oscura. Un día la pareja monta una pequeña muestra en un bar, y para poder vender una obra Walter dice que los cuadros de niños son suyos, e inventa una historia para poder convencer al comprador; como las cosas resultan, y ambos firmaban sus obras como "Keane" poco a poco Walter deja de lado sus paisajes, en los que nadie estaba interesado, y comienza a vender las obras de Margaret, como si fueran suyas. Cuando Margaret lo descubre no sabe como reaccionar, pero es una mujer tan oprimida, que termina aceptando que otro se apropie de su obra. Walter es tan buen vendedor, y tan buen mentiroso, que las obras de Margaret se venden a montones, y el hombre, hábil para los negocios, saca todo el provecho posible de las imágenes y las vende hasta en estampillas, mientras Margaret pinta encerrada en su casa, sin descuidar la producción y guardando el secreto. La historia tiene dos puntos muy interesantes: la personalidad de una mujer en esos tiempos, que cree que no será capaz de hacer nada en este mundo sin un hombre al lado que le marque el camino, y el contexto del arte en San Francisco llegados los años 60, donde la obra de Margaret se consideraba kitsch, y el arte abstracto y conceptual parecían ser lo único que podía considerarse arte en esos tiempos. Así se pueden analizar muchas cosas: qué es arte, qué pasa con el arte cuando se hace masivo, y cómo funciona un mercado que en general es bastante snob. Pero aunque la historia toca estos temas, lo hace de modo muy superficial, y se centra demasiado en el personaje de Walter - que parece hecho a medida para Waltz –, en su personalidad mitómana y controladora, en sus excesos y su amor por el dinero, y la historia se torna redundante y el personaje de Waltz se vuelve demasiado maniqueo y caricaturesco. Es bueno ver a Burton alejado de sus temas oscuros y fantasiosos por un rato, y más cerca de las biografías - como ya lo hizo brillantemente con Ed Wood –, vuelve en esta historia a centrarse en un personaje capaz de crear, y poco comprendido en su tiempo, pero nuevamente queda en ese limbo entre la caricatura y los personajes reales, y no termina de sacarle provecho al contexto y ni a la sicología de los personajes, que terminan perdiendo profundidad. La historia tiene una hermosa fotografía, una gran ambientación que reconstruye el ambiente creativo y bohemio de los años 60 en San Francisco, y Amy Adams hace una interpretación brillante que sostiene toda la tensión del filme hasta que finalmente reclama lo que es suyo.
Callen a Waltz Es redundante ponerse a destacar las características personalísimas del cine de Tim Burton. Hablar de la puesta en escena y de su estética, o de su manía por trabajar con intérpretes con claros trastornos psicológicos como su ex Helena Bonham Carter o Johnny Deep, es seguir puliendo en una superficie que no tiene más brillo para mostrar, cosa que suele suceder con los artistas cuyo estilo es groseramente identificable. Además, es de esos realizadores que, como Woody Allen o Stanley Kubrick, generan un público acérrimo que los defiende a capa y espada a pesar de sus evidentes traspiés: nada podemos hacer con esa gente que aprendió cómo se debe lucir cuando se está triste gracias a El joven manos de tijera. Pero el bueno de Tim es un cineasta de péndulo que oscila entre por ejemplo esa horrible versión de El planeta de los simios, y esa pequeña obra maestra que es Frankenweenie. Y también hace productos sin alma como Alicia en el País de las Maravillas y el biopic que venimos a reseñar, Big eyes, que tiene el desganado agregado en español de retratos de una mentira. Burton y los guionistas de Ed Wood, Scott Alexander y Larry Karaszweski, se proponen contarnos la vida de Margaret Keane, artista plástica norteamericana que, al igual que nuestro querido director, tiene un estilo groseramente identificable. En rigor, hace retratos de niños con ojos desproporcionadamente grandes (de ahí el título de la película) que por alguna razón fueron un éxito incalculable en el mundo del arte a principio de los sesenta. El tono caricaturesco que tan bien funciona en Ed Wood, en Big eyes – Retratos de una mentira se torna confuso. Burton merodea entre la comedia y la exageración del drama como si no terminara de dar en la tecla justa. Mientras tanto, la voz en off edulcorada del periodista interpretado por Danny Huston resta, o suma ceros al total de un film que va perdiendo gracia a medida que se acomoda en su duración. Tampoco ayuda que la trama vaya acumulando personajes unidimensionales y de cartón. Además de la correcta Margaret de Amy Adams y del estereotipo de mujer liberal de los 60 interpretado por Krysten Ritter (el elenco abunda en mujeres de previsibles ojos grandes), podemos sumarle las dos versiones de la hija de Margaret, Jane: una más joven y cínica, y otra más grande y demasiado naif. Pero detengámonos en el personaje más insoportable y peor actuado del film, que es el Walter Keane de Christoph Waltz. Sí, lo sé, cinco minutos de Waltz en Bastardos sin gloria justifican una vida. Sin embargo, no podemos negar cierta tendencia del austríaco a la intensidad injustificada. En Big eyes – Retratos de una mentira está tan insufrible que parece que alguien le hubiera robado el psicofármaco que Tarantino le administra tan bien. Lamentablemente, siempre está uno o dos escalones más intenso de lo que requiere la escena y la película en general. Por detrás aparece un discurso feminista de escuela secundaria que sólo se sustenta en que sentimos empatía con el personaje femenino porque el masculino es la representación de todos los males. Eso que en Mad men se nos muestra tan bien, aquí aparece como bandera obligatoria de una historia que en realidad se reduce a un par de malentendidos y a una baja autoestima. Burton, succionador de almas y capturador de esencias, esperemos que te quede algo por filmar que sea mejor que esto.
Biopic de un Tim Burton diferente. Tim Burton intenta una pelicula distinta a las fantasías a las que tiene acostumbrados a sus fans y arroja una mirada personal hacia el mundo del arte y al machismo extremo de la sociedad norteamericana de la década de 1950. Lo hace a través de la extraña historia de Margaret Ulrich, convertida en Margaret Keane al casarse con Walter Keane. Es un caso real sobre personajes reales, relacionado con cómo una pintora talentosa y totalmente original dejó que su marido, un artista frustrado pero con un gran talento para las ventas y la promoción, termine firmando sus obras y ganando millones manteniendo la estafa durante años. Burton ya había realizado un film biográfico, la excelente "Ed Wood", que lo mantenía dentro del mundo del cine y la imaginería fantástica que caracteriza su obra, pero "Big Eyes" (título que se refiere a los enormes ojos de los cuadros de la artista) lo hace entrar en un terreno realista que le permite mostrarse como narrador de una trama compleja que, además, requiere una precisa ambientación no sólo de época sino también de un ambiente en especial. En este último sentido, "Big Eyes" se luce por describir con gracia, humor e ironía los entuertos en los que tenía que meterse alguien que quisiera triunfar como artista plástico en una era tan cuadrada como los 50. En este sentido, el retrato que hace Burton de Walter Keane (interpretado por un Christoph Waltz por momentos un poco pasado de rosca) es casi más atractivo en sus locuras marketineras que incluyen regalarle cuadros a Joan Crawford o al embajador soviético, que el conflicto que lleva a su esposa (una excelente Amy Adams) a dejarle firmar sus cuadros sometiéndose a una estafa de años que además incluye una vida de reclusión para mantener el secreto. Limitada en ése y otros aspectos, cuando se la analiza después de verla, lo cierto es que durante la proyección Burton consigue atrapar al espectador con este relato que logra no caer en golpes bajos, a pesar de que incluye todo tipo de detalles terriblemente dramáticos. "Big eyes" es un drama biográfico que logra tomar con humor aún las escenas más serias, gracias a estupendos diálogos y un gran elenco que incluye talentos como los de Jon Polito, Danny Huston y un temible crítico de arte interpretado por Terence Stamp, cuyo gran trabajo bastaría por si solo para recomendar esta película.
El secreto de sus ojos Tim Burton vuelve al ruedo con “Big Eyes“, una obra prácticamente despojada de la estética que tanto lo caracteriza. Si bien su impronta no reside sólo en lo visual, es uno de los aspectos que más destaca de su filmografía, y en esta nueva película decidió dejarlo en segundo plano, en beneficio de la historia y sus protagonistas. Pero no sería el Burton que todos conocemos si el tema de su nuevo largometraje no fuera el cuento de un marginado. En este caso una pintora tan talentosa como desprovista de habilidades sociales, que deja que el control de su propia vida se le escape de las manos, mientras irónicamente triunfa de todas las maneras que nunca se imaginó. Encarnada por Amy Adams, la artista Margaret Keane marcó una década en su rincón del mundo, y en este retrato de su vida podemos ver la intimidad de tamaño suceso. Pero no es simplemente su historia lo que resulta atrapante en “Big Eyes“, sino la magnética y envolvente personalidad de su contraparte Walter Keane, su esposo, interpretado por el carismático Christoph Waltz, quien compone genialmente a un villano delirante y manipulador, pero de esos que resulta casi imposible odiar. El par de protagonistas son los que le dan alma y vida a esta biopic, con actuaciones a la altura de lo que nos tienen acostumbrados, y un elenco de secundarios que no se quedan atrás (especialmente el brillante Terence Stamp). La crítica social también está a la orden del día, con una validez que asusta casi sesenta años después, a la vez que divierte, obligándonos a reirnos de nosotros mismos. Es una comedia fresca etiquetada de drama por su condición de biográfica, pero no pierde el buen humor en ningún momento a pesar de las circunstancias, y se conduce con una gracia asombrosa a través de una historia real que -una vez más- supera a la ficción.
Veinte años después de su obra maestra, Ed Wood, Tim Burton vuelve a trabajar con los guionistas de dicha película y la excusa es nuevamente una biopic. No se trata del único paralelismo: también, en este caso, la protagonista en la cual se inspira la película es una artista menor y notablemente despreciada por la crítica. A diferencia de Ed Wood, donde resultaba fácil empatizar con el carismático perdedor compuesto por Johnny Depp, aquí el rol que cae en la piel de Amy Adams (impecable desde lo actoral, por cierto) redunda -desde el guión- en una previsible pose de víctima que conlleva a la débil manipulación. La historia de Margaret Keane es curiosa y merecía ser contada: se trata de una gran estafa perpetrada por su marido, Walter, quien pasó de mero representante a ladrón de título, apropiándose del trabajo de su esposa. La excusa era simple y el engaño efectivo: de acuerdo a éste, “nadie compraría la obra de una mujer en un mundo de hombres”, por lo cual su razonamiento no es injusto sino apenas lógico. Así, al menos, presentaba a su mujer él las cosas y ésta, débil e indefensa al principio, elegía tolerarlas. Lo que comienza como un melodrama teñido de comedia negra concluye en un thriller judicial, cuando la autora demanda a su ahora ex-esposo por fraude. Burton concentra su cámara en un hilarante juzgado atónito ante lo absurdo del caso, y consigue en éste último tramo recuperar algo del interés que suponía en un principio el relato. Christoph Waltz tropieza con algunas exageraciones (es, sin dudas, un gran actor pero que necesita también de un gran director) y así el realizador de El Joven Manos de Tijeras y Beetlejuice cae en el mismo desdibujado grotesco en el estilo de la parte más reciente de su carrera. Big Eyes no es el regreso en forma que muchos auguraban aunque claramente es un paso adelante tras notables decepciones como su versión de Alicia en el País de las Maravillas y Dark Shadows.
Tim Burton se aleja de sus trabajos más tradicionales, plagados de oscuridad y atmósferas góticas, para realizar esta interesante cinta dramática, retrato de una época, en donde el gran peso de la trama recae sobre dos actores enormes: CHRISTOPH WALTZ y AMY ADAMS. El primero luce todo su histrionismo para componer un personaje truculento y poco querible. Mientras que la actriz luce más frágil que nunca, logrando la empatía del público a medida que avanza el metraje. Pese a lo realista de la trama, la estética en el diseño de producción, los colores y ciertas escenas oníricas, remiten claramente al espíritu "Burtiano". Sin ser lo mejor de su enorme y original filmografía, BIG EYES resulta tan interesante como entretenida.
Tim Burton es una marca registrada, pero quizás con esta película no es tan la marca que conocemos, pero igualmente se la aceptamos porque es una historia que vale la pena ver en pantalla grande. Margaret y Walter Keane, interpretados por Amy Adams y Christoph Waltz son, lejosss, lo mejor de la película. Amy está soberbia, demostrando fragilidad, vulnerabilidad y todos los condimentos que necesita un personaje traicionado por un gran amor. Christoph compone a Walter, un tipo sin códigos, que realmente te van a dar ganas de knockearlo, y eso es lo genial de estos actores, que generen este tipo de sentimientos traspasando la pantalla. Una película diferente para la carrera de Burton, pero no por eso para dejarla pasar por alto... La historia está contada de forma verdadera, creíble y humana, por lo tanto, aplausos para Tim que logra el cometido. Es tu turno de decidir si te gusta o no.
Crítica emitida por radio.
En algún momento de su reciente carrera, Tim Burton se perdió en ese mundo psicodélico y torcido en el que vive. Por cada pequeña joya como Frankenweenie, tuvimos que aguantar las pesadas y fláccidas Dark Shadows y Alice in Wonderland, y ya su relación casi sexual con su actor fetiche Johnny Depp se ha vuelto motivo para revolear los ojos en desdén. Para volver a sus raíces, Burton necesitaba un relato interesante, centrado, y ahí es donde entra Big Eyes, basado en una historia real muy humana y con grandes protagonistas que, por una vez en la vida, se agradece que no sean el Depp y Helena Bonham Carter. Trabajando por primera vez -y esperemos, no sea la última- Amy Adams encarna a la tímida artista Margaret, quien al escapar de un matrimonio fallido cae en las fauces del encantador pero traicionero Walter Keane, del deliciosamente malvado Christoph Waltz, quien la empuja a una vida de engaños al verse forzada a mentir con tal de que su arte se vea en casi todos los hogares. Margaret le dice en algún momento de la película a su mejor amiga que no es ingenua, pero es precisamente esa ingenuidad la que la hace caer en las pequeñas mentiras de Walter, que irán creciendo poco a poco hasta conformar el fenómeno de los ojos grandes que fue furor en los '60. Burton no tiene que enroscarse mucho con la historia y se agradece que elija aumentarla con esos pequeños detalles que tan bien le funcionaron en el pasado: una tranquila banda sonora compuesta por Danny Elfman, la fotografía luminosa y llena de colores de Bruno Delbonnel, y esos diminutos toques extravagantes que no ahogan, sino que ayudan a expresar las emociones de la protagonista y el encierro en el que vivió durante toda su vida. En la historia de Scott Alexander y Larry Karaszewski no se busca juzgar las decisiones de Margaret, sino realzar la vida sofocante de ser la persona más callada del matrimonio. Esta idea es ayudada gracias a la interpretación de Adams, de una sencillez apabullante. Amy ya ha demostrado antes sus credenciales y sorprende una vez más en la creación de un personaje sentido y muy humano. Uno con emociones a flor de piel y una ingenuidad tan grande como los ojos de sus pinturas, una ingenuidad que irá desapareciendo poco a poco a medida que encuentre las fuerzas para ir batallando al monstruo de su marido, que ha ido alimentando ella misma con los años. Waltz está en su salsa como el timador que aún con el agua al cuello encuentra motivos para seguir mintiendo, incluso cuando queda en ridículo constantemente con la sucesión de eventos presentes. Big Eyes nunca llega a ser una comedia, pero tampoco tiene pinceladas gruesas de drama. Es un territorio francamente poco explorado por el director, pero que le funciona de maravillas para contar una historia increíble pero muy cierta. Después de algunos desaciertos con aventuras pasadas de locura, es una bocanada de aire fresco que Burton se haya enfocado en algo de un calibre tan comedido y agradable.
Big Eyes: Una historia real, aunque usted no lo crea La historia de la artista Margaret Keane es muy peculiar. Durante décadas su segundo marido, Walter, se atribuyó la autoría de sus famosos cuadros de niños de ojos grandes llenos de tristeza. Como ella los firmaba "Keane", y Walter el único talento que tenía era venderse muy bien así mismo, la gente interpretó que las obras eran suyas. La obra de Margaret se hizo extremadamente popular en la década del sesenta: aparecieron en revistas muy importantes, las celebridades del momento pedían hacerse retratos con su estilo y tuvieron una campaña de marketing esplendorosa. Con el tiempo la artista se fue recluyendo más y más en su hogar, triste además al saber de la estafa que cometía su esposo. Esto duró más de una década hasta que decidió abandonar a su marido y reclamar por los derechos sobre sus cuadros. Esta batalla fue larguísima: Margaret declaraba a quien quisiera escucharla que ella era la verdadera autora de los cuadros y Walter no decía nada. Finalmente en 1986 lo demandó a él y al diario USA Today por un artículo en el cual afirmaban que las obras eran creación exclusiva de Walter Keane. Por fin, el jurado falló a su favor y le permitió firmar sus obras como Keane y condenó a su ex esposo a pagarle 4 millones de dólares. Ahora esta increíble, pero real, historia llega a la pantalla grande de la mano de Tim Burton con Big Eyes - Retratos de una Mentira. La película comienza mostrándonos a Margaret (Amy Adams) yéndose de su hogar junto con su hija, dejando atrás un matrimonio desastroso. Y continúa mostrándonos su intento por comenzar una nueva vida, cómo conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), su casamiento y el suceso de hechos que se dieron para una de las estafas de arte más importantes de la historia. Sin dudas, esta biopic es sólida, correcta y no depara muchas más sorpresas de la historia que contamos al principio. Lo que sorprende, y bastante, es que este filme, ni por temática ni por estilo visual, parece del director Tim Burton. Y eso es algo que sorprende. Burton es fan de la obra de Keane, incluso tiene una gran colección de pinturas y retratos hechos por la artista de su ex mujer Helena Bonham Carter y de su chihuahua. Pero, y perdonando la insistencia, no es el típico filme del director. Sobrevuela sí un aire burtoniano y podría decirse que hay una identificación con el realizador. Así como Margaret Keane se siente oprimida por su obra (algo que se muestra en algunas escenas) y decide cambiar de estilo para poder respirar, existe este paralelismo con Burton. Sus largometrajes son siempre esperados y, últimamente, también muy criticados. Tal vez el director se cansó y ahora pruebe con algo distinto. Lo cierto es que es la primera película desde ¡Marcianos al Ataque! en que no utiliza ni a Bonham Carter ni a Johnny Depp, y en la que tampoco actúa, ni siquiera en papeles secundarios, algún actor de su gusto. Detalles curiosos. Se verá qué pasa. Vale destacar la actuación de Adams, que se ganó un Globo de Oro, y podemos perdonarle a Waltz sus excesos con el personaje que le toca. Por lo demás, estamos ante un largometraje previsible y sin demasiadas vueltas que quedará como un quiebre en la filmografía de Tim Burton. Dato: en la escena en donde ambos pintan en el parque, la viejita que se ve detrás en la escena leyendo un libro es la verdadera Margaret Keane. Tengan los ojos bien abiertos, y no se la van a perder.
Yo no sé qué le has hecho a mis ojos, pero dejá de hacerlo Hubo un tiempo (no sé si hermoso, después de todo eran los ’90) en el cual podía decirse que Tim Burton hacía -aunque no necesariamente buenas películas- films con una propuesta estética definida. Rápida y sagazmente se convirtió a sí mismo en una marca registrada, se empaquetó y se puso su propio moño de regalo para el consumo infanto-adolescente-joven adulto (si no, pregúntenle a los chicos que usaban todo el merchandising que encontraban de El Extraño Mundo de Jack si Burton es su director o su productor). Después, aún más velozmente, se transformó en su propia parodia. Lo cual es bastante irónico, si se considera que su filmografía se apoya fuertemente en elementos paródicos (como en Marte Ataca). La consistencia narrativa nunca fue su mayor punto de interés. Su especialidad era la creación de momentos que en el sentido común se denominan icónicos, gracias a los ingeniosos elementos expresivos que utilizaba y su facilidad para amalgamarlos con sensibilidad pop, fuera Michael Keaton como un fantasma de dientes pútridos haciendo bailar The Banana Boat Song a un grupo de adultos insoportables o un joven Johnny Depp viendo la muerte de su creador, en una de las últimas apariciones de Vincent Price en el cine. En cambio, en Big Eyes todo es planicie visual. No hay un sólo plano que proponga una relación espacial interesante entre sus intérpretes o entre éstos y los objetos que los rodean (y eso que es un film sobre, justamente, pinturas), como si a la estética plástica e involuntariamente grotesca que se le ha atribuido tanto al kitsch de los retratos producidos por la protagonista como a parte de la obra de Burton se hubiera mezclado con una tremenda insipidez. La historia real de Margaret Ulbricht Keane (Amy Adams) parecía un buen punto de encuentro con, por un lado, la fijación de Burton en los outcasts, los excluidos, los distintos: a fines de los ’50 deja a su primer marido y se establece junto a su hija pequeña en San Francisco, donde sin experiencia laboral previa, y con todos los prejuicios en contra, empieza a trabajar en una fábrica pintando muebles y los fines de semana vende sus retratos. Entra Walter Keane (Christoph Waltz) a su vida, un colega pintor más interesado en la veta comercial que se salteó todo el debate de los últimos miles de años sobre qué es la representación y cuál es el valor social del arte, y la convence a Margaret de tenerlo como esposo y manager. Walter empieza a vender los retratos de niños bucólicos con ojos gigantes que pinta su mujer como si fueran panes calientes (sin ojos gigantes) y los transforma en uno de los más grandes fenómenos del siglo XX que cruzan al consumo masivo con la representación plástica y el pop, ganándose la admiración de, entre otros, Warhol, y la desaprobación de la mitad más uno de la comunidad artística. El gran detalle es que Walter los hace pasar por propios y la fuerza a Margaret a mantener el secreto a puerta cerrada (del estudio donde ella produce en cantidades casi industriales a los niñitos de mirada triste). El Keane impostor establece una división del trabajo en la que él se la pasa en fiestas, cocktails y dando entrevistas, mientras ella vive encerrada pintando. Así, una vez más Margaret queda excluida, esta vez de su propio éxito comercial. La otra cuestión cercana a Burton es la que atraviesa a las pinturas de Keane en sí, que dispararon una disputa sobre si eran arte o no; y si, en tiempos de la resurrección de las vanguardias y el “todo es arte”, entra en juego el buen gusto. Lamentablemente, el director, a quien últimamente la crítica lo tiene a maltraer, encierra este eje al nivel meramente discursivo, en boca de un crítico pomposo interpretado por (quién más) Terence Stamp. Del mismo modo, el guión de (los especialistas en biopics) Scott Alexander y Larry Karaszewski confina –como Walter a Margaret- la historia de su protagonista a una narrativa telefílmica de Lifetime, con todos los altibajos demarcados y en monótona sucesión: “¡soy una madre soltera que necesita dinero y no vendo nada!”, “¡conozco un hombre que no parece ser un cretino como el anterior!”, “¡logramos vender!”, “¡pero mi marido se toma todo el crédito!”, “¡somos un éxito!”, “¡pero yo vivo encerrada y maltratada!”, y así, sucesivamente hasta el momento en que la heroína finalmente deja de ser un ente arrastrado por las circunstancias y se plantea ante las injusticias que la rodean. Amy Adams como siempre compone un buen retrato y es una de las pocas razones para mantener la atención hacia la pantalla, pero su Margaret queda reducida a un personaje sujeto tanto al azar diseñado por Burton como a su esposo. Waltz mantiene un registro bufonesco que va de vendedor de ilusiones baratas como un mago de circo a directamente un villano de vaudeville – mitad comic relief, mitad abusador- con su epítome en la secuencia del juicio Keane versus Keane. Así como en sus últimas películas su licuadora pop pareciera haberse ido de revoluciones, desparramando menjunje en la pantalla, en Big Eyes, Burton pareciera jugar con la noción de la solemnidad como seriedad mal entendida de los dramas kitsch, sin darse cuenta que cae en la misma trampa. Y peor aún, que no le importa.
Los ojos del artista Sin la imaginería de las anteriores, ‘Big Eyes’ es una de las películas más personales de Tim Burton en mucho tiempo. La segunda mitad de la filmografía de Tim Burton (la correspondiente a este siglo XXI) carece de la brillantez y la coherencia que tiene la primera mitad. Burton alternó algunas bastante buenas (Sweeney Todd: El barbero demoníaco de la calle Fleet, Frankenweenie) con otras realmente inmirables (El planeta de los simios, Alicia en el país de las maravillas), pero seamos honestos, ni las mejores les pisan los talones a obras maestras como Beetlejuice, El joven manos de tijeras o Ed Wood. Big Eyes: Retratos de una mentira sin dudas pertence al grupo de las “bastante buenas” con el plus de una Amy Adams extraordinaria y un tema personal que la emparenta con la que quizás sea su mejor película: Ed Wood. Me refiero al kitsch en el arte, la naturaleza del artista, el deseo de trascender y el ego. Además de que, claro, comparte guionistas: Scott Alexander y Larry Karaszewski, que dicho sea de paso están escribiendo American Crime Story, una miniserie sobre el caso de OJ Simpson que será uno de los estrenos fuertes de la televisión el año que viene. Big Eyes también está basada en un caso real. Margaret Keane pintaba a fines de los años cincuenta unos cuadros con un estilo muy particular: chicos abandonados con grandes ojos tristes. Separada de su marido en una época en la que eso no era muy común, y con una hija, conoció a Walter Keane y se casó enseguida. Walter era un charlatán, un seductor que pronto logró que los cuadros de Margaret se vendieran bien gracias a algunas jugarretas con la prensa y su habilidad de relacionista público. Pero engatusó a su mujer para que dijeran que los cuadros los había pintado él. Así el matrimonio se hizo millonario: ella pintaba a escondidas los cuadros -a escondidas, incluso, de su hija- y él desplegaba sus dotes de vendedor y satisfacía su ego. La película abre con una cita de Andy Warhol: “Creo que lo que hizo Keane es espectacular. Tiene que ser bueno. Si fuera malo, no le gustaría a tanta gente.” Ese es uno de los temas de la película: el arte bastardo despreciado por los críticos y galeristas (Terence Stamp y Jason Schwartzman, respectivamente) pero que la gente ama. Walter pronto se da cuenta de que tienen más posibilidades de vender muchas reproducciones baratas en los supermercados que cuadros originales en las galerías de arte, innovando de alguna manera en el mercado de ese momento. Por un lado, la historia personal, en la que Amy Adams la rompe de verdad como una mujer sumisa pero no tonta, dócil como eran dóciles muchas mujeres en aquellos tiempos pero con el gen de la rebeldía latente. Y Christoph Waltz, un poco sacado, es el personaje más interesante: un farsante, un encantador de serpientes, un impostor que alcanza el pico de locura en la escena del juicio final. En esa escena, Burton pone de manifiesto su intención de esquivar el realismo y la solemnidad (alejándose de la sensiblería de El gran pez, por ejemplo) para zambullirse de lleno en el absurdo y la comedia, un absurdo que, por otra parte, complejiza al personaje de Waltz y lo transforma de un tipo violento y detestable, en un señor ridículo que merece algo de compasión. Una especie de movimiento inverso al que hizo Burton con Ed Wood. Pero por otro lado está la historia del arte, con un puente entre la cita inicial de Warhol y los personajes del crítico y el galerista. Este, quizás, es el costado que apenas se insinúa y que me hubiera gustado ver desarrollado. Sabemos que Burton también dibuja y que es fanático de la obra de Keane, sabemos que su propio arte es en cierta forma plebeyo -aunque ya estamos en el siglo XXI, nadie o casi nadie piensa como Jason Schwartzman en la película- y sabemos que hay en Keane una ruptura sobre todo en la distribución de su material (ruptura que le debe, hay que decirlo, a Walter, y quizás por eso hacia el final se termina perdonando a un personaje tan monstruoso). Sin dudas Tim Burton ya no está en su mejor forma y por momentos corre el peligro de caer en el papelón, pero Big Eyes es una de sus películas más personales en mucho tiempo y aunque no tiene la imaginería de Frankenweenie o Sombras tenebrosas -aunque algo hay- es una muestra de que Burton sigue vivo y creando.
Bienvenido el Tim Burton de Ed Wood (1994), después de Alice In Wonderland y Dark Sahadows se lo extrañaba.
La pintora que no quería mirar En Big eyes, Tim Burton retrata la vida de Margaret Keane, artista obligada a ocultarse y a ser cómplice de un fraude. "Los 50 eran una buena época, sobre todo para los hombres”. Con esa frase de supuesto biógrafo comienza Big Eyes, la película de Tim Burton sobre la tortuosa relación de los esposos Keane. Basada en la vida de la pintora estadounidense Margaret Keane (apellido del marido que la invisibilizó hasta la locura), Burton pone en manos de dos actores talentosos la historia que al público de su país seguramente le resulta familiar. La mujer en cuestión, interpretada por la siempre inspirada Amy Adams, creó series de niños de ojos redondos e inmensos. El poder del apellido de casada fue el atajo del fraude. Desde entonces, ‘Keane’ para la sociedad de la época, era él. La película describe el poder de seducción del hombre que somete psicológicamente a una mujer acomplejada y sin autoestima. También alude al cambio en el consumo de productos culturales y el enfrentamiento feroz entre el arte popular y las galerías bendecidas por la crítica. Mientras Margaret se recluye para pintar al ritmo de la demanda, el señor Keane queda atrapado en su propia mentira, movido por la codicia y la figuración social. Ser celebrity es un camino de ida para el personaje recreado por Christoph Waltz. La pareja protagónica manifiesta la contención en el caso de Adams, y el histrionismo exacerbado, en el de Waltz. La actriz conmueve con el retrato doliente de la pintora, una mujer hermosa y brillante, pero bloqueada emocionalmente. Waltz, en cambio, ofrece el desparpajo del delirante que se vuelve patético y violento. Waltz abusa de su capacidad para exteriorizar el desequilibrio a través de una gestualidad sin matices. Si Big eyes no estuviera inspirada en una biografía, sería increíble. Desconcierta la relación de poder de los Keane. Tim Burton asume el guion realista y la farsa de los Keane con una puesta interesante, dominada por el color. La película parece dibujada, coloreada en pasteles, el tono de la felicidad llena de promesas, cuando Margaret llega en 1959 con su hija a San Francisco. Parece que será feliz. El vestuario, los paseos por la ciudad, las calles y ambientes arman la postal en la que la pintora estampa esos niños inquietantes. Las réplicas de los cuadros ocupan la pantalla obsesivamente. Burton dedica su talento a los lienzos en los que van apareciendo los niños, cada vez más siniestros, que hacen lagrimear al público de la posguerra. Sobre el lienzo de las relaciones humanas, los personajes se mueven de manera bastante previsible. El guion de Scott Alexander y Larry Karaszewski sigue la línea cronológica de la biografía de Margaret, lo cual quita profundidad al drama. Dentro del esquema, Big Eyes plantea la pérdida de la identidad de Margaret, el sojuzgamiento, el arte como liberación y castigo, la legitimidad social y la violencia simbólica. “Son parte de mi vida”, dice Margaret cuando explica quiénes son los niños y el espectador se queda pensando en esa historia estremecedora.
En el amor y el arte a veces se triunfa con las mentiras. Es la historia real de un recordado fraude: En los años 50 y 60, los pintores Margaret y Walter Keane tuvieron un éxito enorme con cuadros que representaban niños de grandes ojos. La autora era Margaret, pero los firmaba Walter, su marido, porque, él tipo era muy hábil para el marketing y ella algo sometida. Cuando Margaret quiso revelar la verdad -suele suceder- la gente muchas veces se quedó con la copia y le creyó más a la mentira. Una historia fascinante que el estilizado cine de Tim Burton no consigue aprovechar. Burton no es el mejor para hacer biopic. Se mueve mejor entre lo tétrico y lo extravagante. Lo suyo, en sus mejores versiones, es evanescente y cautivante. Por eso el tono de falso cuento de hadas no le cae bien a esta meditación sobre el poder y las falsificaciones, un relato que usa el arte y el amor para hablarnos mentiras, sueños y despersonalizaciones. Hay exageraciones en el trazo de un Walter más desorbitado que tenebroso y una impronta de comedia que le quita fuerza a una historia llena de matices, con colores y zonas oscuras y con esos ojos grandes que a su dueña no la dejaban ver. Detrás de su tono ligero, hay pinceladas sobre el machismo, los prejuicios de aquellos años y la búsqueda de identidad de una mujer falseada que en principio renunció a ser ella. La historia interesa, pero se vuelve cada vez menos rigurosa. En el amor y en el arte –nos insinúa Burtom- a veces se triunfa con la mentira.
Una historia real, una muy buena película Tim Burton es un director muy personal, que en cada uno de sus films le pone una impronta personal que uno llega reconocer sus films, ya sean animados o no, del de cualquier otro director. Hasta ahora nunca había rodado una comedia dramática, hasta que encontró esta historia real que tiene como protagonistas unos dibujos tan personales como el mismo. La historia de Margaret y Walter Keane se convirtió en uno de los fraudes del arte más escandalosos de los años 50 y 60. El film narra como Walter Keane, un hombre con una excelente verba, se convirtió en el más revolucionario y prospero pintor con sus obras de niños de Ojos Grandes. Obras que lo hicieron millonario hasta que salto a la luz que la verdadera pintora era su esposa Margaret. Esta historia que ronda entre el amor pleno, la ambición desmedida, la baja autoestima o el amor culposo de madre van pasando por las imágenes de un film que ronda entre la comedia y el drama sin fisuras en el medio. El trabajo de Amy Adams como Margaret Kaine, y que le valiera el Globo de Oro, es realmente fascinante y logra llevar al espectador a esa pena irredenta que ella va viviendo. Christoph Waltz en el papel de Walter es quien va poniendo con su por momentos exagerada pose de hombre bohemio e intelectual que acaba de llegar de Paris hasta llegar al ambicioso hombre que solo quiere llenarse los bolsillos a costa de su esposa, la mayor impronta de Tim Burton. Es Waltz, y en algún momento los pocos pero excelentes momentos de Terence Stamp, quien hace de este film un Burton autentico.
Margaret Keane (Tennessee, EstadosUnidos-1927) es una artista plástica, conocida en diferentes etapas de su vida como Peggy Doris Hawkins, Peggy Ulbrich, MDH Keane y Margaret McGuire. Específicamente es una retratista que pinta al óleo mujeres, niños, y mascotas. Su trabajo es reconocido por los grandes ojos de sus personajes. Por ejemplo la portada de la autobiografía de Joan Crawford fue un retrato realizado por la artista. Dos de sus pinturas aparecen en la película de 1962 “¿Qué pasó con baby Jane?” (“Whatever Happened to Baby Jane”), y en la comedia futurista “El dormilón” (“Sleeper”,1973), en la cual Woody Allen se burla de la cultura popular de los setentas y considera las pinturas de Keane como la máxima expresión del arte “kitsch” o “camp”, junto con los poemas de Rod McKuen’s y la música de Xavier Cugat. “Lo que fue banal puede, con el paso del tiempo, llegar a ser fantástico” escribía Susan Sontag en su ensayo “Notas sobre el camp”, contenido en “Against Interpretation: And Other Essays” en 1964. Con sus definiciones la escritora realza la utilización del término como elemento cultural y vuelve popular el concepto. Pero Theodor Adorno, a su vez para la misma época, percibía esto en términos de lo que él llamaba la industria cultural, donde el arte es controlado y planeado por las necesidades del mercado y es dado al pueblo pasivo que lo acepta. Según él lo que es comercializado es un arte que no cambia y que es formalmente incoherente, pero que sirve para dar a la audiencia ocio y algo que mirar. Tim Burton afecto a esa cultura “camp” , (con una vasta filmografía que así lo atestigua: “Bietelchús” (1988), “Edward Scissorhands” (Eduardo Manostijeras”, 1990), “Ed Word” (1994), “Big Fish” (2003), “Charlie an the Chocolate Factory (“Charlie y la Fabrica de Chocolate”, 2005), “Corpse Bride” (“El cadáver de la novia”, 2005), “Sweeney Todd” (2007), “Alice in Wonderland” (“Alicia en el país de las maravillas”, 2010) “Frankenweenie” (2012), “Dark Shadows” (“Sombras Tenebrosas”, 2012), entre otras, una vez más pone de relieve ese misterioso mundo de artificialidad, humorismo y exacerbación de lo desmesurado. En cierto modo Burton es el Margaret Keane de la cinematografía: un artista producto de la voracidad consumista, pero con una postura mucho más excéntrica. Tin Burton retoma su línea de biopic esta vez teniendo como punto de referencia a la pintora Margaret Keane, para ello volvió a trabajar con Scott Alexander y Larry Karaszewky que, como en “El escándalo de Larry Flynt” (“The people vs. Larry Flynt”, 1996) de Milos Forman, tuvieron que redireccionar su objetivo para encontrar un conflicto dramático que justificara la cadena de sucesos que rodeaban a la protagonista, con la que mantuvieron incontables encuentros. En el filme de Forman convirtieron al rey de la pornografía en un mártir de la libertad de expresión, para dar a la sociedad una visión positiva sobre el tema. En “Big Eyes” la trama es en clave de melodrama, pero sin dejar de lado la conducta psicopática del marido. Ésta conduce al filme a un encuadre de suspenso y misterio, que lo acerca al Hitchcok de “Vértigo” (1958). La historia es real y es la vida de pintora Margaret Keane, a la Tin Burton le había encargado retratos: primero de su novia Lisa Marie (la marciana que se filtra en la Casa Blanca en “Mars Attacs”) y luego de su esposa Helena Bonham Carter, su hijo, Billy y a él mismo, al que la retratista lo escondió en una nube “porque no quería salir”, comentó en un reportaje. Luego en el filme ella hace un cameo en la primera escena del parque cuando Margaret (Amy Adans, realiza una excelente composición del personaje) conoce a Walter (Chistoph Waltz, su trabajo es una pena porque ha hecho un cliché de si mismo). Burton en “Big Eyes”, como en “Ed Word, pone bajo la lupa a tres artistas (uno incomprendido, otro de la estafa y la tercera de la creación oculta), los agiganta y los desnuda, provocando a su vez una especie de extrañamiento, frente a un público que en general desconoce la obra de Keane. “Big Eyes” es la vida de una divorciada que a finales de los ‘50 llega, con su pequeña hija (Madeleine Arthur), a San Francisco. Nada se sabe de su vida anterior, la rodea el misterio. Todo es muy extraño ya que en esos años las mujeres no contaban con la libertad actual de abandonar a sus maridos cuando las relaciones no funcionaran bien. Sus primeros retratos están direccionados hacia su hija y ella se enorgullece de ellos. La pinta con grandes ojos: tristes y oscuros. Un día conoce a Walter Keane un vendedor de bienes raíces y pintor de domingo de escenas callejeras, que con el tiempo convertirá su vida en un infierno. Con métodos seductores logra casarse con ella y poco a poco dominarla. Es un ser ingenioso que sabe cómo auto-promoverse y vender las pinturas de su mujer, extendiendo las fronteras entre el arte y el comercio. Al no conseguir que una galería exponga los cuadros de su mujer, pide al dueño del u club de jazz el “Hungry”, Enrico Banducci (Jon Polito), presentarlos allí y éste lo confina al pasillo de los baños. Walter discute con el dueño y tiene la suerte de hacerlo mientras estaba un conocido columnista Dick Nolan (Dany Huston) que coloca la riña en primera plana. Este hecho catapultó la pintura de Margaret y también su anonimato, ya que a partir de ese momento quedará confinada en su casa entre oleos y lienzos, mientras que Walter acapara el centro de atención. Si bien Bruno Delbonnel logra mostrar el mundo hostil, para una madre divorciada, con juegos de colores brillantes y saturados, acompañado por el diseño de producción de Rick Heinrichs que recrea la época pre-hippie, los típicos ‘50 y ‘60, y un diseño de vestuario estupendo como el de Colleen Atwoo, Tim Burton no logra que su propia obra sea captada. Esto se debe que en ella hay muchas situaciones confusas y no se destaca que la obra de Keane pasó de lo banal a lo maravilloso y no sólo se sublimó en objeto cool, sino que también influyó en la generación del Lowbrow o pop surrealista, a través de Mark Ryden y Lisa Petrucci. Pero lo que revela Burton es el conformismo de una sociedad que lleva como mecanismo de evasión hacer surgir la cultura Kissch. La década del ‘50 era una sociedad sexualmente reprimida que gradualmente comenzó a tolerar la imaginería de las pin-ups (fotografía tipo ilustración de modelos en maya de la época en poses provocativas y sonrientes) y las revistas pulp (hace referencia a un formato de encuadernación en rústica, barato y de consumo popular, de revistas especializadas en narraciones e historietas de diferentes géneros). Las publicaciones contenían argumentos simples con grabados e impresiones artísticas que ilustraban la narración, de manera similar a un cómic o una historieta). Los niños de la época veían series como “Los Munsters”, que satirizaban el estilo de vida. Todo se conjunto formaba el inconsciente colectivo, tanto que gran parte de esos modos de vida son los se ven representados en los filmes de Tim Burton, nacido en 1958. La obra de Burton es irregular y “Big Eyes” lo demuestra, en ella todo es superficial y toma de soslayo el entorno social, lo único que refleja es una mirada contemporánea sobre la sexualidad y emocionalidad de la pareja, que desde ese punto de vista es fagocitada una por el otro. Tim Burton cierra “Big Eyes” con una propuesta de final abierto, en la que deja al espectador la libertad de realizar su propia evaluación sobre los hechos y la figura de Margaret Keane.
Color escondido El cine biográfico se ha convertido en un fenómeno sin precedentes en la actualidad. Tal vez inspirado en las muchas biografías que han sido éxito editorial, muchos cineastas, como Tim Burton ahora en Big Eyes, se han volcado a este género. La taquilla a veces las favorece y mucho, pero el verdadero suceso de los films biográficos son los premios o las nominaciones a dichos premios. En un año donde la Academia que entrega los Oscars ha entregado un cincuenta por ciento de nominaciones a mejor película a films que cuentan vidas de personajes conocidos o hechos históricos, no es raro que sigamos viendo esta clase de títulos por lo menos una década más. Los géneros no son ni buenos ni malos, sin embargo de todos los géneros, el biopic es uno de los que con mayor facilidad cae en la chatura y la mediocridad. Claro que no son lo mismo obras maestras como Lincoln o American Sniper que films terribles como Ray o La dama de hierro. Burton eligió contar, dentro del género, la historia de un artista, o mejor dicho, de dos artistas. La biografía del artista es también un problema para el cine. Pero por suerte, y contra la mayoría de los ejemplos recientes, Tim Burton sabe que tiene delante de él una historia diferente, algo que no trata de captar la creación artística, sino describir la relación insólita entre una artista talentosa y su marido, un artista solo del engaño y la mentira. Pero artista al fin, podríamos decir. El matrimonio Keane, integrado por Walter y Margaret, protagonizó una de las historias más insólitas y sorprendentes del mundo del arte contemporáneo. En la década del 60 los cuadros de Margaret estabas destinados a ser un éxito descomunal. Más allá de su mérito artístico, su popularidad fue arrasadora. La película cuenta la historia increíble detrás: ninguno de esos cuadros estaba firmado por ella, todos llevaron la firma de su marido, Walter. Se podría pensar que si las mujeres, aun en la actualidad, no usaran el apellido, el malentendido luego convertido en engaño de Keane, no habría prosperado con tanta facilidad. Pero a la vez Tim Burton hace una reflexión sobre el arte. Walter no creo ninguno de esos cuadros, pero sabe venderlos. Sabe comercializar a niveles nunca antes visto. Revolucionó las ventas, afectando a la historia del arte, a pesar de no poseer talento artístico alguno. La historia de Walter y Margaret es apasionante, pero sin duda hay algo más ahí. No solo hay que ser, hay que parecer. Y a Tim Burton parece interesarle el tema. Los últimos años de las carrera del director de El joven manos de tijera y Ed Wood han sido menos interesantes que el resto de su carrera y esta película es muchas cosas pero no es definitivamente un film muy personal. Aun así, y justamente por no serlo, es que Big Eyes es una buena oportunidad para Burton de hacer un film pequeño pero efectivo. Burton combina aquí la culpa del artista reconocido cuya obra se inspira en otros -como es el caso de Burton y todo su imaginario- con la figura solitaria y aislada propia de todo su cine. Burton está en Walter y está en Margaret. Walter es el Burton famoso, cuyo merchandising es exitoso y cuyo universo es muy fácil de reconocer film tras film en toda su obra. Margaret es ese talento tímido, retraído, solitario, obsesionado con sus temas, leal a sí misma. Tal vez Big Eyes sea el regreso de Tim Burton a su cine más personal, esperemos que así sea.
Una artista en jaula de oro En pleno auge de las biografías cinematográficas, Tim Burton vuelve a incursionar en la reconstrucción del mundo interior de un artista. Antes, lo hizo con su brillante retrato de Ed Wood (1994) y ahora con las tribulaciones de una joven mujer, dibujante y pintora, en los albores del pop art. Lo acompañan en esta tarea, los mismos guionistas del anterior biopic. Ambos tienen en común la indagación acerca del genio excéntrico frente a la sociedad, aunque formalmente en “Big Eyes” la exuberancia visual típica de este cineasta se esconde tras un libreto de corte mucho más clásico que lo conocido en su filmografía. La artista americana Margaret Keane, trascendió por dibujar personas y particularmente niños, con ojos extremadamente grandes que rompían la proporción tradicional a la que el público estaba acostumbrado. Dueña de una obra que se convirtió en una de las primeras producciones comerciales destacadas a fines de los años '50, se vio favorecida por la reproducción masiva en distintos formatos de posters, postales y tarjetas. Pero a pesar de su enorme éxito, esta artista no tenía confianza en sí misma y actuaba a la sombra de su marido, también autoproclamado pintor, quien se presentaba como el autor de las obras ante el público y la crítica especializada, ya que la obra femenina no era tan bien vista. La expectativa acerca de si Margaret decide tomar o no las riendas de la situación y decir la verdad, reclamando sus legítimos derechos es el eje fuerte de la película que destaca por su costado feminista “la vida no era fácil para una mujer joven separada en los años cincuenta” es la primera reflexión en off que abre la historia y que pertenece a un periodista que oficia como personaje observador del que Burton se vale para desarrollar el hilo del relato. “Big Eyes” toma la decisión de contar su historia más desde ese proceso de emancipación femenina y apenas insinúa el problema cultural (y el conflicto del gusto) que planteó en su momento el fenómeno de estas pinturas kitsch, accesibles y económicas. Este segundo tópico lo reserva para la figura del crítico inflexible esquematizado por un maduro Terence Stamp. Excentrismo suavizado El director logra una pintura de época interesante y construye una mirada desde varias dimensiones para una artista singular y enigmática. Puede entenderse como una legitimación de su discutible obra, la frase de Andy Warhol que precede al inicio de la película: el filme se abre con una reflexión de este símbolo del pop art acerca de que algo muy bueno debe haber en las imágenes de M.K. por la enorme cantidad de gente que gusta de ella. Junto a esta reivindicación, la película se interna en la personalidad de Walter Keane, el tramposo marido interpretado por Christoph Waltz, quien manejaba los jugosos aspectos comerciales, mientras ella estaba recluida literalmente en prisión dorada produciendo su obra. Como ya comentamos, el habitual sello estrafalario de Burton brilla por su ausencia, salvo y sobre todo, en las tomas subjetivas que componen la extensa escena del supermercado, que también son un guiño a la cultura pop y las emblemáticas pinturas de sopas de Wharhol. La trama se apoya en la interacción actoral de la poderosa dupla compuesta por Waltz y Amy Adams, tan injustamente olvidada en las últimas nominaciones a los Oscar. Ella se entrega de cuerpo y alma a esa mujer ingenua que va cayendo progresivamente en el infierno de la pérdida de identidad y la sumisión a su marido. Su composición es muy refinada y con matices; detrás de una permanente máscara de sufrimiento interno que transmite -como sus dibujos- con la mirada. Por el contrario, Christoph Waltz, en su composición de Walter Keane, como un villano expresado con histrionismo exasperante, hace peligrar el equilibrio del filme y amenaza con volverse inmanejable. “Big Eyes” no contagia grandes pasiones con su mundo de emociones perdidas en un mundo de suaves tonos pastel. A mucha distancia de “Ed Wood”, en lo estrictamente argumental no depara grandes sorpresas, ya que el guión renuncia a cualquier tipo de riesgo para plegarse a la aproximación más correcta posible dentro de un marco de colores brillantes. De yapa, no deja de ser una reflexión acerca de la sumisión del arte a las exigencias del mercado y a su -terriblemente vigente- seducción consumista.
Algo anda pasando últimamente con Tim Burton, uno de los grandes realizadores de las últimas décadas y definitivamente una persona con un mundo propio. Sin embargo sus películas, al menos desde “Alicia en el País de las Maravillas” en adelante, con excepción de “Frankenweenie”, parecen forzadas, incómodas, como si los temas que toca le fueran impuestos y no los eligiera él. Hay momentos donde aún se notan el brío y el brillo, pero no conforman toda una película. “Big Eyes” está bastante más cerca de sus buenas películas: se trata de la historia (real) de una mujer que comienza a pintar y de su esposo, que toma sus obras y las hace pasar por propias para hacer dinero. El juego de opuestos entre Amy Adams y Christoph Waltz funciona muy bien, y la película en sí misma es de un sabor agridulce que parece reflejar de modo muy preciso el estado de ánimo del director.
The show must go on Tim Burton lleva unos cuántos años intentando reencontrarse a sí mismo, algo que había logrado después de sus últimos traspiés (Alicia en el país de las maravillas y Sombras tenebrosas) con Frankenweenie, ese hermoso altillo de juguetes donde la fantasía y la imaginación se dan un tierno beso en blanco y negro. Las primeras imágenes de su última creación remiten a un motivo visual omnipresente en su filmografía: la producción industrial en serie, ya sea de galletas en forma de corazón (El joven manos de tijera), chocolates de todas las formas, consistencias y colores que un niño pueda imaginarse (Charlie y la fábrica de chocolate) o los pastelitos de Mrs. Lovett (Sweeney Todd). En esta ocasión, se trata de reproducciones de Margaret Keane y sus niños con ojos tan grandes y redondos como perfectos panqueques. La mala noticia es que el cine de Burton también se ha convertido –estos últimos años– en una producción en serie, una galería interminable de estereotipos grotescos y cansinos en sus reiteradas apariciones. Una de las cuestiones más evidentes de Big Eyes es la ausencia de los actores fetiches de Burton. Acá no está Johnny Depp, pero está Christoph Waltz, por momentos tan teatral como verdaderamente terrorífico, aunque no se trate más que de otra versión de un personaje que tranquilamente podría haber sido interpretado por el actor mimado de Burton. La buena noticia es que veinte años después de Ed Wood, el eterno científico loco recurre otra vez al biopic para reflexionar sobre la autoría y la creación. Su última película no es menos personal que Ed Wood, pero sí menos brillante. Muchísimo menos. No desde lo formal, un aspecto en el que se acerca al tono cromático de El gran pez o Marcianos al ataque, donde reflejaba el universo kitsch de los años 50. De hecho, al inicio nos muestra una pastelosa San Francisco de casas idénticas y bajitas con ecos del suburbio-maqueta representado en El joven manos de tijera. Lo que convierte a Big Eyes en una película tan desproporcionada como la fisionomía de los niños pintados por Keane es la incapacidad del director para contener a una fuerza de la naturaleza como Christoph Waltz –y la pantomima pasada de rosca del juicio final–, lo que provoca un gran desajuste en el tratamiento de los personajes. Margaret, la verdadera, tiene todo para convertirse en un personaje bigger than life en la pantalla grande, pero Burton conspira constantemente para hacerla pedazos. La construcción de su figura queda relegada de tal forma que los guionistas debieron recurrir a un diálogo que explicara por qué se dejó someter de esa manera por su marido durante tantos años, en vez de buscar la forma más cinematográfica para expresarlo: a través del personaje. Otra evidencia de la asimetría que presenta la película está dada por su oscilación entre picos muy altos (algunas escenas maravillosas de un surrealismo fuera de época, otras logran trasmitir emociones genuinas) y caídas libres. Es la película más esquizofrénica de Burton, desdoblándose continuamente en un estilo sobrio y distante versus uno lyncheano y emocionalmente desbordado. Sin embargo, la honestidad que presentaba Frankenweenie (quizás su mejor película) no ha vuelto a repetirse desde entonces. Quizás sea hora de que este Doctor Frankenstein encuentre una nueva criatura a la cual colocarle una galletita en forma de corazón para otorgarle la esencia que supo imprimirles a sus adorables monstruos; seres de infinitas aristas, rellenos de una ternura que cobra vida a veinticuatro cuadros por segundo.
Burton ofrece su versión sobre una estafa americana Se trata del fraude que Walter Keane produjo sobre la obra de su esposa Margaret y de cómo logró el engaño. Es dirigida por Tim Burton, pero no esperen encontrar en Big Eyes una película típica del director de El joven manos de tijera, Sweeny Todd, Charlie y la fábrica de chocolate o Alicia, entre muchos más de estética pictórica y renegrida. En todo caso, las obras de arte en torno a las cuales gira la historia tienen algo de su luz. Se trata de los cuadros de Keane, suceso kistch de los años 50 a 60, elogiados por el mismísimo Andy Warhol y vendedor de miles de reproducciones que le permitió a la familia de Walter y Margaret Keane amasar una pequeña fortuna y llegar a tener su propia galería de arte. El hecho es que mientras ella pasaba horas escondida en el taller de su casa y de la mirada de su propia hija, creando nuevas obras, él se encargaba de venderlas adjudicándose la autoría. Walter y Margaret llegaron a tribunales en su disputa final por los derechos sobre la firma, y aunque se hizo justicia, hasta el final de sus días el hombre sostuvo su inocencia en uno de los fraudes icónicos del siglo XX. A sus 87, Margaret sigue trabajando y es referente del arte actual e inspiración de estilo de varios consagrados. Producida también por Burton, la cinta cuenta con dos figuras enormes por nombre y actuación, como son Amy Adams (Encantada, Escándalo americano), y el austríaco Christoph Waltz (Bastardos sin gloria, Dyango desencadenado) para los roles principales. A partir de la expresión melancólica de esos grandes ojos --"ventanas del alma"-- ideados por Margaret, el guión que realizaron las mismas plumas de Ed Wood ( 1994) transita sobre la existencia de una historia de violencia previa que produjo en Margaret una autoestima muy baja y la recurrencia como víctima de maltrato; hasta discusiones acerca del arte-no arte y la noción de autenticidad y de honestidad artística. Y aunque cambió la tinta de su sello, esta fotografía iluminada y la música de su acostumbrado colaborador Danny Elfman le permitieron a Burton transferir en un producto compacto la tensión subyacente de la historia, patinada por una apariencia de perfección; una tensión que puja por revelarse en la voz de la artista.
En épocas donde el poder femenino va teniendo más visibilidad, y la igualdad de los sexos ya es una necesidad vital, la biografía de la pintora Margaret Keane cobra gran peso y relevancia. La opresión hacia la mujer en plenos años cincuenta, la completa anulación de la identidad artística y el karma de vivir escondida, son algunas de las temáticas que circulan por el film, con una inclinación claramente feminista. Tim Burton toma las riendas de este proyecto y lleva a cabo la biopic de la susodicha; encarando una obra que sorprende dentro de sus trabajos anteriores. Big Eyes, podría decirse, es la primera película de Tim Burton infiel a su propio estilo. El cine de autor se vuelve traicionero en la medida en que el estilo excede al cineasta, y el artista se convierte en su estilo. Tras años de encontrarnos en un gótico fantástico infantiloide, siempre asistido por el infaltable Johnny Depp, esta vez, Burton nos sorprende con una biopic, con muy pocos rasgos de su tan marcada estética, con actores “nuevos” para su filmografía y con una casi ausencia de negros y grises. La película cuenta la historia de una pintora, eclipsada por su marido, un embustero que vende sus cuadros, alegando que él es el autor. El trabajo de ella, niños con ojos enormes, se vuelve un suceso de público, aspecto que pone sobre la mesa la cuestión del arte en la era de la reproductibilidad técnica de la que habla Benjamin. Ella se dedica a pintar encerrada en una habitación, aislada, pero sobre todo, invisibilizada. Así, entra a problematizarse también, la cuestión de la autoría, la relación de un autor con su obra y el artificio que comprende la figura de artista en sí misma. Por otro lado se plantea también, cual es la función del arte en la cultura moderna, ya que ha perdido el halo sagrado para llegar a los kioscos, librerías, galerías, etc. El arte se ha convertido en un bien comercializable y popular como cualquier otro (dentro de eso también funciona el pop art). Lo cierto es que el film no está a la altura de la historia. La biografía de Margaret Keane es realmente una gran historia, digna novela hollywoodense. Se nos bombardea con cantidad de datos que no parece organizados, la narración es precipitada, los hechos no se suceden naturalmente, sino que se anticipan permanentemente anulando el factor sorpresa. Si hay algo que no se le puede negar a Burton es su maestría para la estética. Incluso saliendo de su “zona de confort”, del estilo que convirtió en una marca registrada, aun así, logra cautivar con un paleta de colores que por momentos remiten a Wes Anderson. El vestuario y el maquillaje responden a un refinado recorte histórico, con prendas muy representativas y con gran estilo. Podríamos decir que uno de los pocos elementos puramente burtonianos en este film son los cuadros de Keane (elemento no menor) y su gran obsesión por los ojos enormes. En la hipérbole de alguna característica física (típica de todos los personajes de Tim) es donde encontramos el roce con lo fantástico y lo infantil. Los ojos de su hija, desmesurados, que pintaba Keane, parecen ser su único contacto con la realidad y al mismo tiempo, el único cable a tierra. Más allá de la historia, la actuación de Amy Adams no logra convencer y por momentos, no está a la altura de las emociones. Lo precipitado de los cambios de clima y situación se ven reflejados en una actuación poco creíble. No así Christoph Waltz, que representa un personaje odiable, hecho perfectamente a su medida, que recorre la auto humillación, el rol machista y abusador con su contraparte de hombre encantador. En fin, Big Eyes cuenta una gran historia, en la que nos compenetramos mucho emocionalmente, porque la injusticia y el abuso abundan. Pero la concentración por momentos se desvía, al notar que la narración esta forzada y precipitada. Lo que resulta realmente interesante son las temáticas en torno al arte y al espacio de la mujer en el mundo del arte que se problematizan y se ponen en tensión. La incursión en otro género y en otra estética por parte de Tim Burton podría pensarse como una prueba piloto para una nueva etapa del excéntrico realizador.
Margaret Keane sale a la superficie "Big Eyes" es la nueva película de Tim Burton, que en esta ocasión se sale de su zona de confort y fantasía para ofrecernos una historia más en la línea de "Ed Wood" y un poco de "El Gran Pez". Este film tiene toques burtonianos por supuesto, pero es de sus cintas más realistas y convencionales. Teniendo en cuenta sus últimos trabajos, este resulta ser una bocanada de aire fresco, distinto, que permite ver otra faceta de un gran cineasta como es él. Lamentablemente, "Big Eyes" no está destinada a convertirse en uno de sus trabajos más notables, en gran parte por la caricaturización de los personajes principales y la falta de impacto durante el relato. Más allá de esto, creo que es un buen entretenimiento, construido muy prolijamente, pero no está a la altura de algunos de sus mejores trabajos como "Batman Returns", "El joven manos de tijera" y las ya nombradas "El Gran Pez" y "Ed Wood". Este nuevo relato nos trae la increíble historia de Margaret Keane, una artista de los años 50s cuyo talento permaneció en el anonimato durante muchos años bajo la sombra de su dominante y sociópata marido, Walter Keane. Margaret, al igual que todo el mundo, fue estafada por Walter, un tipo con increíble ingenio que fue capaz de mantener la farsa por muchísimos años y convertir las obras de Margaret en un fenómeno mundial. "Big Eyes" cuenta como se perpetró la estafa y como Margaret, luego de juntar fuerzas, enfrentó a Walter y reveló la verdad al mundo. El principal atractivo de este film se encuentra posado sobre los hombros de sus dos máximos protagonistas, Amy Adams ("Man of Steel", "American Hustle") y Christoph Waltz ("Inglorious Basterds", "Carnage") cuyo carisma y talento resultan hipnóticos. El inconveniente es que a Burton se lo fue un poco la mano con la caricaturización de los personajes. Es una comedia, claro, pero podría haber equilibrado un poco más entre las personalidades reales de ambos personajes y las que les imprimió en la trama. Creo que el enorme talento de su dupla protagonista le subió unos puntos a la deformación cómica que el director hizo de los Keane. Por otro lado, la historia en si resulta interesante, sobre todo el hecho de que Walter Keane haya llegado a ser tan famoso sin haber pintado un solo cuadro por sí mismo. Acá también surge un inconveniente. El verdadero impacto de lo que sucedió, el triunfo de la verdad, la caída del villano, llegan muy al último del metraje y sin la fuerza suficiente para colocar a "Big Eyes" entre lo mejor del año. Es una buena película, pero se queda con ganas de ser más. Para cerrar, creo que este último trabajo de Tim Burton a una movida distinta de lo que venía ofreciendo y por eso lo banco. No salió tan espectacular como seguramente esperaba, pero es un buen entretenimiento y demuestra que es mucho más versátil de lo que la mayoría de los eruditos del cine creen.
Big Eyes: El secreto de esos ojos El reciente estreno de Big Eyes (2014), el último proyecto de Tim Burton como director, ha puesto en foco nuevamente a la artista plástica Margaret Keane. Tim Burton tuvo gran influencia de la artista en su estética, lo cual puede verse principalmente en sus personajes de ojos grandes como Jack y Sally; en las figuras de El cadáver de la novia, Frankenweenie, Beetlejuice, Vincent y en los marcianos de Mars Attacks!. En palabras del propio director: “…su trabajo tuvo un gran impacto en mí, y cuando la conocí, ella me recordó a mi abuela, quien era muy callada y amorosa”. Margaret Keane interpretada por Amy Adams quien de forma sutil pero verosímil refleja su drama interior, encarnando con exactitud la personalidad de la pintora. La idea de trasladar a la pantalla cinematográfica la biografía de Margaret comenzó junto a los guionistas Scott Alexander y Larry Karaszewski, quienes ya habían trabajado con Burton en su primera biopic, acerca del director de cine de terror de clase B, llamada Ed Wood (1994). No es casual que las dos películas biográficas que Burton realizó sean de dos artistas que él admira mucho y que tuvieron gran influencia en sus obras. Al respecto el director contó en algunas entrevistas que “Cuando era niño veía pinturas de Keane constantemente…en la oficina de mi doctor había una big-eyed girl con un perrito, en la oficina de mi dentista habían series de niños con gatos. Cuando iba al mercado, habían postales con las bailarinas, los niños abandonados y los vaqueros de Keane, y así sucesivamente. Yo estaba fascinado por sus enormes y tristes ojos al estilo del Big Brother. Yo amé que esos extraños niños siempre parecían estar mirándome. Era como estar en un sueño bizarro y cautivante”. Cuando Burton estaba filmando Mars Attacks! (1996) conoció en persona a Margaret y se hizo coleccionista de su obra (incluso tiene retratos de sus parejas e hijos), antes de eso él no sabía que ella era la verdadera artista detrás de los big-eyed children. Justamente fue eso lo que hizo tan interesante la historia de vida de Margaret Keane para que sea llevada al celuloide, proyecto que llevó varios años de planificación. Walter Keane, segundo esposo de Margaret D.H.Keane, fue un célebre artista hacia fines de los ´50 y principios de los ´70. Se hizo famoso por vender masivamente las pinturas y posters de los big-eyed children, los cuales en realidad eran pintados por su esposa Margaret, él se había robado y atribuido el mérito. Este posiblemente sea uno de los fraudes más grandes de la historia del arte, ella al comienzo no sabía que él se proclamaba como el autor de sus pinturas, cuando se enteró sopresivamente ya estaba inmersa en una gran mentira. Paralelamente al éxito de las pinturas Keane estaba en auge el Pop-art, uno de sus representantes Andy Warhol dijo respecto de las obras de Keane: “Yo creo que lo que Keane ha hecho es tremendo, tiene que ser bueno. Si fuese malo, no le gustaría a tanta gente.” “En muchas formas, los americanos son como niños, es decir, no hemos crecido mucho. Pero lo que a mí más me gusta de las obras de Keane es que son producidas masivamente como una fábrica. Yo creo que él va a terminar siendo algo parecido a Disney.” Walter (Christoph Waltz) no poseía ningún talento para la pintura, a pesar que con su encanto y grandilocuencia decía estar a la altura de artistas como El greco, Da Vinci, Rembrandt y Renoir. Sin embargo, para lo que si tenía talento Walter era para la comercialización masiva del arte. En cambio, su esposa Margaret tenía un expresivo talento e impronta propia-incluso cuando cambió el estilo de los big-eyed children tras sentirse agobiada por los mismos y la mentira que detrás de ellos se escondía por un estilo influenciado por Amadeo Modigliani- pero a diferencia de Walter era muy tímida. Fue fácil para él entonces silenciar a Margaret, quien solía ser una mujer muy fuerte capaz de abandonar a su primer esposo y llevarse a su hija en los años 50, lo cual mostraba mucha determinación, pero que tras el maltrato y las presiones psicológicas de Walter y su ambición se fue volviendo sumisa y perdió su voz, tal como se narra en el film. Sus big-eyed children comenzaron a ser cada vez más tristes, ya que reflejaban su angustia personal y lo atrapada que ella se sentía en esa mentira. Si bien después de los ´70 las pinturas de los big-eyed children fueron perdiendo su auge y debido a ello Walter Keane su fama, es posible que con Big Eyes vuelvan a escena y esta vez su verdadera creadora Margaret sea el centro de la escena. Burton dijo al respecto “cuando las pinturas salieron a la luz fueron burladas por no ser arte serio, y fueron criticadas porque eran enormemente populares. Pero una vez que uno sabe la historia detrás de ellas, ellas parecen muy oscuras y emocionales.” Mientras los críticos de arte (como John Canaday) y la institución arte las desprestigiaban y consideraban Kitsch, la gente las adoraba. Ese es otro de los temas interesantes que se esbozan en la película: el funcionamiento del mercado artístico. En el campo artístico el arte que se comercializa y cotiza es aquel que está legitimado por la institución arte. La película si bien no está plagada de los estilemas del director- tal vez por ser una biopic y querer diferenciarse de los típicos filmes burtonianos- posee unos cuantos como su inicio con el “sistema de créditos” sobreimpresos sobre una máquina de producción masiva en movimiento al ritmo de la inquietante música (al igual que en Charlie y la fábrica de chocolate y en Sweeney Todd, el barbero demoniaco de la calle Fleet). Siempre entrando a imagen con un círculo o agujero en este caso el plano detalle de un ojo (que resulta ser de uno de los big-eyed children de Keane reproducido en un poster) y finalizando con la problemática del film el signo del copyright sobre el mismo. Al igual que en El joven manos de tijera la narración de inicia con un plano general de un típico barrio norteamericano, en este caso en 1958. Como en casi todas las películas de Tim hay una voz en off que narra los hechos, en este caso es una voz over, ya que luego se actualiza y proviene de uno de los personajes. Otro rasgo típico que puede reconocerse en este largometraje es parte de su estética observable en la escena que transcurre en el supermercado al cual va el personaje de Margaret. Éste está recubierto de productos masivos como las cajas de Brillo y las latas de sopas Campbell (iconos del Pop-art, el cual criticaba en parte el sistema de consumo capitalista) y los colores muy saturados. Esa invasión de productos y miradas que envuelven a Margaret, son resultado de su malestar emocional por tener que pintar continuamente bajo penunmbras . Por lo cual, a través de una cámara subjetiva los ojos grandes comienzan a atormentarla y se evidencian -como Tim sabe hacerlo- a través del maquillaje exagerado al estilo de los ´60. Ella al ver tantas reproducciones de sus obras siente que las mismas van perdiendo su aura, así como ella su integridad. Este aspecto de la reproducción masiva puede vincularse al ensayo de Walter Benjamin “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica” (1936). Algo similar le sucede a Margaret en la escena que se mira al espejo mientras está pintando, y se ve a sí misma deformada con unos grandes ojos. El hermoso y atinado vestuario de época estuvo diseñado por Colleen Atwood, quién ha formado parte del equipo técnico del director en varias ocasiones. Walter siempre es caracterizado como el cliché del artista, incluso en una de las escenas Walter lleva una remera rayada similar a las que solía usar Picasso. Al igual que Atwood, Danny Elfman a cargo de la banda sonora, también trabajó con Burton reiteradas veces siendo un creador fundamental en sus obras. Las dos canciones más importantes del film son cantadas por la reconocida Lana del Rey: “Big Eyes” (canción que realza el momento en que Margaret se realiza un autorretrato marcado por un nuevo estilo y las cuales comienza a firmar como MDH Keane) y “I can fly”. Es posible que el director haya querido correrse del protagonismo visual para otorgar la totalidad del mismo a Margaret, para así reivindicarla y ponerla por primera vez en la historia del arte como centro de atención. Así que para aquellos que esperaban el típico largometraje de Burton este no es uno de ellos. Margaret Keane sin dudas fue una mujer revolucionaria para su época, no olvidemos que a lo largo de la historia del arte- al igual que en el resto de los campos sociales- la mujer ha sido relegada de ciertas tareas. En los siglos pasados a las mujeres no se les permitía pintar, sólo tenían la posibilidad de hacerlo aquellas que eran hijas de artistas o maestros de arte. Cuando se les permitió ingresar en academias de arte, éstas a diferencia de los hombres sólo podían retratar modelos vivos que fuesen niños (en vez de hombres) y ningún tipo de figura humana desnuda. En los ´80 el colectivo de artistas “Guerilla Girls” exponía las diferencias de salario y espacio de los artistas hombres en contraposición a las artistas mujeres. Si creemos que esto ya es pasado, pensemos cuantas retrospectivas recopilan artistas sólo por su género aún en la actualidad. El film claramente teñido por una perspectiva a favor de la emancipación femenina y cuyo punto de vista sin dudas apoya la historia de Margaret, evidencia cómo ella temía que al saberse que una mujer era la autora de las obras, las mismas perdieran valor y dejasen de ser compradas. Si bien este tono está presente en todo el relato, la biografía cinematográfica de Margaret Keane es bastante fiel a la documentación. Margaret quien desde pequeña pintaba grandes ojos a los márgenes de sus cuadernos continúa pintando hoy a sus 87 años de edad, mientras que Walter después de su separación jamás volvió a hacerlo. Posiblemente uno de los aportes más grandes de la obra de Margaret es que los niños que pintaba eran de todas las culturas, no excluía a las “minorías” sociales. En 1965, Margaret decide abandonar a Walter y se muda a Hawaii, allí sus pinturas vuelven a ser alegres, coloridas y poseen algo del estilo de Henri Rousseau. Algunos años despúes de dejarlo y seguir pintando para él a distancia, Margaret decide llevarlo a juicio y reclamar la autoria de las obras. Margaret ganó el juicio tras desafiar a Walter a pintar frente al jurado, ella logro hacer uno de los típicos big-eyed children, mientras que el lienzo de él quedó en blanco tras alegar un dolor en el hombro. Margaret en otra oportunidad ya lo había retado a Walter a pintar en público, pero él nunca se presentó (el reto se denominó “paint-off” y se llevó a cabo en Union Square el 20 de Noviembre de 1970). En palabras de la artista Walter no sabía pintar, en medio del fraude ella intentó enseñarle a pintar pero él nunca logró aprender. El estilo de M.D.H Keane tuvo gran influencia en artistas como Mark Ryden, Yoshitomo Nara y Ozz Franca, entre otros. En cuanto a Argentina, aquí tenemos nuestra propia Margaret, la artista Nelly Álvarez fallecida en el 2010. Álvarez era contemporánea a Keane y lo curioso es que su estilo se asemeja bastante, pintaba niños humildes con rasgos autóctonos y tristes ojos grandes. Datos curiosos: -Margaret Keane aparece en un cameo en Big Eyes sentada detrás de Amy Adams quien se encuentra pintando con un caballete. -Dos pinturas de Keane aparecen en el film Whatever Happend to Baby Jane? (1962). Las obras de Keane son parodiadas y aduladas por un grupo de snobs del futuro en Sleeper (1973) escrita y dirigida por Woody Allen. -Tim Burton no es el único coleccionista famoso de las obras de Keane, en su época dorada celebridades como Natalie Wood, Joan Crawford, Jerry Lewis, Kim Novak y Zsa Zsa Gabor también las coleccionaron. – Otra mujer cuyo invento fue robado por un hombre fue Margaret Knight, quien había inventado una máquina de bolsas de papel de fondo plano (el tipo que todavía se utiliza en las tiendas de comestibles). Un hombre llamado Charles Annan robó su idea y patentó la máquina. Ella lo llevó a juicio y sorpresivamente, al igual que Margaret Keane, ella ganó el pleito y le fue otorgada la patente en 1871.