DURA REALIDAD No es nada sencillo ver este tipo de historias, no por la manera en la que fueron realizadas, es más, si algo se destaca en "Blue Valentine" es el realismo y el muy bien logrado trabajo de sus actores, sino porque aparece la subjetividad inmediata del recuerdo y de cómo la misma puede chocar o no contra la emoción del espectador. Dejando esto de lado, esta cinta está muy bien realizada, y desarrolla un drama familiar que desde el primer segundo atrapa al público y le brinda una dolorosa experiencia de vida. Cindy y Dean son una pareja que se conocieron por casualidad y desde ese momento han vivido la vida felizmente. Ellos tienen una hija, y por diferentes problemas su relación comienza a dilatarse. Ellos van a tratar de encontrar la manera de superar los obstáculos y, principalmente, no perjudicar a la pequeña niña. El guión, desde un comienzo, plantea y desarrolla un realismo que traspasa la pantalla. La relación entre la pareja y la hija es muy bella, todos los diálogos son fluidos y nunca se ven forzados. La verosimilitud de los hechos es una de las grandes virtudes de esta cinta. A su vez, el libreto juega con los cambios temporales, yendo y viniendo en el tiempo, mostrando las dos caras de la relación y las notables diferencias luego de que la misma maduró y sintió el frío del abandono o la soledad. Esta característica le aporta al relato mucho dinamismo, ya que no solo es una historia en la que todo el tiempo se está llamando al intenso drama, sino que también hay amor y el romanticismo propio de la pareja cuando eran novios, aunque el sentido de la película es otro y está totalmente direccionado a las vueltas de la vida y la disconformidad de las familias. Los sentimientos encontrados son muchos y cada uno de ellos están desarrollados con mucho realismo y, principalmente, se le da el tiempo necesario para que crezcan y maduren con el paso de los segundos. El juego realizado con los cambios de los tiempos narrativos aquí tiene mucho que ver, no solo porque le aporta versatilidad, sino porque están montados de tal manera que el pasado tenga relación directa con las emociones del presente. El guión es muy claro en sus intenciones y, aunque uno no quiera, va sintiendo como ese final se va aproximando minuto a minuto. Otra de las características que hacen de esta película una gran historia dramática, es la calidad de las actuaciones protagónicas. Ryan Gosling, sorpresivamente, logra darle un giro muy interesante a su personaje, no solo al mostrar la felicidad y ese amor a primera vista con su mujer, sino también al expresar con profundidad los sentimientos que van apareciendo una vez que los problemas del matrimonio son continuos. Michelle Williams está perfecta, le brinda realismo, emoción, y una gran variedad de matices a su interpretación, excelente para cada uno de los cambios actitudinales de su personaje. Dos actuaciones soberbias y perfectas. La fotografía juega mucho con los colores y los sentimientos. Se pueden apreciar matices mucho más coloridos y alegres en las escenas del pasado, mientras que tonos más azulados y fríos en cada una de las tomas del presente. Hay muchos planos cortos y primeros planos, que ayudan a mostrar las emociones de los personajes. "Blue Valentine" es una historia difícil de ver, dura, fuerte, pero realista y muy reflexiva. Una cinta con muy buenas actuaciones y un aprovechamiento escénico muy bien logrado. Una película distinta, emotiva y para pensar. UNA ESCENA A DESTACAR: hospital.
Dime cómo debo ser... ¿Quién no podría dar una lista bastante extensa de films donde la vida en matrimonio sea el meollo de la cuestión?, ¿quién no podría hacer una sobre las incontables cintas sobre el amor?. Blue Valentine parecería ser una más entre las tantas que retratan una de las cosas más difíciles de sostener, alimentar y mantener: el amor. Pero he de decir ante todo que este film tiene una particularidad muy importante: el descubrimiento. No ha sido un amor a primera vista cuando la vi; reconozco que me resultó un buen sabor de boca bastante tibio con grandes aciertos y fallas. Entonces, vaya uno a saber por qué, terminé viéndola en el transcurso de apenas 4 días, otras 3 veces más con mejores resultados. Les cuento. Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams) son un matrimonio joven con una niña pequeña. Ella es doctora y él, un buscavidas. Gracias a un conflicto doméstico (la pérdida de Megan, su mascota) se van desencadenando una serie de pequeños grandes detalles por el que interpretamos que el matrimonio no está pasando por el mejor momento. Y con el tan usado recurso de los flashbacks- que acá están usados de una manera realmente magistral, dando verdadera "trama" al conjunto- conocemos el cómo esta pareja se ha conocido y el porqué seguramente terminan como terminan. Cianfrance, gran experto en el género del documental, mete el ojo en la vida de estos personajes sin explicaciones extensas ni aburridas que junto al armado argumental retratan perfectamente el universo del matrimonio y de cómo este puede degenerarse cuando el amor no es recíproco. Si sumamos que la labor de Gosling y Williams, por la que ha sido nominada a los próximos Oscar, es magnífica- sobretodo la de Gosling al que la Academia ha ignorado sorpresivamente a pesar de los incontables reconocimientos que tuvo a lo largo de festivales internacionales- este es un director que promete. Hay que decirlo, Ryan Gosling se come la cinta, la eleva exponencialmente y sólo por él ya vale la pena el visionado, créanme. Pero como en este matrimonio, no todo es color de rosa. Por momentos es melodramática y con un clímax verdaderamente más "gritón" que el resto del film. Hay diálogos muy buenos, creíbles y certeros; otros parecen forzados y demasiado pretenciosos y donde el film debería de emocionar o pegar duro termina resultando frío y exagerado. No por ello la película deja de funcionar para dibujar claramente los contextos necesarios para entender aquello que no se cuenta explícitamente (no daré ejemplos para no arruinarles la cosa), en eso me saco el sombrero ante Cianfrance quien elabora un guión cuidado y bien estructurado en ese sentido. Él mismo declaró haberse inspirado en sucesos personales que lo llevaron a querer filmar esta historia de desamor. Acá es donde mejor funciona el film porque uno como espectador no puede evitar verse reflejado en algún que otro pasaje de la película. Creíble, enormemente bien actuada, pensada en detalle, este film al que habían dejado en suspenso tras la muerte de Ledger por respeto a la propia Williams, es una película recomendable para ver como alternativa al típico fin San Valentiniano.
El director y co-guionista Derek Cianfrance trabajó más de diez años dándole forma a este profundo y duro retrato de pareja que examina dos momentos en un matrimonio: el comienzo y el final, el enamoramiento y la separación. Un film que recibió una polémica calificación "NC-17" en los Estados Unidos (limitando sus posibilidades de distribución en el cine norteamericano) por una fuerte escena de sexo oral, que luego fue modificada a "R" gracias a una apelación presentada por los productores. "Blue Valentine" es principalmente un duelo actoral entre Ryan Gosling y Michelle Williams, dos de los mejores actores surgidos en los últimos años. Ambos se lucen en sus roles y logran una química perfecta interpretando a un matrimonio en crisis. La forma en que construyen sus personajes, marcando un claro contraste entre las dos etapas que atraviesa la pareja, hace difícil pensar que no sean pareja en la vida real. El director percibe esto y recurre a largas tomas que parecen improvisadas, dejando que estos dos talentosos actores totalmente inmersos en sus roles lleven adelante la historia de forma emotiva y auténtica.
Una de las sorpresas del Festival. Interpretada por Ryan Gosling y Michelle Williams, un drama adulto donde ambos entablan una relación a partir de situaciones extremas. Ella es una joven que vive con sus padres, no ha conocido el amor y la versión que tiene sobre la convivencia marital de ellos es justamente lo que no desearía para su futuro. En proceso de estar culminando su relación con un violento jóven con quien Cyndi ha tenido un descuido sexual, conoce a Dean, un chico bohemio sin muchas pretensiones que realiza trabajos de mudanzas y deciden formar una familia. El film es elíptico, mostrándonos escenas del matrimonio actual y los pormenores de cuando se conocieron. Con una velocidad muy marcada, y las actuaciones de la pareja cuya química es inalterable son los grandes pilares sobre los cuales el film se sostiene.
El manejo del tiempo del relato, donde el pasado se confunde con el presente de un modo simple pero sugestivo, es un logro significativo para observar la relación como una totalidad. Cindy y Dean son una pareja con una hija pequeña y una perra que se pierde irremediablemente. La historia de ellos no es buena y la relación sufre un desgaste que, como en la crónica de una muerte anunciada, rápidamente la conducirá al final. Blue Valentine es la historia de ellos, de la relación amorosa – un amor casi de oportunidad – y de la familia que ambos deseaban formar, como modelo de integración a una supuesta normalidad. El fracaso de la relación no es sino su vicio de origen que incluía secretos, deseos, fracasos personales y necesidad de incorporarse a la vida adulta de un modo “aceptable”. Sin dudas que, más allá destacar los puntos altos en términos de realización, (por ejemplo la banda de sonido), Michelle Williams (la excelente Wendy de Wendy y Lucy) y Ryan Gosling aportan talento y cuerpo a sus personajes, en actuaciones realmente comprometidas. Es sin dudas fundamental el trabajo actoral de ambos, para que la película adquiera una intensidad dramática que jamás acude a los excesos. Derek Cianfrance, el realizador, sabe trabajar el relato intimista con la estética del cine independiente estadounidense, integrando esta lógica casi privada al espacio familiar, laboral y social, de un modo más sólido que muchas de las obras de la corriente. El manejo del tiempo del relato, donde el pasado se confunde con el presente de un modo simple pero sugestivo, es un logro significativo para observar la relación como una totalidad, dejando de lado la idea de una pareja que hubo sido una cosa en el pasado y que fracasa por las situaciones del presente.
La magnífica actuación de Ryan Gosling hace que uno realmente sienta pena por su personaje. Y Michelle Williams tampoco se queda atrás con su composición. La fuerte y triste historia, si bien no es nada nuevo ni original, es...
Cine de amor independiente. Un film sincero, fresco, conmovedor, sin artificios. Así se cuenta la historia en “Blue Valentine” Es una película de amor, romántica, pero sin esa pegajosidad que de tanto en tanto nos tiene acostumbrado el cine del corazón, donde todo se corta con la misma tijera. Acá vemos una historia cruda, contada con cuadros bien compuestos y naturalmente fotografiados. La cámara esta metida ahí, sin molestar y mostrando todo. Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams), los protagonistas de “Blue Valentine”, nos muestran que la vida en familia no es todo color de rosa, que ocurren cosas… discusiones, reconciliaciones, monotonía, cambios de opinión, gritos… todo el universo que los rodea no es perfecto. Cuando vemos el film estamos frente al nacimiento y a su vez a la decadencia de una relación. La película está narrada con idas y vueltas en el tiempo, teniendo como eje la relación. La misma atraviesa buenos momentos, y otros que no son tan buenos. Esos cambios de tiempo, esas idas y vueltas, están planteados bajo el guión y la dirección de Derek Cianfrance con una exactitud, y un timming perfecto, entrando y saliendo de las escenas con total naturalidad. Por momentos da la sensación que, atravesando la línea del presente al pasado, el film busca el punto donde se deterioro la relación, el momento en el que el desgaste, el agotamiento, y el vació interior provocan hasta a las parejas con más futuro una caída al abismo. Las notables actuaciones nos demuestran que existe muchísimo trabajo y conocimientos entre los dos personajes principales y las miradas cómplices y la naturalidad en los gestos nos hacen vivir a pleno este film.
El cine estadounidense ha hecho relatos políticamente correctos acerca de parejas en crisis, sin embargo Blue Valentine no parece ser uno de ellos; varios temas aparecen representados en la película -dudas acerca de la paternidad, falta de deseo hacia la pareja, desamor, etc.- sin una mirada edulcorada y sin posible resolución. Dean y Cindy son un matrimonio de jóvenes padres, Cindy es una profesional con una carrera promisoria, Dean es un subempleado con tendencia al alcoholismo que entiende por el pináculo de la felicidad quedarse en su casa llevando a cabo las diversas tareas del hogar. Aquellos roles que en décadas pasadas se hallaban bien definidos sufren una suerte de inversión en los últimos años; el mérito de Blue Valentine consiste en exponer que de ninguna manera la inversión se identifica con la igualdad, que el mandato social de la familia atómica burguesa a veces es la manera más eficiente de destruir el amor y por último que el amor de pareja es un producto humano y que como todo producto humano carece de la eternidad que culturalmente nos vemos inclinados a enaltecer. Por último, es necesario destacar las actuaciones realistas, lúcidas, descarnadas de Ryan Gosling y Michelle Williams -nominada al Oscar por este papel-.
Emulando a Gena y Seymour Imposible olvidarse de John Cassavetes. Y mucho más difícil, imitarlo, reconstruir su magia, construir las interpretaciones que lograba con su pequeño grupo de “amigos” al punto de hacer creer a público cinéfilo y críticos, que solo estaban viendo el resultado de largas sesiones de improvisación. Y no era así. Todo estaba planeado. Algunos crédulos creyeron ver en Nick, su hijo, el legado de John. Idiotas. Nick destruyó la imagen de John cuando realizó el último guión que dejó su padre: Cuando Vuelve el Amor, solo Gena Rowlads (Mamá) quedaba del legado Cassavetiano en ese film… y un pequeño tributo de Travolta, el resto era para el olvido (especialmente la actuación de Sean Penn). Pero varios cineastas jóvenes comprendieron y aprendieron, lo que Nick no pudo. Hacer un cine honesto, fuera de los márgenes convencionales de Hollywood. Historias creíbles con personajes queribles y odiados. Discursos que vayan más allá de los personajes, de los actores y sobrevuelan el pensamiento del resto de los mortales. Así era el cine cassavetiano. Una constante exigencia de sacar al ser humano en alma y existencia. Un ejercicio actoral, el “ser uno mismo” en el escenario de la vida. Y sí, se puede encontrar un pedacito de Cassavetes en Sofía Coppola, un pedacito en Rebecca Miller, un pedacito en la pequeña Zoe (hermana menor de Nick). ¿Acaso las directoras comprenden mejor el universo cassavetiano que los hombres? Es posible, acaso en los años ’70 John Cassavetes ¿no comprendía mejor a las mujeres que cualquier otro director de la década? Pero aún así… siempre falta algo. Quizás los mejores exponentes no sean aquellos indies estadounidenses que hacen obvia la instrucción, sino aquellos que revivieron sus historias en universos propios, como por ejemplo Abel Ferrara que hizo una más que elogiable remake de The Killing of Chinese Bookie con Tales a Go Go. O los brasileros Luis y Ricardo Pretti, Guto Parente y Pedro Diogenes con Estrada para Ythaca recreando el espíritu de Maridos. Lo de Derek Cianfrance, se acerca al primer grupo: el de los nuevos indies del cine estadounidense que emulan a Cassavetes por su independencia y temática, y no tanto por lo que sus films dejaron. Más allá de este aspecto, no puedo negar, que como me advirtiera mi colega Tomás M. Luzzani, hay mucha estética de John en esta trunca historia de amor. Dean y Cindy son dos perdedores, fracasados en el amor que se encuentran, cuáles Minnie y Moskowitz. Se enamoran y no pueden imaginar la vida, sin el otro. Al menos, eso nos muestra Cianfrance en los sucesivos flashbacks que interceden en el presente no tan optimista de la pareja. En el presente, tienen una hija. Cindy es una enfermera cuya carrera está en ascenso. Dean se ha quedado en sus sueños. Su única meta en la vida es criar a Frankie, sobrevivir a Cindy y tomar cerveza. Pero, al igual que en los films cassavetianos, el alcohol no es EL conflicto, sino un vehículo que provoca que el matrimonio desbarranque. Es un romance triste, con final predecible. Cianfrance utiliza el mismo recurso que ya habían usado Gaspar Noé en Irreversible o Francois Ozón (sin mucho más cerca de este) en Vida en Pareja: mostrarnos la felicidad al final, para conseguir que no podamos creer la infelicidad inicial que, temporalmente hablando corresponde al desenlace. El interrogante es COMO está pareja llegó de un punto a otro. A pesar de que no es muy original el planteo, es ingenioso el desarrollo, y sobretodo honesto. Tan real acaso, que las situaciones se hacen demasiado densas y dolorosas. Hay mucha intervención de parte de los actores en la resolución narrativa, ya que ellos aportan, la espontaneidad, el rigor y la verosimilitud necesaria para que el relato y el ritmo no decaigan. Tanto Williams como Gosling conforman una pareja tristemente creíble, melancólica, austera, reprimida emocionalmente. La violencia es real, cruda. El sexo, adquiere una relevancia que va más allá del acto en sí: la definición de qué es, esa pareja. Un retrato de juventud sin sueños, que vive el día a día, golpeándose constantemente, mientras trata de definir ingenuamente, "que es el amor". Cianfrance logra mantener a los personajes a una distancia prudencial para no volver la historia en una telenovela de la tarde, pero también mantiene un tono frío y sombrío para no lograr una total empatía. En ese sentido, más allá de que Cassavetes tampoco transformaba sus tensos romances en telenovelas, uno podía sentir respirar al lado suyo a cada personaje. Pero ese era el poder de Rowlands, Gazzara, el mismo Cassavetes, Peter Falk o el gran Seymour Cassell. No quiero menospreciar con esto a Gosling y Williams que son, sin duda lo mejor del film (el juego de sonrisas y miradas que hacen cuando se conocen es fantástico, un lujo en el cine contemporáneo), pero aún les falta un poco para cautivar con espontaneidad pura, que el cine estadounidense se niega a mostrar, hace mucho, mucho tiempo. El montaje está pensado desde el guión y la paleta de colores primarios elegidos por el director de arte y de fotografía son una gran compañía del dúo interpretativo, así como la hermosa banda sonora. Cuesta seguirle las huellas al director de Opening Night o Torrentes de Amor, pero acaso se puede tener cierta esperanza: solo basta comparar el último maravilloso plano de Blue Valentine con el de Maridos. Ahí, hay algo más que esencia o espíritu.
Derek Cianfrance, co-guionista junto a Joey Curtis y Camie Delavigne, eligió muy bien a Michelle Williams, una impecable Cindy y a Ryan Gosling, como un perfecto descompuesto Dean. En ellos el equilibrio reside no sólo a nivel visual sino en la perfecta sincronía de sus trabajos actorales. Ahora bien, que nadie se confunda porque Blue Valentine no es una historia de amor risueña ni aún en sus pasos de comedia, sino más bien una pintura de cómo las relaciones amorosas, muchas veces, no logran salir de su encrucijada final. Con un gran manejo de los tiempos y un uso del flashback que hace difícil muchas veces distinguir en qué momento de los 6 años que están juntos está ocurriendo lo que vemos, la película demanda una mirada bien centrada en el pequeño detalle del igualmente pequeño paso del tiempo. Como toda pareja que ve irse hacia el abismo la familia que construyó, Cindy y Dean irán a pasar una noche romántica en un intento más de rescatar aquella pasión demoledora que comenzó años atrás y que los unió dando una hija como fruto. Eligen pasarla en un hotel temático, esas maravillas de la modernidad y la “habitación de futuro” es la elegida, pero en esa habitación del futuro verán el pasado que en fragmentos y como una sutil cascada, muestra por qué el presente es lo que es. Arrancando obviamente desde el día en que se conocieron, se enamoraron, llegaron a la culminación bella de ese amor y todo comenzó a caer. Encontrarse y perderse es cosa de casi todos los días. En el film de Cianfrance, lo realmente interesante es cómo se narra esa historia de ganancias y quebrantos que es el amor. Cámara, fotografía y diseño sonoro logran una homogeneidad en el montaje coincidente con la química que Michelle Williams y Ryan Gosling consiguen mostrar en la pantalla.
Amores perros Ante esta opera prima de Cianfrance -estrenada en la sección Un Certain Régard del Festival de Cannes 2010- uno puede quedarse (y enojarse) con los vicios y los clisés del paradigma indie norteamericano (un par de escenas compradoras/"demagógicas"/exhibicionistas para el mero lucimiento de sus protagonistas tocando la mandolina o bailando tap, los excesos de su musicalización, etc.) o bien con la profundidad emocional del relato, con las generosas y arriesgadas actuaciones de Ryan Gosling y Michelle Williams (ambos nominados al Globo de Oro y ella también al Oscar), con ciertas osadías para los estándares del cohibido cine estadounidense actual (como sus intensas escenas de sexo, por ejemplo) o con lo bien que funciona la estructura de guión (la crisis y disolución de una pareja con una hija es narrada de manera paralela a la historia del enamoramiento). Ante esa disyuntiva, yo prefiero quedarme con los logros y no tanto con los pequeños fracasos de la propuesta. Al fin de cuentas, se trata de un primer largometraje y Cianfrance -aquí en plan "jugando a Ingmar Bergman yJohn Cassavetes"- tiene todavía mucho camino por recorrer para pulir lo que evidentemente es un talento en bruto.
Encuentros y desencuentros amorosos Una combinación extraña llega a la pantalla grande de las salas nacionales, donde las buenas interpretaciones sostienen una historia que baraja el presente y el flashback con una cámara que remite al cine independiente. Blue Valentine La historia es de amor? Si, es de amor, pero un amor que se desquebraja y el único sostén e hilo conductor de esta pareja es su amada hija. El argumento de Blue Valentine es el recorrido de las angustias que afronta esta pareja a través del tiempo. El relato aparece articulado con situaciones del pasado y de un presente incierto y menos rosa. El deterioro de esta relación y las exigencias de la vida cotidiana han transformado a Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams, nominada al Oscar en el rubro mejor actriz), un matrimonio que ahora intenta encontrar a su perro perdido y cumplir con el amor de su pequeña hija. Los seis años de esta pareja se verán barajando de tal manera que el espectador se inquiete e intente ver cómo se conocieron y cómo será el resultado final de estas dos personas que han madurado de maneras muy distintas y aún no saben si lo que queda es o no amor. Para ser más claro, Blue Valentine no es una típica historia con el clásico final feliz. Por el contrario, es un relato que el espectador lo padece, al igual que los protagonistas.
La historia gira en torno a Dean y Cindy, marido y mujer, y su relación a través de los años, moviéndose en diferentes períodos de tiempo. Los conflictos que enfrenta la pareja encuentran su raíz en la ambición de ella, yuxtapuesto a la satisfacción que percibe el marido, quién centra su vida alrededor de su mujer e hija. La descripción que los autores emplean para referirse a Blue Valentine desde el póster es que se trata de "una historia de amor". Si bien esto es en parte cierto, no se podría decir que es una definición adecuada. Como la canción homónima de Tom Waits, esta es una doble historia, presente y pasado, lo que es y lo que fue. A la primera que se accede es a la de la pareja en la actualidad, con una hija pequeña, una casa, un perro, pero muchas frustraciones que desembocan en los problemas matrimoniales. A lo que se puede denominar una segunda es a los comienzos de la relación, la verdadera "love story", cuando el amor del uno por el otro los hace superar uno de los mayores desafíos que una pareja puede atravesar. Los autores han adoptado posturas definidas sobre dos tópicos intocables propios del cine romántico, ya que si bien permiten el amor a primera vista, van a puntualizar que el amor no es para siempre. Construyen un gran romance entre dos jóvenes que son el uno para el otro y luego recogen los pedazos. Así la originalidad del filme recae en la forma en que está construido el relato, se hace parte al espectador tanto del principio como del final pero, elipsis mediante, se lo excluye del desarrollo, es decir de toda su vida de casados. De esta forma no se explica qué es lo que pasó con esta joven pareja que, según la historia del cine, tendría que haber vivido feliz para siempre. Los sueños de juventud de ella se vieron frustrados y se encuentra con un marido que, desperdiciando su potencial, se conforma con una vida libre de pretensiones pero también carente de logros. Es una pareja real con problemas reales, no hay factores externos que hayan generado el cortocircuito, es el paso del tiempo el que los lleva a ese quiebre. Al ser una película sobre la evolución de los protagonistas las actuaciones son un elemento fundamental y ambos actores están a la altura de la situación. Tanto Michelle Williams como Ryan Gosling brindan performances impecables en ambos extremos de la historia. La química entre los dos es evidente, ya sea en los momentos de romance, escena jugada de sexo incluida, así como en las situaciones de hastío. Uno de los puntos más importantes, que tiene lugar en un albergue transitorio, se produce cuando Dean trata de reavivar su matrimonio, no desde un punto puramente sexual sino buscando reconectar con su mujer, mientras que Cindy lo rechaza poniéndole obstáculos, pidiéndole incluso que la golpee para que esa falta de amor sea justificada. Se trata de una escena angular, es un punto de declive del que parece que ya no hay retorno, y fue desarrollado con la pericia que requería. Si bien sólo ella fue reconocida en la carrera por el Oscar, tanto uno como el otro ofrecen una actuación cruda, sentida y realista por la que deberían haber recibido sendas nominaciones. Es un muy buen trabajo por parte del debutante Derek Cianfrance que sin caer en golpes bajos u obviedades logra que se refleje en pantalla un estado de crisis palpable con el que se es capaz de identificarse. Acompañado de dos actuaciones excelentes así como por una gran banda sonora, en su mayoría a cargo de Grizzly Bear pero con una canción que se destaca por el resto como es la gema oculta You and me de Penny and the Quarters, se ha logrado una película original digna de reconocimiento.
Todo tiempo pasado fue mucho mejor ¿Cómo no conectarse emocionalmente con esta película? ¿Cómo no sentir empatía e identificación con estos personajes o con algo de la historia? Independientemente del momento que uno esté transitando cuando la mira, independientemente de cómo uno esté anímicamente, esta película te destroza, te angustia, por momentos te asfixia, y despierta una serie de preguntas y reflexiones que resultan ineludibles después de mirarla. Blue Valentine es el segundo largometraje de ficción del director y guionista Derek Cianfrance, quien dirigió principalmente documentales, muchos de ellos sobre la vida de diferentes músicos. Menciono esto porque la película tiene algo de documental en su estética, en su acercamiento a la realidad, en la intimidad con la que Cianfrance nos muestra las vidas de los personajes y en el realismo de la historia, gracias a un trabajo de cámara muy interesante que contribuye a crear las distintas atmósferas. La historia ya es conocida; un matrimonio, el contraste entre el presente angustiante y el pasado feliz. El contraste es expresado desde todo punto de vista: narrativo, visual, estético. Y Cianfrance construye esta historia mediante flashbacks y se encarga de dejar muy en claro las diferencias entre los dos momentos; no hay vueltas ni recovecos en esta historia (lo que no implica que no haya conflictos intrincados ni situaciones sumamente conflictivas entre los personajes). Más allá del cambio estético evidente entre los dos momentos (tonalidades más claras para el pasado, tonalidades más sombrías y oscuras para el presente), el uso de la cámara es llamativo. En el presente, tenemos una cámara en mano y primerísimos primeros planos de los protagonistas, casi todo el tiempo, al punto de provocar cierta incomodidad en el espectador en varias escenas. Este recurso, como mencionaba antes, genera una sensación de intimidad, de acercamiento, que nos permite meternos de lleno en la historia, en las sensaciones de los personajes, ver de cerca sus expresiones, hasta la más mínima mueca. Muchos planos están compuestos por ellos dos, uno en primer plano y el otro en segundo plano, más difuso. Todo esto nos muestra con crudeza y realismo la distancia, la lejanía que hay entre ellos. El presente es terrible y patético; la pareja ya está en crisis, la rutina hizo estragos en la vida marital de los protagonistas y ya casi no hay lugar para el disfrute o la espontaneidad. En cambio, en el pasado todo tiene, literalmente, otro color. Las tonalidades son más claras, los escenarios, más coloridos; los protagonistas están radiantes y la cámara no los acecha sino que los capta con planos más generales, los retrata en toda su plenitud; ellos son pares y la cámara se encarga de mostrarlos como tales. El pasado simboliza la felicidad que hoy ya no tienen. Los espectadores somos testigos del origen de este amor, de cómo se enamoraron, de cómo se disfrutaban, de cómo se reían y de cómo jugaban. Los continuos flashbacks resultan, entonces, muy angustiantes, porque los contrastes son muy fuertes pero a la vez muy creíbles y eso también se debe, en gran medida, a las actuaciones de sus protagonistas, Ryan Gosling y Michelle Williams. Ambos actores se meten en la piel de estos personajes y nos brindan una actuación que fascina por la honestidad, la austeridad y el realismo que le impregnan a la historia. En esta película no hay golpes bajos, solo un retrato absolutamente verosímil de la decadencia de una pareja disfuncional. Además de lo mencionado anteriormente, la banda de sonido acompaña increíblemente bien esta transición de estados y de tiempos. La mayoría de los temas pertenecen a la banda estadounidense Grizzly Bear, de rock/pop experimental y psicodélico. El tono melancólico y oscuro de ciertas canciones no hace más que acompañar maravillosamente la atmósfera de desolación, resignación y dolor del presente de la historia. Y como dije al principio, y pasando a analizar un poco más la historia, la película me despertó ciertas preguntas y reflexiones (justamente el verbo es “despertar” porque hace rato que las tengo y, de vez en cuando, salen a perseguirme): ¿cómo es posible haber sentido algo tan fuerte por alguien y años después odiar a esa persona al punto de sentir rechazo y no tolerar casi nada de ella?, ¿qué mecanismos operan en la psiquis humana para que tales variaciones en los sentimientos sean factibles en un lapso no tan prolongado de tiempo?, ¿es posible tener felicidad a largo plazo con una pareja?, ¿cómo se hace para no caer en el inevitable hastío de la rutina y la costumbre?, ¿cómo se construye una pareja sana partiendo de dos individuos con sus propias historias y sus propias conflictivas? Y, como le pregunta Michelle Williams a su abuela en una charla memorable: “¿cómo podemos confiar en nuestros sentimientos si un buen día desaparecen?”. Por supuesto que no tengo respuesta para ninguna de estas preguntas como tampoco la película las tiene. Los seres humanos somos tan complicados, tan intrincados, con nuestros pensamientos, nuestra historia, nuestros deseos, nuestros “potenciales” y, en algún momento de la vida, nos juntamos con un otro, un otro con todos los equivalentes anteriores “suyos”, y eso, esa unión, tiene que funcionar durante años. No se, ¿es realmente viable? ¿por qué cambiamos tanto? ¿por qué una pareja cambia tanto al punto de que se tenga que programar una salida para emborracharse y tener sexo porque ni eso ya es algo espontáneo ni placentero? ¿cómo lidiamos con las dificultades del otro? ¿cuánto estamos dispuestos a tolerar de la disfunción del otro? No lo se, no creo que nadie lo sepa, pero está bueno que nos lo preguntemos y que intentemos pensarlo, o no. Quizá solo haya que relajarse y disfrutar de esto tan corto que transitamos sin tanta angustia ni tanto dolor. No lo se.
Oscura dimensión de un amor en registro de alto nivel cinematográfico "Blue valentine" es un film de esos que aparecen cada tanto. Son contados los productos que atraviesan la emocionalidad del público de esta manera. Recuerdo haber entrado desprevenido a la sala donde la ví, este año en el BAFICI, y desde que empezó, hasta su previsible pero potente final, no pude despegar los ojos de pantalla. En general, las historias de amor que uno ve, terminan en el instante en que la pareja concreta e inicia su relación, pero aquí, Derek Cianfrance (el director) elige contarnos en forma paralela, el derrumbe de la misma en contraste con las circunstancias que la generaron. Lo cual es... Original, pero por sobre todas las cosas, narrativamente poderoso y visualmente atrayente a todas luces. "Blue Valentine" es un viaje al corazón sangrante de los protagonistas, pareja en crisis y a punto de la disolución donde cada miembro está atravesado por su propia circunstancia y no logra comunicarse con el otro en la sintonía que necesita. En ese sentido, la historia es la clara expresión de un notable trabajo en cuanto al guión y la dirección. No es sencillo narrar historias de este calibre y lo habitual al hacerlo, es quedar a merced de las actuaciones, que son las que definen el destino del film. Aquí, si bien el montaje se muestra como uno de los grandes aciertos del film, la historia se sostiene apoyada por las excepcionales labores de Ryan Gosling y Michelle Williams (nominada al Oscar por este trabajo) quienes conforman la sufrida pareja que transitará sus últimas horas luchando denodadamente para salir adelante juntos, buscando agotar los medios para preservar la famila que formaron y proteger a su hija, fruto de su amor en un tiempo pasado. Cianfrance capta la esencia de esa experiencia de vida y todos sus matices y aristas naturales que se producen en ese contexto. Logra, en definitiva, atraer al espectador con una película que refleja en todo su desarrollo, imágenes comunes a las relaciones que todos alguna vez vivimos y que vemos reflejadas de manera fiel (la caracterización de las emociones y las escenas de discusiones son significativas y fácilmente reconocibles) al punto que nadie puede permanecer indiferente frente a lo que se despliega en la pantalla: este matrimonio se amó con locura y el paso del tiempo degastó la relación... ¿quién no conoce un caso así? ¿quién no vivió una situación semejante? La pelicula empieza en el presente, donde Dean y Cindy desayunan junto a su hermosa hija Frankie. Llevan varios años de casados y en este momento, están en universos distintos, mientras Cindy trabaja de enfermera para aportar el metálico fijo todos los meses, Dean elige hacer trabajos part-time y no tener una relación laboral estable o fija. Tienen distintas ópticas sobre la vida y en dos cuadros ya anticipamos lo compleja que es la convivencia. Ya a los pocos minutos mientras la cámara recorre la cocina, comenzamos a ambientarnos en esa familia: algo está mal y ninguno de los dos lo disimula. Sólo tratan de llevarse bien para que Frankie esté tranquila pero su comunicación meta verbal es significativa: se hablan poco y no están cómodos los dos, algo pasa. Cuando nos adentramos en este recorte, el director empieza a jugar con el flashback y nos arrastra al pasado, donde ellos no se conocían y nos va trayendo en retazos, el génesis de la pareja. Los dos eran jóvenes en esos días, siendo adolescentes diferentes del resto (aunque no similares entre sí) y fueron adentrándose en esa unión de manera que la misma se convirtió en una tabla de salvación para sus circunstancias de ese momento. De ahí en más, viajaremos en el tiempo para conocer este vínculo y bucear en su interior a lo largo de todo el tiempo que la pareja atraviesa junta. Lo temporal es un recurso más, bien usado, pero la química entre Gosling y Williams es sorprendente. Le dan entidad a su relación en todas las etapas que atraviesan, mostrando sólidos recursos para no caer en estereotipos y brindarnos su más logrado trabajo en mucho tiempo. Los dos. "Blue Valentine" es un film de la envergadura que es, por contar con actores de esta talla, sin dudas. Hay una fotografía cuidada que elige una paleta intensa y luminosa para el pasado y más azulada para el amargo presente, una banda de sonido íntima y adecuada y una gran trabajo de cámaras para lograr planos cortos que subrayen la expresividad de los protagonistas. La intensidad lograda es ajustada y pura: hay buen cine de autor aquí y se celebra que estemos en la sala siendo testigos de este primer gran largo de Cianfrance (especialista en cortos y televisión hasta hace poco): el hombre ya cosechó auspiciosas críticas y se prepara para estrenar la esperada "Metalhead" (acerca de un músico de heavy metal que pierde la audición y debe adaptarse a esta circunstancia), un gran proyecto de cineasta que ojalá se consolide en este camino. "Blue Valentine" es un viaje plagado de emociones y lugares comunes que conmueve y emociona como pocos en este último tiempo. Es una historia de amor, con principio y final, contada en clave de carne viva, un gran film que es de lo mejor en cartelera para esta semana. Imperdible. Algo más, el título está basado en una canción de Tom Waits, les dejo un fragmento que ayuda a entender el sentido de la historia... "It takes a whole lot of whiskey to make these nightmares go away, I cut my bleedin' heart out every night And I'm gonna die just a little more Each St. Valentine's Day Don't you remember I promised I would write you these blue valentines"
Nos habíamos amado tanto Bella y demoledora crónica del comienzo y final de una pareja. Con notables actuaciones. Al final, en contra de las convenciones de Hollywood y de nuestras esperanzas, habrá que admitirlo: la felicidad y el amor (pasional) perdurables no parecen estar contemplados por la naturaleza. ¿Nos queda algo más? Tal vez, el consuelo del arte: el conjuro de convertir las penas y frustraciones en belleza. No todos podemos hacerlo. El realizador Derek Gianfrance, sí. Lo demuestra en Blue Valentine : crónica de la declinación, agonía y muerte de una relación de pareja, por causas naturales, sin terceros ni atenuantes externos, con una mezcla de ternura, culpa, desesperación y hastío. Una película cruda, intensa, realista: extraordinariamente interpretada y construida. El director engarza, como un talentoso orfebre, los tiempos del inicio y final del vínculo. El eufórico pasado y el opresivo presente: entre medio, aunque no la veamos, la rutina y su implacable trabajo corrosivo. El efecto de la elipsis y los contrapuntos temporales es demoledor: algo así como mirar fotos viejas en medio de una separación. Las actuaciones de Michelle Williams (Cindy) y Ryan Gosling (Dean) son notables: ambos parecen escindirse entre la propia juventud y la madurez; en este último caso, sus caras, cuerpos y actitudes reflejan el peso de los años y los sueños incumplidos. El pasado está filmado en 16 mm, lo que le otorga calidez y distancia; el presente está captado en planos cortos y cerrados, plagados de señales de malestar: a pura asfixia. Dean, que es pintor de casas, parece más satisfecho consigo, como si sólo aspirara a una versión mejorada de su vida. Cindy, que intentó ser médica y es enfermera, carga con una amargura terminal, acaso más realista. Aunque el personaje de él provoca mayor empatía (no sólo masculina), Gianfrance elude, con inteligencia, cualquier maniqueísmo. No hay culpables ni desdén ni desamor: apenas la trágica erosión de los años. El director -un claro admirador del cine de John Cassavetes- les indicó a los actores que cambiaran los roles arquetípicos de género. Otro gran acierto. Dean, entonces, funciona como el personaje más tierno, más cercano a la pequeña hija de la pareja, más apegado al hogar; lo que el prejuicio marca como más “femenino”; Cindy es menos demostrativa, menos romántica, más fría e impulsada hacia la vida externa. Hay secuencias inolvidables. Como una en la que Dean, buscando salvar lo insalvable, incurre en lo que no hay que incurrir: el remedo del pasado . Para eso, invita a Cindy a pasar una noche en un hotel. Reserva una habitación temática: la habitación del futuro . El cuarto es artificial, frío, mecanizado, patético: la antítesis de los climas que la pareja conseguía, al comienzo del vínculo, sin proponérselo. Nada que se parezca al placer ni la felicidad ocurrirá entre la escenografía de ciencia ficción hotelera. La película juega con la incapacidad de seguir y la de separarse. La pareja, en pleno ocaso, se sigue queriendo, a su manera, pero no puede recuperar la pasión. No tiene escapatoria: no hay vuelta atrás, ni una salida que excluya el dolor y el desamparo. Al final, alivia pensar en la frase “Uno siempre debe arriesgarse a fracasar”. Gianfrance la dijo por el cine. Pero también es aplicable al amor y a la vida.
Amor en fuga El amor viene, el amor se va. Así puede sintetizarse (torpemente) este triste San Valentín (Blue Valentine). Es la historia vivida por muchos. Tal vez la ilusión romántica del amor eterno, que se hace pedazos por medio de un factor: “el tiempo lo arruina todo”, como planteaba Gaspar Noé en Irreversible. ¿Es destino fatal o una situación que no cuaja con gran parte de la humanidad? Podrá taparse o ponerse a la vista cuando, por cansancio, hartazgo, exceso de optimismo en el cálculo o, simplemente, incompatibilidad, el amor se acaba. Y empieza el dolor, la denigración mutua. Cuando se trata de buena gente, como los personajes que protagonizan de la película, el dolor duele más. Ellos dice que no saben qué hacer, se declaran impotentes, desconocedores, de cómo poder salir de la fea situación que precede a separarse. Ryan Gosling y Michelle Williams, ambos nominados para los Globo de Oro y los Oscar, llevan adelante esta dolorosa historia. Una firme dirección de Derek Cianfrance, quien también intervino en el guión, hace ascender lentamente las situaciones hasta llegar a un fuerte clímax, que la antes mencionada mayoría (tal vez) de la humanidad conoce bien. El empleo, en casi todo el film, de potentes teleobjetivos, con el consiguiente efecto de aislamiento de los personajes, sumidos casi siempre en las brumas del fuera de foco, no hace sino dar el marco visual conveniente para los altibajos propios de lo que se cuenta. Los primeros momentos contrastan con los últimos, actuando todo como un gran espejo que el que, sin ojo crítico, reiteramos que muchas personas revivirán situaciones (placenteras y patéticas) bien conocidas, aunque no muchas veces mostradas con la sencillez que maneja el director Cianfrance. Es un espejo, en el que no cuesta mirarse ni identificarse. No actúa como sermón, ni toma una postura. ¿La transparencia que para el cine planteaba André Bazin por otros medios?
Con una estructura no lineal que intercala el pasado y el presente, el drama cuenta la historia de un amor Hace tiempo que el recurso de armar un relato cinematográfico a partir de una línea de tiempo fracturada, no lineal, que avance y retroceda según las necesidades del guión, dejó de ser original. El uso y abuso que Alejandro González Iñárritu hizo del mecanismo narrativo logró extirparle casi toda su capacidad de interesar y entretener más allá de la manipulación emocional a la que el director mexicano acostumbra. Y sin embargo, eso es lo que consigue Blue Valentine: una historia de amor. Pero no sólo eso. Porque este drama romántico además conmueve mucho más allá de su estructura repetida, especialmente en el cine independiente. Con las emociones siempre a flor de piel y al borde del desborde, los personajes centrales, la pareja formada por Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams), transitan situaciones cotidianas que los llevan al límite de su historia juntos y al dolor de la pérdida y el fracaso del proyecto en común. Y gracias a esos saltos temporales que forman parte del desarrollo de la trama, el espectador consigue entender qué es exactamente lo que Dean y Cindy están perdiendo. Un duelo compartido que justifica con creces la suspensión de la lógica cronológica. Aquí, a partir del derrumbe de una pareja se muestra cómo fue construida, tiempos mejores en los que ladrillo a ladrillo se armaban los cimientos de un amor fuerte, aparentemente indestructible y eterno. En el centro de la zona del desastre están Cindy y Dean, en ellos recae todo el peso dramático del relato, armado a partir de viñetas del pasado y el presente, pequeños detalles que de a poco, con sutileza, pintan un cuadro complejo, tan sombrío como luminoso. Magníficos actores por separado, Williams y Gosling juntos, en las escenas que comparten, consiguen dotar a sus personajes de una humanidad y una densidad que nunca pierden de vista el tono realista marcado por la dirección del debutante Derek Cianfrance. Esa secuencia del pasado en la que unos jóvenes Dean y Cindy elaboran un brillante momento musical callejero, partes iguales de juego de seducción y sincero desamparo, coloca a la película en un estado de gracia inusual. Algo similar sucede con un pasaje bastante menos feliz del presente de la pareja que transcurre en una habitación de hotel ridículamente futurista. Allí, gracias al trabajo del director de fotografía Andrij Parekh, la falta de circulación de aire, la asfixia del amor entre Dean y Cindy, se traduce en unas imágenes tan extrañas como bellas. Y aun en medio del desastre aparece el humor -amargo pero humor al fin-, que reconfirma la habilidad de los intérpretes. Tal vez el punto débil del film esté en las excesivas explicaciones, como de manual de psicología, respecto de las motivaciones de Cindy y Dean para convertirse en pareja primero y autodestruir su vínculo después que aparecen hacia el final de la película. Claro que el innecesario subrayado no le quita mérito a un film profundo y conmovedor.
Pasado y presente de una pareja en ruinas No deja de ser sintomático que Blue Valentine, la ópera prima de Derek Cianfrance, empiece con un grito. Es un grito dulce, pequeño, inocente, de una nena que llama a su perro, pero que establece ya desde el comienzo mismo del film la angustia que lo irá impregnando poco a poco, mientras somos testigos de la desintegración de una pareja que se amó intensamente y que en poco más de cinco años, con una hija a cuestas, dejó que todo se derrumbara entre ellos. Premiado en Sundance 2010, luego seleccionado en Un Certain Regard, del Festival de Cannes, y finalmente nominado al Oscar a la mejor actriz (Michelle Williams), el debut de Cianfrance cumplió con todos los pasos del clásico Via Crucis del cine indie estadounidense: rechazo inicial por parte de numerosos productores, demoras de años en remontar el proyecto, rodaje express con escasos recursos y súbita ascensión al cielo de la consagración internacional. Una consagración que quizá pueda parecer excesiva a la luz del film en sí mismo, pero que es comprensible en el alicaído panorama de la producción que nace por fuera de los estudios de Hollywood y que sin embargo –como es este caso– aspira a su reconocimiento, a ser incluida dentro del sistema que originalmente no le dio lugar. Con inteligencia, Blue Valentine trabaja simultáneamente dos tiempos narrativos. Por un lado, un presente continuo de poco más de 24 horas, en el que Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams) se enfrentan al momento más crítico de su vida en común y, por otro, una serie de flashbacks que dan cuenta del encuentro de la pareja, cuando las cosas no eran fáciles pero aun así parecían tener un porvenir. Al fin y al cabo, él acababa de conseguir un trabajo en una empresa de mudanzas de Brooklyn y ella soñaba con estudiar medicina, a pesar del escaso (por no decir nulo) apoyo de su familia. Y se querían y estaban dispuestos a todo. Un lustro después la realidad los encuentra borrachos, en un sórdido motel, en una suite ambientada a la manera de una nave del futuro, donde lo único que pueden intentar es reunir los escombros de su pasado. El contraste que provoca esa estructura en principio funciona razonablemente bien. Hay un vacío inicial, un agujero negro entre ambos tiempos que se irá completando a la manera de un puzzle, con piezas que van encastrando unas con otras y personajes que van formando un cuadro más completo de la situación: los compañeros de trabajo de Dean, el ex novio de Cindy, su padre, su abuela... Todos van contribuyendo a pintar el retrato de una clase obrera suburbana condenada a enterrar todos y cada uno de sus sueños. Lo que molesta del film, lo que le resta la fuerza y la naturalidad que aportan Gosling y Williams –una pareja capaz de trabajar en una sintonía muy fina, aun en las escenas más eróticas y también en las más violentas– es su manierismo. Hay una artificiosidad en la puesta en escena, un exceso de efectos de fotografía, un uso abusivo de la estética clipera y publicitaria que va limando todo aquello que Blue Valentine tiene de real y de verdadero. No alcanza con que Cianfrance filme el pasado con el calor y la textura del Súper 16mm y el presente con la frialdad propia del registro video y sofocantes primeros planos filmados con teleobjetivo. Tiene dos excelentes actores, pero a diferencia de Kelly Reichardt, por ejemplo, que también contó con Michelle Williams como protagonista (en Wendy y Lucy y Meek’s Cutoff) no les da el suficiente espacio, les impone sus lentes, sus caprichos y, en algún caso, también su cursilería, como esa escena en la que ella baila al compás de una canción que él tararea y que parece escapada de otra película.
Cuando el amor tiembla A Cindy (Michelle Williams) no le alcanzan las horas del día para repartir entre su labor como enfermera, el descanso, el cuidado de la casa y de su hija Frankie. Vive con un esposo que la adora, Dean (Ryan Gosling), que trabaja ocasionalmente pintando casas y es más bien infantil y reacio a tomar responsabilidades. Pero algo ha pasado desde que se conocieron y nació ese amor irresistible, a primera vista. Dean es capaz de vislumbrarlo, pero se resiste a enfrentar la realidad del distanciamiento de su esposa; Cindy rumia en privado sus sensaciones, perpetuamente incómoda y tensa, sin poder verbalizar o ubicar sus insatisfacciones. Si el amor se definiera como el juego de ganar y perder (metáfora lírica más ajustada a la necesidad de un compositor musical o autor romántico que a la realidad), el espectador de "Blue Valentine" podría pensar que la moraleja de esta, como de muchas otras historias, es que en el amor siempre se pierde, aunque se gane. Amar es sufrir. O desear sin llegar a satisfacer en plenitud ese anhelo punzante. Tal la mirada que ofrece Derek Cianfrance con esta historia, la sencilla y muy realista trama de amor entre dos personas en un lapso de unos seis años. El mayor mérito de la película reside en dos pilares: la forma en que está contada, y las excelentes actuaciones de la pareja protagónica y los secundarios. El manejo de cámaras, timing, escenarios y línea temporal (flashbacks que permiten vislumbrar cómo se originó la pareja de Cindy y Dean) se conjugan para redondear el producto, que si tiene algún demérito es quizá, y sólo quizá, la expectativa del espectador al entrar a la sala. No es una historia de amor de esas que el cine ofrece habitualmente, sino un drama sumamente verosímil donde los momentos luminosos, más bien escasos, son el balance necesario para que se luzcan los rincones oscuros de la historia. Que vendrían a ser el sustrato real de la misma, la perspectiva que al director le interesa abordar y analizar. El final tampoco es políticamente correcto, y hay algo de suspenso, de inconclusión en las escenas finales. En definitiva, que quienes vayan en espíritu romántico abandonen en la puerta toda esperanza.
Logradas escenas del final de un matrimonio Sorprende esta película estadounidense, claramente situada por sobre el promedio de las obras de ese origen dedicadas a problemas de pareja. Sorprende y duele, porque nos presenta con mucha honestidad varias escenas del final de un matrimonio, confrontadas con las del noviazgo y los primeros tiempos. No sabemos por qué la parejita de aquellas buenas épocas terminó siendo lo que ahora vemos, en apenas seis años. Porque sus integrantes se siguen queriendo, en el fondo rehúyen separarse, sobre todo porque está la nena, pero también sienten desilusión, agotamiento, hastío, en fin. No lo sabemos, pero podemos sospecharlo. Las espectadoras, o los enamorados de la chica rubia, van a comentar los defectos del hombre, entusiasta, creativo, cariñoso, pero demasiado desorganizado y neurótico. Los varones, en cambio, comprenderán los esfuerzos del enamorado ante una piba linda pero apagada, insulsa, que no sabe comunicarse ni decir lo que quiere, y quizá tampoco sepa lo que quiere. Y más de uno, por no decir prácticamente todo el público, reconocerá ahí algo de sus propias experiencias, las lindas y las amargas, sobre todo las primeras intimidades, y luego la convivencia agria o desinteresada, y también la rabia y el dolor de separarse. Por ahí va el atractivo del film, ése es su mayor mérito. La pareja imaginada para el film es creíble, las situaciones son verosímiles, los intérpretes adecuados, como los maquilladores, y el autor tiene mucho don de observación y maneja correctamente un estilo a lo Cassavetes, cercano sobre todo a «Minnie & Moskowitz (Así habla el amor)» pero sin final feliz. Típica, la escena en que el marido arroja furioso su anillo de compromiso al medio de un yuyal, e inmediatamente se pone a buscarlo todo el resto del día, mientras la mujer lo mira con piedad y mucha vergüenza por haberse casado con semejante papelonero. Derek Cianfrance es el autor, que viene del documental y ya se ha lucido en algunos retratos de músicos. Acá se luce como debutante en la ficción, y también destaca cierta habilidad comercial, ya que el gancho de la obra ha sido, en primera instancia, la reacción de la censura americana por ciertas escenas de sexo. Ryan Gosling («Lars y la chica real») y la ascendente Michelle Williams («Wendy & Lucy») hacen con reconocible naturalidad esas partes, y también las otras mucho menos agradables. Resumiendo: sería exagerado compararla con las «Escenas de la vida conyugal», de Ingmar Bergman, ni siquiera con el «Matrimonio» de Claude Lelouch, pero esta «Blue Valentine», que en algunos países se estrena como «Triste San Valentin», tiene lo suyo, y vale la pena. Cuestión de animarse a verla, que en este caso es como decir animarse a ver, probablemente, una historia como la de uno (encima sin la rubia).
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El tiempo todo lo destruye Blue Valentine (Una historia de amor) (Blue Valentine, 2010) es, de hecho, la historia de un cortejo y la historia de un desencanto. Es el relato de un chico y una chica (Ryan Gosling y Michelle Williams) divido en dos temporalidades: los días de flirtear y prometer, y los días de pelear y acabar el matrimonio. La narración corta temporalmente entre el escenario chico-conoce-chica y la disolución de la misma pareja, más vieja, fofa y con una hijita encima. El título promete amor y probablemente haya algo de eso, pero la anatomía del film se ocupa mayormente de elipsarlo. “El tiempo lo destruye todo”, reza el epílogo de Irreversible (2002). Este era el film de Gaspar Noé donde las escenas se resolvían en un solo plano y todas corrían al revés (comenzando por el fin y terminando por el principio). Al invertir la lógica causal de los eventos, volvía impotente la mirada del espectador y todo intento de reconstrucción del argumento. Por otro lado, el conocimiento de la consecuencia mantenía al público atentamente buscando una causa inmediata. El film no posee tanta crueldad manipuladora (o temática), pero comparte una cierta simetría en la elaboración de sus relatos, que se presentan como paralelos y alternos, cuando en realidad son dos momentos de una misma línea temporal. Ahí está lo intrínsecamente terrible del tiempo: que la “historia de amor” ocurra entre líneas, entre cortes, un vacío que sólo ha de ser representado por su causa y su consecuencia, pero nunca en sí mismo. Es, también, el verdadero mérito de Blue Valentine: representa una relación madura y verosímil sin recurrir a los más típicos gajes de construcción. Esto, a su vez, la hace una película gris (desde la tonalidad de su paleta hasta el registro más simbólico de la imagen). Está filmada, cortada y montada al estilo del cine “introspectivo”, de moda hoy en la periferia cinematográfica: tomas largas, saltos de foco, planos secuencia y general ascetismo de la imagen. Las escenas del pasado se han filmado en 16mm y las del presente en formato digital, aunque el director/guionista Derek Cianfrance no llegó a concretar su deseo en la realidad de filmar ambas temporalidades con años de distancia entre sí, para avejentar tanto a los actores como la relación entre ellos. El núcleo de prácticamente toda escena yace en la interacción entre Gosling y Williams. Pesa sobre sus dotes actorales sostener el relato. Improvisan gran parte del material y logran generar una química tan humana que la película puede prescindir perfectamente del proyecto “a tiempo real” del director. Cianfrance ha pasado los últimos doce años de su vida haciendo documentales para recaudar fondos de financiación. Es su primer largometraje y es implícitamente autobiográfico, una película “independiente” de esas que encuentran distribuidores de renombre a último momento, en parte gracias al peso de los protagonistas, y así logran trasgredir los códigos de producción moralistas de la industria. No de otra forma un director desconocido lograría colar escenas (de sexo, de injuria, de incorrección política) en una película distribuida por los hermanos Weinstein (los mecenas de Steven Spielberg y Quentin Tarantino, entre varios otros). El tiempo todo lo destruye y esta película da cuenta brutal de ello. No es realmente un ejercicio sobre la nostalgia, ni un drama de golpes bajos que quiere sensibilizar a toda costa: es, simplemente, la exposición apasionada de un antes y un después, las terribles fauces de una elipsis que traga todo lo bueno del medio.
Blue Valentine es una película que los amantes de las historias depresivas seguramente coleccionarán en dvd junto con la filmografía completa de Alejandro Gonzáles Iñárritu. Esta producción cuyo título evoca un maravilloso y brillante disco de Tom Waits se dedica a examinar con mucho realismo el nacimiento y decadencia de un matrimonio. Una propuesta que tiene varios puntos en común con Sólo un sueño, el film de Sam Mendes con Leonardo Di Caprio y Kate Winslet, que también trabajaba los altos y bajos de la relación de una pareja joven en los años ´50. Blue Valentine es menos melodramática, aunque más directa y brutal a la hora de narrar los esfuerzos que hacen los protagonistas para sostener una relación bastante complicada que poco tiene que ver con las historias de amor que suele brindar el cine norteamericano. La trama desarrolla a través de una narración no lineal varias etapas de la relación de los protagonistas a lo largo del tiempo y muestra como sus sentimientos van cambiando a medida que ellos transitan distintos momentos de su vida. Se trata de un film triste y desgarrador por momentos que llega a tocar las emociones del espectador por las tremendas actuaciones de los dos protagonistas. La película sobresale principalmente por los trabajos de Michelle Williams y Ryan Gosling, quienes brindaron sus mejores interpretaciones en el cine hasta la fecha. Cuesta entender después de ver este film que Gosling haya quedado afuera en las nominaciones al Oscar, cuando su labor en esta producción con el tiempo va a ser mucho más recordada que la actuación de Jesse Eisenberg en Red social. Una buena recomendación para quienes busquen un drama maduro y emocional que no se va a borrar de la mente a los cinco minutos de haber salido del cine.
Melancólica balada de amor Una historia de amor, de esas tristes y melancólicas, pero de las reales. Eso es Blue Valentine, film de Derek Cianfrance que narra la historia de Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams), dos adolescentes que se enamoran y que a lo largo de los años, luego de estar casados y tener una hija experimentarán como su matrimonio se desmorona. La película de Cianfrance se divide en dos líneas temporales bien marcadas: el presente en dónde ambos protagonistas confrontarán una serie de conflictos que irán destruyendo la pareja; en tanto que entre intercalados flashbacks se irá desplegando su etapa de jóvenes a partir del momento cuando se conocen y enamoran al mejor estilo cuento de hadas. El distanciamiento, las discusiones y decisiones erróneas harán que Dean y Cindy desgasten una relación de un comienzo encantador, que como relata el film en una escena memorable, él le recitará con su ukelele, al mejor estilo Tiny Tim, unas palabras de amor mientras ella hace unos pasos de tap al compás de la música. Tales minutos tendrán un espectro mágico que declararán lo que sus sentimientos representan y así propagar la esencia de la obra. Blue Valentine es un film independiente, al mejor legado del gran John Cassavetes y obras como Una Mujer Bajo la Influencia: la cruda y realista fotografía (buen trabajo de Andrij Parekh), la utilización de la cámara en mano y la temática conflictiva entre relaciones amorosas y familiares hacen posible una proximidad con un deje un tanto moderno más a la estética del cine de Gus Van Sant y películas como Elephant o Paranoid Park. La película es agradable y a pesar de tener baches un tanto densos en la narración, los desarrollos temporales están muy bien interceptados gracias a un solvente guión que junto a Cianfrance realizaron Cami Delavigne y Joey Curtis; pero si hay algo para destacar es la dirección de actores que provoca el lucimiento de Gosling y Williams, quienes le dan vida a esta historia de amor y a una obra que se nutre constantemente de ellos. Blue Valentine es un film más que correcto que cuenta una historia sencilla que presenta un enfoque de estrecho realismo a través de una estética cruda y planos largos y bien detallados, que hacen que la película de Cianfrance sea de gran importancia dentro del cine independiente estadounidense moderno.
Anexo de crítica: El debut del cineasta Derek Cianfrance con este drama intimista que se planta en el umbral de la ruptura de un matrimonio joven, interpretado salvajemente por Michelle Williams y Ryan Gosling, tiene entre sus puntos a destacar un buen guión que hace de la fragmentación del relato el espacio propicio para desarrollar el proceso de una crisis conyugal atravesada por el desencanto, las relaciones tóxicas y el desgaste de una pareja que no logra recomponer lazos afectivos ni tampoco se contenta con las convenciones del entorno y las culturales que tienden a unir a las personas en vez de separarlas.
El amor, segunda parte Cuando Cindy y Dean se conocen, son jóvenes, rubios y bonitos. Él se enamora a primera vista de ella, la corteja y ella sigue su juego. Después de todo, como ya se dijo, son jóvenes. Tienen toda la vida por delante, pocas preocupaciones (más allá de algunos problemas con sus padres y el dinero que no abunda), ideales y tiempo de sobra para andar corriendo por ahí, bailar espontáneamente en la calle, enrollarse en muestras públicas de afecto alentadas por unas copas de más y todo lo que debe figurar en la fórmula clásica del montaje sobre "dos personas enamorándose". Pero ésos no son el Dean y Cindy que vemos al principio de Blue Valentine. El director Derek Cianfrance nos presenta a una pareja casada de clase media baja con una hija en edad preescolar. Con unos años más -y ojeras para la Cindy de Michelle Williams y una calvicie incipiente en el caso del Dean interpretado por Ryan Gosling- una casa en los suburbios y trabajos mal pagos, a los personajes les toca lidiar con la realidad cotidiana de ser una familia y todos los pequeños dramas que esto encierra (la nena que no quiere desayunar, el perro que se escapa...). ¿Pero qué es lo que realmente les pasó a Cindy y Dean? ¿Por qué cada pequeño acontecimiento familiar conlleva a reproches mutuos e intentos fallidos de cercanía? ¿Por qué ella le habla casi sin mirarlo? Esto es lo que Cianfrance (además guionista, junto a Cami Delavigne y Joey Curtis) se propone deshilvanar mediante flashbacks que muestran el principio de la historia de la pareja, intercalados a su situación actual. Michelle Williams (que ya hizo de esposa sufrida en Brokeback Mountain) se destaca como una mujer que desarrolla casi automáticamente las tareas hogareñas y que a su vez no quiere abandonar sus aspiraciones en cuanto a su carrera. Logra imprimirle complejidad a un personaje que en las manos equivocadas podría ser fácilmente interpretado como el cliché de la esposa quejosa y distante. Gosling (Diario de una Pasión, Lars y la Chica Real) como el hombre-niño reacio a los cambios (y a cambiar él mismo) aunque no alcance la misma profundidad que su parteneire, establece con Williams y la actriz que hace de su hija una dinámica natural muy poco vista en películas recientes que pretenden un tono naturalista. Sin embargo, la marcada oposición entre el principio y el desenlace de la historia entre Williams y Gosling se torna en cierto punto ya redundante en el abuso en que deviene la utilización del flashback como recurso para contar la historia. Y por si no le queda claro a la audiencia, en el final hay un montaje en paralelo de ambas instancias de la relación que enfatiza aún más que no siempre lo que empieza (más o menos) bien termina bien (o aunque sea igual). Es todo lo que ocurre en el medio uno de los méritos de Cianfrance, su equipo y el elenco en Blue Valentine: recrear y generar un efecto de registro (mediante la tan en boga cámara en mano) de esos momentos aparentemente mundanos que hacen al amor y al desamor. Una sola recomendación: más allá Ryan Gosling con sus ojitos claros y la blonda Michelle Williams, esta definitivamente no es una película para llevar a alguien en una primera cita.
Cuando el amor se acaba para siempre Con una excelente labor de Ryan Gosling y Michelle Williams, este drama intimista aborda los obstáculos que debe sortear el romance para sostenerse en el tiempo, la vida adulta de la pareja y cómo se construye una familia. Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams) se conocen y no pasa demasiado. Después Dean busca a Cindy y no la encuentra, hasta que se cruza con ella y hace lo posible por seducirla. Lo logra, se enamoran, hacen el amor, están siempre juntos, pero en el camino Cindy queda embarazada y deja en claro que la niña que va a nacer podría no ser de Dean. A él no le importa. Están enamorados y se casan. Se quieren, la niña crece, ella abandona la idea de ser médica y se convierte en enfermera, él sobrevive en trabajos poco calificados, no tiene ambiciones, le basta con tener una familia. Y pasan los años, pocos, los suficientes para que la pareja se agote y el amor se termine. La ópera prima de Derek Cianfrance se extiende como un drama intimista sobre el amor, o mejor dicho, sobre los obstáculos que debe sortear para sostenerse en el tiempo, en donde tiene mucho que ver el ingreso a la vida adulta de la pareja y la necesidad de construir una familia propia. Con una fuerte influencia de John Cassavetes (sobre todo con Faces, de 1968) o por caso de Una pareja perfecta (Nobuhiro Suwa, 2005), Blue Valentine: una historia de amor es una película de actores, donde todo el peso dramático se centra en el excelente trabajo de los protagonistas –por el que Williams estuvo nominada en los últimos premios Oscar y Gosling no, aunque lo merecía de sobra–, que con el correr del relato van desplegando un abanico de recursos que por sí solos valen la pena. Pero además de una excelente dirección de actores, Cianfrance hace una cuidada puesta en escena, donde el montaje paralelo alterna la historia de un amor en construcción con el fin de la relación amorosa, con el telón de fondo angustiante y en progreso de hoteles de paso, asilos para ancianos y edificios grises. Es cierto que hay unas cuantas escenas que parecen sacadas del imaginario cinematográfico indie estadounidense, con encuentros sexuales un poco por encima de la mojigatería del cine mainstream o momentos “únicos e irrepetibles” remarcados innecesariamente por la banda de sonido, pero en conjunto, Blue Valentine: una historia de amor es una buena película que se destaca por su honestidad, entre los films adocenados que cada semana fatigan la cartelera de estrenos.
CRUDO RETRATO DE UN MATRIMONIO EN BAJA Cuando una pareja que se ama e intercambia anillos frente a un cura, cree que el matrimonio durará para siempre; que hay un compromiso total; que se logrará la felicidad, seguridad y confort; que se tendrá responsabilidad, atención y fidelidad, y además consideración por el compañero; que nunca jamás se volverán a sentir solos; que se podrán entender gradualmente, sin trances ni reyertas; que las relaciones sexuales serán inmejorables y que el buen sexo resolverá todos los problemas… Los motivos por los que un matrimonio decide poner fin a su unión pueden ser de cualquier índole, pero tienen en común la falta de respeto al otro miembro de la pareja en la gran mayoría de los casos y también la falta de entendimiento a la hora de comunicarse. Dean y Cindy (Ryan Gosling y Michelle Williams) llevan seis años de casados, en los cuales han tenido una increíble historia de amor y una adorable hijita de 5 años. Con el paso del tiempo, el amor por su esposo ya no es lo que era en un principio; Cindy ha perdido el interés por la relación. Él, en un intento por salvar la pareja, propone pasar la noche en un hotel temático, donde eligen (paradójicamente) la llamada "habitación del futuro". Desde allí volverán a ver cómo se conocieron, cómo se fue forjando su amor y cómo, irremediablemente, su relación empieza a deteriorarse, demostrando que los idilios más esperanzadores pueden llegar a hundirse y marcar la vida de las personas, para que éstas no vuelvan a ser las mismas. Este agudo drama de Derek Cianfrance sobre un matrimonio joven en su peor momento, retrata el vacío presente de la pareja, y expone el pasado sobre cómo se conocieron y qué los llevó a estar juntos. En un montaje paralelo, vemos avanzar el pasado y el presente de ambos, agudizando la diferencia de lo que fue el ayer y el hoy de los dos. Con una vida casi sin pretensiones pero también (a primera vista) carente de logros, estos dos jóvenes ven expirar su relación sin miras de un esperanzador happy end. Con una entrega actoral como no es tan usual ver, Williams (nominada al Oscar) y Gosling (olvidado por la Academia) dan todo por dotar a sus personajes del realismo necesario, y como espectadores sucumbimos junto a ellos. Su aspecto físico no solamente muestra el paso de los años; la forma de mirarse e interactuar es realista y totalmente creíble, según sean los sentimientos (de enorme pasión o enorme frustración) que tienen en los dos períodos trascendentales que se presentan en pantalla, radicalmente opuestos. Incluyendo escenas tan sensibles como otras inexorablemente fatales, “Blue Valentine” azota sin miramientos y manifiesta que el amor puede proponerse existir para siempre, pero también puede extinguirse, por más que en un tocadiscos suene incansablemente el “You and me” (Tú y yo) de Penny & the Quarters.
Crónica del desamor. Ver Blue Valentine es como leer Rayuela, de Julio Cortázar, pero de corrido. Uno va alternando diferentes momentos de una historia con una coherencia que se va armando progresivamente. En este caso, una historia de amor que termina siendo un triste relato de separaciones y odios. Se pasa del casamiento esperanzador al último adiós. De la tierna primera relación sexual de la pareja hasta el último y desmotivado sexo. Así es esta película de Derek Cianfrance, un canto realista a las relaciones amorosas. Cruda, inteligente, fuerte, demasiado empática. Ryan Gosling es “el” y Michelle Williams es “ella”. Se conocen de casualidad en Pennsylvania, mientras ella venía de una desilusión amorosa y con una noticia que movía su mundo. El es un ex estudiante que rastrea sus pasos hasta conquistarla. Con situaciones familiares diferentes, pero igual de disfuncionales, se enamoran, se casan y crían juntos a la pequeña Frankie. Luego, falta un lapso. El del desgaste. Sabemos que este matrimonio ya no es lo que era, se evitan, se gritan, y su hija es lo único que los une. Definitivamente, esta no es la película para ir a ver en pareja y seguramente ningún tipo de relación, en ningún estado. Es muy poco alentadora para los que recién comienzan, la peor decisión para los que están en crisis, y la dosis de depresión necesaria para los que acaban de pasar por algo similar. Blue Valentine es shockeante. Es muy realista. Y eso se debe a un guión simple, con mucha improvisación, pero sólido. A las actuaciones; sutiles y brillantes de dos actores que fueron promesas en Hollywood y que ahora son de lo mejor de su generación. Y que siguen apostando, en la mayoría de su filmografía, a películas valientes e independientes. Es cierto que algunas situaciones Gosling roza la sobreactuación, como la escena en la clínica donde trabaja Williams, pero en la situación del puente uno ve un gran interprete desplegando sus mejores herramientas. El cuerpo y la imaginación al servicio del personaje. Asimismo, los años de relación que la película se saltea (como recurso literario, claro) produce intriga por saber qué fue lo que sucedió para que la pareja se desmorone. Seguramente haya sido la misma relación, pero esa incertidumbre quizás inquieta y desilusione a algunos espectadores. La fotografía tiene mucha lucidez en diferentes momentos. Desde las recorridas nocturnas, con luz casi nula, hasta el imaginario de un albergue transitorio, con visión futurista y luz azul acorde, que aleja a la pareja por algunos minutos de su frustrante monotonía. La cinta no tiene tanto contenido sexual como se la vendía en Estados Unidos, donde le intentaron poner una restricción de edad elevada (mayores de 17 años) por una escena de sexo oral, que no dista mucho de lo que se puede ver en algunas ficciones argentinas. No incomoda. Blue Valentine esquiva los clichés cinematográficos y apunta directamente al corazón del espectador de manera punzante y rigurosa. Es una Annie Hall sin comedia, pero un relato realista fin. De visión recomendable, pero no apta para grupos en riesgo amoroso.
Este esperado estreno, esperado por las repercusiones que tuvo en el exterior, incluyendo nominaciones para el premio de la Academia de Hollywood, entre otros, sólo se termina justificando por las actuaciones de sus protagonistas. El problema principal de este filme es su inocultable pretenciosidad, trabajada casi exclusivamente desde su estructura narrativa, digo, en como esta contada y a partir de ahí qué esta contando. La presentación de la historia con cortes temporales, idas y vueltas, flashbacks, en donde se intenta realizar una radiografía de la relación de esta pareja, los instantes de conocimiento, enamoramiento, pasión, acostumbramiento, desilusión y muerte del amor, es trabajado desde el montaje mezclando constantemente los tiempos y la etapas por la que esta transitando la pareja. El resultado termina siendo un tanto confuso, pero que contrariamente a lo que la confusión podría producir, tampoco deja de ser previsible, y la estructura elegida, no sólo por estos detalles, queda vacía de contenido y sin justificación alguna. Se podría hacer una correspondencia con otras producciones para explicar con ejemplos que me parecen pueden aclarar el punto. Hace ya nueve años se estrenaba “Memento” (2000) de Christopher Nolan, realización que fue un éxito rotundo, a mi entender también bastante injustificado, y con algunos errores de construcción de personajes, por lo menos no se notaba, o sin haber intentado pedir asesoramiento científico o, en su defecto, a recurrir a alguien que sepa del tema. El punto es que era un alarde de montaje por el montaje mismo, sin otra intención que mostrar que hago algo que se asume como diferente. Si bien las producciones tenían dos años de diferencia, casi contemporáneamente se estrenaba esa pequeña maravilla del director argentino radicado en Francia, Gaspar Noe “Irreversible” (2002). Ambas contaban una historia en retroceso, esto es de atrás para adelante, pero si en la primera no tenía justificación dialéctica, la segunda se sustentaba ya desde el titulo en esa vertiente. El director tenía algo para decir en relación a la conducta humana y lo hizo rompiendo un molde establecido y argumentándolo de principio a fin, Volviendo a nuestra “nueva” historia de amor. Para ser honestos habría que decir que la producción tiene logros importantes, como la ya señalada excelentes actuaciones, sobre todo de la pareja protagónica, que le dan carnadura a sus personajes, calidez y cotidianeidad que redunda en la posible identificación con ellos. Asimismo es poseedora de una muy buena banda de sonido, por momentos empática a la historia, y en otras casi en el orden de lo diegetico. En contraposición se observa el juego impuesto en el trabajo de fotografía que intenta diferenciar el pasado y el presente desde el manejo del color hasta la estética por momentos de video clip. La historia es bastante sencilla, Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams) son marido y mujer y narra su relación a través de los años. Los conflictos que enfrenta la pareja encuentran su raigón en el disconformismo de ella, o en sus deseos de seguir generando proyectos que la compensen, asociado en forma casi inversamente proporcional a la satisfacción con la que él se percibe, quién concentra sus deseos y proyectos en dependencia directa con su mujer y la hija de ambos. Ya Sigmund Freud con todas sus investigaciones se terminaba preguntando ¿Qué quiere una mujer? No es viable pretender que lo responda Derek Cianfrande en su ópera prima. ¿No?
Eso que nos une y nos separa Los amantes de las historias de amor dolorosas (esas que serán canciones pop o no serán nada y que se construyen sobre la base de un morbo algo particular) tienen aquí el último modelo de película-bisturí para cortarse las venas en tardes domingueras de invierno: Blue Valentine, una historia de amor. Para peor, hay resabios postmodernos en la narración: la conformación y la ruptura de una pareja es contada en dos tiempos, sin linealidad alguna, y dejando en un fuera de campo absoluto a todo lo que unió a esa pareja. Para peor II: Blue Valentine tiene muchos tics del cine indie norteamericano y dos actuaciones (Michella Williams y Ryan Gosling) que hacen de la intensidad su tono más presente. Sin embargo, contra todo el cinismo que uno podría prejuzgar en este film de Derek Cienfrance, alguna rara alquimia hace que las piezas se acomoden extrañamente, todo lo puede estar mal está bien, lo moderno nunca sea cinismo sino una nueva paleta de colores para pintar nuevamente una historia ya vista y la película se termine convirtiendo así en uno de esos angustiantes relatos de amor que el cine entrega cada vez menos. Dean y Cindy se conocen en condiciones poco propicias, pero le ponen toda la voluntad a ese amor que va surgiendo. Mucho más, incluso, cuando se conoce que ella está embarazada y que el hijo que lleva en el vientre no parece ser de esta relación. Dean (Gosling) es un laburante mientras Cindy (Williams) ansía convertirse en una importante médica. Sueños, que son bastante módicos y cercanos, y es por eso que esta historia de amor también atrapa. Lo interesante del trabajo del director es que construye esta historia con indudable concepto estético, pero no por eso se dedica a embellecer el presente de dos personas bastante simples. Esto no es Eterno resplandor de una mente sin recuerdos y los manierismos y barroquismos visuales de Michel Gondry (el dolido cool), sino un film cercano en espíritu al buen cine independiente: el de Cassavettes. Lo que vemos en el film es el momento en que Derek y Cindy se conocen y el momento en que Derek y Cindy comprenden que la relación no da para más. Eso llega durante el encuentro que mantienen, con intención de reavivar la chispa, en un albergue transitorio temático: alquilan la habitación “del futuro”, un espacio controlado por el metal, la fotografía azulada, la frialdad y la distancia. Se emborrachan, cogen un poco absurdamente (o lo intentan), pero todo se está destruyendo progresivamente: evidentemente el “futuro” que explicita esa habitación no da lugar a mayores discusiones. Es el final. Otro hallazgo de Blue Valentine es precisamente nunca mostrar cómo fue la vida en conjunto de Derek y Cindy, si no ir a los extremos para hacer mucho más absurdo el significado de la vida en pareja, de ese gran triunfo del conservadurismo llamado familia: las ilusiones sobre lo que vendrá, la desilusión sobre lo que fue. Es ahí, en ese momento, cuando se vislumbra el sinsentido de intentar encajar en determinadas coordenadas sociales. Cienfrance lo dice amargamente, en un film que no ofrece concesiones para con el espectador: lo sumerge en un universo de decisiones tomadas y de angustias compartidas. Tal vez algunos vicios del cine Indie atenten contra los resultados finales de Blue Valentine (algo de impostación, la irascibilidad que surge como idea de tensión dramática para resolver giros de la narración), sin embargo, como decíamos, el film logra sostener toda su carga formal (fotografía recargada, banda sonora cool, edición fragmentada, diferencias en la imagen para retratar el pasado o el presente) porque Cienfrance es totalmente honesto con lo que cuenta, es crudo sin caer en excesos y, por si fuera poco, cuenta con dos intérpretes en estado de gracia. Protagonistas exclusivos, Williams y Gosling llevan a Blue Valentine a los lugares que no puede cuando su afectación indie parece desbordarla: como un Casavettes con Rivotril, la pareja afronta el compromiso de una película que termina repercutiendo físicamente y a la que conducen por caminos veraces y tangibles. Y que, en última instancia, nos hace comprender la esencia de aquello que nos une y nos separa.
El amor es más frío que la muerte. Es cierto que el cine independiente americano tiene a esta altura sus taras, sus automatismos, a menudo una cáscara bajo cuya gramática se intentan disimular el vacío y la inconsistencia. Pero también es verdad que algunos de sus exponentes consiguen imponerse, sin mayor esfuerzo ni destreza, por sobre la mayoría de los estrenos del cine industrial del mismo origen. Blue Valentine es la ópera prima de su director y está producida por sus dos actores protagonistas. Viendo la película se advierte enseguida que esto último tiene su lógica: se trata de una película al servicio de los actores. Ryan Gosling y Michelle Williams se entregan aquí a un ejercicio notable, componiendo a un matrimonio que se encuentra prácticamente al borde de la disolución. En la primera escena el plano toma a la pequeña hija de ambos que grita repetidamente un nombre propio. No se trata de una persona sino de una perra. El padre promete encontrarla mientras despacha a la niña y a su madre rumbo a la escuela y le recomienda a la mujer que tenga cuidado al manejar. Más tarde, cuando va a un acto escolar en el que participa su hija, la mujer ve al animal muerto a un costado de la ruta. Cuando termina de enterrarlo en el jardín descuidado y en declive, el hombre se quiebra y solloza junto a la ventana. En pocos minutos, la película describe un paisaje netamente suburbano y establece el presagio de la modesta tragedia en ciernes que constituye el corazón de la película. El hombre aparece con las manos siempre manchadas de pintura y la mujer con unos vestidos floreados en los que parece demorarse una adolescencia congelada como una mueca de tristeza. Las marcas sobre los cuerpos de los personajes definen un modo de estar en el mundo y establecen el clima de aflicción y de sueños dilapidados que los envuelve. El director encuadra a los personajes de manera realista pero se permite constantes cambios de foco sobre las figuras humanas y el fondo que exponen el modo en el que el mundo se carga de la subjetividad herida de los protagonistas: si una de las características más evidentes del cine americano mainstream es la negación sistemática del dolor, la del cine llamado independiente debería ser, acaso, la de restituir aunque sea una parte de esa dimensión perdida, expulsada desvergonzadamente de las pantallas en nombre del entretenimiento. La película parece proponerse un proyecto que se acerque a ese ideal, pero se queda a mitad de camino. Los flashbacks, mediante los que se hacen funcionar en espejo algunas escenas del pasado y del presente, señalan de forma sumaria el contraste entre la vitalidad de los días de romance de la pareja y la sensación de desmembramiento que la embarga ahora y le quitan buena parte de su fluidez y espontaneidad. En algunos momentos, el director juega un poco a emular esa energía sombría y feroz, acribillada de sufrimiento y de absurdo que es marca de fábrica en las películas de Cassavetes –esto se hace presente sobre todo en la lograda secuencia del motel y en la de la pelea en el hospital–, pero que en esta ocasión resulta saboteada por los inoportunos comentarios musicales del grupo de rock etéreo Grizzly Bear, que tienden a resaltar el costado sentimental de la historia en detrimento de una sobriedad que termina convirtiéndose en excepción. Con dos competentes estrellas como protagonistas, Blue Valentine se muestra incapaz de estar a la altura del tema que tiene entre manos, ocupada en subrayados y en distribuir golpes de efecto visuales (el hombre que en el último plano camina pesadamente hacia un fondo fuera de foco de fuegos artificiales tiene una belleza impostada) que opacan la nobleza que se insinúa en la precisa descripción de una clase social o en la postulación del carácter inaprensible del sentimiento amoroso y el doloroso abismo entre hombres y mujeres.
Mi primera recomendación sobre esta película es para los fanáticos de las historias de amor meloso, romántico, irreal y hasta bochornoso; absténganse de ir a verla porque se van a decepcionar. Segunda recomendación, si por casualidad usted está en un mal momento amoroso, ni se acerquen a comprar las entradas, esta película va a terminar de destrozarles la psiquis. Dicho esto, el que quiera ir al cine a ver esta muy buena película, téngalo en cuenta y sea objetivo. Todos sabemos que la vida no es color de rosas, las relaciones de pareja son complejas y muchas veces inestables, dista bastante de lo que nos plantean las películas de Disney sobre princesas y sapos y galantes caballeros. Por eso, que el cine nos recuerde la realidad que habitamos es un hermoso soplo de aire fresco. Blue Valentine, es una historia de amor con todas las letras, una pareja que se conoce, se ama y se desenamora, como pasa en la vida real. La historia está contada en un momento de crisis fuerte de una joven pareja, habituada a la rutina y a la cotidianeidad, desde ese punto en el tiempo tenemos constantemente flashback por parte de los protagonistas hacia su pasado mejor. Y casi como en un rompecabezas las piezas van encastrando hasta que el espectador termina de cerrar el cuadro. La segunda película del director americano Derek Cianfrance, que también fue en parte escrita por él, tiene como protagonistas a Michelle Williams y Ryan Gosling, quienes le dan vida a Cindy y Dean. Ellos se conocieron de casualidad siendo jóvenes, ambos vienen de familias muy humildes y su relación fue lo que los empujo mutuamente a mejorar. Pero, mientras que Cindy se desarrolla cada vez más en su carrera, Dean no hace más que estancarse y vivir en la banalidad de sus vidas. Lo que comienza como una pareja que atravesó todos los males para poder estar juntos, termina como dos personas resignadas que ya no se toleran. Ver la debacle de una relación de tantos años siempre es triste pero a la vez necesario, es una realidad y es correcto que el cine nos la muestre. Blue Valentine es más que una historia de amor, es una historia descarnada y real.
Blue Valentine es una película táctil. Tenemos que tocarla antes de verla. Como si fuera una ventana cubierta de rocío, debemos desempañarla para poder mirar. Por eso las manos se humedecen ya en los primeros minutos y habrá que hacer mucha fuerza para no dejarlas llorar. Porque ese jardín que ahora aparece en la ventana no nos resulta del todo desconocido. Blue Valentine es piel y escarcha. Pura tristeza háptica. Hubo un tiempo que fue hermoso. Cindy y Dean se conocieron en un geriátrico. Ella, estudiante de medicina, acariciaba a su abuela el día en que Dean la vio por primera vez. Él, que se dedicaba a las mudanzas, se había quedado acomodando las pertenencias de un anciano que acababa de instalarse en el lugar. Aunque no era su obligación, esa tarde Dean cariñosamente acondicionó la habitación del viejito para que éste no la sintiera tan ajena. Manos de hombre noble, manos que más tarde acunarían a Cindy como si ella fuera un bebé, durante ese viaje en colectivo en el que decidieron formar una familia. En aquel entonces el entusiasmo aún podía ganarle al miedo. Pero hoy esas manos están cavando un pozo para enterrar un perro muerto. Hoy todo es azul metálico. Los rayos blancos que vienen del pasado rebotan en la coraza helada y traducen el recuerdo en ceniza. Los rostros son inmensos y están cansados y están muy cerca nuestro, tanto que podemos rozarlos y raspar la sal. “Tenemos que salir de acá”, dice Dean, y sin dudarlo reserva una habitación de un hotel alojamiento. En el camino se cruzan con un fantasma cínico que los devuelve al origen, al arrojo inicial, cuando él amó demasiado y ella se dejó rescatar. Dean tiembla. Cindy posa su mano en la de su marido: allí, una mancha azul. Últimas brazadas hasta llegar a la "Habitación del Futuro", un cuarto con lucecitas de ciencia-ficción y una cama que gira y marea. Él pensaba que allí podrían respirar, reír como antes, quererse bien... pero las manos apenas logran sostener la resbalosa botella de vodka. Esas manos hoy sólo saben lastimar. Entonces Dean se aleja por la calle, solo, fundido con el cepia de las fotografías de ayer. Mientras tanto, en el cielo azul dolor estallan fuegos artificiales de colores candentes y sonidos agudos, como si fuera el aullido desesperado de las mariposas en el estómago que siguieron luchando y aleteando hasta recién. Hasta el último segundo. Hasta que se ahogaron.
Escenas de la vida conyugal Por su tipo de sensibilidad, sus interpretaciones, e incluso, por su paso no laureado en los premios Oscar (la nominación de Michelle Williams a mejor actriz), Blue Valentine, una historia de amor está destinada a ser el objeto indie más mimado del año. Erosión en el interior del reducto familiar, desencanto amoroso. Hay bastante de eso en las huellas invisibles que soporta el cuerpo achanchado de Dean (Ryan Gosling: cómo ser un actor empático e impecable en la gestualidad, en la voz, en el perfeccionamiento de una prominente barriga). Por no hablar de Cindy (Michelle Williams ojerosa, cara hinchada por el fastidio) que arremete irritable en torno a cada una de las tareas del hogar. No hace falta aclarar que sobre esas cuestiones orbitan las historias de amor que tienen como protagonista –sobre todo- al paso del tiempo, y el indefectible desconocimiento de las singularidades del objeto amado (lo enseñó Bergman desde Escenas de la vida conyugal a Saraband) Por su tipo de sensibilidad, sus interpretaciones, e incluso, por su paso no laureado en los premios Oscar (la nominación de Michelle Williams a mejor actriz) Blue Valentine, una historia de amorestá destinada a ser el objeto indie más mimado del año. Segundo opus de Derek Cianfrance, el film narra la debacle sentimental de una pareja joven, tras seis años de matrimonio. Todo el relato está atravesado por numerosos flashbacks que explican cómo ambos se conocen, inician un progresivo encariñamiento y rubrican su relación más por compañerismo, piedad o compasión que por un deseo irrefrenable. Hay una escena terriblemente dolorosa e incómoda que le devuelve al espectador una sensación de extraña rispidez. La pareja hace una excursión a un hotel de alojamiento, esperando encontrar en ese espacio una suerte de paraíso erótico que los saque del mundillo rutinario, que los redima de la abulia sexual que los guía. La cópula trastabilla y en su lugar se da una larga conversación de arrepentimientos, de frustraciones de vida, de un irrevocable desfase afectivo. Es un punto de no retorno en la vida de ambos personajes y todavía resta el transcurso de casi la mitad de la película. Este es el costado tal vez criticable del film, donde parece regodearse en cierto padecimiento que vislumbramos con demasiada anticipación. Pero algunas pistas parecen decirnos que Derek Cianfrance quiere trabajar justamente en esos momentos de desolación y desertificación del deseo conyugal, limitándose a mostrar solamente el nacimiento y el ocaso de su amorío. Del otro lado de la pantalla estamos negados –mediante elipsis bastante pretenciosas, sí- a asistir a la gradación de conflictos que llevó a los personajes a no ser capaces de reencontrarse con su estado de efervescencia idílica inicial. En pleno derrumbe de la historia, la cifra que pone en juego (en escena) el director es aquella que retrata a la pareja esforzándose por comprender, explicar, delimitar la causalidad de una ruptura inminente. Tras el pivoteo entre pasado y presente, queda una única presencia concreta: el material paso del tiempo. Lo que -al nivel de los personajes- se traduce en la visibilidad de una irremediable calvicie, de un rechazo total a las más básicas higienes sexuales. Entre sus argucias de montaje, Blue Valentine nos dice que no es posible explicar con palabras aquello que el cuerpo se ocupa de expresar a gritos.
Y se fue el amor Como una melodía irresistible, que hace bailar, es el amor. Blue Valentine transmite sentimientos y la crisis de pareja a través de una historia pequeña, de pueblo chico. El director Derek Cianfrance ofrece datos sueltos con una narración en quiebre constante. El paso del tiempo impacta en la relación de Cindy (Michelle Williams) y Dean (Ryan Gosling). La clave está en los flashback que exigen del espectador atención para el seguimiento de la historia. El procedimiento no sólo no distancia, hace el drama tan comprensible en toda su complejidad que es imposible no seguir la curva descendente del amor. El modo de narrar se adapta a la crisis tan profunda que no encuentra palabras. Por eso la fuerza del drama recae en las interpretaciones de la pareja de actores. Gosling construye los deseos de un hombre sencillo que un día se encuentra con una mujer hermosa. Michelle Williams es la chica que sueña con estudiar medicina y, por lo tanto, salir del pueblo. La atmósfera social y familiar aparece aludida cuando la cámara se detiene en la casa paterna de Cindy; la escuela; la relación con la abuela; el primer trabajo de Dean en una empresa de mudanzas; el embarazo; la presencia de Frankie, la hija; saltos en el tiempo que el espectador sigue con los indicios del peinado o la ropa de los protagonistas. Está claro qué cosas quedaron atrás. “Siento que los hombres somos más románticos que las mujeres. Ellas buscan al príncipe azul y terminan casadas con el tipo que tiene un buen trabajo”, dice Dean cuando todavía está soltero. La vida lo pone en un lugar que nunca imaginó. También ella debe reacomodar el cuerpo a las circunstancias. Cuando comienza Blue Valentine , la tormenta ya se ha desatado. Hay detalles, muchos, planteados con inteligencia y cuidado por el director. La película transita momentos muy dramáticos (la escena en el jardín de infantes de Frankie; en el motel; el desenlace), con la cámara cerca de los rostros, pero también, hay pasajes hermosos, como el baile en la vereda; la música en el motel; la propuesta en el metro. Los diálogos van mostrando los corazones agazapados de los dos. Siempre hubo uno que amó menos. Blue Valentine no hace concesiones. El presente de Cindy y Dean es absoluto y el espectador comprende, como si fueran viejos conocidos, el drama que los deja sin melodía.
El peso de las decisiones Blue Valentine: Una historia de amor, es una película dirigida por Derek Cianfrance, un norteamericano poco conocido en el circuito comercial, pero que en el plano independiente tiene cosechados algunos premios por producciones como "Brother Tied". Yo la verdad que no lo conocía, pero ahora lo voy a tener más en cuenta. Unos espectaculares Michelle Williams y Ryan Gosling interpretan a Cindy y Dean, una pareja joven cuyo amor se puede comparar con el ciclo de vida de un ser vivo que Nace, Crece, Madura y Muere, en un relato tan deprimente como atractivo. El film presenta de manera paralela 2 etapas distintas de la pareja en una línea de tiempo simultánea, en la que por un lado podemos ver la 1ra mitad del ciclo, donde el amor nace y crece, mientras que por el otro lado nos mostrarán como ese amor madura y declina, combinando escenas que alegran el corazón con otras que lo apuñalan. Una apuesta fuerte tanto del director como de los actores principales, que ofrecen una historia profunda, con escenas subidas de tono, pero sobre todo en lo emocional. Blue Valentine retrata en cierta forma a las parejas de nuestros tiempos, donde el amor tiene fecha de vencimiento, donde hay decisiones que se toman que NO admiten una vuelta atrás, donde como dice Zygmunt Bauman: "la felicidad es un estado de excitación espoleado por la insatisfacción". Personalmente no creo que la dinámica de pareja deba ser así, de hecho no comparto la forma de lidiar con los problemas que ponen en práctica los personajes, donde toda la intensidad deja lastimaduras que no pueden curarse, porque como soy un esperanzado, sí creo en el para siempre. De todas maneras, aplaudo esta película que presenta una temática muy contemporánea, que fotografía la relación de pareja moderna, que puede servir como "precaución" en cuanto a las decisiones que se toman, y que por supuesto brinda unas interpretaciones que son tóxicas pero irresistibles. Muy recomendable a los gustosos de los buenos dramas.
Amores en conflicto Dean y Cindy se están por separar. Lo que empieza con la huída de la perra de Dean, por descuido de Cindy, con algunas manifestaciones de violencia del esposo, son los detonantes que colman el vaso. Dean y Cindy varios años atrás enamorándose, prometiéndose la felicidad, el amor eterno. Pero más aún, desafiando al destino, con ese maravilloso "Seamos familia" dicho por Dean a Cindy en un momento límite de la relación. El tiempo todo lo consolida, todo lo olvida o todo lo destruye. Con una rica presentación de hechos y actitudes a lo largo de esos seis años de relación, el director Derek Cianfrance construye una dolorosa y agridulce radiografía de una pareja en crisis. PASION EFIMERA ¿Cómo modificar lo que el tiempo construye o destruye? ¿Qué es lo que hace que dos amantes apasionados y juguetones seis años antes, se conviertan en enemigo y se insulten y agredan sin piedad, sin pensar en nada más que la pasión del momento? Son misterios que se tratan de presentar en este melodrama con un muy interesante montaje que yuxtapone, sin solución de continuidad, diferentes tiempos de una relación. Si en una escena se disfruta el casamiento, en la otra se asiste a la violencia seis años después. Pero lo interesante es que la película en ningún momento confunde, todo se da armónicamente a pesar de que en un momento adolescente jugueteen con el amor y en el otro, olviden todo lo que se prometieron y rebasen cualquier límite. AUTENTICIDAD ¿Por qué se va yendo el amor? ¿Es culpa de Cindy que fijó objetivos y se propuso un destino profesional y una vida ordenada? ¿O de Dean, que de trabajos temporarios, se rescata componiendo canciones efímeras y piensa que la pareja puede recuperar el amor en un hotelucho temático deshilachado y triste? Filme intenso, rico formalmente, auténtico y que permite disfrutar de una pareja de actores de futuro asegurado, una chica de Montana, Michelle Williams, notable como Cindy y Ryan Gosling, antihéroe que parece escapado de una mitológica "Busco mi destino", con nostalgias de bosques y hippies. Una película con escenas fuertes de sexo, nostálgicas balada y que permite conocer seres de la Norteamérica profunda, los que no están en cartelera y sobreviven con dificultad, como pueden. Junto a la pareja protagónica, excelentes actores maduros como Jen Jones en la abuela y John Doman como el padre.
Triste San Valentín Esta pintura huele familiar. Una bella mujer se encuentra con un excéntrico muchacho y ambos caen inmediatamente en estado de enamoramiento. No es un dato menor que los dos sean jóvenes de clase media trabajadora. Al momento de los hechos, todo es prosperidad o al menos así se imagina la cuestión. Cinco años después, ya con una niña entre ambos y un considerable tiempo como pareja, sus nociones románticas no son tan encantadoras y su añorada felicidad tampoco es tan efectiva ni mucho menos poética. La falta de fundamentos que en su momento los unió, ahora los condena sin titubear siquiera un instante. Su vida cambió, la visión idealizada se desvaneció y la cuestión novelesca se desploma barranca abajo. Es claro, todo se ha debilitado. Blue Valentine, una historia de amor no es sólo el complejo retrato de sus dos personajes principales, sino que es, además, una honesta representación de intimidad sobre los altibajos del amor visto desde todos los ángulos posibles. Para esta historia, su director, Derek Cianfrance, ha trabajado unos doce años logrando un guión sólido, cuestión distinguible a la sazón de buenos detalles, encontrando el punto justo de “argumentos para esta pequeña muerte”. Pese al logro de bucear en océanos populares consiguiendo nuevos paisajes, es bien conocido este tipo de dramas como lugar común de la vida adulta. Resultando ello, por lo demás, un tópico harto transitado vía el imaginario cinematográfico y explotado notablemente mediante, yendo a ejemplos concretos, James Grey y Sam Mendes o, mismo, a través de los eternos John Cassavetes y Richard Linklater, tal vez, los dos máximos ejemplos de tal devenir. Emocional y físicamente sensiblera, la historia de Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams), ambos muy bien predispuestos para los sufridos papeles, parpadea hacia atrás mostrando el primer florecer del afecto y la reacción final ante la frustración del desamor, procurando que ninguna decisión posible lastime a la pequeña Frankie (Faith Wladyka). Su visión común de las cosas hace que los agujeros intencionales de su propia experiencia pasen cual comodato al espectador de turno. Con esto, evitando los clichés de fácil acceso y saliendo airoso de un momento complejo para representar en cámara, Cianfrance demuestra un mérito notorio: atravesando el relato, obliga a tomar partido hacia alguno de los protagonistas e invita, también, a identificarse bajo ciertos matices sensitivamente expuestos. Sostenida bajo una notable labor de fotografía, más -sobre todo- un excepcional trabajo de dirección de arte, Blue Valentine, una historia de amor contiene en la brutalidad su plusvalía. Luchas violentas, consumo de alcohol y tabaco, menciones directas al aborto, desnudos gráficos y un erotismo explícito evocan una vida cotidiana, nunca tan oscura. Así, dadas las circunstancias, el filme termina funcionando tanto como un retrato actual y contemporáneo como histórico del matrimonio norteamericano, extensivamente occidental. Experiencia triste, sí, pero en algún punto enriquecedora.
Lecciones para romper el corazón más resistente En una de las escenas más lindas y tristes de “Blue Valentine”, Dean (Ryan Gosling) canta y toca con un banjo un clásico de Mills Brothers, “You Always Hurt the One you Love” (siempre lastimas a la persona que amas). Mientras, Cindy (Michelle Williams) sonríe y baila la música al ritmo del tap. La escena transcurre delante de la vidriera de un negocio que vende ropa para casamientos. Sin demasiados misterios, el plano secuencia, como buena parte de este filme rodado con ese recurso, funciona como un resumen de lo que será la vida de la pareja. Con el fondo de la desazón que produce toda relación que no funciona como se esperaba, “Blue Valentine”, (triste San Valentín) cuestiona aquello que Hollywood casi siempre intenta demostrar: que son posibles los finales felices. Y lo hace sin golpes bajos. La atmósfera del guión evoca el trabajo de algunos de los más singulares narradores estadounidenses que retrataron ese segmento de la sociedad blanca que está más cerca del fracaso que de cumplir el sueño americano, como Carson McCullers en “El corazón es un cazador solitario”, y Annie Proulx con sus criaturas grises del Medio Oeste. O la atmósfera un poco decadente que mostraba sobre ese mismo sector social “Lazos de sangre” (“Winter’s Bone”). El director Derek Cianfrance construye su segundo largometraje como un rompecabezas de brillante factura y final impecable. Aunque, como dicen los Mills Brothers, haya cosas que pueden romper el corazón más amable. Y resistente.
Sobre el amor y los desencuentros Ryan Gosling y Michelle Williams componen a Dean y Cindy, en este retrato de una pareja en crisis, en el momento en el que se disponen a reconstruir el recorrido de su relación. La historia tiene la marca del cine independiente. Presentada en la sección Una cierta mirada, en Cannes 2010 y posteriormente en los festivales de Sundance y Gijón, Blue Valentine pertenece a la categoría de films que tienen la marca del cine independiente, que rehuyen de todo planteo conformista y de toda resolución estética convencional. Desde el título que lleva a uno de los temas del intérprete y cantante Tom Waits, elegido en varias oportunidades por numerosos directores, entre ellos Francis Ford Coppola para su eximia obra Golpe al corazón (One from the heart), el film de este joven realizador, Derek Cianfrance, que viene del campo del documental, explora con calibrada sensibilidad el ámbito doméstico particular de una pareja que ya lleva años de convivencia, que son padres de una niña pequeña; pero que, por ciertas circunstancias que el film no se detiene a explicar, comienza a experimentar un desgaste. Nominados ambos actores para los premios Oscars de este año, tanto Ryan Gosling y Michelle Williams, quienes componen a Dean y Cindy, nos ofrecen un retrato de pareja en crisis, desde una situación particular, desde un momento en el que se disponen a reconstruir en quebrados flashbacks el itinerario, el recorrido de su relación, desde los días en que, azarosamente, ambos se encuentran en un centro para ancianos. Film de enfrentamiento y de rebeldía, de violencia subterránea, por momentos silenciada, Blue Valentine es una dolorosa historia que despierta sentimientos de ternura en el espectador, que nos lleva a pensar, por igual, en momentos de los films de John Cassavetes y Robert Altman de los 60 y los 70, con las marcas del cine de los realizadores "indies" de hoy. La vida cotidiana de Dean transcurre de manera trashumante en el propio espacio urbano: trabaja en una compañía de transporte, traslada muebles, pero al mismo tiempo acondiciona espacios, los vuelve habitables. Cindy, por otra parte estudia medicina, cumple horas en un centro de salud. Así fue desde el primer día y en aquellos días, frente a una casa de regalos, en horas de la noche, Dean tocando el banjo vio bailar tap a Cindy frente a las vidrieras de un local que exhibía una guirnalda en forma de corazón, similar a la letra V, primera letra de la palabra Valentine del afiche. Este particular momento, esta imagen lleva a recordar el un tanto perdido film Once. Pasados los días de aquella creciente pasión, que volvía asombro cada instante, ahora ambos viven su propio vacío, particularmente Cindy, quien manifiesta rechazo. Ante ello, Dean le propondrá una última experiencia, en esa última noche, estar juntos en La habitación del futuro, espacio gélido, de un hotel. Desde allí, el pasado asomará a través de sus fracturas, de sus sonrisas y de sus preguntas, de sus interrogantes; particularmente en lo que compete a la situación de la llegada del hijo. Luego de haber actuado Ryan Gosling en Diario de una pasión de Nick Cassavetes, como el personaje que interpretaba el que cumplía James Garner de veterano y de haber sido el amante leal en Lars y la chica real de la muñeca inflable, Derek Cianfrance lo invitó a participar de este desafío. Y ciertamente es notable su construcción, en esa ambivalencia que su antiheroicidad romántica y adolescente va marcando en su deambular en el film. De igual manera, Michelle Williams, la actriz de Secreto en la montaña, film en el que interpretaba a la esposa de quien sería su marido en la vida real Heath Ledger y posteriormente como la compañera de Leonardo DiCaprio en La isla siniestra (Shutter Island), de Martin Scorsese, define a un personaje que puede presentar variaciones de conducta, que asombra por sus matices expresivos. Observará el lector que en esta nota predomina el subrayado sobre el comportamiento actoral. Y es que estimo que se trata no ya de un film en el que las acciones se van derivando y ramificando, mediante explicaciones, (antes bien, ausentes), sino más bien de un film de caracteres. Que puede motivar por igual a la generación intermedia, como a los que tienen una mayor edad. Ciertamente, sobre la vida en pareja son numerosos y múltiples los films que el cine nos ha dado. Claro está. En tal caso, los que hoy recordamos a través de parlamentos, imágenes o situaciones, son, en principio, los que han podido huir de lo convencional, evitando fórmulas fáciles, proponiendo un espacio de reflexión. Los que vean Blue Valentine no podrán olvidar algunos pasajes, entre ellos, la última secuencia que se da sobre el cierre del film. Y en nombre del recuerdo y a propósito de una temática similar viene a la memoria, ya sobre el final de esta nota, el inolvidable film de Stanley Donen de mediados de los 60, Un camino para dos, con Autrey Hepburn y Albert Finney, en el que también, desde una situación inicial de una pareja que demuestra que ya no tiene nada que decirse, se va reconstruyendo en un fragmentado y atípico zigzag temporal el recorrido de un viaje sentimental.
Una historia sencilla Ya desde el subtítulo de esta película, “Una historia de amor”, se nos anuncia que su naturaleza se reduce a ello; lo cual no tiene por qué ser desmerecedor como algunos piensan. Es que Blue Valentine (Derek Cianfrance, 2010) se propone contar una historia de amor entre dos mortales comunes y corrientes, sólo eso. A veces necesitamos que un film nos muestre una historia extraordinaria, que nos saque de nuestra vida ordinaria y nos haga creer los clásicos “amores de película”. Blue Valentine es totalmente lo contrario: justamente nos interpela, nos pone incómodos, toca los puntos más sensibles de cualquier historia de amor. Blue Valentine retrata la historia de Dean (Ryan Gosling) y Cindy (Michelle Williams), una pareja que se encuentra en crisis y que lucha por sacar a flote su relación. Para relatar este momento deberemos conocer el pasado de ambos solteros y como pareja. Así ingresamos en el film, repleto de flashbacks donde a cada momento es posible identificarse o “ponerse del lado” de alguno de los personajes. Realmente es deleitante encontrarse con películas que nos ofrecen una historia simple, que se encuentra a la vuelta de tu casa (o dentro de tu casa) y que sin una multiplicidad de hechos pueden mantener una narración interesante durante su extensión. Y digo esto por la cantidad de films que se esmeran en crear historias “complejas”, con recovecos, grandes giros, finales inesperados, etc. que de vez en cuando resulta hasta innovador descubrir argumentos sencillos. Y justamente lo destacable de esto es que detrás de eso que parece una historia simple y sosa se esconde una gran complejidad. Blue Valentine consigue no sólo todo lo anterior sino que en su entereza logra mantener la línea de lo cotidiano. Los personajes, las actuaciones, las locaciones, los sucesos y diálogos se presentan a la medida de cualquier mortal, lo cual abre la posibilidad de una fuerte identificación por parte del espectador. Blue Valentine poster Blue Valentine: Una historia sencilla cine Si bien pueden verse algunas similitudes con película como Diario de una pasión, Blue Valentine no cae en cursilerías, y sus hechos son tan crueles como reales. Y es el condimento de la realidad lo que hizo que esta historia me atrajera: y es que los pretendidos y clásicos “amores de película” parecen haber caducado; dejando de lado los estereotipos de amor feliz y para siempre, este film penetra tanto en las zonas más rosadas de una historia de amor como en las más cruentas. Y al mismo tiempo plantea una crítica a la institución del matrimonio, o tal vez una mirada pesimista en detrimento de esta idea de lo perpetuo de la unión conyugal. El amor puede morir y las situaciones pueden volverse insostenibles. Y a pesar de todo esto, como decíamos al principio, sigue siendo una historia de amor, sólo que anclada en la realidad, haciendo hincapié en todos los aspectos de una relación amorosa; sin pintarnos ese cuadro tan añorado que el séptimo arte desde siempre se asignó el papel de mostrar: parejas felices, parejas ideales. Pero creo que es interesante que el espectador pueda sentirse incomodado por la historia, y en vez de terminar abrazado con su pareja mientras miran el film, sintiéndose una reproducción de los actores, pueda verse reflejado. Resulta indispensable destacar las grandes interpretaciones de los actores principales (sobre todo Gosling) que parecen haber hecho carne la historia, y que generan esa sensación de realmente haber vivido las experiencias narradas dentro de esta línea de lo verosímil y cotidiano. Blue Valentine, es de esas películas que lo desencantan a uno, que en vez de permitirle imaginar y zambullirse en la pantalla cual amantes de Casablanca, nos invita a presenciar un quiebre, una fisura dentro de algo que alguna vez estuvo completo. Y creo que si bien una de las características más hermosas del cine es poder crear mundos paralelos que nos permitan escapar por un ratito, es también interesante que de vez en cuando esos mundos nos incomoden, nos hagan dudar, al fin y al cabo, pensar.