La máquina de la misantropía. Contamos con dos entradas analíticas principales frente a una película del calibre de El Código Enigma (The Imitation Game, 2014), hasta cierto punto complementarias considerando el linaje que la precede. En primera instancia debemos aclarar que hablamos de quizás la primera obra que se toma en serio el tópico del genio solitario y semi autista que viene a traer a la humanidad un regalo del conocimiento más abstracto, sin dudas un recurso que ha sido exprimido hasta el hartazgo por el cine mainstream de las últimas décadas y que aquí funciona apenas como la excusa del excelente andamiaje narrativo que se construye a su alrededor, hoy por hoy vinculado a aquellos thrillers de espionaje y paranoia sutil en los que el destino de una disputa bélica depende de descifrar un misterio. Ahora bien, otra posible vertiente nos conduce hacia la falsa concepción de que los grandes progresos en lo que respecta al hábitat cotidiano de los hombres son responsabilidad de un pequeño pichón de capitalista que desde su cueva pergeña el próximo hit del mercado, el cual vendrá a hacernos la vida mucho más fácil, un delirio impulsado por los medios de comunicación, sus repetidoras gubernamentales y los ciudadanos de pocas luces. El film en cuestión nos acerca a la triste realidad, la aceptemos o no: prácticamente todas las supuestas revoluciones del siglo XX obedecieron a un equipo de trabajo académico con lazos con alguna unidad estatal y/ o las industrias menos santas del panorama transnacional, léase los conglomerados armamentista, químico, tecnológico, automotriz y de telecomunicaciones. La propuesta se centra precisamente en uno de los secretitos más sucios de la Segunda Guerra Mundial, la desencriptación del código al que hace referencia el título en castellano, un complejo sistema de señales de radio que utilizaban los alemanes para transmitir información y que resultaba inentendible a oídos de los aliados, en especial por la cantidad de combinaciones que habilitaba la reconstitución diaria del lenguaje en su conjunto, una tarea que se tomaban los nazis para evitar el descubrimiento del arcano. Financiado por la milicia británica y el servicio secreto, Alan Turing (Benedict Cumberbatch), un matemático misántropo e incomprendido, fue el líder de un grupo que no sólo acortó el conflicto al revelar la gran incógnita sino que también sentó las bases de la informática contemporánea. Muchos cinéfilos esperábamos con ansias el debut hollywoodense del noruego Morten Tyldum, el realizador de la extraordinaria Cacería Implacable (Hodejegerne, 2011), pero era imposible predecir que saldría tan airoso de un proyecto de esta envergadura. Al igual que en el opus anterior, aquí tenemos un suspenso detallista apuntalado en una constante sensación de peligro y desasosiego, como si la soberbia de Turing fuese equiparable a su inteligencia pero al mismo tiempo no le garantizase la certidumbre o una mínima estabilidad frente a los embates del entorno. De hecho, el fascinante guión de Graham Moore juega muy bien con la homosexualidad del protagonista como si se tratase de una espada de Damocles (recordemos que la sodomía estuvo penada en Inglaterra hasta 1967). Si bien el convite gira en torno a la pugna de Turing por trasladar sus teorías a una máquina concreta a pesar de la resistencia de sus compañeros y superiores, la historia presenta en simultáneo tres líneas temporales que van confluyendo de a poco, naturalmente: está su formación educativa de adolescente, el período de la contienda de los imperialismos europeos y sus últimos años en este mundo, cuando en la década del 50 la policía comienza una investigación por un robo en su hogar. La película se va transformando en un relato colectivo cargado de tensión y dolor en consonancia con las exigencias de las cúpulas, la necesidad de mantener todo oculto, la dinámica cotidiana entre los responsables de la faena y una demora insoportable que es sinónimo de más sangre derramada en las trincheras. Resulta en especial prodigiosa la estrategia de combinar los vaivenes de la micropolítica de los aliados (espía ruso incluido), un contexto social por demás castrador (en esta ocasión la ignorancia es el villano principal) y la aversión de Turing al trato con otros seres humanos (las soluciones diplomáticas casi no existen porque al señor no le interesan). Más allá de las maravillosas actuaciones de Mark Strong, Matthew Goode, Keira Knightley y Charles Dance, estamos ante un soliloquio sin parangón de Cumberbatch, un gran intérprete que hasta este momento no había tenido una oportunidad de brillar como merecía: su Turing es un luchador aguerrido cuyas respuestas están a la altura de las agresiones de las que es objeto en este retrato admirable del lumpenproletariado de los servicios de inteligencia…
El código enigma es imperdible!!! El relato es cautivante, sobre todo si no conocés la historia, ya que por un lado podés conocer parte de la vida de Turing y por el otro lado podés enterarte de como se llegaron a descifrar los códigos secretos nazis contenidos en la máquina Enigma y los prejuicios..
El imaginario de Turing. En la actualidad vivimos en un constante presente, como si el pasado fuera un corolario o una nota al pie sin un significado ético, político, cultural y filosófico, pero solo el pasado nos revela las grietas candentes de nuestro caótico presente. Al inicio de la Segunda Guerra Mundial, los aliados comenzaron una batalla contrarreloj para decodificar la máquina codificadora de la Alemania nazi, Enigma. La misma había sido inventada en las postrimerías de la Primera Guerra Mundial por el ingeniero Arthur Scherbius y estaba conformada por una serie de rotores electromecánicos. Tras el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la inteligencia británica reclutó a varios criptógrafos, lingüistas, ingenieros y matemáticos para decodificar los mensajes de Enigma siguiendo las técnicas que venían utilizando los polacos y los franceses, quienes habían avanzado en algunos métodos para desencriptar los mensajes de la máquina. Siguiendo las reformulaciones que había realizado sobre las teorías del lenguaje aritmético aplicado a la computación de Kurt Godel, Alan Turing, un joven prodigio de la matemática de la Universidad de Cambridge y experto en encriptación, utilizó el financiamiento del ejército británico para construir una máquina automática de manipulación de símbolos en la que venía trabajando teóricamente con el fin de resolver el acertijo. El Código Enigma (The Imitation Game, 2014) no solo es un intento de reconstrucción de la odisea que condujo a la decodificación de Enigma. A través de la infancia de Turing y planteando dialécticamente tensiones entre su narcisismo y su genialidad para comprender cómo el matemático se convirtió en uno de los principales ejes de la inteligencia aliada durante la Segunda Guerra Mundial (a través del manejo de información clasificada gracias a la máquina Turing, un dispositivo informático que permitía simular la lógica de cualquier algoritmo), la película de Morten Tyldum (Cacería Implacable, Hodejegerne, 2011) plantea algunas de las teorías filosóficas modernas más importantes respecto de las diferencias entre hombres y máquinas, los principios de la teoría de la inteligencia artificial, la aritmética, la matemática aplicada a la computación, a la vez que defiende posiciones éticas respecto de la violencia, las diferencias y la tolerancia para el progreso de la humanidad. Basado en una biografía escrita por el matemático británico y activista por los derechos homosexuales, Andrew Hodges, el guión de Graham Moore se centra en tres ejes argumentales. Por un lado, la narración se bifurca en la infancia/ adolescencia de Turing como drama psicológico de formación de la personalidad y los intereses, en la investigación de los académicos que concluye en el descubrimiento de los códigos de encriptación alemanes en clave de film de espionaje, por otro, y en la investigación policial tras el robo a su casa que concluye con el descubrimiento de su homosexualidad como una obra de suspenso, pero que llega incluso a plantear algunas de las innovadoras y fundacionales teorías de Turing sobre la inteligencia artificial, en última instancia. El director noruego Morten Tyldum logra imponer un tono clasicista a todos estos ejes narrativos, centrándose a nivel argumental en el segundo, pero imbuyendo todo el film con la candidez y la tensión del primero para confluir en el arresto que finalmente condujo a su condena por sodomía y su muerte unos años más tarde en un episodio confuso tras una ingesta de cianuro. En este juego dialectico, todo el argumento se unifica en la misantropía y la imaginación de Turing, magníficamente interpretado por Benedict Cumberbatch, y su imposibilidad de relacionarse, pero sin descuidar la incomprensión y la discriminación que sufrió durante su vida. El Código Enigma interpela nuestro pasado reciente y nos coloca en tanto espectadores ante Alan Turing como jueces de la historia para proponernos su exoneración póstuma como una forma de homenaje tardío.
En 1952 el matemático y criptoanalista Alan Turing era procesado por el delito de "indecencia grave" y "perversión sexual" por practicar la homosexualidad, en Inglaterra prohibida expresamente hasta el año 1967. Las autoridades le dieron a elegir: podía pasar dos años en prisión o someterse a una castración química. Lo que se ignoraba en el momento era que Turing era un verdadero héroe, una figura fundamental que cambió el curso de la Segunda Guerra Mundial y, según afirman los historiadores, gracias a quien logró adelantarse el final de la guerra en dos años, salvándose al menos 14 millones de vidas. Esta película nos cuenta la historia alternativamente en tres tiempos. Uno cuando la policía comienza a investigarlo y en el que tiene lugar su arresto, otro antes, en plena guerra, cuando Turing empieza a trabajar con un equipo de académicos, campeones de ajedrez y oficiales de inteligencia, en una operación secreta para descifrar los códigos de la hermética máquina nazi Enigma, y el tercero retrotrae a su más temprana adolescencia, en la que tiene lugar su primer enamoramiento y descubre su pasión por la criptología. Como para demostrar que la realidad suele ser más increíble que la ficción, esta película plantea un sorprendente juego de secretos, de verdades camufladas. Si el equipo de especialistas se aboca desesperadamente a desenmarañar el acertijo de los comunicados nazis, asimismo la narración irá destapando realidades inesperadas que subyacían bajo la superficie. Como las diferentes capas de una cebolla que van quitándose de a una en una hasta llegarse a su centro, el guión va aportando información que devela nuevas dimensiones de los personajes en cuestión, de la operación secreta en sí, de la trascendencia de un trabajo que en un principio podría parecer un asunto menor. Si los giros sorpresivos están siempre a la vuelta de la esquina, es también una formidable dirección la clave esencial para que este thriller se vuelva completamente adictivo, dinámico e imparable. El brillante cineasta noruego Morten Tyldum (su reciente Headhunters es una maravilla del cine negro) logra insuflar a la anécdota un ritmo y un estado de ánimo que se superpone al sentir de los personajes. Esa adrenalina del trabajo a contrarreloj, la inteligencia aplicada al esfuerzo conjunto, el cálculo y la agilidad mental de los personajes se transmite exitosamente al espectador, volviéndolo parte gracias a una construcción psicológica notable, a una gran dirección de actores, a trabajos de guión y montaje diáfanos y precisos. Para quienes no estén al tanto de esta historia, ver El código enigma se vuelve una tarea imprescindible, ya que se explaya en una de las anécdotas más decisivas y apasionantes de la Segunda Guerra; quienes ya la conozcan, podrán igualmente disfrutar de una anécdota brillantemente desarrollada y de un relato que da gusto a cada momento. El tema aún está candente. Fue recién en 2013 que la reina de Inglaterra le dio un indulto póstumo a Turing, un "perdón real" desmesuradamente tardío. Benedict Cumberbatch, el actor que lo encarna, dijo que en todo caso habría que consultar a Turing si estaría dispuesto a perdonar al gobierno británico. Pero por supuesto, eso no es posible, porque se suicidó hace ya más de 60 años. Más allá de heroicidades y reconocimientos póstumos, el episodio destapó un aspecto de la guerra que muchos desconocían: que no se trató del número de tropas, de la capacidad armamentística y destructiva de cada bando, sino de cuál de ellos supo anticiparse al otro y aplicar sus conocimientos e innovaciones de modo más efectivo para desplegar una estrategia. Al menos en este caso, el seso parecería haberle ganado al músculo.
The winners are… las biopics y la autocelebración Algo queda claro tras ver las ocho películas nominadas este año al premio Oscar: la predilección de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood (y del público estadounidense) por las biopics tanto como por las historias que dejan al descubierto miedos y ambiciones en el mundo del espectáculo. Es que, más que volver a indignarse por la dudosa calidad de lo que esta legendaria e influyente organización propone como lo mejor del año en materia de cine (ya habíamos expresado nuestras dudas sobre la importancia de los premios y recabado opiniones al respecto, en una nota que puede leerse aquí), parece más provechoso analizar brevemente lo que hay detrás de ese puñado de elegidas. La mitad de ellas son biopics y confirman la predilección por este género, especie de resumen de la vida de una persona pública, que no sólo implica una sucesión de incidentes intensos en un crescendo dramático que suele concluir con una lección moral digna de aplauso, sino que, además, empeñándose en la reconstrucción de época y el parecido con el original, despliega un abanico de esfuerzos que permite la multiplicación de nominaciones y premios (a mejor vestuario, maquillaje, dirección artística, etc.) En la ceremonia del Oscar del año pasado, por ejemplo, los auténticos Capitán Philips y Philomena estuvieron presentes, reflejando esa afición y confirmando, al mismo tiempo, que se trata siempre de biografías autorizadas. La teoría del todo, de James Marsh, y El Código Enigma, de Morten Tyldum, pueden verse como el triunfo del freak: un astrofísico postrado por una enfermedad degenerativa (Stephen Hawking) en el primer caso, un matemático hábil pero solitario y esquivo (Alan Turing) en el segundo. Las dos películas exudan oficio: hay que reconocer que Hollywood sabe hacer estos recorridos biográficos creíbles, emotivos y entretenidos (baste pensar cómo le cuesta al cine argentino cada vez que lo intenta). Pero tratan al espectador adulto como si fuera un chico, con paternalismo didáctico –con los personajes hablando entre ellos sólo para informar determinados datos, como al descuido mientras comen o hacen bromas– y resolviendo situaciones con tics gestuales, estereotipos y música melodramática. Temas complejos (discapacidad, homosexualidad, espionaje) son expuestos sin incomodar, con los protagonistas sacando fuerza de la debilidad junto a estoicas partenaires femeninas. Cubierto de una pátina refinada, con encuadres puramente decorativos (mostrando sin justificación dramática desde una ventana a un personaje cuando cae, o desde abajo cuando alguien sube por una escalera caracol), La teoría del todo sólo desliza un elemento discordante cuando incorpora a un tercero en discordia que termina casi integrado a la familia, desviándose hacia los intereses de la mujer de Hawking (tal vez porque el público de este tipo de films suele ser femenino, o porque resulta más cómodo que el espectador se identifique con el personaje sano y no con el lisiado). La decisión adoptada por el protagonista en relación a la medalla entregada por la Reina levanta un poco la puntería de este largometraje pulcro y lustroso como un alhajero, al que ni la sonrisa y el esfuerzo físico de Eddie Redmayne ni la belleza inexpresiva de Felicity Jones logran insuflar de emoción. Marsh hace que su film –más allá de un curioso replay hacia el final– luzca fuertemente convencional, apelando a previsibles escenas de baile y fuegos artificiales, a un afectado reencuentro en una iglesia o a la ópera en un teatro para cargar de intensidad un momento clave, recursos no necesariamente cuestionables si no fuera que la nominación al Oscar lo ubica en un pedestal inmerecido. La película de Morten Tyldum es, de alguna manera, más conflictiva, al centrarse en un analista criptográfico que se involucra en secretos vinculados al Poder durante la II Guerra Mundial, ocultando asimismo misterios relacionados con su complicada vida personal. El Alan interpretado con tenacidad por Benedict Cumberbatch es un freak triste, por momentos egoísta, con serias dificultades para los vínculos afectivos (consecuencia de maltratos sufridos en su etapa de estudiante, según flashbacks a los que el film recurre ocasionalmente). Es un personaje de esos que se recuerdan –da la impresión que cuando se nomina a un actor o actriz al Oscar es más por la simpatía o el impacto emocional que depara su personaje que por su actuación en sí–, movido no por un principio humanitario o una convicción política sino por una necesidad personal: “agnóstico respecto a la violencia” se considera esta especie de Schindler, y eso parece bastar para transformarlo en una buena persona. Los hechos históricos son en El Código Enigma una buena excusa para desplegar artimañas propias del thriller, balanceándose un logrado clima de época (con imágenes documentales de la guerra fundiéndose con la ficción) y algunas entrelíneas sobre el valor del trabajo en equipo, con una música omnipresente y caracterizaciones modeladas a partir de lugares comunes. De vez en cuando asoma Keira Knightley, dándole algo de vida al calculado armazón argumental. Aunque no llegó a estar nominada como Mejor Película (sí Bennett Miller como Mejor Director), Foxcatcher también ronda en torno a un freak que existe o existió: un tal John du Pont, millonario paranoico amante del deporte, obsesionado con un joven atleta igualmente solitario. Acá, la cámara deteniéndose en profusos planos generales, la dosificación de la acción y la actuación reconcentrada de Steve Carell y Channing Tatum, y el cruel final incluso, apartan la biopic del acostumbrado recorrido por escenas significativas, depositando el dramatismo en el lento proceso de maceración de los sentimientos ocultos de ambos personajes. Muy bien narrada, la enturbia la caracterización exterior de Mark Ruffalo y la conservadora moraleja que –en torno al dinero y la familia– el film parece dejar como sedimento.
Otra mente brillante Turing es interpretado por Benedict Cumberbatch, el galán intelectual que en un período de tiempo relativamente corto ha sido la voz y cara de Joseph Hooker, Stephen Hawking y Sherlock Holmes: figuras importantísimas en los campos de la física cuántica, la biología y la deducción. Ahora es Alan Turing, padre de la inteligencia artificial. Cuando no da vida a las mentes más brillantes de la historia o la literatura – usualmente con una dosis de ineptitud social – se avoca a personajes narcisistas como Khan, Julian Assange o, por qué no, el dragón Smaug. Turing según Cumberbatch es una mezcla de ambas cosas, pero lo que separa su interpretación de las demás es la vulnerabilidad y la emoción que brinda al papel. Por debajo del genio yace la frustración que siente con sus pares, la aflicción de un terrible secreto, y el pavor de ser descubierto y reprimido por ello. Turing narra desde la mesa de un interrogatorio policíaco en 1951 sobre su involucramiento “off the record” en la guerra, de 1939 en adelante. Allí se entrevista con Denniston (Charles Dance, excelente como un solemne oficial victoriano) y el capo de la incipiente MI6, Menzies (Mark Strong, siempre cool y con un dejo de diversión). Tienen un trabajo para él: quebrar la máquina Enigma, el aparato codificador que los nazis emplean para enmascarar sus mensajes. El tema es que todas las medianoches la clave cambia, rindiendo completamente inútil el trabajo de todo el día. Tarea sísifa que recuerda en principio al rizo temporal de Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1994), excepto que las muertes que los Aliados sufren en el campo de batalla todos los días se suman, no se reinician. “Ahí va otro,” ilustra Menzies, mirando el segundero de su reloj. La idea de Turing involucra crear una proto-computadora capaz de descifrar el código en menos de un día. Esto representa una solución costosa y oblicua para la vieja escuela que financia sus actividades, de manera que la carrera no sólo es contra el tiempo sino contra los propios mecenas de Turing. En realidad no hay indicio de que Turing haya tenido semejantes roces con sus superiores, ni que se haya comportado con semejante autismo hacia sus colegas, y de hecho fueron científicos polacos quienes legaron la investigación sobre la cual Turing basó sus planteos. Pero estos cambios no son gratuitos, sino necesarios para desarrollar el conflicto de la historia. A veces la película recuerda a una de esas biopics dóciles que solían pasar por Hallmark, en las que un joven visionario chocaría contra la retardada sociedad victoriana pero triunfaría de un modo u otro por el mero hecho de trascender en el imaginario popular, quizás ganar un Oscar o dos. Este es el aspecto más aburrido y predecible de El código Enigma. El personaje de Keira Knightley yace entre el cliché y la originalidad: por un lado se suma inocentemente al desafío de las convenciones victorianas (“¿Una mujer trabajando con un hombre? ¡Prepóstero!”), y ya sabemos todos dónde lleva este camino. Por otro lado comparte algunas escenas verdaderamente bellas y significativas con Cumberbatch, y ambos poseen una gran química que para variar no va por el lar romántico. Por supuesto que Turing merece toda la reivindicación que pueda conseguir luego de cómo su país le trató terminada la guerra en pos de un estúpido escándalo sexual (recién el año pasado la Reina le pidió perdón). Pero la película va más allá del réquiem gracias a la actuación de Cumberbatch – posiblemente su mejor a la fecha, al menos en la pantalla grande –, los intérpretes secundarios y la sorprendente intensidad de un thriller de espionaje ambientado principalmente en dos cuartos y un garaje.
Las dos caras de un genio en tiempos de espionaje Un relato atravesado por la intriga, con una historia de amor y un genio presionado para terminar en tiempo y forma una máquina que descifra los códigos secretos de los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Benedict Cumberbatch logra una magnífica composición de Alan Turing, el pionero de la informática. Un Hollywood revisionista es el que caracteriza actualmente el panorama cinematográfico con películas que están en danza para los Premios Oscar. Así como La teoría del todo bucea en la vida y relación entre Stephen Hawking y su esposa, El código Enigma -con ocho nominaciones a la codiciada estatuilla- sigue la vida del pionero de la informática, Alan Turing -en una magnífica composición de Benedict Cumberbatch, de la serie Sherlock-, quien descifró los códigos de la máquina alemana Enigma durante la Segunda Guerra Mundial para localizar y neutralizar al enemigo. La acción del film comienza en 1952 cuando las autoridades británicas entran en la casa del matemático, analista y héroe de guerra para investigar un robo y terminan arrestándolo por el delito de homosexualidad. Lo interesante de la propuesta es cómo combina la vida del personaje con el espionaje y una historia de amor que se asoma de manera solapada. Turing crea una proto-computadora para descubrir los mensajes escriptados de las líneas enemigas, mientras pelea su propia batalla de sentimientos contra un entorno dominado por la ignorancia y los prejuicios. En escena aparece la bella Joan -Keira Knightley-, la única mujer en un mundo dominado por la razón de académicos, lingüistas y campeones de ajedrez que acompañan la odisea del protagonista. El director noruego Morten Tyldum construye un film emocionante - la adolescencia del niño prodigio acosado en clase y su reclutamiento por una sección de élite del ejército británico- que está atravesado por el espionaje para contar los días de un genio presionado para terminar su tarea a pesar de que los financistas no confían demasiado en su invento. De este modo, resulta conmovedora la escena en la que Turing no puede ayudar al hermano de su compañero que se encuentra en un barco bajo la mira nazi o el juego de miradas que se establece entre el hombre errático y la mujer que lo desea a toda costa. Un epílogo de posguerra y un perdón tardío cierran esta historia que seguramente sensibilizará al público y merece cosechar varias estatuillas en la próxima entrega de premios.
Bajo la dirección de Morten Tyldum, Benedict Cumberbatch se pone en la piel de Alan Turing, un matemático que, durante la Segunda Guerra Mundial, colabora con el servicio secreto de inteligencia británico (M16), para intentar decodificar la información encriptada que los alemanes se envían entre sí a través de ondas de radio. Junto a un equipo de colegas y criptógrafos convocados especialmente para esta tarea ultra secreta, Turing se embarca en una carrera diaria contra el reloj para conseguir crear una máquina que logre descifrar la información en menos de 24 horas, tiempo en el cual el código caduca y los obliga a empezar de nuevo. Si bien no está entre las favoritas para ninguna de las 8 categorías por las que compite en los Premios Oscar (entre ellas, Mejor Película, Director y Actor), El Código Enigma (The Imitation Game), hace honor a su nombre y cuenta mucho más de lo que la trama general revela en una primera lectura. Basada en hechos reales, y adaptada por Graham Moore a partir del libro homónimo de Andrew Hodges, la película plantea, dentro del contexto de por sí complicado de la guerra, las dificultades sociales y los prejuicios que vienen aparejados a tener intereses distintos, inteligencia y, sobre todo, cierta conciencia de que existe esa inteligencia. Un poco a la manera en la que la película “Una Mente Brillante” (A Beautiful Mind, 2001) muestra la vida del matemático John Forbes Nash, interpretado por Russell Crowe, sólo que en este caso, Turing no padece esquizofrenia ni ninguna enfermedad mental en particular (salvo quizás cierto nivel de Asperger), si no que es homosexual – lo cual en aquella época era un delito condenable. A fuerza de adaptación y comprensión de cómo deberían ser las relaciones, Turing acaba por camuflarse entre sus colegas – motivado por un tipo de cariño que, si bien es sincero, no logra pasar de la amistad. Pero su esencia no cambia y, con el tiempo, aquello que se construye para conformar a otros se muestra frágil e insostenible. Procesar y vivir las emociones de forma distinta al resto de los seres humanos, ¿nos convierte en robots? Ser directos y evitar los códigos sutiles del lenguaje, ¿nos hace monstruos insensibles? El interés por el bienestar de otra persona, ¿llega alguna vez a parecerse al verdadero amor? Incluso sin ser puestos en contexto, ante el avance de las comunicaciones en redes sociales, los fenómenos como el bulling o el cyber bulling y la alienación general en materia de tolerancia, estos interrogantes se presentan como temas actuales y que merecen una reflexión. Cómo nos percibimos a nosotros mismos y cómo nos mostramos ante los demás; de qué modo ponemos en juego nuestros puntos fuertes y habilidades para que funcionen con las capacidades de otros, o si acaso elegimos aislarnos. Qué perdemos y ganamos en esas elecciones, y hasta qué punto son influenciadas por los prejuicios, propios y ajenos. Toda esta subtrama del film que, a mí entender, es el mensaje más importante que encierra, está bien soportada por el contexto no menos terrible en el que transcurre, que es nada menos que la Segunda Guerra Mundial – si bien por momentos el espíritu nacionalista británico y el patriotismo resultan un poco exasperantes. A lo largo de la película, Cumberbatch hace gala de su habilidad para representar personajes calculadores y un tanto desapegados, cuyas motivaciones particulares son más lógicas que emotivas; el perfil de correcto y frío caballero inglés le queda muy bien – ya lo conocemos interpretando a Sherlock Holmes, por ejemplo. Quizás es justamente por eso que resulta tan creíble su vulnerabilidad en los momentos más álgidos y dramáticos de la historia, en los que comprendemos que mantener distancia de los sentimientos propios y ajenos, incluso como arma de defensa, tiene un precio. Hay que decir que la elección de Keira Knightley para interpretar a Joan Clarke, la única mujer que integró el equipo de trabajo del código Enigma y que estuvo brevemente comprometida con Turing, fue más que acertada. Además de funcionar como una contraparte sensible frente al robotismo del protagonista, Knightley trabaja bien en roles de mujeres de época que, sin ser femmes fatales, se defienden y sobreviven en un mundo de hombres a partir de sus fuertes convicciones y objetivos. Con todo, la película justifica todas y cada una de las nominaciones que ha recibido, tanto a los Oscar como a Golden Globes y otros reconocimientos en el mundo del cine. PUNTAJE: 9/10 Por Lucía Frank Langer
La Segunda Guerra Mundial no sólo se luchó en el campo de batalla sino también puertas adentro, mientras los servicios de inteligencia de ambos bandos transmitían mensajes a través de códigos indescifrables. Dentro del marco que presenta The Imitation Game, el foco es la increíble historia de vida del matemático Alan Turing, que logró con mucho esfuerzo minar el poderío alemán y salvar millones de vidas en el camino, para luego verse recompensado con un tratamiento deplorable por lo que se consideraba un dudoso comportamiento moral. Recuerdo que disfruté mucho de Headhunters, el anterior film del director noruego Morten Tyldum, un thriller adrenalínico que lo colocó en la mira de varios productores. En su debut en el cine de habla inglesa, pierde un poco de ese ritmo vertiginoso que presentó en 2011 en pos de ganar una cohesividad narrativa interesante y bien construida para contar una historia que de otra manera sería bastante aburrida de presenciar. La narrativa se conforma de dos segmentos, el primero es el misterio que se encuentra un detective en 1951 luego de un asalto en el hogar de Turing, y el segundo es el salto hacia el pasado. Este se fragmentará una vez más para relatar cómo llegó Turing a formar parte de un equipo gubernamental secreto destinado a decodificar la máquina alemana Enigma y también sus primeros pasos en el terreno de la criptología en sus años de formación, con la ayuda de un compañero de colegio al que se hace muy cercano. A simple vista, parece que la película va a significar un esfuerzo por armar el rompecabezas de la vida del matemático, pero un gran trabajo de edición y una clara visión objetiva por parte de Tyldum ayudan bastante a que la transición entre una época y la siguiente sea lo más fluida posible. Puede resultar muy fácil encasillar a Turing como si fuese un Sheldon Cooper o un Mark Zuckerberg de los años '40, con todos sus problemas para socializar y una conducta que bordea lo antisocial, pero el puntilloso trabajo de Benedict Cumberbatch al componer al atribulado matemático es fascinante, sobre todo cuando las capas de su personaje van desapareciendo y dejan ver quién es realmente el hombre detrás de la máquina. No confiaba mucho en las aptitudes del británico, me parecía demasiado inflado por los medios y mi miedo era que repitiese características de la serie Sherlock, pero tales miedos fueron infundados, ya que Cumberbatch es el centro neurálgico del film y todos los hilos argumentales empiezan y terminan en su persona. El tono de The Imitation Game puede parecer aburrido y chato, pero el guión del jovencísimo Graham Moore tiene varios ases bajo la manga. En la mano de Tyldum todo puede parecer medido específicamente para cosechar varias nominaciones y premios, pero la sorpresa viene del lado de un ritmo milimetrado, que estalla en lo que es el mejor momento del film, el de la exitosa decriptación. Es entonces cuando el grupo de personajes está reunido y la música incesante de Alexandre Desplat aturde y emociona al mismo tiempo, que se nota que todo lo sucedido anteriormente acaba de estallar, que todas las cartas están sobre la mesa. Y el espectador, obviamente, ya es parte de la historia. Como cualquier film de época que se precie, Keira Knightley hace acto de presencia como Joan Clarke, compañera de aventuras de Turing. En esta ocasión, sus talentos naturales generan un buen soporte para la figura del matemático, aunque su trabajo es loable y convincente pero no lo suficiente para destacar más allá de ser una gran secundaria. Un misterio su nominación al Oscar, sabemos que talento no le falta, pero de seguro la Academia ama a la británica tanto como a Bradley Cooper que la nominan de rebote. El resto del elenco está sublime al igual que la dupla protagónica, con Matthew Goode como el ajedrecista y playboy Hugh Alexander, y el potente Charles Dance como el recalcitrante Comandante Denniston. The Imitation Game tendrá sus pequeños problemas de tono, pero una vez que cobra envión es imparable. Cumberbatch le da vida a Alan Turing con su virtuosismo particular y junto a Tyldum reescriben una dolorosa historia de vida que finalmente tiene su punto final en el asombroso legado que dejó el matemático al mundo entero.
Mentes brillantes, películas normales Esta semana se estrenan en Argentina dos biopics británicas basadas en sendos best-sellers y nominadas al Oscar a Mejor Película sobre científicos geniales (el matemático Alan Turing en el film de Tyldum, el físico Stephen Hawking en el de Marsh) que atravesaron muy complejas y extremas existencias. No solemos publicar aquí críticas conjuntas ni comparativas, pero haremos esta vez una excepción para analizar de paso una de las tendencias que desde hace años más les gustan a los votantes de la Academia de Hollywood. Los puntos de contacto entre ambas películas son múltiples y exceden el marco de que El Código Enigma tenga 8 nominaciones al Oscar y La teoría del todo, 5. Un poco en broma (pero también un poco en serio) le decía hace unos días en Twitter a Axel Kuschevatzky que eran “casi la misma película”. Por supuesto, no en el sentido literal (son historias reales bien distintas) sino en su concepción y en sus búsquedas generales. Para mi gusto, El Código Enigma está un par de escalones más arriba por varias razones: un guión más moderno a-la-Red social, una dirección y un montaje más sólidos, buenos personajes secundarios y un tono british más contenido a-lo-John Le Carré que remite a las recientes El topo o El hombre más buscado, mientras que La teoría del todo me resulta más de fórmula, más calculada para conmover, con actuaciones como la de Redmayne pensadas para ganar premios. La épica íntima de Hawkins, con su deterioro físico, está puesta siempre en primer plano, mientras que la tragedia personal de Turing (quien poco después de haber descifrado el código de transmisiones usado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial fue perseguido y acusado de indecencia por sus relaciones homosexuales a principios de los años ’50) está trabajada de manera tangencial y explicada recién en los planos finales del film. El noruego Tyldum (Cacería implacable) construye un thriller no exento de tensión y suspenso, en el que la disfuncionalidad afectiva del protagonista es un elemento –valga el juego de palabras– funcional a la trama. En La teoría del todo, Marsh (de buenos antecedentes como documentalista con títulos como Man on Wire y Project Nim) apuesta a una narración todavía más convencional y con picos emotivos demasiado subrayados. Algo parecido ocurre con las interpretaciones: para mi gusto Cumberbatch (que casualmente ya había interpretado a Hawkins en un telefilm de 2004 para la BBC) resulta mucho más convincente que Redmayne, pero este tipo de actuaciones –con el show-off de la progresiva degradación motriz– son las que se quedan con los elogios y los reconocimientos. Puede que El Código Enigma no sea una película extraordinaria (el tema, incluso, ya había sido reconstruido en Enigma, de Michael Apted, con Dougray Scott y Kate Winslet), pero si no estuviese en la carrera fuerte por el Oscar la apreciaríamos como una muy digna y convincente película. La teoría del todo, en cambio, es más demagógica, genera más llanto fácil, pero es sólo una película correcta. Ni más ni menos que eso.
A esta altura de la gimnasia cinematográfica que cualquier espectador practicante debe tener, pedirle a las películas biográficas que sean exactas y completas acerca de las figuras que retratan no tiene demasiado sentido. Las películas que más intentan abarcar de los hechos de la vida de un hombre –tal es el caso de otro estreno de la semana, LA TEORIA DEL TODO– son las que más problemas tienen, como ya lo dice la célebre frase hecha. Lo escribí también en relación a INQUEBRANTABLE, estreno de la semana pasada: es un buen formato, usualmente, el de intentar dejar plasmada la vida de un hombre a partir de un episodio específico en su vida. En EL CODIGO ENIGMA pasa algo similar al de aquel filme de Angelina Jolie. Aquí, el guión de Graham Moore intenta hacer foco en una etapa clave y fundamental en la larga y complicada vida de Alan Turing: su trabajo y esfuerzos para descifrar los códigos que usaban los nazis para sus comunicaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Y si bien es cierto que a través de esos años de trabajo de Turing se exhiben muchas de las otras particularidades de la vida del matemático, en muchos momentos se siente al filme de Morten Tyldum como demasiado decoroso, cuidado, prolijo y calculado, especialmente en lo que respecta a su homosexualidad en una época en la que estaba literalmente prohibida en Gran Bretaña. Un clásico producto prolijo y bien vestido, armado en pos de ganar algunos Oscar por The Weinstein Company. imitation2Pero diferencia del moroso y mediocre filme de Jolie, la historia de la vida de Turing que EL CODIGO ENIGMA elige contar es lo suficientemente fascinante y rica en matices dramáticos como para que la película –aún con su excesivamente británico medio tono– sea por momentos atrapante. En un formato de flashbacks (un interrogatorio policial que se irá develando de a poco de donde proviene), el filme muestra a Turing cuando es convocado para un puesto ultra-secreto del gobierno británico que involucra descifrar los códigos nazis. El trabajo es más que difícil ya que los nazis cambian el código todos los días y cuando algo se alcanza a descifrar ya todo vuelve a cambiar, teniendo que empezar todo de cero otra vez. Turing se suma al grupo de trabajo con, digamos, el pie izquierdo. Un obsesivo de la matemática, con una personalidad que uno consideraría dentro del llamado “espectro del autismo”, Alan no se caracteriza por saber tratar con la gente y considera que el trabajo que hacen todos allí no los llevará a ningún lado. Casi marginado del grupo, empieza a armar su propia maquinaria de decriptación, un enorme aparato que podríamos considerar entre los antecedentes de las actuales computadoras. Al grupo luego se sumará Joan Clarke (Keira Knightley, que parece hecha a medida para estos roles), más inteligente y capaz que el resto de sus compañeros de trabajo y varias de las dinámicas irán cambiando hasta empezar a lograr mejores resultados. THE IMITATION GAMETomando en cuenta que Turing no es una figura tan conocida como debería serlo, vamos a detenernos aquí y no revelar mucho más de la historia. Lo cierto es que en medio de estos años de investigaciones a Turing se lo trata más como un freak obsesivo completamente desentendido del mundo real y casi nunca se explora su vida sexual. Aclaremos: la película podría prescindir, si quisiera, de hablar del tema, pero en el caso específico de Turing fue algo que tuvo muchísima repercusión en su vida y que es fundamental para entender, entre otras cosas, porque tardó tanto en conocerse su figura y su trabajo. El filme no lo ignora del todo, es cierto, pero el peso social, humano y trágico que tuvo para él (y para miles de británicos que sufrieron la misma condena) solo cobra algo de fuerza, un poco a las apuradas, sobre el final. Es esa corrección, esa prolijidad y ese decoro los que vuelven a la película un poco aséptica y lavada, como si le faltara un compromiso emocional más fuerte con lo que está contando. El que trata de dárselo es Benedict Cumberbatch, un actor que suele utilizar esa misma tradición británica –pudorosa y recatada– a su favor, ya que con muy poco logra transmitir más de lo que la película le da lugar a la vida secreta del personaje, encontrando en algunos pequeños momentos, miradas y silencios toda la humanidad que Tyldum, distraídamente, parece ignorar. imitation_gameLo curioso de EL CODIGO ENIGMA es que, más allá de todas las deficiencias evidentes en lo que respecta a la falta de un entendimiento profundo del personaje que describe y la excesiva pulcritud de la puesta en escena, resulta por momentos fascinante de ver. Lo que logra el filme en su búsqueda por descifrar contrarreloj el mítico código nazi es crear un relato de suspenso de oficina, donde la tensión pasa más por el trabajo matemático y por el funcionamiento (o no) de maquinaria pesada y complicada que por algún tipo de acción bélica concreta. Si bien un momento clave en el avance del desciframiento del código está narrado de una forma muy banal (es muy difícil de creer que haya sido así), Tyldum consigue que las escenas en ese espacio cavernoso lleno de cerebros pensando resoluciones a problemas lógicos tengan una intensidad que convierte a la película, en esos momentos, en algo apasionante. Lo mismo que el peso de algunas decisiones éticas que se ven obligados a tomar luego. Es una pena, entonces, que el resto de EL CODIGO ENIGMA no logre estar a la altura de esas escenas, ni siquiera los flashbacks a la adolescencia del protagonista, en los que se intenta explorar un tanto banalmente algunos de los motivos de su fracturada personalidad. En cierto sentido, uno podría decir que es la película que filmaría el Turing que Tyldum y Moore, con su aplicado guión de relojería, construyen: la de alguien que entiende todo de matemática pero a quien el resto de lo que llamamos humano le es bastante ajeno.
Juego de espías. La tendencia ostentosa por reivindicar universalmente biopics clásicas tiene como consigna primordial imitar la veracidad con tintes de parafernalia para así hacerse de una reputación académica que devenga en un producto galardonado. La dimensión barnizada de El Código Enigma funciona como una carcasa elegante para tunear con acento pictórico una trama agria sobre el espionaje de antaño y la creación clandestina de un aparato revolucionario por parte de un antisocial superdotado. Pero la figura pomposa de esta maraña conspirativa procesada por un aura romántica y golpes sentimentalistas no empaña el poderío de una obra que cautiva de principio a fin con un atractivo de actuaciones afiladas. Durante el régimen del nazismo, un criptólogo amanerado de una altanería paqueta llamado Alan Turing (el demoledor Benedict Cumberbatch) se ofrece como voluntario en los servicios de inteligencia británicos para ayudar a descifrar los mensajes codificados del bando enemigo. Aislado del selecto grupo prodigioso que se toma la tarea como una actividad desafiante para la mente humana, Turing busca desarrollar una maquinaria capaz de romper instantáneamente con el cifrado alemán conocido como Enigma y boicotear los ataques nazis. Rodeado de colegas masculinos y ocultando su orientación homosexual, se le presentará un conflicto científico trabado por soplones diplomáticos y teorías descartadas; todo junto a su confidente femenina Joan Clarke (la siempre atemporal Keira Knightley), quien alienta con esmero su maniático proyecto. Este encargo en manos del noruego Morten Tyldum avanza sobre una estructura fragmentada en diferentes etapas para remontarnos a tres períodos específicos en la vida de Turing. El relato parte desde la investigación policiaca que indaga su vida privada a comienzos de los años cincuenta para luego retroceder al dilema central que se sucede durante la Segunda Guerra Mundial y la instancia adolescente en donde es influenciado por el sentimiento amoroso hacia otro estudiante. Un contorno disgregado que sirve para documentar los inicios analógicos de la informática, apartándose del escenario bélico y transportándonos al interior de un campus administrativo donde se pone en práctica la resistencia, pero desde una posición intelectual que trabaja en equipo. La tracción radiante ejercida por Cumberbatch para personificar al ídolo matemático que reacciona bajo estímulos programados es de una categoría magistral. Estos síntomas egoístas constantes en su personalidad impenetrable denotan un resentimiento social que parece contradecirse con el acto heroico que finalmente ayuda a sintetizar el drama bélico y detener la matanza genocida. Paralelamente a esta paradoja moral, evidenciamos que la indiferencia institucional, el machismo de época, el prejuicio homofóbico y el clientelismo burocrático son las verdaderas denuncias discretas en el afinado guión de Graham Moore. Además del trabajo impecable por parte de Cumberbatch (que acá alterna su postura andrógina en pos de una actuación refinada), se acopla el ímpetu estilizado de Knightley y los tremendos refuerzos actorales de Matthew Goode, Mark Strong y Charles Dance. En su propuesta reconstructiva sobre el bautismo trágico y secreto de la inteligencia artificial que permitió el advenimiento de las computadoras, Tyldum maneja la risa light y el timing clasicista de forma tal que El Código Enigma no se vuelva un plomo industrial, y entendiendo cómo es esto de jugar al promotor storyteller para las grandes empresas.
OBSESION Detras de su revisionismo y su intento por desdramatizar lo que cuenta, en "El codigo Enigma" (Inglaterra, USA, 2014) hay una propuesta de reivindicar un cine clásico que espera en su misma creación tener un destino de premios y lauros. Pero más allá de su maniqueismo primigenio al avanzar la historia que narra como Alan Turing (Benedict Cumberbatch) y su equipo a fuerza de empeño y obsesión pudieron descifrar mensajes nazis en la Segunda Guerra Mundial, hay una subtrama que habla de los impedimentos y la persecución que sufrió el matemático por su condición sexual. Su relación por conveniencia con Joan Clarke (Keira Knightley) y el pasado que regresa todo el tiempo en manera de flashbacks, van conformando la realidad de Turing en medio de las presiones que la falta de resultados le genera. Hay un problema con las imágenes del pasado, que son utilizadas como una manera de justificación a su homosexualidad, molestan, nada más disruptivo que esa innecesaria incoroporación. Igualmente gracias a la interpretación de Cumberbatch la épica por obtener resultados y el esfuerzo denodado de su equipo por acompañarlo permiten conocer en profundidad a uno de los "heroes" anónimos de la Segunda Guerra, que aceptó mantener su trabajo en silencio en beneficio de todos. PUNTAJE: 7/10
La guerra dilatada No es un dato anecdótico tomar como referencia que el título original de este film, dirigido por el noruego Morten Tyldum, The Imitation Game, refleje el concepto del juego de imitaciones para introducir una trama que se bifurca entre el relato de espionaje clásico con el contexto de la Segunda Guerra a cuestas y un drama personificado en la figura que además de ser un genio de las matemáticas y visionario de la aplicación de esta ciencia a la informática era gay para la Inglaterra de los años 50, donde se consideraba a la sodomía como un delito hasta 1967. Un juego de imitaciones entonces para construir desde un guión sólido a cargo de Graham Moore, quien tomó como punto de partida la novela del matemático activista por los derechos de los homosexuales, Andrew Hodges, aspectos para retratar el mundo de Alan Turing (Benedict Cumberbatch) protagonista de este film que fragmenta la historia en etapas que van desde los comienzos de los estudios de Turing hasta la convocatoria urgente por parte del Servicio Secreto británico para formar parte de un equipo de notables matemáticos y lingüistas y así encontrar las claves para decodificar los mensajes de la máquina alemana Enigma, pilar de la enorme potencia bélica de los nazis. La trama del espionaje se constituye bajo los parámetros de la operación secreta y el proyecto propuesto por el mismo Turing para construir una máquina –para ello contó con la financiación de los propios británicos- que resolviera los acertijos de encriptación cambiantes cada doce horas, aspecto que los hacía indescifrables para la mente humana –incluido Turing y compañía- pero también por el entorno tanto de superiores como de colegas al existir las chances del agente encubierto o por ejemplo espía soviético infiltrado en las filas de la inteligencia británica. Mientras Turing y equipo corrían contra reloj, las pérdidas de vidas humanas crecían de manera exponencial y bajo esa presión más allá de la propia estaba expuesto cada minuto de su vida en aquel entonces sin descuidar, claro está, su compostura e impostura frente al resto para no delatar su homosexualidad. Para marcar ese contraste entre la vida pública y la privada el personaje de Keira Knightley resulta esencial no sólo por representar a una mujer de carácter, sino por generar en el propio Turing emociones encontradas y mezcladas durante todo el metraje. También aparecen en tensión aspectos del orden ético que chocan con las conductas o decisiones pragmáticas del protagonista a la hora de resolver la aplicación de su invención y los alcances que finalmente tuvo respecto al fin de la Segunda Guerra y la derrota total de Alemania, dato de relevancia más que por el carácter histórico por las consecuencias a nivel psicológico sufridas por el protagonista luego del gran hallazgo que cambió la historia del mundo moderno sin que él siquiera tuviese crédito. En ese sentido, podría pensarse que El código enigma intenta de cierta manera reivindicar al personaje sin juzgarlo ni idealizarlo, pero se encarga de ubicarlo en perspectiva para que el espectador, guarde o no empatía, conozca las instancias dramáticas de un pasado trágico atravesado tanto por la crueldad de la guerra como por la intolerancia creada en gran parte por la ignorancia. Tal vez allí se encuentre el argumento encriptado que con inteligencia, paciencia y estilo clasicista el realizador noruego Morten Tyldum nos propone resolver simplemente con los elementos y la información dosificadas para generar un equilibrio entre el suspenso y la emoción. Esas dos fuerzas que atraviesan El código enigma se sintetizan en una soberbia actuación de Benedict Cumberbatch, y se sostiene gracias al buen aporte de un elenco ajustado, donde se destacan Matthew Goode, Rory Kinnear, Allen Leech, Matthew Beard, Charles Dance, Mark Strong y la ya mencionada Keira Knightley.
La triste realidad Lo que el cine no da, la realidad no presta. Al menos eso es lo que creemos aquellos que pensamos el cine de forma seria y analizamos las películas por sus elementos cinematográficos. “Basada en una historia real” se ha vuelto la frase detrás de la cual los mediocres se esconden cada vez más. ¿Qué dice sobre una película que esté basada en un hecho real? Nada, absolutamente nada. Si la historia que elige es fascinante, eso no dice nada sobre la película tampoco. Pero claro, funciona como chantaje al espectador. El espectador parece recibir claramente un mensaje: Ojo, esto tiene valor, eso es real. Una invitación al desastre, una invitación a no pensar el cine, a olvidar el cine, a convertirlo en un transporte de sustancias reales. Por suerte el cine es mucho más, por suerte los grandes directores, guionistas, productores, actores y demás realizadores cinematográficos, no siempre se rinden frente este chantaje y parten de historias reales para hacer obras trascendentes con vida propia. Este año, cuatro de las ocho nominadas a mejor película se basan en historias reales. Esto no le impidió a Clint Eastwood que Francotirador sea una obra maestra. Tal vez su éxito parta de la historia real, pero su calidad artística nace del que a Eastwood esa historia solo le sirve para desarrollar su mirada del mundo, su mirada del cine. Los ejemplos no son pocos, pero aun así, son minoría. El código Enigma (The Imitation Game) pertenece a la categoría triste de las biografías sin vuelo. Tomo a un genio, y creo que con eso solo hago una película genial. El público sabe que los hechos ocurrieron y con eso gano credibilidad. Qué forma realmente triste de entender el cine. Pasemos a la película. El personaje protagónico es Alan Turing (Benedict Cumberbatch), matemático inglés que durante la Segunda guerra mundial formó parte del equipo encargado de descifrar los mensajes secretos de los nazis. Esa historia, es apasionante. Su lucha contra viento y marea para lograr que el gobierno confíe en él y en sus teorías aun no comprobadas, que sus propios compañeros de equipo lo integren y se pongan de su lado. Tres batallas que Turing libraba a la vez, sin saber si podría vencer en los tres frentes. Está bien eso, sin duda. Pero la película cree que profundizar en eso es una pérdida de tiempo, entonces convierte a El código enigma… en otra película! ¿En que la convierte? En chisme, en vida privada, en denuncia de las terribles y siniestras injusticias contra los homosexuales. No puede conformarse con que Alan Turing era un genio y cambió la historia de la humanidad, no, eso no sirve. Recuerdo ahora Lawrence de Arabia de David Lean, donde la homosexualidad del protagonista queda mostrada pero no ocupaba la primera fila. Y no está mal que la sexualidad del protagonista ocupe un espacio, incluso protagónico, pero se trata de dos films distintos. Y el director, que cuenta de forma entretenida la película, apuesta a la trama menos importante. La homosexualidad del protagonista podría aparecer en cartelitos –como de hecho lo hace- al final de la trama. Los flashbacks al pasado de Turing son otra desgracia. Al menos Cumberbatch y los demás no intentan imitar a nadie y actúan bien. Algo de oficio hace que la película avance, pero su mediocridad es abrumadora. Es nada. 8 nominaciones al Oscar son el único motivo para que se le dedique hoy tanto tiempo. Docenas de películas buscan eso año tras año, algunas lo consiguen. Es cine basado en hechos reales y las biografías son una plaga, que además sean tan festejadas, una mala señal para el presente del cine.
Matemático superdotado, considerado uno de los padres fundadores de la ciencia de la computación y precursor de la informática moderna, el británico Alan Turing fue también, como creador de la máquina que permitió descifrar el código de transmisiones usado por los nazis, quien más contribuyó a derrotar a Hitler y reducir la duración de la guerra, con el consiguiente ahorro de miles de vidas humanas. Un héroe al que la historia recuerda menos de lo que merecería seguramente porque fue víctima de la pequeñez y la mezquindad de una sociedad que no solamente no lo comprendía, sino que terminó destruyéndolo con su homofobia. Dos secretos marcaron la vida de este genio, también desfavorecido por su carácter solitario y arrogante. Uno, al que se consideraba inviolable, entre otros motivos porque mudaba todos los días, el código Enigma que encriptaba los mensajes de los alemanes, y que él, con sus cuatro expertos colegas, logró decodificar y fue elemento clave para anticipar las estrategias del enemigo y acelerar el fin del conflicto. El otro, personal: su homosexualidad, que debía mantener oculta en una Inglaterra que todavía por muchos años más seguiría penándola como en los tiempos de Oscar Wilde. (Procesado por indecencia en los años 50, debió optar en 1952 entre la prisión o la castración química, a la que se sometió. Dos años después se quitaría la vida, y sólo en 2013, tras las demoradas disculpas presentadas por el gobierno británico en 2009, la reina le concedió el indulto póstumo.) Más allá de algunos convencionalismos, el noruego Tyldum (apoyado en un bien construido guión de Graham Moore) alcanza el raro mérito de proporcionar un generoso volumen de información en poco menos de dos horas sin abrumar con el planteo de problemas matemáticos y sus correspondientes soluciones. Inteligentemente, comprende que dar información detallada sobre los trabajos de Turing sólo sería accesible a público muy versado en el tema: prefiere apuntar a generalizaciones y exponer los avances y las frustraciones durante el endiablado proceso, que exige tanta perseverancia y empeño como los que muestran los cinco estudiosos encerrados en un hangar de Bletchey Park, incluida la criptoanalista Joan Clarke (Keira Knightley, impecable), que es quien mejor entiende el carácter del solitario Turing y a quien él llega a proponerle matrimonio, a pesar de su condición sexual. Este sector ocupa el lugar central por medio de flashbacks insertados en el proceso que la Inglaterra puritana de posguerra le sigue al protagonista. Otros son más lejanos: van hasta los años 20 y muestran en precisas pinceladas el despertar de su genio y el reconocimiento de su sexualidad. La elegante puesta en escena del realizador tiene en Benedict Cumberbatch más que un puntal decisivo. Gracias a su trabajo, de una riqueza de matices y una fuerza interior que descartan cualquier exhibicionismo, se desnudan los rasgos más sutiles de una personalidad compleja, difícil y al mismo tiempo cautivante. Es justo que esté tan cerca del Oscar.
Héroe entre bambalinas. Para elaborar un buen thriller no sólo hay que tener una trama ingeniosa, sino personajes que hagan crecer y creer lo que se está contando. Y los que aparecen en El Código Enigma son reales, no de ficción, aunque parezca de película la manera en la que el matemático y genio Alan Turing y sus compañeros logran descifrar el código de mensajes encriptados que utilizaban los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, y que cambiaban cada 24 horas. Por eso era una lucha contra el tempo, el cansancio, y los medios con que disponían en los años ’40… Turing era lo que hoy comúnmente denominaríamos un hacker, pero bastante antisocial, y con una compleja historia personal detrás. Benedict Cumberbatch (la serie Sherlock, El quinto poder) vuelve hasta querible a este ser tan esquivo, que sufrió y mucho por cuestiones que tal vez no convenga adelantar a posibles espectadores que no conozcan la vida de Turing. Algo así como el padre de lo que hoy es la computación, Turing se encerró y creó un dispositivo gracias al cual la Guerra terminó antes y salvó a millones de inocentes. Lo que el director noruego Morten Tyldum (Cacería implacable) consigue es ficcionalizar la historia y convertirla en un relato casi de aventuras, por momentos, y un drama existencial, por otros. Pero nunca recarga las tintas ni presenta a Turing como un máximo héroe, sino hasta como una víctima de su tiempo. Las tensiones que se van originando y encimando, los secretos que Turing ya no podrá ocultar, el espionaje y contraespionaje interno, en fin, situaciones que Tyldum va aprovechando para erigir un relato entretenido, siempre convincente. Keira Knigthley sigue sorprendiendo, y demostrando que cuando le dan un papel con carne, sabe hincarle el diente y sacar de él lo mejor. Pero la estrella aquí es Cumberbatch, trabajando desde lo gestual la intimidad de Turing, dando muestras de que se puede copiar físicamente y hasta cómo se mueve una persona real (Redmayne en La teoría del todo), pero más valor tiene llegar a expresarle al espectador lo que siente.
Un Alan Turing a la medida de los Oscar La historia del matemático inglés que logró descifrar el código con el que se comunicaban los nazis se muestra aquí con tantas licencias dramáticas que termina en la fantasía. El film consigue mantener el balance positivo, sobre todo gracias a un elenco extraordinario. Quienes sigan asiduamente estás páginas sabrán que El código Enigma es una de las ocho seleccionadas por la Academia estadounidense para competir por el Oscar a la Mejor Película 2014. Y que el film de Mortem Tyldum está basado en la vida del matemático inglés Alan Turing, jefe del equipo que consiguió romper el código secreto Enigma que el ejército nazi usaba para sus comunicaciones, incluyendo las detalladas órdenes de cada uno de sus futuros ataques. La inviolabilidad de Enigma residía en el hecho de que no se trataba de un código de diseño humano, sino que era generado aleatoriamente por una máquina y cambiado todos los días. Alan Turing, que es además uno de los padres de la computación y de la tecnología digital, diseñó una máquina capaz de realizar esos procesos en pocos minutos, dejando a la inteligencia alemana al desnudo.Sin embargo, Turing fue un héroe desconocido para su país, ya que su labor se había realizado bajo un estricto secreto de Estado y así se mantuvo por cuatro décadas. Turing era además homosexual, en una época en la que en el Reino Unido aún regían las leyes victorianas que penaban los llamados “delitos contra la moral”. Las mismas con las que se envió a prisión a Oscar Wilde a finales del siglo XIX y a centenares de miles de otras víctimas anónimas. Pocos años después del final de la guerra, Turing fue condenado a someterse a un tratamiento de castración química, que él mismo prefirió a la posibilidad de ir a prisión. Para cuando, a mediados de los ’70, se desclasificaron los archivos que revelaban su papel durante la guerra ya hacía más de veinte años que el matemático se había suicidado.El problema con las películas basadas en historias reales es que suelen terminar viéndose como clases de historia o como si se tratara de un documental, y nada suele estar más lejos de eso. El proceso de ficcionalizar una historia real demanda procedimientos dramáticos que permiten convertir esa historia en narración cinematográfica. Lo paradójico es que, a medida que las libertades dramáticas van afinando el relato, la historia real comienza a deformarse. El cine es antes que nada el arte de elegir qué mostrar, y es tarea del director y de su guionista (pero sobre todo del director) tomar a su cargo esa responsabilidad. El caso de El código Enigma es paradigmático respecto de hasta dónde se puede llegar en brazos de las libertades dramáticas a la hora de contar la vida de una persona con un papel tan determinante en la historia moderna. El lema de Mortem y los suyos podría haber sido: cualquier cosa con tal de crear un héroe más grande que la vida.Porque El código Enigma está llena de inexactitudes. Incluso Andrew Hodges, autor de la investigación en la que se basa la película, que en 1983 reveló la historia secreta de Turing, se declaró indignado por las numerosas falacias que hacen del relato una novela de espías que no fue, que le endosan a Turing la totalidad de un mérito que es compartido (él no inventó la máquina, sino que mejoró una creada por matemáticos polacos unos años antes, una historia que el cine también recogió en el film ENIGMY, del director polaco Woijtek Fibak) y le dan un desenlace melodramático que aparentemente tampoco tuvo. De hecho, puede decirse que la película de Tyldum injerta entre los datos reales una serie de fantasías que parecen provenir, ente otros lados, de la novela Enigma, del exitoso escritor inglés Robert Harris, llevada al cine en 2001 con Kate Winslet y Dougray Scott en la piel de un personaje basado en la figura de Turing.La pregunta es: ¿cómo funcionan estas digresiones dentro de la estructura narrativa? Debe reconocerse que la trama de intriga es uno de los grandes sostenes del relato. Y que la personalidad ácida atribuida al protagonista se convierte en una herramienta útil en manos de un muy buen actor como Benedict Cumberbatch. Pero también es cierto que la magnificada trama sentimental acaba llevando todo hacia ese terreno del melodrama tan caro a los entregadores de Oscar, pero tan poco sutil en términos estéticos. Si el film consigue mantener el balance positivo es sobre todo gracias a un elenco extraordinario que incluye, además de Cumberbatch, a Keira Knightley, Mark Strong, Matthew Goode y Charles Dance. Una verdadera selección inglesa. 6-EL CODIGO ENIGMA The imitation game, ReinoUnido / Estados Unidos, 2014.Dirección: Mortem Tyldum.Guión: Graham Moore, basado en el libro Alan Turing: The Enigma, de Andrew Hodges.Duración: 114 minutos.Intérpretes: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Mark Strong, Charles Dance y otros.
Un genio forzado a morir El Código Enigma (The Imitation Game), con el espectacular Benedict Cumberbatch–que ya es un nombre que le debe sonar bastante hasta el menos ávido seguidor de cine- y sus compatriotas Keira Knightley y Matthew Goode, es un drama sobre Alan Turing, el matemático inglés que logró descifrar el código Enigma de los nazis, y así salvar al mundo occidental de caer bajo las garras del Tercer Reich durante la Segunda Guerra Mundial, que hasta ese momento parecía que iba a salir victorioso. Y la cinta, dirigida por el noruego Morten Tyldum, es una de las mayores favoritas no sólo para ganar el Oscar a la Mejor Película, sino también para que su protagonista, Cumberbatch, se lleve el galardón a Mejor Actor, ya que, además de interpretar a una de las mentes más brillantes del siglo pasado, debe meterse en la piel de un gay reprimido en una época en la que ser homosexual era considerado un delito. Tartamudo y con dotes sociales que dejan mucho que desear, el Turing de Cumberbatch es un personaje al que, a pesar de sus aires de superioridad, es imposible no entender a nivel emocional. Con un leve autismo y ademanes de grandeza, el matemático trabaja sin descanso en un proyecto al que incluso su equipo considera una locura. Pero lo que parecía ser sólo un sueño de un genio que perdió la cabeza termina siendo posible gracias a su talento y el apoyo de sus amigos. El parisino y nominado al Oscar ocho veces Alexandre Desplat fue el encargado de componer la banda sonora, proeza que cumple con todas las letras, y que se acopla con destreza con una fotografía y con el guion de Graham Moore, basado en "Alan Turing: The Enigma" de Andrew Hodges. Con ocho nominaciones a los Premios de la Academia, El Código Enigma prueba una vez más que el cine de calidad y de entretenimiento no son mutuamente excluyentes, además de ser un tributo póstumo a la vida de uno de los mayores genios del siglo XX, cuyos logros pasaron desapercibidos y opacados por una historia de prejuicios y culpa de una civilización represora y censora.
Dios mío, ¿qué hemos hecho? The Imitation Game, título original de la película, hace referencia a uno de los ensayos escritos por Alan Turing sobre inteligencia artificial –conocido como el test de Turing–, en el que el matemático se preguntaba si las maquinas podían pensar como los humanos e intentaba distinguir mediante una conversación si nuestro interlocutor era un humano o una máquina. Los distribuidores locales, en su afán por señalarnos con un resaltador fluorescente que el único enigma que contiene la primera incursión en Hollywood del noruego Morten Tyldum se encuentra exclusivamente en el título del estreno, bautizaron al film como El Código Enigma. Pero este enigma que se empeñan en (re)marcarnos con tanto énfasis no es más que un simple macguffin, una excusa de la que se vale el director para contarnos una historia mucho menos interesante y de manera muy torpe en vez de la única que importaba: la del genio que venció a los nazis desde una oficina con una computadora. Alan Turing es reconocido, entre otras cosas, como un pionero de la computación moderna. Pero también lo fue, décadas más tarde, por haber contribuido en la creación de una máquina que pudiera descifrar los códigos secretos trasmitidos por los nazis a través de un mecanismo denominado Enigma, y calificados como “imposibles de descifrar”. Una vez descubierto el sistema operativo de Enigma se podían anticipar los ataques alemanes y prevenirlos. Todo esto realizado gracias a la financiación del ejército británico y a un team conformado por los mejores criptógrafos del mundo, fanáticos del ajedrez y de los crucigramas. Pero la película de Tyldum no está centrada en el aporte de Turing que permitió acortar aproximadamente dos años la Segunda Guerra Mundial. Tampoco muestra la compleja y minuciosa construcción de esta aparatosa y estrafalaria proto-computadora, que parece salida de la mente de Terry Gilliam. El noruego resuelve todo ese arduo proceso en unos pocos planos que muestran al científico conectando un cable aquí, otro allá y sosteniendo algunas herramientas, mediante esporádicas interrupciones de los integrantes de su equipo, que desean lo mismo que nosotros: ver algún indicio de este gran cerebro trabajando en ese invento sin precedentes que develará el sistema de cifrado de la invencible máquina alemana. Sabemos que Turing fue un gran matemático, criptógrafo y padre de la computación moderna, gracias a lo que podemos leer sobre su vida y obra, pero no a lo que nos muestra la película sobre él. La pregunta, entonces, sería: ¿por qué, teniendo la posibilidad de contar una historia interesantísima, Tyldum comete la torpeza de desarrollar otra? Me refiero a esa que muestra mediante flashbacks que intentan abordar –insisto: de manera desastrosa, indicándonos con carteles que estamos ante un retroceso en el tiempo, y con un tratamiento visual y narrativo de telefilm– el descubrimiento de su sexualidad como adolescente. No hay nada encriptado en la respuesta. Lo único que le interesa al director es contar un mensaje, un discurso que apuesta por la corrección política oscarizable en una aproximación demasiado tibia y superficial a uno de los aspectos mas polémicos de la vida de Alan Turing como lo fue su homosexualidad. Esta porción de su vida privada adquiere dimensiones telenovelescas de las peores, disolviendo la trama de espionaje para dar lugar a un melodrama gay y la posterior condena del personaje por indecencia. La película predica: “A veces es la gente que uno menos se lo espera, la que hace lo que nadie esperaba”. Ciertamente, nadie esperaba que un biopic sobre un tipo que llegó a convertirse en una pieza clave para ganar la guerra detrás de un escritorio omitiera justamente esa parte de la historia. Las pretensiones de Tyldum son tan anodinas que la falta de suspenso –o al menos del suspenso que hubiera requerido la otra historia, la que era realmente importante– se hace evidente desde el comienzo. Por más que los personajes digan (literalmente, en los diálogos) que viven a contrarreloj todos los días hasta llegar a descifrar Enigma –y aquí comienza a evidenciarse la torpeza narrativa–, no se crea en ningún momento una sensación de urgencia, ni se recurre a la construcción de climas dramáticos. Es más: ni siquiera juega a crear una intriga en cuanto a sus inclinaciones sexuales, información con la que podemos contar antes de ver la película, y no importaría si la película lo cimentara desde el guión. Otra prueba de la incompetencia cuando de narrar se trata está en la escena en la que se coquetea con la posibilidad de que haya un espía soviético en el equipo. El intento de suspenso es abortado rápidamente, desechando otra vez una variable que hubiera sido interesante de explotar. Tyldum y Graham –el guionista debutante– no logran descifrar los códigos del cine y se aferran a diálogos sobreexplicativos y redundantes, reduciendo a su personaje constantemente y arrastrándolo hacia una interpretación full retard, omitiendo aquella infalible e inolvidable observación de Kirk Lazarus en la excelente Una guerra de película. El abandono del director y del guionista hacia su personaje los lleva incluso a cuestionar su inteligencia, justificando el momento en el cual da con la clave para romper la configuración de Enigma, con un hecho azaroso. Solo hacia el final, la película se vuelve un poco más oscura, pero lo hace a costa del personaje, con la presencia de un Turing juzgado y condenado a la castración química, recluido en su casa y destruido por el sistema. El Código Enigma es la prueba fehaciente de lo mal que puede llegar a hacerle a una historia, el uso y abuso de un efecto, cualquiera que sea, para forzar una emoción en el espectador. Y si seguimos enumerando falencias, a este gran domino de malas decisiones se le suma una chatura a nivel formal y una sensación de intrascendencia bastante preocupante que le impiden darle vida a la historia bigger tan life que merecía ser contada.
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Una mente brillante Llega una nueva biopic a nuestras carteleras. Otra película basada en una historia real que tiene múltiples nominaciones a los próximos Oscars. No es La Teoría del Todo, Francotirador o Inquebrantable. Este es El Código Enigma (The Imitation Game), buen film del noruego Morten Tyldum que cuenta con un encendido Benedict Cumberbatch en el papel del matemático Alan Turing. A comienzos de la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia británica convocaron a un grupo de brillantes científicos, matemáticos y criptógrafos para que aunaran fuerzas y descifraran los mensajes de Enigma, una maquina creada por los nazis y utilizada para marcar los futuros ataques. Turing entra al equipo por la puerta de atrás, pero pronto se convierte en el encargado de liderar un ambicioso proyecto que consiste en crear una máquina para decodificar a Enigma, y así poder finalizar con la avanzada nazi sobre los países aliados. Es interesante ver los mundos que conviven en El Código Enigma. Un estilo de narración dinámico y temporalmente desordenado similar al de Red Social, el recuerdo de una pérdida depositada en una máquina que intenta simular a un humano como en Hugo, o la dificultad para establecer vínculos de los genios como ocurre en Una Mente Brillante. Todos esos componentes coexisten de manera notable, generando un producto homogéneo, lacónico y querible, si bien algo calculado, teniendo en cuenta que en algunos pasajes se nota demasiado cómo se crean escenas para generar determinadas situaciones y así virar el cofre de la felicidad hacia las nominaciones. Otro punto para su realizador es el abordaje de ciertos temas sensibles (como la homosexualidad de Turing y sus consecuencias), ya que no apela a sentimentalismos ni golpes bajos. Benedict Cumberbatch la rompe en El Código Enigma. El reparto está integrado por las figuras british de la actualidad: Benedict Cumberbatch, Keira Knightley, Matthew Goode, Mark Strong y el crack de Charles “Tywin Lannister“ Dance son algunos de los excelentes intérpretes que desfilan por el film, pero es Cumberbatch quien la descose toda en El Código Enigma. Benedicto (así le decimos los amigos (?)) aceptó este trabajo consciente de que representaba un importante riesgo, debido la repetición que suponía personificar en la pantalla grande a un genio tan incomprendido, soberbio, desapegado y fascinante como su Sherlock televisivo. Y la jugada le salió fenomenal. Alan Turing y Sherlock comparten el molde, pero Cumberbatch le agrega al matemático una capa de dramatismo e intensidad que lo eleva bastante por encima de su laburo en la pantalla chica. Knightley, Goode, Dance y Strong lo secundan bastante bien, destacándose siempre el cumplidor actor de Kick-Ass por encima del resto. Todavía no termino de entender qué vieron de sobresaliente los chochamus de la Academia en la actuación de la linda Keira para nominarla en la categoría a Mejor Actriz, pero bueno, si le dieron una estatuilla a Sandra Bullock por Un Sueño Posible… El Código Enigma presenta, gracias a la actuación de Benedict Cumberbatch y a la eficaz narración de Morten Tyldum, las principales fortalezas para destacarse en un año bastante recargado de biopics e historias reales.
En este alud de biopics nos encontramos con una propuesta más que interesante y desconocida por las grandes masas que es la historia del matemático Alan Turing, quien gracias a su intelecto la duración de la Segunda Guerra Mundial fue menor a lo que hubiese llegado. El film maneja muy bien el suspenso y el clima de guerra “de espionaje” pero sin llegar a sacarle el verdadero jugo a esta temática como lo han hecho otras películas. Sin embargo, no creo que haya sido el propósito de los realizadores porque claramente se quisieron volcar en la vida profesional y personal de Turing, y lo que significaba ser homosexual en Inglaterra en esa época. Benedict Cumberbatch, es la última gran estrella en ascenso en Hollywood y poseedor de miles y miles de fans alrededor del mundo gracias a su composición como Sherlock Holmes en la genial serie británica. Ese rol en particular comparte algunos rasgos con el que le tocó en este estreno si nos fijamos en ciertos rasgos andróginos y “robóticos” del personaje. El actor logra darle una gran dimensionalidad a su papel y que el espectador empatice con él a pesar de tratarse de una persona totalmente fuera de serie. Keira Knightley acompaña bien pero tampoco se puede destacar demasiado. Su personaje suma al igual que los de Matthew Goode y Mark Strong. El director noruego Morten Tyldum crea un buen clima balanceando el suspenso con el drama, pero tampoco hace algo muy destacable desde lo técnico como para resaltar. Su film es correcto y está bien en ese sentido. El código enigma posee todos los elementos de Oscar que la Academia tanto gusta y que por lo general al público también, aunque existen los detractores de esa fórmula por ser efectista. Es una muy buena película, con una historia más que interesante y una soberbia interpretación. O sea, un buen rato en el cine asegurado.
EL CODIGO ENIGMA nos presenta la vida de ALAN TURING un matemático, analista y héroe de guerra que logro descifrar el código de la inquebrantable máquina Enigma de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. El filme además, presenta la persecución de la que fue víctima por sus preferencias sexuales. Entretenido y original biopic, una película apasionante con una soberbia actuación de BENEDICT CUMBERBATCH (a esta altura, uno de los mejores intérpretes de su generación) Técnicamente impecable, de estilo europeo, resulta una fábula con ritmo de thriller de espionaje narrada sin dejar ningún detalle librado al azar. Orwelliana, laberíntica, atrapa desde el primer fotograma.
Crítica emitida por radio.
Una película para hecha para ÉL. Sin dudas éste año nos trae grandes nominadas a los Oscars, películas que te atrapan con sus historias, qué desde la premisa llaman la atención y todas de gran calidad. “El código Enigma” es una “biopic” sobre Alan Turing, matemático, analista y criptográfico, que es detenido por ser homosexual y ahí el gran Benedict Cumberbatch empieza a contar su historia… Alan Turing se unió al ejército junto a un grupo de intelectuales para tratar de descifrar un código teóricamente irrompible de la máquina alemana Enigma, durante la Segunda Guerra Mundial y gracias a eso poder saber cómo ganar la guerra y salvar miles de vidas. Mediante “flashbacks” vemos a Alan Turing en distintas etapas de su adolescencia, durante la guerra y después su liberación. THE IMITATION GAME Yo creo que Morten Tyldum elige una mala manera de contar la película con muchos idas y vueltas del pasado al presente, del presente al pasado (niñez) y así muchas veces que no son necesarias. Tyldum hace una película para Benedict Cumberbatch en la cual apuesta a su gran poder actoral y él hace todo el resto, porque cómo ya demostró dándole vida a Sherlock Holmes, Benedict es capaz de reflejar la inteligencia, la soledad, el temor, el dolor y la soberbia. Y si gana el Oscar a mejor actor no debería sorprender a nadie. También cuenta con la ayuda de Keira Knightley que le da un poco de vida a Alan Turing que de alguna manera hace que se sienta reflejado ya que ella es una mujer inteligente debe ganarse el lugar y el respeto entre los hombres. Mark Strong impecable, Charles Dance y Metthew Goode llenan de elegancia pantalla. tig_025_ig_03405r_lg.0 La película es entretenida, por desgracia, Tyldum elije dejar afuera el tema de la homosexualidad de Turing, diciendo que está, mostrando algunos – muy pocos – momentos en los que podría pasar algo para centrarse solo en lo que pasó durante la guerra, esquivando el mayor “””problema””” que tuvo Turing, es mismo que lo llevo a la muerte. “El código Enigma” es una película apreciable, que cuenta una historia muy interesante de mal manera, que quiere ser perfecta sin tomarse ningún riesgo, que por momentos se estira. No es mala pero podría ser excelente.
Si uno imagina el clásico personaje de matemático genio y antisocial, seguramente se imagine al Alan Turing de El código Enigma. El guión de Graham Moore y la carne de Benedict Cumberbatch no se apartan ni por un segundo de lo que dicta la receta y hay que reconocer que mal no les fue porque los dos resultaron nominados al Oscar. La película se centra en el trabajo de Turing en Bletchley Park, la central del gobierno del Reino Unido donde se descifraron las comunicaciones secretas de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero también cuenta con algunos flashbacks de la infancia del matemático y también algunas secuencias posteriores a la guerra, cuando fue acusado por “actos homosexuales”. Hay una secuencia que ilustra muy bien la elementalidad con que está encarada la historia. Turing se lleva mal con sus compañeros de trabajo y por eso ellos no lo ayudan a desarrollar la máquina para descifrar el código. Su compañera Joan Clarke (Keira Knightley) le dice que por más genio que él sea, necesita ayuda, y que para que los demás lo ayuden les tiene que simpatizar. Al día siguiente, Turing cae con una bolsa de manzanas para repartir entre sus compañeros. “Me sugirió Joan que les regale algo”, dice. El efecto de comicidad surge por la contraposición entre complejidad de la que es capaz Turing cuando piensa en números y su extrema sencillez cuando de relaciones sociales se trata. Turing sigue el consejo de Joan tan al pie de la letra que pretende que a cambio de unas manzanas, sus compañeros de trabajo cambien de actitud hacia él. La gente se ríe en esta escena –ví la película en una función del Cineclub Núcleo repleta de ancianos fáciles de convencer– pero lo que resulta ridículo es que en la escena siguiente vemos que, efectivamente, sus compañeros de trabajo cambian de actitud hacia él gracias a que les regaló una manzana a cada uno y así, si en la escena anterior el público se reía de Turing, los ecos de esa misma risa en la escena siguiente tienen otro objeto: el guión y la película misma. Me detengo, quizás por demás, en esa escena sólo como un ejemplo: toda la película es así. La homosexualidad de Turing, uno de los temas principales de la película, está contada con un flashback que no puede más de obvio (¿Por qué le puso Christopher a la computadora? Adivinaron.) El machismo de la sociedad inglesa de los años ‘40 se explicita –y se subraya– en una escena pero después la película se olvida y el personaje de Joan ya no tiene ningún problema pero tampoco colabora demasiado con el equipo y se transforma apenas en el love interest (relativo, claro) de Turing, con lo cual vemos que el machismo de la sociedad inglesa de los años ‘40 permanece en algunos guionistas ingleses de la segunda década del siglo XXI. O ni tanto: quizás es lisa y llana incompetencia. Lo que salva un poco a la película son ciertos diálogos filosos entre Turing y su jefe, el comandante Denniston (un espléndido Charles Dance, el Tywin Lannister de Game of Thrones, a quien quiero ver más seguido en esos papeles de malvado estricto), sobre todo al principio de la película. Pero después la historia se pierde en esas cuestiones “importantes” que pretende tratar y nunca lo hace con profundidad. El director noruego Morten Tyldum hace lo que puede con el material y su trabajo es correcto pero deslucido. Que esté nominado al Oscar él y hayan dejado afuera a Clint Eastwood y a Damien Chazelle es algo que no voy a entender jamás.
Ya la vida de Alan Turing, ese genio matemático, analista, criptógrafo, precursor de la computación es mas que atractiva. Fue un héroe de la guerra, fue perseguido por su condición de homosexual, un delito en esa época. El director del film Morten Tyldum se corrió del tema autobiográfico, lo retacea para armar un thriller con el proceso de descifrar la máquina de mensajes secretos de los nazis. Benedict Cumberbatch se luce con la profundidad y el espesor dramático de su composición, Keira Knightley y el reparto es igual de capaz. Muy interesante
La película tiene 8 nominaciones a los premios Oscar, tiene un elenco de jóvenes figuras que la rompen, como lo son Benedict Cumberbatch y Keira Knightley, su director, Morten Tyldum sabe muy bien que contar y como hacerlo... ¿Qué más te falta para entender que es una peli que hay que ver? Cumberbatch interpreta a Alan Turing, un matemático que te va a llevar de viaje a una historia sobre ciencia y humanidad pocas veces vista. Un thriller apasionante que no te va a dejar despegar de la butaca queriendo saber que es lo que sucederá. Gran elenco el que acompaña a los dos actores principales, hermosa fotografía y una banda sonora acorde que acompaña cada minuto. "El Codigo Enigma" funciona a la perfección, como las matemáticas.
Descifrar al genio Este filme cuenta la historia de un personaje extraordinario, de esos que hay pocos, uno cada tanto en este mundo, esos que logran cosas casi imposibles, cuyas historias sirven para hacer películas que ganan Oscars. Alan Turing (Benedict Cumberbatch) fue un brillante matemático y criptógrafo inglés a quien el gobierno contrató durante la segunda guerra para que formara parte de un equipo que debía descifrar los mensajes enviados por Enigma, la máquina que utilizaban los alemanes, cuyo código parecía imposible de resolver. Alan Turing, era definitivamente un genio, ya que luego de años de arduo trabajo creó una máquina que no solo descifró los mensajes alemanes - lo que salvo miles de vidas y le ayudó a los aliados a ganar la guerra- sino que además podría ser considerada por el modo en que operaba, como la primera computadora. Pero la de Turing no es la típica historia de un héroe de guerra, jamás recibió el reconocimiento que merecía. En el año 1952, unos años después de haber colaborado con el servicio secreto inglés, y mientras trabajaba como profesor, fue acusado de indecencia, ya que ser homosexual -él lo era- en esos tiempos era ilegal. Para evadir la prisión prefirió someterse a una terapia hormonal, conocida como castración química, y dos años después se suicidó. Más allá del interesante y turbulento momento histórico en el que se desenvuelve la historia, el eje de la película es Turing, su compleja y brillante personalidad, su modo único de ver el mundo y su extraño modo de relacionarse con los demás, y la interpretación de Cumberbatch es excelente, no solo por el modo detallado en que ha construido el personaje, sino por el gran carisma que tiene, con el que logra sostener toda la historia. La película muestra a Turing como un hombre frío, con la capacidad de entender lo inentendible, pero casi incapaz de relacionarse con los demás, de formar parte de un equipo de trabajo. Una y otra vez y sin filtro alguno, no teme decir que alguien es inútil o que algo es definitivamente una porquería, o que no se siente orgulloso de trabajar para el gobierno. Era simplemente un hombre capaz de decifrar cualquier criptograma pero incapaz de entender los códigos de convivencia con los que se maneja el mundo; algo que tal vez no los consideraba útiles. A través de flashbacks conocemos más de su historia, especialmente de su vida en un estricto internado inglés donde se aburría en las clases de matemáticas, no encajaba con sus compañeros y tenía un único amigo, que luego se transforma en su primer amor. En ese momento Turing aprende a vivir escondiendo algo. Más allá del protagonista, la película tiene muchos otros puntos atractivos y "oscarizables", uno de ellos es el personaje de Joan Clarke (Keira Knightley) la única mujer del equipo, que es elegida por Turing luego de pasar un difícil examen resolviendo crucigramas. El personaje de Clarke no solo conquistara a la platea feminista, sino que es la única persona que comprende a Turing, la única relación profunda que construye en esos tiempos, algo que comienza como una relación donde hay una admiración intelectual entre ambos, pero que con el tiempo, y gracias al afecto y la comprensión de Clarke se convierte en una profunda amistad. La fotografía y la reconstrucción de época son excelentes, y hay allí otro punto interesante, no es la típica película sobre la segunda guerra, acá lo que importa no son las batallas ni los bombardeos, lo que esta historia muestra es que una importante parte de la guerra se ganó dentro de las oficinas, con la actividad de los espías, con estrategias, con una absoluta frialdad hacia quienes estaban poniendo el cuerpo en las batallas. Ahí reside la dinámica de la película, en una acción invisible, donde cada segundo cuenta, y la pasión de los personajes llevando a cabo su trabajo contrarreloj, nos mantiene atentos durante todo el film. La música es otro factor oscarizable de la historia, que conmueve casi sin que nos demos cuenta. Cuando llegan los días finales de Turing la historia no recurre a golpes bajos sobre el héroe incomprendido, o lo injusta que era la vida para los homosexuales en épocas tan poco gay friendly, sino que sigue haciendo hincapié en lo necesarios que son los hombres extraordinarios para hacer avanzar un poco este mundo, aunque nos demos cuenta muchos años después.
La máquina de ganar premios Basada en una historia real, llega a nuestras salas “El Código Enigma” (“The Imitation Game“), la cautivante historia de Alan Turing y el equipo de matemáticos que cumplieron un papel tan fundamental como secreto durante la Segunda Guerra Mundial. A casi dos meses de su lanzamiento en Estados Unidos, no deja de ser un estreno esperado en cines, a pesar de la amenaza siempre latente de la piratería. Uno de los grandes atractivos para el público es el protagónico de Benedict Cumberbatch, adorado por millones de fans en todo el mundo. El británico se luce -pero no deslumbra- en el papel de un genio incomprendido que debe aprender a adaptarse a nivel social si quiere ser tenido en cuenta a nivel laboral. Un dilema bastante explotado en la ficción actual, que puede llegar a aburrir si no estuviera narrado con tanta gracia. Por momentos la interpretación de Cumberbatch nos recuerda al autodefinido “sociópata altamente funcional” Sherlock, al que da vida en la serie homónima de la BBC. Pero finalmente logra despegarse del papel que lo volvió famoso, a fuerza de talento e intensidad dramática. Ignorado por sus coetáneos, el pionero Alan Turing es reivindicado en este homenaje póstumo como el inventor de la primera computadora del mundo. “El Código Enigma” dramatiza la historia de cómo llegó a este invento con la ayuda de sus pares y lo que tuvo que atravesar para lograrlo, mientras nos va adelantando la inevitabilidad del desenlace en el contexto histórico de semejante descubrimiento. Un llamado de atención explícito nos alerta al comienzo de la película sobre cierta complejidad, que en realidad no es más que un brillante montaje de tres líneas temporales que discurren simultáneamente. Una vez asimilado, el mayor misterio por resolver es lo que la historia se encargó de esconder durante décadas. A pesar de tener un elenco de primeras figuras británicas que también incluye a Keira Knightley, Matthew Goode y Charles Dance, lo que distingue a esta película es la atrapante forma en que se desenvuelve la trama. Lo único que quizás hace un poco de ruido es un exceso de “perfección“, como si todas las piezas estuvieran colocadas sistemáticamente en busca de reconocimiento, más precisamente el de la Academia. La película parece seguir al pie de la letra la receta para ganar Oscars (si es que hubiera una). Y no es casualidad que esté nominada en ocho categorías. Sin embargo, eso no quita que el público pueda disfrutar de un buen film con una gran historia de experiencias humanas y descubrimientos extraordinarios.
Interesante biografía de una mente brillante. Candidata a 8 Oscars (film, actor, actriz, director, guión, música, montaje y diseño de producción), ésta es la biopic de Alan Turing, genio del espionaje durante la II Guerra, pìonero de la computación, víctima de la desconfianza y la legislación antigay de su época. Una historia interesante, bien actuada y bien hilvanada desde el comienzo mismo, cuando el personaje desafía a su interlocutor a seguirlo sin perder el hilo. Dicha historia cuenta cómo Turing logró descifrar el código secreto de los nazis, cuyas claves cambiaban cada 24 horas, cómo y por qué cayó luego en desgracia, y cómo se forjó su personalidad durante la infancia. Todo eso, entremezclado con ejemplar equilibrio, para que el público aprecie los detalles de la trama, comprenda el pensamiento del científico, advierta costumbres, criterios y prejuicios de aquel entonces, deje pasar un puñado de convenciones cinematográficas y descuidos de ambientación histórica, y no tenga tiempo de cuestionar ciertos puntos oscuros del relato. Por ejemplo, ¿cómo sabe Turing lo que busca resolver el Alto Mando en Bletchley Park? ¿cómo logra que Winston Churchill lo ponga al frente del equipo, desautorizando a su comandante? ¿qué hace después de la guerra? ¿puede alguien eliminar por cuenta propia su foja de servicios, al punto de dejar un sobre vacío? Algunas partes suenan a novela poco verosímil, otras son muy esquemáticas y todo es ciento por ciento políticamente correcto, en especial lo referido a la única mujer del equipo, sus lindas consideraciones sobre el matrimonio con un homosexual, y, por supuesto, la recriminación contra una ley que los ingleses mantuvieron inútilmente de 1885 a 1967, y condenó al oprobio por escándalo público a Oscar Wilde y otros súbditos de gran talento. En 1952 Turing logró evitar la cárcel. Aún así perdió cargos públicos y privilegios oficiales. En 1954 se envenó agobiado por estos hechos. Es la teoría actual. Otra dice que lo mataron por creerlo espía al servicio de la URSS (otros colegas suyos lo eran y así terminaron). Y hay quien recuerda su poca atención por las cosas cotidianas y sospecha que en una de esas, simplemente, se confundió de frasco. Como sea, es una película atendible y despierta curiosidad por el personaje real. Benedict Cumberbatch lo encarna con gran dedicación: energía y tartamudeo, coraza de insoportable arrogancia, muy british, excentricidad de sabio perdido en su nube, fragilidad de quien se sabe solo, descubierto y abochornado. Buena actuación. También destacable, Matthew Goode como el joven Hugh Alexander. El film no lo dice, pero buena parte del mérito en el caso Enigma pertenece a un grupo de matemáticos polacos y al coronel Alexander, famoso ajedrecista y gran espía. Para interesados, se recomienda leer "Alan Turing. El pionero de la era de la información" (B. Jack Copeland), "La catedral de Turing. Los orígenes del universo digital" (George Dyson) y "Alan Turing. El hombre que sabía demasiado" (David Leavitt).
Mente brillante rendida a Hollywood. El film sobre parte de la historia de Alan Turing es la versión que los estadounidenses quieren ver de aquel inglés que inventó un aparato de desencriptación y sufrió el rechazo de una sociedad conservadora que aún perdura. En Hollywood todo puede transformarse en otra cosa hasta que un matemático introvertido se manifieste como un personaje cinematográfico con cierto carisma. Las reglas están establecidas de antemano: no importa si la vida del personaje fue así ya que el sello "basada en una historia real" encubre el engaño, y al mismo tiempo, universaliza al personaje y al contexto en que se desarrollaron los hechos. Tampoco interesa que el genial Alan Turing fuera humillado y silenciado hasta hace poco tiempo por su homosexualidad, ni menos que se suicidara a los 41 años en 1954, luego de que se experimentara con su cuerpo por semejante decisión de vida ajena al té de las cinco de la tarde británico. En la galaxia Hollywood con posibilidades académicas para el inminente Oscar se tiene derecho a reconvertir a Turing en un solitario freak con tendencia a la caricatura autista al que el contexto mira de reojo pero al que se tiene que escuchar porque el tipo es el único que puede llegar a descifrar unos códigos de comunicación que los nazis utilizan durante la Segunda Guerra Mundial. Por eso El Código Enigma es la versión que los estadoudinenses quieren ver de aquel inglés que junto a su equipo de colaboradores inventó un aparato de desencriptación al que se toma como un antecedente primitivo de las computadoras. Ahora, ¿cuál es el problema que Hollywood manipule a su antojo la vida del científico y elija sus momentos públicos antes que los privados, dirigiéndose a la corrección política? Ninguno, por supuesto, porque El Código Enigma, concebida por el cineasta noruego Morten Tyldum, es un thriller más que una biografía autorizada o escandalosa y una serie de acertijos, preguntas, fracasos iniciales y victoria final de un grupo de obsesivos contratados por el poder político para sumar y concretar la derrota nazi. Y punto: la película no va más allá de un cuentito bien narrado, prolijo y académico como los films ingleses de exportación (por ejemplo, El discurso del rey, otro Oscar no tan lejano), con un notable plantel actoral (Cumberbatch en su perfecta "composición" y Keira Knightley merecen elogios, también el resto) y esos textos cuidados al detalle que pertenecen a la tradición británica y que pueden disfrutarse al momento que Turing tiene el primer encuentro con sus futuros jefes. ¿Se recordará El Código Enigma con el paso de los años? Ni ahí, aunque tal vez se la invoque como la película sobre un matemático genial, un gay reprimido y un tipo introvertido con tics a lo Rain Man dispuesto a colaborar durante la guerra para el beneplácito inglés de aquellos años y el conservadurismo hollywoodense de estos días.
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"El código enigma": filme (demasiado) redondo Entramos en el mes de febrero y comienzan a llegar a las carteleras de los cines todas aquellas películas que resultaron favorecidas con alguna nominación importante para la entrega de los premios Oscar. Así le llega el turno a "El Código Enigma", un film que se alzó con 8 nominaciones, entre ellas: Actor, Actriz de Reparto, Director y Película. Nada mal para un largometraje sobre la vida de un matemático, ¿no? Hagamos un poco de historia y conozcamos sobre quién trata esta obra. Alan Turing, considerado uno de los padres de la computación, trabajó durante la Segunda Guerra Mundial para descifrar los códigos de la máquina Enigma. Este artefacto fue utilizado por Alemania desde 1930 para emitir mensajes mediante un mecanismo de cifrado rotatorio. Turing y su equipo lograron descubrir cómo funcionaba y conocer de esta manera información sobre ataques, movimientos de tropas, objetivos, etc, que enviaban los nazis. Se dice que, gracias a esto, la guerra concluyó dos años antes de lo previsto. Todo este trabajo se mantuvo en secreto y la carrera de Turing acabó súbitamente cuando se descubrió que era homosexual. Como era considerado un delito en esa época, en 1952 se lo procesó y se le dio a elegir entre dos opciones: ir a prisión o someterse a un tratamiento de castración química. El matemático eligió la segunda y dos años después, tras pasar momentos desagradables y muy malos, supuestamente se suicidó ingiriendo una manzana con cianuro (hasta el día de hoy existen dudas sobre si fue un homicidio). En 2009, y gracias a una movilización pública solicitando al Gobierno que pidiera disculpas oficialmente por la persecución contra Alan Turing, se emitió un comunicado oficial por el trato que tuvo durante sus últimos años de vida. Recién el 24 de diciembre de 2013, por orden de la Reina Isabel II, recibió un indulto por todo tipo de culpa. "El Código Enigma" abarca varias etapas clave de la vida de Turing: su adolescencia internado en un colegio, su trabajo en Bletchley Park para descifrar la máquina Enigma y los amargos años posteriores a su condena por declararse homosexual. Este largometraje es "redondo", y cuando lo adjetivo de esta manera quiero decir que tiene todas las cualidades que tiene que tener para pelear por Mejor Película. Y eso es lo que, personalmente, a mí ya no me atrae tanto. Es que la película es muy correcta en todo sentido: cuenta la historia de un personaje real que hizo un gran aporte a cierto momento de la historia, las actuaciones son pulcras y sin fisuras, la ambientación de época, música, guión, todo es un combo perfecto. Ideal para los votantes de la Academia. "El Código Enigma" es una muy recomendable película que no debería defraudar a nadie que la vea. Pero, para mi gusto, no tiene ese plus o ese extra que la haría descollar. No "arriesga" demasiado. Pero claro, son opiniones. Benedict Cumberbatch demuestra, una vez más, que está a la altura de los grandes y pelea seriamente por convertirse en uno de los mejores -si no el mejor- actores ingleses de la actualidad. Muestra mucha pasión y convencimiento en lo que hace. Un gran dato es que los parientes de Turing expresaron que el artista fue una excelente elección para el rol y que demostró saber muchísimo sobre su vida. ¿Ganará "El Cógido Enigma" el Oscar? Eso es algo que no podemos ni nos atrevemos a descifrar. Mientras tanto, vayan al cine, saquen sus entradas y aprendan un poco de historia. Cine educativo.
Crítica emitida por radio.
A algunos genios se los reconoce en vida, a otros se los celebra tardíamente cuando ya no pueden escuchar los aplausos y a otros, directamente, se los mantiene ocultos por medio siglo bajo el rótulo de “Secreto de Estado”. A ésta tercer categoría perteneció Alan Turing, el simbólico padre de la computación moderna, que con su máquina de descifrar códigos llamada Cristopher, no sólo hizo uno de los aportes más significativos al Siglo XX en cuanto a tecnología se refiere sino que, además, logró salvar la vida de millones de personas en el ocaso de la Segunda Guerra Mundial. El Código Enigma es, en orden de estreno, la segunda biografía (o biopic, en la jerga hollywoodense) que compite por el Oscar a mejor película este año, siendo la primera La Teoría Del Todo, basada en la vida de Stephen Hawking. Una diferencia crucial, sin embargo, juega a favor de la película sobre Turing dirigida por Morten Tyldum en detrimento de aquella que narra las relaciones amorosas de Hawking: aquí lo que importa es el contexto, el invento y sus enormes logros, y en un segundo plano, la sufrida vida del protagonista, mientras que en el otro caso, los avances de la ciencia son apenas anecdóticos. No por ello, sin embargo, El Código Enigma es una obra carente de sentimientos humanos, sino más bien todo lo contrario. La vida de Turing, interpretado aquí con grandeza por Benedict Cumberbatch estuvo siempre marcada por la introspección, la soberbia y un hermetismo al borde de la misantropía que radicaba en un secreto fuertemente guardado: su homosexualidad, acaso un crimen inadmisible para la Inglaterra de mediados de siglo pasado. Éste y otros silencios hicieron de la vida del matemático un verdadero infierno, que le llevaron hasta a ser sospechado un espía del bando soviético. El imperio británico, aún así, no tuvo otra opción más que concederle sus demandas para vulnerar el sistema de encriptado nazi llamado Enigma, una máquina prácticamente indescifrable que albergaba, día tras día, los comunicados y estrategias oficiales del Ejército Alemán. Información valiosa que, claro, en las manos adecuadas tenía el poder de finalizar la Guerra. El Código Enigma es un título mal adaptado del original The Imitation Game (“el juego de la imitación”) que no hace justicia a la frase de Turing, cuando esboza las borrosas y ténues diferencias que pueden a veces haber entre una máquina y un ser humano. Diferencias que, aún desde la prehistoria tecnológica, esbozan principios fundamentales de la computación como hoy la conocemos. Tyldum, un director noruego experimentado que venía de otra interesante película como Headhunters (Cacería Implacable, 2011), da un enorme salto al cine comercial internacional con esta notable película que comprende las virtudes del género biográfico, sin olvidar jamás el entretenimiento ni descuidar el aspecto histórico. El Código Enigma se convierte así en uno de los estrenos más disfrutables de esta temporada de premios, sin la necesidad de efectismos ni golpes bajos.
Benedict Cumberbatch brilla en una biopic de manual. Alan Turing (Cumberbatch) fue famoso por haber descifrado los códigos secretos nazis que contenía la máquina Enigma, hecho que dará por finalizada la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) con victoria de los Aliados. Pero lejos de convertirse en un héroe, Turing fue acusado y juzgado por su condición de homosexual. La película está co-protagonizada por Keira Knightley, Mark Strong, Charles Dance y Matthew Goode. Una Mente Enigmática ¿Quien fue Alan Turing? Después de ver El Código Enigma seguro podemos responder unas cuantas preguntas sobre su vida, sus logros y sus secretos, pero la de quien fue realmente quedará inconclusa. Esto se debe a que la biopic del matemático, criptólogo y pionero de la computación pareciera estar más preocupada en cerrar viejas heridas que en indagar un poco más allá de lo que se ve en la superficie. En los últimos años las biopics (o películas biográficas) se volvieron algo así como una plaga. Las hay buenas, las hay malas y las hay irrelevantes. Y si El Código Enigma zafa de entrar en cualquiera de estos últimos dos grupos es por obra y gracia de Benedict Cumberbatch. El actor de Sherlock y Star Trek En la Oscuridad se luce en el rol protagónico y eleva él solo el nivel de una biografía que tranquilamente se podría haber emitido en el viejo canal Hallmark, especialistas en historias de vida difíciles. El Código Enigma es lo que podríamos llamar una “biopic de manual”. Es correcta en todos y cada uno de los aspectos. Una fotografía bien cuidada, un acertado diseño de producción y reconstrucción histórica, actuaciones secundarias acordes y una partitura original que se intensifica en los momentos justos. El director Morten Tyldum y su guionista Graham Moore eligieron centrarse en los años que Turing trabajó para el ejército inglés descifrando códigos secretos nazis. Todo esto está contado a través de un largo flashback en el que no faltarán otros flashbacks. Esta vez todavía más lejanos en el tiempo mostrándonos la difícil infancia del personaje. El problema con esto es que dichos flashbacks no aportan absolutamente nada. O mejor dicho, aportan dándonos información que ya conocíamos o habíamos dado por sentado, lo que aparte de innecesarios los vuelve redundantes. Cuando llega el desenlace no sabemos mucho más sobre Alan Turing que cuando empezamos, más allá de algunos datos de color. Pero lo que sí sabemos -y la película se encarga de recalcarlo con una leyenda antes de los créditos finales- es lo mal que el gobierno inglés se portó con él y otras miles de personas por esos años. Algo que sin dudas no es un hecho menor, pero termina por hacer sentir a la película como un pretexto para pedir perdón y limpiar los pecados cometidos por el estado en aquellos tiempos. Conclusión El Código Enigma es una biopic que si bien tiene sus buenos momentos no le aporta aporta nada nuevo al género y hasta termina funcionando mejor como una simple cinta de suspenso. Elevada por una gran actuación de Benedict Cumberbatch y algunas escenas o diálogos que sorprenden por su humor, no busca raspar más allá de la superficie y la bajada de linea final termina por confirmar que los realizadores estaban más preocupados en pedirle perdón a Alan Turing que en contarnos su vida y dejarnos sacar nuestras propias conclusiones. Una biografía con gusto a poco.
Aún cuando han pasado más de 50 años, la humanidad sigue haciendo películas de la segunda guerra mundial. Es natural que una y otra vez recuerden una de las peores tragedias de la humanidad en miras de que nunca se vuelva a repetir algo así. Pero hay que ser muy cuidadoso en cómo contar las historias. Hemos visto tantas, que las historias en lugar de sorprender, terminan cansando. Pero es refrescante cuando encuentran historias que desconocíamos, como la de Alan Turing. Matemático e introvertido, el señor Turing fue el responsable de inventar na máquina que, años después sería la predecesora de las computadoras. Y dicha máquina fue la responsable de haber ganado la segunda guerra mundial, pues descifró el mayor secreto nazi: el código enigma. Interpretado por Benedict Cumberbatch, actor que posee un gran talento y que a pesar de su edad (cerca de los 40 años) tiene pocos reflectores; y dirigida por Morten Tyldum, el filme narra una historia que apenas salió a la luz en 2013, cuando la Reina de Inglaterra otorgó el perdón real a Turing, luego de haber sido perseguido por su homosexualidad, olvidando que gracias a su intelecto, el mundo fue capaz de derrotar a los nazis. Intrigante, con unas buenas actuaciones (incluida Keira Knightley y Mathew Goode), The Imitation Game es un filme que todos deben disfrutar, no solo por la historia totalmente neva de la segunda guerra mundial, sino por la misma calidad de la película y la fuerza de la interpretación de Cumberbatch que, aunque probablemente este no sea el año en que gane un oscar, nos hemos dado cuenta de que no le falta mucho para lograrlo.
Máquinas inteligentes. En el prólogo firmado por Douglas Hofstadter para Alan Turing: el enigma, la biografía, escrita por Andrew Hodges, del deslumbrante matemático británico que inspiró El código enigma, se puede leer: “La vida de Turing merece un estudio profundo, pues no sólo fue una gran figura de la ciencia del siglo XX, sino que su conducta interpersonal poco convencional le ocasionó una gran tristeza. Incluso hoy, la sociedad como un todo no ha aprendido a entenderse con ese estilo de inconformismo”. El código enigma consigue transmitir en sus propios términos esa descripción, y el primer valor ostensible del filme estriba en espolear a los espectadores a leer sobre Turing. No es poca cosa en tiempos de magos y pseudociencias. En principio, que se estrene un filme sobre un hombre de ciencia es, valga la paradoja, un milagro. El conocimiento como aventura de la especie no suele ser asociado al cine de entretenimiento. Ver a Turing intentando descifrar un código junto a un equipo de científicos para poder así debilitar la estrategia comunicacional castrense de los nazis y, por ende, vencer a las huestes de Hitler, depara un placer inusual. El centro narrativo del filme pasa por las presiones de los servicios de inteligencia británicos en el momento en que Turing tenía a su cargo la sección Naval Enigma de Bretchley Park (mansión que funcionaba como centro de desciframiento de códigos), en plena Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto, los alemanes dominaban Europa, destruían capitales y aniquilaban vidas inocentes. El filme dejará en claro la importancia de la “Máquina de Turing” para adelantar el fin de la guerra y salvar gran cantidad de vidas. Pero hay en El código enigma una segunda línea narrativa más cerca del ámbito de la moral que del de la inteligencia. La genealogía de la homosexualidad de Turing se cuenta aquí a través de unos flashbacks pertinentes de su adolescencia, cuando se enamoró por primera vez de un compañero de estudios. El filme también le dedica cierto tiempo a seguir las instancias de un robo en la casa de Turing, a principios de la década de 1950, que concluyó con una inesperada sentencia penal contra su homosexualidad. Uno de los momentos más poderosos, aunque fugaz, es aquel en el que a Turing se lo ve exhausto y destruido debido a un tratamiento químico perpetrado para corregir sus preferencias sexuales. El rostro de Benedict Cumberbatch, cuyo trabajo es notable, denota una tristeza infinita. La imbecilidad moralista de su tiempo se impuso a su dignidad. Didáctica como un buen número de la revista Billiken, y de una poética dócil frente a las convenciones de una biopic, El código enigma es, sin embargo, un intenso filme de espionaje que gira en torno a la inteligencia como concepto general y a la estrechez del imaginario moral de una sociedad conservadora. Frente a esto último, no cabe duda, las máquinas son inteligentes, pero los hombres sólo de vez en cuando.
Triunfo y olvido El noruego Morten Tyldum es uno de los principales responsables de que The Imitation Game acabe dejando una agradable sensación. El otro artífice (también importante, tanto como el director) destacable en la obra es el versátil Benedict Cumberbatch. El actor de la reconocida serie Sherlock recurre a ciertos modos, en la forma de encarnar a Alan Turing, similares (en cuanto a la arrogancia) a los del célebre personaje creado por Arthur Conan Doyle. Algunas voces se encargaron de oponerse a la composición que se hizo sobre la vida del matemático, remarcando diferencias en estos aspectos de altanería y de cuestiones personales que se le adjudicaron en la película. Sin embargo, y con esas licencias, la interpretación del protagonista es uno de los puntos altos que hacen que el relato salga airoso en el resultado final. Alan Turing fue famoso por haber descifrado los códigos secretos nazis contenidos en la máquina Enigma. Esto colaboró con mucha determinación en el devenir de la Segunda Guerra Mundial en favor de los Aliados. No obstante, Turing fue acusado por su condición de homosexual, sin llegar a ser distinguido como realmente hubiese correspondido. Un buen trabajo de ambientación coopera para que The Imitation Game se perciba más digerible desde lo visual. Lo mismo ocurre con los eventos que Tyldum presenta y la forma en que lo realiza. Para ello no necesita caer en golpes bajos ni tampoco forzar las situaciones. De manera sencilla y con un ritmo tan afable como llevadero, el film nos va sumergiendo en la personalidad del matemático británico. La tenacidad que exterioriza es uno de los factores que lo movilizan en la búsqueda de sus objetivos. El personaje, prácticamente cubierto por una coraza que opera como mecanismo de defensa en lo que concierne a la interrelación con las personas y pese a lo solitario y tímido que evidencia ser, persevera en pos de su misión a fin también de demostrar lo que es capaz de desarrollar con sus conocimientos. Asimismo, vamos descubriendo diferentes capas que humanizan a nuestro intérprete central conforme la cinta avanza. Una de ellas (probablemente la menos impactante), a través de flashbacks que nos sitúan en la infancia y en la etapa escolar de Turing. De cara a los Premios Oscar, The Imitation Game se vale de una buena cantidad de nominaciones que deberá sortear con dificultades, puesto que existe una competencia fuerte. Un drama biográfico que en determinados pasajes juega o se disfraza de thriller (aunque no de un modo convencional), y que entre sus méritos, exprime el hecho de no olvidar al público por la estructura que adopta para narrar los acontecimientos. LO MEJOR: relato llevadero, ameno, interesante. La interpretación de Benedict Cumberbatch. Buen trabajo de Matthew Goode, Keira Knightley y compañía. LO PEOR: los flashbacks no están del todo aprovechados. PUNTAJE: 8,3
Ni ofende ni apasiona Por Mex Faliero (@mexfaliero) imitation game uno Los norteamericanos, aunque no lo parezca, tienen un gran complejo de inferioridad. Lo demuestran con su cine y, específicamente, con el Oscar. Allí suelen maravillarse con el cine inglés, pero con el cine inglés más acartonado y prolijo: hace poco El discurso del rey ganó el premio principal y… ¿alguien se acuerda de El discurso del rey? Hollywood desprecia un poco a Hollywood (de hecho ¿cuántas películas con el sello de Hollywood ganaron en las últimas dos o tres décadas?), y por eso aman esas películas que resumen con su trascendencia impostada un poco lo que entienden como cine arte: es decir, lo que tiene que ser el cine. La Academia desearía que la industria yanqui fuera un poco más como El discurso del rey o como las de James Ivory (aunque a este se le escapaban algunas obras mayores como Lo que queda del día). Y cuando ellos producen una como esas -ponele, Una mente brillante- se excitan y la reconocen. Eso tiene que ser Hollywood, y no otra cosa. Películas como Whiplash o Pulp fiction son anomalías a las que viene bien darles un incentivo. Pero nunca premiarlas. Este año hay dos películas que cumplen ese rol, una es La teoría del todo y la otra, El código Enigma, dos obras que, por otra parte, parecen correr por caminos paralelos: historias reales de científicos reconocidos con problemas para sociabilizar por X motivo. Y es curioso, pero La teoría del todo es mucho menos satisfactoria aunque -irónicamente- asume más riesgos que El código Enigma. De ahí, también, la trampa del academicismo en estas producciones. Porque la película del noruego Morten Tyldum es la prolija recreación de cómo el matemático Alan Turing logró descifrar unos códigos de guerra nazi, posibilitando -se dice- que la Segunda Guerra Mundial termine un rato antes de lo que debería haberlo hecho. Y con otros resultados, claro. El código Enigma tiene múltiples elementos reconocibles y asociables a un tipo de cine distinguible en ceremonias académicas. Una historia real (manipulada, claro está), una ambientación técnicamente irreprochable, un tema importante, un personaje al borde de lo freak (el Turing antisocial, antipático y obsesivo) pero a la vez víctima (homosexual perseguido por el Estado inglés), y actuaciones intensas y sentidas (Goode, Strong y Dance son los mejores). Y Tyldum no hace con estos materiales nada del otro mundo: mezcla siguiendo un programa más o menos conocido, construyendo un producto audiovisual que no ofende a nadie pero a la vez no apasiona en lo más mínimo. Es que es tanto el miedo que tienen estos realizadores a caer dentro de las garras del melodrama, que trabajan desde la distancia excediendo el tono. Así El código Enigma se convierte en una película que carece de nervio, que banaliza un poco la figura de su personaje principal (¡ay esos pases de comedia pícara con sus compañeros de trabajo) y que tiene una estructura atemporal un poco caprichosa (aunque la acerca al thriller), como para distraernos con esos truquitos del conservadurismo de su narración. Seguramente El código Enigma guste más a quienes buscan el tema por encima de lo narrativo, es decir de eso que justifica el cine y lo convierte en un arte superior. Aún cuando sufre del Mal de Nolan (eso de explicar lo que está por pasar es un poco repetido en el film, como desconfiando del espectador), la película se sostiene dramáticamente porque en esa frialdad distante que maneja y en su falta de riesgo, hay también una reducción del nivel de ambición y pretensión. Al fin de cuentas tal vez no sea culpa de El código Enigma -y similares- sino de aquellos que las eligen como referencia, depositando en ellas mayor interés del que realmente deberían generar. El código Enigma es un drama simple y efectivo en sus propios términos, que a los amantes de las “basadas en hechos reales” les aporta una de esas historias singulares que la Historia ha producido de a montones, aunque uno extrañe una mirada más compleja sobre las implicancias políticas y sociales de las consecuencias en los actos de esos personajes y no tanto una simplona apología del diferente.
Un excelente film sobre un hombre desconocido para muchos Es un film de suspenso y emociones que nos muestra la vida de un hombre y su equipo salvo la vida de millones de personas Cuando uno nombra a Alan Turing, la mayoría de la gente no sabe de quien se habla. Sin embargo se calcula que salvo de la muerte a catorce millones de personas. Un matemático genial que consiguió en base a su inteligencia logro contrarrestar la maquina que usaban los nazis para encriptar sus mensajes, lo que logro que la guerra terminara rápidamente a favor de los Aliados. Dicha máquina (a quien su creador llamo “Christopher” en homenaje a su único amigo real) no alcanzo para que Alan Turing, luego de terminada la guerra y mientras era profesor de Cambridge, lo condenaran por algo que en Inglaterra, hasta avanzada la década del 60 era un delito : era homosexual. Esto hizo que lo condenaran a 2 años de prisión o a una castración química a base de medicamentos. Este film, uno de los nominados a los Oscar de este año con 8 nominaciones (Mejor película, Director, Actor, Actriz de reparto, guión adaptado, montaje, diseño de producción y banda sonora), basa su historia, no en el aspecto sexual del personaje, aunque está presente, sino la lucha contra el mismo para poder llegar a conseguir lo que las mejores mentes del mundo no habían logrado : descifrar a “Enigma”, la maquina criptològica de los nazis. Una pelea donde su ego, producto de su soledad en la vida, lo enfrenta con sus compañeros y subordinados, así como su jefe y con él mismo. Un film donde el suspenso va de la mano de los sentimientos con una profundidad y una fuerza arrolladoras. Indudablemente el film le debe mucho a Benedict Cumberbatch quien interpreta a Alan Turing de una manera sublime y a quien estaría luchando el premio al mejor actor con Eddy Redmayne de “La teoría del todo”. Una gran película que tiene merecida sus nominaciones y el ser una de las favoritas.
Otra biografía, esta vez la del científico Alan Turunf, un tipo raro que descifró las claves encriptadas de los nazis, que ayudó decisivamente a salvar vidas en la guerra que pareció vislumbrar el nacimiento de la computación. Es correcta, pero no alcanza a ser un gran film. Uno extraña la falta de intensidad en estas correctas evocaciones. Lo que se ve no es reprochable, pero no va más allá de un profesionalismo impersonal. La historia por supuesto es atrapante. Hay suspenso, hay buenos momentos, la Guerra está allí y la lucha personal de este matemático, también. El hombre que debe descifrar al enemigo no alcanza a desentrañar los caninos sinuosos su propia vida. El film echa sombras sobre una sociedad inglesa que antepuso sus prejuicios a todo y que con su dañina moralina terminó aniquilando (lo que no habían logrado los nazis) a este genio huraño, áspero, difícil, frustrado, pero un héroe al fin. Sin amor, sin reconocimiento, este estudioso solitario, engreído y maltratado, al final cayó vencido a los pies de sus fantasmas y de sus inesperados enemigos.
Genios incomprendidos, hombres pequeños frente a un gran descubrimiento, los nombres desconocido detrás de la gran historia. El cine le ha dedicado varias páginas a estos curiosos seres. "El Código Enigma" vuelve sobre ello, inteligentemente ampliando la mirada hacia una cosmovisión del asunto. Con dirección del noruego Morten Tyldum y guión de Graham Moore basado en la biografía de Andrew Hodge, nos presenta la vida de Alan Turing un matemático inglés que formó parte de un proyecto para descifrar la serie de códigos con la cual la Alemania Nazi se comunicaba con sus fuerzas aliadas. Creado durante la Primera Guerra Mundial por una máquina encriptadora llamada Enigma; fue Turing, durante la Segunda Guerra quien terminó desencriptándola con la creación de un sistema que sentaría las bases para la informática moderna. A la manera de la subvalorada "Una mente brillante" de Ron Howard, "El Código Enigma" no se centra específicamente en el hecho de la labor descifradora de Turing, lo toma en tres etapas de su vida, nos muestra al ser detrás del genio, y a su vez, tampoco se queda en su figura, analizando todo su contexto. En su niñez y adolescencia Turing sufrió los suficientes inconvenientes que forjaron su personalidad retraída, atípica. Durante su etapa adulta, es buscado por el Gobierno y los Servicios de Inteligencia Británicos junto a otros matemáticos para cumplir esta labor secreta, siendo utilizado por el mismo con un entramado muchísimo más complejo de lo que un simple ciudadano podía entender. Ya en su vejez, Turing sufre un ataque en su domicilio y al denunciarlo termina él mismo enjuiciado por delitos de indecencia al quedar expuesta su homosexualidad, nuevamente será usado, o descartado. En la piel del inmenso Benedict Cumberbatch, Alan Turing se convierte en un personaje especial. Su sublime interpretación permite que el espectador pueda comprender todo lo que le sucede en su interior. Turing no deja de ser un ciudadano común superado por la circunstancia. Su modo analítico de descubrir el código casi de manera didáctica, su modo de actuar, lo muestran como ajeno a lo que está viviendo. La posterior asunción de su figura como el héroe que permitió dar el puntapié para culminar con el conflicto, y los hechos subsiguientes, nos muestran cuanto de manipulación hay en la creación de estas “personalidades anónimas”. Hay una fuerte carga ideológica en "El Código Enigma" pero a su vez deja que saquemos nuestras propias conclusiones. Para crear ese entorno ideológico están los personajes secundarios, con los rostros de Keira Knightley y Charles Dance entre otros, quienes pese a lucir correctos, sucumben ante la figura preponderante de Cumberbatch. En los primeros tramos el film adolece de cierta falta de ritmo, pareciera ser más un complejo juego de espionajes en el cual el espectador queda como un tercero sin penetrar, luego el guión se encarga de cerrar el círculo, inmiscuirse en cuestiones más prolíficas que tienen que ver con dramas de la vida misma. Es ahí que la identificación se hace fuerte y cobra el vuelo necesario. Mucho más que un film de espionaje, mucho más que un film sobre la curiosidad de un genio, "El Código Enigma" entrelaza varios elementos para lograr, en los momentos de alto vuelo, un film de una potencia inmensa.
Carrera de mentes Muy pocos saben que un científico inglés fue responsable de adelantar el final de la Segunda Guerra en dos años, salvando un estimativo de veinte millones de vidas, al tiempo de sentar las bases para la tecnología digital. Muy pocos, hasta el estreno de The Imitation Game, nombre original de este film que adapta la biografía de Alan Turing, el mencionado científico. En esta adaptación edulcorada del libro del escritor Alan Hodges, Turing es un incomprendido y torturado estudiante (los genios empiezan así) que, para su asombro (poco creíble), un día es descubierto y aprovechado (como todos los genios) por el servicio secreto británico. Su tarea, o, mejor dicho, su grupo de tareas (otros genios fueron antes descartados y quedaron a su disposición), se aboca a descifrar los mensajes del servicio secreto alemán, encriptados como el código Enigma. Benedict Cumberbatch, el inglés del momento en Hollywood, pone en ejecución el modo “Sherlock nerd” y replica asombrosos estereotipos hasta llegar al gay reprimido, trágica contracara del suceso de Turing, mientras Keira Knightley, de infalible carisma, interpreta a la matemática con quien Alan simuló una relación matrimonial. Tal condición da lugar a datos sorprendentes, como que Gran Bretaña penó la homosexualidad hasta 1967. Pero para eso hay que esperar a los créditos de la película.
The Imitation Game, es un filme basado en la vida del genio matemático Alan Turing, que a la vez sirve de homenaje. Es interpretado magistralmente por Benedict Cumberbatch, canalizando una especie de Sheldon Cooper versión seria. Es un filme didáctico, entretenido, sólido y un tanto vainilla, no logra tener todo el dramatismo e intensidad para el que se presta el material. Cuenta una historia interesante sobre como la guerra se gana no solo en el frente de batalla, sino además también en el laboratorio, en la universidad, en el aula de ciencia y eso la hace muy interesante, Además no omite el hecho de que Turing era homosexual y eso fue causa de persecusión, en un tiempo donde en Inglaterra estaba prohibido ser gay, y ytaía graves consecuencias para 49.000 personas que fueron condenadas por ello. Recomendada. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.
Un lado B oculto de la Segunda Guerra Un complejo retrato nos ofrece el realizador noruego sobre Alan Turing, perseverante matemático, víctima de la hipocresía de su época. El suspense de cierto cine inglés, con acentos en complejas ambigüedades para una trama atrapante Desde hace algunas semanas, nuestra cartelera nos invita a ver algunos de los films que presentan numerosas candidaturas para la noche de los Oscars; tal vez, el programa espectáculo más visto y esperado por gran parte de la población mundial. Ciertamente, el único en lo que hace a la temática del cine; ya que en lo que respecta a Berlín, Cannes, Venecia, San Sebastián, sólo se transmiten fugaces flashes. No obstante, algunos films de los nominados, tales como Whisplash Música y Obsesión, de Damien Chazelle, y Foxcatcher, de Bennet Miller, estuvieron contados días en cartelera en nuestra ciudad. Y en el caso de la reposición de Grand Hotel Budapest, del siempre ocurrente Wes Anderson, no contó con la respuesta de público esperada. Impensable era hace algunas décadas llevar al cine este acercamiento que hoy nos presenta El Código Enigma, a quien fuera uno de los más prominentes y silenciados protagonistas de una operación de desciframiento que evitó catástrofes mayores. Y le cupo a Mortem Tyldum, realizador nacido en Noruega en 1967, a quien ya conocemos por Cacería implacable, de 2011, llevar adelante este proyecto que ya mereció por su trama argumental algunas versiones anteriores, tanto en cine como en TV; pero que evitaron internarse en los pliegues íntimos de Alan Turing, quien estuvo al frente de la operación Enigma, en lo que hace a la investigación sobre este sistema cifrado que le permitía a los nazis anticipar, inclusive, el envío de información a sus aliados en los días de la Segunda Guerra. Desde un juego de vaivenes temporales, El Código Enigma, nominada a los premios Oscar en siete categorías, se abre a un tensionante pendular de miradas en espacios cerrados y zonas expuestas al próximo bombardeo. Pero en su racconto hacia los días de la infancia, quedará sellada la melancolía de su personaje, ligado desde la ternura y comprensión a su amigo Christopher; nombre clave y posteriormente fundacional en la vida de este investigador que debió enmascararse, ocultarse, para no ser condenado por su homosexualidad. La vida institucional escolar de esta Inglaterra post victoriana estará marcada por el dolor y el desaliento. Pero asimismo, por los gestos de camaradería y deseo junto a su gran amigo; roles que interpretan los muy jóvenes actores Alex Lawther y Jack Bannon, ambos ya protagonistas en seriales televisivos. Desde esos días, cifrar un mensaje sobre ese sentimiento que está rechazado por la mirada de los otros se había transformado en una velada declaración de amor. El film mismo, guionado a partir de una singular biografía que hoy es éxito editorial, se nos presenta como un enigma a descifrar. Y no ya por las operaciones que competen a campos científicos, tecnológicos, lo que abre a una continua duda y arroja sombras de sospechas; sino, particularmente, por los ecos de ese suspense que caracteriza a cierto cine inglés, que pone el acento en la compleja ambigüedad que nos sale al cruce. Y aquí los primeros planos, los rostros, el comportamiento gestual y los indicios van armando una imantada trama. Su título original, The imitation game, nos lleva a pensar todo el relato como el acto de poner en escena narrativa toda una serie de simulacros. Las diferentes identidades, si bien se muestran a cara descubierta, no obstante, muchos de ellos, y en nombre de lo que se deberá destruir luego, nos revelarán paulatinamente otros rasgos de sus conductas. Desde el momento inicial en el que un hombre deberá callar a lo que fue expuesto, todo el film es un levantar y bajar telones sobre lo que irá aconteciendo. Y es la misma sociedad inglesa la que pasa al proscenio, que en nombre de sus tradiciones y de las buenas costumbres, condenará a una experiencia de horror al hombre que, paradójicamente, ayudó a que no fuera reducida a cenizas. Alan Turing, experto matemático y criptógrafo, nacido en Londres en junio de 1912 se sentirá empujado al suicidio en 1954. Siete años más tarde, el director inglés Basil Dearden, presenta Victim. En este puritano país, el primer film que en tierra inglesa aborda el drama que debe afrontar un destacado abogado, interpretado por el talentoso Dirk Bogarde, sometido a un chantaje por su homosexualidad; conducta que, como a tantos, lo podría llevar a prisión. En nuestro país se conoció con el nombre de Los vulnerables, y en España se estrenó tres semanas antes de la muerte del dictador.
Basada en hechos reales y con algunas secuencias ficcionadas, constituye un relato atrapante e inteligente de principio a fin. Todo gira en torno a la vida de Alan Turing (Benedict Cumberbatch, “Star Trek: En la oscuridad”), un ser poco sociable y solitario, refugiado en las ciencias y que se destacó por sus aportes a la lógica, la criptografía, el análisis, la computación (es uno de los padres) y por ser uno de los más grandes matemáticos de todos los tiempos. En un principio fue considerado un héroe durante la Segunda Guerra Mundial porque junto a un eficiente equipo logro descifrar el código de la máquina “Enigma” de los alemanes lo cual nadie había podido hacer hasta ese momento y fue Alan quien lo logro, permitiéndoles salvar a millones de personas, acortar el conflicto bélico y en parte formar parte de la derrota de Hitler. Se casó con Joan Clarke (Keira Knightley) quien formaba parte del equipo, además de saberlo contener y entender. Esta historia se desarrolla en Inglaterra donde este hombre les sirvió muchísimo durante la guerra además de haber expuesto su vida, pero hipócritamente sufre los terribles prejuicios de la época y la persecución por sus preferencias sexuales. Un país que muestra pura homofobia, en el cual fue maltratado y sufrió la castración química. Pocos funcionarios sabían que por su condición de homosexual lo estaban incriminando al pionero de la informática moderna. El film posee un gran despliegue y resulta apasionante. Denota un muy buen ritmo de espionaje, con toques de thriller, climas muy logrados, estupendamente bien narrada, con una soberbia actuación del protagonista Benedict Cumberbatch (recientemente se destacó en el rol de Sherlock Holmes en la serie homónima para la cadena BBC). El director noruego Morten Tyldum (“Cacería implacable”) sabe ir mezclando el suspenso con el drama, se encuentra muy bien ambientada, dentro del relato se van viendo imágenes reales de la época. Contiene escenas de gran tensión, suspenso, situaciones de espionaje, en todo momento se van creando buenos climas y se apoya en el flashback. Resulta atrapante desde el primer fotograma, con sobrias actuaciones, quizás le falta un poco de emoción. Con muy buen montaje, dirección y dirección de arte, con la excelente banda sonora de Alexandre Desplat, merecidamente se encuentra nominada en 8 categorías, (que incluye Mejor Película, Director y Actor a: Cumberbatch esta es su primera nominación al Oscar). Los personajes secundarios cumplen un buen desempeño y se destacan: Keira Knightley, Matthew Goode y Mark Strong.
Se pudo ver hace poco más de una década atrás una película de Michael Apted llamada “Enigma” (2001), con Kate Winstlet y Dougray Scott, que efectivamente contaba como un matemático descifraba el funcionamiento de la máquina Enigma, utilizada por los nazis para cifrar sus movimientos estratégicos durante la Segunda Guerra Mundial. Más allá de las diferencias de rigor histórico, aquella “Enigma” era una de espionaje y acción, con algún ingrediente dramático que terminaba siendo la tangente por la cual todo se volvía difícil de creer. El cine vuelve a abordar esta historia, pero centrándose esta vez sí en la personalidad del genio matemático que logró construir una máquina para ayudar a resolver la cuestión. Se trata de “El código Enigma” que, con ocho merecidas nominaciones al Oscar, se estrena esta semana. La voz en off de Alan Turing (Benedict Cumberbatch) propone en el comienzo “prestar atención y juzgar después”. Estamos en el año 1952, y si bien el escenario es el de un interrogatorio policial, enseguida nos trasladamos a 1939. El joven se presenta ante el Comandante Denninston (Charles Dance) en Bletchley Park por una entrevista de trabajo. La inteligencia Británica obtuvo una máquina alemana llamada Enigma y buscan talentos en las áreas de lógica, matemática, etc, para poder descifrar el código con el cual los nazis transmiten sus estrategias, el que es cambiado religiosamente todos los días a la medianoche. Lo que Alan tiene de cínico, intolerante y antisocial, lo tiene de superdotado para desafíos como estos. Es un hombre de carácter singular, huraño, solitario y egocéntrico, que siente desafiado su intelecto al saber que esta máquina de encriptar mensajes de la SS es considerada invulnerable. A los efectos de vencer este escollo se arma un equipo de trabajo que, por supuesto, no se lleva bien con él, a excepción de Joan (Keira Knightley), quién por tener que trabajar a escondidas de la estructurada sociedad británica es la que más y mejor contacto tiene con Alan. En primer lugar es bueno alejarse del cuadro para ver el panorama completo. “El código Enigma” tiene dos aristas por las que se mueven los hilos dramáticos del argumento: por un lado, una impronta de película de espionaje donde el enemigo está omnipresente (más allá de las imágenes de archivo), y es la mente la que combate contra sí misma y contra el tiempo. Por otro, el drama de Alan Turing al vivir un presente que lo tiene señalado y condenado por ser homosexual, pese a haber salvado millones de vida. La construcción de la historia va y viene entre 1939, 1952 y la infancia del protagonista en el colegio, lugar en donde veremos el origen y la justificación de las aristas arriba mencionadas. La solidez de Morten Tyldum, demostrada en “Cacería Implacable” (2012), hace de su dirección un buen ejemplo de simpleza narrativa bien Hollywoodense que respeta los lineamientos generales del relato clásico. A esto le agrega la mano denota para manejar a sus actores. Este es un realizador que sabe dirigir un elenco, empezando por el trabajo de Benedict Cumberbatch. El actor inglés justifica con creces su nominación al Oscar. Primero, porque hace del estado de conciencia frente una historia que lo tiene muy expuesto, el elemento que le permite equilibrar sus recursos para no abusar de un papel cuyas características ofrece un gran nivel de tentación a la hora de mostrar lo que sabe hacer. Segundo, porque su Alan no tiene otra opción que ser el catalizador de todas las situaciones. Todo pasa por él y sin embargo su trabajo es tan comprometido que ayuda al espectador a meterse en la psiquis de un personaje, por el cual también transitan los estados emocionales del resto del elenco. Obviamente, también influye una dirección que no abusa de los planos cortos, es decir, no se regodea en la capacidad de su actor, y alterna los planos para mantener al personaje dentro de la historia. El momento de Alexandre Desplat como compositor de bandas de sonido es estupendo, y su versatilidad se percibe con creces en “El código Enigma”. Claramente esta producción no inventa nada, simplemente se acopla al enorme universo de historias atrapantes, tensas, y sobre todo muy bien contadas.
Mega Mente El cine sigue alimentándose de biografías, en este caso la de Alan Turing, matemático inglés que logró descifrar los códigos secretos de los mensajes que enviaban los nazis en la segunda guerra mundial.Pero hay otra historia atrás, quizás más oscura y secreta sobre el hombre que en cierto modo fué un genuino pionero de la computación moderna, al ser perseguido por sus inclinaciones sexuales, lo cual en los años mediados del siglo pasado(los años 50) era absolutamente condenatorio, a propósito hay un filme memorable, tambien inglés de honda referencia al mismo tema que hay que rescatar y ver: "Los Vulnerables" (Victim, 1961, Basil Dearden), bueno asi las cosas para que el director noruego Morten Tyldum narre un thriller dramático no exento de cierto humor y cinismo. La sólida, magnífica, excelsa actuación de Benedict Cumberbatch en el rol protagónico avala a su vez la de un resto de notables actores ingleses por los cuales -como siempre- hay que sacarse el sombrero por su talento y credibilidad. La dirección fotográfica, la factura técnica y la excelente banda sonora del laureado Alexander Desplat acaban completando una opcion de filme que tiene verdaderos méritos.
La vida de Alan Turing, el matemático genial que inventó la computación y venció a los nazis, es tan extraordinaria que es una verdadera hazaña hacer una película mediocre con ella. Pero eso pasa: más allá del trabajo de Benedict Cumberbatch o de algunas secuencias, el director decide que lo único importante de toda la historia es la homosexualidad de Turing, una manera sutil de discriminación que gana premios.
El héroe menos pensado Las películas subidas a la calesita del Oscar se estrenan en dosis homeopáticas. Llegan de a poco a Tucumán, mezcladas con infinidad de títulos que podrían esperar a que pase la gala del 22 de febrero. Cosas de las distribuidoras. Felizmente, “El código enigma” desembarca a tiempo para demostrar que las ocho postulaciones a los premios de la Academia son merecidas, en especial las de Benedict Cumberbatch (a Mejor Actor Protagónico); Morten Tyldum (Mejor Director); Graham Moore (Mejor Guión Adaptado); y Alexandre Desplat (Mejor Música, su séptima nominación en los últimos nueve años; admirable). La historia del matemático Alan Turing, mente brillante que sentó bases para el desarrollo de la computación -además de haber contribuido en buena medida a la derrota de los nazis-, propone una mirada humana, emocionante e implacable a una época compleja. En una sociedad represora que condenaba la homosexualidad con la cárcel, hombres como Turing caminaban sobre papel de arroz, conscientes de que la mínima huella suponía la sospecha y el oprobio. El Turing de Cumberbatch es un hombre tan extraordinario como atormentado. Un introvertido marcado por una pena de amor que se embarca en la aventura de descifrar el más intrincado de los códigos. Cumberbatch lo encarna con una visceralidad que se contiene en los gestos y lo dice todo en cada mirada. Es un trabajo notable, muy por encima del de Keira Knightley, postulada al Oscar a la Mejor Actriz de Reparto. El noruego Tyldum va desentrañando el devenir de Turing en tres planos temporales: la adolescencia, la lucha contra el código enigma durante el período 1939-45 y la posguerra, cuando un desgraciado episodio coloca al matemático entre la espada y la pared. La narración hace equilibrio con clase entre esos saltos, mérito de Tyldum y del guionista Moore, encargado de adaptar el libro de Andrew Hodges. A medio camino entre el drama y el suspenso, la película pivotea sobre un episodio determinante de la última gran guerra para meterse de lleno en la piel de uno de esos héroes olvidados al que la historia, finalmente, le rinde el tributo tan merecido.
El genio que ganó una guerra Estamos en una temporada llena de biopics y cintas “basadas en hechos reales” que disputarán premios de la Academia de Hollywood (que ama estas obras; por algo al cine se le llamaba “biógrafo”): cuatro van por la Mejor Película y todos los que compiten por Actor Principal (menos Michael Keaton de “Birdman”) interpretan personajes históricos: Steve Carell a John E. du Pont en “Foxcatcher”, Bradley Cooper a Chris Kyle en “Francotirador”, Eddie Redmayne a Stephen Hawking en “La teoría del todo” y Benedict Cumberbatch a Alan Turing en “El código Enigma”. Una de las ventajas de estas películas es el rescate de figuras desconocidas para el gran público, aunque Turing nunca fue olvidado por la ciencia. Fue un matemático de personalidad conflictiva, como la de muchos genios que además saben que lo son. Fue homosexual en tiempos en que en Gran Bretaña era delito, por lo que fue puesto a elegir entre la cárcel y la castración química; optó por esta última para poder seguir trabajando, pero los efectos secundarios del tratamiento lo llevaron al suicidio. De todos modos, en 41 años se hizo tiempo para ser pionero de las “Turing machines” (las primeras computadoras) y creador del Test de Turing para probar la inteligencia de una máquina: ese es el “juego de imitación” del que habla el título original y que es disparador en el interrogatorio que habilita el relato. Hilos en el tiempo La construcción narrativa es compleja: parte de un presente (el descubrimiento de la “indecencia” del científico) para de ahí moverse entre los años formativos (de la personalidad y de su identidad sexual) en tiempos de la secundaria, y el corazón de la historia: el período de la Segunda Guerra Mundial, cuando es convocado para sumarse al “proyecto Benchtley”, la decodificación del código Enigma, un sistema mecanizado de encriptación que la Alemania nazi usaba para comunicarse, con millones de variables rotativas imposible de romper para criptógrafos humanos. El filme muestra los diferentes momentos de esa guerra de escritorio, que incluyó la construcción de una máquina criptográfica, las peleas y negociaciones con sus superiores y con el equipo de colaboradores. Entre éstos, el guión de Graham Moore sobre libro de Andrew Hodges destaca a Joan Clarke, una matemática discriminada por la academia de entonces por su condición de mujer, otra “discriminada” que hará una buena química con Turing, una pareja unida por el intelecto. Finalmente habrá un segundo “presente de la narración”, que da cierre a la biografía. Esa urdimbre de las temporalidades, bien llevadas por el noruego Morten Tyldum, sostiene muy bien las tensiones y distensiones, construyendo al personaje como un rompecabezas, o como los crucigramas que tanto le gustaban. Hay algo de desciframiento, de desencriptación paulatina, detrás de este inadaptado social, cuyas “anormalidades” (dirá Joan) son las que lo hicieron el héroe anónimo que fue. Hay “elegancia” en el tema de la sexualidad (evitando la sordidez posible y yendo por la idealidad del “amado inmortal”) y eficiente al mostrar, en varios casos con material de archivo, la guerra “real”, con sus bombardeos, sus soldados mutilados, sus barcos hundidos. Eso es clave para no perder la perspectiva de la urgencia y a la vez las difíciles decisiones más tarde. Genio y figura Todo esta maquinaria no funcionaría sin el engranaje principal: la actuación de Benedict Cumberbatch, un intérprete que vuelve a mostrar maestría en la composición del genio que se lleva mejor con números y máquinas que con la gente, pero que logra ponerse un equipo al hombro. Merecida podría ser la estatuilla, aunque muchos apuesten por Redmayne. Keira Knightley no le va en zaga en cuanto a su interpretación de Clarke, más allá de que es de esas actrices que iluminan la pantalla con sólo una de sus sonrisas, de ésas en las que luce sus dientes superiores y su labio inferior. Se lucen también Matthew Goode como el ajedrecista Hugh Alexander (la contracara de Turing, seductor y sanguíneo) y Charles Dance como el detestable comandante Denniston (el marino que busca acabar con el matemático). Alex Lawther plasma con su rostro los padecimientos del Alan adolescente, que se convertirá en el futuro rostro inexpresivo del adulto. Junto a ellos, Mark Strong compone un oscuro Stewart Menzies (el agente del por entonces más secreto MI6, la conexión de Turing con el máximo nivel político) y Rory Kinnear puede mostrar algunas trazas de humanidad en su detective Robert Nock, el que sin querer expone al genio al escarnio público. El cambio de las ideas sobre las identidades, junto a la desclasificación de los archivos, permite hoy que las masas conozcan a este personaje, “perdonado” y honrado por la reina Elizabeth recién en 2013. Aunque a veces demasiado tarde para ellos, la historia sabe dar su lugar a los que ayudaron a escribirla.
La génesis de la computación. Algunas historias de la vida real merecen contarse más que otras. En el cine hemos visto excelentes historias mal contadas y algunas otras menos interesantes eximiamente narradas. The Imitation Game no es la primera ni será la última historia verídica de la segunda guerra mundial llevada a la pantalla grande, pero se destaca por cumplir un doble requisito: contar muy bien una magnífica historia. Superficialmente, The Imitation Game es la historia de cómo, cuándo y quién descifró el código enigma, el sistema criptográfico a partir del cual se comunicaban los alemanes en la segunda guerra mundial. Íntimamente, sin embargo, la propuesta teje en su trasfondo otras tramas sustanciales que abordan desde el espionaje hasta la homosexualidad, variando los tiempos del relato sin perder el hilo fundamental de la narración. Es poco frecuente la efectividad con la que la película impacta en todos los frentes, desplegando múltiples mensajes sin dispersiones narrativas. La cinematografía, por otro lado, es clásica pero virtuosa, con excelentes planos y muy buena edición. The Imitation Game es un drama histórico de guerra, de espionaje y también de vida. Todo eso, en menos de dos horas brillantemente compactadas. Son pocas las propuestas como ésta.
Un llamado de atención a la ignorancia "The imitation game" es una película sobre la labor durante la Segunda Guerra Mundial del matemático, llamado el padre de la computación, Alan Turing. Poco se conocía de su genialidad y gran aporte al fin de la guerra, en gran parte, por la torpeza de una mentalidad obtusa de la sociedad de esa época que lo relegó a las sombras por el solo hecho de haber sido homosexual. Y de eso justamente se trata la película, de reivindicar y hacer conocer un poco de la vida de este atormentado genio que hizo un gran aporte a la humanidad mientras que esta sólo le dio la espalda. Como buen superdotado, Turing era un tipo incomprendido y bastante insoportable, tanto que enfurecía a casi cualquier persona que tuviera que lidiar con él, ya sea laboralmente como en la vida cotidiana. Con varios problemas familiares desde su infancia, esto tampoco ayudó a formar un carácter amable en él. Bullying en el colegio, la pérdida de su primer amor a causa de la tuberculosis, algunos problemas mentales como la paranoia... no debe haber sido nada fácil ser Alan Turing. El director Morten Tyldum ("Headhunters") junto al guionista Graham Moore hicieron un gran trabajo, dándole a la trama una combinación de drama y suspenso que mantiene interesado al espectador. La dupla protagonista que conformaron Benedict Cumberbatch y Keira Knightley tuvo buena química, esta última sabiendo despertar el lado amable y más humano de Benedict en la piel de Turing. Los carrera armamentística nazi era muy avanzada para la época y entre algunas maravillas de la guerra, tenía un sistema de comunicación en clave al que los británicos llamaron "Enigma". Los aliados al conocer de este recurso, se dieron cuenta que descifrando los códigos podrían aventajar a los alemanes y fue por esto que armaron un grupo de trabajo con mentes brillantes entre las que se encontraba la del matemática Alan Turing. Cuando la investigación y las pruebas llegaron a puntos desalentadores para todo el equipo, fue Turing quien vio más allá y puso en marcha la construcción de una máquina que pudiera descifrar a Enigma. Esto, junto a su soberbia y falta de tacto, llevó a que se produjeran grandes discusiones con sus propios compañeros de equipo como con los directivos del proyecto. La historia contada en el film, nos muestra como sus compañeros supieron descubrir el lado bueno del matemático y como éste también aprendió de ellos, sobre todo lo que hace a don de gentes. La perseverancia, el trabajo incansable, la visión atinada del bien común (algo que no siempre es fácil de dilucidar) y la gran inteligencia llevaron a este hombre a jugar un rol fundamental en la historia de la humanidad y nosotros casi no sabíamos de su existencia. Aplaudo a quien se le ocurrió rescatar la figura de Turing. Desde el punto de vista cinematográfico, la adaptación del libro de Andrew Hodges está muy bien llevada a lo audiovisual, quizás con un ritmo un tanto más lento que lo que puede ofrecer la lectura, pero con un desarrollo que permite al espectador identificarse con el personaje principal. Por momentos lo detestás, otro te parece un crack, luego lo volvés a despreciar un rato y más tarde lo querés de nuevo. Se hizo un buen trabajo exhibiendo las fortalezas y las debilidades de la persona. La interpretaciones como resalté más arriba en esta reseña son muy buenas, sobre todo Cumberbatch que brinda una performance entrañable. El reparto acompaña muy bien y se notó que hubo una dirección cuidado en cada escena. Un film biográfico para conocer sobre algunas personalidades que han hecho mucho por el mundo y de los cuales se sabe muy poco. Una película que nos muestra nuestros errores como sociedad con el fin de que aprendamos algo para mejorar en el futuro.
The imitation game Primero la “polémica”: The imitation game, candidata a mejor película, y que fue una de las grandes ganadoras en el festival internacional de cine de Toronto donde, contra todos los pronósticos, obtuvo el premio del público, no se llevará la deseada y preciada estatuilla en los Óscar. Años atrás, películas como El discurso del rey y 12 años de esclavitud tuvieron una trayectoria idéntica: primero Toronto, después el Óscar. Es comidilla de pasillos que las biopics inglesas que conmueven y no incomodan son las favoritas de la Academia, pero me atrevo a arriesgar que este año no será así. En otras palabras, The imitation game no va a ganar el Óscar a mejor película. Ahora, la película The imitation game está basada en la biografía “Alan Turing: The Enigma”, sobre la vida del matemático y criptógrafo Alan Turing, una de las personas que hizo posible la derrota del ejército nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Alan Mathison Turing fue un matemático, lógico, criptógrafo y filósofo británico considerado uno de los padres de la computación que trabajó, durante la Segunda Guerra, para descifrar los códigos nazis, en particular, los de la máquina Enigma. Tras la guerra diseñó uno de los primeros computadores electrónicos programables digitales. La carrera de Turing se vio truncada súbitamente después de ser procesado por homosexual y sometido a un proceso de castración química. Deprimido y en soledad, terminó suicidándose dos años después. The imitation game narrará, bajo el rigor de oportunos flashbacks y elipsis, momentos destacados del Alan Turing niño y del Turing investigador, y su arduo trabajo por llevar adelante la máquina que develó los códigos de Enigma. El desarrollo de su personalidad quedará relegado a ciertos momentos de pedantería y obsesión sin desarrollar en profundidad aspectos centrales del personaje. En los momentos donde el guión hace agua, Benedict Cumberbach lo completa con una actuación de una densidad avasallante. El director Morten Tyldum debuta en el cine en inglés con The imitation game, su cuarto film, sin embargo este director de origen noruego y licenciado en la School of Visual Arts de Nueva York ya ha recibido la bendición de la crítica por films como Buddy (2003) y Head Hunters (2011). La entrada a la industria del cine internacional se sustenta en intérpretes de peso como Benedict Cumberbatch, Keira Knightley y Matthew Goode. El actor británico Benedict Cumberbatch (Sherlock, August: Osage County, Star Trek) da vida a Alan Turing y realiza un trabajo que sirve más para consolidar su breve pero creciente trayectoria y para posicionase como uno de los actores más importantes de la década. Por qué no va a ganar el Óscar Los principales problemas de The Imitation Game radican en que se le ven los hilos. Cada momento de tensión, cada quiebre decisivo y cada situación límite está encorsetada a tal punto que la resolución, en lugar de verse como una liberación tensional, termina siendo preanunciada y por ende perdiendo el efecto que busca. Por otra parte, el film no pretende explicar al detalle todo y deja jugar la imaginación de los espectadores. Pero, paradójicamente, hay momentos en los que se explica demasiado, y el relato toma un matiz burdo y extraño sencillamente porque ese no es el tono que domina en la película. Así y todo, The Imitation Game es una película entretenida, con momentos difíciles bien logrados y que busca eludir el mote de película bélica, de acción o de espionaje. También hay que destacar que va un paso más allá al abordar la discriminación y la homofobia que termina acabando con la vida del prestigioso Alan Turing. Sobre el final, unas letras blancas que se recortan sobre una escena que narra la quema de documentación informan que “después de un año de terapia hormonal obligada por el gobierno, Alan Turing se suicidó el 7 de junio de 1954. Tenía 41 años”. El 24 de diciembre de 2013, la reina Isabel II de Inglaterra promulgó el edicto por el que se exoneró oficialmente al matemático, quedando anulados todos los cargos en su contra. Como ya se dijo, a pesar de ser uno de los formatos favoritos de la academia, y vale la reiteración, una biopic que emociona pero que no incomoda, tenemos la certeza de que no va a ganar porque compite con La teoría del todo, otra biopic que, aunque no es objeto de este artículo, podemos decir que está mejor lograda.
El hecho de que el cine saque a la luz vidas de personas trascendentes pero prácticamente desconocidas es algo que deberíamos celebrar siempre. Churchill dijo en su momento “Turing fue el individuo que más esfuerzo hizo para que ganemos la guerra”. Pero, a decir verdad, ¿alguien acá que no haya visto The Imitation Game sabe quién fue y qué hizo este matemático? Turing fue, básicamente, uno de los padres de la informática moderna y, además, una pieza trascendental para el triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial a la hora de descifrar los códigos en los mensajes del enemigo nazi. El problema es que, durante más de cincuenta años, este pionero y revolucionario científico fue ocultado e ignorado por la historia tras haber sido perseguido y empujado al suicidio por el gobierno británico (¿si pasó en la realidad esto cuenta como spoiler?). La causa de su persecución fue que era homosexual, algo que durante la época de posguerra hasta fines del milenio pasado era castigado severa y cruelmente por la ley anglosajona. Si bien la película del director nórdico Morten Tyldum llega para recomponer históricamente a la figura de Alan Turing en la piel del siempre interesante Benedict Cumbertbatch, la trama se centra, principalmente, en los días del criptógrafo en Bletchey Park, la central de inteligencia británica durante la guerra, y no se anima a profundizar en el drama posterior que tuvo que vivir más tarde, en el ocaso de su vida. Tyldum y el guionista Graham Moore dejan para los minutos finales, a modo de brevísimo epilogo, todo lo que podría llegar a emocionarnos en referencia a su sensible persona y al terrible castigo que sufrió. En su lugar, enfocan el relato en los días en que el workaholic de Turing y sus compañeros-súbditos (entre los cuales se encuentra Keira Knigtley) descubren cómo descifrar los mensajes encriptados alemanes, alzando la obra del matemático por sobre sus emociones que asomarían en su tiempo más oscuro. Cumberbatch ofrece, una vez más, una performance sólida y convincente. Inevitablemente, aquellos fanáticos de Sherlock (la serie de televisión británica que protagoniza junto a Martin Freeman) encontrarán en su interpretación de Alan Turing cierta reminiscencia con el querible y retorcido detective. Pero aquí, Benedict no se repite a sí mismo, sino que saca a relucir todo su rango como actor dramático, construyendo hábilmente otro personaje de personalidad brillante y conflictiva sin perder originalidad. Teniendo en cuenta que el estreno de este nuevo drama biográfico llega en simultáneo para Latinoamérica con el de The Theory of Everything, (film que relata la historia del reconocido cosmólogo Stephen Hawking), podríamos decir que nos encontramos en temporada alta de biopics sobre genios incomprendidos. A simple vista, en ambos films saltará a la luz una marcada referencia de tono y estilo en la gema de Ron Howard de 2001, A Beautiful Mind, sobre la vida de John Nash (Russel Crowe).
Después de tanta película bélica, saber que una guerra se puede ganar haciendo experimentos en un galpón resulta una bocanada de aire fresco. El Código Enigma fue un famoso lenguaje encriptado que usaron los nazis para codificar sus comunicaciones durante la Segunda Guerra Mundial. Esta película cuenta la historia real de la persona que descifró este código, el prodigioso matemático Alan Turing. Ya desde el comienzo del film se nos muestra a Alan (Benedict Cumberbatch) como un tipo superdotado, capaz de resolver cualquier cálculo o problema algebraico que tenga enfrente. El principal problema que tiene nuestro protagonista es que su genio sólo es comparable con su arrogancia. Turing es un tipo insoportable con una gran facilidad para ganar enemigos. Es de esta forma que la justicia se va a enterar de otro problemita que arrastra el matemático: ser homosexual en Inglaterra. Para esa época, la homosexualidad estaba penada con prisión, o en su defecto, con castración química. Así que ya te irás haciendo la idea de cómo va a terminar todo. Por el lado de las actuaciones, Benedicto, el actor del momento, da pruebas de conocer su papel a la perfección. Y la verdad es que casi siempre hace papeles muy similares; siempre es el geniecito alienado soberbio que te mira desde el cielo. Ya lo hizo en The Fifth Estate, en Star Trek: Into Darkness y en Sherlock, la serie que lo catapultó a la fama. De hecho, si a Alan Turing le cambias el nombre por el del detective, creo que nadie se da cuenta. De todas formas, Benedict "tenemos que dejar de robar por lo menos dos años" Cumberbatch es un actor extraordinario. Su magnética presencia logra ser realmente cautivante. En escena, jamás pasa desapercibido y cuando la cosa se le complica, logra transmitir una sensación de soledad desgarradora. A Benedict lo acompaña muy bien la actriz Keira Knightley (Pirates of the Caribbean, Pride & Prejudice), quién forma parte del equipo de investigación. Ella terminará siendo la prometida del matemático, siendo su cable a tierra y ayudándolo a descifrar el código Enigma. Las escenas más cálidas de la película se deben, en su totalidad, a la buena química entre estos dos actores. Otro papel a destacar es el interpretado por Matthew Goode (Watchmen, Match Point) quién interpreta a Hugh Alexander, otro experto en lenguajes codificados que aparece en escena como un contrincante de Turing y terminará siendo un colaborador fundamental para la creación de "Christopher" la máquina que finalmente descifraría el código Enigma, convirtiéndose en un antepasado clave en la creación de las computadoras. El director noruego, Morten Tyldum (Headhunters, Buddy) nos relata la historia de Turing y su equipo con una sensibilidad y buen gusto notables. La película dura un poco menos de dos horas, y la verdad es que se pasan volando. Es muy entretenida. Si bien su desenlace es trágico, hay pasajes humorísticos en abundancia. El guión de Graham Moore (The Waiting Room, Pirates vs. Ninjas) es una maravilla. El ritmo del relato es muy correcto. Las secuencias de flashback en las que se cuenta la niñez de Turing están donde y cuando tienen que estar. Cualquier otra película podría resultar un poco confusa en este mundo de signos, fórmulas y teorías complejas, pero Tyldum aborda el tema con maestría. No se detiene mucho en los conceptos científicos, sino que se centra en el factor humano. Lo más importante para el director son los pormenores que debió atravesar este equipo, el sufrimiento y las presiones, tanto internas como externas, que debieron sufrir en la búsqueda de la solución a este problema irresoluble. VEREDICTO: 8.0 - ¡VENGA ESE ABRAZO! El Código Enigma cuenta, de forma magistral, la vida de un héroe muy particular cuya fascinación por los cálculos contribuyó a terminar la peor de las guerras sin disparar un solo tiro. Con sus justas dosis de humor, es una película que te entretiene y te mantiene interesado hasta su trágico desenlace.