Háblame para que yo te conozca Viendo El discurso del Rey, un film a modo de biopic sobre la vida de Jorge VI de Inglaterra, no puedo dejar de pensar qué fantástico sería si la historia se enseñara en las escuelas desde una mirada similar a la de Tom Hooper. Este joven director de 38 años toma la figura de un monarca que no sólo fue uno de los primeros en su dinastía en llegar al trono tras una abdicación, sino que además sufría de un trastorno más que tormentoso para una figura pública a la que se supone impoluta: la tartamudez; y con un delicado equilibrio entre el drama y la biopic, nos cuenta sobre su incapacidad de hablar correctamente pero sin dejar de lado el aspecto humano e histórico de la cosa. Un poquito de historia: Rey George VI Albert Frederick Arthur George nació en York durante el reinado de su abuela, la reina Victoria, en 1895. Como era típico en las familias nobles de la época, su crianza y la de sus hermanos estuvo bastante alejada de sus padres, quedando en manos de una institutriz. Fue un niño débil de salud y descrito como sumamente emotivo, frágil y asustadizo. Cuando en 1901 fallece la reina, esta fue sucedida por el padre de Albert y este quedó entonces segundo en la línea de sucesión luego de su hermano Edward. Finalmente ingresó en la marina con la cual participaría en la 1º Guerra Mundial. Pero fue en 1920 cuando al ser nombrado Duque de York comenzó con los deberes propios de la realeza entre las que se hallaban, por supuesto, los tan temibles discursos públicos cuando representaba a su padre en distintos eventos. Como estos mayormente tenían que ver con inauguraciones varias- fábricas, redes ferroviarias, minas, etc- se lo llegó a apodar "El príncipe industrial". En el mismo año en que fue nombrado Duque conoció a Elizabeth Bowes-Lyon, quien a pesar de descender de familia nomble no contaba con título ninguno. Luego de tres años finalmente contrajeron matrimonio y tuvieron dos hijas: Elizabeth y Margaret. Lionel Logue Pero no fue sino hasta 1925 cuando el Duque conoció a Lionel Logue, un fonoaudiólogo australiano con quien practicó diferentes técnicas terapéuticas con las que felizmente pudo casi deshacerse de su afección. Cuando en 1936 fallece el rey, su hermano mayor lo sucede pero abdica un año después ante la imposibilidad de casarse con la mujer que realmente amaba, y entonces muy a su pesar según cuentan, Albert toma el mando del reino. Su mayor desafío fue cruzar la crisis de la 2º Guerra mundial de la forma más pacífica posible. Finalmente tanto él como su esposa Elizabeth se convirtieron en símbolos de la resistencia gracias al continuo apoyo y aliento que mostraban para con su pueblo. Para terminar, fue lamentablemente por un cancer de pulmón que la salud del rey terminó debilitándolo hasta que falleció en 1952 por una trombosis coronaria. ¿Pero y la peli 'ta buena? Extraordinaria!, con toda la pulcritud inglesa aunque no fría y desalmada, se nos cuenta la historia de este monarca, sus dificultades de comunicación, su timidez extrema y su amistad con Lionel Logue, de la manera más sensible y emotiva. Son esos films en que no faltan las escenas memorables, los toques de humor, las actuaciones sobresalientes- en especial la de Firth interpretando al rey y la de Rush como su nada ortodoxo terapeuta; todo junto a una fotografía impecable y un histriónico manejo de la música. Son esas películas en las que uno como espectador engancha y se indentifica al momento, sin necesidad de golpes bajos y a pesar de que las ambientaciones son muy alejadas de la realidad de cualquiera. Hay que saber contar una historia "de época" con personajes que pocas cosas comparten con nuestras costumbres y poder lograr esa identificación. Hooper logra bajar la historia de este peculiar personaje histórico para mostrarnos que al fin de cuentas el dolor, el sufrimiento, las inseguridades, el amor, la amistad, y todo ese largo etc puede darse por igual en cualquier ser humano. Es que si uno tiene que adjetivar de alguna manera este film es así: un film humano, donde la grandeza y las aureolas de las jerarquías no tienen lugar. Los diálogos son cautivantes y la narrativa dinámica fuera de todo alarde de presunción, se disfruta y mucho. Un film que sería una gran injusticia que no se hiciera con más premios de los que se hizo en la- ahora entiendo- patética entrega de los Globos de oro, ignorada hasta la indignación la tuvieron. En fin, no recurriré al tema de nuevo. Si aun no la ven, háganlo porque no se van a arrepentir y si ya la vieron, véanla de nuevo porque esta es una de esas cintas de las que volveremos a hablar prontamente en un post más analítico desde lo técnico. Ahora los dejo con una galería de imágenes y con el trailer.
EL MIEDO A UNO MISMO Mientras que muchos encontrarán más atractivo el desarrollo de un relato puramente histórico en el que se plantee la problemática política, económica y social durante el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, haciendo énfasis en las decisiones de cada uno de los países ante el poder de Hitler, a Tom Hooper le llamó mucho más la atención contar el conflicto personal del Rey George VI al tratar de decir sin dificultades un discurso por radio luego de la declaración de la guerra a Alemania. El resultado es una intensa, interesante y maravillosa pieza de arte. La historia se centra en el Rey George VI, quien es tartamudo y que, luego de la muerte de su padre y de la abdicación del poder de su hermano, va a tener que asumir el reinado. Él va a contratar a Lionel Logue para que lo ayude a tratar de controlar su problema de fonética. La cinta desde el comienzo deja en claro el rumbo de la historia. Aquí no se van a desarrollar con profundidad problemas políticos, aunque siempre están presentes y forman un entorno mucho más estresante y significativo, sino que se presentan las relaciones del protagonista, el Duque de York, con su alrededor y, principalmente, se introduce el conflicto principal de la película, su problema con la tartamudez. Es así como desde un principio se da a entender la intención del director al mostrar las reacciones del hombre ante los diferentes especialistas que tratan de controlar su problema. Una vez introducido el conflicto, la cinta no pierde el tiempo en situaciones paralelas ni en problemáticas que poco aportan a la historia. Se crea una relación muy fuerte con la esposa del protagonista, la compañera de su vida; se toman los minutos necesarios para desarrollar con detallismo la rutina de Lionel Logue y mostrar su familia y su relación con cada uno de los integrantes; se crea una tensión muy bien lograda en el entorno familiar del Rey George VI, la relación con su padre, con su madre y hermano (esa escena en la fiesta en la que el hermano se le burla en la cara es muy fuerte y muestra el quiebre de las personalidades de ambos); se muestran los procedimientos con los que se va a tratar de "curar" al hombre y, en especial, se van creando pequeñas escenas en las que se van mostrando las diferentes reacciones del protagonista ante su problema, las cuales dan a entender una verdadera identidad reprimida e impulsiva (la charla en la que se le pide que cante mientras abre su corazón y al mismo tiempo trata de armar un avión de colección, es maravillosa). El guión es decisivo y determinante en su manera de contar la historia, se crea suspenso a partir de pensamientos o pequeños movimientos y en todo momento se puede apreciar una perfección técnica que acompaña con exactitud el relato. La fotografía es hermosa, no solo en las pocas pero efectivas tomas generales a las afueras de las locaciones, sino que se muestran ángulos, planos y enfoques que embellecen la historia y la hacen un deleite para los sentidos. Hay desencuadres que aportan mucho dramatismo, maravillosas tomas contrapicadas con la intensión de maximizar la identidad de las personalidades que esperan el discurso; una gama de colores que va desde el azul hasta los plateados y dorados de los detalles de los palacios y un manejo de la cámara muy fluido y delicado. La banda sonora aporta sentimiento y fuerza a muchos momentos. Las actuaciones son excelentes. El trabajo realizado por Colin firth presenta una potencia y una dedicación que desde el primer segundo en escena se destaca por sobre el resto. Su fluidez al encarnar los problemas fonéticos de su personaje y al mostrar reprimidos muchos de los sentimientos que lo carcomieron por años, es maravilloso. Quienes lo acompañan, de la misma manera, aportan actuaciones muy bien logradas. Helena Bonham Carter le brinda a su rol esa determinación a la hora de encarnar su personaje de Reina, al mismo tiempo que le da amor y ese aguante, que va más allá de toda formalidad, a su marido. Geoffrey Rush, en el papel de Lionel Logue, lo dota de expresión y de una fraternidad muy bien lograda. Guy Pearce, el hermano, se destaca en ese momento en el que expresa su verdad; Michael Gambon, el padre, un intenso personaje, muy bien interpretado, y Timothy Spall, que está poco en pantalla, pero que se hace notar en sus pocos minutos en escena. Grandes actuaciones, grandes demostraciones de talento actoral. "The King´s Speech" es una película redonda, que puede ser previsible si se presta atención solo a la historia, pero que desde que empieza hasta que termina mantiene atento al espectador, lo atrapa, le muestra un relato bien contado, con una perfección técnica asombrosa, con un trabajo por parte de Tom Hooper alucinante y actuaciones soberbias y excelentes. Una gran película, un drama diferente, original y, por sobre todas las cosas, de calidad. UNA ESCENA A DESTACAR: el discurso final y la escena en la fiesta.
"The King's Speech" cuenta con todos los condimentos que buscan los integrantes de la Academia a la hora de premiar un film con el Oscar: es un drama de época, basado en un hecho histórico real e inspirador, con importantes valores de producción (vestuario, banda de sonido, dirección de arte) y un destacado elenco inglés. Tras recibir, hace pocos días, el PGA Award a Mejor Película (un premio que suele coincidir con el Oscar), se ha convertido en la principal candidata a la estatuilla dorada junto a "The Social Network". Sin ahondar demasiado en el escenario político/social de la época, el director Tom Hooper ("The Damned United", "John Adams") describe el ascenso al trono del Duque de York como Jorge VI de Inglaterra, sus conflictos personales, inseguridades y miedos causados por un problema de tartamudez, y la cercana relación que entabla con el peculiar Lionel Logue, un profesor de métodos poco ortodoxos que lo ayuda a trabajar este impedimento y a preparar un inspirador discurso que luego pronunciaría al país a comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Con un guión que combina el drama con toques de humor, una lograda reconstrucción histórica, una hermosa fotografía y una acorde banda de sonido, "The King's Speech" se convierte en un emotivo y elegante film de época guiado por la impresionante actuación de Colin Firth (seguro ganador del Oscar) como el Rey Jorge VI.
VideoComentario (ver link).
El personaje de Lionel Logue elaborado por Geoffrey Rush, es espectacular y muy carismático, acaparando prácticamente las mejores secuencias del film. Y Colin Firth con su tartamudeo realiza un trabajo soberbio.La escena del discurso está hecha con tal maestría que va a emocionar a los más sensibles hasta...
La película de consenso Prometo que dentro de algunos párrafos voy a analizar un poco la película, pero permítanme empezar con una digresión. Vi los 10 films nominados al Oscar y, para mi gusto, El discurso del Rey está lejos de ser la mejor. Creo que Toy Story 3, Red Social y Temple de acero son trabajos notables en lo suyo (no pueden ser más diversos entre sí) y hay un segundo pelotón de largometrajes muy atendibles aunque con algunos aspectos discutibles (El Origen, El ganador, Lazos de sangre, El cisne negro, Mi familia) y -repito: siempre dese mi opinión- una sola propuesta apenas discreta: 127 horas. En el mundo del cine -y muy especialmente a la hora de los premios- aparece lo que se llama “la película de consenso”. He participado en varios jurados de festivales y (casi) nunca gana el mejor film (siempre según quien esto escribe) sino uno que no le molesta a ninguno de los votantes. Creo que -salvando las enormes distancias- algo parecido pasa con El discurso del Rey: es un trabajo irreprochable, con el sello del buen cine británico, con excelentes intérpretes, con un tema ganchero (y el plus de “basado en un hecho real”), sólidamente construida… y así podría continuar la enumeración. Es un perfecto crowd-pleaser y esta consideración no es un mérito menor. Pero, al mismo tiempo, me parece una película más, escasamente trascendente, efímera, pasatisa. Es un producto bien hecho y mejor vendido y, quizás por eso, capaz de conseguir el apoyo de distintos segmentos (desde el más artie hasta el más comercial). Red Social fue la gran favorita de los críticos, pero a muchos votantes de la Academia de más de 50 o sesenta y pico de años les parece algo casi snob, propio de otra generación. Así planteadas las cosas, El discurso del Rey me parece una fábula simpática, realzada por un gran envoltorio y por el lobby feroz del inefable productor/distribuidor Harvey Weinstein, que logró convertirlo en el “gran evento” que este film claramente no es. Sobre la historia, a esta altura, ya habrán leido mucho y por todas partes: Colin Firth interpreta a Bertie, el hijo menor del rey Jorge V (Michael Gambon), que lucha contra una tartamudez que se acrecienta hasta niveles exasperantes en situaciones de estrés. Los ojos, por lo tanto, están puestos en su hermano Eduardo VIII (Guy Pearce), un playboy dominado por su novia estadounidense y… ¡divorciada! (Eve Best). Cuando el padre muere, Eduardo es presionado para abandonar a su concubina, pero este prefiere abdicar y, por lo tanto, tenemos a un Jorge VI balbuceante en el trono de un país a punto de declararle la guerra a la Alemania nazi (el film transcurre en el período 1925-1939). Allí entran a tallar los personajes secundarios: el apoyo de su esposa Elizabeth Elizabeth (Helena Bonham Carter) y muy especialmente el de un frustrado actor australiano llamado Lionel Logue (Geoffrey Rush), que oficiará de terapeuta en más de un sentido (no sólo respecto del habla sino también de la autoestima y hasta de ciertos valores de vida). El poder comunicacional de la radio, la relación entre la realeza y el poder político (por allí aparece un desatado Timothy Spall como Winston Churchill) y la influencia de la Iglesia surgen con algunos pincelazos de brocha gorda, pero sin dudas el eje pasa aquí por el show(-off) entre Colin Firth y Geoffrey Rush, en personajes (y actuaciones) con todos los “condimentos” oscarizables. El film -que quede claro- no da vergüenza ajena, ya que la disminución física del protagonista no está nunca trabajada en un tono melodramático sino más bien con todas sus connotaciones cómicas. La mirada sobre la realeza británica es liviana y respetuosa a la vez, y la situación de un rey que no sabe si podrá dar un discurso clave en la historia de su país (el micrófono de la BBC parece una guillotina) está elaborada con una buena dosis de suspenso. En definitiva, El discurso del rey es un producto eficaz, hecho con indudable pericia delante y detrás de cámara, pero está lejos de ser una obra maestra. Algunos dirán que no hace falta llegar a tanto para ganar un Oscar, pero creo que este año había otros films con mayores riesgos y alcances artísticos. En tiempos de corrección política, esta película encaja en perfectamente en el molde. El imperio del consenso.
Un film sin tartamudez Nominada a 12 premios de la Academia, la película de Tom Hooper sorprende por su pequeña pero a la vez intensa historia que profundiza en un vínculo establecido en el seno del poder de Inglaterra. Después de la muerte de su padre, el rey Jorge V (Michael Gambon) y la escandalosa abdicación de su hermano, el rey Eduardo VIII (Guy Pearce), Bertie (Colin Firth) se ve súbitamente coronado como Jorge VI de Inglaterra. Su esposa Elizabeth (una magistral Helena Bonham Carter) le arregla un encuentro con un excéntrico terapeuta del lenguaje, Lionel Logue (Geoffrey Rush), un actor australiano frustrado que utiliza técnicas muy poco convencionales. Después de un tratamiento poco ortodoxo, ambos llegarán a desarrollar un vínculo indestructible. Con el apoyo de su familia, del gobierno y de Winston Churchill (Timothy Spall), el rey superará su tartamudez y pronunciará un discurso radial memorable que inspirará a su pueblo para mantenerse unido ante la batalla. Basada en la verdadera historia del Rey Jorge VI, El discurso del rey se centra en las búsquedas de un monarca que encontró su propia voz. Tom Hooper cuenta una historia que no tiene desperdicio, con un guión sumamente atractivo y una puesta en escena más que correcta, para ir narrando esta legítima leyenda. Luego de su paso por Un Hombre Solo (A single Man), Colin Firth esta preparado para oscarizarse con una interpretación memorable. Su transformación irá pasando por el habla, la postura, la mirada y la seguridad personal.
"El discurso del Rey" es la clase de película que me gusta mirar una y otra vez, porque en lo personal siento cierta fascinación por todo lo que esté relacionado con Inglaterra (sí, suena muy poco nacionalista de mi parte, y qué?), pero más allá de mi interés personal, tenía ganas de ver esta película porque ya ganó varios premios, y tiene nada más y nada menos que 12 nominaciones a los premios Oscar, y sin dudas eso me generó un interés "extra" por saber si realmente era una película tan buena. Como bien sabrán, "El discurso del Rey" está basada en una historia real (muy real!), y cuando hace algunos meses atrás leí la sinopsis, me pregunté si realmente al público esta historia le iba a resultar interesante, ya que si bien es una situación un tanto inusual la que se dá, no tiene demasiados atractivos. Pero Tom Hooper, el director, creo que logró presentarla muy bien, combinando el humor, el drama, la tensión, y una cuota de historia, de forma muy entretenida para el espectador. El elenco está compuesto por actores que realmente saben lo que hacen y eso definitivamente se nota durante toda la película, pero indudablemente tengo que destacar al gran Geoffrey Rush, que una vez más vuelve a lucirse como pocos, demostrando todo el potencial que tiene y a Colin Firth, un "tapado" a quien había visto en muchísimas películas, pero no había logrado sorprenderme demasiado ni acaparar mi atención, pero que en esta ocasión realiza una extraordinaria interpretación de King George VI, yse ha ganado mi aprobación (como si le importara jaja). En fin, "El discurso del Rey" tiene muchas posibilidades de llevarse al menos un premio de la academia a casa, no sólo por la cantidad de nominaciones, sino por el trabajo final que ví en la pantalla grande, que me brindó todo lo que esperaba, y un poquito más también ;)
Mucho ruido y poco riesgo Resulta casi una obviedad que El Discurso del Rey (The King's Speech, 2010) sea una de las películas con más nominaciones a los Premios Oscar de 2011. La razón es la de cumplir con todas las medidas estándares con las que la Academia de Hollywood se mueve a la hora de votar sus dudosos galardones: corrección política, calidad técnica, nivel actoral aceptable y carecer de riesgo estético y narrativo. Algo que implica que la película sea buena pero con ciertas reservas. La historia es simple y casi insignificante, aunque lo interesante radica en ver como de algo tan pequeño se construyó una película de casi dos horas de duración. La tartamudez del rey Jorge VI (Colin Firth) y la relación que entabla con el psudomédico Lionel Logue (memorable actuación de Geoffrey Rush) es el eje del conflicto de una superproducción épica derivada en biopic de la realeza inglesa. Tema que a Hollywood siempre le atrae. Es imposible encontrar falencias en El Discurso del Rey, ya sea desde lo técnico como desde lo representativo roza la perfección. Actuaciones en la medida justa, una ampulosa banda sonora compuesta por el francés Alexandre Desplat y una puesta en escena cuyo foco está puesto en los personajes por sobre el despliegue visual, una tentación a la que Tom Hooper pudo resistirse y que sumó puntos en lugar de restar. En síntesis todo es tan correcto que la historia, muy menor, termina por convencer. Si Tom Hooper logra darle un valor agregado a la historia y alejarla un poco del cliché hollywoodense es la forma que tiene de presentar a los personajes y como logra construir una relación vincular a partir del diálogo. El film se estructura desde una serie de escenas en las que la palabra adquiere un protagonismo absoluto y una estrecha relación con el tema central del conflicto: la dificultad para hablar del monarca inglés. El paralelismo trazado a partir de la tramay el punto que se elige para desarrollarla resulta ser el más atractivo, y seguramente el de mayor peligro para no caer en la morosidad narrativa. Una película de diálogo en donde el problema que aqueja al protagonista resulta ser la utilización de las palabras es lo más atractivo dentro de la construcción del relato cinematográfico. Actoralmente todo el peso cae en ambos personajes, tanto Colin Firth como Geoffrey Rush salen airosos de sus caracterizaciones, evitando caer en la burda imitación y construyendo a dos hombres opuestos entre sí pero que en algún punto se conectan y esa conexión se da a través de las palabras. Helena Bonham Carter como la esposa y futura reina nos brinda una interpretación con mucho menos peso dramático pero fundamental en la resolución del conflicto, aunque por momentos parece haberse escapado de una película de Tim Burton, por cierto, su esposo en la vida real. El Discurso del Rey es una de esas películas que le va a gustar a la mayor parte del público, que va a ganar unos cuantos Oscar, que va a convocar una multitud de espectadores, que va a gustar a cierto sector de la crítica clásica y exasperar a los más snobs. Podríamos definirla como una película condescendiente con todos los sectores y que por lo tanto evita jugar con algunos aspectos que la cinematografía de hoy se permite. Un poco más de riesgo no le hubiera sentado nada mal aunque valga la redundancia, a pesar de eso, no está nada mal.
Al Servicio Secreto de su Majestad Durante mi infancia fui durante varios años a fonoaudióloga. Diversas profesionales médicas que me daban ejercicios para mejorar mi dicción. Nunca fue algo demasiado divertido y mucho menos lo era llevar tareas a casa. Imagino que para un rey treintañero debía ser mucho peor. Pero la historia de Jorge VI, rey de Inglaterra durante la Segunda Guerra Mundial, y padre de la actual Reina Isabel, fue real. Y no era un problema de dicción sino de tartamudeo. La cuestión es que dicha historia no hubiese trascendido sino fuera que a Jorge, cuando era príncipe, le temblaban las piernas, y la voz cada vez que tenía que dar un discurso. Por lo tanto, su esposa, la princesa, se puso en marcha para buscar un fonoaudiólogo prestigioso que ayudara a su marido a “corregir” su tartamudeo, especialmente porque se veía venir que debido a que el rey Jorge V estaba muy enfermo, y el hermano mayor de Jorge VI, David, iba a rechazar la corona por no querer separarse de una mujer estadounidense divorciada (ningún rey se puede casar con una mujer divorciada), Jorge VI tenía que ser el heredero natural del trono de Inglaterra. De esta forma, llega a Lionel Logue, un actor, locutor y fonoaudiólogo autodidacta proveniente de Australia, que vive en el sótano de viejo edificio de Londres, donde pone en práctica sus clases con métodos poco usuales. Esta historia llego a la manos del director Tom Hooper, gracias a su madre que escuchó el relato en una reunión de jubiladas. Hooper, que ya tenía ciertas conexiones en el mundo del cine, a pesar de no ser demasiado reconocido aún se la acercó los hermanos Weinstein e incluso el actor Geoffrey Rush quiso formar parte del proyecto. Y así, como un cuento de hadas comienza, El Discurso del Rey. Hooper, que ya venía obteniendo reconocimiento gracias a algunas películas y miniseries para televisión (John Adams, Longford, Elizabeth I) se hizo notar hace un par de años en cine gracias a la película The Damned United (acá se puede encontrar en DVD como El Nuevo Entrenador), sobre la historia real del entrenador que sacó campeón al Leeds United 30 años atrás, cuando estaban en su peor momento futbolístico. También había tenido buenas reseñas un film Indie que hizo en Estados Unidos con Hillary Swank, Red Dust, su ópera prima, que lamentablemente no tuvo mucha difusión. Lo que queda claro es que Hooper es un director que está para grandes cosas. Todas sus obras son biografías o películas históricas, de esas que se llevan todos los premios. Por supuesto, hay que saber hacerlas bien, ¿pero existe una identidad cinematográfica detrás? Admito que todavía no vi las anteriores obras de Hooper, aunque varias veces estuve tentado por ver The Damned United. El Discurso del Rey me hizo suponer que se trata de un director de la buena vieja escuela inglesa. Un hombre capaz de convertirse en un David Lean contemporáneo si se lo propone. Elegante en su tratamiento, con influencias del teatro, visualmente atractivo, prefiere los planos secuencias, las escenas largas con planos fijos y no un montaje videoclipero como sus contemporáneos Guy Ritchie o Danny Boyle. Estamos sin duda frente a un hombre que se crió viendo cine de autor. La elección de decorados con paredes infinitas, lentes con gran profundidad de campo, (mérito compartido con el director de fotografía Danny Cohen), angulaciones picadas y contrapicadas, manejo de grúa en interiores, demuestran una gran influencia visual de Orson Welles. Las escenas más intimistas entre los protagonistas parecen sacadas de un film de Laurence Olivier, y no parece casual que Lionel Logue cite, lea e interprete a Shakespeare continuamente. El extremo clasicismo de Hooper detrás de cámara es elogiable y siempre me entusiasma que cineastas relativamente jóvenes revean la historia del cine para construir sus obras. El problema de El Discurso del Rey es que el guión de David Seidler, es demasiado convencional, correcto y previsible. Sí, los personajes de Jorge y Lionel están muy bien desarrollados, pero el resto de los secundarios son demasiado superfluos. Las escenas donde Lionel debe entrenar a Jorge, son las más interesantes, ya que tanto Seidler como Hooper le aportan una calidez y humor típico english que permiten que el relato se escape del melodrama y la solemnidad, que se infiltre una buena dosis de ironía en mostrar como un príncipe o rey se debe “rebajar” en categoría social para ir a la zona más industrial de Londres para tomar clases de locución, metiéndose en diminutos ascensores, y viéndose “burlado” por un australiano que ni siquiera tiene título médico y fracasa cada vez que asiste a un casting para una obra de teatro. La primera hora, de hecho, es por demás interesante e irónica. Lionel no puede interpretar a un rey “deforme” como Ricardo III pero debe entrenar a un verdadero aspirante a la corona que tiene una “enfermedad” física. La precisión en la interpretación, el meticuloso trabajo físico y emocional, del gran y versátil Colin Firth (merecido ganador de todos los premios) se enfrenta con la simpática, natural, ágil performance de un notable Geoffrey Rush que no oculta sus influencias clownescas. En estas escenas juega un rol fundamental el acompañamiento de Helena Bonham Carter que se desenvuelve con gran tranquilidad por el escenario con un personaje que, lamentablemente, no tiene tanto desarrollo como el que tienen ambos protagonistas, pero la categoría y madurez interpretativa de la esposa de Tim Burton, le aporta mayor verosimilitud al relato. También es divertida la crítica a la influencia de la figura eclesiástica dentro de las monarquías. Cada escena en la que se enfrentan Jorge o Lionel con el Arzobispo son un lujo gracias a la interpretación del GIGANTE, Derek Jacobi. Sin embargo, cuando la historia se empieza a centrar en el “drama familiar”, la muerte del rey (5 minutos maravillosos de Michael Gambón), la abdicación de David (muy bien Guy Pearce), la película toma un tamiz telenovelesco que le dan un perfil más cercano a las biopics con pretensiones emocionales que se realizan para televisión, que al interesante relato épico, pero centrado en personajes y actuaciones que venía llevando. Esta vuelta narrativa sirven para que los protagonistas se reconcilien y al fin el rey pueda dar su discurso. Aun con esta media hora de más, la película retoma el ritmo y la ironía en sus escenas finales, y por lo tanto el resultado final es bastante agradable. Con un perfeccionista trabajo de arte, vestuario, fotografía, montaje, sonido (prestar atención como suena cada espacio, muy buen diseño de ambientación), El Discurso del Rey es una película “importante”, pretenciosa y sentimentaloide, políticamente correcta, donde no se crítica ni se burla del monarca, ni la monarquía en sí (como lo hacía La Reina) o que humaniza del todo al protagonista (en las dimensiones de la María Antonieta de Coppola), pero se ubica en un terreno respetuoso, demostrando que la familia “real” debe seguir en el trono de Inglaterra, y que los reyes también tienen sentimientos (en la línea de La Joven Victoria, pero con menos preciosismo visual). Hooper no se anima a transgredir, y así mismo le falta un poco de personalidad para salirse del guión de Seidler y demostrar un poco de rebeldía. Sí, en cuanto a reconstrucción histórica, la película contiene numerosos puntos de interés, mostrando el contexto político/social de la etapa entre guerras, el ascenso de Hitler, la amenaza de las tropas germanas en la capital inglesa, la participación de Winston Churchill (muy buena participación de Spall), etc. Pero todos estos elementos le agregan una cuota de solemnidad y frialdad, que en principio, no necesitaba. El Discurso del Rey, es la típica película de la temporada de premios, y seguro se llevará varios. Su director es la gran promesa del Reino Unido, pero particularmente opino que todavía está un poco tímido, tartamudea a la hora de dirigir. ¿Necesitará de una fonoaudióloga para demostrar que tiene una buena voz?
El Discurso del Rey parecía la clásica “mejor película” de los Oscar que usualmente evito ver: película de época con mucha historia y drama pesado. Pero con tanta repercusión por los premios que venía ganando y sobre todo por los actores que tenía le di una oportunidad. Y lo bien que hice. Se trata de la historia real de Jorge VI de Inglaterra (Colin Firth) quien llega a rey luego que su hermano abdica al trono. En una época donde los medios audiovisuales comienzan a cobrar mayor importancia para “conectarse” con sus súbditos, la tartamudez es un problema para la imagen del líder que Inglaterra necesita (mas aún en tiempos de guerra) y es para poder superar esta dificultad que Jorge, recurre a Lionel Logue (Geoffrey Rush) un terapeuta de trastornos del habla. La película arranca bien desde el principio bien y cautiva hasta el final, tiene un ritmo que no aburre, buena ambientación y para simplificarlo en una palabra: entretiene. Colin Firth hace un excelente papel como Jorge VI demostrando otra vez que esta para papeles grandes y no boludeces como Mamma Mia. De Geoffrey Rush que más se puede decir? Siempre actúa bien y acá no es la excepción haciendo de un acompañante terapéutico más que de un especialista del habla, pero obviamente lo mejor es cuando están ellos juntos en pantalla, que es bastante tiempo en la película. También encontramos a Helena Bonham Carter pero en este caso ni pincha ni corta, un papel bastante chico, la película se centra en Firth y Rush. Además encontramos a Michael Gambon (Dumbledore en Harry Potter) en un personaje que está poco tiempo pero que marca mucho la película y me gustó mucho. Para concluir, una excelente película, altamente recomendable para ver en el cine y totalmente digna de los premios que gano.
Gritos y susurros Colin Firth, como el soberano tartamudo, y Geoffrey Rush, como su terapeuta, en un duelo interpre Tativo que termina en empate en la gran candidata al Oscar. La película que tiene todos y cada uno de los elementos que tanto gustan a los miembros de la Academia de Hollywood (filme de época, historia real, personaje con capacidades especiales, grandes actuaciones, un protagonista que supera sus inconvenientes) se basa en una obra de teatro. Pero a no creer que es un filme de plano y contraplano, de frases hechas y estático. Por más que se desarrolle casi siempre en interiores, El discurso del rey es dirigido por Tom Hooper, quien a sus 37 años tiene en sus espaldas la miniserie John Adams y Prime Suspect : todo dinamismo. El filme abre en 1925, cuando el por entonces príncipe Alberto debe dirigirse a la multitud que llena el estadio de Wembley, por la Exhibición del Imperio Británico, y a otros cientos de miles que lo escucharían por radio, el nuevo fenómeno de comunicación. Los silencios entre las sílabas que apenas puede pronunciar el príncipe hablan de un papelón. Y de un problema a futuro. Bertie, como lo llaman sus íntimos, es tartamudo. El padre de la actual reina Isabel deberá enfrentar algo mucho más temible que un micrófono cuando su padre Jorge V (Michael Gambon) muera, su hermano mayor Eduardo (Guy Pearce) abdique para seguir tras una estadounidense casada y, a poco de la declaración de guerra con Alemania en 1939, deba ser, justo él, la voz cantante de la nación y su pueblo. La película admite varias capas de lectura. Por un lado, la posición que ante sus súbditos mantiene cada uno de la familia real. Por otro la historia de amor –y habría que agregar, paciencia- entre Bertie/Jorge VI e Isabel (Helan Bonham Carter). Y tercero y principal, la relación entre Bertie y Lionel Logue, el terapeuta del habla que intenta ayudar al soberano y que ocupa en buena parte el centro de la cuestión. Y para que el corazón del relato pueda latir y bombear suficiente energía se necesitaba una contraposición de caracteres entre el paciente y su terapeuta, apoyarse en diálogos filosos e ingeniosos y dos actuaciones a la altura de las circunstancias. Todo ello se cumple en El discurso del rey . Colin Firth se parece físicamente poco y nada a Jorge VI y nadie ha visto o recuerda fotografías de Lionel Logue, por lo que lo mejor es reclinarse en la butaca y disfrutar del duelo interpretativo, que también tiene varias capas o niveles. El actoral, que termina en empate; el de los personajes, ya que uno es soberbio y el otro, más humilde, pero que proyecta en el príncipe todo lo que no pudo hacer o ser (Lionel es un actor frustrado); y el hecho de que el terapeuta sea australiano le confiere a la relación otro matiz, ya que es un súbdito, sí, pero, además, viene de una colonia… La relación entre Su Alteza Real y su terapeuta desnuda las hipocresías de las que tanto se hablan en esas esferas de la monarquía, y el método que utiliza Lionel para ayudar a Bertie es sencillamente curioso. Advierte que la ira, el enojo hace que la lengua se le suelte a Bertie a la hora de proferir improperios, y lo alienta a decir palabrotas, lo que genera risas en la platea, que permiten cierto relax en la tensión de la historia de un hombre más solo… que un rey. “Tengo una voz”, llega a gritar Bertie antes de convertirse en rey. El problema es que nadie lo escucha, y en todo sentido. El hombre –que no tiene amigos y sí un pasado que habrá de revelarse nefasto- advierte que no ejerce poder alguno: son otros los que deciden si entrar en guerra o no con la Alemania nazi (brillante el momento en el que el rey ve un noticiero en el que Hitler se dirige a las masas y más que preocuparse por lo que sucede, admira lo bien que se expresa el Führer). Ya se ha dicho que el rey reina, pero no gobierna. Pero vayan a explicárselo a Bertie, que bastante tiene con practicar con sus trabalenguas. Firth probablemente se lleve el Oscar que debió ganar en marzo pasado por su profesor gay en Sólo un hombre . Su actuación es soberbia más allá de que haya tenido que hacer como que tartamudeaba. Hooper lo rodeó de otros talentosos, como Derek Jacobi (como el arzobispo, algo encorsetado y macchietado ), Rush y Helena Bonham Carter, a quien alguna vez se la recompensará por interpretar tan disímiles personajes ingleses. De todas maneras, El discurso del rey luce tan perfectita que por momentos uno recuerda que está ante una pantalla y le ve alguna que otra costura. Pero es un trabajo de orfebre, que le dicen.
El discurso del rey Un elenco excepcional, clave de un film con destino de Oscar Es la historia privada de un hombre público: el que sería el rey Jorge VI (padre de la actual monarca del Reino Unido); de la mujer que amó y que fue su reina y del terapeuta australiano de incierta formación académica y métodos heterodoxos que lo ayudó a controlar la tartamudez que lo atormentaba desde la infancia. Es, por eso, la historia de un hombre que a fuerza de determinación, responsabilidad y coraje lucha para superar su problema (de origen psicofisiológico) y también la historia de una amistad poco común -la de un príncipe y un plebeyo, de personalidades bien opuestas. El fondo histórico-social y político sobre el que se recorta este retrato es particularmente complejo: a la depresión económica en el imperio se suma el crecimiento del fascismo con un Hitler poco confiable que amenaza la precaria estabilidad europea. La íntima epopeya personal del entonces duque de York atraviesa por lo menos dos crisis históricas decisivas para él y para su país: la abdicación de su hermano mayor, David, que ya como Eduardo VIII renuncia al trono para poder casarse con la doblemente divorciada Wallis Simpson (con la consiguiente coronación de Jorge VI, que lo pone en el centro de la atención pública y lo obliga a encontrar su voz, que debe ser la voz de sus súbditos), y al poco tiempo el estallido de la guerra contra la Alemania nazi. De todos modos, no queda duda de que la sucinta evocación histórica (precisa, suntuosa y tan refinada como puede esperarse de un film inglés) es apenas el marco del relato y que tanto el jugoso libreto de David Seidler como la dirección de Tom Hooper no están dispuestos a ahondar en ella: lo que buscan es hacer foco en el proceso que vive el protagonista para la recuperación de una fonación normal, que es también el de la afirmación de una personalidad que las circunstancias pondrán a prueba en una época llena de turbulencias y cambios. La perceptible química que se establece entre Colin Firth y Geoffrey Rush es uno de los fundamentos de la emoción que la historia contagia a los espectadores. Es central la relación entre el soberano (Bertie para la familia) y Lionel, el logopeda australiano cuya ayuda le será indispensable como profesional, pero también le revelará el significado de la palabra amistad. Y si bien es elogiable la habilidad con que los responsables del film han sabido administrar sus dosis de humor, tensión, drama, emoción y gran espectáculo, no puede sino admitirse que ante tanto despliegue de talento como el que propone un elenco de lujo, es difícil sustraerse a su encanto. Quizá la labor extraordinaria de Colin Firth, Geoffrey Rush, Helena Bonham Carter, Derek Jacobi, Guy Pearce y todo el resto opere con tanta seducción sobre el espectador que éste termine hallando en el film algunas cualidades más de las que verdaderamente tiene. Lo que no quita que verlo sea una experiencia deliciosa.
Candidata al Oscar a golpes de cálculo Basta ver este retrato del rey Albert para imaginar una buena cosecha en los premios de la Academia de Hollywood, que suele celebrar la mixtura entre la comedia de salón, el film de época y la reconstrucción histórica, aunque se tome varias licencias. “Para ser rey ya no basta con ponerse uniforme militar y montar a caballo; ahora hay que saber actuar”, le advierte Jorge V a su hijo Albert mientras ensaya un primer discurso radiofónico, allá por los años ’30 del siglo pasado. Albert mira a su odiado padre y traga hondo. Acaba de confirmar que si algún día el destino llama a su puerta –algo no tan improbable, teniendo en cuenta que el quinto de los Jorges es tan mortal como cualquiera y el heredero natural al trono, un tiro al aire–, la máscara real va a quedarle grande. Si algo no puede hacer el duque de York es hablar: sería incapaz de decir tea sin tartamudear. Habrá que enseñarle a hacerlo, no sea cosa que un día tenga que declarar la guerra y no pueda pronunciar la palabra war sin cortes y quebradas. Ese día va a llegar. Hacia ese instante exacto en el que una nación entera y hasta el mundo parecen depender de una alocución fluida se dirige, entera, El discurso del rey. En los escasos minutos que dura la declaración de guerra inglesa al Tercer Reich –minutos que una astuta dilación dramática extiende como si se tratara de eternidades–, la película que tiene por protagonista a Albert Edward Arthur George de Windsor halla su clímax. Allí se celebra a la vez una épica de la monarquía que hasta entonces se había mantenido astutamente disimulada. En la senda de otras winners –desde La locura del rey Jorge hasta La reina, pasando por Shakespeare apasionado–, El discurso del rey es la más lógica favorita de la Academia de Hollywood este año. Se trata, al mismo tiempo, de una comedia de salón, un film de época, una reconstrucción histórica y la más inglesa de las películas posibles, reuniendo en una sola varias de las condiciones que permiten alzarse no con una estatuilla, sino con un montón. No por nada producida por esos viejos lobos del Oscar que son los hermanos Weinstein, El discurso... aspira nada menos que a doce. Va a obtener la mayoría, empezando por el de mejor película y siguiendo por el de mejor actor. Este último será el más justo (el único justo, diría uno de esos insolentes que nunca faltan): en el papel del Rey Tarta, Colin Firth es una verdadera olla a presión de nervios, neurosis, furia y tesón. El guión del veterano David Seidler (único pergamino previo, la coescritura del Tucker de Coppola) hace foco en la relación entre el hombre que será rey y el que le allanará el camino. ¿Su Rasputín, acaso? ¿Su Svengali, su Doolittle, su confesor, su Freud? Encarnado por un Geoffrey Rush que no por nada aparece como productor asociado, el doctor Lionel Logue es, asombrosamente, todo eso junto. Pero antes que nada el terapista de habla del hombre al que, con herética confianza, se permite llamar Bertie. “Señora Jones”, falsea su verdadera identidad la futura Queen Elizabeth (Helena Bonham-Carter, también nominada), en la impresentable sala de espera del doctor Logue, que no tiene diplomas ni secretaria. Cuando descubra quién es su nuevo paciente, Logue palidecerá, pero no por mucho tiempo. Para que la relación entre ambos funcione como relectura de otras parejas cómicas, the man who would be king y el common man australiano (que tal vez no sea doctor siquiera) deben estar a la par. La química está probada y funciona, propulsada aquí por el más británico ping pong de diálogos cáusticos, certeros, epigramáticos. Cuando el acomplejado duque advierte al plebeyo que no lo llame Bertie, aquél le hace saber que en su consultorio el único rey es él; el tartamudo irrecuperable renuncia en la primera clase, pero el otro, como un experto jugador de bridge, sabe que va a volver; el rígido heredero arruga la boca ante la más mínima muestra de distensión, y el terapista transgresor lo obligará a putear, cantar y bailar. A liberarse, para liberar el frenillo. ¿Que no resulta muy creíble que un miembro de la ultraconservadora familia real británica se permita semejantes libertades? El discurso del rey no aspira a la credibilidad sino a la seducción, contando con el personaje de Logue por abrepuertas. Apuntando a la identificación del espectador, el desparpajo con que el tipo desacraliza la corona –más propio de un punk contemporáneo que de un súbdito del siglo pasado– llega a niveles tales que termina sentándose en el trono (¡antes que el nuevo rey lo haga por primera vez!) y enmendándole la plana al mismísimo arzobispo de Canterbury, al que Derek Jacobi compone casi casi como el demonio mismo. Film de cálculo por excelencia, El discurso del rey conquista a la plebe de espectadores con su distensión y sentido del humor y la trampea con su distorsión de datos históricos y personales (el futuro rey como hijo desfavorecido, hermano desplazado y padre perfecto, nunca como el filonazi que dicen que fue), para rendirse finalmente ante la monarquía, el más previsible de los triunfalismos dramáticos y la seriedad del drama de tiempos de guerra, casi como aquellos films ingleses de propaganda de los ’40. En el camino se saluda a la actual reina de Inglaterra (hija de Jorge VI) como niña encantadora y responsable, a Churchill como caricatura de sí mismo (Timothy Spall ganaría de punta a punta el Oscar a la sobreactuación) y corona, queda dicho, a un Colin Firth que ya en la previa Sólo un hombre mostraba una saludable complejización de su proverbial contención. Formado en la BBC, el realizador Tom Hooper altera aquí y allá la impersonal funcionalidad de su estilo con erupciones de grandes angulares. Como actos fallidos visuales, esas lentes parecerían querer deformar, aunque sea por unos segundos, la visión de un establishment ante el que El discurso del rey inclina con reverencia su testa de súbdito.
Si esta película no la hubiera filmado el director Tom Hooper, la Academia de Hollywood la hubiera inventado. Es el clásico film de los Oscars sobre historias de superación personal que los yankees principalmente no se aburren de ver. El tema es que después se zarpan con los premios. Todavía no se explica demasiado como Una mente brillante (otra historia de superación personal) consiguió ser votada como la mejor película en el 2002. Acá tenemos otra típica Tugg Speedman Movie, de esas que interpretaba Ben Stiller en Una guerra de película para tratar de ganarse un Oscar. En este caso el director Hooper ofrece una particular biografía del rey inglés Jorge VI, padre de la actual reina Isabel II, quien se vio obligado a reinar tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII. Jorge era un hombre tímido con cero carisma que encima era tartamudo y le costaba comunicarse con facilidad en ambientes sociales. La película se centra en la historia de como el rey logró combatir sus graves problemas de dicción gracias a un terapeuta, interpretado por Geofrfey Rush, que lo ayudó a recuperar su autoestima y enfrentar las responsabilidades de su cargo. Nos referimos al mismo hombre que en 1939 en un discurso por radio le declaró la guerra a Alemania, cambiando el curso de la historia en Europa para siempre. El trabajo del director Hooper se enfoca principalmente en la amistad de estos dos hombres que trabajaron juntos por un bien en común y lograron superar obstáculos que eran importantes para la monarquía inglesa en ese momento. La historia es narrada con bastante humor donde Colin Firth y Rush se roban cada escena en la que aparecen juntos. El resto del elenco que presenta grandes figuras está muy bien, pero en esta película ellos dos son claramente el corazón de la historia. Confieso que soy un ferviente enemigo de las películas sobre la monarquía inglesa que me parecen un bodrio absoluto. Difícilmente me atraen, pero esta debo reconocer que está muy bien narrada y las dos horas que dura no caen en ningún momento en el tedio, gracias a un muy buen guión que convirtió los problemas de Jorge VI en un film interesante y entretenido. Hugo Zapata EL DATO LOCO: En lo que representa el colmo de la pacatería, El discurso del Rey recibió en Estados Unidos la calificación “R” que representa una de las máximas restricciones de censura en ese país, que impide ver el film a menores de 17 años. ¿Hay escenas de sexo explícito o ultra violentas? No, Colin Firth dice muchas veces la palabra “fuck” durante un ejercicio que le propone Geoffrey Rush durante la terapia para mejorar la dicción y eso parece que es algo terrible. En Inglaterra ocurrió lo mismo pero después cambiaron la calificación otra vez. Una vergüenza.
En pocas palabras En un rincón de Europa hay un político con aspiraciones a rey que arenga a las masas alemanas con un discurso efervescente y pleno de retórica, capaz de convencerlos de que esa nación merece dominar el mundo. Varios kilómetros lo separan de un pequeño hombrecito, elegante y refinado, que porta la estirpe aristocrática en su andar; que soporta las humillaciones de su padre Jorge V (Michael Gambon), un soberano más cerca de la muerte que de seguir ocupando el trono de Inglaterra, y que padece de una profunda tartamudez. Ambos saben en su fuero interno que el poder no sólo se define por los actos sino también por la capacidad de liderazgo para lo cual es imprescindible expresarse adecuadamente. Por eso, este hombrecito que no es otro que el duque de York (conocido luego tras su reinado que se extendió desde 1936 a 1952 como Jorge VII) debe intentar por todos los medios superar su problema lingüístico, dado que su hermano Eduardo VIII (Guy Pearce) abdica luego de un año en el trono por romper protocolos y tradiciones, además de no ocultar ante el pueblo su simpatía por Adolf Hitler y frente a sus funcionarios una evidente ineptitud. Despojado de toda intriga palaciega, dejando en un segundo plano el contexto político y concentrándose mayoritariamente en sus personajes, El discurso del rey se inscribe en el tipo de películas como La reina. Para sorpresa de varios es la gran candidata a destronar a la supuestamente imbatible Red social en la próxima entrega de los premios Oscar el 27 de febrero. Ocupó el podio de los rubros más importantes de los premios Bafta; fue tenida en cuenta por los productores norteamericanos en la premiación anual y hace pocos días también recibió un apoyo incondicional por parte del sindicato de actores. Su director Tom Hooper logra por un lado transformar una anécdota en una interesante historia de amistad entre dos representantes de castas sociales diametralmente opuestas, que comparten secretos, miedos e intimidades en un acuerdo de confianza y respeto admirables. Algo del estilo teatral sobrevuela en la estructura narrativa, cuyo fuerte es sin lugar a dudas las reuniones entre ambos personajes y el progresivo tratamiento al que se somete el rey. Sin embargo, gracias a la deslumbrante actuación de Colin Firth el relato transita por los carriles de la historia de autosuperación, siempre bien recibida por la Academia, aspecto que vaticina la justificada entrega de la estatuilla dorada como mejor actor a Firth. Pero no sólo él deja su marca gracias al eximio guión de David Seidler sino que su coequiper, el australiano Geoffrey Rush, interpreta magistralmente a Lionel Logue como el encargado de acompañarlo en el proceso de transformación poco convencional que terminará por ayudarlo a superar el trauma del habla y para el que el soberano deberá abrirse emocionalmente. No se trata aquí de desarrollar la relación particular entre un plebeyo y un aristócrata simplemente, sino de desentrañar las responsabilidades sociales frente al poder, ya sea político en el caso del rey o médico en el caso del logópeda sin dejar de lado claro está los aspectos humanos, denominador común entre ambos más allá de su condición social. Así, las presiones por gobernar un país que acaba de perder a su autoridad máxima frente a la amenaza latente de la guerra mundial marcan el conflicto psicológico del protagonista pero hay otro que subyace y no cicatriza jamás como el trauma infantil, encerrado en el balbuceo cortante y en el silencio abrumador que lo hace vulnerable pese a la imagen de todo poderoso que debe transmitir ante sus súbditos y familia, donde la presencia de su esposa, la reina Isabel (Helena Bonham Carter), es fundamental. En pocas palabras puede decirse que El discurso del rey es un film de impecable factura, tanto desde el punto de vista técnico como cinematográfico, que cuenta con un reparto lujoso dirigido implacablemente por Tom Hooper, y que seguramente continúe por la senda de los premios internacionales con justo merecimiento.
El amigo del rey No hay nada peor para un hombre tranquilo que estar en el mejor momento de su vida personal y familiar, y que le carguen de golpe y porrazo con la responsabilidad de volverse un hombre público, un símbolo y un adalid para la nación más poderosa de la Tierra. Eso es lo que le pasa a Albert, "Bertie" (Colin Firth), segundo hijo varón de Jorge V de Inglaterra y, por ende, segundo en la línea de sucesión al trono. Aunque neuróticamente se niega a admitirlo, Bertie se la ve venir. Su hermano David (Guy Pearce), que a la muerte de su padre asume el trono como Eduardo VIII, está llevando a Gran Bretaña por una senda caótica de desgobierno, absorto como está en su relación con la divorciada Wallis Simpson. Esta situación no sólo escandaliza a la familia sino que puede convertirse en un grave escollo para la política interior y exterior del Imperio. Bertie sufre un trastorno del habla desde la infancia, y su esposa Elizabeth (Helena Bonham-Carter) se ha desvivido no sólo por ser una compañera digna y leal, sino por buscarle una cura. Agotado cada recurso, sólo queda acudir al excéntrico terapeuta del lenguaje Lionel Logue (Geoffrey Rush), un ex actor sumamente desenvuelto y poco ortodoxo que, casi sin quererlo, se volverá una persona imprescindible para el futuro rey de Inglaterra. Máxime cuando éste debe enfrentarse al mayor desafío: llevar tranquilidad a una nación a punto de entrar en guerra con la Alemania de Hitler. Colin Firth no sólo compone un cuidadoso y creíble retrato del rey Jorge VI, excepcional en cada aparición en pantalla y figura indiscutible de la trama; también se entrega totalmente a su rol, emparejando a un dignísimo Geoffrey Rush que está más cómodo que nunca en un rol a su medida. Esta dupla de intérpretes parece haber sido destinada a este momento, a encontrarse en la pantalla para deslumbrar al público predispuesto... y también al público reluctante. La evolución de Bertie, su relación con Logue, el dinamismo de la narración y una sutil nota de humor a cuenta de la historia (pequeñas licencias que potencian el relato) son el corazón de una película cuyo punto de partida es el vasto mundo de las relaciones familiares y políticas dentro de la realeza, y que termina por enfocarse en el sencillo aunque complejo mundo interior de un hombre que sólo busca la tranquilidad, y poder encontrar su propia voz. Con innegable cualidad, excelente puesta en escena y un elenco de primera línea que acompaña al dúo protagónico, Tom Hooper se consolida como joven director de prestigio en esta dignísima y peligrosa candidata al Oscar, que hará temblar a más de un "número puesto".
El inicio de la amistad. El discurso del rey es una película de estilo "clásico" que no es lo mismo que decir que la película es un clásico. En todo caso, esto último lo afirmará (o no) el paso del tiempo. Es la historia sobre el rey George VI y su incapacidad para hablar en público. Pero más que una película sobre el liderazgo y la valentía, es sobre la amistad. En este caso, detrás de un gran rey, hay un gran compañero. Colin Firth es quien deberá dar el discurso del título. No es una tarea fácil: el mundo está por sumirse en la Segunda Guerra Mundial y necesita escuchar la voz que dará la confianza y el coraje para emprender otra época oscura y violenta. Sus oyentes no son sólo los habitantes del Reino Unido, sino de todo el mundo. Y principalmente, de Alemania. Pero Bertie (como le dice su psicólogo) es tartamudo y es incapaz de hablar en público. El inicio de la película lo deja claro: frente a un gran auditorio en Wembley, apenas puede leer parte de una ceremonia de inauguración. Y ni siquiera es rey: es el Duque de York. Pero sus silencios son eternos. Su mujer lo mira desconsolada, con lágrimas en los ojos, y el público baja la vista decepcionado. Nadie tiene demasiada confianza en él. Su padre, cuyos métodos no son los mejores, lo insta a perder los miedos hasta que resignado, le dice: "Si tu hermano no se hace cargo de sus deberes... ¿Quién se va a parar frente a las botas de Alemania y el abismo del proletariado? ¿Tú?". Edward VIII (interpretado por Guy Pearce) es el heredero directo al trono. Pero parece tener otra cosa en la cabeza: Wallis Simpson, la americana dos veces divorciada. Está enamorado, pero si asume como rey, al ser la cabeza de la Iglesia Católica, no se puede casar con una mujer divorciada. Edward VIII será recordado románticamente como el rey que abdicó por amor, pero la película sugiere que además de amor, había mucha irresponsabilidad. Bertie presiente lo que acontecerá y el miedo lo apabulla. Quiere evitar lo inevitable. Su mujer, la reina Elizabeth (Helena Bonham Carter sin el maquillaje ni el CGI de su marido Tim Burton) es la primera persona en ayudarlo. Los logopedas no parecen ayudar a su estresado marido, que para colmo, tiene un temperamento muy malo. La situación queda muy clara: ella es quien enciende la chispa de Bertie, quien lo ayuda a calmarse, y la persona de mayor confianza para el Duque. Así lo convence para visitar a un nuevo doctor: Lionel Logue. Alguien cuyos métodos son poco ortodoxos y controversiales. Lionel Logue está interpretado magníficamente por Geoffrey Rush, quien no va a ganar el Oscar porque ya lo ha ganado, pero no estaría mal si se repite su triunfo. Logue es el nexo emocional más fuerte con el espectador, y aunque el título de la película mencione al rey, él es quien lo hace posible. Como todo buen terapeuta, sabe que no alcanza sólo con arreglar la parte "mecánica" del problema. Hay que ir ahondar más en la cabeza del paciente. Pero Bertie se resiste. Hay cosas allí que no son fáciles de contar. La dirección de arte (podemos contar otro Oscar) se las ingenia no sólo para crear lugares inolvidables, como el consultorio de Logue, sino también para recrear los lujosos y suntuosos palacios de la realeza británica. Pero ese no es el mayor logro: lo mejor es una simple pared. En el consultorio de Lionel, detrás de Bertie, hay una pared descascarada. La cámara enfoca la situación de tal manera que pareciera que el paciente trata de escapar del encuadre. El resto queda rellenado por esos viejos tapices. Son una excelente metáfora de la cabeza del rey: con muchas capas, perturbada. El trabajo de fotografía acá pasa más por el uso de las lentes (caras alargadas, corredores que se hacen exageradamente angostos) y el encuadre que por el trabajo con los colores. A decir verdad, es una paleta monocromática, que recuerda a las películas europeas de bajo presupuesto. De esas que cuando las dan por TV, aunque subamos el contraste al ciento por ciento, siguen siendo frías y apagadas. Ambos trabajos tratan de plasmar en imágenes lo que sucede en la cabeza real. Las sesiones en el consultorio son uno de los puntos más altos del film, con diálogos realmente ingenioso. Aquí una reproducción de uno de los diálogos: Bertie saca una lata de cigarrillos. Logue: - Por favor, no haga eso. Creo que aspirar humo a sus pulmones lo mataría- Bertie: - Mis terapeutas dicen que ayuda a relajar mi garganta- Logue: - Son idiotas- Bertie: -Todos son Caballeros- Logue: - Lo hace oficial entonces- El montaje se las ingenia para no caer en el plano/contraplano por encima del hombro de cada hablante, sino que los ubica casi en la misma posición de la pantalla y de frente. Aunque hay mucho para ver, nuestra atención se centra en los actores. Eso es bueno. Ese diálogo en la boca de dos grandes actores se potencia. Cada uno calcula el timming a la perfección. Firth tiene un trabajo un poco más difícil, porque su tartamudeo es gradual. Incluso va y viene. Esto no quiere decir que el guión sea perfecto. Cada en algunas redundancias, y no faltan los personajes señaladores (la mujer explicando cómo se casaron, el hermano diciendo que sigue los consejos de Wallis contra su familia) ni tampoco la estructura clásica de inicio-nudo-desenlace, con un personaje que debe enfrentar el desafío más grande de su vida, en pos de defender a toda una nación. La película está matizada como si fuera una comedia, así que nunca se desborda como un drama. También, en la línea de La reina (The Queen, 2006, de Stephen Frears) es otra película que trata de demostrar que la realeza está compuesta por seres humanos. Lo que allí era novedad, acá no lo es. Pero bueno, está bien si todos los productos que vienen tienen esta calidad. Hay una secuencia bastante previsible, donde Bertie finalmente se abre con Lionel y le comenta su atormentado pasado. Allí se establece el vínculo definitivo: nace la amistad entre ambos. ¿Si merece o no el Oscar? En lo personal disfruté más de Red social, y creo que es una mejor película. Siguiendo los últimos años de la Academia, debería seguir premiando al cine más arriesgado y poco convencional para Hollywood (No country for old men, The hurt locker). Pero El discurso del rey parece no disgustarle a nadie (un poco esas son las intenciones) así que si gana, no estaría del todo mal.
Los estadounidenses llaman a ciertos films “crowd pleasers”, es decir, que agradan a las multitudes. Muchas veces, terminan siendo los grandes ganadores de Oscars porque, justamente, no despiertan apasionadas polémicas y el espectador sale más o menos sonriendo del cine. Ni más ni menos eso es “El discurso del rey”: la historia de la amistad entre un rey incapaz de hablar en público (Colin Firth) y un especialista en dicción que lo ayuda (Geoffrey Rush). Por detrás de esta historia basada en el lugar común de “los aristócratas también son seres humanos”, se mueven los conflictos de la monarquía inglesa y la política de fines de los años `30 (o sea, la abdicación de Eduardo VII, Hitler y el desencadenamiento de la Segunda Guerra Mundial). Pero este marco es apenas informativo, porque lo que cuenta es el juego teatral de los dos actores –o tres, si sumamos el buen trabajo de comedia de Helena Bonham-Carter– delante del espectador. La profusión de detalles, vestidos, objetos y palacios es la de rigor, y está puesta en la pantalla con el mismo quieto detalle de un documental de History Channel: es decir, luego de cumplir su mínima función de indicio, permanece como un decorado inocuo, a veces incluso sobreactuado. Ahora bien: ¿es una gran película o apenas un puñado de cosas lindas o entretenidas, más o menos bien empaquetadas? Sí, es lo segundo, algo así como una simpática comedia bien comercial, filmada con oficio para llegar a un público más amplio. Como una golosina, otorga un placer fugaz pero no alimenta.
Anexo de crítica: No hay nada particularmente destacable en la prolija El Discurso del Rey (The King´s Speech, 2010) salvo la correcta actuación de Colin Firth y la prodigiosa presencia de Geoffrey Rush, quien por cierto haciendo de sí mismo le pasa el trapo al susodicho. Sin lugar a dudas el realizador Tom Hooper había demostrado una mayor valentía en Longford (2006), aquí apenas si entrega una película tan conservadora y acrítica como cabía esperar en función de todas las atenciones recibidas por parte de la Academia...
Anexo de crítica: El conflicto planteado en esta biografía parcial sobre Jorge VII no deja de ser anecdótico pero no obstante ello hay aquí mucha más originalidad, frescura y sentido del humor que en otros filmes sobre la monarquía inglesa. Nada realmente memorable pero con el proverbial buen gusto de los británicos para las películas de época y con esa escuela interpretativa de la que Colin Firth es un alumno recibido con honores. La química entre Firth y Geoffrey Rush es la clave de un relato que apunta sus dardos a la autosuperación del personaje en detrimento de cualquier análisis político contextual que también podría haber sido de sumo interés. Modesta en sus pretensiones la obra de Tom Hooper cumple sobriamente con lo que se propone. Los premios obtenidos, las 12 nominaciones al Oscar y la eterna disputa entre defensores y detractores sobre la calidad intrínseca que posee, le han dado una trascendencia a todas luces desmedida...
Cuando un rey no puede hablar en público y su oratoria queda reducida a cenizas, el desafío para esa persona es tan complejo tanto a nivel político como personal. “The King´s Speech” es un film maravillosamente dirigido por Tom Hopper y protagonizado con sublimidad extrema por Colin Firth, en el papel de Rey George VI de Inglaterra que asciende imprevistamente al trono y debe afrontar su mayores miedos, sobretodo su tartamudez. Acompañado de la reina Elizabeth (en otra excepcional performance de Helena Bonham Carter) quien ayudará a su marido a ser digno sucesor del trono y a darle su apoyo para que enfrente su miedo interior y salga vencedor. Pero la dupla no estará sola en este desafío, el terapeuta vocal Lionel Logue (Geoffrey Rush) será de la partida generando entre ellos, una complicidad protocolar políticamente incorrecta que hará que cada uno explore sus miedos, y se establezca finalmente una gran amistad. La cinta ha sidola mayor nominada al Oscar en su próxima edición del 27 de febrero, donde todas las grandes categorías han sido otorgadas a este filme que promete ser la gran estrella de la noche hollywoodense. “Mejor Película”; “Mejor Director” para Tom Hooper; “Mejor Actor” para Colin Firth; “Mejor Actriz de reparto” para Helena Bonham Carter; “Mejor Actor de reparto” con Geoffrey Rush; “Mejor Guión Original” para David Seidler; “Mejor Cinematografía” para Danny Cohen; “Mejor Edición” para Tariq Anwar; “Mejor Dirección de Arte” para Netty Chapman; “Mejor Vestuario” para Jenny Beavan; “Mejor Banda Sonora” para Alexandre Desplat y “Mejor Mezcla de Sonido” han sido las 12 nominaciones. Colin Firth manifestó que él no se sentía atraído por el contenido histórico del trabajo, si no por la exigencia que le requería como actor afrontar un papel de un personaje que debía retarse para lograr ser parte de la historia de su país. Sin dudas, Firth ha demostrado en varias ocasiones ser un actor sobresaliente, que estaba encontrando su camino dentro del cine con pequeños pasos pero fuertes y que junto a sus grandes elecciones hoy está encabezando la (mi) lista de favoritos a mejor actor. Más allá de las clásicas elecciones de la Academia para dar el galardón, creo sinceramente que quién vea “The King´s Speech” y pueda entender el gran trabajo actoral que realizó, no dudará en estar de acuerdo conmigo que es un premio que se merece sin ningún tipo de discusión. Y no es que no me parezcan valiosas otras actuaciones nominadas, pero ésta es bella y sublime por donde se la mire. Bonham Carter siempre ha sido una actriz que me eriza la piel, sin importar que haga de la reina roja, la reina Elizabeth o de cocinera carnívora. Claro está que es bueno verla lejos de los papeles arquetípicos burtionianos, que es también gratificante ya que ha demostrado en muchas ocasiones ser muy versátil. Sobre Rush, es difícil no ser condescendiente. Creo que ha demostrado ser un actor sobredotado, con una sensibilidad única para apropiarse de sus personajes y hacerlos vivir como quizás jamás lo hicieron. Su papel del terapeuta es tan genial como simple, pero con una energía y una pasión que se nota en la pantalla y que permiten al espectador no dudar jamás de él. Talentoso como pocos. Las escenas junto a Firth son para deleitarse, se nota la química y si no la hubo, lograron escenas que a futuro veremos más de una vez y serán recordadas por siempre. La dirección de Hooper es armónica con un guión que permite lucir a cada personaje. Creo que este filme puede ser la obra que le permita dar el batacazo, aunque realmente no estoy demasiado segura sobre si la Academia se lo premiará teniendo a Fincher y Aronofsky pisando talones en la misma categoría como mejor director. “The King´s Speech” es recomendable 100%, de una bella única. Un retrato social inglés muy bien representado y actuaciones que no pueden perderse. Es un filme muy bien guionado, con toques de humor que permiten distender y con una música que pone en vilo la angustia del personaje. De lo mejor que he visto en este inicio de año.
Hasta el momento, tengo vistas siete de las diez nominadas como mejor película. De esas siete, dos me parecen excelentes. Pero no son justamente las dos que vi este jueves 10 de febrero. 1. El discurso del rey, de Tom Hooper. Ya todo el mundo sabe de qué trata, y si quieren leer críticas a favor ahí tienen la inmensa mayoría de lo que salió ayer en los medios argentinos (tanto impresos como por Internet, al menos). Este brevísimo texto no será favorable. El discurso del rey es mucho más una ilustración audiovisual que una película. Intento explicarme: no hay aquí nada que presuponga una construcción cinematográfica ni modernamente reflexiva, ni posmodernamente cínica, ni sólidamente clásica, tampoco profesionalmente brillante (puede notarse mucho de representación escolar de lujo antes que de estilo, o de mero manejo cinematográfico). Hay, sí, una simplicidad dramática rayana en el infantilismo, una gruesa apuesta por el psicologismo, un festival de actuaciones tendientes a lo teatral, es decir, que no confían en el poder de acercamiento y de amplificación de la cámara de cine (con sus puntos culminantes en las grotescas caracterizaciones que hacen Timothy Spall de Winston Churchill y Derek Jacobi del arzobispo). Hay también un cálculo: hacer un cine timorato, sin filo, blandengue, que no cuente nada más que lo que literalmente se está contando, que no abra sentidos. El resultado: imágenes y sonidos unidimensionales, que ilustran perezosamente un guión (basado en hechos reales, pero sin sus zonas más oscuras, o incluso grises). 2. Luego entré a ver Temple de acero, el western de los Coen. Y sí, durante unos cuantos minutos estuve fascinado porque esta es una película cabal, con imágenes con un sentido que va más allá de lo meramente informativo de cada plano, imágenes con peso. En El discurso del rey, por poner un ejemplo, vemos a un personaje que camina por un pasillo (vemos muchos por muchos pasillos) y todo lo que nos ofrece la película es esa mera información. En Temple de acero vemos un tren que llega a un pueblo, y al ver que las vías terminan justo allí entendemos que la “línea de civilización” se corta en ese lugar (no hay planos con estas características, con este valor agregado, en la película de Hooper). Y en la manera de caminar del gran Jeff Bridges hay ecos de John Wayne (que fue el protagonista de la versión de True Grit de 1969 de Henry Hathaway). Bridges es una presencia cinematográfica, alguien que irradia personalidad en una pantalla de cine; Colin Firth en El discurso del rey tiene que sudar la camiseta actoral, componer y componer (y así arruinar lo hipotéticamente verosímil de su personaje). Temple de acero, un western, una película del género cinematográfico por excelencia. Así las cosas, el habitual cinismo y desapego de los Coen frente a lo que relatan se ve horadado por la grandeza del género y sus actores (sobre todo Bridges y la adolescente Hailee Steinfeld, que interpreta a Mattie Ross). Cuando vemos la gran imagen de Mattie cruzando el río a caballo ahí se cuelan la grandeza, la historia y las emociones del género: es muy difícil dilapidar una imagen así, y los Coen no dejan de ser unos cineastas inteligentes que saben que no deben arruinarla. Sin embargo, como si en algún momento no pudieran negar su naturaleza –como en la fábula del escorpión y la rana–, los Coen se hunden parcialmente. En la última parte de Temple de acero la acción se hace más mecánica, más burocrática (sobre todo en la “puesta en peligro” de Mattie en la cueva), menos fluida y menos lógica; si comparan este tiroteo diurno del final con el nocturno de la mitad del relato notarán que el diurno parece estructurado a las apuradas, con poca gracia, con las peripecias convertidas en trámites: “primero pasa esto, luego lo otro”; y la excesiva simplicidad en los Coen suele evidenciar ese desapego entre burlón y cínico que los ha caracterizado en tantas de sus películas. Estoy convencido de que los méritos de Temple de acero tienen más relación con la grandeza y la historia del western que con “el toque Coen”. Sí, soy un malpensado. Y es más: creo que la naturaleza de la mirada de los Coen se revela en el epílogo (no lean esto sino quieren enterarse del final): 25 años después, vemos a Mattie, convertida en una mujer de casi cuarenta años. De adolescente, Mattie tenía una nariz ancha y hermosa, unos ojos de extraordinaria vitalidad, un rostro atractivo con labios gruesos. De mujer de casi cuarenta la vemos con labios finitos, apagada, fea y avinagrada. Ok, podrán decir “le fue mal en la vida”. Aceptado: pero los Coen no me convencen de que una chica de catorce con esa hermosa nariz ancha pueda pasar a tener nariz finita y hasta ganchuda en veinticinco años. Sí, soy malpensado, pero creo que ese llamativo y casi ridículo cambio físico en el personaje pinta a los Coen como unos cineastas que no pueden soportar haber estado cerca de logar en una película totalmente empática, y por eso deciden dejarnos con una última imagen de Mattie vaciada de belleza.
EL MÉTODO DEL DISCURSO Con doce nominaciones a los Oscar y otros tantos premios cosechados desde su estreno, El discurso del rey se erige como el resultado de la justa combinación de todos sus elementos: un buen reparto, excelsas actuaciones, una historia interesante, un guión efectivo y, por sobre todo, la mano de un director que supo anteponer la efectividad de la película al mero lucimiento personal. Pocas veces tenemos la suerte de que una película, en la primera escena, nos presente no solo el arco completo de los temas que va a tratar, sino también, la forma escogida por su director para hacerlo. Y que, a su vez, en el transcurso de los ciento y pico de minutos restantes, no se desvíe del planteo inicial renunciando o bien perdiendo el rumbo de los materiales estéticos elegidos. El discurso del rey es uno de esos films. Los primeros planos ya marcan los ejes que va a atravesar el relato de principio a fin. Un micrófono, las páginas de un texto, un hombre común que afina sus cuerdas vocales, otro hombre (el protagonista) que, parado en los peldaños más bajos de una escalera, mira hacia arriba con temor al ascenso. Todo el conflicto está presente en esa escena. Pero Tom Hooper, el director, nos dice más todavía al mostrarnos los elementos con los que va a trabajar: los primeros planos, los planos cortos y cerrados, la imagen deformada por la utilización del gran angular, las variaciones en la posición de cámara. La película pone todo sobre la mesa y nos anuncia que su plan es sencillo, no va a discurrir sobre el momento histórico, ni sobre los conflictos entre potencias, ni siquiera va a hacer de esta historia una tragedia shakesperiana, aun cuando el trasfondo de los hechos pudiera contener algunos de sus elementos. El discurso del rey no persigue horizontes tan vastos, prefiere detenerse en los pliegues de una anécdota: la de un hombre que, afectado por un fuerte tartamudeo, debe asumir el poder real para lo cual necesita, como previo, superar su problema con la oralidad. La película gira alrededor de las palabras, o sea: del discurso; y de las formas, o sea: del método. Y por ello, precisamente, desdeña todo lo demás. Ya veremos por qué. Estamos situados en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XX. El rey Jorge V gobierna el Reino Unido y se prepara para delegar –a su muerte- el trono a su hijo mayor, el rey Eduardo VIII, quien, por amor a una mujer, abdicará el reino en favor de su hermano menor, Alberto (Colin Firth). De esta forma, Alberto Federico Arturo Jorge, duque de York, se convertirá en el rey Jorge VI. Sin embargo, ese camino de ascenso al poder no resultará tan llano como parece. Bertie, tal como lo llaman en la intimidad de la familia real, padece desde su niñez un trastorno en el habla que le impide hablar en público sin titubear, dificultad contra la que viene luchando sin éxito con la inútil ayuda de los médicos reales. A instancias de su esposa, Bertie recurre a un especialista, Lionel Logue (Geoffrey Rush), que parece dispuesto a tratarlo, siempre y cuando el paciente acepte someterse a los dictados de su particular método. Así, casi como en una representación bastante poco ortodoxa de una terapia psicoanalítica, ambos –terapeuta y paciente- juegan a representar sus roles: Logue, a revestirse de investidura científica; Bertie, a desvestirse de su investidura real. Y de ese modo, transferencia mediante, Bertie comienza a superar su afectación, al principio más por la insistencia de su esposa y de su terapeuta que por su propia tolerancia al tratamiento y su confianza para con el método. Aquí vale la pena detenerse pues estamos en el meollo de la cuestión, en donde reside el gran acierto del director. El discurso del rey es una profunda reflexión sobre la representación como el acto en donde se escenifica el poder. Pues ¿cuál es, en definitiva, el verdadero problema del desafortunado Bertie, si su tartamudeo no le ha impedido formar una familia ni desenvolverse en su vida diaria? El asunto estriba en que su patología le entorpece el ejercicio del poder que está llamado a ejercer a la muerte de su padre y la abdicación de su hermano. Ahora bien, Bertie no parece, a la luz de sus palabras, un hombre carente de inteligencia ni del intelecto necesario para recibir el trono de un imperio, a la vez, su investidura es legalmente adquirida. Lo que Bertie carece y necesita para poder convertirse en Jorge VI es la forma. Y la forma no es más que saber representar ese poder en público para darle consistencia, fortaleza, legitimidad. A sus palabras les falta la construcción del discurso y de su respectiva oratoria, proceso que sólo puede ser adquirido, aparentemente, a través del método de un profesional, alguien que viene a representar el saber científico, pero que –vaya paradoja- no es un doctor en Medicina, sino un simple actor de teatro y amante de la retórica shakesperiana. Y aquí volvemos al tema de la representación. Los médicos que atendieron a Bertie con anterioridad a Logue poseían título idóneo, pero carecían del poder de representación, desconocían el método para la cura, no podían ayudarlo a construir su oratoria. Logue, en cambio, no pertenece al ámbito académico, pero conoce la forma y es capaz de representar el rol al que ha sido llamado a la perfección, lo que se constituye en la piedra basal de la efectividad del método. “Esta familia se ha reducido a lo más bajo, nos hemos convertido en actores”, le dice el rey Jorge V a su hijo Alberto, cuando le implora que supere su dificultad y lea un discurso al micrófono. En esta frase se resume en buena medida el espíritu del film. Todos estamos llamados a representar un papel. El director lo sabe y pone al servicio de ello sus materiales. De ahí que todos los personajes parezcan por momentos las caricaturas de sí mismos, sus rasgos están exagerados por las posiciones de la cámara, por la puesta en escena y por la misma actuación. Pues la película se está preguntando todo el tiempo por la representación. La escena final es apoteótica en ese sentido: El rey Jorge VI lee un discurso que es transmitido en directo por la radio a todo el Imperio Británico. Pero no es cualquier discurso, es el discurso en el que le anuncia a todos los ciudadanos el ingreso en el conflicto de la Segunda Guerra Mundial. La nación entera lo escucha, nosotros –los espectadores- hacemos lo propio, sin embargo, no prestamos atención al sentido de sus palabras, sino a su dicción, a la forma en que ellas son pronunciadas, por primera vez, casi sin titubeos, saltos ni silencios excesivos. Aquí es donde El discurso del rey mejor demuestra lo que plantea al inicio: que la forma importa tanto como el fondo. Los acordes de la Séptima Sinfonía de Beethoven son el maravilloso telón de fondo a una verdadera representación actoral. Y no me refiero a la excelsa actuación de Colin Firth, sino a la de un rey que logra adquirir un método para hacer real su poder. Las telas que cuelgan de las paredes de la habitación desde donde lee el discurso, y que son retiradas al finalizar la transmisión, son el telón que cae luego de la exitosa representación. Afuera le espera el aplauso del público, sus súbditos, y la aprobación final de quien se ha convertido en su maestro, Logue, al enseñarle el método del discurso, que en cuestiones de ejercicio de poder parece ser: “Actúo, luego ejerzo”.
La vida privada real Estamos ante una clásica película británica de actores, en la que las interpretaciones están antes que todo. ¿Qué atrae tanto de las historias de la monarquía europea? ¿El magnetismo amarillista que despierta la estirpe real, la fundición de vida privada y pública, el determinismo que pesa sobre sus figuras desde que nacen? Como tantos otros filmes sobre la corona inglesa (La reina, el último), El discurso del rey aprovecha cada una de esas mechas para retratar a Jorge VI, el rey tartamudo. “Hablemos de cualquier tema, excepto de mi vida privada”, advierte el joven Albert (Colin Firth) a su nuevo lingüista (Geoffrey Rush), un actor australiano con el que comienza un tratamiento para superar su tartamudez. Pero, con el tiempo, el método tendrá más de psicoanálisis que de fonoaudiología, y Rush irá develando la infancia del futuro rey, sus miedos, fantasmas e inseguridades. Estamos ante una clásica película británica de actores, en la que las interpretaciones están antes que todo. Firth se desliza con naturalidad en la piel del monarca y logra darle los matices justos: parco, introvertido, frágil, irascible, infantil. Se destaca su trabajo preciso para emular la dicción entrecortada, incluso la gestualidad adquirida para que las palabras se acumulen detrás de su boca. Geoffrey Rush acompaña con una interpretación moderada y austera, como Helena Bonham Carter. La historia pone el acento en la amistad entre rey y terapeuta, en la superación personal de un hombre público, en los privilegios que condenan una vida de reyes. También se alude a los cambios políticos y mediáticos de la preguerra como contexto. Con el peso en actuaciones bien dirigidas, el filme empieza su carrera al Oscar. Quizá las nominaciones sean demasiadas y generen falsas expectativas. Mejor dejarlas en casa e ir a ver un filme bien logrado, bien inglés y bien convencional.
El discurso del rey es una película tímida, correcta, tan humilde en sus aspiraciones que impresiona. Allí están la realeza y sus costumbres, el contexto político, social y económico, la actualidad mundial, la guerra inminente, etc, pero el director Tom Hooper, imperturbable, opera siempre un recorte minúsculo en el relato que llama la atención por su rigurosidad. La película está interesada pura y exclusivamente en Bertie, el príncipe que, por motivos varios e imprevistos, termina sin quererlo heredando el trono de su hermano (que a su vez lo había heredado del padre). Según nos cuentan los demás y él mismo, Bertie es un político notable y un padre y esposo ejemplar, pero con el único problema de que su tartamudeo lo inhabilita para llevar una vida plena, ya sea dando un discurso por radio o contándoles un cuento a sus hijas. De allí en adelante, la película se va a dedicar de lleno a explorar los sinsabores cotidianos del príncipe tartamudo y sus intentos de superar (o al menos mejorar) su condición. La de Hooper podrá no ser una gran película pero es sí es una película precisa, que sabe lo que quiere y cómo conseguirlo. Toda El discurso del rey reposa sobre los hombros de Colin Firth y la relación que entabla con Geoffrey Rush, y todos los demás personajes y conflictos están colocados como meros puntos de apoyo que sostienen ese contacto. No es raro que el hermano de Bertie (el rey que renuncia al trono para fugarse con su amante), el cardenal y Churchill tengan una terminación narrativa tan pobre y rústica; los tres no hacen más que tironear a Bertie y ponerlo en problemas, es decir, son los encargados de echar a andar la trama, porque el tartamudo por su cuenta parece que no hace nada. Entonces, con los conflictos sobre la mesa, la película ya puede entregarse por completo a lo que realmente le interesa: Bertie en el ojo de la tormenta y sus reacciones, sus gestos, la manera en que sienta y tarda en cruzar las piernas, la forma en que camina y lleva el sobretodo con el cuerpo firme y los brazos colgando como si le pesaran, las expresiones que pone frente a cada nuevo obstáculo que se le presenta, expresiones de un tipo seguro de sí mismo que sabe lo que tiene que hacer y que lo haría si pudiera, si no tuviera ese tartamudeo terrible que lo aplasta. El discurso del rey crea suspenso con una economía de recursos increíble, como pocas películas pudieron (y podrán) hacerlo, solamente mirando la cara tensionada de Bertie y los nervios que se apoderan de su rostro y de su mirada cada vez que tiene que hablar, y los esfuerzos sobrehumanos que hace su boca para empezar a pronunciar, entre espamos y ruidos de saliva. Claro, para que esa premisa básica y minúscula y ese suspenso moderado sean efectivos, la película tiene que ponernos del lado del príncipe, hacernos vivir sus mismas angustias y temores; en pocas palabras, hacernos sentir a la par suyo. Para lograrlo, Tom Hooper ensaya un método que no por simple resulta menos exitoso: la cercanía con Bertie la establecemos mediante una cámara que prácticamente se le sube encima y lo observa a la manera de un microscopio, descerrajando primerísimos primeros planos unos tras otros. Algo parecido pasa con el guión, que se concentra estrictamente alrededor del protagonista y utiliza a los demás personajes (fuera del de Rush, obvio) solamente como satélites lejanos cuyos movimientos sacuden la órbita del planeta Bertie; ni bien cumplen con sus funciones ocasionales, la película los relega a un olvido silencioso, del que muchos (como su hermano) nunca vuelven. Además de contar con el mérito de ser, probablemente, la primera película en la que un personaje inglés no solamente no habla fluida y elegantemente su idioma (piensen en todas las películas británicas que hayan visto y díganme una sola en la que alguien tiene problemas para pronunciar el inglés) sino que directamente sufre trastornos que le impiden decir unas pocas palabras de corrido, El discurso del rey tiene todo el encanto de una película discreta, chiquita en el mejor sentido posible, austera más allá de toda la batería de publicidad que se le adosó por el tema Oscar. Problemas no le faltan, obvio: explicación psicológica medio facilonga del problema de Bertie, contraste maniqueo entre la atomizada familia real y la unida y aceitada familia de clase media baja del personaje de Rush, la rigidez y unidimensionalidad del cardenal que hace Jacobi, etc. Pero más allá de eso, la claridad con que el guión vuelve todo el tiempo a Bertie gambeteando cualquier posible comentario sobre la época, la realeza, el gobierno o la guerra, y la transparencia con la que construye el suspenso, siempre de cara al espectador, sin trampas ni intrigas, hacen de El discurso del rey una película honesta, compacta, modesta en sus ambiciones pero cumplidora, que se pone una o dos metas y las cumple dignamente. El buen cine también está hecho de películas así, no solo de obras maestras.
La clase de dicción al lado del rey Los protagonistas, Colin Firth y Geoffrey Rush, establecen una relación distante primero, marcada por la diferencia de clases, para llegar a un agradecimiento y una amistad mutua, lograda a través de un tensionante vaivén dialéctico. Aún sin que tengamos conocimiento de la totalidad de los films nominados, y en relación con las doce categorías que ha merecido El discurso del rey, considero, desde la visión de este film, que se ha cometido una real injusticia al ubicar a sus dos actores de base en diferentes escalones. Tras la visión del film, ante un público entusiasta y conmovido, no comprendo cómo puede ser que mientras Colin Firth figura en el escalón de los actores principales, Geoffrey Rush esté en el que corresponden a los "no protagónicos" o "secundarios". Porque, desde mi punto de vista, si algunos aspectos relevantes debo subrayar, uno de ellos es el que corresponde al de la labor compositiva de ambos, quienes van estableciendo desde una relación distante primero, marcada por la diferencia de clases y ciertos comportamientos en relación con las respuestas del futuro monarca, para llegar a un agradecimiento y una comprensión, una amistad mutua, lograda a través de un tensionante vaivén dialéctico. Lejos de ser un film que se interna en los pasillos de la intriga política -si bien encontramos algunos apuntes sobre el período que va desde mediados de los años 20 hasta los días de la Segunda Guerra-, El discurso del rey, como su título así lo indica, nos ubica en las esferas de una situación de aprendizaje, que se va escenificando desde una puesta que no oculta su planteo teatral y que lleva a la palabra a un primer plano expresivo. Film de caracteres, que registra un devenir de tiempo desde espacios cerrados, que no apuesta a la espectacularidad de la reconstrucción de ciertos films de época, el film de Tom Hooper, realizador igualmente de la miniserie Elizabeth con Jeremy Irons y Helen Mirren, va señalando y arrojando reflejos sobre los vínculos familiares en el mundo cerrado del rey Jorge V, su callada esposa (personaje a cargo de la olvidada Claire Bloom) y la marcada asimetría de los jóvenes herederos. Avanzado el relato, su director no omite hacer mención a ciertos pactos y alianzas, intereses económicos y políticos, a propósito de cómo se va manifestando el nuevo escenario europeo desde las acciones del nazismo. Desde la situación de época, El discurso del rey marca un puente con el eximio film de James Ivory, Lo que queda del día, film de 1993 en el que Anthony Hopkins logró una de sus más recordadas composiciones. Cabe destacar que los principales momentos del film se subrayan musicalmente con composiciones de Beethoven, Mozart, Bach, entre ellos, y son ellos, en su mayor parte, los que se juegan en el consultorio del logopeda (o bien fonoaudiólogo) Lionel Logue, rol que está interpretado magistralmente por el actor de Claroscuro, Letras prohibidas, entre otros, tal como esa recreación de la vida del genial Peter Sellers. Nos referimos a Geoffrey Rush, quien deberá actuar numerosos roles, desde su condición de actor shakesperiano, frente a los reclamos de un tal señor Johnson y señora; nombres que enmascaran a estos personajes de la realeza. En la puesta en escena de este aprendizaje, que llevará a la superación del duque de York, quien nos es mostrado en el prólogo del film en una situación amenazante, ya que deberá cerrar el festejo de la exposición del reino británico ante las numerosas colonias y la sociedad inglesa, desde un discurso balbuceante, transmitido por cadena radial, ambos personajes, el que asumen Colin Firth y Geoffrey Rush establecen, primero, un duelo compositivo que se irá transformando en un vínculo de entendimiento. El tratamiento de los espacios adquiere en El discurso del rey un valor relevante y más aún si tenemos en cuenta que no será el vagar por los pasillos reales lo que el director enfatiza; sino más bien el humilde y casi despojado ámbito del departamento en el que habita su maestro y guía. Los diferentes acercamientos y alejamientos de la cámara van señalando el transcurrir de los ejercicios, en escenas que van marcando el esfuerzo, cierto tono paródico en algunos casos, y la presencia de la mujer del duque de York, quien pasará a ocupar el sitial real luego de la abdicación de su hermano Eduardo, por estar junto a Wally Simpson, mujer muy cuestionada. Desde su inicial tartamudez y temor, el duque de York logrará asistir a la apertura de otras formas de entender a los de su alrededor, que se va alejando cada vez más de los mandatos de su padre, el rey Jorge V, rol que está a cargo del actor de carácter Michael Gambon. Son los juegos, los cantos, los movimientos corporales, los que el logopeda indicará para su tan particular alumno. Desde una metodología nada convencional (basta comparar con la primera secuencia), el duque de York podrá llegar a reconocer propia autoestima y en este sentido es admirable el enfrentamiento que tiene en el interior de la propia abadía de Westminster (lugar en el que transcurre el film de Peter Glenville, Becket) con el Arzobispo Lang, personaje que asume el notable Derek Jacobi, quien veinte años atrás compuso a Francis Bacon en El amor es el diablo. Considero que ha sido todo un acierto por parte de su guionista y de su realizador pensar el acto celebratorio de la coronación del nuevo rey no ya en el mismo lugar y en el mismo día, sino a través de una transmisión televisiva que la familia real observa en su propia morada. Como también ubicar en primerísimo primer plano al micrófono, destacándose, o en tal caso, enmarcando a la voz humana. Y, como postdata, sugiero al lector que preste particular atención al último plano del film, a la última imagen.
Parte de la maquinaria Un modelo industrial desarrollado es capaz de crear productos para cada mercado y cada momento. El discurso del rey es un típico producto industrial para los tiempos del Oscar, y de la seguidilla de los premios previos a los que otorga “la academia”. Cuidada reconstrucción de época; presentación de un sujeto que en situaciones extremas logra superar sus propios límites; adyuvante ajeno al régimen de verdad dominante (o sea un loquito suelto); la Historia (con mayúsculas) como marco para el desarrollo de una épica individual, que se hace colectiva. Estos elementos, estructurantes de El discurso del rey, año a año se reiteran en alguna de las películas favoritas para ganar las estatuillas, que tanto reportan en dinero presente y a futuro. La película cuenta, desde la perspectiva personal y atravesada por su problema expresivo, el ascenso al reinado de la corona británica de Jorge VI. Albert, tal era el nombre de pila de quien sería rey, sufría por la tartamudez que solía hacerlo presa cuando debía hablar en público. Su padre, el rey Jorge V, había introducido la práctica de hablar por la radio al pueblo, en un modo novedoso de utilizar la tecnología. Estos momentos, especialmente el mensaje público navideño, representaba uno de los mayores padecimientos del príncipe. Aun cuando su hermano Eduardo era el heredero natural, su rol lo obligaba de todos modos a los discursos públicos. Pero cuando su hermano abdica el trono a su favor, la situación se torna angustiante. Lionel Logue, un hábil terapeuta de la voz, heterodoxo y ajeno a la academia, será su principal aliado en la lucha contra esa limitación fónica. Lo que termina construyendo la narración, es la historia de un hombre que lucha contra sus propias limitaciones, logrando convertirse en el estadista necesario para hacerse cargo de la corona, en uno de los momentos más críticos del siglo XX. Colin Firth ganará el Oscar como mejor actor protagónico (poco importa si esto se verifica o no, lo que importa es lo verosímil de tal afirmación). Lo importante es que ha desarrollado una actuación para lograrlo. No es su mejor actuación. Es la más histriónica, la más ajustada a un régimen de expresión actoral dominante, en el marco de una producción industrial que regula los valores estéticos de un sistema expresivo. Pues, cada año al entregar los premios de “la academia”, la industria estadounidense define cuales son los modos correctos de narrar, los temas que cuentan, los sistemas estéticos, los códigos actorales dignos de ser copiados y los registros plásticos se corresponden con los modos “correctos” de ver lo real. Cada año se define (se vuelve a definir, se reproduce) el canon. Y en tal operación, se define, por contrario sensu, aquello que no es deseable en el mundo de lo cinematográfico. El discurso del rey es una película regular. Un predecible producto del sistema del espectáculo global. No aburre por la destacable gracia actoral que tanto Firth como Rush despliegan (cuando utilizo la palabra gracia, no refiero a la comicidad, sino a la capacidad de hacer atractivo el juego actoral conjunto). Por el resto, aun cuando pretende aproximarse a contar la Historia, es una película absolutamente olvidable.
El discurso del rey es de esas películas complacientes, políticamente correctas, que buscan no enfadar a nadie. Correcta en todos sus rubros, con una estupenda ambientación y unas actuaciones sobresalientes El discurso del rey es todo eso que uno podía esperarse antes de verla: la típica película británica nominada al Oscar, algo más o menos decoroso, que no espante a nadie, pero que al fin de cuentas tampoco sea algo que uno recuerde dentro de dos semanas. Sin embargo hay algo singular que vale la pena señalar, y que marca un poco los límites de esta propuesta dirigida por Tom Hooper: así como se le marca a su personaje principal que se detiene demasiado en su problema de tartamudez sin ahondar en el conflicto real, la película más nominada al Oscar nos hace distraer en ese problema sin ir más allá y, lo que es peor, ocultando así algunas concesiones hacia la propia Corona británica a la que amaga con cuestionar. Si la historia del rey Jorge VI, sus problemas del habla y su baja autoestima, tiene algo a favor, es que se toma las cosas bastante a la ligera. El punto más fuerte del film es el vínculo que surge entre el Duque de York (Colin Firth) y su logopeda Lionel Logue (Geoffrey Rush), construido como una serie de charlas con diálogos afilados y dos actores mayúsculos. Que se entienda: lo de Firth es notable más allá de cómo “hace de” tartamudo. Firth varía aquí su habitual personaje incómodo y crispado, y lo que construye es una especie de pequeño monstruo, alguien incapaz de afrontar sus problemas, consciente de no estar en igualdad de condiciones con el resto del mundo, pero que por otra parte no es un ingenuo ni un inocente, y que puede actuar a veces de manera desleal. Pero el rostro de Firth nunca nos permite ver la emoción real de su personaje, convirtiéndolo en un ser encriptado: ¿al final apuró o no apuró a su hermano para que abdicara al trono? En última instancia, es una especie de relectura del Mark Zuckerberg de Red social. Que alguien así haya detentado el poder, asusta, aunque no sé si la película es consciente de esta lectura. Si bien El discurso del rey no está nada mal, también es cierto que no es una película que desate pasiones. En mucho ayuda el escaso riesgo que toma Hooper, quien narra esto como mirando un imaginario manual de la correcta película inglesa que será nominada al Oscar. El único aspecto formal que lo identifica es una apuesta constante al gran angular, que a veces funciona en su deformidad y otras, resulta inocua. Sin embargo, donde más la pifia el director es en la última parte: una vez en el poder, el rey Jorge VI tendrá que declararle la guerra a la Alemania de Hitler. El punto de vista se fija en cómo dice aquello que dice antes que en lo que dice. Está claro que estamos ante una película sobre la tartamudez del rey, pero en alguna instancia las licencias poéticas, cuando se opta por contar un hecho histórico, se agotan. Y donde más en evidencia queda esto es en cómo se construye ese final: el rey sale de dar el discurso, todos lo ovacionan, lo aplauden, y la película también. El mundo acaba de entrar en guerra, pero casi nadie presta atención al detalle. En todo caso, será una reflexión muy acertada sobre la superficie, la imagen y la política, aunque lo dudo. El discurso del rey es de esas películas complacientes, políticamente correctas, que no buscan enfadar a nadie, y sí divertir un poco. Es verdad que cumple con aquello de no hacer enojar a nadie, pero convengamos que como objetivo es bastante limitado. Más o menos como este film menor y simpático, inexplicablemente celebrado en todo el mundo.
Yo soy tu amigo fiel Ha llegado a nuestras carteleras la principal candidata a arrasar con los próximos Oscars, El Discurso del Rey. La historia de este film está basada en hechos reales y se centra en la dificultad que tiene para hablar el hijo del rey Jorge V. A dicha dificultad se la denomina tartamudeo, y es un escollo difícil de superar para el Duque de York, que lo enfrenta a diversas frustaciones que debe soportar al no poder expresar correctamente los discursos públicos, y a un sinfín de experiencias negativas con los distintos especialistas que visita para mejorar su terrible dicción. Cuando todo parecía perdido y el duque estaba dispuesto a no tratar más su problema, su mujer Elizabeth encuentra a un terapeuta del lenguaje llamado Lionel Logue, que lo someterá a un raro tratamiento. Luego de un comienzo rodeado de desconfianza y momentos agridulces Bertie (así lo llama su familia y su terapeuta) y Lionel comienzan a forjar una amistad que con el pasar del tiempo se volverá inquebrantable. El conflicto se da cuando el padre de Bertie muere y su hermano renuncia al trono, dejándolo a él a cargo del reino y del discurso que iniciará la guerra de Gran Bretaña contra Alemania, con todas las responsabilidades y presiones que eso conlleva. Si se quiere resumir podríamos decir que El Discurso del Rey cuenta la historia de un rey que es tartamudo, lo que dificulta sus expresiones en los discursos públicos. Básicamente es esa la historia y no hay muchas relecturas posibles, más allá de la amistad con su terapeuta y otras cuestiones menores. Ahora bien, ¿acaso eso es un pecado? ¿Qué una película no muestre segundas intenciones o mensajes ocultos hace que sea una mala película? No, por supuesto que no, pero lo pregunto porque pareciera que contar una historia sencilla fuera una mala palabra. Una película es mala cuando quiere contarnos algo y no logra su cometido y es justamente lo contrario cuando nos cuenta una historia -sencilla o compleja- con absoluto éxito. Obviamente que hay matices y no toda película que logre llevarnos su mensaje será excelente, pero al menos si será una buena película y El Discurso del Rey entra con creces en esa categoría. Ahora si vamos a críticar a El Discurso del Rey porque es la principal candidata a llevarse el Oscar y porque pareciera que fue "premoldeada" para conseguirlo, eso es saco de otro costal. Aquí este servidor se dedica a comentar y analizar las cuestiones que se "ven en la película" y no las cuestiones que "hacen a la película". Los prejuicios deben dejarse en la puerta del cine, aunque a veces lograrlo cueste demasiado. Sin dudas lo que magnifica y eleva a El Discurso del Rey son las brillantes actuaciones de su elenco encabezado por un majestuoso Colin Firth. Firth lleva adelante una personificación inmensa, dotada de un gran realismo, que logra que uno se sumerja en las profundidades de su personaje, sufriendo y padeciendo su terrible tartamudeo. Por otra parte tenemos a un genial Geoffrey Rush, que junto a Firth conjuga una química llamativamente graciosa y amigable, mientras que por último encontraremos a Helena Bonham Carter que logra una caracterización donde la naturalidad con la que afronta los males de su marido es su don más destacable. Por último no queria dejar de destacar la hermosa música clásica que subraya y enaltece muchas secuencias de esta película. El Discurso del Rey es una buena película potenciada por las grandes actuaciones de sus protagonistas, algo que en estos tiempos no es poco.
Un real discurso a favor de la monarquía La familia real de Inglaterra ha dado mucho material a la cinematografía mundial, hasta la monarca actual, Elizabeth II, con su particular manera de manejar las relaciones familiares en ocasión de la muerte de la Princesa de Gales, fue eje argumental de la película “La Reina” (Stephen Frears, 2006) En el filme que se comenta es su padre, el rey Jorge VI, a quien ha elegido el director Tom Hooper para desarrollar la trama principal. Este cineasta ha tomado en anteriores trabajos a muchos personajes de la historia contemporánea y también a una reina de Inglaterra (“Elizabeth I”, 1998) Una historia rica en elementos que describen el romanticismo, muy lejano a la realidad de la mitad del siglo XX, y muchísimo más lejos de la del siglo XXI, en el que pretende desarrollar su vida tan magnífica familia. La historia se centra, como ya se anticipó, en la endeble personalidad de un príncipe británico que se canaliza en episodios de tartamudez. El, en ese entonces, duque de York (luego Jorge VI) al tener que hablar en público vivía una tortura que lo llevaba a situaciones que bordeaban el ridículo. Su rango lo obligaba a presentarse en múltiples ceremonias en las que debía pronunciar discursos protocolares que para él representan una valla insalvable. Ante esta situación, su esposa decide actuar como una “mujer común”, lee los avisos de un periódico y busca ayuda en Lionel Logue, un “terapeuta de la voz” que en realidad es un actor. En la primera mitad del siglo XX las técnicas vocales estaban casi circunscriptas al ámbito actoral, y la mayoría de los profesionales de la actuación siempre ejercieron actividades paralelas Logue tiene su propio sistema para curar la tartamudez de su noble paciente, siempre que éste resigne su rango para acatar las indicaciones de un plebeyo. Las curiosas reacciones de esta familia “no común” están retratadas en las interesantes subtramas, si bien éstas cuentan en la película “historias oficiales” alejadas de los rumores de lo que “verdaderamente pasó” que circulan por la prensa amarilla y del corazón de todo el mundo. El mensaje, tanto de la trama principal como los de las subalternas, es la impresionante represión victoriana que aún rige la vida “real” (que no parece ser tan real). Precisamente, un cuadro de la reina Victoria preside uno de los salones donde se desarrolla una las escenas que muestran de manera contundente el origen de la tartamudez del rey. También puede encontrar el espectador un mensaje subliminal a favor de humanizar a los personajes de la realeza. La renuncia a la corona por parte de Eduardo VIII, evidencia una personalidad parecida a la de la “transgresora” Lady Di. Y también la historia de amor de ese rey con la plebeya y divorciada Wallis Simpson remite directamente a la que en la actualidad viven Carlos de Gales y Camila Parker Bowles. Quizá esta película sea uno de los peldaños que sirvan a la mencionada duquesa Camila para ascender, algún día, al status de reina de Inglaterra. Las actuaciones de esta película son muy parejas, ningún actor le saca ventaja a otro, sus composiciones son ajustadas tanto en lo gestual como en la expresión corporal. Colin Firth compone al príncipe protagonista de manera tal que logra hacer olvidar la imagen de “rey débil” que tuvo durante muchos años. Helena Bonham Carter ya tiene acostumbrada a la platea a sus excelentes y diversos trabajos actorales, esta vez como la reina Elizabeth (que ha quedado en la memoria colectiva de este siglo como la “centenaria Reina Madre”) nos trae a una mujer que decide romper barreras protocolares en pos de conseguir la ayuda que su marido necesita, y muestra dulzura y distinguida firmeza, haciendo que el cinéfilo no recuerde que esta actriz compuso también de forma admirable a la asesina de “Sweeney Todd” (Tim Burton, 2007) o la malísima maga de la saga de “Harry Potter”. Geoffrey Rush como Lionel Logue, logra atrapar al espectador al construir a un actor nacido en el Commonwealth que no ha logrado lo que buscaba en Europa pero inesperadamente el destino lo pone en la situación de ayudar nada menos que al rey de uno de los países más poderosos del mundo. En su composición no cae en lugares comunes, recrea a un australiano que debe comportarse como inglés, pero que no está dispuesto a sacrificar ni un ápice de su firme personalidad. Un poco deslucida es la actuación de Guy Pearce como Eduardo VII, pero seguramente es debido a que en el guión se debió disminuir a su personaje para que no opacara al protagonista. De todas maneras convence su trabajo de “príncipe rebelde”. Una película técnicamente lograda con un minucioso trabajo de arte que asombra. No llega a ser una biopic pero contiene una historia completa que reivindica a un monarca que estuvo muy pocos años en el trono pero en una época crucial para la humanidad como lo fue la de la Segunda Guerra Mundial.
La película del rey. Uno de los más conspicuos representantes del que supo ser el imperio más poderoso del mundo enmudece frente a la presencia de un micrófono. La película de Tom Hooper se resume en la efusión edificante que se gesta alrededor de ese instante humanizador. En esta fábula de redención y superación personal no hay animales que hablen sino integrantes de la realeza. Se trata de hacerlos sencillos, espontáneos, de adosarles gestos reconocibles que sirvan no para identificarlos sino para convertirlos en hombres entre los hombres. Como sucedía con La joven Victoria –otro vehículo vistoso e inocuo diseñado para la rápida empatía y la identificación de compromiso–, en El discurso del rey el soberano se cubre de taras y de flaquezas para luego, en un movimiento ciertamente regio y ejemplar, elevarse sobre ellos y constituirse en guía y padre definitivo de la muchedumbre. El discurso del rey es una lección de moral universal pero, sobre todo, una instrucción de civismo. Si el joven hermano de Bertie (como llaman familiarmente al duque de York) es un díscolo que abdica del trono para casarse con una plebeya norteamericana, el duque vuelto rey trae las cosas de nuevo a su sitio asumiendo la voz de la nación (y de Dios, ya que estamos) frente a un pueblo angustiado por las recurrentes trapisondas de un petiso vociferante llamado Adolf. Entre otras cosas, al duque se le recomiendan gárgaras para agilizar las cuerdas vocales, se le meten bolitas en la boca para ver si aprende por el camino difícil, como Demóstenes (de Sócrates, que padecía el mismo mal pero que no usó métodos así de cruentos, no se dice nada); se le sugiere fumar para distenderse y mejorar su rendimiento vocal. Justamente es el cigarrillo el que termina de dar el toque de superioridad moderna para que el espectador comprenda con una media sonrisa satisfecha que todos esos métodos son inútiles y que lo que el atribulado hombre necesita deberá surgir de sí mismo. Dicho y hecho, el tipo al que el duque recurre en último lugar le saca con firmeza el cigarrillo de la boca y le dice lo que todos sospechan: que lo que tiene está en su cabeza, que para curarse sólo debe proponérselo realmente. La película esboza una respuesta inmediata y propone una terapéutica de parvulario: lo que hay que hacer es sacarlo todo afuera, como se encargaba de prescribir una canción de Piero. El duque de York tartamudea, no puede hablar en público, le cuesta expresarse enfrente de los otros. Delante de sus hijas es capaz de contar un cuento, un poco a los tropezones pero que igual hace que se queden encantadas. Para ser un hombre público, en cambio, le hace falta algo más. El problema es de puertas afuera: lo que el hombre no puede es ser un portavoz. En la película, entonces, la capacidad de oratoria se configura en la clave indispensable del poder: haga como si fuera teatro, le aconseja su terapeuta, un actor frustrado que ha adoptado el oficio de curar. En tanto, mientras Inglaterra duerme, en un noticiero se ve al führer dando uno de sus unipersonales grotescos, ciertamente tan recordados, que dejaban hipnotizadas a las masas. El mentado discurso del duque, ya en su papel de rey, es el que lo confirma finalmente como un actor (nada nuevo: la política es teatro, parece que se nos dijera), un soberano que por fin dispone de sus atributos completos. Así las cosas, la película no deja de ser una parábola de salvación y conquista que se arropa oportunamente con ciertos fastos, con ciertos modales a partir de los cuales la inconsolable llaneza de su programa pretende esconderse detrás de una fachada de laboriosa sofisticación. El discurso del Rey no se ahorra los tics de la reproducción mimética a la hora de reconstruir el marco histórico en el que se desarrolla la trama, ni tampoco los duelos verbales aparatosos, convenientemente oscarizables, en el desempeño de los intérpretes. En El discurso del Rey todo está diseñado para que a partir de los desplazamientos de los actores por los planos –siempre justos y carentes del menor misterio– se refuerce la idea central de la película: todos podemos ser mejores, pero, sobre todo, debemos asumir el rol al que estamos destinados, alcanzar a rozar (la película se detiene cuando se insinúa el definitivo estadio consagratorio del protagonista) la gloria que el futuro nos reserva. De paso, a la preocupación y el deslumbramiento provincianos por los asuntos de la realeza que la película explota se le conceden dosis de campechanismo a cargo de la figura del terapeuta, que trata al duque de igual a igual (es el único que comprende que la investidura es como un traje que el actor se calza antes de salir a escena), para que un atisbo de color igualitario reconcilie categóricamente al espectador con los reyes, que ante la simpleza de su interlocutor convienen en ser simples ellos también. Que el encargado de sacar las papas del fuego de la historia, disponiendo el ánimo de la población para entrar en guerra con Alemania, tenga una improbable sangre azul corriendo por sus venas no significa que no lo veamos humano. La película insiste una y otra vez en señalar el carácter especial de la nobleza como guía espiritual y simbólica del pueblo, pero para hacerla descender a la llanura taciturna de un padecimiento de orden universal. Con una prolijidad chapucera, enemiga glacial del cine, El discurso del rey es un cuento para niños crecidos en el que se nos invita a creer, contra toda evidencia, que la historia se hace con fuerzas providenciales que también pueden sentarse a nuestra mesa a la hora del té.
GENIALES ACTUACIONES EN UN FILME SOBRE LA SUPERACIÓN Basada en la verdadera historia del Rey Jorge VI (padre de la actual reina de Inglaterra) el filme se concentra en la necesidad de un monarca de encontrar su propia voz. Luego de la muerte de su padre y habiendo abdicado su hermano al trono, Bertie (Colin Firth), que arrastra un problema en el habla y se le dificulta comunicarse, se ve inesperadamente coronado como Jorge VI de Inglaterra. El joven rey tartamudo, que no puede hilar una frase completa sin trastabillar, no logra superar su padecimiento; su incapacidad mina toda posibilidad de hacer prevalecer su voz ante su pueblo. Con un país a punto de entrar en guerra, es necesario que un líder fuerte se ponga al frente de una nación. Es por eso que la esposa del rey (Helena Bonham Carter) decide interceder y contacta a un actor australiano frustrado devenido en terapeuta del lenguaje (Geoffrey Rush), que con sus métodos poco ortodoxos intentará ayudar a Su Majestad en su pesar. Rodada en locaciones naturales de Londres y otros puntos del Reino Unido como South y West Yorkshire y Berkshire, entre otros, El discurso del Rey ha recibido hasta el momento excelentes comentarios. Candidato al Oscar al Mejor Actor en 2010 por “Sólo un hombre”, la ópera prima del diseñador Tom Ford, y candidato este 2011 por este filme (que seguramente recaerá en sus manos) Colin Firth entrega una gran interpretación como el atribulado rey que se auto flagela por no poder superarse. Compone difíciles diálogos entrecortados (por su tartamudez) con su contraparte, el gran Geoffrey Rush, un “oponente” de lujo, éste último intentando encontrar el hueco para hacer que Su Alteza se encuentre a sí mismo. Bellísimo filme sobre la autosuperación y la amistad entre seres dispares, casi opuestos. Un luminoso y talentoso elenco de mayoría de actores ingleses de raza secunda al trío protagónico: Michael Gambon (irlandés, pero adoptado por el cine inglés) como el viejo rey que muere y da paso a sus herederos; Timothy Spall, como un simpático Winston Churchill; Guy Pearce (el de Memento), como el inmaduro hermano del rey; y Derek Jacobi, como el arzobispo. El director londinense Tom Hooper (con experiencia en series televisivas) da muestra de un gran talento, entregando una obra exquisita, que reposa muy especialmente en la labor actoral, sin dejar de lado una cuidada fotografía a cargo de Danny Cohen, que utiliza especialmente poderosas lentes gran angulares que deforman las imágenes, para mostrar en su totalidad los bellos escenarios, pero también dando cuenta de las amargas sensaciones del rey. Seria candidata a llevarse importantes premios Oscar (¿se lo arrebatará a la favorita “The social network”?) esta “The king´s speech” da cuenta de que una pequeña historia excelentemente actuada y ambientada, puede ser una gran triunfadora.
El cuentito del monarca tartamudo La gran candidata a llevarse el Oscar como mejor película no deja de ser una fábula prolijamente narrada sobre Jorge VI y sus dificultades en el habla. Poca novedad pero grandes actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush. La casi ganadora del Oscar a mejor película y a otros rubros de importancia reúne aquellos códigos que identifican a buena parte del cine inglés. Veamos: diálogos perfectos, reconstrucción de época, conflicto político e historia personal contada con ironía y sarcasmo, vestuario y decoración impecables, trabajos actorales que parecen salidos de la Royal Shakespeare Company. Sigamos con las características representativas en esta clase de películas: flematismo british, ironía británica, prolijidad inglesa. Paramos acá, pero conviene decirlo desde un comienzo: El discurso del rey es eso. Y poco más. La película puede verse como un simpático cuentito donde el futuro rey Jorge VI acusa problemas de dicción, razón por la que su esposa contrata los servicios de un fracasado actor devenido en terapeuta para solucionar los problemas del próximo monarca. La historia es real y la ubicación de la anécdota comienza en 1925 con el tartamudo y bastante inestable aspirante a rey que no puede emitir un discurso, y se cierra cuando se dirige por radio y emociona al pueblo inglés (bueno, nunca aparece en imágenes) frente a la invasión nazi. En medio de todo esto, el duelo actoral entre Firth y Rush resulta suficiente para que la película no se precipite al academicismo más rutinario dentro de una historia que parece gobernada por la de un guión-formulario y la conformación de algunos textos burocráticos. Pero no hay mucho más que eso: el teatrista y televisivo director Hooper coloca la cámara en lugares insólitos (planos cenitales, uso de angulares gratuitos), acaso para escaparse de una puesta que le debe más a la escenografía que al lenguaje del cine. Critica filosamente al poder de la iglesia pero esto no es novedad y ya fue visto en docenas de films británicos. Jamás arriesga contar una escena donde no necesite recurrir a los textos, lo que no estaría mal si no hubiera existido Laurence Olivier y la corriente británica del cine y del teatro británico más tradicional. O el engreído Kenneth Branagh. O, sin ir tan lejos, la más reciente La reina de Stephen Frears, una película con los mismos códigos estéticos de El discurso del rey, pero más intensa, feroz, menos convencional, menos cuentito. Y bueno. Será que los estadounidenses siempre necesitan premiar una película inglesa para disimular sus propias carencias ¿O se tratará de otro mea culpa de la anacrónica academia de Hollywood? El discurso del rey no está mal, pero es inocua, efímera, intrascendente. Imagínese tomarse el té más caro y un par de ricos scones rellenos en la casa de Victoria Ocampo de Mar del Plata. Te cae bien, pasás un rato agradable y a la media hora olvidaste todo. Y chau. <
Gente de teatro El discurso del rey era de las esperadas, de ésas que se estrenan un rato antes de los Oscars dentro de un paquete de películas “serias” que tienen todo para ganar. Era de ésas que en Rotten Tomatoes consiguen un consenso arrollador entre los críticos profesionales y amateurs. De ésas que llegan a la cartelera porteña y logran lo mismo: veredictos muy favorables en diarios y blogs. Era, era, era. Y por fin pude ver qué es, qué es lo que tiene esta película para recibir tantos elogios si en su medianía de todo orden no hace, no dice, no cuenta nada que vaya más allá del manual reglamentario. Los que la celebran dicen que es una gran película de actores. La última parte es verdad: Helena Bonham Carter, Geoffrey Rush y sobre todo Colin Firth hacen un buen trabajo. Ya se sabe; como en Mi pie izquierdo o Claroscuro, cualquier tipo de incapacidad física o psíquica que sufra el protagonista es tomada como el desafío más grande que puede imponer la profesión. En ese sentido, Firth tiene medio Oscar en el bolsillo: trastabilla su lengua con agilidad, se pone rojo de incomodidad y revolea los ojos cuando no le salen las palabras como a un tartamudo perfecto. A su personaje el problema en el habla no le habría impedido sentarse en el trono si no hubiera aparecido un medio de comunicación como la radio. Esa nueva forma de relacionarse con el súbdito podría ser algo para descubrir en la película, pero no hace falta; antes de que su padre le transfiera el reinado con su muerte todo queda dicho en los diálogos: “Ahora debemos invadir los hogares de la gente y amigarnos con ellos. Esta familia ha sido reducida a lo más bajo de todas las criaturas… nos hemos vuelto actores”. Un discurso así, además de anticiparse a cualquier exégesis que pueda hacer el espectador, deja en claro que esta es una película de, por y para actores, del mundo de las tablas y la interpretación bien entonada. Entonces se propone contar que en el siglo de las masas ya no alcanza con saludar desde el balcón; ahora, a la vieja figura lejana del gobernante hay que agregarle un cuerpo y más que nada, una voz. Los tiempos cambian: la familia Real queda abrumada al ver en un noticiero cómo Hitler gesticula, revolea los brazos, eleva y baja la voz como un performer experimentado. Ahora en cada acto o inauguración aparece junto al púlpito la figura amenazante del micrófono. Por eso quien se va a encargar de educar la pronunciación del Rey Jorge VI, el que lo va a hacer descender hasta el pueblo de la manera en que el pueblo lo quiere ver, no es un médico ni un fonoaudiólogo, sino un simple actor aficionado. Secuencia de entrenamiento: relajarse, saltar, gritar como loco, mover la lengua de acá para allá y hacer sonidos extraños con la boca. Los ejercicios que enseña cualquier profe de teatro le ayudan al Rey a enfrentar al público sin hacer chocar una palabra con otra. En medio del tratamiento se va generando fría una amistad entre el personaje de Firth y Rush que nunca llega a derribar las barreras de clase que existen entre un hombre de la nobleza y un humilde australiano apasionado por la actuación. Al final, esa relación de amistad, y cualquier efecto que esa relación pueda mover en el espectador, queda en términos medios. Y si lo importante no pasaba por ahí sino por el discurso que el Rey tenía que leer por radio para declarar la guerra, la misma emoción habría provocado que leyera la lista de compras del supermercado. Porque después de todo, si puede pronunciar el libreto de corrido puede ser un gran actor, su majestad de las tablas. Habría sido interesante que la tartamudez del Rey Jorge VI tuviera alguna relación formal con la película. Pero la película misma no duda, no vacila como un tartamudo, va directo a lo que quiere por el camino más fácil y aburrido. Si hay algo en la psicología de ese personaje que interpreta Colin Firth que se transfiere a la forma de las imágenes, quizás sean esos planos tomados con gran angular que desfiguran los cuerpos y los escenarios. Sólo que no se sabe por qué; ¿así ve el mundo un tarta, deforme y atormentado? ¿O no será más que una pincelada de color para tapar el gris? Lo más probable es que esos planos extraños que retratan la tibia amistad que une al Rey y a su maestro de dicción no sirvan para otra cosa que para alejar un poco a la película del teatro, para darle un toque de cine. Pero, ¿es tan mala El discurso del rey? No, no lo es. Sólo que su incapacidad para arrancarme algún tipo de emoción ni siquiera me hace enojar, y al fin y al cabo eso es mucho peor.
El cine de las masas también puede ser cine Cerramos la 'Semana de los Oscars' con la gran ganadora. Mejor Guión Original, Mejor Actor Protagonista (Colin Firth, inmenso en su construcción del papel), Mejor Dirección y Mejor Película. ¿Merecido el premio mayor? Por supuesto, se trata de la Academia estadounidense. Cualquier película que no vaya más allá de un mensaje lineal merece un Oscar. Pero The King's speech (2010), así no estemos de acuerdo con su mensaje, es una gran película. Una gran película. Estéticamente, escapa a los vicios televisivos de su principiante director, Hooper, y acude a un trabajo fotográfico brillante por parte de Danny Cohen, con una construcción de encuadres detallista y una búsqueda de la información en el plano magnífica, para salvarse. El cuidadoso trabajo en la profundidad de campo pondría orgulloso a un Kubrick o un Wells, algo que quienes en el cine sólo miran las historias probablemente no valoren. La imagen es muy respetada en esta película sobre Jorge VI, el rey popularmente conocido en la historia monárquica por su problema de tartamudez. Hay, como decíamos, información medida, ya sea en los planos-detalle como en los granangulares ocupados en espacios íntimos del protagonista. La realidad inmediata del personaje tan sutilmente actuado por Firth se muestra distorisionada y complicada en la primera lectura, mientras la cámara lo acompaña como un amigo más. El público simpatiza con Jorge VI (aún cuando fue quien fue históricamente, a nivel político) y se preocupa por su condición, pero, incapaz de hacer algo a diferencia de Lionel Logue (otra gran actuación, a manos de Geoffrey Rush), se quedará inerte ante la pantalla hasta la resolución. Porque el guión está tan bien trabajado, que va dosificando la información a cuentagotas, sin caer en el esquematismo del in crescendo melodramático, y repartiendo esa cuota de comicidad que a veces pide una historia tan empalagosa como esta. Hooper cumple por eso: porque en una historia tan política como la que podía ser The King's speech, logra ser apolítico; porque en un melodrama barato como el que podía ser, logra diversión; porque logra romper y desmitificar la imagen monárquica, a pesar de la opulencia en la dirección de arte (algo inevitable, dado el contexto); porque no abusa de la situación histórica mundial, salvándonos de una típica cinta con trasfondo sobre la 2da Gran Guerra e invitándonos a una historia humana; porque en una trama ya conocida, con un final "feliz", logra conmover y cautivar. Y, básicamente, porque respira y suda cine en cada fotograma y en cada espacio del cuadro. Una obra de arte hecha a lo malabar. Es "oscarizable", pero también tiene méritos artísticos, como todas las que estaban ternadas en el premio mayor. The King's speech no es una mala película. Es una gran película, salvando alguna que otra escena tediosa como la secuencia final, en la cual no economiza en nada el discurso, algo que hubiésemos agradecido los que la disfrutamos en todo su metraje.
El inglés Colin Firth es sin duda el más probable ganador en la categoría mejor actor, una de las nominaciones recibidas por “El discurso del rey” (“The King’s Speech”). Se podría incluso especular que, de no haber sido Firth quien interpretara al Rey Jorge VI, la película habría recibido muchas menos de las doce nominaciones que la ponen al tope por encima de “Temple de acero” de los hermanos Coen (diez) o “Red social” con ocho. Los posibles ganadores en los diversos rubros serán el objeto de una nota futura a publicarse cuando se acerque la fecha (27 de febrero) de la ceremonia de entrega de las estatuillas. En este texto se intentará analizar, explicar y en opinión de este cronista justificar los merecimientos de la coproducción mayoritariamente inglesa, y con algo de Australia, del virtualmente desconocido y también nominado director Tom Hooper. El duque de York, hijo menor de Jorge V, no imaginó seguramente que algún día su hermano mayor Eduardo VIII abdicaría al año de haber sido nombrado rey por querer casarse con una mujer norteamericana, la célebre Wallis Simpson, doblemente divorciada. Quien sería el futuro rey Jorge VI, y padre de la actual reina Isabel de Inglaterra, siempre había sido objeto de burla de su hermano mayor como consecuencia de una tartamudez, que mucho tenía que ver con su desgraciada infancia y que la película va revelando acertadamente y por etapas. La trama, no necesariamente fiel a la verdadera historia, le asigna un rol trascendente a la esposa del futuro rey en una excelente interpretación de Helena Bonham Carter (nominada), mejor aprovechada que en varias de la películas recientes de su esposo y director Tim Burton. Será ella quien, sin revelar su identidad y la del marido, visite a un “profesional” que tendría la capacidad de sanear el impedimento del habla de su pareja. Hace entonces entrada en escena Lionel Logue, rol asignado en otro acierto del “casting” al australiano (también lo es el personaje que realmente existió) Geoffrey Rush. Recordado por el film “Claroscuro” de Scott Hicks que se llevó un solo Oscar al mejor actor de reparto justamente otorgado a Rush, hasta entonces un desconocido actor que aquí vuelve a ser nominado en esa categoría. Cuando se produzca el primer encuentro entre Logue y su paciente, del que ignora su verdadera identidad, el terapeuta le señalará que pese a las claras diferencias sociales entre ambos aquí será mejor que “seamos iguales” y lo tutea llamándolo “Bertie”, ante el disgusto del noble. La relación entre ambos se quebrará en más de una oportunidad y se restablecerá gracias a toda una “novedad” de la época (década del ’30), consistente en un fonógrafo que además permite grabar sonidos. Son graciosos los ejercicios que debe realizar el futuro rey y las situaciones pueden recordar una circunstancia similar, aunque socialmente invertida, como era la del profesor Higgins con Eliza Doolittle en “Mi bella dama” (“My Fair lady”). Los métodos que usa Logue incluyen practicar el habla bajo el ritmo de canciones como “Swanee River” e incluso el proferir insultos varios, que logran destrabar la tartamudez. Uno de los aspectos más impactantes de “El discurso del rey” es como va creciendo afectivamente la relación entre dos personas tan diferentes reservando para los últimos veinte minutos momentos de enorme emoción, cuando el ahora rey deba dirigirse a la nación para anunciar que Inglaterra ha decidido declarar la guerra a Alemania. La lectura de un discurso de unas tres páginas que Jorge VI realiza frente a un amenazante y enorme micrófono y con la presencia y guía de su tutor es uno de los momentos más sublimes de la cinematografía ingles reciente. Como fondo se escucha la séptima sinfonía de Beethoven y con la presencia de Logue, cual director de orquesta, orientando a su discípulo para no equivocarse en la lectura de tan trascendente mensaje. Entre los muchos otros aciertos de esta película, la mejor de las diez nominadas, señalemos varias brillantes actuaciones de actores veteranos empezando por Claire Bloom (“Candilejas” de Chaplin!) como la reina madre, Derek Jacobi como el arzobispo Lang, Michael Gambon como Jorge V y Timothy Spall como Winston Churchill. Atípica frente a productos más tradicionales como el western de los hermanos Coen y la película sobre Facebook de David Fincher, “El discurso del rey” debería alzarse con el máximo premio, aunque nada está dicho a la hora de las definiciones.
A cada rey su corona Tom Hopper no es un nombre muy conocido dentro del mundo del cine. Al menos no lo era cuando estrenó su ópera prima The damned united, la historia del polémico entrenador de fútbol Brian Clough, interpretado por Michael Sheen (Frost/Nixon) que sólo duró 44 tumultuosos días en su cargo. En su segundo filme Hopper logra destacarse no solamente por un relato interesante -de superación personal, mezclada con historia, un clásico candidato a distintos premios- sino que logra imprimirle a la dirección un pulso narrativo y estilistico con el que deja una marca. El discurso del rey cuenta la historia del rey Jorge IV, que tuvo que afrontar grandes dificultades en su vida política por culpa de una muy notoria afección del habla: su tartamudez. Jorge le hace caso a sus laureados doctores y trata de hablar con pelotas en la boca, pero no soporta las humillaciones y los fracasos y abandona todas las terapias que comienza. Pero su carrera política en ascenso lo hacen volver a intentar cuando parece claro que el rey Jorge V no va a vivir mucho más y que su hermano Eduardo es demasiado díscolo como para hacerse cargo de esa responsabilidad. Entonces debe acudir a Lionel Logue (Geoffrey Rush), un estrafalario terapeuta que se encargará de tratar su afección. La historia avanza de manera lineal, con algunos saltos temporales de varios años, que comienzan cuando Jorge aún era duque y tiene que enfrentarse por primera vez ante un micrófono para dar un discurso y su tartamudez se lo impide. Hopper es inteligente para crear los planos, especialmente en los actos públicos de Jorge, en donde los micrófonos y el auditorio aparecen gigantescos ante la pequeñez del futuro rey. La dirección también se destaca en la composición de los planos construidos por el realizador durante los primeros encuentros entre Lionel y Jorge. La incomodidad del mandatario se traslada a la pantalla, a los extraños encuadres, totalmente descentrados, con aire en los lugares equivocados y con lentes de amplitud en momentos en donde el espectador esperaría una perspectiva más normal. Sólo con lo dicho, sería justo que Hopper ganase el Oscar a mejor director. Otro punto destacado de El discurso del rey es el guión, en especial en la construcción de las escenas en donde se producen los encuentros entre el futuro rey y su terapeuta. Se trata de sesiones realmente imperdibles: Logue está convencido de que la única manera de que el tratamiento funcione es que ambos se traten como iguales, por lo que el contrapunto se hace presente todo el tiempo y los momentos cómicos afloran. Además de un buen drama histórico -con sus licencias, claro está, puesto que el rey no parece tener demasiados defectos más que su terquedad-, El discurso del rey es una película muy entretenida y con mucha comicidad. Por último, vale la pena señalar las estupendas actuaciones de Colin Firth y Geoffrey Rush, muy bien acompañados por un elenco secundario muy bueno, comandado por Helena Bonham Carter, que demuestra que también puede hacer buenos papeles sin máscaras o maquillaje. Lo de Firth es fenomenal, porque logra transmitir la pesada carga con la que tiene que vivir, la impotencia de no poder superar sus problemas y la angustia de saber que el momento de ser rey se acerca y que él no estará en condiciones de hacerse cargo. Rush, por su parte, vuelve a sobresalir en un papel histriónico, exagerado, bastante grotesco, y a esta altura queda claro que son los que mejor le caen. El discurso del rey es una gran película, una sentida historia, filmada con una pericia y una personalidad notables por este promisorio director inglés llamado Tom Hopper, con un gran elenco y unas actuaciones protagónicas geniales. Solo se le puede criticar un poco de benevolencia para con su personaje principal y alguna toma de más justo antes de los créditos finales que ensucia con una busqueda de emotividad innecesaria una película por demás agradable.
Monarquía y autoestima Historia de la vida real acerca del defecto que poseía el futuro Rey Jorge VI, quién ante la abdicación de su hermano Eduardo -quién prefirió casarse con una plebeya americana algo díscola antes de responsabilizarse por ser monarca-, se verá en los zapatos reales, así es que este "defecto" es nada menos que la tartamudez del susodicho. A partir de la búsqueda de correjir ese problema se recurrirá a un actor mediocre e inconformista personaje que ayudará al noble en atender su dicción, y que como esto es cine la cosa irá con varios costados como la confianza en sí mismo, la autoestima y cierta exigencia personal, otros como el tema de la nobleza familiar, el cuestionamiento al hermano que declina a ser rey, la infaltable y necesaria vinculación a una contienda inminente llamada la Segunda guerra mundial, el crecimiento del nazismo, y cierta soberbia que fluye al pertenecer a la monarquía. Si algo subraya este filme ganador del reciente Oscar, son las estupendas, notables actuaciones con Colin Firth -el rey- y Geoffrey Rush -el educador vocal- a la cabeza, un magnífica Helena Bonham Carter -que parece auténticamente noble- en la esposa del rey, otros secundarios como Michael Gambon -el Rey viejo-, Guy Pearce -el hermano Eduardo- y el arzobispo de uno de los mayores talentos teatrales ingleses: Derek Jacobi, quién por siempre será recordado por su majestuoso Emperador romano de "Yo Claudio", miniserie de fines de los 70, basada en la novela suprema de Robert Graves. Un filme con toda la preciosidad de la flema británica, y lo dicho de los mejores y más sobrios actores del planeta, que se sabe son los de este origen. Absolutamente diseñado en parte para ser taquillero merced a los Oscars, tal cual lo fueron en el pasado: "Carrozas de fuego" o "Shakespeare enamorado", tampoco no falta cierto toque de humor para que la historia no sea tan almidonada.
BIEN DICHO “¿Qué está diciendo, papá?”, pregunta una de las hijas del Rey George VI mientras ve la proyección de uno de los discursos de Adolf Hitler. “No lo sé, pero lo dice muy bien”, responde su alteza real con una expresión de temor pero, al mismo tiempo, de admiración. Esta es una de las tantas magníficas escenas de EL DISCURSO DEL REY (THE KING’S SPEECH, 2010), el nuevo film de Tom Hooper (THE DAMNED UNITED) que en la más reciente entrega de los Premios de la Academia se hizo acreedor de doce nominaciones y cuatro Oscars ganados. El primero de estos lo recibió por su inteligente guión que, con diálogos tan eficaces y bien pensados como el del principio, construye una historia simple pero solida, fresca y muy entretenida. Sus personajes son complejos y sentimos empatía por ellos al instante. Y a diferencia de otros films históricos, la narración no se distrae en los hechos que acontecieron a la época - las referencias a la Segunda Guerra Mundial son muy pocas -. Podría seguir hablando de las cualidades de su guión por varios párrafos más, pero no quiero aburrirlos. Por eso diré que, si por algo eligieron a este como el Mejor Guión Original del año pasado, fue por el hecho de que EL DISCURSO DEL REY no busca contar la vida de un monarca tartamudo, sino la entrañable historia sobre la amistad entre dos hombres. Y adivinen qué... La cuenta muy bien. Uno de esos hombres es el Rey George VI, interpretado por Colin Firth. Por su actuación, la película recibió su segundo Oscar. Y no fue sorpresa ya que Firth dejó de ser el secundario de films como EL DIARIO DE BRIDGET JONES (2001), MAMMA MIA! (2008) o EL RETRATO DE DORIAN GRAY (2009), para entregar una impecable y muy creíble actuación, capaz de inspirarnos, alegrarnos o entristecernos el día de acuerdo a la escena en la que aparezca. Su tartamudeo, su mal humor, sus temores, su pasado, su incomodidad, su valor. Todo converge en esta interpretación que consagra a Firth como uno de los grandes actores de la nueva generación. Pero no está solo. Junto a él aparecen en pantalla Helena Bonham Carter (como su mujer, la Reina Elizabeth) y Geoffrey Rush (como su terapeuta del habla, el excéntrico y culto Lionel Logue). Aunque está muy lejos de los papeles que acostumbra interpretar, ella se desenvuelve con comodidad y mucho talento, y demuestra que no hay personaje que no pueda interpretar. Él, por su parte, es la media naranja de Firth. Juntos dan cátedra de actuación y las escenas que comparten (muchas, por suerte) son las mejores de EL DISCURSO DEL REY. Desde su primer incomodo encuentro, pasando por las muchas sesiones - una más divertida e ingeniosa que otra -, por el asombroso y dramático diálogo sobre la infancia del Rey, por la escena en la Abadía de Westminster - “¿Que está haciendo?¡Levántese! ¡No puede sentarse ahí! ¡LEVÁNTESE!”, “¿Por que no? Es una silla". Aun me estoy riendo -, hasta la secuencia final que le da el título al film. La amistad entre “Bertie” y “Lionel” está tan bien trabajada que se siente real todo el tiempo - Okey, está basada en una amistad real, pero podrían haberla pifiado -. Esta va surgiendo de a poco, con naturalidad y mucha química, y ayuda a fortalecer una película que ya es brillante de por sí. Hay otros personajes y otra trama dentro del guión, pero la dupla acapara toda la atención. No es algo negativo ya que, como dije antes, Firth y Rush son geniales juntos. Pero esto a veces provoca que uno pierda interés en la historia de la familia real y del heredero al trono. También, y aunque no logran tan buenas interpretaciones, esto causa que actores de la talla de Guy Pearce (Rey Edward VIII), Michael Gambon (Rey George V) o Timothy Spall (Winston Churchill) sean desaprovechados. Aun así, la narración hace su mejor esfuerzo para equilibrarse y lo recién mencionado pasará, para muchos, desapercibido. Ya sea por sus bellos vestuarios, diseño artístico o decorados; por la fotografía o esas neblinosas calles de Londres que la hacen parecer un cuento clásico; por su perfecta sincronización entre un pulido montaje y una gran banda sonora; por su historia o por sus actuaciones, EL DISCURSO DEL REY es una película que hay que ver. Sí, algunos de los premios que ganó son discutibles - El guión de EL ORÍGEN (INCEPTION, 2010) de Christopher Nolan es más original en muchos niveles, la dirección de David Fincher en RED SOCIAL (THE SOCIAL NETWORK, 2010) está más trabajada, TOY STORY 3 es un logro técnico y narrativo, y no olvidemos a las otras seis nominadas: EL CISNE NEGRO, EL GANADOR, LAZOS DE SANGRE, MI FAMILIA, 127 HORAS y TEMPLE DE ACERO -, pero es imposible ignorar la calidad de esta gran obra y lo que Hooper logró con una trama simple y previsible como esta. Visualmente bella y tan encantadora como reconfortante, Hooper no la dirigió como dirigiría una cinta histórica cualquiera. Algunos dicen que la filmó como los clásicos de cine están filmados, pero eso es simplemente el efecto del boca en boca que la infló de más ¿Merece ser llamada la mejor película del año pasado? Es posible, pero es aun más posible (ya que pasó anteriormente) que la Academia premie lo que quiera premiar e ignore otros films o realizadores que tal vez se merezcan la dorada estatuilla aún más. Otros opinan que, a diferencia del año pasado en que ganó VIVIR AL LÍMITE (THE HURT LOCKER, 2009), la Academia eligió a EL DISCURSO DEL REY con su corazón y no con su cerebro. Entiendan que no es una entidad absoluta e infalible, y muchas de sus elecciones son todo menos exactas. En la última entrega, al presentar el premio a la Mejor Película, Steven Spielberg lo dejó en claro: “Una de estas diez películas se unirá a una lista que incluye a NIDO DE RATAS, PERDIDOS EN LA NOCHE, EL PADRINO y EL FRANCOTIRADOR. Las otras nueve se unirán a una lista que incluye a VIÑAS DE IRA, EL CIUDADANO, EL GRADUADO y TORO SALVAJE” ¿Lo ven? Pero ya me estoy yendo por las ramas y lo discutible que son las elecciones de la Academia es tema para otro momento. Así que me despido por ahora diciendo que EL DISCURSO DEL REY es una muy buena película que Tom Hooper filmó muy bien.
Hacer oír la propia voz En aquellos países del mundo civilizado donde imperan las monarquías, ese régimen suele representar curiosamente un momento progresista de la historia antigua o cercana de los mismos. Para España significa la transición democrática desde el franquismo; para Japón fue la salida del Medioevo de la era de los shogunes hacia la modernidad. Y para los ingleses.... bueno, la única vez que se interrumpió la monarquía fue durante el protectorado de los Cromwell, época de austeridad y oscurantismo, tras la cual sobrevino la restauración de Carlos II, gran impulsor de las artes. Después de eso, miraron con los ojos entornados la Revolución republicana de los franceses. Algún tiempo antes, a uno que se le daban bien las letras, un tal William Shakespeare, imaginó un gran discurso en los labios de Enrique V, como una de las claves de la victoria británica sobre Francia en las Praderas de Agincourt. Desde entonces la gente habrá imaginado que los reyes debían hablar así. Para quienes han nacido en países de tradición (más o menos) republicana, que lucharon contra reyes para lograr su independencia, puede costarles un poco entender el significado de la monarquía para los británicos. Y justamente “El discurso del rey” es una película netamente británica, no sólo por su temática real sino también porque esa dicción que tanto les enorgullece es parte de la trama. Encrucijada El príncipe Bertie, duque de York, es el segundo hijo del rey Jorge V, hermano de David, príncipe de Gales. Siempre aceptó su lugar de segundo, algo que tuvo bastante que ver con su gran defecto: es muy tartamudo. Su esposa Elizabeth no para de buscarle soluciones, sin mayores logros. Hasta que da con un excéntrico “especialista” australiano en defectos del habla, llamado Lionel Logue, quien probará con él distintos métodos, trabando con él una relación muy personal, a partir de lograr que Su Alteza Real se abra como con nadie lo había hecho antes. Por esa época, la posibilidad de una guerra con la Alemania nazi comienza a despuntar en el horizonte. Mientras tanto, el heredero al trono entabla una relación sentimental con la divorciada estadounidense Wallis Simpson, algo inaceptable para la corona británica. Tras la muerte de Jorge V David asume como Eduardo VIII, para finalmente renuncia para poder casarse con esa mujer cuya moral parecen cuestionar todos. De modo tal que el segundón tartamudo tiene que hacerse cargo de convertirse en la encarnación de la nación y el Commonwealth en un momento crucial de la historia contemporánea. Será su relación con Logue, con sus idas y venidas, la que decidirá el futuro de la corona. Masterclass actoral Uno de los puntos fuertes de la película se cifra en las actuaciones, otro de los orgullos británicos, en una tradición que pasa por Laurence Olivier y se enzarza en la leyenda del Old Vic. Obviamente se eleva por encima la labor de Colin Firth, capaz de sostener largos planos sobre su rostro, obteniendo una gran gama interpretativa, para interpretar a un contradictorio personaje: el tartamudo nervioso, a la vez temperamental pero reprimido por su defecto. Geoffrey Rush se mueve como pez en el agua en un personaje que le queda comodísimo, aun con las propias contradicciones de Logue (ser curiosamente un mal actor, a la vez generador de grandes “actuaciones” en otros). Quizás una de las grandes injusticias de esta temporada de premiaciones sea la cometida con Helena Bonham Carter, que se posiciona como una de las grandes actrices de su generación: bajando desde los extremos expresionistas de los filmes de Harry Potter y los de su marido Tim Burton, se aviene a componer una deliciosa princesa devenida en reina, afectada pero cariñosa, que cuesta creer que se haya convertido en esa viejecita entre simpática y algo detestable que era la Reina Madre (de igual modo, ¿quién pensaría que esa niñita que corretea por allí pueda devenir en Isabel II?). Entre los secundarios, Guy Pearce sorprende por su parecido físico con Eduardo VIII, Derek Jacobi compone a un molesto arzobispo de Canterbury, y Timothy Spall exagera un poco su Winston Churchill, un poco a la manera del Sarmiento siempre enojado de Enrique Muiño en “Su mejor alumno”. Tom Hooper no sólo logra pilotear a este pool de actores, sino que implementa un relato cadencioso, casi con flema británica en su discurrir, sabiendo marcar los puntos de inflexión en los momentos centrales de la trama. Por supuesto que se apoya en un gran trabajo de dirección de arte, a través de la reconstrucción escenográfica y de vestuario, obviamente con la ventaja de poder disponer de algunos escenarios verdaderos en los que transcurrió la historia. En la fotografía se destacan unos colores más bien suaves, algo apastelados, que en cierta medida refuerzan el aspecto “de época”, y de cuadro nobiliario. El propio destino En definitiva es la historia de cómo aquel que fue criado para ser segundo debe tomar las riendas de su propia vida y hacerse oír: “Puedo hacerme oír porque tengo mi propia voz”, dice en algún momento el ahora Jorge VI. Es de alguna manera un “desde ahora decido yo”, más allá de cómo hemos sido criados o para lo que hemos sido destinados. También es la historia de un príncipe y un plebeyo, que nunca pudieron imaginarse cómo era la vida del otro, pero que lograron forjar una amistad más allá de esas diferencias. De alguna manera, la secuela se filmó antes: en “La Reina”, Helen Mirren se puso en la piel de la hija de Jorge VI, cuando debió afrontar una nueva crisis para la corona: la muerte de Lady Di. Pero esa ya es otra historia.
El Discurso del Rey es una película correcta, es una buena película, pero demasiado correcta. Los planos indicados, el montaje en el momento justo, una historia basada en hechos reales y la actuación de profesionales más que eficientes. El cliché preferido de la academia, el que tiene todas las de ganar. Es sin duda la favorita de ellos, pero no la de los críticos y, creo, tampoco la del público. La historia se centra en Bertie, hijo del rey de Inglaterra y segundo en sucesión al trono, nunca creyó tener la posibilidad de ser rey porque, además de lo antedicho, tiene un problema de dicción, es tartamudo; y no hay reyes tartamudos. Por problemas personales de su hermano mayor, Bertie no tiene más remedio que subir al trono en un momento crítico del país, la segunda guerra mundial se avecina y el pueblo necesita un líder. Con la ayuda de un profesional poco ortodoxo como Lionel Logue, Bertie pasará a ser Jorge VI, uno de los reyes más queridos por el pueblo británico. Lo que vale la pena destacar de la película es, sin duda, la increíble actuación de Colin Firth que inevitablemente le merecerá el Oscar este año; recordemos que el año pasado estuvo nominado por su brillante actuación en Solo un hombre. Los coprotagonistas son muy buenos, pero no pueden superar ese personaje, además es sabido, a la Academia le encanta premiar a los actores que interpretan personajes con problemas físicos o mentales; lo vimos con Sean Penn en Mi nombre es Sam y antes con Daniel Day-Lewis en Mi pie izquierdo. Una película con momentos emocionantes y una sórdida moraleja es, la preferida para el Oscar. No es una forma de menospreciar la película, sino de preparar al público para una historia tan buena como convencional.
PREMIOS Y CORSÉ Esta película está llenando de premios su cajita de DVD. No se entiende, es un producto encorsetado sin espontaneidad ni frescura. Una cosa hiperelegante filmada con el manual de cine qualité. Recreación, musiquita, fotografía, actuaciones: todo es exquisito y sutil, apestado por un humor británico de risas ahogadas. El guionista se las tira de letrado haciendo intertextualidad entre Shakespeare y el enredo cortesano y la puesta de Tom Hooper es tan contenida y protocolar que su mayor licencia es deformar la imagen con un gran angular. Colin Firth es un príncipe tartamudo y Geoffrey Rush un terapeuta trucho, mezcla de fonoaudiólogo y psicoanalista. Lo que sigue es un cuento clásico: el tartamudo supera sus problemas con el terapeuta y viceversa. Al final, una placa dice que fueron amigos para siempre. Hay dos cosas que irritan: la contextualización histórica y política, que garabatea la llegada del nazismo, y la idiotez psicoanalítica que nos hace concluir que el príncipe es tartamudo porque la niñera le hacía pasar hambre. Pero más irritante es que la película esté contada con discreción. Las medidas de dramatismo, comedia y solemnidad están calculadísimas. Esto convierte El Discurso del Rey en una cosa ejemplar pero insoportable, de realeza retrógrada, ideal para jubiladas que aspiran al buen gusto cinematográfico. Dentro de todo este clasicismo hay un apunte jugado aunque tratado en capa subterránea: la llegada de los medios masivos de comunicación y la necesidad de construirse mediáticamente. En definitiva, la película no arranca porque el príncipe sea tarado, sino porque no puede hablar en radio. La tecnología impone otros espacios y prácticas para las figuras públicas. Después de grabar su discurso en una cabina horrible y acustisada con frazadas, el príncipe pasa a un despacho ostentoso donde le sacan una foto simulando que lee. En otra escena interesante Colin Flirth admira el histrionismo de Hitler en cámara, pero estos buenos detalles no dejan de ser firuletes para que El Discurso Del Rey sea sofisticada y oscarizable.
El rey parece tener la carta ganadora Tom Hooper es un eficiente director inglés cuyo carrera venía en ascenso aunque su experiencia era televisiva, y de algún largometraje dentro de ese formato. O sea, esta "The King's speech" sería su debut formal en la industria. Gran apuesta. A los productores les gustó su estilo y aunque sonó extraño que le ofrecieran la tarea de llevar adelante este proyecto (había muchas esperanzas de llevar el film lejos en cuánto a premios y reconocimientos), era una incógnita ver como manejaba un presupuesto más que respetable y conducía uno de los mejores cast británicos a la fecha. Y parece haber sido una elección correcta, más allá de que pienso que con otro tipo de cineasta, el resultado habría sido muy superior al logrado. "The King's speech" es una clásica película de superación personal. De esas que ganan el favor del público en todas partes. Y como aquellas que se precian, parten de una historia verídica, en este caso de los profundos trastornos del habla de un príncipe inglés que terminaría convertido, por esas vuelta del destino, en rey. Un hombre enfrentado a sus limitaciones y decidido a abordarlas en un tiempo en el que su rol sería de valiosa ayuda para la sostener al pueblo inglés en uno de sus momentos más importantes de su historia contemporánea. Indudablemente, material había, la cuestión era ver cómo se ensamblaban y funcionaban los potenciales elementos en favor de la trama. Veamos... Bertie (George después) es Príncipe de Gales. Está casado con Elizabeth y ellos no ven posibilidad de llegar al trono: Edward, el primogénito seguramente será coronado cuando su padre (también George pero el quinto) abdique. El rey está preocupado por su sucesión, Bertie tiene problemas para expresarse en público, es tartamudo y cada aparición pública donde usa la palabra está signada por el ridículo. Para colmo, Edward está enamorado y no tiene mucho interés en convertirse en monarca. Vive una vida soñada y está muy lejos de tener la decisión que se necesita para dirigir Inglaterra. Encima, el nazismo se esparce lentamente como doctrina opuesta a los intereses británicos, por lo que es necesario un heredero a la altura de lo que Gran Bretaña necesita. Ahí es nuestro punto de partida: Bertie visitará (arrastrado por su esposa) a un especialista en Trastornos del Habla, el extravagante Lionel Logue, quien con sus revolucionarios métodos tratará de corregir los problemas que Bertie tiene y darle la confianza para volverse en el líder que su pueblo quiere y anhela. Los roles principales están jugados por Colin Firth (de quien se dice que ganará el Premio de la Academia por su composición) como el rey Jorge VI, Helena Boham Carter como su esposa y Geoffrey Rush poniendole la piel al hombre elegido por la realeza para operar en su enfermedad. Todos se lucen, aparecen ajustados y precisos y es una delicia verlos desfilar e interactuar en la pantalla grande. El problema es que, la historia es muy previsible. No ofrece muchos matices más allá del esfuerzo del rey (Colin Firth promediando la película) para vencer su dificultad. Tiene una pintoresca amistad con Logue, y ya está, no hay mucho más. Paralelamente aparecen algunos secundarios interesantes, como Edward (el rey que abdicó, traído por Guy Pierce) y Winston Churchill (Timothy Spall), pero sus trayectos (que hubiesen aportado mucho a la historia), no despegan. Gran parte de la cinta se la llevan los ejercicios vocales de Jorge VI, y no es placentero verlo. La película es lenta, muy británica en su concepción y si no aceptás ese ritmo de narración, quizás hasta sea preferible dejarla pasar. Y dentro del género "Superación personal", hay ejemplos más interesantes que el de un rey que consigue alguien (a cambio de dinero, obvio) que lo ayude a afrontar su circunstancia. Que quede claro que la ambientación y los rubros técnicos están cuidados y que el film ganará algún premio con seguridad. Pero como espectador, no me sorprendió. Quizás no compré su tempo, no lo se. Si se que amo Inglaterra (tengo debilidad por su historia y soy profesor del idioma) pero que a pesar de ello, "The King's speech" no me conmovió. Y debería haberlo hecho. Más si será multipremiada. Ir, pero advertidos de que es un drama histórico ficcionado y de ritmo cansino y aplacadado, no apto para cualquiera.
Bello film candidato a 12 estatuillas de Holywood y 7 nominaciones al Golden Globe, con muy buenas actuaciones y exacta mezcla de géneros. Mañana jueves 10, se estrenará en el circuito comercial El discurso del Rey/The King’s Speech (Reino Unido-Australia 2010). El film que arrasa con las nominaciones a los Premios Oscar (12) y detentó 7 nominaciones a los Golden Globe, merece una valoración ya que sale de la norma a lo que los galardones de Holywood nos tienen habituados. La película transita las exactas dosis de humor, drama, comedia e intriga. Entre 1925 y 1938 Bertie, a cargo de Colin Firth, (cercano en calidad actoral a Orgullo y prejuicio -1995- y más lejos de Mr. Darcy de El diario de Bridget Jones -2001-) debe superar la tartamudez que lo aqueja desde niño, exactamente desde sus cuatro años según su memoria. La película tiene un comienzo contundente ya que muestra a Bertie precedido por el locutor oficial de la corona británica dándole la palabra con voz clara y ceremoniosa y la siguiente parálisis de éste que no logra articular palabra. Semejante situación derivará no sólo en la búsqueda de un terapeuta no tradicional para los trastornos del habla (ya ha visto a varios sin resultados), sino también en la resistencia a encarar esa imposibilidad de comunicación que como todo trauma original encuentra en el lenguaje su síntoma más visible. Bertie ha sido desechado desde niño por no ser candidato natural al trono. Pero se podría ocultar que el Duque de York y padre de la reina Isabel es tartamudo sino fuera porque su hermano, Eduardo VIII encarnado por Guy Pearce, heredero del trono debe abdicar por amor en el sonado caso de su vínculo amoroso que finaliza en casamiento con una plebeya norteamericana divorciada, Wallis Simpson. La ayuda que ya le proporcionaba su poco tradicional terapeuta se hace imprescindible ya que Bertie se convertirá a la brevedad en Jorge VI. Su esposa Elizabeth, jugará un papel central, interpretada por Helena Bonham Carter quien deja atrás esos roles que tan bien le sientan por la extraña belleza que le permite ser la novia de Frankenstein o la Belatrix Lestrange de Harry Potter y compone una mujer cuya devoción y entrega por su marido está fuera de cuestión, ella lo ama. Los amores de los hermanos herederos del trono son legítimos y auténticos y contrastan a la perfección con los vínculos de sus padres. Ya que la muerte del Rey Jorge V, interpretado por Michael Gambon, sólo despierta en su esposa un interés notable en la sucesión del trono. Geoffrey Rush, cuya actuación es impecable, se hace cargo del papel de frustrado actor australiano Lionel Logue, que usando métodos peculiares y haciendo gala de una discreción sin igual, ayudará al futuro rey a sortear los obstáculos de su lengua materna, la lengua de la emoción y la subjetividad. Los ambientes creados son de un acierto impecable en la que la dirección de fotografía cuenta y mucho, así como también el diseño sonoro que acompaña la narración proveyendo los climas adecuados a cada escena. Los planos cortos son imprescindibles para dejar al descubierto como el rostro de Colin Firth, Bertie o George VI, transmutan y se contorsionan en la dificultad de comunicarse. El contexto histórico y la amenaza hitleriana de entrar en guerra con el Reino Unido ofician de fondo para resaltar porque a pesar de la presencia de un político fuerte como Winston Churchill estelarizado por Timothy Spall, la omnipresencia real es vital para un pueblo que ha hecho de la monarquía una forma de la devoción, al menos en la década del 30’. Grandes logros actorales, un guión sencillo pero potente y una buena factura visual hacen de El discurso del Rey un film que seguro dará enormes satisfacciones ya sea en los premios o en las sensaciones que provocará en el público que visite las salas a partir del día 10 de febrero. Recomendable película dirigida por Tom Hooper sobre la amistad, el amor y la responsabilidad.
Simple y contundente The King's Speech, dirigida por Tom Hooper , es sin duda un ejemplo de lo que una buena combinación de recursos utilizados de manera eficaz y eficiente puede generar. Una historia simple sobre un miembro de la realeza que por esos accidentes de la vida debe convertirse en Rey, pero para ser reconocido como tal debe ganarse el respeto de su pueblo sorteando dificultades, en este caso sus inseguridades y lesiones psicológicas causadas en la niñez, que se evidencian en una severa tartamudez. ¿Una película sobre un tartamudo? Sí, ¡y que película! Con un presupuesto de us$25.000.000 (muy poco para lo que acostumbran las grandes producciones hollywoodenses) logró ensamblar un elenco que se luce durante los 118 minutos que dura el film. Las escenas donde sólo interactúan Bertie (Colin Firth) y Lionel Logue (Geoffrey Rush) en las que realizan los ejercicios vocales (y psicológicos) para superar la tartamudez, realmente no tienen desperdicios y producen una sonrisa en el espectador que viene directamente desde el alma. Por supuesto, las actuaciones de reparto aportan en el enaltecimiento de esta producción hasta lo más alto de la escala interpretativa. Helena Bonham Carter está espléndida en su rol de esposa de Bertie, también Michael Gambon como el Rey padre, y una pequeña perla para resaltar, el pequeño pero memorable papel de Timothy Spall (Colagusano en Harry Potter) como Winston Churchill. David Seidler se luce con un guión original que terminó ganando el Oscar muy merecidamente, ya que de alguna manera encontró la fórmula para encantar a los públicos más diversos. Drama y comedia se fusionan para darle al espectador una sensación de superación de los obstáculos que impone la vida, que le infla el pecho hasta al más tímido e inseguro ser que esté presente en la sala de cine. Todos salimos con la frente en alto pensando que no hay dificultad que no se pueda vencer, y he aquí el secreto del éxito de esta película, una experiencia que produce en primera instancia familiaridad con la problemática del protagonista, y posteriormente succiona al público hasta que es muy tarde para no sentirse identificado y vivir escena tras escena la superación de los problemas que nos plantea la vida. Hay una frase de Albert Einstein sobre el éxito que dice: "En lugar de ser un hombre de éxito, busca ser un hombre valioso, lo demás llegará naturalmente", y para mí esto resume a The King's Speech, una labor en conjunto que buscó antes que el éxito, ser una pieza valiosa del cine y del arte; los premios, la alevosa recaudación en taquilla, los reconocimientos del público, son solo reacciones naturales al esfuerzo llevado a cabo.
Fue la película mimada en la última entrega de los Oscar. Se los llevó casi todos, postergando a algunos favoritos como “Temple de acero” y “El cisne negro”. Film decididamente “british” por su temática, su encuadre y su elenco, se destaca por sus diálogos filosos, y el formidable trabajo de Colin Firth (que obtuvo el Oscar como mejor actor) y el australiano Geoffrey Rush. La película es, ante todo, un duelo de intérpretes en una puesta en escena en la que importan más los personajes que la trama. Inspirada en hechos reales, registra al dramático conflicto de un aspirante a la corona británica, trabado por su tartamudez a la hora de hablarle a su pueblo. Decidido a superar ese impedimento a cualquier precio, se pone en manos de un especialista y mantiene con el recién llegado una relación de odios y afectos, hasta conseguir superar esa limitación que arrastra desde la infancia. Así, Jorge VI arribará al trono tras superar una dura y secreta batalla personal. El tema del triunfo de la voluntad es uno de los favoritos de Hollywood a la hora de los premios de la Academia.
El discurso entrecortado Todos los años, a esta altura -antes era un poco más tarde, a mediados de marzo-, comienza la carrera del Oscar. Dirán seguramente que es un premio netamente comercial que poco tiene que ver con lo mejor del cine de Estados Unidos y del mundo, dirán que se manejan otros intereses que la verdadera calidad cinematográfica, dirán muchas cosas... pero finalmente a los que amamos el cine, siempre la carrera del Oscar nos termina envolviendo y queremos, como a esos que les gusta el fútbol y quieren ver a su equipo goleador, que gane la película por la que se ha inclinado nuestro corazoncito. Como es típico también de esta época, siempre aparece una película pequeña que va engrosando su caudal de premios cosechados en Festivales y cualquier otra "repartija" y rápidamente, de buenas a primeras, se convierte en la gran favorita, la famosa crowd-pleaser, ésa que le gusta a todo el mundo, a la gran multitud. Y una vez instalada como uno de estos "totems sagrados" es sumamente dificil poder dar una opinión porque parece estar todo dicho. Absolutamente todo. Estas películas favoritas se erigen como perfectas, sin fisuras, todo el mundo acuerda con que son excelentes y funciona aceitadamente el "boca a boca" y hasta logra transformarse en un gran éxito comercial, una película que sin la carrera del Oscar mediante, no hubiese tenido una repercusión notable o incluso, hubiese pasado desapercibida en algun cine-arte. Sumado a todo esto, Hollywood tiene un costado adulador, donde hay ciertos condimientos de algunas latitudes que ellos secretamente admiran. Uno de ellos es el toque que le da a cada una de sus películas el cine inglés. Y si al hecho de que "El discurso del rey" sea una película de flema inglesa, le sumamos los condimentos de una historia real con situaciones de la realeza británica, no hay votante de la Academia que pueda sucumbir a sus encantos. Es así, como este año "The king's speech" ya se ha constituido en la gran favorita y en la casi segura ganadora en la carrera del Oscar 2011. Ha comenzado, al menos, con sus brillantes 12 nominaciones encabezando la tabla de las nominadas. Y aunque esto no quiera decir nada en un principio, porque ya conocemos de casos que con muchas nominaciones se han ido con las manos vacías o semivacias (siempre recuerdo el caso de "El color púrpura" de Steven Spielberg, que con 11 nominaciones no se pudo llevar ni un sólo Oscar), seguramente "El discurso del rey" de Tom Hooper no va a ser de esos casos de volverse a casa sin nada. Ya se ve el tendencioso favoritismo que envuelve a esta película dentro de la competencia cuando su director, Tom Hooper, quien sólo tiene en su haber un puñado de buena películas filmadas para televisión y el film no estrenado en la Argentina "The Damned United" - otro film basado en hechos reales sobre el fútbol inglés- ha logrado colocarse entre los cinco mejores directores del año por sobre Christopher Nolan ("El origen") o Danny Boyle ("127 horas") que más allá de sus creaciones, como directores, le han impreso a cada uno de esos films un sello personal indiscutible, una marca de fábrica que Hooper parece no tener. La fábula que cuenta "El discurso del rey" ya es una historia por todos conocida a esta altura, pero por si alguien todavía no se enteró cuál es el tema de la gran favorita, es una historia con tintes de biopic sobre algunos temas de la corona. Cuando fallece el rey Jorge V (Michael Gambon), lo debe suceder en el trono, su hijo mayor, el príncipe Eduardo VII (Guy Pearce). Pero Eduardo VII esta mucho más interesado en continuar su relación amorosa con una mujer divorciada (!) y americana (!), imperdonable para la época, y por lo tanto se ve obligado a abdicar. Es así como su hermano menor Bertie (Colin Firth) llega a quedar a cargo de la corona. Berite, asciende al trono como Jorge VI de Inglaterra y su país necesita urgentemente un líder pero su principal limitación para enardecer a las masas es que es tartamudo y tiene serios problemas en el momento de dar los discursos. Su esposa (Helena Bonham Carter) se contacta con el excéntrico Dr. Lionel Logue (Geoffrey Rush) quien con ciertas técnicas poco convencionales tratará de ayudarlo a superar su problema. La película está brillantemente actuada. Tanto Colin Firth (número puesto como ganador al Oscar al mejor actor de este año) como Geoffrey Rush dan clase de actuación y los momentos en que ambos aparecen en pantalla son duelos actorales de un nivel superior. Helena Bonham Carter acompaña (en un papel de reparto, lejos de sus últimas brillantes criaturas en los films de Tim Burton, insuperable en su reina de corazones de "Alicia en el país de las maravillas") junto con un excelente elenco secundario, donde, por supuesto, nadie desentona. Sumando a que el film sea perfecto para la competencia del Oscar, tiene un brillante diseño de vestuario y escenografía que nos transporta rápidamente a la época y es innegable que la fábula que cuenta esta historia, tiene su encanto. ¿Qué es, entonces, lo que no hace que "El discurso del rey" sea la película del año? El enfoque que la da Hooper tiene un tratamiento totalmente convencional y el guión si bien tiene diálogos brillantes entre los protagonistas, está más enfocado a agradar -una de estas "parejas" que primeramente se repelen para luego buscarse- que en adentrarse en los problemas que sufría la corona en ese momento particular de la historia. Todo está puesto de forma tal que el producto quede perfectamente redondeado, filmado con corrección y es muy agradable de ver. Pero uno espera que la película del año traiga un plus, un adicional, un "algo más" que lamentablemente "El discurso del rey" no tiene. Le falta el atrevimiento con que Aronofsky tiñe "Black Swan", la vueltas de guión que nos mantienen expectantes en "Red Social", la creatividad de los mundos paralelos que se despliegan en "El Origen", abordar un tema no tan visitado por la pantalla grande como "Mi familia" o la genialidad habitual de Pixar al servicio de una brillante "Toy Story 3". Hay mucha correccion, una historia simpática, grandes actuaciones que indudablemente la convierten en un producto de excelencia. Pero falta algo más para que sea una GRAN película.
Un monarca poco usual Hoy voy a hablar de la película ganadora del premio de la Academia: El discurso del rey (The king’s speech, Tom Hooper, 2010). En la ceremonia de los Oscars 2011, este film, nominado en doce categorías se encontró triunfador en cuatro de ellas: Mejor Película, Mejor Actor Principal, Mejor Director y Mejor Guión Original. Además de los galardones que recibió en otras premiaciones. El discurso del rey cuenta la historia del rey George VI, Bertie (Colin Firth) que lucha contra su tartamudez, la cual se presenta como obstáculo insuperable sobre todo en los discursos públicos. Para sobrellevar este impedimento, el monarca recurre, por recomendación de su esposa (Helena Bonhan Carter) a Lionel (Geoffrey Rush, en un papel increíble), un “médico” poco ortodoxo que asegura poder curar la incapacidad de su especial paciente. A partir de aquí se creará entre ellos una suerte de amistad que será una de las formas en las que Bertie irá perdiendo su miedo a tantas cosas. Más allá de la historia y de la densidad del contexto retratado (monarquía del Reino Unido de mitad de siglo XX, con su ineludible articulación con la iglesia católica), sabemos desde el principio cual será el tema principal: el habla. El cartel nos ofrece una boca orientada hacia un micrófono, las primeras imágenes del film corresponden a micrófonos que están siendo preparados para algún discurso público o radial, y sus respectivos locutores entrenando la voz. Vamos a conocer un aspecto muy íntimo de una figura histórica; si estamos acostumbrados a que las películas sobre monarcas nos cuenten de sus amores, de sus tácticas políticas o de su vida entera, pues éste no es el caso: la película se reduce a resaltar la discapacidad de un rey; poco usual, ¿no? Y creo que es justamente este punto lo interesante del film de Hooper; poder sostener todo el relato desde la tartamudez, jugando con sus causas y consecuencias. Incluso se plantea que el primer amigo de verdad que tendrá Bertie será a causa de su condición. Creo que sería interesante poder pensar cómo el habla viene a ser un aspecto decisivo en la definición de una figura como la de un rey: el hecho de no poder comunicarse mediante el discurso con el pueblo lo hace débil. Por otro lado también resulta curioso observar que en palabras como rey, padre, hermano, Bertie encuentra una dificultad aún mayor para pronunciarlas, lo cual introduce la temática de lo más personal y hondo de la vida del rey; forma en la que el film nos muestra muy por arriba las posibles causas de la condición de nuestro personaje y de paso un poco de lección de historia. También vemos que dentro de las extrañas prácticas que aplica Lionel a su paciente, tales como cantar lo que no puede hablar, éste empieza sentirse cada vez más cómodo y seguro de sí mismo. Todas estas son características que van construyendo una imagen inusual de un monarca, y el film se ocupa de hacer hincapié en esto y no tanto en la figura pública. Igualmente, vale decir que la construcción de la historia supone retratar el contexto histórico, la familia real, el lugar de la iglesia, intensificando, sobre todo la inminente Segunda Guerra Mundial. En este punto no es menor mencionar la impecable actuación de Helena Bonhan Carter, en un papel no menor, ya que es quien más se ocupa de resolver el problema de su marido y quien más lo acompaña. the kings speech poster 2 El discurso del rey: Un monarca poco usual cine En fin, tengo que ser sincera y decir la película me dejó con un poco de ganas de más…Si bien está impecablemente realizada, con actuaciones deleitantes, sobre todo la de Geoffrey Rush, y con una fotografía privilegiada, en lo personal no fue un film que hiciera mella en mí. Vuelvo a decir, creo que sí es muy interesante el aspecto que se toma en cuenta del personaje, cómo se concibe al habla, como instrumento que posibilita la construcción de la imagen de una figura política frente a su pueblo, como uno de los requisitos más importantes: el habla como aquel nexo que conecta al rey con sus súbditos, el nexo que comunica al público lo privado. Y será justamente un integrante del pueblo quien logre la comunicación definitiva entre estos dos espacios.
Una fábula para desprevenidos El trono del consenso suele ser la tumba del cine: Hollywood, y especialmente su mayor vidriera mundial (los Premios Oscar), configura un sistema casi perfecto de construcción y canonización del consenso, en el que no se deja mucho espacio a la discusión, la sorpresa, el riesgo o el azar, y por tanto tampoco al cine. Se trata de un sistema que se justifica bajo una cínica concepción de la democracia: no sólo porque un jurado de más de seis mil votantes (los miembros de la Academia de Ciencias Cinematográficas, encargados de elegir a los ganadores) no garantiza otra cosa más que un consenso ruin y ficticio, pues no es fruto de ningún debate ni promueve reflexión alguna, sino también porque las películas no se enfrentan en igualdad de condiciones a ellos (basta citar la marginación del cine no inglés del palmarés mayor para comprobarlo). Lo único que garantiza el Oscar es la perpetuación de un tipo de cine bien específico, donde el llamado séptimo arte queda reducido a un mero cálculo matemático, una simple fórmula para garantizar dividendos. El discurso del rey, la máxima ganadora del domingo, se convierte así en una elección absolutamente coherente, pues se trata de una película calculada al milímetro para agradar a la mayor cantidad de gente posible. Exponente de un tipo de cine “de diseño”, donde la puesta en escena parece haber sido construida con parámetros típicos de la publicidad (y de su clase de diseño concomitante), el filme de Tom Hooper (ganador a su vez del premio a Mejor Director) confirma por un lado la fascinación que la realeza británica ejerce sobre Hollywood, que acaso la ve como un espejo de sí mismo, y por el otro los fuertes límites que tiene el mainstream para enfrentarse con honestidad al mundo en que vivimos. Timorata e insípida, la película no arriesga nada: su mayor desafío pasa por mostrar al futuro rey Jorge VI (Colin Firth, ganador de su Oscar respectivo) insultando, algo que tangencialmente revela la mirada colonial que tiene de la realeza. Se trata de un filme que reverencia impúdicamente a la monarquía, una de las instituciones más anacrónicas del mundo contemporáneo, a la que Hooper y compañía idolatran cual súbditos de otra era. La anécdota es seguramente por todos conocida: el príncipe Albert, duque de York (que luego asumió como Jorge VI), enfrenta aquí el estigma de toda su vida, su tartamudez. Un nuevo invento ha venido a cambiar al mundo, y su propio padre se lo advierte: “Para ser rey ya no basta con ponerse uniforme militar y pasearse montado a caballo; ahora hay que saber actuar”. Corren los años 30 y la radiofonía anticipa el advenimiento de una nueva era, donde la realeza dejará de estar en un limbo intocable, y deberá salir a interactuar con su pueblo. Por suerte para Albert, el primer sucesor al trono es su hermano Eduardo (Guy Pearce), aunque su propio padre, el severo rey Jorge V (Michael Gambon), le advertirá que alguna vez él deberá hacerse cargo del trono, pues la vida relajada de su primogénito no augura buenas expectativas. Secundado por su esposa, la firme y determinada Elizabeth (Helena Bonham Carter), Albert buscará los más diversos tratamientos para su tartamudez, que se acrecienta a niveles inmanejables en discursos públicos, hasta que de con el heterodoxo especialista Lionel Logue (Geoffrey Rush), un frustrado actor que se terminará convirtiendo prácticamente en su terapeuta. El eje del filme pasará entonces por la relación entre éstos dos hombres de universos absolutamente diferentes, aunque como toda película de su especie El discurso… se esfuerza ostensiblemente por resaltar la “humanidad” de su principal protagonista, quien en algún momento deberá hacerse cargo del trono cuando su hermano corra detrás de su novia estadounidense, justo en los albores de la Segunda Guerra Mundial. Políticamente cínica e históricamente tramposa, El discurso del rey no sólo esquiva los costados oscuros de sus personajes (e incluso se esfuerza por mostrar a los miembros de la realeza británica como mediadores ecuánimes entre la demencia del nazismo y el “abismo del proletariado”), sino que hacia el final compone además una elegía de la monarquía; fruto de una fascinación que se traslada también a su propuesta formal y estética, con encuadres calculados al milímetro (que muestran ostentosamente su vocación “artística”), planos-contraplanos que revelan una lógica casi televisiva, decorados expresionistas que intentan impactar por su detalle, una esforzada reconstrucción de época, unos pocos planos secuencia que sí logran transmitir la experiencia de su protagonista, y una banda de sonido que intenta asegurar el impacto emocional de sus secuencias. El mayor golpe está, empero, en la apuesta por la comedia, que principalmente se nutre de la relación entre el futuro rey y su terapeuta, con momentos que rayan la ridiculez, pero al mismo tiempo aseguran la humanización del protagonista (y por tanto la llegada al espectador), y que indirectamente confirman la burda banalización de todo el asunto, reducido a una mera fábula de superación. Por Martín Iparraguirre
Cuando uno ve este tipo de peliculas siempre tiene una expectativa un poco rara. Si fuera una de acción o con muchos efectos especiales seguramente ya sabes al momento de entrar a la sala que es lo que te va a emocionar. Sin embargo, con este tipo de dramas la historia es diferente y es interesante destacar cuando una peli realmente te llega sólo por la trama mas que lo visual. El Discurso del Rey le permite a la persona que va con la disposición realmente disfrutar lo que sucede durante toda la peli. La historia no es de las que tienen muchas vueltas ni mucho menos, pero la simplicidad es su fuerte. Al ver la Historia de vida del Príncipe George uno, desde el principio, se engancha con la situación y realmente se compenetra con el personaje. Atrapa desde el primer momento por el simple hecho de ser una historia de vida. Una historia que muestra un tanto vulnerable y cotidiano a un personaje histórico. La historia, como mas o menos todos saben si vieron los adelantos, basa sobre el problema de habla que pesa sobre el Príncipe (Colin Firth) y las frustraciones que tiene que vivir al no poder hablar en público cuando su cargo asi lo requiere. Sin saber que hacer su mujer (Helena Bonham-Carter) acude a un especialista, con el que dá a través de una guía, con la esperanza de poder ayudar a su marido. El especialista Lionel Logue es Geoffrey Rush quién encarna un personaje poco ortodoxo con prácticas para problemas del habla muy poco tradicionales. Es allí, cuando el principe conoce a su “doctor” que empieza el punto fuerte de esta peli. A partir de ese momento la relación que se genera en medio de lo que seria el “tratamiento”, que es el primero que ha mostrado resultado verdaderos, es la que termina atrapandolo a uno y lo lleva a querer saber no sólo que pasa con el Príncipe, quién tiene un fuerte temperamento, sino también a querer saber que depara la historia para Lionel y su extraña manera de trabajar. De las actuaciones simplemente no hay quejas. He hablado con muchos que destacan a Colin Firth por su exelente trabajo interpretando a un personaje con problemas de tartamudeo, pero yo por mi parte tengo que destacar la actuación de Geoffrey Rush quien aporta una comedia ligera y un punto de vista entretenido a la situación seria sobre la que basa la historia. Es interesante desde el principio hasta el final y es fácil ver por que son tantas las nominaciones que ha recibido. Mi recomendación personal es que si te gustan este tipo de peli o si realmente tenes la disposición para verla que lo hagas. No es algo de lo que puedas salir quejandote al finalizar la peli. Obviamente que cualquier fan de las pelis de acción o de la sangre va a odiar esta peli y de seguro se va a acordar de mi si leyó esto XD pero hay que tener en cuenta que es una peli de interés. Si lo poco que viste en los trailers lograron captar tu atención entonces comprate la entrada que la vas a disfrutar ;)