Dios, patria y familia. Las decisiones profesionales de figuras de la talla de Clint Eastwood suelen confundir a gran parte de la crítica cuando se trata de analizar la dimensión política de sus films, lo que pone al descubierto por un lado la torpeza e irresponsabilidad ideológica del periodismo en general y por el otro el respeto del que gozan determinados próceres del séptimo arte. Es decir, resulta hilarante pensar que tantas veces se ha malinterpretado la obra del señor, considerándola el contrapeso demócrata de su militancia republicana por detrás de cámaras: la realidad es mucho más sencilla y coherente, ya que hablamos de un nacionalista moderado/ apóstata truncado con una apertura de criterio notable, bastante menos sectaria que la de muchísimos colegas de centroizquierda que pululan en el ámbito hollywoodense. Apenas un puñado de meses luego de la interesante Jersey Boys (2014), hoy el octogenario director nos ofrece Francotirador (American Sniper, 2014), una biopic que cubre el devenir de Chris Kyle, el marine con más bajas enemigas confirmadas en la historia de la milicia estadounidense. Desde el vamos la propuesta aclara la óptica de Eastwood en lo que respecta a un tópico eternamente sensible para el país del norte, el apoyo a las tropas que invadieron y arrasaron Irak entre 2003 y 2011: aquí el homenaje es explícito y hasta adopta la forma de una relectura de la exquisita Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008) pero volcada al humanismo de derecha característico del realizador, una perspectiva que siempre le ayuda a relativizar cada postura involucrada con vistas a esquivar todo fundamentalismo. En lo que parece ser un patrón constante de su producción de los últimos años, nuevamente se ve obligado a apelar a su experiencia y sabiduría para sacar a flote un guión no muy brillante que digamos, esta vez firmado por Jason Hall. Ya la primera escena nos presenta al protagonista en Medio Oriente y frente a la disyuntiva de matar -o no- a un niño pequeño que recibe una granada destinada a un convoy norteamericano. Un flashback deja la resolución pendiente retrotrayéndonos a la infancia del propio Kyle y las consecuencias legitimantes del chauvinismo del padre para con la tríada “Dios, patria y familia”. De hecho, la primera media hora apuntala el tono naturalista a partir del cual el relato se valdrá de allí en más para retratar los cuatro períodos de servicio del marine en territorio hostil. Por supuesto que en esta oportunidad el único responsable de que el convite llegue a buen puerto es Eastwood, quien le otorga el suspenso necesario a las secuencias de acción y nunca deja de lado la dialéctica del corazón para los momentos de mayor intimidad. Ahora bien, a pesar de que Bradley Cooper produce el film, personifica a Kyle y prácticamente está todo el tiempo en pantalla, su desempeño no pasa de correcto y hasta es opacado por Sienna Miller como Taya Renae, la esposa del protagonista. La historia trabaja esa faceta hogareña que Vivir al Límite obviaba de manera concienzuda para privilegiar una suerte de adicción a la adrenalina que en esta ocasión aparece licuada y reconvertida en un compañerismo de raigambre fraternal, sin duda uno de los grandes ardides del cine bélico. Quizás el mayor mérito de la película se concentre precisamente en esta articulación de jerarquías opuestas, las cuales terminan compensándose a nivel narrativo: si Kyle en combate extraña a su familia (hijos incluidos), estando con ellos se siente vacío y bordea la paranoia más violenta (trastorno de estrés postraumático). El contexto cinematográfico actual -léase el grueso de la industria, la prensa y el público- no cuenta con la paciencia suficiente como examinar con cuidado la multiplicidad de capas que un autor como Eastwood administra en Francotirador, un opus sincero y conservador que no se mete con el sustrato político del gobierno culpable de tantas muertes y se limita a sistematizar la complejidad anímica del día a día de la mano ejecutora del imperialismo estadounidense…
Francotirador es una gran película bélica para disfrutar a pleno solamente en pantalla grande. Las secuencias de acción tienen mucho realismo (obviamente al estilo Hollywood), un gran dramatismo y una fuerte carga emocional que harán que su extensa duración apenas se note. El trabajo actoral que realiza Cooper humaniza...
La leyenda continúa Parece que Clint Eastwood se ha inclinado hacia los films biográficos, como ha venido demostrando en sus últimos trabajos, esto es a cargo de J. Edgar y Jersey Boys. Aquí, en American Sniper, nos narra la historia de Chris Kyle, adaptando a la gran pantalla la autobiografía del Navy SEAL. Probablemente no se trate de una de las mejores películas del gran director de Mystic River, pero acaba dejando una sensación de conformidad apreciable gracias al pulso que aún posee Clint para abordar este tipo de relatos. Algunas voces se encargaron (y otras se encargarán también) de señalar a la obra como otra propuesta que destila patriotismo por la nación. Lo cierto es que Eastwood no toma una postura definida acerca de los eventos que nos presenta, y profundiza (como bien suele hacerlo) sobre las cuestiones humanitarias que incluso tienen lugar en la proyección, algo que asimismo divide y dividirá opiniones por todo lo que implica la temática central de la misión en Irak. Bradley Cooper lleva a cabo una destacable actuación en la piel de Chris Kyle, aquel marine que recibió el mote de “Leyenda” tras salvar una gran cantidad de vidas y por su capacidad milimétrica a la hora de posicionarse como francotirador. El actor de American Hustle es una de las razones por las cuales American Sniper suma unos puntos extra en su puntuación final. De hecho, es uno de los nominados a Mejor Actor de cara a los premios Oscar 2015. Su interpretación tiene momentos muy bien logrados, algunos de ellos consiguen sofocar, conmover y ponerle la piel de gallina al espectador. Dichos pasajes enmarcados por los primeros planos de los que el octogenario director se vale para acrecentar el dramatismo y la tensión. Sienna Miller acompaña de buena manera en el rol de esposa de nuestro protagonista. Una mujer con una constante opresión provocada por la angustia que le representa el hecho de que Kyle viaje a cada una de las misiones a Irak. Este aspecto es uno de los que cobra mayor grado de emotividad en la narración, junto con las situaciones en las que se ve inmerso nuestro intérprete principal. Si la primera hora de American Sniper evidencia ciertas irregularidades o recaídas para enlazar de lleno al observador, la segunda mitad cobra más fuerza en todos sus sentidos. La acción toma un poco más de posesión, y el drama da la impresión de estar mejor elaborado, de forma progresiva. Eastwood amplía la variedad de sensaciones que pasan por la mente de Kyle, desde el sufrimiento y el vacío hasta incluso la paranoia. En líneas generales, el film se percibe más que interesante. Lejos de otras grandes cintas del realizador, pero con la aptitud e idoneidad innata que hacen de Clint un eximio narrador. LO MEJOR: la narración. La interpretación de Bradley Cooper. LO PEOR: la primera mitad del film, irregular. PUNTAJE: 7
Clasicismo inoxidable. El cine de Hollywood todavía no le ha encontrado la vuelta para las representaciones de las guerras de Irak y de Afganistán. Se podría decir que el estado híbrido de esta lucha armada contribuye a la falta de perspectiva histórica, necesaria para entender un conflicto y para poder desarrollar historias. En los 70, la industria contaba con grandes nombres para llevar a cabo las primeras experiencias de Vietnam en cine, lo que se extendió a la siguiente década, así ofreció algunas obras maestras como Apocalypse Now y Pecados de Guerra (Casualties of War). Tan solo Kathryn Bigelow con Vivir al Límite (The Hurt Locker) logró sortear el fracaso de las producciones demasiado urgentes de una guerra actual, y era hasta el momento la excepción a la regla maldita de desastres tanto en taquilla como en lo artístico sobre Irak. Más allá de estos antecedentes negativos, Clint Eastwood nunca sintió siquiera una mínima presión, a lo largo de su extensa carrera, para desarrollar temas o problemáticas -por más duras que estas fuesen- como si estuviera ajeno a los momentos del cine porque su capacidad para narrar es más sólida que cualquier crisis que pueda presentar la industria de Hollywood. Siempre bajo el signo del clasicismo, no importa si es un thriller sobre la desesperación de una madre por reencontrar a su hijo o si es una biopic de J. Edgar Hoover, el viejo Clint mantiene vivo el fuego de la narración como bandera que se clava en cualquiera de las dimensiones de sus películas. Inmediatamente después de la luminosa Jersey Boys, la historia de Chris Kyle (denominado el francotirador más letal de la historia militar de EE.UU.) se ubica perfecta en la repisa de inquietudes del octogenario director. Lejos de ser una biopic de cuatro paredes, el relato comienza con la primera participación en el campo de batalla para Chris -a quién se lo nombrará en la película más como “Legend” que por su nombre de pila- y su bautismo de fuego al tener que decidir si elimina a una madre y su hijo que cargan una granada destinada a ser arrojado contra un tanque. Desde allí, Eastwood retrocede en el tiempo y enarbola -con un poder de síntesis envidiable para muchos directores- la niñez y los años previos al alistamiento de este francotirador con los SEAL, para volver nuevamente al punto de inicio y avanzar en los cuatro tours del protagonista, a lo largo de varios años. Bradley Cooper también parece entender de síntesis porque aplica la misma táctica de su director, en completa sintonía al componer este duro personaje. El correlato de la obsesión de Chris por atrapar a su némesis, un colega enemigo que está acabando con sus compañeros, se cuela hasta revestir mayor importancia para la historia, en contraposición con la subtrama de enajenación y tensión generada con su mujer, quien no puede convencer a su esposo de “regresar” al hogar y ser el mismo de antes de la guerra. La historia de este francotirador, convertido en celebridad dentro del círculo militar estadounidense, no es finalmente un vehículo para relatar el alienamiento, como pasaba en la mencionada Vivir al Límite: allí donde el cinismo de Bigelow contorneaba con singularidad la historia de un hombre sin miedo a la muerte, Eastwood baja a tierra con cierta emotividad primaria en los modos narrativos pero suficiente para no alertar al detector de golpes bajos. Otro de los mayores méritos está en evitar el exceso de patriotismo, principalmente por sembrar cierta ambigüedad en pequeños símbolos como la biblia de Chris y algunas resignificaciones irónicas, por ejemplo cuando enuncia el clásico “Dios, patria y familia, ¿no?” antes de darle una palmada en el hombro a un compañero, como respuesta a una pregunta sobre sus creencias. Es decir, una suerte de desmarque del lugar común del redneck enrolado para servir a su país en la guerra de turno. El gran director de Cazador Blanco, Corazón Negro también utiliza la misma estrategia que su héroe, al ponerse también al margen de la carga ideológica pero lejos del tono panfletario porque se vale de los elementos del cine para narrar, simbolizar y construir sentido siempre desde su perspectiva inoxidable. Hasta se da el lujo de armar secuencias virtuosas como la larga toma de la tormenta de arena, tan solo por eso vale la entrada de cine.
Patriotismo…y nada más Cuando uno se sienta a ver una película que se titula ni más ni menos que American Sniper, sabe de antemano que con algo de propaganda yanqui se va a encontrar. El tema es que nunca se espera TANTO. De todas formas, me senté a verla. Pero cuando terminé esta película del gran Clint Eastwood no podía creer dos cosas: primero, que fuera una película dirigida por el director de Million Dollar Baby y segundo, que estuviera nominada a los premios Oscar como Mejor Película. Pareciera que a Clint se le acabaron las buenas ideas y decidió no retirarse sin ganar otro Oscar. Por eso se ajustó a la nueva receta de la Academia para hacerse con la tan esperada estatuilla: una cucharada de guerra de Irak, unos cuantos bárbaros árabes con métodos arcaicos, un soldado re contra patriota que ama a su país y quiere vengar a los suyos y una pizca de Torres Gemelas que caen por un acto terrorista. Voilá! Prácticamente tienen asegurado el Oscar. American Sniper cuenta la historia de Chris Kyle, un oriundo de Texas que decide hacer algo honorable con su vida y se convierte en un NAVY SEAL, elite del ejército estadounidense. Basada en un libro homónimo, escrito por el verdadero Chris Kyle, hace un repaso por la vida de este francotirador, quien se convierte en leyenda luego de asesinar (según se dice en la película) más de 160 personas en la guerra contra Irak. Así conocemos un poco de la infancia de este NAVY SEAL, donde su padre lo entrena en el uso de las armas y le enseña que lo más importante es proteger a la familia de los que le quieren hacer daño. Protección que él luego eleva a su país. Más allá de la propaganda yanqui y la glorificación de la guerra, cosas que suelen aparecer en todas las películas de guerra de Estados Unidos, American Sniper no cumple con las expectativas. En las dos horas y veinte que dura sólo cuenta con dos momentos clave en el final que pasan sin pena ni gloria. Uno sucede en una cámara lenta que le quita importancia y el segundo (¡el más importante!) el director lo resuelve con una placa negra en la que escribe lo que sucedió. Las escenas que deberían ser tensionantes no logran el ambiente adecuado y están pobremente ejecutadas. Lo único que la salva es la gran actuación de Bradley Cooper, cuya nominación al Oscar como mejor actor me resulta adecuada. En conclusión, si no sos un estadounidense que ama su país y lo que querés es ver una buena película de guerra, probablemente American Sniper no sea la mejor opción. Patriotismo…y nada más.
Balas de salva Resultaría estéril recordar que Clint Eastwood (ya tiene 84 años) es un confeso republicano y que su nacionalismo permanece intacto a pesar de un tibio criterio de ampliar el pensamiento sobre determinados postulados que marcan las enormes diferencias entre republicanos y demócratas. Por eso era de esperarse que esta biopic sobre Chris Kyle, quien tiene el record de más de 150 abatidos insurgentes en las guerras de Medio Oriente, una verdadera máquina de matar para los marines, venga recargada de esta dialéctica mentirosa que sostiene la idea de hablar de la guerra apelando al humanismo de sus ejecutores, léase víctimas engañadas de un sistema perverso que demoniza e idolatra a sus víctimas y victimarios en un abrir y cerrar de ojos, sin tomar una posición política para quedar bien con todos. Lo que queda claro tras 132 minutos, que pueden dividirse en una estructura narrativa básica como el entrelazamiento entre presente y pasado de Kyle, interpretado por Bradley Cooper (también productor), es que para el director de Gran Torino la guerra es per se mala y termina degradando a los hombres como Chris Kyle, quienes una vez regresados al suelo norteamericano experimentan tal vacío existencial habiendo cumplido con los mandatos de tradición, familia y propiedad, además de experimentar en carne propia el sentimiento de culpa por haber sobrevivido. Tal cóctel de trauma psicológico primario provoca el deseo inconsciente de volver al teatro de operaciones cuanto antes en pos de la defensa de la libertad del mundo. ¿Asesino de civiles o héroe? A pesar del destino trágico del protagonista, Francotirador no logra responder al menos desde la reflexión a este interrogante incómodo y como toda película norteamericana y bélica blande las banderas del heroísmo, la redención y la justificación del intervencionismo imperialista. Si bien el patrioterismo es moderado, debe reconocerse en el hábil Clint la capacidad para narrar desde las imágenes y la tensión dramática puesta al servicio de la acción teniendo en cuenta que el guión de Jason Hall es bastante chato y esquemático. Cuando se hace énfasis en el conflicto interno del personaje, las secuelas de ese stress post traumático que desarticulan su convivencia con una esposa comprensiva pero cansada (Sienna Miller), el film se vuelve un tanto solemne y pesado para tan pobre historia. El director de Los imperdonables es mimado con nominaciones de la Academia pero no como mejor director, algo que en este caso particular hubiera resultado más que un regalo, aunque es más que conocido el conservadurismo predominante en los miembros que año a año depositan sus votos para continuar alimentando la maquinaria de la industria más hipócrita y poderosa del planeta, basta con ver aquellas películas que se colaron en la terna de las mejores como este film desabrido.
Chris Kyle fue conocido como el francotirador más letal de la historia estadounidense, jactándose él en su libro de ser responsable de casi 250 muertes y una a casi dos kilómetros de distancia. Chris Kyle es un asesino a sangre fría para muchos y un héroe de la patria para otros tantos. Clint Eastwood toma como base la autobiografía del famoso francotirador y así nos cuenta cómo un joven vaquero sin mucho éxito en sus relaciones decide enlistarse casi al mismo tiempo que conoce a su futura mujer. Bradley Cooper y Sienna Miller conforman entonces una pareja con buena química, pero que funciona mejor en los primeros momentos de la relación. Porque después, Chris no podrá, no importa cuánto lo intente, llevar adelante ambos tipos de vida. En la guerra, como miembro de la Navy Seals, Chris se convierte rápidamente en un exitoso francotirador hasta el punto de ser apodado el Diablo de Ramadi en Irak y con 80.000 dólares por su cabeza. Pero estar en ese lugar no es algo fácil, el enemigo a veces puede ser un niño o una señora con un arma en la mano. Y así de fuerte empieza la película, con Kyle situado frente a la perilla debatiendo si debe o no disparar a una señora con un chico que de repente saca un arma. Mientras Kyle siente cada vez más fuerte la necesidad de proteger a sus compañeros, su matrimonio comienza a derrumbarse. En su casa lo espera su mujer, sus hijos, y los miles de mambos que no puede evitar llevarse siempre consigo a donde vaya. Cuatro veces va a luchar a Irak Chris, más allá de cuánto su mujer le implore que se quede. Y por momentos la película recuerda a The Hurt Locker, el film de Kathryn Bigelow que pone en el centro a un Jeremy Renner capaz sólo de desactivar bombas, que no se haya como un marido y padre normal, que no es él si no está en el campo de guerra. Y acá sucede un poco lo mismo. Por eso se demora todas esas veces hasta darse cuenta de que si sigue yendo su matrimonio llegaría a un fin. En su casa, junto a su mujer y sus hijos, a veces se encuentra distanciado, en cambio, en el campo de guerra nunca duda. Más allá de humanizar a una máquina de guerra, como muchos pueden ver esta película, Eastwood demuestra una vez más sus dotes como director. En este caso, con una edición cuidada que puede saltar de tiempo en tiempo pero en momentos muy precisos. Y hay una escena en particular, que se sucede en una tormenta de arena, que es de lo más destacable de la película. Otra decisión que toma es la de no utilizar una banda sonora. Hay algunos sonidos que funcionan como golpes de efectos que se terminan tornando un poco reiterativos pero además, la lluvia de créditos en silencio no hace más que acrecentar la sensación que deja esta película, no importa la postura que tome. Con seis nominaciones al Oscar, incluyendo una para Bradley Cooper, que parece venir siendo un favorito de la Academia, American Sniper es una buena y polémica película, que conviene ver intentando alejarse del trasfondo ideológico.
Hace ya cierto tiempo que la oferta de grandes tanques a rasgos generales se ha dividido entre adaptaciones de libros exitosos, remakes e historias reales. American Sniper es el retorno de Clint Eastwood a la temporada de premios y no podía ser menos: esta es una adaptación de una novela basada en hechos reales. El Francotirador cuenta la historia de Chris Kyle, un vaquero de rodeo que ya creció con un fuerte sentido de la responsabilidad en cuanto a defensa de su hermano menor y de imponerse. Pero Chris es un cowboy rudo y aparentemente egoísta que no puede terminar de mirar a quien está al costado por un falso sentido del deber por sobre el resto. Este hombre se convierte en una leyenda por su efectividad con el rifle en Irak, matando a más de 160 personas en 1000 días. La película, de poco más de dos horas, se centra en esta ambigüedad del personaje en donde la guerra se lucha tanto en su cabeza como en el campo y donde deja a una familia atrás con la que no puede relacionarse. Lo interesante de Clint como director son tanto sus particularidades en cada cinta (en este caso el uso de primerísimos primeros planos, con poco aire, asfixiando al personaje) como sus espacios recurrentes: sigue siendo un maestro de cómo filmar con claroscuros y de noche y del uso recurrente de atrezzos (objetos que en su repetición simbolizan una motivación del personaje reforzando a quien vemos en pantalla). Un ritmo que por momentos decae pero que sobre todo en el inicio y en el final funcionan muy bien. No subestima al espectador y no le da más información o morbo del que necesita. Bradley Cooper, a quien todos acusamos de colarse entre los nominados y de robarle el espacio a Jake Gyllenhaal, está realmente impecable. No soy su fan, pero puede manejar los matices como hace tiempo no veía, no está exagerado ni va a los lugares comunes. Y puede representar el carisma de Kyle sin esfuerzo. Sienna Miller, una de las mujeres más hermosas sobre la faz de la Tierra, está correcta en su rol de la mujer que siempre espera a que él vuelva. No sé si podía pedírsele más pero la verdad es que la olvidé apenas termina el film y eso nunca puede ser del todo bueno. Como siempre, tiene una respetable batería de secundarios que cumplen de una manera más que correcta, pero sobre todo para que destaque él. El guión peca un poco de clásico, donde podemos delimitar exactamente la fórmula: a los 30 minutos el primer punto de quiebre, el personaje que no cambia en esencia porque está maravillosamente delimitado desde el primer momento, todo lo que se imaginan. Pero es un trabajo prolijo, sin agujeros y que en manos de Clint se convierte en algo más que del montón. Para aquellos que se la toman demasiado enserio, con toda la carga ideológica de un soldado americano a quien pintan como leyenda, pero sabemos qué vemos cuando vemos un film de este estilo. El resultado final es una buena película. Te extrañaba mucho, Clint.
En los últimos años de la década del cuarenta, el gran Vincente Minnelli filmó cuatro películas extraordinarias: Undercurrent, un oscurísimo film noir; The Pirate, un musical de aventuras con un Gene Kelly en estadio de gracia; Madame Bovary, una de las mejores adaptaciones que se hizo sobre la novela de Flaubert, y Father of the Bride, una comedia clásica, ejecutada con mecanismos de relojería cinética. Estos saltos de géneros en pocos años eran habituales en la época de oro del cine de Hollywood, brindado por la enorme cantidad de directores talentosos que construyeron con ladrillos firmes el clasicismo. Minelli tenía un gran conocimiento de puesta en escena, de coherencia narrativa y una visión del mundo sólida y concreta. Es decir, la estructura moral de Kelly en The Pirate era la misma que Robert Taylor en Undercurrent. Minnelli había entendido todo de los primeros cincuenta años de cine, era un autor hecho y derecho. Hoy, Clint Eastwood replica esa idea fundacional del cine, ese modelo de producción, esa coherencia en la puesta en escena y esa moral en sus personajes que lo convierten en el máximo referente vivo del clasicismo en el cine americano. Sus últimas tres películas son básicamente tres biopics (Hoover, Frankie Valli y Chris Kyle), pero que saltan de géneros entre el biopic duro (J. Edgard), el musical (Jersey Boys: Persiguiendo La Música) y en su última película, regresando al cine bélico: Francotirador. Eastwood se mete por primera vez con el conflicto en Oriente Medio, repasando la historia de Chris Kyle (Bradley Cooper en muy buena forma), el francotirador con más muertes en su haber reconocidas por el ejército de los Estados Unidos. Clint intenta reconstruir la lógica de cómo un ser humano normal se puede convertir en una máquina de matar sin titubear y se apoya, indudablemente como referencia, en el Jeremy Renner de Vivir al Límite: un obseso desarmador de bombas que sólo le interesaba hacer bien su trabajo (idea central del cine de Kathryn Bigelow: personajes compulsivos por cumplir sus tareas). Ahora bien, la idea central del accionar de Kyle es construida por Clint desde la interrupción de la primera secuencia con la incomodidad que produce en el espectador cortar un pleno clima de suspense, donde el personaje tiene que decidir si mata un niño con una bomba o no, para que observemos un flashback sobre el por qué Kyle toma sus decisiones. Una infancia patriarcal “republicana” y white trash, con la idea de Dios presente en todo momento donde nos muestran al padre de Kyle enseñarle a disparar y descubrirse como habilidoso en el rubro marcan el destino del personaje, que conoce y se casa con Taya (la bella Sienna Miller) y no hará mucho más de su vida antes de enrolarse en los SEALS y partir hacia Irak. Ahí, ya en Irak, donde Clint muestra alienación y locura, algunos interpretan un exceso de “americanismo” y tildan a Eastwood de paladín de la derecha imperialista. Esta visión sesgada con un risueño y casi patético progresismo de jardín de infantes es absolutamente vacua, ya que Clint sólo quiere mostrar lo inútil y estúpida que es esta guerra desatada por los Estados Unidos, al mostrar la conversión del personaje a un ente que quiere volver una y otra vez a Irak, dejando a su familia ante el argumento estúpido de querer seguir salvando vidas. Eastwood remarca esta idea idiota de manera gruesa, intencionalmente, en un dialogo entre Kyle y Taya sobre por qué debe regresar (casi el mismo dialogo entre Renner y su esposa en el final Vivir al Límite) y después lo reafirma en ese plano calcado al del inicio donde esta vez es Kyle quien lleva a su hijo a aprender a tirar, repitiendo la historia dos veces, primero como tragedia y después como farsa. La película no es nacionalista en absoluto, después de la muerte de Kyle a manos de un veterano que pretendía ayudar el bueno de Eastwood despliega el juego de banderas yanquis en las rutas, homenajeando al hombre que “había dado la vida por ellos” a cambio de un sinsentido total, es decir, Clint muestra que Estados Unidos está jodido de verdad, pero ¿cómo haces para explicarle esto a los progresistas de escuela con coeficiente intelectual de preceptor de colegio secundario? Tarea muy difícil. Eso sí, cuando ven una película del genio de Eisenstein jamás dicen que existe nacionalismo y adoctrinamiento, porque para ellos existen “adoctrinamientos buenos y adoctrinamientos malos” por eso condenan a Eastwood pero a Pudovkin jamás. El Stalinismo es así.
Muchas veces he aclarado que soy un fan incondicional de Clint Eastwood. A tal punto que no entiendo a los que no lo son. El siempre cuenta grandes historias y uno termina olvidando que el la está contando. Clint nunca es protagonista por su forma de dirigir porque sabe volcar todo sobre el personaje. Con Francotirador lo vuelve a hacer. Primero no hay que olvidar como alguien a su edad puede filmar así. Tiene momentos de tensión increíble, escenas de acción con gran ritmo y muchas cámaras. Todo hacía pensar que su anterior película, el musical Jersey Boys era una forma de decir que estaba más tranquilo pero claramente no fue así. No hay que dejar de saber que es la historia de un francotirador norteamericano, no de un paladín de la justicia, por lo que uno sabe que verá banderas y soldados luchando por lo que fueron entrenados. El desarrollo de la película está muy bien, mezclando algunas etapas, o mostrando momentos para entender a los personajes o a la personalidad de los soldados. Bradley Cooper está genial en el papel y se banca de manera brillante su protagonismo absoluto. Es una película de guerra, con cosas que hemos visto en muchas otras y que incluso eso le puede jugar un poco en contra con algunos aspectos. También tiene un momento WTF cuando un bebé es un muñeco y no se puede creer en esta década que pase esto... Pero es una película de Clint, que termina y sabés que te contaron una historia. Que te guste o no ya depende de cada uno, pero Clint sabe contarlas y yo me siento y disfruto mucho sus relatos.
American Sniper no es esa gran película que todos alaban, ni mucho menos carne de premios. El nombre de Clint Eastwood claramente ayuda bastante a hacer efervescente el ambiente, pero lo cierto es que en el fondo, el nuevo film del veterano actor y director es un relato bastante conocido ya de las consecuencias que acarrea la guerra. El patriotismo cegador del texano Chris Kyle, a quien se la adjudican 160 muertes gracias a su infalible puntería, puede confundirse fácilmente con patriotismo americano, pero en manos de Eastwood la balanza no se inclina por el lado obvio. Detrás de una historia que no dice mucho por la repetición constante de la temática, hay grandes momentos de esos que erizan la piel por su crudeza, así como también los hay aburridos y demasiado trillados. American Sniper oscila entre notables escenas de tensión hasta la ahora infame secuencia del retoño plástico de Kyle, pero no se puede decir que aburra. Eastwood tiene una visión y un toque bastante particular, sin muchos aditivos ni tampoco grandes ínfulas. Simplemente agarró un personaje de la historia contemporánea americana y lo uso como vehículo para contar su historia. En ese aspecto, es esencial la presencia de Bradley Cooper, un sólido actor que ha cimentado su carrera a lo largo de los años y anteriorermente entregó papeles fenomenales y muy diferentes en Silver Linings Playbook y American Hustle. Chris Kyle es otro testimonio más de que Cooper es un excelente actor que eleva el material que tiene a su disposición, pero lejos está de otras brillantes actuaciones en su haber. Durante las dos horas de la vida de Kyle es a él a quien más vemos y seguimos en sus tours de combate y el regreso a su hogar, donde no puede sacarse de encima la sensación de peligro constante. Es en esos momentos en donde Cooper saca a relucir toda su actitud, con pasajes angustiantes y muy entendibles de lo que el deber para con el país puede significar en una persona, así como también aflora la crianza que tuvo el mismo Kyle, con un padre por demás adusto. Pasando la gran interpretación del protagonista -quien lejos está de otros grandes personajes dentro de la terna nominada al Oscar y de los que quedaron afuera- hay poco espacio para los personajes secundarios, con un gran rol de Sienna Miller como la adorable esposa del francotirador, o los compañeros de combate -Luke Grimes, Jake McDornan, etc- en tierras iraquíes. Sí, son aceptables papeles secundarios, pero no tienen la profundidad suficiente como para comportar un soporte fiable contra la gigantesca figura de Kyle. Son pilares para que la historia funcione y nunca tienen mayor relevancia que cuando interactúan con el protagonista. American Sniper es una dura película de acción con escenas de gran calibre emocional, lo cual sorprende por la avanzada edad Eastwood, mas no lo hace dentro del marco de su temática, aún con un gran trabajo de parte de Bradley Cooper.
La vitalidad de uno de los grandes de la cinematografía norteamericana No es la primera vez que Clint Eastwood nos sorprende, pero esta vez nuestro asombro es mayor. Hace algo más de 10 años muchos críticos y cinéfilos opinaban que su estrella se estaba apagando. Luego de obtener en 1992 nueve nominaciones y cuatro Oscars con “Los imperdonables” a la que sucedió tres años después “Los puentes de Madison”, quizás su obra más perfecta, siguieron una serie de películas relativamente menores con pobre respuesta de público. Todo ello iba a cambiar en 2003 cuando “Río místico” sumara seis nominaciones al Oscar, ganando dos a mejor actor principal (Sean Penn) y de reparto (Tim Robbins). Y aún más cuando un año después “Million Dollar Baby” la superara incluso con siete nominaciónes y cuatro Oscars, incluyendo los dos mayores (mejor película y director). Pero a partir de la segunda mitad de la década pasada nuevamente la suerte con el Oscar le sería esquiva, con un único galardón en un rubro menor (mejor edición de sonido) para “Cartas de Iwo Jima” en 2006. En 2008 (sin nominaciones) “Gran Torino” mejoró un poco la performance pero no funcionaron “J.Edgar” y menos aún “Jersey Boys”, que apenas vieron 12.000 espectadores en Argentina. “Francotirador” (“American Sniper”) se estrenó en gran escala en los Estados Unidos hace una semana y ya ha superado allí los 120 millones de dólares de recaudación. Todo indica que será su película más taquillera, posición que hasta ahora ocupa “Gran Torino” con algo menos de 150 millones de dólares. Pero además vuelve a posicionarse entre los principales candidatos con seis nominaciones que incluyen mejor película, director y actor. La trama no es excesivamente novedosa al retornar a Irak y un conflicto muy frecuentado por el cine norteamericano. Si bien hay alguna alusión política (imagen del 11 de setiembre por televisión), el enfoque que adopta el director de “Los imperdonables” es más intimista, con la guerra como fondo. En eso se asemeja a “Vivir al límite” de Kathryn Bigelow, la mejor película de 2008 (seis Oscars), aunque en ésa el personaje central desarmaba bombas. Otra diferencia sustancial es que en este caso se trata de un hecho verídico basado en el libro autobiográfico de Chris Kyle, quien pertenecía al cuerpo de operaciones especiales de la Armada de los Estados Unidos conocido como Navy SEALs. Una de las primeras escenas marca el tono de gran parte de la película cuando vemos a Kyle (Bradley Cooper) apuntando con un arma y desde un techo de Bagdad a una mujer y a su hijo. Cuando ella le entregue un explosivo al niño y él vea todo a través de la mira, comprenderá la gravedad del mensaje que le envía un superior diciéndole que “tiene luz verde”, al que se agrega un seco “tú decides”. La película también dedica algún tiempo a la rigurosa instrucción que reciben los SEALs en pleno barro, en la costa (playa) o soportando los chorros de agua que se les arroja desde mangueras a presión. Y también a presentar a Taya, su novia y luego esposa, en una buena interpretación de Sienna Miller (“Foxcatcher”). El relato está dividido en cuatro partes o misiones (“tours”), entre las cuales se intercalan las visitas a su esposa e hijos. Lo que el espectador va percibiendo, a medida que avanza la trama, es lo que en un momento le expresa su pareja cuando afirma “si crees que la guerra no te afecta, estás equivocado”. Las escenas de guerra son impactantes y hay de alguna manera un crescendo dramático que llega a su clímax cuando uno de sus colegas muere en una emboscada y otro, el más cercano afectivamente, es gravemente herido en el rostro. Y pese al cuestionamiento que le hace su mujer al preguntarle “por qué lo hace” y su réplica de que él “combate por ella y por la patria”, ya Chris no parece ser el mismo. Ello se percibirá en sus visitas a psicólogos militares o también a hospitales que albergan a colegas mutilados, pensando que puede ayudarlos. La cuarta y última misión será la más cruenta y espectacular frente a la supremacía numérica de los enemigos. Será el momento en que le avise por celular a Taya que está listo para volver. Pese a que el personaje central es toda una leyenda al haber matado a 160 personas y superado los mil días en el campo de combate, la película no busca ensalzarlo como ocurría por ejemplo en “Corazones de hierro”. Lo que logra es transmitir el horror de la guerra y los trastornos a que se ven sometidos quienes participan en ella. A los 85 años Clint Eastwood demuestra estar en plena forma y aunque no gane ninguno de los seis Oscars a que está nominado, confirma que es junto a Woody Allen uno de los nombres mayores de la cinematografía de los Estados Unidos.
El buen pastor No sé qué tan malos son los tiempos que corren para el cine. Solo sé que siempre se decretó el fin del buen cine, desde que apareció el sonido en adelante, siempre alguien pensó que todo pasado era mejor. Pero cuando una vez una película dirigida por Clint Eastwood se pregunta: ¿Acaso hay algo que no sea genuinamente extraordinaria en esta película nueva, del 2014? Las sospechas del fin de cine se vienen abajo cuando uno piensa que hay directores como él trabajando en la industria y generando esta clase de maravillas. Por qué sí, Francotirador es una maravilla. American Sniper (en la distribución internacional se le ha querido bajar la asociación directa con Estados Unidos cambiando afiche y título) viene justo después de que Eastwood filmara Jersey Boys, esa adaptación de un musical que no era un musical, y acá se mete en el cine bélico de una manera también memorable. En un género donde los códigos narrativos se han vuelto a inventar y en conflictos modernos donde Kathryn Bigelow ha entregados dos obras maestras (Vivir al límite y La noche más oscura), Eastwood hace caso omiso y consigue fusionar su clasicismo a ultranza con la estética que le plantea este nuevo escenario. Eastwood sigue siendo clásico (¿Cómo podría dejar de serlo?) pero como sus maestros, lleva al límite las herramientas que ese clasicismo le deja en sus manos. Cuando un director tiene el dominio del lenguaje que tiene Eastwood, los matices que puede lograr no tienen límites. Si alguien les cuenta American Sniper, jamás entenderían que película es. American Sniper habla a través de la imagen, del rostro y el cuerpo enormes de su protagonista. Cada vez más pesado, cada vez más cansado, que carga su rifle como una cruz, que asume su responsabilidad como un sacrificio. Chris Kyle (Bradley Cooper en la que sin duda es la actuación de su vida) escucha en la infancia a su padre cuando le dice que en la vida hay corderos, lobos y perros pastores. Chris sabe desde entonces que su rol es el de perro pastor, pero entre el mundo de la infancia y el de la guerra hay un abismo enorme. ¿Qué tan terrible puede ser la guerra? Es la pregunta que el propio Kyle cuando en su primer trabajo mata a una mujer y a un niño que ataca a sus compañeros de combate. Más bajo que eso ya no se puede caer. Chris pierde la inocencia en su primer disparo, ya nunca volverá a ser lo mismo, nunca más. Lo curioso es que allí comienza su recorrido como héroes. No se puede dejar de pensar en Los imperdonables (Unforgiven, 1992) cuando a su protagonista William Munny (interpretado por Eastwood) le dicen “Asesino de mujeres y niños”. Eso es Chris Kyle, aunque su contexto sea diferente, aunque Munny va del infierno a la redención y luego otra vez al infierno e en una última misión que lo convierte también en un perro pastor. Chris Kyle lo pierde todo desde el comienzo y de allí en más será héroe, leyenda, admirado por sus compatriotas, perseguido por sus enemigos. Eastwood se mueve en el mismo territorio que su maestro John Ford, desmenuza el precio de la gloria, analiza como la sociedad construye héroes, mitos, como se une alrededor de esas figuras que no son otra cosa más que un invento para unir a una sociedad. ¿Cuántos films sobre guerra han mostrado con tanta crudeza las monstruosas acciones que lleva adelante este personaje? Es nuestro protagonista, queremos que sobreviva, queremos que venza a su enemigo francotirador, pero definitivamente no podemos sentirnos cómodo con sus acciones. Vemos a Chris Kyle convertirse en leyenda frente a nuestros ojos. Pero esa leyenda llega de afuera, sus compañeros le dicen una y otra vez que es el número uno. Y serlo implica haber matado a la mayor cantidad de gente comprobable. Su condición de héroe absoluto, emocionante y definitiva llega recién con su muerte. Kyle es asesinado por uno de los muchos ex soldados que han vuelto enajenados del conflicto en oriente medio y que vuelven enajenados de la guerra en general. Intenta salvar vida en oriente medio, cosa que logra, pero lo hace matando más gente que nadie. Su propia familia queda olvidada atrás en Estados Unidos. Chris Kyle no tiene la obsesión de los personajes de Bigelow, Kyle tiene una responsabilidad, una tarea, una misión en la vida. Así se lo ha dicho su padre, así lo ha entendido él. Esa misión destroza su vida, esa misión termina con su vida. No es que la película tampoco lo tome como un loco o un monstruo, porque tampoco es una película superficial ni un panfleto progresista, Kyle es más complejo. Kyle hace lo que le dijeron que debía hacer. Y aunque en su primera misión descubre el horror, igual sigue adelante, no se lo reclama a nadie, no le llora a nadie, no le protesta a nadie. No se siente héroe, como se puede ver en varias escenas, incómodo frente a los elogios y los agradecimientos. Intenta ayudar genuinamente y su culpa es no haber podido ayudar más. Sigue siendo un perro pastor, hasta el fin de sus días. Como posiblemente lo es su francotirador del bando contrario, Mustafa, que también tiene una familia, que también tiene una vida y que también, seguramente, tiene la misma misión que Kyle. No hay una esplendorosa y espectacular batalla entre ambos, la muerte de Mustafa es triste, fría, distante como lo está Kyle cuando le dispara. Mustafa es el Kyle del ejército enemigo. Como John Ford en Fuimos los sacrificados, Eastwood muestra a la guerra como aquello que lo destruye todo. Las fiestas, los bailes, lo cotidiano, los valores, la vida. Como los personajes de aquel film, Kyle cumple con su parte del plan. Y como en las películas de John Ford, el rol del héroe es triste e implica sacrificios inesperados. El propio Eastwood ensayó en esa obra maestra llamada La conquista del honor todo un tratado sobre el cruel lugar que ocupa aquel que tiene que ser oficialmente héroe. Como Ford, Eastwood es un director lúcido, sereno, amargo y a la vez lleno de energía. No es American Sniper una película sencilla. Requiere pulso y mucha fuerza. Algunos verán –confirmando las teorías de Eastwood, claro- a Kyle como un héroe sin fisuras. Los que lo vean así estarán actuando como los que van a saludar el paso de su féretro rumbo al cementerio al final de la película. Pero la película es más ambigua, es mucho más compleja, basta ver como abandona Kyle el campo de batalla al final para mostrar un nivel de desencanto tan alto como angustiante. Eastwood genera tensión a un nivel extremo. La mencionada primera misión está dividida en partes. El director muestra, con su habitual talento, que un simple disparo en una guerra es mucho más. Eastwood recurre al poco usado por él recurso del flashback para anunciarnos que la historia es más complicada de lo que creemos. Y lo es. La historia con minúscula y con mayúscula no tiene nada de sencillo. Inteligencia, complejidad, profundidad y último, pero no menos importante, un estilo visual que no tiene comparación. El cine está más vivo que nunca mientras haya genios que hagan películas imprescindibles como esta.
"El verdadero Frank Castle" Clint Eastwood desembarca nuevamente en la pantalla grande con una potente historia de suspenso basada en la vida del francotirador más letal de la historia de los Estados Unidos. El resultado es un correcto film bélico que disfrutaran solo unos pocos. “American Sniper” cuenta parte importante de la vida de Chris Kyle, un francotirador norteamericano al que se le adjudican más de 160 muertes confirmadas tras sus repetidas misiones en la guerra de Irak. Por ese implacable accionar, Kyle fue apodado “el demonio de Ramadi” dentro de esta zona de guerra y los iraquíes llegaron incluso a ponerle un precio tan elevado como absurdo a su cabeza (ni más ni menos que 20 mil dólares). Puertas adentro, Kyle es considerado un verdadero héroe y referente para los combatientes norteamericanos, quienes luego de conocer sus proezas lo empezaron a llamar “la leyenda”. Obviamente, como era de esperarse, el paso del tiempo le daría a Kyle una serie de importantes condecoraciones que lo pondrían en el ojo de la opinión pública (momento que el ex combatiente aprovechó muy bien y publicó su exitosa autobiografía devenida en best seller). La nueva película de Eastwood coquetea con ambas caras de esta polémica personalidad y sorteando varias complicaciones podemos decir que consigue ofrecer una versión fría, seca y sin demasiada profundidad dramática sobre la agitada vida de este soldado. Con el pulso que lo caracteriza, el director de “Jersey Boys” logra que su nuevo trabajo sea una película que aprovecha muy bien sus tiempos pese a carecer de un ritmo dinámico y completamente atrapante. Es decir, avanzando de a poco pero siempre de forma ascendente, “Francotirador” te sumerge por igual en un infierno de balas y tensión pero también en la cotidianeidad familiar con la que nuestro protagonista parece sentirse bastante incomodo. En ese punto es donde se encuentran las falencias de esta propuesta que, si bien bajo la atenta mirada de un amante del género bélico puede parecer infalible, nunca termina por consolidarse cómodamente como un drama. Y como ambos géneros supieron combinarse de gran forma a lo largo de la historia del cine, no está mal pensar que “Francotirador” podría haber sido una película mejor. Bradley Cooper sostiene con su trabajo todo el peso de la película, llevando al espectador a un punto de extraña comodidad en donde la irrupción de cualquier otro personaje termina siendo una molestia. Ahí es donde aparece el paupérrimo trabajo de Sienna Miller, quien como la esposa de Kyle no logra transmitir la química necesaria para crear junto a Cooper una historia romántica lo suficientemente consistente para explotar el lado dramático que implican los conflictos bélicos. Por este motivo, “Francotirador” es una propuesta en la que Eastwood se luce solamente a la hora de mostrar las diferentes misiones en las que Kyle se ve involucrado. Estas escenas (todas y cada una de ellas) logran mantener en vilo al espectador gracias al crudo y realista reflejo de las dramáticas situaciones que deben atravesar los personajes involucrados. Si uno encara esta película con la idea de encontrar un drama, el resultado seguramente será decepcionante. ¿Por qué? porque Eastwood decide dejar fuera de la ecuación el costado dramático de esta historia, cuyo final además es muy significativo y habla a las claras de una realidad que no se puede negar. Casi como un presagio del trágico desenlace que suponen siempre las inesperadas vueltas del destino, el logo de los excombatientes de SEAL 3, entre los que se encontraba Chris Kyle, reza hasta la fecha la siguiente frase: “A pesar de lo que te dijo tu mamá, la violencia si resuelve problemas”.
Viaje al interior de una máquina de matar Sin caer en el patrioterismo ni en el panfleto antimilitarista, la nueva película del veterano realizador sigue al sniper Christopher Scott Kyle con rigor y un uso magistral de la acción y el suspenso: retrato certero de un soldado hiperentrenado en terreno iraquí. A los 84 años, Clint Eastwood no sólo no descansa sino que se mantiene más activo que nunca. Allá por 1992, muchos vieron en Los imperdonables una suerte de réquiem, de despedida del cine, idea refutada con creces por los dieciocho largometrajes que llegarían en las dos décadas siguientes. Opus 34 en su filmografía –nominada a tres premios Oscar, incluido el de Mejor película, y sorpresivamente el mayor éxito comercial en toda su carrera–, Francotirador viene precedida de no pocas polémicas, centradas casi exclusivamente en el tono elegido para retratar la vida y la obra de Christopher Scott Kyle, miembro de los Navy Seals que, en su rol de francotirador experto de ese brazo de la Marina norteamericana, ostenta el record de 160 muertes confirmadas, todas ellas durante la ocupación de Irak post 11-S. Basado parcial y libremente en el libro autobiográfico del propio Kyles, el guión de Jason Hall se detiene horas antes de su muerte, acontecida el 2 de febrero de 2013, cuando éste y un amigo fueron asesinados por otro veterano de guerra en un campo de tiro.Pedirle credenciales a Eastwood a esta altura del partido parece no sólo inaceptable sino un poco ingenuo. Más allá de su imagen de duro y de la inoxidable identificación del público con la figura de Harry el Sucio, CE siempre ha sido un republicano de la línea blanda (se ha manifestado públicamente a favor del matrimonio homosexual y del control de armas de fuego, y en contra de las aventuras bélicas de Irak y Afganistán), y basta con volver a ver su díptico sobre la Segunda Guerra, La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima, para corroborar su visión sobre el concepto de patriotismo o para confirmar que es capaz de ponerse en el lugar del Otro, del eventual enemigo. Pero Eastwood no es De Palma ni Francotirador es Samarra, y esperar del director de Los puentes de Madison una apología antimilitar es casi tan disparatado como pedirle a Oliver Stone un panfleto imperialista. ¿Es Francotirador una oda simple y llana a los soldados estadounidenses y su rol de policía mundial, o hay algo más detrás de la tersa superficie de su clasicismo narrativo?Francotirador comienza in medias res, con Chris Kyle (Bradley Cooper, en un rol que le ha valido una nueva nominación al Oscar) apostado sobre la terraza de un casa iraquí, atento a lo que ocurre a su alrededor a través de la mira telescópica de su rifle. Es su bautismo de fuego en suelo extranjero y lo que sigue es la primera prueba como sniper profesional: un niño cargado con una granada antitanques comienza a correr hacia los soldados estadounidenses apostados a unos metros. Un corte preciso altera la temporalidad y ubica la acción unos veinte años antes, con un Kyle niño acertando un tiro a distancia y matando a un alce junto a su padre. Texano hasta la médula –y como tal, cowboy de ley–, criado en un ámbito religioso e hiper nacionalista, el joven Kyle escucha el llamado de la patria luego del atentado a la Embajada de Estados Unidos en Nairobi en 1998, en una escena que de tan obvia no parece tanto un desliz narrativo como un llamado de atención que define tempranamente al personaje. Llegarán en rápida sucesión los entrenamientos y el encuentro con su futura esposa (Sienna Miller), regresando luego al minuto cero del film y al primero de los certeros disparos de su carrera profesional, que acaba violentamente con la vida del chico iraquí.De allí en más, Francotirador alternará las cuatro misiones militares del protagonista con algunas breves licencias en el terruño. Al tiempo que sus mortíferas cualidades y la camaradería con los compañeros de armas comienzan a definir cada vez más el sentido de su existencia, la vida familiar, que se amplía con el nacimiento de dos hijos, comienza a degradarse indefectiblemente. Kyle es una máquina de matar, una especie de adicto a la adrenalina que generan las situaciones límite a las cuales se ve sometido, alimentadas en parte por la competencia con otro experto tirador que presta servicios para el otro bando. Las escenas de acción y suspenso, magistrales por su uso del espacio y la economía de recursos en el montaje, ubican a la película en la tradición del cine bélico clásico. Hay incluso un aire hawksiano (por el realizador Howard Hawks) en la manera en la cual Eastwood muestra el trabajo cotidiano de los soldados, su sentido de profesionalismo y hermandad en circunstancias peligrosas y complejas. Pero hay algo que comienza a corromperse en Kyle, al tiempo que otros soldados –su propio hermano entre ellos– demuestran incertidumbre e incluso reparos a la presencia en territorio extranjero, y su mujer comienza a ser consciente de la alienación creciente de su pareja.No hay mayores complejidades en la representación de la vida cotidiana de los ciudadanos iraquíes, y tal vez haya que buscar allí el vértice más problemático de la película: si parece seguramente lo es, y mejor disparar antes de que sea demasiado tarde (al mismo tiempo, una escena con otro niño parece diseñada para potenciar la idea de que Kyle está construido a prueba de errores). ¿Pero acaso no es, nuevamente, la mirada del protagonista la que tiñe todo lo que ocurre a su alrededor, ajeno a los comentarios, pedidos y ruegos de los más cercanos, aquellos a los que dice defender a través de sus acciones? No es casual que la última escena imaginada por Eastwood y Hall, antes del fundido a negro final, muestre a Kyle y a los miembros de su familia en una típica situación hogareña, alterada por la presencia constante y ominosa de un revólver. Hay algo paradójico pero fatalmente lógico en esa muerte a manos de un compañero psicológicamente desequilibrado luego de sobrevivir a decenas de situaciones peligrosas en el campo de batalla. Mucho más que las banderas flameando, son las armas de fuego y la muerte las que envuelven a Francotirador de principio a fin. 8-FRANCOTIRADOR American Sniper,Estados Unidos, 2014.Dirección: Clint Eastwood.Guión: Jason Hall.Fotografía: Tom Stern.Montaje: Joel Cox y Gary Roach.Duración: 132 minutos.Intérpretes: Bradley Cooper, Sienna Miller, Max Charles, Luke Grimes, Kyle Gallner, Sam Jaeger, Jake McDorman.
Publicada en edición impresa.
Retrato de la adicción a la guerra Francotirador es una película notable, sí, pero incómoda. Puede disfrutarse como un imponente film bélico (o, mejor, como una relectura moderna del western), aunque también está abierta a muy diversas lecturas. Si en los Estados Unidos, donde se convirtió en un éxito comercial de enormes e insospechadas proporciones, generó un tenso debate entre la derecha y los veteranos de guerra, por un lado, y los sectores más progresistas que la cuestionaron por, supuestamente, glorificar a un asesino y la llegaron a acusar de "propaganda nazi", fuera de su país es muy probable que varios también la descalifiquen irritados por cuestiones extracinematográficas. Pero incluso cuando sea sometida a un impiadoso análisis ideológico, Francotirador resulta mucho más que una mera película patriótica (que lo es) para convertirse, en verdad, en una mirada desgarradora sobre la adicción a la guerra y sus consecuencias, tanto individuales como sociales. Una propuesta que se enmarca, también, en la tradición del cine clásico hollywoodense sobre la figura del héroe y en una filmografía como la de Clint Eastwood, que ha tenido desde siempre a la violencia y a la venganza dentro de un mundo que se derrumba como temas esenciales. El film está basado en la autobiografía de 2012 escrita por Chris Kyle, el más letal francotirador de los Navy SEAL (principal fuerza de operaciones especiales de la armada de los Estados Unidos) que en cuatro incursiones en Irak mató al menos a 160 enemigos (algunas fuentes aseguran que fueron muchos más). Eastwood y su guionista Jason Hall adoptan el punto de vista del protagonista (un convincente Bradley Cooper, alejado por complete del glamour que suele caracterizarlo) para narrar cómo opera en combate un experto como él, pero también su incapacidad para volver e integrarse al mundo real y conectarse con sus seres queridos (Sienna Miller interpreta a su esposa y madre de sus hijos). Es cierto que Eastwood elude todo análisis contextual (no hay referencias a la política exterior estadounidense) y que los enemigos son todos crueles y desalmados (incluidos mujeres y niños que esconden granadas bajo su ropa), pero está claro que el director es fiel a la mirada básica (incluso en sus diálogos elementales) de un "enfermo" por la acción como Kyle, apodado "Leyenda" por sus compañeros. En algo más de dos horas, Eastwood repasa con una claridad narrativa mayúscula y una bienvenida economía de recursos desde la niñez del protagonista (ya era un brillante tirador) hasta la relación con su rígido y religioso padre y con su hermano menor, la construcción de su familia, el durísimo entrenamiento militar y sus misiones en el frente (hay un par de secuencias bélicas memorables) que incluye varios enfrentamientos con Mustafa, un también certero francotirador surgido del equipo olímpico sirio, que se convierte en su némesis, en el antagonista perfecto. Como Vivir al límite; The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow, Francotirador es una película sobre los profesionales de la guerra, sobre un hombre que se especializa en el arte de matar. Es, quedó dicho, un film abierto a múltiples interpretaciones y con inevitable destino de polémica. Y, también, otro notable aporte de un Eastwood que, a los 84 años, demuestra que sigue siendo uno de los directores más importantes del cine norteamericano de las últimas cuatro décadas.
La Chanson de Chris En El sobreviviente (Lone Survivor, 2013), un escuadrón de cuatro soldados norteamericanos repele horda tras horda de talibanes desde lo alto de una montaña. La película trata sobre cuánto tardan en morir todos menos uno de ellos, y con cuanta gloria dejan este mundo. El Cantar de Roldán es un relato modesto por comparación. Francotirador (American Sniper, 2014), de Clint Eastwood, tiene muchos puntos en común con El sobreviviente. Ambos cantares – basados en hechos reales – celebran las hazañas de guerreros norteamericanos en guerras contemporáneas. Ambos hombres eran Navy SEALs, ambos eran amigos (dícese), ambos lucharon en Medio Oriente, ambos sobrevivieron escaramuzas increíbles y ambos son interpretados por los productores de sus respectivas películas: Mark Wahlberg es el Sobreviviente y Bradley Cooper es Francotirador. La gran diferencia entre las películas es que El sobreviviente trata sobre las acciones de un grupo de soldados cuya mayor transformación como personajes es dejar de estar vivos, y Francotirador trata sobre la transformación interna y palpable de su protagonista. El Francotirador en cuestión es el texano Chris Kyle, quien crece creyendo que el mundo se divide entre ovejas, lobos y perros ovejeros (“Y en esta casa no criamos ni ovejas ni lobos,” amenaza el padre, sacándose el cinturón). De adulto se viste de vaquero y participa en rodeos. Ya lo interpreta el Bradley Cooper, el de la mirada penetrante. En el ’98 se une al ejército, porque esa mañana vio por televisión cómo bombardeaban las embajadas de su país, y las imágenes despertaron el patriota que lleva dentro. En Irak, Kyle pronto se convierte en un ángel guardián apodado Leyenda que vela invisible desde los cielos con su rifle francotirador. Mata uno, dos, tres, doscientos veinticinco enemigos (ciento sesenta confirmados) de hasta 2 kilómetros de distancia. De a momentos la película se parece al film nazi que muestran al final de Bastardos sin Gloria (Inglourious Basterds, 2009), y efectivamente Kyle termina convirtiéndose en el Fredrick Zoller yanqui, tanto por su racha de disparos en la cabeza como por la incomodidad que siente por su fama. Hasta aquí podríamos confundir Francotirador con cualquier otra de las numerosas obras propagandísticas sobre la Guerra de Irak. Excepto que Francotirador no trata sobre la Guerra de Irak, sino sobre su personaje principal: un hombre que se enfrenta a decisiones problemáticas que le van transformando a lo largo de toda la película, de un banal vaquero a un soldado heroico a un veterano taciturno, describiendo a un personaje con una tridimensionalidad que cualquier figurita de propaganda envidiaría. El film no pierde tiempo y comienza con una decisión terrible y crucial para el personaje: ¿mata al niño que está corriendo hacia las tropas americanas, granada en mano? A menudo se dice de tal o cual película que tiene menos autonomía que su intérprete principal, el cual debe cargarla en sus hombros. En este caso la afirmación es más necesaria que nunca: el personaje de Bradley Cooper es el único claramente definido como tal, y son sus dotes actorales las que elevan, cargan y definen la película. La única caracterización que reciben sus compañeros de armas son nombres, con lo que la película pierde el tiempo al lamentar sus muertes. Lo más parecido a un segundo personaje es la esposa de Kyle (Sienna Miller), cuyo impacto en la trama es el de un símbolo, poco más que un estereotipo despechado. Encima tiene el molesto hábito de llamar a su marido por teléfono en los peores momentos. Aparentemente la estupidez de la gente que no apaga el celular en el cine alcanza el campo de batalla.
No deja de ser admirable la pasión de Clint Eastwood por su trabajo. A los 84 años, mientras otros colegas suyos como Gene Hackman o Sean Connery eligieron retirarse del mundo del espectáculo, él sigue gestando proyectos con su compañía Malpaso. Filmes, que por otra parte, son muy diferentes entre sí y suelen brindar historias interesantes. Algunas son mejores que otras, pero en general cuando uno se sienta a ver una película de Eastwood sabe que va a encontrar un film bien realizado. En este caso se hizo cargo de un proyecto que Steven Spielberg abandonó cuando el estudio Warner se negó a aumentar el presupuesto de 60 millones de dólares destinado a esta producción. El film retrata la vida de Chris Kyle, un soldado que se hizo famoso al ser reconocido como el francotirador más letal en la historia de los Estados Unidos, con 160 muertes registradas por el Pentágono, durante la invasión a Irak en el 2003 y la posterior guerra en Afganistán. Para los amantes de las estadísticas, si bien las cifras de Kyle son escalofriantes, hubo otros francotiradores mucho más implacables cuyas historias nunca se contaron en el cine. Casos como el de la francotiradora soviética Luymila Pavlichenko, con 309 muertes registradas durante la Segunda Guerra Mundial, su compatriota Iván Sidorenko, con 500 bajas confirmadas durante el mismo conflicto, y Simo Häyhä, el finlandés que combatió contra los soviéticos durante la Guerra de Invierno (1939-1940), quien mató a 540 soldados enemigos. Comparado con este trío Chris Kyle es un monaguillo y llama la atención que nadie trabajara en el cine estas historias que son tremendas. La biografía que plantea Eastwood es una propuesta que sobresale en los campos técnicos y la interpretación de Bradley Cooper. El director se desenvuelve muy bien con las secuencias de acción y los momentos de tensión que vive el personaje principal, pero nunca llega a profundizar los aspectos más interesantes de esta historia. Me dan gracia los medios de comunicación que intentan dejar de lado los tema políticos de esta producción como si Francotirador estuviera basada en un cómic de G.I. Joe. Una cuestión que no me terminó de convencer de esta película es que presenta una visión extremadamente simplificada del conflicto de Irak. Están los buenos, representados por los norteamericanos, que intentan salvar al mundo del terrorismo y los malvados iraquíes que parecen responder a las órdenes del Comandante Cobra. El contexto en el que se desarrolla la historia de Kyle es bastante ingenuo. En un momento Bradley Cooper le comenta a otro personaje que están en Irak para evitar que los terroristas ataquen San Diego, cuando la realidad fue muy distinta y la invasión a ese país respondió a otros intereses que no tuvieron nada que ver con el terrorismo ni los atentados del 11 de Septiembre. En un punto, esos soldados que mandaron a Bagdad para buscar las supuestas armas de destrucción masiva también fueron parte de un engaño, pero el director Eastwood decidió obviar esos temas para narrar una biografía destinada a exaltar el orgullo patriótico. La película nunca explora el contexto político y militar en el que se desenvolvió Chris Kyle, sino que se limita a retratar numerosas secuencias de acción que con el correr del tiempo se vuelven un poco redundantes. Eso sí, todas las batallas están impecablemente filmadas. La última escena de acción que transcurre durante una tormenta de arena es visualmente imponente y es donde encontramos la magia de Eastwood como realizador. Dentro del conflicto que presenta Francotirador, uno de los temas más interesantes es la adaptación de Kyle a la vida familiar luego de la guerra, que el director tampoco llega a profundizar. El personaje de Bradley Cooper enfrenta traumas psicológicos que le generaron sus acciones en el ejército, pero todo se resuelve con gran rapidez en un par de escenas. El dilema que planteaba la tarea de Chris Kyle como soldado era lo suficientemente interesante para brindar una buena película y el guión pobre de Jason Hall no logró sacarle provecho a esta cuestión. En este punto se encuentra la mayor debilidad de esta producción. Francotirador no es un trabajo completamente fallido de Clint Eastwood, pero tampoco está a la altura de otras biografía superiores que brindó en el último tiempo.
Calvario Así como el francotirador del título es apodado “Leyenda” por sus compañeros del ejército, Clint Eastwood posee, hace rato, el bien merecido título de maestro del cine que con cada película nos recuerda la época dorada de Hollywood, siendo el director más clásico de los actuales. Es que el viejo Harry el Sucio entrega auténticas obras maestras, y representa una forma de hacer cine hoy en día en peligro de extinción, que implica la fusión de una mirada sobre el mundo y un estilo propio dentro del mainstream. Porque Clint calibra cuidadosamente su trabajo de artesano, película a película, como si de su antigua Magnum 44 se tratara, y se reinventa a sí mismo como un arqueólogo de los sentimientos más intensos, explorando diversos géneros con la misma precisión narrativa y dramática, sorprendiéndonos año tras año con un nuevo relato, igual de lúcido, clásico y complejo que los anteriores. Como un gran observador de todas las sociedades y culturas, la misión de Eastwood, jamás es llegar al espectador a través de un discurso político, sino exclusivamente mediante su oficio de cineasta. Una de las grandes cualidades de su cine, quizás la más grande, es la sencillez, y justamente ahí es donde radica su clasicismo: en saber cuando invisibilizarse en la puesta en escena para que la historia pueda ser contada como lo merece. Sus películas pueden estar empapadas de un pesimismo aterrador, evidenciando el lado más oscuro del ser humano y de lo que es capaz de hacer, o exhibirse luminosas y optimistas. Francotirador pertenece al primer grupo, y vuelve a explorar, esta vez, su inquietud por la violencia contenida y los efectos de la guerra dentro de la cabeza del protagonista: qué lo motiva a hacer lo que hace, a seguir adelante, cuáles son sus conflictos internos y qué es lo que lo hace vulnerable, asumiendo todos los riesgos que implica adentrarse en esa tormenta de arena emocional. Con su trigésima cuarta película como director, Eastwood continúa extendiéndose por la vertiente biográfica de su filmografía. Basada en la autobiografía homónima de Chris Kyle –cazador devenido en cowboy de rodeos y luego en marino estadounidense con entrenamiento de SEAL-, la película inspecciona, física y psicológicamente, a un personaje trastornado, cuyo principal enemigo es la locura. El francotirador más letal de Estados Unidos, interpretado por Bradley Cooper, vive entre dos infiernos: el campo de batalla, donde encuentra satisfecha su adicción por ese trabajo, y la vida doméstica junto a su familia, utilizada como contrapunto de la adrenalina de la guerra. Algo parecido sucedía en Vivir al Límite, gran relato intenso e intimista sobre la guerra como adicción, de Kathryn Bigelow, en el que cada bomba desactivada –o no– era una secuencia en sí misma, con el objetivo de acumular más y más tensión en el espectador, seguida de algunas escenas de alivio. En Francotirador esa lógica no aplica. La razón por la cual no existen escenas que transmitan una sensación de tranquilidad se debe a que todo es observado a través de la visión perturbada del protagonista. De hecho, Chris Kyle es un personaje que nos mantiene siempre en estado de alerta. Incluso en escenas de aparente calma, como la que se encuentra en una situación de recreación con su esposa y sus hijos, esa placidez se ve rápidamente interrumpida con la aparición de un revólver como parte del juego. Dividida en cuatro bloques, que abarcan las diferentes misiones llevadas a cabo por el SEAL durante su estadía en Irak, la película hace de la acción física algo vital en cada una de sus secuencias: hay tiroteos, persecuciones y explosiones, pero sobre todo hay una puesta en escena tangible en la que puede sentirse el gusto a arena en la boca de Kyle, sus manos ásperas, el agotamiento, las altas temperaturas, su respiración y hasta los olores de cada espacio. A su vez, estamos ante un videojuego en el que cualquier ser humano es contemplado a través de la mira telescópica de su rifle. La cámara, muchas veces al ras del suelo, está siempre al servicio del relato y de no quitarle atención moviéndose más de lo necesario. Las transiciones de Kyle entre Irak y Estados Unidos están trabajadas desde los colores y las texturas por el gran Tom Stern –director de fotografía habitual de Eastwood desde el 2002 en adelante– para que las escenas en Texas resulten planas a nivel visual, ya que es el centro del conflicto armado y lo que impulsa la película, aquello que con su paleta de verdes y marrones y su pulso dramático nos sumerge de lleno en la cotidianeidad de la guerra, junto con el gran uso del sonido: la banda sonora acompaña la acción de manera muy sutil, y los disparos se funden con la música hasta convertirse en parte de la melodía. El trabajo sonoro responde, en cierta forma, a una especie de locura interior que va progresando en el relato, siguiendo los pasos de lo hecho anteriormente por Walter Murch en Apocalipsis Now. Eastwood comprende el cine de otra manera, con una sensibilidad y una claridad estética (y ética) que parecieran de otra época, olvidadas o relegadas desde John Ford. Y en la búsqueda de ese equilibrio entre las dos caras de Estados Unidos se encuentra su cine. Con el lirismo de siempre, su última película se centra en el presente caótico de la guerra y no en sus causas. Sus detractores dirán que es una película reaccionaria, propagandística y nacionalista, pero eso sería hacer una lectura equivocada del film. Francotirador renuncia en todo momento a la comodidad de un discurso didáctico. La clave de esto radica en el personaje de Bradley Cooper, un androide de una contundencia física impresionante y, por momentos, aterradora, que jamás nos termina de caer bien, hasta el punto en que dudamos constantemente de qué es lo que puede llegar a hacer, y nunca podemos asegurar para dónde va a disparar toda esa violencia contenida, que se deja entrever en su mirada y su lenguaje corporal, como una rigidez que pareciera a punto de desatarse en el momento menos esperado. Es más: ese entusiasmo patriótico que muestra la película en un comienzo empieza a volverse cada vez más amargo y violento. Pero en el cine de Eastwood la representación de la violencia nunca es un espectáculo banal, sino que hasta se la filma con algo de pudor: a veces de lejos y, cuando se acerca, lo hace sin regodearse, en planos cortísimos. Haga lo que haga, sus películas se inscriben dentro de la tradición del cine clásico norteamericano, un cine con mayúsculas, del auténtico, del que nos gusta.
Ser progres hoy Durante los últimos años, ciertos vocablos pasaron a bastardearse de manera pavorosa. Términos como “fascismo” (y su síncopa archi usada y gastada, “facho”) y “neo-liberalismo” perdieron cualquier tipo de precisión y especificad y se convirtieron en palabras de uso corriente, descuidado, inexacto y confuso. La liviandad y la imprudencia en la aplicación de estos términos creó nuevas realidades, nuevas formas de ver el mundo, de ver a las personas, sus motivaciones y comportamientos, y sirvió para segmentar, de manera básica y pueril, a los que estaban de un lado y del otro de esas calificaciones poco taxativas, sin mediar el más mínimo análisis o observación más o menos seria. No, los ideologetas, portadores de estandartes ideológicos pedorros (la mayoría, con culpa de clase, empeñados menos en llevar a cabo un análisis exhaustivo de las situaciones, la historia y los actores que en engendrar un enemigo al que combatir, a través de meras oposiciones binarias y maniqueas), instauraron este contexto (con toda la implicancia de esa palabra) semántico y, con él, todos las contextos que se desprenden. Cada nuevo acontecimiento, cada tema, cada evento es tomado como disparador para la polarización y queda sujeto a estas segmentaciones duales, sin matices o tonalidades, trazando nuevamente la línea y ubicando a las personas de un lado o del otro. O sos facho o sos progre. En Argentina, estas parecen ser las dos únicas clasificaciones socio-políticas plausibles dentro de las que ubicarse. Y así con todo, también con el arte. Y, por supuesto, con el cine. Cada película sirve para dividir las aguas maniqueas y, de nuevo, ubicarse de uno u otro lado. Cansada de las liviandades, cansada de las generalizaciones, cansada del pensamiento maniqueo, cansada de los pretextos para hablar siempre de lo mismo, cansada de las interpretaciones sesgadas, cansada de la ideología berreta que se cuela en cada área, me encontré con la última de Clint Eastwood, Francotirador (American Sniper), basada en la historia de Chris Kyle (Bradley Cooper), reconocido francotirador SEAL de la Marina de los Estados Unidos durante la invasión a Irak en 2003. La película y el mismo Eastwood han sido tildados de “fascistas”, “republicanos”, “nacionalistas”, “pro-guerra”. Estos son algunos de los adjetivos que han desfilado por las redes sociales estos últimos días, a boca de entendidos en asuntos de política y de cine que afirman, sin titubeos, que la película es facha y nacionalista porque defiende a Estados Unidos y a su política intervencionista, porque retrata a los soldados yanquis como héroes y a los iraquíes como monstruos y porque reivindica valores de heroísmo, violencia y odio por parte de los soldados del ejército yanqui hacia el enemigo. Las mismas personas, analíticas ellas, se pronunciaban de igual manera sobre La Noche más Oscura (Zero Dark Thirty) de Kathryn Bigelow, alegando que, como se muestra tortura y cómo esa tortura llevó a la captura de Bin Laden, la película (y su directora) reivindicaba ese método como herramienta válida en la guerra y lo hacía de manera celebratoria. Pareciera ser que para estos avezados críticos si un director muestra la tortura y los resultados de la tortura, si muestra a un tipo como “héroe” por atrapar y/o matar terroristas, entonces ese director es lisa y llanamente facho (con todo lo que eso trae, como estar a favor de la guerra y el intervencionismo). No hay lectura más allá de lo obvio: ni siquiera se intenta analizar si en realidad la película no expone un alegato mucho más fuerte en contra de esas cuestiones. Parece que si no hay un personaje abiertamente en contra o alguien que verbalice las barbaridades de la guerra, la película y su director pueden ser inmediatamente encasillados. La crítica política tiene que ser burda, entonces, para que pueda entenderse: el insulto a la inteligencia y la corrección política, de la manito. Pensemos el caso de Zero Dark Thirty: no basta con mostrar una escena en la que los soldados vuelven de la misión Bin Laden y son retratados como orangutanes, palmeándose los hombros y celebrando como si de la victoria de un partido de fútbol se tratase. No basta con mostrar un plano de la protagonista en un avión, quien, tras matar a Bin Laden, vuelve a su casa sola, como lo estuvo durante toda la película, con lágrimas en los ojos, perdida, sin tener certeza de lo que hizo o de lo que hará, habiendo dedicado los últimos 10 años de su vida a una causa. Un plano desolador. Un plano mucho más elocuente que cualquier verbalización ramplona. Nuevamente, sin grises, sin tonalidades, sin capacidad de comprensión más allá de lo obvio. American Sniper es la historia de Chris Kyle, un texano que quiere ser cowboy y termina enlistándose en la marina de EE.UU y convirtiéndose en francotirador “leyenda”. La historia arranca en su niñez, para luego pasar a la etapa adulta, cuando conoce a su esposa Taya (Sienna Miller) y empieza con las misiones en Irak. Chris Kyle es un patriota; él sí encarna los calificativos que se le han endilgado a la película (confundiendo personaje con ideología con película con director, una práctica típicamente progre-bovina): es nacionalista, ama a su país, está dispuesto a morir por él, cree en la política intervencionista de su país y sostiene que el enemigo es un monstruo (niños y mujeres incluidas, aunque le cueste un poco más bajarlos). Y lo que retrata Eastwood es justamente eso: un tipo embelesado con el ejército y con el lugar que va ganando en él. Chris Kyle, en la medida en que empieza a sentirse cada vez más funcional, en que se convierte en una leyenda, deposita toda su libido ahí. Conforme su reputación aumenta, disminuye su interés por su familia y sus hijos. Su vida está ahí, en el ejército, único lugar en el que es útil, valorado y vanagloriado. Y los esfuerzos infructuosos de su esposa por traerlo de vuelta no hacen más que enfatizar en él su deseo de ser parte de ese núcleo de pertenencia. Cada vez que vuelve a su casa, no logra desconectarse ni conectarse con su familia, y solo desea volver allí, donde, narcisismo de por medio, él es una estrella. Una vez en casa, hay una escena clave: en una subjetiva con el punto de vista de un arma de juguete, Chris se acerca a su esposa con intenciones de confraternizar, y la cámara la toma a la altura de la pelvis, a través del arma. El arma como elemento erotizante, como prolongación fálica de una masculinidad puesta íntegramente en lo bélico. Ya no hay vuelta atrás, el daño está hecho y es irreversible. Francotirador es, como también lo era Vivir al Límite (The Hurt Locker) de la mencionada Kathryn Bigelow, la historia de hombres que encuentran una identidad y una razón de ser en el ejército, en el peligro, en la camaradería con otros hombres, sin cuestionarse demasiado el por qué de sus acciones. Ellos solo saben que tienen que estar ahí y defender a su país, pero jamás se preguntan de qué ni de quién, ni si esa “defensa” está, de alguna forma, justificada. Clint Eastwood retrata en Francotirador a un tipo embelesado con el ejército y con el lugar que va ganando en él. El cine de Eastwood es contundentemente político y crítico de la institución: muestra una nación que es un semillero de combatientes que nacen con la convicción de que “EE.UU. es lo mejor que les pasó” y que están dispuestos a dar la vida por el país y defenderlo de cualquier enemigo externo. Esa convicción cuasi religiosa (profesada como una fe, de ahí que resulte axiomática) lleva a estos hombres a alienarse, a deshumanizarse y perder empatía por todos aquellos que no sean exponentes de “el mejor país del mundo”, se trate del enemigo que hay que aniquilar o la propia familia que reclama la vuelta al hogar. El lavado de cerebro es tal que el único lugar seguro en la vida es el campo de batalla, núcleo de pertenencia a la vez que legitimador de identidad. Al igual que en La Noche más Oscura, EE.UU cría soldados, les lava el cerebro con el cuentito intervencionista-salvador y los manda al frente de batalla para luego convertirlos en héroes en una pantomima ridícula y falsa. Por eso vemos, en los créditos finales y las imágenes de archivo, todo el show, que incluye fuegos artificiales, desfile por las calles, tributos, pancartas, para honrar a las personas que ellos mismos mataron. Eastwood hace que la procesión del horror sea solapada pero contundente. Pero andá a pedirle al progre-bovino que lea matices, a quien no puede ver otra cosa más que un alegato pro-guerra, nacionalista, fascistoide, de un director republicano que pretende crear un discurso panfletario sobre la guerra y la política exterior de EEUU. Desde que interpretaba a Harry el Sucio, Eastwood viene sufriendo esta clase de confusiones entre persona, película y personaje. El amor vence al odio. Los malos vencen a los buenos. Los progres vencen a los fachos. ¿Cuántos añitos tenés?
Cuerpo en guerra Con Jersey boys, Clint Eastwood demostró que posee la sabiduría que le dan sus 84 años, pero también la vitalidad y energía de alguien de 20. Con Francotirador -proyecto inicialmente a cargo de Steven Spielberg, con quien el realizador de Los imperdonables parece tener más de una conexión-, centrada en Chris Kyle, el francotirador con mayor número de muertes registradas en la historia militar estadounidense, vuelve a demostrar, sin alcanzar la cima de su anterior obra, su voluntad de arriesgarse y explorar nuevas formas narrativas. Si el díptico formado por La conquista del honor y Cartas desde Iwo Jima -ambas producidas por ¡oh casualidad! Spielberg- exploraba y ponía en crisis los discursos míticos, heroicos y bélicos desde ambos lados de una contienda, a la vez que profundizaba en los vínculos de amistad, lealtad y compañerismo entre los soldados como único sostén frente al horror de la guerra, Francotirador representa para Eastwood la posibilidad de trasladar ese conjunto de reflexiones a la actualidad, al conflicto en Irak, con un relato centrado en corporeidad particular y general. Todo está focalizado en el cuerpo de Kyle, en ese cuerpo gigantesco y musculoso, que acumula y guarda traumas, tensión y una violencia que nunca termina de liberarse, aunque esté siempre ahí, muy cerca de la superficie, a punto de estallar. Ese mismo cuerpo guarda no sólo lo que vive, sino también lo que observa: compañeros heridos y muertos, otros cuerpos dañados, mutilados, extintos. Y es, asimismo, un territorio para la configuración de un relato mítico: por algo a Kyle sus compañeros le dicen “leyenda”. El film cuenta también cómo un hombre va tomando consciencia de su carácter heroico y mítico, de cómo su figura es un artificio que motiva tanto a los suyos como al enemigo. Si en las películas situadas durante la Segunda Guerra Mundial la deconstrucción pasaba por una imagen fotográfica o una serie de cartas, acá es la propia la que se pone en duda, la que se percibe observada, la que contempla incluso la mirada de los demás, la que se ve a sí misma como alguien de carne y hueso pero a la vez extraordinaria en sus habilidades. Estos elementos se potencian a través de dos subtramas. Por un lado, las distintas vueltas al hogar y la familia, luego de cada tour, donde Kyle no consigue abrirse con su esposa y sus hijos, mientras sufre de diversos síntomas de estrés postraumático; y por el otro, el particular duelo que se establece entre el protagonista y otro francotirador enemigo. Ambos se dan en lugares diferentes y trabajan distintos géneros -el drama familiar en un caso, el bélico y hasta se podría decir que el western en el otro-, pero confluyen en su problematización de la noción del héroe -concepto típicamente estadounidense y que Eastwood conoce muy bien, porque supo encarnarlo-, del ser solitario destacado y a la vez aislado, que es una referencia cercana y lejana a la vez tanto para sus compañeros como para su núcleo familiar, y que simboliza, representa y contiene a todo un entramado institucional, donde sobresalen los conceptos de Dios, Patria y Familia. Se hacía mención a la cuestión corporal y lo cierto es que Francotirador es una película que se pliega a su cuerpo central, que sólo sabe accionar y poco sabe de quedarse quieto, al cual Bradley Cooper le imprime en su interpretación una impronta tan expansiva como introspectiva, con un físico imponente, casi rocoso, pero rostros y actitudes mínimos en sus expresiones. Ese cuerpo funciona como un envase vacío donde Eastwood va depositando todo lo que tiene para decir sobre ese ser que es uno y muchos, aunque la introspección a la que apela por momentos le juega en contra, en especial en el final, donde el camino que realiza el personaje de vuelta a la sociedad y principalmente a su familia no termina de ser del todo fluido. Eastwood sigue siendo un cineasta del presente y esencialmente estadounidense, que sabe conectarse con un amplio rango de espectadores pero que resulta demasiado complejo para otros, a pesar de lo simple y directa que puede ser su trabajo de puesta en escena. Lo demuestran dos factores que trascienden un poco a Francotirador, pero sirven para pensar su recepción. En primera instancia, es llamativo cómo el film repite y potencia el éxito que había obtenido en Estados Unidos El sobreviviente. El film de Peter Berg protagonizado por Mark Wahlberg debutó con 37 millones de dólares en enero del 2013 y terminó superando con tranquilidad los cien millones. La película con Bradley Cooper tuvo un arranque espectacular -más de cien millones sólo en sus primeros cuatro días- y va camino a superar la barrera de los 250 millones, lo que evidencia que la única manera que encuentra el público estadounidense de abordar los conflictos bélicos que protagonizan es a través de las vivencias de ese público del que se sienten parte, ya que sigue siendo en extremo dificultoso adentrarse en los análisis geopolíticos. En segunda instancia, la forma en que es vista la película por parte de sectores supuestamente progresistas de Estados Unidos y de otros territorios como la Argentina, donde se lo juzga desde púlpitos morales, pidiéndole encima cosas imposibles al director. Entonces la película es rápidamente caratulada como una apología del intervencionismo y una glorificación de las acciones de los soldados yanquis, cuando el asunto no es tan simple, ya que Eastwood siempre ha sido un republicano moderado, que en este caso se permite exponer con crudeza los costos éticos, morales y principalmente humanos que se pagan con una política militarista. Que no se esté de acuerdo, es una cosa. Que se le pidan peras al olmo, es algo muy diferente.
Una película que provoca al espectador. Porque su héroe, una leyenda por su puntería es un hombre alienado por la guerra, incapaz de una autocrítica, negador de su adicción a las acciones bélicas, despreciativo de sus enemigos, los llama salvajes. Por el otro aun a pesar de las declaraciones del director, el homenaje final exacerba el sentido patriótico . Pero también pone blanco sobre negro que nadie prepara a a estos soldados para su regreso. Con momentos crudísimos, suspenso, y mucha acción. Un poco larga.
Otra gema fílmica de CLINT EASTWOOD, su enorme oficio detrás de cámaras le permite fusionar en una misma historia suspenso, realismo bélico y la carga dramática necesaria para atrapar al espectador desde el primer minuto de metraje hasta el último fundido a negro. BRADLEY COOPER, logra aquí una labor para el aplauso, su interpretación tan sentida como desgarradora, cautiva por su sutileza y contundencia. Mucho más que una película de guerra, un retrato reflexivo sobre el horror y el dolor de quienes combaten en la línea de fuego.
Estamos frente a otra película impecable del genial Clint Eastwood, que consiguió 6 nominaciones a los premios Oscar, incluyendo mejor película... o sea, hay que verla. Bradley Cooper (con 10 kilos más) sorprende con una actuación espectacular sobre un hombre - héroe de guerra de Iraq - atormentado por los acontecimientos. Es la segunda película del 2014 que dirige Clint Eastwood y muchos dicen que es uno de sus mejores trabajos (me sumo). Sienna Miller acompaña muy bien a la historia, pero lo mas destacable de todo son las cuatro misiones en la guerra y "como" Eastwood cuenta lo sucedido, con dolor, acción y espectacularidad, que hacen que uno sienta, por momentos, el miedo que habrán experimentado los verdaderos protagonistas. "Francotirador" es otra buena película esperándote en el cine.
Un soldado con alma de cowboy Luego de la escasa repercusión de "Jersey Boys", el director Clint Eastwood coloca su mira en una historia reciente que tiene que ver con el horror de la guerra, el ataque a las Torres Gemelas y la invasión de las tropas norteamericanas a Irak entre 2003 y 2011. Para contar su historia, el cineasta afina aún más la puntería y muestra el accionar de Chris Kyle -en la ficción encarnado por el ascendente Bradley Cooper-, un marine del grupo de operaciones especiales que tiene como misión proteger a sus compañeros. Francotirador combina con astucia el accionar bélico, el drama familiar y la paranoia como tema central de lo que ha dejado un enfrentamiento de estas características. Su cámara muestra a un Chris niño en una tarde de caza, la crianza junto a su hermano, la relación con un padre estricto, pasando por su ingreso al ejército y el posterior entrenamiento como soldado hasta el momento exacto en el que debe guiarse por su instinto de francotirador y dispararles a una mujer y a un niño que ponen en peligro a los suyos. El film, que va y viene en el tiempo, está estructurado en cuatro misiones en las que el protagonista, su hermano y un grupo de soldados persiguen sin descanso a El Carnicero, un perverso asesino que podría acercarlos al líder terrorista de las Torres Gemelas. Sin embargo, la trama coloca en sus caminos varios obstáculos. En medio de un clima de peligro constante, con buena utilización del suspenso y de una cámara que acompaña a los héroes por corredores, casas y pasillos, el relato se apoya en la presencia de Cooper, un francotirador con corazón de cowboy, en un rol tan fuerte como débil -cuando habla por teléfono con su esposa, rol a cargo de Sienna Miller- que lo encuentra en un permanente dilema: regresar con los suyos o seguir peleando hasta el final. Chris acredita la mayor cantidad de bajas pero también salva incontables vidas en el campo de batalla y, a medida que se extienden sus hazañas, su apodo lo lleva a la categoría de leyenda. Este caso real plasmado en la pantalla grande se encamina hacia un final abrupto ambientado en el 2013. Durante los créditos se conoce la verdadera imagen de Chris Kyle.
Héroe, y no accidental Las películas de guerra no son todas iguales. No es lo mismo Corazones de hierro que Francotirador, por más que sus personajes, encarnados por los carilindos Brad Pitt y Bradley Cooper, respectivamente, sean heroicos hasta más allá de la cordura. La diferencia la marca no sólo la trama, sino el entramado. La manera en que se muestra cómo actúan ante determinadas situaciones los protagonistas. Francotirador arranca con Chris Kyle (Cooper) apostado en la terraza de un edificio de un pueblo en Irak. Tiene en la mira de su arma a una madre y a su pequeño hijo. Ve que la mujer esconde una granada. Se acercan marines, y si ella -o su hijito- la lanzan, serán varios los soldados que mueran. ¿Qué hacer? La conciencia de Kyle es sobre lo que Clint Eastwood trabajará a lo largo de dos horas en la película. La ira, el dolor y el temor pueden enturbiar aún los ojos más claros. La mirada de Bradley Cooper, que interpreta al francotirador de la vida real del título, lo transmite. Cuánto es obra del actor y cuánto habrá trabajado Eastwood sólo lo sabrán ellos, pero el efecto que llega a la platea es demoledor. Kyle es, para Eastwood y millones de estadounidenses, un héroe. Ese sustantivo ya genera polémica, porque lo que convirtió al SEAL en leyenda fue anotarse más de 160 bajas en sus cuatro excursiones por Irak, evitando que los llamémosle insurgentes, sean hombres, mujeres o niños, dispararan misiles, lanzaran granadas o simplemente apretaran el gatillo contra marines. Y Kyle es el tipo de hombre que no puede sacarse la guerra de su cabeza. Un poco como el sargento William James en Vivir al límite, de Kathryn Bigelow. En eso coinciden ambos títulos, pero no los realizadores, ya que Bigelow fue más allá con La noche más oscura planteando las cosas con menos banderita flameando. Volviendo a Francotirador, hay un quiebre en el relato, cuando el asunto para Kyle se vuelve casi personal, más que patriótico. La tensión es altísima, por lo que percibimos que Eastwood volvió en su mejor forma. Y eso que tiene 84 años. La película va y viene entre el frente y el hogar de Kyle, donde Taya (Sienna Miller) lo espera y desespera. “Estás, pero no estás acá”, le farfulla. Kyle, dice Eastwood, no se vanagloria de sus asesinatos, sino que vive lamentando las vidas que no logró salvar. Hay un tema que sigue siendo recurrente en la filmografía última de Eastwood, que es cómo aborda la suerte de menores, sean abusados, maltratados, torturados o estén en la mira telescópica. Desde Río Místico el asunto está presente, y claro, moviliza al espectador. Francotirador es inobjetable desde cómo está realizada, y técnicamente (obviemos el bebé de plástico en los brazos de Kyle) es irreprochable. La controversia se abre desde lo ideológico. Y allí cada uno sabe qué opinar.
Una historia con tinte patriótico que lleva el sello de Clint Eastwood. El actor, director, productor, guionista, músico y compositor estadounidense Clint Eastwood a los 84 años nos narra la historia real del francotirador de la Navy SEAL Christopher Scott Kyle 1974-2013 (Bradley Cooper, quien además es productor de este film). Esto incluye un repaso por su infancia, su etapa como vaquero en Texas, y como ya de grande ve por televisión como se encuentra funcionando el terrorismo internacional y decide alistarse para proteger a su país. Pero con el tiempo tiene una esposa llamadaTaya (Sienna Miller, "Foxcatcher”) que es bastante comprensiva y con la que tiene dos hijos. Este hombre es valorado por todos porque se transforma en el mejor francotirador de la historia militar de los Estados Unidos al que se le registraron más de 150 muertes y que participó en las guerras de Medio Oriente. Sin buscar la fama ni el reconocimiento lo obtiene rápidamente dado a su eficiencia, sus compañeros lo elogian y respetan. Pero dentro de su desempeño existen varios momentos de una terrible tensión, como cuando se ve obligado a tomar una decisión difícil, ve a una mujer y un niño que llevaba una bomba hacia un convoy estadounidense, entre otros hechos, ¿qué hacer ante tal situación?, además es testigo de emboscadas, ataques suicidas, torturas y ocasiones en que el miedo paraliza. Sus experiencias son por momentos devastadoras y bastante dramáticas, transitamos por su pasado (a través del uso del flashback), el presente que nos muestra el stress que sufre y sus traumas psicológicos, con todas sus consecuencias, y donde surgen los problemas matrimoniales y este personaje Chris como tantos veteranos lleva marcado a flor de piel las huellas de la guerra. Como toda película norteamericana, siendo bélica empuña la bandera del heroísmo y sus símbolos patrios, los caídos en cumplimiento del deber con el dolor de quienes compartieron parte de su vida, y hasta el director se toma su tiempo para mostrar brevemente el atentado a las Torres Gemelas en un acto terrorista. Está presente la valentía, la reflexión y justificación imperialista. El guión de Jason Hall ("Paranoia", "Amante a domicilio") es algo obtuso, convencional y esquemático, y le sobran unos treinta minutos. No es la mejor película de Clint Eastwood ("Million Dollar Baby”, “Río Místico”) y casi todos conocemos su posición política, ya que ha expresado en diferentes momentos su adhesión al partido republicano. Este film se encuentra con seis nominaciones a los premios Oscar este año: mejor película, mejor actor (Bradley Cooper y su tercera nominación consecutiva), mejor guion adaptado, mejor edición, mejor mezcla de sonido y mejor edición de sonido. Cabe pensar que estas nominaciones tienen más que ver con un mimo que le quiere hacer la academia a Eastwood que con la realidad que ofrece la película.
Francotirador empieza con el francotirador del título matando de dos disparos certeros a una mujer y a un nene y así Clint Eastwood deja bien claro que no va a esquivar ni un poco la polémica ni le tiene miedo a las acusaciones que muchas veces ha recibido -injustamente, adelanto mi opinión- por parte del progresismo norteamericano, que es un poco más sensato que el de acá pero no mucho. Michael Moore salió a decir que su abuelo fue asesinado por un francotirador en la Segunda Guerra Mundial y que le enseñaron que los que matan de lejos son unos cobardes, que no son héroes. Así, a la vez que intenta anotarse unos porotos victimizándose, sale a criticar sin entender que precisamente la película muestra que Chris Kyle (Bradley Cooper) no es un héroe. No termino de entender si no se pueden borrar la imagen de Eastwood hablándole a una silla vacía en la Convención Nacional Republicana (cuando montó un diálogo imaginario con Obama en 2012), o si prefieren diferenciarse para colocarse rápidamente del lado de los Buenos y no ponerse a pensar realmente en los motivos y efectos de la guerra y en sus límites morales. El protagonista de Francotirador es el francotirador que más personas mató en la historia de los Estados Unidos. Como bien dice Michael Moore -pero apurado por juzgar y por opinar, eso lo lleva a bajarle el pulgar a la película- no es un héroe como sería Tom Hanks en Rescatando al soldado Ryan y de hecho Francotirador es menos una película bélica que un drama psicológico sobre un tipo que encontró su vocación y un sentido a su vida en matar gente. Tan poco heroico es Kyle que empieza su historia encontrando a su mujer teniendo sexo con otro hombre, después se enrola en los Navy SEALs a los 30 años, más grande que el resto, motivo por el cuál se burlan de él y termina dedicándose al poco honorable trabajo de asesinar a distancide lejos. Pero esos tiros precisos salvan a su vez a otra gente. Ahí está la dualidad moral: tiene razón Moore, Kyle no es un héroe si entendemos por héroe a alguien valiente -un superhéroe, en realidad-, pero sí es un héroe porque salvó vidas. La narración, como siempre, es perfecta y segura. El clasicismo de alguien de 84 años que ya está de vuelta y tiene bien claro qué quiere contar y no necesita pirotecnia sensorial: ni cancioncitas pop, ni movimientos sofisticados de cámara, ni un montaje que sea algo más que apenas funcional. Tampoco necesita parrafadas de guión y con una mirada o una línea es capaz de contar una escena compleja. Esto ya se ve desde el principio, después de que Kyle mata a sus dos primeras víctimas, una mujer y un nene que estaban a punto de arrojar una bomba (porque sí, Kyle mata a mujeres y nenes QUE PONEN BOMBAS, así de horrorosa es la realidad y Clint Eastwood no la escamotea). El francotirador limpia a los dos terroristas, salvando así a varios soldados que podían haber muerto en sus manos, y un compañero lo felicita, eufórico. Pero Kyle le contesta de mala manera con un “dejame”. Kyle no se siente un héroe y sabe que está haciendo un trabajo sucio pero que alguien tiene que hacer. Otro momento que parece contar una escena simple pero que encierra una profundidad no muy común está cerca del final, cuando Kyle termina sus misiones, se deprime y va al psicólogo. El terapeuta le dice que está deprimido porque necesita seguir matando y Kyle se defiende: necesita seguir salvando vidas. Pero lo dice sin convicción y en ese diálogo la película no baja línea sino que pone el conflicto en escena. Una gran virtud de esto la tiene Bradley Cooper, que logra imprimirle a su Chris Kyle una sutileza y una profundidad que deberían valerle el Oscar -que no va a ganar- y están lejos de las caricaturas de El lado luminoso de la vida y Escándalo americano. Igual que en J. Edgar, Clint Eastwood se anima a meterse con un tema sensible, desde su óptica no muy popular, y lo hace con seguridad y sin demagogia. No lo ayudan los progres de Hollywood pero tampoco los republicanos menos inteligentes: Sarah Palin dijo que “los izquierdistas de Hollywood no pueden ni limpiarle las botas a Chris Kyle” y es muy probable que gran parte de los espectadores que transformaron a Francotirador en un éxito de taquilla sin precedentes en la filmografía de Eastwood también hayan ido a ver una película que glorifica la guerra. Francotirador no es eso y recomiendo no llevarles el apunte a unos ni a otros. Podrán ver una película difícil y valiente.
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Los horrores de la guerra según un riguroso Eastwood A los 84 años, es increíble cómo sigue filmando Clint Eastwood, no sólo en calidad, sino también en calidad y variedad. Hace unos meses vimos "The Jersey Boys", la biografia de un grupo pop, y ahora ya se estrena esta "American Sniper", una de las películas más fuertes en la carrera del director de "Los imperdonables". "Francotirador" es muy fuerte por narrar hechos recientes y también por contarlos desde el punto de vista de quien los protagonizó, el francotirador estadounidense Chris Kyle, a quien se le adjudicaron 160 muertes durante la guerra de Irak. Esta eficacia matando gente desde una larga distancia convierte al protagonista de la película (un eficaz Bradley Cooper) en una especie de superdotado o ser legendario entre los marines que, mientras caminaban por las calles iraquíes, veían caer cadáveres de rincones donde no sospechaban que nadie los acechaba, pero que eran descubiertos y liquidados por su ángel de la guarda con mira telescópica. Pero la visión del francotirador es distinta: algunos de sus blancos son mujeres y niños, sobre todo niños, que en esa guerra, armados de un explosivo, podían matar a una decena de marines si alguien no los interceptaba antes con una bala certera. El film empieza justamente con una escena terrible, la de Kyle apuntándole a un niño de 12 años en el cráneo, y de ahí corta a Texas, cuando el francotirador tenía la edad de su próxima víctima iraquí y está demostrando su habilidad con el rifle siguiendo los consejos de su padre, luego en la iglesia y creciendo hasta soportar el casi sádico entrenamiento de los Navy Seals, más el encuentro con la que se convertirá en su esposa (Sienna Miller). Luego, ya aclarando que se trata de su primer tour en Irak, la película vuelve con el rifle apuntando al terrible blanco ya mencionado. Eastwood pone toda su pericia y rigor formal en las escenas bélicas que son muchas y llenas de adrenalina y con muchos detalles nunca vistos en un film bélico, como las constantes conversaciones entre el protagonista y su esposa mientras apunta a qué blanco enemigo va a eliminar. Luego, cada regreso de Kyle a su tierra natal se vuelve un poco menos original, al describir los conflictos del soldado recién salido de la guerra y su difícil adaptación a una paz que le parece ajena y lejana. A medida que avanzan las más de dos horas de duración, "Francotirador" se vueve más intensa y, pese a que podría interpretarse de distintas maneras, no cabe duda de que finamente lo que describe Eastwood son los horrores de la guerra.
Una narración estrictamente clásica dentro de una temática controversial. Hay pocos, muy pocos directores en la actualidad que mejoren con cada título y demuestren ser una buena inversión de la plata del espectador como Clint Eastwood. Si bien su más reciente opus puede resultar un poco patriotero e intenso para el gusto de algunos, Eastwood demuestra por enésima vez que una narración clásica comunica con efectividad su tema y sostiene el interés del espectador. A continuación mis dos centavos sobre Francotirador. Donde pone el ojo… A Chris Kyle (Bradley Cooper) siempre se le enseñó desde que era purrete que había tres clases de personas: las ovejas, que no se pueden defender; los lobos, que se aprovechan de las ovejas; y finalmente, los perros pastores, que protegen a las ovejas. Así que cuando la sombra del terrorismo comienza a cernirse sobre Estados Unidos, Chris decide formar parte de los Navy Seals, las Fuerzas Especiales de la Naval Estadounidense. En el transcurso de todo esto, Chris conoce a Taya (Sienna Miller) y empiezan a formar una familia. Este sueño americano no tarda en convertirse en una pesadilla cuando ocurren los atentados del 11 de Septiembre y sin miramientos, Chris marcha raudo para Irak en donde no tarda en convertirse en el francotirador con más bajas en la historia de Estados Unidos. Pero el problema más serio que tiene Chris, no es con el enemigo, sino en casa donde descubre que no puede concebir la vida sin estar en el campo de batalla. Un deber que se confunde fácilmente con la adicción y que puede costarle su familia. El guión de Francotirador es uno de los pocos que elige distanciarse de la estética narrativa documental que pueblan muchas de las historias sobre la guerra de Irak, y elige, lisa y sencillamente, dar a su protagonista un objetivo concreto (agarrar a un francotirador enemigo) y un riesgo emocional interno claro (la familia que él está dejando atrás y cómo la guerra lo afecta al punto de no poder vivir sin ella). Del mismo modo que en La Conquista del Honor, acá la temática es sobre como el mote de “Leyenda” le pesa al protagonista y lo atormenta más que hacerlo sentir orgulloso. Los momentos de tensión en las escenas de acción están a la par con las escenas dramáticas en donde el protagonista tiene intensos debates con su mujer sobre cómo esta guerra lentamente saca lo peor de él mismo. Es una efectiva película de acción, apropiadamente sazonada con drama familiar, en donde ambos tienen el mismo peso en el desarrollo narrativo. …pone la bala Francotirador te engancha desde el primer plano que Eastwood pone ante nuestros ojos. Pero los aspectos técnicos que brillan son el Montaje y el Sonido. Particularmente una escena en donde la mujer de Kyle, embarazadísima, trata de tener una conversación con su marido, pero a este le empiezan a llover las balas y se le cae el teléfono. La desesperación es tal que estas más preocupado porque Kyle agarre el teléfono y le diga a la mujer que está bien, que por los tiros enemigos que recibe. Solo Eastwood (y sus hábiles montajistas Joel Cox y Gary D. Roach) puede lograr algo así. Una cátedra de suspenso a través del montaje. Por el costado actoral, Bradley Cooper sostiene con mucha dignidad la película, y bajo la dirección de Eastwood este muchacho no hace más que confirmarse como uno de los actores más sólidos de su generación. Manifiesta el remordimiento de su personaje hasta con la más sutil de las miradas. Un gran laburo interpretativo. Conclusión Francotirador es una sólida narración de un director que a esta altura ya no tiene nada que demostrar. La pericia de Eastwood y la narración de Cooper prueban ser una buena inversión. ¿Cómo lo sé? Digamos que cuando termino la función, y salieron los créditos, cayó un silencio de sepulcro en la sala. Uno de esos silencios contundentes por lo que uno acababa de ver. Uno de esos silencios que deja claro que no viste cualquier cosa, sino que viste algo que te afectó.
Acerca de mirar y sobrevivir en el mundo. La nueva película de Clint Eastwood se ubica principalmente en la guerra de Irak, metiéndose de lleno en el género bélico con maestría. A cargo del personaje principal está Bradley Cooper, cada vez más sólido y bien marcado. A esta altura, volver a invocar el fanatismo republicano de Clint Eastwood, ya con 35 películas detrás de cámaras, puede parecer un lugar común, una verdad sin vueltas reiterada infinidad de veces. Eastwood, homus ideológico sin dobleces, es un gran director, acaso el último narrador de la tradición clásica, un cineasta que en sus recientes films ya no aparece como actor, pero que tampoco cede un ápice en su visión del mundo. Francotirador en buena parte transcurre en Irak, adonde el Navy Seal Chris Kyle (Cooper) se pondrá al frente de cuatro misiones observando por la mirilla de su poderosa arma cada uno de los movimientos de sus enemigos. Sí, enemigos que pueden ser un chico, una mujer vestida de monja o la obsesión que le quita el sueño al personaje: un francotirador iraquí tan legendario como él, otra máquina de matar entre las sombras. Kyle es respetado por propios y extraños, se juega la vida debido a una causa y desde allí articula su discurso ético y moral, también familiar, donde jamás se esconden sus más primarios deseos. En paralelo, su esposa Tanya (Sienna Miller) y sus hijos, a los que ve poco y nada por su compromiso con la patria. Sí, Kyle es un tipo patriótico y el mejor en lo suyo, tanto como Harry Callahan en Dirty Harry, los soldados norteamericanos en La conquista del honor o los japoneses que dejan la vida por su país en Cartas desde Iwo Jiwa, el díptico bélico de Eastwood sobre la Segunda Guerra. Pero si aquella visión por duplicado de bandos enfrentados convergía a criticar al poder que enviaba a los soldados a una muerte (casi) segura, Francotirador escarba en la psiquis de un personaje particular, que padece su deseo de estar en el campo de batalla, que omite al rebaño familiar debido a su compromiso con la patria uniformada y belicista. En ese ida y vuelta entre lo público y lo privado, Eastwood entrega otra clase magistral de narración cinematográfica contemplando, como es habitual en él, el placer de contar una historia sin artilugios decorativos ni construcciones de relato que omitan el corazón del asunto. El director va directo al hueso, a desnudar a un personaje comprometido en situaciones límite, a confrontar su manera de observar al mundo desde un refugio destruido por el horror. Allí no se establecen dudas ni preguntas: Kyle primero analiza y mira y luego decide qué hacer. Pero, es en ese punto donde Eastwood se destaca del resto de sus colegas que tratan temas similares: si el género bélico atañe a la derecha como ideología, Eastwood lo coloca en un lugar de tensión, anteponiendo a un soldado como Kyle por encima de las reverencias y exaltaciones heroicas que ordena y manipula una nación.
Francotirador, la película que da en el blanco Christopher Kyle entró en la Marina de los Estados Unidos casi por casualidad. De joven intentó ganarse la vida como cowboy de rodeos, pero un accidente en un brazo lo retiró rápidamente. En 1998 intentó enrolarse para formarse como un Navy SEAL, aunque lo desestimaron por esa misma lesión. Tuvo más suerte un año más tarde y fue admitido en el programa de SEAL en la especialidad de francotirador. Kyle hizo cuatro vueltas en la Guerra de Irak y se convirtió en una leyenda viva. Los iraquíes lo apodaron el "Satán de Ramadi", ya que tiene en su haber unas 255 muertes. El Pentágono le acreditó sólo 160 porque para "confirmar" una muerte tiene que haber un testigo. El norteamericano hizo cosas como matar a 40 enemigos en un solo día, dar en un blanco a una distancia de 2.100 metros o asesinar a una mujer con un bebé en brazos que portaba una granada. Kyle declaró muchas veces que no consideraba a sus enemigos como personas y que su objetivo era sólo salvar la vida de sus compañeros. Fue herido dos veces por otros francotiradores, sobrevivió a seis atentados con explosivos, pusieron precio por su cabeza (20 mil dólares) y ganó dos Estrellas de Plata y cinco Estrellas de Bronce. Permaneció 10 años en los SEALs hasta que se retiró para poder salvar su matrimonio con su esposa Taya, con quien tenía dos hijos. De vuelta en su hogar fundó una empresa de seguridad privada llamada Craft International y escribió un libro autobiográfico titulado American Sniper donde relata sus experiencias en Irak, que fue un éxito de ventas. El sábado 2 de febrero de 2013, Kyle y un amigo llamado Chad Littlefield se encontraban practicando tiro en un campo en Rough Creek Lodge en Glen Rose, cuando fueron asesinados por un ex marine llamado Eddie Routh. Al día de hoy no se saben sus motivos, sólo que supuestamente tenía desórdenes mentales. Clint Eastwood y Bradley Cooper decidieron llevar la vida de este "controvertido" hombre a la pantalla grande con "Francotirador ". El resultado: un estupendo film. Es interesante, y necesario, contar la historia de Chris Kyle. ¿Por qué? Es que fácilmente se puede confundir a este filme con uno propagandístico y mostrar lo que en realidad pensaba y decía el verdadero Kyle es fundamental para entender lo que se muestra en la película. El largometraje es de esos de la "vieja escuela", con un Eastwood ligeramente distinto a sus obras anteriores. La historia de este adicto a la guerra que poco a poco va siendo alcanzado por los horrores que ella conlleva es magistralmente narrada por el viejo Clint, que sabe bien qué es importante contar y qué no. No retrata a un héroe ni a un súper hombre que lucha a muerte por su país, sino a un hombre superado por su entorno (aunque él no lo sepa o entienda) que hace lo que puede y cree necesario para que sus compañeros sobrevivan. Bradley Cooper, por su parte, está impagable. Se nota la dedicación y el amor que el actor le puso a este papel, como si su vida dependiera de ello. Se sabe que el actor logró hablar por teléfono con Kyle un par de semanas antes de que lo asesinaran por la producción del filme. Es como si hubiera aprendido hasta el último detalle para honrar al soldado y dar su mejor performance. "Francotirador" recibió seis nominaciones al Oscar, incluidas Mejor Actor y Mejor Película. Eso es anecdótico, pero en un punto reafirma lo gran película que es. Así que ya saben, si eligen ir a verla, sepan que van a dar en el blanco.
Francotirador, la última película de esa leyenda viva que es Clint Eastwood, es una película capaz de generar admiración y rechazo. Admiración, por lo impecable de su narración (clásica, pero de ritmo constante que jamás decae a lo largo de más de dos horas de metraje) y factura técnica, y rechazo por su temática inevitablemente chauvinista, sumado a una postura (no tan) neutra respecto a la guerra. Es, sin embargo, aún cuando se la quiere juzgar desde un lugar que nada tiene que ver con lo artístico sino más bien lo político, inobjetable en un aspecto: está basada en la vida de una persona real y todas las situaciones, suponemos, también lo son puesto que parten de una biografía. Chris Kyle (notable trabajo de Bradley Cooper), el Navy Seal coronado como el “francotirador más letal de la historia de los Estados Unidos de América”, carga casi con la totalidad de la narración de la película y su vida es tan interesante -así como éticamente cuestionable- que, aún con una duración de 134 minutos de película, uno no puede evitar pensar que aún hay más detrás de la historia oficial. El punto de partida del film describe un momento clave en la vida del protagonista, donde debe tomar la primer gran decisión de su carrera profesional como sniper: asesinar o dejar vivir a un “niño del Islam” que carga con un explosivo a punto de detonar. Un flashback nos retrotrae a la infancia del protagonista, donde aprende una lección que, lejos de justificar su existencia, al menos busca explicarla: a modo de consejo paternal, el pequeño futuro “defensor de la patria” comprende que el mundo está dividido entre ovejas (inocentes), lobos (depredadores) y perros pastores (guardianes de la ¿paz?). Una lección útil que, sin embargo, funciona únicamente si no es minuciosamente cuestionada. American Sniper (tal su título original, que no deja dudas acerca del espíritu patriota de la película) es un regreso en forma de Eastwood y marca su cuarta biopic en menos de cinco años. Una maratón que comenzó con Invictus, flaqueó con J. Edgar, fue injustamente menospreciada con Jersey Boys y ahora parece redimirse completamente con Francotirador. Nada mal para un realizador que ya hace rato supo convertirse en un monumento vivo de los valores (tanto los mejores como los peores) del estandarte de vida norteamericano.
s películas de Vietnam hablaban de la decadencia estadounidense, del fin de un prestigio universal que había surgido de luchar contra un enemigo preciso y sin ningún rasgo redimible: el delirio de dominio global de los nazis y la infame racionalidad puesta al servicio del exterminio generalizado no admitía dudas, ni políticas ni morales. Después, la disputa fue otra, los relatos se complejizaron y las guerras venideras ya no gozaron del beneplácito de antaño. Las películas de guerra en Irak y Afganistán ya no consiguen ni siquiera esbozar una decente hipótesis geopolítica. El mito se ve como mito y la racionalidad política se reduce a ciertas aporías inestables, o la voluntad de poder queda directamente en fuera de campo. Es por eso que los tours bélicos a tierras en las que supuestamente nacen terroristas como hongos instigan solamente a filmar retratos de la inestabilidad psíquica del soldado. En este caso, se trata de uno que gatilló 160 veces y se llevó puesto a todo aquel que pudiera comportar un verdadero peligro en el campo de batalla. Si el sospechoso estaba en edad de aprender la tabla del 6 o en convertirse en abuelo, no importaba. Eso no implicaba que a Chris Kyle no le doliera tener en la mira a un niño, y a Eastwood tampoco le da lo mismo: la secuencia inicial en la que Chris tiene que decidir si le dispara o no a un infante es notable por su resolución. Flashback, falso raccord y una genealogía directa de cómo se llega a ser un francotirador en América, seguido por una introducción sucinta a la filosofía social propia de cavernícolas en la que se inscribe el héroe americano: están los perros, los lobos y los pastores de perros, figuras de una tipología sociológica amateur; el héroe es este último, el que defiende a los débiles. Nada de sutilezas en Francotirador. Lejos está Eastwood de la delicadeza de Cartas desde Iwo Jiwa, capaz de pensar seriamente en la otredad, y de La conquista del honor, en donde contrariaba el impúdico heroísmo bélico. Las grandes películas de guerra siempre dicen lo mismo: todos pierden, todos. Quizás hay aquí un sentimiento difuso de la inutilidad de los cuatro viajes de Chris. Su hermosa mujer siente que lo ha perdido y en cada regreso a casa Chris sigue habitando en el país de las tormentas de arena. Aún hay que salvar soldados, aún debe aniquilar al francotirador enemigo (la secuencia completa en la que Chris consigue dispararle es un prodigio cinematográfico). Basada en la propia autobiografía del soldado, Eastwood y su guionista han hecho los recortes necesarios para imprimir la leyenda y eludir las contradicciones y zonas oscuras de su protagonista, una leyenda que aquí tiene sabor a verdad, en especial cuando Eastwood elige concluir su filme con material de archivo del pueblo estadounidense honrando a su héroe caído. Nefasta cultura la de los héroes, reales o imaginarios, pues allí se refrenda siempre un ideal nihilista por el cual la muerte es más grande que la vida.
La violencia ha sido el tema central de la carrera de Clint Eastwood. A los 84 años, el actor y director vuelve sobre ella en FRANCOTIRADOR, acaso no la más sutil de sus películas pero sí una que prueba que sigue siendo no solo un gran narrador –eso es algo que nadie puede discutir a esta altura de su carrera– sino que sigue sabiendo manejar una muy interesante ambigüedad respecto al tema, una que convierte a este filme en uno de esos experimentos psicológicos en los que cada espectador termina viendo lo que quiere ver. Todos sabemos que Clint es republicano y lo hemos visto pifiarla feo burlándose de Barack Obama haciendo malas bromas con una silla en una convención de su partido, pero lo cierto es que Clint no es “republicano” en su versión más básica y tarzánica (de hecho, varias veces se manifestó en contra de estas guerras) y en un punto la película es profundamente antibelicista. El personaje es un hombre que valora y respeta ciertas visiones tradicionales mediante las que su país se ve a sí mismo –“el mejor país del mundo”, “Dios, patria y familia”– pero esas tradiciones son puestas en discusión por Eastwood de una manera cinematográfica inusual, indirecta. american-sniperFRANCOTIRADOR no habla de lo que sucede fuera de las misiones en Irak y de los regresos de Chris Kyle –el “sniper” que da título a la película, un hombre que tuvo 160 muertes confirmadas, casi todas desde su puesto en las alturas, protegiendo a los soldados a la distancia– a su casa. No hay análisis políticos sobre los motivos de la guerra ni se muestra nada fuera del entrenamiento y de los combates. Kyle es un veinteañero de Texas que se vuelve Navy SEAL para defender “al rebaño” (como lo educaron de pequeño), su misión allí es la de francotirador y su trabajo es hacerlo bien, protegiendo a sus compañeros. Y es eso lo que hace. La película narra las cuatro veces que va Kyle (Bradley Cooper, con barba y 20 kilos más) al frente de batalla y las distintas circunstancias de cada una de sus misiones. Tendrá dos enemigos fuertes: encontrar y eliminar a un hombre clave de Al Qaeda al que llaman El Carnicero y hacer lo mismo con su “némesis”, un francotirador sirio, campeón olímpico, que trabaja para “el enemigo”. Eastwood y Kyle/Cooper –que funciona, en ese mundo, de manera muy similar a la que lo haría Clint de tener la edad para protagonizar la película– compactan sus misiones con la mirada fija en el objetivo, un poco a la manera de Kathryn Bigelow y su VIVIR AL LIMITE: el protagonista es un especialista, un profesional, casi un adicto, que no puede tomar distancia crítica de lo que hace. Y que, una vez que empieza, no quiere ni puede parar. americansniperLa distancia que sí se empieza a quebrar es la emocional. Por la naturaleza de su trabajo, Kyle mata de manera fría, lejana. Las circunstancias de sus asesinatos son duras, pero asépticas. El no termina de involucrarse hasta que, en cada nuevo regreso al frente, las situaciones se van volviendo más duras y complejas (operativos salen mal, mueren amigos, etc) y empiezan a afectarlo de una manera que, si bien él trata de negar, es más que evidente tanto en Irak como de regreso al hogar. Ahí es donde empieza a sentirse su desconexión con ese otro mundo y su necesidad casi adictiva de volver al frente: no termina de (re)conectar con su esposa ni con sus pequeños hijos (a los que ve muy poco), vive tenso, tiene la presión por las nubes y cualquier bocinazo en la autopista lo pone en alerta. ¿Es culpa, perturbación, stress post-traumático? Según Kyle, no. No sabe ni quiere saberlo. O tal vez sí sea culpa, pero no por la gente que mató sino por los que no pudo salvar. Es por eso que siente que cada minuto que no está en el frente es un minuto perdido. De todos modos, no se trata de un personaje a quien el ego le infla el pecho: lo llaman “La Leyenda” –por la cantidad de muertes, al punto que los enemigos le ponen un precio a su cabeza–, pero a él no le gusta que lo pongan en ese lugar y trata de evitar a los que lo miran con admiración. De vuelta: es un tipo que tiene un trabajo para hacer, lo hace bien y punto. A otra cosa… American-Sniper_612x380Si bien la historia real tiene una vuelta de tuerca final algo inesperada y hasta irónica –que no vamos a revelar acá si bien en diez segundos lo pueden encontrar en Wikipedia–, Eastwood siempre mantiene el eje fijo en las rutinas de su protagonista, como si la mirilla de la escopeta fuera el visor de la cámara. Nos pone ahí, en el acto, en el momento presente del combate. Las escenas filmadas en el frente son notables por su precisión narrativa, su justeza geográfica (se entiende todo, está editado con una lógica espacial irreprochable) y por la manera en la que logra trasladar al espectador a la situación. Especialmente notable es un combate tremendo y peligroso que tiene lugar en medio de una nube de humo y polvo que no permite ver prácticamente nada. En medio de ese marrón borroso, son las sombras, los bordes de los personajes los que, como fantasmas, recorren la pantalla. Metáfora más evidente que esa acerca de lo que Clint piensa de la guerra, no hay en todo el filme. FRANCOTIRADOR es una película que requiere, especialmente fuera de los Estados Unidos, a un espectador de mente abierta que pueda por unos momentos despegarse de prejuicios políticos absurdos, de esos que llevan a decir a muchos que odian tal o cual película por ser “pro-yanqui” o banalidades por el estilo. En ese sentido, el filme de Eastwood bien podría ser un western y Kyle el hombre encargado de evitar que los indios invadan la propiedad de algún pionero. Sí, sabemos que en el verdadero Oeste el territorio pertenecía a los indios y que los invasores eran los “hombres blancos” pero eso no nos impide (o no debería impedirnos) disfrutar de esos westerns, aún cuando se tengan diferencias ideológicas. De otra manera uno termina diciendo estupideces a la manera de Quentin Tarantino que afirma odiar a John Ford por ciertas cuestiones de ese tipo que ve en sus películas. Es un reduccionismo banal y que ni siquiera refleja la complejidad de las películas de Ford. Con Eastwood pasa algo parecido: sus películas van mucho más allá de las coincidencias ideológicas que podamos tener con su director. No solo por la brillantez de la ejecución en todos sus rubros sino por que son más complejas y ambiguas de lo que parecen a simple vista. FRANCOTIRADOR puede ser un poco simplista en su manera de mostrar al “enemigo” como un todo malvado dentro del cual no hay casi diferencias (si parece malo, es malo), pero en el fondo no es una película sobre la guerra en Medio Oriente sino una sobre la adicción a la violencia y la manera en la que la guerra se vuelve un perverso juego autocontenido (el “afuera” no existe, se sale a matar por protección o por venganza): la guerra como una suerte de videogame que nubla los sentidos y empuja a seguir jugando, como adictos, entre la vida y la muerte.
La máquina de matar “Las personas se dividen entre los lobos, las ovejas y los pastores. Los lobos son aquellos que atacan. Las ovejas son las que son siempre atacadas. Los pastores son los que tienen las bolas para agredir a los lobos. Yo no quiero lobos ni ovejas. Yo crío pastores” Estas son las palabras del padre de Chris Kyle, al comienzo de Francotirador, nuevo trabajo de Clint Eastwood a los 84 años. El film se basa en la autobiografía del personaje, denominado “leyenda” entre sus camaradas militares debido a que se cobró más de 160 muertes durante la última guerra de Irak. Eastwood lejos de emitir juicio decide limitarse a narrar los hechos desde el punto de vista de Kyle, pero de la forma más austera posible, omitiendo uso de voz en off, con ausencia completa de música incidental -con excepción de una sutiles notas de piano compuestas por el propio realizador y representando a la esposa de Kyle- y convirtiéndolo en un personaje lejano, sobrio. El director elige un elenco desconocido para secundar al protagonista y su mujer, y su cámara, por momentos adquiere un tono seudo documental para retratar las contrastantes realidades que vive el personaje en la guerra y en su casa. El veterano realizador se aleja del entretenimiento mainstream para acercarse un poco al tono de de la Katryn Bigelow de Vivir al límite. Estas decisiones estéticas no influyen en dos factores fundamentales: la narración es fluida, transparente y en muchos aspectos clásica, y el timing de Eastwood es perfecto. Equilibrio de humanismo y acción es lo que caracteriza su filmografía. La historia de Kyle es narrada casi linealmente, pero comprende dos sitios distintos. El hogar de Kyle: su crianza en Texas bajo el ala de un padre ultraconservador que le enseña a cazar, su alistamiento en los SEALS, y su vida conyugal que es interrumpida por las cuatro misiones que realiza en Irak, donde se convierte en leyenda. AMERICAN SNIPER Eastwood, más allá de inferir crudeza a cada escena de batalla, intenta meterse en la cabeza de un hombre criado en un ambiente violento, entrenado mentalmente para odiar a su enemigo, y casado con el ejército. Su matrimonio con Taya, no es más que una tapadera, una imagen que oculta su verdadero amor con el ejército y su rifle. El personaje es una máquina de matar y al igual que el protagonista de Vivir al límite, la carga adrenalínica, disfrazada de patriotismo se convierte en adictiva, quitándole paulatinamente humanidad y conciencia al personaje. A cada regreso, el personaje se vuelve más paranoico y menos abierto con su mujer. La interpretación de Bradley Cooper en ese sentido es notable, por el grado de introspección al que lo lleva el realizador. La película intenta mostrar al personaje tal cual es, sin convertir su accionar en un discurso moralizador o didáctico antibélico. Tampoco parece estar la intención en Eastwood en transformar en heroicos los actos de Kyle; mas en el final las imágenes que acompañan los créditos pueden decir lo contrario, ya que representan la devoción con la que la sociedad estadounidense despide a sus “pastores“. Francotirador se va a convertir en una de las obras más cuestionadas de Eastwood. Irreprochable desde el trabajo visual y técnico, moderna en utilización de efectos visuales, es contradictoria en su postura política. La representación de los iraquíes no es la mejor. Los villaniza cuan película explotation y solo le otorga un poco de volumen al personaje de Mustafa, al que lo convierte en el espejo de Kyle, un francotirador implacable, que en los momentos libres también pasa el rato con su familia y se enorgullece de sus asesinatos subiéndolos a internet. Mustafa es el principal objetivo de Kyle, pero Eastwood en solo un minuto lo muestra como un némesis no muy distinto al protagonista. Más allá de los logros técnicos, Francotirador se destaca por la interpretación de Bradley Cooper, que más allá de la transformación física, consigue concentrar sus expresiones en la mirada y reprimir las emociones. También es interesante lo de Siena Miller, que solo desborda emocionalmente en una escena, pero se muestra sobria el resto del film. Eastwood demuestra su marca de autor en escenas como el entrenamiento previo a la guerra, en que expone la experiencia de El sargento de hierro, o una de las secuencias finales, que el protagonista y su batallón están rodeados de balas enemigas, y el director decide filmarlo como si fuera la secuela de Ruta suicida (1977). Francotirador es un trabajo sólido, de un director con pulso de hierro, espíritu joven, pero mirada clásica y conservadora. Clint Eastwood sigue siendo el pastor del cine estadounidense.
Héroe americano A los 84 años, Clint Eastwood hizo una de sus películas (sino la película) más controvertida en su larga carrera. Una iniciativa del principal protagonista, Bradley Cooper, el film adapta la autobiografía de Chris Kyle, un marine que sirvió al gobierno estadounidense en Irak entre 2003 y 2009, y a quien se atribuyen más de 255 bajas enemigas; la mayoría, a merced de su destreza como francotirador, que le valió el apodo de Leyenda. Habiéndose estrenado en los Estados Unidos, American Sniper (su título original) es una de las líderes en nominaciones a los premios Oscar, un éxito de taquilla en su país de origen y la responsable de reactivar un sinnúmero de expresiones reaccionarias, según medios norteamericanos. Así las cosas, Eastwood (que fue condicionado por el padre de Kyle, tras su accidental muerte en 2013, a no mancillar el nombre de su hijo) instala a su personaje en un lugar incierto. El Kyle de Cooper es, por momentos, un loco binario, en otros un mártir que (condicionado, como el director, por el mandato religioso de su padre) da la vida para proteger a los suyos. Es un doble groseramente yanqui de los personajes que hicieron famoso a Eastwood (Harry o el Hombre sin nombre en los films de Leone), pero nunca, al parecer, es el Kyle de la vida real, aquel que declaró desear haber matado a más y para quien apretar el gatillo era diversión pura. Existe la percepción de que Clint solo quiso mostrar la realidad, tan patriótica como es, pero hay inequívoca moralina en el francotirador que sufre cuando el objetivo es una mujer o un niño. Técnicamente, por otra parte, no existe nada que Kathryn Bigelow no haya presentado en sus últimos films bélicos.
Otra obra brillante de Eastwood con el mejor trabajo de Bradley Cooper Clint Eastwood tiene 84 años. Sigue filmando, activo, vigente, enérgico y podemos agregar el término polémico ahora. Sea con los adjetivos que sean en algo es irreductible éste hombre: jamás se moverá un ápice de la profunda convicción de, ante todo, contar una historia. Mejor, peor, con más plata, sin ella, en más tiempo, en menos tiempo; pero siempre contar una historia. Es claramente uno de los últimos narradores artesanales que todavía dan cátedra. Ecléctico en los temas que aborda más no en la manera de hacerlo, el octogenario se interesó por un proyecto dejado de lado por Steven Spielberg hace un par de años, y contestó afirmativamente al deseo de Bradley Cooper de filmar juntos la historia de Chris Kyle, un ciudadano norteamericano que luego del ataque a las Torres Gemelas siente el “llamado del águila” a defender la patria contra el terrorismo. El primero de los muchos aciertos de “Francotirador” es la simple pero muy concreta construcción del personaje. Los primeros pares de minutos son magistralmente tensos. Chris (Bradley Cooper) está apostado en el techo de una casa en Irak, mientras vemos el paulatino avance de una tropa por las calles. Su concentración es extrema. Está allí para evitar ataques suicida, emboscadas y trampas, razón por la cual tiene luz verde para decidir quién vive o muere. A su vez, si se equivoca y mata a algún civil deberá atenerse a las consecuencias. Primero ve a un hombre hablando por celular en un techo. Intuye. Lo vemos dejarse llevar por su instinto. Su mundo y todo lo que importa se ve y cabe dentro de una mira telescópica. Ahora vemos a través de ella a una madre y su niño salir de una casa. La madre esconde algo. Es una bomba. La tensión crece. El dedo está en el gatillo. La madre le da la bomba al nene y éste avanza hacia el pelotón. ¿Lo va a matar? ¿Va a matar a un niño? En ese preciso momento, un flashback nos va a contar quien es Chris y cuáles son los antecedentes que lo llevaron a estar en esa posición. No sólo por una destreza innata para disparar y acertar; sino por el tipo de valores inculcados por su padre en los que cree fervientemente: “Dios, la patria, la familia, en ese orden”. Luego de la primera incursión en Irak “Francotirador” queda dividida en cuatro episodios. Las cuatro idas al frente de batalla para ayudar a sus “hermanos” y compatriotas. Más allá de la superlativa forma de mostrar el contexto y el escenario bélico, Clint Eastwood se aferra como director al núcleo dramático por el cual atraviesa su protagonista. Así, la vida de soldado y la familiar se convierten en vectores de sentidos opuestos. Para una dirección va el crecimiento de la leyenda en el campo de batalla, el héroe que no teme a nada y entrega su cuerpo al servicio del ejército norteamericano, sirviendo como ejemplo e inspiración a sus pares a lo largo de las cuatro misiones en campo enemigo. Para el lado contrario va el decaimiento de su lugar como miembro de una familia. A medida que se prolonga su estadía en plena vigencia del conflicto bélico Chris sufre una suerte de alienación. Un aislamiento de los sentimientos que se focaliza en la defensa de su país (y del American way of life), mientras su esposa le ruega que no vaya más al frente y acepte su responsabilidad como padre y esposo. “Estamos en guerra, la gente se está muriendo y yo estoy yendo al puto shopping” sería la frase que ilustra mejor el sentir del protagonista y la impronta de un héroe (cómo les gusta a los yanquis este concepto) de carne y hueso. El último opus del genial director puede generar dos sensaciones encontradas para aquellos asistentes al cine que tengan a Estados Unidos lejos de su estima. Como ser humano-político (firmo lo que escribo y corre por mi cuenta) estamos frente a un discurso pro yanqui, preminentemente republicano, oportunista y demagógico, que además transita por una línea muy fina entre las causalidades de una guerra y la justificación de la incursión en Irak con aires de superioridad. Por ejemplo: escuchar a los soldados referirse a los habitantes como “bestias” o “animales” no aporta nada a la película ni a los personajes; pero sí al discurso. Es cierto, este producto viene de allá ¿Por qué no inundar la pantalla con banderas? Pero una cosa es amar a su país (Chris Kyle lo amaba sin dudas) y otra distinta es imponerlo en otras culturas a fuerza de guerras falsamente justificadas. Esto se potencia, además porque Eastwood esquiva por todos los medios abordar la enorme cantidad de delitos de lesa humanidad perpetrados en esa guerra desigual, “fuego amigo” y masacre a periodistas incluidas. También es cierto: no es la historia que él quería contar, pero entonces ¿por qué incluir sí, un solo costado del discurso? Por otro lado, como espectadores estamos frente a una obra de excelente realización en términos técnicos y artísticos. El director es capaz de trasladarnos al escenario y meternos en el con una facilidad y realismo asombrosos. Se percibe la tensión de cada incursión, ya sea por la pericia de la cámara en mano o la natural colaboración de los exteriores. Bradley Cooper brinda la mejor actuación de las tres por las que recibió nominaciones consecutivas al Oscar. Su Chris tiene diferentes coloraturas según esté en casa o en Medio Oriente y un nivel de contención transparente a medida que su personaje crece en el relato. En los momentos en Texas cuenta con un fabuloso trabajo de Sienna Miller en el papel de la esposa. “Francotirador”, fuera de lo que uno puede sentir frente al discurso, es coherente con la filmografía de Eastwood, o sea, es una película brillantemente realizada.
Francotirador sigue los días del mencionado tirador compulsivo sin analizar (ni siquiera someramente) las motivaciones y consecuencias de la guerra/invasión a Irak, ni problematizar demasiado los conceptos de heroísmo y patriotismo. Apenas aparece de adulto en pantalla, Kyle se muestra con actitud de cowboy, pero en el film no se advierte ese fulgor mítico del western que describía Bazin. Algunos sostienen que se ha respetado el punto de vista de Kyle, pero el problema es el punto de vista de Eastwood: ¿qué cuenta, qué quiere decirnos, qué ve en él? Un muchachón entrenado para matar pero en el fondo buen amigo, buen esposo y buen padre, que se delecta con la violencia sin mostrarse nunca agresivo con sus seres queridos. No hay nada sombrío en el retrato que Eastwood hace de este militar convencido (nadie menos sombrío que el rubicundo Bradley Cooper, que encarna al personaje), y se descuidan personajes secundarios que podrían haber sido interesantes, como el hermano o el psicológo, y ni hablar de la mujer (Sienna Miller, también esposa de Ruffalo en Foxcatcher), que todo el tiempo ríe nerviosamente y hace reclamos que parecen salidos de un mal teleteatro. El hecho de haber utilizado un evidente bebé de plástico en ciertas escenas confirma el estilo chapucero de Francotirador, así como su final con banderas y música sensiblera deja en evidencia la condescendencia de Eastwood. Dejando ver, de paso, que las películas nominadas al Oscar siempre tendrán que ver con lo que le importa o le preocupa a la sociedad estadounidense (el libro escrito por Kyle poco antes de su muerte fue un éxito), y más aún si fueron realizadas por un actor-director como Eastwood, que en el país del Norte es poco menos que un prócer.
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El llanto del depredador El estreno de El francotirador, la película de guerra más taquillera de la historia de Hollywood, nominada a seis óscars este año, suscitó una encendida polémica y viene levantando polvareda por basarse en la historia real de Chris Kyle, francotirador del ejército americano que incursionó en cuatro misiones en Irak. Por su abordaje sesgado del conflicto, por su humanización de soldados norteamericanos y su distancia con los iraquíes, por tocar un tema tan sensible y presente, Clint Eastwood, su director, ya ha sido cuestionado por unos cuantos. Entre los detractores de la película, Noam Chomsky fue de los que se han mostrado más enfáticamente ofendidos, y la describe como parte de una campaña propagandística que justifica la matanza de mujeres o niños en tierras extranjeras. Entre sus argumentos, Chomsky señala un artículo en Newsweek, referido a la película y escrito por Jeff Stain, ex oficial de Inteligencia de los Estados Unidos. En él, Stain relata una visita que hizo a una base de la marina, particularmente un club de francotiradores: "las paredes del bar presentaban estandartes de las SS nazis en blanco sobre negro, más otras insignias originales de la Wehrmacht. Los fancotiradores de la marina estaban claramente identificados con los tiradores de la máquina de matar más infame del mundo", aspecto que permite vislumbrar lo lavada que está en la película la imagen de esta ala de los Navy Seals. Los defensores de El francotirador por lo general argumentan que el foco de Eastwood no está en la guerra en sí, sino que se trata tan sólo de un contexto que le permite profundizar criticamente en la figura de un héroe contemporáneo, y en cómo esa construcción heroica contrasta con su vulnerabilidad, su "carga" y sus torbellinos internos. En esta figura harían mella algunas de las contradicciones de la guerra, como bien argumenta Alberto Castro del portal "En cinta": "Que Eastwood respete al personaje no significa que esté completamente de acuerdo con él. Solo alguien tan curtido en la realización podía crear una propaganda de guerra desde su lectura más superficial y llenarla de cuestionamientos entre líneas, volviendo a su protagonista el eje sobre el cual todo se construye, sí, pero también se derrumba (...). Estamos ante un personaje plano por definición, que comienza y termina igual en sus convicciones, pero el actor se encarga de generar capas y dudas en sus expresiones, cuando sus ideales empiezan a destruir todo a su alrededor o cuando sus acciones lo enfrentan a la exacta antítesis de aquello que defiende. " Es interesante conocer estas opiniones y no pueden ignorarse ciertos matices introducidos para evitar los blancos y negros, pero cierto es que el director de una película, por más que busque ser fiel a una biografía, tiene un compromiso con un suceso reciente que causó una profunda herida en una población civil. Es él y ninguna otra persona la que decide en qué aspectos de la guerra enfocarse y cuáles dejar por fuera, y son sumamente significativos ciertos datos reales que desde el libreto fueron alterados. En la película Kyle le dispara a un niño iraquí que lleva una granada y se dirige hacia los suyos. Pero esto nunca le ocurrió al Kyle verdadero. En sus memorias relata que sí tuvo que matar a una mujer que llevaba una granada, pero incluso aseguró que nunca hubiese matado a un niño, inocente o culpable. Por otra parte, es determinante en la película cuando el protagonista ve por la televisión el derrumbe de las torres gemelas, lo que lo lleva a combatir por su patria en Irak. Ahora bien, cuando la caída de las torres, Estados Unidos invadió Afganistán y no Irak, por lo que la película plantea un causa-consecuencia inmediato que no pudo haber sido real, y el paso del tiempo entre ambos sucesos no está sugerido. Los tres elementos señalados: el lavado de ideales de los francotiradores, la introducción de un niño terrorista y la explicación de la invasión a Irak como una consecuencia inmediata al 11/9 son tergiversaciones que favorecen al discurso oficial. Los que tienen el poder escriben la historia. Eastwood decidió mostrar la cara de Irak que se le ocurrió, presentando una invasión y un descarado saqueo de petróleo como una "guerra preventiva", desestimando el sufrimiento inconmensurable que sufrió una sociedad civil que fue torturada y diezmada por las tropas de ocupación. ¿Por qué como espectadores debemos asistir a las desdichas de un "pobre" soldado americano luego de su incursión voluntaria a la guerra en un país remoto?, ¿por qué deberíamos empatizar con un miembro del ejército invasor, con un militar afligido por sus compañeros caídos y no por el centenar de miles de familias devastadas en Irak?, ¿tan enamorados estamos de nuestros opresores?, ¿por qué asistir al entierro solemne de un héroe de guerra estadounidense e ignorar radicalmente la infinidad de réquiems pertinentes a toda una población? ¿Será que el cine dominante logró finalmente encauzar nuestra sensibilidad?
EL SACRIFICIO CONSERVADOR 1. DE LO QUE SE VE EN LA PELICULA Chris Kyle, a quien se reconoce como el francotirador que más personas ha matado en la ocupación estadounidense a Irak, es el personaje central de esta nueva película de Clint Eastwood. Francotirador da cuenta del relato biográfico de Kyle, con centralidad en su infancia y su carrera militar. Ambas épocas de su vida están definidas por elementos que influyen en la construcción de su identidad: primero será la marca paterna ineludible (“hay tres clases de personas: las ovejas, los lobos y los perros pastores”, su mandato será convertirse en uno de estos, capaces de cuidar a los otros, los más débiles, de los ataques de los lobos), luego la identidad colectiva como Navy Seal, la fuerza de elite estadounidense capaz de soportar, proteger y dar apoyo a los marines en el frente. La película dedica la mayor parte de su metraje a contar sus incursiones en Irak como francotirador, poniendo esta cuestión en tensión con su matrimonio. El cual apenas esta comenzado cuando convocan a Chris a la primera misión. El choque entre el mandato y el deseo personal motoriza la trama. Pero lo no dicho funciona en Francotirador como un eje de lectura fundamental. Eastwood da cuenta del modo en que la situación de guerra “captura” a ese hombre, lo aísla, le impide salir del universo simbólico e imaginario que le impone aquella instancia de muerte permanente. Chris Kyle nació en Texas, estado tradicionalmente republicano y conservador del centro de los Estados Unidos. Su identidad –autodefinido y sostenido narrativamente por el realizador- es la del ciudadano estadounidense del interior profundo que asume que su subjetividad resume la mejor tradición nacional. Para Kyle ingresar a las fuerzas armadas es responder a la obligación legada por su padre. Su lugar es el de defender a aquellos que son más débiles. Es una elección nacida de la internalización de aquel mandato y de la certeza de que su Nación estaba siendo agredida. Así como fue correcto proteger con violencia a su hermano menor en la escuela, pues había sido golpeado por alguien que lo atacaba aprovechando su indefensión. Era necesario que él asumiera su lugar en el frente para proteger a los estadounidenses indefensos. No deja de ser significativo como se define esta situación de sociedad agredida. En primer lugar serán los ataques terroristas simultáneos concretados en Tanzania y Kenia, en 1988 y en segundo término el ataque a las torres gemelas en septiembre de 2011. Allí se consolida la construcción (propia) de la sociedad en peligro. Las películas de Eastwood tienen en general la intención de establecer un diálogo con el público estadounidense, incluso cuando toma posturas más críticas. Pero en esta película no solo dialoga con determinado público, sino que asume la posición de aquel imaginario ciudadano medio que pretende la recuperación de la identidad y el orgullo nacional. Francotirador funciona por momentos como una película de guerra tradicional (1), contada desde la subjetividad de un soldado que no puede procesar la violencia propia de la situación de guerra, como tampoco puede superar la neurosis que le causa la certeza de su propia condición de hombre capaz de matar otros hombres sin la menor culpa. Podría incluso pensarse como parte de un conjunto de miradas críticas a la situación de guerra. Pero no lo es. En tal caso es un discurso sobre el sacrificio, y hay un sentido trágico que hasta acá no había pensado, -escribir es siempre ir en busca de y no clausurar sentidos (2)- al que el joven Kyle se ve compelido en función de su obligación. El comienzo de la película propone un juego de miradas, posiciones relativas y continuidades, interesante para pensar el discurso del realizador. Kyle en su primera decisión real de matar o no matar a alguien tiene a un niño iraquí en la mira. Debe decidir si lo mata o no. Todavía no sabemos nada de él. El tiempo se estira. El niño parece ser una amenaza real para los marines (que son los que en realidad están siendo un peligro para el niño, su familia y toda su ciudad), de allí se produce un pasaje vía flashback a la infancia del propio protagonista. Ese vínculo entre una niñez y la otra organiza jerárquicamente la vida. Mientras el nene árabe esta en la mira, el niño que fue Kyle apunta con su rifle. Mientras uno está dispuesto a matar a un grupo de “indefensos” soldados estadounidenses, el otro está cazando un ciervo con su padre. Uno es enviado a matar personas por su propia madre, mientras que el otro está aprendiendo a cazar con su padre, reproduciendo una tradición familiar. La madre iraquí manda a su hijo a matar personas, sin importarle si él mismo puede ser asesinado. El padre estadounidense enseña con cuidado y atención como practicar la caza deportiva. Los niños son niños, pero sus padres no. He aquí la cuestión. Uno fue criado para matar, el otro para defender. Uno mata para imponer el terror, el otro para proteger a los suyos. ¿Tiene la película alguna mirada crítica sobre la acción del ejército estadounidense que está invadiendo el pueblo de esa mujer y ese niño, que mataron a sus padres, tíos, abuelos, vecinos, amigos? No. La maldad está naturalizada. Unos tienen nombres y otros no. Unos tienen familias a las que aman y otros tienen familias a las que, en el mejor de los casos, no protegen adecuadamente. El enfrentamiento carece de mirada histórica. Es puro presente y como tal, puesto en el terreno de lo esencial. Son enemigos en un presente continuo, en el que va desde que aquel niño supo que tenía que defender a los suyos, incluso utilizando la violencia, hasta el mismo momento en el que decide apretar el gatillo. Este esencialismo en la condición de los unos y los otros organiza los sentidos en el universo de la película. Pero además sostiene la idea de que no debe perderse de vista que el conflicto sigue en ese presente continuo. El final, en el que Eastwood oblitera la escena de la muerte de Kyle y reconstruye con imágenes de archivo y escenas filmadas el recorrido de su féretro por caminos y pueblos estadounidenses vitoreado por las personas reales del interior profundo del país, remite a la idea de la continuidad patriótica de la lucha. 2. DEL SACRIFICIO Hay en algunas películas de Clint Eastwood una lógica sacrificial. El sacrificio siempre debe ser pensado como una instancia de un orden mítico, cuando no religioso, por la cual se entrega una ofrenda a cambio de favores divinos o de transformación simbólica de la vida comunitaria. Un gran acto sacrificial de Eastwood, asumido en propia persona, es el final de Gran Torino, película filmada durante el año 2008. Pero también hay un gran sacrificio en la vida de Chris Kyle. No solo por lo que supone su decisión personal al asumir la misión y dejar de lado todo deseo o conflicto personal, sino al aceptar el destino final que lo hará encontrar con la bala que lo asesinará. No hay mención alguna al destino trágico, sin embargo la construcción de la escena por parte de Eastwood habla de la sensación de que llegó el momento final y Kyle marcha al mismo de un modo sumiso. Las sencillas palabras a su hijo, legando el mandato que a su vez había recibido de su padre y la sensación de despedida son suficientes. El francotirador Kyle va en coche rumbo a la muerte. Mientras el sacrificio de Gran Torino era un gesto que promovía una sociedad abierta, la búsqueda de los valores de tolerancia y encuentro de las culturas migrantes, que durante muchos años efectivamente formaban parte del ideario del “gran sueño americano”, el sacrificio de Kyle reinstala el sueño de la patria invencible, de la identidad blanca y cristiana, de la familia, la tradición y la bandera por encima de todo. Mientras Gran Torino proponía un sacrificio por una sociedad moderna, el de Francotirador es un sacrificio conservador. Dado que los ataques en los que se funda el origen del conflicto es anterior a ambas películas, la pregunta es en tal caso, ¿qué pasó entre Gran Torino y Francotirdor que modificó sustancialmente la poética del realizador? Ocurrió la crisis más importante del sistema capitalista estadounidense (septiembre de 2008) desde la gran depresión. Ocurrió que los puestos de trabajo escasearon, que hubo desalojos a montones, que el gobierno (que a partir de enero de 2009 fue presidido por un negro) no supo recuperar el estado de bienestar, que la concentración económica aumentó y que, especialmente en ese interior del país que retrata Eastwood, la vida del ciudadano medio dejó de estar garantizada en materia de consumo, salud y educación, como lo suponía años antes. Las grandes crisis económicas siempre han disparado movimientos conservadores, religiosos, xenófobos, a lo largo del tiempo y los países. He aquí un punto central para pensar como lo trágico recupera, en la función del mandato y de lo inevitable, la función de dar sentido a la Historia. El discurso de Francotirador no es sobre el pasado, es una construcción de sentido para el presente y el futuro. Mi gran amigo, y excelente crítico Javier Luzi, mencionó en una charla –él ha hecho una lectura diferente de la mía- el modo en que se muestra la bandera estadounidense. Y observó con precisión que a lo largo del filme se la ve siempre en los funerales de los soldados caídos, siempre en el gesto de ser doblada y enterrada junto a los féretros. Sin embargo, en la escena final, la despedida del cuerpo del soldado sacrificado, las banderas recuperan su lugar. Están en manos de miles de habitantes que lo vitorean, haciendo flamear la insignia de las barras y estrellas. He ahí el sentido del sacrificio, recuperar la patria, recuperar la identidad perdida, el orgullo nacional, la vitalidad guerrera cuando alguien los agrede. Francotirador puede ser vista como un entretenimiento. Discutiría también ese aspecto. Salvo la magnífica escena de guerra final, en la cual el huracán de nieve tiene una interesante lectura religiosa (en la que por delicadeza con el lector no me voy a meter), el resto de la película es más que convencional. Eastwood sigue siendo una cabeza central para entender la sociedad estadounidense. Allí está nuevamente, esta vez no en cuerpo pero si en alma. Por Daniel Cholakian @d_cholakian _________________________________________________ (1) (Lector, puede obviar esta cita sin que ello vaya en desmedro de conocer mi opinión sobre la película) Uso intencionalmente la palabra “tradicional” y no la palabra “clásico”, que ha sido muy meneada en estos días respecto de Francotirador y el cine de Eastwood en general. Se habla del realizador como un maestro en términos del clasicismo, como si ello solo fuera un calificativo omnicomprensivo de las formas cinematográficas y cerrara cualquier discusión desde lo formal a ciertas lecturas de la película. Atravesada por una concepción al menos discutible, la idea de clasicismo en el cine se consolida alrededor de nociones teóricas producidas en el momento de apogeo del capitalismo occidental (los 30 años posteriores al final de la segunda guerra mundial) y sin dudas arraiga en esa concepción la mirada dominante de ese tiempo. Valga una aclaración, la aparición de la idea de lo clásico en el cine abreva tanto en teóricos de la izquierda como a quienes provienen de las tradiciones más conservadoras. La modernidad positivista se basa en el sujeto conocedor y de la existencia de una realidad, que es aquella percibida por el hombre en determinadas condiciones. El clasicismo cinematográfico tiene que ver con la capacidad de reproducir como la percepción de un sujeto parado sobre sus pies en relación con el espacio y el tiempo. Tiempo y espacio unidimensionales son reconstruidos por los dispositivos técnicos y narrativos (encuadre, fotografía, sonido, montaje). A ello se suma también la centralidad de la novela burguesa como forma narrativa. El cine clásico responde a la estructura novelística moderna. El melodrama es una de las formas específicas del relato clásico, generalmente visitada por Eastwood, como también en esta película. Agreguemos que una idea que proviene de las artes plásticas interesante para pensar el clasicismo en el cine, y que se vincula con el modo de percibir referido, tiene que ver con las formas cerradas y las formas abiertas. El sujeto, el espacio y el tiempo en el cine clásico están asociados a las formas cerradas. Claramente limitados, identificados respecto del otro y del entorno, los personajes clásicos refieren a este tipo de conformación. Lo abierto, aquello donde sujeto y contexto y sujetos entre sí no se distinguen plenamente, o donde el tiempo es líquido y no se desarrolla linealmente, pertenece a otro tipo de registros. Pero por otra parte existe –y en este sentido las confusiones son muchas- un modelo de narración industrial que se sostiene en el modelo de narración clásica, pero que no es necesariamente equivalente. ¿Es Francotirador una muestra del cine clásico? ¿Es esto per se una cualidad? No, definitivamente no es una cualidad. Es apenas una elección estética que permite claramente definir algunas cosas. En este caso es un modo de presentar la centralidad del hombre, de la realidad a partir de su propia percepción (realidad que es vista en este caso a través de la mira de un fusil) y de la voluntad del sujeto como organizador de la historia. Y el hombre que este modelo supone, no es cualquier hombre, sino el burgués moderno occidental, aquel sujeto principal de la modernidad. La decisión por el clasicismo es también una forma de reafirmar cual es el sujeto de la historia para Clint Eastwood, por lo tanto, más allá de ser coherente con su trayectoria, esta cuestión estética implica una elección ideológica. Uso palabras de Marcos Vieytes en su reciente libro “Subjetiva de nadie” para plantear una duda. Vieytes habla del clasicismo de John Ford y dice: “la fluidez narrativa clásica era, en ojos de autores como Ford, una estrategia para capturar, mantener y dirigir la atención hacia la dimensión simbólica de la imagen, no entendida como recipiente de clichés visuales con significado determinado a priori, sino como interacción entre lo que filmado es en tanto objeto físico y lo que puede representar en tanto signo”. Asumiendo este punto de vista, podemos decir que Eastwood logra lo mismo y como Ford, según Vieytes, tiene fe “en la conservación de ciertas tradiciones como garantía de la cohesión cultural comunitaria”. Vieytes aporta además para una discusión que excede el marco de esta crítica, una interesante perspectiva a propósito de la relación entre el relato mítico-religioso, el orden de lo divino, que no eclesial, el orden del sistema hombre, naturaleza, mundo y el llamado cine clásico. (2) El sentido trágico estaría dado por la tríada entre el mandato del padre, la religión que funciona como un deber ser más allá de la fe y la agresión externa que obliga a Kyle a convertirse en el agente –y vuelvo a tomar a Vieytes- de la acción. El “destino” de Kyle está organizado a partir de esa triada y él reconoce la imposibilidad de elección. Arriesgo a pensar que parte de la tensión dramática es la intuición de su destino sacrifcial que claramente decide aceptar. Su sacrificio es, sin dudas, el final inevitable de ese destino trágico.
No es una obra maestra, pero es la obra de un maestro. Clint Eastwood nos trae su filme más exitoso, con un intenso Bradley Cooper y con unas escenas de guerra excelentemente filmadas. Un filme que narrativamente es muy prolijo y hay poco para discutir sobre su calidad cinematográfica. Aun así, se ha convertido en un filme divisivo gracias a su temática ¿glorifica la guerra o la crítica? ¿condena o absuelve las acciones del personaje? ¿es un filme guíado por su ideología o simplemente cuenta que ideología tenía el protagonista? Un filme que se presta para la discusión, como toda obra de arte. Escuchá la crítica radial completa en el reproductor debajo de la foto.
Del gran Clint Eastwood, que regresa al género bélico, nos llega American Sniper, protagonizada por Bradley Cooper y que cuenta la historia de Chris Kyle un francotirador que participara en la reciente invasión a Irak por parte del país de las barras y las estrellas, y que fuera considerado como uno de los mejores francotiradores en la historia. Francotirador americano es un filme que ha tenido muchas críticas muy polarizadas. Mientras unos la califican de brillante, otros consideran que ese sentimiento patriótico es desbordante y hasta molesto. Incluso la polémica mención al bebé más falso en la historia de las producciones hollywoodenses (increíble que en una producción así se pierdan ese tipo de detalles, es obvio que no usarán un bebé real pero hay que disimular mejor). Las escenas de guerra están bien logradas y el montaje de sonido es bastante épico, pero las escenas en casa se sienten fuera de lugar. Quizá, y sería un punto a su favor, es un reflejo del mismo Kyle: estar en casa era estar fuera de su zona de confort. Pero hay que decir que esa falta de ritmo es lo que termina enterrando al filme. Y el final, sin duda, queda mucho a deber. Ahora, mención aparte necesita Cooper. Muchos aseguran que es el mejor actor de su generación. Como dato curioso, es su tercera nominación en fila al mejor actor protagónico, y si el próximo año resulta nominado de nuevo, empatará el récord de Marlon Brando con 4 al hilo. Hay que remarcar específicamente en este filme que su transformación física es remarcable. Pero es discutible la calidad que lo ha llevado a ser considerado por la estatuilla (aunque no ganará). American Sniper es un filme recomendable sí, pero hay que tomar con cautela todo el sentimiento patriótico que se maneja. pero vamos, sabemos que así son los norteamericanos, y si no nos ponemos quisquillosos en esos temas extra-pantalla, seguro estaremos ante un filme bastante disfrutable.
Clint Eastwood regresa a la silla de director con una de las mejores obras de su carrera. Aunque haya habido grandes filmes ignorados este año -como en todos los anteriores- para competir en la máxima categoría de la Academia, no puedo evitar pensar que incluso con la ausencia de títulos como Foxcather o Gone Girl, en 2015 la categoría de Mejor Película cuenta con una gran igualidad de genialidad en sus nominadas, haciendo de este año uno de los más parejos en la última década. Si para estas alturas piensas que Boyhood o Birdman son tus favoritas de las 8 posibles ganadoras, es porque aún no has visto El Francotirador. Bradley Cooper produce y protagoniza la tormentosa vida de Chris Kyle, un norteamericano que decide enlistarse en el ejército a los 30 años y poco a poco, descubre su mortal talento: ser el francotirador más letal en la historia de la milicia americana. Es difícil decidir cuál elemento resulta ser el más atractivo de El Francotirador. Creo que es justo empezar por Bradley Cooper y su entrega para lograr una interpretación física y emocional crudamente honesta. No por cualquier cosa Cooper ha estado en la terna de Oscars por tres años consecutivos, y es que este gran actor nos brinda una visión del humano carcomido por una guerra que no está seguro de entender. Como en pocas ocasiones en el género, se nos presenta un personaje que si bien está de acuerdo con el objetivo general de su lucha -proteger a su Nación antes de que el mal llegue a ella-, nunca deja de dudar sobre los métodos y sobre lo que está dispuesto a hacer, incluso cuando algunas actividades estén contra su ética. Es un conflicto interno que se ve reflejado de manera magistral en el filme. La dirección de Clint Eastwood es simplemente estupenda, y celebro que directores de ya avanzada edad tengan la energía para producir películas tan emocionantes y contemporáneas, incluso cuando un 80% de la película es drama (si vas al cine esperando sólo escenas de guerra quedarás decepcionado) las secuencias que implican ver al ejército en acción están tremendamente bien elaboradas y no le piden nada a cintas como The Hurt Locker o aún, La Caída del Halcón Negro. El guión de Jason Hall -adaptado del libro escrito por el mismo Chris Kyle- facilita que la cinta tenga momentos memorables, diálogos que representan perfectamente la psique de un soldado dañado, incluso adicto al peligro de la guerra. Eastwood se apoya de su fotógrafo de cabecera Tom Stern para crear escenas donde los diálogos no son necesarios para crear una atmósfera asfixiante. Tal vez el único gran defecto que podría encontrar en El Francotirador es la ausencia de una banda sonora más poderosa y la apresurada manera en la que el guión decide mostrar la razón del impulsivo enrolamiento de Kyle, un hecho que desde mi punto de vista, debió recibir más atención. De todas formas, gane o no, El Francotirador es una de esas películas que no hay que dejar pasar, y mucho menos cuando tienes la oportunidad de verla en la gran pantalla. Es una pena que México sea uno de los últimos países en estrenar esta magnífica cinta, cuya calidad sin duda la posiciona como una de las mejores de 2014. ¿Ganará? No lo creo, pero podría ser una agradable sorpresa. ¿Recuerdan Million Dollar Baby? Realmente espero que Clint Eastwood corra con la misma suerte de inesperado el próximo domingo en la noche.
Un guerrillero iraquí mata a un niño indefenso taladrándole la cabeza. El soldado Chris Kyle respira aliviado cuando el que tiene en su mira arroja su arma. Pero no le tiembla el pulso cuando debe dispararle a uno (al que su propia madre le da una granada en plena calle…), como en esa primera escena rota por un largo flashback donde se nos expone la moral guerrera: “hay lobos, hay ovejas, y hay guardianes de ovejas”. Ya sabemos a qué está llamado el buen Kyle, y a qué se siente llamado Eastwood al firmar una película como American Sniper, basada en “hechos reales”. Pero no se trata de un desvío en su carrera, y mucho menos una película neutral, tibias defensas que los acríticos ensayan para defender la evidente fe de otra exitosa película de reclutamiento, ya no en el estilo westerniano de Wayne en The Green Berets, claro, sino con el aparente distanciamiento de Bigelow en The Hurt Locker. Pero no se trata de meras elecciones personales, así en la guerra como en el cine. La película de Eastwood permite ver con claridad aquello que Bigelow intentaba velar: el neo film de guerra como último estadío del héroe quebrado del poswestern. Ese pistolero traumado es la contribución post-Corea y Vietnam al cine bélico: de The Deer Hunter (curiosamente bautizada entonces como la ahora llamada Francotirador) a Saving Private Ryan, pasando por Platoon. Del profético Elias de Stone al profesoral capitán de Spielberg, el cine bélico pasó por el deshielo del western a mediados de los años sesenta. El mismo Eastwood había explicitado esa deriva en Unforgiven, haciendo emerger lo que se perfilaba con en los últimos westerns de Ford y los primeros de Peckinpah. Eastwood parecía alejarse allí del maniqueísmo wayneamo de Heartbreak Ridge, y haberlo enterrado definitivamente en su díptico sobre la segunda guerra mundial (Flags of Our Fathers y Letters from IwoJima), donde echaba una mirada impiadosa sobre la impostura y piadosa sobre los vencidos. Pero entre una y otra estaban también Mystic River y Gran Torino, en las que volvía a primer plano la moral del western más conservador, con su elíptica postulación de la ley del más fuerte. No se trata sin embargo de una contradicción, y aquí está American Sniper para probarlo: hacia el final de su carrera, Eastwood reúne esas miradas aparentemente divergentes en la misma película, y una se impone claramente sobre la otra (ese es, postulamos, su eje central: la vieja asunción de la necesariedad de la guerra). Mientras todos a su alrededor parecen no terminar de entender su misión (no solo su esposa, sino también ese soldado que según Kyle muere “por dudar”), el American Boy que encarna Bradley Cooper tiene todo claro desde que su padre le enseño la citada frase en la infancia. Así, cada atentado a los Estados Unidos que ve por TV le sirve (como a la película misma) para reafirmar su vocación. Kyle no duda nunca (suda, suspira, pero nunca vacila) como queda claro en la escena donde le dice al psicólogo que lo que lo atormenta no es haber matado sino “no haber salvado más vidas”. A la inversa que en Fury (la otra maquinaria bélica del año), donde se relata el aprendizaje en maquina de matar de alguien que se resiste a la guerra, en American Sniper Kyle no aprende nada: somos nosotros los que, una y otra vez confrontados a su convicción (a su punto de vista, que es el que Eastwood sigue a pie juntillas), terminamos por aceptar su simplista visión sobre ovejas, lobos y buenos guardianes. Desde ya, American Sniper elude (con la irritada modestia de Kyle) aquello que Fury ni siquiera problematiza (porque nadie discute que se mate a un nazi por la espalda…), pero su justificación moral no es mucho más sutil, como tampoco lo es su retrato del enemigo. Esto no solo se ve claramente en el modo en que deja de lado toda precisión sobre la guerra y ese otro indiferenciado que solo puede ser victima o victimario, sino en el modo mismo en que presenta la silenciosa figura del francotirador iraquí, Némesis de Kyle eliminado limpiamente en un duelo final con música de Morricone. Se trata de la encarnación culposa de la ley del más fuerte: Eastwood nos muestra a quien podría haber sido el protagonista de una película simétrica que nunca veremos, porque el poder de fuego (bélico-cinematográfico) iraquí está muy lejos de Hollywood. Tanto como los blancos anónimos que mueren como en un videojuego. El público que convirtió American Sniper en un éxito en los Estados Unidos lo comprende mejor que la mayoría de los críticos locales, que asumen sin problemas el punto de vista que Eastwood exhibe sin ambages. No es casual entonces que no haya sido ningún crítico sino Seth Rogen (que no es precisamente Michael Moore…) quien entrevea que “Amerian Sniper recuerda la película de propaganda nazi que Tarantino mostraba en Inglourius basterds”. Lo notable es que muchos pretendan confundir esa ceguera con una supuesta “suspensión del juicio moral” que películas como la de Eastwood presupondrían, como si no fuera más que otra versión de La libertad (simplemente cambiando un hachero en el campo por un soldado en el frente). Lo que demuestra una vez más que no hay nada más ideológico que la presumida pureza “aideológíca” que intentan leer en todo cine (salvo en el que les molesta ideológicamente…), enmascarada con el argumento idealista de que sería posible una mirada despojada de punto de vista. Esa excusa en el puro goce narrativo, que es precisamente el fantasma ideológico que Hollywood ha insuflado al cine desde The Birth of a Nation, haría posible disfrutar de esa misma película (o El triunfo de la voluntad, por poner otro ejemplo problemático) sin estremecimiento, aunque no imagino a ningún crítico defendiendo esa gozosa visión. No se trata de un límite extra-artístico impuesto desde un presunto exterior (cosa que el cine de Hollywood conoce bien), sino de que toda estética implica una ética. Lo contrario es el viejo futurismo fascista de Marinetti y el finísimo filonazismo de Jünger. O, para ser actuales, la renovada propaganda y sus avatares posmodernos. “Este es el mejor trabajo del mundo”, dice Brad Piit en un repetido dictum de Fury (título jungerianament traducido como Corazones de acero): podría referirse a ser astro de Hollywood, pero en la ficción se refiere a ser soldado y “patearle el culo” a los malos. Con la misma simpleza texana de Kyle, el personaje de Pitt recita que “las ideas son pacíficas pero la historia es violenta”: Esa visión desideologizada de la violencia (inversión de la película de A History of Violence de Cronenberg) es todo lo contrario de la asunción marxiana de la violencia como “partera de la historia”, y se relaciona más con las estetización nazi de la violencia (que Tarantino reproducía literal y ciegamente en Inglourius basterds). No en vano se trata de personajes que ya no pueden defender una versión heroificada de la Historia (como la del cine bélico clásico) y asumen la violencia como redención mesiánica (nada benjaminiana, por cierto): la justificación final del argumento se encuentra en la propia muerte, si bien Eastwood se cuida de mostrarla en pantalla (porque no es un enemigo extraño el que acaba con la vida del buen soldado, sino uno de esos hombres quebrados que él insiste en representar). Se trata del cinismo que bajo la bandera del deber hacia los muertos reivindica la necesidad de la guerra, no de la épica homérica del vencido. Como dice Hanna Arendt, “es de decisiva importancia que el canto homérico no guarde silencio sobre los vencidos (…) Esta gran imparcialidad de Homero yace en el comienzo de toda historiografía” y “se nos presenta ya claramente dividido en la polis misma entre las competiciones –las únicas ocasiones en que toda Grecia se juntaba para admirar la fuerza desplegada sin violencia– y los debates y discusiones inacabables”. Sería imposible resumir aquí los múltiples argumentos que la filosofa alemana esboza en su inconcluso ¿Qué es la política?, pero recordemos que “es bien sabido que los esfuerzos griegos por transformar la guerra de aniquilación en una guerra política no fueron más allá de esta salvación retrospectiva de los aniquilados que Homero poetizó, y fue esta incapacidad lo que llevó finalmente al derrumbe de las ciudades-estado griegas”. Para Arendt la clave de la política es precisamente la capacidad de incluir al otro, aun no perteneciendo a la misma polis: “Por eso es tan importante que la guerra de Troya, a la que el pueblo romano remontaba su existencia política e histórica, no finalizara a su vez con una aniquilación de los vencidos sino con una alianza y un tratado. (…) Lo que aconteció cuando los descendientes de Troya llegaron a suelo italiano y fundaron Roma fue, ni más ni menos, que la política surgió precisamente allí donde esta tenía su límite para los griegos y acababa, esto es, en el ámbito no entre ciudadanos de igual condición de una ciudad sino entre pueblos extranjeros y desiguales entre sí que solo la lucha había hecho coincidir”. Escrito en plena guerra fría, bajo el temor de la guerra total y definitiva, el texto de Arendt concluía asumiendo que “si las guerras son otra vez de aniquilación, entonces ha desaparecido lo específicamente político de la política exterior desde los romanos, y las relaciones entre los pueblos han ido a parar a aquel espacio desprovisto de ley que destruye al mundo y engendra el desierto. Pues lo aniquilado en este tipo de guerra es mucho más que el mundo del rival vencido: es sobre todo el espacio entre los combatientes y entre los pueblos, espacio que en su totalidad forma nuestro mundo sobre la Tierra”.
¿Por qué luchamos? Fancotirador no es una película neutral. No existen las películas neutrales. Sí es la historia de Chris Kyle, un cowboy, un ranchero que se convirtió en el francotirador que más gente asesinó en la historia del ejército de Estados Unidos, un soldado al que el Pentágono le adjudica 160 muertes. La película de Eastwood muestra el entrenamiento de Kyle (Bradley Cooper) para unirse a los Navy SEAL luego de que ve un noticiero que anuncia los ataques terroristas a distintas embajadas estadounidenses en 1998. Su resolución se fortalece un par de escenas más tarde, cuando ve por televisión los ataques del 9 de septiembre del 2001. En el siguiente plano, un travelling violento para los estándares de Eastwood y el gesto perturbado de Cooper anuncian el desequilibrio. Veremos toda la película desde el punto de vista de un patriota fanático que recibe toda su información del mundo fuera de las fronteras norteamericanas a través de su televisor. Lo que sigue son los distintos tours de Kyle, las estadías sirviendo a su ejército en Irak, y cada uno de los regresos a casa. Su primera misión en la infernal Fallujah es terrible y el soldado mata primero a un niño y luego a una mujer iraquí. Allí comienza su leyenda cómo el francotirador más letal, admirado por todos sus compañeros por su talento para matar. Comienza también su alejamiento definitivo de la vida de relativa normalidad civil y los problemas con su mujer y su familia. Con los sucesivos tours en Medio Oriente, Kyle está cada vez más alterado aunque jamás dirá una palabra al respecto. Cuando un psiquiatra le pregunta si vio o hizo algo en Irak de lo que se arrepienta, Kyle niega la sugerencia del médico y la cámara se acerca sutilmente a su rostro como tratando de escarbar otra verdad que por alguna razón no puede decir. A medida de que pasan las campañas se acumulan los golpes y Kyle va perdiendo a sus amigos a manos de los iraquíes. La violencia es gráfica y las muertes de los soldados son golpes duros pero no se acompañan de música como dicta la convención. Del mismo modo, cuando Kyle logra matar a una de sus principales presas no hay música ni imágenes que nos indiquen que acaba de suceder algo significativo; se resuelven dos o tres planos y se pasa a otra escena. Las escenas siguen, la guerra continúa y se acumulan las muertes, cada vez más cercanas al protagonista, sin un fin o final claro a la vista. Uno de sus compañeros manda a casa una carta conmovedora: “…mi pregunta es ¿En que punto se desvanece la gloria y se convierte en una causa injusta o un medio inexcusable por el que uno se consume completamente? He visto la guerra y he visto la muerte”. Para Kyle las palabras de su amigo son inconcebibles. En una visita al hospital, un amigo mutilado y “ciego como un murciélago” trata tibiamente de disuadirlo de volver a Irak, pero se enorgullece cuando el francotirador promete venganza. El clímax de la película es una secuencia espectacular en la cima de un edificio dónde Kyle busca completar su última misión. Lograrlo requiere de una gesta imposible por parte de Kyle, es decir, es el momento donde no pueden quedar dudas que la película asume su carácter de ficción. No es la única ficción que asume. Luego de que Kyle hace un tiro imposible, a pesar de que alertó a un ejército de iraquíes y se avecina una tormenta de arena, su compañero, en primer plano con una sonrisa bobalicona, dice: “misión cumplida”. No es casual que esas son las palabras con las que se recuerda el famoso discurso que da Bush hijo en 2003, luego de bajarse de un avión de guerra en un portaviones, para anunciar el fin del combate en Irak. Once años después, Francotirador es entonces una impugnación de la crueldad de esa mentira y de esa puesta en escena ridícula. La coda de la película trastoca la situación familiar idílica con planos de veteranos reales, que lucen deformidades que contrarían la fotogenia del sueño americano, y una aparición ominosa. La verdadera leyenda de la película, la que decide imprimir Clint Eastwood, es una donde el país de la guerra se come a sus propios hijos. Los planos documentales de la gente celebrando a Kyle para terminar la película son un lamento por uno de ellos y tienen la tristeza de alguien que mira con resignación a una cultura que celebra la guerra.
La nueva película de Clint Eastwood, Francotirador (American Sniper), es la historia de Chris Kyle, un francotirador del ejército norteamericano, que viajó a Irak en 2003 y se dedicó a asesinar 160 personas según el Pentágono, o 255 según reporta él mismo. Cualquiera de las cifras para este personaje se trataba de eliminar "malditos salvajes". Así describe Kyle a sus víctimas en la autobiografía que sirvió de libro para la película que retrata su vida interpretada por Bradley Cooper. En la primer semana de estreno la película tuvo una recaudación récord en Estados Unidos, consiguió más de cien millones de dólares en los cuatro primeros días y ya tiene 6 nominaciones para los premios Oscar. El New York Times señala este fenómeno "mientras la intelectualidad americana se ocupa en conversar sobre los dramas con poco público como Boyhood y Birdman, cada día los americanos corren en masa a ver un film patriótico y pro-familia, interpretado más como una megaproducción de superhéroe de verano que como un puntual drama bélico con 6 nominaciones al Oscar". La gran maquinaria de Hollywood, en acuerdo con los militares y los sectores de poder, se encarga de instalar los temas necesarios en cada momento. Desde los atentados a las torres gemelas en septiembre de 2001, rescatar héroes militares americanos, exaltar un orgullo guerrerista y demonizar a la población árabe y musulmana, son temas siempre presentes en la filmografía de Hollywood y los premios Oscar. Pero los primeros días del estreno no sólo destacaron los éxitos de taquilla sino también voces polémicas que se hicieron escuchar. El documentalista Michael Moore comenzó con un twitt: "Mi tío fue asesinado por un francotirador en la Segunda Guerra Mundial. Nos enseñaron que los francotiradores eran cobardes. Te matan por la espalda. Los francotiradores no son héroes. Los invasores son peores". Ante esto salieron a responderle sectores del ejército, los medios y la derecha norteamericana. La política republicana Sarah Palin fue una de las primeras. Ella acusó a "los izquierdistas de hollywood que escupen en las tumbas de los luchadores por la libertad y jamás podrían calzarse las botas de Kyle" . Para dejar clara su postura, se tomó una foto que difundió por twitter con la leyenda "Fuck you Michael Moore". Rupert Murdoch, el magnate empresario de los medios y cabeza de la corporación que maneja la Fox también sumó su voz a través de twitter: "Izquierdistas de Hollywood destrozan héroe americano, muestran cómo están completamente fuera de contacto con América. ¡Bravo Clint Eastwood!". Ante las críticas a Moore por atacar a las tropas, él respondió: "Al final, de lo que estoy más orgulloso de haber hecho por las tropas fue haber sacado la cabeza afuera hace 12 años y convertirme en un opositor a Bush y a la guerra. Traté de salvar muchas más vidas de lo que un francotirador podría esperar, en primer lugar, previniéndonos de ir a la guerra...¡Entonces, Fox News y otros medios, dejen de decir mierdas sobre mí, suenan ridículos!". Otras críticas a la película lanzó también Bill Maher, presentador de televisión, actor y periodista. En su programa de HBO se refirió a Francotirador como "la historia de un psicópata asesino". Leyó en vivo extractos de la autobiografía de Kyle, también llamada "American Sniper", en donde dice que disfrutó la guerra y trata a sus objetivos como salvajes: "Me encanta matar chicos malos -incluso con dolor, yo amaba lo que estaba haciendo-", "tal vez la guerra no es muy divertida, pero sin duda lo estaba disfrutando". Para sumar voces al debate Noam Chomsky se refirió al libro en el que se basa la película: "American Sniper enseña a odiar a los ’malditos salvajes’ que Estados Unidos asesina todos los días" , y, para reafirmarlo, cita también el texto de Kyle que dice: "Salvajes, despreciables, demonios, eso era lo que estábamos combatiendo en Irak... En realidad no había otra manera de describir lo que nos encontramos allí". Chomsky plantea que la ideología que expresa American Sniper es lo que explica "por qué es tan fácil ignorar lo que es claramente la campaña terrorista más extrema de la historia moderna. La campaña mundial asesina de Obama, la campaña de aviones no tripulados, que oficialmente está dirigida a asesinar personas de las que se sospecha que tal vez algún día planifiquen hacernos daño". Además de estas personalidades, múltiples críticas aparecieron en las redes sociales cuestionando el racismo y la islamofobia de la película, y poco antes del estreno, un gran cartel publicitario fue intervenido en Los Angeles con la leyenda "Asesino". Desde otro ángulo, la película también sumó cuestionamientos, ya no en un sentido político: el tema es que esta megaproducción, que tiene un respaldo de millones de dólares, utiliza un bebé de plástico para ahorrar presupuesto. Esta graciosa crítica aportó un video en youtube que sumó 2 millones 300 mil vistas y fue bajado por la Warner antes de que siga creciendo. Periodistas de medios internacionales como The Independent, Liberation y otros más también apuntaron contra la película. Pero más allá de todas las voces que se alzan para desnudar esta burda propaganda norteamericana, no podemos dejar de ver que esta producción, que costó 58 millones, ya tiene a la fecha una recaudación récord de 204.583.784 dólares tan sólo en dos semanas y en Estados Unidos. En Argentina, la película se estrenó una semana después, en 116 pantallas, y ya está segunda en los números de taquilla semanal con más de 100 mil espectadores. El sistema de dominio mundial imperialista tiene su imagen, y está en Hollywood. No quedan dudas de la necesidad de cuestionarlo.
La banalidad de matar y morir La última película de Clint Eastwood es muchas películas en una, podríamos decir para empezar. Seguramente también una de las que más debate generará fronteras afuera de los Estados Unidos, y alguno podrá decir que la más republicana (el viejo Clint venía disociando su militancia política de su cine). Como en la reciente “Foxcatcher” de Bennett Miller (rival en los Oscars), acá hay biopic (uno de varios este año) con tragedia y letritas blancas sobre fondo negro contando el final. Porque si bien la base del relato es la autobiografía del protagonista (el Navy Seal Chris Kyle), la historia alcanza su cierre con los sucesos posteriores a la redacción de ese libro, lo que quizás cambie el sentido de lo que la historia había sido hasta ahí. Miradas “Francotirador” trabaja a varios niveles. El primero, el plano general, nos pone en el mundo que Kathryn Bigelow nos mostró en “Vivir al límite”. Si en aquella obra el protagonista era un experto en desactivar bombas, acá tenemos al francotirador más letal de la historia. Ambos se mueven entre el trabajo en equipo y el ser lobos solitarios, aunque Kyle tiene una cierta pasta de líder. Otro punto en común, que aquí se muestra más (Bigelow era más minimalista) es la incomodidad en los períodos de estadía “civil” en Estados Unidos (esa cosa de la guerra posmoderna: los soldados rotan turnos de servicio, quizás porque los conflictos no tienen fecha de terminación visible o para que la guerra sea menos guerra). El largo flashback del comienzo recorre la “vida anterior” del soldado: la crianza de su padre texano, a fuerza de enseñar a cazar y a ser “un perro ovejero” que cuide a las “ovejas” (los débiles) de los “lobos”. Ése sería el costado más psicológico, que explica cómo un vaquero de rodeo de ideas simples decide entrar al durísimo entrenamiento de los Seals (el cuerpo de élite de la Marina): “Mira lo que nos hicieron” dirá ante un atentado anterior al del 9/11. Para el ojo atento, hay a su alrededor una calcomanía con el lema “No jodan con Texas”, emblema de George W. Bush. Como mucho del buen cine bélico, muestra la guerra “a ras del piso”, como una sucesión de misiones sin tanta articulación ni demasiados resultados necesariamente visibles (y menos en un contexto como el conflicto urbano posterior a la invasión). Entrar a Irak, matar, perder un compañero, salvarse, volver a casa, no encuadrar, volver a Irak: cuatro “tours” hizo Kyle en el Medio Oriente. Pero como a eso hay que buscarle un sentido (por parte de quien narra, sea Eastwood o Kyle en el libro), hay un eje de tensión entre “Leyenda” (el apodo que le ponen sus compañeros) y “Mustafá”, el campeón de tiro olímpico sirio que se convierte en su némesis, con quien se buscarán para dirimir un “duelo” a lo largo de años. Por lo demás, la representación visual es impactante: rodada en Marruecos, probablemente sea la más lograda trasposición al celuloide del conflicto iraquí: las calles de Fallujah o Sadr City (en Bagdad), los Renault 12 llenos de yihadistas persiguiendo los Humvees de la ocupación, la tormenta de arena, los horizontes vistos desde un dron,un helicóptero o el más terrenal nido del sniper. Recursos Eastwood no oculta el choque entre los crueles seguidores de Zarkawi (en la segunda etapa del conflicto, Irak se ha llenado de yihadistas extranjeros) y las fuerzas de ocupación que parecen no entender nada: ni el idioma, ni la cultura, ni por qué están ahí. En ese sentido, si “Vivir al límite” y “La hora más oscura” eran tan acríticas que enojaron a un par (parece que siempre estamos buscando un alegato a favor o en contra), aquí puede irritar que Kyle pelee para que “ellos” no lleguen a territorio estadounidense. Desde lo cinematográfico, el único reparo que podríamos hacer es cierta sinuosidad en el relato: algunos momentos de distensión dejan al espectador en el aire, después de tanto “corazón en la boca”. Lo mismo pasa en el final, donde lo central “se dice” con las letritas. Un final que muestra lo banal de la guerra, y que (por más esfuerzos que se hagan) la guerra queda dentro de uno. Por todo lo que dijimos, obviamente el peso actoral recae en primer lugar en Bradley Cooper, que desarrolló su físico para emparejarlo al del frogman, buscó el parecido, y logra plasmar con los recursos justos la psicología del personaje (lejos del exceso de emociones de “El lado luminoso de la vida”), demostrando el crecimiento como intérprete de sus últimos años. Su contracara no puede ser otra que Sienna Miller como Taya (parece joda, pero ella fue la esposa de Dave Schultz en “Foxcatcher”: se ve que está eligiendo bien). Morocha para parecerse a la señora de Kyle, aquella adorable pero atolondrada compañera de casa del “Keen Eddie” (la serie en la que empezó a carretear) se ha convertido en una mujer plena y firme en su composición (aunque no sea una Amy Adams, por tirar un nombre). En resumen: a los 84 años, el viejo Clint todavía puede hacer una buena cinta bélica. Quizás no esté a la altura de “La conquista del honor” o “Cartas de Iwo Jima”... o quizás la arena esté demasiado caliente como para poner la perspectiva en frío.
Clint Eastwood y el thriller de duelo El estreno de El francotirador de Clint Eastwood me mueve a recorrer parte de la filmografía del director y me reconecta con géneros que me gustan especialmente. Uno tiende a dejar de ver las películas que más lo estimulan en favor de abocarse al cine que se discute y se estrena, un poco para que la escritura se encuentre con el cinéfilo-lector. Pero en este caso las dos necesidades confluyen. Eastwood evidentemente tiene un gusto cinematográfico muy amplio. La variedad de géneros, e incluso de tonalidades, que aborda, a lo largo de sus casi cuarenta películas dirigidas, lo demuestra. Ha filmado westerns, policiales, homenajes a Hitchcock, aventuras espaciales, bélicas, dramas y hasta comedias. Sin ser gran conocedor de su período actoral, es fácil reconocer que se forma fundamentalmente en el western de los años sesenta, como actor protagónico, y gradualmente va tomando la posta como director, filmando primero unos cuantos westerns (más allá de su primera película, de 1971, que entra en el subgénero “psycho killers”) y luego migrando hacia otros géneros, o por cuestiones intelectuales o por placer. Porque si hay algo que ha demostrado Eastwood con el correr de los años, como esos vinos que cuanto más añejos más refinado es el gusto, es que además de ser un gran cinéfilo es un verdadero pensador dentro del medio cinematográfico. Ese fue uno de los hallazgos medulares que hizo la revista El amante en sus comienzos: rescatar el oficio cinematográfico y el valor intelectual de este director, que lograba revitalizar al cine norteamericano recuperando aquél clasicismo de sus épocas doradas. Hallazgo que no habían hecho ellos sino sobre todo Hollywood con el estreno en 1992 de Los imperdonables, para muchos el último gran western de la historia. Es por el entusiasta rescate que hizo la principal revista de crítica en Argentina en los noventa que discutir hoy a Eastwood no es solo hablar de cine, sino además poner en tela de juicio ciertas vacas sagradas de nuestras propias escuelas de formación cinéfila. A la gran efervescencia política del presente, hay que sumar esta interna propia de la crítica nacional. Me quiero detener en un tipo de cine con el que Eastwood, más que reflexionar, disfruta. No es el único género que le gusta, pero sin dudas es uno de sus predilectos. Se podría resumir en el género policial, pero en realidad me refiero a un subtipo aún más específico: el duelo a muerte entre dos hombres tácticos, a grandes rasgos uno representante del bien y otro del mal. Uno de ellos cometiendo crímenes aberrantes para ganar la atención del otro y dar sentido a su vida precisamente en esa contienda. El otro persiguiendo al primero sin saber mucho por qué lo hace, aunque en el fondo sabiendo que tener que lidiar con la miseria del mundo también le da un sentido a su propia existencia. Creo que son dos las películas contemporáneas que marcan fuerte una parte importante del cine de Eastwood: Enemigo al acecho (2001), de Jean Jaques Annaud, y En la línea de fuego (1993), de otro peso pesado como Wolfgang Petersen. El francotirador parece un claro homenaje a la primera de ellas, al relatar un duelo a muerte entre dos soldados imprescindibles de cada ejército, ambos francotiradores. En ambas historias se habla de los métodos de guerra actuales y la importancia de los francotiradores, no solo táctica sino también simbólica, dado que los mejores se convierten en “leyenda” o “héroes nacionales”, pero también en objetivo principal del enemigo que busca eliminarlos para desmoralizar al bando contrario. Pero además de abordar estos temas, entre otros, las dos películas son atrapantes thrillers (con elementos biográficos en el caso de El francotirador) basados en una contienda a muerte entre dos guerreros con gran conocimiento técnico en el campo de batalla. La segunda película que impactó profundamente, me animo a decir, al director de El francotirador es En la línea de fuego, como ya dijimos, de Wolfang Petersen, autor de la inmortal Troya. Dicha película lo tiene al propio Eastwood como protagonista (de ahí que haya sido importante en su carrera como director), haciendo de agente de seguridad del presidente norteamericano, con la misión de enfrentar a otro ex agente de inteligencia que se vuelve loco (o no) y decide volcar toda su capacidad técnica en asesinar al protegido del primero. Este genial anti-héroe es recreado por John Malkovich. También acá hay gente que sabe fabricar armas y que dispara a distancia con increíble precisión. Son dos expertos en lo suyo que se traban en una contienda en la que están en juego las vidas de otros y las suyas propias. Se da la particularidad de que este miembro de la guardia presidencial (Eastwood) tiene un trauma profundo porque en el pasado no pudo detener el asesinato de Kennedy (Petersen realiza ciertos montajes de imágenes donde puede verse a Eastwood caminando al costado del auto que llevaba a Kennedy el día de su muerte). El nuevo asesino conoce mejor que nadie la frustración personal de su contendiente, y quiere terminar de quebrarlo moral y militarmente volviendo a hacer que pierda el control de la situación. La teoría del guión afirma que una buena historia necesita hacer que confluyan un conflicto externo (el riesgo de muerte del presidente) y un conflicto interno del protagonista (no volver a caer en el fracaso profesional, hacer bien su trabajo, sentirse demasiado viejo, etc.). Este doble aspecto de todo buen relato obsesiona a Eastwood a lo largo de su filmografía. Trabajo de sangre (2002), dirigida y actuada por Eastwood, es otra película que entra en el subgénero de duelo a muerte entre dos inteligencias que se miden. Un policía de homicidios es provocado por un asesino que le deja mensajes con sangre en cada escena del crimen. Mientras corre en un callejón al asesino, dado que ya tiene sus años encima, sufre un ataque al corazón que lo deja postrado. A los dos años recibe un trasplante y, sin pertenecer más a la fuerza policial, retoma el oficio de investigador porque una mujer le pide que investigue quién asesinó a su hermana, la misma de quien sacaron el corazón que le pusieron a él. La cosa se pone cada vez mejor dado que el mismo asesino del pasado termina siendo, en el presente, quien eligió la víctima perfecta (con el mismo tipo de sangre que él) para devolverle la vida y que la contienda pudiera continuar. El ex policía siente la responsabilidad de vengar la muerte de la mujer a la que se arrebató la vida para otorgársela a él. En las películas de Eastwood siempre está el dilema, la responsabilidad, en casos hacer cosas malas en nombre de bienes mayores, en fin, la compleja psicología que mueve a un personaje en medio de un drama colectivo. A lo largo de las últimas décadas, Eastwood puso mucho énfasis en el tema de la vejez y el tener que afrontar ciertas circunstancias complejas de la vida a una edad adulta. Prácticamente todas las películas que lo tienen como protagonista desde comienzos de los noventa resuelven el conflicto interno de los personajes de esa manera. Pienso en El principiante, Los imperdonables, Jinetes del espacio, Trabajo de sangre, El gran Torino, La chica del millón de dólares, y seguramente varias más. Pero volviendo al tema inicial, uno de los géneros que más apasiona al director norteamericano podría definirse entonces como “thriller de duelo”. Las películas contemporáneas de asesinos seriales (Trabajo de sangre de hecho lo es) explotan al máximo esta estructura narrativa simple pero efectiva, que quizás provenga del western y el duelo a muerte entre dos cowboys, en un territorio donde las fronteras entre el bien y el mal son difusas. Afirmar que los personajes de Eastwood representan el bien y el mal respectivamente es simplificar la mirada del director. Si bien por momentos en su obra parece haber guiños al cristianismo, a veces también hay una mirada cruda del reino de la moralidad y hasta un ateísmo desenfadado. El periodista de Ejecución inminente (1999), luego de escuchar de mala gana a un injustamente condenado a muerte que le dice que Dios lo espera en el paraíso, contesta que a él no le interesa Dios, ni el bien, ni el mal, solo tiene olfato para encontrar la verdad. Los hombres pueden creer, pero en definitiva siempre parece regir el libre albedrío, donde “buenos” y “malos” (que nunca lo son tanto) actúan con igual derecho y libertad. Sin parámetros certeros de lo que se debe hacer, los personajes de Eastwood padecen las circunstancias y deben tomar decisiones, que a su vez tienen consecuencias y nunca son impolutas. Pero el existencialismo sartreano en la obra del norteamericano es tal vez materia para analistas más obsesivos. En medio de tanta ideologización de la crítica y los debates en general, no es malo retomar lo que hay de amor al cine dentro del cine.
American Sniper (Francotirador) está basada en la autobiografía de Chris Kyle, un militar de la marina a quién se considera el tirador más mortífero de la historia estadounidense. Este muchacho ostenta el infame record de 160 muertes confirmadas (aunque se cree que son más de 250) durante sus cuatro misiones en la guerra de Irak. La película arranca con Chris (Bradley Cooper) en un techo debatiéndose entre liquidar o no a un nenito iraquí que corre con una granada en la mano. Cuando está por apretar el gatillo, la escena nos retrotrae a la infancia del soldado y nos muestra, de una forma muy práctica y ágil, distintos momentos de su vida personal. Así es como el director Clint Eastwood (Unforgiven, Million Dollar Baby, Gran Torino) nos construye a este personaje, el típico héroe imperfecto. A partir de acá, la película se divide en dos. Por una parte, se nos muestra la vida de Kyle en Irak, cumpliendo sus cuatro misiones y matando árabes a diestra y siniestra. Por otro lado, su vida en Estados Unidos, y su relación con su esposa Taya (Sienna Miller) e hijos. Esta visión dual de la vida del francotirador le sirve a Eastwood para enfatizar lo que le pasa a los tipos estos cuando van a la guerra. En este aspecto, la película se acerca demasiado a lo que fue The Hurt Locker, de Kathryn Bigelow, en dónde nos muestran a un soldado que se siente más a gusto en las líneas de batalla que en el confort de su propia casa. Clint Eastwood, a pesar de sus 84 pirulos, demuestra estar en muy buena forma. Su narrativa es clarísima y de un gran nivel. Está bien, es un viejo facho y se le nota hasta en las arrugas, pero no por eso lo vamos a matar. El principal problema que le encuentro en esta oportunidad es que no va a fondo con ninguno de los temas que propone. Cuando termina la película uno no sabe si quiso retratar la adicción de Chris por el combate, si quiso mostrar la excelencia en su desempeño, o si simplemente flasheó de más con el Call of Duty. Y ya que hablamos del final, éste me parece el punto más flojo de todo el largometraje. Juro que cuando terminó, no me pude sacar la escena de los simpsons de "Poochie murió de regreso a su planeta" Lo que sí creo que hay que rescatar, es la actuación de Bradley Cooper (The Hangover). El nominado al Oscar por Mejor Actor se mete en la piel de este cowboy texano devenido en militar. Y la verdad es que está muy bien; el acento le sale joya, logra transmitir muy bien los pocos sentimientos que demuestra el francotirador, pero en algunas escenas hace agua (como por ejemplo cuando está viendo por tele el atentado a las Torres Gemelas). De todas maneras, su trabajo es muy sólido. En conclusión, Francotirador me parece una película que se queda a mitad de camino. Por más que lo intenté, no puedo descifrar qué mierda quiso contarnos Eastwood, y la verdad es que, cuando llega la secuencia de acción final, uno ya está recontra aburrido y ya no le importa a quién están matando, si ganan los buenos o los "malditos árabes", o si el protagonista se salva o no. Uno sólo quiere que se termine de una buena vez. VEREDICTO: 5.0 - 0 a 0 de Ascenso Francotirador no es ni a palos de lo peor que hizo Clint Eastwood. Es una película que tiene sus aciertos, pero promediando el final te aburre a morir y deseas que termine. Ahora, cuando termina, también te querés matar por culpa de su horrible final.
Lo que nos deja la guerra "American Sniper" es una película polémica que llega de la mano del director Clint Eastwood ("Unforgiven", "Million Dolar Baby") y que fue nominada al Oscar como "Mejor Película" del 2014. En nuestro país se llamó "Francotirador", pero es importante recalcar su nombre original para entender un poco más el background del film. Este nuevo trabajo del viejo Clint no se llamó "Sniper", sino que se le agregó el "American" al principio como parte importante del título. Su poster oficial también demuestra esto. No estamos viendo la historia de un francotirador cualquiera, estamos viendo la historia real de Chris Kyle, el francotirador más letal de la historia de USA, y la transformación interna que nos quiere mostrar Clint es justamente la de un sniper americano, no la de un sniper cualquiera. Esto es importante de aclarar, porque la propuesta tiene intenciones políticas que hacen alusión a la historia casi constante de guerra en la que se encuentra USA. Por el lado de la trama o mejor dicho, el tratamiento que se le dio a la trama, van a encontrar críticas que la matan por considerarla pro poderío militar yanqui y otras que la aman por ser todo lo contrario, una advertencia de lo que la guerra genera en las personas. Personalmente me inclino por esta última interpretación, aunque creo que el viejo Clint sin querer apela por momentos a su costado republicano y ciertas cuestiones les terminan quedando como propaganda bélica. Algunos ejemplos de esto es la manera en que se retrata a los SEALS como salvadores mundiales de la brutalidad islámica o el sentido del deber para con la nación estadounidense libertadora de países oprimidos. Aquí claramente no hay una autocrítica profunda. Por otro lado, sí creo que se ofrece una probada de los trastornos que genera la decisión de tener que matar una persona en pos del bien común o la libertad. Cuando uno mata a otro ser humano no vuelve a ser el mismo, no importa la historia de vida que acarree o el principio que esté defendiendo, y esto está muy bien relatado en "American Sniper". El protagonista toma decisiones que ninguna persona debería tener que tomar en su vida. Las actuaciones tanto de Bradley Cooper como de Sienna Miller son muy buenas, resaltando la del protagonista. ¿Es una actuación ganadora de Oscar? Es discutible. Si sos de los espectadores que van esperando acción, te cuento que no es ese tipo de film. Es un drama biográfico que muestra como la guerra va matando el espíritu y lo difícil que es volver de esa transformación. Hay algunas secuencias muy bien filmadas de la guerra y el duelo de francotiradores, pero no es una película de acción ni cerca. Para disfrutar con ojo crítico y formar una opinión propia sobre lo que el director nos quiso transmitir y la vivencia que tuvo el soldado norteamericano durante su servicio al ejército.
Sobre héroes y tumbas Chris Kyle se ha convertido en el último gran héroe americano. Una leyenda real amparada en su efectividad para asesinar a distancia, un especialista al que se le contabilizan 250 muertes (incluyendo mujeres y niños). Pero parece que Kyle fue eso y mucho más: un soldado tardío y obsesionado con sus objetivos, un cowboy de Texas, un compañero leal, un hombre de familia. Abordar todas esas piezas de rompecabezas podía ser un interesante punto de partida, sobre todo en manos de un director que ya ha dado sobradas muestras de su capacidad para retratar situaciones ambiguas sobre el heroísmo, pero en este caso prácticamente no hay zonas grises. Una escena inicial en la que Kyle debe eliminar a un niño que se vuelve una amenaza es seguida por una serie de situaciones que pretenden justificar lo injustificable. Es más que probable que el francotirador esté convencido de que sus acciones salvan muchas otras vidas (de las vidas que cuentan para él). Pero todo da a entender que el viejo Clint comparte ese punto de vista. El presunto llamado a la reflexión inicial queda anulado y el espectador, como un marine paseando distraído por Irak, cae en una emboscada en la que lo único que sobrevive es la eficacia del estilo narrativo clásico de Eastwood. Eficacia que le permite regalar un par de escenas bien resueltas, sobre todo cuando Kyle encuentra a un rival de su altura y el duelo entre ambos se vuelve western. En La conquista del Honor y Cartas de Iwo Jima, ambas del año 2006, Eastwood supo explorar la diversidad de puntos de vista y la manipulación de los hechos heroicos. Ahora deshace y descontextualiza simplificando al máximo. Lo mismo le había ocurrido a Kathryn Bigelow, que paso de la interesante observación de Vivir al límite (2008) a la justificación tramposa de La noche más oscura (2012) (ver nota en este blog). Si las andanzas de Kyle son un inesperado éxito de taquilla en su país se debe precisamente a una lectura simple de exaltación de patriotismo y no a la exploración de un personaje con luces y sombras que en realidad nunca aparece. Se ha hablado bastante de la pereza de Eastwood en la escena del bebé de plástico, pero eso es apenas un recurso. La falsedad pasa por otro lado, mucho más peligroso.