Contando una historia que parece sacada de la mente de Alfred Hitchcock, Asghar Farhadi le regala al espectador no solo la mejor película de su filmografía, sino también una propuesta en la que el realismo, la intensidad, el dolor, los sentimientos y la interminable aparición de conflictos secundarios, son los principales exponentes dramáticos de la película, cada uno llevado adelante con maestría y delicadeza.
Asghar Farhadi supo demostrar gracias a About Elly que el cine iraní no era exclusivo de Abbas Kiarostami, mucho más popular por entonces. Ahora con A Separation se afianza como uno de los directores asiáticos más prometedores gracias a la cantidad de reconocimientos que viene cosechando en distintos festivales internacionales y en ser el segundo film iraní en obtener una nominación al Oscar para mejor película extranjera y el primero en entrar dentro de la categoría de mejor guión original. Filmada con una extraña prolijidad si consideramos el uso de la cámara en mano, Farhadi, quien también estuvo a cargo del guión, retrata con detalle y sin apuro los problemas de una sociedad difícil como la Iraní donde no se deja de lado ni los entresijos de la justicia, sobre todo, ni las diferencias sociales, religiosas o aquellas más universales, incluso, como la ruptura familiar, la agresividad, la cólera, la injusticia. Parecería que la efusiva acogida que le ha dado la crítica internacional no nos deja lugar a dudas de que estamos ante una obra maestra, una incisiva mirada a la sociedad de nuestro tiempo, sea esta del país que sea. La increíble proliferación de films refritados y regurgitados del cine actual posiblemente explique la grandeza de un film sencillo, humano, realista y el por qué tanto espectadores como críticos la han tomado como el aire fresco que la gran pantalla necesita, al menos, como opción aparte. Sin embargo, personalmente me atrevo a nadar un poco contra la corriente y expresar abiertamente que del film me esperaba otra cosa. Quizá el problema venga dado a las expectativas que uno se crea a priori cuando un film es promocionado. Desde todos los elementos paralingüísticos, y lingüísticos claro, uno va elaborando la posibilidad de una determinada historia. Por supuesto que sería totalmente ingenua si esperase que porque el film llevase la palabra separación en su título, de eso tenga que hablarme específicamente. Farhadi concentra tanta fuerza en los personajes secundarios que termina desdibujando de alguna manera a los protagonistas. Las interpretaciones de Peyman Maadi y Leila Hatami quedan en sombras, lucen frías gracias al extraordinario poder escénico que el director otorga a personajes como Sareh Bayat, e incluso, a su propia hija Sarina Farhadi, quien interpreta a la hija del matrimonio, testigo silencioso y doloroso del drama, verdadera víctima del conflicto. La separación aquí es usada como un disparador de otro tipo de conflicto distinto al de la separación en sí. Aunque se nos cuenta en la escena inicial el por qué del deseo de divorciarse de Simin, el director no se detiene a contarnos sobre la pareja sino en las consecuencias funestas que esa decisión termina por desencadenar. A partir de ahí, un hecho provocado por la cólera dará lugar a discusiones, muchas, todo el tiempo, con la fuerza necesaria para gritarnos que los problemas son muchos, son serios, son graves. Y ahí es donde personalmente termino por desconectar de la historia. Es indudable la maestría de Farhadi para retratar la tensión, para ambientarnos dentro de ese mundo en que los personajes se mueven y cómo se interrelacionan pero a la vez carece de la habilidad necesaria para asentar el relato y provocar una identificación con los personajes que nos permita emocionarnos con lo que les pasa. ¿Quiere hablarnos de la burocracia insufrible de una justicia en la que uno debe pelear por su cuenta, sin abogados entendidos, discutiendo como lo harían los hermanos frente a una autoridad paternal?, ¿hablar de la mentira y cómo esta puede constituir un pecado tremendo dentro de los conceptos religiosos regidos por el Corán?, ¿quiere hablarnos de cuánto lamenta Simin que a su marido no le importe si ella se queda o se va?, ¿si es que se lamenta de todavía amar a un hombre capaz de perder el juicio hasta provocar un crimen?. Posiblemente de todo ello, claro. Lo sé, muchos podrían acometerme, y seguramente lo harán, con todas las respuestas posibles. Después de todo así se plantea la historia, como la vida misma en la cual a veces todo nos sucede al mismo tiempo, un hecho termina generando una cadena de circunstancias indomables. Pero, a riesgo de sonar mediocre, y quizá sea que no la haya entendido bien del todo, tanta fuerza puesta ahora aquí, luego allá, no me dio oportunidad de interesarme del todo por lo que estaba pasando. El ritmo por momentos acelerado, por otros, extremadamente contemplativo me rindió al aburrimiento, ¿para qué negarlo?. Eché de menos la profundidad de los diálogos que Farhadi supo elaborar en About Elly constituyendo la música que casi no tiene el film, la destreza de plantear una historia sencilla sin pretenciones grandilocuentes. A separation no deja de ser una película para ver, valoro la mano austera pero certera de este director para crear escenas que aunque sencillas no dejan de impactar y llegarle al espectador; después de todo a la mayoría, les ha encantado que es lo que cuenta. Arrasadora en la Berlinale del año pasado, este es un film que seguro ganará el corazón de la Academia; un pronóstico que lanzo un tanto apresurado pues no he tenido oportunidad de ver a sus competidoras extranjeras. Pero que a pesar de su ritmo un tanto desordenado para mi gusto le reconozco mucha fuerza en ciertos tramos, un final excelentemente planteado, de esos que no necesita palabras ni ademanes para hacerse entender; ese tipo de clima y logro es el que me hubiera gustado ver sólidamente a lo largo de las dos horas de duración.
Nader y Simin son un matrimonio sumergido en una profunda crisis. Simin se quiere ir de Irán, Nader se quiere quedar a cuidar a su padre. Simin se va de casa y Nader se ve obligado a contratar a alguien que cuide a su padre y la casa mientras él trabaja, y a través de una amiga de Simin llega Razieh, una mujer embarazada y con una niña pequeña que también tiene su propia crisis matrimonial. Los problemas de ambos matrimonios se van a ir cruzando, luego de una fuerte discusión entre Nader y Razieh.
Cierto. Quizás un Oscar es un premio grande, pero también lo son los méritos que tiene Una separación. La película de Ashgar Farhadi comienza con una serie de eventos desafortunados que desembocan en una disputa entre una pareja recientemente separada y otra cuya mujer pierde un embarazo.
Un corte en la proyección de su primera pasada en Pinamar hizo que la función de Una separación tuviera que ser proyectada en una función al mediodía del lunes. Afuera de la sala, los empleados municipales de la ciudad reclamaban por derechos laborales. Una separación, o "la" searación que involucra a un joven empleado, Nadir, y su esposa Zimin, una profesora, es una película fascinante. No por espectacular, ni siquiera por la importancia de su historia, sino más bien por el modo en que despliega todo su aparato narrativo, de lo más complicado de cerrar en un film. La primer escena de esta película iraní que acaba de ganar el Oscar a la mejor película extranjera y que viene con premios como el Globo de Oro 2011, o Mejor película y mejor actor y actriz en el Festival de Berlín), marca el tono temático: una pareja enfrenta a un juez ante la solicitud de divorcio de la mujer. La causa: él no quiere ya acompañarla al extranjero. La causa de la negativa: un padre con alzheimer que hay que cuidar. La consecuencia: un descalabro general a partir del abandono de la casa de Simin. La cámara nerviosa de Asghar Farhadi explora los espacios registrando esa ruptura, los personajes van cobrando importancia casi naturalmente, salidos de la necesidad que impulsa la vida cotidiana: la señora que cuida al abuelo, la tutora de la niña Termeh, el marido de la mujer que termina acusando a su patrón de la muerte de su bebé. No es una película de exteriores o de tradiciones ancestrales tal como podemos recordar al cine iraní sino una pelicula urbana, con el vértigo del mundo social y cotidiano de una clase medianamente pudiente. Es tan natural el paso de un conflicto a otro que la película transcurre soldando los recursos hasta dejar transcurrir sus 122 minutos, haciendo que esos personajes tímidos del principio aparezcan sólidos, cerrados, con sus propias motivaciones morales y éticas: desde la religiosidad de Hodjat hasta la justificación de la mentira de Nader. Cuando se piensa que es una película sobre el flagelo del Alzheimer, se transforma en una película de tribunal, de ahi a una película de principios religiosos, de ahi a una pelicula sobre el amor roto, para terminar siendo una película sobre la verdad, la mentira y la manipulación en las decisiones. Gran propuesta Una separación que ya tiene fecha de estreno en Buenos Aires para fines de abril de este año. Publicado en Leedor el 6-03-2012
Dialectos matrimoniales y rituales de justicia El cine iraní nos viene trayendo gratas sorpresas en lo que a definición de cine de autor se refiere. Tal es el caso de Jodaeiye Nader az Simin (2011) una historia melancólica y cruda al mismo tiempo, que guarda cierto fondito amargo para el deleite de los que odian las tramas melosas y con final feliz. Nada de eso hay en la película de Asghar Farhadi y su inquieta cámara. A separation, como se la conoce mejor, es una cinta inquieta en todo sentido. Sus infinitos diálogos, su urbanismo desmesurado, su trasfondo político (motivo del intento de divorcio del personaje de Leila Hatami), su base religiosa como leitmotiv imperativo y su realismo imparable la clasifican como lo más atinado de esta temporada que ya pasó. El guión arquitectónico de Farhadi funciona como una máquina que no para hasta el eterno plano final. Todo es poesía muerta, todo es realidad. Una joya. Por si fuera poco, el realizador va ensamblando pieza por pieza a medida que pasa la trama, hasta crear un desorden caótico y hermoso, en el que confluyen diferentes hechos que se narran con una magistral dirección y desempeño actoral por parte de un reparto perfecto, casi documental. La realidad de un departamento puertas adentro (notable la cantidad de interiores en esta propuesta), contada con una puesta de cámara en mano muy adecuada, se vive con las pulsasiones de un guión que en cualquier momento está por sufrir un ataque. Farhadi tiene todo puesto en un lugar con un motivo, y con una excusa, lo cual convierte a Jodaeiye Nader az Simin, que no es más que una historia de divorcio vilipendiada por un sinfín de complicaciones que la hacen un rompecabezas judicial y cotidiano. Si el cine es antropolgía, Jodaeiye Nader az Simin es la etnografía, y Farhadi un gran, gran antropólogo con una inquieta cámara que es nuestra ventana a un mundo que, kilómetros más kilómetros menos, es cercano a todos.
Publicada en la edición impresa de la revista.
Pequeñas miserias de la vida conyugal Extrañábamos al cine iraní. Tras disfrutar de las películas de Abbas Kiarostami o Jafar Panahi, los inconvenientes por los altos costos de importación y la falta de títulos resonantes en los festivales hacían pensar que aquel gran momento de la producción de ese país ya era asunto del pasado. Pero basta ver la multipremiada La separación, de Asghar Farhadi, para comprobar una vez más la vigencia de los directores de ese origen, su creatividad e inteligencia, y la profundidad de sus temas. Una elocuente primera escena pone en autos el conflicto básico, que tendrá derivas varias a lo largo del film: una pareja explica ante un juez –la cámara ocupa su lugar- las causas de su separación: Simin quiere comenzar una vida diferente en el extranjero para lo cual han conseguido las visas, pero Nader, su marido, se resiste a dejar la casa familiar con su padre quien sufre de Alzheimer y requiere de sus cuidados. El problema es la hija de ambos, Termeh, una preadolescente: él se niega a dejarla partir y el juez les aconseja subsanar sus diferencias. Intuimos que ese dilema envuelve otros conflictos matrimoniales, no explicitados. Entonces la que parte es Simin, a casa de su madre. Esa decisión obliga al marido a contratar una mujer para cuidar a su padre, y ella llega con una hijita, aunque la tarea a cumplir parece superior a sus capacidades. A partir de allí, se sucederán las vicisitudes de esa nueva relación laboral, que va empeorando día a día hasta que todos terminan nuevamente ante el juez. La separación retrata con toda naturalidad y realismo los conflictos que se establecen entre esas dos familias: la de los empleadores -profesionales burgueses- y la de la empleada -ella muy religiosa, él desocupado y resentido-, separados por diferencias religiosas y sobre todo de clase. Ambos grupos sociales se ven envueltos en un enfrentamiento que no parece tener solución y, si la encuentran, será a costa de trasgredir distintas facetas de la honestidad. Tal vez de manera algo esquemática –pero no sabemos cuánto, debido al sistema patriarcal de Irán- el film muestra el absoluto acatamiento –incluso el temor- que toda mujer siente ante su marido, aunque los dos personajes masculinos involucrados parezcan confundidos, erráticos, y tan vulnerables como brutales. Aún así, ambas mujeres, con sus diferencias culturales, son quienes tratan de encontrar la solución a los conflictos que van emergiendo entre ellos. La acción está filmada en planos medios y ágiles en ambientes cerrados, claustrofóbicos -el departamento, el pasillo, el hospital, la oficina del juez- donde los hechos se suceden de manera bastante vertiginosa y parecen escaparse del control de cada uno de los personajes, incluso del espectador, ya que es frecuente la elipsis. Las actuaciones estupendas –sobre todo Peyman Moadi y Leila Hatami como Nader y Simin- aportan una fuerte cuota de verosimilitud. Es fundamental la presencia de Termeh (Sarina Farhadi, hija del director) quien, junto a la otra niña, resultan inquietantes y angustiadas testigos de las debilidades y renuncios de sus padres. La anécdota doméstica establece de manera magistral un cuadro pormenorizado de una sociedad de la que poco sabemos, donde la religión pesa sobre cada decisión cotidiana, y las diferencias de sexo, educación y clase son determinantes. Este film, que apela a la identificación emocional, también habla de conflictos universales, abre interrogantes -no juicios- sobre las relaciones de poder y cuestiones éticas: la relatividad de las conductas humanas, el valor de la verdad y la responsabilidad. El film tiene un gran final -en simetría con el formidable prólogo-, que se resiste a cerrar y que apela a la participación del espectador, como aquella escena inolvidable de A través de los olivos.
Mejor no juzgar Ganadora del Oscar a la mejor película extranjera, La separación (Jodaeiye Nader az Simin, 2011) presenta personajes absolutamente reales. Tienen problemas, responsabilidades y decisiones que los comprometen en su quehacer cotidiano. Sumado a ello, la presión que imponen las instituciones y la religión, obligan a los mismos a encontrarse frente a un dilema de orden ético. Nader y Simin están en plena separación. Ella se fue a vivir con su madre, y él quedó a cargo de su hija adolescente y de su anciano padre que necesita del cuidado de alguien permanente. Para ello, Nader contrata a una mujer, con quien tiene una disputa y lo enreda en un conflicto legal pero, y por sobre todo, ético. Acusa a la mujer de robo y, luego de forcejear, ella lo acusa a él de perder su embarazo. La tensión crece en el transcurso del relato, y las mentiras se duplican ante los ojos de su hija. La separación es una gran película. Y lo es porque tiene la particularidad de transmitir de manera crítica, el comportamiento en sociedad. En una sociedad específica como lo es la iraní, sumamente religiosa y patriarcal. Pero dentro de la cual viven personas comunes que tienen problemas cotidianos que lidiar diariamente. Ahora, la suma de los problemas puede derivar en conflictos, y los conflictos en la prisión. Y para resolverlos en la película, los personajes chocan con sus propios prejuicios, máscaras sociales, y costumbres adquiridas. Es desde este punto de vista, que la película obtiene su merecido reconocimiento internacional. Desde un disparador como lo es la separación de una pareja, explotan una serie de problemas que derivan en un conflicto que expone las facetas ocultas de los personajes, y con ellos de la sociedad: patriarcal, represiva, injusta, egoísta, etc. El film de Asghar Farhadi, sigue el punto de vista de Nader y va cambiando constantemente la visión que tenemos de él. Al identificarnos en un principio lo consideramos la víctima de los acontecimientos, pero a medida que avanza la trama dudamos de su corrección. También sucede con los demás personajes, que generan empatía o incluso lástima, para luego virar su comportamiento hacia otro rumbo. De hecho, en la primer escena de la película, donde se produce la separación, la cámara nos instala en el lugar del juez, quien determina que es correcto y que no. Construida desde el realismo más crudo, La separación nos invita a juzgar las decisiones de sus protagonistas. Decisiones éticas y por lapsos, morales también. Decisiones que determinan la verdadera identidad de una persona y visibilizan la hipocresía social. Una gran película que nos rencuentra con el cine iraní desde la universalidad de su temática.
Hasta que la vida nos separe Un hombre y una mujer discuten las razones de su divorcio durante una audiencia judicial; la cámara se ubica en la mirada subjetiva del Juez y así el plano nos permite ver a los protagonistas de la historia como si fuesen nuestros interlocutores. Simin y Nader no pueden ponerse de acuerdo. Ella quiere irse del país porque tiene una visa por cuarenta días y apuesta a un futuro mejor para su hija en otras tierras; él se resiste, no quiere abandonar a su padre que padece Alzheimer. Ese es el motivo de la separación. El punto de conflicto se centra en quién tendrá la tenencia de la hija púber Termeh. Al no haber motivos de infidelidad o violencia, el magistrado no quiere otorgar el divorcio a esta pareja tan desencontrada...
Las vueltas de las mentiras Con una recepción favorable de la crítica y en los festivales internacionales llega a nuestra cartelera comercial (después de su paso por BAFICI 2011) La Separación. Esta película, del iraní Asghar Farhadi, tiene como tema disparador el divorcio. Nader quiere mudarse a otro país con más libertad, en cambio, Simin se opone porque debe cuidar a su padre con Alzheimer. Ella abandona el hogar dejando a su esposo e hija solos en su casa. Ante esta situación Simir decide contratar a una mujer, Razieh, para que se haga cargo del cuidado del anciano y de la casa mientras él trabaja. Ciertas actitudes de Razieh hacen que Simin la despida pero una palabra, un acto o un suspiro son factores fundamentales para que cualquier situación se vaya de control. Los malos entendidos o las mentiras son los motores para que este drama cambie el rumbo por completo. Además de la diferencia de clase social se pone al descubierto como la familia de Simin es más moderna con respecto a la religión que a las costumbres de Razieh. Comparándola con Everyboody in our Family (film rumano) y analizando la película anterior de Farhadi, About Elly, las mentiras, la religión y la muerte son los temas principales en los que se desarrolla el director pero lo que logra en este nuevo estreno es que ha pulido cada contenido concluyendo en un final tenso y abierto.
La sociedad iraní es una de las más cerradas y conservadoras del mundo, con unos preceptos sociológicos y religiosos tan fuertes que provocan escándalo en otros lugares del mundo. La mirada de Asghar Farhadi sobre dicha región es la columna vertebral de A Separation, ganadora del premio Oscar a la Mejor Película Extranjera, un film demoledor que retrata con ojo avizor una temática tan universal como cotidiana. La separación del título queda en claro en la primera escena, cuando el matrimonio de Simin y Nader se encuentra frente al estrado de un juez, deliberando su divorcio a raíz de que la mujer quiere viajar al exterior en busca de un mejor futuro para ellos y la hija de ambos, Termeh. La situación no es nada fácil porque el padre de él necesita cuidado constante (tiene Alzheimer) y no pueden abandonarlo. El contratar a una mujer que anda de aquí para allá con su hija pequeña traerá al ya resquebrajado seno familiar más de un dolor de cabeza, un poblema que será resuelto en la corte con resultados que cambiarán a todas las personas involucradas. A simple vista, la historia que se cuenta en A Separation puede parecer sacada de un culebrón mexicano, uno tranquilamente puede sentir que la historia ya ha sido contada varias veces. Lo que hace que todo tenga un sabor y una óptica diferente es la manera de narrar dicha historia, a través de un guión fenomenal a cargo del mismo Farhadi, que retrata todos los conflictos sociales que acarrea tener una devota creencia en Dios. Estos conflictos personales no es lo único que destaca, sino tambien el sistema de justicia iraní, más cerca de un diván de debate televisivo verpertino que de un estrado hecho y derecho, pero ahí reside la parte más jugosa de la película, cuando en un espacio reducido los protagonistas sacan a relucir y a reprocharse todos los problemas en los que se encuentren metidos. El elenco tiene como estandarte principal a un inspirado Peyman Moadi como Nader, el hombre en pleno divorcio que tiene que lidiar con su familia separada, su padre discapacitado y el problema doméstico que se torna legal con su empleada; una actuación simple y escueta, pero memorable. Leila Hatami cumple con el papel de Simin, la esposa de Nader, pero las mujeres que se roban la película son Sareh Bayat como la doméstica Razieh, y Sarina Farhadi (la hija del director) como Termeh: ambas tienen momentos excepcionales y lo que hace que resalten aún más es la economía de expresiones que utilizan para hacerse entender. Brillante. La película dura dos horas pero el peso de la misma casi no se siente con una edición limpia y concisa, y una dirección muy intimista, detallada, una mano de obra impecable por parte del director. Una fluidez narrativa para aplaudir. Una temática simple pero desde una óptica particular y polémica hace de A Separation una película imperdible, con una profundidad moral e ideológica sin desperdicio.
Exigente y atrapante película del iraní Asghar Farhadi Este nuevo largometraje del talentoso guionista y director iraní Asghar Farhadi (el mismo de la también notable About Elly ) recibió en los últimos meses con absoluta justicia una catarata de reconocimientos: en su estreno mundial, arrasó con casi todos los premios de la competencia oficial del Festival de Berlín 2011 y coronó su amplio recorrido internacional hace pocas semanas, cuando ganó el Oscar al mejor film extranjero. La película -inteligente, moderna, provocadora, exigente, atrapante- derriba de una vez y para siempre los (muchas veces infundados) prejuicios respecto de que el cine iraní no "cuenta nada" o que es una moda impuesta por algunos críticos snobs. Farhadi habla de temas íntimos y sociales a la vez con un rigor, con una profundidad, con un pudor y con una elegancia que no abundan en la producción contemporánea, ya sea de Hollywood o de cualquier país periférico. Se trata de una propuesta de una solidez formal (jamás aburrida) y de una complejidad temática (nunca críptica) que necesita de la participación activa, comprometida del espectador. La historia se centra, en principio, en la conflictiva relación de un matrimonio de mediana edad. Simin ha hecho todos los trámites necesarios para conseguir las visas para salir del país con su marido, Nader, y su hija adolescente Termeh, pero él se resiste a partir porque tiene que cuidar de su padre, que sufre un avanzado estado de Alzheimer. Ella abandona el hogar y pide el divorcio en un juzgado. El, mientras tanto, se queda en el departamento con Termeh y se ve obligado a contratar a una empleada doméstica para que cuide del enfermo. La recién llegada -de una clase social bastante menos favorecida- está embarazada y al poco tiempo sufre la pérdida del bebe. Luego de este planteo inicial, lo que sigue es una intrincada y apasionante combinación entre el drama familiar y el thriller judicial -trabajada además en múltiples capas y con diferentes niveles de lectura- en el que se confundirán desde la codicia hasta la culpa, pasando por todo tipo de dilemas éticos y morales. Las insospechadas derivaciones de la trama (de 123 minutos que jamás decaen) convierten a La separación en un intenso, poderoso y revelador retrato sobre los bruscos cambios y las fuertes contradicciones entre tradición y modernidad que irrumpen en una sociedad iraní contemporánea tensionada entre el conservadurismo religioso y las tentaciones del capitalismo. Una historia local, es cierto, pero de alcance universal.
Una pareja en conflicto de amor e ideas Con el sistema político iraní como telón de fondo, Asghar Farhadi construye una historia de divorcio, tenencia de hijos, jueces y un anciano enfermo. Además no esquiva la tensión entre una cultura milenaria y la modernidad. Un divorcio, la tenencia de una hija, las obligaciones con los mayores, un conflicto laboral, la pérdida de un hijo, todas estas circunstancias, hechos y tragedias están condensados en La separación –ganadora del Oscar a la mejor película extranjera–, que subordina desde el principio todos estos elementos a un conflicto original: el omnipresente Estado que pauta la vida de los habitantes de la República Islámica de Irán con derechos y obligaciones atravesados por la religión, en un galimatías indescifrable para el mundo occidental. La película comienza con una toma subjetiva del juez que escucha a la pareja. Ambos consiguieron la ansiada visa para partir al extranjero pero él cambió de opinión y argumenta, debe quedarse en el país para cuidar a su padre que sufre de Alhzeimer, mientras que ella se mantiene fiel al plan original y pide el divorcio y la tenencia de su hija ante la negativa de su marido. El magistrado escucha y les recomienda que lleguen a un acuerdo fuera de los tribunales. A partir de allí la película registra de manera casi magistral el clima que se va enrareciendo en ese micromundo del matrimonio. Mientras que la mujer se va a vivir a la casa de sus padres, el hombre se hace cargo del hogar y contrata a una mucama para cuidar al suyo, una decisión que desata una serie de eventos desgraciados. Porque la persona que se hace cargo del anciano es una mujer, porque está embarazada, porque tiene un marido desocupado, porque es de una clase social infinitamente menos acomodada que su patrón, y porque, además, cada uno de sus movimientos está regido por sus creencias religiosas. El ritmo de thriller que toma el relato luego del planteo inicial abandona por momentos a la pareja en conflicto y se centra en la mujer empleada, en su esposo sin empleo, en las nenas de ambos matrimonios que asisten perplejas a las contradicciones de sus padres. Luego la narración se interna en los pasillos del sistema judicial, vuelve a la pareja de clase media, pero en ningún momento pierde de vista que es el sistema político, social y sobre todo religioso que profundiza los conflictos, que desnuda la tensión constante entre una cultura milenaria y la modernidad que se cuela inevitable. Como casi todas las películas iraníes que llegan a Occidente, el relato de Asghar Farhadi habla de una sociedad inmersa en un sistema opresivo, sin embargo no hay que confundirla con un film-denuncia, por el contrario, la ambición de La separación es tratar de entender, interpelando a su sociedad con las preguntas correctas.
En lo más íntimo La ganadora del Oscar extranjero es un drama humano, con muchos puntos altos en su realización. La sorpresa al término de La separación no es una. Son varias. Por un lado, el final, cómo el realizador Asghar Farhadi decide rematar su película. Mucho antes, cómo la historia, que parecía centrada en la separación del título entre Nader y Simin, se abre en otra disputa, la que el hombre tiene con una mujer que iba a cuidar a su padre con Alzheimer, y termina en un juicio. Otro juicio. El término juicio engloba toda la película, que ganó primero el Oso de Oro en el Festival de Berlín, y en marzo se alzó con el Oscar a la mejor película hablada en idioma extranjero. Porque se trata de un relato cuyos temas troncales se enmarcan en sendos juicios, pero el director jamás juzga a sus personajes. Simin quiere emigrar “por la situación” en la que se encuentra su país, Irán, junto a su esposo y su hija. Como Nader no quiere abandonar a su padre enfermo, el divorcio pareciera inevitable. El único camino. ¿Tiene razón Simin? ¿Quién es más egoísta en esta situación? Pero cuando un hecho totalmente desgraciado suceda, la unión, más que de la pareja, de hecho separada, de la familia, se pondrá en juego. El cine de Farhadi está más cercano al del Mohsen Makhmalbaf que al de Abbas Kiarostami, a la hora de hablar de los referentes del cine iraní. No debe llamar la atención el premio de la Academia de Hollywood, ya que el relato no es meramente contemplativo, sino que tiene varios rasgos occidentales en su manera de narrar, de expresarse. Al fin de cuentas, de lo que trata La separación es de verdades. Tal vez no absolutas, pero sí sinceras. Qué es capaz de admitir un ser humano cuando se ve apremiado en lo que más le duele. Cuánto peso tiene la hidalguía, el ser fiel a sí mismo, ante la posible pérdida de un vínculo, de una relación. De un afecto. Farhadi deja planteados varios problemas existenciales en su filme. La mirada de Termeh (Sarina Farhadi, hija del realizador), la niña que prefiere quedarse con su padre antes que ir con su madre cuando ésta deja el hogar, es fundamental. ¿Qué es lo que quiere ella? ¿Alguien se lo preguntó? La película está contada desde esos momentos de decisiones imprescindibles, que nos forjan. Pero aquí cuenta, y pesa, el género, la religión, la clase social. El nivel de las interpretaciones también es otro punto alto de la realización. No se puede quedar impasible ante el alegato de Simin, al que Leila Hatami le confiere todas sus entrañas. Y los vaivenes de Nader (Peyman Noadi), ante esa mirada de los otros, y de los suyos. Cómo lo íntimo se vuelve universal, cómo es imposible esconder lo que se lleva adentro. Todo eso hace de La separación una película inolvidable.
Cuando la mentira es la verdad En La separación, quinto opus del realizador iraní Asghar Farhadi, premiado en la Berlinale con el Oso de oro y recientemente ganadora del Oscar a mejor película extranjera, las víctimas son la verdad y los niños por los actos mezquinos de los adultos. La diferencia entre ética y moral también se pone en juego a partir de situaciones cotidianas que llevan a cada personaje a tomar decisiones que afectan su entorno pero de las que se responsabilizan muy poco. Y hablar de moral en una sociedad tan retrógrada como la iraní es reflejar el peso de la tradición y la religión por encima de todas las cosas. Elementos que son incuestionables y que con inteligencia Farhadi a fuerza de un guión sólido expone sin ningún tapujo. El detonante es un pedido de divorcio solicitado por la esposa Simin (Leila Hatami, ganadora del Oso de plata) a su marido Nader (Peyman Moadi, ganador del Oso de plata) tras el rechazo de acompañarla en su proyecto de dejar el país junto a su hija preadolescente Termeh (Sarina Farhadi). El argumento del hombre es que no puede abandonar el cuidado de un padre que padece alzheimer pero a Simin no le alcanza y deja el hogar de todas maneras. Por ese motivo, Nader a cargo de su hija debe contratar a una cuidadora para que atienda las necesidades del anciano durante las horas que él no está en la casa. Acompañada por su hija pequeña, la cuidadora realiza su tarea como puede dado que está embarazada. Un incidente -que no se revelará aquí- desencadenará una serie de consecuencias que sumergen al relato en una especie de thriller judicial que hace blanco precisamente en las aristas de un sistema jurídico perverso, atravesadas por el prejuicio, las diferencias sociales y la falsa idea de justicia. Sin tomar posición en cuanto a juicio de valor sobre sus personajes y equilibrando los puntos de vista, el director iraní escarba en lo más profundo de la condición humana con un retrato descarnado de cada una de sus criaturas con la distancia necesaria para que se muevan en un microclima de mentiras, egoísmos, vanidades, orgullos, contradicciones y vulnerabilidades, que vistas desde los ojos de un niño -en este caso dos niñas- contribuyen a que se pierda la inocencia y lo que es mucho más grave el valor de la verdad. Reza el dicho popular que los niños siempre dicen la verdad porque no hay moral que los condicione ni ética que los ate a las vicisitudes de la vida. Sin embargo, cuando esos niños crezcan y se conviertan en adultos conocerán que la justicia no siempre es la búsqueda de la verdad.
Atrapante cuadro de la condición humana Dicen que fue Esquilo, en una de sus obras. Otros, que fue el senador Hiram Warren Johnson, en famoso alegato de 1917. Y que en 1928 la refinó el barón Arthur Ponsonby, un pacifista muy conocedor de las propagandas bélicas: «La primera víctima de una guerra es la verdad». Famosa frase que muchos citan y a pocos escarmienta. La verdad, parece que la sacaron abreviando un texto del doctor Samuel Johnson de 1758: «Entre las calamidades de la guerra pueden enumerarse conjuntamente la disminución del amor a la verdad, las falsedades que los intereses dictan, y la credulidad que envalentona». Pues bien, probablemente el iraní Asghar Farhadi nunca haya leído al lejano griego ni a estos angloparlantes, pero sabe y nos muestra muy bien la muy cercana relación entre un divorcio y una guerra. Así es como en este film vemos gente voluntariamente crédula, interesada, o tergiversadora, que omite mencionar ciertos detalles, acepta declarar versiones inexactas, tercamente insiste en entender las cosas de modo erróneo, y rebaja su propia autoexigencia moral. Solo una persona insiste en que le digan la verdad. Y esa persona no es el juez que entiende en la causa. La historia empieza con un divorcio más o menos de mutuo acuerdo, y más que menos cargado de rencores y trampas afectivas. No se resuelve este asunto, cuando empiezan a sumarse otros problemas, a cargo de sucesivos personajes: la hija en común, el padre mentalmente inválido, la mujer contratada para cuidarlo, más supersticiosa que religiosa, el marido buscapleitos de esa mujer, resentido social, sus acreedores, en fin. Una cosa trae la otra, sumando confusiones y desgracias, para resolverlas se cae en falsedades, acusaciones y enojos, y lo singular es que cada uno tiene su parte de razón, y es muy difícil ponerse a favor o en contra de uno solo. Pero a esa altura, advertimos que la separación matrimonial ha quedado apenas como una de las varias separaciones que aquí se presentan. Porque detrás de ese caso particular, ya de por sí bastante significativo, se ponen sobre el tapete varios conflictos de familia, de lealtad filial, de educación, de responsabilidad moral, de religión o laicismo, de clase baja contra la media, de sumisión o búsqueda de un futuro distinto, de todo un país cuyos miembros, en varios aspectos, están evidentemente separados entre sí, y además, por una u otra razón, separados del respeto a la verdad. El asunto atrapa al espectador, no solo por lo bien que se armó, el nervio que tiene (aunque unos minutos menos lo hubieran favorecido), y el buen nivel de todo el elenco, sino además porque, solo a través de situaciones cotidianas, sin discurso alguno, se hace aquí un notable cuadro de la condición humana. Porque esto que vemos transcurre en Irán, y lo pinta desde adentro, pero bien puede pasar en cualquier otra parte. Será por eso, que viene ganando aplausos y comentarios en todo el mundo. Dos detalles para interesados. Asghar Farhadi es el guionista de un film que compitió en Mar del Plata 2001, «Baja altura» (Ertefae Past), drama de acción donde una familia iraní secuestra un avión en vuelo, con la bonita Leila Hatami que ahora protagoniza «La separación». Y el director de fotografía es Mahmoud Kalari, hermosa persona cuyo lírico film «La nube y el sol naciente» ganó el Mar del Plata 98. Y otro detalle, solo para observadores: el guión de «La separación» es muy bueno, pero a cierta altura esconde una pequeña licencia argumental un tanto discutible. Bueno, tampoco el libreto respeta estrictamente su propia verdad.
El regreso del cine iraní Las grandes películas occidentales cuestionan los parámetros de su civilización y en general a los espectadores les agrada las denuncias que se realizan desde el cine. En todos los listados de películas favoritas aparecen, en los primeros puestos, títulos relacionados con el inconformismo, la resignación o la protesta. Nunca faltan allí la saga de "El Padrino" con todo su cuestionamiento a la ambición y al poder económico, "La lista de Schindler" y su mirada sobre el nazismo y "Luces de la Ciudad", donde Chaplin protesta contra la necesidad imperante en nuestra sociedad de poseer dinero para vivir dignamente (las tres figuran en los primeros puestos de Imdb y Film Affinnity). "La separación", salvando las distancias con esas obras maestras, podría integrar el mismo grupo. Hasta aquí el cine iraní había aportado maravillas cinematográficas como la filmografía de Abbas Kiarostami pero nunca había producido una película que cuestionara tan directamente nuestra civilización. Algo que al espectador medio occidental le encanta y que luego podrá votar en una página de internet. El párrafo anterior tal vez sirva para explicar por qué "La separación" se quedó con el Oscar a mejor película extranjera. Ahora resta explicar por qué es una muy buena película. Se podría decir que la primera escena con una cámara fija es brillante: una pareja le solicita el divorcio a un juez, al que no vemos en pantalla. Sirim quiere irse del país para que su hija tenga un mejor futuro, Nader quiere quedarse a cuidar a su padre enfermo. Se podría decir también que el argumento es muy interesante. A la separación de la pareja se le agrega la separación social existente en Irán y en todos los países del mundo cuando él contrata a una mujer casada(Razieh) para que cuide a su padre. El clímax de la película empieza cuando Nader echa a Razieh del trabajo y ella pierde a su bebé y lo acusa del aborto por un pequeño empujón. Razieh y su marido realizan la denuncia por el homicidio de su futuro hijo y se enfrentan en los tribunales a Nader y a su futura ex esposa. Ambas parejas tienen una hija que funciona como el fragmento de la familia que aún no está contaminada por la sociedad. La película tiene muchas más separaciones que la del título. Existe una por ejemplo entre lo que dice lo que dice la religión y hacer lo correcto. Esta separación aparece por primera vez cuando el padre enfermo no puede cambiarse los pantalones y Razhie duda en ayudarlo por un impedimento religioso. Pero lo más interesante de la película es que no tira dardos sobre la religión sino sobre las reglamentaciones, porque así como la religión obliga a hacer cosas absurdas, la ley también lo hace. "La separación" es una gran deudora de Kakfa y su libro "El Proceso" y muestra lo absurdo de respetar las cosas solo porque alguien las haya dicho o escrito en el pasado, además de cuestionar la burocracia occidental. No tiene, como el cine iraní que conocíamos, planos largos en las montañas, ni bella fotografía, ni miradas largas. Transcurre en una ciudad con mucho diálogo, con clases sociales diferentes, con escuelas y con lo que occidente les dio. La familia del padre enfermo representa a la civilización educada, la que piensa en cambiar de país para el futuro de su hija, la que actúa de forma más cercana a la que se conoce como civilización occidental. En cambio la otra familia representa a la religión, a quienes por falta de equidad social no recibieron otra educación que no sea la religiosa, y que entonces son más violentos, más frontales y tienen más miedo. Mucho más miedo de que Dios los castigue. Ahí, entre la familia occidental y la religiosa está la separación más importante que cuenta esta gran película.
El drama de una pareja joven Ganadora del Oscar, a la mejor película extranjera, el relato que propone Asghar Farhadi escapa al común denominador del cine iraní. No es complaciente con las tradiciones de su país, tampoco las cuestiona, pero sí muestra que su gente intenta hacer un esfuerzo por adaptarse a los cánones de la vida moderna. No obstante a pesar de la contemporaneidad que muestra el filme, la historia deja en claro que queda mucho camino por transitar, para que la visión que el hombre tiene de la mujer iraní, sea modificada. Precisamente es el hombre el que permanece más aferrado a sus tradiciones y eso puede verse no solo en el comportamiento y el pensamiento que demuestra el marido, ante su mujer, cuando ella le solicita el divorcio. También se observa en la aplicación de las leyes, las que a pesar de su necesidad de cierta objetividad frente a los hechos, no parece poder escapar a preceptos de la religión islámica. "La separación" tiene por protagonistas a Nader y Simin, una pareja de unos treinta y pico, con una hija. El tiene el padre enfermo y la mujer que aspira a un mundo más libre y de mayores perspectivas de futuro para la hija de la pareja, intenta convencer a su marido para que emigren a otro país. EXCUSA VALIDA El hombre al que le cuesta dejar su lugar, pone una excusa válida, la de tener que cuidar a su padre enfermo de Alzheimer. Hay unas frases que intercambian el hombre y la mujer que resultan definitorias por su síntesis. Ella le dice "por qué te preocupas si él no te conoce"; "pero yo lo conozco a él", responde el hombre. El conflicto llega al juez, al que le llama la atención la solicitud de divorcio de ella, en particular porque no tiene quejas de su marido. Nader no la maltrata, no le hace faltar nada. El resultado es la negación a la mujer para dejar Irán. Simin decide mudarse a la casa de sus padres y Nader, el marido, queda al cuidado de su padre. Un hecho imprevisto, un accidente con el anciano, prácticamente provocado por la empleada que lo cuida, ubica a la pareja Nader-Simin, en un ángulo oscuro de la vida. Con un ritmo sostenido, que no decae a lo largo de la película, diálogos directos, simples y una emocionalidad constante en sus protagonistas -Peyman Moadi y Leila Hatami-, los que le otorgan al filme la sensación de estar viendo un documental, permiten asomarse a la vida actual en Irán y a la lucha que llevan sus ciudadanos por insertarse en el mundo contemporáneo, más allá del respeto a las tradiciones.
Divorcio, mentiras y Ala La película comienza en un juzgado, donde una pareja esta exponiendo su situación, ya que ella ha solicitado el divorcio, y no hay mutuo acuerdo. Simin (Laila Hatami) quiere dejar el país e instalarse en otra parte, porque cree que de esa forma va a poder brindarle mas oportunidades a su hija. Su esposo Nader (Peyman Moaadi) no está de acuerdo, quiere quedarse en Irán, porque su padre tiene alzheimer y debe cuidar de él. Es imposible para la pareja llegar a un acuerdo, y a ella le es negado el divorcio que pidió. Aún así, la pareja se separa; ella va a vivir a casa de sus padres, y él se queda en el hogar de ambos cuidando a la hija del matrimonio, Termeh (Sarina Farhadi) -quien ha preferido quedarse con él-, y a su padre enfermo. Nader contrata a Razieh (Sareh Bayat) para cuidar la casa y a su padre, mientras él no está. Ella va acompañada de su pequeña hija. La mujer es callada, sumisa, en extremo religiosa y siempre parece estar temiendo o escondiendo algo. Su hija la acompaña, recorre la casa, juega con lo que encuentra, y se convierte en espectadora de todo lo que sucede. Un día Nader llega a casa con su hija, y encuentra a su padre atado a la cama e inconsciente. Cuando Razieh finalmente aparece, Nader le reclama por lo sucedido, discuten, ninguno de los dos entiende las explicaciones del otro, hasta que finalmente el hombre hecha a Razieh de su casa. A partir de ahí, todos los personajes de esta historia se ven involucrados en una tormenta de mentiras, ataques, ofensas y defensas. Todo estalla en una tarde, en unos minutos, en una situación que nadie buscó, pero que se desencadena por varios motivos. Desde el principio de este hecho, nadie dice la verdad, pero alguien acusa, entonces otro debe defenderse. Así queda expuesto lo peor y lo mas doloroso de cada uno. La soberbia de Nader, el miedo Razieh, el resentimiento de su esposo Hodjat (Shahab Hosseini) y en medio todo esto Simin ve la oportunidad de recuperar la custodia de su hija. Mientras tanto, las niñas de ambos matrimonios son testigos involuntarias y víctimas de lo que sucede. Unos atacan, otros se defienden, luego los roles cambian, y los atacados se convierten en atacantes. Parece no haber certezas. Es magistral el modo en que el director nos confunde, nos lleva de un lado a otro y no sabemos quien miente, quien dice la verdad, o que sería lo mas justo. Nunca toma posición, si no que nos aporta todos los elementos para que nosotros tomemos la nuestra. Mientras recorremos las excusas, explicaciones, y mentiras de todos, vamos cambiando de idea varias veces, siempre hay dudas, tenemos la sensación de que algo sigue ahí escondido, y no lo sabremos hasta el final, cuando todas nuestras suposiciones y conceptos previos, se irán desarmando de a poco. Aquí nadie es malo, y nadie es bueno, porque todos harán lo necesario para poder salir limpios de esta situación, que acorrala a todos, hasta que la verdad va apareciendo de a pedazos. Si no fuera por el contexto dramático y religioso, esta sería una excelente película de misterio, pero sabemos que no es esa la idea. Mientras tanto vemos el contraste de los matrimonios, uno pobre y extremadamente creyente, el otro de clase media, mas culto y progresista. Una mujer que teme a Alá y obedece a su marido, y otra que trabaja como profesora pero que paga un precio bastante alto por tratar de ser independiente. Un país donde el honor y la palabra tienen un peso muy importante y el sistema judicial tiene muchas falencias. Los actores se transformaron en estos personajes complejos, que tienen sus razones para actuar así, para esconderse en el silencio, mantener una mentira o manipular a quien sea necesario, y lo hacen de manera creíble, cotidiana, nada maniqueísta. La película es visualmente tan detallista como su guión, lo que ayuda a que la pieza sea coherente y completa, tanto conceptual como estéticamente.
No reconciliados La película comienza con una pareja en crisis negociando su divorcio con un juez. Ella quiere irse a vivir al extranjero, él prefiere permanecer en Irán y ambos justifican su decisión por el futuro de su hija. Lo primero que salta a la vista es que, al igual que en los trabajos anteriores de Farhadi, la pareja no se ajusta a la imagen estereotipada de Irán que tenemos en occidente. Son un hombre y una mujer que por su vestimenta (a excepción del chador), su modo de vida urbano y su manera de expresarse podrían habitar cualquier ciudad occidental. La separación posee una gran densidad humana, ética y política. La película plantea numerosos temas: el divorcio, los conflictos de clase, el lugar de la mujer en la sociedad, la religión, las relaciones filiales, la inmigración, la mentira y la preocupación por las apariencias. Oscilando entre lo intimista y lo universal, Farhadi le otorga fuerza a cada uno ellos pero no ofrece respuestas. Simin pide el divorcio, deja el hogar y vuelve a la casa de sus padres. Nader contrata a Razieh para ocuparse de su viejo padre enfermo. Nader y Simin pertenecen a una clase media liberal y Razieh a un medio precario muy apegado a la religión. La separación enfrenta dos mundos diferentes sin tomar partido por ninguno. En la mitad de la película se produce un incidente que cambia por completo el rumbo del relato. Como en A propósito de Elly, se trata de un hecho que no vemos, una escena ausente que aspira toda la película como una fuerza centrífuga. Este suceso genera una confrontación entre Nader y Razieh que de a poco implica a otros testigos y establece un juego de trucos y mentiras desplegados para salvar las apariencias. A partir de este momento, el motor narrativo es un encadenamiento de causas y efectos cada vez más caóticos. Cada uno tiene sus razones y resulta imposible juzgar las subjetividades de sistemas de valores diferentes. El director les da la palabra a todos para que el espectador explore los distintos puntos de vista. En este punto, tal vez haya que reprocharle a Farhadi el hecho de postergar la versión de la historia vista desde el desamparo de Razieh hasta el desenlace, para privilegiar el suspenso. A medida que la película avanza, volvemos a visitar mentalmente las escenas anteriores y dudamos de lo que hemos percibido o comprendido. La verdad se pierde en un sinfín de observaciones contradictorias y escenas similares que se repiten aportando una luz ligeramente diferente. La separación es una película física, tensa y eléctrica, que no da respiro. La dinámica del montaje genera el vértigo necesario para entender la complejidad de lo que está en juego. Farhadi demuestra gran habilidad para sumergirnos en una historia cuyas acciones llevan consigo una parte de la duda que la película intenta revelar. El guión es muy preciso y la puesta en escena es fluida, intensa y muy controlada. La cámara se clava en cada uno de los personajes, los sigue con nerviosismo en sus incesantes desplazamientos y encuentra siempre el buen ángulo, la velocidad pertinente y la distancia justa. Farhadi juega con una paleta de colores reducida que va del azul marino al verde descolorado para pintar un mundo sombrío con tonos cotidianos. La acción se desarrolla en los interiores, como en Fireworks Wednesday, pero en ese microcosmos resuenan los distintos componentes de la vida iraní. La separación conmueve sobre todo por la presencia de la hija en medio del divorcio. Termeh condiciona a Simin y Nader, que permanecen extremadamente preocupados por su mirada. Termeh debe decidir si quiere vivir con su padre o con su madre. Lo que está en juego es tan pragmático como emocional, por eso la extraordinaria escena final culmina en el momento justo.
Cuando lo familiar se vuelve político Lo que en un comienzo parece apenas un pequeño drama doméstico va creciendo en densidad e implicancias de todo tipo, hasta que el film de Farhadi –Oso de Oro de la Berlinale y Oscar al mejor film extranjero– adquiere una complejidad impensada. Aunque ya tenía cuatro largometrajes previos en su filmografía (incluyendo el Oso de Plata de la Berlinale 2009 por Acerca de Elly), el director iraní Asghar Farhadi seguía siendo casi un desconocido, opacado sin duda por sus colegas más famosos, Abbas Kiarostami, Jafar Panahi y la familia Majmalbaf. Pero a partir de ahora habrá que prestarle atención a su nombre: consagrada La separación con el Oso de Oro de la Berlinale y el Oscar al mejor film extranjero, Farhadi viene a sumarse a la tradición del mejor cine iraní con un film que, sin embargo, tiene su propia impronta y se aparta de la línea dura de sus predecesores, privilegiando la construcción del guión por sobre la puesta en escena. La película empieza por aquello que en apariencia es su nudo dramático: Nader y Simin están frente a un juez dirimiendo, en términos bastante ásperos, su separación. Está de por medio no sólo una hija preadolescente sino también el padre de Nader, enfermo de Alzheimer. Para cuidarlo, Nader –clase media urbana, con recursos– contrata a una mujer, de la que ignora casi todo: que está embarazada (su condición la oculta el chador), que no tiene el permiso de su marido para trabajar y que está atravesando su propia crisis de pareja, en términos muy distintos a los suyos. Aquello que en un comienzo puede parecer apenas un pequeño drama doméstico va creciendo en densidad e implicancias de todo tipo, hasta que el film de Farhadi adquiere una complejidad impensada. La separación aborda primero problemas de clase, luego –a raíz de una serie de mentiras y manipulaciones de todas las partes involucradas– plantea cuestiones de orden cívico e incluso ético y, finalmente, como corresponde a una sociedad gobernada por un régimen teocrático, aparecen conflictos religiosos y de conciencia. Lo notable de Farhadi es que logra ir introduciendo todos estos distintos niveles de lectura con una puesta en escena siempre simple, transparente, pero capaz de transmitir una verdad a la que no son ajenos los excelentes actores, entre ellos Leila Hatami, el rostro a partir del cual Abbas Kiarostami creó todo un film, Shirin (2008). En dos ocasiones, los personajes de La separación se encuentran ante un juez y exponen, por turnos, los fundamentos de sus respectivos planteos. Se invita al espectador a ocupar el lugar de este árbitro judicial y a tomar partido por uno o por otro. Y la fuerza de la película está en su capacidad para hacerlo dudar y hacerle varias veces cambiar de campo a medida que se desarrolla la intriga. Estas dos situaciones destacan la significativa ambigüedad del título. Cuando la mujer reclama el divorcio y el derecho de irse a vivir con su hija de 11 años (acuerdo que su esposo Nader rechaza), todo indica que la separación es de orden marital. Pero de una confrontación privada, la película salta a un conflicto social, dando a su observación un alcance mucho más general, eminentemente político. Con gran sutileza e inteligencia, el director Asghar Farhadi utiliza los teatros íntimos, familiares, para destilar la idea de que en Irán la mentira y la manipulación se practican a todos los niveles. Y que los comportamientos impuestos merecen discutirse, e incluso impugnarse, como termina haciendo –no sin coraje– este film que devuelve al cine iraní al centro de la escena cinematográfica internacional.
Demostraciones Esta película iraní ganó el Oscar como mejor film extranjero y también ganó el Oso de Oro en Berlín. Y esos son solo dos premios entre una cantidad que debe constituir alguna especie de récord. Además, ha recibido y sigue recibiendo elogios críticos de asombroso entusiasmo y unanimidad. Se ha escrito muchísimo sobre la película. Aquí va algo más. 1. Entre la gente que opina de cine al voleo hay una noción voleada y revoleada que les hace decir tonterías generalizadas sobre el cine iraní. Dicen “cine iraní” y hacen algún chiste sobre “qué aburrido”, o intentan ser graciosos describiendo argumentos inventados. Como ninguna otra filmografía nacional de los últimos tiempos, por lo menos en Argentina el cine iraní recibió fuertes dosis de estereotipia, generalmente desde la ignorancia. El cine iraní está lejos de ser un bloque homogéneo. Y está lejos de ser esa cosa quieta, callada y lentísima que imaginan sus detractores que lo desconocen. La separación, seguramente sea una de las películas más divertidas, ágiles y veloces del año, lo demuestra. Pasan muchas pero muchas cosas: intentar un resumen argumental terminaría en algo larguísimo y que además va en contra de las costumbres y los gustos del columnista residente. 2. La separación comienza con una audiencia de divorcio. Pareja de clase media acomodada, intelectual, aparentemente laica o poco religiosa, de Teherán. Separación de hecho. Ella (Simin) se va a vivir a casa de su madre. Él (Nader) se queda en la casa conyugal con la hija de ambos. Y también con su padre, con Alzheimer. Sin su mujer en casa, Nader debe buscar ayuda para cuidar a su padre. Ese es el punto de partida y, como ya dije, no voy a contar todo el argumento. 3. La película comienza y sigue con audiencias judiciales y policiales (que van mucho más allá de la pareja protagónica), y con más situaciones domésticas, familiares, paterno-filiales, empleador-empleada y de pareja. Hay una enorme cantidad de enfrentamientos, gran cantidad de violencia (mayormente verbal), ocultamientos, estrategias y una tremenda cantidad de angustia. La cantidad de temas que se tratan es enorme: pareja, familia, orgullo, culpa, responsabilidad, observancia de la religión, trabas concretas y cotidianas de la sociedad iraní, diferencias de clase, rencor de clase, desempleo, justicia e injusticia, confianza de los hijos en los padres, la mirada de los adultos y la de los niños y tal vez algún otro. 4. Filmada con bastante cámara en mano y por momentos mucho movimiento al seguir a gente caminando airadamente, La separación parece buscar con afán ser una película ágil. Se empecina en ser divertida, en no detenerse, como si no confiara en un espectador al que imagina siempre a punto de abandonarla. Se empecina, lucha y se desangra. Es cierto que así logra ese efecto de vértigo incesante que comparte con algunas películas mainstream de Hollywood pero, así también, corre el gran riesgo de que uno no desee volverla a ver, y en una revisión mental a la hora de pensarla y escribir sobre ella, comience a deshacerse con la misma velocidad que propone su dispositivo. La separación, después de dejarla asentar, demuestra que el cine iraní también puede hacer entretenimiento efímero, (a algunos les gusta el término pasatista, a mí me parece espantoso), que en su velocidad esconde notorias fallas, algunas realmente enojosas. 5. En esta columna no estamos en contra del entretenimiento efímero. De hecho, a la mayoría de las personalidades del columnista residente les gusta el copo de nieve (o algodón de azúcar). La separación, por cierto, no se viste de dulce. Se viste de tratado crítico social, de película sobre temas serios, profundos, sobre la vida y la muerte en las puntas de la vida (y las complicaciones de lo que hay en el medio). Y la sensación que deja es que está dispuesta a todo por seducir: viejos y nonatos son menos personajes que dispositivos de guión para enganchar, para distraer mediante truculencias que pasan por “realismo social”. Los diálogos son filosos, sí, pero el problema es que si uno piensa lo que cortan con ese filo se vuelven obscenos. Y tan obscena es la película que se permite una de las elipsis más cretinas del año: la del accidente que, contado en su momento, habría impedido parte del misterio o de la intriga sobre la responsabilidad del protagonista. La película juega al suspenso policial y judicial con la suerte de un feto y no, no hace la elipsis por una decisión lógica del punto de vista. No hay foco unificado acá: no se cuenta desde ningún personaje en particular, el narrador es omnisciente. Pero más allá de ese ocultamiento, hay un detalle que revela que el señor Farhadi cree que trata con espectadores duros de entendederas. Cuando ya sabemos que la diferencia de clases es uno de los temas de la película y que el asunto atraviezzza la sociedad iraní (y todas, ¿no?), nos espeta de la nada una lección sobre el asunto en un par de líneas que “repasa para el colegio” la hija de la pareja protagónica. Ya entendimos, Farhadi. Ya habíamos entendido antes. Ya. 6. Detrás de su seductora y bien actuada –pero a fin de cuentas cansadora y a la postre vacua– pirotecnia verbal y rítmica, La separación demuestra que confiar en el efecto (especial o no) por el mero efecto sólo da películas demagógicas, aquí, allá y en todas partes. El detalle –canallesco, puesto para buscar el mero efecto y desencadenar el drama y que después no se resuelve– de “la falta de un dinero” cuando el protagonista encuentra a su padre caído de la cama revela el nivel de chapucería del armado de esta película que seduce, sí, pero con malas artes. 7. Para terminar, les recomiendo algunas películas iraníes realmente excelentes: Primer plano y Detrás de los olivos de Abbas Kiarostami (y podría recomendar muchas más de Kiarostami), Crimson Gold y El espejo de Jafar Panahi. Y si quieren ver realismo fuerte familiar sin manipulaciones y sin trampas, busquen la rumana Everybody in Our Family de Radu Jude, exhibida recientemente en el Bafici. Y si quieren ver una película más genuina sobre problemas de pareja, vean la argentina El campo, que está actualmente en cartel. Sobre esa escribí acá. 8. No pensaba escribir en contra de La separación, pero a medida que la iba repensando noté que es una de esas películas con sabor intenso al momento de verla pero que sus materiales se revelan, en el regusto, como alejados de lo genuino. Uno descubre, en el paladar, que es una película hecha con saborizantes.
Un filme conmovedor Conmovedora, inteligente, intensa, humana. Un pequeño incidente deja ver temas como la violencia, la manipulación, el falso orgullo, la fuerza del mandato religioso, la lucha de clases. El filme se abre con una pareja ante un juez. Ella se quiere separar, pero él no le da el divorcio. Ella quiere irse a vivir a otro lado, pero él no acepta porque tiene a su padre con Alzheimer. En el medio, está la hija, que se reparte como puede y sólo espera que se reconcilien. Pero las cosas se complican. Una mucama que ingresa a la casa para cuidar al anciano, desencadena sin querer los hechos: un malentendido, un accidente, una acusación, un aborto. La situación se desborda y entra a jugar la justicia. Todos guardan secretos que agravan el escenario. Y todos acomodan esos secretos a la ley del mal menor. Lo terrible es que todos tienen sus razones y sin embargo la realidad los termina arrinconando. Son seres equivocados, pero íntegros, que se mueven en un clima de desesperación. Porque detrás de este suceso, el sistema muestra la sumisión cultural, la violencia, el chantaje moral y el poder dominante del hombre en una sociedad donde la autoridad se confunde con el miedo. El amor de pareja, por supuesto, lucha en inferioridad de condiciones en ese escenario. Hay un juez, un matrimonio casi roto, otro que vive angustiado, una maestra, dos nenas. Nadie es bueno ni malo del todo en este soberbio filme. Cada uno defiende su parte en función de un contexto que obliga a mentir, a esconderse, a huir o amenazar. Un filme estupendo, sin duda lo mejor que hemos visto en el año. Es tan real y tan cierto que impacta y emociona. No hace falta recurrir a escenas extremas para tratar de conmover. El dolor está allí, en ese marido callado, en esa mucama abnegada, en ese hombre violento, en esa mujer confundida y en esas nenas, tan queridas y tan infelices. Los secretos corren de un lado a otro. La verdad se abre paso pero ocasiona más de una ajuste de cuentas. La diferencia de clases y de cultura se hace notar. Es una historia pequeña pero es notable como el director va extrayendo a cada paso, como si fueran capas de cebolla, nuevos centros de interés. Un filme que habla de la vida, de la muerte, del amor, de la violencia y, sobre todo, de la conciencia. Un filme creíble, inteligente y perturbador.
La sociedad iraní Este film, cuyo titulo funciona como una especie de McGuffin (en términos hitchconianos), nos sumerge en los tiempos modernos de una sociedad iraní, que pese a sus señaladas diferencias culturales, se asemejan innegablemente a la nuestra y a cualquier tipo de sociedad. Un matrimonio con una hija que, tras varios años de casado, decide separarse sirve de plataforma para exponer dos universos de la sociedad iraní actual, una pobre y anclada en valores tradicionales y otra más moderna, con más medios y más flexible con la ley y las creencias, que dejan ver un amplio abanico de temas como el divorcio, la religión y las diferencias sociales en una sociedad controlada por un patriarcado obstinado en silenciar la voluntad de las mujeres. Pero el film va mas allá, y el divorcio del matrimonio funciona como punto de ruptura que dará lugar a una serie de acontecimientos y conflictos secundarios que con justas dosis de suspenso realista dejaran ver la ambigüedad moral de los personajes cuyos miedos, rencores y deseos incumplidos serán sus razones para actuar. El director Farhadi decide no tomar partido y ubica la cámara para contar de manera natural la verdadera naturaleza de estos personajes que temen, mienten y engañan, todos ellos con justa razón, dejando que sea el espectador quien desarrolle su respuesta personal. Una historia sencilla profunda y humana en la que se ponen a prueba los valores, el sentido de la responsabilidad y la mentira, con actuaciones convincentes y diálogos muy bien dosificados, que invita al espectador a reflexiónar y sacar sus propias conclusiones.
Sin salida Uno lee la sinopsis de La separación e incluso contempla el desarrollo de sus acontecimientos, y piensa en bofes sobrevalorados, estúpidos y manipulador, como Babel, Biutiful y Vidas cruzadas. En la trama del film iraní aparece también una situación terrible como disparador -un matrimonio y su joven hija en conflicto debido al Alzheimer que padece el padre del marido-, que se hace aún más compleja -el marido es denunciado por la cuidadora del padre de haber causado el aborto de su bebé al haberla supuestamente empujado por la escalera-. Las acciones que van realizando subsiguientemente los personajes no son precisamente virtuosas. Y sin embargo, esta película es totalmente diferente a las antes mencionadas. En La separación no hay una manipulación por parte de los realizadores, no se coloca a los protagonistas de forma deliberada en determinados escenarios en pos de comprobar una tesis. Es cierto que la mirada que transmite el film no es precisamente optimista, sino todo lo contrario. Pero no se fuerza lo que se está contando, no se juzga a los personajes, no hay presente un regodeo en las miserias. Es más, el distanciamiento, la ausencia de bajadas de línea y el tono medido que caracterizan a la narración terminan explicitando muchísimos más elementos de los esperados. De ahí van surgiendo diversas lecciones, de esas que escapan a lo pretencioso y vacuo, y que en verdad vuelven a evidenciar el valor del cine en relación al mundo. La primera lección es sobre cómo el sistema judicial y penal iraní (aunque esto se puede extrapolar hacia todos los sistemas judiciales-penales) es incapaz de comprender las particularidades de cada caso, y lo único que posee como respuesta es el castigo, la indiferencia y la insensibilidad. Como si nunca hubiera existido espíritu alguno en la ley, o un propósito humanitario y social, todo se ha convertido en una maquinaria laberíntica, donde no se vislumbra ningún tipo de salida constructiva. La segunda lección es sobre el lenguaje y sus interpretaciones. Estamos hablando de todo tipo de lenguajes, con sus distintos modos y configuraciones. Todo el film es un tratado sobre lo que se ve, se escucha y se dice, sobre los momentos y lugares en que eso ocurre, las razones y motivaciones. La separación resignifica y le da un nuevo impulso al subgenéro de las películas de juicio, ya que cada frase, cada mirada, cada hecho adquieren una potencia inusitada, tensionando todo el relato. La tercera lección es sobre la vertiente íntima y familiar, los vínculos de lealtad entre padre e hija, entre marido y esposa, entre padre e hijo. La historia avanza a fuerza de paradojas: lo que no se dice, tiene estatus de palabra, lo que no se ve, es imagen. El pudor, esa cualidad que atraviesa a todas las sociedades, pero que en una sociedad como la iraní, tan marcada por la lectura del Corán, es piedra fundacional, es también fundamental en toda la trama, en los cuerpos y las líneas de contacto de los personajes. La última lección es sobre el cine iraní y su vínculo con el mundo, en especial con Hollywood. La separación fue premiada con el Oscar a mejor película extranjera en la útima entrega, caracterizada por la obviedad, mediocridad y sobrevaloración de los galardones. La distinción puede ser vista como un mensaje político, más teniendo en cuenta que el film es una velada crítica hacia los límites y barreras del régimen comandado por Mahmoud Ahmadineyad, pero no se queda ahí. Es que esta obra posee muchos más méritos, asociados a lo estrictamente cinematográfico, pues escapa al prejuicio que se puede tener sobre el cine iraní –con esas escenas donde no pasa nada durante demasiado tiempo para el que está acostumbrado a los rápidos cambios de planos y la multiplicidad de diálogos- sin resignar inteligencia y precisión. La cinta tiene un ritmo endiablado, sin tregua y toma los mejores elementos del cine estadounidense. Si no demoramos un segundo en criticar a la Academia por eludir la originalidad y el riesgo casi como norma, no está tampoco de más el resaltar la justicia de laurear a un film como este. La separación es demoledora y asfixiante, cruda y laberíntica, pero no arbitraria y cruel con sus protagonistas y el espectador, con lo que se emparenta con otros dramas como La noche del Sr. Lazarescu o El laberinto. Refleja con precisión y responsabilidad un lugar del mundo, un instante en la vida, recuperando el valor del cine como dispositivo sensible y humano.
Irreconciliables diferencias La ganadora del premio Oscar a la mejor película en idioma extranjero del último año lleva por titulo “La separación” de Asgar Farhadi, el mismo realizador de “A propósito de Elly” (2009), también última ganadora del Festival de Berlín, donde se alzó con el Oso de Oro a la Mejor Película y a las Mejores Interpretaciones de ambos géneros (salió premiado todo el reparto: los dos actores y las dos actrices). La película comienza con el pedido de divorcio de una pareja de clase media, ella quiere exiliarse a otro país pero no quiere irse sin su hija, siendo su deseo que pueda crecer en libertad de pensamiento y de credo; él, por el contrario, quiere quedarse para cuidar a su padre enfermo de Alzheimer. Todo parece real, todo es una gran excusa. El contexto familiar concluirá fatídicamente cuando una mujer embarazada, religiosa, que contratan para que cuide al enfermo, en una disputa con Nadir, termine en un accidente que le provocará un aborto. La narración cambia y se transforma en una radiografía de los pormenores judiciales en Irán, trastocando la estructura dramática del filme en un thriller jurídico, donde los personajes quedan atrapados en cuestiones sociológicas y morales, no exenta de una visión realista y compleja de los personajes, sean hombres o mujeres, subyugados por la ley imperante, sobre todo de los mandatos religiosos. El anagrama, pensando esto en los cambios que el texto propone, con los mismos elementos presentados está en la mirada del director, quien se deposita en el drama, plantea preguntas, no da respuestas y, por supuesto, no juzga a sus criaturas. “La separación” no es una producción iraní más, es que se acerca mucho, no copia, se asemeja, y muy bien, a la estética y la estructura narrativa utilizada por el genial director japonés Akira Kurosawa, quien universalizaba el discurso a partir de una mirada occidental, tanto en el contenido como en sus formas. Filmada mayormente con cámara en mano, no nerviosa, con muy pocos exteriores, todo esta milimétricamente diseñado para que esos espacios redichos, internos, claustrofóbicos, se trasladen a las vivencias de los personajes y a partir de ellos por identificación a los asistentes. Si bien se aparece en primera instancia como una realización fría, distante, con ausencia de música extra diegetica, que redundaría en esas sensaciones, los conflictos planteados, las preguntas morales, la disyuntiva de hacer lo correcto o hacer lo que redunda en un beneficio personal, modifican esas primeras impresiones. Temas para nada sencillos se hacen presentes, tales como la verdad, el amor, el egoísmo, las diferencias sociales, la construcción de la imagen parental, la envidia, la honestidad pero, por sobre todo, la subjetividad de los humanos, tal cual lo mostraba Kurosawa en una de sus obras maestras,“Rashomon” (1950), también ganadora del Oscar en la misma categoría que esta. El cine iraní nos ha enseñado en los valores de una estructura basada en la contemplación, en la repetición con sutiles diferencias, en los silencios que hablan más que las palabras, estética en la cual encontramos entre sus abanderados a realizadores como Abbas Kiarostami, Mohsen Maklhmalbaf o Jafar Panahi, por lo que no se asombrará por estará en presencia de una narración dinámica. La incuestionable potencia de la representación de la vida cotidiana contemporánea en ese mundo árabe, casi desconocido para los occidentales, de la que mucho se habla pero poco se ve, y menos se verifica, aquí presente en toda su potencia, que incluye una férrea resignación a las leyes religiosas, que cambia un episodio privado, una anécdota dramática, en un hecho de universalidad incuestionable. Los conflictos morales a los que se enfrentan los personajes son reconocibles en cualquier parte del mundo, más allá de las pequeñas o grandes diferencias culturales. Esto se debe a la maravillosa construcción de los personajes. Un padre que le confiesa haber mentido a su hija, que al mismo tiempo no quiere influir en el libre juicio de la niña; una esposa que no dejo de amar, pero que la convivencia se hace insostenible; otra pareja más aferrada a las costumbres musulmanas, en la que el marido es victima de la globalización de la pobreza, y de la desocupación. Una historia muy bien entretejida y con tanta fuerza desde la imagen, que también hace hincapié en los diálogos, por sobre todo, inteligentes. Tal es el nivel de compromiso con el espectador que, aunque sólo nos remitamos a la potencia de las interpretaciones, que nos presentan los personajes femeninos, muy lejos, casi en las antípodas, de lo que los occidentales imaginamos como debe una mujer sometida bajo un régimen totalitario, extremadamente misógino, malinterpretando los decires devotos, para convertirla en una excusa al servicio de la opresión, las actrices Leila Hatami y Sareh Bayat, se constituyen en un valor que le otorga al filme el plus de saber que ha valido la pena verla. (*) Obra dirigidas por Charles Shyer
Cuando el film empieza, vemos a una pareja que no parece tener razones para separarse excepto una clave: la construcción del futuro. A lo largo de quince años se han visto y apoyado pero algo ya no sucede ni se da entre ellos. La separación sería sencilla, si no fuera porque la hija de ambos resulta ser rehén. En este dramático (y sin acudir a golpes bajos) drama vemos cómo se articula en una sociedad musulmana el rol de la religión, del honor y de la mujer. Tantas ideas que podemos tener sobre la opresión, se van borrando para ver a mujeres de carácter e ideales, que pueden tener un universo a su alrededor. La sutileza del relato, de las expresiones de las mujeres, de la desesperación es lo que nos va enseñando hasta donde vamos. Los hombres aparecen como seres casi irracionales, en un estado tan extremo que son torpes en sus razonamientos, algo tercos y con pocas posibilidades de salir adelante. Las razones que parecían no existir aparecen y son como un baldazo. Leila Hatami (Simin), quien ya es una figura importante del cine iraní y que ha nacido entre sus sets (hija de un director y una actriz) nos da una mujer sensible, decidida y que aparece como figura clave de la resolución del conflicto. No es tan sumisa como parece ni tan caprichosa en sus decisiones. Logra crear a un personaje que siempre parece saber más de lo que dice y funciona de una manera increíble. Casi como espiar a un ser real y no a un personaje. Su contraparte femenina es la preciosa Sareh Bayat (Razieh), que es su primera película pero logra imprimir ese infierno interno de una mujer que se siente en falta todo el tiempo. La escena en la que acepta un trabajo que su marido no sabe que va a realizar y tiene que tocar a otro hombre y decide llamar para consultar si es un pecado, es soberbia. Nos pinta al personaje sin demasiada necesidad de más. Y tiene una belleza para llenar la pantalla. La música y ambientación completan con poco que dice mucho: entornos que resultan realistas pero poco acogedores: casi no hay familias en este film, sino un conjunto de seres que intentan sobrevivir juntos y la música bien utilizada sin demasiada necesidad de endulzar momentos, pero agregando el drama justo. Asghar Farhadi articuló una obra perfecta. De un ritmo hipnotizante y un guión que casi no usa silencios. La imagen final, con créditos inclusive, donde el cuadro está absolutamente equilibrado y dice todo es el cierre perfecto. Como dice la canción, no queda más que viento. Una película para llenar salas amén del Óscar que se llevó. Anoche cuando fui al cine, la función principal (de las 22.30) estaba agotada. Eso sólo ya debe hablar de la obra que es.
Una película admirable que muestra la sociedad de Irán en profundidad, el conflicto entre lo público y lo privado, la extrema religiosidad y la libertad, la verdad y la mentira. Una pareja disiente sobre el futuro de su hija. Ella desea emigrar para que la niña tenga una mejor educación y oportunidades. Él disiente, quiere quedarse a cuidar de su padre enfermo. Pero entran terceros con mentiras y problemas que envolverán a los protagonistas en una trama de corte policial y moral. Con grandes actores. Un film para no perderse.
Este film es algo esperado, recordemos que en el mes de febrero de este año ganó el Premio Oscar a la mejor película extranjera, también el Oso de Oro en Berlín y el César al mejor film extranjero en Francia, entre otras distinciones. Narra la vida de un matrimonio Simin (Leila Hatami) y Nader (Peyman Moadi) con una hija de unos 11 años Termeh (Sarina Farhadi), viven aparentemente de forma armoniosa, deciden abandonar Irán en busca de mejores oportunidades en el extranjero. Cuando todo está casi preparado, él se echa atrás, no quiere abandonar a su padre porque a este le diagnostican Alzheimer, él se siente con la obligación de quedarse, en cambio, Ella contrariada, decide pedir el divorcio e irse a vivir con sus padres, se enfrenta a un momento bastante difícil el otorgamiento del mismo. Cada momento se hace más conflictivo cuando él contrata a una mujer Razieh (Sareh Bayat), para cuidar a su padre, lo que ellos no saben es que esta se encuentra embarazada, luego Nader quiere quedarse con su hija; pero un buen día, al llegar a su casa, se encontrará al anciano atado a la mesa y, a partir de ahí todo dará un vuelco en su vida y en la de la pequeña Termeh ,que jugará un papel importante. La misma se encuentra muy bien narrada y dirigida, con excelentes diálogos, a la vez es muy humana, están las causas de la separación entre los personajes, encontrando pequeños detalles de esta cultura, escenas muy jugadas que emocionan, impresionante drama social y humano.
El cine iraní es mucho más complejo y rico de lo que los malos críticos suelen propalar. Este film es, en cierto sentido, un melodrama: la historia de una pareja que ha decidido encontrar una mejor vida fuera de Irán hasta que el marido se arrepiente –su padre tiene Alzheimer y no quiere dejarlo–, piden el divorcio y el Estado decide no concederlo. En el melodrama clásico, el rol de antagonista, de creador de todos los males eran las convenciones sociales. Aquí es el Estado iraní, que no termina de congeniar las libertades civiles con la infalibilidad de una jerarquía religiosa. La película narra, con absoluta precisión y limpieza, el calvario tanto político como familiar de estos personajes atrapados en una telaraña burocrática, sin perder de vista nunca las características de cada una de sus criaturas. No se trata de herramientas para el film de denuncia: si algo hace de “Una separación” un film interesante es que trasciende con mucho el lugar y la época que retratan. Lo que les pasa a estas dos personas es algo que puede suceder en cualquier parte, sin necesidad de que sea un estado opresivo el que lo desencadene. Lo que hace que el film se comunique con nosotros es que su relato nos toca de cerca, que cada uno de nosotros ha vivido una situación similar y que la lupa del cine nos permite verlo con una dimensión nueva. Una separación no deja de ser un buen cuento, y en esa característica se encuentra su mayor virtud.
A TRAVÉS DEL ESPEJO Sobre lo que no vemos La Separación presenta un leve y- quizá- insignificante detalle sobre el que creo necesario introducir este análisis. Se trata, sin lugar a dudas, de uno de esos films cuya fama los precede. Una de esas películas, generalmente de mercados que lamentablemente son muy poco distribuidos en el país (como es el caso del cine asiático), que han ganado cuanto premio se les haya presentado delante, y han resultado figura de diversos festivales internacionales. A la par de su reconocimiento mundial, en el momento de nuestro reconocimiento (el momento en que nos sentamos a visualizar al film), la razón de su increíble éxito es más que clara: se trata, por decirlo de una manera fácil y simplista, de una película cuya complejidad narrativa- esa maraña enroscada de sucesos casuales- seduce a quien se siente delante de ella. Posee como atractivo principal (esa es mi apreciación) un guión enrevesado y plagado de situaciones que cambian radicalmente el curso de la trama, una característica quizá bastante presente en el cine occidental (y particularmente el cine norteamericano) pero que resulta extraña en un film de su origen. Más alla del- reincidente- exceso de simplificación en estos estamentos, hay una realidad que es insoslayable: no se trata de una típica película iraní. Y no me refiero a la ausencia de esos supuestos "tiempos lentos" que se le atribuye al cine de esos pagos (lejos estoy de pensar eso), sino a su forma y a su esencia; es por esa razón que resulta tan accesible- y tan pregnante- a la mayor parte del público mundial. El vidrio como objeto-mediador: la incapacidad de ver, la imposibilidad de saber la verdad. Nader y Simin son un matrimonio iraní con una hija llamada Termeh. Simin quiere irse del país por lo problemático de la situación actual del mismo, pero Nader no accede debido a varias razones, entre las que se encuentra su padre, un anciano con Alzheimer al que debe cuidar. Termeh, su hija, opta por quedarse con Nader para así evitar que su madre se vaya del país. El principal conflicto sobre el que se desenvuelve la trama es aquel que evoca el título del film: la ruptura de esta pareja (sería interesante analizar este film junto con El campo, notable película argentina que trata un tema similar). Este hecho es la causa y consecuencia de todo el relato del film, y es el esquema que funcionará de estructura madre de la película, desde lo narrativo y, principalmente, desde lo formal. De hecho, es notable la marcada impronta formal que posee La separación. Desde la composición de cuadro, es evidente la intencionalidad de Asghar Farhadi por transmitir desde la imagen lo planteado dramáticamente en el guión. En el comienzo esto ya es notable. La primera escena del film consiste en un plano frontal de ambos personajes (Nader y Simin), quienes discuten con un juez (ubicado fuera de campo) sobre la imposibilidad de Simin de irse del país con Termeh si no tiene el consentimiento de Nader. En toda la escena no vemos nada más que a aquellos dos personajes. Así, desde este comienzo, se plantea la temática de la película. Luego, a lo largo del texto fílmico, Farhadi representa la acción con una sintaxis muy determinada: a través de la utilización de vidrios como mediadores entre la cámara y los personajes, se nos plantea de manera visual la principal problemática que aqueja a los protagonistas del film- la separación definitiva que subyace debajo de las distancias dentro del cuadro cinematográfico. Mediante este objeto, que es metamórfico por poseer a lo largo del desarrollo dramático diferentes representaciones- desde un espejo retrovisor de un auto hasta un vidrio esmerilado de una puerta- Farhadi da cuenta de una gran labor de composición de cuadro, por momentos encubierta por una constante cámara en mano y un guión complejo que, quizás premeditadamente, aleja nuestra atención de lo formal y nos obliga a concentrarnos en la trama. La primera instancia en la que se hace notoria esta intencionalidad es al comienzo, en la secuencia de la mudanza, cuando Simin se va de su casa. En todo este pasaje, se utiliza una cámara en mano (al igual que en absolutamente todo el film) y vemos a gran parte de los personajes a través de los vidrios de la casa. Así, la primera vez que vemos a Termeh es a través de su ventana, y algo similar sucede con Nader. Pero la utilización de este objeto-mediador es más evidente cuando se encuentra enmarcado a su vez en otro objeto: la puerta. Esto es claro en la escena en la que deben cambiarle el pantalón al abuelo de Termeh; Nader le dice a su hija que permanezca afuera mientras él se introduce en el baño con su padre, cerrando la puerta tras de sí. Nosotros permanecemos afuera, con Termeh, imposibilitados de ver nada. En el caso de Termeh, es por cuestiones culturales y religiosas; en nuestro caso, porque Farhadi así lo desea. Entre nosotros y lo que está sucediendo dentro del baño- entre nosotros y el drama- se encuentra este objeto, esta puerta de vidrio esmerilado. Algo muy similar sucede (tanto narrativa como formalmente) cuando la nueva criada Razieh debe cambiar al abuelo de Termeh. Esta vez, un plano cerrado nos muestra como aquella puerta es cerrada, y el esmerilado del vidrio permanece en plano detalle durante unos segundos. Pareciera como si Farhadi quisiera hacer hincapié en aquello que no podemos ver. Aquello que estamos imposibilitados de ver por la presencia de puertas y vidrios en el medio. De hecho, este film tiene su eje dramático sobre aquello a lo que no pudimos asistir con la mirada. La base de la trama es el accidente que provoca Nader (o Razieh) al empujar a Razieh (o no) desde la puerta de su casa (nuestro querido objeto de prohibición) hacia las escaleras. Toda la película se construye entonces sobre aquello que no pudimos ver, ya que cuenta con nuestra intriga y genera suspenso a partir de nuestro desconocimiento de lo que verdaderamente pasó detrás de aquella puerta. Hay otro puerta que es sumamente importante en el film: la de la habitación del juez. Aquella puerta no presenta vidrio, y es justamente la que no nos prohíbe nada sino, justamente, nos invita a entrar. En todas estas escenas, nosotros nos encontramos entre los protagonistas viendo todo lo que sucede, sin perdernos de nada. Justamente, Farhadi nos permite asistir y formar parte de la discusión sobre qué sucedió detrás de la puerta del departamento de Nader. Como mencionamos con anterioridad, este objeto-mediador también se presenta con otras formas, distintas pero similares en lo que respecta a su intención. Así, los vidrios de la ventana de la casa de Nader son buenos ejemplos en lo que respecta a la mirada de Termeh. Ella muchas veces observa a su padre a través de estos objetos- significando la distancia que tiene para con Nader. Otro caso interesante es el del auto: Nader jamás se voltea a mirar a Termeh, sino que lo hace a través del espejo retrovisor. Allí sólo vemos su mirada reflejada- es esa actitud lo que nos interesa; Farhadi no nos muestra, sabiamente, a Termeh desde el espejo retrovisor, ya que todo el tiempo nos encontramos más con la niña que con su padre o su madre. Hay dos escenas muy particulares en La separación. La primera es cuando Nader discute con Simin sobre lo que sucedió aquel día; previamente a esto, obligan a Termeh a retirarse y cierran la puerta. La otra escena es hacia el final, cuando Razieh discute con Hojjat sobre lo verdadero de sus acusaciones en la cocina de su casa. Aquí algo similar sucede, el planteo es el mismo: dos personajes discutiendo (y nosotros allí dentro, con ellos) y uno afuera, a través de una puerta de vidrio, mirando y escuchando (porque todo se escucha a través de esas puertas).
El desencuentro como lenguaje El director iraní Asghar Farhadi involucra al espectador en una sucesión de dramas cotidianos, actuados con sutileza por un elenco excelente. La cámara fija registra a la pareja interpelada por la lente y un personaje fuera de campo. Enseguida plantean la cuestión que los lleva a exponerse ante el juez, dichos de los que el espectador es testigo. La separación de Nader y Simin, del director iraní Asghar Farhadi, transmite la complejidad del vínculo matrimonial, pero, sobre todo, lo ubica en el vasto mosaico de las relaciones personales en Teherán, ciudad donde vive la pareja que, hasta hace poco, había decidido emigrar. Cualquier decisión afectará a su hija Termeh (Sarina Farhadi, hija del director) de 11 años. La película va ampliando el campo de conflicto y agrega dilemas. El proyecto familiar queda trunco porque el esposo no quiere dejar a su padre enfermo de Alzheimer; la esposa vuelve a casa de sus padres sin Termeh. La niña aporta una intensidad extraordinaria al rol de la hija presionada por los adultos y sus sentimientos. El desarraigo es apenas un tema en La separación. Farhadi muestra la fuerza de las creencias y la estructura social, sin enunciar ni fustigar al stablishment de su país. Progresivamente se suman actores sociales, como la empleada que Nader contrata. Razieh (Sareh Bayat) llega al departamento con su hija, otra niña silenciosa, y se hace cargo del anciano como puede. La mujer va expresando con la mirada todo aquello que calla y el espectador atento comienza a intuir. Un incidente en la casa desencadena otro drama que envuelve a la pareja en un litigio judicial paralelo. Razieh es una mujer religiosa, que consulta el Corán ante situaciones complejas que no sabe cómo resolver. También tiene un marido, que se involucra en la historia, personaje que aporta elementos para interpretar la delicada situación de género por la que atraviesan Simin y Razieh, perspectiva de la que la primera quiere salvar a su hija Termeh. Las relaciones filiales son captadas por la cámara con naturalidad y ritmo de documental. Las visitas al juzgado transmiten la angustia de los personajes, en esa maraña de leyes restrictivas, también asociadas al dinero. Peyman Moaadi (Nader) y Leila Hatami (Simin) son actores sensibles, delicados, que van mostrando el drama sin desbordes. La película de Farhadi, Oscar a la Mejor Película Extranjera y Oso de Oro 2011, es el reflejo de una cultura que se interpela, con el cine como excusa e instrumento liberador.
La revelación de un mundo Un filme iraní llegó el fin de semana a las salas comerciales cordobesas: ¿se tratará de un milagro? Nada más lejos, pues como siempre en el reino del capitalismo hay una explicación precisa para dicho estreno (como también la hubo el año pasado para el penúltimo filme de Abbas Kiarostami, Copia Certificada, que acaso llegó al Showcase por su prosapia europea y no tanto por su calidad excepcional): La separación, de Asghar Farhadi, es la ganadora del último Oscar a Mejor Película Extranjera, además del Oso de Oro del Festival de Berlín, y viene precedida por un considerable éxito en los mercados occidentales. Se trata de un filme que registra de manera minuciosa el resquebrajamiento de dos familias a partir de un incidente doméstico, y desde esa intimidad revela cómo el Estado teocrático de Irán atraviesa la vida cotidiana de las personas y promueve comportamientos definidos, a veces no tan puros como se podría suponer. El segundo plano de la película nos introduce ya a un mundo específico, que uno ubicaría a una considerable distancia del nuestro: en un plano medio subjetivo, asistimos de frente a una discusión entre Nader (Peyman Moaadi) y Simin (Leila Hatami) sobre su posible separación. Ella quiere irse del país porque han conseguido una visa que les permitirá dicho privilegio para el régimen en cuestión, pero el permiso expira en apenas 40 días y su marido se ha arrepentido del proyecto común y quiere quedarse en Irán a cuidar a su padre enfermo de Alzheimer. También hay una hija preadolescente en disputa. El plano, sin dudas el mejor de la película por su secreta complejidad y belleza, reproduce la mirada del juez que definirá la querella, poniendo al espectador en su lugar: durante el resto del metraje la película no hará otra cosa que achicar esa distancia entre el público y la cultura registrada, y complejizar cualquier toma de posición sobre el conflicto. Que además irá en vertiginoso ascenso, ya que la disputa matrimonial será apenas un disparador impensado de otros incidentes más graves, que involucrarán a nuevos personajes. Principalmente, a la mucama que Nader contratará para cuidar a su padre, ahora que Simin ha abandonado el hogar: como en una tragedia griega, las circunstancias se irán confabulando en contra de los protagonistas para que todo termine en un terrible dilema, de nuevo ante la Justicia. Se dirá, con razón, que hay cierto voluntarismo en el guión para la construcción de los malentendidos que llevarán a Nader y los suyos a enfrentarse a la familia de su mucama, de una clase social sensiblemente inferior. Más grave aún, el director se permitirá alguna elipsis en el relato para poder mantener el suspenso sobre la verdad detrás de la versión de cada parte, algo que se puede definir como simple manipulación del espectador. Porque apenas se inicie la nueva querella judicial, cada personaje empezará a distorsionar los hechos para tratar de mejorar su posición en la disputa, aunque no sin nuevos conflictos con ellos mismos o su religión. Es más, se podría afirmar incluso que el director toma posición a favor de la familia de clase media- alta, que en definitiva es el punto de vista desde el cual se estructura el relato y se filma el conflicto (resulta sintomático que el filme nunca se introduzca en la intimidad de la familia pobre, a no ser cuando lo hace Simin). Pero tales desajustes no llegan a ser regla, y son compensados por una sincera voluntad de humanizar a todos los involucrados: los mejores momentos de la película transcurren incluso cuando Farhadi registra a los niños y reproduce su mirada de las disputas de los adultos. Filmada enteramente con cámara en mano, casi absolutamente con planos medios, la película transcurre siempre en espacios cerrados, reproduciendo en su forma los laberintos kafkianos en que se desenvuelve la vida de sus protagonistas: se trata de mostrar, en definitiva, el momento en que el hartazgo supera todo orden ético o religioso, y entonces afloran los peores instintos. Allí finca además la notable universalidad de la película, capaz de generar empatía en espectadores de cualquier rincón del planeta. Por lo bajo, Farhadi desarrolla ingeniosamente una amplia variedad de temas (el machismo de la cultura iraní, las relaciones filiales, las diferencias de clase, la educación de los hijos, la cultura de la violencia, la preeminencia de la religión en los pobres, el choque de la tradición y la modernidad en Irán, su curioso sistema judicial, etcétera), componiendo un fresco luminoso sobre un país que entonces quedará menos ajeno a nosotros. Por Martín Iparraguirre
¿Predestinados al infortunio? Magistral relato del realizador iraní Asghar Farhadi, “La separación” es su quinto largometraje y ha merecido premios en el Festival de Berlín el año pasado y el Oscar a Mejor Película Extranjera este año. La película empieza con una pareja enfrentando a un juez en una audiencia para gestionar el divorcio, pedido por la mujer, Simin (Leila Hatami), quien desea separarse de su marido, Nader (Peyman Moaadi), porque ella quiere irse a vivir al extranjero y él no. Son un matrimonio joven, ambos trabajan y tienen una hija de once años, Termeh (Sarina Farhadi). La mujer sostiene que no quiere seguir viviendo en Irán “en estas circunstancias” y que desea aprovechar la oportunidad que le da la obtención de una visa para radicarse en otro país, al que no menciona, para lograr una vida y un futuro mejor para el matrimonio y su hija. El hombre, en cambio, se opone porque no quiere dejar solo a su padre, enfermo de Alzheimer y a su cargo. El juez dictamina que no existen motivos para autorizar el divorcio y cierra el caso. A partir de allí, de esta desaveniencia privada y familiar, las cosas empezarán a complicarse, de manera exponencial, en una espiral de pequeños conflictos que se irán entrelazando uno con otro, hasta formar una urdimbre de una complejidad tal, que la sensación que transmitirá al espectador será de verdadera asfixia y desesperación. Con el sello inconfundible de los relatos orientales, que va encadenando una historia con otra, conformando un relato mayor, “La separación” expone un retrato de la vida doméstica y social del Irán actual, en el que conviven las tradiciones y la modernidad en una difícil y conflictiva cohabitación. Maestría Farhadi demuestra maestría al lograr sintetizar en un drama familiar, esa complejidad de su pueblo que, con una concepción determinista implícita (propia de esa cultura), trata de adaptarse a las nuevas circunstancias. En la sucesión de problemas, cada vez más graves, que tienen que afrontar Simin y Nader, a partir de su desaveniencia conyugal, confluyen concepciones religiosas, conflictos de clase, aspectos educativos, morales, sociales, políticos y fundamentalmente (algo muy arábigo), el tema de la justicia. Cómo administrar justicia, atendiendo todas las posiciones en conflicto. Y cómo las negociaciones pueden llegar a un punto de no resolución por el entrecruzamiento de distintos discursos, cuando, por ejemplo, un arreglo “políticamente correcto” resulta impracticable porque va en contra de la fe y sus preceptos. En el medio, quedan desamparados los sentimientos, lo que expresa Termeh, con su tristeza incontenible al ver el derrumbe de su hogar familiar y los prejuicios a los que debe enfrentarse fuera de casa, al involucrarse su familia en un conflicto penal suscitado por un confuso accidente que sufre una mujer que cuidaba al anciano enfermo. El enfrentamiento entre ambas familias dispara otra serie de sucesos confrontativos y engorrosos, imposibles de asimilar para la pequeña, pero que no hacen más que mostrar hasta qué punto está complicada la vida para ese pueblo. Sin caer en la tentación de tomar partido por alguna de las partes ni de aventurar salidas facilistas, el relato de Farhadi apunta a lo más humano de la experiencia vital, a lo cotidiano, a la existencia concreta de personas de carne y huesos en una época y un lugar difíciles. Acompaña al director un elenco de un nivel excelente en el que cada actor asume su papel con total convicción y naturalidad, destacándose especialmente las dos niñas que lo integran.
Publicada en la edición digital de la revista.
La justicia no justa Después de muchas idas y vueltas por fin me pude sentar a hacer la crítica de este film iraní que merecidamente se llevó todos los elogios de la prensa e inclusive un Oscar. "La Separación" es una película dirigida por Asghar Farhadi, responsable también de la mundialmente premiada "Acerca de Elly", por lo que su nombre seguramente comenzará a asociarse con directores reconocidos de Irán como Abbas Kiarostami ("Copia Certificada", "El Sabor de las Cerezas") y Jafar Panahi ("Offside", "El Círculo"). En esta ocasión ofrece una mirada crítica sobre lo que representa la "Justicia" y la "Moral", lo que es justo y lo que no, la esencia de lo correcto más allá de la ley jurídica y religiosa. También trata sobre las relaciones familiares, las clases sociales y el mix entre cultura tradicional y la modernidad entre otras cosas, enriqueciendo un guión que del vamos es increíblemente interesante y movilizador. Cada diálogo parece estar pensado y repensado muchas veces para lograr un efecto sincero en el espectador, con conversaciones cargadas de significados fuertes y gestos corporales que gritan a todo volumen la tensión que se está viviendo. La cinta dura 2 horas, pero no aburre en ningún momento debido al gran ritmo que impone el director y a las circunstancias que con tinte musulmán, exploran las relaciones humanas y la desesperación de vivir una realidad que nadie desea para su vida (divorcio, pobreza, culpa, enfermedad). Quizás su flaqueza está en algunos planteos situacionales (pocos) que quedan inconclusos y que al final se presentan como irrelevantes (no, no estoy hablando de la escena final), que parecen colocados para despistar sin mucha sutileza. Se las perdonamos ya que al final de cuentas no bajan mucho la calidad de la trama. El sello de la religiosidad musulmana y su cultura está presente en todo momento, produciendo asombro en el público occidental que con esta experiencia podrá aprender un poco más acerca de los dilemas de una cultura totalmente distinta a la nuestra, y a su vez, podrá sentirse identificado con problemas que trascienden las diferencias culturales como la falta de comunicación, la relación con los hijos, la corrupción, la miseria y los condicionamientos sociales y religiosos. Una obra interesantísima para disfrutar, tensionarse y reflexionar sobre los valores éticos y morales que rigen a las sociedades en la actualidad, ya sea en Irán, Argentina o Japón.
Una serie de eventos desafortunados Nader y Simin se respetan, sin demostrarlo aún se quieren, pero no hay forma de que se pongan de acuerdo. La intransigencia deriva en divorcio y este en una serie de equívocos y complicaciones impensadas. Todo parece empeorar hasta un punto casi sin retorno, en este viaje sin concesiones hacia el peligro de romper con lo establecido. Lejos de cualquier otro exponente del cine iraní, La separación está mucho más cerca de lo que se espera de una película occidental por su dinámica, pero termina no pareciéndose demasiado a nada. Es notable la capacidad del director Asghar Farhadi para sostener la tensión de una trama que mezcla con absoluta precisión melodrama y thriller judicial y va desplegando sus capas con inteligencia narrativa. Es interesante ver como todos los personajes tienen sus razones para hacer lo que hacen y decir lo que dicen. La solución a sus problemas no parece estar muy cerca, y esa incerteza se vuelve palpable.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.