Funeral en Hawaii… George Clooney es un actor que parece verse atraído por dos tipos de roles en sus proyectos: comedias sarcásticas que lo empujan hacia el borde del absurdo y el extremo de señor seductor, adulto y bien serio (en este encasillamiento entra la opción de asesino, político, consultor, etc.). Con Los Descendientes Clooney abre el abanico nuevamente a otro tipo de interpretación y se interna en su costado sereno, dramático, con la suficiente cuota de sarcasmo que Alexander Payne bien sabe imprimir en todos sus films...
Luego de realizar "Entre Copas", cinta del 2004 que ganó el premio Oscar al Mejor Guión Adaptado, Alexander Payne vuelve a ocupar la silla de director para llevar adelante la adaptación cinematográfica de "Los Descendientes", novela escrita por Kaui Hart Hemmings y, teniendo en cuenta el estilo que él mismo marcó en sus pasadas propuestas, le brinda al espectador una experiencia divertida, fuerte, emocionante, con actuaciones maravillosas y un manejo de los tiempos que transporta inmediatamente al público a la acción.
Historias pequeñas en apariencia, íntimas y cercanas que terminan siendo un buen disparador reflexivo, Alexander Payne es un director sagaz a la hora de plantarse ante un conflicto que no necesita de grandes estridencias para hacerse oír. Y si en About Schmidt teníamos a un personaje apático de la vida que tras la pérdida de su esposa su vida pareciera recién acomodarse en jerarquías, en The Descendants Payne vuelve a rescatar aquellas cosas que realmente deberían importarnos antes de perderlas por completo. También aquí el director y co guionista recurre a la adaptación, la novela de la hawaiana Kaui Hart Hemmings quien además tiene un pequeño cameo en el film, para contar la historia de un hombre que tras el accidente sufrido por su esposa y que la ha dejado en coma, debe rearmar un hogar quebrado mientras intenta hacer malabares con el resto de sus responsabilidades. George Clooney interpreta quizá uno de sus papeles más emotivos y sinceros que bien le ha ganado el Globo de oro reafirmando su talento fuera del canon de galán que desde años atrás tiene como estigma. Pero Clooney no es el único acierto de la película, su personaje cobra fuerza gracias al increíble trabajo de un reparto que funciona como un gran rompecabezas para darle sentido al argumento. Nadie es opacado y cada uno se mueve con fluidez generando simpatía o antipatía por igual. Incluso los jóvenes actores, Shailene Woodley y Amara Miller, como las hijas del protagonista y hasta el insoportable amigo de la mayor de ellas, Nick Krause, articulan un trío correcto en el desarrollo de los acontecimientos. El film se esfuerza por demostrar que aun en pleno paraíso terrenal como es Hawái la vida puede ser tan complicada como en cualquier otro rincón del mundo, y aun cuando los aciertos del film son muchos, sobre todo los escasos toques de comedia que favorecen el desarrollo de la cinta dándole un sabroso equilibrio, pareciera que en algún punto hay ingredientes que sobran haciendo que el ritmo por momentos sea un tanto lento y hasta por momentos melodramáticos. Las interacciones con el personaje de la madre en coma, interpretado por una irreconocible Patricia Hastie emocionan tanto como abruman, pareciera que todos tienen que escupirle algún reproche a la cara y si bien es entendible dentro del conflicto general no deja de tener aires, aunque muy suaves por suerte, de manipulación emotiva. Indudablemente pese a todo lo que uno podría encontrarle de positivo y negativo, este es un film que tiene grandes chances camino al Oscar. Es una historia honesta, pequeña y grande a la vez, que bien sale airosa con lo que cuenta y cómo lo cuenta. Armada con un reparto nada desdeñable, aun cuando varios apenas aparecen unos instantes, como aquel primo interpretado por Beau Bridges o el huraño abuelo en la piel de Robert Forster, y sobretodo con una banda de sonido que no termina por ser la protagonista como muchas veces suele suceder en films de este tipo. Puede que la algarabía que generó The Descendants en esta temporada de premios, con su Globo de oro a Mejor drama incluido, puede generar altas expectativas en los espectadores, algo tan bueno como peligroso; pero ciertamente no puede negarse que Payne vuelve con un drama sólido que no pasará inadvertido. Y en una época donde la industria pareciera apostar a lo seguro con tantas remakes y reboots siempre se agradece que surjan historias cotidianas en las que las relaciones humanas y los valores de la vida toman protagonismo. Este bien puede ser un film que pareciera no contar algo nuevo, es un tipo de drama que ya hemos visto pero su narrativa es fresca, reconfortante aun cuando el conflicto es doloroso. No es por ello un guión perfecto, insisto que tiene momentos que parecieran desbordar pero es gratificante y bien vale la pena verla. The Descendants es una historia que se disfruta, que emociona de la misma manera que nos arranca alguna sonrisa, es agridulce y contemplativa.
Es un gran film para disfrutar a pleno de punta a punta. El guión mantiene al espectador completamente atento a lo que sucede en la pantalla, ya que la historia va enriqueciéndose más y más a medida que transcurre la proyección. El tema que toca es muy crudo y penoso dándole la oportunidad a George Clooney de entregar una gran actuación que logra...
El correcto universo de Payne El cine de Alexander Payne no está caracterizado por generar mucha polémica ni de ser abrumador visualmente, sino que ante un nuevo film del realizador estadounidense lo que generalmente se espera es una obra correcta que narre hechos cotidianos en dónde sobresalgan las actuaciones y el desarrollo del guión; y algo así sobre lo que afirma esta introducción es su reciente película Los Descendientes...
Secretos de familia Con películas como La elección, Entre copas y Las confesiones del Sr. Schmidt, Alexander Payne se ha convertido en algo así como el más mainstream de los directores indies (o viceversa). Es, también, uno de los narradores que mejor pasan -muchas veces sin anestesia- de lo trágico a lo cómiico (y hasta hacen convivir situaciones extremas y opuestas en la misma escena). Por último, su cine puede caer de lo trascendente a lo banal (un gran diálogo arruinado a los pocos segundos por una ampulosa voz en off) y, casi de inmediato, recuperar el ímpetu, la gracia, la inteligencia y su poder de seducción. Por todo eso, más allá de sus desniveles, de algunos momentos que están demasiado al borde del patetismo, del sentimentalismo y del golpe bajo, Los descendientes es una buena, muy buena película. Vamos con una sinopsis (tranquilos: todo esto ocurre en los primeros minutos). George Clooney es el líder de una familia tradicional, adinerada y emblemática de la paradisíaca zona de Hawaii, cuya esposa -con la que estaba atravesando una crisis profunda de pareja- sufre un accidente motonáutico y queda en un coma irreversible. Además, nuestro antihéroe se entera de que ella le era sido infiel con un empresario inmobiliario. En medio de semejante sacudón, debe ocuparse (como nunca lo hizo antes) de sus dos conflictuadas (y conflictivas) hijas preadolescentes y de decidir si finalmente concreta o no la millonaria venta de unas tierras que podrían salvar de la ruina a más de un pariente. Película sobre las segundas oportunidades, los dilemas existenciales, las contradicciones íntimas y la posibilidad del perdón, la reconciliación y la redención, Los descendientes tiene un tono difícil de conseguir y, más aún, de sostener (ese humor negro en medio del drama lacrimógeno) y una actuación de Clooney a la medida del Oscar (es el máximo candidato a quedarse con la estatuilla). No es ninguna obra maestra y hasta se le notan ciertas costuras, cierto cálculo, pero es un film que también transmite sensibilidad, emoción, ingenio y talento. En el cine norteamericano de hoy, no es poca cosa.
Descendencia dolorosa Muchas veces, cuando un producto toma el efecto deseado, el realizador intenta reproducirlo para ver si sigue funcionando hasta que el efecto se agota, cansa, y por lo tanto se demuestra que es hora de buscar una nueva fórmula. El caso de Alexander Payne cruza cierta paradoja. El director que alguna vez supo ser cínico, crítico con la sociedad estadounidense, atacando los valores familiares y tradicionales de la sociedad estadounidense, se ha aburguesado es post de perseguir aquello que mayor adulación provocó en sus últimas obras como Las Confesiones del Sr. Schmidt y Entrecopas, repitiendo la fórmula equivocada, y confiando que a la crítica y el público aún así lo iban a respaldar, simplemente porque pisa terreno conocido. Y lo logró una vez más con Los Descendientes. Pero esto no significa que a todos nos guste esta fórmula. Básicamente Los Descendientes repite una cantidad de axiomas que funcionan. Busca llegar a la emoción sin querer ser lacrimógena, pretende ser realista con aportes de humor similar al slapstick, y meterse al espectador en el bolsillo con un protagonista, que si bien no es perfecto se puede empatizar. A este tipo de cine, lo llamo el soul food cinema. Es un cine que esconde una moraleja, un mensaje, pretende ser importante, cuando en realidad no es más de lo mismo, y además sigue una tendencia de cine “Indie” supuestamente, donde se rescata los valores, criticándolos al mismo tiempo. Los Descendientes es un film profundo que habla sobre la identidad, la tierra y la familia. Arraigarse a las raíces, enfrentar al sistema, la hipocresía, etc. El guión es bastante profundo y se pueden analizar varias capas de un solvente material, que no se queda simplemente en la anécdota. El personaje de Matt King debe enfrentar al hecho de que su familia o primos han decidido vender su identidad y a la vez la “venta” de su esposa moribunda a un muchachito que simboliza lo opuesto a Matt: juventud, progreso, etc. No es casual que sea esta misma persona, quien vaya a comprar los terrenos de Matt. La simetría que existe entre ambos conflictos que debe superar Matt es realmente interesante. El problema de este quinto largometraje de Alexander Payne no es tanto de la elaboración del guión ni de la construcción de los personajes, como de la puesta en escena, y pretensiones cinematográficas. El director solía usar el argumento como excusa para ser ácido con la sociedad estadounidense, acá busca ir directamente a la emoción manipulando a George Clooney en pos de encontrar a un antihérore demasiado usado por el cine Indie: el empresario con corazón, arrepentido de los errores del pasado que busca arreglar su presente. Si les suena familiar esta imagen, es porque ya la vimos en Amor Sin Escalas. No es que no sea interesante en sí la película, o esté mal dirigida, sino que busca demasiado el reconocimiento a través de planos pretenciosos, cuando en realidad no existe una puesta en escena tan elaborada. El síndrome de invisibilidad cinematográfica (o imbecibilidad) se aleja bastante del clasicismo. Hoy en día, un director clásico es aquel que narra pensando en el espectador de mediados del siglo XX, pero siendo elaborado y meticuloso en la puesta en escena, demostrando identidad, casos Clint Eastwood o Steven Spielberg, y no buscando impactar con obviedades, que en realidad no lo alejan demasiado de un productor televisivo o la corrección audiovisual. La dosificación del drama, apoyándose en el sentimentalismo, mas no en el golpe bajo son una marca recurrente en el cine de Payne, y generalmente lo que más odio de sus películas. La forma en que en principio crea un personaje perdedor, poco carismático, y más tarde se termina apiadando de él, es lo que no me gustaba de Schmidt y Entrecopas. El perdedor querible, pasó de ser un efecto simpático para convertirse en un lugar común, un clisé. Los Descendientes se vuelve predecible porque apela a la fórmula. No sorprende en su contenido. Pero tampoco molesta, porque existen elementos externos a Payne que funcionan en forma independiente a la narración. Ejemplo de ello son las actuaciones secundarias. Detrás de Clooney, que reitero no actúa mal y está bastante reprimido, aportando alguna que otra mirada cínica, pero a la vez repite aquello que le funcionó en Amor Sin Escalas y otras comedias dramáticas, se encuentra un gran elenco que no recibió elogios en todas las entregas de premios habidas y por haber por las que pasó el film. Me refiero a Matthew Lillard, que ha madurado hasta convertirse en un actor sólido, que detrás de la sonrisa de tarado que lo llevó a interpretar a Shaggy demuestra una gran calidez, o la siempre soberbia Judy Greer capaz de pasar de la contención a la reacción exagerada en un instante. O dos veteranos como Beau Bridges, excepcional y mantenido en el tiempo, el hermano mayor de Jeff, mantiene esa expresión bonachona que puede llegar a esconder otras emociones reprimidas o Robert Forster, un brillante actor secundario, que una vez más se destaca en un rol duro y áspero. Me extraña que la Academia de Artes y Ciencias haya obviado esta caracterización de uno de los actores más naturales de la industria estadounidense. En cambio, los críticos decidieron adular más a la joven Shailene Woodley, que si bien hace un trabajo específico, sin fisuras tampoco se impone demasiado, ya que atraviesa el film en un mismo estado anímico. En todo caso, es más interesante Nick Krause en el personaje de Sid, el amigo idiota de Alexandra (Woodley), que demuestra tener un poco más de luces que lo que demuestra a primera vista. Payne, justamente siempre decide a dar a este tipo de personajes una evolución más interesante que la que aparentan en los primeros minutos, como sucedía con Chris Klein en La Elección o Thomas Haden Church en Entrecopas. Los Descendientes tiene otro personaje destacado: Hawai. Al principio de la película, el realizador muestra la otra cara del paraíso, lo cual da una pintura prometedora de lo que podría llegar a ser el film, o sea, una evasión de estereotipos. Sin embargo, durante el desarrollo prefiere enamorarse de las playas y justamente, aquello que parece criticar el personaje de Matt: la imagen que se tiene en el continente (Estados Unidos). Payne termina dando la razón a los estudios y muestra aquello que vende de Hawai: las playas, las camisas, el clima, la banda sonora. Aunque como usa todas canciones tradicionales, el soundtrack es otro elemento relevante de narración. Los temas elegidos acompañan perfectamente cada estado anímico de los personajes. Ni idea si la letra coincidirá en algo. Gracias a la fotografía de Phedon Papamichael, y un texto sólido (aun cuando no se entiende el uso de la voz en off del personaje de Clooney que aparece y desaparece arbitrariamente) Alexander Payne construye un film afable, amable, de fórmula, efectista con un buen elenco. Los Descendientes es una obra reflexiva y cándida, pero a la vez pretenciosa, tan sobrevalorada como su realizador y el protagonista. La descendencia del cine estadounidense necesita repetirse menos.
Padre en emergencia Nominado a cinco premios Oscar de la Academia de Hollywood, entre ellos, en el rubro de "mejor película", el nuevo trabajo de Alexander Payne construye una historia de recomposición familliar y de secretos que salen a la luz en los peores momentos. Los descendientes se establece en el drama y hasta se permite momentos de humor que siguen el estilo del realizador de Entre copas y Las confesiones del Sr Schmidt. George Clooney (nominado al Oscar) logra un trabajo conmovedor en el papel de Matt King, un padre de familia que debe hacerse cargo de sus hijas mientras su mujer permanece en estado de coma por un accidente ocurrido en el mar. Su rol le permite desarrollar dolor, sorpresa y torpeza. Sin problemas económicos y dueño de unas tierras heredadas en Hawaii, Matt intenta atar los cabos de un pasado que golpea en el momento menos indicado y lidiar con la crianza de Scottie (Amara Miller), su hija de diez años, y la adolescente Alexandra (Shailene Woodley) de quien estuvo distanciado. Un viaje junto a ellas (y con el amigo impertinente de la más grande) lo encaminará hacia la verdad, la toma de decisiones y el reencuentro familiar. La galería de personajes incluye a primos interesados que reaparecen por cuestiones económicas cuando se ponen en venta las tierras de los antepasados del clan; un agente de bienes raíces que dispara la trama hacia terrenos más comprometidos; amigos que saben más de lo que hablan y un suegro duro que le recrimina por el actual estado de la esposa de Matt. El relato, ambientado en escenografías naturales de impresionante belleza, está atravesado por una banda de sonido hawaiana que transmite los ecos de una tragedia y de una herencia familiar incalculable. Los descendientes hacen lo imposible por sobrevivir en un mar de conflictos y si salen airosos es por la solvencia del elenco juvenil y la presencia de Beau Bridges.
Lo que se hereda Hay que decirlo: George Clooney es bueno, muy bueno. Tiene la capacidad actoral para asumir con mucho estilo cualquier tipo de papel dentro de cualquier género, y un actor tan versátil no podía dejar más que un gran resultado como padre de familia en Los Descendientes...
Camisas floreadas hablando de la muerte Si hay que pensar un punto característico en la filmografía de Alexander Payne, responsable de las geniales Entre copas (Sideways, 2004) y Las confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002), es la construcción del patetismo. En Los descendientes (The Descendants, 2011), el patetismo está dado a partir de los contrastes. Basada en la novela de Kaui Hart Hemmings, Los descendientes comienza con una frase de su protagonista Matt King (George Clooney) contraponiendo el paraíso donde vive, las islas Hawaianas, con los problemas terrenales de sus habitantes, entre ellos el de él. Al sufrir un accidente, su esposa queda en coma abriendo un abanico de secretos que disparará bruscamente en su entorno, sobre todo en Matt que deberá reconectarse con sus dos hijas, con quienes nunca tuvo buena relación, y encarar literalmente al amante de su mujer. Y si de problemas familiares se trata (de ahí “los descendientes” del título) tendrá que resolver un negocio inmobiliario que afecta directamente a sus familiares. Parece un chiste pero no lo es. Alexander Payne presenta las relaciones humanas desde la incomodidad. Lo hizo siempre y lo eleva a un nivel más en Los descendientes. Sus personajes son patéticos desde los estereotipos, personas mediocres que deberán reencontrar su humanidad en situaciones límites. Por ello ante la crisis que prevé un accidente casi fatal, la reacción que dispara instantáneamente es ridícula. Motivo de risa o no, el límite es representado por los contrastes. A los ya mencionados, se suma George Clooney. El actor es portador de una presencia y un carisma distintivo. No es de los actores que se suelen transformar en sus personajes, sino que suelen interpretar papeles de acuerdo a su personalidad. En Los descendientes, Payne utiliza sus características actorales como contraste. Vemos a un George Clooney abatido durante toda la película. O al menos hasta el final. Su Matt King es un personaje encogido de hombros, incapaz de mirar a los ojos a sus dos hijas. La escena en que pide consejo al amigo adolescente de su hija mayor grafica lo dicho. Hawaianos por descendencia, todos visten camisas de manga corta floreadas y bermudas. Sea ante la situación que sea. Van a hospitales y reuniones de negocios con la misma ropa. Otro contraste. Pero la perfección del paisaje -distintos planos paradisíacos de la ciudad, su mar y montañas- se contraponen con la presencia de sus personajes tratando de sobrellevar sus crisis personales. Es recurrente el plano de Clooney abatido en la playa de arena blanca y agua trasparente. El lugar sinónimo de felicidad, contrapuesto al sentir de sus seres. Los descendientes tiene sus lapsos innecesarios también. Algunos momentos que el film trata de conmover, casi rompiendo con la deconstrucción del estereotipo que plantea mediante el contraste. Sin embargo la película se destaca por explorar la condición humana pero no desde el drama lacrimógeno, sino desde la incomodidad -y por momentos la risa- que producen las situaciones límite. De ésas que la familia tanto nos obliga a transitar.
El paraíso lejano Alexander Payne vuelve a la dirección después de unos años fuera de las pantallas grandes. Y vuelve de la mano de esa institución en la que se ha convertido para la industria americana el bueno de George Clooney. Un hombre orquesta que cumple, y en ocasiones, luce. Pero volvamos a Payne. Este es un director con una afinidad especial con sus actores, lo suyo es sacar destacadas actuaciones, en ocasiones, alejando de su registro habitual a ciertos intérpretes. La seguidilla de sus últimas películas resultaron siempre nominadas a los premios del universo Hollywood . Desde Entre Copas fueron nominados Thomas Haden Church y Virginia Madsen, desde Las Confesiones del Sr. Schmidt Jack Nicholson (brilló fuera de su viejito piola) y también Kathy Bates. Los Descendientes es el vehículo perfecto para que Clooney se lleve ese galardón (el tiempo dirá si es así) porque el rol de padre ausente con una esposa en coma (por momentos, en un tono de cierto patetismo) está fabricado para una actuación intensa. Quizás ese puede ser el principal defecto de la película, que uno reconoce en el film un dejo de piloto automático por parte del director. Hay un "efecto Payne" que, en comparación, queda por debajo de Entre Copas. Pero a no confundirse, el film no defrauda. La historia transcurre en Hawaii. El comienzo corre a cargo de la voz en off de Clooney desmitificando la imagen de paraíso tropical. Nos ubica en una sala de hospital lejos de las costas soleadas, allí, está una mujer en coma. Esa mujer es la esposa de Matt King (Clooney). Este rey no lo es tanto, hace unos meses ya que no se habla con su mujer, y con sus hijas (una de 10 y otra de 17) no sabe como siquiera acercárseles. Entonces ante la ausencia materna deberá reconstruir una familia que él dejó perderse. Una aventura tragicómica de momentos difíciles que a veces peca de remover la herida, rozando el golpe bajo. Todo construido para que ese doloroso ascenso resulte en algo cercano a la redención. La hija menor junto al novio de la adolescente y su papel de "tonto pero no tanto" son el comic relief. Pero fue la hija adolescente (Shailene Woodley) la que me provocó una grata sorpresa. Su imagen desbocada y su posterior transformación, funciona de maravillas para Clooney, una actuación elogiable. Veremos que depara el futuro para esta joven actriz. Conclusión: Clooney está oscarizable. El despliegue (y la contención) de emociones es digna de verse.
Una isla a la deriva Hay concepciones sobre la familia que la muestran representada como pequeñas islas; esos espacios donde historias e intimidad comparten el mismo ámbito, rodeados de un entorno que muchas veces puede resultar hostil. En esa isla que es cualquier familia, cada integrante cumple su rol y por lo general la voz cantante la lleva el hombre de la casa. Ahora bien, qué ocurre si aquella idílica isla de repente se viera azotada por un tsunami de tristezas o contratiempos tan potentes como para desintegrar la unión y el espacio, dejando libradas al azar pequeñas porciones de aquella isla. Cabe preguntarse entonces si es posible recomponer lo perdido o si ya es demasiado tarde y el tsunami ha transformado el entorno de tal forma de hacerlo irreconocible. La de George Clooney en Los descendientes, film de Alexander Payne -nominado como mejor película para la próxima entrega de los Oscars- no es lo que se dice una familia modelo desde hace largo tiempo y particularmente desde que su esposa quedara en estado vegetativo tras un accidente náutico con un pronóstico médico realmente aterrador. Así las cosas, la vida del abogado Matt King (George Clooney) da un vuelco de 360 grados al pasar de padre ausente de una niña de 10 y otra rebelde de 17 a padre y madre a la vez, en un largo proceso de duelo y rencor por el accidente evitable y la reveladora infidelidad de su esposa, con quien hacía un tiempo había perdido interés y el consecuente distanciamiento hubiese llegado igual antes de precipitarse las cosas. Pero no es solamente el despojo de su amada lo que Matt deberá afrontar junto a sus hijas, sino el despojo de las tierras pertenecientes a sus familiares por ser los herederos de la realeza hawaiana, que los hizo acreedores de las últimas zonas vírgenes de las islas, cuyo valor incalculable tienta a los inversionistas dispuestos a ofrecer millones por esas preciadas tierras cuando Matt es quien tiene la última palabra frente a sus primos y hermanos que no ven la hora de cerrar el negocio inmobiliario y manifiestan nulo interés por la grave situación familiar de Matt. En esa encrucijada de decisiones importantes y con el firme propósito de recuperar un tiempo perdido con sus hijas, el protagonista realiza un viaje por diferentes lugares de la isla con el objeto de reencontrarse con un pasado ancestral al que estaba vinculado afectivamente para desafectarse emocionalmente de la inevitable pérdida de su esposa. Nuevamente Alexander Payne construye una película intimista, despojada de grandilocuencia y melodrama para hablar desde el lugar de los afectos del dolor y el perdón cuando las segundas oportunidades dejan de tener asidero; de las relaciones entre padres e hijos sin escapar a los conflictos generacionales pero tampoco con un intento de bajar línea de conducta y mucho menos establecer ligeros juicios de valor. Tomar la estructura de una road movie -como ya lo hiciese en Entre copas- le permite encontrar el camino a la curva de transformación dramática de sus principales personajes, en este caso: el padre interpretado con convicción por Clooney que seguramente le otorgue la estatuilla dorada el próximo mes de febrero; la hija menor (Amara Miller), quien por su corta edad debe asimilar la carencia maternal en muy poco tiempo y la que más se destaca del elenco, la hija mayor (Shailene Woodley), que debe superar su furia adolescente para transitar un crecimiento doloroso y complementar la tarea junto a su padre. No es menos destacable el reparto de secundarios entre quienes debe mencionarse a Robert Forster, en el rol de padre de la accidentada; y Beau Bridges como uno de sus primos que sólo necesita cinco minutos de pantalla para descollar talento. Los descendientes es una película sencilla desde el punto de vista narrativo; emotiva por contar con excelentes actuaciones y justa candidata por tener entre sus filas al multifacético George Clooney, quien ante la majestuosidad del paisaje Hawaiano queda tan perplejo como su personaje al sumergirse introspectivamente en su paisaje interior. Muchas fans seguro correrán al cine para consolarlo.
Allí donde pertenecemos Magnífica comedia dramática con George Clooney sobre el amor en sus infinitas formas. Estábamos hablando del amor”, se dice en un momento de esta comedia de trazos negros de Alexander Payne. Y es una de las mejores síntesis que puede hacerse sobre Los descendientes , un tipo de comedia dramática adulta. Adulta por los temas que aborda (el ya apuntado amor, y sus infinitas formas, el adulterio, la posibilidad de perder a un ser querido por enfermedad, el egocentrismo, la cobardía, las raíces, la identidad) y por su tratamiento. ¿Cuántas veces se está ante una película con la que se pueda conectar desde varias aristas? Payne se está convirtiendo, lejanos los tiempos de Election , en un director especializado en relaciones de pareja. En Las confesiones del Sr. Schmidt , Jack Nicholson -cuya pareja moría y tenía, casi por primera vez, su misma edad- se encontraba descubriéndose a sí mismo. Ahora, tras siete años sin dirigir luego de Entre copas , adaptó una novela en la que Matt (George Clooney), de ancestros reales hawaianos, se encuentra de buenas a primeras con que debe hacerse cargo de algo con lo que nunca había querido: su familia. O sus hijas, que viene a ser lo mismo luego de que su esposa sufrió un accidente náutico y esta en estado de coma vegetativo. Con su hija menor, Scottie (10) hace siete años que no tiene una salida a solas, y Alexandra (17) está pasando por esa etapa adolescente en la que confronta todo y es capaz de ser tan filosa como hiriente. Y Matt debe decidir qué hacer con la herencia que administra, suya y de todos sus primos, hectáreas cuya venta en Hawaii dejarían 500 millones de dólares. En eso está cuando su hija le arroja en la cara que su esposa lo estaba engañando con otro. En Los descendientes los personajes femeninos tienen una fuerza y entereza que les falta a los masculinos. Mattie es, a toda vista, un cobarde. Inmiscuye a Alex en la búsqueda del amante de su madre cuando debía hacerlo él solo. Pero también es cierto que se comporta como un caballero con su suegro, que uno adivina lo ha maltratado durante los últimos 20 años. Decíamos que el tema del filme es el amor. Matt irá cambiando de parecer a medida que los hechos se le vayan precipitando. Es el protagonista casi absoluto y el guión le confiere escenas individuales con sus hijas, su suegro, una pareja amiga -más de su esposa que de él- para que cada secundario gane su importancia, pero siempre terminan actuando en función de la construcción del personaje central. Y que sea George Clooney el engañado no deja de ser un giro en la carrera del actor, que si bien repite algunos tics que le vienen de fábrica, está frente a un desafío dramático del que sale muy bien parado y la opción del Oscar al que aspira suena como muy posible. Y merecido, si lo gana. Payne supo cómo sacar de Clooney aspectos que sólo habíamos intuido en él. Shailene Woodley (Alex) es otra perla dentro de un relato en el que las risas y las lágrimas fluctúan, con preponderancia de las primeras. La familia, también se escucha, es como un archipiélago: islas separadas y en soledad, pero que se necesitan juntas. Payne muestra que el auténtico amor familiar puede ser tan atrapante como un documental sobre la Antártida.
El tráiler de Los descendientes me atrapó. Saber que una historia tan particular sobre este hombre que se entera que su mujer lo había engañado, mientras espera que se recupere de un estado de coma… y que sería del mismo director de Entre copas, era algo para ver. Y confieso que adoré ver esta película. La sicología de los personajes, las actuaciones, las situaciones me fueron fascinantes. Uno la termina de ver y la puede contar en no menos de un minuto. Pero esa simplicidad del relato, está rellenada con un montón de cositas que agrandan la historia y hacen pasar un gran momento en el cine. Clooney hace rato que no le tiene que demostrar nada a nadie, pero estos papeles que lo alejan del galán natural que es, lo agrandecen aun mas. Todo el elenco secundario es maravilloso. Para destacar a la actriz que hace de hija mayor. Van mis fichas para el futuro se su carrera. El guión va mechando muchas cosas en el medio. Desde el tarado noviecito de la hija mayor, hasta el tema de la venta del terreno en la isla con los parientes particulares, pasando por varios personajes y momentos particulares. No tengo mucho más para detallar de esta película. No la quiero analizar mucho porque es tan simple, pero tan bien contada y realizada, que hay que sentarse en un cine y disfrutarla. Los descendientes enaltece a las nominaciones a los Oscar. Fue un placer verla.
Da la impresión de que Alexander Payne (Entre copas, Las confesiones del Sr. Schmidt) nada más seguro cuando lo hace entre dos aguas. Entre los temas más graves y la trivialidad, entre la emotividad del melodrama y el desparpajo del humor negro, entre las libertades del cine independiente y las garantías comerciales del que se dirige a las mayorías. Será por eso que en sus películas suele importar más el tono que la historia y más lo que subyace tras la acción que la acción misma. En esta obra en modo menor, ya que lidia con temas como la familia, la pérdida, la infidelidad o la paternidad, todo parte de una situación límite: Matt, un abogado perteneciente a la aristocracia hawaiana (desciende de los colonizadores y de la nobleza autóctona) tiene a su esposa en coma profundo y con pésimo pronóstico a raíz de un accidente náutico; se entera de que ella le ha sido infiel y estaba a punto de pedirle el divorcio; debe afrontar el cuidado de sus dos hijas (una de 10, otra de 17, ambas indóciles), y tiene que decidir, como apoderado de su extensa parentela, acerca de la venta de las tierras valiosísimas que el clan ha recibido como herencia. Como se ve, en el paraíso hawaiano del protagonista -y él mismo lo dice en off cuando ofrece en el comienzo una suerte de informe de situación-, puede haber desgracia, tristeza y sufrimiento. Y las familias también pueden resquebrajarse hasta llegar a tal punto que parece imposible recomponerlas (Matt, por ejemplo, irá comprobando con el paso de los días que las tres mujeres que él ha desatendido para consagrarse a los negocios inmobiliarios son casi completamente extrañas). Con tal panorama y teniendo en cuenta que quien padece este trance posee el carisma infalible de George Clooney, la adhesión del espectador está asegurada. Cualquiera apostaría que las lágrimas son el siguiente paso. Pero no. Por algo Payne es un especialista en transiciones, sabe combinar humor y drama, muchas veces en la misma escena, y aquí está muy atento a evitar cualquier desvío hacia lo lacrimógeno. El dolor, que cada uno experimenta de diverso modo, rara vez se manifiesta en palabras, pero está presente en los silencios y a veces se lo percibe detrás de la situación más banal o más risueña. Aun con su tono aparentemente liviano y a ratos farsesco, el film puede alcanzar la emoción genuina, así como desarrollar, sin dispersarse y a partir del drama central, las múltiples circunstancias del presente de Matt: básicamente el vínculo con sus hijas, que está en continua evolución, y el revoltijo de sentimientos contradictorios hacia su mujer que se agitan en él tras enterarse de su infidelidad y tomar conciencia del inminente desenlace. También, en medida menor, la decisión respecto de la venta del legado familiar. Aunque todo el relato gira en torno de Matt (George Clooney, en una labor colmada de sutilezas), el guión concede especial atención a los personajes secundarios, tan ricos en matices que algunos de ellos merecerían un film propio: la hija adolescente, admirablemente interpretada por Shailene Woodley; su noviecito, Nick Krause, a cargo de una de las escenas de humor más negro, o el primo ansioso por heredar que trae de regreso a Beau Bridges. El título hace referencia a la relación padre-hijas, pero también al tema de la cuestión del territorio heredado, lo que conduce a un discurso en defensa del patrimonio natural, que suena un poco declamatorio y oportunista.
Cuando la crisis ofrece una nueva oportunidad El director de Las confesiones del señor Schmidt y Entre copas vuelve a poner en el centro de la escena a un hombre maduro en plena crisis, en una agridulce mezcla de comedia social y drama personal que también es otra de las marcas de fábrica de Payne. Aunque no lo parezca, las cosas están difíciles para Matt King. Como él mismo reconoce en el monólogo interior con el que se abre Los descendientes (candidata a cinco premios Oscar, entre ellos a la mejor película y actor), todo el mundo piensa que en Hawai nunca hay problemas, que la gente vive allí como si estuviera permanentemente de vacaciones, que en ese paraíso de playas, mar y surf la vida siempre es luminosa como el sol. “Bueno, por si quieren saberlo, yo hace quince años que no me subo a una tabla de surf”, ruge Matt (George Clooney). “¿Y el paraíso? Por mí se puede ir a la mierda...” Tiene sus buenas razones para estar alterado, dolido, angustiado, furioso. Su mujer, con la que venía atravesando una vieja crisis, acaba de tener un accidente motonáutico y está internada en un coma irreversible. Justo cuando él pensaba reabrir el diálogo, descubre que ella ya no lo puede escuchar, que ya no va a despertar. Y que como padre, si él –un abogado siempre taaan ocupado– acostumbraba ser un mero suplente, ahora tiene que jugar de titular. Y que con dos hijas (una de 10, otra de 17) no sabe siquiera por dónde empezar. Se diría que los hombres maduros en crisis son la especialidad del director y guionista Alexander Payne. En Las confesiones del señor Schmidt (2002) un Jack Nicholson recién jubilado y rezongón se embarcaba en un viaje para recuperar los lazos afectivos con su hija y, en el camino, terminaba descubriendo cosas de sí mismo que nunca hubiera imaginado. Y en Entre copas (2004), esos dos amigos de cuarenta y pico, inmaduros como niños, también salían de viaje, con la excusa de la cata de vinos, para que al final les quedara un gusto demasiado acre en la boca, la resaca de una vida que pudo haber sido y no fue. Esa delicada, difícil, mezcla agridulce de comedia social y drama personal también es otra de las marcas de fábrica de Payne, que vuelve a manifestarse ahora en Los descendientes. A pesar de la situación trágica con la que arranca la película, el tono al comienzo es esencialmente humorístico. Ya se sabe: la acumulación de desgracias suele provocar la risa. E infortunios no le faltan a Matt King: su hija menor, Scottie (Amara Miller), tiene todo tipo de problemas en el colegio y a la mayor, Alexandra (Shailene Woodley), la primera vez que la ve en meses la encuentra borracha y, a la segunda, se le aparece con una especie de novio que Matt considera “un retardado” y que se convertirá, a su pesar, en su sombra. La carga familiar y el peso social, sin embargo, irán agregando densidad a la trama, hasta que en el film logren convivir –como si se tratara de la figura del yin y el yang– una cara ligera y luminosa y otra más pesada y oscura. Una infidelidad de su esposa que Matt intentará develar y la animosidad de su suegro (el estupendo Robert Forster), que se hace manifiesta después del accidente, le agregan penitencias a la espalda del agonista. Pero hay un lastre de fondo, que hace al tema central del film, a su metáfora y que es la razón de su título. Como heredero y administrador del fideicomiso familiar de una vastísima porción de tierra virgen en una de las islas del archipiélago, Matt debe decidir –al mismo tiempo que acompaña la agonía de su esposa– la venta y loteo de ese predio. Y de su decisión están pendientes no sólo todos sus primos, que esperan hacerse millonarios (entre ellos el magnífico Beau Bridges), sino también buena parte de la sociedad de Hawai, porque un complejo hotelero en esa zona puede alterar, para bien y para mal, el equilibrio económico y ecológico del lugar. ¿Hasta qué punto esa disociación entre Matt y sus mujeres no tiene que ver con el desapego hacia esa tierra donde pasó sus mejores momentos, de la cual él es un auténtico descendiente y a la que luego le dio la espalda? Esa responsabilidad va cargando de peso el sentido del film, de la misma manera que la sombra insidiosa de la muerte, aun en sus momentos más ligeros. Los apuntes sociales, asimismo, son varios y van más allá del retrato levemente satírico de esos pequeño-burgueses en camisas floreadas y ojotas. Si hay algo, sin embargo, para cuestionarle a Los descendientes es que se nota demasiado su mecanismo, como si Payne pulsara diestramente, como un operador consumado, los botones de la risa y de las lágrimas, pero al mismo tiempo no pudiera evitar que se vean los cables. Y algunos están demasiado a la vista.
George Clooney, galán y padre La película a grandes rasgos es un melodrama, con paisajes por momentos tan bellos como exóticos, pero no hay un uso turístico de esas imágenes, sino que acompañan a los protagonistas en una serie de secuencias, que por momentos tocan el absurdo con un humor sutil, que se desprende del propio entorno cotidiano La novela inspirada en su familia, de la escritora hawaiana Kaui Hart Hemmings, fue la elegida por George Clooney para volver delante de las cámaras. En "Los descendientes", Clooney, es un padre de familia, al quien un accidente sufrido por su mujer logra modificar radicalmente su rutina de abogado, y de padre de dos hijas, una de diez años y otra de diecisiete. La mujer de Matt King (Clooney) tuvo un choque trágico mientras iba en una lancha y los daños sufridos, según los médicos podrían ser irreversibles. A partir de esto, King, que ha pasado la mayor parte de su vida detrás de su escritorio, ignorando, quizás, a su familia, se ve sometido a una serie de trámites y de responsabilidades que para él son nuevas y no sabe cómo resolver. VIEJO SECRETO Pero ese no será el único contratiempo que vivirá el protagonista. Lo que irá descubriendo a medida que pasan los días, hará que se enfrente a sus propias debilidades, sus temores más primarios y sus dudas. Y lo peor es que muchas de los problemas con los que no sabe cómo lidiar, tendrá que resolverlos sobre la marcha. King igual que otros miembros de su familia tienen unos tatarabuelos que vivieron toda la vida en Hawai y son cruza entre la clase alta nativa y de los misioneros que llegaron a unas tierras de una belleza que hace enmudecer al que las ve. "Los descendientes" es en apariencia la historia de una familia, o mejor dicho de un padre, con su mujer en el hospital y de dos hijas, pero la novela de Hemmings, toma como punto de partida ese hecho, para hacer un interesante despegue hacia los contornos que permiten observar cómo se mueve el poder en las islas y además pone en práctica aquello de "pueblo chico, infierno grande". Esto hará que más tarde el padre sea sorprendido por un secreto que lo hará trastabillar en sus decisiones más importantes. MELODRAMA Y HUMOR La película a grandes rasgos es un melodrama, con paisajes por momentos tan bellos como exóticos, pero no hay un uso turístico de esas imágenes, sino que acompañan a los protagonistas en una serie de secuencias, que por momentos tocan el absurdo con un humor sutil, que se desprende del propio entorno cotidiano. El guión a cargo del mismo director logra transformar esta saga familiar, en una serie de interesantes circunstancias, que permitirán desnudar no solo la personalidad de los isleños en Hawai, sino que dejará ver cómo se van tejiendo los hilos del poder, los sesgos psicológicos de los personajes y el pesos de los legados familiares. Un George Clooney más maduro, consigue una valiosa actuación junto a Shailene Woodly, en el papel de la hija.
Grupo de Familia "Mi familia parece un archipielago, todos parte de un todo, pero separados y solos ... y siempre alejándose lentamente" (el personaje de George Clooney, Matt King, en un momento del film) En esta época del año, como ya se adelanta en varios de los posteos, es la gran temporada donde se presentan todas aquellas películas que vienen ganando cuanto premio se cruza por su camino e irrumpen en la carrera de los Oscar. Siempre aparecen también algunos productos muy bien hechos pero que si no tuviesen el marketing propio de los Oscar, hubiesen pasado más desapercibidas como "Historias Cruzadas" o las ya estrenadas en su momento sin una gran repercusión como "El juego de la fortuna" y "El arbol de la vida". No es precisamente el caso de la brillante "Los descendientes”, la última realización de Alexander Payne, el director de "Entre Copas" y "Las confesiones del Sr. Schmidt" y que había llamado poderosamente la atención con la excelente comedia independiente "La Elección". En este caso Payne traza un retrato minucioso pero simple, profundo pero sin grandes pretensiones, de los vinculos que se establecen en una familia tipo (madre-padre-dos hijas) en el medio del paisaje paradisíaco de Hawaii. Como dice el protagonista en un pasaje del film, por más que el lugar sea paradisíaco, ellos también tienen problemas y no viven de vacaciones y felices todo el tiempo, por más que pasen sus días en un lugar soñado. Es en este entorno de belleza natural absoluta donde se cuenta la historia de Matt King (George Clooney), casado y padre de dos hijas de 10 y 17 años. Su universo de seguridad y aparente solidez se ve completamente derrumbado cuando su esposa sufra un terrible accidente que la deje en coma con peligro de muerte. Y es en este momento donde Matt tratará de "surfear" las peores aguas cuando su pequeño mundo familiar se desmorona estrepitosamente. Se pone en evidencia que Matt tiene serios problemas para vincularse con sus hijas, la mayor de las cuales es prácticamente una desconocida para él, al no poder acercarse a su mundo adolescente y es justamente Alexandra (magnífica Shailene Woodley en este papel de hija mayor que hubiese merecido que se la considerase en las nominaciones para el Oscar) quien hará detonar un secreto desconocido para Matt que hará cambiar profundamente su visión del pasado y del presente de su pareja y de su familia. Paralelamente al relato de su nucleo familiar, Matt atraviesa un momento de lazos endebles y complicados con familia de origen, tomando el rol de la voz cantante del grupo de primos que ha heredado unas tierras de sus ancestros y están precisamente decidiéndose en el proceso de venta a alguna de las corporaciones que proyectan hacer emprendimientos turísticos en la zona. Con un personaje central tironeado entre sus lazos con el pasado y su presente caótico, el guión del propio Alexander Payne basado en la novela de Kaui Hart Hemmings -cuya edición pocket acaba de ser publicada en el mercado local- maneja sutilmente cada una de las diferentes lineas argumentales sin abandonar en ningún momento el registro de comedia aún en las situaciones más dramáticas. Sin sobrecargar las tintas y apoyándose en diálogos completamente creíbles y situaciones que logran empatía directa con el espectador, somos testigos del doloroso proceso de Matt y su familia para ir encontrando su lugar y su recomposición atravesando un momento sumamente complicado. En la máscara de Matt King, a George Clooney se lo siente como pez en el agua después de "Amor sin Escalas" y "Secretos del Poder". Tan preciso y conmovedor en los momentos más introspectivos del film como gracioso en los pasos de comedia que juega ante la sorpresa y las decisiones colaterales que toma cuando su hija le devela ese secreto desagradable, entregando una vez más un gran trabajo. Como Alexandra, Shailene Woodley logra ese perfil de la adolescente rebelde y contestataria sin trazos gruesos y anclando en su necesidad de afecto y de poder vincularse con su padre. El resto del elenco acompaña, cada uno en su personaje, de una manera impecable ayudados también por un guión inteligente que plantea, aún en situaciones dificiles lidiando con temas de vinculos familiares, enfermedades, desencuentros, rupturas, despedidas, poder contarlo siempre con una mirada honesta y verdadera, cargada de sinceridad y sencillez. Una verdadera perla dentro de las comedias de Hollywood que muchas veces no logran encontrar el mix perfecto entre temas serios y una mirada más desplazada hacia el humor que hacia la tragedia, sin dejar de darle la seriedad exacta que cada tema necesita. Es evidente que Payne maneja estos mecanismos, sabe lo que hace y en el producto final, como espectadores, le quedamos inmensamente agradecidos de habernos paseado durante casi dos horas por hermosos paisajes, maravillas naturales increibles e incluir dentro del tour, un viaje interior a la reconstrucción de cada uno de nuestros vinculos más primarios. Un viaje hacia ese archipiélago complejo y entrañable que es la familia.
Secretos de familia en Hawaii Si hay un punto que une a las cuatro películas de Alexander Payne es su habilidad para construir guiones y transmitir historias que no se parezcan al modelo hegemónico industrial de Hollywood. O, por lo menos, si no se diferencian tanto, que se disimule a través del tono, cambiante y fugaz, donde confluyen momentos agradables y asordinados, bordeando el patetismo pero sin caer en los lugares comunes con tal de esquivar las convenciones. Es decir, es un director astuto y allí está la opera prima La elección (su mejor película), la sobrevalorada Entre copas y la fallida (con responsabilidad importante de Jack Nicholson) Las confesiones del Sr. Schmidt. Dentro de esas gambetas de guión y diferentes tonalidades fluctúa Los Descendientes, que probablemente gane algún Oscar (acaso Clooney como actor, tal vez mejor adaptación), una película que parece representar el más extremo lugar que permite Hollywood a una (supuesta) independencia dentro del sistema. Payne sabe de esto y vuelve a recurrir a su habilidad para pergeñar una trama donde los afectos familiares están deteriorados y una situación límite actúa como condicionante en el comportamiento de los personajes. Es lo que le ocurre al líder de familia que encarna Clooney, quien debe contener a sus dos hijas preadolescentes ya que su esposa, infiel a él, se encuentra en coma por un accidente. Esta historia, la principal, convive con aquella en la que el personaje deberá decidirse por una millonaria venta de tierras donde están implicados otros familiares cercanos. Entre esas dos tramas surge Hawaii como paisaje ideal y soñado, cuestión que la película utiliza con mayor o menor propósito turístico, pero indisimulable frente a un argumento que parece contar la vida de una familia millonaria que carga con su propia tristeza. Allí, justamente, está presente la habilidad de Payne: pelear contra los lugares comunes, tensionar los límites un modelo de representación archiconocido dentro de la temática “familia con problemas”, entrometerse en la obscenidad ostentosa del dinero, hacer confluir un drama atroz con instantes de comedia risqué, siempre con el sustento del guión atrás, de la escritura perfecta, de la banalidad que rodea a la película. En efecto, Los Descendientes es pura banalidad pasatista concebida por un director sagaz que habla de los afectos, la condición humana y todo aquello que puede adornar una crítica constituida por lugares comunes. La historia del padre y sus hijas, por otra parte, se impone a la del litigio por las ventas de esas tierras paradisíacas, pero esto poco importa, porque Payne ordena los materiales con astucia para complacer a un espectador que desea emociones fuertes, y al mismo tiempo, contenidas. Al fin y al cabo, es una película perfecta donde traslucen todas sus costuras, su sello inconfundible de relato con gente de guita que carga con taras y traumas y con una tristeza que se disimula en los amaneceres y anocheceres de Hawaii. Una notoria perfección que nunca condice con una película recordable a largo plazo.
VideoComentario (ver link).
Alexander Payne vuelve con otra mezcla entre road movie y película de crecimiento. Esta vez es George Clooney quien viaja en busca de madurez emocional. Su mujer comatosa lo deja a cargo de dos nenas, a las que nunca supo muy bien cómo criar, y de paso se entera que ella lo engañaba con otro. Payne hace gala, una vez más, de ese exquisito talento para armonizar desopilantes gags con situaciones emocionantes. Solo su habitual sarcasmo, exacerbado en algunas situaciones, resiente un poco a Los descendientes que, al mismo tiempo, precisaba alguna falla que le dé vida y ponga cierto humanismo en un film que da la sensación de estar demasiado calculado.
Vi los dos estrenos “importantes” y “con nominaciones y premios” de esta semana. La dama de hierro; sí, sobre Thatcher, con Meryl Streep. Y Los descendientes; sí, la que protagoniza George Clooney y dirige Alexander Payne. Pero ayer, 2 de febrero, fue el Día de la marmota. 1. La dama de hierro es un desperdicio histórico, en un doble sentido. Porque es un desperdicio de grandes proporciones y porque desperdicia gran parte de la atractiva historia política de Margaret Thatcher. La directora es Phyllida Lloyd, la de Mamma mia! (ay). Y hace una película que podría haber sido apasionante y es en su mayor parte apenas una película sobre Thatcher vieja, reiterativa, hecha para el lucimiento de Meryl Streep y las diecinueve personas que formaron parte del equipo de maquillaje. Sí, diecinueve. Una se encargó de “efectos especiales de dientes”. Bueno, eso, la película tiene dos nominaciones al Oscar: una para Streep, otra para el maquillaje. Más allá de esos logros ostentosos es una película muy frustrante, porque cada tanto se nos brinda un poco de la historia política de Thatcher, y en esos momentos está la película que podría haber sido. No estoy diciendo que la directora de Mamma mia! (mamma mia) podría haber logrado una gran película, pero si se hubiera mantenido en la política podría haber hecho una biografía convencional y no una historia plañidera de una señora vieja no plañidera que alucina con su marido muerto. Con algo convencional y narración para adelante estábamos hechos, Phyllida. Pero la señora quiso hacer una “película de gran actuación”. Y la mayoría de las veces, cuando vemos demasiado al actor o a la actriz es porque la película es escasa. 2. Los descendientes. Es buena. Y es de un muy buen director. Alexander Payne hizo Election, About Schmidt, Entre copas. Todas grandes películas. En Los descendientes está George Clooney. Nominado, elogiado, etc. Sí, Clooney está muy bien, y actúa con todo el cuerpo. Sí, Clooney es versátil. A veces, demasiado versátil, parece diluirse, evaporarse; en los mejores casos se ensambla sin ruidos con la película, como en la mayor parte de Los descendientes. Pero por momentos se evapora sin más, y parece chupar energía de la narración. En Los descendientes hay algo de languidez excesiva, de buen manejo narrativo sin ajustar del todo. Como si Payne confiara demasiado en sus personajes y en sus dramas y dejara a su película menos apuntalada de lo necesario. Así, tal vez por demasiada blandura, hay algunos flancos débiles: uno es la trama inmobiliaria, arbitraria y abrupta como para hacer descansar sobre ella un montón de riesgos interpretativos. Y otro es que los engañados se enojan más con el tercero en discordia que con su propia pareja, como en una telecomedia argentina (¿por qué no le hacen reclamos al que les prometió algo?). Hay algunos buenos personajes en la película además del de Clooney, como su hija adolescente y su novio. Ese triángulo de relaciones es lo mejor del relato, el menos rígido, el que se siente más vivo: hay más tensión y más furia, nada de languidez. Tal vez este tono más amable de Payne que había comenzado en Entre copas (Election y About Schmidt eran películas casi malvadas de tan corrosivas) funcione mejor con historias más soleadas, menos sombrías que la de Los descendientes. 3. Día de la marmota. Groundhog Day. Es un día que se conmemora en un pueblito de Estados Unidos, una festiva superstición climática. Y además, ya saben, es una película acá estrenada en cines como Hechizo del tiempo y emitida por cable como Día de la marmota. Sí, esa dirigida por Harold Ramis con guión de Danny Rubin y tiene la mejor actuación de Bill Murray. Una de las grandes películas de la historia. ¿No la vieron? No sé que están haciendo perdiendo el tiempo leyendo esto. Véanla ya. Es de esas que seguramente van a querer volver a ver.
Cuando la liberación queda fuera de cuadro. Definitivamente, Alexandre Payne (Entre Copas o Las Confesiones del Sr. Schmidt) es un director que, con un estilo por momentos tragicómico , encara sus filmes de una manera muy interesante para el cine norteamericano actual. Una mezcla entre el mainstream y lo Indie, sin saber cómo y dónde categorizarlo. Lo cierto es que sus películas son lindas, son películas que uno desea ver y sale contento de verlas. Un director que entretiene, que hace reir y muchas veces llorar. Y a veces, como hoy, nos deja con la angustia. Kaui Hart Hemmins escribió una historia en su colección House of Thieves, denominada The Minor Wars y Los Descendientes es una extensión de la misma. Con un guión adaptado por el propio Payne junto a los actores y guionistas Nat Faxon y Jim Rash, la historia sucede en Hawai cuando Matt King (George Clooney) debe hacer frente a una situación emocionalmente compleja: su mujer ha sufrido un accidente acuático y su cuadro es irreversible. Sus hijas, una de 10 y otra de 17 años, son complicadas y conflictivas; y si bien hacerse cargo de ellas cuando jamás lo hizo es un gran trabajo, también descubre que su mujer le ha sido infiel. En el medio de tanto desbarajuste emocional debe tomar una decisión importante sobre unos terrenos familiares que deben venderse para salvar a algún que otro familiar , sino que también no solo son parte relevante de su historia si no también de la propia Hawai. El trabajo fotográfico, la elección de los pasajes nublados acompañando al clima de la narración, la manera de alejarnos del dolor en tomas y encuadres (permitirle al personaje asumir el suyo sin que nosotros (espectadores) tengamos porque ser participes); el poner la espalda del personaje en clara referencia a lo que realmente vive y hace el mismo, me parecieron excelentes. Ahora, a pesar de tantos logros a nivel cinematografía, admito que la tensión que se genera minuto tras minuto queda ahí, detrás de la pantalla y nunca se logra cierta liberación. Puede que Payne haya optado por lograr ese efecto, pero tanto desapego o lejanía me hicieron pensar que esos personajes lograron afrontar el problema, hacerse fuertes pero nunca se liberaron. No hay perdón. Ninguno de los involucrados pide perdón,En definitiva, si Payne buscaba transmitir que en la vida hay momentos duros, donde uno debe asumir estadios de dolor, resignación y cambios, creo que lo único que logró transmitir fue resignación ante la falta de perdón. Aceptar que la vida es así y que nada más hay. Si bien se logran algunos cambios durante la narración, hay algo que queda ahí sumergido si posibilidad de salir. (cualquier semejanza con la escena del mar, es pura coincidencia). La cinta es muy interesante. Las actuaciones de Clooney (aunque no me pareció descomunal, como se dice) y de la joven hija mayor Shailene Woodley, han sido muy bien logradas. Los Descendientes es un filme para ver pero no para recordar. Queda en un largo camino que no se distingue dónde está el mérito y dónde está el fracaso. En términos generales, a mí me generó decepción. Me quedé esperando el momento justo, la escena realmente explosiva dónde todo se acomodaba y se volvía o se intentaba volver a empezar. Esta vez no fue posible, será en otra ocasión… quizás.
SÓLO UNA AGRADABLE PELÍCULA MÁS, LEJOS DE MERECER UN OSCAR. Después de 7 años de su gran éxito “Entre copas” (Sideways), que se había alzado con el Oscar al mejor guión, Alexander Payne regresa con todo. Extrañamente, luego de semejante suceso en 2004, Payne había desaparecido de la dirección cinematográfica, pero en 2011 ha regresado con pasos firmes. Y el regreso triunfal se debe al vendaval de éxito que tiene su actual filme “Los descendientes”, más que por la calidad de la cinta. Con 5 nominaciones al Oscar en su haber, más el triunfo en los Globos de Oro como Mejor Filme Dramático y Mejor Actor, “The descendants” viene por todo. Con el denominador común de sus filmes anteriores, en su obra actual, el director repite una estructura de guión ya explorada por él. "No me gusta hacer road movies, pero siempre termino allí", admitió hace poco Payne. En la nombrada “Entre copas” y la anterior “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002), un hombre común debe hacerle frente a un conflicto existencial y sale a buscarlo no sólo espiritualmente, sino físicamente, poniéndose en movimiento, o sea, viajando a algún lado. En “Entre copas”, un abrumado Paul Giamatti salía en busca de respuestas a los interrogantes de su vida a través de un viaje por la ruta del vino en Napa Valley. En “Las confesiones…”, el pobre de Jack Nicholson se jubilaba de su trabajo, quedaba viudo de repente, su hija se estaba por casar y, para colmo, descubre que su esposa lo había engañado en el pasado, lo que lo impulsaba a realizar un viaje hacia Denver, Colorado, en una casa rodante, con motivo de impedir que su hija cometiera el mayor error de su vida. En "Los descendientes" hay un poco de todo eso. Matt (George Clooney), casado y padre de dos hijas, se ve obligado a reconsiderar su pasado cuando su mujer sufre un terrible accidente de barco en Waikiki, dejándola en estado vegetativo sin retorno. Sin saber cómo enfrentar solo la educación de sus hijas de 10 y 17 años (a las que ha desatendido), al mismo tiempo debe decidir vender las tierras de la familia. Junto a todos sus primos, los descendientes poseen algunas de las últimas zonas vírgenes de playa tropical de las islas, de un valor millonario. Cuando su hija mayor le revela que su madre tenía un affaire en el momento del accidente, Matt se lanza a la incierta búsqueda del amante de su esposa, en la que se alternan encuentros divertidos, conflictivos, trascendentales, y otros poco probables. Así, Matt comprende que por fin está en una buena dirección para reconstruir su vida y su familia. Guión con situaciones un poco forzadas y un protagonista que no merece ninguna nominación esta vez, el filme no alcanza a emocionar con buenas armas, por más que tenga una buena escena lacrimógena protagonizada por Clooney . Pareciera que en una semana (la más movida de su existencia, convengamos) el personaje logra sortear un enorme conflicto que apabullaría a cualquiera, pero no a nuestro querido George. La estructura de road movie vuelve a repetirse esta vez, porque la familia completa (más la presencia insólita y constante del novio de la hija mayor) se embarca en un viaje algo impuesto por un guión débil, recorriendo bellísimas playas hawaianas que aportan un excelente e inusual marco a esta historia, muy entretenida, por cierto. De factura sencilla, convencional y sin más sorpresas que las que su protagonista encuentra, la película se sigue con agrado, eso es innegable. Evidentemente, Clooney seduce a toda una comunidad cinéfila y a la Academia de Artes y Ciencias de Hollywood, que otorga el galardón más buscado y que, peligrosamente, pueda regalárselo este año. La cámara lo sigue en todo momento, sin despegarse casi de sus miradas y sus gestos. Clooney es un indiscutido galán de cine y un comprometido director, que traspasa la pantalla con su simpatía, su charme, su facha, su tono distinguido, pero no es un actor de primera categoría: ¡con Tom Cruise se llevaría genial! En todo caso, mejor que él está Shailene Woodley en su papel de enfurecida y descontrolada adolescente. El filme no es "obviamente manipulador", porque si la historia planteada hubiese sido dirigida por algún novato, tendría que haberse estrenado directamente en TV por cable; pero hay cosas del guión que no resultan creíbles. El tema al que hace referencia el título no está profundizado y no se ensambla naturalmente con el conflicto central, y hubiese sido mejor que sí (al margen que la decisión final que tiene el protagonista, respecto de las tierras, tenga que ver con ello). En vez de hacer una road movie "en busca del amante", se hubiera enfocado en el tema de cómo nos condiciona a los seres humanos ser "descendientes de", y cuán ligados a nuestros antepasados podemos estar. Pero bueno, hubiera sido otra historia. Más interesante, seguro…
Se luce Clooney como un padre en conflicto Con nominaciones en los rubros mejor película, mejor director y mejor guionista, más otras dos a mejor actor, para George Clooney, y al mejor montaje, el realizador Alexander Payne («Entre copas»), parece ser uno de los candidatos principales de la próxima entrega de los premios de la Academia de Hollywood. Sin embargo, como comedia dramática más dramática que cómica, «Los descendientes» es una muy buena película que interesa más allá de la temporada del Oscar, y que por otro lado,no tiene los típicos tics de las que parecen diseñadas para cosechar nominaciones primero y premios después. «Los descendientes» tiene que ver con una serie de crisis emocionales, familiares, conyugales y también de negocios, ya que en el guión todo sucede al mismo tiempo. George Clooney intepreta a un padre ausente que debe hacerse cargo de sus hijas cuando su esposa sufre un accidente que la deja al borde de la muerte. El protagonista es heredero del primer terrateniente blanco en Hawai, y está justo por cerrar un negocio que implica cambiar totalmente el paisaje hawaiano para construir departamentos para turistas, y justo en ese momento debe retomar la relación con sus hijas -que obviamente se oponen al negocio-, además de descubrir de la manera más imprevista que su mujer lo estaba engañando con otro. Podría decirse que ésta es una «película de cámara», al estilo de otras del mismo director, pero si bien las situaciones y los climas son más bien intimistas, es difícil llamar de esta manera a una película que utiliza tan bien el paisaje, ya que aquí el de Hawai es prácticamente un coprotagonista esencial. Es justamente este el detalle que le da a este drama el toque cinematográfico (especialmente con el aporte del director de fotografía Phedon Papamichael, en quien debería haber recaído una nominación al Oscar mucho más que en el otro rubro técnico que sí está anominado, el montaje). George Clooney luce un poco frío a pedido del personaje como este hombre en medio de todo tipo de conflictos, y su habitual eficacia lo vuelve un firme candidato a las estatuilla. Pero en el film también hay otras sólidas actuaciones, empezando por las de sus dos hijas (Shailen Woodley y Amara Miller), que con la ayuda del director, logran evitar los lugares comunes de las performances juveniles. Y la gran sorpresa a nivel elenco es el reencuentro con un gran actor increíblemente olvidado por la industria del cine pese a ser todo un aristócrata hollywoodense de pura raza: Beau Bridges, en una actuación de reparto que se convierte en otro motivo para recomendar esta muy buena película.
Alexander Constantine Papadopoulos, pese a su origen griego, nació en los Estados Unidos y desde hace quince años es conocido como Alexander Payne. “Los descendientes” (“The Descendants”), su quinto largometraje luego de “Entre copas”, es un intenso drama en que se amalgaman su herencia helénica y su conocimiento de la sociedad norteamericana. Ambientado en Hawaii nos presenta a Matt King (George Clooney), quien atraviesa una dramática situación al encontrarse su esposa en coma, luego de sufrir un accidente náutico. Ese padre de familia, normalmente ocupado y ausente, se ve de golpe obligado a ocuparse de Scottie (Amara Miller), su hija menor de 10 años con serios problemas de conducta escolar. Su hija mayor Alexandra (Shailene Woodley) se encuentra pupila en otra isla y acompañada por Sid (Nick Krause), un colega también adolescente. Una vez reunida la familia, Matt percibirá el profundo odio que profesa Alexandra por su madre, por cuya situación no parece sentir pena alguna. La película se toma su tiempo para ir presentando a varios personajes que incluyen a numerosos familiares, amigos y otros que no lo son tanto. Pero una vez revelada al padre la causa del desprecio de la hija mayor hacia su progenitora, la película adquiere otro ritmo y gana en interés en la última media hora compensando en gran medida la algo rutinaria marcha que venía teniendo hasta entonces. Payne logra los momentos de mayor intensidad cuando se dedica a escarbar la intimidad de las relaciones entre algunos de sus personajes. El apoyo moral que Alexandra aporta a su padre tiene varias instancias memorables. El compañero adolescente de su hija choca fuertemente con Matt al principio, pero se convierte en un fuerte ladero a medida que el drama se ahonda. Notable también el personaje del suegro encarnado por Robert Forster (“El camino de los sueños – Mullholland Dr.”) y conmovedora su escena hacia el final con la hija en el hospital. Beau Bridges, hermano en la vida real de Jeff e hijo del ya fallecido Lloyd, logra por una vez una buena interpretación como uno de los numerosos parientes de Matt mostrando que lo suyo no es sólo portación de apellido. En un pequeño papeñ, que recién aparece hacia el final, también se luce Judy Greer (“De amor y otras adicciones”) Seguramente sea esta la mejor película de George Clooney como actor. Como director ya había venido mostrando sus cualidades desde “Confesiones de una mente asesina”, su primera realización en 2002, a la que siguieron “Buenas noches y buena suerte” y “Secretos de estado” (“The Ides of March”), aún en cartel en nuestro país. Clooney en verdad empezó en la televisión y sus inicios en cine hace 25 años fueron con títulos tan olvidables como “Return to Horror High” o “Retorno de los tomates asesinos”. Hubo que esperar el paso de unos diez años hasta que Robert Rodríguez lo dirigiera en “Del crepúsculo al amanecer” en 1996. De allí en más su carrera como actor fue creciendo de la mano de los hermanos Coen (“¿Dónde estás hermano?, “Quémese después de leer”) o de Steven Soderbergh (“Un romance peligroso”, “La gran estafa”). Su único Oscar como actor de reparto lo obtuvo con “Syriana” en el 2005 y ahora va por más. Claro que tendrá que competir con Jean Dujardin, cuya candidatura en “The Artist”, parece bien posicionada. Es seguramente su principal rival, al haber obtenido ambos actores sendos Globos de Oro. Similar desafío deberá enfrentar Alexander Payne como mejor director (y película) contra las once nominaciones de “Hugo” y las diez de “The Artist”. Sus chances parecen pequeñas, pero el Oscar siempre reserva sorpresas. Publicado en Leedor el 1-02-2012
“Cada miembro de una familia es como una isla de un archipiélago, cada uno forma parte de un todo, y sin embargo están solos y aislados. Y separándose un poco más cada día.” Matt King Siempre creí que una película que nos llega, nos conmueve, nos toca en forma íntima, sin usar ningún golpe bajo, es una buena película. Eso sucede con este nuevo film de Alexander Payne, que vuelve al ruedo tras siete años de ausencia." Los descendientes" es una gran película. Y no sólo por eso. Ésta es la historia de una despedida programada, la de Elizabeth, esposa de Matt (George Clooney), quien tras recibir un golpe en la cabeza en un accidente náutico, queda en coma, y por un documento firmado anteriormente, se niega a que la mantengan viva artificialmente. La situación forzará a Matt a hacerse cargo de sus hijas, de 10 y 17 años de edad, como nunca lo hizo, y lo llevará también a descubrir la relación amorosa que su esposa mantenía con otro hombre. Como si esto fuera poco, deberá lidiar con la decisión sobre la millonaria venta de unas tierras propiedad de su familia, una de las primeras familias de Hawai. Pero a su vez es la historia de este hombre, que decide salir, sin pensarlo demasiado, a encontrar al amante de su mujer. En esa búsqueda, también intentará rencontrarse con sus hijas, a quienes casi desconoce, y con su historia, la de sus antepasados tomará forma hasta revelarse con fuerza en el cierre de la cinta. Como ya lo habíamos visto en "Entre Copas", Payne maneja con suma destreza las emociones. En este guión en particular (adaptación de la novela homónima escrita por Kaui Hart Hemmings) es destacable el uso de los silencios. Se ve un equilibrio perfecto entre las escenas en las que hace falta el diálogo entre los actores, y los momentos en los que es mejor callar, y dejarlo todo en manos del ojo amable de la cámara, y las expresiones de los personajes, que dicen todo sin articular palabra. No me atrevo a decir que el manejo de los tiempos es perfecto, pero si no lo es, está lo más cerca posible. Hace tiempo que sabíamos que George Clooney no era sólo un galán de la pantalla. Lo vimos actuar en personajes muy variados, escribir, y dirigir. Pero en esta oportunidad realmente se luce. La interpretación es tan acertada, y logra transmitir todo lo que su personaje siente de forma tan inequívoca, que, más allá de lo que pensemos de ese tipo de reconocimiento, tiene bien ganado su Globo de Oro. Otra actuación que me gustó mucho es la de Shailene Woodley, que interpreta a Alex, la hija adolescente. La grandeza de esta película radica en su simpleza. La belleza de sus locaciones (transcurre en varias de las islas del archipiélago de Hawai), la forma sencilla en la que sus diálogos expresan emociones complejas. Como dije al principio, ésta es la historia de una despedida, sin embargo no hace foco en lo que se va, en lo que se pierde, sino en lo que se encuentra. En menos de un mes sabremos cómo le fue en los Oscar. Tiene cinco nominaciones, en los rubros principales: Película, Dirección, Actor principal (Clooney), Guión adaptado y montaje. Una última recomendación: la escena final no tiene diálogos (sólo se oye, accidental, la voz de Morgan Freeman como locutor de algo que está en la tele), y les va a parecer nada fuera de lo común. Tal vez lo sea, pero no se apuren por agarrar la cartera o encender el celular para irse de la sala. Mírenla. Mírenla. Y dejen que les hable.
En uno de los momentos clave de Los Descendientes, Matt King (George Clooney) conduce para encontrar al hombre que -no está seguro- contribuyó a arruinar la relación con su mujer. En el asiento de atrás está Alex (de Alexandra: es una chica... ¡y qué chica!) con su novio Sid (Nick Krause) que lanza, inoportunamente, no uno sino dos comentarios desubicados, valga la redundancia. Ese instante deviene en una amalgama emocional para el espectador: pasamos del enojo a la risa y de la risa a la angustia. Esa es la maestría que Payne ya había demostrado en sus otras grandes películas: Las Confesiones del Sr. Schmidt y Entre Copas. Lejos de señalar, condenar o santificar, los personajes de sus comedias se muestran humanos, creíbles. Podemos simpatizar con ellos porque son como nosotros. Matt King es el protagonista y el centro de la historia. Su mujer sufrió un accidente y está en coma, con las horas de vida contadas. Sus hijas tienen 17 y 10 años y él no tiene la más mínima idea de cómo criarlas, mucho menos de cómo relacionarse con ellas. Al mismo tiempo está a punto de vender unas parcelas de tierras vírgenes en su tierra natal, Hawaii. Este no es un dato menor porque la historia se desarrolla en Hawaii y es indispensable que así sea. Los hawaianos tienen una cultura muy arraigada sobre el cuidado de su tierra, aunque lo primero que haga la película sea desmentir algunos mitos turísticos sobre los hawaianos. Pero Matt sí resume el espíritu hawaiano: es un hombre de negocios, multimillonario, que piensa en las consecuencias antes de actuar y trata de evitar hacer daño a los demás, aunque parece recibirlo constantemente. George Clooney encarna a Matt en cuerpo y alma. Es notable como el actor mantiene su estilo aún con personajes tan disimiles como en El Fantástico Sr. Zorro, El Amor Cuesta Caro o Michael Clayton. Va más allá de la versatilidad: su impronta queda en esos seres que a la vez tienen vida propia. Hay un antes y un después en la vida de todos los personajes de Los Descendientes (no por nada el título hace referencia a los antepasados). La película encapsula un momento clave en la vida de uno de ellos y Clooney lo entiende. Payne también. Sabe cuándo es necesario mover la cámara y como reforzar una idea, un sentimiento. Los directores clásicos casi nunca movían la cámara (vean sino, las películas de John Ford). Cuando termina la reunión familiar y Matt avisa a todos la pronta muerte de su mujer, cae rendido en el césped. La temperatura de la imagen nos indica que la postal idílica de Hawaii puede existir en otro lado, pero no en ese. Esta no es una comedia liviana, pero sí es una película de esas que los norteamericanos denominan como feel-good movies. Los personajes quieren hacer el bien, aún cuando las cosas no les salgan como desearían. Son creíbles porque son inestables, porque ríen, porque sufren, porque lloran. Payne logra una película contemporánea y clásica al mismo tiempo. No es condescendiente ni cruel con ellos, algo muy común en la mayoría de las comedias de Hollywood. Logra que pensemos y reflexionemos, aún si no estamos de acuerdo con el camino que toman las cosas. Los Descendientes, como todo el cine de Payne, es difícil de encasillar. Se mueve con ligereza e inteligencia entre el drama y la comedia. Es provocadoramente humana. Matt King es un personaje noble, bueno, porque toma decisiones evaluando las consecuencias y pensando en su entorno. Está llena de personajes ricos pero también gracias a un elenco enorme, encabezado por una de las mejores interpretaciones de Clooney, pero con actores de reparto tan esenciales como él. Basta ver unos segundos a Shailene Woodley para entender que estamos ante una gran actriz y una enorme película.
La esposa de Matt King sufre un accidente a bordo de una lancha en Waikiki y entra en un coma profundo del cual los médicos no tienen esperanza que despierte. Enfrentado a una realidad terrible, inesperada, que lo alejará de sus tareas empresariales, Matt deberá comenzar a relacionarse con sus dos hijas. Scottie, una conflictiva y agresiva nena de diez años, y Alexandra, adolescente rebelde enemistada con sus padres. Cuando los tres vuelven a convivir bajo el mismo techo, surgirán los conflictos que terminarán por unirlos. Los King son dueños de parte de las últimas parcelas vírgenes de playa tropical de las islas, que fueron parte de un legado de la realeza hawaiana y de los pioneros de esas tierras. Mientras Matt debe decidir que hacer con ellas, Alexandra revela el secreto que tanto la distanció de su madre: antes del accidente había comenzado una relación extramatrimonial y pensaba pedirle el divorcio a su marido. Alexander Payne es un experto realizador que narra como pocos los viajes emocionales por lo cuales sus personajes (hombres vacíos sentimentalmente que deben reconciliarse con el mundo y consigo mismos) deben atravesar para renacer de sus propias miserias. En esta oportunidad, las sutilezas de George Clooney (ganador del Golden Globe por este mismo papel con el cual aspira a su segundo Oscar) y la conmovedora actuación de Shailene Woodley, hacen de ese vinculo entre padre e hija una sociedad en apariencia frágil pero intensamente valiente para enfrentar lo que el futuro les depara. Sin la posibilidad de preguntar, cuestionar decisiones y obtener respuestas por parte de una esposa postrada, inconciente y a días de morir, Matt y Alexandra se unen en el dolor para reconstruir los últimos días de quien fuera la mujer de la casa. Una historia de amor y fidelidad que emociona en todo momento.
La complaciente independencia Parece que Hawai no es, tal vez, el paraíso natural en el que muchos querrían vivir. Tras ese idílico paisaje se esconden planes oscuros. Dicen que Mark David Chapman vivía allí mientras maquinaba el asesinato de John Lennon, conmovido por la desazón existencial de Houlden Caulfield en la genial novela de Salinger, El guardián entre el centeno. Tampoco lo es, en principio, para Matt King (George Clooney), quien debe tomar decisiones importantes y la vida se le está por ir al diablo tras el coma en el que se encuentra su mujer luego de un accidente en el mar. Estamos hablando de Los descendientes, la última película de Alexander Payne, cuyo punto de partida hace temer lo peor: una voz en off omnipotente y un sabor a golpe bajo comienzan a gobernar la pantalla. A medida que avanza el metraje, el reconocimiento de artilugios ya trillados (papá que debe hacerse cargo de dos hijas, personaje secundario bobo y gracioso, enfermedad terminal, infidelidad, etcétera) son astutamente disimulados por el oficio del director para construir climas y llevar narrativamente la historia a favor de un equilibrio entre la dramatización exacerbada y la banalización de asuntos serios (una marca registrada del indie americano). De este modo, asistiremos a escenas que rozan lo insoportable (las recriminaciones sobreactuadas a un enfermo terminal), lo ridículo (buscar a un amante para despedirse) y a otras que conmueven sanamente (la inocente inutilidad del padre para encarrilar la vida familiar que es y seguirá siendo un desastre). Mucho ayudan también las actuaciones, sobre todo las femeninas (Amara Miller y Shailene Woodley, las dos hijas) para que la película funcione. Este vaivén tragicómico con fondo playero se advierte también en la forma en que Payne trabaja el espacio circundante. Hawai puede adoptar a través de ciertos planos la fisonomía de postal turística pero también está integrado a la trama familiar por el peso afectivo que tiene para los personajes. Al esfuerzo del padre por contener a sus dos hijas se sumará la importante determinación que deberá tomar en torno a un litigio que lo involucra junto a sus primos en calidad de descendientes y que puede ser determinante para los habitantes del lugar. Por otro lado, el realizador vuelve sobre la idea de una masculinidad patética y perdedora tal como lo hiciera en films anteriores. Probablemente, ha ido cediendo el terreno del humor más corrosivo a la más cómoda plataforma de la nostalgia, es decir, de la cara hinchada del decadente profesor (Matthew Broderick) en La elección (1999) a la postal de Clooney caminando por las orillas del mar en la isla. Ya en Las confesiones de Señor Schmidt (2002) y en Entre copas (2004) los sentimentalismos, aunque contenidos, reemplazaban a la gracia de aquella obra. Que Los descendientes sea una película disfrutable se debe en gran parte a ese logrado equilibrio. Su nominación al Oscar confirma también el esfuerzo autoral de una parte del cine americano actual por simular cierta independencia sin descuidar ciertos mecanismos de empatía con la industria. Habrá que esperar si la próxima película también representa una decisión importante del director o es más de lo mismo.
Han pasado unos largos siete años desde que Alexander Payne nos trajo esa entrañable película que fue “Entre copas” y con “Los descendientes” nos damos cuenta lo bueno que es ver su trabajo de nuevo en el cine. En esta vuelta, Payne se mete en el entorno de una familia y trata temas que en manos de otro director hubieran resultado pesados, sin embargo, resulta ser un film dulce sin ser empalagoso, dramático sin recurrir a golpes bajos, pero lo más importante es que crea un lazo emocional con el espectador por tocar un tema con el que cualquiera se puede identificar fácilmente. Clooney interpreta a Matt King, un padre ausente que debe hacerse cargo de sus dos hijas luego de que su esposa Elizabeth sufre un accidente y cae en coma. Matt se considera a sí mismo el “padre de repuesto”, ya que nunca tuvo una gran relación con sus hijas, pero al mismo tiempo ve el accidente de esposa como una oportunidad para empezar de nuevo y ser un mejor padre, aunque no será nada fácil. Recomponer la relación con Scottie (Amara Miller), de 10 años y Alexandra (Woodley), una adolescente de 17 serán su desafío más inmediato, sin embargo, Matt también tendrá que lidiar con la terrible noticia de que Elizabeth tenía un amante previo al accidente, mientras está en medio de una potencial venta de tierras que pertenecen a su familia. Aunque lo más interesante será ver como el engaño de su mujer está relacionado con todo lo anterior. Ante todo, Los descendientes es una película de contrastes: el paradisíaco paisaje de Hawai sirve de perfecta contraposición ante los problemas que sufre la familia King, gente que no es “inmune a la vida”, como dirá Clooney en uno de sus diálogos. Uno desde aquí quizás piensa que llevan una vida despreocupada y feliz pero Payne se encarga justamente de que algunas situaciones dramáticas ocurran en ese lugar perfecto, como una ironía, un guiño hacia la audiencia. En los papeles la película podría sonar muy sentimental (que hasta cierto punto lo es) pero al verla resulta tan compleja, con esa dosis equilibrada de drama y humor, que se nota que el director evitó ir de un extremo al otro para lograr una armonía entre esos elementos. Aquí Clooney brinda sin dudas una de las mejores actuaciones que dio en su carrera, con un personaje diferente a los que usualmente interpreta: Matt King es un hombre humilde que está dolido por la situación que el toca vivir y Clooney encarna toda su vulnerabilidad con verdadera maestría. De hecho, no creo que la película hubiera funcionado tan bien con otro actor. La joven Shailene Woodley también se luce como la hija mayor de la familia que debe superar el rencor hacia sus padres para ponerse a la altura de la situación que viven los King. Otra actriz a destacar es Judy Greer, quien tiene un papel pequeño pero importante para la historia. Más allá de ser una seria competidora para Mejor película en los Oscar, “Los descendientes” es una película emotiva que trata el tema familiar desde una perspectiva muy realista. Un film sobre las relaciones humanas y el perdón, algo que la familia siempre nos obliga a experimentar.
Leerá mucho sobre Alexander Payne. Es el realizador de varios films que combinan lo cómico con lo trágico, con acento en lo primero, e ironizan sobre el mundo y las relaciones. Ahí están Entre Copas y Las confesiones del Sr. Schmidt, sus films más conocidos en estos pagos. Pero si tuvo la suerte de ver Election o su opera prima Citizen Ruth (una extraordinaria y salvaje comedia sobre el aborto), notará que parece ir perdiendo el filo. Quizás sea una elección. Los descendientes narra la historia de un tipo en buena posición económica que, tras el accidente que deja en coma a su esposa, tiene que hacerse cargo de sus hijas adolescentes. Peor: se entera de que la esposa lo engañaba. La idea es, pues, construir una relación paternal casi imposible desde la ambigüedad de sentir, al mismo tiempo, dolor y resentimiento. Y el desafío es darle una forma cinematográfica a ese tapiz complejo. Bueno, no: Payne se dedica a escribir un texto que suena irónico, ingenioso, agridulce, perfectamente conductista incluso en sus indefiniciones (podemos decir que son “indefiniciones a reglamento”). Es cierto que no carece de secuencias emotivas, pero son eso: secuencias, malabarismos del actor para ganar el aplauso, cortometrajes dentro de un largometraje. Clooney está muy bien, pero es siempre Clooney y nunca ese personaje dispar que debe crear, por el que tenemos que olvidar a la estrella George Clooney. Un paso en falso, aunque amable.
Ante el dolor de los demás Hay algo que me resulta completamente irresistible en la última película de Alexander Payne y que aparece casi desde el vamos, acompañando ya el segundo plano de Los descendientes. El primero de los planos que vemos es una secuencia en sí misma, la imagen de una mujer con la cara al viento y expuesta a la velocidad y a las gotas del agua de mar. A los pocos segundos queda claro que la fuerza retrospectiva de la toma precedente reside en que la mujer está ahora en coma, postrada en una cama de hospital: “Hawai es como cualquier otro lado, hay tránsito, hay sufrimiento, hay inconvenientes de toda clase. Yo, por ejemplo, estos días estoy todo el tiempo lidiando con sondas, tubos y enfermeras” anuncia más o menos la voz en off de George Clooney, que encarna al protagonista de la película cuya esposa acaba de sufrir un accidente terrible. Esa voz es igual, pero igual, a la de Lou Reed cuando charla sobre el fondo eléctrico de alguna de sus canciones. El ritmo es el mismo; su intención y sus vaivenes, en los que se advierte la carga sólida de distanciamiento, aprehensión, dolor soterrado e ironía cósmica, podrían ser también los mismos que Reed hereda en parte de algunas páginas selectas de la novela negra y vuelca en su música. Como en el disco Magic & Loss, por caso, un estudio cantado con estatura de semiclásico sobre la pérdida y sobre el estupor que nos embarga a los vivos frente a la desaparición de nuestros semejantes cercanos –pero sin sus repentinos bajones de autoindulgencia rockera, en los que el espíritu de tánatos es a menudo una prolongación básica y automática del sonido de la guitarra eléctrica–, Los descendientes empieza como un golpe magnífico, actuando relajadamente pero sin concesiones sobre el espectador para sumergirlo sin que se dé cuenta en ese clima de angustia desapegada que constituye un elemento importante en el cine de Payne. La película resulta un drama pausado y elusivo, sutilmente engalanado con delicados brotes de humor que revelan una vocación por la comedia ejercida también en sordina. George Clooney juega su mejor veta humorística como padre de una chica de diez años y de otra adolescente, dos criaturas rebeldes y extrovertidas en plena guerra con las circunstancias difíciles que les tocan en suerte. Hay algo amargo y a la vez desesperadamente cómico en el modo que Clooney –que ya recibió la noticia de que su mujer se encuentra en una situación irreversible y solo es cuestión de que se decida cuándo desconectarla del respirador que la mantiene en estado vegetativo– marcha con su hija menor a la rastra para buscar a la mayor y se la encuentra de juerga en la playa. “Fuck mum!”, le contesta la chica cuando el padre le dice que vino por ella porque su madre la necesita. Los descendientes también es una comedia iluminada por dentro con el dejo de un dolor indecible, una fuerza dramática que se expande sigilosamente por su interior y le otorga ese aire tan característico en algunas películas de Payne, en especial La elección y Las confesiones del Sr. Schmidt, en las que una corriente secreta de sufrimiento no asumido se dedica a horadar la estabilidad emocional de los personajes y a conducirlos hacia un inesperado agujero negro con ribetes de tragedia absurda. El director parece sin embargo no estar preocupado por los aspectos más decididamente dramáticos de la historia que tiene entre manos. Los descendientes se despliega de manera relajada y sorpresiva en dos o tres tramas que aparentan fluir una sobre otra –la infidelidad de la mujer en coma por un lado y el asunto inmobiliario por otro, a las que se podría sumar, como una línea única, las relaciones familiares complicadas planteadas desde el comienzo: del personaje de Clooney con sus hijas, pero también con su suegro– y que en el ritmo interno de la película constituyen una serie de movimientos de deriva y concentración alternadas que se ejecutan como de casualidad y animados por una tensión invisible: a pesar de su evidente núcleo de desdicha, Los descendientes parece por momentos un objeto colorido, que se disgrega y flota ligeramente y termina envolviendo en un mismo impulso común de afecto y serenidad a todos sus personajes. Parte de la pudorosa artesanía de Payne es la de dotar al conjunto de una emoción genuina y reconocible sin perder nunca de vista del todo el trazo de contenida tristeza que recorre de punta a punta la película. Cuando Clooney se mide por primera vez con el noviecito de su hija adolescente que se está quedando en la casa familiar para contener a la chica, la película alcanza uno de sus picos máximos de comedia agridulce. El chico le describe sus destrezas en el arte de la cocina y menciona como al pasar la muerte prematura de su padre. El encuadre democrático de Payne releva a Clooney de la responsabilidad de sostener el peso de la escena y consigue de paso una cosa fundamental, que es mostrar cómo el chico se transforma y se inviste de una insospechada riqueza y complejidad ante la mirada del hombre al mismo tiempo que lo hace delante del espectador. Pero además, como un elemento extra de su ostensible devoción por situar adecuadamente a los personajes en un contexto coherente y verosímil, Payne le quita todo el lastre de tarjeta postal al Hawai de su película y se conduce con una sensibilidad creíble y gentil que hace que la belleza no impostada de las locaciones se integre con gracia y pertinencia a la acción y al desempeño de los actores. En algún punto, Los descendientes podría ser considerada también como un recorrido de las figuras por el paisaje. Hay una contundente sensación de comedia física en el trote inesperado de Clooney cuando se acaba de enterar de que es cornudo, en los recurrentes vagabundeos en auto de la familia o en las grotescas escaramuzas y pequeños actos de espionaje delante de la casa del marido infiel que tuvo una aventura con la mujer que yace ahora en su lecho de muerte. También, el notable puñado de canciones folklóricas hawaianas auténticas que puntúan el relato (no hay prácticamente otra música en la película que la de esas canciones), entre las que se destacan algunas del extraordinario Gabbi Pahinui, parece otro de los gestos de delicadeza y distinción con los que el director se empeña en apartarse de los repetidos usos turísticos de Hawai, que en Los descendientes tiene toda la pinta de ser un paraíso tan paradójico como poco probable.
Es jodido ser George Clooney. No, en serio, es jodido jodido. Bah, no exactamente George Clooney, en realidad es jodido ser Matt King, el personaje que Clooney interpreta en Los Descendientes. El tipo no gana para disgustos. Mira: Su esposa tiene un accidente que la deja en coma, lo que produce un ataque de rebeldía en su hija menor, situación con la cual no tiene idea cómo lidiar, pero que no sería tan grave si la relación con su hija mayor no fuera completamente destructiva; si sus primos no lo estuvieran apretando para que vendiera un importante terreno de la familia y su suegro no lo culpara completamente del accidente de su. Uffff. Te dije que era jodido (y eso que no te conté todo). Ahora bien, ¿cómo hace el amigo Matt para solucionar todo esto? Bueno, eso es lo que nos cuenta Alexander Payne a lo largo de la película.
De todas las obras nominadas a los Oscar este año “Los descendientes” se presenta como la menos grandilocuente en términos de producción, sin embargo brota claramente la gran idea central del guión, y si bien no termina de desarrollarse del todo, deja un mensaje interesante. Matt (George Clooney) está a cargo del manejo del fideicomiso familiar sobre la última porción de tierra virgen que queda en Hawaii, perteneciente a sus ancestros. También es padre de una familia cuya madre sufre un accidente, cuya consecuencia es el estado vegetativo irreversible. En este contexto su vida se ve alterada notoriamente, pues desde el punto de vista de las relaciones humanas hay dos cuerdas que tiran para lados opuestos. Por un lado, debe tratar de relacionarse con sus hijas Scottie (Amara Miller), de 10 años, y Alex (Shailene Woodley), de 17, en función de comunicar la noticia y fortalecer los vínculos para afrontar el problema. Por el otro, sus numerosos primos (miembros del fideicomiso) presionan para que suscriba finalmente la venta de las parcelas familiares antes de que pierdan valor, operación que además lo afectará emotivamente con alguna sospecha nunca aclarada. “Los descendientes” debe su nombre justamente a la conexión entre pasado y futuro de un linaje familiar, a partir no de la búsqueda de raíces sino de la esencia sentimental que las riegan. Alexander Payne elige instalar este concepto más sutilmente de lo que hubiera convenido para centralizar su obra en un tema que ya se convirtió en su preocupación y fuente de inspiración como artista: el hombre común sometido a situaciones que lo obligan a una difícil adaptación obligada por las nuevas circunstancias. Lo hizo con Jack Nicholson en “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002), con Paul Giamatti en “Entre Copas”(2004), y con George Clooney en el film que nos ocupa. Sucede que a diferencia de las antecesoras por querer circunvalar el melodrama termina encontrándolo al terminar la vuelta, lo cual desdibuja un poco esa idea de reconexión familiar que culmina permaneciendo oculta por debajo de la sutileza. Tengo mis dudas si la Academia de Hollywood le debe a Clooney un Oscar, considerando la larga lista de actores todavía postergados. En todo caso la actuación del galán no sería la misma sin esas dos chicas brillantemente dirigidas, la espontaneidad de Miller y Woodley, que apuntalan el trabajo de Clooney a niveles insospechados y, de hecho, son contribuyentes fundamentales al crecimiento de la realización.. “Los descendientes” propone cosas para pensar, no llega a fondo pero alcanza para tenerla como una obra correctamente culminada.
Padre de familia Esta película es buena o muy buena dentro de su categoría. El asunto es cuál es esa categoría. De una manera reduccionista podría vérsela como cine norteamericano independiente e intelectual, pero desde la vereda opuesta también merecería ser descripta como una buena película de escritorio con algo de pollo engordado. A continuación, algunas explicaciones de esta segunda caracterización que puede resultar polémica innecesariamente. La historia cuenta cómo un hombre debe lidiar con varias situaciones difíciles: el trágico accidente de su esposa, dos hijas descarriadas, una infidelidad, y la venta de unas tierras heredadas que forman parte de la historia y la tradición de Hawai, con una cohorte de primos pugnando por sus intereses en mitad del asunto. El caso es que este material que a un Proust, un Dostoievski o a un Thomas Mann los hubiera llevado a escribir miles y miles de páginas, termina mordiéndose la cola en una hora y 45 minutos de película. ¿Cómo es posible que el amigo de la hija adolescente que pasa unos días con la golpeada familia pueda entender las dudas paternales de Matt King (George Clooney) durante una charla madura, casualmente porque a él también se le murió el padre hace menos de un mes? Posible es, pero no resulta verosímil en el contexto del filme. ¿Y cómo es posible que Matt King visite al hombre que lo engañaba con su mujer para pedirle que la visite al hospital? ¿Y que la esposa de ese hombre, enterada hace horas de que ella es la otra víctima del adulterio, lleve flores personalmente a la habitación de la accidentada? Resulta poco creíble, y estos detalles son muy importantes. Al final, da la impresión de que esa historia en circuito cerrado hubiera sido engordada con esas situaciones, para hacer más dramática la película o para extenderla, y el todo asume un regusto a artificial, a relato trabajado y trabajado en un escritorio, sin aire puro circulando, que le quita valor. Pero pareciera por lo aquí dicho que Los descendientes no es una buena película, y no se trata de eso. Está bien llevada, bien actuada, y tiene una fotografía y una música sencillamente sensacionales. Sin embargo, no sobresale demasiado como para tener tantas nominaciones al Oscar (cinco) en gateras. Ya se sabe que no todo lo que brilla es exactamente oro.
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Esos lazos de la familia Es una candidata al Oscar, George Clooney actúa en un rol mucho más dramático si se lo compara con la mayoría de sus producciones, pero no por eso es una gran película. La acción se desarrolla en Hawai, a partir de la historia de un padre que tiene a su mujer en coma, y debe afrontar su derrotero con dos difíciles hijas adolescentes y un grupo de primos que mueren por sacar ventaja de un negocio famiiar. Los momentos más brillantes del filme de Alexander Payne (cuya mejor carta de presentación es “Entrecopas”) es cuando la trama se codea con la comedia y el buen modo en que el director muestra la calidez de los vínculos familiares. Lo peor es cuando la cámara se detiene excesiva cantidad de segundos sobre el rostro muribundo de Elizabeth, la madre de los secretos. Para ver y reflexionar.
El tiempo está suspendido en un paréntesis La trompada de Robert Forster. En verdad, sólo un retazo del film. Pero lo de Forster tiene su alusión porque es un actor que es un gusto ver, creíble en su papel de padre que asiste la situación límite de su hija, de abuelo sin abrazos, de suegro con reproches, de marido cariñoso, de hombre de piña anunciada. Todo lo que haga será siempre bienvenido: desde su participación en la serie Alcatraz hasta el fresco black?setentista Triple traición (2007), de Quentin Tarantino. Otro retazo: los mofletes, whisky, pelo largo y bermudas, de Beau Bridges. Tanto hace que no se le ve y tan parecido como está a su hermano Jeff. Hablar arrastrado, confuso, la mirada caída, mucha panza; baker boy que, ojalá, tenga más aparecer de aquí en más. Uno más: los dos besos que George Clooney da a dos mujeres. El primero de ellos como resolución cinematográficamente feliz para un conflicto que el espectador habrá de revelar. En verdad, ya no se trata de retazos. Clooney compone a un esposo fiel, que ya no habla(ba) con su esposa, que maneja distintas facetas, que trabaja aún cuando el dinero heredado de los tatarabuelos sea suficiente, padre desorientado y superado por sus hijas, más una historia con la que lidiar y que es, en instancia última, oportunidad de resolución personal y familiar. El actor está nominado al Oscar, en el marco de una película que alcanza los rubros de mejor film y mejor guión adaptado (a partir del best seller horriblemente escrito por Kaui Hart Hemmings). También nominada en la categoría mejor dirección. Alexander Payne, a juicio de este cronista, tiene mejores películas. Entonces: Los descendientes es muy prolija, tiene un proceder que ahonda en los conflictos mientras evita lugares comunes o lágrimas torpes. Sabe a la vez cómo exponer la comodidad de una clase ociosa e improductiva que vive de rentas; tal es el caso de la maratón de primos que rodea a Clooney, quienes nada hacen porque otros ya hicieron antes por ellos. Los descendientes, por eso, será título de comprensión doble: tanto por lo que sucede a Clooney e hijas, como por lo respectivo a la oportunidad de venta millonaria de la tierra familiar heredada. El film de Payne provoca, a través del coma sufrido, una ilusión de tiempo suspendido. Como si lo que le pasa a la mamá/esposa/hija/amante constituyese un paréntesis. Dentro de éste sucede todo el film. Valdrá por ello señalar la elipsis dada a partir de la primera imagen de la película. El tiempo podrá volver a suceder cuando el paréntesis se supere y, como consecuencia, se reordenen afectos, se superen dolores, y se pueda despedir, por fin, a la persona querida.
Muerte en Hawai Los Descendientes es lo nuevo del talentoso director y escritor Alexander Payne ("Las Locuras del Sr. Schmidt", "Entre Copas"), un drama familiar que pisa fuerte para los próximos Oscars. Debo confesar que me encantan las historias que crea Payne, esa combinación de drama y humor ácido que pasea al espectador por escenas de lo más convencionales y al instante lo sumerge en una dimensión desconocida de bizarreadas que resultan tremendamente atractivas. El hecho de que un film dramático tenga lugar en Hawai es genial. El ojo cinematográfico que posee el director y escritor está muy bien entrenado, sabe que resaltar para crear una gran historia a partir de una premisa simple. Los Descendientes profundiza sobre los dramas familiares, algo efectivo pero ya visto miles de veces en el cine, por lo que la clave pasa en el cómo retratar la interacción familiar. En este caso, un padre distante debe hacerse cargo de sus dos conflictivas hijas luego de que su esposa sufrieran un grave accidente que la dejó en coma irreversible. En la búsqueda de recomponer la relación, Clooney se enterará de que su entorno le ocultaba ciertas cuestiones que lo harán replantear su vida y sus decisiones. La película trata en unos de sus puntos fuertes sobre esta cuestión, las decisiones, como ciertos eventos pueden cambiar el punto de vista de una persona al punto tal de producir un cambio real en su forma de encarar la vida. Por otro lado, expone las interacciones familiares magníficamente, con la seriedad que merece, pero a su vez le imprime un poco de bizarreada a lo "Padre de Familia" (salvando las diferencias, claro está). Gran actuación de Clooney. Es profunda, dramática, inteligente, con humor ácido del bueno y momentos que hacen reflexionar y emocionar sin golpes bajos. Una muy buena opción para disfrutar cine del bueno.
Un tropiezo llamado muerte Alexander Payne, conocido por sus realizaciones “La elección”, “Entre copas” y “Las confesiones del Sr. Schmidt”, mantiene cierta coherencia en sus temas preferidos con su nueva película, “Los descendientes”. Renombrado como director indie dentro de la maquinaria de Hollywood, bucea en cuestiones psicologicistas. Sus relatos ponen el acento en el universo interior de los personajes y cómo, por alguna eventualidad de la vida, ese escenario sufre modificaciones, más o menos conflictivas, según la manera en que se perciba la nueva situación desde la perspectiva de los protagonistas. Sin apartarse un ápice de lo que aparenta ser lo más normal del mundo, lo menos extraordinario, incluso hasta feo o que no responde a los cánones de belleza del mercado, Payne se esmera por poner a sus personajes en eventualidades comunes y corrientes, que sin embargo tienen su carga trágica. En esta oportunidad, cuenta la historia de un padre de familia, de mediana edad, que debe hacer frente a un hecho que conmociona totalmente su existencia. Su esposa ha sufrido un accidente que la deja postrada en estado vegetativo y debe hacerse cargo del cuidado de sus hijas, una niña de diez años y una adolescente de diecisiete. Matt (George Clooney), el padre, es un hombre adinerado integrante de una familia tradicional de Hawaii, y el accidente de su mujer, Elizabeth, lo sorprendió lejos de su hogar, en viaje de negocios. Al principio, no consigue asimilar del todo el golpe y pretende recomponer las cosas, alienta la esperanza de que su esposa despierte, recuperar su matrimonio e iniciar una nueva etapa, en la que promete atender mejor a su familia. Es evidente que está en pleno estado de shock y no sabe ni por dónde empezar, entonces lo que reclama es que su mujer vuelva. Pero los médicos se encargarán de colocarlo ante la difícil e irreversible realidad, Elizabeth está en una situación de muerte cerebral y ya nada se puede hacer. No obstante, le dan unos días a Matt para que comunique la gravedad de la situación a las niñas, a los parientes y a los amigos, para que tengan tiempo para despedirse y así poder continuar con los procedimientos protocolares que se siguen en estos casos (donación de órganos, etc.). Da la impresión de que la vida en Hawaii es verdaderamente paradisíaca. Mansiones confortables, una naturaleza maravillosa, calles tranquilas y limpias, y gente descontracturada en ropa playera todo el día, aun en las reuniones de negocios. Y además, aparentemente, un sistema legal moderno y que funciona, que no deja nada librado al azar. Duelo personal En ese marco de contención, el único y verdadero problema de Matt es el duelo personal y cómo reorganizar su vida de ahora en más. Y en eso se concentra la película. Así, en plena crisis, se enterará de algunos secretos dolorosos que guardaba su mujer y se enfrentará a la impotencia de no poder discutir con ella, ni poder resolver la situación juntos. Se apoyará en sus hijas y también recibirá el afecto de un nutrido grupo de amigos. Aunque simultáneamente tendrá que seguir con los negocios familiares, que involucran a varios primos, todos herederos de una buena porción de tierra virgen en la maravillosa isla. Y resulta que Matt es el administrador que debe resolver la venta. Pero la muerte de su mujer hará que se produzca un cambio de planes también en ese aspecto. La película de Payne se concentra en la transformación que en pocos días sufre este hombre y cómo de la crisis parece surgir un nuevo proyecto de vida. Matizado con algunos momentos de humor, aun en medio de la tragedia, con ese tono algo liviano característico del director, la película se disfruta precisamente porque ni el dolor es tan agobiante ni la situación es tan desesperada. La única que está verdaderamente jodida es la accidentada, pero como ya no siente nada, en realidad lo único que deja es un vacío al que los demás deberán adaptarse lo más rápido posible. Muy buena la fotografía, Clooney está correcto y hasta incluso llora lágrimas que parecen verdaderas, y las niñas logran una buena química con él. Es una película que se deja ver de manera confortable y de paso, recrear la vista con paisajes hermosos.
El paraíso vestido de gris Las malas noticias llegan primero. O al menos así lo creía Matt King (un muy preciso George Clooney) encargado de cuidar de su esposa, víctima de un accidente náutico que la deja en coma profundo. Las cosas, sin embargo, tomarán un nuevo curso cuando este abogado, que reside en Hawai junto a su familia, se entere por boca de su propia hija que aquella mujer cuya vida pende de un hilo mantenía una relación extramatrimonial. A partir de este conflicto, el realizador Alexander Payne (Omaha, EEUU, 1961) desarrolla una historia donde la culpa, el perdón, las segundas oportunidades y el concepto de familia (en su percepción más occidental) se ponen en juego. Nominada a cinco premios de la Academia de Hollywood, Los descendientes merodea entre el drama y la comedia. Mientras el protagonista debe aprender a llevar adelante esta inesperada nueva realidad, se verá obligado a apoyar/enfrentar/conocer a sus dos hijas adolescentes, con quienes tendrá que estrechar vínculos forjados hasta entonces (al menos desde el lugar paterno) por premisas materiales. El director de Entre copas (2004) y Las confesiones del Sr. Schmidt (2002) se apoya en sus personajes para reflexionar sobre algunos de los temas más sensibles sin caer en regodeos ni golpes bajos. En este sentido, bien puede pensarse en puntos en común con otros exponentes del cine indie norteamericano: Tamara Jenkins (La familia Savage), James C. Strouse (Ella se fue) y Noah Baumbach (Historias de familia). Indispensablemente apoyada en la relación entre sus personajes, el trabajo de todo el reparto es de una precisión milimétrica. Además del ya mencionado Clooney, el trío de jóvenes que lo acompaña durante su revelador recorrido (Amara Miller, Shailene Woodley y Nick Krause) y algunos secundarios que prometen besos robados, golpes con aviso y conflictos familiares por parcelas de tierras vírgenes pertenecientes a la familia King, terminan por cerrar un círculo de subtramas que atrapan y emocionan en igual medida. No deja de haber, sin embargo, cierto exceso en la utilización de la banda sonora en pasajes concretos, de los que Payne logra salir ileso por su astucia cinematográfica, siempre dispuesta a privilegiar la atención del espectador antes que la utilización demagógica de los hechos. “¿Acaso creen que somos inmunes a la vida porque vivimos en el paraíso?” se pregunta la atormentada figura central. Pues la ecuación bien podría ser invertida: no hay paraíso sin los detalles que hacen inmune a la vida. Con semejante lema, Los descendientes (los que son, los que serán) plantea que sin importar dónde, la mejor manera de seguir adelante es con un corazón en paz.
The Descendants es una película coherente con la trayectoria del realizador Alexander Payne, uno de los mayores exponentes del cine tragicómico actual. Sin estar a la altura de dos grandes películas de este director, a las cuales tengo mucho aprecio, como son Election y Sideways, logra resultar en una correcta mezcla de drama y humor como las que él acostumbra. George Clooney lidera en gran forma un elenco de actuaciones notables, destacándose también los ignotos Shailene Woodley, como su hija mayor, y Nick Krause, como el amigo de esta, con quienes formará un trío sostenido en la pena y en la búsqueda de un futuro mejor a un presente doloroso. Payne sitúa su infierno familiar en el paraíso terrenal por excelencia, Hawai. Matt King lo sabe y reflexiona sobre ello con su voz en off, asegurando que sus amigos creen que porque vive allí es inmune a la angustia, del mismo modo que todos lo hacemos. El sitio que es sinónimo de vacaciones ideales, relajamiento, paz y armonía, es aquí desacralizado hasta el sentido más primigenio de sus habitantes, el hogar. Allí se habla, como en cualquier lugar, de infidelidades, matrimonios en conflicto, rehabilitación y estados comatosos, aunque se lo haga en bermudas, ojotas y camisas floreadas. The Descendants se dirime entre las dos grandes obligaciones del personaje de Clooney, la recomposición de su golpeada familia y, el aspecto más fallido de la producción, la decisión de vender o no las últimas parcelas de tierra virgen heredadas por su familia tiempo atrás. Si, esto segundo hará posible la participación de Beau Bridges, a quien siempre es bueno ver, pero también dará vía libre para que el film de algunas vueltas sobre sí mismo, demorando la llegada a conclusiones y restando fuerza a la búsqueda de un cierre para con su quebrado matrimonio.
Se están acercando los Oscar, estoy intentando ver todas las nominadas a mejor película, y ayer añadí una mas a mi lista de “ya vistas” que es la pequeña pero poderosa película de Alexander Payne: “Los Descendientes”. Luego de que su mujer sufra un accidente que la dejara en coma, Matt King (interpretado por George Clooney) un abogado adicto a su trabajo y dueño de hectáreas de terreno virgen en Hawaii, debe retomar su lugar como padre de sus dos hijas y reencontrarse con el legado de sus antepasados. Muchos acusan a esta obra de Payne, como una simple película para Televisión, sin ningún recurso visual estrafalario, sin una fotografía impactante (que es compensada con la belleza de algunas locaciones, aunque nos muestre un Hawaii fuera de lo turístico, el real), y se equivocan. Esta es una película sólida, fuerte, que no necesita de nada extra para atrapara y conmover, mas que un excelente guión, y geniales actuaciones. Payne, como nos tiene acostumbrados, siempre juega con lo tristemente gracioso, se acuerdan de “Las confesiones del señor Shcmit” y el chico africano al que le pagaban su educación??, o el ojo hinchado de Matthew Broderick cuando lo pica la abeja? o el personaje de Paul Giamatti en “Entre Copas”? bueno los Descendientes no es la excepción y Payne nos pone en medio de algo triste y dramático, algo sutilmente gracioso (como verlo correr a George Clooney por la calle con náuticos). Nos mete en el medio del drama a un personaje como Sid (un amiguito de su hija adolescente problemática, interpretado por Nick Krause) que es la voz de la llaneza total, que aporta momentos geniales y bastante incómodos. Además una vez mas Payne aborda la vida de un personaje que pierde a su mujer y busca retomar su vida. En este caso como en “Schmidt”, la mujer de Matt King sufre un accidente, y el descubre que lo engañaba, teniendo que lidiar con el dolor de la perdida de un ser querido y el dolor y resentimiento del engaño. Las actuaciones son geniales, tanto de Clooney que demuestra ser un actor tan versátil que impresiona, como de los actores de reparto, por ejemplo el genial Robert Foster, que aparece poco en la película pero sus momentos son perfectos. Shailene Woodley, además de ser hermosa, esta impecable como la hija conflictiva, y tiene momentos como la escena en la pileta que es sublime. Aquí también se ve la mano de los grandes directores en un niño, Amara Miller, quien interpreta a Scottie, la hija menor de el personaje de Clooney, esta tan bien llevada, su personaje (como todos en la peli) nos hace sentir total empatía por la situación que esta atravesando. “Los descendientes” es un tanquecito sólido que, puede hacerse un camino directo a la estatuilla, por medio de la sencillez y potencia de su guión, el camino del perdón y del adiós, el dolor, y el redescubrimiento de los legados.
Paraíso Hawaiano A Matt King (George Clooney) las cosas no le han salido bien ultimamente, su esposa tuvo un accidente en el mar y está en coma, así que debe hacerse cargo de sus hijas sin saber mucho al respecto, una de 17 "toda-rebeldía" y una de 10 -que se las trae-, encima asoma el fantasma de la desconfianza con la posibilidad que su mujer estaba en plena infidelidad, y finalmente debe por su trabajo, vender unas tierras vírgenes hawaianas que han pertenecido por generaciones a su gran familia de primos y parientes. El director Alexander Payne es un dignísimo buceador de los personajes naturalistas ante situaciones, y sino recordar ese jubilado de Jack Nicholson en "Las confesiones del Sr. Schmidt" (2002) que hallaba varias encrucijadas en su vida, y además todas al mismo tiempo, o los dos amigos de "Entre Copas" (2004) -quizás su mejor filme-, que debatían y escanciaban vinos en medio de ambiciones fallidas y su juventud marchita. En "Los Descendientes" vemos al protagonista replantearse su vida, y con un panorama ante él de desiciones significativas a tomar. Con momentos de humor, y el telón de fondo de un espectacular Hawaii en destacada fotografía, con actuaciones de relevancia: Clooney va para el Oscar seguro, pero las dos que van de hijas son maravillosas actrices, suma el abuelo insoportable de Robert Foster y un reaparecido Beau Bridges como un primo, y finalmente un filme muy bueno, disfrutable, recomendable de ver. Payne aún sigue garpando, diría un amigo.
¿En busca de la felicidad? La múltiple ganadora de los Globos de Oro (mejor película dramática, guión y actor protagónico) fue la halagada Los descendientes, de Alexander Payne (Entre copas, Sr. Schmidt), un drama “sobre la vida” que abarca temáticas tan vastas como el amor, el odio, el rencor, la muerte, la familia, los legados, los engaños, la adolescencia, la madurez, la venganza, el desamor... ¿Demasiado para un solo filme? Parecería que sí, aunque Payne resuelve bastante bien sus premisas sin voces declamatorias. “La gente que no es de acá cree que los que vivimos en Hawai nos la pasamos en la playa, surfeando. Yo no me he subido a una tabla en décadas”, dice Matt King (George Clooney) por medio de una bastante injustificable voz en off, que aparece arbitrariamente a lo largo del relato y deja de aparecer de repente. Con esa frase King ilustra que es un hombre ocupado, a cargo de grandes decisiones, como la venta de un terreno familiar de los primeros terratenientes de la isla perteneciente a todos los herederos de su familia. A pesar de esa frase, la primera escena del filme nos muestra a una mujer viajando felizmente en una lancha a alta velocidad, lo que justifica el pensamiento que King quiere desterrar. La mujer es su esposa y en la siguiente escena nos enteraremos de que ha sufrido un accidente en ese viaje y ha quedado en coma, por lo que King deberá encargarse de algo de lo que se ha mantenido ajeno toda su vida: el cuidado de sus hijas, Alexandra (Shailene Woodley) de 16 y Scottie (Amara Miller) de 10 años. La pandilla va en busca de la verdad. A partir de esos disparadores, Payne trata las temáticas mencionadas anteriormente a través de un guión muy consistente por momentos, bastante cómico en determinadas escenas, pero también casi ridículo en algunas ocasiones. Básicamente, el guión funciona muy bien en la estructura general, en la gran mayoría de las situaciones dramáticas. Por otra parte, centra su arsenal cómico en el personaje de Sid (Nick Krause), el amigovio de Alexandra, la hija mayor (la escena dentro del auto es hilarante). Y sin embargo, se torna excesivamente extraña e inexplicable en la repetición de un recurso que se utiliza mucho en el cine, pero que aquí está usado de una manera rara y retorcida: varios personajes deciden hablarle a la mujer que permanece postrada y en coma. Lo inusual es que nunca son discursos en privado, sino en presencia de algún tercero. Y nunca son palabras bonitas, sino insultos, lo que implica que el tercero presente tenga que intervenir. Es probable que se trate de un recurso buscado con intención humorística, pero francamente le quita al relato mucha de la verosimilitud y de la seriedad con la que se desarrolla durante el resto del metraje. Shailene Woodley, un gran descubrimiento. La actuación de Clooney es muy buena y por eso se lo ha elogiado desde cada crítica que he leído. Pero también es cierto que Clooney desde hace rato viene demostrando que no es un actor del montón. Su performance en la atrapante Michael Clayton no tiene nada que envidiarle a esta, por nombrar sólo una. Vale la pena nombrar al resto del elenco, encabezado por Woodley (muy interesante, para poner atención a esta promisoria actriz) y Miller, pero también por Robert Forster como el suegro de King. Y por qué no mencionar a Krause cuyo personaje es increíblemente tonto, pero que concentra en su papel todo el contenido cómico del filme y logra hacernos reír bastante. El tipo de plano con el que Payne me aburre. Si bien el guión de Payne es muy llevadero y atractivo, se le nota su falta de tino tras las cámaras. Su nominación a mejor director es realmente exagerada y una injusticia para Fincher que no está ternado por La chica del dragón tatuado. Payne cansa con sus primero planos centrados, con personajes dirigiéndose a cámara (hablan y caminan hacia ella) y con imágenes poco cuidadas y faltas de estética. Promediando el metraje se puede hallar una escena en la que varios personajes miran una playa lejana desde lo alto de una colina. Luego de un paneo por sus rostros, Payne opone otro paneo general, en la dirección contraria y desde lo alto que no solo resulta excesivo o inútil desde lo descriptivo, sino que llega a ser algo chocante por la confluencia de movimientos de cámara. Los descendientes es una película interesante, llevadera y entretenida. También es profunda por momentos y llega a conmover. Es un filme que propone mucho y que nos mete de lleno en los personajes, nos identifica con ellos. Cuenta con un guión sólido y, esporádicamente, se vuelve muy graciosa. Sin dudas es una buena película y es muy recomendable, aunque tenga algunas falencias. Esas falencias son suficientes como para que no se trate de un filme deslumbrante o memorable. Pero no estuvo tan lejos.
LA ENTREGA Alexander Payne, director de grandes películas como La elección (Election) y Entre copas (Sideways), nos entrega en Los descendientes (The Descendants) una nueva historia de personajes que deben salir adelante en sus vidas. Aquello que se entregaba en el tiempo parece haberse interrumpido. Esta cadena cuyos eslabones están afianzados por la herencia se ve debilitada al atravesar la época actual. Las condiciones de vida “modernas” encadenan a los hombres, esos mismos sujetos descendientes de la tierra que están por rifar, con otras fuerzas. Sin embargo, aquellos enlaces no los atan de manera definitiva, no tienen un sustento ancestral. Se ven cautivados por el dinero, la prosperidad económica; engarces temporales, sujetos a variables tan efímeras como aniquiladoras. Aquí tenemos los dos eslabones con los que Alexander Payne, director de Los descendientes (The Descendants), monta la cadena que constituye su película: tierra y tradición. Tierra Matt King (George Clooney) es un abogado especializado en bienes raíces, descendiente de una de las familias pioneras del pueblo hawaiano. La preservación de la tierra en Hawai no es una cuestión accesoria. Por el contrario, ese pueblo mantiene un cuidado y respeto por su tierra porque ella simboliza aquello de donde descienden. Los hawaianos se consideran descendientes de su tierra y por ello sostienen que la tierra no es propiedad de nadie. Matt King entra en conflicto con esta concepción desde su profesión: él administra la tierra, dispone sobre ese bien heredado. King vive en una época secularizada, su familia parece haberse independizado del legado progenitor: está por concretar la venta del último espacio virgen de la isla heredado de sus antepasados. Esa transacción significará la seguridad financiera de toda la familia interesada directamente en ello (parte representada por los primos de King) y la ruina de la familia directa de Matt (sus hijas Alexandra y Scottie). La grandeza de Payne consiste en atravesar este conflicto con planos donde los objetos y los personajes se muestran atravesados por esta tierra (humus). Cuando Matt visita las tierras en cuestión, junto a sus hijas y a un primo, el jeep blanco en el que viajan aparece completamente cubierto por la tierra que se ha ido levantando en el camino. Al llegar al inmenso predio, la familia baja del vehículo; vemos en detalle (si bien en un plano general) como sus pies casi descalzos (los pies descalzos de Matt y de otros personajes son una constante en toda la película) recorren la zona. El sonido en esta escena no tiene un papel menor. De forma delicada escuchamos el océano, visto en el primer tercio del plano, que humedece la tierra volviéndola hermosa y marrón. El protagonismo sonoro del océano dura muy poco, se funde con uno de los agradables ukeleles que escuchamos en toda la hermosa banda sonora. Esta secuencia es otro perfecto ejemplo de como Payne nos indica que Matt no tiene las ideas tan sólidas en cuanto a la venta. No podemos obviar otro plano donde lo humilde, en relación al humus, tiene una importancia fundamental. Matt sale de la reunión en donde ha comunicado a sus amigos que han desconectado a su esposa, quien se mantenía en coma, asistida artificialmente, tras un accidente acuático, y su muerte es inminente. El plano es general, la angulación de cámara entre picada y cenital, la luminosidad y los colores rutilantes de los paisajes hawaianos se oscurecen, Matt se desploma de rodillas sobre la tierra reconociendo esa humildad característica de la condición humana. Tradición Matt King será el encargado de lidiar con esa entrega. Las fotos de sus antepasados, su voz en off contando el legado familiar, la situación dividida de su familia (tanto sus primos luchando por los intereses de la tierra y sus hijas intentando reacomodarse luego del accidente de su madre), son elementos narrativos mediante los que Payne va a encaminar y reforzar aquella cadena amenazada. Matt es quien representa el vehículo para la entrega. Él comunica las noticias, él debe guiar a sus hijas más allá de la situación de su madre, él deberá entender la importancia de la tierra para un pueblo ligado a ella desde su origen, él necesitará perdonar para poder seguir junto a sus hijas. La redención está directamente ligada a la entrega de la tradición desde su etimología. En Los descendientes, Payne logra exponer este concepto en un maravilloso plano, otra vez entero, en donde Matt y sus hijas celebran un ritual funerario. Allí Matt, Alexandra y Scottie se unen finalmente junto a su madre mediante sus leis de flores hawaianos que expresan amor infinito.
CENIZAS DEL PARAÍSO En cuestión de días y al mismo tiempo, el hawaiano Matt King (George Clooney) tiene a su esposa en coma, debe hacerse cargo por primera vez seriamente de sus dos hijas siendo y sabiéndose “el padre suplente”, una de ellas le cuenta que su madre le era infiel tras lo que viaja a conocer al amante y tiene que decidir la venta de unas tierras paradisíacas sobre la cual hay presiones contradictorias entre -por un lado- su familia y -por el otro- todo el resto de la población.
Extraños en el paraíso Alexander Payne es un realizador que en anteriores trabajos ("Entre copas", "Las confesiones del Sr. Schmidt") ha demostrado un particular talento para contar historias en las que confluyen el drama y el humor; en este filme es también uno de los responsables del libreto (que logró un Oscar en el rubro mejor guión adaptado), y reconfirma sus antecedentes al combinar con enorme eficacia situaciones profundamente dramáticas con remates hilarantes. Payne se las compone para elaborar un cuidadoso relato de las desventuras de Matt, el protagonista, y en las primeras escenas (con la ayuda de un algo obvio relato en off) pinta sin medias tintas la situación a partir de la cual va a desarrollar la historia: la esposa de Matt está en un coma del que no va a despertar, y el hombre tiene que lidiar con sus dos hijas, las que -hasta el momento del accidente- son prácticamente dos extrañas para él. Una dramática revelación le dará un giro inesperado a la historia y acentuará la crisis del protagonista, y todo esto, en momentos en que debe tomar una trascendental decisión para cerrar un negocio inmobiliario que afecta a toda su familia. Fiel a su estilo, el director combina situaciones de hondo dramatismo con toques de humor a lo largo de todo el filme. Payne acertó al elegir a George Clooney para encarnar a Matt King; candidato a un Oscar que no ganó, el actor se aleja de la figura de galán para transmitir con excelentes y sutiles recursos los diferentes estados de ánimo que atraviesan al personaje. Clooney está satisfactoriamente respaldado por el resto del elenco, en el que se destaca la joven Shailene Woodley (la hija mayor, un personaje complejo y contradictorio) y el veterano Beau Bridges (uno de los primos de Matt, desesperado por cerrar la venta de los terrenos). Es verdad que ciertos giros de la trama pueden resultar predecibles, pero también lo es el hecho de que la historia atrapa y convence, y que la narración se desarrolla sin tropiezos a lo largo de casi dos horas.
Después de la última ceremonia de los Premio de la Academia, siempre nos quedan varios títulos anotados por ver; y la verdad es que, aunque para muchos de nosotros estos premios sean muy arbitrarios y poco confiables, siempre terminamos interesándonos en algunos de los films premiados. Entre ellos, me viene llamando la atención desde hace un tiempo, Los Descendientes (The Descendants, Alexander Payne, 2011). El nuevo trabajo de George Clooney que ha dejado a más de uno con la boca abierta por su actuación. Matt King (George Clooney) es un abogado que está atravesando un momento bastante difícil: su mujer yace en coma y ha quedado a cargo de sus dos hijas, Alex (Shailene Woodley) y Scottie (Amara Miller) de las cuales nunca se había encargado, tiene sobre sus espaldas la decisión de vender o no la tierras que heredó de sus antepasados y se entera que su mujer lo ha estado engañando desde hace tiempo. La historia está basada en la novela de Kaui Hart Hemmings. La película nos recibe con un paradisíaco escenario hawaiano y una voz en off dándonos las razones sobre por qué no debemos pensar a esta isla como un paraíso. A partir de aquí asistiremos al declive de un hombre que parecía tenerlo todo y que desde el accidente de su mujer se verá obligado a encontrarse con espacios de su vida que habían sido dejados de lado. Lo primero que podemos pensar de esta historia es que ingresaremos en un denso drama; pero no es así, porque si bien estamos envueltos por una historia súper dramática, un condimento esencial del film es el patetismo: Matt King se encuentra en un estado de patetismo y todo lo que lo rodea lleva una carga irónica que lo incrementa. Su hija mayor drogadicta acompañada de su estúpido novio, su hija menor que ataca a sus compañeras del colegio, el amante de su esposa, sus particulares parientes, etc. Esto lleva al film a distintos pasajes tragicómicos que permiten que se mantenga un ritmo interesante y llevadero. Y en este sentido es donde más advertimos el singular trabajo de Clooney; que deja de lado el legendario galancete, carga esta mochila de problemas y adopta un semblante que todo lo dice. Realmente todo su cuerpo se modifica y puede, con una expresión, transmitirnos esa desesperación interna que por fuera debe verse como serenidad y control de la situación. Entra en lo tragicómico, en el grotesco, porta la mueca que define todo. Resulta verdaderamente contrastante el espacio geográfico elegido con el ánimo de los personajes y la historia, ya que mientras observamos un paisaje privilegiado y de ensueño sabemos que asistimos al derrumbe de un hombre. Lo interesante es que el espectador transita junto a los personajes el “breakdown” y luego la salida a flote, con todos su altibajos, pasajes cómicos y sumamente bajos. Si bien el film se presenta bastante liviano, con una historia cotidiana y simple, creo que se disfruta minuto a minuto porque se logra una gran identificación con el público. Matt King es tan común que conmueve, hace que nos sensibilicemos y solidaricemos con el personaje. Creo que cumple su misión: no impresiona, sólo nos lleva a la interioridad de cada personaje y nos acerca de una forma genuina.
Alexander Payne dirige con talento esta historia que habla de un grupo poderoso de Hawai, una suerte de aristocracia, y a la vez del destino individual de su protagonista, que debe dejar de ser padre ausente para recomponer su grupo familiar frente a una situación límite. Situaciones complicadas con secretos revelados y un suspenso emocional para el espectador. George Clooney despliega su sensibilidad y se lleva la empatía del espectador. Conmovedora.
EL DRAMA HUMANO Cada cual con su color El qué hacer con la muerte, y sobre todo, el qué hacer con la vida, son los dos pilares fundamentales del existencialismo, no solo como pensamiento, sino también y sobre todo, como práctica viva: existir; tener vida; transitar la angustia de una vida sin garantías; buscar el modo de trascender, de traspasar los límites de la experiencia posible; avanzar a ciegas; y así, sin nunca llegar a saber, relacionarse con los demás -entes tan existentes e incomprensibles como nosotros mismos-. Así es que, entre existencias, nos encontramos cuerpo a cuerpo con Matt King (George Clooney), un padre de dos hijas que se cuestiona, tal personaje Shakespeareano, entre el "vivir" y su no-vivir, mientras pasa las tardes en una habitación de hospital viendo cómo su esposa, irremediablemente y sin elección, lucha contra la muerte, luego de haber sufrido un serio accidente en el mar. Suceso inesperado que como todo accidente podría haber sido evitado pero que azarosamente sucedió, y previo al cual fuimos testigos, en el momento mismo en que miramos aquella sonrisa jovial y aventurera, aquel aire vital e incorrompible con el cual abre la película: la esposa de Matt, Elizabeth, andando en moto acuática, viviendo y sintiendo, sin saber. El guión de la película es una transposición de la novela homónima de Kaui Hart Hemmings, escritora de orígen hawaiano. Y en vez del accidente en cuestión, un suavemente abrupto fundido a negro nos lleva a los créditos iniciales del film, a un diseño colorido y floreal, a una música autóctona de la isla de Hawái y a un gran desconcierto. El mismo con el que nos encontramos a aquella mujer rubia que minutos antes sonreía implacable, ahora con la boca abierta, los ojos cerrados y una mezcla de cables y aparatos médicos que la rodean. El mismo que, contra lo que uno conoce o espera ver, nos mostrará una Hawái gris y pesada, entre lluviosa y nublada. Intención estética, cromática. Puesta en escena. Un clima y un color que exterioriza las emociones, que acompaña y sostiene el cuadro de los personajes. Con un mar que aparecerá siempre de fondo, como presencia abrumadora, como inocente y traicionera naturaleza. Como protagonista secreto, camuflado en su grisácea opacidad. Para afirmar esto, basta verlo a Clooney corriendo por la playa y por sus pensamientos, con un cielo maravillosamente gris acompañándolo. Y basta verlo también a lo largo de todo el film, a lo largo de su proceso y de su viaje, de su gestualidad y sobre todo de sus reacciones, para afirmarlo como un gran actor, que comprende que la impotencia y fragilidad de su personaje ante lo que le toca afrontar, puede simplemente verse reflejada en su modo de caminar y de moverse, en su modo de correr desarmándose. Frágil es Matt King aunque se muestre duro e impenetrable. Sensible es, aunque se muestre distante. Es Matt King quien le dice a su esposa, entre reflexiones internas, que ahora sí está preparado para ser un buen padre y un buen esposo. Es él quien lo dice sabiendo que se engaña a sí mismo, que si antes no lo estaba, ahora tampoco lo está, y que es esa su forma de consolarse, de llenar el vacío que le produce la inminencia de los hechos, que es esa la forma más fácil de ocupar su mente con palabras positivas, para así no dar tiempo al mal pensamiento, al pensamiento de lo fatal. Es Matt King el que sube las escaleras del hospital pensando en la mejora de su esposa, proyectando viajes y reencuentros, minutos antes de recibir la noticia médica de que nada más hay por hacer, de que nada volverá a ser como antes y de que tienen la obligacíón legal de desconectar a su esposa lo antes posible. Sobre él recaerá el deber de contar la triste noticia a todos sus conocidos, en especial a sus dos hijas, Alexandra y Scottie (la mayor y la menor, respectivamente). Será Matt el que tendrá los días contados para despedirse. Y es este uno de los núcleos de Los descendientes, el saber que nada puede hacerse, el procesar la lenta despedida, el dar lugar a la aceptación. ?? Hablábamos antes de desconcierto, y es esta línea la que por momentos, nos encontrará riendonos en medio de la tragedia, inmiscuidos de pies a cabeza en este gran drama humano que nos empapa de universalidad, con ciertos rasgos y sufrimientos que nos desnudan a todos por igual y que traspasan cualquier frontera social, económica y cultural. El drama de Los descendientes es un drama universal y existencial, y es por esta razón que, a mi entender, la misma película en su relato es la que lleva a un total segundo plano la historia de Matt con sus primos, el conflicto (o no-conflicto) de no saber a quién vender las últimas tierras vírgenes que quedan en Hawái y que ellos heredaron de sus antepasados. Porque este no-conflicto, en oposición al y a los conflictos reales -lo banal y lo trascendente, como en la vida misma- termina funcionando como un hilo conductor apagado que sirve para dejar traslucir todo lo demás. Para llevar esto a lo práctico, basta con ver la primer reunión que mantienen todos los primos, en la que la cámara se va acercando a Matt, mientras las voces y las discusiones se van apagando, y solo queda el pensamiento en off del protagonista: "Elizabeth se pondrá bien, lo sé. No es su hora, aún.". Pero lo será, y él ahora lo sabe. Matt junto a su hija Alexandra. Es fundamental en el film la consistencia de los personajes secundarios (el padre de Elizabeth; la mujer de Brian Speer; el tontamente querible Syd) Los descendientes es un film formalmente incompleto, pero a su vez, simplemente eficaz. Es una película que parte de clichés, para escaparse de ellos, para ser una historia autónoma y única, que nos envuelve de principio a fin. Mérito aparte para el trabajo de Alexander Payne, que sobre todo desde la dirección (a pesar de haber estado también involucrado en el proceso del guión) crea este clima y esta átmosfera que pocas películas logran generar, tratando temas ya gastados como el amor y la muerte de una manera fresca, con un relato que se nutre de emociones vivas, que nos hace fieles y comprensivos acompañantes de las corridas exageradamente físicas de Clooney, de sus recorridos por la playa, de su búsqueda absurda y a la vez, comprensivamente racional. Porque en medio de la tristeza de la futura pérdida y de la presente despedida, tendrá que lidiar con otra realidad, cruda, humana y terrenal: la infidelidad de su esposa, que pensaba presentarle el divorcio. Y así hubiera sido, si nada de lo que fatalmente sucedió hubiera ocurrido. Y esta nueva y difícil noticia (es su hija mayor, Alexandra, quien se la da), este balde de realidad, es el que reformulará todos los conceptos que Matt tenía de su vida hasta el momento, el que lo desorientará de un modo tal que lo primero que le saldrá hacer, será correr impulsivamente, chancletear alejándose de su casa, dejando atrás su jardín de flores de colores y el cartel de bienvenida que reza la frase "Relax". Relajate Matt, mientras te enterás que tu mujer, si no estuviera en coma, estaría en la cama de otro; relajate mientras en tu cabeza creés y pensás que no hay nada peor que lo que te está pasando, que inclusive es mucho peor que lo que le pasa a Elizabeth, que no tiene conocimiento, postrada como está en el hospital. Relajate y viví, que es así de fácil, así de simple. O corré hasta la casa de tus amigos para preguntarles si saben algo, y enterate que sí, que estaban al tanto de todo y no te lo habían contado para cuidarla a ella porque también eran amigos de ella, y porque entonces no son tan amigos tuyos como lo creías. O sí. Y a pesar y a causa de todo Matt King quiere saber, necesita saber; no puede contenerse en preguntarle a Brian Speer, el amante de su esposa, si tuvo relaciones sexuales en su cama, en su habitación; no puede contenerse de preguntarle si la quería; no puede resistirse a la tentación de hablar con la esposa de Speer cuando la ve en la playa; no puede no sentir lástima por esa mujer que fue traicionada al igual que él, y tampoco puede irse de su casa sin robarle un beso en la boca, como si así fuera a sentirse menos traicionado. Matt King es humano durante dos horas de película, y todos estos matices y todas estas preguntas forman parte de su pequeño drama instantáneo -haber sido engañado sin saberlo-, que a su vez se engloba en una realidad mucho mayor -los problemas de pareja, las ausencias, los errores- que tiene a la cabeza el gran drama de la muerte. Interesante unión de conflictos es la que plantea la película, así como interesante es el tema del perdón. ¿Se puede perdonar? ¿Se puede olvidar? Quizás sí, quizás no. Lo importante es lo demás. Todo lo demás. Lo dice el mismo protagonista, en su desahogo y en su despedida, luego de tanto soportar: "Adiós Elizabeth. Adiós, mi amor. Mi amiga. Mi dolor. Mi alegría. Adiós.". Lo dice mirándola fijamente, lo dice después de besarla por última vez, en un instante hermoso, en un beso que transporta la carga de toda una vida, en un beso que no es robado, en un beso que es de verdad. ????? Es interesante, a lo largo del film, la experimentación de la sexualidad que hay en Scottie -la hija menor de Matt- que aparece por medio de guiños que funcionan como contrapunto del momento sexual del protagonista. Y es hacia el final de la película, una vez desconectada Elizabeth y una vez marcada su ausencia física, en donde vuelve a aparecer y a cobrar importancia la figura del mar. Porque es el mismo mar en el que ella se accidentó, el que ahora la recibe con la calma del día, azul y transparente; con su impasible naturaleza, a la que nada puede reprochársele ni preguntársele, con la que nada puede hacerse más que aceptar. Es al final en donde parecieran volver los colores a la vida, porque a pesar de la muerte y más allá de ella -o más acá-, los personajes aceptan su destino y su presente, y sin entenderlo, lo entienden. El ciclo humana e irremediablemente natural que se completa una vez más. Que termina. O que así empieza. Y la familia todavía a flote, reunida allí para arrojar las cenizas de la madre, de la esposa, y para despedirla con collares de flores. Y todavía más adentro del final, un epílogo acertado y certero, en donde los tres se sientan en el sillón a mirar juntos la televisión. Es aquí que es importante saber situarse en el lugar de la sociedad norteamericana actual (cosa que no nos resultará nada difícil, teniendo en cuenta lo inmiscuidos que estamos de su realidad), para comprender la importancia que tiene para ellos compartir un momento tal, la importancia que tiene el sentarse a ver todos una misma cosa. Es ese el espacio de reunión, de conformación familiar y será este el punto de partida de un todo singularmente nuevo. Y lo certero está, en el objeto material que terminan usando los tres para taparse, detalle sutil que da cuenta de una gran realización: es la misma frazada que cubría a Elizabeth en el hospital durante sus últimos instantes de humanidad, la que ahora los envuelve a ellos tres, tan frágiles, tan humanos.
Una familia en crisis Es una tragicomedia muy forzada que retrata, como lo hace el cine de Payne ("Entre copas"), la crisis de un hombre maduro. Matt es un agente inmobiliario de éxito en Hawai. Pero de golpe, todo se le viene abajo: su mujer se accidentó y está en estado vegetativo; los médicos le aconsejan desenchufarla; se tiene que hacer cargo de sus hijas (que lo ignoran) y encima se entera que su mujer lo engañaba. Así empieza. Como telón de fondo, están Hawai, sus costumbres y sus diferencias de clases (el pedido de perdón de la hija a otra nena). En lugar del melodrama, la idea de Payne es demostrar que, en ese escenario tan crítico, nadie es culpable ni inocente. Sus criaturas, con sus caídas y sus noblezas, son humanas y próximas. Pero la película derrapa. No acierta ni en la tragedia ni en la comedia. Los personajes se transforman de un día para otro (las nenas), Matt hace tonterías (pide consejos al amigovio de su hija sobre la infidelidad hogareña; sale con las nenas a buscar al amante) y son indefendibles las discusiones y ataques al borde de la cama donde agoniza la mujer. Es una pena, porque el director Payne es un artesano que sabe humanizar sus personajes y la historia daba para algo menos burdo. El filme, más allá de estos gruesos pincelazos, es también una historia sobre el perdón: todos terminan aceptando y perdonando. Para algo sirvió la crisis, piensa Matt al final.
Alexander Payne ("Las Confesiones del Sr. Schimdt", "Entre Copas") dirige esta excelente comedia dramática basada en la novela homónima escrita por la hawaiana Kaui Hart Hemmings. El film, que se desarrolla en los bellos paisajes de las distintas islas que componen Hawaii, narra los sentimientos encontrados de su protagonista, Matt King (George Clooney), un hombre cuya esposa (Patricia Hastie) se ve involucrada en un accidente náutico que la deja en coma. Mientras ella se encuentra en esta situación, él se entera que lo engañaba con otro. "Mis amigos creen que porque vivo en Hawaii, vivo en el paraíso. Como una vacación permanente, en la que todos estamos bebiendo y surfeando. ¿Están locos? Nuestras familias están igual de dañadas...". Con esta frase, el personaje (interpretado por un espléndido Clooney) contrapone y le presenta al espectador lo hermoso de vivir en semejante lugar con los problemas cotidianos que tenemos todos los seres humanos, vivamos donde vivamos. En el medio de esta situación, este abogado que va a trabajar en camisas floreadas, debe pasar de ser un padre ausente a uno que debe hacerse cargo de sus dos hijas, con las que intenta torpemente reparar la relación: Scottie (Amara Miller), una precoz niña de 10 años, y Alexandra (Shailene Woodley), una joven rebelde de 17. Mientras lidia con ambas, y con la condición irreversible de su mujer (él, sus hijas, su familia y amigos deben prepararse para decirle adiós), Matt también debe tomar una difícil decisión relacionada con la venta de unas tierras que pertenecieron a sus antepasados (aquí reside el título del film) y que forman de un fideicomiso que él controla en nombre de sus numerosos primos. Herencia de la unión entre la realeza hawaiana y los misioneros, los King son dueños de una parte de las últimas parcelas vírgenes de playa tropical de las islas, de un valor incalculable. Cuando su hija mayor suelta la bomba de que su madre estaba en medio de un amorío al momento del accidente, Matt debe replantearse totalmente su vida, sin dejar de mencionar su legado, durante una semana de decisiones significantes. Acompañado por sus hijas, y el amigo de una de ellas (Nick Krause), se embarca en una caótica búsqueda por el amante de su esposa. A lo largo del camino, en el que afronta encuentros divertidos, incómodos, problemáticos y trascendentales, nuestro protagonista se percata que finalmente está en camino en la reconstrucción de su vida y su familia. Brillantemente dirigida, "Los Descendientes" explora la delgada línea que existe entre el duelo y el enojo del personaje formidablemente encarnado por Clooney en esta historia que se desarrolla en un lugar exótico y que está repleta de matices dramáticos, emotivos (no al punto de llorar) y cómicos. Pero también, ésta -una de las grandes favoritas en esta temporada de premiaciones (se llevó un Globo de Oro a la mejor película y uno al mejor actor protagónico y aspira a cinco premios Oscar), cuenta con las destacadas y naturales actuaciones de Shailene Woodley (serie "Vida Secreta de una Adolescente Americana"), la debutante Amara Miller y Nick Krause.
Publicada en la edición digital #1 de la revista.