Sobre el fraude del arte La obra en general del trío compuesto por los realizadores Gastón Duprat y Mariano Cohn y el guionista Andrés Duprat constituye uno de los pocos ejemplos de cine culto del ámbito contemporáneo, en esencia sustentado en los señores disparando dardos filosos y muy astutos contra la manipulación, la banalidad, el pedantismo y las miserias del mundo del arte “elevado”/ no popular y el microcosmos de los intelectuales, dos comarcas que para el común de los directores, el público y la paupérrima prensa vernácula resultan ignotos e indescifrables. Hablamos de películas de la alta burguesía financiadas por la alta burguesía y destinadas al consumo de la alta burguesía, lo que por cierto es algo magnífico primero porque los secretitos del enclave quedan expuestos como casi nunca en el cine argentino y segundo porque en el trajín se abre el abanico del sustrato crítico hacia la idiosincrasia nacional ya que en el fondo lo que se examina es el canibalismo suicida de una sociedad repleta de carcamanes que especulan con el prójimo y aplauden a los parásitos capitalistas. A diferencia de lo que ocurría con los otros opus ficcionales de los señores, léase El Artista (2008), El Hombre de al Lado (2009), Querida, Voy a Comprar Cigarrillos y Vuelvo (2011) y El Ciudadano Ilustre (2016), en esta oportunidad es Gastón Duprat en solitario quien se hace cargo de la dirección para llevar a la pantalla un guión de su hermano Andrés y con Mariano Cohn en la producción: lo que tenemos ante nosotros es una “remake espiritual” de El Artista aunque con la mirada y el generoso presupuesto de El Ciudadano Ilustre, ya con los cineastas completamente asentados en el mainstream y en muchas plazas cinematográficas internacionales pero sin un gramo de esa trivialidad localista tan frecuente en las propuestas latinoamericanas. Mi Obra Maestra (2018) en cambio habla un lenguaje universal desde una entonación argentina muy sutil que vuelve a poner el dedo en la llaga de la jactancia y la farsa comercial del mercado del arte en tanto planos del fluir caprichoso de un afán de lucro que impone modas y condena al olvido a hacedores con gran talento. Guillermo Francella compone a Arturo, un galerista de mediana envergadura que atesora una amistad de larga data con Renzo, interpretado por Luis Brandoni, un pintor también entrado en años en el que se unifican por un lado un inmenso inconformismo con respecto al circo de la legitimidad, la venta/ compra de cuadros y la mezquindad de siempre de la sociedad capitalista, y por el otro una frustración bastante aguda a raíz de un mercado atrapado en la eterna búsqueda de lo nuevo y la constante obsolescencia programada de todos los productos, incluidos los trabajos del susodicho. Ya lejos de su época de gloria, la década del 80, Renzo está tapado en deudas y desperdicia la oportunidad de sacarle un buen cheque a un oligarca de una empresa familiar, circunstancia que deriva en que sea desalojado de su hogar y atropellado accidentalmente cruzando una calle. En uno de esos clásicos giros de las comedias negras, la ocasión facilitará un cambio que pondrá patas para arriba a la fauna artística sirviéndose del conjunto de previsibilidades y bajezas del rubro. Una vez más el guión de Andrés Duprat desarma y vuelve a armar con meticulosidad a personajes complejos que son mucho más que la suma de sus partes porque escapan a la simple lógica narrativa para transformarse en arquetipos de profesionales un tanto hastiados de la hipocresía consuetudinaria, y por ello mismo planean una venganza que es tan ideológica como pragmática ya que así como El Artista examinaba la faceta social de un fraude vía los automatismos ridículos del círculo de validación de la plástica, aquí se lleva el asunto hacia un campo más personal empardado a la nostalgia y esa necesidad de salir de la indigencia en la que se encuentra Renzo por la dialéctica de contrastes de nuestro país, en la que de un momento a otro toda idea de seguridad se viene abajo gracias a las múltiples y tristes inequidades de nuestra nación. Además del dúo protagónico sobresalen una perfecta Andrea Frigerio como una colega de alta alcurnia de Arturo y Raúl Arévalo como un muchacho español adalid de esa burguesía lela y new age encerrada en su burbuja hippona. Con una primera parte vinculada al costumbrismo y la dinámica de los opuestos, un segundo capítulo cercano al drama de melancolía y eutanasia y un segmento final símil un film noir hermanado a estafas en la línea de La Mejor Oferta (La Migliore Offerta, 2013), Mi Obra Maestra sabe combinar los pormenores de una amistad muy verosímil y querible con las tribulaciones de señores que conscientes de la marginación de la que son objeto, utilizan las herramientas y máscaras de sus victimarios para erigir una revancha en plan de jubilación como esas heist movies aristocráticas de la Europa de los 60 y 70. El equipo Duprat/ Cohn/ Duprat vuelve a confirmar que son unos genios en la puesta en escena, el desarrollo narrativo y la dirección de actores, todas dimensiones en las que suelen brillar como nadie en Argentina y que hoy consiguen orientar hacia ironías extraordinarias alrededor de la perversión marketinera y las pantomimas absurdas del capitalismo, un esquema que desde ya no excluye al emporio intelectual y artístico y sus subproductos...
Unos maestros del engaño Guillermo Francella y Luis Brandoni vuelven a trabajar juntos en Mi obra maestra la nueva película dirigida por Gastón Duprat donde junto con su hermano Andrés como guionista ponen nuevamente el foco en el cuestionamiento de la arbitrariedad de los valores de mercado. Por Javier Erlij Dos viejos amigos uno dedicado a la pintura, interpretado por Brandoni como Renzo Nervi, tuvo la cúspide de su carrera en los ochenta mientras el otro, un galerista a cargo de Francella como Arturo Silva lo representa desde entonces pero en la actualidad el artista está en el ocaso de su fase creadora y como persona. El lema de no entregarse al sistema capitalista y no trabajar por encargo es lo que lo carcome en las entrañas a Nervi, que aún sumido en la miseria, a punto de ser echado de su vivienda luego de no pagar varios meses de alquiler, no puede con su genio y aún así en la última oportunidad que tiene de realizar un mural para una corporación también echa a perder la ocasión para salir de su alarmante situación económica. Silva aunque gruña en forma permanente no abandona al devenido ocaso de su representado pero tampoco cesa de sacar rédito aún en las peores adversidades que tiene del personaje que representa Brandoni. ¿El precio de un cuadro o del arte de qué depende? ¿Influye la palabra de un grupete esnobista que lo decide? ¿Vale más si la persona fallece? Son estos alguno de los tópicos que transita el film de los Duprat, que de arte saben y mucho, ya que en el caso de Andrés es el director del Museo de Bellas Artes. La composición de Francella es más lineal y vuelve a la comedia luego de varios roles más sombríos que lo vimos en los últimos dos años, en el caso de Brandoni recae el peso principal donde demuestra ser nuevamente uno de los grandes de las comedias costumbristas argentinas. La fotografía del film a cargo de Rodrigo Pulpeiro y el diseño de arte realizado por Cristina Nigro son otros de los pilares fuertes de la realización. Los hermanos Duprat junto a Mariano Cohn, en este caso como productor, cuestionan los límites del arte y de su valor como en las otras realizaciones anteriores: El artista, El ciudadano ilustre y El hombre de al lado. Una comedia inteligente con un punto de giro atrapante luego de la última mitad de la trama que viene bien para oxigenar la cartelera actual. Puntaje: 8
El director de “El Hombre de Al Lado” (2009) y “El Ciudadano Ilustre” (2016) nos ofrece una mirada sardónica y ácida del mundo del arte. Un retrato divertido y reflexivo acerca de los pormenores que rodean a los artistas plásticos, los galeristas y los sibaritas que consumen obras para pertenecer a cierto sector social. La trama gira en torno a Arturo (Guillermo Francella), el dueño de una galería de arte, que se presenta como un individuo encantador e inescrupuloso, y por otro lado alrededor de Renzo (Luis Brandoni), un pintor hosco y en decadencia, cuyo momento de gloria prescribió y ahora le cuesta llegar a fin de mes. Si bien los une una vieja amistad, no coinciden en prácticamente nada de lo que tiene que ver con el medio artístico. El galerista intenta por todos los medios reflotar la carrera artística de su amigo (de una forma poco altruista) pero las cosas van de mal en peor. Bajo este argumento transcurre “Mi Obra Maestra”, el primer film de Duprat como realizador en solitario luego de tantas colaboraciones con Mariano Cohn, quien en este caso solo cumple el rol de productor en los papeles, a pesar de que forme parte del trío creativo de la cinta junto a Andrés Duprat, que además de ser el hermano y guionista de la película, es el director del Museo Nacional de Bellas Artes. El contexto y ciertas escenas del film encuentran su sentido en este hecho mencionado anteriormente, ya que Andrés parece ser un profundo conocedor del mundo que rodea a las galerías, museos y sujetos relacionados al arte. La película de Duprat viene luego de la todavía reciente “The Square” (2017), ganadora de la Palma de Oro en Cannes, que también teorizaba sobre el arte y los personajes que transitan por ese ámbito tan peculiar como selecto, dedicando un mordaz relato al análisis del mundo del “arte moderno”. En el caso del largometraje que aquí nos convoca, podemos decir que el foco está puesto más que nada en la injusticia o la arbitrariedad de las modas para ponerle un precio a las creaciones de un artista. En cómo un día un pintor puede estar en la cima y en otro momento tocando fondo. Pero también, la cinta da lugar a otras cuestiones como por ejemplo las estafas, la explotación de los artistas, entre otras cosas. Mientras que la película sueca planteaba aspectos como el egoísmo, el individualismo, el abuso de poder y la egolatría de sus personajes; el relato argentino busca profundizar más en la codicia y en la búsqueda de resarcimiento por parte del medio artístico de compra y venta que se rige por medio de las formas más intransigentes del capitalismo salvaje. El personaje de Brandoni mismo declara en una escena en la que va a comer a un restaurante que no va a pagar la cuenta porque la sociedad le debe muchísimo como artista. Una suerte de inconformista que, ante el olvido del público, se presenta como un individuo terco que no piensa ceder sus convicciones ante el sistema empresarial, económico y político que lo rodea. De esta forma, se desarrolla una mirada crítica sobre las artes plásticas donde esta especie de artista marginado busca estafar o buscar compensación ante las circunstancias adversas. En cuanto al ámbito interpretativo, resulta realmente encantadora la dupla protagónica que se junta por tercera vez luego de las experiencias televisivas de “Durmiendo Con Mi Jefe” y “El Hombre de Tu Vida”, aquí uniéndose por primera vez en la pantalla grande. Un dúo que presenta la química adecuada para afrontar el relato y justamente en varias ocasiones suelen salvar ciertos pasajes del guion donde suceden pequeñas incongruencias. Por otro lado, los actores secundarios también están muy bien elegidos y entre ellos se destaca Andrea Frigerio, que compone a una galerista snob que cuida no solo la imagen del personaje sino también la postura y las actitudes. Una verdadera sorpresa compositiva de la actriz. En cuanto al guion, éste logra su cometido y tiene varias escenas y diálogos hilarantes, donde se saca a relucir el trabajo de personificación de sus artistas. No obstante, algunas cuestiones menores hacen que el relato falle en algunos detalles. Por ejemplo, si bien los personajes de Francella y Brandoni muestran cierta confianza en los sucesos que los rodean no es hasta la segunda mitad del largometraje que nos enteramos que son amigos de toda la vida y si bien se menciona no se sugiere hasta ese momento. Hasta el segundo acto no queda claro el vínculo que poseen ellos y quizás necesitaba ser reforzada esa relación. La primera mitad de la película resulta ser extremadamente interesante y poderosa mientras que en la segunda parte decae un poco con giros predecibles y confrontaciones esperables. Igualmente, estas cuestiones no empañan el gran trabajo que se da tanto delante como detrás de cámara. En síntesis, “Mi Obra Maestra” es otra atractiva adición a la filmografía de Gastón Duprat, donde vuelven a tratarse ciertos temas y estilos que hacen que sus obras parezcan pertenecer a un mismo libro o mundo donde se yuxtaponen esas historias y personajes. Un film osado y reflexivo que nos muestra su visión sarcástica sobre las miserias del mundo del arte.
[REVIEW] Mi Obra Maestra: De trazo brusco. En su debut en solitario, Gastón Duprat continúa luego de co-dirigir la laureada ‘Ciudadano Ilustre‘ con un trabajo que nos regala por primera vez a Francella y Brandoni juntos en la pantalla grande. Después del descomunal éxito de Ciudadano Ilustre, uno de sus co-directores se lanza en solitario con un proyecto de perfil bien alto gracias a una dupla descomunal. El humor de Luis Brandoni y Guillermo Francella esta sin dudas en el centro de la película, lo que queda por ver es sí el director Gastón Duprat logró hacer que el resto de las piezas estén a la altura. El personaje de Francella lleva años vendiendo las obras del artista interpretado por Brandoni, una relación profesional que después de varias décadas parece haber erosionado bastante su larga amistad. Justo cuando deciden separar sus caminos, llega un trabajo que les muestra el camino para que ambos solucionen mutuamente sus problemas… eso si, no sólo no va a ser fácil sino que traerá más de una complicación, deviniendo en accidentes, vandalismo, hospitalizaciones y hasta una estafa millonaria. La cinta se sostiene principalmente por el carisma de sus protagonistas, y decide tomar como principal base la comedia. Con dos talentos y personalidades como estas resulta por supuesto en una decisión hasta natural, pero también ayuda que ambos están perfectamente casteados en sus roles. Lamentablemente los mayores problemas están en las partes más dramáticas y reflexivas de la película. La realidad es que termina fallando en casi todo lo que intenta, pero aún así no logra descolocar a la película en general. Una gran calidad de producción hace que los pasos en falso en cuanto al tono puedan incluso pasar algo desapercibidos, y es que el centro de desventuras cómicas logra mantenerse intacto. El film logra salir airoso de cualquiera de los detalles, pero hay momentos por la mitad del film en que es realmente evidente que el director no logra mezclar el agua con el aceite. Es demasiado tentador caer en la comodidad de dividir la película en tres actos, pero en esta oportunidad están muy marcados: el primero es gracioso, interesante y divertido, mientras que el segundo evidencia problemas de tono que podrían haber condenado al film si no fuese por un tercer acto que aunque por demás flojo, logra dar conclusiones satisfactorias no sólo a la trama sino a la película como un todo. Saliendo del pleito entre comedia y drama del que sufre la cinta, hay momentos puntuales de distinción estilística que por el contrario no se sienten heterogéneos de forma negativa sino que se encuentran brindándole algo de estructura a la historia. Se trata de un trabajo con muchos contrastes, que terminan teniendo un variado grado de efectividad. Además del director, la otra parte de la dupla de Ciudadano Ilustre (Mariano Cohn) dice presente en el rol de productor. Pero también contamos con el trabajo de Andrés Duprat: director del Museo Nacional de Bellas Artes, hermano de Gastón, y el guionista de todas las producciones del dúo hasta ahora. Sus guiones tienen un estilo bien marcado, siempre encuentra oportuno convertir a sus personajes en intérpretes de sus visiones y reflexiones sobre el ambiente del arte moderno. Aunque en Mi Obra Maestra, incluye algo que logra hacer funcionar a sus temáticas de preferencia: un contrapunto. Aunque el artista rebelde sirva como crítico y analista del arte en abstracto (o incluso, de la sociedad en general) esta balanceado con el personaje de Francella, que constantemente ofrece variantes a su pensamiento con algún que otro insulto para bajarlo de su caballito. Casi siempre ambos terminan teniendo igual de razón, y el hecho de que no haya uno que “gane” termina por hacerle un gran favor a todas las conversaciones que logran germinar en el trabajo del Duprat guionista. La dupla protagónica sirve como un imán para la potencial audiencia, y si alguien va a verla con la simple expectativa de disfrutar de ambos puede ir tranquilo que va a quedar más que satisfecho. Por otra parte, más allá de que las comparaciones con el último trabajo del director son tan desafortunadas como inevitables, Mi Obra Maestra prueba ser un primer paso con más gracia que firmeza. Una trama que logra intrigar en un principio y generar tensiones hacia el final, con personajes entrañables interpretados por dos inmensas presencias del cine nacional y que sostiene todo con un humor como para olvidarse de otra cosa más allá de la pantalla. La segunda mitad termina casi por condenar la producción, pero aún así hay suficientes condimentos como para recomendarla a más de uno.
El arte contemporáneo como estafa Una observación hacia El artista (2009) permite afirmar que el foco en ese caso estaba puesto en el espectador/consumidor de arte y su posible transformación al verse conmovido por la obra (basta solo recordar las escenas donde la cámara aparece por detrás de la obra y se valoran los comentarios críticos de los consumidores). Al igual que gran parte de la estética que guiaba las escenas de la película, el personaje estaba creado de forma abstracta y minimalista. Pero en Mi obra maestra (2018) el foco se pone en el artista como personaje. Un protagonista con deseos, ambiciones y un pesimismo violento heredado de la experiencia como artista plástico, que confabula contra él mismo y contra la esfera del arte actual que con sus estándares snobistas parece querer dejarlo afuera de la movida cultural y no reconocerlo como el gran artista que es… o que alguna vez fue en los años 80. Renzo Nervi (Luis Brandoni), cuyo apellido parece traslucir su desfachatado porte y su accionar virulento, es un pintor venido a menos con más deudas contraídas que ganas de permanecer en la esfera visible del mercado del arte plástico actual. Arturo Silva, (Guillermo Francella), un experimentado galerista y amigo personal, se embarcará en una deliciosa aventura tragicómica para que todo el país y el mundo admiren el arte de Nervi. No obstante, la popularidad y la suerte estarán aquí signadas por la estafa. La dupla creativa de Gastón y Andrés Duprat se unen una vez más a Mariano Cohn, esta vez solo en el rol de productor, para traer a escena una comedia bien lograda, eficiente e inteligente, con un guión adaptado al público masivo y un impiadoso énfasis puesto sobre los estereotipos que se manejan en el mercado del arte. Allí críticos, curadores, galeristas y artistas fluctúan sus propios registros estéticos y valores en torno a la burbuja especulativa propia de un capitalismo salvaje donde el mensaje prevalece a la técnica. Con tintes de mega-producción, Mi obra maestra se inserta en el cine de los Duprat como una acabada crítica, bastante más liviana que El artista, donde la idiosincrasia argentina cumple un rol particular a destacar. El film compone una adecuada mirada al mundo del arte plástico y a la ajetreada vida de sus hacedores. Cuanto más auténticos son estos, cuanto más se aferran a sus principios, más pueden irse alejando de los grandes galardones sociales que regían el discurso prevaleciente en El ciudadano ilustre (2016). De esta forma los directores siguen creando un meta-relato que advierte a los espectadores sobre el quejumbroso y a veces absurdo mundo artístico, pero destacando valores como la amistad y el amor que pueden surgir entre un curador o marchan y el artista plástico. Asimismo, no se escatima el humor negro que caracterizó sus producciones anteriores. Por su parte, la utilización del dúo Brandoni- Francella (Durmiendo con mi jefe, El hombre de tu vida) crea el perfecto juego de complicidad que permite lograr empatía entre sí y con los espectadores. Es aquí Andrea Frigerio quien compone magistramente al personaje snob, la galerista empresaria por excelencia. Con respecto a los guiños hacía las diferencias sociales siempre presente en el cine de los Duprat, si en El hombre de al lado lo que prima es una caracterización de una clase media urbana que se siente cool y que no desea mezclarse o ver deschavetada su vacía vida por la irrupción del diferente, lo que vemos en Mi obra maestra es una negociación entre los diferentes modos de vida. Al fin y al cabo lo que importa es producir entre egos, envidias y narcisismos varios, y que prime la obra, el éxito… aunque para ello sea necesario -al menos por un tiempo- desaparecer de escena.
Gastón Duprat, quien fue codirector de El Ciudadano Ilustre y El hombre de al lado, se separa temporalmente de Mariano Cohn para estrenar en solitario Mi Obra Maestra, con Guillermo Francella y Luis Brandoni como protagonistas. De qué se trata Mi Obra Maestra Renzo (Luis Brandoni) es un artista en decadencia que no logra vender sus obras. Arturo (Guillermo Francella) es su amigo y galerista de toda la vida, quien intenta ayudarlo sin éxito. Tras asociarse con la galerista internacional Dudú (Andrea Frigerio), Arturo intentará reflotar la carrera de Renzo. ¿Podrá hacerlo? Mientras lo intenta, un joven español e idealista (Raúl Arévalo), llegará a sus vidas para complicarlo todo. La comedia del arte Mi Obra Maestra es una comedia sencilla y efectiva. Un cuento bien contado que se mueve en aguas luminosas y optimistas. Digo esto porque no puedo evitar comparar esta película con El hombre de al lado y El Ciudadano Ilustre. La primera se valió de la arquitectura y la segunda de la literatura, con excelentes resultados. Los guiones de Andrés Duprat, quien además de guionista es el director de Museo Nacional de Bellas Artes, consiguen contar una historia en el mundo del arte y hacerlo accesible. Eso es maravilloso. En Mi Obra Maestra se explora el mundo de la plástica desde un lugar más profundo, es mucho más la razón de ser del conflicto, pero también desde una mirada más, si se quiere, liviana. No lo digo como algo malo, sino como una diferencia. Aquí queda atrás la oscuridad, cierto pesimismo incluso trágico de las películas anteriores para mostrar un mundo que, aunque cruel, es más colorido, más inocente en el tono. Detrás de esa fachada, los Duprat se encargan de entregar una buena dosis de honestidad sobre el esnobismo del mundo del arte, la ilusión de trascendencia y los interrogantes sobre el talento. Y qué mejor que alguien que sale de la costilla de ese mundo para darnos este momento de honestidad brutal. Buenos resultados Aunque Francella y Brandoni no habían trabajado juntos en cine antes, uno tiene la sensación de que sí. Los dos están estupendos en sus papeles y logran hacer lo necesario para mostrar ese choque de mundos que tanto le gusta a la dupla Duprat – Cohn (esta vez como productor). Los protagonistas, uno tan prolijo, el otro tan rotoso. Uno tan correcto, el otro tan rebelde. A ellos los acompaña Andrea Frigerio, siempre tan efectiva. El grupo se completa con el talentoso español Raúl Arévalo, a quien de tan honesto, lo odiás. Detrás de su aparente simpleza, encontrás una película bien hecha, bien contada y que, sin ser un thriller, tiene una pizca suficiente de suspenso para mantenerte atrapado hasta el final. Puntaje: 7.5/10 Duración: 100 minutos aproximadamente País: Argentina / España Año: 2018
Es como si El artista se cruzara con El ciudadano ilustre en la medida en que el mundo y el mercado del arte es surcado y cruzado con ironías y con esa mirada entre cáustica e incisiva que suelen tener los filmes de la dupla Gastón Duprat y Mariano Cohn. Aquí separaron las tareas, Duprat quedó como realizador y Cohn ocupó el rol de productor. De todas maneras, hay una impronta que parece permanecer, continuar o perpetuarse, porque los puntos en común, más en cuanto al modo de abordar a los personajes, es similar. Guillermo Francella y Luis Brandoni no habían trabajado nunca con Duprat. Francella es Arturo, un galerista que tiene una entrañable amistad con Renzo (Nervi, de apellido, más que adecuado), un pintor entrado en años, iracundo e inconformista. Hace tiempo que Arturo no puede colocar una pintura de Renzo en el mercado, y cuando tiene una oportunidad de devolverlo al mundillo del arte con un mural por encargo, éste se manda una de las suyas. Así las cosas, sin adelantar la vuelta o el giro que se preaununcia en un trailer, uno y otro se las ingeniarán para, sin sentirse con demasiada culpa, la cosa funcione. Esto es, que Arturo pueda vender las obras de Renzo, y éste trabajar más o menos tranquilo cuando estaban a punto de desalojarlo por falta de pago de alquiler. Uno de los ejes que atraviesa la película es el del snobismo en el arte, y la pregunta de qué hace que una obra sea más valiosa -en términos monetarios- que otra. Andrés Duprat, hermano del realizador y guionista de todas sus películas, es el actual director del Museo de Bellas Artes. O sea que sabe bien de lo que hablan los personajes y de lo que escribió él mismo en el guión. La hipocresía casi siempre ha dicho presente en los filmes de Duprat y Cohn, y mucho del personaje de El ciudadano ilustre -léase el espíritu vengativo o reivindicador, pero también la bajeza y la falta de talento o de ideas que se pone en tela de juicio (¿por qué Daniel Mantovani -Oscar Martínez- no escribió más desde que ganó el Premio Nobel de Literatura?)- están aquí omnipresentes. También, es la primera vez que el protagonismo de un filme dirigido por Duprat es repartido entre personajes. Y como, entre tantas cosas, Mi obra maestra es una comedia negra, éste es un registro en el que no había transitado Francella, que regresa al humor en el cine después de interpretar varios personajes sombríos como en El Clan o Animal. La gracia, o las ocurrencias no son del tipo de las comedias blandas, por lo que también Mi obra maestra es un desafío superado por el actor. Brandoni da cabal, perfectamente en ese personaje que destila malhumor, petulancia e ironías. Mi obra maestra apuesta a la comedia, con toques sensibles más que de ternura, apoyándose fuertemente en esa relación de amistad entre dos seres que traspasan barreras y enconos, y barrenan por la vida lo mejor que les sale.
Mi obra maestra es una comedia inteligente. No es una más. Y es por ello por lo que no será del agrado de todo el público. Estarán los que entren en sintonía y los que no. Aquellos que esperan reírse a carcajadas, tienen que buscar por otro lado. Pero los que buscan algo un poco más reflexivo encontrarán un atractivo. La historia se construye de a poco y es en los puntos de giro donde se encuentran las claves para apreciar (o no) al guión. Gastón Duprat, quien siempre hace dupla con su socio Mariano Cohn pero que esta vez no fue de la partida en la dirección, es un buen narrador, y lleva todo hacia lugares interesantes. Pero en este film falta el impacto de El hombre de al lado (2009) o El ciudadano ilustre (2011). La supuesta sorpresa no es tal y el tráiler es demasiado spoileador. Amén de eso, la película fluye y técnicamente está muy bien. Se aprovechan muy buenos paisajes para lucir una gran fotografía, y la dirección de arte es un gran fuerte. La dupla Francella/Brandoni funciona de maravillas, tal cual era de esperarse. Pero por momentos saturan, o por lo menos a mí me sucedió eso. Ambos están excelentes en sus personajes, pero hay escenas en los que se encuentran un par de tonos más arriba de lo que deberían. El resto dele elenco está bien, pero solo destaco a Andrea Frigerio con su muy buena transformación. En definitiva, Mi obra maestra es una buena comedia, pero que le falta un poco para resonar más y, encima, llega en un mes muy competitivo del cine argentino.
Un film sobre la amistad y el fraude en el mundo del arte es el que aborda Gastón Duprat en su primera película en solitario luego de co-dirigir con Mariano Cohntítulos como El hombre de al lado y El ciudadano ilustre. En Mi obra maestra, Renzo -Luis Brandoni- es un artista que ha pasado al olvido, ya que sus obras no parecen entusiasmarle a nadie y está a punto de ser desalojado. Su amigo desde hace años y marchand, Arturo -Guillermo Francella- discute con él, está cansado de sus desplantes y se siente cada vez más distanciado. Sin embargo, intentará que sus pinturas ocupen nuevamente un lugar importante dentro del mercado con un arriesgado experimento. La película contrapone la visión de Renzo, un artista conservador que plasma en sus obras temas sociales, con el esnobismo del mundo moderno, revalorizando el espíritu bohemio. También entran en juego las distintas miradas en torno a una obra de arte que puede valer una fortuna o nada. Duprat apoya su realización en la relación que se teje entre los dos personajes centrales a través de situaciones graciosas y diálogos chispeantes en los que Renzo tiene el remate cómico, pero la historia tiene un pliegue más que tarda en aflorar. En ese sentido, el conflicto de mayor peso dramático aparece en la segunda parte del filme, direccionando la trama -aún con situaciones inverosímiles- hacia una zona más oscura. El guionista Andrés Duprat, hermano del realizador, es el director del Museo Nacional de Bellas Artes, por lo que conoce bien el mundo que describe y los personajes que se mueven en él. No conviene adelantar demasiado más que la aparición de Alex -Raúl Arévalo-, un admirador español y alumno de Renzo; la galerista prestigiosa y calculadora -una convincente Andrea Frigerio- y un accidente que cambiará el rumbo de los acontecimientos. El mundo del arte es explorado entonces desde una visión nostálgica sobre la que se construye un relato que permite el lucimiento de Brandoni y también de Francella, éste último en un rol ambiguo que se mueve entre la lealtad y la negociación. Los escenarios naturales también pintan un universo alejado de las grandes urbes, las especulaciones y negociaciones que rodean el negocio.
El arte de lo auténtico Mi obra maestra, la primer película de Gaston Duprat dirigiendo en solitario luego de toda una carrera codirigiendo con Mariano Cohn, ahora devenido en productor, llega este jueves a nuestras salas. La película plantea la historia entre dos amigos, Arturo Silva (Guillermo Francella), dueño de una galería de arte pequeña pero exclusiva en Buenos Aires, y Renzo Nervi (Luis Brandoni), un artista plástico que tuvo su época de gloria en los 80 pero, preso en su terquedad y desencanto del mundo, está fuera del circuito por su incapacidad de modernizarse. Con una narración en off de Silva que nos invita a acompañarlo en lo que dice será la historia de un asesinato, Duprat logra captar de inmediato la atención del espectador. El estilo visual despojado y casi desprolijo, que también ha caracterizado obras anteriores, recorre varias locaciones muy diferentes entre sí que van desde la arquitectura de vanguardia hasta paisajes naturales de nuestro país, todas perfectamente definidas y funcionales a la trama. El punto fuerte de la película es, sin lugar a dudas, las actuaciones. El tono general es de comedia ácida, con algunos toques de humor negro, registro en el que Brandoni y Francella se mueven con absoluta comodidad. Da gusto realmente verlos juntos, encarnando dos amigos en un vínculo a veces cómplice, a veces un poco paternalista de Silva a Nervi, pero con la tensión que genera la sensación de “ay, lo va a estafar” todo el tiempo. Andrea Frigerio, con una participación más pequeña pero no menos importante, acompaña al mismo nivel, componiendo a Dudú, la dueña de una galería mucho más grande y con contactos mucho más relevantes que los de Silva, una mujer elegante, excéntrica y calculadora. Mi obra maestra ofrece una mirada, por momentos elitista, sobre el mundo del arte, la amistad y sobre todo el concepto de fraude. Su frivolidad le impide abordar cuestiones más profundas, como la reflexión sobre qué es verdad, qué es mentira, qué es arte. Pero quizás lo peor de su ideología sea la neutralidad sobre el proceder de los personajes. ¿Está bien lo que hacen? ¿Son solamente vivos que buscan salvarse sin malas intenciones? ¿O todo lo que sucede (claro que no voy a spoilear) está mal? El hecho que el personaje que demuestra mayores valores morales, los cuales pueden entorpecer el desarrollo de la trama sea Alex (Raúl Arévalo) un discípulo español de Nervi trae a colación el enfrentamiento entre la viveza criolla y el extranjero como molestia, como obstáculo. ¿Somos los argentinos los vivos y los de afuera un estorbo? La película ofrece varios niveles de lectura que quedarán a criterio de cada espectador. Con una estética despojada, actuaciones excelentes y una ideología debatible, Mi obra maestra se coloca unos escalones por debajo respecto a, por ejemplo, El hombre de al lado, pero no puede decirse que “atrasa”. Para ver, debatir, reflexionar y sacar conclusiones propias.
El cine argentino sigue en alza, estrenando semana a semana films de calidad. Esta vez es el turno de la película dirigida por Gastón Duprat, con Mariano Cohn como productor y Andrés Duprat a cargo del guión. Luego del éxito de “El Ciudadano Ilustre”, la historia de “Mi Obra Maestra” gira alrededor del arte y dos viejos amigos. Guillermo Francella es Arturo, dueño de una Galería de Arte en Buenos Aires, simpático y algo sofisticado. Luis Brandoni es Renzo Nervi, un pintor que conoció la gloria en algún momento pero está en decadencia. El es hosco y antipático, cree que la sociedad le debe algo por su aporte a la cultura y aunque su amigo intenta ayudarlo, él se ocupa de arruinar cada posibilidad. Sin ánimo de spoilear demasiado, sólo diré que Renzo está prácticamente en la ruina, vive con sus mascotas en un desorden total y está a punto de ser desalojado y Arturo decide, después de un encargo que sale mal, abandonarlo. Ni siquiera le interesa a Dudú (muy buena composición de Andrea Frigerio como la excéntrica dueña de una importante Galería Internacional) el negocio que le propone Arturo: comprar toda la colección de Renzo con la excusa de que duplicará su valor. De todas formas, ese es el comienzo, el plan de Arturo parece perfecto y pone de manifiesto cuánto vale el trabajo de un artista, la subjetividad en el arte, los valores, y lo importante de la amistad de toda una vida...en paralelo aparece un posible alumno de Renzo encarnado por el español Raúl Arévalo que va a complicar la vida de ambos. Lo mejor que tiene “Mi Obra Maestra” es el trabajo de todo su elenco. Sus protagonistas logran la química perfecta, divierten y emocionan con un guión muy bien logrado. La fotografía de Rodrigo Pulpeiro también es digna de ser destacada. La película fue seleccionada para participar en el 75 Edición del Festival de Venecia en la Sección Oficial. ---> https://www.youtube.com/watch?v=-L0TS37E4_c ---> TITULO ORIGINAL: Mi Obra Maestra ACTORES: Guillermo Francella, Luis Brandoni. Andrea Frigerio, Raúl Arévalo, María Soldi, Alejandro Paker, Pablo Ribba. GENERO: Drama , Comedia . DIRECCION: Gastón Duprat. ORIGEN: España, Argentina. DURACION: 100 Minutos CALIFICACION: Apta mayores de 13 años con reservas FECHA DE ESTRENO: 16 de Agosto de 2018 FORMATOS: 2D.
Las miradas impiadosas y marcadas por el humor negro; las contradicciones, especulaciones e imposturas en el mercado del arte -que pueden llegar incluso al pequeño fraude o la gran estafa- no son nuevas en las carreras del guionista Andrés Duprat y de su hermano Gastón, autor y realizador, respectivamente, de Mi obra maestra. Ambos -con Mariano Cohn como codirector- habían concretado hace ya una década El artista y algunas de esas obsesiones reaparecen en esta película bastante más ambiciosa en su propuesta. Construida como un largo flashback, la película tiene como protagonistas a Arturo Silva (Guillermo Francella ), un marchand encantador y sofisticado, aunque bastante inescrupuloso, que tiene como cliente a Renzo Nervi ( Luis Brandoni ), artista plástico que disfrutó de alguna lejana época de gloria pero que hace una década no vende una pintura. Mientras Arturo es un galerista que se codea con millonarios coleccionistas, Renzo es un tipo huraño y resentido que vive prácticamente recluido en su decadente casa-taller y se niega a adaptarse a las exigencias de un mercado al que considera arbitrario y esnob. La llegada de Alex (Raúl Arévalo), un neohippie español que dice ser un admirador incondicional de este gran maestro incomprendido por las nuevas generaciones (la obra que aparece en la película es de Carlos Gorriarena) y la aparición en escena de otra experta en el negocio (interpretada por Andrea Frigerio) empezarán a modificar la situación. La película se maneja con bastante soltura dentro de los cánones de la comedia farsesca, aunque en ciertos pasajes la mirada que se pretende despiadada sobre los excesos y abusos del mundillo de la artes visuales termina apelando al trazo grueso. Con un buen despliegue de producción (las locaciones van del Museo de Arte Contemporáneo de Niterói al bellísimo altiplano jujeño), una vuelta de tuerca en su segunda mitad que genera cierto suspenso y una indudable química entre sus dos protagonistas (opuestos complementarios) a la hora de construir esa improbable amistad, Mi obra maestra termina sobreponiéndose a cierta superficialidad que se desprende de los conflictos trazados desde el guion.
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“Mi obra maestra”, de Andrés Duprat Por Hugo F. Sanchez Renzo (LuisBrandoni) es un artista plástico que conoció mejores épocas, está quebrado, perdió el tren y sus cuadros no se venden, un poco porque quedó al margen de las nuevas corrientes estéticas pero también porque es un cabrón importante. Aparentemente solo tiene un nexo con el mundo, su amigo Arturo (Francella), un galerista que trata de seguir vendiendo su obra a pesar de los desplantes, la intransigencia y el carácter explosivo del artista. Así que Mi obra maestra cuenta el mundillo del arte, las modas, la crítica, los negocios y el esnobismo -temas tratados en el cine en varias películas, desdeF de falso de Orson Welles hasta la reciente The Square de Ruben Östlund), por lo que siempre es interesante asomarse a universos que no están al alcance de todos. La primera película en solitario de Gastón Duprat (después de haber dirigido junto a Mariano Cohn El artista; El hombre de al lado; El ciudadano ilustre; y Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo), con guión de su hermano Andrés, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes, habla del mundo del arte pero su tema principal es la amistad, pero no, en realidad es un retrato de lo que muchos entienden como la argentinidad, aunque para ser preciso Mi obra maestra vendría a ser una película sobre la amistad de dos argentinos mayores, de clase media, chantas y por lo tanto dignos representantes del ser nacional, un concepto conservador muy en boga hasta hace unos años pero aún vigente que podría sintetizarte en algo así como “somos esto”, es decir: ventajeros por necesidad, vivillos pero simpáticos, singulares pero con defectos de origen, una serie de características que nos condenan a esto que somos y a lo que construimos colectivamente, que es poco y que bien merecido lo tenemos. Dejando en claro por dónde transita Mi obra maestra, lo cierto es que funciona, el tono de comedia canchera-costumbrista es efectiva, Brandoni y Francella juegan de taquito, se divierten y seguramente logren la complicidad de los espectadores. Y claro, junto al humor costumbrista de antaño, Mi obra maestra significa el regreso triunfal de esa ecuación argentina que nunca, pero nunca, va a arrojar un resultado positivo. MI OBRA MAESTRA Mi obra maestra. Argentina/España, 2018. Dirección: Gastón Duprat. Guión: Andrés Duprat. Intérpretes: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, Mónica Duprat. Producción: Mariano Cohn, Jaume Roures y Fernando Sokolowicz. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 110 minutos.
La nueva película de Mariano Cohn y Gastón Duprat, esta vez separados en sus roles de productor y director respectivamente, regresa sobre el mundo del arte en una comedia que no está a la altura de sus trabajos anteriores. El narrador es Arturo (Guillermo Francella), un representante y dueño de una galería de arte, hábil para los negocios que no le interesa otra cosa que lucrar con el arte ajeno. Su mayor virtud es conservar la amistad con el venido a menos Renzo Luis Brandoni), un artística plástico cuyo momento de gloria quedó en el pasado. Los egos, las miserias y mezquindades de estos personajes los unen en una extraña amistad. Por contraste está Alex (Raúl Arévalo), el alumno español de Renzo que viene a desenmascar los planes de los viejos amigos. Con Mi obra maestra (2018) estamos otra vez frente a un universo conocido por el ideólogo y guionista de la dupla de realizadores Andrés Duprat, hermano de Gastón y director del Museo Nacional de Bellas Artes que conoce a los personajes que retrata con profundidad. Sucede que aquí la película se basa en dos líneas argumentarles: por un lado la amistad entre los personajes de Francella y Brandoni, y por el otro la paradoja del arte. La primera funciona a medias, porque son contados los momentos realmente graciosos de la historia. Por otro lado, la vuelta de tuerca que afecta al arte es bastante previsible, y puede anticiparse rápidamente con sólo estar mínimamente atentos al modo en que se desenvuelven los hechos. Los responsables de El hombre de al lado (2009) aprovechan para trasladar -como en otras ocasiones- la crítica al arte a otra que pone en jaque los usos y costumbres de la sociedad argentina en general y con ella, del ciudadano medio. Lo hicieron con Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo (2011) y con El ciudadano ilustre (2016) por mencionar sólo dos casos. Siempre en la delgada línea entre lo que critica y lo criticado, desliza su línea ideológica. Arturo y Renzo son presentados como dos pícaros sinvergüenzas, simpáticos estafadores que generan empatía por su viveza criolla. Habría que evaluar si ese patetismo con el que se los describe llega al espectador como tal o se transforma en un ambiguo sentido común. Sin embargo, Mi obra maestra cuenta con la mirada incisiva sobre los estafadores alrededor del negocio del arte y el dudoso talento de los artistas, elementos que ya estaban presentes en su primera película sobre el tema El Artista (2009), sólo que aquí están potenciados por el arte contemporáneo que eleva ambas nociones a límites imposibles.
El efímero mundo del arte “Mi Obra Maestra” es una comedia dramática co-producida entre Argentina y España. Filmada en Capital Federal, Jujuy y Río de Janeiro, la película está dirigida por Gastón Duprat (El Ciudadano Ilustre, 2016) y escrita por su hermano Andrés, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes. El reparto incluye a Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, entre otros. La cinta participará en la Sección Oficial (fuera de competencia) del Festival de Venecia. La historia se centra en Arturo (Guillermo Francella), un discreto galerista de arte al que le encanta la caótica ciudad de Buenos Aires. Su mejor amigo es Renzo Nervi (Luis Brandoni), un pintor que conoció la fama y el éxito en los años 80 pero que ahora no tiene donde caerse muerto. Arturo quiere ayudar a que la carrera de Renzo resurja, sin embargo la irreverencia del artista y sus reglas particulares (no realiza cuadros por encargo) hacen que sea muy difícil vender alguna de sus pinturas actuales. Así será como Arturo tendrá más de un dolor de cabeza por la irresponsabilidad de su amigo, el cual está a punto de ser desalojado de su hogar por no pagar el alquiler. Extenderse más sobre el argumento sería arruinar una película que ya contiene grandes spoilers en su trailer, póster e incluso en algunas entrevistas con los actores. Como en “El Ciudadano Ilustre”, se nota que la cinta fue concebida por partes (en este caso hay tres etapas diferenciadas entre sí), lo que hace que sea como un viaje donde en la introducción tendremos más momentos cómicos, en el medio la emotividad aflorará y luego se pasará a un acto final tenso debido a los giros previos. Francella y Brandoni se lucen al interpretar a dos mejores amigos con personalidades totalmente opuestas. A pesar de que Renzo decepciona en varias ocasiones a Arturo por su tan marcado anticapitalismo, resentimiento e inconformismo, el galerista siempre está al pie del cañón para él porque sabe que en el fondo es una buena persona que con el tiempo fue dejada de lado por el mundo de las artes visuales. Con un guión hecho por alguien que sabe mucho del tema, el filme nos brinda una amistad súper realista que por su dinámica e ironía atrapa desde el comienzo. De los actores secundarios, es para destacar la actuación del español Raúl Arévalo, que tiene un papel primordial para el desarrollo de la historia. Por otro lado, Andrea Frigerio como “Dudú”, una influyente coleccionista internacional que busca generar tendencia, llega a sentirse demasiado artificial ya sea desde su aspecto (peluca gris, anteojos, tacos y vestido llamativo) como desde su forma de hablar. En cuanto a las locaciones tenemos una gran variedad de museos y galerías que logran que nos metamos de lleno en cómo se maneja la clase social alta, donde los precios por cada cuadro son exorbitantes y cambian enormemente año tras año. Además, las escenas en Jujuy están filmadas de tal forma que sus cerros son más imponentes de lo usual. “Mi Obra Maestra” divierte mucho por el carácter tan fuerte del antisocial Renzo Nervi y su visión pesimista de la vida. Aparte, Gastón Duprat pone sobre la mesa cómo el concepto de “arte” cambia dejando víctimas en el camino. Sin superar a “El Ciudadano Ilustre”, la película vale mucho la pena y más si decidís verla con amigos.
Solo en la dirección, sin Mariano Cohn, Gastón Duprat se mete en un mundo que conoce, el de las artes plásticas, con guión de su hermano, director del Bellas Artes. Pero más que el esperable comentario mordaz sobre el snobismo, a cargo de los autores de El Ciudadano Ilustre, la apuesta, esta vez, va más hacia el corazón que hacia la acidez, con una historia de amistad de toda la vida en el centro del asunto. Entre un galerista de buen pasar (Francella) y un pintor de talento (Brandoni) al que se le pasó el cuarto de hora. Ninguno es un manojo de virtudes, pero el pintor se deja ayudar tan poco por el galerista que termina perjudicándolo fuerte, a pesar de lo cual terminarán por pergeñar juntos una vuelta de tuerca conveniente para ambos, que no hay que contar. La amistad. Jugando con los códigos de la comedia popular argentina junto a dos de sus mayores actores, Duprat consigue sostener el entretenimiento, con su ingenioso giro argumental. Y redondear una comedia ni blanca ni negra, tan generosa en tics de lo muy argentino como universal en su tema. Con Francella y Brandoni pasándolo bien en dos papeles que les quedan como anillo al dedo.
Después de años de compartir crédito como directores en múltiples películas, Gastón Duprat y Mariano Cohn decidieron encarar proyectos en solitario como realizadores, cada uno produciendo el trabajo del otro. Mi Obra Maestra, a cargo del primero, es la que llega antes a los cines y da cuenta de una clara continuidad con la filmografía previa, en lo que se percibe como una oportunidad desaprovechada para salir de la zona de confort y encarar un tipo de labor diferente. Nuevamente se transita un territorio conocido como es el del mundo del arte, con un gran despliegue de producción, y se cincela un crimen en su interior. En el centro no hay una rivalidad, como en films previos, sino una amistad. Y es la falta de nutrición de ese vínculo lo que menoscaba sus méritos.
DEL ARTE Y OTRAS FORMAS DE FARSA Mi obra maestra es la más reciente película de Gastón Duprat, cuyas películas anteriores fueron siempre co-dirigidas con su socio Mariano Cohn, quien aquí oficia de productor. El cine de esta dupla es curioso: sus películas son comedias dueñas de un humor ácido, a veces no exento de crueldad, en las cuales sus protagonistas distan de ser agradables. A veces incluso pueden tener una mirada especialmente misantrópica del mundo que, por otro lado, la propia película parece compartir. A partir de estas películas, la dupla Cohn – Duprat ha reflexionado sobre muchas cosas: las tensiones de clase en El hombre de al lado, la pesadilla de la mediocridad en Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, la envidia en El ciudadano ilustre. Así y todo, la cuestión que más parece obsesionarlos es la relación entre el artista y su arte, o más aún, el significado real de la calidad artística. Mi obra maestra es, quizás, la película que más claramente habla de esto. Cuenta la historia de Renzo (Luis Brandoni), un pintor que supo tener un gran éxito en décadas pasadas y que ahora se ve incapaz de vender un solo cuadro, en parte porque su estilo ya no llama la atención, y en parte por su carácter autodestructivo y misantrópico, que lo vuelve capaz de atentar contra sus mejores oportunidades financieras. Su única relación genuinamente afectiva parece establecerse con Arturo (Guillermo Francella), un galerista carismático que trabaja con Renzo desde hace décadas y parece ser el único que pudo mantener una relación de algún tipo con el pintor. Justamente los únicos momentos verdaderamente luminosos en la película se dan en las escenas en las que ambos se expresan algún tipo de afecto. Si estas instancias pueden lograr cierta emotividad, no es tanto por cómo están filmadas, sino más que nada por el contraste que existe en una película que exuda desconfianza (y a veces hasta repudio) hacia todo: la burguesía, la gente bienintencionada, el cristianismo, el comercio del arte, la crítica. Esta mirada parece extenderse hacia prácticamente todo; de ahí que esta película abunde en personajes con actitudes maliciosas y carentes de ética. Lo interesante de todos modos es que la inmoralidad de los protagonistas parece perfectamente coherente con una película cuya visión del mundo es tan oscura y cínica que, al fin y al cabo, un accionar espantoso puede resultar tolerable. Incluso el film propone un juego moral extraño, poniendo al único personaje bienintencionado, creyente en la moralidad y la compasión, como un tremendo idiota. Hay un problema con esta mirada, y es que, de tan odiosa y desconfiada, a uno como espectador nada le parece finalmente demasiado significativo. Por ejemplo: en una de las escenas de la película, vemos a Arturo mirar con admiración a Renzo pintar con habilidad un cuadro gigantesco para una empresa. El momento es complicado, porque ante una película que termina teniendo una mirada tan cínica sobre el propio mundo del arte, ese instante resulta falso, carente de toda emoción, o siquiera interés. Lo mismo sucede con los propios ideales de Renzo, como su rechazo al cristianismo y a la moral burguesa. Es imposible tomarse medianamente en serio eso (incluso en su provocación) cuando vemos que Renzo carece de cualquier valor moral, siendo capaz de no sentir remordimiento por el hecho de haber sido un padre abandónico. Así y todo, quizás el mayor problema de Mi obra maestra sea formal. El trabajo de Duprat sobre los planos rehúye de cualquier tipo de preciosismo, y más de una vez recurre a una estética de lo feo y lo mediocre. Este tipo de estética siempre estuvo presente en la dupla Cohn-Duprat, pero muchas veces tenía una función dramática o humorística realmente efectiva. Por ejemplo, la fealdad visual del homenaje que le hacían al personaje de Oscar Martínez en El ciudadano ilustre era reflejo de la propia mediocridad del pueblo, pero también era un momento cómico sofisticado, que lograba, a partir de esa fealdad visual, establecer un momento de humor distinto. En Mi obra maestra, la simpleza de los encuadres y el carácter grotesco de muchos personajes pueden ser una expresión formal del mundo chato y mezquino que refleja Duprat, pero al mismo tiempo son solamente eso. Por otro lado, cuando Duprat intenta ser más preciosista respecto de los espacios (como en el arranque con una voz en off de Arturo hablando de la Capital Federal y en las escenas en Jujuy), el resultado está más cerca de la postal turística. También resiente bastante la película una estructura narrativa que abusa de las elipsis, dejando demasiados cabos sueltos que tornan ciertas vueltas de tuerca inverosímiles. No obstante, Mi obra maestra está lejos de ser absolutamente descartable. Hay varios momentos de humor realmente logrados, y sobre todo actuaciones brillantes por parte de sus principales intérpretes. Hablamos acá de un Francella que sabe resignificar su habitual personaje de chanta porteño en una clave que roza lo psicopático; un Brandoni en estado de gracia que logra componer a la perfección a su pintor malhumorado y cínico, capaz de decir con la mayor parsimonia posible las mayores bestialidades; una Andrea Frigerio que sabe actuar sobriamente un personaje que podría haberse tentado al grotesco; y el español Raúl Arévalo, cuyo personaje caritativo logra generar comicidad hasta en el propio tono con el que dice sus líneas. Esto es mérito de los actores, claro, pero también de un director que supo dirigirlos. Y es justamente en esta virtud que se encuentra la razón principal por la cual Mi obra maestra, aún con sus varios defectos, puede resultar un entretenimiento de lo más ameno. Quizás esto no la vuelva una gran película, pero sí un producto industrial respetable y a tomarse en serio, incluso en un relato que parece decirnos a cada rato en su infinita misantropía y cinismo que no hay prácticamente nada que valga realmente la pena.
Temperamento Artístico Renzo Nervi es un artista que tuvo su pico de gloria durante la década del 80 y que actualmente no goza del mismo prestigio, un declive influenciado también por su actitud errática que tiene a maltraer a Arturo Silva, su galerista y representante de hace años, con quien conserva también una amistad. Una relación que estará puesta a prueba cuando, agobiado por las deudas, Renzo deba aceptar el encargo de realizar una pieza para una empresa noruega, cosa que no le cae en gracia. Acá no se propone la narración de un solo conflicto que abarca toda la duración de la película, sino de dos. Al principio tenemos la historia de un encargo artístico (la cual se resuelve a la mitad) y una segunda que empieza a partir de ese punto medio, sobre la cual abarcar implicaría caer en territorio de spoiler. Hay un detalle con el desarrollo y la dinámica entre los personajes. Es más creíble la dinámica agente-cliente que existe entre ellos, que la amistad de 40 años que dicen que los une, cuestión que resulta una consecuencia directa de la estructuración narrativa elegida. La primera abarca un dilema netamente profesional y la otra uno netamente personal. Deberían tocarse, y lo hacen, pero en cada mitad cuando predomina un tema, la cruza con el otro se produce de un modo superficial. Es necesario destacar ciertas cuestiones de ideología, es decir la que proponen los personajes. Si el problema está en su contenido, eso ya depende del espectador. Pero lo que sí es cuestionable es lo explícita que puede ser la expresión de la misma, incluso en tramos donde dichas declaraciones -si bien revelan detalles del personaje- no ayudan mucho a avanzar la trama o son resueltas torpemente. Por ejemplo, un comensal que se rehúsa a pagar en un restaurante a modo de “compensación” por lo que le debe el país es un concepto de escena que prometía una resolución más satisfactoria que la que resultó teniendo. Hay desarrollos que duran lo que un suspiro y uno se plantea qué papel juegan en la evolución del personaje. La novia del protagonista: un besito, un rechazo sexual y un insulto, y ya está. Estrictamente desde el papel, no aporta ningún avance para la historia o el personaje más que mostrar a un caballero de edad con una chica joven. También hay otras relaciones de personajes, como las del artista español, que aparecen y desaparecen del flujo narrativo más por conveniencia que por progresión natural. En materia actoral, Guillermo Francella y Luis Brandoni se llevan al hombro la película ratificando una química de probado éxito en la televisión. Si la película logra salir adelante es por mérito de ellos y de secundarios como Andrea Frigerio que lo poco que aparece lo hace de manera destacada. El costado técnico es sobrio: nada para admirar, ni mucho para elogiar; una puesta hecha netamente al servicio del seguimiento actoral.
Es la primera vez que Gastón Duprat dirige en solitario, aunque Mariano Cohon su coequiper habitual está en la producción y Andrés Duprat en el guión. En este caso el autor aporta su mirada sobre el mundo del arte (es el director del Museo Nacional de Bellas Artes) y el film tiene dos niveles de desarrollo. Ese mundo de la cotización de las obras de arte por modas, caprichos y vaivenes del mercado, con sus reglas y características que son puestas al descubierto y es en general terreno vedado para la mayoría. Y el otro andarivel es el de la amistad masculina con sus altibajos, entre un marchant y un pintor que en el inicio de sus carreras conocieron el éxito apabullante y que ahora cuando ese artista no puede vender ni un cuadro, su galerista intenta sacarlo de su mundo de enojo y rebeldía que lo hunden en la miseria. No mucho más se puede decir sin espoliar el argumento interesante que contó con la química entre dos grandes actores. Un Luis Brandoni inspirado y conmovedor y un Guillermo Francella que se maneja con la elegancia del mundo del arte, la ambigüedad de sus deseos y las buenas intenciones mezcladas con el interés, en una composición con el toque perfecto. En rubro actores también brilla Andrea Frigerio en su galerista de fama internacional que puede dictar el éxito o el fracaso de un artista con un gesto. La producción lujosa, no solo se muestran las obras de Carlos Gorriarena (como que pertenecen al personaje de Luis Brandoni) sino que se convocó a un discípulo, Germán Gárgano para que creara un cuadro para el film. Una producción lujosa y un argumento que juega y desarrolla un suspenso, una estafa para atrapar al espectador.
El trío Duprat-Cohn-Duprat cada día toca mejor. Lo mismo el dúo Francella-Brandoni, o Brandoni-Francella. Juntos han formado un quinteto memorable, pero quizá solo para esta ocasión, porque el trío nunca repite artistas invitados. Salvo Andrea Frigerio, que en "El ciudadano ilustre" hizo una mujercita de pueblo chico y ahora es una bienuda de alto nivel digna de registro. Como son dignos de registro (policial) los dos atorrantes que arman la "obra maestra" del título. Uno, pintor pasado de moda y lleno de deudas, la va de artista ofendido con la sociedad. Otro, galerista de alcance medio, intenta ayudarlo por razones de amistad, de aprecio y de dinero, en ese orden. Por ahí andan la ex del pintor, un alumno que lo admira por sus declamados principios, una refinada galerista que mira todo desde arriba, un enfermero comprensivo, tres perros y un camionero. Este sujeto es fundamental, pero hasta ahí contamos. Una vez conocidos los personajes, todo lo demás debe ser sorpresa y regocijo. Así, entre la ironía, la alegría y un poquito de humor negro, surge esta historia muy argentina de una amistad y/o de una estafa, como dicen los avisos, haciendo de paso una gozosa crítica al mundo de la plástica y el mercado de arte. Una fiesta de buenos actores. Y un paseo donde todo es lindo de ver, inclusive las pinturas. Director, Gastón Duprat. Productor, Mariano Cohn. Guión, Andrés Duprat, que conoce el paño, como que es director del MNBA. Locaciones en Fundación Elía Robirosa, Museu de Arte Contemporánea de Niteroi, museo Fortabat, Hospital Balestrini de Ciudad Evita, y el Horconal, entre Purmamarca y Humahuaca.
Extraña pareja para el mundo del arte La primera película solista del codirector de El ciudadano ilustre baraja distintos temas, pero nunca es capaz de definir de qué quiere hablar, diluyéndose entre todas sus posibilidades. En El artista, su ópera prima en la ficción (2008), el dúo integrado por Mariano Cohn y Gastón Duprat asociaba arte con estafa, a través de la fábula de un enfermero que presentaba como propias las obras robadas de un paciente pintor, consagrándose en el intento. En Mi obra maestra, la siguiente a la exitosísima El ciudadano ilustre –que arrasó con premios, recaudaciones y prestigio por igual– Gastón Duprat ahora a solas, con Mariano Cohn ocupando el rol de productor ejecutivo, parafrasea durante un fragmento esa misma asociación, aunque no sea ése exactamente el tema de la película. El tema de Mi obra maestra es… ¿Cuál es el tema de Mi obra maestra? ¿El modo despiadado en que el gran arte pasa de moda? ¿La decadencia que viene junto con la vejez? ¿El olvido del mundo al que un misántropo se condena a sí mismo? ¿La relación, estilo buddy movie, de éste con su único amigo? ¿El peligroso entrelazamiento entre amistad e interés? Se podría decir que todos esos son los temas de Mi obra maestra. Ese es el mayor problema de una película que nunca parece en condiciones de definir de qué quiere hablar, deshaciéndose entre todas las alternativas posibles. De todas ellas podría elegirse como más constante la condición de buddy movie, esa clase de comedias en las que una tarea en común hermana a dos tipos que son el agua y el aceite. O lo contrario: los tipos son amigos cuando la película empieza, lo cual no impide que sean como el agua y el aceite. Éste último sería el caso de Mi obra maestra, que como El artista y El ciudadano ilustre cuenta con guion de Andrés Duprat, hermano de Gastón y director, a la sazón, del Museo Nacional de Bellas Artes, institución que prestó sus instalaciones (y sus originales de Carlos Gorriarena) para la filmación de una escena. Cuestión de introducir un (falso) “gancho” policial, la película de los hermanos Duprat –coproducida con capitales españoles, e incluyendo varios “chivos” ostensibles del grupo Clarín– empieza con el galerista Arturo (Guillermo Francella) informando al espectador que va a narrar una historia de amistad que terminó en asesinato, retrocediendo luego cinco años para desarrollar el deterioro de su relación con el pintor Renzo Neri, a quien sólo él parece soportar (Luis Brandoni). En esa escena introductoria dos cosas llaman la atención. Una es la ruptura de la cuarta pared, con Arturo dirigiéndose al espectador desde su soliloquio (otra forma de generar sensación de inclusión, podría pensarse). La otra, todo un monólogo interior sobre la ciudad de Buenos Aires, sobre imágenes urbanas, que no se sabe muy bien a qué viene y que se comprobará más tarde que no vino a cuento de nada. Mi obra maestra no se caracteriza por su rigurosidad: así como ese monólogo incluido perche mi piace, la película entera se arma por mera agregación. Se construye el personaje de Neri, evidentemente el que más interesaba al guionista y al director, y alrededor de él se van agregando circunstancias o personajes episódicos. Su relación con una alumna a la que le lleva casi medio siglo (María Soldi, una de las hermanas Puccio de Historia de un clan), con un admirador que quiere ser su alumno (el español Raúl Arévalo, uno de los comisarios de a bordo de Los amantes pasajeros, de Almodóvar), la asociación postrera de Antonio con la dueña de una galería de arte (Andrea Frigerio, excelente). El personaje de la alumna está puesto para proveer a Renzo de alguna historia amorosa, que termina en odiosa. El de la galerista es el que tiene más pertinencia con lo que sucede, y el del candidato a alumno, el que menos. Esto último genera un desbalance mayúsculo, ya que ese personaje atraviesa la trama de principio a fin, generando escenas enteras que resultan inconducentes (incluyendo una presunta muerte por envenenamiento) y que perfectamente podrían sacarse íntegras de la película, sin que nada cambie demasiado. Tal vez cambiaría todo, ya que a falta de desarrollo narrativo lo que queda son los sketches y las actuaciones. Los primeros apuntan, una vez más, a conquistar al espectador. Hay un problema en este punto: los remates de prácticamente todos los gags pueden verse en el tráiler de la película, con lo cual el efecto cómico queda seriamente averiado. Las actuaciones son parejamente excelentes, con ambos protagonistas pisando terreno firme y poniendo todo su timing cómico-comédico al servicio de una película que dejará más conformes a quienes simplemente vayan a ver a ambas superestrellas que a quienes pretendan un relato que se dirija a alguna parte, que se sienta como necesario, progresivo e inevitable.
Dicen por ahí que a los hermanos se los puede elegir, o que, mejor dicho, un amigo es un hermano que uno elige. En algunas oportunidades esta “elección” es fortuita, y se termina relacionando gente en las antípodas, por el caso y motivo que sea, construyendo vínculos que con el tiempo se fortalecen, o, en el peor de los casos, se desgastan. “Mi obra maestra” parte de esta premisa, la de un galerista (Guillermo Francella) y un artista (Luis Brandoni) que con el correr de los años más allá de uno representar al otro, forjaron una estrecha amistad cimentada más en el espanto que en el amor y respeto. Renzo (Brandoni) ha perdido su toque que lo hacía único y que en poco tiempo lo catapultó a la fama convirtiéndolo en uno de los pocos artistas, con una vasta obra, de grandes dimensiones, que pudieron hacerse de una fama que aún luego de años reverbera en el mundillo y circuito cultural. Arturo (Francella) ya no sabe cómo sostener a Renzo en sus muestras, y mucho menos, seguir tolerando los desplantes, desaires y prejuicios, que éste tiene para su profesión, responsabilidad y vínculo con los demás artistas. En ese punto de vínculo entre ambos, y volviendo a pensar algunas ideas ya volcadas en “El Ciudadano Ilustre”, Gastón Duprat, en solitario, se anima a jugar con la comedia negra, con toques de thriller y policial, construyendo un relato sobre la amistad más allá de todo. Un encargo, un engaño, la posibilidad de reivindicar a toda costa a Renzo y su obra, van disparando pequeños conflictos que de alguna manera intentan complejizar la narración pero que en el fondo desarticulan algunas ideas interesantes sobre la frivolidad en el arte para preferir desarrollar, en una segunda instancia, un relato sobre el gran problema del país, el engaño. Claro que para engañar tiene que haber gente dispuesta o incauta, y la hay, una galerista multimillonaria (Andrea Frigerio) y, principalmente, miles de coleccionistas y amantes de las obras pictóricas, que caerán en una situación confusa de la que son participes los protagonistas. “Mi obra maestra” gana fuerza en el relato cuando mantiene ciertos lineamientos estéticos previos, ya trabajados en propuestas anteriores de Duprat (obsesión por simetría, utilización de grandes espacios arquitectónicos, registro cuasi documental de personas). Pero cuando intenta cohesionar géneros dentro de la misma estructura, allí pierde ante el inevitable desencadenamiento de situaciones y una aceleración ya en el tramo final que en vez de generar sorpresa con las revelaciones, avanza en el refuerzo de conceptos perdidos sobre esa amistad inicial que impulsaba el relato. Filmada en locaciones naturales, utilizando el norte argentino (Jujuy) como vehículo para avanzar en la segunda etapa de la historia, la del relato, “Mi obra maestra” no logra trascender algunas cuestiones recurrentes en la obra de la dupla Duprat/Cohn relacionada a una reaccionaria mirada de clase que tiñen y opacan el intento de reforzar un cine for export pensado solo como entretenimiento para las grandes masas.
La séptima película de Gastón Duprat, "Mi obra maestra", peca de indefinición, repetición, y falta de tacto para los tiempos que corren. Su postura arrogante puede alejarla del público más popular. Como pocas en la historia de medios en Argentina, la dupla Cohn-Duprat impuso un estilo muy reconocible. Desde los inicios con aquel Televisión abierta, los tiempos del Cupido de Muchmusic, o la gerencia del Canal de la ciudad. La marca registrada incluía algo de kitsch posmoderno, con arte popular, y un barroco desfasado casi autoparódico, también publicitario. La misma fórmula la supieron llevar al cine con la acertada "El hombre de al lado", y las más variadas "El ciudadano ilustre", "Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo", y "El artista", entre otras. La novedad es Gastón Duprat asumiendo su primer film sin la dupla con Mariano Cohn. El resultado, no varió demasiado, quizás se profundizó. "Mi obra maestra" tiene todos los ingredientes que uno esperaría de un film de Duprat, a lo cual le suma una llamativa falta de ideas que atenta poderosamente en el resultado final. Un dato relevante resulta que en el guion se encuentre Andrés Duprat, hermano del director, y asiduo colaborador en todas las películas de este. Andrés es además de arquitecto, el actual director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires. Por esta razón, "Mi obra maestra" prometía ser un film hecho a consciencia de lo que se habla. Esta historia de artistas renegados, galeristas, y una estafa que nos prometen en todas las promociones; era el ámbito adecuado, para un guionista y un director, que han hecho del mundo de la artes en nuestro país, un lugar de confort, zona para desplegar su (supuesta) mirada ácida, y línea de rigor estético en todos sus proyectos audiovisuales, tanto en cine, como en TV. Quizás las expectativas fueron demasiadas. Luís Brandoni es Renzo, un pintor conceptual, con un estilo propio, pero algo anticuado para la vanguardia moderna. Actualmente subsiste sólo gracias a su amigo Arturo (Guillermo Francella) un galerista local, que lo sigue bancando, y soporta todo tipo de desplantes y divismos de artista por el vínculo que los une. Entre los dos hay mucha camaradería. A Arturo, Renzo le significa el vínculo humano que lo aleja de la impostura de las galerías; y a Renzo, Arturo le significa la única persona que soporta su forma de ser. Pero las cosas se van recrudeciendo. Renzo arruina un buen negocio en uno de sus arranques a lo Federico Klem (¡qué cosa este año el cine argentino major con el querido Federico!); y cuando Arturo logra conseguirle un arreglo de realizar una obra por contrato para un empresario, nuevamente, Renzo hace de las suyas. Paralelamente, en la vida de Renzo aparece un joven idealista, Álex (Raúl “hay que justificar la coproducción” Arévalo), que quiere estudiar arte con el pintor. Lo cual servirá a Renzo (y a los responsables de la película) para denigrarlo de todas las formas posibles. Mientras Renzo se va convirtiendo cada vez más en un ermitaño y desaprovecha cualquier ayuda, Arturo tapa sus agujeros llegando al límite de la tolerancia. Esto es "Mi obra maestra", la historia de una amistad entre dos hombres adultos, atravesada por los delirios de divismo de uno de ellos. ¿Y la estafa de la que tanto nos hablaron? Ahí está el inconveniente de esta producción. Podríamos decir que mucho de lo que se le puede criticar al nuevo film de los Duprat son cuestiones comunes en toda su filmografía y obra televisiva. La misoginia intrínseca, la falsa misantropía que disfraza – poco – una mirada clasista rancia y llena de prejuicios (con cierto tufillo cercano a la coyuntura actual con guiño positivo), la funcionalidad de los personajes, la artificialidad de los diálogos, lo plástico de la puesta – que la acerca a lo televisivo –, y hasta la desprolijidad en no encontrar un punto estético justo. Pero hasta ahora, para bien , o para mal, estuviésemos de acuerdo, o no, siempre tenían en claro qué contar. "Mi obra maestra" es un film indeciso. No sabe qué contar. Sabe que quiere poner en el centro de la escena un personaje que exprese todo lo que ellos piensan sobre los artistas, el populismo, y el mundo del negocio del arte (contradictorio a lo que dijeron en "El artista"). Pero nunca sabe en qué contexto hacerlo. Permanentemente cambia de historia, platea un hecho, lo resuelve, lo descarta, y presenta otro, y así. De este modo, “la estafa” (un plagio total a un capítulo de la serie de TV "De poeta y de loco", con algo de otro capítulo de "Hombres de ley") se muestra recién casi sobre el final, dura aproximadamente diez minutos, y la resuelve de un modo simple, torpe, apurado, y por lo tanto irreal. Humorísticamente reposa en la idea de un anciano puteador. Constantemente cree que nos debería parecer gracioso ver a un señor mayor, con delirios de grandeza, denigrando a todo el que se le cruce por delante, y hasta realizando varias bajezas. Un humor que atrasa varias décadas en su peor forma. Plus, la dupla realizadora, suele burlarse abiertamente cuando ese humor es realizado en un marco popular. Brandoni y Francella actúan con oficio y sacan sus personajes a flote de una no historia general. A Arévalo le resulta imposible corregir un personaje construido desde el guion con todo el asco de clase y la bajada de línea hiriente hacia cualquier ser que mantenga una idea más allá de su bolsillo. Quien resalta es Andrea Frigerio, de escasa participación, pero sorprendente fuera del registro actual; componiendo con todo el cuerpo y el habla. Destacadísima. Por el resto, abundan los malos encuadres, los primerísimos planos a objetos (algo muy publicitario televisivo, desacertado en el cine), y hasta un desaprovechamiento de los bellísimos escenarios de Jujuy con planos en los que se nota la pantalla verde superpuesta. Gastón Duprat, sin Mariano Cohn, pero con su hermano Andrés, varía poco y para peor, la tendencia en su cine a prevalecer la bajada de línea clasista por sobre el objeto cinematográfico. Como si fuese un acto de Renzo, "Mi obra maestra" resulta una puesta caprichosa de un par de niños que se consideran rebeldes, y cada vez exponen más a flor de piel el patetismo de sus conceptos.
Mercantiliz arte ¿Quién decide el verdadero valor de un cuadro? Todo menos la calidad artística y ya desde esa premisa el nuevo opus del tándem Duprat-Duprat apuesta a la comedia negra para escudriñar desde su sabia malicia en el mundillo de los galeristas y los curadores de arte, como si se tratara de un lado b de su película El artista, que también giraba en torno a la impostura y la hipocresía de toda la elite snob argentina, pero con una dosis menor de maldad. En ese sentido, Mi obra maestra, permite una lectura oblicua de su trama porque más allá de la historia de un pintor en decadencia (Luis Brandoni) y su galerista Arturo (Guillermo Francella) en plan de salvataje bajo las reglas salvajes de un mundo sin códigos, se vale de la anécdota para sumergirse en dilemas morales a la vez que en el orden estético, aspectos interconectados que pretenden una redefinición del rol de los artistas en la sociedad contemporánea y del arte per se como vehículo de interpretación y representación de la realidad de su tiempo. En este caso, Renzo es un pintor que destiñe ante la formalidad del consumismo de ricos y la ambigua relación entre el negocio del arte y la estafa al pequeño burgués ignorante. La sustanciosa idea de la perdurabilidad de una obra con el correr de los años contrasta con los diferentes deterioros del tejido social, y también del propio cuerpo del artista plástico cuando el contexto es absolutamente indiferente a su evolución interna o la progresiva transformación de una mirada a lo largo de décadas, que busca sin ir más lejos en el lienzo el retrato de un instante histórico emocional. Basta con ver los colores en cada cuadro de Renzo o esas figuras exageradas que su amigo Arturo envuelve en la retórica y la perorata de las explicaciones como esa ironía característica del estilo de este notable pintor argentino. Sin embargo, la singularidad de Mi obra maestra reside en lo que hace a los contornos y no a la figura lisa y llana que encierra ese vínculo de amistad pero a la vez de sinceridad extrema en momentos de crisis y de pedidos de ayuda. Los contornos de la solidaridad, por ejemplo escapan a la forma de lo solidario como parte de otra estrategia mercantilista para sacar el mayor rédito posible en el mercado del arte, así como la nada novedosa idea de revalorizar a un artista olvidado una vez declarada y firmada su acta de defunción. ¿Es acaso la muerte la que valoriza al artista antes que la vida? ; o la locura de un anciano que dibuja en una servilleta trazos sin sentido como ya ocurriera en El artista. Ninguna respuesta alcanza para definir una obra maestra y en este caso apenas se llega al esbozo de una mueca contra el sin sentido del arte, los artistas y los críticos como quien escribe.
Todo gira en torno a los momentos que les toca vivir a dos amigos entrañables que llevan varios años de amistad, se conocen bien y ante las vicisitudes que le presenta la vida son capaces hasta de cometer un delito para salvar su amistad. Esta es una comedia inteligente que se divide en dos partes y que incluye giros atrapantes, entre la complicidad de estos amigos, más el tercero en discordia, un joven idealista compuesto por el actor y director español Raúl Arévalo (de muy buena actuación) que en su momento quiere aprender las técnicas de su maestro Renzo (Luis Brandoni) y termina él dándole lecciones de vida. A la cinta le otorga buenos matices la presencia de Andrea Frigerio como la mujer extravagante. Nos introducimos en el mundo del arte, del capitalismo, la competencia y asistimos a situaciones sutiles. En esta comedia negra, los protagonistas valoran su amistad, aquí Francella y Brandoni tienen muy buena química y hasta logran escenas que resultan muy teatrales. Uno de los problemas de la trama es que no logra sostenerse hasta el final y decae un poco. Filmada en la Quebrada de Humahuaca, Jujuy, Bs As y Río de Janeiro. La fotografía del film se encuentra a cargo de Rodrigo Pulpeiro.
Tras el éxito de El ciudadano ilustre (2016), Gastón Duprat vuelve al universo que ya había explorado en su ópera prima, El artista (2008), sólo que esta vez sin la co-dirección de Mariano Cohn. El resultado es otra nueva mirada desencantada sobre el negocio de las artes visuales, con el foco puesto en la amistad entre un artista y su representante. - Publicidad - Como ocurría en El artista, en Mi obra maestra (2018) el arte es, ante todo, un modo de generar ganancias. La “genialidad” de la obra se explicaba con insistencia mediante la apreciación de aquellos que ponían su precio y, en consecuencia, daban el envión necesario para fundar su valor y habilitar su circulación en el mercado. Más que películas “sobre el arte” (en realidad, en ambos casos uno asume la idea de que hay buenos pintores que hacen obras notables), las obras de Duprat son películas sobre cómo apreciar el arte y cómo saber sacar rédito de ello. En el primer caso, esta característica se hacía evidente mediante la estafa de un enfermero que, apropiándose de las creaciones de un anciano demente al que cuida (el gran Alberto Laiseca), deviene artista cotizado. En este caso más reciente, el artista es consciente de serlo, sólo que su misantropía lo mantiene alejado del éxito que alguna vez tuvo. El Renzo Nervi que compone Luis Brandoni es una caricatura de lo que era; confinado a una casa en ruinas de la que no puede pagar el alquiler, transita su vida enunciando su grandeza pero sin vender una sola obra. Y cuando lo consigue es gracias a Arturo Silva (Guillermo Francella), su representante y dueño de una galería, el único amigo que parece quedarle aunque su paciencia penda de un hilo. En toda la filmografía de Duprat que, por otra parte, es casi toda la cinematografía de Cohn, se apuntó la mirada poco amable que prevalece sobre sus personajes. Por lo general, no muy empáticos y arrojados a enfrentar situaciones que los obligan a sacar lo peor de sí mismos (recuérdese, por citar un caso, el final de El hombre de al lado). A no ser por la antipatía que generan los protagonistas de Mi obra maestra per se, al menos en este caso aparece la amistad como un bien no ganancial, corroída (cómo no) por el negocio puro y duro, algo que se pronuncia cuando hacia mitad de la película ocurre un hecho que pone al pintor en un lugar muy vulnerable. De allí en más, habrá menos confianza en la bondad; el dinero volverá a marcar el norte de las relaciones y un joven español que deseaba ser el discípulo de Renzi (quien lo despreció apenas lo conoció) pasará a ser la “voz moral” de esta suerte de fábula. Una caricatura (y van…) de la bonhomía. Estamos frente a un film que tiene sus méritos. Los gags “funcionan”, hay timming y, sin llegar al trabajo minucioso de encuadre que sí tenía El artista, se percibe un buen trabajo puesto en la composición de la imagen. En cuanto a los déficits, el mayor problema de Mi obra maestra es que este encorsetamiento de los personajes, promovido por la necesidad, la reincidencia, de mostrar a las artes visuales como un nido de víboras, termina por quitarle emoción al relato. Como bien apunta el crítico Horacio Bernades de Página 12, no se termina de saber muy bien cuál es el tema de esta película. Pero, conjeturamos, detrás de los caprichos del guión (¿por qué la voz en off, por qué empezar desde el final?) late una historia sobre la amistad, genuina, sostenida en buena medida por las buenas actuaciones y por la necesidad de creer que entre tanta miseria queda espacio para la humanidad.
Al comienzo de Mi obra maestra, Arturo (Francella) le habla directamente al público y explica encantado lo que le fascina de Buenos Aires: más allá de que la ciudad no tenga ningún peso en la historia, ese comienzo algo cándido deja en claro que se está en un universo diferente al de las películas de Mariano Cohn y Gastón Duprat, con sus mundos poblados de criaturas más bien ruines y despreciables. El cambio es muy notorio e imposible de ignorar; la salida de Cohn de la dirección tal vez tenga que ver, pero eso no nos importa. El caso es que Mi obra maestra parece querer volver sobre lo hecho por El artista, del dúo Cohn-Duprat, pero para hacer algo muy distinto: la película de 2008 retrataba el mundillo del arte local y lo mostraba como un entorno envilecido que legitimaba el cálculo y la estafa haciéndolos pasar por grandes logros; Mi obra maestra, en cambio, apuesta a una sátira amable que se contenta con invocar algunas caricaturas que se asocian inmediatamente al arte contemporáneo, como el galerista chanta, el artista solitario o el crítico presumido. No hay restos de la famosa malicia de los personajes del cine de Cohn-Duprat, ni tampoco de la crueldad con la que los directores suelen castigar a sus protagonistas (Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo es básicamente eso: un infernal dispositivo de tortura narrativa). La pregunta es: ¿Qué queda de ese cine? ¿No es esa crueldad lo primero de lo que uno se acuerda cuando habla de sus películas, sea a favor o en contra? ¿Qué queda de El ciudadano ilustre, por ejemplo, sin su gente de pueblo pequeña y miserable que asedia sin descanso al escritor por todas las vías imaginables? ¿O de El artista, sin la crapulez del enfermero que toma dibujos de un viejo incapacitado, los hace pasar por propios y engaña así a un montón de seres más bien grises e ignorantes que se tienen a sí mismos por gente refinada? La maldad en el arte está subvalorada, tiene mala prensa. Cohn y Duprat lo entendieron ya desde Televisión Abierta, invento audiovisual sin precedentes que se construía sobre un pacto inédito: permitir a las personas salir en televisión y entregarse de buena gana al peor de los ridículos. La propuesta se completaba, claro, con el visto bueno de los espectadores, que aceptaban mirar un espectáculo degradante muchas veces consciente y planificado, y otras no tanto. El interés que generó en su momento El artista se debió en buena medida a la malicia con la que los realizadores se acercaban al mundo del arte y a sus entretelones. La empresa funcionaba mayormente porque ese mundo, aunque apareciera simplificado, respiraba y era reconocible. En Mi obra maestra, al contrario, el uso del estereotipo ahoga cualquier posible verosímil: por ejemplo, la pelea entre Renzo y un crítico, que empieza con una falsa cordialidad que enseguida da paso a un forcejeo e insultos, resulta increíble; en ese momento se nota que la sátira prácticamente pierde sus coordenadas, la película ya no habla de las figuras del artista y del crítico, sino de dos monigotes insostenibles. La marchand amanerada que compone Andrea Frigerio es una caricatura imposible: tiene más de Cruella de Vil que de tipo social. Esos excesos alejan a la película de cualquier comentario concreto: ya no hay sátira, a lo sumo quedan algunos estereotipos golpéandose unos contra otros; una comedia farsesca que busca la risa sin ofender a nadie. Hay una montaña de guiños al arte argentino, desde que los cuadros que pinta Renzo sean en verdad los de Carlos Gorriarena hasta el gesto desesperado de Renzo de escribirse “fin” en la mano, como lo hiciera Alberto Greco antes de suicidarse. Pero esos guiños, en vez de anclar el retrato, más bien certifican la bondad del proyecto: se puede remitir a esos hitos del arte local justamente porque la sátira no demuele, no ataca, sino que mira con candidez. Arturo, al comienzo, dice de Buenos Aires algo así como que es una ciudad que se puede amar y también odiar, y que es esa contradicción lo que la vuelve única. Una frase hecha, caracterización aplicada mil veces a esta y otras ciudades del mundo. Mi obra maestra inicia con ese lugar común como si estuviera explicitando un contrato con el público: esta es una película que decide moverse por las aguas del lugar común, trabajar el relato y la comicidad desde ahí, partir de materiales conocidos, familiares al espectador. El problema es que el proyecto revela sus límites enseguida: del relato y de los protagonistas no importa mucho nada, nada muy malo puede pasarles y lo malo que les sucede no tiene grandes consecuencias (de todas formas, los principales giros narrativos ya estaban anunciados impúdicamente en el trailer); la comedia funciona a medias, depende casi exclusivamente de la gracia dispar de Brandoni y de Francella y del talento de los dos para la puteada subrepticia; a la trama principal se le suma un personaje secundario (un chico español) que nunca termina de integrarse a la narración y que la película somete a un cambio de roles estruendoso (de comic relief pasa a ser centro moral y, después, se transforma en amenaza). Cerca del final se siente más que nunca que el plan inicial no conduce a ningún lado: en una muestra póstuma de Renzo, Arturo muestra un video que el artista habría grabado poco antes de morir. En el video, Arturo solo dice banalidades, aunque con mucho énfasis, sobre cómo las personas trabajan como esclavos para poder ser libre brevemente durante las vacaciones, o que un país que se sienta a ver cómo veintidós millonarios corren detrás de una pelota está perdido. Lugares comunes que tienen como fin sustentar un engaño de grandes proporciones tramado por los protagonistas, es decir, un engaño que ocurre dentro de la ficción, pero que a fin de cuentas no se diferencia mucho de las cosas que dice Renzo el resto del tiempo cuando está en su casa, por ejemplo, sobre los empresarios o los reyes. La operación queda a la vista: la sátira pierde su referencia y la película ya no habla de nada ni de nadie, no comenta el mundo, apenas si se limita a poner en funcionamiento los mecanismos de una estereotipia cómoda. Si el mundo del arte ya había sido filmado sin piedad por películas anteriores (por El artista, pero también por la más reciente The Square), en Mi obra maestra ese mundo se convierte en un conjunto de coordenadas etéreas que sirven para contar una fábula amable que no molesta, que no ofende, que no discute. Los que durante años le reprochamos a Cohn-Duprat la malignidad de sus películas nos equivocamos: ahí había un proyecto inédito en el cine argentino que al día de hoy no parece haber generado descendencia (salvo por algún trabajo en el que pueda intervenir el dúo, como Hora día mes, de Diego Bliffeld). Subestimamos las potencias de la maldad y ahora vemos que el cine que queda sin ella es infinitamente menos interesante.
Reflexiones sobreprecio y valor del arte El film, protagonizado por Guillermo Francella y Luis Brandoni, narra la historia del dueño de una galería de arte y su amigo pintor que descubren lo que pasa con la obra de un artista cuando muere. ¿Qué es lo que manifiesta la pintura en términos monetarios? Andrés Duprat, quien dirige en solitario por primera vez -junto a Mariano Cohn realizó “El hombre de al lado” (2009) y “El ciudadano ilustre” (2016), entre otras- se mete en una temática un tanto distante del público general, como lo es el mercado del arte pero, con una bue- na dinámica entre el humor negro y el drama, logra reflexionar sobre dos mundos opuestos que deben convivir. Ese choque que debe encontrar equilibrio, se encarna aquí en Arturo ( Guillermo Francella), dueño de una galería de arte, y su amigo Renzo ( Luis Brandoni), un pintor con un pasado de gloria pero con un presente decadente. Arturo, encargado de vender las obras de Renzo, posee un paladar negro a la hora de descubrir y exhibir arte, pero entiende los caprichos del negocio, que va modificándose basado en reglas que fluctúan entre lo tradicional y lo disruptivo. Del otro lado, Renzo asume que ni siquiera él sabe por qué pinta, odia el sistema del que es parte y más allá de su sensibilidad a través del lienzo, tiene poco amor por sus seres queridos. Tocando fondo, Renzo queda en la calle y tras ser atropellado por un camión, junto a Arturo se dan cuenta de qué sucede cuando un artista muere. Sin nadie que cuide recelosamente el valor de la obra de un artista, el precio puede ascender por diferentes caprichos del mer- cado. Allí entra Dudú (Andrea Frigerio), otra galerista que aprovechará el “fatalismo” para unirse a Arturo y hacer usufructo de ello. Tras protagonizar en televisión “Durmiendo con mi jefe” y “El hombre de tu vida”, Guillermo y Luis trabajan por primera vez juntos en cine y su buena química se nota, no sólo por la amistad que los une, sino porque pertenecen a una generación de artistas que conocen el oficio y la forma más práctica de hacer las cosas. Todo esto, acompañado de un gran libreto. Si bien hay algunas líneas argumentales endebles, el filme es entretenido y su columna vertebral, la temática sobre el valor y el significado del arte resultan atractivas y gracias a su elenco y su interacción, también es popular.
UNA PINTURITA El cine nacional sigue sumando grandes estrenos a la cartelera. ¿De quién te reíste Hollywood? Después de romperla con “El Ciudadano Ilustre” (2016), Gastón Duprat vuelve con otra comedia particular de la mano de “Mi Obra Maestra” (2018), la historia de una amistad inquebrantable, por así decirlo. Guillermo Francella es Arturo, un galerista que, a simple vista, parece un tipo viajado, culto y un tanto engreído, el cual tiene la difícil tarea de seguir comercializando las obras de Renzo Nervi (Luis Brandoni), artista muy reconocido en la década del ochenta, que no supo adaptarse a la “modernidad” del siglo XXI. Los cuadros y el estilo de Nervi están demodé, y su mal genio no ayuda a las relaciones públicas. Igual, la amistad que mantiene con Arturo sigue siendo su gran salvavidas, aunque los caracteres de ambos choquen constantemente. Con los años, Renzo se convirtió en un hombre bastante resentido con la sociedad y las representaciones del consumismo. Trabaja a sus tiempos y a su antojo, lo que lo llevó a una situación económica bastante precaria. Cargado de deudas y al borde de la indigencia, Arturo le vuelve a tirar un salvavidas de la mano de un encargo que podría sacarlos a ambos de este pozo. Como era de esperar, Renzo mete la pata, se accidenta y cae en una profunda depresión. El cariño es mucho más fuerte que el enojo, y Arturo hará lo que sea para ayudar a su amigo en los momentos más oscuros. Sí, lo que sea, y ahí es cuando entran en juego los giros narrativos y las bizarreadas a las que nos tienen tan acostumbrados las historias de Duprat. A pesar de que ambos protagonistas son bastante más desagradables que la media –no muy diferentes a la mayoría de los personajes del realizador-, la trama logra sacar lo mejor de ellos, y demostrarnos que la amistad le puede hacer frente a cualquier circunstancia. Sabemos, desde el principio de la película, que Arturo tiene un plan entre manos y lo logra llevar a cabo, en mayor o meros medida. Renzo puede tener un carácter irascible y querer ir al choque constantemente, pero se deja llevar por las ideas de su compa ya que el fondo sabe lo que le conviene. Los problemas se empiezan a asomar en el horizonte con la intromisión de Alex (Raúl Arévalo), un supuesto alumno del pintor demasiado honorable que, en plan “humanitario”, presiente que el galerista está tramando algo. Así, “Mi Obra Maestra” comienza a mezclar géneros, y entre la comedia absurda y el drama más lacrimógeno –tal vez, los momentos más sensibles se dan entre los dos hombres en la habitación del hospital-, termina insinuando una trama policial con varios plot twist bajo la manga. Duprat tiene buenas ideas, tal vez demasiadas para una sola película. En un punto, se sienten las casi dos horas del relato y la cantidad de giros que le va sumando a la trama, aunque deje varias incongruencias por el camino (¿qué onda con Arturo “analizando” gente en la calle?). Igual, más allá de cierta previsibilidad y la adrenalina que puede despertar la tramoya de Arturo, lo más importante a destacar son los lazos que unen a estos dos hombres maduros que, muchas veces, pueden llegar a comportarse como chicos. Lo de Francella y Brandoni es un verdadero duelo actoral, aunque el segundo rankea mucho mejor a la hora de interpretar, de forma más naturalista, a este hosco pintor bohemio (y un tanto anárquico) que se empecina en vivir bajo sus propias reglas. A Francella se le nota mucho más el personaje, ese sujeto canchero y puteador que ya vimos varias veces en diferentes pantallas. Sus contrastes se contagian al entorno y ese constante choque de formas de vida, actitudes y espacios: de la pulcritud y el snobismo de las galerías de arte alrededor del mundo, al amasijo de basura, cachivaches y animalitos adoptados que resulta ser la desvencijada vivienda de Renzo. Y este contraste también se traduce en la forma en que estos dos protagonistas perciben a la ciudad de Buenos Aires, un personaje más en la historia, aunque nunca queda bien definido, al menos no de manera prolija. Como ya se dijo, “Mi Obra Maestra” quiere abarcar mucho y, en ese afán, varios de sus elementos pierden potencia y coherencia. Francella y Brandoni son los únicos actores que se destacan dentro del conjunto, los demás (Arévalo, Andrea Frigerio) son meros secundarios o plot devices para la trama. Igual, alcanza con la dupla, sus tropos generacionales (aunque algunos sean un tanto añejos) y sus mañas, pero sobre todo el vínculo que se forma delante de la cámara, el cual, intuimos, es muy parecido al que tienen los actores más allá de la pantalla. Duprat filma muy bien y le da la atención que necesita cada detalle, la importancia y definición de los diferentes espacios que, una vez más, vuelven a remarcar esos contrastes ligados a los dos personajes principales. Pero falla en varios puntos del guión, sobre todo cuando quiere retorcer demasiado la trama y de jade la lo más importante: la amistad incondicional entre Renzo y Arturo. LO MEJOR: - Brandoni y Francella, pero un poquito más de puntos para Luisito. - La dicotomía entre espacios y personajes. - El absurdo que sigue destilando las historias de Duprat. LO PEOR: - Demasiadas vueltas en un solo relato. - Ciertos momentos que desentonan.
De la misma gente que produjo “El ciudadano ilustre” (2016), llega éste filme que se centra en el universo de los artistas plásticos, más que nada como un disparador para hablar conjuntamente de otros temas, siempre recurrentes en su filmografía. En esta oportunidad la dupla de directores se separa para dejar en manos de Gastón Duprat la responsabilidad final como realizador, cumpliendo Mariano Cohn la función de productor y co-guionista junto a los hermanos Duprat, Andrés es el tercero que conforma desde la escritura este triunvirato de creativos. La producción viene a confirmarlos como dueños de una estructura que manejan y conocen a la perfección, toda una marca registrada. Cambia de un arquitecto a un escritor, o ahora un pintor. Y si bien en las anteriores se podía respirar, oler el trabajo de investigación realizado en los universos en los que se sumergían, situación que se agradece desde el lugar del espectador, cumpliendo con una “máxima” de los realizadores cinematográficos, “filma lo que conoces”. En este caso que no hizo falta, puews Andres Duprat es el director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, por lo que se desprende, más que se supone, conoce el paño. El mundo del arte, de las galerías, de los creadores, de los mercaderes, de los críticos especializados, de los que consumen arte por snobismo puro, todo bajo una lupa cargada de sarcasmo. En realidad el filme es un gran racconto, narrada por Arturo Silva (Guillermo Francella), un marchand, dueño de una galería de arte, que juega en el ámbito vernáculo, y sin mucho peso en el internacional, se presenta como un asesino. Él nos introduce en el mundo íntimo de Renzo Nervi (Luis Brandoni), un casi octogenario pintor que supo tener su momento de gloria hace 40 años. Sin embargo Arturo sigue apostando a que Renzo no termino de pintar la obra de su vida, por eso lo apoya. Pero el artista esta desencantado de la sociedad, no es sólo un inconformista, esta peleado con el mundo, como si se le debiese algo, hay una escena en un restaurante al respecto. De estructura narrativamente clásica, con un primer tercio constituyendo a los personajes, un segundo tercio en el que se despliega el conflicto, simultáneamente se explican algunas situaciones que dan solidez a la verosimilitud, aunque por momento da la sensación de cierta morosidad, sobre todo en la repetición de conductas de los protagonistas que no agregan nada a lo anteriormente expuesto. Para llegar al cierre que se presenta como muy precipitado, con urgencia de cerrar el relato. Se supone que la obra de un artista muerto cobra más valor, en el sentido amplio del término, al fallecer éste, como ejemplo clásico de esto Vincent Van Gogh, quien murió desquiciado y en la pobreza. En ese desfilar de personajes secundarios aparece Andrea Frigerio en la piel de una vendedora de arte que juega en las ligas mayores, necesaria para desarrollar el relato, el español Raúl Arevalo como un alumno de Renzo, el último que le queda, quien cobra importancia en el ultimo tercio del filme, y Maria Soldi como la novia de Renzo, muy joven que no agrega nada importante a la historia. Es en este punto que el guión utiliza algunos elementos o personajes con el sólo fin de distender con un gag o un chiste, pasa eso al principio con Alex, el alumno español, y es utilizada de igual manera la novia, a punto tal que su desaparición del relato no cobra ninguna importancia como tampoco lo tuvo su presencia, salvo para cerrar con un gag su participación. En lo más alto de la producción se encuentra las actuaciones, tanto de la dupla protagónica, Francella volviendo a lo que más hizo, comedia, creando un personaje exitoso sin escrúpulos pero de buen corazón, querible y temerario. Brandoni en otro de esos que le caen de maravilla, el personaje que flirtea con el costumbrismo porteño, el intelectual creativo en postura apocalíptica frente al mundo que le toca transitar, pero que se lo muestra derrotado, en un descenso al infierno sin escala al que sólo le queda el partir como único objetivo. Con ellos, los secundarios de muy buena performance, una muy buena composición de Andrea Frigerio y un destacado desempeño del español. Dentro de los rubros técnicos y no tanto, la dirección de arte, específicamente la de fotografía, apoyan en todo momento al texto, sin embargo la vedette en estos rubros termina siendo la selección de las locaciones, muy acertadas. Una comedia acida, que repite formula, pero que eso mismo no va en desmedro de las formas, ni de los contenidos.
Esta comedia negra sobre las desventuras de un artista en decadencia y su frustrado representante le otorga algunas variantes al cine de uno de los directores de “El ciudadano ilustre”. Pero no demasiadas. En función de otro guion de Andrés Duprat sobre las miserias del mundo del arte y la cultura apuesta a un neocostumbrismo del que a la vez parece burlarse. Con Guillermo Francella y Luis Brandoni. Ustedes todavía no habían nacido o eran muy chicos (esto no es ironía tuitera, sino que probablemente sea cierto) pero hubo una época en el cine argentino, y más aún en la televisión, en el que una suerte de prototipo dramático y estético funcionaba a la perfección. Llamémoslo el “argento-costumbrismo”. Ese tipo de comedia con toques dramáticos en la que se celebraba, en tono siempre un tanto excesivo, esa entelequia llamada “el argentino promedio”. Seamos más específicos: el chanta, el talentoso pero desperdiciado, el buscavidas, el creído, el amigo de sus amigos y ganador de cuanta “mina” anduviera dando vueltas. La estética de esos productos audiovisuales bebían de la TV: no había nada en ellas que las separara más allá de un poco más de dinero para producción y menos PNTs. Productos hubo muchos y variados en ese período que podría ubicarse entre 1984 y 1994, de ESPERANDO LA CARROZA a AMIGOS SON LOS AMIGOS, de MI CUÑADO a BUSCAVIDAS, pasando por MADE IN ARGENTINA, entre otros títulos similares, muchos de los cuales tenían como protagonista a Luis Brandoni. Para mediados de los ’90 apareció un cine nacional más seco y severo (el temible Nuevo Cine Argentino) y, en paralelo, una versión más estilizada/modernizada de ese costumbrismo, que encarnó en buena medida el cine de Juan José Campanella, las comedias de Guillermo Francella y las producciones de Pol-ka. Las películas de Mariano Cohn y Gastón Duprat siempre han coqueteado de una manera irónica con ese subgénero, utilizando sus estereotipados personajes y su crudeza formal para darle una vuelta de tuerca ácida, casi cínica: el “chanta argentino” aparecía pero era eviscerado. El argentino prototípico seguía estando ahí, pero combatiendo una batalla por la supremacía con el nuevo rico, el intelectual pretencioso, uno cuya falsedad –para la dupla de directores y su guionista habitual, al menos– era más nociva, menos “natural” y honesta que la del argento. Es decir, el chanta siempre es preferible al snob porque “es nuestro y auténtico”. En su debut solista, como dirían en el terreno de la música, Gastón Duprat toma otro guion de su hermano Andrés (sí, el director del Museo Nacional de Bellas Artes) que recupera y retuerce otra vez más la misma idea: la relación entre dos personajes de distintas ambiciones y características con el mundo del arte y sus falsedades como fondo. El rubro artístico a veces cambia (fue la pintura, la arquitectura o la literatura en los guiones previos de Duprat) pero el mecanismo, no. Sin embargo, en MI OBRA MAESTRA, podemos decir que hay un giro llamativo en ese esquema. Si bien el universo y el tipo de personajes son los mismos, el enfrentamiento se convirtió en amistad, el choque en camaradería. Y así, casi sin quererlo, dimos una vuelta completa: estamos otra vez ante una película de los ’80. Una de esas que hablan de “nuestra idiosincracia”. Guillermo Francella y Luis Brandoni son, acaso, los representantes más prototípicos de estas dos etapas de la “argentinidad al palo” del audiovisual argentino, si bien tienden cada vez más a salirse el imperio del mohín y el guiño cómplice. Ricardo Darín también lo era pero, gracias a Fabian Bielinsky y a su propia intuición, supo correrse a tiempo. Aquí, en versión modernizada y supuestamente culta, se vuelven a poner los pantalones cortos: Francella para encarnar a un dealer de arte chanta y Brandoni para encarnar a un pintor aún más chanta. Como los personajes que en EL CIUDADANO ILUSTRE encarnaban Oscar Martínez y Dady Brieva, ellos también en algún tiempo fueron muy amigos pero hoy tomaron caminos separados. No tanto como los de aquellos, pero separados al fin. Arturo (Francella) es un dealer de arte que quiere hacer dinero como sea y su amigo Renzo (Brandoni) es un artista alcohólico y en decadencia incapaz de terminar un cuadro. Los esfuerzos de Arturo por incorporarlo al sistema no funcionan (hay una subtrama con unos empresarios escandinavos que quieren un mural para su lobby que lo muestra crudamente) y Renzo sigue trabajando en una estética tan pasada de moda como la que propone la propia película. Es, además, uno de esos borrachines insoportables y pretendidamente simpáticos que se van de restaurantes sin pagar, agreden a los críticos que no toleran su obra, maltratan a sus estudiantes (es una forma de decir) varones y quieren llevarse a la cama a todas las mujeres. Una pinturita. Arturo tampoco es fan de las nuevas modas y tendencias del arte contemporáneo pero quiere ganar más dinero y vende ese tipo de materiales. Y, a la vez, quiere ayudar a su amigo a salir de pobre, por más que Renzo bombardee todas las oportunidades que él le genera, algo que hace de una manera ofensiva que la película intenta hacer pasar por simpática. A su manera, MI OBRA MAESTRA dice que la curaduría actual (del arte, la literatura, el cine) legitima productos insulsos de moda y deja de lado a los grandes maestros. A juzgar por lo que se ve de la obra de Renzo (en realidad muchos son cuadros de Carlos Gorriarena), el hombre parece no encontrarse a tono con las ideas de la plástica contemporánea. Y es eso –además de su decadencia personal– lo que lo vuelve un paria en el mundo del arte. Una serie de eventos des/afortunados llevarán al más clásico plot twist de este tipo de relatos: para corroborar ese viciado sistema de validación a ambos se les ocurre una estafa que no develaremos aquí pero que podría hacer que la obra de Renzo vuelva a cobrar notoriedad. La diferencia, entonces, de este filme de Duprat respecto a los previos de la dupla es que el cinismo parece dar un paso atrás para abrazar de una vez por todas un neo-costumbrismo que, aún reconociendo sus propios clichés, celebra la amistad por sobre las diferencias socio-culturales a partir de una sociedad de socorros mutuos con atisbos de comedia negra. Uno será chanta y el otro será pretencioso, pero ambos son amigos y argentinos –los idiotas, bobos o snobs son españoles, árabes o daneses– y esa es una fórmula más exitosa que la publicidad de cerveza Quilmes. Aunque acaso no sea tan así… Si bien es cierto que se agradece, por momentos, la ausencia de la mala leche y el cinismo generalizado de otros productos del trío, este ejercicio nostalgioso tampoco logra ser superador. A la hora de citar diferencias entre MI OBRA MAESTRA y EL HOMBRE DE AL LADO, además, uno puede apreciar un mayor cuidado estético y de producción (esta vez hay coproducción española y hasta un director de fotografía y todo) que la vuelve menos dolorosa a los ojos. Pero por otro lado –y aquí habría que pensar las diferencias entre los dos directores– está parece ser más desorganizada narrativamente, con tiempos raros, baches y un final a todas luces apresurado y torpe. Uno podía encontrarles muchos defectos a las películas previas de la dupla, pero aburridas nunca eran. Esta, por momentos, lo es. Aquí los ironizados están fuera de campo o son personajes secundarios, como el “buenazo”, honesto e inocente estudiante de arte español (Raúl Arévalo), los críticos snobs, los millonarios árabes que compran arte por kilo, los periodistas y otros galeristas. Allá ellos, con sus modismos de nuevos ricos, de esos que prefieren sushi a una buena pizza fría de parado y que merecen la ignominia por su pretensión vacua. Un festejado chiste inicial de la película que está en el trailer (Brandoni disparando sobre un cuadro suyo, haciéndole tremendos agujeros y dictando que ahora es moderno por eso) resulta casi un resumen del conservador y binario espíritu del filme que no puede ver más allá de esas dualidades de sketch televisivo. Brandoni y Francella le sacan jugo a estos personajes porque están casi hechos a medida y los filmes previos de Duprat/Cohn no dejan dudas que los problemas de sus películas no pasan por la solidez actoral. También la película logra, como las anteriores, poner al espectador en ese loop mental de no saber bien si esa celebración de la amistad es o no irónica (a juzgar por lo que hacen los protagonistas, especialmente a partir del plan macabro de uno de ellos, bien podría serlo) o si esa relectura neoconservadora de la “argentinidad” de la vieja escuela no es más que un juego para que críticos y analistas se enreden debatiendo. Es muy probable que sí, que sea otro de sus chistes supuestamente ingeniosos. Y que la película vuelva a burlarse del espectador haciéndole creer que es una celebración de la amistad cuando en realidad es todo lo contrario.
"Ser artista es una discapacidad", dice el personaje de Luis Brandoni en "Mi obra maestra". La ironía es tres veces potente porque lo dice un actor, que encarna a un pintor, y que interpreta un guión escrito por Andrés Duprat, el director del Museo Nacional de Bellas Artes. El director Gastón Duprat debuta en solitario con esta película, mientras Mariano Cohn -con quien compartió sus trabajos anteriores- se reservó el rol de productor. Sin embargo, tal como lo hicieron en "El artista", "El hombre de al lado" y "El ciudadano ilustre", la historia transcurre en el mundo del arte y actividades afines. En "Mi obra maestra" Luis Brandoni interpreta a Renzo, un pintor que tuvo su momento de gloria en los 80, pero que está resentido contra las reglas de un mercado del arte que hoy lo ignora. Su único amigo es Arturo, a cargo de Guillermo Francella, un galerista que intentará rescatarlo de la decadencia. Duprat construye una comedia con toques de suspenso y algunos momentos inverosímiles y otros que recuerdan el ingenio de "El artista" o el escepticismo de "El ciudadano ilustre", y un guión que da una mirada irreverente sobre la relación entre los artistas, el mercado, los curadores, críticos, galeristas y coleccionistas, mientras reflexiona sobre el arte y los artistas fieles a sí mismos.
En su primer paseo en solitario como realizador, Gastón Duprat está a centímetros de morder la banquina con su primera película de alto costo. Su habitual co director, Mariano Cohn, esta vez ocupa el sillón de productor, y su hermano, Andrés Duprat; vuelve a hacerse cargo del guión. El trío fue responsable de films como El artista, El hombre de al lado y el éxito de taquilla El ciudadano ilustre. Justamente, a partir del suceso del último título, que con un presupuesto moderado arrasó en boleterías y conquistó múltiples premios en festivales internacionales, el combo vuelve a la carga con una apuesta que en varios momentos queda a mitad de camino. La exploración de los oscuros laberintos del fraude en el mundo del arte ya había sido abordada con mayor inspiración por este equipo en la mencionada El artista. Andrés Duprat, arquitecto que oficia como director del Museo Nacional de Bellas Artes, evidentemente conoce esos rincones al dedillo. Pero esa experiencia no se traduce en el vuelo rasante del guión de Mi obra maestra, un relato que gira alrededor del vínculo entre dos queribles patanes: Renzo Nervi, un pintor que tuvo su momento de esplendor en los años '80 (magnífico Luis Brandoni) y su eterno galerista Arturo Silva (afilado Guillermo Francella). Las pinturas de Nervi, creadas realmente por Carlos Gorriarena, un argentino que también vivió su era de aclamación hace tres décadas, ya no venden; pero creador y marchand mantienen un largo vínculo que se debate entre la amistad y la interdependencia. Mi obra maestra tiene tres grandes problemas. El primero, increíblemente no está en la película sino en su trailer, que anticipa/quema todos los ganchos humorísticos, y también revela una vuelta de tuerca que se supone es una de las claves de la resolución del relato. Por lo tanto, si quieren algún tipo de factor sorpresa, esquiven el video que está al final de esta nota. Pero los inconvenientes no terminan en el avance promocional. Los Duprat conciben una película desde las premisas del trazo grueso, aunque al contrario de lo que muchos críticos y espectadores piensan, la falta de sutileza no siempre es sinónimo de mala película. Directores como Álex de la Iglesia por ejemplo, han sabido dar cátedra de humor mordaz, levantando por lo alto las cartas de la farsa y el grotesco. En cambio, los hermanos argentinos, no terminan de asumir el carácter ramplón de la historia que cuentan y pretenden adornar todo con un forzado moño de sofisticación. A los escollos del trailer y del trazo grueso, se suma el pozo más difícil de sortear: el de los personajes construidos como maquetas sin espesor. Desde el principio sabemos que Renzo y Arturo son dos tipos jodidos, pero las casi dos horas que transita el film no alcanzan para explorar otros matices. Ni de los protagonistas, ni de secundarios como el del español Raúl Arévalo. No se trata de que los personajes desplieguen acciones contrarias a su esencia, pero al menos dotarlos de una profundidad que no se agote en lo que dicen (de manera súper literal), o hacen (de modo ultra explícito). A mitad de camino entre las vueltas de tuerca del relato y los inorgánicos cambios de tono que propone, Mi obra maestra es una suerte de collage de mil películas en ninguna. Funciona cuando se dispone a jugar con soltura alrededor de gags simples y eficaces, pero cuando amaga a ponerse oscura, bordeando temas como la decrepitud en la vejez y la eutanasia; se vuelve innecesariamente solemne. Luego de un volantazo, el film intenta recuperar su tono juguetón, y en el medio, salpica algunas escenas de cierta impronta experimental con planos detalle de las pinturas y una subrayada música electrónica. En todos los rumbos que intenta transitar esta historia, su problema mayor es el de sugerir que está dejando algo entre líneas cuando en realidad a su lienzo se le ve hasta el último hilo. Más allá de un relato trazado desde premisas fallidas, cuando hay dos actores de nobleza cargándose al hombro escenas que se reparten entre la obviedad y la simpática ocurrencia, se genera un acto mágico que transforma un guión que pretende ser astuto, en una experiencia disfrutable a puro motor de química entre Luis Brandoni y Guillermo Francella, dos potencias que ponen todo su arsenal y preciso timing como infalibles comediantes. A ellos se suma una superlativa Andrea Frigerio en un personaje secundario, una actriz cada vez más sólida que a esta altura tiene las cartas de merecimiento para un rol protagónico. Si no fuera por la alquimia de sus protagonistas, Mi obra maestra sería uno de esos cuadros que cuelgan sin pena ni gloria en algún olvidado rincón de la casa. Mi obra maestra / Argentina-España / 2018 / 100 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Gastón Duprat / Con: Guillermo Francella, Luis Brandoni, Raúl Arévalo, Andrea Frigerio, María Soldi.
El dúo Francella - Brandoni funciona a la perfección La obra en solitario de Gaston Duprat (codirector de "El ciudadano ilustre") cuestiona los límites y el valor que se le da al arte en un marco costumbrista y sardónico Guillermo Francella es Arturo, dueño de una pequeña galería de arte, y Luis Brandoni es Renzo, un excéntrico pintor caído en desgracia, incapaz de vender una obra. A ambos los une una añeja amistad, un vínculo que derivará en todo tipo de situaciones risueñas. El mundillo de las exposiciones en galerías, los museos y las pinturas, parece una locación ideal para desarrollar esta historia. Andres Duprat, guionista habitual de la dupla que compone su hermano con Mariano Cohn, es además el director del Museo Nacional de Bellas Artes, por lo que conoce el paño a la perfección, permitiéndole cargar el argumento de ironía, clichés y la farsa que muchas veces rodea a los "artistas de moda". El dúo Francella – Brandoni funciona a la perfección: el primero, como el pensante, agiornado a los caprichosos cambios del mercado, y el segundo, como el anárquico, nostálgico y estereotipado artista que se siente incomprendido. Juntos hacen fluir un argumento en el que los diálogos mordaces, las secuencias que apelan al ridículo y los giros dramáticos construyen un sólido retrato dividido en tres actos claros: una comedia casi costumbrista que deriva en un drama cargado de melancolía para finalizar en una estafa con aires reivindicatorios. Francella y Brandoni, en la presentación del filme (Veronica Guerman/Graphpress) Francella y Brandoni, en la presentación del filme (Veronica Guerman/Graphpress) El pequeño pero efectivo elenco secundario también cumple con creces: el español Raúl Arévalo como símbolo de cierta juventud idealista y utópica, y sobre todo Andrea Frigerio, caracterizada como una galerista top en una performance divertida que parodia el snobismo de ciertos personajes relacionados con el negocio del arte. Andrea Frigerio (Veronica Guerman/Graphpress) Andrea Frigerio (Veronica Guerman/Graphpress) Técnicamente impecable, Mi obra maestra presenta gran parte de sus escenas como si fueran pinceladas de una gran muestra, apelando a colores vivos y estridentes, de hecho muchos de los fotogramas funcionan como cuadros en movimiento. Algunas escenas en Río de Janeiro y sobre todo las que están rodadas en la inmensidad de las montañas jujeñas, tienen una clara influencia pictórica. Sin ser tan original como algunos trabajos anteriores de Cohn/Duprat y resultar por momentos algo previsible, la película funciona, entretiene y se disfruta.
Mi obra maestra es la nueva película de Gastón Duprat (El artista, El hombre de al lado, El ciudadano Ilustre) que por primera vez no tuvo como codirector a Mariano Cohn, en esta ocasión encargado de la producción, pero si contó con el aporte de guión de su hermano Andrés, como habría pasado en su anterior cinta El ciudadano ilustre. Podemos sentenciar que recae el peso de igual forma en este nuevo filme en quienes están por detrás de cámaras, como sus protagonistas; Guillermo Francella y Luis Brandoni. Mi obra maestra se plantea como una cinta sobre la amistad, usando como modo de introducción el relato de unos de sus protagonistas, el prestigioso galerista Arturo (Francella), un hombre correcto, agradable y planificador, que cuenta su historia con Renzo (Brandoni), un pintor terco y en decadencia, con el cual lleva una amistad de muchos años. Hay un gran trabajo de construcción de personajes, plasmando claramente las diferencias que distan a uno del otro, siendo un misterio como conservan una amistad después de tanto tiempo, pero dejando entrever progresivamente las razones de esa curiosa amistad. Pese a los muchos intentos de Arturo por sacar del pozo en el cual Renzo viene atrapado desde hace décadas, este se encargará de dilapidar toda nueva oportunidad, sosteniendo su desprecio por el mundo moderno, sus anticuados hábitos y formas, y sin siquiera considerar los perjuicios que por ello pudiera ocasionarle a su amigo. Ya sumido en la peor de la ruinas, y en estado de ebriedad, un accidente pondrá al borde de la muerte al pintor, pero por esos raros giros de la vida se termina salvando, lo cual pone una vez más a Arturo frente a una situación de alta complejidad, buscando soluciones donde parece no haberlas e intentando recomponer una ya deplorable existencia. Cargada de una dinámica irresistible, siendo durante la primer hora una propuesta en donde las situaciones y devenires no dan respiro, se percibe con nitidez el sello de los hermanos Duprat y Mariano Cohn, siendo sin duda de los realizadores claves del cine argentino del nuevo milenio. Como sucede en la mayoría de sus filmes, hay elementos que se perciben desde sus minutos iniciales, dotado de cierta crítica corrosiva a determinadas costumbres del ser argentino, y un cuestionamiento a las clases sociales más altas y a la hipocresía, la codicia, así como al arte en sí, el snobnismo, y sus demás concepciones. Se puede decir que Mi obra maestra combina componentes de drama con toques de comedia, resultando una comedia ácida, no exenta de ironías, que invita a la carcajada, pero a su vez a la reflexión, y que su misma visión crítica se instaura como un eco que retumba. Francella y Brandoni cumplen con creces sus roles, no decepcionando desde su impronta, lo mismo que las acertadas apariciones de Andrea Frigerio. Quizás el elemento a cuestionar sea determinados toques a los que Duprat suele recurrir para profundizar sus mensajes, y que pueden resultar un poco innecesarios, siendo que su enfoque ya está más que claro.
Dos actores carismáticos, muchos gags y una historia llevadera, hacen de Mi obra maestra una de las grandes apuestas del cine nacional este año. Arturo (Guillermo Francella) es un vendedor de arte y su amigo Renzo (Luis Brandoni) un importante pintor, aunque ya hace más de quince años que no vende ninguna de sus obras. El vínculo que los une es muy fuerte, y es así que Arturo perdona las constantes agresiones y los desvaríos de Renzo que no parece querer entender su realidad. Luego de reiterados intentos por ayudarlo, y sin tener nunca éxito, Arturo decide abandonar a su suerte a Renzo, pero un accidente los hará volver a encontrar aquella relación que ya parecía perdida al mismo tiempo que intentan revalorizar la obra del artista. Mi obra maestra, como lo dice su afiche, es una película sobre la amistad. Los vericuetos de los personajes y las diferentes situaciones que atraviesan en su vida, no son más que una excusa para contarnos ese vínculo inquebrantable entre los dos personajes. Probablemente sea por eso que la primera parte del film resulta un poco larga. Los chistes repetitivos del personaje de Renzo terminan perdiendo su potencia y retrasan bastante la parte más interesante que es la reconexión de los personajes en la segunda mitad del film. Las actuaciones están muy bien como era de esperarse por el elenco convocado (que completan Raúl Arévalo y Andrea Frigerio) pero el código de la pareja protagónica se vuelve rápidamente muy televisivo, lo cual no le juega exactamente en contra al film, ya que Mi obra maestra es una película que apunta al espectador acostumbrado a ver las series de televisión en las cuales sus protagonistas solían actuar. La estética del film es lo que más sobresale, ya que tanto en la fotografía, el arte y las locaciones elegidas, la película claramente se muestra mucho más compleja y pretenciosa que en el guion.
Arturo, hombre refinado e inescrupuloso, es dueño y presentador de una galería de arte en el centro de Buenos Aires; Renzo, un pintor de renombre muy alejado de sus años de apogeo, vive en la decadencia total. Honrando su amistad, Arturo buscará vender obras de Renzo, guiando a ambos por un sendero que cambiará drásticamente sus vidas. Tras el éxito de “El Ciudadano Ilustre”, el director Gastón Duprat (Esta vez sin su colega Mariano Cohn como co-director) nos presenta “Mi Obra Maestra”, comedia con una muy marcada identidad argentina. Valiéndose de una dupla excepcional y de gran química como son Guillermo Francella y Luis Brandoni, quienes hasta ahora no habían coincidido en el cine, sumados a un interesante elenco de actores secundarios, entre los que cabe mencionar a Andrea Frigeriocomo Dudú, extravagante galerista internacional y conocida de Arturo, y el español Raúl Arévalo como Alex, el joven e idealista alumno, y admirador, de Renzo. La relación entre los personajes de Francella y Brandoni es el motor de esta historia. La misma dicta la narrativa, la cual se divide en dos secciones cómicas unidas por un hilo de melancolía, y a medida que ésta última avanza se van explorando los distintos matices de su amistad. A pesar de presentarnos un fuerte contraste tonal, en ningún momento se siente fuera de lugar gracias a un guión sólido que nos lleva de una situación a otra sin toparse con ningún bache, y a más de un espectador lo mantendrá intentando adivinar cual será el desenlace definitivo de los hechos. Cargada de humor y dejando una imagen muy emotiva sobre la amistad, Mi Obra Maestra es una película totalmente recomendable y digna del gran binomio que la protagoniza, la cual se postula para ser una de las mejores apuesta del año en lo que respecta al cine nacional.
Crítica emitida en radio. Escuchar en link.
El primer film en solitario de Gastón Duprat -en esta ocasión, su compañero en dirección Mariano Cohn solo cumple el rol de productor- comienza haciéndole observar al público una pintura del artista Renzo Nervi (Luis Brandoni), mientras que la guía del museo la describe e invita a apreciarla. De manera cíclica, la historia inicia con la imagen pictórica de un hombre observando unas montañas y finaliza con dos hombres en la naturaleza ante la inmensa belleza del paisaje de La paleta del pintor (cuack), las coloridas montañas de Jujuy que en algún momento funcionaron de inspiración para el personaje de Nervi. La voz de la guía aconseja no buscar sentido en la obra sino dejarse llevar por ella, en otro momento Nervi expresa que un artista tiene que hacer y no decir, dos enunciados que van en dirección opuesta a lo que siempre ha sido la filmografía de los creadores de Cupido. Desde su ópera primera El artista, la mirada depositada acerca del creador y su medio ha tenido distintas aproximaciones, dejando tras de sí una forma de pensamiento a veces clara, otras un tanto más ambigua, pero retratada tanto con realismo como con irónicos excesos. Es retorcida con el tono ácido, el humor negro y clasista que busca ser controvertido a la vez que en forma de sincericido funciona como reflejo de la sociedad argentina y más aún, con la hipocresía del mundo del arte. Pesimista pero realista, con un dejo de personalidad engreída y aires de superación, Cohn y Duprat nunca temieron meter el dedo en la llaga, sin importar a la clase social o gobierno de turno a los que pudiesen ofender. Y si bien con Mi obra maestra el núcleo de la historia vuelve a ser el mundo del arte y la fauna egoísta que lo habita, la controversia en esta ocasión es un poco dejada de lado, haciendo sentir por momentos que la historia se atreverá a más y que, como un pensamiento en frío y racional que arremete con los hacedores de la obra, se decide a tomar recaudo en la narración. Resulta un tanto más liviana con pequeños momentos donde la ironía y la crítica idiosincrásica se presentan brevemente. El personaje que interpreta Brandoni, actor que lejos está de tener mi agrado, cumple su rol a la perfección ya que Nervi es en gran parte un ser lleno de hastío, misógino y desagradable… en pocas palabras, es el propio Brandoni. Por otro lado, el galerista Arturo Silva (Guillermo Francella) es un inescrupuloso vendedor de arte que posee una mirada cínica sobre el encanto y desagrado que despierta en él la ciudad de Buenos Aires. Alguien que cuando no está trabajando o intentando de mantener a flote a su viejo amigo Nervi, disfruta deteniéndose a observar otro tipo de arte: los transeúntes de la ciudad a quienes, de manera prejuiciosa, intenta adivinar a qué se dedican o cómo viven. Ambos personajes, diferentes en su forma de entender el arte, comparten una visión similar y pesimista, claro está, de la sociedad y el ambiente artístico que los rodea. En los momentos y diálogos en que el dúo protagónico expresa sus ideas, es donde la mirada de director y guionista (su hermano Andrés Duprat) se hace presente, dejando a través del film un contenido analítico que puede ser o no del agrado del espectador, pero que está allí y permite abrir el diálogo, el debate e incluso ese particular sentido del humor no convencional, elementos que siempre fueron manejados de manera inteligente por parte de estos cineastas. El supuesto mensaje póstumo de Nervi expresa a la perfección ese uso pesimista y crítico de mensaje y humor, y que está relacionado al hartazgo y deseo de muerte del pintor en un mundo donde el arte y él mismo no significan nada. O la banalidad del encargo de una pintura para una empresa, la obra convertida en forma de ataque para luego ser tergiversada y desprovista de su mensaje a través de los medios. Dichas ideas expresan una toma de posición, sea desde el trasfondo dramático de los personajes como desde el uso humorístico. Sin embargo, entre una trama que sufre decaimientos en su desarrollo y un mayor uso del humor más convencional, o mejor dicho menos comprometido, es que la historia de estos dos amigos se aliviana y pierde algo de relevancia en su búsqueda. El film justamente se sostiene gracias al condimento crítico y la presencia pictórica que tiene en toda su concepción visual, la cámara y el diseño de arte se lucen convirtiéndose en pequeñas obras dignas de ser exhibidas en galerías de arte. Si bien resulta entretenida e interesante en sus puntos discursivos, Mi obra maestra sufre un poco a raíz de esa liviandad que pareciera tomar el consejo de la guía del museo al comienzo. Es fácil dejarse llevar por el film de Duprat que tiene mucho a su favor, pero es la obra de un autor que hace, más en esta ocasión dice poco. El público fue advertido de esto, pero conociendo al artista detrás de la obra, se podría decir que el director necesita de la presencia de su viejo compañero para completar La paleta del cineasta. Dos miradas absortas en el paisaje, en la naturaleza del cine.
Primero, nobleza obliga: quien esto escribe leyó el guión del film antes de su producción y conversó con el realizador (Gastón Duprat, en el primer largo que dirige sin compartir crédito con Mariano Cohn). Sin embargo, solo vio el producto final como lo verá el lector. La posición parece difícil, pero avisado de las vueltas de tuerca de la película, se puede ver mejor en qué acierta, en eso que no estaba “en los papeles”. Primero, esta historia de una amistad de acero inoxidable a pesar de las apariencias es mucho más amable -aunque Duprat no deja de lado, como ejerció en El ciudadano ilustre o en El hombre de al lado, cierto pesimismo o cierta exposición de oscuridades- que las películas anteriores de la dupla. En segundo, utiliza muy bien tanto el espacio (los edificios, las fachadas, las calles, la Plaza San Martín en una secuencia tan gratuita y lúdica como disfrutable) como la pintura (los Gorriarena que son “la obra” del personaje de Brandoni, o los Stupía que aparecen en otra muestra). Y en tercero, comprende las reglas del “bromance”, al punto de que Francella hace un personaje sutilmente nuevo en su catálogo (un humor ácido y contenido para un “piola” menos evidente de lo que suele ser en nuestro cine) y Brandoni da la talla con un decir humorístico que honraría al mejor Olmedo. El film es efectivo y conciso, y deja de lado la sorpresa para permitir el goce de ver a estos dos personajes. Hay placer y se nota.
Una historia ingeniosa y nueva, que demuestra que la comedia argentina puede rendir muchísimo más cuando no quiere tomar por tontos a los espectadores, y los encargados detrás del desarrollo de las historias ponen su ojo clínico para dar el salto de calidad. No caben dudas de que el cine nacional, está dando un salto de calidad en los últimos años. Con la búsqueda permanente de fondos extranjeros, con la colaboración de productoras (generalmente españolas) y con una camada de directores y directoras argentinos que viene en alza, el falso paradigma de que “el cine argentino es todo igual y malo” va quedando en el olvido. En este año ya son varias las grandes películas argentinas que se han estrenado y no hay que ir muy lejos para buscar cuál fue la última, no, no fue la paupérrima Bañeros 5, sino El Ángel, de Luis Ortega. Más adelante, en un par de meses se vendrá la nueva y espera película de Trapero, La Quietud. Pero entre tanto drama e historias basadas en hechos reales, un género bastante propio de nuestra tierra ha sido visto de reojo últimamente. Con las últimas de Suar y la ya mencionada ¡quinta! entrega de los guardavidas menos cancheros del mundo, la comedia ha perdido fuerza a la hora de pensar en nuevas historias que crear. Por eso, para reivindicar el género, dos de los mejores humoristas de nuestro país como Luis Brandoni y Guillermo Francella, deciden hacer su debut como pareja protagónica en Mi Obra Maestra, la nueva película de Gastón Duprat (El ciudadano ilustre). Arturo (Francella) y Renzo (Brandoni), una pareja totalmente dispareja, son dos amigos muy particulares con opiniones totalmente antagónicas y una clara y extrema diferencia en cuanto al desarrollo de la vida. ¿De dónde proviene esta amistad? Renzo es un pintor venido en desgracia que ya no le vende una pintura a nadie y Arturo es su representante y al mismo tiempo dueño de una reconocida galería de arte de Buenos Aires. Los amigos, deberán afianzar su relación mas que nunca, cuando un terrible accidente deja a uno de ellos al borde de la muerte. Mi obra maestra, es una clara muestra de que el género de la comedia nacional, ha estado subestimado por directores y productores durante mucho tiempo. Esta película es el ejemplo más concreto de que para hacer reír al espectador, no hace falta putear todo el tiempo, hacer chistes obscenos y vulgares y repetir secuencias sin sentido más de una vez. Esta película tiene un claro sentido del humor negro, que en ningún momento queda pesado y ni por asomo falta el respeto de nadie. Es inteligente, dinámica y con un propósito muy claro que es llevado de la mejor manera. Te hace reír, te hace pensar, te hace emocionar y hasta reflexionar sobre varios conceptos a los que estamos acostumbrados y generalmente no se perciben y eso da las muestras claras de un guión fuerte y con conocimientos. No es casualidad, que el guionista sea el director del Museo Nacional de Bellas Artes, Andres Duprat, hermano del director. Usando experiencias reales, la construcción de los protagonistas de parte de los hermanos Duprat, reflejan el costado de un negocio que para muchos es ajeno brillantemente. Los nombres de los actores hablan por sí solos. Si tenemos en cuenta que Francella es la cara del humor argentino hace más de 15 años y el propio Brandoni lo fue una década antes que su compañero, las risas están aseguradas. Lo que destaca más allá de su habilidad como comediantes, es una química que se da entre ellos, que da la sensación de que esta no es la primera vez que trabajan juntos en la pantalla grande. Si bien han trabajo hace ya muchos años en la televisión, compartir trabajo en el cine, es algo nuevo para ellos y en ningún momento se nota. El resto del elenco cumple con sus rolles de relleno y del único que se vislumbra un poco más, es del español Raúl Arévalo, uno de los actores más reconocidos de aquel país en este momento. La película en su totalidad es un gran grito a la amistad y que siempre hay que confiar en aquella persona que se tiene más confianza que en uno mismo. Con una historia ingeniosa y nueva, se demuestra que la comedia argentina puede rendir muchísimo más cuando no quiere tomar por tontos a los espectadores, y los encargados detrás del desarrollo de las historias ponen su ojo clínico para dar el salto de calidad. Es un película disfrutable desde que empieza hasta que termina, y te deja queriendo ver muchísimo más.
Bastante menos que eso Los directores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat han estrenado hasta el día de hoy cuatro películas: El artista, El hombre de al lado, Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo y El ciudadano ilustre. Todas son claros ejemplos de lo que ellos mismos han llamado la “comedia incómoda”: ese registro generado para provocar carcajadas, pero, al mismo tiempo, inquietud en la audiencia. Esta sensación es a menudo ocasionada por la dificultad del espectador para posicionarse ante situaciones en las que prácticamente todos los personajes tienen sus costados de embuste, ventajismo o directa pusilanimidad; son reproducidos con acierto ciertos rasgos de la idiosincrasia local, pero asimismo conflictos universales, difíciles de olvidar. El vigor narrativo y el buen ritmo son puntos altos de estas producciones.
Mi obra maestra, película dirigida por Gaston Duprat y guionada por Andrés Duprat (también director del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires) reflexiona sobre el sistema artistico y todos sus agentes, su producción, su circulación, la crítica y los intelectuales, y cómo funciona el mercado artístico. En dicho sentido el film está en estrecha relación con El artista (Mariano Cohn y Gastón Duprat, 2008) también guionada por Andrés Duprat. Ambos largometrajes reflexionan y parodian sobre la tradición del arte, sus rupturas y el campo artístico. Mientras en El Artista el crítico de arte era representado como respetable, aquí es burlado y estereotipado como snob y cruel. Una inversión similar sucede con la figura del galerista, mientras en El artista este era ignorante y snob, aquí Arturo (Francella) posee sensibilidad por el arte. El filme, por un lado desmitifica el mito del artista "genio" y por otro lado, lo reafirma, evidenciando las contradicciones del mundo del arte. Al igual que otros mercados, el del arte también es dominado por ciertas modas, tradiciones y nuevos auges. Esto es lo que padece Renzo, interpretado de forma plasticamente verosímil por Brandoni, un artista del pop art argentino de los 80 cuya técnica parece ha pasado de "moda" y el único que le sigue dando espacio es Arturo, por respeto y amistad. Además, la película expone los avatares de la amistad, sus vaivenes, tolerancias, exigencias e incluso abusos, pero finalmente su complicidad e incondicionalidad. El filme posee una vuelta de tuerca, entretenida pero algo predecible para algunos espectadores. Sin embargo, es un relato bien construido pero no es el más original de sus realizadores. Dejara pensando al espectador intelectual sobre Qué es el arte? y Quién legítima las obras artísticas? Calificación: 3/5 ⭐Denises ⭐
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Arturo (Guillermo Francella) es un marchand de arte encantador, sofisticado, aunque un poco inescrupuloso. Tiene su propia galería de arte en el centro de Buenos Aires, ciudad que ama. Renzo (Luis Brandoni) es un artista plástico talentoso y un poco salvaje, que se encuentra en franca decadencia. Detesta el mundo social del arte y vive muy precariamente y prácticamente aislado. Tiene un único alumno, un joven admirador llamado Alex (Raúl Arévalo). Si bien al galerista y al pintor los une una profunda y vieja amistad, no coinciden en casi nada: sus universos e ideas son opuestos, lo que genera constantes peleas y desencuentros. Arturo intentará por todos los medios revertir la suerte de su amigo y colocar su obra en el mercado. Para esto se asocia con una importante galerista de proyección internacional, Dudú (Andrea Frigerio). Sin embargo, la obstinación y terquedad de Renzo harán fracasar cada tentativa. Pero cuando todo parece perdido, Arturo pondrá en marcha un plan tan extremo como genial.
VEO ¿VEO? Las obras no son representaciones de la realidad, ni deben ser entendidas así; por el contrario, los espectadores se vinculan con ellas a través de las sensaciones. Para lograr ese lazo es necesario dedicarles unos minutos a la pura observación. Prueben ahora. La inmensidad de las montañas jujeñas en contraste con la pequeña sombra del individuo que las mira desaparece de la totalidad de la pantalla y, en su lugar, se presentan una serie de planos detalle de la misma pintura que enfatizan las formas, las materialidades, el uso de los colores, los trazos y los supuestos sentimientos provocados por la cámara subjetiva. El espectador dentro y fuera de la pantalla queda sujeto a las palabras de la voz en off femenina, al cuadro y hasta a los tiempos contemplativos estipulados para luego toparse con la guía, los visitantes del museo y las obras de Renzo Nervi hasta que se muestra al siguiente narrador: su galerista y amigo personal Arturo Silva. En este primer pasaje se percibe la oscilación constante de Mi obra maestra entre cierto afán por cuestionar el mundo del arte contemporáneo a través de los diferentes actores sociales como las instituciones, los directivos, los compradores, las obras, los artistas, las modas, los críticos, entre otros, y la lealtad entre dos amigos que sobrepasa los límites ético-morales. De hecho, se amalgaman tanto que el título refiere a esa dicotomía: el pronombre “mi” da cuenta de la constitución de Nervi como figura emblemática de los 80 debido tanto a las condiciones artísticas como al apoyo otorgado por el galerista en una reconversión del antiguo mecenas así como también la revalorización de sus trabajos en el mercado internacional. Si bien Gastón Duprat (en este caso dirige en solitario y Mariano Cohn es productor) trabaja fuertemente el nexo entre ambos y hasta propone algunas acciones inesperadas o íntimas, sobre todo, durante la internación del pintor tras el accidente; no acierta en el tratamiento irónico o de problematización respecto al universo artístico porque en lugar de exponer la superficialidad existente –que sí logra mostrando el alza de los precios, las repentinas muestras internacionales o el afiche de la vía pública con la imagen del multimillonario que “apuesta” al arte– apela a un tono didáctico y estereotipado que aumenta a medida que transcurre el metraje. No sólo la contemplación de la pintura al inicio es arbitraria, sino también los fragamentos seleccionados para mostrar en detalle, la guía que explica cómo debe ser el encuentro entre espectador y obra, el tiempo en que se observan esos recortes y hasta pareciera que las sensaciones particulares de cada individuo. Claramente, los directores y el público aceptan un pacto implícito en el cual los primeros constituyen los filmes desde su punto de vista y guían a los segundos desde las lógicas narrativas, estéticas y de montaje pero el exceso de lugares comunes convalidados y matices explicativos interfiere con las intenciones satíricas, las mostraciones de la banalidad o de las propias “estafas” que plantea la película. Cuando Nervi pinta el encargo para el empresario, la cámara se sitúa frente al hombre resaltando la mirada del artista hacia su lienzo, la del galerista hacia el proceso creador y los espectadores quedan supeditados a las percepciones de ellos, mientras que al ser sorprendido por Alex la audiencia advierte los trazos sobre un rostro sin rasgos faciales, como si ésta estuviera a la espera de esa guía audiovisual que indique cómo situarse frente a cada gesto artístico. Más aún, los personajes refuerzan dicha característica volviéndose, por momentos, monigotes de sí mismos y hasta proponen conversaciones asimétricas que minimizan al compañero de turno. Por ejemplo, cuando huraño pintor describe las supuestas cualidades de los artistas; Silva adivina las profesiones de la gente en el parque por el aspecto, da cátedra sobre las nuevas tendencias o utiliza la obsoleta frase “el artista sólo se expresa a través de su obra”; el crítico visto como un hipster pedante que sabe más que el resto y no acepta comentarios desfavorables o, incluso, Alex presentado como un honesto inquebrantable que averigua todo y un hippie europeo que considera al hombre como mito viviente. En contrapartida, resultan interesantes los guiños hacia otros artistas de la época o contemporáneos gracias a la alusión o puesta en escena de las obras. Frente a la nobleza de la amistad, el arte se manifiesta como algo trivial, sin sentido y oscuro determinado por el mercado, los snobs, aquellos que saben adaptarse a las tendencias, los que no saben por qué pintan o explican demasiado para parecer intelectuales y, en último lugar, por quienes son fieles a sí mismos. La obra maestra parece adoptar todas y cada una de estas cuestiones en una mixtura plagada de reconfiguraciones, denuncias, frivolidades, supuestos entendedores de todos los ámbitos y universalidades sin importar cuántos minutos uno se detenga a explorar, si pasa de largo por varias obras, si identifica o no la mirada del autor, si siente algo frente a aquello que contempla o qué recortes elige para detenerse. Veo, veo, ¿qué ves? Por Brenda Caletti @117Brenn
“Mi Obra Maestra” puede catalogarse como una buddy movie vernácula donde vemos a Arturo, dueño de una galería de arte, dotado del atractivo necesario para negociar y aparentar según sea necesario y a Renzo, un pintor huraño, mujeriego y decadente. Puede decirse que sus trayectos profesionales se encuentran en caminos opuestos: mientras uno busca resucitar viejos laureles, el otro encontrará que allanarle el camino puede resultar una tarea imposible…o casi. No es novedad para la dupla creativa Mariano Cohn (esta vez en las labores de producción) y Gastón Duprat esta tendencia a inmiscuirse en el mundo del arte. Un universo que ya habían transitado en el filme “El Artista” (2008), donde lo impiadoso y lo especulativo que caracteriza a cierto sector del mismo salía a la luz en clave de humor negro, para mostrar los entramados del negocio detrás de las obras de arte. De igual manera aquí, y con su habitual acidez, retratan el consumismo, el aire snob y la frivolidad que atraviesa el ambiente del arte contemporáneo, sin temor a disparar munición gruesa sobre críticos de arte prestigiosos o galeristas con pocos escrúpulos. El filme pone el acento en un ámbito que a veces puede resultar codicioso y perseguir el éxito a toda costa, inclusive si de buscar la última gran estafa se trata. Sin embargo, el cálculo salvaje y desalmado se contrapone a la historia de amistad costumbrista que cuenta la película. Aunque aquí las dobles lecturas se hacen evidentes y brindan una reflexión subliminal: ¿hasta dónde llegaría cada uno? ¿a cambio de qué? Guillermo Francella y Luis Brandoni, quienes coinciden por primera vez en cine (luego de compartir en tevé “El Hombre de mi Vida” y “Durmiendo con mi Jefe”), conforman una dupla deliciosa que se complementa a la perfección. Con el timing para intercalar pasajes dramáticos y cómicos según la historia requiera, entregan su prestancia y oficio en pantalla haciendo gala de una química notable. Aún sin las genialidades de “El Ciudadano Ilustre”, con “Mi Obra Maestra” Gastón Dupratconcibe un filme efectivo y con marca registrada, el cual transita temáticas ya conocidas en su filmografía bajo una mirada fresca, satírica, irreverente y siempre vigente.
La argentinidad al palo "Mi obra maestra" es el nuevo trabajo de Gastón Duprat, responsable de títulos como "El ciudadano ilustre" y "El hombre de al lado". En este nuevo film sigue explorando ese fenómeno abstracto y a la vez tan real llamado "argentinidad". Ser argento es un adjetivo polémico porque se asocia más a aspectos negativos de nuestra cultura que a características positivas. Ahora, si nos sinceramos un poco, aceptemos que cuando vemos a un par de exponentes de este modo cultural tan característico asociados a una historia de humor y amistad, forman un cóctel poderoso de entretenimiento al que es difícil resistírsele. No reivindico el ser chanta, pero creo que debemos relajarnos un poco y disfrutar de cómo somos, con todo lo bueno y malo, después de todo es una película de ficción. Leí en varias críticas que tildaron a este trabajo como promotor del estereotipo del argento cagador, la misoginia, el racismo y varias huevadas más de corrección política descerebrada. ¡Relajémosnos un poco gente! Diferenciemos realidad de ficción. Yendo a la cinta en sí, Duprat nos presenta una historia de amistad que divierte un montón. Arturo (Guillermo Francella) y Renzo (Luis Brandoni) son dos socios y amigos que trabajan en el mundo del arte, el primero como representante de artistas y el otro como pintor. En su momento fueron populares y una dupla soñada. La actualidad los encuentra al borde de la quiebra, menospreciados y mucho más viejos y testarudos que antes. El relato nos va paseando por las peripecias que deben llevar a cabo para poder volver a estar en la cima. El duo Francella-Brandoni es buenísimo. Tienen mucha química y además cada uno aporta su individualidad para realzar las interpretaciones. Sí, Francella actúa de Francella y Brandoni de Brandoni, pero eso justamente no es malo. No es lo más original, pero es una jugada que asegura empatía con los espectadores. Los secundarios Raúl Arévalo y Andrea Frigerio están muy también. El desarrollo de la trama tiene algunos baches y desenlaces un tanto predecibles, pero logra salir airoso en el balance final y entrega una hora cuarenta de diversión. Duprat podría haber sido un poco más celoso del desenlace, pero creo se enfocó más en el camino a recorrer que en el cierre del relato. Un buen exponente del cine argentino cómico que se deja ver y es muy disfrutable si nos relajamos un poco y abrazamos ese argento que llevamos dentro.
Extraña pareja La primera película en solitario de Gastón Duprat vuelve a burlarse del mundo del arte con acidez, pero esta vez también tiene lugar para la ternura. El mundo del arte, con sus rituales a veces ridículos pero también fascinantes, es algo que la dupla que conforman Mariano Cohn y Gastón Duprat han retratado como nadie. A los de ellos hay que sumarles el nombre de Andrés Duprat, hermano de Gastón, actual director del Museo Nacional de Bellas Artes y habitual guionista de sus películas. Sobre todo en El artista pero también en El hombre de al lado (la arquitectura como una más de las artes plásticas) y un poco más oblicuamente en El ciudadano ilustre (recordemos el delirante concurso de pintura del que Oscar Martínez tiene que ser jurado), la visión sarcástica y algunos dirían cínica de sus personajes suele estar en relación a la visión que transmiten del mundo del arte. Acá los protagonistas son Renzo (Luis Brandoni), un pintor viejo, cascarrabias y borracho, que tuvo su momento de plenitud en los años 80 pero ahora está en decadencia no solo por su temperamento volátil sino también porque su estilo más figurativo quedó demodé ante un arte moderno que, obviamente, él desprecia. Arturo (Guillermo Francella) es un galerista que acompañó y se vio beneficiado también con el éxito pasado de Renzo, de quien además y sobre todo es íntimo amigo de la juventud. A diferencia de Renzo, Arturo se aggiornó y aunque sigue incorporando obras de su amigo a su galería, lo hace más por cariño que por otra cosa, porque su negocio pasa por la venta de obras más modernas, esas mismas que Renzo aborrece. El alma de la película es la dinámica entre estos dos personajes, un poco como los de Rafael Spregelburd y Daniel Aráoz en El hombre de al lado y los de Oscar Martínez y Dady Brieva (o, quizás, Martínez y todo el pueblo) en El ciudadano ilustre, aunque acá la extraña pareja no es tan opuesta y la relación es más sutil: con dos o tres diálogos nos damos cuenta de que Arturo en el fondo sigue admirando a Renzo y que Renzo, detrás de esa coraza, sabe que tiene que estar muy agradecido con Arturo. Quizás ese sea el cambio fundamental en este debut en solitario de Gastón Duprat: hay lugar para la ternura. Aunque tampoco me apresuraría a sacar conclusiones en ese sentido como si estuviéramos destilando de Cohn-Duprat lo que le pertenece a uno solo: Cohn produce esta película (y ya dirigió otra, 4x4, que produjo Duprat) y Andrés Duprat sigue siendo el guionista. Pero sí puede ser un gesto de apertura de ambos, que con el éxito de El ciudadano ilustre comprobaron que se puede complacer al público, como Arturo, sin abandonar del todo su tono y su temática, como Renzo. Tal vez la película no sea todo lo compacta que eran las anteriores (exceptuando Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo, un claro faux pas), con un primer acto demasiado extenso que se sostiene casi exclusivamente en el oficio de Brandoni y Francella, pero a medida que avanza y se afirma la trama, se transforma en una comedia ácida e inteligente sobre una amistad a prueba del paso del tiempo.
La dupla de Mariano Cohn y Gastón Duprat (los responsables deEl vecino de al lado y El ciudadano ilustre) vuelve con otra “comedia incómoda”, como alguien definió alguna vez su estilo. Con dirección en solitario de Duprat, guion de su hermano Andrés y producción de Cohn, Mi obra maestra narra la relación entre un galerista moderadamente exitoso (Francella) y un pintor (Brandoni) que supo ocupar un sitial de honor en el mundo del arte pop local de los 80, pero que el tiempo transformó en un hombre recluido, amargado y dueño de una extensa lista de deudas. La posibilidad que le brinda su amigo de realizar un mural por encargo termina de la peor manera, pero las vueltas de tuerca del guion no se acaban allí en esta crítica al mundillo de las artes plásticas, apoyada en el carisma y la interacción de la dupla central (Brandoni acapara la atención cómica con sus modales groseros y misantropía a prueba de alabanzas). Menos radical que la celebrada El ciudadano ilustre en su dosis de veneno –es decir, más alejada del cinismo–, Mi obra maestra es incluso más ligera de lo que aparenta, y se sostiene gracias a esa cualidad de comedia de opuestos que no lo son tanto.