Pedagogía del suburbio. Al ver una película como St. Vincent (2014), uno redescubre hasta qué punto es necesario el equilibrio de los distintos componentes y/ o responsables del film para revitalizar una premisa tan querida por el público como bastardeada por un sinfín de engendros vulgares. El esquema centrado en los viejos gruñones y malhablados ha sido aplicado en muchísimas propuestas a lo largo de la historia del cine, no obstante muy pocas de ellas han llegado al nivel de la presente: bien lejos de la idiotez de la nueva comedia americana de los últimos años (mote utilizado por gente que desconoce que “nueva comedia americana” hubo en todas las décadas), hoy estamos frente a un verdadero prodigio de la misantropía cotidiana. El Vincent del título está interpretado por Bill Murray, un señor al que el rótulo “actor” ya no puede hacerle justicia. Esta especie de bestia sagrada del séptimo arte encarna a la perfección a un veterano de Vietnam cuya vida gira en torno al alcohol, las apuestas en el hipódromo, tener sexo con Daka (Naomi Watts), una prostituta rusa, y despedazar verbalmente a cualquier ser humano que se cruce en su camino. Como corresponde con este tipo de convites, el protagonista sacará a relucir su corazón, ese que oculta debajo del blindaje del odio, cuando surja la oportunidad de ganar algunos dólares cuidando a Oliver (Jaeden Lieberher), el hijo pequeño de Maggie (Melissa McCarthy), su flamante vecina. Llama la atención la soltura y paciencia con las que el director Theodore Melfi administra el desarrollo de personajes en su debut mainstream, luego de una amplia experiencia como cortometrajista y productor: en esencia su receta es sumamente noble y consiste en una pizca de cine contracultural, unos chispazos de comedia indie noventosa, elementos varios de las “feel good movies” más ácidas y una buena dosis de los dramas familiares de la década de los 80, un combo a su vez unificado gracias a la lógica de la conciliación y bajo el tamiz entre autodestructivo y audaz de obras furiosas en la línea de Gran Torino (2008), Un Santa no tan Santo (Bad Santa, 2003) y Mejor Imposible (As Good as It Gets, 1997). Obviando toda banalización del contexto degradado/ degradante en el que habita Vincent, el opus de Melfi analiza desde una perspectiva adulta la desazón que genera la acumulación de penurias a lo largo del tiempo vía el clásico leitmotiv de la complementación simbólica entre el niño y el anciano (el primero recibe una suerte de pedagogía del suburbio y el segundo recupera su dignidad individual al verse obligado a prescindir en parte de su hedonismo). Más allá del excelente desempeño del elenco y un guión rebosante de frases memorables, sin dudas el mayor acierto de la película pasa por su armonía estructural, orientada a la reformulación sutil del rol paterno sin necesidad de recurrir a golpes bajos. De hecho, la realización se las arregla para esquivar la vacuidad, el desinterés narrativo y las irreverencias de cotillón tanto de los márgenes independientes como del Hollywood contemporáneo, volcándose en cambio hacia una nivelación dramática que estudia cada una de las frustraciones del momento con ojos profundamente humanistas y siempre en pos de la comprensión mutua. Como si dar nueva vida a fórmulas marchitas no fuese de por sí mérito suficiente, el cineasta edifica un retrato encantador e hilarante de los límites de nuestro ensimismamiento: nada más ejemplar que ver a Vincent regando la tierra estéril de su jardín mientras escucha totalmente embelesado Shelter from the Storm de Bob Dylan…
Registros impertinentes. En los últimos años Bill Murray, se podría decir que desde Perdidos en Tokio, ha representado papeles algo ajenos para la primera parte de su carrera. Aquí en St. Vincent -opera prima de Theodore Melfi- el registro es una leve inflexión de su clásico personaje malhumorado, sarcástico y antisocial, que hemos visto por ejemplo en Hechizo del Tiempo y en Los Fantasmas Contraatacan, esa hermosa versión moderna de Cuento de Navidad de Dickens que hizo el gran Richard Donner. Tal inflexión se presenta -más que por otro factor- gracias a una historia inscripta en un tono dramático, sobre el encuentro de dos personajes diametralmente antagónicos: Vincent (Murray), un adicto a las apuestas de caballo y al alcohol, plagado de deudas y poseedor de un pasado no muy luminoso, y en la vereda de enfrente (o más bien en la casa de al lado) está Oliver, un niño recién llegado al barrio junto a su madre, una flamante divorciada. Vincent y Oliver se encuentran, en especial por una necesidad del primero de sacarle unos dólares a la madre del segundo, a cambio de hacer de niñero unas horas. La relación avanza por el camino seguro de las estructuras narrativas: momentos de comedia, drama y alguna pequeña tensión pero sin las variaciones esperables en una estructura demasiado genérica. Los secundarios desfilan -también- en registros que oscilan entre la constipación y el ridículo, en el primer caso el papel de madre compuesto por Melissa McCarthy, parada en la mitad de la comedia y el drama lacrimógeno de telefilm, y el segundo es una Naomi Watts en la piel de una prostituta, con un acento símil ruso, desbordante de clichés a su paso. Para el final llega el momento de la beatificación. Los rasgos interesantes de la actuación de Murray se desvanecen en la secuencia de la ceremonia, realizada en honor a este hombre común, que ha hecho cosas notables en un pasado algo lejano para las nuevas generaciones. Probablemente la estirpe de un actor añejado que ha surcado nuevos senderos es la que mantenga algo de firmeza en la historia. Su pasión recién aparece registrada en un epílogo antológico para los créditos, en los que Murray canta arriba del clásico Shelter from the Storm de Bob Dylan, para esta instancia la sensación de desperdicio de recursos humanos se cuela de manera inconsciente.
Viejo zorro. Theodore Melfi encuentra tierra fértil en su segunda película, la primera en estrenarse comercialmente –su ópera prima Winding Roads filmada en 1999, nunca llegó a cartelera en ninguna parte del mundo–, y en ese animal de cine que es Bill Murray. Porque St. Vincent es, ante todo, una celebración de su magnetismo en pantalla. La película comienza con una larga secuencia de créditos y de presentación del personaje que se extiende por más de seis minutos en la que Vincent, algo borracho, roba una manzana mientras camina por la calle y luego maneja hasta su casa, pero en la maniobra de estacionamiento termina destrozando la cerca de su entrada. Una vez adentro, tropieza mientras intenta servirse hielo en un vaso, y al golpearse queda desmayado en el piso de su cocina. Con ustedes: el gran acto de Bill Murray. Su histrionismo dentro y fuera de la pantalla, esa sonrisa a medias y su inconfundible mirada entre irónica y melancólica, junto con ese aire imperturbable que lo caracteriza, le dan una presencia que va más allá del cine. Es precisamente con ese carisma que Bill Murray crea personajes bigger tan life y que su construcción de Vincent se mantiene fiel a esa tradición, dotándolo de la intensidad justa y sin volverse una de esas interpretaciones que se evidencian oscarizables. El resultado es el Walt Kowalski de Eastwood en Gran Torino –pero con un ochentoso Chrysler K convertible– y el Bruce Dern en Nebraska –Melfi no oculta la influencia de las comedias extrañas de Alexander Payne, e incluso en varios planos el rostro lastimado de Bill Murray con un parche en la frente es muy similar al de Dern en Nebraska– meets Peter Quill en clave deadpan. Al igual que en Guardianes de la Galaxia, además de la importancia de la música a nivel dramático y narrativo, el objeto que identifica al protagonista es un walkman, que adquiere el carácter de símbolo. St. Vincent vive de pequeños momentos épicos que resultan titánicos en su forma. Si bien no es una película modesta como Nebraska tampoco es pretenciosa. Al igual que la última de Payne, va dejando de lado la acidez para cortarla con la medida exacta de dulzura. Así como gran parte del mérito de Nebraska dependía de Bruce Dern –y su particular forma de hablar y de caminar– aquí se le debe mucho a la presencia de Bill Murray y a su manera de conducir, de sentarse, de fumar, de tomar y hasta de vestirse. Su comicidad clásica –referencia a Abbot y Costello mediante– e inmediata lo hacen brillar en momentos minúsculos que dejan entrever un gran amor por el cine y nos transportan a través de su potencia visual y enorme sensibilidad. Basta con detenerse en algunas escenas para comprobarlo: ya sea bailando solo en la cocina al ritmo de “Somebody to love”, o acompañado y en ralenti, e incluso hasta en los créditos finales en los que primero riega una planta muerta y luego su jardín de tierra estéril mientras canta a destiempo “Shelter from the Storm” de Bob Dylan. A pesar de ser una comedia bastante amarga y siempre en tono seco, St. Vincent puede hacer muchas cosas, como pasar del humor más disparatado al sentimentalismo más ñoño de una escena a la siguiente. Pero su ternura y optimismo la transforman en una película honesta, incluso respecto de sí misma y de sus imperfecciones: por momentos la moralina amenaza con apoderarse de la historia, pero nunca lo logra porque aparece como un impulso natural, de forma esporádica y muy medida. Melancólica y estridente, St. Vincent podría ser catalogada bajo el rótulo de cine políticamente correcto o aleccionador, pero hacerlo sería leer de manera cómoda una película que resulta mucho más de lo que podríamos imaginar, y que va mucho más allá de lo que muestra. Con rasgaduras y todo, St. Vincent toca fibras del otro lado y demuestra que puede haber comedia, miseria, tristeza, incomodidad, crudeza y a la vez ternura y sinceridad. Todo eso santificado por la presencia de Bill Murray. Amén.
St. Vincent es una excelente opción en la cartelera de cine para no dejar pasar. El guión es muy bueno ya que va descubriendo de a poco las facetas ocultas del personaje de Bill Murray, el cual lo encarna de una forma impecable y robándose la película desde el primer al último fotograma. La dupla...
Devotos de nuestro patrono Bill Murray. William James Murray es un actor estadounidense nacido en Wilmette, Illinois, en el año 1950. Se convirtió en un nombre dentro de la industria del entretenimiento más grande del mundo bajo el apócope de "Bill". Bill Murray siempre fue un tipo con un timming natural para la comedia, no vamos a descubrir nada nuevo a esta altura. Pero ese estilo cómico comenzó a mutar en Hechizo del Tiempo (Groundhog Day, 1993) y llegó a su pico de éxtasis en Perdidos en Tokio (Lost in Translation, 2003). Esa mutación en su estilo no hizo más que ayudarnos a ver en las pequeñas acciones a ese gran actor que es Bill Murray -ya dijimos muchas veces Bill Murray, ¿no?- capaz de transmitirnos un universo de sensaciones con una pequeña mueca o una mirada con esos ojos caídos, incrustados en un rostro ajado que da la sensación de haber llegado al mundo mucho antes que en 1950. St. Vincent es exactamente eso, una celebración de ese actor "mínimo" en que supo transformase con el paso del tiempo, convirtiéndose en un intérprete que -en la clave del antiguo star system- traspasa su escencia interpretativa de una película a la otra: parece haber encontrado la fórmula según la cual menos es más y la adapta con facilidad a personajes que parecen haber sido creados a su imagen y semejanza. Bill Murray -ahí vamos de nuevo, nombrándolo por la enésima vez- interpreta a Vincent, un viejo gruñón, ex combatiente, alcohólico, apostador y putaniero en cuya vida ingresan Maggie (Melissa McCarthy) y Oliver (Jaeden Lieberher), madre e hijo respectivamente que se convierten en sus nuevos vecinos. Maggie, en calidad de madre recién separada y único sustento económico de la familia, encuentra en Vincent a un vecino que la saque de apuros y cuide a Oliver cuando esta tapada de trabajo. Vicent, como buen busca vida, no ve con malos ojos recibir un poco de dinero a cambio de compartir el mismo espacio físico con un niño de 10 años. Vincent y Oliver irán formando un lazo muy particular que se convierte en el corazón del film, un film que intenta mostrarnos como todas las personas pueden tener un costado miserable y amable al mismo tiempo. Y es justamente esa alternancia entre miseria y amabilidad lo que le da el tono justo al relato. Y si de personajes miserablemente amables se trata, vale la pena resaltar el trabajo de Naomi Watts interpretando a Daka, una prostituta rusa embarazada que tiene a Vincent como cliente habitué. Es sumamente interesante prestar atención a la ductilidad que ha sabido incorporar con los años Watts al momento de componer personajes, basta con ver su actuación en este film y compararla con la performance mostrada en Birdman (2014). Melissa McCarthy también se luce en un papel que tiene más peso dramático del que está acostumbrada a manejar en el universo de la comedia (terreno del cual no se había alejado mucho hasta el momento). Alivia ver a McCarthy ir más allá de su zona de confort y probar suerte en un rol distinto, desafío del cual sale airosa. Permite descubrir ciertos atributos que van más allá de ser esa mujer robusta y graciosa que no le teme al slapstick en sus comedias. Más de un profesor de guión a quien le hubiese llegado esta historia a su escritorio hubiese sentenciado "pero esta historia no tiene conflicto, ¿cuál és el conflicto?", una pregunta clásica del repertorio de muchos catedráticos. El encanto de St. Vincent radica en que -a simple vista- puede parecer para los más quisquillosos como una película sobre la nada misma, pero cuyo corazón no está en lo que pasa, sino en cómo pasa lo que pasa, y la forma en que esos personajes tan particulares van dando lugar a una historia formidable, a pesar de un tercer acto que tal vez se apoya un poco más de lo debido en el sentimentalismo del happy ending. Prueba latente de que nadie es perfecto y eso guarda dentro de sí algo increíblemente fascinante: St. Vincent se encarga de aclararlo, por si alguno todavía no se avivó. Y que nadie se levante de la butaca sin ver la secuencia de títulos hasta el final... sin desperdicio.
Hay roles que, uno tiene la impresión, Bill Murray puede hacer hasta dormido. O que nació para interpretarlos. A esta altura, sería más lógico pensar que los guionistas/directores hasta los crean para él. Este es el caso del Vincent que da parte del título a esta comedia dramática dirigida por Theodore Melfi en la que Murray interpreta a una de las versiones más excesivas de esta criatura: un viejo solitario, gruñón, alcohólico, jugador, agresivo, económicamente quebrado y caótico con el que muy poca gente quiere cruzarse y mucho menos tener que hablar. Si bien se lo ha comparado mucho al personaje que el propio Murray encarnó en RUSHMORE, de Wes Anderson, yo lo veo más bien como un pariente cercano –más fastidioso aún, pero a la vez más cómico– del que hizo Clint Eastwood en GRAN TORINO. A Vincent le toca vivir una de esas circunstancias tan típica y conceptualmente cinematográficas que uno tiende, de entrada, a desconfiar. A la casa de al lado de la suya se muda una mujer recientemente separada con su hijo de 12 años. La mujer (Melissa McCarthy) tiene que trabajar todo el día y –tras una serie de incidentes con el chico en el nuevo colegio al que va– no le queda otra que dejarlo “al cuidado” del desagradable Vincent, que se da cuenta que puede hacer algo de dinero como babysitter y termina tomando este “trabajo” en el cual no tiene mucho que hacer más que prepararle algunas sardinas con galletas al chico y llamarlas “sushi”. Y seguir con su vida… normal. stvincent1Todo lo que sucederá después entra, en los papeles, en el terreno de lo previsible, pero la personificación de Murray es tan ajustada y su timing cómico tan preciso que ST. VINCENT se impone más allá de esas marcaciones tan prefiguradas del guión. Es que el Vincent de Murray es un personaje construido, da la impresión, tanto en base de otros roles del actor con algo que uno imagina es parte intrínseca de su personalidad: el tipo que parece gruñón, desprolijo y hasta agresivo pero que, casi a su pesar, termina mostrando eso que algunos llamarían “un corazón de oro”. La relación entre el niño maltratado en la escuela pero inteligente y rápido para ir entendiendo cómo viene la mano –y a quien tiene de “cuidador”– y este hombre que de a poco va dando muestras de ser menos bestia de lo que parece está extraordinariamente lograda y es el corazón de la película que, en su segunda mitad elige correrse más claramente hacia un lado dramático con un par de subtramas y situaciones que bordean lo sensiblero pero que, al llegar al final, terminan siendo perdonables en función de la fuerte y curiosa alianza que Melfi logra crear entre los personajes. stvincent3Es que además de Vincent y el pequeño Oliver tenemos a una prostituta rusa ya algo mayor y embarazada llamada Daka (Naomi Watts, un poco excedida hacia un registro más claramente cómico pero igual con un par de escenas notables), a la siempre preocupada madre del niño (McCarthy en un rol casi serio, en el que nunca intenta “competir” con Murray), un profesor de la curiosa escuela religiosa a la que va el chico (el siempre genial Chris O’Dowd) y algunos otros que no conviene develar aquí. Lo que se genera entre todos es una especie de familia sustituta, un lugar en el que el caos de Vincent trata de convivir con los esfuerzos de la familia de al lado que, con una demanda de divorcio en puerta, saben que no deberían estar demasiado con este sujeto impresentable. Sí, Vincent lleva a Oliver a las carreras, a bares en los que termina borracho, le presenta a su amiga y “dama de la noche” y nada de eso cuenta, digamos, como una buena educación para el niño, lo mismo que sus intentos para ayudarlo a defenderse mejor de los compañeros de escuela enseñándole algunos golpes bastante tremendos. Pero, claro, finalmente esa forma de vida de Vincent, por un lado, libera al niño de algunos de sus miedos y lo protege, a su modo, de la serie de situaciones complicadas que debe vivir. Y, por otro, el propio Vincent descubre que el niño termina siendo una presencia fundamental en su vida… y no solo porque tiene más suerte que él a la hora de apostar a los caballos ganadores. stvincent2Pese a esos momentos en que la película parece haber equivocado el camino desviando tempranamente el relato hacia una zona un tanto más cursi y cercana al golpe bajo, el secreto de Melfi y en especial de Murray es que no hay forma de hacer que el actor termine abrazando el lado más sentimental que le propone el guión, dando siempre un toque de cinismo cáustico aún a las escenas supuestamente más emotivas. Finalmente –y acaso por eso mismo– la emoción termina invadiendo la película, pero a esa altura ya se siente tan legítima como ganada, tan preparada dramáticamente como genuina en su ejecución. De todos modos, nada sería lo simpático que es de no ser por el gran Bill. Su mueca de disgusto permanente, sus violentas y a la vez graciosas respuestas y reacciones, su manera de entender el timing cómico (un silencio breve, una mirada, mucho con poco) son tan perfectas que no hay manera de no rendirse ante su talento, sabiendo que de no ser por él la película seguramente dejaría ver más claramente sus puntos más huecos y su ingeniería de guión. A diferencia de otras películas más ostensiblemente cómicas en las que ha participado (ST. VINCENT tiene un aire más de comedia dramática indie que de comedia-comedia digamos), a Murray se lo nota especialmente concentrado e integrado al relato, sin intentar jugar como nexo/guiño entre lo que pasa en la pantalla y el espectador, cosa que suele sucederle a muchos comediantes –especialmente los surgidos en la televisión– y le ha pasado algunas veces a él. No, aquí Murray se cree el personaje, vive adentro de él y nos regala una de las mejores y más completas creaciones de sus últimos años.
Bill Murray, el babysitter menos pensado Los detractores podrán decir que se trata de una película de Wes Anderson sin el talento ni la brillantez visual de Wes Anderson o de una nueva versión de Gran Torino sin la maestría de Clint Eastwood (aunque bastante más tierna), pero esta ópera prima del guionista y director Theodore Melfi es una agridulce e irresistible comedia de redención hecha al servicio (lucimiento) del genial Bill Murray. ¿Que se trata de un one-man-show? ¿Que está construida sobre clichés? Puede ser, pero eso no la hace menos noble ni entretenida. Murray interpreta a Vincent, un veterano de Vietnam bastante malhumorado, patético, alcohólico, fumador, jugador y decididamente poco sociable. Sólo parece mantener una buena relación con Daka (una divertida Naomi Watts permitiéndose sobreactuar), una prostituta rusa que está embarazada. Vincent vive en su mundo decadente pero autosuficiente hasta que llegan al vecindario de Brooklyn Maggie (la brillante Melissa McCarthy, aquí poco aprovechada) y su hijo adoptivo Oliver (Jaeden Lieberher) de 12 años. Casi sin darse cuenta, y a pesar del inevitable rechazo inicial, Vincent se convertirá en el “babysitter” del chico y, por supuesto, entre ellos irá desarrollándose una particular amistad. El film apuesta por momentos a la comedia de enredos, al subgénero de desventuras colegiales (el muchacho recién llegado sufrirá algo de bullying en una escuela católica) y sobrellevará algún que otro lugar común. En definitiva, estamos ante una pequeña película independiente amplificada por un sólido elenco y, sobre todo, por ese actorazo que es Murray, el mismo que nos hizo llorar de risa con Hechizo del tiempo, Tres son multitud (Rushmore) o Perdidos en Tokio, entre tantas otras películas. Imperdible para sus fans. Simpática para el resto.
No somos santos La película abre con Bill Murray, acodado en la barra de un bar, quien sabe si tendrá una copas de más inclusive, contando un chiste pequeño pero muy gracioso. Ya desde este chiste, previo a la apertura de "St. Vincent" no quedarán dudas de que la película estará recorrida por un humor sarcástico, ácido y políticamente incorrecto. Murray será el Vincent del título, un veterano de Vietnam que parece tener en sus espaldas las "siete plagas de Egipto": bebedor, desordenado, amante de las prostitutas, quebrado económicamente, afecto a las apuestas en el hipódromo... Algo más? Si: mal hablado, gruñón, intolerante, peleador, antisocial, algo depresivo.... Acertaron: Bill Murray puede manejar este papel a la perfección y nutrirlo del plus de que a pesar de que su personaje tenga tantos puntos desagradables, uno pueda como espectador simpatizar con él y darle una mirada complaciente y generosa, más aún a medida que vaya avanzando la película. La vida cotidiana de Vincent se ve modificada cuando Maggie (Melissa Mc Carthy más conocida por comedias más "pasatistas" como "Ladrona de Identidades" "Chicas Armadas y peligrosas" o su actuación en las series "Gilmore Girls" o "Mike and Molly"), una madre separada con un hijo Oliver de 12 años, sea su nueva vecina... con una mudanza que ya causa conflictos desde un primer momento. Maggie trabaja muchas horas como técnica en un sanatorio y necesitará alguien que cuide de su hijo. Algo que comienza como un "favor" por única vez, termina siendo el trabajo de niñero de Vincent y su forma de poder juntar algunos dólares para ir sobreviviendo a su completa bancarrota. La receta de la base de la comedia de polos opuestos que se atraen ya está servida. Y si bien el guión basado en "niño que termina tiernizando a anciano gruñón" ya es conocido y ha sido presentado en distintas oportunidades con algunas modificaciones, en "St Vincent" vuelve a ser efectivo e interesante. Primeramente gracias al magnetismo de Bill Murray en el papel que le valió una nominación al Globo de Oro como Mejor Actor de Comedia pero también porque se encuentra rodeado de un elenco que el director debutante, Theodore Melfi, conduce con un ritmo acertado y sin ningún tipo de fisuras. Melissa Mc Carthy como la vecina, demuestra que se luce mucho mejor en un papel más anclado en una comedia "agridulce" que en sus desbordes en comedias un tanto escatológicas y de trazos más gruesos y de cierta rudeza, en las que fundamentalmente basó su carrera. Y junto a ellos, Naomi Watts construye un personaje muy tierno como la prostituta rusa (y embarazada!) que tiene un vínculo con Vincent y Chris O'Dowd es el sacerdote que recibirá a Oliver en su nuevo colegio y justamente, una de las tareas que asigne en la clase de religión tendrá que ver con el desarrollo de la última parte del filme. Pero además, "St Vincent" tiene el plus de un exacto trabajo de casting, encontrando en Justin Lieberher, el muchacho exacto para darle vida a Oliver. La química que establece con Murray desde la primer escena que tienen juntos es completamente creíble, y gran parte del peso de la trama queda sobre sus espaldas con una actuación completamente fresca y espontánea. Él será su fiel acompañante a todas las "paradas habituales" de Vincent: las carreras de caballos, el club de striptease y su bar habitual, haciendo que justamente en ese paso de la niñez a la pre-adolescencia, Vincent sea una pieza fundamental. El podrá ver situaciones más allá de lo que se pinta como un personaje resentido, hiriente y hasta cruel. Él podrá ir descubriendo al verdadero Vincent. Aún cuando se le pueda reprochar al guión un final un poco discursivo y cliché (muy), cuando hemos llegado a ese punto, los personajes de Melfi ya nos han cautivado y logramos emocionarnos con un final que en cualquier otra película o con otros actores hubiese pecado de más empalagoso y cursi. Vale la pena ver brillar a Bill Murray en un personaje completamente a su medida en una comedia bien armada, con nobles intenciones y con buenos resultados.
Es difícil no caer rendido a los pies de una comedia ligeramente dramática como St. Vincent. El combo del viejo cascarrabias interpretado por Bill Murray y la jovencísima revelación de Jaeden Lieberher como el peculiar vecino de al lado son un gran motor para la película de Theodore Melfi, quien subsana muchos lugares comunes con una historia agradable y un elenco afín. He de confesar que nunca compré totalmente el estilo de comedia de Murray. Nunca sentí con cercanía su humor, nunca pude sentirme cómodo alrededor de su filmografía, pero en este caso mi visión cambia un poco. En el papel de un veterano de guerra bastante hastiado y enojado con la vida, convierte un personaje completamente detestable en alguien por el que el espectador espera con ansias su momento de redención. El ángulo de comedia buscado por Melfi desde el guión es más de situación que otra cosa, sin recurrir a momentos burdos. En pocas palabras, no sigue la línea de humor de, digamos, Tonto y Retonto, sino que prefiere el camino de la sagacidad encarnado por el pequeño pero inteligente Oliver, y las idas y venidas entre él y su vecino. No falta el giro en la trama que vuelve todo un drama, pero estos momentos son necesarios para crear un efecto catártico en la trama, que nunca se siente agresivo o sacado fuera de contexto. En ese aspecto, es destacable el intercambio de roles en los diferentes secundarios. Por un lado, Melissa McCarthy, una actriz a la que uno está acostumbrado a verla en irreverentes papeles cómicos, acá deja salir su lado más amable como la madre de Oliver, mientras que Naomi Watts, una excelente actriz dramática, se pasa hacia el lado de la comedia más absurda como la prostituta y bailarina exótica embarazada Daka, en un papel que debería resultar por demás grotesco pero encaja perfecto dentro del mundo suburbano del film. Gracias al pulso firme de Melfi, St. Vincent pasa de ser un cúmulo de situaciones trilladas a una entrañable comedia dramática que utiliza a un gran elenco a su favor para sacarle provecho al máximo. Murray bien vale la pena la entrada al cine.
Adorable huraño ¿Cómo no enamorarse a primera vista de Vincent (Bill Murray), a pesar de su ostracismo, agresividad, enojo y eterno desprecio hacia todo el mundo que lo rodea? St. Vincent (2014) del debutante Theodore Melfi, cuenta la historia de Vincent, un solitario, alcohólico y recluido sexagenario, que ve como su vida y rutinas cambian de un día para el otro cuando una mujer divorciada (Melissa McCarthy) y su hijo (Jaeden Lieberher), se mudan a la casa contigua a la suya. Desde el primer momento el vínculo entre ellos será de profundo rechazo hasta que un día la necesidad de Maggie (McCarthy) hace que Vincent cuide a su hijo. Sin idea de cómo hacerlo el anciano comenzara a pasar las tardes educándolo en la vida y en algunas cuestiones que, como nuevo en el barrio y en la escuela, Oliver (Lieberher) aún no tiene del todo claras. Además de su relación con éste y su madre, Vincent mantiene un vínculo con Daka (Naomi Watts), una bailarina exótica y embarazada con la que, dinero de por medio, tiene relaciones sexuales una vez por semana. Entre los cuatro se consolidara una dinámica que en la carencia (de afecto, de dinero. de sensibilidad etc.) les permitirá sobrevivir, más aun cuando Vincent sufra un accidente (producto de la visita de unos matones a los que debe mucho dinero) que lo dejara postrado en la cama durante un tiempo y necesitará de todos ellos para superarse. Hay otro personaje clave en esta historia de desconocidos que por necesidad se conectan, y es la mujer de Vincent, que en un hogar de retiro atraviesa el periodo más duro de su Alzheimer y a partir de esta relación es que podemos comprender verdaderamente la complejidad del personaje y su accionar. Paralelamente Oliver deberá realizar una tarea para su nueva escuela (católica y el es judío) que lo tendrá al vecino como protagonista ante el desconocimiento de la temática. Theodore Melfi logra generar una historia entrañable, que supera a la anécdota inicial, con un Bill Murray en plan Jack Nicholson de Las confesiones del Sr. Schmidt (About Schmidt, 2002) o Mejor imposible (As Good as It Gets, 1997) recargado y que además apoya este personaje con un elenco secundario de lujo, y que si bien hay algunas situaciones que hacia el final se precipitan y no terminan de resolverse, eso no opaca el resto de la propuesta. St. Vincent es un film sólido, entretenido y muy divertido, sin ninguna pretensión y que además puede sostener su antipático personaje central porque agrega en los secundarios una carga dramática que equilibra el rechazo que podría generar todas las características de Vincent. La película es una exploración sobre las relaciones, la familia, la religión y el sexo, per principalmente sobre vínculos entre desconocidos que, en la necesidad que se funda la soledad de sus personajes, encuentra su afirmación y sentido. Bill Murray nos ofrece una actuación única, sabiendo que su detestable Vincent permanecerá por largo tiempo entre nosotros.
Dulce melancolía Hay dos estilos de comedia palpables que pugnan por imponerse en St Vincent, film de Theodore Melfi, protagonizado por el colosal Bill Murray junto a Melissa McCarthy, Naomi Watts y el púber Jaeden Lieberher: por un lado el de la típica comedia sensiblera mainstream, con esa galería de lugares comunes a la orden del día y por otro el de la tradicional comedia indie que hace de esos lugares comunes y estereotipos su blanco perfecto para, ya sea, la ridiculización o el exceso de cinismo con un carácter de crítica más que al contenido a la forma. Esos dos gigantes estructurales, los cuales pueden conducir una comedia sin mayores pretensiones que la del género en su máxima pureza, alternan el abanico de rumbos y horizontes que pueden alcanzarse teniendo presente qué camino se elige tomar, es decir, el precipicio hacia la cursilería o el del abismo hacia la exacerbación de lo políticamente incorrecto. La clave de St. Vincent no es otra que haber contado entre sus filas con la presencia de Bill Murray y dejarle al ex cazafantasmas -por decirlo de algún modo- la decisión sobre el rumbo de los acontecimientos y su reacción ante determinados planteos dramáticos del guión. Es precisamente el actor quien matiza y transgrede la diatriba entre los qué y los cómo de la hoja del guión, léase aquellos lugares comunes inevitables, desde su genialidad y ductilidad para transformar en una mueca la solemnidad de un acto que a las claras pide seriedad o experimentar una metamorfosis dulce y melancólica cuando no sutil de un personaje construido desde lo literario en base al estereotipo de viejo gruñón, parco pero noble de corazón. El misterio en la composición de este singular Vincent, que se convierte por decisión y azar en niñero de un vecino (Jaeden Lieberher) recién llegado al barrio de Brooklyn, de quien debe hacerse cargo porque su madre (Melissa McCarthy) trabaja de enfermera durante todo el día y muchas horas para mantenerse, lo constituye en primer lugar la escasa información sobre su pasado y en segundo término su tendencia a la autodestrucción como alcohólico y jugador compulsivo en plena quiebra económica y con deudas por apuestas a los caballos. Las pequeñas subtramas que se entretejen aportan esa data esencial aunque funcionan más eficazmente para consolidar la relación entre Vincent y su desprotegido vecinito, quien pese a su inocencia entiende perfectamente cómo se manejan los adultos que lo rodean, entre ellos, su madre separada; la amante prostituta rusa interpretada por una simpática y sobreactuada Naomi Watts y el propio Vincent, honesto en sus sentimientos y en su forma de afrontar la vida sin dobleces ni salidas mágicas ante una realidad dura como la que atraviesa desde hace unos años. Es justo remarcar que a veces St. Vincent se vuelve un tanto esquemática y previsible pero nunca deja de sorprender con algún giro hacia el humor negro o cinismo moderado de la mano de Bill Murray, para muchos en una reversión del anciano de Gran Torino que personificara hace unos años Clint Eastwood pero con algo más de onda. Esas comparaciones quedan a cargo del público que seguramente sabrá disfrutar de una actuación digna de premios.
Un cliché muy divertido. Theodore Melfi, guionista y director, sorprende con “St. Vincent”, un típico “Dramedy” en el que viene alguien de afuera, entra en el mundo del protagonista y lo cambia para siempre. Pero no importa. ¿Por qué? Porque Bill Murray sigue siendo el mismo que venimos viendo hace mucho tiempo en todas sus películas, te hace reír, te hace llorar y pasas de odiarlo a quererlo constantemente. Aparte cuenta con la ayuda del pequeño Jaeden Lieberther, una sorpresa, que gracias a su pureza, su educación y su ingenuidad es la pareja perfecta de él durante gran parte de la película. También está Maelissa McCarthy, que tiene un personaje muy de en segundo plano, pero te demuestra que es una gran actriz en momentos dramáticos o cómicos y una grandiosa Naomi Watts, que por suerte se aprovecha de su acento, su cuerpo y su manera de vivir que cierra perfectamente ésta especie de círculo cómico que forman durante la película. Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo de 12 años, Oliver (Jaeden Lieberher), se mudan a un nuevo vecindario, tratando de escapar de un divorcio. Deben adaptarse su nuevo mundo, nueva casa, nuevo trabajo, nueva escuela y especialmente nuevo vecino. Tienen la suerte de mudarse al lado de Vincent (Bill Murray), un veterano de guerra, malhumorado, sucio, adicto al juego, al alcohol y a las atenciones de una prostituta rusa llamada Daka (Naomi Watts). Cuando Oliver se queda fuera de su casa le pide hospedaje a Vincent hasta que su madre vuelva del trabajo, el hombre acepta debido a la necesidad de plata. A partir de ese momento, Vincent se transforma en su niñero y Oliver entra en su vida y aunque odia esta situación le gusta. St.-Vincent-Movie-Wallpaper La película no decepciona, no te aburrís, desde que arranca hasta que terminan los créditos te divertís y te emocionas.
Es una película chica y sentimental, que brilla porque su protagonista, Bill Murray, que sabe ponerse al servicio de un personaje riquísimo en matices, un excombatiente de Vietnam, asocial, proxeneta o amante de una prostituta rusa, se transforma en el menos pensado de los niñeros. Le impartirá al niño que cuida una educación de apuestas, golpes, carreras. Y sin embargo, de tantos seres dolientes nacerán vínculos impensados y auténticos. Con humor, melancolía e ironías. Una joyita para deleitarse
Santo vecino La verdad es que la historia que van a ver en este filme no es novedosa; más aún, es probable que les resulte haber visto algo parecido antes. Se trata de una de estas películas donde los personajes se redimen y acaban salvándose unos a otros. Tenemos por un lado a Vincent, un hombre más que maduro, gruñón, con aspecto de vagabundo, dedicado al alcohol, al juego y a mantener una relación estable con una prostituta rusa, a quien le paga por sus servicios, cuando puede. La rutina de este sujeto cambia cuando una mujer se muda a la casa de al lado junto con su pequeño hijo. Demasiado pronto el hombre está cuidando del niño mientras su madre hace horas extras para poder subsistir. Claro que Vincent no es un alma caritativa, cobra por su labor de baby sitter. Así todo se vuelve previsible, el veterano amoral y pendenciero pasará algo de su experiencia al remilgado niño que ni siquiera sabe defenderse de sus compañeros de escuela, mientras poco a poco se revelan aspectos más profundos de cada personaje. Pero todo lo antes escrito no va en detrimento de una obra que merece ser vista. Porque aunque todo nos suene conocido, aunque sepamos adonde vamos a llegar lo que importa es el viaje. Y nada mejor que Bill Murray para llevarnos. Su labor es excelente, como la de todos quienes le acompañan. La dirección tiene un estilo "indie" que le sienta bien al relato, en tanto la banda de sonido da el marco perfecto para que Murray se luzca con canciones de los Jefferson Airplane o Bob Dylan de fondo. En definitiva, todo puede ser algo trillado, pero es también muy disfrutable y emotivo. Una mezcla que rara vez es efectiva, como en este caso.
San Murray, patrono de la comedia. Diseñada para el lucimiento del genial actor, la película dirigida por Theodore Melfi narra la historia de un viejo malhumorado, peleado con el mundo, que establece una relación con un tímido niño que lo modificará (un poco). Vincent (Bill Murray) no es ningún santo, más bien demuestra ser todo lo contrario pasando sus días embotado por el alcohol, apostando su escaso dinero en carreras en las que inevitablemente pierden los caballos que elige y cayéndole mal a su reducidísimo entorno, incluyendo a Daka (exagerada pero deliciosa Naomi Watts), una prostituta rusa embarazada que a pesar de que le cobra por sus servicios, podría considerarse su pareja. Es decir, viviendo como un cerdo hedonista al que aparentemente no le importa nada del mundo –o sí, tiene una esposa internada desde hace años a la que atiende con amorosa dedicación–. Un día llega a la casa de al lado del derruido hogar del protagonista Maggie (Melissa McCarthy), con pocos recursos y a punto de comenzar a trabajar como enfermera a tiempo completo, por lo que se ve obligada a dejar al cuidado de Vincent a su hijo Oliver (Jaeden Lieberher), un chico tímido, que casi de inmediato sufre bullying en la escuela católica que le toca en suerte. Desde allí el viejo malhumorado que fue un héroe condecorado en Vietnam, instruirá al niño sobre los beneficios de la comida enlatada, la suerte de los principiantes en el hipódromo y la necesidad de adquirir algunas técnicas de la lucha cuerpo a cuerpo frente a la agresión de sus compañeros de clase y a cambio, además de los dólares que cobra como niñero, el chico será un elemento clave para que Vincent se reconcilie más o menos con el mundo. Pero a no confundirse, no se trata de una historia de redención y de mensaje esperanzador, sino que el relato muestra una galería de gloriosos perdedores que apenas tratan de mantener la cabeza a flote. La inteligente dirección de Theodore Melfi (Winding Roads), que también escribió el guión, trabaja con justa precisión la comedia y el drama, sabiendo que tiene a sus ordenes un buen elenco que acompaña con eficacia al formidable Bill Murray, un actor de culto que surgió allá por los setenta de la legendaria cantera de Saturday Night Live y que fue construyendo un sólido recorrido con varios títulos inolvidables, como Hechizo del tiempo, Tres son multitud o Perdidos en Tokio, tal vez sus trabajos más notables. Y si, la película está edificada alrededor del actor y diseñada para su lucimiento, que son sus muecas sardónicas, sus silencios y la manera de poner el cuerpo al género de la comedia marcó desde el inicio de su carrera un estilo, una forma de hacer cine que es una manera de ver el mundo. Y St. Vincent hace honor a esta visión.
El regreso de Bill Pasaron 12 largos años desde Perdidos en Tokio, y 17 desde Rushmore. Y el gran Bill Murray no brilla en la pantalla grande tanto como lo hizo en esos filmes de culto de Sofía Coppola y Wes Anderson hace mucho tiempo. Pero al fin llegó la hora de redimirse. St. Vincent es una película cuya trama, sin un buen guión, podría haber terminado en el cliché, pero el debut cinematográfico en largos de Theodore Melfi abandona los lugares comunes y crea una pequeña gran obra que sin dudas alcanzará en el futuro el estatus de culto. Maggie (Melissa McCarthy), es una madre soltera que se muda a una nueva casa en Brooklyn con su hijo de 12 años, Oliver (Jaeden Lieberher). Para mantenerlo, debe trabajar largas horas, y es por eso que recurre a su nuevo y un tanto irresponsable vecino Vincent (Murray) para que haga de niñera del chico cuando vuelve de la escuela. Pero el alcohólico veterano de Vietam Vincent es más impredecible de lo esperado, y su presencia causa tanto caos en su vida que la lleva al borde de la exasperación, aunque ve un notable y agradable cambio en su hijo, que hace mucho que necesitaba la influencia de una figura paterna en su vida. De esta manera, una improbable pero fuerte amistad surge entre Vincent y el niño, que pronto logra descubrir lo que hay debajo de su caparazón rudo, egoísta y solitario. Melissa Mccarthy también logra una interpretación impecable, que demuestra los datos dramáticos de la actriz que no mostraba tan a flor de piel desde sus épocas en Gilmore Girls. El joven Lieberher sorprende, y es la pareja ideal que se complementa perfectamente con el personaje demente y desquiciado de Murray, que sin lugar a dudas, volvió para quedarse con un papel que perdurará a través del tiempo.
Iluminada por Bill Murray. A veces es difícil darse cuenta del valor de los contemporáneos, pero en este caso ya debería estar claro: Bill Murray es uno de los mejores comediantes de la historia del cine. Le sobran las pruebas: la resistente Meatballs, Los cazafantasmas, ¿Qué tal, Bob?, la magistral Hechizo del tiempo, Ed Wood, la un tanto olvidada Mad Dog and Glory, Kingpin, la celebrada Perdidos en Tokio y las películas con Wes Anderson, entre otras. Y ésas están muy lejos de ser todas. Este mínimo repaso viene al caso especialmente con St. Vincent, porque se trata de una película que basa gran parte de su atractivo en que Murray interprete a un personaje que es mayormente un mix de otras interpretaciones del actor. Su Vincent es gruñón, áspero, ácido, irónico y está de vuelta de todo. Y tiene, como suele suceder con muchos personajes de Murray -recordemos que también interpretó a un Scrooge moderno en Los fantasmas contraatacan-, una calidez oculta. Vincent vive solo, aunque tiene un gato hermoso y fotogénico, y frecuenta a una prostituta rusa embarazada. Su vida indolente, alcohólica y a los tumbos autodestructivos sufrirá un cambio cuando a la casa de al lado se muden una mujer divorciada con su hijo, que, por supuesto, no lo pasa bien en la escuela nueva. Acercamientos, aprendizajes mutuos y otras cuestiones. St. Vincent tiene muy poca originalidad y pueden rastrearse referencias múltiples de principio a fin: además de películas anteriores con Murray -notablemente Rushmore, de Wes Anderson- pueden sumarse Un gran chico, Perfume de mujer y sigue la lista. El director y guionista Theodore Melfi exagera con los condimentos de la caída en desgracia del personaje y también con la musicalización para emocionar, y permite que la película se ablande demasiado, que evidencie su fórmula en exceso. Sin embargo, más allá de las limitaciones de St. Vincent, no deja de ser un placer ver a un maestro como Murray adueñarse otra vez de un relato, con ese arte interpretativo que nunca necesitó del énfasis para brillar con una luz especial, tan tenue que los de la Academia de Hollywood no logran ver. Por su parte, el gato, el chico Jaeden Liberher, Naomi Watts y Melissa McCarthy saben devolver con prestancia y eficacia los pases del maestro. No se pierdan los créditos, en los que Murray despliega su capacidad de fumar, tararear a Dylan y regar con sardónica convicción un jardín seco.
Acerca de santos y pecadores Antes de llegar a un grand finale en el que sólo falta Luis Sandrini, la película escrita y dirigida por Theodore Melfi acumula golpes bajos y lugares comunes, pero el gran Murray consigue salvar la comedia con su retrato de un borracho impenitente. Presuntamente al que más sabe a la hora de “meter” películas en los Oscar, esta vez al productor Harvey Weinstein le falló el cálculo, dejando la muy calculada St. Vincent fuera de las nominaciones. En los Globos de Oro, a la ópera prima de Theodore Melfi le fue apenas un poquito mejor: consiguió dos nominaciones (Mejor Comedia y Mejor Actor Protagónico), pero ningún premio. Caso único de autospoiler, St. Vincent tiene un protagonista llamado Vincent, a quien durante por lo menos media película se pretende que el espectador vea como monstruito más o menos perdonable. Siempre y cuando el señor/a espectador/a no se acuerde del título, claro. O no haya visto el afiche de la película, donde encima de Bill Murray aparece el aura con que en las historietas de hace un siglo se identificaba a los santos. O no le caiga la ficha cuando un profesor de sotana propone como trabajo de fin de año “Los santos que nos rodean”. Hasta para la Academia, cuyo nivel de tolerancia a la melosidad suele ser del 99,99 por ciento, la literal santurronería de St. Vincent fue too much, y la dejaron en la puerta.Antes de llegar a un grand finale en el que sólo falta Luis Sandrini, Melfi, director y guionista, acumuló prostitutas-cajas registradoras que resultan ser prostitutas maternales, curas católicos tolerantes con los alumnos ateos, niños sabihondos, acosadores de cole que terminan haciéndose amigos de sus acosados, madres abnegadas que se desloman por sus hijos, un Alzheimer y, faltaba más, una embolia cerebral que de golpe y sin previo aviso (embolia ex macchina) deja babeando a un personaje importante. ¡Un horror! ¿Por qué entonces un 5 y no un 1 hecho y derecho? Porque, al menos hasta la embolia (¡qué embolia, realmente!), esto es Melfi vs. Melfi. Reconociendo que el guión escrito por Mr. Hyde Melfi es para el descenso, el director, Jekyll Melfi, exhibe una loable esquizofrenia a la hora de ponerlo en escena, eludiendo obviedades con elegancia y posibles golpes bajos con muy finas elipsis. Hasta que declara su propio ma’sí y se dirige en línea recta hasta el último de los infiernos cinematográficos.St. Vincent es Gran Torino en plan ligero, con Bill Murray en lugar de Clint Eastwood y chico judío en lugar de chico coreano. Hasta las casas se parecen a las de la película del viejo californiano, con bandera de stars and bars en el front yard y todo. Vincent es el típico indeseable que fuma hasta por los codos (¡pecado venial!), toma hasta que lo echan, debe lo que no puede pagar y vive echándole flit al prójimo. De qué trabajaba antes de pelar su cuenta bancaria, perder en los burros y empezar a vivir de cosas como cobrarle al vecino una rama del árbol del jardín o vender medicamentos robados en el mercado negro, es un detalle que el guión no recuerda informar. Igual, atención, que a este Scrooge (Murray supo encarnar, de hecho, al jodido imaginado por Dickens) le gusta la pancita de embarazada de Daka, la bailarina de caño rusa a la que meses atrás inseminó (Naomi Watts, en modo “composición de personaje”). Y acepta hacer de babysitter de Oliver (el debutante Jaeden Lieberher, ligeramente insoportable), que acaba de mudarse con mamá Maggie (Melissa McCarthy, excelente) a la casa de al lado. Acepta por doce dólares la hora, claro.¿Qué tiene entonces de bueno St. Vincent? Las actuaciones, por ejemplo. Sobre todo Bill Murray, claro, en personaje servido. El único actor capaz de competir con el viejo Clint por el campeonato del hijo de puta más viral del mundo, Murray trata con tanta acidez al pequeño Oliver como a su mamá, sus amigos de barra (los únicos que tiene), la cajera del banco o Daka (que lo trata peor). “Acá tenés tu sushi”, le dice al chico después de abrir una lata de sardinas vaya a saber con qué vencimiento. “Yo sé que la hija de puta no sos vos, sino tus patrones”, le perdona la vida a la cajera. “Mirate la pinta. ¿Realmente me querés hacer creer que estás en condiciones de pagar el arreglo?”, le dice a la vecina después de que el camión de mudanzas rompió su árbol y su auto. Hay que verlo bailar solo, en una suerte de éxtasis aparatesco, la genial “Somebody to Love”, de Jefferson Airplane, en el boliche donde suele emborracharse. Y tener después un múltiple accidente en casa, como un Clouseau alcohólico.El efecto-Murray se contagia a otros personajes. Básicamente, al profesor-cura irlandés (el comediante británico Chris O’Dowd), que de otro modo sería insoportable y así como está es muy gracioso, pasándole letra al chico judío para que encabece el rezo diario. Lo otro bueno de St. Vincent es, como se dijo, el manejo de las elipsis por parte de Melfi, que logra un relato fluido, conciso y sin redundancias. Al menos hasta que los pecadores mutan a santos, maridos ejemplares y héroes de guerra condecorados, y todo se va derecho al último de los demonios. 5-ST. VINCENT EE.UU., 2014.Dirección y guión: Theodore Melfi.Fotografía: John Lindley.Duración: 102 minutos.Intérpretes: Bill Murray, Jaeden Lieberher, Melissa McCarthy, Naomi Watts, Chirs O’Dowd, Terrence Howard.
Publicada en edición impresa.
St. Vincent es Bill Murray, tal vez uno de los pocos actores amados y aclamados tanto por la crítica, y los colegas como por los espectadores; básicamente porque partió desde roles mínimos, siendo un actor mínimo y se transformó en BILL MURRAY, con mayúsculas. St. Vincent también es un veterano de Vietnam venido a menos, cuya vida se basa en apuestas en el hipódromo local, alcohol y sexo casual con Daka, una prostituta rusa interpretada una Naomi Watts con un divertido acento. La otra gran ocupación de Vincent es ser un gruñón y odiar; odiar a cualquier ser humano y fundamentalmente odiar todo, excepto a su gato y a su auto y preocuparse sólo por sí mismo, o al menos eso parece superficialmente. Un buen día, mudanza accidentada mediante, Vincent se cruza con Maggie (Melissa McCarthy, actriz de comedia que participó de la serie Mike & Molly y más atrás en el tiempo, se ganó nuestros corazones con su papel en Gilmore Girls), y su hijo de diez años Oliver (Jaeden Lieberher), sus nuevos vecinos. Ella, recién divorciada se convierte en el único sustento familiar, por lo que debe trabajar horas extras en el hospital donde se desempeña como radióloga. Es ante esta situación de sobre-ocupación y poco tiempo para ver a su hijo, que acepta la propuesta de Vincent: cuidar a su hijo a cambio de algunos dólares por hora mientras ella no está en casa. Al pasar más tiempo con el pequeño, nuestro veterano de guerra ve y se da cuenta que el chico no la está pasando nada bien en la nueva cuidad: sus compañeros de colegio le roban la billetera y el celular, lo golpean y se mofan de él por sus pocas habilidades deportivas. En situaciones muy Bill Murray met About a Boy and Charlie Sheen en Two and a half men, Vincent ayuda y le enseña al pequeño a defendersey a golpear con fuerza, así como también le enseña el valor del trabajo al obligarlo a podar un jardín totalmente seco sin césped. De esta forma la película va virando, y el particular lazo que van formando se convierte en el foco de todo; a la vez que el pequeño nos enseña que todos tenemos algo de bueno, malo, feo y miserable con que cargar en nuestra existencia. Con referencias claras a Alexander Payne, y tal vez la más obvia a Gran Torino de Clint Eastwood, Theodore Melfi logra con St. Vincent un pequeño gran film con varios momentos épicos (el baile de Somebody to love, y el cierre con Shelter from the storm a la cabeza) , que en general se mueve en el terreno de la comedia ácida y amarga pero también brinda escenas de reflexión y hasta de ternura que parecen rozar hacia el final lo políticamente correcto o ultra moralista, pero que gracias a las virtudes de Melfi, logra dar el volantazo a tiempo para evitar estos lugares comunes.En definitiva St Vincent nos cuenta lo que ya sabíamos, que Bill Murray es en el campo actoral lo más cercano a Dios que tenemos, y por ello Melfi lo homenajea y santifica.
Quizás algún día Hollywood se digne en estrenar una película en donde un viejo misátropo y gruñón atraviese el último tramo de su vida conociendo nuevas personas, viviendo nuevas experiencias y.... siguiendo siendo un viejo misántropo gruñón. Pero ese día no ha llegado, y en su lugar sí lo ha hecho la ¿nueva? incursión en este casi sub-género de la comedia dramática, denominada St. Vincent. La fórmula harto conocida del aparentemente mal tipo devenido en santo (de ahí la ironía poco sutil del título original de la película) está gastada, es cierto, pero el director Theodore Melfi al menos aquí cuenta con un excelente as bajo la manga: Bill Murray, ese monumento al dramatismo agridulce. Su parco carisma es el catalizador de una serie de situaciones que, aunque por momentos trilladas, funcionan únicamente gracias a su enorme presencia. La premisa básica de Melfi (quien dice haberse inspirado en un pariente propio) parte de un lugar común que, lamentablemente, no abandona: un hombre mayor, cansado de la vida, recibe la ingrata compañía de unos nuevos vecinos, encarnados en una madre divorciada (Melissa McCarthy en un rol atípico para su carrera) y su hijo Oliver (Jaeden Lieberher). Las vueltas de la vida (y un par de vueltas de tuerca cantadas) harán que estos tres personajes deban convivir y que el primer, acaso el depresivo protagonista de la película, no sólo termine aceptándolos sino apadrinando y educando informalmente al niño. Melfi apuesta a los golpes bajos y no se priva de moralejas, pero encuentra en su elenco un gran aliado que sacan a flote un guión que hace agua por todos lados. A la gran labor de Murray y McCathry se suman la de Naomi Watts como una prostituta rusa y Chris O'Dowd como un Cura que incide en la educación del niño y el mensaje católico de la película. Pese a los clichés -y únicamente dejando un poco el cinismo de lado- la película logra conectar emocionalmente con el espectador y, aunque no alcance para sacarla del olvido, al menos sirve para disfrutar un producto digno, aún cuando pomposo y meramente pasatista.
Murray potenciado por un niño, un gato y buen guión. Se podría pensar que "St Vincent" es exclusivamente un festival de Bill Murray. Y si bien en parte lo es, lo cierto es que hay una buena serie de factores que ayudan a potenciar el talento del protagonista, empezando por un buen argumento sobre una historia original y, sobre todo, un elenco sólido muy bien dirigido. En este último punto se incluye algo realmente difícil. La regla del legendario comediante W. C. Fields era que "nunca hay que actuar con niños ni animales" y Precisamente el tema central de "St Vincent" es la relación entre el personaje del título y un chico introvertido y solitario, hijo de una mujer que se acaba de mudar al lado de su casa en Brooklyn. Además, tiene un gato: Félix, que si bien se luce en varias situaciones, roba menos escenas que el chico. El truco del film es presentar a un tipo impresentable y mala onda que sólo se relaciona con una prostituta rusa embarazada a la que siempre le debe parte de su paga, su barman con el que siempre termina peleando cuando se niega a venderle un enésimo trago más, y el prestamista que siempre encuentra a mano en el hipódromo, al que le debe más de lo razonable. En principio, la llegada de sus nuevos vecinos, en una pésima mañana de resaca, sólo aumenta la pesadilla, especialmente por el accionar de unos fleteros muy poco profesionales. Pero en su estado de bancarrota general, los problemas horarios de su vecina que determinan que su hijo no tenga más remedio que apelar a la hospitalidad del vecino viejo y gruñón, le dan una nueva perspectiva al asunto. Por 12 dólares la hora, Vincent está al cuidado del pequeño Oliver, un chico al que pronto le enseña a defenderse de los bravucones del colegio católico que no lo reciben demasiado bien, a comportarse debidamente en el bar e, incluso, a apostar en el hipódromo, lo que termina por forjar un auténtico lazo entre estos seres dispares. Hace décadas, Murray interpretó bastante antes y mejor que Johnny Depp- a Hunter Thompson en el film de culto "Where the buffalo roam", y este Vincent parece una especie de reelaboración de aquella actuación, obviamente más medida, porque la esencia del guión de este director debutante es tomar un personaje decidido a extremar su estilo de vida individualista y antisocial hasta el fin, y hacerlo interactuar con un chico que convierte en un ejemplo de vida en el acto de una escuela católica. Y es que justamente el chico es el que percibe las cualidades del tal San Vincent, que quienes lo conocían, de tanto darlas por sentado, casi olvidaron. Ni hace falta decir que Bill Murray a su ciento por ciento es un gran motivo para ver esta película. Pero la verdad es que el chico Jaeden Liberher es un gran contrapunto para el ex Cazafantasmas. Y la rústica "dama de la noche" rusa personificada por Naomi Watts es otro gran aporte a esta mezcla de desmadre del cine indie con película familiar de las que hacían Cantinflas, Bing Crosby o Luis Sandrini.
Niño redime a hombre grande. "Comeremos sushi", casi le escupe el viejo y gastado Vincent a Oliver, el niño al que cuida cual baby sitter. Y le sirve... sardinas. St Vincent" es el tipo de película en la que en vez de que el adulto enseñe al niño ingenuo, es el viejo cascarrabias quien termina reseteado (o redimido) por el chico inocente. Sí, el mundo al revés. Y sí, ya lo vimos en Up. Y en otras cuántas más. Los personajes del filme, salvo el niño, todos tienen imperfecciones, pero tratan de mejorar su situación. Vincent, además de estar peleado con todo el mundo, ser roñoso y egoísta, es alcohólico y burrero. Daka es una prostituta rusa -embarazada- a la que Vincent atiende (es una manera de decir) y a la que Naomi Watts le pone carne de verdad. Y Maggie, la vecina recién llegada y madre separada de Oliver (Melissa McCarthy, humana y creíble hasta cuando debe ser graciosa) desatiende a su hijo, pero porque debe trabajar a desgano en el hospital, para que el padre no le arrebate la custodia. Por supuesto que Vincent tiene sus secretos, que el filme irá revelando de a poco. El director y guionista Theodore Melfi apuesta así a intercambiar los roles de las actrices, con McCarthy (Damas en guerra) alejándose de la comedia usual, y Watts descansando de los roles dramáticos a que nos tiene acostumbrados. Pero el verdadero gol de media cancha es el encuentro entre Murray y el pequeño Jaeden Lieberther. Si el intérprete de Hechizo del tiempo, cuando está solo en la pantalla, atrae, lo que se genera cuando comparte escena con el niño se potencia. Pueden ver juntos a Abbott y Costello, apostar a los caballos en el hipódromo, mentir, divertirse o enojarse, pero eso que se construye entre Vincent y el niño es más que una relación paterno/filial. Ah, quédense durante los títulos finales. Murray escucha su walkman (!) y canta a capella Shelter from the Storm, de Bob Dylan. Pero ni eso convenció a los de la Academia de Hollywood para candidatearlo.
Bill Murray en una gran actuación digna de una nominación que no recibió Cada diez años aproximadamente Bill Murray nos regala una excelente interpretación de personajes, que uno sospecha se parecen a él en su vida real. En 1984 lo vimos en “Los cazafantasmas”, junto a Dan Aykroyd y Harold Ramis, en lo que fue un gran éxito de público. Diez años después Ramis, hace una semana fallecido, lo dirigió en la notable “Hechizo del tiempo” (“Groundhog Day”) y en 2003 fue el turno de Sofia Coppola con “Perdidos en Tokyo”, junto a una muy joven Scarlett Johansson. Para no romper la cábala “decenal”, Murray nos ofrece ahora “St. Vincent” coronando de esta manera una larga carrera que ya lleva cincuenta títulos en su filmografía. Y cuando se analiza la misma se constata la recurrencia con que ciertos realizadores suelen apelar a él, no necesariamente asignándole el rol o personaje principal. Quien lleva la delantera en esto es sin duda Wes Anderson para quien Murray es su actor fetiche. Justamente en pocas semanas el director de “Los excéntricos Tenenbaum” competirá por los principales premios Oscar con “El gran Hotel Budapest”, donde su actor predilecto tiene una breve aparición. La carrera de Anderson es muy irregular alternando buenas películas, en particular “Tres son multitud” (“Rushmore”) con Murray en una de las mejores actuaciones de su carrera, con otras menos logradas como “Vida acuática”, “Moonrise Kingdom: un reino bajo la luna”, quizás “Viaje a Darjeeling”. “St. Vincent” fue dirigida por Theodore Melfi, en auspicioso debut. Difícil imaginar la película con otro actor que no sea Murray. Su Vincent es un ser malhumorado, peleado con el mundo y que no se parece en nada al “santo” del título. En el inicio mismo se lo ve en un bar contando chistes malos sobre alguien que confundió un “porche”, con el auto de lujo de similar pronunciación. O también abusando de términos vulgares como “shit” y tomando alcohol antes de conducir su desvencijado automóvil. Pero su vida dará un vuelco cuando Maggie, una nueva vecina que personifica la simpática Melissa McCarthy (“La boda de mi mejor amiga”), le pida que cuide a su joven hijo Oliver (promisorio Jaeden Leberher) y él acceda a cambio de una retribución monetaria. Hará de “babysitter” y lo tendrá en su casa, donde comerán “sushi” (en verdad sardinas) en compañía de su extraño gato. Otro excéntrico personaje de esta insólita comedia es Daka, prostituta rusa que se expresa con fuerte acento eslavo y que interpreta Naomi Watts, alguien normalmente en las antípodas en sus caracterizaciones en el cine. Ella está encinta y cuando Oliver le pregunte a su protector cuál es la profesión la respuesta que recibirá es la de “Lady of the night”, que el chico no acierta a comprender. Entre el gruñón bebedor y el niño se irá desarrollando una creciente complicidad, con graciosas escenas en un hipódromo o más dramáticas en el colegio. El por qué de Santo (St.) se irá revelando a medida que avanza la historia. Sin necesidad de develar demasiado de la trama digamos que ello tendrá que ver con dos aspectos de la vida del personaje central, uno familiar y el otro profesional, que Oliver irá conociendo. Y que llevarán a una emotiva escena en el colegio, cerca del final, que puede resumirse en la frase: “los santos son seres humanos”. Mientras desfilaban los títulos finales en una función del Cineclub Núcleo sorprendió que el público no se levantara seguramente para ver a una vez más a Vincent en su jardín, manguera en mano escuchando “Shelter from the Storm” del gran Bob Dylan. Y más de uno habrá lamentado que luego de su nominación al Globo de Oro no haya tenido otra similar al Oscar.
Pero más innoble todavía es St. Vincent. El subgénero “viejo misántropo que se relaciona con seres sensibles y termina cambiando” ha dado grandes películas como por ejemplo Mejor… imposible. Ya vimos la semana pasada con Whiplash - Música y obsesión que la originalidad del material no importa demasiado si la historia se cuenta con inteligencia y corazón. St. Vincent funciona en ese sentido como un reverso de Whiplash: está todo mal. Bill Murray es el Vincent del título -título que, de paso, espoilea su canonización-, un viejo malhumorado y misántropo que vive solo con la ocasional compañía de una prostituta rusa y embarazada (Naomi Watts en un papel verdaderamente infame). La película empieza cuando se muda a la casa de al lado Maggie (Melissa McCarthy en piloto automático), una madre divorciada, con su pequeño hijo Oliver (el debutante Jaeden Lieberher en el típico papel de chico que habla como grande). Por una voltereta de guión bastante estúpida, Vincent termina cuidando a Oliver mientras su madre trabaja. Lo que sigue es más o menos lo que todos imaginan pero rebajado con agua tibia. Ni Vincent es tan malo, ni su madre tiene tantos problemas, ni los que bullyean a Oliver son tan bullies, ni el conflicto con el ex marido es tan conflicto, ni la prostituta rusa es tan prostituta (ni tan rusa), ni los chistes son tan graciosos, ni la escena emotiva del final es tan emotiva. Ni siquiera el final es un final: en lugar de pantalla negra, Vincent fuma y juguetea con una manguera mientras pasan los títulos. Bill Murray se transformó -gracias a o por culpa de Wes Anderson- en una especie de actor “cool” que con su cara de piedra aporta presencia y humor, aunque me pregunto hasta qué punto es un buen actor. Durante la ceremonia de los Globos de Oro -en los que estaba nominado como mejor actor de comedia por este papel- tuiteé que me gustaría que Bill Murray se deswesandersonice. Una boutade como tantas que uno tuitea. Lo cierto es que St. Vincent es un intento de eso y el resultado es bochornoso. Pero St. Vincent no sólo es apenas una película poco efectiva. Irrita hacia el final en sus torpes intentos por emocionar. Como no logra hacerlo como consecuencia natural de lo que cuenta, echa mano a un ACV, a una esposa muerta, a una prostituta pariendo y a un nene tierno dando un discurso, para robarle unas lágrimas al espectador en una especie de asalto a mano armada. El viejo Vincent será un santo, pero la película se va al Infierno.
Uno de los grandes estrenos de esta semana es sin dudas "St. Vincent", muy esperada en nuestro país y con un Bill Murray, que todos sus seguidores - estoy seguro - amarán aún más, luego de salir del cine. Un personaje que solo él puede interpretar, y un elenco que acompaña, como lo es Melissa McCarthy y Naomi Watts, que funcionan como un relojito. La historia es redonda, está bien narrada, tiene personajes super queribles y momentos en los que te aseguro te vas a emocionar. Una fiel comedia para pasarla bien y empezar a pedirle a los guionistas que se ponga en marcha la escritura de la segunda parte. Dicho esto, no te queda más que sacar la entrada y saber que lo que vas a ver, está genial.
Inoxidable Los hermanos Weinstein son garantía de cine estándar, algo para pasar el rato sin pensar demasiado y Saint Vincent es como un decálogo de la firma. La película está protagonizada por el infalible Bill Murray como Vincent, un sexagenario soltero y malhumorado, resignado a una vida que se va a pique. Tiene deudas de juego con un amigo pesado (Terrence Howard), se acuesta con una rusa a la que deja embarazada (Naomi Watts) y una tarde llegan vecinos nuevos que en la mudanza le estropean un árbol y el auto. Seguidamente, hay dos posibilidades: o los vecinos son una tortura o serán su salvación. Uno de los vecinos es un chico, así que la película elige el segundo camino. Vincent acepta accidentalmente la changuita de ser el babysitter de Oliver (Jaeden Lieberher), un pequeño nerd que es blanco de cargadas y piñas en el colegio. Vince le enseña algunos trucos de la vida (pegar para defenderse, pedir las cosas a los gritos) y la relación se ajusta a la vieja fórmula “solterón aviva pibe” de About a Boy, con Hugh Grant. La película se va a pique desde el inicio como la situación de Vince, pero Murray es el salvavidas. Aprovecha un par de líneas ingeniosas y entrega uno de los roles cómicos más relevantes de 2014, finalizando con un karaoke de Dylan mientras riega una maceta. Esa escena vale más que la película.
Un abecé de Bill Murray. Bill Murray: todo depende aquí de la estima que se le tenga. No es estrictamente un actor del Método, sino de esos que hacen de sí mismos y, según el contexto de cada película, juegan con variaciones de su personalidad cinematográfica. Puede ser él en clave existencialista viajando a la India en búsqueda de la verdad en Al filo de la navaja, también sintonizar con un psicópata light en ¿Qué tal, Bob? o transformarse en un excéntrico investigador del mar en La vida acuática. En verdad, Murray es capaz de cualquier cosa: puede pasearse en elefante (Larger than Life), ser un gay exquisito (Ed Wood) o devenir en un político desalmado capaz de asesinar en secreto (Los límites del control). En esta ocasión, Murray es un babysitter. El papel que compone en St. Vincent no está muy lejos de otros que tiene en su haber: hay algo del reportero cínico de El día de la marmota (obra maestra absoluta) y algunos elementos del millonario de Tres es multitud, pero en verdad se trata de un remedo de aquellas criaturas inolvidables. Murray es aquí un veterano de guerra y un jugador empedernido que hace lo que puede para administrar su bancarrota, mientras secretamente visita a su esposa, internada desde hace años en una institución médica, aunque ella ya no lo reconoce. A su vez, una vez por semana, tiene una visita higiénica. Una prostituta rusa (y embarazada) cumple con los requerimientos de su oficio, pero está claro que entre ellos no todo pasa por una relación de cliente y proveedor. La vida de Vincent cambiará completamente con la llegada de sus vecinos, cuando comience a cuidar (y educar) al único hijo de una madre divorciada que asiste a un colegio religioso. La descripción precedente indicaría que se trata de un drama, pero el segundo largometraje de Theodore Melfi pretende ser una comedia, y el primer gag antes de que concluyan los créditos iniciales es buenísimo. Humor físico, veloz, eficiente. Habrá otras secuencias logradas, más o menos disparatadas, que cumplirán con el cometido de hacer reír. Pero hay aquí una búsqueda deliberada de emocionar y de incitar a las lágrimas, que se apodera paulatinamente del filme y neutraliza su potencial humorístico en aras de afirmar la benevolencia de la naturaleza humana. En el clímax de este cometido, mientras se ven algunas fotos reales de varias épocas de la vida de Murray, es notable seguir la lógica de la escena que persigue la docilidad sentimental de la audiencia. La austeridad dramática con la que el actor encara ese momento, tensionando ese instante a través de un gesto adusto no exento de ternura, neutraliza la puesta en escena. He aquí el rasgo redimible de esta película sobre santos pecadores. El actor y algunos de sus acompañantes se imponen cada tanto a la fe de un guión que reclama la aquiescencia de la platea acerca de un mundo en el que el bien y el mal son entera y fácilmente identificables.
Una divertida y emotiva comedia dramática que descansa sobre los hombre de un inspirado Bill Murray. Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo Oliver (Jaeden Lieberher) se mudan junto a la casa de Vincent (Bill Murray) un veterano de Vietnam malhumorado y corto de dinero. Maggie acaba de divorciarse por lo que no le terminará quedando otra opción que dejar al niño a cargo de su nuevo vecino. Así comenzará a gestarse una extraña pero sentida amistad entre ambos, y Oliver comenzará a ver en Vincet algo que nadie más ve: que debajo de su difícil persona hay un gran corazón. Rezale a San Bill Murray St. Vincent es una película que probablemente ya hayas visto alguna vez. No esta misma específicamente, pero si alguna similar. El concepto no es nuevo. Un joven o niño con algún tipo de problema entra en la vida de un adulto o persona mayor con algún tipo de problema, inicialmente este último rechaza la idea pero finalmente se terminarán ayudando mutuamente para hacer de sus vidas algo mejor. Sin ir más lejos, la trama de Un Gran Chico o más cercano en el tiempo Un Camino Hacia Mi, abordaron temáticas algo similares. Si bien el material no derrocha originalidad, el director y guionista Theodore Melfi supo tomar unas cuantas buenas decisiones que hacen de su ópera prima una película que fácilmente puede ser disfrutada por todo su publico. La principal de ellas es el casting. El joven Jaeden Lieberher (a quien pronto veremos en lo nuevo de Cameron Crowe otra vez con Bill Murray) es una verdadera revelación. Lieberher interpreta a Olvier, un chico cuyos padres acaban de divorciarse y a pesar de demostrar una gran madurez, todavía está aprendiendo a manejarse por la vida. Su madre está interpretada por una medida Melissa McCarthy quien lejos está de los papeles en los que la solemos ver. Si bien la comedia pasa a través de muchos de los personajes de la película, justamente el de ella no es uno. En cambio, Naomai Watts entrega lo que muy probablemente sea su más divertida actuación hasta el momento como la stripper y prostituta rusa embarazada Daka. Pero con todo lo bueno que podemos decir con respecto a ellos, la realidad es que este es un show pura y exclusivamente de Bill Murray. El actor de SNL y grandes comedia como Caddyshack, Los Cazafantasmas y Groundhog Day es el Vincent del título. San Vincent. Un viejo cascarrabias veterano de Vietnam que completará la educación de Oliver y que en el interior no es una persona tan difícil como lo aparenta ser por fuera. Este es un personaje que le calza como anillo al dedo a Murray ya que puede explotar tanto sus dotes para la comedia como para el drama. Pero son justamente los momentos en los que entra en terreno lacrimógeno los que terminan por jugarle un poco en contra a St. Vincent. Melfi no puede evitar exprimir al máximo cada escena que pretende transmitirnos emoción hasta dejarla seca. Pero aunque notamos la mano del director ordenandos a emocionarnos, debemos admitir que por obra y gracias de Murray y el pequeño Lieberher ,resultan efectivas. Conclusión Divertida aunque quizás emotiva en exceso. Es difícil hacer una comedia dramática redonda y bien balanceada, pero St. Vincent resulta un digno acercamiento en el género. Un guión que presiona las teclas correctas y un elenco brillante liderado por un intratable Bill Murray deberían ser suficientes razones para transformarla en una película que merece ser vista.
Un tal Bill Murray La película de Melfi parte de una marca, de una etiqueta actoral, es decir, del sello Bill Murray. Ese es su sostén. Explota la presencia del veterano comediante porque son pocas las ideas que tiene y entonces todo se remite a qué grado de empatía posee el espectador hacia el mismo. Se podría afirmar, con riesgo a caer en el inevitable reduccionismo que toda hipótesis conlleva, que el género ha desplazado progresivamente la atención en la figura del director hacia la del actor, de manera tal que ya no se habla de las comedias de Sturges, Hawks o Lubitsch sino de las de Carrey, Sandler o Stiller. Por supuesto que hay excepciones, pero ese parece ser el horizonte luego de la impronta que tuvo la televisión a mediados de los setenta, la cual creó imágenes más fuertes de comediantes pero al mismo tiempo reiterativas, con diversos resultados, que se han explotado comercialmente y han poblado gran cantidad de films sin más alma que la repetición de tics, gritos y mañas verborrágicas. El caso de Murray es interesante. Su carrera cinematográfica ha alternado momentos donde se abusó de la imagen creada en televisión con otros de mayor intensidad dramática y versatilidad interpretativa, de la mano de Coppola, Jarmusch y Anderson. El comienzo de St. Vincent hace honor a su gigante figura a través de un ángulo contrapicado que escoge la cámara mientras pronuncia sus primeras palabras políticamente incorrectas. El director construye una secuencia de presentación para inundarnos del caos que vive el personaje y que se traduce en su cuerpo como en la casa que habita. Sabemos desde el principio que las cosas no marchan bien para este hombre. Nos dirá con desenfado “estoy un poco gastado en este momento” y no es para menos: ha vivido la guerra, su mujer se aloja en un asilo y ya no lo reconoce, y además carece de dinero. La única esperanza de progreso material pasa por el hipódromo, lugar al que ingresa con un ritual de perdedor. Esta construcción dramática le calza como un guante a Murray, quien ha transmitido siempre con su rostro el malestar y la violencia de un mundo ferozmente individualista. La disociación con el entorno que detenta Vincent lo fuerza a vivir en una suspensión con respecto al presente. Su nostalgia se delata en la música que escucha en estado de trance con su cigarrillo siempre prendido y el vaso en la mano. La decepción, el tedio y el aburrimiento, tres signos presentes en el Murray actor, se potencian aquí con la rebeldía y la terquedad de un viejo recluido en su dolor, paralizado en el mundo, con apenas dos o tres placeres contados (una prostituta rusa, un gato y los auriculares). El quiebre se produce con la aparición de una madre y su hijo, quienes tomarán contacto con el protagonista. Son también seres golpeados por leyes sociales americanas impiadosas. Por accidente, Vincent comienza a hacerse cargo del chico y aquí se inicia el derrumbe de la película a medida que aumenta su dosis sensiblera. Si bien la química entre los dos funciona, no deja de ser un conglomerado de situaciones harto vistas infinidad de veces. Mientras el huraño hombre afloja con el resentimiento, el niño incrementa los mecanismos de defensa. El peor camino que escoge Melfi es ceder a la tentación del cuento aleccionador y la tesis facilista, a saber, si uno es políticamente incorrecto con respecto al sistema es por circunstancias afectivas y no por ideas propias. De este modo, es inevitable que el final esté concebido como un valle de lágrimas. No obstante, el resultado global no es un desastre, sólo porque entre los créditos que cierran aparece un tal Murray cantando una canción de Dylan.
Un clásico Santo norteamericano Tras ser reconocido también como actor dramático en trabajos como "Lost in Translation" -2003- o "Hyde Park on Hudson" -2012-, Bill Murray vuelve a demostrar en "St. Vincent" lo bien que le calzan los personajes de fracasado de buen corazón, y regala una de sus grandes interpretaciones que va cautivando al espectador con el devenir de la historia. Murray encarna a Vincent, un solitario hombre maduro, antisocial, alcohólico, aficionado a las apuestas de carreras de caballo y clubes de striptease, cuya única relación afectiva es con una prostituta embarazada -Naomi Watts-. Pero la accidentada llegada de sus nuevos vecinos, Maggie -Melissa McCarthy- una mujer separada que apenas puede hacerse cargo de su hijo de doce años Oliver -Jaeden Lieberher-, será el comienzo de una extraña relación -mitad niñero y mitad padre- que cambiara sus vidas. Con una fórmula vista mil veces, donde un viejo malhumorado y desalmado redescubre su humanidad gracias a la irrupción de un niño en su vida, el director Theodore Melfi recupera aquella premisa de las viejas comedias en las que dos personajes completamente opuestos debían, por las circunstancias que fuesen, compartir espacio y tiempo, pero depositando todo el peso del film en la brillante actuación de B. Murray y sus interrelaciones con los otros protagonistas, un conjunto de personajes llenos de imperfecciones que consiguen formar una especie de entrañable familia disfuncional. Siempre llaman la atención personajes antisociales que esconden un pasado interesante para develar, basta con remitirnos a Clint Eastwood en Gran Torino o Jack Nicholson en varios de sus trabajos, y Vincent no es la excepción. Bill Murray consigue hacer de Vincent un personaje verdaderamente interesante, que va construyendo, sobretodo, desde el lenguaje corporal y que se deja querer y odiar por igual. Un personaje detestable pero de algún modo cautivante.Murray consigue que su Vincent no sea todo lo estereotípico del género, apoyado también por los personajes secundarios que sirven o bien para definirlo o para iniciar su transformación. Tanto Melissa McCarthy -Damas en guerra-, moviéndose con soltura en su primer papel dramático en la piel de una madre que lucha por la crianza de su hijo, como Naomi Watts, divertida y extrovertida en el papel de stripper y prostituta embarazada con acento europeo -que le valió ser nominada como mejor actriz secundaria por el Sindicato de Actores-, o Jaeden Liebergher, una feliz revelación que debuta en el cine con esta película pero al que pronto veremos en el film de ciencia ficción Midnight Special, dirigida por Jeff Nichols, ayudan a ir develando este Santo no tan Santo. Si bien el film peca de los tópicos recurrentes del género, predecibles momentos lacrimógenos y un final políticamente correcto que no da lugar a la sorpresa, Theodore Melfi sabe imprimirle un ritmo ágil al relato que se mueve por la comedia con toques trágicos y va ganando en emotividad hacia su desenlace. La acertada fotografía, tan fría y desanimada como su protagonista, en perfecta combinación con la banda sonora -con temas clásicos de Bob Dylan o Jefferson Airplane- conforman una estética que contribuye a resaltar la acción dramática de cada personaje de la trama. Tal vez, el film tropieza en el abordaje de algunos temas como el religioso o la parcialidad con que toma el accionar de un soldado en Vietnam, pero a pesar de ello St. Vincent emerge como una propuesta interesante y entretenida, que huye de lo pretencioso y sólo busca narrarnos una historia sencilla, con una gran actuación que divierta y cautive al espectador.
PATRONO INUSUAL “Un irlandés está desempleado. Entonces, una mujer le ofrece que pinte su porche. A las dos horas, el hombre le dice que ya terminó el trabajo pero que ella se equivocó: no era un Porsche sino un BMW”. La gente del bar se ríe, también los espectadores. Es que Vincent sabe bien qué decir en cada oportunidad pero, a su vez, es lo bastante gruñón y ermitaño para mantener su vida a raya de los demás, incluso, de sí mismo. Sin embargo, como anticipa el título y la sutil aureola del afiche, el protagonista está a punto de convertirse en santo. Bueno, en una especie inusual de santo y no es otro que un chico el que lo situará en dicho estatus. Vincent MacKenna (Bill Murray) representa al estereotipo del viejo cascarrabias: rezongón, torpe, solitario, irónico, bebedor empedernido, apostador férreo de las carreras de caballo y, por supuesto, quebrado. Pero la “suerte” le toca la puerta (o, mejor dicho, un futuro ingreso fijo) cuando unos nuevos vecinos se mudan a la casa de al lado: se trata de Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo de 12 años llamado Oliver (Jaeden Lieberher). Debido a la ausencia de su madre por el exceso de trabajo y al bullying que recibió en el primer día de clases, donde le quitaron las llaves, el celular y la billetera, Oliver quedará al “cuidado” de Vincent. Es decir, visitas al hipódromo y a bares, aprenderá a pelearse o dialogará con la dama de la noche, Daka (Naomi Watts), una prostituta rusa que, a pesar de su embarazo, baila en el caño. De esta forma, esos momentos íntimos entre ambos generarán cambios en Vincent, modificaciones que no le gustará admitir y que sorteará hasta lo inevitable. Si se toman todos los elementos que componen St Vincent está claro que el director, Theodore Melfi, apuesta a un estereotipo trillado pero efectivo, donde el sentimentalismo promueve la simpatía por el protagonista, incluso, a pesar de sus pésimos modales para tratar a la gente. Estereotipo que se intensifica cuando se descubre que Vincent no sólo fue un veterano de la guerra de Vietnam, sino que también recibió una condecoración por un acto de valentía. De la misma manera funciona la relación entre Vincent y Oliver, pues es a partir de la ingenuidad de éste último que el ermitaño dejará entrever sus buenos gestos y parte de sus secretos. La propuesta de Melfi se torna deslucida en ciertos momentos y bastante previsible. Incluso, se desprenden algunos subtemas, como la repentina intención del padre de Oliver de obtener su custodia. Sin embargo, el verdadero mérito de St Vincent es la actuación de Murray, quien puede revelar múltiples facetas del personaje y aún así mantener cierto misterio. Entonces, conversará con Oliver sobre Abbott y Costello, será un chef excepcional de “sushi”, apostará hasta las últimas monedas, sufrirá algunos acontecimientos duros, perderá el rumbo de su vida, aprenderá muchas cosas desde cero, pero volverá a creer. Porque, como subraya Oliver en su presentación, los santos primero fueron hombres que obraron con sacrifico, misericordia y valentía. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
VIVA LA VIEJA ESCUELA Bill Murray es el encargado de encarnar al protagonista de este nuevo estreno. Vincent es un señor que aparenta una oscura vida pasada, que vive solo en su casa alejado de su familia, que no tiene un peso pero toma alcohol y que se encuentra de a ratos con una rubia “dama de la noche” alemana interpretada por Naomi Watts. A las dos caras les queda muy bien el maquillaje que tapa sus años. Una lástima que se note, porque Murray demuestra que todavía está bien vivo. En el polo opuesto tenemos al pequeño Oliver (Jaeden Lieberher), el nuevo vecino que viene a irrumpir la rutina de este viejo. Él es un niño algo introvertido porque sus padres se separaron, que va a un colegio privado y que tiene toda una vida feliz por delante. A pesar de no aparecer como figura principal en cartel, él es el verdadero co-protagonista de esta historia. Estos personajes, que son como el agua y el aceite, se entrelazan tras una extraña casualidad en la que el mayor termina convirtiéndose en la niñera del menor. A medida que se van conociendo, ambos experimentan un nuevo mundo en el que uno es el modelo de vida del otro, sobre todo Vincent del muchacho. A pesar de tratarse de una comedia protagonizada por Bill Murray, la verdad es que la película no hace que uno estalle de risa, pero eso no significa que los personajes no se encuentren llenos de gracia. Uno simpatiza emocionalmente y quizás hasta sienta algo de afinidad con ellos, ya que se cuenta sobre dos estereotipos bastante marcados, los cuales obviamente harán sentir más identificados a los estadounidenses que a los del sur. Importante destacar la participación del jovencito Lieberher. El pequeño y mimado adolescente hace su debut en la pantalla grande. Un nene simpático. En este momento tan solo tiene 106 seguidores en su cuenta oficial de Twitter (si quieren pueden seguir su cuenta @jaedenlieberher). Y un párrafo aparte para Naomi Watts. Si bien tiene un papel secundario que no sirve más que para decorar al protagonista, realiza perfecta su tarea de ‘calentar’ un poco la pantalla, como bien supo demostrar a lo largo de su carrera en “Mullholand Dr.” o “21 gramos”, por ejemplo. En esta oportunidad, le toca representar a una exótica mujer desalineada, medio destruida y sin plata. Se nota que los años no vienen solos y que uno tiene que rebuscárselas para seguir trabajando y estar vigente. Con “St. Vincent” llega una emocionante y agradable historia que seguramente convencerá a todos con su desenlace, el cual probablemente hasta haga derramar alguna lágrima en los más sensibles. La trama no tiene muchos giros inesperados ni gran cantidad de chistes inteligentes, pero la música y el trabajo actoral hacen olvidar esos pequeños defectos, por eso fue merecedora de su nominación en los Globos de Oro. Hay muchos “Vincent” sueltos por el mundo, esta película seguramente llenará sus vacíos.
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El triunfo de la obviedad Desde su punto de partida, St. Vincent contiene innumerables clichés de la comedia dramática indie estadounidense, incluyendo (sin repetir ni soplar): Un niño demasiado inteligente para su propio bien (Jaeden Lieberher), que acaba de mudarse con su madre soltera (Melissa McCarthy) al barrio y al colegio, donde es víctima de bullys. Un viejo amargado y solitario (Bill Murray, el Vincent titular) que conoce al niño (es el vecino de al lado), se relaciona con él reticentemente (le hace de niñero porque necesita plata) y se abre a nuevas experiencias y relaciones. La trágica historia de fondo del viejo amargado que “justifica” su cinismo para con el mundo y muestra que tiene más matices; porque las apariencias engañan y no hay que juzgar a un libro por su portada, muchachada. Personajes marginales simpáticos con sólo referencias veladas sobre las vidas de mierda que llevan porque principalmente están para ser simpáticos (como Naomi Watts haciendo de una stripper/prostituta rusa y embarazada que tiene encuentros con el personaje de Murray) (Ésa es una frase que jamás creí que iba a escribir). Un straight man (o personaje serio, con sentido común, que sirve de contraste a las payasadas del personaje cómico), esta vez en la figura de la madre responsable aunque sobrepasada por las circunstancias (McCarthy). Situaciones poco creíbles dentro del verosímil construido por la misma película y el género al que suscribe, como una madre que llega a la instancia de un juicio por tenencia sin saber que su hijo estuvo semanas y meses paseando con un viejo putañero, alcohólico y apostador. Bullys que se transforman en amigos. Representantes de instituciones autoritarias que son copados (el hermosamente irlandés Chris O’Dowd haciendo de cura maestro que acerca a sus alumnos a la religión desde una visión contemporánea y cotidiana). Bill Murray (se) explota acertadamente en su etapa de viejo cascarrabias y el casi abandono del histrionismo a favor del deadpan. Situaciones amenazantes que pierden todo su peso una vez solucionadas, sin consecuencias (como matones que van a romperles las piernas a alguien pero cuando lo dan por tal vez muerto nunca chequean si sobrevivió y les da pereza insistir en reclamar su pago). Una banda sonora indie y amena. Sin embargo funciona. ¿Por qué? La respuesta, como ocurre con muchos otros interrogantes de la vida, es Bill Murray. Su Vincent no es unidimensional. No se “cura” de su miseria milagrosamente. De hecho, a lo largo del film, su situación económica y física va desmejorando. Sin embargo, es consistente con su forma de ser. Sigue siendo un amargo alcóholico putañero, pero también continúa ayudando, con la misma reticencia. Aunque St. Vincent responde al tropo de la redención, no hay una salvación definitiva para Vincent, sólo seguir sobreviviendo. St. Vincent es, también, uno de los films donde Bill Murray (se) explota acertadamente en su etapa de viejo cascarrabias y el casi abandono del histrionismo a favor del deadpan, después de su re descubrimiento a través de Perdidos en Tokio y sus trabajos con Wes Anderson, esquivando las variaciones en piloto automático que ha entregado en algunas películas de la última década. El actor tiene particularmente buena química con Naomi Watts (quien logra darle algo de vida a su personaje brutamente delineado y sin trasfondo), así como con Melissa McCarthy y el pre-puber Lieberher. La primera, aunque cumple, no está cómoda en el papel del straight man. Se le notan las ganas de andar corriendo y tropezándose junto a los hombres del reparto. El segundo evita todas las muecas e impostaciones de muchos de los niños actores. Chris O’Dowd, pese a un rol que sólo le sirve para acumular secundarios hasta llegar a su primer protagónico en Hollywood, le encuentra la vuelta para darle encanto a un personaje que podría haber sido insufrible de no ser por su metro noventa de carisma irlandesa. Theodore Melfi propone visualmente tan pocas ideas como desde la historia: travellings vertiginosos para los momentos de aventuras, planos centrados y fijos cuando hay figuras de autoridad. Su máximo logro para St. Vincent, pareciera ser, fue el conseguirse un excelente elenco.
EN EL NOMBRE DE MURRAY Cuando era niño, en la casa de al lado vivía un anciano gruñón y anticuado que no quería pasarnos la pelota cada vez que caía en su jardín. En ese entonces, lo odiaba. Pero ahora que crecí, me pregunto: ¿Qué lo llevó a ser así? ¿A caso su vida había sido muy complicada? ¿A caso se comportaba de esa forma con sus seres queridos? El director Theodore Melfi es quien me hizo pensar nuevamente en ese vecino con el que varios de nosotros crecimos. Su película ST. VINCENT (2014) cuenta la historia de alguien similar. Un veterano malhablado y malhumorado llamado Vincent MacKenna, cuya vida de apuestas, alcoholismo y regulares visitas de “La Dama de la Noche”, se da vuelta con la llegada de nuevos vecinos: una madre soltera llamada Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo Oliver (Jaeden Lieberher). Mientras ella pasa por un difícil divorcio y trabaja más horas para pagar la escuela católica de su hijo, Vincent se convierte en un singular niñero para el pequeño. Juntos irán formando una profunda relación de amistad en una hermosa comedia con muchos toques de drama. Pero hay algo que diferencia a ST. VINCENT de cualquier film indie que haya contado una historia similar: ¡Esta tiene a Bill “Fucking” Murray! El celebrado cazafantasma, leyenda de la comedia ochentosa y actorazo en películas como PERDIDOS EN TOKIO (2003), VIDA ACUÁTICA (2004) y FLORES ROTAS (2005), es un hito del cine y somos muy afortunados por haber crecido con él. Su cinismo, sarcasmo, timming para la comedia y esa mezcla de actitud relajada y mala onda siguen intactas en esta nueva película a la que bendice con su presencia. ST. VINCENT es Bill Murray y sin él probablemente pasaría desapercibida. Su perfecta interpretación de Vincent MacKenna es una adictiva mezcla de melancolía, histrionismo y descaro, que hace cada escena del film una delicia (incluso aquellas en las que solo baila o escucha música). Guiado por la sutileza de un guión bien construido –y acompañado por la entrañable química que comparte con el pequeño Jaeden–, Murray va descascarando de a poco a su personaje, para revelar en el centro a un verdadero y poco convencional santo (como lo indica el título). Aun así, ST. VINCENT nunca se traiciona y esa actitud vulgar con la que lo conocimos sigue intacta hasta su final, entregándonos algo muy diferente a lo que uno esperaría de esta clase de cintas. No es la típica historia del mentor y menos de adoctrinamiento religioso (a pesar de las constantes referencias al catolicismo). No hay moralejas sobre la paternidad ni buenos buenos o malos malos. No hay importantes lecciones moralistas o un personaje aprendiendo a comportarse mejor. Esta es la historia de un hombre con un pasado y un presente de mierda, al que por primera vez la vida le da un respiro. Son las personas a su alrededor las que deben aprender a entenderlo, quererlo y aceptarlo tal cual es, y no al revés. Y ver a alguien que queremos tanto como Bill Murray atravesar por todo eso, les inflará el pecho y probablemente los hará llorar, reír o emocionarse de la mejor manera. Peligrosamente, ST. VINCENT a veces roza los dramas sensibleros de Hallmark que disfruta ver Virginia Lagos (con discursos emotivos, compañeritos rivales haciéndose amigos, diálogos tristes, enfermedades jodidas y demás), pero se aleja muchísimo cada vez que Murray entra en escena. Su hedonismo a la Dude Lebowski, su misantropía a la Jack Nicholson en MEJOR IMPOSIBLE (1997), su ordinario estilo, su pasado y su rutina diaria crean un fascinante personaje al que solo él podía darle vida. El resto del elenco (en especial McCarthy, que se redime después de TAMMY) cumple eficazmente sus papeles, con la mínima excepción de Naomi Watts, quien es graciosa pero a veces desentona y sobreactúa. En definitiva, ST. VINCENT es el brillante tratamiento de un gran personaje, que posee una bella dirección, una excelente actuación de su protagonista, divertidos diálogos y una buena banda sonora. Su historia es la mayoría de las veces graciosa y desvergonzada, otras veces es real, dura y conmovedora, pero siempre es honesta. Con mucho humor, mucho corazón y mucho Bill Murray, así es ST. VINCENT.
El fracaso se puede mostrar como un chiste que no hace gracia a nadie. Así comienza St. Vincent, de Theodore Melfi, la historia agridulce de un viejo gruñón, desaliñado, borracho y jugador que ve pasar inmutable su vida sin sentido. Los espacios que constituyen su mediocre rutina están sobrecargados de humo, basura, papeles viejos, vajilla sucia y fotos de otras épocas, quizás más felices. De la casa al bar, del bar al hipódromo, del hipódromo al cabaret y cuando la noche ya se hace lo suficientemente oscura, todo vuelve al principio. Así una y otra vez cada día. Por supuesto algo tiene que suceder para que esta historia merezca ser contada. Y a partir de un pequeño suceso Vincent inicia su camino de santificación. Los opuestos atraen. La relación con Oliver, el inesperado nuevo vecino y niño sensible, parece ser la única vía por la cual a esta historia gris se le puede descubrir algún que otro matiz de color. La rutina continúa, los paisajes son los mismos, pero Vincent comienza a sentir un aire nuevo. No es un viento que limpia todo lo malo, sino una leve brisa que habilita una lejana esperanza de cambio. Alguna que otra sonrisa entre tanta desgracia. El niño Oliver ofrece la inocencia aun en los entornos más hostiles. El viejo Vincent, en su nuevo rol de baby sitter, ofrece la experiencia de los golpes de la vida. En esta historia de dos opuestos, ambos son alumno y maestro. Afloran los lugares comunes y las escenas recuerdan a otras tantas películas, esas que a Hollywood le encanta fabricar, en las cuales parece que los directores son robots diseñados para repetir fórmulas que se reducen a películas aceptables. Paralelamente a la vida casi sin sentido de este hombre de pocos amigos se despliegan otras vidas, más o menos tristes como la de él. Por ejemplo la de Maggie, esa madre engañada por su marido que debe rehacer su vida, trabajar más de la cuenta y dejar a su hijo a cargo de un vecino poco confiable; o la de Daka, la amiga prostituta embarazada que no parece darse cuenta de su infortunio, por ignorancia o porque tiene una forma positiva de ver las cosas, quién sabe. Los días aparentan transcurrir un poco más amables desde la llegada de Oliver a este barrio de casas modestas de algún suburbio de Estados Unidos. Cuando parece que todo va a seguir así, un poquito mejor que cuando comenzó, otro suceso quiebra la frágil estabilidad del personaje. La fórmula del éxito dice que para resurgir de las cenizas hay que tocar fondo. Vincent debe aprender la lección y entender la moraleja que justifica todo este relato, a saber: que no se puede vivir solo, aislado de las personas y sumergido eternamente en la desgracia, y que siempre hay que darse una nueva oportunidad. A pesar de todas las miserias expuestas, la historia está narrada con cierto humor, calidez e inocencia. Algunas imágenes resultan agridulces, como la de Daka intentando hacer un baile de caño lo menos indigno posible a pesar de su evidente embarazo; o la de Vincent tomando sol en una reposera destartalada con un walkman de la prehistoria que repasa canciones de Dylan, en un jardín que más que jardín parece un terreno abandonado, mientras Oliver da vueltas a su alrededor con una añeja cortadora de pasto. Los lugares comunes y la moralina se pueden tolerar porque los personajes, los espacios y los objetos esconden cierta fragilidad que los hace más reconocibles y queribles. En esta época de tanta admiración hacia los antihéroes del cine, no es algo menor. Sobre todo si ese antihéroe es nada más y nada menos que Bill Murray.
Historia simple, fábula cotidiana Tras los pasos de Wes Anderson, Bill Murray se nos presenta ahora como un hombre triste y abatido, sonámbulo, que despertará ante un estridente malestar. Un veterano de Vietnam convertido, muy a pesar suyo, en niñero del hijo de su vecina Intentar caracterizar a Bill Murray a través de su filmografía, que data desde el año 1979, nos permite acercarnos a un costado del cine industrial de las grandes corporaciones, ya que desde sus primeros films, desde el género comedia, nos fue ofreciendo ese tipo de personajes que se ubican en el espacio de los inadaptados sociales, de los que no tienen en cuenta las reglas de la corrección política, de los que permanecen ajenos a los cantos de sirena de la sociedad del bienestar. Es por eso que Bill Murray, quizás el más melancólico de los comediantes del cine de las últimas décadas, pasó a ser el elegido por realizadores tales como Jim Jarmusch, Harold Ramis (uno de sus compañeros de insólitas aventuras en Los cazafantasmas, de Ivan Reitman, estrenada a mediados de los '80) y de quien lo fue posicionando como su actor fetiche, Wes Anderson, quien desde Los excéntricos Tenembaum, del 2001, lo tiene como destacada y esperada presencia en cada uno de sus films. Recordemos que en esta misma semana podemos ver en las salas de los complejos del Village y del Showcase la tan aplaudida y cautivante obra de este director, Grand Hotel Budapest, basada en escritos de Stefan Zweig, sobre la Europa de los años '30, en un escenario fabulesco; merecedora de varios premios internacionales y nominada para los próximos premios Oscars en ocho categorías. En este film, Bill Murray, quien logra una notable composición junto a otros del grupo Anderson, tales como Edward Norton, Adrian Brody, Willem Dafoe, Jason Schwartzman, compone a Monsieur Ivan, "Conserje del Hotel Excelsior Palace y Miembro de la Sociedad de las Llaves Cruzadas". En Flores rotas, de Jim Jarmusch, del 2005, el personaje de Bill Murray, a partir de haber recibido una carta de parte de una de sus ex amantes, en la que se le informa sobre una supuesta paternidad (lo que la lleva a visitar a cada una de ellas para tratar de saber sobre ese hijo que quizás lo esté esperando). Aquí, en esta opera prima de Theodore Melfi, St. Vincent, Bill Murray asume magistralmente el rol de un hombre misántropo, ex combatiente de Vietnam, que de pronto, ante una confrontación inicial, con fuerza de choque, pasará ser en su desolada y olvidada existencia una suerte de niñero del hijo de su nueva vecina, pese a él. Pese a sus resistencias, pese a ese árbol caído y el enojo ante el destrozo de su cerca de entrada. Desde un guión en el que reconocemos muy de manera explícita los llamados lugares comunes, a partir del encadenamiento de situaciones que van anticipando lo que ya se va dando de antemano; St. Vincent, pese a ello nos pone frente a un film no ya con Bill Murray, sino "de Bill Murray". Es su actuación que lo emparenta al de tantos otros films, particularmente, estimo, la que cumple en Perdidos en Tokio, de Sofía Coppola, la que pasa a primer plano, la que ocupa la pantalla. Y ahora desde su personaje, Vincent -que guarda cierta relación con el que Clint Eastwood interpretó en Gran Torino- que se recuesta en el sillón de una supuesta indiferencia y al mismo tiempo, para sorpresa del niño que ahora está bajo su cuidado, pasa a ser protagonista de otro tipo de situaciones que tienen diferentes signos, Bill Murray se irá construyendo ante la mirada de ese niño que asiste regularmente a una escuela católica irlandesa, como ese santo humano y mortal que escapa a todo santoral canonizado, según los viejos preceptos. Entregado al alcohol, apostador de carrera de caballos, de respuestas agresivas, y por momentos pariente del veterano de Karate Kid; amante y un poco más de una "dama de la noche" nacida en Rusia, rol que cumple la admirable Naomí Watts, Vincent se nos va mostrando, igualmente, desde la mirada del niño (Jaeden Lieberther, de once años), hijo de una asistente en un centro sanatorial (Melissa Mc Carthy), en otras facetas que despiertan humor, asombro, ternura. Y que nos llevará a conmovernos con algunas situaciones algunas muy ocurrentes, abiertas a la reflexión. En esta apreciación, subrayo aquellos momentos en los que coloca por encima de su desaliñada y diferenciadora indumentaria, un guardapolvos blanco. ¿Hacia dónde irá nuestro personaje, ahora, vestido de esta manera? Así, desde ese nuevo rol que la circunstancias lo llevan a asumir, cifradas en un cobro de once dólares por hora, Vincent al cuidado del pequeño Oliver, y siempre acompañado por su adormilado gato blanco; tan sonámbulo como él, descubrirá, junto a este niño, que aún no puede comprender lo que acontece a su alrededor, un sentido ya olvidado de la camaradería y pasará a ser valorado como jamás lo imaginó; más allá de aquella fotografía junto a sus compañeros de armas, cuando, en nombre de la patria, perdió su sonrisa y arrinconó la esperanza, allá, en Vietnam.
Probablemente nadie recuerde en “St. Vincent” un solo fotograma, toma o secuencia donde se vislumbre un giro en la historia de séptimo arte (aunque el plano medio y contraplano cenital de los créditos es un gran ejemplo de epílogo con poder de síntesis), pero sí tendrá un lugar en la memoria de los espectadores que, como uno, aman el trabajo del actor y la dirección de actores en una obra cinematográfica. Es gracias a ellos que éste estreno empuja el pulgar hacia arriba. Vin o Vincent (Bill Murray) es hosco, huraño, fumador, ludópata, alcohólico, egoísta (ponga usted dos o tres adjetivos más en ésta línea y seguramente no se equivocará). (Sobre)vive en la casa que seguramente habrá podido comprar en tiempos mejores, y trata de meter algún acierto a los burros para pagar deudas, incluida la que mantiene con algún prestamista paciente pero firme allí, en el mismo hipódromo. Un gato parsimonioso y holgazán estilo Garfield (pero blanco), y la ocasional visita de Daka, una prostituta rusa (Naomi Watts), embarazada y de pocas pulgas, son su única compañía. Uno intuye en éste hombre, quedado en el tiempo, que si alguna vez estuvo en “el sistema” fue cuando estuvo casado, antes de conminar a su esposa a un geriátrico al cual, por supuesto, adeuda mucho dinero de cuotas atrasadas. Lo bien que le viene entonces la llegada de Maggie (Melissa McCarthy), mujer especialista en escaneos de alta complejidad, divorciada de su marido mujeriego y madre de Oliver (Jaeden Liberher), un niño de unos 9 años, brillante pero con poco barrio. El nuevo cuadro de situación obliga a Maggie a pedirle a Vin que sea el “niñero” de Oliver, mientras ella intenta reacomodar las cosas. Obviamente, el eje central será la relación entre el viejo y el joven, o entre la experiencia (aunque no sea la mejor) y la inocencia, o entre el perro viejo y el cachorro. Como sea, estamos frente a una “buddy movie”, o sea, el tipo de guión que confronta dos personalidades aparentemente antagónicas. Luego de los primeros minutos entre estos dos personajes se va vislumbrando una tendencia hacia la temática de las relaciones humanas, la tolerancia y poder ver en el otro más allá de lo evidente. Saber mirar al prójimo con un prisma distinto del de los prejuicios. Será Oliver quien transparente en Vincent las cualidades que él mismo no se molesta en resaltar, ayudado en todo caso por su afán de subrayar lo desagradable de una personalidad que está casi en guerra contra el mundo. Todo el elenco se destaca en esta ópera prima de Theodore Melfi, quien deja en claro, con mucha solidez, su habilidad para el manejo de los tiempos, para el humor, cierto ingenio y filo para los diálogos (sobre todo entre Oliver y Vincent), y una buena capacidad como director de actores. ”St. Vincent” es una comedia dramática, en todo caso con patina cuando se apoya en un costado moral, o en la deliberada intención de bajar líneas religiosas que empañan la naturalidad de esta agradable pintura sobre gente común.
Indudablemente no hablaríamos de "St. Vincent" sino fuera Bill Murray su protagonista. En sí, el film llegó tan lejos, como lo permitió el carisma y oficio del increíble y veterano actor. Porque no puedo decir que este segundo largo de Theodore Melfi (una apuesta de la industria, más productor que otra cosa) sea redondo ni mucho menos, pero su valor radica en la potencia de Murray para exprimir una historia simple y volverla una película amena y atractiva. No vamos a descubrir que es un actor que está de vuelta, sí decir que papeles como el que hace en "St. Vincent", le quedan perfectos, a medida. Ya saben...Humor ácido, corrosivo, lenguaje gestual extremo, aire de "la vida es esto, y hay que vivirla hasta donde dé" (I wanna be a Rolling Stone, no?) elementos que utiliza el viejo Bill para empujar el film hacia arriba. A ese arsenal, sumale un niño para establecer esta complicidad de edades que da lugar a escenas tiernas, y estás adentro: seguro la vas a pasar muy bien aquí. La historia es la de un hombre mayor, bastante deteriorado, jugador, con problemas económicos y bastante particular. A su vecindario llega una mamá con problemas, Maggie (Melissa McCarthy) con su hijo Oliver (Jaeden Lieberher), escapando de un matrimonio complicado. A nadie le sobra un dólar y ella rápidamente se ve forzada a establecer una relación con el vecino de al lado. Al trabajar muchas horas, no tiene medios para dejar al pequeño y no le hay más alternativa que "contratar" a Vincent como "babysitter" como medida de emergencia. Claro, el juego, las bebidas alcohólicas, las malas compañías y los incidentes estarán a la orden del día, dado que el adulto "mayor" es un sujeto que no se priva de nada. Hasta tiene un pseudo romance con una prostituta rusa (jugada por Naomi Watts, bastante difícil de reconocer) para completar una vida bastante intensa dada su avanzada edad. Es así que Oliver y Vincent se harán amigos, y compartirán divertidas aventuras juntas (un poco de todo, por supuesto). Todo terminará (más allá de algunas vueltas de tuerca) de manera previsible y placentera. El guión de Melfi no ofrece muchos matices, pero el magnetismo de Murray, su impresionante dominio de cuadro, hace que a la película no le sobre un fotograma. Absolutamente adorable por donde lo mires, el hombre vuelve a hacernos reír en forma con su estilo personal. Si te van las pelis de Wes Anderson o viste mil veces "Lost in translation", no te la tenés que perder. Muy buena.
Esta comedia dramática es el primer largometraje de Theodore Melfi. Acostumbrado un ritmo de cortometrajes, parecería un desafío sin paralelos, pero con este su propio guión, se metió de lleno en el proyecto. Para llevarlo a cabo, lo que necesitaba era una muy buena estrella para llevar el rol de Vincent, el ex combatiente de Vietnam que está un poco agobiado por las deudas y su novia streaper embarazada no ayuda al panorama. Y lo encontró en Bill Murray. Un enorme Bill Murray. La historia empieza cuando una mujer recién separada con su hijo llega al barrio y terminan al lado de la casa de Vincent. Maggie (Melissa McCarthy) es una trabajadora de la salud en un puesto nuevo que intenta sacar adelante a su hijo en una escuela nueva. Claro que ella misma tiene que afrontar la pareja que perdió y ver enfermedades todo el día, pero el verdadero foco está puesto en la relación que su hijo Oliver (Jaeden Lieberher) construye con el vecino. Oliver es un chico con un padre aparentemente ausente, con una madre que intenta sacarlo adelante y con una suerte de compañeros abusadores que no ayudan a que se sienta ni un poco protegido. La comedia es llevadera pero de ritmo irregular, donde la primera mitad es mucho más entretenida y ágil que la segunda que ya apunta a la lágrima fácil, pero sobre todo es tierna. Con personajes que tienen matices y relaciones interesantes entre ellos. Bill Murray está soberbio como este hombre un poco tocado pero que resulta ser una buena guía y una buena persona para tener cerca, o lo que más se le acerca. Pero McCarthy debe ser el personaje más querible, con esa cuota de realismo, dejando de lado todas sus morisquetas habituales. Naomi Watts está muy sobreactuada en este rol de una streaper embarazada rusa, por más que su personaje es agradable, ya que se distancia mucho no sólo de a quien estamos acostumbrados a ver en pantalla cuando la vemos sino también de sus posibilidades como actriz. Su acento es incómodo y el resultado final de su trabajo, también. La película tiene diferentes momentos que todos van en torno a la superación de los adultos como personas para estar al servicio de los chicos, porque eso es lo que haría “un santo” desde la perspectiva de él. Sí, es verdad que es facilista y efectista, pero no son valores que nos moleste ver. El resultado final es una peli liviana y con ritmo, pero con una gran actuación de Murray que vale por sí misma bastante de nuestro rato.
Sólidas actuaciones, resulta entretenida y conveniente. Ver en pantalla grande a Bill Murray da placer, es una pena que todos sus trabajos no lleguen a nuestro país, tiene un enorme talento, simpática y creatividad, resulta imposible no recordarlo en la estupenda película “Perdidos en Tokio" de Sofía Coppola con la que obtuvo una nominación a los Premios Oscar, así como en su actuación en “Los Cazafantasmas” y tantas otras. Todo comienza cuando Maggie (Melissa McCarthy) quien se está divorciando de un hombre mujeriego y su hijo de 12 años, Oliver (Jaeden Lieberher), se mudan a un barrio en las afueras de Nueva York y les toca vivir al lado de la casa de Vincent (Bill Murray). Su primer encuentro no es muy bueno dado que el camión de mudanzas ha roto algunas cosas. Él es un veterano de guerra, cascarrabias, malhumorado, poco sociable, antipático y que tiene todos los vicios: jugador, fumador y alcohólico, entre otros desenfrenos. Oliver (Jaeden Lieberher) no la pasa nada bien en la escuela y termina en la puerta de la casa de Vincent pidiendo ayuda ya que necesita comunicarse con su madre. A Vincent no le cae muy bien y se demuestra bastante reacio pero el joven es muy educado, amable, se lleva muy bien con su gato, y este le permite entrar en su hogar. Vincent necesita dinero y le termina proponiendo a Maggie ser el niñero de Oliver por 11 dólares la hora y debido a las urgencias de ambos terminan acordando. Pero él no dejará sus actividades y lo acompaña Oliver a todas partes, lo involucra en su estilo de vida que incluye apuestas, borracheras y él niño conoce a la casi novia de Vincent, una bailarina y prostituta rusa llamada Daka (Naomi Watts) que se encuentra embarazada. En esta comedia se vuelve a lucir en la actuación y en el canto Bill Murray. El personaje que compone Melissa McCarthy (“Damas en guerra”) que está genial y con Naomi Watts con acento ruso, divertida aunque sobreactúa un poco. Resulta sencilla, sin demasiadas pretensiones, con un humor negro y sarcástico, con un sólido elenco, resulta entretenida, emotiva, con alguna sorpresa y algunos gags bien logrados. Hay enredos, aventuras y toca temas como: el bullying, el divorcio, la delincuencia y las enfermedades mentales. Cuando finalice hay que quedarse a ver los créditos ya que valen la pena (contiene una escena extra).
"Cordero con piel de lobo" De que Bill Murray es uno de los grandes actores de nuestro tiempo, no hay duda. Lejos quedaron “Los Cazafantasmas” y “Saturday Night Live“, y ha demostrado más de una vez que puede lucirse en el drama; como en “Perdidos en Tokio“. Sin embargo, hacía mucho tiempo que este monstruo no tenía un papel tan memorable donde desenvolverse con tanta originalidad y soltura. El viejo cascarrabias, apostador y borracho probablemente es de los que mejor se le da. Sin embargo, es lo mejor de Murray en mucho tiempo. El guión no es particularmente original. La historia de un viejo carbón que encuentra su humanidad cuando un niño entra en su vida, ya había sido visto en el cine. Se las arregla para crear un personaje con doble moral que nos deja identificarnos con él. Sabemos que lo que hace está mal, pero probablemente haríamos lo mismo. Bill Murray no es el único que brilla. El elenco femenino, conformado por Melissa McCarthy y Naomi Watts, también hacen de las suyas. Y es que ambas salen de sus zonas de confort y muestran un costado totalmente nuevo. A Melissa McCarthy la conocemos como una actriz de comedia, últimamente cómo una de las protagonistas de la serie “Mike and Molly“. Y sin embargo ahora la vemos en el extremo opuesto. Sin perder esa ocurrencia que siempre nos hará reír, interpreta a una madre divorciada que trabaja demasiado y vive con miedo constante a que su ex esposo le quite la custodia de su hijo. Por otro lado, a Naomi Watts solemos verla en papeles de mujer que sufre, pero aquí es una prostituta embarazadísima que se la pasa a los insultos. Y hace un trabajo genial como el descargo cómico del cuarteto protagonista. Y eso nos lleva a mencionar al pequeño actor que hace que Vincent sea más humano, Jaeden Lieberher, que interpreta a Oliver. Con mucho tiempo en pantalla, resulta correcto para ser el otro costado de Bill Murray. Su arco argumental es algo típico, sin grandes sorpresas, muy parecido a otros papeles del estilo. No es que haya en Hollywood grandes papeles para pequeños actores ¿no? Pero en fin, brinda esa ternura que activa a Murray como si fuera su propio abuelo, aunque tampoco lo es en la ficción: es sólo su niñero. Y como el guión es bastante típico seguramente se preguntarán que diferencia a esta historia del resto de historias de redención que conocemos, pienso por ejemplo en “Elsa y Fred” sin ir más lejos, o “Mejor Imposible” con Jack Nicholson, o hasta “Up” de Disney. Y la diferencia está en las interpretaciones. Dicen que un guión de medio pelo interpretado en forma sublime, puede crear una gran obra. Y eso es lo que ocurre aquí. Conectamos con ellos, nos emocionamos; y si no se te pianta un lagrimón por el final, no tenés corazón. Finalmente la historia es hermosa, los dos polos de Vincent y Oliver que forman un dúo simbiótico en el que sin darse cuenta, uno necesita del otro. Las dos protagonistas femeninas tienen la oportunidad única de hacer algo diferente, en especial McCarthy que fuera de la comedia y las caídas, nos llega a emocionar. Pero el plato fuerte es sin duda Bill Murray, un tipo que después de bastante tiempo ha vuelto a tener un papel en el que demuestra que es un genio. Agustina Tajtelbaum
The storyline of Theodore Melfi’s debut feature Saint Vincent is far from original, and deliberately so. Vincent (Bill Murray) is a grumpy old man, a cynical war veteran who’s into drinking, gambling, and whoring. His new neighbour, Maggie (Melissa McCarthy), has just divorced her cheating husband, has a new job that barely allows her to make ends meet, and knows nobody who can take care of her son Oliver (Jaden Lieberher) after school. So she hires Vincent to baby-sit him, even if the irritable, surly man doesn’t seem to be the most appropriate person to be around a young boy. But bear in mind this is a safe, feel-good movie so halfway through the story Vincent and Oliver become kind of friends, even if begrudgingly on the old man’s part. There’s also Daka (Naomi Watts), a pregnant stripper and prostitute who satisfies Vincent’s occasional sexual sparks. Later on, she will take care of him when his health fails him. And there are also some surprises around the block, but only a few: this is the kind of movie that ends tied up neatly with a bow . So what’s to praise about this story of a cranky old man who finds love and redemption thanks to a kid’s love? Unquestionably, the performances. Of course you know Bill Murray is a monumental actor, so it shouldn’t comes as a surprise how gracefully he fills in the shoes of Vincent. Yet he outdoes himself with unexpected nuances, some striking moments, and more than a handful of perfect gags. Melissa McCarthy is delicately persuasive and occasionally extraordinary in a modest sort of way, whereas Naomi Watts does a great job to flesh up her somewhat underwritten character. As for Jaden Lieberher, he won’t disappoint you as the slightly smartass, independent kid in need of a father and a mentor — and with much love for his mother. Also, during the first two thirds there’s enough sarcasm and wit in the dialogue and many of the gags, to make you think that Saint Vincent may not be such a feel-good movie after all. Some incisive remarks and observations speak of a darker underlying scenario that may actually mimic the real America, with its real problems and petty stories. But throughout the last third of the film, the moderate pessimism and gloom gives way to hope and bliss, to care and forgiveness, and to the acknowledgment of sainthood in an otherwise very unholy old man. It’s time to celebrate life for good. Hadn’t it delved into sentimentalism and sugarcoating, Saint Vincent could have been a slightly different film singing a different song, from beginning to end.
Parecería que cada vez que un grupo de productores en Estados Unidos se junta para ver a quien llaman para personificar a un cincuentón de entradas marcadas y aire decadente, el nombre “Bill Murray” aparece bien arriba en la lista de posibles candidatos. Es que a Murray le quedan a medida esos papeles de personajes de mediana edad atravesando distintas variables de crisis y, además, hay que aceptarlo: Bill es un tipo oscuramente gracioso que no necesita hacer mucho para caernos bien. Simplemente poniéndose en frente de una cámara, el actor de 64 años emana una especie particular de carisma triste, que ya hemos visto varias (¿demasiadas?) veces en muchas películas y que, aun así, nos sigue pareciendo interesante. Con un rostro cubierto de arrugas y marcas en la piel que cuentan una historia por sí mismas, Murray encarna a Vincent, un típico whitetrash, ex soldado de Vietnam tapado de deudas que se la pasa bebiendo y acostándose con una prostituta rusa (Naomi Watts, quien ha admitido que su fuente de información para construir su extraño personaje ha sido, principalmente, YouTube). Así, de un día para el otro, Vincent se convertirá en el improbable niñero de su nuevo vecinito Oliver (Jaeden Lieberher) para conseguir unos dólares extra, aprovechando que la madre soltera del niño (una apagada Melissa McCarhty) tiene que trabajar todo el día para mantenerlo. St. Vincent, ópera prima de Theodore Melfi, es un film perteneciente al conocido subgénero de comedia que responde a la fórmula – pibito inofensivo + viejo mala onda = contraste bizarro – , una ecuación que ya hemos visto funcionar en numerosos títulos, desde Un santa no tan santo con Billy Bob Thornton (Terry Zwigoff, 2003) hasta Rushmore (Wes Anderson, 1998), una de las tantas colaboraciones de Murray con Anderson, quien tal vez sea el director que mejor ha sabido explotar el peculiar humor dramático del actor (Los Excénticos Tenenbaum, La Vida Acuática con Steve Zissou y más), como así también lo hizo Sofía Coppola en la memorable Lost in Translation (2003). “Él es cool, pero de una forma malhumorada” admite Oliver cuando su madre le pregunta qué onda Vincent luego de la primera tarde que estos pasan juntos. A partir de ahí, la película avanzará a fuerza de algunos gags bastante divertidos y de una vívida fotografía muy bien lograda para mostrar las andanzas de esta “políticamente incorrecta” dupla en una comedia que al mismo tiempo que nos hace reír, intentará, también, robarnos alguna que otra emoción.
Un santo bizarro "St. Vincent" es una de esas comedias de las que suelo desconfiar mucho por la temática y los posters de promoción baratos, pero la verdad es que fue una grata sorpresa la que me llevé. Sinceramente pensé que esta película sería alguna especie de compromiso comercial cuyo único mérito era tenerlo a Bill Murray en su reparto, pero felizmente me equivoqué. Este trabajo del director Theodore Melfi es un buen ejemplo de cómo la forma de contar una historia, las interpretaciones y una buena dirección pueden lograr que una historia simple y hasta con varios clichés, se convierta en un producto realmente disfrutable. La trama nos muestra la relación de cuatro personas que por circunstancias de la vida se ven obligadas a interactuar entre ellas. Por un lado tenemos al protagonista máximo sobre el cual gira la historia, Vincent (Bill Murray), un veterano amargado y vicioso que lleva una vida desastrosa, por otro lado tenemos a la dupla vecina compuesta por Maggie (Melissa McCarthy) y Oliver (Jaeden Lieberher), una madre soltera que hace malabares para poder darle a su pequeño hijo una vida normal, y finalmente tenemos a Daka (Naomi Watts), una prostituta embarazada que busca sobrevivir como puede siendo una de sus principales entradas económicas los servicios sexuales que le presta a Vincent. La historia es un relato de redención, de esos que ya hemos visto algunas veces en pantalla, en el que la persona deprimida y golpeada por la vida se topa con los compañeros de camino más impensados que lo animan a poder tener una segunda oportunidad y encontrar la felicidad. Hasta suena clicheroso y la verdad es que cae en algunos lugares comunes de este subgénero, pero Melfi se las arregla para dotar a la película de simpatía, humor, crudeza, frescura y mucha coolness para entregar un combo arrollador. Lo más destacable es la presencia de un Bill Murray ("Groundhog Day", "Perdidos en Tokyo") en su mejor momento interpretativo. Despreciable y querible al mismo tiempo, nos regala un personaje que nos va a hacer repensar la manera en que medimos a la gente que nos rodea, sobretodo a esos que nos suelen caer mal. El resto del reparto acompaña muy bien también, sobre todo Melissa McCarthy que hace una buena actuación cómica-dramática. Hay algunas perlitas realmente espectaculares como ver a Murray bailando borracho y tarareando clásicos como "Somebody to love" de Jefferson Airplane. También hay algunos mensajes divertidos pro amor cristiano, tratados de una manera inteligente y no adoctrinante, lo cual resulta refrescante en el mundo del cine. Lo más negativo tiene que ver con algunos golpes bajos que pusieron en la historia como la enfermedad de uno de los actores de reparto y algunas vueltas de tuerca melosas, pero Melfi finalmente sortea los pozos de lo ordinario y sale airoso con una propuesta divertida que deja el corazón contento. Recomendable.