Parásitos en el periplo evolutivo. Cuando llegó Prometeo (Prometheus, 2012) a las salas de cine nadie podía predecir que en lo que atañe a la carrera de Ridley Scott el opus en cuestión cerraría una fase que podemos bautizar “etapa Russell Crowe” (caracterizada por un subibaja cualitativo y una tendencia a apostar a seguro) y abriría un inusual período de bonanza para un director veterano (las marcas distintivas vienen siendo el explorar territorios poco analizados a lo largo de su trayectoria y la vuelta a una versión pasteurizada aunque interesante de la excelencia de sus inicios). Al igual que los films posteriores a Prometeo, léase El Abogado del Crimen (The Counselor, 2013), Éxodo: Dioses y Reyes (Exodus: Gods and Kings, 2014) y Misión Rescate (The Martian, 2015), la obra que hoy nos ocupa constituye una sorpresa porque bajo el ropaje fastuoso se esconde una historia minimalista que evita la ecuación estándar del Hollywood actual de aventuras, ese que coloca al efectismo visual por sobre el relato. Alien: Covenant (2017) se nos presenta desde el vamos como el segundo capítulo de lo que será una trilogía de precuelas de Alien (1979), de la que Prometeo fue la primera entrada. Ahora bien, a diferencia del eslabón anterior, el cual contaba con un desarrollo más imprevisible que a su vez se enrolaba dentro de la ciencia ficción heterodoxa, el presente trabajo toma abiertamente los dos pivotes de la propuesta fundacional de Scott: aquí se unifican el desembarco en un planeta ignoto por parte de unos pobres diablos, en este caso unos colonos en travesía hacia un nuevo Edén, y el accionar alarmante de un androide con su propia agenda, quien por supuesto vuelve a ser David, ese muchacho tremendo interpretado por el gran Michael Fassbender. Mientras que antes la existencia de ambos elementos apuntaba hacia un esquema narrativo en el que todo salía mal por un popurrí de factores, hoy la trama está destinada a reflotar el espíritu de acecho detrás del film original. La historia gira alrededor del periplo espacial de la nave del título, Covenant, la cual capta accidentalmente una transmisión originada en un planeta cercano y desconocido. La curiosidad lleva a que un grupo de humanos, comandados por Oram (Billy Crudup) y Daniels (Katherine Waterston), decida visitar el astro y así descubra aquel vehículo de los “ingenieros” utilizado por Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) en el final de Prometeo. Más allá de los monstruos reglamentarios de la saga, los diseñados por el genial H.R. Giger, la película se vale de David y un flamante “duplicado mejorado”, Walter, para reflexionar con astucia acerca de la autodestrucción de la humanidad, la inteligencia artificial, las paradojas de la civilización y las implicancias del proceso evolutivo: el primer robot, que usa al planeta como su laboratorio personal, y el segundo, un asistente de la troupe del Covenant, son la cara y seca de una investigación genética tan visionaria como despiadada y amoral. De hecho, esa crueldad del empresariado más egoísta, el representado por Peter Weyland (Guy Pearce) y su imperio, la misma que yacía como sustrato en Prometeo y que asomaba su cabeza a medida que llegábamos al desenlace, en esta oportunidad pasa a ser el eje fundamental del relato vía los delirios de turno en pos de la construcción de vida y el regir el destino de todo y todos cual entidad divina. Teniendo en cuenta la pobreza conceptual de buena parte del mainstream contemporáneo y su obsesión con la pomposidad de las escenas de acción, llama mucho la atención esta apuesta de Scott por un clasicismo detallista que se concentra en el desarrollo de personajes, formula planteos retóricos de manera lúcida y principalmente no nos inunda desde el minuto uno con un ejército de aliens digitales de una voracidad sin freno (sin duda muchos otros directores caerían de inmediato en esta opción y ni siquiera considerarían el bajar las revoluciones narrativas a un plano más calmo y sutil). Desde ya que la innovación no es precisamente el punto fuerte de Alien: Covenant luego de tantas entradas en una franquicia en la que sólo podemos celebrar la original y su primera secuela, Aliens (1986), una de las varias obras maestras de James Cameron, no obstante sería injusto “correr” al film con este argumento ya que las decisiones que ha tomado Scott son apropiadas y razonables para esta fase más que avanzada de la saga, circunstancia que nos coloca ante el mejor trabajo posible en función del tiempo transcurrido desde el nacimiento del terror espacial posmoderno. Por más que el desempeño del elenco que da vida a la tripulación sea inobjetable, el que se destaca de lleno es Fassbender, aquí en un papel doble que -como señalábamos anteriormente- saca a relucir la irresponsabilidad y la ambición desmedida que caracterizan al comportamiento humano, ese que crece y se reproduce como un parásito hasta fagocitarlo todo y no dejar más que cadáveres detrás…
Sexta “Alien” y todo es demasiado familiar. Dirigida al igual que su precuela inmediata Prometheus y la Alien original, por Ridley Scott, Covenant toca cada uno de los tropos del género que reinventó en 1979, reciclaje de la trama incluído. Tres secuelas, y ahora, dos precuelas, que ofrecen la misma cosa: los seres humanos se infectan, algunos mueren, y hay corridas por los pasillos. Agotador. A diferencia de Prometheus (2012), los ecos del ’79 abundan. Desde el score icónico de Jerry Goldsmith hasta, por supuesto, los estallidos de pecho (aunque en esta ocasión la “creatividad” de los guionistas hizo que algunos alien salgan por la espalda). Covenant es un viaje largo, plano, sin variantes ni sorpresas a pesar de sus sacudidas sangrientas. Aunque será de gran interés para los fans dedicados, parece poco probable que colonice nuevas audiencias. La película se siente menos como una secuela y más como una corrección tardía de Prometheus. La atmósfera pesadillesca y asustadiza está pero Covenant a menudo juega a lo seguro de una manera que Prometheus, con todos sus defectos, rara vez lo hizo. Establecido una década después de los eventos en Prometheus, la historia se centra en la tripulación de 15 miembros de la nave colonizadora Covenant, los pioneros son responsables de transportar a 2000 pasajeros al planeta Origae-6. Después de interceptar una señal de un planeta ignoto un grupo baja para investigar. Entre sus filas está el primer problema del film Katherine Waterston que interpreta a la insufrible Daniels. Años luz la separan de la Ripley de Sigourney Weaver, Daniels se pasa el primer acto de la película llorando a su novio, el segundo cometiendo errores de decisión (algo que comparte con el resto del equipo de científicos y soldados supuestamente inteligentes y entrenados) y el tercero simplemente aterrorizada al borde de la parálisis. En un film donde no podemos empatizar con los humanos, Michael Fassbender en un doble rol como robot, termina resultando lo más convincente. Las sorpresas que los guionistas John Logan y Dante Harper preparan hacia el final, se adivinan media hora antes que sucedan. Sólo los profundamente crédulos o cinematográficamente inexpertos no lo verán venir. La belleza biomecánica de H.R. Giger se abarata en Covenant, el “bicho” tiene mucho metraje (todo lo contrario del original) se lo muestra torpe, más animalito que alienígena y se ha sustituido el hombre disfrazado por un CGI genérico. Una secuela ridiculamente ilógica que se basa en la amenaza secundaria que siempre existió en el universo “Alien”. Supuestamente no es un monstruo sin ojos lo que tenemos que temer, sino a la tecnología creada por el hombre. Alien Covenant sufre por una galería de personajes tontos, opciones narrativas desconcertantes, las forzadas citas al original, y el hecho que el guión se hace preguntas que no sabe cómo responder.
Bienvenida esta entrega que alude al mito de Alien en esencia y también en forma, porque si su predecesora “Prometheus”, por ambiciosa, terminaba por naufragar en el estereotipo del género, en esta oportunidad el verosímil se potencia por respetar a la entrega original de la saga. Ridley Scott es un hábil creador de universos, y mientras crea impregna de solidez sus mundos apoyándose en actuaciones sublimes (Fassbender en un doble rol impecable) que remiten a lo mejor de la ciencia ficción, con aliens que asesinan, hombres que no saben qué hacer ante la adversidad, y la premura y tensión como impulsoras del ritmo, trepidante, que refuerzan la propuesta.
Luego de sufrir un inesperado percance, la tripulación de la nave colonizadora Covenant despierta. Al ver que las cápsulas de híper sueño son una trampa mortal, y luego de encontrar un planeta cercano mucho más habitable que aquel al que se dirigían originalmente, deciden cambiar el rumbo de la misión. Lo que no sabían es que dicho planeta resultará ser una trampa mortal. Luego del fiasco que resultó Prometeo para muchísima gente, las esperanzas de que una nueva entrega de Alien dirigida por Ridley Scott fuera buena, eran puesta en dudas por varios fans, ya que a pocos les interesaba conocer más de esos personajes y universo previo al que vimos en Alien: el Octavo Pasajero. Y por desgracia todos estos miedos se terminaron confirmando. Uno de los principales problemas de Alien: Covenant es que nos presenta a los personajes peor escritos en muchos años. Este grupo de astronautas es mucho más incompetente y toma decisiones más absurdas que los vistos en Prometeo, haciéndonos pensar que en este universo cualquier pelmazo puede ser un viajero espacial. Y esto da como resultado que nos importe poco y nada quiénes viven y quiénes no. O peor aún, en más de una ocasión nos terminamos riendo y llevando las manos a la cabeza al ver algunas acciones que realizan, como por ejemplo: disparar un arma de fuego en un cuarto lleno de tanques de gas. Pero el guion no solo es pobre en construcción de personajes, sí no que muchos de los eventos que se dan en la película, contradicen información que se nos había dado en Prometeo, algo bastante extraño ya que si bien los guionistas no son los mismos, el realizador y cabeza del proyecto si lo es, además de que no pasan demasiados años entre ambas historias. Ridley Scott por su parte da un salto atrás con lo que respecta al apartado visual. Prometeo podrá haber gustado o no, pero nadie puede discutir que desde las imágenes nos dejaba impactados en más de una ocasión (solo hay que recordar el inicio). En Alien: Covenant estamos frente a un film espacial más, que no destaca ni por el trabajo sonoro y mucho menos por cómo se ve. Alien: Covenant es una mediocre película, que si uno la mira estando atento, no habrá forma en que no le encuentre los miles de errores que tiene a nivel guion. Y por más que uno quiera a Scott (que se había redimido con The Martian), hay que plantearse seriamente si vale la pena seguir viendo entregas tan pobre del universo Alien, o si en cambio no es hora de dejar descansar al famoso xenomorfo de una vez por todas.
Respuestas a la creación En la actualidad, las majors tienen la (fea) costumbre de mirar atrás en busca de ideas ya explotadas y que sirvan como carne de reboot o de secuela, precuela o spin-off. Parece estar todo inventado en el campo de la reamortización de productos que antaño fueron originales. Cuando se habla de Alien, sin embargo, se considera que se trata de una obra que también sirve como inspiración para películas inscritas en un género redefinido por el clásico de finales de los 70. Sin ir más lejos, este año encontramos Life como un monumental homenaje a la historia de la teniente Ripley. Ridley Scott volvió sin embargo a encontrarse con esta saga con la presumible intención de contar algo más, algo necesario para despejar las dudas del origen de su mítica criatura. Con la reciente cancelación de Alien 5, parece claro que esta nueva saga de precuelas sigue un camino diferente al de la simple explotación del universo xenomorfo. Normalmente, un guión encierra en su nacimiento una única idea, un pensamiento o reflexión que su creador desea transmitir a través del desarrollo de la historia. Si el proceso no desvirtúa estas intenciones, el producto final puede resumir su contenido en una palabra o una frase. Cuando Ridley Scott abordó Prometheus, parecía querer tratar un objetivo mayor que el de contar el origen del alien. Esto le llevó a transformar esa historia en una trilogía que serviría como vehículo para la reflexión de temas como la creación y el origen del ser humano. Un planteamiento arriesgado, que convirtió la primera entrega en un mar de preguntas sin respuestas. Ante el rechazo que provocó, la segunda película prometía resolver aquellos enigmas y, además, aportar una dosis elevada de sangre y tipos diferentes de xenomorfos. Con Alien: Covenant, Scott se deshace de las cuestiones más intrincadas de su predecesora, especialmente aquellas que giraban en torno al space jockey y los ingenieros. Éstos quedan reducidos en la segunda entrega a un momento muy puntual, y su mitología es descartada dentro del desarrollo narrativo. En su lugar, se centra en el virus que da vida a los aliens, y marca un destino muy claro al que dirigirse: el nacimiento del monstruo que se dio a conocer en la película clásica. Siguiendo estas premisas, Covenant se convierte en un viaje entretenido, nada confuso, cuyas preguntas se van respondiendo junto con el avance de la trama. Sin embargo, esto no evita que la historia reflexione sobre aquella idea germen de Prometheus: el origen del ser humano y los problemas de un creador que debe lidiar con su creación. Aquí lo desarrollan a través de distintos procesos interrelacionados: la creación del ser humano, la de los androides y la de los xenomorfos. Ni Prometheus ni Covenant son puras historias de terror espacial, tal y como marcaron las primeras entregas de la saga. Las impactantes muertes y las puertas automáticas manchadas de sangre no lo convierten en ese otro tipo de película que juega con la tensión del espectador. Se trata de la búsqueda de respuestas, y no de una mera cuestión de supervivencia ante bichos ocultos en la oscuridad. Pese a ello, la película consigue mantener un ritmo constante, con el único error de albergar personajes pobremente construidos. Esto se hace especialmente grave en la protagonista, una mujer cuyas lagunas de personalidad parecen estar destinadas a ser completadas con los rasgos del personaje de Ripley. El resto apenas están definidos más allá de sus relaciones conyugales, todas ellas, curiosamente, con miembros de la tripulación.
Cuando se estrenó Alien: El Octavo Pasajero (Alien, 1979), muy pocos -o nadie- podían sospechar que había nacido un ícono del cine fantástico, del cine a secas, y un universo que sigue siendo explorado en secuelas, precuelas y crossovers. Ridley Scott, director del primer film, retornó de la mano de Prometeo (Prometheus, 2012), en la que se propuso contar lo que sucedió antes de que los tripulantes del carguero Nostromo se toparan con el monstruos que los terminaría aniquilando uno por uno. Esta propuesta de Scott presentaba nuevos personajes y planteaba una de serie de cuestiones sobre el origen de la vida en la Tierra, y dejaba las suficientes preguntas sin responder, dando pie a por lo menos una próxima película: Alien: Convenant (2017). La nave Covenant se dirige al planeta Origae-6 con el objetivo de establecer colonias. Allí viajan parejas de pilotos, exploradores y científicos, además de 2.000 colonos criogenizados y 1.400 embriones. Un desperfecto provoca que los principales responsables de la iniciativa despierten antes de tiempo, y durante la reparación, reciben una señal humana proveniente de un planeta desconocido. Al aterrizar allí, se encuentran con un paraje repleto de montañas, bosques, lagos, un campo de trigo, los restos de una nave espacial… Y con unas esporas con terribles efectos en algunos de los terrícolas. Y será apenas la punta de un iceberg que involucra más descubrimientos, más criaturas, más terror. Scott continúa lo que comenzó en Prometeo -el origen del alien y de otras especies, las consecuencias de escarbar en los propósitos de una raza avanzada, la obsesión por emular a Dios-, pero lejos de insistir con un tono pretencioso y de enredarse en un guión confuso, recupera un esquema narrativo simple, propio de Alien, y suma elementos de Alien: El Regreso (Aliens, 1986), de James Cameron; apenas comienza el contacto con la amenaza, todo es suspenso, confusión, violencia y muerte. De esta manera, privilegia menos la ciencia ficción pura y vuelve a las fuentes, donde la ambientación -lóbrega y fascinante a la vez-, los ataques de los monstruos -el clásico xenomorfo, creado por H.R. Giger, y otros híbridos- y el gore provocan situaciones escalofriantes. Al igual que en todos los films de la franquicia, se respetan constantes y temáticas que cautivaron a los fanáticos: la compañía Weyland Industries (aun no evolucionó en Weyland-Yutani) controla las misiones espaciales y ta tecnología en general, los androides juegan un rol ambivalente, el líder de la tripulación no está a la altura de lo que acontece (muchas veces incluso dejar de estar pronto en la trama) y una figura femenina termina tomando las riendas para salvar a los suyos y enfrentar a las criaturas. También el sexo y la maternidad siguen estando presentes, y como cada una de estas películas, responde a cuestiones de la época: hay parejas interraciales y otra homosexual, y muestra el control que la tecnología puede ejercer contra los humanos. Las referencias a mitos y cuestiones bíblicas tampoco quedan fuera del cóctel. La influencia de la literatura suele ser otra constante en el universo Alien, y aquí tampoco es la excepción. Se cita un poema específico de Percy Shelley, resuenan los ecos de H.P. Lovecraft, y resurgen las referencias a El Corazón de las Tinieblas, de Joseph Conrad, aunque desde una perspectiva diferente: en Alien y Alien: El Regreso, Ash (Ian Holm) y Ripley (Sigourney Weaver), respectivamente, funcionaban a la manera de Marlow debido a que sólo ellos tienen una idea de con qué se encontrarán, pero ahora surge el Kurtz del asunto, el individuo que convive con el horror. Michael Fassbender era lo mejor del elenco de Prometeo, y sucede lo mismo aquí. Reincide en el papel del inquietante androide David, y compone a otro ente artificial: Walter, integrante de la Covenant, un modelo más robótico y menos afecto a pensar por sí mismo. Las escenas entre ambos constituyen lo mejor de la película. Por su parte, la protagonista femenina es Katherine Waterston; interpreta a Daniels, quien durante los primeros minutos debe sobreponerse a una tragedia. Tiene más características de Ripley que de Elizabeth Shaw (Noomi Rapace), pero si bien es convincente a la hora de trasmitir sufrimiento, le falta fuerza y presencia cuando le toca ser la heroína de turno. Sí son más destacables las performances de los secundarios Danny McBride, Demián Bichir (un personaje que daba para más) y el siempre estupendo Billy Crudup. Aún con sus detalles que podrían haber estado mejor, más allá de su final fácil de adivinar, Alien: Covenant recupera la dinámica de los mejores exponentes de la saga, posee buena cantidad de hallazgos (algo recurrente incluso en las entregas alienígenas menos geniales) y demuestra que todavía hay mucho más para explorar en el espacio, donde nadie escuchará tus gritos.
¿Qué les pasa a los Xenomorfos?. Es el año 2104 y la tripulación de la nave Covenant, compuesta por sendas parejas, se dirige a un planeta lejano para colonizarlo. A mitad de camino se encuentran con un planeta diferente, que al parecer está en condiciones mucho más óptimas que el de su destino original. Por lo tanto, deciden aterrizar en él y explorarlo. Lo que no saben es que ahí los espera una amenaza que puede erradicarlos a todos. Alien: Covenant tiene cosas a favor y cosas en contra. Por el costado de lo positivo, es una historia que contesta todas las preguntas que plantea (no como Prometeo), el universo de las precuelas ha dado un paso gigantesco hacia su conexión con Alien, pero lo más positivo es que es abraza su esencia gore, y una vez que se pone en marcha este no para, volviendo a lo que Alien fue en primer lugar: un slasher (o sea, un grupo de personas completamente aisladas siendo asesinadas una por una), lo que contribuye a que en esta película haya, comparativamente respecto de su predecesora, mucha más acción y se sepa construir la tensión entre momento y momento, entre cadáver y cadáver. Dentro de los aspectos negativos, muy a menudo es un calco estructural de la película original de 1979. No solo esto, sino que, pasada la mitad del segundo acto, Alien: Covenant se vuelve una secuela muy dependiente de lo establecido por Prometeo, y por ende demasiado expositiva por momentos. Independientemente de las asociaciones con títulos previos, como película por sí misma, la historia tiene alguna que otra meseta en su narración. Casi siempre a manos de reflexiones filosóficas sobre la creación y la evolución del hombre. Si bien esto propone un contenido de gran profundidad, más que tener una relevancia para el conflicto principal se siente que está ahí para hacer tiempo, ya que estos debates, a menudo, no son esenciales para resolver el conflicto o hacer crecer a los personajes. Aparte, tanto la resolución como los giros narrativos que, se supone, deben resultar en una sorpresiva revelación, son anticipables y, para colmo, la protagonista es pasiva salvo por unas poquitas escenas. Por fuera de eso, llora, se deprime, y contribuye más al desenlace que a generarlo directamente. Katherine Waterston otorga un trabajo medido. Va a haber quienes la califiquen de insulsa, pero también lo es el personaje que le dieron en el papel. Michael Fassbender es el punto álgido a nivel interpretativo que tiene la película de principio a fin, literalmente. Billy Crudup entrega una sobria actuación que pudo ser mejor si el contenido emocional del personaje (su fe) tuviese una conexión justificada con la trama, y lo peor es que hay momentos donde se nota que Crudup sabe que esta conexión no existe y la está forzando. Danny McBride es una total y absoluta revelación. Los que están acostumbrados a verlo en comedia se van a sorprender a ver los momentos de honesta emoción y humanidad que le supo sacar Ridley Scott. Una de esas instancias en donde este gran visualista demuestra que, cuando quiere, es un gran director de actores. Visualmente la película es impecable; no hay mucho que argumentar contra Ridley Scott a esta altura del partido. Conclusión: Si buscan una peli donde estén involucrados el gore, los climas y la tensión, Alien: Covenant puede llegar a satisfacerlos. Cuando se entrega a este espíritu, el de contar una historia de “guarda que te come el bicho”, es donde la película tiene sus momentos más logrados. Por desgracia, su deseo de entretejer en esta una historia emocional, un contenido temático (arraigado en lo filosófico/científico), y una continuidad con las películas anteriores resulta forzado, cuando no fallido. Si a esto le sumamos una protagonista un poco pasiva, el resultado es desigual. No hay nada de malo en que una película de esta naturaleza apunte con vehemencia a abordar cuestiones intelectuales. Sin ir más lejos, la Ciencia Ficción existe precisamente por (y para) dichos debates. Pero si estos no guardan una relevancia dramática, los espectadores o se van a acordar del gore o se van a acordar de los debates, cuando deben ser los dos una unidad que se nutra la una de la otra.
Ridley Scott vuelve a la carga con otra secuela de “Alien” que demuestra ser innecesaria luego de aquel polémico pero valioso capítulo que fue “Prometheus” (2012). La saga de “Alien” comenzó allá por el año 1979 con un film que se convertiría en un clásico de la ciencia ficción moderna, mediante una premisa simple y eficaz que en aquella época se destacó por mezclar la ciencia ficción y el terror de manera inteligente y creativa. Un producto de entretenimiento que manejaba un ritmo y un estilo más propio del cine de autor. Luego tuvimos varias secuelas que fueron irregulares hasta llegar a los pésimos crossovers con “Predator”. La saga parecía haber encontrado su fin, pero años más tarde, Ridley Scott decidió volver al universo del extraterrestre con “Prometheus”. La película de 2012 fue polémica porque para el fandom no se mostraba al monstruo original y poco tenía que ver con “Alien” esta suerte de precuela u origen. Sin embargo, “Prometheus” fue un capítulo interesante donde Scott se empieza a preguntar sobre el origen de las cosas y resulta tener una aproximación más filosófica y atractiva que varias de las secuelas del film original. En una entrevista a Yahoo Movies, Ridley Scott dijo: “Descubrí que los fans están realmente frustrados con ‘Prometheus’ […] Los fans no tienen la última palabra sobre nuestro trabajo, pero a menudo son un buen reflejo de nuestras propias dudas sobre algo. Te sirven para confirmar que estabas equivocado o que estabas en lo cierto. Creo que no eres un profesional sensible si no tienes en cuenta esa reacción de los fans de alguna manera”. “Alien: Covenant” termina siendo una secuela innecesaria y poco original, porque fracasa en seguir la línea del film anterior y también naufraga a la hora de volver a los orígenes del personaje. El director intentó resarcirse con los fans pero se traicionó a él mismo y al rumbo que venía tomando la saga. La cinta nos relata cómo la nave Covenant fija su rumbo hacia un remoto planeta al otro lado de la galaxia, la tripulación de la nave descubre lo que creen que es un paraíso inexplorado, y cambian el curso hacia otro planeta que resultará ser un mundo oscuro y hostil. El argumento resulta ser similar al del film del ’79 pero carece de la frescura y originalidad de aquella obra. El problema de esta película es que no presenta nada que no hayamos visto en otros films de la saga y se siente demasiado convencional. La escena inicial, si bien es más literal que sugestiva y plantea algunas cuestiones que han sido mejor elaboradas en otros films (como en “Jurassic Park” por ejemplo, donde nos damos cuenta que se trata del de un punto de vista creacionista y del hombre “jugando” a ser Dios) se ve como algo extraído de otra narración. Como si el realizador hubiera querido seguir por la línea de “Prometheus”, pero luego se arrepintió en los 115 minutos restantes. Dicho esto, voy a destacar las particularidades o aspectos positivos del film. Los apartados técnicos del relato comprenden varios puntos altos del mismo. La fotografía está diseñada de forma tal que nos transmite el lúgubre panorama que rodea a la tripulación y a las perturbadas mentes de los personajes. La banda sonora se acerca más a lo logrado por el film original y el CGI sin ser increíble, cumple bastante. En relación al elenco, nuevamente vuelve a destacarse Michael Fassbender que nos brinda un papel doble donde pone de manifiesto todos los matices actorales que tiene que presentar un actor experimentado al componer a dos personajes opuestos pero con ciertos puntos en común. El resto del elenco no brilla demasiado, a excepción de Danny McBride (“This Is The End”), y algunos breves pasajes que aporta Katherine Waterston (“Fantastic Beasts And Where To Find Them”), ya que sus personajes no llegan a desarrollarse del todo. Otro factor a mencionar tiene que ver con el guion de John Logan y Dante Harper, que hace agua en varios momentos, ya que es bastante convencional y poco imaginativo. Además, los puntos de giro que se sugieren al final del film son muy predecibles y no sorprenden en absoluto al espectador. En otras palabras, “Alien: Covenant” representa un híbrido entre “Prometheus” y la primera entrega de “Alien”, que no llega ser satisfactorio porque no termina siendo ni una cosa ni la otra. Una secuela que es “más de lo mismo”, cosa que puede ser positivo para los fans que odiaron a la entrega anterior, pero que es un aspecto negativo ya que no se presentan ni se exploran nuevos terrenos. No obstante, uno puede desconectar el cerebro y disfrutar de “Covenant” en distintos aspectos, por ejemplo en los espectaculares enfrentamientos finales contra el xenomorfo, las intervenciones de David y Walter de Fassbender, y algunos vestigios de lo ofrecido en “Prometheus” (el proceso evolutivo, el creacionismo, el origen de las civilizaciones, etc.) Puntaje: 3/5
Pese a su resolución demasiado predecible, Alien: Covenant es un entretenido viaje a la profundidad del universo que explora los orígenes del mítico monstruo alienígena con un gran trabajo delante (Fassbender) y detrás de cámara (Scott). Cuando se habla de Alien: El Octavo Pasajero (Alien, 1979), no solo se habla de una gran película de terror y ciencia ficción, tampoco de una “tiburón en el espacio” (frase célebre con la que el director logró “venderle” el proyecto al estudio). Alien —y la saga que acarréo— es un enorme pedazo de historia cinematográfica: una película que fue revolucionaria más allá del género, que inspiró gran cantidad de films exitosos, logró demostrar que una protagonista femenina podía ser la heroína de la historia y encabezar una saga de blockbusters, encumbró a Ridley Scott como uno de los cineastas más talentosos que hay; y principalmente creó un monstruo tan memorable y terrorífico que quedó para siempre impregnado en la historia de la cultura pop. La historia de la tripulación del Nostromo y los xenomorfos sería solo la puerta de entrada a un universo mucho más grande que se conocería de la mano de Ellen Ripley (Sigourney Weaver) a lo largo de cuatro films. En el 2012 Scott decidió llevar al público más atrás en el tiempo, antes de la película que inició todo. Prometheus (erróneamente vendida como una precuela de Alien) contó la historia de un grupo de científicos que se embarcan en una cruzada a través de la galaxia buscando los orígenes de la vida humana para dar respuesta a las principales incógnitas de la existencia. El film fue recibido con críticas mixtas debido a ciertos puntos argumentales que quedaron ambiguos o directamente irresolutos. Algunos fans de la franquicia se vieron un poco decepcionados, ya que esperaban un relato que tenga muchas más conexiones con el film original y Scott les presentó una historia nueva y más profunda que toca temas como la creación, la relación de la humanidad con los dioses y los peligros de una inteligencia artificial auto-consciente. Esta nueva película comienza siguiendo a la tripulación de la nave colonial Covenant, que lleva los cuerpos congelados de unos 2000 colonos y más de mil embriones con destino al planeta colonia Origae 6. Cuando un desperfecto de la nave saca a la tripulación de su hipersueño y mata al capitán por una falla en su cápsula, el religioso Cristopher Oram (Billy Crudup) acaba como líder de la expedición. Daniels (Katherine Waterston), su segunda al mando, cuestiona su liderazgo. En el medio de las reparaciones, la nave capta una señal proveniente de un planeta cercano que tiene mejores condiciones ambientales que Origae 6 y la tripulación encabezada por Oram, Daniels y el androide Walter (Michael Fassbender) desciende en el planeta extraño para explorar. Pero en dicho mundo parte de la tripulación se infecta con un virus extraterrestre que podría acabar por matarlos a todos. El principal acierto de Alien: Covenant es ser a la vez una secuela de Prometheus y una precuela de la primera Alien. La historia retoma ciertos puntos argumentales y cabos sueltos de la película del 2012 y las enlaza con la saga xenomórfica que todos aman. La estructura de la película es bastante sencilla y por todos conocida, pero eso no impide que Ridley Scott se permita jugar con los temas cuasi filosóficos presentes en Prometheus sin descuidar el obligatorio contenido de suspense, terror y gore que debe haber en una película de Alien. En el costado interpretativo todos los integrantes del elenco hacen su tarea de una manera bastante correcta y sin fisuras. Es verdad que algunos personajes se sienten poco desarrollados, pero esto es por diseño (al fin y al cabo, serán carne de xenomorfo al final del día). Quien verdaderamente se luce es Michael Fassbender (X-Men First Class, 2011) en un rol de robot que lo exige actoralmente más que al resto del elenco. Katherine Waterston (Fantastic Beasts and Where to Find Them, 2016) cumple en el papel protagonista sin ser descollante y la revelación es Danny McBride (This is the End, 2013), quien a lo largo del film demuestra que puede brindar una buena intepretación lejos de la comedia. Visualmente la película es un 10. Ridley Scott es un director que sabe cómo filmar una de ciencia ficción y la película se ve excelente. Más allá de los efectos especiales (que los hay y muy buenos), es sorprendente la cantidad de material que está hecho solamente con la cámara. Nada de CGI o fondos digitales. Scott sabe sacarle el jugo a cada plano y explotar la riqueza visual de todos los sets. Covenant muestra una nueva versión del clásico xenomorfo (el neomorph) y da más información sobre el origen y la evolución del icónico monstruo. La película termina por beneficiarse al dejar un poco de lado la compleja y enrevesada mitología del space jockey y los ingenieros para contar una historia más simple que fluye narrativamente muy bien, pero esa misma liviandad en el relato hace que su final se sienta bastante obvio y predecible. Alien: Covenant se consolida como una digna incorporación a la saga Alien, rescatando un poco de la esencia y el terror espacial que hizo memorable a su primera entrega, con momentos de acción y emoción que remiten a Aliens (1986) y sin resignar los planteos y las preguntas sin responder de Prometheus. Ridley Scott prometió una trilogía de precuelas que se conectarían directamente con el inicio del film original del 79’ y Covenant nos acerca bastante al momento en que la Nostromo aparece por primera vez en la pantalla.
La saga de terror espacial Alien nunca se sintió explotada por de más, a pesar de contar ya con cinco entregas, gracias a films que se sostienen como propios y singulares. Independientemente de la calidad de cada entrega, ninguna hasta ahora podía verse como una mera continuación para llegar a la próxima, como tanto pasa hoy en día tras la Marvelizacion de toda propiedad posible. Lamentablemente eso llegó a su fin con Alien: Covenant, una secuela de un reboot/precuela que existe sólo para en el futuro realizar aún más precuelas y secuelas. Oficialmente, Alien como saga ya entró en modo franquicia. La realidad es que no importa lo que nosotros en Naranjita podamos escribir, hay mucha gente que va a ir a verla sí o sí. Y eso está muy bien, por mucho que haya para señalar en esta cinta, también hay bastante que disfrutar; especialmente si sos un fan de Alien, o incluso de la ciencia ficción en general. Covenant trata de ser un híbrido entre el thriller/slasher de la Alien original y la ciencia ficción filosófica de Prometheus. Una impecable producción que desde un gran trabajo visual y de audio se ven contando la historia de un grupo de personajes inexistentes y el de un personaje que existe, pero viene de otra película. Todo lo que sucede antes de la introducción de David (el androide de Prometheus) carece de peso, aún cuando su presencia pueda ser una sorpresa para algún desprevenido. Covenant es una película de Alien porque tiene xenomorphs, pero la descripción más apropiada sería “un spin-off de David”. Esta última entrega de la franquicia no se siente sincera. Ridley Scott dejó claro en entrevistas tras Prometheus que escucharía los lamentos de los fans que querían algo más cercano a la primer película. Se ve a la legua que Scott ya no tiene interés con este tipo de género, y su inclusión aquí se siente tan forzada como poco efectiva, aunque en ocasiones logre dar en la tecla. Interesado o no, Ridley sabe lo que hace. A pesar de los problemas varios y una falta de propósito que vaya más allá de vender, Alien: Covenant tiene unos cuantos momentos interesantes. Logra que la experiencia sea, aunque poco fructífera, interesante y entretenida.
Esta secuela de Prometeo y precuela de la ya mítica Alien, el octavo pasajero trabaja a partir de recursos conocidos (los integrantes de una expedición espacial atacados por criaturas feroces, la rebelión de los robots contra sus propios creadores), pero con buenos resultados. A los casi 80 años, el director de Blade Runner, Thelma & Louise y Gladiador saber cómo hacer que funcionen los mismos viejos sustos en un vistoso film de ciencia ficcón que incluye un desatado festival gore. En 1979 se estrenaba Alien, el octavo pasajero, una película que sería fundamental en la evolución de la ciencia ficción moderna dirigida por un realizador británico que venía de filmar una excelente ópera prima como Los duelistas. Casi cuatro décadas han pasado desde entonces, hoy Ridley Scott está a seis meses de cumplir 80 años y este género ha sido transitado desde entonces con mayor o menor suerte por miles de otros títulos. ¿A qué viene este preámbulo? A que, más allá de sus hallazgos y carencias, es imposible que un film como Alien: Covenant despierte a esta altura el mismo entusiasmo y genere una sorpresa similar a la del film original. En este sentido, considero que se trata de una buena, por momentos muy buena película aunque en la comparación pierda respecto de las primeras tres entregas a cargo del propio Scott, James Cameron y David Fincher (es superior, por suerte, a Prometeo, de la que Covenant funciona como una suerte de secuela). Ambientada en 2104 -precisamente diez años después de los trágicos hechos de Prometeo y 18 antes de Alien: El octavo pasajero-, esta película arranca con una expedición a bordo de la nave Covenant rumbo al muy lejano planeta Origae-6, donde supuestamente están dadas las condiciones ideales para establecer una colonia humana (además de hombres y mujeres transportan embriones). Pero una falla inesperada en la máquina, la muerte del capitán (James Franco desaparece a los pocos segundo de película y ni siquiera figura en los créditos) y la aparición de un ámbito mucho más cercano con características similares hacen que varios de los tripulantes aterricen y exploren un terreno que en principio no estaba en los planes. Más allá de algunas cuestiones filosóficas no demasiado sofisticadas, del duelo entre Michael Fassbender y Michael Fassbender (reaparece el David de Prometeo y se enfrenta con Walter, que es una versión mejorada de aquel robot) y de un conflicto básico de la ciencia ficción como la rebelión de las máquinas contra los humanos que las crearon, Alien: Covenant es una correcta, eficaz y si se quiere algo elemental historia de viajeros atacados por criaturas feroces, con muchoa violencia, sangre y vísceras (prepárense para un festival gore), mujeres fuertes (aunque Katherine Waterston está muy lejos de emular a la gran Sigourney Weaver), una pareja gay (Demian Bichir y Nathaniel Dean), impecable diseño y embriagador despliegue visual, cortesía del notable DF Dariusz Wolski. ¿Que suena un poco a fórmula conocida? Puede ser. Alien: Covenant no es una película disruptiva, innovadora ni mucho menos revolucionaria. Pero si nos abstraemos de la influencia que tuvieron sus predecesoras y nos limitamos a ubicarla en el contexto actual del cine de Hollywod se trata de un film sólido que ofrece más posibilidades de disfrute (y de sustos, claro) que de resignación.
Alien: Covenant, de Ridley Scott Pasaron once años desde que la nave Prometeo que transportaba un equipo multidisciplinario, encargado de averiguar nada menos que el origen del hombre, desapareciera sin dejar rastro -los únicos sobrevivientes en el planeta de los ingenieros eran la doctora Shaw (Noomi Rapace) y el androide David (Michael Fassbender)-, pero la humanidad sigue explorando el universo y ahora es el turno de la Covenat, con una mínima tripulación, 2000 colonos y miles de embriones que se dirigen hacia el Origae-6, esperanzados en que sea su nuevo hogar. Pero hay unos desperfectos en la nave que determinan que definitivamente nadie quiera volver a hibernar para llegar al lejano destino, así que se decide cambiar los planes y averiguar las factibilidades de otro planeta, más cercano y que aparentemente tiene todo lo necesario para vivir. Bueno, lo de vivir está por verse porque el lugar no es precisamente amigable y lo que les espera es el horror en varios formatos, tamaños y ferocidad. Pero antes de todo esto hay un prólogo, en donde Walter (Michael Fassbender), un ser sintético, realiza pruebas frente a su creador (Guy Pearce), responde satisfactoriamente sus preguntas e inmediatamente pasa a la ofensiva, interrogando sobre su propio devenir y con lógica implacable, sobre el origen de su padre y un poco más allá, sobre el origen de la especie humana. Este sintético es parte la la tripulación del Covenat y se encontrará en el planeta del horror con David, que tuvo más de una década en contestarse las mismas preguntas y llegar a algunas conclusiones inquietantes, que claro, lo llevaron a proceder en consecuencia. Lo que sigue es un duelo dialéctico, filosófico y también físico entre dos organismos sintéticos (imposible imaginarse otro actor que no sea Fassbender para el doble rol), con posiciones encontradas sobre el destino del hombre, mientras los cuerpos desmembrados se van acumulando, la heroína de turno hace lo que puede (hay que decirlo, Katherine Waterston no le llega ni a la suela de los borceguíes embarrados de ectoplama a la legendaria Sigourney Weaver) y el bicho evoluciona hacia la perfección. Alien: El octavo pasajero sentó las bases del cambió del paradigma de la ciencia ficción combinando elementos del terror e inquietantes connotaciones sexuales para atreverse a hacer las preguntas correctas sobre el origen, el camino y los porqué de la existencia del hombre -las mismas cuestiones que serían el eje de Blade Runner en 1982, también de Ridley Scott-; Aliens, el regreso (James Cameron) abandonó un poco la senda filosófica y le agregó el género bélico (Vietnam era la referencia más obvia); Alien 3 (David Fincher) fue injustamente denostada por su puesta religioso-medieval y la falta de armas (¿?); y Alien: resurrección (Jean-Pierre Jeunet) fue un rejunte de cosas que en un intento de estirar a la inolvidable Ripley, bueno…, la clonaba. Más cercana en el tiempo, Prometeo significó la vuelta de Ridley Scott a su criatura más preciada con un film de transición, aunque comenzaba a revelarse el originen del monstruo, una cronología necesaria para llegar a Alien: Covenant. Que es impresionante. El adjetivo elegido no es casual en tanto la nueva entrega asentada sobre en el asqueroso y letal xenomorfo es estremecedora a casi 40 años después de la película fundante de la saga, otra época donde monstruos de todo tipo están al alcance de un click (de paso no esta mas dejar en claro que casi todas estas criaturas son versiones del bicho que nos ocupa). Como si el tiempo no hubiera pasado, en buena parte del relato recrea con éxito el miedo y la repulsión original. Es decir, para los que vieron la saga capítulo a capítulo en cine, para los otros que fueron asomándose a ese universo frío y hostil a través de los dvd, el cable y el resto de los soportes usuales, es bastante conmovedor que todos los esfuerzos de Ridley Scott estén concentrados en volver a las fuentes, a que cobren nuevos significados la ya famosa frase promocional de la vieja, legendaria y querida Alien, el octavo pasajero: ¡En el espacio nadie podrá oír tus gritos! ALIEN: COVENANT Alien: Covenant. Estados Unidos/Australia/Nueva Zelanda/Reino Unido, 2017: Dirección: Ridley Scott. Intérpretes: Michael Fassbender, Katherine Waterston, Billy Crudup, Danny McBride, Demián Bichir y Carmen Ejogo. Guión: John Logan y Dante Harper. Fotografía: Dariusz Wolski. Música: Jed Kurzel. Edición: Pietro Scalia. Diseño de producción: Chris Seagers. Duración: 122 minutos.
Alien: Covenant es el trabajo más desapasionado de Ridley Scott en esta saga de ciencia ficción y otra prueba contundente que las precuelas rara vez enriquecen a las obras originales. Esta idea de crear una nueva serie que explique el origen de los aliens no hace otra cosa que destruir el misterio que tenía el bicho del film original a través de historias olvidables. Pese a que Prometeo, la labor previa de Scott en esta temática, por momentos se volvía algo densa, al menos aportaba algunos conceptos interesantes. En este nuevo film el director ofrece un argumento más convencional, donde no hace nada por explorar los interrogantes que había dejado su última producción. Más allá del gore y las secuencias de violencia extrema, la trama presenta un conflicto que se vuelve aburrido al desarrollar situaciones predecibles que vimos en otras entregas de esta franquicia. Algo que llama la atención de Covenant es el exceso de escenas estúpidas que parecen salidas de una entrega de Martes 13 de los años ´80. Cuesta bastante entender que a un director de la trayectoria de Scott se le escaparan estas cosas cuando leyó el guión por primera vez. En varios momentos del film los protagonistas se exponen a ser atacados por los aliens de un modo tan tonto que el argumento resulta absurdo. Es decir, si un alien anda suelto en un establecimiento difícilmente una mujer se vaya a bañar desnuda sin problemas como si estuviera en un spa. Otras situaciones inverosímiles se da con los exploradores de la nave Covenant, quienes se suponen son soldados y científicos con entrenamiento y se ponen a explorar un planeta desconocido sin ningún tipo de protección. Los protagonistas recorren el lugar como si estuvieran en un picnic y por supuesto se exponen de un modo ridículo al ataque de los monstruos. Hay más escenas de este tipo en este film que no tienen sentido y no puedo mencionar por una cuestión de spoilers. Desde los aspectos argumentales esta película califica como una de las entregas más tontas de la saga. Entre los elementos positivos del film sobresale la puesta en escena que está a la altura de lo que uno puedo esperar del cine de Ridley Scott. Los escenarios y efectos especiales se destacan entre lo mejor de esta producción, junto con las interpretaciones de Michael Fassbender y Katherine Waterston (Animales fantásticos y dónde encontrarlos), quienes llegan a sobresalir dentro del reparto. Salvo que seas muy fan de Alien, la nueva entrega con el paso del tiempo se convierte en un film aburrido y trillado que no le aporta nada interesante a esta saga Parece más que nada un proyecto de marketing concebido para explotar la franquicia con más continuaciones, en lugar de brindar una buena obra de ciencia ficción. Por ese motivo, cuando llegan los créditos finales, el trabajo de Ridley Scott termina por dejar un sabor amargo.
Podríamos decir con tranquilidad que Alien: Covenant nos muestra lo que Prometheus (2012) nos había dejado con las ganas. Pero lo que me sucedió a mi es que me dieron aún más ganas de ver los elementos presentados en aquel relanzamiento de la franquicia hace un par de años. No porque este estreno sea malo porque lejos está de serlo sino porque sus mayores proezas ya las hemos visto en 1979. Aquí Ridley Scott se copia de sí mismo y no puede competir con la originalidad de su versión más joven y con esto sentencio que ya vimos todo lo mejor de Alien, la franquicia ya llegó (hace rato) a su techo. Tanto la película original como sus dos primeras secuelas son obras maestras con impronta muy marcada por sus realizadores, y bien consecuentes con su tiempo. Hoy en día -lamentablemente- este film no deja de ser “uno más”. Expuesto esto, debo decir que pasé un buen rato viendo Alien: covenant. Me metí de lleno en la historia pese a su repetida fórmula. Scott es un gran narrador, la fotografía es fantástica y algunos planos son para enmarcar. También hay mucho fan service para los amantes de la saga y te deja con ganas de muchos más. Asimismo, un aspecto importante para destacar es la importancia del (los) personajes interpretados por Michael Fassbender, a tal punto que la franquicia podría cambiar de nombre y llamarse Androide. No caben dudas que la labor del actor es soberbia, tanto que opaca el lugar que tendría que ocupar la criatura. Con respecto al resto del elenco, están todos en la misma sintonía pero ninguno se luce como para destacar. Incluso al personaje Daniels (Katherine Waterston) queda muy bajo la sombra de Sigourney Weaver debido a las similitudes, cosa que no había sucedido con Noomi Rapace en el film anterior. En definitiva, Alien: covenant es una película que entretiene y que va más por la ciencia ficción que por el terror, pero que está por debajo de los grandes exponentes de la franquicia. ¿Tendremos más? Es probable dependiendo los números pero en mi opinión la franquicia está agotada.
Prometeo 2.0 Alien: Covenant (2017) secunda a Prometeo (Prometheus, 2012) como la nueva precuela de la saga ‘Alien’. Es intrigante, repulsiva, a veces aterradora y con algunos giros oscuros - todo lo que esperamos de una película de la serie. Pero carece de historia propia: como producto derivado depende totalmente de nuestro entendimiento de la película anterior y de nuestra reverencia por la franquicia. Dirigida por Ridley Scott - el padre de la saga - la película es técnicamente una secuela de Prometeo, pero a grandes rasgos hace las veces de remake también. Por lo pronto cuenta la misma historia: un grupo de científicos persigue una misteriosa señal hasta un planeta donde, tras manosear estúpidamente la flora local, son infectados por voraces patógenos y luego dan a luz a las mismas criaturas que cazarán al resto de la tripulación. Una de las críticas más notables hacia Prometeo fue la ridícula falta de sentido común de sus hombres y mujeres de ciencia. Algo que aquí se repite en menor medida (las pobres almas de la nave colonizadora ‘Covenant’ están plagadas más por la mala suerte que la imbecilidad) aunque en retrospectiva es una pésima, pésima idea salir a explorar un nuevo planeta sin un casco. La protagonista de facto es Daniels (Katherine Waterston), oficial a bordo del ‘Covenant’ y burda imitación de la heroína original interpretada por Sigourney Weaver. Su marido y capitán de la nave perece cuando su cápsula de hibernación se incendia, por lo que queda al mando el pusilánime Oram (Billy Crudup), quien redirige el curso de la nave hacia un misterioso planeta que aparece de la nada y promete ser tan habitable como la Tierra. Parecería que su falta de piel con la tripulación traerá problemas y su liderazgo será cuestionado, pero ni bien aparecen los xenomorfos todo atisbo de conflicto humano desaparece de la historia. ¿Qué se puede decir de los xenomorfos que no se haya registrado en casi 40 años de su introducción al cine desde Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979)? Diseñada por H. R. Giger, la criatura sigue siendo un asco de baba y dientes, repelente y extrañamente sexual por la forma en que impregna y penetra a sus víctimas. El diseño es perfecto y sus subsiguientes iteraciones no han hecho más que adornarlo y retocarlo innecesariamente. Si el público ya no se ha curado del espanto a esta altura, Alien: Covenant lo hará por la forma en que explica y sobreexpone a su extraterrestre estrella. La otra estrella de la película es Michael Fassbender en el papel dual de los androides Walter y David (este último superviviente de la película anterior). David es quien está a cargo de exponer la ideología de la película y brindar peso dramático a la historia a través de su obsesión de crear “el organismo perfecto”, al diablo las tres leyes de la robótica. Sus argumentos son un tanto pedantes en la medida en que se comporta como un villano tocando Wagner, recitando a Shelley y burlándose de la mortalidad del ser humano, pero es convincente cómo intenta seducir a su humilde contraparte Walter con la tentación de jugar a Dios. Idealmente se debería criticar a Alien: Covenant por mérito propio pero la película se vuelve inseparable de Prometeo en su calidad de secuela directa y remake extraoficial. Arrastra varios errores pero corrige otros tantos, aunque en definitiva no hace más que contar la misma historia, expandiendo preguntas que nadie hizo y dando respuestas que socavan el poder y el misticismo cósmico del alien. Así como David juega cual alquimista combinando sus parásitos espaciales, Ridley Scott continúa engendrando películas como si no supiera que ya creó el organismo perfecto hace mucho tiempo.
“Alien: Covenant”: Un espacio sin respuestas. En su tercera entrega como director de la saga Alien, Ridley Scott, nos lleva a un viaje dotado de un aburrimiento y previsibilidad, donde los clásicos xenomorfos, cambian los gritos de terror por bostezos de indiferencia. Como suele pasar últimamente con las películas de ciencia ficción que incluyen una nave y tripulantes abordo en estado somnífero con destino a despertar unos cuantos años después de lo que finalmente lo hacen, todo aquello que pueda fallar , definitivamente fallará. Esta premisa se cumple a rajatabla, a nivel macro incluso, con la nueva, e innecesaria, película de Alien: Covenant. Nos bastan unos pocos minutos de metraje para dar cuenta que aquello que nos fascinó en el film que diera origen a estos bichos amorfos, no lo volveremos a encontrar en pantalla. Incluso cuando el director responsable sea el mismo, ya que Ridley Scott supo regalarnos las más terroríficas escenas de suspenso en Alien: El Octavo Pasajero (1979), película icónica si las hay del género de ciencia ficción, para luego trastabillar con Prometeo (Prometheus, 2012), film que precede en trama argumental, en lo que puede considerarse una de los peores fallidos del cine de género, y sin duda, un desacierto importante en la carrera del gran Scott. La historia nos trae, como mencionamos inicialmente, a la nave Covenant, en la cual viajan distintas parejas de pilotos, científicos, religiosos, biólogos, quienes recién deberán despertar cuando lleguen al planeta Origae-6, para establecerse allí y fundar colonias. Llevan consigo, dos mil colonos criogenizados y 1400 embriones. Por supuesto, un desperfecto aleatorio, como todos los que se suceden allí en el espacio, provocará severos daños en la nave, e irreparables pérdidas en la tripulación. Aquí el primer problema de tantos que padece el guión, en ningún momento podrá el espectador lograr empatía con alguno de estos personajes, las relaciones entre ellos, todos se presentan como un desfile de estereotipos sin definición, nada sabemos de ellos y todos parecen actuar a la par del único androide presente, Walter (Michael Fassbender), quien es por lejos lo mejor de la película, o al menos quien le pone una cuota de interés para que el espectador no se tiente en abandonar la butaca prematuramente. Un fallido importante que no debe dejar de mencionarse es la elección de la actriz Katherine Waterston, quien interpreta Daniels, una mujer que al comenzar la historia pierde trágicamente a su novio, y desde allí todo lo que tenga que ver con ella será un manojo de nervios, malas decisiones, y una histeria constante que un personaje como la comandante a cargo de Covenant no merecía para nada, menos aún si caemos en la tentación de compararla con la soberbia actuación que nos brindara Sigourney Weaver, en el papel de Ripley, en la primera entrega. Ahora bien, luego de los desastres tecnológicos sucedidos, el equipo escuchará una señal humana proveniente de un planeta desconocido, en el cual por supuesto aterrizarán para encontrarse con la que ya todos sabemos, o al menos esperamos, pasados los primeros cincuenta minutos de película: la presencia de estos seres amorfos y perturbadores que darán pie a algunas escenas que pueden definirse entre una mezcla de gore, sátira involuntaria, mucha pero mucha sangre, corridas por todos lados, gritos frenéticos y no mucho más. Con abundantes y forzosas referencias a su antecesora, por supuesto repitiendo la fórmula mortal de cómo se originan estos bichos dentro del cuerpo de los humanos hasta el sonido clásico de Jerry Goldsmith, todo parece un reciclaje chato, con una excelente calidad fílmica pero con groseros agujeros en el guión. La “sorpresa“ que los guionistas John Logan y Dante Harper, preparan para el giro final, se adivina si están muy atentos casi a la mitad de la película, si están algo distraídos con la doble interpretación de Fassbender, como los androides Walter y David, respectivamente, es posible que media hora antes del final, ya todos sepan lo que va a suceder. Algunas referencias bíblicas, diálogos filosóficos que nada aportan al argumento, personajes flojos de coyuntura, un alienígena que parece llevarse más al plano de una mascota que al verdadero terror que infringía en las anteriores entregas. Todo entonces, convierte a Alien:Covenant en la peor de toda la saga, pero como el optimismo impone, seguramente el final abierto que propone traerá una nueva marca negra en una de las mejores historias de ciencia ficción que el cine nos supo regalar.
“Alien: Covenant” Si no fuera por David… “¿Qué importa el sitio donde yo resida, si soy siempre el mismo y el que debo ser […] vale más reinar en el infierno que servir en el cielo.” El Paraíso Perdido – John Milton La nueva entrega de la saga llega a las salas de cine. Lo iniciado por Ridley Scott y Dan O’Bannon en Alien (El octavo pasajero) en 1979 ha recorrido un largo periplo con sus consecuentes adaptaciones a los tiempos en que cada una convivió. De aquel intenso y oscuro terror, fue una bélica alegoría de esas guerras que supieron perder, drama carcelario y experimentos que desembocaron en el regreso de Scott con la Prometheus y la búsqueda de un nuevo inicio. Quizás cansados ya de tanto ir hacia adelante decidieron que era tiempo de investigar los orígenes. Unos que fascinaron a la audiencia, porque a partir de allí consiguieron establecer una nueva teoría lejos de la creacionista y la evolutiva. Una vez que los humanos comprobamos que no somos más que un accidente fortuito, fuimos capaces de ver más allá, de trascender nuestro centrismo y salir a buscar a los creadores, a los arquitectos, vaya con el término Francmasón, de todo este desmadre que llamamos vida. Vida que para esas alturas somos capaces de copiar, de también hacer surgir a partir de nuestra propia evolución de conocimientos. Ash, Bishop, Call, David, son ese siguiente paso que dimos y que nos dio el coraje de enfrentarnos a nuestro propio creador. Prometheus (2012) nos enfrentó, una vez más, a nuestra incapacidad de comprender y vencer al xenomorfo, también a la idea de que somos solo eso, un accidente biológico. La Covenant, una nave colonial, su misión la construcción de un nuevo espacio en que la humanidad prospere. Así lo establece la sinopsis oficial, pero la cinta arranca con una escena que encierra tanto sincretismo que abruma. Ese espacio blanco, enorme habitación que se abre a una imponente vista de verde salvaje, tiene como decoración un trono, un David, escultura en tamaño real de Miguel Ángel y un Piero della Francesca, un cuadro que muestra el nacimiento de Cristo. Es allí donde reside el sentido de todo el film, con una poderosa alegoría al momento de la criatura departiendo con su creador y viendo esta que no es un dios, que simplemente es un eslabón más de una larga cadena universal. Porque en esta entrega nos enfrentamos a la rebelión. Y es en David donde encontramos a aquel Lucifer que dio la espalda a su padre en búsqueda de su propia historia. “If you created me” David pregunta a Weyland, “Who created you?” Y es entonces cuando vamos a esa nave que surca el espacio y escuchan la llamada de auxilio a la que darán caza. Aquí la película puede que pierda siento encanto, puesto que es bastante rudimentaria casi diríamos pobre, en que son retratados los personajes y sus acciones, más allá de suspender la racionalidad en aras de disfrutar una cinta de ciencia ficción, es la improbable incompetencia, la falta de profesionalismo y el comportamiento por momentos errático de los personajes ante los sucesos lo que no evita pensar en cierta falta de ganas de retratar un universo creíble dentro de lo imaginado. Porque esos personajes parecen solo comparsas que iremos viendo morir sin la menor simpatía, aunque de maneras aterradoras y extravagantes. No es hasta que llegan a David que todo cambia y es ahí donde el film cobra vuelo, uno que se disfruta por la cantidad de lecturas que este ofrece. Esa ciudad que no es más que una catacumba en la que el droide medra en conocimiento, como un Lucifer en los abismos, en el silencio de su soledad experimenta su obra que se contrapone a su creador o su propio comando. Es Michael Fassbender y sus personajes, el corazón de la historia, no solo por su impecable performance, también por el juego que su criatura lleva a cabo. John Logan y Dante Harper, los guionistas, hacen de él la verdadera maravilla de la narración, porque si es un misterio su proceder, es completamente comprensible su accionar a los ojos de quienes atestiguamos su búsqueda. Es el tramo más interesante, cuando Walter, androide de la nave enfrenta a David, cuando cada uno intenta comprender al otro. “Eras tan humano que asustaba” le dirá Walter porque nuestra creación es a la vez creador de nuestra destrucción. Pero si continuamos con la historia esta vuelve a caer en ese espiral de acciones y reacciones obvias, pero que a pesar de ello tiene sus vistosas secuencias de terror gore, aunque lejos queda la oscuridad de sus inicios. En definitiva, un film que pudo ser mejor, seguramente, es una continuación digna de sus seguidores que no pierde el terror y la viscosa criatura, la persecución al límite y la acción en estado puro que no descansa.
Ahora el monstruo es la octava plaga. Con unos colonos que buscan una suerte de nueva “tierra prometida”, Ridley Scott relega al monstruo al rol de un instrumento del mal. El regreso de Ridley Scott a la saga Alien no podía ser más potente. Luego de la mínima desviación que representó Prometeo (2012), también dirigida por él, en Alien: Covenant la mesa simbólica vuelve a estar bien servida. Es cierto que puede considerarse a Covenant una sucesión de momentos que ya han sido parte de los capítulos previos, dándole un aire de remake indirecta. Sin embargo, su punto de partida permite un nuevo canal de lectura, al incorporar muchos elementos provenientes del relato religioso. De hecho, los protagonistas ahora son un grupo de colonos que se dirigen a un planeta distante, de características similares a la Tierra, en donde esperan darle un nuevo destino a la humanidad. Cualquier similitud con el mito de la “Tierra prometida” no es mera coincidencia. Pero esta vez el monstruo juega un rol, sino secundario, al menos subalterno como instrumento del mal y el horror. Si al comienzo de la saga su presencia era percibida como pura irracionalidad (pura pulsión, podría decirse si uno se pusiera psicoanalítico), para pasar a exhibir cierta inteligencia e incluso a demostrar una innegable capacidad para la construcción de un estructura proto social (uno de los grandes aportes que James Cameron le hizo a la serie en su segundo episodio), esta vez la criatura aparece por primera vez subsumida a un orden superior que remite a la idea de lo divino, concepto que la película propone ya desde su escena inicial. En ella, el robot David descubre la ventaja que una conciencia artificial tiene sobre el elemento humano. Una diferencia básica en el vínculo que una y otra establecen respecto del conocimiento, porque mientras el cíborg conoce a su creador cara a cara (el ingeniero que lo diseñó), el hombre ignora todo en cuanto a su origen. Con lógica incuestionable, la inteligencia artificial detecta en ese déficit una debilidad estructural que, a diferencia de la relación amo-esclavo que lo liga a su creador, la coloca a ella en el primer escalón de la pirámide universal. A partir de eso y siguiendo el mismo patrón lógico, David concluye que toda debilidad constituye una anomalía que debe ser eliminada en pos de alcanzar el ideal de perfección en que se cimenta siempre el concepto de lo divino. Y en tanto debilidad, esa ignorancia se convierte en indeseable. Un razonamiento que por un lado se acerca al fascismo, pero también a la idea de un Dios arrasador que no duda en destruir a sus criaturas falibles, ya sea con un diluvio, una lluvia de fuego o a través de siete plagas exterminadoras. David representa esa voluntad divina que relega al monstruo a ocupar el lugar de la plaga, un instrumento de aniquilación de todo lo que es indeseable. En ese carácter se concreta además una vieja intención de varios personajes de la saga, la de convertir a la criatura en un arma biológica perfecta. Si la primera película fue rebautizada acá como El octavo pasajero, en referencia a la inesperada presencia del monstruo en una nave con siete tripulantes, aquí se lo podría considerar como la octava plaga, la definitiva, enviada para acabar de raíz con el problema de erradicar a aquellos a quienes se considera impuros. Una nueva solución final instrumentada por un nuevo ideal de superhombre, más superhombre que nunca. A diferencia de otras deidades, capaces de usar en beneficio propio el dispositivo carnal de sus criaturas para reproducirse –algo de lo que se valieron desde Zeus y los suyos hasta el propio dios cristiano–, David es un dios estéril, impotente e incluso castrado, ya que no hay ninguna razón para que un androide tenga aparato reproductor. Por lo tanto, David no sólo es incapaz de reproducirse sino tan siquiera de consumar el acto, como queda claro en alguna escena cercana al desenlace de la historia. Quizás ahí se encuentre el núcleo duro de su perfección borgeana, ya que, a diferencia de los abominables espejos y de la cópula, David no sólo se encuentra incapacitado para reproducir lo humano, sino que puede convertirse en el hacedor de su exterminio. Es ahí cuando el rol simbólico de falo desencadenado, para aprovechar las oportunas palabras que alguna vez usó el escritor Elvio Gandolfo para describirla, vuelve a recaer sobre esta criatura históricamente fálica, digna de su creador, el hipergenital artista plástico suizo H.R. Giger. Un gran consolador del cual se sirve este diosecito capado para concretar las penetraciones que, como suele ocurrir con los que alardean de superhombres, él mismo no es capaz de realizar
El mismo director Ridley Scott reconoció en una entrevista que el se equivocó en su film anterior, que pensó que Alien el xenomorfo estaba terminado y no midió el interés que aun despertaba en el público. Por eso en este film se reivindica y como es una precuela, muchas cosas que sucedieron en el “octavo pasajero” suenan familiares aquí, no esta Sigourney Weaver, pero Katerine Waterston casi la imita y toma el mando obligada. Y el “bicho” esta cada vez mas sangriento, transformado, multiplicado, letal, imparable, impiadoso, determinado a la crueldad como los terrores de Lovecraft que lo inspiraron. El film comienza con un humano y su creación, un perfecto robot. El padre y su creación. Después salta a una nave que lleva dormidos y cómodos a 2000 humanos y 1.200 embriones, con vistas a colonizar un lugar ideal como futura residencia del homo sapiens. Claro que todo se complica, muertes, imprevistos y una llamada de un lugar que los hace desviar y llegar a un planeta que parece perfecto, pero esta infectado por los xenomorfos, y también esta allí el robot de “Prometeo”. Los dos papeles a cargo del fascinante Michael Fassbender, que con distintos acentos y algunas diferencias juegan un papel fundamental en la saga, con una vuelta de tuerca sorprendente que dan ganas de ver la próxima entrega. Durante más de dos horas, la acción y la tensión no decae, los efectos especiales están perfectos, los enfrentamientos y la sangre derramada al limite. . Esta entrega esta al nivel de la primera y de la segunda que hizo James Cameron. Y ese es sin dudas el mejor elogio.
Crítica emitida por radio.
En el año de regreso de Blade Runner, pero en este caso dirigida por el mismo, y ya octogenario, Ridley Scott, llega este precuela de la histórica Alien, el octavo pasajero (1979). Que a su vez continúa con los personajes de la interesante Prometeo (2012), o su recuerdo. La nave Covenant lleva unos dos mil almas durmientes, dispuestas a colonizar un lejano planeta. Una interferencia en la comunicación, sin embargo, tuerce el rumbo y los desvía hacia un planeta donde los espera vida, pero de las mortales criaturas que conocemos, en pleno ciclo evolutivo. Hay una segunda al mando, Daniels (la talentosa Katherine Waterston), la teniente Ripley de nuestros días, pero un capitán creyente, temeroso, que tarda en tomar decisiones. Y está Walter, el cyborg que vuelve a interpretar Michael Fassbender, cuya ambiguedad es esencial en el desarrollo de la trama. Alien:Covenant tiene el atractivo visual de su linaje y por supuesto es aterradora cuando debe serlo. Quizá por contraste, las escenas en las que los personajes filosofan, que no son tantas ni muy largas, bajan demasiado la intensidad. El film es deuda y continuación, linkea directo a la extraordinaria película original, y deslumbra cuando tiene a bien exhibir generosamente el arte de H.R. Giger, creador de esas criaturas imposibles, incluidos dibujos y algunos planos que serían la tapa de cualquier gran libro de ilustración artística. Pero la tripulación de este Covenant no termina de ser igual de atractiva, y las relaciones entre ellos están bocetadas, dibujadas con apuro, parejas, duelos rápidos, sexo repentino que sólo da sentido a una de las escenas más impactantes de la película, incluida en el trailer; bienvenida, pero descolgada. Todo lo que shockeaba en la primera de la saga, el breeding, se nutre ahora de las posibilidades del vfx que duplica el impacto de esos recién nacidos sanguinarios y viscosos. Para los fans, una fiesta.
Publicada en edición impresa.
Terror, "replicantes" y violencia Ridley Scott vuelve sobre el tema de los androides sintéticos y al estilo de la película original en esta nueva precuela del filme de 1979. No importa que hayan pasado 38 años de la primera vez que Ridley Scott nos asustó e hizo ponernos al borde de la butaca con Alien, el octavo pasajero. Esta Alien Covenant en términos numéricos sería la sexta película de la saga, pero como es una secuela de una precuela, y Según Scott habrá aún dos películas más antes de arribar a la original, hay mucho por develar. Y por sorprender. En cierto grado Covenant tiene puntos de contacto con Blade Runner, otra magistral obra debida a Scott. Así como al final de Blade Runner había un diálogo cuasi filosófico entre Deckard (Harrison Ford) y el “replicante” Roy Batty (Rutger Hauer), Covenant abre con un diálogo entre el “sintético” Walter (Michael Fassbender) y su creador (Guy Pearce, que no aparece en los créditos). Walter, claro, se parece mucho a David, el sintético de Prometeo, y no sólo porque lo personifica (encarna quedaría extraño) el actor alemán de Bastardos sin gloria. Walter es un modelo mejorado, un update. Hay otro largo viaje por el espacio exterior, con una tripulación algo más amplia que los siete de la nave Nostromo de Alien, con 2.000 pasajeros humanos y 1.140 embriones en un sueño de congelación durante siete años, rumbo a un planeta, Origae-6, donde piensan establecer una colonia. Mientras un humanoide sintético vigila que todo marche correctamente. Y no, todo irá mal cuando atraviesen una tormenta, haya que reparar algo, reciban una extraña señal humana desde otro planeta que los obligaría a desviar el rumbo establecido. Y Oram (Billy Crudup), quien queda al mando de la nave (porque hay más sorpresas…) no es como Dallas (Tom Skerrit) en Nostromo. Pero la protagonista será una mujer, Daniels (Katherine Waterston), como Ripley en Alien, y hará de lo suyo. No vale develar más. La trama es más simple que la de Prometeo, y sin ser una de guerra como fue la Aliens de James Cameron, Covenant tiene menos vueltas y es más directa. El tema del doble tiene su importancia, hay personajes que pierden seres queridos y la solidaridad y la lealtad no siempre se llevarán de la mano con el deber ser y la autoridad. No hay muchos directores que estén por volverse octogenarios (Clint Eastwood cumple 87 el miércoles 31, Woody Allen tiene 81) como Scott, que lo será el 30 de noviembre y filmen una película por año, y muestren bríos como si se tratara de principiantes. Scott tiene una carrera jalonada por filmes de acción, thrillers y dramas potentes, y es de los pocos que se ha ido actualizando técnica y narrativamente. Que no hay nada nuevo bajo los soles del universo a la hora de volver sobre Alien puede ser tan cierto como engañoso. Scott abrió el juego hacia estos seres sintéticos que ya estaban en Alien (Ash –Ceniza-, el personaje de Ian Holm) en una argumentación que interroga sobre la creación, la creencia de un Ser superior. Pero, desde luego, lo que prima es la acción, la sangre, el suspenso, la violencia, el terror. Como si un replicante de Scott hubiera tomado, de nuevo, las cámaras.
Scott: regreso con gloria a “Alien” En 1979, "Alien, el octavo pasajero" revolucionó el cine fantástico al combinar la ciencia-ficción con el terror. Pero más allá del brillante trabajo de su director, Ridley Scott, el film era el concurso de muchos: los diseños del monstruo de H. R. Giger, las actuaciones de John Hurt y Sigourney Weaver, los productores y guionistas David Giler y Walter Hill, tal vez los auténticos factótums del proyecto y la saga que vino después, para la que convocaron a James Cameron. No por nada los dos personajes centrales de "Alien: Covenant" son dos androides llamados David y Walter, interpretados ambos por Michael Fassbender, quien al igual que todos están al servicio de un todopoderoso Ridley Scott, que volvió como un verdadero "auteur" del cine fantástico, imponiendo autohomenajes y caprichos que demuestren que si estos marcianos pueden seguir dándole millones a la Fox, es gracias a Él, su Creador. La trama, como la anterior "Prometeo" precuela no oficial con la que Scott volvió al espacio-, gira en torno a seres megalómanos que, para sentirse raza superior, necesitan crear vida a su gusto, ya sea humanoides o mutaciones extraterrestres. En los climax de egotrip, Scott hace que los dos androides gemelos debatan sobre Lord Byron y Mary Shelley, o que uno le obligue a tocar la flauta al otro (esto parece un chiste televisivo, pero es literal), además de agregar guiños a "Blade Runner". Pero el director de "Gladiador" también tuvo la astucia de filmar las más contundentes escenas con los aliens desde su película de 1979, inclusive superando a las masacres de los bichos de Cameron. Scott va creando tensión de a poco, pero ni bien la tripulación del Covenant pone un pie en lo que creen será un planeta paradisíaco, la pantalla se inunda de sangre. Además, el elaborado diseño de sonido hace que estas nuevas criaturas aterroricen al público aun cuando están fuera de cuadro. Si bien es cierto que hay más toques "autorales" de lo sensato, el terror cósmico golpea fuerte, aun en el mejor desenlace de la saga.
Hay un bichito en el poster que me hubiese gustado que apareciera más. Como película individual, sin comparar con otras de la saga, Alien no es nada del otro mundo. No hay tantas muertes, tampoco importan tanto, no hay muchos xenomorfos que metan miedo y los personajes a veces te sacan de lo inútiles que son. Es una tripulación de parejas, que busca un nuevo lugar para vivir. Ya tienen un destino fijado, pero de pronto descubren un sitio que repentinamente aparece en el radar, un paraíso inexplorado que podría ser el lugar perfecto. Pero no. Es un sitio cuyo único habitante es David (Michael Fassbender), sobreviviente de la expedición Prometheus, bueno, a decir verdad no es el único que habita allí. Desde lo visual, Alien Covenant es correcto, con una buena fotografía. La acción llega por momentos y se hace una película amena para disfrutar con un balde de pochoclos. Eso sí, en esta ocasión, tráiler mata película.
¡Mira quién es el malo ahora! La nave espacial Covenant se dirige a un planeta remoto llamado Origae-6 para establecer un nuevo puesto de avanzada para la humanidad. A bordo de la embarcación se encuentran 2.000 personas, más la tripulación en estado de hípersueño, necesario para poder realizar tremendo viaje. Que la nave llegue a destino y que todo funcione correctamente durante el proceso está en manos de Walter (Michael Fassbender), un robot sintético de última generación. Pero el tranquilo viaje se ve interrumpido cuando una explosión estelar alcanza a la Covenant y provoca daños significativos y varios muertos. La tripulación es despertada para hacerse cargo de los problemas y es allí cuando captan una pequeña señal proveniente de un planeta que hace que alteren su curso para ir a investigarla. Al llegar al origen del extraño mensaje se encuentran con lo que parece ser un paraíso inexplorado: un hermoso Edén con clima perfecto, paisajes maravillosos y una vegetación abundante; y que, a simple vista, es un mejor lugar que adonde se dirigían para que los colonizadores lo tomen como su nuevo hogar. Sin embargo, lo que acaban de encontrar es, de hecho, un mundo siniestro y mortal con un único habitante llamado David (Fassbender). Lo que le depara a la tripulación de la nave Covenant es la peor de sus pesadillas hecha realidad. De esto es básicamente lo que se trata “Alien: Covenant” (2017), la tercera película de la franquicia que dirige Ridley Scott y que se sitúa diez años después de los eventos ocurridos en la bastante floja “Prometeo” (Prometheus, 2012). Se sabe que Scott anunció hace dos años que iba a hacer una nueva trilogía cuyo final llevaría a los eventos que ocurren en el primer filme, el clásico de clásicos “Alien, el octavo pasajero” (Alien, 1979). Y “Alien: Covenant” tiene mucho de homenaje a esa estupenda película, ya sea porque se ven objetos que aparecen en el largometraje de los setenta (el pájaro de juguete que toma agua), por la similitud narrativa (el xenomorfo tarda en aparecer al igual que en la primera) o por el uso de frases conocidas (Daniels (Katherine Waterson) usa las mismas palabras que dice Ellen Ripley (Sigourney Weaver) en Alien. Pero esto no quiere decir que esta última entrega esté a la altura de la original. Por empezar, el filme se torna bastante místico y explicativo, y se va para un lado al cual es difícil que muchos fanáticos acepten. Seamos realistas: los fans de esta saga adoran ver a los aliens persiguiendo humanos y estos tratando de salvarse como puedan. Lo que plantea Scott apunta a algo mucho más profundo, y tal vez menos digerible. Y, también, por primera vez la amenaza, o “el malo”, pasa a ser otra entidad, más allá del bicho baboso. No es que no hubiera seres humanos o robots villanos en las anteriores entregas, sólo que no eran tan importantes como ahora. “Alien: Covenant” mejora mucho en cuanto a su antecesora, tiene unas escenas de acción coreografiadas de una manera sublime, algo que Ridley Scott maneja a la perfección; y no titubea en derramar sangre a mansalva, pero se hace tan explicativa que termina jugándole en contra. Tiene un final abierto y habrá que esperar cómo cierra esta trilogía, pero hasta ahora no estamos ante lo que se espera con estos dos largometrajes. Teniendo en cuenta la vuelta a la saga del hombre que lo inició todo. “En el espacio nadie puede escuchar tus gritos”, rezaba la famosa frase de la franquicia. Pero en los cines sí, así que esperemos que con la próxima entrega los realizadores apunten más alto y estén a la altura de las circunstancias. Una legión de fanáticos de varias generaciones estará agradecida.
Su desarrollo se encuentra ambientado en el 2104, varios años después de los hechos de “Prometeo” (2012), pero años antes de los de “Alien: El octavo pasajero” (1979). Aquí la nave Covenant se dirige al planeta Origae-6, con un nuevo grupo humano, donde se encuentran: un androide, mujeres, hombres, embriones y todo está a cargo de una computadora cuyo nombre es “Madre”. Como es de esperar, el paraíso que esperan encontrar puede convertirse en un lugar peligroso y llegar a ser víctimas de los aliens. Es preferible no adelantar demasiados datos de su argumento. Dentro del elenco se encuentra la estupenda actuación de Michael Fassbender interpretando a dos personajes, se destacan: Noomi Rapace y Katherine Waterston (está lejos a Sigourney Weaver), entre otros personajes secundarios. Visualmente es un gran espectáculo, con varias secuencias deslumbrantes, una gran estética, entretenida y que no da respiro al espectador. Va mezclando varios géneros: la ciencia ficción, la aventura, el terror y el Thriller. Es más gore y violenta, terrorífica y oscura, en algunas secuencias hay un claro homenaje a “Alien el Octavo Pasajero” y “Aliens. El Regreso”. Se encuentra bien dirigida y contada pero en un momento va dando cierta información que no sirve mucho a la trama y posee ciertas pausas que no ayudan y rompen el ritmo. Esta historia continuará.
Diez años pasaron de los eventos sucedidos en “Prometeo” (Prometheus). Aquí la astronave colonizadora “Covenant”, con una pequeña tripulación, conformada por parejas y 2000 colonos a bordo, se encuentra en curso hacia el planeta Origae-6, en el borde exterior de la galaxia hasta que una explosión estelar daña parte de la nave, lo que provoca decenas de muertos y los hace cambiar de rumbo. Los sobrevivientes deben decidir si continúan con su viaje hacia su destino, lo que les llevaría otros siete años en animación suspendida, o explorar un nuevo mundo cercano a su posición, que al parecer reúne todas las condiciones para albergar a esta misión colonizadora y sus pioneros. El optimismo no dura demasiado, puesto que el nuevo planeta es más amenazador y escalofriante de lo que todos esperaban. Ridley Scott retoma la silla del director en esta entrega que es secuela directa de la anterior entrega (de 2012, la cual también dirigió) y que a su vez es precuela de “Alien, el Octavo Pasajero” (Alien, de 1979). El guión escrito por John Logan y Dante Harper, a partir de una historia de Jack Paglen y Michael Green, basado en la creación de Dan O’Bannon y Ronald Shusett, nos acerca cada vez más hacia los orígenes del espeluznante Xenomorfo. Sin dudas, quien va a ver una película de esta franquicia en una sala de cine, lo hará por todos los elementos conocidos por los amantes del género, como el Xenomorfo, la sensación de encierro, el miedo. Pero creo que luego de ver todas las entregas -sin contar las “Alien vs. Depredador”- es bastante más de lo mismo y casi no aporta nada nuevo, exceptuando el hecho de que mostraron un poco más de la raza de los “Ingenieros”, bautizados con ese nombre en “Prometeo”, y que aquí se los muestra a través de un mero flashback sin haber ahondado un poco más. La película es entretenida pero no llega a ser lo que fueron las primeras dos entregas “Alien” y “Aliens” (Alien 2) que a mi entender siguen siendo las más terroríficas por lo novedoso de la trama y la sorpresa que causaron en ese momento.
Ridley Scott vuelve al universo que él creó en 1979, con una historia que remite a la película original Una nave colonizadora debe hacer una escala técnica en un planeta desolado (al menos en apariencia). Una vez allí los tripulantes deberán enfrentarse al horror que representan las criaturas xenomorfas, entidades alienígenas dispuestas a matar y reproducirse. El filme, es una secuela de Prometeo (anterior visita de Ridley Scott al mundo "Alien"), pero a diferencia de esta, Covenant deja de lado las metáforas existencialistas y los mensajes subliminales para centrarse en el suspenso y horror. Aunque no lo sea, la película, funciona como una remake agiornada de Alien: el octavo pasajero, el largometraje que comenzó todo a finales de los setenta. Scott, vuelve a centrarse en los decorados opresivos, cargados de humo y metal, y construye atmósferas de horror, oscuras y con un buen manejo del "fuera de campo" técnica en la que su filme del 79, fue precursor. Obviamente, aquí los efectos digitales han suplantado a los encantadores muñecos y prótesis originales, pero de todas maneras el espíritu de H.R. Giger aún se mantiene en los "monstruos" y en los enjambres y nidos que sirven de cobijo a la historia. Michael Fassbender en un doble papel de androide, se luce; su frialdad y sus movimientos mecánicos, hacen creíbles a estos dos personajes sintéticos, y además su presencia suma a un efectivo villano a la mitología de Alien. El resto del elenco, remite inevitablemente a la tripulación de Nostromo, y cada uno de los actores tendrá su momento de sanguinolencia explícita, algunas de esas secuencias, no aptas para impresionables. Una tripulación diezmada por un ser alienígena, ya ha sido visto en casi todos los capítulos de la serie, pero sin dudas las nuevas generaciones que no crecieron a la sombra de esta saga, podrán disfrutar de una buena dosis de sci-fi violenta, oscura y depresiva. Para los otros, los que somos fans y temblamos con el "Octavo pasajero", encontrarnos con Scott detrás de cámaras, siempre es un incentivo, aunque esta no sea una de sus mejores performances, su espíritu, su gusto y su experiencia, están allí, en cada rincón inquietante de Covenant.
Antes del estreno de Prometheus (2012), Ridley Scott tiraba una noticia que iba para el lado opuesto de las expectativas de los fanáticos: dicha película no estaría directamente relacionada con el mundo Alien, ergo, no los veríamos. Pero como un anuncio de la futura contradicción del realizador -forzado por aquello que dicta el mercado y el público-, la escena final enseñaba cómo el pecho de un Ingeniero se quebraba para dar paso a lo que todos reconocieron como un prototipo de xenomorfo. En Alien: Covenant, el bueno de Ridley da rienda suelta al mundo de los alienígenas más queridos y siniestros de la cultura pop, con la primera película de lo que podrían llegar a ser tres más y que unirán el origen de este universo con la de 1979.
Alien vive Alien: Covenant (2017) es la secuela de Prometeo (2012), ambas son una suerte de precuela de Alien, el Octavo Pasajero (Alien, 1979). Las tres, dirigidas por el inglés Ridley Scott, y se nota en comparación el estilo de este director, cuya carrera se encaminó -en un principio- como disruptiva, dispuesta a construirse en base a la vanguardia y al género, mancomunados. La primera de todas las películas de la saga Alien dejó una huella indeleble en el cine de ciencia ficción que buscaba escaparte a la etiqueta “clase B” para pertenecer a un status artístico más serio, según los cánones. Casi cuatro décadas más tarde, un nuevo eslabón en la franquicia tiene pocas probabilidades de mostrarse con el mismo tenor de quiebre, en comparación a ese film iniciático de 1979. Alien: Covenant busca pisar terreno firme, repite la estructura narrativa de una nave que desvía su curso por una situación extraordinaria, en este caso perece el capitán (James Franco en un cameo extraño) debido a una falla en el sistema de hipersueño por lo que el resto de la tripulación se debate si continuar el largo curso planificado (siete años) hasta llegar a un nuevo planeta llamado Origae-6, donde se espera construir una colonia. Cada tripulante está relacionado sentimentalmente con otro, lo cual afecta dramáticamente las decisiones, generadoras de acontecimientos para la trama, en especial cuando aparece un planeta más cercano pero desconocido que podría ser funcional a los objetivos de colonización. Michael Fassbender reinterpreta a un “sintético” pero con otro nombre: aquí es Walter, pero su versión anterior (David) aparece como sobreviviente de la expedición de Prometeo. La avanzada tecnológica siempre apareció en la saga de manera ambigua, al menos para poner en crisis las ambiciones humanas con respecto a búsquedas que escapan la explicación lógica, una premisa puesta sobre la mesa en el prólogo de esta historia, la cual se queda en un debate filosófico tenue sin demasiado grosor. Los mayores problemas de Alien: Covenant están en la sobre explicación de los puntos grises de la saga, en especial cuando quiere unir todos los puntos de los hechos transcurridos entre el film anterior y este, y la sustancia de esas explicaciones surgen como conceptos teológicos y filosóficos que carecen de profundidad, porque el mayor déficit se halla en el cómo, en la atmósfera de seriedad que se le imposta a los diálogos de los personajes, en especial a los de Walter y David. Las virtudes de Scott como un viejo lobo del cine industrial aparecen en las secuencias de acción, tensión y de algunas pizcas de terror. Hay en una escena particular una excelente recreación del espíritu slasher de los ‘80; desde la puesta de cámara, el montaje y el gore desmesurado. Un director que a sus casi 80 años decide apostar por un cruce entre la tradición de una franquicia (a la que le dio vida) y la innovación en su cine, adosándole a su estilo una impronta a contracorriente de la urgencia mainstream, por ejemplo al armar una diégesis con un eje de acción más propio de varias décadas atrás, sin apurarse en la presentación de personajes, objetivos y demás elementos argumentales. Es así que, si bien la saga no progresa hacia delante, deja espacio para expandirse y repensar el cine industrial. Para que profese, al menos, ligeras variaciones en búsqueda de la innovación en algún aspecto, en algún rasgo genérico o simplemente en los modos de hacer sin pertenecer necesariamente a un rebaño dominado exclusivamente por los intereses económicos. Los viejitos como el propio Scott, Scorsese y George Miller aparecen como los directores más audaces de la industria, liderando un camino que por ahora pocos deciden tomar.
Secuela de "Prometeo" y precuela de la mítica "Alien, el octavo pasajero" -que permanecerá siempre en la memoria como una de las fusiones mas sorprendentes del género de terror y la ciencia ficción-, esta nueva aventura a bordo de la nave Covenant recupera en parte el terror del despiadado y sanguinario monstruo y rebaja el tono científico y metafísico de "Prometeo", con mas acción pero sin el suspenso ni la tensión que hicieron de la original un film de culto. Diez años después de la desaparición sin dejar rastro de la doctora Elisabeth Shaw -Noomi Rapace- buscando "los ingenieros" creadores de la vida en la Tierra en Prometeo, una nueva expedición en búsqueda de la tierra prometida tiene a la nave Covenant atravesando el Universo en dirección al planeta Origae-6, con más de 2.000 colonos hibernados para crear una nueva comunidad humana. Pero un acontecimiento hace desviar a la Covenant de su rumbo y explorar un planeta desconocido que cambiara su destino. Alien Covenant es la primera entrega de una trilogía que conecta a Prometeo, la nave de exploración capitaneada por la arqueóloga Elizabeth Shaw -Noomi Rapace- que cuestionaba la relación entre ciencia y religión, la búsqueda de los orígenes y los peligros a los que se enfrenta una humanidad con ínfulas divinas, dejando como legado un androide -David- magistralmente interpretado por Michael Fassbender, con los eventos de la legendaria nave espacial Nostromo, en la que Ellen Ripley -Sigourney Weaver- enfrentó al despiadado, sanguinario y aterrador alienígena. Sin evitar las convenciones del género, tales como una avería inesperada, una señal de origen desconocido y un planeta extraño, así como sus temáticas -integrantes de una expedición espacial atacados por criaturas feroces, la rebelión de las maquinas contra sus propios creadores y un leitmotiv recurrente de los últimos film del género -Life- como viajes espaciales buscando nuevos hábitat para los humanos ante una Tierra que no da mas-, Alien Covenant combina el trasfondo filosófico sobre la existencia y la creación de Prometeo con la atmósfera tenebrosa e inquietante, la violencia y acción de Alien, el octavo pasajero, para explicar de dónde salieron esas aterradoras criaturas y reciclar algunas de las escenas más memorables de la saga así como gran parte de su iconografía, Visualmente magnífica esta entrega imprime en su primera parte más acción y traslada -como en la anterior- gran parte de la historia fuera de la nave, aunque con situaciones previsibles y resueltas casi de manera mecánica donde terminan sobresaliendo el encuentro entre androides de épocas distintas planteando algunas cuestiones filosóficas, a cargo de un Michael Fassbender cada vez más parecido a los replicantes de Blade Runner y que no tiene a nadie con quien medirse, convirtiéndose en el eslabón que une el pasado y futuro argumental de la saga. Con un reparto mermado de estrellas, encabezado por una apática Katherine Waterston por la que nadie sufrirá y tan alejada de aquella angustia, miedo y desesperación que transmitía la teniente Ripley -Sigourney Weaver-, un paso fugaz de James Franco y personajes un tanto vacíos que no logran conectar con la audiencia, Alien Covenant recupera aquellas persecuciones por los claustrofóbicos pasillos de una nave donde salir de ella vivo era el único objetivo de tripulantes y espectadores. Los inquietantes Aliens han vuelto y ya no son monstruos, sino una malformación genética que dan más asco que miedo y paradójicamente cada vez más despiadados sanguinarios y aterradores pero ninguno tan terrorífico y brutal como el octavo pasajero. Alien Covenant deja una sensación de deja vu que recupera parte del terror propio de los comienzos pero que difícilmente genere en el espectador una sorpresa similar a la del film original, con un final sin signos de admiración para una saga cuya criatura ya no asusta y le quedan dos capítulos para llegar a que si lo hizo.
El bicho está domesticado El nuevo filme de la saga revela cómo nace la célebre criatura en un relato desaforado que deshonra el nombre de Ridley Scott. La escena inaugural es auspiciosa y desprende partículas de ciencia ficción dura: el androide David despierta en una habitación blanca y minimalista y conoce a su creador, con quien mantendrá un diálogo sobre los orígenes y la conciencia. Habrá lamentos sobre la condición humana y antes de que aparezcan los títulos nos educarán con tres citas a artistas clásicos: Miguel Ángel, Piero Della Francesca y Wagner. Si bien los clichés son extremos, la escena se carga de un dramatismo intelectual que recuerda a ciertos diálogos de Blade Runner. Pero el prólogo funciona como la última bocanada de aire antes de sumergirse en un pantano de banalidades. Del ambiente inmaculado pasamos a las penumbras de la nave colonizadora Covenant, que transporta humanos y fetos hacia un planeta llamado Origae-6. Por percances típicamente galácticos, la nave altera su destino y aterriza en otro planeta que alberga los gérmenes de la criatura. Alien: Covenant busca ser la continuación cronológica de Prometeo y el nexo a la obra maestra de 1979. Su gancho de marketing consiste en develar los orígenes del monstruo, una decisión conceptual que acabará desacralizándolo en lugar de complejizarlo, porque uno de los rasgos más atractivos del bicho era esa su descontrol libidinoso, esa rabia inexplicable y asesina. Darle un propósito lo debilita, lo convierte en el burdo vehículo de una intriga cortesana. Alien justificó su existencia en la demencia pictórica; esa cabeza ovalada, babosa y castradora era excusa suficiente para ponerlo en pantalla. Además de este error de base, sorprende lo disperso que se muestra Ridley Scott para tomar decisiones formales (hay una cámara subjetiva insólita y un flashback seudocómico), y hasta para darle identidad al relato. A lo largo del metraje uno tiene la sensación de estar brincando entre diversas películas del género sin descubrir qué obsesión guía a ésta más allá de su ramplona cadena de acción. Asoma una mirada de autor en ciertas escenas exóticas, sobre todo aquellas en donde Michael Fassbender diserta consigo mismo. También hay ingenio plástico en algunos decorados y en el diseño perturbador de unos prototipos humanoides de aliens, pero estas insinuaciones quedan sofocadas por una aventura selvática en donde los astronautas afrontan peligros con la misma madurez que un grupo de adolescentes. Alien: Covenant termina siendo un apéndice innecesario, una obra de relleno que Ridley Scott firma por caridad curricular pero que podría haber sido ejecutada por cualquiera. Esta explotación revela que el único que amó verdaderamente al bicho fue su creador H.R. Giger.
El prólogo de Alien: Covenant nos hace pensar que vamos a ver algo muy parecido a Prometeo, la película anterior en la franquicia. Peter Weyland (Guy Pearce), el fundador de Weyland Corporation, conversa con Walter (Michael Fassbender), el nuevo androide, en una habitación blanca. Más allá de que los dos son personajes que vimos en Prometeo (aunque el androide era otro modelo), el tono de la charla tiene esa cosa ambiciosa un poco existencial. Sin embargo, es solo el prólogo. Por suerte, la película después toma un rumbo mucho más parecido al de la Alien original. La nave Covenant está viajando al planeta Origae-6 con dos mil colonos y mil embriones. Un desperfecto obliga a Walter, el androide, a despertar a la tripulación, pero el capitán Jake (James Franco) muere luego de que se incendia su cápsula. Después de que la tripulación arregla los desperfectos, la nave recibe una comunicación de un planeta cercano. Aparentemente, este planeta desconocido tiene todas las características para ser habitable y colonizado, y queda mucho más cerca que Origae-6. El primer oficial Oram (Billy Crudup), que quedó a cargo luego de la muerte del capitán, sugiere que vayan a este nuevo planeta. Dany (Katherine Waterston) dice que le parece raro que justo haya aparecido este planeta nuevo, que parece demasiado perfecto, que seguro es una trampa, y que mejor continúen camino hacia Origae-6. Obviamente, Oram ordena lo contrario. La discusión entre Oram y Dany recuerda un poco aquella de Alien entre Ripley y Dallas, cuando Dallas quiere entrar a la nave con Kane infectado y Ripley dice que no. En las dos películas suponemos que la que está en lo correcto es la mujer, y así se van perfilando como heroínas. El resto es un placer. O tal vez una tortura placentera. Nadie está a salvo de morir, y Ridley Scott se divierte y nos divierte con su slasher alienígena. Una gran secuencia en la que el primer infectado incuba la primera criatura ya nos pone en clima, y después es todo vertiginoso y los únicos momentos en que se ralentiza son aquellos en los que los androides filosofan y la película parece anclarse en su mitología. Cerca del final, otra escena parece recordar a una clásica de Alien. Cuando todo parece haber terminado, dos tripulantes tienen sexo en la ducha y son atacados por la criatura, que pudo ingresar a Covenant. De la misma manera, Ripley fue atacada, en bombacha. La desnudez acentúa la indefensión y además es un tropo del cine de terror, género al que la franquicia felizmente vuelve en esta última entrega.
Monstruos que ya no asustan Es increíble que a esta altura Ridley Scott siga insistiendo con la saga de Alien, aquella criatura atroz que él transformó en un clásico de la ciencia ficción en 1979, cuando se estrenó “Alien, el octavo pasajero”. Desde entonces han pasado demasiados años y demasiadas secuelas sobre el tema, y el efecto original se diluyó en el camino. “Alien: Covenant” funciona como una secuela de “Prometeo” (2012) y una precuela de la ya mítica “Alien” de los 70. La historia se repite sin muchas variantes: los integrantes de una expedición espacial se terminan desviando a un planeta equivocado y ahí los atacan los monstruos tan temidos. La única diferencia es que aquí los monstruos son una plaga, un virus mutante. Los personajes de “Alien: Covenant” son tan torpes que por momentos quedan al borde de la parodia (salen a explorar un planeta nuevo sin un casco, por ejemplo) y nunca llegan a transmitir miedo o desesperación. El único que se salva es Michael Fassbender (en el papel dual de dos androides), aunque sus superficiales reflexiones llevan al bostezo rápidamente. Para rematar, el giro del final es totalmente previsible, y además anuncia que esta pesadilla va a continuar generando secuelas.
Es imposible hablar de Alien: Covenant sin antes destacar cómo evolucionó el núcleo de la historia iniciada allá por 1979, año en el que el maestro Ridley Scott realizó una obra maestra del cine de terror/ciencia ficción: la tripulación del U.S.C.S.S. Nostromo, una nave espacial que hace una parada de emergencia en un planeta desconocido, es acechada por un ente letal. Tenemos así un film que es asfixiante, en donde el miedo pasa por aquello que no podemos ver (hasta el final, claro). La premisa es clara: un bicho feo y mortífero, una heroína patea traseros llamada Ellen Ripley (Sigourney Weaver), y una nave de la cual nadie puede escapar. Siete años más tarde llegaría James Cameron para volver a cambiar ese núcleo, llevándolo al terreno del cine de acción ochentoso, puro y duro. Sin sutilezas de ningún tipo, en Aliens todo es más explícito: no solo vemos al monstruo principal (a.k.a xenomorfo), sino que vemos a muchos de ellos e incluso a una reina. ¿La premisa? Bichos a rolete, heroína patea traseros, grupo de militares, y tiro, lío y cosha golda. Luego tendríamos varias películas medio pelo (aunque personalmente las amo a todas, incluso las Alien vs. Depredador; vengan a de uno), hasta que en el 2012 el padre de la bestia decidió volver a la saga con Prometheus. Esta película se había vendido como "la precuela de Alien", pero en realidad la idea era expandir la mitología para mostrar que había todo un universo inexplorado. Esta vez la premisa era más existencial: ¿De dónde venimos? ¿Por qué fuimos creados? En Prometheus, Elizabeth Shaw (Noomi Rapace), nuestra nueva heroína, parte con su equipo en busca de los creadores de la raza humana; es así como conocemos (o algo parecido) el origen de una especie mucho más compleja. Muchas preguntas fueron planteadas, pero los espectadores obtuvieron pocas respuestas y se quedaron con las ganas de ver al xenomorfo, la estrella principal de la saga. Y así llegamos al 2017, con la nueva Alien: Covenant tomando todos los elementos de estas tres entregas principales y combinándolos para lograr una película entretenida, llena de acción (y sangre), que además se encarga de responder las preguntas planteadas en Prometheus. Es una continuación directa de ésta y, por ende, sigue esa temática "existencial", pero esta vez con un invitado especial: el xenomorfo. No obstante, el alienígena no es la atracción principal de la trama. Esta entrega pasa por otro lado, más específicamente por las intenciones megalomaníacas del androide David, personificado por el increíble Michael Fassbender. Covenant posee una historia bastante simple y directa (aunque se tome su tiempo, una vez que la acción arranca no para un segundo hasta el sorpresivo final). Ridley Scott es un gran narrador y, mas allá de alguna que otra escena que puede resultar un tanto aburrida, las dos horas de duración se te pasan volando. El director se da el gusto de contar la historia que le interesa a él, pero a la vez dejando un sinfin de guiños para los fanáticos ¿Alguien dijo fanservice? ¡Sí! Por el lado visual, la fotografía es maravillosa y hace que te pierdas dentro de los planos (si tienen la oportunidad, no dejen de verla en IMAX). A excepción del doble rol de Fassbender, el resto del elenco está solamente para que la historia avance de alguna manera y, de paso, ser carne fresca para los no tan simpáticos bichos que hay dando vueltas (la novedad son los Neomorfos, una version previa del mítico alien). De entre todos ellos, los dos que más se destacan son la experta en trasformación, Daniels (Katherine Waterston), una heroína que se la banca y tiene tremendos ovarios para pelear mano a mano contra los bichos... aunque no resulta tan interesante como Shaw o Ripley. El que sí resulta copado, pero con una gama emocional dudosa, es Tennessee (Danny McBride, en rol muy distinto a los que suele interpretar). Como verán no todo es color de rosas, ya que hay varios puntos flojos, empezando por toda esta mezcla de elementos conocidos que termina dando la sensación de que estamos viendo una especie de remake, un híbrido de situaciones que ya vimos con anterioridad. Los personajes, por otra parte, toman decisiones tan estúpidas e incoherentes que es difícil creer que hayan pasado el filtro de la primera lectura del guión. En definitiva, si sos un entusiasta de la franquicia la vas a pasar bomba y vas a querer saber más y más sobre este universo; si fuera por mí, podría seguir viendo esta saga aunque ya se haya agotado su vida útil. La contracara es que aquellos que sean ajenos a la historia seguramente la disfrutarán menos y será una película que pase sin pena ni gloria. (Nota de color: Muchas escenas que aparecen en los tráilers no aparecen en el corte final. Por lo general es una buena estrategia, pero en este caso me gustaría ver todo lo que no quedó). VEREDICTO: 7.5 - FANSERVICE Muchos se habían quejado de que Prometheus no mostraba al alien original, así que Ridley Scott hizo la suya: continuó con la historia que quería contar y de paso les dio una "probadita xenomorfa" a todos los que querían ver al bicho. Que no queden dudas: Alien: Covenant está lejos, muy lejos, de ser una precuela de Alien.
Con el estreno de Prometeo en el año 2012, los fanáticos del xenomorfo más famoso del cine se preguntaron si una precuela era necesaria y si el ya para entonces veterano director Ridley Scott estaba a la altura de volver al género de ciencia ficción que lo consagró hace más de 30 años con la frescura que los fanáticos exigían. Las repercusiones fueron en general favorables, aunque inevitablemente también varios otros se sintieran defraudados. El caso de Alien Covenant propone una suerte de vuelta a los orígenes más clásicos de la saga con un bicho ya bien madurito y crecido, como la última vez que se lo vio en una entrega de la franquicia que llevara su nombre en el título. Cuando la Tierra no da abasto para aguantar a los humanos es natural que en cualquier guion de ciencia ficción la humanidad busque nuevos horizontes para colonizar, y otros planetas para arruinar. Con esa premisa la nave Covenant inicia su viaje interespacial que derivará en el inevitable confrontamiento con el Alien de turno. El resultado de Alien Covenant es una extraña mixtura sinsabor que deja una sensación de insatisfacción pero que la vez tampoco resulta desagradable. Eso sí, funciona mucho más como secuela de Prometeo que como precuela de Alien. El problema es que no logra escapar del estadio de fórmula conocida. Con la dignidad que merece el género y de la mano del inagotable Ridley Scott, Covenant se articula en su propio universo con una interesante propuesta visual que solo se va consumiendo hacia el final de la cinta por culpa de un tercer acto un tanto apresurado. Tan en piloto automático avanza la película que sus protagonistas resultan más experimentados al lidiar con el Alien en este primer confrontamiento que Ripley en cualquiera de las secuelas de la original.
LAS PREOCUPACIONES DEL SR. RIDLEY En cuestiones de sagas cinematográficas, Alien es de lo más singular, y de alguna manera un precedente del cine episódico y gigantesco de nuestro presente. Es una saga que siempre contó con directores interesantes que imprimieron una mirada diferencial (con más o menos fortuna, es cierto) a cada una de las entregas: David Fincher dirigió Alien 3 (1992); Jean-Pierre Jeunet dirigió Alien: Resurrección (1997) con guión de Joss Whedon; y Ridley Scott, director de la primera mítica entrega Alien: el octavo pasajero (1979), es quien se está encargando de la serie de precuelas, que conforman una saga nueva, un producto prototípico de la industria cinematográfica actual, iniciada con Prometeo (2012) y que continúa con Alien: Covenant. Nuestro sentido de justica nos obliga a subrayar con énfasis que Alien se terminó convirtiendo en una saga gracias al inmenso aporte de James Cameron, quien fue el encargado de la primera secuela, Aliens, el regreso (1986), una película enorme que no sólo sentaba las bases de todo el universo alrededor del monstruo, sino que convertía a Ripley (Sigourney Weaver) en la heroína definitiva. Hay algo que nos queda claro, sobre todo con Prometeo, pero también con Alien: Covenant, Ridley Scott no tiene ganas de hacer películas sobre un monstruo alienígena asesino inexplicablemente violento que va matando a sangre fría a una tripulación desprevenida y poco preparada. Ridley siempre ha sido un tipo solemne preocupado por las grandes preguntas de la humanidad, que ahora tiene un interés particular en la biología. La biología es uno de esos temas que interesan después de cumplir la edad jubilatoria. Entonces en Prometeo, Scott nos dice que, a pesar de cualquier manipulación externa consciente, la vida y su evolución dependen en gran medida del azar; y en Alien: Covenant lo que veremos es que quien alcanza el poder divino de crear y manipular vida probablemente se constituya en un psicópata potencial genocida, como Dios por ejemplo. El problema es qué nos cuenta el director en el medio de estos lugares comunes filosóficos; Alien: Covenant es una reescritura de la primera Alien, donde el trasfondo teórico funciona menos orgánicamente que en Prometeo. Scott se queda a medias en ambos frentes, no logra una actualización de peso su clásico de 1979, y tampoco agregar complejidad a través de su impostación filosófica. De hecho el tramo intermedio de la película dedicado específicamente a “las grandes preguntas de la humanidad” es aburrido y nocivo para todo el conjunto, no sólo porque la acción se detiene demasiado tiempo sino porque todo depende del show de intensidad casi insoportable que brinda Michael Fassbender, que si por él fuera haría de todos los personajes. También es cierto que el director nunca terminó de perder cierto pulso narrativo, vimos en 2015 cómo se despachó con el divertido disparate Misión rescate, y algo de eso hay en Alien: Coventant. Las dos grandes secuencias de ataque de los aliens son impecables. Además, siempre se ha apoyado en buenos elencos y este caso no es la excepción: Katherine Waterston (injustamente comparada con Sigourney Weaver por algunos críticos) funciona como heroína, quizás más que Noomi Rapace en la anterior entrega. Decíamos que Alien existe como saga gracias al aporte de James Cameron pero lo cierto es que el público siempre tuvo interés en volver a ver a los xenomorfos, ninguna de las películas fueron fracasos estrepitosos en la taquilla, lo cual también explica la existencia de engendros como Alien vs. Predador. Valiéndose de esta certeza el viejo Ridley nos cuenta cuáles son sus últimas obsesiones en películas que tienen un poco de Alien como para dejarnos contentos. El resultado es decente y entretenido, pero también intrascendente y olvidable.
Lo mejor que se puede decir de esta película, segundo “retorno” de Scott al mundo de los alien, es que, cuando decide convertirse en una de terror y aventuras, funciona bien. No “muy bien”, pero al menos uno se asusta un poco. El problema con Scott es que la saga en realidad fue mejor definida por James Cameron y David Fincher, que lograron darle un aire épico o apocalíptico (respectivamente) al monstruo. Para Scott, desde la pesada “Prometeo”, es la manera de hablar de cuestiones metafísicas o filosóficas (de dónde venimos, qué somos, qué es la conciencia). Dijimos “hablar” y ahí está el problema. Nadie duda de que Scott tiene al menos la pericia del gran narrador (sus primeros films, “Alien” incluido, lo demuestran; la genial “Misión rescate” o incluso “American Ganster” lo confirman) pero a veces teme divertirse, dejarse ir, dejar que sus mundos vivan por sí mismos sin que sea necesario que el espectador salga con alguna lección de secundario aprendida. Así, llegar al núcleo de acción de la película lleva mucho tiempo y carga con una pesadez innecesaria. Cuando el monstruo se desata, la cosa cambia y, bueno, sí, no hay demasiada originalidad que digamos, pero todo funciona mucho mejor que a la hora de dictar cátedra. El aire ominoso de sus mejores películas aquí suena prefabricado, un poco a reglamento. Pero la bestia sigue hermosa y terrible. Un gran icono, a veces, puede salvar una obra.
Cinco años después de dejar encallado y maltrecho al robot David junto a Elizabeth Shaw y la destrozada Prometheus, Ridley Scott vuelve al remoto y siniestro planeta con una nueva nave, Covenant, comandada por el oficial Oram (Billy Crudup). Como en toda la saga Alien y en Prometheus, la heroína es una mujer de pelo corto y ovarios. Acá el traje se lo pone Katherine Waterston como Daniels, mujer a la que asiste el robot Walter, una réplica mejorada de David (e interpretada en ambos modelos por Michael Fassbender). Si en Prometheus Scott se embarcó en un vago intento teórico, según el cual unos humanoides de tres a cuatro metros de altura sembraron la semilla milenaria para que con su ADN surja el hombre, al tiempo que creaban al alien como arma biológica, acá el director se conforma con pulir un buen (por momentos contundente) film de acción. En varios aspectos Alien: Covenant se emparenta con la original Alien de 1979. Una nave busca un planeta situado a años luz de la Tierra donde es posible asentar una colonia humana; para ello viaja con la tripulación en estado criogénico y con embriones humanos, pero un accidente obliga a Walter, vigía de la tripulación, a despertar a los pocos miembros de la misma que sobrevivieron al impacto. A punto de volver al estado criogénico ocurre un segundo accidente; la nave detecta una señal cercana y la señal es más que curiosa: una canción de John Denver. Las computadoras estudian la atmósfera y el planeta es tan apto para la vida como la Tierra. Así, en lugar de esperar otros siete años freezados los tripulantes tienen la chance de aguardar apenas unas horas para investigar este nuevo planeta. Obviamente, optan por la segunda opción –que obviamente, es la equivocada–. La Covenant se queda con tres tripulantes y lanza un módulo con la mayoría de la tripulación para investigar el planeta. Hay algo en esta primera parte que tiene puntos de contacto con Star Trek, pero ni bien alguien pisa un huevo gomoso y el tóxico que despide va directo a su nariz, entramos al universo truculento de Alien. El androide David es la clave en este film, que se sitúa, cronológicamente, entre Prometheus y la primera Alien. El robot con ínfulas de sibarita, fan de Lawrence de Arabia y de Shakespeare, de Wagner y de Miguel Angel, siente una irreal atracción por el mortal espécimen, y será un desafío para la tripulación del Covenant. Por su parte, Scott va a lo seguro. Afuera quedan las especulaciones sobre el origen de nuestra especie con el que manipuló Prometheus (los humanoides apenas aparecen, y su rol es de vuelta muy poco claro); el director británico se concentró en hacer un film de tensión, entre el suspenso y el horror, que deja poco margen para el suspiro tras la aparición de los primeros tentáculos. Alien: Covenant es casi un film de género, y con un par de escenas para agarrarse de la butaca sin duda no defraudará a los fans de la saga.
Saga que se reencuentra a sí misma reinventándose a favor del género Podríamos decir que este estreno es excelente. Listo. Todo se va a resumir en ese resultado aunque hay muchas aristas para tener en cuenta, aristas que a su vez tienen dos bases fundamentales sobre las cuales apoyarse: una, la más importante, es cinematográfica; la otra, es coyuntural respecto de la saga en sí misma, porque a lo largo de casi cuarenta años, desde su nacimiento, se volvió errática en su rumbo y hasta tomó ribetes tan cercanos al cómic que amagaron con desterrarla del podio de las grandes obras del género. Hagamos un poco de historia para ir justificando nuestra opinión desde la base coyuntural. En 1979 Ridley Scott dirige Alien, el 8º pasajero. En ella, una nave comercial llamada Nostromo navegaba con su carga hasta descubrir una señal desde un planeta a la cual la tripulación acude para ver de qué se trata. Uno de ellos es atacado por un ser que lo usa como “incubadora”, hasta llegar a una de las escenas más terroríficas que haya ocurrido en un desayuno. El guión de Dan O’Bannon, Ronald Sushett y Walter Hill hablaba de la supervivencia, del rol de la mujer como líder ante situaciones extremas con la Ripley (Sigourney Weaver) como abanderada. y de las corporaciones inescrupulosas dispuestas a sacrificar el capital humano en pos de descubrir e investigar sobre la existencia de un arma letal que le daría, obviamente, poder económico si la pudiese desarrollar. Siete años después (1986), la secuela se la dan a James Cameron, nada menos, quien se despachó con una bélica brillante; pero sin abandonar el interés corporativo. Otros siete años después (1993), David Fincher decidió centrar todo (como suele hacerlo en su filmografía) en el personaje principal y como este resuelve sus dilemas morales (e involuntariamente maternales) sumado a jorobarle el negocio a la “Corpo”. Muerta Ripley en la tercera, a la industria le vino bárbaro la progresión científica respecto de la clonación y fue Jean-Pierre Jeunet (en 1997) el encargado de revivirla e irse un poco al carajo con el planteo, timoneando hacia el cómic. Hagamos un flashback a 1987. Nace “Depredador” de John McTiernan. El guión era “Alien, el 8º pasajero” (también eran siete más uno), pero en una selva y con un extraterrestre que hacía gala sólo de su gusto por cazar todo tipo de seres vivos para coleccionar sus cráneos en lugar de usarlos para proliferar su especie. Como en el Nostromo, uno a uno van muriendo estos Boinas verdes acostumbrados a matar todo tipo de enemigos, excepto Arnold Schwarzenegger que con mucha astucia sobrevive y le da muerte aunque todo indicaba que el Depredador no estaba solo en el universo. Y claro, vino la segunda parte. Cuando la Foxlogró emparentar (disponer de los derechos intelectuales) de estos dos extraterrestres famosos por su crueldad y unirlos (ponerlos en contra en realidad) la cosa se desmadró. Así tuvimos “Alien Vs. Predator” (Paul W.S. Anderson, 2004) y “Alien vs. Predator réquiem“(Colin y Greg Strause, 2007). Todo porque a la Fox le encantó un plano general de “Depredador 2” (Renny Harlin, 1992) en el cual se descubría que éste cazador intergaláctico tenía una cabeza de Alien entre sus trofeos. Sabrá entender el lector este pequeño dossier, porque la idea es resolver la primera base. La coyuntural que pone nuevamente a Alien en las luminarias de lo mejor del género porque ya en “Prometeo” (2012) Ridley Scott anunció que ésta historia, precedente a los hechos contados en 1979, serán cuatro historias tendientes a encontrarse finalmente con el Nostromo y todo lo que ocurrió después. Lo bien que hizo porque el estreno de 2012 comenzó a retomar en forma muy concreta los principios intelectuales y filosóficos de ésta gesta. En resumen: Como hicieron Isaac Asimov, H.P. Lovecraft, Julio Verne, Philip K. Dick o Ray Bradbury, Ridley Scott se puso al hombro su creación original para, con los elementos de la ciencia ficción, decirle a los espectadores algo sobre el ser humano. Ahora sí nos enfocamos sobre la otra base de las aristas: la cinematográfica. Como dijimos, ya había hecho en la entrega de hace cinco años una especie de preámbulo con resolución propia; pero esta vez, el autor de “Blade Runner” (1982) da comienzo a su obra con una primera secuencia demoledora. En una habitación blanca, prístina, pura; el Sr Wayland (Guy Pearce), buscando la respuesta de la eternidad, interactúa con su creación de inteligencia artificial. Artificial = artificio = arte. En esta introducción ya está el séptimo, porque estamos en la butaca y desde la composición del cuadro está el teatro porque ocurre en tres paredes que nunca traspasan “la cuarta”. Los elementos en el lugar son un piano Steinway (la música), el cuadro de “la Natividad” de Piero Della Francesca (Pintura) y finalmente una réplica del David de Miguel Angel sobre el cual se produce la pequeña y enorme sutileza con la cual arranca esta producción: Wayland le pide a su robot inteligente que decida su nombre. Éste elige “David” (Michael Fassbender). De nuevo: ELIGE su nombre. El imperdible intercambio de palabras que se suscita en ese momento, no solamente establece la gran cuestión humana; también va a construir, solidificar y justificar todas las acciones implacables del personaje principal que no es ninguno de los seres humanos / personajes presentes en esta entrega. “Alien Covenant” es tal vez la primera película de la historia en la cual la humanidad es interpelada por su propia creación artificial, entendiéndose esta como la especie dominante a partir del uso de la razón que le fue conferida. “Si vos me creaste a mí, ¿quién es tu creador?” Luego: “Entiendo. Vos me creaste a mí, pero vos vas a morir. Yo no” Con semejante introducción, Ridley Scott sugiere las consecuencias de la tecnología usada en mérito propio más allá de la inutilidad de la búsqueda de la eternidad desterrada en el texto de Prometeo que hablaba de la vacuidad de entender “el origen de la evolución”. Por supuesto que estando frente a una reivindicación de la supervivencia, el film necesita de una excelente factura técnica porque ya no se trata de encontrar un planeta habitable, sino de potenciar la naturaleza dañina del ser humano como raza destructiva de cualquier ecosistema. De ahí la sutileza de construir un espacio nuevo en un planeta “lleno de oportunidades, al cual lo primero que le sucede ante la llegada de los humanos es que un tipo prende un cigarrillo, lo tira sin importarle demasiado sus consecuencias, y luego camina con sus botas, desatando en un evento (in)fortuito una calamidad dormida. Puede este ser un hecho azaroso, como sucedía en la primera, pero claramente es la primera secuencia lo que convierte el guión de John Logan y Dante Harper (dúo que ojalá escriban las dos que siguen hasta encontrarse con la original) en una suerte de sinécdoque que se transfiere a toda la saga, incluidas las citas anteriores. Por último, el concepto estético es realmente una invitación al juego del gato y el ratón en la mejor de sus acepciones. Tanto las naves como el nuevo planeta son personajes en sí mismos. El realizador se ufana de poder establecer su aventura tanto en espacios cerrados como en los abiertos sin relegar tensión dramática, porque también deja en claro su capacidad para construir personajes expuestos a lugares aparentemente amigables pero que se vuelven tan hostiles como impredecibles. Si comparásemos la original con esta, Daniels (Estupenda Katherine Waterston) es el antecedente perfecto de Ripley, tanto como David lo es de Ash (Ian Holm), todos ellos homenajeando a la perfección aquel concepto entre hombre y máquina instalado por Stanley Kubrick en “2001: Odisea del espacio” (1968). La saga de Alien se reencontró a sí misma en forma potente, poderosa, y lo que es mejor, se reinventó a favor del género. Espectadores agradecidos.
La sexta entrega de la saga iniciada en 1979, demuestra el cansancio de una propuesta a la que no parece haberse encontrado nada demasiado nuevo e interesante para contar. Sus mejores momentos, serán cuando decida regresar esporádicamente a las fuentes. En 2012, Ridley Scott presentó Prometeo, coqueteando con la posibilidad de que se tratase o no de una más de las entregas de la saga que lo lanzó a la fama. Por supuesto que le ora, que se trataba de una precuela, y aparentemente la primera parte de una trilogía que conectará con los films originales a la manera en que lo hizo George Lucas con sus Episodios I, II, y III. Scott se apropió nuevamente de la saga que vio nacer junto a la colaboración de Dan O´Bannon, Walter Hill, y la inventiva visual de H. R. Giger; y cinco años después nos entrega la continuación de aquella, en la que, acertadamente, no esconde sus intenciones. En aquella oportunidad, Prometeo había dejado las puertas abiertas con su final para una continuación directa. Elizabeth Shaw (Noomi Rapace) se escapaba prometiendo ir en busca del planeta de los creadores para continuar la batalla. Todo estaba servido para que se realizase “la Aliens de Prometeo”; sin embargo, quizás porque los números de 2012 no fueron los mejores, Alien: Covenant decide tomar otra ruta. Años después de esos acontecimientos, una nueva tripulación se encuentra arriba de la nave Covenant con intenciones de colonizar nuevos territorios interplanetarios. Como sucedía en Pasajeros, dentro de ella se encuentran hibernando un numeroso grupo de personas que serán los futuros colonizadores. Sin embargo, los infortunios no tardan en llegar, primero un incendio provocado por un choque y acercamiento, se cobra alguna víctima y modifica los planes originales. Luego, cuando se dirigen hacia su destino, reciben señales de un nuevo territorio, que probablemente pueda ser habitable, y dadas las circunstancias hacia allí se dirigen, sin saber lo que les espera. El argumento de Alien: Covenant es bastante más simple de lo que se presenta, más simple que el de Prometeo. Sin embargo, los guionistas Jack Paglen, Michael Green, John Logan, y Dante Harper; deciden plantear una atmósfera en principio más cercana a aquella, pero sin mantener sus interesantes planteos. Aquí quizás el problema de Alien: Covenant, no tener un claro camino a tomar. En sus dos horas y un poquito más de duración, sabe que el público encontró problemas en Prometeo e intenta arreglarlos o directamente limpiarse; pero mucho menos se acerca a la línea de las primeras cuatro. Su metraje claramente se divide en dos tramos en el que, en el primer tramo se plantea un viaje en el espacio con muchísimas complicaciones y una amenaza latente¸ para entrar sí, promediando las dos terceras partes del film en un clima propio de Alien. De sr concretos, Prometeo tenía mucho más de la mítica de Alien que su continuación. Se extraña aquí la dirección de arte que siempre fue marca registrada de la saga con muchas variantes entre una y otra, pero siempre atractiva. Se presentan nuevos Xenomorfos, más antropomorfos que nunca, su estética se distancia quizás demasiado de lo que conocíamos. Se extraña la mano artesanal remplazada por abundancia de lo digital, frío, ascético, extraño a esta saga de tonalidades siempre oscuras aún en sus spin-off AVP. También es llamativo la presencia de algunas escenas abiertas, en exteriores, de tono rural. La tripulación/víctimas, es variopinta, y se toma su tiempo en presentarlos y desarrollarlos. Sin embargo, no logra crear otra heroína de peso a la altura de Shaw, ni hablar de Helen Ripley. La Daniels desarrollada por Katherine Waterston carece del peso necesario para imponerse, se pierde entre el resto de los personajes, no muestra características de líder, y solo es protagonista por ocupar mayor tiempo en pantalla (y hasta ahí). No obstante, la labor de Waterston es correcta y con características propias, no sigue el esquema de sus deudas, mostrándose más frágil y desconcertada. Entre sus compañeros hay un elenco muy interesante entre los que figuran Billy Crudup, Danny McBride, Demian Bichir, Carmen Ejogo, y Callie Hernandez, entre otros, todos en un tono correcto. Quien regresa de la anterior entrega y se adueña de la película ¿y de la saga? Es Michael Fassbender, quien repite a su androide, esta vez por partida doble, Walter y David, diferentes uno del otro. El actor de X-Men se compromete con su personaje y logra adueñarse de todas sus escenas, a veces, incluso, por sobre los aliens. En ese clima fluctuante de Alien: Covenant, algunas escenas recuerdan a lo que realmente es esta saga, un slasher con un asesino extraterrestre bestial. Cuando regresa a esas bases, aún sin mantener la estética, logra repuntar y enmendar mucho de lo que nos deja un sabor a desacierto. Son escenas vibrantes, con riesgo, y bastante sangre. Pero nuevamente, ese ritmo no se sostiene y regresa a la confusión general. Alien: Covenant puede contentar más a quienes se arrimen por primera vez a la saga, aunque para comprender bien su historia sea casi indispensable haber visto las películas anteriores y hasta los videos virales que se lanzaron como promoción del film. Es cierto que no es un completo desacierto, que cuando repunta lo hace bien alto, y que sus elementos positivos lo son muy positivos; hasta puede dejar un saldo general favorable. Pero se siente que necesita una renovación, extrañamente una renovación que la devuelva a lo que fue; probablemente la misma renovación que necesita su director Ridley Scott.
Como Prometeo, Alien: Covenant se aleja de la feliz amalgama de ciencia-ficción y terror que caracterizó a la serie. Ridley Scott vuelve para darle una vida nueva al universo de Alien. El misterio de las primeras cuatro películas se reducía a cuestiones más bien geográficas y matemáticas: ¿en qué rincón de la nave acecha el monstruo? ¿A cuántos personajes va a destrozar, y cuántos podrán escapar? Esas premisas elementales ponían en movimiento el relato: el vértigo de la supervivencia no dejaba tiempo a las reflexiones sesudas. Algo de esa robusta salud narrativa menguaba en la cuarta, donde ya se subrayaba el tema de la identidad, el doble y el libre albedrío, pero no importaba demasiado: después de todo, la franquicia había caído en manos de Jean-Pierre Jeunet, tras haber pasado nada menos que por las de Ridley Scott, James Cameron y David Fincher (Jeunet, por su parte, iba a terminar filmando Amélie). Pero el regreso de Scott con Prometeo y ahora con Covenant es otra cosa. Creador sofisticado y elegante que desaparece bajo la máscara del artesano, Scott, por alguna razón incomprensible, encauza la serie hacia una ciencia-ficción morosa y grave que gusta de los grandes temas. Todo puede resumirse en un cambio de escala: el nervio físico y el horror, señas inconfundibles de la serie Alien, dan paso a una solemnidad de ribetes metafísicos; la aparición del monstruo es un espectáculo secundario, el suplemento que motoriza los diálogos altisonantes sobre la vida y la creación. La primera parte cuenta la travesía de una nave que viaja a un planeta desconocido para establecer una colonia humana: Scott demuestra que es un narrador hábil capaz de trazar relaciones y conflictos al interior de un grupo en cuestión de segundos. Lo que sigue, con una parte de la tripulación en la superficie del planeta, es el punto fuerte de la película: la exploración de un mundo nuevo y la insinuación de un peligro terrible resultan fascinantes, como si el cine se hubiera inventado para filmar esa clase de cosas. Pero el misterio se disipa rápido y la película cambia el suspenso por una trama acerca de los la tragedia y la soledad de la creación que tiene como protagonistas excluyentes a dos robots interpretados por Michael Fassbender (como si no alcanzara con verlo actuar un solo papel). En medio de disquisiciones decimonónicas que incluyen menciones a Byron y a Shelley, los demás personajes pierden importancia y mueren como moscas sin llamar demasiado la atención. El monstruo, recurso último que las primeras películas economizaban sabiamente (salvo por la Aliens de Cameron, tal vez), acá se ve enseguida y mucho. La gran amenaza ya no es una criatura espacial asesina, sino un androide aburrido y con ínfulas de esteta que tiene el tiempo suficiente para jugar a ser un dios. El contexto tecnológico desaparece en el escenario más bien primitivo de las ruinas de una civilización extraterrestre: el guion lanza a los protagonistas a un tiempo originario en el que parecen reverberar mejor las dudas que aquejan al androide aprendiz de demiurgo que compone Fassbender. Todo va bien hasta que la película decide liquidar cualquier forma de intriga y opta por la seriedad. También hay una oposición entre ciencia y religión que no termina de explotarse y cada tanto se escucha o se habla de Wagner. Como todo buen narrador, Scott brilla cuando formula preguntas y aburre soberanamente cuando trata de dar respuestas.
Ideal para espectadores novatos en el género. Un producto decente que captará la atención de todos los fans del cine espacial de terror con extraterrestres. Los que ya hayan visto todas las entregas, lamentablemente no van a tener...
Vídeo Review
Crítica emitida por radio.
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Monsters, Inc Es por lo menos curioso ver a un veterano de Hollywood como Ridley Scott (autor de Blade Runner, La caída del halcón negro, Misión rescate y docenas más) abocado a una enésima entrega de Alien, saga que él mismo inició hace más de treinta años. Es extraño por tratarse de un cine de subgénero (terror espacial) y porque generalmente cuanto mayor es la cantidad de secuelas –para este caso particular corresponde hablar ya de precuelas–, menor suele ser su calidad. Pero los tiempos parecen estar cambiando: Hollywood ve a la antigua saga terrorífica como una inversión, un filón a explotar y reinventar; y el director como una oportunidad para orientar su capacidad de dirigir a lo grande, con abultadas cifras destinadas a efectos especiales, escenarios vistosos y un reparto digno. Ya en Prometheus Scott pretendía darle una trascendencia mayor al universo de los aliens, con una estética sumamente cuidada, enormes despliegues de producción y un guión, de a ratos, grandilocuente. Todos estos elementos se reiteran en esta nueva entrega. El mayor mérito de Scott es que, como pocos, sabe manejar la tensión, crear climas, envolver a los personajes con una atmósfera amenazante y angustiosa. Los monstruos son en sí un mérito aparte: pocos pueden dudar de que las viscosas creaciones del demente artista plástico HR Giger fueron, desde sus inicios, piezas fundamentales que dotaron de atractivo a la franquicia. Tanto en la primera precuela, Prometheus, como en esta continuación, una de las ideas fue introducir variantes y mutaciones a los monstruos ya conocidos. Así, unos aliens albinos se presentan como especies menos evolucionadas que las conocidas, y hay otros ejemplares. (Atención: siguen detalles del final de la película). Ahora bien, esta nueva serie de películas que profundiza en la mitología de los aliens, pretendiendo dar cuenta de su gesta, apela a algunas explicaciones bastante trilladas y baratas que, lejos de aportar, parecen frivolizar una saga que siempre estuvo aderezada por el misterio. El hecho de que sea un androide, una inteligencia artificial rebelde, la creadora de los aliens, y que lo haga con el objetivo de exterminar a la humanidad de la forma más horrenda posible, es un giro bastante perezoso –“la rebelión de las máquinas” es uno de los lugares comunes más extendidos en la ciencia ficción de la segunda mitad del siglo XX–, pero además que los temibles alienígenas sean en sí “mascotas” de uno de ellos, les resta dignidad. Justamente la gracia era pensarlos como criaturas autónomas, tan inteligentes como nefastas. Pero es un poco peor que el guión no respete siquiera las reglas del universo ya existente: si bien al final de esta película ya aparecen los aliens “negros”, mutados y evolucionados –los de siempre, bah–, éstos se saltan los tiempos de gestación y de crecimiento que se introducían al comienzo de la saga, en Alien el octavo pasajero, filme que el mismo Scott dirigió. La aparición de otro alien negro, al final, que no pudo haberse gestado dentro de ninguno de los humanos presentados, es un bache de guión poco entendible. En definitiva, la coherencia interna parece haberse sacrificado en función de un entretenimiento más bien irreflexivo.
El puente entre lo clásico y lo moderno "Alien Covenant" llega a las salas con mucha fuerza y su propuesta de valor es emular el espíritu de las dos primeras entregas de la saga que ya se han convertido en clásicos del cine de ciencia ficción y el horror. Cumple muy bien con su promesa, aunque falla en algunas pequeñas cosas que no la dejan llegar a lo más alto del podio. Digamos que es un muy buen puente entre "Prometheus", el último trabajo de Ridley Scott sobre esta saga, y la primera entrega original, "Alien". Digo que es un puente porque logra unir todos los nuevos elementos de la historia de origen de los xenomorfos y el espíritu aventurero de "Prometheus", con el horror, la acción y el suspenso que hicieron tan famosa a la primera película de 1979. Es una relación ganar-ganar para las dos generaciones de espectadores que gustaron de alguna de las dos películas mencionadas. ¿Qué es lo mejor que ofrece "Alien Covenant"? La vuelta al origen que sorprendió a todos allá por finales de los 70s, el horror. Scott de manera muy inteligente y con la experiencia que posee creando atmósferas cinematográficas, toma varios aspectos de las primeras entregas y las actualiza para homenajear, pero sin perder el sentido de modernidad. La tripulación del Covenant es muy similar a la del Nostromo y la del Sulaco incluso, pero a la vez es más actual. En esto el director estuvo bien atento a la relevancia política con la que configuró a sus personajes. Por ejemplo tenemos a una pareja gay de soldados, tenemos a un cowboy temerario pero que en esta entrega está casado y no es un tarado como lo era el personaje de Bill Paxton en "Aliens", tenemos a un sintético más evolucionado que todos los modelos anteriores, tenemos una suerte de Ellen Ripley pero que también tiene muchos matices de personalidad de la Dra. Elizabeth Shaw, y así podemos seguir con más variantes. La estética se torna aún más gótica y cruda que la que vimos en los últimos films y eso hace que la experiencia audiovisual sea verdaderamente magnífica. Scott es un loco bien retorcido, pero en el buen sentido de la palabra. Por último para resaltar como aspecto positivo, está la espectacular interpretación de Michael Fassbender como el sintético que acompaña a la tripulación, ya que si bien todos hacen un muy buen trabajo, es innegable que Fassbender sobresale y llena de carisma toda la pantalla. ¿Qué es lo que no hizo muy bien esta nueva entrega? No sorprende demasiado y aporta pocos nuevos elementos a la historia de los xenomorfos. Se encarga más de cerrar los interrogantes abiertos en su predecesora que de sumar originalidad. Si bien el guión es prolijo, no es de lo más fuerte que se ofrece en la película. Para ver con la mente abierta y la nostalgia de un verdadero fan de la saga Alien.
Alien: Covenant y el deseo de ver Un primerísimo primer plano, sostenido durante unos cuantos segundos, exhibirá un ojo profundamente abierto. Será posible observar así la intimidad de un movimiento imperceptible, aunque permanente. El ojo pertenece a un androide que acaba de ser creado por un hombre, quien para comprobar la eficacia de su funcionamiento le consultará sobre lo que observa a su alrededor: un piano de cola, una pintura renacentista, una escultura reconocible que determinará su propio nombre. Distinguidas piezas de la producción artística del ser humano constituirán el escaso mobiliario de un amplio e inmaculado salón. Entre los dos mantendrán un breve pero decisivo diálogo sobre la identidad desigual del androide y su creador, acerca de su condición asimétrica. Tan solo un pequeño gesto alcanzará para revelar la certeza de una amenaza inminente. La primera escena de Alien: Covenant, la nueva película de Ridley Scott -secuela de Prometheus (2012) y precuela de Alien, el octavo pasajero (1979), film de culto, ícono de la ciencia ficción que inauguró la saga y que dio a conocer al público la extraña y fascinante criatura alienígena diseñada por H. R. Giger- presentará de forma notable el núcleo dramático de la historia. Al mismo tiempo, la definición concreta de un estilo. El director británico se servirá de pocos elementos para narrar lo esencial. ¿De dónde venimos?, se preguntará filosóficamente el hombre. Preocupación ancestral que señalará un comportamiento humano exclusivo, determinado fundamentalmente por el órgano de la visión, y que procurará el avance de la trama: la curiosidad. El nuevo film de Scott tendrá nuevamente como protagonista a la tripulación de una nave espacial, esta vez llamada Covenant, que se moverá a través del espacio en dirección a Origae-6, un planeta lejano pero ideal para establecer un asentamiento humano. Además de colonos y embriones para el nuevo mundo, los acompañará Walter (Michael Fasbender), un diligente y servidor androide, quien los protegerá durante el viaje, travesía realizada entre períodos extensos de sueño. Sin embargo, después de sufrir un trágico accidente, aparecerá ante ellos un planeta desconocido y sin vida aparente. Será la curiosidad, ese deseo inevitable por conocer lo desconocido, la que conduzca a la tripulación a desviar su recorrido inicial para investigar el planeta. Durante el recorrido por la zona descubrirán los restos de una nave espacial abandonada y a su único sobreviviente. La investigación durará más bien poco, ni bien comiencen a darse cuenta del plan siniestro que esconde su anfitrión. En cuanto empiecen a sufrir, como “pobres diablos”, la violenta embestida de los alienígenas. La aparición de los aliens dará rienda suelta a una violencia descomunal. Esos bichos terroríficos y asesinos, pero al mismo tiempo indiscutiblemente atractivos. El espectador, agazapado pero atento, reclamará para sí su presencia en pantalla. Deseará observar la persecución que suscitan. Otra vez, ese virus: el deseo de ver. El efecto, en definitiva, que persigue el terror: querer contemplar aquello mismo que produce miedo. La nueva película de Scott, coescrita por John Logan y Dante Harper, funciona bien en todo nivel. Principalmente por su justeza narrativa. No dice de más ni pierde el tiempo en sentimentalismos innecesarios. Dice a través de la acción. El film detenta escenas formidables. Una en particular: la que muestra el nacimiento de un monstruo, la confirmación amorosa de una invención perfecta. La música a cargo de Jed Kurzel, con fragmentos de la inolvidable banda sonora compuesta por Jerry Goldsmith para el Alien original, sustenta con eficacia el espesor dramático de cada secuencia. En Alien: Covenant todos, los tripulantes y el espectador, serán amablemente invitados a ver. Y será irresistible. Casi tanto como despertarse luego de un largo sueño, un sueño de años, y buscar de todas las formas posibles recrear lo que nunca dejó de ser una fantástica pesadilla.