El Equipo “B” En la serie de Damián Szifrón, Los Simuladores, estaba el equipo A, encabezado por Mario Santos (Federico D’Elia) que se dedicaba a realizar las misiones “importantes” y un equipo B, encabezado por Feller (Jorge D’Elia), a los que se les derivaba los trabajos menores. Cuando en un capítulo Szifrón quiso dar un descanso a sus cuatro protagonistas, y darle mayor relevancia al equipo “B” con una misión que incluía la presencia del FBI, se confirmó que el ingenio de la serie se había ido al carajo y ya no era lo que había empezado siendo. De hecho, en el último capítulo, de alguna manera, el creador se disculpó por ello. Con El Legado de Bourne sucede algo similar. Se trata de una película innecesaria. De transición, sería el adjetivo más apropiado. Como Paul Greengrass y especialmente, Matt Damon, se negaron a realizar la cuarta entrega de la saga, esta vez sin una novela de Robert Ludlum, su creador, como inspiración, los productores y ejecutivos de la Universal con Frank Marshall a la cabeza, buscaron un equipo “B” para dejar contentos a los fans de la franquicia, mientras ellos siguen negociando y esperando el regreso de Greengrass/Damon. Recordemos que fue el realizador de Vuelo 93, el que sacó a flote al personaje y le encontró un rumbo con La Supremacía de Bourne, ya que Identidad Desconocida de Doug Liman, había pasado con más pena que gloria por las salas cinematográficas, pero Greengrass le aportó vértigo, inteligencia, frialdad y dinamismo gracias a su estética seudo documental, cámara en mano, uso de zoom constante, cortes sin raccord. El tono la diferenció de todo lo que se había hecho con el cine de espionaje previamente, marcando una clara distancia del cine de James Bond. Por fin, el cine estadounidense tenía un agente secreto de verdad. Pero duró poco la magia, y en la búsqueda de facturar, Marshall llamó a Tony Gilroy que se encargó de la adaptación de los primeros libros, para que creara un nuevo personaje dentro del mundo Bourne, escribiera el guión junto a su hermano y de paso, ponerse al frente de la dirección, ya que con Michael Clayton y Duplicidad no le fue mal. Si El Legado Bourne permite que nos olvidemos durante un par de horas, de que fue hecha solo por una cuestión económica, más que para enriquecer narrativamente el legado de una saga, es porque Gilroy es un realizador de la vieja escuela, capaz, limitado, pero que ofrece un producto simpático, entretenido, redondo sin demasiadas pretensiones. Hay olor a choreo, pero el resultado se deja ver. En Estados Unidos, se le dice “spin off” a una serie derivada de otra serie. Ejemplo reciente: lo que se quiso hacer con la serie Joey. Usan un personaje del mundo Friends y le da su propia serie. Acá sucede lo mismo. Al mismo tiempo que la CIA persigue a Jason Bourne (o sea, la acción sucede en forma simultánea a Bourne: El Ultimatum), un equipo “B” liderado por dos coroneles retirados, comienza a asesinar a todos los superagentes que tuvieron el mismo entrenamiento de Bourne y a los científicos que desarrollaron las drogas que los volvieron súper soldados. El problema es que uno de estos agentes, Aaron Cross sobrevive al ataque, y del otro lado, una científica infectóloga, Martha Shearing, también logra escapar de un intento de asesinato. La única forma que tiene Aaron de seguir vivo es con las pastillas que diseñó Shearing, así que debe salvarla a ella también, y ambos, fugitivos de la CIA, buscar las drogas para Aaron. Básicamente, Gilroy cambió el argumento de la saga, que pasó de ser acerca, la búsqueda de la identidad del protagonista a la lucha por la supervivencia, lo cuál por suerte, se establece como tema desde el primer minuto. Hay varias subtramas que anclan con el resto de la saga, para que no parezca que esta podría haber sido una película llamada Aaron Cross y no tener relación con Bourne. Sin embargo en esta cruzada de Hollywood por alargar y exprimir productos rendidores, los caminos de Bourne y Cross se terminan cruzando. Si bien el film tarda un poco en arrancar y es demasiado discursivo, y sobretodo explicativo, se debe admitir que Gilroy se desempeña bastante bien desarrollando persecuciones, creando escenas de tensión y suspenso. Además arma bastante bien al personaje de Cross. Es ambigúo pero un poco más humano, cálido, carismático que Bourne. Si el personaje de Damon era parco y poco dispuesto a responder preguntas, Cross al menos, sonríe, tiene puntos débiles, y pretende iniciar conversaciones en forma más amena. Casi se parece a James Bond. De hecho la diferencia que hace, Jeremy Renner con respecto a Matt Damon, es como la de Roger Moore con Sean Connery en la serie de Ian Fleming. Renner es más divertido, irónico, e incluso más seguro como intérprete que Damon. Además (y esto es apreciación personal) toma bastante del carácter rebelde pero canchero de Steve Mc Queen. Haber elegido al protagonista de Vivir al Límite como continuador de la franquicia es posiblemente la mejor elección de este equipo B. Por otro lado Rachel Weisz, aporta belleza y cierta solvencia a su personaje, nada para destacar dentro una filmografía en la que ha tenido mejores interpretaciones, y Edward Norton se muestra frío y superficial como el villano corporativo de turno, aún ligado con un contrato esclavo que hizo con la Universal. El resto del elenco “importante” que provenía de las anteriores entregas solamente hace cameos, para dejar en claro que la saga no está muerta. Solo se agrega Stacy Keach, actor injustamente olvidado por el tiempo, en un rol menor. Mientras esperamos que Damon y Greengrass acepten nuevamente realizar la quinta parte que cerraría definitivamente la saga (esperemos) debemos conformarnos con este producto menor, realizado por un equipo “B”, pero que al menos, resulta entretenido.
Nuevo rostro para un agente perseguido Realizar una cuarta entrega de la saga de Jason Bourne sin su protagonista original, Matt Damon, y sin el realizador de las dos últimas, Paul Greengrass, significaba un desafío. Todo indica que la historia continuará ahora de la mano de Jeremy Renner, un nuevo agente, mezcla de Rambo y McGyver, quien se verá perseguido por ser parte de una feroz operación para conseguir al "hombre perfecto". Sin embargo, ningún cabo debería quedar suelto. Aaron Cross es la pieza de este complicado rompecabezas (Bourne en las entregas anteriores intentaba averiguar que había detrás del programa secreto de la CIA, Treadstone) que se mueve entre el consumo de drogas y pastillas. Aunque el film se toma su tiempo para explicar diversas situaciones, tampoco queda demasiado claro el pasado del protagonista. El relato cuenta con la dirección de Tony Gilroy (Michael Clayton; Duplicidad), quien expande el conflicto central imaginado por las novelas de Robert Ludlum. Acá Cross se unirá a una doctora (una siempre espléndida Rachel Weisz) para emprender un escape vertiginoso. La acción se traslada de Alaska a Filipinas con velocidad y en el bando antagónico (y muy poco confiable) se encuentran los personajes de Edward Norton (con un rol acotado), Stacy Keach, Oscar Isaac y los veteranos Joan Allen, David Strathairn y Scott Glenn, quienes retoman con pequeñas apariciones sus personajes. Sin superar a las tres entregas anteriores, la película acierta en los momentos en los que Cross se ve acorralado: la secuencia de los lobos en un clima helado o la extensa persecución final a bordo de una moto, se llevan los aplausos y crean tensión. La pérdida de la memoria que tenía Damon es reemplazada por una nueva droga que va dejando cadáveres por doquier y un inescrupuloso equipo que no duda en apretar el gatillo cuando las papas queman. Es entretenida, pero no es la mejor de la saga.
La mochila de Bourne La saga de Jason Bourne es recordada por varias razones, una de ellas es que fue una de las más revitalizadoras dentro del género de la acción. La historia de un hombre que de pronto reacciona a puro instinto pudiendo matar en segundos funcionaba a la perfección. Al igual que Matrix, El Vengador del Futuro o X-Men, llevaba al hombre común al nivel de super héroe como el que sueñan muchas personas (en principal los que van a ver este tipo de películas). Las Bourne además poseía ese maravilloso acierto de haber seleccionado a un actor como Matt Damon: hombre común, medio regordete y con cara de bueno. Entonces en nuestro imaginario él cumple con nuestro sueño de hacernos sentir que podríamos ser nosotros en esa circunstancia, llevando al hombre mediocre al nivel de estrella de acción. El otro gran acierto fue tener a un director como Paul Greengrass (al menos en las últimas dos), un director de vértigo visual y hábil en el registro de tensión mediante un montaje veloz para meternos en un ritmo frenético. Lo primero que hay que decir acerca de este nuevo (¿?) relato es que si uno no vio la trilogía anterior se va a sentir confundido respecto a lo que pasa en la pantalla ya que la historia sucede en paralelo a la de la última de Bourne (The Bourne Ultimatum). El agente Aaron Cross (Jeremy Renner) es uno de los mejores agentes de una organización que realiza operaciones secretas al igual que Bourne y aunque no se toquen sus historias el escándalo en los medios de "Bourne" obliga a desmantelar todos los grupos de operación que trabajan en las sombras. Esta exposición da como resultado que el grupo desde el cual realizaba operaciones Aaron Cross deba ser eliminado completamente. El factor de peligro que se suma a esta historia (además del que lo quieran "limpiar") es que esos agentes consumen una droga con la cual mejoran sus aptitudes físicas y mentales, entonces, en medio de este escape, la ausencia de esa droga también puede significar la muerte. Es por medio de esta droga que se vincula la científica Martha Shearing (Rachel Weisz) y nuestro muchacho de fácil matar. Ella es la única sobreviviente de los científicos que trabajaban para ese grupo secreto (la orden de eliminar pruebas incluía a todos los participantes) y para la supervivencia de ambos deciden unir fuerzas. El comienzo en un clima glacial (con enfrentamiento con lobos incluidos) nos permite admirar la dureza del personaje de Renner. Pero también nos aleja de crear la empatía que generaba ese Damon tan humano, este es una agente invulnerable, preparado para todo lo que se venga encima, no así como el Jason Bourne de Damon que nos sorprendía sacando trucos de la galera para lidiar con un mundo que lo quería destruir. Y definitivamente si uno tiene que hablar de lo mejor de esta entrega debe referirse a la escena del final en Filipinas. Esa secuencia con persecución por techos y posteriormente, en moto, se disfruta de punta a punta, el nivel de adrenalina sube y se mantiene bien arriba. Tony Gilroy (guionista de las anteriores, director de esta) no logra filmarla con el mismo atractivo que Paul Greengrass pero no deja de ser un gran momento. El Legado de Bourne pierde demasiado al no tener a Matt Damon ni a Paul Greengrass, la idea de intensidad, intriga y super agente está vigente pero uno ve con conformismo el resultado. Recicla todo aquello que una vez fue bueno en cuanto al montaje, persecuciones y otras yerbas pero no puede distanciarse de una mera repetición de fórmulas ya reconocidas.
El Legado Bourne, es todo lo que nos queda de él. Esta peli es el ejemplo exacto de que algunos guionistas no pueden ser directores, o que directamente no pueden estar a la altura de la bestia que han creado. Extrañando las Verdes Hierbas El Legado Bourne es una buena película. Punto. El “de acción”, lo saque de la frase ya que es su mayor dolencia. Ya superar el hecho de que el nombre de Jason Bourne este en el título, y ni siquiera aparezca como cameo es bastante difícil de tragar. Tony Gilroy se hace cargo por primera vez de su bebe “Jason Bourne”, en esta especie de Spin Off, ya que no es ni remake ni secuela. Bueno, en cierto modo lo es, ya que los acontecimientos de El Legado Bourne transcurren entre los acontecimientos que vemos en “La Supremacía Bourne” y “Bourne: El Ultimátum”. Tony Gilroy siempre estuvo a cargo de los guiones, y Paul Greengrass en dos oportunidades y Doug Liman no solo dirigieron con maestría las tres primeras entregas, si no que con la primera parte “La Identidad Bourne”, se redefinió el género de acción. Así de simple. Todas las películas de acción “realistas” de este siglo de algún modo, copian o sacan cosas de la Saga Bourne. Realmente en esta entrega de Gilroy se extraña sobre todo el pulso de Greengrass. No quiero decir que Gilroy sea un mal guionista o mal director, de hecho “Michael Clayton” una de mis películas preferidas esta escrita y dirigida por Tony Gilroy, (si no la vieron, corran a verla.) No obstante, el genero de la acción, le resulto un poco esquivo a nuestro amigo Gilroy. Ausencia presente El Legado Bourne nos cuenta la historia de Aaron Cross, quien esta terminando su entrenamiento como agente justo en el momento en el que Jason Bourne arma toletole. Los popes del proyecto al ver que se va todo al tacho, deciden no dejar cabos sueltos, y por ende, matar a TODOS los agentes y personas involucradas con los proyectos. Obviamente Aaron se salva, e intentara salvar también a la única sobreviviente del laboratorio que le administra unas drogas que lo vuelven un súper soldado, la Dra. Martha Shearing. La pareja de Jeremy Renner y Rachel Weisz anda MUY bien. Realmente reman toda la película ellos solos. Ya que hay muchas palabras y poca acción, esta todo por demás explicado, casi digerido para que el espectador entienda todo. Casi, casi, tratando al espectador de estúpido. Jason Bourne es nombrado TODA la película, pero jamás aparece, es un protagonista omnipresente y a la vez ausente. Salvo por alguna que otra foto de archivo. El resto de los personajes de la mitología aparecen todos, de hecho, la mitología de la serie esta muy bien cuidada y se intenta por todos los medios no caer en inconsistencias. Párrafo a parte para Edward Norton, quien esta bastante desperdiciado, hace bien lo suyo, lastima que lo que le toca hacer, no esta bueno. A punto de despegar Toda la película parece una preparación para la GRAN escena de acción, es como un increyendo hacia alguna escena, enfrentamiento, o lo que sea que nos brinde una escena climática que nos deje con los ojos llenos de acción. Pero no… El Legado Bourne termina como “The Grey”, solo que la escena anticlimática de “The Grey” le sienta perfecta y esta pensada de manera magistral, y en El Legado Bourne nos vamos a quedar con las manos abiertas diciendo “no podes dejarme así”. Así es, es casi una película histérica, que insinúa todo el tiempo y falla en traernos lo que promete. Es mas, la escena climática, es como cualquier escena “común”, cuando la vean se van a preguntar que paso. Que se perdieron. La película esta siempre “A punto de arrancar” y de pronto termina. Claro, arrancara en la próxima. Pero no me mal entiendan, no es una MALA película, tan solo se queda corta de acción, y eso en una película de acción, es un pecado imperdonable! O sea una película con la palabra Bourne en el titulo, pero sin Jason Bourne es como Total Recall sin marte, Ah! Cierto! Eso también ya lo hicieron. Conclusión Si bien no es un desastre, tampoco es genial. Renner y Weizs hacen lo que pueden, se rompen el lomo para llevar la peli adelante y se nota, la reman y se ponen la peli al hombro. Pero no les alcanza. Sin embargo, si son fanas de la Saga Bourne, tendrán que verla, ya que seguramente la próxima contara tanto con Renner como con Damon interpretando nuevamente a Jason Bourne. Peli de acción, con poca acción. Mucha charla, mucha explicación y pocas explosiones. No pretendo “The Expendables 2? pero si hubiera venido mejor, al menos una mejor escena climática. Es como si hubieran partido una película a la mitad, pero no te hubieran avisado.
Un regreso esperado, pero que se queda a mitad de camino. Aaron Scott (Jeremy Renner) es uno de los tantos agentes secretos del programa Treadstone, que buscaba crear super-soldados, y a los que le salió el tiro por la culata con Jason Bourne (Matt Damon en la primera trilogía), que volvió a las bases para vengarse de todos y cada uno de los responsables de esta iniciativa militar. A causa de la persecusión de Bourne, y de la revelación de secretos en medios públicos, Treadstone se ve obligada a cerrar el programa, y a eliminar absolutamente todas las pistas. Y entre esas pistas están las vidas de los agentes. Así que, en una especie de Orden 66 (esa en Episodio III, que masacra a todos los jedis), los super-soldados van cayendo a causa de una droga mortal que les brindan desde el programa. Droga que Scott no pudo tomar, ya que en ese momento se encontraba perdido en las montañas con otro agente de Treadstone, esperando poder recuperar sus drogas del programa, extraviadas en un abismo, ya que sin ellas (y en consecuencia a un tratamiento) puede morir. Finalmente, el agente compañero de Aaron es asesinado en un bombardeo, y recién allí es cuando Treadstone se da cuenta de la existencia de este agente, ahora fugitivo. Ahí comenzará la caza. Por otro lado, Treadstone busca eliminar absolutamente todos los elementos de su programa, inclusive a los científicos, y luego de un brote psicótico de uno de los doctores que comete homicidio-suicido con casi todos sus compañeros, la única sobreviviente (Rachel Weisz) comienza a ser perseguida. Y es por la casualidad o por el destino, que los caminos de la doctora y del agente encubierto se cruzan, y se aliarán para sobreivir y para buscar respuestas. Lo verdaderamente interesante de El Legado de Bourne (The Bourne Legacy, 2012) es que no es una secuela, sino que los eventos de la película se dan simultaneamente con El Ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, 2007),y podemos ver cómo se van tejiendo los elementos, y cómo las acciones de una parte dejan consecuencias en la otra. Una forma de narrar muy interesante, y que podría haber sido brillante si su director y escritor, Tony Gilroy, hubiese estado más afilado, pero la realidad es que la ausencia de Paul Greengrass detrás de cámaras se nota muchísimo, dejando a El Legado de Bourne como una película de acción con poca acción, o sencillamente una película de suspenso sin demasiado suspenso. La dupla protagonista de Renner y Weisz es excelente. Al principio, cuando recién se cruzan, la actriz es altamente odiable por su posición de dama en apuros, pero ella da para más, y puede ser la mujer fuerte que todos queremos ver. Y eso es algo que va "mutando en ella", aunque no tan naturalmente. Es simple: en un momento es cobarde, y al siguiente está peleando codo a codo con Aaron. No muy creíble, pero pasa. Ahora, Renner si tiene en su camino convertirse en la próxima gran estrella de acción. Aunque en esta película no se lo pueda ver demasiadas veces en escenas de lucha, las pocas que hay están muy bien, y muestran a un actor que da piñas con una naturalidad encantadora. Lo que es una lástima es el desaprovechamiento de Edward Norton en pantalla. Como villano tiene todas las de ganar, pero aparece tan poco tiempo que nos olvidamos fácilmente de él. El Legado de Bourne no es el regreso ideal del mundo Treadstone a la pantalla grande, pero al menos es un primer paso para una saga que podría mejorar muchísimo ajustando apenas un par de tornillos. Y tal vez, soñemos, en algún momento podamos ver a Aaron Scott y a Jason Bourne juntos en la pantalla. @JuanCampos85
¿Hay antidoping para los súper espías? El legado Bourne es el ambiguo título de esta cuarta parte de la saga originalmente basada -y, en los últimos episodios, inspirada- en las novelas de Robert Ludlum sobre el intrépido y perseguido espía que encarnaba Matt Damon. Ambiguo porque, en cierto sentido, la película tiene que hacerse cargo de tres legados: el del propio agente Bourne, que desaparece de la trama y ahora la historia debe ser llevada adelante por un nuevo personaje; el del actor que la protagoniza (Matt Damon sale y entra Jeremy Renner); y el de la propia saga, que marcó un punto de quiebre en la estética del cine de acción de Hollywood gracias a la frenética y fracturada dirección de Paul Greengrass… que tampoco está más al frente. Ese “legado” puede ser un beneficio para el marketing del film, pero es un peso a la hora de ver la película y compararla con las anteriores (por lo menos con las dos últimas). Da la sensación, al ver El legado Bourne que, de no existir esa comparación, la mayoría hablaría de una bastante sólida película de acción y suspenso. Pero, claro, no está a la altura de las anteriores y eso hace que uno termine extrañando a Greengrass. De no existir ese “legado”, que está muy presente -y pesa- en la primera parte de la película, en tanto un contingente de capos de la CIA y de agencias aún más secretas se la pasan tirando links y datos “conectores” entre lo que le pasó a Bourne y lo que le pasará al agente Aaron Cross, veríamos con enorme placer una historia que podría no tener mucho que ver con los films anteriores. Pero como no es así -y como tampoco Bourne parece haber logrado el status que tiene James Bond de cambiar de cara y cuerpo, y seguir como si nada sucediera-, la primera parte de la película es un intento forzoso de parte de Tony Gilroy (el guionista de toda la serie y ahora también director) de plantear la historia de Cross al mismo tiempo que transcurre el final de El ultimátum de Bourne. Es decir: mientras el “viejo” agente sacaba a la luz la existencia de un programa secreto de espionaje, en El legado… se revela la existencia de otro, aún más secreto y problemático, que incluye modificaciones genéticas y que lo comanda Edward Norton, por lo que más vale tener mucho cuidado. Todo eso nos lleva a Cross, que Renner encarna de forma aún más dura, seca y cortante que Damon: casi una máquina que dispara, corre y golpea (muchas veces todo al mismo tiempo), gracias a las ventajas de unas capsulitas verdes y azules que no pasarían ningún control antidoping. Cross logra escapar de varios intentos por aniquilarlo -uno de los cuales lo obliga a una lucha de ingenio con un lobo para zafar de un misil…-, pero lo que le faltará pronto son sus pastillitas. Sin las que, según parece, pronto podría terminar convirtiéndose en una papilla humana. Paralelamente a los gritos de Norton y a las corridas de Renner, está Rachel Weisz, que encarna a Martha Shearing (probablemente la científica más bella de la historia de la ciencia), quien sobrevive al ataque de locura de un compañero de trabajo que liquida sin piedad a todos los hombres con delantal que se ocupan de pastillas, agujas y otros derivados de la trama. Y es a partir de esa escena, brillante e intensa, que la película encontrará su ritmo, se despegará de las asociaciones varias con Bourne, y empezará a pesar por sí misma. Ya no importa tanto entender las operaciones Treadstone, Blackbriar o la nueva, Outcome. Será cuestión de ver cómo estos dos fugitivos hacen para escapar de esa especie de Gran Hermano que parece haberse vuelto el mundo entero al ser transmitido por cien pantallas en la CIA Plus. El encuentro se produce en otra notable y violenta escena que tiene lugar en la casa de la perseguida Martha, y de allí en adelante ambos se escaparán mientras tratarán de saber un poco más no sólo de quién es el otro, sino de los detalles del programa en el que ambos participan. El único problema del constante crecimiento de la acción en el film es que, en su última parte (no conviene adelantar donde es ni cómo llegan allí), el aumento del ritmo derivará en una larga y frenética secuencia de fuga que, si bien funciona bastante bien en sus propios términos, está más cerca de pertenecer a una película de superhéroes que a la lógica de la saga. No es que la saga Bourne haya sido realista ni mucho menos, pero en las veloces manos de Greengrass ha tratado siempre de ser plausible en sus propios términos, obligando en su camino a modificar la lógica por momentos absurda y hasta delirante de su hermana mayor, la saga Bond, que se “bournizó” con la llegada de Daniel Craig y un nuevo tipo de estética. Aquí, al final, Gilroy pone quinta velocidad, agrega un personaje propio de Terminator y tira la lógica interna de la saga (y de la película) casi por la borda. Pero pese a algunos problemas específicos, da la impresión de que hay tela para cortar con Jeremy Renner al frente de la saga. Ya “liberado” del peso de la presentación y justificación del personaje, el actor tiene la energía y el nervio necesarios para construir un verdadero héroe de acción siglo XXI. Tal vez Greengrass, fiel a Damon, no quiera volver a ponerse al mando, pero si a su vieja amiga Kathryn Bigelow (que lo llevó a la fama en Vivir al límite/The Hurt Locker) se le da por hacer una película de Bourne, los resultados pueden ser verdaderamente letales. Con o sin antidoping. Trailer del film:
¿Qué hago en Manila? El legado de Bourne (The Bourne Legacy, 2012) no es otra película sobre Jason Bourne, sino una historia derivada a partir del personaje que interpretó Matt Damon y que sólo coexistirá como una parte secundaria del relato del film que dirige Tony Gilroy (Michael Clayton, 2007). Luego de que la situación de Jason Bourne se hiciera pública, el Ministerio de Defensa decide eliminar a los seis agentes del programa Outcome diseñados para actuar en soledad durante operaciones de largo tiempo. Pero algo saldrá mal y el agente Aaron Cross escapará de una muerte anunciada. De ahí en más todos los agentes secretos del estado lo buscarán para que la misión alcance el éxito esperado y ya no queden pistas que delaten el accionar de los programas de gobierno. Tony Gilroy, autor de la trilogía que protagonizó Matt Damon, es un gran creador de thrillers políticos al que le gusta conducir a sus personajes (y a los espectadores) por laberintos narrativos, creando un estado de confusión que le es funcional para tapar los grandes baches que sus guiones presentan, pero que gracias a las subtramas que va armando, manipula al espectador para que pierda la cohesión y pase por alto situaciones confusas o no resueltas. Sumado a que la génesis de Bourne se destaca por los saltos narrativos y temporales, la presentación del conflicto y del personaje que hace Gilroy en El legado de Bourne es un rompecabezas imposible de armar en su primera hora, algo que además vuelve a la trama morosa y bastante densa. Si Matt Damon es un ser totalmente apático y dicha característica le había ayudado a crear un personaje que generaba una total empatía con el espectador ante su ausencia de carisma, Jeremy Renner es un discípulo perfecto. Aaron Cross bien podría ser Jason Bourne o viceversa. Actores que físicamente no dan como recios pero que su ausencia de gracia los termina volviendo seres displicentes. Si la densidad inundad la primera parte del relato esto se revierte ante un desenlace vertiginoso, en donde los personajes se trasladarán a Manila y atravesarán la ciudad haciéndole honor al Bourne de Paul Greengrass, aunque su legado este muy lejos de alcanzarlo. Persecuciones que no soportarían una disección fílmica pero que en el contexto global son funcionales a lo que uno espera de este tipo de producciones, hacen que al amenos uno se enganche con la trama sobre el final. El legado de Bourne bien podría llamarse de cualquier forma, de Bourne sólo quedó el programa que el Ministerio de Defensa trata de desarticular, y algunos actores en roles secundarios. El resto una película acción más que sin duda no entrará en la historia del cine. De Bourne poco y nada.
Relanzamiento de la saga, ahora con Jeremy Renner, que no logra el brillo de las anteriores Guionista de la trilogía sobre el agente Jason Bourne que interpretó Matt Damon, Tony Gilroy se convirtió en esta cuarta entrega también en su realizador. Pero la inclusión del director de otros thrillers como Michael Clayton y Duplicidad no es la única novedad de la saga, ya que incluso cambió el protagonista. Ahora es Jeremy Renner (visto en Vivir al límite, Misión: Imposible - Protocolo Fantasma y The Avengers: Los Vengadores) quien encarna a un agente secreto (Aaron Cross) que debe emprender una carrera contra el tiempo y apelar a su proverbial inteligencia y a sus múltiples habilidades físicas para escapar de sus propios jefes, que intentan destruir todo vestigio del "Programa", proyecto que intentó generar -con la ayuda de químicos y experimentos genéticos- verdaderos superhombres. De eso se trata El legado Bourne: servicios de inteligencia dominados por seres despiadados, científicos sin escrúpulos, poderosas corporaciones, drogas sintéticas, escenas ambientadas en distintas zonas del mundo (desde Alaska a Filipinas, pasando por Europa y Corea del Sur) y, claro, persecuciones: a pie, en auto y en moto. La primera parte del relato (la presentación del conflicto) es un poco más rebuscada y confusa que en las entregas anteriores, mientras que la segunda mitad ofrece varias secuencias de acción en plenas calles y autopistas (sobre todo de Manila), construidas a pura tensión y adrenalina. Más allá de la pericia narrativa de Gilroy, de la maestría de los dobles de riesgo, del siempre notable aporte del director de fotografía Robert Elswit para trabajar escenas de masas en locaciones reales y de la solidez de todo el elenco (con Edward Norton como el "cazador" de agentes y la bella y talentosa Rachel Weisz como la compañera de aventuras), este reboot (relanzamiento) de la saga deja unas cuantas dudas y no sólo porque termine perdiendo en la comparación con las películas anteriores rodadas por Doug Liman y Paul Greengrass (en dos oportunidades). Si Bourne nació como una suerte de respuesta al entretenimiento adolescente y efímero de los superhéroes de turno y al glamour algo banal de la saga de James Bond, esta nueva versión con Aaron Cross como protagonista también se repite un poco. El saldo sigue siendo positivo, es cierto, pero la franquicia ya empieza a dar algunas señales de agotamiento.
Llega el triatlón de los espías dopados En el cuarto film de la serie, el nuevo maratonista de la franquicia deberá sobrevivir no sólo a la naturaleza salvaje de Alaska, sino también a la propia agencia de inteligencia que lo entrenó. Y que ahora, como a Bourne, también lo quiere matar. Será el espíritu de la época, una mera boutade de la producción o quizás obra del azar, pero la nueva entrega de la saga Bourne empieza como si se tratara de una nueva carrera de relevos, la disciplina que se quedó afuera de los Juegos Olímpicos de Londres 2012: el triatlón de los espías. Un hombre surge del agua –una vez más ese líquido amniótico de donde han nacido todos los Bourne, en busca de su identidad perdida– y emerge a la superficie con un tubo en la mano, como si fuera la posta que le pasó Jason Bourne en el final del film anterior, que terminaba también en las profundidades acuáticas. Dentro de ese tubo, el hombre encontrará las instrucciones para seguir adelante en la prueba que se le ha impuesto: sobrevivir en medio de la naturaleza más salvaje de Alaska. De más está decir que a lo largo de El legado Bourne el nuevo maratonista de la franquicia deberá subsistir no sólo a un clima inclemente y a una manada de lobos salvajes, sino también, y sobre todo, a la propia agencia de inteligencia que lo entrenó. Y que ahora, como a Bourne, también lo quiere eliminar. El nuevo agente tiene nuevo nombre y actor: se llama Aaron Cross y quien lleva su cruz es Jeremy Renner, que desde su protagónico en Vivir al límite (2008), de Kathryn Bigelow, viene perfilándose como el flamante héroe de acción de Hollywood, el recambio fresco para Matt Damon, que hace rato viene corriendo y necesita relevo. El mayor logro del director y guionista Tom Gilroy es el de haber logrado tomar esa posta y “enganchar” de la manera más precisa y fluida posible el final de la trilogía Damon con lo que amenaza con convertirse en la serie de secuelas Renner. Muchos de los personajes y acciones del final del film anterior también reaparecen en éste, empezando por el fantasma de Jason Bourne –se supone que sigue vivo y libre– y continuando por el “crisis manager” David Strathairn, que le ladra a sus secuaces de la CIA: “Estén atentos, tenemos una amenaza inminente”. El peligro ya no es sólo que Bourne saque a ventilar todos los trapos sucios de los programas secretos de la agencia de inteligencia estadounidense, sino que otros agentes que también han sido genéticamente diseñados para servir y obedecer ciegamente –como Cross– se subleven contra el sistema. Y por eso hay orden de eliminarlos. En la subvaluada Michael Clayton (2007) –una película que fue rápida, injustamente desechada al cajón de las olvidadas del Oscar–, el realizador Tony Gilroy había demostrado su capacidad para inocular el vacilo de la paranoia en una trama que involucraba a bufetes de abogados y grandes corporaciones. Aquí debe moverse en un mundo similar, pero con otras reglas, bastante más dinámicas y menos conversadas, que son las del cine de acción. En este sentido, se extraña el pulso, la tensión narrativa del director de las dos últimas Bourne, el inglés Paul Greengrass, un cineasta particularmente dotado para bordar tramas y situaciones paralelas a toda velocidad sin que se pierda el hilo del relato. A Gilroy y sus hermanos (el guionista Dan, el montajista John) les cuesta un poco el arranque: por un lado, tienen que presentar al nuevo personaje y, por otro, establecer todo tipo de enlaces con el final de la película anterior, todo casi al mismo tiempo. Y no les resulta fácil. Pero se diría que una vez que se sacan de encima la pesada mochila de Bourne y se pueden dedicar por entero a Cross, la película se vuelve más ligera, más libre. Y también más banal, hay que reconocerlo. El mérito de los Bourne de Greengrass/Damon estaba en que no sólo eran estupendos films de acción, pura y dura, sino que había además un pathos, una densidad de ideas alrededor del personaje que iban más allá de la obvia ferocidad de las agencias de inteligencia. Aquí las preguntas por la identidad y el libre albedrío que acuciaban a Bourne –¿quién soy?, ¿por qué actúo de la manera en que lo hago?– desaparecen porque Cross ya sabe que ha sido genéticamente manipulado, por un programa aún más siniestro y avanzado que el que le tocó a su antecesor. “Somos moralmente indefendibles, pero absolutamente necesarios”, recuerda Cross que le dijo su superior en ¿Irak? ¿Afganistán?, interpretado por un inquietante Edward Norton. Pero esa línea de relato pasa a segundo plano cuando entra en cuadro el interés romántico, una científica que fue parte esencial de su dopaje (tiene la suerte de que sea Rachel Weisz; le podía haber tocado alguien más feo) y que se salvó de milagro de ser ejecutada por la misma agencia que quiere cargarse a Cross. Esa mujer ayudará al protagonista a completar su maratón para que antes de las nuevas Olimpíadas ya haya un nuevo Cross en carrera.
Crear 1, 2, 3... mil Bourne El guionista y director de toda la saga creado por Robert Ludlum asume la dirección en esta nueva entrega que presenta a un nuevo héroe, a cargo de Jeremy Renner. Para los fanáticos de la saga Bourne, esta nueva perla del rosario sin duda era esperada con particular interés, en tanto las tres películas anteriores –Identidad desconocida (2002) La supremacía Bourne (2004) y Bourne: El ultimátum (2007)– se constituyeron en un verdadero fenómeno que combinaban taquilla con un genuino producto industrial digno, del que casi ningún espectador podría sentirse decepcionado. Al menos así lo demostró el éxito que tuvo cada una de las entregas. Lo cierto es que los productores hicieron una jugada más que arriesgada, frente a la negativa del director Paul Greengrass y del actor Matt Damon de continuar en el proyecto de la saga Bourne, y decidieron para la cuarta entrega de la franquicia sustituir al ya legendario agente Jason Bourne por el agente Aaron Cross, a cargo del actor Jeremy Renner (Vivir al límite, Atracción peligrosa, Los Vengadores). El planteo no deja de repetirse: un agente debe luchar contra sus jefes del Departamento de Defensa que han decidido desactivar un plan entrenamiento en que se encuentran cinco agentes alrededor del mundo. Uno a uno serán eliminados, hasta que casi por casualidad, Cross evita caer en la trampa. A partir de allí, el nuevo agente tendrá que armar el rompecabezas para poder comprender por qué sus jefes intentan sacárselo de encima y cuáles son sus verdaderas posibilidades de sobrevivir. La investigación lo llevará hasta a la joven científica Marta Shearing (Rachel Weisz), quien acaba de salvar su vida en un atentado donde murieron todos sus compañeros de laboratorio. Así, el despliegue conocido en los títulos anteriores de Bourne repite el esquema de las locaciones en varios continentes –con una facilidad que ya la quisiera Julian Assange, el perseguido creador de WikiLeaks–, mientras el agente y la bella científica se enfrentan al poder como pueden. En suma, la historia va degradándose al punto de volverse ramplona, con una serie de monumentales secuencia de persecuciones que desprecia a la inteligente saga en un film estereotipado, pura superficie, con una enmarañada trama que nunca encuentra un eje. En sus casi más de dos horas, El legado de Bourne confirma lo innecesario de su existencia, luego de las tres estupendas películas que la preceden.
Mancha venenosa Los muchachos de la CIA y sucursales vuelven a hacer de las suyas en esta nueva entrega de la saga Bourne, sin Bourne. Los secretos de la agencia están en peligro, especialmente la operación Outcome, y la solución tomada por el jefe de operaciones clandestinas (Edward Norton) es eliminar las pruebas, que en este caso son los agentes que han servido a causas moralmente indefendibles. Uno de los agentes es Aaron Cross (Jeremy Renner), quien se encuentra en etapa de entrenamiento cuando la amenaza lo acecha y al notarlo emprende la huida. Mientras tanto, Jason Bourne parece estar de vuelta, para preocupación de los altos mandos. Pero este hecho solo queda enunciado, nunca se desarrolla en la trama, situación que pone al rol de Renner como de relleno, sin que llegue a tomar vuelo propio, convirtiéndose casi en una sombra del protagonista de las entregas anteriores. Los vericuetos del sistema que tan bien se expusieron en los filmes protagonizados por Matt Damon aquí quedan relegados para dar paso a la acción, muy buena por cierto, pero sin el trasfondo ni la hondura de las historias previas. Algunos caprichos del guión, bastante torpe en momentos clave, atentan contra el verosímil de la trama, genera preguntas que no tienen respuestas lógicas en el espectador; pero eso es rapidamente superado por el buen ritmo que el director impone en las escenas de acción que siguen. Sólida en su papel está Rachel Weisz, quien se convierte en la compañera de escape de Cross y al mismo tiempo en un problema para la agencia. Repiten brevemente los roles presentados en las películas anteriores Daniel Strathairn, Joan Allen y Albert Finney. Es destacable la banda de sonido a cargo de James Newton Howard, eficaz para acentuar el tono propuesto y como parte de un montaje que no se caracteriza por la síntesis.
¿Bourne está? Para reinventar la saga, otro agente es el perseguido por el recontraespionaje. Es un Bourne, sin Bourne. Aunque a Jason Bourne se lo vea sólo en fotos, el legado del que habla el título de la cuarta entrega de la saga, poco y nada tiene que ver con el agente creado por Robert Ludlum. El principal motivo de que Bourne no esté en la película es que Matt Damon, quien lo interpretó en las tres primeras, dijo adiós. Y a diferencia del agente Jack Ryan, que entre otros tuvo los rostros de Harrison Ford y Ben Affleck, o Clarice Starling (Jodie Foster en El silencio de los inocentes y Julianne Moore su secuela, Hannibal ), para no hablar de James Bond, se ve que los productores no estaban convencidos de cambiarle la cara al personaje. ¿Creerán que Damon puede volver? Tal vez. Por de pronto en El legado de Bourne el protagonista es otro agente y otro actor. Aaron Cross (Jeremy Renner) anda nadando con el torso desnudo en las heladas aguas de Alaska. Es parte de un entrenamiento (el nadar) y, el agente, parte de un proyecto de biogenética que debe ser borrado de la faz de la Tierra. Ya bastante tienen la CIA y otras agencias del recontraespionaje estadounidense con el bendito Bourne perdido por allí, acusándoles de todo como para dejar algún cabo suelto. Por lo que Cross, a quien el actor de Vivir al límite le presta su rostro pétreo pero con más movilidad que un Stallone y al estilo de lo que generaba el más carilindo de Damon, deberá correr por su vida. Hay unas pastillitas, una azul (no es para eso) y la otra verde que explicarán por qué Cross tiene tamaña resistencia al dolor, entre otras cosas, y la bióloga (Rachel Weisz) que cada tanto le tomaba los análisis terminará, de buenas a primeras y tras algunas balaceras, inmiscuida en la huida de Cross y en la propia, cuando también quiera eliminarla. El malo de turno es Edward Norton, un malo de escritorio. El legado de Bourne tiene una estructura de guión hiperrecontra básica. Salvando las distancias, si Kubrick había imaginado Inteligencia artificial en capítulos guionados bien diferenciados -lo que después hizo Spielberg al filmar es otra cosa-, Tony Gilroy armó secuencias que hasta podrían estar desconectadas. O formar parte de otra película. Hay mucho diálogo y necesarias explicaciones en algunos bloques de escenas, pero cuando se viene la acción, hay tres secuencias (en el laboratorio, en la casa y la persecución) en las que las palabras sobran y si el ritmo interno se acrecienta, también se agregó más adrenalina en la mesa de edición. Las películas de Bourne, a diferencias de las Misión: Imposible o las Bond, podrán transcurrir en diferentes ciudades (aquí se pasean por Alaska, ciudades estadounidenses, Manila, Seúl), pero saber que los malos están siempre del lado de uno genera cierto resquemor. Son estadounidenses vs. estadounidenses. Todos contra todos. Por la pantalla pasean varias leyendas, como Albert Finney, Stacey Keach, Scott Glenn (jefe de Sterling en El silencio...) y otras caras conocidas que no vamos a mencionar. ¿Volverá Bourne ? Seguro. ¿Con o sin Bourne? Ese es otro asunto.
"Todos tenemos nuestros secretos. ¿No es así, Ethan?" (Brandt, Mission: Impossible – Ghost Protocol, 2011) En su sentido dentro del argumento, The Bourne Legacy se refiere a los daños colaterales provocados por el agente interpretado por Matt Damon, los cuales dan origen a nuevos conflictos, centrados en la figura de Aaron Cross, potencialmente eternos si se considera la cantidad de programas secretos que la CIA maneja. En su interpretación literal, por otro lado, el título se puede vincular con la sucesión, con el pase de posta de una trilogía que busca renovarse. De igual modo pero con resultado diferente, la cuarta parte de Misión Imposible estaba prevista como un vehículo para instalar al personaje de Jeremy Renner y que este se hiciera cargo de la saga. No obstante, a los 50 años, Tom Cruise demostró estar en óptimas condiciones y, antes que ceder el testigo, siguió corriendo todavía a mayor velocidad. En el medio de la carrera, al actor de demorado ascenso se le ofreció la posibilidad de un nuevo relevo y así cruzar la meta convertido en otro Jason Bourne, en vez de otro Ethan Hunt. El problema de El Legado de Bourne es exactamente aquello de lo que se enorgullece desde el título: la herencia que se convierte en un lastre tan pesado que le impide el despegue. No se trata de una cuestión de comparaciones, de un público que extraña al anterior corredor, sino de una película que, paradójicamente, no deja de mencionarlo para poder hacerlo a un lado. Ni una precuela ni una secuela, se trata de un desprendimiento con nuevos personajes, por lo que debe tomarse su tiempo para asentarlos. Debe reconstruir su mecanismo interno, porque aunque transcurra en el tiempo de la tercera su intención es retrotraerse a la primera, y una vez asegurada la misma estructura, sólo cambiar su fachada. Que nunca hubo sólo un agente es algo que se sabe desde la original, y sólo se confirmó con las secuelas, pero con el cambio de frente se plantea la existencia de otros programas, otros altos mandos, con lo que la noción de que siempre hay un nivel de seguridad más arriba se repite una y otra vez. Tony Gilroy, quien por momentos pisa en falso como un doble de Paul Greengrass, no avanza ni retrocede, se mueve de costado y sienta las bases para construir en un futuro. Es así que recién sobre el final puede pedir pista y tomar vuelo, cuando el reluciente trío de protagonistas logra tomar la pantalla sin la mochila de Bourne a sus espaldas. Esa acción fría y calculada que caracteriza a la serie -aún física pero más pensada que la que propone The Expendables- y que en esta se ve más bien contenida, estalla con un cierre a pura adrenalina, espejo de las anteriores y ejemplo perfecto de que el personaje de Renner es capaz de asumir el reto. En la espectacularidad de las secuencias de combate, en el ingenio para sostener diálogos elaborados centrados en aspectos técnicos, en las posibilidades de la producción o, incluso, del mismo elenco, se ve una nueva versión sobre una misma fórmula que todavía funciona. El argumento de este James Bond a la inversa, el agente especializado que va en contra del Imperio, se desgastará por repetición, pero es evidente que todavía tiene para ofrecer. La cuestión, en definitiva, gira en torno a la limitación que se auto-impone el guión. En The Bourne Identity la búsqueda de la identidad de un protagonista con amnesia es la clave que lleva a desenmarañar una trama secreta que lo revela como un sujeto altamente entrenado. En esta, por el contrario, el personaje sabe bien quién es, conoce parte del programa que le dio origen y busca explorar cuántos hay como él. Es, por otro lado, consciente de quién era antes de Aaron Cross y está seguro de no querer volver atrás. Lo que pasa por la cabeza del soldado antes de convertirse en una máquina de matar queda sólo en el atisbo, es un golpe de corto alcance porque personaje y película quieren lo mismo: ser Bourne.
¿Y dónde está Bourne? En esta nueva secuela, Bourne aparece poco y nada. Jason Bourne era un espía asesino de oscuras agencias gubernamentales que sufria amnesia y sólo deseaba recuperar su identidad y que lo dejen en paz. Ahora en cambio aparece Jeremy Renner, superasesino sometido a mutaciones y adicciones, que mata gente a diestra y siniestra para evitar el síndrome de abstinencia de las drogas experimentales que lo convirtieron en una máquina homicida. Su problema es que aún le quedan pastillas verdes, pero le faltan las azules, aunque igual siempre termina encontrando jeringas por todos lados. Sobre todo una vez que se une a Rachel Weisz, la científica que diseñó el tratamiento pero que ahora es perseguida a muerte por sus propios jefes. Esta no es una adaptación de otra novela de Robert Ludlum, sino un desvergonzado subproducto pensado para mantener viva la franquicia. El director Tony Gilroy, guionista de la trilogía Bourne, por un rato le hace creer al espectador que esto tiene alguna relación coherente con la saga previa. Se supone que luego del anterior «Bourne ultimatum», los jefes de la CIA están asustados pensando que la opinión pública podría descubrir sus oscuras actividades, al punto de querer borrar toda evidencia de los superespías mutantes adictos a drogas multicolores fabricadas en laboratorios clandestinos filipinos. Da lo mismo, ya que pronto el argumento se demuestra insostenible, pero antes de llegar a ese punto, Gilroy se luce con un par de secuencias intensas hasta lo siniestro tanto en suspenso como en violencia, empezando por una masacre de científicos a cargo de un colega desquiciado (momento temible, pese a que casi no muestra sangre). Luego, el asunto se dispara hacia el auténtico disparate, lo que en un punto es bastante más honesto y divertido. Una vez que la pareja estelar aterriza en Filipinas, al menos todo se concentra en la acción más descerebrada y entretenida posible, muy bien filmada, y condimentada con diálogos y situaciones hilarantes, ya sea voluntariamente o no. Por ejemplo, luego de haberse enfrentado con asesinos de la CIA, guardias de seguridad y toda la policía metropolitana de Manila, la heroína no duda en advertirle a su héroe que el asesino taiwanés que los viene siguiendo por media ciudad en auto y moto «¡tiene una pistola!». Lo que no da tanta gracia es ver desaprovechar a tantos buenos actores empezando por Edward Norton, más Stacy Keach, Scott Glenn y Albert Finney (tienen buenas escenas, pero el guión no resuelve ninguno de sus personajes, todos tipos malísimos, por supuesto). En cambio, hay dos villanos que se roban el film: Zeljko Ivanek como el médico asesino a cargo de la masacre en el laboratorio secreto, y el actor nipo-taiwanés Louis Ozawa Changchien, sicario ultramutante incansable y cruel (le encanta matar transeúntes inocentes), pero no mucho más eficaz que el Coyote persiguiendo al Correcaminos de los dibujos animados, toque cómico que nos hace preguntar «¿Y dónde está Bourne?».
El éxito de la trilogía Bourne en el cine generó que en el 2004 surgiera una nueva saga literaria escrita por Eric Van Lustbader que continuó las aventuras del personaje de Robert Ludlum. “El legado Bourne” fue la primera entrega de una serie de siete libros, cuya capítulo más reciente, “The Bourne Imperative” se publicó hace unos meses. Ahora bien, el motivo principal por el que el escritor Lustbader tuvo buena repercusión en las ventas es que continuó con sus relatos la historia del personaje de Jason Bourne. En el cine las cosas se dieron de otra manera. Cuando Matt Damon y Paul Greengrass rechazaron la posibilidad de hacer otra secuela los estudios Paramount buscaron la manera de seguir la trama sin ellos y esta película es resultado de eso. En consecuencia, El legado Bourne sólo lleva el título de la novela de Lustbader, ya que después no tiene nada que ver con lo que se hizo en la literatura. La nueva película fue dirigida por Tony Gilroy, responsable de ultra sobrestimada Michael Clayton, uno de los estrenos más inflados por la crítica de los últimos años. Gilroy, como mucho cineastas egocéntricos, es un muchacho que parece estar convencido que al hacer películas lentas presenta obras profundas y en su nuevo trabajo demuestra que este género, al menos como director, no es lo suyo. El legado Bourne no se puede comparar con los filmes anteriores porque sencillamente no está a la misma altura en ningún aspecto que se te ocurra compararlos. Esta es una producción menor que encuentra sus puntos más débiles en el guión y la dirección de Gilroy. La historia es muy floja y la verdad que no podrían haber elegido un argumento peor para continuar esta saga. Teniendo en cuenta que Matt Damon no regresaba este aspecto debió haber sido más cuidado. El film cae en picada cuando entra en el terreno de Soldado Universal (la de Jean Claude Van Damme) con algunas situaciones dignas de una película de ciencia ficción. Cuando surgen los temas de las mutaciones genéticas , en mi opinión, este estreno cae por un precipicio. Es como si en la saga de Jack Ryan (el personaje de Tom Clancy) presentaran un conflicto relacionado con abducciones extraterrestres. Ryan derraparía por completo. El director que había sido guionista de la trilogía original, más allá de los cambios que hizo, en sus argumentos había mantenido el espíritu de la obra de Ludlum. El legado Bourne es cualquier cosa. Tony Gilroy tarda entre 40 y 50 minutos en presentar bien al personaje principal y después lo desarrolla como un atleta de decatlón que corre por el mundo perseguido sin mucha explicación. Que este film dure 135 minutos es obsceno. Sobre todo en una película donde no pasa nada durante gran parte del tiempo. Edward Norton, por otra parte, fue convocado para sumar otro nombre al afiche, ya que su personaje lo podría haber interpretado un desconocido y no alteraba el film. Entiendo que no era fácil desarrollar un nuevo episodio de esta historia después de lo que hizo Paul Greengrass pero acá hubo demasiados descuidos que dieron como resultado una producción que no está para nada a la altura de lo que brindaron en años anteriores. Lo mejor de este estreno es el trabajo de los protagonistas, principalmente Jeremy Ranner y Rachel Weisz, quienes con un guión pobre hicieron maravillas con sus interpretaciones. Se trata de una película que carece de emoción, secuencias de acción atrapantes y un final, que evidentemente se lo olvidaron en la sala de edición. Me cuesta mucho imaginar una nueva saga exitosa con el personaje de Aaron Cross (Ranner). Salvo lo que traigan de regreso al verdadero Bourne veo difícil que este relanzamiento que planeó Paramount tenga mucho futuro. Tampoco es una película mala, pero si decepcionante comparado con lo que vimos anteriormente.
Con la máscara del superhéroe "El legado de Bourne" sin Bourne, entretiene, habrá que ver si este Aaron Cross, personificado por el californiano Jeremy Renner, puede ponerse a la altura de los superhéroes de un escritor como Robert Ludlum, el verdadero creador de Bourne. Que nadie se confunda. Hasta la anterior "Bourne: el ultimátum" (2007), todas las historias giraban en torno al agente de la memoria perdida llamado así, Bourne. Ahora en este "legado" hay un tal Aaron Cross (Jeremy Renner), del mismo tipo físico del anterior (papel que hacía Matt Damon), quizás un poco más sonriente, también "intervenido" para ser algo así como un Superman, sin dolores, sin cansancio (eso sí, sin poder volar), ideal para las misiones locas que le encomienda el Departamento de Defensa norteamericano. Justamente la historia se centra en los "chems", drogas de diseño que pueden modificar el comportamiento del hombre y que en manos de enemigos puede ser un arma letal. Va a haber de todo, para impedir que esos peligrosos instrumentos de programas, diseñados para modificaciones humanas, caiga en manos de gente "incorrecta". La película de Tony Gilroy tiene buen ritmo, que tarda en despegar. Recién a los cuarenta y cinco minutos el filme se transforma en lo que uno espera de una producción que lleva el nombre de Bourne. LAS PERSECUCIONES Destrozos a mil, fiesta de efectos especiales, aviones que estallan, persecuciones locas (la vedette es una de motos, imperdible, casi en el final, capaz de sacar al espectador de su butaca en algún giro brusco) y una matanza en la mejor tradición del cine negro, con un científico sumido en la locura haciendo blanco en colegas médicos, en ambiente aséptico. Esta es una de las producciones estadounidenses que vienen como derivadas de éxitos seguros, caso "El hombre araña", "X Men". Ellos la llaman sofisticadamente "reboot", nosotros ya conocíamos la técnica como "refrito", la misma con otra envoltura. En este caso son similares situaciones de efecto, enloquecidas corridas, espionaje y contraespionaje, pastillas mágicas cuyo efecto se puede parar buscando virus vivos que, por supuesto van a estar en algún lugar de Oriente, en este caso Manila y un superhéroe: Aaron Cross (Jeremy Renner), que en esta historia tiene al lado a una linda compañera médica, de nombre Marta Shearing (Rachel Weisz). "El legado de Bourne" sin Bourne, entretiene, habrá que ver si este Aaron Cross, personificado por el californiano Jeremy Renner, puede ponerse a la altura de los superhéroes de un escritor como Robert Ludlum, el verdadero creador de Bourne.
Despues de la trilogía protagonizada por Matt Damon, esta cuarta película despierta expectativas e inevitables comparaciones. El guionista Tony Gilroy se transformó en el director. Ya hizo “Michael Clayton”. Tanto él como el nuevo protagonista, Jeremy Renner, llevan adelante el film con buenos recursos y buenas vueltas de tuerca argumentales para mantener al espectador y fan de la saga entretenido y tenso. Seguro vendrá la segunda.
Los perseguidores Las diferencias entre esta película y la trilogía anterior de Bourne son muchísimas, pero hay una que merece señalarse por sobre las demás: en las primeras tres, Jason Bourne lucha para conocer su pasado, quiere saber quién es y cómo llegó allí, mientras que en la última Aaron Cross pelea salvajemente para continuar siendo él mismo, para no cambiar. La cosa es así: a los miembros del programa de espionaje al que pertenece el protagonista les administran, además de un entrenamiento rigurosísimo, unas cápsulas para mejorar sus capacidades físicas y mentales. Esas cápsulas son las que les confieren habilidades fuera de lo común, pero su efecto es inestable y, una vez acostumbrado, el cuerpo y el cerebro se deterioran de manera inevitable si no se las consume. Cross descubre que la inyección de un virus puede lograr que esas habilidades queden fijadas en el organismo en forma permanente, y su objetivo será viajar a Manila con Martha, una científica a la que la agencia trata de eliminar. El legado de Bourne es una película sobre el miedo. Más allá de la trama, el suspenso y la acción, el conflicto central de la película y de los protagonistas puede resumirse en pocas palabras: cómo hacer para seguir siendo uno mismo en un mundo vigilado. Las cápsulas que toma Cross y un experimento para alterar el ADN son una pequeña parte del eje de la historia: Cross y Martha escapan del brazo interminable de una corporación que posee recursos ilimitados para perseguirlos hasta el último rincón del planeta. Por momentos, la película se convierte en una especie de muestrario de dispositivos de rastreo y cruce de información: el director Tony Gilroy se demora en el trabajo de los perseguidores: cómo son capaces, desde una oficina iluminada a medias, de seguir las marcas, identificar y aniquilar un blanco en cualquier punto del globo. A su vez, el entramado de lealtades y la corrupción que parece carcomer el sistema dirigen el accionar de las agencias de inteligencia y el Estado norteamericano, siempre en pos del cubrir las propias huellas y no dejar cabos sueltos, por lo que cualquier empleado o alto funcionario puede convertirse de un momento a otro en el daño colateral de una limpieza corporativa. El tema es el miedo y la respuesta, entonces, es la paranoia. Cualquiera puede ser un espía, un asesino, cualquier aparato puede transmitir el paradero o robar información, a cualquier persona se la puede inducir contra su voluntad a matar a otros. No es casual que la saga de Bourne haya ido decantándose en esta línea a medida que las películas mostraban mayores problemas: de la primera, que narraba sobre todo el drama de un personaje, se llega a la última, donde las peripecias de los protagonistas están en pie de igualdad con el costado tecnológico y el trasfondo corporativo. Como si el debilitamiento del personaje y su historia necesitara de un apuntalamiento por otro lado; así, la pata de la corrupción y el espionaje a escala internacional fue ganando espacio a lo largo de la trilogía hasta ocupar prácticamente el mismo lugar que el relato acerca del héroe y su búsqueda. Hay que preguntarse por los motivos detrás de esta atención cada vez mayor puesta en la cuestión tecnológica y la trama conspirativa, en especial cuando se ve lo mal que filma la acción Gilroy (más veloz todavía que Paul Greengrass –el responsable de la segunda y la tercera– pero sin el nervio de aquél), la poca o directamente nula química que logra construir entre Cross y Martha (por eso es que el acercamiento de los dos, sobre el final, resulta tan inverosímil y forzado), o la debilidad con que aparece construido el protagonista y su pasado, que no interesan demasiado más allá de lo que le pueda ocurrir en este plano o el que sigue (Jeremy Renner cumple con su papel y pone todo para componer a Aaron Cross, pero su personaje no produce la empatía ni la intriga del Jason Bourne de Matt Damon). Se nota demasiado lo endeble del tronco narrativo principal, la propia película lo admite abiertamente cuando, ni bien empezada, alterna el relato central con el de las investigaciones internas de la agencia. Lo mismo se percibe cuando se le dedica tanto tiempo y explicaciones a las estrategias y las modalidades de la persecución. Es casi como si la película, en tanto narración, artificio y género, necesitara la apoyatura de ese gran tema de la actualidad: la vigilancia planetaria, la supuesta imposibilidad de escapar a los ojos de un poder que está en todos lados y nos observa constantemente. Cuando no está siguiendo a Cross en su misión, El legado de Bourne se dedica de lleno a recordarnos el peligro del espionaje organizado del que no se salvan ni siquiera los habitantes más pobres de una ciudad como Manila, y contra el cual no hay defensa que valga, como queda bien claro después de ver el fracaso estrepitoso de la policía filipina o el asesinato impune y casi instantáneo de un periodista que investiga a una agencia. Mucho miedo y mucha paranoia, de eso nos habla (o quiere hacerlo) El legado de Bourne, la cuarta e innecesaria entrega de una serie que es incapaz de elaborar unos personajes y un mundo consistentes, robustos, con una pizca de espesor narrativo que los vuelva interesantes, que los presente con con algún que otro doblez; Gilroy sabe que no puede hacerlo, entonces opta por tocar insistentemente las fibras sensibles de una época apelando a un tema gastadísimo que representa un lugar común hasta para el menos imaginativo de los suplementos culturales.
Agente del cambio Lo primero que debe decirse de El legado de Bourne es que está a la altura de las tres películas anteriores. No es poco mérito si se tiene en cuenta que el icónico protagonista (Matt Damon) fue reemplazado por Jeremy Renner y que también la estética sufrió un cambio visible. El gran impacto de la saga de Bourne consistió en revivir el género del espionaje una década y media después del fin de la Guerra Fría y adaptarlo al nuevo orden mundial surgido tras el atentado a las Torres Gemelas. Eso desde el punto histórico y cultural. Desde el punto de vista cinematográfico, y gracias a Paul Greengrass (Vuelo 93), se apartó de la fría espectacularidad tipo James Bond y mostró la violencia con un ojo documental. Lo que nunca varió fue el guionista: Tony Gilroy, quien en esta cuarta entrega toma las riendas de la dirección y aprovecha para desarrollar sus obsesiones, las mismas que mostró en Michael Clayton y Duplicity: las conexiones entre los laboratorios y las agencias de inteligencia de los Estados Unidos. Por eso el nuevo héroe, Aaron Cross, es producto de un experimento neurogenético, un hombre mejorado tanto física como intelectualmente. Su vida peligra por una filtración de datos riesgosa para la burocracia de los servicios de inteligencia de los Estados Unidos. La orden de eliminarlo viene del mismo jerarca (Edward Norton) que lo reclutó para el experimento. En ese punto aparece otro gran tema de la imaginación norteamericana: las razones del individuo contra las del Estado. Si bien en términos narrativos da igual que el enemigo sea externo (un ruso o un árabe) o interno (un jefe de la CIA), pues las funciones del bien y el mal permanecen inalterables, la tensión aumenta cuando son tus propios compatriotas los que pretenden eliminarte. Con esa idea básica, Gilroy arma una especie de catapulta. Primero tensa la carga: expone las tramas de intereses en pugna (empresariales, científicos, militares y políticos), señala las grietas y los puntos ciegos de toda gran estructural estatal, y también muestra el potencial del agente Cross y la situación de la científica (Rachel Weisz) que lo acompañará en su fuga. Luego, libera la tensión y lanza su carga de persecuciones, peleas y tiroteos. A diferencia Greengrass, Gilroy es un exhibicionista. Ama la inteligencia (entendida como la capacidad de plantear y resolver acertijos) y ama la acción espectacular. El defecto de ese exhibicionismo es que El legado de Bourne se alarga una hora más que el promedio de sus predecesoras. La virtud: es que esa hora está llena de momentos interesantes.
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Películas de espías hubo y hay muchas, pero ninguna como las que tienen como protagonista Jason Bourne (Matt Damon). Al igual que James Bond, conservan las mismas iniciales y tiene su origen en la literatura —en este caso, gracias al escritor Robert Ludlum—, y sus aventuras pronto pasaron a la pantalla. Pero, a diferencia de 007, Bourne no es un gentlemen seductor, casi de fantasía, sino un agente conflictuado, real, tratando de escapar de la agencia que pretende cazarlo.
Sobre el diseño del comportamiento En tópicos como el presente conviene sincerarnos y reconocer desde el vamos que la sola idea de una suerte de reboot/ relanzamiento de la franquicia centrada en el adrenalítico agente Jason Bourne no parecía de antemano un proyecto auspicioso sino más bien otro de esos ensayos contextuales de un Hollywood cada vez más impaciente y con menos ideas originales en su haber: si bien algo de ello efectivamente hay, para sorpresa de muchos la obra resultante rebosa de dinamismo y sobrepasa cualquier tipo de expectativa acumulada, sea ésta positiva o negativa. Con elementos de spin-off, el guión ofrece un “relevo” víctima de un operativo en pos de atar los cabos sueltos que desmadró el hasta ahora protagonista. Vale aclarar que estamos ante un film muy ambicioso que por un lado se abre camino en tanto homenaje respetuoso a la senda trazada por el dúo Matt Damon/ Paul Greengrass en las excelentes La Supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004) y Bourne: El Ultimátum (The Bourne Ultimatum, 2007), y que por el otro funciona como un replanteo estilístico que pretende correr en paralelo explayándose en las consecuencias indirectas de los eventos pasados. Conservando el tono realista, la perspectiva de izquierda militante y la crudeza progresiva, la película acerca su devenir hacia el terreno del espionaje clásico y revive aquella valentía que denunciaba los atropellos perpetrados por la “policía mundial”. De hecho, la trama hace eje en el intento por parte del Departamento de Defensa y la CIA orientado a masacrar a prácticamente todos los “participantes” que conforman el inefable programa militar sobre el diseño del comportamiento y la construcción de súper-soldados. Ahora es el agente Aaron Cross (Jeremy Renner) quien padece la típica lógica de la serie, el “esperar al próximo sicario circunstancial” con vistas a deducir cuán cerca están los esbirros estatales en la cacería. Así las cosas, Cross une fuerzas junto a la Doctora Marta Shearing (Rachel Weisz) para salir con vida del hostigamiento y eliminar una trágica dependencia a fármacos que el susodicho arrastra a causa de la “intervención genética”. El realizador Tony Gilroy, responsable de Michael Clayton (2007) y Duplicidad (Duplicity, 2009) y guionista histórico de la saga, abandona la cámara en mano y la edición entrecortada de Greengrass para virar hacia el suspenso sustentado en la dosificación de la información, la violencia furtiva, la profusión de flashbacks y la carismática presencia de Renner, un gran actor ya visto en la extraordinaria Vivir al Límite (The Hurt Locker, 2008). El Legado Bourne (The Bourne Legacy, 2012) supera a Identidad Desconocida (The Bourne Identity, 2002) gracias a un desarrollo dramático atrapante y un desenlace muy enérgico en Manila que está a la altura de los mejores momentos de la por hoy tetralogía…
Anexo de crítica: -A diferencia de las anteriores películas protagonizadas por Matt Damon, esta nueva aventura de espionaje y contraespionaje no tiene el peso dramático y la acción que por ejemplo se desplegaba en la última entrega de la trilogía, aunque el director Tony Gilroy aprovecha los momentos de la acción en tres secuencias donde su habilidad en el manejo de la cámara es incuestionable.
Historia con pastillas milagrosas y algunas fugas interminables El filme sabe explotar al escurridizo Bourne, ausente con aviso. Y los libretistas mueven el banco y ponen en cancha a un suplente de lujo, un agente tan infalible como el original, que se baña en las agua heladas de Alaska porque anda con pastillas milagrosas que le han quitado sensibilidad y le han dado poderío. Pero las pastillas se acaban y al adicto no le quedará otra que salir a buscarlas. Allá o aquí, sin recetas y sin padrinos, conseguir remedios cuesta mucho. Todo se complica un poco más porque los muchachos de la CIA decidieron achicar el plantel y no tienen otro plan que matar a los que molestan, a los que sobran y a los que sueñan con hacerse cuentapropistas. La maldad oficial nunca da tregua y el ex agente está en la lista negra. No le quedará otra que huir, desde Alaska a Estados Unidos y de allí a Manila, esquivando de todo, desde lobos hambrientos a misiles, subiéndose a lo que sea, pero al menos con un copiloto rendidor: una linda científica, que trabajaba en el laboratorio de las pastillas milagrosas y que al darse cuenta de que la CIA va por ella, decide colgar el guardapolvo y acompañar al prófugo en sus excursiones casi suicidas. A rajar que se acaba el mundo. Esa es la moraleja. La historia transita caminos conocidos: la identidad, los abusos del poder, los dudosos límites de la manipulación científica. Y de paso nos advierte que con tanta tecnología de punta, querer esconderse es una quimera. La dirección y el libro es de Tony Gilroy, un talentoso que sabe armar tramas espesas. El filme se alarga en algunas persecuciones, pero esa es la sustancia del asunto. Tiene ritmo, espectaculares corridas, buenos personajes. ¿Volverá el Bourne original? El suplente, en su debut, respondió bien.
Quienes descubrimos al señor Jeremy Renner en “Vivir al límite” nos dimos cuenta de que teníamos un nuevo buen actor físico, de esos que actúan con todo el cuerpo y saben hacer con él drama o comedia. No es un arte fácil y solo pertenece al cine. “Atracción peligrosa”, la cuarta “Misión imposible” y “Los vengadores” lo vienen demostrando. En este nuevo, Bourne es el protagonista y, además de pelear con peligros sin cuento y utilizar todo tipo de armas y golpes tratando de sobrevivir a una conjura de espías, tiene que luchar contra el director Tony Gilroy, que es uno de los guionistas más dotados de Hollywood y uno de sus directores menos atractivos (lo demuestran Michael Clayton y “Duplicity”, donde desperdicia a George Clooney, Julia Roberts y Clive Owen). Lo peor del film es su narración pretendidamente barroca –vueltas de tuerca mediante, igual nada novedoso– y las escenas de acción filmadas a reglamento. Pero si no es una película más, si incluso es un film recomendable, es porque el combate entre el actor y el escritor/director lo gana el primero. A este nuevo espía, condenado a su pesar, lo sentimos al mismo tiempo potencialmente invencible y siempre en riesgo de muerte, en un raro equilibrio que mantiene hasta el final la tensión de la historia. El señor Jeremy Renner va camino a convertirse en un clásico y esta película es una prueba de que, además, puede sostener sin esfuerzo un protagónico.
Si no te preocupa ver una película de Bourne sin Bourne y lo que buscás es tener un rato a pura adrenalina en el cine, entonces lo vas a pasar más que bien con El legado de Bourne. Lamentablemente creo que le perjudica el hecho de pertenecer a la saga, ya que la película está muy buena, brinda mucha tensión, ritmo, energía y suspenso, y tiene un historia redonda....
Efectos colaterales y cabos sueltos “El legado Bourne” es un experimento dentro de otro experimento. Es un producto de la fábrica de ilusiones y entretenimientos llamada Hollywood y responde a necesidades de mercado, mayormente. Resulta que el personaje llamado Bourne, Jason Bourne, es un agente secreto creado por el escritor Robert Ludlum y llevado al cine (luego de haber sido adaptado como telefilm) por Doug Liman. El producto se llamó “Identidad desconocida” y tuvo dos secuelas, “La supremacía Bourne” y “Bourne, el ultimátum”, todas protagonizadas por Matt Damon. Aunque estas dos últimas las dirigió Paul Greengrass. Ahora bien, “El legado Bourne” refiere a hechos que transcurren al mismo tiempo que lo que ocurre en “Bourne, el ultimátum”, es algo así como un relato paralelo (algunos dicen que esta película surgió a partir de la necesidad de algunos de seguir explotando la veta y la contrariedad presentada por el abandono de Matt Damon, quien dijo basta). El caso es que con el gancho del uso del nombre en el título y un par de referencias en medio del film, el director y guionista Tony Gilroy asumió el desafío. El enganche viene así: un superagente militar retirado de nombre Eric Byer (Edward Norton) tiene que tomar la difícil decisión de abortar uno de los proyectos vinculados al caso Bourne, dada la alta exposición mediática que tuvo el asunto y el riesgo que eso supone. Esa decisión implica mandar a matar a sus propios agentes involucrados en el experimento, que se llama Programa Outcome, que funcionaba en paralelo a Treadstone (del caso Bourne). Los agentes de Outcome son sometidos a tratamientos con drogas y otro tipo de intervenciones que los convierten en súper-resistentes, aunque no son entrenados para matar sino para protagonizar misiones peligrosas en condiciones extremas. Aaron Cross (Jeremy Renner) es uno de esos agentes que logra escapar de la matanza y en su huida se cruza con la infectóloga Martha Shearing (Rachel Weisz), quien era la responsable del control clínico de estos individuos. Ahora, ambos deberán morir, por decisión de Byer. Quizás, quizás, quizás... Pero no están dispuestos a dejarse matar tan fácilmente así que emprenden una fuga casi desesperada que los llevará hasta Filipinas, en busca de un antídoto para los trastornos que las drogas le producen a Aaron, y hasta allí llegará el largo brazo de Outcome con el objetivo que todos imaginan. En la ciudad de Manila, la pareja de fugitivos tendrá que protagonizar persecuciones a pie, en auto, en moto, por las calles, por los techos, en fin, la cuestión es que finalmente logran zafar y dejan abierta la posibilidad de que en algún lugar, tal vez, más adelante, las dos historias (la de Bourne y la de Aaron), se encuentren quizás en otro guión y ambos personajes compartan el set de filmación y quién sabe cuántas cosas más. Es una posibilidad, aunque no expresa. El mercado decidirá. “El legado Bourne” es entretenida como son todas las películas de acción con una trama de intriga básica, con actores atractivos y recursos tecnológicos de alto impacto, pero nada más. Jeremy Renner y Rachel Weisz en una escena de “El legado Bourne”, dirigida por Tony Gilroy.
Un agente más rudo Tony Gilroy, arquitecto narrativo del sello Bourne, guionista de las tres películas anteriores (protagonizadas por Matt Damon), es en “El legado Bourne” la única cabeza pensante y su estilo está marcado desde la primera escena: define a su nuevo protagonista en 45 segundos de impacto, sin palabras: el hombre es capaz de todo, sobre todo cuando está jugado desde los pies a la mollera. Para los que vieron la saga no será fácil olvidar la cara sufrida del desamparado Damon, pero hay que coincidir en que Jeremy Renner fue una muy buena elección. En rigor de la verdad, como agente Bourne tiene un aspecto más rudo y áspero que el tierno Matt. “El legado...” tiene escenas de acción calcadas de los filmes anteriores y, obviamente, continúan los problemas de identidad y paranoia para el personaje central. Así, Bourne se reinventa a pesar de quedar algo eclipsado por la trilogía que la precedió. También hay que aclarar que “El legado Bourne” no es otra película del personaje con un actor distinto, sino que toma los eventos ocurridos en filmes anteriores para crear una historia paralela que busca valerse por sí misma.Así, Gilroy intenta darle una vuelta de tuerca a lo ya conocido y, al menos, logra un filme que entretiene dignamente.
El guionista, director y productor Tony Gilroy ("Duplicidad", "Michael Clayton"), quien ha sido el responsable de toda la narración de la saga "Bourne" (compuesta por "Identidad Desconocida", "La Supremacía de Bourne" y "Bourne: El Ultimátum"), asumió también la dirección en este nuevo capítulo -el cuarto- de la exitosa serie basada en las novelas del fallecido escritor Robert Ludlum y que narran la historia de un asesino que padece amnesia y que es perseguido por los mismos que lo entrenaron como tal mientras lucha por descubrir su verdadera identidad. En "El Legado de Bourne", cuyo protagonista central está encarnado por el actor Jeremy Renner, el realizador amplía el universo creado por el propio novelista con una historia totalmente original que, si bien toma el título de una novela póstuma publicada en 2004 (y escrita por Eric Van Lustbader), no se basa en el argumento de la misma, ya que desarrolla una historia paralela a partir de los sucesos desencadenados en los capítulos anteriores y que estuvieron protagonizados por Matt Damon, quien se negó a regresar a la franquicia porque esta nueva entrega no iba a ser dirigida por su amigo Paul Greengrass y porque el guión que recibió no le gustó. Claro que Damon sólo aparece en fotos, ya que la trama de este nuevo film transcurre casi en simultáneo a lo ocurrido en "Bourne: El Ultimátum" (2007), presentando a un nuevo personaje llamado Aaron Cross (Renner), un veterano de la guerra de Iraq y actual operativo de la CIA cuya vida está en peligro debido a que la existencia de Jason Bourne y del programa de inteligencia al que pertenecía, "Treadstone", se hicieron públicas. Con la amenaza latente de dejar al descubierto "Outcome", otro de los programas clandestinos que tienen por objetivo crear espías con ciertas habilidades, con una alta resistencia al dolor y que son utilizados en misiones aisladas, de alto riesgo y a largo plazo, Eric Byer (Edward Norton), junto al Ministerio de Defensa, decide cerrarlo eliminando a todos los involucrado, entre los que se encuentran el propio Cross, los otros cinco agentes del mencionado programa y los científicos encargados de monitorearlos. Algo sale mal y Cross, junto a la Dra. Marta Shearing (Rachel Weisz), deben correr por sus vidas. Esta vuelta de tuerca es, sin duda alguna, igual de entretenida y -lo más importante- con un guión sólido que sigue conectado con los puntos más importantes de toda la saga. Con grandes escenas de acción (la persecución por las calles de Manila es espectacular) y movimientos de cámara propios de los filmes predecesores, la ausencia de Matt Damon no se nota aunque se extraña. Pero como bien señala el lema del film... "nunca fue sólo uno".
Fui a ver esta película con muchas expectativas. La trilogía anterior protagonizada por Matt Damon combinaba una acción vertiginosa con un juego de espías que se vuelve más interesante por el hecho que el personaje sufre amnesia y va conociendo los hechos a la par del espectador y las entregas enganchan tan bien unas con otras que no creía posible que esta me decepcionara. Y tuve razón. Jeremy Renner (Hurt Locker, Avengers) interpreta a Aaron, un militar que está dentro de uno de los programas del gobierno. Ése es el legado de Bourne: de repente todos los programas están en jaque y cada uno quiere salvarse a sí mismo y a las instituciones por sobre todo. Aaron cumple su misión en plena montaña y cuando se percata que están queriendo eliminarlos, debe volver a la fuente para conseguir las drogas del programa. Para esto, necesita a la única doctora que queda viva. Sinceramente, no podían elegir un actor mejor para este papel. Da con lo físico, pero sobre todo, es un gran actor. Espero grandes cosas de él y pocas veces no ha cumplido. Marta, interpretada por Rachel Weisz, es una bioquímica enamorada de la ciencia, que se mete al programa y hace lo que le dicen sin preguntar demasiado. Sabe que en el momento en el que piense lo que se está haciendo, su magia se romperá. Un placer volver a ver a Edward Norton en pantalla, haciendo del altruista que deja la moral de lado para hacer lo que tiene que hacer por el país. Además, recuperan muchos personajes de las sagas anteriores como el de Pamela Landy, Noah Vosen y otras cabezas de la CIA. Como si fuera poco, vuelven a aparecer esos francotiradores metódicos que no emiten sonido. La acción los va a dejar sin aliento. Mucha cámara en mano bien al estilo de ellos, persecuciones eternas, muchas peleas coreografiadas sin grandes armas ni estruendos, sino que parece más rudo y más cercano. Técnicamente es perfecta. Recuerdo tomas largas y movimientos de cámara que son para levantar envidia. No es poco decir que es la tercera película de Tony Gilroy pero como ha sido el guionista de las entregas anteriores de Bourne y de ésta, el hombre sabe. De a poco se está convirtiendo en una saga muy consistente con constantes que podemos reconocer y funcionan como para saber qué esperar. Me gustó que terminara con el mismo tema de Moby que terminaban las anteriores, que el motivo haya cambiado, las pistas que me dan de cómo sigue la historia por otro lado. Honestamente, salí muy satisfecha. Como consejo, con tanta cámara en mano, es mejor estar lejos de la pantalla. La vi en fila ocho y por momentos marea un poco.
El legado de Greengrass La cuarta parte de la saga de Bourne tiene, a priori, un par de importantes carencias: la ausencia del director de las dos anteriores y mejores partes de la saga, Paul Greengrass, y también la evidente falta del protagonista de la saga, Jason Bourne es decir Matt Damon. Para reemplazarlos, se puso al mando de la dirección a quien ha sido guionista de todas, incluso esta ultima parte de la saga, Tony Gilroy (Michael Clayton, Duplicidad) y a Jeremy Renner en el papel del agente de la CIA superdotado que escapa de todos los peligros posibles, Aaron Cross. A lo anterior, podemos sumarle el problema: ¿qué se puede contar luego de tres sólidas películas (sobre todo las últimas dos)? Y lamentablemente (lo digo como fan reciente de la saga), es en este punto donde Gilroy falla, y el edificio enclenque de El legado de Bourne se desmorona. Gilroy opta por contar una historia paralela a lo que le sucedió a Bourne en las anteriores películas, entonces se presenta a Aaron Cross por un lado y al personaje de Rachel Weisz, la científica Marta Shearing. Como si dijeran: listo pareja nueva, saga nueva. El problema es que la película se demora casi una hora en vincular a estos personajes, poniendo en el medio un montón de diálogos que incluyen a personajes nuevos y a otros de las anteriores películas, que explican muchas cosas que, o no se entienden o no importan y tienen como objetivo justificar todo lo que van a hacer Jeremy Renner y Rachel Weisz. Aparece de repente Eric Byer (Edward Norton), quien va a dirigir las operaciones, además de, por supuesto, intentar atrapar a Aaron Cross y cada cierto tiempo mencionar prolijamente a Jason Bourne, pues ese es el título de la película ¿no? Como si se hiciera una película de Rocky que cuenta la historia de otro boxeador, y donde todos los personajes mencionen cada cierto tiempo lo grosso que es y fue Rocky… Momento… ¡eso es Rocky 5! En fin. Tanto tiempo se demora en llegar la acción pura y fluida (que ha sido lo mejor de la saga y como mejor se contaba la historia de Bourne), que luego de esa hora palabrera todo nos sabe a poco. Porque realmente muchas de las escenas y secuencias de acción están a la altura de las circunstancias, sobre todo una mini batalla en la casa de Marta Shearing, un asesinato masivo en un laboratorio, y la persecución final en motos. Hay otro elemento que jugaba a favor de las anteriores entregas de la saga, además de todo lo que sucede (que es mucho y a ritmo frenético) debíamos averiguar quién era realmente Bourne. Aquí sabemos desde el principio quién es Aaron Cross, y rápidamente (sobre todo porque Gilroy se empeña en subrayarlo) sabemos cuál es su problema y también su objetivo, que por otro lado es bastante pequeño en comparación al universo que pretende retratar la película, con infinidad de programas de asesinos, cadenas de mando interminables y absurdas. Y al final, tanto Jeremy Renner como Rachel Weisz son muy buenos actores pero no alcanza. Podríamos decir que este es el legado de Greengrass que hizo dos excelentes películas junto a Matt Damon, y ahora, que intentan reinstalar la saga, El legado de Bourne nos sabe a poco. Sin embargo, más cercano a la verdad es quizás que no había demasiado para contar y que Tony Gilroy es peor director que Greengrass, y simplemente no está a la altura de las circunstancias.
Hay casi una máxima que reza que lo primero para realizar un buen filme es tener una buena idea, pero los siguientes pasos serían cómo se desarrolla esa idea, cómo se construye el guión y cómo se plasma en el celuloide. A sabiendas que Matt Damon no acepto realizar una cuarta entrega de su personaje Jason Bourne, y que del proyecto también se separo Paúl Greengrass, el director de las ultimas dos películas, se tuvo el, en principio, buen criterio de continuar con la saga con otro personaje en contacto directo con el principal, pero sin entrecruzamientos forzosos, de ahí que el nombre del filme sea prometedor. Pero la promesa comienza a diluirse cuando el texto tarda casi una hora en poder delinear el argumento. Durante ese tiempo todo es demasiado confuso, la presentación del personaje principal, Aaron Cross (Jeremy Renner) no esta del todo bien constituido y las motivaciones no aparecen del todo justificadas. Apenas sabemos que él tratará de sobrevivir a todas las situaciones, trampas y atentados a las que es expuesto. No sólo ignora que lo que sucede, al espectador le sucede lo mismo, y parece que en la misma situación se encuentran el director y su coguionista quienes sólo tomaron la idea, los personajes y algunas situaciones, aquellas que supo delinear el autor de las novelas, Robert Ludlum, pero que aquí brilla por su ausencia. A eso se le suman los otros personajes, poco delineados en principio, y menos desarrollados luego, a excepción de la Dra. Marta Shearing (Rachel Weisz) que cumple con ambas variables, debido a su buena construcción e interpretación. Se trata de una bióloga experta en insectología que se ve involucrada en situación de espionaje internacional, poniendo incluso en riesgo su propia vida. Ni siquiera el encuentro de ambos, Cross y Shearing, esta expuesto claramente, menos aun debidamente justificado. Ni siquiera en forma similar a lo que sucede con los personajes Bourne y Marie (Franka Potente) en la primera, o la relación Jason con Nicolete (Julia Stiles) en la tercera entrega, lo que ya se empezada a delinear en la segunda entrega y había sido presentada al final de la primera. En este caso el encuentro entre ellos sólo se da porque resultaba necesario para emparentarla con las otras películas y para el desarrollo de este relato. En cambio posiblemente sea un poco más verosímil la necesidad de Aaron de encontrar a la Dra. Shearing, pero como llega a ella será siempre un misterio. Jason Bounre fue lo más cercano a James Bond como construcción de espía que había producido el cine de Hollywood, con el personaje actual, casi un Rambo cualquiera, vuelve a rezagarse varias décadas. Jason Bourne necesitaba desentrañar un misterio a partir de una amnesia postraumática, producida como consecuencia de una situación de que había vivido, aquí, en cambio, Cross sólo corre para sobrevivir, no existe esa motivación en forma de interrogante que sostenía la curiosidad del espectador de manera casi promiscua. Lo mismo ocurre con los antagonistas, Por un lado aparece el coronel Eric Bayer (Edward Norton), quien por momentos es en demasía dubitativo como por otros es insustancial, tanto respecto del personaje como de la caracterización que impone el actor. Lo propio sucede, desde lo insípido de la incorporación, de Mark Turso (Stacy Keach) como alguien que se retiro del programa, vaya uno a saber por qué razones. Todo en realidad parece estar puesto al servicio de las escenas de acción que, por supuesto, son de una manufactura impecable, en la que Tony Gilroy, el realizador, parece moverse como pez en el agua, lo que no estaría determinando otra cosa que es un buen director técnico, pero sin alma. El filme es eso, frío, técnico, calculado, no hay clima, no hay suspenso, no promueve la curiosidad, todo es demasiado previsible. Así como dentro del texto todo es excusa para la sensación adrenalínica de las persecuciones y la violencia glamorosa, el producto en si mismo es una excusa para engrosar las arcas de los productores apoyándose en el éxito bien justificado de las tres anteriores. A punto tal de incluir personajes importantes de las anteriores en función de casi un “cameo” de sí mismos, sin un cierre en sus subtramas, igual que el final abierto de esta historia, lo que daría a pensar en una continuación, dependiendo seguramente del balance monetario de esta experiencia.
Excelente continuación de la saga Bourne Todo el programa Outcome está por salir a la luz a través de la prensa y de una de las directoras que quiere presentar todo ante el senado. Por eso, así como se ha tratado de destruir a Bourne, también hay que destruir a la decena de agentes que han sido creados con él. Pero cuando creen que la mayoría han sido asesinados, hay uno que, como lo hiciera Bourne en las otras tres películas, piensa y empieza a atar cabos sueltos. Aarón Cross, que así se llama este agente, no dudara en conseguir ayuda en la doctora Shearing, la científica que creo las drogas que los transformaron en agentes con un poder físico y mental de sobrevivencia especial. Así es que Tony Gilroy, director de este film y guionista de las cinco películas de la saga Bourne, pergeño que tenía que continuar la historia. “El Legado Bourne” es un film que se va a disfrutar mucho más si se vieron las anteriores, ya que hay muchas referencias a ellas y, sobre todo al Bourne que encarnara Matt Damon. Jeremy Rennes es quien le da vida a Aaron Cross, el nuevo agente que seguramente tendrá una larga vida como tal. Renner no tiene que demostrar ya su talento (lo hizo en la ganadora del Oscar “Vivir al límite” y hasta en ”Los Vengadores”. Lo mismo sucede con quienes lo acompañan. Rachel Weisz que se pone en la piel de la Dra. Shearing, vuelve a trabajar como la heroína por casualidad, esa mujer que podría ser cualquier otra pero que por las circunstancias se verá envuelta en problemas que ni ella puede creer. Edward Norton se maneja con comodidad en la piel del cerebro que se mueve en las sombras y que quiere destruir a Cross. “El legado Bourne” sigue manteniendo el espíritu de las novelas de Robert Ludlum y mantiene el muy buen nivel que habían tenido las cuatro anteriores.
Todo comenzó en “Identidad desconocida”, cuando un hombre amnésico, rescatado de las frías aguas del mar, resultó ser uno de los agentes más peligrosos y entrenados de todo el planeta. Decidido a eliminarlo, una división secreta del gobierno de los Estados Unidos fracasó en reiteradas oportunidades en lograr este objetivo, aunque dejó a Jason Bourne herido física y sentimentalmente. La sombra de su poder de camuflaje y de su cuerpo como el arma mortal que lo defiende de sus enemigos, continúa rondando por los canales de noticias que pretenden dar con alguna pista que indique su paradero actual. Pero Jason sólo era la punta del iceberg. Nunca fue el único agente con estas capacidades de súper hombre: un programa bioquímico se encontraba desarrollando espías con cualidades superiores a la de todo ser humano y ahora, amenazados por el factor Bourne, decidieron cancelar el proyecto asesinado a todos los que de algún modo estuvieron involucrados en el mismo. Alex Cross, a punto de terminar su entrenamiento, no permitirá ser eliminado como un insecto y luchará por derribar a la corporación siguiendo los pasos de Bourne. Sin Matt Damon como protagonista, aunque su figura es como un espectro que se pasea a lo largo de las poco más de dos horas de película, los realizadores decidieron ceder el trono a Jeremy Renner (Vivir al límite, Los Vengadores) preciso, convincente y más que adecuado para ocupar el rol protagónico en esta suerte de reboot de la saga. Acompañado por Rachel Weisz, siempre bella en su rol de damisela en peligro, Edward Norton como el ¿malo? de turno en algunas escasas escenas, y Oscar Isaac, pieza clave en desvelar algunos indicios al comienzo del relato, esta cuarta entrega comienza a dar signos de agotamiento para la saga. Más allá de las excelentes persecuciones, las peleas cuerpo a cuerpo y los misterios que se clarifican de a poco, todo parece indicar que la historia de Bourne está llegando a su fin.
Mayor adrenalina y nuevos personajes en una nueva entrega del “Legado de Bourne”. Esta es la cuarta entrega de la saga Bourne, en esta oportunidad sin la presencia de Matt Damon (41) como el agente Jason Bourne, quien lo interpretó en las tres primeras. Desconozco los motivos por los cuales le dijo hasta luego a esta nueva propuesta, porque aquí solo se lo muestra en fotos. Tal vez uno de los motivos sea que se encuentre filmando dos películas: “Promised Land” (2013) de Gus Van Sant y “Elysium” (2013) escrita y dirigida por Neill Blomkamp, esta última se estrena en Argentina el 28 de marzo de 2013. Ahora el nuevo agente es Aarón Cross (Jeremy Renner el actor de “Vivir al límite”). Hollywood tenía la necesidad que la saga continúe, todo comienza cuando vemos al protagonista entrenándose en Alaska, pero este se encuentra perseguido por los mismos de la CIA, quienes deciden asesinar a todos los superagentes y a los involucradas en el proyectos. Deberá luchar por su vida y salvar a la Doctora especialista en genética Marta Shearing (Rachel Weisz) quien es la única que conoce las drogas y todo lo relacionado con el proyecto, ambos deberán mantenerse unidos si es que quieren seguir viviendo. Los personajes involucrados van viajando por diferentes Ciudades en Estados Unidos, además recorren las ciudades asiáticas de Manila y Seúl, entre otras. La película tiene varias subtramas, por esta causa su narración contiene bastantes diálogos, su ritmo es intenso, siempre mantiene al espectador expectante, varias secuencias tienen mucha acción como: la del laboratorio, en la casa y la persecución en moto, esta ultima asombrosa, genera constante adrenalina, no te deja respiro y por lo tanto se encuentra muy bien editada. Quien la dirige es Tony Gilroy (Michael Clayton, 2007), y el elenco que la compone: Rachel Weisz, Edward Norton, Stacy Keach , Oscar Isaac, Albert Finney, Joan Allen, David Strathairn y Scott Glenn. Solo nos resta esperar la próxima entrega y para mi gusto a esta le sobran algunos minutos. Un dato: “El legado de Bourne” le quito el primer lugar de la cartelera a “Batman: el caballero de la noche asciende”, en su debut recaudo 40.3 millones de dólares en los Estados Unidos.
Se debilita la fórmula Vuelve la saga Bourne con protagonista renovado, un poco más de acción y un poco menos de guión. Personalmente creo que Jeremy Renner es un muy buen actor al que le falta ese factor "X" para ser un protagonista con presencia... ya sé, es un poco injusto lo que digo, pero es la sensación que me da... Lo veo como un muy buen complemento de reparto, pero como héroe de acción es como si le faltara algo... quizás un poco más de pelis en su haber y en un tiempo me cierre la boca, quizás trabajar más un sello distintivo de su personalidad o la empatía con el espectador. Matt Damon tampoco era Mr. Carisma, pero supo encontrarle la vuelta a los roles de acción y estableció su propio sello distintivo. Más allá de que no me convenció del todo Jeremy, la historia de traiciones y proyectos ilegales de la CIA está necesitando más que una lavada de cara en cuanto al reparto, requiere de alguna vuelta de tuerca sobre su trama. La peli es entretenida y hay muy buenos momentos de acción, pero hacer una 4ta entrega con la misma dinámica que sus antecesoras empieza a agotarse. Otro proyecto fallido (el ex agente Aaron Cross) de un departamento secreto del Estado norteamericano que debe ser eliminado para no quedar pegados, gente poderosa y siniestra que manda a los agentes secretos más hábiles y entrenados para cazarlo, muchas persecuciones en locaciones exóticas del mundo... ¡Renovación urgente! La fórmula garpa (por el momento), presenta un buen cast que incluye nombres como Rachel Weisz ("El Jardinero Fiel", "La Fuente de la Vida"), Edward Norton ("America X", "El Ilusionista") y Albert Finney ("El Gran Pez") entre otros, tiene buenos momentos de vértigo, sobre todo en el combate cuerpo a cuerpo, y la persecución nos lleva por locaciones atractivas que le suben un par de puntos al film. Como para pasar un buen momento de acción y meterse en los enredos del mundo del espionaje, pero no es un producto que nos vaya a volar la cabeza ni mucho menos. Si no innovan en el guión, sospecho que la próxima entrega podría ser la de despedida.
LEGAR O MORIR Antes de ir a ver EL LEGADO BOURNE (THE BOURNE LEGACY, 2012) decidí rever las entregas anteriores con Matt Damon. No solo porque no las recordaba, sino porque sabía que la franquicia siempre se había caracterizado por ser complicada al pedo. Muchos diálogos, muchos nombres, muchos personajes y mucha información moviéndose a la misma velocidad que sus protagonistas. Ya teniendo frescos mis conocimientos de Treadstone (el programa de asesinos del gobierno del que surge Jason Bourne), asistí a una función de la nueva película, ahora con Jeremy Renner como la cara de la franquicia. Allí descubrí que EL LEGADO BOURNE no solo es una continuación directa de la misma historia, sino que está tan relacionada con las anteriores que sucede casi al mismo tiempo que BOURNE: EL ULTIMATUM (THE BOURNE ULTIMATUM, 2007). Y no, no se toma la molestia de explicar casi nada. Esto puede que preocupe a aquellos que no recuerdan las primeras partes, pero EL LEGADO BOURNE cuenta con suficiente acción como para disfrutarse por separado. Aun así les recomiendo que hagan lo mismo que yo y revean la trilogía para apreciar la nueva secuela completamente. Sin embargo, a aquellos espectadores exigentes no les resultará fácil disfrutarla o apreciarla. La nueva película es entretenida pero, a diferencia de sus predecesoras, posee un guión algo débil, buenos actores desperdiciados, personajes no tan interesantes y una ausencia total de clímax. En el mundo real, la razón del cambio de protagonista fue que el director Paul Greengrass no quería seguir encargándose de la saga y Matt Damon no quería seguir sin Greengrass. En el mundo ficticio pasa otra cosa. Después de descubrir la verdad sobre su pasado y darles su merecido a los responsables de Treadstone, Bourne continúa escapando. Para ahorrarse problemas, Eric Byer (Edward Norton) y los miembros de la agencia deciden no meterse con Bourne y dedicarse solo a eliminar todo rastro del programa, incluyendo a los demás agentes que entrenaron y a los científicos que trabajaron en este. Así es como Aaron Cross (Renner) y la Dr. Marta Shearing (Rachel Weisz) se unen para intentar sobrevivir, dándose juntos a la fuga. A pesar de ser una buena película de acción con un impecable tratado técnico, EL LEGADO BOURNE tiene problemas en el guión. Y uno de los mayores es que desperdicia demasiado tiempo preocupándose por demostrarle al espectador que sigue siendo parte de la misma franquicia. Las referencias al personaje de Damon son tantas que en un punto llegan a cansar. “¡Dejen de hablar de Bourne! ¡Él ya no esta! ¡Hablen de Cross!”, pensaba durante la función. Todo el guión está tan atado a sus predecesoras que la trama del supuesto nuevo protagonista pasa a segundo plano. Y es una lástima ya que Jeremy Renner es un genial actor, con mucho más carisma que Damon. Pero al no estar trabajada su historia, Aaron Cross termina siendo un personaje chato, poco interesante y con motivaciones débiles, a diferencia del conflictuado, deprimido y amnésico Bourne. Otros actores desperdiciados por culpa del guión son Norton y Weisz. Él se dedica a hablar sin parar y no salir nunca de la oficina. Lo hace bien, obvio, pero es lo único que hace. Ella tiene un personaje molesto y estereotipado (la doctora asustada), con diálogos muy comunes que en muchas ocasiones la obligan a sobreactuar. Pero a pesar de todo, es este trío de buenos intérpretes lo que salva a la película. Los tiroteos, las peleas cuerpo a cuerpo y las persecuciones también ayudan mucho. Otra falla que tiene es que su historia es simple a grandes rasgos, pero está forzadamente estirada. Es evidente que bien podría haberse resuelto en menos escenas, ya que hay conversaciones o secuencias innecesarias o excesivamente largas (Ejemplo: La visita a la fábrica píldoras). Sumando el hecho de que sigue sin haber un verdadero villano a la vista o que su débil final llega muy rápido - la película termina cuando empieza a ponerse interesante -, EL LEGADO BOURNE resulta ser la menos atrapante y eficaz de la saga. Entre actores desperdiciados y algunos baches en su libreto, por suerte contamos con estrepitosas e intensas escenas de acción y suspenso, una buena dirección por parte de Tony Gilroy, más datos y explicaciones sobre Treadstone, y un nuevo protagonista (con mucho potencial) que intenta a toda costa mantener vivo el legado. Pero no depende de él. Depende de que los guionistas acepten que es momento de dejar ir a Bourne antes de que la franquicia se hunda en el olvido.
Son desechables "El legado Bourne" intenta ser una secuela de aquella exitosa saga interpretada por el espía Matt Damon, pero la realidad demuestra que nos encontramos ante una especie de reinicio. Donde ahora hay un nuevo espía renegado al cual matar y un programa de entrenamiento de espías mucho más letal. Sin embargo, a pesar de ser un buena película con mucha acción y suspenso presenta inconvenientes mayores como un programa genético muy fantasioso y una errónea intención de mantener a Jason Bourne dentro de la trama cueste lo que cueste. Algo que había destacado a la saga Bourne era ser una trama repleta de persecuciones y enfrentamientos donde todo era producto de una historia del gato y el ratón. Aquí lamentablemente tras haber visto incontables reuniones burocráticas que no solo agotan al espectador sino que además son increíblemente confusas, toda la acción recién empieza a los 30 minutos. En este comienzo se ve lo peor de la película y el forzado (e innecesario) intento de mantener vivo al personaje de Jason Bourne muestra su peor cara. Por suerte, ya transcurrido esos inexplicables minutos, el personaje de Rachel Weisz, entra en la película y a través de dos impresionantes escenas (un tiroteo en un laboratorio y el enfrentamiento en su casa) que la tienen como protagonista la película se encausa en una gran trama de acción. Ahora las peleas son frenéticas y muy atrapantes mientras el suspenso quita el aliento. Incluso, en este momento también comienza el lado más aterrador de la película que es el accionar gubernamental para cerrar el programa al cual pertenecen los protagonistas. Acá no hay ningún rastro de piedad y los más altos funcionarios del estado (supuestos villanos que cumplen su deber) destruirán todo lo construido al matar a cualquier persona incluida en el programa. Además, como si fuera poco, disponen de una amplia red de recursos que harán del escape una misión imposible. Por último, el elemento más cuestionable de esta nueva entrega se presenta en la investigación genética de los agentes. Donde acá la película desvía su rumbo de realidad para entrar en terrenos más propios de la ciencia ficción. Obviamente no es algo que pueda considerarse negativo de entrada pero al ver como se van desarrollando los hechos de la trama, uno observa como la humanidad de estos supuestos espías sin emociones (uno de los aspectos más interesantes de la saga) se evapora completamente al introducir sobre el final una especie de super espía.
Un relato de espías convencional con mucha acción y logradas interpretaciones pero sin Matt Damon ni Greengrass. “Bourne: el ultimátum”, tercera con el personaje de Robert Ludlum y segunda consecutiva de Paul Greengrass, sigue siendo el punto más alto de una serie que ahora, con “El legado de Bourne” (“The Bourne Legacy”), parece tener un nuevo principio. Ya no está Matt Damon ni tampoco Greengrass y de hecho el propio personaje, Bourne, es ahora reemplazado por otro espía de nombre Aaron Cross a quien corporiza Jeremy Renner, recordado por su interpretación central en la ganadora del Oscar “Vivir al Límite”/”The Hurt Locker”. Algunos seguramente recordarán que, antes de dicho premio, el film había sido presentado en la inauguración oficial del Festival de Mar del Plata 2008 en el teatro Auditórium con la presencia de Kathryn Bigelow. Y también que, debido a nuestra mala costumbre de incumplimiento en los horarios, muy pocos se quedaron hasta el final de la proyección para gran decepción de su realizadora que casi pasó desapercibida durante el evento. ¿Qué ofrece de novedoso este cuarto capítulo frente a los anteriores? No mucho, ya que se trata de un relato convencional, donde el espectador atisba de antemano lo que puede ocurrir. Habrá varios cambios de escenarios desde un inicio, bastante tranquilo en apariencia en Alaska, hasta un final electrizante en Manila. En este último lugar Aaron y su compañera,la DraMarthaShearing, serán perseguidos por la policía de Filipinas y por un sicario temible de nombre LARX (Luis Ozawa Changchien) en una carrera en moto por la ciudad que será el plato fuerte de quienes amen las películas de acción. La trama en sí es algo compleja pero la duración del film (133 minutos) permite ir atando cabos y relacionando personajes. Toda la parte inicial en el estado más septentrional de Norteamérica nos muestra al agente Cross expuesto a lobos hambrientos y a un experimento genético en su cuerpo que busca en definitiva su eliminación. A destacar la persecución a que es sometido, desde la misma central dela CIA, con aeronaves no tripuladas y a como logra zafar de este acoso. La película pasa a continuación al laboratorio genético donde trabaja Martha, una notable composición de Rachel Weisz (“La momia”, “El jardinero fiel”). Ella es quien le administra un tratamiento con pastillas de diversos colores al agente Cross. Cuando uno de sus colegas inicie una matanza (algo que se está repitiendo en la vida real de los norteamericanos) logrará escapar pero cuando llegue a su casa otra sorpresa desagradable la esperará. Aunque allí empezará la fuga de la bella doctora y su paciente primero por los Estados Unidos y luego su embarque en avión al Lejano Oriente, previa falsificación de pasaporte y cambio de identidad de ambos fugitivos. Quien haya visto el anterior capítulo de la saga reconocerá nuevamente la presencia de varios personajes interpretados por eximios actores tales como Albert Finney, David Strathairn, Joan Allen y Scott Glenn. Entre los nuevos, además de Renner y Weisz sobresalen Edgard Norton y Stacy Keach (inolvidable en “Fat City” de John Huston). A Matt Damon apenas se lo ve en una foto por lo que seguramente en la próxima de la serie nuevamente estará Jeremy Renner (qué parecido su nombre al del actor belga de “Elefante blanco”). “El legado de Bourne” fue dirigido por Tony Gilroy, muy conocido como guionista, inclusive de las anteriores de la serie. Aquí comparte el libro cinematográfico con uno de sus hermanos y en su corta carrera como director conviene recordar su debut con “Michael Clayton”, un inteligente thriller. Sin llegar al nivel de dicho film el que ahora se estrena logra entretener y puede justificarse su visión.
El Legado de Bourne, su estigma A yankeelandia le encantó encontrar en Jason Bourne un gran espía que estuviese a la altura del británico James Bond. Basado en los libros de Robert Ludlum, desde el 2002 hasta el 2007 pudimos ver como Jason Bourne y sus tres películas, “The Bourne Identity” (2002), “The Bourne Supremacy” (2004) y “The Bourne Ultimatum” (2007) se apoderaban del género de acción, con un personaje que se desprendía de la imperfección de clásicos como James Bond o Ethan Hunt (Mision Imposible). Después de que las tres películas recaudaran cerca de mil millones de dólares a nivel mundial, era de esperarse que la productora Universal Pictures estuviera dispuesta a llevar al cine una cuarta aventura de Bourne. Todo indicaba que Matt Damon volvería al personaje y que Paul Greengrass volvería a dirigir, hasta que este se retractó y Damon no quiso trabajar bajo otra dirección que no fuese de Greengrass (The Bourne Supremacy y Ultimatum) o la de Doug Liman (The Bourne Identity). Tony Gilroy, quien fue el guionista de todas las películas de Bourne y se introdujo en el arte de la dirección con la obra maestra que resultó ser Michael Clayton, aceptó el reto de hacer una cuarta de Bourne. El problema es que Cross necesita de las drogas que le suministraban para rendir al máximo. Su única solución es reunirse con la doctora Martha Shearing (la bellísima Rachel Weisz), quién se encargaba de los estudios a los agentes de Outcome, y que casualmente sobrevivió a una masacre intencional en su laboratorio. Ambos tendrán que huir de las constantes amenazas de sus ex jefes, quienes están al mando del vil y brillante Edward Norton. Cuando uno se topa con secuelas, precuelas, o en este caso, un spin off (historia paralela), es difícil no tratar de comparar las historias previas con la actual. El peso sobre los hombros de Tony Gilroy y Jeremy Renner es inmenso, por este “legado” que la historia de Jason Bourne dejó en los géneros del espionaje y la acción. El personaje de Renner logra diferenciarse del personaje de Bourne, logrando que Cross sea un agente más tajante, rápido, calculador y sumamente frio. Se nota que la acción es lo que mejor le sienta y que con ella se siente cómodo. Por otra parte, se puede decir que Gilroy no convierte al film en algo propio, dado que no agrega nada nuevo a las anteriores películas de Greengrass y Liman. Esto no significa que sea malo, sino que el director apuesta a lo seguro. Pocas explosiones, buenos excesos de cámara en mano, ausencia de armas descomunales, peleas sumamente coreografiadas y muchas escenas de acción, que hacia el final, se tornan aburridas por la inverosimilitud de las mismas, que tira por la borda la lógica de lo que se mostró con Jason Bourne. No es que las anteriores de Bourne hayan sido muy lógicas en el tratamiento de los sucesos más elocuentes; pero se supone que Cross es un agente mejor preparado que Bourne, y sin embargo deja muchos cabos sueltos en el transcurso de la historia, los cuales Jason Bourne no se hubiese permitido. Además, el guión de Gilroy da mucha vuelta y mucha explicación para llegar a los eventos claves, y por momentos se torna lenta narrativamente, tornándose casi aburrida. Renner y Weisz tienen muy buena química y dentro de la primera hora, la historia que desarrollan funciona dentro de lo que sería la lógica del agente; pero otra vez, si se compara con la lógica de las películas de Jason Bourne, las decisiones de Aaron Cross no tienen mucho sentido. Jeremy Renner es quien queda mejor parado en la película, porque termina por probar que es un verdadero héroe de la acción con los nervios camuflados, que sabe cómo construir a sus personajes con mucha credibilidad. En definitiva, “El Legado de Bourne” funciona muy bien como un thriller de espionaje en donde abunda la acción de buena calidad, pero su legado, el legado que Bourne nos dejó, se convierte en el estigma del film por romper con los códigos de sentido común que tenían las películas de Matt Damon. No sé siente que el film está relacionado con Jason Bourne hasta que se lo nombra, o hasta que en el final, “Extreme Ways” de Moby, el tema característico del personaje, comienza a sonar.
Publicada en la edición digital #243 de la revista.
Mientras la vaca sigan dando leche, difícil que un estudio de Hollywood deje de ordeñarla. Eso es lo que ha ocurrido con la venerable saga de Jason Bourne, una trilogía que dejó una marca importante en el cine de acción - hasta el punto de modificarle los papeles a la franquicia de 007 y obligarla a bournizarla para seguir manteniendo el interés del público -. Acá la cosa viene disfrazada como una historia paralela a los eventos ocurridos en El Ultimatum Bourne: mientras Matt Damon va a los cuarteles de la CIA a buscar su identidad y recoger pruebas para destapar toda la corrupción de los programas experimentales secretos destinados a crear super soldados, por otra parte tenemos la trama de otro super agente que decide volverse renegado ya que sus superiores quieren liquidarlo y hacer tierra arrasada del operativo al cual pertenecía. En sí, El Legado Bourne está ensamblada de un modo que me hace acordar a El Juego del Miedo IV, en donde se veían flashes de la historia de la tercera entrega intercalados en un hilo argumental que ocurría en paralelo. Al menos El Juego del Miedo IV tenía la picardía de camuflar que el hecho de que todo pasaba al mismo tiempo que la parte III, alterando el orden cronológico y reservando la verdad para una gran revelación final; pero acá los flashes (en donde aparecen personajes de la trilogía Bourne como David Straitharn, Albert Finney y Joan Allen, amén de varias fotos del mismo Matt Damon) sólo sirven para llorar la partida de Damon de la saga y reclamar su presencia, siquiera en un cameo que le de cierta legitimidad a la secuela. En sí, El Legado Bourne no es mala. Hay buenos actores, la dirección está ok, la acción está filmada con brío sin llegar a ser esas genialidades que Doug Liman o Paul Greengrass destilaban en la saga original. El problema pasa por el libreto, que le falta foco y carece de personalidad. Mientras que en la trilogía original Matt Damon era una fuerza vengadora imparable y capaz de realizar las cosas más increíbles - como irse a los cuarteles de la CIA a atacar a la fuerza en su conjunto él solito -, el personaje de Jeremy Renner resulta más simplista y hasta vulgar: habla demasiado, no tiene mucho misterio, y lo único que le preocupa es conseguirse un buen puñado de pastillas - las drogas que le daba la CIA para hacerlo superfuerte y super inteligente, y que se han vuelto imprescindibles para el correcto funcionamiento de su organismo; un detalle cuasi de ciencia ficción y que lo pone en una circunstancia similar al Capitan América - para poder irse a algún lugar remoto y desaparecer sin dejar rastro. No es un problema de Renner sino del libreto, que no sabe muy bien cómo darle algo de personalidad a Aaron Cross o, siquiera, despegarlo de la sombra de Jason Bourne. Incluso el final tiene algo de abrupto e insatisfactorio, como si el guión se hubiera quedado sin ideas; no hay castigo para los responsables de la conspiración, y tiene más el tufillo de una película larga que fue cortada al medio para venderla como dos partes, algo parecido a lo que ocurría con Kill Bill o la última entrega de Harry Potter. El Legado Bourne es buena. Le falta foco, pero es un entretenimiento sólido. Quizás el otro punto discutible es que requiere un conocimiento previo de la trilogía Bourne como para saber de qué se trataba Treadstone, Blackbriar o qué pito tocaba el personaje de Albert Finney. Sin dudas no está a la altura de las otras entregas de la saga, pero tampoco comete algún error imperdonable. Lo que precisa es una inyección de ideas frescas como para darle personalidad a la nueva saga, ya que es inevitable que hagan una Bourne 5. Están a tiempo de hacerlo y, por ello, se merecen una segunda oportunidad.
Esa maldita pastilla El ¿final? de la era Bourne, encarnada ahora por Jeremy Reener, se despega de sus predecesoras. Manipulación genética, inteligencia mundial y acción en exclusivas dosis. Una foto de Jason Bourne es el único rastro (y rostro) que se tiene en esta cuarta parte de quien fuera cara de una trilogía que ahora busca ¿analizarse, reinventarse?. Si Identidad, Supremacía y Ultimátum alimentó la figura de Matt Damon y dio una vuelta de tuerca interesante a las películas de espionaje, con El legado Bourne el cambio de figurita (Jeremy Reener en la piel de Aaron Cross) deja en la mesa los condimentos para servir apenas una discreta película. Con diálogos demasiado extensos (lo que no garantiza un guión rico), el film del director y guionista Tony Gilroy es más un tratado de inteligencia mundial –con pasajes en Seúl, Manila, Alaska y urbes estadounidenses- que una película de acción. Hay momentos donde cuesta seguir el hilo de la película y confiar en los métodos y manipulaciones de terapia genética utilizados lo que la convierte en ciencia ficción pura, con escasa o nula conexión con la realidad. Una serie de pastillas azules que el agente conserva para su subsistencia serán su karma que a toda costa buscará cortar con la adicción. La pata supuestamente verídica del film la tienen con el programa DARPA que está estudiando la modificación de los genes de los soldados para lograr una mayor tolerancia ante la falta de sueño, comida, sed. Y según científicos de la universidad de Arizona ya se produjeron avances al respecto: el ejercito probó una droga que anula los mecanismos del sueño. Las escenas de acción de El legado Bourne se dan en un laboratorio, una vivienda y, quizás lo más logrado, la persecución en motocicleta (algo extensa aunque muy lograda cinematográficamente) que eleva el escaso grado de adrenalina sin olvidar los típicos finales ficcionados en este tipo de escenas. Una lástima. La inevitable unión entre el agente Cross, que a toda costa busca despegarse del programa secreto creado por la CIA, y la sexy biologa Rachel Weisz recorre un film que se deshilacha con el correr de los minutos. Las escenas que demuestran el poder del espía casi superhumano, digno de los héroes de Marvel, rescata en dosis mínimas la velocidad, resistencia, agilidad y fuerza de su antecesor, Jason Bourne, al que se lo extraña. Y mucho. ¿Continuará?