Australia, años 50. Tilly Dunnage (Kate Winslet) vuelve a su pueblo natal, Dungatar, luego de que la expulsaran tras ser acusada de algo terrible en su infancia. Después de pasar gran parte de su vida como modista en París, su buena mano para diseñar vestidos a las lugareñas le dará una oportunidad de arreglar las cosas con el pasado, o al contrario, empeorarlo todo definitivamente.Sí, el nombre que le pusieron a The Dressmaker en Latinoamérica no es uno de los más motivadores para gran parte del público. Pero primero que nada les quiero avisar que no estamos ante un film centrado únicamente en la moda, con todos nombrando a grandes diseñadores que quizás muchos (me incluyo) no conozcan.No, de hecho El Poder de la Moda trata sobre otra cosa. Y mientras uno ve el film se da cuenta que la moda está usada como excusa para contarnos una historia de aceptación tanto personal como con la comunidad donde uno vive, y qué tanto nos importa lo que digan de nosotros. Bien podría ser moda, alguna virtud deportiva o la pericia para fabricar algo que mejore el estilo de vida de los lugareños.Como suele pasar en las poblaciones rurales pequeñas, los chismes corren y cualquiera que no caiga bien a alguien puede ser objeto de alguna difamación; y esto es lo que padece nuestra Tilly Dunnage; quien usando sus conocimientos de alta costura empieza a ganarse el corazón de todos, principalmente las mujeres.Pero no todo es bueno en El Poder de la Moda. El problema más evidente que notamos es que la guionista Jocelyn Moorhouse (que a la vez fue la directora del film) nunca se decide si quiere contarnos un drama de redención, o una comedia de situación. De hecho el film tiene varias escenas dramáticas, que cuando empiezan a hacernos sentir empatía con la sufrida Tilly, son seguidas de algún gag que seguramente sacará de contexto al espectador, que no entenderá que acaba de pasar.A esto hay que sumarle que a la película se la siente un poco larga en metraje para lo que quiere contar, y en más de un tramo vamos a sentir que se rellenó más de lo necesario. Si bien no leí la novela en que está basado el film, algo más de ritmo le hubiera venido bien para agilizar la trama y no se sienta tanto esa sensación de rara mezcla entre comedia y drama que nunca termina de funcionar del todo.El Poder de la Moda es entonces una aceptable película, a la que quizás le sobren unos veinte minutos, pero que de todas formas puede conectar con cualquier tipo de público, pese a que la temática de la moda a muchos hombres no les inspire demasiada confianza para ir a verla al cine. Eso sí, si son parte del público masculino que irá a ver la película en pantalla grande, seguro no se van a quejar cuando las mujeres usen determinados vestidos.
Quemando la basura… La profusión de la información en la sociedad de nuestros días generó -entre tantas otras consecuencias paradójicas- que en buena medida se anule la capacidad de sorpresa de un público cada vez más conformista, que si bien tiene a su alcance una oferta cultural muy vasta que no se equipara a la de cualquier otro período de la humanidad, sigue prefiriendo los caminos más cómodos del mainstream y la lógica de “si tal producto cultural no está amparado por los medios masivos, mejor no apoyarlo”. El conservadurismo artístico hace que cada nicho del mercado se mantenga estable y la enorme mayoría de los consumidores elija los mismos productos, al tiempo que la prensa trasnochada ayuda a prorrogar este esquema a fuerza de celebrar las fórmulas más regresivas del cine. Por suerte de vez en cuando nos topamos con una anomalía como la presente, que deja a todos desconcertados. El Poder de la Moda (The Dressmaker, 2015) es una película australiana que propone una combinación sumamente bizarra de géneros, a saber: el western de venganza, el drama romántico, la comedia sobrecargada y la parodia costumbrista alrededor de la premisa “pueblo chico, infierno grande”. Una despampanante Kate Winslet interpreta a Myrtle Dunnage, una mujer que en 1951 regresa a Dungatar, una comarca desolada y lindante con el desierto, para ajustar cuentas con todos aquellos vecinos que le amargaron la vida. El trasfondo que enmarca la historia pasa por los recuerdos borrosos de la muerte de un niño décadas atrás, cuando ella era objeto de golpes y humillaciones por parte de distintos personajes del lugar. Ahora reconvertida en una modista con pedigrí parisino, utilizará su aptitud para destacarse de la mediocridad que la rodea con vistas a dilucidar lo que ocurrió. Aquí se dan cita dos factores: en primera instancia tenemos un pulso narrativo trabajado desde el contraste por la realizadora y guionista Jocelyn Moorhouse, y en segundo término está el excelente desempeño del elenco en su conjunto. En lo que hace al primer punto, conviene aclarar desde el vamos que la superposición de registros a lo largo de cada escena por lo general desemboca en un saldo positivo a nivel cualitativo, ya que construye un verosímil ciclotímico y de lo más interesante (también hay que explicitar que en algunos momentos el mismo mecanismo cae en redundancias y estereotipos aislados). Sin duda la fuerza matriz del relato es la labor de Winslet, quien se impone como una heroína enérgica y frágil a la vez, capaz de poner al pueblito en la palma de su mano y luego verse envuelta en las artimañas de siempre de los locales (con los chismes bobos y la envidia a la cabeza). Entre los secundarios se destacan Judy Davis como Molly (la madre mentalmente inestable de la protagonista), Hugo Weaving en la piel del Sargento Farrat (un policía que esconde su travestismo), Liam Hemsworth como Teddy McSwiney (el interés romántico de turno) y la hermosa Sarah Snook en el rol de Gertrude Pratt (primera clienta de Myrtle). Considerando semejante seleccionado de actores, y el maravilloso trabajo de Marion Boyce y Margot Wilson en lo que atañe al diseño de vestuario, no es de extrañar que el film sorprenda gracias a su desparpajo y eventualmente llegue a buen puerto, a pesar de que Moorhouse no logra cuadrar del todo la multitud de engranajes que constituyen la idiosincrasia del opus. En El Poder de la Moda nos topamos con una “revancha total” símil spaghetti western, un concepto provocador que implica destruir por completo los residuos retrógrados sociales…
Una tragicomedia que quizás logre atrapar más a todos aquellos ávidos de ver propuestas fuera de lo común. El relato es disparatado, extravagante, desconcertante, bizarro y absurdo, pero nunca termina de
El intoxicante sabor de la venganza. Después de casi veinte años desde su última película, En lo Profundo del Corazón (A Thousand Acres, 1997), la directora Jocelyn Moorhouse regresa con una adaptación tragicómica de la primera novela de la escritora australiana Rosalie Ham. Tanto el best seller como el film transcurren en la década del cincuenta del siglo pasado en un diminuto asentamiento en medio del desierto australiano denominado Dungatar, un infierno -al que afortunadamente llega el ferrocarril- en el cual unos pocos pobladores interpretan el papel de víctimas y victimarios en una especie de Dogville (2003) pero menos perverso. Allí, la modista Myrtle Dunnage (Kate Winslet) regresa tras muchos años de ausencia obligada debido a una acusación de asesinato que la puso en un internado cuando niña. Al volver a su casa encuentra a su madre confinada en su cama y deprimida, de mal humor, rodeada de basura y con la compañía de una zarigüeya. Su regreso le trae recuerdos a la memoria pero también aflicción por no lograr rememorar ni discernir si ella mató a su compañero de clase, el hijo del concejal, el hombre más rico e influyente del pueblo ficticio, a pesar de que varios de los pobladores están convencidos de que ella lo hizo. Al establecerse y comenzar con su negocio de alta costura, Myrtle encandila a todas las mujeres del pueblo, que cambian de un día para el otro su apariencia con vivos colores y atractivos vestidos que lucen a toda hora y en todo lugar. La conservadora competencia traída por el concejal amplía la fama de la extraordinaria hija pródiga, pero la envidia de aquellos que aún no olvidan los confusos sucesos del pasado convertirá la estadía de la protagonista en un calvario. A pesar del pronunciado tono de venganza que se expande durante toda la película, la calidez de la propuesta -sumada a los gags cómicos y las escenas románticas- convierte a El Poder de la Moda (The Dressmaker, 2015) en una interesante mezcla de géneros con increíbles actuaciones, entre las que se destacan una adorable Judy Davis como la excéntrica madre de Myrtle, el extravagante oficial de policía amante de las finas telas interpretado por Hugo Weaving y el personaje protagónico ambivalente de Kate Winslet, que oscila entre el amor, el odio y la venganza en un péndulo incierto. El opus melodramático de Moorhouse construye una gran historia sobre la imposibilidad de la consumación de una síntesis entre el amor y el odio en medio de una vorágine consumista, que a través de la ropa y la apariencia define la identidad y transforma la realidad de los descuidados habitantes del ignoto pueblo en un inestable e inesperado cuento de hadas que inevitablemente se consume en las llamas del odio.
Venganza con glamour Llega a las salas el nuevo film protagonizado por Kate Winslet que, a través del rol de una destacada modista, nos demuestra como la moda y la venganza pueden ir de la mano. Hablar de Kate Winslet en el mundo del cine resulta ser palabra sagrada. Pueden existir detractores de los diferentes trabajos que realiza la actriz inglesa pero nadie puede renegar de su prestigio. Haber trabajado con James Cameron (Titanic), Danny Boyle (Steve Jobs) y Steven Soderbergh (Contagio), entre otros, no es pura casualidad y menos lo son las siete nominaciones a los Premios de la Academia de Hollywood que fue cosechando a lo largo de su carrera. La actriz de Titanic (1997) vuelve a las salas argentinas en un rol que toma las riendas de la historia. Tilly Dunnage, su personaje en El poder de la moda (The Dressmaker, 2015), contiene esa ascendencia que caracteriza a la intérprete británica pero con una evidente salvedad: la sed de venganza que se apodera de la modista es el disparador ideal para facilitar el comienzo de la película. Basada en la novela homónima escrita por Rosalie Ham, El poder de la moda se centra en la glamorosa modista Dunnage que regresa a Dungatar, un pequeño pueblo de Australia, luego de su estadía durante años en París, con el propósito de reencontrarse con su madre y, además, vengarse de cada uno de los personajes que ensuciaron su imagen desde pequeña. Sin lugar a dudas, el gran acierto del film es sembrar, a través de imágenes del pasado, la constante situación de incertidumbre, sin que podamos entender a simple vista los pormenores de su ansiada búsqueda de justicia. Las cuotas de suspenso e intriga están a la orden del día pero en su justa proporción. En los primeros minutos la duda está planteada y, junto a la poderosa personalidad del personaje principal – sus primeras líneas lo demuestran –, logra plantear un escenario en el que se pueden percibir muertes, dolor y ánimo de lucha. La dirección de la película está a cargo de Jocelyn Moorhouse. La directora australiana posee experiencia en comandar historias sobre el poder de los personajes femeninos y sus secretos del pasado. Cabe destacar dos de sus anteriores trabajos, en donde ambas características se presentan: Amores que nunca se olvidan (How to Make an American Quilty, 1995) y Lo profundo del Corazón (A Thousand Acres, 1997). Es posible que a Moorhouse no le haya temblado el pulso al darle indicaciones a una actriz como Winslet ya que posee en su filmografía el haber trabajado con grandes estrellas femeninas como lo son Winona Ryder, Kathy Bates, o Michelle Pfeiffer. De todas formas, aunque su más reciente film posee una clara protagonista, esta no está sola. Liam Hemsworth, Hugo Weaving y Judy Davis, con una destacada interpretación como la madre de Tilly, completan el reparto de esta obra cinematográfica que, con en el transcurrir de los minutos, falla en el hecho de no enfatizar en un solo género, tratando de mezclar escenas dramáticas, humorísticas, violentas y de suspenso. Casi siempre, el que mucho abarca poco aprieta y, aunque los actores se destaquen, la dirección de Moorhouse flaquea al darle tintes dignos de una comedia ligera a una historia que no los necesita gracias al suspenso y drama que alcanzó desde sus primeras escenas. Sin lugar a dudas, este desacierto no logra que el dramatismo se apodere de uno y, lo que en principio pareciera ser un melodrama justiciero, se convierte en una pintoresca caricatura de un pueblo y sus secretos. Las casi dos horas de duración logran su cometido de entretener, de mantener en vilo el interrogante sobre el secreto de la protagonista pero, pudiendo escarbar en el drama, lo toma con pinzas, como si creyera que el abuso en el dramatismo fuera pecado y que debiera cortarse con algún que otro destello cómico. El poder de la moda presenta el regreso de Kate Winslet al rol protagónico y, pese a que el film no logra transgredir en el género, se logra la fluidez interpretativa de la actriz gracias a su camaleónica forma de encarar todo tipo de escena. Tilly Dunnage y su prestigio. Kate Winslet y su prestigio. Tilly Dunnage y su misión: vengarse de aquellos que hundieron su reputación. Kate Winslet y su misión: superarse rol a rol y posicionarse, ya sea vía mainstreams, películas independientes o con directores de renombre, en la cumbre de su reputación.
La Vengadora Tomando como referente los grandes y épicos melodramas clásicos, “El poder de la moda” (Australia, 2015) recupera la intriga como puntapié para narrar una de las historias más atrapantes que el último cine ha ofrecido. Inspirada en la novela de Rosalie Ham, la directora Jocelyn Moorhouse (“How to make an American Quilt”), con guión propio más la colaboración de P.J.Hogan (“El casamiento de Muriel”), plasman el infierno de un pequeño lugar a partir del punto de vista de una mujer que vuelve para tomar venganza de aquellos que la expulsaron de ahí. Tilly (Kate Winslet), la protagonista, regresa a un olvidado pueblo fantasma de Australia, en el que aún vive su madre (Judy Davis), vieja y enferma, y con la que quiere recuperar un vínculo que hace tiempo perdió de manera obligada. Aprovechando el estado de salud de la anciana, Tilly también regresará para comprender qué pasó con su pasado, lazo con su progenitora, y, principalmente, con cada uno de los miembros de un pueblo que nunca le perdonó un crimen que, aparentemente, ella cometió de niña y que vuelve en forma de flashback constantemente. Así, en este contexto, claro está, su regreso no será una fiesta, todo lo contrario, porque además, al volver con una impronta citadina, envuelta en los mejores vestidos y telas que esa gente ha podido ver en su vida, Tilly se hará, rápidamente, un lugar y un nombre, a pesar del pasado que la acecha y amenaza constantemente. Un joven del lugar la recuerda (Liam Hemsworth), quien a pesar que el resto de la gente la rechaza, se acercará a Tilly a partir de su nueva figura y sex appeal, y en el medio, el pueblo que comienza a exigirle a la mujer lujos y diseños como los que lleva, volviendo todo confuso hasta que la tragedia una vez más golpea a su puerta. Moorhouse narra con seguridad y precisión la historia de una mujer que vuelve para recuperar su historia, reencontrarse con la madre y comprender el por qué del rechazo que sufrió de niña. Una serie de personajes secundarios, además, constituirán el contexto necesario para que Tilly desande el camino de su vida, descubriéndose y conociéndose, más allá de ese personaje voraz y seductor que armó. Imágenes de los paisajes cuasi pictóricas, actuaciones memorables (Hugo Weaving como el comisario del lugar, que desea cada vestido de Tilly para él mismo) y una trama que nunca termina de sorprender al espectador, hacen de “El poder de la moda” una de las propuestas industriales más interesantes y entretenidas de los últimos tiempos.
Además de la presencia de una siempre convincente Kate Winslet, en el rol de una exitosa modista culpable de asesinato que vuelve a su pueblo natal, el relato propone un "mix" de géneros y personajes extravagantes. La moda funciona en este relato como una excusa para contar la historia de venganza llevada a cabo por Tilly Dunnage -Kate Winslet-, una glamorosa modista que regresa a su hogar en Dungatar, Australia, en los años cincuenta luego de trabajar en exclusivas casas de moda de París. Su llegada tiene como objetivo cerrar heridas del pasado en este pueblo donde no es vista con buenos ojos, ya que es culpable de un asesinato cometido años atrás. Armada con su máquina de coser y con una impronta que revoluciona a las mujeres del pueblo, Tilly se reencontrará con Molly -Judy Davis-, su madre enferma y ermitaña, y caerá rendida ante el escultural Teddy -Liam Hemsworth, el actor de Los juegos del hambre-. El poder de la moda -The Dressmaker- tiene ecos de Las aventuras de Priscilla, la reina del desierto, pero su mirada está puesta en una descripción costumbrista que presenta a personajes extravagantes. Nada importante parece suceder en ese polvoriento lugar en el que la envidia y la codicia son moneda corriente. Por allí desfilan el policía del pueblo que se inclina por la ropa femenina -Hugo Weaving, casualmente intérprete de Priscilla-, un médico jorobado, vecinas celosas y hasta una compañía de teatro itinerante que acude a Tilly para confeccionar el vestuario de la obra que presenta. El film de la directora Jocelyn Moorhouse es una combinación de historia romántica -con una escena nocturna en lo alto del silo-, thriller -venganza de mujer- y toques de western y, aunque no siempre funciona en el tono y en las múltiples aristas que desarrolla, resulta un producto elegante, de alta costura, rico en contrastes y con una siempre convincente Kate Winslet que eclipsa con su sola presencia, además de una Judy Davis entregada a un personaje desagradable. Entre flashbacks, una infancia marcada por el crimen y las culpas de un pasado siniestro, el pedal de la máquina de coser no parece detenerse.
Tiempo de revancha El esperado regreso de la directora de La prueba tras una larga ausencia no cumple del todo con las expectativas. En la primera escena Myrtle 'Tilly' Dunnage (Kate Winslet) regresa al patético pueblo australiano de Dungatar del que había sido expulsada cuando tenía apenas diez años por supuestamente haber asesinado a un compañero de escuela. “I’m back, you bastards”, grita esta ahora mujer devenida una gurú de la alta costura en París. Es tiempo de revancha (y venganza) para ella en esta tragicomedia (al principio con más comedia que tragedia) que coquetea también con el drama romántico, el western, el thriller y varios otros géneros, que transcurre en un presente ubicado en 1951 y con unos flashbacks que reconstruyen aquellos conflictos infantiles ambientados en la década de 1930. Esa vuelta al hogar permite el reencuentro de nuestra heroína con su madre (la siempre notable Judy Davis), que parece haber perdido la cordura, con el policía del lugar que no se anima del todo a salir del armario (Hugo Weaving) y con un astro de fútbol australiano (el galán Liam Hemsworth). El resto del pueblo, en cambio, le hará sentir a ella el rigor de la discriminación, el hostigamiento, el resentimiento o directamente el odio. Esta película significó también otro regreso después de casi 20 años de ausencia: el de la directora Jocelyn Moorhouse (La prueba, Amores que nunca se olvidan, En lo profundo del corazón) a partir de un guión coescrito con su marido P. J. Hogan basado en la novela de Rosalie Ham. Se trata de una propuesta muy despareja y desconcertante, con bruscos cambios de tono (del realismo al grotesco), que pasa del concepto de crowd-pleaser a la provocación incómoda. El resultado es una acumulación de momentos eficaces con otros que dan vergüenza ajena por sus lugares comunes y torpezas. Tipica historia de pueblo pequeño-infierno grande, El poder de la moda parece no querer definirse nunca, lo cual no necesariamente es algo malo. Pero es esa misma indecisión la que la torna por momentos bastante forzada. De todas maneras, algunas escenas inspiradas y la simpatía de buena parte del elenco regalan ciertos momentos de disfrute que compensan en parte a los otros.
Protagonizada por Kate Winslet y basada en la novela homónima escrita por Rosalie Ham, El poder de la moda (The Dressmaker, 2015) presenta personajes complejos en una historia que atrapa sólo por momentos. La película dirigida por Jocelyn Moorhouse no logra convencer, a pesar de contar con buenas interpretaciones. Después de vivir varios años en París donde se convirtió en una modista reconocida, Myrtie “Tilly” Dunage (Kate Winslet) regresa a su pueblo natal en Australia dispuesta a vengarse de los habitantes que la culparon de haber cometido un hecho dramático cuando era niña. Pero además de enfrentarse a la mirada de la mayoría de las personas, con excepción de Ted (Liam Hemsworth), ahora Tilly debe cuidar a Molly (Judy Davis), su enferma y testaruda madre. El poder de la moda se inicia con una idea que parece que va a ser efectiva. Y en algunas escenas lo consigue gracias a la actuación de Winslet y a la correcta ambientación de los años ´50. Sin embargo, tiene giros argumentales que resultan fallidos porque desvirtúan lo que plantea al comienzo. El film de Moorhouse expone varios géneros, entre los que sobresalen el wester, el romántico y la comedia negra. Pero la forma entreverada en el que son desarrollados no permite apreciar ninguno en su totalidad. Y el resultado es una mixtura de sensaciones que se asemejan a lo disparatado. Lo más destacable de El poder de la moda es la historia que moviliza a su protagonista. Porque la sed de venganza puede ser un atractivo válido para el espectador. Y termina siendo la arista más interesante dentro de un contexto excéntrico.
DELIRIOS, ROMANCE Y VENGANZA Por fin se estrena esta película tantas veces anunciada en vano. Es un film desconcertante y desmesurado. Como un bolero o una telenovela extrema. Hasta un pueblo perdido de Australia llega una mujer que muchos años atrás fue separada de su madre, acusada de haber provocado la muerte de un niño. Viene a buscar su verdad, su venganza y de paso a diseñar como parte de su plan vestidos de alta moda que lucen desaforados en el medio del desierto. Todo resulta un poco delirante, exagerado, irónico y por momentos hasta romántico, pero disfrutable en su mezcla de géneros. Aunque no esté del todo lograda, vale. Se lucen Kate Winslet Hugo Weaving, Judy Davis.
Un pastiche ocasionalmente disruptivo. La directora australiana, recordada por su película La prueba, reaparece ahora con un extraño paseo a través de distintos géneros, que van de la historia de amor y venganza a un final “gore”, con otro espléndido protagónico a cargo de Kate Winslet. Zapatos blancos, guantes blancos, sombrero blanco de ala ancha y abrigo negro, la chica baja del ómnibus, apoya las valijas en el piso, saca un cigarrillo de la finísima cigarrera y mientras se lo coloca entre los labios con la mayor elegancia susurra, mirando hacia el pueblito: “Regresé, desgraciados”. Historia de venganza en la que la heroína deberá vencer primero la amnesia psicológica que la lleva a borrar la escena crucial –para develar si ella cometió o no el crimen del que el pueblo entero la acusa–, el factor pastiche es el que permite levantar al film australiano The Dressmaker (que en Argentina se estrena con el improcedente título El poder de la moda) de la eventual recaída en el cálculo y el cine de fórmulas. De más está decir que el hecho de que el protagónico esté a cargo de la infalible Kate Winslet, que invariablemente pone lo mejor de sí al servicio de cada uno de sus papeles, es otro puntazo a favor, reforzado por la reaparición de Judy Davis, siempre al borde de la crisis de nervios. Los responsables de The Dressmaker no son desconocidos. El guión lo coescribió P. J. Hogan, guionista y director de El casamiento de Muriel, y detrás de la cámara estuvo su esposa Jocelyn Moorhouse, que en los años 90 había dirigido La prueba, en Australia, antes de pasar a Hollywood, donde estuvo a cargo de la “película de mujeres” How to Make an American Quilt, estrenada aquí como Amores que nunca se olvidan. Después de eso Moorhouse desapareció por dos décadas, hasta su reaparición con esta película. Si El casamiento de Muriel releía el cuento de hadas desde el camp, The Dressmaker se pasea a través de diversos géneros, aunque más que relectura lo que hay aquí es combinación. Pastiche. Un pastiche ocasionalmente disruptivo, y en otros pasajes complaciente y/o simplista. Simplista es la idea de un pueblo compuesto de gente maligna, con un intendente abusador, un farmacéutico chupacirios, mujeres sometidas, damas de bien arpías y algún hijo digno de esos adultos, por un lado, y por otro unos pocos vecinos-víctimas, que incluyen a la protagonista, la diseñadora de modas Myrtle, su madre loca, Molly (Judy Davis, sucia, arrugada, desarreglada y con una comadreja por mascota hogareña) y la mujer del intendente. Si es muy divertido el jefe de policía que interpreta Hugo Weaving (el agente Smith de Matrix, que había sido fotógrafo ciego en La prueba), que suspira de ilusión cuando ve los vestidos que diseña Myrtle y no duda en ponerse uno negro para un funeral, y son divertidos los acompañamientos musicales de spaghetti western, que hacen aparecer a Myrtle fumando, y vestida para matar, como una reencarnación chic del Clint Eastwood de Sergio Leone, la historieta romántica de la protagonista con el galán Liam Hemsworth, que con su metro noventa y sus camisas abiertas parece escapado de la tapa de una novela romántica, pone a la película más allá de lo complaciente, al borde mismo de lo intolerable. Pero debe reconocerse, a su vez, que el brusco, disruptivo destino de esa love story la redime sobradamente, dando paso a una especie de “alargue” de media hora que mejora la película, cuando ésta había terminado con un empate tibio su tiempo oficial de 90 minutos. Ese alargue incluye una escena de gore que nadie podía haber previsto cuando Hemsworth y Winslet se daban besitos, y que es como el golazo inspirado que sacude la modorra. Aunque deje un par de gruesos cabos sueltos, la explosividad del final también echa ricino sobre el amenazante dulzor previo, inclinando la balanza para el lado del aprobado.
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Luego de comenzar su carrera cinematográfica en Criaturas celestiales, Kate Winslet vuelve a una producción australiana, de la mano de El poder de la moda. En los años cincuenta, Tilly Dunnage (Kate Winslet) viaja desde Paris a su Australia natal, a Dungatar, para reconciliarse con su madre, Molly (Judy Davis). Tratará de buscar venganza por un triste hecho no del todo resuelto de su infancia. En el medio, transformará a las mujeres del lugar y conocerá el amor en los brazos de un lugareño. La directora Jocelyn Moorehouse (La Prueba, Cosas que nunca se olvidan) quien junto con P. J. Hogan son autores del guión que adapta la novela de Rosalie Ham, eligieron varios tonos, la comedia, la tragedia, el drama, el western y la fábula de venganza, en el entorno de “pueblo chico, infierno grande” para pintar una aldea (el lugar parece una maqueta de pequeño que es) cargada de prejuicios y rencores. Película de grandes contrastes, la protagonista arriba vestida con el new look de Dior de los cincuenta a un lugar por demás polvoriento y esos contrastes se traducen también en impensados, y casi gratuitos giros dramáticos que causan desconcierto. Hay momentos en los cuales El poder de la moda pretende ser un western en el que la mujer que llega tiene una máquina de coser en lugar de un arma. Si tenemos en cuenta que los vestidos que confecciona parecen tener propiedades curativas en la salud mental de las mujeres que los visten, nada puede ser tomando muy en serio, aunque en algún momento El poder de la moda carga las tintas con su dramatismo. Pero no al estilo más deliberado del pastiche de otro australiano, como Baz Luhrman, que por cierto también patinó en su película Australia de manera similar, sino con menos ambiciones y mayores lugares comunes y torpezas. Si El poder de la moda logra salvarse de un naufragio total, es gracias a un elenco que va modelando de manera más fina lo que en el guión son puntadas gruesas, Kate Winslet, Hugo Weawing , Sara Snook, Judy Davies y Liam Hemsworth juegan al límite entre la solvencia y el cartoon. El poder de la moda es un cocktail de géneros, en el cual cada uno de los excesos de ellos hace que uno salga del cine bastante mareado por el resultado final.
Un extraño cóctel de géneros Estoy de vuelta, bastardos." Pronunciadas en un escenario apartado e inhóspito, tales palabras anuncian que quien ha llegado regresa tras muchos años, en busca de un ajuste de cuentas con el pasado, de redención o de venganza. Parece un western, pero quien llega no carga armas sino una máquina de coser y lo que anuncia es apenas, en el fondo, una primera muestra de la facilidad y el desparpajo con que Jocelyn Moorhouse (Amores que nunca se olvidan, En lo profundo del corazón, La prueba) cambiará de género y de tono a cada rato a lo largo de dos horas de proyección. Y al mismo tiempo demostrará que quizá la idea de reaparecer como directora después de casi veinte años de dedicarse a colaborar con su marido (P. J. Hogan, el de El casamiento de Muriel y La boda de mi mejor amigo) no fue demasiado feliz. Es cierto que la extraña mezcolanza (western spaghetti, melodrama sentimental, comedia negra, humor disparatado o grotesco y algún apunte de tragedia) provienen del original literario (un gran éxito en Australia), pero también porque la realizadora, que no se caracteriza por su rigor, no siempre logra armonizar materiales tan discordantes y --quizás entusiasmada por el talento de su notable elenco, secundarios incluidos--, toma rumbos diversos, lo que no sólo extiende el relato en busca de un final, sino que éste, tras varios intentos, resulta caótico y bastante forzado. El atrevimiento de Moorhouse -_-con sus esporádicos aciertos y sus desbordes, se verá-- va bastante más allá del desfile de extravagante alta costura en el imaginario ambiente rural de una Australia de los años 50. Allí llega Myrtle "Tilly" Dunnage, la mujer que de pequeña debió dejar el poblado acusada de haber causado la muerte de un chico y terminó haciendo carrera en Europa como diseñadora de modas. En su tierra, nadie la espera; ni siquiera su madre, que a la humillación sufrida a por su familia a causa de la presuntamente falsa acusación de Tilly, respondió viviendo apartada de todos, en absoluto estado de abandono y sin memoria. La mayoría -incluso las que al poco tiempo se convertirán en futuras clientas cuando descubran que gracias a sus virtudes para la costura pueden ganar el atractivo que nunca tuvieron-- sigue culpándola por el pasado. Con excepción de un muchacho joven, Teddy (Liam Hemsworth), que terminará enamorándose de ella, en uno de los muchísimos cambios de rumbo que el guion emprende hasta enredarse entre tanta confusión y tanta necesidad de justificar conductas que a veces divierten y a veces desconciertan. Al frente del elenco, y a pesar de personajes que andan a los tumbos como quiere el guion, se lucen, como siempre, Kate Winslet, como la protagonista, y (casi desconocida) la admirable Judy Davis, a quien no veíamos desde que acompañó a Woody Allen en A Roma con amor.
La venganza se cose con glamour Kate Winslet es una modista que triunfa en París y regresa a su pueblo australiano a saldar asuntos pendientes. Es una combinación de géneros, que por momentos parece una confabulación, porque la australiana Jocelyn Moorhouse (La prueba) salta del absurdo a lo extravagante y roza lo bizarro. El poder de la moda es thriller, comedia, drama, filme romántico y sátira a la vez. Tilly Dunnage (Kate Winslet, como siempre estupenda) regresa a Dungatar, el miserable por varias cuestiones pueblito donde pasó su infancia. Son los años ’50, y Tilly retorna convertida en una modista que ha trabajado para importantes firmas parisinas. Trae su valija y su máquina de coser. No es sencillo: apenas llega se encuentra con las hostilidades de quienes aún sostienen que hace décadas asesinó a un compañero de escuela, y su madre, enferma (Judy Davis) no sale de la casa hecha un desastre (la casa y la madre) y hasta finge no reconocerla. La cosa es que Tilly está dispuesta a coser las heridas del pasado, si bien no recuerda exactamente qué pasó con el muchacho que murió. Viene a poner las cosas en regla, como mujer decidida que es, a no dejarse avasallar y a revolucionar a la burguesía local. Dispuesta a investigar qué fue lo que pasó -se ve que el estado mental de su madre se le debe haber colado en los genes-, porque lo bloqueó de su memoria. Habrá flashbacks para ver el comportamiento sádico del pequeño, que como era hijo de un importante funcionario del pueblo... Tilly también enloquece con sus modelos de ropa a las mujeres, y los personajes secundarios, como Teddy, el galán vecino que compone Liam Hemsworth (Los juegos del hambre), o el policía que se trasviste, Hugo Weaving (el malo de Matrix) forman parte de este vodevil, gracioso, por momentos sin pies ni cabeza. Winslet está casi todo el tiempo en pantalla, lo que garantiza no sólo la atención del espectador, sino que el punto de vista del personaje sea en la práctica el del director, y que desde la butaca se siga la enloquecida trama acompañándola sin más vueltas. Entre el glamour y la venganza, El poder de la moda es un filme atípico, por esos saltos ornamentales entre géneros, que demuestra la pujanza, la versatilidad y el arrojo de cineastas australianos, sin importarles el qué dirán.
Si la sinopsis de este estreno te resulta extraña esperá a ver la película que todavía es más desconcertante. El poder la de la moda es literalmente una producción inclasificable y en esa característica reside su mayor atractivo. El guionista P.J.Hogan, responsable de brindar como director la mejor versión de Peter Pan en el cine, en este caso adaptó la novela best seller de la escritora australiana Rosalie Ham. Este film dirigido por la esposa de Hogan, Jocelyn Moorhouse, presenta una interesante fusión de géneros donde el espectador nunca puede predecir lo que va a ocurrir en el conflicto. Durante el desarrollo de la trama el tono del film se desenvuelve entre la comedia de enredos, el drama de época, el género romántico y las historias de misterios que evocan las novelas de Agatha Christie. En un mismo conflicto la directora logra trabajar diversos géneros cinematográficos cuya mezcla no siempre brinda buenos resultados y en este caso logró que la propuesta resulte mucho más atractiva de lo que vendían los avances promocionales. Kate Winslet ofrece una gran interpretación en el rol de una mujer que usa su talento en la alta costura para limpiar su nombre en su pueblo natal, donde fue acusada de un crimen que no cometió. El concepto de la historia es disparatado y la película ofrece sus mejores momentos cuando se enfoca en la comedia. Luego cuando la trama se vuelca al melodrama y las situaciones trágicas, la atracción que generaba el conflicto se desvanece un poco. A partir de ese momento, el trabajo de la directora Moorhouse se sostiene gracias a los personajes secundarios. Muy especialmente la mujer con demencia que interpreta Judy Davis y el policía travesti que encarna un desopilante Hugo Weaving . Una grata sorpresa la labor cómica de Weaving, quien suele estar relacionado con papeles dramáticos o roles de villano como los que interpretó en Matrix y Capitán América. Aunque el acto final y la resolución del conflicto tal vez no llegan a ser tan atractivos como la primera mitad del film, El poder de la moda presenta uno de los personajes más divertidos de Kate Winslet y entretiene con una atípica historia de venganza.
El poder de la moda es una película un tanto rara porque nunca termina de definir su género y me da la sensación de que no fue algo buscado adrede por los realizadores sino más bien una consecuencia de montaje. La premisa es interesante: un pueblo pequeño de mediados de siglo en una parte rural de Australia en donde el chisme y las costumbres lo son todo y de repente ocurre una gran sacudida con el regreso de una lugareña que trae consigo las últimas modas europeas y una gran habilidad para confeccionarlas. Hay varios enredos que se suscitan a partir de este retorno que pretenden ser cómicos pero no lo logran y la mezcla con un gran drama familiar y misterio de muerte de un chico solo causan confusión. La película parece tener varios principios porque hay más de un arranque y lo mismo sucede con el final porque parece que tiene más de uno y se hace extremadamente larga. Otro gran problema es que no logra que el espectador empatice con los personajes más allá de la bronca que puedan dar algunas situaciones retrógradas. A Jocelyn Moorhouse, que su último trabajo como directora fue en 1997 con el aburrido drama A thousand Acres, se le nota el óxido de casi veinte años en este estreno que no posee ritmo y no logra causar interés a pesar de la muy buena interpretación de Kate Winslet, quien por lejos es lo mejor de la cinta. El poder de la moda es confusa, es larga y no deja nada salvo por un par de sonrisas en la primer media hora cuando el film aún parece una comedia, luego es todo caída libre.
Los vestidos como arma. Pasaron dieciocho años desde la última película de Jocelyn Moorhouse como directora, en el medio produjo y escribió algunas películas de su esposo, P.J. Hogan, el mismo de El Casamiento de Muriel (1994). Desde 1983 a la fecha solo dirigió cinco películas, probablemente su mejor film sea La Prueba (1991); también pasó por las manos de Steven Spielberg, quien le produjo Amores que Nunca se Olvidan (1995), una suerte de película existencial veraniega que incluía a un séquito de actrices de varias generaciones (Winona Ryder, Anne Bancroft, Jean Simmons, Ellen Burstyn, etc.). Ese elenco no es una excepción en su cine sino que más bien se encuadra dentro una preocupación que ha puesto de manifiesto siempre en sus historias, se puede decir que su tema predilecto es “cómo las mujeres se las ingenian para ocupar un lugar en un mundo dominado por hombres”. El Poder de la Moda es un compendio de los intereses desarrollados en otros films de la realizadora, pero es también una gran caja china de géneros: hay western, thriller, comedia, melodrama y hasta una atmósfera de terror en una serie de flashbacks bien sombríos desde la fotografía de Donald McAlpine (Depredador), los cuales narran en cuentagotas el porqué de la ausencia de Myrtle/ Tilly (Kate Winslet) tras un episodio confuso en torno a la muerte de un niño. Su regreso en 1951 (dos décadas más tarde) a Dungatar, en Australia, la reencuentra con el corazón de un pueblo resentido que destila odio hacia ella y también hacia su madre, Molly (interpretada por la notable Judy Davis). Tilly ya no es Myrtle, la niñita polvorienta y miedosa que fue desterrada, sino una suerte de embajadora después de haber estudiado en las capitales de la moda. Pronto las mujeres del pueblo la buscarán para elevar su clase a partir de la confección de vestidos de “haute couture”. La transposición de la novela de Rosalie Ham (uno de los coguionistas es el propio Hogan) resulta despareja por su discurrir en varios géneros y tonos, pero su mayor debilidad está en la partición de la reconstrucción de un hecho particular y una posterior revancha que parece desatarse más por un acontecimiento (o golpe bajo del guión) que por el descubrimiento de la verdad acerca de los sucesos ocurridos veinte años atrás. El mayor mérito de esta vuelta de Moorhouse está -nuevamente- en su elenco, dentro del cual habría que mencionar también a Hugo Weaving como un oficial de policía que esconde bajo su uniforme su homosexualidad. Tan solo la brillante interpretación de Davis -la única que parece manejarse a gusto con los registros de grotesco, drama y comedia casi en simultáneo- se destaca como valiosa, lo cual prueba que a veces una película fallida puede ser disfrutable al menos por un solo rasgo.
Me gusta cuando resulta imposible catalogar una película y El Poder de la Moda es inclasificable: es un thriller de revancha, es una comedia grotesca, es un melodrama surrealista. Pero, sobre todo, es un western de alta costura. [Escuchá la crítica]
El híbrido entre comedia y drama existe en numerosas disciplinas y hace miles de año. La mezcla de tristeza y alegría puede encontrarse no sólo en programas de TV de distintos formatos, sino en la música, el cine, el teatro, la literatura y la pintura. Cualquier objeto con potencial narrativo puede causar esto, pero aún con tanto alcance su popularidad está reducida al contenido de culto. Bandas como Bedhead, programas de televisión como Master of None (2015) y libros como Corazón de Perro (1925) son, al día de hoy, poco populares en el medio mainstream y sólo prosperan entre los más nerdos, alienados o habitués de internet. Tal vez la presencia de actores de primera línea como Kate Winslet y Liam Hemsworth logre hacer aparecer al género en el radar del público general. Una misteriosa mujer y su máquina de coser llegan en micro a un pequeño pueblo de Australia. Vuelve a cuidar a su madre y recordar su pasado: la echaron de su hogar cuando era niña, luego de que se la acusara por un asesinato. Es la década del ‘50, pero ‘pueblo chico, infierno grande’ se aplica exactamente igual que hoy. El odio y envidia de los habitantes la convertirán en una forastera. Sólo mediante sus habilidades como modista podrá insertarse nuevamente en la sociedad que una vez la desterró. A medida que avanza la historia y se va revelando el tipo de mujer que Tilly (Kate Winslet) es, acompañada por el resto del elenco, se vuelve casi una seguridad que el equipo detrás de esto tiene por lo menos una mujer. Cuando llegan los créditos, viene la sorpresa: muchísimos de los involucrados en la obra son mujeres. Desde la directora y guionista, Jocelyn Moorhouse, la autora del libro en que se basó, Rosalie Ham y pasando por Sue Maslin en producción, todos los departamentos tienen presencia de mujeres en algún lado. Es más en el área de guión y producción que se ven las huellas de esto: los personajes femeninos están bien redondeados, completos y hasta los villanos son interesantes. En una época en la que las mujeres no pueden hacer comedia mainstream sin utilizar los temas de siempre (embarazo, menstruación, hijos, dieta, celos), The Dressmaker es una brisa de aire fresco. Las figuras masculinas están muy definidas por su relación con el personaje de Winslet, pero nunca se salen de lo posible, sobre todo en un marco de vida rural, en el que los estereotipos (con frecuencia negativos) tanto de hombres como mujeres están a la orden del día. Todo el elenco hace un trabajo excelente: Judy Davis y Liam Hemsworth contienen con maestría a Winslet y forman un trío simpático aunque no recordable. Por otro lado, aunque su papel sea pequeño, Hugo Weaving siempre deja su marca, esta vez encarnando a un policía con un gran secreto. La fluidez que juntos le infunden a la obra llena de vida al pequeño pueblito en el que transcurre. Es importante destacar el trabajo del equipo de diseñadores de indumentaria y modistas que participó en esta obra: Marion Boyce, nominada a un Emmy, Margot Wilson y Sophie Theallet, diseñadora francesa con clientes importantes de la talla de Michelle Obama, como colaboradora. Todos los trajes son perfectos, tanto para los actores como las actrices y siempre bien exhibidos en cada toma que los incluye. Hay muchos y muy diversos, como sugiere el título de la película y algunos pueden apreciarse en el trailer. La atención que se le dio a todo el vestuario y maquillaje es impecable y eleva muchísimo a la película, especialmente en los momentos en que la trama lo requiere. Es muy reconfortante ver elementos tan relacionados con la vanidad siendo utilizados en pos de algo que casi promueve ignorarla.
El diablo viste como se debe Dungatar, un pequeño pueblo de Australia donde todos se conocen con todos y los rumores corren con velocidad, la monotonía se verá interrumpida cuando vuelva Myrtle “Tilly” Dunnage (Kate WInslet) una modista de alta costura exitosa en París pero que siendo aún una niña fue apartada del pueblo ya que se la acusó del asesinato del único hijo del hombre más importante del pueblo. Myrtle debe saldar cuentas pendientes y cuidar a Molly (Judy Davis), su madre enferma. Con sus conocimientos de moda le dará a las mujeres del pueblo un toque de distinción y aunque su motivación es esclarecer su caso, le dará lugar al amor al reencontrarse con Teddy (Liam Hemsworth). Hay que decir que el nombre que se le dio no sería el más acertado, no es una película sobre moda, tiene a la moda como ingrediente pero es una historia sobre deudas pendientes en un pueblo donde todos están encasillados en un rol. A casi 20 años de su anterior película, Jocelyn Moorhouse dirige y co-escribe el guion que resulta una mezcla entre drama y comedia con algunos diálogos ingeniosos y varias tramas que tienen a aquellos habitantes del pueblo que más interactúan con la protagonista como centro, cosa que no funciona tan bien ya que se interponen en el verdadera trama de la historia, la que incluye esa muerte del pasado. Kate Winslet compone un personaje a su medida pero en actuaciones quienes más se destacan son Judy Davis como la demente madre que ha visto trastocada su vida cuando su hija fue separada de sus brazos y Hugo Weaving, como el policía del pueblo que esconde algo. Técnicamente hay que destacar la fotografía que retrata los parajes de ese pequeño pueblo en Australia de los 50 y el soberbio diseño de producción que se ve reflejado en las prendas de alta costura. El Poder de la moda es una película interesante que podría haber sido mejor pero atrapa incluso a quienes no esperan mucho de ella.
Regreso sin gloria Por momentos parece que estamos perdiendo el tiempo, pero por una extraña razón no se puede dejar de ver The Dressmaker, el regreso de Jocelyn Moorhouse tras casi 20 años sin dirigir. No porque sea buena. Desde ya derribemos esa concepción. No lo es, ni por asomo. Pero quizás sea por la estratégica dosis de recursos narrativos, que vagan zigzagueantes por una decena de géneros a través de una historia que al menos en papel luce interesante. O quizás simplemente por la siempre deslumbrante Kate Winslet y sus escenas con Judy Davis. Lo cierto es que esta película da demasiados motivos para odiarla, por varias incongruencias en el relato -que no vienen al caso revelar, pero se darán cuenta solos si se animan a verla-, errores garrafales a nivel formal y ciertos caprichos de casting como la mismísima Winslet, que no encaja para nada con las edades del resto de los personajes en ese micro-universo infernal provinciano que quiso armar Moorhouse con esta ensalada de géneros. Y esto último es, quizás, lo único valiente y destacable de The Dressmaker. Un paseo por el spaghetti western, el melodrama romántico típico de la tv de cable los domingos por la tarde, la comedia negra y hasta un poco de slapstick. Todo eso amalgamado con un abanico de personajes, pintorescos, sí, pero a la vez dispares y en registros dramáticos muy diferentes, siendo parte de una historia que se presenta sumamente oscura y luego vira hacia algo completamente indefinido y extravagante. Llena de lugares comunes, un grotesco preciosismo en la puesta en escena y personajes llevados al límite de la sobreactuación, The Dressmaker solo tiene atisbos de buen cine cuando Hugo Weaving está en el tono justo (el único personaje creíble en todo este despropósito), Judy Davis conserva su dignidad no se sabe bien cómo, y Kate Winslet brilla con su luz propia frente a la cámara. El resto… vaya uno a saber qué es realmente. Tal y como se le puede aconsejar a Tilly, el personaje de Winslet, le podemos decir a Moorhouse: a veces conviene no volver.
Ambientada en la Australia de los años 50, aquí se cumple el dicho “pueblo chico infierno grande” donde la protagonista tuvo que irse porque fue acusada de una muerte dudosa. Ella es una importante diseñadora de moda y vuelve por razones familiares. Es una historia interesante que se encuentra muy buena interpretada por Kate Winslet. Se destacan los personajes que componen: Judy Davis y Hugo Weaving. Contiene una buena cuota de intriga y suspenso. Uno de los problemas que tiene el film es que es un poco largo y no logra sostenerse, por otro lado la directora mezcla demasiados géneros y eso hace difícil determinar el objetivo de la misma.
La periodista de moda Diana Vreeland supo escribir sobre Balenciaga: “Balenciaga decía a menudo que las mujeres no tenían que ser perfectas o bonitas para llevar sus prendas. Cuando vestían su ropa, se volvían hermosas”. Me pareció pertinente recordarla porque en la película que nos compete, su protagonista, una diseñadora que llega de París a su pueblo natal australiano, menciona que Balenciaga la quería. Y es que Myrtle “Tilly” Dunnage, una Kate Winslet esplendorosa, logra exactamente eso con las aburridas mujeres del pequeño pueblo aburrido que la desterró hace largos años y al que hoy regresa como una talentosa diseñadora de moda. Y es ese talento, ese poder que tiene para transformar a las mujeres, que comienza a transformar no sólo a ellas, sino a todo el pueblo. The dressmaker, la película en su título original, está dirigida por Jocelyn Moorhouse quien regresa al cine tras largos años de ausencia con un guión escrito por su marido, P.J. Hogan, y basado en la novela homónima de Rosalie Ham. Tilly regresa a su pueblo natal e inmediatamente se roba las miradas. No sólo la de aquellos que la miran sabiendo quién es y la fama oscura que la rodea, sino también miradas de admiración y atracción. Tilly no pretende pasar desapercibida y tiene los medios necesarios, su talento para el diseño y la costura, para que así sea. Pero el propósito de su regreso no es precisamente el de transformar a aquel pueblo pequeño e infierno grande en un lugar más hermoso, sino que tiene que ver con un pasado que no recuerda del todo y con el que necesita hacer las paces, a través de la venganza. La película comienza más bien como una comedia, por momento exagerada y con ciertas referencias al western, pero a medida que su protagonista va retornando a ese pasado de la mano de una madre que no la recuerda o finge que no la recuerda y miradas desaprobadas de ciertos habitantes, su tono se va tiñendo de comedia dramática, hasta llegar a un último tercio más oscuro, con algunos golpes bajos que terminan desluciendo el logrado comienzo del film. Un gran punto a favor que tiene el film, es su elenco. Desde una impecable Kate Winslet capaz de demostrar todo su sex appeal, hasta secundarios como Liam Hemsworth en un papel con mucho corazón y armando junto a Winslet una inesperada pero agradable pareja, Sarah Snook como la vecina poco agraciada que a través de la vestimenta adecuada (los diseños de Dunnage) se convierte en una atractiva mujer y consigue como marido a aquel a quien le echó ojos pero apenas la registraba, Hugo Weaving como el curioso comisario que tiene como fetichismo la ropa de mujer, y especialmente Judy Davis como la inestable madre de la protagonista. Como era de esperarse, el film se destaca por un vestuario jugado y atractivo, a cargo de Marion Boyce en términos generales y Margot Wilson especialmente para los que viste Kate Winslet. Un film simpático pero desparejo, que lamentablemente a medida que avanza va perdiendo el brillo que desde sus primeras escenas logra. Su extraño mix podría haber generado algo más interesante y arriesgado.
Describir a The Dressmaker es una tarea muy difícil de realizar. Su título en castellano -El poder de la moda- tampoco ayuda mucho a este crisol fílmico que mezcla pura comedia con drama lacrimógeno, a una venganza gestada hace años y al típico pueblo chico, infierno grande. Son tantas las influencias que maneja -la misma directora Jocelyn Moorhouse la describió como The Unforgiven de Clint Eastwood pero con una máquina de coser de por medio- que verdaderamente es una gema única dentro del panorama cinéfilo actual. Basada en la novela gótica de la australiana Rosalie Ham, sigue las andanzas de Myrtle Tilly Dunnage, una modista que regresa a su pueblo natal Dungatar para cuidar de su avejentada madre y poner en orden sus asuntos. Hace 25 años hubo una gran tragedia en la cual ella estuvo involucrada, motivo por el cual fue removida de su pueblo, y ahora la creadora de alta costura ha vuelto para quitarle el velo a su pasado y hacer las paces con una maldición que la persigue allí a donde vaya. Esta clase de artilugio narrativo -el regreso a casa de un personaje- se ha utilizado hasta el hartazgo y muchas veces cansa. Pero si bien la primera mitad de la película puede resultar previsible, su elenco la sostiene, al menos hasta que el tono vaya cambiando y se transforme en algo diferente. De manera imprevisible, el drama se apodera de la historia y, así como en la vida misma, los personajes deben enfrentarse al odio, la mezquindad, la vergüenza y los secretos desde el otro lado de la vereda. Si en un primer momento todo estaba pintado con los colores cálidos de la comedia, los fríos del drama se adueñan de la trama y conducen hasta un ardoroso final que resulta extremadamente catártico. En el camino quedan algún que otro desnivel actoral, sobre todo el desequilibrado elenco que enfrenta a una madura Kate Winslet con la joven estrella Liam Hemsworth, para enredarlos de forma romántica y hacerlos pasar como si tuviesen la misma edad, pero son detalles -notorios, eso sí- que no afectan la calidad del relato. Winslet puede hacer lo que sea y, además de alucinar con un par de atuendos hechos a medida, resulta demasiado estimulante junto a la legendaria Judy Davis, quien interpreta a su alcohólica y peleadora madre. The Dressmaker es completamente disfrutable si se entra en su mundo pasando el título algo genérico. Dentro hay una gran historia con matices un poco conocidos, pero con drásticos giros esperando a que un espectador incauto caiga en ellos.
Atractivo film, pese a la mezcla de géneros Muchas películas salen un poco desparejas, un problema bastante común y entendible, dado que nadie es perfecto y no todos los films pueden ser "El Ciudadano". Pero el principal problema de "El poder de la moda" es que es una película despareja a propósito. Es que la directora, Jocelyn Moorehouse, no puede con su genio y cambia permanentemente de tono y de género una historia que en cualquier estilo podría resultar más o menos potable pero no particularmente imprevisible. El resultado es una ensalada de géneros que empieza divertida y hasta original, pero que ya promediando las casi dos horas de duración empieza a cansar con sus metamorfosis del policial a la comedia, el romance y el melodrama, sólo para mencionar algunos de sus múltiples giros. La película empieza muy bien con el regreso de Kate Winslet al desolado pueblito en medio de la nada en el que su elegantísimo vestido digno de Audrey Hepburn contrasta notablemente con el entorno gris y desaparrado. Su madre, la loca Molly (Judy Davis), casi ni la recuerda, ni mucho menos entiende la pregunta que se hace su hija: "Vine para recordar si acaso soy una asesina" La protagonista es modista, y el título local viene a cuento de que la magia y la transformación que provocan los vestidos que diseña en algunas almas abandonadas del lugar, facilita su objetivo de recordar el suceso traumático que vivió de niña y que provocó que abandone el pueblo de mala manera. Las actuaciones de Kate Winslet y Judy Davis se las arreglan para salir más o menos indemnes de los cambios de tono del film, y tanto Liam Hemsworth como el galán local y Hugo Weaver como un policía peculiarmente atraído por la moda tienen sus momentos. La ambientación años 50 ofrece buenas imágenes, igual que el vestuario que lógicamente se luce con todo tipo de diseños retro. Además, la fotografía tiene detalles muy interesantes, entre grotescos y caricaturescos, por lo que más allá de sus problemas, finalmente la película siempre tiene algo atractivo que ofrecer. Empezando por la excelente música de David Hirschfelder, aunque en medio de la ensalada de géneros, propone climas de western.
En el top five de lo que justificaría la visión de El poder de la moda seguramente estarán las actuaciones de Judy Davis y de Kate Winslet, con sus papeles de madre e hija respectivamente, personajes que recorren un singular camino de relaciones en esta pelicula extraña, con algunos momentos brillantes y por momentos extremadamente larga que es The dressmaker, título más pertinente que el que le han puesto los distribuidores en Argentina. También entre los valores estarán el vestuario, bien colorido y brillante, y la puesta en escena, entre decadente y vintage que recrea el paisaje australiano de los años 50. La novela de Rosalie Ham habla de Dungatar, un poblado al que un día regresa una glamorosa mujer cargando con un pasado lleno de preguntas. Sobre ella recae la culpa de la muerte de un joven adolescente años atrás, cuando era una niña. Las sedas, los encajes, los moños, los sombreros, los brillos contrastan con esa tierra árida y seca en la que los personajes juegan vidas que parecen no pertenecerles. Lo más potente de esta pelicula está justamente en esa contradicción, la de estos seres siempre al borde del exceso, pero contenidos suficientemente por un guión que entra y sale de la parodia o del drama con notable fluidez. ¿Qué hace esa gente con esa ropa en ese lugar? La pregunta es tan sencilla como la respuesta y en obviedades su directora, Jocelyn Moorhouse, no se ahorra minutos. En ese sentido, por cierto, termina siendo algo repetitiva, y extremadamente larga.
Costumbrismo y crueldad definen este deslucido filme australiano con dos actrices excepcionales que van de aquí para allá sin dirección alguna en esta tropelía revestida de comedia cuyo tema, más que la superación de un trauma, es el oscuro placer de la venganza. ¿De qué reír? ¿Cuáles son los materiales humorísticos? El humor que se predica de la crueldad funciona si está desprovisto de moralismo. No es el caso. Salvo un buen chiste en boca de una de sus notables intérpretes, Judy Davies, el resto, más que cómico, es penosamente ridículo. A un caricaturesco pueblo llamado Dungatar regresa de París una costurera con cierto éxito en sus espaldas y con bastante ganas de revancha contra quienes la echaron hace unas décadas. Tal vez Myrtle, en su niñez, mató a un compañero. Ella no lo recuerda, su madre tampoco, la historia oficial lo confirma y solamente algunos saben bien qué sucedió entre esos dos niños. La diseñadora de moda necesita esclarecer la sustancia del sentimiento de culpa que la aqueja y desmentir la presunta maldición que determina su vida. El verdadero motivo de esta vuelta a los orígenes se entenderá en el mismísimo final. A su vez, este regreso al hogar es el reencuentro con su madre, que vive en estado de abandono. En El poder de la moda pasa de todo porque en el guión está escrito que así debe ser. Hay varias revelaciones (eróticas, filiales y jurídicas), un amor fugaz, un par de resarcimientos no exentos de violencia, dos muertes canallas y los números graciosos propios del costumbrismo para alivianar el pesimismo hueco que permea cada fotograma. Al barroquismo del relato lo acompañan la ampulosidad de los encuadres y la reconstrucción de un pueblo en 1951. No menos recargados resultan los flashbacks en ralentí coloreados siempre con un tono gris trágico en los que la protagonista repasa su vida. El regreso a la dirección tras años de ausencia de Jocelyn Moorhouse (Amores que nunca se olvidan) pasará sin escalas al olvido; apenas podremos recordar la honestidad física de los rostros de las actrices que no han sucumbido al arte del estiramiento y a la concomitante negación del paso del tiempo.
POINTS: 4 Once upon a time, Australian filmmaker Jocelyn Moorhouse made a more than promising debut film, Proof (1991), the story of a blind photographer whose life is looked after by his housekeeper until a third party enters the scenario: a young restaurant worker eventually becomes his best friend. Each character deals with their own trust issues while they try —and often fail— to connect emotionally. Even with its minor flaws, Proof was somewhat of a small gem. And it starred a very young and slim Russell Crowe, alongside Hugo Weaving (one of the queens in Priscilla, Queen of the Desert) Then Moorhouse made two US outings that despite her best intentions and the good performances of the talented actresses featured, ended up being nothing to write home about: How to Make an American Quilt (1995), with Ellen Burstyn, Anne Bancroft, Wynona Ryder, and Jean Simmons; and A Thousand Acres (1997), with Michelle Pfeiffer and Jessica Lange. Now, after an 18-year hiatus, she’s made The Dressmaker, based on the novel by Rosalie Ham, set in Australia, and starring Kate Winslet and Judy Davis. And what a lame comeback it is. Sure enough, Moorhouse has a knack for getting renowned performers for her films, but unfortunately she can’t pull off a decent movie with them. Oddly enough, Proof had no big names and was made on a shoestring budget. The Dressmaker tells the story of Myrtle “Tilly” Dunnage (Winslet), a ‘50s glamorous haute couture dressmaker who returns to Dungatar, her outback home town in Australia. She was kicked off from home when she was 10 for allegedly killing a classmate who constantly bullied her. Tilly apparently suffers from amnesia, so she can’t remember how the kid actually died, yet she feels she didn’t murder him and so for some unknown reason, she’d been framed. So she now wants to exact fierce revenge upon those who harmed her. She also wants to have a long-awaited reunion with her crazy old mom, Molly (Judy Davis), who’s got all sort of problems, beginning with the fact she doesn’t remember Tilly is her daughter— or so she says. With her sewing machine and haute couture style she learned in Paris, Tilly walks around town dressed as a star and gets the local women to be her clients by promising them she’ll make them look as gorgeous and classy as they come. Which she actually does. And yet not everybody will be pleased with the presence of this knock out of a woman who used to be a neglected child of a slutty mother. As The Dressmaker unfolds, it runs into all sorts of narrative problems, beginning with an ill-conceived genre-crossbreeding that turns it, time and again, into a sit-com, then a romantic comedy, then a drama, then back to romance only to be followed by screwball comedy, that is until the crime story takes over, and every now and then the grotesque rules. In the third act, expect drama and more drama, even with a realistic tint that had been absent from almost the entire film. Imagine all of this at once. Yes, it’s not a pretty sight. It’s not that such tonal shifts can’t ever be successful for there are some directors who are actually pretty good pulling such a difficult trick. Trouble is that Moorhouse is surely not one of them. For in The Dressmaker the tonal shifts are too blunt and too abrupt. Even each genre in itself is unnecessarily overstated to the point of being caricaturesque. To toy with clichés can be fun when it’s done as a parody, but the way clichés are used here make you feel you’re watching a parody of a parody. And I’m sure this is not intended. Plus there are many inconsistencies in the very logic of the film m, e.g. how does being a haute couture dressmaker in a God-forgotten rural town fit into a plan of revenge? Because you never see that transforming the women results into anything significant at all for the revenge. Lilly could’ve simply gone back and executed her revenge without even having made a single new dress. And there are quite a few inconsistencies like this one along the entire film —like why is the love story between Lilly and the local hunk (played by the always stunning Liam Hallstrom) even necessary in the story at all? Halfway into the film, there are already so many half-cooked subplots that you wonder how the script is going to intertwine them seamlessly and eventually tie them up together in a gripping manner. Well, it never does any of the two things. So by the end, you have a mess of a film that never reached its peak. By the way, the performances of Kate Winslet and Judy Davis are just fine for the most part —even if Davis is over the top too often. But they never truly excel. Blame it on Moorhouse, not on the actresses. Production notes: The Dressmaker (Australia, 2015). Directed by Jocelyn Moorhouse. Written by Jocelyn Moorhouse, P.J. Hogan (based on the novel by Rosalie Ham). With Kate Winslet, Judy Davis, Liam Hemsworth, Hugo Weaving, Julia Blake, Shane Bourne, Kerry Fox, Rebecca Gibney, Caroline Goodall. Director of photography: Donald M. McAlpine. Production designer: Roger Ford. Editor: Jill Bilcock. Costume designer: Marion Boyce. Production companies: Apollo Media, Film Art Media, Screen Australia. Running times: 118 minutes @pablsuarez
Es tan estrella de Hollywood como Julia Roberts o Angelina Jolie, pero además tiene otra cosa. Es británica, más bien baja y redonda para los estándares huesudos imperantes, y puede ser que ninguna actriz tan famosa como ella haya cogido tanto en cámara ni se haya mostrado tan desnuda, lo cual es desesperante porque por alguna razón, Kate Winslet es profundamente real. Empezó su carrera como una de las dos chicas fascinantes y malditas de Criaturas celestiales (1994), tan distintas de cualquier Lolita; después, casi como un cliché, fue Marianne Dashwood en la muy británica Sensatez y sentimientos (1995), y enseguida se estaba sacando la ropa frente a los ojos de Leonardo Di Caprio y los de todxs, mientras posaba para un cuadro en una habitación lujosa del Titanic (1997). ¿Quién se pudo olvidar del abandono de Maja desnuda que mostró recostada en un sillón, mientras a Di Caprio le temblaban las manos para dibujarla? Kate Winslet parece una madre y una mujer deseante y una chica que coge de verdad, todo a la vez, en un cóctel explosivo. Con la misma ternura con que le acarició la cabeza a Di Caprio en Titanic, desarmado de calentura como un adolescente, como si le estuviera diciendo “No tengas miedo, no te vas a morir si cogés conmigo” (pero se murió), le generó también una mezcla rara de deseo y exasperación a un duro como Harvey Keitel en Humo sagrado (1999). Primero le pintó los labios, le puso un vestido rojo, le dijo “Estás adorable” y lo llevó a la cama; más tarde se le paró enfrente y se levantó la pollera para enseñarle cómo chupar una concha: “No no no, besá, todo alrededor, gentilmente”. Con ese mismo algo de diosa de la fertilidad y mantis religiosa, le mostró el sexo a un adolescente rendido en The reader (2008) o se desquitó con Patrick Wilson en Little children (2006), donde era una madre y esposa aburrida a la que la vida en el suburbio no la satisfacía para nada. Tiene mucho deseo encima, y es eso lo que trae en el equipaje -junto con una máquina de coser, punzante y fálica- cuando metida en la piel de Tilly Dunnage se baja del tren en Dungatar, el pueblito de Australia donde transcurre la extraña ficción de El poder de la moda (The dressmaker, 2015), de la también australiana Jocelyn Moorehouse. Podría ser un figurín de Dior en esos trajes de la década del 50 que le envuelven el cuerpo y se lo aprietan puntualmente para hacer puro pecho, cintura, cadera sinuosa, pero es casi una exiliada a la que alguna vez forzaron a abandonar el pueblo, acusada de matar a un nene cuando era muy chica, y que ahora vuelve para que se sepa la verdad y si es preciso, vengarse. Es atractivo el contraste que El poder de la moda propone entre el pueblo polvoriento en el que solo parecen existir distintos tonos de marrón, y los colores rabiosos de las telas que trae Tilly Dunnage, así como también entre los códigos represivos del pueblo -donde las más oprimidas son las mujeres por sus esposos y hasta el policía local oculta su preferencia por los hombres aunque se muera de ganas de cambiar el uniforme por un vestido- y la energía casi masculina de Winslet, además de una sensualidad toda visible, que desborda el escote de sus vestidos. Esa energía la va a poner, primero, en recuperar cierta relación con una madre ya ida (Judy Davis), y luego en desenterrar secretos que un vecino más poderoso quiso mantener tapados. En el medio está el galán Teddy McSwiney (Liam Hemsworth), y unas cuantas mujeres del pueblo a las que las artes de Tilly le cambiarán la vida. No tanto por los vestidos que les hace, como parece indicar el título de una película que es, hay que decirlo, muy despareja, sino porque lo que trae Kate a ese pueblito medio muerto es el sexo, el que sabe lo que quiere y se levanta para buscarlo antes que esperar lánguidamente que lo asistan. No le cuesta nada, lo lleva con ella desde el principio.
Crítica emitida por radio.
En El poder de la moda, Tilly Dunnage (Kate Winslet) es una hermosa modista en la Australia de los años cincuenta que, tras muchos años de trabajo en exclusivas casas de moda de París, regresa a su hogar para corregir los errores del pasado. Armada únicamente con su máquina de coser y su excepcional estilo, conseguirá transformar a las mujeres de su pueblo natal además de lograr una dulce y ansiada venganza. Jocelyn Moorhouse regresa a la dirección tras casi 20 años alejada de las cámaras para firmar este melodrama con aires de western, una excéntrica película que va del humor negro más brutal al romanticismo edulcorado sin ningún tipo de coherencia ni formalismo. Una verdadera locura fílmica, con imágenes pictóricas y momentos totalmente lisérgicos, más cercanos al cine de autor que al género. Salvado por sus intérpretes, que hacen lo que pueden con un guión imposible, este intento de filme surrealista resulta tan disparatado como confuso.
Una sofisticada modista vuelve al pueblo de mala muerte del que se fue expulsada, en la infancia, después de una pelea en la que murió un chico. Vuelve con ganas de vengarse de todos los que la maltrataron y se encuentra con una madre al borde de la locura y otros personajes, malos, buenos y raros. La australiana Jocelyn Moorhouse, directora y guionista, arma con esta base una película tan desconcertante que nos pone en la pista de una comedia negra para virar al drama y el golpe bajo, y luego al grotesco y al melodrama. Una sucesión de cambios de tono tan drástica como contraproducente, para un relato que se resiente, al punto que perdemos interés por lo que les pasa a estos personajes, aún cuando sus actores -Kate Winslet, Hugo Weaving, Judy Davis-, le ponen la mayor de las ondas.
Una pena, penísima. Ahí hay un elenco lleno de talento (Kate Winslet, Judy Davis, Hugo Weaing) y ahí también está el paisaje australiano, ese desierto antiutópico donde puede suceder cualquier cosa. Cualquiera que conozca el cine de ese país sabe que es un territorio excelente para el cuento extraño, del género que fuere. Aquí tenemos la historia de una mujer que vuelve al pequeño pueblo del que ha debido irse ante acusaciones falsas de asesinato. Esta mujer es, a la vez, una modista entrenada en París y ha de ocuparse de su madre enferma. Como en cualquier historia de esquema “Mary Poppins” (el extraño que viene a alterar un mundo abúlico), hay algo de cuento de hadas en la manera como la Winslet inyecta moda en ese lugar estático y, de paso, lleva adelante su propio deseo de venganza. Pero Jocelyn Moorehouse (aquella de la bella Proof) está demasiado preocupada por decir algo en lugar de que lo digan las imágenes. El problema no es el feminismo, sino el subrayado. Lástima.
Venganza y traición Multigénero, densa y por momentos, muy pero muy bizarra. Es imposible encasillar a "El poder de la moda" en un sólo género: romántica, thriller, drama, las opciones son infinitas. Y es lo mismo que desconcierta, lo que seduce, porque cuando todo amenaza con sumergirse en un drama denso sin un ápice de alegría, aparece una anciana comiendo unos brownies con marihuana o mejor aún, un policía que ama acariciar plumas de pavo. Así de extraño y satírico es este filme situado en un pueblo australiano en la década del 50, donde todo parece funcionar armoniosamente. Con la gran Kate Winslet a la cabeza, la película abre el abanico a temáticas tan variadas como profundas: la maldición, el olvido, la demencia, el abandono, la soledad, la hipocresía, los mandatos familiares, el romance, la venganza y por supuesto, la moda. "Tilly" regresa a su pueblo natal para reencontrarse con su madre que está muy enferma (excelente trabajo de Judy Davis) y allí comienza a desentrañar años de mentiras que la involucran en un asesinato. Y se reencuentra con un viejo amor, interpretado por Liam Hemsworth, el futuro esposo de Miley Cyrus en la vida real, que le aporta una buena dosis de sensualidad a esta película que, muy sutilmente, conduce un viaje hacia la liberación y la transmutación interior.
Vestida para matar Lo primero que se debería aclarar es que el título original de esta producción australiana es “The Dressmaker”, cuya traducción un poco más apropiada sería “La modista”, bastante más cercano al esbozo del relato. Situación que planteado desde el titulo vernáculo iría en contra de las intenciones y apetencias de sus distribuidores locales, ya que muy posiblemente deje afuera de circulación a más de un espectador del sexo masculino. Realización de difícil encuadramiento ya que estamos frente a unos increíbles entrecruzamientos de géneros, y vale aclarar que no es una mezcla de los mismos, lo cual hace de éste ejemplar una “rara avis”. Se podría visualizar como un western, por el espacio donde transcurren las acciones, un filme noir, o comedia negra, por el relato en si mismo, de venganza por como circula la narración, un grotesco por la descripción y las acciones de algunos de sus personajes, un texto sobre la redención y la culpa constituida desde el drama, o una investigación sobre lo profundo de los recuerdos olvidados en la mente de una niña. Todo esto está en juego, y aún más. Posiblemente a primera vista y escudriñamiento podría decirse que todo se sostiene a partir de la excelsa actuación de sus protagonistas y el extraordinario diseño de vestuario, pero estaríamos cometiendo una grave injusticia. De hecho, y yendo a los primeros fotogramas, de gran belleza plástica, y de igual difícil definición que todo el resto, vemos desde una increíble cámara cenital, esto es desde arriba y de manera perpendicular al objeto en cuadro, un inmenso panel de tela, una banda textil que se va cerrando con el paso del cursor, tal como sucede con una cremallera, para segundos después aclarar bien la imagen y ver un bus circulando por un camino en medio de una gran planicie casi desértica. Efectivamente, al finalizar el filme puede leerse como que el motor principal de la motivación personal del personaje era cerrar las heridas del pasado. La historia se centra en Myrtle “Tilly” Dunnage (Kate Winslet). El año en cuestión es 1951. Luego de casi treinta regresa a su pueblito natal, una localidad australiana llamada Dungatar, con el aparente motivo es cuidar de Molly (Judy Davis), su madre, perturbada y enferma, de la que fue separada con sólo diez años de edad debido a ser sospechosa de haber causado la muerte de otro chico. Tilly retorna hoy siendo una experta modista entrenada en las mejores casas de Barcelona, París, etc. Su imagen contrasta por completo con el lugar, utiliza sus saberes y su imagen para causar revuelo y envidias entre sus antiguas vecinas, quienes quedan fascinadas por el estilo parisino de la protagonista. Ésta decide comenzar a diseñar y crear nuevas prendas para ellas, cada una un modelo, cada una a su manera. Divide y reinaras. La moda o el diseño de la misma funcionarían sólo como excusa. Cualquier elemento que atraiga y circule entre el deseo y la envidia serviría como disparador para desarrollar la idea original, pero nos perderíamos de la imagen de “glamour” perfecto de Kate, siempre vestida para otro tipo de ocasión durante toda la narración. Mientras Tilly intenta establecer lo real de los hechos de su pasado, va modificando la mirada de algunas de las personas bajo la atenta contemplación del indescifrable sargento Farrat (Hugo Weaving), lo que no le impedirá llevar adelante su estrategia. Su primera clienta, su conejillo de indias, es una antigua compañera de la escuela, Gertrude “Trudy” Pratt (Sarah Snook), a quien transforma de patito feo en cisne ante la perplejidad del resto de los habitantes del lugar. Impasse necesario: En éste personaje posiblemente se halle el único desatino que pueda quebrar el poco ortodoxo verosímil instalado, ya que en aquella época no eran demasiado frecuentes, ni accesibles, las operaciones oculares. Retornando. Simultáneamente construir una especie de romance con Teddy McSwiney (Liam Hemsworth), el mejor jugador de rugby del pueblo, el héroe local. Pero nada está dicho de manera definitiva. Secretos y mentiras de un pequeño poblado en medio del desierto australiano. Pueblo chico, infierno grande. Estructurada de manera clásica, haciendo uso del recurso de flashback para entregar información al espectador, acompañado de una buena banda de sonido, siendo la vedette el ya nombrado diseño de vestuario. Sostenido por las muy buenas actuaciones de todo el elenco, principalmente Hugo Weaving, Judy Davis, Sarah Snook, Liam Hemsworth, y deslumbrando Kate Winslet Muchos son los tema que se despliegan en éste film escrito y dirigido por la australiana Jocelyn Moorhouse (“Heredarás la tierra”, 1997). pasiones encontradas, drama, tragedia, comedia romántica, humor. El mejor consejo es sentarse y disfrutar del dislate general. (*) Dirigida por Brian De Palma, en 1980.
El film comienza con una gran frase dicha con todo el estilo del que es capaz Kate Winslet: “I´m back, you bastards”. Si bien The Dressmaker es sobre el regreso al pago de quien llegó mucho más lejos de lo que profetizó la tierra de un pueblo sin pretensiones, el resultado final está más cerca de la chatura que de la gloria. Dirigido por Jocelyn Moorhouse (American Quilt), su film plantea un cine cuasi coral con personajes que buscan ser coloridos pero que apenas aparecen en pantalla plantan un aroma a naftalina difícil de sobrellevar.
CUANDO EL PISTOLERO SE VISTE DE PRADA Cuando Tilly Dunnage llega al pequeño pueblo de Dungatar -tan mínimo que en realidad es casi una estación o un paraje- en el que se crió y del cual tuvo que huir sin terminar su infancia, no lo hace con timidez. Algo malo la exilió, algo tan tremendo que ni ella ni su madre lo recuerdan con precisión pero que implica una muerte, la condena y el desprecio de sus ex-vecinos. Y ya es hora de que se haga justicia. Tal premisa es la que tendría cualquier western spaghetti al estilo de los dirigidos por Sergio Leone o su tocayo Corbucci, en los que el forastero entra al pueblo con su caballo a paso cansino escondiendo habilidades mortales bajo su gabardina sucia y ajada. La novedad es que en lugar de tener a Clint Eastwood o a Franco Nero en pantalla se nos aparece una elegantísima Kate Winslet con una máquina de coser en su estuche y un vestuario que dista mucho de verse sucio y ajado, pero resulta igual de imponente. Y en lugar de balas, la mujer promete hacer correr metros de tela aunque, ya sin distanciarnos de una de pistoleros, tampoco faltarán muertos. Porque Tilly sabe que la única forma de llegar a la verdad es haciendo uso de su talento -el diseño de modas- hasta las últimas consecuencias, aunque sea en ese pueblito al costado de las vías del tren y que parece achicarse a cada minuto. El planteo da a entender que nos enfrentamos a algo bizarro, difícil de digerir, o bien a una comedia al estilo de las de Adam Sandler, quizás de las últimas y más olvidables como Los seis ridículos, llena de anacronismos o guiños fuera de época pero nada más alejado de la realidad; El poder de la moda es una adaptación muy respetuosa de la primera novela de la autora australiana Rosalie Ham que en momentos de concebirla lo hizo sólo en forma de ejercicio narrativo y lejos estaba de imaginar que quince años después su historia llegaría a las pantallas con nada menos que Kate Winslet y Liam Hemsworth en los protagónicos. La directora Jocelyn Moorhouse (En lo profundo del corazón, Amores que nunca se olvidan) regresa luego de un período extenso sin estar detrás de cámaras y se adueña del relato comprometiéndose también con el guión hasta convertirlo en esta curiosa mezcla de géneros en los que la redención se vale de la frivolidad de la manera menos convencional. La historia de la modista que llega a su pueblo con la frente alta, trata con cordialidad y seduce con sus artes al excéntrico y fetichista comisario (Hugo Weaving), intenta enderezar la historia familiar con su sarcástica madre (Judy Davis) y se enreda, casi sin intención, con un apuesto campesino (Hemsworth), no se desvía del verdadero objetivo de su regreso que consiste en averiguar cómo fue que se la culpó de una muerte de la que no recuerda detalles. La señorita Dunnage no cree ser una asesina y eso es lo que se propone demostrar aunque todo empiece en medio de una serie de disloques vodevilianos y cueste creer que las cosas vayan en serio. La película se sostiene con trucos que van apareciendo con admirable pericia. Ya dijimos que comienza como un western y casi sin que nos demos cuenta se convierte en una comedia costumbrista, luego en una intriga sherlockiana para dar paso finalmente a un drama romántico intenso y sin que sus personajes caigan en el ridículo en todo ese peregrinaje. Como ocurre con el fetichista encarnado por Weaving, que sin recrear a un estereotipo amanerado conmueve con la frustración de su vicio reprimido, o la filosa e irónica madre compuesta por Davis cuyas líneas requieren de la máxima atención para ser captadas por su fina ironía. Todos ocupan su lugar de una manera estudiadamente teatral y eso le da a la producción una formalidad medida que logra que se la tome en serio a pesar de todas las licencias. Aún cuando las vecinas del pueblo comienzan a posar y a desfilar con sus impecables vestidos recién diseñados por el polvoriento paraje australiano como si estuviesen en medio de una pasarela parisina y no frente a sus rústicos convivientes. Y que no hace más que acentuar sus pretensiones y miserias, las mismas que a Tilly le costaron el exilio cuando lo importante eran las apariencias, aún mucho más que la misma verdad. Y cuando se llega a ese punto, a la revelación de lo que pasó en esa amarga tarde en la infancia de la modista antes de su transformación, también se completa un montaje que apreciamos desde los créditos con una velocidad que intenta ser casi subliminal, como dándonos un pequeño objeto que carece de significado pero que se nos promete, será trascendente al final. Un recurso mucho más logrado que en la composición de la reciente En la mente del asesino, cuyo puzzle de imágenes también intenta anticipar el desenlace pero con mucha mayor torpeza. Quizás habría que recomendarle al productor Anthony Hopkins que disfrute de este trabajo de montaje y quizás hasta le sirva de inspiración para futuros proyectos en los que decida comprometerse más. El poder de la moda es la traducción elegida por la distribuidora para The dressmaker (La modista) que increíblemente acierta como nunca antes, ya que no sólo remite a ese género al que venimos asociando a la realización, sino también porque esa moda de la que se vale el personaje central nunca será más poderosa que en sus manos, sin miedo a ser redundantes.
La venganza femenina viste de rojo Un western en clave femenina, con ecos claros de algunos films de Clint Eastwood, con trauma por resolver y madre de temer. Lugares comunes reformulados y una venganza que es disparo estético. Disfrutable y extrema, con predilección por el rojo. Lo primero será cuestionar para desatender el título ridículo que significa El poder de la moda. Está en la línea del supuesto por Regreso con gloria para Trumbo. Tanto un caso como otro, son "traducciones" que conspiran contra las películas. En el caso de la primera, El poder de la moda la hace suponer cercana al mundo de la alta costura, peor aún, la rubrica como ámbito de consumación femenina. Al respecto, basta una de las primeras escenas para desmentirlo: "¿Dior?", pregunta el policía a Myrtle. "No, es una versión mía", responde. En otras palabras, y con su título original, The Dressmaker es la vuelta al cine de Jocelyn Moorhouse, la directora de films como La prueba y En lo profundo del corazón, versión en clave rural del Rey Lear de Shakespeare, con protagónicos de mujeres insustituibles como Jessica Lange, Michelle Pfeiffer y Jennifer Jason Leigh. En una misma línea se inscribe la extraordinaria Kate Winslet en The Dressmaker, quien llega a su pueblito natal, ubicado en la Australia de los años '50, con la convicción de una cowgirl predispuesta a enfrentarse con viejos cuatreros. Así es como Myrtle (Winslet) arriba a su pueblo y a su historia, varada en un momento casi lejano, tanto como para que no se la recuerde demasiado. Su presencia golpeará de a poco, como si se tratase de fichas de dominó que comenzarán a caer lentamente, mientras procuran mantener el equilibrio. En este sentido, la operación estética que juega la directora al situar a la mujer en un rol de preeminencia masculina, logra que su película dialogue con otros films de índole similar, como la última Mad Max y la anterior Rápida y mortal, el western feminista de Sam Raimi. En The Dressmaker -título que suena como si se tratara del apodo de una killer- resuenan los ecos del Clint Eastwood de La venganza del muerto, aquella película donde un jinete fantasma -para la desgracia de todos- volvía al lugar de donde alguna vez había partido. Al llegar, lo inmediato que hará esta chica de temple de acero y silueta robusta, es recuperar el vínculo con su madre. De manera tal que The Dressmaker, sobre todo, es el reencuentro crítico y molesto entre dos mujeres. Un duelo que dispara sobre el género western desde la relación entre una madre y una hija a la que no recuerda o no sabe bien quién es. Mejor aún, la gran actriz en cuestión es Judy Davis, y lo que pasa entre ella y la Winslet es de antología: casa venida a menos, mugrienta, así como esa madre ajada que no guarda reparos para sus palabrotas y ademanes. A la rastra, entonces, para meterla de cabeza en la bañera y ver si las ideas se aclaran. Pero, ¿qué es lo que ha sucedido para que Myrtle sea tan despreciada? Las imágenes del inicio permiten inferir apenas, ya que tampoco ella lo recuerda demasiado bien. Sabe que se la ha acusado de manera infame, y que tuvo que irse cuando era una niña. Acá la paradoja lúcida, al dotar al personaje de un plus que no invalida la necesaria huida de pueblo semejante, algo que también hacía Edward Bloom en El gran pez, al relatar a su hijo, de manera idílica, cómo él y el amigo gigante eran despedidos con vivas y festejos; mentira: Edward no podía tolerar un día más ese pueblito de hipócritas, quienes seguramente le hayan ignorado o apedreado. Su grandeza estaba en eliminar ese rencor en el relato que hacía a su hijo. Pero Myrtle no es Edward, y su arribo al pueblito traumático no puede ser mejor: "Estoy de vuelta, bastardos". ¿Es un western? Es un western. Acá no hacen falta armas de fuego, sino hilo y aguja: herramientas para despabilar los cuerpos femeninos y cambiar al mundo. Desde esta habilidad que Myrtle trae de París, pero antes todavía del hogar materno, se traba entonces una minuciosa redada que hará sucumbir de a poco los lugares instituidos. Como regente de este orden está el policía que interpreta admirablemente Hugo Weaving, él es quien identifica como Dior a la prenda de la Winslet. Nada más irónico: un policía que guste de la moda es raro. Es más, el policía será una especie de eje sobre el que va y viene el derrotero del argumento. Cuanto más se sienta éste liberado, más cerca estará el film de su consumación: del sentir disimulado de la textura de las telas hasta la reprobación del uniforme azul cotidiano. El policía saldrá de closet, y con él toda la película. Es por esto que The Dressmaker es un western inclasificable. A recordar: la acción se desarrolla en Australia y en los años '50, con moda importada de París, y una historia de amor que inevitablemente nace. Por este tipo de gestos, el film de Moorhouse orienta para desorientar. Allí cuando todo pareciera encastrar, lo que sucede es la pronunciación de una misma herida. Myrtle deberá sufrir de manera repetida hasta que la absolución de su pena sea total. Allí estará la consumación de la venganza. En el film ya citado, Eastwood terminaba por pintar al pueblo de rojo, como un infierno. Con la Winslet pasa algo similar: su primer llamada de atención la hace, de hecho, con vestido rojo. Y desde una puesta en escena que no dudará en extrañarse para desovillar la tontería del final feliz con parejita de telenovela, en un rol que concientemente lleva adelante Liam Hemsworth. Al tomar una decisión argumental y plástica semejante, The Dressmaker dispara también sobre esa fórmula donde la mujer es rescatada para ser llevada al altar. Así que nada de blanco, mejor el rojo. Es un desafío magnífico, porque engaña al espectador desde las mismas coordenadas de tanto cine adocenado. Por todo esto es que no hay ningún poder puesto en la moda sino, en todo caso, en esta mujer, capaz de tomar al mundo en sus manos y de hacer que la misma moda trastabille y quede a sus pies. ¿Hacia dónde irá después? ¿Quién sabe? El destino nunca fue preocupación para las andanzas de ningún cowboy, tampoco lo será para esta chica. No es para menos, se trata de Kate Winslet, una de las mejores actrices del cine contemporáneo. ¿Cuál será su próxima película?
PECADOS GLAMOROSOS La carretera simula un terreno desértico inabarcable gracias al plano cenital del comienzo, que contrapone el avance casi imperceptible del pequeño micro con la inmensidad del espacio. Sin embargo, este no es el único juego que propone El poder de la moda (cuyo nombre original es The dressmaker) desde el inicio; por el contrario, ya en los primeros segundos se conforma un paralelismo entre un tiempo anterior protagonizado por dos niños insertados también en un lugar despojado y hasta tétrico y un presente evidenciado en el desplazamiento del vehículo por el camino mientras anochece. El momento crucial, que habilita la detonación del juego y promete resolver la incertidumbre actual, es la bajada de una única pasajera a Dungatar. Para presentarla ya no se utilizan planos cenitales o recortes temporales, sino una descripción de la mujer en planos detalle: primero sus zapatos blancos con puntera negra; luego el maletín con las letras Singer; después los guantes blancos y un cigarrillo y, finalmente, su rostro. Con seducción y parsimonia ella se lleva el cigarrillo a los labios rojos y lo enciende mientras recorre con la mirada al almacén, la farmacia y la tienda de Pettyman. Entonces, exhala el humo y lanza al aire: “He vuelto, bastardos”. Con el juego en marcha la directora Jocelyn Moorhouse se aprovecha de ciertas libertades para hacerlas interactuar, contrastarlas y producir cambios en el ritmo y tono de forma permanente, ya sea en el trabajo con el género o con el relato. En el primer caso la película pasa por una variedad de géneros muy amplia como el melodrama, la comedia, el western y el grotesco, entonces se vuelve complejo situarla en uno de ellos. Por ejemplo, cuando Myrtle “Tilly” Dunnage (Kate Winslet) aparece en un partido con un vestido que realza sus curvas y provoca que el equipo contrario pierda o cuando la protagonista es acechada por los recuerdos borrosos de su infancia, en los que se ve envuelta en el asesinato de un chico y desterrada del pueblo. En el segundo caso, Moorhouse se vale de la protagonista para construir a los demás personajes a través de su relación en el pasado por lo que ocultan o en los nuevos vínculos que afianza gracias a su destreza como diseñadora. Al mismo tiempo, intervienen como elementos fundamentales el deseo de venganza de Tilly y su creencia de que está maldita. Si bien el trabajo de estos aspectos produce combinaciones y pasajes interesantes, el constante cambio y algunas repeticiones hacen trastabillar a El poder de la moda: en primer lugar, la reiteración de un hecho del pasado desgasta la historia a tal punto que puede dividirse en dos: una previa al acontecimiento y otra posterior como una suerte de copia agobiante; en segundo lugar, la pérdida de singularidad de los personajes; en tercer lugar, la revelación de los secretos del pueblo produce un desencadenamiento de venganzas, algunas de ellas inverosímiles y, por último, un final como variante del pasado, aunque en esta oportunidad intervienen la consciencia, la expiación y el azar como instancias superadoras. Claramente la maldición actúa por partida doble: no es sólo Tilly la que replica “he vuelto, bastardos”, sino la concientización del pueblo de que la bastarda vuelve al hogar; un regreso purificador a gran escala y, por sobre todo, elegante. Por Brenda Caletti redaccion@cineramaplus.com.ar
Las ficciones sobre venganza tienen esa mezcla de bronca y elaboración que, desde una obra esencial como El conde de Montecristo, dejan un regusto a cierta sordidez, real como la vida misma. El cine moderno reparó en tal solemnidad y dotó a las épicas revanchistas de cinismo y humor (ver Kill Bill). La australiana El poder de la moda es consecuencia de ese estilo; sin el humor de los primeros 45 minutos sería una especie de culebrón inclasificable. Adaptación de un best seller, con guión de P.J. Hogan (El casamiento de Muriel) y su mujer Jocelyn Moorhouse, directora, el film, ambientado en los ’50, muestra a Tilly Dunnage (Kate Winslet) de regreso en su pueblo natal, un caserío rural del desierto australiano que semeja a un decorado de western, con Winslet como una versión sofisticada de Sharon Stone en Rápida y mortal. Tilly vuelve para vengarse de un hecho de su infancia, un infortunio que le valió su destierro y la exclusión de su madre (brillante e hilarante Judy Davis) al rol de paria, y cuyo origen se va develando con el remanido recurso del flashback. Pero antes de ejecutar su venganza tiene que ganarse al pueblo, y saca a relucir sus dotes de costurera para vestir a las mujeres, víboras y arpías como las enemigas de Laura Ingalls. Aparte de su madre, sus aliados son el policía del pueblo (un delirante personaje inclinado al travestismo, personificado de manera fantástica por Hugo Weaving) y Teddy (Liam Hemsworth), el galán del elenco, cuyo rol es cómico de tan estereotipado. Moorhouse acierta al parodiar el estereotipo y vestir de diosas a los cachivaches del pueblo, y eleva la apuesta con certeras citas a Macbeth, pero el film da mil vueltas antes de hallar un final a la altura del comienzo: cae sin necesidad en el melodrama y una confusión que empaña tan buena propuesta.
Lejos de la comedia romántica estándar que puede aparentar ser desde la extraña traducción del título o la prensa previa, El Poder de la Moda ataca con humor ácido la vida en un pueblo pequeño perdido en en el árido interior australiano de mitad del siglo pasado. Por gracia de Dior Myrtle “Tilly” Dunnage estuvo la mayor parte de su vida alejada de sus orígenes al ser obligada a marcharse de su pueblo cuando era apenas era una niña y dejar atrás todo lo que conocía. Creciendo en el destierro pudo desarrollar su talento como diseñadora de alta costura e insertarse en el mundo refinado de las grandes ciudades, pero veinticinco años después de su partida forzada regresa al hogar con la excusa de atender la debilitada sanidad mental de su madre y el secreto plan de descubrir la verdad sobre el crimen del que la acusaron cuando ella era apenas una niña aunque por el trauma no recuerda nada de lo sucedido aquél día. Decidida a poner de cabeza al pueblo que la torturó desde el día que nació y cobrar venganza especialmente de todas sus figuras de poder, se instala en la derruida casa de su madre para reconstruir la relación e instalar su taller de trabajo, desde donde tenderá alianzas que le permitan desentramar los antiguos secretos que esconde el pueblo. Un western con alfileres Como muchas de las películas de pistoleros en el desierto del lejano oeste, El Poder de la Moda es principalmente la historia de alguien llegando a un pequeño pueblo buscando venganza por una injusticia cometida mucho tiempo antes y no faltan los guiños al género sin hacer volar ni un solo plomo pero sí con música, elecciones de planos o hasta con algunas frases que sacadas de contexto podrían parecer dichas por John Wayne. Cada personaje importante que habita el remoto Dungatar parece encajar en un arquetipo del género, como el comisario que se niega a reprimir al héroe, el alcalde corrupto o el mercenario que contrata para destruir al sombrero blanco recién llegado que amenaza no sólo su poder sino la moral y buenas costumbres del pueblo entero, pero al mismo tiempo cada uno de ellos es desfigurado para volverlo una burla del rol que cumple dentro del absurdo conjunto que componen entre todos, causando gracia pero sin nunca caer en el ridículo que arruinaría por completo el efecto de parodia irónica que construye. La historia no sorprende demasiado salvo cuando amaga a caer en algunos de los mayores lugares comunes del género romántico para destruirlos impiadosamente un momento después, pero cierta previsibilidad no resulta negativa porque permite enfocarse en las personalidades de los personajes secundarios que Tilly sacude de su letargo para empujarlos a encontrar su identidad y aceptar rebelarse contra la hipócrita opresión puritana que reciben de sus líderes políticos y morales. La realización es impecable y además de los ya mencionados guiños cinéfilos hace una interesante reconstrucción de época que incluso se siente un poco intemporal por el choque intenso entre la sofistificación europea de Tilly y la rusticidad rural de Dungatar que parece seguir en el siglo XIX. Aunque no sorprende decirlo son las interpretaciones de Kate Winslet y el increíblemente flexible Hugo Weaving lo que se destaca por encima de todo, pero también merece una mención de la menos conocida Judy Davis como la demente y alcohólica madre de Tilly encargada de varias de las secuencias cómicas mas efectivas. Tampoco sorprende decir que el hermano menor de Thor dista mucho de tener el carisma de Loki pero cumple con su rol de eye-candy acompañante de la protagonista con un nivel aceptable como el campesino simple pero de buen corazón que le tocó interpretar. Conclusión Contra el primer instinto que prometía una comedia romántica salida de la máquina de hacer chorizos, El Poder de la Moda es una muy buena comedia dramática que se destaca por el humor cítrico con el llena su trama de personajes y situaciones absurdas con las que hace una interesante reflexión sobre la identidad, la hipocresía y los prejuicios.
El poder de la moda, o cómo coser géneros con estilo Por Delfina Moreno Della Cecca El poder de la moda (The Dressmaker, 2015) es una historia sobre alegrías y tristezas, sobre pérdidas y encuentros, sobre una madre y su hija. Pero por sobre todo, es una historia sobre venganza, y en este caso, no es solamente un plato que se sirve frío, sino también adornado de satén, seda, plumas y lentejuelas.
Si hay algo que atrapa de The Dressmaker, traducida aquí como "El Poder de la Moda", son las actuaciones de tres de los actores del elenco. En primer lugar, está Kate Winslet que nos tiene acostumbrados a roles tan diversos que tiene tiempo sin sorprendernos por más que suele brindarnos buenas actuaciones aún en su peor momento. Pero lo cierto es que se entrega con encanto, armada con un vestuario divino que seduce. Su humor es delicado y los momentos dramáticos de su actuación están afinados con mucho detalle. Hay incluso un guiño con su desnudez, tan frecuente en sus personajes, que aquí da risa. Después están Judy Davis y Hugo Weaving que destacan con mucho tino para el humor sin descuidar el drama. Davis interpreta a la madre de Myrtle y lo hace a un ritmo preciso para los chistes ácidos a la vez que atiende al drama de una mujer abandonada. Weaving interpreta al sargento del pueblo que esconde (y goza de) un secreto apasionante. Y el actor no edulcora los momentos más conflictivos, sino que los afronta con una franqueza fascinante. Atrás no queda Sarah Snook quien interpreta a la feucha Gertrude con matices a pesar de su cambio drástico. Y sin duda, Liam Hemsworth no es más que una cara (y cuerpo) linda, pero la directora lo aprovecha sin tapujos y destacando su sencillez. Son las actuaciones las que le dan dimensionalidad a personajes que, en papel, podrían ser caricaturas. El guión, adaptado de la novela homónima de Rosalie Ham, da vueltas, y muchas, sobre una misma idea de la venganza replanteada desde distintas maneras. Y los personajes no son mucho más que esbozos de una misma idea. Esto hace que la película, que va a ser distribuida en Estados Unidos por Amazon Studios, se sienta lenta a ratos. Pero no impide el disfrute. Ahí está la tremenda química entre los actores mencionados y el resto del elenco, un vestuario para recordar y escenas valiosas. En particular, el vestuario de Marion Boyce y Marion Wilson, inspirado en diversos diseñadores, busca que Myrtle destaque del resto pero no los opaque. Hay momentos para que cada mujer del elenco resalte y esto hace la historia más fascinante en su búsqueda de empoderar, aunque sólo sea por un instante, a las mujeres (y a los hombres) del pueblo. Por su parte, la música de David Hirschfelder también está muy cuidada. Explora a través de diversos instrumentos las particularidades del pueblo y no sólo acentúa los momentos más tensos. También ameritan mención los decorados de Lisa Thompson, en particular los de la casa más cuidada del pueblo donde las paredes relucen de empapelado floreado o de colores brillantes. Retrata así, con detalle, las manías de los personajes que la ocupan. Ésta es, al final, la historia de un reencuentro con un momento en la infancia de Myrtle.
El cuidado diseño de una venganza "El poder de la moda" cuenta con un elenco mágico y una narradora que se apiada de una historia dura. Por momentos, parece un western; en otros, se plantea como un drama, da pasos de comedia romántica y cobra vuelo con pátinas satíricas y surrealistas. El poder de la moda (La modista en su traducción literal) es un raro ejemplar de factura australiana distribuida por Universal, adaptada y dirigida por Jocelyn Moorhouse, responsable también de La prueba, Donde reside el amor, En lo profundo del corazón o El casamiento de Muriel. En la década de 1950, Myrtle "Tilly" Dunnage retorna a Dungatar, un paraje perdido en la zona rural de australia. "Ella dejó su pueblo en desgracia. Ahora regresa con estilo", anticipa el trailer y añade que los secretos, los rumores y el escándalo volverán a estar de moda. Ocurre que Tilly vuelve para cuidar a su madre enferma, Molly, de quien fue separada cuando tenía diez años, luego de que se la acusara de asesinar al hijo del concejal del pueblo y ahora, convertida en una mujer y una experta modista entrenada en París, la protagonista se embarca en la misión de transformar a los lugareños con sus creaciones de alta costura para ir urdiendo una venganza contra quienes la acusaron de homicida. Con algunos altibajos, el cuento gana por encanto que cobra, en principio, por la construcción de los personajes, donde destacan las labores de Judy Davis como la loca madre de Tilly; y de Hugo Weaving, en el papel del único policía del pequeño poblado, que detrás de las restricciones cotidianas oculta a un individuo creativo, amante del espejo, las telas y texturas, entre los secundarios de una Kate Winslet que juega a la niña temerosa vestida de diva. La textura entre fantástica y naif le pone una pátina piadosa a un escenario que, sin ese filtro, resultaría despiadado.
Hace tiempo atrás cuando era adolescente un cliente de la casa de ropa donde trabajaba me dijo “Never subestimate the power of a woman” (Nunca subestimes el poder de una mujer) frase nunca mejor aplicada como para un largo como éste. “The Dressmaker” es un drama, cargado de humor negro y de todos los colores. Qué elenco, qué casting. Desde la adorable y talentosa actriz Kate Winslet hasta el último personaje menor. El guión, la fotografía, el vestuario, la banda sonora, sobre todo la dirección y esa cámara estética. Impecable. Pero tiene una falla narrativa: El tiempo. Cuando entramos en una sala de cine calculamos que estaremos entre 1.20 hs y 2 hs aproximadamente, y aunque suene redundante decirlo, sabemos que ese tiempo dentro del largometraje no es el “real”. El verosímil se construye justamente para poder creer y aceptar todo lo que esta pasando. Y está ligado con esos espacios y silencios audiovisuales que necesita la historia para ser contada. Si ocurre un hecho inesperado, para poder seguir con toda esa carga de emociones, y por la impresionante propuesta de esta producción, el espectador necesita tiempo. No digo que el guión y todo el material filmado daba para 2 películas (lo podrían haber hecho, porque los últimos 25 minutos dan para una secuela) pero pienso que en este caso menos es más. Con dolor hubiera recortado algunas escenas, para darle mayor lugar a otras y dejar que fluya la historia con mayor naturalidad, con ese contundente final. Pueblo chico infierno grande dicen por ahí. Con todo lo dicho, no te pierdas esta gran película. Y nunca subestimes el poder de una mujer.
Crítica emitida en Cartelera 1030-sábados de 20-22hs. Radio Del Plata AM 1030