Un viaje cerebral Con el lanzamiento en 1957 del Sputnik 1 se dio comienzo al ciclo interminable de chatarra espacial y gastos desorbitantes superfluos en nombre de la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, apenas una parte de la carrera geopolítica, armamentista y tecnológica durante la Guerra Fría. Si bien los rusos le ganaron de manera monumental a los yanquis en prácticamente todas las vertientes del rubro, gracias a la enorme industria cultural norteamericana sólo se suele recordar a nivel popular el alunizaje de 1969 de la misión Apolo 11: de hecho, el Sputnik 1 soviético fue el primer satélite artificial en alcanzar órbita, el primer animal en el espacio fue la perra Laika a bordo del Sputnik 2, asimismo el primer cosmonauta de la historia de la humanidad fue el ruso Yuri Gagarin cuando entró en órbita en la nave Vostok 1 el 12 de abril de 1961, la primera sonda en llegar a la Luna fue la Mechta y finalmente la Unión Soviética también fue la primera en enviar sondas planetarias, específicamente a Venus y Marte vía la Venera 1 y la Marsnik 1. Llama la atención que Hollywood haya tardado tantas décadas en armar una biopic en torno a la figura de Neil Armstrong, el comandante del Apolo 11 y primer hombre en pisar la Luna el 21 de julio de 1969, y más llamativo es que le haya encargado la tarea a Damien Chazelle, quien viene de entregar la muy interesante Whiplash (2014) y la mediocre La La Land (2016), un realizador que en esta oportunidad evita casi en un cien por ciento el enfoque pomposo y chauvinista barato de productos como Los Elegidos de la Gloria (The Right Stuff, 1983) o Apolo 13 (Apollo 13, 1995). Chazelle construye una de las películas estadounidenses más frías y realistas en mucho tiempo, lo que por cierto constituye un soplo de aire fresco en medio de la catarata de mamotretos lobotomizados de la cartelera actual que buscan con desesperación empatizar con el espectador promedio de nuestros días, ese que a pesar de tener toda la información a su disposición casi nunca tiene idea de nada y se transforma en triste arcilla para los autómatas de marketing de las corporaciones. En conjunto la perspectiva del guión de Josh Singer es simple y combina fuertes dosis de vida íntima/ privada por parte de un Armstrong símil témpano de hielo compuesto por Ryan Gosling y los pormenores de las dos misiones más importantes en las que participó el cosmonauta, la Gemini 8 y la susodicha Apolo 11: con un extraordinario desempeño actoral de Gosling y de Claire Foy, vista hace poco en Unsane (2018), como la neurótica Janet, esposa de Neil, El Primer Hombre en la Luna (First Man, 2018) ofrece un retrato humilde, antidemagógico y despojado de artificios huecos de un viaje y tripulaciones cerebrales que desde la NASA pusieron un peldaño más en uno de los grandes sueños de la humanidad, aquel de recorrer las estrellas; lo que por supuesto indefectiblemente trae a colación la banalidad de todo el asunto porque los presupuestos inflados dedicados a los programas espaciales podrían haberse utilizado para resolver la enorme pobreza de ambas naciones y de todas las que a posteriori -y desde entonces- también lanzaron sondas y naves al cosmos. Desde ya que no todo es color de rosa en lo que respecta al film porque Chazelle abusa de las “cámaras movedizas” y los primeros planos y se pasa con una duración más que excesiva de 141 minutos, con escenas completas que bien podrían haber quedado en la sala de edición. Por otro lado, es de destacar el doble hecho de que el director nos ahorre la fanfarria lamentable e hipotética de los estadounidenses clavando la bandera en la Luna, como si fuera de su propiedad, y que opte por enfatizar que la familia se ubica muy en segundo plano para hombres de la envergadura de Armstrong, cuyo compromiso con su trabajo está por encima de cualquier vínculo afectivo (detalle que queda explícito de modo tácito a lo largo de toda la propuesta y en muchas secuencias de “agite emocional” semi silencioso). La vida hogareña, los conflictos profesionales de diversa índole, las tragedias de la muerte de una hija por un tumor y de compañeros de la NASA, y los entretelones más desnudos del programa espacial yanqui forman el eje de una película correcta y loable cuyo punto fuerte a nivel visual es el instante del alunizaje propiamente dicho, ejemplo de cómo edificar desde un minimalismo cargado de sinceridad una secuencia sumamente atractiva…
Desde un primer momento la película nos presenta a un hombre que -en soledad- debe tomar decisiones en las peores circunstancias -en específico- encerrado en una máquina de prueba con grandes probabilidades de perder la vida. La película en sí habla de todos los riesgos que un ser humano toma para llegar a algo que es superior a uno, desde la cantidad de muertes en pruebas que suceden alrededor de éste sueño, como un discurso de Kennedy del 25 de mayo de 1961 sobre el porqué ir a la luna. En ése instante, reafirma algo que es muy importante para su sociedad y que -desde mi punto de vista- tiene que ver con pensar en grande, de alguna manera rechaza los pensamientos mediocres, en contracara a un país que elevaba los impuestos. “Nosotros elegimos ir a la luna, no porque sea fácil, sino porque es difícil, porque ésta meta, servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades (…) lo haremos primero, antes que termine esta década y porque debemos ser audaces.”* No tiene nada que ver a un país como el nuestro que aunque tuvimos un presidente que nos habló de la estratósfera, lo hizo con menos elegancia y confundiendo los actos heroicos. Ésta es una película que habla sobre ésos actos heroicos porque el conflicto no es en específico con una persona, es con una sociedad y con nosotros mismos; justamente para que el cambio de paradigma se produzca. Por eso es tan importante ganar un mundial de fútbol en nuestro país, o tener un Maradona, porque de alguna manera nos hace creer en nosotros, y lo capaces que podemos ser como nación. Aún así, sigue siendo un misterio si realmente se fue a la luna o Stanley Kubrick nos hizo una extraordinaria pantomima que varios se llevaron a la tumba porque entienden que podrían aniquilar lo más importante en una nación, que sería el pensamiento sobre sí mismos. Si no, analicen. Aunque la misión Apolo 11 es la más conocida y recordada, después del 20 de julio de 1969, el hombre ha pisado la luna sólo en cinco ocasiones más; y la última hace 46 años. Éstas son: Apolo 12 (1969), 14 (1971), 15 (1971), 16 (1972) y 17 (1972). Como dato adicional, han sido 18 los afortunados astronautas que han llegado a la órbita lunar en éstas seis misiones. Sin embargo, de todos ellos, solo 12 consiguieron pisar la Luna, pues siempre debía haber un astronauta orbitando alrededor de la Luna en la nave de regreso. El otro conflicto, tiene que ver en cómo recuperarse de la muerte de un ser querido (no contaré más para NO SPOILEAR, aunque sucede en los primeros 10 minutos) y cómo cada uno se transita el duelo. Otro revés dentro del relato es la incógnita, no sólo de saber si van a poder llegar a la luna, sino si iban a poder regresar; y la manera de resolverlo en familia se produce con una pregunta de uno de sus hijos, algo que me pareció forzado. Investigando encontré una entrevista de sus hijos –a quienes los consultaron por dos años para la escritura del guión- donde confirman que eso no fue así porque tenían alrededor de 5 y 12 años respectivamente, y lo veían con cierta ingenuidad. Sin embargo, pese a los tics constantes que le encuentro a Ryan Gosling, sus hijos reconocieron estar satisfechos con la representación de su padre. Ésta es una adaptación de Nicole Perlman y Josh Singer, basado en el libro First Man: The Life of Neil A. Armstrong de James R. Hansen que trata sobre la preparación de la misión espacial a la Luna Apolo 11 que se produjo en el año 1969 y que desde mi punto de vista, es un relato psicológico que logra un eficaz equilibrio entre algo de la vida personal del astronauta que pisó la luna y la difícil misión. Puedes ver una crítica de video en el canal de YouTube de la Butaca Web o Instagram. *(Discurso Kennedy 25/05/1961: https://www.youtube.com/watch?v=po7scJhJMfs) (Calificación: 8/10)
Muerte, dolor y frustración. La última película de Damien Chazelle, su cuarto largometraje, se dio a conocer en la sesión inaugural del Festival de Venecia del pasado septiembre. La crítica no fue benévola. Poco comprensiva e incapaz de llevar a cabo un análisis profundo de la película, la calificó, en general, de fallida. Luego, cuando se ha ido estrenando, la actitud de una crítica cada vez menos abierta a la experimentación y al análisis objetivo, ha actuado igual en su rechazo. Salvo excepciones. Cuando se alaban sin reservas los juegos arabescos, el sentido de (aparente) brillantez formal, pero envuelto en un clasicismo lindante con la belleza hueca de Cold War, se cierran las puertas a la indagación elaborada, por momentos profunda, que Chazelle propone en esta mirada sobre un hombre en su intento, inútil, de liberación. Pase lo que pase, llegue donde llegue el personaje principal, estará siempre condenado a un encierro en el que no se vislumbra la salida. Eso sí, First Man carece de una estética brillante, no tiene, siendo una película sobre la historia del primer hombre que pisó la Luna, ni grandilocuencia ni grandes efectos. Su planificación evita las grandes tomas, centrándose, sobre todo, en primeros planos cercanos del protagonista, en su andadura por hacer posible un sueño, una promesa, una redención o un encuentro con la vida en medio de la muerte que le persigue. Pero, allá en el cielo, en la Luna, no hay más que vacío y silencio. El comienzo es claro en este aspecto: el hombre encerrado en una nave espacial está punto de morir. De él sólo vemos, ocupando toda la pantalla, el rostro (mostrado a través del propio vaivén del aparato) escondido además por el casco-máscara que recubre su rostro. Una secuencia donde se vislumbra la angustia del hombre incapaz de poder dominar un aparato («Les gusta jugar con sus aparatos. Si no lo hicieran no sabrían que hacer», dice más o menos la mujer del protagonista en un momento del filme). Sólo se escuchan las órdenes desde la Tierra, el jadeo, las vibraciones y ruidos (casi parecen rugidos) de un aparato que parece rebelarse contra el hombre, al no aceptar el mando que intenta ejercer el piloto sobre la nave. El hombre y la máquina. El esfuerzo y el éxito o el fracaso. En la escena final, Amstrong aparece encerrado en una especie de cárcel. Aparentemente ha triunfado al ser el primer hombre en llegar a la Luna, pero ahora —desde el encierro obligado por la cuarentena que debe cumplir—, es como un prisionero, incapaz de liberarse de su culpa. No se siente lleno, satisfecho por haber llegado primero a aquella Luna que miraba con su hija atacada por el cáncer que la llevó a la muerte. La presencia detrás del cristal que le separa de su mujer supone algo más que un planteamiento físico. Más bien es la incapacidad o la dificultad de unión de un matrimonio que camina a la deriva desde su amor. Y al que se oponen demasiadas cosas, entre ellas la muerte de una niña, que nunca podrá ser olvidada. La muerte persigue al protagonista. Quizá la película pueda irritar a los que gustan de juegos pirotécnicos, ya que no habla de heroicidad, patriotismo o del gran acontecimiento de haber llegado (Estados Unidos, los primeros) a la Luna. Es posible que sobren algunas declaraciones televisivas, probablemente reales, como la de una mujer francesa que habla de la grandeza de los Estados Unidos; pero la película habla de otros temas: de la soledad, las relaciones y disfunciones familiares, de amores y desamores, de fracasos y muertes, de la deriva de un hombre dispuesto a llegar a lo alto con el recuerdo de la hija muerta para librarse de su propia culpa: se siente responsable al creer que no hizo lo necesario para salvarla. Ese duelo, el dolor por su hija, es el que le permite llegar a la Luna, venciendo a la muerte, para poder allí dejar para siempre la pulsera de ella, una forma de romper con el pasado y unirse a la vida. Detrás del hecho grandioso, de la heroicidad, no existe más que el intento (fallido) del protagonista por hacer posible su propia misión personal. No lo consigue. Tras ese acto retrasmitido al mundo, sólo está la verdad del gran fracaso de Armstrong: cuando la suelta sobre uno de los cráteres Lunares la pulsera de su hija muerta, no se queda en la Luna, sino que vuela al espacio. Es claro: la pulsera no queda enterrada, sigue su camino: continúa el símbolo de su fracaso o, mejor, de no poder nunca dejar atrás el recuerdo que le persigue. Sobre él seguirá pesando el pasado. El hombre triunfador, el héroe, no es más que un ser frustrado, encadenado a un pasado que nunca podrá superar. Su éxito es otra derrota en una vida donde la muerte le ha perseguido y le perseguirá siempre. En la Luna no hay ni encuentro con su hija, ni oraciones válidas. Sólo un espacio vacío y silencio. Otro gran y significativo momento: en paralelo asistimos a la recepción en la Casa Blanca. Allí está invitado Armstrong representando a la NASA, al haber conseguido el acoplamiento del cohete con la capsula espacial mientras en ese mismo instante unos compañeros mueren quemados por un fallo en un cohete de pruebas. En esa secuencia se emparenta el (falso) triunfo de Armstrong, nada a gusto en aquel ambiente -esa no es su batalla, su mundo, su realidad nada tiene que ver con esa recepción; de hecho le vemos solitario, extraño-, con la presencia, una vez más, de la muerte como afirmación, de que es uno de los temas principales de la película. Una gran lección la que nos depara Chazelle. Eso sí, como debe ser, sin levantar demasiado la voz, sin florituras, lo que conllevará que ciertos espectadores e, incluso, críticos no entren en el filme. Una pena.
La llegada del hombre a la Luna seguramente sea la hazaña más grande alcanzada por el ser humano, y como tal, es un relato que fue llevado numerosas veces a la gran pantalla. Desde aquel fantástico “Viaje a la Luna” de Georges Méliès, hasta la dramática misión fallida del “Apollo 13” retratada por Ron Howard, hemos tenido muy variadas visiones de un mismo suceso. En el caso de “First Man” (“El Primer Hombre en la Luna”), Damien Chazelle nos presenta la historia del primer alunizaje por medio del Apolo 11, a través de la experiencia de su comandante, Neil Armstrong, en la piel de Ryan Gosling. El film está basado en la biografía del astronauta, adaptada por el guionista Josh Singer. La trama comienza presentándonos a Armstrong en las dos facetas que se destacan sobre él, su labor como piloto de pruebas y su vida cotidiana como padre de familia. Tras sufrir una trágica pérdida, se integra al llamado Programa Géminis llevado adelante por la NASA, hasta culminar con la conquista que lo llevó a dar ese “gran salto para la Humanidad”. La dirección de Chazelle y la producción del largometraje en general tienen grandes aciertos en prácticamente todos sus frentes. Empezando por los intérpretes, Gosling y Claire Foy (conocida por su rol como la reina Isabel II en “The Crown”), quien caracteriza a Janet, esposa del protagonista. A medida que la historia avanza, los dos aspectos de la vida de Armstrong se van encontrando poco a poco en conflicto, con la presión de su profesión pesando de forma cada vez más marcada en la relación con su mujer e hijos. Gosling refleja esta evolución en su personaje, mostrándose más distante paulatinamente, producto de los riesgos que representan su misión. A la vez que él se torna más frío en respuesta a esto, vemos la contraparte en el papel de Foy. En ella repercute gran parte de lo que atraviesa su esposo, y Chazelle se ocupa de mostrar este efecto, así como su lucha por salvar la integridad de su familia. La tercera gran protagonista es claramente la labor técnica. Aquellas secuencias de la producción que no se enfocan en la relación entre los protagonistas, reproducen con una fidelidad magistral el entrenamiento y la preparación rigurosa que implicó el vuelo del Apolo. La fotografía y dirección de cámara juegan un rol esencial tanto al mostrar la majestuosidad de los paisajes aéreos, como al transmitir la sensación de claustrofobia de las cabinas de mando. El trabajo de Chazelle lo encuentra estando a la altura de una superproducción, y sin dejar de lado los grandes ejes/instrumentos que le valieron reconocimiento en sus obras previas, las premiadas “Whiplash” y “La la Land”: una historia llevada adelante por la relación entre dos personas, acompañada de un componente musical importante. En ese sentido, aquí vuelve a jugar un papel sobresaliente Justin Hurwitz, encargado de la banda de sonido de toda la filmografía del director. Esa extensa colaboración entre ambos resuena en un acompañamiento orquestal perfectamente a la medida de cada secuencia dramática. La suma de todos estos elementos reafirman a Damien Chazelle como uno de los grandes directores de su generación, y seguramente den como resultado una larga lista de nominaciones y premios a “El Primer Hombre en la Luna”. Pero sobre todo, aseguran para el público una excelente experiencia cinematográfica.
Damien Chazelle, el joven talento responsable de dos grandes obras como Whiplash: Música y obsesión y La La Land, se aleja del ámbito musical dentro del cine y vuelve a la pantalla con un film biográfico sobre Neil Armstrong y la famosa misión espacial que puso al hombre sobre la Luna. Más allá de la veracidad dudosa de los hechos, tanto en lo que refiere a ciertas vivencias del astronauta como a aspectos de la misión en sí, el film se encarga de llevar a tierra la historia del hombre que surcó el espacio, más que llevarlo a la Luna. Lo que ocurre en la misión de Chazelle como director es que prevalece el detallismo visual ante un film que resulta desapasionado en lo que tiene para contar. El factor dramático que yace en la historia es atestiguar y glorificar el esfuerzo y el amor de la figura de Armstrong (Ryan Gosling) como hombre de familia. Un balance entre el amor que tiene por su mujer Janet (Claire Foy), sus hijos y los conflictos y trabas, tanto en el hogar como en las distintas etapas del proyecto espacial en la NASA, que lejos de alejarlo de su meta lo acercan aún más a ella. Así, el film evidencia los valores y el mérito del sujeto que vive y sufre en pos de cargar con el peso de una nación simbolizada en el traje de astronauta, la clase justa de historia y patriotismo que le otorga a la película un lugar especial dentro de la temporada de premios en Hollywood, pero que difícilmente trascienda por mérito de sus valores cinematográficos. No obstante, y debido al ojo artístico de su director, el film goza de un estilismo visual que refuerza la idea de intimidad a través de planos detalle y el uso de los movimientos de cámara en mano, que transmiten una cercanía para con el protagonista, su familia y su profesión. A su vez, se alcanza un mayor virtuosismo en la imagen en aquellos momentos donde se puede apreciar la vastedad del espacio, la Tierra y por supuesto la Luna. La forma en la que se transmite la subjetiva del hombre frente al peligro (que poco puede ver o hacer rodeado de tensión cuando las pruebas comienzan a malograrse) o la calma introspectiva que se hace presente en la desolada superficie lunar son de una belleza absoluta —tan así que visualmente logran decir y emocionar más que lo que consigue el resto del film en su historia y ejecución. El primer hombre en la Luna se centra en Armstrong y en su anhelo de explorar lo inexplorado, y si bien en otro caso sería un elemento inspirador, aquí esta resuelto con el fin de desviar un poco el foco de atención de una misión que se cobró recursos y vidas, en una carrera contra el avance tecnológico soviético. Ese mismo debate entra en juego dentro del film de forma tibia, tal vez resonando más en los pensamientos del espectador que en las tribulaciones del protagonista. Así, tras un gran número de pruebas que demuestran continuas fallas y la muerte de los compañeros de Armstrong, la preocupación reside en si la misión será exitosa y si los que se embarcan en ella volverán a su hogar, no en el costo de una competencia por el ego y la ambición que queda ejemplificada en el discurso de Kennedy: “Elegimos ir a la Luna en esta década no porque sea fácil, sino porque es difícil”. Chazelle ha sabido demostrar en sus trabajos previos que es capaz de afrontar grandes retos dando por resultado algo aún más grande. En el caso de su último trabajo, el adaptar la historia de un orgullo nacional supone tomar el camino fácil: uno que no lo eleva a las estrellas pero que de seguro se ganará el agrado del jurado de los premios de la Academia.
En El primer hombre en la Luna, Damien Chazelle convierte la historia del astronauta Neil Armstrong en el vía crucis de un hombre traumatizado por la pérdida de su hija, un planteamiento que hermana esta odisea espacial con Gravedad, de Alfonso Cuarón. Aunque, pese a la producción de Steven Spielberg y el guion de Josh Singer (basado en la biografía First Man: The Life of Neil A. Armstrong, de James R. Hansen), el referente principal del ambicioso Chazelle es su propio imaginario. Reciclando la idea del sufrimiento como camino a la trascendencia, que ya subyacía en Whiplash: Música y obsesión, el director de La La Land: Una historia de amor vuelve a desplegar en El primer hombre en la Luna su pericia técnica y su concepción maximalista de la forma cinematográfica. Para Chazelle, la mano del cineasta existe para ser vista… y admirada. Así, en el extremo opuesto a las películas de aviadores de Howard Hawks o a la maravillosa Space Cowboys / Jinetes del espacio, de Clint Eastwood, donde el heroísmo se sentía como algo cotidiano, El primer hombre en la Luna pone todo su empeño en convertir a Armstrong en una figura superheroica. Y lo hace de la mano de un cine estridente, atronador incluso en su vertiente intimista. Si por algo recordaremos a El primer hombre en la Luna será seguramente por el insistente uso de primeros planos que nos acercan al tormento interior de los personajes. ¿Imaginó Chazelle la película que habría rodado John Cassavetes si hubiese tenido recursos para filmar una aventura espacial? A la postre, en este estudio de la fisonomía humana brilla con fuerza propia una afligida Claire Foy en el papel de esposa de Armstrong, aunque por desgracia la película nunca le da a la actriz el tiempo suficiente para exprimir el potencial dramático del personaje. Por su parte, Ryan Gosling emplea el piloto automático para echar mano de su cara más lacónica e introspectiva, mientras Chazelle parece más preocupado por demostrar que puede retratar un entorno familiar con la fuerza poética y elíptica del Terrence Malick de El árbol de la vida que por dar consistencia al conjunto de la película, que brilla especialmente cuando se concentra en la dimensión más sensorial de una primitiva carrera espacial. Metido en el interior de una minúscula y claustrofóbica nave de lanzamiento, el espectador de El primer hombre en la Luna, golpeado por una sinfonía de planos detalle traqueteantes y chirridos de tuercas y metales retorciéndose, puede llegar a imaginar lo que debían sentir los astronautas que volaban al espacio enlatados en lo que parece un puro amasijo de chatarra.
El sacrificio como camino obligado para alcanzar el éxito. O al menos, un objetivo fijado. Ese es el tema, y el derrotero que siguen los personajes de Damien Chazelle, del baterista de la excelente Whiplash al pianista de La La Land, y que llega a El primer hombre en la Luna. Lo que cambia es que ahora el ganador del Oscar cuenta con más presupuesto, pero los obstáculos, que pueden llegar a ser una tragedia, mientras se busca alcanzar un triunfo, siguen allí. La película hace un derrotero de varias misiones previas a la que finalmente resultó exitosa en la conquista espacial, en la que se da “un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. ¿No fue, acaso, un mojón más dentro de la Guerra fría, para ganarle a la Unión Soviética? Pero el director de Whiplash no tiene una mirada glorificadora de ningún estadounidense. Y tampoco -o menos-, de Neil Armstrong. Hay aquí un arco épico, porque en definitiva, si este filme cierra una trilogía, lo hace con un personaje que, sí, triunfa. Pero lo muestra taciturno, cavilante, urgido por temores internos, por una tragedia familiar y por un deseo que va mucho más allá de plantar la banderita que flamee, o no, en suelo lunar. Los preparativos del viaje, en el que nos cuenta aspectos de la vida personal y familiar de Armstrong, y la partida, alunizaje y regreso del astronauta y sus compañeros del Apollo 11, Buzz Aldrin y Michael Collins, son como los ejes donde pivotea el filme. Esa claustrofobia del viaje, el encierro, juega a las maravillas con otro encierro, el de la introspección y lo introvertido que es Armstrong. Chazelle no deja de mostrar que la llegada del hombre (estadounidense) a la luna se da en tiempos históricos en los que su país gastaba, por no decir derrochaba, dinero en una conquista espacial a la par que se organizaba -es una manera de decir- para una guerra como la de Vietnam. Hay, claro, una línea que emparenta a esta película con Gravedad, de Alfonso Cuarón, y no sólo por el ámbito espacial, sino por la pérdida de una hija. Es que la película tiene mojones dramáticos, que tienen que ver con la muerte, omnipresente como nunca antes. Y es ese tono dramático el que lo favorece. Sería fácil caer en el heroísmo, pero Chazelle elige otro camino para aproximarse a su protagonista. Gosling, o mejor dicho, el director, aprovecha esas características del astronauta, que parecen marca de fábrica del actor de Drive. Pero es Claire Foy, como su esposa, la que atrae cada vez que la cámara la encuadra. La actriz que fue la reina Isabel II en The Crown y protagoniza la nueva película de Millennium le pone sangre más que sudor a un personaje sufrido, y es un buen balanceo con Gosling.
Con tan solo dos películas previas a este estreno, Damien Chazelle demostró ser uno de los mejores directores que brindó Hollywood en los últimos tiempos. Tanto Whiplash (2014) como La La Land (2016) son dos obras maestras. Así que la ansiedad que recae sobre El primer hombre en la Luna es mucha. Tengo sentimientos y pareceres enfrentados sobre este film, porque por un lado me parece brillante desde la puesta, y por otro me pareció un gran embole. Cada plano es una maravilla. Chazelle vuelve a demostrar que es un distinto para narrar. En esta oportunidad mucho primer plano y plano detalle, con una cámara que no se queda quieta casi nunca. Homenaje a Kubrik por doquier y una grandilocuencia de imágenes que causa la dilatación de cualquier pupila. Sin dudas, el director es el gran protagonista de la cinta. Y eso es un problema. Esta es la primera biopic sobre Niel Armstrong, que nos cuentan una década de su vida. desde 1960 hasta el 20 de julio de 1969. Y poco nos importa como espectadores. No por Ryan Gosling, porque él hace un buen trabajo, ni por el resto del elenco. Sino porque no se trasmite ni interés ni empatía salvo por un detalle en el climax. Y la cuestión no pasa porque ya sabemos la historia, o sea, porque ya sabés que van y vuelven a la Luna sanos y salvos, sino porque es muy aburrido el ritmo de la película. Aún como esos planos, y con esa brillante banda sonora de Justin Hurwitz (con reminiscencias a La La Land), el film no puede escapar de convertirse en un somnífero para el espectador. Me queda claro que Chazelle está al tanto de esto, ya que sus dos films anteriores no cuentan con este problema, así que él lo busco, y no está mal si lo decidió así. Pero tendrá sus consecuencias. Más allá de esto, y de las teorías conspirativas sobre la veracidad de todo el programa Apollo, El primer hombre en La Luna es una gran película pero que aburre aún al más ávido espectador.
Un gran salto El primer hombre en la luna (First Man, 2018) es una biopic que como su protagonista rehúye toda noción de gloria o grandeza - más allá de aquellas estudiadas palabras que profiriera al pisar la superficie lunar - para concentrarse en el drama interno de un hombre harto sufrido y los tecnicismos de su profesión. La historia, que comienza con la prematura muerte de la hija de Neil Armstrong, adquiere un tono enlutado del cual jamás se recupera. Armstrong tampoco. La película está escrita por Josh Singer, guionista de En primera plana (Spotlight, 2015) y The Post: Los oscuros secretos del Pentágono (The Post, 2017); sus guiones priorizan una reproducción casi documental de anécdotas históricas por sobre un núcleo dramático. Hace un buen repaso de los hitos - la mayoría trágicos - de la Carrera Espacial que concluiría el 20 de julio de 1969. El centro emocional de la historia queda a cargo de la dirección de Damien Chazelle, diestro para evocar intensidad y realismo, y Ryan Gosling - el de ojos tristes y silenciosa congoja - en el papel de Armstrong. Su actuación es tan poderosa como discreta. Seleccionado por la NASA para participar en el programa Apollo, Armstrong muda a su esposa Janet (Claire Foy) y sus hijos y comienza una década de entrenamiento, pruebas y misiones accidentadas. Los proyectos fallan. Sus amigos mueren. El país lentamente le toma rencor a un programa costoso que en nada ayuda a aliviar el apremiante descontento social. El contexto histórico es pincelado marginalmente, y nada nunca es tan interesante como la perspectiva del astronauta. Como en tantas películas de guerra, su esposa no tiene nada para hacer salvo aguardar al lado de la radio o el teléfono y demandar más atención en el momento inoportuno. Comenzando con el vuelo y aterrizaje forzoso de una nave supersónica en el desierto de Mojave y pasando por cualquier cantidad de situaciones tensas en el espacio, la película presenta todo tipo de triunfos en edición, sonorización y cinematografía. El foco está en la inmersión virtual en primera persona más que en el espectáculo épico. Lejos de la ostentación técnica de Gravedad (Gravity, 2013), Chazelle ancla la perspectiva de las secuencias de vuelo en las chirriantes cabinas de los astronautas y deja que el entorno inmediato palpite y haga eco de la magnitud de lo que están viviendo. El resultado es de un realismo tenso y atrapante. La película presuntamente se toma libertades sobre su protagonista al adivinar el enigma detrás de su introversión. Se dan varios motivos para ir a la luna pero el definitivo parece estar relacionado con la catarsis de un hombre dolido. El final es inesperadamente sentimental y probablemente no verídico pero a efectos de esta versión funciona porque concluye un largo viaje de represión emocional. El uso de flashbacks y alucinaciones “motivacionales” está mucho mejor logrado que en algo como Revenant: El renacido (The Revenant, 2015), donde los muertos del héroe adquieren una dimensión simbólica genérica. El primer hombre en la luna probablemente es una experiencia demasiado lúgubre para recibir la popularidad que merece (ya en Estados Unidos sufrió en la taquilla por obviar la colocación de la bandera estadounidense sobre la superficie lunar). Pero cuenta una historia excepcional de manera atractiva y técnicamente maravillosa sin olvidar la dimensión humana.
Crítica emitida por radio.
AL INFINITO Y MÁS ALLÁ Damien Chazelle deja la música de la lado y nos lleva de paseo a la estratósfera (¿?). Con “Whiplash: Música y Obsesión” (Whiplash, 2014) y “La La Land: Una Historia de Amor” (La La Land, 2016), Damien Chazelle se convirtió en el niño mimado de Hollywood, quien espera repetir la hazaña dorada con una nueva nominación al Oscar gracias a “El Primer Hombre en la Luna” (First Man, 2018), una biopic muy diferente centrada en el astronauta Neil Armstrong, claro está, el primer humano en caminar sobre el suelo lunar… a menos que se crean todas esas teorías conspirativas. Basados en el libro “First Man: The Life of Neil A. Armstrong” de James R. Hansen, los guionistas Nicole Perlman y Josh Singer delinean una historia intimista sobre este piloto devenido en conquistador del espacio. Un relato carente de triunfalismo, que se concentra en la persona, su vida privada, su familia y una pérdida que lo marcó para siempre. Chazelle se toma su tiempo (casi dos horas y media que se sienten) para mostrar la carrera de Armstrong (Ryan Gosling) dentro de la NASA, desde que aplica para el programa Gemini, hasta sus célebres palabras tras posar las patitas en el satélite. Neil se nos presenta como un hombre retraído y sencillo marcado por la tragedia. Su pasión (suponiendo que la tenga) se relaciona con cumplir esta hazaña y no con la cuestión política de ganarle la carrera a la Unión Soviética. Olvídense los que buscan la típica aventura espacial cargada de información y detalles técnicos sobre cada una de las instancias del Apolo 11. “El Primer Hombre en la Luna” toma un ángulo muy diferente y nos pone en el lugar del astronauta, como en primera persona, abriéndonos paso entre los infinitos riesgos, las frustraciones y los miedos de su familia, una variable que decide dejar afuera de esta ecuación, un poco para no herir a nadie en el camino, y sin darse cuenta del daño que está causando con su alienación. No es ningún secreto que Chazelle filma como los dioses y acá deja la música de lado para convertirse en un “documentalista”. El realizador y el director de fotografía Linus Sandgren –el mismo de “La La Land”- meten la cámara en los lugares más íntimos, los pequeños recovecos de las naves espaciales, la majestuosidad del cosmos, el frenesí de las pruebas aéreas; pero a diferencia de sus películas anteriores, todo carece de esa pasión contagiosa acerca del cine y sus protagonistas. Hay un distanciamiento que no nos permite involucrarnos cien por ciento en esta historia y sus personajes principales. Mucho menos emocionarnos más allá del despegue del Apolo 11 (si nos emocionamos con muy poco) o las últimas instancias de la película. Chazelle intenta humanizar a estos ídolos americanos, convertidos en rock stars durante la década del sesenta y setenta, demostrándonos que son seres de carne y hueso plagados de sentimientos, aunque pocas veces los demuestran en pantalla. Al lado de ellos van sus mujeres, sufriendo en silencio (y no tanto), y arrastrando la carga de ser “la esposa del astronauta”. Este es el papel de Janet Armstrong (Claire Foy), que nunca abandona su segundo plano. La perfección visual de “El Primer Hombre en la Luna” –puntos extra para el diseño d eproducción de Nathan Crowley (“Interestelar”) y la música de Justin Hurwitz que SIEMPRE nos va a recordar a “La La Land”- la convierte en una película que debe ser disfrutada sí o sí en la pantalla más grande, pero también en una obra un tanto inocua y desapegada. Chazelle se rodea de un gran elenco –Corey Stoll, Kyle Chandler, Jason Clarke, Patrick Fugit, Ciarán Hinds, Ethan Embry, Shea Whigham, Pablo Schreiber, Lukas Haas-, mayoritariamente masculino y caucásico porque así era la NASA en los sesenta-, pero el foco siempre está sobre Gosling, protagonista indiscutido de esta historia que, al igual que Armstrong, esconde cada una de sus emociones detrás de una máscara de impasividad. Nunca terminamos de descifrar lo que piensa o lo que siente, para eso están las imágenes de Chazelle que, en este caso, no siempre cumplen con su cometido. Será que Hollywood y las historias triunfalistas sobre el programa espacial –o el espacio, en general- nos mal acostumbraron, pero en el caso de “El Primer Hombre en la Luna” este parece ser un tema menor, una excusa para meternos en la mente de este héroe tan enigmático. Como historia parece tener mucho menos que ofrecer que como documento, y la forma se termina comiendo casi todo su contenido. El realizador se esfuerza y se concentra tanto en los detalles que se olvida de transmitir algo más que sus bellas imágenes y sensaciones, aunque a veces esa cámara en mano tan vertiginosa empiece a marearnos un poco. Se entiende que quiera demostrar su madurez cinematográfica y alejarse de la fantasía musical de su película anterior, pero hasta “Whiplash” sabía cómo entregar contundencia desde la historia, sus protagonistas y el ritmo de su narración. Imposible decir que estamos ante una mala película, aunque como espectáculo –todas las de Chazelle son un gran espectáculo- se queda corto. Tampoco llega a convencer desde su profundidad y los enigmas humanos que trata de descifrar. LO MEJOR: - Todas esas sensaciones que sólo nos da la pantalla grande. - Se celebra que acento este en los personajes y no en la odisea. - Su estilo “documental”. LO PEOR: - El relato en sí no termina de calar. - El uso excesivo de la cámara en mano, ni que fuera The Blair Witch Project.
Un logro personal “El Primer Hombre En La Luna” (First Man, 2018) es una película dramática dirigida por Damien Chazelle (Whiplash, La La Land) y escrita por Josh Singer. Basada en el libro biográfico “First Man: The Life of Neil A. Armstrong” de James R. Hansen, el reparto está compuesto por Ryan Gosling, Claire Foy, Olivia Hamilton (esposa en la vida real del director), Luke Winters, Connor Blodgett, Jason Clarke (El Planeta de los Simios: Confrontación), Kyle Chandler (Super 8, Noche de Juegos), Patrick Fugit, Lucy Stafford, Christopher Abbott, entre otros. Con Steven Spielberg como productor ejecutivo, la cinta inauguró la 75º edición del Festival de Venecia. En 1961, luego de la reciente pérdida de su pequeña hija Karen (Lucy Stafford) debido a un tumor cerebral, el ingeniero y piloto Neil Armstrong (Ryan Gosling) decide postularse para el Programa Gemini de la agencia espacial de la NASA. Junto a su esposa Janet (Claire Foy) y su hijo Rick (Luke Winters), Neil se muda a un vecindario de Houston donde viven otras familias de astronautas. Durante el proceso de preparación para ir a la Luna, Armstrong deberá lidiar con varias pruebas físicas, imprevistos y muertes de sus amigos más cercanos. Además, la responsabilidad es mayor por la gran cantidad de plata invertida en la misión. Chazelle se aleja del género musical para traernos una historia intimista que nos lleva a conocer la vida de Neil Armstrong, primer ser humano que pisó la Luna en julio de 1969. Muchos habrían decidido contar este suceso de una forma híper patriótica, centrándose en el hecho en sí y nada más. Sin embargo, aquí el director toma otro foco al no plantear a ninguno de los astronautas como los máximos héroes del país sino más bien dando cuenta de su humanidad y el gran sacrificio que atravesaron. Esta perspectiva hace que la cinta sea mucho más creíble e interesante, en especial porque el trasfondo de lo que vivió Armstrong ayuda a entender su gran determinación por llegar al satélite natural. Ryan Gosling continúa luciéndose en cada rol que interpreta; su compromiso y dedicación al personaje vuelven a dar cuenta de que es uno de los mejores actores que tenemos en la actualidad. Es difícil meterse en la piel de un hombre que casi nunca expresa en voz alta lo que le sucede sino que se guarda todo para sí y sufre en silencio. A Gosling este tipo de papeles le sientan a la perfección ya que con solo prestar atención a su mirada y expresiones faciales nos damos cuenta de todo el dolor y miedo que hay en su interior, sentimientos que le son imposibles sacar para afuera. Por otro lado, Claire Foy no se queda atrás al interpretar a Janet, mujer de Neil. Su carácter difiere al de su esposo, por lo que cuando se enoja nos brinda escenas gloriosas donde la preocupación y el amor se perciben de una manera totalmente genuina. Desde los aspectos técnicos, el filme resulta toda una maravilla. Primerísimos planos, movimientos de cámara que no dan respiro y una edición de sonido inquietante consiguen que el espectador pueda sentirse adentro de la nave también, con todos los nervios que eso conlleva. Con una sensación de peligro latente, la fotografía granulada hace que nos sea muy sencillo sumergirnos en la época de la cinta. Además, la contraposición de la hermosa música de Justin Hurwitz, que ya trabajó junto a Chazelle en sus anteriores trabajos, con el silencio absoluto al pisar la Luna se vuelve un deleite audiovisual pocas veces visto. Enfoque distinto, actuaciones que están a la altura, sonido magistral y una calidad sublime en los efectos logran que “El Primer Hombre En La Luna” sea una experiencia cinematográfica emocionante e imperdible. No será una sorpresa que el filme reciba varias nominaciones en los próximos premios de la Academia, por lo que es cita obligada para cualquier cinéfilo.
Con gran ansiedad se esperaba la nueva producción dirigida por Damien Chazelle, un realizador que pese a su corta edad supo mantenernos en vilo, tensos, suplicando un poco de comprensión al protagonista de “Wiplash”, y que también supo enamorarnos y desenamorarnos en aquella pequeña joya “La la land”. Pero acá la historia es otra, de hecho toma la biografía de Neil Amstrong, aquel hombre que se animó a alunizar en “El primer hombre en la luna” (2018), una propuesta que roza con el formato televisivo de biopic y decide agregar elementos melodramáticos para potenciar elementos y construcciones narrativos. En “El primer…” vemos como Ryan Gosling deja el piano y los autos para adentrarse en el particular comportamiento y relacionamiento del mundo de Amstrong, un hombre que supo desde su conocimiento astronáutico llevar a lugares impensados a Estados Unidos en materia de conquista espacial. Con los rusos pisándole los talones, y una serie de infortunados eventos por explotar en su vida, Amstrong se mantuvo estoico ante los avatares que la vida lo iba enfrentando sin saber cómo terminaría todo, o sí, pero no explicitándolo en ese momento. En el arranque una pérdida irreversible, una marca que hará mella en el hombre que pisó por primera vez la luna, y desde allí se configurará todo el relato, que si bien tiene como eje los avances y retrocesos en materia espacial, toma como principal motor impulsor los conflictos internos y externos de un hombre atravesado por el duelo y el recuerdo de un ser querido. Hay, obviamente, relato sobre los mecanismos internos de la NASA y un entramado sobre la amistad y compañerismo entre los astronautas, pero, principalmente hay un interés de Chazelle por asentar la biografía de un hombre que hizo de su profesión un recurso único. Clare Foley acompaña a Gosling, superando su mínimo desarrollo de personaje, imprimiéndole un tono entre abúlico y melancólico, entre ausente y perdido, ante los avatares de su marido y los golpes que la vida le asesta. Chazelle se pone solemne, y aburre con un metraje extenso que podría haberse resuelto en un tiempo más breve y más dinámico. Hay una lograda reconstrucción de época, con detalles cuidados hasta el máximo, pero no alcanzan para transmitir el verdadero espíritu con el que se vivía por ese entonces. “El primer hombre en la luna” podría haber expresado correctamente los miedos y peligros de un momento en la historia en donde todo estaba por hacer y explorar, pero prefiere quedarse en la psicología de un hombre que desde la pérdida quiso superarse y superar, pero que terminó aceptando lo irreversible de la muerte, y, desde allí avanzar en la peligrosa tarea de ser un hito en la carrera astronómica.
La expectativa que se generó alrededor de First Man (2018) estaba más que justificada. No tanto por su temática (la historia del primer hombre que pisó la luna) o por los millones de verdes invertidos en su producción, sino básicamente por su director. En efecto, con tan solo 33 años Damien Chazelle ya se ha granjeado múltiples elogios en todo el mundo a raíz de sus 2 últimos éxitos: Whiplash (2014) y La La Land (2016). Por eso, provocaba cierta intriga ver cuál sería su enfoque sobre uno de los momentos más paradigmáticos del siglo XX. Por desgracia, este es quizás el trabajo menos personal y más convencional en la carrera de Chazelle, aún cuando la historia toca temas ya abordados con anterioridad por el director franco-estadounidense (a saber: retórica del esfuerzo individual, meritocracia acrítica y sacrificios varios para alcanzar lugares de éxito pre-consagrados). Seguramente, el hecho de que Chazelle no haya participado en el guión (el cual corrió por cuenta de Josh Singer –Spotlight, The Post-) influyó en este efecto de despersonalización, pero en esencia se trata de un filme industrial (o pochoclero, según como se lo mire) en el que es difícil encontrar la mano del artista. Basada en el libro “First Man: A life of Neil A. Armstrong”, de James Hansen, la película retrata desde el punto de vista del astronauta la misión espacial de la NASA (llevada a cabo entre 1961 y 1969) que culminó con el hito de la llegada del primer hombre a la luna. Chazelle pone el foco en el drama personal y familiar que vivió Armstrong (Ryan Gosling) durante esos años y también en las pérdidas y sacrificios que tuvo que afrontar en el marco del monumental proyecto en el que estaba involucrado. De esta manera, el filme expone la temprana muerte de la hija del astronauta y el trauma que esto suscitó en el núcleo familiar, la tensa relación con su pareja (Claire Foy), su introvertida personalidad, la precariedad de las peligrosas pruebas realizadas por la NASA y los costos y obstáculos con los que tuvieron que lidiar para llegar a la tan ansiada meta de dejar una huella en la superficie lunar. Lo mejor de la película aparece en las adrenalínicas y claustrofóbicas escenas dentro de las naves, que sin dudas mantendrán a los espectadores al borde del asiento. Chazelle hace un excelente trabajo mostrando las limitaciones tecnológicas de la época y dimensionando los peligros a los que los pilotos estaban expuestos. Sin embargo, todo lo bueno que sucede dentro de las naves contrasta con la linealidad y superficialidad del arco narrativo, que recorre todo tipo de lugares comunes hasta llegar a una resolución previsible que intenta resignificar las motivaciones personales de Armstrong (y lo logra, sin demasiada originalidad). Y este es quizás el problema más grande: a diferencia de otras grandes películas del género que tenían muy claro su objetivo -el juego de la ciencia en The Martian (2015), el impacto visual y la opresión del espacio en Gravity (2013), el poder del lenguaje y la comunicación en The Arrival (2016), los límites de la física y la metafísica en Interstellar (2014), las desigualdades del sistema patriarcal y la xenofobia en Hidden Figures (2016)–, El Primer Hombre en la Luna navega una historia conocida por todos sin tener mucho para comunicar. Si bien se aleja de “la foto” del primer hombre en la luna y recupera el proceso, es decir, el trabajo arduo de años y el esfuerzo que significó para los astronautas y sus familias, no logra encontrar un centro de gravedad atractivo o novedoso desde el cual contar la historia. Por ello, a pesar de que es una decente producción norteamericana, nunca termina de convencer ni de conmover. Por
Damien Chazelle (“Wiplash” y” La la land”) apuesta a la sencillez, desecha la explosión patriótica y se mete en la mente de ese hombre que piso la luna, con un temperamento casi tan frío como nuestro rocoso satélite. Esa elección, la de basarse en la biografía de James Hansen sobre Neil Amstrong, con un guión de Josh Singer, es acertada. Ese astronauta ingeniero, paralizado emocionalmente por la muerte prematura de su hija, pero con el aplomo necesario como para soportar esas pruebas y errores, que con presión política, se sucedían en la carrera espacial, es un buen trabajo de Ryan Goslyng. El problema es el detalle, la larga extensión de la película que transita una meseta abrumadora y poco entretenida hacia la mitad de esta producción de 140 minutos. Pero cuando llega el momento del espacio, los efectos especiales, el buen gusto, la recreación de lo que sucedió, los silencios significativos, el film alcanza la potencia necesaria para llegar a concentrar la atención del espectador, sin emociones fáciles. Y logra llevarnos a la dimensión de esa primera vez en una nave tan pequeña que oprime a sus tripulantes. La comparación entre todo el despliegue de la NASA y la sencillez del hogar de Amstrong, con esa época de esposas esperando en el hogar, pero capaces de un temperamento sanguíneo explosivo, encuentra n la tan de moda Claire Foy a la interprete perfecta. Así como obvió el patrioterismo fácil, el director no se privó de mostrar la ansiedad de los representantes del poder, las críticas populares al costo de la carrera espacial, y en el medio de ese panorama simplemente a un hombre que deja de lado su ego y solo quiere concentrarse en cumplir su trabajo con cero carisma. Un tiempo histórico de contradicciones y asombros y una audiencia mundial única para ese pisada marcada en la luna en la inmensidad del espacio.
En sus tres primeras películas -la artesanal Guy and Madeline on a Park Bench (2009) y las multipremiadas Whiplash: Música y obsesión (2014) y La La Land: Una historia de amor (2016)- el joven director Damien Chazelle participó también en la escritura del guion. Su salto del cine ultraindependiente a las grandes ligas de Hollywood hizo que ahora trabajara por primera vez sobre un guion ajeno (a cargo de Josh Singer) inspirado, a su vez, en un best seller como el de James R. Hansen. De todas maneras, Chazelle se las ingenia para trabajar -incluso en un contexto muy diferente- conflictos similares a los de sus films anteriores: desde sobrellevar pérdidas y culpas hasta el sufrimiento como camino a la trascendencia. A la película se le pueden rescatar la solvencia narrativa, algunas obsesiones de su autor (desde la musicalización hasta la exquisitez visual) y el realismo estremecedor en la reconstrucción de cada una de las misiones espaciales, pero aquí las "costuras" se notan demasiado, hay menos fluidez y el resultado, por lo tanto, es la película más convencional de su carrera. La historia personal del astronauta Neil Armstrong (Ryan Gosling), que incluye la temprana muerte de una hija a causa de un tumor (trauma que lo marcará para siempre) y la bastante fría relación con su esposa Janet (una poco aprovechada Claire Foy), está descripta con bastante superficialidad y lugares comunes. Tampoco se lucen demasiado los personajes secundarios (y eso que el elenco es un dream team), por lo que casi todo el peso recae en Gosling, correcto en las distintos registros que la historia le exige: desde el esfuerzo físico hasta la constante negación y la dificultad para la conexión emocional con sus seres queridos. El film narra el antes (la historia comienza en 1964), el durante y el después de la misión del Apolo 11 y es la crónica de una acumulación incontable de fracasos (incluidas varias muertes) de la NASA hasta el éxito que los Estados Unidos desesperadamente necesitaba tras ser aventajado durante muchos años en la carrera espacial por la Unión Soviética. Más allá de algunas imágenes intimistas que remiten por momentos al cine de Terrence Malick, lo mejor del film está en las escenas de entrenamientos, pruebas, lanzamientos fallidos y viajes espaciales con una tecnología que hoy parece obsoleta, pero que permitió la proeza de 1969. Los cohetes crujen, los tornillos vibran, los hierros se recalientan y Chazelle logra que nos sintamos dentro de esas carcasas que surcaron el espacio. Allí reside el principal atractivo de una película que significa un pequeño paso en la carrera de este director, pero que queda lejos de ser un gran salto para la historia del cine.
El regreso de la épica estadounidense A partir de la historia del astronauta Neil Armstrong, el director de La La Land se empeña en que el perfil de su protagonista encaje en el molde del “american hero”, con tragedia familiar incluida y el deber patriótico imponiéndose a los dilemas personales. La cámara toma un primer plano fijo de un hombre con casco de astronauta dentro de su nave. No es un buen viaje. Todo se sacude y la cara del navegante se deforma en gestos que van dando cuenta de los distintos grados del temor por los que atraviesa. De forma alternada también se muestra el contraplano de esa escena, aquello que el astronauta ve a través del panel frontal del vehículo, que avanza a toda velocidad por el espacio. Esta es la estructura que 50 años atrás utilizó Stanley Kubrick para realizar una de las escenas más recordadas de 2001: Una Odisea del Espacio, en la que el protagonista realiza un viaje lisérgico que lo lleva hasta la no menos icónica secuencia final de la película. Cinco décadas después, esa misma idea es la que organiza el comienzo de El primer hombre en la Luna, cuarto trabajo del director Damien Chazelle. Y el primero después de haber ganado el Oscar a la Mejor Dirección con el musical La La Land en 2017. La cita multiplica sus sentidos dentro de una película que, como lo indica su título, aborda la figura de Neil Armstrong, comandante de la misión espacial Apolo XI que, en 1969, llevó al hombre por primera vez hasta la superficie lunar. Aquel que con apenas un paso dio un salto enorme en nombre de la humanidad. En primer lugar representa un juego intertextual que, con sutileza, introduce la ineludible teoría conspirativa según la cual aquella hazaña nunca existió, sino que se trató de un montaje que la NASA encargó al director de La naranja mecánica para tomar de manera fraudulenta la delantera en la carrera espacial, donde Estados Unidos venía siendo derrotado sistemáticamente por la Unión Soviética. Pero esos primeros planos que parecen querer trazar un mapa de las emociones de Armstrong, también exponen una herramienta que el director utilizará a lo largo de todo el relato. A contramano de muchas de las películas sobre aventuras espaciales, El primer hombre en la Luna parece menos interesada en la espectacularidad de las panorámicas, que en meterse dentro de la cabeza del protagonista. Y desde ahí, intentar reconstruir para el espectador la subjetividad de ese hombre que tuvo el privilegio de ver por primera vez algo con lo que la humanidad soñó desde “el amanecer de los tiempos”, para volver a citar la obra de Kubrick. A partir de la mirada de Armstrong, Chazelle cuenta casi completa la historia de los primeros pasos de los Estados Unidos en el espacio, ya que el comandante del Apolo XI participó de todos los grandes proyectos de la NASA en la década de 1960. Pero la figura del famoso astronauta también le sirve al director para construir un nuevo capítulo de la épica estadounidense, que desde siempre ha sido una las funciones que en ese país se le dio al cine. El Armstrong de Chazelle encaja a la perfección en el molde del “american hero”, con tragedia familiar incluida y el deber patriótico imponiéndose a los dilemas personales. Como si se tratara de un negativo de la ligereza de La La Land, El primer hombre en la Luna recurre a un tono grave que no solo se hace evidente en lo narrativo, sino en una estética sobria que el diseño de arte, la banda sonora y la fotografía se encargan de destacar. Lejos de la paleta multicolor y primaria del musical, esta vez Chazelle se limita a los pasteles sesentosos sobre los que únicamente sobresalen el naranja crepuscular y el azul lunar, que remiten a las únicas dos fuentes naturales de luz, las que proceden de los astros. Esta decisión no solo destaca el vínculo del relato con lo celeste, sino que funciona como avatar visual de los claroscuros de la vida de Armstrong. La música vuelve a ser importante en la cuarta película de Chazelle, cuyos trabajos anteriores orbitaban en torno a ella: La La Land es un musical; Whiplash cuenta la disputa entre un joven baterista y su maestro, y Guy y Madeline en un banco del parque, su ópera prima, la historia de amor entre dos músicos de jazz. Y es también una nueva excusa para citar a 2001. Como en ella, Chazelle elige la música clásica para sostener algunas de las secuencias espaciales. En especial el vals, género también central en el film de Kubrick. La diferencia es que mientras aquel supo elegir partituras que potenciaron el carácter icónico de su opus magnum, nadie recordará especialmente este trabajo de Chazelle más que como una nota al margen en las películas del espacio. Eso sí: sus fórmulas la convierten en una fija para recolectar nominaciones al Oscar el año que viene.
Es sabida la eterna rivalidad entre Estados Unidos y Rusia respecto a la conquista del espacio y era raro que aún Neil Armstrong no tuviera su biopic. Bueno, llegó, y de la mano de Damien Chazelle, en su cuarto film, con el absoluto protagonismo de Ryan Gosling en el rol principal y con producción de Steven Spielberg. Rusia lanzó el Sputnik 1 en 1957 e hizo innumerables conquistas pero lo que más se recuerda es la misión a la Luna el 21 de Julio de 1969 donde ésta fue pisada por los astronautas Neil Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins y donde hubo 40 millones de personas viendo la transmisión. La película muestra a Neil como un hombre cariñoso con su mujer al principio Janet (Claire Foy) y sus hijos para luego volverse más frío y distante al tener que tomar decisiones con la mente calma en lo que a su trabajo para la NASA se refiere. Debe sufrir la muerte de sus amigos y compañeros en forma cuasi permanente debido a los distintos experimentos que se llevan a cabo más una tragedia familiar que no voy a spoilear. Pero Neil convive con la muerte cara a cara todos los días. “First Man” no es una una película rimbombante porque, más allá de que está bien hecha en cuanto a recreación de época, la banda sonora de Justin Hurwitz, los efectos visuales, la preparación para las misiones y las actuaciones de sus protagonistas, (Gosling, contenido en el sufrimiento y Foy como la mujer que debe sostener), se trata de comprender lo que tiene que atravesar el hombre en su contexto laboral que lo expone a la pérdida humana de manera constante. Lo peor: su excesiva duración y que salvo que les interese el tema, no es divertida, todo lo contrario. ---> https://www.youtube.com/watch?v=Ei6U_eZDgyA ---> TITULO ORIGINAL: First Man ACTORES: Ryan Gosling, Claire Foy. Jon Bernthal, Pablo Schreiber, Jason Clarke, Kyle Chandler, Lukas Haas, Corey Stoll, Patrick Fugit. GENERO: Histórica , Drama , Biográfica . DIRECCION: Damien Chazelle. ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 141 Minutos CALIFICACION: Apta para todo público con leyenda FECHA DE ESTRENO: 29 de Noviembre de 2018 FORMATOS: Imax, 2D.
First Man puede ser un pequeño paso para el cine, pero es otro gran paso en la carrera de Damien Chazelle. No solamente por lo que es, sino por lo que representa. Sin ser un trabajo a la altura de sus eximias dos últimas obras, las enormes Whiplash y La La Land, aterriza en suelo firme con un proyecto difícil de pilotear, uno ambicioso y complejo con el que decidió abandonar el terreno musical, un género del que indefectiblemente tendría que alejarse en algún momento. La salida de la zona de confort nada tiene de simple. El joven director optó por contar los aspectos menos conocidos de la misión de llevar al hombre a la Luna, con la hazaña como horizonte pero con todo el largo derrotero para lograrlo como foco. Y así obtiene un detallado procedimental histórico entremezclado con un intenso drama personal, bien anclado en el desarrollo de su personaje central.
Luego de “La La Land”, el director Damien Chazelle reaparece con esta biografía del astronauta más famoso de la historia, Neil Armstrong, el primer hombre que pisó la Luna en 1969. La historia de Armstrong abarca mucho más que la ya de por sí fascinante carrera espacial que, en la década del 60, hizo competir a los rusos con los estadounidenses, que terminaron con la famosa misión Apolo 11. Sin embargo, la película se centra sólo en esos años claves, comenzando en 1961 cuando Armstrong era un riesgoso piloto de pruebas de extraños aviones ultraveloces. Ryan Gosling es Armstrong y Claire Foy, en una sólida actuación, su sufrida esposa, quien no sabe si su marido sobrevivirá a cada una de sus peligrosas misiones. Chazelle intenta un estilo nuevo, un poco audaz, pero sólo relativamente eficaz, que es filmar a los personajes desde atrás, o a los costados, cambiando el grano de la fotografía como si se tratara de “home movies”, desde luego en un intento por aportar verosimilitud a la narración, algo que no siempre consigue. Pero el fuerte de “El primer hombre en la Luna” son las misiones al espacio, especialmente la primera, que fue a la Luna, y ahí la idea del hombre solo frente al cosmos logra imágenes que hay que ver para creer. Sin la contundencia del film de culto de Philip Kaufman “The Right stuff” (“Elegidos para la gloria”, nunca estrenada en cines en nuestro país) sobre la carrera astronáutica, esta nueva producción es más que interesante y recomendable.
No se trata de un panorama de la conquista espacial en los Estados Unidos. En el caso de esta película de Damien Chazelle, se aborda la historia del personajes central del vuelo que tuvo en vilo al mundo, el 21 de julio de 1969, Neil Armstrong. Ingeniero aeronáutico, piloto de pruebas de importante trayectoria, la historia de Armstrong cambió cuando murió de cáncer su pequeña hija, a los dos años. Entonces se presenta en la NASA como aspirante al viaje lunar, quién sabe si en un intento de superar con la total inmersión en el trabajo, la desgracia familiar. El filme lo registra un tiempo antes, cuando sus experiencias como piloto de pruebas y luego en el Proyecto Gemini, hasta mudarse en Houston a un barrio de astronautas, donde tanto su esposa como él se integran a la comunidad amante del espacio. Una profesión siempre al borde del peligro hace que su esposa, una mujer de fuerte personalidad choque ante ciertas actitudes de Neil, que por su apasionamiento laboral, descuida a veces una casa en que la mujer sola cría a sus dos pequeños hijos. El filme de Chazelle ("La la Land") sólo toma la épica espacial como fondo de la historia individual, donde se alude a la competencia con la carrera astronáutica rusa y a la muerte de varios integrantes de la cofradía de pilotos que son "sacrificados", mientras la tecnología que llevara a Armstrong y sus compañeros a la Luna se perfecciona. Algo de esto es visualizado a través de una incursión "rap" de la época en que se ironiza con una canción que habla de "un blanquito que llega a la Luna", mientras suben los precios, los problemas se multiplican quizás por el "blanquito que con su costoso viaje se lleva los ahorros del país". PEQUEÑO PASO El libro en que se basa el filme de Damien Chazelle, "Primer Hombre. La vida de Neil Armstrong" del historiador James R. Hansen apareció hace seis años y recibió el Premio de la Sociedad Astronáutica Americana de Literatura Astronáutica. Destacada en cuanto a su perfección técnica, el punto de vista individual del protagonista (Ryan Gosling) prima en los hechos y abunda en close-ups (primeros planos), especialmente en las acciones que lo incluyen en complicadas acciones en cabina. A pesar del hecho de conocer "lo que viene después", se comparte suspenso y cierta emoción en el alunizaje (ÇEs un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidadÈ, fueron sus palabras). "El primer hombre en la Luna", con la visualización de la continuidad de los intentos por lograr mejores resultados en la carrera espacial, favorece una mayor comprensión de los sacrificios humanos corporales y psicológicos que debieron superarse para lograr un acontecimiento memorable. Los espectadores que fueron testigos de esa realidad pueden reciclar emociones y valorar doblemente el esfuerzo humano por alcanzar las estrellas. Paradójicamente, ni el héroe real Neil Armstrong (que falleció hace 6 años, a los 82), ni su primera esposa Janet (fallecida a los 83 este año) pudieron ver la película. Ryan Gosling en el papel de Neil Armstrong está a la altura de su personaje con su carga de discreciones y silencios, así era él, dicen los que lo conocieron. Mientras la destacada Claire Foy (Lisbeth Salander en "La chica en la telaraña") asume un personaje con carisma y dulzura, el de su primera esposa, Janet Shearons (que acompañó al astronauta por 38 años), sobresaliente actuación que puede hace participar a la actriz en la conocida carrera de los Oscar del próximo año.
Cuenta la legendaria historia de la misión de la NASA que tuvo como objetivo que la humanidad pusiera un pie en la luna. La historia, se enfoca en Neil Armstrong, el primer hombre en tocar suelo lunar, los sacrificios y el costo de una de las misiones más peligrosas de la historia. El primer hombre en la luna (First Man, 2018) es una película dramática dirigida por Damien Chazelle (Whiplash, La La Land), con guión a cargo de Nicole Perlman y Josh Singer, basada en el libro First Man: The Life of Neil A. Armstrong de James R. Hansen. Protagonizada por Ryan Gosling, Claire Foy ,Corey Stoll y Kyle Chandler, entre otros. Durante el año 1961 el ingeniero y piloto Neil Armstrong (Ryan Gosling) atraviesa una difícil situación familiar que lo empuja a postularse en el Proyecto Gemini de la NASA. Neil es seleccionado para ser astronauta y debe mudarse junto a su esposa Janet (Claire Foy) y su pequeño hijo a Houston. Pronto formará amistades dentro del sacrificado entrenamiento, como así sufrirá pérdidas y fracasos. Lo que logra Chazelle en la cinta es mostrar al ser humano detrás del “héroe” americano. Lo que conllevó tal victoria en Julio de 1969 al ser el primer hombre en pisar la luna, lo que tuvo que sacrificar y lo que perdió en el camino. Gosling se luce en un papel que no requiere mucho diálogo pero si expresiones y lo hace de maravilla. La frase “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad” la tenemos grabada a fuego y gracias a El primer hombre en la luna logramos un enfoque más de cerca a los hombres dentro de los trajes de astronautas, las responsabilidades y decisiones que tuvieron que concretar para lograr ser parte de la historia. Con unos primeros planos espectaculares, el director se aleja del género musical y no pisa en falso. Aunque el protagonista sea Gosling, tanto Foy como Chandler no se quedan atrás y complementan de una manera ideal al protagonista. Por lo que, desde mi humilde punto de vista, habrá varias nominaciones a los premios de la Academia. Una experiencia audiovisual completamente distinta que merece la pena experimentarla en pantalla grande para que no pierda la esencia.
La luna, esa enorme pastilla de Prozac Si alguien se reconoce en esta frase, que no se preocupe, pues es un fenómeno totalmente comprensible: Dan ganas de meter a Damian Chazelle en el furgón de los jóvenes prodigios sin interés y tirar la llave. Y por muchas razones: ese aire que desprenden sus películas de ser obras de un alumno aplicado incapaz, pese a su ambición, de darles una verdadera personalidad, el hecho de que su primera película recibiera una atención desmesurada, esa sensación de un conformismo moral que puede desprenderse de su mirada… Y, sin embargo, todo lo que hace se empeña en contradecirnos, en insinuarnos que sería un error juzgarle tan deprisa, no ver el bosque por empeñarnos en derribar los evidentes árboles. La La Land nos ponía sobre aviso: lo que empezaba como una versión deluxe de los vídeos Lipdub de ciertas empresas, mezclado con una estética de publicidad de un televisor Sony Bravia, nos dejaba, finalmente, con un gusto más complejo. Y no sólo por la contradictoria visión de un culto del éxito admirado al mismo tiempo que criticado, sino por la sorprendente evolución del relato en su parte final, jugando con la ficción y la retórica del happy end de una forma vertiginosamente melodramática. First Man se presenta de forma igualmente desconcertante. La película resume los ocho años que transcurren desde que Neil Armstrong integra el proyecto de la NASA para enviar seres humanos a la superficie lunar hasta su celebérrimo pequeño paso en el país desierto de los selenitas. Peripecia que Chazelle decide contar con un doble y particular sentimiento claustrofóbico: el primero consiste en dejar en un muy segundo plano todos los problemas políticos (la carrera espacial contra la URSS), sociales (las protestas de movimientos afroamericanos contra subvencionar que se mande a un blanco en la luna), antropológicos (los discursos de Kennedy sobre el ansia humana por el descubrimiento, confundida, para muchos, con la conquista de lo inútil), optando por reducir la película (literalmente, porque estas secuencias están filmadas en 16mm, en lugar de los 35mm y 70mm de las partes “espaciales”) a momentos familiares llenos de risas y llantos, de crisis, de cigarrillos fumados angustiosamente por la señora Armstrong, todo ello con una estética a mitad de camino entre un alumno de Malick y una parodia de Jonas Mekas. Todo esto no sorprende, puesto que se apoya en dos recursos de guion tan fáciles como enervantes. Primero, el sempiterno y denigrante personaje femenino de “esposa de hombre heroico que intenta devolverle la razón y salvar su familia” que le toca interpretar a Claire Foy. Segundo, la idea de la ausencia y el duelo como forma de modular emocionalmente toda la película, a partir de la trágica desaparición de la hija de los Armstrong, muerta de cáncer con sólo tres años de edad. Pero ese sentimiento claustrofóbico, se encuentra encerrado en otro que, éste sí, es el bueno: el que Chazelle obtiene al filmar el interior de las diferentes cápsulas espaciales, la vibración de cada uno de sus tornillos, la asfixiante proximidad de los otros astronautas. La sensación de que el cuerpo no puede confrontarse al vacío abstracto del espacio sin pasar antes por la oxidada y precaria cercanía concreta de la carcasa que lo transporta. Son casi cincuenta años de distancia los que permiten a Chazelle retratar hoy el entonces más espectacular progreso científico de la aventura humana como una simple chapuza que, sin saber muy bien cómo, “salió bien”. El punto de vista de esta aventura espacial se adapta siempre a la minúscula y absurda perspectiva de sus protagonistas a través de los exiguos ojos de buey de las aeronaves. Y hay que admitir que la primera vez que vemos reemplazarse en ellas el negro del espacio por la superficie gris y llena de acné de la luna, el sentimiento es sobrecogedor. No puede sin embargo Chazelle evitar la tentación de filmar en ese momento la nave desde un punto de vista externo. Normal, hay que guiñar un ojo a Kubrick, y demás. Pero eso rompe la inmensa sensación de soledad que había logrado (y es que todo es una cuestión de punto de vista: en el espacio no hay “nada” donde apoyar una cámara, así que toda película que filme una nave espacial desde lejos, asumo, lo hace desde el punto de vista de Dios, ese mismo que recientemente, Cuarón –Gravity-, Nolan –Interstellar– y, casi durante toda la película, Chazelle, negaron). Esa misma soledad del personaje de Ryan Gosling es quizás la gran contradicción de la película: por una parte, la radical interpretación (algunos dirán simplemente mala, yo no lo creo) del actor desborda todo cliché sobre el héroe solitario y taciturno sacrificado en un afán que le sobrepasa. Sí este hombre es en algo el primero, lo es en crear la figura del “héroe deprimido”. Entiéndase, que es precisamente heroico gracias a su depresión. Más que una figura más o menos astuta, más o menos audaz, más o menos terca, lo que Chazelle y Gosling componen aquí es un caso patológico. En su empeño de cumplir la misión, pese a todo y contra a todo, no parece esconderse nada más que la profunda e irrefrenable necesidad del alma melancólica de sentir la desaparición de todo. Por desgracia, el guion lo torna finalmente en una historia de duelo y redención espiritual, de colmar ese vacío dejado por el hijo muerto. La luna, que podía haber sido la representación de una magnífica pulsión de inexistencia, termina convirtiéndose en una pastilla de prozac gigante. Otra más.
“El primer hombre en la Luna”, de Damien Chazelle Por Jorge Bernárdez Nada más apropiado para el mundo de Damien Chazelle que la historia de esa obsesión que fue la realización de un viaje para poner un pie sobre la Luna. La historia dice que fue el presidente Kennedy el que lanzó la idea y que fue su sucesor el que apoyó la realización de ese viaje una vez muerto el presidente demócrata. El problema era que el esfuerzo de la NASA por lograrlo consumía plata y costaba vidas. De todas maneras, incluso pese a la Unión Soviética que había asumido el desafío y parecía estar siempre un paso adelante, en 1969 los norteamericanos lo lograron y Neil Armstrong fue el primer hombre en poner un pie sobre el satélite natural de la tierra. Damien Chapelle es un director de cine que se especializa en historias sobre la obsesión y la épica del sacrificio que implica dedicarse a lo que se ansía lograr, ya sea tocar standards de Jazz en la mejor orquesta posible como Whiplash o el sueño de crecer en el mundo del espectáculo como en Lalaland. Chapelle investigó cómo fue esa lucha por ganar la carrera del espacio, llamó a Ryan Gosling para que se pusiera en la piel de Neil Armstrong y junto a un gran grupo de actrices y actores más la excelencia de la industria de Hollywood, puso en la pantalla el día a día de ese grupo de gente que vivió con una sola idea en la cabeza. Llegar a la luna. Hay detalles técnicos interesantes sobre cómo logra Chazelle lograr la diferencia entre lo que son las escenas de la vida diaria del momento en que la historia se traslada al espacio. El cine es un poco de arte, algo de técnica y bastante de negocio, en ese sentido El primer hombre en la Luna lo combina todo. Hay una apuesta a registrar el día de manera naturalista y cuando se llega al momento culminante se apela a las técnicas de las cámaras de Imax, una tecnología que se usa para meter al espectador sobre esa nave y transmitir esa experiencia. No es la primera vez que Hollywood se mete en el tema, pero sí que logra transmitir la dureza de lo que fue ese camino, mientras se exponen esos cascajos de lata que se recalentaban, temblaban, no tenían medidores que funcionaran todo el tiempo y que además exigían de los que manejaban esos aparatos una atención extrema y un estado físico descomunal. En esta ocasión la historia personal de Armstrong y su familia está puesta en primer plano, además de mostrar la cotidianidad de las familias y el esfuerzo de las mujeres por sostener ese mundo privado donde realmente sobresale Claire Foy haciendo de la esposa del astronauta. Todo en el relato es casi perfecto, las actuaciones, las escenas, todo abruma por ajustado ya a la vez novedoso de lo que fue el progresión de terminar con un hombre llegando a la Luna. Esos hombres que viajaron tenían familias que vivían para apoyar ese mandato obsesivo pero tenían sus propios intereses profesionales y debían cumplir con el interés de una potencia que se puso en la obligación de no traicionar el legado de uno de sus líderes emblemáticos. Las dos horas veinte de duración pueden resultar algo planas, pero los minutos dedicados al viaje y a la llegada son asombrosos y la película se ocupa de además de crear nuevas imágenes justamente para un evento que resultó ser la primera cosa global de la que participamos como civilización como espectadores desde nuestros televisores. El cine de Chazelle es un gran exponente de uno de los costados más llamativos del espíritu norteamericano, un perfil donde sobresale un compromiso por la excelencia y la entrega a una épica del sacrificio individual. Pero esa característica está alejada de cierta humanidad y un poco de distante de nuestro espíritu caótico y adorador de una épica más a los ponchazos. EL PRIMER HOMBRE EN LA LUNA First Man. Estados Unidos, 2018. Dirección: Damien Chazelle. Guión: Josh Singer. Elenco: Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler, Corey Stoll, Patrick Fugit, Christopher Abbott, Ciarán Hinds, Olivia Hamilton, Pablo Schreiber. Producción: Damien Chazelle, Marty Bowen, Wyck Godfrey e Isaac Klausner. Distribuidora: UIP. Duración: 141 minutos.
Una deuda pendiente Es uno de los hechos contemporáneos de los que más se enorgullece Estados Unidos (además de sus guerras). Por eso resulta muy extraño que entre tantas películas que se filman por año en Hollywood, nadie haya realizado una referida específicamente al primer viaje a la luna, que significó un logro muy importante para el país del norte por sobre Rusia en la carrera espacial. Quizás porque se trata de un hito tan importante, fue que nadie se “animaba” a comenzar una producción de estas características, con miedo al fracaso si algo saliera mal. Sea como fuere, la idea llegó a manos de Damien Chazelle, quien se transformó en una de las grandes promesas del cine gracias a su ópera prima “Whiplash” (2014) y el musical que lo consagró, “La La Land” (2016). El guión es de otro joven, Josh Singer, quien se transformó en un escritor estrella gracias a “Spotlight” (2015) y “The Post” (2017). De la cabeza de ambos salió un filme que por clásico en su forma de narrar, no deja de ser fresco y entretenido. La historia gira en torno a Neil Armstrong (Ryan Gosling), desde su formación en La NASA, pero mucho antes de postularse como piloto para las primeras misiones netamente espaciales. Apuntado desde la perspectiva sumamente frívola de Armstrong, que es un gran padre de familia, trabajador y buen compañero pero parece concentrado hace años en algo más grande que su vida, nos metemos en esa preparación de los primeros años de los ’60 hasta la épica del 20 de julio de 1969. Y ese punto de vista hace que todo el filme se transforme en oscuro y distante, pero no por ello menos apreciable. Casi al inicio, la muerte de su hija menor por cáncer hace que todo cambie en la vida de Armstrong y su esposa Janet (Claire Foy). Ambos actores, con gran criterio y performance, hacen suyo el viaje a la luna, desde su relación problemática hasta sus momentos felices (que son varios). Sin embargo, en el afán de narrar sin exagerar el drama y en detalle en cada paso de la carrera hacia el final, el largometraje comete el pecado de ser demasiado largo (140 minutos), lo que, en tono de parquedad, y especificación científica y contemplativa, termina siendo tedioso por momentos.
El nuevo trabajo de Damien Chazelle (Whiplash, La La Land) está destinado a sobresalir entre las producciones más elogiadas del año por la prensa y tiene bien merecidos sus cumplidos, pero la recepción que pueda tener en el público general podría llegar a ser distinta. El director tomó el riesgo de evadir los típicos clichés de las biografías de manual de Hollywood para hacer algo diferente con la historia de Neil Armstrong y el primer aterrizaje del hombre en la luna. Tal vez su narración pausada podría resultar densa para algunas personas y no ayuda demasiado que el personaje principal tampoco sea una figura que derroche carisma. Por el contrario, cuesta muchísimo conectarse con él. No obstante, el gran valor de esta propuesta pasa por el realismo con el que se describe la misión de la NASA y la visión de Chazelle de bajar a Armstrong del pedestal de los héroes norteamericanos, para representarlo con un perfil más humano y honesto en lugar de retratarlo como algo que no fue. Un hombre que en menos de una década sufrió pérdidas personales terribles que hubieran sumergido a cualquier otra persona en un pozo depresivo complicado y este tipo no sólo superó ese dolor con una enorme fortaleza interna sino que además lideró la misión espacial que cambió la historia de la humanidad. Chazelle y Ryan Gosling, en una gran interpretación, retratan al astronauta como un hombre extremadamente introvertido y frío que presenta grandes dificultades para abrirse con su familia y vínculos sociales. Sin embargo, a medida que se desarrolla el argumento el espectador llega a comprender mejor su carácter y la clase de dolor con la que tuvo que lidiar en su vida. El director evita los lugares comunes de las biografía hollywoodenses para narrar la crónica de un hecho histórico desde una mirada más intimista. Hace unos meses esta producción despertó una polémica absurda en Estados Unidos por el hecho que no muestra en detalle el momento en que los astronautas plantaron la bandera norteamericana en la luna. Chazelle si bien evitó la escena Michael Bay de esa situación tampoco reescribe la historia. En la película queda claro que la misión de la NASA no tuvo otro objetivo que ganarle a los rusos la carrera por la conquista del espacio y el proyecto no fue un logro de la comunidad internacional. Los norteamericanos financiaron la misión con su propio personal y ese orgullo está muy presente en la trama, lo que ocurre es que no se excede con la exaltación patriotera. Por el contrario, el director convierte la primera caminata de Armstrong en la luna en un momento muy solemne y personal para el astronauta que brinda una de las secuencias más emotivas que encontré en el cine este año. Los últimos 25 minutos que se centran en la misión espacial levantan por completo ese bache narrativo que se produce en la mitad del film. Sobre todo cuando Chazelle se pone un poco denso al emular el cine de Terrence Malick en aquellos momentos donde retrata los vínculos afectivos del protagonista. Escenas donde sobresale Claire Foy como la esposa del astronauta, cuya interpretación le escapó al estereotipo de la ama de casa de los años ´60. Su personaje tiene muy buenos momentos y establece un buen contraste con la personalidad más gélida de Armstrong. Un detalle muy interesante para resaltar de esta producción es la experiencia inmersiva que propone desde los aspectos más técnicos. En 1969 la misión a la luna era prácticamente una tarea suicida por todos los antecedentes frustrados que se habían registrado en la NASA con algunos hechos trágicos. Chazelle logra transmitir muy bien esa sensación de peligro y claustrofobia que vivían los astronautas, donde juega un papel clave el plano con el punto de vista del personaje. Con una puesta en escena y fotografía que remite al cine norteamericano de los años ´60 y un buen uso de la música de Justin Hurtwitz, que nunca resulta invasiva, El primer hombre en la luna presenta una sólida construcción de ese período, donde no queda afuera el contexto social y político del momento. Si hubiera que encontrarle alguna objeción a la obra del director, además de su duración excesiva, es que el planteo que desarrolla de esta historia dejó en un lugar muy marginal las acciones de los compañeros de Armstrong, Buzz Aldrin y Michael Collins que fueron un componente importante de la misión del Apolo XI. La película nunca se llega a explorar la camaradería del equipo porque el relato sólo le da relevancia al rol de Gosling. En resumen, para los amantes de esta temática es una cita obligada en el cine que no defraudará a quienes busquen conocer en profundidad la historia detrás del primer astronauta que pisó la luna.
Propuesta que ilustra los riesgos históricos pero no los dramatiza Aunque no faltan los escépticos que insistan en lo contrario, la llegada del hombre a la luna es un hito de la historia de la humanidad. Como todo hito, no estuvo exento de sus obstáculos, y donde hay obstáculos hay posibilidades dramáticas para su narración. El Primer Hombre en la Luna viene a ilustrar que detrás de ese pequeño paso (y ese gran salto) hubo un costoso saldo. El Primer Hombre en la Luna cuenta la odisea de ocho años que le tomo a la NASA y al astronauta Neil Armstrong llegar finalmente a la Luna, mientras que somos testigos de cómo afecta esta odisea a su familia, en particular a su esposa. El que esperé un racconto de todo lo ocurrido en la misión Apolo 11 va a encontrar lo que busca pero va a tener que esperar 100 minutos de película para llegar a los últimos 40 donde dicho evento es escenificado, porque el propósito de la película es otro: mostrar que detrás de toda la gloria que conlleva y lo asombroso de la conquista espacial, había un riesgo constante donde la menor equivocación en este viaje a lo desconocido podía costar vidas humanas. También que ese riesgo tenía un saldo emocional terrible no solo para los astronautas, sino para sus familias. Si eso es lo que se buscaba, se consiguió. Esa virtud de la que la película parece enorgullecerse tanto es también la fuente de su mayor defecto, porque si bien muestra todas las aristas posibles a nivel histórico no pone mucho esfuerzo en dramatizarlas efectivamente. Comprendemos los riesgos, mas no los sentimos; la película no hace esfuerzo alguno por alejarnos del presente, por hacernos creer, aunque sea en el más ínfimo de los momentos, que Neil Armstrong estaba cerca de la muerte. En todo momento sentíamos el confort de saber que sobreviviría a la odisea y pisaría la luna. No hay discusión con la esposa, llanto o desacato a la autoridad ilustrados aquí que convenza de lo contrario. Pero esto palidece en comparación al que creo es el peor defecto de la película y es su ritmo. Los 142 minutos se sienten en todo momento. La falta de dinamismo es total. Cuando finalmente se produce la escenificación de la misión Apolo 11, no te alegras porque todo el esfuerzo obtenido finalmente dio sus frutos y las pérdidas no fueron en vano, sino que sabes que el final de la película está más cerca y ya estas inquieto en tu butaca para que salgan los créditos y puedas salir de la sala. En materia actoral, Ryan Goslinghace un gran trabajo como Neil Armstrong. Haciendo gala de su quietud, logra atravesar el complejo abanico de emociones al que estaba sujeto Neil Armstrong personal y profesionalmente. Claire Foy acompaña con mucha dignidad, pero no consigue ir más allá de una interpretación prolija. En materia técnica, tenemos una de cal y una de arena. Por un costado, Damien Chazelle consigue exitosamente meterte en el punto de vista de un astronauta en plena misión, haciéndote sentir que estás vos en esa nave percibiendo cada choque, cada tornillo flojo, cada chispazo. También consigue con mucha habilidad transportarnos a los años 60, con un 16 mm palpable que le da una sensación documental a la película. Por desgracia, el abuso que ejerce de los primeros planos (algunos más cerrados incluso para lo que propone el termino) es tan grande que consigue marear no solo en las escenas espaciales sino en muchas de las cotidianas.
El Primer Hombre En La Luna: El lado oscuro del astronauta. Llega una nueva película del galardonado Damien Chazelle con Ryan Gosling y Claire Foy contando la vida de Neil Amstrong. Damien Chazelle en este caso se mete por primera vez a dirigir una película basada en otra obra. Hablamos del libro de James R. Hansen (Co-productor) sobre la vida de Neil A. Amstrong fallecido el 25 de agosto del 2012. Ambos siendo muy amigos hasta entonces. Chazelle en Whiplash (2014) y La La Land (2016) se encargó del guion además de la dirección, pero en este caso con First Man el guionista fue Josh Singer con experiencia en películas basadas en hechos reales como Spotlight (2015) y The Post (2017). Este film es sobre el recorrido de Neil Amstrong (Ryan Gosling) hasta llegar a ser el hombre que pisó la Luna el 20 de Julio de 1969. La trama que apreciamos con nuestros ojos y oídos es sobre lo que fue antes de ese suceso, y todo lo que tuvo que pasar para llegar a serlo. Desde un esfuerzo mental ante pérdidas muy fuertes, hasta el esfuerzo físico de años de entrenamiento. La llegada a la luna cobra un significado completamente distinto hacia el final de la película. Lo importante es el punto de vista que nos entrega Chazelle con enfoques en primera persona dentro del traje de Amstrong, de la cápsula, y lo que vemos junto a él, con reflejos preciosos e iluminación precisa. Linus Sandgren, director de fotografía de La La Land, realiza un trabajo correcto ayudado con buenos efectos visuales para nada forzados. También tenemos la perspectiva de la esposa del astronauta, Janet Amstrong, con una estupenda Claire Foy en el papel de una fiel compañera de vida, siendo parte de las escenas más conmovedoras del film, con ella, él y los hijos. Ambos con sutiles aspectos logran estremecer al espectador, y envolverlo en los momentos que viven. Y otra vez la música a cargo de Justin Hurwitz (La La Land, Whiplash) distingue los momentos dramáticos, sin lograr su mejor trabajo vuelve todo más conmovedor y épico de lo que sería sin ese bello sonido. Presentado gracias a varios instrumentos poco comunes que utilizó, como el theremin (que Hurwitz había aprendido a tocar y sus interpretaciones se encuentran en la partitura final), el sintetizador Moog y un Echoplex que dan una singularidad a todo lo que escuchamos. Aun así a pesar de toda la belleza visual y una trama correcta, esta es la película más comercial entregada por Damien Chazelle. Será del gusto de los jurados de los Oscars, como mínimo recibiendo nominaciones al sonido. Con golpes emocionales clásicos, y una alabanza a uno de los iconos de la cultura estadounidense. Con una variedad de actores que conocemos de algún lado, como Jason Clarke, Corey Stoll, Kyle Chandler, entre muchos otros, que solo entregan momentos y ninguno memorable. La duración del film podría sentirse larga por momentos, sin mucho más que decir frente a lo psicológico que por momentos resulta insignificante, con un héroe bastante reservado, con el cual para algunos puede ser difícil empatizar. Este hecho histórico conocido por todos la podemos ver desde el punto de vista humano, de ser padre y madre gracias a la mirada íntima de Chazelle. Se logra apreciar la mano del director en varias secuencias y encuadres. Con transiciones de sonido espectaculares, e imágenes impactantes tanto de aspecto sereno como desesperantes. Dentro y fuera de la cápsula lanzada al espacio. Siendo difícil encuadra en este aspecto debido a que detalle se mantuvo, hasta que llegó a la reproducción de las cápsulas espaciales. Él y el diseñador en jefe Nathan Crowley acordaron que ninguna nave se ampliaría en más del 10%, incluso si sacrificaba la comodidad de los actores. También como algo interesante y con gran peso al final, es el uso de algunas grabaciones reales del programa espacial. Por ejemplo, cuando el Apolo 11 cae en la luna, la respuesta de Houston es la original. Para los escépticos de la llegada a la Luna resulta que ésta es una película, hecha para que la veas y te emociones, donde no importa si es verdad o no, sólo si te emociona el largo padecimiento que muchos tuvieron que soportar para alcanzar el objetivo máximo. Es sentir esa serenidad cuando los sueños no están más flotando en el espacio, sino que se hacen realidad.
Más que exaltar la hazaña espacial, el film ensaya un homenaje al ser humano. La cosa no es con la luna ni con la Nasa. Lo de Chazelle va por otro lado. En “Whiplash” y “La La Land” había mostrado sus cartas: el hombre, con su obstinación y su coraje, es capaz de hacer a un lado casi todo cuando lucha por un ideal. Y en esa empresa, logros y pérdidas casi siempre van juntas. Lo vimos en “Whiplash” y “La La Land”. Y aquí se apoya en una historia real para recorrer el mismo camino. Es un retrato del astronauta Neil Armstrong, aquel que dio el primer paso humano en la luna, un tipo taciturno, parco, distante que para llegar debió superar varios obstáculos. Neil había perdido a su pequeña hija y estaba decidido a arriesgar su amor hogareño con tal de alcanzar la meta que se había fijado: desafiar las distancias y caminar sobre una tierra sin huellas. Por eso, por querer ocuparse más de la empresa humana que del desafío espacial, el film gasta demasiados minutos en mostrarnos a Neil en la cabina, en sus ensayos y finalmente en el Apolo, soportando ruidos y percances, sin flaquear jamás, aportando coraje y disciplina, un sujeto inexpresivo y frío que parecía haber encontrado allí, en ese espacio sin nadie, en ese silencio primordial, su mejor lugar. El film por supuesto logra su momento cumbre cuando sus ojos se posan en esa luna arrugada, que parece esperarlos. Pero hay buen cine en los preparativos, aunque sólo hallazgos visuales y pocas palabras en las escenas hogareñas (pese al magnífico trabajo de Claire Foy, dándole vida a una mujer intransigente y sufrida). La película está bien ambientada. No alcanza la altura ni de “Whiplash” ni de “La La Land”, pero siempre se ve con interés y exalta, con más melancolía que afán celebratorio, el espíritu heroico del ser humano, la ética del trabajo, el respeto que exige la ciencia. Y también nos deja ver –como le gusta a Chazelle- que toda gran conquista exige entrega y sufrimiento. Y que la insaciable curiosidad del alma humana siempre llegará más lejos que las naves espaciales. En la tocante escena final, Neil, harto de kilómetros y ausencias, encontrará que los ojos cercanos de su mujer brillan más que la remota luna.
El director ganador del Oscar, Damien Chazelle, vuelve a elegir a Ryan Gosling como el protagonista de su nueva película. Estados Unidos, 1961-1969. La NASA planea una intrigante y peligrosa misión: el primer aterrizaje de un hombre en la Luna. Neil Armstrong (Ryan Gosling) comanda esta travesía que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad. El film de Chazelle tiene la acertada particularidad de mostrar la vida de Armstrong en primera persona. Y se centra en un hecho, quizás desconocido para gran parte del público, que incentivó al protagonista a formar parte de la NASA. Escenas sensibles así como otras más duras y complejas, conforman una historia bien contada que dura más de dos horas. El primer hombre en la Luna (First Man, 2018) tiene un despliegue técnico que recrea momentos claves del programa Apolo, como el despegue de los cohetes y las pruebas previas que hicieron posible que la misión principal se llevara a cabo. La calidez de las actuaciones de Gosling y Claire Foy le aporta verosimilitud a una película que se anima a mostrar otro aspecto de un personaje mundialmente conocido. Las escenas entre ellos son extraordinarias porque transmiten con la mirada mucho más de lo que dicen los diálogos. Chazelle demuestra su versatilidad a la hora de dirigir. Y aunque es un poco extenso, el film atrapa y genera la necesidad de ver cómo termina.
Es una biopic basada en la novela de James R. Hansen y su narración comienza en 1961. Una pareja muy especial, Neil Armstrong y Janet Armstrong (Ryan Gosling y Claire Foy) que tiene dos hijos: Karen Armstrong (Lucy Stafford) y Rick Armstrong (Luke Winters / Gavin Warren) nos va a permitir vivir los días que transcurre esta familia, el compañerismo, la dedicación, el amor pero les sucede lo peor y pierden a su hija de dos años víctima de un tumor cerebral. A partir de ese momento hay un fuerte quiebre en ellos que no logran llenar ese vacío y él decide volver a su trabajo en la NASA, van transcurriendo sus días, vamos viendo sus amistades, como es ser esposa de un astronauta (muy buenos diálogos y miradas) y la preparación de los mismos. Finalmente Neil Armstrong se prepara para realizar su primer vuelo espacial como comandante de la Gemini 8 y convertirse en el primer astronauta civil en volar al espacio. En 1963 llega su tercer hijo Mark Armstrong (Connor Blodgett) y a partir de ese momento van a suceder distintos cambios, un terrible accidente con serias consecuencias en el que mueren tres de sus compañeros y finalmente se prepara para el segundo y último vuelo espacial de Armstrong como comandante del Apolo 11, siendo el primer ser humano en pisar la luna. El cineasta Damien Chazelle (Whiplash y La La Land), logra un film muy atractivo, atrapante desde el primer fotograma, con imágenes en el espacio de alto impacto, haciéndonos flotar en la luna y hasta algún espectador memorioso recordará rápidamente lo que Stanley Kubrick quiso mostrar en “2001: una odisea del espacio”. Pero su estructura narrativa va por otro lado desde lo emocional, entre miradas, silencios, es muy intimista y humana. La pérdida es un vacio que no se llena nunca, para ello se utiliza muy bien los planos detalle, cerrado y los primerísimos planos, habla del amor, de la pareja y de la falta. Estupenda química y una gran conexión entre los protagonistas Claire Foy (“La chica en la telaraña”, “Una razón para vivir”) y Ryan Goslin (“La La Land”, “Drive”), no va por el melodrama y se usa otro camino para llegar al espectador. Las interpretaciones van más internamente, nos hacen sentir lo que ellos sienten, un viaje a la luna para reencontrarse, varias escenas que te llegan, te sensibilizan, por ejemplo cuando él deja en el espacio algo muy especial, con dos rostros reflejados a través de un vidrio que los separa, que sin palabras se piden perdón, para sentirse, se agradecen de estar y seguir, entre otros sentimientos. El primer hombre en la luna es un film sólido, tiene varios guiños y tensión, seguramente obtendrá algunas nominaciones a los Premios, aquí la bandera estadounidense ondea prácticamente durante todo el film pero no en la Luna, acompañan muy bien la música Justin Hurwitz y fotografía de Linus Sandgren, en la producción toda una garantía es la que brinda Steven Spielberg, pero por momentos resulta lenta y se excede unos minutos.
Luego del éxito de dos piezas musicales galardonadas por el premio Oscar, Whiplash y LaLaLand, Damien Chazelle decide apostar con First Man a un cambio de género y tono: no sólo aquí casi no hay música (por momentos, casi no hay sonido para que nos concentremos en la soledad del espacio) sino tampoco personajes coloridos ni rebozantes de energía. Más bien, todo lo contrario: hay una historia harto conocida, basada en hechos reales, que se esfuerza por contar el lado humano que no se vio en la llegada del hombre a la luna. Ese lado le pertenece a Neil Armstrong, el astronauta que comandó la misión del Apollo 11, un protagonista absoluto de la historia de la humanidad, que sin embargo mantuvo siempre un perfil bajo, guardando en secreto historias de tragedias personales y un perfil a menudo frío y distante. First Man viene a contar esa historia, y aunque lo hace con la nobleza de quien respeta los hechos verídicos y rinde homenaje a sus héroes, se queda en no mucho más que lo anecdótico. Lo cierto es que cuesta, como espectador, conectar con el protagonista (pese a una impecable labor de Ryan Gosling) y por momentos los pasajes que lo excluyen del primer plano del film, son aquellos que resultan más interesantes (las fallidas misiones previas, los accidentes, y hasta un breve paréntesis que se aleja de la NASA para mostrar la situación social y el contexto de la carrera espacial y cómo esta repercutía en los Estados Unidos de América). La aventura no se corre del drama individual que quiere contar, pero ante las inevitables imágenes finales del alunizaje que adquieren, como no podía ser de otro modo, un tono épico, surge la duda de si no había un eje más interesante para contar. La personalidad rimbombante de su colega, Buzz Aldrin (Corey Stoll), parece gritar que sí, y aquí apenas se limita a una reducida interacción con el protagonista.
Damien Chazelle (Whiplash, La La Land) decide contar la historia de Neil Armstrong, esta vez con un guion ajeno, pero nuevamente colaborando con un incisivo Ryan Gosling. El primer hombre en la luna ubica la historia de la NASA entre 1961 y 1969 desde el punto de vista del ingeniero aeroespacial Neil Armstrong (Gosling). Sus comienzos en el programa Gemini, la pérdida de su pequeña hija Karen, la relación con su mujer Janet (Claire Foy) y su amistad con Ed White (Jason Clarke) y Elliot See (Patrick Fugit). Chazelle ya tiene acostumbrado al público a describir el significado de la pérdida en el ser humano. Se presentó de diversas maneras en Whiplash y en La La Land y lo vuelve a hacer en El primer hombre en la luna. Lo primero que le preguntan a Armstrong en la entrevista para entrar a la NASA es si la muerte de su hija podría afectarlo de alguna manera, a lo cual responde: sería ilógico pensar que no. Con esta concisa frase el personaje sufre internamente y lo exterioriza en silencio a través de los rasgos y primeros planos que Chazelle hace de Gosling. El amor que resaltaba y carcomía a los personajes de La La Land, aquí es inexistente. No hay amor en la pareja principal pero tampoco lo hay hacia los viajes espaciales. Esa pasión de todo chico de querer ser astronauta y de todo grande de conquistar el espacio. Sin ánimo de exaltar una realidad, Chazelle se aleja de estos héroes impolutos que trascienden fronteras representados en De la tierra a la luna o Apollo 13. Otro de los puntos que resalta el realismo son los movimientos de cámara. Desde la primera escena, el espectador siente en primera persona la adrenalina de estar en una nave. El director hace hincapié en los diversos accidentes que sufrió la NASA, en los instrumentos mecánicos que eran lo único que separaban a los pilotos de la vida y la muerte. Sólo se detiene cuando Armstrong logra alunizar. Aunque la música no es uno de los elementos principales de la cinta, si logra estar presente dando diversos significados. Por un lado político y social con “Whitey on the Moon” de Gil Scott-Heron que presenta una Estados Unidos tan embarcada en ganarle la carrera espacial a la Unión Soviética que derrochaba millones de dólares. Y por el otro lado, “Lunar Rhapsody” una melodía con toques de theremin, que refuerza esta idea del hombre fuera de la tierra y alcanzando el cosmos.
EL VACÍO EXISTENCIAL La primera secuencia de El primer hombre en la luna es un plano y contraplano de Neil Armstrong durante una prueba que sale mal: vemos su rostro y lo que él ve. Es un arranque de alto impacto, porque el montaje y el sonido contribuyen a generar esa tensión que el director busca poniendo al espectador en el lugar del personaje, incluso mucho antes de que sepamos qué es lo que estamos viendo. Y es un recurso que Damien Chazelle utilizará reiteradamente en la película, esquivando la grandilocuencia de este tipo de relatos y convirtiendo al film en una experiencia puramente física a la vez que introspectiva y minimalista. Cada tuerca, cada tornillo, cada chapa de esos pequeños espacios que comparten los astronautas sonarán de manera imponente, mientras Chazelle sigue obsesivamente el rostro de sus personajes. En sus mejores pasajes, todos los que tienen que ver con el entrenamiento de los astronautas y su viaje al espacio, el director demuestra una enorme sabiduría a la hora de poner la cámara donde importa y encontrar el componente humano aún en personajes obsesivos como el Armstrong que interpreta Ryan Gosling. Se puede decir que El primer hombre en la luna es una película puramente Chazelle a partir del personaje de Armstrong, primo hermano del Andrew de Whiplash o del Sebastian de La la land. Tipos que no saben de negociaciones, que siguen objetivos hasta las últimas consecuencias, que abrazan lo sacrificial como forma y que hasta pueden renunciar a los afectos. O si no renuncian, al menos tienen vínculos difíciles con las personas que aman. En eso, y en la citada pericia técnica para narrar vuelos, despegues, aterrizajes y alunizajes (con múltiples referencias a la 2001 de Stanley Kubrick), Chazelle logra darle un carácter personal a una película que no deja de ser un biopic mainstream casi por encargo: es la primera vez que el director trabaja un guión ajeno. De hecho, el tironeo entre el film personal y la película industrial se nota y es lo que hace que los resultados estén un poco lejos de lo deseado. El primer hombre en la luna es en lo básico un relato sobre la construcción del héroe americano, al que Chazelle reviste de elementos que permiten cierta distancia. Sin embargo, no deja de notarse incómodo al tener que seguir una suerte de patrón prefijado por el cine clásico norteamericano. En La la land Chazelle recurría a los musicales clásicos, pero se valía de una mirada lúdica para reescribir. Aquí, por las características del personaje y sus conflictos, hay un efecto causa-consecuencia que está jugado con algo de frialdad y sin demasiada convicción, algo que es llamativo para un director cuyo apasionamiento a la hora de narrar suele ser clave. El primer hombre en la luna avanza por dos caminos: todo el proceso que le llevó casi una década a la NASA para poner al hombre en la luna y la vida personal y hogareña de Armstrong (en un registro que hace recordar al cine de Terrence Malick), complicada a partir de la muerte de su pequeña hija, hecho que para el film resulta fundamental. No es que Chazelle carezca de atributos narrativos para construir el vínculo entre el astronauta y su esposa con pequeños gestos (el último plano es perfecto), pero el guión se empecina demasiado en tratar de relacionar la vida privada y la pública de su personaje. A partir de la muerte de la pequeña, cada paso que dé el protagonista será para el film una forma de buscar sentido. De fondo pasarán todos los conflictos políticos, sociales y hasta filosóficos que rodearon la aventura lunar del estado norteamericano, pero a Chazelle no le importará demasiado (de hecho, todo eso aparece a través de la televisión): lo único que importa es Armstrong, su dolor interior y la forma de canalizarlo viajando hacia el vacío existencial representado por la luna. Y eso no está del todo mal, si detrás de cámaras hubiera un director hábil para jugar con esas convenciones, como podía ser un J.J. Abrams en Super 8. Por el contrario, la película busca un tipo de emoción para la que Chazelle no parece estar dispuesto. Y los inconvenientes que encuentra la película en su recorrido se hacen evidentes en la última gran secuencia, que es un ejemplo de las fricciones irresueltas. Durante ese viaje hacia la Luna, hay todo un clima generado desde el montaje y el sonido, creando imágenes poderosas y autosuficientes. Una vez que sucede lo que obvio (no estamos spoileando nada si decimos que Armstrong llega a la Luna), la sola imagen del hombre parado hacia ese vacío tiene una potencia mayúscula, que además revela el absurdo de aquello a lo que los personajes se han sometido tanto como la finitud del hábito explorador del ser humano. Sin embargo, el guión hace una de más y trata de anclar las emociones en un espacio mucho más vulgar: un objeto personal es la referencia clave que vuelve lo abstracto de toda esa última gran secuencia en algo definitivo, indiscutible y lineal. Pero no molesta tanto la búsqueda de emoción, de un porqué y de una épica personal (y ahí se hace evidente la presencia de Steven Spielberg como productor), como -reiteramos- la falta de convicción de Chazelle para llevar la nave hacia ese destino.
La última película del director Damien Chazelle trajo polémica. Protagonizada por Ryan Gosling en el papel de Neil Armstrong, First Man (El primer hombre) narra la aventura inusual del primer astronauta en pisar la superficie lunar. Pero no fue hasta su estreno en algunos festivales que comenzó a circular la noticia: el film omitía la escena más emblemática para los norteamericanos, el momento en el que Armstrong planta la bandera de conquista. First man es ante todo un drama personal, y está basada en una biografía escrita por James R. Hansen, que hace foco ya no en la proeza aeroespacial sino en el hombre dentro del traje, y en las circunstancias que hicieron que aquel piloto calificado y valiente se convirtiera en un héroe silencioso para toda la humanidad. El viaje espacial es parte de la trama, y es el motor de las motivaciones de muchos personajes dentro del relato, pero no es la esencia del film. La película está bastante alejada de las convenciones de un relato vertiginoso, como hacen suponer los condicionamientos impuestos por una industria que busca dar sacudones visuales y que suele poner el acento en los efectos especiales y en la espectacularidad del relato. First man es una película sencilla que explora los rasgos de Armstrong como hombre. El relato comienza con el fallecimiento de la hija menor del astronauta a raíz de una enfermedad y permite que nos aproximemos a su costado humano para entender cómo ese hecho templó su carácter. A partir de ahí el espectador se ve convidado –en asiento preferencial– con una travesía que comienza cuando Armstron pasa del programa Gemini (precursor de las misiones Apolo) hasta el vuelo que finalmente llegaría a la Luna. First man se corre del lugar de una película de acción para abonar el concepto que más difundió el propio Neil Armstrong: la llegada a la Luna no es un logro de los norteamericanos exclusivamente, es una conquista de la humanidad.
Es probable que “El primer hombre…” sea no sólo la mejor película de Damien Chazelle (“La La Land”) sino también una respuesta contundente a cómo acomodar el cine cuando el gran espectáculo monopoliza las pantallas. La historia de Neil Armstrong hasta su primer paso en la Luna combina dos procedimientos: pantalla gigante y cámara muy cerca del protagonista. Lo que permite transmitir las sensaciones de encierro, de angustia y de miedo que rodean a esa epopeya tremenda. Chazelle hace que Ryan Gosling –que no es tampoco demasiado expresivo– reprima toda posibilidad de emoción y juegue a mirar; la cámara acompaña esa mirada y vemos los pequeños detalles: chapas mínimas, tornillos inseguros, plásticos temibles. Sentimos vibraciones tremendas, la posibilidad de que en cualquier momento llegue la muerte ya desde la primera excelente secuencia. Toda la tecnología –especialmente el sonido– están al servicio de la reconstrucción hiperrealista y minuciosa que combina con el elemento melodramático que es el verdadero tema –presente en las anteriores películas del director: el sentido de la vocación, la necesidad imperiosa, irracional, de atender ese llamado. Aquí hay, además, la tensión con la vida familiar que está mucho mejor descripto que en el demagógico cuadro final de “La La Land”. Este grado de minucia espectacular solo es posible en el cine. Ahora sí, Chazelle es un cineasta: veremos hasta dónde es capaz de llegar.
Sacrificio patriótico La conquista del espacio ha entusiasmado desde hace décadas a los productores de Hollywood, empecinados en exhibir y propagandear los grandes logros de su país en la materia. La llegada a la Luna es considerada por muchos el final de la carrera espacial, de la que Estados Unidos salía con una victoria definitiva en el contexto de la Guerra Fría. Como sea, el cine hollywoodense se ha encargado de amplificar los grandes logros de la NASA construyendo grandes epopeyas, con personajes heroicos dispuestos a sacrificarse y a anteponer los objetivos nacionales a su propia existencia. El joven director canadiense Damien Chazelle ya era la gran promesa de Hollywood cuando estrenó su portentosa película Whiplash (2014), con la cual logró llevarse tres Oscar. Dos años después esto se confirmó cuando lanzó su aclamadísimo musical La La Land (2016), que acabó siendo además la primera y única película en ganar un Oscar y después perderlo –un error en la ceremonia le provocó un muy mal trago al equipo de producción–. Como sea, está claro que el cineasta llegó a Hollywood para quedarse, y esta nueva película1 es una muestra de ello. Por primera vez Chazelle no trabajó con un guion propio (el libreto es de Josh Singer, y está basado en una biografía oficial, escrita por el historiador James R Hansen), lo cual, sin desmerecer sus méritos, quizá explique que esta sea su película más impersonal y convencional hasta el momento.
La dupla ganadora del premio Oscar por “La La Land” (2016) vuelven a reunirse para llevar adelante esta película biográfica del que fuera el primer hombre en pisar la luna. No es la primera, George Méliès, estrenaba en 1902, “Viaje a la luna”, ni será la última que tome el tema del espacio exterior como vehículo para contar una historia. Es por eso que era esperanzador saber que la intención del director Damien Chazelle era focalizarse en el viaje interior del personaje. Pero se queda a mitad de camino, no se sabe a ciencia cierta si lo importante es la progresión científica y la pruebas en tal sentido o la intimidad de Neil. En parte gracias, o por culpa, del guión escrito por Josh Singer , basado en el libro de James Hansen, por no haberse decidido por un relato intimista, ese que debería mostrar su tormento personal, el transito doloroso y establecerse en la obsesión por el espacio exterior como refugio necesario, que aparece todo muy forzado. Tampoco ayuda demasiado la actuación pétrea del actor canadiense, no hay emoción alguna en su rostro en ningún momento, de hecho la única escena que se eleva por encima de la mediocridad general del filme es la que juega con su esposa Janet (Claire Foy) justo antes del histórico viaje a la luna. Claro que dicha escena carga sobre las espaldas de la actriz británica, a la postre lo mejor de esta producción. La narración se centra en la vida de Neil Armstrong (Ryan Gosling), durante el periodo que va desde 1961 para que sepamos de la tragedia vivida por la familia ante la muerte de la pequeña hija, hasta el momento del alunizaje. Es en ese duelo por la pérdida que intenta establecer la curva dramática de la cinta, pero se lo olvidan, en medio, siempre a medias, instalan, o eso parece ser el deseo, las vicisitudes técnicas y tecnológicas sobre esa carrera contra los soviéticos para ser los primeros en llegar a la luna. Las diferencias estéticas entre las escenas familiares y las relativas a los viajes, con una cámara nerviosa, a pleno movimiento incontrolable, en espacios reducidos, en plano cerrado sobre el rostro del héroe. Se dan de contrapunto a las escenas de contemplación del personaje, el problema es que nunca hay nada alrededor, ni se dignan un poco a relatar la relación con quienes lo acompañaron en esa “proeza”. Que no sea la prioridad no aplica a que el personaje sea un Robinson Crusoe del espacio. De estructura lineal, clásica, con un desarrollo de progresión dramática tal cual su estructura, pero la ausencia total de una evolución emotiva del personaje le saca todo tipo de interés, ni siquiera logra al intentar sobre el final poner algo de suspenso, imposible por ser un hecho harto conocido. Para rematar ese cúmulo de imágenes increíbles y acciones del mismo orden, el filme desafía la física atmosférica lunar, con un intento de provocar algo de empatía emocional con el personaje, con un acto que remite a ese momento de ruptura personal utilizando la banda sonora anticipando y subrayando el momento. En realidad a lo largo del todo el desarrollo, la música intenta cumplir esa función. “Un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”. En relación a esta producción un poco en falso, ni emociona ni despierta interés, ni tiene el mínimo suspenso, sólo algunas bellas imágenes, pocas, muy pocas.
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Damien Chazelle cimentó su prestigio en dos películas como Whiplash (2014) y La La Land (2016), casi ganadora del Oscar a mejor película en el 2017. Que el mismo director decidiera contar la historia de Neil Armstrong, el astronauta de bajo perfil que fue el primer hombre en caminar sobre la luna, podía generar cierta alarma: si en Whiplash, una película que se vuelve absurda a fuerza de querer revestir de drama y pathos el aprendizaje de batería de un chico sometido a un maestro tiránico, se llegaba al punto de recurrir al accidente de auto más absurdo posible para generar suspenso, ¿qué no podía inventar Damien Chazelle para engolar y dramatizar hasta lo insoportable la llegada a la luna? Siempre es un poco arriesgado recurrir a películas hipóteticas, y por lo tanto inexistentes, para pensar una película que efectivamente se hizo como El primer hombre en la luna. Pero el punto es que con Whiplash Chazelle parecía sugerir, desde una sensibilidad un poco deportiva que cruzaba Karate Kid con jazz, que el arte emociona porque es difícil, un asunto de sudor y gimnasia, mientras que si El primer hombre en la luna impresiona es entre otros motivos porque Chazelle parece haberse despojado de toda esa palabrería barata sobre el arte, la pasión y demás temas importantes que inflaba Whiplash y en algún punto también La la land. Las condiciones estaban dadas para que El primer hombre en la luna fuera insoportable: nada más fácil que volver épica la gesta lunar, y de hecho algo de eso hizo el propio Neil Armstrong con esa pequeña frase donde se erigió en representante de la humanidad toda. Pero el Neil Armstrong de la ficción (y parece que también lo fue el real) es un hombre distante, reservado, un personaje sobrio y hermético alrededor del cual se construye un drama que envuelve armoniosamente una serie de factores sin tener que decirlo en voz alta. El primer hombre en la luna toma al personaje durante el proceso de enfermedad y muerte de una hija de dos años a principios de los sesenta. Con proximidad física antes que con palabras, la película encierra en las mejillas de la bebé algo que tiene que ver con el contacto humano, su simpleza y su misterio, y es un elemento que estará presente hasta la escena final, con otro tipo de contacto igual de mudo y simple. Es poco después de esta pérdida que Armstrong (Ryan Gosling) toma la decisión de participar en el programa de entrenamiento que tardará casi diez años en llevarlos a la luna. La película sigue a varios astronautas, de los cuales Armstrong es uno más, en esos años de intentos fallidos, misiones abortadas, competencia espacial con la URSS, publicidad y peligro, y reparte su atención entre lo que sucede en la NASA y en el hogar de Armstrong, uno donde los chicos crecen con el padre cada vez más lejos y una esposa, Janet (Claire Foy) sostiene todo lo que el varón deja de lado. La película quiere contar dos cosas: por un lado, la construcción casi hawksiana de un protagonista que no brilla por lo que es sino por cómo hace su trabajo, ese tipo de personaje cuyo último gran exponente fue Tom Hanks en Sully (2016), de Clint Eastwood. Está claro que el Armstrong de la película llega adonde llega por su profesionalismo; lo que no está tan claro es por qué se entrega con semejante convicción a una misión donde arriesga la vida, y ese “porque sí” le da una tercera dimensión interesante. En consonancia con su personaje, las distintas misiones a la luna están filmadas con una combinación de realismo físico muy palpable y elegancia de cine clásico cuando todo fluye y las cápsulas espaciales parecen danzar entre los planetas. Por otro lado, Chazelle construye su película como una especie de huevo Kinder en cuyo centro hay un sentimentalismo también elegante, pero que molestará a algunos porque es en algún punto desacostumbrado. Pero lo cierto es que El primer hombre en la luna es la película que es porque mezcla las dos cosas, porque representa con un presupuesto gigante una misión gigante de escala cósmica para ser en realidad la más pequeña, íntima y sentimental cajita de música.
Astronautas: aventureros temerarios dispuestos a lanzarse al vacío con tal de alcanzar la gloria y conquistar objetivos históricos para su patria en la épica carrera espacial que Estados Unidos y la Unión Soviética mantuvieron en los años 60. Vean sino The Right Stuff o Apollo 13, filmes plagados de tipos carismáticos y geniales, individuos brillantes en su oficio y talentosos que no temían poner su vida en juego con tal de romper un récord o cumplir una fase de un plan mas ambicioso. Ahora, comparen esa pandilla con un burócrata monótono, hosco y ensimismado en lo técnico, un robot incapaz de demostrar sentimientos incluso en las situaciones laborales / familiares mas difíciles. First Man pretende que todos cinchemos por Neil Armstrong por el hecho de que fue el primer tipo que pisó la Luna, pero lo cierto es que Armstrong debe ser el tipo mas monótono y apático que jamás haya existido en toda la épica de la carrera espacial. No es un problema de Ryan Gosling, actor supremo si los hay, sino del libreto de Josh Singer (que escribió The Post y Spotlight, dos deslucidos clones de ese enorme clásico que fué Todos los Hombres del Presidente, y que todos los yanquis aplaudieron de pie porque les encanta ver a la prensa como el héroe de turno, peleando contra el gobierno y desempolvando las oscuras conspiraciones que estén de turno… sin importarles si el libreto no hace nada original y se limita a regurgitar los recursos narrativos que Alan J. Pakula inventó en 1976), que es incapaz de encontrar el lado humano de Armstrong. Sí, es cierto, el tipo sufrió una tragedia terrible al perder una nena por causa del cáncer cuando era muy chica; pero, rayos, ése no puede ser el único instrumento dramático que tiene el guión para humanizar a Armstrong. Digo, este hombre ya era apático antes de la tragedia, y dudo mucho que una mujer de tanto carácter como su esposa Janet (una brillante Claire Foy, la única con sangre en las venas en todo el elenco, y que ojalá sea nominada a un Oscar) se haya enamorado de un bloque de hielo carente de humor. Armstrong devora libros de ingeniería, es un tipo brillante en lo técnico, pero es tan monocorde que aburre y resulta imposible conectarse con él, incluso cuando vemos que sufre una tragedia tan horrible como la pérdida de una niña pequeña. Hay íconos de la historia que resultan ser tipos problemáticos; y su manera de ser, tan heterodoxa y a veces conflictiva, es lo que los distingue de los demás y lo que los convierte en triunfadores. Basicamente todo tipo que ha triunfado es un chiflado de una u otra manera, ya sea porque basurea a su familia, es un cretino de primera o es un ambicioso capaz de aplastar amigos y conocidos con tal de llegar a su objetivo. Lo vimos en El Fundador (la biografía de Ray Kroc, el tipo que convirtió a McDonalds en un imperio y aniquiló a los hermanos que habían fundado el negocio), y lo vimos en Steve Jobs, en donde nos enteramos que los genios tienen un costado amoral hasta tal punto de apropiarse de ideas ajenas, expulsar a los amigos de la empresa y detestar a los hijos que han tenido en romances furtivos. Pero aún en esas historias dominadas por tipos abominables, había un momento de gloria en donde el tipo común se topaba con un descubrimiento o tenía una genialidad, llegaba al éxito y se transformaba en el ícono de masas que todos conocimos. Vale decir, exhibir el costado brillante de un individuo detestable y vender al sujeto como un todo: alguien que no lo hubiera logrado si no hubiese tenido esa personalidad. Mostrar rasgos humanos (aunque sean en pequeñas dosis) para entender a la persona en su conjunto y saber que se trata de un tipo que razona diferente y que tiene otra escala de valores. Si Danny Boyle y John Lee Hancock encontraron la vuelta para ver el costado admirable de seres despreciables, resulta imposible de entender cómo Damien Chazelle no puede encontrar otro enfoque para mostrar a Neil Armstrong (que a diferencia de Kroc y Jobs, sí era un tipo de buen corazón) como un individuo heroico y con mas personalidad. El tipo sólo vive cuando habla de motores, cuestiones de física o incluso cuando le tocan pilotear misiones difíciles (como ésa donde la cápsula pierde el angulo de ingreso a la Tierra y se la pasa rebotando en la atmósfera, algo que termina resolviendo Armstrong a fuerza de improvisación y sabiduría técnica), pero con la familia es una momia, y uno seriamente se pregunta qué le vió Claire Foy a su marido o cómo sigue con él ya que es un zombie que come, duerme y vive para el trabajo. Llega un punto en que uno abandona a Ryan Gosling y ya no te importa si la misión se aborta, si está en aprietos por estrellar un vehiculo de prueba (practicando el aterrizaje del módulo lunar), o si el tipo es elegido (o no) para encabezar la misión del Apollo 11. Las reacciones antinaturales llegan hasta el punto que el tipo está dispuesto a marcharse de su casa en silencio a medianoche (para ir a Cabo Cañaveral y prepararse para el despegue del Apollo 11), sin siquiera despedirse de sus hijos… algo que la Foy frena en seco y lo obliga a enmendar, sacando a luz incluso el tema de si llega a morir en medio de la misión. PortalColectivo, tu guia de colectivos urbanos en internet: recorrido de lineas de Capital Federal, Gran Buenos Aires y principales ciudades del interior de Argentina Comparada con otras épicas de la crónica espacial norteamericana, El Primer Hombre en la Luna me resultó dramáticamente inerte. Chazelle mejora las bazas con las secuencias de las misiones espaciales, mostrando el estremecedor espectáculo del sonido y la furia que los astronautas deben padecer en esa lata de sardinas que es la cápsula espacial durante cada despegue, y que es tan endeleble que amenaza con despedazarse en cualquier momento. El viaje del Apollo 11 tiene sus momentos excitantes (sobre todo el alunizaje) pero luego, la sensación de irrealidad – estás por primera vez en otro planeta! – dura un par de segundos y al menos el libreto se da maña como para que Armstrong cierre simbólicamente el círculo de dolor por la muerte de su hija. Pero también se siente como si estuviera desvirtuando la importancia del viaje, del suceso histórico, en vez de maravillarse (y atemorizarse) por la inmensidad del espacio y la grandiosidad del logro. El haber omitido el momento de plantar la bandera norteamericana (porque Chazelle aduce que es un logro obtenido por toda la humanidad) me parece un error de criterio. Cuando Armstrong camina por la Luna, mira por todos lados y vemos la bandera ya plantada, no pienso en un logro de la raza humana en su conjunto sino en un serio error de edición. Tampoco apoyo la opinión de Trump, quien poco mas considera que la Luna es una colonia yanqui porque ellos fueron los únicos que plantaron bandera allí; pero hay una realidad histórica y es que el momento de gloria se plasma cuando clavás la bandera de tu país en el territorio virgen que has alcanzado (no hablo de conquista sino que dejar la marca de que la humanidad estuvo allí y rompió otro récord). El Primer Hombre en la Luna me pareció muy dispar. Los momentos técnicos aburren, el héroe no brilla – parece un granjero monosilábico de buen corazón pero carisma cero – y solo cuando hay problemas en el espacio el filme parece salir del coma (amén de cuando Claire Foy entra en ebullición). Es como para completistas, pero posiblemente la miniserie De la Tierra a la Luna haya contado lo mismo con mucho mas nervio y, desde ya, no le llega ni a los talones de The Right Stuff, eso que aquí narran uno de los mayores logros (sino el mayor de todos) de la humanidad.
Hoy me parece obvio que el gran problema del cine no es la falta de ideas, sino su exceso. Es decir, no la impericia, sino la posesión de destrezas mal empleadas. La mejor prueba de lo que digo es la clase B y todo el cine “de culto” revalorizado tiempo después de su estreno, cuya factura aberrante no imposibilita el placer o el incluso el amor. En cambio, ¿se puede querer, en el sentido de amar, a una película como El primer hombre en la Luna? Como siempre, los pecados de Chazelle no provienen tanto de errores o de malas decisiones, sino de un estilo sobrecargado que informa insistentemente sus películas y que no deja que sus mundos respiren por sí solos. Ya en los primeros minutos, el director anuncia que la historia que va a contar es menos importante que el tratamiento, es decir, que debe interesarnos menos la trayectoria del protagonista que el encuadre, la luz o las lagunas narrativas. Esto tiene su reflejo en el relato, que Chazelle despoja de cualquier posible vitalidad en favor del drama de Armstrong; drama que, se entiende enseguida, es interior, algo de lo que no se habla, y que hay que aprender a leer en la la mirada perdida de Ryan Gosling y en la cara de constipado que pone en cualquier situación. Parece cosa difícil arruinar una película de astronautas: no hace falta pensar en The Right Stuff o en Jinetes del espacio, incluso Apollo 13 resiste bien el paso del tiempo. Un director sin manos como Ron Howard no pudo estropear una aventura semejante, pero uno talentoso como Chazelle sí puede. La proeza del viaje espacial parece tolerar bien las torpezas de los directores toscos, pero no la sofisticación asfixiante de un aspirante a autor. La pretendida interioridad del Armstrong de Gosling devora el relato y no deja nada en pie. Algo de esto ya ocurría en La La Land, donde Chazelle tomaba sin demasiado éxito un género que era pura superficie, puro disfrute visual, y le insuflaba la corrosión silenciosa que consumía a la pareja. Pero allí al menos estaba Emma Stone, que compensaba con sus gestos expansivos y generosos el repliegue de Gosling (que parece haberse especializado en el rol un poco cansador del galán triste que languidece para sus adentros). En El primer hombre en la Luna, Gosling está, de alguna manera, solo, tiene toda la película para él. El resultado es previsible: el viaje a la Luna, sus preparativos, los fracasos sucesivos, todo está teñido de un clima de duelo insostenible que cancela cualquier posible aventura. El director llega incluso a desechar un espacio fundamental como la sala de controles; la película abandona el contrapunto que supone ese lugar para fijarse en lo que le pasa a la esposa de Armstrong, una mujer siempre en tensión, estresada, que no conoce el sosiego ni la felicidad, que cuando sonríe lo hace exageradamente para que el espectador se dé cuenta de que sonríe por cortesía, para disimular la tragedia de haber perdido a una hija y el temor a que el marido muera en un accidente. Todo esto es una elección, la historia en la que se basa la película no impone ese registro: The Right Stuff comienza en una etapa anterior del proyecto espacial estadounidense, poblado de accidentes y errores de cálculo que le cuesta la vida o la salud a una buena cantidad de pilotos, además de las miserias cotidianas con las que debe lidiar la precaria comunidad de pilotos y futuros astronautas. Pero la desgracia nunca termina de aplastar a los personajes de Kaufman, que sostienen a pesar de todo la alegría de la camaradería, la soberbia despreocupada de los que se miden con una empresa más grande que ellos. Esa robustez narrativa, esa felicidad ligera es algo que desconocen los protagonistas de Chazelle, ya desde Whiplash (cuyo único gran mérito era el de filmar bien la crueldad), una película en la que no había espacio para algo que no fuera el maltrato y el padecimiento y ni el jazz era ocasión de placer. A fin de cuentas, no importa en qué lugar estén los personajes de Chazelle, si en una sala de ensayo mal iluminada, en un musical deslucido o yendo al espacio para hacer catarsis, siempre funcionan de la misma manera, irradiando una oscuridad exagerada que busca ser leída en clave de complejidad narrativa, pero que lo que en verdad sugieren es la incapacidad del director de asumir plenamente la potencia de las historias, los mundos y los géneros de los que se apropia, a los que toma y enferma hasta dejar exangües, meros restos de un pasado cinematográfico mejor, ahora reducidos a simples insumos de una psicología con ínfulas de profundidad.
La nueva película del director de “La La Land” es un visualmente impactante pero psicológicamente banal recuento de los programas espaciales de los Estados Unidos a partir de las experiencias tanto personales como profesionales de Neil Armstrong, a quien el filme debe su título. Con un gran elenco encabezado por Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler y Corey Stoll, entre otros. El programa espacial transformado en drama personal. La llegada a la Luna mostrada de una manera nunca antes vista. El punto de vista íntimo, fáctico, de una década de inmensos y delirantes avances tecnológicos respecto a la conquista del espacio. Todo eso intenta ser FIRST MAN, la nueva película del director de LA LA LAND, Damien Chazelle. Y a lo largo de 140 minutos no se puede decir que no cumpla su cometido (la película es, en cierto modo, todo lo que se propone ser) solo que lo que empieza resultando apasionante se va volviendo un tanto cansino y repetitivo con el correr del tiempo. Acaso lo más impactante de la película, en su primera mitad, es la manera en la que el programa espacial (los viajes, ejercicios y pruebas que se realizaban en competencia con los soviéticos) es mostrado de una manera realista y cruda, al punto que uno se vuelve consciente, tal vez como nunca antes, de las precariedad de esas naves de lata, de esos viajes hechos en condiciones que hoy parecen inimaginables. Esa parte física, ver cómo los astronautas rebotan por las cabinas que tiemblan y vibran mientras unos aparatos que hoy se ven primitivos recorren el espacio exterior, es lo más impactante de la película, casi su razón de ser visual, puramente cinematográfica. El otro eje del filme tiene que ver con la decisión de Chazelle de poner todo el programa espacial de la década en el contexto del drama personal de los protagonistas. Si bien es un eje muy utilizado en el cine de ciencia ficción reciente (como comentaba una colega a la salida del cine, de LA LLEGADA a GRAVEDAD, entre otras, muchas películas de este tipo trabajan metafóricamente traumas personales y familiares), el problema es que en esta película el conflicto se vuelve un tanto obvio, programático, como de escuela de guion. Es que, al principio del relato uno se entera que Armstrong pierde a una hija pequeña a causa de un cancer. Y ese trauma que él nunca sabe ni logra poner en palabras se vuelve la motivación fundamental de sus actos. De algún modo, FIRST MAN plantea que, acaso, el hombre pudo llegar a la Luna gracias al instinto un tanto suicida de un hombre que no encontraba otra manera de tramitar su dolor que jugándose la vida en esa loca carrera de ir al espacio en naves que hoy parecen de juguete. Chazelle recorre el programa Gemini y, luego, el Apollo, saltando en el tiempo y dividiendo su atención en los dramas familiares (además del de la pareja que encarnan Gosling y Claire Foy, que está muy bien en las escenas más dramáticas, están los de las familias de otros astronautas) y en las pequeñas y dificultosas conquistas de la carrera espacial. No le importa tanto la épica como entender el sacrificio humano y el duro precio que tuvieron que pagar los participantes de un programa que, en un momento, hasta era rechazado por la mayoría de la gente. En ese sentido no es una película grandilocuente ni pomposa sino una humana y realista. Pero a la vez de eso iba también LOS ELEGIDOS (THE RIGHT STUFF), de Philip Kaufmann, y al menos en mi memoria esa película lo contaba y transmitía mucho mejor, logrando integrar lo épico y lo personal de un modo menos rudimentario. Lo que sí le da el tiempo qué pasó desde entonces a FIRST MAN es esa capacidad de mirar, desde hoy, el enorme esfuerzo y las precarias condiciones con las que se hacía esta loca carrera espacial, apenas 60 años después del primer vuelo transatlántico. Vistas las naves hoy parece impensable que realmente se haya podido llegar a la Luna (y transmitirse en vivo por TV), lo cual quizás sirva a quienes creen o prefieren pensar que todo fue falso, un puro montaje en un set televisivo. Si no lo fue, lo que logra la película de Chazelle es entender el enorme sacrificio humano y personal que representó viajar en esas naves que se incendiaban por nada y en las que los pilotos apretaban teclas como si fueran de un juego de mesa. Transformar esa batalla contra los elementos en un ejercicio de superación de un trauma personal logra ser emotivo (Chazelle sabe cómo lograrlo aún cuando uno lo ve venir) pero eso no le quita la sensación de estar simplificando un trabajo y una conquista mucho más compleja. Ahí es donde el guion atenta contra la película. Y el resultado es un empate, que si se transforma en pequeña victoria es gracias a su muy buen elenco y a que el cine, finalmente, encuentra formas de emocionar e impactar que no están previamente tan escritas ni calculadas. Son los elementos, la naturaleza física de las cosas, los que finalmente ganan ambas batallas. En el espacio y en la sala de cine.
Después de triunfar con dos películas íntimamente ligadas a la música —"Whiplash" y "La La Land"— el director Damien Chazelle volvió con una propuesta distinta: una biopic del célebre astronauta Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la luna en julio de 1969. Claro que viniendo de Chazelle no se podía esperar una biopic convencional. Y el realizador de sólo 33 años se dio el gusto de hacerlo a su manera. "El primer hombre..." es una película realista y austera, que se ubica lo más lejos posible de los espectáculos épicos y demagógicos. A través de la figura de Armstrong —un hombre estudioso, perseverante y sufrido, marcado por la muerte de su hija— Chazelle construye un drama intimista que se sostiene en la relación entre sacrificios y logros, algo que también estaba muy presente en sus anteriores películas. La historia comienza en 1960 y recorre todos los hitos de la carrera espacial de EEUU, entre festejos y tragedias. La muerte está omnipresente en "El primer hombre...", y por eso la tensión narrativa nunca decae, más allá de que la duración parezca excesiva. El tono lúgubre y sin concesiones que elige el director encuentra un balance perfecto en las vibrantes secuencias de vuelo: la cámara se mete en las cabinas de los astronautas y uno puede sentir y respirar el vértigo y la incertidumbre. Otro acierto de Chazelle es haber apostado a Ryan Gosling como protagonista: su famosa mirada triste acá se vuelve poderosa.
La aparición de Damien Chazelle en la escena cinematográfica estuvo dada por un pequeño paso con consecuencias rápidas y expansivas. La ruidosa vertiginosidad de Whiplash le permitió ascender sin punto medio a las colinas de Hollywood. Apenas pisando los treinta años, filmaba La La Land, otra carta de amor a la música, pero también al cine, a la edad de oro del cine, y lo hacía a lo grande. Con todos los recursos y la economía en la mesa volvió a demostrar no solo una impecable destreza técnica, sino la huella autoral que demuestra que detrás del director se escondía un verdadero compositor musical. Luego de la pérdida –o el arrebato- de la estatuilla dorada en una bochornosa ceremonia de los Oscar, el niño mimado de la industria prefijaba su próxima misión. Llevar por primera vez a la pantalla grande uno de los hitos más trascendentales del siglo pasado, la llegada del hombre a la Luna. Sí, George Meliés ya lo había logrado en 1902 pero de forma profética y artesanal, ahora se contaba con el dinero y la historia. La posibilidad de hacer un trabajo magnánimo a la altura de lo que el orgullo estadounidense esperaría estaba servido y quedaba entonces a cargo de las jóvenes manos de Chazelle. ¿El resultado? Hay que buscarlo en el título porque El primer hombre en la luna desde la singularización de su nombre elige hacer del acontecimiento una biopic sin épica, riesgosa y sin alma de quien fue el primero en pisar el satélite: Neil Armstrong. Y justamente esa individualización obliga a concentrar la fuerza del filme en el rostro apático y dolido de Ryan Gosling, el elegido para interpretar los logros y las miserias del astronauta y por momentos, el culpable por convertir la carrera espacial en un duelo perpetuo que se vuelve tedioso. En la escena inicial ya es posible observar donde residen las intenciones de la película y cuál es la potencialidad del realizador. Nuestro protagonista viaja enlatado al borde de la estratósfera, alcanza a contemplar la inmensidad de su planeta y de pronto, algo falla. Comienza a sentirse la claustrofobia y el peligro inminente de la caída en picada. Pero se puede sentir porque el trabajo sonoro lo permite. Mientras la cámara, siempre metida dentro del vehículo, vibra y se sacude como sometida a un principio de apnea, se oye el metal, sus chirridos, las puertas y las tuercas. Se reconstruye a un nivel puramente sonoro la tecnología primitiva y analógica de aquella época. Chazelle consigue -y lo mismo hará en cada una de las pruebas preliminares a la que Armstrong se enfrentará antes de Apolo 11- que el espectador se imagine lo que debía ser viajar en el interior de esas naves de chapa y cinta adhesiva a través de ruidos que terminan armando una sinfonía extraña entre lo industrial y la música concreta. La reconstrucción de época, que pareciera ser una de las búsquedas focales en El primer hombre en la luna, no presenta mayores adversidades, al menos en las escenas que suceden en la Tierra. Pero ¿cómo filmar el espacio exterior de 1969 si éste no tiene edad aparente? ¿Cómo hacerlo con el altísimo nivel que tienen hoy en día los efectos especiales? Para Chazelle la respuesta es fácil y está, como ya dijimos y describimos, encarada desde el sonido. En cuanto a la historia, el largometraje es esquemático y se esfuerza sobre todo en respetar la biografía y la personalidad del cosmonauta. El tono queda marcado en los primeros minutos con la pérdida de su hija Karen quien muere de un tumor cerebral con apenas cuatro años. Este dolor, al que si bien, le seguirán el fallecimiento de algunos compañeros a medida que irán avanzando en cada una de las pruebas, obliterará de aquí en adelante la fuga de cualquier tipo de emoción por parte del protagonista quien se ensimismará tan dentro suyo que ni los incontables primeros planos de la cara de piedra de Gosling permitirán acceder a sus pensamientos o sus inquietudes. Lo único vivo en la imagen es la cámara, siempre intrépida, movediza y pegada al cuerpo que resalta una y otra vez sus intenciones por situarnos dentro de los preparativos del ambicioso capricho de la NASA por querer hacer historia antes que los soviéticos. Volviendo al personaje de Armstrong, lo que en un sentido lo humaniza al mostrar su sufrimiento y los conflictos con su mujer (Claire Foy), en el otro lo aplana. El papel de Gosling y su duelo irremontable recuerda mucho al tozudo Casey Affleck de Manchester junto al mar. Y esa similaridad, entre un simple individuo que pierde a su hija y otro simple individuo que además de perderla tiene la difícil responsabilidad de ser el primer humano en viajar por primera vez a la luna exige sí o sí una mayor profundidad, otro modo de ser encarado. El primer hombre en la luna sufre las consecuencias de aspirar a ser más que una película de ciencia ficción, lo cual como todo riesgo que se toma, es válido y corajudo. Sin embargo, la escena del alunizaje se hace esperar tanto que cuando llega, no solo pasaron ya casi dos horas, sino que –salvo el plano memorable de la pisada de la bota del astronauta- el aterrizaje nunca alcanza ni el vértigo ni la emoción necesaria. La llegada a la luna prescinde de toda épica y termina volviéndose apenas una misión más de las muchas que vimos minutos antes, solo que con la meta cumplida y sin víctimas fatales. No obstante, una cuestión interesante en esta escena final y que pone claramente sobre relieve el tipo de historia que Chazelle quiso contar es la eliminación de la bandera estadounidense flameando en la luna a modo de recibo de compra. Esto no significa que el patriotismo no aparezca. De hecho, se utilizan imágenes de archivo del presidente Kennedy repitiendo varias veces sus intenciones de llegar al satélite aunque así también se muestra el lado b de la carrera espacial mediante las críticas del hipismo frente la inutilidad del gasto presupuestario. Esto responde más a la reconstrucción del contexto que a cualquier otra cosa. El verdadero objetivo del realizador está inscripto en la elección de los primeros planos del protagonista, en el espacio otorgado a la esfera familiar, en su deseo individual por cumplir una meta heroica. Quizás el filme también responda a la lógica de la “meritocracia” que estaba presente en los personajes anteriores de Chazelle. En Whiplash el joven baterista era capaz de sangrar e ignorar un accidente automovilístico con tal de no errarle al tempo. En La La Land el personaje de Emma Stone y el mismo Ryan Gosling comprendían que seguir los sueños era incompatible con el amor y éste debía ser extirpado. En El primer hombre en la luna a primera vista no hay sacrificios concretos. Sí hay entrenamientos forzosos con vómitos y estado de peligro constante, pero estos nunca son un problema troncal ni para la película ni para el personaje, o al menos, debido la psiquis hermética del astronauta nunca nos enteramos. Por un lado, está la muerte irreversible de su hija. Por el otro, el objetivo de la NASA de vencer a los soviéticos en el cual Armstrong no tiene ni voz ni voto. Quizás la “meritocracia” hay que rastrearla en su pasividad, o en otras palabras, en la triste necesidad que impone el sistema de obligar a separar la vida laboral de la vida personal. Por Felix De Cunto @felix_decunto
Retrato de un ícono La vara estaba muy alta para Damien Chazelle, luego de sorprendernos con Whiplash y volarnos la cabeza con La La Land. First man es una película biográfica muy bien narrada y cautivante, pero carece de ese ritmo vertiginoso que supo hacer célebre al director en distintos géneros. Es otro tipo de cine, también milimétrico y efectivo, pero sin dudas menos impactante. First man es casi un documental ficcionado y supera las expectativas en cuanto a contar la historia de Neil Armstrong de un modo verosímil, pero para mi gusto está un escalón por debajo de lo mejor de Chazelle. Es una propuesta sumamente interesante y que vale la pena, pero que no dejará a nadie con la boca abierta.
Adelantado espacial En El primer hombre en la luna, Damien Chazelle retrata de manera obsesiva y distante a Neil Armstrong, el astronauta más famoso de la historia. Neil Armstrong está a punto de apoyar el pie derecho en la luna cuando dice, para que lo escuchen miles de millones de humanos: “Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”. ¿Qué habrá sentido Armstrong antes de pisar terra incognita? Habrá sentido una emoción enorme, sin duda. ¿Pero cuánta? ¿Puede medirse? ¿Habrá sido el mejor momento de su vida? En la adaptación de Damien Chazelle del libro de James R. Hansen, el astronauta no es Ziggy Stardust ni un patriota con la bandera norteamericana al hombro, listo para clavarla en el primer cráter. Es un batallador que lleva encima una enorme guerra perdida, familiar, y pone todas sus energías para ganar la guerra definitiva.Es, nunca mejor dicho, un hombre con una misión. Y es también, si bien con menos lustre, otro característico héroe cabizbajo de la breve filmografía de Damien Chazelle. Con más claroscuros que grises, los personajes del director francoamericano están sujetos a rutinas excesivas, y no hay nada épico en sus vidas. Como el baterista que desafía a (y es desafiado por) su conductor en Whiplash, como el músico de jazz frustrado de La la Land, el Neil Armstrong que presentan Chazelle y el guionista Josh Singer (Spotlight, The Post) es un hombre de familia con una promisoria carrera en la NASA. Los procesos son lentos, y la cinematografía de Chazelle también. A mediados de los sesenta, mientras algunos de sus amigos mueren en misiones abortadas, Armstrong tiene su primer hit al conseguir conectar dos módulos en la órbita terrestre como parte del Proyecto Gemini (un precedente del Proyecto Apolo). Un Ryan Gosling fatigado e inexpresivo, vagamente emparentado con el padre fracasado de Blue Valentine, es el encargado de encarnar a Armstrong, mientras la británica Claire Foy encarna a su mujer, Janet, quien muchas noches recibe a su marido como a un pugilista que vuelve de recibir una paliza. Si hay una película con la que puede vincularse El primer hombre en la luna es Rush, la gran obra de Ron Howard. La tensión que se siente cada vez que Niki Lauda (Daniel Brühl) y James Hunt (Chris Hemsworth) se juegan la vida al subir a sus máquinas es la misma que transmite Chazelle cuando los astronautas cierran las escotillas para ser arrojados al vacío. Existe ese mismo sudor, la temeridad del acto. Lo que parece un acto suicida, lo innecesario del riesgo, se transforma en una tarea, algo que regularmente sucede, y un grupo de personas se prepara diariamente para que alguien del otro lado selle la cápsula a oscuras. Ese trajín también se transmite innecesario. Armstrong sube a una máquina simuladora de las vueltas bruscas e interminables que sufrirá la cápsula fuera de la órbita terrestre, y ese entrenamiento insano generalmente termina con vómitos, la cara roja, cuando no ocurre el desvanecimiento. Si Armstrong fue heroico, no lo es menos Chazelle, al dejar fuera del film el momento en que el astronauta planta la bandera norteamericana en la superficie lunar. La ignorancia de ese momento, más significativo para los estadounidenses que para el resto del mundo, abunda en resonancias. Para el director, es la obstinación de su perspectiva y su método, el retrato meticuloso de la tarea y los medios, a espaldas del remate y la gloria nacional que espera retratar la industria de Hollywood. Para la familia de Armstrong y miles de patriotas, es el enojo por haber obviado una instancia triunfal para un país asfixiado por la Guerra Fría. Lo que Chazelle y Singer no dejan afuera es el alivio generalizado que se vivió dentro y fuera de la NASA aquella noche del 20 de julio de 1969, cuando el Apolo 11 aterrizó en la luna. Los Estados Unidos se desangraban combatiendo al comunismo en la Guerra de Vietnam, con una polarización de su población intimidante para la administración Nixon, y la conquista espacial era, a falta de un triunfo en el sureste asiático, el éxito tan anhelado. Cuando el ambicioso proyecto Apollo se puso en marcha, las manifestaciones pacifistas incluyeron la millonaria inversión del programa de la NASA en sus reclamos. “Whitey On The Moon”, el tema de Gil Scott-Heron, fue sintomático de esa época de inequidades. “No puedo pagar la cuenta del doctor, pero el blanquito está en la luna / Pasarán diez años y todavía estaré pagando, pero el blanquito está en la luna”. La canción del visionario activista suena en la cinta, con el quebranto de sus tambores, mientras circulan imágenes de las manifestaciones, dándole por momentos al film un cariz documental. ¿Quién puede acusar a Chazelle de parcialidad cuando su trabajo está tan bien detallado, tan puesto en contexto, algo fundamental para cualquier biopic? En el corazón de la película está la muerte de Karen, la pequeña hija de Armstrong que como un penoso Rosebud reaparece constantemente en las visiones del astronauta. Hay pocos detalles sobre la vida familiar del protagonista, más allá de los cuidados de Janet y su temor a perder al marido en el espacio, pero el guion de Singer fija obsesivamente las imágenes de la niña en cada recoveco de su periplo. Incluso en el momento cumbre, una lágrima rueda por su mejilla y brilla en las transparencias de su casco. ¿Fue ese el mejor momento de su vida? Entre tantos tecnicismos y anorexia emotiva, El primer hombre en la luna juega con las expectativas. Y lo hace razonablemente bien.