La ley de la selva Al igual que La Bella y la Bestia (The Beauty and the Beast, 1991) y Aladdin (1992), el estreno de El Rey León (The Lion King, 1994) marcó una nueva era en la animación de Disney hace ya veinticinco años. La nueva estética combinaba canciones de músicos consagrados y voces de un elenco de grandes actores con las nuevas técnicas de animación para crear films para toda la familia con la mirada puesta en el entretenimiento de los niños. Estas películas infantiles lograron imponer su visión del mundo y sus ideas sobre una generación que disfrutó de estos productos, abrazó sus canciones, se lanzó a consumir la mercadería oficial y que aún recuerda con cariño las escenas, las historias y los personajes. Hasta ahora las nuevas versiones en live action de estos entrañables films animados han sido una decepción en mayor o menor medida, y desgraciadamente la nueva versión de El Rey León (The Lion King, 2019), de Jon Favreau, un director acostumbrado a repetir esquemas y conocido por haber dirigido las dos primeras entregas en Iron Man, no es la excepción. En esta nueva apuesta que repite la historia del film original de Roger Allers y Rob Minkoff prácticamente escena por escena y cuadro por cuadro, cambiando las voces y destruyendo las canciones originales, especialmente los temas compuestos e interpretados por Elton John, Mufasa (James Earl Jones), un fornido león, reina con aquiescencia y ecuanimidad sobre la sabana africana acorde a las tradiciones de la tribu de animales que protege, pero su hermano, Scar (Chiwetel Ejiofor), planea su muerte para apoderarse del reino y desatar la ley de la selva sobre el próspero territorio. Para ello debe eliminar también a su hijo y heredero, Simba (J.D. McCrary y Donald Glover), un pequeño cachorro de león que intenta seguir los pasos de su respetado y admirado padre con la ayuda de las hienas. Más allá de que las nuevas voces fallan estrepitosamente en encarnar a los personajes, lo que lleva al espectador a extrañar a Matthew Broderick, Jeremy Irons, Rowan Atkinson, Moira Kelly y Whoopi Goldberg, y de que las nuevas canciones descuartizan a las composiciones originales para crear híbridos sin vida ni emoción, en la versión de live action de El Rey León realmente hay un inexplicable intento deliberado por parte de todos los que tuvieron algún grado de decisión en la producción del film de malograr lo escrito por Irene Mecchi, Jonathan Roberts y Linda Woolverton hace veinticinco años. Una de las cuestiones que más salta a la vista es la intención de evitar cualquier cuestión traumática en una historia en la que el componente traumático es parte de su núcleo narrativo. Para cualquiera que haya visto el film original esta versión tiene una sensación más edulcorada y pasteurizada para un consumo inocuo, relativizando el discurso moral y llevando a cada uno de los problemas narrativos hacia el desastre. Ni el guionista Jeff Nathanson ni Favreau le agregan absolutamente nada positivo al film original, pero desde todo punto de vista en varios campos le restan, empezando por el aggiornamiento de los diálogos y la mala adaptación a la falsa idiosincrasia actual que no es tal ni en Estados Unidos ni en ninguna parte, salvo tal vez en algún reducto adinerado de Los Ángeles, y siguiendo por los pequeños cambios tendientes a no hacer sufrir a nadie, todas cuestiones que le restan emotividad a la nueva propuesta. Incluso Hans Zimmer parece una sombra de sí mismo en esta adaptación en la que la música pasa sin pena ni gloria. El único acierto es el perfeccionamiento de la tecnología de live action que realmente está muy lograda y es creíble en la mayoría de las escenas, al igual que la fotografía, rubro en que se destaca el veterano Caleb Deschanel. James Earl Jones repite la voz de Mufasa, pero le pesan sus ochenta y ocho años aunque mantiene el mejor registro y compone al mejor personaje, logrando atrapar en solitario con su presencia vocal. En lugar de crear nuevas historias Disney demuestra una vez más un espíritu realmente anquilosado, falto de ideas, preso de los departamentos de mercadotecnia, que cercenan las posibilidades creativas y en lugar de celebrar la diversidad terminan realizando una apología de la homogeneidad. El Rey León es así otra prueba de que apostar conservadoramente no siempre es la mejor opción en lo que al cine y el arte respecta, y la creatividad cada vez le es más esquiva a la industria cinematográfica de las grandes corporaciones que celebra aquí su propia decadencia.
El Retorno de Simba. Crítica de “El Rey León” de Jon Favreau. CINE, CRITICA, DISNEY, ESTRENOS, INFANTILES, INTERNACIONAL Version CGI del clásico de Disney, donde el león Simba regresa a la sabana para reclamar el trono de Rey, luego de que el malvado de su tío Skar se lo haya usurpado. Por Bruno Calabrese. En el año 2016, Jon Favreau sorprendió a la audiencia con la versión CGI del clásico literario de Rudyard Kipling “El Libro de la Selva”, quien ya había tenido su versión animada en el año 1967 de la mano de Disney. La película, más allá de no haber sido un éxito de taquilla, funcionó de manera novedosa a la hora reflejar con animales reales el célebre dibujo animado. Gran parte se debió a la perfecta interpretación de Neel Sethi como Mowgly y la interacción con los animales que lo acompañaban, recreados de manera impecable gracias la tecnología. La buena repercusión que tuvo la película llevó a los Estudios Disney y al director a embarcarse en una adaptación del clásico animado “El Rey León” del año 1994. Para ayudar a los desmemoriados e insertar a aquellos que no hayan visto la versión anterior, la trama la película gira en torno Simba, un joven león que, trás el asesinato de su padre, es apartado su reino y tendrá que descubrir con ayuda de amigos de la sabana africana el significado de la responsabilidad y la valentía. Más tarde volverá para recuperar el control de su reino. Quienes vivimos el auge generado por la gran película del año 1994 (que parece ser bastante cercano, a pesar de que ya pasaron 25 años), esperábamos con ansias y algo de desconfianza este estreno. El recuerdo de la original estaba muy fresco aún , pero la expectativa estaba igual después de haber visto el buen trabajo realizado en “El Libro de la Selva”. El guión es el mismo de la versión anterior, los personajes son los mismos con lo cual lo único diferente era la extensión (la versión anterior duraba 88 minutos, esta dura 118), pero en esencia la película es igual. Es inevitable no caer en las comparaciones, pero vamos a tratar de analizar esta película como si la anterior no existiese, aunque sea muy dificil. El CGI es impecable, los gestos de los animales y como están diseñados los detalles de los cuerpos es maravilloso, sobre todo en las escenas musicales y algunas escenas de acción. La fotografía de la sabana y la selva es impecable. Si uno la ve por primera vez, sin saber nada de la versión anterior, se va a sorprender por la calidad técnica y los efectos, así como el dramatismo que tienen algunas escenas puntuales. Timón y Pumba, con el humor característico de los personajes es lo más efectivo, superando incluso a la versión anterior. El papel del jabalí encaja perfecto para la voz característica del comediante Seth Rogen (“Pinapple Express” y “The Interview”), entregando junto a la suricata los mejores momentos de la película. En general la película funciona y está muy bien hecha, el problema radica en la inevitable comparación con la versión anterior. El recuerdo de la versión animada aún está, cosa que no pasaba con “El Libro de la Selva”. Algunas objeciones se pueden hacer en escenas puntuales, como en el final. Dado el grado de similitud de los leones, la batalla entre Skar y Simba se vuelve confusa, no pudiendo diferenciar quien es cada uno, cosa que no pasaba en la versión animada. La paleta de colores que dan los dibujos permitían ver con claridad quien era cada uno, cosa que acá se hace dificultoso. no sucede lo mismo. Esta nueva versión de “El Rey León” sirve para insertar al público infantil, que no conoció la versión animada, a una historia hermosa, uno de los grandes clásicos de Disney que quedará en nuestra memoria para siempre. Divertida y dramática como la anterior, salvo algunos detalles, es una copia fiel de la primera. Con la implementación de la tecnología del CGI uno esperaba una versión mejorada, pero eso no sucede, aunque tampoco defrauda. PUNTAJE: 60/100.
Disney, la gran empresa de entretenimiento que promete arrasar en el mercado, le dio al mundo múltiples historias a lo largo de todo el siglo XX que, al día de hoy, siguen vigentes. A su vez, desde hace ya varios años, decidieron sacar nuevas versiones de los films originales y, también, live-actions de las mismas. “El rey león” es una remake de la película homónima de 1994, en este caso dirigida por Jon Favreau, quien se encargó de realizar la última versión de “El libro de la selva”, donde usó una tecnología particular que fue de utilidad para este nuevo largometraje. El león Mufasa (James Earl Jones), el rey de un territorio inconmensurable, presenta a su hijo recién nacido Simba (JD McCrary). Mientras entrenaba al heredero del trono por ser su descendiente, Mufasa muere y, como Simba creyó haber sido el autor de aquel hecho, decide no regresar a sus tierras. En consecuencia, es el hermano de Mufasa, Scar (Chiwetel Ejiofor), quien se sienta en el trono. Ya tiempo más tarde, un Simba adulto (Donald Glover) vuelve a reclamar el lugar que le correspondía desde un principio. Lo más destacable del film es la utilización de la tecnología con la que se logró representar a los animales lo más real posibles. Jon Favreau la había usado previamente, y sin dudas aquí es un aspecto que resalta del producto final. A su vez, las voces en inglés de cada personaje principal fueron elegidas con miras a la faceta musical de la película: Beyoncé y el multifacético Donald Glover son cantantes y, así, logran brindar una gran versiòn del clásico “Can you feel the love tonight?”, escrita originalmente por Elton John. De esta forma, manteniendo la mayoría de las canciones y a Hans Zimmer dentro del equipo musical, la remake mantiene la mayor fidelidad posible en relación con la película de 1994. Jon Favreau se queda corto en el intento de generar emociones fuertes en el largometraje. A pesar de la excelente banda sonora que posee, los personajes carecen de profundidad y los giros argumentales son realizados con tal rapidez que se imposibilita generar cierto tipo de empatía con cada animal involucrado. Sin embargo, este film es una remake y seguramente hubiera sido una buena opción salirse de los márgenes establecidos por la película original. Igualmente, “El rey león” es un gran producto que quizás podría haber aprovechado mejor ciertos recursos, pero sin dudas mantiene la esencia del film original. La introducción de los personajes de Timón (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen) le dan un aire fresco y necesario al desarrollo de una película que parecía estancarse pero que, desde ese momento, encuentra en la comedia un gran soporte. En su totalidad, ésta es una remake más que disfrutable e ideal para disfrutar un rato en familia y, también, recordar momentos de la infancia.
Disney sigue con la tendencia de reflotar éxitos y convertirlos en películas de acción en vivo, y El Rey León, el clásico de animación de 1994, regresa con lo último de la tecnología y crea un universo hiperrealista concebido en CGI. El cachorro de león, Simba, heredero del trono, es acusado por su malvado tío Scar -con voz de Chiwetel Ejiofor- por la muerte de su padre Mufasa y debe exiliarse. Ya de adulto, y en compañía de sus amigos, regresará para recuperar lo que legítimamente le corresponde. La nueva versión dirigida por Jon Favreau -quien también realizó El libro de la selva- no se separa demasiado del filme original y apuesta a lo seguro: un relato de tono shakesperiano ambientado en la sabana africana, en medio de una trama nostálgica marcada por nefastas alianzas políticas para alcanzar el poder, traiciones y canciones que descomprimen el tono oscuro de la historia. Reflotar un título de gran anclaje en el imaginario popular tenía sus riesgos y el realizador va al grano con una magnífica puesta en escena, animación de alto impacto y un marco escenográfico que no deja detalles librados al azar. De este modo, desfilan el héroe convertido en adulto -con voz de Donald Glover-, la leona Nala -Beyoncé-, que podría tener más peso como la princesa Jazmín de la reciente Aladdin, y los inseparables Timón -Billy Eichner-y Pumba -Seth Rogen-, loscompañeros deSimba que sortean obstáculos, imprimen la cuota de humor y lo ayudan a enfrentar a las temibles hienas. Están logrados los momentos de tensión y peligro que atraviesan los cachorros, aunque la batalla final luce algo apurada para llegar al desenlace. En tanto, las cancionesEl Círculo de la Vida y Hakuna Matata reviven la emoción del clásico, junto a Spirit, de Beyoncé. Para los memoriosos, El Rey León -que también tiene su versión musical en Broadway- no trae sorpresas pero sí para aquellos que nunca la han visto. Disney acerca el producto a un público masivo que vivirá las aventuras de los animales que están en perfecto equilibrio con el medio que habitan y deben evitar que el malvado de turno se instale en el poder. En tanto, el rugido de Simba se expande una vez más en la sabana.
Luego de El Libro de la Selva (The Jungle Book, 2016), Jon Favreau vuelve a traer animales a la grán pantalla en la adaptación más ambiciosa. Es una historia conocida casi universalmente, El malvado hermano del rey, asesina al regente, y expulsa con engaños al pequeño heredero para hacerse con la corona. Años después, el príncipe volverá para recuperar el lugar de su padre que le pertenece por derecho. El Rey León de 1984, es un drama digno de Shakespeare, e inspirado en obras del mítico dramaturgo. Cualquier relato sobre conspiraciones y traiciones familiares de la realeza se debe a Hamlet, MacBeth, Otello y varias otras. Hace 25 años, esta historia se convertía en una de las más icónicas de la casa del ratón gracias a la película animada dirigida por Roger Alles y Rob Minkoff. Un cuarto de siglo después, Jon Favreau (Iron-Man 2008, El Libro de la Selva 2016) toma responsabilidad en esta moda de los remakes en Live Action para traer de nuevo a Simba, Mufasa, Scar, Timón, Pumba y compañía de nuevo a la gran pantalla. La tecnología actual permite que esto sea posible y Favreau con libreto de Brenda Chapman (quien en su momento se encargó de supervisar la historia de la película original), se embarcan en esta complicada tarea, con pleno éxito en recrear la animación con otra, pero que nos haga creer que esos animales, son reales (excepto cuando hablan, no se de animales que realmente puedan hablar). Sin embargo, este éxito no es realmente lo mejor que podía pasar a la película. En el afán de lograr la verosimilitud estética más grande, y hacer creer al espectador que está en presencia de un live action, los animales son tan reales que pierden lo que hizo famosa a la versión original: su humanidad. Es claro que no se puede esperar que un león real se comporte como un ser humano, y aunque coreográficamente cumplen con todo lo que deben realizar los personajes, los rostros no expresan emoción alguna, ya que los humanos y los animales no se comunican de la misma forma y esto genera una desconexión entre lo visual, y las voces de los actores que interpretan. Los trabajos vocales son excelentes, James Earl Jones como Mufasa replicando su rol original, JD McCrary y Donald Glover como Simba (jóven y adulto respectivamente), Shahadi Wright Joseph y Beyonce como Nala (joven y adulta), Billy Eichner y Seth Rogen como Timón y Pumba respectivamente, y el gran villano Skar, interpretado por Chiwetel Ejiofor, que tuvo la difícil tarea de ponerse en los zapatos de Jeremy Irons saliendo bastante cómodo. La teatralidad de las voces juega un rol fundamental en esta clase de películas, pero además, la humanización de los personajes a nivel visual, y eso es lo que se pierde en esta versión, y es algo que se siente mucho. Favreau se las arregla para incluir en su versión todos los elementos de la obra original, inclusive los de los números musicales saliendo airoso, sobre todo en el tema de Simba, Nala y Zazu (John Oliver) "I Just Can't Wait to be King", donde demuestra una maestría inusitada al lograr hacer funcionar la acción. La composición original de Hans Zimmer mantiene la calidad, y ayuda al relato tanto como en la versión original, llegando a hacer vibrar fibras emocionales por doquier, aunque hay una nueva composición hecha para el momento musical de Skar, ya que el tema original se ha evitado. El director de fotografía Caleb Deschanel (La Pasión de Cristo, 2004) presenta composiciones hermosas, y se desenvuelve bien tanto para imitar los planos de la obra original, tanto como para incluir nuevos momentos. El Rey León es una experiencia intensa, sensacional, y maravillosa. Sin embargo el realismo extremo le quita mucho de lo que hizo tan especial a la obra original.
La adaptación live action del clásico de Disney, "El rey león", de Jon Favreau, apuesta todo al fotorrealismo para presentar la copia fiel de una película que entiende no necesitaba ningún cambio. ¿Para qué modificar algo que funcionaba a la perfección? En 1989 Disney salía de un largo período de fracasos e inactividad gracias al éxito de "La sirenita" que marcó una nueva etapa creativa para la casa del ratón. Musicales animados de gran escala, ritmo acelerado, y un tono moderno que dejaba parcialmente atrás la inocencia blanquecina de otrora. De esa nueva etapa dorada de Disney, que casualmente abarca toda la década del ’90; sin dudas, la más importante es "El rey león". La película de 1994 que adaptaba libremente a "Hamlet", no sólo fue un éxito de taquilla, se convirtió en el evento cinematográfico animado de la década. La que une a crítica y público en consideración de ser “la mejor”; guion complejo, personajes queribles, grandes canciones, salida del clásico cuento de hadas con princesa. Desde que Disney emprendió este camino de realizar adaptaciones live action de sus más grandes clásicos de la animación, sabíamos que tarde o temprano llegaría este día... ¿Pero cómo hacerlo? No es lo mismo adaptar una historia con humanos como La cenicienta, que esta película que no tiene ni un personaje antropomorfo, y lleva a animales tradicionales de la Sabana africana a actuar como los personajes de la obra de Shakespeare de un modo realista. La respuesta está en la palabra clave, realista. Para saber qué se pueden encontrar en "El rey león 2019", piensen en "Las aventuras de Chatrán" jugando a ser "El rey león"; y sí, con algo – mucho – de CGI. Jon Favreau, que toma las riendas de la dirección en lugar de los clásicos de la animación Disney Rob Minkoff y Roger Allers, pone el acento en algo que ya le salió bien en "El libro de la selva"; aprovechar al máximo la tecnología del CGI para poder hacer que personajes que se vean como animales reales, actúen como humanos. Pero en la génesis entre ambos proyectos hay una diferencia, no solamente "El libro de la selva" cuenta también con personajes humanos, es más libre y paródica en su forma, sus animales podían ser más antropomorfos(como un gorila con lentes) sin que influyese demasiado. El rey león exigía un rigor máximo, algo que intentara capturar ese espíritu de 1994 que nada tenía que ver con lo caricaturesco. Dentro de las adaptaciones live action de Disney las hay más fieles y más libres a la película. Pero hasta ahora, ninguna había sido tan fiel como El rey león. Si la opinión unánime es que el original es un producto tan perfecto e impoluto ¿para qué modificarlo? Casi como lo que hizo Gus Van Sant con su "Psicosis" de 1998, Jon Favreau copia plano por plano a aquella propuesta original, tratando de imitar con animales reales (o que se ven reales), lo visto en animación. El resultado es realmente asombroso. ¿No conocen la historia? Vamos rápido. Simba es el cachorro de león del Rey Mufasa, próximo en la línea sucesoria en el reinado a la Sabana africana. Esto despierta los celos de Scar, el hermano menor de Mufasa, que traza un plan junto a las hienas para hacerse con lo que él cree le correspondía antes de la llegada del nuevo miembro real. Muertes, traiciones, venganza, legados, romance, y el camino del héroe. Todo atraviesa la historia de "El rey león" en un relato emocionante. Quienes hayan visto la película original tendrán el placer de comparar los planos. Permanentemente se juega al desafío de los espejos, y lo supera con creces. Es complicado despertar la misma simpatía y empatía. El cine de animación permite un colorido, y una gracia vivaz que es imposible capturar en live action sino se lo lleva hacia la caricatura. "El rey león 2019" juega con tonos más pálidos, oscuros, quizás algo más secos, pero lo que consigue es un mejor traslado del desierto, y hacer que realmente se vean a animales creíbles contando esta historia. No se sienten como animales de CGI, aún cuando cantan (y mucho), siempre es verosímil, realista al 100%. Cada personaje mantiene su personalidad intacta, sin necesidad de recurrir a la exageración. Podemos ver en sus rostros la sabiduría de Mufasa, el resentimiento de Scar, la inocencia pícara del Simba niño, la juventud heroica del Simba más adulto, la clase de Nala, y la gracia y de Timon y Pumbaa. El nivel de detalle y la puesta en el arte y la imagen es simplemente perfecto. Quizás los únicos personajes que se lucen un poco menos que en su original sean las hienas, pero muy poco. La historia es la misma. Puede que su ritmo sea más lento porque hay algunos planos más largos, y porque la animación siempre posee una agilidad que las “películas tradicionales” no consiguen. De todos modos, sus casi dos horas (media hora más que la original por esos planos más largos y algún detalle nimio) pasan volando y se disfrutan de principio a fin. Poder verla con sus voces originales (ojalá llegue con las suficientes copias subtituladas) implica apreciar un talento vocal logrado. Tanto en otorgarle personalidad, en el canto, y en respetar el espíritu original, Daniel Glover, Chiwetel Ejiofor, Alfre Woodard, Beyoncé Knowles- Carter, Seth Rogen, John Oliver, Billy Eichner, y compañía, hacen un gran trabajo. Y volver a escucha a James Earl Jones como Mufasa es todo un regalo. Favreau ya dio sobrada muestras de ser un director prolijo en películas familiares y de aventuras. Quizás no sea de los que cuentan con marcas propias, pero su labor la cumple con mucha corrección. El rey león nunca flaquea ni pierde su rumbo. Los más exigentes dirán que esta adaptación no se juega, que va a lo seguro, que hacer un traspaso lineal era el camino fácil del éxito probado. Para los grandes y chicos que no vieron aquella película, para quienes gustan de las películas con animales y los musicales, o para quienes quieran revivirla en un formato de realismo vívido, esta "El rey león" ofrece un gran espectáculo que respeta al espectador. El legado sigue vivo.
Es difícil analizar el fenómeno actual de hacer remakes de películas animadas en live-action. ¿Cuándo es el momento para retomar una película y reinventarla para una nueva generación? ¿Es simplemente una falta de ideas? ¿Un camino rápido para recuperar la inversión, atacando a los antiguos chicos hoy vueltos padres y su progenie? El Rey León es uno de los neo-clásicos que generó el cine, en épocas donde la literatura ya no es tan consumida (no, no voy a mirar al mago de Hogwarts) esta película modificó la infancia de una generación enorme. Todxs lloramos la muerte de Mufasa, y cantamos Hakuna Matata o “laaaaaaaaaaa cigüeñaaaaaa”, mientras que otrxs pueden hablar de “Hamlet”, “Los 10 indiecitos” o “De la Tierra a la Luna”, nosotrxs tenemos “Jurassic Park”, “ET”, “Star Wars” o “El Rey León”. John Favreau, el director de esta nueva interpretación, es un conocido de los geeks. No sólo por haber dirigido “El libro de la selva” (donde fusiona muy bien a los animales CGI con los humanos), sino que es el director de “Iron Man” (2008) y ex novio de Monica Geller en “Friends”. Cuando le preguntaron el porqué de la razón de volver a dirigir una película basada en esta historia 25 años después el contestó: “cada generación tiene que tener su versión, no es lo mismo Hamlet interpretado hoy que hace 20 años, y sin embargo sigue siendo Hamlet”. En este caso, todo está ahí: las canciones que conocemos y amamos, las situaciones (ay por favor esa estampida del mal…), los personajes… sus convicciones y motivaciones. Hay algunas actualizaciones necesarias (sobre todo en el personaje de Nala), o una apertura hacia la improvisación (sobre todo en el caso de Timón y Pumbaa), pero el centro de la historia es el mismo. ¿Entonces? ¿Cuál es la razón de ser? Estamos ante un espectáculo que busca enamorar a una nueva generación, aquella que si vio la original lo hizo en DVD o en alguna pasada por los canales de Disney, pero que nunca tuvo la posibilidad de ver este bonito espectáculo de luces y sonidos en pantalla grande. ¿Es necesaria? Los temas que esta suerte de epopeya hamletiana (sic) pos-moderna maneja son atávicos e indestructibles: la responsabilidad de crecer, entender que todos somos parte de un mismo ecosistema, la amistad y el amor antes que todo, reconciliarse con las fuentes, matar al tío… bueno, esa última no tanto. Pero el resto son cosas que hacen a la cultura y que cualquier chicx que dé con la película va a poder absorberlo y disfrutarlo de manera sencilla y natural. Casi podríamos decir que… todxs somos Simba, querramos o no. Los efectos visuales son una locura absoluta y total, el trabajo del director y el director de fotografía más el equipo de VFX sigue revolucionando la historia del cine y deja la vara muy alta para lo que viene. La falta de personajes humanos permite un nivel de foto-realismo extremo, que nos hace pensar que ya todo es posible en el mundo de los efectos visuales (salvo sacarle el bigote a Superman, claro…), y canaliza a la perfección la personalidad de cada personaje a pesar de no humanizar las facciones. Las voces son otro hallazgo, con la maravillosa Beyonce (All the single ladies, All the single ladies, Now put your hands up -les desafío a no escuchar todo lo que queda del resto del día esta canción en su cabeza-) como Nala, Donald Glover (Atlanta) como Simba, Chiwetel Ejiofor (12 años de esclavitud) como Scar, y el indestructible James Earl Jones (DARTH VADER) repitiendo como Mufasa. El círculo perfecto de la vida lo cierra el trío del humor conformado por John Oliver (el del Late Night de HBO) como Zazu, Billy Eichner (Parks and recreation) como Timón y el genial Seth Rogen (This is the end) como Pumbaa. Para lxs fanáticxs de la película nos quedan dos caminos: emocionarnos por revivir la historia, o sentir que sólo le dan un lavado de cara a algo que amamos mucho. Pero El Rey León es un clásico, y como tal se renueva para cada nueva generación. A nosotrxs nos tocará el trabajo de llevar a nuestrxs niñxs, sobrinxs, nietxs o lo que sea, como pasó con nosotros hace 25 años atrás en uno de esos cines que seguramente no existen más, y hoy sea un shopping o un lugar donde la gente reza. Los clásicos no se manchan.
Con las remakes live action de sus clásicos, Disney encontró una nueva forma de explotar sus recursos al máximo y seguir recaudando con historias ya conocidas. Pasó con El libro de la selva (2016), La Bella y la Bestia (2017), Dumbo y Aladdín (2019) y ahora le toca el turno a El Rey León, quizás una de sus mejores películas de los 90s. Sin embargo, a pesar de prometer mucho, esta reversión termina siendo un tanto polémica deja bastante que desear. Jon Favreau, quien ya estuvo a cargo de la remake de El libro de la selva, vuelve a exponer un gran desarrollo técnico y visual que es, sin duda, lo más destacado de esta versión “live action” que en realidad no es tal por que, por más que todos los animales se vean tan realistas, todo fue creado con computadoras y capturas de movimiento. Pero todo el trabajo puesto en lo técnico se desbalancéa con un guion que no es mas ni menos que una copia tal cual que la película original, lo que hace que al final esta versión no aporte nada más que un punto de vista un poco mas realista a una trama hiper conocida, y a que a su vez no es ni mas ni menos que una reimaginación de la historia de Hamlet. En Dumbo pudimos ver una historia original en toda la segunda mitad de la película. Con Aladdín tuvimos un final un tanto diferente a la versión animada y con algunas escenas nuevas. En cambio, El Rey León no tenemos nada nuevo por descubrir. Se nota que todo el esfuerzo fue puesto en el ya mencionado gran trabajo visual y a la apelación a la nostalgia de aquellos que crecieron viendo la película animada una y otra vez. Claro que mas allá de esta acusación no estamos ante una mala película, de hecho ya dijimos que la versión de 1994 es una de las mejores películas y sería ilógico que ante un mismo guion tengamos una buena y una mala película. Tenemos grandes actores aportando sus voces como Donald Glover (Simba), Beyoncé (Nala), John Oliver (Zazú), Chiwetel Ejiofor (Scar), Billy Eichner y Seth Rogen (Timón y Pumba, sin duda lo más divertido), y el regreso de James Earl Jones como Mufasa, y tenemos también las clásicas canciones. Pero también teníamos grandes expectativas de ver algo nuevo y nos quedamos con las ganas. Es muy posible que aquel que le entrará a El Rey León por primera vez con esta remake no le genere absolutamente nada, y es más, hasta capaz le pueda parecer aburrida por la falta de dinamismo que hace tan atractiva a la versión animada, y remplazada en este caso por ese realismo que a pesar de ser impresionante vuelve todo más lento. Por algo la historia original fue pensada para ser una película animada y con media hora menos de duración. El Rey León viene a echar leña al fuego en la polémica de si estas remakes de Disney realmente valen la pena o no. El tiempo lo dirá.
Regreso a las Tierras del Reino. El ejercicio de equidistancia al que se está adhiriendo Disney durante los últimos años no se corresponde con la propia naturaleza de los proyectos por los cuales quiere repetir ciclos. Los live-action de la compañía nacían hace ya más de cinco años como un intento de actualizar los clásicos animados sin perder la esencia; siendo más fieles o más creativos, pero siempre atados al material en cuestión. Cuando se alejaban de esa condición –Maléfica– generaban un reparto de satisfacciones injusto, y cuando acudían al homenaje conservador –La bella y la bestia– también recibían oleadas de inconformismo. ¿Dónde se queda El Rey León? Jon Favreau ya saboreó la gloria con El libro de la selva, y tenía claro desde un principio cuál sería su enfoque a seguir para revivir la sabana. El objetivo de esta nueva adaptación no pasaba tanto por añadir una plusvalía creativa al cuento original, como sí aprovechar los avances tecnológicos con el propósito de perfeccionar su propia receta dentro del paraguas de la compañía. Y es eso precisamente lo que nos encontramos en el regreso a las Tierras del Reino; una cinta carente de ambición en lo narrativo, pero astuta y perfeccionista en lo visual. Este coste de elección queda cubierto por otro lado por un pastiche de nostalgia mucho más denso de lo habitual. Hace unas pocas semanas Guy Ritchie daba un salto al vacío modificando de forma importante la historia original de Aladdín, y lo hacía sin perder el referente emocional de la audiencia. Favreau busca el mismo efecto, pero lo anhela de forma más intensa. Todo lo que recordamos del clásico de 1994 se encuentra ahí, en algunos casos hasta con planos idénticos y conversaciones calcadas y expuestas para humedecer la memoria del espectador. Ahora bien, este Rey León no genera las mismas sensaciones. Aunque el contenido es prácticamente idéntico, la forma en la que está presentado difiere notablemente. El guion de Jeff Nathanson está condicionado hasta el extremo por una de las decisiones más comprometedoras de toda la producción; el realismo. Una condición, en este caso artística, que diluye en gran medida gran parte de los momentos climáticos de la cinta de animación, sustituyéndolos por un tono documental que no termina de cuajar bien. No lo hace ni con el dramatismo que el cuento destila en la muerte de Mufasa o el ascenso al poder de Scar, ni con las actuaciones del casting. En nuestro caso pudimos ver la película en versión original, pudiendo disfrutar de uno de los trabajos interpretativos de voz más espectaculares de los últimos años. Empezando por John Oliver con el grajeo estridente de Zazú, y siguiendo por el registro satánico que alcanza Chiwetel Ejiofor como Scar. Todos y cada uno de ellos logran fundirse con la esencia de su personaje, aportando texturas novedosas pero respetuosas con las actuaciones originales. Y en ese sentido, aunque la presencia de Beyoncé como Nala es imponente -y su aportación musical lo es más-, son Billy Eichner y Seth Rogen quienes más brillan encarnando a los inolvidables Timón y Pumba. La pareja protagoniza algunos de los momentos más inteligentes y graciosos a nivel narrativo. Y sí, a pesar de la vitalidad que transpira Simba en su juventud, son la suricata y el facóquero los que insuflan más carisma y ritmo a la trama principal. Su “Hakuna Matata” logra diluir el tono oscuro que deja la muerte de Mufasa, y encamina la cinta hacia su segundo acto vitaminada de energía positiva. Desde ahí Favreau va dejando caer todo con elegancia y suavidad, apoyándose en los temas más reconocibles de la película animada -electrizante “Es la noche del amor”- en un carrusel de emociones que no deja de crecer empujado por el tren de la nostalgia. Y a pesar de todo ello, El Rey León no deja de ser una película imperfecta. Ciertas escenas son despachadas con demasiada celeridad, perdiendo en el proceso el tempo y el peso que ostentaban en el clásico. La ausencia de algunos temas empañan de forma intermitente la inmersión, y la variación en determinadas letras aportan frescura pero entorpecen el intimismo que pretende Favreau para con el fan. Es en realidad el material original -con sus referentes y sus personajes- el que hace de este live-action una de las adaptaciones más efectivas de la historia de Disney. ¿Qué aporta entonces al imaginario establecido hace 25 años? Absolutamente nada. El estudio intenta con acierto pero con timidez implantar cierto perfume feminista dándole más peso a Nala y Sarabi en la rebelión contra Scar, pero termina dejando que la cinta se asiente en espacios más conocidos y seguros. Esta era una cinta que debía cocinarse sola, y efectivamente lo hace. El Ciclo de la Vida se repite una vez más dando a luz a un producto de marketing perfectamente medido que enamora sin esfuerzo. Que se disfruta recordando, y que demuestra más de dos décadas después, el poder de una historia capaz de brillar por encima de ornamentos innecesarios.
No sé si por falta de ideas o por querer acercar al público joven a sus clásicos pero Disney está reversionando sus películas al formato live-action o con actores de carne y hueso (“El Libro de la Selva”, “Aladdin” por citar las últimas) Ahora es el turno de uno de sus grandes éxitos. A pesar de sus críticas dispares debo decir que me gustó por su increíble factura técnica, una tecnología perfeccionada de éste inoxidable que hace años brilla como musical en Broadway. La historia para los que no la conocen, es simple e igual a la anterior, paso a paso: dirigida por Jon Favreau está ambientada en la sabana africana, donde el Rey León Mufasa (James Earl Jones) intenta mantener el equilibrio natural de la cadena alimenticia, el Círculo de la Vida. Cuando nace su hijo Simba (J.D. McCrary y Donald Glover de adulto) y se transforma en el próximo heredero al trono, su tío Scar (Chiwetel Ejiofor), hermano del rey, decide asesinar a Mufasa para quedarse con el trono. Simba se ve obligado a escapar siendo un cachorro pensando que ha cometido un hecho abominable del que no es culpable, y Scar se transforma en un rey déspota y despiadado que deja abandonar el Reino dejando que las hienas lo integren. El príncipe deberá, luego de su exilio junto a Timón (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen), responsables del comic relief del film, reencontrarse con su identidad para volver a su hogar a salvar a su familia y a todos los animales bajo su Reinado, ya en decadencia y sin comida. Así, gracias a Nala (Beyoncé Knowles-Carter) y Rafiki (John Kani), Simba recupera su valentía, valor y sed de justicia para luchar por lo que le corresponde gracias a lo inculcado por su padre. Eso, en cuanto a la historia para los más pequeños que son los que pueden no haberla visto. La fotografía de Caleb Deschanel es un punto a destacar, es impresionante visualmente el detalle de los animales y lo mejor de todo: las canciones de Elton John, Hans Zimmer y Tim Rice. No sé si hay algún film de Disney con la calidad y cantidad de canciones tan emotivas, movilizantes, inolvidables y poderosas. ---> https://www.youtube.com/watch?v=_yGTp3h94eI TITULO ORIGINAL: The Lion King DIRECCIÓN: Jon Favreau. VOCES ORIGINALES: Donald Glover, Seth Rogen, Chiwetel Ejiofor, James Earl Jones, Beyoncé Knowles. GUION: Jeff Nathanson. FOTOGRAFIA: Caleb Deschanel. MÚSICA: Hans Zimmer. GENERO: Drama , Aventuras . ORIGEN: Estados Unidos. DURACION: 117 Minutos CALIFICACION: Apta para todo público con leyenda DISTRIBUIDORA: Buena Vista FORMATOS: 3D, 2D. ESTRENO: 18 de Julio de 2019 ESTRENO EN USA: 19 de Julio de 2019
Larga vida al rey En algún lugar indefinido de la sabana africana, todos los animales viven en armonía y asisten a la presentación en sociedad de su futuro devorador y primer hijo de Mufasa, El Rey León de esas tierras. El benévolo y respetado rey tiene debilidad por su primer hijo, por lo que el cachorro Simba lleva una vida bastante cómoda como heredero del trono. Ni siquiera se mete en problemas cuando por desobedecer las órdenes de su padre está a punto de perder la vida y de provocar una guerra con la manada de hienas vecina. En realidad, Simba no hace más que lo que haría cualquier otro chico un poco consentido, pero sus acciones son manipuladas por su tío Skar, quien desde siempre aspira a reemplazar a su hermano como rey. Ya lo había intentado en la juventud y fracasó, pero la llegada de Simba es al mismo tiempo una dificultad y una nueva oportunidad. Su primer intento de deshacerse del heredero fracasa, abriéndole la posibilidad a un nuevo plan para asesinar a su hermano y dejar el camino libre para tomar el poder, utilizando a un ejército de hienas que no tardan demasiado en arrasar las tierras devorando todo a su paso. Pero aunque Simba fue dado por muerto por su familia, crece en el exilio en una comuna hippie, sintiéndose responsable de la muerte de su padre e ignorando por completo que fue utilizado. Hasta que un fortuito reencuentro lo convence de regresar a restablecer el orden. El círculo de la vida sin ideas No tiene mucho sentido cuidarse con los detalles de la trama: a esta altura no debe quedar mayor de 10 años sin haber visto El Rey León. Esta nueva versión no propone nada nuevo desde lo narrativo. Prácticamente plano a plano y frase a frase, replica el clásico animado de 1994 pero con una animación fotorealista que debe ser lo que asumen quiere ver el niñaje de hoy en día. Es algo visualmente llamativo por el nivel de verosímil que alcanza, pero al mismo tiempo (y justamente por ser tan realista) pierde mucha de la gracia que le daba el al ser una película animada: la posibilidad de proponer una mirada alternativa al mundo físico. En pocas palabras, hay más tecnología que espíritu artístico o creativo en lo que nos muestra El Rey León, y aunque sea visualmente impecable no tiene nada de carisma. Hasta se siente en algunos minutos demasiado extensa para contar una historia que no tiene mucho contenido ni sentido. Y como es una película infantil no debería ponerme a hacer interpretaciones ideológicas, pero no puedo evitar que se me ocurran algunas cosas sobre eso de enseñar que algunos nacieron para ser comidos y otros para ser cazadores: estos últimos, casualmente, benévolos líderes a los que hay que rendir tributo porque si se vuelven locos pueden hacer mucho daño. Esta nueva vieja versión de El Rey León es, a duras penas, correcta. Un alarde de tecnología que podría haber sido dirigida y actuada por cualquiera. Se suma a propuestas genéricas y tibias que parecen estar de moda entre los grandes estudios, porque evidentemente alcanza con generar hype para que una película funcione comercialmente. Contar historias conocidas con personajes conocidos, bombardear un año con imágenes en redes sociales: negocio listo. Y no se puede negar que hace tiempo que la nostalgia viene vendiendo bastante bien.
Una remake muy especial, porque esta película dirigida por Jon Favreau, muestra un verdadero prodigio de la animación por computadora que produce imágenes tan realistas que causan asombro. Un cine virtual, donde el enorme trabajo previo de estudio se tradujo en muchas horas de investigación de imágenes, películas, documentales para conocer movimientos, migraciones, comportamientos, incluido un viaje al África, filmaciones en Animal Kingdom, con cámaras no invasivas, registros de sonido. Un trabajo donde el setenta y cinco por ciento de los animales fueron filmados y luego eso sirvió de base para los animadores MPC. El resultado de hiperrealismo virtual es sorprendente durante toda la película y en especial en las escenas de acción y peleas. Los animales y los fondos africanos parecen como filmados en el lugar. Básicamente es la misma historia de ese éxito globalizado de l994, que dura 88 minutos, en esta versión llega a las dos horas, con la misma historia pero con momentos más vividos dramáticos, y más musicales. En el medio del film hay una meseta pero por suerte hacia la segunda parte cobra un ritmo muy marcado. La historia es realmente encantadora, pero sigue casi lo mismo que la original, pero a lomo de los nostálgicos y con intensión de ganar nuevos públicos, el éxito parece garantizado. Con esta hiperrealidad cobran mayor fuerza los momentos de amedrentamiento, los enfrentamientos, los peligros que están a cargo del tío malvado y las hienas escalofriantes. Pero las partes románticas y cantadas suenan más artificiales. Los personajes cómicos, el jabalí y el lémur, y Simba pequeño, se roban la película. Para revivir un argumento imbatible y tomar nota de los prodigios de efectos de animación. Por supuesto que aquellos que vean la versión subtitulada gozaran con el trabajo de las voces de Chiwetel EJiofor, John Oliver, James Earl Jones, Seth Rogen, Beyonce entre muchos otros. Un placer aparte.
El hiperrealismo mata a la animación Es imposible no extasiarse ante tamaño prodigio técnico. Pero cuando el ojo se acostumbra, el efecto embriagador se apaga. Debería suceder una hecatombe bíblica en los próximos cuatro meses y medio para que 2019 no sea recordado como el "año Disney”. El estudio de Mickey atraviesa una temporada de ensueño colocando, como nunca antes, sus productos al tope de las taquillas de todo el mundo. En la Argentina, sin ir más lejos, las únicas seis películas que superaron el millón de espectadores en que va del año tienen la imagen del castillo al inicio de sus créditos. Entre ellas está Toy Story 4, que desde el sábado es el título más visto en la historia del país y al cierre de esta nota se aprontaba a superar las 5,5 millones de entradas. A ese (cada año más) selecto grupo de millonarias se sumará El rey León, uno de los platos fuertes de las vacaciones de invierno. Tan fuerte en su alcance comercial como poco novedoso en su estructura dramática, en tanto esta nueva versión es, con excepción de un par de escenas agregadas, un calco de la original: como en la remake de Psicosis a cargo de Gus Van Sant, aquí están los mismos diálogos, los mismos planos, las mismas situaciones. La diferencia es que si la anterior se había hecho a puro lápiz y papel, ésta apuesta por un registro que vuelve imposible disociar si lo que se ve es una animación o la captura de una cámara. Los primeros minutos de El rey Leóndejan la mandíbula por el piso. Pero no por lo que se cuenta. El contenido, como se dijo, transita las mismas postas que la versión de 1994: la presentación pública de Simba, heredero del trono que ocupa el Rey Mufasa; la muerte de éste durante una estampida de ñus orquestada por su tío Scar (quizá el villano más detestable de toda la historia de Disney); la partida del hijo atravesado por la culpa; el encuentro con la suricata Timón y el jabalí Pumba (quienes aquí tienen un protagonismo mayor y están deliberadamente volcados a la comedia verbal); el "Hakuna matata" cantado en una secuencia de montaje que ilustra el paso a la adultez de Simba; su regreso postrero para vengar a su padre. El asombro proviene de un hiperrealismo elevado a su máxima expresión, como si todas las películas de animación digital previas hubieran sido una práctica depuratoria para llegar a lo que se llegó ahora. ¿A qué se llegó? A texturas definidas hasta en sus detalles infinitesimales, a animales que mueven todos y cada uno de sus pelos y músculos cuando caminan, a escenarios que tranquilamente podrían ser naturales, a ríos que replican a la perfección el fluir del agua. Es imposible no extasiarse ante tamaño prodigio técnico. Pero cuando el ojo se acostumbra, el efecto embriagador se apaga. La película, entonces, está obligada a ir más más allá de su carácter de ejercicio estético. Acá empiezan los problemas: todo bien con el hiperrealismo, pero ya hay cientos, miles de documentales que retratan la dinámica de la fauna de la sabana africana. Y El rey León no es un documental de National Geographic. O al menos no debería serlo. El cine de animación siempre apeló al expresionismo para puntuar los diferentes estadios del relato y las emociones de sus personajes. Aquí, en cambio, todo lo falible de ser mostrado debe apegarse a las coordenadas de lo real. Y nada más alejado de “lo real” que un león hablando con un jabalí, o un grupo de hienas rosqueando para cogobernar el reino junto a Scar. Hay una distancia insalvable entre contenido y forma, entre la suspensión de incredulidad que requiere el primero y el apego a lo fotográfico de la segunda, que convierte a El rey León en una película vívida pero gélida, simpática aunque carente de corazón y, lo peor, con poca, muy poca capacidad de empatía.
“El Rey León”, de Jon Favreau Por Jorge Bernárdez Vuelve la historia de Mufasa, el Rey León, que tiene un final shakespereano y deja a su pequeño hijo Simba como heredero, pero claro el pequeño Simba es testigo de la muerte de su padre a manos del hermano que ambicionaba el trono y termina exiliado. La nueva propuesta de Disney es traernos las historias que ya hemos visto en animación en lo que hoy llaman live action. Para llevar adelante el proyecto convocaron a Jon Favreau, que tiene experiencia en grandes espectáculos y que ya dirigió El libro de la selva. El nuevo elenco, los que ponen las voces, es realmente estelar y va desde Donald Glover y James Earl Jones (que vuelve a encarnar a Mufasa) hasta el muy efectivo Seth Rogen como Pumba y Beyoncé. La película es deslumbrante aunque a muchos les molesta que se haya ido por el lado de copiar plano por plano lo que ocurría en la original. Si vamos a ser rigurosos el relato es una nueva adaptación que toma elementos de la versión para Broadway, lo que le agrega unos minutos de duración. Y vuelven a brillar los temas aquellos que compuso Elton John y la música de Hans Zimmer. Mientras el espectador se entregue al disfrute de ver una proeza técnica, nada de lo que se ve en pantalla existe salvo la jungla, pero la realidad es que a medida que avanza la película se notan algunos puntos flojos y sobre todo, queda expuesto que el hecho de que el live action no es lo suficientemente expresivo y por momentos se llega a extrañar a esos dibujos clásicos de Disney que hicieron de El rey León original una gran éxito. EL REY LEÓN The Lion King. Estados Unidos, 2019. Dirección: Jon Favreau. Guión: Jeff Nathanson. Elenco: Chiwetel Ejiofor, John Oliver, James Earl Jones, John Kani, Alfre Woodard, J.D. McCrary, Shahadi Wright Joseph, Penny Johnson Jerald, Keegan-Michael Key, Eric André. Producción: Jon Favreau, Karen Gilchrist y Jeffrey Silver. Distribuidora: Buena Vista. Duración: 118 minutos.
Hay que esperar hasta bien avanzado el metraje de Volviendo a casa para que, efectivamente, alguien vuelva a casa. Lo que narra esta coproducción italo-argentina dirigida por el cineasta, fotógrafo y activista Ricardo Preve es el encomiable trabajo de un grupo de investigadores para rescatar a quien fuera la única víctima del naufragio del submarino italiano Macalle. La nave se hundió en el Mar Rojo a mediados de 1940, cuando la Segunda Guerra Mundial se acercaba a su fin. Fue luego de chocar contra un sector repleto de corales que hirieron de muerte la carrocería. Sin embargo, todos los tripulantes llegaron a una isla. Entre ellos el Suboficial Carlo Acefalo, quien murió luego del naufragio y fue enterrado por sus camaradas. La película reconstruye el caso yendo de lo general a lo particular: el contexto bélico, testimonios de familiares y algunas imágenes de archivo televisivo sobre reencuentros posteriores entre tripulantes. Hay también algunas recreaciones bastante precarias, cuyo diseño remite más a un documental de History Channel que al lenguaje cinematográfico. Pero el centro del relato está en el trabajo de Preve y su grupo para repatriar el cadáver de Acefalo. Más allá de su banda de sonido omnipresente y altisonante y algunas voces en off de ínfulas litúrgicas, Volviendo a casaadquiere interés cuando deja que los investigadores tomen la palabra. Las explicaciones mientras excavan y el análisis pormenorizado de cada hueso son síntomas de un oficio realizado con pasión y esmero que logra transmitirse a través de la pantalla. Esa misma pasión sirve para que ahora, casi 80 años después, aquel marinero regrese a su tierra. Apelando a una analogía futbolera, es como tratar de imitar el segundo gol de Maradona a los ingleses en México 86 aun teniendo a Messi en el nuevo equipo. Es que ni siquiera contratando a los mejores (y aquí trabajaron los Messi de la animación) se puede repetir el grado de inspiración y genialidad originales. Algo similar ocurre con los covers de las canciones originales de Tim Rice y Elton John. Las nuevas versiones de los populares temas, ahora producidas por el cotizado Pharrell Williams, tienen un sonido impecable, pero las melodías de Hakuna Matata o Can You Feel the Love Tonight ya no consiguen el mismo impacto. Así, en definitiva, esta El Rey León modelo 2019 termina siendo una película para admirar y ya no tanto para sentir. PD: Para quienes elijan alguna función con copia subtitulada podrán disfrutar como atractivo adicional (y no menor) de las voces originales de Donald Glover (Simba), Beyoncé (Nala), Chiwetel Ejiofor (Scar), John Oliver (Zazu), James Earl Jones (Mufasa), Seth Rogen (Pumba) y Billy Eichner (Timón), entre otras figuras. Vale la pena el esfuerzo de buscar con lupa en la cartelera hasta encontrar esta alternativa claramente superadora respecto de la versión doblada al castellano.
Esta remake de El Rey León es tan realista -o fotorrealista, salvando distancia de lo que es una variante del hiperrealismo en la fotografía- que pocos se atreverían a decir que no se rodó en Africa, con animales de carne y hueso. La canción, y la historia, es la misma: cómo el cachorro Simba huye del reino sintiéndose culpable de la muerte de su padre, Mufasa, y en el exilio conoce a Timón y Pumba, que le enseñan a no preocuparse, hasta que la leona Nala lo encuentra y juntos regresan para destronar a Scar, el tío malvado de Simba, que fue quien junto con las hienas se apoderó del reino, matando a Mufasa y acusando al cachorrito. Los desafíos que tenían los animadores por 1994 (Toy Story, la primera película realizada enteramente por computadora, se estrenaría un año y medio más tarde) hicieron de El Rey León un prodigio de la realización animada. El cambio de foco de las hormigas subiendo la rama mientras se escucha Ciclo sin fin en la primera escena, o el vuelo de Zazu hasta la Piedra del honor en la misma canción asombraban. Esta Rey Leónemociona como lo que se veía en el primer trailer: el comienzo, que es casi igual, plano a plano. Lo que se pierde, claro, es la frescura de la primera. Más que live action, esta versión de El Rey León podría decirse que es un cover. Como esos grupos que rinden tributo a uno original. Lo que sucede es que El Rey León 2019 -salvo porque no tiene sorpresas para quienes disfrutaron el de 1994- es técnicamente irreprochable. Pero, parafraseando la canción ganadora del Oscar, ¿puedes sentir las diferencias? Hay, sí, algún alargue en varias escenas. Algunas canciones, como Spirit, que entona Beyoncé cuando Nala y Simba regresan a Pride Rock, y Never Too Late, en los créditos finales, interpretada por Elton John. Tanto los animales -a clara excepción de Zazu, el pájaro- como los paisajes africanos parecen tan reales… Que uno juraría que es una película filmada, no realizada por computación. El director de fotografía Caleb Deschanel y los supervisores de efectos visuales Robert Legato y Adam Valdez ya habían trabajado con el director Jon Favreau en El libro de la selva. Y si aquella remake era sorprendente, admirable -por la creación de los animales, por sus movimientos- no queda expresión sobre lo que han realizado ahora. Y a la pregunta qué ha hecho Favreau desde la dirección, la respuesta es más complicada que lo que podría parecer: mantener la esencia del relato, pese a que es casi igual, plano por plano, y darle un espíritu propio, y no prestado. ¿Qué se extraña de la original? (algunos spoilers en el párrafo siguiente): El Mufasaaaa, uhhhh, Mufasaaaa en boca de las hienas cuando dialogan y toman el pelo de león a Scar. Malevolente y siniestro, Scar luce menos cómico y paródico, y menos arquetípico con respecto al animado con la voz de Jeremy Irons. ¿Qué más? La primera sorpresa es que cambia el castillo de Cenicienta al comienzo (no al final: no pasa nada en los créditos, más que las canciones). Hay un gag al final de Hakuna Matata: “Ahora improvisa”, se quejan Timón y Pumba de Simba; el bastón largo Rafiki no lo usa en la “lección” nocturna a Simba; el ratoncito de la escena con Scar tiene otra aparición, finalmente. Y faltan algunos apuntes de humor de Timón y Pumba para atraer a las hienas -como si los toques más de animación ahora no tuvieran cabida: ¿de dónde podría sacar Timón coronas de flores tipo hawaianas?-. El resto sigue prácticamente igual, porque Sarabi, la mamá de Simba, ya estaba empoderada por 1994. Decíamos, se alargan algunas escenas, pero ¿en qué puede durar media hora más (la original dura 88 minutos, ésta 118)? Los créditos, obviamente. Entran tres canciones mientras desfilan, fundamentalmente, los nombres de los técnicos de efectos. En síntesis, la película traerá evocaciones a los chicos más grandes y a los adultos. Es que la canción sigue siendo la misma.
La vida salvaje…sin vida. Como ya viene haciendo hace años, Disney toma otro de sus grandes clásicos animados para llevarlo al realismo en su versión live-action. En manos de Jon Favreau —quien supo demostrar hace unos años sus habilidades de adaptación con su muy buena reversión de El Libro de la selva— el clásico animado de 1994 que marcó a toda una generación y dejó con fuerza su huella en la historia del cine, se presenta ahora como un ejercicio cinematográfico que no le hace para nada justicia al original: El rey león es despojado de su encanto y de la emotividad de su narrativa en pos de un preciosismo visual que sacrifica a la historia en pos de ello. El film de Favreau es un ejercicio técnico alucinante que se destaca en el registro y creación de la vida animal en el territorio africano a base de efectos digitales que tranquilamente podrían ser imágenes reales. Cada paisaje, cada especie animal y escenario del film es una recreación digital de la sabana africana. La clásica secuencia que inaugura al film con todo el esplendor de la vida natural o aquellos momentos libres de todo diálogo son los que permiten que el film resplandezca con todo su potencial visual. Pero el problema se presenta cuando los animales comienzan a hablar o cantar en escena, ya que genera un efecto inconexo entre el aspecto sonoro y el visual. Es el realismo extremo cuasi documental con el que es tratada la estética y el diseño de los personajes lo que les resta expresividad y, por ende, lo que termina resultando en una pérdida de todo elemento emotivo. La clásica historia a lo Hamlet es conocida por todos: el justo y soberano rey león Mufasa (voz de James Earl Jones en ambas versiones), es traicionado y asesinado por su hermano Scar (Chiwetel Ejiofor). De esta manera, Simba (voz de Donald Glover en su versión adulta), es el futuro rey que huye y que deberá aprender y recordar quién es para hacerse cargo de sus responsabilidades para exigir el trono que le pertenece. El arco del personaje, la relación que mantiene con su padre, la aceptación de la muerte y el dolor como proceso de crecimiento, aquí se encuentran presentes de igual manera que en el original. La diferencia se da en que el espíritu y la poética de esos mismos conceptos, los cuales eran trabajados con el simbolismo de la animación y lo caricaturesco de la misma, lo cual enlazaba la ternura y gracia de sus personajes con la relación emocional entre ellos y el espectador. En el caso de la nueva versión, el desarrollo de los temas centrales y la empatía hacia los personajes se hallan impregnados de una falta de dinamismo y corazón. Al tratarse de un film que recrea perfectamente la vida salvaje, resulta llamativo que justamente sea la vida de sus personajes e historia lo que está ausente. Así, el film resulta carente de toda emoción y conexión alguna, lo que genera un fuerte rechazo en el espectador esa frialdad que le impide el ser interpelado. Esa imagen madre que es el momento en que un joven Simba pone su pequeña pata dentro de la inmensa huella dejada por su padre, ahora se encuentra resignificada en la forma de un film que no pudo cubrir el legado dejado por la inmensa huella del original. Es cierto que gracias a personajes como Timón y Pumbaa (Billy Eichner y Seth Rogen), la historia goza de ciertos momentos más coloridos y divertidos que amenizan al film, pero dicho elemento humorístico no es suficiente como para dejar de lado todos los demás aspectos que le restan al total de la obra, ya que es el buscado tono exageradamente realista el que hace que el relato no funcione ni para grandes ni para chicos, porque le fue quitada toda la relación y el reflejo posible que, dentro de la animación tradicional, se puede lograr. Esta vez el espectador llora al igual que Simba, pero no debido a la muerte de Mufasa, sino por un film innecesario que carece de toda vida.
A diferencia de las remakes de La bella y la bestia y Aladdin, El rey león no es la versión live-action de un clásico de animación. Es, para ser estrictos, una remake de animación donde todas las imágenes digitales intentan llegar a un realismo extrema que haga creer que se trata de un film con animales y paisajes reales. Es asombroso que nadie en el proyecto se haya dado cuenta del callejón sin salida en el cual se estaban metiendo. Es posible que la versión de El libro de la selva (2016) que también dirigió Jon Favreau le hiciera creer que podían hacer una película razonable. Pero mientras que aquel film mantenía el espíritu demencial del cine de animación y actores de carne y hueso, acá todo es un universo de solemnidad y supuesto hiperrealismo que termina siendo una fórmula para el desastre. Las comparaciones pueden ser o no injustas, pero en este caso son la pista para confirmar lo que el film en sí mismo expone desde la segunda escena. El famoso prólogo donde se presenta a Simba bebé es una copia del film original pero pasada esa escena y el leoncito digital para provocar suspiros de ternura caemos en la cuenta del problema sin arreglo que el film tiene. Basta ver al malvado Scar por primera vez para darnos cuenta que las voces podrán ser muy profesionales, pero los rostros realistas de los animales tienen una falta de expresividad alarmante. Claro, al buscar realismo tuvieron miedo de hacer el ridículo si los animales eran demasiado expresivos o tenían gestualidad forzada. Y ahí se muere todo el film. Los estudios Disney, desde su fundador Walt Disney, siempre hicieron hincapié en la personalización de los animales, es decir en hacer actuar como humanos a los animales. El rey león 2019 se esfuerza tanto en ser realista en todo que no quiere ojos demasiado grandes, sonrisas o cejas expresivas. El resultado es frío, distante y pobre. También es absurdo, porque los animales hablan e incluso cantan. ¿Pueden hablar y cantar pero el film se preocupa por el realismo? Tanto esfuerzo y por momentos el film es como esas películas donde intentan ponerle intención a los animales filmados y montados como si supieran lo que están haciendo. Tenían toda la tecnología a sus pies pero se tropezaron con una roca que los hizo caer. No hay emoción alguna, no hay drama alguno. Solo escenas copiadas y canciones que quedan mucho peor que la película de 1994. Hay algunas cosas que dentro del desastre se pueden rescatar. La tibieza del cine industrial actual no puede aplicarse por completo acá y varias escenas mantienen la inquietud y la violencia original –aunque no asoma una gota de sangre- así como también momentos de perturbadora oscuridad. No podían sacarlos, porque se quedaban sin la historia. Otro elemento interesante son dos o tres planos hechos a Pumbaa y Timon, que rompe con el aburrido esquema de puesta en escena y representan los únicos quiebres estéticos que despiertan un mínimo de interés. No falta, pero tampoco aporta nada, un instante de subrayado feminista en el ataque de las leones, un ingrediente que parece agregarse a último momento en los films industriales actuales. Hay remakes buenas y malas y otras, como esta, que simplemente no deberían haberse hecho jamás. Debería servir esto como lección para respetar el cine de animación y su capacidad de trasmitir ideas y emociones, así como un espacio de libertad para construir grandes momentos cinematográficos.
Otro live action de Disney,.. nada más y nada menos que El Rey León. Nos encontramos nuevamente con la majestuosa historia de Simba (o al menos eso queremos creer). Protagonizada por Donald Glover, Chiwetel Ejiofor, Beyoncé, James Earl Jones, Seth Rogan, John Oliver, John Kani y Alfre Woodard está adaptación dirigida por John Favreau es puro brillo y poca alma. Estamos en una época de transición en la empresa del ratón, nuevas adaptaciones pasaron y otras vienen a montones, al parecer los jefes quieren revolver la olla mágica para ver lo que encuentran en el fondo pero con El Rey León agarraron un cucharón mucho más grande de lo que pensaban. Una película que a nivel técnico es impecable, encontramos en ella animales CGI que son tan perfectos que causa escalofríos ver la pantalla y ver a estos mismo hablar, con líneas exactas, recitando El Rey León nuevamente al pie de la letra. El problema es que con todo ese realismo que vemos, esa maravilla técnica que ofrece Fraveau y compañía queda separada del encanto animado de lo que vimos en 1994; los números «Hakuna Matata» o «I Just Can’t Wait to be King» realzan el motivo de que el alma del Rey León quedó en lo animado, en esta adaptación vemos a un León, una suricata y un jabalí cantando con el encanto que puede tener un trupe de verdaderos animales cantando; se siente demasiado artificial, sintético y no logra conectar con el espectador. ¿Se acuerdan a Simba asumiendo ese modo feliz de vida que conlleva el Hakuna Matata? Bueno, acá simplemente es un león con poca expresión cantando. Ojo, el cast funciona casi en su integridad en sus respectivos roles. Rogen y Ejiofor logran ofrecer lo mejor de lo mejor en cuestión de voces, Pumba y Skar elevan el ambiente con sus escenas, no obstante si bien el trabajo es positivo volvemos a encontrarnos sin el alma o al menos algo que impacte más allá de lo visual. Por otro lado Donald Glover es la pifiada de selección de casting y su intento por darle vida a la voz de Simba resulta hilarante en todo sentido. No tenemos a Elton John (por lo menos hasta los créditos), no tenemos el alma majestuosa de esa obra maestra de 1994 y tampoco tenemos la diversión que ofrecía la extensión de la original. A veces más no quiere decir que sea mejor y con El Rey León encontramos el ejemplo perfecto a todo esto, esta nueva live action a una verdadera lástima y una de las decepciones del año. Valoración: Regular.
El rey león es un papelón cinematográfico que mancha el legado de un estudio que alguna vez se dedicó a estimular la creatividad e imaginación en el público. La muerte artística de Disney encuentra sus responsables directos en los mercenarios que hoy conducen esta compañía, amparados por una cultura idiota obsesionada con la celebración de la nostalgia. La remake de este clásico de los años ´90 fue un proyecto fallido desde su innecesaria concepción debido a la naturaleza de la historia y los personajes. A diferencia de Aladdin o La sirenita que pueden prestarse, con un poco de imaginación, a ser reinterpretados desde otra perspectiva, el relato de Simba no se puede alterar demasiado porque pierde su gracia por completo. El margen para hacer algo distinto en este caso era muy estrecho y la única novedad pasaba por los aspectos visuales. No obstante, existía una pequeña esperanza de ver un espectáculo digno debido a que la realización estaba a cargo de Jon Favreau. Un muy buen cineasta que hace unos años concibió una nueva versión de El libro de la selva que tenía identidad propia. Su obra tomaba elementos del clásico de animación y de la novela de Rudyard Kipling para presentar un film, que al igual que Dumbo o La cenicienta, de Kenneth Branagh, funcionaba como un complemento del antecedente de Disney. Lamentablemente Favreau le puso más dedicación a su programa de cocina de Netflix que a esta remake que se limita a ofrecer una copia carbón en CGI, escena por escena, de la producción de 1994. Se trata de un producto comercial desapasionado que carece de alma y visión artística. El rey león (que nunca fue santo de mi devoción) ya acarreaba con el estigma de ser un plagio inmundo de Kimba, el león blanco, de Osamu Tezuka (Astroboy), que los productores tuvieron la desfachatez de ignorar como si nunca hubiera existido. Después contenía toda esa ideología nefasta de la monarquía entre animales con la que era complicado de comulgar. Pese a todo, la calidad de la animación y la soberbia banda de sonido (tal vez una de las mejores de la década de 1990) le otorgaron sus méritos artísticos. El problema con la versión de Favreau es que todos esos momentos emotivos que quedaron en el recuerdo acá se refritaron de un modo gélido y mecánico que dejan a la remake muy mal parada frente a la película original. El hiperrealismo de la animación tiene sus virtudes técnicas pero no deja de ser una producción sin corazón que carece de esa calidez especial que sobresalía en la versión anterior. La recordada muerte de Mufasa, que tal vez te hizo llorar en el cine, acá no te mueve un pelo pese a que fue copiada toma por toma. Lo mismo ocurre con la escena en que Simba y Nala se reencuentran como adultos, que pasa sin pena ni gloria en este relato. El film de Favreau optó por recrear este conflicto a través de la estética que podría tener un documental del sello Disneynature y ese realismo desarrollado con los efectos digitales entra en conflicto con la impronta teatral que tuvo El rey león. Esto se percibe especialmente durante las secuencias musicales que quedaron completamente forzadas y fuera de lugar en la película. Las canciones funcionan como un compilado de grandes éxitos dentro de secuencias desabridas que son deprimentes de ver. Muy especialmente en los casos de “I Just Can´t Wait to Be King”, “Hakuna Matata” y “Be Prepared”(el tema de Scar) que carecen de la magia de la original y no resultan compatibles con realismo que le otorga el director a la narración. Todos estos momentos parecen pertenecer a una producción diferente. Tampoco ayudó demasiado que las pocas innovaciones que incorporaron arruinan la historia o el perfil de los personajes. El clásico de Elton John, “Can You Feel The Love Tonight”, ahora suena en una secuencia diurna (algo que no tiene sentido) en una versión karaoke interpretada por Donald Glover y Beyoncé. La nueva canción que aporta la cantante, “Spirit”, encima es completamente olvidable. El entrañable mono Rafiki perdió su sentido del humor para quedar deslucido en la trama y en general la narración de Favreau es bastante aburrida. El CGI perfecto nunca logra transmitir la calidez que tenían los personajes originales y esto también se percibe en las interpretaciones. Esos matices maravillosos que le dio Jeremy Irons a la personalidad de Scar, que era un antagonista más complejo, en la remake brillan por su ausencia. En manos de Chiwetel Ejiofor el villano suena igual en todas las escenas y nunca llega ser intimidante. Los únicos que logran destacarse dentro del reparto son James Earl Jones (que vuelve a interpretar a Mufasa), John Oliver como el ave Zazu y la dupla que conforman Billy Eichner y Seth Rogen , como Timón y Pumba respectivamente. Estos personajes en particular levantan muchísimo la narración tediosa de la primera parte. Pese a que esta versión es más larga, el trabajo de Favreau no hace nada por añadirle algún elemento interesante a su relato y por ahí pasa la mayor decepción. Lo más triste es que hay toda una generación de niños que tal vez tenga su primer contacto con estos personajes a través de la remake zombi que nadie recordará con el paso del tiempo. No deja de ser una paradoja que entre las nuevas escenas se destaque un momento con un escarabajo que empuja una bola de bosta de jirafa por el desierto. Toda una metáfora poética del cine que Disney le ofrece al público en estos días.
Como buen niño de los 90s, El Rey León me marcó con fuego y se convirtió en mi película animada preferida, incluso en estos días de explosión Pixar. Era sabido que se venía la remake dado al plan de Diney de rehacer en live action todos sus clásicos animados. Y ahí la primera cuestión: ¿Vale decir que este estreno es live action? La verdad es que no, porque lo usado es una muy sofisticada técnica de animación. Lo cual no es un problema, y ya me explayaré un poco sobre lo fantástica que es la película a nivel visual. Lo que ocurre es otra cosa, porque se diferencia con Aladdin, La Bella y la Bestia y las otras en donde había humanos interpretando a los personajes antes animados. En El Rey León se ve una remake casi fotograma a fotograma pero más tecnológica. La historia es la misma, o sea que es muy buena, pero al sacarle las caras “mas caricaturescas” y tiernas reemplazadas por un realismo extremo, cuesta que te pegue de la misma manera. Es más, incluso resulta raro ver como se mueven los labios cuando hablan. Son dos extremos conviviendo y el resultado es, al menos, polémico. Esto causa una sensación de frialdad en la -inevitable- comparación con la película original. Porque El Rey León es sentimientos, en animación, en banda sonora, obra de Broadway o lo que sea. Y aquí falla en eso. Amén de que todos conocemos demasiado bien la trama y que por lo tanto es difícil que te pegue la muerte de Mufasa de la misma manera. Pero si la comparamos con la reciente reinterpretación de Dumbo, aquella película si logró transmitir mucho e incluso igualar a la original en la famosa escena con la madre. Pero ello fue debido a una construcción de una historia que varió de la original y con el apoyo de un gran elenco. Aquí las voces son excelentes, pero te distraés con todo lo demás. Ni el fantástico Pumba de Seth Rogen puede llegar a ser apreciado por completo debido al gran realismo. James Earl “Darth Vader” Jones es imponente, tanto que el Simba adulto (Donald Glover) queda un tanto desdibujado. Se luce mucho más Beyoncé como Nala, y no solo por las canciones que entona. Cabe aclarar que no vi la película en su versión doblada, pero por el trailer infiero que la sensación es la misma. En cuanto a lo visual, Jon Favreau y todo el equipo hacen un laburo superlativo. Las texturas, los pelos, el agua, el viento. Los ojos no dan abasto para poder apreciar todo. Y ahí otra cuestión, tengo muchas ganas de ver el film otra vez, experimentar lo visual y también ver qué me pasa con los personajes en un segundo visionado. En definitiva, es de esas películas que uno está obligado a ver, ya sea para revivirla, para rencontrarse o para descubrirla.
El círculo de la vida nos trae devuelta "El Rey Leon", ahora en su versión live action, para transportarnos al reino de Mufasa como si fuera la primera vez. La historia es la misma que ya conocemos. En la sabana africana nace Simba, el futuro rey. Pero no todos celebran la llegada del nuevo cachorro. Scar, el hermano del rey Mufasa y antiguo heredero al trono, tiene sus propios planes. La batalla por La Roca del rey se ve teñida de traición, tragedia y drama, y acaba forzando a Simba al exilio. Con la ayuda de una curiosa pareja de amigos nuevos, Simba tendrá que arreglárselas para crecer y recuperar lo que legítimamente le corresponde. Todo lo que recordamos de la versión de 1994 se repite. En algunos casos hasta con planos idénticos y las mismas conversaciones. Utilizando innovadoras técnicas cinematográficas para dar vida a los entrañables personajes en una forma completamente nueva, el resultado es visualmente muy impactante. El nivel de realismo expuesto en la película es tal que por momentos nos parece estar viendo un documental de "National Geographic" . La diferencia está en que estos animales hablan y cantan. Las transiciones hacia estos momentos están muy bien logradas y una vez superada la primer canción uno entra rápidamente en el código. El multifacético Jon Favreau (Si, Happy Hogan del MCU) no es ningún novato en la dirección de un film semejante. En 2016 estuvo al mando de "El Libro de la Selva" donde Disney supo poner en práctica la tecnología necesaria para contar la historia de una manera contemporánea e inmersiva. Aquí el estelar reparto incluye las voces en inglés de: Donald Glover (Simba), Beyoncé (Nala), James Earl Jones (Mufasa), Chiwetel Ejiofor (Scar), Seth Rogen (Pumba) y Billy Eichner (Timón). La química esta última dupla es quizás lo mejor de la película. El jabalí y la suricata son los únicos en traernos algunos pequeños nuevos aportes y lo agradecemos, ya que son escasos. Lo más novedoso en esta versión son las canciones "Spirit" que entona Beyoncé cuando Nala y Simba regresan a La Roca del Rey, y "Never Too Late" de Elton John en los créditos finales. La primera, a mi gusto, no del todo bien elegida para ese momento del film. "Todo lo que toca la luz es nuestro reino" concepto que también aplica a Disney, que con cada nuevo film logra apropiarse de la sala y cambiar la infancia de nuevas generaciones. "El Rey León" no parece ser la excepción. Por Matías Villanueva
Fundamental sólo para fans del original La historia de la versión live action del clásico de Disney es idéntica a la de 1994 y hasta los dialogos son casi exactos. Si bien esa minuciosidad evita que los fans se enojen, también significa que no corrieron ni un riesgo. Es un clásico inoxidable de Disney. De esos filmes recordados por varias generaciones. También fue un hito para la compañía, que curiosamente no tenía mucha fe en cómo le iría en la taquilla, y además significó la revalidación de la empresa como líder en el campo de la animación. En su estreno animado, en junio de 1994, “El Rey León” alcanzó el segundo puesto entre las películas más taquilleras de la historia, y luego volvió a batir récords de venta cuando salió en video de alquiler, luego cuando se editó en DVD, y una vez más cuando se reestrenó en 2011. La información demuestra que millones de personas en el mundo la vieron, y otros la guardan en su memoria con un amor especial. Desde aquella poca fe de Disney en su propia historia (en aquel momento, el estudio comenzó a producir “Pocahontas” al mismo tiempo, pensando que no recuperarían lo invertido) hasta esta remake que se estrena hoy pasaron muchas cosas. Justamente ese “entretanto” es el que derivó en que hoy sea uno de los largometrajes más fuertes de la compañía. La nueva versión llega como un símil “live action”, que se emparenta con las nuevas versiones de “Dumbo”, “La bella y la bestia”, “Aladdin” y “El libro de la selva”, con actores de carne y hueso, tan a la moda en la actualidad. Y la expresión “símil” se debe a que obviamente no hay leones ni hienas reales, sino que a través de la evolución del CGI (imagen generada por computadora), Disney logró recrear la historia animada con un realismo sorprendente. Simba de cachorro es adorable como cualquier felino real, y su padre, Mufasa, es digno de respeto y miedo como cualquier macho adulto de esa especie que podemos encontrar en la sabana africana o un documental de National Geographic. La historia es idéntica a la de 1994, el guión respeta severamente al original y los diálogos se repiten, salvo algunas excepciones, con una exactitud que parece exagerada. Si bien hablamos de una monarquía y una “civilización” de especies animales, parece extraño que casi no existan guiños para actualizar algunas cuestiones. De todas formas, el filme dura media hora más, aunque solo se agregan algunas tomas en cada escena y dos canciones (qué lindo es escuchar a Beyoncé) inéditas. De las que ya conocíamos, tampoco hay muchas variaciones. Simba (voz de adulto de Donald Glover) es el príncipe heredero de las tierras del reino, por ser hijo de Mufasa (James Earl Jones, mismo actor que hizo la voz en 1994). Su tío Scar (Chiwetel Ejiofor), celoso por haber quedado relegado del trono, decide matar a Mufasa y a su hijo, para quedarse como monarca. Pero Simba logra escapar y es rescatado por Timón (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen), una suricata y un jabalí con los que se cría hasta la adultez. Scar se erige como señor en la sabana, y deja que su ejército de hienas destruya todo el ecosistema. Nala (Beyoncé) no soporta más la situación y va en busca de ayuda. Al reencontrarse con Simba, le pide que regrese pero aún le quedan traumas de la muerte de su padre. Debe reencontrarse consigo mismo antes de tomar la decisión más importante de su vida y luchar por el trono del que es legítimo heredero. La nueva versión es prolija, y sumamente sorprendente en cuanto a su factura técnica y tecnológica. Su director, Jon Favreau, especialista en películas animadas, se limitó a contar la misma historia, quizás para evitar la ira de los fans ante un eventual cambio que podría caer mal. Pero por esa minuciosidad también Disney no corrió ningún riesgo, y parece haberse conformado con mostrar a los personajes de forma más realista. Imprescindible para quienes hayan crecido con la original, pero quizá innecesaria para la industria del cine.
Copiado con carbónico Hace muchos años el papel carbónico era utilizado como elemento de copiado manual. Los que manipularon alguna vez este tipo de artículo de librería, sabrán además que aquello que se escribía en el original, no siempre quedaba reflejado de una manera fidedigna en el duplicado. Jon Favreau (El libro de la selva, Iron man - El hombre de hierro) descubre el carbónico cinematográfico en El Rey León (The Lion King, 2019) live action en el que la tecnología avanzada de animación digital posibilita la reconstrucción casi plano por plano de la versión original de 1994 dirigida por Rob Minkoff y Roger Allers y que marcó a una generación. Aquí veremos una vez más a Simba, el heredero del trono de la sabana africana en una constante lucha entre el deber ser y aquello que realmente desea para su vida, tras los traumáticos hechos que lo alejaron de su manada. En el camino, plagado de obstáculos, un sinfín de amigos y enemigos configurarán el escenario y leit motiv para que la narración avance. Al hiperrealismo logrado visualmente, se suma un excelso doblaje de voces de estrellas de Hollywood, un cast soñado que reúne a figuras como Donald Glover (Simba), Beyoncé Knowles (Nala), Alfre Woodard (Sarabi), James Earl Jones (Mufasa), y Billy Eichner y Seth Rogen (Timón y Pumba respectivamente), y que ponen a la luz aspectos más oscuros y dramáticos de los personajes. La narración apela a la nostalgia de la versión animada, enfatizando en momentos claves del relato (presentación en sociedad de Simba, traición de Mufasa al Rey, reencuentro entre Simba y Nala) y sumando algunas canciones que si bien no pertenecen a la original, se mantienen en el imaginario popular como asociadas a la selva y animales (The Lion Sleeps Tonight). Favreau respeta su predecesora, al punto que en algunos momentos uno no sabe si está viendo la animada o la película en cuestión (recorrido por el desierto de Simba, Timón y Pumba), por lo que se deduce que el miedo a traicionar a los espectadores que disfrutaron de la original marcó el pulso de aquellos que se encargaron del guion y llevarla a cabo. Aun así, como reflejo casi exacto de la primera versión, copiada con carbónico del ícono que la precede, El Rey León funciona, desarrollando una épica sobre la amistad, los vínculos, la familia, el amor y mucho más, destacándose cuando juega con la incorrección, en la apuesta a la nueva comedia americana encarnada en Timón y Pumba, dupla que hace de la escatología su estandarte, y cuando sus diálogos evocan emociones que hacen olvidar esa sensación de estar en un documental contemplativo de animales.
Un film un tanto perezoso, puro alarde técnico que se agota tras la primera secuencia. Lo mejor: la participación de Seth Rogen como Pumba. En los últimos años, Jon Favreau es uno de los pocos realizadores del corazón de Hollywood que ha logrado utilizar las formas del gran espectáculo para crear una obra personal. Lo atestiguan “Zathura”, “Elf”, “Iron-Man”, “El Chef” y, last but not least, la adaptación “con actores” y animación fotorralista de “El libro de la selva”. Esa película hermosa recuperaba la épica de los relatos de Kipling que la versión animada de Disney diluía en la comedia. Ese mismo tipo de animación es la base de esta versión de “El Rey León”, que en gran medida se parece más a la “Psicosis” de Gus Van Sant que a otra cosa: la mayoría de las secuencias clave son un calco casi cuadro a cuadro de lo que otrora era dibujado. La original era despareja: tiene muchos cambios de tono, agujeros de guión y otras cosas. Pero tenía, como todo buen dibujo animado tradicional, un amor por la artesanía y el registro de la mano del artista en el diseño. (Te puede interesar: Vacaciones de invierno: cuáles son los shows para chicos más exitosos) Esta versión muestra lo mimética que puede ser la imagen digital, pero ya no asombra tal hazaña tecnológica. Por lo tanto, quedan al desnudo las fallas. Lo mejor es la participación de Seth Rogen como Pumba, quizás escribiendo sus propias líneas. El resto es perezoso, puro alarde técnico que se agota tras la primera secuencia, que era lo mejor de la original y es –fotocopiada con “hiperrealismo”– lo mejor de este negocio. Las pocas canciones nuevas rellenan pero no alimentan.
"El Rey León" nació en 1994 como una producción de Disney con intervención de animación por computadora. La idea era de fines de los "80, cuando se reunieron el sobrino del legendario Walt Disney, Roy; Jeffrey Katzenberg (luego fundador de DreamWorks) y un ex integrante de los Niños Cantores de Viena, Peter Schneider, director de orquesta de tradición wagneriana. Charlie Fink, creativo y vicepresidente de Disney dio el toque final al proyecto. La película "El Rey León" tuvo dos directores, Robert Minkoff y Rogers Allen; y tres guionistas, Linda Wolverton, Irene Mecci y Jonathan Roberts; con la música de Hans Zimmer, Elton John y Tim Rice. Costó 45 millones de dólares y hasta el estreno de esta nueva versión recaudó más de 968 millones de dólares y logró que Simba, sus amigos y sus canciones fueran amados por chicos y grandes. Vuelve ahora la historia de Simba, el pequeño león que, habitante de la sabana africana y heredero del Rey Mufasa, es engañado por su tío y huye del hogar para volver años después a recuperar el reino. OTRA MIRADA Convertida en una versión live action por computadora, la actual "El Rey León" no difiere prácticamente en nada de su versión original desde el punto de vista del argumento. Sin embargo, hay algunas reelaboraciones en la duración de ciertas secuencias, el alargamiento o acortamiento de la intervención de ciertos personajes (las hienas) y algunos cambios en los diálogos, como la incorporación de cierto tono de improvisación en algunos de ellos (la charla que une a los divertidos difusores de "Hakuna Matata", Pumba y Timón, la suricata y el jabalí que protegen a Simba en su exilio). En cuanto a la música, a los mayores éxitos de la primera versión, que se mantienen (incluso el de Elton John "Nunca es demasiado tarde"), se incorpora "Espíritu", por Beyoncé, mientras que la conocida "Puedes sentir el amor esta noche" la une con Donald Glover. "El Rey León" seguirá gustando a los nuevos chicos de 2019 y a sus padres a pesar de todo. Porque chicos y animales concentran todos los gustos en una película, aunque estén intervenidos por computadora. Los que vimos la primera versión extrañaremos la expresividad y los sentimientos que las sonrisas y gestos de personajes como Mufasa y Simba transmitían, aunque no los que sólo conozcan ésta. No notarán la similitud de todas las leonas, o lo destartalado que luce Scar. Pero sí disfrutarán como los antiguos espectadores el despliegue visual del comienzo, cuando todos los animales de la comunidad de Mufasa acuden a saludar a Simba. Y también ellos escucharán los consejos de Mufasa sobre el valor de tener responsabilidad o mirar el cielo para sentir a los antepasados mientras el círculo de la vida se reinicia. Miradas para todos.
Domesticar lo salvaje Javier Porta Fouz escribía en el 2016 “Jon Favreau nunca hizo una película floja –Made, Elf, Zathura, Iron Man 1 y 2, Cowboys & Aliens, Chef– y era muy poco probable que su carrera tuviera su primer bajón justo con El libro de la selva”. Efectivamente, esa gran adaptación de la novela de Kipling mostraba de forma armoniosa todos los condimentos del relato de aventura. Los avances tecnológicos estaban dispuestos para enriquecer la experiencia visual pero siempre en dependencia de los tonos narrativos. Tales criterios aparecen muy alejados, lamentablemente, de esta nueva entrega de El Rey León. En primer lugar, resulta atendible reparar en el trabajo prodigioso de investigación animal (más del 70% de los animales fueron primeramente filmados para luego pasar a la parte técnica) en lo que corresponde a comportamientos, movimientos y emociones. Se configura así una atmósfera hiperrealista que, en un principio, conmueve al espectador: el brillo del pelaje de los animales, la profundidad de los ojos, las texturas de los cuerpos, todo se vuelve deslumbrante. Sin embargo, ese todo termina allí. Ni las estridencias de Seth Rogen (Pumba) pueden traspasar el desconcierto del espectador. En un primer momento que es el lugar de lo trágico, el CGI funciona bien y hasta le da al film cierta identidad. La muerte de Mufasa (James Earl Jones) resulta verdaderamente emotiva y tratada con un matiz diferente de la versión animada que pone mayor énfasis en la traición fratricida. Sin embargo, una vez realizado el acto en cuestión, la película comienza a diluirse. El hiperrealismo no alcanza para hacer verosímil las emociones. Así, la tierra hedonista del Hakuna Matata no ofrece tanta diversión, el crecimiento del protagonista no nos transmite demasiado y menos aún, el momento romántico con Nala (Beyoncé) que parece dispuesto por un falso furry. Esta nueva entrega sigue casi al pie de la letra a la versión original, con lo que ni siquiera se arriesga a un juego autorreferencial (salvo en el caso de un par de gags que no adelantaremos), y así tampoco contamos con alguna transgresión que salve el día. La gelidez con que se enlazan las maravillas técnicas y la distancia que se imprime en la interpretación de las emociones hacen que la película solo sea disfrutable si el espectador sabe de antemano que esto es lo que se va a buscar… No hay nada más.
"El círculo del remake" El Rey León (The Lion King, 1994) pertenece al llamado periodo de “renacimiento” de los Walt Disney Studios, y fue una de las animaciones más taquilleras y con más recaudación en su contexto y posteriormente. Es por eso que este remake es uno de los más esperados. En lo que a quien escribe respecta El Rey León (1994) pertenece a uno de sus primeros recuerdos en una sala de cine, por ende, posee un significado especial. Además, de que aun hoy se considera dicha animación una genialidad no sólo a nivel dramático y emotivo sino también desde la composición de su magnífica banda sonora realizada por Elton John, Tim Rice y Hans Zimmer. Tanto la película, como su música, sin dudas lograron trascender y resistir más que bien el paso del tiempo, lo que la hace a una obra de arte eterna. Recordemos que dicho film posee una relación intertextual con Hamlet de Shakespeare, que a su vez posee relaciones intertextuales con otros relatos y mitos, como por ejemplo la leyenda de Amleth. A su vez, la secuela menos exitosa que su predecesora, El Rey León II: El Reino de Simba (The Lion King II: Simba´s pride, 1998) está basada en otra tragedia de Shakespeare, Romeo y Julieta. Dicho esto, nos es posible adentrarnos en el análisis de esta nueva versión que ha llegado a tiempo para ser conocida por nuevas generaciones planteando un nuevo debate: ¿Es correcto o no llamarla live action? Puesto que en realidad el termino, por más realista que sea la animación, refiere en realidad a personas o animales “reales”. Más allá de esta controversia lo importante es preguntarse si ¿es significativo o no realizar un remake de este filme? Respecto a esta versión de El Rey León (The Lion King, 2019) en particular se considera que no aporta nada significativo o novedoso a la versión original. Una vez más nos encontramos bajo la problemática del cine actual, su falta de originalidad y circularidad empastada, sintetizada tan bien por Jean-Luc Godard en su último documental El libro de Imagen (Le livre d'image, 2018). La película no es sólo casi una copia plano a plano de la versión animada, sino que no tiene grandes cambios argumentales tampoco, es decir que no hay ninguna interpretación nueva, ni en el qué ni en el cómo. A diferencia de la bien adaptada El libro de la selva (The Jungle Book, 2016), la cual es igualmente un producto de Disney también dirigido por Jon Favreau, en esta oportunidad el realismo de los animales es tal que no poseen ningún tipo de expresión en su mirada, a excepción del mejor logrado mono Rifiki. Si el proyecto es similar, ya que ambos tienen como protagonistas la naturaleza y los animales, y tanto el uno como el otro son nuevas adaptaciones de “clásicos” animados de Disney, cabe preguntarse ¿en qué radica la falta de emoción de El Rey León (2019) a diferencia del acertado trabajo de Favreauen El libro de la Selva (2016)? Una primera hipótesis puede ser debido a la carencia de ningún personaje humano real que interactúe con los animales como sucedía en El libro de la Selva (2016) con Mowgli, aun así, esto puede ser descartado inmediatamente puesto que en la animación de 1994 uno jamás perdía la convención y la verosimilitud de la historia, debido a la empatía y hermosura de sus ilustraciones. Entonces nuevamente nos preguntamos ¿qué es lo que no funciona aquí? En primer lugar, se considera que hay una gran falta de sincronicidad entre los parlamentos y cantos de los personajes con la que se supone es su respectiva fuente de emisión sonora, los animales. Es decir, que no hay armonía entre el sonido y la imagen, lo que produce en consecuencia un “choque” en el espectador, que hace que éste no pueda compenetrarse del todo en el universo diegético que se propone. Hacer que un animal hable es una cosa, y hacer que un animal cante es otra, las escenas musicales son las que más problemas presentan, y en este filme cuyas canciones son tan significativas a nivel argumental y estético esto es un verdadero problema. En El Rey León hay más escenas musicales que en El libro de la Selva, en ellas Favreau para que no sean tan notorios los problemas respecto a la boca de los animales y su canto aleja la cámara con planos más abiertos, y en consecuencia produce otro desacierto ya que esto puede ser una causa de perdida de empatía y emoción respecto de los protagonistas y el espectador. La segunda cuestión negativa que se observa en dicho filme, es la falta de expresividad en la mayoría de los animales, sobre todo, en los leones que justamente son los protagonistas y quiénes hacen avanzar la acción. Mientras que en la versión animada tanto el Simba cachorro como el Simba adulto lograba conmovernos hasta las lágrimas, la representación hiperrealista de los animales aquí presentada termina jugando en contra puesto que sus miradas resultan inexpresivas y no llegan a conmover del todo al espectador, pues parece que estamos más ante un documental de la National Geographic que frente a El Rey León. Ni que hablar del tercer desacierto, apurar una de las escenas claves del relato: la muerte de Mufasa el padre de Simba. El desenlace de esa trágica escena es aquí sintetizado quitando en consecuencia la carga emotiva ese encuentro final, entre el cachorrito y su padre, la cual siempre presentaba en la versión de 1994 un quiebre en la emoción del espectador que resiste aún el paso del tiempo, si volvemos a verla siempre es capaz de hacernos llorar. Solo hay dos cambios pequeños que presenta El Rey León (2019), uno respecto a una corrección política actual en una de las enseñanzas del Rey Mufasa a su hijo Simba en el cual le explicaba a su sucesor al trono que toda esa tierra les pertenecía, aquí le dice no que esa tierra les pertenece, sino que ellos la protegen, es decir, que hay una leve critica a la propiedad privada. El otro aspecto que difiere de la versión animada y que podría haber sido un acierto si en vez de recrearse plano a plano se profundizaba sobre ello, atañe a la referencia y alusión al pasado que se realiza entre la pre-historia los hermanos herederos del trono Mufasa y Sacar, y la leona reina Sarabi y su elección amorosa de Mufasa por sobre Scar, explicando más la maldad y el resentimiento del villano en cuestión. Por ende, oponiendo más la ley de un “equilibrado” Estado de monarquía de racionalidad moderna frente a las leyes una tiranía despiadada y “salvaje”. Asimismo, en menor medida el carácter de Nala y su activismo es resaltado en esta versión dándole más protagonismo, así como también las hienas tienen más participación. En conclusión, por todas estas cuestiones la película no termina de tener la fluidez y dinamismo que la versión original posee, pero si hay que destacar el enorme desafío que esto conlleva, sin dudas de las nuevas versiones de Disney que se presentan es la más complicada a nivel formal. Una escena bien resulta respecto a la versión original, es una de esas típicas escenas animadas apoteóticas de Disney que se encontraba en la secuencia acompañada por la canción “I Just Can´t Wait to Be King”, aquí Favreau la resuelve de forma simple y efectiva. En adición, entre las escenas musicales las canciones más carismáticas en esta versión “Can You Feel the Love Tonight” interpretada por la talentosa Beyoncé, cuya voz aporta emoción a dicha secuencia y “The Lion Sleeps Tonight”. Ésta ultima a diferencia de la mayoría de los musicales del filme presenta mejor sincronicidad entre el sonido y la imagen y es una de las escenas mejores logradas y más entretenidas de la película. Por último, en lo que respecta a las próximas versiones live action de películas de Disney, la secuela de Maléfica (Maleficent: Mistress of Evil, 2019) será estrenada el 18 de octubre de este año, Mulan será estrenada el 26 de marzo de 2020 y ha sido anunciada la producción de La Sirenita.
El Rey León: Desabrido relato de felinos. Cuando vemos una remake o reboot de cualquier película, irremediablemente la pregunta que surge es si es necesaria o no. Este es un planteo muy común y a veces damos con la respuesta, pero otras veces no. En el caso de un gigante como Disney, la respuesta a esta pregunta resulta más que obvia: en su momento, en los años ’90, sus películas tuvieron tanto éxito que es inevitable pensar que ahora van por más (económicamente hablando). Resuelta esta cuestión, entonces se puede pasar a otra: ¿de qué manera encararán un nuevo proyecto? Allá por 2016, Disney se embarcó en una versión live-action de El Libro de la Selva que pareció no haber causado mucho revuelo. Pasó sin pena ni gloria por los cines argentinos. Y anteriormente Maléfica (2014), en realidad un spin off, nos contaba los avatares de una de las villanas clásicas de nuestra infancia. Así es que -posteriormente al fenómeno de animación en conjunto con Pixar- la compañía comenzó una especie de “ola” de nuevas películas con actores de carne y hueso. El Libro de la Selva, al menos, ofrecía algunos nuevos elementos a la trama sin dejar de basarse en la historia original que ya conocíamos todos; y Maléfica hizo lo propio: plantear un relato de una villana temible con un desenlace muy diferente. Una gran sorpresa para los espectadores. Este año es de El Rey León, de Jon Favreau, un film calcado plano por plano y con diálogos idénticos. No es que la película de Favreau sea mala, sino que peca de poco arriesgada. Desde lo narrativo no cuenta con casi ninguna particularidad, no juega con nada nuevo, no apuesta, no tiene huella propia. Es un calco exacto de su antecesora y eso la hace poco necesaria. Sí – hay que reconocerlo –, uno se vuelve a emocionar y a sentir esa nostalgia de la primera vez con el film de animación, y seguramente las nuevas generaciones de espectadores de películas de Disney la disfrutarán enormemente. Por el contrario, los más puristas y fanáticos seguramente no se hallen demasiado en este nuevo formato. A nivel tecnológico, la película de Favreau es incuestionable. La parafernalia moderna y exquisita de sus efectos visuales capturan a cualquier espectador ávido de activar sus sentidos con imágenes de alto impacto visual y sonoro. Se logró un nivel de realismo indiscutible en todos los aspectos, aunque este punto le quite cierta emotividad y clima a la totalidad de la película. Se llega a disfrutar –y a reconocer– alguna voz inconfundible de actores y actrices de trayectoria como Seth Rogen en el papel del inolvidable Pumba –aportando junto a Timón (Billy Eichner) una buena dosis de humor– y Beyoncé como Nala de adulta (con el detalle de que Mufasa vuelve a ser interpretado por el gran James Earl Jones). Otro de los problemas de este Rey León es el ritmo. Este factor hace que las escenas más importantes de la película (la muerte de Mufasa, el ascenso de Scar al poder, el reencuentro entre Simba y Nala, cuando Simba adulto se identifica con su padre muerto, entre otros) no tengan el peso ni la energía esperados. Aquí parecen momentos fugaces, poco emotivos y poco potentes. Una lástima. Donde más brilla el film animado es justamente en estos momentos. Quien aun tenga bien fresca la película animada de 1994, seguramente reconocerá algunos cambios sutiles en varias escenas (se alargaron y acortaron algunos fragmentos, y se le otorgó a Nala un papel más activo en la rebelión de las leonas contra Scar). No sabemos si se pretendió hacer una versión más “feminista” o no; sí tiene algunos toques modernos que la acercan a los tiempos que corren, pero el caso es que este Rey León viene un poco apagado y falto de nuevas ideas.
A pesar del impacto visual que genera, esta remake de El Rey León no consigue la empatía justa y termina siendo una sombra de lo que fue la película original, que con menos tecnología pero con más corazón logró quedar en la historia. El Rey León es considerada una de las obras por excelencia de Disney. Desde su estreno en 1994, la película marcó un antes y un después en cuanto a producciones animadas y podría decirse que gracias a ésta empezó una nueva época de oro en las películas del estudio. Gracias a su historia conmovedora, una animación que para ese entonces fue vanguardista e integrantes de un elenco de primer nivel que prestaron sus voces y quedaron para la posteridad, The Lion King se ganó una nueva chance para volver a conmover a una nueva generación de niños y también para intentar volver a enamorar a aquellos que supieron tener todo el merchandising posible de Timón, Pumba, Simba y compañía. Para algún despistado que no sepa de que se trata esta película, El Rey León (The Lion King, 2019) cuenta la historia de Simba (JD McCrary / Donald Glover), el joven príncipe de un reino en donde diferentes especies de animales conviven en paz y armonía bajo el liderazgo del león Mufasa (James Earl Jones). Pero como en toda situación monárquica, no siempre se está de acuerdo con el Rey y es ahí en donde entra al juego Scar (Chiwetel Ejiofor), hermano del rey y tío de Simba, un león que quedó resignado a ver a su hermano triunfar y ser líder mientras que en él se iban generando unas ansias de venganza y deseo de poder incomparables a tal punto de nublar su juicio de manera definitiva. En la búsqueda por quedarse con el lugar de su hermano, Scar ideará un plan para deshacerse definitivamente de Simba y su padre para siempre y así poder quedarse con el trono del reino. Tras un trágico evento, Simba es desterrado a vivir fuera del reino y allí se hará amigo de Timón (Billy Eichner) y Pumba (Seth Rogen), una suricata y jabalí que le enseñaran a Simba una nueva forma de vivir y que le servirá también para poder recuperar el reino que le fue arrebatado. En esta remake animada (cabe la aclaración porque muchos la cuentan como live action), la historia es exactamente igual que su versión original de 1994. A pesar de que el director Jon Favreu (The Jungle Book, 2016) y los guionistas Jeff Nathanson y Brenda Chapman intentan adaptar el cuento original a los tiempos que corren, el único aspecto que se destaca a grandes rasgos es el visual en donde realmente se nota una avance tecnológico realmente transgresor en donde todos los personajes que parecen sacados de la jungla debido a su detallismo extremo y diseño innovador. Al mismo tiempo, los paneos que propone el director de la sabana africana, bien podrían ser reales y la ilusión de que todo es verdadero se ve desde un primer momento. Incluso la manera en la que el film está montado y el juego de luces y sombras que se producen en la fotografía, otorgan un hermoso despliegue visual pocas veces visto. Ahora bien, teniendo en cuenta estos aspectos más que destacables, hay que tener en cuenta que la impronta narrativa que se podía haber esperado en esta película para poder diferenciarse del material original brilla por su ausencia. Todo lo que sucede es exactamente igual y salvo una sola canción que fue especialmente hecha por la cantante Beyoncé para la película, los temas son los mismos y puestos en las mismas escenas e incluso casi con la misma duración. Ni siquiera el genio musical de Hans Zimmer, con la curación de la propia Beyoncé y Donald Glover, logró imponer su banda de sonido. El problema más notorio que tiene la película es su claro problema para poder transmitir la historia. El tono utilizado no logra una conexión con el espectador y si bien lo que se ve es entretenido y en ningún momento peligra la atención que se le pueda prestar, al terminar el film puede quedar como una película más y olvidable. El diseño de los personajes es extraordinario. Como ya se ha mencionado antes, el realismo logrado es de tal magnitud que tranquilamente podrían pasar por animales reales. Ahora bien, en la búsqueda por lograr una semejanza casi perfecta las expresiones de los personajes se ven perdidas y no logran reflejar en sus rostros lo que intentan demostrar en las voces. Los únicos tres personajes que si logran imponerse pese a ésta última arista son Mufasa, Timón y Pumba. El gran James Earl Jones, regresa a uno de sus mejores papeles y vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de voz de todos los tiempos. Si bien es imposible separarlo de su trabajo como Darth Vader en Star Wars, no hay dudas de que Mufasa es el segundo mejor papel que le ha tocado tener en su carrera. En cuanto a Timón y Pumba, Billy Eichner y Seth Rogen respectivamente sacan adelante la película siendo ellos los encargados de otorgarle la cuota humorística a la película y rescatándola de la parsimonia en donde el relato cae. El resto del elenco no logra destacarse demasiado y teniendo en cuenta la calidad de las voces que tienen detrás, deja bastante que desear. Actores y actrices como Donald Glover, Beyoncé, Chiwetel Ejiofor y Alfre Woodard, entre otros, no logran brillar y terminan siendo un desperdicio contar con ellos. A fin de cuentas esta remake de El Rey León es solo un eslabón más en la cadena con la que Disney intenta adueñarse de todas las salas de cine del mundo. Si bien sus aspectos técnicos y visuales pueden ser innovadores y ser un antes y después para futuras producciones, la “magia” que se logró transmitir en la versión original aquí no se da. Dentro de las múltiples remakes que se aproximan, la más cercana es Mulán (2020) que si será live action y se espera que sí cambien la historia con respecto a su película previa, y si bien seguramente vendrá con polémica se podrá apreciar de mejor manera que si adaptaran la misma trama otra vez.
Apostando por el realismo visual y una historia que conquistó a varias generaciones, llega la versión live action de «El Rey León», una de las más esperadas del año. ¿Consigue estar a la altura de las circunstancias? «El Rey León» supo ser un conglomerado de decisiones acertadas que la convirtieron en la película clásica que es hoy en día: una historia inspiradora, una música soberbia y unos personajes entrañables. La nueva versión tiene todo eso, ya que respeta la historia a rajatabla y crea con animación unas imágenes de un realismo sorprendente, magistral. Y aun así, con su música magnífica, con sus efectos deslumbrantes y la misma historia que, sí, sigue haciendo llorar en los momentos cumbres, parece faltar algo. Vi la película hace varios días y le sigo dando vueltas. ¿Como es que, si abro YouTube para ponerme a escuchar «Circle of life», «Can you feel the love tonight?», «I just can’t wait to be a king» o «Hakuna Matata» y aun me asombra el realismo de las imágenes, siento que la película me decepcionó? Sabor a poco. «El Rey León» comienza con la presentación de Simba. Todos los animales se convocan para ver al heredero. Y de golpe, ese leoncito tan adorable habla. Habla como un niño, claro, porque es un cachorro, pero hay algo que este Simba no puede hacer y el otro podía: sonreír. Gesticular. Expresarse, más allá de una mirada o un rugido. Y tal vez sea ahí que «El Rey León» versión 2019 siente que su alma se diluye un poco. Le falta la magia. Eso sí: el carisma de Timón y Pumba sigue intacto y logran llegar tanto como antes. El espíritu Hakuna Matata es imbatible. Por lo demás, no hay más que elogios al film dirigido por Jon Favreau. Uno debe recordarse a sí mismo que lo que está viendo es pura creación digital, porque el realismo visual de la película (aunque nos quite la sonrisa de un león salvaje) es maravilloso. Y el otro punto fuerte es poder volver a disfrutar de ese genial catálogo de canciones de Elton John, en nuevas versiones, igual de bellas y emotivas. Los cuadros musicales son todo. Impecable y nostálgica, hay que verla más allá de cualquier crítica. Todos hicieron bien su trabajo, pero algunas cosas son irrepetibles y quizás está bien que así sea. Puntaje: 6/10 Título original: The Lion King Duración: 118 minutos País: Estados Unidos Año: 2019
Disney vuelve a la carga con una nueva remake live-action, la tercera de las cinco programadas para este 2019. Se trata de uno de sus clásicos más venerados, tanto por la crítica especializada como por el público en general -recordemos que la original recaudó más de 968 millones de dólares-. Hablamos nada menos que de The Lion King (El Rey León). El elegido para ocupar el cargo de director fue Jon Favreau, quien previamente dirigió The Jungle Book (2016). La decisión clave del realizador fue que la nueva versión se mantuviera lo más fiel posible a la obra de origen. Pero lejos de resultar meritorio, esto genera que no aporte nada novedoso, y que se sienta prácticamente como una imitación adornada con efectos visuales de captura en movimiento y realidad virtual.
El círculo de la vida El Rey León (The Lion King, 2019) es una película dramática, musical y de aventuras que constituye una nueva versión del clásico homónimo animado de Disney estrenado en 1994. Dirigida y producida por Jon Favreau (Iron Man 1 y 2, El Libro de la Selva), el guión estuvo a cargo de Jeff Nathanson. Las voces originales incluyen a Donald Glover, James Earl Jones, Chiwetel Ejiofor, Seth Rogen, Billy Eichner, Beyoncé, Keegan- Michael Key, Alfre Woodard, John Oliver, entre otros. En el doblaje al español la voz de Simba fue puesta por el cantante mexicano Carlos Rivera y la voz de Kamari, una de las hienas, fue puesta por el comediante argentino Agustín “Rada” Aristarán. En la sabana africana, los reyes leones Mufasa (James Earl Jones) y Sarabi (Alfre Woodard) acaban de convertirse en padres del pequeño Simba (Donald Glover). El cachorro crece en un ambiente lleno de amor junto a su familia y su mejor amiga Nala (Beyoncé), sin embargo sus ganas de demostrar su valentía hacen que caiga en las trampas de su tío Scar (Chiwetel Ejiofor), malvado león que siempre deseó el trono. Sintiéndose sumamente culpable por la muerte de su padre, Simba huirá de su hogar y pasará bastantes años con sus nuevos amigos Timón (Billy Eichner) y Pumbaa (Seth Roben), una suricata y un jabalí que viven sin preocupaciones. Sin embargo, Simba deberá recapacitar sobre quién es él, lo que lo llevará a volver a su lugar de origen para recuperar lo que es suyo y salvar a sus seres queridos del tirano Scar. Con innovadoras técnicas cinematográficas y apelando plenamente a la nostalgia del espectador, esta remake de El Rey León no es más que una copia casi exacta de la cinta animada. Ya sea por la historia, canciones, planos o diálogos, si lo que uno busca al ir al cine es revivir una película que lo marcó en la infancia, ésta es la opción perfecta. Aunque el filme carezca del efecto sorpresa, ya que todo el tiempo sabemos qué es lo que ocurrirá a continuación, el realismo que se logró digitalmente logra que la entrada valga totalmente la pena y el disfrute esté garantizado. Tanto los efectos especiales como la puesta en escena son lo más destacado de esta producción donde todo está hecho por computadora. Los realizadores viajaron a África para obtener referencias de la vida real de los diversos animales y conseguir un enfoque fotorrealista. De esta manera, cada escena en la pantalla grande resulta un deleite visual ya sea por el diseño súper cuidado de los personajes o los preciosos paisajes. La música del compositor Hans Zimmer, que ya había ganado el Óscar por la banda sonora de la película animada, aquí también brilla y ayuda a recrear momentos icónicos tales como el inicio con el Ciclo Sin Fin o cuando Simba canta I Just Can’t Wait to be King. El soundtrack incluye nuevas versiones de las canciones originales escritas por Elton John y Tim Rice, lo que le aporta un poco de frescura al relato. El Rey León no cuenta con una identidad propia teniendo en cuenta que la mayoría de sus aciertos se los debe al clásico de Disney. Sin embargo, su despliegue técnico y las correctas voces de los personajes hacen que esta historia de liderazgo, traición, amistad y responsabilidad nunca pase de moda.
Regresa otro clásico de Disney que pasa por los filtros del CGI. A veinticinco años de El rey león, Jon Favreau dirige esta historia protagonizada exclusivamente por animales, pero no consigue aquello que había logrado con su versión de El libro de la selva. La historia shakesperiana de El rey león nos conmueve todavía desde su versión animada. Aquella en la que el pequeño Simba, hijo del rey Mufasa y por lo tanto próximo a reinar, pierde todo a causa de su tío Scar, resentido y envidioso por no ser él rey. Esta nueva versión del clásico animado es la misma película y, al mismo tiempo, una película muy diferente. Aunque se calquen planos, aunque se repitan diálogos con exactitud medida, este traspaso al CGI y la evidente falta de imaginación a la hora de actualizar el clásico de Disney deriva en personajes sin carisma, sólo funcionales a una historia que ya conocemos de memoria. Con sus aciertos y desaciertos, al menos, películas como Dumbo y Aladdin, entre las más recientes de esta nueva moda, han intentado con sus nuevas versiones aggiornarse, aportar algo fresco. En cambio, acá Jon Favreau (o los productores) no parece querer salirse del homenaje, como si homenajear fuese simplemente recrear cada escena a través del calco. Tal como temíamos desde el trailer, la película no tiene más para ofrecer que eso, un traspaso de imágenes, ya conocidas y caladas en nuestra memoria, de la animación tradicional al CGI que intenta ser lo más realista posible. Entonces, no pasa de un ejercicio técnico. Porque en ese traspaso hay algo de lo que no consigue apropiarse y es el corazón de aquella versión original. Todo está tan medido, tan calculado, que ni siquiera personajes carismáticos y distintos como el villano Scar (a quien la voz de Jeremy Irons también supo dotarle de mucha presencia y que acá interpreta Chiwetel Ejiofor) o el jabalí Pumba consiguen resaltarse. En cuanto a la música, otro componente importante del film, Pharrel Williams y Favreau sí se permiten jugar un poco, sólo lo justo y necesario, pero no consiguen más que hacer lucir a Beyonce (Nala) en algún momento. El resto de los cambios son ínfimos. ¿Cuánto mérito puede tener una película que narra una buena historia y crea unos bellos planos, si todo eso ya lo hizo otra persona antes? Y eso sólo sin contar que a este intento por narrarnos la misma historia a través de imágenes realistas le termina jugando en contra ese principal componente nuevo. Porque así como algunas escenas entre muchos animales parecen salidas de un documental, hay otras de gran componente dramático (aquellas que tienen que ver con el ascenso al poder de Scar) que visualmente quedan deslucidas. Acá no hay magia, y ése es el componente principal que nos enamoró de Disney. El rey león es una fallida remake porque no tiene nada nuevo que ofrecer más que los avances tecnológicos y, al mismo tiempo, fracasa en conseguir emocionar y divertirnos como sí lo supo hacer con mucho éxito su versión original.
En 2016, el director John Favreau sorprendió con una inspirada versión live action del clásico de Disney El libro de la selva. En esa oportunidad, el también realizador de las dos primeras entregas de Iron Man, acertó cambiando algunos giros de la historia original y dotando al mencionado film de una inquietante atmósfera sombría. Nada de eso sucede en esta operación de mercadotecnia y animación de alta tecnología que oficia como refrito de El rey león. Estrenada en más de 500 salas en el país, era lógico un debut por lo alto para el majestuoso felino, que llevó casi a 350.000 personas en sus primeros dos días en pantalla. Con críticas poco estimulantes por parte de la prensa especializada, sumadas a un boca en boca que oscila entre la decepción y la evocación nostálgica de los fans de la versión de 1994, habrá que ver si este engendro de animación digital sostiene el interés del público masivo cuando pasen las vacaciones de invierno, y si logra acercarse al récord de una auténtica obra de linaje como Toy Story 4, que se prepara para llegar a los seis millones de espectadores y es la película más vista en la historia de los cines argentinos. A esta nueva versión de El rey león, le alcanzan unos minutos para poner en absoluta evidencia sus virtudes y falencias. El extremado realismo visual de las imágenes, con todo tipo de detalles de la geografía donde transcurre la acción, así como la apabullante precisión para plasmar el movimiento, la gestualidad y las texturas de los animales protagonistas; son de de un prodigio indiscutible. Paradójicamente, esa elección que coquetea con el hiperrealismo, termina jugándole en contra a esta producción de Disney en todo momento. Aquellas escenas con simpáticos gags, que permanecen en nuestro recuerdo como frescas y luminosas, quedan aquí malogradas en su transición del clásico de los '90 a este ultra diseñado trabajo de animación digital. El director intenta apropiarse de los alocados códigos humorísticos propios del cartoon, cuando lo que tenía que hacer era buscar un efecto de comicidad que resultara más orgánico con la propuesta realista que decidió trazar sobre la pantalla. La falta de actualización, tanto a nivel narrativo como ideológico, es sin dudas el peor lastre de El rey león. Hay que remar una hora de metraje hasta llegar al legendario Hakuna matata, y de paso comprobar que ni siquiera Timón y Pumba pueden elevar la temperatura de este freezer. El pajarraco Zazu, justamente el único personaje con un atisbo de fantasía, carga sobre sus alas la titánica tarea de insuflarle algo de frescura a esta amansadora. Pero esto no es todo. Si los pasajes "divertidos" no funcionan, los "dramáticos" se deslizan con pasteurizada cautela. Tratándose de un tanque industrial dedicado al público familiar, no se puede pretender que esta producción se zambulla en rincones demasiado perturbadores. Pero se hace muy evidente que cada instancia de tensión está fríamente calculada para no incomodar por demás a nadie. Más allá de que los 88 minutos de El rey león de 1994 aquí se estiran a 118, destrozando en su camino las canciones originales con covers impresentables, lo más cuestionable de esta fallida operación de copy/paste, es su pereza absoluta, con algunas escenas calcadas con encuadre incluido; y un nulo refresh ideológico. Que en pleno siglo 21, una película se construya sobre las coordenadas de la moraleja aleccionadora en su vertiente más didáctica y culpógena, es un verdadero despropósito. A mitad de camino entre un documental de Nat Geo y una de esas propuestas religiosas que aterrizan cada vez más seguido en los cines, El rey león no exuda ni una gota de fervor creativo. Lo suyo es puro sermón con diseño de alta tecnología. Un rugido pinchado para una historia que cumple con la absurda proeza de atrasar más que su versión original. The Lion King / Estados Unidos / 2019 / 118 minutos / Apta para todo público / Dirección: John Favreau / Voces en la versión original subtitulada: Donald Glover, Beyoncé, Chiwetel Ejiofor, James Earl Jones, John Oliver, Seth Rogen, Billy Eichner.
Cada día parece una vuelta al pasado con tantos reboots de películas que marcaron un momento en nuestra infancia. Esta vez fue el turno de “El Rey León”, bajo la dirección del actor/productor Jon Favreau, quien en estos últimos años lo hemos visto en “Avengers Endgame”. Mufasa, el Rey de los leones, y la Reina Sarabi reciben la llegada de su hijo, el príncipe Simba. Un león muy audaz que busca que su padre esté orgulloso de él y sepa que se esmera por ello. Detrás de todo esto, hay otra historia y es la de Scar (hermano del Rey). Él era quien iba a tomar el trono en lugar de Mufasa, pero su propia ambición se lo impidió. Ahora, frente a la llegada de su sobrino y su futuro en el trono, Scar ve la posibilidad de sabotearlo, cueste lo que cueste. Simba tendrá que llenarse de valentía para emprender su aventura junto con la compañía de sus amigos Nala, Timón y Pumba. Las voces elegidas para darle vida a estos personajes son indiscutibles, un gran casting detrás. Entre los destacados tenemos a Beyoncé como Nala, Donald Glover como Simba y a Seth Rogen como el gracioso Pumba (es realmente excepcional). A la historia todos la conocemos, sin dudas, pero hay que darse el gusto de verla otra vez en pantalla grande, con nuevos condimentos de humor y maravillosos efectos especiales que logran que al final no puedas creer que son personajes animados.
Es raro cuando uno ve una película clásica después de mucho tiempo. Me pasó con El padrino por ejemplo, donde la vi varios años después y siempre escuchando maravillas. Con el paso del tiempo estos clásicos no se oxidan, pero si uno pierde sorpresa porque fueron copiadas de muchas maneras. Con El rey león primero estamos viendo una película casi idéntica, entonces más raro y el resultado dependerá de como nos llegue esa transformación a "animales de verdad" #ponele. Para mi el resultado de la animación o el nombre que tenga, es perfecto. Es increible ver como lograron esto y ya es algo normal para el cine. Por el lado de la historia, es la misma obviamente y ya hay poco para decir. Pude ver la película con mis hijas y salimos conformes. Lo memorable será esa vieja película por lo que significó en su momento, dentro de esas películas que hicieron resurgir a Disney en la gran pantalla de la animación y cuando venía una película por año con suerte! Esta es simplemente un refresh tecnológico.
Ya no es ningún secreto que Disney es una máquina de hacer billones de dólares en todo el mundo. Una locomotora imparable de arrasar taquillas y romper récords. Cuando pasen sólo un par de días, luego de éste estreno, “Avengers endgame” (Anthony y Joe Russo, 2019) habrá pasado a “Avatar” (James Cameron, 2009) como la película más taquillera de la historia, “Toy Stroy 4” ya es la numero uno en nuestro país, con el agregado de tener en su catálogo los únicos productos del año que han superado la barrera del millón de espectadores y, por si fuera poco, todavía faltan dos tanques más: “Frozen II” y otra entrega de “Star Wars”. Sin dudas, 2019 ya es el año Disney. En toda esta enorme planificación que consistió en la compra de Pixar, Lucas Films y Fox todavía sigue produciendo contenido propio, aunque este esté anclado, por ahora, en revisar los clásicos para hacerlos producir más plata. Ya se estrenaron las versiones digitales de “El libro de la selva”, “Aladdin”, “La bella y la bestia” y “Dumbo” (aunque en este caso, sí hay una visión particular de la historia por parte de Tim Burton), Se viene “La sirenita” para el año que viene con Javier Bardem, y ya tenemos en cartelera el clásico que parecía intocable: “El rey león”. En éste y en todos los casos anteriores, sólo puede colegirse que la intención económica prima por sobre la artística, ya que desde el punto de vista de la realización estamos frente a un casi calco de la original de 1994. Decimos “casi” porque lo que nos lleva de esos 88 minutos a estos casi 118 son una canción adicional y algunas prolongaciones de escenas que por cierto no agregan nada ni al relato ni a la interpretación del texto. Claro que esto no necesariamente es conclusivo para la apreciación del filme. Las nuevas generaciones que no han visto el clásico habrán de descubrir una gran historia que sigue vigente y no ha perdido su poder emocional. Luego de ser presentado por su padre Mufasa (James Earl Jones) como el heredero del trono, el cachorro Simba (Donald Glover) comienza a conocer el lugar aún sin saber de la posible conspiración de su tío Scar (Chiwetel Ejiofor), resentido por no ser él quien ocupe el trono. La culpa por la muerte de su padre obliga a Simba al exilio en donde conocerá a los queridos Timón (Billy Eichner) y Pumbaa (Seth Rogen) con quienes trabará amistad a partir de la filosofía Hakuna Matata. Todo así hasta oír el llamado de su destino para volver a recuperar el trono. Apoyándose en lo sólido de esta historia shakesperiana, el director Jon Favreau da rienda suelta a la segunda estrella de esta versión siglo XXI: los efectos especiales. Sin dejar nunca de estar al servicio de la historia, el trabajo de recreación digital de todo tipo de animales es simplemente deslumbrante. Un verdadero prodigio visual que el mismo realizador ya había mostrado en “El libro de la selva” (2016), sólo que aquí no hay actores, sino sólo animales. El gran desafío tanto de los encargados de la animación como de CGI consistió en establecer la fina línea entre la gestualidad real de los animales y la ayuda adicional para lograr transmitir las emociones. En este punto puede que se extrañe la expresividad de la animación tradicional. Por lo demás, salvo por esos detalles que uno recuerda con cariño más que otros, no falta nada ni nadie. Están los mismos gags, la misma partitura original y por supuesto las mismas canciones, incluida la fabulosa Circle of life que vuelve a cobrar vida cuando se escucha en ese comienzo arrollador, acaso uno de los mejores comienzos que el cine recuerde. “El rey león” puede ser versionada de mil maneras, pero la historia sigue siendo la misma.
SOLO UNA FOTO BONITA A veces, las actualizaciones llegan pero pareciera que se utilizan sólo para algunos aspectos. Es el caso de El rey león, en el que aparece una clara búsqueda para lograr una animación cada vez más realista, pero que no replantea ciertos aspectos del guión. Estos personajes se presentan tan en pose fotográfica que traban la fluidez del film en pos del artificio. Cuando hablamos de remake siempre ingresa una gran mochila que parece ser la historia ya conocida. Es verdad que en cierta forma saber de antemano los giros de la historia puede apagar cierta curiosidad por lo que va a pasar. Pero si todo está bien, esto debería suplirse con la forma en la que está realizada la película. En El rey león, que no hayan modificado la historia original no sorprende porque son pocos los cambios que Disney ha hecho a sus películas originales. Pero en este caso, al ser los personajes todos animales, uno hubiera esperado que ciertos diálogos se adecuaran a la nueva fisonomía que adquirieron, una versión muy realista. La historia es la misma que El rey león de 1994. El nacimiento de Simba reflota el enojo de Scar, el tío, quien ve cada vez más lejano su anhelo de ser rey. Él será el encargado de que este abandone su hogar sintiéndose culpable de un pesar familiar y del pueblo. Simba realiza su camino por fuera de su familia y aprende a vivir con otros códigos. Encuentra nuevos valores, pero también la experiencia le permite crecer por fuera de la sombra de su padre. Por momentos, uno pareciera estar dentro de un programa de National Geographic. La animación es sumamente expresiva y la fotografía es realmente bella, aunque esto no se da de forma natural. Es forzoso el intento por mostrar a los personajes en pose. La estética se posiciona muy por encima de la historia y no trabajan en conjunto. En sintonía con esto, las voces parecen no encajar, resultan extraños los diálogos cotidianos ante tanto artificio visual. Es por eso que lo momentos en los que la acción predomina y las voces callan, el film fluye con mayor dinamismo y hasta logra mejorar. Por suerte, Timón y Pumba siempre fueron lo mejor y lo seguirán siendo. Si hay un punto en el que se quiebra la seriedad es con estos dos personajes. Aún con algunas fallas en los gags que proponen, estos dos personajes le otorgan aire a este film tan cargado de imágenes imponentes pero vacías de contenido. Es imposible negar que el modo de la animación genera cierta ternura, pero el recurso se acaba muy rápido, tornándose pretencioso y falto de contenido. No se le encuentra una razón más que el mero impacto visual y no toma fuerza con el contenido de la trama.
Si el antropomorfismo (y, en buena medida, en la era 'pre Pixariana', el drama, la orfandad y el golpe bajo) fue marca de fábrica del viejo Disney animado, ¿qué sucede cuando se cambia dibujo, no ya por actores de carne y hueso, sino por animales reales? La respuesta está flotando en el viento de El Rey León, live action, que se estrena hoy en Argentina. Con ganas de jugarle la pulseada a Toy Story 4 -es el año de Disney- por la taquilla de vacaciones de invierno. Lo tiene difícil, habiéndose coronado Toy Story4 como el filme más visto en la historia de nuestras hegemónicas boleterías. Pero está claro que El Rey León es, también, un fenómeno cultural. La película que, para al menos dos generaciones, significa su infancia. O al menos parte de ella. Algo importante, formativo, intocable. Uno de esos infalibles para atacar si se tienen ganas de perder amigos o seguidores. En la cola de otros ejemplos recientes de la casa (Aladín, Dumbo, La bella y la bestia), aquí la traducción de animación a acción real -bueno, cgi- es literal. Quizá no escena por escena, toma por toma, como aquella versión calcada de Psicosis de Gus Van Sant que levantó tantas quejas en su momento. Una traducción, en todo caso, de la misma película, a otro lenguaje visual. Una empresa cuyo sentido comercial viene probándose con eficacia, sumando públicos y millones de dólares a partir de su apelación a la nostalgia. Con mayor acento en el calco o en la secuela, y en general con la carga lacrimógena alivianada, a tono con los públicos que corren. Como dijo alguien, no son películas, sino cápsulas de recuerdos reconvertidos. Y a prueba de spoilers. Podrá sonar a operación algo perezosa, pero frente al poderoso motor de la nostalgia, ¿para qué preocuparse por imaginar historias nuevas y originales? Para eso ya está Pixar, por otra parte, que promete abandonar las secuelas. Futuro y pasado, entonces, en la misma oferta. Pero un pasado que se reinterpreta con las herramientas y los presupuestos de hoy. Resultado: una apabullante demostración de dos horas sobre lo bien que pueden hacerse las cosas.
Hay pocas historias en el universo animado que conmuevan tanto como “El Rey León”. A 25 años de aquella epopeya de Disney, el derrotero de Simba y su padre Mufasa vuelve a escena en una apuesta digitalizada y con el agregado, para las versiones subtituladas, de las voces de Beyoncé, Danny Glover, Chiwetel Ejiofor y Seth Rogen. Hay algo contundente, nada iguala a la versión de dibujitos animados. Es que aquí, el efecto sorpresa se pierde. Pero hay una historia que, para aquellos que la descubren ahora, tiene una fuerza arrolladora. Y es cómo se plantea la crudeza del ciclo de la vida, sobre todo en el vínculo de Mufasa y su hijo Simba. La película también hace hincapié en la identidad, en no renunciar a los valores que constituyen la historia de cada uno y, claro, de qué manera la ambición por el poder tiene su castigo, al menos en el mundo del reino animal de Disney. Porque el pequeño Simba creerá que ya es rey cuando la corona le queda demasiado grande y su tío Scar, el villano, apelará a la mentira y a instalar un sentimiento de culpa para lograr sus objetivos. Timón y Pumba con su canción “Hakuna Matata” vuelven a descomprimir el momento trágico y el contrapunto de estos amigos levanta las primeras risas en medio de alguna que otra lagrimita. Sorprende, eso sí, la calidad técnica del filme. Es el momento en que uno agradece la imagen y el sonido de la gran pantalla. Por eso vale la ocasión para cambiar el sentido de una famosa frase y gritar: “El rey ha vuelto, ¡viva el rey!”
A medida que se suceden los estrenos la pregunta rebota con más insistencia: ¿para qué repetir las mismas historias con otra genética visual? La respuesta abruma por lo ruin y obvia: por un cálculo de marketing que absorbe a dos generaciones. A través de un conductismo nostálgico se borra la asimetría entre el adulto y el niño. Habría que pensar el live actioncomo un período histórico del cine, parasitario tanto de la animación como de avances tecnológicos que permiten darle estatuto “real” a cualquier cosa. ¿Pero cuánto tiempo le queda al fenómeno? O planteado en otros términos: ¿cuántas películas animadas restan en el depósito de Disney? Se acerca Mulán, se prepara La Sirenita, parece inevitable El Jorobado de Notre Dame, quizás Hércules. Y listo: el furor animado de la década de 1990 se clausura con la llegada deDinosaurio en el año 2000. La remake de El Rey León tiene puntos en común con esa obra bisagra: sobre la concreción de un paisaje se insertan seres digitales. Camuflaje total o supresión exitosa de la ambigüedad. No obstante, en el primer caso unas especies extintas volvían a habitar el planeta tierra gracias al prodigio del CGI; en ese entonces el germen tecnológico iba de la mano con el concepto: posibilitar lo estrictamente imposible. En El Rey León 2019, la técnica de realidad auténtica yuxtapuesta a otra fingida parece disimular la impotencia de amaestrar a la sabana africana. Los primeros minutos de película producen algo inesperado, una demolición emocional. No por la melodía de El ciclo sin fin, sino por la destreza de recrear la peregrinación de los animales como si fuese un documental de National Geographic. Es el único momento auténtico de Jon Favreau: encuadra buscando una belleza descriptiva, la mímesis de los animales entra en un orden poético que inmediatamente se astilla al enfrentarse con un guión pensado para personajes bisimensionales. El Simba del 1994 es una caricatura como Belle y Aladdín, y una caricatura lo sigue siendo represente a un humano o no: basta que sea funcional al mundo alegórico para el que fue creado. Escuchar las líneas de 1994 en boca de un león o de un jabalí sin que jamás pierdan su carácter de león o jabalí es contraproducente para lograr determinada empatía. La naturaleza seca y potente que desea Favreau es indiferente ante la floritura shakespereana. Las peripecias de los personajes no conectan con sus texturas, los estados emocionales no se impregnan en las facciones. El pelícano Zazu es un ejemplo clave: su neurosis se desprende de sus parlamentos pero jamás de su forma visual. ¿Era posible narrar la historia de El Rey León con la austeridad de un documental? Permitir que los animales sientan como animales y evitar este absurdo antropomórfico. ¿O si en lugar de copiar y pegar el clásico animado se hubiese buscado una reinvención narrativa acorde al hiperrealismo? Un Rey León tan descarnado como el entorno en el que fue filmado. Resulta curioso que no veamos ni una gota de sangre y que se omitan los genitales de los animales machos, buscando una calificación ATP discordante con la ferocidad pictórica. Ya existe una versión para todo público de esta historia y es una obra maestra, hagan que al menos estas remakes atraigan por su herejía.
Maravillosamente vacía En tiempos de remakes, una de las más esperadas de Disney era, sin lugar a dudas, la versión live-action de "El rey león". No sería nada fácil revisionar la historia de esta película, pero a fuerza de un buen tráiler e imágenes realmente impactantes, el hype estaba bastante alto... Pero cuanto más arriba, más duro es el golpe. La cinta es casi exactamente igual a la original. Poco empeño en modificar diálogos o situaciones, aunque claro, quizá hubiese sido una decisión errónea hacer tanto cambio. Al igual que la primera, la trama se desarrolla correctamente, con una buena construcción de sus personajes, basados en la obra Hamlet de Shakespeare. Las canciones son también las mismas, y esto me parece un acierto. Obviamente, con distintos (y tremendos) intérpretes, pero con la misma magia de la primera. Buen cast para esta versión. De todos modos, lo más irónico es que su mayor virtud es también su peor defecto. El impresionante aspecto técnico, en el cual el director se enfrascó para hacerla lo más real posible, a tal punto en el que uno piensa que está mirando un documental de Discovery Channel, le termina jugando en contra. Se desvaneció esa esencia inocente y emotiva de la película original. Ya no empatizamos con los personajes como antes, no captamos el amor y la ternura en sus miradas como en la animada. Eso sí, visualmente es algo fuera de serie, nunca antes visto; estremece cada fotograma por la realidad que le confirieron. Pero repito, los vuelve más inexpresivos y carentes de emoción. Lo mismo sucede con la comedia. Ya no son tan histriónicos y esto los deja más chatos. En síntesis, "El rey león" no es una mala película, sino una fotocopia de extrema calidad de la anterior, en donde, por mejor que se vea, uno siempre va a preferir la original. Y en este caso, no es solo por el hecho de ser la que nos enamoró, sino también por la ausencia de sentimiento de la copia. Puntuación: 5,5/10 Manuel Otero
Como si no existiera la memoria, como si los clásicos no soportaran el paso del tiempo y hubiese que aggiornarlos, la factoría Disney viene embarcada en una ola de remakes de sus grandes éxitos animados. Recientemente fueron La bella y la bestia, Cenicienta y El libro de la selva, este año Dumbo y Aladdin, ahora tocó el turno de El rey león, y ya están anunciados los estrenos próximos de Mulan, Peter Pan, Blancanieves, Pinocho, Fantasía, La sirenita, La espada en la piedra, Lilo y Stitch, El jorobado de Notre Dame. Es el eterno retorno: un círculo vicioso del que sólo podría salvarnos un estrepitoso fracaso comercial.
La trama se encuentra ambientada en la sabana africana donde todos los animales son felices porque quien está a cargo del equilibrio de la cadena alimenticia es el rey león Mufasa (voz original de James Earl Jones, «Rogue One: Una historia de Star Wars») que mantiene el Círculo de la Vida. Luego nace su hijo Simba (Donald Glover, «Han Solo: Una historia de Star Wars») que cuando crezca será el heredero al trono. Pero Scar (Chiwetel Ejiofor, «12 años de esclavitud»), hermano del rey no tarda en matar a Mufasa para quedarse con el trono (algo similar a “Hamlet”). De forma despiadada logra que Simba aun siendo un cachorro desaparezca y así Scar se auto nombra rey, es: tirano, cruel, manipulador, cargado de violencia y maldad. Finalmente la joven leona Nala (Beyoncé, “Soñadoras”) huye en busca de ayuda y se encuentra con su amigo Simba, quien deberá volver a su casa para recobrar su poder y recuperar el orden. La historia es simple y fácil de entender, es la remake de 1994, ahora con personajes reales. Estos animales hablan y cantan, varios son adorables. Todo se desarrolla en escenarios naturales y bellísimos, contiene muy buenos planos y una buena paleta de colores. Te vas a encontrar con distintas situaciones de humor, emoción, algunas de sus canciones son pegadizas, personajes divertidos y temibles como las hienas, hay tensión, peligro, luchas y momentos oscuros. En ciertos momentos tiene un toque shakesperiano y político, con varias metáforas, además demuestra que los valores forman parte de un aspecto muy importante de nuestro espíritu y es una celebración de la vida.
Ganar en tecnología y perder en carisma Se estrenó la tan esperada versión en acción real de "El Rey León" y las reacciones que está suscitando son variadas. Por un lado está el espectador fanático del clásico animado de 1994, que no puede creer que una de sus películas favoritas está siendo editada nuevamente con esta espectacular tecnología. Salta en una pata de alegría y le perdona casi cualquier pecado que pueda cometer esta nueva versión. En el otro extremo tenemos a la crítica especializada de cine que no está muy risueña con este último trabajo del ya popular director, Jon Favreau (''El libro de la selva'', ''Iron Man''). De entrada pensaban que no tenía mucho sentido, en términos de valor para la industria del cine, refritar todos estos clásicos en el formato de acción real porque no aportan nada nuevo fuera de ver las maravillas técnicas que tiene para ofrecernos el séptimo arte moderno. Pero más allá de esto, yo creo que siempre podemos disfrutar de un buen clásico si está bien adaptado. ''El libro de la selva'' de 2016 fue una bomba de entretenimiento que mejoró incluso al clásico animado. Yo, como suele suceder habitualmente, me pongo al medio de estos extremos. Ni muy, muy, ni tan, tan. Como espectador, como fan, disfruté mucho ver esas animaciones noventosas convertidas en animales tan reales que uno casi no puede notar la diferencia. Esto sin contar que la trama de la película, es psicológicamente fuerte y muy entretenida. Al mismo tiempo, no pude dejar de notar que muchas escenas emotivas de la historia de repente se habían vuelto acartonadas. Y ahí fue cuando tuve un deja vú con otro reciente título de Disney en acción real con el que me quedé un poco decepcionado, ''Dumbo''. El gran problema de esta nueva versión del rey de la selva, así como con la edición 2019 del elefantito volador, es la deshumanización de los personajes, que en este caso son animales. Un poco complicado, ¿no? Vamos de nuevo. La conexión, la empatía, las emociones que sentíamos hacia esos personajes de las animaciones, que en realidad eran animales humanizados en su comportamiento, se pierden en gran medida al volver a naturalizarlos como animales. La nueva propuesta gana en aspectos técnicos pero pierde mucho en carisma e identificación con el público. Ese Mufasa que podría ser nuestro padre, ese Simba que podríamos ser nosotros mismos, esos Timón y Pumba que podrían ser algunos amigos divertidos, pierden fuerza ante su realismo, su naturalización. Entonces las caras de alegría, tristeza, emoción o miedo ya no son tan vívidas porque no sería realista ver a un león, el animal, llorar o reírse. Esto creo que es un error que no previeron, algo extraño para tamaña industria, o peor aún, subestimaron al público y pensaron que no sería tan grave quitarles esa humanidad a los personajes. En ''El libro de la selva'' de este mismo director, esto estuvo mejor resuelto, pero mas aún, en ''Mowgli: Legend of the Jungle'' de Andy Serkis, por más que sus animales perdían en realismo, ganaban en humanización y por lo tanto en empatía con los espectadores. Todo lo demás, es todo lo que esperábamos y más. Una cinematografía excelente, con un selva imponente, con animales computarizados que parecen totalmente reales, y casi todas las secuencias que uno esperaba ver en su máximo esplendor, están llevadas a la realidad con una precisión exquisita. En conclusión, un balance agridulce que si bien satisface en fanatismo, se queda un poco corto en lo que a cine se refiere.
"El Rey León" volvió a los cines con una versión de un realismo nunca antes visto Hasta hace algunas décadas el estudio Disney tenía la costumbre de reestrenar sus clásicos animados cada siete años. Lo hacía, porque el viejo Walt tenía la certeza de que ese era el tiempo justo en el que cambiaban las generaciones de espectadores, y que cada nuevo público merecía disfrutar de esas historias en pantalla grande y de paso se volvía a facturar con una producción amortizada. Cuando en este siglo el formato 3D cobró nueva vida, el estudio del ratón dejó de lanzar en las salas sus títulos emblemáticos, y en cambio decidió programar versiones tridimensionales para que niños y grandes pudieran vivir la experiencia inmersa de esas historias, y como no, volver a facturar. Play El tráiler de "El Rey León" Pero desde hace algunos años, y dado que el público se ha acostumbrado a experiencias fílmicas extremas, realistas y en alta definición, Disney comenzó a realizar remakes live-action (filmes con actores) de sus joyas animadas. Así asistimos al estreno de nuevas versiones de La Cenicienta, Dumbo, La Bella y La bestia, Aladdin y ahora… El Rey León. La historia traumática y shakesperiana de Simba siendo testigo de la muerte de su padre Mufasa a manos/garras de Skar, cobra nueva vida gracias a las últimas tecnologías de motion-capture, con un realismo nunca antes visto. Jon Favreau responsable de las aventura de Mowgli en El Libro de la selva, vuelve a adentrarse en el mundo animal, en este caso en la sabana africana, para maravillarnos con secuencias reconocibles y canciones clásicas que han perdurado en la cultura popular. El Rey León es dirigida por Jon Favreau (Disney Enterprises, Inc. All Rights Reserved) El Rey León es dirigida por Jon Favreau (Disney Enterprises, Inc. All Rights Reserved) Más allá del prodigio técnico del filme, el arma más poderosa con que cuenta el metraje es apelar a la memoria emotiva de los espectadores que revivirán las sensaciones de un filme que marcó a toda una generación en los noventa. Claro que, así como es de vistosa y grandilocuente, esta versión de acción en vivo no logra movilizar como la original. Los personajes animados tradicionalmente eran más empáticos que estos homónimos realistas. Las voces calzaban mejor en aquellos animalitos dibujados en acetato que los nuevos, diseñados en una computadora. Por eso quienes vivieron la época dorada de la animación tradicional pueden llegar a sentir un poco lejana y fría esta aventura. En cambio, quienes descubran la trama por primera vez, seguramente disfrutarán más libremente y con sorpresa los giros argumentales, los números musicales y las escenas lacrimógenas. Una recomendación, que no es menor, si pueden elegir ver la versión en idioma original subtitulada, podrán deleitarse con la inconfundible voz de James Earl Jones, el Mufasa original, (y también la voz de Darth Vader), cuya resonancia, cuerpo, personalidad y tono perdura aun cuando las luces de la sala ya se han encendido. Si hay algo que queda claro después de ver El Rey León, es que, el fotorrealismo de la película augura un antes y un después en el cine de animación, y que ya nada parece imposible de filmar… así que a disfrutar, sonreír y "Hakuna Matata".
Dirigida por Jon Favreau, celebrado por su live-action de ‘El libro de la selva’, llega esta nueva versión de un clásico de Disney, 25 años después del estreno original. Apelando a toda la nostalgia posible (y al bolsillo de aquellos niños ahora adultos y muchos de ellos, padres) la película resulta casi calcada a la original, un modo de satisfacer el recuerdo que teníamos y a su vez captar la atención de una nueva generación. La historia no tiene variantes: Simba, heredero al reino, huye sintiéndose culpable cuando su padre muere en una estampida y es su tío, el déspota y resentido Scar, quien se transforma en rey convirtiendo en un páramo las tierras antes regidas por Mufasa. Pasaría mucho tiempo hasta que Nala, en busca de ayuda, da con su amigo y juntos deciden reclamar el lugar que le corresponde a Simba por herencia.
Técnicamente impecable (parece filmada en escenarios naturales y con animales reales pero es totalmente animada) esta remake del clásico de Disney de 1994 no tiene más razón de ser que esa proeza técnica. Es la misma historia, casi sin modificaciones y con casi nada de la gracia y belleza de la original. Tengo la impresión que el debate en torno a EL REY LEON va a ser largo. No porque se trate de una película que amerite, por sí misma, un análisis demasiado complejo, sino por el mero hecho de su existencia. Imagino que tendrá un éxito sideral (peleará allá arriba en el ranking de las más vistas del año solo por detrás de TOY STORY 4 y AVENGERS) y generará en los que la vean algunas preguntas que no son las que se suelen hacer al final de una experiencia cinematográfica. Imagino que la conversación no irá por el lado de si la película es buena, es mala, si gustó o no gustó porque –cambiándole un par de puntos y comas– es el mismo REY LEON que conocimos en los ’90. Imagino que la charla irá más por si tiene o no sentido hacer este tipo de remakes. Uno puede llegar a entender (aunque no comparta la filosofía de reciclaje permanente de éxitos del pasado en el que ha recaído Disney) que clásicos animados tengan nuevas versiones con actores. Es una variante posible dentro del juego de las remakes. Algunas saldrán más o menos bien, la mayoría saldrá bastante mal y un alto porcentaje dará aún más ganancias a un estudio que se está volviendo casi monopólico en lo que respecta a cine comercial norteamericano. Pero no es el caso de EL REY LEON. La película de Jon Favreau es igualmente animada –no estrictamente como la otra, pero animada al fin– solo que apuesta por una animación fotorrealista, de esas que hacen que los espectadores puedan llegar a creer que los animales son reales. No, no lo son. Los animales no hablan inglés. Y no cantan “Hakuna Matata”. Es un muy cuidado y técnicamente impecable trabajo de animación, de eso no hay duda. ¿Pero qué sentido tiene hacer una remake casi idéntica de la original solo para mostrar eso? ¿No hubiera sido más sensato aprovechar los adelantos tecnológicos y modificar la historia? Pero no. Salvo algunos detalles que solo notarán los niños de entonces (los que hoy tienen entre 30 años o un poco más) que vieron la película centenares de veces en VHS o DVD en los ’90, EL REY LEON del 25 aniversario es más o menos la misma película, al punto de que en varias escenas replica a la perfección a la original. Ni vale la pena que reitere la trama, ya que es prácticamente idéntica a la que conocen. Y los pocos cambios que hay es mejor que los descubran al verla. De hecho, uno podría pensar que ese apego a algo más “realista” le juega en contra ya que en ciertas escenas –especialmente las musicales–, la animación fotorrealista no puede tomarse las libertades gravitacionales y de imaginación creativa de la original. La película funciona de manera prolija y correcta, casi de memoria, pero la gracia de la original se perdió. Las canciones son versiones aggiornadas de las clásicas, los chistes están ligeramente alterados pero son más o menos los mismos, los personajes también y así. No llega a ser una remake shot by shot pero tampoco hay una alteración suficiente que amerite una nueva versión más que demostrar que tecnológicamente se puede hacer y seguir facturando con los mismos productos. Una crítica norteamericana la comparó con un disco de covers y es bastante sensata la referencia, solo que dentro de las distintas variedades de ese tipo de álbumes que existen, EL REY LEON es una serie de covers que son demasiado parecidos a los originales. Casi como un álbum de versiones sinfónicas hecho por la misma banda que los compuso originalmente. Si no les vas a dar tu propio touch o algún rasgo distintitivo, ¿para qué hacerlos? Finalmente lo que termina preocupando –no tanto al público que irá a verla en vacaciones de invierno pero sí a la crítica y a la industria– es eso. Con todos los recursos y poder que tiene hoy Disney, ¿tiene sentido que se limite a reciclar sus propios productos una y otra vez? Este año tiene dos películas de Marvel como AVENGERS y CAPITANA MARVEL, una de las cuales es una cuarta parte de una misma franquicia y enésima del MCU, mientras que la otra solo en parte es original ya que también se inscribe en el mismo “universo”. Y luego dos remakes de clásicos animados como ALADDIN y DUMBO. Eso es, literalmente, todo lo que estrenó Disney en 2019. Y ahora completa el asunto con EL REY LEON y en unos meses seguirá entregando nuevas aventuras de STAR WARS. Con tanto dominio multimillonario del mercado, ¿tan difícil es tomar algún mínimo riesgo? Es cierto que cuando lo han hecho no les ha ido, al menos últimamente, demasiado bien. Pero hay algo tan corporativo, tan falto de alma y pasión en esta serie de productos, que cuesta involucrarse en ellos. Uno imagina que durante los próximos años tendremos, además de nuevos universos y aventuras de las sagas de Marvel y Star Wars, un recorrido por todo el pasado animado de Disney (y el no animado también, ver MARY POPPINS) seguido por secuelas de esos y otros éxitos y así, ad infinitum. Es “el círculo de la vida”, pero funcionando con las agujas yendo para el otro lado.
“Aaahhh, cigüeñaaaa!!!” La cantidad de temas es tanta que se agolpan en mi garganta y me ahogan. Y no sé por dónde empezar. Quizás arranque por Scorsese y sus críticas a las películas de Marvel, llamándolas un producto corporativo sin ambiciones artísticas, algo hueco y banal que complace los sentidos como un parque de diversiones. Me gustaría decirle: “al menos las películas de Marvel intentan contar historias originales!; ¿por qué no apunta los dardos hacia Disney, que hace remakes innecesarias, la mitad de ellas son horribles y al menos hace un billón de dólares con cada una de ellas?” (y mientras grito esto, saco al Aladdin de Will Smith del grupo, porque me gustó mucho y porque todos los días escucho dos o tres veces sus canciones. “Principe Aliiii, honor a tiii, Aliababua!”). O podría hablar de lo mucho que me gustó El Libro de la Selva – la remake de Jon Favreau -, simplemente porque se basaba en una película menor de Disney que tenía mucho para mejorar, y donde la mano de Favreau se notaba. Pero acá… Dios mío, cuánta herejía… Hay una diferencia fundamental entre El Libro de la Selva y El Rey León 2019, y es la presencia de un humano como protagonista. Los animales digitales eran secundarios y su personalidad podía ser de una nota – el oso tiene pinta de bonachón, la pantera es amenazante, la serpiente malvada, etc -. Uno interpreta al filme a través de Mowgli que era un niño real y expresivo. Pero acá toda la historia está basada en criaturas digitales… y aunque tengan un realismo deslumbrante – y haya costado una ponchada de dólares para animarlas -, son como bichos embalsamados que mueven la boca. No te transmiten nada. No hay mucha diferencia entre Simba y Babe, el Chanchito Valiente. Como deben verse reales les falta lo básico para expresar sentimientos, que son las cejas y la capacidad de sonreír. Cuando a Simba lo acorralan las hienas en el cementerio de elefantes – lugar prohibido al que fue, engañado por una sugerencia malintencionada de su malvado tío Scar -, el bicho es incapaz de demostrar miedo. Qué se yo, no tengo un programa de Pixar para simular expresiones de criaturas digitales, a lo sumo tengo a mi gato. Cuando a mi gato le muestro la chancleta, baja las orejas, achina los ojos, retrae la cabeza como muestra de miedo. Nada de eso demuestra Simba (ni el resto del cast), que sólo son animatronics con mayor fluidez de movimientos pero igual de pétreos a la hora de demostrar algún tipo de emoción. Es por eso que ésta es la mas rara (e inefectiva) remake en la que Disney se ha embarcado. Pasamos de una animación hecha a mano a una animación digital, pero los resultados – en lo dramático – son peores. Y si los bichos son incapaces de expresar – te queda solo la voz para transmitir lo que sienten -, entonces el público no se conecta ni con sus sentimientos ni con su drama. Y El Rey León es un gran drama, pleno de facetas, ya que es Hamlet tamizado por Disney y reconvertido en fábula animada para niños (y públicos de todas las edades). El protagonista pasa por un montón de estadíos – alegría, culpa, ira – que el bichejo digital no transmite en absoluto. Ni siquiera Timon y Pumbaa te despiertan algo. Para mi Timon era una ratita con aspecto de rapero, con la gorrita dada vuelta y que recién después de ver el filme me enteré que era una suricata. Pero vuelvo a lo mismo: mirada perdida y ojos abiertos, y ahí termina la ductilidad actoral de la criatura. Si esto viene de la factoría Disney, podrían haber tomado notas de Rocket, el mapache cohetero de Guardianes de la Galaxia que sí podía demostrar lo que sentía. ¿Será que acá eran demasiados animales para hacer captura de movimientos y humanizarlos?. ¿O será que el enfoque de ser hiper realista atenta contra la idea de animales parlantes y expresivos?. Pero las críticas se acumulan. A la versión original de El Libro de la Selva no la vió tanta gente. El Rey León 1994, en cambio, dejó una impresión duradera. Generaciones enteras crecieron memorizándola, pasándola incontables veces en las videocassteras, repitiendo sus canciones. Me acuerdo cuando Timon y Pumbaa rescataban a Simba y empezaban a cantar, el corazón se te emocionaba con Hakuna Matata. Acá solo miras a los bichos con distancia. La perfomance vocal no va con la cara de piedra de los animales. Lo único que atinaron es a poner chistes de gases sobre Pumbaa, los que debe ser a expensas de algún pedido expreso de Seth Rogen. ¿Vamos por mas?. Aquí tiene Scorsese material de sobra para cortar. ¿Si hacés una versión fotocopiada de un clásico, obtenés otro clásico?. Nop; ahí tenés a la Psicosis de Gus Van Sant… y ahora a El Rey León de Favreau. Quizás el drama pase por el tratamiento reverencial de Favreau respecto del material original. En la segunda mitad del filme te da la impresión de que Favreau ganó mas confianza en sí mismo – y respecto de la adaptación – ya que hay dos o tres tomas que, en lo visual, son de un gran lirismo: el vuelo del mechón de pelo de Simba, el diálogo de Simba con el fantasma de su padre, o incluso el enfrentamiento final con Scar – que parece un león zombie – en el risco en medio de un incendio forestal, el cual se transforma en una especie de batalla real a lo Marvel. Sip, El Rey León tiene su propia escena de “portales” a lo Endgame, con las leonas sumándose, una a una, a Simba y luchando a muerte con las tropas de Tha.. digo, de Scar y sus hienas. Hasta mi nena de 10 años se dió cuenta de eso. El Rey León será un orgasmo en lo visual y una muestra de altísimo virtuosismo digital en 4K en donde podés contar las piedritas de la estepa y los pelos del hocico de Simba – todos se ven súper reales; ¿se acuerdan los rídículos leones falsos de la primera Jumanji, cuando los CGIs estaban en pañales?; esto está a años luz de eso -, pero es un ejercicio artístico completamente estéril. La gran tragedia queda diluida por los inexpresivos intérpretes. Ahora esto te da otro punto para debatir: si todos ven que no es ni tan buena ni tan emocionante como el filme original, ¿por qué la gente va a en masa al cine y le regala un billón de dólares a la Disney?. ¿Es curiosidad, aburrimiento, lavado de cerebro, marketing agresivo o falta de voluntad?. El gran drama con El Rey León no es que sea fallida o tibia, sino que sea increíblemente taquillera… aunque después la gente salga del cine y la despedace. Ya lo suyo es un fenómeno sociológico que bordea lo inexplicable porque el billón de dolares que recaudó salió de algún lado… y no fue porque los empleados de la Disney fueron 5 o 10 veces al cine a verla como para inflar las estadísticas.