Bienaventurado el sacrificio En la actualidad prácticamente no existen -salvo contadas excepciones, cada vez más aisladas- autores que utilicen al viejo y querido surrealismo, o a la fantasía a secas a decir verdad, para construir algún tipo de crítica social que desarme los preconceptos egoístas y la catarata de banalidad que denominan hoy por hoy en el ámbito comunal en todo el globo. Ya de por sí el recurso de emplear el delirio, el humor negro y la metafísica exige una rigurosidad que lleva años pulir hasta alcanzar una eficacia realmente avasallante, bien hiriente como debe ser, por lo que la llegada de la última película de Yorgos Lanthimos es doblemente bienvenida: no sólo hablamos de uno de los pocos directores y guionistas que se dedica -precisamente- a la sátira y el desenfreno creativo, sino que además este flamante trabajo viene a confirmar la maduración que pudimos entrever en The Lobster (2015), su maravilloso opus anterior. The Killing of a Sacred Deer (2017) deja atrás tanto a aquella como a los dos muy interesantes convites con los que el griego se hizo conocido a nivel internacional, Dogtooth (Kynodontas, 2009) y Alps (Alpeis, 2011), abriéndose camino como su obra maestra a la fecha y uno de los mejores thrillers abstractos del cine reciente. Definitivamente el film en cuestión es su primera incursión cien por ciento en el terreno de los géneros, porque las propuestas previas coquetearon con el drama y la comedia bajo una dialéctica libre que en términos históricos está vinculada al enclave autoral más difuso (lo que por cierto, desde la otra orilla, también habla de la potencia retórica que reside en las fórmulas de siempre cuando éstas se topan con un realizador con el talento suficiente para aprovecharlas en serio). Aquí de hecho estamos frente a un relato de venganza hiper clásico aunque ejecutado de manera brillante y con un giro fantástico/ impasible en función de la misma idiosincrasia de Lanthimos, todo un amigo de “marcas registradas” como el sadomasoquismo emocional, el desvarío y los apuntes sardónicos. Otro factor de quiebre con respecto al pasado se sitúa en el tono general de The Killing of a Sacred Deer, ya no en sintonía con la comedia sutil e incisiva sino más bien relacionado con una frialdad distante y lúgubre que pone en interrelación los dardos de Michael Haneke contra la hipocresía de la alta burguesía europea y aquella exquisita intransigencia de Stanley Kubrick a la hora de construir una fábula mordaz técnicamente impecable y con un sustrato conceptual nihilista. La historia gira alrededor del vínculo entre Steven Murphy (Colin Farrell), un cirujano cardiovascular de muy buen pasar, y Martin (Barry Keoghan), un adolescente de 16 años que en el transcurso de unos meses se transforma en amigo del susodicho. Murphy está casado con la oftalmóloga Anna (Nicole Kidman) y ambos tienen dos niños, el hijo menor Bob (Sunny Suljic) y la hija mayor Kim (Raffey Cassidy), asimismo compañera de colegio de Martin. A pesar de que Steven le miente a Anna diciéndole que el padre de Martin murió en un accidente automovilístico, nosotros sabemos por las conversaciones que el hombre mantiene con el muchacho que Murphy operó hace unos años al progenitor del chico, quien falleció durante la intervención. Todo marcha sobre rieles, incluidos regalos mutuos y un almuerzo en casa de Steven con su familia y Martin, hasta que éste último invita a Murphy para “devolverle el favor” y presentarle a su madre (Alicia Silverstone), una mujer que en un momento de soledad con Steven le comienza a besar las manos, ante lo cual el hombre decide irse. El hecho deriva en la resolución de eludir escalonadamente a Martin, a quien deja plantado en una reunión y no le contesta sus llamadas. El panorama se ennegrece de inmediato cuando, a la par del comienzo de una relación -cada vez más cercana- entre Kim y Martin, de repente Bob no puede mover sus piernas y por más estudios que Murphy y sus colegas lleven a cabo, ningún médico puede precisar exactamente qué es lo que le sucede. Finalmente Martin, en un encuentro en la cafetería del hospital donde está internado Bob, le explica a Steven cómo serán las cosas de allí en adelante: así como el cirujano mató al padre de Martin, éste le exige que mate a un integrante de su familia cuanto antes porque caso contrario todos se enfermarán y morirán atravesando cuatro etapas que abarcan la parálisis de los miembros inferiores, el negarse a comer, el sangrado de ojos y el inefable deceso. Por supuesto que Steven no le cree a Martin pero momentos después Bob deja de alimentarse y Kim también queda postrada en una cama, con sus piernas entumecidas. La destrucción de la familia del culpable (Murphy es un alcohólico en recuperación) vía un castigo empardado al “ojo por ojo, diente por diente”, el cual sólo aparece con toda su furia cuando el artífice de la debacle se niega a ocupar el rol paterno que desempeñaba la víctima, en el opus de Lanthimos va de la mano de la insensibilidad y la apatía de una elite burguesa profesional que se va cayendo a pedazos a medida que la salud de los pequeños empeora, la angustia de sus padres se magnifica y -otro detalle de control psicológico- Kim se enamora de Martin, a esta altura transformado en una figura semi mitológica símil aquel Terence Stamp de Teorema (1968), a su vez una parodia del cristianismo basada en la capacidad de daño/ justicia/ elevación espiritual de algunos individuos con un ego enorme y la disposición para aprovechar la falsa sensación de seguridad/ impunidad de los burgueses. Gran parte de la película está estructurada a través de tomas amplias, planos un poco más cerrados y en constante zoom in, una buena tanda de steadicams en pasillos y hasta algún que otro contrapicado tenebroso, todos ingredientes formales que la vinculan -como señalábamos anteriormente- al cine de Kubrick. Lanthimos trabaja muy bien, ya en el terreno conceptual, otra de las obsesiones del legendario realizador norteamericano, léase el análisis del patetismo y la corrupción de los sectores privilegiados de la sociedad y de las instituciones en general, ahora haciendo foco en el corporativismo asesino de los médicos: también en línea con Haneke, Claude Chabrol, Pier Paolo Pasolini y Luis Buñuel, el eje pasa por señalar la desesperación de estos pusilánimes y/ o tilingos cuando no pueden resolver con dinero cualquier problema que se les presenta y -más aún- cuando se los trata con la misma violencia con la que ellos tratan al resto de las clases sociales, en especial a las capas eternamente postergadas del capitalismo. La propuesta incluye pequeños detalles irónicos que apuntalan con destreza lo anterior, como por ejemplo la repetida aclaración de que Kim recientemente comenzó a menstruar, la fantasía necrofílica de la “anestesia total” del matrimonio protagónico, la escena de la masturbación en el auto, la consulta a la autoridad escolar por parte de Murphy y finalmente la patética estrategia en lo que atañe al “lavaje de manos” entrecruzado (el cirujano afirma que en una operación coronaria el único responsable frente a una eventual muerte es el anestesiólogo, y éste -su supuesto amigo- en cambio asevera que la culpa siempre es del cirujano). De la misma manera en que Dogtooth analizaba la manipulación en el seno de la familia, Alps ponía el acento en la manipulación de la identidad y The Lobster se reía de la manipulación contemporánea en el campo de las relaciones amorosas, The Killing of a Sacred Deer funciona como un retrato de los engaños y la falta de ética en el trabajo propiamente dicho, un ámbito que refleja los designios desalmados de los personajes y su negativa tajante a una autocrítica. Todo este esquema a su vez nos conduce a una expiación compulsiva de tipo sacrificial para que el responsable y su linaje -aquí hablamos de la culpabilidad de una clase social, no sólo de una persona o su familia- reciban lo que se merecen gracias a su soberbia, su crueldad y su gélida estupidez.
A corazón abierto Con una inusual visión que combina un realismo mágico con un terror inescrupuloso y una parsimonia de gran intensidad, el realizador griego Yorgos Lanthimos (Dogtooth, 2009) construye pesadillas de gran realismo que adentran al espectador hacía las texturas de un mundo desconocido, intempestivo, que va estableciendo sus reglas y sus tabúes, dejando entrever que algo, o más bien todo, anda mal, en films absolutamente claustrofóbicos donde la libertad y la vida se ponen a prueba en todo momento. En su último film, El Sacrificio del Ciervo Sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017), Lanthimos presenta un drama en clave de tragedia griega y sinfonía alegórica sobre un cirujano cardiovascular neoyorkino acosado por el hijo adolescente de un paciente fallecido por mala praxis. Obsesionado con la figura paterna perdida, el joven comienza una amistad con el medico que deviene en tormento sobre la familia, a la cual condena a una muerte dolorosa y cruel si el exitoso cirujano no sacrifica a un miembro de su familia por la supervivencia del resto como retribución por la muerte de su padre en el quirófano durante una operación coronaria. En un guion escrito en colaboración con Efthymis Filippou, también coautor de The Lobster (2015), el opus de Lanthimos propone actuaciones circunspectas y profundas, con interpretaciones extraordinarias, destacándose Nicole Kidman como Anna Murphy, la esposa del cirujano (Colin Farrell), una oftalmóloga profesional, mujer fuerte, decidida y directa, y Barry Keoghan como Martin, el joven perturbado que amenaza la tranquilidad y la rutina de la familia Murphy. Sunny Suljic y Raffey Cassidy, quienes interpretan a los hijos de la pareja, también realizan una gran tarea, al igual que un atribulado Farrell como Steven Murphy, el cirujano recuperado de su adicción a la bebida, Bill Camp como amigo de Steven y anestesiólogo del hospital donde este se desempeña como cirujano y una Alicia Silverstone desconocida en un rol muy breve como madre de Martin. La música incidental y perturbadora del film es una de las grandes protagonistas de una trama compleja y obscura. A cargo de Johnnie Burn (Under the Skin, 2013), con la supervisión de Sarah Giles y Nick Payne, las discordancias musicales crean climas, desarrollan tejidos argumentales y dramáticos que transforman la simbología de un film que busca en ese mismo carácter simbólico una metáfora que transfigure el sentido de la trama, convirtiendo al cine en un teatro de la crueldad que indague en la radicalidad cinematográfica a través del shock como búsqueda de la verdad humana. El Sacrificio del Ciervo Sagrado es un film provocativo, cargado de una violencia contenida en cada escena que no siempre se manifiesta, pero que siempre está latente, esperando para emerger y desatar a la bestia que los personajes llevan dentro. Algo siniestro, que no pueden comprender, se apodera de los personajes, de su comportamiento, de sus acciones, de su mentalidad, desencajándolos sin que se den cuenta de que todo ha cambiado. De a poco descubren que el mundo en que vivían no existe más y están atrapados en una situación tan novedosa e incomprensible como aterradora. El realizador de origen griego lleva así la lógica metafórica de su film hasta sus límites con un guion extraordinario de gran profundidad figurativa sin concesiones ni temores a la hora de tomar decisiones arriesgadas que dejen una marca en la psiquis del espectador adormecido del Siglo XXI.
Una producción que merece su visión en pantalla grande ya que tiene muchas cosas poco comunes para ofrecer, impactar y entretener. Durante la primera parte realmente no vas ni a imaginar por donde va a pasar la cosa y creo que te vas a sorprender tanto como el...
Del director Yorgos Lanthimos, conocido por “Langosta”, llega una nueva película que también incluye fauna en su título: El sacrificio del ciervo sagrado. Un nombre que refleja con precisión las pretensiones místicas y oscuras del film. ¿De qué se trata El sacrificio del ciervo sagrado? Steven (Colin Farrell), un exitoso cirujano cardiovascular está casado con la oftalmóloga Anna (Nicole Kidman) y juntos son padres de dos hijos, Kim y Bob. Steven se hace amigo de Martin (Barry Keoghan), un adolescente que quedó huérfano de padre luego de una cirugía. El joven se va metiendo cada vez más en la vida de la feliz familia hasta que lo siniestro empieza a ganar lugar casi sin que se den cuenta. Lo trascendente de El sacrificio del ciervo sagrado Con este título tan rimbombante, tan difícil de olvidar, el director Yorgos Lanthimos presenta una película que le hace honor. Primero, porque es distinta, en muchos sentidos. No vas a ir a ver una historia servida en bandeja, didáctica o que dé las respuestas que estás esperando. Acá no habrá explicación. En cambio, El sacrificio del ciervo sagrado es un relato donde lo siniestro y hasta lo metafísico lo dominan todo, pero sin que lo notemos hasta promediando la película. Otra cosa maravillosa de El sacrificio del ciervo sagrado es la certera presencia de un director. No uno por encargo, sino uno que se expresa en cada plano. Tomas cenitales y picadas, casi simulando la filmación de una cámara de seguridad, o la mirada de un Gran Hermano todopoderoso, aportan tensión al relato, lo tornan asfixiante y refuerzan a cada minuto la sensación de que no hay salida. Y claro, desde el inicio, no, miento, desde que supe de esta película, me pregunté por qué se llama así. Y sería un tremendo spoiler de mi parte decirlo. Pero te vas a enterar y es tremendo. Es una razón oscura e inquietante -sí, porque inquietante es un buen adjetivo para esta película. Más razones para ver El sacrificio del ciervo sagrado Las actuaciones, además, están estupendas. Tanto Nicole Kidman como Colin Farrell, que en 2017 ya compartieron pantalla en El seductor de Sofia Coppola, están absolutamente creíbles y transitan sus personajes sin errores, sin una coma de más. Perfectos, deslumbrantes. Pero, hay que decirlo, quien se roba la película es el extraordinario Barry Keoghan, a quien quizás viste en Dunkerque. Su rostro, tan inconfundible, tan único, es perfecto para interpretar a ese adolescente trastornado y misterioso que sabemos que va a traer problemas pero no sabemos cómo. Su actuación, incluso -y sobre todo- su voz, esa forma de hablar monocorde y veloz suma confusión y lo hace aún más inquietante. Y aún no te hablé del género. El sacrificio del ciervo sagrado sería lo que Netflix suele llamar “Drama sombrío”. Es un thriller, a su manera, pero también es un film de terror, de algún modo. Es todo eso junto. Se trata de una película de autor de esas que están destinadas a tener una taquilla discreta y quizás hasta algún rechazo por su libertad narrativa, pero que con el tiempo pasa a ser de culto. Tal vez, sí, le sobren algunos minutos, pero salís del cine con la sensación de haber visto algo que realmente fue pensado, con inteligencia, y con la intensión de perturbar, de generar algo más que 2 horas de entretenimiento liviano. Original, inquietante y nada complaciente, así es El sacrificio del ciervo sagrado. Y eso es suficiente motivo para ir a verla. Puntaje: 10/10 Título original: The killing of a sacred deer Duración: 121 minutos País: Estados Unidos / Reino Unido / Irlanda Año: 2017
No se puede vivir de buenas intenciones. Habiendo perdido un paciente en una operación, el exitoso cardiólogo Steven Murphy (Colin Farrell) deberá decidir a qué integrante de su familia sacrificar. De no hacerlo, todos morirán lenta y horrorosamente. Lanthimos, en una suerte de La Decisión de Sophie protagonizada por un Abraham irlandés, retorna a su referencia fundamental, Tarkovski. Solo basta, por ejemplo, con ver los planos largos y los lentos zoom in para advertir este punto. En el caso que nos ocupa se agrega otra influencia claramente manifiesta, la de Stanley Kubrick. Del cineasta neoyorquino toma dos procedimientos emblemáticos: los planos (exageradamente) generales y el uso constante de pasillos cerrados. Partiendo de la referencia a Ojos Bien Cerrados (los protagonistas de ambas películas son doctores casados con Nicole Kidman), Lanthimos abandona la fabula alucinatoria de Kubrick en su búsqueda de construir un relato asfixiantemente solemne. Se evidencia, además, una fascinación por crear mundos alternos (alter mundus) basados en una premisa total y abarcativa. Sea para superponerlos (The Lobster), como para centrarse en uno cerrado e irreconocible (El Sacrificio del Siervo Sagrado). Si bien Lanthimos roza lo alegórico y la bajada de linea panfletaria, no llega a los extremos de un Aranofsky o de los muchos imitadores de Tarkovksi y de Kubrick. Sus intentos por lograr un despliegue trascendente o hermético son bien intencionados, aunque pecan por su falta de imaginación y de efectividad. Repasemos la utilización del color rojo a lo largo del film: en la forma de un corazón, en la sangre, en la salsa de los fideos, en el kétchup. El valor del rojo (la pasión, la furia y también lo bautismal) actúa como apoyo, o embriague dramático, de lo que acontece con los personajes. No obstante, a menudo la utilización simbólica del rojo -particularmente en las escenas gastronómicas- se vuelve opaca, como si tales objetos estuvieran insertados desde afuera. De tal modo, el recurso mismo recibe más atención que su puesta operativa. En un intento por definir la obra de Lanthimos, quizá podríamos subrayar un par de elementos constitutivos. Por un lado, la capacidad para crear mundos bis o dobles, cerrados y claustrofóbicos; por el otro, la insistencia en desplegar su humor agrio. Un humor que se desarrolla mediante el encuentro entre lo pesadamente solemne, devenido en situaciones rarificadas sin ninguna justificación, y su repelente gusto por lo grosero. Como cuando Steven arroja a Bob de la silla de ruedas para ver si está fingiendo discapacidad (les adelantamos, no finge). O cuando Martin le dice a Steven que su mama tiene “un gran cuerpo”. Este humor solemne/grosero, acaso un arma de doble filo, abarca todo el film. Si bien por momentos resulta impactante, ensucia la mayor virtud de Lanthimos, que reside en el primer elemento mencionado. Tal vez dicha habilidad -notable, por cierto- podría aprovecharse más si el propio Lanthimos tomase influencias más afines a sus premisas fantásticas. Referencias a un Carpenter o a un Tourneur lo ayudarían a lograr un desarrollo más afín a sus temas y colores, en detrimento de las influencias actuales. Veremos.
La singular mezcla de suspenso y situaciones ridículas que suele hacer el director griego Yorgos Lanthimos volvió este año con un trabajo que se acerca más al género de terror que al thriller. Una familia gélida, con relaciones muy extrañas, empieza a sufrir las consecuencias de una maldición con tres etapas: la discapacidad para caminar, la falta de apetito, el sangrado por los ojos y la muerte. Los padres, unos médicos interpretados por Nicole Kidman y Colin Farrell, saben por qué la desgracia les está tocando la puerta y analizan medidas desesperadas para poder ponerle punto final. En el medio, un psicópata adolescente que se hace amigo de los hijos y parece el principal responsable de todo. Barry Keoghan se pone en la piel de Martin, ese adolescente problemático, que junto a un muy sobrio y medido Farrell, son las mejores actuaciones. La música y el ritmo recuerdan a algunas películas de Hitchcock y, sobre todo, a El Hombre Duplicado (Enemy, 2014), de Denis Villeneuve. La trama se acerca a la olvidable La Caja (The Box, 2009), que se estrenó con más pena que gloria hace ocho años. Con un nivel gore menor al de Dogtooh (Kynódontas, 2009), aunque con escenas tan intensas que dan ganas de taparse los ojos durante gran parte del film, la película logra atrapar con su misterio. Sin embargo, pierde su encanto con un sentido del humor que no se conjuga con la tensión de la historia. La ridiculez de algunas partes suma para hacer aún más siniestra a la familia del cirujano que interpreta Farrell, pero en el contexto luce desubicado. No es nada nuevo para la filmografía de Yorgos, por lo que si sus trabajos anteriores resultaron atractivos, con esta nueva historia podría suceder lo mismo.
Una de las singularidades del cine del director griego Yorgos Lanthimos (Canino, Langosta) es la forma en que sus personajes parecen desconectados de sus emociones. Como si vivieran en un limbo perpetuo y existiese un desfase agudo entre lo que piensan y lo que dicen o hacen. Como si deambularan, trabajaran, comieran, conversaran y tuvieran sexo en piloto automático, y siempre con similar impasibilidad. Esta característica, exagerada y a todas luces inverosímil, puede resultar incómoda y hasta exasperante para algunos espectadores, pero se trata de una inercia sumamente elocuente acerca de una suerte de “zombificación”, por la cual muchos parecieran vivir como narcotizados, siguiendo mandatos sociales sin padecerlos ni disfrutarlos y, sobre todo, sin reflexionar ni cuestionar nada.
La amenaza invisible Un plano frontal y directo nos enseña de cerca una operación a corazón abierto. Mientras que unas manos manipulan el latente órgano, la sangre abunda por doquier y una tremebunda música clásica nos ensordece los oídos. No podemos apartar la mirada de esa herida abierta. La explícita intervención de repente se funde a negro, el cuerpo sigue abierto en canal y el espectador ya ha entrado dentro. Así empieza El sacrificio del ciervo sagrado, nueva obra del realizador griego Yorgos Lanthimos. Nos hallamos ante la que es, quizás, una de las obras moralmente más terroríficas del año. Aunque también es de visión obligada para cualquier cinéfilo que se precie. El director vuelve a traernos una parábola moral sobre la comodidad de nuestras vidas, las negligencias médicas y el horror disfrazado de cotidianeidad, ya sea por el tratamiento de sus personajes o por el desarrollo de la historia que nos propone. Todo ello aderezado con la tradición literaria de su propio país, algo nuevo en su extravagante cine. Y es que lo que pretenden sus autores es transmitir toda la crueldad intolerable de una sociedad en la que nos manejamos de manera autómata, sin tomar conciencia de los errores ni los posibles daños colaterales, creando una tensión soterrada que va in crescendo desde el primer minuto de la cinta hasta que aparecen los títulos de crédito. Steven Murphy es un exitoso cirujano con una vida casi perfecta: tiene a una bella mujer que es oftalmóloga y a dos hijos entregados y estupendos dentro de una bonita casa en uno de esos bonitos barrios londinenses. Todo parece funcionarle a la perfección, como un reloj, pero todos sabemos que tras esas capas de perfección se esconden siempre otras capas invisibles, imperceptibles que son las más cercanas siempre a la verdad. El director vuelve a traernos una parábola moral sobre la comodidad de nuestras vidas, las negligencias médicas y el horror disfrazado de cotidianeidad, ya sea por el tratamiento de sus personajes o por el desarrollo de la historia que nos propone. Todo ello aderezado con la tradición literaria de su propio país, algo nuevo en su extravagante cine. Y es que lo que pretenden sus autores es transmitir toda la crueldad intolerable de una sociedad en la que nos manejamos de manera autómata, sin tomar conciencia de los errores ni los posibles daños colaterales, creando una tensión soterrada que va in crescendo desde el primer minuto de la cinta hasta que aparecen los títulos de crédito. Steven Murphy es un exitoso cirujano con una vida casi perfecta: tiene a una bella mujer que es oftalmóloga y a dos hijos entregados y estupendos dentro de una bonita casa en uno de esos bonitos barrios londinenses. Todo parece funcionarle a la perfección, como un reloj, pero todos sabemos que tras esas capas de perfección se esconden siempre otras capas invisibles, imperceptibles que son las más cercanas siempre a la verdad. En el arranque de la película vemos cómo el cirujano mantiene una relación inexplicable con Martin, un joven adolescente, a quien le compra café o un reloj caro, e incluso le invita a cenar a su casa para presentarle a toda su familia. Y así sucede, por lo que el espectador descarta otras conjeturas previas que ya había hecho y que Lanthimos logra inculcarle para luego despistarle y finalmente desmontarle. El director presenta a la sociedad moderna upper-class como un ente compuesto de seres inertes, casi maniquíes, ventrílocuos de nuestros propios sentimientos y de los demás, prácticamente dedicados al comentario de objetos de valor, futilidades y nimiedades, viviendo en casas prefabricadas con vidas y sueños igual de prefabricados. En cada encuadre, además, o línea de diálogo, la decadencia y el hastío siempre están presentes, al menos en la primera mitad de la obra. Como ya hicieran en sus anteriores y celebradas obras, Lanthimos y su inseparable guionista Efthymis Filippou nos construyen un micro (Canino) o un macrocosmos (Langosta) en los que las leyes de la lógica (bajo el prisma de espectadores, claro está) saltan por la ventana y se crea una propia coherencia interna totalmente absurda y surrealista a las que los personajes viven adheridos. Esa misma lógica es la que les permite el avance a los personajes pero también la que termina por fraguar el desastre. Por supuesto, en El sacrificio del ciervo sagrado también la lógica imperante es la que hace virar el rumbo y torna un retrato amargo y negrísimo de nuestros días —el macrocosmos— en una suerte de tragedia griega en la que las palabras de Martin, el joven huérfano de padre, funcionan como las profecías de la visionaria Cassandra. A partir de los fatales vaticinios entramos en ese microcosmos familiar en el que no importa el exterior y todo sucede de puertas para adentro, haciendo que los personajes acaben engullidos por sus propios mecanismos de locura y perversión moral. Los efectos de la música que acompasa la tragedia de los personajes no es menos brutal: totalmente arbitraria, ensordecedora e inquietante aunque se trate de música clásica. Son el toque final a una obra artesana moldeada con una voluntad de humor negro, malsana y perversa, que funcionan como énfasis de ideas y emociones que van pasando por pantalla. Desde luego, se trata de una obra que es pura conmoción, pesadilla doméstica y pura teatralización de los acontecimientos mediante unas actuaciones excelentes todas ellas —atención a Barry Keoghan— que aparecen exageradamente gestualizadas, casi robotizadas. Es la manera de Lanthimos de recrear su propia obra escénica y trágica, donde unos personajes no podrán cambiar el curso de los acontecimientos una vez que se ha verbalizado el futuro.
El realizador griego que alcanzó el reconocimiento y la popularidad internacional con “The Lobster” (2015) vuelve a deleitarnos con un relato de tintes surrealistas, que ofrece una mirada pesimista sobre los lazos familiares, la soberbia de las clases enriquecidas y una ética de trabajo paupérrima que acrecienta el sentimiento de desentenderse de las consecuencias de nuestras acciones y decisiones. “The Killing of a Sacred Deer” nos cuenta la historia de Steven (Colin Farrell), un distinguido cirujano casado con Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos Kim y Bob. Steven entabla amistad con Martin (Barry Keoghan), un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger aparentemente por una decisión altruista. Sin embargo, con el correr del relato iremos descubriendo que las cosas no son lo que parecen y que el protagonista busca mantener las apariencias y el status quo de su vida cotidiana. Ahí es cuando los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. La película funciona a modo de tragedia griega moderna donde el “héroe” transita un camino tortuoso, empezando con un evento fatídico que lo condicionará y le marcará un destino inevitable. Para ello, Lanthimos utiliza un discurso altisonante y metafórico que, como es usual, deja muchas cuestiones abiertas a la libre interpretación del espectador. Este film y su acercamiento surrealista y/o fantástico recuerda un poco al cine de Luis Buñel y a relatos como “El Ángel Exterminador” (1962), donde la narrativa sirve a modo de subterfugio para hacer una profunda crítica social. Es por ello que la figura de Martin cambiará con el correr de la historia para poner a prueba a nuestro protagonista y a su familia. A modo de semidiós, el personaje de Barry Keoghan (gran papel del actor irlandés que pudimos ver en “Dunkirk”) juzgará al cirujano bajo los códigos de “La ley del Talión” (El conocido “ojo por ojo” que plantea el Código de Hammurabi), luego de que este susodicho haya jugado a ser todopoderoso en el ámbito profesional y del poder que ejerce cuando practica la medicina. La cinta cuenta con un destacado guion que trabaja las frustraciones, el orgullo y el egoísmo del ser humano. Es así como los personajes irán revelando sus verdaderas caras cuando sus mundos estén a punto de quebrarse. Ese universo gélido e impersonal lleno de simbolismo que nos muestra el realizador. Para ello, contará con un enorme Colin Farrell que se carga la película al hombro, en un tremendo duelo actoral con el personaje de Barry Keoghan, ese individuo que solo busca justicia poética. En los apartados técnicos, la banda sonora resulta un elemento destacado que mediante su ejecución económica y minimalista logra dotar al film de un clima tenso y frío. Esa atmósfera termina de ser redondeada por un estupendo trabajo de fotografía que complementa ese espacio de opresión, angustia y nerviosismo. Las tomas cenitales y los travellings traseros que siguen a los personajes con lentes angulares y mediante steadicam sirven para destacar esa omnipresencia figurativa que rodea a los personajes (estos planos recuerdan un poco a “El Resplandor” de Stanley Kubrick). Un trabajo agudo y muy cuidado de encuadre y composición para completar un trabajo magnífico. “El Sacrificio del Siervo Sagrado” resulta una propuesta atrapante y sumamente interesante. Un film que si bien por momentos peca de pretencioso se convierte en atractivo desde el primer momento por su tremenda ejecución. Una película que dejará pensando al espectador y que lo llevará a esas tan preciadas charlas de café post cine que tanto gustan.
Una propuesta que estimula al espectador con un planteo que se va diluyendo escena tras escena. A pesar de contar con un elenco de figuras, el film resulta más un ejercicio que un tratamiento narrativo. En la misteriosa figura de un joven que acecha y acosa a una familia, a la que somete, hay climas y atmósferas logradas, las que a medida que avanza el relato se olvidan, obligando al espectador a que la pase mal sin responderle las inquietudes que originalmente se disparaban.
El director Yorgos Lanthimos, (“Canino”, “Langosta”) dirigió y co-escribió con Efthymis Filippou el argumento de un film distinto, perturbador, un artificio que tiene ecos de tragedia griega, el titulo remite a “Ifigenia” de Eurípides y también la noción de un pecado que solo puede ser pagado con el sacrificio de un joven. Pero también pone en funcionamiento una situación en el tiempo actual, donde nada puede hacerse sino cumplir con ese trágico destino sin que ningún dios venga a salvar la situación. Toma la historia de un cirujano cardiovascular, que por culpa de su adicción al alcohol provoca la muerte de un paciente. Ya repuesto de sus problemas, con una familia perfecta, se relaciona con un adolescente que resulta ser el hijo de ese paciente y que en un punto exige esa justicia sin apelaciones. El director que viene de la danza y el teatro, les impone a sus actores una manera de expresarse como robots, rígidos, fríos, distantes. Se mueven en lugares ascéticos, tomados desde arriba, como si alguien los estudiase en un gigantesco microscopio. Muchas veces con escenas que funcionan como referencia a films de Stanley Kubrick. Con no poco sadismo, con un humor negro espesísimo, con la idea de una profecía que no puede evitarse y un chico cada vez más siniestro que profetiza y ordena. Y todo se transforma en una sucesión de horrores con una sola posibilidad de alivio que es tan aterradora como supuestamente inaceptable. Un juego de lo siniestro y lo sádico que sume al espectador en un suspenso a veces insoportable. Con Nicole Kidman y Collin Farrell sobresaliente y un perfecto Barry Keoghan como el vengador.
El nuevo film de Yorgos Lanthimos, "El sacrificio del ciervo sagrado", es una contundente pieza sobre la culpa y el inherente deseo de venganza. El sacrificio del ciervo sagrado es el sexto film del griego Yorgos Lanthimos, pero en realidad, le alcanzó con dos films para convertirse en un realizador de culto con un nombre instalado dentro de la cinefilia global. En 2009, "Colmillos" fue la propuesta que lo puso en el candelero con la historia de ese padre que encerraba a su familia con la excusa de protegerlos del exterior, haciéndolos vivir una suerte de realidad paralela. Seis años después, llegaba la cosmopolita "Langosta", con producción poli europea y actores de Hollywood para narrar en forma de ¿comedia? cCómo un régimen tirano persigue a las personas solitarias. "El sacrificio del ciervo sagrado" podría resumirse como un decantado de ambas películas, y también como la más abierta a capturar un público (un poco) más amplio. Las protección del vínculo familiar de "Colmillo", y lo surreal de "Langosta" hacen pie en esta historia que le suma venganza y hasta se anima a coquetear con el terror. El Dr. Steven Murphy (Colin Farrell) es un cirujano con una vida que parecía perfecta. Tiene dos hijos, y está casado con Anna (Nicole Kidman), también médica. Steven comienza una relación de amistad con Martin (Barry Keoghan), un joven de dieciséis años, que en verdad esconde un oscuro secreto. Es el hijo de un paciente que Steven no pido salvar durante una cirugía, y ahora busca venganza. La sangre, con sangre se paga. Ojo por ojo. Martin quiere que Steven pase por el mismo sufrimiento familiar, y lo que hace es trabar una maldición sobre Anna y los hijos que los lleva a sufrir parálisis, hasta que Steven reconozca su mala praxis. Lanthimos y el co guionista Efthymis Filippou nos hablan de todo. De los vínculos familiares y la obsesión por protegerlos, de la venganza ciega, del orgullo del ser humano que imposibilita reconocer un error sobre su pericia, de la dificultad de la ciencia en reconocer un hecho sobrenatural, y de las actitudes inconscientes ante actos desesperados, entre otras temáticas. Como dice el dicho, el que mucho abarca… "El sacrificio del ciervo sagrado" es una propuesta dispersa. Si bien su premisa pareciera abocarse a un film de género Lanthimos pareciera tener que cumplir con los seguidores del culto que se formó a su alrededor por los dos films citados anteriores, y entrega un esquema ampuloso, que discurre entre dilemas filosóficos y planteos para un análisis superior. La intriga de "El sacrificio del ciervo sagrado" no correrá tanto por su historia, como por su puesta apoyada en golpes de sonido, imágenes crípticas, y un ritmo lento pero que en determinados momentos aprieta las perillas para crear tensión. El método de dirección actoral de Lanthimos pareciera ser el de realizadores como Kubrick y Hitchcock, llevar al extremo a sus colaboradores. Se desprende un nerviosismo entre las interpretaciones que se contagia al espectador que no da respiro, pero también agobia." El sacrificio del ciervo sagrado" pareciera ser esos films de transición, casi como una carta de (nueva) presentación. Por un lado apuesta por lo artístico, por no seguir los caminos fáciles, ni construir un relato tradicional. Pero en comparación a sus dos propuestas anteriores más conocidas, se trata de algo más tradicional, sin tantas sublecturas, entramados, ni escenas incómodas. ¿Un film para para las premiaciones? Quizás. Yorgos Lanthimos satisface a sus fans, permite que su culto siga creciendo, y también pareciera dispuesto a que nuevos seguidores ingresen en su mundo. Sin dudas, aunque "El sacrificio del ciervo sagrado" no sea su mejor film, se trata de un realizador con mirada propia y un universo muy interesante para contar.
El sacrificio del ciervo sagrado: estilizado relato sobre la culpa Con 44 años y una carrera que combina trabajos en cine y teatro, el griego Yorgos Lanthimos ya logró ganarse la fama internacional de artista singular, enigmático y controvertido. Colaboraron para que forjase esa identidad sus buenas performances en Cannes: en 2009 fue premiado en la sección A Certain Regard por Canino; en 2015 ganó el Premio del Jurado con The Lobster y el año pasado, el jurado del célebre festival francés lo mimó con el premio para el guión de El sacrificio del ciervo sagrado, un film inquietante y motorizado por una libertad creativa inusual en la mayor parte del cine contemporáneo. Está claro que, más que aquello que cuenta, a Lanthimos le interesa cómo lo cuenta. Es un cineasta perspicaz y estilizado, capaz de construir una fábula siniestra a partir de una extraña relación nacida del sentimiento de culpa y cargada tanto de piedad y fascinación como de neurosis y violencia: la que une al exitoso cirujano interpretado con gran aplomo por Colin Farrell y el traumado jovencito con el que descuella el irlandés Barry Keoghan.
Qué lindo que la familia se quiera Es un cine disruptivo, que puede gustar o no, pero que no deja cómodo a nadie. Hay un cine anquilosado, y otro que es disruptivo. Hay quienes aman a uno y odian al otro, y hasta hay quienes podemos sobrevivir sin sobrevalorar a ninguno de los dos. Así como Gaspar Noé o Lars Von Trier separan las aguas, el griego Yorgos Lanthimos lo vine haciendo desde Canino, que ganó Un certain regard en Cannes 2009. Las sociedades distópicas, pero más que nada las relaciones sociales, sean o no familiares (Canino) o de pareja (Langosta) están en su mira, sea con diálogos que demuestran la banalidad de los conflictos o sentimientos genuinos, y a veces encontrados. Lo retorcido no tiene por qué ser siniestro. Pero bueno, con Lanthimos sí lo es. El sacrificio del ciervo sagrado, que ganó el premio al mejor guión en Cannes 2017, tiene a una familia supuestamente cono todo sobre rieles. El es cirujano, y un buen (o mal) día recibe la visita de un joven. Resulta ser el hijo de un paciente que no sobrevivió en el quirófano de Colin Farrell. A partir de allí, El sacrificio… se parecerá más a una tragedia griega -sí retorcida- que a un thriller psicológico –también retorcido-, que lo es. Formalmente Lanthimos es un preciosista en la lección de encuadres, desplazamientos de cámara, sea o no con travellings o plano secuencias. La construcción del universo sonoro también le interesa. Se lo ha llegado a comparar con Stanley Kubrick, pero tamaño sacrilegio sólo puede entenderse si se basa en que la protagonista femenina es Nicole Kidman, que lo fue en Ojos bien cerrados, y allí la relación de pareja tiene algunos puntos en común con la que Kidman tiene con el personaje más central, de Colin Farrell. A algunos les molestará el desarrollo, y sobre manera el desenlace. A otros, amén de lo anterior, la forma en que Anna excita a su marido. Hay un deseo de venganza casi tribal, como si fuera natural lo que se argumenta y todo estuviera permitido. Si en Canino los padres de una familia no permitían a sus hijos el acceso al mundo exterior, y en Langosta los personajes que no lograban pareja se convertían en animales, aquí Lanthimos refuerza la imaginación, tal vez no el ingenio, y exagera o agranda todo. Es un cine para no quedar indolentes, y sí, incómodos.
Lo nuevo del realizador griego de My Best Friend, Colmillos, Kinetta, Alps y Langosta es un ejercicio de sadismo cinematográfico que le valió el premio a Mejor Guión (compartido) en el último Festival de Cannes. Nunca fui demasiado entusiasta con el cine de Lanthimos, pero su debacle parece no tener fondo. Si uno podía tener ciertos reparos hasta The Lobster (Langosta), en el caso de este nuevo trabajo con Colin Farrell (acompañado por Nicole Kidman) la sensación es de irritación cuando no de indignación. El griego tiene vuelo visual, creativas ideas de puesta en escena, pero todo su virtuosismo está aquí al servicio del mal (en todos los sentidos posibles). Ejercicio de sadismo y crueldad (parece una reformulación de Horas de terror, de Michael Haneke, y su remake estadounidense Juegos sádicos), se trata de una película manipuladora que toma por rehén al espectador con los peores recursos posibles (y no lo soltará ni hasta el último plano) para describir el progresivo acoso de un joven de 16 años (Barry Keoghan), que ha perdido a su padre, contra la familia del cirujano que falló en la operación de corazón (Farrell interpreta al médico en cuestión y Kidman a su esposa, una prestigiosa oftalmóloga, con la que tienen dos hijos). Hay momentos en que Lanthimos parece trabajar dentro de los cánones del cine de terror (el adolescente inocente que se va transformando en un ser siniestro y la títpica familia exitosa y aparentemente feliz que se va derrumbando) y, en ese sentido, podría haber funcionado bastante bien, pero enseguida aparecen los simbolismos, las alegorías y las apelaciones morales sobre la culpa, la hipocresía y las miserias de la burguesía. Gente espantosa haciéndole cosas espantosas a otras personas espantosas. No cuenten conmigo.
Un film surrealista y agotador. El sacrificio del ciervo sagrado, es una tragedia griega que te va a dejar sin aliento. Llena de imágenes que producen incomodidad y un sin fin de preguntas sin responder, su director, Yorgos Lanthimos propone un film diferente, lleno de gran angulares, travellings en altura y diálogos pausados. Colin Farrell interpreta a un médico cardiólogo que ayuda y ve esporádicamente al hijo de un paciente que murió durante una intervención que él lideraba. Su familia está compuesta por su mujer (Nicole Kidman) y dos hijos. Este joven, Martin (convincente actuación de Barry Keoghan), comienza a experimentar una especie de obsesión con el médico y todo terminará de una manera inexplicable. Keoghan, logra ser lo mejor de la cinta, componiendo un personaje complejo, atractivo y a la vez oscuro. En sus 2 horas de duración, la película nos mete en un mundo de pulcritud, como si se tratase de un quirófano, acompañado de una música incidental que perturba. En un principio, no podremos descubrir hacia donde va el film, y eso desconcierta, hasta que toma un rumbo inesperado. “El sacrificio del ciervo sagrado” no es una película para cualquiera. Hay que dejar que el director experimente con uno, hasta dónde aturde una imagen, una conversación o un gesto? Cuánto estás dispuesto a soportar?
El asesinato de la tragedia griega. Steven es un eminente cirujano casado con Anna, una respetada oftalmóloga. Viven felices junto a sus dos hijos, Kim y Bob. Cuando Steven entabla amistad con Martin, un chico de dieciséis años huérfano de padre, a quien decide proteger, los acontecimientos dan un giro siniestro. Steven tendrá que escoger entre cometer un impactante sacrificio o arriesgarse a perderlo todo. Un cirujano exitoso vive con su esposa oftalmóloga y sus dos hijos. Desde el comienzo sabemos que algo no anda del todo bien. Steven protege a un adolescente cuyo padre ha muerto en la sala de operaciones. Pero a medida que le abre la puerta para que entre en su vida, algo siniestro se abre paso y la culpa del médico que lo lleva a querer cuidar del joven no lo liberará del castigo. El sacrificio del ciervo sagrado alude en su título y en su historia al mito de Ifigenia, a su vez retratado en muchas ocasiones a lo largo de la historia. Se podría decir que la película incluso es más pesimista que el propio mito y las versiones del mismo. Un mito griego llevado a la actualidad puede funcionar perfectamente, muchas obras han logrado atravesar de forma impecable los siglos. Sin embargo acá el director intenta combinar el drama realista con una desenfrenada cadena de alegorías y metáforas que generan un efecto incómodo. La tragedia griega parece muerta cuando cae en manos de un director como este. No la incomodidad de los momentos perversos y sádicos que pueblan la película, no las situaciones de guión, sino la forma en la que busca el realismo absoluto (y gratuito) con la inverosimilitud sin freno. La arbitrariedad reina en el mundo de este director, que disfruta realizar movimientos de cámara forzados que distraen en la mayoría de las escenas. Travellings que convierten a Stanley Kubrick en Yasujiro Ozu por su esteticismo sin justificación. El uso de grandes angulares en muchas escenas y, por supuesto, alguna cámara en mano para subrayar la obviedad de algunos instantes. Este tratado sobre la culpa podría funcionar perfectamente sin todo lo mencionado. Pero lamentablemente Yorgos Lanthimos es uno de esos directores que cree que la fórmula del cine “importante” es mayor sadismo = mayor nivel artístico. Así de vulgar es esta película, así de obvia. Una pequeña idea explotada y repetida con escenas molestas y sin variaciones. Muchos momentos de supuesta poesía cinematográfica son un disparate que sin problemas podría hacer reír a carcajadas a un espectador que no haya tenido que pagar la entrada para ver esta película.
Si esta reseña llevara un subtítulo sería: “Tenemos que hablar de Yorgos Lanthimos“. Es que con seis largometrajes, entre ellos Dogtooth, Alps y The Lobster, el realizador griego construyó una de las filmografías más coherentes y personales de la década. Él elige hablar sobre el ser humano desde la incomodidad; allí se para él y cementa su idiosincrasia cinematográfica. La sordidez del mundo existe, nos rodea y espera a que alguien se encargue de sacarle polvo de vez en cuando, y se anime a retratarla en el lienzo de una pantalla.
Divina venganza Después de su paso por diversos festivales, incluído Cannes donde compitió por la Palma de Oro, se estrena en Argentina la nueva película del director griego Yorgos Lanthimos, responsable de La langosta (The Lobster, 2015) donde también protagonizaba Colin Farrell. El cirujano Steve Murphy (Farrell) tiene una vida ideal, le va bien en su trabajo, está casado con la oftalmóloga Anna (Nicole Kidman) y ambos tienen dos hijos Kim (Raffey Cassidy) de 14 y Bob (Sunny Suljic) de 12 años. Pero las cosas se complican y comienzan a suceder tétricos acontecimientos cuando Steve se hace amigo de Martin (Barry Keoghan), un joven de 16 años sin padre. Si bien es la película más “convencional” de su director, mantiene las bases de su cine, grandes planos, una gran dirección de fotografía y un guión que va dejando más preguntas que respuestas. En cuanto a las actuaciones son todas destacadas pero quien se lleva todas las palmas es Barry Keoghan, ese adolescente que va corriendo los límites cada vez más y sus acciones logran poner nerviosos no sólo a los personajes sino también al espectador. El sacrificio del ciervo sagrado es una película que incomoda y no deja las cosas servidas por lo que puede ser un poco difícil de llevar, sobretodo porque se hace algo larga durante el segundo acto. Aún así es una arriesgada propuesta que merece ser vista.
El sacrificio del ciervo sagrado, de Yorgos Lanthinos Por Gustavo Castagna Abonado a festivales clase A y referente de un cine de la “maldad” (para ponerle un rótulo medio estúpido), el griego Yorgos Lanthinos divide aguas entre quienes bendicen sus dardos quirúrgicos dirigidos a una burguesía decadente, y los otros, en el bando opuesto, que no le perdonan esa mirada malsana y poco compasiva sobre la familia y la sociedad. Por un lado, parece ser que la obra de Lanthinos opone a los defensores de las películas de Michael Haneke (me ubico ahí acá) con cierta visión sensiblera y bondadosa que agrupa a espectadores y a un sector de la crítica. La batalla (medio tonta y superficial, digamos) tiene su nuevo exponente con El sacrificio del ciervo sagrado, ya con elenco internacional de primera en manos del malo malo eres del griego, quien vuelve para joderle la existencia a las almas delicadas y sensibles que solo soportan historias lindas y que te acaricien el alma (frase tonta pero acorde). Pero vayamos al asunto principal. El sacrificio del ciervo sagrado tiene momentos notables, en especial, aquellos en donde la puesta en escena converge a un muestrario del cine de terror en vertiente acosadora, incómoda, molesta. Ocurre que la trama pide eso y Lanthimos lo transmite con fina sutileza. Del acoso se encarga un joven de 16 años y los afectados son un matrimonio profesional y feliz (Farrell, Kidman) con dos hijos. Él experto cirujano, ella oftalmóloga, buen pasar económico, prestigio para el fuera, la vida a flor de piel. Pero el mundo empieza desmoronarse cuando el médico erra una operación coronaria y fallece el padre del futuro invasor de esa existencia placentera. Allí Lanthimos se siente a sus anchas y construye instantes de inusitada belleza fusionada a una perversión que mira con detenimiento al cine de Haneke. En efecto, antes de que surja subrepticiamente una especie de regodeo manipulador sobre el castigo que merece la familia “responsable” (y aun cuando los últimos diez minutos vuelven al tono inquientante de los mejores momentos), el cineasta griego construye sus propios “Funny Games” al servicio de una mirada misantrópica que no admite vacilaciones y que exige el interés de un espectador sin preconcetpos. En ese terreno, el del terror psicológico e invasivo, el director de Canino y The Lobster triunfa en sus propósitos, conformando una puesta en escena metálica, fría y gélida, que provoca esa inestabilidad y malestar similiar al de sus películas anteriores. El secreto del ciervo sagrado, con su dùo actoral de estrellas al servicio del director junto al temor que transmiten las apariciones del joven interpretado por Barry Keoghan, es una película que nunca traiciona sus objetivos buscando incomodar, molestar y hasta irritar. Jamás la indiferencia. Y está bien que así sea en medio de un cine lánguido y escaso de sorpresas. EL SACRIFICIO DEL CIERVO SAGRADO The Killing of a Sacred Deer. Gran Bretaña/Irlanda/Estados Unidos, 2017. Dirección: Yorgos Lanthimos. Guión: Yorgos Lanthimos y Efthymis Filippou. Fotografía: Thimios Bakatakis. Edición: Yorgos Mavropsaridis. Intérpretes: Nicole Kidman, Colin Farrell, Alicia Silverstone, Barry Keoghan, Bill Camp, Raffey Cassidy, Sunny Suljic. Duración: 121 minutos.
Ganadora del Premio al Mejor Guion en el pasado Festival de Cannes, llega a las pantallas argentinas El Sacrificio del Ciervo Sagrado, del realizador Yorgos Lanthimos, responsable de The Lobster, una de las nominadas al Oscar por Mejor Guion Original del año pasado a quien mejor le sienta ese término. En esta oportunidad, Lanthimos se inclina por un contexto más realista, sin dejar del todo las inclinaciones fantásticas de su anterior obra. Matar a un Ruiseñor… Steven, un cirujano, tiene una amistad bastante particular con un joven llamado Martin, quien ha perdido recientemente a su padre. Paralelamente, la familia de Steven comienza a tener problemas de salud severos, cuya explicación tendría mucho que ver con el origen de la relación que tiene con Martin. La estructura narrativa que propone El Sacrificio del Ciervo Sagrado es sólida, pero es el cómo se desarrolla lo que generará no pocos debates, ya que el guion es un ejercicio de cocción lenta y perturbadora. La primera mitad tiene al espectador preguntándose en todo momento cuál es la relación entre estos dos personajes y de dónde se conocen. La segunda, cuando todo está aclarado, es donde empieza a acelerar el verdadero conflicto. Es comprensible que algunos puedan ver esta distribución del conflicto como un tropiezo, pero Yorgos Lanthimos y su co-guionista Efthymis Filippou lo hacen con una razón muy clara: no tanto por conocer en profundidad a los personajes, sino para manipular la percepción moral que el espectador tiene de ellos. La película empieza con el medidor de empatía bien en lo alto, para luego, conforme progresa la trama, empezar a descender a niveles alarmantes, llegando a un extremo tal que el único personaje por el cual se termina sintiendo algo de empatía es el hijo pequeño de Steven. Respecto a lo perturbador del guion, es un término planteado en el sentido más categórico de la palabra: la imagen que abre el film es un corazón latiendo en primerísimo plano y sostenido durante varios minutos con un lentísimo movimiento de cámara. A menos que el espectador sea médico, esta es una imagen que va a ser difícil de ver, y sobre todo con el ritmo que le imprime Lanthimos. Luego tenemos a Steven hablando, sin ningún pudor ni vergüenza, de masturbaciones paternas a su hijo pequeño. Después, veremos al personaje de su esposa, que cuando no simula una parálisis absoluta a modo de role playing sexual en el lecho matrimonial, masturba a otro hombre a cambio de información. Seguidamente tendremos a una hermana que intimida a su hermano a aceptar su muerte, por motivos tan emocionales como materialistas. Aunque las palmas se las lleva uno de los más elaborados juegos de ruleta rusa con un enorme sentido del humor negro. Esto no es el shock por el shock mismo, cada uno de estas perturbadoras escenas contribuye a la progresión narrativa de El Sacrificio del Ciervo Sagrado y a la evolución de los personajes (aunque no sería errado utilizar el término “involución”). Dicho todo esto, la única contra que se le podría achacar son los diálogos obvios y repentinos, más propios de un robot o de un personaje de una utopía de ciencia ficción que de un ser humano real. En materia actoral Colin Farrell yNicole Kidman entregan dignos trabajos a la altura del complejo desafío que propone esta cinta. No obstante quien destaca es Barry Keoghan, llevando con eficiencia al espectador de la lástima al odio más ardiente. Por el costado técnico hay una propuesta visual que no tiene medias tintas, oscila entre los más pronunciados planos amplios y los más extremos acercamientos. Su propuesta sonora se dedica a en todo momento incomodar al espectador con lo turbio de su atmósfera, y sostiene este malestar incluso en los títulos finales. Conclusión El Sacrificio del Ciervo Sagrado es una propuesta densa y shockeante, pero con meritorias justificaciones para ostentar esos adjetivos narrativamente hablando. Una decadencia moral en caída libre a nivel personaje. A lo mejor no será para el paladar del público general, pero aquel predispuesto a este tipo de cine encontrará difícil alejar la mirada de la pantalla.
Ver una película de Yorgos Lanthimos es prestarse a un viaje hacia lo desconocido. No se trata de universos fantásticos con estética colorida, sino de las oscuras profundidades de la mente humana. Sucedió con la perturbadora Colmillos (Kynodontas) en 2009, un film que ponía en jaque los vínculos de poder en una familia de apariencia normal cuyo padre encerraba a sus hijos para “preservarlos” del mundo exterior al estilo El castillo de la pureza (1972) de Arturo Ripstein, con la diferencia que en este caso el hombre hacía llamar de manera “diferente” a los objetos. Luego produjo similar reacción en 2015 con la no estrenada en Argentina La langosta (The Lobster) sobre un Estado totalitario que condena a los solitarios que no hallan pareja o eligen la soledad como modo de vida. Después de estar veinte días en un hotel de lujo y no entablar relación con otra persona, son despojados a los bosques y, si son encontrados por las fuerzas del orden, convertidos en animales. El sacrificio del ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017) combina la dinámica familiar y el aspecto fantástico en la relación entre un joven de 16 años llamado Martin (Barry Keoghan), y un médico cirujano (Colin Farrell). El vínculo forzado esconde una naturaleza trágica: la deuda moral del médico con el chico, tras fracasar en la operación a corazón abierto de su padre. Pero Martín, lejos de encontrar tranquilidad a su dolor, se obsesiona con la venganza y lanza una maldición sobre la mujer y dos hijos del médico, condenándolos a sufrir parálisis hasta la muerte a menos que el hombre admita su negligencia en el quirófano. El realismo se vuelve fantástico con la incorporación de este maleficio sobrenatural que medicinalmente, el personaje de Farrell y su esposa también médica (Nicole Kidman), no pueden destrabar. La pareja intenta por todos los medios encontrar una solución racional y su cordura comienza a entrar en crisis. Las intenciones tienen mayor fuerza que las acciones. El sacrificio del ciervo sagrado, como los anteriores films de Lanthimos, pone los nervios de punta. Es que más allá de narrar una historia cautivante, es la manera de hacerlo aquello que sorprende y tiene expectante al espectador. Una cámara ubicada en lugares atípicos genera extrañeza, movimientos de cámara precisos, una composición de planos simétrica y una música clásica estridente producen un clima inquietante, que recuerdan a Stanley Kubrick. El griego Yorgos Lanthimos es un autor a tener en cuenta en la cinematografía actual. Tal vez El sacrificio del ciervo sagrado no cuente con las premisas contundentes de sus mencionados films pero refleja sus dilemas autorales: explorar las oscuridades de la naturaleza humana de manera directa, sórdida y arrolladora.
Una alegoría polisémica Ganador de premios en festivales de primera línea en la última década, dos veces nominado al Oscar, ésta es la primera película del griego Yorgos Lanthimos (Atenas, 1973) que se estrena en Argentina. Como no podía ser menos, El sacrificio del ciervo sagrado también ganó un premio importante, el de Mejor Guion en Cannes 2017. Ese es el premio que con mayor frecuencia suelen ganar las películas de Lanthimos (Canino, 2009; Alps, 2011; Lobster, 2015). Hay una razón para ello: las historias de Lanthimos desafían tanto el realismo como, en ocasiones, los valores burgueses. Canino, por ejemplo, estaba protagonizada por una familia en la que los padres prohibían a sus hijxs salir al exterior, hasta tanto se les cayeran sus dientes delanteros. Alps presentaba a una empresa de servicios fúnebres que tenía la peculiaridad de representar a los parientes muertos para facilitar el duelo de los deudos, mientras que en la sociedad futurista de Lobster, aquéllxs que no se enamoraran en un plazo de 45 días se convertían en bestias, siendo expulsados a un bosque cercano. El sacrificio del ciervo sagrado tiene un clima enrarecido durante su primera mitad, y una derivación a lo fantástico o inexplicable (según como quiera vérselo) en la segunda. Otra vez una familia burguesa de vida ordenadísima, la del doctor Steven Murphy (Colin Farrell), completada por su esposa, Anna (Nicole Kidman, con el rostro definitivamente desinflamado) y sus hijos, la adolescente Kim y el más pequeño Bob. Con una barba tan densa que lo hace lucir como griego, y una circunspección que lo completa como trágico de ese origen (aunque la historia transcurre, se supone, en Estados Unidos), el Dr. Murphy es cardiocirujano, y su mujer oftalmóloga. Mucho no importan en verdad las profesiones, porque mucho no le importa a Lanthimos lo real: lo del griego es la alegoría, esa palabra griega, por lo cual los elementos de la ficción le interesan en tanto le permiten alcanzar el sentido al que quiere aludir. Pero falta un personaje clave, un muchacho menos que veinteañero llamado Martin (el irlandés Barry Keoghan, cuya desafiante inexpresividad y ojos semidormidos son tal vez lo mejor de la película), elemento disruptor de la historia. Lanthimos maneja muy bien la falta de información sobre la relación entre Murphy y Martin, hasta que la devela. Cuestión de opiniones, pero a este crítico le parece decididamente forzado que el cirujano haya quedado hasta tal punto prisionero de este desconocido, pero si se pone la verosimilitud entre paréntesis (doble paréntesis, que incluye también el aparente poder del que estaría dotado el muchacho), el tramo del relato que sobreviene, con Martin proponiéndole a Murphy un intercambio inaudito que tiene relación con el título de la película –y anticipando luego hechos igualmente inauditos que comienzan a suceder– tiene mucho interés. Sobre todo para el amante de lo extraño. Pero allí viene el problema, ya que Lanthimos parecería haber barajado distintas opciones a la hora del guion, y en lugar de quedarse con una se quedó con todas. Por lo cual la película, en sus últimos 45 minutos o media hora, avanza hacia todas partes (la historia de venganza, la de autosacrificio, la de disolución familiar, la tragedia, la parodia). O lo que es lo mismo, no avanza hacia ninguna parte. Con lo cual si algo desorienta a este crítico es el premio a Mejor Guion otorgado en Cannes, en mayo del año pasado.
Un drama de resonancias siniestras que daba para más Algunas películas son más raras u originales que realmente eficaces, pero en el caso de esta ambiciosa "El sacrificio del ciervo sagrado" está claro, desde el principio, que la intención del director Yorgos Lanthimos es hacer algo minuciosamente extraño, intención que al final atenta contra el potencial de una historia interesante. Colin Farrell es un exitoso cirujano que alguna vez tuvo problemas con la bebida, y que tal vez por culpa entabla una extraña relación con un adolescente, hijo de un paciente que murió en el quirófano. En un momento ese vínculo se vuelve un tanto molesto para el médico, algo esperable dado que lo invitó a su casa para que conozca a su esposa. Nicole Kidman. y a sus dos hijos (estas incongruencias son las que afectan la lógica y la fluidez narrativa del film). Pero cuando el espectador ya se está preguntando para qué pagó la entrada cuando oye esos diálogos monocordes entre el adolescente y el médico, el hijo menor de Farrell sufre una extraña parálisis, y el extraño visitante le da un ultimátum al medico, asegurando que si no elige sacrificar a un miembro de su familia, todos terminarán con parálisis, sin poder comer, y finalmente morirán. El director maneja un estilo de drama absurdo que a veces funciona y a veces no, pero da lugar a escenas intensas y situaciones desaforadas. Igual, el resultado necesariamente es más raro que realmente bueno.
Hay dos versiones principales del mito de Ifigenia: en ambas, cuando la flota griega parte hacia Troya el viento se detiene por completo y un oráculo revela al rey Agamenón que la diosa Ártemis está impidiendo la navegación porque Agamenón mató a uno de sus ciervos sagrados. Ahora Agamenón tiene que sacrificar a su propia hija, a pedido de la diosa, para que el viento vuelva a soplar y los héroes griegos puedan llegar a Troya. En algunas versiones, como la de Eurípides, Ifigenia es efectivamente sacrificada; en otras, Ártemis la rescata para convertirla en su sacerdotisa y la reemplaza por una cierva. Como sea, semejante historia donde la culpa del padre -que tiene que ver con transgredir un orden sagrado- se trasmite de modo directo a los hijos, que después de todo son su posesión, no dialoga tan fácilmente con el presente. Y aún sí, el cineasta griego Yorgos Lanthimos la convirtió en el motivo central de su nueva película, El sacrificio del ciervo sagrado (2017), donde la familia no está puesta en el centro de una épica que la excede y atañe al destino de todo un pueblo sino recortada en su más estricta versión burguesa y centrada en el hogar. Los integrantes de esa familia son los protagonistas casi excluyentes de una película sin mundo, excepto el que pueda representar esta familia tipo que habita una elegante casa con jardín, comandada por un padre y una madre médicxs: Steven Murphy (Colin Farrell) es un cirujano exitoso, de barba freudiana; Anna es oftalmóloga y a pesar de que también trabaja, en la película solo se la ve como una perfecta ama de casa. La relación entre ellxs está definida al comienzo de la película por la buena disposición de ella para satisfacer el fetichismo del marido en la cama, cuando se desnuda y luego de preguntarle, como la constatación de algo familiar: “¿Anestesia general?”, se hace la desmayada para que él pueda cogérsela como le gusta, en una fantasía que cruza la cama y el quirófano. Anna y Steven tienen dos hijos, una chica de 14 y un nene de 10, que son impecables. Hay un chiste al respecto que sugiere alguna clase de comedia rara que Lanthimos al parecer creer haber filmado (y es cierto que solo reírse de sí misma podría salvar a esta película, aunque hasta en esto se queda a mitad de camino) y es cuando, reunidos alrededor de la mesa a la hora de la cena, los miembros de la familia comentan cuál de ellos tiene lindo pelo hasta que la madre, zanjando la cuestión en el tono robótico que caracteriza todos los diálogos de la película, afirma que todos ellos tienen el pelo muy lindo. Previsiblemente, la prolijidad extrema de la vida de la familia Murphy se quiebra cuando aparece en escena Martin (Barry Keoghan), un chico de 16 que tiene una relación extraña y manipuladora con Steven. Construida como una ecuación matemática, El sacrificio del ciervo sagrado no tarda mucho en exponer sus premisas: Martin es el hijo de un hombre que murió en el quirófano mientras era operado por Steven. Revestido de algún poder sobrenatural que no importa explicar, ahora vuelve para vengarse y le dice a Steven que a cambio de esa muerte, si quiere que su familia siga viviendo tiene que sacrificar a uno de sus miembros. De lo contrario, todos van a quedarse paralizados y eventualmente morir. El corte que hace la película con todo lo que exceda a estos tres o cuatro elementos y personajes es tan drástico que no hay a qué remitir ese poder de castigo que detenta Martin, explicable solo por un capricho de guión. El sacrificio del ciervo sagrado tiene por eso un carácter experimental, en el sentido de que homologa el cine a poner cuatro o cinco ratas en una caja de vidrio e inocularles algún tipo de veneno más que a narrar una historia. Alguien podrá encontrarle sentido a ese juego, pero lo cierto es que además juega con piezas muy vetustas, en especial con una idea de familia que el cine lleva casi un siglo desmontando como artificio de maneras mucho menos pretenciosas y más creativas.
Steven Murphy es un cirujano bastante respetado en el hospital donde trabaja. Además, tiene una familia perfecta con una hermosa esposa que lo complace en todas las formas posibles, dos bellos hijos inteligentes y educados. Y también una extraña relación con un adolescente que se aparece sin previo aviso tanto en su trabajo como en su casa ¿Qué oscuro secreto se esconde entre estas dos personas? Hoy nos toca hablar de El sacrificio del ciervo sagrado, la nueva película de Yorgos Lanthimos, quien ya el año pasado nos sorprendió con The Lobster, un film bastante original y que no dejó indiferente a nadie. Y por suerte esta nueva realización, sigue los pasos de lo antes visto y dirigido por el realizador griego. Si algo tiene El sacrificio del ciervo sagrado, es que nos va a poner incómodos desde el primer momento. Y no lo decimos solo por ese primer plano de una operación a corazón abierto (atentos espectadores con estómagos frágiles, están avisados), sino que desde el minuto uno, entendemos e intuimos, que algo raro está pasando; que no todo es tan idílico en la vida de este cirujano que parece tenerlo todo en la vida. Esto se refuerza con el estilo de actuaciones que exige Lanthimos a sus actores. También lo veremos casi desde el principio, con todo el elenco recitando sus líneas de diálogo como si estuvieran dando un examen oral de memoria; y actuando de forma bastante acartonada. A muchos esto les va a parecer ridículo, o un defecto de la película; pero en opinión personal, creo que está hecho a propósito con el solo sentido de diferenciar este film del resto de los thrillers psicológicos que usualmente vemos. Lo que se dice, la marca del director se hace presente. Como verán, estamos hablando de una película poco convencional, y que tiene casi todos los ingredientes para que el espectador que no está acostumbrado a producciones que buscan incomodar al espectador, tanto por la historia, como por un estilo visual (veremos todos planos hermosos y limpios) o con las actuaciones. Lo más aconsejable para aquellos que sientan curiosidad por ver El sacrificio del ciervo sagrado, es que vean la anterior película del director griego, llamada en Latinoamérica, La langosta. Ahora, si quieren experimentar algo nuevo sin haber visto su anterior obra, estamos seguros que al menos con El sacrificio del ciervo sagrado, van a salir del cine con una extraña sensación de haber visto algo bueno, pero que quizás no vuelvan a ver la película en mucho tiempo.
La gran pregunta que se nos plantea en éste filme es saber a quién va dirigido Desde la elección de las formas y el contenido propiamente dicho. O partiendo de la elección estética en que será contada una historia, de su presentación como texto acabado, la de los protagonistas, su construcción, desarrollo, el cierre sin respuestas. El punto es que, creo, dejara a más de un espectador fuera. La realización abre con una cámara cenital mostrando un corazón latiendo dentro del pecho de un paciente, así de crudo, así de directo, de distante, de frío, y con música de Wagner. La presentación de los personajes, su constitución y posterior desarrollo, no se aleja de lo mostrado en la primera escena, personajes hieráticos, toda una familia donde las sensaciones y los sentimientos no tienen posibilidad de ser expresados. La historia se encuadra en principio entre dos variables extrapoladas: la circulación de la culpa y el deseo de venganza. Entre esas dos vertientes el director va construyendo un texto que mezcla la tragedia griega y el thriller o terror psicológico. No es una mirada caprichosa, varias veces se nombra a Ifigenia, dando lugar a pensarse desde la tragedia de Eurípides, (¿Cuántos saben quien es Ifigenia?, ¿Cuántos leyeron o vieron la obra de teatro?). En segundo término, y en la relación entre los personajes, se va instalando paulatinamente una cacería de gato contra ratón, por momentos de manera circular, con cambios de roles, hasta que se define, de modo lento pero continuo. Steven (Colin Farrell) es un eminente cirujano, casado con Anna (Nicole Kidman), una respetada oftalmóloga. Viven en términos de concordancia, estabilidad, junto a sus dos hijos, Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic). Cuando Steven entabla amistad con Martin (Barry Keoghan), un joven de dieciséis años, con claros signos psicopatológicos, sin padre, decide protegerlo, pero los sucesos a priori producen un giro siniestro. Es que Steven observa desesperado cómo sus hijos contraen una enfermedad que él es incapaz de explicar. Ahí es donde da cuenta de la causalidad de los hechos, es puesto contra su voluntad a escoger entre realizar un impresionante sacrificio o arriesgarse y poder perderlo todo. El filme se muestra como perturbador de manera persistente, para ello ayudan los climas “in crescendo” que se van proponiendo, la música en función de amplificar las sensaciones en el espectador, y las muy buenas actuaciones como soporte del trío principal. Por momentos el texto se presenta de manera muy surrealista, todo demasiado calculado y manipulador. Si la intención era trabajarlo desde la metáfora, obra se presenta como una realidad posible, y no llega a ser una metonimia pues lo que muestra es exactamente lo que dice. Esto no va en desmedro del producto por definición, pero algo entre la idea y el designio parece haberse quedado sin desarrollar. Un filme pretendidamente de altísima calidad artística, que se reduce a lo mínimo cuando se le extirpa el envoltorio pues lo inverosímil se hace presente, desde lo no creíble de la resolución en estos tiempos, hasta el final de la historia.
Saludada como obra maestra, esta película con notables trabajos de Farrell y Kidman, es más un acto de exhibicionismo preciosista de un director -con no poca alegoría- que un verdadero film de terror y suspenso. La familia perfecta de un cardiocirujano se ve alterada con la aparición de un adolescente que demanda la muerte de uno de los miembros para equilibrar la muerte de su propio padre a manos de ese médico. Luego hay algo sobrenatural, alguna escena de sexo “simbólica” y crueldad básica, como para que parezca profundo lo que solo es frívolo.
El ciervo es un animal preciado, puro, inocente, emblema de un ser cuasi-divino. Y hay algo de divinidad en la película de Yorgos Lanthimos, que a veces de manera más sutil y en momentos con un trazo decididamente grueso, coquetea con la idea del bien y del mal, y una retribución que queda reservada a los Dioses, y aquí se manifiesta de manera surrealista en la piel de un adolescente con claros problemas psicológicos. Sí, todo es una metáfora, envuelta en simbología por momentos inteligente y por momentos completamente caprichosa. Lo mismo sucede con algunas decisiones estéticas, pero más que nada narrativas, del director de celebrados recientes films como Dogtooth y The Lobster (también con Colin Farrell). Y es que, al igual que en su anterior obra, Lanthimos apela en El Sacrificio del Ciervo Sagrado a una apuesta fría y artificial, que promediando ya la mitad de la película aburre. Los personajes, y principalmente el de Farrell, esbozan sus diálogos como leyendo el guión en voz alta y sin emociones, lo cual no es un error, por supuesto, sino una decisión metafórica e intencionalmente artificial, que termina agotando su recurso rápidamente. Mientras la historia avanza hacia momentos que podrían ser (quieren ser) verdaderamente perturbadores, éstos se pierden en un capricho que impone una distancia al espectador, incapaz de empatizar con tanta superficialidad. El punto de partida, sin embargo, es por demaás atractivo y siniestro: un cirujano que siente culpa por no haber podido salvar a un paciente, entabla una extraña amistad con el hijo del mismo y termina viéndose envuelto en una trama macabra que lo llevará a tomar una decisión cruenta y absurda, que conviene no adelantar para no arruinar la sorpresa de la película. Así, El sacrificio del Ciervo Sagrado es, de algún modo, el Sophie’s Choice de los surrealistas. Aún siendo un film que vale la pena ver por su apuesta arriesgada al delirio y lo netamente morboso, El Sacrificio del Ciervo Sagrado comete un pecado que, aunque en parte le juega a favor y permite descomprimir un poco tanta pomposidad, termina impidiendo que lo que es una buena película crezca hacia una gran película: es muy estúpida para ser tan inteligente, y demasiado inteligente para ser así de estúpida. Pero ahí radica, quizás, la marca del autor que, sin el condimento absurdo, terminaría sino siendo apenas una burda imitación de Haneke.
BELLEZA DE POCA MONTA Con un título que sugiere una muerte se siembra desde el comienzo un estado de incomodidad. Durante El sacrificio del ciervo sagrado, este clima se mantiene mediante una serie de elementos que profundizan la tensión. La pareja de médicos respetados y prestigiosos, interpretados por Colin Farrell y Nicole Kidman tienen una aparente vida correcta. Cuentan con algunas condiciones marcadas por el mandato social para poder ser feliz como el dinero, una familia con dos hijos-“la parejita”, varón y mujer-, un reconocimiento profesional y conductas disciplinadas. Aun con esta vida, que es claro que no garantiza nada, los cuatro integrantes se muestran apáticos en todo momento. Será la figura de Martin, un joven amigo del padre, quien generará cambios en sus emociones. Este adolescente destapará, por momentos, actitudes –algunas alegres, otras macabras- que permanecen acalladas en la familia. Estos personajes están situados siempre en lugares desolados. El hospital y la casa son enormes y silenciosos. Las cámaras hacen un trabajo interesante, captando ángulos en los que las construcciones se ven imponentes. Esta visión hace posible que los objetos y lugares se vuelvan distantes. Lo que tendría que ser conocido y cercano se vuelve distante y ajeno. En las escenas de los pasillos de la institución de salud nunca hay gente. En la vivienda los ambientes parecen no tener vida, estar inmóviles, sin uso. La limpieza y el orden es otro factor que cunde en ambos lugares. Estos recursos generan una sensación de vacío y dejan expuesto al silencio. La narración se vuelve sugerente. Se trabaja desde la metáfora del orden, la limpieza y el silencio para hablar de los secretos que envuelven a la familia. Martín es solo la perturbación explícita, superficial, que viene a romper el orden. El sacrificio del ciervo sagrado es una película que logra darle pulcritud y solemnidad a la muerte. Es como dice la mamá de Martín sobre la belleza de las manos de los médicos, tan “blancas, suaves y limpias”, aun trabajando con sangre. Por esta razón, la tensión se mantiene en lo que no se dice, aquello que se esconde. La propuesta es cuidada e interesante pero no hay un despegue del film. Los recursos que utiliza logran generar ciertas sensaciones de incomodidad, pero esto no es suficiente. Es correcto pero de poco vuelo. El planteo de El sacrificio del ciervo sagrado se queda corto con su mirada esteticista y sugerente, porque no parece haber nada más detrás de todo eso.
Si hay algo que le gusta al director griego Yorgos Lanthimus es provocar. Basta con ver sus dos películas anteriores —Canino (2009) y Langosta (2015) — para darse cuenta que sus idea de acción y reacción poseen un trasfondo que pueden resultar perturbadores, absurdos y crueles, pero siempre utilizando a la metáfora como un motivo en sí mismo. En El sacrificio del ciervo sagrado (2017) —otra alusión al reino animal, aunque aquí está totalmente justificado— lo hace a partir del primer fotograma. Luego de unos eternos segundos de pantalla en negro, la primera imagen que aparece ante nuestros ojos es el primer plano de un corazón latiendo, dentro del cuerpo de un paciente, con su ritmo acompasado, con los bordes de la herida desflecados, con el instrumental quirúrgico acomodando, removiendo, con la sangre manchando las sábanas del quirófano, es decir, una muestra que anticipa que cualquier cosa puede salir de la mente de este director para que irrumpa en la vida monótona y predecible de una familia burguesa que vive en uno de los tantos suburbios elegantes de los Estados Unidos. En El sacrificio del ciervo sagrado, y tal como lo hiciera en Canino, también se recrea un mundo cerrado que es “contaminado” por una fuerza externa. Un azote de dimensiones bíblicas que escapa a toda lógica y razón. Y lo curioso es que los protagonistas de dicha hecatombe familiar y emocional actúan como meros espectadores pasivos de su propia debacle existencial. Es como si el exabrupto, el desahogo, la furia descontrolada no sirvieran de nada. Las cartas están echadas, el oráculo ha hablado, de nada sirve lamentarse de forma irracional porque precisamente la razón es la que se encuentra ausente. Algo así sucedía también en Langosta, en donde Colin Farrel —el mismo actor que en El sacrifico del ciervo sagrado— actuaba de manera medida, como si lo que ocurriese a su alrededor no pudiese ser cambiado más allá de ciertas reglas a cumplir. En este caso toda la familia involucrada parece aceptar el desenlace que va a llegar. No hay forma de escapar a él. Esto lo sabían muy bien los personajes de los mitos griegos. Algo a lo que Lanthimos apela en esta película: una relectura del mito de Ifigenia, la hija del rey Agamenón quién fue sentenciada al sacrificio por su propio padre para aplacar la ira de la diosa Ártemis quien había montado en cólera porque soldados del ejército de Agamenón habían osado matar a uno de los ciervos de su bosque sagrado. Hubo allí un vaticinio de Calcas, el oráculo oficial que aquí se repite en labios de uno de los protagonistas. He aquí la importancia del oráculo como una sentencia inapelable, que no es otra cosa que una seguidilla de infortunios para aquél que haya cometido algún desliz que provocara la ira de los dioses. Esto vale aclararlo porque el film de Lanthimos va más allá del fantástico. Si bien las hechos que van aconteciendo a medida que transcurre la historia no tienen una razón lógica, están un paso más allá del mero quiebre de la realidad. Aquí existe una relectura sobre la justicia, ya sea la de los mitos griegos y sus castigos no exentos de perversidad o la bíblica con la cruel sentencia que dictamina que el que a hierro mata, a hierro muere, es decir, la naturaleza humana sometiéndose a la idea que tenemos de un ajuste de cuentas que nos viene dado desde que el mundo es mundo. Luego de la primera escena del corazón latiendo, vemos al cirujano Steven Murphy (Colin Farrel) caminando por un pasillo del hospital, en donde trabaja con su colega, el anestesista Matthew (Bill Camp), enfrascados en una conversación sobre trivialidades que no concuerdan en absoluto con la operación que acaban de realizar. Una secuencia que nos remite a esa conversación tan fuera de contexto que mantenía John Travolta y Samuel L. Jackson en Pulp Fiction (1994) de Quentín Tarantino en donde hablaban de las “pequeñas diferencias”, precisamente aquellas que tenían los nombres de las hamburguesas Cuarto de Libra de Burger King en Estados Unidos y en París, lo interesante es que esto sucedía antes de que vayan a matar, como buenos sicarios que eran, a una de sus víctimas. En la película de Lanthimos los médicos no hablan de hamburguesas, hablan de las “pequeñas diferencias” entre una malla de metal y de cuero para un reloj de pulsera. Situaciones comunes de personas acostumbradas a un estilo de vida que a nosotros se nos escapa, de hecho no somos cirujanos, ni mucho menos sicarios, pero este es el elemento cotidiano que le gusta mostrar al director griego. Algo así como la calma antes de la tormenta. Y esa tormenta viene de la mano de Martin (Barry Keoghan) que, tras su padre muerto en la sala de operaciones —Steven fue el cirujano a cargo de la operación— logra entablar una relación con el médico que, como veremos más adelante, se convierte para ambos en una obsesión. Para el médico una expiación a la culpa que arrastra desde esa operación fallida, pero para Martin no es ninguna especie de trastorno psicológico. Es una obsesión que tiene una única meta: entrar en la vida tranquila y sosegada del médico para derrumbar a su familia desde adentro, provocando una implosión que no tenga otra alternativa que una elección. ¿Elección a qué? ¿Elección a quién? Bueno, ese es el momento clave de la historia, es cuando el cirujano va a tener que decidir. El oráculo ha hablado, y lo hizo a través de Martin. “Es lo más parecido a la justicia que se me ocurre”, le dice al médico y “amigo” luego que lo acusara sin ningún tapujo que su padre murió por su culpa, que fue asesinado por haberlo operado en estado de ebriedad. A partir de entonces, todo se transforma en una pesadilla. Tanto Steven, como Anna (una actuación memorable de la siempre enigmática Nicole Kidman) y sus hijos, Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic) se verán atrapados en un laberinto sin salida. Un símbolo que viene a cuento si hablamos de que todo se parece a una gran tragedia griega. La sentencia está firme, solo resta saber cómo será cumplida para satisfacer la furia divina. En este sentido el papel de Martin (un actor irlandés en continuo ascenso) vendría a ser el de Ártemis. Todo parece ser montado como una gran obra de interpretación. Tanto es así que el propio Martin le dice a Steven, antes de arrancarse un pedazo de carne de su brazo con los dientes, “¿Lo entiendes? Es metafórico. Es simbólico”. Una toma de posición del director para que su película sea leída en esa clave. Lanthimos vuelve a incomodarnos con una película que desborda —valga la paradoja— una violencia contenida, en que el terror se visualiza más en el clima logrado que en las actuaciones de los personajes. Un matrimonio de médicos —ella es oftalmóloga— en que ven cómo la ciencia y la razón caen en el precipicio de lo arcano, de lo inefable, de lo ancestral. Por segunda vez vemos a Colin Farrel en una película de Lanthimos y por segunda vez vemos a la misma dupla de actores —Farrel y Kidman— quienes habían actuado en The Beguiled (2016) de Sofía Cóppola. La fotografía es de Thimios Bakatakis, asiduo colaborador de Lanthimos, ya que fue su director de fotografía en Canino y en Langosta. La música de El sacrificio del ciervo sagrado es otro de los aciertos de la película. Las partituras de música clásica de Bach y Schubert logran imprimirle un toque de ceremonia religiosa a esas travesías por los pasillos de un hospital que por momentos parecen los mismos —está filmada con el mismo criterio estético que lo hiciera Stanley Kubrick en El Resplandor (1980) — por los que transitaba el pequeño Danny Torrance en el Hotel Overlook. Y por el otro lado, la atmósfera lograda por Lachey Arts Choir en Carol of the Bells, Sigfried Plam con Cello Concerto y Olen Krysa & Torleif Thedeen con Rejoice terminan por darle el toque terrorífico que impregna gran parte de la película. Una obra por demás oscura, con tintes fantásticos y siniestros, con una angustia que va creciendo en ritmo y con la complicidad de una familia entera en que no tienen más remedio que acatar el sacrificio de una culpa que le es ajena. Otra gran apuesta de este director griego que incomoda con un cine revulsivo, incómodo y totalmente original.
Los hombres son crueles y perversos y el mundo es una mierda, dice aquí el cineasta oriundo de la tierra de la filosofía y la democracia, que ya ha dejado de filmar en Grecia y como nuevo artista consagrado europeo lleva adelante sus ficciones abstractas ungido por la industria anglosajona. Como era de esperar, en su sexto largometraje Yorgos Lanthimos insiste con la fábula antihumanista; así alecciona y castiga a los personajes, al público y al cine. Cada plano enuncia una presunta verdad: somos una especie miserable.
Este es un tiempo para el cine muy claro y cristalino, hay una necesidad, una frase que nos define: ¡estamos hambrientos de autores! Nuevas e intensas propuestas en la sala. Corre en la sangre de la cinematografía contemporánea una necesidad de que gente brillante o llámese talentosa, creativa sin tapujos o descaradamente audaz nos traiga sus decires, arroje sus fantasmagorías y sus imágenes reveladoras, sus reflexiones existenciales o sus locuras más absurdas en la plenitud casi impune de la pantalla que pide a gritos que no nos olvidemos que está ahí para “generar sentidos”, además de taquilla, y argumentos agotados. Yorgos Lanthimos hace ya varios años nos noqueó, creo que esa es la palabra, con un golpe certero y nuestros sentidos entraron en shock, gracias a filmes como “Canino” (2009), “Alps” (2011) y más tarde la superlativa “The Lobster” (2015). Debo confesar que mi recorrido por este realizador griego de tan solo 44 años, ha sido inverso a la cronología de sus obras. Me obsequiaron hace apenas dos años – momento inolvidable– una copia de “The Lobster”. Por razones inexplicables esperé para sacarla de la caja… pasaron meses y finalmente al verla el impacto fue brutal. Su universo distópico, sus solapados cuestionamientos éticos y morales, su filosa crítica a la sociedad y a la perversidad del sistema. Más una jugada despiadada cuando nos deja a la luz como seres incapaces de entregarnos “al otro” más allá de nuestra propia conveniencia, una reverenda patada a la épica del amor y sus derivas. Los temas no serían nuevos, pero el filo de plata de esa cámara y esa pluma eran atrozmente novedosos. Un modelo de narración con extraños personajes y un singular argumento que pendulaba entre el humor más negro y el sentimentalismo más primitivo. Una alquimia única. Los actores me resultaban impensables como “buenos” y en cambio Yorgos con su estilo casi Brechtiano de distanciamiento y utilizando el artificio como código de composición de esos seres en ese mundo, logra así armar una coreografía narrativa y actoral totalmente propia. Un resultado perfecto: un autor definiendo sus mundos. Ese es mi recuerdo y me disculpo por antecederlo al breve análisis crítico del filme que hoy nos convoca, que en parte lleva en su fibra huellas de aquella película a la que referí, pero también el camino de un realizador es como un laberinto de espejos, engañoso y complejo. Y “El sacrificio de un ciervo sagrado” no logra la altura, la profundidad y la solvencia de su anterior filme. Esta nueva película es provocadora ya que desde su título nos refiere a un ritual donde alguien o algo “inocente” debe morir. Pero como en todo ritual sacrificial los dioses definen al “sacrificado”, el que obviamente debe morir por una causa mayor, por un valor que hay que restituirle al mundo, algo que excede a un solo sujeto. Por lo tanto como espectadores creyentes de que el título es indicio de algo, estamos consciente o inconscientemente predispuestos a la idea de un acto sacrificial por una suerte de bien común. Pero sabemos que en cine de Yorgos no hay “dioses” y que en sus obras es imposible que un humano pueda ser llamado inocente y deba ser sacrificado para salvar al mundo como en una misión mesiánica ingenua, sino que más bien estamos cerca de ver algo que nos va a perturbar, horrorizar, inquietar o angustiar sin solución alguna. Colin Farrel es un cardiólogo prestigioso, casado con Nicole Kidman que es una prestigiosa oftalmóloga. Son padres de dos jóvenes hijos, una mujer y un varón. Fuera del círculo familiar solo se nos presenta un joven anónimo, como si fuera un personaje secular pero extrañamente llamativo en la trama para ser tan secundario. Desconocemos su origen y la historia que lo une a Farrel, quien lo trata como a una suerte de hijo adoptivo pero a escondidas de todos, como si los uniera algo secreto e indebido. El joven anónimo no solo mantiene ese vínculo con Farrel sino que va entrando en el universo familiar poco a poco, por ejemplo entablando un vínculo con la hija del protagonista, a quien seduce no por que ella sea de su verdadero interés, ya que su objetivo final es la de llevar a cabo una venganza. No vale la pena spoilear la causa de esa venganza, casi absurda, casi inverosímil, y más bien simbólica, porque lo que va a empujar el filme hacia la tragedia es lo que esa venganza pone en juego: el sacrificio del ciervo, matar al inocente para salvar a los demás. Este núcleo dramático expone un homenaje a la tragedia clásica griega con todos sus simbolismos y significados culturales para occidente. Ya que la película refiere en su drama central al conflicto de la tragedia de Eurípides “Ifigenia en Aulide”. En aquella pieza teatral Agamenón debe sacrificar a su hija para reparar el error cometido con los dioses y restituir la armonía entre la divinidad y los mortales. Pues cuando al sacrificar a una cierva sagrada no la ofrendó a la diosa de la guerra Artemisa, a quien le pertenecía la cierva. Eso despertó la ira de la diosa que le puso como precio a pagar el sacrificio de la vida de su propia hija: Ifigenia, cual cierva sagrada. No importa cómo termina la tragedia griega pues no es ese el mensaje que elije Yorgos darnos, ni con su ciervo sagrado, ni con el acto del sacrificio y como lo significa y define en su película. La figura del padre en el filme se presenta como un sujeto todopoderoso, casi un Dios pagano (en vez de Agamenón es Correl) y se exhibe en escena como un sujeto que ha perdido el corazón y quiere resolver tan solo con la razón este desafío en el que debe elegir cual de los miembros de su familia pagará con su vida el precio de aquel ciervo sagrado. Su mujer no actuará como Clitemnestra en defensa de sus hijos sino que siendo ella también una victima posible mostrará sus instintos de supervivencia lejanos a la maternidad y al amor protector. El punto de la propuesta de esta obra de Lanthimos es como entender los hechos desde el inicio al final, pues no es una película “realista”. Tiene tanto de real como de fantasmático, de fantástico y de intangible que el juego que pone en la mesa en esta suerte de adaptación libre de Eurípides. Es cómo significamos el concepto de “salvación” ¿A través de la culpa? ¿Del castigo? ¿De la liberación? La trama pone en duda la capacidad de alguien de sacrificar algo para salvar a otros, y deja en evidencia que el sujeto tan solo tiene una pulsión de auto salvación y no más que eso. Si el significado de esta palabra es “consecución de la gloria y bienaventuranza eternas”, este no es el sentido que la película nos ofrece como conclusión sobre el acto de sacrificar. El final implica tantas interpretaciones posibles como caminos de visualización de esta trama vincular, familiar, y existencial. Quién vive y quién muere no parece ser el punto clave, sino más bien “que mundo queda después de que la teórica salvación se ha llevado acabo, sacrificando a uno por otros”. Una tibia metáfora crítica al principio del cristianismo, ¿qué mundo de “glorias y bienestar” quedó después de que un joven llamado Cristo fue sacrificado por el bien de todos? El contenido de la trama es ambicioso, denso, perturbador, inquietante. El acto final que es el más intenso del relato se hace desesperante, pues la tensión crece junto con las imágenes de enfermedad y muerte que nos incomodan sin cesar. Pero la extensísima introducción de la primera mitad del filme hace muy morosa la entrada al núcleo dramático más nítido de la película generándonos preguntas inconsistentes, dudas irrelevantes y distractivas, por lo tanto genera climas escénicos que no contienen suficiente solidez y riqueza. Si hay algo que debo agregar es que me resulta imperdonable que el filoso y corrosivo humor que podría haber circulado en algunos momentos claves de la historia se desvaneció por completo, quitándole a este mundo trágico la capacidad de burlarnos de lo patético y mirar la locura de nuestras contradicciones con el cristal de la absurdidad. Por Victoria Leven @victorialeven
Nos encontramos frente a una familia de clase alta, ambos médicos respetables, ellos están casados hace 16 años y ejercen su profesión aparentemente en forma eficiente. La relación con el joven Martin (Barry Keoghan), comienza cuando el padre de este fallece, dentro de una operación que ejecutaba Steven, este además de charlar con él, le da un obsequio y hasta lo invita a su casa. Las actuaciones de Nicole Kidman y Colin Farrell, son estupendas, juntos tienen muy buena química, hace muy poco tiempo trabajaron juntos en “El seductor” (2017) de Sofia Coppola, brillante el actor irlandés Barry Keoghan (“Dunkerque”) tiene una mirada que resulta escalofriante y a la vez de sufrimiento. A raíz de una serie de situaciones ellos con el tiempo irán cayendo en un infierno. A veces los seres humanos somos bastante miserables, mas cuando comete distintos errores, sabiéndolo, como para poner un ejemplo, porque conducimos cuando sabemos que si bebimos alcohol no debemos hacerlo, entre otros actos. Su relato no resulta sencillo, en este thriller psicológico, por momentos asfixiantes, crueles y terroríficos, cuanto pueden influir los pecados del pasado o actuales, donde se van planteando varios temas: la masturbación y la virginidad, hasta donde la emoción puede dominar el cuerpo, como te podes sumergir en la desesperación, destrucción y lo difícil que es reparar el duelo. Su trama puede resultar ácida, surrealista, tiene símbolos y moraleja, deja al espectador pensando y es conveniente verla con la mente bien abierta. Conviene no desvelar mucho su contenido para no quitarle la sorpresa. El film tiene mucho de las influencias de los orígenes del cineasta griego Yorgos Lanthimos, uno la puede relacionar con la tragedia griega como: Cuando Edipo se arranca sus ojos y derrama su sangre, como en la “Ilíada” Agamenón mato a un ciervo sagrado y para ganar su batalla y conforma a los dioses debe sacrificar a su hija Ifigenia, para liberarse, a veces hay que sacrificar algo valioso.
LA FAMILIA ¿UNIDA? Llega a cines la película más incómoda del último año. Para no dejar de morderse las uñas. El nombre de Yorgos Lanthimos probablemente no haga eco con facilidad en sus mentes, pero si les digo que se trata del realizador griego que filmó Dogtooth (Kynodontas, 2009) y The Lobster (2015), hay chances de que sepan en qué terreno estamos parados ahora. The Killing of a Sacred Deer (2017) es la sexta película del director, un drama de terror psicológico que explora los mismos conceptos que tanto le gustan a Lanthimos, quien a su vez es co-guionista. Steven (Colin Farrell) y Anna (Nicole Kidman) son un matrimonio exitoso, el ejemplo perfecto de familia aburguesada. Él es un exitoso cirujano, ella una odontóloga reconocida. Tienen dos hijos, Kim (Raffey Cassidy) y Bob (Sunny Suljic). Hasta acá, el retrato parece el de una familia feliz con los privilegios y comodidades del materialismo ostentoso. Pero me falta mencionar una pieza más en el tablero: Martin (Barry Keoghan), un joven de modales extraños a quien Steven ha estado apadrinando en secreto por largo tiempo. El primer acto de The Killing of a Sacred Deer (2017) es extraño. Sentimos que hay algo que no cuadra en esos personajes, en sus costumbres y en los lazos que los unen. Pero la verdadera incomodidad no se cuela en el clima del film hasta que llega el conflicto, que le abre la puerta a la magia, dando lugar a lo que conocemos como realismo mágico. Martin le pide a Steven que tome una decisión terrible para igualar los tantos en la balanza de la vida. Hace un tiempo, el joven perdió a su padre durante una operación y parece que todo fue por culpa de Steven. Un caso de mala praxis. De ahí que el cirujano quiera redimir la culpa dándole regalitos al chico, ¿pero por qué lo hace a espaldas de su familia? No voy a contarles mucho más para no sembrar expectativas. Lanthimos, nuevamente, vuelve a derruir el concepto de familia tradicional, como en Dogtooth, y lo pervierte al extremo, con una película que por momentos tiene un ritmo glacial, pero que no deja de ser hipnótica porque lo que nos muestra es muy difícil de ver y de creer. No hay surrealismo acá ni ruptura de la estructura de la narración, hay personajes que toman decisiones muy sensibles desde un punto de vista moral y eso siempre choca. El relato nos atormenta psicológicamente porque los personajes no responden a los valores morales que conocemos, sino que terminan dotados de rasgos divinos, casi bíblicos, y ahí es cuando la noción de sacrificio cobra otro significado para ellos, que no deja de molestarnos a nosotros. Hay recursos de tragedia griega que no son casualidad y es porque se trata de una adaptación moderna del mito del sacrificio de Ifigenia en manos de Agamenon. En última instancia, el relato funciona como parábola y nos hace cuestionarnos nuestros propios principios. Kidman y Farrell están perfectos en sus papeles, pero el que realmente sorprende es Barry Keoghan, quien nos da un personaje frío y calculador que aterra, aunque por momentos también llega a conmovernos. Alicia Silverstone tiene un pequeño papel que está correcto. Se comparó en más de una oportunidad la construcción narrativa del film con el cine de Kubrick. Lo cierto es que es fácil pensar en películas como The Shining y Eyes Wide Shut (también protagonizada por Kidman) cuando nos llegan esos planos estáticos, los silencios que incomodan y los momentos de comedia negra. En The Killing of a Sacred Deer lo simbólico forma parte de lo real, como en las pesadillas, y ahí reside su crueldad tan efectiva. Nos hace pasar un mal rato, pero nos deja reflexionando sobre muchas cosas. LO MEJOR: Barry Keoghan da miedo, en serio. Llámenlo realismo mágico o como quieran, no todos los días vemos esto en cine Es un buen ejemplo de terror psicológico. No hay monstruo, no hay sustos, pero aún así te tortura. LO PEOR: Se les va un poquito la mano con la frialdad de los personajes. Entiendo que la idea es incomodar, pero...
Desde obras anteriores, Yorgos Lanthimos nos dejó en claro que sus historias tienen un carácter particular, de incógnita turbia, provocadoras narrativamente aparte de crudas en sus modos de interpelar la norma social y las miserias personales. Bajo estos parámetros, El sacrificio del ciervo sagrado no es la excepción y busca ahondar en esas visiones. El sacrificio del ciervo sagrado es inquietante, hipnótica en su aura de tragedia inevitable. Lanthimos construye, una vez más, un universo que apela a la representación casi teatral, no al verosímil. Se despliegan situaciones y diálogos donde lo bizarro y lo oscuro se entretejen para dar lugar a una incomodidad sugerente, una sátira tentadora y filosa. No se apela a nuestra empatía, El sacrificio… nos presenta una intimidad diferente: la de ser testigos de un thriller de horror que tiene su fuerza en un desconcierto que sobrevuela toda la obra, un nudo de ansiedad en el pecho, la constante sensación de que algo no está bien. Steven (Colin Farrell) es un reconocido médico cardiólogo, está casado con Anna (Nicole Kidman), que también se dedica a la ciencia, y juntos tienen dos saludables hijos. La desgracia descenderá sobre ellos cuando un joven, Martin (Barry Keoghan), devele recovecos del pasado de Steven y le anuncie que deberá hacer un sacrificio compensatorio si no quiere que toda su familia resulte devastada por una furia karmática e incontrolable. Lanthimos articula desde la lejanía, se sacude las herramientas ritualísticas convencionales de encima y reniega de la magia para declararse, con poética y simbolismo cruel, realista en toda su sobrenaturalidad. Su punzante bisturí lo vuelve un cirujano con buen pulso. Sus personajes son seres prácticos que de pronto se chocan de cara con una realidad: a veces no hay refugio ni escapatoria. Hay una deuda. Y no es el aprendizaje en sí ni la comprensión de lo divino lo que se enarbola como portal salvador: una deuda implica un pago. Así de simple. Ante eso no hay mayores concesiones, sólo sombrías certezas. Luego de la profecía no hay chances de buscar una ingeniosa alternativa para esquivar la fatalidad y salir victorioso. Y Keoghan se luce en la concreción sólida de ese ente anunciatorio tan inescrupuloso como violento en su pasividad, en su aceptación de una fuerza superior incuestionable. Misma deidad que como espectadores nos envuelve: nosotros no somos los protagonistas. No podemos serlo. Ellos nos despiertan sonrisas de mal sabor, coquetean con el ridículo, nos queda claro que tienen secretos de los que no están orgullosos. La música termina de dar forma a ese cosquilleo pesadillesco, como si no acompañara al drama sino a nuestra omnisciente visión, cada vez más desesperanzadora y a la deriva. La sangre vital de El sacrificio… da vida a ese escenario frívolo de hospital sobrecogedor y rígido, de aburguesamiento estéril, de fina línea delgada entre lo que late y lo que no. Lanthimos deconstruye al individuo y rompe con su núcleo duro de contención: su familia y sus creencias. Explora límites, egoísmos, es preciso a la hora de desnudar a Steven y a su mujer, una Nicole Kidman que logra condensar la extrañeza que todo lo engulle con una interpretación concreta y algo perturbadora.
Desde hace algunos años, el cineasta y director teatral Yorgos Lanthimos viene sacudiendo las pantallas con sus movilizantes películas. En una persistente escalada en el Festival de Cannes, el griego conquistó premios en importantes secciones del certamen con films como Canino y Langosta. A su vez, el primer título mencionado estuvo nominado al Oscar a Mejor Película en Idioma Extranjero; y el segundo alcanzó una candidatura en el rubro Mejor Guión Original. Finalmente, con El sacrificio del ciervo sagrado, Lanthimos se llevó el reconocimiento al Mejor Guión en el prestigioso festival francés, y tal vez en su próxima apuesta logre levantar la codiciada Palma de Oro. Detrás de todo realizador aclamado en los circuitos festivaleros, puede haber un artista talentoso, o también un ícono de moda inflado por la prensa. En este caso, el elogiado director nacido en Atenas es ante todo, un narrador inquieto. Acaba de completar el rodaje del film de época The favourite, en el que estrellas como Emma Stone, Rachel Weisz y Nicholas Hoult; transitarán pasiones y traiciones en la corte real inglesa de comienzos del siglo XVIII. Unas cuantas críticas sobre El sacrificio del ciervo sagrado, la película que tuvo un paso fugaz en los circuitos comerciales de Mendoza y continúa en pantalla en la Nave Universitaria, adelantan detalles que transcurren pasada la primera hora de duración. Por lo tanto, no conviene revelar mucho más que el punto de partida. Un cirujano cardiovascular (Colin Farrell) sostiene una enigmática relación con un chico de 16 años cuyo padre ha muerto. Detrás de una fachada de bienestar familiar y éxito profesional, el médico y su esposa oftalmóloga (Nicole Kidman), constituyen el exponente más acabado del paradigma burgués, a puro ejercicio de control sobre sus hijos; todos bajo una impenetrable coraza de frialdad. A medida que el relato avanza, resulta imposible no trazar conexiones con el cine de referentes como Michael Haneke, por el nivel de perturbación de varias escenas; o el de Stanley Kubrick, por el refinamiento y sofisticación de unos planos secuencia, que logran hacer de un escenario como una moderna clínica, un espacio tan aterrador como el del hotel de El resplandor. Si vamos más hacia atrás en el tiempo, también podría resonar algún eco de Rainer W. Fassbinder, por la brutal mirada sobre todo tipo de entramado vincular; o de la legendaria Teorema de Pier Paolo Pasolini, por las consecuencias que trae la irrupción de un extraño en el ceno familiar. Más allá de toda filiación, y de que claramente Yorgos Lanthimos está unos cuantos peldaños debajo de los realizadores citados, el griego logra construir una atmósfera sumamente incómoda, que avanza implacablemente, tanto sobre las criaturas que traza en pantalla; como sobre el espectador atrincherado en su butaca. En la primera hora, el tono gélido que domina el accionar de cada personaje, encierra el relato bajo la etiqueta de film de denuncia, que ejercita una despiadada mirada sobre el universo del pequeño burgués. Luego, la película se moviliza hacia zonas más desconcertantes. Con un pie en la tragedia griega y otro en el terror psicológico, decide a pulsar toda zona de riesgo; aún a expensas de regodearse en suculentas panzadas de sadismo. En el contexto de una cartelera actual, dominada por productos absolutamente pasatistas, el paso de un sacudón como el de El sacrificio del ciervo sagrado ya es motivo de celebración. Es cierto que el film tiende al excesivo subrayado sobre el vacío que reina en el seno de la familia protagónica, y que podría haber explorado más capas de lectura en su coqueteo con lo sobrenatural. Pero mientras pasan los minutos, queda claro que más allá de la escalada de tensión, reforzada por la crispada y omnipresente banda sonora; la intención de Lanthimos tiene mucho que ver con la de mantener vivo el legado de un cine que interpele a la platea. En tiempos de tanta corrección formal y conceptual, el aclamado director griego arropa su película bajo un manto de elegancia, mientras prepara su zarpazo más visceral. Está claro que no estamos frente a un dechado de sutileza, pero también es cierto que las pantallas están cada vez más asépticas en su insípida blancura. Para quienes hayan visto anteriores películas del considerado "director del momento", obviamente percibirán en El sacrificio del ciervo sagrado, un ejercicio más automatizado; cuyo resultado no alcanza la potencia del material que tiene entre manos. Cierta sensación de un autor que ya tiene la vaca atada, y que conoce de taquito el manual de instrucciones para pinchar al espectador burgués. Durante la proyección, la sensación de shock resulta inevitable, porque Lanthimos sigue esgrimiendo ese poder de un cine que abofetea. Pero pasadas unas horas, los hilos que configuran su diseño del sadismo se hacen más evidentes. Así y todo, sigue siendo un creador sobre el que vale la pena sostener la mirada. The killing of a sacred deer / Reino Unido-Irlanda-Estados Unidos / 121 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Yorgos Lanthimos / Con: Nicole Kidman, Colin Farrell, Alicia Silverstone, Barry Keoghan, Bill Camp, Raffey Cassidy y Sunny Suljic.
La confusión es el dios la locura es el dios Charles Bukowski Un plano detalle nos acerca de manera cruda a una cirugía a corazón abierto. La impresión que genera esta primera escena es una de esas características a las que el director griego Giorgos Lanthimos nos viene acostumbrando hace rato.
Este negro, nihilista e intenso drama de terror del director de “The Lobster” se centra en un cirujano que es víctima de una extraña venganza. Colin Farrell y Nicole Kidman son los protagonistas de esta macabra historia filmada con el particular estilo del cineasta griego. Dentro de una competencia del Festival de Cannes que se caracterizó por su negritud, el doblete entre las funciones del domingo por la noche de HAPPY END, de Michael Haneke, y EL SACRIFICIO DEL CIERVO SAGRADO, de Yorgos Lanthimos, nos dejó a muchos críticos al borde del hastío o de la crisis nerviosa. Tras la malicia que es marca de fábrica del realizador austríaco, el enfrentamiento con otro estilista de la negrura como es el director griego de THE LOBSTER fue algo que muchos no lograron tolerar. De hecho, a la hora de decidir cuál era el menor de los males, la mayoría parecía quedarse, aún con reparos, con la “sabiduría” del realizador de LA CINTA BLANCA. No es mi caso. Si bien ninguna de las dos películas –ni sus realizadores– se cuentan entre mis favoritos, el cine que hace el griego me resulta más misterioso, intrigante, inasible. Su nueva película, que transcurre en los Estados Unidos y tiene como protagonistas a Colin Farrell y Nicole Kidman, puede ser igual de cínica y malevolente con sus personajes que las del austríaco, pero hay un código más cercano al cine de género y menos a la “sociología de salón” que me resulta más atrapante y atractivo. Y que, al menos esa es mi sensación, encuadra mejor a la malicia y crueldad de la propuesta. El filme es, después de todo, un filme de horror contemporáneo que transcurre en medio de –sí, otra vez– una disfuncional familia de la alta burguesía. Farrell encarna a Steven, un cirujano un tanto alienado de su familia, que integran su mujer Anna, una oculista (Kidman), una chica de 14 años y un chico de 12. Pero la relación principal de Steven parece ser con un adolescente, Martin (el aquí escalofriante Barry Keoghan, luego visto en DUNKERQUE), quien lo visita a la clínica en la que trabaja y establece una relación un tanto peculiar con él. A tal punto se mete en su vida que no tiene mejor idea que invitarlo a cenar con su familia. Y allí empiezan los problemas. Por motivos que al principio no conocemos, Martin empieza a ser cada vez más demandante con Steven, invitándolo a visitar a su propia madre y llamándolo por teléfono todo el tiempo hasta que al médico no le queda otra que dejar de contestarle. Un día, el hijo menor de Steven no puede levantarse de la cama porque está paralizado de las piernas. Nada sale en sus estudios pero no puede caminar. Ni comer. Steven, cirujano, no compra el discurso de que tiene “un problema psicosomático” y le hace miles de estudios. Pero no sale nada. Y ése es solo el principio de los problemas para él y su familia. ¿Qué tendrá que ver en todo esto el misterioso y cada vez más enojado Martin? Es claro que hay hechos previos que los conectan, secretos que no se han contado y lo que parece ser algún tipo de maldición, brujería o –como dice con extremo grado de ironía uno de los personajes– “una metáfora” en juego. Es evidente que la película entra en un registro de violencia y crueldad que, como muchos filmes de género, funciona de manera metafórica. La visión entre tenebrosa y repulsiva del género humano de Lanthimos es hasta similar a la de Haneke: en ambos casos hay familias de la alta burguesía con secretos horrendos y actitudes deplorables; y en las dos hay adolescentes que lucen inocentes y pueden cometer actos terribles, pero el griego se despega del realismo y entra en una zona de extrañeza que podríamos definir como “cine de autor de género”, en la que se autopostula casi como heredero de Stanley Kubrick. Es obvio que no le llega ni a los talones a aquel –la forma en la que resuelve los conflictos es tan pasada de rosca que provocó risas y abucheos en la platea–, pero sin dudas logra crear climas inquietantes y generar tensión con sus curiosas elecciones de puesta en escena, especialmente el uso del gran angular, la música y el sonido. Y también por la manera en la que los diálogos están más cerca del absurdo que de cualquier cosa parecida a la realidad. Esa distancia y ese tono hace que su viaje por el universo del dolor, el miedo, la venganza y la muerte sea menos visto como una serie se sentencias sobre el mundo que se le tiran a la cabeza a los espectadores y más como recursos del más puro espanto cinematográfico.
Una familia de temer En su afán de crítica y burla cínica a la alta burguesía y, porque no, de su visión repulsiva del género humano en general, el griego Lanthimos redondea en “El sacrificio…” un drama de horror difícil de tragar, y si su meta era hacernos enfrentar a nuestros propios demonios el final de la película encontrará a la mayoría de los espectadores al borde del hastío o del ataque de risa. El filme transcurre en una ciudad estadounidense y se focaliza en una pareja de médicos prestigiosos y sus dos hijos, de 14 y 12 años. Steven es un cirujano cardíaco, está casado con Anna, que es oculista. Desde hace algún tiempo, él tiene un vínculo secreto con un misterioso adolescente llamado Martin. Cuando el hombre decide invitarlo a su casa y presentarlo a su familia, arrancan los problemas por motivos que desconocemos pero que pronto descubriremos. Hasta ahí todo bien, pero la película ingresa a una etapa de actos terribles provocados por un pasado horrendo, pero el registro negrísimo de crueldad no se condice con la realidad sino que se impregna de un tono absurdo que sólo funciona en el terreno de lo metafórico. Sólo pensando al filme como una “metáfora” de la venganza bíblica y la culpa cristiana podremos evitar la sarcástica risa. O bien entenderlo a Lanthimos como al cineasta que está haciendo sus primeras arnas para seguir el paso de Stanley Kubrick.
Esta obra maestra dirigida por el griego Yorgos Lanthimos no le da respiro al espectador. Steven (Colin Farrell) es un cirujano cardiólogo que tiene una vida aparentemente perfecta: está casado con Anna (Nicole Kidman) y es padre de dos hijos. Pero cuando comienza una amistad con Martin (Barry Keoghan) todo se transforma. Con Canino (2009) y Langosta (2015), Lanthimos demostró que es un realizador distinto, que busca movilizar al público con sus películas. Por ese motivo es preciso no adelantar demasiado sobre El sacrificio del ciervo sagrado (The Killing of a Sacred Deer, 2017), un film que continúa con la premisa del director y genera una agradecida incomodidad desde la primera escena. Al igual que una pieza de relojería, las actuaciones, el guión, la fotografía, la dirección y la música, generan un todo perfecto al que no se puede dejar de mirar. Hay que reconocer que a veces la perfección puede molestar o resultar aturdidora. Y si bien por momentos esas sensaciones aparecen, la necesidad de saber cómo continúa la historia es más fuerte. El sacrificio del ciervo sagrado es una película perturbadora. Además de preguntas y reflexiones provocará opiniones encontradas en los espectadores, pero coincidirán en que Lanthimos es un especialista en producir sensaciones. Porque no se irán del cine de la misma forma que entraron.
Quienes conocemos las realizaciones del director griego Yorgos Lanthimos, sabemos que estamos ante uno de los responsables de darle nuevos aires al cine de actualidad, y de incluso poder trabajar sobre viejos conceptos del llamado cine de autor. Es por eso que el desembarco en las salas argentinas de El Sacrificio del Ciervo Sagrado, no es un dato menor, siendo una de esas películas a las que hay que prestarle la debida atención. La primera cinta relevante de Lanthimos es Colmillo, o Canino, una atractiva producción griega en donde se perciben dosis de humor negro y un trasfondo psicológico peculiar. En la siguiente, Alps, sostendría el estilo, pero con resultados menos convincentes. Sin embargo Langosta, film realizado en 2015, daba a pensar que Yorgos Lanthimos no era una casualidad, y que quizás estábamos frente a uno de los grandes cineastas de nuestra era, entrecruzando ese marcado humor negro, con cuestionamientos a la sociedad vigente. En El Sacrificio del Ciervo Sagrado los sucesos giran en torno a Steven (Colin Farrell) y su familia. Él es un importante cirujano y su mujer Anna (Nicole Kidman) una respetada oftalmóloga. Viven un matrimonio feliz, estable, junto a sus dos hijos: Kim (Raffey Cassidy), y Bob (Sunny Suljic). Steven, pese a que la vida en familia lo reconforta, o al menos eso parece, se encariñará e intentará ayudar a Martin (Barry Koeghan), un joven adolescente que perdió hace poco a su padre, y vive con su madre desempleada (Alicia Silverstone). No se presenta con claridad qué es lo que lleva a tomar esa posición, pero conforme avanza la película, pareciera que la razón sea un poco la culpa de no haber podido ayudar en la salvación del padre de Martin. Pese a parecer en un principio un joven amistoso e indefenso, Martin comenzará a exigir más la presencia de Steven, asediándolo por momentos, y hasta pretendiendo que lo visite a él y a su madre más asiduamente, presentando algunos rasgos típicos de un psicópata. Tras esto, la inesperada recaída de salud del hijo menor del matrimonio, complicará notoriamente las instancias. En medio de lo incómodo que puede ser tener a un hijo en medio de tales circunstancias, Martín avanzará en su trastorno, acusando al cirujano de la muerte de su padre, y dirigiendo las cosas hacia un rumbo siniestro y perturbador, planteando un contexto al borde de la amenaza. Lanthimos no opta por el camino fácil, ni da todo por sentado. La utilización de simbolismos será clave para el desarrollo y comprensión de la historia misma, de fuerte tono psicológico. La pesadilla que vivirán los protagonistas, por momentos retumbará en el mismo espectador, invitándolo a formar parte de los hechos; en ocasiones el sufrimiento se hará palpable, la tensión se sentirá como propia, y es por estas cosas que podemos decir que el director griego va más allá de lo hecho previamente. La inclusión certera de sonidos, más una serie de planos y encuadres delineados a la perfección, no harán más que sostener al máximo la intensidad durante las casi dos horas de película, llevando por momentos a un clima turbio, exasperante y tormentoso. Las actuaciones están a la altura de las circunstancias, lo poco a criticar es quizás la presencia de cierto extremismo en alguna que otra escena o diálogo, pero por lo que en general representa, termina siendo una experiencia que para quienes exigimos un poco más del cine, nos haga sentir que no todo esta perdido, que todavía hay directores que nos pueden dar una buena cachetada; y uno de esos es Yorgos Lanthimos.
… y ahora, algo completamente diferente. Una vida por una vida. Un prestigioso cirujano, otrora alcohólico crónico, comete un error y mata a un paciente. Ahora el hijo del mismo se ha hecho su amigo, pero la relación posee toques bizarros. El cirujano le hace costosos regalos, está a disposición de sus caprichos, incluso va contra su voluntad a una cena que el chico organiza en su casa con su solitaria madre… la cual trata de seducirlo. ¿Es remordimiento de conciencia, o el muchacho realmente ejerce algún tipo de poder sobre el médico?. Y cuando las cosas se están por volver intolerables, el chico se despacha con una sorpresa… una revelación que altera por completo la vida del cirujano y de su familia, y que lo va a obligar a tomar una decisión espantosa. ¿Es simplemente paranoia, o realmente el destino está a punto de hacerle pagar puntos de karma al conflictuado médico?. The Killing of a Sacred Deer es una película perturbadora. Desde ya no es realista, existe en su propio universo en donde no hay policías ni se hacen investigaciones por errores médicos. Esta gente actúa como robots, viviendo maquinalmente una vida sosa y hablando sin demostrar emociones – un detalle extremadamente bizarro, como si los actores estuvieran leyendo sus papeles palabra por palabra -. El médico que compone Colin Farrell no es el tipo mas normal del mundo – para hacerle el amor a su esposa Nicole Kidman, ésta tiene que simular que está muerta o anestesiada -. En medio de esa existencia anodina aparece Barry Kheogan, un pibe prepotente y repulsivo, que habla raro, hace preguntas raras y manipula a Farrell todo el tiempo. Y, como una cuestión karmática / metafísica, el flaco le lanza una maldición – ¿o es simplemente una lectura de la realidad? – de manera de que Farrell deberá cometer una acción impensable – el “Sacrificio del Ciervo Sagrado” al que alude el título, el que refiere a la tragedia del rey Agamenón de la mitología griega, quien ofendiera a la Diosa Artemisa y fue obligado por ésta a saldar la deuda con el sacrificio de su hija Ifigenia -. Ahora toda esta gente anodina, insulsa, snob comienza a tener vida. La crisis les hace hervir la sangre, ahora demuestran tener humanidad. Pero la situación es exasperante y quizás la familia esté dispuesta a quebrar mas de un tabú antes de llegar a la última circunstancia. ¿Podrán revertir el curso de la maldición?. (alerta spoilers) En sí el tono de la historia es eminentemente alegórico. El destino le ha otorgado una carta de poder a Barry Kheogan quien la decide jugar a placer con tal de cobrar la deuda. Una de las secuencias mas inquietantes es cuando los hijos de Farrell – que por culpa de la maldición no pueden caminar ni comer – están en el hospital y Kheogan llama a la chica, con la cual parece tener un interés amoroso. Mientras la piba está en el teléfono puede caminar y comer, e incluso saluda a Kheogan desde la ventana del hospital… pero, ni bien corta la comunicación, todos los síntomas regresan a su estado anterior. Si la tortura no alcanza para obtener una explicación de boca de Kheogan, entonces la explicación está mucho mas allá de la razón. Es una escena realmente bizarra en donde los pibes se arrastran como babosas por toda la mansión de Farrell, Kidman no sabe como seducir al pibe para que saque el conjuro (o lo que sea que esté pasando y que él maneje), y Farrell que no cesa de trompearlo y torturarlo hasta que se da cuenta que está con un espíritu indomable que solo clama a gritos que le paguen su deuda. (fin spoilers) Con actuaciones intensas, tomas claustrofóbicas de pasillos inmensos y desoladores (que harían las delicias de Kubrick) y un planteo lento pero extremadamente intrigante, The Killing of a Sacred Deer es una experiencia para aquellos que buscan cine pensante, un filme que – aunque no es totalmente redondo – te transmite cosas inquietantes y te deja un sabor tan extraño como único en la boca.
¿Cuánto está dispuesto alguien a sacrificar en contra de aceptar sus propias culpas? Una pregunta que todos pueden hacerse pero que pocos se contestan, o al menos deniegan la existencia de la pregunta. Yorgos Lanthimos es una de las máximas mentes cinematográficas de la actualidad y desde que despertó el interés del público, insertándose inmediatamente a partir de Kynodontas (2009), se ha atrevido a formular las preguntas que nadie quiere oír o responder. Pero en manos del director griego, un más que digno sucesor de Michael Haneke, es casi imposible no hacerle frente a la verdad. Su provocador cine es el espejo ante el que nos vemos y por más duro que sea nos obliga a no apartar la mirada. Con su nuevo film, The Killing of a Sacred Deer, Lanthimos hace uso del mejor terror psicológico al continuar construyendo su particular estilo en sintonía con la mirada cruenta sobre el ser humano. Perturbadoramente delicioso, el film transmite (e impone) su incomodidad a través de espacios fríos y personajes extravagantes, cuasi autómatas. Desde un primer instante se puede percibir la intranquilidad como atmósfera. La pantalla en negro es invadida por música operística que enseguida da a lugar a los latidos de un corazón que está siendo sometido a una cirugía. Cual director de orquesta el autor marca su tempo audiovisual con elegancia e impresión. Algo que mantendrá a lo largo de todo el film y que es muestra de la genialidad artística con la que logra alterar su ficción y a su espectador. Paso a paso, o mejor dicho plano a plano, la vida del cirujano cardiovascular Steven Murphy (Colin Farrell) es presentada y desarrollada como una pesadilla sin fin, sensación aumentada por el uso fílmico de grandes angulares que alteran el orden del espacio, construyendo arquitectónicamente los extensos pasillos que recorre. Una calma intranquila que se va acentuando cada vez más desde la composición de la imagen y desde la extrañeza en situaciones que no deberían serlas. Sea desde el comportamiento frío que Steven mantiene con su familia, especialmente por ese deleite cercano a la necrofilia que tiene en la cama con su mujer Anna (Nicole Kidman), o con la amistad malsana que roza el acoso por parte de Martin (Barry Keoghan), el hijo de un paciente que murió en la mesa de operaciones. El nivel de tensión y suspenso se ve reflejado en lo extraño y perturbador, en la incomodidad como experiencia cinematográfica y en la forma de la “enfermedad” que ataca a su familia cuando los hijos de Steven y Anna pierden la movilidad en las piernas, aparentemente sin explicación alguna. El trastorno es estudiado en la mirada del director como síntoma, como factor de causa y efecto en todo lo acontecido. El hecho de que le suceda a un matrimonio de médicos (Anna es oftalmóloga) refleja la incapacidad de entendimiento y de hacer algo al respecto que escape al raciocinio científico. Lanthimos altera el orden de lo denominado como normal al brindarle un aspecto cuasi inexplicable pero muy vívido al igual que el mal que aqueja a los niños. Transmite y castiga las culpas de su protagonista a través de la creciente sensación de malestar por la que nos pasea, transformándonos también a nosotros, su público, en víctimas y pa(de)cientes. La enfermedad en forma de obra de arte que no tiene otra cura más que la de experimentarla. Sentirla, vivirla y sobrevivirla. ¿Cómo? Aceptándola al ser consciente de ella, haciéndose cargo sin apartar la mirada. Disfrutando lo extraño, lo perturbador, como parte de todos. Abrazando el cine de este director.