Visualmente tiene muy buenos efectos y se destacan nuevamente, al igual que en la primera, las secuencias donde Holmes anticipa lo que va a suceder, pero lamentablemente se abusa de ellas, y por lo tanto ya se pierde la sorpresa y el efecto. La ambientación, la fotografía y el vestuario también son de destacar, al igual que las buenas coreografías en ...
Cuestión de lógica Ya lo dije hace dos años. Soy seguidor confeso de las aventuras de Sherlock Holmes escritas por Arthur Conan Doyle, y admirador de la estética que Guy Ritchie aplicó a la primera adaptación cinematográfica mainstream que tuvo el personaje en varias décadas.
Una película onanista Guy Ritchie es un director cuya trascendencia roza lo anacrónico: cuenta con una filmografía mediocre/regular y desarrolla una serie de estrategias narrativas que casi nunca se adaptan a las películas que aborda. Por el contrario, las historias que narra parecieran estar condenadas a adaptarse al estilo cool (por cierto, estilo ya vencido y desvencijado hace una década, que incluso YA era vieja con Snatch: cerdos y diamantes, de 2000); es decir, estamos ante un director cuyo narcisismo estético le impide ser funcional a las historias que cuenta. Entonces… ¿Ritchie como el tema principal de sus películas? Tampoco es para tanto, pero… Con Sherlock Holmes (la primera película de la serie), Ritchie parecía haberle encontrado la vuelta a sus pirotecnias visuales (por ejemplo, el tan característico ralenti): el “don” de Holmes, un hombre cuya capacidad deductiva lo convertía en un extraordinario perro de caza, tenía que tener un correlato cinematográfico atractivo; es decir, había que hacer atractivo a Holmes visualmente para que la franquicia del eterno Conan Doyle pudiera reciclarse. Ahí es donde el recurso canchero (la sucesión de planos detalles acelerados, la percepción de Holmes distinta a la del resto construida por medio del ralenti, por ejemplo) permitía que el mundo visual limitado de Ritchie tuviese una desembocadura apropiada. De ahí que aquella primera película parecía un acertado vuelco en la carrera del director inglés: un ejercicio de estilo, una figura clásica aggiornada a “los tiempos que corren” (nunca entendí muy bien esa frase ni por qué los tiempos corren, por cierto), actores carismáticos, un desarrollo menos cerebral y más físico del personaje (un peleador nato) y cierto aire cool y posmoderno en el diseño de producción. Bueno, con Sherlock Holmes: Juego de sombras todo lo anterior se potencia para mal y con un sistema de repetición, como una ametralladora de lugares comunes: lo que antes era hallazgo ahora es marca de estilo, lo que antes podía resultar simpático aquí es una mera repetición de fórmula, lo que en aquella era una narración en función a las necesidades de la historia aquí apenas son leves destellos de ingenio visual en medio de un maremagnum de hechos previsibles. Incluso desde la perspectiva de los personajes la película también abandona cualquier posible sensación de peligro (sólo por mencionar un contraejemplo: cuando vemos Misión: Imposible - Protocolo fantasma, también sabemos que Ethan Hunt se va a salvar, pero el criterio de registro del peligro físico está manejado con una precisión tal que aún en el inverosímil el realismo está a la vuelta de la esquina para que pensemos que TODO puede pasar, que los personajes están realmente expuestos al peligro), lo que hace que el desinterés comience siendo paulatino y luego violento en aquello que vemos: hay, si se quiere, menos empatía posible que la que podemos desarrollar con personajes como Ethan Hunt o Tintín, ejemplos perfectos de personajes con películas en cartel en donde no son tratados como marionetas sino como entidades con vida propia. Sherlock Holmes: Juego de sombras se parece mucho a una actividad onanista: un comienzo a plena imaginación, tiene momentos inevitablemente placenteros, tiene picos de disfrute pero la cosa finaliza relativamente rápido para dar paso a la vida real (o los mundos posibles que nos hacen vivir esas vidas: esa es la potencia de la ficción al fin y al cabo), definitivamente más compleja, humana e interesante que la celebración narcisista de un director tan irregular.
A comienzos del 2010 llegaba a nuestras carteleras Sherlock Holmes, la primera adaptación del famoso detective a cargo de Guy Ritchie que si bien no representaba una obra maestra ni mucho menos, era una película entretenida que abría una interesante puerta hacía las próximas secuelas que iban a llegar. Dos años más tarde llega Sherlock Holmes: Juego de Sombras con la única promesa de aprovechar esa brecha y mejorar lo hecho anteriormente. ¿La cumple? No, y a lo largo de esta crítica intentaré contarles el por qué. Sherlock Holmes: Juego de Sombras nos va a contar las nuevas aventuras del querido detective, que ahora debe evitar que el malvado y brillante Profesor Moriarty desate una terrible guerra entre varias naciones europeas. Hay películas a las que el paso del tiempo las agranda y también hay otras a las que el mismo efecto las empequeñece. El caso de la primera Sherlock Holmes es el segundo, ya que el paso de los meses hace que uno no la recuerde con mucho entusiasmo, algo que ocurre con este segundo film también. Es como si a uno al salir de ver Sherlock Holmes: Juego de Sombras le costara encontrarle puntos a resaltar, ajenos a los que fueron los principales motores de la primera parte. Es decir, esta segunda entrega mantiene la gran química entre Robert Downey Jr. y Jude Law y también continúa, y hasta incluso eleva, la idea de "desacartonar" y adaptar a estos tiempos al locuaz investigador, pero no mucho más que eso. Se encuentran las inclusiones de Jared Harris, Noomi Rapace y Stephen Fry, donde el actor conocido por su labor en Mad Men aprovecha a medias la oportunidad de llevar adelante el papel del Profesor Moriarty y donde la intérprete nacida en Suecia no presenta en ningún momento alguna justificación ajena a que puede ser una posible pareja para el solitario detective en las futuras secuelas, mientras que es Fry el más destacable intérprete secundario, encarnando al hermano de Holmes. Dejando lo mencionado arriba de lado hay buenos momentos de humor a cargo de Downey Jr. (que vuelve a comerse la película), los clásicos juegos de observación y deducción y escenas de acción espectaculares que suben de muy buena manera la propuesta visual a lo que fue la primera parte. Un claro ejemplo de esto es la brutal y espectacular secuencia de escape en el bosque, donde Ritchie saca a relucir toda la artillería estética que lo ha lanzado a la fama en el pasado. Sherlock Holmes: Juego de Sombras lamentablemente no presenta demasiadas ideas para lograr superar a la anterior entrega, aunque no por eso deja de ser un film entretenido digno de ser visto por aquellos que disfrutaron la primera edición.
El elemental Sr. Ritchie La segunda película sobre el célebre personaje de Arthur Conan Doyle que dirige Guy Ritchie vuelve a bombardear al espectador con una estética de videoclip. Aunque por momentos resulte excesiva, esta entrega aporta una bienvenida cuota de intriga y un toque de humor que la aleja de toda solemnidad. Ya conocemos la metáfora del perro que se muerde la cola: gira y gira, y cuando consigue un mordiscón se lastima y cobra nuevo impulso para volver a girar y morderse otra vez. Algo parecido ocurre cuando vemos una película de Guy Ritchie, en donde el realizador propone un arsenal de mecanismos posmo (ya suena anacrónico decirlo) que puede generar placer, pero que por momentos no conduce a ninguna parte. En Sherlock Holmes: Juego de sombras (Sherlock Holmes: A Game of Shadows, 2011) hay una tensión entre ese “no ir a ningún lado” y un guión en donde el suspenso se hace presente en buena parte del metraje. En esta segunda película, Holmes (Robert Downey Jr.), con ayuda de su amigo y aprendiz Watson (Jude Law), sigue los pasos de adversario no menos célebre, el profesor James Moriarty, de quien sospecha como principal impulsor del enfrentamiento entre Francia y Alemania. Que, ya sabemos, desembocó en la Primera Guerra Mundial. Esta premisa le permite desarrollar las reflexiones plenas en lógica que tanta fama le dieron, pero que Ritchie obstruye en buena medida por el sinfín de ralentis, flash forwards, efectos de sonido y demás pirotecnias que –muchas veces- restan efectividad al relato. En otras secuencias más “inspiradas”, el realizador imprime una velocidad apabullante que le da dinamismo al film, produciendo una versión del personaje más que una simple adaptación. Efectivamente, este detective mantiene su leve sesgo exótico, su dandismo y la destreza lógica que lo define. Pero en el cuerpo del gran Downey Jr. consigue una efervescencia y humor que se distancian del “original”. Otro de los puntos a favor que tiene Ritchie es contar con un puñado de notables intérpretes que, más allá del dúo protagónico, ponen todo su oficio en este excesivo film en donde prima el diseño más que el contenido. Sobresalen Jared Harris como el villano, Stephen Fry, y las actrices Rachel McAdams y Noomi Rapace (la chica de la saga Millenium, interpretando a una gitana). Sherlock Holmes: Juego de sombras encierra la paradoja de atraer y repeler casi en proporciones idénticas. Todo el tiempo se profundiza sobre esta Londres desangelada de comienzos de siglo, sobre su tono sepia y ambiente conspirativo tan bien definido desde la escenografía y el vestuario. De repente, se transforma en escenario de peleas coreografiadas más propias de un box de Las Vegas. El anacronismo, se sabe, es un mecanismo interesante, que el cine ha sabido explotar –sobre todo- a partir de la estética en los ’90 tan influenciada por Quentin Tarantino. Viendo las películas de Ritchie (en especial ésta), sentimos que el procedimiento se satura, pero lejos de cesar cobra cada vez más impulso. Como el perro que se muerde la cola.
El realizador Guy Ritchie (el mismo de la antecesora Sherlock Holmes) traslada al espectador a una Europa perfectamente ambientada en el año 1891, un año después de los eventos de la última película. Holmes En esta ocasión se encarga de imprimirle aun más su toque personal. Si bien la trama lo muestra a Holmes (Robert Downey Jr) más desequilibrado y con nuevos camuflajes nuevamente tras los pasos del profesor Moriarty (Jared Harris), es indudable que la creatividad y el magnetismo se mantienen intacto (o mayor) que en la primera entrega de la franquicia. La dirección, el protagonismo de Robert Downey Jr. y la excelente química que genera con Jude Law son en gran medida la clave del éxito. Watson (Jude Law), su inseparable amigo, sigue a su lado (aunque le pese) y mientras intenta contraer matrimonio con su amada Mary Morstan (Kelly Rilly), Holmes es su mochila personal y debe mantenerlo con vida. Entre las grandes apariciones de esta palícula se encuentran Rachel McAdams (al igual que en la anterior película) en esta caso con mucha menos participación (e incluso desaparición), Stephen Fry, como el hermano de Holmes (y tan alocado como él) y Noomi Rapace (de la trilogía Millennium) en el papel de una gitana que se une al detective en busca de su hermano. Sherlock Holmes: Juego de sombras trae un mundo imperdible de acontecimientos catastróficos en donde los entrañables amigos se verán inmersos, intentando salvar al continente de una colosal guerra. Con nuevos inventos, armas, peleas, intrigas y hasta una caravana a caballo (y poni) por las montañas es el menú de un film que dejará a todos más que conformes y a la espera de una tercera entrega.
The League of Extraordinary Gentlemen no será recordada como una gran película, de hecho más de uno ya la debe haber olvidado junto con su guionista y su realizador, quienes no volvieron a trabajar desde su estreno en el 2003. Ese film no obstante es el antecedente más claro del Sherlock Holmes de Guy Ritchie que, más allá de emplear a personajes literarios y compartir al villano, también es cultor de una estética steampunk similar que inunda la pantalla y se ha convertido en marca registrada. Máquinas a vapor, engranajes metálicos, vestuarios y armamentos de época, todo como parte de un estilo victoriano único que se presentaba en la primera parte pero que explota en Sherlock Holmes: A Game of Shadows. Esta secuela padece de una suerte de efecto hangover, es decir, si la cosa funciona, para qué cambiarla. Si bien no se llega al extremo de calcar la anterior, son muchos los latiguillos y secuencias que tienden a repetirse. Por otro lado, aquello que fue válido una vez, no es garantía de efectividad en un segundo intento. Con esto trato de señalar que el "combate inteligente" del que hace gala el detective más famoso, anticipando cada movimiento y ganando antes de lanzar el primer puñetazo, ya no es una novedad y solo resta dinamismo a una película que de por sí es demasiado dialogada y sobreexplicada. Jared Harris, en el rol de Moriarty, llena a la perfección el obligado vacío dejado por Lord Blackwood. El ajedrez mental que juega junto a Holmes se toma, sin embargo, bastante tiempo más del necesario para alcanzar las proporciones que uno esperaría conociendo el historial de ambos personajes. Es promediando el final que esto mejora notablemente, cuando la película asume una identidad propia. Allí el ajedrez se torna literal y, antes de ir a lo físico, se da paso al primer duelo intelectual que tiene real sentido dentro de la saga. A la falta de riesgo en torno a la realización se suman nuevamente esas resoluciones que no convencen, esta vez gracias a los guionistas Kieran y Michele Mulroney, que parecen más bien favorables a la confusión. Con sus fallas técnicas, el film sigue funcionando porque comparte los mecanismos del anterior, con una gran dupla como es la de Robert Downey Jr. y Jude Law, acompañados de logados roles secundarios, como el ya mencionado némesis y el genial Stephen Fry.
La primera había tenido algunas cosas que quedaron bastante sueltas y no terminaba de cuadrar en su conjunto y daban muchas vueltas con los personajes, por lo que terminaba mareando un poco. En esta segunda parte como era de preveer van directo al grano en la historia y limaron esas imperfecciones de la producción en general, por lo que lograron un mejor producto. Sherlock Holmes 2 es mucho más entretenida que esa primera, se sigue luciendo la pareja protagónica, y si bien es algo confusa la historia o lo que pasa en la mente de los personajes por momentos, la peli termina cerrando todo de manera bien encastrada. Robert Downey Jr está muy bien como es habitual, pero el protagonista en esta realización es Guy Ritchie que parece logró la armonía en lo que quería mostrar. Me gustaron los planos con efectos lentos, tanto en escenas de acción general como en la "planificación" que hace en su cabeza el personaje de Sherlock. Y esa armonía lograda por el director, que desde Snatch (y Madonna) venía para abajo, logró que las cosas salieran bien. Ritchie encontró su lugar en el mundo, y de esa manera Sherlock Holmes logra resolver la historia y la película. Para pochoclo y gaseosa en una buena salida al cine del fin de semana.
Sombras, nada más Si algo funcionó, entonces mejor no cambiar. O en todo caso, tal vez, exacerbarlo un poco. Con esa premisa Guy Ritchie lleva adelante esta segunda aventura del detective inglés protagonizado por Robert Downy jr., y bien acompañanado por Jude Law. Aquí se ve a un Holmes más desquiciado y desopilante que en la anterior película, nuevamente hace uso de su peculiar percepción para encarar una pelea y sus discusiones con Watson son más extremas, como la acción que propone el filme. El problema radica en el escaso interés que provoca un caso bastante débil contrapuesto con una acción excesiva que no consiguen amalgamarse del todo. Como resultado obtenemos algunas secuencias algo morosas que solo se salvan por la química de sus protagonistas. Downey y Law forman una pareja preparada para lucirse hasta en la comedia más sofisticada, y aquí hacen su show propio que deja en segundo plano a la aventura. Como en el primer filme, el trabajo de producción y dirección artística es destacable, como así también los efectos especiales.
Sherlock Holmes es inagotable. A más de 120 años de su nacimiento literario y después de ser transportado a todos los formatos -de cuentos y novelas a historietas- y de haber sido recreado por decenas de actores en la radio, el teatro, el cine y la televisión, el inmortal detective de Arthur Conan Doyle ha sobrevivido a todo tipo de intervenciones. Una de las últimas es la que le aplicó el inglés Guy Ritchie hace dos años e implicaba casi un traslado en el tiempo ya que a la perspicacia y el agudo poder de observación del campeón del razonamiento deductivo y maestro del disfraz, se le sumaban rasgos y destrezas de un héroe de acción del siglo XXI. Parecía una transformación demasiado audaz que, más allá del previsible disgusto de los puristas, corría el peligro de un rechazo generalizado. Pero el film -apenas la adaptación del clásico personaje al celebrado "estilo Ritchie", con su metrallar de artificiosos efectos y su ritmo frenético- fue un éxito. Así que el cineasta de Juegos, trampas y dos armas humeantes decidió repetir la fórmula. Sólo que ahora, pasada la novedad, con señales de fatiga a la vista en varios rubros, un guión cuya intrincada maraña no alcanza a generar verdadera intriga y el machacón empleo del estrépito (sonoro y visual) para tapar las fragilidades del cuento, el resultado no es tan eficaz y la secuela empieza a parecerse bastante a una réplica. Están ahí todas las marcas llamativas del modelo Ritchie: el tiempo de la acción, que es administrada en ráfagas (lo mismo que la música) y que a veces, en muchos diálogos, confunde prisa con ritmo; la combinación de vértigo y humor; los bruscos cambios de velocidad, la abundancia de planos detalle, la cámara lenta, las aceleraciones, la sucesión de planos breves montados con la velocidad de disparos de ametralladora. El guión toma unos pocos elementos de Conan Doyle; entre ellos, claro, al protagonista y el infaltable doctor Watson, otra vez confiados a Robert Downey Jr. y Jude Law; al hermano del detective, Mycroft, a quien Stephen Fry convierte en el personaje más gracioso de la película, y al villano del caso, que no es sino el profesor James Moriarty, eterno archirrival del detective y uno que puede competir con él en su mismo terreno. Casi todo lo demás proviene de la imaginación de los guionistas, que eligen un momento histórico (fin del siglo XIX) del que la dirección de arte y el vestuario saben sacar provecho. Una seguidilla de asesinatos y atentados en Europa -el film comienza con el estallido de una bomba en Estrasburgo- busca exacerbar el malestar social y político para empujar a la guerra a Francia y Alemania para beneficio de los fabricantes de armas, y sólo Sherlock es capaz de sospechar que Moriarty puede estar detrás de la conspiración: por algo lo llama el Napoleón del crimen. Es la excusa para que en el film abunden tantas explosiones como exige hoy el cine de acción. A la investigación del caso se suman los celos: son los días previos a la boda de Watson, lo que por supuesto no hace al detective demasiado feliz. Con estos elementos, el guión arma menos una historia que una suma de situaciones puestas al servicio de un Ritchie demasiado conforme con su festejada fórmula como para esforzarse en renovarla, aunque haya aciertos esporádicos. Lo mismo puede decirse del elenco, que trae un par de novedades en el ajustado Moriarty de Jared Harris y la presencia siempre sugestiva de Noomi Rapace, aunque aquí esté bastante lejos de la inquietante Lisbeth Salander del ciclo Millenium.
La veloz aventura de Sherlock Bond “Muchas películas de acción no paran de correr, y eso les va en contra, porque las hace monótonas”, decía Brad Bird, director de la nueva Misión: Imposible, en entrevista publicada la semana pasada en Página/12. La segunda Sherlock Holmes, de Guy Ritchie, da a pensar que Bird concedió la entrevista mientras la veía en algún monitor. Juego de sombras no para de correr. Más aún que la anterior, que ya lucía apurada. De correr, de atropellarse, de acumular tramas, peripecias, pistas, gadgets, personajes, generando el efecto más paradójico del mundo. Quiere ser hiperactiva y termina siendo, para citar a Bird, monótona. Quiere ser entretenida y es agotadora. Quiere ser divertidísima y termina siendo exactamente lo contrario. Otra vez Bird: “No hay ritmo si no hay cambios de velocidad, interrupciones, contramarchas”. Juego de sombras carece de ritmo, de tono, de pausa. Es un rush de más de dos horas, que termina como empieza y sigue: con una cabalgata de planos cuya duración de flash impide fijar una sola imagen en el cerebro vaciado. Tratando de pasar en limpio podría más o menos esbozarse el siguiente intento de síntesis. Al mismo tiempo que el doctor Watson (Jude Law) está a punto de contraer matrimonio con su pelirroja prometida (Kelly Reilly), una ola de atentados con bombas sacude a Europa. Podrían ser los anarquistas o, tal vez, su contrario: los ultranacionalistas (dice un cartel inicial, en un impensado comentario político para una serie que transcurre dentro de un frasco). ¿O podría ser tal vez el profesor Moriarty, “el Napoleón del crimen”? Los conandófilos saben bien quién es Moriarty: la contracara de Holmes, su principal enemigo, su némesis. Encarnado por el también pelirrojo Jared Harris, Moriarty es intelectualmente tan brillante como Holmes e igual de resuelto, misantrópico, genial y excéntrico. Reconocido matemático, ajedrecista capaz de jugar sin mirar el tablero, dilettante de la ópera, Moriarty es un cerebro del mal capaz de planear una gigantesca conspiración, que eventualmente termine llevando a Europa entera a una guerra mundial adelantada en un par de décadas... per codere, nomás. Lo cual también lo iguala al vecino de Baker Street, que no hace lo que hace por dinero, ambición o sentido del deber, sino porque es lo que le gusta. Holmes, Watson y una vidente de feria (la sueca Noomi Rapace, que fue Lisbeth Salander en la versión original de la saga Millennium) persiguen a Moriarty a través de toda Europa y hasta su propio nido, un bunker artillado en el que torturará al héroe. Como Goldfinger a Bond: desde la anterior está clarísimo que el Holmes de Ritchie es más Bond que Holmes, y aquí los músculos de Robert Downey, su cancherismo cool, el campeonato de ingeniosidades que libra con quienes lo rodean y la suma de persecuciones, explosiones y armas secretas no hacen más que confirmarlo. Pero el Holmes de Ritchie es, claro, un Bond posmoderno, poscine de artes marciales (todas las peleas cuerpo a cuerpo son como de Bruce Lee, pasadas en velocidad x 20) y post Matrix: ver los ralentis ralentísimos que coronan dos de cada tres combates. A un par de escenas se reduce la participación de Rachel McAdams, tercera del elenco en la Holmes anterior, a otro par la de la señora Watson (a quien Holmes tira de un tren, y nadie dice nada) y a otro más, pero más cortas, la del inspector Lestade, que está como de compromiso. El que goza de mayor porcentaje de participación es Stephen Fry, que en el papel de Mycroft Holmes, hermano de Sherlock y diplomático del British Empire (recordar que la suerte de Europa entera está en juego) compone a uno de esos tilingos de nariz parada y gesto desdeñoso que tantos odios le han ganado a muchos súbditos de la reina en el mundo entero.
¿Dónde está el misterio? Guy Ritchie reitera sus trucos en la secuela. El que tuvo la idea de convocar a Guy Ritchie para hacerse cargo de las nuevas películas de Sherlock Holmes podrá congratularse por haber conseguido armar una exitosa franquicia con un personaje que parecía juntar polvo en librerías de viejo. Eso sí, que no espere demasiado cariño: sus películas podrán funcionar comercialmente y son irreprochables en lo técnico, pero tienen tanto que ver con el personaje creado por Arthur Conan Doyle como, bueno, como cualquier cosa filmada por este cineasta para el que, parece, todo lo humano le es ajeno. Sherlock Holmes: juego de sombras es la segunda de estas aventuras y no cambia demasiado el formato de la primera. En la piel del hiperactivo Robert Downey (tanto por la cantidad de películas que hace como por el estado en el que se lo ve en ésta), Holmes es un mago del disfraz y un hombre que aplica su inteligencia, más que nada, en saber si las piñas y cuchillos van a venir por la derecha o por la izquierda. En lo que es la “toma registrada” de la saga, una y otra y otra vez Holmes predice todo lo que van a hacerle en una pelea, y la mayor de las veces sobrevive. Golpeado, pero vivo. Con un Watson cada vez más desdibujado (Jude Law lo encarna como “el tipo que tiene que bancarse a Holmes/Downey”), nuestro héroe enfrenta a su archirrival, el profesor Moriarty (Jared Harris), en una serie de encuentros, persecuciones, peleas con sus esbirros, viajes por Francia, Alemania y Suiza, mientras su enemigo intenta hacernos creer que los asesinatos y explosiones que se suceden predicen una guerra mundial, cuando en realidad es él que la está “creando” para obtener beneficios económicos. Más allá de la reiteración de la cámara lenta y el plano detalle, hay algunas escenas de acción que funcionan, como la del tren y alguna otra que tiene lugar cerca del final del filme, pero lo que no hay es algo que motive y movilice al espectador a seguir esa trama. Downey encarna a un personaje cuyo ingenio parece derivarse del copioso consumo de estupefacientes y Law es el pobre hombre que se lo banca. Y hasta los insistentes intentos de la película en “hacernos pensar” que hay una suerte de historia de amor no admitida entre ambos resultan finalmente agotadores. La pretendida modernidad del estilo Ritchie chocando contra el Londres de fines del siglo XIX puede resultar una curiosidad por un rato, pero finalmente cansa, salvo la bienvenida aparición de Stephen Fry como el hermano de Holmes, en un personaje que parece respirar la mejor tradición del humor británico más irónico. Igual de agotadores terminan siendo los intentos de Downey en terminar cada escena con un remate “gracioso” o “sorprendernos” con una solución inesperada. Pura técnica, algo de ingenio, cero alma. En síntesis: una franquicia con todo para triunfar.
Robert Downey Jr. y Jude Law vuelven a interpretar a Holmes y Watson en esta segunda entrega que presenta un giro interesante en comparación con su predecesora. Tengo que admitir que la primera no fue mucho de mi agrado, ya que el malvado no representaba desafío para el intelecto de Holmes, pero en esta segunda parte esto ha cambiado haciendo que la trama se vuelva más que interesante y atrapante. El film arranca poco después de finalizada la entrega anterior con un Watson que finalmente ha decidido casarse y un Holmes que no ha podido sacar de su cabeza al Profesor Moriarty, volviéndose prácticamente su obsesión. Es así, poco después de que Moriarty decide tomar parte del juego para llevara cabo su plan, que el film cobra un tinte interesante respecto a la historia. Sherlock se ve sumergido de repente en un caso atípico porque él ya conoce, o por o menos así lo cree, quien es el culpable de todo y su misión será entonces encontrar pruebas que justifiquen sus sospechas. Moriarty representa exactamente lo que Sherlock Holmes necesita, un desafío, ya que el profesor está al mismo nivel intelectual y de planeación, con una frialdad a la hora de pensar que se asemeja a la de Holmes. Es así que la lucha será entre ellos por ver quien puede adelantarse al otro en la sucesión de hechos. Si bien el film, dirigido por Guy Ritchie, cuenta con un variado elenco, podemos decir que más que nada se centra en Sherlock Holmes, John Watson y el profesor Moriarty. La relación e historia desarrollada por esos tres personajes es la que nos atrapará en el film y la más importante de ella. Jared Harris es un excelente Moriarty y si bien Jude Law está a la altura, quien nos termina atrapando nuevamente es Robert Downey Jr. en su interpretación poco tradicional de un excéntrico Sherlock Holmes. También, pese a que tiene breves momento, vale destacar la actuación de Stephen Fry (Mycroft, Hno de Sherlock) quien pone su cuota de comedia al film. Definitivamente es una buena opción entre lo estrenos, más teniendo en cuenta la mejora respecto a la anterior entrega. Ese circulo vicioso que conforman Holmes y Moriarty puede volverse nuestra obsesión y cautivar nuestra atención, haciendo que de a poco nos esganchemos y tomemos partido por alguno de los personajes.
Detective y aventurero A dos años de la primera producción dirigida por Guy Ritchie y con los protagónicos a cargo de Robert Downey Jr. y Jude Law, ahora llega una segunda parte que no levanta la puntería. Con relación a la primera de la saga, en Sherlock Holmes: juego de sombras todo aparece amplificado: más presupuesto, explosiones, persecuciones, personajes, escenas de acción. Al mismo tiempo, sobresale la ineptitud de Guy Ritchie (también responsable de la anterior) para concretar un verosímil en medio de tanta pirotecnia visual aferrada al todo vale que caracteriza a este tipo de producciones. Si en Sherlock Holmes de 2009 el entretenimiento se sustentaba en la química actoral entre Robert Downey Jr. (Holmes) y Jude Law (Watson), ahora la repetición del gesto se transforma en cliché, guiño vacío, arquetipo original convertido en estereotipo sin sustancia. La historia ubica a Holmes enfrentado a un gran rival, el inteligente profesor Moriarty (Jared Harris), ya que la película establece la confrontación de ambos como si se tratara de un western. Pero, claro está, se trata de un duelo entre interrogantes e hipótesis, donde el personaje de Conan Doyle supone que su rival sería el culpable del inicio de la Primera Guerra Mundial. En efecto, se producen una serie de inexplicables atentados que configurarían una futura disputa bélica entre Francia y Alemania y allí están Holmes (seductor aventurero) y Watson (sostén infalible para los planteos del primero) listos para rescatar al mundo. En Sherlock Holmes: juego de sombras hay más personajes, pero esto no implica que tengan peso dramático dentro de la historia. Por ejemplo Madame Simza (Noomi Rapace), de apabullante presencia pero ineficaz dentro del relato, como si la historia que se cuenta sólo le destinara un rol superficial y satelital, meramente ilustrativo. De allí que Ritchie sólo se vale de la fórmula gastada (válida pero raquítica) de contar con un par de actores carismáticos como centro del relato. Ahora bien, ¿es suficiente para concretar una película interesante? El juego del gato y el ratón es transparente y de discurso directo. Los chistes y las ironías están puestos ahí, sin mediatizaciones ni sutileza alguna. Todo transcurre a puro acierto de guión, o en todo caso, el film se vale de una frase expresada en el momento adecuado, de una sonrisa de Robert Downey Jr., de un astuto corte de montaje, de un primer plano de Jude Law, de una explosión inesperada. Es decir, todo está en su justo lugar y hasta puede resultar entretenido dentro de lo que espera en esta clase de superproducciones. Entonces, ¿es suficiente para sostener dos horas donde los únicos aspectos rescatables ya estaban en el film anterior? En un verano cinematográfico de películas aceleradas y personajes que no paran de correr invocando a la tan fagocitada adrenalina del mainstream, Sherlock Holmes: juego de sombras es otro ejemplo de ineficacia vacía, de producto pasatista, de entretenimiento planificado para el goce efímero. En cuanto al sobrevalorado Guy Ritchie (Snatch, cerdos y diamantes; Juegos, trampas y dos armas humeantes), con el devenir del tiempo, la historia del cine terminará identificándolo por tratarse del ex-esposo de Madonna y padre de dos criaturas. Sólo por eso.
Holmes contra Moriarty en brillante obra de Ritchie Aunque no intenta ser una adaptación literal, esta secuela del taquillero «Sherlock Holmes» que dirigió Guy Ritchie en 2009 se basa en «The Final Problem», uno de los relatos favoritos de su autor, Sir Arthur Conan Doyle, que lo pensó como una manera de terminar con el detective que lo llenaba de dinero pero le absorbía su vida por completo. En el cuento, Conan Doyle enfrentaba a Holmes con una mente tan o más brillante que la suya, con el mismo don de deducción para adelantar los pasos de su contrincante. El criminal en cuestión, el Profesor Moriarty, era tan malvado e inteligente como para justificar la muerte de Holmes, desaparición que luego el autor no pudo sostener debido a la presión del público y los editores, pero que a él siempre le pareció un final adecuado. Justamente, si la película anterior de Ritchie era totalmente original, audaz y poco ortodoxa en su aproximación al personaje más filmado de la historia del cine, logrando además que su Holmes fuera el más taquillero entre los mas de 200 a lo largo de las décadas, en esta secuela mejora las cosas al enfrentar la formidable encarnación revisionista de Robert Downey Jr. con un imperdible Moriarty interpretado por Jared Harris. Pero para llegar al duelo de mentes entre Holmes y Moriarty que se va volviendo más cruento a medida que avanza la segunda mitad del film, primero hay que ocuparse de lo que parece ser el verdadero problema de Holmes: su eterno cmopañero, el Dr. Watson (Jude Law, otro hallazgo de esta saga), se está por casar, algo que al protagonista le parece inadmisible, detalle que potencia aun más la tensa y cercana relación entre el famoso dúo según la visión moderna de Ritchie, quien empieza el film con un tono de vertiginosa comedia de equívocos relacionados con los intentos de Homes por sabotear la boda de su gran amigo. El archivillano sirve de gran excusa: Holmes, para no dejar escapar a Watson, ya que al pedirle a Moriarty que quite de la ecuación a su compañero, eximido por el matrimonio, lo convierte en el principal blanco elegido por el genial delincuente para amedrentar al único rival serio contra sus planes criminales. Así es como se complica la despedida de soltero, la boda y especialmente la luna de miel de Watson, en la que entre otras cosas aparece un Holmes travesti que arroja a la flamante esposa desde un tren en marcha. La mujer encuentra que no hay un solo Holmes, sino dos, ya que también conoce a Mycroft, el excéntrico hermano de Sherlock que aparece para dar una mano. «Sherlock Homes, juego de sombras» es un film tan entretenido y espectacular como inteligente, bien actuado, y minuciosamente pensado en imágenes para unir el vértigo visual y la narración con lo que pasa por el cerebro de Holmes. El recurso del film anterior de mostrar cómo se adelantan los hechos en la mente de Holmes para hacerlos que sucedan en tiempo real se repite de modo aun más complejo, ya que en esta ocasión hay otro personaje que también se adelanta a los hechos, lo que conduce todo el film a un antológico partido de ajedrez entre Holmes y Moriarty). Si bien tiene algunos puntos débiles, empezando por la breve intervención de Irene Adler (Rachel McAdams), que la misteriosa gitana que encarna Noomi Rapace no termina de llenar de forma convincente, esta secuela supera al film anterior en su afán por darle más audacia a esta original variación sobre Sherlock Holmes, moderna pero fiel al espíritu y las obsesiones de Conan Doyle, empezando por la preocupación por la industria armamentista, que desde fines del siglo XIX se preparaba para llevar al mundo a una guerra mundial. En este sentido, una larga secuencia en la que los esbirros de Moriraty van utilizando todas las nuevas posibilidades en materia de armas. Como éste, hay muchos hallazgos visuales y efectos especiales, pero lo mejor de film de Ritchie sigue siendo el factor humano, empezando por la actuación de Jared Harris que brilla especialmente en momentos ominosos como cuando tortura a Holmes exhibiendo una profunda descripción de la locura.
Sherlock Holmes Recargado. Luego del lavado de cara casi total dado por Guy Ritchie al personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle muchos le dieron la espalda al director ingles. No era para menos. Tras décadas de construcción en el imaginario popular, Ritchie decidió rescatar algunas características que se presentaban en las novelas pero que habían sido olvidadas con el paso de los años: El nuevo Sherlock consumía drogas y era un eximio luchador, tanto a mano limpia como armada. Ahora le llegó el turno a la secuela, que explota con una mayor intensidad todo lo bueno y malo de la primera película...
VideoComentario (ver link).
VideoComentario (ver link).
Guy Ritchie es un director que suele abusar de ciertos recursos estilísticos que hacen de su cine un sello bastante personal. Adorador del Slow motion, no escatima en usarlo con vehemencia en esta segunda entrega del detective inglés interpretado por un encantador Robert Downey Jr. Sin embargo, el tono entre cómico y adrenalínico que bien supo administrar en la primera parte, hace de Juego de sombras un film un tanto hiperbólico pero a la vez más ordenado, claro y entretenido que el anterior. Es entendible que esto suceda, ya que la historia ahora está basada en el relato corto de Conan Doyle, The problem, con algunos elementos de otros relatos como The Dying Detective, The second stain o Valley of fear. A pesar de cuánto se lo ha criticado a Ritchie por las características impresas al protagonista, demuestra claramente que aunque ponderado en sus rasgos, exploró fuentes originales del detective condimentándolo con más humor e irreverencia. Todo lo cual se evidencia aún más en esta segunda parte donde los momentos de humor están continuamente presentes haciendo de la película algo así como una buddy movie, un Starsky y Hutch del siglo XIX. Pero el film termina funcionando justamente por la gran química entre Downey Jr. y Jude Law añadido a un reparto que incluye a un eternamente fantástico Stephen Fry, como el hermano de Holmes, y un estupendísimo antagonista, el archienemico Profesor Moriarty, interpretado por un sensasional Jared Harris. El film entonces es una verdadera explosión de acción, un duelo magnífico entre protagonista y villano dentro de un contexto mucho más real y terrenal que aquel de la primera parte. La película no deja de ser un juego con todas las letras en el que se destacan algunas muy buenas escenas para ver en pantalla grande- y como siempre digo- con el balde de pochoclos más grande que consigan. La escena del bosque por ejemplo, aunque intensamente saturada de slow motions, es una verdadera delicia que dejará a más de uno sin aliento. Suma puntos la incorporación de la bellísima Noomi Rapace (la chica del tatuaje del dragón original) para conformar entonces un trío en aprietos bien entretenido. Por lo demás no negaremos que tiene cosas reprochables, como una larguísima introducción hasta llegar al verdadero meollo de la cosa que podría haberse acotado un poco, así como también algunas líneas de diálogo magistrales en contraposición con otras un tanto forzadas. Pero a esta altura le disculpo todo tanto a Ritchie como a Downey Jr., dupla que admite seguramente una tercera parte.
Planeamiento y ejecución Se puede tener un plan perfecto, pero al final ejecutarlo mal, apresuradamente, de manera ampulosa y entonces la pregunta es si ese plan era tan perfecto. Con la segunda aventura de Sherlock Holmes intitulada El juego de las sombras ocurre algo parecido a la experiencia de ver un espectáculo de fuegos artificiales: al comienzo uno se deslumbra por esas explosiones en el cielo con sus colores y figuras pero al acabar el ruido sólo queda el olor a pólvora. Para seguir con la imagen podríamos decir que Guy Ritchie ametralla con pirotecnia durante dos horas pero agota por falta de matices, pausas, transiciones, al punto de preocuparse por contestar casi obsesivamente los cómo de las acciones más que prestar atención a los qué. Algo así como un desfasaje entre tratamiento y argumento que no encuentran el equilibrio esperado. El film va de mayor a menor con un comienzo prometedor que se encarga de describir el contexto en el que se desarrollará la trama: una Europa asolada por bombas incendiarias de dudosa procedencia; un villano que asesta su primer golpe mortal en el entorno más preciado por Holmes y un desafío a la sagacidad de nuestro héroe, ejecutado con paciencia de araña por el temible Moriarty (Jared Harris), cuya amenaza de sacar de la ecuación a Watson (Jude Law) perturba considerablemente al detective pendenciero interpretado por Robert Downey Jr. El primer obstáculo que deberá sortear Holmes es el más mundano: Watson está a punto de contraer matrimonio con Mary (Kelly Reilly) y su nueva vida parece alejarlo del ruedo de las investigaciones. Sin embargo, al ser uno de los objetivos del brillante matemático Moriarty queda atrapado en las redes de un juego de ajedrez (había que deshacerse rápido de la molesta esposa para que la historia fluya) siendo la pieza más codiciada. Se suma al equipo otra mujer, la gitana Madam Simza Heron (Noomi Rapace), que lleva tiempo tratando de dar con el paradero de su hermano, quien parece estar involucrado de alguna manera con los perversos planes del profesor M. A partir de la confrontación entre Holmes y su némesis, el mecanismo de relojería comienza a avanzar acumulando vueltas de tuerca, explicaciones a la velocidad de la luz que en vez de aclarar oscurecen y un sinfín de momentos en cámara lenta que resultan un tanto tediosos, aunque sean las marcas estilísticas del ex-esposo de Madonna. Sin embargo, como se decía al comienzo si uno supera el efecto de la explosión del artificio, se comienza a percibir que en Sherlock Holmes: juego de sombras esos colores brillantes no son tan nítidos como lucían; que ese ruido aturdidor siempre suena de la misma forma monocorde y que en definitiva, salvo el gran duelo actoral entre Robert Downey, Jr y Jared Harris, en este nuevo opus del realizador de Snatch hay una cuota de exhibicionismo gratuita cuando en realidad la falla de la ejecución no obedecía al plan sino a quien lo terminó ejecutando.
Espectacular, Watson Del 1 al 10, la segunda película de Sherlock Holmes se aproxima al 10 en la cuestión técnica y artística. En lo que respecta a la pasión, supera la máxima calificación posible. Y eso se traduce en placer para el espectador. Los directores de cine que aman lo que hacen, son bichos raros en el negocio. Detrás de este largometraje hay uno: Guy Ritchie. Así como el té importado, el césped inmaculadamente verde o la costumbre de conducir por el carril izquierdo de la calle, el investigador privado Sherlock Holmes es uno de los símbolos de la cultura británica. Las raíces de este personaje se hunden en la época victoriana, o sea hacia mediados del 1800, un momento de la historia que coincide con la primera gran revolución industrial producida por el hombre, de la que casualmente Inglaterra fue una gran protagonista. Un gran hálito de chauvinismo envuelve entonces al mito de Holmes en la cultura de ese país, y queda bien explícito por el modo en que Guy Ritchie filmó este largometraje. Su materialización -por dar un ejemplo- de las escenas urbanas, desde la arquitectura a la vestimenta de los habitantes de la época, pasando por todo el arco imaginable, está tan dramáticamente estudiada en cuanto a los materiales de confección, el color, los ecos, la luz y hasta el espesor de la niebla, que todos los elementos parecieran estarle diciendo al espectador de una manera subliminal: nadie puede filmarnos mejor que un británico nacido aquí mismo (en Londres). Por si eso fuera poco, Ritchie, que es un enamorado de su estilo -en parte ligado al posmodernismo visual-, le agrega una pizca de menta al cóctel. El que haya visto películas suyas anteriores, sabe que ama las cámaras lentas y los detalles convertidos en planos gigantes. Esto le viene de maravillas para representar el apogeo de la revolución industrial, y al recurso lo utiliza a veces de maravillas para mostrar, pieza por pieza, cómo se accionan los mecanismos de un artefacto complejo, llámese arma de fuego, engranaje o bomba. Y también para hacer experimentos en contrario, a la hora de la jugar con la espectacularidad. Porque, Sherlock Holmes: Juego de sombras, es toda una superproducción. El guión acompaña. Si bien, alguna vez, se pasa de vuelta en el afán de homenajear la genialidad de Conan Doyle y Holmes, se lleva bien con las imágenes. Holmes, maestro del transformismo entre otras artes, está detrás de un criminal de gran talla, cuando la boda de su ex asistente Watson parece interferir en el éxito de dicha tarea. Desafío extra para el agente principal, quien no puede darse el lujo de quitar su aliento de la espalda de aquel que quiere instigar a una guerra global, para enriquecerse a través de los negocios de armas y demás.
Esta segunda parte comienza justo en donde nos habíamos quedado hace algunos años. El detective Sherlock Holmes sabe que el Profesor Moriarty es el genio maligno escondido en las sombras de un plan que sembrará el terror a escala mundial. Tras un atentado, Holmes y el Doctor Watson –ahora ayudados por Mycroft Holmes- comienzan a rastrear las pistas que los llevarán hasta Sim, una mentalista gitana involucrada involuntariamente en los planes de Moriarty. A horas del casamiento de Watson con Mary, y en una carrera contra el tiempo, el nuevo equipo viajará por Francia, Alemania, Inglaterra y Suiza para poner fin a una inminente guerra entre las potencias globales. Pero Moriarty siempre está un paso adelante y parece que esta vez Holmes, y su arte del camuflaje, no serán suficientes para detenerlo. Guy Ritchie tiene un estilo y una estética personal tan impecable que incluso él mismo se regodea en ella hasta el cansancio. El problema es saber hasta dónde el público está dispuesto a ver los mismos recursos una y otra y otra vez. Hasta las escenas vertiginosas y la ralentización de la imagen tienen un punto de saturación. La vuelta de Rachel McAdams en una breve participación y la incorporación de Noomi Rapace, en una caracterización que bien podría ser la versión femenina del capitán Jack Sparrow, son dos puntos a favor para esta secuela apenas correcta.
Luego del gran desafío que significó en el 2009 llevar al cine a Sherlock Holmes, no solo por el trabajo de adaptar a la pantalla grande al mítico personaje de Arthur Conan Doyle, sino por los notables y arriesgados cambios en la personalidad del protagonista, Guy Ritchie vuelve a brindar una buena propuesta de entretenimientos, con un lucimiento actoral destacable y un diseño de producción muy elaborado, pero que repite varias de las sorpresas introducidas en la primera cinta y se olvida un poco del misterio en el desarrollo de la historia.
Ni juego, ni sombras Empecemos por aclarar algo: Sherlock Holmes no era una gran película. Era, a lo sumo, un filme aceptable, aunque lo que se veía en pantalla estaba más compuesto por una sucesión de conceptos cuasi publicitarios que por cine. O sea, se combinó la noción inicial de la creación de Arthur Conan Doyle con el cine físico de acción actual, muchos efectos especiales y una relación entre el detective y su asistente Watson (nada menos que un sex symbol como Jude Law) de amistad extrema, gran codependencia y que coquetea con la homosexualidad. Todo esto atravesado por la capacidad para la comedia de Robert Downey Jr. y la estética videoclipera de Guy Ritchie (que había dado buenos resultados tanto estéticos como narrativos en filmes como Snatch: cerdos y diamantes). Todo esa mescolanza no parecía mala idea, pero el resultado estaba lejos de lo esperado, básicamente porque a las partes hay que unirlas armoniosamente, y aquí sucedía exactamente lo contrario: Downey Jr. iba para un lado, la trama detectivesca por el otro, la puesta en escena de Ritchie no pegaba ni con cola con el trasfondo victoriano, el villano no era sólido, la acción era despareja y el personaje de Watson no terminaba de consolidarse. Aún así, la cinta tenía su encanto, como esos equipos de fútbol repletos de estrellas que no terminan de funcionar bien pero de vez en cuando arman una buena jugada. Esta segunda parte introducía cierta expectativa por el anuncio de que el villano sería el Profesor Moriarty, un personaje tan misterioso como temible y memorable en las novelas. Pero en el film eso no se termina de consolidar, a pesar de que Jared Harris cumple y hasta dignifica, porque nunca profundiza en su inteligencia, astucia, poder, ambición y maldad. Lo que se hace es enumerarlas: el tipo es un profesor muy venerado, ha sido capaz de ocultar sus crímenes astutamente, posee muchos recursos a su disposición, quiere lucrar con una eventual guerra mundial y parece que no tiene piedad por nadie. Ajá, pero qué chabón terrible eh. Pura superficie, si lo comparamos con, por ejemplo, el Guasón de El caballero de la noche (que no se sabía de dónde había salido, pero a la vez daba la impresión de tener un inmenso y terrible trasfondo), es una carmelita descalza. Algo similar sucede con el personaje de la gitana encarnada por Noomi Rapace. Ayuda a que la narración progrese, pero de forma mecánica, y nunca adquiere identidad propia. Es una mujer, pero podía haber sido un hombre, un caballo o un perro. Podía estar o no, y nunca hubiera hecho diferencia. Y esto se da porque el conflicto nunca obtiene espesor, no crea suspenso y queda lejos de la empatía con los protagonistas o la fascinación con el villano. Sherlock Holmes: juego de sombras suena demasiado a repetición y esto se traslada también a la realización. Los jueguitos visuales del director ya no suman sino que restan, básicamente porque jamás pasan de ser meras demostraciones de habilidad, que no sirven para aportar a lo que se está contando. Lo mismo pasa con Downey Jr. y su actuación, una parodia caminando que siempre es la misma parodia, hasta el punto de repetirse a sí mismo, como si estuviera reeditando no al Holmes de la primera película, sino a Iron Man, dos personajes entre los cuales es muy difícil enumerar diferencias significativas. A pesar de todo esto, Sherlock Holmes: juego de sombras tiene algunos momentos entre divertidos y excitantes, como el combate en un tren, y hasta tensos, como la reunión en un restaurante entre Moriarty e Irene Adler (Rachel McAdams). Pero eso no quita que no estén presentes ni el juego ni las sombras, que todo sea un rompecabezas sin armar.
Correcta, aunque no más que eso. Tras una auspiciosa y entretenida primera parte, con Sherlock Holmes: Juego de Sombras el realizador británico Guy Ritchie vuelve a narrar otra historia del famoso detective y su ayudante el Doctor Watson, los míticos personajes creados por Arthur Conan Doyle...
Segundo capítulo de una serie que es cada vez más una de Guy Ritchie y menos de Conan Doyle “Sherlock Holmes, Juego de sombras” (“Sherlock Holmes, a Game of Shadows”) es la segunda película sobre el célebre personaje de Arthur Conan Doyle que Guy Ritchie dirige. El realizador, cuya primera notoriedad fue adquirida cuando aún era pareja de Madonna, se hizo conocer cinematográficamente con títulos como “Juegos, trampas y dos armas humeantes”, “Snatch, cerdos y diamantes” y “RocknRolla”, todos thrillers con esquemas repetitivos que nuevamente aplica a la serie protagonizada por Robert Downey Jr. Para los seguidores de Ritchie, esta reiteración será seguramente bienvenida pero no pasará lo mismo para quienes añoren al personaje de Doyle, que ya tuvo intérpretes más fidedignos tal el caso de Basil Rathbone o Peter Cushing. La crítica suele reconocer dentro de las propuestas cinematográficas a una que califica genéricamente como de “entretenimiento”, entendiendo como tal a la que hace pasar un buen rato pero dejando pocos recuerdos perdurables al cabo de unos pocos días (e incluso a veces un número reducido de horas). Tal el caso de “Juego de sombras”, donde sin embargo se rescatan en primer lugar la notable ambientación (fines del siglo XIX) y además algunas de las interpretaciones, pese a cierta disparidad de las mismas. Robert Downey Jr es sin duda uno de los grandes actores del presente, que supo sobrellevar años de crisis personal y diversas adicciones. Nacido en Nueva York, aunque uno podría imaginarlo perfectamente inglés, tuvo composiciones inolvidables como la de “Chaplin” o destacadas como la serie “Iron Man”. Se podrá cuestionar con razón su parecido, no sólo físico, con el detective Sherlock Holmes pero lo que no podrá ignorarse es el magnetismo que le otorga a su personaje. Lo acompaña eficientemente, como el Dr Watson, el muy “British” Jude Law a quien puede recordarse como Lord Alfred “Bosie” Douglas en “Wilde”. La buena biografía del famoso escritor inglés contaba además en su reparto (curiosidades del casting), con Stephen Fry como el autor de “El retrato de Dorian Gray”, aquí como Mycroft, el excéntrico hermano de Holmes. Una de las escenas más divertidas lo tiene desnudo al recibir en su castillo a la prometida de Watson. En este rol vuelve a aparecer Nelly Reilly (“, que ya tuvo mejores oportunidades de lucimiento (Las muñecas rusas”, “Orgullo y prejuicio”), siendo además los roles femeninos uno de los mayores déficits de la película que nos ocupa. En particular desilusiona y casi podríamos decir desentona la participación de la sueca Noomi Rapace (Lisbeth Salander en “Los hombres que no amaban a las mujeres”) y está poco aprovechada, a causa de su personaje, Rachel McAdams (“Medianoche en Paris”). Para completar la descripción y de paso interiorizar a nuestros lectores sobre el argumento de la película es el turno de introducir a otro personaje esencial, de presencia casi insoslayable cuando de Sherlock Holmes se trata. Nos referimos al profesor Moriarty en estupenda caracterización de Jared Harris, otro inglés de célebre padre (Richard) ya desaparecido. Justamente alrededor de Moriarty girará la historia sobre un proyecto de Alemania para la construcción secreta de armamento (corre 1891) que permita llevarla a tener hegemonía en Europa luego de desatar una Guerra Mundial. Este tema parece que obsesionaba a Conan Doyle pero Ritchie le agrega una trama que recuerda en más de un aspecto a los dos conflictos mundiales del siglo XX. El enfrentamiento del científico con Holmes y el inefable Watson, quien verá así frustrado su ansiado proyecto de luna de miel con su joven esposa, conforman el grueso de la historia que se dilata excesivamente al ocupar algo más de dos horas. Objetable también es el abuso de recursos, que ya estaban en la película de 2009, tales como el uso de la cámara lenta y las imágenes anticipatorias de lo que la va a pasar, pergeñadas por la mente de Holmes. Ello sin embargo se compensa con el ya citado preciosismo de las imágenes y la adecuada música de Hans Zimmer. “Sherlock Holmes, Juego de sombras” repetirá sin duda las buenas cifras de su predecesora y dejará satisfechos a quienes no sean excesivamente exigentes y se conformen con pasar un rato ameno en una buena sala refrigerada y con alta calidad de imágenes.
Guy Ritchie pone toda su carne al asador Tengo que confesarles que cuando salí ayer de la sala, salí encantada. Llena de gente, toda respondiendo a los gags, alguno que se tentaba y no podía parar de reírse, de todo. Pero empecé a repensarla y eso me dejó otro sabor de boca. La primer impresión, en cine, no siempre es lo que cuenta. En cierta manera, el conocer al personaje y haberse reencontrado con él en la pantalla, me había atravesado pero para poder conceptualizar algunas cuestiones es necesario profundizar en esas emociones superficiales... El argumento de "Sherlock Hokmes: Games of Shadow" sigue la anterior en la que Watson (Jude Law) estaba comprometido con Mary (Kelly Reilly) e iba a mudarse de la casa que compartía con Holmes (Robert Downey Jr). Acá volvemos a ver a Irene (Rachel McAdams) todavía temiendo a ese hombre para el que trabaja y por más que el querido doctor Watson se quiera retirar del ruedo, no puede porque el caso sin resolver lo arrastra de nuevo. Y Moriarty da la cara. Lo estabamos esperando y creo que los fans de la historia original ansiaban esta aparición. Honestamente, el guión está plagado de gags, algunos buenos y otros efectistas. Pero da la impresión de que termina siendo más un ping pong que algo que le de auténtico ritmo. Al menos debemos decir que le sobran veinte minutos. Pero hay cosas que Guy Ritchie había dejado de poner en la primera y que acá las metió todas como para que a nadie le quepa duda de que es su película (!). Ya hay rusos inmortales, secuencias de movimientos y ruidos sordos, persecuciones con una cámara que cambia de eje y gira sobre sí misma, el slow motion. Todo, todo Guy. Lo que le conocemos bien: mucho estilo de clip musical con algo de videojuego pero... sin la magia que tuvo "Snatch", toda su batería de artilugios está y eso impacta a la audiencia desde el instante 0.. Robert Downey Jr, como siempre, está soberbio. Es dinero bien invertido, siempre. El tipo es demasiado simpático como para que no te llegue y tiene mucha química con Law. Pero eso es todo. El resto del casting es pintoresco (por decir algo piadoso), pero no es bueno. El profesor Moriarty está más cerca de Marcos Mundstock que de un asesino maquiavélico como ese y decepciona después de que vimos a nada más y nada menos que Mark Strong haciendo de villano en la anterior. Algunos temas en el guión tampoco terminaron de convencerme. Siento que abrieron muchas cosas que tardaron demasiado en cerrarse, otras que convergieron un poco a los sopapos y ... hasta me tuve que comer unos minutos de telepatía al final que todavía me cuesta digerir (!). El recurso en el relato no funciona (y es raro que no se hayan percatado del mismo) y el tema ese del repaso de qué va a hacer antes de hacerlo con la explicación analítica ya quedó claro en la entrega anterior...y ahora me sobra. La fotografía es preciosa, con esas maquetas recreando épocas y esa paleta grisácea y por momentos avejentada que funciona muy bien. El resultado final, repito, es entretenimiento puro y no es malo. Pero, como verán, no acepta demasiadas revisiones.
JUEGOS DE AJEDREZ, TRAMPAS Y ARMAS HUMEANTES La primera pelea de Holmes (Robert Downey Jr.) parece resumir la esencia de esta secuela. Hay varios enemigos que rodean al protagonista. El detective usa su capacidad para prever los movimientos de sus rivales en cámara lenta y después les da una paliza antes de que una manzana caiga al piso. O algo así. La escena es caótica, confusa. SHERLOCK HOLMES: JUEGO DE SOMBRAS no es mejor que la primera parte y se nota que se han perdido cosas en el camino: es menos graciosa, menos ingeniosa y menos sorprendente, pero casi casi igual de divertida. Esta vez, el excéntrico Sherlock Holmes deberá enfrentarse a una amenaza diferente: una mente criminal que está a su nivel, el profesor James Moriarty (Jared Harris), quien sería el responsable de una conspiración en Europa. El detective le pedirá a su fiel ayudante Watson (Jude Law) que participe en una última aventura antes de que el doctor comience su vida de casado. Sus investigaciones los llevarán a conocer a una gitana (Noomi Rapace), quien parece ser una pieza clave en el juego entre Holmes y Moriarty. El guión avanza a los tropezones y confunde (en el mal sentido de la palabra) al espectador para después resolver el misterio de una manera menos complicada de lo que parecía. Y ni siquiera hay tanto misterio ni tampoco tanto duelo de inteligencias entre el detective y su archienemigo. Es más el trabajo físico que tiene que hacer Holmes que el cerebral: hay más piñas que deducción, algo que estaba más equilibrado en la primera parte. En esta secuela, el director Guy Ritchie (JUEGOS, TRAMPAS Y DOS ARMAS HUMEANTES; SNATCH; ROCKANROLLA) abusa de ciertos recursos, como el “súper poder” de Holmes de ver todo antes de que pase, el uso del plano detalle y la cámara lenta. También se usa mal aquello que hacía el detective en las novelas y relatos: en varias ocasiones Sherlock se guardaba un as bajo la manga, algo que dejaba afuera a Watson -y al lector-. El detective desaparecía por un tiempo y Watson no sabía en dónde estaba o qué hacía. Después, Holmes revelaba su truco y sorprendía a todos. En la película, eso se utiliza mal y lleva a que muchas de las escenas clave sucedan en flashbacks, lo que genera una sensación de trampa. Hay varios momentos en los que Guy Ritchie busca sorprender desde lo visual, pero quizás solamente en uno lo logra: Sherlock y Watson huyen por un bosque, escapando de ráfagas de balas y cañonazos en cámara lentísima. Sin embargo, en el resto de la película, la pirotecnia visual agota y apabulla en vez de maravillar. Lo que era novedad en la primera parte, por el hecho de usar un estilo cool y moderno para retratar a un personaje del siglo XIX, aquí empieza a cansar. Teléfono para Ritchie. El carisma de Robert Downey Jr. se sigue llevando todo por delante, como un ariete, y los demás van por atrás. Las incorporaciones al reparto no aportan demasiado: Stephen Fry como Mycroft (hermano de Sherlock) tiene tres o cuatro escenas y aporta un poco de humor, nada más. Noomi Rapace se convierte en la necesaria presencia femenina y cumple desde lo actoral, pero sin destacarse. Jared Harris compone a un villano más sólido que el de la primera parte pero el guión le presta menos atención de lo que uno podría esperar para seguir mimando a Holmes. SHERLOCK HOLMES: JUEGO DE SOMBRAS es inferior a la primera parte, pero no deja de ser una aventura entretenida, con mucha acción y algo de humor. Y como fanático de Guy Ritchie, no puedo dejar de destacar el momento en el que Holmes y Watson visitan el campamento gitano: ¿alguien más se acordó de SNATCH?
Holmes usa más los puños y menos el cerebro La aclaración que se lee al comienzo del filme es pertinente: "basado en personajes creados por Arthur Conan Doyle". Los seguidores de las novelas del inteligentísimo investigador encontrarán que poco tiene que ver el personaje que interpreta Robert Downey Jr. con el que se puede imaginar a partir de las páginas escritas por el autor escocés. Pero todo esto quedó claro hace un par de años, en oportunidad del estreno de la primera película sobre Sherlock Holmes dirigida por el realizador británico Guy Ritchie. En esta, que presenta nuevamente las andanzas del detective y de su fiel compañero, el doctor Watson, las virtudes y las debilidades de la primera entrega vuelven a advertirse con claridad. Ritchie se concentra en los aspectos formales y resuelve con muy buenos recursos las numerosas secuencias de acción, los combates cuerpo a cuerpo, las explosiones y las persecuciones. Confía ciegamente en el carisma y la simpatía de Downey en la piel de Holmes y en la buena sintonía actoral con Jude Law, que encarna al incondicional Watson. En esta oportunidad, los guionistas agregan la interesante presencia del profesor Moriarty (buen trabajo de Jared Harris) e introducen a la intrigante Noomi Rapace como Madame Simza, una adivina de feria que se une a las andanzas de los detectives. Ritchie ha desarrollado a lo largo de su filmografía una expresión estética y un ritmo narrativo con marca de fábrica inconfundible: los planos de detalle, las reducciones a cámara súper lenta y la edición vertiginosa pero sumamente clara aparecen constantemente en sus películas. En este caso, estos recursos están al servicio de una narración que en todo momento atrapa al espectador, y que redondea un espectáculo atractivo. Los fanáticos del cine policial y de las tramas plenas de intriga seguramente echarán de menos las fantásticas deducciones del detective, columna vertebral de las novelas; y tal vez sientan que el intrépido investigador, en esta versión siglo XXI, se parece más a un agente secreto que al frío y cerebral analista de la realidad que inventó Conan Doyle hace más de un siglo. Lo cierto es que este personaje funciona muy bien en la pantalla, y que el relato de sus aventuras interesa, divierte y cautiva al espectador. No hace falta nada más para que se venga la tercera parte, posibilidad más que sugerida en el final de la película.
Lo que definía al Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle era su extraordinaria capacidad deductiva que le permitía desentrañar los más enrevesados misterios. Su autor le confirió conocimientos de boxeo, esgrima y defensa personal, pero sus éxitos se basaron en sus aptitudes intelectuales. Sin embargo, en “Sherlock Holmes 2: juego de sombras”, el director lo muestra como un temerario guerrero-acróbata, dueño de una gran agresividad. La resultante es una vertiginosa persecución —desde Inglaterra hasta Suiza pasando por Francia y Alemania— protagonizada por el detective, Watson y la gitana Sim, tras el profesor Moriarty. El resultado es grotesco y desperdicia la gran producción desplegada. Se abusó de los efectos especiales en desmedro de lo que siempre caracterizó al personaje central, su inteligencia.
A confesión de partes relevo de pruebas, dice un axioma judicial, y debo confesar que Robert Downey Jr. hace para mí que el star system, funcione a pleno. Este actor vuelve a encarnar con mucha solvencia el personaje creado hace más de un siglo por Sir Arthur Conan Doyle, y sigue vivo gracias a las dotes interpretativas de Downwy Jr., y en algún punto al intento de reescritura desde lo visual por Guy Ritchie, el mismo director responsable de la producción anterior en la nueva saga de Holmes-Watson. Es verdad que la sorpresa que generó el estilo del realizador inglés en la primera producción pasa hoy a un segundo plano. La utilización casi exagerada de los ralenti, los planos detalles, la anticipación o explicación derivada de los sucesos, o de las posibilidades deductivas del personaje terminan por cansar al espectador, dejan de ser novedosos para transformarse en formula. Comienza ha generarse la necesidad de construir el relato desde otro lugar. En “Sherlock Holmes” (2009) ello estaba instalado y funcionaba de maravillas en la química entre los personajes de Holmes y Watson (Jude Law), pero ahora éste también queda como desdibujado, en ser un partenaire muy superficial que se limita a responder a los requerimientos de su amigo, tal es así que encontramos nada más que una escena en que vuelve a funcionar la química. Ahora esos impasses, que existen poco, pero existen gracias a Dios, están puestos en el personaje de Mycroft Holmes (Stephen Fry), el hermano de Sherlock, una especie de contrapeso y contrafigura de su pariente, extraordinariamente constituida por éste otro gran actor ingles, pero no es, por supuesto, el antagonista. Esa figura recae en el Profesor James Moriarty (Jared Harris), que aunque no deja de ser un personaje sin dobleces, el sarcasmo con el que se lo construye y la ironía con la que se presenta le da muy buenos dividendos y beneficios a la narración. Como no podía ser de otra manera en una producción de entretenimiento, como tal debe contar, además de hombres en pugna o en situación de aventuras, alguna mujer, y para el caso aquí hay tres: la eterna novia imposible de Sherlock, Irene Adler (Rachel McAdams) que, lamentablemente, en el doble sentido de actuación y belleza, desparece rápido de pantalla; otro personaje femenino es Mary Watson (Kelly Reilly), quien no tiene demasiada incidencia en la progresión dramática de la historia y pasa a ser casi sólo una figura decorativa; por último encontramos a Madame Simza Heron (Noomi Rapace), personaje extraído al parecer de otro tiempo y otro relato, si bien sólo leí una novela de la saga de Sherlock (“El mastin de los Baskerville”), y eso fue el siglo pasado, no parece que esta pitonisa gitana, que concluye siendo una fiel ayudante del detective más famoso, sea una creación del autor de las novelas, más bien parece una licencia literaria de los guionistas de esta historia, pero que su inclusión termina por resultar productiva. Una de las cualidades de un director es la de poder conformar un buen equipo de trabajo, Guy Ritchie lo hizo, y le dio grandes beneficios el contar en la dirección de fotografía al francés Philippe Rouselot (“El gran pez” 2003 entre muchas otras), al reconocido músico Hans Zimmer (“Lluvia negra”1989) o al compaginador (personaje trascendental dentro del arte del cine) James Herbert (“Libro negro” 2006). Tuvo la fortuna de poder contar con un equipo altamente calificado. La historia es demasiado sencilla y cumple por conformar un cúmulo de excusas para hacer funcionar al personaje de Sherlock y al desarrollo progresivo de la trama, en el que, como dije antes, el despliegue visual acapara todo el interés. Corre el año 1891. Una serie de atentados ocurren en Europa. Hay muchos posibles autores, pero el real sólo es descubierto por nuestro héroe, se trata de su eterno antagonista, el Profesor James Moriarty, quien planea todo para provocar un enfrentamiento armado de características globales por el sólo hecho de poder hacerlo. De la pesquisa y la persecución a velocidades inauditas va desarrollándose la historia, saltando de escena de acción a escena de aventura y viceversa. Entretiene, y eso ya es bastante decir
Es algo raro, pero por fin una secuela logra una extraña alquimia con apenas unos pocos ingredientes: dos actores y la atmósfera ficcional de una ciudad pueden generar una historia y unos personajes capaces de cargarse al hombro toda una película. Sherlock Holmes: Juego de sombras viene a demostrar la confianza que la serie se tiene a sí misma: a diferencia de otras secuelas, esta no agrega personajes al reparto de la primera (los nuevos vienen a reemplazar, no a sumar: entran Stephen Fry y Noomi Rapace por Eddie Marsan y Rachel McAdams); se permite tensionar al máximo los límites de un tema hasta llegar a la parodia (la relación ambigua que liga a Holmes con Watson); el protagonista y el villano prácticamente se nivelan, Holmes deja de ser el único intelectualmente superdotado; los chistes de la primera pueden reciclarse sin miedo a aburrir (como el del perro), tal es la seguridad que demuestra el guión acerca de sus materiales. Estos son los signos con los que la película parece decir que no importa qué pase con las secuelas por venir, mientras sean Robert Downey Jr. y Jude Law los que se midan en una Londres nublada e industrial, Sherlock Holmes tiene cuerda para rato. La sensación general es que, con la dupla actoral y el clima londinense, no hacen tanta mella los gags repetidos y previsibles, las volteretas que pega el guión o la aceleración general que satura la pantalla y el relato. Pero, a su vez, hay algo más que se vuelve prescindible y es el estilo del director. En las dos Sherlock Holmes, para bien o para mal, se nota enseguida la mano de Guy Ritchie, más que nada en la segunda, donde el aparataje visual y cool de la primera se percibe desgastado y en un constante desajuste con la historia. A medida que avanza, la película abre dos posibles líneas de la mirada: el público se puede interesar por seguir a los protagonistas o por la batería de recursos que desparrama el director. Pero es difícil ver los dos a la vez porque uno tiende a tapar al otro: cuando Downey o Law están en plano y la velocidad del montaje deja verlos y escucharlos con claridad, el dúo eclipsa cualquier canchereada visual de esas que pergeña a cada rato Ritchie. En cambio, cuando el director copa la puesta en escena con sus gadgets formales, los personajes y su mundo se deshacen en planos y juegos visuales que se convierten en la verdadera estrella del momento. Ocurre con cualquier intercambio entre los protagonistas, cuando la puesta en escena se subordina en pos de la interpretación (y la mano de Ritchie desaparece) o, al revés, en la escena del bosque, donde el director experimenta con la imagen haciendo de los personajes un mero soporte sobre el cual inscribir su propia estampa estilística. El universo de Sherlock Holmes y el estilo de Ritchie nunca dialogan, más bien chocan, se relevan mutuamente porque no pueden coexistir de manera armónica, y si bien ninguno llega a ajustar cuentas con el otro, se presiente un futuro en el que el director ya no va a poder manipular a su gusto el mundo del detective inglés. A su vez, es fácil imaginarse nuevas películas sobre Sherlock Holmes sin la presencia del realizador de Snatch, cerdos y diamantes. No importa qué tanta haya sido la responsabilidad del director en la creación del universo de la primera Sherlock Holmes; ahora, ese universo se revela como lo suficientemente sólido y robusto como para resistir las maniobras formales que atentan contra su disolución. Eso es lo que pasa cada vez que Ritchie quiere innovar o contar una escena de manera personal: el director opaca a los personajes y los deforma, les resta densidad narrativa para ahogarlos en la plasticidad visual de su gramática. Hay que tomar nota de ese conflicto porque habla de la capacidad de una historia de soportar (o no) el desgarramiento operado por un estilo, y de la fuerza de ese estilo y de su posible comprensión (o no, también) de las lógicas que rigen un mundo de ficción particular. No importa qué tan rigurosa pueda ser la manipulación que realiza en sus películas a través de la puesta en escena, por ejemplo, Brian de Palma, porque el director entiende de qué van sus historias y personajes, no los pisotea sino que los integra, los vuelve partes fundamentales de su estilo. En cambio, Ritchie casi nunca alcanza a comprender del todo a sus personajes, no sabe en dónde empiezan ellos y en dónde termina la marca autoral, no tiene idea de cómo hacer para que los dos se fundan. El conflicto se siente durante toda la película y, muchas veces, la exageración e hipertrofia estilística de Ritchie da cuenta de una derrota, la de un director incapaz de interesarse genuinamente por sus personajes que observa cómo resiste a sus alardes formales un mundo de ficción que él mismo contribuyó a crear.
No tan elemental, no tan Watson. Se conoce que es difícil reversionar a los clásicos y darles una impronta diferente, y los directores que así lo hacen saben que serán objeto de innumerables polémicas inconducentes. Pues bien, Guy Ritchie -con su segunda entrega sobre el investigador Sherlock Holmes- no estará exento de las misma. Para los amantes del cine de este director, plagado de violencia y acción palpitante, es necesario decirles que no se sentirán defraudados en su búsqueda. En cambio para los más tradicionales que se identifican con el personaje adusto y meditabundo creado por Arthur Conan Doyle, tal vez se sientan indignados frente a este timador y peleador callejero magistralmente compuesto por Robert Downey Jr. Hechas estas aclaraciones, que son la base de la polémica que estamos seguros vendrá luego del estreno, es hora de adentrarnos en la historia que nos ofrece este director de la mano del maravilloso duo compuesto por Downey Jr. y Jude Law. El film está basado en el cuento El problema final con algunos aditamentos que el director ha tomado de otros relatos del Doyle. La acción transcurre en una convulsionada Europa que se ve azotada por diversos ataques terroristas que hacen peligrar la endeble estabilidad política europea del siglo XIX . Así las cosas, el marco para que la dupla de investigadores se lance a la aventura esta dado, sino fuera por un pequeñísimo detalle : Watson está a punto de casarse . Si nuestro héroe Sherlock respetara los compromisos y los eventos sociales estaríamos en presencia de una aventura solitaria por su parte, pero bien sabemos que nada detiene al investigador cuando la adrenalina se apodera de él . De modo que hará lo imposible por embarcar al joven consorte en esta aventura por desentrañar el origen de los diversos atentados que sacuden a Europa y que suponen están ideados por la malévola mente de su némesis Moriarty (Jared Harris). Sus investigaciones los llevarán a recorrer Europa en tren, con la compañía de una nueva socia, la gitana Sim, interpretada por Noomi Rapace . Una vez instalados en el viejo continente su misión será desentrañar los manejos turbios detrás de los reiterados atentados que sacuden la calma diaria, y claro que para ello se valdrán de deducciones y golpes de puño. En definitiva, estamos en presencia de un film que será aceptado plenamente por el publico en general y sin lugar a dudas dividirá aguas entre la critica especializada, pero para los primeros tenemos buenas noticias : la tercera parte ya está confirmada . Para los especializados deberán acostumbrarse a la idea que Sherlock Holmes salió de la biblioteca y esta sumergido en peleas callejeras . No tan elemental , no tan Watson, pero así son las cosas
PERDIENDO EL TIEMPO Segunda entrega de la serie de Sherlock Holmes dirigida por Guy Ritchie. Los mismos defectos de la anterior y algunas pocas virtudes que no alcanzan para hacer justifica con tan magnífico personaje. A favor de la credibilidad de mi texto he de decir que Guy Ritchie me parecía un director insufrible aun antes de llevar a la pantalla a los personajes de mi escritor favorito. No soy un purista ni me molestan las adaptaciones heréticas y disparatadas de los clásicos. Dentro de la historia de la literatura, incluso, se han hecho más pastiches partiendo de Sherlock Holmes que de cualquier otro personaje creado en el siglo XIX. No es eso lo que hace que los dos films de Sherlock Holmes me resulten por momentos irritantes, pero mayormente indiferentes. La puesta en escena de Guy Ritchie es una pesadilla para cualquier que valore las posibilidades del lenguaje cinematográfico. Su estilo por momentos es grotesco, por momentos es un cuchillo en la mirada del espectador entrenado. Sus cámaras lentas, desaforadas y carentes de cualquier criterio, son molestas no sólo porque no son bellas, sino porque tampoco encuentran ningún tipo de justificación estética, ni siquiera la del recurso por el recurso mismo. Pero lo que delata la falta de compromiso del director son esos momentos en los que para darle ritmo a un diálogo hace hablar a los actores rápido y hace coincidir sus palabras con cortes a los rostros de cada uno. A cada réplica, un corte. Es una pena que a esta altura de la historia del cine alguien crea que ritmo es cortar rápido. Evidencia este método, por lo menos, una ausencia de confianza en las posibilidades de la cámara y una subestimación del espectador. Pero no todas son sombras en esta nueva película de Holmes y Watson. Estamos en un film industrial y por momentos el diseño de producción, el vestuario y todos los detalles de dirección de arte logran mejorar la experiencia. Los actores, aun frente lo artificial y pomposo del estilo Ritchie, consiguen mostrar algo de carisma. Como novedad, el tan mentado homoerotismo entre Holmes y Watson aparece aquí, jugando con algunos dobles sentidos y subtextos, más allá de los obvios celos del detective de Baker Street por el casamiento de su amigo doctor. Partir de un personaje tan grande y de un período histórico tan rico e idóneo para desplegar aventuras y misterio, y finalmente llegar tanto solo a estos pequeños detalles es verdaderamente una pena. Pero a esta altura es imposible que la serie, de seguir en manos del mismo director, consiga levantar la puntería.
Una mente para salvar al mundo Guy Ritchie eligió para la segunda entrega de Sherlock Holmes una historia de “intriga internacional”, saltando de país en país al mejor estilo de “¿Dónde está Carmen Sandiego?”. En este caso el villano es el profesor James Moriarty, la némesis que Sir Arthur Conan Doyle ideó para el detective más sagaz del mundo (y el más observador). Moriarty, otro genio, estrena en la historia (estamos en 1891) una idea que después se les ocurrirá a muchos: enriquecerse con una guerra, siendo dueño de “las balas y las vendas”, como se dice en algún momento. A partir de una carta birlada a la seductora Irene Adler (al servicio del oscuro profesor) Holmes cruza su camino con Madam Simza Heron (Sim, para los amigos), una gitana llena de secretos de quien se despide su hermano Rene. A partir de ahí redondeará su teoría, en la que va uniendo una serie de asesinatos de diferentes magnates alrededor del mundo. Ahora que el doctor John Watson se ha casado con su prometida Mary, Holmes quiere dejarlo afuera, pero una entrevista con Moriarty le hace saber que éste planea dirigir sus iras contra el doctor de la buena puntería. Así, el salvataje contra un atentando en pleno viaje de luna de miel vuelve a juntar a la dupla, convencidos de que no habrá paz (ni personal ni para el mundo) hasta que no derroten a su enemigo. Así, comienzan una investigación-persecución, que los llevará primero a París, para reencontrar a Sim, luego a Alemania y finalmente a Suiza, donde tendrá lugar el clímax, en una concurrida cumbre de paz. Caracteres únicos Presentados los personajes en el filme anterior, Ritchie y sus guionistas (Michele y Kieran Mulroney), optan por no desarrollar tanto las características de los mismos (el choque entre el disfuncional Holmes y el ultracorrecto Watson). De todos modos, a Robert Downey Jr. y Jude Law estos personajes les saldrían hasta dormidos. Especialmente a Downey, tan alocado y experimentador de sustancias como el detective que encarna (un elemento que el director, fanático confeso del personaje, decidió rescatar). Rachel McAdams reaparece como Adler, pero poco (y con un dejo de tristeza) es lo que puede hacer. Por lo demás, se lucen los personajes nuevos. Particularmente Noomi Rapace, en un personaje mucho más liviano que su Lisbeth Salander en la Trilogía Millenium sueca, pero siempre sugestiva: la penetrante mirada de sus ojos oscuros y su boca apenas abierta alcanza para que su primer plano llene la pantalla. Jared Harris construye a un Moriarty contenido, inescrupuloso y narcisista: una simple mueca que simula ser sonrisa alcanza para que se le tema. A su lado, tendrá a Paul Anderson como el coronel Sebastian Moran, experto tirador (rival ideal para Watson) y perfecto ejecutor, una especie de Terminator al servicio de la mente maligna. Por último, se luce Stephen Fry como Mycroft Holmes, hermano mayor del detective, quien en los relatos originales era un aburrido gentleman con mayor capacidad de observación y deducción que Sherlock (pero sin el fuego investigativo), y que aquí es un excéntrico caballero al servicio de los Asuntos Exteriores británicos. Relato visual El guión tiene algunas flaquezas (Holmes ya viene con la sospecha de Moriarty; este tiene inexplicablemente más ganas de cargarse a Watson que a Holmes) pero tal vez esto viene a dejar más espacio para la acción y la intriga posterior. Por otra parte, Holmes usa menos su observación para la deducción (hasta logran engañarlo en un atentado) que para sobrevivir minuto a minuto: como los personajes de “Héroe”, puede visualizar toda una pelea en su mente en segundos y tratar de reproducirla o cambiar su resultado. Como los hermanos Wachowski, Ritchie se permite jugar holgadamente con los tiempos, congelando o ralentando el viaje de una bala, la explosión de un fulminante o la caída de un personaje (algo que ya había hecho en la primera parte de la saga). La dirección de arte y el vestuario se lucen obviamente, reconstruyendo la Europa de fines del siglo XIX, incluso con detalles para la polémica (el gramófono ya existía en 1891, pero hay que ver cuántos discos musicales había para entonces). La fotografía es luminosa, haciendo lucir la riqueza cromática de los vestuarios. Por último, la música romaní le agrega el exotismo propio del pueblo errante. Al final, serán Watson y Simza los encargados de aplicar la técnica observacional-deductiva de Holmes para resolver el plan final de Moriarty en la cumbre de los poderosos, mientras héroe y villano se lanzan a un ajedrez mental (¿acaso no lo jugaron durante todo el filme?) y se debaten en una polémica sobre la humanidad. “Usted no se enfrenta conmigo; se enfrenta contra la naturaleza humana. Tarde o temprano habrá una guerra mundial, la harán ellos. Yo sólo tengo que esperar...”, dice Moriarty, y la historia nos demuestra que lo hicieron. Y cómo. Los herederos de Moriarty vienen ganando, y son unos cuantos: ojalá tuviésemos un par de Holmes, a ver si podemos salvar al mundo más seguido.
Con absoluta sinceridad: ver este film es simplemente ir a disfrutar por un rato de la dupla cómica que lograron conformar (más allá del director) Robert Downey Jr. y Jude Law. El resto es el demasiado trivial e inútil exhibicionismo fílmico del inane Guy Ritchie. Alguien a quien habría que explicarle que lo efectivo de un disparo es su instantaneidad, no que se lo vea en pantalla del cañón al blanco destrozado en cámara lenta. Repetimos: ellos son divertidos. Lo demás, no.
Holmes recargado Holmes pugilista, Holmes toxicómano, Holmes maestro del camuflaje y del disfraz; la nueva, adictiva y sobregirada saga retomó ciertas características que podían verse de a ratos en las obras originales de Arthur Conan Doyle y las potenció, convirtiendo al detective en un sobregirado y en un maníaco, en un temerario que se inmiscuye alegremente en el bajo hampa londinense, pasando desapercibido. Holmes como catástrofe natural, como bólido que se abre camino a puñetazos entre la mugre y el caos, con espíritu lúdico e implacable poder de deducción. Robert Downey Jr. y Jude Law se convirtieron en piezas perfectas e insustituibles gracias a su expresividad y su inagotable carisma, y el gran Guy Ritchie (Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch, Rocknrolla), a diferencia de muchos directores llamados a filas por la gran industria, calzó perfectamente en la franquicia, logrando acoplar su universo cinematográfico personal al nuevo emprendimiento. De esta manera en esta secuela abundan los matones feos, hay juegos de azar, peleas callejeras, gitanos, explota el humor a lo Capra y los diálogos a lo Tarantino, el montaje rápido y los juegos temporales; elementos que estuvieron siempre presentes en la obra de Ritchie. La fórmula de éxito se repite: se enfatizan los indicios homoeróticos entre Watson y Holmes, con efecto humorístico impagable, se sobregira aún más la trama (pero dando tiempo al respiro y la distensión), se dispara aún más el dinamismo desatado (aunque ubicando con claridad personajes y situaciones en los espacios de acción), se redoblan las situaciones enigmáticas resueltas fugazmente por el protagonista (pero de forma en que el perder un detalle no afecta al entendimiento general de la trama). Hay secundarios notables: Jared Harris logra un Dr. Moriarty lo suficientemente desagradable, Stephen Fry es un hermano de Holmes tan excéntrico como él y, por sobre todos, Naomi Rapace interpreta a una vidente que acompaña las aventuras de la dupla casi por casualidad, conformando, con su erguida presencia y un semblante que sugiere una inteligencia distinta y silenciosa, otra pata a un núcleo que no podía resultar más atractivo. El guión de la anterior película tenía algunos huecos y algún notorio anacronismo. Aquí esto parece mucho más cuidado, hay mayor esmero en la escritura, se confía en la inteligencia del espectador y en su capacidad para comprender los dobles sentidos e ironías, y hasta se permite reflexiones de Holmes que pueden sonar pretenciosas pero que no dejan de ser inteligentes y profundas, como cuando le dice a Watson, en referencia al matrimonio, que prefiere morir solo a vivir en un perpetuo purgatorio, o cierta referencia a la fabricación masiva de armas y a asegurarse una demanda. Hay algún punto que puede sonar a disparate total, -como que Sherlock se deje torturar para poder sacar así ventajas de su enemigo- pero en fin, de eso se trata, de un dislate absoluto; uno que está muy bien concebido y que, además, tiene muchísima gracia.
Ritchie Rock & Roll Sherlock Holmes 2 marca la vuelta del investigador más famoso de la literatura consolidando la franquicia del famoso director, ex de Madonna, Guy Ritchie. La película es un claro ejemplo de una buena mezcla de aspectos técnicos, trama y el irrefutable carisma de Robert Downey Jr que tira para arriba cualquier producto que se centre en un antiheroe picarón y con toda la onda. El mecanismo de la historia no ha cambiado mucho, poniendo en pantalla al dúo dinámico conformado por Holmes y Watson (Downey Jr. y Law) que deben luchar contra las fuerzas del mal, esta vez encarnadas por el Dr. Moriarty (Jared Harris). La película tiene esa dinámica bizarra y compulsiva de Ritchie, que tiene un sello claro y lo identifica en todas sus producciones. Hay mucho Rock & Roll cinematográfico, situaciones cómicas y de buena acción, justamente lo que estaban esperando los fans de esta nueva franquicia. Los más conservadores ya se habrán enojado bastante con la 1ra entrega, asique mejor no entrar en ese juego. Si te gusta la visión que Ritchie tiene del cine vas a disfrutar muchísimo esta peli. Tiene acidez, ritmo convulsivo, esa mezcla de cuadros cinéfilos que tanto le gustan el director (cámaras lentas, cámaras rápidas), mucho carisma y acción de la buena. Creo que el mayor acierto fue convocar a Downey Jr como protagonista y a un segundo de gran calidad como es Jude Law. La dupla podría ir rumbo a convertirse en un clásico de la gran pantalla, de esos que son recordados muchos años después de la desaparición del producto franquiciado. Los actores de reparto como Jared Harris, Rachel McAdams y sobre todo Stephen Fry están magníficos completando una historia que es mucho más sólida y entretenida que su predecesora. Muy recomendable para estas vacaciones de verano que se viene bien cargado de grandes producciones. Si querés escapar a la orda de films dramáticos candidatos al Oscar, "Sherlock Holmes: Juego de Sombras" tiene muy buen ritmo y de seguro te mantendrá interesado durante todo su metraje.
Quien hubiera apostado por una franquicia como la de Sherlock Holmes? Quien podria haberla hecho tan interesante y entretenida?. Solo Guy Ritchie y Robert Downey Jr. que sin dudas tiene una presencia en pantalla que pocos actores actuales la tienen. La nueva entrega de la franquicia es mucho mas entretenida que su predecesora, pero falla en un aspecto fundamental: el villano. Esta vez seguiremos a Holmes y Watson, tras los pasos del profesor James Moriarty (conocido archienemigo del detective londinense) quien esta detrás de una serie de ataques terroristas que tienen a Europa al borde de la guerra. La película nos sienta frente a este conflicto y no demora en presentarnos a Moriarty, quien sale de entre las sombras, quizás, demasiado rápido. Pero hay un problema de interpretación del villano? no. Jarred Harris lo lleva adelante muy bien, el problema es argumental, y es que siendo que Moriarty es el equivalente a Holmes, pero malévolo, uno espera que la batalla de intelectos sea todavía mas imponente y complicada. Sin embargo todo se soluciona de una manera muy simple y quizás un poco abrupta, y las confrontaciones entre los dos son esporádicas y le falta esa chispa, que si tienen Holmes y Watson. La película es vertiginosa al mango, muchísimas escenas de acción, genialmente logradas por Ritchie, que se cansa de demostrar el manejo que tiene de los climas y lo tiempista que es para mechar la acción. Durante los 129 minutos, Ritchie nos deja escenas geniales como la del tren, y el escape en el bosque que da ganas de pararse y aplaudir. Pero ahi es donde esta la debilidad de la película, no se por que no hay esa intensidad de escenas cuando Moriarty y Holmes chocan. Si hablamos de actuación Downey Jr. y Jude Law están increíbles, y entre los dos hay una química espectacular que se come totalmente la película, nos da momentos muy graciosos y nos hace querer a la dupla. Esta vez la chica de la película, es interpretada por Noomi Rapace (quien es la chica del dragón tatuado en la versión Finlandesa), la cual se desenvuelve muy bien en su papel, pero queda un poco relegada. A destacar la actuacion de Stephen Fry, que interpreta a Mycroft Holmes, el hermano de Sherlock. Para resumir, “Sherlock Holmes 2: Juego de Sombras” es una película sólida, entretenida pero que quizás nos deje con ganas de un poco mas en cuanto a la confrontación tan esperada y que había sido establecida en la primera entrega, con el poderoso Profesor Moriarty. De todas maneras , sin dudas , es uno de los estrenos de la semana, y ya queremos la 3.
Si decimos que es tan intensa, más espectacular y con un mejor enemigo que la primera, le hacemos justicia. La mente perversa, brillante, malvada de Moriarty es perfecta para las cualidades del detective. Juntos y enfrentados brillan. El duelo entre Robert Downey Jr, más histrión, con disfraces increíbles, tiene en Jared Harris el oponente a su medida. Brillan Noomi Rapace y Jude Law junto a un elenco impecable. Diversión de marca mayor
Filmes como Sherlock Holmes: Juego de Sombras dejan un extraño sabor en la boca. Es una película con montones de problemas pero con una avalancha de aciertos, los cuales terminan por ganar por peso en la balanza. Hay excesos y redundancias, y da la impresión de que el filme precisaba pasar otra vez por el cuarto de edición para un tijeretazo extra, uno que le podara media hora de duración. Aún así, con todos sus defectos, es un espectáculo entretenido aunque no tan satisfactorio como la Sherlock Holmes original. Es posible que parte de los problemas se deban a la llegada de una dupla nueva de guionistas (responsables de Paper Man), los cuales parecen carentes de seguridad y feeling por el material. Los Mulroney (Michele y Kieran) dan vueltas y vueltas durante los primeros 40 minutos, como si no se atrevieran a meterse en la cancha. Así que, durante ese tiempo, vemos mucha cháchara y mucho chiste interno, muy poca acción y, lo que es peor, cero avance de la historia. Es posible que el problema pase porque, cuando la trama se devela, resulta ser muchisima más simple de lo que parece, amén de que arrancamos con la mitad del acertijo resuelto. En los 10 minutos iniciales sabemos que Holmes tiene entre ceja y ceja a Moriarty, y lo único que falta saber es cuál va a ser el siguiente paso del villano. Después de mucha sanata de relleno llegamos a Francia, en donde el filme realmente despega. En el medio hay guiños de todo tipo para los fans, en especial con la inclusión de Mycroft - el hermano de Holmes - y un par de gags sobre la inminente boda de Watson. Entra Noomi Rapace en escena - en un enganche que tampoco se entiende demasiado; ¿el hermano (que trabaja con Moriarty) le manda pistas para que lo encuentren? - y las cosas se condimentan un poco. Y si la historia venía patinando por falta de foco, al menos Guy Richie sigue demostrando que es un virtuoso con la cámara en movimiento: las secuencias de acción van de lo excitante a lo fabuloso, llegando al paroxismo con un tiroteo salvaje - que involucra obuses, morteros y cañones - el que transcurre en medio de un nutrido bosque nevado que termina convertido en una montaña de astillas para escarbadientes. Sin ser un especialista en la materia, da la impresión de que Sherlock Holmes: Juego de Sombras es más fiel a la mitología del personaje que el filme previo. Además de Mycroft y otros guiños, hay un final cantado que proviene de la última novela de Doyle. Si bien el lugar geográfico difiere del que figura en el libro, el resultado es similar, y es un enorme golpe de efecto para el espectador desprevenido. Sherlock Holmes: Juego de Sombras es un buen filme, pero uno muy dispar. Precisaba varios recortes. Pero, por otro lado, hace cosas tan maravillosas que uno le perdona la vida: la reconstrucción de época es impecable, el casting es fantástico - en especial Jared Harris, que compone a una amenaza tan inteligente y brillante como el mismo Holmes; y el delicioso Stephen Fry en un par de escenas hechas con gusto; y la única que desentona por opacidad es la sensación sueca Noomi Rapace, que no destila nada del exotismo que requiere su personaje, y que solo parece una enana cabezona con una peluca enorme -, y la acción es fabulosa. ¿La trama?. Mmm..., está bien y punto. Quien haya visto La Liga Extraordinaria anticipará la verdad del enigma a la legua. Por lo demás, se trata simplemente de un producto potable con envoltura de lujo, al cual le falta enfoque y mucho mas brillo intelectual para ser llamada "una adaptación digna" de Sherlock Holmes.
Robert Downey Jr. y Jude Law regresan a la gran pantalla como el astuto (aunque medio desquiciado) detective Sherlock Holmes y su fiel e inseparable ayudante el Dr. Watson para protagonizar una nueva aventura en la que intentarán poner fin a los maléficos planes del malvado e ingenioso Profesor James Moriarty (Jared Harris). Esta segunda entrega, dirigida al igual que su antecesora por Guy Ritchie, "Sherlock Holmes: Juego de Sombras" comienza con una serie de misteriosos crímenes (aparentemente sin relación entre ellos) y unos bombardeos llevados a cabo en Estrasburgo y Viena que ponen a toda Europa, y quizás al mundo entero al borde de una crisis a gran escala como nunca se había visto hasta la fecha. Nadie logra conectar los puntos como el gran Sherlock Holmes, quien está absolutamente convencido que detrás de todo este caos se encuentra la más grande mente criminal de todos los tiempos: el mismísmo Moriarty. Decidido a truncar los planes del siniestro profesor, Holmes se embarca en un agotador viaje desde Londres, pasando por Francia, Alemania y finalmente Suiza, arrastrando consigo a Watson, quien debería estar disfrutando de su luna de miel en vez de involucrarse en esta nueva misión. Impecables actuaciones de todo el elenco, excelente musicalización de Hans Zimmer, comedia y mucha acción. Todo ésto, sumado a lo que para mí es un gran efecto narrativo, como lo es el mostrarnos en cámara lenta lo que pasa por la mente del detective para luego ver lo que efectivamente va a suceder, hacen de esta secuela una gran película para disfrutarla de principio a fin. Completan el reparto la actriz sueca Noomi Rapace ("The Girl with the Dragon Tattoo") como la gitana Simza y Stephen Fry ("V for Vendetta") como el excéntrico hermano de Sherlock. De la primera entrega regresan, con unos papeles más pequeños, Rachel McAdams como Irene Adler, Kelly Reilly como la esposa de Watson, Eddie Marsan como el inspector Lestrade y Geraldine James como la atormentada ama de llaves de Holmes.
Elemental Watson! Esa era la respuesta a una secuela de Sherlock Holmes. Según Guy Ritchie y Downey Jr, hicieron la primera para tener la posibilidad de realizar esta secuela. Aquí tenemos de vuelta a nuestro querido Robert Downey Jr intentando copiar el acento inglés de Jude Law, y encarnando al inteligente y sagaz detective. En “a game of shadows”, Sherlock se ve inmerso en una red conspirativa donde su investigación lo conduce a un misterioso personaje: el profesor James Moriarty (interpretado por Jared Harris). A partir de ese momento y con la renegada ayuda de Watson (Jude Law), Holmes intentará descubrir los macabros planes de Moriarty quien se convierte en un digno rival del detective cuando demuestre que no sólo es tan inteligente como Sherlock, sino que puede estar un paso más adelante. Digamos que las actuaciones me gustaron y están bien. La pareja de Robert Downey Jr y Jude Law continúa funcionando con una química muy buena. Robert Downey Jr, interpretando a un personaje inteligente, pero a la vez descuidado y algo narcicista está genial; pero nuevamente me viene a la cabeza la pregunta: está actuando? o sólo vemos una replica de su forma de ser en pantalla? (lo mismo que sucedió con IRONMAN). El nuevo maloso, James Moriarty, nos da la impresión de alguien omnipotente que no cree que puede derrotar a Holmes y salirse con la suya, él lo sabe. Esta es la interpretación de Jared Harris (que lo vimos en Resident Evil 2), muy buena y excelente en los momentos que se cruza con Downey Jr. Jude Law como siempre impecable como Watson. La puesta en escena es realmente impresionante, los efectos especiales con influencia del ya trillado “bullet time” y “cámara lenta” funcionan a la perfección en el contexto de la historia. Por momento, me dio la impresión que en algún punto se planteó la posibilidad de hacerla en 3D pero finalmente fueron por el clásico 2D (por ejemplo en la parte donde escapan de la fabrica de armas por el bosque y reciben multiples disparos). En resumen, es una buena película, no me pareció mejor que su primera entrega. Creo que estuvo a la misma altura. Tampoco me pareció una excelente película como leí en otras críticas. Digamos que me gusto y hasta le daría 4 de no ser porque por momentos la película se vuelve algo lenta y los momentos donde Holmes “precognitivamente” piensa los próximos movimientos, en ocasiones, son dificiles de seguir (ejemplo la escena en el tren). Definitivamente, vale la pena ir a verla al cine.