La soberbia culinaria. El cine una y otra vez nos regala historias de crisis y reconstrucción personal que hacen honor a la esencia manipuladora del medio y a ese encanto inclaudicable relacionado con ser testigos de un relato que por lo general no tiene muchos puntos en común con el mundo circundante, lo que por supuesto no implica que -incluso así- no estemos dispuestos a extrapolar algún que otro “detalle” del film en cuestión a través de los engranajes de la memoria emotiva y la identificación. La interpretación hollywoodense de esta fórmula símil ave fénix suele concentrarse en el campo familiar (se desata un popurrí de calamidades entre los parientes cercanos del protagonista) para volar de inmediato hacia el desequilibrio y los cambios individuales de turno (así vemos desfilar tópicos tradicionales de este tipo de propuestas como el comportamiento compulsivo, el resquemor y la superación escalonada). Una de las grandes cuentas pendientes dentro del mainstream es la dimensión laboral, un terreno que se pasa por alto en los guiones o no se lo analiza con el empeño dramático del que gozan los resortes fraternales, románticos, filiales, paternales, etc. Se podría decir que Una Buena Receta (Burnt, 2015) no sólo viene a compensar este déficit de nuestros días, sino que además cumple la misma función que Chef (2014) había desempeñado hace no tanto tiempo: reemplazando el pulso de comedia y la estructura vinculada a las road movies -características principales de aquel opus de Jon Favreau- por un tono más trágico y una espiral narrativa que mezcla la vuelta de un exilio autoimpuesto con los celos profesionales, esta nueva película de John Wells ofrece una versión arrogante y pomposa del mundo de la “alta cocina”, restituyendo el lugar que el trabajo tiene en el apuntalamiento de la identidad. Hoy es Adam Jones (Bradley Cooper) el diletante de los manjares más exclusivos, un señor que debido a sus adicciones y su perfeccionismo maniático destruyó su carrera como chef en París, circunstancia que derivó en un viaje a New Orleans y una expiación personal bastante curiosa, centrada en pelar un millón de ostras. Cumplida la condena, Adam vuela a Londres donde comienza a mover sus contactos y efectivamente consigue montar un nuevo restaurant con dinero de Tony (Daniel Brühl), un antiguo correligionario de su “período francés”, y un plantel encabezado por Helene (Sienna Miller), una colega y madre soltera. La soberbia de Jones constantemente lo impulsa a maltratar a todos los que no llegan al elevadísimo estándar que traza para sí mismo, el cual está direccionado hacia la obtención de su tercera “estrella Michelin”, galardón de una afamada guía de restaurantes y hoteles. Aquí el realizador Wells, quien viene del drama coral Agosto (August: Osage County, 2013), y el guionista Steven Knight, también director de la interesante Locke (2013), llevan adelante un relato previsible aunque correcto que saca partido -desde la efusividad y la inteligencia- de temas poco examinados por el cine contemporáneo como la convivencia laboral, las guerras del gremio, el fantasma de los mentores, las estrategias para sobrellevar la presión, el miedo al fracaso, el rol de la prensa, la viabilidad de los proyectos a mediano plazo, etc. Cooper está a la altura del desafío y no desentona ante sus compañeros Brühl y Miller, dentro de un gran elenco que incluye participaciones de Emma Thompson, Uma Thurman y Alicia Vikander. Más allá de los clichés en el desarrollo, la obra constituye un retrato ameno del círculo vicioso del dolor, la pedantería y el fetiche de tercerizar culpas…
Una película donde lo único atractivo son las espectaculares presentaciones de los platos, que tampoco son novedosas en este tipo de películas. Es bastante densa y lenta por momentos, además de previsible y trillada, pero a veces...
Bradley Cooper le pone la cara a un talentoso chef en Una Buena Receta, otro intento de subirse a lo cool que es ser cocinero ahora. Redención en la cocina Adam Jones era un chef estrella, un rockstar; pero debido a sus adicciones a casi todo, tiro por tierra su carrera como Maestro Chef. Ahora tras unos años de rehabilitación y mantenerse sobrio, decide volver al ruedo contando con la confianza de su antiguo padrino profesional, y reuniendo un equipo nuevo, pero a veces la meta a la felicidad no es solo triunfar. Muchos ingredientes no hacen una buena comida Una Buena Receta es una película de redención en el mundo de la cocina; podría haber salido algo bueno teniendo en cuenta la apertura culinaria que se está dando en los últimos años, y que siempre estas historias dan buenos resultados, mas aun cuando se tiene a un protagonista carismático y un elenco con buenos actores. Pero no, seguramente un pancho en la estación nos va a dejar mejor gusto en la boca que esto. Por un lado no se entiende bien que es lo que se quiere contar en Una Buena Receta, Adam (Bradley Cooper) parece que sólo dejó las drogas porque en el resto, su personalidad, sigue siendo la de un engreído y totalitarista en la cocina (aunque hay que serlo). El resto de los personajes tampoco tienen demasiada construcción, Sienna Miller en un look que no le queda demasiado bien está desperdiciada como “la minita” de la película, con el cliché de ser madre soltera y necesitar el trabajo. Y así podría ir recitando uno por uno los roles y repetirme en cada uno de ellos diciendo lo mismo. Peor aún es, cuando con personajes tan planos, los actores los interpretan en piloto automático sin intentar darles un mínimo de personalidad. Nunca se ve un espíritu de auto superación en el film, ni se aprovecha el mundo en el que se mueven los personajes, como sí pasaba en Chef, esa entretenida peli dirigida, escrita y protagonizada por Jon Favreu, donde no solo los personajes tenían una meta, sino que la exhibición de comida que se hacía casi rozaba lo pornográfico (¿Quien no se quedo con ganas de probar alguno de esos platos?). Entonces la gran pregunta que se nos plantea es: ¿Qué quería contar realmente Steven Knight en su guion?. Nunca lo sabremos, pero por su trama tan floja se desperdicio un film que tenía un enorme potencial para ser una entretenida comedia. Conclusión Una Buena Receta es un claro ejemplo que teniendo buenos actores y un submundo de moda y siempre interesante de ver; no se hace una buena película si no se sabe administrar bien los recursos. Casi una metáfora con la cocina misma, donde a veces lo más simple es lo más rico y que les gusta a todos.
Se hizo puré, Chef Bradley Cooper protagoniza este culinario drama que, como receta –no buena precisamente- repite lugares comunes y estereotipos sin preocuparse siquiera por servirlos de manera elegante. Un desfile de platos exóticos que despiertan el gusto gourmet mezclado de cursilería y una historia de redención ollas adentro. Primero lo primero: un drama agridulce, Bradley Cooper se pasa de hervor, secuencias empalagosas, historia desabrida, para paladares exquisitos, muchos ingredientes no hacen un buen plato, peor gusto que un pancho con dentífrico. Una historia de venganza que se consume despacio como plato frío y muchas otras metáforas obvias que no hacen a la cuestión. Lo cierto es que Una buena receta -2015- cansa, no sorprende a pesar del esmero en insertar el placer culinario en el público, tan en boga, porque el personaje de Bradley Cooper no logra empatía alguna. Su nivel de arrogancia es mayor al de la redención propia de todo film conducido por los andariveles del lugar común, que toma prestado al comienzo la estructura de film deportivo para hacer de la competencia ese plus sano que requiere el reclutamiento de un dream-team. Obviamente, la excentricidad del protagonista Adam Jones –Cooper-, quien en una de sus tantas frases cursis explica a su interés amoroso, Helene -Sienna Miller-, que su meta es lograr orgasmos en los comensales cuando degusten sus platos y no simplemente que la gente concurra a su restaurant en Londres a comer, arrastra un pasado de excesos previo paso por las grandes ligas de París, que lo alejaron de las elites gastronómicas por sus adicciones y malas amistades. En plan de regreso y expiación esta vez para ganar la tercera “estrella Michelin”, algo así como el premio Nobel de la cocina, transita por su camino revolucionario, llevando al extremo la exigencia a su personal, el maltrato –otra vez- y la consabida recaída cuando las cosas no salen como se lo propone. Si solamente el público se deja llevar por el desfile de colores, presentaciones de platos y los preparados a la velocidad de la luz, tal vez soporte con mayor predisposición este drama pasado de cocción, que puede darse la mano con Le Chef -2012-, aquella simpática comedia con el francés Jean Reno, donde también pululaban platos atractivos, aunque con cierto discurso crítico a las nuevas tendencias y al esnobismo en defensa de la tradición culinaria francesa, o la más cercana roadmovie fast food de Jon Favreau, Chef: la receta de la felicidad -2014-, sin perder de vista, claro está, Sin reservas -2007- en cuanto al elemento romántico de turno en el contexto del mundo chef.
Bradley Cooper se pone en la piel de Adam Jones, un Chef perfeccionista con un pasado del cual se arrepiente porque provocó que todo lo que había construído se destruyera. Si no tenés idea cómo es el mundo de la cocina de un restaurante y creías que en Master Chef exageraban, acá te confirman lo que creías. Todos los Chefs son egocéntricos, violentos y necesitan de la perfección. O eso es por lo menos lo que ellos nos venden.
Volver a empezar (en la cocina) Una buena receta (Burnt, 2015) deambula en estereotipos y lugares comunes del género que se enfoca en la cocina como posibilidad narrativa, tal como Un viaje de diez metros (The Hundred-Foot Journey, 2014) habla del esfuerzo y la pasión como motores para el cambio y la superación personal, por mencionar otro film similar. Pero acá la apuesta se redobla, al incorporar en la trama temas como las adicciones, punto determinante para que el protagonista asuma su regreso. Adam (Bradley Cooper) está de regreso. Tras haberse retirado de manera intempestiva del mundo de la alta cocina, querrá recuperar -como un desafío personal- el espacio que hace tiempo tenía con nombre de peso. Sucede que el largo tendedero de desastres que dejó tras su huida (engaños, traiciones, deudas, etc.) le hará dificultosa la tarea. El primer encontronazo lo tendrá con Tony (el siempre efectivo Daniel Brühl), un ex compañero de restaurante que ahora regentea el hotel de su padre y quien intenta persuadirlo para contratarlo como el chef del lugar. El director John Wells se introduce en la cocina del restaurante y por momentos nos permite alimentarnos de la vorágine y la dinámica que hay detrás. Mientras como comensales sólo asistimos al producto terminado en un plato, el film se esfuerza por mostrarnos el cómo se vive el antes y durante de una preparación previa a la mesa. En tiempos en los que los programas de TV enfocados en la búsqueda de creadores culinarios está en auge, Una buena receta se plantea como la antítesis de estos, narrando de manera digresiva por momentos, y privilegiando la creación psicológica de los protagonistas para luego hacer una exacta combinación de todos los “ingredientes” (puesta, ritmo, actuación, etc.) que terminan por consolidar su propuesta (atentos a su relación con la chef). Bradley Cooper se separa de papeles anteriores dotándo a Adam de una ingenuidad inusual que permite generar empatía con él y con su devenir: el de un hombre sólo que intenta demostrarse a sí mismo que aún está de pie y con las herramientas necesarias para salir adelante, a pesar de todo.
Para hablar de Una buena receta conviene de entrada aclarar algo en defensa de este oficio de mirar películas y opinar sobre ellas: quienes alguna vez se sintieron ofendidos por una crítica cinematográfica quizás desconozcan la implacabilidad en sus juicios y la influencia que profesa crítica gastronómica. Si no, que lo diga el chef Adam Jones, protagonista del film, cuando le pregunta a una conocida reseñadora: "¿Cuántos restaurantes vas a cerrar hoy?" Justo él, que lo que más desea en el mundo es la tercera estrella (estándar de calidad en la crítica culinaria) que otorga la prestigiosa revista especializada Michelín. Adam (Bradley Cooper) viene de pasar una temporada en el infierno. Otrora celebridad, dirigía la cocina de un reconocido restaurante en París pero su adicción a las drogas lo llevó a abandonar este trabajo y terminar, degradado, en otro lugar inferior. Cuando Adam cree que ya cumplió su penitencia, se instala en Londres e intenta reclutar a su antiguo equipo para lanzar un nuevo restaurante en un lujoso hotel. Pero ubicar a sus ex compañeros no será fácil: uno está preso, otros quedaron resentidos con él por su carácter, y así. Finalmente, rearmará el team, al que se le sumará la bonita y eficiente Helene (Sienna Miller), de la que -claro- Adam acabará enamorándose. Una buena receta ahonda en el universo detrás de los mostradores y hace una crítica nada solapada al estatus que adquirieron algunos chefs (prohibido decirles "cocinero"). Adam es una de estas "estrellas": suele ser arrogante y caprichoso, y continuamente humilla a los suyos, pero, como dictan los cánones hollywoodenses, con el tiempo se humanizará. Cooper está bastante bien en ese papel, pero lo que no funciona en la película son algunas situaciones secundarias que aportan poco (la deuda por drogas, con su consiguiente paliza) o bien no están del todo desarrolladas (un presunto romance con la hija de su ex mentor). Como mérito adicional, hay que destacar el trabajo de la fotografía, cuyos planos detalle hacen ver suculentos a los platos y confirman eso de que la comida entra por los ojos.
Un plato difícil de comer Las historias de redención siempre tienen un tópico que la disparan pero el fin es el mismo: llevar a un personaje a la gloria perdida o vencer los demonios que le impiden a este enfrentarse a un desafío y superarlo. Esto se ha visto varias veces en el cine, sobre todo en películas deportivas. En el caso de Una buena receta (Burnt), la variante es que esta historia de sepultar los demonios personales se sitúa dentro del mundo de la gastronomía. Un reconocido chef llamado Adam Jones (Bradley Cooper) fue uno de los más importantes pero las adicciones y mal carácter lo llevaron a estar desaparecido por tres años. Su restaurant consiguió dos estrellas de la exclusiva guía Michelin que elige a los mejores y los clasifica siendo tres el máximo, ahora decide volver buscando el apoyo de Tony Belardi (Daniel Brühl), el manager del restaurante que Adam planea convertir en el mejor. También necesitará a los mejores en su cocina por lo que formará un equipo con Helene Sweeney (Sienna Miller) una notable sous chef con la que pasará del odio de la cocina a brindarle la estabilidad emocional que este necesita; Michel (Omar Sy) un gran conocido pero una serie de traiciones causaron un corte en la amistad que parecía no tener solución; y David (Sam Keeley), un joven que se está abriendo paso a fuerza de talento. También recibirá la ayuda de una terapeuta (Emma Thompson). Con ayuda de un buen montaje la comida es mostrada de manera irresistible pero no hace nada para llegar más allá de la experiencia visual, cae en todos los clichés que se han visto en estas películas de redención y se solventa en las actuaciones. Bradley Cooper no deslumbra pero tampoco es un desastre. La mejor de las actuaciones es la de Daniel Brühl, sus idas y vueltas con el protagonista son lo mejor de la película, además Emma Thompson con pocas intervenciones logra ser el sostén psicológico y ponerlo en su lugar. Quien merece algunos minutos más en pantalla es Simone Forth (Uma Thurman), un interesante personaje, crítica gastronómica de las más reconocidas, sus palabras hacen temer a cualquier restaurante. John Wells demuestra al igual que en su película anterior Agosto (August: Osage Country, 2013) que es capaz de dirigir un gran elenco multiestelar pero el guion de Steven Knight le deja algunos baches que no es capaz de sortear con éxito. Es inevitable comparar a Una buena receta con la genial Chef (Jon Favreau, 2014), y si bien ambas son comedias la primera es más oscura y no tiene ese desparpajo y calidez que tan bien caían en la del director de Iron Man (2008), además de que los personajes no generan empatía a pesar de ciertos momentos donde los quieren dotar de sentimentalismo.
Burnt en ingles significa quemado. Este adjetivo se aplica a la comida, y podemos asumir que el titulo de la película se refiere a eso, ya que se trata de un chef. Pero en realidad, asumo que se refiere a su protagonista, ya que otra acepción para Burnt es una persona que esta “quemada”, agotada por su trabajo, o lo que fuera. Destruido por el stress y que ha tocado fondo. Volviendo de esa situación encontramos a nuestro protagonista, Adam Jones (Bradley Copper), que vuelve a Londres para lograr uno de los máximos galardones que puede tener un chef: su tercera estrella Michelin. En su camino a lograrlo, rehace los vínculos con varias personas de su pasado, tratando de subsanar las cosas que hizo en la espiral descendiente que lo llevo a desaparecer luego de “quemarse”. La película, tiene algo muy atractivo, que deviene de la estructura de la épica deportiva. Si quitamos que se trata de comida, y tuviéramos que describir en una línea la trama, seria: “Un hombre, luchando para volver al mundo de (inserte profesión) y demostrar que es el mejor y al mismo tiempo redimirse”. Y eso es lo mas atractivo, sin importar cual sea la profesión, la lucha de una persona de extraordinario talento, luchando contra sus demonios, llegando a la cima, creciendo en el proceso, en un mundo con reglas que nos son extrañas pero de alguna manera lógicas. Un “loco” que convierte algo diario en arte, y se apasiona con cosas que parecen mundanas, hasta que pasan por sus manos y se transforman en otra cosa. Con un reparto sólido, que incluye a Sienna Miller, Omar Sy, Matthew Rhys y Daniel Brühl (todavía no entiendo porque eligieron a un actor alemán, para representar a una persona de origen latino, ya que a veces el acento parece francés), y sin golpes bajos ni sensiblerías innecesarias, Burnt es un gran entretenimiento.
El director John Wells (The company men, ER, Shameless) y Bradley Cooper se juntaron para traer una comedia ambientada en una cocina de Londres. Cooper interpreta al ambicioso chef Adam Jones, en la búsqueda por su tercera estrella Michelin. Adam Jones (Cooper) fue un famoso chef, poseedor de dos estrellas Michelin, que tuvo su momento de gloria en París hace unos años. Pero el abuso de drogas y su comportamiento obsesivo le impidieron continuar con su profesión, por lo que se exilió a Nueva Orleans a cumplir su auto-condena: abrir un millón de ostras. Luego de finalizar su castigo, Adam viaja a Londres con la ambición de abrir un nuevo restaurant y conseguir su tercera estrella Michelin. Para lograrlo, el protagonista tendrá que juntar a antiguos miembros de su equipo en París, como Michel (Omar Sy), Max (Ricardo Scamarcio) y el maître de hotel Tony (Daniel Brühl), y luchar con cualquier daño que él les haya ocasionado en su pasado de adicto, mientras hace chequeos semanales con la doctora Rosshilde (Emma Thompson). También recluta caras nuevas: su futuro aprendiz David (Sam Keeley) y la bella Helene (Sienna Miller), quien no sabe el talento que posee. Eso, y una serie más de clichés del género “comedia en la cocina”, componen Una buena receta: un ex compañero que resulta ser la competencia de Adam, algún enredo amoroso, muchos planos de comida perfectamente arreglada y tantos otros de platos rotos en escena. Pareciera que desde 1996 con Big Night, dirigida por Campbell Scott y Stanley Tucci, y durante gran parte de los 2000, la oferta “cinematogastronómica” solo ha crecido: Sin reservas (Scott Hicks, 2007), Julie & Julia (Nora Ephron, 2009), Chef (Jon Favreau, 2014), y tantas otras. Y ahí mismo está el problema de Una buena receta: el film parece un rejunte de todas estas, se estanca y no aporta nada nuevo. En cuanto a los ingredientes de la película, todos los actores están bien, correctos. Cooper como el sufrido Adam que debe luchar con los demonios de su pasado funciona, tal vez un poco abusivo del celeste seductor de sus ojos. Miller, quien encarna a una madre soltera que debe esforzarse el doble por todo, no se muestra nada impresionante, e incluso tiene un personaje que podría haberse aprovechado mejor, pero que cae en los vicios típicos del género. Una buena receta es eso: buena, y entretiene por un rato. Ni una pizca más de sal, ni una menos de pimienta: no arriesga, no gana, y el resultado final es un plato que ya se probó demasiadas veces.
Un drama gastronómico que no estimula demasiado el apetito i“Dulce y salado, como la vida misma”, reza el afiche promocional de Una buena receta. Que la frase se ubique justo debajo de la imagen de un Bradley Cooper en pose Luis Majul –mirada fija a cámara, brazos cruzados, rostro de circunstancia, serio a la vez que desafiante– invita a suponer que en la rutina del chef que aquí le toca en suerte no hay azúcar ni sal; más bien vinagre. Los primeros minutos validan el carácter apesadumbrado de su personaje, el otrora reputado Adam Jones, mostrándolo en pleno exilio en Nueva Orleáns, a donde partió con la idea de purgar las culpas de sus adicciones y perfeccionismo pelando un millón de ostras. El cumplimiento de la condena autoimpuesta conllevará el inicio de un segundo desafío personal: recuperar el prestigio perdido en Europa.La premisa de regreso a los orígenes y reencuentro consigo mismo resultará familiar. Sin ir más lejos, hace poco más de un año se estrenó Chef, cuyo arco narrativo punteaba algunos acordes similares al de Una buena receta. La diferencia, como en toda buena comida, está en la calidad de los ingredientes y la sabiduría a la hora de mezclarlos: si el realizador Jon Favreau –el mismo de Iron Man y la inminente versión live action de El libro de la selva– utilizaba la gastronomía como sutil metáfora de la industria cinematográfica, John Wells (director del drama coral Agosto) elige limitarse a cocinar la enésima versión de un recorrido con ínfulas expiatorias y la búsqueda del éxito personal y laboral como norte innegociable.Los problemas para Adam comienzan ni bien pise el Viejo Continente. Allí las cosas no quedaron del todo bien con ex socios y colegas aún dolidos por su tendencia a los berrinches y excesos, quienes rechazan de plano su regreso aparentemente consagratorio. Lo mismo ocurre con la crítica gastronómica Simone Forth, uno de los dos personajes (el otro es el de la psicóloga de Emma Thompson) incrustados en la trama menos por necesidades dramáticas que por la oportunidad de incluir en el elenco a una figura como Uma Thurman. Una serie de vueltas de guión le volverán a abrir las puertas del restaurante a cargo de Tony (el alemán de origen español Daniel Brühl), permitiéndole también reunir a gran parte de sus viejos conocidos para, ahora sí, ir su tercera y anhelada tercera estrella Michelin.El guión de Michael Kalesniko y Steven Knight propone paralelismos entre la vida y la gastronomía con evidencia y sin sutileza, convirtiendo la dinámica culinaria en un espejo de las tensiones entre los personajes. En ese sentido, el extraño mérito del film es el de hacer del arte del cuchillo una competencia tortuosa y de quienes la practican, una galería de hombres y mujeres al borde del desquicio, disociando el placer de la ingesta del de la cocina. Wells, entonces, filma la comida sin regodeo, con frialdad y distancia, como si supiera que ella es, al menos en este caso, apenas una herramienta, convirtiendo al film en un drama gastronómico que no estimula el apetito.
El nuevo mundo del cine: la cocina Siguen y siguen llegando películas sobre el mundo de los cocineros, prácticamente ya son un subgénero y todo hace suponer que se seguirán produciendo en tanto la alta cuisine siga siendo una obsesión para millones de personas. Ahora bien, hay diferencias entre el descarado oportunismo de El chef con Jean Reno revoleando cuchillos y la incursión cuasi independiente en el tema de Jon Favreau que en Chef, la receta de la felicidad se despachó con una simpática comedia dramática y ni hablar del rigor de un documental como El Bulli: Cooking in Progress. Esta introducción es para dar cuenta que la relativamente la moda tiene un amplio espectro, tanto, que hasta abarca la animación de Ratatouille o incluso un híbrido como Una buena receta, algo así como vida y obra de Adam (Bradley Cooper), una estrella del mundillo de las hornallas que debido a los excesos tiró su carrera a la basura . John Wells (Agosto, The Company Men) construye un relato con los mismos elementos que se aplican a biopics sobre estrellas de rock, boxeadores o tiburones de Wall Street, pero omite la parte del reviente, es decir, Adam de drogó, se acostó con demasiadas chicas y se jugó todo en París -dónde sino en La Meca de los cocineros- y ahora, limpito y con hambre de gloria, pelea por volver a las grandes ligas para ganar su tercera estrella de la Guía Michelin, la cucarda que ambicionan todos los cocineros de alta gama. Esta apuesta de manual en donde, cómo no, hay un regodeo sobre platos exquisitos y desplantes de Adam en tanto genio que no tolera la mediocridad de sus pares, se agota rápidamente y entonces se bifurca en varias subtramas que van desde los demonios que arrastra desde la infancia –por ahí anda Emma Thompson como psicoanalista cancherísima–, una historia de amor con Helene (Sienna Miller bastante desaprovechada), narcos franceses que reclaman una deuda, una compañera de las viejas buenas épocas, y claro, el pasado que va a volver para cobrarse todas las agachadas, traiciones y malas prácticas. El resultado es una película que concentra sus esfuerzos en retratar a un personaje complejo, pero ese perfil nunca termina de completarse y entonces, el relato termina siendo una acumulación de situaciones y acciones sin un hilo conductor definido. Eso sí, casi todo pasa en una cocina.
A la cocina, en busca de redención No hace falta que la película lo recuerde a cada rato: alguna vez Adam Jones formó parte del círculo privilegiadísimo de los chefs estrella en París, hasta que él mismo se encargó de sacarse de encima tanta gloria empujado por un ego inconmensurable, por un carácter endiablado que se manifestaba a razón de un estallido de furia cada cinco minutos y, claro, también por el consumo de alcohol, drogas y otros entretenimientos similares. Ahora, después de un curioso tratamiento a que él mismo se sometió y que se ilustra en el comienzo del film, dice que está listo para volver a la cocina y preparado para hacerse acreedor, esta vez sí, a la tercera estrella Michelin, es decir el Oscar de los cocineros, y ya se sabe que los jueces en este caso son mucho más exigentes y rigurosos que los miembros de la Academia. Claro que basta verlo desempeñarse un rato en ese hervidero de nervios, vértigo y gritos al que llaman cocina y que el director John Wells describe como si se hiciera necesaria la velocidad de un thriller, es fácil sospechar que Jones puede haberse liberado de algunas adicciones y haberse calmado a fuerza de pelar ostras, pero en el fondo sigue siendo dominado por el ego y el temperamento, y que no habrá que esperar mucho para que un nuevo estallido termine con toda la vajilla hecha trizas, aunque las razones que lo conduzcan a esa ira nunca queden del todo claras. No es el único enigma que deja Una buena receta. Si se indaga un poco más se llegará a la conclusión de que no queda muy claro tampoco cuál fue el tema que el film se propuso desarrollar, aunque claro, el que vale presumir es el de la búsqueda de la redención, que ya casi se ha convertido en un género en sí mismo. Lo que sí está claro es que ni el guionista ni el director se preocuparon mucho por evitar lugares comunes y estereotipos, lo que hace más difícil todavía descifrar el porqué de tamaño elenco, que por supuesto basta echarle un vistazo, además de Cooper están Siena Miller, Daniel Bruhl, Uma Thurman, Emma Thompson, Omar Sy, Riccardo Scamarcio estaba preparado para asumir compromisos bastante más exigentes. En todo caso, lo que más llama la atención en un film de este carácter es que en los 100 minutos de proyección no asome ningún plato que resulte tentador para el espectador.
Publicada en edición impresa.
Una buena receta es, por un lado, una película interesante si es que te resulta atractivo la actividad culinaria de alto vuelo, pero también es una película un tanto vacía que cuenta con un gran elenco. La historia ya la hemos visto en otros contextos: hombre talentoso que había caído en desgracia vuelve para superarse y tratar de triunfar. El director John Wells viene de un gran trabajo como lo fue Agosto (2013) pero la mayor parte de su carrera la pasa dirigiendo televisión, y este estreno tiene algo de telefilm. No digo que un telefilm sea algo malo (porque hay muchos buenísimos) sino que uso el ejemplo para describir un formato. A esta película le falta escala. Bradley Cooper es un gran actor dependiendo con quien trabaje y aquí anda medio solitario tanto delante como detrás de cámara. Si bien Sienna Miller y Daniel Brühl hacen un buen laburo, sus personajes no llegan a ser lo suficientemente interesantes como para detenerse en ellos. Lo mismo con el resto del elenco, amén de los cameos de Emma Thompson, Uma Thurman y Alicia Vikander. Lo que si el film hace muy bien es mostrar el mundo de estos chefs de elite y sus cocinas. Emociona y sorprende. En definitiva, Una buena receta es una película que se deja ver y se puede pasar un buen rato si uno no se pone muy exigente.
Las grandes estrellas de hoy son los cocineros. Y en este caso uno que logró dos estrellas Michelin, enloqueció, y regresa por la tercera. El mundo gastronómico de primer nivel, con divismos y creatividad, venganzas terribles, injusticias, maltratos y amores. Bien realizada
Con gusto a poco Otra película gastronómica con los ingredientes ya un poco rancios. Decididamente, el tema del destino de los chefs y su comida se ha impuesto en el cine. Reflejo de una tendencia de la vida cotidiana, de una nueva forma de consumo, de una nueva concepción de la cocina en el mundo occidental. John Wells, el director de Agosto, suma un nuevo título a una larga lista que en los últimos años ha aumentado significativamente. Desde La gran comilona (Marco Ferreri, 1973) y La fiesta de Babette (Gabriel Axel, 1987), que mostraron el poder de la comida y maravillosos platos en pantalla, el auge por la cocina gourmet llegó acompañado por títulos como Chef, La cocina del presidente, Amor a la carta, entre muchos más. Baste decir que festivales como los de Berlín y San Sebastián tienen una sección dedicada al cine gastronómico… Los títulos merecen un análisis, proponen un tema, que las distribuidoras a veces no respetan. El chef protagonista de este film no trae una buena receta sino que está burnt, es decir, quemado. El abuso de drogas, alcohol y mujeres le cortó el camino en una carrera ascendente en París, donde trabajaba junto a un gran chef, y había logrado dos estrellas Michelin. El mismo se impuso una penitencia, cumplida la cual llega a Londres en busca de su reivindicación profesional con la simbólica tercera estrella Michelin, máximo galardón para un chef. (También el protagonista de Un viaje de cien metros ansiaba esa codiciada tercera estrella.) El bonito Bradley Cooper ya es un actor todoterreno. Aquí protagoniza otra historia de superación personal tan cara a Hollywood, con una reivindicación final del trabajo en equipo, que ha formado con colegas de variado origen, interpretados por Omar Sy, Sienna Miller, Riccardo Scamarcio y Daniel Brühl como el sacrificado dueño del restorán. Emma Thompson y Uma Thurman tienen sus apariciones, soslayables. El problema del film es como el título local: constituye una receta armada con ingredientes precocidos, es decir, ya vistos en esa larga lista mencionada. Competencia entre colegas, un chef ególatra, neurótico y tirano, escenas de cocina exigente y frenética e innumerables primeros planos (bien logrados) de platos minimalistas exquisitamente decorados. Todo igualito a los varios canales de TV dedicados al gourmet, con mucho de diseño publicitario. Más el tópico caída/redención, egoísmo/solidaridad. Ni siquiera los ingredientes del subtema romántico llegan a amalgamar. Y eso es todo, no se le cae ninguna idea original, o que no repita los clichés del género. A mi juicio, Una buena receta no merece su tercera estrella
Poco más de un año después de Chef, llega otra película centrada en el regreso a los orígenes y el reencuentro consigo mismo de un otrora reputado cocinero. En Una buena receta, inexplicable traducción local del mucho más venenoso Burnt original, ese rol recae sobre las espaldas de Adam Jones (Bradley Cooper), quien decidió autoexiliarse en Nueva Orleans y pagar las culpas de su descontrol interno pelando un millón de ostras. Cumplida la condena, Jones volverá a Europa para recuperar el prestigio consiguiendo su tercera estrella Michelin. El problema es que allí las cosas no quedaron del todo bien con sus ex socios y colegas. La oportunidad llega cuando su ex amigo Tony (el alemán Daniel Brühl) se vea obligado a aceptarlo en las filas de su restaurante. Dirigida por John Wells, de amplia experiencia en televisión y con la adaptación de Agosto como antecedente más próximo, Una buena receta propondrá los paralelismos habituales de este tipo de films entre la vida y la gastronomía. Lo hace de forma evidente, haciendo de la cocina un escenario de disputa entre los personajes, hasta llegar a la esperable redención final. Es el postre de un film difícil de digerir.
"Una buena receta" es una peli que de seguro te va a dar hambre... mucha hambre. Las tomas de los platos son espectaculares, no tanto como la historia que es muy previsible pero que si uno se deja llevar la pasa bien. Bradley Cooper es Adam Jones, un chef que tiene un pasado tormentoso pero que decide volver a empezar, muy bien interpretado por el actor... en el camino se cruza con Sienna Miller, Daniel Bruhl, Emma Thompson, Uma Thurman y un elenco hermoso que vale la pena apreciar en esta peli dirigida por John Wells. Por momentos es comedia, por momentos drama... en síntesis, una historia un poco desbalanceada que no me disgustó, pero que no me volvió loco. ¿Queres comer con la mirada? Andá a ver "una buena receta" y después, a cenar.
La comedia de la semana es Una buena receta, en la que conocemos al chef Adam Jones, un profesional de la cocina que por culpa de su carácter y algunos problemas personales ha perdido su prestigio. Ahora dispuesto a todo por obtener el reconocimiento internacional, abre junto a su equipo un restaurante con la meta de conseguir las tres preciadas estrellas Michelin. Bradley Cooper encarna de taquito el papel de cocinero verborrágico, sarcástico y seductor, una interpretación con pocos matices, nada empática, acorde a una historia edulcorada, políticamente correcta, pequeña pero pretenciosa, que nunca logra generar interés. Es que todo aquí parece ser declamado, explicado por los intérpretes, un guión liviano plagado de "slogans" y lugares comunes. El arte culinario siempre ha sido atractivo a la hora de contar historias, hay vastos ejemplos en la historia del séptimo arte, algunos de ellos de enorme calidad y belleza; está claro que Una buena receta no pertenece a este grupo.
Nutritiva cual comida rápida El ascendente Bradley Cooper es un chef en busca de redención en esta poco lograda comedia dramática. La gastronomía está de moda. Irritantemente de moda. Los chefs ya son parte del star system, ahora existe algo llamado foodies, prendés la radio y hay alguien hablando de comida, prendés la tele y hay alguien cocinando, en los diarios leemos todas las semanas entrevistas a cocineros, sommeliers y demás militantes del rubro. Para todos aquellos que disfrutan de esta situación, son apasionados de MasterChef, y el canal Gourmet, Una buena receta quizá tenga algún atractivo. Los demás no encontrarán ninguna sustancia dentro de esas cacerolas relucientes y esos platos exóticos. Otra razón para verla es ser fan de Bradley Cooper (que también está de moda). Porque él carga todo el peso de la película sobre los hombros con su Adam Jones, ese chef rockero -aparentemente inspirado en Gordon Ramsay, entre otros- en busca de redención. En un pasado no muy lejano, Jones había alcanzado un alto nivel en la profesión y había sido bendecido con dos estrellas Michelin, pero parece que su leit motiv en aquellos años dorados era sexo, drogas y cocina, y se había excedido en las dos primeras partes de esa santísima trinidad personal (de ahí que el título original sea Burnt, quemado). La cuestión es que en algún momento tocó fondo, abandonó todas las adicciones y cumplió una penitencia personal. Y ahora está de vuelta, con la intención de conseguir su tercera estrella Michelin, al frente de la cocina del restaurante de un lujoso hotel de Londres. Pero los fantasmas del pasado acechan. Hay algo rescatable: de entrada, el protagonista está retratado sin concesiones. Respondiendo al mito de que los genios tienen un carácter complicado, este tipo es narcisista, egoísta, déspota, maltratador. En consecuencia, su territorio es una pesadilla para todos los que deben obedecerle, algo más parecido a un cuartel que a una cocina: una pintura bastante realista de algunas de las tantas asperezas de ese oficio hoy idealizado. Pero claro, un protagonista antipático es muy difícil de sostener, y entonces la cuestión se irá endulzando, tal como corresponde a este tipo de recetas. Como ocurre en literatura con la mayoría de los best sellers, la película es un dispositivo que funciona en cuanto al entretenimiento. John Wells (director de la versión cinematográfica de Agosto, productor ejecutivo de la serie Shameless) y sus guionistas saben qué botones ir apretando para mantener el interés. Pero hay una contradicción insalvable en su esencia: mientras en la pantalla vemos preparaciones gourmet, manjares que la mayoría jamás llegaremos siquiera a olfatear, el contenido de Una buena receta es tan nutritivo como una hamburguesa de McDonald’s.
Una receta no tan buena como promete el título Con el tiempo, esta película será material de referencia en los seminarios de management, para tratar cuestiones referidas al manejo del personal creativo, trato y maltrato de los subordinados, desarrollo motivacional, conciliación de intereses en pro de una meta común o al menos de una convivencia alrededor de la mesa, en fin, esas cosas. Pero aclarando siempre: el personaje protagónico es un ejemplo de lo que No hay que hacer. Dicho personaje, chef de alta escuela, es un energúmeno caído en desgracia que quiere redimirse alcanzando el triunfo a nivel profesional. Para el caso, debe alcanzar la mejor calificación de la famosa Guía Michelin. Lo logrará si el personal cumple debidamente, el gerente lo banca en todo, y los acreedores no le rompen la cara, cosa que más de uno desea. "No bueno ni excelente sino perfecto", exige a sus ayudantes. Y a quien le pide un día libre por comprensibles razones familiares se lo niega con un falso elogio: "El problema de ser bueno es que te vuelves indispensable". Linda frase. Pero hay otra todavía mejor, que alguna de sus víctimas podría aplicar en el mejor momento: "La venganza es un plato que se sirve frío". La obra puede decepcionar a quienes vayan por la propaganda de una "graciosa y emotiva historia sobre el amor, el amor por la comida, y el poder de las segundas oportunidades". No es graciosa ni emotiva, y los amores, si existen, poco se aprecian. Pero no decepcionará en absoluto a las espectadoras que vayan a comerse a Bradley Cooper con la mirada. El tipo está casi todo el tiempo en pantalla. Del resto, se ven algunos rincones de Londres, varios platos que parecen de muestra gratis pero son carísimos, y unas cuantas figuras que se desperdician sin remedio. Director, John Wells, el de "ER Emergencias", "Agosto" y "The Company Men". Asesores, los chefs Marcus Wareing y Mario Batali.
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Obsesión a la carta En tiempos de apogeo de la comida gourmet y devoción por el #foodporn, John Wells y Bradley Cooper presentan una comedia dramática sobre la caída y ascenso de un chef que va en busca de su tercera estrella Michelin. Adam Jones (Cooper) es un prestigioso cocinero que supo trabajar en la mejor cocina de París. Junto a un equipo de excelencia, creaban y combinaban sabores nunca antes degustados. Sin embargo, su frenético ritmo de vida y un combo excesivo de drogas, mujeres y alcohol, lo llevaron a la ruina y lo depositaron en un olvidado restaurant de Nueva Orleans en el que debería cumplir una penitencia autoimpuesta: pelar un millón de ostras. Cumplido el castigo, Jones regresará esta vez a Londres para recuperar su prestigio, reivindicarse profesionalmente y redimir su pasado obteniendo su tercera estrella Michelín, símbolo de la perfección en el mundo de la alta cocina. Para ello reúne un equipo de muchas caras viejas y algunas nuevas, entre los que están Sienna Miller, Daniel Brühl, Riccardo Scamarcio, Omar Sy y Sam Keeley. A partir de ahí, el derrotero de la película se alimenta de la trama amorosa entablada con Helene (la sous chef de la cocina encarnada por Sienna Miller), la competencia con el restaurant de un antiguo colega de París (Matthew Rhys) y el acoso de dos miembros de la mafia francesa que vienen a cobrar una vieja deuda pendiente de Jones… fotos pelicula burnt 3 A diferencia de otras películas como Chef (2014) o Amor a la carta (2013), cuyo encanto estaba en el vínculo de la comida con las relaciones humanas, John Wells -director de August: Osage County (2013)-, elige retratar la vorágine vertiginosa de la gastronomía de elite focalizándose en el frenesí constante, el trabajo bajo presión, el calor y la obsesión por la perfección. Un mundo que, oculto tras bambalinas, contrasta con el clima silencioso y elegante que rodea a los comensales de este tipo de restaurantes. Una buena receta es una película bastante lineal que, si bien no llega a aburrir, tampoco alcanza para emocionar. La previsibilidad de un guión repleto de giros esperados y lugares comunes conducen a una redención que se obtiene sin demasiada pena ni gloria. La presuntuosa declamación de personajes en exceso obsesivos y arrogantes por llevar a sus clientes a estados de éxtasis culinarios, choca a menudo con una filmación desapasionada y fría que contempla platos perfectamente decorados pero que, a la distancia, lucen bastante insípidos y poco tentadores. Bradley Cooper lleva a su personaje con corrección, aunque sin demasiadas luces. Lo mismo puede decirse del resto del elenco. En realidad, lo mismo puede decirse de toda la película, que empieza y termina en un santiamén, como los patys que tiro en la plancha cuando no tengo tiempo para comer algo mejor: aburrido, sin cocción y sin demasiada gracia.
Bradley Cooper es Adam Jones, un maestro chef que construyó una impecable carrera en restaurantes cinco estrellas de París, y luego lo destruyó consumiendo drogas y volviéndose un soberbio maltratador que nadie aguantaba. Dándose cuenta de sus errores, se impone a sí mismo una penitencia y luego de dos años decide volver al ruedo y recuperar su buen nombre como chef. Este es el escenario que nos plantea esta película. Elige Londres como su nuevo campo de juego, y con la ayuda del hijo de su padrino profesional, Tony (Daniel Brühl) intentará redimirse y abrir el mejor restaurante del mundo. Para eso necesita dos cosas: la primera, armar un dream team de chefs en una narrativa deportiva de búsqueda y pruebas a los aspitantes. La segunda y más importante, ganar tres estrellas en la Guía Michelin, una prestigiosa publicación que entrega premios a restaurantes y hoteles desde hace casi un siglo. Las tres estrellas son una especie de Oscar de los restaurantes. De hecho en Londres sólo hay cuatro restaurantes que conservan actualmente ese galardón, y nuestro protagonista quiere ser el quinto. El problema con Adam es que amén de haber dejado las drogas, no ha cambiado nada en su vida. Sigue siendo el maldito soberbio que nadie soporta, y se le hace difícil encontrar un equipo que sea rendidor y leal. El personaje principal, si bien goza de la mayor parte del tiempo en pantalla, no logra generar empatía ya que su hijaputez supera ampliamente su redención, y bien podría ser Gordon Ramsay, que es igual. La protagonista femenina Helene (Sienna Miller) representa uno de los más repetidos estereotipos, como parte del equipo de chefs de Adam. Maltratada por un jefe abusivo, y una madre soltera que necesita el trabajo; acaba encontrando sin motivo aparente el lado tierno de Adam y acaban enamorándose. Un cliché tan grande que la actriz parece interpretarla de memoria, sin agregar nada nuevo al personaje que nos llame la atención. Otras actrices como Uma Thurman y Alicia Vikander, que podrían haber aportado una interpretación más variada, tienen minuto y medio de aparición en toda la película. Una pena, porque representan caminos que de haber sido tomados por la narración, hubieran aportado buenos momentos. “Una buena receta” es el ejemplo perfecto de cómo buenos ingredientes no hacen un buen plato. Si ponemos en su mayoría buenos actores, pero no les damos personajes bien escritos o una historia original con la que trabajar, el resultado será una película sin mucho gusto a nada. La cocina cinco estrellas está de moda, y observar los platos desfilar ante nuestros ojos en unos pulcros escenarios; es un elemento con mucho potencial para explotar. Pero el guión resulta demasiado predecible y forzado como para darle una vuelta de tuerca al ambiente de cocina que ya hemos visto en varias películas. Entretenida, pero no más que eso. Para ver en casa, pero después de comer eso sí. Sino tanta fotografía de comida va a darnos mucho hambre.
Una de cocineros que está bien El cine de cocineros es atractivo, las tensiones y vínculos que se ponen en juego en una cocina caótica de algún restaurante famoso son excelente material cinematográfico. Está claro, en nuestros peores momentos nos enganchamos con la quinta edición de Mastercheff Australia, pero siempre podemos volver a ver Ratatouille (Brad Bird, 2007) que es una obra maestra, o nos podemos conformar con esta amable película de John Wells (Agosto -2013-, entre otras), llamada aquí Una buena receta. El chef en cuestión es Adam Jones, interpretado con eficacia por Bradley Cooper, que es un genio de la cocina al cual la búsqueda obsesiva de la perfección le ha hecho ganar un par de estrellas Michelin (galardón codiciado por todos los chefs del mundo), y también caer en una espiral de degradación, adicciones y aislamiento social. Una buena receta comienza con el protagonista abandonando la etapa de rehabilitación, para empezar una de reconstrucción afectiva y profesional. Nos encontramos entonces con el conflicto principal, que es acerca de la posibilidad de reinvención, y sobre qué cuestiones uno puede redimirse y sobre cuáles no. En pocos minutos entendemos que el regreso triunfal de Adam Jones a las altas esferas culinarias no será tan fácil: su objetivo es obtener su tercera estrella Michelin, pero antes deberá encontrarse con una serie de personajes, ex-socios y ex-amigos, que traerán al presente los conflictos del pasado, que generalmente tienen que ver con su carácter agresivo y con su ego incontenible. En Una buena receta no se busca una reflexión sobre el acto de cocinar, o sobre el vínculo que tenemos con los alimentos. De hecho, más allá de algún diálogo aislado, poco se dice sobre el objeto culinario. Esta es una carencia de la película de Wells, que imagina la trastienda agresiva entre las cocinas de los grandes restaurantes, pero poco nos dice acerca de lo que allí realmente se hace. Encima se nos habla de preparaciones a las que la mayoría de los mortales jamás tendremos acceso, por lo cual, objetivamente, difícil se nos hará distinguir entre un cocinero y un chef-artista súper-sofisticado, aunque podemos adivinar que la cuestión, generalmente, se define por tamaño de egos y el reconocimiento de algún ente ajeno a toda realidad tangible, como la gente que hace la guía Michelin. De todas maneras, estamos ante una película donde los personajes importan y que resuelve con total soltura los conflictos románticos. Hay un triángulo amoroso extraño de dos personajes enamorados de Adam. Uno es Tony, bien interpretado por Daniel Brühl, y la otra es Helene, encarnada con solidez por Sienna Miller. Sin subrayar ni exagerar nada, Wells explora estos vínculos sin prejuicios, captando las ambigüedades y sutilezas y logrando uno de los puntos más interesantes del film. Una buena receta incluso tiene algún giro sorpresa y redondea una historia simple, a veces superficial pero bien contada que contradice una serie de críticas -creo que injustas-, que le piden a esta comedia dramática originalidad, vértigo, solemnidad filosófica y una actuación con la que Cooper gane el Oscar, todo al mismo tiempo. Ante todo, hay que dejar de robar con el chamuyo de la originalidad por lo menos dos años.
Uno de los mayores atractivos son los platos, comidas exóticas, se ven exquisitas, buenas locaciones y la presencia del buen actor Copper (“El francotirador”) quien intenta remontar la historia, que en parte ya hemos visto “Sin reservas” (2007) con Catherine Zeta-Jones y Aaron Eckhart; “El Chef” (2012); "Chef: La receta de la felicidad" (2014); entre otras. Quien tiene algunos conflictos y poco de acción. El tema esta trillado, y resulta monótona, para pasar el rato.
Los chefs son personajes intensos y arrogantes, se sabe. Sus rivalidades y tensiones, parece, empequeñecen a las de deportistas y políticos. Y su brutalidad a la hora de manejar la cocina puede ser similar a la de dictadores de países africanos. ¿Y todo por qué? ¿Por dinero, por lograr que la gente coma mejor, por inventar algo nuevo y sorprendente? En verdad, no. Más bien para ganar más estrellas Michelin, virtual sello de calidad que asegura que estás entre los mejores en lo que hacés. En ese sentido, UNA BUENA RECETA tiene algo similar a WHIPLASH: es una película sobre un delicado y bello arte que pocos en el mundo manejan a ese nivel, a la que se le ha borrado casi cualquier aspecto placentero y disfrutable que ese arte, esa profesión, tiene. El asunto es conseguir un restaurante como sea, ganarle a tu enemigo como sea, tratar a la gente como sea para conseguir la cucarda en cuestión. Y así.. ¿El disfrute de la comida? Eso pueden hacerlo, gentiles espectadores, al salir del cine. burntBradley Cooper es Adam Jones, el chef en cuestión, un joven talentoso que llegó a la cima en París pero que cayó en un viaje de sexo, drogas y maltrato que terminaron por sacarlo de circulación por muchos años y generándole muchos enemigos en el camino. Tras cumplir una extraña penitencia y supuesta curación, Adam decide volver con todo y conseguir su ansiada tercera estrella Michelin. Sin haber cambiado en nada su brutal estilo va a Londres y prácticamente termina tomando por asalto un restaurante de un ex amigo (Daniel Brühl) y robando cocineros de otros restaurantes (que, según él, son pésimos y no merecena tipos talentosos como ellos) para poner su propio boliche en un hotel de lujo en el que también vive. Todos dudan. ¿Seguirá siendo Adam igual de insoportable que era en París o habrá cambiado? Los que encarnan a sus empleados, colegas, conocidos y rivales son todos actores que están para papeles más ricos que los que aquí les toca en suerte, como el astro francés Omar Sy, la hoy nominada al Oscar Alicia Vikander (que está, toco y me voy, en dos escenas), Matthew Rhys (el protagonista de THE AMERICANS) y Uma Thurman (hay que reconocerla). Roles un poco más sustanciosos tiene Emma Thompson como una psiquiatra encargada de que Adam no desbarranque otra vez y la camaleónica Sienna Miller que es una actriz cada vez más sólida y convincente. La trama estará centrada en los intentos de recuperacion de Adam –difíciles, ya que el pasado siempre vuelve para cobrarse sus cuentas, y porque el tipo, aún sin drogas ni alcohol, sigue siendo insoportable– y, principalmente, en conseguir la estrellita Michelin que le falta. burnt4Con guión del cada vez más activo y reconocido Steven Knight (LOCKE) y dirección del veterano de la TV y director de la intolerable adaptación de AGOSTO, John Wells, UNA BUENA RECETA intenta convertirse en un thriller cocinero, con el tema simplemente puesto ahí como excusa para una serie de idas y vueltas terapéuticas que pueden terminar con la destrucción, caída o salvación de nuestro antihéroe. Cooper es un actor lo suficientemente carismático como para que el personaje que interpreta no sea tan intragable como, uno imagina, debe ser una persona que actúa así en la vida real, pero eso de todos modos no alcanza como para que el espectador se ponga de su lado y lo acompañe en su viaje hacia una posible recuperación. Otra vez, como WHIPLASH –pero sin el acabado técnico impoluto de aquella película tramposa pero efectiva–, UNA BUENA RECETA es una película que no transmite casi en ningún momento el placer por la cocina o por la comida. Es, simplemente, una excusa para competir, para ser aplaudido o rechazado, para ganar o para perder. Y, cuando finalmente, llega la “lección de vida” ya es demasiado tarde. En cinco, diez minutos no se puede reparar todo el daño causado, gastronómico y cinematográfico.
Bajo las órdenes de John Wells (conocido por su trabajo como director y productor ejecutivo en las series “ER”, “Third Watch”, “The West Wing” y “Shameless”), Bradley Cooper se pone en la piel de Adam Jones, un chef que lo tenía todo (prestigio en Paris y dos estrellas Michelin), pero que destruyó su carrera debido a las drogas, los malos hábitos y a su comportamiento arrogante. Cometió algunos errores que le hicieron ganar enemigos, dentro y fuera de la industria gastronómica. Por eso, una vez recuperado y con deseos de enmendarlos, este cocinero caído en desgracia y que sólo intenta diferenciarse con el objetivo de lograr explosiones de sabor, está determinado a redimirse. En Londres, y con la ayuda de su amigo Tony (Daniel Brühl), encabeza el equipo de cocina del restaurant de un hotel en el que puede conseguir su tercera estrella Michelin. Para ello necesitará a los mejores asistentes y comienza a reclutarlos, aunque le es difícil dejar de ser tan controlador y ponerse a trabajar en equipo. Helene (Sienna Miller), Max (Riccardo Scamarcio), Michel (Omar Sy) y David (Sam Keeley), son algunos de los que se suman a este proyecto que le devuelva el prestigio al protagonista, muy bien interpretado por Bradley Copper, quien además debe lidiar con sus propios celos profesionales al enfrentar a un ex-amigo y chef rival, Reece (Matthew Rhys), dueño del ansiado trío de estrellas Michelin. Por momentos comedia y otros, drama, “Una Buena Receta” es un film bastante entretenido con muchas escenas que nos generarán hambre (los planos de las preparaciones son increíbles) y que nos muestra un panorama de cuán estresante debe ser esta profesión. Una historia sobre el amor por la comida, pero también sobre las segundas oportunidades. El elenco se completa con Uma Thurman como una crítica culinaria, y la ascendente Alicia Vikander, quien tiene una brevísima aparición como la hija de un chef que ha sido el mentor del personaje de Cooper.
Nada mal aunque esta película la vimos un millón de veces: un tipo pedante que se redime. También hemos visto varias veces historias de chefs y cocineros top (las mejores siguen siendo Ratatouille y Chef, la de Jon Favreau). Y también hemos visto muchas veces a Bradley Cooper pasar de tipo insoportable a tipo amable. Bueno, todo eso se combina en esta comedia donde el personaje cocinero es Cooper, ha caído, se levanta, quiere una estrella Michelin y se enamora. Lo que hace del film ampliamente visible es que deja vivir a sus personajes, las cosas se desarrollan sin golpes bajos y todo parece natural. La manipulación y el lugar común pasan inadvertidos mientras nos interesamos tanto por el protagonista y su entorno como por esos platos (no sé ustedes, pero quien esto escribe siente especial debilidad por ver cómo se cocina). ¿Que no va a cambiarle la vida a nadie? Sí, seguro: no va a cambiarle la vida a nadie. Pero en un panorama cinematográfico donde los fragmentos de vida narrados con gracia escasean, no está ni mal ni de más.
El mundo de la cocina es caótico. Lo vimos en Masterchef (para quienes somos ajenos a ese mundo en la vida cotidiana) y no siempre lo percibimos igual en las películas. Bueno, en "Burnt", sí vamos a hacerlo. Adam Jones (Bradley Cooper) es una persona que viene de salir de una difícil época de descontrol y drogas. Ya recuperado, rehabilitado, quiere recuperar su lugar en el mundo de la cocina. Para eso recurre a su viejo socio, interpretado por el alemán Daniel Bruhl. Su objetivo: conseguir la tercera estrella de Michelin, algo casi impensable para la mayoría de los que se dedican a esto, por su dificultad. Pero él está seguro de poder lograrlo y así arma un equipo con algunos viejos conocidos y una cocinera que rápidamente logra fascinarlo con sus platos. El film tiene mucho de food porn, claro. Y la verdad, es que tiene mucho de todo. Muchos personajes desfilan a su alrededor, y así no logra ninguno estar bien delineado. Uma Thurman, Alicia Vikander, Emma Thompson y Lily James son tres claros ejemplos de cómo Steven Knight (el guionista) no sabe construir personajes femeninos reduciéndolos así a estereotipos. Es cierto que los pocos minutos de pantalla que tienen cada una de ellos no ayudan a hacer fácil este trabajo. Y Sienna Miller interpreta a la cocinera que enamorará a Adam Jones, no sólo con el paladar. "Burnt" es una comedia que no es muy graciosa, y un drama culinario que nunca termina de desarrollarse. Hay un efectivo retrato a la hora de mostrarnos qué sucede en la cocina de un exitoso y elegante restaurante, las presiones, los griteríos y los platos que pueden estallar contra una pared cuando uno no es capaz de soportar todo eso. Aunque Adam Jones necesita el caos en su vida, necesita algo fuerte que quizás en otro momento le daban las drogas y las fiestas, el protagonista reemplaza una adicción por otra. El problema es que ese caos también se refleja en el relato de una manera menos efectiva, donde los conflictos se resuelven de manera fácil y predecible. Otro problema que tiene el film, es que sus personajes no son muy agradables, quizás el desarrollo no ayuda a que así sea, cosa que pasa con otra película del director, John Wells, "August Osage County". Porque lo cierto es que el personaje que interpreta Bradley Cooper, quien lleva la película, nunca nos logra caer bien. A la larga, "Burnt" es una película para pasar el rato y no mucho más. No hay profundidad en sus personajes ni en sus conflictos, aunque sí sirve para conocer un poco el funcionamiento del mundo culinario.
Hace ya un tiempo que siento que el género comedia es el más bastardeado. Bajo la lógica de que por hacer reír la película tiene que ser liviana o amorfa, honestamente, cansa mucho. Las romcom son de las peor tratadas de estas ya que, de alguna manera, en pos del romance y algunas risas cómplices entre los protagonistas mientras suena más fuerte la balada popera de fondo, ya está. No es un problema con la fórmula, sino con que siento que se subestima al espectador. Burnt es la historia de Adam, quien supo ser en un momento un chef de moda en París y se dedicó a autodestruirse hasta lo más bajo. Cuando sintió que había pasado por el Purgatorio, decide volver en otra ciudad: en Londres. Ahí tendrá que valerse de tu talento, de su ojo para buscar otros talentos y de aquella agenda de contactos que tenía. Cooper siempre tuvo una buena vena para el romance. Desde los papeles más pequeños en las pelis más imperceptibles, es un hombre que maneja muy bien sus gestos mínimos y la cámara para este tipo de historias, lo ama. Sienna Miller es de las mujeres más hermosas del mundo, para mí y, si bien nunca será una actriz que nos vuelva locos, en este caso cumple como la madre soltera que intenta abrirse paso. Daniel Brhül, todos lo amamos, pero en esta película no podía lucirse demasiado como el hombre enamorado de Adam. La batería de secundarios se completa con la adorable Emma Thompson, una aparición casi que cameo de Lilly James y la reciente y ubicua Alicia Vikander. Con una fotografía de luces duras pero con maravillosos objetos frente al lente, no paramos de maravillarnos con los colores de la comida y con el ritmo visual que ya aprendió en el quirófano de E.R. Emergencias el director y así la cocina cobra vida en planos muy cerrados, muy cortos y con mucho movimiento. John Wells, quien también se destaca por su trabajo dirigiendo Shameless, pone todo su oficio al servicio de la historia. Pero es que justamente la falla es esa: la historia. Los personajes son planos y chatos a más no poder, al punto de que la fórmula se vuelve tremendamente predecible, donde no se puede ni jugar al suspenso. Los intentos del resto por defender la película parece en vano, ya que ni siquiera la musicalización puede enganchar como asociamos mucho con el set londinense (piensen, si no ¿Qué sería de About time sin ese pop inglés memorable? ¿O de Love Actually?). Podés esperar tranquilamente que llegue a una plataforma online.
Burnt comienza planteando que hay recetas famosas que las creó Dios y por ende no se pueden mejorar, pero que es el trabajo de los chefs intentarlo. Pareciera que es una línea autoreferencial, solo que la nueva película de John Wells (August: Osage County) utiliza una fórmula reconocida para llegar a un resultado familiar. Un enfant terrible de alguna disciplina –en este caso la cocina-, deja sus demonios atrás para consagrarse en el medio que alguna vez lo idolatró y luego le volvió la espalda. Nada nuevo en la viña del Señor, más allá de que su simple descarte como perpetuo cliché no parece del todo justo. Tras un período fuera de la industria, el escritor Steven Knight (Dirty Pretty Things, Eastern Promises) volvió más prolífico que nunca con una seguidilla de estrenos. El inglés suma un proyecto de alto perfil detrás de otro entre series de televisión y producciones cinematográficas y no se puede esperar que todo lo que brille sea oro. Evidentemente debe haber quedado marcado por el mundo de la haute cuisine de The Hundred Foot-Journey, porque apenas un año después vuelve con un guión que gira sobre los mismos tópicos. Chefs difíciles, planos que hacen agua la boca, la permanente búsqueda del orgasmo culinario y de la esquiva tercera estrella Michelin. El resto es intercambiable. Bradley Cooper encarna a Adam Jones, uno de esos personajes que a los actores con su personalidad se le dan sin esfuerzo. Tiene sus demonios internos –nos lo dicen, no los vemos- y alguna vez fue uno de los chefs más famosos. Tras un castigo autoimpuesto para limpiarse de todos los excesos, se propone una vuelta triunfal y para ello reúne a todas las personas que alguna vez pisoteó. Y Wells, un hombre al que le gusta trabajar junto a grandes elencos como demostró en su último film, convoca a cuanto nombre puede para papeles pequeños. El actor tres veces nominado al Oscar está secundado nuevamente por Sienna Miller –los dos en roles menos exigentes que en American Sniper-, así como por Daniel Brühl, Emma Thompson y Omar Sy. Después hay una importante cantidad de personajes pequeños para figuras en ascenso de la talla de Alicia Vikander, Lily James (prácticamente un cameo) o Matthew Rhys, igual que para gente de trayectoria como Uma Thurman. Burnt, antes llamada Adam Jones y previo a eso Chef, quiere ser una comedia dramática, pero que no se destaca en ninguna de las dos ramas. Se deja ver, pero le falta el humor de otras apuestas recientes de mejor resultado, como The Hundred Foot-Journey o la misma Chef de Jon Favreau, y el costado de la búsqueda de redención del protagonista se aborda con más ligereza de la que necesitaba. Ni contra los críticos, colegas, jefes o rivales, la lucha del personaje de Cooper es una interior y nunca termina de explotar del todo. Él sabe desde el primer momento qué fue lo que tuvo para ser feliz y qué necesitaba para ser el mejor en lo suyo, solo que con el tiempo lo perdió de vista. Pero el espectador lo sabe perfectamente y lo tiene bien presente, por lo que más allá de alguna sorpresa que se reserva el guión, el recorrido es bastante corriente. Queda el festín visual que se propone en cada imagen, pero para ser un film que habla una y otra vez del frenesí culinario que se quiere lograr, sin dudas le falta pasión.
COCINA INSULSA Una nueva de cocineros. Como siempre, se cuenta las andanzas d e un chef que anda en la mala y al final se recompone y gana. Aquí es Bradley Cooper es un chef chinchudo, intratable, que empezó a perder nombre y fama cuando la cocaína le ganó a las cacerolas. Pero el hombre se recompone. Un amigo, una linda ayudante, pero sobre todo ese mundo de olas y recetas lo sacarán a flote. Una nueva incursión plagada de lugares comunes por ese mundillo de apurones, egos, salsas y sabores.
Solamente la simpatía de algunos personajes permite que este panegírico a una cierta cultura del trabajo resulte masticable. Si Una buena receta fuera literalmente una apuesta gastronómica, desmentir su gusto a plástico sería un desafío propio de un asesor de imagen. Cada ingrediente de la puesta en escena y las decisiones narrativas dan como resultado el remedo de una exquisitez culinaria. El género gastronómico en el cine cuenta con sus adeptos, y rara vez las películas sobre comidas consiguen vencer la contundente trivialidad de convertir el alimento en una metáfora aleccionadora. El apetito cinematográfico suele ser traicionado. En el film de John Wells se trata de vindicar el espíritu de equipo, incluso si los cocineros que están bajo las órdenes de Adam Jones, un chef extraordinario, repitan al unísono “Sí señor” cuando la situación apremie, como si se tratara de una tropa que va a la guerra y el punto justo de una salsa parezca el equivalente a la puntería que se le solicita a un francotirador en plena batalla. Aquí se nos dice que tener un restaurant top en Londres es como conducir un ejército, ya que el mercado gastronómico así se concibe. La competencia es feroz, la traición entre pares una posibilidad, el deseo de fama una lógica incuestionable. Ser el máximo héroe en la guía Michelin es como obtener un Óscar, pero la moraleja aquí es que las grandes proezas se conquistan en equipo. El teniente dietético lidera; la tropa acompaña. La historia es simple, el trasfondo denso: Adam fue el mejor discípulo de un chef parisino. Sus adiciones a la droga y al alcohol arruinaron su carrera. Después de hacer penitencia en su país pelando ostras vuelve a Europa para obtener las 3 estrellas de Michelin. Se reencontrará con sus viejos compañeros, el hijo de su maestro que administra un restaurante y quizás se vuelva a enamorar de una colega. El pasado aún lo persigue, el presente lo exige y el futuro es incierto. Todo es predecible en Una buena receta. Los roles de los personajes (algunos queribles), los gestos en las escenas tensas y tiernas, la subtrama amorosa y la gangsteril, incluso hasta la numerosa variedad de especialidades gourmet que desfilan en planos cortos durante toda la película carecen de inventiva. El film podrá estimular las glándulas gustativas, no así la inteligencia y menos aún la relación que existe entre el alimento y el pensamiento. No hay ninguna escena como el glorioso pasaje de Ratatouille en el que el crítico gastronómico recuperaba un recuerdo de infancia y a través de él se develaba la relación de una comida con la memoria emotiva. La filosofía empresarial es demasiado pragmatista: el objetivo del chef es adueñarse del deseo del comensal, de ese objetivo depende su triunfo. Película ideal para la didáctica de un curso rápido en gestión y eficacia en la creación de equipos en empresas, el éxito, un valor absoluto e indispensable para ser una persona cabal en nuestro tiempo, se humaniza invocando al esfuerzo mancomunado. Pero el inconsciente de un film siempre se expone y cuando Adam invoca a los guerreros de un film de Akira Kurosawa la película más que hablar de cinefilia enuncia su punto de vista: la competencia es una guerra interminable por otros medios.
Redención a la carta Si el afiche de “Una buena receta” (un afiche muy flojo, por cierto) tuviera impresa la leyenda “basada en un hecho real”, tal vez la nueva película protagonizada por Bradley Cooper tendría un poco más de gancho. Pero así, nacida de la imaginación de un guionista, es sólo otra historia de redención hollywoodense, con todos los estereotipos y lugares comunes posibles. Cuando comienza la película, Adam Jones es un chef estrella que cayó en desgracia. Años atrás había brillado en las cocinas de París, pero ahora está pelando ostras en Nueva Orleans, en una especie de penitencia por un tiempo plagado de drogas y alcohol. Limpio y decidido, con esa pinta de canchero culposo de Cooper, Jones viaja a Londres para recuperar su antigua gloria y conseguir —sobre todo— su tercera estrella en la Guía Michelin, el máximo premio de los cocineros de primera línea. El director John Wells (el mismo del drama coral “Agosto”) se centra en este personaje obsesivo y perfeccionista, que no tolera errores, y lo pasea por las calles de Londres topándose con chefs tan arrogantes como él, otros más bonachones, el dueño de un restaurante que le dará las mil oportunidades y una cocinera de carácter que le para el carro. No falta nadie. La película muestra las cocinas como si se tratara de un programa de “Masterchef”: todos a las corridas y gritando, con platos que vuelan en ataques de furia. Cooper es un gran actor, pero acá se pasa de registro y sobreactúa. Y en el elenco hay varias caras conocidas (Emma Thompson, Uma Thurman, Siena Miller, Daniel Bruhl), que no alcanzan a lucirse. Como toda historia de redención, “Una buena receta” funciona bien en plan de autoayuda, y a uno le dan ganas de salir a cocinar apenas termina la película. Pero ese efecto dura apenas unos minutos.
Por varios años, el norteamericano Adam Jones (Bradley Cooper) fue el más innovador chef de la gastronomía parisina. Vicioso y extremo, Jones se retiró a Nueva Orleans para limpiarse y ahora vuelve recuperado a Londres, donde quiere armar un equipo de chefs para conseguir su tercera estrella Michelin. Pero además de lidiar por la tercera estrella, Jones deberá lidiar con Reece (Matthew Rhys), su Salieri de antaño, que maneja a su antojo un nuevo restaurante para aguarle la fiesta al norteamericano. Hay mucho de El lado luminoso de la vida, el premiado film de David O. Russell que relanzó las carreras de Cooper y Jennifer Lawrence. Jones es ciclotímico y explosivo, pero a la larga genera una red de contención que componen Tony (Daniel Brühl), su jefe, y Helene (Sienna Miller), su asistente, un trío que, además, busca un poco de amor. Lejos de la genial Chef (2014), esta película apela a situaciones previsibles y al desparejo talento de Cooper.
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Recalentado Hay películas que están hechas de sobras. Films creados para rellanar la cartelera, el canal de cable, la góndola de estrenos. De esas que uno conecta el fin de semana a la pasada y se la queda viendo. Con un actor conocido, algunos otros que giran a su alrededor (que los tenés de algún lado pero no te acordás de donde), que no aporta absolutamente nada en el aspecto técnico, narrativo, ni actoral. Una historia olvidable, que se confunde con otras. Vistas en el momento oportuno, hasta se pueden recordar con cariño. Una conjunción de casualidad y nulas exigencias (la hora de la siesta suele agarrarnos con la guardia baja) que las eleva por encima de lo que realmente entregan. De esa permisividad viven muchos films, entre ellos, se podría incluir Una Buena Receta (Burnt). El “actor conocido” es Bradley Cooper. Y sus tres nominaciones al Oscar (El Lado Luminoso de la Vida, Escándalo Americano, Francotirador) son las que permiten que esta película menor sea estrenada en pantalla grande. Su personaje es Adam Jones, un chef llamado a ser la gran promesa del deporte culinario que termina chocando la Ferrari a puro drogas, ego y pimentón. Una Buena Receta cuenta su regreso, y como debe aprender “lecciones” de vida. Y algo fundamental, para ser el mejor no alcanza solo con el talento, también hay aprender a ser “mejor persona”. Tan frívolo y deslucido como suena eso, así de compleja es la propuesta. Una historia que por momentos logra sostenerse por algunos secundarios interesantes como los de Alicia Vikander (El Agente de CIPOL), Emma Thompson (Sensatez y Sentimientos), y principalmente, Daniel Bruhl (Rush Pasión y Gloria), pero que no se salva de la mediocridad. Una película que sabe a refrito. Quemado, la traducción precisa del título original, resulta esclarecedora. Una película que sabe a refrito. Aunque su problema no radica solo en la falta de originalidad, sino en su torpe ejecución. Muchos personajes con la intención de lograr “complejidad”, pero que en la sumatoria se sienten insignificantes. Carente de pasión, la representación de cómo debe ser un buen plato de comida no encuentra su correspondencia en la película. Una Buena Receta entrega un menú desabrido y recalentado. Restos para distraerse un domingo a la tarde, pero que dejan sabor a poco.
Un menú fallido Es inevitable no caer en el lugar común de utilizar metáforas culinarias para describir esta película. Pero la tentación es grande y, se sabe, la única forma de eludirla es ceder ante ella. De modo que hay que señalar que “Una buena receta” es un plato que tiene a disposición todos los ingredientes necesarios para ser delicioso, pero está mal preparado y peor servido, lo cual hace que resulte indigesto y soso. En rigor su título original “Burnt”, cuya traducción exacta es “quemado”, hace más justicia con la película que el más benévolo que utilizaron para presentarla en estas latitudes. Ubicada en una especie de limbo entre el drama y la comedia romántica, la película no encuentra nunca el rumbo. Básicamente, es la historia de un chef llamado Adam Jones, un personaje conflictivo que quiere tener su revancha. En algún momento fue uno de los cocineros más reconocidos de Europa, pero su temperamento explosivo unido al consumo de drogas y otros vicios lo sentenciaron al ostracismo. Y tras una supuesta regeneración, que incluye castigos autoimpuestos, retorna al Viejo Continente para volver a ocupar el lugar que le corresponde y obtener las tres estrellas de Michelin, el máximo reconocimiento en su rubro. En ese derrotero, se encontrará con viejos amigos, cerrará cuentas pendientes, se enamorará y hasta tendrá tiempo de romper varios platos, insultar a sus nuevos compañeros y tratar de matarse. No valía la pena Nobleza obliga: hay que admitir que el elenco seleccionado es impecable. El protagonista es Bradley Cooper, uno de los actores encumbrados en la actualidad de Hollywood, quien demostró con creces su enorme talento. Lo secundan Sienna Miller, Omar Sy, Uma Thurman (en un papel breve para una actriz de este calibre), Daniel Bruhl, Emma Thompson (brillante intérprete, que aquí no tiene mucho para hacer) y Matthew Rhys. El interrogante que surge es: ¿Valía la pena desperdiciar semejantes intérpretes en una historia tan anodina como la que se presenta aquí? John Wells, uno de los directores que pasaron por las series televisivas “Shameless” y “E.R. Emergencias”, dirigió a un deslumbrante reparto encabezado por Meryl Streep en la brutal “Agosto”. No lo hizo mal. Pero esta vez falló, aunque es cierto que la forma en que filmó el interior de la cocina de un restaurante de alta calidad reviste algún interés. Si de películas relacionadas a la gastronomía se trata, antes que “Una buena receta”, conviene retornar a clásicos como la conmovedora “El festín de Babette” (1987), la entrañable “Comer, beber, amar” (1994), la mágica “Chocolate” (2000) y la entretenida “Julia & Julia” (2009) que tiene como principal aliciente a la gran Meryl Streep en uno de los roles principales. O a la entrañable “Ratatouille”, la oscarizada obra de dibujos animados ideada por Pixar y Disney en el año 2007. El inefable Remy sí era un chef en cuyo restaurante todos los comensales querían repetir. Y nunca le fallaba la receta.
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