Blade Runner 2049 llega a las salas de cine a 35 años del estreno del clásico de ciencia ficción que tuvo a Harrison Ford como protagonista. Ahora, quien entra en acción es Ryan Gosling en esta secuela tardía que toma varios elementos de la original. ¿De qué se trata Blade Runner 2049? En 2049, en un mundo árido y oscuro, un blade runner oficial de la policía K (Ryan Gosling) descubre un secreto que podría cambiar el rumbo de la sociedad para siempre. Su misión lo lleva a buscar a Rick Deckard (Harrison Ford), un antiguo blade runner del que no se sabe nada hace tres décadas. Y si te cuento más… te cuento la película, así que nada de spoiler. Blade Runner 2049, la secuela tardía Habiendo pasado 35 años, casi que me cuesta hablar de secuela, pero de eso se trata. Esta segunda parte responde a preguntas que habían quedado pendientes en la primera, sobre todo en relación al destino del blade runner Rick Deckard. Una de las cosas positivas y fundamentales de Blade Runner 2049 es que siendo una secuela, funciona como si no lo fuera. Se puede ver y entender como una película independiente. O sea, si no viste la original, no pasa nada. Ahora, vamos a suponer lo siguiente. Hoy ves la primera Blade Runner y, quizás, te resulte un poco lenta lenta. Yo la vi hace varios años y me pasó eso. Lógico, me dirás, el cine ha cambiado desde 1982, ahora todo va más rápido y nos hemos acostumbrado a ello. ¿Qué sucede con Blade Runner 2049? Extrañamente, la película mantiene el ritmo lento y solemne de la original, pero con un agregado: dura casi 3 horas. Ay. Sí. Cuando una película dura 2 horas 43 minutos sentís que más vale que lo valga. ¿Lo vale? Lo bueno y lo malo de Blade Runner 2049 Veamos si lo vale. Por un lado, la realización es impecable. El despliegue técnico está en su punto justo, con imágenes extraordinarias que crean un futuro sombrío, por momentos invadido por lo tecnológico, por momentos como tierra arrasada. La dirección de fotografía y el arte le suman unos cuantos puntos. Además, el director Denis Villeneuve logra recrear esa atmósfera urbana que tanto remite a la original. El problema es el ritmo. Como te decía antes, si vas a estar casi 3 horas en el cine, más vale que sea muy llevadero. Blade Runner 2049 mantiene durante casi todo el metraje un estilo narrativo austero, con un conflicto que se plantea con cierta vaguedad. El film termina resultando demasiado lento. Por suerte, desde el momento en que Harrison Ford entra en escena (tarda en aparecer…), la película mejora bastante. En el elenco también aparecerán rostros que siempre es grato ver, como Robin Wright, Jared Leto, Barkhad Abdi y la cubana Ana de Armas, en un papel que seguro la pondrá entre las actrices del momento. Entretenida solo por momentos, apostando más a mostrar un mundo que a contarlo, Blade Runner 2049 llega al presente con un resultado agridulce. Para los fanáticos de la ciencia ficción, eso sí, será de visión obligatoria. Puntaje: 6/10 Duración: 163 minutos País: Estados Unidos / Reino Unido / Canadá Año: 2017
Cibernética y degradación moral Finalmente la espera terminó y bien podemos decir que valió la pena porque estamos ante la mejor secuela posible de Blade Runner (1982), aquel clásico maldito del cine de ciencia ficción que sólo el descubrimiento progresivo de su riqueza vía el paso del tiempo pudo transformar en el mojón freak, sosegado y hasta poético que es hoy en día dentro del género en cuestión y el séptimo arte en general. El gran Denis Villeneuve logra balancear todos los ingredientes formales y conceptuales con el objetivo de por un lado respetar la iconografía de la película original, vinculada a un ciberpunk/ neo noir existencialista y aguerrido, y por el otro expandir el rango retórico a través de la fastuosidad visual, propia de los tiempos que corren, y una profundización muy interesante de los interrogantes de fondo de la hoy saga, lo que por supuesto crea un maridaje entre los personajes de antaño y los nuevos, los cuales por cierto calzan perfecto con la idiosincrasia y el devenir de este glorioso collage. El realizador canadiense recupera los latiguillos de Ridley Scott, el director del opus previo, con gran facilidad y astucia: aquí tenemos una fotografía de tonos oscuros e iluminación incandescente, un diseño de producción vinculado a los espacios abiertos y el minimalismo, una genial banda sonora de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch poco orquestada y más cercana a la preeminencia de los sintetizadores de la original de Vangelis, una atmósfera semi ensoñada y finalmente unos chispazos de violencia furtiva que generan misterio y una buena dosis de peligro. Blade Runner 2049 (2017) logra reproducir el espíritu sutilmente trágico de ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?, la novela de 1968 de Philip K. Dick en la que estaba basada la anterior, ya que considerando que una hipotética adaptación literal del libro siempre fue imposible por el estilo más “descriptivo” que narrativo del autor, la presente vuelve a ofrecer una traslación abstracta y compacta del texto canónico. Se puede decir que, en consonancia con lo precedente, la película sale airosa en la difícil tarea de retomar el hilo argumental de antaño, con Rick Deckard (Harrison Ford) huyendo junto con Rachael (Sean Young), frente a lo cual la película nos presenta la historia de K (Ryan Gosling), un replicante que se dedica a cazar a los suyos al servicio de un Departamento de Policía de Los Ángeles consagrado al “trabajo sucio” de Niander Wallace (Jared Leto), un magnate que compró Tyrell Corporation, la fabricante de aquella primera camada de androides que lograron liberarse del yugo de los humanos y que continúan siendo perseguidos por las nuevas generaciones de replicantes obedientes. Hoy el catalizador del relato es una misión de captura que deriva en la muerte de Sapper Morton (Dave Bautista) a manos de K, lo que provoca el hallazgo de un cadáver en la residencia del susodicho que resulta ser el de una autómata que se embarazó y tuvo un hijo tiempo atrás. Ante la posibilidad de que los “parias cibernéticos” puedan procrear como los humanos, la jefa de K, la Teniente Joshi (Robin Wright), le asigna que comience una investigación para encontrar y asesinar al niño o niña que nació de ese parto. El guión de Michael Green y Hampton Fancher -éste último también escribió la obra de Scott- construye de manera meticulosa la psicología del personaje de Gosling vía la marginación social que sufren los replicantes, el desprecio de los otros robots por el canibalismo implícito de su profesión, el hecho de que Joshi lo considera poco más que un títere y en especial una soledad de fondo que lleva a K a refugiarse en una suerte de novia estandarizada holográfica, Joi (Ana de Armas), a la que respeta y quiere mucho. Más allá de la habitual intervención del veterano de turno, el inefable Ford, la verdadera sorpresa que se reserva el film pasa por su poderío discursivo irrefrenable -y para adultos- en medio de un contexto hollywoodense que cada vez que pretende reflotar un trabajo de otras épocas termina entregando un bodrio gigantesco sin alma ni corazón, justo como todo ese cine basura de superhéroes y aledaños. Al igual que Roy Batty, el legendario replicante que interpretó Rutger Hauer, y el propio Deckard, el protagonista funciona como la síntesis perfecta entre las contradicciones humanas, la inteligencia artificial, la explotación/ esclavitud capitalista, la incertidumbre general de nuestros días y la deshumanización progresiva de estados homologados cada vez más a corporaciones con delirios de control absoluto; todo un combo que asimismo vuelve a presentarnos la innegable verdad de que los androides a fin de cuentas son más sensatos y piadosos que los humanos y precisamente por ello constituyen el “siguiente estadio” en la evaluación de la vida inteligente (hacia allí mismo va dirigido el telón de fondo de la reproducción robótica y los devaneos identitarios/ solipsistas). Desde ya que la contracara de la ponderación de los autómatas es la degradación moral de comunidades que viven sumidas en una férrea división en clases sociales que responden a realidades totalmente distintas: el vulgo metropolitano se mueve como un monstruo pasivo consumista sin rostro y el resto del enjambre vive en la miseria, lejos de cualquier panacea tecnológica del ayer…
¿Sueñan los androides con distopías cibernéticas? ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas? (Do Androids Dream of Electric Sheep?, 1968) es una de las novelas más influyentes del escritor estadounidense y precursora del subgénero ciberpunk. Es en esta novela, más que en ninguna otra del autor, donde las cuestiones éticas, la cibernética y las contradicciones entre la vida humana y la vida artificial se dan encuentro en una obra maravillosa donde la decadencia humana contrasta con el espíritu de supervivencia de los replicantes. El universo literario distópico de Philip K. Dick exacerba constantemente en sus relatos las contradicciones de la Guerra Fría y la revolución cibernética desencadenada a través de las obras de Norbert Wiener, Warren McCulloch, Arturo Rosenblueth, W. Ross Ashby, William Grey Walter y Alan Turing, todos precursores y visionarios de los avances tecnológicos desde la Guerra Fría en adelante. La ciencia ficción se combinó con el género policial para hacerse eco de las fantasías, los temores y las esperanzas de generaciones atravesadas por las cuestiones definidas por la matriz técnica de la época y sus derivaciones socio y psicológicas. Dentro de este género, Dick cultivó una visión política post bélica desde un estilo enmarañado y dialógico donde la imaginación y los conflictos se entrelazan en conspiraciones corporativas y gubernamentales donde la precariedad y la ilegalidad son la regla en un mundo con desigualdades cada vez más acuciantes. La adaptación de Ridley Scott (Alien, 1979) fue el primer intento de adaptar esta original novela al cine de la mano del guionista Hampton Fancher (The Minus Men, 1999), quien debió ceder a último momento a manos de David Webb Peoples (Twelve Monkeys, 1995) los postreros detalles por presión de la productora y el director en un clima enrarecido por las demoras en la finalización del rodaje. Así, la muerte del prolífico Dick, no sin antes bendecir el film, los problemas en el rodaje, el fracaso del estreno, la belleza estética, la perfección de la grandiosa música de Vangelis, las actuaciones de un elenco extraordinario y una maravillosa trama de carácter existencialista convirtieron a Blade Runner poco a poco en una película de culto para los amantes de la ciencia ficción. De la mano del realizador canadiense Dennis Villeneuve (Arrival, 2016), uno de los directores que mejor combinan una visión artesanal con un diseño industrial en la actualidad, y con un guión en colaboración de Hampton Fancher y Michael Green (Alien: Covenant, 2017), la historia del policía cazador de replicantes regresa en una secuela que busca potenciar el film anterior al sumarle pequeños detalles de la novela a un futuro tan desolador como premonitorio gracias a las posibilidades de la tecnología al servicio del arte. La secuela de Villeneuve mantiene la multiculturalidad de la ciudad de Los Angeles en el futuro, la preeminencia de los rasgos de la cultura oriental que también estaban presente en la novela, los efectos radioactivos de la tragedia post bélica presentes en la obra de Dick y la obsesión por la distinción entre la vida y la creación artificial en una reflexión profunda sobre la deshumanización, la condición degradante del trabajo esclavo y su necesidad por parte de las corporaciones para la acumulación del capital. En Blade Runner 2049 (2017) la acción se sitúa en el año en cuestión, treinta años después de la huida del detective Rick Deckard (Harrison Ford) junto a su compañera replicante, Rachael (Sean Young), en un mundo donde la naturaleza parece completamente muerta debido a una catástrofe denominada el “gran apagón” que cubrió al planeta en tinieblas durante unos días. En este nuevo mundo el detective K (Ryan Gosling) busca en las granjas artificiales a un grupo de replicantes Nexus 8 rebeldes de la desaparecida Corporación Tyrell, adquirida tras la muerte de su fundador por Niander Wallace (Jared Leto) para continuar con la producción de androides más dóciles para el mercado de esclavos de las colonias que mantienen a los habitantes del planeta Tierra. En su investigación descubre una anomalía imposible, un milagro tecnológico que la corporación de Wallace desea pero la Teniente Joshi (Robin Wright) busca ocultar y eliminar. Siguiendo el carácter del policial negro de la película de Scott en detrimento de la alegoría sociológica y metafísica de la novela de Dick, el opus de Villeneuve recrea un mundo post apocalíptico en el que las personas son desechos que componen un entramado perverso de un enfrentamiento entre humanos despojados y replicantes perseguidos. La música de Benjamin Wallfisch (It, 2017) y Hans Zimmer (The Dark Night, 2008), no solo sigue los lineamientos armónicos de los sintetizadores de Vangelis en lugar de las orquestaciones usuales de Zimmer sino que recupera los leitmotivs de la banda sonora original del compositor griego para agregarle pasajes industriales que siguen la acción en una gran proeza sonora. La fotografía del inglés Roger Deakins (No Country for Old Men, 2007) busca en cada toma construir un fotograma único, exquisito y hasta devastador a través de los efectos visuales, que se destacan por su realismo y perfección. La mezcla de sonido, el vestuario y la labor de todo el departamento artístico vuelve a ser uno de los grandes protagonistas de Blade Runner gracias a la construcción de un mundo capitalista y corporativo donde la miseria se ha expandido y arraigado. Las actuaciones de todo el elenco remarcan la pérdida de las emociones y la parsimonia de un mundo cada vez más frío y degradado donde la moral y la ética tienen poco lugar en un contexto signado por la supervivencia. La nostalgia de los guiños al film original es, a diferencia de la mayoría del cine melancólico actual, el punto de partida hacia la exploración de un futuro dramático y desértico en el que las interpretaciones minimalistas y circunspectas crean un clima desesperanzado y afligido. El personaje de Gosling tiene su contracara en Luv (Sylvia Hoeks) una replicante que trabaja para Wallace. Mientras que K desarrolla en su psiquis todo el drama existencial que se debate entre el orden y el caos y la vida y la muerte, que marca el camino hacia el desarrollo de una conciencia, Luv ansía asir el poder junto a su creador y jugar con la vida y la muerte para manipular y controlar derrotando a sus enemigos sin piedad. Tanto Blade Runner como su secuela son la mejor adaptación posible de una novela imposible de adecuar al cine por el carácter mismo de la narrativa alucinatoria de Philip K. Dick, que oscila entre la psicología analítica del suizo Carl Jung, la paranoia surrealista y las conspiraciones ucrónicas, pero también es a su vez una secuela perfecta de uno de los mejores films de ciencia ficción. La delicadeza de cada escena se combina así con una trama policial tan imprevista como original bañada por la cálida brisa musical de una composición tan solemne como conmovedora que resalta el carácter existencialista de una película inolvidable y estremecedora que marca nuevos horizontes para el género.
Blade Runner 2049: Construyendo un significado propio. Llega una de las secuelas más esperadas de la historia, apuntando por estar a la altura de uno de los trabajos más respetados del género de la ciencia ficción. Reseña libre de spoilers Después de 35 años llega la secuela de uno de los films más influyentes de la historia. Un icono temático de la ciencia ficción, visualmente Blade Runner influencio a prácticamente todo cineasta que fue espectador tras su estreno en 1982. Lejos de entregar un trabajo que va a lo seguro, el equipo detrás de Blade Runner 2049 logró una película con identidad propia que se sostiene en los hombros del rico universo ideado por Ridley Scott (esta vez en el rol de productor). Muchos años han pasado de la historia original. Esta vez seguimos a un nuevo detective, interpretado por Ryan Gosling, investigando un misterioso caso que podría cambiar la dinámica social que se sostiene tan delicadamente el status quo de este futuro cercano alternativo. En su rol como Blade Runner, se encarga de dar caza a androides fugitivos que originalmente sirven como mano de obra esclava. Una trama ubicada en un universo tan rico y audaz que te absorbe desde el primer momento gracias a la fantástica combinación de efectos especiales con un trabajo de sets, maquetas y props que ostentan diseños que toda producción del género envidiaría. La existencia de lo denominados replicantes le da un sentido temático a un universo que en lo estético ya se presenta más que interesante. La mezcla de tecnología futurista con un ambiente sucio y noir, la cultura asiática y occidental que se complementan con las luces de neón que emanan las publicidades holográficas, todo cubierto por una eterna noche de lluvias intensas. Todas estas son marcas icónicas del trabajo original que lejos de abusarse de forma vacía, sirven como marco para desarrollar tópicos cómo la identidad, la división social, racial e incluso el significado de ser humano. La buena ciencia ficción siempre propone escenarios futuristas para poner en perspectiva el análisis de nuestra propia realidad, el posible futuro como un lente por el cual ver nuestra propio presente. Los conflictos raciales, las diferencias sociales e incluso el sentimiento universal de buscar el propósito se ven reflejados e invitan a la reflexión. Pero además de desarrollar y expandir temáticas clásicas como estas (que ya exploro su antecesora), 2049 introduce inteligencias artificiales holográficas interpretadas por Ana de Armas (Knock Knock). Un servicio que nuestro protagonista aprovecha en su vida diaria: replicante de replicantes, un artificio para lo artificial y el único oasis en la vida de un Blade Runner que existe solo para su trabajo. Es mediante esta nueva capa que explora tópicos más modernos, explorando la relación de su solitario protagonista, rechazado por la sociedad y compartiendo su vida con la tecnología como única compañía. Los personajes interpretados por Robin Wright (House of Cards), Dave Bautista (Guardians of the Galaxy), Jared Leto, Mackenzie Davis (Black Mirror: San Junipero) son parte de un mundo creado hace mas de tres décadas, pero logran enriquecerlo y hacerlo suyo. Fugitivos, artesanos de falsos recuerdos para implantar en replicantes, hombres jugando a ser Dioses, esclavos del sistema o victimas del mismo, 2049 logra expandir un universo al mismo tiempo que reformular su iconografía. Ojos, la figura de un caballo, la lluvia, todos elementos superficiales que la Blade Runner original imbuyó de significado y relevancia se ven recontextualizados e igual de significativos en este film. Sale victoriosa de una batalla que la mayoría de las secuelas ignoran que deben pelear. Además por supuesto de la vuelta del Blade Runner original: Deckard (Harrison Ford), que más que un cameo resulta vital para la trama, que en su segunda mitad podría decirse que sufre el impacto de su llegada. El guion de Hampton Fancher (mismo rol en la obra original) y Michael Green (Logan, Alien: Covenant) funciona de maravillas durante una primera mitad que brilla moviéndose naturalmente entre la introducción del universo y sus personas, además del desarrollo de una trama detectivesca llena de incógnitas. Pero una vez que Deckard se introduce poniendo todas las cartas sobre la mesa, aún cuando siguen habiendo sorpresas hacia el final, la cinta sufre de un último acto que carece de la complejidad y profundidad de sus inicios. De todas maneras, el guion en general tiene un nivel de imaginación y enfoque que pocos pueden ostentar. Más apropiado ver su estructura a través de cinco actos en lugar de tres, los últimos momentos del film cierran de buena manera un flojo quinto acto. Aunque la verdadera estrella de la película sea el trabajo de Roger Deakins (click para ver una filmografía que no merece ser resumida) en la dirección de fotografía, creando hermosos escenarios con matices y un valor dramático que sólo un maestro con una ilustre carrera podría obtener, el director Denis Villeneuve (Prisoners, Sicario, Arrival) logra crear impactantes secuencias combinándolo con la excelente banda sonora de autoría compartida entre Benjamin Wallfisch (It) y el gran Hans Zimmer. Una maravilla técnica y de producción, Blade Runner 2049 se gana el derecho a su existencia gracias a un guion y dirección que insisten en construir sobre la primera película. Muchos ya la ubican como una de las mejores secuelas de la historia, algunos insinuando que logro como mínimo igualar a la original. Aunque eso resulta subjetivo, y altamente improbable con el paso del tiempo, no hay que olvidar que la valorización de un trabajo no puede infectarse demasiado con la opinión que a uno le merece la recepción del mismo. Aún con algunos problemas, el valor artístico y técnico se combinan como pocas veces en un relato que logra continuar dónde dejo uno de los trabajos más icónicos de su género. Es un valioso film que encontró su propio significado, y gracias a ello logra ser mucho más que una simple replica de la original.
Treinta años después, habemus futuro. Luego de más de tres décadas de espera Blade Runner tiene su secuela y esta llega de la mano del binomio que convirtió a la historia en un clásico de culto en los ochenta: Ridley Scott y Harrison Ford. Y si bien Scott se encarga de producir el proyecto y no de dirigirlo, los aciertos en cuanto a la elección de las nuevas caras de la saga fueron vistos como un punto positivo antes incluso del inicio del rodaje dada la presencia de Denis Villeneuve (Prisoners, Arrival, Sicario) en la dirección y de Ryan Gosling como el protagonista de esta continuación que, como indica su título, transcurre treinta años después de los hechos acaecidos durante el primer film. Para empezar hay que decir que aquellos que recién ahora se incorporan a este universo y no vieron la primera película prácticamente no deberían ni molestarse en ver la secuela. Primero porque Blade Runner es un verdadero clásico que todos deberían ver y segundo porque dejarían de apreciar como es debido esta segunda parte prácticamente en su totalidad. Y esto último no tiene que ver sólo con los típicos guiños y referencias que las secuelas suelen tener para con sus antecesoras sino con elementos esenciales de esta nueva historia que carecerían de significado si no fuera por los antecedentes relatados en la primera parte. Aclarado esto, vale decir que igualmente la película se toma el trabajo, con el típico texto sobre la pantalla a modo de intro, de informarnos que la historia transcurre en un futuro en el que una empresa del campo de la robótica logró fabricar seres casi idénticos a los seres humanos, que son usados como mano de obra esclava por los hombres en planetas cercanos a la Tierra con el fin de prepararlos para ser habitados. También, sabremos desde el inicio que un grupo de estos seres, conocidos como replicantes, protagonizaron una revuelta contra sus creadores y desde ese momento son perseguidos para su eliminación por representantes de la policía, quienes reciben el nombre de Blade Runners. Hasta acá, todo igual a la uno. Pero los cambios no tardan en aparecer. Porque resulta que un nuevo gurú tecnológico ha aprovechado estos treinta años para apropiarse del lugar dominante que supo ocupar el señor Tyrell, creador de los primeros replicantes. Se trata de Niander Wallace (Jared Leto), un visionario que encontró la forma de controlar a sus replicantes e incluso utilizarlos para cazar a los pocos modelos viejos que todavía andan sueltos. Y así es como conoceremos al nuevo protagonista de la historia porque K, el personaje de Ryan Gosling, es tanto un replicante como un Blade Runner, toda una contradicción para el mundo del ya lejano año 2019. Con un Deckard (Harrison Ford) prófugo y sin ser visto en estos treinta años, la historia se desencadenará a partir de un descubrimiento que hace K y que cambiará el curso de la historia para siempre: los restos mortales de una replicante que estuvo embarazada. Lo que Blade Runner 2049 propone es un universo ultra futurista que sabe respetar la estética del clásico de los ochenta en su esencia, con esa ambientación de podredumbre urbana, lluvia constante, anuncios y carteles de neón deslumbrantes y contrastes de luces y sombras que cubren con un halo de misterio a toda la narración pero, a su vez, imprimiéndole un sello de avance y aggiornamiento radical. Si los fanáticos de la ciencia ficción encontraron una obra que admirar en el trabajo de Ridley Scott, probablemente no podrán menos que maravillarse con lo que aporta Denis Villeneuve en esta secuela que desde el primer momento se erige como un viaje multisensorial, lleno de recursos visuales perfectamente utilizados, y ambientado con esa música que hace un culto de los sintetizadores. En términos narrativos esta segunda parte tampoco se queda atrás porque aprovecha de gran forma los elementos fundacionales de su universo para profundizar en algunas cosas, resignificar otras tantas e incluso contradecir lo ya asentado siempre a favor del avance narrativo. En este sentido, la labor de guion hace foco en el personaje de K que, sumado al excelente trabajo de Ryan Gosling en lo actoral, conforman a un protagonista que nunca pierde la compostura y frialdad propias de los replicantes mientras experimenta en simultáneo emociones y preocupaciones humanas, elementos que en combinado hacen a la evolución del personaje. Vale agregar que los 163 minutos que la película dura encuentran equilibrio y en cierta forma una renovación de aire cuando hace su aparición el personaje de Deckard en la segunda parte de la trama. La importancia del personaje y el magnetismo que genera Harrison Ford son lo que la historia necesita para empezar a rumbear hacia el desenlace que, como todo lo demás, tiene ese dejo de vaguedad, intriga y ambivalencia. Blade Runner 2049 es la prueba de que, sin apurarse, es posible darle continuidad a un clásico haciéndole justicia y no por el mero hecho de estrenar algo que, solo por el nombre, asegura el éxito de taquilla.
¿Sueñan los androides con secuelas? “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” se preguntaba la novela homónima de Philip K. Dick, el evangelio sobre el cual Ridley Scott basó su icónico film de ciencia ficción noir Blade Runner (1982). Treinta y cinco años más tarde se estrena Blade Runner 2049 (2017), digna del legado de culto que arrastra la original. Así se hace una buena secuela: ni remakes ni “soft reboots”, que reinician el ciclo narrativo con la bendición pasajera del elenco original, sino una película que se inspira en las mismas ideas y las expande al rato que cuenta su propia historia. Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) estuvo tocada por la misma gracia. El año es 2049 y el futuro se mantiene a unos treinta años de distancia, por siempre lúgubre y estéril. De lejos Los Ángeles parece un uniforme desierto de concreto, pero en las profundidades de las canaletas de la metrópolis florece la colorida mugre de la vida nocturna - ladrones, policías, prostitutas, asesinos. El Oficial K (Ryan Gosling) da caza a los “replicantes” (seres humanos sintéticos) que sobreviven desde los días de la compañía Tyrell, ahora en manos del megalómano Wallace (Jared Leto), hasta que desentierra - literalmente - un secreto que compromete el orden social aceptado tanto por humanos como sus esclavos replicantes. Desde que Dick escribió la novela en 1968 hasta que Scott la adaptó (con no menos de siete cortes distintos) la historia subyacente de Blade Runner siempre ha tratado sobre el cuestionamiento de la realidad humana, la incertidumbre existencial y el valor (o no) de la vida. Escrita por Hampton Fancher (uno de los guionistas originales) y Michael Green y dirigida por el visionario Denis Villeneuve, Blade Runner 2049 nace de la imaginación y curiosidad por estas cuestiones, vehiculizadas en la clave de un policial futurista. Ghost in the shell: La vigilante del futuro (2017), puro estilo y cero substancia, quiso hacer algo parecido y cerró en un film de acción mediocre. Blade Runner 2049 es una película lenta, con una estructura atípica y una resolución poco reconfortante. Posee una cualidad hipnótica: la impactante puesta en escena, la somnolienta banda sintética (ecos de Vangelis, lamentablemente ausente), la poética quietud de la imagen. Denis Villeneuve posee un manejo maestral de la composición y permite que el entorno hable por su flemático protagonista, siempre mostrándolo excluido y empequeñecido tanto por la ciudad como el desierto. Recurren las imágenes de estatuas derrocadas, símbolos de fragilidad y decadencia, y las de hologramas seductores, que gozan de una voluptuosidad que la gente real carece. Se construye una atmósfera inquietante en la que las acciones de K, despojadas de impulsos nobles o heroicos, se ven motivadas por la insatisfacción hacia la vida y el rol que la vida le ha impuesto. K probablemente debe su mote a los numerosos alter egos de Kafka, personajes patéticos a la deriva en un mundo que los burla y desprecia. Además, como todo buen protagónico noir, se la pasa siendo emboscado y peleando de manera tan lastimosa que hasta las victorias saben a derrota. Gosling puede o no ser el actor más versátil pero el papel le queda hecho a medida. Una de las muchas ironías de la película es que su única compañía es Joi (Ana de Armas), un holograma cuya trágica intangibilidad remite a la de Ella (Her, 2014). Hacia el final de la investigación de K se encuentra Rick Deckard (Harrison Ford), retirado desde el primer film; es una grata sorpresa que Ford se juega emocionalmente por su personaje, para variar, y que la ambigüedad con la que concluye el primer film permanece relativamente intacta. Sylvia Hoeks compone una antagonista detestable, pero Leto no causa ninguna impresión y ninguno de los villanos llega a los tobillos del auténticamente desquiciado Roy Batty de Rutger Hauer. ¿Cuánto más se puede hablar de Blade Runner 2049 sin entrar en territorio de spoilers? La primera película es un clásico que redefinió la forma en la que el cine imagina el futuro. Aún si la secuela siempre va a estar endeudada a su legado, forja su propia identidad como una nueva, atrapante incursión hacia los límites metafísicos de la ciencia ficción.
La espera fue larga desde l982, cuando se estrenó “Blade Runner” que en un principio fue un fracaso y luego se convirtió en película de culto, hasta esta nueva versión. Aquí Ridley Scott se quedó con la producción ejecutiva, con un equipo de 15 de su estatus y delegó la dirección en Denis Villeneuve (el mismo de “La llegada”) Y esta nueva historia que abreva en el mundo creado por el genial Philip K. Dick (“Sueñan los androides con ovejas eléctricas”) contó en el guión con Hapton Fancher que estuvo en el guión de la primera mas Michael Green. Y en esta extensa versión de dos horas y cuarenta minutos (si, es exagerado el metraje) uno comprueba que el resultado no defrauda. Si tendrá destino de leyenda solo el tiempo puede determinarlo. Los interrogantes que se plantean en el primer film se retoman aquí y se multiplican. Saber cuanto de humanos pueden tener estos esclavos androides sigue siendo el interrogante y hasta se habla de milagros. Mucho no se puede contar, el director nos envió una carta a los críticos rogando no cometer spoilers (anticipos de la trama) Pero si puede decirse que las angustias y verdades rebeladas se acumulan y se crean nuevos enigmas. Ryan Gossling pasea su poético, violento y atormentado personaje con una elegancia única. Cuando en la última parte se cruza con Harrison Ford, primero en pelea y luego en entendimiento, es un verdadero placer verlos. Especialmente porque en el “refugio” del viejo Deckart hasta es posible encontrarse con Marilyn Monroe, Elvis Presley y Frank Sinatra. Visualmente la contaminación de vapor y nieve, la destrucción masiva, las ciudades abandonadas retoman y agrandan la sensación de la primera. Un superpoderoso, Wallace, es dueño de los alimentos sintéticos que evitaron la hambruna y el que compró la empresa que fabricaba androides. Un Jared Leto alucinante en sus planteos. Robin Wright es la jefa de la policía que quiere tapar todo. Y un androide violento, el brazo ejecutor de Wallace es la peor amenaza para toda esperanza. Disfrutable visualmente, con una trama que entretiene e intriga, con buenos actores. Hay que verla.
Un futuro áspero, con un Ryan Gosling como Blade Runner, Harrison Ford como un viejo ermitaño con un perro buena onda y una Ana de Armas versión "Siri futurista". Las películas de ciencia ficción, son de mis favoritas, pero Blade Runner nunca formó parte de esa colección de films que amo. Ya con su antecesora, tuve esa sensación de que no le pusieron onda al futuro. Ok, puede ser duro, calamitoso, pero ponéle imaginación. Los monitores no me los hagas igual que en los '80, no me hagas carteles de neón. Bueno, en el año 2049, la onda futurista es también muy retro. Parece filmada en los '80. Luces de neón, monitores anchos, no hay celulares, y no faltó el cartel de Atari, en fin. Por otro lado, la película dura una eternidad. Si va durar casi 3 horas, más vale que se haga ameno, llevadero. Y cada plano lleva su tiempo. La historia presenta un conflicto que no nos vuelve locos, no atrapa. Hay que reconocer que la película se vuelve un poco más entretenida cuando aparece Harrison Ford, y ese momento tarda en llegar. Una historia de origen, de identidad que podría haber sido más concreta y hasta emotiva. Blade Runner se pierde en la historia de amor de Gosling con de Armas, cuando a nadie le importa. Un film recomendable para fanáticos de la primera, disfrutarán de las perlitas y referencias a la película de 1982. Para quienes no tenemos un amor particular por la primera y no somos amantes del género, no valen la pena ni las tres horas de Ryan Gosling o Ana de Armas en pantalla gigante.
A más de 30 años del estreno del film de culto y clásico de Ridley Scott, llega Blade Runner 2049, secuela que cae en manos de Denis Villeneuve (La llegada, Sicario). El agente K (Ryan Gosling) es un blade runner, un policía encargado de atrapar modelos de replicantes (androides que se rebelaron y cuestionan su propósito). A partir del encuentro de un objeto enterrado, comienza a revelar un misterio oculto hace treinta años y el cual sólo tiene respuestas por parte del agente desaparecido Rick Deckard (Harrison Ford). Cuando se anunció la secuela de Blade Runner la expectativa era alta. Y cuando Scott eligió a Villeneuve para continuar su trabajo la decisión generó más interés todavía. El director venía de realizar la cinta de ciencia ficción La llegada y ya había demostrado su talento en La Sospecha y Sicario. En Blade Runner 2049 Villeneuve no se arriesga. No cuestiona el género de ciencia ficción como lo hizo la primera película. Se deja llevar por el respeto y el homenaje que le tiene a la cinta original. La visión del director se pierde en la solemnidad de las imágenes, lo cual es lo más destacable del film con una fotografía impecable. Pero por momentos pareciera que la película está forzada a demostrar su grandeza. No cae en la nostalgia de reverenciar una década o un estilo como si lo han hecho series como Stranger Things o la película Star Wars: El despertar de la fuerza. Blade Runner 2049 es una extensión de la original, tiene escenas y planos calcados, los mismos tiempos narrativos e incluso emula su banda sonora (la mano de Hans Zimmer no se nota y se escucha otra versión del clásico de Vangelis). En lo que respecta a las actuaciones sucede algo similar. En la década del 80 Harrison Ford venía de realizar papeles de héroes simpáticos como Indiana Jones y Han Solo y pasó a ser un gruñón y poco empático detective en Blade Runner. Ryan Gosling pasa por los mismos dilemas habiendo actuado recientemente en La La Land para ser el poco carismático detective K. La interacción entre ambos es poca y para ser un film que recurre a la mítica figura de Deckard, no la aprovecha. El papel de Jared Leto, como un visionario que controla el nuevo universo robótico, tampoco es el de villano del film. Su rol queda rezagado para recalcar la evolución del ser humano y su ceguera queda más como una excusa para presentar espacios oscuros y juegos de luces impresionantes pero que no aportan nada a la trama. Por último, la cinta original estaba basada en el cuento “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick. A partir de esta simple pregunta el relato cuestionaba los límites de la realidad. La película avanzaba en este concepto de lo artificial y lo real como eje de conflicto entre Deckard y los replicantes, especialmente su relación amorosa con Rachel. En Blade Runner 2049 el cuestionamiento es sutil pero está presente entre el agente K y el personaje de Joi (Ana de Armas). Sin revelar detalles del argumento, esta relación se convierte en algo original (quizás ya visto en algún capítulo de Black Mirror) pero sí que avanza a otro nivel del planteado en la cinta original de Ridley Scott.
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¿Tiene alma un replicante?. Los fans del film de Ridley Scott temían por lo que podría resultar una continuación, pero Denis Villeneuve consigue una trama sólida, en la que vuelve a aparecer la cuestión de la autoconciencia de los androides y tiene especial peso el tema religioso. Cuando se estrenó en 1982 se esperaba que Blade Runner, dirigida por Ridley Scott, fuera un éxito. Con todo a favor el éxito no llegó, pero pronto se convirtió en una película de culto, clásico más o menos maldito que no falta en casi ninguna lista de lo mejor del género. El anuncio de una secuela causó impacto porque era fácil que la apuesta saliera mal, que es lo que todos temen cuando a Hollywood se le da por manosear sus reliquias. Pero si llegaba a salir bien... Los fanáticos se frotaban las manos y le rezaban a Philip K. Dick, divinidad fundamental de la ciencia ficción y autor de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, relato en el que se basa el film original. Con el estreno de Blade Runner 2049, de Denis Villeneuve, la incógnita llegó a su fin. Ambientada 30 años en el futuro, Blade Runner 2049 regresa a un mundo en el que la humanidad se expandió más allá de los límites del planeta usando como mano de obra esclava a unos androides, los replicantes, más fuertes e inteligentes que los hombres. Estos replicantes son casi humanos (o más que humanos, como los definen sus creadores), pero cuando exigen ser tratados con iguales derechos comienzan a ser eliminados, como si ese reclamo fuera una falla de fábrica. Los encargados de eliminarlos (y eliminar significa ejecutar) son los blade runners, labor a cargo de humanos en el film de Scott, pero que ahora es llevada a cabo por una nueva generación de replicantes más dóciles. Esta diferencia se traduce en un cambio de punto de vista, ya que el rol protagónico esta vez lo ocupa un replicante, el agente K (Ryan Gosling), en lugar del humano agente Rick Deckard (Harrison Ford). El choque entre los viejos modelos de replicantes rebeldes y los nuevos, serviles a las necesidades del sistema pero igual de discriminados por los seres humanos, también queda planteado desde el inicio. Pero esta vez la discusión acerca de lo humano y el carácter de persona consciente se expande un poco más allá del soporte físico (los androides), para llegar incluso a programas cuya manifestación es apenas una proyección hologramática. No bastan la razón ni la capacidad de hacer uso de ella, ni la autoconsciencia para establecer qué es lo humano, sino que pareciera ser una condición religiosa, el alma, la que lo define. Ya en la primera secuencia un viejo replicante le echa en cara al modelo nuevo que no le importa matar a los de su propia especie porque “no ha visto un milagro”. La recurrencia de palabras como milagro o alma no son casuales: Blade Runner 2049 es una fábula religiosa que tiene mucho del mito cristiano, recurso al que el cine estadounidense suele acudir con asiduidad. No es extraño que esto ocurra dentro del universo de Blade Runner si se tiene en cuenta que esa cuestión religiosa es esencial en la obra de Dick. Del mismo modo debe decirse que cuestiones análogas de la ética y la moral en torno del asunto del creador y sus criaturas también han sido abordadas por Scott –quien se desempeña como productor de esta secuela– en su último trabajo como director, Alien: Covenant, estrenado hace algunos meses. Una curiosidad: en aquel futuro del 2019 visto desde los años 80, Deckard aparecía en muchas escenas leyendo diarios de papel. Hoy ese detalle tanto puede interpretarse como un anacronismo avant la lettre o como una muestra de amor por lo analógico en un mundo en el que lo digital comenzaba a percibirse como siguiente paso evolutivo. Por eso tampoco resulta extraño que Blade Runner 2049 consigne como tragedia a un apagón que en el pasado borró los archivos digitales, haciendo que toda una época se vuelva un agujero negro en la historia. Como Scott, Villeneuve también rompe algunas lanzas por este mundo analógico que ahora sí afronta su extinción. En cuanto a lo narrativo, el canadiense hace avanzar la historia con paso firme, pero sin poder evitar ser previsible. Al menos tanto como las analogías religiosas lo permiten. Incluso en las vueltas de tuerca es posible ir ganándole siempre unos pasos al relato y si bien eso no lo vuelve aburrido es cierto que lo aplana un poco. La música de esta nueva versión vuelve a resultar tan monumental como en algún punto invasiva, como lo era la compuesta por Vangelis para la original. Más allá del exceso, Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer logran readaptar la intención de aquella, componiendo una partitura que se parece a lo que hubiera hecho Trent Reznor con Nine Inch Nails si le hubieran encargado reinterpretar el trabajo del mítico músico griego.
El humanismo sintético Ya como novela, Blade Runner de Philip K. Dick es un hito incuestionable dentro de la ciencia ficción. La versión cinematográfica de 1982, a cargo de Ridley Scott, también se convirtió en una obra de culto para el género, subiendo la vara para todo lo posterior. Haría falta un dossier aparte para hacer justicia a ambas piezas, por lo cual es mejor limitarse a estas líneas breves de referencia. Después de pisar fuerte con La Llegada (Arrival, 2016), el canadiense Denis Villeneuve se puso frente al ambicioso proyecto de llevar a la pantalla Blade Runner 2049 (2017), continuación de Blade Runner. Es todo un desafío explicar la trama del film sin espoilear cuestiones claves; esperamos sepan entender la liviandad de lo expuesto en este párrafo, hecho a consciencia para no arruinar la experiencia de nadie al sentarse en la butaca del cine. 30 años después de los hechos sucedidos en el primer film, la historia sigue la investigación de K (Ryan Gosling), un blade runner con la tarea de localizar y eliminar a los modelos más viejos de replicantes -aquellas entidades sintéticas tan fácilmente confundibles con un ser humano- que aun se esconden por los rincones más inhóspitos del planeta. En plena misión, K se topa con un descubrimiento que puede cambiar para siempre la concepción que se tiene hasta ese momento de los replicantes, y que también pone en crisis su propio ser. Este suceso inicia una trama donde cada pieza de la investigación conlleva una revelación que podría significar un cambio rotundo del paradigma humanos/sintéticos. La visión de Villeneuve, combinada con la cinematografía de Roger Deakins y el diseño de un departamento de arte al máximo nivel, entregan escenas y composiciones visuales simplemente alucinantes; uno se pierde dentro de esas puestas que nos regalan páramos desiertos, urbes grises y sobrepobladas, ambientes en clave steampunk y ruinas interminables de un pasado no tan lejano. Al igual que su antecesora, Blade Runner 2049 sigue la estructura clásica de un film noir… o mejor dicho, un tech-noir, donde el relato se concatena pista tras pista y giro tras giro; es un camino revelatorio de autodescubrimiento que nunca olvida el espíritu del material original. Es útil recordar que el propio Villeneuve declaró haber encarado esta secuela con la mente puesta en el corte final de Blade Runner lanzado hace exactamente 10 años. El carácter de los blade runner, ese devenir mezcla de melancolía con tintes apáticos, está hecho a la medida de un actor como Gosling, que no necesita largos parlamentos ni explosiones de histrionismo para expresar el sentir del personaje al que interpreta. Con mínimas expresiones logra un rango de emociones profundas que otorgan un mayor peso al relato. Harrison Ford también se luce como un Deckard desgastado y casi vencido, dando la sensación de disfrutar más este tipo de “revivals” por sobre otros del calibre de Star Wars o Indiana Jones. La holandesa Sylvia Hoeks se destaca en su rol de replicante despiadado y Robin Wright demuestra su fuerza en la piel de la jefa de K. Mientras todo esto acontece, la belleza de Ana de Armas intentará desconcentrar a varios durante demasiados pasajes de la película. Como piezas de un rompecabezas que se unen para echar luz sobre un misterio que interpela desde lo macro hasta lo micro de todos los involucrados, Blade Runner 2049 es una atrapante historia que -respetando un exigente canon- logra estar a la altura de lo más refinado de la ciencia ficción, entregando un producto que balancea de manera soberbia la belleza visual y la profundidad dramática dentro de un relato hipnótico con múltiples capas de lectura.
Secuela del film de culto de 1982, Blade Runner 2049 de Denis Villeneuve profundiza más los mejores aspectos de aquella, y ofrece una mejor relación con el relato original de Philip K. Dick. Treinta y cinco años tuvieron que pasar para que finalmente la secuela de Blade Runner viera la luz, luego de varios anuncios y cancelaciones. Durante estos años, el mito respecto a la película original fue creciendo. Pasando de ser un estreno criticado y con baja taquilla, a ser reconsiderado años después con otros dos cortes (un Director’sCut en 1992 y un Final Cut en 2007). Pero la secuela se hacía esperar. Como es sabido, cuando pasa tanto tiempo entre un proyecto y otro, las expectativas bajan, y aumentan los temores de arruinar el clásico. Sin embargo, lejos de esto está Blade Runner 2049, convirtiéndose en una propuesta plagada de aciertos y que potencia a la historia original. Como anteriormente, una placa introductoria nos pone en escena. Treinta años pasaron de los hechos conocidos, los replicantes han sido esclavizados, y los rastros de la civilización antigua han sido devastados en medio de un caos. Los cazadores conocidos como blade runners aún existen. Uno de ellos es K, o Joe (Ryan Gosling), oficial del Departamento de Policía de Los Ángeles, que cumple con la labor de terminar con los replicantes bajo las órdenes de la Teniente Joshi (Robin Wright) sin demasiados cuestionamientos. Su único punto de relajación pareciera pasar por Joi (Ana de Armas), un holograma vívido con el que comparte su vida cual pareja, traspasando las limitaciones del caso, casi como sucedía con el personaje de Joaquin Phoenix en Her. Pero claro, a K se le asigna un caso especial, empieza a escarbar, y comienzan los cuestionamientos. Al momento de descubrir un secreto debajo de los cimientos de esta nueva civilización, deberá comenzar una investigación que lo llevará a cuestionarse todo, llevándolo hasta los hechos presentados en el anterior film. No es mucho más lo que se puede adelantar de un argumento que contiene varios giros y sorpresas para los novatos y más aún para los fanáticos del original. ¿Qué es lo que funciona tan bien en Blade Runner 2049? El primer acierto, probablemente sea contar con el mismo guionista, Hampton Fancher (más la colaboración de Michael Green), lo cual le otorga mucha coherencia entre ambas partes. Otro acierto, y fundamental, es su director, Denis Villeneuve que viene pisando fuerte en su filmografía desde su orígenes. Es poco lo que se le puede reprochar a este gran realizador más allá de las cuestionadas Sicario y El hombre duplicado, por cuestiones ajenas a su labor. Villeneuve aplica mucho del lirismo que le vimos en su anterior Arrival a una fórmula ya planteada y diferente como la del universo Blade Runner. A diferencia de la película de Ridley Scott más volcada hacia la acción, Villeneuve ofrece algo más filosófico, dramático, con muchos planteos sobre el centro de la humanidad, pero que, cuando tenga que ser de acción no tendrá problemas en acelerar su ritmo. En sus dos horas y cuarenta y tres minutos (en comparación a las poco menos de dos horas del anterior), Blade Runner 2049 se toma su tiempo para ir creando clima, para introducirnos en la historia, y contagiarnos de las emociones de K. Es entendible que ante una duración tan extensa el ritmo no sea siempre parejo, que en el medio haya algún bache, y que probablemente pudo haber sido más corta, pero así como se presenta, todas las aristas emocionales se ven enriquecidas, favoreciendo al resultado final. En esos planteos antropológicos, en su ciencia ficción lírica, Blade Runner 2049 encuentra una relación más directa con el espíritu de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? La novela corta de Philip K. Dick en la que se basa todo este universo. Cuando este había sido uno de los puntos más criticables del film de 1982, aquí la historia, si bien es lógicamente diferente, respeta más la idea con la que Dick concibió su relato. El conocido Roger Deakins como director de fotografía y el departamento de dirección de arte serán otro de los grandes aciertos. Blade Runner 2049 es impactante visualmente, ofreciendo no sólo un universo nuevo, con anclajes en lo ya conocido pero con una paleta de escenarios nuevos y diferentes. No es solo una riqueza visual para el asombro, hay un lenguaje en lo que se muestra, una idea concebida que transmite sensaciones, y que más de una vez, hacen que las palabras sobren, completando el silencio. Estas propuestas no suelen tener un gran apartado de interpretaciones, sin embargo, Villeneuve ha demostrado ser un gran director de actores, y aquí lo confirma. Ryan Gosling se nota sólido, pasa de contenido a fervoroso dentro de un mismo plano, K sufre, duda, y el actor transmite todo al espectador. Robin Wright, Ana de Armas, Carla Juri, Mackenzie Vega, Hiam Abbas, y sobre todo Sylvia Hoeks, componen un universo femenino variopinto, fuerte, con peso en la historia, y en esta civilización futura en la que domina un placer algo etéreo. Villeneuve le otorga a cada una el momento justo y lugar preciso, todas se destacan. Jared Leto quizás sea el más desaprovechado, algo sobreactuado como de costumbre, y con pocos minutos de pantalla, demostrando que el interés de esta historia no se posa sobre la construcción de un villano típico para película de acción, sino en el accionar del protagonista anti héroe. Habrá que esperar para ver a Harrison Ford, como la frutilla del postre que se come al final. Blade Runner 2049 es un combo casi perfecto, más allá de algún cabo suelto y alguna apertura que nos puede hacer pensar en una oportuna continuación; su composición de imagen, un guion que se construye tanto en diálogos como en sensaciones, y un apartado técnico sobresaliente(al que habrá que sumar una omnipresente banda sonora) la ubican dentro de una de las mejores propuestas mainstream en mucho tiempo. Fanáticos y no tanto (será necesario haber visto aunque sea una vez el film original para comprender todo), líbrense de prejuicios y entren a este nuevo capítulo de un universo que lejos está de haberse agotado.
Harrison Ford y una nueva camada están de vuelta para la continuidad del clásico de Ridley Scott. La verdad será revelada. Luego de que “Blade Runner” (1982) sea reivindicada por su público como una película de culto, no se iban a tardar mucho en sacar la ansiada secuela que al espectador estadounidense tanto disgusta. Es el año 2049, el agente K (Ryan Gosling), un policía encargado de exterminar a los replicantes (seres fabricados parecidos a los humanos) que no fueron apagados o que se escaparon para no morir; tendrá una misión al que lo dejará con un acertijo que podría cambiar el mundo para siempre. Esta nueva raza quiere obtener sus propios derechos, porque la batalla ya no se producen entre naciones sino entre A.I. y humanos; al igual que su antecesora. El protagonista tendrá el destino de la humanidad en sus manos. El director de “Incendies” nos vuelve a cuestionar sobre qué es la ciencia ficción porque su cine no es primicia o planteo absoluto, es pregunta constante. Su interrogatorio metrado es sinónimo de su falta de fe en la misma obra. Cuando realizó “Arrival” fue un abanico uniforme de dudas sobre el lenguaje y el entendimiento, pero que no atinaba a nada concreto. En esta ocasión, se mete en el problema de los recuerdos. Y como los ochentas están más vivos que nunca, se buscan fórmulas para emparejarlas a nuestros tiempos. El productor J.J. Abrams usó la nostalgia más una figura femenina fuerte y la suma de homenajes constantes para recrear la secuela de “Star Wars”. No es el planteo definitivo, pero es la más efectiva para la taquilla. Sin embargo, en “Blade Runner” se utiliza otro tipo de segmentación, una que empuja constantemente en busca de su propia esencia, una que trata de replicar a la original buscando su propio milagro de autonomía. El realizador canadiense es reconocido por oscilar en sus finales el vago efecto sorpresivo (que ya se está desgastando y adormeciendo). Al igual que la aparición triunfal de Rick Deckard (Harrison Ford) en el film, que más que aclarar lo teñido aparece para empañar todo. Todas huellas inacabadas para que el espectador sea sucumbido constantemente. El desarrollo de la relación amorosa recreado entre la esposa virtual Joi (Ana de Armas) y el policía protagonista (a quien llama Joe) es símil a la que vimos anteriormente en la obra de Spike Jonze en “Her” (2013), entre una persona solitaria y su sistema operativo, incluso hasta la escena donde se consume el amor es sacado del mismo largometraje. Es un de los puntos más interesantes que recrea el reparto actoral en el film, a diferencia de la actuación de Jared Leto como un magnate new age que solo sirve para alargar los conflictos. En el apartado estético, la producción supo pararse en la misma atmósfera que su par a seguir. El mundo distópico creado por Philip K. Dick sigue su rumbo escénico, sin la falta de un tratado visual opulento. Pero no se siembra solamente en el factor nostalgia, en esta oportunidad hay un valor agregado que supo plasmar, generando su propio clima voluptuoso y grandilocuente, tanto para bien como para mal. Lamentablemente dos horas y cuarenta minutos no es el tiempo idóneo para una obra que retrata con mucho cuidado el apreciado visual y muy poco al enganche de la trama. En vez de darnos nuevas pistas a lo largo del camino, nos fuerzan a dudar de las que ya tenemos para tapar la dolorosa duración. La aventura de “Blade Runner” continúa, pero la magia se va apagando.
Respeto y pasión por la obra original. Esos fueron los cimientos sobre los que el director Dennis Villeneuve (Sicario) construyó la esperada continuación de Blade Runner. El resultado final es magnífico y brinda el mejor cyberpunk que se hizo en Hollywood desde la primera entrega de Matrix, en 1999. Si bien Villeneuve generaba cierta confianza luego de su labor en Arrival, que fue otro gran exponente del género de ciencia ficción, su nuevo trabajo superó todas las expectativas y ofrece una digna sucesora de la película original. No es sencillo analizar en profundidad esta producción sin entrar en el terreno de los spoilers, ya que al establecer comparaciones con el trabajo de Ridley Scott (especialmente en el tratamiento de la historia) se revelarían detalles importantes que deberían reservarse para el público que todavía no la vio. El propio Villeneuve le viene rogando a la prensa de todo el mundo, a través de comunicados, que no se comente demasiado la trama para evitar algunas sorpresas que incluye el conflicto y es algo en lo que estoy de acuerdo. La verdad es que mientras menos información tengas sobre el argumento del film más vas a disfrutar la experiencia que ofrece esta propuesta. Ya habrá tiempo en el futuro para debatir la evolución de los replicantes y el rumbo que tomaron en esta entrega. Lo más importante de Blade Runner 2049 es que en ningún momento se siente como una continuación forzada sino que se complementa de un modo muy orgánico con la producción de 1982. El director Villeneuve tampoco estancó su película en la nostalgia y la continuación tiene su propia personalidad, al mismo tiempo que presenta una visión diferente de ese universo futurista que descubrimos en el trabajo de Ridley Scott. Un detalle que me gustó mucho de este film es que el argumento retoma el tono de Neo Noir que le había dado Scott a su obra. Sin mencionar spoilers, puedo destacar que el conflicto por momentos me trajo al recuerdo esos cuentos geniales del policial negro que solía escribir Ross Macdonald con el detective Lew Archer, que Paul Newman alguna vez interpretó en el cine. Como los casos de Archer, Blade Runner 2049 comienza con un hecho policial rutinario que luego se va convirtiendo en una gran pelota de nieve que termina por desbordar a los protagonistas. El misterio logra ser atrapante si bien el film es mucho menos complejo que la entrega original. No creo que esta película tenga que ser vista varias veces para ser comprendida en su profundidad, debido a que el director fue muy directo en esta cuestión. De hecho, en ocasiones su relato se vuelve redundante cuando repite conceptos que quedaron clarificados de entrada, como si hubiera tenido miedo que la gente no entendiera la trama. Esto se percibe especialmente en la historia personal del personaje de Ryan Gosling. Aunque Blade Runner 2049 tal vez no tiene la misma complejidad argumental que el film de Scott eso no la convierte en una película menor. Dennis Villeuneve hace un gran trabajo a la hora de insertar al espectador en el universo futurista de la trama que esta vez tiene un perfil más oscuro. La puesta en escena de esta producción te deja sin aliento desde el comienzo y dentro de los aspectos técnicos una vez más Roger Deakins se lleva todos los laureles. Un director de fotografía que fue nominado 13 veces a los premios Oscar y perdió en todas las ocasiones, algo que es difícil de entender. Si Deakins te sorprendió con la iluminación de la escenas nocturnas de Sicario esperá a ver lo que hizo con las ambientaciones de Blade Runner. Este trabajo debería otorgarle el Oscar pero es imposible entender los criterios de selección de los miembros de la Academia. Dentro del reparto Ryan Gosling se carga por completo la película al hombro y es la figura predominante de la historia donde brinda un gran trabajo. Una particularidad de Blade Runner 2049 es que le otorgó una mayor relevancia a los femeninos, donde sobresalen Robin Right, la cubana Ana de Armas y Sylvia Hoeks en el rol de villana. Jared Leto cumple con una interpretación correcta pero tiene un papel secundario que no le dio demasiadas chances para destacarse. En el caso de Harrison Ford si bien tarda en aparecer en el conflicto (a diferencia de lo que daban a entender los trailers), queda claro que el actor le tiene más cariño al ex Blade Runner, Rick Deckard, que a Han Solo. En esta película se lo puede ver más inspirado que en el Episodio 7 de Star Wars, disfrutando otra vez del papel, y entabla una muy buena dupla con Gosling. Si tuviera que objetarle algo desde los aspectos técnicos a esta continuación es su duración. Al menos en mi experiencia con el film los 163 minutos se me hicieron por momentos un poco pesados. Especialmente hacia la mitad, cuando la investigación del protagonista se alarga demasiado y la duración se hace notar. Una recomendación importante para disfrutar en profundidad Blade Runner 2049 es repasar unos días antes la película de Ridley Scott, ya que la nueva trama está estrechamente conectada con la producción de 1982. Creo que si tenés bien fresca la primera parte, el film de Villeneuve se aprecia más todavía. Blade Runner es esa clase de fenómenos artísticos que surgen una vez cada 30 años y en su momento creó literalmente una bisagra en el género de ciencia ficción. Pretender que la continuación pudiera superar semejante antecedente sería cargar de expectativas a una producción que no se concibió con ese objetivo. Reitero, Blade Runner 2049 expande y desarrolla este universo de ficción con una propuesta que representa una digna sucesora de un clásico importante del cine. El próximo proyecto del director será una nueva adaptación de Duna, otro ícono de la ciencia ficción, que previamente fue adaptado por David Lynch. Luego de ver el nuevo trabajo de Villeneuve, la saga de Frank Herbert no podría estar en mejores manos.
Regreso solemne y deslumbrante a un clásico Blade Runner (1982) fue una película incomprendida e injustamente maltratada en su momento, pero que con el tiempo se convirtió no sólo en un film de culto sino también en uno de los más influyentes (imitados) del género de ciencia ficción distópica con look apocalíptico, elementos propios del neo noir y no pocas ambiciones filosóficas. Pasaron 25 años y muchas otras transposiciones de relatos de Philip K. Dick desde entonces y ahora llega esta secuela que podría seguir el camino inverso del original: una temprana sobrevaloración (muchos críticos anglosajones la consideran poco menos que una obra maestra heredera del cine de Andrei Tarkovsky) y un olvido bastante rápido. Con un rodaje que demandó casi 200 millones de dólares (el despliegue visual cortesía del eximio fotógrafo Roger Deakins es deslumbrante) y un director de creciente prestigio y con antecedentes en el género como el canadiense Denis Villeneuve (La llegada), Blade Runner 2049 es una película convencida de su (auto)importancia, que se cree más grande de lo que realmente es. Para estar a la altura del mito del primer film termina pecando de solemnidad, de gravedad, de una extensión desmedida (163 minutos) y de ideas supuestamente revolucionarias sobre el control desde el poder, la manipulación y los sentimientos de los robots, la realidad virtual o los implantes y borrados en la memoria que el largometraje original, la obra de Dick y la ciencia ficción en general ya trabajaron mucho y mejor. La grandeza de una película, se sabe, no se mide por su presupuesto, por su duración ni por el prestigio de sus creadores sino por los hallazgos artísticos y, en este sentido, Blade Runner 2049 pretende más de lo que finalmente consigue. En la primera mitad (bastante tortuosa) de este film ambientado tres décadas después (el de Ridley Scott transcurría en 2019) el nuevo protagonista es K (Ryan Gosling), un blade runner al que su jefa (Robin Wright) le encarga exterminar viejos e incómodos replicantes. Luego se presentarán a los malvados de turno (Jared Leto y Sylvia Hoeks) y a la bella amante virtual del héroe interpretada por la cubana Ana de Armas. En plena misión, K descubrirá algo que lo ligará con los personajes de la película original. Recién a los 105 minutos (re)aparecerá en un destruido casino Las Vegas (entre precarios hologramas de Elvis Presley y Frank Sinatra) el Rick Deckard de Harrison Ford (un actor que ha envejecido de la mejor manera) y, desde ese preciso momento, la narración gana en suspenso, intriga, humor y emoción hasta llegar a un intenso desenlace con aires épicos y reminiscencias de western (futurista, claro). Esa hora final no alcanza a redimir por completo a los excesos y carencias de todo el film, pero al menos deja una sensación bastante más satisfactoria.
Con qué sueñan los replicantes... Ambiciosa, profundiza cuestiones que planteaba la original, como la identidad y la inteligencia artificial. Es, para muchos, la película más esperada, y no sólo de este año. Intriga saber cómo construyeron un futuro más allá del que imaginó Philip K. Dick en Blade Runner. Porque la película de Ridley Scott era más que un emblema. Cambió el paradigma de la ciencia ficción en el cine. ¿Cómo es la Los Angeles de 2049 con respecto a la 2019 de la original? Más tóxica, y los personajes están decididamente más aislados. La realidad virtual es moneda corriente en una ciudad que sigue abarrotada, con una invasión asiática, pero en la que… nieva. Los replicantes, con su fuerza, siguen rompiendo paredes, y se los detecta por reconocimiento ocular. El protagonista es K (Ryan Gosling), un Blade Runner que tras eliminar a un replicante en una secuencia inicial alucinante, encuentra algo enterrado cerca de un árbol. Sería el cuerpo de una replicante embarazada. Hay una fecha tallada en el árbol (6.10.21) y mucho tiempo (y metraje) para dilucidar qué es, qué significa, qué pasó. Y qué pasará. La diferencia entre algunos replicantes, portapieles, es que “nunca han visto un milagro”, se dice. Y K, más que buscar un milagro y preguntarse por su propia identidad, va a rastrear a Rick Deckard (Harrison Ford), en busca de respuestas. Hace 30 años que desapareció, cuando se fue con Rachael en el auto (pocos lo saben, pero las tomas aéreas del final de Blade Runner fueron un sobrante de El resplandor de Kubrick). Y a K lo intriga lo mismo que a los fans durante los últimos 35 años reales: ¿Qué fue de la vida de Deckard? “Obtuvo lo que quería”, dice un personaje que ya estuvo en la original. Los replicantes, a los que los Blade Runner deben cazar, no tienen recuerdos. No tuvieron infancia, y lo que creen recordar son implantes. K, diríamos, es un Deckard parco. Nunca sonríe. Bueno, casi como Deckard cuando era más joven. ¿Qué hizo el director Denis Villeneuve? Expandió el universo original, y hasta se permitió, bien al ritmo de estos tiempos (2017, no 1982) profundizar el tema de la identidad, entre la inteligencia artificial y la humana, entre replicantes y seres “ordinarios”. ¿Quiénes somos? es la pregunta filosófica y metafísica. Lo que no tiene, de lo que carece es de un villano a la altura del que interpretó Rutger Hauer en la original. De un replicante que quisiera vivir, no tener fecha de vencimiento (recordar el fin de la primera: Rachael no lo tenía), porque Wallace (Jared Leto, que vendría a ser el “nuevo” Tyrell, de la corporación que fabrica replicantes) no cumple enteramente con ese rol. Sí pude vérsela como una secuela que mantiene el matiz, la actitud, el despliegue visual y hasta los tonos musicales (la banda sonora ya no es de Vangelis, sino de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch). Y como en Dunkerque, la música se confunde con el sonido, creando una ambientación única. Y se incluye un leitmotiv de Pedro y el lobo, de Prokofiev, y a un Sinatra, reforzando el costado retro. Pero Blade Runner 2049 también es un exponente del neo noir. Es digna como continuación, aunque sea difícil que se sienta que sea mejor, en una comparación que es inevitable.
En busca de la identidad perdida California 2049, el planeta Tierra sigue devastado por la radiación e inmerso en este panorama se encuentra el agente K (Ryan Gosling), que de forma autómata, y al igual que el mítico Rick Deckard (Harrison Ford), se dedica a atrapar replicantes ilegales: él es un Blade Runner, y esa es su única certeza. Pero en una de estas “cazas” algo sucederá. El hallazgo de una estructura ósea, que data de 30 años atrás, pondrá en alerta a K, dado que a partir de la autopsia comenzará a encontrar claves, y pistas, que lo harán interrogarse sobre su propia existencia. La identidad y todo lo que conlleva este concepto tanto a nivel psicológico y social, será el tema central de Blade Runner 2049. Si bien en la versión de Ridley Scott, donde veíamos una Los Ángeles con espíritu distópico y cyberpunk, todo lo referente a la identidad se tenía en cuenta, no era tan superlativo como en el relato de Villeneuve. Scott se ocupaba tanto del suspense noir, como de la historia de amor, como de aquellos replicantes rebeldes que buscaban ejercer el libre albedrío contra las órdenes de sus creadores. Por su parte el canadiense nos acerca una historia más gris, aún más noir, más apesadumbrada que la construida en el imaginario de Scott; una especie de drama existencial enmarcado en un lenguaje elíptico y metafórico, característico del cine negro. Así como un ritmo moroso que va edificando gradualmente el sentido del relato y sus vueltas de tuerca. La psiquis del agente K es auscultada a conciencia desde los ojos del realizador. Por más que este personaje este diseñado genéticamente para que las emociones no lo atraviesen y para obedecer ciegamente, su sentido de pertenencia colapsa ante el poder de la imaginación, ante la necesidad de querer encontrar un atisbo de verdad. Con una puesta en escena que roza la perfección, Villeneuve logra resumir en cada plano una belleza de una potencia inusitada, que acompaña el devenir de un melancólico K. Este grado de corrección, así como esa introspección quirúrgica existencial, son cuestiones que le pueden jugar en contra a la película, ya que ponen cierta distancia con el espectador. Los vínculos que se forjan carecen de pasión, de calor, de amor. Carecen de alma, como los mismos replicantes. Sin embargo pesa más la osadía de dar continuación a un clásico, respetando su historia y sin distorsionar su esencia. Los motivos siguen intactos y como los personajes de su propia película, Villeneuve tiene la capacidad de adaptarse a los cambios.
En 1982 se estrenó un film que marcaría un antes y un después en la historia del cine de ciencia ficción, una obra maestra cinematográfica. Blade Runner fue la adaptación de “Do Androids Dream of Electric Sheep?” (1968) y, tal como lo hacía el gran escritor del género Philip K. Dick, la película jugaba con la idea de la realidad. ¿Cómo saber si somos reales? ¿Cómo saber si nuestros recuerdos son verdaderos? Y por último el gran interrogante: ¿Es Rick Deckard, el protagonista, un replicante?. 35 años después, Ridley Scott vuelve al mundo cyberpunk del mencionado autor pero en calidad de productor, dejando la posta de director en manos de uno de los grandes talentos del momento en Hollywood, Denis Villeneuve (Sicario, Arrival). Junto a Ryan Gosling como el nuevo blade runner y al regreso de Harrison Ford, esta secuela llega para sumergirnos en un mar de inquietudes y crímenes en un mundo donde la línea que separa a los humanos de los replicantes es cada vez más difusa.
La importancia del acontecimiento, volver a la obra maestra que Ridley Scott filmó hace ya 35 años, marca el tono de esta secuela. Los Ángeles, en el año 2049, mantiene el aspecto de ese futuro apocalíptico, contaminado, sucio y lluvioso que inauguró aquella, basada en la novela de Philipp K. Dick. El diseño visual deslumbra y tiene efectos especiales apabullantes, aunque otros estrenos recientes, como Ghost in the shell, con su imaginería urbana del futuro, le robaron a esta secuela tardía algo de su paradójica capacidad de sorpresa. El nuevo relato, estirado en largas casi tres horas de duración, parece haberse quedado con la densidad filosófica, expuesta en parrafadas no demasiado inspiradas, pero perdido la vitalidad, la adrenalina, la audacia que hizo de Blade Runner un clásico de nuestro tiempo. Hay un nuevo Blade Runner, policía cazador, que responde a un número de serie o a la letra K (Ryan Gosling), cuyo trabajo es, otra vez, retirar a ciertos viejos modelos de replicantes, bajo las órdenes de una jefa (Robin Wright), dura pero con cierta debilidad por el muchacho. En la primera, violenta escena, está la clave del hallazgo que siembra la trama y que no conviene revelar, pero que sumerge a K en una investigación que involucra su propia historia. Villeneuve y sus cuatro guionistas se asientan de nuevo en el policial negro de ciencia ficción. Es una suerte, porque sino la película, con su gravedad y su exhibición de diseño, sería una pura alegoría tan difícil de acompañar como La llegada, el plomizo film anterior de Villeneuve, ganador de un Oscar. El gusto del director por lo alegórico hace que hasta la única escena de amor físico de la película suceda entre el protagonista y dos mujeres, una virtual y una real, fundidas en una: el tema de lo humano y lo inhumano simboliza en ese doble cuerpo, que apenas se materializa, termina, corte a otra escena, justo cuando venía lo mejor. Blade Runner 2049 está plagada de escenas que podrían estar como no estar, sin que nada cambie demasiado. Menos mal que aparece Deckard/Harrison Ford. Gracias a él, en temporada alta de regreso a sus personajes icónicos de décadas atrás, esta Blade Runner suntuosa registra signos vitales, alguien tocable, con sentido del humor. Un humano, finalmente.
Es una pena no tener el espacio suficiente para proponer una nueva enfermedad que aqueja a cineastas de todo el mundo: el exceso de amor por cada imagen que filman. Eso, y no otra cosa, es lo que demuestra Dennis Villeneuve en esta hipertrofiada secuela al clásico de 1982. Un caso lo lleva a un misterio: el de quizás la revancha definitiva de los replicantes. Ese misterio lo incluye, así como al viejo Deckard y al nuevo mandamás tecnológico actuado con desinterés y solemnidad por Jared Leto. La primera hora y media es morosa, está llena de escenas que no juegan ningún rol narrativo pero que Villeneuve registra con el celo y la morosidad que un adolescente siente por la profesora de la que está enamorado. En realidad todo es así, y la historia deriva en contingencias solo para hablar de oh, la Vida; oh, la Humanidad; oh, el Poder. Otro ejemplo manierista del “mirá mamá, filmo sin manos”.
Una secuela innecesaria • LA POSTERGADA CONTINUACIÓN DEL CLÁSICO DE LOS TEMPRANOS 80 CARECE DE FUNDAMENTO Y SE VUELVE ALGO REMANIDA En la segunda parte del film de Ridley Scott, ahora con dirección de Denis Villeneuve, hay un abuso de esteticisimo y diálogos insípidos, y la premisa cambia radicalmente: el futuro es post-atómico. En la novela breve de Philip K. Dick en la que se basó la "Blade Runner" original, la pregunta era "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?". En la nueva y postergada secuela "Blade Runner 2049" no hay demasiados interrogantes, pero lo que da una idea del cambio de estilo es que, de manera más pedestre, el personaje de Harrison Ford asegura que sueña mucho con queso. A lo largo de la historia del cine de ciencia ficción aparecieron muchas secuelas que nadie necesitaba. Inclusive algunas bastante buenas, como "2010", la continuación de "2001" de Stanley Kubrick que dirigio Peter Hyams y que, a pesar de ser un film sólido, hoy no casi nadie recuerda. Esto se aplica a la nueva "Blade Runner" con la diferencia de que esta película de Denis Villeneuve es bastante mediana, y no muy pareja. Para empezar, el guión sobre un posible hijo de la pareja fugitiva del Blade Runner Ford y la replicante Sean Young, que huían juntos al final del primer film, cambia el esquema totalmente al ubicar la acción en un futuro que ahora no está hiperpoblado sino que es post-atómico, lo que vuelve la premisa más remanida. Pero el film se hace eterno sobre todo debido a sus más de dos horas y media con escenas estáticas, fotografía esteticista, diálogos insípidos y escasos, demasiados primeros planos de Ryan Gosling repitiendo dos únicas expresiones, mas un Jared Leto sobreactuado y un Harrison Ford divertido, pero que aparece demasiado tarde como para redimir el aburrimiento. Justamente el escondite del ex Blade Runner, una Las Vegas radioactiva con hologramas de Elvis y Sinatra y un perro que bebe whisky, es lo más interesante de una película que, como dijimos antes, nadie necesitaba.
A priori, la secuela de Blade Runner parecía una tarea imposible. La cinta original es icónica, un clásico y además, de culto. Todos los que escuchamos que las intenciones de hacer esta continuación eran ciertas, tuvimos miedo. Pánico. A medida que fue pasando el tiempo, Con Ridley Scott en la producción, Ryan Gosling, la dirección de Dennis Villeneuve y la vuelta de Harrison Ford, algunos miedos se aplacaron pero no del todo. Ese fantasma posible que tantas veces nos destrozo el corazón (El Planeta de los Simios 2001, Psicosis 1998, El Vengador del Futuro 2012, Vanilla Sky 2001, El Golpe 2 1983, etc.) sumado a que Blade Runner no es solo un clásico de género, sino una de las películas que más influenciaron al cine actual, nunca se disipaba. Hasta hoy. Y de que forma se disipo. Blade Runner 2049, en lo personal, es la mejor película que vi en el año. Tiene problemas? Si (la duración, el haber publicitado la participación de Harrison Ford, algunos puntos inconsistentes en la trama) pero todos esos problemas quedan nulos al lado de todas las cosas positivas que tiene. En primer lugar el guión de Hampton Fancher y Michael Green. Lograr que la historia encaje perfectamente como si casi no hubiera pasado el tiempo entre ambas, y que además, parezca que la intención de la original haya sido preparar esta conclusión, es algo extraordinario. En vez de dos películas separadas, parece una historia única, que se presenta en dos partes, siendo cada una de ellas buenas en si mismas, pero potenciándose mutuamente en el conjunto. A esto se le agrega la dirección. No me canso de decirlo, pero Denis Villeneuve a esta altura es el mejor director no solo actual, sino de la década como mínimo. Cada escena esta construida utilizando todos los elementos que componen al cine. La música, la fotografía, la actuación, los encuadres. Nada esta puesto como relleno. Nada sobra. Todo tiene una intención. La música, los silencios, las sombras, todo, absolutamente TODO, tiene un porque. Desde los planos generales que nos muestran este futuro distópico e industrializado, a los paramos lejanos y fuera de las ciudades, en contraste con lo opresivo de los ambientes, construye este mundo en el que de a poco nos sumergimos. Agregado a la dirección, pero sin lugar a dudas con merito propio esta la fotografía. Si Roger Deakins no gana el Oscar por esta película, que no los hagan más. Ya lo ningunearon por “El Hombre que Nunca Estuvo” de los hermanos Coen. Esta vez lo tiene que ganar. Esta película tiene planos de los más bellos que pude ver en el cine, cada cuadro es eso, un cuadro, un lienzo donde el Director de Fotografía pinto una obra de arte, que combina perfectamente con el diseño de los escenarios, únicos, y cada uno representativo del lugar que es. No hay manera de imaginar como viviría un Policía que retira replicantes en ese futuro, pero si alguna vez llega a pasar, estoy seguro que su casa seria como aca lo diseñaron. Y a eso se suma, que parece haber fotografiado la película original. La fotografía de ambas parece no solo hecha por el mismo DF, sino que es orgánica en su desarrollo, lo que lo hace mas meritorio todavía. Por ultimo, como cuarta pata de la mesa, están las actuaciones. No hay mucho que a esta altura se pueda decir de Ryan Gosling, ya ha probado que es uno de los mejores actores de su generación, pero todo el reparto esta a la altura. Ana de Armas, Robin Wright, Sylvia Hoeks (literalmente da pavor), Jared Leto, Mackenzie Davis, Dave Batista, y podría seguir con todos los que aparecen. No solo están seleccionados por su apariencia, sino que cada uno con su personaje, le agrega una capa al complicado universo donde vive nuestro protagonista, y cada uno de ellos de alguna manera influye en el, y lo cambia para siempre. Mención de honor para la música. Basado en las armonías de Vangelis, es utilizada para generar climas, de una manera que no parece fuera de época ni anacrónico, y eso es un logro. Una tarea que parecía imposible. En pocas palabras (en serio lo decís? Van dos páginas!) la película trata de lo mismo que la primera. El Alma. Que es el alma? Los humanos nacemos necesariamente con alma o la construimos a medida que crecemos? De ser así, cualquier ser pensante puede desarrollarla? O es intrínseca al ser humano y solo el ser humano puede tenerla? Y si cualquier ser pensante la puede construir a medida que vive, puede ser humano un Replicante? Puede tener alma un robot? En definitiva, les recomiendo fervientemente que vayan a ver esta película. Es una experiencia que hay que disfrutar en el cine. Es una obra de arte en movimiento. Es lo mejor que vi en el año.
Tarea difícil la de continuar una épica inspirada en la obra de Philip Dick y que Ridley Scott llevó al cine con maestría en el año 1982. Acá Denis Villeneuve logra plasmar el espíritu apocalíptico y desesperanzador que impregnaba la primera entrega y vá más allá, ofreciendo, sin solemnidad ni lugares comunes, un espectáculo visual único. La búsqueda de la identidad, el sentido de la existencia humana frente al avance de la inevitable automatización de la vida, sólo algunos de los temas analizados en una película que por momentos prefiere detenerse más en la forma que en su historia, pero que igualmente supera con creces la prueba de continuar la saga. Ryan Gosling sigue sumando composiciones únicas a su carrera.
En 187 salas se estrena hoy la secuela de Blade Runner, film de culto (no cuando fue estrenado, en 1982) de Ridley Scott, que en este caso dirigió Denis Villeneuve (“La llegada”, “Incendies”, “El hombre duplicado”). Impactante visualmente, esta secuela es pretenciosa, imponente, enamorada de sí misma, de su ‘importancia’, y se permite casi dos horas demasiado introductorias y explicativas, morosas, que intentan sostenerse en un diseño de arte y fotografía deslumbrantes. El problema está en que la acción llega bastante tarde: las escenas de Ryan Gosling y Harrison Ford son buenas, y son lo mejor de un film que continúa sus temáticas con algunas ideas interesantes pero no ya inolvidables ni rupturistas. Lo contemplativo parece ganarle a lo filosófico, a lo distópico, y no hay un equilibrio en ello: sin dudas una segunda parte de la obra de Scott merecía algo mejor, y menos jactada de sí misma.
Cuando salí de ver La llegada, tuiteé un poco en broma “que vuelvan los viejos y queridos aliens que solo querían exterminar a la humanidad”. Es que la anteúltima película de Denis Villeneuve era bastante solemne. Aún así me había gustado: hay cierta costumbre entre los críticos (al menos los argentinos) de celebrar la liviandad y desdeñar la solemnidad. Quizás sea como una reacción a cierta vieja escuela que ensalzaba el cine de Bergman y Antonioni. Pero la solemnidad es una propuesta válida como cualquier otra, y en Blade Runner 2049 Villeneuve sigue por la misma senda. Claro que en este caso se apoya en un peso pesado de la ciencia ficción como la Blade Runner de Ridley Scott, quizás el arquetipo de película distópica, que con el tiempo ganó un prestigio a mi juicio un poco exagerado. La gran virtud de la Blade Runner original, virtud que le pertenece toda a Scott, es el clima neo-noir tan novedoso para la época. En cuanto al argumento, pareciera que se le escurre de las manos: la idea de la humanidad de los Replicantes, y por lo tanto de algo más profundo y existencial como qué es y dónde está el alma, pasa un poco por el costado. Por eso florecieron las fan theories acerca de si Deckard (Harrison Ford) es humano o Replicante. Como si los fans quisieran exprimir al límite el poco jugo que la película da al respecto. Pero 35 años después, Ridley Scott (acá productor) y Hampton Fancher (acá guionista, también lo fue de la original junto a David Webb Peoples, que adaptaron la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?) entienden perfectamente de qué se trata la película que hicieron, y me animo a decir que en un punto son conscientes de lo que le faltaba. O quizás solo sea natural que una secuela, con su necesaria ampliación de la mitología, tienda a bucear más profundamente en los temas que en la original solo se insinuaban. En Blade Runner 2049, el héroe es directamente un Replicante. En el año 2049 (30 años después de los hechos de la película original), la Corporación Wallace desarrolló un nuevo modelo de Replicante, más obediente que el anterior. K (Ryan Gosling) es uno de ellos, que trabaja como Blade Runner: es decir, es un Replicante que busca y liquida modelos viejos de Replicantes. Alguien que mata a los de su propia especie. En una misión, encuentra unos huesos enterrados. Los análisis dicen que le pertenecen a una Replicante mujer que murió dando a luz. ¿Los Replicantes pueden concebir? K, bajo las ordenes de su jefa, la Teniente Joshi (Robin Wright), tendrá que buscar a ese hijo o hija y, muy especialmente, al padre. La empresa está atravesada por los propios dilemas existenciales de K, que al fin y al cabo son el alma de la película: ¿qué soy?, ¿puedo amar?, ¿soy libre? Es difícil imaginar cómo puede encararse esta historia sin la solemnidad pertinente, y Villeneuve al mando resulta la elección perfecta. En primer lugar, porque su trabajo junto al del extraordinario director de fotografía Roger Deakins (que ya había colaborado con él en Sicario y La sospecha) es deslumbrante. Sin atarse al neo-noir de la original, Villeneuve y Deakins construyen un futuro asombroso repleto de hologramas y escenarios arquitectónicamente imposibles. Pero además, porque logra llevar adelante la compleja historia imaginada por Fancher manteniendo el interés por casi tres horas. Y aunque en el último tercio aparece Harrison Ford y de alguna manera aliviana la solemnidad general, el resultado total es agotador en el buen sentido: después del último plano, cuando la pantalla funde a negro, en la sala se escuchó una exhalación, como si todos hubiéramos estado conteniendo la respiración.
Visualmente espectacular, narrativamente correcta y con algunas secuencias impactantes, la secuela del clásico de Ridley Scott es una prolija producción que jamás alcanza la densidad emocional de la película original. El filme con Ryan Gosling y Harrison Ford parece realizado por el más aplicado y estudioso replicante de la industria de Hollywood. ¿Sueñan los androides con secuelas cinematográficas? ¿Con qué clase de secuelas sueñan los androides? ¿De esas que son puro acción y espectáculo pero olvidan lo que hizo famosa a la original? ¿O de las que reverencian el filme que les dio vida y tratan de copiarlo con algunos cosméticos cambios? Los androides, al menos según la Biblia que da origen a la saga BLADE RUNNER, sueñan lo que sus creadores han decidido que sueñen, por lo que habrá que pensar que BLADE RUNNER 2049 fue, curiosamente, soñada por alguien que pensó más en la nostalgia (curioso concepto el de la nostalgia en la ciencia ficción) y en el homenaje que en rendir cuentas al modelo narrativo contemporáneo. Es decir, hizo en principio lo que debía hacer: los deberes, completitos. El problema, quizás, que como buenos replicantes que son la mayoría de los que trabajan en los estudios de Hollywood, no lograron un producto que generara emociones propias sino que las tomaron prestadas. Y, para resolver eso, le encargaron el filme a Dennis Villeneuve, acaso el más sofisticado cineasta de esta generación. El problema con Dennis es que nadie le ha dicho que él también es un replicante. Es hora que se entere. Como desde la distribuidora piden que no se revelen secretos de la trama y los secretos empiezan desde los títulos de apertura se hace muy difícil hablar de la película en términos de trama, ya que todo es potencialmente considerado spoiler. Dejaremos las discusiones sobre eso para los comments una vez que vean la película. Lo que me interesa analizar aquí es las curiosas similitudes entre el universo de la ficción y de la factura del propio filme. Cualquiera que vea BR2049 –salvo en ciertas secuencias, como la que abre el filme– atravesará una inevitable sensación de deja vu que puede no ser desagradable. Estamos de regreso en el mundo imaginado por Philip K. Dick y plasmado en el cine por Ridley Scott cuando todavía era bueno, allá por 1982. Y esa idea de réplica es inherente a los personajes, a los androides que son el tema central del filme. Es como si ellos hubiesen visto en masa aquella película y trataran de reproducir su estilo en base a lo aprendido. Y hay que decir que Villeneuve es un talentoso replicante, casi mandado a hacer para este trabajo. Es un profesional consumado que realiza películas tan grandes como aparentemente complejas de manera prolija y eficiente, casi a razón de una superproducción cada año o dos. Pero su memoria, sus sueños y sus ideas fueron pensadas por otros e insertadas en algún lado suyo. Uno podría ir más lejos y pensar que, finalmente, todo cineasta, todo artista, es un replicante, capaz de crear, pensar y hasta soñar a partir de lo que vio, consumió o amó, todo hecho por otros y así sucesiva y eternamente. Solo que algunos logran disimularlo, con ideas que parecen propias. Villeneuve hace el esfuerzo, pero se nota que no fue diseñado por Hollywood para tener ideas sino para ofrecer elegantes y sofisticadas versiones de las que le fueron implantadas. BLADE RUNNER 2049 respeta el tono serio, denso, un tanto moroso y básicamente existencial de la anterior película. Aquí hay otro “blade runner” (Ryan Gosling) encargado de eliminar viejos replicantes que se topa con una sorpresa en su primera misión. Esa “sorpresa” lo llevará a una nueva investigación del tipo policial negro del primer filme, investigación que lo involucra directamente. En ese sentido, todo muy similar al filme de Scott. Habrá mujeres persiguiéndolo y otras ayudándolo, habrá un “creador” misterioso y extravagante (Jared Leto, por suerte, muy poco utilizado), habrá un fuerte dilema existencial y, casi a modo de broma, mucho del diseño visual del filme de 1982 ha sido conservado, incluyendo el famoso chiste de las marcas que, luego de publicitar en la película de Scott, desaparecieron y que en este mundo paralelo, siguen existiendo. No hay mucho más que se pueda decir sobre la trama salvo que Harrison Ford aparecerá más tarde de lo previsto y deseable, y que allí quizás los creadores del filme cometieron su error más notorio, ya que su presencia es central al disfrute de BR. Que me disculpen los fans de Gosling pero, en la vida real (en la ficción tendrán que ver el filme para saberlo) tengo la impresión que él sí, definitivamente es un replicante. La secuela es aplaudible por lo que no hace: no convierte a BR en un producto tipo Marvel de acción incesante y narrativa incomprensible, es visualmente espectacular (el trabajo de diseño visual y fotografía es fabuloso) y se toma su tiempo, como el de cierta ciencia ficción de los ’60 y ’70 (acaso el fracaso comercial de la original marcó el fin de la etapa de la ciencia ficción existencial y densa en el cine y son muy pocas las excepciones desde entonces) en plantear sus intrigas y definir sus personajes. Y, aquí viene la pequeña/gran contradicción del filme: se toma excesiva y absolutamente en serio sus dilemas existenciales, como lo pide la tradición literaria de la ciencia ficción. ¿Por qué contradicción? De algún modo, el filme original se ganaba el derecho de su propia densidad. Era una idea no del todo novedosa –el sci if noir existencialista— pero sí muy bien ejecutada. Aquí, y volviendo a la idea del “filme replicante”, su densidad se siente impostada y su complejidad, una copia bien hecha que no llega a emocionar, claro signo de ser un filme del más aplicado de los androides. La saga puede debatir sobre si ellos tienen o no emociones, recuerdos y sueños humanos, pero lo que sabemos es que en el mejor de los casos lo que tienen son mejores y más eficientes programas. BLADE RUNNER 2049 sufre de ese problema: su densidad parece mecánica y su seriedad es solemnidad pura. Es un poco lo qué pasa cuando uno compara ALIEN con PROMETHEUS, ambas de Scott: todo en las secuelas parece más deliberado, pomposo, calculado. Sofisticadas copias hechas en una ultramoderna fotocopiadora 3D con el mejor y más inteligente de los programas. Solo que el impacto emocional no termina estando ahí. Y no hay máquinas ni androides que puedan replicarlo sin que se note, como sucede con el color de ojos de uno de los personajes del filme. Quizás, algún día, los replicantes hagan obras maestras del cine. Al día de hoy solo logran armar impecables imitaciones. Que por momentos se aprecian y disfrutan, sí, pero a las que casi todo lo verdaderamente humano les resulta un poco ajeno.
Año 2049. El empresario Wallace logró salvar al mundo de la hambruna y el colapso económico, y en el camino creó una nueva generación de replicantes más dóciles. Pero aún existen antiguos Nexus que pueden revelarse, y es por ésto que siguen existiendo los Blade Runner para cazarlos. Luego de un tiempo de espera con respecto a otros países, nos llega uno de los films más esperados del año, Blade Runner 2049, con una ola de críticas positivas que la ponían a priori como una de las mejores películas de la década. La duda es entonces, si este film es para tanto o no. Podemos decir que en algunos apartados lo es. La dirección de Dennis Villeneuve es asombrosa, y por varios tramos logra superar a lo realizado por Ridley Scott en la película original. El uso de las luces y la estética implementada, nos muestra un mundo mucho más decadente que el visto en 1982. Sin dudas, después de Blade Runner 2049, Villeneuve debería ser considerado uno de los mejores directores de la década. El otro apartado que hace tan superior a esta cinta, son las actuaciones. En esta ocasión tenemos varios personajes, bastantes. Pero como la película dura más de dos horas y media, hay el suficiente tiempo para desarrollar estos roles; y para que sus actores se luzcan. Desde Ryan Gosling como el protagonista, hasta los personajes más secundarios, todos tienen su momento para lucirse; mostrando que Villeneuve no solo es un gran director, sino también un enorme director de actores, algo que ya había mostrado en sus anteriores trabajos. Pero como dijimos, las dos horas cuarenta y cuatro minutos que dura Blade Runner 2049 se sienten. Y no solo eso, algunos tramos podrían sacarse para reducir metraje, y el film seguiría funcionando igual; haciendo que no estemos ante esa película tan perfecta que se nos dijo. De todas formas Blade Runner 2049 es una enorme cinta, quizás una de las mejores del año; pero por sobre todo, estamos al fin ante una de esas secuelas tardías, que si aportan al universo creado originalmente, y que está a la altura del mito. Para ver si o si en los cines.
Cuando escuché que una secuela de Blade Runner se estaba cocinando, mi reacción inicial fue, por enésima vez, “dején a los ´80 tranquilos de una buena vez y juéguensela por nuevas historias”. El anuncio prometía el retorno de Harrison Ford y Ridley Scott, lo que para mí no era mucha garantía de confianza. Entonces tres nombres surgieron: Hampton Fancher, guionista de la original, haciéndose cargo de la historia para la nueva película; Denis Villeneuve, quien con La Llegada se probó como todo un director de ciencia ficción (pero de esa que te hace pensar sobre el mundo que te rodea) y Roger Deakins, uno de los mejores directores de fotografía trabajando a nivel mundial. Fue precisamente este nombre el que me dio esperanzas; Deakins no se suma a cualquier proyecto. El que haya firmado su nombre a una secuela, aunque sea de una respetadísima película de culto, era porque había algo en el guión que iba más allá de los obvios objetivos comerciales que encierra una continuación. Entonces la pregunta que se cuece acá es: ¿Blade Runner 2049 vale la pena? “Yo tuve una vez tu trabajo”: Es el año 2049, y el Oficial “K” es un Blade Runner, un policía asignado para “retirar” replicantes, copias humanas que por una serie de turbios incidentes fueron declarados ilegales en la Tierra. Durante una de estas misiones, “K” encontrará una pista, cuyo seguimiento lo llevará hacia un secreto devastador que involucra a Rick Deckard, un Blade Runner como él, que lleva 30 años desaparecido. Por pedido expreso del director (a través de un comunicado de prensa), se nos pidió a los críticos abstenernos de spoilers sobre los momentos cruciales a la hora de hacer nuestras reseñas. El pedido de Villeneuve no es para nada un stunt de marketing -como si lo fueron los cortos a modo de precuelas– ya que es una película de la cual si tuviéramos que ahondar en detalles, acabaríamos por contarte la película completa. ¿Entonces, qué podemos decir? Blade Runner 2049 a nivel argumental es prolija; no te vuela la cabeza pero tiene muchos elementos en regla. Es la típica historia de una investigación, con todos los detalles paso a paso de la pesquisa, en la que también tenemos el desarrollo clásico de un protagonista y un antagonista que van detrás de una misma meta. Hay espacio para la emoción y la filosofía, pero no de un modo que opaque al objetivo narrativo principal, sino que contribuye a desarrollar su potencial. No obstante, no todo son rosas para el guión; hay dos defectos concretos que le encuentro: por un lado, que deja un solo cabo suelto, y el otro, el más grosero, es la seria falta de ritmo que tiene la historia. Por bien distribuidos que estén sus elementos, el desarrollo de esta historia no justifica los 164 minutos de extensión, un peso que se siente en todo momento. En materia actoral, Ryan Gosling se muestra como un protagonista eficiente y su participación en esta película es otra contribución más a ratificar su gran capacidad actoral más allá de su buen parecido. Harrison Ford está prolijo, igual que Jared Leto, mientras que Ana de Armas entrega una conmovedora performance. En materia visual, la película es sobresaliente. La fotografía de Roger Deakins es todo lo que se prometió y más: deliciosas composiciones de cuadro apoyadas por un efectivo uso del color, las luces y las sombras. Mucho de esto también se pudo lograr por una Dirección de Arte que no se queda atrás. Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch proveen un digno acompañamiento musical, pero (las comparaciones son odiosas, lo sé) lejos de lo que el genial Vangelis hizo para Ridley Scott en 1982. Conclusión: Si bien dueña de un ritmo cansino que le impide justificar su extensa duración, Blade Runner 2049 asombra visualmente y se prueba decente a nivel narrativo. No obstante, será una dura venta para el público general, pero los que disfrutaron la original tal vez quieran darle una chance. Eso sí, llévense un marcador… ya saben a qué me refiero.
PEREZA Y AUTOIMPORTANCIA Querría decir que me sorprende el casi unánime consenso crítico que se generó alrededor de Blade runner 2049, tanto en Estados Unidos como en Argentina, que la pone a la altura de los mejores exponentes de la ciencia ficción de los últimos tiempos. Pero la verdad que no. Igual era todo muy previsible, se veía venir: el entusiasmo ya había arrancado cuando se había anunciado quiénes estarían involucrados en el proyecto, se sustentó cuando empezaron a lanzarse los tráilers y el visionado fue apenas un trámite, porque se estaba ante una película que ya era un acontecimiento en la previa. No le puedo pedir a los colegas que opinen como yo: a veces se acuerda y a veces no. Lo que sí creo que puedo pedir es que los críticos no seamos receptores pasivos o meros transmisores de entusiasmo. Eso es lo que noto en gran parte de la crítica actual: una euforia per se, sin un mínimo de análisis complejo en aspectos narrativos, estéticos y discursivos elementales. Por eso me permito señalar algunas cuestiones que creo son bastante básicas. A saber: 1) Blade runner fue en su momento un film a destiempo, reconocido tardíamente para ir creciendo en influencia y que sigue conservando muchos méritos, a partir de su potencia visual, un puñado de personajes bastante icónicos y reflexiones pertinentes sobre el acto de creación y la identidad. Indudablemente merece ser calificado como un clásico de culto, pero de ahí a hablar de obra maestra es otra cosa. No es difícil detectarle unos cuantos defectos, que pasan principal por un trasfondo de pedantería temática y audiovisual que afecta su ritmo narrativo y una notoria dificultad para delinear su conflicto central. Lamentablemente, muchos de sus defectos se tomaron como virtudes y terminaron apareciendo en los peores momentos de películas de Christopher Nolan, las hermanas Wachowski y, claro, Denis Villeneuve, realizador de la inflada La llegada y ahora de Blade runner 2049. 2) A la secuela que es Blade runner 2049 se le podía pedir que expandiera y actualizara el universo que se había trazado en el film de Ridley Scott de 1982, potenciando los conflictos iniciales. Pero en cambio, lo que tenemos es una operación de calcado más prolijo, a partir de la historia de K (Ryan Gosling), un nuevo blade runner que en el medio de la caza de replicantes descubre uno de esos secretos que pueden alterar todo el panorama de la sociedad que habita. La película de Villeneuve es un mecanismo de repetición exacerbado e hiperbólico, pero sin alma, que quiere disfrazar de ambición lo que en verdad es vacuidad. Hay muchos aires de importancia a lo largo del extenso metraje, aunque tras la máscara de esteticismo hay una alarmante falta de riesgo y pereza. 3) Esa particular mezcla de flojera, afectación y temor en Blade runner 2049 es patente desde el minuto uno y atraviesa a múltiples aspectos. Por ejemplo, en la necesidad constante de explicar o repetir todo varias veces, eludiendo toda posible ambigüedad, en una muestra absoluta de desconfianza en lo que tiene para contar, las imágenes que la componen y el entendimiento del espectador. Además, esas explicaciones no son meras explicaciones: son explicaciones con tono impostado y ceremonioso: por eso está Jared Leto -sobreactuando, como siempre- dejando bien en claro cómo el mundo siempre se sostuvo sobre los esclavos y que su rol es ejercer un opresivo poder. Ajá, qué novedoso, qué transcendental. 4) Otra cuestión relevante es el diseño de los personajes y sus roles dentro de la trama: si el de Jared Leto es un villano de cartón corrugado, que aparece en un par de escenas para volcar su discurso trascendente, el de Ana de Armas pretende ser un engranaje amoroso para darle algo de humanidad al de Gosling pero nunca lo logra y hasta es un mero obstáculo; Edward James Olmos vuelve en un breve cameo como guiño a los fanáticos pero tranquilamente podría no haber estado; y la replicante que encarna Sylvia Hoeks está para…bueno, está para hacer de mala muy mala, aunque no se sabe por qué o para qué. El retorno de Harrison Ford como Deckard está más claro: es el único personaje verdadero, real, el que, en sus dilemas y conflictos, presenta algo de consistencia en el medio de un vacío absoluto. 5) El facilismo de Blade runner 2049 invade hasta sus aspectos técnicos, como las actuaciones: por caso, Gosling vuelve a poner su cara de piedra habitual para los momentos dramáticos (la verdad que lo suyo es la comedia); Leto apela a la sobreactuación, como siempre; y Ford ni siquiera interpreta a Deckard, sino al Ford que todos conocemos, aunque inesperadamente le termina funcionando. En cuanto a la banda sonora, Hans Zimmer repite con ligeras variantes su trabajo en El origen y todos los encuadres están en función de resaltar la belleza de la fotografía de Roger Deakins, pero no de contar algo. 6) Todo es ceremonioso en Blade runner 2049 pero también increíblemente obvio. Sus reflexiones sobre la identidad, la creación y el poder son refritos de viejos axiomas que parecieran no tener en cuenta que después del film original de 1982 vinieron sagas como Terminator o Matrix. Y está tan ocupada en filosofar, que cuando se acuerda de hacer hincapié en lo que verdaderamente importa, que es un drama paterno-filial, ya es demasiado tarde. A Villeneuve le pasa lo habitual en cineastas como él: le preocupa más la cáscara del diseño que el núcleo narrativo. 7) Encima, Blade runner 2049, en su efusivo despliegue de auto-importancia, es innecesariamente larga. Tiene casi una hora de más. Podría haber contado lo suyo en menos de 120 minutos, pero elige dedicarle casi 165. ¿Para qué tanta extensión? ¿Por qué? Quizás para revestirse de seriedad (ya que suele confundirse la ambición con la cantidad de minutos) o por mera megalomanía. 8) Si Blade runner estuvo adelantada a sus tiempos y, aún con sus defectos, no dejó de ser anticipatoria e influyente, Blade runner 2049 es plenamente un signo de su tiempo: redundante en su subrayados pero vendida como ambigua, descripta como compleja pero extremadamente obvia, es un producto (no una obra cinematográfica) tan prepotente como cansador y definitivamente sobrevalorado.
Cells interlinked, within cells interlinked Pasaron treinta años y, lo más probable, es que nunca dejó de llover. Entonces, la prueba de moda era el Voight-Kampff, test cuyo objetivo consistía en determinar si el entrevistado era o no era un replicante y lo aplicaba personalmente un detective. En el 2049, ser o no ser no es tanto la cuestión, por lo que la prueba tiene otro objetivo y las preguntas las hace una máquina. Son muchas las preguntas que puede hacer una máquina. Rewind a 1962. Vladimir Nabokov publica Pálido Fuego (Pale Fire), novela que muchos consideran su magnum opus. Un ejemplo paradigmático de metaficción, la obra consta de un comentario por parte de un escritor ficcional de un poema compuesto por un poeta también ficcional, y tiene una doble aparición en Blade Runner 2049 (2017). La primera, camuflada por su singularidad casi dadaísta, es una estrofa del poema repetida como un mantra por K. —interpretado con el reconocible (y paradójico) estoicismo emotivo de Ryan Gosling—, en la prueba estandarizada que deben superar todos los blade runners al regresar al cuartel general del LAPD para corroborar un estado psicológico funcional. La otra, esta vez de la novela en cuestión, es tan poco ceremoniosa que podría pasar desapercibida. Sucede dentro del apartamento de K., mientras afuera no merma la neblina alguien sostiene una edición de Pálido Fuego y propone leerlo. Pero, ¿quién querría leer cuando se tiene a Roger Deakins de cinematógrafo, conjurando algunas de las imágenes más poderosas de una carrera ya de por sí excepcional? Nadie. Por eso leamos. Grosso modo: en la sección más dramática del poema, Shade, el poeta que fabrica Nabokov para sus juegos posmodernos, regresa de un desmayo con una visión de apariencia trascendental. Una fuente blanca. La misma imagen que recuerda una mujer cuando le preguntan en un diario sobre su experiencia cercana a la muerte. Por supuesto, Shade, al toparse de casualidad con esta sincronía, siente haber dado con la clave que comprueba la vida después de la muerte, y de paso, justifica su existencia. Sólo para enterarse luego, por el periodista que entrevistó a la mujer, que el diario salió impreso con una errata: lo que vio la mujer fue una montaña, no una fuente. “A mountain”, no “a fountain”. No hay sincronía, ni trascendencia, sólo una equivocación. “A tall white fountain played”, repite K. (a su vez, alusión evidente al personaje de Kafka) en la prueba, y en Blade Runner 2049 la equivocación también impulsa la trama. En este caso y sin develar aspectos del argumento (más que en connivencia con Denis Villenueve, con los futuros espectadores de esta obra maestra), la equivocación de saberse especial. ¿Por qué encarar la crítica de Blade Runner 2049 a partir de una novela de Nabokov? Porque éste, como ningún otro, es un film que funciona en un plano dual, donde sus fortalezas resaltan cuando se ponen a dialogar con otras obras. Y, ¿cómo no hacerlo? Rewind a 1982. Ridley Scott estrena Blade Runner, esa obra seminal del cyberpunk, con la mezcla tan extraña de los tropos del noir, los sintetizadores de Vangelis y las elucubraciones metafísico-paranoides de Phillip K. Dick, y cambia para siempre la forma de hacer cine de ciencia ficción. Son tantas las películas endeudadas con esta visión tecno desoladora, a su iconografía católica, a su versión limítrofe del capitalismo rapaz, a su espacio globalizado que apila lo peor de la cultura, que la lista sería interminable (Terminator, Ghost in the Shell, Cowboy Bebop, Matrix, incluso Wall-E). Blade Runner 2049, más que un caramelito que endulza la nostalgia, es la conclusión lógica de una idea: la original y esta secuela son replicantes una de la otra. ¿Cuál es la que tiene alma? Y si la tiene, ¿ésta dónde anida? No importan las respuestas, por supuesto. Las preguntas son las que verdaderamente movilizan al detective. Lo verdadero no es una condición que se puede cifrar en un código. Es un salto de fe. No es una orden que se acata. Es deseo y desplazamiento. No es un texto singular, es un entramado hecho con versiones parecidas del mismo hilo, un palimpsesto donde cada trazo se siente único sin saber que todos son, esencialmente idénticos, “average Joes”. Es una decisión de creer que las ovejas con las que se sueña, sean eléctricas o de origami o de celuloide, merecen la pena existir.
Puntaje: 75% -Crítica emitida en Cartelera 1030 –Radio Del Plata AM 1030, sábados de 20-21hs.
La secuela perfectista… Si bien Blade Runner 2049 es minuciosamente fiel a la premisa original, tanto en lo estético como en lo conceptual, es una película con identidad propia; una identidad con envase conocido, pero con alma renovada. Ridley Scott, hace ya 35 años, cambió el cine de ciencia ficción para siempre y Denis Villeneuve, un gran aprendiz de brujo, logró perfeccionarlo. La secuela de Blade Runner es probablemente uno de los mejores exponentes de ciencia ficción noir de la historia del cine, superando incluso a su predecesora. A ritmo pausado, entre escenarios lúgubres y tonos apagados, esta continuación sabe construir un policial contundente, gracias a un guión efectivo y gratificante a nivel argumental. Así y todo, y seguramente no sea una coincidencia, las resoluciones son abruptas y precipitadas, al igual que en la versión previa. Narrativamente, Blade Runner 2049 es poco ortodoxa en su conclusión, lo que puede gustar más o menos al espectador, dependiendo de sus expectativas. En todo lo demás, podría decirse que es una secuela superadora. Imperdible para todo aficionado al género.
Esperado y no tan logrado regreso donde se destaca la actuación de Harrison Ford - Publicidad - Hay películas que ya pueden calificarse como clásicas y que no necesariamente tienen una antigüedad superior al medio siglo, como son “El ciudadano”, “Casablanca” o “Lo que el viento se llevó”, por sólo citar tres títulos emblemáticos. Es el caso de “Blade Runner”, tercer largometraje de Ridley Scott del año 1982, que con los años fue ganando reconocimiento transformándose en objeto de culto de muchos cinéfilos. En ella Harrison Ford era el “blade runner” Rick Deckard, un policía del futuro, mientras que la acción transcurría en el ahora cercano 2019 en Los Angeles. Su objetivo era asesinar a algunos androides o “replicantes”, como se los denominaba. Se trataba de robots perfectos, basados en la famosa novela “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?” de Philip K. Dick, y que habían escapado al control de sus creadores. La versión original descollaba por su poderoso reparto que incluía entre otros a Rutger Hauer, Edward James Olmos, Daryl Hannah y Sean Young. La que ahora nos ocupa ocurre treinta años después con un nuevo “blade runner” cuyo nombre es un sencillo K (probable alusión a Kafka) y que a diferencia del anterior policía, resulta él mismo ser un replicante. Casi tres horas se toma el director canadiense Denis Villenueve, al que se prefiere en sus películas más tempranas como “Incendies” o “La sospecha” y bastante menos como en la más reciente “La llegada”. K es correctamente interpretado por Ryan Gosling (“Drive”, “La La Land) pero la trama, sobre todo en sus casi dos horas iniciales, es bastante monótona. En la búsqueda de Deckart y de ciertas explicaciones existenciales del replicante se cruzarán diversos personajes, donde destacan los femeninos, como el de su jefa (Robin Wright), la encantadora Joi (Ana de Armas) y la malvada Luv (Sylvia Hoeks) e incluso la versátil Hiam Abbass como Fresia o Mackenzie Davis como Mariette. De los protagonistas masculinos reincide Edward James Olmos, no se luce Jared Leto como otro siniestro personaje y quien mejor luce es Harrison Ford como el ya citado Deckard. Probable nominación al Oscar de reparto y reconocimiento a su carrera, su aparición en la última hora del film levanta un poco la medianía del conjunto.
Formas sin fondo Blade Runner 2049 constituye el mejor ejemplo de lo que me gusta llamar cine salvapantallas: absolutamente impactante desde lo visual y lo sonoro, pero tan frio y distante a nivel emocional que solo queda la admiración por el impresionante diseño de arte, la monumental fotografía (a cargo del siempre eficiente y veterano Roger Deakins) y una estruendosa banda sonora cortesía de Hans Zimmer. Secuela/remake del icónico film dirigido por Ridley Scott, que constituyó la instalación definitiva del cyberpunk en el cine y provocó innumerables imitadores gracias a la mezcla exitosa de géneros como la ciencia-ficción y el policial negro clásico, este nuevo modelo versión 2017 busca evocar ese espíritu entre hipnótico y pesimista del original, con una Los Ángeles lluviosa y plagada de hologramas y publicidades que contrastan con la oscuridad de un futuro distopico. Allí se encuentra el agente K interpretado por Ryan Gosling, que al igual que el Rick Deckard de Harrison Ford en la versión de 1982, tiene la tarea de cazar androides rebeldes que ya no quieren obedecer a sus amos humanos. Esa búsqueda lo llevará a encontrar una verdad que desconocía sobre la naturaleza de los llamados replicantes y de su propia identidad, como si fuera ante un cuento de hadas moderno al mejor estilo Pinocho. El problema es que el director Denis Villeneuve, que ya venía de filmar historias cargadas de solemnidad y de aires de importancia como Sicario y La llegada, cree que mientras mejor encuadrada y perfecta sea la imagen, más profundo es lo que cuenta, y produce una obra que de tan cuidada en sus detalles y sus formas termina careciendo de toda emoción; la película no permite ver más allá de los colores vibrantes y los decorados imponentes. La Blade Runner original tampoco se caracterizaba por tener un gran corazón, pero su espíritu de film noir la volvía ágil y su costado filosófico estaba perfectamente integrado a su trama principal. Aquí, en cambio, Villeneuve se toma dos horas y media para hacernos reflexionar sobre cuestiones metafísicas como la importancia del alma y qué es lo que nos hace humanos a todos, mientras vemos a Gosling en modo Drive caminando insoportablemente en cámara lenta y sin sugerir sentimiento alguno en su rostro. Por suerte, en la segunda hora, cuando reaparece el Deckard de Ford, la cosa vuelve a tomar ritmo, el director se acuerda de que está haciendo cine de género y va a la acción más pura y física. Viendo Blade Runner 2049 uno no deja de aplaudir el cuidado y la dedicación puesta por un gran equipo de técnicos y especialistas, solo faltó que el director encuentre el alma que humanice esa máquina.
Blade Runner 2049, de Denis Villeneuve Por Jorge Barnárdez En 1982 Blade Runner llegó a los cines y enseguida demostró que con su diseño visual y de producción se ponía a la vanguardia entre las grandes películas de esa época, aunque la crítica norteamericana la castigó bastante y la recaudación no fue gran cosa. Eso dicen los registros de la época pero todos sabemos que Blade Brunner fue mucho más que eso, que su influencia superó todos los datos fríos de estadísticas varias, porque sabemos que sus imágenes impactaron a todos, que su música sobrevivió en nuestro país y se independizó de la película para pasar a ser la música de las transmisiones de fútbol- y que a Harrison Ford le sirvió para afianzarse como un actor taquillero, como si no le alcanzara con Indiana Jones y Han Solo. Años después del estreno de Blade Runner, su director Ridley Scott fue convocado para redefinir la imagen de uno de los lanzamientos de productos de Steve Jobs, usando el imaginario de 1984 de Orwell para armar un spot que pasó a la historia. El asunto es que desde hace 35 años Blade Runner viene creciendo en la memoria y no solo en eso, porque Ridley Scot en cuanto pudo, se hizo de los derechos de su obra para lanzar distintas versiones y terminar editando un Director’s cut que solucionaba los problemas de relato que le endilgaban algunos críticos de aquella película de 1982. La original Blade Runner era un film neo noir, la versión del director cambiaba las cosas eliminando el relato en off y agregando minutos que a muchos los desconcertaron y a los más duros les hizo decir que los productores no siempre se equivocan en sus decisiones. En más de tres décadas, además de las reversiones, hubo un par de cortos en los que se volvía al mundo de Blade Runner. No es un universo expandido a estilo de Star Wars, pero al menos contaban lo que ocurrió en el mundo de aquella película entre 2019 y el año 2049, que es cuando se retoma la historia la película de Villeneuve. Lo primero que hay que decir de este nuevo relato es que logra que el espectador se asombre con muchas de las imágenes que se ven en pantalla y a la vez retoma de manera sensible la historia de Deckard, el Blade Runner que interpretaba Harrison Ford. Recordemos, la trama en aquella película explicaba que los Blade Runner eran cazadores de replicantes, es decir de los robots creados por una corporación que habían sido utilizados para colonizar zonas en la tierra y en el espacio, pero que se volvieron inútiles al recrear una especie de conciencia, un alma. En el camino de la cacería de estos rebeldes, Deckard se le aparecían cuestionamientos personales y se enamoraba de una hermosa replicante. En Blade Runner 2049 el mundo ha tenido un colapso, lo que antes era pura luminosidad hoy es definitivamente un mundo oscuro, la corporación creadora de los replicantes quebró y la nueva monstruosa empresa continúa tratando de eliminar a los replicantes díscolos. Gosling se luce como el nuevo Blade Runner y Robin Wright aporta lo suyo, por supuesto que la parte principal está reservada para Harrison Ford y su Deckard que debe volver al pasado, dar algunas explicaciones y enfrentarse a la idea de que acaso su romance con la replicante haya sido apenas una parte más de un plan general. Las casi tres horas de película son apasionantes pero graves y solemnes como la original, con poco y nada de espacio para otra cosa que sea enterarnos en que derivó el final de la película original y respuestas que acaso no eran las que esperaba para el personaje de Gosling. La nueva Blade Runner le hace honor a la original y deja algunas pistas,pero no crean que será tan fácil. De todas maneras Scott ha demostrado con Alien que lo que le sobra son ideas para expandir sus historias. BLADE RUNNER 2049 Blade Runner 2049, Estados Unidos/Reino Unido/Canadá, 2017. Dirección: Denis Villeneuve. Intérpretes: Ryan Gosling, Harrison Ford, Ana de Armas, Sylvia Hoeks, Robin Wright, Jared Leto, Mackenzie Davis, Carla Juri, Lennie James, Dave Bautista, Hiam Abbass y Sean Young. Guión: Hampton Fancher y Michael Green. Fotografía: Roger Deakins. Música: Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer. Edición: Joe Walker. Distribuidora: UIP (Sony). Duración: 163 minutos.
¿Quién es el diseñador de recuerdos? La película del canadiense dialoga con la original y establece una aproximación personal, desde una crisis de otro siglo. Al fin, la espera terminó, y ahí están, en pantalla grande, los ecos de la película enigma que es Blade Runner, esa gema de caras múltiples (cinco cortes de montaje) que fuera un fracaso y se volviera de culto, capaz de provocar un quiebre (¿anímico?, ¿metafísico?) en el alma de su director, Ridley Scott, y en la historia misma del cine. A partir de ella, la ciencia ficción no sería la misma, sino noir y hundida en una pregunta que rebota todavía desde el libro de origen: ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, obra del clarividente Philip K. Dick. Los tiempos se han vuelto digitales, y el fantasma de esa secuela de la que mucho se hablaba y no se concretaba dio y dio vueltas para ahora cobrar forma y profundizar el enunciado de esos replicantes rebeldes, con ganas de vivir más para sentir gotas de lluvia y de lágrimas. Ya no sólo duplicar al ser humano, en tanto doppelgänger, sino volverle ahora inasible, de función táctil simulada, a partir de ese oxímoron que es la realidad virtual o el espectáculo mismo en el que se ha convertido lo que todavía se dice "película". De todos modos, aún perviven esos retazos de antaño, que significan el rostro mismo de Harrison Ford y su Rick Deckard, en quien el tiempo realmente ha ocurrido. El actor/el personaje manifiestan el testimonio mismo de aquella película inicial, situados ahora treinta años en el futuro (o en este presente), en armonía con el rostro dual que encarna el cada vez mejor Ryan Gosling, cuya máscara gestual, de simetría imperfecta y estrabismo leve, se revela como armazón adecuado, de combustión interna. K (Gosling) es el Blade Runner que "pasa a retiro" a quienes, sin embargo, tanto se le parecen. Es él el nudo de un film que puede ser visto como secuela pero también -y todavía mejor- como relectura. Desde la mirada y puesta en escena de otro realizador de calibre, como lo significa Denis Villeneuve, Blade Runner 2049 bucea en el mundo caído de su predecesora pero en consonancia con un hacer personal; de este modo, el film se sitúa a la par de Sicario, Enemy, Prisoners, Arrival. En todas ellas, también en Blade Runner, Villeneuve parte al mundo como cáscara de nuez e indaga en los fantasmas que le cohabitan. De hecho, puede señalarse a Villeneuve como uno de los realizadores más afines a una poética noir, de dualidad asumida. Sus personajes viven un desasosiego que hacen estallar de manera visual. Habrá que pensar en este sentido la escenografía de esta nueva Blade Runner, en donde si bien no faltan los guiños iconográficos lo que se ve es diferente, sumido ahora en un vacío que contrasta con el gentío amuchado y ruidoso del film original. Al respecto, la música símil Vangelis -obra de Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch- es y no es lo que evoca. Vale decir, la película de Villeneuve atraviesa una crisis que ya es de otro siglo (ese mismo siglo que supo vaticinar la original), en donde un apagón digital -no puede no pensarse en El día que paralizaron la Tierra- ha varado a la humanidad en una amnesia reciente. El "papel", se escucha decir como alerta desoída, sobrevive mejor. En ese límite que predice una preocupación actual -los libros, de hecho, son reliquias que un Deckard otoñal acuna- se inscribe esta Blade Runner. Y a partir de un androide sentimental (o viceversa), quien cree que recuerda mientras evoca las lágrimas de lluvia que Rutger Hauer llorara en la piel sintética de su Roy Batty. ¿Quién es, por eso, el "constructor de recuerdos"? ¿De dónde provienen y cómo aparecen esas imágenes de otros tiempos? Lo sensorial tendrá que asistir como sostén a los personajes, allí habrá que depositar la confianza si lo que se presenta parece engañoso. ¿Cuál es tu nombre?, pregunta Deckard a K. K se adentra en la duda, y responde con un nombre que abre, a su vez, una espiral en donde lo digital, la réplica y lo humano, dialogan y confluyen. Lo que finalmente resuena es una preocupación esencial, que vuelve a pronunciar una misma pregunta: ¿sueñan los androides? Villeneuve, afortunadamente, ahonda en esa angustia.
A la altura del mito Encarar una secuela de "Blade Runner" (1982) —la película de Ridley Scott que con el tiempo se convirtió en un filme de culto— significaba a priori más que un desafío. ¿Quién iba a estar a la altura de una película tan influyente dentro del género de ciencia ficción? Hollywood se ha equivocado mucho con las secuelas, pero en "Blade Runner 2049" encontró todas las respuestas correctas: el director Denis Villeneuve ("La llegada", "Sicario"), los guionistas Michael Green y Hampton Fancher (que también escribió la original), el genial director de fotografía Roger Deakins y dos actores que calzan perfecto en sus personajes: Ryan Gosling y Harrison Ford. Villeneuve consigue continuar la estética y el espíritu de la película original, con su tono de futuro apocalíptico y policial negro, pero a la vez expande visualmente ese universo y, lo más importante, tiene una historia para contar. Acá los personajes vibran y se conectan en una historia intensa, que profundiza en aquellos interrogantes de los años 80: un futuro de explotación, de incertidumbre y de deshumanización. No hay espacio aquí para adelantar nada de la trama, pero hay que remarcar que es conveniente repasar el filme original para refrescar el origen de algunos personajes. Tal vez lo único reprochable de "Blade Runner 2049" sea su metraje excesivo (163 minutos), pero es disfrutable el viaje completo para llegar al final, que es inolvidable.
Un gran espectáculo visual que sólo se puede apreciar y disfrutar al máximo en pantalla grande. Lo que si, por lo menos a mi gusto, el ritmo es un tanto lento y la duración es extrema para un cuento que toma muchísimos...
Tuvieron que pasar 35 años para poder ver finalmente esta secuela de uno de los clásicos más importantes de la historia del cine de ciencia ficción. La adaptación que hizo Ridley Scott en 1982 de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick, ahora es retomada por el director canadiense Denis Villeneuve junto a su inseparable director de fotografía Roger Deakins - y al propio Scott en la producción ejecutiva-. Ambos asumieron el desafío de concretar un verdadero espectáculo visual y sonoro que rinde homenaje al proyecto de los ochenta. Pero además, una película que brilla con luz propia, más que una continuación centrada solamente en celebrar la cinta original. ¿Lo lograron? Bueno... eso depende con que ojo se mire. Entonces, ¿cómo reanudar una historia tan de culto con un final tan ambiguo? Quizás la mejor forma de dar comienzo era intentar develar uno de los mayores enigmas que nos dejó el final de la primera película: ¿Qué pasó cuando Rick Deckard (Harrison Ford) huye con la bella replicante Rachel (Sean Young)? Ahora nos encontramos en el año 2049, tres décadas después de la anterior historia, con nuestro nuevo protagonista, K (Ryan Gosling), un blade runner - agentes dedicados a eliminar "replicantes"- que debe cumplir con su misión de encontrar a los androides con apariencia humana creados para trabajo esclavo en el espacio y que se han rebelado para inmiscuirse en la sociedad como ciudadanos comunes. La gran diferencia es que ahora no todos los replicantes son ilegales. Los nuevos modelos creados por un oscuro magnate llamado Niander Wallace (Jared Leto), incapaces de desobedecer órdenes, son aceptados en la tierra. Pero aún continúan entre nosotros antiguos modelos que deben ser "retirados", siendo esta la misión del agente K. En plena misión, nuestro protagonista desenterrará un misterio que pone en peligro el orden del sistema y que lo vincula directamente con el desaparecido agente Deckard. Villeneuve descarta los claros elementos del cine noir de la película original para dar rienda suelta a una épica visual a gran escala. La gran inversión de un presupuesto de más de 200 millones de dólares - ocho veces mayor que la de 1982- hace que esta nueva aventura distópica se nos presente en escenarios mucho más ampulosos que la claustrofóbica versión original de una ciudad de Los Ángeles sobrepoblada. Los increíbles efectos especiales y edición de audio vuelven a marcar una clara diferencia con su antecesora, dejando en claro que intenta despegarse de los laureles del proyecto original. En este sentido, vayan sumando porotos al prode de las premiadas, al menos en las categorías técnicas, de las próximas entregas de premios. Durante sus dos horas 43 minutos, nos solo tendrán tiempo de terminar con su gigante balde de pochocolos, sino de experimentar una obra deslumbrante, con un despliegue visual y sonoro pocas veces visto, que denota la visión lírica e inspirada de un director en constante crecimiento que supo llevar a buen puerto una propuesta cinematográfica que a priori parecía realmente imposible.
Obra maestra! Parecía imposible, y sin embargo esta secuela del clásico de 1982 es una verdadera joya a la altura de su predecesora Han pasado 30 años desde los acontecimientos ocurridos en Blade Runner (1982). El oficial K (Ryan Gosling), un caza-replicantes del Departamento de Policía de Los Ángeles, descubre un secreto que ha estado enterrado durante mucho tiempo y que tiene el potencial de llevar a la sociedad al caos. Su investigación le conducirá a la búsqueda del legendario Rick Deckard (Harrison Ford), un antiguo Blade Runner que lleva desaparecido 30 años. El director Denis Villeneuve ya había demostrado que era un cineasta con personalidad, buen gusto y estilo en sus anteriores filmes, todos, absolutamente todos recomendables. Pero con Blade Runner 2049 ha terminado de consagrarse como un cineasta/autor a la altura de Scott, Nolan o el mismísimo Kubrick. El argumento de esta segunda parte es brillante, inteligente y encaja a la perfección con la cinta de 1982, no solo homenajeándola sino que también respondiendo muchos interrogantes que aquella planteaba. Un apartado importante es el visual, la estética del filme del ochenta marcó una época, y Villeneuve no solo lo respeta y lo recrea sino que lo expande a límites insospechados. Para que los decorados futuristas funcionen ha sido fundamental la labor del fotógrafo Roger Deakins (su trabajo pide a gritos un Oscar) logrando que cada fotograma de la película sea un cuadro, una maravilla pictórica que solo puede apreciarse en su totalidad en una pantalla panorámica de una sala. El metraje extenso (dos horas con cuarenta y cinco minutos) pasa volando gracias a la acción, la intriga y el despliegue escénico. La química entre Gosling y Ford traspasa la pantalla. El veterano actor deja de lado el desgano con que encarnó por última vez a Han Solo para ponerle cuerpo y alma a su Deckard, un personaje que ha pronunciado su soledad y angustia. Esta onírica y negra segunda parte es sin dudas una de las grandes cintas del 2017, una de las mejores de ciencia ficción de la historia y un largometraje que valió la pena esperar durante 35 años.
LAS SEGUNDAS PARTES FUERON BUENAS Más de tres décadas después, llega la secuela de una obra fundamental del cine de ciencia ficción. Ridley Scott necesitó cinco ediciones de Blade Runner, una película que redefinió el género de ciencia ficción, para obtener la experiencia que él consideraba definitiva – en la versión conocida como “The Final Cut”. El tiempo dirá si Blade Runner 2049, la secuela de Denis Villeneuve que llega 35 años después tendrá el impacto de la original. Pero de lo que no quedan dudas es que este primer corte es el definitivo para el director canadiense. En tiempos de reboots, remakes y “rebootcuelas” (Jurassic World, Star Wars: The Force Awakens), Hampton Fancher y Michael Greene plantean una secuela directa que complementa los eventos de Blade Runner y convive con ella sin dificultad. El futuro cyberpunk que Scott imaginó para el 2019 está, en 2017, muy lejos de suceder, por lo que Villenueve y el brillante director de fotografía Roger Deakins se permiten mantener gran parte de los elementos icónicos de aquella Los Angeles sin que nada se sienta fuera de lugar. La influencia oriental, el neon, las enormes estructuras, el contraste entre un mundo oscuro y el brillo de las marquesinas, la lluvia que azota constantemente... todo está presente. Asimismo, los recursos visuales como el reflejo del agua en los techos y paredes de las oficinas corporativas (antes de Tyrell, ahora de Wallace), crean una coherencia y continuidad fundamental. Blade Runner 2049 es una verdadera obra de arte con un lenguaje visual único, digna de ver en la pantalla más grande posible, porque es una película que merece ser absorbida. De hecho, descansa tanto en la imagen que las composiciones de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer apelan, más allá de algunas melodías jazzeras electrónicas, a la clásica vibración de graves y bocinas a-la-Inception para crear atmósfera. Cada plano está pensado y cada toma esconde un elemento que espera latente ser encontrado en alguna de las (muchas) próximas pasadas. Decidí comenzar hablando de los sobresalientes aspectos técnicos porque los comunicados de prensa nos pidieron que no incluyéramos detalles de la trama y seamos cuidadosos en el análisis – aún cuando habiendo visto la película puedo decir que los trailers revelan varias de las sorpresas que esperan durante sus 163 minutos de duración. Vamos a respetar ese pedido no tanto por el pedido en sí, sino porque parte del impacto de Blade Runner 2049 radica en la manera en la que desarrolla la historia, expone sus misterios y plantea su temática existencialista. Como su título lo indica, nos encontramos 30 años después de los eventos de la película original. Los viejos replicantes Nexus han sido reemplazados por nuevos modelos y es tarea de los Blade Runner perseguir a los androides rebeldes intentando sobrevivir más allá de su fecha de caducidad . Ryan Gosling es “K”, un Blade Runner que durante un aparente trabajo de rutina descubre lo que podría significar el comienzo de una guerra sin precedentes. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedía con Deckard (Harrison Ford), queda claro de inmediato que “K” es un replicante, por lo que gran parte de su tiempo en pantalla lo vemos lidiando con las necesidades propias de estos androides que, como promete el slogan de la empresa que los fabrica, son “más humanos que los humanos”. Y es esa la temática filosófica que retoma esta secuela. La búsqueda de humanidad. La pregunta de qué nos hace seres humanos. La existencia del alma y la necesidad de contacto, de cariño, de amor. Blade Runner 2049 profundiza donde Blade Runner insinuaba, y eso la vuelve una experiencia más completa. Gosling es perfecto para el papel, escondiendo detrás de la inmutabilidad que le vimos en “Drive” (2011) un anhelo constante. Una falta. Un vacío. Es un cascarón que encuentra su otra mitad en el personaje interpretado por Ana de Armas, de quien Villeneuve obtiene una actuación genuina y emotiva. Del otro lado del espectro están Jared Leto como el magnate, salvador y genio con complejo de Dios Niander Wallace. Leto siempre cumple, y a pesar de su corto tiempo en pantalla ofrece una interpretación inquietante y enigmática. Lo mismo corre para Sylvia Hoeks, el “ángel” (así les llama el Dios Niander a sus replicantes) favorito del creador. Harrison Ford también se destaca, con algo más complejo que el personaje de fanfiction que le escribieron para The Force Awakens. Este Deckard está muy lejos del que conocimos hace 35 años, denotando el gasto físico y emocional de manera impecable. Sé que los párrafos anteriores no son muy reveladores. Pero es realmente difícil hablar de los eventos de la película sin robarle a los potenciales espectadores alguna de las sorpresas, que por más mínimas o insignificantes que parezcan en un primer momento son piezas fundamentales de un rompecabezas que se va armando lentamente (y pongo especial énfasis en el ritmo) y aún así no nos ofrece todas las respuestas. Es muy particular que esta película se estrene el mismo año que Ghost in the Shell, una historia que plantea interrogantes similares pero que reemplaza la introspección con balas. En Blade Runner los segmentos de acción son limitados pero crudos, sin coreografías elaboradas ni movimientos con mucha gracia. Ambas producciones representan la antítesis de cómo plantear la misma temática. Habiendo destacado el magnífico trabajo de guión que conecta la historia de K con la película original y convierte ambas producciones en un único producto que se retroalimenta, les recomiendo que vean Blade Runner antes de ir al cine, para poder apreciar los pequeños detalles de la dirección, la escenografía y la continuidad a la que me refería más arriba. Igual de importante es ver los tres cortos lanzados antes del estreno: “Blade Runner Black Out 2022”, dirigido por Shinichiro Watanabe y al que más se hace referencia en la película; y “2036: Nexus Dawn” y “2048: Nowhere to run”, ambos dirigidos por Luke Scott, que ofrecen un pequeño vistazo a las vidas de Niander Wallace y Sapper Morton (Dave Batista). Todos se encuentran subtitulados en YouTube. Blade Runner 2049 es una película hermosa en lo visual y profunda en contenido. Si vieron Blade Runner y les gustó, me animo a decir que no hay chance que no disfruten esta superior secuela. Pero vayan preparados para un tipo de cine poco comercial, que se toma su tiempo para desatar los nudos existencialistas que propone. Pero es tiempo bien invertido porque al fin y al cabo parte de lo que nos hace humanos es la capacidad de apreciar obras de arte como esta.
Humano, demasiado humano Hace rato que una película no me generaba el impacto que me ha provocado Blade Runner 2049. Tuve que remitirme al lejano 2008 para evocar una impresión similar: la que me quedó después de ver El caballero de la noche, otra secuela brillante. Allí, Christopher Nolan lograba un artificio imposible: mantener bajo control una película que, en términos de escala, amenazaba con el desborde permanente. Sin embargo, a lo largo de una duración muy extensa, Nolan lograba sostener la capacidad de impacto, de asombro y de emoción en constante incremento. Sólo el mejor cine de Hollywood puede conseguir algo así: ese Hollywood que piensa, que ambiciona, pero que, sobre todo, está a la altura de esa ambición. Denis Villeneuve ha hecho eso con el universo de Blade Runner. El abordaje que el director canadiense hace de la obra maestra de Ridley Scott, con la ayuda invaluable de los guionistas Hampton Fancher (coautor de la original) y Michael Green (quien recientemente entregó el guion de Logan), se ubica más cerca del que David Lynch realizara este año con Twin Peaks que de lo realizado por J. J. Abrams de The Force Awakens en términos de regreso a un universo icónico. Si bien el amor de Villeneuve y su equipo por la película original está presente en cada escena transcurrida en ese Los Ángeles eternamente lluvioso, el director no se achica ante el desafío ni opta por la reverencia; no es un devoto de la obra original como J. J. 2049 expande el universo planteado por Scott y le añade nuevos horizontes, nuevos paisajes y nuevas preguntas. Estas, justamente, son una clave del éxito artístico de esta nueva Blade Runner (así como lo son de la nueva Twin Peaks): las preguntas. Blade Runner 2049 sabe que la belleza de la primera película radica en su ambigüedad y que, si pretende hacerse un lugar dentro de su universo, debe sostenerla. Incluso se permite coquetear con la eterna pregunta suscitada por la original: ¿es Rick Deckard (Harrison Ford) un replicante? La respuesta es: no importa, porque eso no significa nada. Si Blade Runner giraba en torno a un policía humano de Los Ángeles que terminaba descubriendo que la línea que lo separaba de un androide era prácticamente nula, 2049 parte del camino opuesto: el protagonista es un policía androide que descubre que es más humano de lo que creía. K (Ryan Gosling) es un replicante de un nuevo modelo desarrollado por el genio tecnológico de Niander Wallace (Jared Leto, quien afortunadamente tiene poco tiempo para atiborrar la pantalla de su pedantería actoral), quien rescatara de la bancarrota la Tyrell Corporation de la película original. La misión de K, diseñado para ser esclavo, es “retirar” replicantes de modelos anteriores al suyo, menos obedientes. Sin embargo, durante una misión rutinaria aparece un milagro: los huesos de una replicante revelan que ha dado a luz. En un mundo donde los replicantes son discriminados y segregados por los humanos que aun sobreviven en un planeta arrasado por las durísimas condiciones climáticas, este hecho significa el colapso de la civilización: la desaparición definitiva de la ya difusa frontera entre androides y humanos. En cuanto a K, las dudas sobre su propio origen y la posibilidad de que él sea el hijo de aquella replicante lo empujarán a desafiar su programación y emprender un viaje que lo llevará hasta Rick Deckard (Harrison Ford). Sin embargo, Niander Wallace no es indiferente a las potencialidades de construir esclavos que puedan dar a luz, y envía a Luv (Sylvia Hoeks), su sirviente más letal, tras los pasos de K. De todos los “hijos” que la ficción le ha dado a Harrison Ford en los años más recientes, K es sin dudas el más interesante. Todo en él desafía, a la vez que reafirma, lo que debe ser un héroe. Hace rato que los beats esperables dentro de una estructura dramática clásica en una película de Holllywood no cobraban tanta resonancia. Villeneuve, Roger Deakins (desde el extraordinario trabajo de fotografía y cámara) y el montajista Joe Walker sostienen las escenas en el tiempo y le otorgan el peso dramático que cada paso que K da hacia su destino necesita: no le temen a la detención, no le temen al silencio. Su relación con Joi, una amante holográfica, es una página aparte: aunque le impone a la película repetidos momentos de detención no del todo bien enhebrados en términos de ritmo con la trama principal, ofrece un panorama sobre las relaciones amorosas en ese mundo distópico con varios puntos en común con Her (Spike Jonze, 2013). A medida que profundiza su investigación, K se ilusiona con ser especial, cosa que Joi siempre le ha dicho: un mesías, un elegido para reconciliar para siempre a los replicantes con los humanos. Sin embargo, a partir de cierto punto de la trama, descubre que probablemente no lo sea. Su destino sólo comparte con el de un mesías el hecho de ser mártir, la entrega por una causa que lo trasciende. Cuando K lo comprende, da lugar a una de las escenas más emocionantes de la película, una especie de reescritura nevada y muda de aquel icónico monólogo de Rutger Hauer bajo la lluvia torrencial. En algún punto, Blade Runner 2049 llega a la misma conclusión de su protagonista. Sabe que desea lo imposible: estar a la altura de un clásico, amplificado por el paso del tiempo y por su fandom; sin embargo, está dispuesta a morir para lograrlo. La metáfora perfecta se encuentra en la escena en la que Rick Deckard y K pelean a puñetazo limpio en el salón de un casino arrasado. Proyecciones intermitentes de Elvis y de otros íconos de un pasado ya muy remoto funcionan como telón de fondo visual y sonoro (otra área técnica descollante de la película). El pasado es mítico, pero la película, como K, está dispuesta a abrirse paso a los golpes.
Esta es la secuela dirigida por el canadiense Denis Villeneuve (“La Llegada”), en un homenajes a 35 años de la película original dirigida por Ridley Scott y ahora como productor ejecutivo. Cuenta con una buena historia con guiños y actuaciones, además incluye ciencia ficción y cine negro. Es tan buena como la primera, su ritmo es pausado y por momentos no tanto. Vemos escenarios post-apocalípticos, se van mezclando ciertos colores, con tonalidades más oscuras y con momentos lluviosos. La fotografía impecable de Roger Deakins (¡Ave, César!, Sicario, Skyfall). Técnicamente alucinante, visualmente impactante, deslumbrante y goza de una gran estética. Se encuentra bien narrada, inteligente, con momentos emotivos, va creando grandes atmósferas, de misterio, intriga, donde va funcionando muy bien la iluminación, los colores y la banda sonora. Esta es una obra maestra. Los actores rinden a la perfección: Harrison Ford esta espectacular, su presencia realza el film, Ryan Gosling su interpretación resulta creíble, la actriz cubana Ana de Armas (como una mujer fuerte, emocional y especial) y un punto a parte para Jared Leto (su personaje Niander Wallace, un nuevo creador de replicantes) tiene dos secuencias descomunales, Sylvia Hoeks me encanto, cameo de Edward James Olmos y a Dave Bautista. Toca varios temas interesantes, la división, critica social y política y hacia dónde va la humanidad. Buscar una buena sala para poder disfrutar imagen, sonido, entre otros elementos, eso sí a la cinta le sobra unos 20 minutos. Contó con un presupuesto de unos 185 millones dólares. Queda abierta para una segunda parte.
¿Dónde están los productores cuando se los necesita? Lenta, larga, repleta de escenas innecesarias es esta híper seria, ampulosa e infladísima superproducción. Como sea, esta continuación de casi tres horas del clásico de 1982 se merecía un buen trabajo de montaje que le mutilara unos cuantos minutos (cuatro o cinco decenas, digamos); pero, claro, a los directores consagrados no se les puede decir nada y así es que su megalomanía suele tomar las riendas del asunto. Hace unos años recriminábamos en estas páginas los aires trascendentales que el aquí “productor” Ridley Scott pretendía darle a su Prometeus (2012), la que entonces era su última película de la saga de Alien, imprimiéndole un tono existencialista y afectado a lo que, en definitiva era un entretenimiento espacial con bichos monstruosos. Algo similar ocurre en esta película, con la salvedad –corresponde decir– de que parte de este tono grave y existencial sí estaba presente en su antecesora, por lo que en este caso parecería más justificado.
¿ANOMALÍA MILAGROSA? _ ¿Qué se siente matar a los de su propia especie? – pregunta Sapper Morton mientras pelea con el oficial K (KD6-3.7.). _ No retiro a los de mi especie porque nosotros no huimos. Sólo los modelos viejos huyen. _ Y a los modelos nuevos no les importa limpiar la mierda porque nunca vieron un milagro. El enfrentamiento entre ambos se vuelve una combinación de fuerza, ausencia de sentimientos y resistencia que acaba con un resultado favorable para el agente K. Para entonces, la última frase del Nexus 8 no es más que algo pasajero, inadvertido y fugaz, hasta el hallazgo fortuito enterrado bajo el árbol de la granja artificial. En un universo situado en 2049, donde un reciente modelo de replicante es un blade runner que retira a los sobrevivientes de la quebrada corporación Tyrell, mientras que la nueva compañía fundada por Niander Wallace produce prototipos más obedientes que aseguran la supervivencia de la humanidad, el viraje del caso de la LAPD (Departamento de Policía de Los Ángeles) sugiere que tal milagro es una posibilidad, aunque para algunos sea motivo de dominación y para otros de guerra. Entonces, ¿cuál es el polémico milagro? A diferencia del clásico de 1982, la secuela dirigida por Denis Villeneuve (con Ridley Scott como productor) se aleja del vínculo creador/creación y del desarrollo específico de las variaciones genéticas para modificar los ciclos de la vida, para acentuar la dicotomía real/construcción dispuesta, en la mayoría de los casos, con la mostración de un objeto natural asociado con un sentimiento, una acción o una vivencia, por ejemplo la flor en la tumba, el ajo como elemento exótico o el caballo de madera con el niño. Más allá de esto hay tres ejemplos que lo llevan a un nivel más reforzado como la corporación Wallace, la compañía que diseña recuerdos dirigida por la Dra. Ana Stelline y el lazo entre el agente K y su pareja holográfica Joi. En el primer caso, se puede pensar en la puesta en escena de la nueva empresa como un útero materno: los cuerpos guardados en receptáculos transparentes a manera de saco amniótico, la poca luz con reflejos tenues y la función tanto creadora como de archivo de datos. Incluso, en una escena aparece una mujer cubierta de barro y fluidos como si se tratara de un recién nacido. El segundo apunta a descubrir la autenticidad de los recuerdos implantados y los orígenes de dichas imágenes; una búsqueda realizada por K a partir de los emergentes interrogantes producidos por los hallazgos que alteran su misión. Mientras que el último aspecto se manifiesta en diversas escenas domésticas entre ambos, pero encuentra su punto vital cuando Joi pacta con una prostituta una suerte de encarnación para mantener un momento íntimo con K. A partir del desdoblamiento de los cuerpos de ambas mujeres para asemejar gestos y acciones, se potencia la idea de lo artificial que necesita de un contenedor “real” para generar una experiencia. Por otro lado, Blade Runner 2049 propone numerosos guiños de su predecesora tales como la aparición del ojo en el inicio –que en la anterior servía para determinar a los replicantes –, el origami, el piano, la investigación de la procedencia de ciertos materiales, entre otros, y mantiene tanto el tono narrativo suspendido, fragmentado y pausado como la estética desde los espacios públicos con un refuerzo de los carteles de neón asiáticos –ahora se desprenden las figuras de ellos–, la tecnología o los nuevos escenarios, cuyo ejemplo máximo es el refugio de Rick Deckard que reúne nostalgia –los hologramas de musicales clásicos, Elvis Presley o Frank Sinatra– con rasgos propios del ser norteamericano y del aislamiento en el que estuvo recluido por 30 años. “Y a los modelos nuevos no les importa limpiar la mierda porque nunca vieron un milagro”. La frase resuena en la cabeza de K. Tal vez sea hora de experimentar ese dichoso milagro. Por Brenda Caletti @117Brenn
Video Review
“Morir por la causa correcta. Es lo más humano que podemos hacer” Hace 35 años Ridley Scott nos deleitó con “Blade Runner”, un film basado en un libro de Philip K. Dick, que se convirtió en un verdadero clásico de la ciencia ficción y que serviría de influencia para el género y el cine en general. Es por ello, que cuando se dio a conocer que se haría una continuación tres décadas más tarde surgieron dudas sobre si era realmente necesario. Cuando Denis Villeneuve (“Arrival”, “Prisoners”) fue confirmado como el encargado de realizar la tardía secuela, se generó cierta expectativa por su marcado estilo y su talento narrativo. Lo cierto es que “Blade Runner 2049” no solo resulta la mejor secuela posible, sino que además se convirtió en una película necesaria y con identidad propia, que amplía aquel universo creado en la cinta original. La propuesta del film original era básicamente un film neo-noir de ciencia ficción donde nuestro protagonista es Rick Deckard (Harrison Ford), un policía especial conocido como “Blade Runner”, cuya tarea era la de encontrar a unos robots conocidos como Nexus 6 y eliminarlos, ya que se habían rebelado y escapado. Todo eso traía aparejado algunas cuestiones filosóficas y morales sobre la creación, la consciencia, el alma y la trascendencia más allá de la muerte. En esta oportunidad, nos encontramos 30 años después de los eventos del primer film, donde un nuevo Blade Runner llamado K (Ryan Gosling) descubre un secreto largamente oculto que podría acabar con el caos que impera en la sociedad. El descubrimiento de K le lleva a iniciar la búsqueda de Rick Deckard, el agente al que se le perdió la pista hace 30 años. El resultado de esta segunda parte es alucinante. Se nota que Villeneuve era consciente del reto al que se enfrentaba y se encargó de afrontarlo de manera serena y con el respeto que merece la obra original. Esta continuación no solo mantiene la iconografía, la estética retro-futurista cyberpunk y el acercamiento neo-noir, sino que incluso se erige bajo una base filosófica similar a la de su antecesora. Si los tintes existencialistas de la original se basaban en que los “robots” pueden ser más humanos que los humanos, en esta oportunidad la tesis irá más allá, haciendo hincapié en la obediencia, el libre albedrío y la capacidad reproductora de estos seres creados por los humanos. Cabe destacar que Villeneuve no estuvo solo en esta enorme tarea de brindar un relato nuevo que expanda el universo creado por el largometraje de 1982, sino que tuvo a su disposición un equipo de lujo para la ocasión. Por un lado, contó con Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch para tratar de reproducir aquel sentimiento de futuro gélido e impersonal creado por los sintetizadores reconocibles de Vangelis en el film original. Y digamos que los autores lograron concebir una banda sonora increíble que sirvió como actualización y clara evolución de ese sonido característico de los ’80. Además, Dennis Gassner supo encarar la ciclópea tarea de realizar un diseño de producción acorde a los tiempos que corren, pero en consonancia con la primera parte de la historia. La escala de los decorados, el diseño del vestuario y los efectos visuales componen un contundente escenario para toda la parte visual del relato. Mención especial merece la Dirección de Fotografía a cargo del maestro Roger Deakins (“Skyfall”, “Fargo”, “Shawshank Redemption”), cuyo talento y labor merecen ser recompensados en las futuras entregas de premios (recordemos que fue nominado a los Oscars en 13 oportunidades y aún no pudo quedarse con el galardón). Los efectos dramáticos y las atmósferas que genera su fotografía hacen eco del extrañamiento y la confusión por la que atraviesan los personajes de la película. Cada plano que elabora es un cuadro o una representación pictórica perfecta que puede ser encuadrada tranquilamente para reposar en una pared in aeternum. Los escenarios que nos presenta (junto con el departamento de arte obviamente) son de una belleza extraordinaria. El guion de Michael Green y Hampton Fancher (este último también escribió la película de Scott), terminan de redondear un trabajo superlativo. La narrativa se toma su tiempo para fundar las bases del drama y el conflicto principal, pero sin caer en momentos vacíos o carentes de sentido. Además, establecen una fuerte psicología en el personaje de Ryan Gosling, quien batalla internamente entre el deber y su propia concepción de los hechos. Esta lucha personal quedará determinada una vez que se encuentre con el personaje de Harrison Ford que aparecerá promediando el tercer acto para brindar una épica conclusión a los eventos narrados. Si bien el personaje de Deckard no tiene demasiado tiempo en pantalla, su funcionalidad para la trama es vital y concluyente. Tanto Deckard como K están muy bien secundados por unos personajes perfectamente interpretados por Ana de Armas, Jared Leto, Robin Wright, Mackenzie Davis y Dave Bautista. En definitiva, “Blade Runner 2049″ es un film atrapante, visualmente impactante y un relato con significado propio que logra continuar y ampliar de manera efectiva a su predecesora. Villeneuve muestra realmente de qué está hecho, y porqué es uno de los directores más importantes de los últimos tiempos. Un verdadero triunfo cinematográfico que prevalece a pesar de su extendida duración (163 minutos). Un largometraje que vale la pena disfrutar en cine con el objetivo de ser testigos de todo su esplendor.
Blade Runner 2049 es una excelente película, una de las experiencias cinematográficas más desafiantes y cautivadoras del año. Un lástima que su complejidad temática, ritmo cansino y excesiva duración la aleje del gusto del espectador medio. Un film que será de culto e inmensamente valorado, más allá de su rendimiento en la taquilla. Como pasó con el clásico de Scott. En 1982 Ridley Scott estrenó Blade Runner, película que adaptaba la novela de Philip K. Dick ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?. Recibida con frialdad por el público y con reacciones mixtas por parte de la crítica, el film de Scott fue cada vez más apreciado con el tiempo, ganando un enorme prestigio y una gran legión de fanáticos que diseccionaron la película hasta el mínimo detalle, teorizando sobre Deckard, los replicantes y los profundos temas que la película presenta (pero no llega a desarrollar del todo). Blade Runner se volvió un film de culto y cambió la forma de hacer películas de ciencia ficción. Puede sentirse la influencia de su estética cyberpunk y su relato de estilo neo noir, en gran cantidad de películas hasta el día de hoy. La historia está ambientada en un futuro distópico, oscuro y decadente donde la sociedad utiliza como esclavos a unos androides llamados replicantes. Rick Deckard es un Blade Runner (cuerpo especial de policías que se encargan de cazar y “retirar” a los replicantes rebeldes) encargado de cazar a Roy Batty (Rutger Hauer) y su banda de replicantes. Deckard piensa que los replicantes son “como cualquier otra máquina”, pero a lo largo de su viaje descubrirá que pueden ser más humanos que los humanos y también cuestionará su propia humanidad. En esta era de franquicias, universos compartidos, revivals, remakes, secuelas, precuelas y explotation de los 80′, muchos veían con escepticismo el proyecto de la continuación de un film tan icónico. Pero a medida que los nombres iban a apareciendo, la ansiedad y los nervios de los fans se calmaban: Denis Villeneuve (Prisoners 2013, Sicario 2015) probó que puede dirigir películas de ciencia ficción reflexivas y de un nivel excelente con La Llegada (Arrival, 2016). Hampton Fancher (guionista de la Blade Runner original) volvería a trabajar junto a Michael Green y la música correría por cuenta de Hans Zimmer (Dunkirk, 2017) y Benjamin Wallfisch. Pero el nombre que verdaderamente llamó la atención es el del británico Roger Deakins (Skyfall 2012, No Country for Old Men 2007, The Shawshank Redemption 1994), uno de los mejores directores de fotografía del cine contemporáneo que ya trabajó con Villeneuve en Prisoners y Sicario. Es el año 2049 y K (Ryan Gosling) es un Blade Runner que trabaja para el departamento de policía de Los Angeles, cazando replicantes de modelos viejos que escaparon después de un apagón que eliminó todos sus datos de los registros. K hace un descubrimiento que podría trastocar el orden de la sociedad y hacer que toda la ciudad descienda en el caos. Este descubrimiento será el inicio de la investigación de K, que lo llevará tras la pista de Rick Deckard (Harrison Ford) un ex Blade Runner que lleva 30 años desaparecido. Mientras K avanza en su pesquisa atando cabos y desenterrando pistas que llevan décadas enterradas deberá lidiar con las presiones de su jefa, la teniente Joshi (Robin Wright), el interés del misterioso Niander Wallace (Jared Leto), el empresario más poderoso del mundo, dueño de la industria que fabrica a los replicantes y la vida hogareña con su novia Joi (Ana de Armas), la única persona en la que confía plenamente. La historia de amor entre estos dos personajes es uno de los elementos mejor logrados y más reales en una película que está poblada por androides fríos y (aparentemente) sin sentimientos. Blade Runner 2049 hace todo lo que una buena segunda parte debería hacer: expandir y explorar nuevas aristas de un universo ya conocido, pero contando una nueva historia. Una historia que mantiene el mismo tono y estilo de la película original, pero sin “colgarse” de la nostalgia ni ser un calco de su predecesora. Algo que puede jugarle en contra a la película es su excesiva extensión (164 minutos), sumado a su ritmo poco fluido, más tirando hacia lo reflexivo, termina de configurar un film mucho más difícil de vender a la audiencia mainstream. La Blade Runner original también manejaba un tono cansino y algo lento, pero contaba con más secuencias de acción para mantener al público interesado. Aquí Villeneuve se la juega por un producto más introspectivo y dramático. El director manejó la película con demasiado secretismo, llegando al extremo de enviar un comunicado a los críticos especificando ciertos elementos de la trama que no deberían ser comentados en las reseñas. Villeneuve deseaba que el público se sumerja en Blade Runner 2049 sin saber lo que le espera y pueda experimentar plenamente todo el viaje emocional que se desarrolla a lo largo de la película. Más allá de algunos guiños y homenajes a la original, Villeneuve nos presenta un relato nuevo que se ensambla a la perfección con su predecesora. Son dos piezas independientes que se complementan para formar parte de un mismo universo. La “estética Blade Runner” es recreada con un nivel de detalle y respeto por la película original que asombra. Y hablando de estética, es en ese apartado que la película da el enorme salto de calidad. Blade Runner 2049 es una verdadera maravilla estética diseñada para disfrutar con todos los sentidos. Todo el aspecto visual fue tratado con una enorme dedicación, desde la bellísima fotografía de Deakins (firme candidato para otra nominación al Oscar), la composición de cada toma, los movimientos de cámara, las luces, el color, el juego de contrastes entre las enormes construcciones de concreto, los cielos oscuros y las vibrantes luces de neón, la lluvia y la nieve que azota los parabrisas y ventanas de la ciudad. La música compuesta por Zimmer y Wallfisch ayudan a generar una atmósfera futurista (aunque lejos están de llegar a la genialidad que hizo Vangelis en el soundtrack de la original) con buenos ritmos de sintetizadores y bocinazos símil-Inception (a esta altura ya es una marca registrada de Zimmer). Todos los grande actores que forman parte del elenco se lucen, sin importar cuan grande o pequeña sea su participación. Gosling compone un anti héroe complejo con máscara de hierro pero que esconde un conflicto interno que podría transformarlo o destruirlo con la misma facilidad. El alivio de sus traumas, sus problemas existenciales y su trabajo lo encuentra en Joi, un personaje muy bien interpretado por Ana de Armas que funciona como un bálsamo que aplaca toda la negatividad que rodea a K. Pese a que figura de forma prominente en el póster de la película, la participación de Harrison Ford es bastante breve, estando presente solo en el último tramo del film. Deckard es apenas una pieza de un rompecabezas más grande, pero la verdadera clave para resolver el misterio que K intenta desentrañar. Tampoco tiene demasiado tiempo en pantalla el personaje de Jared Leto. Sin embargo se las arregla para componer un personaje gris y ambivalente, una suerte de “villano” (no por su postura moral o sus acciones durante la película, sino porque sus intereses van en contra de los de nuestro protagonista) que prefiere mantenerse en las sombras y utilizar a su fiel replicante Luv (Sylvia Hoeks) como su brazo ejecutor. El elenco se completa con otros grandes papeles secundarios destacables como Dave Bautista en la piel de Sapper Morton, un antiguo replicante modelo Nexus y Mackenzie Davis, como un “modelo de placer” que aparece poco en pantalla, pero protagoniza una de las secuencias más bellas e hipnóticas de toda la película.
En el núcleo de la Blade Runner original (1982) esperaba agazapada una pregunta seminal: ¿Qué significa ser humano? Su secuela, la bellísima “Blade Runner 2049”, hace la misma pregunta. Pero mientras nos deslumbra con su increíble fotografía, su omnipresente música y su sensacional diseño de producción, la pregunta -esa que los cineastas quieren hacer, para embeber de importancia a la historia- resuena vacía y a 35 años… trillada. Cuando se supo que Denis Villeneuve dirigiría la secuela al filme de Ridley Scott la noticia fue recibida con entusiasmo y horror. Sí, Villeneuve es un gran director, un autor, pero ¿alguien puede hacerle justicia a la primera película?. Villeneuve abandona cualquier objetivo de hacer esta “su” Blade Runner y utiliza todas las herramientas necesarias para que la película funcione para las grandes audiencias a las que apunta. Esto no es “Enemy”. “2049” utiliza información y personajes que conocemos de la primera película, nos brinda un tercer acto con una resolución apurada, una escena de acción en el clímax y constantes recordatorios de la película de 1982. Procedimiento estándar en una secuela de Hollywood. Treinta años después, Rick Deckard (Harrison Ford), se ha retirado y no se lo ha visto desde entonces. Los replicantes se han vuelto más avanzados y obedientes, en parte gracias a las mejoras de Niander Wallace (Jared Leto), un científico que se comporta más como una especie de creepy maestro Zen. Con algunos modelos viejos dando vueltas por el universo, K (Ryan Gosling) se encarga de “retirarlos”. Gracias a su agudo ojo para el detalle, K resulta ser cualquier cosa menos un empleado modelo. K hace descubrimientos que tocan el interés de su jefa, Joshi (Robin Wright), quien le ordena que arme el rompecabezas, un rompecabezas que resulta ser una telenovela futurística. “Blade Runner 2049” luce distinta a los thrillers de ciencia ficción habituales. Pero su guión es -en el mejor de los casos- demasiado chato. La mayoría de los personajes femeninos podrían ser descritos como funcionales y decorativos, casi como el app interpretado por Ana de Armas. Scott creó en 1982 una elegante elegía para la caída del hombre y el ascenso de su sucesor cibernético. Mostrando a su detective noir con un profundo dolor, Harrison Ford parecía cargar todos nuestros pecados de ambición y autodestrucción en sus hombros. Por el contrario en “2049” tenemos la competencia habitual de Ryan Gosling, que parece haberse tomado demasiado en serio su carácter sintético. A diferencia de la original, “2049” es una película que no desafía intelectualmente al espectador y que resuelve todo con un moñito, sin ambigüedades ni dobles lecturas. Villeneuve parece pensar que si simplifica la película lo suficiente, las audiencias conectarán con la historia. Él, que nunca se caracterizó por la economía en la narración, aquí se une a las filas de los cineastas que confunden el peso con el significado.
Deslumbrante espectáculo visual rico conceptual y narrativamente Que Hollywood anda revolviendo el baúl de la década del ochenta en busca de la esencia perdida ya no es ninguna novedad. Ya queda poco por extraer, pero hay obras que ante la posibilidad de ser revisadas y relanzadas generan tanta expectativa como escepticismo. “Blade Runner”(Ridley Scott, 1982) es sin dudas una de ellas. En su época la respuesta del público fue escasa en todos lados, pero todo ese público la convirtió en una película de culto porque realmente se había logrado captar no sólo la médula del cuento de Philip K. Dick, en la cual se basaba el guión (“¿Sueñan los androides con ovejas artificiales?”), sino que también logró en su texto cinematográfico e imágenes uno de los preciados objetivos de la ciencia ficción: una visión futura como consecuencia del presente y, por carácter transitivo, una reflexión filosófica y profunda sobre el ser humano. En aquel final inolvidable, un “Replicante” (ciborgs de inteligencia artificial diseñados para distintas tareas) superaba al ser humano creador al perdonarle la vida a Deckard, el Blade Runner (así se llaman los policías encargados de eliminarlos) que lo perseguía. Una de las escenas más poéticas de la historia de éste género que daba a entender que la peor consecuencia de la muerte es la pérdida de los recuerdos. El estreno que nos ocupa vino precedido por lo menos de tres antecedentes promisorios: Ridley Scott en la producción, Michael Green y Hampton Fancher en el guión (éste último también escribió la original), y Denis Villenueve detrás de cámara. Un combo explosivo que en “Blade Runner 2049” entrega una mirada extendida sobre aquella idea de antaño. Treinta años después de los hechos precedentes la corporación de Niander Wallace (Jared Leto) ha comprado la vieja empresa Tyrrell para relanzar la fabricación de robots inteligentes, y recuperar la capacidad esclavizadora perdida un par de siglos atrás, capacidad que, por cierto, había originado la rebelión de esos androides. “K”, o Joe más adelante, (Ryan Goslin) está encargado de “retirar” y borrar todo rastro de los últimos ejemplares. Pero en ese encargo encuentra restos, aparentemente humanos, que sirven como nexo para revelar la verdadera intención del dueño de la nueva empresa: dar con el último descubrimiento del viejo Tyrrell, el único eslabón perdido con el cual se llegaba a la total perfección en la creación de inteligencia y (a esta altura es bueno decirlo) emoción artificial. Un secreto guardado que de darse a conocer tornaría a los replicantes en seres claramente superiores. Pero estamos frente a una película de Dennis Villenueve, ergo, la manera de hallar ese secreto está regado de pistas y vericuetos. En “Incendies” (2010), los hijos de una madre debían desandar el camino que los llevaría a descubrir una terrible y trágica verdad familiar. En “La llegada” (2016), una experta en lenguajes es la que va descubriendo un don para desentramar su camino a la maternidad. En este caso, “K” (preferimos Joe, mejor), Joe es un replicante con memorias implantadas, o por lo menos él cree eso. En un recuerdo de niño yace la llave, tanto para él como para el resto de los personajes que giran alrededor y que, junto con el espectador, van agarrando los indicios como si fuesen las migas de pan de Hansel y Gretel. Precisamente, la búsqueda de la identidad relacionada con ausencia de pasado, y la eterna necesidad de identidad familiar, de pertenencia, son los ejes dramáticos sobre los cuales se sustenta todo el argumento. “Blade Runner 2049” no sólo propone una vía alternativa a la historia original, sino que se toma fuertemente de la mano del planteo existencialista de Philip K. Dick al punto de parecer que él mismo escribió la continuación de su cuento y, por cierto, justifica plenamente esta secuela. Más allá del contenido y de la aparición de viejos conocidos el ritmo narrativo, la estética decadente de un futuro apático y sombrío, la dirección de arte y el prodigio fotográfico del genial Roger Deakins con la espectacular banda de sonido de Hans Zimmer y Benajmin Wallfich (inspiradísimos en la de Vangelis de antaño), hacen de ésta obra un espectáculo visual conceptual y concordante con la primera. Como si se hubiesen propuesto que el espectador sea como alguien que vuelve al viejo barrio después de mucho tiempo. Y así se ve esa ciudad de Los Ángeles, tanto en las alturas como en el sub mundo y sus calles oscuras, siempre teñidas por el manto lluvioso. Una ciudad dominada por el idioma y los productos japoneses, además de hacinados inmigrantes rusos (parece que volvió la Unión Soviética y “es feliz”). No será el único detalle con el cual los fanáticos se podrán encontrar. Hay respuestas para todas las preguntas, incluso para aquella brillante escena en la cual Joe le pregunta a Deckard si el perro que tiene es real. Vaya al cine y averigüe.
Crítica emitida por radio.
Crítica emitida por radio.
La vara estaba muy alta: el film original de Ridley Scott es unánimemente considerado un clásico para prácticamente toda la comunidad cinéfila alrededor del mundo, y es una de las películas de ciencia ficción más importantes de la historia. Con todo ese bagaje, se puede decir que el desafío de continuar una historia que de por sí cerraba a la perfección (eso es, claro, teniendo en cuenta el último corte del director) implicaba más de un riesgo. El primero de ellos era precisamente caer en la redundancia y lo injustificado. ¿Supera estos retos la nueva película de Denis Villeneuve? Sí y no. Por un lado, es indudable que Blade Runner 2049 es una obra importante en la carrera de un realizador que viene perfeccionando una filmografía que ya de por sí había arrancado con notable calidad de autor. El director de Prisoners (La Sospecha), Enemy (El hombre duplicado) y Sicario, ya se había probado en el sci-fi con la notable The Arrival (La Llegada), y está claro que es un conocedor -y amante- del género, y eso se nota con el cuidado y preciosismo con el que trata cada una de sus imágenes. Sin abandonar su costado “de autor”, Villeneuve rinde tributo al original a la vez que mantiene su visión aparte. En ese sentido, Blade Runner 2049 es más Villeneuve que Scott, por más que el bueno de Ridley produzca y auspicie el proyecto. Esto es algo bueno, pero no quita de encima un problema: la resolución de algunos conflictos y dilemas que habían quedado abiertos (intencionalmente) en la primera parte, no agregan interés a la trama sino que, irónicamente, le restan. Quien recuerde las emociones que experimentó al visionar el film de Scott tras el corte del director, sabe que, al igual que en la filosofía, valen más las preguntas que las respuestas. 2049 abre preguntas, pero cierra aquellas que resultaban mejor abiertas, y en ese costado es donde pierde en la inevitable comparación. Si bien la historia sigue la rutina de un nuevo y más avanzado Blade Runner, interpretado con gran acierto por Ryan Gosling, la sombra de Rick Deckard está presente desde el comienzo (aún cuando no se lo menciona hasta casi mitad de la película), y las referencias (que van desde lo sutil hasta lo obvio) dicen presente a lo largo de todo el film. Gosling “retira” replicantes obsoletos y vuelve a su hogar solo, donde entabla una relación platónica con su “novia” virtual, que en definitiva no es más que un juguete digital que quiere una vida propia (algo tambien visto, y bastante mejor resuelto, en Her de Spike Jonze). Al final de cada velada, por supuesto, el ¿hombre? está más solo que al comienzo de su jornada laboral. Vuelven a aparecer interrogantes que, esta vez por repetición dentro de la misma saga, pierden efecto: ¿que hace “humano” a un humano? ¿Qué es eso que algunos llaman “alma”? Y, la más importante y que termina pesando sobre las otras, ¿sueñan los androides con ovejas electricas… de nuevo? Chiste aparte, el título de la original novela de Philip Dick tiene mayor sentido en esta segunda parte, donde se hace directa alusión a la extinción de varias especies animales. Blade Runner 2049 es una película que corre el camino inverso de su predecesora: donde la primera pregunta, la segunda responde (a lo sumo también repregunta, pero con menor peso) e irónicamente, donde la primera inicialmente fue un fracaso incomprendido por la crítica, la segunda es un éxito, al menos a nivel reseñas (por el momento, la taquilla no parece aquí acompañar tampoco). Está bien: eso sucede porque todos ya conocemos los planteos de la inicial, y sabemos que los veremos en la última. Y todo funciona, es cierto: la fotografía es hermosa e ilumina con maestría todas las escenas, la música resalta los ambientes, el guión entretiene (más que nada, a partir de su segunda mitad) y las actuaciones son soberbias. Sin embargo, algo falta. O, sin consideramos que la primera era ya un clásico, en todo caso sobra.
Hace 35 años las salas estrenaban Blade Runner una película tan revolucionaria para su época que los críticos no supieron comprender y la gente simplemente no se interesó por ella; hoy esa película ochentosa es de culto. Amada por la gran mayoría delos cinéfilos y protagonizada por Ryan Gosling, Ana de Armas, Robin Wright, Dave Bautista y Harrison Ford, Blade Runner 2049 nos demuestra que las segundas partes pueden ser buenísima cosa poco usual en el cine de nuestros tiempos. Denis Villeneuve (Sicario, Prisoners, Arrival) trae una expansión de lo que fue la adaptación del libro ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick en el año 1982; Ingeniosamente Villeneuve consigue desarrollar aún más la historia de Rick Deckard (Harrison Ford) en un futuro distópico habitado por seres sintéticos. Más allá de que la historia es una continuación de la película de Scott, Blade Runner 2049 se toma su tiempo para explorar aún más ese mundo pactado que nos dejó su película previa; estamos en una sociedad más avanzada pero con la misma lluvia, las mismas calles y el mismo caos, todo es familiar y al mismo tiempo diferente. Villeneuve aporta una claridad absoluta en los aspectos de desarrollo de este mundo que tal vez en un futuro, tengamos que vivir. De todas formas el gran Roger Deakins es el dueño y señor de esta película. Como director del departamento fotográfico de Blade Runner 2049, Deakins crea espacios y situaciones memorables con su asombrosa selección de imágenes en movimiento tras la cámara. El juego de sombras, la presentación de diferentes ecosistemas, el encuentro de dos seres amados… todo pasa por el ojo de Deakins y todo se siente con una belleza y naturalidad absoluta. Estamos ante el mejor trabajo de Roger en la dirección de fotografía, un “best of the best” en su rubro y no se extrañen que tras 13 eternas nominaciones al Oscar, Roger por fin se lleve la preciada estatuilla. En este film todo fotograma cuenta una historia y esto se debe al gran profesionalismo que trae Roger Deakins al film, un eterno campeón de la gente, un people’s champ y en Blade Runner 2049 se lo disfruta como nunca – perdón a No Country for Old Man y The Assassination of Jesse James by the Coward Robert Ford, pero 2049 se lleva el podio -. El cambio absoluto de Blade Runner 2049 es la renovación del elenco. Ryan Gosling activa nuevamente su modo “Driver” de la película Drive (2011) dirigida por Nicolás Winding Refn y nos brinda una intensa actuación interpretando al detective K, un blade runner a cargo de una investigación sobre replicants prófugos. Gosling como es de costumbre pone todo su profesionalismo para darle vida a K, pero la revelación de la película es la hermosa actriz cubana Ana de Armas (Knock Knock, Hands of Stone); esta bella actriz se lleva toda las miradas al interpretar un singular personaje que cae como sorpresa absoluta y deslumbra, sin ninguna duda, a toda la sala de cine. El resto de las co estrellas cumplen su rol correctamente; Dave Bautista alcanza un nuevo peldaño en su carrera actoral ofreciendo un rango diferente a lo que nos tiene acostumbrados; Harrison Ford regresa como su clásico personaje Rick Deckard de una manera discreta y simpática; Robin Wright nos vuelve a ofrecer intensidad y encanto como jefa del departamento de policías; y por ultimo un Jared Leto que nuevamente es víctima del hype y pasa sin pena ni gloria como el empresario Wallace. El film tiene sus sorpresas, pero para evitar caer en spoilers, el tema es mejor terminarlo acá. Es necesario estar descansado antes de ver esta película ya que resulta un poco extensa en base a un guión algo simple a cargo de Hampton Fancher y Michael Green. El ritmo de las escenas es algo lento y la película recurre a la introducción visual de manera repetitiva, pero no se engañen, a pesar de la estructura lenta que posee, el descubrimiento de espacios en el film es algo hermoso de presenciar, una obra magnifica a nivel audiovisual que agrada al público desde la primera escena. La banda sonora compuesta por Hank Zimmer y Benjamin Wallfisch recurre al empleo de remasterizar momentos cubres de la banda sonora original de Vangelis. Hay temas originales que resuenan de manera efectiva tras finalizar la película pero el punto fuerte de Zimmer es la reutilización del clásico Tears in the rain en una escena clave, sólo con eso la banda sonora se destaca, el resto es simplemente la frutilla del postre. Estamos ante una de las mejores películas del año que merece ser disfrutada en la pantalla grande, mientras más grande mejor – en IMAX es la experiencia definitiva -. Blade Runner es más que una secuela, es una expansión de lo planteado en décadas pasadas; es una película que explota los límites de las relaciones humanas con lo sintético – y se puede decir también con lo virtual -. Son 163 minutos de pasión por el cine y el género de ciencia ficción y no se puede dejar pasar. ¡Gracias Villeneuve por tanto!
Blade Runner (1982) es una piedra basal de la historia del cine fantástico. Presentó a Phillip K. Dick en sociedad, sentó las bases del cyberpunk, consolidó el estrellato de Ridley Scott y Harrison Ford, popularizó a Vangelis y creó una serie de momentos épicos que quedaron grabados en la memoria de toda una generación. Rutger Hauer destrozando la cabeza de su creador, Harrison Ford matando a Joanna Cassidy a través de una galería de espejos, la demencial Daryl Hannah despachando tipos a diestra y siniestra, y la cautivante imagen de Sean Young como la princesa artificial encerrada en su propio castillo y condenada a un destino perverso que no podía escapar. Fracaso en su momento, sólo el correr de los años (y la popularización del video hogareño) pudo rescatarla del olvido y hacerla acreeedora del puesto de privilegio que merece en la historia del cine. 35 años después nos llega esta secuela. Durante mucho tiempo se barajó la idea y Ridley Scott – que le agarró el viejazo y la desesperación por filmarse todo antes de morir, algo similar a lo que le ocurre a Clint Eastwood y Steven Spielberg en estos últimos tiempos – estuvo a punto de dirigirla. Considerando lo flojo que viene Scott – vean las últimas secuelas de Alien, si no -, lo mejor que pudo haberle pasado al proyecto es que quedara en manos de la nueva esperanza del cine fantástico, el genial Denis Villeneuve. El resultado final es sólido, inteligente, respetuoso y festejable, una secuela súper digna para un clásico inmortal, aunque quizás sea algo larga de más y carezca de esas memorables escenas de acción que Scott tan bien había cocinado en 1982. Acá los replicantes van por su segunda generación. Perfeccionados y humanizados, son completamente civilizados y si hay Blade Runners en este mundo, es para retirar los restos de generaciones viejas, los cuales siguen escondiéndose y fabricando recuerdos con los cuales consolarse. Pero hay un descubrimiento que sacude los cimientos de este mundo: el cadáver de una replicante ha sido hallado y, lo mas inquietante, tiene señales de haber dado a luz (en un parto cruento que terminó por costarle la vida). Y sí: es Rachel (el personaje de Sean Young del filme de 1982), así que el papá de la criatura debe ser Deckard (Harrison Ford). El tema es a dónde fue a parar el pibe, y dónde está Deckard. Y el obsesivo nuevo manufacturador de replicantes – un ultra zen Jared Leto, redimiéndose de su bochornoso Joker en Suicide Squad – está fascinado con la idea de un replicante biológicamente fértil… un especimen que quiere cortarlo en pedacitos y analizarlo en su mesa de quirófano. Blade Runner 2049 es un filme que demanda paciencia. Hay una fotografía excelente y geniales efectos especiales, pero acá la cosa va de thriller conversado, cuando no largos silencios para crear clima. La acción aparece de a ráfagas y está ok – como el duelo final, el cual podría haber estado muchísimo mejor en vez de ser tan mundano -, pero a Villeneuve le interesan las incógnitas y las cuestiones existenciales. ¿Acaso el destino de Ryan Gosling fue pre-trazado para encontrar a Harrison Ford en este momento?. ¿La existencia de un replicante fértil implica la revolución de los seres artificiales y el fin de la humanidad como raza dominante?. Y lo mas importante (alerta spoilers), ¿Es Gosling el hijo de Ford y Sean Young? (fin spoilers). Y mientras que todo es muy correcto e interesante mientras dura, hay cierta sensación de decepción cuando llega el climax. No sólo porque precisaba mas adrenalina sino porque va contra las expectativas. (alerta spoilers) Uno esperaba que Gosling cumpliera con su expectativa y fuera el hijo de Ford, el mesías que traería la revolución a este mundo saturado de replicantes esclavizados y polución ambiental. También esperaba ver a las masas ir con las antorchas hasta los cimientos de la antigua corporación Tyrrell y linchar al personaje de Leto, pero todo queda en un diletante. Está bien, pero me resulta demasiado tranquilo y chato (fin spoilers). Portal Datacraft: codigos postales, telefonos utiles, articulos de interes en tu revista digital Aún con ello, Blade Runner 2049 es una película notable. La gracia está en los detalles – la compañera virtual de Gosling, el abundante uso de hologramas para casi todo, los replicantes entrenados para cazar a otros replicantes, la cultura cosmopolita de este futuro alternativo – y en el gran clima que Villeneuve crea con un enorme talento. Porque si el original trataba sobre la tragedia de los seres artificiales, condenados a una vida tan corta como intensa, aquí el tema pasa por la simulación – virtual, de carne y hueso (como los replicantes) -, reduciendo a sus exponentes a meros objetos de placer / o herramientas de trabajo carentes de derechos. Porque, a final de cuentas, ¿acaso un replicante no es la mera imitación de un ser humano?. Quizás una de las cosas mas intrigantes del filme sea el embarazo de Rachel, el cual probaría (por descarte) que el personaje de Harrison Ford es humano. Recordemos que, varios de los cortes alternativos de la original Blade Runner, se barajaba la idea de que Deckard era un replicante con los recuerdos implantados. Blade Runner 2049 no tendrá la estatura memorable del original, pero es una secuela brillantemente concebida y soberbiamente ejecutada. Recomendadísima para los fans del original, y un nuevo acierto de Villeneuve, cuyos méritos hacen anticipar una futura adaptación de Dune hecha con gran altura.
Al momento de escribir esta nota es difícil poner en palabras, o hacerle justicia, a esa vorágine de poética audiovisual que es Blade Runner 2049. Por lo tanto, a quien lea esto, le pido disculpas por adelantado. Pocos son los casos, por no decir nulos, en los cuales se retoma un clásico en particular, tres décadas más tarde, y en contra de toda mala premonición termina siendo una obra inmensa. Tanto en relación con el film original como también por cuenta propia, de manera independiente al forjar su propia identidad. Arraigado en los elementos y planteamientos del film de 1982, Blade Runner 2049 hace uso de ellos en forma de expandirlos y enriquecer de forma intelectual la mitología de ese universo. El mundo en el que se encuentra este futuro distópico es construido a través del fuera de campo, de todo lo sucedido para que las cosas se encuentren así con los espacios en blanco que depositan al espectador en dicho futuro tratando de imaginar el pasado, así como el protagonista del film debe revisitar el suyo para entender su presente. Es interesante como el director Denis Villeneuve, con elegancia y sutileza, introduce el contexto y las preguntas que se hace su protagonista en forma similar pero inversa a lo que le ocurría a Deckard (Harrison Ford) en el film original. Lo primero que sabemos de K (Ryan Gosling), es que es un Blade Runner replicante que se encarga de encontrar y eliminar a otros replicantes, en un 2049 donde prácticamente ya es imposible diferenciar la inteligencia artificial biogenética del mal llamado ser humano. Y es que si antes estaba presente la posibilidad de que las diferencias se borraran, aquí prácticamente no existen. Uno de los mejores logros del film es hacer que el protagonista se cuestione su realidad al mismo tiempo que, con elementos discursivos y conforme avance la trama, quede más que claro la postura –y por qué no la verdad- de que las diferencias no existen. ¿Acaso no todos lloramos y sangramos? Para lograr ello, el film apela a todo el excelente nivel artístico que posee en el uso de la poética, de lo emocional como nexo. Villeneuve y el director de fotografía Roger Deakins juntos elevan la calidad cinematográfica a niveles olímpicos, poniéndola en sintonía con contexto y subtexto de la obra. A través de un elemento típico del policial, la pista de un antiguo caso ahora desenterrada para cambiarlo todo –el único atisbo de este género, sabiendo marcar que el tono no pertenecerá al film noir como el anterior-, K se pregunta quién es él realmente, dudando de su existencia y de todo lo que lo rodea. El film interpela al espectador con una complejidad nacida del existencialismo como también del discurso visual que le da forma a ese mundo, nuestro mundo, a la vez que cada aspecto posee su lugar y (re)significancia en relación a los sentimientos y la vida de K. El carácter visual de un futuro que vive comprimido dentro de bloques, donde los espacios cerrados transmiten la claustrofobia de una ciudad siempre en movimiento y los espacios abiertos son descritos por la soledad y la muerte natural de su geografía. Cada plano trabajado y sostenido de manera que se queden grabados en la memoria como una serie de pinturas o fotografías que no permiten que se pierda la capacidad de asombro. Imágenes que de la mano de Deakins y Villeneuve envuelven a quien las ve con lo trágico de su contexto y con la fascinación que despierta su creación artística. Deleite visual que, a pesar de las grandes producciones que colman las carteleras, demuestra que un film puede hacer uso de su máxima expresión y que el cine lejos está de morir. La artificialidad de una vida encuentra su máxima expresión en Joi (Ana de Armas), la pareja artificial de K que se percibe sincera, cariñosa, real. El romanticismo de un beso bajo la lluvia o un tierno encuentro sexual, es interrumpido por la realidad de la ficción que remarca ante el ojo el artificio. Pero que también logra expresar el sentimiento auténtico de esa relación, más allá de lo que indique un anuncio luminoso con el lema “Todo lo que quieres oír”. K recibe de ella todo lo que quiere oír, pero también siente todo lo cualquier ser humano puede llegar a sentir. E incluso más. Más humano que los humanos. Es así que incluso en los momentos más calmos o mundanos, todo se encuentra presente en pos de ligar al espectador emocionalmente con K, donde todo lo que vive y siente, incluyendo su relación con Joi o la duda acerca de si sus recuerdos son reales o implantados, importan significativamente porque a él le importa y podemos depositarnos en su piel, artificial o no. El milagro de un replicante que pudo dar a luz y la posibilidad de que K pueda ser producto de ese milagro depositan todo el núcleo de importancia del film en la figura de él. De allí que el plano final del film arruine apenas la experiencia quitando brevemente lo que importa del foco de atención. Y sí, tal vez los recuerdos de K recuerdos no sean suyos y lo que concebía de una forma sea de otra, pero eso no arruina de ninguna forma su desarrollo narrativo. ¿Por qué? Porque en cierta forma fue real para él y fue real para nosotros y el sentimiento nacido de ello, la vivencia sentimental de ello importa. De allí que esta historia gana su poética y el amor despertado por la figura de su protagonista sin la necesidad de recaer en el uso desmedido de la nostalgia. Un cuerpo se recuesta sobre una escalinata y lanza un aliento que se pierde en el aire como lágrimas en la nieve así como uno se pierde dentro de la calidez majestuosa del relato. Si algo siempre hemos tenido en claro es que lo que recordamos difícilmente sea exactamente cómo ocurrió, pero lo que perdura del recuerdo es el sentimiento vivido. Y algo que puedo asegurar desde mi lugar de espectador y de persona que vivió, que experimentó esta experiencia enorme regalada por Villeneuve, es que el sentimiento de la fuerza con que este film supo embargar mi ser jamás será olvidado. Con suerte tal vez, todo eso generado en mí pueda ser llegado a otros -implantado quizás- al leer esta nota.
El nuevo film de Denis Villeneuve se suma a la secuela de clásicos, uno de los actuales horizontes creativos de la corporación Hollywood En 1982, el director británico Ridley Scott, quien hasta ese momento había dirigido dos films notables (Los duelistas, 1977 y Alien, el octavo pasajero, 1979) filmó una película que con el tiempo se convirtió en un clásico indiscutible. Una película de culto con seguidores fieles y apasionados. Blade Runner, basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968), de Philip K. Dick, exhibía desde el comienzo una puesta en escena formidable, excepcionalmente creativa. El despliegue de una gran cantidad de estímulos visuales buscaba representar un futuro próximo hacia el cual parecían estar condenados los seres humanos, atrincherados en un territorio oscuro, lluvioso y saturado de personas y marcas publicitarias. Entre muchas otras cosas, el film de Scott revelaba, a partir de una estética y una narración que fusionaba con enorme eficacia la ciencia ficción y el policial negro, la soledad de los habitantes de Los Ángeles en 2019, una ciudad en ruinas y gobernada por una corporación alucinada y sin escrúpulos. El relato de los replicantes perseguidos que luchaban por su libertad poseía además un encanto especial: una historia de amor entre una androide y su perseguidor. Se ha escrito mucho sobre Blade Runner. Y sin embargo, se puede volver a ver la película y analizarla desde una nueva perspectiva. Un film clásico revelaría justamente eso: la imposibilidad de definirlo –y contemplarlo- en toda su dimensión. Treinta y cinco años después se estrena Blade Runner 2049 (2017), de Denis Villeneuve (Prisioneros, Sicario, La llegada), producida por el propio Ridley Scott y coescrita por Hampton Fancher, guionista de la primera. Esperada secuela sobre todo por un tiempo en donde la práctica de retomar clásicos del pasado marca el horizonte creativo de la Corporación Hollywood. La enorme expectativa que generó el anuncio de su lanzamiento podría corresponder al mismo tiempo con cierta desconfianza provocada a partir del riesgo que implica meterse con un film de las características recién mencionadas. Riesgo que señalaría en principio un problema, al menos una serie de preguntas: ¿cómo filmar la continuación de un clásico, la prolongación de una película de culto? ¿Hacia dónde dirigir la mirada, la puesta en escena, una nueva –o no- escritura cinematográfica? La primera escena del film de Villeneuve presenta una certeza inocultable que terminará por avasallar formal y narrativamente el resto de la película: su vasto presupuesto –la película costó una considerable cantidad de dinero: doscientos millones de dólares- estará orientado fundamentalmente a desplegar un diseño visual si bien sorprendente, asimismo un tanto presuntuoso, que reproducirá sin demasiados hallazgos el espacio de representación de la tercera película de Scott. Treinta años después de esa película, la historia es ligeramente otra: la Corporación Tyrell ha quebrado, un poderoso industrial llamado Wallace (Jared Leto) adquiere sus restos y expande su imperio por todo el planeta y también por las colonias espaciales a su alrededor. Wallace, ciego y de una exacerbada demencia que irrita, configura nuevos modelos de replicantes para ponerlos a trabajar como esclavos: los Nexus 8, más perfectos y precisos que los anteriores. El protagonista será esta vez el agente K (Ryan Gosling), un taciturno blade runner que recibe órdenes de la Jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles (Robin Wright) para buscar y eliminar a peligrosos replicantes primitivos. Después de un primer enfrentamiento con un androide, el agente K descubrirá la existencia de una identidad desaparecida en situación extraña cuya supervivencia podría poner en riesgo la continuidad del régimen. El secreto se convertirá en una revelación fundamental para el agente, que lo obligará a revisar sus recuerdos -presuntamente implantados- y a tomar conciencia de su propio pasado. El film de Villeneuve remarcará con demasiado énfasis la precariedad existencial de su protagonista, rodeado de diversos atractivos electrónicos que constituyen una vida indiferente y montada como un mero simulacro. Triste y solitario, el agente K compensará su soledad con la proyección visual de una mujer, quien desde un simple dispositivo expresará básicamente lo que su dueño desea escuchar. Tal vez se encuentre allí uno de los principales problemas de la película: su disposición a subrayar los elementos narrativos que el film de Scott tan solo sugería a partir del devenir dramático de sus personajes. Y subrayar no es otra cosa que perder el tiempo –mucho tiempo, casi tres cuartas partes de una película que se hace larguísima- en establecer las penosas condiciones de existencia en un mundo gobernado por una corporación desquiciada. Mucho tiempo en señalar aquello que el espectador sería capaz de detectar de inmediato, sin demasiado prolegómeno. La pregunta sobre el fundamento que determina al ser humano sobrevuela el film de Villeneuve como un loop descompuesto. En definitiva, pérdida de tiempo que provocará la invasión de un registro demasiado serio de sus buenas intenciones que inundará de solemnidad al conjunto de la película. La aparición irreverente, pero también un tanto patética, de Deckard (Harrison Ford), protagonista insigne de la película de Scott, no hará sino evidenciar las dificultades de un film que no podrá despegarse en ningún momento de la frialdad de su magnificencia y que no podrá en consecuencia recorrer un camino propio capaz de conmovernos de algún modo.