La gran estafa Dicen que el humor es tragedia más tiempo, y aparentemente ocho años es tiempo suficiente. ¿Cuán insólito es que Adam McKay, director de las rabiosas comedias seminales de Will Ferrell, sea la fuerza motriz detrás de una película sobre el colapso del mercado inmobiliario norteamericano y la subsecuente crisis financiera del 2007? La gran apuesta (The Big Short, 2015) abre con una cita de Mark Twain: “Lo que nos mete en problemas no es lo que no sabemos, sino las cosas de las que estamos seguros pero no son ciertas”. En el 2005 todo Estados Unidos estaba seguro de que el mercado inmobiliario era infalible y que jamás habría tanto desempleo y pobreza como las de la Gran Depresión en los ‘30s. La tesis de La gran apuesta – basada en el libro homónimo de Michael Lewis, autor de El juego de la fortuna y por lo demás experto en destapes periodísticos asombrosos – es que hubo al menos cuatro personas (se los presenta como “independientes, raritos”) que se avivaron y fueron en contra de esa certidumbre. Michael Burry (Christian Bale) es un gestor de fondos y el primero en descubrir que el mercado colapsará, quizás no mañana pero sí pronto y con pérdidas exorbitantes. Decide amotinarse e invertir los fondos de su compañía, apostando en contra del mercado – un acto malinterpretado como locura en la oficina. Las acciones de Burry alertan al flamante corredor de bolsa Jared Vennett (Ryan Gosling), quien une fuerzas con otro gestor, Mark Baum (Steve Carell), para sacarle el jugo a la situación. La cuarta pata es Ben Rickert (Brad Pitt), un financista retirado que decide – en un acto de altruismo inexplicable – volver a la cancha y apadrinar a dos jóvenes inversores que buscan meterse en Wall Street. Dirigida y co-escrita por McKay, la película funciona como una versión cómica de El precio de la codicia (Margin Call, 2011), y consiste casi exclusivamente de llamadas telefónicas, reuniones de negocios, concilios secretos y mucha cháchara expositiva dirigida hacia el espectador. El diálogo se pone pesado y subraya el intrincado absurdo de la situación. Uno de los recursos cómicos de la película es intervenir los pasajes más crípticos con apariciones de celebridades (“Aquí está Margot Robbie en una bañera para explicarles lo que acaban de oír”). Que todo esto resulte tan atrapante – con tan poco drama humano de por medio, en una historia en la que el conflicto se mantiene relativamente estático hasta el final – se debe a la tierna caracterización de los héroes, que llevan las de perder durante toda la película, estoicamente bancándose la burla y el desprecio de sus oponentes. Burry (Bale) es un ser socialmente inepto – rayando el autismo – que se atrinchera en su oficina y debe soportar la miopía de sus jefes. Baum (Carell) vive escandalizado por la corrupción de sus colegas y asume la crisis como una cruzada personal. Ambos son lo mejor de la película: Bale siempre se destaca en roles excéntricos, y Carell es excelente interpretando idealistas empedernidos. Es una pena que nunca compartan una escena. Gosling interpreta un estereotipo, un corredor de bolsa sin escrúpulos, experto en sonreír a la cámara y tirar la posta como si estuviera en El lobo de Wall Street (The Wolf of Wall Street, 2013). De los cuatro, Pitt es el más extraño. Su compañía – Plan B – produce la película, y parece haberse dado a sí mismo el papel de la voz de la razón, dando cátedra sobre los valores que su propia película promueve sin por ello molestarse en componer a un personaje o darle un papel activo en la trama. La película funciona como una exhaustiva denuncia social – da muchos detalles e inventa muy poco, y lo que inventa lo hace entre paréntesis, pidiendo disculpas en apartados cómicos. Adam McKay ha triturado un tema demasiado complejo y demasiado aburrido, y le ha buscado la parte divertida y popular, sirviéndolo cual cotillón.
Una inteligente película sobre Wall Street que no sólo entretiene sino que se la puede considerar como un manual de economía "para dummies". A pesar de tratar un tema engorroso y difícil de entender para la mayoría de los espectadores, el guión recurre a varios métodos
Una de las peores crisis económicas que tuvo que afrontar los Estados Unidos (y el resto del mundo como consecuencia) es la base de esta genial dramedia que no tiene miedo de romper la cuarta pared para explicarnos las causas y efectos del estallido de la burbuja financiera. Adam McKay, guionista, director y productor egresado de Saturday Night Live, cosechó una exitosa carrera de la mano de la comedia y de su estrecha colaboración con Will Ferrell. Con “La Gran Apuesta” (The Big Short, 2015), el realizador no pierde el sentido del humor y se embarca en una propuesta muy diferente: los intricados vericuetos de la crisis económica que vivió los Estados Unidos a partir del año 2007 cuando a los bancos les explotó en la cara la bien llamada burbuja financiera. Tomando como punto de partida el libro homónimo de no ficción escrito por Michael Lewis en 2010, McKay sigue de cerca a varios personajes que se la vieron venir y decidieron no hacer absolutamente nada al respecto, apostando a favor de la crisis y en contra de los mismos bancos que crearon semejante caos. El resultado: al final, lograron embolsarse una grosera suma de dinero mientras observaban como ardía Troya a su alrededor. “La Gran Apuesta” no es una historia de héroes, pero tampoco de villanos. Imagínense a un grupo de vendedores de ataúdes que pueden analizar las causas y consecuencias de un tremendo accidente y, sin poder prevenirlo de ninguna manera, se sientan a esperar a que todo pase para luego sacar el mayor provecho de su producto. Y en esta historia, los cuerpos se cuentan por millones. Estamos en 2005, en una oficina de california donde Michael Burry (Christian Bale), un excéntrico genio de las finanzas comienza a intuir que el mercado hipotecario no es tan estable como se cree, y decide hacer una jugada maestra arrastrando a los inversores por un camino que, posiblemente, no vea sus frutos hasta pasados unos cuantos años y varios miles de millones depositados. Como una bola de nieve, esta movida llega hasta Nueva York y los oídos de Jared Vennett (Ryan Gosling) que decide entrar en el juego al ver que las predicciones de Burry son absolutamente ciertas. Una llamada equivocada alerta a Mark Baum (Steve Carell) y su gente y, de repente, todos estos “marginados” de las finanzas empiezas a apostar en contra de todo aquello para lo que trabajan y en lo que creen: hablando mal y pronto, apuestan en contra del bienestar económico de América. La terminología es compleja y, tal vez, requiere un par de visionados para tratar de entender cada tipo de bono, movimiento e inversión, pero el afiladísimo guión de Charles Randolph y McKay se las ingenia para explicarnos de la mejor forma posible cada una de estas cuestiones e incluso se anima constantemente a romper la “cuarta pared” y sumar elementos totalmente ajenos al relato que le dan un estilo único a la narración. Cualquier detalle es un spoiler potencial, pero no le tengan miedo hasta historia porque la palabrería es interrumpida a cada momento con un recurso diferente y más simpático que el anterior, como estrellas invitadas que hacen de sí mismas para explicar tal o cual jerga económica. La ironía con la que se maneja, sumada a un elenco verborrágico que no hace agua por ninguna parte, y cierta autocrítica, convierten a “La Gran Apuesta” en un animalito exótico, mezcla de comedia con un ritmo vertiginoso y una historia real que tuvo dramáticas consecuencias para la economía del mundo. Al final ya nadie ríe, los millones ganados se cuentan a montones y los involucrados se enfrentan a sus propios dilemas morales. Ellos lo saben y nosotros también: la casa siempre gana. “La Gran Apuesta” no es para cualquiera, pero es un gran hallazgo para la temporada de premiaciones. Un montaje increíble, un guión afilado y un grupo de protagonistas que saben como guiarnos por las delgadas paredes de esta burbuja que no para de crecer hasta que estalla. Dirección: Adam McKay Guión: Charles Randolph y Adam McKay Elenco: Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling, Brad Pitt, Marisa Tomei, Melissa Leo, John Magaro.
Adam Mc Cay -la Paramount- juntó a Brad Pitt, Ryan Gosling, Steve Carell y Christian Bale para brindarle al mundo un tutorial cómico de cómo se originó la crisis inmobiliaria de 2008 en Wall Street. La gran apuesta se basó en el libro homónimo de de Michael Lewis. Quizá la mayoría del público se asuste al leer la sinopsis de La gran apuesta cuando elija qué película ver. Esta dice algo así como esto: La economía global está por venirse abajo y nadie se da cuenta salvo cuatro personas: uno de ellos lo hace años antes y los demás se avivan en el camino. Para afrontar esto deciden invertir fondos en contra de la corriente, apostar por lo que nadie sospecha. Una apuesta que significaría ganar cuando la economía pierda. Bonos, apuesta, inmobiliaria, BB, A, AA, cifras, cifras y cifras, serán palabras que vea el público repetidamente durante la un poco excesiva duración de la película. El relato sería un completo aburrimiento si no hubiese estado tratado con humor o conformado por un gran reparto. El manejo del dinero, la corrupción y una parva de números y términos, para muchos inentendibles, son arriados y equilibrados por numerosos tips cómicos. Parece que Adam McKay sentó cabeza a las comedias de Will Ferrell y le demostró al mundo que está apto para hacer un guión inteligente, explicativo, serio. Los personajes de Christian Bale y Steve Carell, Michael Burry y Mark Baum respectivamente, son los más arriesgados de todos. De ellos conocemos parte de su historia fuera de Wall Street y además son los que implicaron un trabajo interpretativo máss atípico. El de Gosling, Jared Vennett, es el narrador de la historia y, por guion, el más divertido de todos: un egocéntrico y millonario corredor. Por último, Brad Pitt juega un papel menor y conforma un original trío de personajes junto a dos novatos que quieren meterse en el sistema (Jeremy Strong y FinnWittrock, que no son menos protagonistas que los demás). Como hace tiempo, la estrella cumple con creces con su papel de Ben Rickert, un ex corredor obsesivo de la limpieza. La gran apuesta es similar a El lobo de Wall Street (Martin Scorsese, 2014) pero en clave sana: nada de drogas, pero aun así no alcanza el nivel.A su vez, también se le puede encontrar cierta similitud con Moneyball, que también cuenta con guion de Michael Lewis, ya que son dos películas que la mayoría del público no estará al tanto a la perfección de su tema a tratar pero que se mantendrá, sin rezongar, en la butaca hasta que termine. Buscará premios esta temporada, sin dudas. Quizá lo logre por el lado actoral, pero hasta ahora lo dicho es que a McKay habrá que tenerlo en cuenta por si comienza a abrir su filmografía. Pero por lo pronto, con La gran apuesta, el público aprenderá y se pondrá al tanto de un episodio de la economía mundial de la mejor manera posible: divirtiéndose.
La Gran Apuesta, es, antes que nada, una película importante. A grandes rasgos, la cinta habla sobre la burbuja de los créditos hipotecarios que hizo implosión en marzo del 2008 en Estados Unidos, y que arrastro a gran parte de la economía mundial. La historia se centra en 4 personajes distintos, que no tienen casi contacto entre si, pero que años antes de la crisis, la percibieron e hicieron algo que parecía una locura: apostaron que el mercado iba a colapsar, e hicieron inversiones que solo podrían cobrar si esto pasaba. Los bancos, pensando que estaban locos, aprovecharon para venderles esa suerte de “bonos”, cobrándoles una animalada de intereses anuales si esto no pasaba (solo el personaje de Christian Bale invierte 1.300 millones de dólares) porque para que pudieran cobrar tenia que pasar algo que nunca había pasado en la historia: todo el mundo tenia que dejar de pagar su hipoteca. Lo mas interesante que tiene la película es que funciona en retrospectiva. Es decir, estamos viendo lo que pasa sabiendo como va a terminar. Todos sabemos lo que paso en el 2008, como el mercado inmobiliario colapso, y como el gobierno de USA rescato a estos grandes bancos. En este contexto, Adam McKay (director de El Reportero, Hermanastros y The Other Guys con Will Farrel) hace algo que le da mucha dinámica a la película. El relato esta llevado por el personaje de Ryan Gosling (Jared Vennett) que rompe la cuarta pared del cine, es decir, mira a la cámara en repetidas veces, nos habla directamente, e inclusive, cuando algo es muy complicado de entender, aparecen personajes reales haciendo de ellos mismos que lo explican con metáforas (Antony Bourdain hablando de los malos prestamos como si fuera pescado viejo reciclado en un caldo, o Selena Gomez explicando las apuestas sobre los mismos prestamos). De esta manera, presenciamos como cuatro personas (Christian Bale, Steve Carrell, Brad Pitt y Ryan Gosling) van descubriendo el entramado de mentiras, negociados y estafas, que creo la base del derrumbe del mercado financiero inmobiliario, al estar construido sobre prestamos basura, y bonos inexistentes. Dinámica, excelentemente actuada, reveladora, fundamental, imprescindible, son palabras que me vienen a la mente para adjetivar la cinta. Dinámica por su manera de contar una historia llena de bonos, números, inversiones, etc. y que no se haga aburrida. Excelentemente actuada por el nivel del reparto y lo que han dado en ella. Reveladora porque lo peor que podemos hacer es ignorar que esto paso, y como llegamos a que pase. Fundamental porque deberían enseñarlo en los colegios como muestra de la corrupción propia del ser humano. E imprescindible porque la historia solo se repite cuando ignoramos u olvidamos lo que ha pasado. Todos los años sales películas que HAY que ver. Esta es una de ellas. No dejen de verla. Y una vez que lo hayan hecho, no olviden lo que vieron. Porque es la unica forma de que esto no vuelva a ocurrir, y si pasa, no vamos a poder decir que no sabíamos.
Una denuncia entretenida No es la primera vez que el cine retrata la descomunal crisis financiera que tuvo su eclosión en 2008, tanto desde la ficción (El precio de la codicia, Too Big to Fail, la secuela de Wall Street) como desde el documental (Trabajo confidencial, Capitalism: A Love Story, Money for Nothing), pero La gran apuesta lo hace con una combinación de profundidad y levedad que la convierte a la vez en una impiadosa película de denuncia política y en una comedia muy entretenida. No demasiado conocido en la Argentina, el coguionista y director Adam McKay es uno de los principales exponentes de la comedia estadounidense (en general con su actor-fetiche y socio Will Ferrell), gracias a películas como El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, Hermanastros, Policías de repuesto o Al diablo con las noticias. Aquí, ya sin Ferrell, contó con Brad Pitt como productor e integrantes del multiestelar elenco, que incluye también a Steve Carell, Ryan Gosling y Christian Bale: el star system hollywoodense reunido para dar toda una declaración de principios sobre la cuestión, a partir del best seller de Michael Lewis. Hay una zona de La gran apuesta que es casi impenetrable para quienes no conocen la dinámica y la terminología de la Bolsa, los bonos y los agentes. En ese sentido, McKay se ríe hasta de sí mismo y muestra, por ejemplo, a la bella Margot Robbie desnuda en una bañera con burbujas (toda una metáfora) explicando de qué se trata la cuestión mientras bebe champagne. Más allá de tecnicismos innecesarios, McKay sigue mediante una estructura coral a unos expertos en inversiones (además de las estrellas mencionadas, se lucen Finn Wittrock, John Magaro, Rafe Spall, Hamish Linklater y Jeremy Strong), que desde 2005 advirtieron la estafa del sector financiero estadounidense con las hipotecas no preferentes (de mayor riesgo) y comenzaron a acumular swaps (contratos privados con los propios bancos) por eventuales incumplimientos en los pagos; es decir, apostaron en contra del propio sistema que durante más de tres años intentó ocultar sus errores y disfrutó de una fiesta ficticia hasta que la bomba estalló de la peor manera. El colapso que ellos auguraban se hizo realidad. cpa2 Si bien por momentos carece de la furia, del delirio y de la potencia cinematográfica del Martin Scorsese de El lobo de Wall Street,La gran apuesta se toma el tiempo necesario para, en sus algo más de dos horas, retratar a los antihéroes del film, personajes bastante patéticos, paranoicos y con problemas de comunicación que terminaron ganando fortunas yendo contra la corriente. Claro que, como advierten el personaje de Brad Pitt y las leyendas finales, la crisis financiera se cobró 6.000.000 de puestos de trabajo y dejó a 8.000.000 de personas sin hogar. Es precisamente ese dilema, esa tensión moral entre el beneficio individual frente al derrumbe social, lo que genera la sensación más incómoda y contradictoria de una película que desnuda como pocas el cinismo, la hipocresía y las miserias de Wall Street, pero también de un Estado que -por acción u omisión- dejó que los abusos de unos pocos codiciosos hiciera estragos entre tantos neófitos, incautos o inocentes.
La timba financiera La crisis económica mundial de 2008, contada con humor y pedagogía. ¿Cómo hacer una película que explique la crisis de la economía mundial de 2008 y que sea atrapante, divertida y didáctica a la vez? La gran apuesta es una respuesta posible. Adam McKay puso su habilidad para la comedia -es conocido por su sociedad con Will Ferrell en Saturday Night Live, el sitio Funny or Die y películas como Anchorman o The Other Guys- al servicio de una historia trágica: la estafa a gran escala con bonos de hipotecas inmobiliarias que llevó al famoso colapso del que el mundo todavía está intentando recuperarse. El resultado es, a la vez, una comedia negra, un drama y una película de denuncia. Está basada en el libro The Big Short, de Michael Lewis, que cuenta la historia de un grupo de personajes marginales del mundo de las finanzas que vieron venir el estallido de la burbuja y quisieron beneficiarse con la catástrofe. Es una película sobre Wall Street, pero aquí no hay ningún Gordon Gekko o Jordan Belfort; no hay glamour ni despiadados ejecutivos, no hay fiestas con sexo salvaje y drogas. Se muestra el lado B de la especulación: tres grupos de antihéroes que ven el fraude y la mentira del sistema financiero y lo denuncian a su manera, apostando contra bonos supuestamente infalibles. Son personajes fascinantes, inspirados en los verdaderos protagonistas, con un potencial dramático explotado al máximo por un dream team de actores encabezado por Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling y Brad Pitt (también productor). La historia está contada vertiginosamente, con cantidad de recursos para evitar que se haga un pesado e incomprensible fárrago de números. Los personajes rompen a menudo la cuarta pared, dirigiéndose al público; hay gráficos ilustrativos; patchworks de imágenes de cultura pop yanqui -y, por lo tanto, mundial-; y, en un esfuerzo para que nadie se quede afuera, aparecen celebridades -Margot Robbie, un guiño a El lobo de Wall Street; Selena Gomez; el pope económico Richard Thaler; el chef Anthony Bourdain- explicando los complejos términos financieros para que los entendamos todos. Y, así y todo, es complejo darse cuenta exactamente de qué está pasando, aun siguiendo la trama con atención. Hay todo un vocabulario técnico que para los legos es difícil de adquirir en 130 minutos. ¿Qué es un swap, un CDO, un subprime? Ese es el talón de Aquiles de La gran apuesta: los yanquis suelen ser lo suficientemente obvios como para que ningún posible consumidor se quede afuera de sus historias, y aquí, cuando esa obviedad era tan necesaria, no está aplicada en las dosis que necesitamos los analfabetos económicos. Este reparo no deja de ser también un elogio, porque significa que se trata de una película inteligente, que despierta muchas preguntas y arroja por lo menos una conclusión clara. Que parece remanida, pero por estos días vale la pena recordar: el mundo financiero es una timba sin otro motor que la codicia. Y darle poder político es mucho más peligroso de lo que podría pensarse.
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Antes del colapso Se podría afirmar que el cine norteamericano de los últimos tiempos, carente de ideas y mirando hacia afuera para ver qué puede copiar o emular, ha intentado reflejar, con torpeza, algunos de los hechos más relevantes de su historia. De ese intento han surgido un puñado de películas que, al menos, estilísticamente, buscaron una lógica propia evadiendo esquemas y terminando por consolidarse como un nuevo subgénero que podría llamarse: películas que sólo les interesan a los propios norteamericanos. "La gran apuesta" (USA, 2015) de Adam McKay, es una más de ellas, y puede destacarse del promedio de filmes con estas características por la habilidad para el pulso narrativo que el director (proveniente de la comedia) le impregna a esta larga cinta que bucea en los últimos 20 años de hechos políticos, económicos y sociales y que terminaron en la mayor crisis que recuerde el país del norte y el mundo en general. En "La gran apuesta" hay un gestor económico llamado Michael Burry (Christian Bale) que en determinado momento "detecta" el próximo (no cercano) colapso del mercado. Decidido a paliar la situación decide invertir los fondos de la empresa para apostar en contra del mercado, hecho que será detectado por el corredor de bolsa Jared Vennet (Ryan Gosling) quien a su vez alertará a Mark Baum (Steve Carrel) para aprovecharse también de la situación. En el medio aparecerán otros personajes como dos jóvenes inversionistas (Finn Witrock y John Magaro), que buscarán su primera oportunidad con la noticia apoyados en un ex financista retirado (Brad Pitt), y que afirmarán o no, con el correr del relato la "visión" de Burry sobre el mercado. Pero la premonición del gestor se va demorando, y cuando se dan cuenta, todos los involucrados, que no será ni tan rápido ni tan obvio el colapso, y que la espera puede ser interminable, ahí se demostrará la habilidad de McKay para llevar la historia con un nivel de tensión y suspenso que permite desentrañar el detrás del capitalismo como un enorme circo. Si por momentos el espectador se pierde en definiciones específicas, el director incorpora a personajes "reales" para explicar todo (Selena Gomez, Margot Robbie, etc.), si se olvida el momento histórico que se menciona, un breve resumen acelerado con imágenes claves contextualizan el mismo. Todos estos agregados van dinamizando el relato, como así también permiten desestructurar a partir del humor una historia bien norteamericana sobre su esencia como sociedad política y económica. La incorrección de las intervenciones del personaje de Gosling, quien juega un doble rol, narrador omnisciente y presente y figura clave del relato, además, le posibilitan a "La Gran Apuesta" escapar de los rótulos clásicos con los que se pueden a llegar a tildar a las películas. La cámara, nerviosa y en constante movimiento, va reflejando y acompañando a cada uno de los personajes, apelando al estilo de crónica narrativa simil periodismo que libera de presión en más de una oportunidad a la historia. Así "La Gran Apuesta" habla de la esencia del hombre y de las posibilidades de elección de ubicarse en determinado lugar ante la crisis. ¿Es más o menos honesta aquella persona que viendo una oportunidad para sus clientes intenta sacar rédito de una situación? ¿Es más o menos honesta aquella persona que al tomar una posición evita que esta se haga conocida para lograr su mayor rédito? "La Gran Apuesta" habla durante poco más de dos horas de esto, y también de las historias personales en medio del caos que van tejiendo un complejo entramado de relaciones que sólo apunta a que una apuesta en contra termine siendo la decisión más importante de unos y el acta de defunción de otros. PUNTAJE: 7/10
La gran apuesta es de esas películas que dan mucho placer ver porque te aceleran, porque su narrativa es tan intensa que hace que casi no puedas pestañear. Y si tenemos en cuenta la temática, que pase algo así es un verdadero logro y motivo de aplausos para los realizadores. La crisis económica mundial de 2008 fue y sigue siendo noticia, pero la realidad es que muy pocos saben los motivos y aún sabiéndolos no es fácil de entender. Este estreno, basado en una historia real, se encarga no solo de aclarar esas dudas sino que también logra sumergir al espectador de lleno en ese mundo. Por momentos es complicado seguirle el ritmo a todos los términos bancarios y macroeconómicos, algo que el director tuvo en cuenta y de manera genial usa como recurso romper la cuarta pared a través de personajes muy reconocidos para explicar lo que sucede. Una verdadera genialidad y muy graciosa. Lo que hace Adam McKay, quien viene del palo del cine y tv de comedia, es contar casi todo en código humorístico, algo arriesgado pero que le salió muy bien. Su principal arma de batalla es el gran elenco con el que cuenta, con un excepcional Christian Bale a la cabeza junto con un Steve Carrel que vuelve a sorprender y un muy sólido Ryan Gosling. El póster lo completa Brad Pitt, pero la verdad es que no se luce en comparación con sus compañeros, no solo los nombrados sino también el resto del reparto. Para resumir, La gran apuesta es un film tan rápido como interesante (e indignante por lo que revela) con actores de lujo que seguro van a estar entre los nominados en la cercana temporada de premiaciones. No se la pierdan.
Que apostamos? Las consecuencias de la crisis económica de 2008 fueron tremendas, fue una burbuja inmobiliaria que al explotar dejó a millones en la calle, sin casa, sin trabajo, con una recesión solo comparable con la de la década del 30. Cuatro años antes de que ocurriera el desastre alguien lo vio venir, Michael Burry (Christian Bale) un doctor en medicina que dejó el estetoscopio y creó un fondo de inversión; un tipo solitario, raro y brillante que haciendo números en su cabeza se dio cuenta de que algo no cerraba, que esos bonos tan estables respaldados por hipotecas no iban a durar demasiado, como tampoco la economía norteamericana basada en el sueño de la casa propia, con señores responsables pagando las cuotas a tiempo al banco. Había una grieta, y él la vio. Por supuesto nadie le creyó, y básicamente lo que hizo -para no entrar en engorrosos detalles bancarios- fue apostar en contra. Por cosas del azar, llamadas equivocadas, papeles dejados en una mesa, algunas personas más se enteraron de esto: un grupo de inversión encabezado por Mark Baum (Steve Carell), Jared Vennett (Ryan Gosling), un astuto e inescrupuloso corredor de bolsa, y dos economistas recién recibidos que apenas estaban entrando en el barro (Finn Wittrock y John Magaro), además contaban con la ayuda de Ben Rickert (Brad Pitt), un ex economista asqueado de todo lo que había visto durante su carrera. Desde un principio el léxico económico y bancario lleno de siglas marea al espectador, y apenas salimos del mareo la historia se encarga de asquearnos aún más mostrándonos qué hay detrás de las serias instituciones bancarias llenas de señores de traje. Detalladamente, mezclando una clara narración con momentos surrealistas en los que por ejemplo aparece de la nada Selena Gomez en una mesa de Black Jack explicando términos financieros mirando a cámara, la historia nos muestra básicamente que esta gente vende humo, bonos vacíos, papeles sin ningún respaldo, y así se creo una burbuja inmobiliaria donde strippers eran capaces de comprar cinco casas en un mes, y así se creaban barrios fantasmas. La película muestra que los personajes de "Casino" eran más honestos que los señores que trabajan en Wall Street, y nos deja una enorme sensación de pesimismo cuando vemos en manos de quién está la economía y cómo finalmente los gobiernos eligen salvar a los bancos y no a la gente. Pero para evitar que el espectador se suicide al abandonar la sala, el filme cuenta con grandes recursos: mucho humor, cinismo, excelentes diálogos, y personajes extraordinarios. La ansiedad, el nerviosismo y la vorágine con la que se vive en el mundo financiero está reflejada en la estética de la película, las imágenes están saturadas de información, los planos se superponen y cada tanto alguien sale de la historia para confesar algo a cámara. Técnica y visualmente la película es impecable, pero aún así es difícil poder seguir la trama por la cantidad de información con la que en general uno no esta familiarizado. "La Gran Apuesta" es una historia muy interesante, que vale la pena ver, que está contada del lado de unas pocas personas con algo de integridad que hicieron su fortuna como inversores, se mete con temas complejos, y si bien el tono de la historia puede cambiar drásticamente de una escena a la otra - pasa del drama, a la comedia negra, a la acción o al surrealismo - tiene una posición muy firme, desde el principio deja en claro quienes son los malos.
Economía para tontos Lo primero que viene a la cabeza al ver La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), es que el mundo de la macroeconomía se traduce en uno de los más complejos y difíciles de entender para el común denominador de la gente. Más de uno se habrá encontrado atónito al ver en los portales de noticias decenas de análisis, estudios y reflexiones sobre las causas de la crisis financiera global ocurrida en 2008. Y no es para menos, teniendo en cuenta que casi ningún economista se esmera en simplificar sus comentarios. Su director Adam Mckay – conocido principalmente por su faceta cómica en Saturday Night Live o su sociedad cinematográfica con Will Ferrell – decide tomar esta temática de lo más confusa para la mayoría, y la convierte en una comedia con tenor documentalista al alcance del más novato en materia económica. Y como si esto fuera poco, convoca a un elenco de primera línea y cameos de celebridades varias, para que sea aún más atractiva para el público en general. Haciendo un poco de revisionismo histórico, allá por 2005, el confiable mercado inmobiliario estadounidense ya comenzaba a mostrar debilidades a través de los miles de préstamos hipotecarios que los bancos regalaban a cambio de altísimos intereses. Esa burbuja inmobiliaria a punto de estallar fue lo que motivó a un grupo de economistas a vaticinar el colapso financiero más grande desde la gran depresión de 1930. El primero en darse cuenta de la llegada de este apocalipsis es Michael Burry (Christian Bale), un administrador de inversiones algo freak que decide tomar ventaja de esta situación apostando los fondos de su compañía en contra del mercado, y por sobre la ignorancia total de Wall Street frente a la reinante fragilidad crediticia. Estas apuestas a futuro son malinterpretadas como una locura por los superiores de Burry, pero le dan la pauta a Jared Vennet (Ryan Gosling), un cínico corredor de bolsa clásico, para sumarse al juego de las predicciones junto a otro inversionista, Mark Baum (Steve Carrell), y sacar el mayor provecho posible. Por último está Ben Rickert (Brad Pitt), un asesor retirado que decide volver al ruedo para guiar a dos novatos (John Magaro y Finn Wittrock) a introducirse en el tramposo mundo de las especulaciones económicas. Todos ellos serán los únicos héroes en este oceano de números, siglas y estadísticas bursátiles. El argumento es denso y la fundamentación teórica se acerca casi a la rigurosidad de un ensayo académico, aunque por momentos pareciera que la historia corre a mil por hora entre tanto vocabulario técnico y dato duro. Adam Mckay toma la posta de la narrativa en primera persona – a cargo del personaje de Gosling – tan bien utilizada en películas como El Lobo de Wall Street (2013), para romper constantemente la cuarta pared con el espectador y hacerlo participe de esta especie de golpe al sistema económico norteamericano. A esto se le suma la participación de Margot Robbie y Selena Gomez, entre otras figuritas populares, para explicar magistralmente los conceptos más difíciles en clave de humor. Sin embargo esta propuesta perdería su dinámica sino fuera por la caracterización de estos inoportunos visionarios. Christian Bale se luce como el socialmente inadaptado Michael Burry, mientras que Steve Carrell hace de Mark Baum un querible neurótico idealista que se toma el colapso de la bolsa de valores como una batalla propia. Claramente los dos figuran entre los puntos altos de un elenco compuesto por nombres rutilantes. Del otro lado se encuentran Ryan Gosling y Brad Pitt, ambos sin salir de su zona de confort. Uno interpreta al más reconocible estereotipo del corredor de bolsa sin códigos, pero sin destacar demasiado. Como del mismo modo Pitt se atiene a recitar un par de observaciones éticas y morales a sus protegidos, en vez de tomar un rol más activo en la trama. Dos personajes algo desaprovechados en la vorágine del sálvese quien pueda que se ve reflejada en el film. De todas formas es increíble ver como se simplifica el universo financiero hasta el punto de terminar asqueado, después de ver los inescrupulosos métodos utilizados para quebrar la economía desde adentro. Los protagonistas hablan de cientos de miles de millones de dólares como si fueran un vuelto, llegando incluso a tomar el dinero como una herramienta de legitimación y no como un fin. Tanto dinero conceptual termina haciéndose algo trivial después de ver cómo estas personas ganan o pierden billones en cuestión de minutos. Y lo peor es que todo esto está basado en hechos reales. La gran Apuesta se muestra como una radiografía de la mayor catástrofe económica mundial de los últimos tiempos, y hasta se toma la licencia de ironizar con la complicidad de los bancos a la hora de ocultar que la economía estadounidense se había convertido en una torre de naipes. Hay que reconocer que en algunos momentos su terminología resulta incompresible, pero ya de por sí es destacable que Adam Mckay haya logrado resumir de forma tan didáctica un tema por demás críptico. Y que encima sea interesante de ver. Sea por argumento o por estilo, definitivamente estamos frente a una de las claras candidatas a arrasar en la próxima temporada de premios.
Cuando el dique colapsa… Sopesar una película como La Gran Apuesta (The Big Short, 2015) resulta muy interesante porque abre un camino hacia la contradicción, en especial si consideramos que existen varias ópticas desde las cuales examinar lo hecho: podemos enfatizar la dificultad del tópico elegido (la crisis financiera global de 2007 a 2010), la labor de los responsables de la faena (un equipo compuesto por Adam McKay, director/ guionista, y Charles Randolph, copartícipe en la escritura, a partir de un libro de “no ficción” de Michael Lewis), o las herramientas formales que se utilizaron para encarar todo el asunto (en esencia hablamos de inserts explicativos con celebridades, sobreimpresiones animadas/ textuales y la colección de recursos propios de los mockumentaries; léase cámara en mano, una edición disruptiva, interpelaciones al espectador, juegos con el zoom, primeros planos que no dan tregua, etc.). En medio de este mejunje hay un film valiente que no llega a desarrollar todo su potencial debido a que las diferentes facetas arrojan saldos discordantes, sin embargo vale aclarar que la experiencia en conjunto es positiva y cumple con dignidad en el campo de las anomalías hollywoodenses, esas que están más motivadas por la ideología y/ o objetivos en común de las estrellas protagónicas que por un verdadero acuerdo en torno a cómo llevar a la pantalla grande semejante laberinto de desregulación y demencia. Aquí nuevamente aparece la fórmula de los antihéroes que -debiendo convivir con el sistema que los rodea- aprovechan el “saber experto” que los caracteriza para encontrar las fallas de turno y sacar partido de ellas. Tres son los grupos involucrados en esta especie de investigación cruzada alrededor de la posibilidad de que se caigan a pedazos los bonos parasitarios de garantía hipotecaria. La primera banda de “especuladores forajidos” es más bien el proyecto solista del gestor de fondos Michael Burry (Christian Bale), ya que no cuenta con mucho apoyo que digamos entre sus cofrades; el segundo colectivo está encabezado por el inversionista Jared Vennett (Ryan Gosling) y el operador financiero Mark Baum (Steve Carell), un pragmático y un idealista -respectivamente- que acompañan las predicciones de Burry; y finalmente el tercer cónclave responde al asesor bancario retirado Ben Rickert (Brad Pitt), quien tiene su “brazo ejecutor” en los jóvenes inversores Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock). Cada uno por su cuenta, y a veces superponiéndose, comenzarán una dialéctica de ventajas con el usufructo en el horizonte, en base a las minucias legales, las estadísticas, la lógica progresiva, una buena dosis de futurología y la clásica retención de información. Desde el vamos el esquema narrativo es ambicioso y las actuaciones sorprendentes en su detallismo, no obstante el metraje resulta excesivo y muchos de los diálogos no escapan a cierta ingenuidad del mainstream desesperado por ser tomado en serio y a la vez pasar por “canchero” a ojos del espectador promedio: la mayoría de los intercambios entre los personajes arranca con un acento populista (insultos varios, exasperación, referencias a la cultura masiva, simplismos de diversa naturaleza, etc.), luego vira hacia el argot de la usura y su terminología asociada (el volumen de datos es atractivo en este punto), para terminar regresando a dónde todo empezó (aunque ahora con un ímpetu más trágico, ánimo que se desprende del problemilla de contrastar hipótesis y praxis). Por otro lado, los comentarios de Gosling a cámara y las definiciones conceptuales son tácticas que garantizan dinamismo. A pesar de que la película abusa un poco de su ebullición visual/ discursiva y llega al límite de ensombrecer las actuaciones del elenco, en el cual encontramos una profusión de registros que van desde el tono caricaturesco de Bale y Gosling hasta la severidad de Carell y Pitt, lo cierto es que el realizador levanta bastante el nivel con respecto a la trivialidad de sus opus anteriores con Will Ferrell y por suerte nunca esquiva las paradojas e hipocresía que se derivan del hecho de “luchar” contra la burbuja especulativa desde el mismo ideario que esa burbuja construyó para autolegitimarse, sin apuntalar una mirada alternativa. La codicia, el fraude y la estupidez constituyen las tres dimensiones en función de las cuales se puede entender los efectos del colapso del dique del capitalismo financiero, un sector que sigue gozando de exenciones impositivas y un proteccionismo multinacional vergonzoso…
Breve historia de la infamia. La crisis económica mundial que se desató en el 2008 y aún marca las políticas financieras de los países desarrollados tuvo sus primeros síntomas en Estados Unidos durante el 2007 y estuvo directamente relacionada con las políticas económicas del gigante del norte a partir del 2001. La crisis expuso increíbles casos de corrupción que salpicaron a numerosos ejecutivos bancarios y gerentes de fondos de inversión que ganaron millones a costa de la debacle. La Gran Apuesta (The Big Short, 2015) reconstruye bajo el formato ficción un libro de “no ficción” de Michael Lewis, The Big Short: Inside the Doomsday Machine, que narra el descubrimiento de la burbuja financiera alrededor de las hipotecas inmobiliarias por parte de un gestor de un grupo de fondos de inversión. Tras la aparición de los primeros síntomas de la crisis que originó uno de los salvatajes económicos más escandalosos de la historia mundial por parte del gobierno norteamericano, el inusual gestor, Michael Burry (Christian Bale), descubre -tras un estudio de las condiciones del mercado inmobiliario- que la especulación ha llegado a un nivel en que el lucro ha roto todas las barreras legales generando una bomba de tiempo económica a punto de estallar. A pesar de las reservas de los directivos de su financiera, Burry decide invertir en contra del mercado inmobiliario dos años antes del comienzo de la crisis, generándole enormes pérdidas a su fondo de inversión, para sorpresa de todos los bancos y de sus colegas. La historia está narrada a través de Jared Vennett (Ryan Gosling), un trader inmobiliario del Deutsche Bank que al reconocer la oportunidad, comienza a buscar inversores para especular en contra del mercado inmobiliario norteamericano, hasta ese momento considerado el principal motor económico del país. Por una llamada errónea, Mark Baum (Steve Carell), el operador de una financiera, se entera de la posibilidad de la existencia de la burbuja y comienza a investigar instigado por Vennett con la posibilidad de obtener un rédito multimillonario a través de la especulación. A medida que los protagonistas comienzan a indagar se dan cuenta de que todo el sistema económico es un gran entramado de corrupción sobre el que todos ostentan su condición sin comprender ni asumir las consecuencias. La película es una bomba de tiempo que desenmascara las causas de la crisis buscando metódicamente herramientas para explicarla pedagógicamente. La adaptación del libro de Lewis logra desentrañar tanto el origen como las consecuencias de las políticas de expansión del crédito, la reducción de los impuestos y la desregulación del mercado que impuso el gobierno de George Bush tras la manipulación política de los atentados del 2001. La utilización de dispositivos didácticos -a través de la aparición de personalidades famosas en escenarios familiares para explicar los entramados del lenguaje financiero- es una jugada narrativa osada con vistas a romper con el tono grave y circunspecto de la historia, y funciona a la perfección en diálogo con la trama. Las actuaciones de todo el elenco son brillantes y nos conducen a través del mundo financiero como si estuviéramos viviendo la pesadilla bursátil que fundió a varios fondos. En sintonía con el documental Capitalism: A Love Story (2009) de Michael Moore, el guión del realizador Adam McKay y Charles Randolph llega hasta las raíces de la corrupción, la impunidad y la soberbia de los especuladores para denunciarlos y exponerlos ante la sociedad. De esta manera, La Gran Apuesta realiza un trabajo que logra dejar al descubierto la incapacidad de los directivos del “nuevo capitalismo” para pensar y actuar a largo plazo, conduciendo a ciegas barcos económicos destinados a encallar y provocando recesiones y pérdidas que siempre terminan afectando a los trabajadores y generando ganancias a las entidades bancarias y financieras.
Todos los submundos laborales tienen sus propias jergas, sus propios dioses, sus reglas y sus secretos. El submundo financiero es especialmente complicado de entender para todo aquel que no es parte de él. Las películas que retratan este círculo deben tener en cuenta que las variadas y largas denominaciones y los números pueden llegar a marear a los espectadores, perjudicando el disfrute del film. Adam McKay pensó en esto y se encargó de que su película La Gran Apuesta, basada en el libro de Michael Lewis, sea una perfecta inmersión en el mundo de las finanzas: fácil de comprender y apegada a los hechos. El tema central es la crisis financiera global que ocurrió entre 2007 y 2010, y que afectó a millones de personas en el mundo. Hay varias películas sobre el tema pero el film de McKay se enfoca en un grupo de personas que advirtió la crisis antes de que suceda, decidiendo apostar contra los grandes bancos. Hay tres historias paralelas entrelazadas por la crisis. Por un lado está el doctor y cabeza de un fondo de inversiones Michael Burry (Christian Bale), quien gracias a su gran talento para los números nota la debacle inminente y es el primero en apostar contra el mercado de hipotecas de viviendas. También están el inversionista Jared Vennett (Ryan Gosling) y el operador financiero Mark Baum (Steve Carell), quienes se alían a pesar de sus diferencias para lograr el mismo objetivo que Burry. Por último, tenemos los socios inversionistas Jamie Shipley (Finn Wittrock) y Charlie Geller (John Magaro), que esperan aprovechar esta situación y entrar al gran mundo de Wall Street. Carell es quien más se destaca gracias a su encarnación de un hombre constantemente enojado con el mundo, con un humor mordaz y sin problemas de decir lo que piensa y de explicar qué tan estúpidos son los responsables máximos del mundo de las finanzas. Bale también hace un buen trabajo con su personaje excéntrico, un cuasi genio con prácticamente nulas aptitudes para relacionarse con la gente. McKay quiere que entiendas exactamente qué sucedió, quienes son los culpables y cuáles son las faltas. Cuando algo es muy complicado de entender, aparece algún famoso como la bellísima Margot Robbie o el chef Anthony Bourdain para explicarle al espectador de manera sencilla y atractiva esas complicadas definiciones del mundo financiero. El film hace recordar a la gran película de Scorsese El Lobo de Wall Street porque rompe con la cuarta pared (varios de sus personajes terminan hablando a cámara, al espectador) y debido a su ritmo vertiginoso. Sin embargo, a diferencia de la obra de Scorsese, la propuesta es tan veloz que a veces el pase de una escena a otra resulta demasiado brusco. La Gran Apuesta es puro entretenimiento, basado en hechos reales, con varios momentos de humor y diversión, pero sin olvidar ni por un segundo que se está narrando una historia de tragedia, de gente que terminó en la calle, de desocupados y de pobreza. Por eso McKay quiere que te enojes, que te indignes y que aunque te rías sepas que es una historia real donde los villanos ganaron y salieron ilesos, mientras que las víctimas pagaron un alto precio y no recibieron justicia.
Risas para un desfalco Adam McKay apela al humor para desentrañar las razones del colapso económico del 2008. El resultado es convincente y demoledor. Siete años atrás –parece historia antigua pero no fue hace tanto– la economía de los Estados Unidos colapsó al explotar el mercado (a esa altura, burbuja) inmobiliario que siempre fue uno de los más sólidos de ese sistema. Algunos especialistas supieron darse cuenta de la catástrofe antes y apostaron su dinero (y el de sus inversionistas) en contra de la propia economía del país. Y, en cierta medida, triunfaron. Esa historia real –llena de fraudes, trampas, engaños y complejos cálculos numéricos– parece más bien material para un documental, y de hecho ya ha sido analizado en películas de ese género como Inside Job, de Charles Ferguson. Pero aquí, en las inesperadas manos de Adam McKay, un director de delirantes comedias como El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, Ricky Bobby: loco por la velocidad y Hermanastros, entre otras, la historia del mayor engaño de la historia económica de los Estados Unidos se convierte en una sátira política hecha y derecha. Y de las mejores en años. En La gran apuesta –que llega con la chapa de segura nominada al Oscar a mejor película–, McKay y un elenco de caras archiconocidas tratan que el espectador medio pueda entender el complicadísimo modo por el cual la economía se desplomó en los Estados Unidos a partir de un sistema que generó millones de hipotecas impagas y, a partir de ellas, provocó un efecto dominó de consecuencias imparables, especialmente notable en la pérdida de millones de hogares y puestos de trabajo, además de las repercusiones en economías europeas como la griega y la española. Pero si bien se trata de una película esencialmente política –enojada, fundamentalmente, con la corrupción y la codicia dentro del sistema financiero y un Estado que mira para otro lado–, la forma en la que McKay se enfrenta al tema es por el lado de la comedia. Y del absurdo inherente a la situación. Los protagonistas son varios grupos de inversionistas que, cada uno por su lado, se dan cuenta años antes que la mayoría de que el mercado inmobiliario se desplomará y apuestan contra el sistema para beneficiarse con esa caída. Christian Bale encarna a Michael Burry, un bizarro gurú financiero con un ojo de vidrio que no tiene vida social alguna y se pasa días y noches descalzo en su oficina escuchando death metal, tocando la batería y mirando planillas de números con la dedicación de un obsesivo-compulsivo. El es el primero, en 2005, en vislumbrar que todo se irá al diablo. En paralelo, el nervioso y siempre fastidiado Mark Baum (Steven Carell) y el banquero Jared Vennett (Ryan Gosling), están haciendo algo parecido, en función de sus propios fastidios con el sistema. Y lo mismo pasa con dos jóvenes que, con la ayuda de un ya retirado hombre de Wall Street (Brad Pitt, productor también de la película), empiezan a jugar el mismo juego. Pero no es sencillo ya que el mercado inmobiliario siempre fue de los más sólidos en ese país y todos se burlan de estos inversionistas que le apuestan en contra. Si todo esto suena como un denso material solo para Licenciados en Ciencias Económicas, lo es y no tanto. McKay utiliza el humor, el absurdo y recursos cinematográficos originales para que el espectador se meta en ese universo de complejos manejos financieros. Por un lado, Gosling relata a cámara y explica –a la manera de Leonardo DiCaprio en la hasta cierto punto similar El lobo de Wall Street– muchos de los procedimientos que vemos, y otros protagonistas hacen lo mismo para decirnos cuando algo que nos muestran no sucedió así en la realidad (la película se basa en casos reales documentados en el libro The Big Short, de Michael Lewis, el autor de la también llevada al cine Moneyball: El juego de la fortuna). Y, por otro, en una apuesta riesgosa y simpáticamente absurda, McKay convocó a celebridades para explicar, mediante simples metáforas, como funcionaba este fraude. Es así que aparecen Margot Robbie bañandose con espumas y bebiendo champagne, el chef Anthony Bourdain cocinando pescado y la cantante Selena Gómez en un casino apostando y, de ese modo, explicándonos detalles del funcionamiento de estos bonos basura y de todo lo que se movía alrededor. McKay también usa textos en la pantalla de todo tipo creando una suerte de nervioso y absurdo collage audiovisual que permite al espectador hacer pie en ese universo y seguir las actividades de los personajes, que se mueven entre querer aprovechar la posible bonanza personal y –cuando se dan cuenta la enormidad del colapso económico–, la culpa ante la revelación de que los que terminarán perdiendo en esa masacre no serán los grandes bancos sino millones de personas comunes. Todas las películas de McKay tienen un costado de crítica social y política, pero nunca el director había intentado un registro así: usar el humor y el absurdo para educar a la gente acerca del modo en que fue engañada durante tantos años y puede volver a serlo. La gran apuesta es, por momentos, una película de ladrones (más bien, de ladrones chicos que extorsionan a ladrones más grandes) y, en otros, una muy ácida mirada a la cultura del entretenimiento y su función como distracción masiva. En varios momentos, McKay combina en el montaje escenas conocidas de la cultura popular de estos años con los desfalcos que se cometían mientras la gente miraba para otro lado. Una especie de acto de mea culpa o una película de agitación política que no pierde de vista tratar de ser comercial para así llegar a la mayor cantidad de gente posible, La gran apuesta divierte durante dos horas, pero termina dejando un gusto tremendamente amargo. El mismo que se siente cuando te das cuenta que te trataron como idiota durante un montón de años…
Si hay alguien a quien aplaudir al terminar de ver esta película, sin dudas, es a su director, Adam McKay, que hace que las 2 horas 10 que dura sean apasionantes. ¿Te gustan los videoclips? La peli es un gran clip que desde que arranca no para y que hace que lo aburrido, como por momentos se torna la economía, sea divertida. El espíritu de "El Lobo de Wall Street" está más que presente, por lo tanto, si te gustó la de Di Caprio, esta sigue la misma línea. Christian Bale, Ryan Gosling, Steve Carell, Brad Pitt y el gran elenco que conforma "La Gran Apuesta" es justamente, la gran apuesta que hace el director y la Paramount para captar todas las miradas. Con 4 nominaciones a los Golden Globe, incluyendo mejor película y mejores actores, queda en vos sacar tu entrada o no... Pero mi recomendación es que ¡LO HAGAS SI O SI!
No es “El lobo de Wall Street”, pero tiene sus momentos La crónica de la debacle financiera de 2008 está contada en "La gran apuesta" a la manera de las películas de cine catástrofe, sólo que el director Adam McKay le imprime tonos de comedia y le dedica más metraje a los prolegómenos de la hecatombe que al evento apocalíptico en sí mismo, lo que lamentablemente estira innecesariamente todo el asunto, volviéndolo menos interesante de lo que podría ser. Igual que en los films de catástrofes naturales donde algún científico ve señales de un posible sismo o erupcion volcánica, pero nadie le da crédito hasta que es demasiado tarde, aquí los protagonistas son un grupo de operadores no especialmente o directamente marginados del sistema financiero que desde hace algunos años ven señales fraudulentas en el mercado de bonos hipotecarios y de a poco encuentran la manera de apostar en contra del mercado, para hacerse ricos cuando todos los demás se vean castigados por la crisis. Entre estos personajes hay un analista tuerto que evidentemente fue rey en el país de los ciegos que se resistían a ver lo evidente, unos banqueros que tuvieron el dato por un llamado de alguien que se equivocó de número, y unos novatos a los que ni dejaban entrar a un banco que encontraron unos apuntes en la recepción. Todos estos personajes se pasan más de media película (que con más de dos horas de duración se alarga demasiado) comprobando y recomprobando sus sospechas con distintos miembros del establishment financiero. Algunas de estas escenas son realmente interesantes e incluso divertidas, pero como básicamente dan vueltas sobre lo mismo, se vuevlen un tanto repetitivas, en especial porque generalmente están restringidas a ámbitos oficinescos no demasiado atractivos. Cuando el director saca a los personajes a una investigación de campo en barrios abandonados del estado de la Florida, o a una convención en Las Vegas, el asunto funciona mejor y logra más colorido pintoresco, como cuando un banquero descubre que hay hipotecas a nombre de un perro, o que una cabaretera tiene cinco casas con dos o más hipotecas por cada una. Hay humor negro, pero no todos los chistes -especialmente la insistencia en que los personajes hablen a cámara al estilo de los hermanos Marx- funcionan bien. Christian Bale sobreactúa un poco como el hombre del ojo de vidrio que se pasa escuchando heavy metal encerrado en su oficina, mientras que Brad Pitt hace un muy buen trabajo como el genio de las finanzas asqueado de Wall Street, y Ryan Gosling pone más entusiasmo que nunca como el narrador de la historia. El que se luce y realmente hace la diferencia es un brillante Steve Carell como un banquero psicótico y agresivo que, también, es el que termina dándole un necesario toque dramático al desenlace. "La gran apuesta" tiene sus momentos, y obviamente cuenta algo más que interesante, pero ni lejos es "El lobo de Wall Street".
Algo que siempre me impresiona de la raza humana en general es la poca capacidad de empatía que tenemos entre nosotros. Podemos llorar por cada perro, gato, oso polar en la vida, pero cuando se trata de un igual en situaciones poco desfavorables y nosotros podemos tomar ventaja, es un daño colateral aceptable. Esta película muestra como la macroeconomía está basada en ese principio más humano que nadie: somos depredadores de nuestro entorno. The big short, es el nombre financiero de una diferencia en apuestas en cómo se va a comportar el mercado y de esa manera hacer la movida de bienes y acciones. Como todos sabemos, el dinero financiero son valores ficticios que son permitidos por la especulación y otras cuantas cuestiones. Si ustedes piensan que son supersticiosos por no pasar bajo una escalera, no saben lo que son los banqueros: cualquier cambio en el viento los hace correr en diferentes direcciones y con eso se crean los caos que todos sabemos que son posibles. La película, así, se enfoca en la crisis de hipotecas de Estados Unidos del 2008. Te cuenta cómo es que se generó, cómo se la olieron, quién hizo plata con eso y quién pagó las consecuencias. Pero es mucho más que eso: es la denuncia de un sistema que se convirtió en codicioso y torpe. La justicia de que el responsable pagará las consecuencias ya no existe. Un elenco remarcable, con espectaculares trabajos de Christian Bale (de verdad y eso que yo no soy su fan) y Steve Carell quienes dotan de humanidad a las cifras presentadas y una bajada de línea del pensamiento del autor (McKay, quien también estuvo a cargo de la dirección). A estos dos grandes nombres se le suman un Ryan Gosling apenas correcto y explotando su carisma y un Brad Pitt soberbio, de gestos mínimos, funcionando como el personaje embrague, aquel que reflexiona sobre los hechos y te tira la pelota de tu lado de la cancha. Buscá vos un mundo mejor porque evidentemente ningún sistema está preparado para dártelo. El director, Adam McKay, a quien no le dábamos dos centavos considerando que sólo ha dirigido los bodrios de Will Ferrell, acierta en una serie de recursos impactantes al estilo collage y con un ritmo vertiginoso lo que puede empezar siendo una clase de finanzas, termina siendo una historia con ritmo, con moral, con estructura y con una buena dosis de datos. Utiliza una excelente selección de música que siempre en el contexto termina funcionando por oposición: la alegría versus una situación dramática, el caos con una música popera de fondo, etc. Además, manipula el tiempo en imagen y en sonido como quiere, congelando por momentos y acelerando en otros. Acá, cada mínima historia tiene su peso y el director sabe aprovecharlo muy bien. O sea, un catálogo de cine posmoderno que funciona como un reloj. Si bien más de uno recordará a “El lobo de Wall Street”, honestamente me gustó que por más que tiene un tono banal por momentos en cuanto a montaje, los personajes toman posiciones y tenemos, de alguna manera, un llamado a la acción y un llamado de atención.
Las mejores películas de Adam McKay, éxitos de público y crítica en los Estados Unidos, no se han visto en nuestros cines (aunque tienen un enorme caudal de fans en cable: quién no conoce El Reportero o Ricky Bobby-Loco por la velocidad). Es raro que la primera en verse sea esta comedia que es casi lo contrario -no tanto, especialmente por cómo “explica” con el auxilio de estrellas, conceptos de economía- de su estilo casi surreal. La gran... es la historia de cómo los EE.UU. generaron la peor crisis económica de la historia reciente a través de cuatro personajes que parecen surreales pero reflejan a tipos que existen. El cuarteto Christian Bale, Ryan Gosling, Brad Pitt, Steve Carell interpreta con mucha precisión lo que parece oscuro pero es, simplemente, la historia de una estafa fenomenal que, se advierte con terror, puede repetirse en cualquier momento. El humor fluye y McKay sabe cómo llegar donde quiere, incluso si a veces lo dramático parece sobreactuado.
Tragicomedia en la burbuja inmobiliaria El film de Adam McKay podría definirse como una reversión tragicómica de El precio de la codicia pero menos desaforada que El lobo del Wall Street. Y lo que apuntaba a ser una deconstrucción del género “basado en hechos reales” cae en la culpa y la corrección política. Había una cuestión que a priori llamaba la atención en La gran apuesta. Esto dicho no por un casting pletórico de estrellas o el abordaje de un tema espinoso cuyos coletazos aún pegan fuerte en gran parte del mundo como la explosión de la burbuja inmobiliaria en 2008, sino por la presencia de Adam McKay como director. Seguramente ese nombre no diga demasiado para los habitués de la cartelera comercial, pero se trata de uno de los realizadores más importantes de la comedia norteamericana contemporánea, socio invisible de una empresa artística con Will Ferrell que ha dado como resultado films emblemáticos de la talla de Talladega Nights, Step Brothers y las dos Anchorman, entre otras. Resulta pertinente, entonces, preguntarse por sus motivaciones para incursionar en el ámbito de los films “basados en hechos reales”. ¿Acaso se debía a una búsqueda de prestigio o, por el contrario, a un intento de deconstruir el género mediante una puesta en abismo de sus mecanismos habituales similar a la del telefilm A Deadly Adoption –cuyos créditos lo incluyen como productor ejecutivo– con el melodrama? La primera hora ladea la respuesta hacia la segunda opción. La restante, no.Una de las escenas iniciales tiene al corredor de bolsa Jared Vennett (Ryan Gosling) esfumando cualquier atisbo de verosimilitud. Sucede cuando rompe la cuarta pared para hablarle directamente al público, revelándose además como la voz cantante del relato. Ese diálogo entre ficción y realidad –o, mejor dicho, entre la ficción y su construcción– será una de las apuestas más fuertes de un film que podría definirse como una reversión tragicómica de la mucho más adusta El precio de la codicia pero menos desaforada que El lobo del Wall Street. Durante el primer tercio, McKay muestra su firme voluntad de enclavar la narración dentro de las arenas de la comedia, como si ni siquiera él mismo se tomara demasiado en serio lo mostrado en pantalla. “Bueno, esto no pasó necesariamente así”, dirá uno de los personajes. “Ahora vamos con Margot Robbie para que nos explique cómo funciona el mercado”, replicará otro antes de que aparezca... Margot Robbie en una bañera hablando a cámara. Difícil atribuir esa elección a la casualidad: la actriz australiana encarnó a la esposa de Leonardo Di Caprio en el último trabajo de Martin Scorsese.Aspirante a cuatro Globos de Oro y firme candidata a alzarse con un buen número de nominaciones en los próximos Oscar, La gran apuesta arranca en 2005, cuando nadie creía que el mercado inmobiliario se caería a pedazos. Nadie salvo Michael Burry (Christian Bale, con la misma cara de torturado que en Batman), un médico devenido en administrador de fondos que, ante la certeza de un colapso inevitable pero de fecha incierta, invierte una importante tajada de su compañía en contra del mercado. Todos lo miran de reojo, hasta que algunos empiezan a darse cuenta que quizá no está tan loco. El primero será Vennett, quien le acerca una oferta a Mark Baum (Steve Carell), líder de un grupo compuesto por criaturas cuyo carácter retorcido las convierten en dignos exponentes del universo habitual de McKay. Los últimos son dos jóvenes a cargo de una “pyme” que buscan dar el gran salto en Wall Street de la mano de Ben Rickert, nueva incursión de Brad Pitt en un rol destinado a encarnar la conciencia y mesura después de la inexplicablemente reputada 12 años de esclavitud, en la que, al igual que aquí, figuraba como productor asociado.McKay (uno de los coguionistas encargados de adaptar el libro homónimo de Michael Lewis, autor de El juego de la fortuna) resuelve bien el pilar más “teórico” del conflicto enhebrando diálogos propios de las necesidades dramáticas con explicaciones sin temor a proferir mil términos propios del argot financiero, varios de ellos a cargo de cameos similares en forma y contenido al de Robbie. Pero, al igual que los malos corredores de carreras, da la sensación que La gran apuesta no sabe regular su potencia. Así, a medida que se acerca la explosión de la burbuja –no es spoiler: difícilmente alguien no sepa cómo terminó la timba especulativa–, el film muta autoconciencia por una culpa manifestada en el pesar de sus personajes por haberse vuelto recontra ricos a costa de la estafa a millones de ciudadanos. Una placa previa a los créditos con los números de esas pérdidas cumple con la dosis de corrección política de todo producto oscarizable que se precie de serlo, marcando que, después de todo, quizás a McKay no le desa- grada tanto la idea de llevarse alguna estatuilla a casa.
La timba detrás del crack Primera semana de estrenos de 2016 y podemos decir que la cartelera se engalana con uno de los mejores títulos: "La Gran Apuesta" (The Big Short, 2015). Este largometraje –otro que seguro va a tener nominaciones a los Oscar– se mete con la crisis financiera del 2008. Para ponernos en contexto, la economía estadounidense tocó fondo debido al colapso de la denominada "burbuja inmobiliaria" en 2006, que provocó un año después la llamada "crisis de las hipotecas subprime". No vamos a ponernos a hablar de economía ni a explicar los pormenores de lo que pasó, sólo basta recordar que fue esto lo que llevó a la crisis económica mundial del 2008 y que arrastró a buena parte del mundo, afectando principalmente a los países más ricos del planeta. ¿Nadie puro prever este desastre de proporciones catastróficas? Parece que hubo un grupo de personas que sí lo hicieron y que, en resumidas palabras, se aprovecharon de esta situación: apostaron contra el sistema para ganar millones de dólares. Y en esta gente focaliza su atención este excelente largometraje. La película comienza en el 2005 y sigue a varios personajes que fueron previendo lo que iba a pasar y, con todos prácticamente burlándose y riéndose de ellos, fueron en contra del mercado. Por un lado el Doctor Michael Burry (Christian Bale), creador del fondo de cobertura Scion Capital y el primero en vaticinar lo que vendría. Le sigue Jared Vennett (Ryan Gosling), un intermediario del Deutsche Bank en Wall Street que se contactó con el inversor y gerente de los fondos de cobertura de FrontPoint Partners Mark Baum (Steve Carell). Por último, la pareja formada por Charlie Geller (John Magaro) y Jamie Shipley (Finn Wittrock), creadores del fondo de cobertura Cornwall Capital Management que, con la ayuda del banquero Ben Rickert (Brad Pitt) lograron entrar a Wall Street para hacer sus negocios. Ver películas que reflejan crisis financieras o temas económicos es por demás complejo, y ese es el principal escollo al que se enfrentaba el director Adam McKay, hasta aquí conocido por las comedias "El Reportero: La Leyenda de Ron Burgundy" (Anchorman: The Legend of Ron Burgundy, 2004) y "Ricky Bobby-Loco por la Velocidad" (Talladega Nights: The Ballad of Ricky Bobby, 2006), entre otras. Pero McKay, que además ofició de guionista, lo sorteó muy bien tratando explicar lo mejor que pudo los términos bursátiles y movidas económicas (por ejemplo, utiliza a Margot Robbie o Selena Gomez como ellas mismas para explicarle al público). También hay una dosis de humor (muy) negro que ayuda muchísimo. No olvidemos que está basada en hechos verídicos de una crisis que dejó a millones de personas en la calle o sin empleo. El elenco es un dream team que deslumbra. McKay también utiliza imágenes de archivo, así como flashbacks que enriquecen el relato. Da miedo pensar que existen sujetos en la vida real con tanto cinismo y poder que manejan la economía mundial sin siquiera preocuparles las vidas de las personas a las que pueden perjudicar, pero es una realidad que este largometraje intenta exponer. La Gran Apuesta es la mejor inversión que pueden hacer en los cines esta semana. Apuesten su dinero que van a salir ganando. No lo duden.
La crisis financiera del 2008 es quizás uno de los cataclismos del siglo menos comprendidos por el imaginario social. Cargado con la buena cuota de ironía y sarcasmo que lo caracteriza, Adam McKay (responsable de La leyenda de Ron Burgundy y Policias de repuesto) toma el libro homónimo de Michael Lewis para explicar la complicada historia de cómo la economía norteamericana colapsó en el año 2008 (salpicando también a otros países) y solo unos pocos ingratos y desagradables financistas, banqueros y corredores de bolsa supieron sacar provecho de la situación. La ambición de contar esta historia repleta de tecnicismos y conceptos complicados sobre economía y real estate es muy grande. Pero gracias a un tono y ritmo perfecto, acompañado de uno de lo que seguro será de los mejores casts del año, La gran apuesta permite incluir hasta a los más ignotos en el tema. Cada compleja explicación viene acompañada de alguna sutil gracia, y hasta los asquerosos magnates financieros que se debaten sobre la ética moral y profesional de su negocio están dotados de una caracterización que permite al espectador despertar cierta simpatía, cuando el sentimiento lógico sería algo mucho más cercano al rechazo. El original guión de McKay se vale de todos los trucos posibles para mantener la atención del público aun en los pasajes más complicados de la película. En ocasiones cuando a pesar de dar en la tecla justa con su humor ácido y negro que intenta diluir el hecho de que se nos está contando algo prácticamente imposible de descifrar para la mayoría de los mortales, los actores rompen la llamada "cuarta pared" del cine para dirigirse de manera directa al espectador y explicar qué es aquello de lo que éstos bursátiles tiburones de Wall Street están hablando. La Gran apuesta es uno de esos dolores de cabeza cinematográficos que mejor son bienvenidos. Sin subestimar la capacidad de comprensión del espectador se vale de todos los recursos posibles para que la explicación sea concisa. A pesar de la agotadora catarata de información que se presenta, el ambicioso e inteligente formato sirve tanto al contenido como al corazón de la trama.
Trillones de ladrillos La especulación es el arma de doble filo que atraviesa el universo de La gran apuesta -2015-, una de las nuevas vedettes de los Globo de Oro (cuatro nominaciones) y garantía del sello oscarizable por su estrategia final a la hora de evaluarla no en términos formales, sino conceptuales. Thriller entretenido versus la especulación en el mundo financiero con el centro en el ojo de la tormenta, que se despoja del argot financiero para bajarlo al llano y tratar de explicar así la complejidad de un fenómeno -que casi lleva al colapso de la economía mundial y hiere mortalmente al capitalismo- son los elementos que pugnan en el film, el cual cuenta con la dirección de Adam McKay, inspirado en el libro de no ficción homónimo de Michael Lewis, junto a un elenco de estrellas mainstream en plan de película seria. Así como no existe el crimen perfecto, tampoco existe un sistema sin fallas. Esta sería la primera aproximación para contextualizar la trama: el boom inmobiliario y el fraude con los bonos hipotecarios que dejó como saldo seis millones de desempleados y ocho millones de personas desalojadas durante el 2008 hasta el 2010. Los actores de esta tragicomedia son varios, pero se pueden reducir a los grupos económicos poderosos que realizan todo tipo de operaciones privadas con los bancos y que franquean la delgada línea legal, claro que con la complicidad de diferentes áreas del poder que hacen la vista gorda para que la burbuja se ensanche a riesgo de que la explosión arroje como resultado una crisis económica mundial irreversible. Por eso, el film de McKay por un lado adopta el estilo cínico y frívolo, no en lo que hace a la temática per se, sino en la caricaturización de los personajes, arquetipos de antihéroes que apuestan contra el sistema, para que una vez que colapse, llevarse miles de millones a sus expensas. Las explicaciones con el firme propósito de hacerlas comprensibles para la mayor cantidad de público encuentran en el recurso de la analogía o la comparación su mejor arma pero también el riesgo de la frivolidad anteriormente citada. Para evadir todo tipo de acusación, McKay se despoja del realismo con una puesta en escena consciente de la representación frente a cámara, inclusive cuando algunos personajes interpelan a los espectadores al mismo estilo que Kevin Spacey en la popular serie House Of Cards. Tratándose de un director encolumnado en lo que se conoce como comedia norteamericana, La gran apuesta sin lugar a dudas genera un desafío extra en el análisis, básicamente por coquetear con una estructura donde la deconstrucción del género prevalece por encima de todo. Sin embargo, la idea no termina por concretarse del todo desde el punto de vista narrativo y resulta extraño el apunte humano en el reino de los hipócritas con un ojo puesto en el Oscar y otro en la propia imagen para pasar desapercibido. Sin contar con enormes actuaciones en cuanto a la calidad, el reparto cumple su función y logra el equilibrio entre la seriedad, la sobriedad y la dosis de frescura necesaria para que crezca el tono de la no solemnidad sin perder la tensión. Esa característica por momentos confunde al público, pero en definitiva es lo que hace amena la trama, teniendo presente que se trata de exponer todo tipo de estrategias de especulación financiera en un escenario virtual, tanto como los números que se barajan minuto a minuto en un relato ágil, valiente por momentos y conservador por otros.
Christian Bale, Ryan Gosling, Steve Carrel y Brad Pitt esclarecen el absurdo universo de Wall Street a través del absurdo prisma de Adam McKey. Todo lo que siempre quiso saber sobre la crisis económica de 2008 y no se animó a pregunta Hace ocho años una compañía financiera llamada Lehmann Brothers quebraba y la economía mundial se iba al tacho. Nadie lo vio venir…salvo por unos tipos bastante extraños que lo advirtieron y se aprovecharon de la situación. La Gran Apuesta toma como excusa la historia de éstos cuatro “visionarios” para explicar de una forma directa y visceral las razones por la cuál el mundo se vino abajo. Adam McKey es probablemente uno de los mayores responsables del nacimiento de la así llamada “nueva comedia americana”. El nombre del cineasta suele estar asociado a las producciones más delirantes de Will Ferrell (incluida la fenomenal gema de culto Anchorman: La Leyenda de Ron Burgundy),y quizás cuando pensamos en su estilo (una buena mezcla entre improvisación y humor desquiciado) la primera opción no sea asociarlo a complejos entramados macroeconómicos. Sin embargo, la crisis de 2008 no es un tema ajeno al director, quien incluso había tenido un primer acercamiento en el final de su último film, The Other Guys. Y por otro lado, no hay nada más disparatado e irracional que el capital financiero, por lo tanto nada mejor que la impronta de McKey para contarnos como funciona este supuesto sistema. Explicame que me gusta Generalmente, cuando un film explícita información a través de diálogo o voice over es porque carece de la inventiva para utilizar un dispositivo audiovisual como medio narrativo. Son muy pocos los cineastas que hacen un arte de la exposición, Sorkin y Scorsese son parte de este selecto grupo; McKey lo sabe y toma los mejores elementos de los dos para estructurar su relato. El director apela a un diálogo furioso y acelerado pero a su vez se detiene – literalmente – a elucidarlo rompiendo la cuarta pared de una manera muy graciosa.En este sentido, el montaje funciona de gran manera y es uno de los mejores aspectos del film ya que no sólo tiene la función de hacer estas pausas de manera orgánica sino también interconectar cuatro focos narrativos diferentes. La Gran Apuesta comparte varias aristas (algunas directas) con El Lobo de Wall Street, pero con la diferencia que intenta explicar el “Fugazi” (básicamente el humo) de la Mano Invisible del Mercado. Algo así como el documental “Inside Job” pero ficcionalizado. Si bien hay a un tratamiento bastante equilibrado de los personajes, es Steve Carrell el que se lleva la mayor parte del metraje. Su papel es el único que tiene un verdadero costado emocional desarrollado por fuera de las necesidades del guión; y más allá de su horrible peluca, es un punto de empatía dentro de un nido de ratas y especuladores. Le siguen por debajo Gosling, de buena interpretación pero bastante acotado ya que cumple el rol de narrador, y un excéntrico Christian Bale -no, no hace de Patrick Bateman – que siempre resalta en este tipo de personajes. Lo peor realmente es Brad Pitt (productor de la cinta) que como en 12 años de Esclavitud se limita a ser una vez más el prodigioso salvador moral de la humanidad. Conclusión Con un guión revulsivo, buenas actuaciones y gran trabajo de montaje, La Gran Apuesta es una mirada fresca y singular sobre uno de los hechos mayor impacto mundial de los últimos tiempos.
The Big Short es una extraña pero valiente cruza entre la seriedad de Margin Call y la desfachatez económica desfasada de The Wolf of Wall Street. Tomando como centro la impactante pero triste crisis financiera de 2008, la comedia de Adam McKay es a partes iguales una frenética comedia sobre los despropósitos de la ecomonía y sus inusuales recovecos, y un cortante drama sobre la ganancia de unos pocos en detrimento de empujar a otros a la pobreza. La trama se centra en los esfuerzos de tres grupos diferentes de personas que se adelantan a la crisis que se viene unos años antes, y aprovechan la oportunidad para apostar en contra del mercado inmobiliario. Por supuesto, nadie cree que el estado del mercado llegue a implosionar algún día, y los toman como locos, pero todos sabemos como termina la historia. Estos grandes hombres están representado por un puñado de virtuosos actores, la mayoría ajenos a la comedia con excepción de Steve Carrell, pero saben como pilotar este barco. Hay que prestarle especial atención a Christian Bale, que se come la película por completo con su inteligente pero extremadamente introvertido doctor convertido en analista, quien posee una inteligencia descomunal en contraste con sus escasas cualidades intepersonales, amén de su pequeño defecto oftalmológico que distrae más de lo que lo ayuda a socializar. Desde el poster también vemos a Ryan Gosling, quien a veces tiene el descaro de hablarle directamente al público rompiendo la cuarta pared, y a Brad Pitt, quien tiene una pequeñisima parte ayudando a un par de amigos que quiere entrar en grande al mundo de Wall Street. McKay, conocido por sus disparatadas comedias, apunta a una comedia educacional, con grandes trazos de irreverencia e incredulidad ante lo que está sucediendo en el terreno inmobiliario. Una avalancha de créditos, un mercado que parece estar atrapado en una burbuja a punto de explotar, y un sinfín de términos demasiado complicados para el espectador promedio que son explicados mediante un extraordinario uso de grandes artistas son la amalgama perfecta para una comedia que finalmente se transforma en un drama. A pesar de las grandes escenas hilarantes y la franca incapacidad de creer en lo que está pasando ante sus ojos, eventualmente todos los personajes - o una parte de ellos al menos - descubren que su cruzada por adelantarse a la estupidez de los grandes bancos y sacarles provecho no es otra cosa más que sacarle dinero del bolsillo del trabajador promedio, dejándolos en la calle, y aún peor, algunos quitándose la vida al perderlo todo. Detrás del majestuoso elenco y una historia increíble pero tristemente cierta, McKay demuestra en The Big Short todo su talento con una comedia enfocada y con mucha energía.
El signo de los tiempos Basada en hechos reales, La gran apuesta relata la especulación durante el fraude hipotecario de 2008 en Estados Unidos, con un elenco de estrellas. Una voz en off comienza el relato que durante La gran apuesta va ganando velocidad, a medida que se suman los personajes. El director Adam McKay logra compactar en 130 minutos la tragedia de los ahorristas estadounidenses, estafados por los bancos de ese país en 2008, el huevo de la serpiente que comenzó a moverse en 2005. La película presenta a los agentes de bolsa que vieron venir el tsunami tres años antes. La gran apuesta ofrece mucha información específica, transmitida en un esfuerzo de comunicación con diferentes recursos. La voz que explica, que corresponde a Ryan Gosling, aporta datos; Mark, el personaje de Steve Carrell, es quien hace los cuestionamientos éticos y morales ante el flujo de dinero ajeno que un día se evapora sin explicación; el excéntrico Michael Burry (Christian Bale), mastica variables y descubre el engaño cuando nadie podía imaginar la catástrofe que dejó a millones de personas sin trabajo, casa, ahorros ni fondos de jubilación. Y Ben, el enigmático (Brad Pitt) juega como el outsider de ese mundo que abandonó porque no soportó el hedor. El acierto de la película está en el modo de contar la historia reciente, documentada, y recordada por el efecto colateral que tuvo en otros países (Grecia, España, entre otros). Para el gran público es una oportunidad de conocer a fondo la maniobra de los bancos, las complicidades del mundo financiero y la voracidad con que se ejecutaron las hipotecas, planteadas desde el comienzo, inviables. El director alega en contra de la farsa de Wall Street y reflexiona sobre el imaginario del ciudadano estadounidense ciego ante un sistema que le soltó la mano. Adam MacKay arma un falso documental, basado en hechos y personajes reales, con algo de reality y en constante apelación al público. Los personajes miran a la cámara y se expresan como si estuvieran filmando una conferencia en torno al mundo financiero y sus bajezas. Steve Carrell se destaca en la composición de Mark, el indignado, mientras Gosling mantiene el equilibrio en la creación de un personaje que por momentos lleva la carga de la información (la escena en su oficina con el equipo de Mark es un momento de comedia estupendo). Por su parte, Bale, como el tipo aislado del mundo que supo verlo con nitidez, queda algo forzado, actuando las rarezas de Mike. John Magaro (Charlie) y Finn Wittrock (Jamie) forman la dupla de pícaros jóvenes que comienzan en el negocio y llegan a las mismas conclusiones que sus pares experimentados. “Creí que vería adultos”, dice uno de ellos cuando entra a una corporación desierta tras la estampida. Con imágenes frenéticas de videoclip y la adrenalina que recuerda a El lobo de Wall Street, la película toma el cauce de la denuncia, el registro de una etapa que golpeó a los ciudadanos en su buena fe. La frase inicial de Mark Twain plantea el tono de la comedia ácida, con dosis de cinismo: “Lo que te mete en problemas no es lo que no sabes, sino, lo que crees saber”. La paz americana se quiebra pero unos pocos lo descubren y los involucrados no están dispuestos a escuchar. La película describe la “burbuja” que acompañó el fraude hipotecario, rematando el guion con la frase: “La verdad es como la poesía. La mayoría de la gente odia la poesía”. La edición de Hank Corwin no da respiro, en tanto la fotografía de Barry Ackroyd superpone rostros y ambientes en la cuenta regresiva. Quizás cuesta entrar a la lógica durante los primeros minutos de película pero después vale la pena dejarse llevar por las evidencias del guion basado en el libro de Michael Lewis. La gran apuesta es también un aporte del cine a la posibilidad de generar masa crítica en los espectadores que quieren estar alerta.
Se muestra la crisis de Wall Street en épocas de George W. Bush. Su desarrollo resulta muy dinámico, un ritmo vertiginoso, entretiene, le sobran algunos minutos y cuenta con un gran elenco: Ryan Gosling, Christian Bale, Steve Carell, entre otros, cada uno se destaca con soberbias actuaciones, también tiene un papel pequeño Brad Pitt quien además es productor de este film. Tiene momentos emotivos y no falta el humor, Tiene algunos toque similares a “El lobo de Wall Street” (2013) de Martin Scorsese. Creo que a algunos espectadores no les interesará la temática.
Recordando a la burbuja El escritor Michael Lewis es un reconocido cronista de la realidad estadounidense. En Moneyball, de 2003, que inspiró a la película homónima, se sumergió en los sueños de un beisbolista que enfrenta una realidad adversa y funda un gran equipo con jugadores devaluados. The Big Short, de 2010, su nuevo libro que inspira una adaptación, recoge las estrategias de cuatro jugadores colaterales en el mercado de finanzas que vieron venir la gran burbuja hipotecaria e hicieron sus dividendos antes del colapso en 2008. Michael Burry (Christian Bale) es el clásico nerd del sistema, un tipo que se mata escuchando heavy metal mientras elabora sofisticadas maniobras. Jared Vennett (Ryan Gosling) es igualmente ingenioso y presenta al equipo de Mark Baum (Steve Carell) su impresión de los CDO u obligaciones de deudas colaterales, un sistema que divide la contrataciones en tres riesgos: menores, medianos y altos. La película de Adam McKay, quien dirigió algunas de las comedias más famosas de Will Ferrell, resulta didáctica para explicar cómo el juego de especulaciones que se ciñó a los vendedores de hipotecas de riesgo (o sea, aquellos que alegremente cerraban contratos con compradores que no brindaban garantía de solvencia) fue la base del colapso inmobiliario. Es incluso simpático el modo en que Gosling mira a la pantalla y se dirige al espectador (una estrategia narrativa de la que McKay hace uso y abuso en el film) para presentar a Anthony Bourdain, quien desde su cocina hace una analogía de los CDO más riesgosos con aquellos deshechos que él transforma en delicatesen. La narración de McKay es ingeniosa, con procedimientos que recuerdan a Robert Altman y al último Scorsese. Y pese a que el tema es (como en Moneyball) casi de exclusivo interés para el público norteamericano, la película nunca pierde ritmo ni permite que decaiga la atención.
Las malas apuestas de McKay ¡Qué terrible responsabilidad debiéramos asumir si nos pasara, como en Destino final (James Wong, 2000), que se nos diese la posibilidad de conocer de antemano un suceso trágico de gran alcance! Algunas de las inevitables preguntas serían: ¿podríamos modificarlo? ¿Hasta dónde y para qué? ¿Y si no nos conviniese evitar lo que suceda? ¿Y si pudiésemos sacar provecho de la desgracia? Sin que se encuadre en el planteo fantástico del título citado, tal es la premisa de La gran apuesta, del habitual director de comedias Adam McKay (Al diablo con las noticias, Policías de repuesto), que también aquí se encarga del guión basándose en el libro homónimo de Michael Lewis. La historia describe la manera en que varios corredores y analistas pudieron anticiparse y obtener beneficios de la catastrófica caída del mercado inmobiliario en EE.UU. que dejó a miles de personas en la calle o sin vivienda a lo largo de todo el país, entre el 2007 y el 2010. De este tema también se había ocupado El precio de la codicia (J.C. Chandor, 2011) pero con mucha más formalidad en la narrativa y brindando un apasionante paseo ascendente por las estructuras de poder de una compañía de inversiones típica. McKay, en cambio, intenta darle a esta historia de miserias y ambiciones un tinte humorístico y descontracturado por momentos, mientras que en otros se aferra al dramatismo intrínseco de la situación y lo baña de una moralina pegajosa, lo cual genera un contraste difícil de digerir. Todo comienza con la historia de Michael Burry (Christian Bale), un niño prodigio que con un ojo menos y al borde del autismo se convierte, años después, en un brillante analista del mercado de inversiones. Es quien proyecta la inminente caída de la bolsa inmobiliaria y quien inicia la campaña para que sus jefes inviertan en bonos de seguros de cobro improbable gracias a las escasas posibilidades de que el mercado falle de manera tan estrepitosa. Esta maniobra (arriesgada y estúpida según la mirada de quienes toman la apuesta) llama la atención de otro corredor, Jared Vennet (Ryan Gosling, el narrador oficial) quien se pone en contacto con Mark Baum (Steve Carell) y su equipo al mismo tiempo que otro agente retirado, Ben Rickert (Brad Pitt), se presta a ayudar a enriquecerse con ese juego sucio a sus amigos principiantes. Todos ellos serán quienes apuesten a que gane la miseria sin que sus caminos se crucen necesariamente. La película va y viene al tratar de explicar (primero en densas y abrumadoras conversaciones técnicas y luego de manera jocosa con cameos de celebridades sorpresa) de qué diablos están hablando todos esos tipos de saco y corbata con semblante tan adusto y consternado. Pero la preocupación de McKay por exponer los engranajes del sistema y desnudar su funcionamiento no se detiene sólo en eso y busca saciar la necesidad de denunciar la existencia de esta gente que una vez confirmada una catástrofe, intenta lucrar con lo que muchos otros se perjudicarán. Los exhibe cuando pone en boca de ellos la excusa del daño inevitable y cuando muestra la elección que hacen de dejar de ser simples espectadores para utilizar, en cambio, sus conocimientos y así lograr una pequeña tajada. Son y se admiten carroñeros y esta vez tienen ante sí a una montaña de cadáveres de los cuales se aprovecharán porque está en su naturaleza como parte de la cadena alimentaria financiera. La gran apuesta pretende convertirse un nuevo relato de verdades incómodas pero termina molestando por varias razones: en principio, porque no decide si va en serio o quiere hacer reír, si quiere ajustarse a la realidad o caer en representaciones más convenientes y flexibles, o si apelará a discusiones macroeconómicas formales o a gags del tipo “chica en un jacuzzi ensayando una explicación más colorida y digerible”. Es decir, sabe que los temas que toca son de naturaleza demasiado técnica pero no los simplifica ni traduce sino que los replica a continuación de algunas escenas con recursos paradójicamente inexplicables. Y también molesta porque no deja tomar partido o definir lo ético de las acciones de los personajes según la percepción propia, declamándolo abiertamente. Como si en alguna de Batman nos recalcaran a cada rato lo malo que es el Guasón. Como si al director le molestaran los grises y necesitara definir quién está de cada lado, de manera casi religiosa para que el espectador no se confunda. Entonces La gran apuesta termina siendo la de McKay al animarse a experimentar con este subgénero que se ocupa del universo bursátil. El resultado es un collage narrativo que nada tiene que ver con los trabajos previos de gente como Oliver Stone, Martin Scorsese o el documentalista Michael Moore. No sería necesariamente malo ese alejamiento de los próceres de las desventuras en Wall Street si el director se hubiese definido con la misma identidad autoral que logra en sus comedias. Pero como no es así, sólo se puede decir que La gran apuesta no es más que otra forma de contar una historia de buenas y malas inversiones, que siempre dependen de decisiones tan individuales e inexpugnables como la de darle un par de horas a esta película en lugar de leer Ambito Financiero.
Profetas del Armagedón Finalmente tenía que pasar. Desde que explotó la burbuja de las subprimes en 2007, el cine empezó a interesarse en mostrar lo malo del sistema financiero. Pero encaró por el lado de bandidos solitarios, como el Jordan Belfort de “El lobo de Wall Street”, o Bernard Madoff (que en la vida real fue un chivo expiatorio de ese mundo en plena crisis) que podríamos leer en “Blue Jasmine”. Pero nadie se había metido con la cuestión estructural, al menos desde la ficción: el didáctico documental “Inside Job”, dirigido por Charles Ferguson, se encargó de enseñar cómo había sido posible una estafa esquizofrénica y global. “La gran apuesta” es toda una apuesta en sí misma, porque se juega a contar en un relato de ficción de qué se trató (y de qué se puede volver a tratar, desgraciadamente) un sistema disparatado que repartió dividendos entre millonarios y terminó repartiendo pobreza en sectores populares. Y contar significa explicar, desde que en 1970 un tal Lewis Ranieri inventó los bonos de hipotecas. Sobre el libro de Michael Lewis (también autor detrás de “El juego de la fortuna”, que fuera protagonizada por Brad Pitt), Adam McKay recurre a una panoplia de recursos narrativos y didácticos para recorrer la historia de varios outsiders de las finanzas que descubrieron lo que estaba a punto de pasar, y al mismo tiempo explicar los términos y las siglas, porque de entrada nos dicen que en ese mundo se habla difícil para jodernos. El hilo conductor lo lleva Jared Vennett (basado en un tipo real llamado Greg Lippmann), un empleado del Deutsche Bank que está en medio de la cuestión. Él mete diálogos a cámara (a lo “House of Cards”) y voces en off sarcásticas para cortar la acción (al estilo de la saga de “Zeitgeist” de Peter Joseph) para dar entrada a alguna celebridades que explican con ejemplos llanos cada una de las picardías del sistema, cuya base partió de empezar a sumar hipotecas incobrables disimuladas en paquetes más grandes: dar certeza financiera sobre la base de situaciones habitacionales propias del Don Ramón de “El Chavo del 8”. Detrás de la fachada En 2005, Michael Burry (un médico antisocial y desaliñado que maneja un fondo de inversión) se da cuenta mediante un estudio sistemático que el mercado inmobiliario es inestable, y realiza la primera operación contra el sistema: si todo va bien pierde dinero, pero sabe que a dos años si se desploma todo se llevará mucho más. Ahí, Vennett entra en acción, se da cuenta de que es cierto y convence a Mark Baum (el original se llama Steve Eisman), director de otro fondo (con sus propios problemas con el mundo), que realiza su propia investigación en el terreno y confirma la teoría. También entran en el juego Charlie Geller y Finn Wittrock (en realidad se llamaban Charlie Ledley y Jamie Mai), dos jóvenes inversionistas que se enteran de las ideas de Vennett y entran a hacer lo mismo, apoyados por un financista retirado, Ben Rickert (basado en Ben Hockett, asqueado de ese universo). McKay logra convertir una cuestión de números y papeles en una épica de locura, adrenalina, decepción y crítica social. Y todo esto, mostrando en ficción y metraje documental el clima de época: los consumos culturales (la música, sobre todo) y tecnológicos y la nube en la que vivían los desprevenidos, asociado con la bacanal de los financistas: casi como el último baile en “El arca rusa”, danzando sobre la bomba a punto de explotar. La yuxtaposición de la situación de ricos y de pobres en oportunos ejercicios de montaje sirve para meter a la gente real: el que alquila una casa impaga, la stripper que no entiende lo que está refinanciando, los que se quedan sin casa por una timba de los de arriba. Quizás esa toma de posición sea, junto al desafío narrativo, lo más interesante de esta cinta. Visionarios Las tres actuaciones centrales, cada uno destacada a su manera, son las de Christian Bale, Steve Carell y Ryan Gosling. El primero como Burry, entre el Asperger y el thrash metal, en el otro extremo de su actuación en “El lobo de Wall Street”. El segundo como Baum, el más humano de todos, el que ve la maldad sistémica, en una actuación reveladora, muy diferente a la que desplegó un año atrás en Foxcatcher. Y el tercero como el taimado Vennett, el conspirador que busca su propio beneficio. Los secundan prolijas actuaciones de John Magaro (Geller), Finn Wittrock (Shipley) y Brad Pitt como Rickert; como productor de la cinta, el rubio se elige uno de esos roles secundarios que lo atraen; en este caso, el más “contrera” de todos, el que mejor entiende el impacto de las decisiones de arriba. Junto a ellos, se luce el trío de Hamish Linklater (Porter Collins), Rafe Spall (Danny Moses) y Jeremy Strong (Vinny Daniel), el equipo de Baum, tan peculiares como su jefe. Los papeles femeninos están en las manos de dos reivindicadas en los últimos tiempos: Marisa Tomei (como Cynthia, la esposa de Baum) y Melissa Leo (Georgia Hale, una analista de la calificadora Standard & Poor’s). La actriz Margot Robbie, la actriz y cantante Selena Gómez, el economista Richard Thaler y el chef televisivo Anthony Bourdain son las celebridades que aportan que se suman a la “docencia”, con momentos logrados. Valga entonces esa pedagogía como contribución para el futuro, a fin de evitar tropezar con las mismas piedras.
Suena extraño que Adam McKay, el director de las comedias más delirantes de Will Ferrell (“El reportero: la leyenda de Ron Burgundy” o “Ricky Bobby”) se haya metido a dirigir una película sobre la explosión de la burbuja inmobiliaria en EEUU y la crisis financiera del 2008. Pero McKay aceptó el desafío y se despachó con una comedia tan entretenida como ácida sobre un tema complejo y denso. Basada en una historia real, “La gran apuesta” se centra en unos expertos en inversiones (una mezcla de nerds y outsiders) que ya desde 2005 advirtieron que el sólido mercado inmobiliario se iba a desplomar por las hipotecas de alto riesgo y, en una jugada muy riesgosa, empezaron a apostar en contra del propio sistema para sacar rédito de esa futura caída. Lo que no imaginaban, claro, es que el colapso que ellos vaticinaban se iba a convertir en una crisis de proporciones gigantes. McKay recurre al humor y al absurdo para intentar explicar ese mundo plagado de números, cálculos, engaños y fraudes. Tal vez en algunos pasajes se pase de tecnicismos, sin embargo esos baches casi ni se notan gracias al encanto y la potencia de los personajes, sobre todo los que encarnan Christian Bale y Steve Carell, que se adueñan de la pantalla. Esos antihéroes que se debaten entre la venganza contra el sistema y la culpa, entre el beneficio personal y la debacle social, concentran el espíritu crítico y de denuncia que atraviesa toda la película.
Se estrena La gran apuesta, dirigida por Adam McKay. Un retrato de las causas que provocaron la crisis económica del 2008 en Estados Unidos, y como se pudo haber evitado. “Greed is good” – Gordon Gekko La crisis económica del 2008 dejó a millones de personas desempleadas y sin hogar en los Estados Unidos. Se han filmado numerosos documentales acerca de las causas y consecuencias. Desde Errol Morris hasta Michael Moore. Faltaba algún testimonio ficcionado y La gran apuesta es, en cierta forma, ese material audiovisual que necesitaba la población estadounidense para comprender un poco mejor porque quedaron en la calle. Básicamente, todo se resume a términos técnicos y números, por lo que es comprensible el poco interés que puede haber de un cierto lugar del público a evitar ver un documental con economistas frente a cámara explicando que es lo que llevó a la bancarrota a numerosos bancos y grupos económicos, por lo que el film de Adam McKay se podría resumir como un librito explicativo for dummies, paso a paso y subestimando la inteligencia del espectador. Pero lo cierto, es que es tan autoconciente de que el espectador está tan perdido y es tan idiota que el film resulta cínico y simpático, al tiempo que aterrador y realista. Acá no estamos frente al pequeño empleado público que perdió su puesto de trabajo o el pobre ciudadano que pierde su casa. No, este es el punto de vista de aquellos que apostaron y previnieron la crisis económica, que jugaron contra la especulación bancaria e irónicamente fueron los únicos ganadores. Basado en el libro de Michael Lewis, La gran apuesta tiene tres puntos de vista. En primer lugar, el de Michael Burry –Christian Bale, nuevamente, un héroe solitario y ermitaño- quién fue el primero en anticipar que la burbuja del negocio inmobiliario explotaría entre el 2007 y el 2008. Su participación es acotada, pero brilla por la inteligencia del personaje, una suerte de Quijote con todo el mundo en contra. El segundo punto de vista es el de Mark Baum –Steve Eisman en la vida real- interpretado por un Steve Carrell grotesco y caricaturesco. Acaso, el personaje más rico del film, Baum fue el dueño de un pequeño grupo inversionista que creyó la teoría de Burry y también apostó en contra del sistema, y en cierta forma, llevo a la práctica a través de la investigación casa a casa, aquello que para Burry era solo teoría. El tercer punto es del de dos amigos, Charile Geller y Jamie Shipley -John Magaro y Finn Wittrock, los más sólidos del elenco- que con la ayuda del gurú de la economía, Ben Rickert – o Ben Hockett en la vida real- interpretado por un austero Brad Pitt, también apostaron en contra del negocio inmobiliarion, de manera independiente. La unión de estos personajes es un miembro del Deustche Bank, Jared Vennett –Ryan Gosling- que funciona como narrador, y posiblemente, sea el único personaje ficticio, fusión de múltiples personajes, incluido Jordan Belfort, el protagonista de El lobo de Wall Street. Justamente, el film es como una especie de secuela temporal de lo que sucedió en Wall Street post década del 90. Sin embargo, donde la obra de Scorsese se hacía fuerte era en el retrato de un personaje. Acá los protagonistas son solamente vehículos, rostros que tratan de acercar un discurso al espectador: como funciona la especulación bancaria, cómo se podría haber evitado y de que forma los banqueros y millonarios le chupan la sangre a la población. Más o menos, lo que representa el capitalismo salvaje. Son realmente bastante básicos en su concepción. McKay se aleja de la comedia absurda de films como Anchorman, Talladega Nights y Step Brothers –todas con Will Ferrell- y construye este film coral con estética bastante televisiva y seudodocumental. En cierta forma, se trata de un film de HBO que fue llevado al cine por el impacto de sus “estrellas”. Efectivamente montada, con detalles del diseño sonoro brillantes, La gran apuesta resulta más interesante por su información o relevancia histórica –algo así como los últimos documentales de Pino Solanas- que aún sobreexplicada es difícil de digerir completamente, que por su propuesta cinematográfica. El discurso es prioritario a punto de ser autoconcientemente didáctico. Es un acierto en este sentido apelar a varias personas del ambiente –económico, televisivo y hollywoodense- que le explican a la cámara, quebrando la cuarta pared, el lenguaje de Wall Street –palabras, términos técnicos, etc- de la forma más pedagógica y estúpida posible. En La gran apuesta puede resultar agotador tanta información y reiteración, pero también es efectivo: la corrupción en la economía es un monstruo mucho más aterrador que cualquiera creado por el arte; es real, nos consume y le damos la mano porque nos vende una sonrisa.
Cuando a mediados de 2008 estalló la burbuja financiera en Estados Unidos, a todos nos quedó grabada una imagen icónica: el semblante fúnebre con el que los empleados de Lehman Brothers -mascarón de proa del colapso- abandonaban las oficinas, cargando sus pertenencias en cajas. El buque especulador se había estrellado, pero, ¿nadie lo había previsto? La gran apuesta hace foco sobre cuatro tipos que sí la vieron venir. A pesar de que el sector inmobiliario iba en alza y "todo el mundo paga su hipoteca", ellos, cada uno a por su lado, pronosticaron la caída de un sistema que tenía fecha de vencimiento y decidieron apostar en contra pese a las burlas y reticencias de su entorno. Pero, como los locos y los visionarios, creían en lo que hacían. Esta gente existió de verdad y figura en el libro homónimo en el que se basó la película Quien parece tener claro todo desde un principio es Jared Vennet (Ryan Gosling), un tiburón de las finanzas que arrolla con sus argumentos y que convence a Mark Baum (Steve Carell), hiperquinético jefe de una financiera, de seguirlo en su corazonada. Por su parte, Mike Burry (Christian Bale), dueño de un fondo de inversión algo freak (viste solo bermudas y remera, y en su oficina suena Metallica a todo volumen), persuade a sus clientes de comprar bonos a bajísimo precio. Y por último está Ben Ricket (un irreconocible Brad Pitt), viejo lobo de la Bolsa, que intenta introducir en los negocios a un par de jóvenes tan entusiastas como amateurs. Sostenidas por un elenco de peso, Adam McKay expone estas historias de manera coral, aunque en un momento alcanzan a rozarse, como por ejemplo la que une a Baum y Vennet. Es sobre este último donde descansa el punto de vista del film, quien a través de su voz en off anticipa algunos acontecimientos clave. El montaje también juega una carta importante en la película. El derrumbe financiero, que data de al menos tres años previos a su eclosión, es narrado en formato de falso documental, donde abundan los zócalos didácticos que explican el significado de algunos bonos u operaciones, acompañado por imágenes que repasan el contexto norteamericano de aquella época. Para sumar delirio, los actores cada tanto interpelan al espectador a-la-House-of-cards y hay insólitos cameos de estrellas como Selena Gomez y Margo Robbie donde se divulgan conceptos económicos. Un curioso enfoque de la crisis, a mitad de camino entre la ficción y la realidad, que, a pesar de su duración algo extensa, merece la pena verse.
Ácida critica al capitalismo salvaje y sus consecuencias sociales Al cine norteamericano no se le puede negar su inmensa capacidad de autocrítica, especialmente cuando se trata con humor, y esto es, precisamente, “La gran apuesta”: una denuncia implacable contra el sistema que terminó por quebrar y que todavía intenta su recuperación. Para lograrlo el vehículo fáctico es la historia de Michael Burry (Christian Bale), el hombre que analizó minuciosamente el mercado inmobiliario para anticiparse en dos o tres años a lo que sería la caída del sistema financiero, el que toda la vida había basado su solidez en el mercado de los bienes raíces y su proyección en los estados de cuenta de las hipotecas. Sobre sus acciones van a adosarse otras dos líneas argumentales en formato de montaje paralelo. Por un lado, tendremos a Mark Baum (Steve Carrell), el dueño de una financiera, o agencia de corredores de bolsa, que trata de mantener a flote algunos ideales, mientras lidia con su vida matrimonial y el hecho de reconocerse como un contestatario compulsivo cuando descubre que alguien se está “haciendo el vivo” La otra pata de la historia la aportan Charlie (John Magaro) y Porter (Hamish Linklater), dos novatos a los cuales les gusta la timba, y particularmente apostar a lo “no seguro” esperando la reversión de los pronósticos a su favor. Hasta aquí, la idea para contar y denunciar las consecuencias del capitalismo salvaje no es distinta del montaje paralelo que proponía Oliver Stone en “Wall Street” (1987), cuando hacía rebotar la acción dramática en los tres personajes principales encarnados por Charlie Sheen, Michael Douglas y Martin Sheen. Hasta se podría considerar una secuela temática, pero los enormes aciertos de “La gran apuesta” pasan por otro lado. En el caso de la construcción de los personajes el guión se ocupa claramente de mostrar quienes son, poniendo por delante la moral que los atraviesa. Ver a Michael es como estar mirando una ecuación. Fríos y secos números despojados de humanidad, un hombre que encuentra satisfacción orgásmica en el hecho de “tener razón”. Mark Baum, por su parte, tiene la premisa de la desconfianza, lo obsesiona descubrir la trampa y que los tramposos pierdan, pero no puede dejar de admitir que él mismo forma parte del sistema que trata de condenar. La doble moral se vislumbra de manera magistral aquí. Por último, Charlie y Porter son el brío, el espíritu joven y el afán por el dinero para vivir la vida loca sin temor al riesgo. Los tres vértices convergen hacia un mismo objetivo que se construye desde el minuto uno: Llevar al espectador al momento en que todo estalló en los mercados del mundo afectando a millones de personas y hogares como consecuencia de una de las más grandes estafas de la historia. Otro de los aciertos, a propósito de esto último, es lograr la traslación del villano visible a una suerte de cuco omnipresente construido magistralmente desde el texto y desde las actuaciones: la crisis económica. Esta crisis funciona como un manto en donde las caras visibles de las instituciones involucradas son lo de menos. Está claro que la codicia es en donde está puesta la lupa. Todo el elenco es homogéneo, pero Christian Bale ya hace otra cosa. Es difícil verlo equivocarse en su trabajo como actor, lo cual le sienta fenómeno a su personaje. “El posible que te hayas equivocado entonces…” le dice uno de sus colaboradores. “Es posible, sí…sólo que no veo cómo…” Y así. Quien cuenta la historia es un ácido Ryan Goslin (Jared) con una escena de juego de Yenga memorable como muchas otras en las cuales participa. Adam McKay no se guarda nada como director. No lo hizo en ninguna de las comedias con Will Ferrell (su elegido para parodiar la mente del norteamericano promedio), ni tampoco aquí. Es tan notable su trabajo que sus decisiones como realizador resaltan aún más en una película con un montaje vertiginoso, música elegida al milímetro (tan funcional como los silencios y las pausas), y en especial la edificación de un discurso de denuncia, crítica ácida e ideas contrapuestas a la corrección política. No queda títere con cabeza, aquí incluso cuando se trata de diálogos tremendamente técnicos pero que eventualmente son como mini discursos expuestos a la ruptura de la “cuarta pared” por un desfile de personalidades que explican “con manzanas” toda la terminología específica que podría dejar afuera a los espectadores que no sean a la vez corredores de bolsa. Un texto que logra comparar los bonos reciclados con un segundo uso para el pescado que no se pudo vender en un restaurante es digno de ser tenido en cuenta como uno de los grandes momentos escritos para cine de los últimos tiempos. “La gran apuesta” propone tomar con humor corrosivo la gestación de la gran estafa al público estadounidense que se hizo real en 2008, pero que tomó años de confianza ciega con el cuidado de no hacer lo mismo con sus consecuencias. Las fotos que forman parte del material de archivo son lo suficientemente contundentes como para no necesitar refuerzo de ninguna índole. El epílogo, escrito en pantalla al final, no sólo refuerza el texto, también deja para cualquiera con conciencia alerta un extraño sabor a incertidumbre. Algo más de dos horas de montaña rusa, de esas a las que uno quiere volver a subirse.
Realistas vs idiotas LA GRAN APUESTA, de Adam McKay REALISTAS VS IDIOTAS | por Santiago García El director Adam McKay realizada una comedia negra sobre la crisis económica provocada por la explosión de la burbuja inmobiliaria en el año 2008. Entretenida y amarga, siempre cargada de humor y con un gran elenco. La gran apuesta está ambientada en los años previos al crash inmobiliario que originó la mayor crisis económica de las últimas décadas en los Estados Unidos. La película sigue la historia de aquellos que descubrieron la burbuja y decidieron apostar contra ella. Adam McKay, uno de los directores, productores y guionistas más talentosos de la comedia norteamericana actual, decide meterse acá en una clase de film más dramático, alejado de la comedia absurda a la que se ha dedicado. El realizador de Anchorman sin embargo, no pierde su sentido del humor. Elige en muchos pasajes realizar humor absurdo y utiliza recursos dinámicos y divertidos para tratar de que el espectador no se pierda ni se aburra con la jerga especializada que el film requiere. Aunque por otro lado, el que se trate de una historia terrible no significa que tenga también mucho de absurdo. Lo cierto es que McKay se preocupa mucho por la narración, por alejarse de la solemnidad y por buscar que la historia sea siempre atractiva. El resultado está muy bien, porque La gran apuesta describe la crisis económica en tono de comedia negra con una efectividad escalofriante. La película se basa en el libro del periodista Michael Lewis, que describe la crisis económica entre el 2007 y el 2010. McKay analiza a los personajes más raros posibles. A diferentes locos, excéntricos y temerarios que van contra la inmensa mayoría al descubrir la verdad de todo el sistema. Aunque todos saben cómo termina la historia, es apasionante ver todo mostrado desde adentro y desde el punto de vista de estos personajes. El elenco que eligió McKay para contar la historia es excepcional. Ryan Gosling, Christian Bale, Steve Carell, Brad Pitt encabezan el reparto. La historia de “los realistas vs los idiotas” como dice en algún momento un personaje, con una gran ironía acerca del destino final de la economía. Comedia negra y siniestra, La gran apuesta es sorprendente y funciona sin ser pretenciosa. Tal vez el origen de comedia de su director le ha permitido no tomarse demasiado en serio y dedicarse a hacer cine. Mientras que muchos films del Oscar nos abruman con su seriedad impostada, Adam McKay demuestra lo que cualquiera que sepa de cine sabe: el humor no se opone a la seriedad, la narración potente no está peleada con la profundidad y el entretenimiento en estado puro es una de las formas más sofisticadas y generosas de hacer cine.
Con una llegada que vale aprovechar Además de un muy buen filme, La gran apuesta es una clase de macroeconomía que abre los ojos al común de la gente. Christian Bale, Steve Carrell, Ryan Gosling, Brad Pitt. De las mejores actuaciones del momento fueron elegidas para que el director Adam McKay llevase a pantalla el guión que él mismo escribió, basado en el libro The big short, que aquí se estrena como La gran apuesta. Categorizada como comedia dramática, es la historia sobre la crisis financiera del 2007 a 2010 por la acumulación de hipotecas para compra de viviendas y la burbuja económica (ver aparte). “Mientras los bancos se daban la gran vida, unos pocos vieron lo que nadie había visto: la economía mundial iba a desplomarse”, enuncia a cámara Gosling en el rol de Jared Vennet. Y es este personaje el encargado de situar al espectador en el contexto de un mercado inmobiliario inflado a fuerza de ambición y fraude a los consumidores, y de acompañarlo en la descripción de un ambiente áspero como el de las finanzas, en especial y como indica, porque se nutre de un lenguaje complejo, “para que el común de la gente deje de prestarle atención” a circunstancias que van a afectar su vida mucho más que el Superbowl. Y aunque, es cierto, resulta complejo hacer de los vaivenes macroeconómicos y de quienes apuestan a contracorriente un filme ameno. A a fuerza de apuntes a cámara y de conversaciones que llevan los discursos al llano, mete el espectador común en un relato fascinante sobre cuestiones que, al fin de cuentas, hasta la rubia tonta de la tele o una stripper sin formación puede entender. Los intérpretes en danza -–no hay que olvidar a sus secundarios-- se lucen con papeles de peso, un mérito que le cabe al director y por el cual están siendo aplaudidos y premiados. Fuente de inspiración Una dura realidad El relato sigue a personas que creían que la burbuja iba a estallar, como Meredith Whitney, quien predijo la desaparición de Citigroup y Bear Stearns; Steve Eisman, gerente de los fondos de cobertura; Greg Lippmann, un comerciante de Deutsche Bank; Eugene Xu, un analista cuantitativo que creó el primer mercado de CDO, haciendo coincidir los compradores y vendedores; los fundadores de Cornwall Capital, que iniciaron un fondo de cobertura en su garaje con 110 mil dólares y aumentó hasta llegar a los 120 millones cuando el mercado se desplomó; y el Dr. Michael Burry, un ex neurólogo que creó Scion Capital, pese a sufrir ceguera en un ojo y síndrome de Asperger. También destaca el papel de algunas personas involucradas en las mayores pérdidas originadas por la caída del mercado.
Escuchá el audio (ver link). Los sábados de 16 a 18 hs. por Radio AM750. Con las voces de Fernando Juan Lima y Sergio Napoli.
Lo primero en lo que pensé cuando empezó “La Gran Apuesta” fue “vamos a ver una nueva versión de El Lobo de Wall Street” pero no. En lo único que coinciden es en que hay corredores de bolsa y un poco de humor. El film de Adam McKay no pone unos años antes de la crisis económica que atacó por sorpresa a Estados Unidos y al mundo. Resulta que hay un hombre que vió que esto iba a pasar y apostó en contra de la economía de su país. Si a él le iba bien significaba que EEUU iba a sufrir el problema económico más importante de su historia, dejando a millones de personas sin trabajo y sin un techo para cuidar a su familia. Si él acertaba con lo que predijo significaba que el sistema no estaba funcionando y que todos los políticos estaba más sucio de lo que creían.
En remolinos McKay ya tenía un lugar ganado en el cielo de la excentricidad brillante -de la comedia, del cine- con las Anchorman. Mediante La gran apuesta (The Big Short) hace justamente eso que dice su título en castellano. Porque este es un salto singular, un planteo múltiple, un cine vibrante, arriesgado, un cine de director cabal, responsable, tan serio que apuesta a la risa. El tema: la crisis financiera 2007-2010, la burbuja inmobiliaria de EE.UU., el impacto de los manejos o desmanejos fraudulentos. Y, sobre todo, la historia de los que se dieron cuenta de cómo venía el asunto, y aplicaban la lógica ante una dinámica demencial que hacía que ellos se vieran como los dementes, etc. Un juego de aparentes bravuconadas, bravuconadas reales, caretas que caen y otras que se mantienen con cinismo o con resignación. Un mundo en el que los millones sufren ascensos y caídas vertiginosos, un mundo que no existió siempre de esta manera y que quizás colapse, o que colapsa a cada rato. La gran apuesta transmite como pocas otras películas (El lobo de Wall Street es una referencia inmediata, también por la presencia burbujeante de Margot Robbie) ese vértigo, ese riesgo, ese juego de tahúres que se da por sentado, por normal o por normalizado. Pero no estamos ante el frenesí de la película de Scorsese, ni ante el retrato -más fascinado que fascinante- de los grandes peces de Wall Street en las películas con ese nombre de calle de Oliver Stone. El precio de la codicia (Margin Call) de J.C. Chandor, con su ánimo explicativo, podría ser más cercana. Pero la ambición de McKay va por el lado de explicar lo aparentemente inexplicable en un film. Y de dotar de imágenes, y de comedia de alto nivel de descentramiento -eso también eran las Anchorman- a un tema a priori muy complejo para los profanos. McKay se ríe de la terminología, y se preocupa por explicar -a veces por simplificar a gran velocidad- con recursos disruptivos como miradas a cámara, actings de famosos en modo cameo festivo o incluso un final posible o deseado pero no real. Para lograr lo generalmente solucionado a pura molicie -viene a la memoria la sempiterna ilustración en imágenes de cualquier cosa financiera con el contador billetes en los noticieros- McKay utiliza las secuencias con un ritmo nada estable aunque siempre conjugado con la estridencia, el ruido, el grito, el festejo, la caída, la intensidad y la canchereada. Casi nada de esto debilita al relato sino al contrario, porque aquí, de alguna manera un tanto inasible aunque notable, hay algo así como un corazón cinematográfico, un amor y una dedicación evidentes puestas en la narración de una historia vista desde el lado del absurdo y una gran capacidad para ensamblar actores en tonos distintos. Las estrellas implicadas no dicen igual, no enfatizan igual, no apuestan igual, con el mismo norte, como si se les hubiera dicho que se preocuparan por diferenciarse. Lamentablemente Brad Pitt juega -otra vez, como en 12 años de esclavitud- el rol de la claridad y la bondad ideológica, aunque aquí es mucho más convincente. Christian Bale y Ryan Gosling exageran, uno de forma más grunge, otro de forma más babosa o resbaladiza, y encuentran la manera de realzar cada secuencia de este artificio que no pide permiso, de esta película loable en su desacuerdo con los modos dominantes (hay algo de hermandad con Mad Max en este frenesí fílmico). El personaje de Marisa Tomei, con muy pocos minutos, es algo así como la respuesta normal a su marido, interpretado el crucial Steve Carell, el vórtice de este remolino. Y Carell, enardecido, nos ofrece uno de los mejores gritos de comedia intolerante en mucho tiempo, que dice algo así como: “¡toda esta gente que camina por la calle parece estar actuando en un video de Enya!”. McKay confirma lo que ya sabíamos, que es uno de los fundamentales. Pero ahora se lo dice a más gente, a toda aquella que no considera suficiente a la comedia. Que lo haga con una comedia expansiva sobre una tragedia explosiva, o al revés, es parte de su maestría.
Llega la temporada en que Hollywood nos presenta sus películas pensadas “para los premios””. Proyectos que desde su génesis y posterior lobby nacen en las carpetas como firmes candidatos a alzarse con alguna estatuilla dentro de su propio mercado. Claro que esto significa también, la aparición de títulos con cierta condescendencia moral hacia su ciudadanía. EE.UU. y Hollywood deciden mirarse el ombligo con historias que incluyen críticas amables al racismo, odas al American Way of Life, y la que tal vez sea su peor versión, las supuestas críticas al sistema que esconden detrás una bajada de línea, digamos, permisiva. Lamentablemente, La Gran Apuesta, se encuentra dentro de este último ítem. Dirigida por el hasta ahora, director y guionista de comedias Adam McKay (conocido por las más famosas películas de Will Ferrel), pareciera pesar más en el resultado, el autor del libro en que se basa, Michael Lewis, hombre detrás de las novelas que dieron pie a Moneyball y Un sueño posible. Habiendo visto ambos films, ya sabemos a qué abstenernos. Veamos como La Gran Apuesta, respeta la “fórmula ganadora”. Un elenco importante, capaz de incluir figuras populares y/o ganadoras como Christian Bale, Steve Carell, Brad Pitt, Ryan Gosling, y varias apariciones más. Una historia local, que hable de ellos, mediante un hecho mundialmente trascendental. La cuestión se muestra simple, aunque la realidad no lo es. Estamos en 2005, Estados Unidos vive en una burbuja financiera que pareciera irrompible; todo pareciera marchar sobre rieles; salvo para Michael Burry (Bale, haciendo de Christian Bale otra vez) un gestor de fondos que advierte una grita en el sistema, y decide ir contra la corriente, pese a ser considerado un lunático, e invertir en contra del gran sistema. Pronto, se le unen otros tres hombres “de negocios”, otro gestor Mark Baum, el corredor de bolsa Jared Vennet, y el financista retirado Ben Rickett (Carrel, Gosling, y Pitt, respectivamente). ¿Qué es lo que se nos muestra? Una serie de llamadas telefónicas sobre inversiones financieras inmobiliarias. En la letra escrita pareciera algo aburrido, pero McKay se encarga de alivianar buscando diálogos ágiles, gags con figuras del ambiente, y un juego de palabras sencillas para que se entienda de lo que se habla. ¿Logra su cometido? Parcialmente. El asunto de fondo va a seguir sonando aburrido para quienes se encuentren lejos de las finanzas, pero los momentos efectistas levantan la puntería y hacen que la situación pase más rápido de lo esperable. Por supuesto, el principal ingrediente para que la fórmula funcione. La Gran Apuesta es un film de personajes, e intérpretes con aparente rienda suelta para lucirse. Los cuatro, presentan diferentes excentricidades remarcadas; excentricidades a las que todos los actores sacan jugo para tener su momento. McKay, desde la puesta en escena y desde la adaptación de su autoría, pareciera esgrimir una crítica al sistema desde la comicidad. Nos habla de cómo se engañó a la población, y nos muestra, a través de la inocencia de sus cuatro seres, el lado oscuro de ese mundo regido por el dinero y las acciones inmobiliarias. Pero (no tan) en el fondo, estamos frente a un film más similar a los basados en novelas de Lewis, historias de superación, de triunfalismos, de misericordias, y de la imposición del ciudadano individual medio como motor de la economía. No hablamos de La Gran Apuesta como un mal film; estamos frente a algo correcto, con buenas interpretaciones y el ritmo suficiente para que lo estático de la situación no abrume. Es un ejemplar digno de un tipo de propuestas que nos llegan todos los años por estas fechas. Ni uno mejor, ni uno peor.
Un cuarteto de actores y un buen guión compensan en parte cierta complejidad de una película varias veces nominada. Es una curiosidad que el sexto largometraje del realizador estadounidense Adam McKay (“Anchorman”, “Talladega Nights”, “Step Brothers”, “The Other Guys”) sea el primero en ser estrenado localmente, además de ser el único no protagonizado por Will Ferrell. En menor medida también lo es que Ferrell y Mark Wahlberg vuelvan a actuar juntos en “Guerra de papás” (estreno de la semana que viene), luego de hacerlo en “Step Brothers”, sin ser esta vez McKay el director. “La gran apuesta” es el título con que se presenta “The Big Short” en Argentina. No es una traducción literal del original lo que se explica ya que el “Short” no se refiere a una vestimenta o a la altura de algunos de los personajes. Se trata de un término financiero y que también es empleado por los “traders”, que este cronista ha utilizado en su carrera profesional. Aquí se aplica a acciones y préstamos y sobre todo a seguros para casos de “default”. Una de las limitaciones del film es que parece sobre todo “pensado” para un público conocedor de las finanzas, habituado a términos como “CDO”, “CDS”, “MBS” o algunos más populares como “burbuja financiera”, que en un “cameo” nos explica la bella australiana Seymour Robbie. La actriz que también filmó en Argentina junto a Will Smith (“Focus”) tuvo un papel importante en “El lobo de Wall Street” y su presencia aquí es un probable “guiño/homenaje” a Martin Scorsese. La historia, basada en un hecho real como se anuncia bastante inútilmente al inicio, transcurre antes y durante la famosa crisis de 2007-2008 en que los precios de las propiedades cayeron fuertemente, el desempleo se incrementó en igual medida y muchos norteamericanos no pudieron pagar las hipotecas inmobiliarias. Pero más que ocuparse de los damnificados, sus personajes centrales son algunos de quienes sacaron tajada de la caída. El primero en aparecer es Michael Burry, en otra camaleónica actuación de Christian Bale. Es un ex médico que ve venir (en 2005) la enorme “burbuja” y compra “credit default swaps”, especie de seguro que se paga en caso de un “default”. De alguna manera lo que Burry hace es jugar contra la economía americana, esperando que sus predicciones se cumplan. No es el único ya que también Jared Vennett (Ryan Gosling), asociado al Deutsche Bank lo imita y también un dúo de inversores de poca monta asesorados por Ben Richert (Brad Pitt), un ex gerente bancario. El cuarteto de grandes actores se completa con Mark Baum, algo más ético (pero no tanto) que los anteriores. Baum es interpretado por Steve Carell, a quien McKay había dirigido en más de una oportunidad anteriormente. La cita de Mark Twain con que se inicia el film anuncia el tono de éste y es el cínico personaje de Ryan Gosling quien hace de narrador a lo largo del mismo y mantiene informado al público. No sólo introduciendo la breve aparición de la actriz de “El lobo de Wall Street” sino otras similares apariciones de Selena Gómez en Las Vegas o del chef Anthony Bourdain, que compara un CDO con un “pescado malo”. Es probable que a la hora de las nominaciones al Oscar el guión, compartido por el autor del libro Michael Lewis, Charles Randolph y el propio McKay, sea elegido. Ellos junto a varios de los actores (Bale, Carell, quizás Pitt) competirán seguramente por las estatuillas. Mucho menos probable es la presencia de las actrices (Marisa Tomei, Melissa Leo), que aquí tienen menores oportunidades de lucimiento.
Oportunidades Cuando se habla de la Nueva Comedia Americana (que de nueva ya no tiene nada) siempre se reconoce a Apatow como su figura central. Todo bien con Apatow. Pero si se revisa la filmografía, es claro que el director de las mejores es Adam McKay. Ricky Bobby, Hermanastros, Policías de repuesto y El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, no solo una de las mejores comedias de la NCA sino de todos los tiempos, componen la obra del director de comedias más importante de los últimos años (bueno, con Ben Stiller). La gran apuesta es una comedia pero, a diferencia de las anteriores, posee los elementos necesarios (coral, historia real, problema de actualidad, un toque de drama) para además otorgarle el reconocimiento oficial que McKay merece. Sabemos, desde ya, que a una comedia pura nunca la van a reconocer debidamente los premios y crítica americana, al menos hasta que su director o actor principal estiren la pata. Pero La gran apuesta, además de poseer estas cualidades estratégicas, es una película excelente. Si uno lee el argumento, lo primero que se pregunta es cómo se puede traducir esta historia de forma que sea fácilmente entendible para cualquier público. Películas de Wall Street hay muchas, pero los eventos de este film en particular suceden en base a una serie de negocios y términos que ni siquiera los especialistas lograron entender bien. La difícil comprensión de los problemas que generaron la crisis del 2008 fue justamente una de las causas por las que la crisis sucedió en primer lugar. Lo que hace McKay es una genialidad absoluta, al convertir estas explicaciones necesarias en gags perfectos como esos en los que famosos, desde Selena Gomez a Anthony Bourdain, entran en escena a describir conceptos necesarios para comprender los sucesos. McKay es la persona idónea para dirigir este film porque una de las claves de la comedia yace en saber cómo no subestimar al público. La gran apuesta es una película que respeta la inteligencia de sus espectadores y sabe que puede explicar ideas y entretener al mismo tiempo sin perderlos en el camino. Lamentablemente, quienes seguro no reciban los mismos reconocimientos que su director sean los actores. Los celebrantes de la obviedad, siempre razonando fuera del recipiente, han puesto sus ojos sobre Christian Bale por encima del resto del elenco, justamente el único que desentona con su interpretación exagerada del peculiar Dr. Burry. Mientras tanto, Brad Pitt, el más calmo de los cuatro protagónicos, resalta por contraste con su sabio y conspiracionista Ben. Ryan Gosling, que normalmente hace que una vaca mirando la ruta parezca efusiva en comparación, es el que mejor demuestra las habilidades de McKay como director de actores. Por vez primera (o segunda, estaba bien en Crazy Stupid Love) compone un personaje desde el gesto y la palabra y se apodera del relato con autoridad. Detestable y fascinante al mismo tiempo, funciona como gran contrapunto del Mark Baum de Steve Carrell, que con dosis de culpa, autodeterminación y neurosis se convierte en el único héroe en este lío. Y no abuso de una frase pre-armada porque suene bien. El atractivo de La gran apuesta, además de su humor y ritmo frenético, reside en cómo McKay transforma en épica justiciera las acciones de estos inversionistas que simplemente aprovecharon un sistema fallido. Porque no es boludo, y entiende que no puede ignorar las desastrosas implicaciones económicas, sociales y políticas del evento. Lo demuestra numerosas veces, cuando el personaje de Pitt les dice a los pendejos que no festejen, o cuando vuelve al padre de familia latino que se queda sin casa. Lo que McKay explota es el absurdo de que ante un sistema tan profundamente corrupto, aquellos que encuentran como golpearlo, aunque sea por ganancia personal, se convierten en figuras nobles cuales Robin Hoods con un plan de un solo paso (robarle a los ricos). Cuando Baum se encuentra con el garca oriental en un restaurante de Las Vegas y tras charlar decide invertir aún más dinero, todos sabemos que significa más ganancias a futuro, pero no es eso lo importante, sino destruir a esas nefastas entidades que por codicia arruinaron vidas enteras. McKay triunfa al aprovechar un material pesado y complicado para convertirlo en una sátira rabiosa que no esquiva la seriedad del asunto, pero tampoco permite que lo derribe en su cruzada por entretener.
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Crónica financiera de una catástrofe. Las finanzas estructuradas son extremadamente complejas de explicar a quienes no se dedican a eso. Muchos de los responsables de la crisis económica del 2008 se han refugiado durante todo este tiempo detrás de esa imposibilidad de las masas de entender lo sucedido, hasta que Brad Pitt decidió producir esta joya del cine. The Big Short decodifica mucha de la complejidad a la que me refiero, con eximia narrativa y cinematografía de primer nivel. Para mi gusto, no se trata de una película más, sino del mejor retrato fílmico de Wall Street en la historia del cine. Sobre todo mérito observable, The Big Short supera las expectativas en dos frentes: el guión, que se llevó el oscar, y la edición, que recibió una nominación. Adam McKay sin lugar a dudas se ha inspirado en la filmografía de Oliver Stone a la hora de contar la historia, y aprovechando el sensacional material literario que han puesto a su alcance, optó por una edición dinámica, creativa y por momento sorprendente. No hay tiempo para aburrirse en esta crónica financiera de una catástrofe. El reparto merece párrafo aparte. Christian Bale es por lejos uno de los mejores actores de su generación, junto a un puñado en el que se incluyen el difunto Seymour Hoffman, Matt Damon y Ethan Hawke, entre otros. Su caracterización del primer trader que pronosticó el derrumbe del mercado hipotecario es impactante, por lo verosímil. Ryan Gosling, por otro lado, también muestra una gran actuación, pero desde un enfoque más satírico. Steve Carell no tiene grandes desafíos con su protagónico y Brad Pitt aparece en la cinta para contribuir a la popularización del filme. El resto del reparto acompaña satisfactoriamente, haciendo de la película una experiencia divertida y también escalofriante. The Big Short es una crónica simplificada de lo sucedido en 2008, pero no por eso poco sofisticada. La mayoría de la audiencia no comprenderá todo, pero sí la idea general, que es lo que importa. Una de las mayores aberraciones financieras de la historia de la humanidad necesitaba un exponente cinematográfico que valiera la pena. Este es el caso.
Hombre lobo del hombre "The Big Short" es una de las películas nominadas a lo mejor del año en los Oscars edición 2016. La película está dirigida por Adam McKay ("Anchorman", "Talladega Nights") y trata en clave de "dramedia" sobre la crisis inmobiliaria que tuvo Estados Unidos allá por el 2008 y que afectó la economía mundial. McKay lo que hace es tomar un tema complejo, que cinematográficamente podría haber sido un bodrio, y lo convierte es un relato muy interesante, divertido y devastador a la vez. Nos ofrece una mirada bastante certera y crítica de los gestores de este desastre financiero, cómo la ambición de los artífices de la burbuja inmobiliaria llevó al capitalismo al borde del colapso, pero lo más devastador que ofrece es un vistazo sobre la débil condición humana del siglo XXI. Un montón de giles despreocupados nadando en una pecera de consumismo acechada por un grupo de tiburones listos para atacar cuando sea el momento correcto. En ese contexto, cuatro tipos de firmas financieras distintas supieron predecir lo que estaba por pasar e hicieron muchísima guita cuando finalmente se produjo la crisis. Estos cuatro protagonistas son Christian Bale, Steve Carell, Ryan Gosling y Brad Pitt junto a dos novatos de la finanzas. Todos hacen un muy buen trabajo interpretativo, pero el que más se destacó fue sin dudas Bale con un personaje tan repulsivo como hipnótico, un genio incomprendido. El ritmo del film es también algo para destacar, dinámico, con momentos explicativos a cargo de celebrities que nada tienen que ver con la trama y conversaciones con el espectador al estilo "House of cards". McKay toma una temática pesada y le pone entretenimiento sin dejar de ser filoso y muy crítico. Es casi imposible no recordar a la película de Martin Scorsese, "The wolf of Wall Street". Se muestra con crudeza como se mueve el dinero en los grandes bancos y como se hacen negocios encadenados de valores intangibles respaldados por la misma nada. Creo que "The Big Short" o "La gran apuesta" como se la llamó en nuestro país, es un gran film que, sin ser lo mejor del año, tiene merecida su nominación al Oscar y constituye un muy buen entretenimiento que tira un poco de luz sobre este hecho importante de consecuencias mundiales que nos tocó de rebote y sobre el cual no tuvimos mucha explicación en su momento. Recomendable.