Un espectáculo arrollador En épocas de universos apocalípticos y persecuciones rápidas y furiosas, vuelve el padre en la materia: Mr. George Miller. Este señor, creador del género en tiempos del celuloide, demuestra ser un verdadero experto en el tema y precursor absoluto de este tipo de relatos. Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015) es un espectáculo arrollador en todos los sentidos. ¿Continuación de la saga? ¿Remake de la primera? ¿De la segunda? Se terminaron los rumores. Mad Max: Furia en el camino es una nueva historia con el mismo tono y estilo que George Miller creó para su universo de locos en busca de petróleo. Antes Mel Gibson, hoy Max es Tom Hardy, y cuenta con una compañera de ruta menos sentimental que él, de nombre Imperator Furiosa (Charlize Theron). Max es capturado y llevado a la ciudad dominada por el déspota Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), donde se convierte en “bolsa de sangre” de uno de los miembros de su sanguinaria pandilla. Cuando Furiosa se escapa con las damiselas del “jefe” e intenta cruzar el desierto, Max necesita tanto de ella como ella de él. La feroz persecución ha comenzado. No estamos ante un film apocalíptico con esperanzas, con la figura del sobreviviente existencialista, romántico con sus nostálgicos recuerdos. Mad Max: Furia en el camino es movimiento puro, adrenalina al máximo, con instintos brutales y salvajes en todos sus personajes de quienes poco sabemos. Los sobrevivientes no tienen los dientes pintados de negro como rasgo distintivo, aquí tienen malformaciones, amputaciones, tatuajes hechos con hierros calientes y máscaras de tortura medieval para imponer la fuerza de unos sobre otros. Esta crudeza en los comportamientos se traslada a la imagen teñida de color marrón producto del hierro caliente, el crujir de los motores y la arena del hostil desierto. Treinta años después de Mad Max 3: Más allá de la cúpula del trueno (Mad Max Beyond Thunderdome, 1985), George Miller vuelve a dirigir y producir, esta vez con un gran presupuesto y efectos digitales a su merced. El resultado es una gran película que combina el estilo demencial de sus antecesoras con un ritmo frenético propio de nuestros tiempos. Mad Max: Furia en el camino no para, si las anteriores tenían la persecución como clímax final, en la versión 2015 hay carreras en la ruta desde los primeros minutos. En cuanto espectáculo audiovisual la película es tan acrobática como violenta, en definitiva, puro rock and roll.
Un futuro caótico trae acción acrobática y furiosa La remake del film clásico de los años ochenta, encuentra al director George Miller en plena forma para la acción y a Tom Hardy como el antihéroe que intenta sobrevivir en un mundo enloquecido. Pocas palabras y diferencias con respecto a la versión original. En los años ochenta Mel Gibson se convirtió en un héroe solitario que emprendía venganza contra los forajidos que asesinaban a su familia en Mad Max, la película australiana que se transformó en una trilogía de la mano de su creador, el director George Miller. La nueva versión ambientada en un futuro post-apocalíptico encuentra a Max -Tom Hardy- escapando de un ejército de seguidores del tirano, Inmortal Joe -Hugh Keays-Byrne- y, en su ruta, se encuentra con Furiosa -Charlize Theron-, la mujer que intenta cruzar el desierto y lleva a un grupo de cautivas conocido como "las cinco novias". Con este esquema argumental, la película de Miller elige el camino directo a la acción, con pocas palabras y sin explicaciones mediante, colocando a los personajes en el ojo de la tormenta: un pueblo que sufre la falta de agua y un tirano que administra el poder -y el poco combustible - a su conveniencia mientras promete llevar a sus fieles a "la tierra sagrada". Mad Max: Furia en el camino muestra a un antihéroe enloquecido por las fantasmales apariciones de su pequeña hija en un presente que lo tiene encadenado y a merced de un grupo de malvivientes sanguinarios que lo persiguen sin descanso a lo largo del desierto. A diferencia del film original, en éste las mujeres son combativas y ocupan un lugar preponderante mientras el protagonista las necesita para sobrevivir y lograr su objetivo. En esta remake nunca se ve la muerte de la hija de Max -sólo aparece a modo de flashback-, y la cámara frenética se posa sobre vehículos que marchan a toda velocidad, armados con desechos y partes de otros, al igual que el villano que se lanza tras los tules de sus novias y de la futura madre de su hijo. Entre cadenas, acción acrobática que parece salida del Cirque Du Soleil, con un ejército balanceándose sobre sus presas, y hasta un guitarrista del infierno que tiene su propio escenario montado en uno de los camiones y desparramando música como una estrella de rock, la trama expone su lado más salvaje El mundo ha enloquecido, con seres serviles y cromados que siguen a su amo hasta las últimas consecuencias: una suerte de Frankenstein que, a pesar de la máscara, deja al descubierto su monstruosidad. El mayor atractivo en este tipo de producciones reside en los grandes escenarios, las tormentas de arena y el diseño de los vehículos preparados para su carrera de la muerte. Hardy se las ingenia para parecer un duro con las escasas líneas que le han tocado en suerte, mientras que Charlize Theron es una mujer de armas tomar, al frente del volante, y con todas las de ganar, entre explosiones, una tribu femenina de nómades y una cámara orgullosa que se ubica en los ángulos más estratégicos para potenciar la violencia. Los espectadores nostálgicos quizás extrañen los tiempos de narración que tenía la versión original, pero los nuevos descubrirán a este policía de la ruta, envuelto con estética de comic, y en medio de un mundo que se ha caído a pedazos.
El desierto de los malditos. Treinta años después de la tercera y última entrega de la saga de Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno (Mad Max: Beyond Thunderdome, 1985), protagonizada por Mel Gibson como el ex policía devenido justiciero y redentor del camino, Max Rockatansky, el director y guionista australiano George Miller vuelve al cine de ciencia ficción apocalíptico con una nueva entrega de su famoso guerrero del camino, Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max: Fury Road, 2015).
Cuando se trata de un estreno muy esperado, a veces, la anticipación y las altas expectativas nos terminan jugando una mala pasada, y cierta decepción (inoportuna) se atreve a acompañarnos al salir de la sala. Cada avance de “Mad Max: Furia en el Camino” (Mad Max: Fury Road, 2015) prometía acción sin control, violencia desmedida, una parafernalia visual pocas veces vista en pantalla y una historia de fondo que le calza a la perfección a esta versión 2.0 de la saga post-apocalíptica pergeñada por el director y guionista australiano George Miller hace más de treinta y cinco años. Le agradezco a mi instinto no haber dudado ni un sólo momento. Miller cumple con creces su palabra y nos regala uno de los mejores thrillers de acción/ciencia ficción del nuevo milenio. El siglo XXI le calza a Max como anillo al dedo, dejando un poco de lado, no sólo el estilo rústico de la trilogía original, sino cierto protagonismo masculino muy propio del cine de los ochenta. “Mad Max: Furia en el Camino” tiene todos los elementos que una película distópica, futurista y apocalíptica debe tener. Ya sea desde lo estético o lo narrativo, el director no pierde de vista su meta: otorgarnos un viaje desesperado y sin control a lo largo de dos horas de película. Esa siempre fue su intención, una persecución que comienza a los cinco minutos y que se extiende hasta el mismísimo final, sin la necesidad de demasiados diálogos, donde todo pasa por el plano visual. El cine es arte en movimiento y Miller hace honor a esta frase despachándose con las mejores escenas de acción que hayamos podido presenciar en los últimos años. Acá no hay carreras descerebradas, ni explosiones sin sentido, todo tiene un propósito y una consecuencia, la violencia es totalmente cruda y el glamour no tiene cabida. El realizador nos sigue planteando el mismo futuro desesperanzado. No importan los motivos y cómo llegamos hasta acá, sólo este presente salvaje donde el agua, el combustible y la “humanidad” escasean. No hay malos y buenos, sólo sobrevivientes, aunque algunos cuentan con más recursos para poder pasar por encima de los otros. En este contexto nos encontramos con Max Rockatansky (Tom Hardy), el ex agente de la ley que lo perdió todo (incluida su humanidad y su cordura), vagando por esta Tierra incivilizada con el único propósito de sobrevivir. El “camino de la furia” es un lugar peligroso y Max termina en la Ciudadela gobernada por Immortan Joe (el mismo Hugh Keays-Byrne de la película de 1979), como dador de sangre (involuntario) de algunos de los miembros de su “ejército de kamikazes”, jóvenes guerreros que ostentan las marcas de mil enfermedades, pero dan hasta su último aliento por morir con honor e ingresar al Valhalla. Así se mezcla este futuro imperfecto lleno de figuras grotescas y muchos elementos mitológicos que terminan dándole sentido a estos “espartanos” defectuosos. Es la tarea de Emperador Furiosa (Charlize Theron) liderar un convoy hasta Ciudad Gasolina y La Granja de las Municiones para recoger suministros. Pero la chica, toda una luchadora aclamada por el público, tiene su propia agenda y esta incluye desviarse del camino llevándose consigo el camión cisterna y un preciado botín perteneciente al maniático Joe. La treta desencadena una persecución a gran escala que suma, además, a un joven y enfermizo guerrero hambriento de gloria, Nux (Nicholas Hoult), y al mismísimo Max, aunque no quiera. Un despliegue de vehículos y personajes tan bizarros como mortíferos, enfrascados en una lucha que no perdona ni discrimina por sexo. Este es el punto de partida, después llegan las alianzas, las relaciones, los enfrentamientos y algunas revelaciones. Nada sobra y nada desentona durante esta odisea de sangre y polvo donde las mujeres dejan de ser víctimas para convertirse en salvadoras: de sí mismas, de sus compañeras, del alma de los otros. Todos tienen un propósito, incluso el loco Max, aunque él no lo crea o no lo sepa todavía. El director expande su propio universo agregando una poderosísima figura femenina a la altura de una Ripley o la Sarah Connor más combativa. Furiosa es un personaje tan complejo como humano que termina siendo el estandarte de una época delimitada (al parecer) por hechos muy extremos como la lucha de las mujeres en Hollywood y sus igualdades laborales o la realidad más siniestra de nuestro país donde los femicidios se volvieron una moneda demasiado corriente. Miller entendió todo y su visión deja a todos muy bien parados o, al menos, donde deberían estar ubicados. Theron está mejor que nunca y, en un punto, se apropia de esta historia que igual necesita de Max, ese hilo conductor y aglutinante de todo este universo cinematográfico. El guerrero de Hardy es mucho más taciturno, violento y desconfiado que el de Mel Gibson, casi un salvaje que necesita reencontrarse con su humanidad para reconocerse en los otros. Acá no valen las comparaciones ya que estamos ante una pseudo continuación de “Mad Max” (1979), pero al mismo tiempo se hace borrón y cuenta nueva de un multiverso que se mantiene intacto y recargado más allá de sus tres décadas de existencia. Miller nos entrega grandes personajes y una historia sencilla llena de matices y reflexiones, muchas de ellas, escondidas entre las explosiones, la sangre, los efectos monumentales que hacen gala de su ausencia de CGI, la impecable fotografía de John Seale que crea climas y sobrecoge visualmente y la intensa partitura de Junkie XL, que mezcla los sonidos de una chirriante guitarra eléctrica con las melodías más tradicionales. “Mad Max: Furia en el Camino” es acción de la buena. La que entretiene y sorprende, la que evita los lugares comunes y nos invita a charlar durante horas después de haber abandonado la sala. Clamamos todo el tiempo por originalidad, pero este tipo de relecturas y reimaginaciones también son bienvenidas. Gracias por el viaje y que se repita pronto.
30 años después de La Cúpula del Trueno, Max Rockatansky vuelve encarnado por Tom Hardy y dirigido por el padre de la bestia, George Miller. ¿Podrá este sobrevivir al paso del tiempo y trasladar a Mad Max de los años ochenta al nuevo siglo? Furia en el camino Max esta más loco que nunca. Así de simple y así arranca esta historia. Solo en el camino y perseguido por los fantasmas y alucinaciones de la gente que no pudo salvar. Esto no solo hace alusión a su familia, la cual perdió en la primer película, también a algunos otros que no conocemos. Cabe destacar que esto es una secuela DIRECTA de Mad Max Beyond Thunderdome, por lo cual todo lo que vemos pasa algún tiempo después de dicha película. Es más, Miller mismo se ocupó de explicar que se revive la franquicia y que este Max es el mismo interpretado por Gibson. Pero al mismo tiempo, no lo es. Es raro... Lo claro es que no es una reboot. No arrancamos de cero. Todo lo que vimos antes pasó y ocurrió. Pero volviendo a la locura, parece haberse comido a Max hasta dejarlo solo con el instinto de sobrevivir. Pero cuando es apresado por una de esas sociedades locas que abundan en la Australia post-apocalíptica de Miller, es cuando comienza esta nueva aventura. No me pares ahora Mad MaxLiteralmente, un 80% de la pelicula es persecución. La acción no para y es realmente increíble. Los momentos de calma son pocos y puestos para que respiremos un rato, porque como dije, acá la acción no para un segundo. La trama dirá que Max es secuestrado por un grupo de humanos que tienen un extraño código social. Cuando Imperator Furiosa, compuesta por Charlize Theron, se rebele y trate de escapar, Max quedará en el medio de todo. Y su tendencia a ser el caballero andante, hará que sea quien salve el día. Todo esto en vehículos rarísimos, al ritmo de una orgía de hierro fundido, nafta de alto octanaje y rock metal! Entre medio de todo esto está el personaje de Nicholas Hoult, Nux. Quien será el que experimente el mayor cambio de personaje en su arco argumental. No solo eso, sino que definitivamente, este muchacho se recibió de promesa. Compone un personaje realmente fuera de la zona de confort de cualquiera y la descose. Es realmente sorprendente, demostrando en definitiva que no es solo otra cara bonita y que podemos esperar más de él que solo sonreír a cámara y besar adolescentes. Hardy, por otro lado, es un solido Max, pero le falta un poquito. Quizás porque no es Mel Gibson, o quizás porque aun no se encuentra en el personaje. Igualmente tendrá algunas películas mas para desarrollarlo ya que firmo por varias más. Acción Si hay algo que esta película tiene es acción. En su mayoría realizada con efectos prácticos (es decir, "reales"), solo se utilizo el CGI para borrar edificios, el brazo de Charlize Theron, y la escena del tornado. El resto, lo que ves es tal cual se filmó. Y es realmente increíble. Las escenas no paran un segundo, nos llevan de nuevo al gran clásico de culto que es la segunda entrega de la saga, The Road Warrior. De hecho hay un guiño a la misma, ya que hay una escena en la que le tatuan la espalda a Max, y se puede ver en la descripción que dice Road Warrior. La acción de esta película realmente hace que uno se muerda la lengua y disfrute el gustito a sangre en la boca, no para, no da tregua y es por demás gratificante. Diría que tiene espiritualmente mucho que ver con Dredd o la última entrega de Riddick, las cuales son mas puristas en su concepción, y sobre todo leales a lo personajes originales y a sus fans. Claro que Mad Max: Furia en el Camino contó con 100 millones de presupuesto. Todos y cada uno de esos dolares muy bien gastados. Por otro lado, Miller, se separa de la media de la industria, donde el escenario post-apocalíptico es siempre lavado, sin colores, o en alguna paleta apagada. El mundo de Mad Max, por el contrario, está saturado de colores y lleno de tonos brillantes. Miller dirá que es porque en un mundo así, todos intentarán tener al menos un gramo de belleza. Conclusión 30 años pasaron de La Cúpula del Trueno y la espera dio sus frutos. Esta nueva entrega de Mad Max hará que los fans deliren aunque tengan que acostumbrarse a Hardy. Miller vuelve con todo, y transforma a su criatura una de sus mejores versiones, incluso rivalizando con la favorita de los fans, The Road Warrior. Hierros retorcidos, velocidad y post-apocalipsis, todo en una sinfonía cacofónica que hará que los sentidos nos exploten. Los amantes de Mad Max disfrutarán de principio a fin esta nueva entrega, y los que no hayan visto nunca una peli de la saga, los convertirá en creyentes instantáneamente. Mad Max: Furia en el Camino es la película que Max Rockatansky siempre mereció. Imposible dejar de verla!
Nada hacía suponer que detrás de la nueva visita al universo de “Mad Max”, que el propio realizador Geroge Miller hace en “Mad Max: Furia en el camino” (USA, 2015), se iba a esconder uno de los productos comerciales más sólidos y brillantes que el cine ha brindado en los últimos años. Con el prejuicio de querer seguir creyendo que nada puede superar a un clásico, Miller nos tapa la boca a todos y convierte en un espectador al borde del infarto aún al más escéptico con su particular visión del mundo apocalíptico que creó para esta nueva entrega de la saga. Esta entrega es entretenimiento puro. Donde la luz en algún momento suavizó las miserias y en un lugar donde la esperanza terminó sembrando algún vestigio de humanidad, una sociedad completamente partida y quebrada, con recursos naturales escasos, y en las que las diferencias son dictadas por Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), un déspota que a fuerza de engaños y sometimiento lidera los destinos del pueblo, se convierten en el escenario ideal para la aventura. Del otro lado estará Max (Tom Hardy), un ex policía, que acosado por las pesadillas que su propia mente le genera, y habiendo perdido a los suyos, deambula por las desoladas y polvorientas carreteras en busca de la esperanza que le permita volver a su eje. Pero en el camino es apresado por un grupo de secuaces de Inmortan, que para utilizar su sangre en uno de los fanáticos extremos de él, lo torturaran y serán capaces de dejar su vida por el intento de mantener el status quo y el orden dentro del pueblo sometido. Mientras es utilizado, Max aprovecha un descuido y se une a Furiosa (Charlize Theron), una de las líderes preferidas de Inmortan, que decidirá traicionarlo, y en vez de salir a la ruta a buscar petróleo para su jefe, tratará de llegar a una ciudad “verde” en la que ella alguna vez fue feliz. El raid en el que ambos se envuelven, con un claro confrontamiento de intereses inicial, es sólo superado por el intenso climax que se mantiene de inicio a fin en una increíble persecución y vorágine violenta que sólo suma delirio en cada paso que avanzan. Con un despliegue visual, que suma, además de los áridos paisajes de los caminos, el trabajo sobre cada uno de los personajes, el desborde presentado, único, impactante, es superado escena a escena por cada integrante que se va sumando a la historia. Furiosa alberga en el interior del camión en el que iría a buscar insumos a un grupo de mujeres que no son otras que las diferentes “esposas” de Inmortan, de hecho una de ellas está embarazada y a punto de parir en cualquier momento por el nivel de stress en el que se verá involucrada. También a ellos se sumará un secuaz del déspota (Nicholas Hoult) quien decidirá cambiarse de bando al comprender que con Furiosa y Max podrán finalmente hacerlo encontrar su propio destino. Con un inicio arrollador, y un guión que va depositando tensión a lo largo de cada indicio de información que se va brindando, si bien su propuesta por momentos desborda, es en el todo de “Mad Max: Furia en el camino”, en su amor por el slasher, el cine clase B, y principalmente por una utilización del 3D inteligente (que termina hasta agobiando) es en donde George Miller disipa prejuicios con un discurso apocalíptico desesperanzador, pero que a la vez genera un espectáculo único e irrepetible para ser disfrutado en la pantalla grande. Increíble. Impactante. Grandiosa.
Brutal y furiosa En un futuro donde el mundo que conocemos ha sido destruido y solo queda polvo y metal, una mujer está a punto de hacer la diferencia. Mientras Immortan Joe se impone como líder de una ciudadela poblada por seres deformes, Furiosa (Charlize Theron) se prepara para comandar una travesía que tendrá un destino sin marcha atrás posible. Las acciones llevarán a un hombre sometido a ser la "bolsa de sangre" de uno de los guerreros de Joe, a tener la posibilidad de liberarse de una muerte segura. El sujeto sin nombre (Tom Hardy), abrumado por un pasado trágico que detona una y otra vez en su mente, cruza su destino con el de Furiosa, y juntos emprenden la más brutal de las aventuras. Esta no es una remake del filme protagonizado por Mel Gibson, es otra aventura, otra historia, con un mismo contexto y estilo, mejorado, superior por donde se lo mire. George Miller nos ofrece un festival de acción y violencia como hacía tiempo no se veía en pantalla. La acción es trepidante, no da respiro, hasta podríamos decir que hacia el final es agotador. El ruido de los motores de los vehículos modificados que se lucen durante todo el metraje se funden con la guitarra distorsionada y los tambores que marcan el pulso del relato, dando forma así a una banda de sonido atronadora. Charlize Theron es la auténtica protagonista del filme, se luce como mujer de acción; en tanto Tom Hardy saca provecho de un personaje que tiene poco para decir pero mucho para mostrar. Su Max apenas se ha presentado, pero seguramente en próximas entregas desatará su locura. Y es de esperar que sea Miller quien nos la muestre.
Hoy por hoy hablar de universos distópicos es casi un lugar común en el que reposan todas las sagas que intentan invadir las salas cinematográficas, pero allá hacia fines de los setenta el panorama era totalmente diferente. Y fue justamente George Miller el encargado de realizar uno de los films que para muchas generaciones sería una referencia obligada en la materia: Mad Max. Una ópera distópica de un hombre errante perdido en un universo violento y bizarro.Pocas palabras, estética ciberpunk, un intérprete carismático junto con un obsesivo cuidado de la imagen eran los elementos fundacionales de la propuesta. Más de treinta y cinco años después aquella hermosa locura en forma de trilogía vuelve a la gran pantalla de la mano de su creador y con un elenco renovado. Tom Hardy será el encargado de personificar a Max Rockatansky ese hombre solitario de pocas palabras que se embarcará casi accidentalmente en una tremenda road movie distópica y alocada. Al igual que en la anterior entrega tendremos un villano memorable, un hombre tosco y corpulento que encarnará a un estado opresor y onmipresente: Joe.Personificado nada más y nada menos que por Hugh Keays Byrne el mismo que interpretara a Toecutter en la Mad Max original. De las mismísmas garras de este detestable ser intentará huir Emperador Furiosa (Charlize Theron) con un cargamento tan preciado como frágil y será en el marco de esta huida donde se encontrará con nuestro lobo solitario quien se unirá a esa enloquecedora y frenética marcha. Las fuerzas adictas a Joe se movilizarán frente a este convoy para así dar comienzo a una de las mejores películas de acción de los últimos años. El nivel de producción y cuidado de cada uno de los detalles y la fidelidad del director a su propio paradigma hacen de Mad Max Road Fury una obra maestra. Un enorme storyboard donde casi no hay guión, pero si un claro destino al cual llegar y obstaculos totalmente delineados. Las locaciones cumplen con un papel preponderante en una propuesta donde el enfasis está plenamente puesto en la estética y el impacto visual. mad-max-fury-road-has-a-glorious-new-trailer-video-94002_1 La dirección de arte a cargo de Shira Hockman y Jacinta Leong es uno de los elementos que hacen de Mad Max Fury Road un viaje alucinógeno como pocas veces hemos visto en la gran pantalla.Si a eso sumamos la cuidada fotografía de Jonn Seale el combo está completo y listo para detonar frente a nuestros impávidos ojos. Porque lo que genera Mad Max Fury Road es lograr meternos en este universo y hacernos parte de esa caravana desesperada, unirnos a esas ansias de libertad y esa vorágine que tan bien sabe retratar Miller Charlize Theron representa a la perfección el cambio de paradigma que los roles femeninos han atravesado desde la primer entrega de la saga. Las mujeres no son más objetos de deseo o damas en apuros, hoy por hoy son las artífices de su destino y si para ello deben patear traseros no dudarán en hacerlo. Mad Max es un hombre en busqueda de una vida tranquila, pero que sabe plenamente que jamás podrá conseguirla en el medio convulsionado en el que se muerve. En entrevistas Tom Hardy dijo sentir que su personaje tenía elementos del Coyote de El correcaminos mezclados con la heroicidad de Indiana Jones. Un forajido que no busca ser héroe, pero que se ve forzado a serlo. Una intensa caravana visual, electrizante y cautivadora se presenta ante nosotros con una contundencia pocas veces vista y nos demuestra que cuando hay oficio y dedicación pueden generarse obras maestras como estas. Y que algunas veces la palabra ” tanque” es la única que puede utilizarce para definir este tipo de films: uno que te atropella,te ahoga y te permite sentir lo verdaderamente mágico que puede ser el cine cuando existe un compromiso serio con el arte de narrar historias en imágenes. El futuro pertenece a los locos, por suerte el cine también y Mad Max Road Fury es la muestra acabada de eso.
Treinta años después de su último episodio, la saga MAD MAX regresa, previsiblemente recargada, a las pantallas. Y si hay unos pocos directores capaces de sacarle el máximo provecho a los cambios de Hollywood –y del cine de acción mainstream– en las úlimas décadas, ese es George Miller, un hombre que siempre se manejó cómodo en la velocidad, la potencia y la aceleración permanente. En cierto sentido, se puede decir que FURIA EN EL CAMINO –el cuarto episodio de la saga, una “secuela” en el sentido en el que las películas de James Bond son secuelas unas de otras– lo pone a la par de otros “viejitos acelerados” como Martin Scorsese y Michael Mann: todos ellos prueban que, después de los 70 años, son capaces de adaptarse al juego que juega la industria en términos de ritmo narrativo y llevarlo un paso más allá, donde la velocidad ya se mezcla con la experimentación audiovisual y hasta la abstracción sensorial. Miller, claro, se maneja en un terreno más tradicional de superproducción, de tanque taquillero. Si bien la saga MAD MAX significa poco y nada para los que crecieron en los ’90 o aún después (el público que hoy hace y deshace éxitos de taquilla) y su culto es muy minoritario si se lo compara con el de otras sagas de esa misma época como STAR WARS e INDIANA JONES, Miller hace todo lo que tiene que hacer para devolverle vida e insuflarle actualidad a la película. Es un filme que, de no mediar circunstancias curiosas del marketing cinematográfico, debería ser un éxito instantáneo, ganándole aún a RAPIDOS Y FURIOSOS en el juego que esa saga mejor juega: el del frenesí y la persecución constante. FURY ROADNo hace falta estar muy informado y ni siquiera haber visto las tres películas anteriores de la saga para engancharse, aunque no hay duda que esta bebe más que nada de la segunda, MAD MAX 2, en su visión post-apocalíptica y desértica en la que un ex policía (su tragedia familiar, que se cuenta en la primera película, abre la nueva en un rápido repaso via voz en off y luego reaparece mediante algunas alucinaciones de nuestro antihéroe) circula por rutas y desiertos resecos, con sus facultades mentales al borde de la catatonia, y siendo perseguido y atrapado por todo tipo de tribus que sobreviven en esos mismos parajes infernales. La película se hace un poco eco también de la estética más bizarra de la tercer película de la saga (sí, la olvidable con Tina Turner), pero ese kitsch futurista que amenaza al principio con llevar todo a un terreno over the top de a poco va cediendo a la lógica pura y dura de la película, que es la persecución constante. No es, como especulaban algunos por la información previa, una constante carrera pero está cerca de serlo. La lógica del filme es la del avance permanente hacia ninguna parte, con algunos giros fuertes en la trama pero con un sistema inamovible: el de la persecución, el acecho y el combate en movimiento. madmax2La trama es sencilla y acaso peca de excesiva corrección política: Max (Tom Hardy en lugar de Mel Gibson) es atrapado por los War Boys, soldados del pequeño pero imponente imperio que controla Inmortan Joe, amo y señor que maneja el acceso al agua y a las provisiones de los desesperados sobrevivientes. Y cuando todo está a punto de volverse un video kitsch de los ’80 (con un excesivo uso de la aceleración de cuadros para generar intensidad) aparece un transporte conducido por Furiosa (Charlize Theron) que se escapa de su asignado destino de traer provisiones. Los ejércitos de Joe salen a perseguirla –con Max como un literal estandarte– y allí empieza la versión Correcaminos de la trama, con mínimas detenciones en la ruta. Furiosa está huyendo por una causa noble que no revelaremos aquí aunque está contada en todos los trailers del filme. Y tras una serie de accidentes, luchas y peleas mano a mano, Max terminará uniéndose a ella en su batalla contra el poderoso de turno. En cierto sentido, una vez que aparece Furiosa en acción, la película le pertenece más a ella que al monosilábico Max, que –a diferencia de Gibson– Hardy interpreta más cerca de la depresión que de la manía. Furiosa y su banda de mujeres en fuga son las que llevan las riendas del relato, de la mitad en adelante. FURY ROADSi bien el costado medio Cirque du Soleil de algunas de las decisiones de arte y diseño de la película pueden incomodar al principio –los maquillajes excesivos, la dupla guitarrista y percusionista en vivo que dan al filme una banda sonora de acción casi diegética, algunas actuaciones desaforadas propias de la saga–, promediando el relato los personajes y sus problemáticas cobran mayor peso (no solo Max y Furiosa, sino el grupo que los acompaña). Es recién ahí que Miller suelta las riendas del todo en una persecución final que se extiende por muchísimo tiempo, pero que a diferencia de las batallas/persecuciones recientes, conserva un ritmo y una lógica espacial impecables, no dejando que los efectos digitales se lleven puesto el relativo “realismo” creado por Miller y poniendo siempre al espectador al centro de la acción y no como un espectador distante que ve cosas explotar por los aires hasta que todo le da lo mismo. Miller proviene de una época en la que los villanos y los héroes tenían dimensiones y problemas reconocibles (no hay aquí galaxias lejanas ni Infinity Stones, digamos) y apuesta por esa medida de las cosas: la extinción de la raza humana por falta de agua potable, la explotación del hombre por el hombre y el uso y abuso de las mujeres son los temas principales del filme. Y cada golpe, cada muerte, cada bizarro stunt de las persecuciones tiene un sentido dramático reconocible. No solo Miller narra mejor que muchos en lo que respecta a los resortes del cine de acción y aventuras sino que crea personajes cuyos destinos nos involucran, cuya suerte nos preocupa. No se trata de una película perfecta –tal vez los condicionamientos de hacer un blockbuster lo llevaron a utilizar algunos recursos un tanto innecesarios como la aceleración y los excesivos cortes de montaje–, pero no hay duda que Miller logró con FURIA EN EL CAMINO revivir a una saga que se creía extinguida y no solo para darse un gusto personal. Max y Furiosa (más Furiosa que Max, para ser honestos) tienen cuerda, parece, para rato. Es de esperar que los espectadores los acompañen… NOTA: Como curiosidad, la crítica de MAD MAX estaba “embargada” por Warner para los críticos internacionales hasta el 14 de mayo, mientras que la prensa angloparlante podía publicarla desde el 11. Al ver las muy buenas críticas que recibió el filme de la prensa norteamericana ayer, Warner decidió “levantar el embargo” para el resto del mundo. Curiosidades del mundo de la promoción y el marketing cinematográficos.
En 1979, la aparición de Mad Max de la mano de George Miller marcó la invención de un cine distinto, potente, postapocalíptico, de pura acción y pocos diálogos hecha con un puñado de dólares. Ahora regresó con gloria, el mismo director, con Tom Hardy como muy buen protagonista y una Charlize Theron perfecta, una pareja de pura química forjada en las miradas. La búsqueda de la redención casi imposible, los demonios particulares y un mundo con la menor esperanza posible y toda la locura del mas fuerte desatada. Bella y violenta.
¿Qué pasaría si la civilización se derrumba? ¿Caeríamos en la barbarie más absoluta, matándonos entre nosotros con tal de sobrevivir? ¿Quedaría algún vestigio de humanidad? Preguntas que generan los films de corte postapocalíptico, con la saga de Mad Max como estandarte.
Furiosos y rápidos Mad Max Furia en el camino empieza con toda la fuerza y se mantiene arriba hasta el final. El director George Miller, director de los films de la trilogía original, verdadero artífice de aquellas películas, vuelve acá a comandar el proyecto desde la dirección y el resultado no podría ser mejor. Miller, con una lucidez a contracorriente, decide no volver a contar la historia del personaje, asumiendo que todos sabemos quién es. Justamente, si la industria apuesta a Mad Max es porque se ha transformado en un personaje de culto y, como tal, no necesita presentación. Ya con no hacer un largo prólogo la película gana mucho. Max arranca ya deambulando solo por los paisajes desolados de un mundo sin combustible, un universo distópico y desértico donde cada uno busca sobrevivir a cualquier precio. Apenas unos flashbacks breves, como pensamientos invasivos en la mente de Max, cuentan que no pudo salvar a su familia. Ahora el destino de Max (Tom Hardy) se cruza con el de Furiosa (Charlize Theron, quien pelea cabeza a cabeza el protagonismo del film) una mujer que busca cruzar el desierto con un cargamento muy particular, en busca de un futuro mejor. Mad Max es una película que no se parece a casi ninguna de las que se hacen hoy. Recuperando el espíritu original de la saga, Miller cuenta la historia de forma rápida, directa, sin vueltas ni planteos psicológicos. La película es pura acción, los personajes hablan poco y nada, lo que hacen es lo que los define. Hay héroes y hay villanos, y hay un movimiento permanente. Lejos de aquel film clase B protagonizado por Mel Gibson, la película se parece más a la secuela, la espectacular Mad Max2 (1981) en lo que refiere al despliegue de autos y la construcción del relato. Miller reniega del exceso de efectos especiales digitales y trata de utilizar la vieja escuela del efecto mecánico y los dobles de riesgo. Aprovecha también la oportunidad para crear un mundo visualmente impactante, con colores saturados, con una fotografía (a cargo del legendario John Seale, el mismo de Testigo en peligro) de un impacto pocas veces visto. La misma fuerza está puesta en la creación de los vehículos, un verdadero show de autos, camiones y motos “frankenstein”, dignos hijos de Enigma en Paris, la película de Peter Weir que inspiró a Mad Max y que merecerían un museo tan solo para poder verlos en detalle. Los fanáticos del Mad Maxoriginal, film de culto perteneciente al Ozploitation (cine de explotación australiano) tendrán sus guiños y referencias, pero para cualquiera que se acerque por primera vez a esta historia y este personaje el impacto es instantáneo e inolvidable. Mad Max Furia en el camino no obedece a ninguna de las reglas del mercado actual. Es rápida, sangrienta, sin explicaciones y con una estética muy definida. George Miller mantuvo alto a su personaje y lo trajo nuevamente a la vida de forma renovada y contundente. Las comparaciones son odiosas, pero si buscan comparaciones acá va una: Mad Max2015 es mejor que Mad Max1979. Por suerte no es necesario comparar y George Miller demuestra que su personaje está vigente y su cine también. Ha evolucionado, pero no ha adquirido ninguno de los defectos del cine actual. Estamos sin duda frente a uno de los mejores films del año y un clásico del siglo XXI.
Un marginal en plena distopía Entre persecuciones, cacerías, vehículos y armas estrafalarias, toneladas de explosiones digitales y personajes raros, la saga recupera el espíritu de las dos originales, que puede verse como hipérbole trágico-feminista del clásico La diligencia. A tres megasecuencias de acción y dos de reposo se reduce la estructura narrativa de la nueva Mad Max, que se estrena en la Argentina a la par de su lanzamiento planetario. Que ese lanzamiento tenga lugar en la luminosa vidriera de Cannes no deja de tener su lógica, teniendo en cuenta que fue la crítica francesa la que treinta y cinco años atrás supo descubrir en la primera de la saga la condición de “western sobre ruedas”. Reconectándose con un espíritu que la onda megaconcierto de Más allá de la cúpula del trueno (1985) había interrumpido tras las dos primeras (1979 y 1981), Furia en el camino puede verse como hipérbole trágica-feminista de La diligencia. Empezando por su estructura –el clásico de John Ford también alternaba grandes escenas de acción con otras intimistas– y siguiendo por su moral.Despojado de aquello que aún lo ligaba a lo social (la familia), Max Rockatansky siempre fue, como el Ringo Kid de John Wayne, un outsider, un marginal, un tipo que no se sabe bien de qué lado de la ley está. Si está en alguno. “En este mundo no se sabe quién está más loco, si ellos o yo”, duda hamletianamente Max (Tom Hardy, con voz raspada de Mel Gibson), mientras se traga una lagartija viva. Escrita por George Miller junto a Brendan McCarhty y Nick Lathouris, la nueva Mad Max se abre del modo clásico para una distopía: con imágenes y textos documentales (o seudodocumentales; algunos están fraguados), que cuentan los desastres que llevaron al fin de la humanidad. Por primera vez la saga, que siempre se mantuvo en el terreno de la parábola, se relaciona con la Historia, el mundo tal como se lo conoce, lanzándolo al futuro.Lo que sigue es el mundo tal como no se lo conoce. Uno en el que sólo se trata de sobrevivir. Alguna vez director de fotografía favorito de Peter Weir, el veterano John Seale extrae al desierto tonos azafranados que lo cubren todo. Allí, como es lógico, los líquidos escasean. La nafta, el agua, la sangre y un fluido que va a inclinar la trama hacia una zona inédita: la leche materna. Para convertir en “bolsa de sangre” al loco Max, unos seres pálidos como muertos, a los que se conoce como “media vida”, lo cuelgan de un guinche, le conectan una sonda y le incrustan una máscara como la que lució Robert Lewandowski en los dos partidos de la Champions contra el Barça. Los media vida necesitan sangre y la comunidad a la que pertenecen necesita nafta. Para proveerse de ella, el líder envía un convoy que, atravesando el desierto, deberá llegar a la Ciudad de la Nafta.El líder es Immortan Joe, que también usa máscara y una extraña coraza plástica (Hugh Keas-Byrne, el Homúnculo de Mad Max 2). La nafta la tiene que ir a buscar Imperator Furiosa (una calva y excelente Charlize Theron), conductora del camión cisterna, que lleva contrabandeadas a las cinco esposas a las que el líder usa como “paridoras”. Para qué y dónde las traslada y quiénes van a recibirlas, son cuestiones que no deben revelarse. Apenas cabe anticipar que el loco de George Miller inaugura aquí el feminismo combativo de la tercera edad. Al camión de Furiosa se subirá el fugado Rockatansky, e Immortan Joe lanzará tras ellos a sus motoqueros salvajes, que, como los apaches en La diligencia –o bucaneros en una de piratas– intentarán abordar el vehículo.En el origen, Max fue un trágico, un torturado por sus recuerdos, y en ese sentido Furia en el camino representa un regreso. Con un muñón por brazo y cojeando en algún momento de la pierna opuesta (como Mel Gibson en la primera Mad Max), la dura y lastimada Furiosa es, claramente, su versión en espejo, tiñendo de gravitas las escenas de reposo. El harén del cacique, el rol que se asigna a sus esposas y unos combatientes autosacrificados a los que se les promete el Valhala permiten relacionar, en una fina tangente, a los habitantes del desierto de Furia en el camino con algunos de sus contemporáneos. El resto es el bizarro batifondo que constituye marca de fábrica. Redoblando su pasión pastichera, Miller multiplica al infinito persecuciones, cacerías (que incluyen referencias a Hatari, de Howard Hawks), vehículos como de Los autos locos, las armas y dispositivos más estrafalarios, toneladas de explosiones digitales, personajes raros (infaltable enanito deforme) y un montaje que, atento a los tiempos rápidos y furiosos que corren, en las escenas de acción roza de a ratos el clip. Sin que nunca deje de entenderse lo que pasa, eso sí.
Publicada en edición impresa.
Crítica emitida por radio.
En MAD MAX: FURIA EN EL CAMINO, el mítico MAX ROCKATANSKY (ahora en la piel de TOM HARDY) vuelve a la autopista en una cuarta entrega de la saga inciada a fines de los setenta. En una huida a través del desierto, el héroe se une a FURIOSA, una emperatriz al mando de un camión cisterna tratando de escapar de las garras del malvado INMORTAN JOE. Treinta años después de la última entrega, esta película retoma el universo creado por GEORGE MILLER, pero de manera mas bestial y grandilocuente. Rodada en actos, cual obra de teatro extrema, cada fundido a negro que anuncia el final de un episodio, deja la sensación de haber asistido a un espectáculo fílmico de ribetes circenses, que además se vale de los recursos cinematográficos del genero para la creación de climas, manejo de la tensión, y sobre todo mantener al espectador en constante sentido de alerta. Road movie desértica, cuenta con decorados de pesadilla, vehículos que parecen surgidos de "Los autos locos" y una estética general de lograda opresión posapocaliptica. CHARLIZE THERON como FURIOSA, se roba gran parte del metraje y por momentos resulta más importante que el propio MAX. Y no esta mal, ya que el manejo argumental permite que esta elección luzca natural. MAD MAX: FURIA EN EL CAMINO, no da respiro, atrapa, conmueve, se disfruta y nos devuelve en el tiempo a lo mas puro del cine de los ochenta pero con la tecnología y las posibilidades del séptimo arte actual.
Mucho más que persecuciones "My name is Max" es lo primero que se escucha en esta demorada y muy esperada vuelta de la saga de fines de los años 70 y comienzos de los 80 que hizo famoso al director George Miller, a Mel Gibson y a Australia como potencia cinematográfica. Quien dice esa frase ya no es Gibson sino Tom Hardy, protagonista de este regreso (en verdad un reboot antes que una remake) con toda la espectacularidad que podía esperarse. Como si se tratara de un episodio de Tom y Jerry o de El Coyote y el Correcaminos, lo que Miller propone básicamente es una larga persecución de dos horas por imponentes pasajes desérticos. Pese a que esta sintética descripción puede sonar decepcionante, la película no lo es. Miller, quien tras su trilogía se dedicó sobre todo a películas para niños (Babe, el chanchito valiente y la saga animada de Happy Feet), combina sofisticados efectos visuales con un trabajo más artesanal y clásico ligado a los dobles de riesgo. Ayuda tecnológica e imágenes en 3D, sí, pero siempre en función del trabajo físico de los actores/luchadores, varios de ellos incluso tullidos o con deformidades varias (hay algo del clásico Fenómenos/Freaks, de Tod Browning, en la propuesta). Película de pocas palabras y mucha acción, Furia en el camino se concentra en la huida de Max, Furiosa (una Charlize Theron rapada, con un brazo menos y un muy convincente physique du rôle), Nux (Nicholas Hoult) y un grupo de bellas jóvenes (Rosie Huntington-Whiteley, Zoë Kravitz, Riley Keough, Abbey Lee y Courtney Eaton) a bordo de un camión lleno de gasolina, mientras distintas bandas de delincuentes y carroñeros los persiguen subidos a los más estrafalarios vehículos y con una iconografía que incluye calaveras, buitres y hasta transfusiones de sangre bastante extremas. Espíritu de cine clase B y guiños tarantinescos, pero dentro de una producción de más de 150 millones de dólares de presupuesto. Hay, también, voces interiores, alucinaciones, visiones de la infancia, un malvado exótico y temible (el Inmortal Joe interpretado por Hugh Keays-Byrne) que manipula a las masas a partir del uso del agua, pero -más allá de esas subtramas o derivaciones- Furia en el camino no es otra cosa que una película posapocalíptica sobre el instinto de supervivencia y la búsqueda de la redención en las peores condiciones imaginables. Si bien el relato está impregnado todo el tiempo de una violencia explícita y brutal, esas explosiones de sadismo y crueldad están matizadas por un humor negro y una apuesta por el absurdo (el guitarrista y los tamborileros que tocan todo el tiempo "en vivo") y por imágenes aéreas con drones o extraordinarias secuencias (la tormenta de arena) que lo convierten en un espectáculo fascinante y sobrecogedor. Un regreso a lo grande de una saga de culto que se tomó mucho (demasiado) tiempo en volver.
No necesitamos otro héroe Dos películas en una: la de acción a alto voltaje, y otra con una mirada sociológica y hasta espiritual. Hay dos películas en una. La que prima, la que está ahí escapando de la pantalla en la proyección 3D es la que hará que Mad Max: Furia en el camino sea la más taquillera este fin de semana, aquí y en donde se estrene. Aquella donde adelante están los sentimientos primarios -sobrevivir, escapar, matar o morir-. La otra, la de la indagación sociológica, la metáfora geopolítica, la que plantea cuestiones filosóficas y hasta espirituales, también está. El espectador elige. Max (Tom Hardy, Bane en la última Batman) es un ex policía que en un futuro postapocalíptico empieza raptado por los secuaces de Inmortan Joe, tirano que es el dueño y señor de La Ciudadela, donde los pobres y lisiados ruegan por migajas y se pelean por el agua que Joe derrama desde las alturas -la división de clases es clara, los esclavos llevan una pátina de polvo blanco-. Max e Imperator Furiosa (Charlize Theron) son los dos rebeldes a los que la historia reunirá para combatir al superpoderoso y sus hombres. Es que Max está trastornado. Eso es indudable. Su agresividad proviene de su pasado, que se le hace presente en alucinaciones. Lo atormentan muertes que no ha podido evitar. No en vano Miller aprisiona en buena parte del metraje su cabeza en una máscara metálica, y su cuerpo es encadenado. Furiosa rapta a las cinco esposas de Inmortan Joe -todas supermodelos- y las quiere llevar, a través del desierto, a bordo de un camión con acoplado a Lugar verde, mítico paraíso donde presume estarán felices y a salvo. Y Max, a quien usan como "bolsa de sangre" -su vena está conectada a la de Nux (Nicholas Hoult), que es capaz de dar su vida por la causa que le ordene su amo-, obviamente escapará y ayudará a las amazonas en su lucha por hacer lo mismo. Huir. Porque la persecución será tremenda. Claramente esta Mad Max no tiene en su historia parangón con la original, de 1979, y si se asemeja a alguna de la trilogía de Miller es a la segunda. Lo que mantuvo es la forma, no tanto del relato -intenten, hoy, ver 5 minutos de la de 1979 sin esbozar una sonrisa-, sino las acrobacias, los fierros, los automóviles, las máscaras, el vestuario, la sangre, el calor, el desierto. El líder dictador (Hugh Keays-Byrne, el mismo actor que era Toecutter, el malo en la Mad Max original, pero en otro rol, claro), que tiene el rostro cubierto con una máscara de dientes, y vive gracias a estar adosado a enormes tubos de oxígeno, quiere mantenerse en el sitial del poder como sea. Sea a través de la guerra o de las negociaciones con las tribus vecinas en el desierto, los de la Granja de Balas y los la Ciudad de Gasolina. Inmortan Joe usa a las mujeres como productoras de leche y para dar a luz a nuevos guerreros. La mirada de Miller es directa: está contra el patriarcado y la explotación femenina. Miller habla de un futuro en el que la decadencia de la civilización ha llegado, y la dependencia del petróleo es total. Hay un poder establecido (Inmortan Joe) y un deseo por romper el molde y buscar una civilización mejor, crear un Nuevo Orden (Furiosa). Una pérdida de autoestima, de creer en sí y en algo, y el aceptar el presente como la única realidad. Eso, si hilan más fino. De lo contrario, hay un gordo misógino contra una mujer peladita, algo masculinizada, que lo enfrenta. Pero aquí Furiosa es la que es alimentada por la venganza, el resentimiento, la rabia, no Max. Y en más de un momento Miller le cede el protagonismo a ella, antes que a Max. Vean sino el afiche local del filme, quien está en primer plano. Aquí el que detenta el poder es el que tiene los liquidos -el agua y el petróleo, en el orden que prefieran- y lar armas. Los elementos -metal, acrobacia, motores, lo árido- están siempre presentes. No hay una edición enloquecedora, ni de cortes abruptos, apurados. Los efectos especiales son usados para que no se vean los cables de los que cuelgan los acróbatas (aunque hay una escena en una tormenta totalmente hecha por CGI, claramente), porque los dobles de riesgo son de carne y hueso, no dibujitos por computadora. Y eso se nota. Y se agradece. El también australiano John Seale aprovecha la luz natural de desierto de Namibia, con sus tonos anaranjados y ocres, un marco para esta película cargada de violencia, y de otras connotaciones.
Las tres décadas de espera valieron la pena. El director George Miller trae de regreso con toda su gloria a uno de los más grandes antihéroes que brindó el cine de acción. Un personaje que a partir de su debut en 1979 contribuyó a desarrollar el subgénero del cine post-apocalíptico, que tuvo su época de gloria en los años ´80, muy especialmente en Europa (ver nota Los primos italianos de Mad Max). Si yo fuera fan de Max y lector de esta página lo primero que me gustaría saber sobre este estreno es lo siguiente. ¿Furia en el camino tiene algún vínculo con la trilogía original? En un momento se había anunciado que la nueva película era una historia que se desarrollaría entre Mad Max 1 y 2. No, olvidate por completo de los filmes con Mel Gibson porque esto es un relazamiento del personaje que se desarrolla en un universo de ficción diferente. Después de ver este film creo que esta elección que tomó Miller fue la acertada. No hubiera funcionado vincular Furia en el camino con la saga original por la sencilla razón que Tom Hardy no es Gibson, quien fue, es y será para toda la eternidad el verdadero Mad Max. El propio Hardy se lo dijo a Gibson cuando tuvo la posibilidad de conocerlo antes de la filmación: "Vos sos Mad Max. Yo soy Tommy Hardy y simplemente tengo el trabajo de interpretarlo". Al principio cuesta un poco adaptarse a la idea que Hardy es el nuevo Max, pero luego esto deja de ser un inconveniente gracias al trabajo del protagonista. El actor construyó su interpretación a partir del personaje que estableció Gibson en la trilogía original. Max sigue siendo un antíhéroe de pocas palabras que termina involucrado de manera accidental en conflictos peligrosos. No obstante, Hardy le aportó ciertos matices a su versión del personaje a través de las expresiones faciales. Hay varias escenas donde el protagonista no habla pero dice muchas cosas con su mirada y a veces aporta momentos divertidos. La verdad que Hardy tenía un desafío complicado en este trabajo porque no es fácil reemplazar a Mel Gibson en esta propuesta. Sin embargo salió muy bien parado y brinda un gran trabajo. Lo más importante de este film pasa por el hecho que no se trata de un simple relanzamiento hollywoodense dentro del cine de acción, sino que Miller le ofrece a los espectadores una auténtica experiencia cinematográfica que es de visión obligatoria en el cine para los fans del género. Furia en el camino no es otra película más que se mira en el cine, sino que se la vive. Esa es la gran virtud de este trabajo de Miller, quien en los últimos años estuvo concentrado en desarrollar propuestas familiares e infantiles como fueron los filmes de Babe, el chanchito valiente y Happy Feet 1 y 2. Su nueva obra representa un retorno glorioso al género de acción donde brinda una película intensa que literalmente no da respiro de la primera a la última escena. Toda la trama es una gran persecución donde el espectador puede sentir que acompaña a los protagonistas en la odisea que atraviesan. El film toma algunas ambientaciones que nos remiten a Mad Max III pero trabaja el tratamiento de la acción con la influencia de lo que fue la segunda entrega de la trilogía. El desquicio absoluto que tienen las secuencias de acción, sumado al desfile de personajes bizarros que aparecen en la trama (uno de los villanos se llama Rictus Erectus) hicieron de esta producción una propuesta muy especial. Es importante destacar que el 90 por ciento de este film fue filmado del modo en que se trabajaba el cine de acción en los años ´80, cuando los efectos digitales todavía eran una rareza en Hollywood. George Miller creó una película que le rinde honores al género, al mismo tiempo que ofrece una cátedra en el uso de los efectos especiales. Otra particularidad importante de la película es que Furia en el camino tiene una marcada impronta feminista donde las mujeres sobresalen entre los personajes más fuertes de la trama, algo que no había ocurrido en las historias previas. El rol de Furiosa, interpretado por Charlize Theron, está muy bien elaborado y su historia tiene un peso importante en la película. En este caso puntual recomiendo ver la película en 3D, ya que la escenas de acción se viven con mayor intensidad y le aportan un condimento adicional a la experiencia que ofrece el director. Sólo tengo una objeción para esta nueva labor de Miller. Me hubiera gustado que el viejo Intecerptor, un auto histórico del cine, hubiera tenido un poco más de participación, pero por el modo en que fue escrita la historia no hubo lugar para eso. Un mínimo detalle que no altera en absoluto mi apreciación del film. Mad Max: Furia en el camino es claramente uno de los grandes estrenos del año que afortunadamente no decepciona a los fans de este gran personaje.
Su creador resucita al mejor “Mad Max” La diferencia entre la mayoría de las remakes, secuelas y demás subproductos del cine fantástico de los 80 y este nuevo "Mad Max" está en que no es una simple explotación de una franquicia, sino el regreso del director George Miller al desolador mundo violento de un futuro postapocalíptico, concebido por él mismo en el film de 1979 que ayudó a convertir a Mel Gibson en un astro internacional. Y lo que es aún mejor, se podria decir que el estilo elegido por Miller para que Mad Max vuelva a las más peligrosas carreteras que se hayan visto en la historia del cine surge directamente de la mejor película de la trilogía original, "Mad Max 2; The Road Warrior", que en 1981 describió las más desquiciadas persecuciones automovilísticas de todos los tiempos. Dado que han pasado casi 30 años desde que Miller abandonó a su personaje más famoso con "Mad Max y la cúpula del trueno" (de 1986, con Gibson compartiendo la pantalla con una eufórica Tina Turner), para dedicarse a "Babe, el chanchito valiente", hay varias generaciones de espectadores para los que la idea de una película de autos es "Rápidos y Furiosos". Y lo bueno de este regreso de George Miller es que sirve para explicar que, al lado de Mad Max, cualquier título de la saga de Toretto y su pandilla luce como "Cupido motorizado". Y esto, por suerte, queda clarísimo con "Mad Max, furia en el camino", que de alguna manera repite a mayor escala, si eso fuera posible, las dementes persecuciones de autos, mitos y, sobre todo, camiones armados como fortalezas de la carretera y el desierto sin modificar en absoluto el espíritu del personaje y su mundo, con énfasis en las particularidades tribales de los distintos bandos, y dándole rienda suelta a la desaforada estética entre punk y heavy metal de los diversos modelos de villanos (es decir, casi todos los personajes del film). La trama básica sigue siendo la lucha por combustible casi más que por el agua, y sólo se agrega el detalle de un harén que casi retoma el tema de viejos westerns (o, por qué no, de "Pampa bárbara", de Lucas Demare y Hugo Fregonese). Tom Hardy es un eficaz Mad Max que apenas hace extrañar a Mel Gibson, y la que sorprende es una durísima dama del camino interpretada por Charlize Theron. Pero los que se roban el film, tal como debe ser, son los dementes stunts automovilísticos, que casi superan los de "Mad Max 2", algo que sólo se podría lograr dejando de lado los efectos digitales y apelando a los auténticos rompecoches analógicos, igual que en los buenos viejos tiempos.
El circo del infierno Desde estos humildes textos solemos abogar por un lenguaje cinematográfico depurado de palabrería berreta, de sobreexplicaciones, de humores forzados, de apuestas seguras, de infantilismos para subnormales, de acción ininteligible y abuso del CGI. Y abogamos por esta depuración por la enorme cantidad de productos mediocres que llegan, sobre todo pero no exclusivamente, desde Hollywood. Por suerte, así como llegan espantos y mediocridades, siguen llegando un puñado de películas perfectas, libres de aquellos males contemporáneos. Una de ellas es esta última obra de George Miller.
“MAD MAX: FURY ROAD”: RÁPIDOS Y FURIOSA “No necesitamos otro héroe” pregonaba hace exactamente 30 años Tina Turner quien con esa canción cerraba la 3era entrega de la saga de “Mad Max”…. la misma que protagonizó junto a Mel Gibson y que dio cierre a la trilogía post-apocalítica escrita y dirigida por el australiano George Miller. Hoy llega a nuestras salas “Mad Max: furia en el camino”, un reboot sobre la historia de este ex-policía poco afortunado que promete (y cumple!) dos horas de acción y adrelina puras. Tal como les comentamos anteriormente, esta nueva película de Mad Max, no se trata de una remake ni de una precuela o secuela sino que es un reboot. George Miller tomó los elementos clásicos de su historia y los aggiornó a este siglo que corre para que las nuevas generaciones se empapen de Max y las viejas disfruten con aún más potencia de sus conocidas desventuras. Nuevamente el mundo está sumido en un caos que parece no tener fin: guerras nucleares, peleas por la escacez de agua y muerte, mucha muerte. Las peores miserias de la humanidad parecen haberse apoderado de los habitantes de la Citadela en donde el villanísimo Inmortan Joe entrena a su ejército de jóvenes (llamados “war boys”) y mantiene el control absoluto del agua. Justamente es acá en donde nuestro protagonista Max (Tom Hardy) termina (o mejor dicho comienza) aunque no durante mucho tiempo ya que sin querer, se ve envuelto en una de las expediciones de búsqueda más descomunales que hayamos visto en los últimos tiempos. Los destinos de Max y de Furiosa (Charlize Theron) se ven indefectiblemente cruzados y deberán aprender a confiar mutuamente si es que desean sobrevivir a la locura que los espera. Lo interesante de la trama es que se hace mucho énfasis en el rol de la mujer, contrario a lo que sucede en la mayoría de los casos en las películas Hollywoodenses (y por sobre todo en el género de acción), en su poder de decisión y de acción en un mundo en donde son vistas como meros objetos (sexuales y reproductivos) – cualquier coincidencia con la realidad es pura casualidad. Si bien el guión del film es bastante escueto, los diálogos que se ven en pantalla son los mínimos e indispensables que en conjunto con las actuaciones, ayudan a entender la historia rápidamente. El ritmo de la película es perfecto, permitiendo al espectador respirar lo necesario antes de volver a sumirse en la acción desmesurada que se despliega durante las casi dos horas del film. Las actuaciones están a la medida de este clásico en donde Charlize Theron brilla como la gran Imperatora Furiosa, Tom Hardy hace un muy buen trabajo llenando el lugar que Mel Gibson supo ocupar y Nicholas Hoult sorprende con su locura desmedida. “Mad Max: furia en el camino” prometió mucho en todos sus adelantos y cumplió con toda esa acción y demencia quizás aportándole mucho más de lo esperado a la ya clásica historia. Tal como nos cantaba Tina Turner al principio de esta review “no necesitamos otro héroe” y George Miller lo entendió todo: necesitamos muchas Furiosas.
Si alguien me hubiese dicho que la cuarta entrega de una saga que tuvo su última película hace treinta años se iba a convertir en uno de los gloriosos placeres cinematográficos del año, no le hubiese creído en absoluto. Tras haberme sumergido en el mundo postapocalíptico que propuso George Miller en su trilogía original durante un fin de semana completo, tuve muchos detalles de Mad Max: Fury Road frescos en la mente al entrar de lleno en el nuevo milenio con maquinaria pesada. Lo que me queda en claro es que el alma adrenalínica que muchos le pedimos que tuviese a Age of Ultron, Fury Road la tiene con creces y en varios niveles de octanaje. No hace falta saber mucho de la historia inicial de Max Rockatansky, el Guerrero de la Carretera, más que lo que cuenta un breve pero esclarecedor prólogo, donde se deja en claro que el mundo se fue al carajo hace unos cuantos años y los humanos sobrevivientes se han convertido en salvajes sedientos de sangre y ansiosos por sobrevivir a toda costa. Cada aventura de Max -tanto en la segunda como tercera entrega- son momentos autoconclusivos, historias que comienzan y terminan en dicha película. Son como pequeños capítulos en la vida del guerrero errante, así que la trama es una mera excusa para el despliegue visual que proponen Miller y compañía. La semilla de la locura ya se veía anteriormente en la saga, donde el director se dedicaba a seguir unos diminutos lineamientos narrativos y dejaba que la acción hablara por sí sola. No hay grandes cambios en ese aspecto, pero con un aumento exponencial de presupuesto es que finalmente el director australiano puede desbocarse al completo y dar rienda suelta a cada locura que se le pase por la cabeza, y ya que tiene una cámara entre sus manos, filmarlo todo. De haberse concretado hace unos cuantos años, Mel Gibson hubiese vuelto a personificar a Max, pero los tiempos corren y en este caso el papel cae en los hombros de Tom Hardy, un hombre en el cual Warner Bros. confía plenamente y con mucha razón. Hardy retoma esa mala leche que tiene el personaje y le hace honor a la locura de su apodo, pero una locura comedida, opacada por el nivel de arrojo y desbocamiento que tienen sus enemigos. El diseño de personajes es embriagadoramente nauseabundo, refleja un mundo caótico por donde se lo mire y con una potencia de ataque abrumadora. Los enemigos no se andan con vueltas y sí, como prometían todos los avances, el 2015 le pertenece a los locos. Entre tanta insanidad, la cordura viene de la mano de la segunda protagonista, la extraordinaria Emperatriz Furiosa de Charlize Theron, que no le teme un segundo a irse a la manos con Hardy o con cualquiera que se le cruce en su camino. Pelada, con un brazo amputado y con más mala leche que Mad Max, Theron le insufla a su personaje la valentía y un evidente costado emotivo que la convierte instantáneamente en una heroína de acción al nivel de la Ripley de Sigourney Weaver. La mención no es moco de pavo y no se toma tan a la ligera: Theron entrega cuerpo y alma a Furiosa, y su presencia es tan magnética que si la saga le pasase la antorcha a ella, nadie podría enojarse. Así de buena es la interpretación y el personaje. Entre tantos comentarios actuales del feminismo en el cine de acción moderno, es refrescante ver que la trama ideada por Miller y sus colegas Brendan McCarthy y Nick Lathouris le otorga un lugar muy importante en el desencadenamiento de la acción a la mujer. Básicamente, es una mujer que lidera a un obstinado grupo de mujeres usadas como objetos en una carrera en modo contrarreloj para escapar de un tirano abusador, para encontrarse en el camino con un grupo de aguerridas mujeres que se defienden por sí solas. A todo esto, cada integrante del grupo tiene una personalidad y una dimensionalidad aceptable para transmitir algo más que belleza -porque sí, todas son esbeltas y hermosas mujeres-. De todas maneras, el gran fuerte de Miller no es el guión y, aunque se marca una gran historia en esta ocasión, es el show que construye desde la acción el motivo de peso por el cual Fury Road destaca por sobre todas las películas del género que vimos y veremos en el año. Lejos de la catarata de efectos computarizados a la que el espectador se ve sometido usualmente, el director australiano sigue eligiendo el método de la vieja escuela, una opción que le sirvió en el pasado y que genera un soplo de aire refrescante. En el pasado Miller había demostrado un ojo clínico para filmar escenas de acción y a los 70 años no ha perdido ni un poco de esa cualidad. La película comienza a toda velocidad y así sigue durante aproximadamente una hora, inyectando adrenalina pura en las retinas del espectador con una persecución tras otra, mientras la atronadora música compuesta por Junkie XL hace de lo suyo con una cacofonía de sonidos que adereza con ahínco la destrucción en pantalla. En otras palabras, Fury Road es un festín puro y duro. Cada dólar de los $150 millones de presupuesto están más que justificados, con un diseño de producción muy detallado, que está hasta en el más mínimo retoque e insignia de cada personaje y en cada vehículo en la carrera a través del desierto. Y si encima de todo esto le contamos que hay muy poco trabajo computarizado hecho, el resultado es aún más pasmoso. Es muy posible que el paso del tiempo no haga más que mejorar las cualidades que presenta Mad Max: Fury Road. Lo cierto es que cada onza de genialidad que prometía el primer avance se cumple con creces y estamos ante la primera gran ganadora de la temporada de peliculones de acción que se nos vienen encima. Fury Road tardó treinta años en producirse, pero valió la pena la dura espera. Un ídolo perdido del cine de acción revive y es difícil que se vuelva a pegar una siesta tan larga. Bienvenido nuevamente, Max.
El gran regreso de Mad Max En 1979 el director George Miller sorprendió al mundo con su película "Mad Max. Este film, que pertenece al Ozploitation (películas de explotación australianas de bajo presupuesto y, claramente, demenciales), contaba la historia de Max Rockatansky (Mel Gibson), un policía de caminos que trabaja en la Patrulla de Fuerza Central. Situada en un futuro preapocalíptico, las pandillas de motociclistas dominan las carreteras australianas. Max se enfrenta a una de ellas y, como consecuencia, incapacitan a su compañero y le matan a su esposa e hijo. Por supuesto que se vengaba y acababa con todos ellos. El largometraje fue un éxito, llevo a la fama al bueno de Mel e inició una saga que continuó con dos películas más: "Mad Max II: El Guerrero del Camino" y "Mad Max III: Más Allá de la Cúpula del Trueno". Treinta años tuvieron que pasar para que podamos ver un nuevo largometraje de esta franquicia. Y el tiempo bien valió la espera. Max (Tom Hardy) es un hombre solitario, atormentado por su pasado, que vaga por un mundo postapocalíptico en el que el agua, la comida y el combustible son los bienes más preciados y buscados. Pero es capturado y llevado hasta un hostil y peligroso lugar para servir como donante de sangre (y lo que fuera) de los "chicos de la guerra", hombres dispuestos a sacrificar su vida por su jefe Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne), el violento y sanguinario dictador que manda en la ciudadela. Por otro lado está Furiosa (Charlize Theron), que se dispone a recorrer el páramo en un camión de guerra para ir en busca de combustible y municiones. O eso es lo que creen los demás, ya que su verdadera intención es llevar escondidas a las novias de su tirano jefe y liberarlas en el lugar en el que ella creció para que sean libres. Así se inicia una persecución encarnizada en el que Maxqueda involucrado. ¿Cómo? Le están sacando sangre para alguien llamado Nux (Nicholas Hoult), y como éste está todavía débil para manejar, no tienen mejor idea que encadenar a Max el auto y que la transfusión se haga mientras conduce. El ex policía logrará escapar de esta tremenda situación y se unirá al grupo de mujeres para ayudarlas a lograr este peligroso y casi imposible objetivo. Si bien las remakes, reimaginaciones, reinicios y relanzamientos dejan al desnudo la falta de ideas de la industria, este film se sale de esa mediocridad. Miller reinicia la saga de una manera inteligente, ya que elige utilizar el universo de Mad Max más que su historia. Y esto queda claro porque en esta historia la protagonista es Furiosa. Hay varios guiños a las películas anteriores pero tampoco es necesario haberlas vistos porque no hacen a la trama. Son joyitas sólo para el conocedor que serán bienvenidas y le sacarán una sonrisa. Visualmente es fantástica y las escenas de acción son espectaculares, manteniendo al espectador a pleno todo el tiempo. Sí, señores, George Miller está recargado en este film. Para aquellos viejos fans, uno de los guionistas es Nick Lathouris (Grease Rat en la de 1979) e Immortal Joel es Hugh Keays-Byrne, que hacía del malvado Cortadedos en la original. Hardy firmó para realizar tres largometrajes más (queremos el cameo de Gibson) y se esperan con mucho placer. Los viejos amantes de la saga no se van a sentir decepcionados y los nuevos tienen un nuevo héroe de acción a quien comenzar a idolatrar. Mad Max comienza a rodar nuevamente por los caminos. Bienvenido sea.
Crítica emitida por radio.
Que nunca falte la nafta Treinta y cinco años después del estreno de la original Mad Max (1979), el director George Miller revisita a su famoso guerrero del camino. Con una mixtura de la rabia incomprensible de la opera prima –a los villanos no les interesa más que la destrucción del mundo- y la carretera junto a las persecuciones como grandes protagonistas, característico de la segunda entrega, allá por 1981, el realizador australiano marca su vuelta al género apocalíptico. Vale destacar también que el estreno de Mad Max, furia en el camino en la prestigiosa cartelera de Cannes no es coincidencia, ya que fue precisamente la crítica francesa la que supo apreciar la entrega original y tildarla de western sobre ruedas. Desde el característico auto V8 del oficial Rockatansky -ahora destartalado-, una pierna renga (¿referencia a Mad Max, 1979?), hasta el inmenso desierto post apocalíptico de contexto y una inminente persecución con infinidad de motos y camiones tuneados al estilo del dibujo animado Los Autos Locos, abren la nueva entrega del cineasta. En los tiempos que corren no hay lugar para la construcción de personajes, sino confiar en las excelentes performances de Tom Hardy, el nuevo Max Rockatansky y Charlize Theron en la piel de Imperatore Furiosa, quien se roba la película, dejando al ex fetiche de Nolan en un segundo plano. Tres secuencias de acción y dos de descanso engloban al film en su totalidad, que sólo con veloces flashbacks y algunos otros guiños en los diálogos nos da vistazos del pasado de Max y su tortuosa culpa. Con la vuelta de Hugh Keays-Byrne en el papel de antagonista principal, como en 1979, pero irreconocible desde su aspecto hasta en su estilo de personaje dictador, llamado Immortan Joe, dueño de la poca agua que queda en esa zona del planeta, envía a Furiosa (Theron) en un mega camión cisterna a la Ciudad de la Nafta por abastecimiento, pero sin tener en cuenta que los planes de esta eran llevar a puerto seguro a unas bellas mujeres, utilizadas por este dictador, como sus paridoras de guerreros saludables. Ante la reanudación de la persecución, ahora también tras estas mujeres, se suma el devenido héroe Max, quien hasta el momento era solo un dador de sangre para los llamados media-vida, seguidores de Immortan Joe. Estos seres de relleno, símiles a los motoqueros de Batman y Robin (1997), se dedican a cazar a los protagonistas incluso dispuestos a la inmolación para alcanzar las puertas Valhalla –el paraíso de la mitología vikinga-. La nueva entrega del guerrero postapocalíptico del camino vuelve a abrazar al amor por los motores V8, el mal gasto de nafta y lo bizarro y caricaturesco de sus personajes y contextos como en la versión original. Pero también aprovecha las nuevas tecnologías y el alto presupuesto al abusar de explosiones digitales y entornos extremos, como monstruosas tormentas de arena. Mad Max, furia en el camino (2015) es un reboot atinado para los tiempos que corren, fiel a su mística, pero que se queda corta –como su original en 1979- de argumentos y la excusa recae siempre en lo espectacular de la persecución.
Alegorías en las arenas del tiempo En tres décadas y media el cine ha mutado, ha adquirido nuevos lenguajes pero las películas siguen siendo películas y ya. Eso parece haber ocurrido, tal vez, en la cabeza de George Miller, al encarar este reboot no convencional de su original película de 1979, aquella distopía que abrazaba al cine bizarro australiano de esos momentos y que con el correr de los años se transformara en trilogía con un joven Mel Gibson en la piel de un policía renegado, el desierto, los fierros, los metales y muchas ideas visuales con alegorías de por medio en los andariveles de dos géneros que se dieron la mano en esa extraña mezcla que fuera Mad Max y Mad Max, guerrero del camino: el western y la ciencia ficción. Ahora bien, el reboot/remake/precuela de Mad Max deja en claro que el director australiano no traiciona la esencia de su original pero tampoco adscribe a las prerrogativas del cine mainstream que intenta seducirlo con un fuerte presupuesto y un elenco con estrellas de la talla de Tom Hardy y Charlize Theron. Eso no significa renunciar en absoluto a desplegar en pantalla la misma historia de 1979/81/85 pero adaptada a las tecnologías y a los lenguajes del cine de hoy. Mad Max, furia en el camino, es una película que en términos narrativos transcurre por la ruta de lo clásico pero que en lo formal opta por tomar atajos insólitos donde se privilegia la palabra acción y adrenalina sin perder el horizonte de las lecturas alegóricas detrás de la trama en la que queda perfectamente definido quien es el bueno y quien el malo. Ahí está el western salpicado de tecnología en función a la espectacularidad en las persecuciones con esos autos híbridos y quienes los conducen también híbridos entre lo semi humano y el personaje expulsado de un comic que nunca se ha filmado ni se filmará, porque da toda la sensación desde la impronta estética que el cineasta organizó la historia en viñetas, distribuyó los planos en una dialéctica muy parecida a la de un comic, con primeros planos o angulaciones de cámara rupturistas del clasicismo visual. Por otra parte la violencia de esta película no tiene nada que ver con el esteticismo industrial, sino que se respira en esa atmósfera -por momentos lisérgica- que además adopta como recurso la velocidad en secuencias de acción donde es notorio el agregado de planos por segundo, aspecto que en el clima de la película contagia y no aturde, como así tampoco esa suerte de banda de sonido diegética (es decir, mostrando la fuente sonora en pantalla) que corona el vértigo de la acción y los gritos desenfrenados de los seguidores del villano Immortan Joe, referencia doble para la película de 1979, con un Hugh Keays-Byrne renovado e irreconocible. Más allá de estos detalles, la que se lleva los laureles es la sudafricana Charlize Theron, protagonista absoluta que deja a Tom Hardy chiquito al lado de su entrega, tanto en lo físico como en lo compositivo de su Imperatore Furiosa, la encargada de desatar la hecatombe y la seguidilla de persecuciones en el desierto.
Una película furiosa que debió ser Furiosa De repente, Mad Max: Furia en el camino se detiene, toma aire. Pasaron 35 minutos en los que George Miller respondió que sí, que puede filmar las secuencias de acción más deslumbrantes de este año y de muchos más. De esas que son, a su modo, fragmentos delirantes, brillantes, deslumbrantes de cine musical, como ocurría con Misión: imposible 2 a manos del también chiflado y también genial -en su sentido más movedizo, menos nocturno- John Woo. Van 35 minutos de un vector de una energía pocas veces vista. Flecha narrativa, Mad Max: Furia en el camino tiene 35 minutos iniciales de una potencia inigualable. George Miller, uno de los mejores directores que ha dado el cine mundial en las últimas cuatro décadas -y que ha filmado menos de lo que se lo necesitaba- pone ante nuestros ojos una actualización de un mundo, el que desplegó su propia trilogía Mad Max (1979-1985). Ni remake ni continuación, esta nueva Mad Max está más ligada con la 2, la mejor de la trilogía inicial, pero no es una nueva versión de ese film de 1981. Es un regreso a un lugar, a un modo salvaje de pensar el cine, la posibilidad real, concreta, incluso exitosa, de un western contemporáneo, o futurista, o en el tiempo y el lugar del mito. Miller empieza con un hombre que busca escapar, con una mujer que busca escapar. Y con muchos hombres y coches y cosas por el estilo que salen tras ella, tras Furiosa, tras Charlize Theron, el personaje inolvidable que trae esta Mad Max que debió llamarse Furiosa. Porque Mad Max fue Mel Gibson y seguirá siendo Mel Gibson, porque por más que en los créditos figure que Max es Tom Hardy, en los papeles, es decir en el relato, este señor Hardy no puede con ningún gesto. Habla poco pero no le sale el silencio, quiere poner cara de loco y delata que los ojos y mirada abismales son difíciles de actuar. Que la fuente natural de Mel Gibson no es algo que pueda ir a buscarse, a reproducirse. Hardy pone trompita, pero no hay oscuridad posible en sus superficies. Charlize Theron, Furiosa, lo desplaza, lo pone en un lugar marginal, ella sí tiene oscuridades detrás de su rostro hermoso. No se trata de desaliño, se trata de la actuación en cine, que es un asunto en buena parte de personalidad. Tanto debió ser Furiosa esta Mad Max que la película podría pensarse sin pérdidas sin Hardy, sin Max. Y mejoraría mucho: porque nos llamaría menos a la comparación desfavorable con Gibson y dejaría a Furiosa ser la protagonista, y no parte de un dúo desbalanceado. Y nos ahorraría esos flashbacks gruesos en significado y estética, finitos en términos de duración del plano, que acosan a este Max Hardy. Flashbacks-fogonazos de una ramplonería que una película que tiene tantos minutos excelsos y para el asombro no merecía. Por suerte, la película combate y diluye y entierra esos planos horribles en la improbablemente mente de Max con cada aceleración. Es muy válido el ejercicio de quitar a Hardy: haganlo y verán que sobra. Sin él era una película mucho más pura, cohesionada, concentrada, sin molestias, sin actores que intentan exhibir una presencia que no se impone, una presencia trabajosa, una presencia que no (se) carga emocionalmente el final, ese cierre -atención: spoiler no demasiado relevante- en modo Más corazón que odio (The Searchers) de John Ford. “Cuando digo que alguien actúa bien, es cierto, pero es en realidad algo mucho más misterioso. Hay gente que, al estar en pantalla, hace que pase algo. (...) Es hacer que no tengas ganas de que salga de la pantalla.” Para Michel Houellebecq, en una entrevista en el libro Sofilm - El cine francés hablado, editado por el último Bafici, eso es algo que se lo provoca Mel Gibson, alguien del que dice que “el menor de sus gestos tiene muchísimo peso.” En películas desérticas y míticas con las Mad Max, aquellas y esta, ese peso se necesita. Theron lo entiende y tiene con qué sostenerlo. Hardy, un actor todavía inexplicable (quizás cambie), no sabemos si tan siquiera lo entendió. Grave error la presencia de Hardy, y los flashbacks para Hardy. Los diálogos ecofeministas son toscos y demasiado directos, sí, pero nada que no quede enterrado por el brillo de cada secuencia de acción, por la abrumadora mayoría de minutos de este verdadero cine en movimiento, para el que la persecución es una obsesión. Mejor dicho, es una determinación hacer de la persecución el centro, porque se sientan físicas, reales, cercanas, polvorientas y sobre todo que sean inteligibles. Es una verdadera proeza que estos asaltos al vehículo -o a la línea en modo tren de vehículos de Furiosa- sean así de vertiginosos y así de comprensibles. Vehículos en movimiento, gente en movimiento, en movimiento frenético, en cruces, en coches cruzados, volando a través de explosiones, armados con lanzas destructoras, a los saltos. Pocas veces en la historia del cine pudo apreciarse con esta claridad el movimiento veloz dentro del movimiento veloz. Buster Keaton lo supo hacer, Miller lo pudo hacer en secuencias con decenas de involucrados y en un 3D que se justifica con profundidad, con relieve, con vértigo visual nunca embarullado, que nos hace olvidar la molestia de los anteojos sobre los otros anteojos, para nosotros los miopes. Miller llegó a esta Mad Max a 30 años de la última entrega de la trilogía original y aceleró el ritmo de los cortes de montaje, “modernizó” el tempo, pero no perdió fluidez y mantuvo la comprensibilidad. Y se jugó por una película de acción que no se parece a muchas otras, a casi ninguna. Miller impone su espíritu de cineasta variado, amplio (Mad Max, Las Brujas de Eastwick, Babe 2, las 2 Happy Feet, Un milagro para Lorenzo), jugado, arrojado, apasionado. George Miller es poseedor de una potencia para la acción y para narrar acción de forma flamígera que puede llegar a resucitar el cine si alguna vez fuera necesario, si se lo propone y se aplica en serio. Esta Mad Max es una película extraordinaria y magistral en tantos momentos que dan mucha pena los ripios de Hardy y de esos flashbacks espantosos, mucha pena comprobar una vez más que parte de la estrepitosa caída de las Batman de Nolan de la segunda a la tercera entrega se debía al villano. Es una lástima que a esta Mad Max, una película con este despliegue de imaginación visual, sonora, cinética, que se permite el tremendo vehículo con tambores y guitarra que musicalizan el camino y la furia guerrera, sea posible encontrarle esas manchas. Esta nueva Mad Max no es una obra maestra, contiene una obra maestra, una película furiosa que debió llamarse Furiosa y ser aún más femenina -incluso exclusivamente femenina- en su lado bueno. Con el tiempo, y con revisiones de sus momentos inolvidables, empezaremos a borrar a Max, a Hardy, a sus traumas en modo de flashback. A convertirlo en flashbacks hechos de planos cada vez más cortos, cada vez más imperceptibles.
El mejor regreso del héroe solitario George Miller rodó “Mad Max” en 1979 junto a un absoluto desconocido llamado Mel Gibson, 650.000 dólares que no alcanzaban para nada y cero pretensión de hacer ruido mucho más allá de Australia. Así suelen construirse los clásicos modernos. Un poco cowboy, un poco samurai, Max encarnó al héroe transcultural por excelencia. Hubo dos secuelas, claro, y la permanente pregunta de millones de fans: ¿cómo sigue la historia? La historia sigue 37 años después con un reboot, fórmula que Hollywood exprime para resucitar franquicias, historias y personajes que garantizan, al menos, la expectativa del público. Lo acertado de Warner, además del presupuesto ilimitado que consiguió, fue confiarle el proyecto al padre de la criatura. Aquí está George Miller entonces, con las manos y las ideas libres para traer a su Mad Max al siglo XXI. La cuestión es que los temas en discusión son casi los mismos que a principios de los 80: el agotamiento de los recursos naturales, las guerras globales, las distopías en ciernes. Pasto de esa violencia explícita en la que Max se mueve como pez en el agua. O en la arena. A Gibson lo reemplaza Hardy, una figura de moda perfectamente adaptada al Max monosilábico, feroz y, en el fondo, guardián de la escasa justicia que puede encontrarse en ese futuro frenético. De locos. La película es una sinfonía en permanente movimiento, una road movie alucinante, una huida hacia adelante en la que los más variopintos personajes se enlazan en batallas interminables sobre ruedas. Entre las líneas de tanta acción pura y dura se lee un mundo enfermo, deforme, donde los ejércitos se inmolan en el altar de déspotas investidos de un aura espiritual. El diseño de producción (vestuario, maquillaje, pertenencias tribales) es protagonista, al igual que los monstruos sobre ruedas que cabalgan el desierto inacabable. Por allí anda Mad Max, caballero descastado que volvió, seguramente, para quedarse.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
HERRUMBRE, SANGRE Y ARENA La primera Mad Max (1979, George Miller) asomó cuando los géneros de aventuras y ciencia ficción pasaban por un período brillante, con realizadores nuevos apasionados por el cine, la narración aún no invadida por centelleos videocliperos y el arte integrando formas cedidas por la maquinización, los desechos industriales, turbulencias sociales y miedos a un futuro ganado por la insensibilidad. Desde Duel (1971, Steven Spielberg) hasta Terminator (1984, James Cameron), sin olvidar los primeros Alien, los rastros de la obra de Sam Peckinpah retomados por directores como Walter Hill, y hasta productos menores como Razorback (1984, Russel Mulcahy) confluían en un corpus que los cinéfilos más atentos valoraban, donde los rasgos característicos del cine clase B adoptaban una estética que, lejos del realismo y del entretenimiento infantil, iba al encuentro de un universo sombrío, sucio, y aún así excitante. No deja de ser alentador que haya caído en manos del propio Miller (1945, Chinchilla, Australia) este retorno a un personaje que, encarnado por Mel Gibson, había merecido dos películas más en los ’80. En Mad Max, furia en el camino vuelven a verse hombres en estado semisalvaje y mujeres masculinizadas poniendo a prueba su instinto de supervivencia, actuando como fríos soldados poniendo en juego su resistencia una y otra vez. Alrededor suyo, vehículos que parecen insectos, atacantes con aire de frenéticos hooligans, herrumbre y arena. La acción comienza sin preámbulos, hasta que, a la media hora –cuando todo hacía temer que se estaba ante otro film de esos que parecen un largo, trepidante trailer–, Mad Max, furia en el camino se aquieta inesperadamente, retomando luego, con intermitencias, su vértigo de persecuciones y ataques. En el fondo, no deja de ser una road-movie con los maltratados personajes abriéndose dificultosamente camino por un desierto infinito, cuyos mojones son los enemigos que le van saliendo a su paso. Miller aprovecha las facciones de Tom Hardy y Charlize Theron para hacer de Max y la emperatriz Furiosa impertérritos íconos, sumándose algunas pandillas (una de bellas jóvenes no tan angelicales como parecen, otra de inefables ancianas), el malvado de rigor (encarnado por Hugh Keays-Byrne, que había actuado en la Mad Max original), deformidades varias y algún toque de sadismo. La lucha es por el agua, aunque también hay disputas por la leche materna (con ecos de Niños del hombre, el film de Cuarón) y por un gigantesco camión cargado de combustible. La fugaz visión de una meseta sembrada de árboles verdes puede verse como un paraíso en las alturas o la utopía de la vida en armonía con la naturaleza. El maravilloso plano en el que Miller hace que una montaña de arena comience lentamente a revelar el cuerpo semienterrado de Max, y otro en el que los personajes contemplan un satélite cruzando el cielo azul como tomando conciencia del universo, son los mejores momentos de un film de indiscutible solidez. El exceso de música y palabras enfáticas, las ocasionales acrobacias y toques de tambores que recuerdan las performances del Cirque du Soleil, algún aditamento ridículo (como un músico dándole a su guitarra eléctrica en medio de los estallidos) y la ocasional tendencia a arrojar elementos (desde la guitarra en cuestión hasta camiones hechos pedazos) con el fin de justificar el rodaje en 3D, desnivelan el producto. Evidentemente, para esta reaparición los valores de la saga de Mad Max importaron menos que la posibilidad de armar un nuevo tanque, con todo lo que Hollywood puede aportar actualmente en materia de efectos y nombres atractivos para la taquilla.
¿Es para tanto? Tantas reseñas abrumadoramente a favor, comentarios previos que hablaban de “una obra maestra” y un par de tráilers realmente cautivantes predisponían de muy buena manera a la hora de ver Mad Max: furia en el camino. Sin embargo, el resultado no es el esperado o las expectativas generadas no estuvieron a la altura, quedando algo de decepción cuando se piensa un poco la película a posteriori. No es que Mad Max: furia en el camino esté mal, para nada. De hecho, tiene unos cuantos méritos para enumerar, que la diferencian de buena parte del mainstream hollywoodense. Para empezar, George Miller tiene una visión equilibrada del carácter mítico que ha adquirido el personaje que creó, Max Rockatansky (esta vez encarnado por Tom Hardy, quien reemplaza exitosamente a Mel Gibson), y el nivel de conocimiento que ha llegado a tener dentro del panorama de la ciencia ficción post-apocalíptica, lo que le permite hacer las introducciones justas al camino de este antihéroe y el universo destrozado que habita. En consecuencia, lo que tenemos es un film que se concentra rápidamente en las acciones, con un montaje acelerado, a hachazos, con personajes delineados con un par de trazos y toda una red de simbolismos y construcciones lingüísticas a las que el espectador debe acomodarse sin mucho preámbulo. A la vez, Miller se permite reacomodar a Max no como un protagonista definitivo e inamovible, sino más bien condicional, alguien a quien no le queda otra que prenderse a una huida encabezada por la Emperatriz Furiosa (Charlize Theron), quien busca llevar a un particular grupo de mujeres a su tierra natal, mientras son perseguidos por el maligno Inmortan Joe. De este modo, también se va perfilando una lectura sociológica donde lo que se ve es a un grupo dominante cimentando en construcciones discursivas y rituales patriarcales y religiosas, con un líder que es la vez dictador, siendo desafiado por un conjunto de protagonistas con una impronta indudablemente feminista. Pero también es cierto que, si analizamos Mad Max: furia en el camino en comparación con la filmografía previa de Miller, tanto Max como Furiosa lucen un tanto esquemáticos y elementales al lado de la complejidad que se podía apreciar en ese héroe que se iba construyendo y superándose a sí mismo, que era el cerdito de Babe, el chanchito valiente y Babe, el chanchito en la ciudad. El camino que recorren es mucho más lineal de lo que podría aparentar y está mucho más vinculado a la evolución bastante más simple que realizaba Happy Feet como factor disruptivo de un sistema. Por otro lado, Miller siempre ha sido directo, potente y hasta brutal en sus lecturas y metáforas políticas, y si en las dos primeras entregas de Mad Max casi no necesitaba de palabras, en los dos films de Babe la voz narradora funcionaba como un vehículo de acercamiento al público infantil, siempre con una sinceridad demoledora. Acá esa sinceridad y potencia permanecen, pero el discurso es cuando menos algo más lavado y no del todo coherente con las películas anteriores de la saga. Aún así, se le puede otorgar validez a partir del hecho de que se percibe un camino, una búsqueda en la filmografía de Miller, que ha ido pasando de una contemplación desoladora del mundo que lo rodea a una más esperanzada. Allí, Mad Max: furia en el camino es un film de crisis intencional, como si Miller debatiera consigo mismo a través de su obra. Otro aspecto donde la maquinaria de Mad Max: furia en el camino hace ruido es el de sus personajes de reparto: en ese villano con tanto carisma como superficialidad que es Inmortan Joe, como en ese enemigo transformado rápidamente en amigo que es Nux -que encima suma un romance con una de las jóvenes fugitivas que como mínimo está tirado de los pelos-, se revela a un relato ambicioso en sus formas y contenidos, pero también limitado por el nervio, el vigor y la velocidad que se impone a sí mismo. Lo cual nos lleva al último punto: a pesar de ciertas paradas estratégicas, el film no se diferencia tanto de otros exponentes del Hollywood actual. Por momentos, es puro ruido, estupendamente filmado, pero ruido al fin. El estruendo que provoca está muy calculado y se percibe una intención por conectar tanto con la crítica hambrienta de cierta anarquía en el mainstream como con un público con un horizonte marcado por años y años de blockbusters explosivos. No está mal que las dos vertientes se crucen, pero pocas películas las han unido con éxito -un ejemplo reciente es El planeta de los simios: confrontación-. Porque en verdad Mad Max: furia en el camino es una película de tensiones no resueltas: detrás de todas sus convicciones, de toda su energía avasalladora, hay dudas, hay vacilaciones. Por eso quizás tanta euforia no esté justificada. Quizás no sea para tanto.
El futuro es mujer Hay algo fascinante en esos cuerpos, que despiertan curiosidad y erotismo a la vez que repulsión y rechazo. Es eso que está ahí e impresiona pero no puede dejar de mirarse. Es un fenómeno (aunque sea patologizado), reconocido con un nombre poco común: abasiofilia. En esa dirección, quizá casi lateralmente, quizá sin quererlo, Peter Medak dirigió Romeo is Bleeding (1993), un noir oscuro en el que la abasiofilia no le hace asco al género, más bien termina redefiniendo algunos de sus contornos en una contemporaneidad que había renunciado a repensar los géneros desde los bordes de las figuras que los distinguen. La femme fatale de la película de Medak era Lena Olin, eterna MILF y señora de las cuatro, cinco y seis décadas en estado bombástico. Pero ojo, acá no se trataba de la edad, sino que interpretaba a Mona Demarkov, una despiadada asesina a sueldo rusa, cuya crueldad era equiparable a su sensualidad apabullante, entronizada por una cualidad aun más seductora: su brazo amputado. En una escena con Gary Oldman, que interpretaba a Jack Grimaldi, un oficial de policía corrupto –que tenía que matarla pero no podía, a causa de la irrefrenable atracción que sentía por ella–, Mona y Jack cogían y ella le preguntaba si prefería con o sin la prótesis, a lo que él respondía que sin la prótesis, para así tener la posibilidad de observar el muñón en toda su retorcida sensualidad (gran alegoría sobre el uso de profilácticos). Si la película de Medak supo hacer de las amputaciones un símbolo de sexualidad, de poder, de brutalidad, de una belleza amenazante y exótica, quien reinventó el asunto de la abasiofilia cinematográfica para el gran público no fue otro que David Cronenberg con Crash (1996), acaso la película más sensual y sexual de la historia sobre cuerpos mutilados que cogen. Si algo planteaba aquella película era la continuidad entre el cine psicosomático de los ‘70s (que encontró en La Mosca su punto más álgido y perfecto) y un cine más cerebral, contemporáneo a las últimas dos décadas. El cuerpo mutilado, en Cronenberg, es el correlato de una mente también tullida, amputada, e involucra cierta sexualidad transgresora, el ir más allá, el apartarse de lo normal o frecuente. En este horizonte hay una corriente continua de conexiones e intereses similares entre el cine canadiense y el australiano. Y australiano es George Miller, que se propuso reescribir un mito fundacional de su cinematografía a la luz de nuevas intensidades. En definitiva: se propuso revisar un género por el cual él mucho había sembrado, pero esta vez desde otra perspectiva. Y aquí es donde retornan los muñones: la heroína de Mad Max: Furia en el Camino (Mad Max Fury Road) también es una femme fatale tullida, sin un brazo, interpretada por Charlize Theron, una de las mujeres más hermosas del planeta. Su sensualidad está en su fuerza, en su determinación, en su coraje, en un mundo donde las mujeres han sido completamente anuladas, excepto por un par de funciones. Y también está en su belleza, en la belleza de su discapacidad, en el erotismo que emana cuando camina, cuando mueve su brazo amputado, cuando maneja el camión con la prótesis. Ella es Imperator Furiosa, la guerrera pelada, con la cara pintada de negro con grasa de auto, capaz de desafiar a hordas de hombres musculosos pintados de blanco y a tullidos (más que ella) con máscaras para respirar y cuerpos deformados. En ese acercamiento feminista (en donde el personaje ha sido comparado con la Ripley de Alien (Ridley Scott, 1979) es en donde esta reversión/relectura/remake gana puntos (amén del delirio y desborde visual que ya no es clase B pero que mantiene ese espíritu). Y es que Furiosa es la heroína feminista, la gran salvadora de las mujeres de Inmortan Joe, a quienes éste mantiene esclavizadas, como progenitoras de sus herederos masculinos. En medio de un mundo sucio, marrón, cruel y sangriento, las esposas de Inmortan Joe son una suerte de impolutos seres virginales (ya desfloradas), acaso la última esperanza de una humanidad en ruinas. El heroísmo tiene cara de mujer, sí, pero de mujer tullida, rota, hermosa pero perturbadora, como si Marco Ferreri se hubiera colado a la fiesta por la puerta de atrás. Mad Max Furia del Camino es actual y anacrónica. Furiosa las ayuda a escapar del tirano, y ahí es cuando conoce a Max, que solo parece haber sido concebido para ayudarla en su misión y, en última instancia, para salvarle la vida, como si las jerarquías heroicas se hubieran invertido. Incluso el hecho de que Mad Max sea interpretado por Tom Hardy ayuda a esta cualidad de sumisión, de perfil bajo que posibilita el brillo ajeno. Tom Hardy es un actor de gestos y movimientos minimalistas, de pocas palabras, de voz ronca y sofocada, de temple sereno, el hombre perfecto que está ahí para que la mujer brille. Mad Max: Furia en el Camino es una película femenina y feminista, con un personaje femíneo principal fuerte, capaz de cargarse a cientos de monstruosos seres y de erigirse como la nueva líder, también monstruosa. Es, en el mejor de los sentidos, el regreso de las salvajadas cinematográficas del siglo XX pero con herramientas nuevas: es actual y anacrónica. Furiosa es la heroína que pone en peligro su vida y su cómodo estatus (ella no es parte del aren de procreadoras, sino una emperatriz con autoridad, derechos y hombres a su cargo) para salvar a un grupo de mujeres que nunca hicieron nada por salvarse. Que el motor de sus acciones sea, en el fondo, la redención propia y la vuelta a un pasado ya inexistente, más que el deseo altruista de liberar a las féminas, poco importa. Y ahí todo el discurso del feminismo falopa se cae al tacho: liberación, sí, pero primero, salvarse uno. La práctica antes que el discurso vacío. A días de una marcha convocada por las redes sociales contra el femicidio bajo el lema Si tocan a una, nos organizamos miles, Mad Max: Furia en el Camino viene a ser el correlato cinematográfico de una situación actual. Si tocan a una, nos organizamos las cuatro o cinco que quedamos vivas.
Adrenalina, vértigo y potencia sin límites en la carretera Todo lo que se halla alrededor del universo de Mad Max: Fury Road desborda de desenfreno y potencia, a la vez que sugiere dinamismo. Esto abarca desde los pósters del film hasta la locura avasalladora que se desprende de sus tráilers. La suma de cada elemento permitió acrecentar la expectativa en los espectadores (principalmente en aquellos que se han declarado fieles seguidores de la trilogía protagonizada por Mel Gibson). Al momento de la verdad, la obra de George Miller cumple con lo prometido y nos regala un espectáculo visual tan delirante como furioso. El arranque de la película nos introduce de manera intensa en el intento de escape de Max (Tom Hardy) de los hombres de Inmortan Joe, el villano de turno, en lo que representa un inicio que conecta, inquieta y atrapa. Del mismo modo deleita por el modo en que cada secuencia está rodada, conformando una línea que se mantiene constante y como sello distintivo durante gran parte de los 120 minutos de proyección. Mientras Inmortan Joe domina e impone sus propias reglas en La Ciudadela, los pertenecientes a niveles sociales más bajos se desesperan por poder hacerse al menos de un poco de agua. Imperator Furiosa (Charlize Theron) emprende un camino diferente que es tomado como una traición por parte de Inmortan y sus súbditos. A partir de allí, las desquiciadas persecuciones se apoderan de la pantalla, a puro ritmo y vértigo. Encadenado al frente de uno de los vehículos (conducido por Nux, uno de los secuaces dispuesto a todo) y con un anhelo enfático por zafarse, Max soporta los primeros tramos de enfrentamiento sin poder ser partícipe voluntario de ello. Miller respeta el espíritu de la trilogía incluso añadiéndole a la cinta algunos guiños respecto de las producciones que supo dirigir entre 1979 y 1985. Lo bizarro sale nuevamente a flote mediante las situaciones que se exhiben y a través de los personajes que desfilan a lo largo de la historia, conservando ese gusto a serie B que también caracterizó a las antiguas entregas. Mad Max: Fury Road resurge y triunfa al proclamarse como la propuesta más entretenida y desatada de las cuatro que se han realizado. En esto tienen mucha importancia las explosiones, el montaje y la puesta en escena, permitiendo que cada pasaje de acción se transforme en un disfrute visual excesivo, alocado y único por la diversidad de planos, choques y cruces que se van dando entre un bando y otro. Lo meramente técnico es sobresaliente y oficia como factor fundamental a la hora del puntaje final, en una narración que funciona como un bombardeo intercalado entre imágenes portentosas y sonidos estruendosos. Si bien no se trate de un relato en el que los diálogos tengan un papel esencial, Tom Hardy ofrece una sólida interpretación como sujeto serio, solitario y atormentado que escapa tanto de los vivos como de los muertos. Miller sorprende al darle el mismo o más protagonismo a Charlize Theron que a Hardy, gratificación que la actriz sudafricana devuelve con solidez, prestancia y soltura en su labor actoral. Mad Max: Fury Road acaba dejando una muy buena impresión. Incluso con algún que otro leve declive (después de tanto entusiasmo, algún freno tiene que haber), la película sabe lo que tiene que contar y cómo hacerlo. Una experiencia que exprime la magia de la gran pantalla, haciéndose fundamentalmente provechosa en el cine. LO MEJOR: la dinámica, el desenfreno y la adrenalina de las escenas de persecuciones y acción. La puesta en escena es imponente. LO PEOR: tal vez le sobren algunos minutos. PUNTAJE: 8
Mad Max: Historias de sonido y de furia La primer escena remite al desierto norteamericano clásico, ese de los westerns de John Ford y tantos otros: un inmenso valle rojizo a los pies del personaje, que lo mira de pie, inmóvil, de espaldas a la cámara. A su lado está la cabalgadura: una cupé Ford Falcon XB (diseño exclusivo para Australia) modelo 1973, V8, naftera, con toma adicional, externa, de aire y combustible a media altura del capot. La sola visión del perfil de la cupé nos remite al primer Mad Max, aquel de 1979, con Mel Gibson como policía torturado haciendo justicia por mano propia en las rutas solitarias de la Nueva Gales del Sur. Al comienzo de la peli una voz en off nos ofrece, a cuentagotas, datos mínimos para entender el presente postapocalíptico en el que transcurre la historia: crisis económica generalizada, guerras del petróleo, escasez de agua, desertificación y cambio climático, colapso civilizatorio y alguna cosa más que ya no recordamos. Segundos más tarde, sin embargo, un gesto del nuevo Mad Max (un contenido Tom Hardy) nos advierte que esta peli es distinta: súbitamente aplasta con el taco una lagartija mutante, de dos cabezas, y procede a comérsela cruda, de una, sin la menor elegancia. Así comienza la mejor película de lo que va del Siglo XXI. Nos referimos a Mad Max: Furia del camino, la cuarta -y, lo sabemos desde ya, última entrega de la saga-. La muy buena crítica hecha por Horacio Bernades para Página/12 sugiere varios paralelismos entre esta última versión de Mad Max y La Diligencia, de John Ford (véase: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-35529-2015-05-14.html). A ver, ¿qué tenemos en común? En primer lugar, una serie de personajes que viajan en un transporte colectivo (en este caso, el Camión de la Nafta), un viaje que les cambia la vida a todos, un conductor (la extraordinaria Charlize Theron, haciendo de la militante Imperator Furiosa), un solitario del camino (Mad Max) perseguido por sus propios fantasmas, enemigos varios que, en lugar de indios, esta vuelta son motoqueros enloquecidos, feministas armadas, bandas de tribus desquiciadas que incluyen antropófagos, torturadores y demás. Y aquí y allá la marca de fábrica de Mad Max, el rasgo que lo hizo famoso, reconocido e imitado en todo el planeta: esos autos, por dios, esos injertos de vehículos imposibles en clave anarko-retro-futurista, volando por las rutas, deslizándose por los desiertos africanos (la película se filmó en la bellísima Namibia), atravesando salitrales, rutas alquitranadas, barriales, gigantescas tormentas de polvo, roquedales insufribles y dunas de arena rojiza. Sonido y furia, chicos, sonido y furia en una apoteosis bizarra! Y encima también se la ofrece en versión 3D; setenta mangos la entrada, si optan por esta última. Vale la pena, papá; llevá pochoclo. No pretendan el menor “mensaje” en Mad Max: Furia del Camino. En cambio, permítanse gozar con esta salvaje pincelada de época, estos pantallazos de nuestro propio presente que el gran George Miller, director y co-guionista, nos ofrece como reflexión sobre esta fase final del Imperio americano y su parafernalia acompañante: crisis económica generalizada, guerras del petróleo, escasez de agua, desertificación y cambio climático, colapso civilizatorio y alguna cosa más que ya no recordamos. Hay miles de alegorías, homenajes y referencias cruzadas en esta Mad Max, de lejos la mejor de la serie. La peli comienza en La Ciudadela, un enclave medieval, con sociedad estratificada en castas y gobernada por un tirano, “Immortan Joe” (Hugh Keas-Byrne), quien usa una máscara presumiblemente de oxígeno cuya morfología remite inmediatamente al alien de Depredator. Hay una casta de seres pálidos, onda muertos vivientes, denominados “media vida”, que son los que operan las máquinas, manejan los vehículos y participan de las operaciones militares. Los “media vida” parecen los zánganos de una colonia de insectos himenópteros, pero al revés: parecieran ser machos estériles. Metáfora del aparato militar-industrial-de inteligencia, vaya uno a saber. Encima, necesitan inyectarse sangre humana todo el tiempo; suponemos que son resabios de radiaciones nucleares en previos conflictos. No todas son contras las de los “media vida”; cada tanto se papean con una especie de aerosol plateado que los pone a punto para la acción de cualquier tipo. Su sueño es casi casi como los delirios del Estado Islámico: morir en la batalla y ser conducidos al paraíso (el Vahlala) de la mano de Immortan Joe. Más abajo está la plebe, sucia y desdentada, a la que se le tira agua de vez en cuando para aplacarla, mantenerla a raya y enseñarle quiénes son los que mandan. Immortan Joe mantiene una serie de reinas, modelos espectaculares a las que preña cada tanto para mantener la especie a flote. La película comienza cuando desde La Ciudadela parte una misión, comandada por Imperator Furiosa, a buscar combustible a la Ciudad de la Nafta. La bella Furiosa, manca y salvaje, tiene sin embargo otros planes: se está llevando de contrabando a las reinas, para conducirlas a la Tierra Verde, un final de redención para la raza humana, sobre todo para las mujeres. No se asusten, el ecologismo y el feminismo son tan berretas en esta primera aproximación que el espectador comprende la broma. Basta de idioteces, nos dice Miller, prendan el camión y que empiecen las carreras. Y qué carreras, chicos, qué carreras! El Ejército Imperial en pleno, un aquelarre de autos injertados sobre ruedas de tractor, motores inverosímiles, chapas delirantes, bajo el comando de Immortan Joe y al ritmo de heavy metal de un guitarrista, al frente de un camión-parlante, tocando con una guitarra que despide fuego por el mango. Dos horas de vértigo al ritmo de bombas, tornillos volando, nafta chorreante, motores enloquecidos, media-vidas en lo alto de mástiles móviles, tiros de trabucos, lanzas, flechas, pistolas, autos-erizo, camiones-cisterna, todos girando enloquecidos por el medio del desierto. Les adelantamos el final, así que después no se quejen; el loco Max convence a Furiosa para que haga lo único posible: dejate de joder con la Tierra Prometida, volvé a La Ciudadela y hacé la revolución, cosita. Y eso ocurre. El final de una saga civilizatoria sólo puede resolverse, no con la idiotez ecologista, paraíso perdido y huerta orgánica, sino con una nueva saga civilizatoria. En eso estamos, chicos. Una última observación, un nuevo giro al pretendido feminismo de la peli. La última escena los muestra a Imperator Furiosa y a Mad Max en la despedida. Furiosa es un desquicio: mugrienta, semimuerta, un ojo cerrado, rengueando; está subiendo con las otras mujeres por un ascensor que es más metafórico que otra cosa. Mad Max, por el contrario, está abajo, de pie, entero, confundido entre la plebe, a punto de darse vuelta e irse para siempre. No es una escena de amor. No se están despidiendo dos amantes. En un suave juego de guiños, gestos y miradas, el Loco Max le está diciendo a la bella Furiosa y, por extensión, a la mujer: “Este es el siglo de ustedes, chicas; háganse cargo a partir de ahora.”
VAMOS LAS PIBAS George Miller siempre fue partidario del cine físico. Al menos cuando se dedicó a filmar esos dos westerns sobre ruedas que son Mad Max y Mad Max 2: The Road Warrior (la tercera entrega, Mad Max Beyond Thunderdome, sería un paso en falso). Tres décadas después de la última entrega, y luego de dirigir películas como Babe y Happy Feet (sí, en serio) decidió volver a la saga que lo elevó al status de director de culto. Pocas veces una espera tan prolongada valió tanto la pena. Con un presupuesto 150 veces (!) superior al que manejó en 1979 para iniciar la, hasta ahora, tetralogía, Miller optó por no traicionarse y seguir apostando por esa “elementalidad de lo físico (…) en la que cada auto roto es un auto realmente roto”. Hay en él más de artesano que de diseñador, y lo hace notar. Ya sin Mel Gibson y con un panorama mundial distinto al de principios de los ochenta, en Mad Max: Fury Road el foco está puesto no tanto en el petróleo y sus derivados sino en el agua que, de tan escasa, parece ser una sustancia capaz de enloquecer. El “nuevo” (mismo personaje, distinta historia) Max Rockatansky (Tom Hardy) se la pasará huyendo toda la película pero su escape no es ni por las tapas el más interesante. Ocurre que se suma, sin quererla ni beberla, al plan de una mujer que decide desviarse del régimen establecido. Furiosa (una brillante y calva Charlize Theron) se harta de la tiranía patriarcal de Immortal Joe (interpretado por Hugh Keays-Byrne, quien también actuó en la primera Mad Max) y enciende el fuego de la rebelión. Líder de un grupo de mujeres fértiles llamadas “paridoras”, pretende dejar de ser un mero engranaje dentro del gran sistema de cuerpos y poder disponer del suyo. En el postapocalipsis los cuerpos valen por sus agujeros y sus fluídos. Bocas, vaginas, óvulos, sangre, sudor, leche materna. Como los Fremen del planeta Arrakis en Dune, esa obra maestra de la literatura escrita por Frank Herbert, el patriarca sabe que el capital biológico es escaso y debe ser preservado, controlado, vigilado, administrado. Y si para eso hay que someter por medio del trabajo, la tortura y la religión, pues adelante. Son varias las cadenas que se cortan a lo largo de las dos horas que dura Mad Max: Fury Road. Es una acción tan sencilla como significativa pero el director de fotografía John Seale se encarga de enmarcarla con precisión dentro de la enormidad del desierto de Namibia. Su capacidad para orquestrar las dantescas persecuciones excede cualquier elogio; los exteriores diurnos y nocturnos donde se desarrolla la revolución son inolvidables. Ha vuelto Mad Max, ha vuelto el mejor George Miller. Eso supone una buena cantidad de freaks a bordo de autos, motos, camiones cisterna, tractores, big-foots, rodados de cualquier grupo y factor acelerados a fondo con el fin de dar caza y, ya que estamos, romper todo. Claro que el combustible de este cine físico, kitsch y delirante es una idea. “El futuro pertenece a los locos” se lee en los pósters, pero parece que las únicas locas dispuestas a patear el tablero son las chicas. Si el futuro les pertenece o no, está por verse… lo que es seguro es que son ellas quienes lo posibilitan. ¡Vamos las pibas!//?z
Le pedimos por favor que deje de lado todo prejuicio contra el cine de acción y violencia, porque si por esa razón no se acerca a este renacimiento glorioso de Mad Max, se va a perder una lección de cine. George Miller es uno de los grandes realizadores contemporáneos; no solo creador de los tres célebres films con Mel Gibson que lo transformaron en estrella sino también de fábulas agridulces donde se enfrentan las taras del mundo (sea una empresa farmacéutica en Un milagro para Lorenzo; sean las grandes ciudades en Babe, un chanchito en la ciudad; sea el Diablo mismo en Las brujas de Eastwick; sea la estupidez fanática en las dos Happy Feet) con la bondad y el sentido común. Lo que, dado el estado del mundo, implica convertirse en héroe. Furia en el camino no es una continuación sino un “reboot” de la saga con Tom Hardy como Max, que está muy bien, y una superlativa Charlize Theron. La historia es simple: futuro postapocalíptico, un líder bárbaro que domina gente sin agua, una mujer que rescata a sus torturadas “esposas”, y Max dando una mano. Lo que sigue es una serie de persecuciones violentísimas de una claridad meridiana: los personajes se desarrollan moviéndose, corriendo, colgando de varas, cayendo, peleando en un mundo metafóricamente igual a nuestro superpoblado cotidiano. Lo que Miller logra con la cámara y la tecnología realmente es una lección de cómo debe filmarse cualquier cosa; lo que logra en el montaje es incluirnos (metáfora, pues) en esas carreras desenfrenadas que no desmerecen el adjetivo surreal. Cine puro, purísimo, el del movimiento perpetuo y el peligro constante.
En pleno 2015, es como si hubiéramos regresado a los 80. Terminator, Star Wars, Jurassic Park están de moda en los avances, y por supuesto, Mad Max. Aquella mítica saga de persecuciones sobre autos modificados para la guerra, protagonizada por Mel Gibson, y salida de la mente maestra de George Miller. Y este es un claro ejemplo de lo que debería hacer Hollywood. No es un remake, no es una secuela, precuela o spin-off. Es simplemente una aventura más, con el mismo protagonista con diferente rostro (al estilo 007), sin desmentir ni dejar de hacer valer las historias pasadas. Es una misión más que aún aquellos que no hemos visto completamente la saga original, podremos entender y disfrutar enteramente. Y vaya que la disfrutamos. Max es un fugitivo que busca la venganza contra sus captores, pero en el camino, encontrará la misión de Fury, quien decide rescatar a unas jóvenes del cruel destino que les espera, mientras buscan la tierra prometida. Nos han prometido un thriller de acción, y lo han cumplido con creces. Los efectos son una clara muestra de cómo ha progresado esta industria con el pasar de los años y de cómo alguien ha tenido la suficiente paciencia para aprovechar al máximo los recursos con los que cuentan. Escenas así, ya quisieran tenerlas en otras sagas, con adrenalina, sin llegar a ser grotescamente explícitas, ni por eso detenerse en mostrar lo necesario. Personajes con motivaciones suficientes, moviéndose entre las sombras, sin ser el héroe puro. De cualquier manera en que uno desee verlo, Mad Max se ha convertido en el gran blockbuster del verano sin tener el cartel suficiente de otras películas. Vale mucho la pena verla en pantalla grande.
Pasaron exactamente 30 años desde que Mel Gibson corría por última vez por los desérticos baldíos australianos con su Ford Falcon XB Coupé, más conocido como “Interceptor”. George Miller, el creador del género post-apocalíptico, siempre quizo darle continuidad a la saga “Mad Max” y hoy, trés décadas más tarde de la última entrega, tenemos un nuevo capítulo en la historia de este icónico antihéroe. Todo se inició allá por 1979 con “Mad Max”, en la que un ex policía de la MPF (Main Force Patrol), tras vengar la muerte de su esposa e hijo, se transforma en un brutal forajido en un mundo sin reglas, debido a la escaséz de alimentos, agua y combustible. Tuvo una continuación en 1981 con “Mad Max 2? más conocida como “Mad Max: el Guerrero del Camino” y una última entrega con Gibson como protagonista en 1985 con “Mad Max: Más allá de la Cúpula del Trueno”, muy recordada por la participación de Tina Turner como Tía Ama (o Aunty Entity en inglés). Con la cuarta entrega de la franquicia, “Mad Max: Furia en el Camino”, que puede ser tomada tanto como una continuación como un reinicio, Miller retoma el género que creó y lo lleva a un nuevo nivel: con más autos, más explosiones, más acción, más violencia, más adrenalina y pocos diálogos. Tom Hardy se pone en la piel de Max Rockatansky, quien, atormentado por su pasado cree que la mejor manera de sobrevivir es deambular solo por este mundo devastado, aunque termina uniendo fuerzas con Furiosa (Charlize Theron), una conductora de un gigantesco transporte conocido como “Camión de Guerra” (War Rig), quien se encuentra huyendo de una Ciudadela tiranizada por Immortal Joe (Hugh Keays-Byrne, actor que ya había participado en la primer “Mad Max”, interpretando a otro personaje). Éste, se da cuenta que Furiosa ha tomado algo muy preciado e irremplazable para él y, enfurecido, reúne a todas sus pandillas y los persigue violentamente por los desolados y peligrosos caminos de un mundo enfermo. La película es adrenalina pura de principio a fin. El 3D nos hace saltar del asiento en más de una oportunidad y la música, metal industrial, es el acompañamiento perfecto para pasar un buen muy buen rato. Completan el reparto Nicholas Hoult en el papel de Nux; Nathan Jones como Rictus Erectus; Josh Helman como Slit; Rosie Huntington-Whiteley, Riley Keough, Zoë Kravitz, Abbey Lee y Courtney Eaton, todas ellas conocidas como “las Esposas”.
Apocalipsis sobre ruedas 36 años después de la épica Mad Max, la primera, con Mel Gibson, George Miller vuelve a poner en primer plano, con una poderosa vuelta de tuerca, al loco guerrero de la carretera. Estos son los casos en los que el espectador se pregunta, si es que vio la original y sus secuelas, qué habrán hecho con aquello de lo que uno luego convirtío en una película de culto. Mad Max era material de estudio de cátedras de producción audiovisual, más que por su contenido, por la fotografía de las persecuciones. Mis recuerdos rondan en las violentas peleas en un desierto, donde los autos son transformers vintage, la naturaleza y los humanos son hostiles entre sí y se sobrevive por los últimos recursos que permiten la vida. Aunque mi recuerdo más patente es Tina Turner con el hit "We don't need another hero" y sus cabellos salvajes. Nada de la locura de esa primera trilogía se perdió y es más se potenció, ganó todavía más, tecnología que ayuda, en la fotografía, en el arte, en los vestuarios y caracterizacones. Digo que si la hubieran hecho sólo en versión 2D pegaría de la misma manera que en 3D. Lo que sí me gustaría es que hubiera una proyección en IMAX(r), ¡eso sí sería una locura total! Eso parece que es lo que Robert Rodríguez, director de "Sin City" y otras películas del género, dijo al ver sólo unas tomas de lo que Miller estaba haciendo y se preguntó además, cómo "diablos había llegado a filmar tales escenas". Si bien hay uso de lo digital, se nota la destreza en el manejo de cámaras, a cargo del director de fotografía, ganador del Oscar por "El Paciente Inglés", John Seale. madmax_2_ew Los 120 minutos que dura el filme son casi sin respiro a pura acción, música estridente (pero que no molesta), casi no se nota el metraje, y uno se sumerge, como protagonista de la trama, en esa carrera frenética por salvar a las parideras, esposas de Inmortal Joe, el villano, de sus garras y llevarlas al Mundo Verde, donde puede darse una nueva vida. Creo que Charlize Theron, como la Emperatriz (guerrera de élite) Furiosa, opaca a Tom Hardy, que es el héroe del título. En conjunto hay química y sinergia, sin embargo, en las escenas en las que ella decide, su actuación es brillante y es de esas heroínas fuertes, como las de Angelina Jolie o Sigourney Weaver. Es una película que le da mucho más poder a las mujeres, pues las esposas y las Vulvalini, tribu de la que fueron robadas Furiosa y su madre, tienen los suyo y han aprendido a sobrevivir y pelear por reencontrarse con los suyos. Verán que la belleza de esta mujer, aquí, rapada y siempre con la cara llena de tierra, seguirá intacta en su coraje. En el caso de Tom Hardy como Mad Max, Gibson, no se extrañó en ese papel. Les dejo la inquietud, ¿aparece o no en alguna escena? (Los que lo saben no spoileen). Igual, poniendo en una balanza, su rol se acopla con los otros personajes y funciona muy bien. madmax_3_ew No han perdido vigencia las demandas ecológicas y sociales. Me parece que hoy más que nunca, aunque presenciemos esto que es una ficción, no se muestra tan lejana esta distopía cuando vemos que el agua, el petróleo y los suelos fértiles son tesoros que en manos de tiranos, vuelven a los otros esclavos y guerreros por la defensa aunque sea de una migaja de esos dones. Espectaculares escenarios de Namibia y Australia sirven al camino entre la Ciudadela gobernada por Inmortal Joe que sacia la sed de sus conciudadanos para que lo sigan adorando y trata a los humanos como bolsas de sangre que vuelve más locos a los zombies que custodian al dictador. Mad Max, es la bolsa de sangre de Nux, un joven que se está convirtiendo en guerrero zombie. Sigan su camino a lo largo de la película pues aún en medio de toda la locura y la violencia, surgirán sentimientos de ternura, adopción, amistad, amor y redención. Por todo esto y más, creo que es el estreno de esta semana, que no hay que dejarla pasar e invito a hacer un trato entre padres que vieron la trilogía original e hijos que siguen a "Maze Runner" o "Los Juegos del Hambre" para que vayan juntos y hagan intercambio de experiencias y ninguna de las generaciones, puedo apostar, quedará defraudada.
El cine de acción vuelve a sus bases, incentivado por un gran presupuesto, con el estreno de Mad Max: Furia en el camino del veterano George Miller. Mad Max: Furia en el camino sigue la historia de Max Rockatansky (Tom Hardy), un hombre de pocas palabras, que busca paz después de la perdida de su familia; y Furiosa (Charlize Theron), una mujer de acción que tiene esperanza de recorrer el desierto en busca de su hogar de la infancia. Ambos serán perseguidos por el dictador Inmortan Joe, a quien le han arrebato lo más preciado de sus pertenencias. Después de su paso por el cine infantil, con Babe el cerdito valiente en 1998 y las dos películas de Happy Feet en 2006 y 2011; el director George Miller vuelve al negocio de la acción; y a un universo que conoce bastante. Mad Max: Furia en el camino es una secuela o reinterpretación de la saga original y gracias a la ayuda contundente de su presupuesto; el film posee mucha más acción que la versión original protagonizada por Mel Gibson en tres oportunidades. Miller adapta a los tiempos que corren la historia de Max, con una excelente utilización del 3D, sin abandonar las esencia del cine australiano de los 70/80; y el diseño “steampunk” que hemos visto en mayor o menor escala en el cine con films como Doomsday de Neil Marshall, las nuevas versiones de Sherlock Holmes de Guy Ritchie, Sky Captain y el mundo del mañana de Kerry Conran; y una que mencionamos en una entrevista hace poco Wyrmwood de Kiah Roache-Turner. Sin olvidarnos del mundo de los videojuegos con titulos que hacen honor al modelo como Fallout, Bioshock, RAGE, Dishonored o Borderlands. Tom Hardy se aleja mucho del caracterizado Max por Mel Gibson; aquí apenas tiene diálogos y se asemeja más a un renegado pistolero en un western que quiere abandonar la lucha; como Clint Eastwood en Sin Perdón. Charlize Theron y Nicholas Hoult suman correctamente como personajes secundarios, y Miller los lleva al límite de sus interpretaciones. Finalmente, el universo Mad Max se amplia en esta ocasión, funcionando como un personaje más de la historia; con una fotografía impactante y suficiente información para los fanáticos y desconocedores de la saga. Una última aclaración es, si pensaban que los trailers tenían una música increíble, estén preparados; ya que el film hace uso de la misma; para fanáticos del Punk o Hard Rock.
El ardor Mad Max: Furia en el camino es un canto a un mundo en descomposición que se consume velozmente, y en donde el hombre parece haberlo olvidado todo y haber regresado a un estadio primitivo regido por el culto, la guerra y la escasez. Los habitantes de ese páramo se mueven rápido, con el apuro del que sabe que todo está por terminarse, como lo hacen esos jóvenes enloquecidos y pintados de blanco, half lifes, que salen a guerrear con la esperanza de morir honorablemente en la batalla y conseguir así un lugar en Valhalla, antes de que los tumores que pueblan visiblemente sus cuerpos terminen por devorarlos desde adentro. La Ciudadela, asentamiento que pareciera condensar pobremente los restos de una civilización lejana, se rige por una economía líquida: Immortan Joe puede ser adorado como un dios gracias a sus reservas de agua, leche materna, algo llamado agua-cola y combustible; todo lo relacionado con esos bienes moviliza a la población entera, ya sea en procesión para escuchar la palabra de Immortan y recibir un poco de agua, o cuando se prepara una excursión hacia el exterior para abastecerse de gasolina. Esa vida precaria, exigua, condenada irremediablemente a la extinción es, curiosamente, la materia prima de una película generosa y desbordante de vitalidad. George Miller rechaza cualquier tipo de servidumbre narrativa y hace algo muy parecido a un poema en el que cada elemento vale por sí mismo y por la relación que mantiene con los otros, sin ceñirse a las exigencias del relato. La primera media hora deja en claro las intenciones del director: el pasado y presente del protagonista se definen en apenas un par de líneas (“mi mundo está hecho de sangre y fuego”), también el del planeta y su visible devastación (“escaramuzas termonucleares”), y ni bien empieza la película el héroe es secuestrado por unas bestias motorizadas que lo cuelgan de un gancho y se sirven de él como un gran depósito de sangre (blood bag) con la que se prolonga brevemente la vida de los soldados blanquecinos (de paso: Miller tampoco pierde tiempo en tratar de sostener la iconografía del western que fijó la identidad de la serie en la primera película; acá no hay ninguno de los guiños, los homenajes o las evocaciones correctas y previsibles tan en uso al cine de otras épocas, hay únicamente cine). Poco después, el funcionamiento de la Citadela, con sus líderes contrahechos, sus enormes mujeres ordeñadas y su pueblo harapiento, es resumido en apenas unos pocos planos con diálogos erráticos. Acto seguido, una caravana bendecida por Immortan deja lugar y comienza un segmento que podríamos llamar musical: una persecución va ganando en tamaño, velocidad y fiereza hasta que los elementos (armas, vehículos, hombres) parecen ser manipulados rítmicamente. En esa primera secuencia, por lejos lo mejor que se haya podido ver durante el año, el cine pareciera adoptar la forma de una orquesta que sigue una partitura en un in crescendo vertiginoso: las colisiones, las explosiones, las muertes, las acrobacias, las maniobras, todo se sucede cada vez más rápido imprimiéndole a las imágenes un carácter notablemente abstracto: lo que estamos viendo guarda menos relación con un relato distópico que con los distintos movimientos de una sinfonía. Miller, perfectamente consciente de esto, pone un singular énfasis en el trabajo con la banda sonora: el ruido de los motores nunca fue tan decisivo en una película, y la música va abandonando la percusión (recurso sine qua non con el que el cine puntúa las persecuciones) para dejarle cada vez más espacio a una banda sonora gigantesca, wagneriana, que retrata con justeza la magnitud del espectáculo de destrucción que la película despliega coreográficamente frente a nuestros ojos. Basta ver unos pocos minutos de Mad Max para percatarse de que se trata de una película increíblemente generosa, que no escatima en gastos (de planos, de acciones, de efectos) con tal de conmover a su espectador. Es como si Miller desconfiara de cualquier clase de cálculo y, en cambio, tomara partido siempre por el desborde. El director, creador de una trilogía que vista hoy encanta sobre todo por lo artesanal de su factura, sabe que esta nueva entrega será una película hija de su tiempo, es decir, un producto que apele tanto al registro como a la creación digital. Ya que mucho cine, debido al estatuto híbrido de lo digital, no puede recomponer como antes la fisicidad de sus historias, Miller opta por una solución arriesgada: aprovechando al máximo la técnica digital, filma una película que interpela directamente al cuerpo (del espectador) antes que al entendimiento; no es raro que uno se revuelva en la butaca, o que se sujete de los costados: son los músculos tensionados que reaccionan físicamente a lo que se ve en la pantalla. No es casual, entonces, que el relato, ese tipo de construcción más o menos lógica, más o menos racional, carezca de importancia en Mad Max: lo que podría llamarse narración acá toma la forma de un viaje frenético del punto A al B y de vuelta al A que, para colmo, se realiza por el mismo camino. Lo más parecido a una transformación que pueden atravesar los personajes es el pasaje entre estados opuestos: de vivos a muertos, de presos a libres, de enteros a mutilados, de solos a estar en grupo (solo un personaje cambia verdaderamente en términos narrativos, y resulta el menos interesante de todos; la sociedad que mantienen el protagonista y Furiosa con sus parturientas prófugas, por otra parte, obedece solo a una feliz coincidencia de intereses y no a una afinidad de otra clase). Además no puede decirse que exista nada parecido a un orden psicológico: lo único que sabemos de las criaturas de Miller es lo que nos informan sus posturas, sus gestos, la manera de defenderse y, también, aunque no sea mucho, sus diálogos escuetos, que la mayor parte de las veces remiten a cuestiones puramente geográficas o incluso de inventario, como si toda la travesía se redujera solo a unos pocos interrogantes primarios: ¿A dónde vamos? ¿Tenemos las armas suficientes para sobrevivir durante el viaje? Para los actores no debe ser fácil entrar en ese universo donde la palabra vale tan poco y la gestualidad lo dice todo. Miller lleva esta premisa más lejos haciendo que los intérpretes griten o emitan sonidos, como si despojarlos del lenguaje articulado no fuera suficiente y además hubiera que forzarlos a romperlo. La lengua es una especie de lujo innecesario en ese mundo derruido pero inusualmente veloz, donde todo parece arder y consumirse espléndidamente.
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La aridez y la fertilidad se debaten como el ying y el yang en Mad Max: Furia en el camino, un frenético y empalagoso cóctel visual que empacha las retinas y nubla el intelecto con su bruma terrosa y texturas oxidadas. En sintonía con las entregas anteriores de la saga, toda estructura o complejidad queda aquí reducida a la apaisada llanura del desierto y a su horizonte chato y letal, con una trama infinitesimal que tiene a la supervivencia y la redención como puntos de fuga, la acción como engranaje y la moral y la ecología como mensaje y oasis en las dunas: Max (el grandulón Tom Hardy) se larga a escoltar junto a Imperatora Furiosa (Charlize Theron) a cinco muchachas con pinta de modelos de L'Oréal que representan la proceación y la belleza, acechadas por una tribu deforme adoradora del agua que lidera el grotesco Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne). Y no hay mucho más que agregar al respecto: el filme ostenta casi en su totalidad una perpetua escapada on the road en la que buenos y malos luchan sobre ruedas y con ánimo hard rock en vehículos uno más extravagante que el otro. ¿Diálogos? ¿Contemplación? ¿Narración? Cosas del pasado preapocalíptico. La cámara se agita nerviosa sobre piel, arena y metales sin posarse nunca en su objeto, los personajes se mueven con una velocidad inhumana y el paisaje pierde materialidad retro y austera para convertirse en otra cosa, un puro espacio irreal de desplazamiento que invita a comparar al filme con un videojuego arcade (en el que Interstate '76 convive con Mortal Kombat). Pero Mad Max: Furia en el camino no puede negar su tradición cinematográfica, desde los western clásicos en los que destacan héroes solitarios y persecuciones sangrientas hasta filmes de aventura mitológico-arqueológicos como Indiana Jones y el Templo de la Perdición o El señor de los anillos, en los que resuenan muchedumbres tribales y primitivas. Como la mano metálica de Imperatora Furiosa, Mad Max: Furia en el camino es un cyborg, una creación que relega humanidad para así convertirse en algo más presente y shockeante pero también errático, incapaz de generar un mito pop como lo hizo la trilogía anterior. Más allá de su innegable espectacularidad, lo único remanente al final de este agotador Dakar futurista es un empleado de cine que recolecta anteojos en 3D.
Reedición de un post-apocalipsis barroco. Mad Max no es para cualquiera. No lo era hace 30 años y no lo es ahora, en esta espectacular versión reeditada. Quienes disfrutaron de la trilogía protagonizada por Mel Gibson van a delirar con esta nueva entrega, que conserva el espíritu de la original mientras adapta la cinematografía al cine contemporáneo. Fury Road no para. Es una espiral de acción de receta conocida pero olvidada, lo que la vuelve original en su tiempo. Nada ha cambiado en tres décadas, amén de los recursos disponibles para la producción. Miller apela al mismo estilo narrativo y cinematográfico que supo hacerlo célebre, pero con una edición agiornada, mejores cámaras y un montaje casi épico. Fury Road es un delirio que roza lo ridículo y de argumento casi nulo, pero su encanto está en las partes, no en el todo. Es una película plagada de simbolismos, detalles e imágenes que rompen el molde del cine de acción convencional, y eso es lo que la hace verdaderamente un exponente único en el género. El imaginario de George Miller no sólo se mantiene intacto, sino quizás en su momento más creativo. Max Rockatansky regresa a la pantalla victorioso, para transitar una vertiginosa ruta post-apocalíptica que rompe todos los paradigmas conocidos. Es una experiencia violenta, barroca, estridente e insensata. Como escribí en un comienzo, no es para todos, lo que confirma la profecía: volvió Mad Max.
Treinta años después regresa a la pantalla grande Max Rockatansky. El personaje que le dio fama internacional a Mel Gibson vuelve, esta vez en la piel de Tom Hardy. Su co protagonista es Charlize Theron, en el rol de la emperatriz Furiosa, quien durante gran parte del metraje lleva la rienda del relato. La película, como toda la saga, se ambienta en un futuro post- apocalíptico. Durante más de la mitad del filme Max no tiene nombre ni entidad y es utilizado como bolsa de sangre para que tengan más energía unos guerreros humanoides que habitan la tierra dominada por el déspota Inmortan Joe. Max empieza a cobrar más importancia y potencia cuando puede acoplarse a la huida de Furiosa junto a las mujeres embarazadas, como una suerte de última esperanza de escapar del dominio abusivo de Inmortan Joe. Van rumbo a un lugar donde, más allá de la infinitud del desierto, todavía existe la vegetación, y donde un grupo de mujeres forman su propia comunidad y tienen sus propias reglas. Si algo tiene Mad Max: Furia en el camino es nervio y una acción constante que no brindará respiro. Pura fuerza y movimiento donde los habitantes, a pesar de conocer el desarrollo tecnológico, se comportan de manera primitiva, ya que escasean los recursos naturales. Solo supervivencia y actos radicales, aquí no hay lugar para la diplomacia, todo es pura fisicidad. Esta road movie desértica y feroz se construye sobre persecuciones cargadas de acción. Una acción acompañada de una función dramática, dinámica y coherente, que esculpe con eficacia la resolución del conflicto. Por María Paula Ríos (@_Live_in_Peace) Fausto Nicolás Balbi (@FaustoNB)
Treinta años después regresa a la pantalla grande Max Rockatansky. El personaje que le dio fama internacional a Mel Gibson vuelve, esta vez en la piel de Tom Hardy. Su co protagonista es Charlize Theron, en el rol de la emperatriz Furiosa, quien durante gran parte del metraje lleva la rienda del relato. La película, como toda la saga, se ambienta en un futuro post- apocalíptico. Durante más de la mitad del filme Max no tiene nombre ni entidad y es utilizado como bolsa de sangre para que tengan más energía unos guerreros humanoides que habitan la tierra dominada por el déspota Inmortan Joe. Max empieza a cobrar más importancia y potencia cuando puede acoplarse a la huida de Furiosa junto a las mujeres embarazadas, como una suerte de última esperanza de escapar del dominio abusivo de Inmortan Joe. Van rumbo a un lugar donde, más allá de la infinitud del desierto, todavía existe la vegetación, y donde un grupo de mujeres forman su propia comunidad y tienen sus propias reglas. Si algo tiene Mad Max: Furia en el camino es nervio y una acción constante que no brindará respiro. Pura fuerza y movimiento donde los habitantes, a pesar de conocer el desarrollo tecnológico, se comportan de manera primitiva, ya que escasean los recursos naturales. Solo supervivencia y actos radicales, aquí no hay lugar para la diplomacia, todo es pura fisicidad. Esta road movie desértica y feroz se construye sobre persecuciones cargadas de acción. Una acción acompañada de una función dramática, dinámica y coherente, que esculpe con eficacia la resolución del conflicto. Por María Paula Ríos (@_Live_in_Peace) Fausto Nicolás Balbi (@FaustoNB)
Deslumbrantes persecuciones, temas actuales y mucha tecnología. Esta cuarta entrega cambia su protagonista (en la versión primitiva era Mel Gibson quien tenía 23 años), ahora en la piel del actor británico Tom Hardy, para ser Max Rockatansky (“El caballero oscuro: La leyenda renace”, utiliza una máscara similar en su rostro). Pasaron 26 años de aquel estreno de 1979 y el cineasta australiano Miller ("Mad Max - Salvajes de autopista", "Mad Max 2, el guerrero de la carretera"; "Mad Max, más allá de la cúpula del trueno") es un experto que sabe manejar el género y esta es una superproducción de más de 150 millones de dólares de presupuesto. Una historia ambientada en un futuro post-apocalíptico. Una mirada bien ácida sobre el futuro donde la guerra que va a tener la humanidad es por: petróleo, agua y también por la leche, se ve varias mujeres encerradas realizando esa actividad productoras de ese líquido y el malvado Inmortal Joe (Hugh Keays-Byrne, “Mad Max - Salvajes de autopista”). La heroína Furiosa (Charlize Theron es bella, bueno acá la vez rapada, con un brazo menos y nada femenina) quiere salvar a fértiles mujeres (Rosie Huntington-Whiteley, Zoë Kravitz, Riley Keough, Abbey Lee y Courtney Eaton) que se trasladan en un camión lleno de gasolina y que en esa huida se encuentran con Max y Nux (Nicholas Hoult, “Memorias de un zombie adolescente”) se pasa de un bando a otro y luego los persiguen una banda de distintos delincuentes. Su desarrollo en un amplio desierto resulta impactante y deslumbrante de principio a fin. Se utiliza alta tecnología e imágenes en 3D que ayudan mucho, contiene mucha acción la cual nunca se detiene, que la hace más dinámica con aportes de humor negro y absurdo, maravillosas coreografías, muchos extras y dobles, tormentas de arena de todo tipo, explosiones y persecuciones. Hay rock metal, buitres, vehículos fantásticos, llena de escenas espectaculares, tribus de mujeres que también pelean fuerte, estética del comic, ampulosa paletas de colores y aunque es ciencia ficción te vuela la cabeza a puro entretenimiento.
Al infierno ida y vuelta Tiene que volver uno de los viejitos para hacer ciencia ficción a la vieja usanza y validar la entrada al cine. El "viejito" es George Miller y, atención, porque Mad Max prosigue sus andanzas mejor que nunca, aun cuando -y he aquí la artesanía del director- la nueva entrega sea tanto un compendio como un recuerdo sobre por qué el personaje de Mel Gibson es todavía un arquetipo. Lo es, entre otras cosas, por la necesidad de ser dicho, otra vez interpretado (hermenéutica y corporalmente). Tom Hardy ahora pero, antes bien, Charlize Theron como la Imperator Furiosa. Porque es ella quien está "por detrás" del nuevo título del guerrero apocalíptico. El camino de Furia es también el destino que cumplir de acuerdo con los sueños y las leyendas repetidas. Y el bueno o tonto de Max teniendo que soportar, otra vez, papeles prefijados que no pidió para ser, sin desearlo, héroe. De acuerdo, él es el héroe pero también la excusa, el MacGuffin necesario para que sea ella quien se erija por encima de la historia, tome el relevo de la anterior femme fatale (a cargo de Tina Turner), y haga de esta cuarta entrega el western feminista que también supo rodar Sam Raimi en Rápida y mortal. Western y road movie, con acelerador a fondo y sin marcas registradas que exijan planos detalles de sus logos. Acá los automóviles son tan mutantes como los protagonistas, sus extensiones bizarras. Con el metal crujiendo al calor del desierto a la par de una banda sonora de carretera interpretada, pareciera, por un Eddie the Head desbocado, en vivo, zarandeado al compás del rugir demente de la persecución. Entre medio, las coreografías de un camión cisterna imposible, arponeado como una ballena, perseguido como una diligencia, disparado como a un monstruo de las dunas de Frank Herbert. Pero sobre todo, y porque es allí donde la película es película, la decisión indeclinable de torcer el volante para enfrentar al macho bravío. Con resonancias de mujeres primitivas que todavía saben por secretos que guardan y podrían decir: a otras y a otros. Algo de este canto de sirena terminará por escuchar el obnubilado de Nux (Nicholas Hoult), cegado por las promesas de un Valhalla cromado, en este mundo de agua para pocos y fanatismo religioso para muchos. Pero la mujer del cabello rojo será mejor que cualquier tontería parecida. Mucho más provocadora que cualquiera de las peroratas exhibidas por el bestial Immortan Joe (Hugh Keays Byrne), padre de todo y de todos. Cumplida la misión -nunca querida o perseguida - el cowboy vuelve a sus praderas de arena. Que sean de origen australiano no hace menos "americana" la esencia del relato. Y porque se sabe cúlmine, lo que logra Mad Max: Furia en el camino es el recuerdo conciente sobre una época de cine y de historieta que la trilogía original supo trazar, admirablemente, entre 1979 y 1985.
Mucho ruido y poco libreto No eran batallas por comida ni por agua: eran guerras por gasolina. Nadie podía tomarse muy en serio las fantasías futuristas de la vieja trilogía de Mad Max, hiperviolentos entretenimientos trash, despliegues de motores, tachas, músculos, explosiones, parajes desérticos, muertos al por mayor y demencia cyberpunk. Llámese falta de ideas, búsqueda de nuevos horizontes, ejercicio de nostalgia o convicción vintage, Mad Max resurge, y de qué manera. 150 millones de dólares fueron invertidos en esta mega-superproducción, que recoge el espíritu de las de antaño y pone tras las cámaras incluso al mismo director, George Miller, hoy con setenta años. Se plantea aquí el comienzo de una nueva trilogía. Siete taquilleras Rápidos y furiosos son una prueba más que contundente de que la gente es adicta a los ruidos de los motores, a las persecuciones y a los vehículos XL, y qué mejor idea para seguir burlándose del calentamiento global que plasmando un apocalipsis plenamente motorizado, donde la moral y los valores se han perdido hace tiempo pero la fiebre por la velocidad y el combustible se mantiene intacta. El comienzo es imponente y perfecto, la estética desértica y un intenso colorido inunda la pantalla, el protagonista es inmediatamente apresado, esclavizado y utilizado literalmente como bolsa de sangre por los villanos que, en su delirio, creen que las transfusiones de sangre de loco los vuelven mejores guerreros. La aparición de los primeros vehículos, de personajes que se quieren matar todos entre sí, villanos siempre feos, –cuanto más deforme el personaje, más malo es– y un protagonista extremadamente vapuleado (en pantalla y por los fantasmas de su pasado) suponen un adictivo festín anárquico. Durante la primera mitad de película se despliegan notables secuencias como una tensa pelea cuerpo a cuerpo, en la que una cadena impide la movilidad plena del protagonista, y la increíble entrada de un vehículo a una tormenta de arena con relámpagos incluídos supone un vuelo imaginativo deslumbrante y vistoso. Lamentablemente la película se gasta todas sus fichas en su primera mitad. Desde entonces todo empieza a sonar repetido: un guitarrista que viaja sobre la plataforma de un vehículo, machacando riffs distorsionados para aportarle actitud a la llegada de los villanos, puede parecer una ocurrencia genial la primera vez que se lo ve, pero ya en su cuarta aparición se torna cansino –y además al menos una de esas cuatro veces podrían haberse sincronizado sus movimientos con la música que suena–, la segunda vez que un personaje engulle un bicho tiene menos gracia aún que la primera y cuando los protagonistas deciden desandar el camino recorrido y volver a su punto de origen se confirma que de ahí en adelante no habrá nada nuevo para ver. Y así es. Pero quizá lo más molesto de esta segunda mitad sea el perfil pretendidamente feminista del planteo, que da cuentas de un feminismo mal entendido o peor, de una visión sumamente paternalista sobre el tema. Un grupo de mujeres escapa de la opresión de un déspota que las reduce a simples objetos sexuales y de reproducción, y lo hacen incluso bajo el lema "no somos objetos", pero como veremos más adelante, son incapaces de urdir un plan de supervivencia medianamente aceptable y tiene que venir el loco Max para liderarlas, encaminarlas y darles un objetivo coherente, al que adhieren obedientes y sin chistar. Coherentemente con la vieja trilogía, el guión es básico y prácticamente inexistente. Esto podría parecer innecesario para una película que es acción y más acción, pero se echa en falta un trabajo de personajes, una explicación mínima de sus motivaciones, un desarrollo coherente que explique sus cambios y transiciones. Es el problema de volcar tantas energías en ciertos aspectos de una película descuidando otros, igual de importantes.
Detrás del desquicio absoluto que es Mad Max: Fury Road hay, aunque no lo parezca, una idea que va mucho más allá de una explosiva road movie post-apocalíptica: una peregrinación, un fundamentalismo propio de la religión exacerbada y -cuándo no- un sistema agobiante y excluyente capaz de decidir quién vive y quién muere. Sí, puede que a una película tan anclada en el heavy metal y la violencia sobreestilizada, un analisis exhaustivo le sea demasiado, pero hay que tener en cuenta que detrás del film está, una vez más, George Miller (responsable de toda la saga) quien sabe hacer hablar (y también callar) a sus personajes. Al silencioso Max se suman en esta aventura la intrépida Emperatriz Furiosa (Charlize Theron en otro gran rol atípico para su carrera) y Nux (Nicholas Hoult), un involuntario desertor del regimen totalitario de Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne). ¿Qué une a estos personajes en este paisaje bellisimamente desolador? A algunos, la codicia, a otros, una suerte de “Tierra prometida”, y a Max, claro, la mera supervivencia. Puede que Tom Hardy no sea Mel Gibson (ciertamente, no tiene su carisma) pero conviene olvidarse de ello y dejarse llevar por casi dos horas de explosiones e increibles escenas de acción filmadas por un septuagenario que se mantiene más actual y vigoroso que muchos de sus colegas contemporáneos.
“If you can’t fix what’s broken, you’ll go insane.” Alrededor de la época en que se estrenó Mad Max (1979) se empezó a emplear el termino Antropoceno para distinguir la época geológica en la que vivimos. Con esta concepción se pone al ser humano y su desarrollo como un factor determinante para explicar los cambios ambientales. El termino también es un giro para el ambientalismo: si aceptas que el mundo que querés preservar es del Antropoceno, lo que estas cuidando es la intervención humana en la naturaleza, no la naturaleza en sí misma. En el mundo de Mad Max: Fury Road, no existe la responsabilidad por cuidar el ya perdido planeta, tampoco la posibilidad de cuidar al ser humano porque este ya no es el que era, lo único que queda es cuidarse de los hombres. George Miller, el creador y director de todas las Mad Max, estableció el género post-apocalíptico como lo conocemos hoy, antes la Tierra había sufrido una ola de contagio, los muertos se levantaban de la tierra, vampiros, invasión extraterrestre. En la primer Mad Max la falta de recursos -el petróleo en ese entonces, el agua en Fury Road- es la que empuja al hombre hacia la desolación (la máxima severidad del género seria La Carretera). Otra marca de Miller es que esto suceda plenamente en el género de acción y la road movie. Su apocalipsis es todavía mas particular por el hecho de que debería haber sucedido antes de nuestro tiempo, o al menos eso parece por su estética, que se detuvo en los años 80 en su luz y oscuridad. Por lo tanto no se ve en la obligación de tener que predecir el futuro. Miller era medico antes de convertirse en cineasta, y fue en la práctica donde su imaginario comenzó emerger, viendo las secuelas de la violencia, reimaginando las causas. No necesitó inventar un nuevo mundo, en cambio quiso romper el pasado, romper la estabilidad mental del hombre, ver lo que quedaba sin su humanidad. Y arriba de eso empezar la carnicería. La locura referida en el título de la película refiere, en su extensión, a una condición que solo puede afectar al ser humano (sin contar al pingüino de Herzog), que acá se combina con su capacidad, también única, de adaptabilidad. Incluso cuando el ambiente ya no guarda relación con nuestras necesidades, todavía persiste el impulso de seguir aunque ya no haya lugar para el deseo, mucho menos la esperanza. Nuestro héroe, Max Rockatansky (Tom Hardy) llama a este impulso “supervivencia”, mientras que los salvajes habitantes de la Ciudadela que lo capturan para usarlo como donante universal de sangre parecen sostenerse por el fanatismo religioso y la creación de nuevas formas de poder. Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne) es el líder en la Ciudadela, mientras su propio cuerpo ya no puede sostenerse y tiene que respirar artificialmente y vestir una armadura de plástico duro que aparentemente lo ayuda a mantenerse en pie. Es un autoproclamado enviado de los dioses como el mesías. Maneja el suministro de agua para mantener el poder, dejando a la gente que lo venera en la podredumbre y la disputa. A los guerreros de su ejército les promete el acceso a Valhalla (mitología nórdica), pero solo a los elegidos. En todo su delirio, los guerreros van a buscar la gloria en el combate para ganárselo. Antes de sacrificar sus vidas se rocían la boca para lucir “cromados y brillantes”, señalan a sus compañeros y dicen “sean mis testigos”. En ese tipo de trance lo conocemos a Nux (Nicholas Hoult), un War Boy, que, como todos los otros, nació y vive con “half-life (media vida)” -razón por la que necesitan a los donantes- y gana energías para pelear sustrayendo sangre de Max. Charlize Theron es Imperator Furiosa, de alto cargo en el ejército de Immortan Joe, comanda un convoy que va en busca de suministros a la Granja de Balas y Gas Town. Pero en esta misión lleva dentro de su vehículo de guerra a las esposas de Immortan Joe, una de ellas embarazada, para exiliarlas en el Lugar Verde, donde ella nació, donde todavía hay naturaleza. Un largo viaje. Los caminos de Max y Furiosa se van a cruzar, por supuesto, y se van para escapar de Immortan Joe con sus Esposas. Theron y Hardy tienen poco dialogo y a lo largo de la película hay pocos planos que duren más que unos pocos segundos, lo que en cierta medida parecería un desaprovecho de sus talentos y el uso de sus meras presencias, pero no funciona así en Mad Max: Fury Road, los dos consiguen destacarse con una fuerza algo primitiva, en especial Hardy, a lo largo de las increíblemente elaboradas secuencias de Miller, que ponen en vergüenza a la última generación de películas de acción y sin dudas van a ser materia de estudio para futuras generaciones de editores. Nicholas Hoult en su solo personaje nos permite ver a través de toda la ideología religiosa y esclavizante, la locura y la violencia de los War Boys. Miller, tomadas las debidas consideraciones, es clásico, y en la cuarta Mad Max consigue escalar a lo épico. Esto es, la representación del camino del héroe, que hace desde la primer Mad Max hasta, sí, Babe, el chanchito valiente (increíblemente escribió y produjo la primera y dirigió la secuela). En el desencadenante de Fury Road regresamos a la Ilíada, con el robo de las esposas, y en el viaje tenemos la clásica estructura de la Odisea, ya más anclada en la road movie. Con el retorno al hogar como objetivo y última esperanza. Pero, para ser claro, Fury Road está lejos de ser un poema épico, más bien se siente como ver fílmico en cocaína (en verdad es CGI 3D), por momentos parece una caricatura en cámara rápida, un sádico entretenimiento de dos frenéticas horas empaquetadas de acción. Una monstruosa producción.
¡Qué patético que resulta en el contexto contemporáneo que una de las películas más vitales/ vitalizantes del cine de acción, otrora nicho de la juventud, sea responsabilidad de un septuagenario! Más que reformular el esquema “drama familiar- autos tuneados- audacia de índole histérica- detalles de humor”, o simplemente aggiornar aquel fetichismo para con el páramo postapocalíptico de antaño, en esta oportunidad Miller lleva al extremo la iconografía desértica, el instinto de supervivencia de personajes desesperados y esa duplicidad rimbombante -para nada maniquea- que analiza por un lado la congragación de los parias y por el otro la voracidad caníbal de una clase gobernante fanática de la acumulación, en tanto mecanismo para controlar a los primeros y conservar el poder (hoy el agua y los propios seres humanos se suman al clásico “oro negro” en el catálogo de los recursos no renovables). Mientras que es indudable que Tom Hardy supera lo hecho por Mel Gibson a nivel actoral, no se puede pasar por alto que todos los méritos del convite se multiplican debido a su prolongado período de gestación y los problemas de todo tipo que debió sobrellevar para ver la luz, para colmo con el riesgo a cuestas de agotamiento discursivo luego de tres largas décadas de aceptación de este singular nexo entre el steampunk y el western. Mad Max: Furia en el Camino es una garantía de éxtasis constante vía secuencias extraordinarias que balancean los practical effects con el todopoderoso CGI de nuestros días. En suma, aquí el australiano vuelve a demostrar que todavía pueden ir de la mano la calidad, la industria hollywoodense y la paciencia que genera cranear los proyectos en los márgenes, sin mayor interferencia de los palurdos de marketing de los estudios.
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Un viejo héroe involuntario La pregunta en el origen podía ser la siguiente: ¿era posible que una saga como “Mad Max” sobreviviese al siglo XXI? Pensemos por un lado que el futuro postapocalíptico que se planteaba en 1979 le pegaba cerca a nuestro presente, y todavía estamos más o menos en la misma (aunque nos esforzamos en que el apocalipsis pase de una u otra manera). Por otro lado, la estética en la que se había adentrado durante los ‘80 era... ochentosa, entre la imaginería de cierto heavy metal, el glam tardío (recuerden a Tina Turner en “Más allá de la Cúpula del Trueno”) y ciertas ideas de artistas del cómic europeo como Les Humanoïdes Associés y su revista Métal Hurlant. La historia del policía australiano (como Miller y Mel Gibson, que lo interpretaba entonces) que enloquecía tras el asesinato de su familia y se convertía en un “guerrero del camino” solitario en medio de guerras tribales, que seguía agregando fantasmas de los que no pudo salvar junto a sus seres queridos, se basaba en la guerra por los combustibles fósiles, un tópico de su tiempo. Hoy nos dicen (por ejemplo Naomi Klein en “Esto lo cambia todo”) que el problema no es su escasez, sino que duren lo suficiente para generar un apocalipsis por sí mismos, y que otras cosas (el agua potable, por ejemplo) faltarán antes. Por cierto, cómo se gasta combustible en medio de la falta, en una saga “fierrera” mucho antes de “Rápido y furioso”. Por último, estaba el doble escollo de tener que reemplazar al Max Rockatansky por antonomasia, y por el otro, enganchar con la franquicia a una nueva generación que tiene poco vista la vieja trilogía. La apuesta Miller se preparó y tomó todos los recaudos posibles para salir airoso. Sí, la estética está, pero los recursos de Weta Workshop (la compañía de efectos especiales de Peter Jackson) se muestran ideales para reforzar el verosímil de vestuarios y situaciones de alto impacto (la persecución en la tormenta de arena, por ejemplo), junto a una cuidada fotografía (los filtros terrosos en las escenas diurnas y el look azulado de la batalla nocturna). Y la música de Junkie XL se aleja de las bandas sonoras de los ‘80. Sin sacrificar a la nafta y las batallas de “fierros” tuneados, introdujo la fertilidad y el agua como dilemas a tratar en la parte más conceptual del filme (al solitario le toca idear una revolución de pocos, como todas las revoluciones). También encontró en Tom Hardy alguien que se pueda hacer cargo del pirucho Max, en una versión más bestializada, de tanto andar solo como loco malo (que lo es), de pocas palabras, aunque se irá abriendo cuando encuentre en quién confiar. Hasta le encontró una vuelta argumental para (literalmente) hacerle “pelo y barba” y darle una imagen de héroe moderno; por las dudas, le pone un personaje potente como Furiosa en la piel de la siempre solvente Charlize Theron. Y finalmente, construyó una película que se puede ver perfectamente sin tener idea de quién es el personaje. La trama Aunque en realidad son dos películas en una, podríamos decir. La primera es la más física, con portentosas persecuciones y enfrentamientos, pero básicamente se trata de escapar hacia algún lugar seguro, o hacia la esperanza, o hacia la redención, según las perspectivas. El tramo final, sin embargo, incluye redefiniciones sobre el hogar, la idea de rebeldía para tomar control de los que administran los recursos vitales (Peter Joseph, el realizador de la serie “Zeitgeist”, estará contentísimo) y por ende el pasaje de la supervivencia a lo que podemos considerar el embrión de la acción política. El solitario y enloquecido Max se ve capturado por los pálidos War Boys, que lo etiquetan como “dador universal de alto octanaje”, ya que necesitan sangre para prolongar su “vida media”. Este grupo está liderado por Immortan Joe, un anciano que se vende justamente como inmortal, líder de la Ciudadela, un lugar lleno de desarrapados que lo endiosan y a los que les mezquina el agua. Joe manda a una de sus Imperatores (generales), Furiosa, a buscar combustible a Ciudad Gasolina, pero en realidad es la oportunidad de la guerrera de darle escape a las bonitas “hembras reproductoras” del cacique. Éste inicia la persecución, y el War Boy Nux se lleva a Max como si fuese una “bolsa de sangre” portátil. Así, el protagonista viajará contra su voluntad al teatro de la batalla, donde tendrá su oportunidad de ser un héroe contra su voluntad. El elenco Hardy quizás es demasiado carilindo, pero lo suficientemente firme para ponerse a Max al hombro. Theron, por el contrario, luce tan sólida como siempre y encima demuestra que aun rapada, roñosa y manca es esencialmente bonita. Nicholas Hoult sigue demostrando que es más que “Un gran chico” y forja un Nux entre pelotazo y querible. Del otro lado, Hugh Keays-Byrne como Immortan Joe encabeza un numeroso grupo de secundarios. El grupo de las esposas es de lo más interesante: dueñas de la belleza que pide el papel, construyen personajes con espesor. Las ascendentes Zoë Kravitz y Rosie Huntington-Whiteley encabezan el equipo, junto a Riley Keough (la nieta de Elvis Presley), Abbey Lee y Courtney Eaton. Con ellas, Megan Gale y Melissa Jaffer encabezan el equipo de las Muchas Madres, determinante en el tramo final. Los viejos fans y los nuevos espectadores pueden dormir sin frazada: el protector menos pensado cabalga los caminos, listo para salvar el día.
Al principio, cuando apareció dando vueltas la idea de una Mad Max sin Mel Gibson, hubo rechazo y resistencia. Pero después, empezaron a circular rumores sobre cómo sería esta cuarta entrega de la saga, dirigida por George Miller, el director de la trilogía original... y un poco aflojamos. Vinieron imágenes del rodaje, fan arts, teasers y trailers. Y, en un punto, la espera se volvió insoportable. Ayer finalmente llegó a las salas argentinas. Ufssssss. ¿Por dónde empiezo? Imperator Furiosa (Charlize Theron), una especie de líder de la entera confianza de Inmortan Joe (Hugh Keays-Byrne, el mismo que interpretó a Toecutter, villano de la primera Mad Max) se rebela silenciosamente y aprovecha un mandado que tiene que hacer para secuestrar a las novias de Joe: mujeres hermosas, con todos los dientes, que él tiene en cautiverio para procrear y continuar así su estirpe. La premisa de la película es muy fuerte en este aspecto: se planta firme y clara en contra de la trata de personas, en todo sentido; el mismo Max Rockatansky (el cada vez más prolífico Tom Hardy) es tratado como una bolsa de sangre ya que es donante universal, y Nux (un irreconocible Nicholas Hoult, el joven Bestia de las últimas X-Men) necesita transfusiones constantes. Completando este panorama de cosificación las madres también son proveedoras de leche de madre: sí, son mujeres ordeñadas para alimentar gente. La factura técnica es impecable, con un uso del 3D puesto de manera magistral al servicio de la acción: no son cosas volando a cámara, son distintos planos de acción, distintas cosas que pasan en paralelo, a veces desembocan en un mismo punto y a veces se separan, pero favorece muchísimo al clima de caos general, a la sensación de estar siendo atacado todo el tiempo de todos lados. Mención aparte para la música, gracias a un recurso diegético en las persecuciones que es épico: acompaña, intensifica, enmarca el ritmo, y en contraposición el silencio, el escaso silencio; la película te da muy poco respiro, y cuando te lo da, el silencio establece una fuerte tensión en el aire. El personaje de Furiosa es quien lleva adelante la acción: fuerte, a paso firme, tumbando todo por delante y con la esperanza de encontrar un lugar digno donde vivir, lejos de la tiranía de Inmortan Joe. Pero no puede hacerlo sin grandes aliados. Ahí es donde entra Max que, a pesar de su intensa lucha contra demonios internos (la secuencia inicial de presentación de esta lucha con su locura es completamente impactante) no duda en sacrificarse una y otra vez... y siempre salir ileso. Respecto a esas mujeres que va a liberar: ¿el sexo débil? ¡Mis polainas! Tenés un montón de chicas hermosas, delicadas (hasta una embarazada), cargando armas, a los tiros, a las patadas, repitiéndose constantemente que no son cosas, que no son propiedad de nadie y que van a seguir luchando por su libertad. Al fin alguien toma el toro por las astas y muestra las mujeres que queremos ver: fuertes, luchadoras, inteligentes. Y es genial que el contexto sea una película tan alabada por el público masculino (si sos minita y te pareció re groso lo que hace Anastasia Steele con Grey en 50 Shades, si ves Mad Max no lo vas a poder creer). Hay una delicada línea entre feminismo, igualdad y feminazismo: Miller la comprendió perfectamente y no insiste de manera redundante en la cosificación de la mujer ni en su victimización: la plantea como una realidad y hace foco en todo lo que hacen las mujeres para escaparse de eso. Las mujeres nunca quieren exterminar a los hombres, no los odian, pero tampoco les temen: se plantan frente a ellos de igual a igual en una vorágine de acción, digna de Mad Max. Porque... a esta altura, Mad Max no es un personaje ni una saga de películas: es un género en sí mismo. Sí, al igual que James Bond, es un género nuevo, único. Es una construcción estética post-apocalíptica, es desierto, es locura, es un pogo. La escatimación en el uso del CGI es una sabia decisión que mantiene visualmente intacto el espíritu de la trilogía original. Lo mismo con los diseños de vehículos, vestuarios y personajes: texturas, decadencia, suciedad, vestigios de una sociedad de relativa tecnología destruída. Fusiones de materiales partiendo de la base de la funcionalidad: nada es arbitrario, nada es meramente estético; cada tuerca, cada palanca, cada tornillo, todo está puesto por algo. Los personajes, sobre todo los vándalos, son hienas desquiciadas sin miedo a nada, kamikazes sin tierra ni carácter cuyo único objetivo es destruir hasta inmolarse en el trayecto. Hordas que causan más miedo que cualquier formación de soldados armados hasta las muelas: van sembrando el caos, la locura, la destrucción, con cadenas, palos, lo que tengan a su alcance. Y por eso son tan temibles, porque no les importa nada. El apetito de destrucción es tan grande que la mejor manera de coronarlo es destruirse ellos mismos. Y los espacios (la carretera, el desierto), son siempre espacios abiertos, de pasaje, de transición, donde no hay un futuro, no hay un pasado, sólo hay un hoy y ese hoy es un eterno transitar, es un sobrevivir constante, es una huida de todo lo que te puede atacar; es un día a día, es la vida de Max. Max es un sobreviviente, un caminante, no quiere vencer a sus fantasmas, elige enfrentarlos día a día porque esa sería su manera de redimirse por las cosas que no pudo hacer. Es un héroe de western que aparece en la vida de Furiosa para ayudarla, pero no tiene hogar ni quiere tenerlo, y que -al igual que esos viejos cowboys- debe siempre volver a partir; el camino es su lugar, transitar, sin saber a dónde va pero sabiendo de qué se escapa. El continuo movimiento, el no quedarse quieto pues eso implica ser atrapado. La libertad. Porque en la película la idea de libertad es central: todos los caminos conducen a ella. El problema de esos caminos, es que hay que recorrerlos. Y están llenos de furia. Pero con inteligencia, valor, y un poco de locura, se puede llegar a buen puerto. VEREDICTO: 10 - ¡ORGÁSMICA! Vale la pena verla en cine. Vale la pena verla YA. Trata con delicadeza temas que, mal enfocados, serían innecesariamente polémicos. Todas las historias cierran. Y visualmente es una fiesta. Cierren los cines, ya fue, no estrenen nada más: estamos ante LA PELÍCULA DEL AÑO.
Está terminantemente prohibido ver Mad Max, Furia en el camino, a través de cualquier otro medio que no sea pantalla grande y en una sala de excelente calidad. Todo es un festival para la vista. Realmente es un espectáculo sumamente entretenido con una estética impresionante y cuidada hasta el mínimo detalle tanto...
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Aguante el Heavy Metal. Todo el mundo dice que es un peliculón, todo el mundo tiene razón. George Miller revisita el mundo que lo puso en el mapa del cine y lo hace con su propia dosis de locura. Sin demasiadas vueltas la narrativa rueda sin detenerse desde el minuto en que una voz en off anuncia: “mi nombre es Max y mi mundo es de fuego y sangre”. Pero el film es de Furiosa (Charlize Theron) sus acciones conducen la historia hacia adelante y son el vehiculo de una trama feminista bien entendida. Furiosa escapa con el harem de esposas y “proveedoras” de Joe el imortal, buscando naturaleza, libertad y un poco de redención. En medio del camino encontrarán a dos hombres que sumarán a su empresa: un peón del dictador y al prisionero Max. Miller rodea la violencia y la acción de belleza en la fotografía y detalle en la dirección de arte. El resultado es de una brillantez visual inigualable. Filmando la acción como se debe: old school, donde no se cubren defectos sacudiendo la cámara para dar la sensación de adrenalina. Miller juega a ser Tex Avery y Sergio Leone, todo en uno. En Mad Max todo lo que se ve luce real, práctico y on camera, hay CGI pero en complemento a la escena, nunca en primer plano. Fury Road es la muestra concreta que se puede realizar un film donde la visión del cineasta está por encima del marketing. La sorpresa no es que George Miller haya hecho la mejor película de acción de los últimos años, la sorpresa es que lo haya hecho en este Hollywood. Atestiguen esto en la sala de cine más cercana a su hogar.
Dentro del género ciencia ficción y acción, Mad Max cumple a rajatabla lo que un espectador quiere ver en pantalla grande. Adrenalina pura: ni un minuto de descanso tendrán tus entrañas. Un reboot donde la protagonista es ella, una mujer, furiosa, Theron, que junto a Hardy, forman un equipo perfecto, explosivo, enloquecido e incansable por una carretera infernal, con una fotografía impecable. El personaje Nux (Nicholas Hoult) también se destaca por su gran actuación en altura a los protagonistas. La música está a cargo de Junkie XL y eso también es un acierto.
Física y Química Bienvenidos otra vez al mundo de Mad Max, ese desierto de lo real. Sin Mel Gibson, pero con otro que muerde el polvo y está a la altura. Cuarta entrega de la saga, pero de ninguna forma una película de cuarta. ya que detrás sigue imperando la furiosa coherencia de George Miller, el responsable de todas las anteriores. El director logra salirse de la norma recargada y digital de los tanques de Hollywood apostando al cine clásico, con La diligencia (John Ford, 1939) como referencia insoslayable, algo que ya ocurría también en la exitosa segunda parte de la saga, con la que guarda muchos puntos de contacto. Como aquella vez, el argumento es una excusa para revisitar el camino del héroe, alimentado con la misma sopa Campbell que George Lucas usara de sostén para su propia saga. Aunque esta vez el héroe quede relegado a un cómodo segundo plano por el personaje femenino a cargo de la siempre eficaz Charlize Theron. Más acá del mito, hay una saludable apelación a la física. Lo analógico se impone a lo digital. Nada más simple de proponer, en principio, que un grupo vulnerable que debe desplazarse de un punto a otro, con innumerables obstáculos en el camino. El resultado es un relato salvaje y literalmente lineal, que describe el trayecto de un particular camión de provisiones en el particular y a esta altura reconocible y hasta coherente mundo de Mad Max, un mundo que ha trascendido su marca de origen (el futuro postapocalíptico ochentoso y australiano) para volverse universal y atemporal.
"Paraíso perdido" Un impresionante festival de acción y adrenalina es el plato principal en la fiesta de bienvenida con la que el séptimo arte celebra el regreso del realizador George Miller, uno de los hijos pródigos del cine de acción. Después de 12 años de arduo trabajo, y a más de 30 años de haber filmado su última incursión en esta saga, el director australiano consigue con la cuarta entrega de “Mad Max” no solo revitalizar el cine de acción sino también mover sus cimientos con la intención de recuperar una identidad perdida. Esa identidad que lejos de ser sencilla y efectista, siempre fue valiente y arriesgada. Por ese motivo, “Furia en el camino” se propone ser un espectáculo demencial, de proporciones inigualables e imposible de comparar. ¿Lo logra? Absolutamente, ofreciendo así una propuesta de ritmo frenético que no solo maravillará a los fanáticos del género sino también a los que estén dispuestos a ensuciarse las manos con la intención de volver a encontrarse cara a cara con un paraíso perdido. ¿El cine arte, los trabajos de autor y la meca hollywoodense juntos de la mano? Sí, ¿Por qué no? ¿Acaso ya no podemos soñar en grande? Miller no pierde tiempos con preámbulos innecesarios, ni prólogos extendidos, y ni bien terminan los créditos de presentación de “Fury Road” nos sumerge de lleno en una nueva aventura de locura y rebelión dentro del futuro apocalíptico al que pertenece Max Rockatansky (Tom Hardy). Dentro de ese ámbito, nuestro personaje y su caballo de guerra (el mítico XB Falcon Coupe V8), se cruzaran en el camino de Furiosa (Charlize Theron), una revolucionaria líder guerrera que está dispuesta a llegar hasta las últimas consecuencias con tal de no seguir nunca más las autoritarias y violentas ordenes de Inmortal Joe (Hugh Keays-Byrne). Apoyándose por completo en los trabajos de Theron y Hardy (siendo la primera la verdadera dueña de la pantalla), Miller construye una persecución de más de dos horas de duración dónde la velocidad, el rugido de los motores de maquinas descabelladas y las explosiones de todos los colores no son lo suficiente enceguecedoras ya que dejan disfrutar de un magnifico diseño de producción, una apabullante fotografía y una épica banda sonora. Eso, sin lugar a dudas, es un ejemplo de la sabiduría solo digna de los mejores trabajadores del cine. Sin embargo ese aspecto, que como ya dijimos será festejado por todos los espectadores más allá de sus gustos e intenciones a la hora de ver “Fury Road”, no es la única firma que Miller le impregna a su más reciente trabajo: Un marcado e interesante mensaje sobre la igualdad de género, una mirada esperanzadora acerca la salud de nuestro medio ambiente y una ácida y sarcástica construcción sobre los lideres y sus gobernados son aportes fundamentales a la historia y resultan igual de atrapantes que las innumerables y coreografiadas escenas de acción que ofrece la película a lo largo de todo su metraje. Olvídense por un instante de la colorida y falsa realidad cinematográfica que inunda las salas desde hace un tiempo y anímense a atravesar un verdadero infierno cargado de peligros y emociones genuinas en búsqueda de un tesoro perdido, casi al borde del olvido: El buen cine de acción. “Mad Max: Furia en el camino” es el viaje soñado y la pantalla grande de tu cine más cercano es la ruta perfecta.
Les soy honesto: no soy un gran fan de la saga Mad Max. Las vi, me impresioné, y las archivé. Nunca compré ese futuro hecho con autos de descarte y loquitos pintarrajeados, quizás porque nunca me dieron la impresión de ser un mundo orgánico, creíble y viviente. Distinto es lo que me pasa con esta cuarta parte, la cual llega 30 años después del estreno del último filme de la saga. Quizás sea porque George Miller - pope de la franquicia - ha obtenido decenas de millones como para montar un espectáculo suntuoso y vasto, quitando ese aire de pobreza extrema que empapaba a las entregas previas; o quizás sea que los 30 años de demora han servido para que el autor pudiera complejizar su obra, llevándola a un nivel nunca antes visto. Como sea, Mad Max: Furia en el Camino es una entrega potente y hasta me atrevería a decir que es el mejor filme de la saga; es un show sobrecargado de nitro y adrenalina, en donde la creatividad fluye a niveles estratosféricos. Este no es el mundo de payasos disfrazados de las anteriores Mad Max; aquí se respira un universo casi alienígena, dotado de sus propias reglas, en donde el lenguaje es bastardeado gracias a la ausencia de libros y medios de comunicación (razón por lo cual ha crecido salvaje y han formado su propio slang; ¿alguien recuerda el final de Threads?), los recursos son glorificados, y el auto se ha transformado en una especie de dios metálico viviente y omnipresente, la única causa por la cual vivir. Es tan distinto el clima de esta Mad Max 4 al del resto de las entregas que, por momentos, uno pareciera estar viendo una versión pistera de Dune: Immortan Joe es un ser pustulento y deforme, un Baron Harkonnen entronado en lo alto de una montaña y ofreciendo con cuentagotas la preciada especia mezclada - en este caso, combustible y agua -, las cuales son adoradas por su valía y escasez. Joe también parece ser el padre de toda una subraza de deformes, los cuales viven tan enfermos como su progenitor y necesitan renovar su sangre periódicamente para poder sobrevivir. Allí es donde entra a jugar Mad Max, el cual posee sangre de tipo universal y es un banco de transfusión viviente reservado para unos pocos privilegiados. Los primeros minutos de Mad Max: Furia en el Camino son impresionantes. La fortaleza de Joe, dotada de gigantescas máquinas impulsadas a mano; la horda de loquitos fantasmagóricos que cree en una muerte gloriosa para agraciar a su líder; las demenciales máquinas de guerra, híbridos entre coches convencionales y masivos carros de combate saturados de espinas; y, por último, las persecuciones... ultraviolentas e interminables. Un masivo Derby de destrucción recargado de anabólicos y coreografiado por el Cirque Du Soleil, con acróbatas colgados de espigas bamboleantes prestos a abordar el expreso de Max, y una multitud de tipos pereciendo de la manera mas violenta posible. Eso sin contar con una tonelada de excentricidades ideadas por George Miller, las cuales son dignas de aplauso y van desde un cemeterio poblado por buitres humanos hasta un masivo camión de combate, atestado de altoparlantes y liderado por un guitarrista que toca una tonada infernal y cuyo instrumento vomita fuego como si fuera un lanzallamas. Honestamente, no sé si Mad Max: Furia en el Camino es una gran película. Es un espectáculo impresionante pero, si uno reduce la historia a una página escrita, verá que las cosas no siempre tienen sentido - en especial la media hora final, en donde los protagonistas toman una decisión que me parece reñida con la lógica (es como pensar que, si matabas a Hitler, toda la Alemania Nazi se iba a poblar de tipos buenos y amigables, y se iban a rendir sin resistencia) -. El otro punto discutible es la pobre presencia del héroe, el cual termina siendo un secundario de su propio filme. La parafernalia visual de Miller lo absorbe todo y, detrás de eso, viene la potencia y el carisma del personaje de Charlize Theron... pero este Mad Max es demasiado opaco y monosilábico, y no es culpa de Tom Hardy (que es un tipo que desborda talento y ángel) sino del libreto, que prefiere tenerlo demasiado retenido para mi gusto. Mad Max: Furia en el Camino es un filme impactante por donde se lo mire; hay un par de detalles que desbalancean pero el preciosismo visual de Miller es tan absorbente que uno termina por perdonar sus escasas desprolijidades en haras del gran espectáculo. Es una montaña rusa sobrecargada de emoción y adrenalina, lo cual pulveriza cualquier tipo de crítica que quieras hacerle y demuestra que, un tipo a los 70 años y rebosante de pasión por lo suyo como es George Miller, puede engendrar algo absorbente y formidable sin necesidad de traicionar sus ideales o de vivir obsesionado con los resultados de la taquilla. Una nota que deberían tomar George Lucas, Peter Jackson y tantos otros cineastas, los cuales han regresado a las franquicias que lo volvieran famosos sólo para arruinarlas o saturarse los bolsillos de dólares y desconociendo el daño que le han hecho a millones de fans que esperaban de ellos algo mucho mas creativo y honorable.
“Max, Max estás hecho una pena”, así como reza esa canción de la banda española Siniestro Total que homenajea a nuestro anti héroe es la forma más correcta de describir el presente de Max Rockatansky (Tom Hardy) al comienzo de esta cuarta entrega de la franquicia creada por George Miller. Mad-Max-Fury-Road-11 El estado deplorable de su chaqueta de cuero y su Pursuit Special reflejan y marcan un paralelismo con su estado mental. Max esta atormentado, Max no pudo salvar a aquellos a los que había jurado proteger y deambula sin destino cierto por las ahora áridas tierras que rodean nuestro planeta desbastado por la guerra del petróleo. En su causa perdida ve un halo de luz en la búsqueda de un lugar mejor por parte de Furiosa (Charlize Theron), así como también un camino hacía la redención y la esperanza que ya habían sido olvidadas. FURY ROAD En este mundo distópico en el que se centra el film las relaciones mercantiles se han retrotraído a un estado feudal. Los elementos más necesarios han sido acaparados por tres grandes “Señores Feudales”, por llamarlos de alguna forma, con sus respectivos reinos: La Ciudad del Combustible, La Granja de las Balas y, donde comienza la travesía de esta road movie, “La Ciudadela”. La última de estas está gobernada por Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne, el cual ya había tenido un papel preponderante en la Mad Max de 1979), quien controla uno de los más valiosos recursos: el agua. 9-Mad-Max-AP Un apartado especial merecen la dirección de arte, vestuario y producción, desde los maquillajes de todos los personajes que juegan con lo grotesco –mención especial para los detalles que tienen los tres capos de las ciudades- hasta lo que lograron con los vehículos que es simplemente increíble. Por otro lado la paleta de colores elegidas, que se modifican a medida que avanza la trama, desde ocres brillantes cuando la persecución esta en su máximo esplendor hasta los pálidos en situaciones que rozan la muerte. Más allá de los efectos especiales, la física y mecánica con que están modificados los automóviles funciona de manera realista y armoniza con todo lo que está pasando en pantalla: tanto así que podemos ver un acoplado con parlantes gigantes, tambores y un fucking loco con una guitarra doble escupe fuego que van musicalizando la persecución, como otros autos con una especie de péndulos humanos que lanzan picas explosivas. La sinfónica de la destrucción. mad-max-fury-road-book-cover-art Who killed the world? Immortan Joe, aquel que ha tocado el Sol y ha vuelvo para guiar a sus guerreros y a su pueblo, es la representación personificada del salvajismo capitalista moderno, un ser grotesco que mantiene a su población con migajas de la producción. En las alturas de su Ciudadela reserva para él los últimos vestigios de sabiduría y belleza que han quedado en este mundo, aquello que Furiosa pretende liberar y que son el leitmotiv de este film. Sus War Boys se lanzan a la batalla con una ideología totalmente nórdica, no les importa morir. Es más, con ella empezarán su segunda vida en el Valhalla. Toda esta doctrina es la que está enmascarada detrás de una película que no necesita contarte esto, está ahí. Implícito. Detrás de una vorágine de acción y destrucción. DSC_3888.JPG El lenguaje audiovisual de la acción es captada tanto desde planos panorámicos como así también con un buen uso, sin abusar, de la cámara acelerada y primerísimos planos que hacen añorar aquellas películas de los 80`. Aunque todo pase rápido y sin respiro para el espectador, este no se pierde de nada. Sin duda una de las decisiones más arriesgas y acertadas de Miller fue llevar a Max al papel de protagonista secundario. Él no es el engranaje superior que mueve este film, sino que se encuentra preso de las circunstancias, aunque sin perjuicio de ello es una parte necesaria para llevar adelante la historia. Quien toma la posta e impulsa la trama hasta el vértice donde esta regresa es Furiosa. mad-max-fury-road Detrás de cada escena visceral e inescrupulosa de Mad Max: Fury Road está la visión de un director cinematográfico que supo cómo darle un renacer esplendido a una saga que llevaba treinta años encajonada. Así, alejado de los tiempos hollywoodenses de producción y filmación, con un desarrollo de la trama que sólo se basó en su storyboard, Miller creó lo que para mí ya es un clásico de culto moderno y que estará en mí corazón de ahora en más. Sean testigos de la mejor película de su genero en mucho tiempo.
Vuelta gloriosa de un antihéroe glorioso En plena época de secuelas interminables, remakes de dudosa calidad y pocas ideas originales en la meca del cine, se erige este nuevo trabajo de George Miller ("Mad Max" 1, 2 y 3, "Las brujas de Eastwick") que llega para romper con el molde y demostrar que el problema de fondo no es seguir exprimiendo una franquicia, sino cómo se la exprime, qué ideas nuevas se ponen en el guión y la trama para refrescarla y mejorarla. Entonces, ¿el problema es que haya 7 Star Wars, 4 Jurassic Park, 6 X-Men? No, el tema es ofrecer algo realmente mejor que lo previamente visto y saber detenerse cuando no hay más creatividad en el tintero. Desde la tercera parte de "Mad Max" hasta esta nueva entrega pasaron 30 años y la verdad es que fue una decisión sabia y valió la pena. Esta nueva entrega llamada "Mad Max: Fury Road" viene con grandes elementos, como por ejemplo una estética visual tan hipnótica como áspera, con predominio de los tonos marrones, amarillos, rojos y algunos azules para suavizar de vez en cuando. La calidad de los efectos visuales y sonoros es excelente, en gran parte como resultado de la buena combinación de acrobacias reales con efectos digitales. A diferencia de muchas de las nuevas películas de acción hechas casi en su totalidad con CGI, Fury Road utiliza el viejo método de las coreografías reales y las realza con efectos increíbles. Otra cuestión que la distingue es su sinceridad. No pretende aleccionar ni brindar una historia melodramática. Simplemente se enfoca en ofrecer la locura de un mundo que se fue al tacho enmarcada en una trama original y plagada de personajes únicos. En esta ocasión Max, interpretado por el ascendente Tom Hardy ("Inception", "Warrior"), está bastante trastornado por sus aventuras pasadas y se persigue psicológicamente por las personas que no pudo salvar, entre ellas, su familia. En una persecución es apresado por The War Boys, una pandilla bastante bizarra que trabaja para Immortal Joe (Hugh Keays-Byrne), un tirano que maneja una población a unos kilómetros. Como es su costumbre, queda accidentalmente involucrado en un intento de fuga a cargo de una ex secuaz de Immortal Joe, Imperator Furiosa (Charlize Theron), y se unen para tratar de salvar a las esclavas/esposas del dictador. Lo mejor de la propuesta es sin dudas el ritmo que le imprime Miller a la trama. La acción prácticamente no da respiro y suceden las cosas más espectaculares que he visto en pantalla desde hace un tiempo. Explosiones gigantescas, tormentas de arena y tornados, durísimas secuencias de combate y algunas excentricidades muy divertidas como los ritos kamikazes de los War Boys, la secuencia en la que Max es utilizado como bolsa de sangre para un herido, los nombres absolutamente cool de los personajes y las deformaciones físicas entre otras. Una propuesta 100% entretenida, con muchísima acción, una trama bien pensada que acompaña, sin mensajes aleccionadores y algunas locuras made in Miller que la hacen incomparable. Muy recomendable.
George Miller tiene 70 años. Lo repito, George Miller tiene 70 años y dirigió Happy Feet 2. Porque lo digo así? Porque este viejito piola hizo la mejor película de acción de lo que va del año (no creo que la superen). A simple vista, la cuarta entrega de la historia de Max Rockatansky (otrora interpretado por Mel Gibson y ahora por Tom Hardy), es más de lo mismo. Un futuro apocalíptico, y tribus luchando por la supervivencia. Charlize Theron es la Emperatriz Furiosa que escapa con el de Immortal Joe, el tirano de la ciudad. Hasta ahí la premisa es simple. Inclusive obvia. Y si nos ponemos quisquillosos, no tiene un trabajo de guión importante. Y eso es, a mi entender, porque George, nuestro viejito vivaracho, no quería hacer una película de guión. Quería hacer una orgia visual y sonora. No importa porque, no importa quien, no importa como, hay docenas de autos chocando y volando por los aires, hay guitarras eléctricas que escupen fuego, hay arena, hay explosiones, y todo ello esta coreografiado de una manera exquisita. Parece un ballet de locura interminable, donde el lago de los cisnes es interpretado por un fanático con un lanzallamas... A esto se agrega la manera en la que Miller usa la cámara, la simetría de las tomas, que juro es casi perfecta, el uso de efectos prácticos en vez de digitales, dándole una dosis de cine real a tanto efecto digital. Así se hacían las películas, ASI LAS HACEN LOS VIEJOS DE 70 AÑOS! Porque cualquiera puede usar un Mouse, pero solo un genio pone a un tipo en un péndulo delante de un auto, manda el auto por el desierto, y explota de todo detrás. Porque para ser artista, hay que estar un poco loco. Personalmente, salí maravillado del cine. No esperen guión, no esperen historias complejas, ni nada por el estilo, pero esperen que alguien los suba a una montaña rusa, y los vaya cacheteando mientras ven la película.