Con un empalagoso cast compuesto por Kenneth Branagh en el rol de Laurence Olivier, Judi Dench y Julia Ormond como Vivian Leigh, Michelle Williams demuestra que su composición, alejada de caricaturesca imagen que se tiene de Marilyn...
"NOSTÁLGICO RETRATO DE UNA SEMANA INOLVIDABLE" El filme se basa en los libros de memorias de Colin Clark: “Mi semana con Marilyn” y “El príncipe, la corista y yo”; su autor es un hombre que, 40 años después de esta inolvidable vivencia, la plasmó en sendos escritos. En sus años de juventud, cuando Colin era estudiante de cinematografía, se las arregló, a fuerza de tenacidad, para trabajar en la productora del gran actor de cine y teatro Laurence Olivier. La acción se sitúa en 1957, cuando Olivier invita a Marilyn Monroe a Inglaterra para que, en la cúspide de su carrera, actúe en El príncipe y la corista, que él mismo también dirigiría. El guión de Adrian Hodges, apoyado en ambos libros de Clark, toma el cándido punto de vista del veinteañero Colin, por aquel entonces tercer ayudante de dirección de Olivier, donde se relatan los problemas que tuvo el gran actor y director inglés con Marilyn durante el rodaje de la película. Lógicamente, en sus cruces en el set de filmación, el joven Colin se siente atraído por la estrella, que, curiosamente, también encuentra en él la comprensión y la paciencia que los otros hombres que la rodean no tienen. Marilyn se interesa por el joven y le abre su alma, mostrándole que lucha con su monumental popularidad, su enorme gracia y seducción, y sus ansias de convertirse en una verdadera actriz. Por aquellos años, Marilyn está recién casada con el escritor Arthur Miller, y se enfrenta a su enfermiza inseguridad, chocando con las distinguidas formas del inflexible Sir Laurence Olivier, incapaz de conseguir que la actriz concurra puntual al rodaje y entregue lo mejor de sí misma. El director de “My week with Marilyn”, Simon Curtis, es responsable de varias series y telefilmes, y la mayoría del equipo técnico procede de la cadena televisiva BBC; entre todos dotan a la película de un estilo cuasi-televisivo que no llega a incomodar demasiado. Lo que en principio parece plantearse como una trivial seguidilla de anécdotas de rodaje va transformándose, a medida que se expone la fragilidad del mito, en un apesadumbrado retrato de la estrella del cine más famosa de todos los tiempos. Pero, a su vez, es la narración en primera persona de un muchacho común que, más que enamorarse de esa diosa de celuloide, se dejó deslumbrar por la mujer que había debajo del maquillaje, con sus múltiples traumas y vacilaciones. Michelle Williams (nominada al Oscar por este papel) resulta una muy atinada elección para dar vida a la frágil Marilyn. Al margen de lo discutible que pueda ser su parecido físico (a fuerza de maquillaje, peinado y vestuario), su capacidad como actriz nos deja entrever la vulnerabilidad de esa mujer atormentada e incapaz de enfrentar sus responsabilidades, pero también su irresistible seducción y sus infantiles actitudes. Eddie Redmayne es el perfecto actor para dar vida al apocado Colin. Su compasiva mirada verde y enternecedora, sus pecas cargadas de ilusión, y su pasión, su amor y su inocencia, permiten comprender las emociones de su personaje frente a un ícono del cine. Su presencia en el filme es constante y necesaria (relegando, incluso, del protagonismo, a la propia Williams). El elenco secundario está repleto de actores de renombre: Kenneth Branagh (nominado al Oscar por su rol de Laurence Olivier), Judi Dench, Julia Ormond, Emma Watson, Dominic Cooper y Derek Jacobi. Con una buena ambientación de época y cuidada fotografía, la cinta logra conmover gracias a la exquisita y elegante música de Alexandre Desplat, que es de lo más sentimental, enternecedora y melancólica, y acompaña a la perfección el sentimiento del personaje de Colin y su recuerdo de una semana inolvidable con una diva de frágil porcelana, que tristemente, apenas 5 años más tarde, estaría entrando en las puertas del Cielo.
La historia de cómo un amor platónico se convierte en realidad; un relato sobre una de las figuras más bellas de la historia del cine; una oportunidad para descubrir la personalidad que escondía el personaje; una experiencia sobre el talento, la actuación y la sensibilidad. Esto y mucho más es lo que propone esta interesante y muy bien lograda película que retrata algunos días de la vida de Marilyn Monroe.
Una rubia debilidad Corre el año 1956. Una jóven actriz con una carrera tan incipiente como rutilante, llega a Inglaterra nada más y nada menos que para hacer pareja con Sir Laurence Olivier en la filmación de una comediala recordada "El príncipe y la corista". Y esa jóven es nada más y nada menos que Marilyn Monroe. Tras estas dos figuras interesantes y reconocidas de la industria del cine, se esconde sin embargo el que quizás sea el principal atractivo del film, que es el punto de vista del narrador de la historia. Lo que se convierte casi en el diario de filmación de esa película, el encuentro de esas dos grandes estrellas del cine de la época, rodeados de un entorno lleno de agentes de prensa, periodistas, asistentes y figuras del mundo del séptimo arte (tanto actores, como técnicos, coach de entrenamiento actoral, etc) no está visto ni desde desde los ojos de Marilyn ni desde los de Olivier. Hay un testigo de ese encuentro, de esas duras jornadas de filmación. Hay un testigo que vivencia y registra cada una de las situaciones y que se irá infiltrando silenciosamente y acompañado a Marilyn en sus momentos de fragilidad, en sus inseguridades, en el que ella buscará refugio... y es justamente Colin Clark -en cuyas dos novelas "My week with Marilyn" "The prince, the showgirl and me" se ha basado este film- el principal narrador del film. De esta forma, desde la mirada "omnipresente" de Clark, podemos encontrarnos con estos dos egos en acción. Por un lado un Olivier casi obligado a trabajar con una actriz a la que no admira, a la que considera en cierto modo incompetente o falta de talento para trabajar a su lado, pero por la que al mismo tiempo siente una profunda atracción y que no puede dejar de reconocer su increíble magnetismo cada vez que aparece. En el fondo sabe, que ella tiene absolutamente todos los ingredientes para poder llegar muy lejos en el mundo del cine. Y del otro lado, apabullada por la presencia de una figura como la de Olivier, con un dejo de total intransigencia, con un perfil sumamente exigente en su metodología en el set de filmación y sin ninguna empatía en su vínculo con ella, toda la seducción y el carisma natural de Marilyn se pone en jaque, se debilita, entra en conflicto. Entre ellos aparece ese asistente que irá entrando en la vida de Marilyn en forma muy sigilosa, imperceptiblemente. Un Clark que se siente atraído por la imagen de esa exuberante sensualidad que destila Marilyn y a la vez inmensamente halagado por ser su confidente, su compañero de aventuras durante esas jornadas de filmación y con el que ella comparte ciertos momentos de intimidad. Aún cuando su noviazgo con una asistente de vestuario del film comienza a resquebrajarse, el magnetismo y la atracción de Marilyn es más fuerte y Colin se dedicará a vivir esos días con toda la intensidad. El director Simon Curtis -de una extensísima trayectoria en producciones para la televisión inglesa y sobre todo en adaptaciones de época- se destaca en el retrato minucioso de cada uno de sus personajes. Aprovecha al extremo el excelente equipo de actores con el que recrea la historia y cuenta además con un excelente equipo en todos los rubros técnicos, principialmente en cuanto al vestuario y a la fotografía. No solamente la historia está contada en una forma interesante y mostrando los pliegues de cada uno de sus protagonistas sino que además de los dos actores principales hay un trabajo brillante del equipo secundario con las intervenciones de Judy Dench, Derek Jacobi Julia Ormond (como Vivien Leigh, otra grande la era dorada de Hollywood) y Emma Watson (se acuerdan de la amiga de Harrry Potter?). Pero cabe destacar un trabajo perfecto de Zöe Wanamaker en el papel de Paula Strasberg, la coach actoral en la que Marilyn se apoya para tratar de sacar adealante el rodaje de las escenas en donde la sóla presencia de Olivier la deja casi paralizada. Kenneth Branagh (nominado al Oscar como mejor actor de reparto por esta actuación) dota de todo su señorío británico a un Laurence Olivier exigente, tenso, impaciente por cumplir los planes de filmación, crispado por la aparente "poco profesionalidad" de su co-equiper y a la vez seducido por la rotunda belleza en cada vez que aparece, haciendo que aún la misma Leigh deje su quietud y desate sus celos. Pero ninguno de los logros de "Mi semana con Marilyn" serían tales si no contaran con Michelle Williams en el papel central. Su Marilyn está llena de contradicciones, su fragilidad a flor de piel, sus problemas con Miller, su inseguridad a la hora de pararse en el set, sus ganas de salirse de la pose de rubia hueca de una vez por todas, su necesidad de sentirse querida por todos y a cada momento, su necesidad de encontrar abrigo en el joven Clark (otra ajustada actuación dentro del equipo de Eddie Redmayne). Y Williams aprovecha cada uno de esos momentos en escena para volver a mostrar que es una de las actrices más completas dentro de su generación. Quien la haya visto en "Blue Valentine", "Incendiary" o en las más independientes aún "Wendy and Lucy" o "Mamooth" sabrá de su posibilidad de ir mutando, cambiando de máscara para cada uno de los desafíos que acepta. Y sin dudas su Marilyn es consagratoria -y de no ser por la aplanadora de Meryl Streep en "La dama de Hierro" hubiese sido una candidata más firme a llevarse el Oscar de este año-. No sólo desborda belleza y encanto (como en el cuadro musical que se muestra en medio del set de filmación que deja atónito hasta al propio Olivier) sino que crece y se agiganta cuando logra darle profundidad en aquellos momentos en los que se sumerge en su faceta más vulnerable, donde se corre el maquillaje, se apagan las luces del set y aparece la persona, dejando al personaje, y reflotan todas sus oscuridades. Y Curtis como director aprovecha a cada uno de estos intérpretes para contar una historia que atrapa desde el detrás de escena, de poder espiar un fragmento de la historia del mundo del cine, conociendo algo más de dos grandes como Marilyn y Olivier en su lucha de egos y talentos, en sus vidas privadas y en sus vulnerabilidades.
Publicada en la edición impresa de la revista.
My week with Marilyn (2011), dirigida por Simon Curtis y basada principalmente en el libro "El Príncipe, La Corista y Yo" de Colin Clark, quien es al mismo tiempo el co-protagonista de la cinta, es de las películas que tardíamente nos llegan y que estuvo nominada a mejor actriz y mejor actor de reparto en la pasada edición de los Oscares. Finalmente ha llegado a las salas de México y a pesar de la tecnología que nos inunda en estas épocas donde ver una película aun no estrenada es pan de todos los días, ir al cine siempre será especial, ya sea por el olor a palomitas, la pantalla con sonido y simplemente el disfrute de una película tal y como fue concebida. Michelle Williams nos entrega una actuación simple y sencillamente magistral. Y me atrevo a decir que el oscar que le dieron a Meryl Streep solo fue porque la academia no podía ya negarle una segunda estatuilla ante su brillante carrera. Pero acá, Williams, a pesar de no tener mucho parecido físicamente con uno de los primeros sex symbols que existieron en Hollywood, la personalidad y la interpretación que nos regala es simplemente sublime, sencilla, como dicen que debía de ser Marilyn: con su simple presencia opaca a los demás, sin importar si se trata del mismísimo Kenneth Branagh, quien interpreta a ser Lawrence Olivier. Menos mal la reconocieron con un Globo de Oro. La película se centra en Colin (Eddie Redmayne) , un chico de pueblo que aspira a trabajar en el cine y encuentra su oportunidad de la mano de Olivier quien está apunto de empezar la filmación de una nueva cinta con Monroe de protagonista. Y tal como la película lo indica, es sencillamente una semana intensa, una semana en donde Marilyn quiere ser alguien más y Colin, como tantos hombres, se enamoran de ella. Más que una biopic o un homenaje, es un poco de ambos, es una cinta romántica, de amor y desamor, de los sueños, de una cuestión de moral. ¿Vale la pena vivir felices complaciendo a los demás o solo complaciéndonos a nosotros mismos? ¿Vale la pena vivir de sueños, o vale la pena cumplirlos aunque nos duren un suspiro?. Porque como lo dice el gran Pedro Calderón de la Barca: "Somos del mismo material con que se tejen los sueños". Y por cierto, también es válido cuestionar la figura de la famosa actriz/cantante. ¿De verdad era lo que ella quería?¿De verdad era así o es solo una figura exaltada por los ojos del amor y la admiración? Saque cada quién sus conclusiones. Grandísimas actuaciones, dirección sencilla pero cumplidora, fotografía y edición maravillosa. Simplemente una película para disfrutar en pareja. Habrá a quien le parezca lenta, y si buscan un film de homenaje o de Biografía, mejor absténganse. Básicamente es una película romántica y de reflexión sobre a dónde nos llevan nuestros anhelos y sobre qué es realmente la felicidad: un instante o toda la vida.
Mi Semana con Marilyn es una película muy bien narrada que atrapa y entretiene gracias a un guión muy bien realizado que mantiene el interés del espectador de principio a fin. Si sos un gran admirador de Marilyn Monroe es muy posible que salgas un tanto caído del cine, ya que la muestran tan necesitada de afecto, con tantas inseguridades...
Una desmitificación que con un guion justo y necesario es llevada adelante por un excelente reparto. Cinéfilos o no, todos sabemos del mito de Marilyn Monroe. Más de uno tiene grabada en la cabeza esa escena emblemática de La Comezón del Séptimo Año de Billy Wilder (el maestro siempre presente), donde a Marilyn se le vuela la falda al pararse sobre la rejilla de un subterráneo. Más de uno también recordará su affaire con el Presidente John F. Kennedy. Pero estoy seguro que pocos conocen de la inteligencia y el talento actoral al que aspiraba Marilyn. Cuando más de una en la actualidad se conformaría con ser una bomba sexual y extenderlo hasta que el cuerpo les pase la inevitable factura, Marilyn quería ser una actriz del método, a la altura de las grandes intérpretes de su generación. La presente película es un ejemplo de esa desmitificación. COMO ESTA EN EL PAPEL Ya hubo dos biopics para la televisión, ambas sobreactuadas y sobredramatizadas. Pero yo creo que el guion de esta película, aunque no es el mejor, es bastante decente. La estructura se sostiene en lo justo y necesario y, a pesar de que tiene los puntos de giro casi de adorno, no puedo decir que es un guion mal trabajado, pues les dio a los actores una buena base para encarar sus personajes. Aunque estamos hablando de una adaptación, fue un acierto apostar por el punto de vista de alguien que formó parte del entorno de Marilyn, más que apostar a contar toda la historia y cometer un error más grosero que el de los antecedentes televisivos. O sea, es un trabajo mediano a nivel estructura; muy buen trabajo a nivel personaje. COMO ESTA EN LA PANTALLA A nivel técnico lo que más se destaca es la fotografía. Y dentro de la misma, la iluminación sorprende más que la composición de los cuadros. Las escenas con Marilyn brillan a pesar de estar sumidos, emocionalmente hablando, en la más profunda de las oscuridades. La música está en su tiempo justo y subraya decentemente no tanto las acciones, sino las emociones de los personajes. ALTOS ACTORES El talento actoral es lo que hace que esta película valga la pena. Kenneth Branagh aunque no se parece en nada a Laurence Olivier, lleva cabalmente el rol de un actor y director que se frustra con esta estrella. Una frustración producto del enorme resentimiento y a la vez la enorme admiración que tiene por Marilyn. Judi Dench, una de las grandes damas inglesas de la actuación, entrega una gran performance. Emma Watson, si bien tiene un papel pequeño, prueba con creces que hay vida después de Hermione Granger. Pero en quien me quiero detener es en Michelle Williams. Quiero aclarar que hasta esta película, la señorita Williams no era santa de mi devoción. Creo que es una intérprete adecuada y su rol de querida del cine independiente está terriblemente sobrevaluado. Pero en lo que a su trabajo en esta película refiere, me veo obligado a establecer que ella traza a grosso modo la enorme diferencia entre “hacer de” y “ser” un personaje histórico; cosa que es fundamental para que el espectador te crea, y por ende, te banque a lo largo de 1 hora y 40 minutos de película. Williams no hace de Marilyn, Williams ES Marilyn. Te creés que es la Monroe desde el primer fotograma hasta el último (literalmente es así), y eso no puede ser otra cosa que una interpretación cuidadísima y extensivamente preparada. El trabajo de Williams alcanza solidez en los momentos más íntimos de la película, donde te percatas que esto es más que una mera imitación del icono. Una interpretación que conmueve y sorprende a tal punto que te dan ganas de agarrar a todos y a cada uno de los miembros de la rama actoral de la Academia y darles un violento sopapo vuelta y vuelta cual Homero a Ned Flanders cuando dice Estamos perdirijillos diciéndoles: “Meryl Streep? Meryl Streep, Hijo de Mil P…? Entiendo que sea una institución actoral, pero la mina ya tiene dos Oscares; no necesitaba un tercero, y menos por una m… como fue La Dama de Hierro. Ni ella se lo pudo creer” Pero hablando en serio, el que vea la peli se va a dar cuenta que si Williams tenía que ganar por alguna de las tres nominaciones que ya tenía, lo merecía por esta. Ganadora Moral absoluta del rubro. CONCLUSION Aunque con un guion adecuado y una técnica sobria, la performance de los intérpretes es lo que consigue que esta película parezca lograr más allá del promedio, cuando en realidad lo alcanza en lo justo y necesario. Disfrutable, pero recomendable para los fanáticos de Marilyn. Si ella viviera para ver lo que Michelle Williams hizo con su vida, se sentiría orgullosa, por no decir redimida.
El Sueño del Pibe ¿Cuántas veces habrás soñado con pasar una velada romántica con una diva de Hollywood? Que la mujer que seduce, se contornea y besa a los galanes traspase la pantalla, llegue a tus pies y caiga irresistiblemente sobre vos. ¿Es pedir demasiado? La ópera prima de Simon Curtis narra la historia de un muchacho de 23 años que vivió ese sueño, quizá con el ícono cinematográfico femenino por excelencia: Marilyn Monroe...
La fragilidad de un "sex symbol" Una cita ideal para conocer el ajetreado rodaje de El Príncipe y la corista, la película que protagonizó Marilyn Monroe junto a Lawrence Olivier en Inglaterra en la década del cincuenta, donde el actor también ofició de realizador. Mi semana con Marilyn se convierte en la excusa para espiar el mundo íntimo y la fama del "sex symbol" de la pantalla grande que tantos suspiros sigue despertando cincuenta años más tarde. La película está construída a partir de la mirada de Colin Clark (Eddie Redmayne), un joven inexperto (y perseverante) que se convierte en el tercer asistente de dirección de Lawrence Olivier (Kenneth Branagh) durante la producción de la película. La llegada de la exitosa Marilyn Monroe (Michelle Williams) al set causa revolución y pone los pelos de punta de todo el equipo: sus llegadas tarde, su adicción a las pastillas y sus inseguridades como actriz. Sólo Colin parece entenderla, protegerla y termina enamorándose de ella. El film está basado en su novela y en la experiencia que tuvo durante los siete días de rodaje. El director Simon Curtis, quien viene de la televisión, logra una película redonda que conmueve y deja ver la faceta más frágil de una mujer que tuvo tres casamientos (llega a Inglaterra junto a Arthur Miller), una infancia ligada al abandono y un presente exitoso que no la hace feliz. Entre el glamour que encierra el número musical del comienzo y los avatares emocionales a lo que se expuso (y la expuso la industria del cine), se va conformando Mi semana con Marilyn, un mundo de celuloide en el que confluyen estrellas (y estrellados) y que también integran Julia Ormond, en el papel de Viven Leigh; Dougray Scott, como Arthur Miller; Judi Dench (una actriz de gran presencia) y Toby Jones. El relato cuenta con una impecable Michelle Williams (ganadora del Globo de Oro a la mejor actriz) que acierta con su tono ingenuo y vulnerable, mientras Kenneth Branagh aporta su impactante transformación, al igual que el buen desempeño que lleva sus hombros Eddie Redmayne, en rol de Colin. Todos contribuyen para que la mirada nostálgica del relato diga presente en la pantalla grande.
Si la historia que se cuenta en la película es real o pura ficción recreada como verídica, es absolutamente intrascendente, como la propia película. Colin Clark publicó el libro El príncipe, la corista y yo. Lo que cuenta allí, y recrea la película dirigida por Simon Curtis, es la historia del joven Clark, hijo de una familia culta y acaudalada, que sueña con trabajar en la industria del cine. Su primera ocupación fue la de tercer asistente de dirección de Lawrence Olivier durante el rodaje de El príncipe y la corista. Allí conoció a su protagonista, Marilyn Monroe, y estableció con ella una relación personal e íntima, siendo durante una semana la persona más cercana a la hermosa y sensible estrella. La película es un conjunto ordenado de clichés, estereotipos y figuras remanidas. Aparecen como si no los conociéramos la estrella sensible que es mucho más que la mujer sexy a la que todo el mundo desea y admira; el director talentoso, ambicioso e irascible; el genio intelectual que no soporta que las fotografías sean todas para su esposa hermosa y no para él. Con ellos el realizador construye una pobre comedia dramática, cuyo único soporte narrativo es la correcta actuación y la belleza de Michelle Williams protagonizando a Marilyn Monroe, pero poco más que eso. El resto es reconstrucción de época y acumulación de personajes conocidos, que poco agregan a una historia pobre, intrascendente y mal contada. Desde el comienzo, la película es previsible. Y en esta nota ya se han enterado de todo.
La corista que quería vivir Tan cliché como el "los caballeros las prefieren rubias" es el "todas quieren ser Marilyn". Unas cuantas revisiones biográficas en formato de libros, artículos periodísticos, alguna miniserie olvidada a las que ahora se suma Mi Semana con Marilyn, están determinadas a afianzar la contracara de ese cliché con otra concepción trillada sobre la rubia entre rubias: "Qué difícil fue ser Marilyn" (o su variante de señora de entrecasa "Pobre Marilyn", como cuando comenta desgracias ajenas de vecinos). Es que al cine se le ha hecho difícil taclear a Marilyn post-Marilyn. Y ésa es la tarea que se encomienda Mi Semana con Marilyn: mostrar en su intimidad a la rubia más compleja, que despertó en vida pasiones y envidia por igual y tras su muerte se convirtió en uno de los grandes íconos de la cultura occidental del último medio siglo (y si no, pregúntenle a Madonna, porque a Warhol es imposible a esta altura). Por eso tal vez, Mi Semana con Marilyn desde el vamos intenta acotar su sujeto apelando a mostrar sólo un momento en la vida de Monroe, interpretada por Michelle Williams, quien fue nominada al Oscar por el papel. El período elegido es la filmación de El Príncipe y la Corista en Inglaterra. Allí llega Marilyn acompañada por su por entonces esposo, el escritor Arthur Miller, y su coach de actuación, Paula Strasberg (esposa de Lee Strasberg, quien popularizó "la actuación por método" y fue profesor de drama de Marilyn). En el set embelesa a todos, empezando por Colin Clark (Eddie Redmayne), un joven de clase alta interesado en el cine que consigue su primer trabajo como asistente en la productora de Sir Laurence Olivier, el actor de teatro devenido estrella fílmica, devenido director (a cargo de Kenneth Branagh, otro actor/director asociado a Shakeaspeare). Colin hace las veces de narrador y punto de vista predominante del film (que tiene una estructura de coming of age, o película de maduración, sobre su paso de recién graduado seducido por la industria fílmica y sus estrellas a hombre que tras ser testigo de las bambalinas del show business crece a partir del desencanto) ya que la película está basada en las memorias del Colin Clark real. Pronto comienzan las complicaciones en la filmación a raíz de los cambios de humor y plantones por parte de Marilyn, que la película explica explícitamente como una falta de confianza en sí misma ante las presiones puestas en ella como estrella y mujer. El embelesamiento de todos es efímero, particularmente en Olivier, que alterna su admiración por la estrella de Hollywood y su carisma en pantalla, con la tiranía de director cuando la actriz no logra recordar sus parlamentos. Se muestra como también Monroe lidia con las presiones de su marido -uno de los grandes intelectuales del siglo XX- y de Strasberg, que más allá de animarla a creer en sí misma y su talento, tiene el interés (no muy) velado de convertirla en un ejemplo exitoso del método promulgado por ella y su marido. El film explota de forma trillada el paralelo entre las presiones a Marilyn y a Olivier, quien tiene que mantener la filmación dentro de los tiempos requeridos -lo que se le complica por el comportamiento de Monroe- mientras lidia con los celos de su esposa, Vivien Leigh (Julia Ormond), que ya no es la joven starlet que se consagró haciendo de Scarlett O'Hara en Lo que el Viento se Llevó, y que nota la mirada de su marido ante la presencia de la rubia. Marilyn ejerce el escapismo de todas las presiones del set y su vida junto a Colin, quien como todo joven, tiende a extender su infatuación. Él no la juzga, no le pide nada. Con él, Michelle Williams da paso a la Marilyn más vulnerable y más encantadora en el film, alejada de la criatura titubeante carcomida por la falta de autoestima que tanto enerva a Olivier; pero alejada también de la femme fatale con la respuesta exacta a las preguntas cínicas de los periodistas, o de la diosa de celuloide que con un par de movimientos de cadera y un mohín de su boca conquistaba a todos. Williams se luce como la "Marilyn íntima" cuando larga pequeñas frases epifánicas sobre "el ser Marilyn" con igual parte de resignación y autoconsciencia, pero lamentablemente no la dejan desarrollar más ese aspecto cuando tiene que encarnar todas las otras facetas del ícono en menos de dos horas. A esto se le agrega un cierto tono infantiloide con el que se encaran sus acciones en esos días que decide escaparse junto a Colin de la filmación, lo que resulta en una versión Hollywood medio trunca de La Princesa que Quería Vivir. Así como se desaprovecha bastante la muy buena actuación de Williams y la conexión con el Colin Clark de Redmayne, el director debutante en cine Simon Curtis no sabe qué hacer con tantos actores de renombre encarnando figuras míticas del cine clásico. Está Emma Watson como una vestuarista que es el otro interés amoroso de Colin, que a conveniencia de lo que le ocurra con Marilyn, la guardan entre los percheros de ropa. Está Judi Dench haciendo de Sybil Thorndike, una actriz teatral y precursora de films mudos que una vez que muestra su apoyo a Monroe como actriz y la legitima, desaparece completamente de la historia (acá le podemos echar la culpa a Adrian Hodges, el guionista). La Vivien Leigh de Julia Ormond queda reducida a una mujer de mediana edad que añora cuando ella generaba los suspiros que ahora causa la protagonista de su marido, un Branagh que pareciera ser simplemente un neurótico frustrado y frustrante. En su fijación por mostrar el conflicto interno de Marilyn, el de Colin, el de Olivier y las bambalinas de la filmación de una película, Curtis y Hodge se dispersan y se traban más que cuando Marilyn intentaba recitar sus líneas.
Demasiada actriz para tan poca película La mayoría de las fotos de prensa (una de las cuales ilustra esta crítica) muestra a una colorida Michelle Williams convertida en Marilyn Monroe y un inexpresivo fondo en blanco y negro. Es como si ya desde la producción hubieran querido resaltar sólo a la bella y talentosa actriz en medio de un film bastante... descolorido. Y lo lograron: incluso cuando se ubica lejos de sus mejores trabajos, la Marilyn de Williams le permitió a ese lobbysta feroz que es Harvey Weinstein sumar una nueva nominación a su abundante colección, aprovechando no sólo su indudable influencia en la industria sino también esa vieja predilección de la Academia de Hollywood por caracterizaciones de figuras tan famosas como trágicas (y Marilyn tuvo mucho de ambas facetas). Y recuérdese que Michelle finalmente perdió con Meryl Streep haciendo de Margaret Thatcher; o sea, otra biopic. A partir de dos libros de Colin Clark y de un guión tan correcto como elemental de Adrian Hodges, el director Simon Curtis (como el libretista, con amplia experiencia televisiva y poca en cine) nos lleva hasta el verano de 1956, cuando la rubia estrella arriba por primera vez a Inglaterra en busca de prestigio para trabajar en El príncipe y la corista, nada menos que con Laurence Olivier (Kenneth Branagh en piloto automático) como director y contraparte. Allí, en medio de un choque de culturas y, sobre todo, de egos, el rodaje se transforma en un verdadero caos. Marilyn -admirada y odiada, aclamada y ridiculizada- encuentra en Colin Clark (el anodino Eddie Redmayne), un joven, entusiasta e inocente asistente, el apoyo que no obtiene de ninguna otra persona. Más allá de que el foco está puesto en las desventuras de Marilyn, la película se narra desde la perspectiva, la intimidad, el punto de vista de Colin, y la unidimensionalidad, la escasa atracción que ejerce ese protagonista constituye una de las principales carencias del film. Por momentos, la narración adquiere cierto vuelo gracias a algunas pinceladas punzantes propias del subgénero cine-dentro-del-cine (léase las miserias de los artistas) y gracias al indudable carisma de una Michelle Williams que logra trascender el mero despliegue técnico de imitación de gestos y miradas. Pero la película no va mucho más allá. Estamos ante un film limitado, previsible, menor, realzado en parte por una gran actriz a la que esperamos seguir disfrutando en proyectos más audaces y logrados.
"Mi semana con Marilyn", basada en los libros de Colin Clark (cuyo personaje sirve como hilo conductor de la historia) se propone la dura tarea de poner una nueva cara al mito y la idea que Marilyn Monroe logró impregnar (un poco a voluntad pero también con mucha rebeldía y a la vez probablemente no del todo consciente de su impacto a nivel popular) en el imaginario social de la población por más de 50 años. El mérito del director es al menos lograr concentrar su película en un solo acontecimiento sobre la vida de la más grande estrella femenina de Hollywood, consciente de que para retratar su vida completa no alcanzaría ni con una miniserie de 10 capítulos de una hora cada uno. Más considerando la controversial vida (y muerte) que tuvo semejante personaje. A veces este tipo de biopics pecan de abarcativas y pretenciosas queriendo contarlo absolutamente todo, cuando por lo general semejantes figuras de la historia no caben en un solo largometraje. Alguna vez se habló de que Scarlett Johansson podría haber sido la Marilyn Monroe de estos tiempos, y también se barajó la posibilidad de que fuera ella quien la interpretara en su reencarnación cinematográfica, pero finalmente el papel recayó en manos de la menos bonita Michelle Williams. Si bien el trabajo de Williams es sumamente meritorio, difícilmente pudiera cualquier actriz asimilar la mezcla de condiciones que poseía Marilyn Monroe a la hora de cautivar a cualquier tipo de público, inclusive género aparte. Y es que su talla como actriz no se media necesariamente por su calidad interpretativa a la hora de encarnar un personaje, sino por su enorme presencia en la pantalla y fuera de ella, que es precisamente lo que esta película narra. Lo interesante en la interpretación de Williams (nominada al Oscar de la Academia como mejor actriz) es que de a ratos logra capturar esa naturaleza y espíritu tan característicos de Marilyn, no obstante ni con todos los meritos del vestuario, el maquillaje y la dirección de arte de esta buena producción logramos aceptar por completo que cualquier actriz pueda personificar a semejante mito. A veces la leyenda es simplemente demasiado grande, y probablemente nunca haya nadie que pueda destronarla del podio que se ganó la inmortal Marilyn Monroe entre otras cosas a base del tipo de anécdotas que aquí se cuentan.
Al ver Mi semana con Marilyn queda claro por qué Michelle Williams fue nominada al Oscar este año y recibió muchos premios por esta labor. Tuvo la mala suerte de tener que competir con Meryl Streep, ya que de otro modo es probable que el premio se lo hubiera ganado. Hace rato que la actriz se viene destacando en el cine pero acá la verdad que sobresalió con su trabajo. Michelle Williams no interpreta a Marilyn Monroe sino que literalmente se convirtió en ella. Algo similar a lo que hizo Jamie Foxx con Ray Charles donde capturó cada característica del artista. William hace lo mismo con Marilyn y retrató muy bien el carisma y vulnerabilidad que tenía la actriz. De hecho, este es el único motivo por el que se me podría ocurrir recomendar a alguien esta película. Michelle Williams y el resto del reparto es lo único interesante de este film. El problema con esta propuesta es que no es una biografía de Marilyn sino un hecho puntual que no podría ser más irrelevante para lo que fue la vida de este ícono del cine. Los problemas sentimentales de la actriz con su esposo Arthur Miller durante la filmación de El príncipe y la corista. ¿Y a quién le importa? ¿Es realmente interesante la cuestión como para hacer toda una película sobre ello, que encima se cuenta desde la visión de un ayudante de producción? Dejemos a un lado que varios biógrafos reconocidos de la actriz como Barbara Leaming y Donald Spoto coinciden y aseguran que todo esto es una farsa y el ayudante de producción Colin Clark jamás llegó a tener un contacto personal con la actriz, más allá de verla en el set. Aparentemente Clark sería uno de los tantos buitres que aprovechó su trabajo en el rodaje de una película para sacar un libro sensacionalista y hacer guita con ello. No es el único que hizo esto, por cierto. La película de todos modos se hace llevadera por el trabajo de los protagonistas y el hecho que evoca un período de Hollywood muy interesante por las figuras que en ese momento formaban parte de la industria del cine. Mi semana con Marilyn no está mal pero reunió un elenco demasiado grande y talentoso para un guión que parece salido de una producción televisiva de los años ´80.
La comezón de los primeros años De entrada vale la pena resaltar la valentía de los responables de esta película de llevar a la pantalla un aspecto biográfico de Marilyn Monroe (el rodaje de El Principe y la Corista en 1957), y sobre todo la osadía de Michelle Williams a la hora de encarar una interpretación de la que contaba con todos los números para salir malparada, y es que dar vida en el cine a uno de los animales cinematográficos de todos los tiempos no es tarea sencilla. Su arrojo le valió un Globo de Oro en la categoría mejor actriz en una película musical o comedia y una nominación de los Premios de la Academia, aunque Meryl Streep en su caracterización de La Dama de Hierro le acabara arrebatando el preciado galardón. Una vez vista Mi semana con Marilyn podemos afirmar que Williams sale indemne de su aventura, atacando el personaje desde la sensualidad y la desprotección. Lo que ocurre es que ni posee la robustez ni la contundencia de Marilyn y, logros interpretativos aparte, ese es un rasgo que cualquier espectador va a notar desde el principio del film. Quizás es que tengamos el baremo del mito demasiado alto, pero pasaría igual si nos enfrentáramos a un biopic de James Dean o cualquier otro icono del cine de todos los tiempos. Arropada por un elenco actoral que sí sabe disfrutar de la oportunidad de recrear a grandes nombres del cine, en especial ese Kenneth Brannagh con zapatos nuevos emulando a su amado y referente Laurence Olivier; Judi Dench como Sybil Thorndike, y en menor medida una Julia Ormond un tanto desaprovechada en su papel de Vivian Leigh, la película se ve con agrado aunque no pueda en ningún instante desprenderse de un cierto aire a telefilm de sobremesa que no ayuda al conjunto de la acción. La trama en sí es una mera excusa para enseñarnos aspectos de la biografía de la diva que, si bien ya se habían apuntado en alguna que otra biografía desautorizada, ahora se muestran a sabiendas de que el film está basado en dos libros escritos por el autor británico Colin Clark, y su experiencia cuando acompañó a Marilyn durante el rodaje del film ya citado. En la adaptación cinematogràfica, Clark es un joven auxiliar de producción inexperto que caerá rendido y hechizado ante el magnetismo y la fascinación de un personaje único e irrepetible, iniciando una especie de relación medio amistosa que no llega a más dado el carácter inestable de quien ha hecho del capricho y veleidad su bandera. Tampoco ayuda a elevar el tono mediocre del film una realización plana de un director, Simon Curtis, que no ha querido arriesgar un ápice en su debut en el terreno del largometraje. La óptica desde la que se estructura la película es descaradamente academicista, muy brittish, faltando un tratamiento más profundo de algunos personajes que funcionan como meros arquetipos. Las escenas donde prima la ironía y la acidez están tratadas a la perfección, con diálogos rápidos y brillantes, llenos de ritmo y precisión. Otra cosa bien distinta ocurre en aquellos momentos donde la tragedia y la exultación dramática deben hacer acto de presencia; son secuencias faltas de fuerza y mordiente que dejan indiferente a quien las mire. A fin de cuentas, se trataba de enseñarnos el drama de una mujer ingenua que tuvo como única constante vital el abandono; una gallina de los huevos de oro manipulada por mentores malhechores que la envolvieron en falsos halagos y expectativas sobre unas dotes interpretativas que quizás jamás existieron. Michelle Williams intenta con ahínco y no poca profesionalidad demostrarnos todo ésto mediante una interpretación versàtil e importante, pero siempre uno se queda con la sensación de que no ha sido suficiente; que para mostrarnos el verdadero drama que acompañó a Marilyn durante toda su vida se hubiera necesitado un proyecto más ambicioso y con más enjundia. Mi semana con Marilyn se queda a medio camino entre una cosa y otra, y es que la humildad de la propuesta es su mayor enemigo. Quizá es que hablamos de una estrella inalcanzable y celestial, imposible de abarcar en su totalidad.
Anexo de crítica: -Nunca más desaprovechada la figura del mito de Marilyn Monroe en una película que carece de pasión y emoción básicamente por la carencia de osadía de su director, más preocupado por la belleza de un plano que de la intensidad dramática. No obstante, Michelle Wiliams sale airosa e indemne en su interpretación pero jamás logra brillar ni imponerle su propia creación a una Marilyn arquetípica que no sorprende.-
Una clase de actuación Hay algunos films que a simple vista resultan intrascendentes y no obstinan en tener una mirada más allá de lo correcto en términos narrativos; aunque en algunos casos hay tópicos que hacen que cierto tipo de obras puedan destacarse a pesar de esto, como a través de un remarcado aspecto técnico o una sobresaliente actuación; en el caso de Mi Semana con Marilyn – opera prima de Simon Curtis – es por lo segundo y tiene nombre y apellido: Michelle Williams...
Andá a saber... Fabulación de un asistente de dirección con la rubia. Difícil definir en pocas palabras lo que fue, y lo que Marilyn Monroe generó en los otros. Su sex appeal combinado con su vulnerabilidad y dulzura, además de la naturalidad con que parecía expresarse cuando estaba actuando, la convirtieron –y convierten- en una figura mítica. Y si es complicado precisar la ecuación, más aún resulta apropiarse de su figura y llevarla al plano cinematográfico, que fue donde la bomba rubia mejor se reveló. Mi semana con Mariyn está basada en los diarios y memorias publicados por Colin Clark, quien fue tercer asistente de dirección de Laurence Olivier en El príncipe y la corista (1957), la película que la joven esposa de Arthur Miller fue a rodar bajo la dirección del inglés, que a su vez fue su coprotagonista. Vayan a cuestionarle a Clark –muerto en 2002- que lo que cuenta es una fabulación. No tanto con respecto a las inseguridades de Monroe, sus continuas llegadas tardes al set de rodaje, sus crisis y consumo de ansiolíticos. Lo que cuesta creer es esa aproximación íntima de la estrella con el joven de 23 años, fundamentalmente en la semana del título, aquélla en la que Miller se fue de Inglaterra y Marilyn se sintió desprotegida y sola. Y habrá que considerar si pudo ser cierto que Colin se escapó un día con ella, se bañó en un lago (ella, desnuda, él en calzones), la besó y otros cuantos etcéteras que no vienen al caso. Marilyn fue una figura pública, por lo que si lo que aquí se cuenta fue verdad o no, debería importarnos. El cine es fantasía, pero la gente de carne hueso, aunque se convierta en mitos, no. Pero lo atractivo del filme es el embrujo que Marilyn crea a su alrededor. No hay quién pueda mostrarse ajeno a ella. Desde el mismísimo Olivier –en una estupenda caracterización de Kenneth Branagh, quién otro hubiera podido hacerlo- hasta su esposa, Vivien Leigh (Julia Ormond), o la Dama Sybil Thorndike (Judi Dench). Todos personajes que vivieron en el mundo del arte, del cine, y que sucumbieron de una forma u otra ante sus encantos innatos. Así, componer a Monroe no era tarea sencilla. Michelle Williams no apuesta a la caracterización, sino a revelar cómo era Marilyn. Pueden pintarle un lunar y peinarla como la actriz de Una Eva y dos Adanes , pero lo que trasciende al fin y al cabo es cuánto puede desnudarla, hacerla creíble. Y Williams (Blue Valentine) lo logra. El papel de Clark es no sólo el narrador sino que prácticamente está en todas las escenas. Eddie Redmayne pone cara de sorprendido y le sale casi siempre bien. Pero el que se roba la película es Branagh, no sólo porque su personaje termina siendo un imán, sino porque es el sobrepeso con el que el director Simon Curtis, que debuta en el cine pero tiene una amplia trayectoria en la TV británica, balancea a Marilyn. El elenco es otra selección inglesa, con Toby Jones, Dominic Cooper, Derek Jacobi, y hasta Emma Watson (Hermione en Harry Potter), algo perdida como la vestuarista que flirtea con el protagonista, al que se lo ve poco, pero que luce muy bien.
El título ya lo anticipa, pero conviene aclararlo: Mi semana con Marilyn no quiere ser un retrato de la rubia más famosa del cine sino la recuperación de una memoria personal. Quien vivió tal semana e intentó conservar en un par de libros su visión y su singular experiencia al lado de la estrella se llamó Colin Clark, era hijo de un reputado historiador de arte y tenía 23 años cuando el azar, los buenos contactos familiares y su encendida pasión por el mundo del cine lo llevaron a ingresar en la compañía productora de sir Laurence Olivier como el más modesto de los asistentes. Era 1956 y la entonces flamante esposa de Arthur Miller, empeñada en demostrar que además de una bomba sexy también podía ser una verdadera actriz, había estado esforzándose en el Actor's Studio con la guía de Lee Strasberg y desembarcaba ahora en Inglaterra para filmar, al lado del "mejor actor del mundo" y dirigida por él, El príncipe y la corista , versión de una pieza de Terence Rattigan. El encuentro entre el gran artista y la máxima estrella debía ser un acontecimiento legendario, y lo fue, pero no por el éxito del film, un fiasco artístico y comercial, sino por los memorables desencuentros -por decirlo del modo más amable- entre Monroe y Olivier, acerca de lo que mucho se han explayado cronistas, historiadores y también los propios protagonistas. Al basarse en los textos de Clark -testigo de ese borrascoso rodaje, pero también, con el tiempo, favorito de Marilyn, que hallaba en él compañía, complicidad y tierna contención y hasta llegó a hacerlo su confidente-, el film es al mismo tiempo la reconstrucción de un momento del cine y la delicada evocación de una casta historia de amor. La protagonista excluyente es, en uno y otro caso, Marilyn. Y si el film no ahonda demasiado en su compleja personalidad ni indaga en el proceso de construcción del ícono en que ella iría a convertirse, en cambio acierta al deslizar algunos apuntes sobre las características que más tarde terminarían dañando su carrera y su vida personal. Y aquí es decisivo el aporte de Michelle Williams, cuyo elaborado retrato expone tanto a la estrella excéntrica e inestable, presa de su fama pero incapaz de prescindir de ella, como a la frágil, vulnerable criatura de pasado tormentoso que, sin embargo, es consciente del personaje público que ha creado y en el que puede transformarse cuando lo necesita en un abrir y cerrar de ojos. Williams consigue lo más difícil, que sin parecerse demasiado a una Marilyn que de todos modos nadie podría representar salvo ella misma resulte creíble para el espectador. Y eso es obra de su minucioso estudio del personaje más que de maquilladores, peluqueros y vestuaristas, que han hecho un gran trabajo. Brannagh (como Olivier), Eddie Redmayne (Clark) y Judi Dench (Sybil Thorndike) son otras delicias de este film liviano y entretenido.
El desprecio… Mi Semana con Marilyn no cambiará la historia del cine, pero no se la puede juzgar por este motivo (sino habría que condenar a casi todos los estrenos de la semana). Lo que si se puede advertir es que el film de Simon Curtis (con una carrera intrascendente hasta el momento) reafirma una hipótesis cada vez más...
Todos los hombres soñaron, sueñan y soñarán con algo así. Una mujer que apabulló al mundo. Una mujer que detrás de una belleza, glamour y simpática únicas se encontraba una mujer triste, melancólica, necesitada de afecto, atormentada por su propia figura y tan aferrada a la misma, que era imposible escapar de sí. En Una semana con Marilyn, su director Simon Curtis realiza la adaptación de la obra de Colin Clark, sobre su relación con Marilyn Monroe cuando llegan a conocerse en la filmación de la película El príncipe y el corista. Colin era un joven decidido a trabajar en la industria cinematográfica por eso asiste a la productora de Laurence Olivier insistentemente, hasta que consigue un lugar en la filmación de la primera película en Inglaterra de la mujer más exitosa y aclamada del momento: Marilyn Monroe. Impactado por su belleza, Colin (interpretado por Eddie Redmayne) comienza a ganarse la confianza de la actriz (una maravillosa Michelle Williams), quien pasa la mayoría del tiempo de la filmación entre caprichos, indecisiones sobre su performance, repeticiones por no recordar la letra y angustia porque es ridiculizada en más de una ocasión. Bajo la mirada de su admirador, ella es alguien adorable, decidida y simple, en busca de contención constante y una depresión por un pasado que no la abandona a pesar de ser la persona más importante de su época. Amada y admirada, envidiada y ridiculizada, ella sigue su vida bajo ansiolíticos, tratando de encontrar a la gran actriz que todos ven en ella. Colin será la persona de más confianza en la última semana de la actriz en Inglaterra, cuando Arthur Miller ha vuelto a Estados Unidos, y ella se encuentra triste y abatida por unos escritos que hablan mal de sí y están redactados por su propio marido. En esa semana, la relación entre Colin y Marilyn será para recordar. Él será la persona que alegra sus días y con quien se siente más a gusto. Alguien donde sacar la fama por la ventana y lograr armonizar a la persona detrás del personaje: una mujer débil, sensible, dueña de su cuerpo y sus actitudes: una seductora empedernida. Esa es la Marilyn que nos muestra esta historia, y es todo lo relevante a contar. El resto es un gran adorno para resaltarla, ni siquiera Kenneth Branagh en su papel de Laurence Olivier logra brillar. Queda reducido a un artista que no logra moderar sus ánimos frente a los requerimientos, excentricidades o dudas de la diosa, a pesar de saber que tenerla es lo más importante para que la película sea un éxito. Las similitudes a la biopicThe Iron Lady son meras coincidencias, ambas son películas centradas en un personaje plenamente femenino y que no apunta más que al desenvolvimiento excelente de la actriz protagónica. Williams (nominada al Oscar por este papel) ha logrado una actuación eficaz, precisa, radiante y seductora. La nueva generación construirá en su inconciente una Marilyn a lo Williams, y de ser así, bien por ambas. Una película bien contada, que logra un timming preciso y no cae nunca. En definitiva es una obra que nos cuenta mucho más sobre Marilyn pero desde una visión más amena y humana, desde un lugar más intimista y reflexivo sobre quien supo ser una de las mujeres más deslumbrantes de todos los tiempos. Marilyn lo fue y lo será, Williams lo mantiene y reconfirma.
A Marilyn con piadosa ternura y gran elenco «El príncipe y la corista», 1957, es una agradable comedia que juntó milagrosamente el agua y el aceite, esto es, a sir Laurence Olivier y Marilyn Monroe. «El príncipe, la corista y yo», 1995, es la edición del diario de trabajo del meritorio de producción de ese film, Colin Clark, luego director de la televisión británica. En ese diario él anotó detalles de rodaje, líos causados por la impuntualidad e inestabilidad de la estrella, o por la irritante Paula Strasberg con el método del Actors Studio, y también anotó la felicidad que provocaba la hermosa dentro y fuera de los sets. Y el libro «Mi semana con Marilyn», 2000, es lo que Clark confesó ya casi septuagenario, y que hasta entonces había callado discretamente por pudor, o para que no lo tomen por fanfarrón. ¿Pero pasó realmente algo entre ellos, durante la semana en que Arthur Miller se fue a Paris a ver a sus hijos? Un chico recién salido del cascarón, una mujercita de 30 que apenas tuvo infancia, y mucho menos familia, perdida en el campo inglés, agobiada por controles, barbitúricos, pesadillas, en fin, ¿qué puede pasar cuando alguien le presta oídos y hombros a una mujer necesitada de atención y cariño? No contamos más, salvo que a este muchachito lo envidiará más de uno, y que la historia está contada con piadosa ternura, buena ambientación y excelente elenco. Gran trabajo de Michelle Williams. Carece de la voluptuosa sensualidad de Marilyn Monroe, pero le saca muy bien gestos, timbres, brillos y temblores. Además, un toquecito de ordinariez la ayuda a parecer menos divina, menos «icono», más frágil y verosímil. Kenneth Branagh, francamente, es la personificación de sir Laurence, y su heredero artístico en la vida real. Julia Ormond representa a Vivien Leigh, con su belleza elegante y su incipiente conciencia del otoño. A propósito, el último trabajo de Clark fue con el documental «Larry and Vivien: The Oliviers in Love», 2001. Los demás papeles requieren caracterizaciones menos exigentes. Igual están tan cuidados como la ambientación. Un detalle sirve de ejemplo: al fondo de una escena, un extra imita exactamente a Norman Wisdom, popularísimo cómico que hoy pocos recuerdan. Otro detalle ennoblece el alma. Cuando recién empezaba, Judy Dench conoció a dame Sybil Thorndike, que cordialmente se acercó a ella y otras actrices novatas para darles aliento. Ahora, que también es dame, doña Judy ocupa el sitial de aquella artista, y la representa en forma agradecida. Director, Simon Curtis, de larga experiencia en miniseries.
Una mujer muy incomprendida Hay una actuación memorable de Michelle Williams. La actriz consigue captar no sólo la seducción, también la sutil picardía, ingenuidad y belleza que caracterizaban a Marilyn Monroe. La película con la que el director de televisión Simon Curtis debuta en el largometraje muestra un aspecto, tal vez, poco conocido sobre la vida de Marilyn Monroe. Se refiere a lo que sucedió durante el rodaje en Londres, de su filme "El príncipe y la corista" (1956). En aquel momento Marilyn Monroe viajó por primera vez a Gran Bretaña y lo hizo junto a su flamante marido, el dramaturgo Arthur Miller, provocando un revuelo entre sus admiradores ingleses. El filme fue hecho prácticamente por conveniencia tanto de Olivier, como de la Monroe. El porque a los cuarenta y nueve años necesitaba un golpe de publicidad que vendría por el lado de ella gracias a la frescura juvenil que comunicaba desde la pantalla. UNA TIMIDA Pero sucedió lo contrario, porque el actor y director al lado de la Monroe se sentía un incompetente. No sabía cómo tratarla porque se mostraba tímida en el set y reclamaba la presencia constante de Paula Strasberg, su "coach" de actuación y mujer de su maestro, Lee Strasberg. Olivier detestaba no sólo el "método" de Strasberg y sus actores, tampoco se preocupaba por comprender a Marilyn, por aquellos años muy dedicada al alcohol. Lo comentado aparece como los entretelones de los libros en que basa el filme, escritos por Colin Clark, el tercer asistente del Olivier en el filme y con acceso a la Monroe y en apariencia quie terminó comprendiendo a la que todos consideraban tonta, aunque su inteligencia y sus cualidades innatas de actriz se convirtieron en lo que fue, una de las personalidades más fascinantes del cine universal. LOS CAPRICHOS "Mi semana con Marilyn" muestra caprichos de los actores, la forma en que se filmaba por aquellos años, más el backstage de un rodaje, en el que hubo que tener mucha paciencia para llegar a su finalización. El resultado al ver a la Monroe en la pantalla provocó un efecto tan hipnótico, que terminó oscureciendo a todos los que aparecían a su lado. Luego de "El príncipe y la corista", la actriz haría una de las comedias más populares de todas las épocas: "Una Eva y dos Adanes", junto a Tony Curtis y Jack Lemmon. "Mi semana..." tiene una actuación memorable de Michelle Williams. La actriz consigue captar no sólo la seducción, también la sutil picardía, ingenuidad y belleza que caracterizaban a Marilyn Monroe. En ese aspecto también contribuyó la fotografía de Ben Smithard. Además de Williams, se destaca la actuación de Eddie Redmayne, en el papel de Colin Clark.
Una actriz tan frágil como una estrella Michelle Williams interpreta magistralmente a Marilyn Monroe en este film dirigido por Simon Curtis. La historia, basada en un libro de Colin Clark, se centra en la época en la que el escritor conoció a la diva de Hollywood. Para el momento que fue convocada por Laurence Olivier para protagonizar El príncipe y la corista (1957), Marilyn Monroe había hecho un puñado de películas –La comezón del séptimo año, Cómo pescar a un millonario, Los caballeros las prefieren rubias–, estaba casada con el famoso dramaturgo Arthur Miller –luego del beisbolista Joe Di Maggio, el guionista Robert Slatze y James Dougherty, un militar–, pero por sobre toda las cosas, se había convertido en un producto hollywoodense, atiborrada de pastillas para soportar la fama, la falta de afecto y la soledad. En ese contexto, Monroe llega a Inglaterra en el pico de sus inseguridades para trabajar con Olivier, el actor y director británico formado en la maciza escuela shakesperiana. Mi semana con Marilyn, basada en el libro homónimo de Colin Clark, se centra en el período en que como asistente de dirección, el joven Clark (Eddie Redmayne) estuvo en contacto con la estrella en el set, la adoró en cada una de sus equivocaciones, la consintió en su legendaria falta de puntualidad, se encandiló cuando vio la magia que podía lograr frente a la cámara, pero además, fue testigo de su intimidad, de la devastadora fragilidad de Norma Jeane Baker que ya no podía desprenderse del traje de Marilyn. Para el desafío de explorar una faceta desconocida de Marilyn, el director Simon Curtis contó con la extraordinaria Michelle Williams, en un trabajo lleno de matices que alumbra la fragilidad del personaje. La interpretación de Williams (La isla siniestra, Blue Valentine - Una historia de amor, Secreto en la montaña) es tan brillante, que al igual de lo que pasaba con la propia Marilyn, cada vez que aparece en pantalla el resto de los actores –principalmente Kenneth Branagh que compone a un envarado Olivier– se convierten en objetos opacos, apenas cabezas parlantes que enhebran el relato, un engorroso compás de espera hasta que Marilyn/Williams se hace presente. Pero también, la notable performance de Michelle Williams no hace más que resaltar la intención del film, que se propuso y logró dar cuenta de la extraordinaria actriz que fue Marilyn Monroe, casi un acto de justicia histórica después de que por décadas fue considerada apenas como un objeto sexual. En ese sentido no está de más recordar lo que dijo Billy Wilder sobre Marilyn, a la que dirigió, aborreció y amó en Una Eva y dos adanes, inmediatamente después de El príncipe y la corista: “Era el infierno, pero valía la pena.”
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La diva y la puntualidad inglesa En el año 1956 Marilyn Monroe fue a Inglaterra a filmar "The prince and the showgirl" con Laurence Olivier como actor principal y director. La película es el relato de esa semana, basado en el libro de Colin Clark "The prince, the showgirl, and me: the Colin Clark Diaries", quien entonces realizaba su primer trabajo en cine, como tercer asistente de dirección; una especie de cadete multitareas. Todo está preparado para esperar a la estrella de la pelicula, la producción es impecable, y todos están listos para empezar, pero desde que Marilyn (Michelle Williams) llega, todo esa perfección inglesa desaparece, y todo comienza a girar en torno a ella, a su impuntualidad, sus caprichos y todas sus dificultades para actuar. Olivier (Kenneth Branagh) pierde la paciencia, las cosas se complican y Colin parece ser el único capaz de comprenderla, así surge entre ellos una relación. En el set Marilyn es tan insoportable como necesaria, todos son conscientes de su falta de profesionalismo, pero al mismo tiempo saben que ninguno de ellos sería capaz de provocar ni la cuarta parte del magnetismo y la magia que la actriz provoca. La película muestra a una mujer que además de ser una diva sufre el peso de tanta fama; es frágil, tuvo una infancia triste y pese a todo es insegura. Así la muestra el filme, no pretende ser una biografía, sino simplemente mostrar a través de los ojos de Colin Clark (Eddie Redmayne) como era esa mujer, dentro y fuera del set, y como fue el rodaje de la película. Michelle Williams logra una detallada interpretacion de Marilyn, papel para el que nadie parece estar a la altura. Eddie Redmayne, le da una calidez y una inocencia encantadoras a su personaje que hace aún mas creíble la relación entre los dos, la mujer sensible que necesita que la aprecien y el joven maravillado e ingenuo. Kenneth Branagh está grandioso como de costumbre, y también son impecables las actuaciones de Judi Dench como Dame Sybil Thorndike, y Julia Ormond como una celosa Vivien Leigh. La película tiene la prolijidad de una serie de la BBC, con una recreación de época visual y musicalmente impecable, hasta en el más mínimo detalle. En resumen, es una historia simple, un relato que no profundiza demasiado, pero que es entretenido y atractivo tanto visualmente como por sus interpretaciones.
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El fantasma más bello del show a cincuenta años de su muerte. La eterna Marilyn, con su impresionante sugestión, su talento, sus inseguridades, en un argumento con pie en la realidad, en un film bien hecho pero que brilla especialmente por el trabajo de su protagonista. Michelle Williams logra, a fuerza de talento, poder de observación y sensibilidad, recrear al mito, hacerlo de carne y hueso, absolutamente conmovedora. Ella es lo mejor de la película.
Esa rubia debilidad Basada en dos libros escritos por Colin Clark, Mi semana con Marilyn (My week with Marilyn, 2011) muestra el encuentro entre la estrella y el autor, cuando ella filmó una película en Inglaterra. Pese a sus limitaciones argumentales, el film cobra vida a través de la actuación de Michelle Williams, una de las mejores actrices de su generación. Era el año 1956 cuando Marilyn Monroe viajó a Inglaterra para filmar El príncipe y la corista (The Prince and the Showgirl, 1956) con Sir Laurence Olivier (también director). No sólo la distanciaba su condición de extranjera, sino también el mote con el que cargó desde siempre; la sex symbol que no terminaba de consumarse como una “verdadera y gran actriz”. Mi semana con Marilyn muestra cómo fue su estadía, a través del punto de vista de Colin Clark (un poco expresivo Eddie Redmayne), un personaje que, como lo plantea el film, fue el único que pudo comprenderla en plena inestabilidad emocional. Clark era, por aquel entonces, un muchacho de 23 años proveniente de una familia tan adinerada como poco motivadora. Fascinado por el mundo del cine, esta “oveja negra” decidió trasladarse hacia la ciudad para poder ingresar, como sea, a la industria cinematográfica. Y finalmente lo logró con el predecible derecho de piso: tercer asistente de dirección, pero en uno de los rodajes más promocionados de aquel entonces. Mientras Clark veía a su sueño hacerse realidad, Monroe acababa de llegar con un poco contenedor Arthur Miller, el tercer marido con el que –bien sabemos- no llegó a buen puerto. Hostigada por sus propios miedos, un matrimonio reciente pero desastroso, y –sobre todo- un desentendimiento profesional permanente con Olivier (Kenneth Branagh), la diva encontró en el muchacho un puente para comunicarse con su entorno. Y él supo corresponderle, aunque los límites profesionales se hicieron difusos, confluyendo en un affaire poco menos que glorioso (para él). Mi semana con Marilyn mira a la actriz a través de los ojos de un muchacho inocente, pero el planteo argumental no supera lo previsible. Por momentos, pareciera ser un producto del canal Hallmark, desarrollando líneas argumentales un tanto maniqueístas. La película nos recuerda en varias secuencias que Monroe intentó dar un vuelco a su carrera tomando obsesivamente las enseñanzas del “Método”, escuela promocionada, entre otros, por Elia Kazan. Una técnica de actuación que utilizó, por ejemplo, Vivien Leigh (esposa de Olivier) para componer a su delirante Blanche du Bois en la versión cinematográfica dirigida por Kazan de Un tranvía llamado Deseo (An streetcar named Desire, 1951), y que en el caso de Monroesignificó la intención de crear personajes de forma más sentida, menos superficial. Entre su figura arrolladora y la imagen de una mujer solitaria y desprotegida, asistida por Paula Strasberg (esposa de Lee, otro de los defensores del Método) y finalmente comprendida por Clark, la Marilyn de Williams es más interesante en sus apariciones solitarias y fugaces que en las escenas que comparte junto su enamorado. Es como si la película cobrara fuerza cuando su criatura es sugerida, mostrada en penumbras, y no cuando el objeto masculino la interpela de forma más directa. La dirección de Simon Curtis tampoco hace mucho por generar un mayor interés, pues más allá de algunas secuencias mejor logradas, la puesta en escena no tiene grandes hallazgos. Mejor interpretada por el teatro y la literatura (hay una joyita de Joyce Carol Oates, Blonde, en algunas librerías de saldos), Marilyn aún no tiene una película que muestre su costado más profundo. Mi semana con Marilyn es una buena película con una gran actriz, pero no tiene esa “verdad” que la real Marilyn buscó en su carrera.
Un juego de espejos La película, dirigida con solvencia televisiva, retrata las diferencias artísticas que surgieron entre Marilyn Monroe y Laurence Olivier cuando filmaron El príncipe y la corista. A mediados de 1956, en el pico de su fama, Marilyn Monroe llegó a Londres para filmar su primera –y única– película fuera de Hollywood, El príncipe y la corista, dirigida, producida y coprotagonizada por sir Laurence Olivier, por entonces toda una eminencia del teatro y el cine británicos. Del encuentro de esas dos potencias –a cuál más extraña una de la otra– salió una comedia triste y desvaída, con apenas algunos momentos de fulgor. Pero el anecdotario de ese rodaje, que estuvo a punto de hundir las carreras de ambos, se convirtió en leyenda, por las irreconciliables diferencias artísticas entre Marilyn y Olivier, que parecían planetas fuera de órbita, a punto de colisionar. Esa leyenda es la que narra Mi semana con Marilyn, dirigida con prosaica solvencia televisiva por un tal Simon Curtis, pero redimida por la sensibilidad con que Michelle Williams compone a su Marilyn, al frente de un reparto que no ahorra grandes nombres propios del firmamento británico: Kenneth Branagh, Judi Dench, Emma Watson y Julia Ormond. El punto de vista del relato es el de Colin Clark, un documentalista y escritor británico que a los 23 años fue tercer asistente de dirección de la película y que después supo sacarle buen provecho a ese rodaje, con la publicación de dos libros, The Prince, the Showgirl and Me y My Week with Marilyn, en los que dio cuenta de la infinidad de conflictos que atravesó la producción y de su heroico rol en el proceso, donde la confianza que se habría ganado de Miss Monroe salvó la película. Al menos esa es la versión que da por cierta el film de Curtis y que nadie hoy está en condiciones de discutir. El joven Clark que retrata la película (interpretado sin gracia alguna por Eddie Redmayne) es hijo de una aristocrática familia británica, formado en el rigor del Eaton College pero fanático del cine de Hollywood y adorador de Marilyn, que no tarda en hacer suyo el sueño del pibe: trabajar en la producción de Olivier (gracias a sus contactos familiares) y convertirse en el confidente de la estrella. Hay todo un costado de relato de iniciación en Mi semana con Marilyn, una suerte de desvaído Mensajero del amor (1970, Joseph Losey), con Colin como un go-between demasiado crecido, que nunca llega a funcionar, no sólo por la unidimensional actuación de Redmayne, sino también por la falta de vuelo de la dirección de Curtis, incapaz de hacer suya aquella magnífica y melancólica frase con que se abría el film de Losey: “El pasado es un país extraño...”. Sin embargo, y más allá de los chismes del cine dentro del cine (¿Olivier estaba perdidamente enamorado de Marilyn, como sugiere su propia esposa, Vivien Leigh?), el proyecto permite adentrarse –de manera quizá demasiado didáctica– en dos concepciones completamente antagónicas de actuación que colisionaron en El príncipe y la corista. Cuando Marilyn llega a Londres era una estrella y un sex symbol mundial, pero quería ser una gran actriz: estaba recién casada con el dramaturgo Arthur Miller y venía de profundizar en el Método del Actor’s Studio, fundado en Nueva York por Lee Strasberg. Por el contrario, Olivier era un gran actor de la más rancia escuela shakespeariana que odiaba los métodos del Método, porque creía que la actuación era “una ilusión” y no era necesario bucear en ninguna “memoria emotiva” o verdad interior. Son estas diferencias las que de entrada van ahondando la brecha entre ambos y que provocan la inseguridad a dos bandas: Olivier se reconoce incapaz de manejar a una figura puramente cinematográfica, hecha de genial fotogenia e intuición, mientras que Marilyn se siente disminuida frente a la realeza teatral británica que encarna no sólo Olivier, sino también todo su elenco. Es esa inestabilidad emocional, esa fragilidad esencial de Marilyn lo que mejor logra transmitir Michelle Williams de su personaje: aunque se nota que ha estudiado a su modelo al detalle, el trabajo de Williams (protagonista de dos estupendas películas indie de Kelly Reichardt: Wendy y Lucy y Meek’s Cutoff) tiene justamente algo de esa verdad profunda que buscó Monroe en sus años finales. Por el contrario, el Laurence Olivier de Kenneth Branagh –a quien más de una vez se ha calificado como el nuevo sir Larry– está demasiado compuesto, se le nota bastante el trabajo de ponerse en la piel de su antecesor. En esos juegos de espejos, quizás involuntarios, radica el interés de una película cuya única personalidad es la de su elenco.
Esta película empieza ya con la impronta de la mística de que es Marilyn a quien vamos a ver. Te guste o no el cine, la hayas visto intentar actuar o no, nadie es inmune a ella. El film plantea desde el inicio que va a contar una anécdota, un episodio en la vida de un chico que un día se encuentra con su sueño de estar en un set, de participar en la creación del cine. Dentro del plató están todos esos elementos que todos soñamos y sabemos: la actriz consagrada que es casi maternal (una espectacular Judi Dench), el excéntrico director que está eclipsado por la presencia de Monroe pero que tiene un deseo de perfección en el que no encaja (Kenneth inolvidable en este papel) y el chico que tiene que jugar con su don de gente para tratar de que tantos egos sean felices. Michelle Williams hace un trabajo impresionante creando a esta diva rota y frágil pero que no por eso deja de actuar. Y es que esa es la clave: Marilyn Monroe era un producto que hasta se había olvidado de Norma Jean Baker. La ambientación es realmente una belleza: no sólo el vestuario y maquillaje destacan, sino el armado de los espacios, las idílicas praderas, los autos, los colores. Casi como si fuera un cuento y es que todo parecía irreal a los ojos de nuestro narrador: un chico de 27 años que se enamora de una diva que cree que lo necesita, cuando en realidad está borracha de sí misma. El elenco se completa con Dougray Scott (sí, el malo de Misión Imposible II constuyendo a un genial Arthur Miller), Emma Watson y Julia Ormont como la inmortal Vivien Leigh pero que termina teniendo muy poco del carácter de ella y mucha más dulzura de la que creí posible. Mención aparte merece Eddie Redmayne (a quien vamos a ver próximamente como Markus en Les Miserables) quien logra imprimir encanto, ingenuidad y picardía a este chico que por un rato toca a las estrellas con las manos. Simon Curtis, que ha trabajado más que nada para la televisión, por momentos parece enamorarse también del reflejo de Marilyn y nos lleva con ritmo cansino hasta el final. Nadie puede decir que el film no cumpla, pero es que por momentos parece estático ya que sabemos que no hay chances de que esta historia sea más que esto que vemos. Con un elenco sólido y una gran ambientación, por momentos se olvidaba la cámara prendida. El resultado final es para amantes del cine para aquellos que disfrutan de una recreación minuciosa, de la representación de estrellas que quitan el aliento pero no será trascendentes para los no nostálgicos de esa Era Dorada del cine…
Una historia real con la rubia de Hollywood La dificultad de encarnar a Marilyn Monroe en el cine es uno de los grandes karmas de las actrices de Hollywood. En esta ocasión un especialista en la realización de películas para TV es quien se hizo cargo de dirigir a Michelle Williams, la rubia a la que vimos sufrir en Blue Valentine y que aquí se pone la ropa, el pelo y las formas del gran mito rubio del cine. En 1956, la actriz, que ya había hecho explotar las hormonas de millones de personas alrededor del mundo, llegó al Reino Unido para protagonizar con Sir Laurence Olivier la película El príncipe y la corista, dirigida por el actor inglés. En esa ocasión, un joven novato, de 23 años, recién llegado al mundo del cine, consigue un trabajo como asistente de dirección y se ve en medio de una relación de amistad, contensión, y algo más, nada menos que con la mujer más deseada de la historia del espectáculo. La historia, real, basada en un libro del protagonista y siempre desde su punto de vista, retrata una vivencia que lo atravesó y marcó para siempre, según sus propias palabras. Su semana con Marilyn fue lo más cercano a un cuento de hadas que este pequeño personaje de la industria transformó en un hecho vital. No todos los días se tiene la oportunidad de ser confidente, amigo íntimo, oreja siempre lista del máximo sex symbol contemporáneo. Simon Curtis pone oficio en una película con el interés propio que despierta cualquier figura mítica, con el agregado de contar con un elenco sólido. Sin embargo, la sorpresa llega desde el lado, precisamente, de su protagonista y narrador, ya que la performance de Eddie Redmayne (a quien vamos a ver en la versión que Tom Hooper prepara de Los miserables) se lleva todos los aplausos. Por su parte, Michelle Williams, actriz de indiscutible talento, en tanto, logra una buena composición, sin caer en intentos de imitación y logrando gestos de comprensión de su personaje, quizá el más "real" que le haya tocado en suerte. Todo esto, por supuesto, más allá de las diferencias evidentes e insalvables entre los rostros de Marilyn y Williams. El resto acompaña con sustancia; con Kenneth Brannah y Judi Dench al frente de un cast de secundarios de peso, centrales para la trama.
¿Existe un ícono femenino más grande, reconocido e influyente que el de Marilyn Monroe? Con una carrera acelerada y majestuosa, así como un final anticipado y lleno de amargura, la blonda actriz dejó una huella inconmensurable en Hollywood, una época que My Week with Marilyn busca explorar a través de un episodio vivido por la misma durante la filmación de El Príncipe y la Corista, una de sus películas más comentadas. Basada en las memorias de Colin Clark, esta nos posiciona durante la producción de dicho film, del cual Clark fue asistente del director Laurence Olivier (interpretado con puntillez por un grandioso Kenneth Branagh). Representando tan sólo una semana es que podemos introducirnos en la vida y obra de Monroe, quien quizás no haya sido la actriz más talentosa e inspirada de todas, pero tenía un je ne sais quoi en su personalidad que iluminaba la habitación en la que estuviese y, por más tomas que se tuviesen que repetir, finalmente Marilyn lograría encontrar el significado de su personaje y entregar una actuación bellísima. Quizás la película no explore toda su biografía, sino que se enfoque en un período de tiempo específico, pero este detalle es más que suficiente para desarrollar una buena historia de manera limitada, ya que con este pequeño fragmento se puede encontrar la matriz de lo que hacía de ella una estrella cinematográfica. Por supuesto, la película no tendría el reconocimiento que tiene de no ser por la explosiva y asombrosa elección de Michelle Williams para el papel: si quedaba alguna duda de que esta joven actriz era algo especial, tras ver la cinta dichas dudas quedarán disipadas, ya que cada mañierismo, cada gesto, cada palabra articulada refleja el alma de aquel ícono. Por más que haya un excelente elenco alrededor de Williams (Judy Dench, Julia Ormond, incluso el poco reconocido Eddie Redmayne y la grata presencia de Emma Watson en un diminuto papel), es ella la que, al final, atrae todas las miradas, como su personaje lo hizo en la vida real. El director Simon Curtis deja entrever que proviene del ambiente de la televisión (su carrera prácticamente está basada en películas para la pantalla chica) y hasta podría decirse que su obra pasaría desapercibida en otro momento y con otro elenco, pero claramente demuestra que tiene talento al conducir con soltura y dinámica un film agradable y bien trabajado. Sus grandes logros recaen en las cuidadas tomas a Michelle, pequeños momentos en los cuales parece que la verdadera Marilyn Monroe está presente en el set de filmación. My Week with Marilyn puede que no sea tan trascendental como aparenta ser, pero es una intensa mirada al símbolo sexual de los años '50 y '60, tanto en sus faceta pública como en sus momentos en privado, donde la fragilidad, los miedos y las esperanzas de la actriz entrechocaban. Y también para presenciar una clase de actuación de una descomunal Michelle Williams.
She broke hearts, will break yours too The vulnerable side of the ultimate Hollywood diva in My Week with Marilyn SOMETHING’S GOTTA GIVE. How do you make a movie about a great star — the greatest of them all — without resorting to their iconic status and retracing their rise to that position? How do you reconstruct their transformation from mere mortal to demigod? A 20th century icon that fits the category was Marilyn Monroe, because she embodied all the traits and qualities inscribed in the collective unconscious. Michelle Williams and Eddie Redmayne in My Week with Marilyn Like most icons, it’s apparently easy to come up with visual recreations of Marilyn: a slight physical resemblance, the appropriate hairstyle, makeup, outfits and accessories, and an attitude to match. Impersonators or actresses who’ve attempted to bring back to life a larger-than-life personality like Marilyn know better: being equipped with the right props and accoutrements is not enough to create the illusion of authenticity. Sometimes a few snapshots and recorded lines of actual dialogue will do the job. Instead of the colossal task involved in full reconstruction, Colin Clark, a studio assistant who forced his way into Warner Bros. to take a job in any category, decided to write an account of the one week he spent with Marilyn when filming of The Prince and the Showgirl (1956) started in London. AFTER YOU GET WHAT YOU WANT. “Everyone remembers their first job. This is the story of mine. I was the youngest in a family of overachievers. My father was a world-famous art historian, and my brother was ahead of me in everything. I was always the disappointment,” a 23-year-old Clark says at the beginning of My Week with Marilyn, a film that exudes pure perfection in its account of the Hell-on-Earth battle between the renowned actor Lawrence Olivier and the US “dumb blonde” for export known as Marilyn Monroe. Monroe was at the height of her career and was already the most famous woman in the world. Olivier had long cemented his status as the UK’s greatest actor, but his popularity was waning. As Clark himself, addressing Monroe, states in his book of memoirs and in the film, “It’s agony because he’s a great actor who wants to be a film star, and you’re a film star who wants to be a great actress. This film won’t help either of you.” As was often the case when Marilyn stepped on a studio set to begin a new movie, cast and crew were well aware what lay in store for them. The insecure, mercurial, pill-popping Marilyn showed up hours late for the day’s shoot, or did not show up at all. Monroe, the man eater, was personally vulnerable, fragile and diffident as a performer in spite or perhaps on account of her training as a “serious actress” under the controversial Method deviced by Lee Strassberg. Monroe came to London chaperoned by Strassberg’s sister Paula, who not only coached Monroe’s lines but also supervised every aspect of her daily activities. At the time, Monroe, after a failed marriage to baseball great Joe Di Maggio, was married to America’s most prominent literary figure: playwright Arthur Miller. In the public eye, it was a staggering contrast: a high-ranking intellectual partnered with the beautiful but empty shell Marilyn was supposed to be. Mirroring Monroe’s and Miller’s union, the leads in The Prince and the Showgirl could not be a more unlikely pairing. Monroe’s stellar shine could have overshadowed Olivier’s, however gifted and unchallenged in his domain. On the other hand, Olivier was perceived by some (Monroe and Paula Strassberg themselves) as a potential threat to Marilyn’s standing as a performer. Monroe, full of fright, turned to Strassberg for professional and personal reassurance. But things were not that different at the other end: Olivier was in awe of Monroe’s beauty and innate star power, but unconsciously made every possible attempt to crush her acting skills to prove who was the boss at Warner’s lot. I WANNA BE LOVED BY YOU. Unknown to the public and the media, when Miller flew back to the US to visit family, there was a one-week gap during which the movingly fragile and desperate Monroe turned for comfort to a young, very young “assistant-assistant” director by the name of Colin Clark. In spite of being an Etonian destined for higher pursuits, Clark had it his way when he decided to break with family tradition and work his way up in the movie industry. Lanky, distinguished and handsome, Clark caught the eye of Monroe, who, like the helpless child she was at heart, wooed Clark to her side when Miller left. MY HEART BELONGS TO DADDY. It was just one week, but it sufficed for Monroe to steal — and break — the young Clark’s heart. He would treasure those days for decades, and published a book of memoirs — The Prince, the Showgirl and Me — in 2004, the same year a TV documentary was made based on his cherished days with Monroe. Answering the question of how to portray a larger-than-life personality, filmmaker Simon Curtis — with an extensive background on TV as writer, producer and director — found the perfect source material in Clark’s book of memoirs. So this was how he went about it: he coproduced and directed an anecdotal biopic based on Clark’s books My Week With Marilyn and The Prince, the Showgirl and Me. LIKE A WOMAN SHOULD. Starring the powerhouse of an actress named Michelle Williams (Brokeback Mountain, I’m Not There, Wendy and Lucy, Blue Valentine) My Week with Marilyn is a bittersweet, nostalgia-ridden film that packs raw emotion and sensitive performances by Williams as the troubled Monroe, and Eddie Redmayne as Colin Clark. With a personal history curiously resembling, in more than one aspect, the real-life Clark, Redmayne too is an Etonian (he went on to Trinity College, Cambridge). Redmayne’s sweet, dreamy-eyed performance as Colin Clark smoothly drives the action in My Week With Marilyn, and all through the film’s 99-minute runtime he seems to be voicing the events of the seven achingly beautiful days during which he provided solace to the forlorn Marilyn Monroe, pitiably alone at the top. Physical resemblance between Monroe and Williams is not apparent — not even after the beauty rituals that allowed Marilyn herself to transmogrify into an unparalleled sex goddess. But Williams still does an overwhelming job exploring the frailty, insecurity and excruciating agony experienced by Monroe during her UK sojourn and, as intimated by the film, throughout her brief life. Williams’ performance is nothing short of pure perfection, so much so that you soon forget that this is an actress in Monroe garb speaking the lines written for her. Deftly directed by Simon Curtis, My Week with Marilyn details the Monroe -Olivier showdown and Monroe’s seven-day liaison with a young man who provided love, warmth and comfort when most needed. Eddie Redmayne could have been no better choice for the role of the young man infatuated by, in love with, a woman who could never allow herself to be the subject of unconditional love. The great Shakesperian actor Kenneth Branagh plays Olivier with the passion, rage and ultimate admiration for Monroe the real Olivier himself owned up to when filming of The Prince and the Showgirl wrapped up. And when the end credits start to roll to the music Monroe will always be associated with, you cannot help identifying with Colin Clark’s despair and the glamorous blonde’s resignation to be the woman everyone wanted her to be: Marilyn Monroe.
Una semana que duró siempre Amable aproximación a un suceso real. No es un retrato de Marilyn. Es la puesta en pantalla de un libro de recuerdos que tiene más nostalgia que certezas. El que evoca es el protagonista, Colin Clark, que llegó a ser director de TV. Cuenta los días del accidentado rodaje, en 1956 y en Londres, del filme "El príncipe y la corista", protagonizado por la Monroe y sir Laurence Olivier, actor y director. Un encuentro incendiario entre la hermosa y turbada rubia y el impagable actor. Marilyn se había casado con Arthur Miller y tomaba clases de actuación con los Strasberg. Quería progresar como actriz, ser algo más que una estrella hermosa. Y Olivier no soportaba sus caprichos, sus caídas su impuntualidad, sus olvidos. Miller viaja a París a ver a sus hijos y allí entra en escena el relator, Colin, un muchacho de 23 años, que empieza trabajando como asistente de tercer nivel del desesperado Olivier y acaba siendo el confidente y algo más de esta muchacha hermosa y frágil, tan aniñada y tan seductora, una actriz que se tornaba talentosa cuando dejaba soltar su instinto, pero tan desamparada y necesitada de afecto, tan famosa y tan vulnerable. Colin, por supuesto, jamás se olvidará de esta semana junto a la estrella. Gran trabajo de Michelle Williams, que nos trae una Marilyn inestable y vivaz, una rubia que hizo historia y que del brazo de Miller aspiraba a dejar atrás su carrera como estrella excéntrica y su triste pasado, para poder terminar al fin con sus miedos, su inseguridad, sus pastillas, su soledad. Es una comedia elegante, superficial pero atractiva, sin grandes hallazgos, pero bien armada, con buenas reconstrucciones, que trata a Marilyn con mucha ternura, que apuesta más a la piedad que al escándalo y que encima, para subrayar su aliento nostálgico, nos arropa con la inolvidable versión de "Las hojas muertas" del gran Nat King Cole.
La mejor Michelle Williams se pone en la piel de Marilyn Monroe y se lleva por delante una timorata historia sobre la única película que filmó la rubia fuera de Hollywood. La protagonista redimensiona muchos de los lugares comunes sobre los caprichos e inseguridades de la diva. Mi semana con Marilyn quiere ser al mismo tiempo una película de crecimiento sobre un chico que da sus primeros pasos en la industria del cine y una biopic de la caída en desgracia de una estrella. El magnetismo en pantalla de Williams, digno de Marilyn, le da sentido cinematográfico y engrandece una película que parecía hecha para televisión.
Diarios de la fragilidad Mi semana con Marilyn es una producción inglesa sobre la famosa diva de Hollywood, dirigida por Simon Curtis quien, por primera vez, decidió trasladarse de sus trabajos televisivos a la pantalla grande. En este caso, la historia es narrada desde la perspectiva de un joven de 23 años de clase alta, Colin Clark, quien conoció y se enamoró de la diva durante el rodaje de la película de Sir Laurence Olivier, El príncipe y la corista, dentro de la cual este muchacho cumplía el rol de tercer asistente de dirección. Este relato que enmarca este retrato de Marilyn es también una historia real, ya que está basado en los diarios del propio Colin Clark, donde plasmó sus comienzos en el mundo del cine, antes de transformarse en director de una serie de documentales sobre historia del arte, aunque siempre bajo la sombra de su padre y su hermano mayor. En nuestra película inglesa lo que más se destaca son los momentos íntimos entre la diva y Colin, unas escenas de gran sensibilidad tanto en lo que respecta a la fotografía como a la elección de la música, en particular el paseo de ambos en la naturaleza, en el cual se puede entrever la fragilidad de un vínculo momentáneo. En estos momentos, el film nos da casi un respiro: un paisaje abierto en contraste con los continuos encierros a los que era sometida nuestra estrella, tanto debido a su trabajo, como por la fama, el acoso de los fans, su crisis emocional. Seguramente debe implicar una gran dificultad interpretar alguien tan cándido y mítico como Marilyn Monroe y es probable que a cualquier admirador que recuerde sus actuaciones le cueste un poco aceptar la elección de Michelle Williams para dicho papel. Pero está de más aclarar que es prácticamente imposible hallar alguien a la altura de dicho personaje y, aún así, es bastante buena la interpretación de la actriz, o quizás uno se vaya acostumbrando a su rostro a lo largo del film. Además de relatar ese período de rodaje y, en particular, de la semana durante la cual nuestro muchacho se pudo acercar a Marilyn, la película sintetiza la interioridad y la fragilidad de una diva, víctima del star system. La crisis, sus problemas con los psicofármacos, la inestabilidad del vínculo entre ella y Arthur Miller, los problemas de rodaje y con las técnicas de actuación, la seducción y los amoríos de la diva: todo esto quedó plasmado en la película, en plena identificación con su personaje principal.
Colin Clark, un joven de 23 años con grandes ansias de formar parte del mundo del cine, se las arregla para formar parte del rodaje del nuevo filme de Sir Laurence Olivier en Londres. La gran estrella femenina de momento, Marilyn Monroe, conmociona no sólo a sus compañeros de elenco sino a toda la ciudad. Deslumbrado por la fragilidad y la sensualidad de la diva, Colin se acerca poco a poco a ella, quien decide abrirle su vida de aparentes lujos y sofisticación, revelándole su verdadera personalidad: una mujer desesperada por que la amen. La notable composición de Michelle Williams le valió una candidatura al Oscar en el rubro de mejor actriz. El sentido del humor inteligente, chispeante y veloz de la protagonista de “La comezón del séptimo año” también oculta una profunda tristeza: el desamor que sufrió durante su infancia la marcó de tal modo que jamás le permitió establecer un vínculo duradero con sus parejas. Uno de los aciertos de esta propuesta es no caer en el melodrama y volcarse por un tono ligero, risueño y divertido, algo a lo que la banda sonora ayuda notoriamente. Además, otro de sus logros fue quitar la totalidad de la atención de la figura de Marilyn y concentrase en la experiencia del joven (que dio origen al material en el cual se basó el guión de esta cinta) que se acerca por vez primera a las luminarias de la industria cinematográfica.
Héroes de celuloide Mi semana con Marilyn es menos una muestra de algo llamado cine que un encuentro oportuno de la película con su público potencial. La tesitura que cuenta con más predicamento en los biopics, ese subgénero o transgénero explotado con encarnizamiento por el cine norteamericano, es la de la mímesis, no ya la mera caza del detalle ínfimo –esa pepita de oro escondida y expuesta de súbito, que venga ella sola a iluminar y otorgar relevancia a todo un universo– sino la multitud de rasgos congruentes y complementarios capaces de dar vida a un rostro, un modo de caminar, una personalidad, nada menos que como si se tratara de un clon. El director Simon Curtis encuentra en Michelle Williams un vehículo perfecto para la idea general de su película, que se resume precisamente en el modesto resplandor que pueda extraerse de la personificación robótica de la estrella que el título se encarga de mencionar, con una gracia y contundencia propias de letras de escándalo: Mi semana con Marilyn promete intimidades pero se decanta pronto hacia el lado del relato de iniciación de un oscuro asistente de dirección que participó en la única película inglesa de la actriz, a las órdenes del tótem shakespeareano Lawrence Olivier, y que es testigo privilegiado de la difícil relación laboral entre los divos. Resulta que aquel personaje menor tuvo una existencia real a la que le debemos el libro del mismo nombre en que la película se basa. No dan ganas de leer el libro, ni siquiera por arriba, para ver cuánto de la historia original se refiere a Colin Clark (el escribiente de marras) y cuánto a Marilyn Monroe, pero la cosa es que la película desperdicia un título tentador para entregar a cambio una considerable nimiedad regida por códigos televisivos en los que la esmerada reconstrucción de época (fines de los cincuenta, como en el comienzo de Mad Men pero mal) establece el tono de eficiencia norteamericana y presunta sobriedad inglesa, todo en partes calibradas como para producir un cóctel indigesto. Mientras, la narración se distrae ocasionalmente con la eficacia de los paisajes y Michelle Williams hace una entrega exagerada y poco convincente, no porque no se parezca a Marilyn sino por parecérsele demasiado. Su actuación calza con docilidad en el esquema de abulia que afecta la película; y es así que, en este caso, un desempeño actoral rescatable resulta un consuelo más bien insuficiente para cualquier espectador que no esté interesado en los comentarios de rutina acerca del carácter frágil del estrellato y que no termine de sentirse interpelado por el veredicto sentimental sobre las consabidas ruindades y mascaradas del mundo del cine.
Los caballeros las prefieren rubias Esta producción dirigida por el debutante, como realizador cinematográfico, Simon Curtis, quien tiene una larga experiencia en TV, es un ejemplo cabal de cómo un filme puede seducir con muy buenas actuaciones, muy apropiada puesta en escena, tanto como la dirección de arte, la recreación de los espacios, con un guión sencillo, hasta por un lado pobre, pero por sobre todas las manifestaciones poniendo en juego el imaginario popular sobre un icono, en este caso sexual, despertando y desplegando el voyeurismo, incluso la morbosidad de la gente, en el sentido menos patológico del termino. El film narra las vicisitudes de un encuentro, el protagonizado por Colin Clark (Eddie Redmayne), un joven aristócrata, y Marilyn Monroe (Michelle Williams, uno de los primeros símbolos sexuales en la historia del cine sonoro. A mediados de los años ‘50 éste joven decide ligar su futuro al del mundo cinematográfico. Es con mucha perseverancia que logra ser contratado como tercer asistente de una producción cuyo realizador es el reconocido actor-productor Sir Lawrence Olivier (Kenneth Branagh), quien hasta ese momento había incursionado, con mucho éxito, en el rol de director de producciones que abordaban textos de William Shakespeare como “Enrique V” (1944), “Hamlet” (1948), “Ricardo III” (1955). Como nota de color se podría recordar que luego del fracaso de “El Príncipe y la Corista”, en 1957, (nuestra historia esta inmersa en las semanas de filmación de esta película) Lawrence Olivier cierra su carrera de realizador cinematográfico con “Tres Hermanas” (1970), sobre la obra teatral de Anton Chejov. El punto de vista sobre el que se asienta todo el texto de “Mi semana con Marilyn” es la del joven que se ve deslumbrado por la estrella inalcanzable para la mayor parte de lo humanos, que llega a Londres para protagonizar el rodaje de esa producción. Marilyn tiene sus motivos culturales, profesionales, de crecimiento, siguiendo un camino que había iniciado cuando comenzó a cursar en el Actor’s Studio con Lee Strasberg como profesor. Por su parte Lawrence tiene otros motivos. La frase que sintetiza esta relación está dicha por el joven Clark, quien le dice que algo no puede ser centrado en esta producción... “pues ella es una estrella que quiere ser una gran actriz, y Lawrence es un gran actor que quiere pertenecer al firmamento de las estrellas. Ninguno de los dos va lograr su cometido con esta película”. La primera hora del filme, ese momento de presentación de los personajes, subtramas que a la postre no terminan por despegar, instalación de conflictos varios entre los personajes. Los celos y el desprecio incipiente del nuevo marido de Marilyn, el escrito Arthur Miller (Dougray Scott), en contraposición con los deseos sexuales de Lawrence en plena crisis con su esposa Vivien Leigh (Julia Ormond), a los se suma el joven Clark, seducido por Lucy (Emma Watson), una asistente de producción, pero deslumbrado por la rubia estadounidense.. También se constituye en ese momento tanto los conflictos internos de los personajes como los de la interacción entre los mismos, ambos tipos ayudan en esa primera hora a la progresión dramática, situación que agiliza el relato. En principio despliega la tirantez entre la rigurosidad laboral de uno, Lawrence, y la postura de diva de la otra, como muy irresponsable, o por lo menos que siempre llega tarde. Es en estas situaciones que aparece otro personaje lateral, pero que encarama al equilibrio necesario para llevar adelante el trabajo, una gran actriz inglesa Dame Sybil Thorndike interpretado por Judi Dench, quien cada vez que aparece en pantalla roba por escándalo En relación a los conflictos internos, sólo son desplegados criteriosamente y en función de la estructura narrativa los inherentes a Marilyn Monroe, los otros, a medida que avanza la historia pierden peso o simplemente desaparecen. Se trata de una muy buena realización que se disfruta en el momento, mayormente por el deleite que produce las sólidas actuaciones, destacándose Michelle Williams, pero que con el correr del tiempo ira desapareciendo del registro mnemónico para quedar como otra historia de amor trunco, sin subsistir al devenir implacable como una gran película. (*) Producción que en 1953 realizó Howard Hawks.
Sencillez y sensibilidad para evocar un episodio en la vida de Marilyn Hollywood ha sido, y es, la industria más importante en la historia del cine occidental y, en rigor, de allí han salido dos o tres de las obras maestras que hoy sientan la base del estudio del séptimo arte. La década del ‘40 y ’50, o sea la era dorada de la post Segunda Guerra Mundial, mantenía latente el star system del cual surgieron algunas de las grandes figuras de la pantalla. De todas ellas Marilyn Monroe es sin dudas la definición perfecta del concepto de estrella. Lo que genera en nosotros supera su vida artística para incorporarse a nuestra cotidianeidad. Pero como todo ser humano convertido en fenómeno cultural si muere joven se convierte en leyenda. Por eso es que no podemos evitar proyectar el fenómeno hacia el futuro e imaginar cuanto más grande habría sido. Jimi Hendrix, Bob Marley, Luca Prodan y James Dean son algunos ejemplos. Por eso cada paso de estos artistas, de carrera corta y popularidad inconmensurable, es una historia en sí misma. Así llegamos a “Mi semana con Marilyn”. El primer acierto de esta realización esta en el guión. Adrian Hodges (guionista exclusivo de TV hasta esta oportunidad) sabía que se metía con la gran estrella, luego, en lugar de abordar el texto desde la grandilocuencia de la figura lo hace desde la admiración que provocaba por distintas razones. Allí es donde se instala el subtexto de la historia, permite el crecimiento de todos los personajes y el lucimiento de los muy buenos actores que los interpretan. Envidia, celos, admiración, obnubilación, fanatismo y varios etcéteras es lo que ello generaba. El realizador Simon Cuurtis logra transmitírselo al elenco, y al espectador por carácter transitivo. Si basta un botón como muestra presten atención a la escena en un bar inglés al que ingresa Marilyn Un simple y magistral gesto resuelve una situación memorable y establece el punto. En 1956 Colin (Eddie Redmayer), un joven aspirante al mandato paterno, consigue trabajo como tercer asistente de producción en “El príncipe y la corista”, el clásico dirigido por Laurence Olivier (Kenneth Brannag) que tiene como artista invitada a Marilyn Monroe (Vanessa Williams, nominada al Oscar por este trabajo). La historia que nos narran se centra en los avatares acontecidos durante la filmación. “Tu eres un gran actor que quiere ser estrella, y ella es una estrella que quiere ser actriz” se planteará en el momento de mayor profundidad de esta comedia dramática. Efectivamente, ese es el conflicto real sobre el que se sostienen los incidentes del relato; alimentados por las anécdotas de rodaje narradas en dos libros escritos por el propio Colin Clark. La sutileza de la banda de sonido subraya correctamente cada momento, pero todos los rubros técnicos colaboran con la obra, como el muy buen diseño de vestuario y la fotografía. En su conjunto, “Mi semana con Marilyn” aporta al espectador una buena narración, buenos momentos de humor, no cae en el melodrama, pero, sobre todo, ayuda a comprender desde la sencillez de la realización la enorme dimensión de una estrella que ha quedado para siempre en la historia del cine y de la cultura mundial.
Para ver a Marilyn Monroe más sexy que nunca personificada por la actriz Michelle Williams. Este film llega con cierto retraso a la cartelera porteña, en la pasada edición de los Premios Oscar Michelle Williams estuvo nominada como Mejor Actriz y como Mejor Actor de Reparto Kenneth Branagh; pero quienes resultaron ganadores fueron: Meryl Streep (La Dama de Hierro) y Christopher Plummer (Principiantes), pero si obtuvo el Globo de Oro a la Mejor Actriz de Comedia Musical. Me atrevo a decir que las historias fueron sencillas pero las actuaciones de todas las actrices nominadas fueron extraordinarias. La historia está narrada a través de la mirada de un joven de 23 años Colin Clark (Eddie Redmayne), graduado de Oxford, durante el verano de 1956 en Londres, este se convierte en uno de los asistentes de dirección de Lawrence Olivier (Kenneth Branagh) durante la producción de la película rodaje de "El Príncipe y la corista" (Dirigida y protagonizada por Laurence Olivier). Veremos detalles del agitado rodaje que protagonizó Marilyn Monroe junto a Laurence Olivier, todo desde la visión de Clark quien también se dejo impactar por su belleza y dejo a su novia Lucy (Emma Watson), la joven Monroe de tan solo 30 años revoluciono el set de filmación en tan solo una semana, con sus llegadas tarde, sus inseguridades y su adicción a las pastillas. Ella estaba casada desde junio de 1956 con Arthur Miller (Dougray Scott), este film para ella resultó muy angustioso porque perdió un embarazo a causa de un aborto espontáneo, durante ese periodo sufrió trastornos emocionales y anímicos, se volvió adicta al alcohol y a los barbitúricos, pero a pesar de todo su actuación tuvo muy buena recepción por parte de los críticos de cine, incluso ganó el premio David di Donatello a la mejor actriz extranjera en Italia y estuvo nominada al premio BAFTA como mejor actriz. Como su título lo indica fue una semana intensa durante dicha filmación, quien intenta contenerla y entenderla es Colin Clark y como tantos otros termina enamorándose de ella; se comenta que era una mujer irresistible, levantaba suspiros, un verdadero "sex symbol", para que nadie señalará que era una acomodada estudio en el Actors Studio, (no como algunas vedetongas actuales). La historia mantiene cierto romanticismo, el desamor, el amor, los sueños, Michelle Williams brilla en su papel de Marilyn, mira, se mueve y canta como Marilyn, otros personajes interesantes son: Julia Ormond, en el papel de Viven Leigh; Dougray Scott, como Arthur Miller; Judi Dench (como Dame Sybil Thorndike) y Toby Jones (Arthur Jacobs), una gran fotografía, ambientación, edición, sonido, montaje y un vestuario impecable.
La diva al desnudo... La película comienza con el cine que habla del cine: se ve una audiencia donde hay más hombres que mujeres que miran a Marilyn en la pantalla grande, hipnotizados. Luego se presenta el cine como refugio para el joven Colin Clark (que lograría el puesto de tercer asistente de dirección en El Príncipe y la Corista), que nos cuenta que iba todos los jueves a una pequeña sala de cine, como escape de los problemas de su hogar. Dice que veía a Orson Welles, Hitchcock y Laurence Olivier, a los que describe como sus héroes. Las películas como refugio de un joven (muy recurrente en el cine de autor) es un tema que nos remite un poco a Los 400 Golpes de Truffaut y también a otro cinéfilo que encontró, en medio de una niñez rodeada de violencia, un refugio en el cine: Scorsese. De esta manera, presentándonos a una especie de Antoine Doinel, que acude a la sala de cine para escapar de su realidad y aprender cosas por sí mismo, Curtis nos introduce a este joven de una familia aristocrática que busca empleo en la industria cinematográfica porque está tan obnubilado con ese universo que quiere formar parte de él. Asimismo, nos sumerge a nosotros en un mundo mágico: el cine, y su poder hipnotizante. Por eso, la primera vez que Colin ve a Marilyn y queda hechizado es a través de una pantalla de cine. Eso es exactamente lo que tenía Marilyn, era cautivante en la pantalla. Su primera aparición se da en la puerta de un avión de TWA, muy iluminada, y con una muchedumbre de fotógrafos desesperados por captar su llegada a Londres con su esposo, Arthur Miller. Curtis le dedica una escena a la obsesión que tenía Olivier por su rubia actriz y a los celos que Vivian Leigh -su esposa- sentía a causa de esto. Hay una escena en la que el marido y su mujer están observando una imagen de Marilyn en la sala de visualización y ella estalla de celos ("si vieras cómo la miras", le dice ella). Simon Curtis afronta su debut cinematográfico (hizo películas para televisión pero no para la pantalla grande), y lo hace de manera triunfal. La película nos muestra el lado vulnerable de la estrella de Hollywood pero sin dejar de lado, por supuesto, su costado sexual y naif. Lo que se narra es una semana en la vida de la actriz mientras graba El Príncipe y la Corista en el año 1956, con 30 años, y ya casada con Arthur Miller -quién decidirá dejarla en Londres para irse un tiempo a Nueva York mientras ella continúa con el rodaje-. En ese tiempo sola ella aprovechará para seducir al tercer asistente de dirección: el joven Colin Clark. Curtis comienza a deslizar las inseguridades de Marilyn como actriz, a partir de la escena en la que se realiza la primera lectura del guión de El Príncipe y la Corista: Paula (su coach y segunda esposa de Lee Strasberg, creador del Actor's Studio) le susurra que recuerde de dónde proviene su personaje, y discute con Olivier, que le recuerda impacientemente que el personaje ya está escrito en el guión. Marilyn debía entender a sus personajes y sus motivaciones, aspectos que no tenían la mayoría de los personajes que le daban. Hay otra escena en la que están filmando El Príncipe y la Corista; ella no logra comprender a su personaje, no le resulta creíble e incrementa la tensión durante toda la filmación, ya que Olivier estaba totalmente en contra del Método y su respuesta era tajante: "que finja que es creíble". Para él actuar requería de verdad y de fingir la verdad, no de sentirla realmente como manifestaba El método. Todo empeora cuando él le dice que trate de ser sexy, en vez de actuar. Curtis se compromete y acierta en mostrar lo difícil que era para Marilyn ser tomada en serio por Hollywood. Ella quería que le den los papeles serios, aquellos que probaran al mundo que era más que una rubia tonta con curvas. Colin Clark, más adelante, le explica por qué resulta una agonía para Sir Olivier el rodaje de El Príncipe y la Corista; él es un gran actor que espera convertirse en una estrella de cine y Marilyn, una estrella de cine que desea convertirse en una gran actriz. También Curtis se anima a poner en palabras la cantidad de pastillas que tomaba Marilyn (para despertarse, para acostarse, para tener energía, y más aún). Curtis recrea de manera muy verídica cómo es un rodaje, y sobre todo cómo era un rodaje en los años '50, y más teniendo un director/actor tan reconocido por su trayectoria como Olivier y una actriz como Marilyn que lo impacientaba con sus impuntualidades, sus olvidos en cuanto al guión y su falta de confianza. Curtis pone en escena una discusión entre la actriz y su esposo escritor, que se produce cuando ella encuentra su cuaderno de notas con unos escritos negativos sobre su persona. Esto sería lo que Miller publicaría más tarde en 1964: un reflejo de sus cinco años junto a Marilyn, convertido en un libro llamado Después de la caída, donde describe el carácter autodestructivo de su protagonista. Este episodio es el quiebre en su relación con Miller, por lo que comienza a seducir al tercer asistente. A través de la música (Dean Martin, Nat King Cole y algo de orquesta), el director debutante capta la esencia de aquellos años, además de lograr una fotografía bien cálida y de mucha intensidad, sobre todo hacia la diva, siempre filmada con mucha luz, como si fuese una aparición, un ángel. Marilyn es como una niña, y así la representa Curtis cuando está mirando la enorme casa de muñecas en el Castillo de Windsor. Ella sabía muy bien cómo construir un personaje: la rubia despampanante que utilizaba con gran habilidad su sexualidad. Curtis desliza una sutil referencia a ese detalle en la escena del lago, en la que ella y Colin nadan desnudos, y cuando lo besa, dice: "es la primera vez que beso a alguien más joven que yo, hay muchos hombres mayores en Hollywood". La película también muestra la naturalidad con la que ella se mostraba desnuda ante los hombres y, además, habla sobre Johnny Hyde, quien fue su agente durante muchos años. Luego de aquel día de ensueño que pasa con el joven asistente, comienza el derrumbe, la vuelta a la realidad. Debe continuar con la filmación y no puede manejarlo, su pasado la atormenta, por lo tanto acude a Colin, a las pastillas y al alcohol. Marilyn le habla a su nueva conquista sobre su madre, enviada a un manicomio (Marilyn todo el tiempo piensa que la quieren volver loca), su niñez en casas ajenas y también le dice que su mayor deseo es ser amada como una mujer común y corriente. La depresión de la actriz aumenta luego de perder al bebé de Miller, lo que hace que su esposo vuelva a Londres y finalmente le devuelva la felicidad -o por lo menos así lo esperamos-. Curtis no quiere ver morir a Monroe, y el espectador tampoco, porque los mitos viven para siempre, son inmortales. Por eso en el desenlace el director vuelve a la imagen del cine, en la sala de proyección: Colin y Sir Laurence miran una escena de El Príncipe y la Corista mientras Olivier le dice: "Somos la sustancia de la que están hechos los sueños y nuestra pequeña vida se circunscribe con un sueño". Y termina: "Es maravillosa. Carece de formación y oficio como actriz, no emplea astucia, sólo instinto". Colin le dice que debería decírselo y él responde: "Se lo diré, pero no va a creerme. Es quizás ahí donde radica su grandeza, estoy seguro de que es lo que la hace tan inmensamente infeliz". Curtis juega todo el tiempo con la pantalla de cine, con quien la mira, (siempre hay alguien que mira a alguien o que escucha algo) y con lo que está siendo observado -en este caso, Marilyn-. Y termina así, con ella en la pantalla, pero esta vez hechizándonos a nosotros, porque ese era su don. Es cierto lo que Paula Strasberg le dice a Marilyn: "No tienes idea del lugar que ocupas en el mundo". Y más de 40 años después de su muerte, mágicamente, como ocurre en el cine, la gran Marilyn Monroe sigue siendo, además de un mito, una estrella de cine que sigue iluminándonos como un ícono de la cultura.
Hay películas que usan el encanto del cine para ir contra el encanto del cine. Por ejemplo, esta: nos dice que la fama es puro cuento, que qué terrible pelea de egos es ser una estrella, que qué difícil ser un gran actor o actriz cuando se es bello y sexy, que qué terribles los medios, etcétera etcétera. Pero este breve romance entre la gran estrella y el jovencito inexperto (eso es) apela al glamour, la imitación y el brillo prestado de aquellos grandes nombres para intentar desmitificarlos. Por suerte no lo logra. Sí, los actores están bien, puro cine inglés.
Retrato de una diosa triste Michelle Williams brilla con luz propia en la semblanza de Marilyn Monroe, acompañada por grandes actores. Calificación: muy buena La memoria suele ser parcial, traicionera y condescendiente, sobre todo si se trata de un hecho que bien puede graficarse con el flechazo luminoso a los 20 y pico, el encuentro insólito con una diosa. Con ese halo de irrealidad y trampas de la percepción, la película de Simon Curtis, Mi semana con Marilyn, reproduce la experiencia de un joven asistente en el set de filmación de El príncipe y la corista, película que Marilyn Monroe filmó con Sir Laurence Olivier en Londres, en 1956, bajo la mirada impotente de su esposo Arthur Miller y un séquito de personajes extraordinarios, opacados por el fulgor platino de la diva eterna. Michelle Williams provoca el mismo estupor que a Clark (Eddie Redmayne) aquella experiencia. La actriz nominada al Oscar se enfunda en la sensualidad desbordante e inmanejable de Marilyn, inocente y bella, insegura, casi tonta, brillante, despótica y manipuladora, todo a la vez. Un grandioso trabajo de la actriz que emula el encuentro desquiciante de Marilyn con Sir Olivier, interpretado por Kenneth Branagh (ganador de un Oscar). Entre la fascinación y el fastidio creciente, el actor soportó los caprichos de la Monroe que se trasladó a Londres con Paula Strasberg (Zoë Wanamaker), esposa de Lee, el maestro del método, y guardiana de los estímulos con que, supone, Marilyn despertará su talento, liberado de la voluptuosidad de su figura. La película está filmada con escasa imaginación en lo que respecta a puntos de vista y encuadres, pero el fuerte del relato está en la tarea actoral, desde Eddie Redmayne, pasando por Judi Dench, Emma Watson (en un humilde tercer plano), junto a Williams y Branagh. Además de la semblanza más o menos complaciente de la diva de Hollywood, la película desarrolla la idea del don artístico, los esfuerzos por ser el número uno (Olivier), el pánico por ser sólo un cuerpo en el espacio (Marilyn) y la iniciación en el difícil camino de la producción, sujeto a los humores despóticos de las estrellas. La actriz logra la ambigüedad de Marilyn como rasgo de identidad. Establece la relación entre el don inexplicable, la fotogenia y la apropiación casi salvaje de las miradas, con el talento refinado, emocionante y sutil de Olivier. Michelle Williams encontró el tono superficial y el desvalimiento del personaje. A partir de esas marcas, deja entrever una mujer incapaz de ser feliz, atrapada en el mito que ella misma alimenta para seguir viviendo.
La mujer detrás de la blonda infartante "Mi semana con Marilyn" muestra a una de las máximas estrellas del cine en un estado de fragilidad emocional al que el espectador no podía llegar en esa época.. pues ahora podemos gracias al director Simon Curtis y las anécdotas escritas en los libros de Colin Clark, quien vivió en 1ra persona el efecto "Marilyn". En esta historia no se la retrata en uno de sus mejores momentos, de hecho se la muestra infeliz y con problemas de adicción a las pastillas y alcohol, pero también Curtis se la ingenió para hacernos presenciar un poco de esa esencia cautivadora y trascendente que tenía la actriz californiana. ¿Cuál es el sentido de la peli te preguntarás? El objetivo fue llevar al cine la radiografía de la persona detrás de la mega estrella, exponer con mucho talento sus mejores cualidades y sus más bajos defectos, presentarnos a la verdadera Marilyn Monroe. Si bien la película está centrada durante la época en que filmó "El Príncipe y la Corista", se puede ver de manera clara como vivió la estrella toda su vida batallando con sus demonios internos y tratando de no caer en la picadora de carne que suele representar muchas veces la fama mundial. También nos cuenta un poco de la historia de otros personajes famosos de aquella época como Sir Laurence Olivier, Vivian Leigh y por supuesto el mismo Clark, quien mantuvo un breve romance con la actriz que lo dejó marcado para toda la vida. Por otro lado la trama coquetea con la comedia romántica, un chico de 24 años adinerado y determinado a dedicarse al séptimo arte se encuentra con la mega estrella que cautiva a todo el planeta y se produce un mini romance que por supuesto, no está destinado a perdurar. Una película biográfica con mucho encanto y que nos muestra una partecita de la historia de una de las estrellas más carismáticas de la historia del cine. Para disfrutar sin mucha reflexión y atención sobre los nudos de la trama, dejándose seducir por la blonda debilidad que a tantos hombres puso a sus pies.
Se dijo acerca de los impresionistas que estos no dibujaban el objeto sino la atmósfera en el que este existe; algo así ocurre con la cabal interpretación que de Marilyn hace Michelle Williams -nominada al Oscar por segunda vez consecutiva, la última nominación por este trabajo- esta captura de una manera sutil el aura Marilyn, su orfandad, el halo de ingenuidad infantil, su sensualidad salvaje, su degradación físico-psíquico-espiritual; hasta aquí la Marilyn histórica, pero lo más significativo de la película es quizás el hecho de que nos permite presenciar el extraño espectáculo en que una persona es a la vez mujer y mito. Pero ¿qué es un mito después de todo? ¿Una simple ficción popular? ¿Una matriz interpretativa de fuerzas que escapan a la razón? ¿El producto de un sistema económico reproducido hasta la masividad y el cansancio? O quizás tan solo el sueño de eternidad y permanencia, de un momento que contiene a todos los demás, de una mujer, en el caso de Marilyn, que es todas las mujeres de su época -o por lo menos que encastra cabalmente en el sueño sexista de una femme fatale pero infantilizada-. Todo lo anterior es posibilitado por el cine esa potencia productora de arte que, a diferencia de su par más antiguo: el teatro -algo elitista y ya un poco rancio para la época, representado por la figura de Laurence Olivier, muy bien interpretado por Kenneth Branagh-, produce la ilusión de permanencia y trascendencia tan necesaria en un momento histórico de posguerra como fueron los años cincuenta; y realmente al ver a Williams enfundada en su vestido blanco ajena al ojo omnisciente de la cámara tenemos la sensación de estar presenciando a Marilyn ya compuesta por otra materia, por la materia de los sueños y quizás la de la inmortalidad.
¿Quién le teme a Marilyn Monroe? La figura de Marilyn Monroe sigue despertando interés y fantasías, a pesar del tiempo que ha transcurrido desde que abandonó este mundo en circunstancias por todos conocida. En esta oportunidad, el director británico Simon Curtis, en su primer largometraje, decide desempolvar el diario de un joven que se desempeñó como asistente de Laurence Olivier, durante el rodaje de “El príncipe y la corista”, dirigida e interpretada por el gran actor inglés. Los hechos se ubican en Londres en el año 1956. Olivier, ya entrado en años, decide darle un nuevo impulso a su carrera invitando a la gran estrella de Hollywood a participar en su nueva película. Piensa que su experiencia y el glamour de la diva harán una buena combinación para revitalizar su arte. El guión de Curtis se basa en las memorias de Colin Clark, un muchacho de origen aristocrático, seducido por el mundo del cine, quien inicia su carrera precisamente asistiendo a Olivier en este emprendimiento, lugar que le permite mantener una fugaz pero intensa (según su testimonio) relación con Marilyn. El enfoque del relato pone el acento en el fuerte contraste que provoca el encuentro de dos mundos diferentes y ambos muy poderosos: el de la tradición escénica londinense y el método hollywoodense. Marilyn llega a Londres acompañada por su flamante tercer marido, el dramaturgo Arthur Miller, su manager y ex amante Milton Green y Paula Strasberg, esposa del maestro de actores Lee Strasberg (director del Actor’s Studio), quien no se le despega en ningún momento. La estrella norteamericana se muestra frágil y vulnerable, insegura ante personalidades tan indiscutidas como Olivier, su mujer Vivien Leigh y la veterana dama Sybil Thorndike, entre otros; sin embargo, todos sucumben ante sus encantos naturales y se muestran dispuestos a tolerarle sus constantes cambios de humor y su incorregible impuntualidad. Colin es un jovencito tan audaz como inexperto, que no se ve ni muy apuesto ni muy interesante, no obstante, está siempre ahí cuando lo necesitan y su asistencia es extremadamente eficiente. Rápidamente se gana la simpatía de Marilyn y se convertirá en su gran apoyo afectivo cuando sufra una importante crisis en medio del rodaje. Gran sentido estético Ésa será precisamente “la semana” de la que habla el diario en que se basa el guión. Después de un desencuentro con su esposa, que trascendió los límites de la alcoba, Miller decide irse a París a visitar a sus hijos de un matrimonio anterior, pero antes hace algunas confesiones dolorosas a Olivier, según el relato de Clark, acerca de su relación con la diva. La actriz acusa el golpe y su salud se reciente, la filmación se interrumpe, y Colin se convierte, por pedido de ella, en su acompañante predilecto. El joven, deslumbrado por la personalidad de la mujer, cae en una suerte de hechizo, aunque nunca pierde el aplomo y logra, ante la sorpresa de todos, ayudar a Marilyn a reponerse y volver al trabajo, que concluye con total éxito. No se sabe si el relato es fiel o es más producto de la fantasía, pero la puesta de Curtis recrea una situación que pudo haber ocurrido así y lo hace de manera verosímil y con un gran sentido estético. El papel protagónico parece sentarle como un guante a Michelle Williams, que compone una Marilyn sencillamente encantadora; mientras que Kenneth Branagh se luce con su imponente Laurence Olivier. Y el resto del elenco acompaña de manera impecable.
Por debajo de aquella falda blanca Marilyn es cine. Tan fuerte su influjo y cariño de la cámara hacia ella que son varias las anécdotas que lo corroboran, desde Billy Wilder hasta Laurence Olivier. Éste último aquí interpretado por Kenneth Branagh, y ella, tan bien, por Michelle Williams. Cine dentro del cine. Con el inicio mismo como propuesta de espejos, con Marilyn desde otra pantalla, ante la mirada del joven Colin Clark (Eddie Redmayne), aristócrata inglés embelesado por el misterio del cine, apasionado por saber cómo es el detrás de la magia para trabajar allí, junto a sus queridos Hitchcock, Welles, Olivier. A despecho del mandato familiar, de mansiones inglesas con raigambre histórica, Colin se dirige a Laurence Olivier Productions. Con el fin, conseguido, de participar en el próximo rodaje: El príncipe y la corista, película que el propio Olivier dirigiría con la participación de Monroe. Tan fuerte es la experiencia de vida (y de cine) en Colin, que escribe un diario, fuente del film que aquí se reseña. Pero esa Marilyn que desde el inicio se ve, apresada, por el encuadre de una primera cámara, se verá liberada ?pero vuelta a apresar? desde el encuadre de la segunda cámara que significa Mi semana con Marilyn. Un desdibujar que es vuelta a dibujar. Con el rostro y cuerpo siempre de Michelle Williams, quien es capaz de ser Marilyn y de no serlo, para casi lograr que nos olvidemos de que "es" Marilyn: tal el acierto de su interpretación, capaz de evocar a la actriz legendaria desde ciertas maneras gestuales, así como de rehuir esta máscara para una interpretación distendida, que se retroalimenta de los vaivenes dados entre la impaciencia de Olivier, la guía consentida de Paula Strassberg y el "método" (al que Olivier odiaba furibundamente), las grietas en su relación con Arthur Miller, el alcohol y las pastillas, y la mirada serena de Colin, embelesado y prontamente enamorado. Marilyn es, así, punto de encuentro que significa retruécanos respecto del film que dentro del film interpreta: príncipe y corista tanto en celuloide como por fuera de él, sea respecto de Miller, Olivier o Strassberg, a la par de la simetría que provocan el cultivado Colin con la pequeña vestuarista (Emma Watson).
Mañana llega Marilyn La diva y "bombshell" Marilyn Monroe a su tiempo, era objeto de deseo del mundo, casi perfecta en femenina forma, no hubo quien no soñara ni fantaseara con la misma. Algo así le ocurre a un joven principiante en el mundo del cine inglés, quién en ávida búsqueda de trabajo, termina siendo cadete, asistente y chico de los mandados del portentoso Laurence Olivier -ícono de la gran actuación mundial- quién hacia el año 1956, decidía contratar a la blonda estrella norteamericana para ser su coprotagonista en "El príncipe y la corista". Hasta allí todo real. Porque lo que sigue es una historia simple y anecdotaria, la del muchacho que debido a su cercanía a la gran estrella, y hallándola en un momento crítico -entre ellos la relación tirante con su marido de por entonces: Arthur Miller-, mantiene una vinculación donde provoca algunos conflictos y un enamoramiento terrible de la bella actriz. Supuestamente a Colin Clark -que falleció hace pocos años- se le brotó tanto su relación de semana única, que lo llevó a escribir memorias, hay quienes aún sostienen que es un fraude y que nada pasó más que un ligera amistad entre ambos. Igual la historia -aqui no relatamos ni adelantamos nada de los giros que suceden- tendrá sus atractivos, como por ejemplo conocer un poco más la figura débil y hasta desesperada de M.M., y también lo mejor del filme que es sin dudas la actuación magnífica, mayúscula de Michelle Williams, quién no caricaturiza sino siente el alma propia de la recordada figura. Recordemos que este año compitió por el Oscar con Meryl Streep en su Margaret Thatcher de "La dama de hierro", de verdad la labor de la chica Williams supera aún a la composición de Meryl, nada menos... Kenneth Branagh es un maravilloso "Larry" Olivier, otro que maneja un registro actoral superlativo, tampoco desentonan en su personajes: Judi Dench y Julia Ormond que encarna a la mujer del actor: Vivian Leigh, y en pequeño papel está la chica "Potter": Emma Watson como una vestuarista novia de Colin, el narrador. Lo dicho un filme correcto, simple, que vale por su fotografía y sus actuaciones.
En el verano de 1956, Marilyn Monroe (interpretada por Michelle Williams) llegó a Inglaterra por primera vez, lo que revolucionó todo Londres. De luna de miel con su marido, el célebre dramaturgo Arthur Miller (Dougray Scott), la estrella de Hollywood arribó a la capital británica para filmar "El Príncipe y la Corista" (The Prince and the Showgirl), película que la encontró compartiendo cartel con la leyenda del teatro Sir Lawrence Olivier (Kenneth Branagh), quien dirigió y además co-protagonizó el film. Dentro de este contexto, y basada en las novelas autobiográficas "Mi Semana con Marilyn" (My Week With Marilyn) y "El Príncipe, la Corista y yo" (The Prince, The Showgirl and Me), ambas escritas por Colin Clark, esta producción dirigida por Simon Curtis relata precisamente la experiencia del autor británico en el set de filmación -montado en los clásicos Estudios Pinewood- de aquella producción en la que se desempeñó como uno de los asistentes del director. Precisamente a través de los ojos de Clark (Eddie Redmayne), por aquel entonces un recién graduado de la Universidad de Oxford y aspirante a cineasta, es que se desarrolla la trama guionada por Adrian Hodges y que se enfoca en lo sucedido durante esa semana que el joven ingenuo de 23 años pudo compartir a solas con la emblemática Marilyn, la estrella más grande de la época dorada de Hollywood a la que todos, especialmente su séquito, adulaban y sobreprotegían pero que él supo apreciarla como realmente era detrás del personaje. Mientras se lleva a cabo la filmación y Olivier (un estupendo trabajo de Branagh) lidia y atiende con las múltiples exigencias de la actriz al mismo tiempo que maneja las inseguridades de la rubia platinada a la hora de interpretar, Colin y Marilyn, entre escena y escena, se sienten atraídos mutuamente. Ella, le abre su mundo interior donde lucha con su fama, su belleza y su deseo de convertirse en una gran actriz. Por su parte él, aprovechando la ausencia de Miller por un viaje de negocios, le muestra algunos de los placeres de la vida británica. "Mi Semana con Marilyn" no es una biografía del ícono sino un drama light que, manteniendo un buen ritmo, se centra en desarrollar un período concreto en la vida de Monroe que resulta ser una postal entretenida de lo sucedido esa semana. El director logra captar la esencia de la estrella, esa que a la hora de dejar de lado su personaje de sex-symbol, la muestra en la intimidad como una mujer vulnerable, infeliz, inocente, insegura, imperfecta y carente de cariño (vivió una infancia difícil sin padres) a la vez que remarca la falta de sus cualidades artísticas para la actuación. Muy parecida físicamente en ciertos momentos más que otros, Michelle Williams, merecidamente nominada a un premio Oscar por este papel en la edición 2012 (al igual que Kenneth Branagh en el rubro masculino), nos brinda un destacado trabajo con su propia visión e interpretación de Marilyn, a quien logra caracterizar muy correctamente con gestos y miradas propias de la actriz. El elenco se completa con pequeñas participaciones de Dominic Cooper, cuyo papel es el de Milton H. Greene, fotógrafo y socio de negocios de Monroe; Julia Ormond como Vivien Leigh, quien encarna a la actriz reconocida por su participación en "Lo Que el Viento se Llevó", además de ser la esposa de Olivier; Judi Dench como Sybil Thorndike y Emma Watson como Lucy, una asistente del departamento de vestuario.
Esa estrella era mi lujo Poca importa el escaso parecido entre la protagonista y la inmensa figura que se pretende retratar, ya que Michelle Williams interpreta con todo el cuerpo y va más allá de la mera imitación. Tampoco es relevante que se rescate el rodaje de la película “El príncipe y la corista”, de 1957, dirigida y protagonizada nada menos que por Laurence Olivier (genial Kenneth Branagh) ya que se trató de un film anticuado e intrascendente. El núcleo del relato es la puesta en escena de una recurrente fantasía masculina, aquí contada como si se hubiera concretado. Un joven asistente de dirección tiene la oportunidad de intimar con la mayor diva que ha dado el cine, en una suerte de cenicienta a la inversa (fórmula que ya se había probado con éxito en Notting Hill), lo que redunda en una fábula tan previsible como encantadora.
Inspirado en hechos y personajes reales, registrados puntualmente en el libro de memorias de Colin Clark, refiere un momento de su vida que lo marcó a fuego. En 1956, pisando por primera vez un set de cine como asistente de producción, le tocó ser testigo directo de los avatares del accidentado rodaje de “El príncipe y la corista”. Recién casada con Arthur Miller y seducida por el prestigio de Sir Lawrence Olivier –quien iba a dirigirla además de ser su pareja en la ficción–, Marilyn Monroe viajó a Inglaterra para someterse a esta nueva experiencia. La estrella pasaba por el mejor momento de su carrera, pero su inestabilidad emocional complicó las cosas llevando el rodaje al borde de la catástrofe. Clark refiere con detalle estos sabrosos entretelones y Michelle Williams, nominada al Oscar, se lleva las palmas en la piel de Marilyn. El elenco británico, en el que destaca Kenneth Branagh, no se queda atrás.
Publicada en la edición digital #3 de la revista.